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David Landes

Progreso tecnológico y Revolución Industrial


El término "revolución industrial" suele referirse al complejo de innovaciones
tecnológicas que, al sustituir la vida humana por maquinaria, y la fuerza humana y
animal por energía mecánica, provoca el paso de la producción artesana a la fabril,
dando así lugar al nacimiento de la economía moderna.
El significado del término es a veces otro. Se utiliza para referirse a cualquier proceso de
cambio tecnológico rápido e importante. Podríamos llegar a considerar tantas
"revoluciones" como secuencias de innovación industrial se hayan dado.
Por último, el mismo término se refiere a la primera circunstancia histórica de cambio
desde una economía agraria y artesanal a otra dominada por una industria y una
manufactura mecanizada. La revolución industrial se inició en Inglaterra en el siglo XVIII,
se expandió desde allí, en forma desigual, por los países de la Europa continental y por
algunas otras pocas áreas y transformo la vida del hombre occidental, su sociedad, y
relaciones con los demás pueblos.
El núcleo de la revolución industrial lo constituye una sucesión de cambios tecnológicos.
Los avances materiales tuvieron lugar en 3 áreas: 1) la capacidad humana fue sustituida
por instrumentos mecánicos; 2) la energía inanimada (y en especial, el vapor de agua)
ocupó el lugar de la energía humana y animal; 3) se realizaron grandes mejoras en los
métodos de obtención y elaboración de materias primas, especialmente en industria
metalúrgica y química.
Junto a estos cambios se desarrollaron nuevas formas de organización industrial. El
tamaño de la unidad productiva se hizo mayor: la utilización de máquinas y de los tipos
de energía exigían y al mismo tiempo hacían posible la concentración de manufactura,
y el taller y la unidad del trabajo familiar fueron sustituidos por la nave industrial y la
fábrica. La fábrica era un sistema de producción en sí mismo, basado en una definición
característica de las funciones y responsabilidades de los distintos participantes en el
proceso productivo. Por una parte estaba el empresario, que aportaba los medios de
producción y supervisaba su utilización. De otro lado se encontraba el obrero, que ya no
poseía ni aportaba aquellos medios, y cuyo papel quedaba reducido al del mano de obra.
Entre unos y otros se estableció una relación económica (el nexo salarial) y una relación
funcional de supervisión y disciplina.
La disciplina de la fábrica era muy distinta. Requería y acabó creando un nuevo tipo de
obrero, sumiso a las inexorables exigencias del reloj. Desde el principio, en la fábrica, la
especialización en las funciones productivas, se llevó a extremos muy superiores a los
que se había alcanzado en talleres y unidades de producción rural; al mismo tiempo, la
dificultad para coordinar hombres y materiales en un espacio reducido condujo a
considerable mejora en la distribución y organización del trabajo.
Toda esta diversidad de mejoras tecnológicas sigue una evidente dirección unitaria: un
cambio generaba otro cambio. Para empezar, ciertos tipos de mejoras técnicas sólo era
posible a partir de que tuviesen lugar avances en áreas relacionadas. La máquina de
vapor constituye el ejemplo clásico de esta interrelación tecnológica. El vapor hizo
posible tambien la ciudad-factoría que consumía cantidades hasta entonces
inimaginables de hierro y carbón. Todos los productos dependían del transporte de
bienes, en gran escala, lo que abrió oportunidades que dieron lugar al ferrocarril y la
navegación a vapor, que contribuyeron a ampliar la demanda y ampliar los mercados.
La Revolución Industrial marcó un hito fundamental, hasta entonces, los avances en el
comercio y la industria habían sido esencialmente superficiales. El mundo había
experimentado otros periodos de prosperidad industrial y había visto como corriente de
progreso económico acaban por retroceder en cada caso; la ausencia de cambios
cualitativos, de mejoras en la productividad, no garantizaba la consolidación de mejoras
puramente cuantitativas. Con la revolución industrial se inició un proceso acumulativo
de avance tecnológico autoalimentado cuyas repercusiones se harían sentir en todos los
aspectos de la vida económica
El progreso económico ha sido desigual, ha venida marcado por avances rápidos y por
recesiones, y no hay ninguna razón para confiar en una progresión ascendente
indefinida.
