Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Eran las cinco cuando Faith volvió a despertarse, sin saber si había
sido por las campanadas del reloj de la plaza o por el alboroto que había
en el vestíbulo. La hermana Robinson entró en la habitación y cerró la
puerta tras de si, apoyándose en ella mientras recuperaba la respiración.
—¿Domina? ¿Está despierta?
—Cómo no —contestó Faith—. Ese reloj suena... Sí, estoy despierta.
¿Qué está pasando?
—Su señor Holson ha vuelto junto con un joven y un policía. ¿Desea
verlos?
Eso había que pensarlo, se dijo Faith. ¿Holson? No sabía exactamente
por qué, pero sí le gustaría volver a verlo. ¿Y el policía? Por qué no.
—Por qué no —dijo.
La hermana se quedo parada, como si temiese abrir la puerta.
Cuando la abrió se hizo a un lado para dejar paso a la multitud. Bueno,
sólo eran tres personas. Pero parecían muchas más. Harry guió a la
procesión directamente hacia a su cama.
—Este es Vincent Declaur —anunció Harry.
Faith lo miró. Declaur era un chico alto y con granos a quien llevaron
ante ella agarrándolo del cuello de la camisa. Era más alto y corpulento
que Harry Holson. No se podía decir que estuviese allí por su gusto.
—¿Es este el hombre?... —empezó a decir el policía antes de que le
interrumpiese Harry.
—Este es el chico del Maserati —dijo Harry.
Faith consiguió incorporarse apoyándose en los codos. La hermana
Robinson se apresuró a ayudar. El joven tenía aspecto de que le hubiesen
maltratado.
—¿A pesar de tanta velocidad te ganó la carrera el tren?
No podía evitar compadecerse de él. Tenía tan mal aspecto...
—No, la carrera la gané. Fue al señor Holson al que no pude ganar.
—Dilo —le dijo Harry agarrándolo de la pechera—. ¡Díselo!
—Bueno, sí... siento haber provocado el accidente —masculló el chico.
—Más lo vas a sentir cuando hable con tu padre —dijo Harry.
—Es decir —resumió el policía—, que admites ser el culpable del
accidente.
—Lo confieso —se apresuró a decir el chico—. Fui yo.
—No pensará arrestarlo, ¿verdad? —protestó Faith.
—¿Al chico? —rió el policía— Tras esa confesión a quien no voy a
arrestar es al señor Holson. Mantiene que estaba llevando a cabo una
detención ciudadana y el chico se resistía. El juez dice que un sólo asalto
con agresión más y encerramos a Holson y tiramos la llave. Pero la
confesión lo aclara todo. Decididamente fue una detención ciudadana.
Además, usted testificaría. ¿No, domina?
—Por supuesto —contestó ella.
—Y ahora salgan todos de mi hospital —les instó la hermana Robinson
—. Es casi la hora de cenar y mi paciente necesita tranquilidad. Por
prescripción facultativa.
Les sacó a todos de la habitación como un perro pastor guía un
rebaño. Menos a Harry.
—Yo no —dijo él. Y se quedó hasta que se fueron los otros.
—Siéntate —dijo Faith.
El lo hizo, y de paso subió la persiana. Los últimos rayos de sol
entraron y les iluminaron.
—Pero... —dijo ella cuando vio el estado de la cara de Harry.
—Es más alto de lo que yo pensaba —dijo él, desplomándose en la
silla—. Y tuve que perseguirlo hasta Fort Smith.
—Deberías aprender a controlarte —pontificó Faith—. Deja ese tipo de
cosas en manos de la ley. Estoy segura de que lo último que necesitamos
en St. Kitts es una justicia extraoficial.
—Eso mismo dice siempre mi padre —reconoció él.
Faith movió la cabeza a ambos lados y se arrepintió inmediatamente.
—¿Te duele la cabeza? —le dijo con dulzura.
—No debería haberla movido —contestó ella—. El médico me ha dicho
que tengo una pequeña conmoción cerebral y que mañana ya estaría bien
para volver a casa. De momento estoy mejor con los ojos cerrados.
—Siempre es mejor descansar un poco —añadió.
Entonces hubo un silencio. Notó cierto movimiento en la cama cuando
él cambió de sitio. Sintió un aliento cálido en la frente y un roce en la
nariz, como una pluma. No pudo evitar sonreír.
—Así está mejor— murmuró él—, mi nena.
Lo cuál daría mucho que pensar a cualquier chica.
—¿Por qué has hecho eso?
—Me pareció adecuado.
—Y además no soy tu nena, ni tu chica. ¡No soy la chica de nadie!
—No te enfades. Es un decir.
—Y tú te dedicas a repetirlo.
—Creo que es hora de cambiar de conversación —dijo él con pesar—.
¿Te he contado que mi padre ha llegado de Puerto Rico esta tarde?
