El término "revolución industrial" suele referirse al complejo de innovaciones tecnológicas que, al sustituir la vida humana por maquinaria, y la fuerza humana y animal por energía mecánica, provoca el paso de la producción artesana a la fabril, dando así lugar al nacimiento de la economía moderna. El significado del término es a veces otro. Se utiliza para referirse a cualquier proceso de cambio tecnológico rápido e importante. Podríamos llegar a considerar tantas "revoluciones" como secuencias de innovación industrial se hayan dado. Por último, el mismo término se refiere a la primera circunstancia histórica de cambio desde una economía agraria y artesanal a otra dominada por una industria y una manufactura mecanizada. La revolución industrial se inició en Inglaterra en el siglo XVIII, se expandió desde allí, en forma desigual, por los países de la Europa continental y por algunas otras pocas áreas y transformo la vida del hombre occidental, su sociedad, y relaciones con los demás pueblos. El núcleo de la revolución industrial lo constituye una sucesión de cambios tecnológicos. Los avances materiales tuvieron lugar en 3 áreas: 1) la capacidad humana fue sustituida por instrumentos mecánicos; 2) la energía inanimada (y en especial, el vapor de agua) ocupó el lugar de la energía humana y animal; 3) se realizaron grandes mejoras en los métodos de obtención y elaboración de materias primas, especialmente en industria metalúrgica y química. Junto a estos cambios se desarrollaron nuevas formas de organización industrial. El tamaño de la unidad productiva se hizo mayor: la utilización de máquinas y de los tipos de energía exigían y al mismo tiempo hacían posible la concentración de manufactura, y el taller y la unidad del trabajo familiar fueron sustituidos por la nave industrial y la fábrica. La fábrica era un sistema de producción en sí mismo, basado en una definición característica de las funciones y responsabilidades de los distintos participantes en el proceso productivo. Por una parte estaba el empresario, que aportaba los medios de producción y supervisaba su utilización. De otro lado se encontraba el obrero, que ya no poseía ni aportaba aquellos medios, y cuyo papel quedaba reducido al del mano de obra. Entre unos y otros se estableció una relación económica (el nexo salarial) y una relación funcional de supervisión y disciplina. La disciplina de la fábrica era muy distinta. Requería y acabó creando un nuevo tipo de obrero, sumiso a las inexorables exigencias del reloj. Desde el principio, en la fábrica, la especialización en las funciones productivas, se llevó a extremos muy superiores a los que se había alcanzado en talleres y unidades de producción rural; al mismo tiempo, la dificultad para coordinar hombres y materiales en un espacio reducido condujo a considerable mejora en la distribución y organización del trabajo. Toda esta diversidad de mejoras tecnológicas sigue una evidente dirección unitaria: un cambio generaba otro cambio. Para empezar, ciertos tipos de mejoras técnicas sólo era posible a partir de que tuviesen lugar avances en áreas relacionadas. La máquina de vapor constituye el ejemplo clásico de esta interrelación tecnológica. El vapor hizo posible tambien la ciudad-factoría que consumía cantidades hasta entonces inimaginables de hierro y carbón. Todos los productos dependían del transporte de bienes, en gran escala, lo que abrió oportunidades que dieron lugar al ferrocarril y la navegación a vapor, que contribuyeron a ampliar la demanda y ampliar los mercados. La Revolución Industrial marcó un hito fundamental, hasta entonces, los avances en el comercio y la industria habían sido esencialmente superficiales. El mundo había experimentado otros periodos de prosperidad industrial y había visto como corriente de progreso económico acaban por retroceder en cada caso; la ausencia de cambios cualitativos, de mejoras en la productividad, no garantizaba la consolidación de mejoras puramente cuantitativas. Con la revolución industrial se inició un proceso acumulativo de avance tecnológico autoalimentado cuyas repercusiones se harían sentir en todos los aspectos de la vida económica El progreso económico ha sido desigual, ha venida marcado por avances rápidos y por recesiones, y no hay ninguna razón para confiar en una progresión ascendente indefinida. La