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Todas las emociones son naturales y, por tanto, deben ser

tenidas en cuenta.

“¡Niño, hay que compartir!” les decimos a nuestros hijos


pequeños cuando se niegan a dejarle un juguete a alguno
de sus amigos y si nuestros hijos no quieren compartir y
se pelean añadimos lo de “Los amigos no se pelean, dale
un besito a tu amiguito”, y le obligamos a que le dé un
besito al niño que le acaba de soltar un tortazo
disimuladamente, y terminamos con eso de “¡Que no
llores! Que no se llora por tonterías.”

Las emociones forman parte importante de nuestra vida y


también de la de nuestros hijos desde que nacen, aunque
los padres tendemos a pensar que la infancia es la época
de la vida feliz de las personas, tal como describía
el poeta austriaco Rilke, “la verdadera patria de un
hombre es su infancia”.

Esta manera de considerar la infancia como una etapa


donde se vive la completa felicidad, donde no existen
los problemas nos lleva a despojar a nuestros hijos de
su vida emocional, a no tener en cuenta sus emociones o,
lo que es peor, a ningunearlas y por lo tanto nos despoja
a los padres de la posibilidad de educar en emociones.

¿Cómo están ustedes?, ¡más fuerte! ¿Cómo están


ustedes? Estas preguntan esconden algo más que un
simple convencionalismo. Esconden una realidad, que
nosotros estamos de alguna manera, bien, mal, regular,
contentos, felices, tristes, enfadados, asustados, irritados,
satisfechos, etc… estamos emocionados, vivimos
continuamente acompañados de emociones y
curiosamente esas emociones nos las provoca alguien: los
demás y/o nosotros mismos.

Tenemos, por un lado una tendencia a negar el impacto


que algunas emociones, las llamadas emociones
negativas, tienen en nuestra vida. “¿Qué te pasa? ¿A
mí? ¡Nada!”. Y todos sabemos que algo pasa. Es que
parece ser que hemos aprendido que este tipo de
emociones hay que vivirlas como si fueran
hemorroides. Se sufren en silencio.

Por otro lado, cuando decimos: “con lo tranquilo que yo


estaba, ahora vienes tú y me alteras” estamos
constantemente poniendo en manos de los demás
nuestra posibilidad de sentirnos bien o mal.

Muchos padres que están educando a sus hijos, y lo hacen


de manera competente, se sienten a veces fatal por lo que
hacen los hijos, no por lo que los padres hacen. La mejor
manera de pertenecer al club de los
desgraciados/desgraciadas es esperar que los demás te
hagan feliz, y rapidito.

Los padres somos los responsables de la educación de


nuestros hijos, les enseñamos comportamientos que
consideramos apropiados, les transmitimos nuestros
valores, nos preocupamos por su “alimentación
intelectual” mediante la escolarización. Pero a menudo
olvidamos o dejamos pasar por alto el importante papel
que las emociones juegan en nuestras vidas, por eso es
necesaria la educación emocional, para aprender a
vivir con nuestras emociones, y no a que las emociones
dirijan nuestras vidas.

En los últimos años se viene hablando mucho


de la Inteligencia Emocional. El término inteligencia
emocional hace referencia a las competencias
para reconocer nuestras emociones, para controlar
nuestras emociones, para motivarnos a nosotros
mismos, para reconocer las emociones de los demás, y
así establecer buenas relaciones con los demás.

Personalmente considero que la IE es una estupenda


herramienta para educar, sobre todo porque mientras
educamos a nuestros hijos aprendemos a ir desarrollando
esas competencias. Pero recordar que la educación no es
la “purga (de) Benito”, que todo lo que hacemos
mientras educamos no da resultados inmediatos.
Educar no es una especie de lucha. Se convertirá en una
pelea si lo que sientes es que tus hijos te atacan y
entonces te sentirás mal, pero si lo que sientes es que tus
hijos están aprendiendo entonces considerarás sus envites
cómo una consecuencia lógica de educar. ¿Y no crees
como padre y como madre que educar es la mejor
herencia que le vamos a dejar a nuestros
hijos? Entonces, ¿por qué vamos a sentirnos mal por
hacer lo que tenemos que hacer?.

Las emociones son naturales, todas. El miedo, la


tristeza, la ira, el odio, los celos, son tan naturales como
el valor, la alegría, la calma, el amor, el altruismo. No
hay que extrañarse de su aparición.

