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• Sujetos
inmunocomprometidos
• Mujeres embarazadas
• Fetos y recién nacidos
• Pacientes con
toxoplasmosis congénita
asintomática
Morfología.
Existen tres linajes clonales predominantes, denominados tipos I, II y III. La virulencia es muy
variable y depende del genotipo. También existen cepas atípicas.
Toxoplasma gondii invade la mayoría de las células nucleadas y adopta formas diferentes:
Ooquistes: Los felinos, hospederos definitivos, eliminan los ooquistes no esporulados en heces
fecales, infectantes al cabo de 1 - 5 días en medio ambiente (suelo). Los ooquistes esporulados
son ovoidales, miden 10 - 12 µm y contienen 2 esporoquistes, cada uno con cuatro esporozoítos.
T. gondii. Ooquiste esporulado. S.J. Upton, Kansas
University.
Los quistes tisulares varían en forma y tamaño. Los quistes pueden llegar amedir en un inicio unos
5 μm de diámetro. El tamaño varía, en promedio 70 μm y contienen unos 1 000 bradizoitos, aunque
los hay de mayor tamaño. Presentan una delgada membrana elástica, y pueden persistir en tejidos
durante el resto de la vida del hospedero. Se ubican principalmente en cerebro, músculo
esquelético y cardíaco.
Se considera que los quistes tisulares contribuyen de manera fundamental al éxito de este
parásito, ya que (1) ingeridos con carne cruda o mal cocida, sobreviven al tránsito por tracto
digestivo, lo que permite la invasión del intestino delgado; (2) no son afectados por la respuesta
inmune y por los fármacos; (3) los parásitos pueden persistir sin afectar a las células a lo largo de
la vida del hospedero; (4) los bradizoítos en los quistes son infecciosos, lo que contribuye a su
diseminación en la naturaleza a través de animales carnívoros (Kamerkar & Davis. 2012).
T. gondii. Quiste en cerebro. S.J. Upton, Kansas
University
Ciclo biológico.
Los félidos domésticos y salvajes son los hospederos definitivos. En ellos se llevan a cabo las
etapas sexuales y asexuales del ciclo biológico de T. gondii, por lo que constituyen también los
principales reservorios. Los gatos se infectan habitualmente al ingerir carne contaminada de aves y
roedores con quistes tisulares, y con poca frecuencia a través de ingesta de ooquistes. Los
félidos infectados (una gran mayoría asintomáticos) pueden eliminar hasta 1 millón de
ooquistes/día, no esporulados, 7 - 15 días después de la exposición.
En el transcurso de días a semanas, los ooquistes esporulan en un medio ambiente adecuado
(cálido, con humedad); en jardines, cajas de arena, pueden permanecer infectantes durante
meses.
Los ooquistes sobreviven en el medio ambiente durante meses y son resistentes a desinfectantes,
congelación y desecación. Temperaturas de 70 °C o mayores los destruyen.
Transmisión.
El humano puede adquirir la infección a través de:
Patogenia.
T. gondii presenta en su porción apical los organelos comunes de organismos de este phylum,
involucrados en la adhesión e invasión. El complejo interno de membrana y la membrana
plasmática forman la tricapa lipídica característica de estos protozoos, también de relevancia en la
replicación, la movilidad y la invasión.
Una vez que ingresa T. gondii a la célula hospedera, se apropia de algunas funciones en beneficio
propio.
Los antígenos de superficie, proteínas y otras moléculas de componentes estructurales del
complejo apical: roptrias, micronemas y gránulos densos, contribuyen de manera importante en el
reconocimiento de células blanco, invasión activa, formación de la vacuola parasitófora y
reproducción, con la lisis final de la célula. (Angel et al., 2014).
Inmunología.
El desarrollo de una fuerte respuesta inmune celular Th1 es primordial en el control de la infección
por T. gondii, con la producción de citocinas proinflamatorias.
Espectro clínico.
Abarca la infección asintomática, toxoplasmosis adquirida, toxoplasmosis congénita, ocular y del
paciente inmunocomprometido (por reactivación de quistes tisulares o infección oportunista
primaria severa).
Infección asintomática: Se presenta en la mayor parte de los casos. Los sitios extraintestinales
que son infectados en primera instancia son los ganglios mesentéricos y el parénquima hepático,
con rápida regeneración celular.