ascensión de las industrias que fueron centrales para la revolución industrial (textiles, hierro y acero, producto químico básico, ingeniería del vapor, transporte ferroviario) empresa frenarse hacia fines del siglo XIX en los países más avanzados de Europa occidental. La tendencia el declive hacia finales del siglo XIX de las ramas que se habían modernizado tempranamente se vio compensada por el desarrollo de nuevas industrias basadas en avances espectaculares de la ciencia química y eléctrica y una fuente de energía nueva inmóvil (el motor de combustión interna) a este conjunto de innovaciones se los suele llamar la segunda revolución industrial. Estos avances materiales han provocado su vez cambios económicos, sociales, políticos y culturales, que han influido recíprocamente. En primer lugar tenemos la transformación a la que llamamos industrialización. Comprende la revolución industrial en el sentido específicamente tecnológico y también sus consecuencias económicas, en particular el trasvase de la mano de obra con recursos, desde la agricultura a la industria. Este cambio refleja la interacción entre la demanda y la oferta engendrada por la Revolución Industrial. Por el lado de la demanda, a medida que aumentan los ingresos, el deseo de alimentación aumenta menos rápidamente que el de productos manufacturados. Por el lado de lado de la oferta, este cambio de orientación en la demanda se vio reforzado por los aumentos de productividad, que al ser relativamente mayores en industria que en la agricultura, provocaron el descenso de los precios de productos manufacturados en relación con los productos primarios. Durante la revolución industrial como después de ella, la industria se desarrolló más aprisa, aumentó su participación en la riqueza y producto nacional y sustrajo mano de obra del campo. El trasvase tuvo una importancia variable de unos países a otros, según las ventajas comparativas y las resistencias institucionales. El caso más extremo se dio en Gran Bretaña, donde el Libre Comercio despojó al agricultor de toda protección frente a la competencia exterior. Donde fue más lento fue en Francia, un país de pequeños propietarios, donde la introducción forma gradual de la nueva tecnología industrial se convino con tasas elevadas a las importaciones de alimentos para retardar la contracción del sector primario. La industrialización, a su vez está en el centro de un proceso más amplio y más complejo llamado modernización. La modernización comprende cambios tales como la urbanización (concentración de la población en las ciudades, que actúa como centro de las actividades de producción industrial, administrativas y de creación artística e intelectual); la reducción drástica de los índices de natalidad y de defunción, el establecimiento de un gobierno burocrático y centralizado; la creación del sistema educativo capaz de preparar y socializar a la juventud; y la adquisición de la capacidad y de los medios necesarios para poder utilizar tecnología del momento. Todos estos elementos son interdependientes, pero cada uno es hasta cierto punto autónomo y es bastante posible que se den en ciertas áreas mientras que en otras se queden a la zaga. La gran suerte de Europa fue que cambio tecnológico y la industrialización procedieron o acompañaron, a los demás componentes de la modernización, con lo que en general, pudo ahorrarse el trabajo material y psicológico de una maduración desequilibrada. La mecanización abrió nuevas perspectivas de confort, pero también destruyó la vida de algunos y dejó a otros vegetando en los márgenes de la corriente del progreso. La revolución industrial tendió, especialmente en sus primeros estadios, a aumentar la distancia entre ricos y pobres y agudizar la diferencia entre empresarios y asalariados, dando paso a conflictos de clase de una dureza sin precedentes. En los siglos XVIII-XIX la clase obrera experimente un crecimiento muy superior y una mayor concentración que en cualquier época anterior. Y con los aumento de tamaño y de concentración aparecieron los barrios pobres y la conciencia de clase, los partidos obreros. La revolución industrial dio lugar a cambios en la estructura de poder. La política interna de los gobiernos de la mayoría de los países de Europa occidental pasó a ser controlada por los intereses manufactureros y por sus aliados