Un ejemplo: los padres suelen estar muy preocupados


con las reacciones de celos que a veces pueden presentar
sus hijos con la llegada de otro hermano. Muchos padres
consultan sobre cuál sería la manera de evitar la aparición
de los celos. Yo les pongo el siguiente ejemplo,
imagínese usted que su pareja se presenta un día en casa
acompañado y le dice: Mira cariño, este es fulanito o
fulanita y viene a vivir con nosotros, pero yo te quiero
mucho. Y a la hora de comer juntitos los tres, y de paseo
juntitos los tres y por la noche los tres juntitos… ¿Cómo
te sentirías? ¿Entiendes ahora los celos en tu hijo?

Las emociones por lo tanto son naturales pero acarrean


consecuencias, y por eso debemos enseñar a nuestros
hijos a que reconozcan qué es lo que están sintiendo, si
uno no reconoce que es celoso, o envidioso, o que está
irritado, etc. ¿cómo va a poder controlar los celos, la
envidia, la irritación?.

Tenemos que reconocer lo que sentimos para poder


controlar: lo que sentimos, lo que pensamos y cómo
nos comportamos mientras esa emoción nos invade.

Las emociones están muy relacionadas con nuestro


pensamiento. Algunas veces los padres nos sentimos mal
simplemente porque empezamos a pensar, más que a
pensar a descontrolarnos, dándole vueltas a determinadas
ideas negativas respecto a nuestros hijos (“como siga así
va a ser un desgraciado”), e imaginando el peor de los
escenarios posibles así nos asustamos, nos paralizamos y
sufrimos. Hay que controlar ese tipo de pensamiento
porque a los padres lo que nos da seguridad es saber
cómo vamos a actuar.

Las emociones están muy relacionadas con nuestro


comportamiento, cuando me siento feliz, tranquilo,
sosegado me comporto de una manera parecida a como
me estoy sintiendo, pero al contrario igual, cuando me
siento irritado, enfadado, asustado entonces todos mis
comportamientos están presididos por esas emociones.
¿No os parece un poco ilógico que sean nuestras
emociones las que dirijan nuestros comportamientos?

Durante algunas semanas publicaré algún post


con diferentes competencias emocionales que podemos
aprender para reconocer nuestras emociones, con
estrategias para aprender a controlarlas, para reconocer
las emociones de los demás y estrategias para establecer
buenas relaciones con los demás.

Las emociones están presentes en nuestra vida y en la


vida de nuestros hijos, hay que educar las
emociones para aprender a vivir con todas nuestras
emociones, y no para que sean las emociones las que
dirijan nuestras vidas.

¿Qué es la educación emocional?

Una vez definida la inteligencia emocional es posible tratar acerca de la educación

emocional. Ésta puede ser descrita como una innovación educativa que responde a

necesidades emocionales y sociales en la educación de los niños, no atendidas en materias

académicas ordinarias.

Su objetivo es el desarrollo de competencias emocionales: conciencia

emocional, regulación emocional, autogestión, inteligencia interpersonal,

habilidades de vida y bienestar; la educación emocional fomenta el

autoconocimiento, la autoestima y la empatía, entre otros.

Goleman esta inteligencia emocional se organizaría en base a cinco capacidades:

1. Conocer sentimientos y emociones propios (autoconciencia de las propias

2. Gestionar y manejar estos sentimientos y emociones (control de emociones

3. Identificar y reconocer estos sentimientos.􀂱

4. Crear la propia motivación y ser capaces de motivar a otros (ser conscientes


5. Gestionar las relaciones (ser capaces de ponerse en el lugar de otros, comprenderles

y actuar en consecuencia; tener habilidades sociales para poder relacionarse

adecuadamente con los demás).

La vida del niño trascurre fundamentalmente en dos entornos, la familia y el

colegio. A partir de la preadolescencia también la sociedad es un nicho fundamental de

aprendizaje. Pero la mayor parte del tiempo se pasa con adultos padres o profesores, que

juegan un papel básico en la educación y desarrollo de la personalidad de los niños.

Suponen un modelo y referente de conductas, actitudes, valores y cómo no, también del

manejo de emociones. Los niños aprenden por imitación y asimilación de valores,

actitudes, hábitos, respuestas emocionales ante diferentes situaciones, pero también por

acomodación, gracias a sus propias experiencias de interacción con el mundo familiar y

social que les rodea.

