“Ella no es la típica esposa de exposición”, le dijo Nigel O’Neil al terapeuta como
confidencia. “Amo a Gemma por ser tan competente y organizada—una persona muy agradable”, agregó, casi como un reparo. “Pero no me excita, como solía hacerlo Beatriz”. A los 53 años, Nigel llevaba varios años en su segundo matrimonio, que concretó tres años después de que su primera esposa muriera por un melanoma maligno. Durante varios años, Gemma había sido su asistente personal en la oficina. En la época en que Beatriz murió, había acudido a ella para algo más que pedirle su taza matutina de té negro. En su primera sesión aceptó que aún se sentía culpable por eso. Nacido en Londres, Nigel fue educado como un católico estricto. “Eso tuvo como consecuencia el hecho de que, antes de casarnos, Beatriz y yo no hubiéramos hecho demasiado. Éramos muy jóvenes y teníamos poca experiencia”. Después de esto, él había podido mantener una erección de manera satisfactoria para el coito “la mayor parte del tiempo”. Se negó a dar más detalles, y sólo indicó que en comparación con su relación actual, parecían ser menores. Gemma tenía 15 años menos que Nigel. Durante varios meses habían sostenido una vida sexual activa. En la oficina, él apreciaba la forma en que controlaba su horario. “En casa no tanto”. Durante los últimos seis meses, cuando ella se aproximaba a él para tener relaciones sexuales, él solía alejarla con la excusa de que estaba demasiado cansado o preocupado. En las pocas ocasiones en que ella lograba persuadirlo para intentarlo, él no podía mantener una erección durante tiempo suficiente para lograr la penetración. Cuando tenían relaciones sexuales, la atención de Nigel “se iba a la oficina”, y terminaba antes de que cualquiera de ellos alcanzara el orgasmo. El médico de Nigel revisó sus concentraciones de testosterona, mismas que se encontraban dentro del intervalo normal. En su segunda visita al consultorio, también acudió Gemma. Ambos afirmaron que bebían un poco de alcohol y nunca habían consumido drogas o tabaco. Gemma agregó que unos meses antes, desesperada, se había suscrito a Playboy por él. “Es el único hombre que conozco que sólo lee los artículos”, comentó. Nigel no había visto a otras mujeres; ni siquiera se masturbaba. “Por meses, la revista es a la única a la que he llevado a la cama. Ya ni siquiera tengo fantasías lujuriosas”. La cuestión no le preocupaba a Nigel mismo (“¡Es sólo que no es algo en lo que piense!”), pero casi lloraba al hablar de cuánto se preocupaba por Gemma, lo mucho que deseaba que ella fuera feliz—que no lo abandonara por alguien más. En una sesión en la que Nigel estaba en el consultorio, Gemma explicó: “Además de libros y revistas, nuestra compañía hace películas, en particular acerca del amor y de cómo hacerlo. Nigel piensa que ésa es una ironía absoluta, pero yo no creo que ya hayamos disparado la última bala”.