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CAPÍTULO 1

—Lo que me intriga es el nombre —Faith Latimore se revolvió en su


asiento mientras observaba la cara aguileña de Eli Whitmore, de Whitmore,
Whitmore y Bledsoe, Londres—: ¿Lady Sunny?
—Es Lady Griselda —reconoció el anciano abogado—. Pero le
empezaron a llamar así en su juventud, en el período de entreguerras. Por
su forma de ser, alegre como el sol, ¿sabe? Y se ha quedado con ese
nombre. Todo el mundo lo usa, incluso ella.
—Y mi trabajo consistiría en...
—Ir a su villa en el Caribe, en St. Kitts concretamente.
—¿Y?
—Lady Sunny cree que todavía es joven, querida. Se mantiene
ocupadísima y necesita a alguien, una acompañante, que le sirva de
piernas. Por decirlo de alguna manera.
—¿Y no hay nadie en St. Kitts que pueda hacerlo?
—Quizá debiera ser más claro, señorita Latimore. En los últimos seis
años le hemos enviado cinco acompañantes a Lady Sunny. Todas han
acabado casándose. Usted menciona en su solicitud que no está interesada
en el matrimonio.
—No —dijo con firmeza—, no tengo ningún interés en el matrimonio.
—Eso ayudará mucho —comentó el abogado—. Bien, esto es lo que
tendrá que hacer.

En cuestión de una hora, Faith Latimore estaba sentada en un avión


privado con la poca compañía que le hacían su escaso guardarropa, su
licenciatura en derecho por Harvard y su doctorado en Oxford. También
llevaba consigo diez mil preguntas que no habían sido respondidas antes de
despegar. Pero había una carpeta esperándola en el avión. Ya sabía un
poco más para cuando aterrizaron en el aeropuerto de Golden Rock en la
isla de St. Christoper y se instaló como ama de llaves, de la villa de
cemento que se extendía subiendo y bajando por la ladera de la colina de
Old Stone Fort. Pero quizá no todo lo que sabía era verdad.
Aquello era Rose Cottage. «Cottage» se le llamaba normalmente a
una casita de campo. Claro, que también les llamaban así a esas
mansiones de cincuenta habitaciones de Newport.
—Cincuenta y seis habitaciones —le aseguró Napoleón.
—Pero debe usted entenderlo —le insistió a Napoleón, el mayordomo
de la isla Montserrat cuyo acento ligeramente irlandés la envolvía como la
niebla—: tengo que ver a Lady Sunny. Hay que tomar ciertas decisiones.
—Pero si sólo lleva cinco días aquí —insistió él—. No es nada. Lady
Sunny consideraría que se está apresurando mucho. Incluso precipitándose.
—Precipitándome o no, tengo intención de que me reciba. ¿Dónde
está?
—Está en la terraza. Aunque yo que usted no lo haría, domina.
—Y otra cosa —dijo con decisión—: domina no me gusta. Suena a
realeza. Prefiero que me llamen Faith.
—Usted está a cargo de casi todo lo que ocurra en la villa —dijo él—.
Por supuesto, podríamos llegar a un acuerdo. Todos los sirvientes menores
podrían llamarla Señorita Faith.
—Faith —insistió ella.
—Señorita Faith —contestó él—. Yo, claro está, continuaré llamándola
domina.
Faith dio la causa por perdida y comenzó a buscar a Lady Sunny.

—Ah. La esperaba. Aunque no necesariamente hoy, domina.