—No. ¿Lo había planeado?
—No. Viaja cuando le apetece.
—Entonces quizá sería conveniente que fueses a atenderlo —dijo ella.
Él se puso en pie con una carcajada.
—La verdad es que tengo que irme —dijo—, pero es estrictamente por
cuestiones de trabajo. Quería decirte que me encantaría venir a buscarte
mañana cuando estés lista para volver a casa.
—Mejor quédate en la sala de urgencias —bromeó ella.
—¡Qué graciosa! —contestó él—. No te pases. A nadie le gustan las
listillas con faldas.
—¿No hablarás de mí! —continuó ella—. En este momento no llevo ni
falda ni nada...
El rubor le subió desde las rodillas hasta la frente. Intentó combatirlo
con otra pregunta sin importancia.
—¿Por qué no necesita tu padre que lo atiendan?
—Porque Lady Sunny lo ha invitado a quedarse con ella en Rose
Cottage —dijo—. No sé cómo le pueden llamar así a esa casa con cincuenta
habitaciones.
—Cincuenta y seis —corrigió ella.
Él se inclinó sobre la cama y la besó en la frente.
—Nos vemos.
Faith bajó la rampa luciendo la ropa que Mary había elegido para ella:
una blusa tipo túnica de seda verde pálido con pantalones a juego. Llevaba
el hermoso cabello castaño claro recogido en una trenza. Se sentía segura
sabiendo que tenía un aspecto sereno, limpio y a la altura de las
exigencias de Mary. Empezaba a darse cuenta de que Mary era tan
exigente como mamá Latimore.
Lady Sunny, que acompañaba al inspector Wheeler, le salió al paso
en la planta baja.
—Me alegro de verla —le dijo la anciana al ver a Faith al pie de la
rampa—. Únase a nosotros.
Faith les siguió obedientemente y cuando llegaron a la terraza vio que
Harry estaba allí.
—El inspector ha venido para hablar sobre el incidente de ayer —dijo
Lady Sunny—. Pero antes, ¿le gustaría tomar algo, inspector?
La dama tenía clase. Lo llevaba en la sangre.
—Algo fresco, por favor —le respondió el inspector—, y sin alcohol. Aún
estoy de servicio.
Estaba claro que el inspector Wheeler era otro de los admiradores de
la dama.
—Bien —dijo Wheeler tras darle un sorbo al té frío—, tengo que hacerle
varias preguntas, señor Holson.
—Dígame —le respondió éste.
—¿Cuáles diría que han sido las pérdidas?
—No tanto como parecía —dijo Harry, consultando una tarjeta que se
había sacado del bolsillo—. La explosión afectó a la estructura de acero sólo
en los dos primeros pisos. La madera ardió de ahí para arriba. Eso significa
unos trescientos mil dólares de daños. El seguro lo cubrirá casi todo,
incluidos los gastos de hospital de los heridos.
—Y como constructor, ¿qué le sugiere a usted eso?
—Inexperiencia —le respondió Harry—. No sabían lo que hacían. En
realidad, si hubiesen colocado la bomba unos seis metros más allá lo
máximo que hubieran conseguido hubiera sido desconchar la pintura del
exterior.
—Mmm —dijo el inspector—. Sin experiencia. Eso significaría que no han
sido los revolucionarios. Tenemos controlados de cerca a tres o cuatro que
creen que están de incógnito en la isla. Tuvimos algún problema hace unos
años cuando Anguilla se independizó de St. Kitts y Nevis, pero arreglamos
aquel asuntillo en un momento.
—Además —intervino la dama—, ¿para que iba a volar un revolucionario
el hotel? No tendría dónde reunirse con los suyos.
—Exactamente —repuso el inspector casi para sí.
Harry le dirigió una mirada de desconfianza.
—Lo cual nos lleva a la segunda posibilidad —continuó el policía—:
alguien o algún grupo que tenga algo contra su compañía.
—Por supuesto, están los ecologistas —musitó Harry—. Aunque hemos
satisfecho la mayoría de sus quejas con los nuevos métodos de
construcción. DeWolf y Harmon nos hicieron una investigación ecológica en
su momento que demostró que no había ningún problema. Pero aún quedan
los radicales, que se oponen simplemente a que las cosas cambien. ¿Sabe
de quien le hablo? Quieren que St. Kitts sea siempre como era hace
cincuenta años, aunque el hotel vaya a ayudar a las islas a alcanzar la
independencia económica.
—Sí, los conocemos —le dijo el inspector Wheeler—. Pero tienen un
fallo. Se están haciendo viejos. No me imagino a ninguno de ellos poniendo
esa bomba, ni aunque estuviese mal puesta.
Se miraron los unos a los otros. Y entonces Lady Sunny rompió el
silencio:
—Drogas —dijo.