en el comercio y las finanzas, con o sin la cooperación de las capas agrarias. En Europa central la tentativa revolucionaria fracasó y la aristocracia mantuvo las riendas del gobierno. No obstante, la riqueza e influencia de la burguesía industrial y comercial se manifestó en la evolución de la legislación y la penetración en círculos sociales y ocupacionales reservados hasta entonces a las viejas clases dirigentes. El crecimiento del proletariado industrial, la ascensión de la burguesía industrial y su progresiva fusión con la vieja élite, la resistencia cada vez más débil del campesinado a los atractivos de la ciudad y a la competencia de nuevas formas y nuevas escalas de cultivo fueron todos ellos tendencias que llevaron algunos observadores aprecien una polarización de la sociedad entre una gran masa de asalariados explotados y una minoría de explotadores, propietarios de los medios de producción. La producción en masa y la organización estimularon, y de hecho exigieron, unos medios de distribución más amplia, una estructura de crédito más versátil, una expansión del sistema educativo y la asunción de nuevas funciones por parte del gobierno. Al mismo tiempo, la mejora del nivel de vida debido a la mayor productividad creó nuevas apetencias, crecieron empresas destinadas a abastecer el placer y el ocio: espectáculos, viajes, hoteles, restaurantes, etcétera. La revolución industrial dio lugar a una sociedad de mayor riqueza y complejidad. Produjo una burguesía heterogénea cuyo múltiples niveles de ingresos, origen, educación y forma de vida que han superado por una común resistencia a ser incluida en o confundida con clases trabajadoras. Nunca nada ha podido ofrecer tantas oportunidades de ascenso en la escala social como la revolución industrial. La educación fue clave hacia un estatus más elevado, y la existencia de este canal era una prueba de los requisitos funcionales más explícitos de una sociedad tecnológicamente avanzada. Cada vez se hizo más importante escoger a los individuos destinados a una tarea o un puesto en base a criterios universalista, en lugar de seguir criterios particularistas. Si bien la primera consecuencia de la revolución industrial fue un cambio drástico de sentido en la balanza del poder político en favor de las clases comerciales e industriales, el desarrollo económico subsiguiente hizo aparecer nuevos enemigos al sistema parlamentario liberal, símbolo e instrumento de gobierno de la burguesía. Por un lado, están los obreros industriales, concentrados y con conciencia de clase; por otro, las víctimas burguesas del cambio social y económico. En cada caso, la naturaleza de las adaptaciones políticas a los cambios económicos inducidos por la revolución industrial estuvo en función de la estructura política, y de las tradiciones existentes, de las actitudes sociales, de los efectos particulares de la guerra y el carácter diferencial del desarrollo económico. El poderío militar pasa a depender de la capacidad industrial. El dinero fue, la clave de la guerra, porque podía comprar hombres; hoy, además debe producir armas. Como consecuencia, durante el siglo XIX, una Alemania unificada consiguió la hegemonía continental gracias a los recursos del Ruhr y Silesia, mientras que Francia, más lenta en industrializarse, nunca ha vuelto a disfrutar de la posición de preeminencia a la que la habían llevado la levee en masse y el genio de Napoleón. Además, con la difusión de las nuevas tecnologías aparecieron nuevas potencias: en el siglo XX ha visto la predominación milenaria de Europa declinar ante el poder sin precedentes de los Estados Unidos y de la Rusia soviética. Las diferencias en el nivel tecnológico han hecho posible, y el interés económico impulsado una expansión espectacular del poder de los países de occidente o de las áreas industrializadas del resto del mundo. La contribución de occidente les ha permitido reducir los índices de mortalidad pero no en los de natalidad; con lo cual el aumento de la población ha consumido cualquier mejora en sus niveles de ingreso. Occidente le ha dado cierto nivel de educación, una visión distorsionada de las potencialidades y beneficios de la tecnología industrial pero no le ha facilitado los medios para satisfacer el apetito engendrado. También les ha dejado un recuerdo de brutalidad y de humillación.