Una risita acompañó la frase.
Lady Sunny, se dijo Faith.
La anciana palmeó el puff, invitándola a sentarse. Llevaba un vestido
negro hasta los tobillos y un collar de perlas sobre el escote cuadrado.
—Vaya, es una joven verdaderamente alta.
—Uno setenta —contestó Faith—. Mi padre es muy alto, aunque mi
madre es bastante... bajita.
—El mío también —replicó Lady Sunny—. Aunque nosotras salimos todas
pequeñas. Eramos siete, ¿sabe? —asintió con seguridad, como si todo el
mundo lo supiera—. Siete hijas. Mi padre estaba un poco decepcionado. Por
el título, ¿sabe? Cuando él murió, dejó de pertenecer a la familia. Alguien
de Canadá lo heredó. Pero mi padre, a pesar de la desilusión, nos trató a
todas con amor e hizo un gran esfuerzo por casarnos bien a todas y fue
un padre excepcional en todos los aspectos. ¿Y el suyo?
—Un buen hombre —admitió Faith—. Aunque, a decir verdad, es mi
madre quien gobierna la familia.
—Qué poco común —murmuró la anciana—. Era mi padre el que llevaba
los pantalones. Pero es que los nobles tenían tendencia a hacer eso en mis
tiempos. Y Dicky...
Faith se acercó al puff y se sentó en el suelo, quedando a su altura.
—¿Dicky? ¿Su marido pertenecía a la aristocracia?
—Mejor —rió Lady Sunny—. Se dedicaba a los zapatos. Tenía fábricas
por todo el mundo. Mire —le enseñó un par de zapatillas azul claro con
pedrería en la punta—. De mi fábrica de Singapur... ¿O de Hong Kong? ¿O
son de la de Luanda? —se encogió de hombros y se le movió todo el
cuerpo—. Bueno, no importa. Pero son de mi color favorito. Tiene usted un
pelo precioso.
—Yo... —aprovechando el cambio de tema, Faith busco su libreta de
notas en el bolsillo del pantalón—. Hay un par de cosas que... —comenzó a
decir.
Pero la dama alzó la mano para detenerla.
—No hay nada más importante para una chica que casarse —sentenció
—. Dicky me lo dijo. Y siempre tenía razón. Debería ponerse vestidos. Los
pantalones están bien, pero... mejor algo más seductor.
Oh, cielos, se dijo Faith agriamente. Matrimonio e hijos. Decidió
contraatacar.
—Y está eso de domina, señora. Preferiría que me llamasen señorita
Faith.
—Lo supongo —dijo con otra risita—. Aquí no hacemos muchos cambios,
domina. Pero si quiere que los sirvientes de menor grado le llamen señorita
Faith... Tiene usted un pelo realmente bonito. A Dicky le hubiese encantado
usted. Mi querido Dicky: cómo lo echo de menos. «No cambies nada,
Sunny», me dijo en su lecho de muerte. Y nunca lo he hecho.
—Bien, pero... —Faith tomó aliento y señaló la libreta— Hay varios
problemas... —empezó a decir.
—Estoy segura de que así es —dijo la dama alzando de nuevo la
mano—. Y de que usted los resolverá a total satisfacción. Cada uno tiene su
misión en la vida. La suya es resolver los problemas. ¿Le gustan los
hombres rubios?
—La hora de las pastillas, señora —dijo la doncella.
Lady Sunny se levantó y desapareció antes de que Faith Latimore
tuviese ocasión de decir otra palabra más.
«Cierra la boca o te entrarán las moscas», se dijo Faith. El hombre
que se acercó a recoger los gatitos ña observó con curiosidad.
—Tiene que haber alguna manera de resolver una situación como ésta
—dijo.
El hombre asintió.
Faith caminó a lo largo del porche hacía lo que bien se podría llamar
la proa de la villa. Frente a ella el terreno caía hasta la llanura en la que
brillaba la ciudad de Basseterre. Al otro lado de la bahía se elevaba el pico
de Nevis. Y apareció otra doncella corriendo.
—Señorita Faith —gritó la chica.
«Aquí las noticias vuelan», pensó Faith mientras volvía a la realidad.
—¡Un hombre! ¡Junto al bote!
—¿Y?
La doncella se volvió como un huracán en miniatura y desapareció.
—En mi vida he visto sirvientes más veloces —musitó Faith, acelerando
el paso hacia la rampa que bajaba al mar.
No había escaleras: sólo rampas. Todos los sirvientes hablaban con
un deje irlandés. La «casa de campo» tenía cincuenta y seis habitaciones.
Nada tenía sentido. Pero la doncella tenía razón: allí había un hombre. Un
hombre alto y, por cierto, bastante fuerte. Eso era bastante evidente, ya que
no llevaba más que unos andrajosos pantalones cortos. HOMBRES. Ese era
el encabezamiento de la primera página de la guía que había leído en el
avión. Estaba claro que Lady Sunny tenía algún problema con los
HOMBRES. «Yo también,» pensó Faith tensándose.
Pelo corto y muy rubio, bien afeitado, dentadura blanca que mostraba
con una amplia sonrisa. Le recibió con una profunda reverencia.
—Usted no puede ser Lady Sunny, ¿verdad?
—Tiene usted razón —respondió Faith—. Pero la cuestión es quién
puede ser usted.
—Pues yo soy... un yanqui.
Salió de la sombra y se quedó en pie con los brazos en jarras. Ojos
verdes, registró ella. Con un brillo pícaro.
—¿Que busca usted en nuestro bote?
Era la primera vez que Faith bajaba al embarcadero y estaba
pendiente de aquel hombre, no del bote. Él señaló hacia atrás.
—Barco —dijo—, no bote. Esa cosa es una nave de patrulla de la
segunda guerra mundial. No sabía que la señora tuviese su propia flota.
Faith Latimore lo miró y casi se traga la lengua. Era verdad. El barco
se levantaba ante ella como un fantasma gris y se extendía a lo largo del
embarcadero hasta perderse en la sombra del acantilado.
—¿Y en qué aspecto es eso asunto suyo? —preguntó con decisión.
—Creo que trataré esa cuestión con Lady Sunny —contestó él con igual
decisión.
—Y eso será —contestó como si le devolviese la pelota con un fuerte
revés— cuando las ranas críen pelo. La señora no recibe a desconocidos. Si
tiene la amabilidad de escribir exponiendo sus razones alguien evaluará la
petición, señor...
—Holson —continuó él—. Harry Holson. Y quién evaluará mi petición,
señorita...
—Latimore —dijo ella sin prestar atención a la mano que le tendía—.
Faith Latimore.
—Latimore —repitió él—. Un nombre muy conocido en la construcción.
—Es un apellido bastante común. La familia se extendió por varios
estados, señor Holson.
—No tiene porqué ponerse a la defensiva —le atajó el.
Se dirigió hacia el camino que rodeaba la casa y bajaba hasta la
llanura. Faith miró a su alrededor. Tras ella, observando pero en silencio,
estaba uno de los adustos sirvientes que se ocupaban del embarcadero.
—O'Malley —se presentó el enorme sirviente.
Faith se volvió a girar para seguir los progresos del señor Holson por
el camino empedrado que llevaba a la única carretera del sur de la isla.
—Es el capataz de las obras de construcción del nuevo hotel, domina.
Muy importante en la ciudad. Es raro, hay un hombre mayor con el mismo
apellido que a veces visita a Lady Sunny. ¿Cree que son parientes?
Faith meneó la cabeza y se encogió de hombros. ¿Otro misterio que
resolver? El mundo estaba lleno de desconocidos y ella ya tenía más
misterios que soluciones. A lo mejor no había sido lo más acertado echarlo
tan rápidamente.
—¿Es que va a ir andando hasta Basseterre?
Respiró hondo.
—Señor Holson —gritó.
Él se detuvo y se volvió. Ella agitó la mano y él comenzó a subir de
nuevo por el camino.
—¿Llamaba usted?
—No pretenderá usted volver andando hasta la capital.
—En realidad no son tantos kilómetros. Y además, ¿tengo elección?
—Podría... —tomó aliento. Al fin y al cabo no era su casa— Podría
quedarse a comer y luego haríamos que nuestro chofer lo llevase.
—Es la mejor oferta que me han hecho en toda la semana.
Le volvió la sonrisa a la cara. Una media sonrisa con todos los
requisitos para ser la de un granuja. Pero a Faith le importaba poco. La
villa era un lugar solitario para alguien que venía de fuera y quizá él
pudiese responder a alguna de sus mil y una preguntas si lo trataba bien.
Lo tomó del brazo y lo llevó hacia la rampa. Su sirviente guardaespaldas
los siguió.
—¿Pero de verdad tenemos ahí un barco de guerra? —dijo levantando
la cabeza para mirarlo.
—Todo un barco de guerra. Y aún tiene algo de armamento —repuso
Holson—. ¿Por qué no se lo pregunta al guardaespaldas?
Faith volvió la cabeza en busca de la respuesta. Harry Holson la tuvo
que detener para que no se saliese de camino.
—Yo soy el hombre del coche, y el del barco. Me llaman O'Malley.
Faith dirigió su atención hacia él.
—¿Es un barco de guerra, señor O'Malley?
Él rió luciendo una enorme dentadura.
—Fue tras la Gran Guerra, domina —dijo con una reverencia—. El señor
Dicky siempre quiso ser almirante, sabe, pero no pasó las pruebas de vista.
O sea, que le compró este barco sobrante a la marina y contrató la
tripulación.
Hizo una pausa como si dudase en divulgar un secreto.
—Pero Lady Sunny y él, los dos se marearon en el primer crucero,
¿entiende? Y construyeron este embarcadero, amarraron el bote y lo usaron
para dar fiestas y cosas así. Y entonces el capitán echa de menos su casa
y se va y el segundo de a bordo se casa, y poco a poco todos los demás
se van también. Menos yo. Así que yo me ocupo del barco.
—¿Pero usted sabe navegar?
—¿Yo, domina? Yo soy el limpiador. Limpio las máquinas cada día y
saco brillo a la baranda. El señor Dicky muere hace años y le dice a Lady
Sunny: «No cambies nada». Por eso yo aún limpio las máquinas y le saco
brillo cada día. Excepto los sábados y los domingos.
Faith sentía acercarse una jaqueca.
—Sí —dijo sin entender nada—. Creo que lo entiendo.
El brazo de Holson la remolcaba. Le tomó la mano con fuerza sólo
porque temía caerse por el borde del mundo. Pero acababan de empezar a
subir y él tenía una sonrisa tan contagiosa...
—¿No hay ascensor? —preguntó él a medio camino.
—No —suspiró ella—. Lady Sunny no va a ninguna parte. Su difunto
esposo le dijo...
—Ya lo sé: «no cambies nada».
—No sea usted tan sarcástico —lo paró de un tirón y lo miró con
descaro—. Le agradecería que no se riese de Lady Sunny o su forma de
vida.
—Da usted miedo cuando frunce el ceño —le levantó la barbilla con
uno de sus tremendos dedos—. ¿Y tampoco sale nunca?
—Ésa es una de las mil preguntas que no puedo responder —contestó
con un suspiro—. Me siento tan... fuera de lugar... aquí.
—Hágame una de esas preguntas. A lo mejor yo sé la respuesta.
—¿A ver?, dígame: ¿por qué todos los sirvientes hablan con un deje
irlandés?
—Esa es fácil —ya habían llegado a la terraza y una de las doncellas
esperaba allí—. El desayuno, por favor —dijo antes de volverse hacia Faith.
—Todos los sirvientes son de la isla de Montserrat. Cromwell hizo que
los presbiterianos escoceses colonizasen Irlanda del Norte en el siglo XVII.
A los irlandeses más rebeldes los desterró a sitios como Montserrat. Y allí
aún se escucha el acento irlandés; especialmente entre los campesinos. ¡Y
el arpa irlandesa está en la bandera de la isla!
Faith intentó decir algo pero no supo qué.
—¡Vaya! —fue el resumen de todo lo que se le había pasado por la
cabeza— Increíble...
Se escuchó un ruido tras ellos. Se volvió. O'Malley, a quien no habían
despedido, estaba ayudando a la doncella a colocar una mesita junto a la
baranda.
—Parece que los sirvientes lo conocen —comentó ella—. ¿Ha estado
antes aquí?
—Un par de veces —admitió él a la vez que le apartaba la silla—.
Cuando comenzamos el proyecto en la bahía de Frigate, el dirigente de
nuestra organización me presentó a todo el que podía ser útil en esta isla.
Ayuda mucho que el encargado local esté en buenas relaciones con la
gente importante.
—Con que sí... —murmuró Faith—. Está hablando entonces del señor...
Holson.
—Ese mismo.
—¿Un hombre alto y corpulento?
—¿Conoce a mi padre?
—De alguna manera —repuso ella—. Los Latimore somos un clan con
ramas por todo el mundo. Pero entonces usted ya conocía a Lady Sunny y
sin embargo...
—No —suspiró él—. Vinimos dos veces, pero la señora estaba en cama
con un resfriado y quien nos recibió fue la señorita Pearl, la... ¿cómo la
llamaban?
—Domina. La que está a cargo de la casa. ¿Y que le sucedió a la
señorita Pearl?
—Pues que se casó. Todas hacen lo mismo. Creo que ha habido tres
o cuatro dominas distintas en los últimos años. Lady Sunny tiene mucha fe
en el matrimonio. ¿Lo sabía?
—Maldita sea —musitó.
La doncella que se encontraba a su lado se retiró un poco.
—¿A la domina no le apetecen huevos y tostadas esta mañana?
—Sí, a la domina le apetecen mucho unos huevos y unas tostadas. ¿Y
usted que va a tomar, señor Holson?
—Un filete con huevos fritos —anunció él—. Y llámeme Harry. Todos mis
amigos me llaman así.
—Me alegro por usted, señor Holson —replicó ella.
Él esperó un segundo y, cuando se dio cuenta de que no iba a
añadir nada, tomó el tenedor y se encogió de hombros.
—¿Lleva usted cierto tiempo en St. Kitts, señor Holson?
—Como un año —balbuceó mientras intentaba desesperadamente hablar
y masticar a la vez. Por fin tragó.
—¿Y dónde vivía antes?
—En Tejas.
—Tejas —dijo ella dándole vueltas a una idea—. Tengo un hermano que
vive en Tejas. En el rancho Ryan Quinn, en la zona del Panhandle. ¿Lo
conoce?
—¿Conocerlo? Es el rancho más grande del Panhandle. Cuando aún
estudiaba trabajé allí ayudando en la recogida del ganado.
—Ah, que interesante. Debe usted de saberlo todo acerca de los
caballos.
A él se le congeló la expresión.
—Tejas. Recogida, caballos... ya sabe.
—Está usted un poco atrasada, damita. ¿Qué le parece: Tejas,
recogida... helicópteros? —otra vez la sonrisa y luego un leve olfateo—. ¿A
qué demonios huele?
Faith aspiró un par de veces.
—Ah, eso. Lady Sunny es muy vulnerable a los resfriados y la gripe y
a los mosquitos. O sea que dos veces al día fumigamos la villa con un
insecticida con aroma a rosa. ¿Así que pilota usted helicópteros?
—De cualquier marca, de cualquier tamaño y de cualquier color —
repuso él. Y acto seguido sonó un descomunal estornudo—. Pero me temo
que soy alérgico a un montón de cosas y sospecho que su insecticida es
una de ellas —buscó en su bolsillo y sacó un gran pañuelo rojo y blanco—.
¡Tengo que irme!
Empujó hacia atrás la silla mientras O'Malley se la apresuraba a
apartarla. Faith movió la suya con cuidado y se puso en pie.
—Esa es otra de nuestras normas domésticas —le dijo—: nada de
arrastrar las sillas. El esposo de Lady Sunny mantenía que una silla de
bambú podía durar unos cincuenta años siempre que no la arrastraran,
arañaran o golpearan.
Le lloraban los ojos y el pañuelo no le servía de mucho.
—¿Es que hay una norma para todo? —preguntó bruscamente.
—No exactamente. Además, no son normas: son costumbres. El
insecticida fue creado por el esposo de Lady Sunny para protegerla de las
enfermedades y...
—Ya sé —suspiró él—: y ella nunca cambia nada.
A Faith se le iluminó la cara.
—¿Y dónde está ahora la anciana... señora?
—Bueno, sucede que la señora es alérgica al insecticida, como usted,
y siempre se retira al cuarto de los zapatos antes de que empiecen a
fumigar —Faith miró el reloj—. Y tiene usted razón para alterarse. Están
fumigando cinco minutos antes de lo debido.
—Ya —se volvió hacia la baranda, donde la ligera brisa le alivió un
poco—. Su marido hizo que los químicos creasen un insecticida para
protegerla de los insectos pero ella es alérgica al insecticida, no a los
insectos, pero ella nunca cambiará nada porque su marido siempre tiene...
—Tenía.
—Sí. Siempre tenía razón. ¿Así que se retira al cuarto de los zapatos?
—Exactamente. Aprende usted rápido, señor Holson.
—¿Y eso del cuarto de los zapatos?
—Necesita un lugar para almacenar los zapatos. Sus fábricas no paran
de producir, y le envían un par de cada nuevo modelo. Como eso asciende
a unos mil pares al año en todo el mundo tiene una considerable colección
en su pequeño museo. Y no le gusta la idea de deshacerse de ellos. Cada
dos años todos los directores de las fábricas vienen a visitarla y por
supuesto los zapatos que ellos le enviaron...
El alzó la mano como lo había hecho Lady Sunny anteriormente.
—Entendido. Señor, ¡qué azotea tienen todos aquí!
—Bueno, ella se refiere a la habitación como su biblioteca o su museo
y no está en la azotea —corrigió ella sin advertir la broma—. O'Malley,
tenemos que devolver al señor Holson a su trabajo. ¿Le importaría sacar el
coche.
—¿El coche? —el chofer se quedó dudando un momento y luego sonrió
de oreja a oreja—. Ah, sí, el coche.
Y se alejó por el porche y bajó la rampa.
—Creo que si bajamos al garaje nos pondremos a salvo del
insecticida, señor Holson, y...
—Harry —sugirió de nuevo—. Me llamo Harry. Le agradecería que me
llamase Harry.
—Está bien, Harry. Te llamaré Harry —dijo Faith rindiéndose.
—Por favor, vamos bajando hacia el garaje antes de que el insecticida
me asfixie —tomaron el camino y giraron junto al acantilado—. ¿Por qué has
aceptado tan fácilmente? —le preguntó Harry.
—¿Aceptado? —inquirió Faith.
—Sí —insistió él—. No te has resistido. Como si pensaras que no hay
ningún problema con tutearme. ¿O es que crees que no me vas a volver a
ver?
—No sé por qué tendría que volver a verlo —contestó Faith un poco
irritada por la facilidad con que le había adivinado el pensamiento.
—Nos volveremos a ver —dijo él con seguridad.
—¿Por qué?
—Porque St. Kitts es una isla muy pequeña y Lady Sunny es una
casamentera vocacional.
—¿Acaso piensa que Lady Sunny nos arreglará encuentros en el
futuro?
—Llámalo intuición masculina.
Ya habían llegado al garaje. No había ningún coche frente a él y la
puerta estaba cerrada con llave. O'Malley apareció por la esquina. Llegó
hasta ellos y se quedó allí frente a la puerta.
—¿Dónde está el coche? ¿Tenemos un coche, verdad, O'Malley?
—Sí, señorita —repuso él alegremente—. Tenemos un coche. Un coche
estupendo.
—¿Dónde está? —preguntó Faith pacientemente.
—En el garaje, señorita.
—Señor O'Malley, ¿es usted realmente el chofer? —Faith quería
asegurarse de que le gritaba a la persona indicada.
—Sí, señorita. Soy el chofer. Y tenemos un coche estupendo —O'Malley
se detuvo y miró a Faith a los ojos—. Pero nuestro coche estupendo lleva
casi veinte años parado.
—¿Dónde está esa antigüedad? —Faith hablaba despacio, intentando
ser muy exacta. La respuesta del chofer le había cambiado la rabia por
curiosidad.
—Está aquí en el garaje —dijo él mientras sacaba una llave y abría la
puerta. Estaba atrancada y Harry tuvo que ayudar a empujarla. Las bisagras
chirriaron y varios pájaros salieron volando al abrir. Debía de haber un
agujero en el tejado.
—Supongo que nadie ha abierto esta puerta desde que metieron el
coche —comentó Harry con una sonrisa.
Y entonces se hizo la luz en el interior. Allí, con las ruedas alzadas,
había un precioso Cadillac rosa de 1950. Con los tapacubos blancos. Sólo
se veía la parte trasera. Pero a Harry no le importaba. Estaba loco por los
coches y se había enamorado de éste a primera vista.
Mientras Harry admiraba el auto, Faith fijó la vista en O'Malley.
—Bien —volvió a la pregunta original—. ¿Por qué no has sacado el
coche en todos estos años?
—La última vez que se usó el amo Dicky fue a dar un paseo con él —
O'Malley prosiguió sonriendo—. El amo Dicky no era un buen conductor.
Chocó contra una vaca y destrozó la parte delantera. Del coche, quiero
decir.
—Evidentemente —añadió Harry desde el otro extremo del coche— el
amo Dicky iba a cierta velocidad.
Miró a O'Malley e intercambiaron una sonrisa.
—Se las arregló para quebrar el motor.
—¿Cómo es que nadie lo arregló? —preguntó Faith aunque ya
imaginaba la respuesta—. ¿Es este otro de esos casos de «no cambies
nada»?
—Sí, señorita. Sucedió durante la mala época. Nadie tenía tiempo para
arreglarlo entonces. Además, el amo Dicky ya estaba cansado del coche.
—Bien, señor Holson —dijo Faith con cierto tono de arrepentimiento—:
parece que le he ofrecido algo que no puedo facilitarle.
Se volvió hacia O'Malley.
—¿Hay algún tipo de transporte disponible para llevar al señor Holson
de vuelta a Basseterre?
—Sí, señorita —le aseguró prestamente O'Malley—. Tenemos una bonita
carreta para ponys. Puedo engancharlo en un momento.
—Y entonces ¿por qué no lo haces?
O'Malley salió rápidamente hacia otro edificio dejando a Faith y Harry
solos entre las telarañas y el polvo de muchos años. De repente Faith se
sintió algo insegura. Miró a su alrededor, sobre todo para evitar mirar a
Harry Holson.
—A mi madre le daría un ataque si entrase aquí —dijo.
—¿Por qué?
La voz de Harry la sobresaltó. No se había dado cuenta de que
estaba tan cerca.
—Mi madre —Faith sonrió con cariño— tiene la firme convicción de que
todo en este mundo debería estar en su lugar, y de que esos lugares se
deberían ocupar: el polvo y las telarañas no están permitidos en las casas.
Le declararía la guerra a cualquier signo de descuido.
—Ya sé de qué hablas —contestó Harry paseando la mirada por el
garaje—. Mi abuela tenía la misma guerra.
—Ya está aquí la carreta.
—¿Vienes con nosotros? —le preguntó Harry inclinándose sobre su
hombro—. Parece que O'Malley ha sacado un carro grande.
—Tengo que pedirle permiso a Lady Sunny para salir de la villa —
murmuró Faith— y además, no tengo ninguna razón para ir.
—Por supuesto que la tienes —contestó él con seguridad—. ¿Cuanto
tiempo llevas en la isla?
—Cinco días.
—¿Has salido de la villa en todo este tiempo?
—Vine... en taxi desde el aeropuerto —balbuceó Faith.
—¡Por favor! —dijo él con tono ofendido—. No has visto nada de esta
paradisíaca isla tropical. Tienes que salir de la casa. ¿Por qué no buscas a
Lady Sunny y le pides permiso? O'Malley y yo te esperamos aquí
contándonos mentiras —le sonrió al enorme chofer, que le devolvió la
sonrisa.
Faith no esperó a que se lo dijeran dos veces.
—No tardaré nada —gritó mientras corría hacia la rampa.