Infección aguda generalizada: los sitios principales de diseminación son SNC, ojos, corazón,
hígado y pulmones, con predilección por sitios donde la respuesta inmune es limitada, con lesiones
celulares extensivas, que pueden conducir a encefalitis, retinocoroiditis, pericarditis, derrame
pericárdico, miocarditis, miositis, neumonía intersticial, Síndrome de Guillain-Barré. Esto se
observa particularmente en sujetos inmunocomprometidos.
Cabe mencionar que los taquizoítos se encuentran en todos los órganos en la infección aguda. La
lesión inicial es la necrosis causada por la muerte de las células parasitadas, con una importante
reacción inflamatoria aguda. Al avanzar la infección aumenta la infiltración linfocítica, sin formación
de granulomas. Los sujetos inmunocompetentes resuelven la infección y los quistes tisulares
remanentes (con bradizoítos) no producen reacción.
El daño es más importante cuando la infección se presenta en el primer trimestre del embarazo. El
sistema ventricular es el más afectado en el neonato. La obstrucción inflamatoria causa
hidrocefalia de los ventrículos tercero y lateral con necrosis y vasculitis. El incremento en la presión
intracerebral puede producir destrucción hipotalámica. Las áreas necróticas, ocasionadas en gran
medida por la desintegración de los quistes, usualmente se calcifican.
Toxoplasmosis ocular: Debida a toxoplasmosis congénita en la mayor parte de los casos, pero
los casos de enfermedad adquirida postnatalmente se detectan cada vez con mayor frecuencia
(Atmaca et al., 2004; Ozgonul & Besirli. 2016).
Los principales signos y síntomas de la enfermedad ocular aguda son dolor ocular, fotofobia,
lagrimeo, visión borrosa, un cuadro no específico.
Los pacientes con lesiones oculares congénitas, a pesar de una detección antenatal oportuna y de
tratamiento pre y postnatal, pueden presentar recaídas. Es fundamental realizar estudios de
seguimiento durante la pubertad y en periodos posteriores para evaluar los resultados a largo plazo
y los factores pronósticos involucrados. En un estudio de seguimiento de 477 pacientes (Francia),
hasta por 22 años, se observó la aparición de nuevas lesiones en la adolescencia (con una
probabilidad acumulativa del 50%), pero en raros casos se presentó disminución severa de la
capacidad visual. (Wallon et al., 2014).
Las lesiones oculares son necróticas con frecuencia, destruyen la arquitectura de la retina y en
ocasiones involucran a la coroides (retinocoroiditis); los hallazgos clásicos de la retinocoroiditis, la
lesión más frecuente, incluyen: lesiones blancas-amarillentas con reacción inflamatoria en vítreo,
con bordes borrosos, sobreelevados, de bordes borrosos, edema retiniano. La localización más
frecuente es en el polo posterior ocular, con tamaño variable, y de forma redondeada u ovalada.
Cuando existen cicatrices de lesiones previas, se observan con bordes bien definidos,
hiperpigmentados; en ocasiones el pigmento puede apreciarse en toda la lesión.
Anatomía básica del ojo. YouTube. También Anatomia do olho, en italiano o portugués, con el
beneficio de excelentes gráficos. YouTube.
La terapia antirretroviral restaura la respuesta inflamatoria en los pacientes con SIDA, y puede
poner de manifiesto infecciones subclínicas o exacerbar, de manera paradójica, infecciones
oportunistas. Se considera que hasta el 25% de pacientes que reciben HAART pueden desarrollar
el síndrome inflamatorio de reconstitución inmune (siglas en inglés: IRIS - immune reconstitution
inflammatory syndrome). Entre las enfermedades involucradas se encuentran: tuberculosis,
criptococosis, toxoplasmosis y leucoencefalopatía progresiva multifocal. También se identifican
dentro del síndrome patologías tales como la enfermedad de Graves y la sarcoidosis, y algunos
tipos de cáncer. (Guevara-Silva et al., 2012).
Otros: Desde hace algunos años, se ha asociado a la toxoplasmosis con la esquizofrenia, el déficit
cognitivo derivado de ésta, trastornos de la conducta y otras patologías neurológicas. Es necesaria
la generación de modelos animales más sofisticados de la infección; es probable que este y otros
organismos interactúen con factores genéticos para contribuir con ciertos patrones de conducta y
la enfermedad psiquiátrica. (Hernández-Cortazar et al., 2015; Angel et al., 2014; Park et al., 2012;
Kannan & Pletnikov. 2012;Flegr. 2007).