La ascensión de las industrias que fueron centrales para la revolución industrial (textiles,
hierro y acero, producto químico básico, ingeniería del vapor, transporte ferroviario)
empresa frenarse hacia fines del siglo XIX en los países más avanzados de Europa
occidental. La tendencia el declive hacia finales del siglo XIX de las ramas que se habían
modernizado tempranamente se vio compensada por el desarrollo de nuevas industrias
basadas en avances espectaculares de la ciencia química y eléctrica y una fuente de
energía nueva inmóvil (el motor de combustión interna) a este conjunto de innovaciones
se los suele llamar la segunda revolución industrial.
Estos avances materiales han provocado su vez cambios económicos, sociales, políticos
y culturales, que han influido recíprocamente. En primer lugar tenemos la
transformación a la que llamamos industrialización. Comprende la revolución industrial
en el sentido específicamente tecnológico y también sus consecuencias económicas, en
particular el trasvase de la mano de obra con recursos, desde la agricultura a la industria.
Este cambio refleja la interacción entre la demanda y la oferta engendrada por la
Revolución Industrial. Por el lado de la demanda, a medida que aumentan los ingresos,
el deseo de alimentación aumenta menos rápidamente que el de productos
manufacturados. Por el lado de lado de la oferta, este cambio de orientación en la
demanda se vio reforzado por los aumentos de productividad, que al ser relativamente
mayores en industria que en la agricultura, provocaron el descenso de los precios de
productos manufacturados en relación con los productos primarios.
Durante la revolución industrial como después de ella, la industria se desarrolló más
aprisa, aumentó su participación en la riqueza y producto nacional y sustrajo mano de
obra del campo. El trasvase tuvo una importancia variable de unos países a otros, según
las ventajas comparativas y las resistencias institucionales. El caso más extremo se dio
en Gran Bretaña, donde el Libre Comercio despojó al agricultor de toda protección
frente a la competencia exterior. Donde fue más lento fue en Francia, un país de
pequeños propietarios, donde la introducción forma gradual de la nueva tecnología
industrial se convino con tasas elevadas a las importaciones de alimentos para retardar
la contracción del sector primario.
La industrialización, a su vez está en el centro de un proceso más amplio y más complejo
llamado modernización. La modernización comprende cambios tales como la
urbanización (concentración de la población en las ciudades, que actúa como centro de
las actividades de producción industrial, administrativas y de creación artística e
intelectual); la reducción drástica de los índices de natalidad y de defunción, el
establecimiento de un gobierno burocrático y centralizado; la creación del sistema
educativo capaz de preparar y socializar a la juventud; y la adquisición de la capacidad y
de los medios necesarios para poder utilizar tecnología del momento. Todos estos
elementos son interdependientes, pero cada uno es hasta cierto punto autónomo y es
bastante posible que se den en ciertas áreas mientras que en otras se queden a la zaga.
La gran suerte de Europa fue que cambio tecnológico y la industrialización procedieron
o acompañaron, a los demás componentes de la modernización, con lo que en general,
pudo ahorrarse el trabajo material y psicológico de una maduración desequilibrada.
La mecanización abrió nuevas perspectivas de confort, pero también destruyó la vida de
algunos y dejó a otros vegetando en los márgenes de la corriente del progreso. La
revolución industrial tendió, especialmente en sus primeros estadios, a aumentar la
distancia entre ricos y pobres y agudizar la diferencia entre empresarios y asalariados,
dando paso a conflictos de clase de una dureza sin precedentes. En los siglos XVIII-XIX la
clase obrera experimente un crecimiento muy superior y una mayor concentración que
en cualquier época anterior. Y con los aumento de tamaño y de concentración
aparecieron los barrios pobres y la conciencia de clase, los partidos obreros.
