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SEMIÓTICA Y ARQUEOLOGÍA: HACIA UNA COOPERACIÓN

INTERDISCIPLINARIA EN LA INTERPRETACIÓN DEL PASADO

Dra. Silvia E. Giraudo


segiraudo@hotmail.com
Cátedra de Semiótica- Carrera de Arqueología
Integrantes de la cátedra:
Dra. Silvia E. Giraudo
Dr. Álvaro Martel
Srta. Amanda Ocampo
Facultad de Ciencias Naturales
Universidad Nacional de Tucumán

Palabras clave:
semiótica - arqueología – interpretación – Peirce – sistemas

Resumen:

La Arqueología es una actividad esencialmente semiótica, ya que debe atender las


relaciones entre teoría, datos y prácticas sociales, para poder interpretar el pasado. Para
ello, propone asumir a la cultura material como práctica social. La cultura material no
debe ser entendida sólo como la manifestación de la cultura a través de los objetos
fabricados, sino también como la expresión, consciente o inconsciente, directa o
indirecta, de las creencias de los individuos que encargaron, produjeron, adquirieron y
usaron tales objetos y, por extensión, de las creencias de la sociedad a la cual esos
individuos pertenecieron.
Si entendemos que el hombre es un ser social y que la vida social sólo es posible si
se traduce en un intercambio (cuyo carácter continuo debe ser tenido en cuenta) de
signos, concluiremos que el hombre sólo puede ser tal en y por el intercambio de signos.
Consecuentemente, y si definimos a la Arqueología como la reconstrucción de
culturas humanas pasadas a partir de sus restos materiales, advertiremos que en buena
medida la labor del arqueólogo consiste en analizar cuáles signos componían una
cultura determinada, cómo, de qué manera, bajo qué condiciones, para qué tipo de
enunciatarios.
La cátedra de Semiótica de la carrera de Arqueología de la Universidad Nacional
de Tucumán (una de las dos universidades estatales en el país donde Arqueología tiene
carácter de carrera de grado) apunta a instrumentar a los futuros arqueólogos de manera
eficiente, con vistas a una indispensable cooperación interdisciplinaria en el ubérrimo y
poco explorado campo de la semioarqueología.

La Universidad Nacional de Tucumán es una de las dos universidades estatales del


país en las que se imparte Arqueología como carrera de grado; en las de Salta, Rosario,
La Plata y Buenos Aires, la disciplina es una de las especializaciones de la carrera de
Antropología. Por otro lado, es la única en la que Semiótica es una de las asignaturas
obligatorias en la currícula.

Una indispensable cooperación interdisciplinaria:

La Arqueología puede ser definida, en un sentido amplio, como la ciencia que


estudia los modos de vida de las sociedades pretéritas. Sin embargo, no existe todavía
un acuerdo entre los investigadores sobre la ubicación científica de la Arqueología, es
decir, si trata de una rama de la Antropología (visión promovida desde las escuelas
norteamericanas), si comprende una disciplina histórica (postura general de las escuelas
europeas) o si constituye un campo de estudio bien definido, capaz de producir sus
propias leyes y teorías (posición compartida entre algunos académicos norteamericanos
y europeos, y con creciente afianzamiento en el resto del mundo). En Latinoamérica, y
principalmente en nuestro país, tal tricotomía se ha reflejado en la forma en que se ha
implementado la carrera de Arqueología en los distintos centros académicos. Sin
embargo, como bien lo destaca Preucel (2006), más allá de la divergencia de posiciones,
todas comparten algo en común: la noción de que la principal característica que define a
la Arqueología es el estudio de la cultura material.
Preucel (2006) define a la Arqueología como una actividad esencialmente
semiótica, ya que debe atender las relaciones entre teoría, datos y prácticas sociales,
para poder interpretar el pasado. Para ello, propone asumir a la cultura material como
práctica social. La cultura material no debe ser entendida sólo como la manifestación de
la cultura a través de los objetos fabricados, sino también como la expresión, consciente
o inconsciente, directa o indirecta, de las creencias de los individuos que encargaron,
produjeron, adquirieron y usaron tales objetos y, por extensión, de las creencias de la
sociedad a la cual esos individuos pertenecieron (Prown 1993 en Preucel op. cit.: 4). Por
lo tanto, existe una dimensión semiótica inherente al estudio de la cultura material, ya
que ésta, como producto de la actividad humana, siempre significará otra cosa distinta
de ella misma.