Faith miró sorprendida a la anciana. En los últimos días su opinión
sobre la dama empezaba a cambiar. El aspecto alegre y despreocupado era
sólo eso, apariencia. Por dentro la señora parecía tener muchas de las
respuestas sobre lo que sucedía en Rose Cottage y en la isla.
—Drogas —reflexionó el inspector—. Bueno, es verdad que están
invadiendo la isla y que la bahía de Frigate era el lugar perfecto para
desembarcar los alijos. Y ahora que la construcción del hotel se lo impide
no sé cuáles han sido los efectos. Hablaré más tarde con la brigada de
narcóticos. Deben ustedes saber que el futuro está llegando a St. Kitts y a
todo el Caribe. La droga está subiendo de América del Sur hacia aquí. Sí,
drogas... —dijo mientras tomaba su libreta y apuntaba algo.
—Señor Holson, esto le puede parecer algo exagerado pero, ¿tiene
usted enemigos personales en la isla?
—No que yo sepa —le contestó Harry—. Nadie que fuese a recurrir a
estos métodos.
—Se lo pregunto porque —le dijo el inspector Wheeler— no todos
nuestros ciudadanos se dedican sólo a cantar y hacer fiestas. La envidia y
la venganza son los motivos de la mayoría de los crímenes sin importancia
con los que tratamos día a día. Es muy posible que haya algo de eso tras
esta bomba.
Se quedo callado al tiempo que golpeaba la mesa con la pluma.
—¿Qué hay de la envidia? ¿Se le ocurre alguien, dentro o fuera de la
compañía, que pudiera tenerle envidia a usted o a la compañía? Tanto
como para destruir el hotel.
—No consigo imaginarme a nadie que pudiera envidiarme tanto —le
contestó Harry con un intento de sonrisa—. Por supuesto, tenemos
discusiones de todos los tamaños en la compañía, y pesados a los que les
gustaría discutirlo absolutamente todo. Pero la mayor parte de la gente con
la que trabajamos es gente de siempre de la construcción. Y si uno de
ellos hubiera decidido volar el hotel lo hubiesen mandado camino de Nevis,
¡puede estar seguro!
El inspector asintió.
—Pero este tipo de explosión no demostraba tanta experiencia. ¿Qué
hay de la otra posibilidad? ¿Hay alguien en la isla que pudiera querer
vengarse de usted por alguna ofensa real o imaginada?
Harry reflexionó un instante.
—No, no creo —le dijo por fin—. Aunque, si las cosas hubieran ido
normalmente yo hubiera estado también allí a pie de obra. En vez de eso
estaba de excursión en el fuerte de Brimstone, por orden de Lady Sunny.
—Tuviste suerte —comentó la dama—. A veces le viene bien a los
jóvenes escuchar a sus mayores.
—Sólo estoy considerando las distintas posibilidades —le recordó
Wheeler a Harry. Este asintió y el inspector prosiguió—. Me intriga la idea
del contrabando. La bahía siempre ha sido el sitio ideal para los
contrabandistas. Al construir el hotel allí les habrá irritado mucho.
—¿Y de qué es el contrabando? —le preguntó Faith mientras Harry y el
inspector le daban vueltas a esta última opción.
—Aún estoy pensando que son drogas, domina —le respondió el
inspector—. Hay otras cosas: tabaco, por ejemplo, pero...
—Está usted sugiriendo —le interrumpió Harry— que los contrabandistas
piensan que les estamos arruinando el negocio. ¿Cree que la bomba ha
sido una advertencia? ¿O un intento de parar definitivamente la
construcción?
—No estoy seguro de cual sería su intención. Si es que es alguna de
ellas —le dijo Wheeler—. Pero sí estoy seguro de que se ha creado usted
enemigos entre esos elementos no sólo con la construcción del hotel sino
con la campaña antidrogas que ha estado haciendo.
—Bueno —le dijo Harry—, reconozco que si nuestra campaña funciona
perderán algunos clientes. ¿Hay crimen organizado aquí?
Hubo otro silencio. Y de nuevo Lady Sunny lo rompió.
—Como saben, pertenezco al consejo de gobierno. Y tengo entendido
que hay graves problemas en la isla. Los traficantes de Cuba hace unos
años, y ahora los sudamericanos, buscan bases más cercanas a las
colonias.
El inspector carraspeó, incómodo.
—A... los Estados Unidos, señora. Sí, probablemente así es.
—Entonces yo diría que el tráfico de drogas es una buena razón para
poner la bomba —dijo Harry—. Especialmente porque nuestros hombres de
seguridad habían ahuyentado de la zona a unos individuos sospechosos la
noche anterior.
—Sí, estamos al tanto de ese incidente —repuso el inspector.
—¿Quieres decir —le preguntó Faith a Harry— que los traficantes
pretendían usar el hotel para hacer las entregas?