La revolución industrial dio lugar a cambios en la estructura de poder. La política interna
de los gobiernos de la mayoría de los países de Europa occidental pasó a ser controlada
por los intereses manufactureros y por sus aliados en el comercio y las finanzas, con o
sin la cooperación de las capas agrarias. En Europa central la tentativa revolucionaria
fracasó y la aristocracia mantuvo las riendas del gobierno. No obstante, la riqueza e
influencia de la burguesía industrial y comercial se manifestó en la evolución de la
legislación y la penetración en círculos sociales y ocupacionales reservados hasta
entonces a las viejas clases dirigentes.
El crecimiento del proletariado industrial, la ascensión de la burguesía industrial y su
progresiva fusión con la vieja élite, la resistencia cada vez más débil del campesinado a
los atractivos de la ciudad y a la competencia de nuevas formas y nuevas escalas de
cultivo fueron todos ellos tendencias que llevaron algunos observadores aprecien una
polarización de la sociedad entre una gran masa de asalariados explotados y una minoría
de explotadores, propietarios de los medios de producción.
La producción en masa y la organización estimularon, y de hecho exigieron, unos medios
de distribución más amplia, una estructura de crédito más versátil, una expansión del
sistema educativo y la asunción de nuevas funciones por parte del gobierno. Al mismo
tiempo, la mejora del nivel de vida debido a la mayor productividad creó nuevas
apetencias, crecieron empresas destinadas a abastecer el placer y el ocio: espectáculos,
viajes, hoteles, restaurantes, etcétera.
La revolución industrial dio lugar a una sociedad de mayor riqueza y complejidad.
Produjo una burguesía heterogénea cuyo múltiples niveles de ingresos, origen,
educación y forma de vida que han superado por una común resistencia a ser incluida
en o confundida con clases trabajadoras.
Nunca nada ha podido ofrecer tantas oportunidades de ascenso en la escala social como
la revolución industrial. La educación fue clave hacia un estatus más elevado, y la
existencia de este canal era una prueba de los requisitos funcionales más explícitos de
una sociedad tecnológicamente avanzada. Cada vez se hizo más importante escoger a
los individuos destinados a una tarea o un puesto en base a criterios universalista, en
lugar de seguir criterios particularistas.
Si bien la primera consecuencia de la revolución industrial fue un cambio drástico de
sentido en la balanza del poder político en favor de las clases comerciales e industriales,
el desarrollo económico subsiguiente hizo aparecer nuevos enemigos al sistema
parlamentario liberal, símbolo e instrumento de gobierno de la burguesía. Por un lado,
están los obreros industriales, concentrados y con conciencia de clase; por otro, las
víctimas burguesas del cambio social y económico.
En cada caso, la naturaleza de las adaptaciones políticas a los cambios económicos
inducidos por la revolución industrial estuvo en función de la estructura política, y de las
tradiciones existentes, de las actitudes sociales, de los efectos particulares de la guerra
y el carácter diferencial del desarrollo económico.
El poderío militar pasa a depender de la capacidad industrial. El dinero fue, la clave de
la guerra, porque podía comprar hombres; hoy, además debe producir armas. Como
consecuencia, durante el siglo XIX, una Alemania unificada consiguió la hegemonía
continental gracias a los recursos del Ruhr y Silesia, mientras que Francia, más lenta en
industrializarse, nunca ha vuelto a disfrutar de la posición de preeminencia a la que la
habían llevado la levee en masse y el genio de Napoleón. Además, con la difusión de las
nuevas tecnologías aparecieron nuevas potencias: en el siglo XX ha visto la
predominación milenaria de Europa declinar ante el poder sin precedentes de los
Estados Unidos y de la Rusia soviética.
Las diferencias en el nivel tecnológico han hecho posible, y el interés económico
impulsado una expansión espectacular del poder de los países de occidente o de las
áreas industrializadas del resto del mundo.
La contribución de occidente les ha permitido reducir los índices de mortalidad pero no
en los de natalidad; con lo cual el aumento de la población ha consumido cualquier
mejora en sus niveles de ingreso. Occidente le ha dado cierto nivel de educación, una
visión distorsionada de las potencialidades y beneficios de la tecnología industrial pero
no le ha facilitado los medios para satisfacer el apetito engendrado. También les ha
dejado un recuerdo de brutalidad y de humillación.