Al iniciar el curso, los estudiantes conocen ya varias definiciones de cultura. Sin


embargo, en el mismo partimos de entender a la cultura como “un sistema de sistemas
de signos”, donde todos los elementos interactúan entre sí, en una estrecha correlación
de unos con otros. En este sentido, resultan fundamentales los postulados de Charles S.
Peirce sobre la cadena de semiosis infinita y los de Iuri Lotman sobre semiosfera.
El primero permite comprender cómo y porqué, al interior de una cultura y de la
vida social, todo está íntimamente relacionado: arquitectura, música, artes, técnicas,
mobiliario, vestimentas, organización social, estructura económica, etc. La cadena de
semiosis ilimitada (cuyo término señalaría Peirce en una actitud o comportamiento
humanos) no sólo es la consecuencia lógica de la concepción triádica del signo, sino que
es la estrategia por la cual se puede pasar de un código a otro y de un sistema sígnico a
otro o de un área a otra de la cultura, que es decir semióticamente lo mismo.
Particularmente útil resulta la idea en Arqueología, ya que permite llenar, a menos en
calidad de hipótesis, los frecuentes vacíos de información con los que los especialistas
se encuentran.
Comprender, con Iuri Lotman y su definición de semiosfera, que el ser humano no
sólo produce y recibe signos de modo permanente, desde el momento que nace, sino que
es él mismo un signo, da lugar, a su vez, a una construcción silogística que puede ser
expresada de la siguiente manera:
- El hombre es un ser social.
- La vida social sólo es posible si se traduce en un intercambio
(cuyo carácter continuo debe ser tenido en cuenta) de signos.
- El hombre sólo puede ser tal en y por el intercambio de signos.
Consecuentemente, y si entendemos a la Arqueología como la reconstrucción de
culturas humanas pasadas a partir de los restos materiales que quedaron de las mismas,
resulta fácil advertir entonces que de lo que se trata en buena medida la labor del
arqueólogo es de analizar cuáles signos componían una cultura determinada, cómo, de
qué manera, bajo qué condiciones, para qué tipo de enunciatarios. Con palabras de
Robert Preucel, la arqueología es una empresa semiótica (2006:3).
Hablar de restos arqueológicos nos pone frente a la cuestión de la materialidad,
cuya naturaleza sígnica resulta incuestionable. Teniendo en cuenta que los objetos son
frecuentemente socializados en contextos para los cuales no fueron creados
originalmente, la Arqueología debería poner su atención en el estudio de la materialidad
–o agencia material-, entendiendo a ésta como la constitución social del ser y la
sociedad a través del mundo de los objetos (Preucel 2006: 5). De tal forma, si
abordamos la multiplicidad de formas en que la cultura material se relaciona con el ser
social, estaremos en condiciones de aportar una mayor comprensión a la semiosis
cultural.
La Arqueología argentina, nacida al abrigo de la antropología décimonónica, tuvo
desde siempre una fuerte impronta positivista. De hecho, una de las mayores
dificultades, en los primeros años de dictado de la asignatura “Semiótica”, fue vencer la
resistencia de los alumnos cuando se trataba de hablar de interpretación, significado,
sentido, adiestrados como estaban en reclamar la evidencia material para el planteo de
cualquier hipótesis que mereciera ser considerada. Por ello, durante décadas muchos
arqueólogos se habían limitado a hacer un trabajo casi exclusivamente descriptivo de los
objetos y sitios arqueológicos analizados.
La relación entre Arqueología y Semiótica comienza en la década de 1960, a partir
de la fuerte influencia del estructuralismo en el seno de las ciencias sociales. André
Leroi-Gourhan (1965, 1968) y Annette Laming-Empèraire (1962), en Francia, y James
Deetz (1967), en los EE.UU., fueron los primeros en aplicar el modelo lingüístico de
Saussure para la interpretación de los datos arqueológicos. Sin embargo, en los 70, el
notable impacto de la Arqueología procesual en los medios académicos occidentales y
sus críticas al estructuralismo, repercutió negativamente en el interés por la aplicación
de esta metodología particular. A principios de los 80, Ian Hodder, en reacción a los
postulados procesuales, reintroduce la lingüística estructural y las críticas
postestructuralistas como las bases teoréticas para una Arqueología postprocesual o
interpretativa (Preucel 2006, cf. Johnson 2000).
En nuestro medio, Ana María Llamazares (1988, 1989, entre otros) y Ana María
Rocchietti (1994, 2009, entre otros), han desarrollado diversas investigaciones –
principalmente sobre arte rupestre- desde una perspectiva semiótica mayormente
vinculada a las corrientes saussurianas. En esta línea, se sitúan los trabajos de Andrés
Troncoso en la arqueología de Chile central, donde integra, además del arte rupestre, el
estudio de los paisajes sociales, los patrones de asentamiento y los conjuntos
artefactuales muebles (Troncoso 2005, 2006, entre otros). Por último, destacamos los
trabajos de Axel Nielsen (2007a y b) que, desde un marco conceptual basado en los
lineamientos fundamentales de la semiótica peirciana, aborda diversos aspectos de la
guerra y los cambios sociopolíticos de las sociedades prehispánicas en el ámbito de los
Andes centro sur.