—Eso creemos, domina —le dijo el inspector—. Hemos aumentado la
vigilancia y estamos muy pendientes de este asunto. Todo lo que sabemos
con seguridad es que están aquí. Tenemos muy pocas pruebas en cuanto a
quiénes son —guardó silencio un momento y entonces escribió algo en la
libreta—. Pero encontró usted a una de los autores, domina. Y la vamos a
someter a un interrogatorio exhaustivo.
—¿No han hablado aún con ella? —le preguntó Harry.
—Sólo un momento —repuso el inspector—. Lo suficiente para averiguar
como se llama y que vive en Friends Estate. Y entonces llegó su abogado.
No creo que vayamos a sacarle mucho más. Pero quédense tranquilos:
investigaremos. Por cierto, tengan en cuenta que todo lo que se ha hablado
aquí es pura teoría y estrictamente confidencial. No podemos llegar a
ninguna conclusión hasta que tengamos más pruebas.
Cerró la libreta y se puso en pie, estirándose.
—Se le está haciendo tarde, inspector —le dijo Lady Sunny—. ¿Por qué
no se quedan Harry y usted a cenar? Nos encantaría que nos
acompañasen.
—Gracias, señora. Sería un honor —le contestó el inspector Wheeler—.
Pero no estoy vestido correctamente.
—Estoy segura de que encontraremos algo para usted —dijo la dama—.
Pero debe saber que yo considero que un hombre de uniforme va bien
vestido en cualquier situación.
—Señora —le dijo el inspector riendo—, lo considero un honor y le
estaría muy agradecido si me permitiese usar momentáneamente una de las
habitaciones con teléfono para terminar de cumplir con mis tareas de hoy.
—Por supuesto —le contestó la dama con su elegancia habitual—.
Napoleón, por favor, acompaña al director a alguna sala donde pueda
atender sus asuntos. Se reunirá con nosotros para cenar.
—Sí, señora —le contestó el mayordomo acompañando acto seguido al
inspector.
—Bien, queridos —dijo la dama mirando con cariño a la pareja de
jóvenes que aún la acompañaba. Se inclinó hacia adelante y acarició la
mano de Faith—. Harry, ¿ha salido tu padre de la isla?
—Sí, señora. Tenía que volver a Puerto Rico para arreglar unos
asuntos de finanzas. Espero estar adecuadamente vestido para la cena yo
también.
—Ah... —rió la dama—, me encantará cenar con un vaquero de verdad.
A Dicky le hubiese dado mucha envidia. Cuando era joven quería ser un
vaquero. Pero se dio cuenta de que las botas le hacían daño. Y de que
era alérgico a los caballos. Fue una pena. Hubiera sido un vaquero
estupendo. Compramos un rancho en Méjico y pensábamos vivir allí, pero la
alergia... Ya saben. Entonces vendimos el rancho y vinimos aquí. Y aquí
encontramos la felicidad. Ojalá Dicky no se me hubiese ido tan pronto.
Se levantó y se encaminó hacia el interior. Y entonces dijo, volviendo
la cabeza:
—Ustedes dos deberían ir a pasear por el jardín. Está lleno de flores y
es precioso.
Faith y Harry se habían puesto en pie cuando la dama se levantó. Se
volvieron el uno hacia el otro mientras veían alejarse la pequeña figura
vestida de negro.
—Bien —dijo Harry—, a ti no sé, pero a mí me ha sonado como lo más
parecido a una orden real. ¿Me acompañas a dar un paseo por el jardín
antes de la cena?
Él le tomó la mano, la volvió y le besó la palma.
—Claro —le dijo cuando el corazón se le calmó un poco—. Estoy
deseando ver el jardín.
Harry le tendió la mano, que ella aceptó, y entonces la condujo por la
rampa hacia el jardín trasero.
—Vaya día, ¿verdad? —dijo él.
—Pero ha compensado —le respondió Faith al tiempo que entraban en
el jardín inglés. Había caminitos que serpenteaban subiendo por la ladera
de la colina. Cerca de allí una valla blanca separaba el jardín del terreno
de pastos.
—Ha compensado... —musitó ella.
—¿Cómo? —le preguntó a Faith.
—Hemos visto amanecer hoy —le contestó Faith mientras Harry asentía
—, y parece que también vamos a ver la puesta de sol.
Él asintió de nuevo. Siguieron caminando. Él le tomó la mano.
Sorprendida, ella se soltó de él. Es una tregua, se dijo para sí, no un
tratado de paz definitivo. Aún quedaban muchas cuestiones sin resolver.
Unos minutos más tarde, agarrados de la mano, subieron a la terraza.
No habían visto a la señora, que se puso en pie al verlos subir
sonriéndoles abiertamente. De repente a Faith le vino una idea a la cabeza.
Lady Sunny no era tan inocente ni tan despistada como parecía.
—Hola, queridos —dijo Lady Sunny—. ¿Habéis disfrutado del jardín?