Lady Sunny estaba frente a uno de los cajones, inspeccionando varios


pares de zapatos. Fue entonces cuando Faith notó algo curioso: todos los
pares eran de hechura diferente, pero todos eran de color azul claro con
pedrería en la punta y el talón.
La dama alzó la vista y le sonrió.
—No ha estado usted corriendo, ¿verdad, domina? No es propio de
una dama. Hace transpirar. Y las damas no transpiran.
—Señora —dijo Faith suavemente mientras se inclinaba en una
reverencia—, le ruego que disculpe mi presencia aquí pero vine a pedirle
permiso para acompañar a O’Malley, que va a llevar hasta Basseterre a
una visita.
—¿Qué visita? —la atención de Lady Sunny había vuelto a los zapatos
—. No sabía que tuviéramos visita.
—Ya lo sé, señora —le tranquilizó Faith—. Este joven estaba mirando el
bote...
—Barco, querida —le interrumpió con calma Lady Sunny—. Estoy segura
de que es un barco. Dicky estaba muy orgulloso de nuestro barco.
Se quedó pensativa un momento mientras miraba uno de los zapatos.
—Pienso mucho en Dicky cuando estoy entre los zapatos. Él diseñó el
primer par, ¿sabe?
—Barco —repitió Faith con la boca medio abierta por el asombro.
—¿Y de qué joven se trata, querida?
—Del joven rubio que iba sin camisa.
—Ah, sí. El señor Holson —la atención de Lady Sunny volvió a
centrarse en Faith y la miró con un extraño brillo en los ojos—. Lo recuerdo
bien. Es una pena que haya venido cuando estaba demasiado ocupada
para recibirlo. Por supuesto que puede ir con él, querida. O'Malley será una
buena carabina.
—Yo podría hacer el inventario de zapatos por usted —sugirió Faith con
cierta inseguridad— y entonces usted podría recibir...
—Tonterías —contestó la dama—. Vamos, querida: no haga esperar al
joven.
Con esto tomó a Faith del brazo y la acompañó hasta la puerta con
premura.
—Un sombrero —añadió Lady Sunny—. Asegúrese de llevar un sombrero
de ala ancha. El sol es dañino, querida.
Antes de que pudiera darse cuenta, Faith se encontró fuera de la
habitación y con la puerta cerrada.
CAPÍTULO 2

La carreta verde ya estaba lista cuando Faith llegó resoplando,


precedida por su sombrero.
—¿Le he hecho esperar?
—En absoluto —contestó—. Yo estoy listo, O'Malley está listo, pero no
estoy tan seguro en cuanto a Isabelle.
—¿Isabelle?
—El caballo, señorita Faith.
O'Malley, que estaba dándole de comer hierba al animal, se acercó
para ayudar a subir a Faith. Harry Holson, también intentando ayudar, se
acercó por el otro lado. Los dos eran altos y fuertes. Los dos agarraron a
Faith y el choque resultante hizo que la vieja carreta se balancease.
Isabelle se quejó y dio dos pasos apartando la carreta un poco. Faith
estaba suspendida peligrosamente entre los dos hombres.
Respiró hondo y dijo «socorro» pero muy bajito. Después de todo, ya
tenía más ayuda de la que necesitaba. O'Malley sonrió y se retiró de la
competición. Harry, agarrándola por la cintura con las dos manos, se quedó
dudando un momento como si se le estuviese ocurriendo otra idea.
—Supongo que no piensa llevarme así todo el camino hasta
Basseterre, ¿no?
—¿Llevarte así? No, no... Eres muy... —contestó él.
—Preferiría que no dijese nada más, gracias —le dijo con un tono cursi
—. Soy una mujer grande y soy perfectamente consciente de todo lo que
eso conlleva. Y si ahora me deja en el suelo, a lo mejor dejo de enseñarle
las... ya sabe qué a todo el vecindario.
Sonrió al colocarla en el asiento. Ella se colocó de manera que el
toldillo le diese algo de sombra. Entonces él se dispuso a sentarse a su
lado. Se oyó gritar a O'Malley cuando la carreta casi volcó.
—En equilibrio —gritó el chofer mientras Harry se bajaba—. Uno a cada
lado.
—¿Quieres decir que tendré que ir todo el camino dándole la espalda
a esta bella dama?
—Eso es —contestó O'Malley—. Sólo son unos siete kilómetros.
¿Estamos listos?
Agitó las riendas. Isabelle, que estaba pastando, levantó la cabeza y
lo miró.
—¡Aaaamos! —gritó O'Malley a la vez que agarraba la fusta.
Evidentemente al animal no le impresionó mucho, pero empezó a
bajar por la ladera de la colina. Cruzaron después las vías, las calles de
Challengers y bajaron hasta la llanura que bañaba el mar Caribe, en la que
la eterna brisa ofrecía algo de frescura. Faith se quitó la pamela y se dejó
el cabello en manos del viento.
—¡Eh! —gritó Harry— ¡Ponte el sombrero! Las insolaciones son algo
endémico en el trópico. Por cierto, ¿te has puesto alguna crema protectora?
—Por lo que veo usted no necesita nada de eso —le gritó a su vez—.
¿O es que las insolaciones son un problema exclusivamente femenino?
—No, pero yo llevo aquí más de un año —contestó él.
La carreta se balanceó cuando Holson se puso en pie para volver a
sentarse, esta vez de lado, de manera que Faith quedaba más a su
alcance. Ella reflexionó un momento. Podía saltar de la carreta, que no le
apetecía mucho. O podía quedarse como estaba y dejar que su brazo le
rodease los hombros, que no era tan mala idea... pensándolo bien. Ella
también se sentó de lado, con las piernas a lo largo del banco, retándole a
hacer lo peor que se le ocurriese. ¿O lo mejor?
—Bueno, ¿y qué hay de los comentarios del guía? —preguntó.
—¿Quién, yo? Yo también soy un forastero en esta isla —dijo mientras
ponía las piernas sobre el banco, imitándola.
Así está mejor, pensó Faith. Ahora iban mirando hacia el frente uno al
lado del otro. Su brazo apareció encima de los hombros de Faith. Se
estaba bien así.
—Estamos en la parroquia de Trinity —anunció O'Malley—. Y es
domingo, señor Holson, y usted...
—Ya, ya —protestó él—. Estamos en Trinity y es domingo —se movió
para sacarse del bolsillo una camiseta—. Leyes azules —masculló mirando a
Faith mientras se la ponía—. La isla está divida en trece parroquias...
—Catorce —interrumpió O'Malley.
—Sí, catorce. Cada una tiene sus propias leyes locales, como los
condados de nuestro país —prosiguió él.
—Pero serán demasiado pequeñas para ser como los condados.
—La isla tiene siete kilómetros de anchura, en algunas partes, y treinta
y cinco de longitud —dijo—. Pero sí que se las arreglan para tener leyes
locales. Y cuanto más se acerca uno a Basseterre, más estrictas son en
cuanto a la ropa. Especialmente en domingo. Mire, ahí está nuestra cadena
de radio y televisión —y señaló una torre alta que coronaba una montaña
junto al sendero—. Hemos firmado el contrato para abrir una segunda
cadena el año que viene.
—Cuánto movimiento hay por aquí... —se burló ella.
«A lo que has venido aquí es a recabar información», se dijo algo
irritada consigo misma. «¡Información! ¡Vamos, sácasela toda! ¿Será su
padre el lobo que amenaza a Caperucita Sunny? ¡Empieza a trabajar,
Faith!»
—Y, ¿vive su padre con usted?
—Rara vez.
¿Cómo había llegado aquel brazo hasta sus hombros?, se preguntó.
Se apartó un poco y la carreta se desequilibró con el movimiento.
—Señorita Faith —le advirtió O'Malley—. Tiene que estarse quieta.
Isabelle es vieja y no le gusta el movimiento.
Faith aceptó el consejo y se concentró en llevar la conversación hacia
dónde ella quería.
—Pero yo creía que su padre y usted...
—Sí, viene de vez en cuando —continuó Holson—. Somos una compañía
grande y él tiene la base en San Juan de Puerto Rico.
—Viene a supervisar su trabajo, supongo.
—Ciertamente viene a supervisar —rió él—. Pero no siempre mi trabajo.
—¿Y su madre que opina de eso?
—Mi madre murió cuando yo cumplí diez años —dijo con solemnidad—.
Hace veinticinco.
—Oh... —estaba avergonzada, sin saber qué decir— Lo siento mucho.
No quería entrometerme.
—¡Vaya que no! —dijo en tono burlón.
Y alrededor de sus hombros apareció de nuevo el brazo, esta vez con
una mano que le quedaba justo un poco por encima de uno de sus
pechos. Le rozó amenazadoramente. Ella se tensó. Silencio.
Faith volvió al ataque.
—¿Viene su padre a St. Kitts con mucha frecuencia?
—Una vez a la semana, normalmente —dijo él con una risita.
—¿Qué es lo que le hace tanta gracia? —protestó ella.
—Domina, creo que estás intentando sacarme información sobre mi
padre. Le hará mucha ilusión cuando se entere.
Faith se apartó de él y lo miró por encima del hombro. Sus blancas
mejillas se habían teñido de rojo, y no era por el sol. El brazo de él la
persiguió y la alcanzó. Ella se volvió para matarlo con la mirada.
—No me importa contarte todo lo que quieras saber —dijo con seriedad
—. No tienes que dar rodeos. Quiero preguntas directas. ¿Cuántos años
tengo? Treinta y cinco. ¿Cuántos años tiene mi padre? Sesenta y tres.
Debo añadir que son unos sesenta y tres años muy bien llevados. Creo
que mañana voy a hablar con él. ¿Quieres que le mencione tu interés?
—No se atreverá —le espetó. Y se giró para fijar la vista en la
montaña, a falta de otra cosa en que fijarla.
—Bueno —murmuró él—, no es la primera vez que me equivoco.
—Ni la segunda, probablemente. Ni la tercera, ni la cuarta...
—Y ahora pasamos por West Farm —anunció el chofer—. Aquí hacían
mucha azúcar en los viejos tiempos. Ya no.
—Ya nadie hace mucha azúcar —intervino Harry—. Todos hacen algo de
azúcar. Mi padre tiene intención de crear unas cuantas zonas turísticas en
la isla para reavivar el comercio. El algodón era uno de los principales
recursos, pero ya no queda casi nada. Demasiada competencia mundial.
Tenemos un proyecto bastante importante en la bahía de Frigate. Ya hemos
construido algunas casas de lujo y ahora vamos a hacer un hotel.
Faith hizo todo lo posible para cortar la comunicación con ambos
hombres. O'Malley también estaba en la conspiración. Lo intuía. Pero claro,
recordó, toda su experiencia con los hombres los señalaba como
impenitentes co-conspiradores. Se encogió de hombros y se encerró en si
misma. Y se perdió toda la diversión que vino después.
Isabelle, a pesar de su edad, dio un par de pasos en falso y
entonces empezó a trotar más rápido.
—¿Qué diablos...? —soltó Harry.
—El tren —dijo O'Malley—. El tren de las nueve. Se siente llegar.
Harry miró el reloj.
—Las doce menos cuarto —informó.
—Lo que yo decía —repitió O'Malley—. El tren de las nueve. Justo a su
hora —agarró más fuerte las riendas—. ¡Yegua tonta! Quieeeta... Ya no eres
un pony.
—Hay algo más que un tren acercándose —dijo Harry.
—Ese idiota que vive en Friendly —comentó O'Malley—, con el coche de
carreras. Hay unos cuatro mil entre coches y camiones en toda la isla, y
ese chico tiene un Maserati. Creo que sería mejor...
El chofer intentaba controlar al animal con todas sus fuerzas, pero no
valía de mucho.
Isabelle pasó a un preocupante galope, mirando continuamente hacia
atrás. Faith cambió de postura y se quedó de espaldas al frente. Una nube
de polvo ocultaba la carretera a unos setecientos metros tras ellos. En
medio de la nube se veía un diminuto coche rojo y se oía el motor
acelerando. Por la vía paralela a la carretera asomó la nariz entre el polvo
una locomotora negra. Los railes de la vía vibraban. La chimenea escupía
humo negro.
—Están locos —gritó O'Malley—. Están echando una carrera hasta el
cruce. Isabelle se va a...
El agudo pitido del tren le hacía coro al rugido del motor e Isabelle ya
no «iba a...». Reunió fuerzas, se salió del camino y se metió en la zanja
que separaba el sendero de la vía. O'Malley, gritando como un auriga, se
puso en pie y tiró de las riendas. Tenían el tren a un lado y el coche al
otro. Isabelle decidió parar. O'Malley salió despedido por encima del animal
y aterrizó en la hierba. Faith tomó aliento y escondió la cabeza entre los
brazos a la vez que salía volando hacia un lado. Y se desmayó con mucho
encanto.