La semioarqueología en la práctica:

Tomamos el neologismo creado por el Dr. Roberto Flores, de la Escuela Nacional


de Antropología e Historia de México, para denominar a la práctica arqueológica desde
un punto de vista semiótico o, dicho de otro modo, a la instrumentalización de la
práctica semiótica aplicada a la Arqueología. Naturalmente, los objetos de estudio a ser
analizados desde ese marco son muchos y de naturaleza tan variada como compleja.
Tradicionalmente, esta posibilidad fue vista como factible por los arqueólogos en
el campo del arte rupestre. Tratándose de figuras icónicas, no siempre figurativas,
resultaba relativamente fácil advertir la utilidad de la semiótica en su análisis e
interpretación. Menos evidente lo es en otros tipos de objetos, tales como los textiles, la
cerámica, los utensilios domésticos, las herramientas o las armas. El análisis semiótico
de sitios arqueológicos, por su parte, demanda una especialización particular de la
semiótica, la semiótica del espacio.
En la mayoría de los casos, resulta sumamente útil partir de la premisa de que el
objeto es un texto, susceptible de ser considerado y estudiado como tal, para lo cual se
requiere de la reconstrucción de la coherencia interna y externa –en función del
contexto y del cotexto que, en el caso de un resto arqueológico, se basan en datos
empíricos-, la gramática de producción y la gramática de reconocimiento original, el
enunciador, el enunciatario, el pacto propuesto entre ambos, etc, factores todos que
constituyen las claves de una lectura eficaz. Un problema adicional y complejo es el que
plantea la figura del arqueólogo en tanto que enunciatario im-previsto. Éste, además,
con frecuencia debe reconstruir varias gramáticas de producción que, a su vez, lo son de
reconocimiento de la original. Por ejemplo: si un arqueólogo se propone como objeto de
estudio la cerámica Aguada, es preciso que conozca también lo que otros arqueólogos,
como Alberto Rex González, ya escribieron sobre ella y el lugar desde el que lo hicieron
–puesto que de ello depende su fiabilidad.
Algunos casos ilustrativos:

- Identidad desde la Arqueología:

La noción teórica de identidad hace referencia a un proceso de desarrollo de las


fuerzas sociales y de las relaciones que establecemos nosotros, los humanos, para
resolver nuestras necesidades, para crecer, y así entender cómo hemos llegado a los
distintos estadios que hoy encontramos en el mundo (Racedo, 2010).
Desde este punto de partida, y como personas insertas en el campo de las ciencias
sociales, debemos presentar a la disciplina arqueológica y su relación con la historia
más allá de un análisis cronológico, de una acumulación de hechos, y de una simple
referencia al pasado.
Hay un proceso histórico que, además de ser eso que pasó, es la forma de entender
cómo estamos hoy. De esta manera, la investigación arqueológica puede llevar hacia
una aproximación de una identidad o identidades, entendiendo ésta como “el resultado
de un proceso de construcción continua, durante el cual diversos elementos
contradictorios no sólo se unen sino que se mantienen en tensión y lucha. En este
proceso hay cambio y continuidad. Así, se va conformando tanto en cada individuo
como en lo colectivo una totalidad de elementos que le permiten, a la comunidad y a
cada uno de sus miembros, identificarse a la vez que diferenciarse” (Racedo, 2000).
Uno de los mayores ejemplos más notables, en el campo de los estudios
identitarios, es el de los diferentes grupos étnicos que habitaron en lo que es hoy el
territorio argentino, sobre el cual algunos de éstos reclaman cada vez con más fuerza sus
derechos nacionales, aportando con múltiples elementos a la identidad del país.
Es decir, que hay una historia que comenzó hace miles de años, y podemos saber
que había identidad, una identidad perfilada, nítida, clara, en la medida en que
conocemos cómo se defendió nuestra tierra, cómo se diseñaron estrategias para
sobrevivir y cómo, a pesar de toda imposición de modelos ideológicos coloniales,
muchas de las formas de vida de los originarios se siguieron manteniendo, quizás
ocultadas, quizás indeseadas, pero vivas (Racedo, 2000).

