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En este capítulo el autor intenta establecer una diferencia entre lo históricamente establecido de la
forma de habitar moderna positivista, que aun hoy pervive, y el habitar más significativo y
experimental de lo fenomenológico.
La forma de habitar positivista refleja una sociedad perfecta, una sociedad de orden y
progreso, donde el espacio va acorde al habitante y debe ser este la ejemplificación máxima de la
funcionalidad. El habitante positivista acarrea una consistencia temporal asociable a un “pertenecer
estable”, un linaje que le dará sentido a la casa existencial. Para conseguir a este espacio perfecto,
igualitario y eficiente es importante entender el concepto de unidad, en la casa no debe quedar
lugar ni rincón para la desviación, para el aislamiento o para el gozo.
Este capítulo esta dirigido a rescatar para la subjetividad una capacidad de anular la
hegemónica constitución del objetivismo positivista en pensamiento único. Entender el
fenomenológico como subjetivo, en donde se captan las cosas mismas a través de su intención
significativa; se atiene a la intuición y a la intención, a la unión de estas dos como fundamento de
su conocimiento. Acá el individuo no arrastra con ese linaje, ese “pertenecer estable” que se
nombro anteriormente sino que el habitar de un individuo fenomenológico está ligado a una mayor
intensidad de la vinculación personal con el espacio. Es un individuo frente a sí mismo y al mundo.
Es un cuerpo sensible constituido a través de su experiencia.
A esto hace referencia Iñaqui cuando habla de una casa desmesurada y anárquica vivida
con el desorden y la despreocupación propia de un niño. Una forma de habitar que construye un
individuo creativo y libre; libre de ese pertenecer, de ese pasado trascendente ligado al linaje. El
autor explica que este sujeto fenomenológico podría ser ese niño escondido en cada uno de
nosotros.
Aquí yace la mirada estratégica que tiene Abalos para explicar la forma de ver la
arquitectura. Según él, hay que ampliar el panorama y usar nuestra inteligencia y sentidos para ver
el mundo, para interpretar la arquitectura. Entenderla a través de la mirada de este sujeto que deja
de lados la forma positivista de pensar la casa que es, de alguna manera, la que pervive en el día
de hoy en la mayoría de las arquitecturas.
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TEORIA DE LA ARQUITECTURA – GIL CASAZZA – GRUPO 4
En este capítulo el autor, a través de las obras realizadas por Khan, explica que la
arquitectura no comprende una única narrativa, lineal y sincrónica. Aunque la misma se considere
históricamente relacionada y entendida con estos conceptos, la arquitectura según Eisenman,
implica provocar ese momento de interrupción o tiempo diacrónico; en otras palabras encontrar en
ella la colisión de narrativas.
La narrativa temporal que se produce en un edifico es decir, el recorrido dentro del mismo
se despliega de un modo lineal y sincrónico. Deberíamos encontrar, al igual que lo hace Kahn en
sus obras, La casa Adler y De Vore, una vía en donde la arquitectura se vea interrumpida por otra
narrativa temporal. Kahn consigue lo que podría considerarse un texto arquitectónico en el espacio
diacrónico. Lo hace a través de la superponían del espacio clásico y el moderno donde estos dos
tiempos se mezclan entre sí pero ninguno de los dos domina sobre el otro. Para explicarlo Khan
produce dos diagramas en cada uno de estas casas mezclando por un lado el diagrama clásico
simétrico de nueve cuadrados y otro moderno asimétrico.