—Es precioso, señora —le respondió Harry—. Y hemos visto a Isabelle.
Parece que sigue con buena salud.
—Me alegro, queridos —le dijo la dama—. Vamos dentro. Creo que el
inspector ya está listo.
Faith y Harry la siguieron al salón, una acogedora estancia dominada
por la barra.
—Buenas noches, señora —dijo el inspector levantándose al verla
entrar.
—Buenas noches, inspector —le contestó ella, ofreciéndole la mano
para que se la besase.
—Es un honor compartir la velada con una compañía tan agradable.
—Siempre has sido un adulador, Phineas —repuso la dama.
Conversaron unos veinte minutos y entonces las puertas del comedor
se abrieron y el mayordomo anunció:
—La cena está servida.
El inspector llevó a la dama hasta su asiento a la cabeza de la mesa
y Harry hizo lo propio con Faith.
Sirvieron carne asada con pudding de Yorkshire acompañada de una
macedonia de frutas tropicales y una guarnición de verduras.
—Uno de mis platos favoritos —dijo la dama—. Se lo estaba
comentando a la Reina Madre precisamente la semana pasada. Fuimos
juntas al colegio, ¿saben? Su padre también pertenecía a la nobleza —
suspiró—. Aquellos fueron buenos tiempos.
—¿La Reina Madre? —dijo Harry dando un trago de cerveza para
terminar de tragar un trozo de carne— ¿Quiere decir de la Reina de
Inglaterra?
—Sí —le dijo la dama serenamente—. La Reina Madre y yo somos
primas. En tercer grado, pero ella admite el parentesco. Fuimos al mismo
colegio de jóvenes. Antes de que se casase y entrase en la familia real.
Los demás la miraron asombrados.
A Faith le parecía que Harry y el inspector no acababan de creérselo.
Por el contrario ella se lo creía todo. ¿Por qué no? Al fin y al cabo
pertenecía a la nobleza. Y si lo decía, es que era verdad.
—¿De qué hablaron? —quiso saber Faith.
—Normalmente hablamos de cualquier cosa que se nos ocurre. Del
incendio del castillo o de los problemillas familiares. Nada importante.
Dentro de tres semanas es mi cumpleaños. Siempre se las arregla para
escaparse y venir a verme por entonces.
—Muy hábil por su parte —le dijo Harry—, especialmente cuando los
asuntos familiares están apareciendo en toda la prensa sensacionalista del
mundo.
—En mis tiempos —le contestó Lady Sunny más digna que nunca— la
prensa sabía mantenerse en su lugar. No se inmiscuía ni publicaba
escándalos sobre sus superiores. Me parte el corazón ver cómo el mundo
va cada vez a peor.
Ninguno de los otros tres quiso rebatirle la última afirmación y el
silencio se prolongó hasta que terminaron de cenar.
Mientras retiraban los platos la dama miró a Faith y le dijo:
—O'Malley y Mary han venido esta tarde a pedirme permiso para
casarse. No era necesario, pero pedir permiso se ha convertido en una
costumbre en Rose Cottage. Habrá que organizarlo todo.
—Sí, señora —le contestó Faith—. ¿Tiene usted alguna sugerencia o le
han comunicado ellos sus preferencias al respecto?
—Tengo entendido que les gustaría una gran ceremonia —repuso la
dama.
Faith notó que la anciana se animaba al hablar de la boda.
—Tendré que ponerme a pensar en eso —le dijo Faith—. Y hablaré con
Mary y O'Malley sobre lo que le gustaría a ellos.
—Me parece maravilloso, querida —le respondió la dama—. Ocúpate de
todo.
Ella ya había hecho su parte. El resto era labor de la domina. Lo cual
le hizo pensar en otra cosa.
—Sabe —continuó Lady Sunny—, he disfrutado tanto el paseo en el
coche nuevo de Dicky que creo que deberíamos tener dos más. Uno para
los domingos y otro para las emergencias.
—Cómo no, señora.
Habló con calma pero por dentro Faith estaba estupefacta. El
inspector Wheeler había reclamado la atención de Lady Sunny y Harry
aprovechó para acercarse a Faith y susurrar:
—¿Hay algún problema?
—Quiere otros dos coches. ¿Tienes idea de cuanto cuesta una
limusina azul claro con pedrería en los guardabarros?
—¿Con qué has dicho? —le preguntó Harry, que casi se había
atragantado con el café.
—¡Guardabarros de pedrería! He visto la factura esta tarde. Los extras
que le pusimos al coche han sido muy caros.
—¿Cuánto le va a costar? —le dijo Harry sin pensar realmente en la
pregunta.
—No más de lo que se puede permitir. Es simplemente que a mi
sobria educación yanqui le impresiona mucho.
No pensaba contarle que el precio total de uno de esos coches, con
todo incluido, era de setenta y cinco mil dólares.