- Arqueología y Paisaje
El tiempo y el paisaje son unos de los puntos de contacto entre arqueología y
antropología. Ingold explica que durante la vida humana hay un transcurrir del tiempo
que lleva a la conformación de un paisaje conformado, un espacio cognitivo o simbólico
(Ingold, 2000).
La Arqueología de Paisaje surge como una respuesta a los enfoques espaciales
propuestos por la Nueva Arqueología y es parte del reconocimiento del carácter cultural,
social e histórico del espacio, así como de su importancia como elemento estructurador
de los procesos socioculturales pasados y presentes (p.e Bender 1993, Criado 1991,
1993, Ingold 1993, Tilley 1994).
Criado (1999:5), uno de los más influyentes en esta corriente teórica, ha definido
el paisaje como “el producto socio-cultural creado por la objetivación, sobre el medio y
en términos espaciales, de la acción social tanto de carácter material como imaginario”.
El paisaje esta constituido tanto por una parte material, como por otra imaginaria,
representando simplemente dos caras de una misma moneda, cual es el pensamiento
(Criado 1991, 2000).
El paisaje es en esta lógica una construcción cultural e histórica que está en directa
relación con un sistema de saber-poder particular, y en la cual la cultura material actúa
como un dispositivo que materializa un determinado concepto de paisaje a una
formación sociocultural.
Es importante tener en cuenta que esta construcción de paisaje se relacionaría
también con los procesos sociales, culturales e históricos contingentes a cada formación
socio cultural (Troncoso 2006).
La estrategia de investigación, en esta perspectiva, descansa en la definición del
patrón espacial que define a un determinado ámbito o materialidad, tal como puede ser
la alfarería, por ejemplo, para posteriormente utilizar tal resultado como hipótesis a
contrastar en otras materialidades y ámbitos, tales como por ejemplo, arte rupestre,
arquitectura, cementerios, etc (Troncoso 2000).
Desde este enfoque teórico, se muestra que, por ejemplo, un yacimiento
arqueológico es parte de un paisaje que en épocas remotas era propia del ecosistema
humano (Caria, 1999). La formación y destrucción de un sitio está controlada por la
cultura y la relación reciproca entre los grupos humanos y su medio ambiente se refleja
tanto en el sitio como en el paisaje que lo contiene (Caria 2004).

- Arqueologías de género
Desde mediados de los años setenta, se ha introducido el género como una
categoría fundamental de la realidad social, cultural e histórica y de la percepción y el
estudio de dicha realidad a pesar de que esta nueva acepción, que en algunos idiomas
supone una trasposición de un concepto gramatical a otro sociocultural de cáracter más
amplio, tenga distintas connotaciones lingüísticas y culturales en distintas lenguas
(Bock, 1989).
Actualmente nos referimos a género como “categoría”, una imagen intelectual, a
un modo de considerar y estudiar a las personas, a una herramienta analítica que nos
ayuda a descubrir áreas de la historia que han sido olvidadas.
Es una forma conceptual de análisis sociocultural que desafía la ceguera que la
tradición historiográfica ha demostrado respecto al sexo.
El género es una categoría, no en el sentido de afirmación universal, sino en el
sentido de objeción y acusación pública, de debate, protesta, procedimiento y juicio
(Bock, 1989).
En arqueología, hay un deseo por explorar la construcción del género en el pasado
a partir de la información contenida en el registro arqueológico.
Se quiere estudiar roles, que varían de una cultura a otra, y crear una distinción
teorética entre sexo y género. Se desea mostrar la diferencia entre nacer hombre o mujer
y la experiencia de ser hombre o mujer en una sociedad dada.
La arqueología de género ha conducido en la práctica al re-examen de temas
arqueológicos muy concretos como arqueología doméstica, y ha contribuido a ampliar
la reflexión abarcando temas como la arqueología de niños y de sexualidad.