Causas y procesos de crecimiento.


Desde este punto de vista la Revolución Industrial plantea dos problemas:
1) ¿por qué esta primera instancia de cambio hacia un sistema industrial moderno
se produjo en Europa occidental?
2) ¿Por qué se dieron los cambios en el tiempo y lugar en que ocurrieron?
En vísperas de la revolución industrial Europa era una sociedad que económicamente
había superado con mucho los niveles mínimos de subsistencia.
La Europa occidental ya la rica antes de la revolución industrial, rica en comparación con
otras partes del mundo. Esta riqueza era el producto de siglos de lenta acumulación,
basada a su vez en la inversión, la apropiación de recursos y fuerza de trabajo extra
europeos, y un progreso tecnológico sustancial.
El crecimiento económico durante este periodo de preparación no fue en absoluto
continuo: hubo un retroceso importante a finales del siglo XIV y durante el siglo XV,
después de la peste negra; y ciertas partes de Europa sufrieron larga y penosamente los
efectos de la guerra y de las pestes en el periodo siguiente. A pesar de ello, a lo largo del
periodo casi milenario que va desde el año 1000 hasta el siglo XVIII, la renta per cápita
creció apreciablemente y este crecimiento se aceleró notablemente el siglo XVIII, incluso
antes de la introducción de la nueva tecnología industrial.
Europa se industrialización porque estaba preparado para ello; y fue la primera
industrializarse porque sólo ella estaba preparada.

En cuanto a los factores de crecimiento europeo es necesario considerar los elementos


decisivos para su primacía económica y tecnológica. Sobresalen entonces dos
particularidades, la amplitud y efectividad de la iniciativa privada, y el elevado valor
atribuido a la manipulación racional del medio humano y material.
La iniciativa privada contribuyo a configurar el mundo moderno. La expansión del
comercio fue esencial para la desintegración de la economía medieval y la subsistencia
dio lugar a las ciudades y pueblos que habían de ser los nódulos políticos, culturales y
económicos de la nueva sociedad. Y fueron los nuevos hombres del comercio, la banca
y la industria quienes aportaron los recursos para financiar las ambiciones de los
gobernantes y hombre de Estado que inventaron la fórmula del Estado nación.
La iniciativa privada tuvo en Occidente una vitalidad social y política sin precedentes ni
contrapartidas, gracias a su función crucial como intermediaria en instrumento de poder
en el contexto de un complejo de sistemas políticos en competencia.
La idea de propiedad en el periodo preindustrial se veía a menudo recortada por
restricciones en el uso y disponibilidad, y por complicaciones de titularidad. La tierra,
especialmente, estaba sujeta a un entramado de derechos de alienación y usufructo
conflictivo, formales y consuetudinario, que constituían un poderoso calculó para su
explotación productiva. A través del tiempo no obstante, los países de Europa occidental
vieron crecer la proporción de su riqueza nacional bajo prosperidad absoluta.
Simultáneamente creció la confianza en la seguridad del derecho de propiedad
(condición indispensable para la inversión productiva y la acumulación de riqueza). Esta
seguridad tenía dos dimensiones: la relación de propietario individual con el gobernante
y la relación de los miembros de la sociedad entre sí.
El gobernante abandonó, voluntarias o involuntariamente, el derecho o la práctica de
disponer arbitrariamente de la riqueza de sus sujetos. Con el tiempo los gobernantes
comprendieron que era más fácil y a largo plazo más provechoso expropiar con
indemnizaciones que confiscar, apropiarse de algo por ley o mediante procedimiento
judicial que por usurpación. Sobre todo para nutrirse de impuestos regulares de tasa
estipulada. Esto parece haber sido un obstáculo especialmente grave en las economías
de los grandes imperios asiáticos y de los países musulmanes de oriente medio, donde
multas y extorsiones constituyen no sólo la fuente principal de ingresos sino también un
medio de control social, un instrumento para refrenar las pretensiones de los nuevos
ricos y los extranjeros y para mitigar su desafío a la estructura de poder establecidas.