—Debe de ser una suma considerable —le dijo él— si te preocupa
gastarte el dinero de la dama el cual, según dices, es muy abundante.
—No se está arruinando —le contestó Faith con firmeza—. Es que la
idea de gastar tanto dinero de una vez me da ganas de gritar. La señora
es bastante caprichosa a la hora de gastarse el dinero. Del cual tiene
mucho.
Tenía la mano atrapada otra vez. Tiró, intentando recuperarla, pero
Harry no la soltaba. En vez de eso se la llevó a los labios le besó la
palma. Cuando ella volvió a intentar retirarla él sonrió.
—No sé qué me ha pasado, domina. Pero no quiero que nos
enfademos. No estamos llevando muy bien.
Faith volvió a tirar, pero él no le soltaba la mano ni muerto.
Faith miró a los otros comensales. Lady Sunny les observaba con
cara de satisfacción.
—Faith, he pensado que uno de los coches que compremos debe ser
negro para que podamos ir a la iglesia el domingo como es debido.
—Sí, señora. Si vamos a tener coches nuevos deberíamos tener más
conductores para ayudar a O'Malley. Podemos decirle a él que enseñe a
conducir a otros tres hombres.
—Ocúpese de eso, domina —le dijo la señora con una expresión
despreocupada—. Para eso está usted aquí, ¿no? Y ahora vamos a
retirarnos para que los caballeros disfruten de una copita de oporto.
Una vez más, Lady Sunny había puesto a Faith en su lugar y le
había recordado cuáles eran sus obligaciones. Pero no pensaba dejar que
eso le afectase. Se inclinó y le dio un beso a Harry en la mejilla al tiempo
que se ponía en pie para irse. Este se sorprendió tanto que le soltó la
mano. Que era exactamente lo que Faith pretendía.
—Parece que se lleva bien con Harry —le dijo la dama cuando se
sentaron de nuevo.
—De momento —dijo Faith mientras observaba a Lady Sunny preparar
la costura.
—¿Sólo de momento? —dijo la dama dirigiéndole una breve mirada a
Faith—. Bien... Ayer tuve una agradable y larga conversación con su madre.
Es una mujer extraordinaria, ¿no?
—¿Mi madre? Sí... claro —le respondió Faith con cariño y orgullo.
Mientras pensaba en su madre le vino a la mente otra idea que no
tenía nada que ver con ella.
—¿Qué le parecería una boda en el barco?
—¿Para usted, querida? —Lady Sunny la observó con atención— ¿Es
que usted y Harry ya han llegado tan lejos? ¡Cómo me alegro! Sí, ya los
veo casándose a bordo del Bellerophon. Y si no sufren mareos usted y
Harry pueden hacer con el barco un crucero de luna de miel —la dama rió
al considerar la idea.
—No, señora. No es para mí. Es para Mary y O'Malley. Podríamos
celebrar la ceremonia y la recepción a bordo del... ¿cómo ha dicho que se
llama?
—Bellerophon, querida —le dijo Lady Sunny con una sonrisa triste—.
Dicky escogió el nombre. Tenía tantos deseos de navegar...
—¿Pero se mareaba? —continuó Faith.
—Sí, desgraciadamente —le contestó la dama—. En cuanto vimos el
barco nos enamoramos de él. Dicky pensaba que un barco debía llevar un
nombre digno, con historia.
—Lo siento, señora —admitió Faith—, pero me temo que no conozco la
historia de ese nombre.
—¿Es que ya no enseñan historia en los colegios? —Lady Sunny
estaba muy sorprendida—. Puede que lo pasasen por alto en educación
porque fue usted al colegio en las colonias...
—Es posible —le dijo Faith como disculpándose—, pero...
—Querida —continuó la dama con tono de orgullo—, el Bellerophon fue
uno de los buques insignia de la armada británica durante las guerras
napoleónicas. Era el azote de los franceses.
—Ah—consiguió decir Faith, estupefacta—. En el colegio no
profundizamos mucho en la historia británica. Tendré que ponerme al día en
esa materia.
—Pero estudió usted en Inglaterra —protestó Lady Sunny.
—Sí, pero fue en la universidad y no teníamos historia.
—¿Es usted feliz? —le preguntó Lady Sunny sin encomendarse a dios
ni al diablo.
—Sí —le respondió enseguida Faith. Y, pensándolo bien, continuo—. Sí,
muy feliz.
—Me complace mucho que el joven señor Holson y usted se lleven tan
bien. Sabía que si les dábamos tiempo ustedes dos encajarían bien. Y así
ha sido. Me siento muy orgullosa.
—Me alegro de que eso le haga feliz, señora —repuso Faith, un
poquito recelosa de las palabras de la dama—. Para eso, si no me
equivoco, me contrataron.
