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Sin embargo, las declaraciones, convenios y programas que allí se establecieron no tuvieron
carácter vinculante. En palabras coloquiales, no se creó un marco legal que obligara a los
países o a las partes a cumplirlos. Es por esto, en parte, que luego de transcurrido más de un
cuarto de siglo, la mayoría de las metas no se ha alcanzado. Una prueba de ello es que ahora
nos encontramos en “Emergencia Climática”, un paso importante para rectificar errores, pero
muy reciente para sacar conclusiones.
Principio 1: Los seres humanos constituyen el centro de las preocupaciones relacionadas con
el desarrollo sostenible. Tienen derecho a una vida saludable y productiva en armonía con la
naturaleza.
Principio 2: De conformidad con la Carta de las Naciones Unidas y los principios del derecho
internacional, los Estados tienen el derecho soberano de aprovechar sus propios recursos
según sus propias políticas ambientales y de desarrollo, y la responsabilidad de velar por que
las actividades realizadas dentro de su jurisdicción o bajo su control no causen daños al medio
ambiente de otros Estados o de zonas que estén fuera de los límites de la jurisdicción
nacional.
La Declaración de los principios para la ordenación sostenible de los bosques que, no tiene
fuerza jurídica obligatoria, “dispone, fundamentalmente, que todos los países, en especial
los países desarrollados, deberían esforzarse por reverdecer la Tierra mediante la
reforestación y la conservación forestal; que los Estados tienen derecho a desarrollar sus
bosques conforme a sus necesidades socioeconómicas, y que deben aportarse a los países en
desarrollo recursos financieros destinados concretamente a establecer programas de
conservación forestal con miras a promover una política económica y social de sustitución”.
En la Cumbre de Río se trató el problema de la desertificación, que desde hace tiempo viene
tomando características alarmantes. Su efecto pudiera ser más devastador que el de las
emisiones de gases de efecto invernadero, la subida del nivel de los mares o la contaminación
de los océanos por plásticos, aunque no es tan mediático como éstos. En Río se adelantó
acerca de cómo hacer frente al problema y se apoyó un nuevo enfoque integrado sobre el
mismo.
El órgano rector del CDB es la Conferencia de las Partes (COP). Esta autoridad suprema de
todos los Gobiernos (o Partes) que han ratificado el tratado se reúne cada dos años para
examinar el estado de la diversidad biológica, fijar prioridades y adoptar planes de trabajo.
El Programa 21, también conocido como Agenda 21, es “un plan detallado de acciones que
deben ser acometidas a nivel mundial, nacional y local, por entidades de la ONU, los
gobiernos de sus estados miembros y por grupos principales particulares en todas las áreas
en las que ocurren impactos humanos sobre el medio ambiente”. El Programa 21 contiene
más de 2.500 recomendaciones prácticas. En él se abordan los problemas más urgentes. “Su
objetivo es preparar al mundo para los retos del próximo siglo. Incluye propuestas concretas
en cuestiones sociales y económicas, como la lucha contra la pobreza, la evolución de los
modelos de producción y consumo, la dinámica demográfica, la conservación y ordenación
de nuestros recursos naturales, la protección de la atmósfera, los océanos y la diversidad
biológica, la prevención de la deforestación y el fomento de la agricultura sostenible.”
Conclusiones:
Debemos concluir que la mayoría de los objetivos de la Cumbre de Río no se han alcanzado.
Cuando escribimos esto apenas falta un año para la entrada en vigor del Acuerdo de París.
Por más que la ONU, las ONG y otros entes se esfuercen con sus buenos propósitos por
revertir el cambio climático y sus efectos adversos, se les ha hecho difícil convertir esas
intenciones en realidades. Esto se debe, principalmente, a que los grandes intereses son
permanentes frenos y muros de contención ante cualquier acción que se decida a favor de la
vida en el planeta que toque sus intereses. Por ahora no existe un contrabalance efectivo en
la sociedad que pueda tener algún peso en esta lucha asimétrica.