Faith Latimore abrió un ojo poco a poco, con cuidado. La cabeza


femenina que apenas distinguía se fue convirtiendo gradualmente en una
monja.
—¡Ah, está despierta! —dijo un voz dulce de contralto.
Notó unas manos que le estiraban las sábanas. Y, con algún que otro
dato más, consiguió identificar aquello como un hospital.
—Sí, pero ¿dónde?
—En el Hospital General, cerca de Basseterre. Yo soy la hermana
Robinson. ¿Cómo se siente?
—Tengo sed.
—Claro. ¿Agua fría?
Un tubito de plástico vagó alrededor de su boca hasta que lo atrapó
con los labios y sorbió.
—Qué bien.
Se intercambiaron sonrisas y entonces el ojo de Faith hizo un
esfuerzo y se cerró. No para dormir, sino para pensar.
—¿Y O'Malley? —preguntó desde la oscuridad.
—Sólo tiene unos raspones.
La monja andaba arreglando la habitación.
—¿Y... ? —dudó un momento.
—¿El señor Holson?
—Sí —suspiró—. Harry.
—El señor Holson ya tiene mucha experiencia con las heridas y los
cardenales. Le bastaron unas cuantas tiritas y se fue totalmente
encolerizado.
—¿Por qué encolerizado? —preguntó Faith.
—El señor Holson es un hombre de emociones fuertes. El joven del
coche ni siquiera paró para ver si estaba usted bien. Sospecho que antes
de que acabe el día se va a arrepentir.
—¡Dios mío! Nunca me había defendido un caballero andante. ¿Cree
que le hará daño al chico —preguntó.
—Sin lugar a dudas.
—Me duele un poco la cabeza —dijo muy bajito.
Entonces se oyó otra voz. Una voz masculina y malhumorada.
—O sea que usted es el prodigio de mujer que ha conseguido
revolucionar a toda la isla.
Faith trató de abrir los dos ojos y lo consiguió a duras penas. La
monja era más alta de lo que había esperado. El hombre era bajo y algo
rechoncho y lucía una espléndida sonrisa y una espléndida calva.
—Soy el doctor Ottley, querida. Tiene usted un dolor de cabeza... y
una pequeña conmoción cerebral. Además de una docena de arañazos y
varios cardenales que se le pondrán de un precioso color verde en un par
de días. Nada serio. Probablemente pueda volver a casa mañana mismo.
Lady Sunny ya me ha llamado cuatro veces para preguntar. La dama nunca
abandona a su gente, ¿sabe? En dos horas ha llamado al Primer Ministro,
al jefe de policía, al presidente de la junta del ferrocarril, al director del
hospital y al Gobernador General.
El doctor respiró hondo y se secó la frente con un enorme pañuelo
blanco.
—Si la reina Isabel no viviese tan lejos, estoy seguro de que la
hubiera llamado también. La señora me ha asegurado que ella y la Reina
Madre son parientes. Primas quintas, creo que dijo.
Hizo un gesto de pesar.
—A veces es difícil tratar a alguien cuando es famoso. En la vida de
un doctor no todo son alegrías y golf los miércoles —sentenció.
Parecía completamente desdichado, pero por el rabillo del ojo sano
Faith veía a la enfermera conteniendo la sonrisa.
—Bien, bien, querida. Descanse, cene bien y...
—¿Qué pasó con Isabelle? —preguntó ella.
—¡Cielos! ¿Hay alguna otra paciente? —dijo el doctor angustiado.
—Es el caballo —intervino la enfermera desde el lateral.
—¿El caballo? —se rascó la cabeza— Yo no atiendo caballos.
—Sólo se ha dañado una pata —informó la enfermera—. Ya la han
llevado a la villa. Doctor, va usted retrasado.
—Ciertamente —musitó el doctor—. Tranquila, sin tensiones.
Agarró la bolsa y desapareció. La dos mujeres se quedaron mirando a
la puerta que cerró tras de si. La enfermera hizo un gesto de extrañeza.
—¿Quiere más agua?
—¿Están todos locos en esta isla?
—No, todos no. Sólo un tercio o así. Demasiado sol en la cabeza —
contestó la monja—. Con cuidado. Si sigue moviendo la cabeza se mareará.
Así, como una niña buena.
—Creo que me vendría bien dormir un poco —murmuró.
—El botón para llamarme está...
Se abrió la puerta y un encantadoramente vendado O'Malley entró en
la habitación, interrumpiendo a la enfermera.
—Lo siento, hermana. Lo siento, pero debo hablar con la domina.
Se acercó a la cama.
—El caballo no volverá a tirar de nada, domina. Lo he enviado a
pastar. La carreta está totalmente destrozada. Y la señora... le he oído decir
que si no sale usted pronto del hospital piensa ir a ver al Gobernador y
decirle cuatro cosas. Cuatro cosas desagradables. Pero no hay nada con
qué transportarla a la ciudad. ¿Debo comprar otra carreta? Podríamos
alquilar un caballo sin...
—No, nada de eso.
—Pero si la señora desea venir a la ciudad y no hay transporte
disponible... Esto nunca nos había pasado. Nunca desde que el señor Dicky
murió. ¡Qué vergüenza!
—Por favor, O'Malley: me duele la cabeza. Tranquilo. ¿Sabes conducir?
—¿Coches? Por supuesto. Domina Martha estuvo hace diez años aquí.
Me dijo: el señor Dicky dice «no cambies nada», pero hay que estar
preparados para los cambios. Eso dijo. Y los últimos diez años una vez a
semana he ido a la autoescuela de Basseterre. Al garaje de Murphy y
Kravitz. Tengo el carnet. Pero no tengo coche.
—Busca en mi cartera —dijo Faith— las tarjetas de crédito. Ve a
comprar una limusina enorme. Azul claro. Ya le pondremos después la
pedrería. Y tráela al hospital. ¿Podrás hacerlo?
—Puedo, domina. Pero no hacen falta las tarjetas. Sólo tengo que
decir que es para Lady Sunny. ¿Una limusina es bastante?
—Cielos —suspiró Faith. Ni siquiera todos los millones de los Latimore
bastarían— De momento sí.
O'Malley le ofreció una descomunal sonrisa.
—Nos trae usted tiempos curiosos, domina —dijo mientras salía.
—Bueno, y ahora... —murmuró la hermana Robinson—, ahora es hora
de dormir. Habrá un escándalo en toda la isla cuando se enteren de la
historia.
—Eso es lo que más temo —contestó Faith—. Las instrucciones en
Londres fueron: no llames la atención.