Causas y procesos de crecimiento.
Desde este punto de vista la Revolución Industrial plantea dos problemas: 1) ¿por qué esta primera instancia de cambio hacia un sistema industrial moderno se produjo en Europa occidental? 2) ¿Por qué se dieron los cambios en el tiempo y lugar en que ocurrieron? En vísperas de la revolución industrial Europa era una sociedad que económicamente había superado con mucho los niveles mínimos de subsistencia. La Europa occidental ya la rica antes de la revolución industrial, rica en comparación con otras partes del mundo. Esta riqueza era el producto de siglos de lenta acumulación, basada a su vez en la inversión, la apropiación de recursos y fuerza de trabajo extra europeos, y un progreso tecnológico sustancial. El crecimiento económico durante este periodo de preparación no fue en absoluto continuo: hubo un retroceso importante a finales del siglo XIV y durante el siglo XV, después de la peste negra; y ciertas partes de Europa sufrieron larga y penosamente los efectos de la guerra y de las pestes en el periodo siguiente. A pesar de ello, a lo largo del periodo casi milenario que va desde el año 1000 hasta el siglo XVIII, la renta per cápita creció apreciablemente y este crecimiento se aceleró notablemente el siglo XVIII, incluso antes de la introducción de la nueva tecnología industrial. Europa se industrialización porque estaba preparado para ello; y fue la primera industrializarse porque sólo ella estaba preparada.
En cuanto a los factores de crecimiento europeo es necesario considerar los elementos
decisivos para su primacía económica y tecnológica. Sobresalen entonces dos particularidades, la amplitud y efectividad de la iniciativa privada, y el elevado valor atribuido a la manipulación racional del medio humano y material. La iniciativa privada contribuyo a configurar el mundo moderno. La expansión del comercio fue esencial para la desintegración de la economía medieval y la subsistencia dio lugar a las ciudades y pueblos que habían de ser los nódulos políticos, culturales y económicos de la nueva sociedad. Y fueron los nuevos hombres del comercio, la banca y la industria quienes aportaron los recursos para financiar las ambiciones de los gobernantes y hombre de Estado que inventaron la fórmula del Estado nación. La iniciativa privada tuvo en Occidente una vitalidad social y política sin precedentes ni contrapartidas, gracias a su función crucial como intermediaria en instrumento de poder en el contexto de un complejo de sistemas políticos en competencia. La idea de propiedad en el periodo preindustrial se veía a menudo recortada por restricciones en el uso y disponibilidad, y por complicaciones de titularidad. La tierra, especialmente, estaba sujeta a un entramado de derechos de alienación y usufructo conflictivo, formales y consuetudinario, que constituían un poderoso calculó para su explotación productiva. A través del tiempo no obstante, los países de Europa occidental vieron crecer la proporción de su riqueza nacional bajo prosperidad absoluta. Simultáneamente creció la confianza en la seguridad del derecho de propiedad (condición indispensable para la inversión productiva y la acumulación de riqueza). Esta seguridad tenía dos dimensiones: la relación de propietario individual con el gobernante y la relación de los miembros de la sociedad entre sí. El gobernante abandonó, voluntarias o involuntariamente, el derecho o la práctica de disponer arbitrariamente de la riqueza de sus sujetos. Con el tiempo los gobernantes comprendieron que era más fácil y a largo plazo más provechoso expropiar con indemnizaciones que confiscar, apropiarse de algo por ley o mediante procedimiento judicial que por usurpación. Sobre todo para nutrirse de impuestos regulares de tasa estipulada. Esto parece haber sido un obstáculo especialmente grave en las economías de los grandes imperios asiáticos y de los países musulmanes de oriente medio, donde multas y extorsiones constituyen no sólo la fuente principal de ingresos sino también un medio de control social, un instrumento para refrenar las pretensiones de los nuevos ricos y los extranjeros y para mitigar su desafío a la estructura de poder establecidas. Los europeos aprendieron a tratar