Los europeos aprendieron a tratar entre sí, en cuestiones relacionadas con la propiedad,
en base a acuerdos más que por el uso de la violencia; y mediante contratos entre partes
teóricamente iguales más que a partir de obligaciones personales entre sujetos
superiores e inferiores.
En Europa occidental, el abuso de poder y el recurso de la violencia era más raros
tendieron a disminuir con el tiempo.
Estos cambios políticos y legales, combinados con otros fenómenos económicos y
sociales, minaron la autoridad señorial e hicieron aumentar la posición social del
campesinado.
Las oportunidades creadas por un mercado de productos comerciables en expansión no
provocaron, como en Europa Oriental, un empeoramiento de las condiciones de trabajo
y un reforzamiento de su control, sino que llevaron a la disolución de servidumbres
personales y a la sustitución de sistemas de dominio señorial por uno libre empresa de
los campesinos. Esto a su vez sentó las bases para lo que sería un elemento crucial en la
aparición del capitalismo industrial: la difusión de la manufactura comercial desde las
ciudades al campo. Esto permitió a la industria europea disponer de una fuente mano
de obra barata casi ilimitada y producir a precios que le abrieron los mercados
mundiales.
El ámbito de la actividad económica privada en Europa occidental era muy superior al
del resto del mundo y fue creciendo a medida que la economía se expandía y habría
nuevas áreas de actividad que no estaban sujetas a trabas impuestas por la ley o la
costumbre. La tendencia se reforzaba sí misma: las economías más libres crecían más
rápidamente. Esto no quiere decir que el control o la empresa estatal sean
intrínsecamente inferiores a la actividad privada, sino, simplemente, que, dado el nivel
de conocimientos de la Europa preindustrial, el sector privado estaba en mejor situación
para enjuiciar las distintas oportunidades económicas y asignar los recursos de forma
eficiente.
Una de las grandes ventajas en Europa fue que sus primeros empresarios capitalistas
operaron y triunfaron en ciudades estados autónomas, unidades políticas en que la
influencia de la riqueza agraria resultaba, por tanto, necesariamente limitada; y que
incluso en el seno de las naciones estados embrionarias, de mayor extensión, la posición
jurídica especial de la comunidad urbana permitió a sus habitantes desarrollar y
mantener sus propios intereses políticos distintivos, al tiempo que les hacía aislarse
cultural y socialmente el mundo agrario que le rodeaba. Las ciudades no sólo fueron
foco de actividad económica sino que se convirtieron, además, en escuelas de
organización política y social.

La segunda peculiaridad sobresaliente del caso europeo: el alto valor atribuido a la


manipulación racional del medio natural. Esto a su vez puede descomponerse en dos
elementos: la racionalidad de lo que podríamos llamar el sentido faustiano de dominio
sobre el hombre y la naturaleza.
La racionalidad se podría definir como una adaptación de los medios a los fines. Es la
antítesis de la superstición y de la magia. Para esta historia, los fines relevantes son la
producción y adquisición de riqueza material.
En la edad media, Europa estaba más libre de supersticiones y disfrutaba de una
racionalidad superior al del resto del mundo.
Max weber fue el primero en introducir la hipótesis de que la aparición del
protestantismo, en su versión calvinista sobre todo, había sido un factor importante
para la creación de una economía industrial moderna en Europa occidental. Weber
ofrece una explicación de la relación entre fe reformada y éxitos en los negocios, en
términos, no de contenido de la doctrina protestante, sino del esquema de
comportamiento inculcado por el protestantismo a sus adherentes. Propuso que la
doctrina calvinista de las predeterminación provocaban sus creyentes una profunda
ansiedad acerca de su salvación que sólo podían mitigar conduciéndose según el tipo de
vida que se suponían deberían llevar los destinados a la salvación; y que esta conducta
era la de ascetismo mundano (en contraposición al ascetismo monástico de la religión
católica). Dicho objetivo conducía obviamente a la acumulación de riqueza, pues el buen
calvinista era diligente, ahorrador, honesto, y austero. Después de que desapareciera la
primera oleada de celo protestante, permaneció la ética, y las nuevas sectas
protestantes incorporaron estas normas de comportamiento.