Eran las cinco cuando Faith volvió a despertarse, sin saber si había
sido por las campanadas del reloj de la plaza o por el alboroto que había
en el vestíbulo. La hermana Robinson entró en la habitación y cerró la
puerta tras de si, apoyándose en ella mientras recuperaba la respiración.
—¿Domina? ¿Está despierta?
—Cómo no —contestó Faith—. Ese reloj suena... Sí, estoy despierta.
¿Qué está pasando?
—Su señor Holson ha vuelto junto con un joven y un policía. ¿Desea
verlos?
Eso había que pensarlo, se dijo Faith. ¿Holson? No sabía exactamente
por qué, pero sí le gustaría volver a verlo. ¿Y el policía? Por qué no.
—Por qué no —dijo.
La hermana se quedo parada, como si temiese abrir la puerta.
Cuando la abrió se hizo a un lado para dejar paso a la multitud. Bueno,
sólo eran tres personas. Pero parecían muchas más. Harry guió a la
procesión directamente hacia a su cama.
—Este es Vincent Declaur —anunció Harry.
Faith lo miró. Declaur era un chico alto y con granos a quien llevaron
ante ella agarrándolo del cuello de la camisa. Era más alto y corpulento
que Harry Holson. No se podía decir que estuviese allí por su gusto.
—¿Es este el hombre?... —empezó a decir el policía antes de que le
interrumpiese Harry.
—Este es el chico del Maserati —dijo Harry.
Faith consiguió incorporarse apoyándose en los codos. La hermana
Robinson se apresuró a ayudar. El joven tenía aspecto de que le hubiesen
maltratado.
—¿A pesar de tanta velocidad te ganó la carrera el tren?
No podía evitar compadecerse de él. Tenía tan mal aspecto...
—No, la carrera la gané. Fue al señor Holson al que no pude ganar.
—Dilo —le dijo Harry agarrándolo de la pechera—. ¡Díselo!
—Bueno, sí... siento haber provocado el accidente —masculló el chico.
—Más lo vas a sentir cuando hable con tu padre —dijo Harry.
—Es decir —resumió el policía—, que admites ser el culpable del
accidente.
—Lo confieso —se apresuró a decir el chico—. Fui yo.
—No pensará arrestarlo, ¿verdad? —protestó Faith.
—¿Al chico? —rió el policía— Tras esa confesión a quien no voy a
arrestar es al señor Holson. Mantiene que estaba llevando a cabo una
detención ciudadana y el chico se resistía. El juez dice que un sólo asalto
con agresión más y encerramos a Holson y tiramos la llave. Pero la
confesión lo aclara todo. Decididamente fue una detención ciudadana.
Además, usted testificaría. ¿No, domina?
—Por supuesto —contestó ella.
—Y ahora salgan todos de mi hospital —les instó la hermana Robinson
—. Es casi la hora de cenar y mi paciente necesita tranquilidad. Por
prescripción facultativa.
Les sacó a todos de la habitación como un perro pastor guía un
rebaño. Menos a Harry.
—Yo no —dijo él. Y se quedó hasta que se fueron los otros.
—Siéntate —dijo Faith.
El lo hizo, y de paso subió la persiana. Los últimos rayos de sol
entraron y les iluminaron.
—Pero... —dijo ella cuando vio el estado de la cara de Harry.
—Es más alto de lo que yo pensaba —dijo él, desplomándose en la
silla—. Y tuve que perseguirlo hasta Fort Smith.
—Deberías aprender a controlarte —pontificó Faith—. Deja ese tipo de
cosas en manos de la ley. Estoy segura de que lo último que necesitamos
en St. Kitts es una justicia extraoficial.
—Eso mismo dice siempre mi padre —reconoció él.
Faith movió la cabeza a ambos lados y se arrepintió inmediatamente.
—¿Te duele la cabeza? —le dijo con dulzura.
—No debería haberla movido —contestó ella—. El médico me ha dicho
que tengo una pequeña conmoción cerebral y que mañana ya estaría bien
para volver a casa. De momento estoy mejor con los ojos cerrados.
—Siempre es mejor descansar un poco —añadió.
Entonces hubo un silencio. Notó cierto movimiento en la cama cuando
él cambió de sitio. Sintió un aliento cálido en la frente y un roce en la
nariz, como una pluma. No pudo evitar sonreír.
—Así está mejor— murmuró él—, mi nena.
Lo cuál daría mucho que pensar a cualquier chica.
—¿Por qué has hecho eso?
—Me pareció adecuado.
—Y además no soy tu nena, ni tu chica. ¡No soy la chica de nadie!
—No te enfades. Es un decir.
—Y tú te dedicas a repetirlo.
—Creo que es hora de cambiar de conversación —dijo él con pesar—.
¿Te he contado que mi padre ha llegado de Puerto Rico esta tarde?
—No. ¿Lo había planeado?
—No. Viaja cuando le apetece.
—Entonces quizá sería conveniente que fueses a atenderlo —dijo ella.
Él se puso en pie con una carcajada.
—La verdad es que tengo que irme —dijo—, pero es estrictamente por
cuestiones de trabajo. Quería decirte que me encantaría venir a buscarte
mañana cuando estés lista para volver a casa.
—Mejor quédate en la sala de urgencias —bromeó ella.
—¡Qué graciosa! —contestó él—. No te pases. A nadie le gustan las
listillas con faldas.
—¿No hablarás de mí! —continuó ella—. En este momento no llevo ni
falda ni nada...
El rubor le subió desde las rodillas hasta la frente. Intentó combatirlo
con otra pregunta sin importancia.
—¿Por qué no necesita tu padre que lo atiendan?
—Porque Lady Sunny lo ha invitado a quedarse con ella en Rose
Cottage —dijo—. No sé cómo le pueden llamar así a esa casa con cincuenta
habitaciones.
—Cincuenta y seis —corrigió ella.
Él se inclinó sobre la cama y la besó en la frente.
—Nos vemos.

La cena no fue como ella se temía. Lonchas de cochinillo asado, pollo


al pilaf y un plato de fruta con plátanos, mango, palmitos, papaya y piña. Y
después, un café a la manera de la isla: café negro y leche caliente mitad
y mitad. Entonces entró O'Malley. Su sonrisa le dijo todo lo que quería
saber.
—No se lo va a creer, domina. Es enorme. Enorme y azul. Con mucho
espacio para mí y mucho espacio para la señora. He ido a dar un paseo
con él alrededor de la villa, y se lo he enseñado a Isabelle. Se ha dado
cuenta en seguida de que la hemos jubilado, y se ha puesto contenta. O
sea que sólo la carreta tiene razones para quejarse: nadie la va a echar de
menos. Tienen visita en la casa, ¿sabe?
—¿Visita? Dios mío, se me había olvidado. Es el señor Holson, ¿no?
El señor Holson padre, pensó. Pasando la velada en la villa con Lady
Sunny. Y no habrá nadie más allí.
—O'Malley —dijo bruscamente—. Tengo que volver a casa. Trae el
coche inmediatamente.
—Ahora mismo, domina.
La miró como si fuese imposible que se equivocara. Pero cinco
minutos después la enfermera estaba bastante en desacuerdo con ella, y
veinte minutos más tarde el médico del turno de noche entró en la estancia
dispuesto a hacerle cambiar de opinión.
—Imposible —dijo por quinta vez—. Tiene que descansar.
—Eso ya lo he hecho —dijo Faith con dulzura—. ¿Podría ayudarme
alguien hasta la salida?
El se encogió de hombros, con un gesto completamente gálico en
aquella isla tan británica.
—No lo comprendo. Pero váyase.
—Yo tampoco lo comprendo —murmuró para si misma—. Pero mi olfato
de abogado me dice que hay problemas en Rose Cottage.
CAPÍTULO 3

—¿Qué le parece, señorita Faith? —le gritó O'Malley desde el espacioso


asiento delantero de la larguísima limusina—. Si no le gusta este azul el
hombre me dijo que podían pintarlo de cualquier otro tono en veinticuatro
horas. ¿Es bonito?
—Es bonito —contestó Faith intentando ocultar el temor que sonaba en
su voz—. Y grande. ¿Por qué tan grande?
—¡Para Lady Sunny siempre —dijo mientras tiraba del freno de mano
con reverencia—, siempre lo más grande!
—Por supuesto —repitió dudosa—, lo más grande siempre es lo mejor.
¿Cuánto dirías que cuesta?
—¿Costar? —se volvió y la miró a la vez que encendía las luces
interiores— Ni se me ocurrió preguntar, señorita. La señora nunca se
preocupa de cuánto cuestan las cosas. Dice que, si te preocupa el precio,
es que no te lo puedes permitir.
—Sin lugar a dudas —suspiró Faith.
—Ya vienen —dijo O'Malley.
—¿Quienes vienen?
El coche se había parado justo al pie de la rampa y entonces
aparecieron dos doncellas y un mayordomo con una silla de ruedas.
—¿Quién ha organizado todo esto? —se inclinó hacia adelante— ¿Y
cómo?
—Compré este coche —dijo O'Malley con orgullo— porque tiene radio de
policía, radio normal y radioteléfono.
Le enseñó este último instrumento para que lo admirase.
—Cuando vi cuánto le costó entrar en el coche en el hospital llamé a
Napoleón para que nos hiciese una... fiesta de bienvenida. Con una silla de
ruedas, claro.
—Con una silla, claro —repitió Faith.
Era muy sencillo, se dijo a si misma. ¿Por qué le costaba tanto
entenderlo todo? James Bond tenía un coche sumergible.
Alguien le abrió la puerta. Alguien alto, con el pelo blanco, que
llevaba un traje blanco con una corbata negra. Un hombre. Con perilla. Alto.
Podría haber sido el padre de Tarzán. O el coronel Sanders.
—Domina, bienvenida a casa —dijo una voz profunda que le resonó
dentro de la ya dolorida cabeza.
—Sí... Yo...
—Claro, no nos han presentado —una descomunal mano le agarró del
brazo y pareció levantarla por el aire al sacarla del coche—. Mi nombre es
Holson —dijo con un tono algo más bajo que el de un huracán—. Nathan
Hale Holson, a su servicio.
—Sí, he conocido a...
—Mi hijo, Harry. Es un buen chico. Su madre lo adoraba.
—El nombre me suena de algo, señor Holson. Nathan...
—Hale. Fue durante la revolución norteamericana. Un inepto que
espiaba para el general Washington, de una rama lejana de los Holson.
Fue el que dijo lo de «Sólo tengo una vida que dar por mi país», o algo
así. Cuando yo estuve en el ejército abandonamos esa idea. Ahora ya no
deseamos dar la vida por nuestro país. Ahora animamos al enemigo a dar
su vida por su país —dio una tosecilla, echó una mirada al mundo y
prosiguió—. ¡Hace una noche preciosa!
Los ojos de él brillaban.
—¿Qué le sucedió?
El cambio de conversación hizo que a Faith le diese vueltas la
cabeza. Le costaba encontrar las palabras.
—Tuvimos un... pequeño accidente. Hemos jubilado a Isabelle y la
hemos sustituido por este... —dijo señalando vagamente hacia el
desproporcionado coche azul, sin saber cómo llamarlo—. Así que compramos
este utilitario para reemplazarla. Aún no he tenido ocasión de comentarlo
con Lady Sunny, por cierto.
—¿Utilitario? Tiene usted sentido del humor, querida —rió, y la perilla
se le movía. Faith lo miraba fascinada—. Algo que he echado de menos en
los últimos años. Déjeme decirle algo. No le comente nada del coche a
Lady Sunny. Hace mucho que la villa necesitaba un coche, y si usted
nunca saca el tema ella ni se enterará de todo esto.
—Hasta que lo use —murmuró Faith.
—Lady Sunny tiene una memoria un tanto selectiva —dijo el hombrón—.
Cuando vea el coche puede decirle que Dicky había ordenado hacerlo hace
tiempo, pero la fábrica tardó en terminarlo.
—¿Y no cree que eso es ser un poquitín mentiroso? —preguntó
mientras el sirviente giraba la silla. Las ruedas chirriaron. Las doncellas
dejaron escapar una risita de vergüenza.
—Da más vergüenza ese chirrido de las ruedas que lo del coche —le
contestó el tejano desde el fondo del pasillo—. Créame.
—Dése prisa —le dijo Faith al sirviente.
Tenía mucho que hacer. Cambiarse para la cena. Tomarse cuatro de
las pastillas que le había recetado.
El tiempo se le hizo eterno hasta que llegaron a su suite. Subieron un
número indeterminado de rampas y cruzaron un número indeterminado de
salas y, por fin, el sirviente paró ante una de las hermosas puertas y llamó.
Mary, su doncella, abrió la puerta.
—Bienvenida, señorita Faith. ¿Va a cenar con la señora y su invitado?
Al cruzar el umbral la silla dio un saltito y a Faith la cabeza pareció
estallarle. Tardó un momento en contestar.
—Sí, cenaré con ellos —trató de no mover la cabeza—. Pero creo que
voy a necesitar la silla al menos un día más. No quiero correr riesgos.
—Será lo mejor —contestó Mary—. ¿Quiere darse una ducha? ¿O le
apetece un café irlandés?
Mientras la doncella le traía el café Faith se relajó en la silla y
observó la increíble suite.
Entonces reparó en el ordenador que había en el escritorio. Antes no
estaba. Faith sintió la típica curiosidad irlandesa. Se acercó con la silla y lo
encendió. Apareció la lista de archivos. Acontecimientos sociales,
correspondencia, finanzas... Todo perfectamente ordenado.
Entró Mary con el café irlandés.
—No tengo tiempo de mirarlo todo —dijo Faith—. ¿Crees que podría
imprimir algo?
—Yo no entiendo esa máquina. Tenemos una operadora, pero ahora
está de vacaciones. Sí quiere usted hacer algo con ella, hágalo. Yo me
aparto por si acaso. ¿Le gusta...?
Faith había probado el café y estaba medio asfixiada de la tos que le
dio.
—¿... el café, señorita?
Faith se las arregló para volver a respirar y se secó las lágrimas.
—¿Tiene más del cinco por ciento de alcohol? —preguntó.
—Sí —dijo Mary con una risa burlona.
—¿Más del diez por ciento?
—Me parece que sí.
—Más del...
—Y también más de eso —se burló Mary—. Vamos, señorita. Dése la
ducha y la vestimos para cenar. ¡Yo que usted no llegaría tarde a una cena
en Rose Cottage! ¿Qué quiere ponerse esta noche, señorita Faith?
Señaló hacia la pared norte que tenía armarios empotrados de lado a
lado. Y cuando abrió las puertas a Faith le faltó la respiración.
—Bueno... —dijo— uno de esos y otro de esos, y otro... ¡No puedo
elegir! ¿De dónde ha salido toda esa ropa, Mary?
La doncella volvió a sonreír.
—Los abogados de Londres enviaron la mayoría. El resto viene de
París. Lady Sunny tiene unos abogados muy listos. ¿Cuál le gusta más?
Digo de los vestidos, no de los abogados.
—¿Crees que serán de mi talla?
—Garantizado —rió la doncella—. Nunca se equivocan. Y en este otro
armario...
—No abras. Déjame adivinarlo —la interrumpió Faith—. ¿Los zapatos?
—Los zapatos —confirmó Mary—. Yo creo que ya ha visto usted esta
película.
—Ayúdame a levantarme —dijo Faith—. No sé si reír o llorar. Necesito
una ducha.
La ducha ya llevaba un rato abierta cuando Mary, con un bikini, y
Faith, sin bikini, entraron en el cuarto de baño. Un cálido vapor llenaba la
habitación. Faith lo aspiró. El calor le destensó los músculos y le alivió el
dolor cuando se situó bajo el chorro de agua. Se fue girando mientras las
manos de Mary le daban jabón y cariño. Entonces se acabó. Se secó con
la toalla que Mary le ofreció y luego se la anudó a la cintura.
—Siéntese —le ordenó la belleza morena ofreciéndole un taburete alto—.
Vamos a cepillarle el pelo y secárselo.