La dama puso cara de felicidad y volvió a su bordado. Faith tomó la
revista que había empezado a ojear y volvió a dejarla. No iba a enterarse
de lo que leyese mientras tuviese esa sensación. ¿Y cuál era esa
sensación? Era confusión. Era cautela. El matrimonio no era su tema
favorito. Lady Sunny levantó la vista y le sonrió. Se oyeron las carcajadas
de los dos hombres en la habitación contigua.
James, el criado, entró en la estancia con una bandeja de plata en la
cual había un fax. James le acercó la bandeja a Faith que, disculpándose
ante Lady Sunny, tomó la hoja. Y la leyó dos veces. Tras la segunda vez
sintió que le invadía la rabia. Casi rasgó la hoja. ¡Ese maldito vaquero de
Tejas la había engañado!
—¿Algo va mal? —le preguntó Lady Sunny.
—Nada que no pueda solucionar, señora —contestó Faith brevemente.
Preferiblemente con un martillo y varios clavos largos... en el cuerpo
de un tal Harry Holson. En aquel momento entraron el inspector y Harry.
Faith sabía que la dama les propondría jugar un rato al bridge. Le gustaba
jugar cuando había cuatro participantes. Seguramente Dicky hubiera querido
ser un jugador, pero resultó ser alérgico a las cartas.
—¿Que le parecería una partida de bridge, inspector? —le preguntó la
anciana con ilusión.
—Será un honor, señora —le respondió el inspector—. Especialmente si
me permite ser su pareja. Es usted una de los mejores jugadores que
conozco.
—Gracias —le contestó ella—. ¿Por qué no nos trasladamos allí para
jugar? —dijo señalando la mesa de juego ya dispuesta al otro lado de la
habitación—. Podemos jugar contra estos dos jóvenes.
—Es una idea estupenda —les dijo Harry.
Se volvió hacia Faith y le preguntó:
—¿Qué tal juegas al bridge? —notó la expresión de rabia en la cara de
Faith y añadió— ¿Qué te pasa? Creía que habíamos hecho una tregua antes
de cenar.
—¡Al infierno con tu tregua! —murmuró Faith—. Esto es lo que pasa.
Le enseñó el fax a Harry. El mensaje era de su hermano Michael,
que dirigía Construcciones Latimore ahora que su padre se había retirado.
—Le envié a mi hermano una petición de información sobre el
préstamo a vuestra compañía. Y esto es lo que me contesta.
Le dio la hoja para que la leyese. El mensaje decía: Ref. tu petición
info. sobre préstamo Larry o Nathan Holson. Nohac.
—Por si no lo entiendes —le dijo con desprecio—, la última palabra,
«nohac», quiere decir «no hay constancia». Me has mentido Harry Holson.
¡Y tengo ante mí la prueba! ¡Voy a jugar a las cartas contigo pero si tuviera
un cuchillo te degollaría ahora mismo, maldito mentiroso!
Él se quedó mirando el papel.
—Debe de ser un malentendido —musitó.
—Sí, claro. Un malentendido —repitió Faith—. Vamos a jugar. Ya
hablaremos más tarde.
CAPÍTULO 7
—Se acabó —dijo Lady Sunny tras echar la última carta— y se está
haciendo tarde. Debo acostarme pronto. En una mujer de mi edad el
descanso es muy importante para conservarse bien.
James, que había permanecido casi toda la velada a espaldas de la
dama, le apartó la silla.
—Gracias, señora —le dijo el inspector Wheeler—. Hacía tiempo que no
jugaba con una pareja tan excelente.
—¿Puedo hacer que mi coche les lleve a ustedes dos a alguna parte?
—No, gracias —le contestó el inspector—. Tengo asignado un coche de
policía y además debo hacer una visita oficial más antes de ir a casa.
—Yo sí agradecería mucho que me acercasen a la obra —intervino
Harry.
—¿Tiene intención de pasar allí la noche? —quiso saber el inspector.
—Sí —le respondió Harry—. No puedo pedirles a mis hombres que
estén en un lugar donde yo no estaría. Si sucede algo esta noche, quiero
estar allí con ellos.
—Tenga cuidado —le dijo el policía con una expresión seria—. Ya
hemos tenido bastantes desgracias hoy.
—Por supuesto —lo tranquilizó Harry.
Aunque lo dijo con cierta despreocupación Faith estaba segura de
que, si esa noche aparecía alguien con malas intenciones en la zona de la
obra, la policía lo sabría... más tarde.
—Domina —le dijo Lady Sunny volviendo la cabeza mientras se alejaba
—, por favor, acompañe a los caballeros a los coches.
—Sí, señora —repuso Faith.
Se volvió hacia los dos hombre y les dijo:
—Síganme, por favor.
Señaló vagamente hacia la puerta que daba al vestíbulo.
Harry le tomó del brazo y la remolcó mientras avanzaban hacia la
rampa donde los coches estaban esperando.