entre sí, en cuestiones relacionadas con la propiedad, en base a acuerdos más que por el uso de la violencia; y mediante contratos entre partes teóricamente iguales más que a partir de obligaciones personales entre sujetos superiores e inferiores. En Europa occidental, el abuso de poder y el recurso de la violencia era más raros tendieron a disminuir con el tiempo. Estos cambios políticos y legales, combinados con otros fenómenos económicos y sociales, minaron la autoridad señorial e hicieron aumentar la posición social del campesinado. Las oportunidades creadas por un mercado de productos comerciables en expansión no provocaron, como en Europa Oriental, un empeoramiento de las condiciones de trabajo y un reforzamiento de su control, sino que llevaron a la disolución de servidumbres personales y a la sustitución de sistemas de dominio señorial por uno libre empresa de los campesinos. Esto a su vez sentó las bases para lo que sería un elemento crucial en la aparición del capitalismo industrial: la difusión de la manufactura comercial desde las ciudades al campo. Esto permitió a la industria europea disponer de una fuente mano de obra barata casi ilimitada y producir a precios que le abrieron los mercados mundiales. El ámbito de la actividad económica privada en Europa occidental era muy superior al del resto del mundo y fue creciendo a medida que la economía se expandía y habría nuevas áreas de actividad que no estaban sujetas a trabas impuestas por la ley o la costumbre. La tendencia se reforzaba sí misma: las economías más libres crecían más rápidamente. Esto no quiere decir que el control o la empresa estatal sean intrínsecamente inferiores a la actividad privada, sino, simplemente, que, dado el nivel de conocimientos de la Europa preindustrial, el sector privado estaba en mejor situación para enjuiciar las distintas oportunidades económicas y asignar los recursos de forma eficiente. Una de las grandes ventajas en Europa fue que sus primeros empresarios capitalistas operaron y triunfaron en ciudades estados autónomas, unidades políticas en que la influencia de la riqueza agraria resultaba, por tanto, necesariamente limitada; y que incluso en el seno de las naciones estados embrionarias, de mayor extensión, la posición jurídica especial de la comunidad urbana permitió a sus habitantes desarrollar y mantener sus propios intereses políticos distintivos, al tiempo que les hacía aislarse cultural y socialmente el mundo agrario que le rodeaba. Las ciudades no sólo fueron foco de actividad económica sino que se convirtieron, además, en escuelas de organización política y social.
La segunda peculiaridad sobresaliente del caso europeo: el alto valor atribuido a la
manipulación racional del medio natural. Esto a su vez puede descomponerse en dos elementos: la racionalidad de lo que podríamos llamar el sentido faustiano de dominio sobre el hombre y la naturaleza. La racionalidad se podría definir como una adaptación de los medios a los fines. Es la antítesis de la superstición y de la magia. Para esta historia, los fines relevantes son la producción y adquisición de riqueza material. En la edad media, Europa estaba más libre de supersticiones y disfrutaba de una racionalidad superior al del resto del mundo. Max weber fue el primero en introducir la hipótesis de que la aparición del protestantismo, en su versión calvinista sobre todo, había sido un factor importante para la creación de una economía industrial moderna en Europa occidental. Weber ofrece una explicación de la relación entre fe reformada y éxitos en los negocios, en términos, no de contenido de la doctrina protestante, sino del esquema de comportamiento inculcado por el protestantismo a sus adherentes. Propuso que la doctrina calvinista de las predeterminación provocaban sus creyentes una profunda ansiedad acerca de su salvación que sólo podían mitigar conduciéndose según el tipo de vida que se suponían deberían llevar los destinados a la salvación; y que esta conducta era la de ascetismo mundano (en contraposición al ascetismo monástico de la religión católica). Dicho objetivo conducía obviamente a la acumulación de riqueza, pues el buen calvinista era diligente, ahorrador, honesto, y austero. Después