Sin embargo se han hecho objeciones a estas ideas, como por ejemplo que no fue el
protestantismo quien promovió el capitalismo, sino al revés, o que no hay ninguna
relación empírica entre el protestantismo y el éxito en los negocios.
Lo importante para Landes es la significación de la ética calvinista como ejemplo
extremo de la aplicación de la racionalidad al tipo de vida.
El complemento de este espíritu de racionalidad vino dado por lo que podríamos llamar
la ética faustiana, la sensación de dominio sobre la naturaleza y sobre las cosas.
La ciencia constituyó el puente perfecto entre racionalidad y dominio: suponía la
aplicación de la razón a la comprensión de los fenómenos de la naturaleza, y con el
tiempo, de los fenómenos humanos, era posible responder y manipular más
eficazmente al medio natural y al humano.
Las sociedades occidentales establecieron pronto la línea divisoria entre fantasía y
realidad, marcando distinciones entre lo espiritual y lo material, y el mundo de la
imaginación y el de la observación y la razón.
La eficacia fue precisamente el criterio para determinar el interés y la validez de la
investigación científica durante estos primeros siglos esenciales de exploración
intelectual. La eficacia se buscaba en la producción de riqueza, en la obtención de la
eterna juventud o en el aumento del poder.
Europa importó del Este durante varios siglos un conjunto de técnicas valiosas y
fundamentales. Mostrando una disposición y deseo de aprender de los demás, incluidos
los restantes europeos. Mientras que los japoneses respondieron con presteza y eficacia
el desafío tecnológico y político de occidente, los chinos vacilaron entre el desdeñoso
rechazo y una imitación desconfiada y limitada, quedándose a mitad de camino.
El mundo musulmán fue la religión más que el orgullo nacional o ético quien se erigió
en obstáculo para la importancia de conocimientos externos. Desde el principio la
cultura islámica adoptó una posición desconfiadamente tolerante ante la especulación
científica o filosófica, en parte porque esta podía desviar la atención de los creyentes de
su atención hacia Dios y la tradición profética.
El efecto de esta hostilidad fue el aislamiento de la comunidad científica, lo cual hizo
difícil, el avance triunfante y acumulativo que tuvo lugar en occidente unos siglos más
tarde. Incluso en estas condiciones, los logros de la ciencia musulmana fueron
sustanciales, y fue parte de las traducciones de los árabes de los clásicos de la ciencia
griega se transmitieron en Europa de fines de la edad media. En aquellos días, Europa
en el país atrasado y el islam el exportador de conocimiento avanzado. ¿Cuál fue la causa
de que la ciencia musulmana vegetase tiempo en que la ciencia occidental despertaba?
La respuesta parece ser que triunfaron los valores ante intelectuales latentes en la
cultura debido en gran parte al mismo tipo de desastre físico que había deportado el
imperio romano y habían retrasado a la ciencia europea casi 1000 años. Tambien para
el Islam fueron una serie de invasores los que produjeron la caída de la civilización
clásica.
La influencia oscurantista del islam fue aún mayor debido a dos razones que distinguían
profundamente oriente y occidente. La primera era la función global de la religión
musulmana, que desempeña un papel soberano. En segundo lugar, la unidad del Islam
en materia de especulación intelectual se oponía al avance de formas de pensamiento
o de comportamiento desviacionista. Prevalecía una ortodoxia espiritual desfavorable
hacia la tarea científica.
La creatividad pragmática de la ciencia europea, así como la vitalidad de las
comunidades de negociantes europeos, está vinculada a la separación entre lo espiritual
y lo temporal y la fragmentación del poder dentro de cada uno de estos ámbitos. La
reforma, por otra parte, supuso la primera ruptura importante en la cristiandad
occidental Incluso más importante fue, acaso, el contenido de la protesta: el énfasis
sobre la fe personal y la primacía de la conciencia llevará consigo la semilla la
discrepancia. El resultado fue un campo mucho mayor de oportunidades para la
especulación intelectual.