Diagnóstico.
Los estudios serológicos constituyen la herramienta más conveniente en la mayoría de los casos,
pero en algunas situaciones, tales como la sospecha de enfermedad diseminada o el diagnóstico
de toxoplasmosis congénita requieren del análisis por PCR. (Dard et al., 2016).
— El diagnóstico clínico se basa en gran medida en los resultados de pruebas serológicas que
detecten anticuerpos específicos anti-T.gondii. Tanto las especificidades como las sensibilidades
de estas pruebas dependen fundamentalmente de los antígenos utilizados. La mayor parte de los
kits comerciales están basados en lisados de antígenos de Toxoplasma. En años recientes, varios
estudios han demostrado la utilidad de emplear proteínas antigénicas recombinantes. (Holec-
Gasior L. 2013).
Serología: Pueden llevarse a cabo técnicas de hemaglutinación, inmunofluorescencia, ELISA y
Western blot para la detección de IgM e IgA (fase aguda), IgE, e IgG, asi como para determinar la
avidez de IgG.
— PCR.
Tratamiento.
Se utilizan varios esquemas, en concordancia con el tipo y severidad del cuadro clínico, la edad del
paciente y en el embarazo. La mayoría de pacientes inmunocompetentes con toxoplasmosis
primaria no requieren de tratamiento, a menos de que exista compromiso visceral o
manifestaciones clínicas persistentes.
Debe tenerse en cuenta que los fármacos existentes no destruyen los quistes tisulares.
Se emplean: espiramicina, pirimetamina, sulfadiazina y ácido fólico, clindamicina, trimetoprim-
sulfametoxazol.
No hay evidencia de nivel I que apoye la eficacia de administrar tratamientos de rutina a base de
antibióticos o corticoesteroides en el tratamiento de la retinocoroiditis en pacientes
inmunocompetentes. Por otra parte, existe evidencia de nivel II que sugiere que el tratamiento
profiláctico a largo plazo puede reducir las recurrencias en la retinocoroiditis crónica. Los efectos
secundarios de ciertos regimenes de antibióticos son frecuentes, por lo que los pacientes deben
ser monitoreados. (Kim SJ et al. 2012).
Epidemiología.
La seroprevalencia mundial se considera entre 30–50%, pero esto varía de manera importante
entre regiones, debido a variables tales como el clima, dieta, higiene y la susceptibilidad de los
hospederos. (Dard et al., 2016).
En México se cuenta con las encuestas nacionales realizadas en los años 1987, 2000 y 2006. En
la primera (Velasco-Castrejon et al., 1992) se utilizó la técnica de IFI y se dividió a la república
mexicana en 3 sectores (norte, sur y costa), con una seroprevalencia resultante de alrededor de un
32%, de mayor importancia en las costas del país y con menor presencia en los estados del norte.
Cabe hacer notar que en este estudio existe una representación importante en hombres de los
grupos de edad 1 – 4, 5 – 9 y 10 – 14 años y una escasa representación entre los grupos de 20 a
64 años.
En un estudio llevado a cabo para analizar los cambios en la prevalencia de T. gondii durante las
últimas 3 décadas, se concluyó que su distribución varió entre los años 2000 y 2006, con
hiperendemicidad en las costas e hipoendemicidad en las zonas centrales del país. Los sesgos
detectados en el estudio posiblemente tuvieron un efecto mínimo sobre los resultados (Caballero-
Ortega et al., 2012). La transmisión inicia en la infancia y la tasa de seroconversión documentada
es de 3 - 8%/año. El rango de incidencia oscila entre 12 - 90%, el cual incrementa con la edad; se
encuentran asociados factores de educación y alimentación, hacinamiento y hábitos higiénicos.
Se estima que nacen unos dos millones de niños/año en la Ciudad de México. También se estima
que, de estos, al menos 4 000 podrían tener una infección congénita no detectada. (Vela-Amieva et
al., 2005). Esta posibilidad y la consideración de un mayor número de casos no detectado las
retoman otros autores (Galván-Ramírez et al., 2012).