de que desapareciera la primera oleada de celo protestante, permaneció la ética, y las nuevas sectas protestantes incorporaron estas normas de comportamiento. Sin embargo se han hecho objeciones a estas ideas, como por ejemplo que no fue el protestantismo quien promovió el capitalismo, sino al revés, o que no hay ninguna relación empírica entre el protestantismo y el éxito en los negocios. Lo importante para Landes es la significación de la ética calvinista como ejemplo extremo de la aplicación de la racionalidad al tipo de vida. El complemento de este espíritu de racionalidad vino dado por lo que podríamos llamar la ética faustiana, la sensación de dominio sobre la naturaleza y sobre las cosas. La ciencia constituyó el puente perfecto entre racionalidad y dominio: suponía la aplicación de la razón a la comprensión de los fenómenos de la naturaleza, y con el tiempo, de los fenómenos humanos, era posible responder y manipular más eficazmente al medio natural y al humano. Las sociedades occidentales establecieron pronto la línea divisoria entre fantasía y realidad, marcando distinciones entre lo espiritual y lo material, y el mundo de la imaginación y el de la observación y la razón. La eficacia fue precisamente el criterio para determinar el interés y la validez de la investigación científica durante estos primeros siglos esenciales de exploración intelectual. La eficacia se buscaba en la producción de riqueza, en la obtención de la eterna juventud o en el aumento del poder. Europa importó del Este durante varios siglos un conjunto de técnicas valiosas y fundamentales. Mostrando una disposición y deseo de aprender de los demás, incluidos los restantes europeos. Mientras que los japoneses respondieron con presteza y eficacia el desafío tecnológico y político de occidente, los chinos vacilaron entre el desdeñoso rechazo y una imitación desconfiada y limitada, quedándose a mitad de camino. El mundo musulmán fue la religión más que el orgullo nacional o ético quien se erigió en obstáculo para la importancia de conocimientos externos. Desde el principio la cultura islámica adoptó una posición desconfiadamente tolerante ante la especulación científica o filosófica, en parte porque esta podía desviar la atención de los creyentes de su atención hacia Dios y la tradición profética. El efecto de esta hostilidad fue el aislamiento de la comunidad científica, lo cual hizo difícil, el avance triunfante y acumulativo que tuvo lugar en occidente unos siglos más tarde. Incluso en estas condiciones, los logros de la ciencia musulmana fueron sustanciales, y fue parte de las traducciones de los árabes de los clásicos de la ciencia griega se transmitieron en Europa de fines de la edad media. En aquellos días, Europa en el país atrasado y el islam el exportador de conocimiento avanzado. ¿Cuál fue la causa de que la ciencia musulmana vegetase tiempo en que la ciencia occidental despertaba? La respuesta parece ser que triunfaron los valores ante intelectuales latentes en la cultura debido en gran parte al mismo tipo de desastre físico que había deportado el imperio romano y habían retrasado a la ciencia europea casi 1000 años. Tambien para el Islam fueron una serie de invasores los que produjeron la caída de la civilización clásica. La influencia oscurantista del islam fue aún mayor debido a dos razones que distinguían profundamente oriente y occidente. La primera era la función global de la religión musulmana, que desempeña un papel soberano. En segundo lugar, la unidad del Islam en materia de especulación intelectual se oponía al avance de formas de pensamiento o de comportamiento desviacionista. Prevalecía una ortodoxia espiritual desfavorable hacia la tarea científica. La creatividad pragmática de la ciencia europea, así como la vitalidad de las comunidades de negociantes europeos, está vinculada a la separación entre lo espiritual y lo temporal y la fragmentación del poder dentro de cada uno de estos ámbitos. La reforma, por otra parte, supuso la primera ruptura importante en la cristiandad occidental Incluso más importante fue, acaso, el contenido de la protesta: el énfasis sobre la fe personal y la primacía de la conciencia llevará consigo la semilla la discrepancia. El