—¿Qué se va a poner la domina para cenar?


Mary la escoltó de vuelta a la habitación, dónde una selección de
vestidos se veía sobre la cama. Faith cometió el error de mover la cabeza
demasiado rápido para admirarlos y el mundo se le descentró.
—Algo ligero, que sea fácil ponerse y con lo que pueda llevar
sandalias —masculló Faith cuando recobró el equilibrio—. ¿Que tal iría con el
de lamé dorado?
—Ése es precioso —respondió la doncella sosteniendo el vestido para
que lo viese bien.
Faith tragó saliva. De todas las Latimore ella era la más pudorosa. El
vestido era impresionante por delante y prácticamente inexistente por detrás,
con lo cual no podría llevar debajo ni sostén ni ninguna otra medida de
protección.
—¡Cielos! —exclamó.
—Mire: si lo tiene, lúzcalo —contestó la práctica doncella—. Y usted lo
tiene.
—Sí —dijo ella—. Pero también habrá caballeros. Me pregunto cuánto
tiempo voy a poder conservar para mí misma eso que dices que tengo.
Mary le acercó el vestido. Si no hubiese sido por el ruido que venía
de la habitación de al lado Faith lo hubiese rechazado. Pero el ruido
continuó. El ordenador se había vuelto loco y pitaba para llamar su
atención. El vestido resbaló de las manos de Mary y la toalla resbaló de la
cintura de Faith.
—¡El papel! —gritó Mary al asomarse a mirar— Se ha salido el papel y
está por todo el suelo, domina, la operadora del ordenador está de
vacaciones.
Faith se acercó a la puerta y contempló la escena.
—¿Y tú no sabes arreglarlo?
—No, sólo sabe hacerlo ella —se retiró, evitando pasar junto al
ordenador, y salió al salón—. Ni siquiera sé a quien llamar, señorita Faith —
había algo de desesperación en su voz—. No debemos cambiar nada.
—No te preocupes —le tranquilizó Faith.
Había mucho de qué preocuparse pero eso no era ocasión para que
se enterase todo el mundo. Claro que tampoco podía dejar aquello como
estaba. Los pitidos de ordenador eran una de las peores cosas del mundo
para alguien con dolor de cabeza. Faith hizo acopio de valor y se aventuró
en el salón. Había metros y metros de papel en el suelo.
Rellenar el depósito de papel no era difícil. Con un poco de paciencia.
Y cuando el depósito estuvo lleno la impresora empezó a escupir papel otra
vez a toda velocidad. Mary se quedó mirándola muy sorprendida. Ninguna
domina que ella recordase habría sido capaz de arreglar aquello. ¡Ya tenía
algo que contar a los demás sirvientes!
Faith se regocijó en la admiración y entonces puso la cabeza entre
los brazos y la apoyó sobre la mesa para darle tiempo al mundo a
calmarse.
Pero el cercano ruido del ordenador se vio enseguida superado por
las voces que venían del vestíbulo. Faith buscó la toalla perdida. Mary
estaba discutiendo con un hombre en la puerta de la suite. Faith abrió un
ojo. Harry Holson entró como una exhalación.
—Maldito seas, Holson —gruñó Faith.
No tenía con qué taparse. Tomó un montón de papel impreso y se
construyó alrededor una fortaleza para proteger su pudor.
—¿Cuál es tu plan? ¿Me has usado como cebo para pescar a mi
padre? Pues déjame decirte que no va a salirte bien. ¡Ninguna pequeña
buscona, ni su pequeña buscona jefa, va a atrapar a mi padre!
Faith se quedó callada. Estaba concentrada en mantenerse tapada.
Harry continuó:
—¿Es que ni siquiera vas a intentar negarlo? Te he descubierto,
¿verdad? ¿Cuánto cuesta mantener este mausoleo? ¿Es que a Lady Sunny
se le está acabando el dinero?
Faith había llegado al límite de su aguante. Y el papel también. Se
estaba derrumbando en ciertos lugares estratégicos y ciñéndose
sugestivamente a otras partes. Ya había oído bastante.
—¿Qué es lo que quieres decir? Nosotras no necesitamos el dinero de
tu padre. ¿Por qué intenta él echarle el lazo a Lady Sunny? ¿Es que van
mal los negocios últimamente? ¿Cuánto piensa sacarle a la señora? Jamás
he conocido a un constructor que no necesitase más dinero. ¿Por qué has
estado curioseando por aquí? ¿Para engrasar la maquinaria?
Faith hablaba con tal vehemencia que empezó a escupir. Apretó más
las manos contra la barrera de papel tras la que intentaba ocultarse. Por
supuesto, el papel dio la batalla por perdida y de repente importantes
partes de su anatomía quedaron al aire del atardecer.
—Fuera de mi habitación —chilló Faith, señalando automáticamente
hacia la puerta.
Hubiera sido una escena regia de no ser porque la mano con la que
señalaba era la mano que había estado manteniendo el papel en su sitio. Y
si, justo después de señalar, no se la hubiese llevado a la frente para
intentar aliviar el fuerte dolor. En aquel preciso instante entró Mary con dos
sirvientes. Echó una ojeada a la situación y se coló en el baño para volver
con un albornoz. Ayudó a Faith a ponérselo mientras esta repetía:
—Salga de aquí, señor Holson. Estos caballeros le acompañarán a la
puerta. Le ruego que no se demore.
Y tras esto se dirigió dignamente hacia su dormitorio.
—Esta conversación no ha terminado —le oyó decir a Harry a su
espalda—. Acaba de empezar. Recuerda: mantente alejada de mi padre. ¡Y
mantén alejada a la señora también!
Con esa amenaza en los labios salió airadamente de la habitación
con los dos sirvientes siguiéndole de cerca.
—Mary —preguntó esforzándose por mantener los ojos abiertos—, ¿se
ha ido ya?
—Sí, señorita —dijo Mary—. ¿Necesita ayuda para volver a la otra
estancia?
—¿Qué te hace pensarlo? —contestó con una leve media sonrisa—
Estoy vestida para matar, ¿no?
—¿No cree que podríamos brindar por la victoria? —sugirió la doncella.
Y las dos se dirigieron hacia el armario de las bebidas.