—Buenas noches, inspector —le dijo Harry muy animado—. Di buenas
noches, Gracie —dijo dándole a Faith un tirón del brazo.
—Buenas noches, inspector —le dijo Faith con tanta calma y encanto
como pudo reunir dadas las circunstancias. Ni siquiera la larga velada y la
partida la habían calmado.
—Di buenas noches, Gracie —repitió Harry—: es una tontería que decían
en la radio, hace mucho tiempo.
—No soy tan vieja —le contestó, haciendo todo lo que podía para
cortarlo.
—¿No te acuerdas de George y Gracie?
—¡No me acuerdo de la radio!
Hubo un silencio.
—Es un gran malentendido —le dijo Harry mientras seguía agarrado a
su brazo con fuerza—. Voy a llegar al fondo de la cuestión y entonces
volveremos a hablar. Pienso aclararlo todo, Faith, y mañana nos vamos a
reír de todo esto. Ya verás.
—No creo —Faith tiraba insistentemente, tratando de soltarse de él—.
No me gustan los mentirosos ni los matones. Y usted es las dos cosas,
señor Holson. De lo único que me voy a reír es de usted cuando le
muestre ante todo el mundo como el mentiroso que es. Entonces me reiré,
créame —paró para recuperar el aliento—. Ahora, señor Holson, aquí está el
coche. Váyase, por favor. Y no tenga ninguna prisa en volver, si me hace
el favor. Y no deje sus huellas por todo el coche.
Con ese último comentario sarcástico, hecho en un tono que pensaba
que no dejaría lugar a dudas, intentó volverse y subir por la rampa.
Pero Harry aún la tenía sujeta del brazo. Y al intentar girar, chocó
con él.
—No tenga tanta prisa, señorita —le dijo Harry con rabia—. No soy un
mentiroso. Y si quiere ver un matón, aquí hay uno.
La abrazó y puso sus labios en la boca de ella, que intentaba
protestar. Faith lo intentó pero era imposible escapar. Poco a poco dejó de
ser un forcejeo. Lo disfrutó un segundo más de lo debido y se perdió,
como ocurre con el vino. La cabeza le daba vueltas y oía campanas. Perdió
las fuerzas y, en vez de resistirse, empezó a cooperar en su seducción.
—No seas más tonta de lo necesario —le dijo él suavemente—. Me
quieres y te quiero. No intentes poner barreras entre los dos, domina.
Aquellas palabras le hicieron volver a la realidad. Recuperó el
equilibrio y se apartó de él. Su ira se despertó de nuevo. Se limpió los
labios con la mano.
—¿No lo diría en serio, señor Holson? —se burló.
Él gruñó algo que ella no consiguió entender. Ella se enfadó aún
más.
—No estoy enamorada de ti. Nunca podría enamorarme de un hombre
como tú —le dijo apretando los dientes.
Y entonces lo abofeteó tan fuerte como pudo. Harry le agarró la mano
cuando intentó darle otra bofetada. Faith consiguió soltarse de él y corrió
hacia la rampa. Le costaba correr, estaba llorando y las abundantes
lágrimas le cegaban.
Se volvió de espaldas al mar y entró de nuevo en la casa tan
silenciosamente como había salido. Una vez arriba se dio una ducha, se
puso el pijama y se acostó. Se quedó dormida casi inmediatamente pero
tres horas después se despertó con una pesadilla. Alguien estaba gritando.
Una mano le tocó el hombro levemente.
—¿Domina?
Faith se revolvió y consiguió abrir un ojo. Estaba sentada y tenía las
sábanas enrolladas en las piernas como unas cadenas.
—¿Qué?
—La domina estaba gritando.
—Sí...
—Soy Rose, domina. De la guardia de noche. ¿Puedo...?
—No, no necesito nada —le interrumpió Faith—. Estaba soñando.
Observó cómo la eficiente doncella le arreglaba la cama y le colocaba
la almohada. Entonces le ayudó a acostarse de nuevo.
—Gracias, Rose.
Rose la arropó y se fue en silencio. Faith trató de calmarse. ¿Qué
había soñado? No se acordaba, se le había escapado de la mente. Algo
sobre Harry en la torre del hotel y alguien que lo empujaba. Y se caía de
la torre. Faith se estremeció. Era absurdo intentar volver a dormir con aquel
sueño rondándole la cabeza.
Rose, que esperaba en la sombra junto a la puerta, la observaba con
una sonrisa en los labios. Se acercó a la cama y comprobó cómo estaba y
entonces volvió al salón de la suite y pulsó el botón del sistema que
comunicaba cada rincón de la casa con el departamento de seguridad.
—A las tres —informó— la domina se ha despertado con una pecadilla.
—Pesadilla —corrigió el guardia.
—Eso, pesadilla. Ya ha vuelto a dormirse.