Para comprobar que la mayoría de los objetivos de la Cumbre de Río no se han alcanzado,
en vez de usar opiniones subjetivas o comentarios sin base científica, debemos apoyarnos en
datos e informaciones proporcionados por la ciencia. Para conocer el estado actual del planeta
la ciencia se basa en mediciones milimétricas mediante GPS; observaciones satelitales;
batiscafos inteligentes que pueden sumergirse al fondo de las fosas marinas más profundas;
cámaras trampas; archivos históricos sobre aspectos climáticos y muchos otros recursos
tecnológicos y científicos.
Con todo esto, la ciencia está en capacidad de saber si la superficie de los desiertos ha
aumentado o disminuido; si hay más o menos plásticos en los océanos que hace unos años;
cuánta área de un bosque ha sido esquilmada en 1, 10 o 25 años; si se ha incrementado la
temperatura global en cierto periodo medido; que cuántos incendios forestales ocurren cada
año y cuánta superficie se quema; cuánto ha disminuido la población de vertebrados en medio
siglo; cuántas especies se han extinguido y muchas otras informaciones. Todo esto se ha
hecho y el resultado es que cada vez estamos peor que antes, con excepción del inicio del
cierre de los agujeros de ozono, como resultado de los acuerdos alcanzados con el Protocolo
de Montreal.
Así las cosas, no nos hace falta un oráculo de Delfos para adivinar el futuro, tal como lo
hacían los atenienses 2500 años atrás. Ellos tenían una especial inquietud por saber el
porvenir que les esperaba. Tampoco necesitamos de pitias o pitonisas que nos entreguen por
escrito nuestro destino, como lo hacían con los griegos.
Nuestro futuro se escribe todos los días sobre la atmósfera con letras de carbono. El lenguaje
se llama PPM y el templo de Delfos del siglo XXI no está al pie del Parnaso sino en Hawái
y es el Observatorio de Mauna Loa. No es mitología, superstición ni religión. Es un mensaje
que solo la ciencia puede leer, los medios difundir y la humanidad recibir. Hay que ser tonto
para no hacerle caso a un futuro que anuncia peligro y no hacer ningún esfuerzo para evitarlo.
PPM significa partes por millón de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera, que por
millones de años ha producido el efecto invernadero, característica que ha permitido la vida
en la Tierra, debido a su cualidad de mantener una temperatura bastante constante en el
planeta. El incremento de las PPM, debido a nuestras emisiones de CO2, aumenta el efecto
invernadero, al quedar mayor cantidad de rayos infrarrojos atrapados en la atmósfera. En
consecuencia, la temperatura aumenta, algo que hemos llamado calentamiento global y a su
efecto cambio climático.
Vamos a los hechos. En 1750, a inicios de la Revolución Industrial, las PPM de CO2 estaban
en 280. Cuando transcurría la Conferencia de Estocolmo, en 1972, se encontraban en 330
PPM. 20 años después, durante la Cumbre de Río ya había alcanzado 360 PPM. La marca
psicológica de 400 PPM se rompió en 2016 y desde entonces ha subido a 415, cifra del 19
de mayo de 2019, proporcionada por Mauna Loa.
Este es el mensaje que todos deberían conocer. Incrementos como éstos no habían sucedido
en la Tierra desde hace millones de años. Estas son las letras de carbono de las que hablamos,
inscritas en la atmósfera, que nos están advirtiendo que la temperatura irá en constante
aumento.
Y llegamos a hoy día, cuando de manera sorpresiva los adolescentes y jóvenes han tomado
la batuta y están dando el ejemplo en la lucha contra el cambio climático. Mediante sus
movimientos “Friday For Future”, “Jóvenes por el Clima” o “Extinction Rebellion”, parecen
representar ese contrabalance al poder de los negacionistas y romper la asimetría de la que
arriba hablamos.
Inspirados por la joven Greta Thunberg, muchos adolescentes y jóvenes con sus huelgas,
marchas y mega concentraciones en cientos de países, han comenzado una titánica labor.
Buscan atraer con su movimiento las miradas de aquellos que volteaban la cara ante los
informes de los activistas de la Tierra. Su mensaje va dirigido a los centros de poder, políticos
y económicos, exigiendo los cambios necesarios para garantizar el futuro de su generación y
las siguientes por venir.