Cuarenta y cinco minutos más tarde Mary entró en el salón


empujando la silla con Faith encima. A Faith le había llevado todo ese
tiempo calmarse. Y a Mary ayudarle a ponerse el largo y sedoso vestido
dorado y las sandalias, sin medias, y el mínimo de maquillaje que Faith
accedería a llevar. Mary era una ayudante de primera línea, pensó. Se
dirigieron a la rampa.
—Gracias, Mary —dijo ella—. Me has sido muy útil.
—Ha sido un placer, señorita —contestó la sonriente doncella—. Me he
divertido mucho. Creo que usted va a revolucionar esta casa.
La llevó hasta el salón principal y la dejó allí mientras se alejaba
canturreando.
—¿Eso vas a hacer? —dijo una voz masculina desde la izquierda.
—¿Hacer qué? —preguntó ella.
El señor Holson padre estaba junto a la barra con un vaso en la
mano.
—Revolucionar esta casa.
—Espero que no —hizo girar las ruedas para aproximarse a él—. Si mal
no recuerdo el contrato que firmé en Londres estipulaba que no debía hacer
nada que llamase la atención. Y yo diría que revolucionar la casa se puede
considerar llamar la atención. ¿No cree?
No pudo evitar sonreírle. Era tan agradable comparado con su hijo.
Con clase y carisma, y bien parecido. Por otra parte su hijo era...
atractivo. Se sonrojó.
—¿Qué está tomando?
—Bourbon con agua de manantial —dijo alegremente— o sea, whisky
bourbon con agua para los del Norte. Para asegurarme de que lo saboreo
bien no le pongo mucha agua.
—Muy sabio por su parte —dijo ella tristemente—. Ya sé por qué no
quiere añadirle mucha agua. El agua podría estar contaminada.
—Tiene usted razón, querida —dijo el señor Holson—. A mi edad uno
tiene que cuidarse.
Rieron juntos hasta que Francis, el camarero, volvió a entrar con más
hielo y le preguntó a Faith que quería tomar. Pidió agua mineral y acto
seguido los dos se trasladaron a una mesita en un rincón. Francis le llevó
el agua y la depositó cuidadosamente sobre el cristal de la mesa.
—¿Cómo va el trabajo en la bahía de Frigate? —preguntó—. Me han
dicho que ya tiene los cimientos y el acero en su sitio.
—Las cosas no van mal. Hay pequeños problemas. Nada que no tenga
solución. El próximo paso es reforzar las vigas pero tendremos que esperar
un poco.
—¿Se las suministra Henderson? —preguntó Faith.
—Sí —contestó él con cara de sorpresa—. ¿Qué sabe usted de
Henderson?
—Sé que están teniendo problemas de producción y que llevan un
atraso de seis meses y se les están acumulando los pedidos.
—¿Cómo sabe eso? —preguntó el caballero con auténtico interés.
—Conozco... gente del negocio de la construcción —dijo Faith con cierto
orgullo.
—Estamos hablando de los Latimore de Construcciones Latimore? —
preguntó el viejo Holson.
—Son parientes —dijo cautamente Faith, y dio un sorbo de agua.
—¿Y usted no siguió sus pasos?
—No, mi madre es abogado y yo...
—Usted siguió los pasos de su madre. ¿Fue una separación amistosa?
—Se puede decir así.
Se mordió la lengua. No había ninguna necesidad de explicarle que
se encontraba más cómoda en el derecho, dónde no tenía que competir
con su hermana Mattie o su hermano pequeño Michael, ambos poseedores
de una mente prodigiosa. Ambos hábiles directores. Una lágrima le bailó en
los ojos, pero la contuvo. No tenía por qué contarle cuan triste era ser una
segundona.
Siguieron hablando, principalmente de los errores y las manías de la
construcción y los constructores.
Los dos estaban riéndose a carcajadas cuando entró Lady Sunny
seguida de cerca por Harry Holson, que tenía un aspecto impecable con
aquel esmoquin blanco y la pajarita caribeña. No lo había visto
completamente vestido hasta aquel momento. Los ojos se le abrieron como
platos. Se vio a sí misma ayudándole a quitársela... la pajarita, claro. Se le
aceleró el pulso hasta que se controló e hizo un esfuerzo por recordarse a
sí misma que estaba allí para proteger la cuenta bancaria de Lady Sunny
de semejantes piratas. Tranquila, chica, tranquila.
Se volvió hacia Lady Sunny, que avanzaba hacia ellos.
—Estoy encantada de que hayan venido todos a cenar pero, domina,
¿por qué no se quedó en el hospital? —preguntó Lady Sunny al llegar hasta
ellos—. Hubiera estado perfectamente con el señor Holson, y estoy
preocupada por usted. Llamé a su madre hace una hora. Me dijo que no
me preocupase y que tiene usted una cabeza muy dura. ¿Sabía usted que
su abuela y yo somos parientes lejanas? No, claro. Cómo iba a saberlo.
—Mi madre siempre tiene razón —contestó Faith asintiendo
cuidadosamente.
—Por supuesto. Las madres siempre tienen la razón. Siento mucho
que Dicky y yo no tuviéramos niños. En cualquier caso, he llamado al
doctor para que venga a hacerle una revisión mañana por la mañana. Mi
querido Dicky sufrió una conmoción una vez. Se resbaló por las escaleras:
al día siguiente las quitamos todas y pusimos rampas en su lugar. Es
mucho más cómodo para las sillas de ruedas y para caminar. Nathan, esta
es Faith Latimore, mi nueva domina. Faith, tengo entendido que ya conoce
usted a Harry, el hijo de Nathan.
—Ciertamente —respondió Harry.
Se adelantó y tendió la mano. Faith se tragó la vergüenza, no le
prestó atención a aquella mano y retiró un poco su silla.
—Estábamos teniendo una deliciosa conversación —dijo Holson padre—.
Su domina está relacionada con la constructora más famosa del mundo.
Bruce Latimore nos inició en el negocio. Con subcontratas. Y además, la
señorita Latimore es una mujer muy inteligente.
—Gracias —murmuró Faith.
La dama extendió el brazo y el señor Holson se inclinó y le besó la
mano.
Harry merodeaba a su alrededor.
—Creía que le había dicho que se fuese —susurró Faith.
—Lady Sunny me pidió que me quedase a cenar —dijo él en igual tono
—. Y no podía dejar a mi padre sólo ante las dos. Escúchame: voy a estar
pegado a ti toda la noche. Me voy a asegurar de que mi padre escapa de
vuestras fauces. Acostúmbrate a mi cara. Considérame un perro guardián
en acto de servicio.
—Preferiría no tener que considerarlo de ninguna manera —respondió
ella—. No comprendo cómo un perfecto caballero como tu padre puede
haber engendrado un hijo tan mezquino. ¿Qué tal van los negocios esta
semana? Si no me equivoco hay problemas, ¿no?
—Maldita sea— musitó él—. ¿Quién se lo ha dicho?
—Sólo fue un comentario —replicó ella secamente.
—Se puede decir que somos afortunados —dijo Harry en un tono
abrupto—. Tenemos suficiente para nosotros, de manera que tenemos que
mantener las manos ajenas alejadas de nuestros bolsillos.
Le sonrió con tal cara de falsedad que a Faith se le heló la sangre.
En ese preciso instante sonó la campana que anunciaba la cena y los
comensales comenzaron a desfilar hacia el comedor. Lady Sunny iba
escoltada por el señor Holson y a Faith la empujaba Napoleón mientras
Harry caminaba a su lado, aún con cara de preocupación. ¿Sería por su
salud... o por sus intenciones? Lady Sunny presidía la mesa con el señor
Holson a su derecha. Harry se sentó a su izquierda y quedó un sitio
disponible para Faith junto a Harry. Se sentaron todos y se sirvió la cena:
consomé seguido de langosta caribeña al curry con guisantes, arroz y
espárragos. Todo tenía un aspecto delicioso, pero Faith no podía comer. El
dolor de cabeza seguía igual y el estar sentada junto a Harry Holson no
ayudaba a aliviar su acidez de estómago.
Mientras jugueteaba con la comida en el plato escuchó a Lady Sunny
y el señor Holson hablar del vino que acompañaba la cena.
—Sí —dijo la dama—, mi querido Dicky almacenó cierto número de
botellas de buen vino. Espero que lo esté usted disfrutando. Dicky y yo nos
divertíamos mucho viajando por Europa y Estados Unidos en busca de las
mejores cosechas para nuestra bodega. Dicky era muy hábil. Aquellos
tiempos fueron maravillosos. Le echo de menos constantemente, ¿sabe?
—Al menos le quedan a usted todos esos hermosos recuerdos —dijo él
consolándola.
—Sí, muchos recuerdos.
Hubo un silencio cuando tomó la copa y brindó por Dicky. Los demás
se unieron al brindis.
—La memoria empieza a fallarle —le susurró Harry a Faith.
Faith no quiso seguirle el juego. Esa misma mañana había estado
firmando cheques para el próximo pedido de vino.
—No lo he observado —susurró a su vez.
La dama depositó la copa en la mesa.
—Parece ser que se ha cruzado usted hoy con el joven Declaur,
Harry. Nunca ha sido uno de mis favoritos. Su padre era un hombre
agradable y su abuelo fue un buen amigo y compañero de Dicky, pero el
chico... no sé que pensar de las nuevas generaciones.
—Sí, señora —dijo Harry con su acento tejano, que parecía acentuarse
cuando iba a mentir—. Nos lo encontramos por el camino de Basseterre.
Más tarde nos reunimos los dos y me acompañó al hospital a visitar a la
señorita Latimore. Para interesarse por su estado.
Faith casi se atragantó al oír la nueva versión de toda la historia. Por
suerte, Lady Sunny llevó la conversación a otros derroteros, hablando de
los amigos que tenía en la isla y de ahí a la moda. O mejor dicho, al mal
gusto vistiendo de la esposa de un amigo de Dicky que había aparecido en
una revista del corazón un poquitín destapada. Cuando agotó ese tema se
volvió hacia el señor Holson y dijo:
—¿Cómo va la obra que están haciendo? ¿Qué es exactamente lo que
están construyendo?
—Tenemos un contrato con una importante cadena hotelera para
construir uno en la bahía de Frigate, junto al campo de golf. Soy de la
opinión de que un hotel grande mejorará considerablemente el turismo en la
isla. Ayudaría a la economía local: se crearían unos ochocientos buenos
puestos de trabajo. Y ya sabe usted lo que el movimiento de dinero
supondría.
—No estoy segura de que me apetezca ver más gente en la isla.
Pero, ciertamente, hay que darle trabajo a nuestra gente. Supongo que
usted sabe más de estas cosas. Mi Dicky era muy inteligente en cuanto a
estas cosas. Sólo quería complacerme. Y ahora lo que más me complace
es que todo siga igual.
—¿Le está afectando a usted la crisis mundial? —le preguntó Harry a
la dama.
—¡Harry! —dijo Nathan en tono de sorpresa—. Un caballero no le haría
esa pregunta a una dama. Creía que tu madre y yo te habíamos educado
mejor.
Lady Sunny miró inquisitoriamente a Faith, que poseía toda la
información financiera.
—El negocio del calzado va perfectamente— se apresuró a asegurarle,
aunque sabía que el concepto de falta de liquidez jamás cruzaría la mente
de la dama.
—¿Están teniendo ustedes problemas por la crisis? —le preguntó Faith
a Nathan Holson.
«Donde las dan las toman», pensó mientras le lanzaba la pregunta.
—¿No le está afectando a su proyecto? —prosiguió.
—Domina —dijo la anciana con pesar—. No esperaba esto de usted.
—No importa, Lady Sunny —dijo Nathan Holson—. Estoy
momentáneamente escaso de fondos. De hecho, si no consigo cinco
millones de dólares pronto no podré rentabilizar este contrato.
—Dios mío —dijo la anciana con una expresión de preocupación—,
espero que eso no le ocurra. Sería un gran contratiempo para usted. Pero
estoy segura de que tiene usted posibilidades de conseguir un préstamo,
¿no?
—Por supuesto —le tranquilizó él—. No preveo ninguna dificultad en
conseguirlo. De hecho lo tengo prácticamente en el bolsillo, como decimos
en Tejas.
Y terminó con una carcajada a la que se unieron los demás. La de
Faith fue un poco forzada. Sintió que estaba llegando al fondo de la
cuestión. Es decir, pensó, que los Holson necesitan más dinero y el
préstamo lo tienen casi en el bolsillo. ¿Quién se lo va a prestar? ¿Un
banco? ¿O Lady Sunny?
—Bien, si puedo hacer algo por usted, déjemelo saber —dijo Lady
Sunny.
Faith estuvo a punto de atragantarse con el vino otra vez.
—Te he pillado —dijo Harry mientras le daba golpecitos en la espalda.
Ella lo mató con la mirada mientras seguía tosiendo.
Los comensales se trasladaron al salón en el que Lady Sunny
bordaba. Los caballeros se relajaron tomando sendas copas del espléndido
coñac que Dicky había almacenado. La dama comenzó con la costura. Para
entonces la jaqueca de Faith había aumentado y le latía en la cabeza como
las olas en la playa.
—Les ruego que me disculpen —dijo—, pero creo que es hora de que
me retire. Ha sido una velada encantadora. Señora, caballeros: les deseo a
todos buenas noches.
Avanzó con la silla hacia la puerta, que se abrió inmediatamente.
Mary estaba esperando fuera para llevarla a la suite.
—La domina no ha comido mucho —comentó Mary mientras subían la
rampa.
—¿Qué pasa? —gruñó Faith— ¿Es que hay un servicio de espionaje en
la casa?
—Estaba en la cocina después de la cena y Cook comentó lo lleno
que volvía su plato —contestó Mary sensatamente—. Nos preocupaba que no
se sintiera usted bien. Por eso esperé para subirle a la habitación. No tiene
buen aspecto, señorita. ¿Tiene más pastillas de las que le dio el médico?
Mire, la voy a meter en la cama y a darle la medicina. ¿Le parece bien?
—Me parece bien —susurró ella.
Con la ayuda de la doncella, Faith se deslizó por fin entre las suaves
sábanas de lino. Cuando cerró los ojos estaba concentrada en encontrar la
manera de evitar que los Holson le echasen mano a Lady Sunny y sus
innumerables millones. Tendría que contar todos esos millones... mañana.
CAPÍTULO 4