Cómo está estructurado el programa:

Actualmente, los contenidos de la asignatura están divididos en dos partes:


Una, estrictamente semiótica, parte de los conceptos fundamentales: objeto y
orientaciones de la semiótica; la definición saussureana y la peirceana de signo;
significación y comunicación; sistemas y códigos; la función semiótica. Luego y
comenzando con la definición de texto, se estudian nociones elementales de análisis de
los discursos: contexto, cotexto, coherencia, enunciación, producción y reconocimiento.
Posteriormente, se aborda el problema de la interpretación tomando en cuenta las tres
posibilidades planteadas por Umberto Eco: se entiende que la interpretación es
reconstruir a) la intención del autor, b) la intención del lector y c) la intención del texto.
Ello conduce a analizar la confrontación entre textualismo y contextualismo, tal como
se plantean en las corrientes críticas contemporáneas. Finalmente, se propone a los
estudiantes considerar cuál de todas estas variantes es la más adecuada en el caso del
texto arqueológico.
La primera unidad concluye con una somera aproximación a dos semióticas
particulares: la de la imagen y la del espacio.
La siguiente unidad está abocada a la lingüística antropológica: las escuelas
tradicionales –boasiana, etnografía del habla, etnosemántica-, la lingüística cognitiva y
la propuesta innovadora de Gary Palmer, la lingüística cultural, que subsume a todas las
anteriores.
Finalmente, se consideran otros problemas de la sociolingüística, como los
procesos de cambio lingüístico, el bilingüismo, la oralidad, la aparición y desarrollo de
la escritura.
La segunda parte de la asignatura tiene un carácter casi exclusivamente histórico-
lingüístico: tras estudiar los aspectos lingüísticos de la Conquista y colonización de
América Latina por parte de los españoles, se toman como objeto de estudio las lenguas
indoamericanas que tuvieron mayor número de hablantes: el náhuatl, el guaraní, el
quechua y el mapuche. De ellos, los alumnos aprenden el origen, la caracterización
tipológica, el área de distribución, el problema del bilingüismo o diglosia en el territorio
respectivo, la producción textual lingüística. Finalmente, se investiga el mapa
lingüístico de nuestro país a la llegada de los colonizadores y su transformación hasta la
actualidad.

Perspectivas a futuro:

Desde hace ya un par de años, el equipo de cátedra está considerando la


posibilidad de reducir –sino eliminar- esta segunda parte de la materia. Hasta hoy, era
dictada en razón de la vital importancia que una lengua tiene como vehículo
internalizador de una cultura y el papel ancillar que la paleolingüística, especialmente,
puede cumplir para la investigación histórica y arqueológica. Por otra parte, es una
información que los alumnos no reciben en ninguna otra materia. Sin embargo, el
desarrollo de la semiótica como ciencia y la importancia que ha venido cobrando como
ciencia auxiliar de la arqueología –a lo que se suma la siempre escasa carga horaria de
la materia en el contexto de la carrera- nos ha permitido preguntarnos si no resultaría
más útil, en función del perfil y la formación de los futuros arqueólogos, profundizar en
temas estrictamente semióticos y dedicar más tiempo a las aplicaciones prácticas, que
pueden ser resueltas sin mayores costos en el marco, por ejemplo, de lo que se
denomina arqueología de rescate o de la arqueología urbana.
La escasez o ausencia de aplicación práctica de los postulados teóricos de la
materia es una de las mayores deficiencias del cursado y cubrir este requerimiento la
urgencia más inmediata. Que los alumnos tengan la posibilidad de ver de modo real
cómo se aplica una metodología semiótica a una pieza o espacio arqueológicos
redundaría, probablemente, en la mayor utilidad de la asignatura.
Por otro lado, temas importantes que pueden ser objeto de estudio tanto de la
semiótica como de la arqueología, como identidad, poder, memoria, ideología, y cómo
ellos se traducen o se transfieren a objetos materiales, merecen, a la luz de las corrientes
epistemológicas actuales, una mayor dedicación y esfuerzo.
Creemos que las técnicas y métodos provenientes de las ciencias exactas o de las
naturales son indispensables en el trabajo arqueológico, pero su aplicación y los
resultados que de ella devienen no pueden constituir un fin en sí mismo, sino que deben
ser el medio que permita inferir hipótesis interpretativas consistentes, tendientes a una
mayor y mejor comprensión de nuestro pasado.

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