resultado fue un campo mucho mayor de oportunidades para la especulación intelectual. La ciencia y la tecnología europeas obtuvieron ventajas considerables del hecho que el continente estuviese dividido en Estado nación. En este contexto, la ciencia constituía un activo para el Estado, no sólo porque les proporcionaba nuevos instrumentos y mejores técnicas de guerra sino porque contribuía, directa e indirectamente, a la prosperidad general, y dicha prosperidad reforzaba al poder. De ahí el mercantilismo, el Estado actuaba, controlaba y manipulaba la economía en beneficio propio. El mercantilismo supuso algo más que una mera racionalización, contenía las semillas de las ciencias del comportamiento humano. El mercantilismo supuso la manifestación en la esfera de la economía política del principio de racionalidad y del espíritu faustiano del dominio. Esta es la razón por la cual pudo generar un flujo continuo de conocimiento y pudo sobrevivir a las circunstancias políticas que le dieron vida. Todo esto le dio a Europa una ventaja decisiva para la invención y adopción de una tecnología nueva Los valores decisivos de la cultura y de la sociedad europea en que nació mundo industrial moderno fueron la racionalidad en los medios y activismo en los fines. Pero no son suficientes, por sí solos, para explicar todas las discrepancias entre el desarrollo económico de occidente y el de los núcleos avanzados de civilizaciones en otras regiones. Existía también un elemento de violencia diferencial; violencia, primero, en el sentido de incursiones destructivas, y segundo, en el sentido de dominio y explotación de una sociedad por otra. Europa no estuvo libre de guerras, pensemos en la intermitente guerra de los 100 años entre Inglaterra y Francia, en los conflictos civiles y religiosos del siglo XV-XVI, entre otros conflictos y dificultades. Pero y en la medida en que el conflicto de ambiciones entre las diferentes Estado nación se fueron solucionando en forma un balance de poder más estables, la virulencia de la lucha fue disminuyendo, sobre todo en el extremo noroeste de Europa, que había tomado la delantera en el desarrollo económico. Otras áreas fueron menos afortunadas, el mundo musulmán sufrió golpes más duros, como la invasión de los mongoles en el siglo XIII. A partir de principios del siglo XVI los otomanos y los persas Safaví se enfrentaron en guerras intermitentes alternadas con luchas frente a otros adversarios. La creciente superioridad tecnológica de occidente permitía los países europeos imponer su control sobre los países más lejanos, a veces mediante la anexión formal y la colonización de territorios, y en otros casos a través de vínculos comerciales informales con países más débiles. Se debe distinguir entre dos tipos de beneficios obtenidos de la dominación colonial. El primero es el resultado rápido y espectacular de la conquista: la apropiación del botín de la riqueza acumulada por la sociedad conquistada. Este beneficio tuvo poca importancia en la mayoría de las colonizaciones, porque las áreas conquistadas eran, en general, pobres en términos europeos. Las únicas excepciones significativas fueron los imperios de los indios americanos de México y Perú y el imperio mogul de la india. La riqueza cambio de manos, y suponía un incremento de la oferta monetaria de Europa. Más duradera estimulante para el desarrollo económico europeo fue la explotación sistemática de territorios coloniales mediante su colonización. La importancia de las colonias para el desarrollo económico de Europa reside en el hecho que producían un volumen de bienes para la exportación cada mayor, productos alimenticios y materias primas en especial, y absorbían, en contrapartida, un flujo creciente de productos manufacturados europeos. Supuso un incremento continuado en la presión de la demanda sobre la industria europea y contribuyó a la Revolución Industrial. Sin embargo, las consecuencias del dominio europeo son indiscutibles, destrucción, desalojo, exterminio de la civilización indígena.
FASE 1 Llamamos Revolución Industrial al cambio fundamental que se produce en una sociedad cuando su economía deja de basarse en la agricultura y la artesanía para depender de la industria.docx