El clima y entorno familiar y escolar pueden favorecer que los niños aprendan a explorar

e identificar sus emociones, expresarlas y gestionarlas de forma positiva o pueden

proporcionar un entorno menos adecuado para ello, presentando patrones inadecuados de

respuesta afectiva como son por ejemplo la negación o el castigo de la expresión emocional

o respuestas emocionales basadas en la frustración, la culpa o el miedo.

Desde el mismo nacimiento e incluso

antes de nacer, los bebés son capaces de

percibir el estado emocional de la madre

y figuras de apego o vinculación afectiva

significativas. Goleman en 1996,

hablaba de “angustia empática” para

referirse a este fenómeno. A medida que


el niño crece y se desarrolla va a ir

adquiriendo una mayor autonomía y

competencia social y desde el entorno

familiar debe favorecerse que vaya

adquiriendo habilidades y competencias

emocionales.

¿Cómo podemos favorecer desde la interacción personal que nuestros

hijos/alumnos aprendan a manejar bien sus emociones?

En primer lugar es clave que como adultos hagamos una reflexión sobre

cómo nosotros manejamos nuestras propias emociones y cómo solemos

responder ante las reacciones emocionales de los demás, incluidas las

respuestas emocionales de nuestros hijos o alumnos. Éstos aprenden no sólo de

lo que les decimos, sino sobre todo, de lo que nosotros hacemos y somos. Para ello

planteamos una serie de preguntas que pueden ayudarnos a guiar nuestra reflexión:

Consejos para educar las emociones.

Algunas cuestiones prácticas.

(Se recomienda dosificar estas reflexiones, por ejemplo leer un párrafo cada día y reflexionar
sobre su

alcance, durante todo el día)

Es necesario aprender a escuchar a los niños y a observar sus reacciones emocionales sin

juzgar y sin intervenir inmediatamente. Aprenda a observar qué es lo que ha pasado o está

pasando para que su hijo o alumno llore, se enfade o ría. Pregúntele y respete su respuesta,

aunque no sea la que espera.

No niegue ni ignore las emociones de sus hijos o alumnos. Intente respetarles y no

infravalorarles. Conviene evitar expresiones del tipo “no es nada, eso es una tontería”, “eso
no es para llorar”, “no tiene sentido”, “no te pongas así”.

Los niños pequeños a veces lloran o se enfadan porque no son capaces de poner en palabras

lo que les está pasando. Nuestro papel como padres y profesores es ayudarles a identificar

la emoción y llamarla por su nombre. Que aprendan a relacionar los sucesos que les pasan

con sus estados emocionales, sin sentirse mal por ello.

Recuerde que expresar emociones no es malo. Hay que aprender a conocerlas para luego

poder gestionarlas bien.

Acostúmbrese a preguntar más ¿Qué te pasa? o ¿cómo te sientes? en lugar de darles

soluciones o reprenderles por esos sentimientos.

Permita que ellos mismos piensen en posibles soluciones para encontrarse mejor. No les

ofrezca antes de tiempo las soluciones, porque las suyas pueden no ser las mejores para ellos.

Ayúdeles a generar sus propias soluciones y motívenles para ello.

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Establezca límites razonables y enseñe a sus hijos o alumnos lo que está bien y lo que está

mal, aprovechando los problemas cotidianos. Si por ejemplo rompen un juguete porque se

han enfadado, enséñenles cómo cuidar las cosas y cómo pueden hacer la próxima vez que

se enfaden, sin romper el juguete. Escuche lo que ellos harían y después ayúdeles a pensar

en otras reacciones. Por ejemplo, podrían cambiar de juego, dejar de jugar, pedir ayuda…

Practique la disciplina inductiva, que establece normas y límites claros y ofrece

alternativas adecuadas de respuesta desde el respeto, el diálogo y el afecto.

Respete a sus hijos/alumnos y no se burle de sus emociones. Conviene evitar expresiones

del tipo “pareces un tonto o un bebé llorando”, “como chilles y grites no te hago caso” y

utilizar otras como ¿por qué lloras? o ¿por qué estás gritando? Estas preguntas les

ayudarán a reconocer sus emociones y ver cómo suelen reaccionar en los diferentes estados

de ánimo. Luego ayúdeles a poner en palabras lo que les pasa y a buscar soluciones para

sentirse mejor.
Acostúmbrese a preguntar y escuchar a los niños. Présteles la atención que le darían a un

invitado. En ocasiones sólo el hecho de permitirles expresar su frustración, miedos y

temores ya les ayuda a calmarse.

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