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La policía, entretanto, desarrollaba una investigación tendiente a dar con el paradero del
espectro. El hecho ocurrió el martes por la tarde, durante el incendio que su frio edificio residencial
El Molusco, en esta ciudad, y que solo causo ligeras ruinasen un sector del mismo, gracias a la
apartamento – localizado en el cuarto piso del susodicho edificio- su sombra perdió el control de
los nervios y empezó a instalarlo para que saltara por la ventana. “me negué a hacerlo”, agrego,
“porque considere que la situación no justificaba una solución de tal extremo”. Luego explicado
que su sombra se desespero entonces en su grado sumo y que de pronto, con una presteza que no
le dio lugar a él para impedirlo la vio desprenderse de su lado y arrojarse por la ventana.
Fueron muchos los testigos que lo vieron caer. Uno de ellos declaro: “ fue una visión
bellísima. Mas que caer, diría que se poso suavemente por el pavimento, como la mas fina de las
panteras. De inmediato emprendí carera hacia la esquina; se movía con la depurada plasticidad de
un mimo, pero el mas veloz. En un instante fue devorado por la esquina y no vi más”.
Los ganadores del mañana
Martin “Knocker” Thompson era difícilmente un caballero. Había sido empresario de dudoso combate de boxeo y de partidos
(amistoso) de póker, que ya no dejaba la menor duda. Carecía de imaginación, pero no de viveza y de cierta habilidad. Su sombrero, sus
zapatos y la herradura de oro que sostenía su corbata podrían haber sido muy vulgares, pero se esforzaban por aparentar más clase de la
que tenía.
No siempre lo mimaba la suerte, pero el hombre se defendía y no era difícil explicar porque: “por cada zonzo que se muere,
La tarde que se encontró con el viejo, estaba pobre. Knocker había pasado la hora de la siesta en una reunión de finanzas en un
hotel. Las opiniones de sus socios no lo molestaba en absoluto, pero si el hecho de que no le diera más crédito.
Camino por la calle Whitcomb y se dirigía a Charing Cross. El enojado acentuado la fealdad normal de su cara, y el resultado
A las ocho en la calle Whitcomb no estaba muy concurrida y no había nadie cerca de ellos dos cuando el viejo le hablo. Estaba
recogida a veces-; la que merecía, la exacta para mi soledad. Pero ocurren cosas extrañas al viajero
y su sombra, aunque ya no nos habíamos acostumbrado al pequeño misterio de cada día. Si caían
a nuestro lado otras sombras, distintas en ellas el ala o el cuerno o el rostro o el árbol hasta la
sombra del agua en algunos días, cuando la lluvia juega al sol y los pájaros sueñan ente ella jaulas
de juguete.
Cuando la mía se fue, pensé que regresaría con el primer sol de verano. Una tarde intento
volver, se arrimó a un árbol desconfiada, pero no pude separarla de la sombra del árbol. Otro día
creí verla hacia el monte respirador; mis pasos acostumbrados a ella, quisieron seguirla.
Fueron tantos los caminos andados. Debió extraviarme en uno de aquellos caminos. Nadie
la conocerá como yo, nadie le mostrara tantos lugares, nadie entenderá mejor su fidelidad cuando
-¡sombra¡
Aunque la entiendo, duele su rebeldía. Será el invierno; las sombras se van con el sol, él
las hace, su ausencia la destruye. ahora mas solo que nadie, que siempre, que nunca, mas solo que
la soledad, voy como un rio . únicamente el rio no tiene sombra, el rio: deben caer frescas las