La ciencia y la tecnología europeas obtuvieron ventajas considerables del hecho que el
continente estuviese dividido en Estado nación. En este contexto, la ciencia constituía
un activo para el Estado, no sólo porque les proporcionaba nuevos instrumentos y
mejores técnicas de guerra sino porque contribuía, directa e indirectamente, a la
prosperidad general, y dicha prosperidad reforzaba al poder.
De ahí el mercantilismo, el Estado actuaba, controlaba y manipulaba la economía en
beneficio propio. El mercantilismo supuso algo más que una mera racionalización,
contenía las semillas de las ciencias del comportamiento humano.
El mercantilismo supuso la manifestación en la esfera de la economía política del
principio de racionalidad y del espíritu faustiano del dominio. Esta es la razón por la cual
pudo generar un flujo continuo de conocimiento y pudo sobrevivir a las circunstancias
políticas que le dieron vida.
Todo esto le dio a Europa una ventaja decisiva para la invención y adopción de una
tecnología nueva
Los valores decisivos de la cultura y de la sociedad europea en que nació mundo
industrial moderno fueron la racionalidad en los medios y activismo en los fines. Pero
no son suficientes, por sí solos, para explicar todas las discrepancias entre el desarrollo
económico de occidente y el de los núcleos avanzados de civilizaciones en otras
regiones. Existía también un elemento de violencia diferencial; violencia, primero, en el
sentido de incursiones destructivas, y segundo, en el sentido de dominio y explotación
de una sociedad por otra.
Europa no estuvo libre de guerras, pensemos en la intermitente guerra de los 100 años
entre Inglaterra y Francia, en los conflictos civiles y religiosos del siglo XV-XVI, entre otros
conflictos y dificultades. Pero y en la medida en que el conflicto de ambiciones entre las
diferentes Estado nación se fueron solucionando en forma un balance de poder más
estables, la virulencia de la lucha fue disminuyendo, sobre todo en el extremo noroeste
de Europa, que había tomado la delantera en el desarrollo económico. Otras áreas
fueron menos afortunadas, el mundo musulmán sufrió golpes más duros, como la
invasión de los mongoles en el siglo XIII. A partir de principios del siglo XVI los otomanos
y los persas Safaví se enfrentaron en guerras intermitentes alternadas con luchas frente
a otros adversarios.
La creciente superioridad tecnológica de occidente permitía los países europeos
imponer su control sobre los países más lejanos, a veces mediante la anexión formal y
la colonización de territorios, y en otros casos a través de vínculos comerciales
informales con países más débiles.
Se debe distinguir entre dos tipos de beneficios obtenidos de la dominación colonial. El
primero es el resultado rápido y espectacular de la conquista: la apropiación del botín
de la riqueza acumulada por la sociedad conquistada. Este beneficio tuvo poca
importancia en la mayoría de las colonizaciones, porque las áreas conquistadas eran, en
general, pobres en términos europeos. Las únicas excepciones significativas fueron los
imperios de los indios americanos de México y Perú y el imperio mogul de la india. La
riqueza cambio de manos, y suponía un incremento de la oferta monetaria de Europa.
Más duradera estimulante para el desarrollo económico europeo fue la explotación
sistemática de territorios coloniales mediante su colonización.
La importancia de las colonias para el desarrollo económico de Europa reside en el hecho
que producían un volumen de bienes para la exportación cada mayor, productos
alimenticios y materias primas en especial, y absorbían, en contrapartida, un flujo
creciente de productos manufacturados europeos. Supuso un incremento continuado
en la presión de la demanda sobre la industria europea y contribuyó a la Revolución
Industrial. Sin embargo, las consecuencias del dominio europeo son indiscutibles,
destrucción, desalojo, exterminio de la civilización indígena.

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