Con la mañana entraron por la ventana la luz del sol y el aroma de


la buganvilla. Con la mañana entró también por la puerta el doctor con sus
gruñidos.
—¿Qué tal se siente? —le preguntó malhumoradamente mientras le
tomaba el pulso y la tensión.
—Mucho mejor —dijo Faith con sinceridad.
—Mejor se sentiría si se hubiera quedado en el hospital— se quejó a la
vez que le revisaba los ojos y oídos—. La única razón por la que he venido
esta mañana es porque me gusta mi trabajo y Lady Sunny podría crearme
problemas. Ahora que sabemos que sobrevivirá usted me vuelvo a mi
hospital a hacer la ronda. Buenos días, domina.
Faith le dedicó una media sonrisa. La noche anterior se había
enterado de que Lady Sunny pertenecía a la junta de gobierno del hospital.
—Quédese a desayunar —le dijo, sabiendo que no lo haría.
El puso una excusa y se fue.
Cuando Mary entró Faith se dio una ducha y se puso un veraniego
vestido beige. Se recogió el pelo y Mary le extendió crema protectora por
los hombros y la espalda.
—Ya estoy preparada para enfrentarme a los dragones que me pueda
encontrar por la casa esta mañana —le dijo a la doncella—. O, como decía
mi padre: «Dispuesta para la caza».
Mary sonrió levemente. Empezaba a disfrutar de la presencia de la
nueva domina, aunque no comprendía ni la mitad de lo que estaba
pasando. Pero estaban pasando cosas en Rose Cottage. La vida en la villa
se estaba volviendo interesante. Muy interesante.
—¿Has visto a alguno de los Holson hoy?
—Sí, señorita Faith. El señor Holson, padre, ha salido a dar un paseo
en el coche nuevo con la señora.
—¡Maldita sea!
—¿No le gusta que la señora vaya a dar una vuelta en el coche?
—No me gusta que salga a dar una vuelta con el señor Holson. ¿Qué
hay del otro?
—¿El señor Harry? Estaba desayunando en la terraza hace un
momento.
—¿Quieres decir que los dos han pasado aquí la noche?
—Sí —dijo Mary—. Los dos.
«Pero bueno», pensó Faith: «esto es un hotel para sinvergüenzas
cuando debería ser un convento. ¿Cómo voy a mantener el dinero de la
señora en sus propios bolsillos? Creo que debería reeducarla antes de que
convierta Rose Cottage en una pensión».
Encontró a Harry cómodamente sentado en la terraza de la segunda
planta, que quedaba por encima de la nube de insecticida. Tenía una taza
de café al lado, la nariz hundida en el periódico local y los pies encima de
la otra silla. Como si se hubiera mudado y se hubiera apropiado de la
casa. ¿Qué podía hacer para librarse de él? La dinamita le vino a la mente,
pero Lady Sunny se fijaría en el agujero en el suelo de la terraza... si es
que quedaba algo de la terraza.
—Buenos días —masculló Faith. Harry levantó la vista—. Parece ser que
tu padre y la señora han salido con el coche. ¿Hace mucho que se
conocen?
—Sí —contestó él—. Lady Sunny y mi madre eran buenas amigas.
Cuando murió, la señora se portó muy bien con mi padre. Se llevan bien.
Creo que nosotros también podríamos llevarnos bien si lo intentáramos.
Quitó los pies de la otra silla y se enderezó un poco.
—Sólo en la Biblia se tumbaría el cordero junto al león —tomó una de
las sillas y apareció una doncella como por ensalmo.
—¿Café, señorita Faith?
—Sí, y pastas.
—¡Vaya! ¡Qué animada te veo!
—Tómate el café y considérate afortunado —le dijo—. Supongo que
ahora me dirás que Lady Sunny te invitó a quedarte.
—Has acertado a la primera —movió la cabeza porque el sol lo
deslumbraba— Y lo hizo porque «a mi domina le gusta tener compañía a la
hora de desayunar y casi nunca viene nadie por aquí. Y por eso estoy...
¡por aquí!»
—Qué suerte tengo.
—¿Qué te pasa? En cuestión de veinticuatro horas te has convertido
en una fiera corrupia.
—¿Que qué me pasa? —dijo— Me pasa que me preocupa el dinero. El
de Lady Sunny.
—¿Dinero? Y crees que mi padre quiere darle un sablazo a la
señora...
—Exactamente eso creo —respondió ella—. De unos... cinco millones.
—¿Cinco millones? Eso no es nada.
—No si te faltan —insistió Faith—. Y a tu padre le faltan. Me lo contó
anoche durante la cena.
—¡Qué me aspen!
—Ojalá —contestó ella mientras tomaba una pasta del plato que
acababa de traer la doncella.
—¿Y si te dijera que ya hemos conseguido el préstamo? ¿Qué me
dirías?
—Seguramente nada agradable. ¿Tienes pruebas?
—Da la casualidad de que sí.
Tenía la chaqueta colgada del respaldo de la silla. La alcanzó y sacó
un sobre del bolsillo interior.
—Disculpa que tome ciertas precauciones —dijo mientras doblaba la
carta de manera que no se viese el encabezamiento—. ¡ Lee, Tomasa!
—¿Tomasa?
—El femenino de Tomás, el incrédulo.
Faith no sabía si estallar de rabia por el insulto, pegarle una bofetada
o intentar descifrar la carta. Pero un buen Latimore siempre iba a lo
seguro. Que, en este caso, era leer el último párrafo de la carta. Y por lo
tanto nos complace ofrecerle una nueva garantía sobre el préstamo de
cinco millones de dólares al porcentaje y plazos convenidos en nuestra
garantía anterior.
—Bueno... —Faith se sonrojó y se preparó para tragarse el orgullo.
Pero había algo que le daba vueltas en la cabeza. El número de garantía
llevaba el código que usaba... Movió la mano y, por puro accidente, apartó
la de él del encabezamiento de la carta y vio el logotipo de la otra
compañía.
—¡Por Dios! —murmuró—. ¿Es una falsificación! Mi padre nunca haría...
—Pues lo hizo —contestó él con una risita burlona.
—No me lo creo. Voy a llamar a Michael.
—¿Michael?
—Mi hermano. Dirige las empresas Latimore.
—Entonces te propongo que hagamos una tregua hasta que tengas
oportunidad de comprobarlo.
—Sólo mientras no hagamos acusaciones el uno contra el otro en
cuanto al dinero —declaró ella con firmeza.
—Aún tenemos pendiente la pequeña cuestión de tu adorable Lady
Sunny y el dinero de mi padre —dijo Harry—. No veo de dónde sale el
dinero y mantener esta «casita de campo» debe de costar un riñón.
—Claro que mantener esta casa vale un riñón —afirmó Faith—. Las
fábricas de Lady Sunny producen y venden tres millones y medio de
zapatos al año.
—¿Tres millones?
—Y medio.
—Me cuesta creerlo —balbuceó—. Tendré que comprobarlo. Mientras
tanto, ¿qué tal esa tregua?
—Aceptada —dijo Faith.
—Tómate otra taza de café —le dijo Harry—. Aquí hacen el mejor café
de la isla.
Él se sirvió una taza y le pasó la cafetera a ella.
—¿Quieres leer el periódico? A mí me gusta saber qué está pasando
en el mundo.
—Yo prefiero que me cuenten las noticias —contestó ella—. Así parecen
de segunda mano y resultan menos amenazadoras.
Tomó un sorbo de café. Estaba amargo e hizo un gesto de disgusto.
—Este café hay que tomarlo con leche y tanto azúcar como puedas —
dijo él al verle la cara.
Entonces tomó todo lo necesario de la mesa y lo puso en su taza.
Ella volvió a probarlo y le sonrió agradecida.
—Ya que tú sí has leído el periódico, ¿por qué no me informas?
—Bien —repuso Harry mientras la veía añadir aún más leche y azúcar
al café—, está claro que ayer fue un día grande para la historia de los
accidentes de tráfico en la isla. No sólo ha salido nuestro accidente en el
periódico: en Tabernacle se cayó una jaula de pollos de un camión.
—No me digas —dijo Faith con cara de preocupación—. ¿Y eso se
considera un accidente grave?
—Sí —contestó él—, especialmente desde el punto de vista de los
pollos. Iba un autobús detrás del camión y los atropelló. En la ciudad causó
un gran alboroto, pero lo arreglaron a la manera de St. Kitts.
—¿Y podría saber qué sistema es ése?
—Muy sencillo. Lo declararon día de fiesta y todo el mundo se fue a
ver el juicio.
—¿No venía nada más en el periódico? —preguntó Faith mientras
rebuscaba entre las pastas.
—Parece que hubo algún problema anoche entre la guardia costera
norteamericana y un sospechoso de tráfico de drogas —contestó Harry
mientras leía la historia en el diario.
—¿Dónde?
—En alta mar, entre St. Croix y St. Kitts —leyó Harry—. Es evidente
que los jóvenes intentaban importar ciertas drogas recreativas para los
turistas.
—¿Por qué sale eso en las noticias locales? —preguntó ella intrigada.
—El bote fue fabricado en St. Kitts. Y se hundió.
—Una historia entrañable, sin duda —comentó ella cuando consiguió
tragarse la pasta de fresa que tenía en la boca—. Pero sigo sin comprender
por qué lo sacan en la Gaceta de St. Kitts.
—Uno de los chicos es de aquí —le explicó Harry—. El periódico hace
lo posible por publicar cualquier cosa que tenga que ver con la isla.
—Me imagino que es una buena manera de asegurarse la venta. Pero,
ya que hemos revisado las noticias, ¿no trae este diario lo más importante?
—¿A qué te refieres? —le sonrió él.
—Pues lo más importante —dijo ella mientras decidía perdonarle la vida
a la última pasta del plato—: los chistes, el horóscopo y los deportes. ¡Yo lo
que quiero saber es cómo van los Red Sox! esas son las noticias
importantes.
—No sé por qué tienes que leerlo en un periódico. Sabes
perfectamente que van los últimos. A diferencia de los Texas Rangers.
—¡Mira—dijo Faith con indignación—, no me importa en qué posición
estén mientras estén por encima de los Blue Jays de Toronto! Y en cuanto
a los Texas Rangers, yo creía que ése era el nombre de vuestro cuerpo de
policía. ¿O quién era el Llanero Solitario?
—Tenemos un equipo de ganadores —le dijo Harry—. En la mejor
tradición tejana.
—Sí, claro —contestó ella—. Pero es que vosotros os creéis que la
batalla de El Álamo fue una victoria del equipo local. Y a mí me parece
que el equipo mejicano os dio una buena tunda.
—Tengo que advertirte —le dijo Harry, intentando no reírse— que criticar
a los tejanos, Tejas y El Álamo puede costarte caro. ¡Deseo con todas mis
fuerzas que los cielos se abran y un rayo te parta por mofarte de nuestra
famosa y gloriosa historia! Además, ¿no tienes un cuñado tejano? ¿Es que
no te ha enseñado nada?
Podían haber seguido así durante horas, pero en aquel momento
aparecieron Lady Sunny y Nathan Holson en la terraza. De estar al aire
libre las mejillas de la dama había tomado color.
Tenía cien veces mejor aspecto que el día anterior.
—Bien, querida —le dijo la dama a Faith—: Dicky hizo una estupenda
elección. Ese coche es magnífico.
—Sí —murmuró Faith—. Fue una elección magnífica. Como siempre.
—Ve, Nathan, cómo mi domina está de acuerdo conmigo. A Dicky le
hubiese encantado.
Nathan se aproximó y tomó la última pasta que quedaba.
—Hace un día precioso. Sería una pena desaprovecharlo. ¿Por qué no
van estos dos jóvenes a hacer una excursión por la isla? Podríais comer
por ahí.
—Me parece una idea excelente, Nathan —respondió la dama—. Ustedes
dos deberían ir a ver las vistas. La domina apenas conoce la isla. ¿Por qué
no van al fuerte de Brimstone? Hay un panorama muy bonito desde allí.
Dicky y yo queríamos construir Rose Cottage en Brimstone Hill, pero el
gobierno se opuso. Sin embargo, cuando vimos este otro lugar nos
enamoramos de él —había una expresión de recuerdos lejanos en los ojos
de la anciana—. Pero me estoy desviando del tema, queridos. Hoy es un
hermoso día y ustedes dos son jóvenes y no parece que vaya a llover
hasta la tarde. Aprovechen el día. Yo voy a encargarme de que la cocinera
les ponga algo de comida en una cesta.
—Pero —protestó Faith— tengo trabajo para una semana revisando
papeles y facturas. Y varias adquisiciones que supervisar y...
Para entonces Lady Sunny había sonreído levemente, tomado el brazo
de Nathan y se había alejado.
—Yo no he dicho nada —le dijo Harry con tono de disculpa.
—No, pero estabas pensándolo mucho— gruñó ella—. Es lo último que
habría hecho: irme de excursión contigo.
—Eh, eh —contestó él—: Lady Sunny ha hablado.
—Molestaría usted más aquí en la casa, señor Holson. Iré a ponerme
otros zapatos.
—¿A elegir entre tres millones? —sugirió él tímidamente.
—Y medio —insistió ella a la vez que agarraba la libreta y se dirigía a
su habitación.

—Gracias, Mary —le dijo Faith al sentarse a ponerse los cómodos


zapatos beige que la doncella había sacado del armario del calzado.
—De nada, señorita —contestó la sonriente doncella.
—¿Mary?
Una preocupante idea acababa de cruzar la mente de Faith. ¡Ir sola
con aquel hombre! ¡Qué estupidez!
—Sí, señorita.
—¿Te importaría hacerme un gran favor?
—Me encantaría, señorita Faith. ¿Qué favor?
—La señora me ha ordenado que vaya de excursión con el señor
Holson. Necesito una...
—¿Carabina? —rió Mary.
—Exactamente. Una carabina. O un comisario de policía.
—Voy a buscar mi chal, domina.
Ambas salieron con ilusión de la suite y bajaron por la rampa para
unirse a los demás que estaban en la puerta principal
—Tenga cuidado, querida —le aconsejó Lady Sunny—. No se exceda. El
doctor le ha dicho que está bien, pero el accidente fue ayer mismo.
Y se quedó con la mirada un poco perdida, como si estuviese
intentando recordar lo que iba a decir.
—Ah, sí: póngase un sombrero. No queremos que la insolación se
sume a la conmoción. Y ahora váyanse, vamos. ¡Que se diviertan!
O'Malley ya tenía el coche arrancado y estaba esperando al pie de la
rampa. Le dedicó una amplia sonrisa a Mary cuando ésta se sentó en el
asiento delantero junto a él. Mientras el coche se alejaba de Rose Cottage,
Faith miró hacia atrás y vio a la anciana y a Nathan Holson estrechándose
la mano.
—Me pregunto que querrá decir eso —murmuró.
Harry se giró y los miró también.
—Me temo que prefiero no saberlo —contestó.
El interior del coche era tan lujoso como lo recordaba del día anterior.
—¿Tiene usted suficiente espacio, señor Holson? —dijo Faith volviendo
al tratamiento formal, como siempre que desconfiaba.
—Harry —repitió él—. Llámame Harry. Estamos en tregua. ¿Quieres
beber algo?
—Un zumo de naranja. ¿Y tú, Mary?
—Nada. Gracias, domina.
—Es estupenda para invitarla a salir —intervino O'Malley—. Muy barata.
Pero muy animada.
—¿En qué estás pensando? —le preguntó Harry en tono bajo.
—En nada —dijo Faith esforzándose de repente por encontrar algo que
decir—. ¿Dónde vamos?
—Al fuerte de Brimstone —contestó él—. Está a unos siete kilómetros de
la villa. En el siglo dieciocho era el principal puesto de defensa de la isla.
Y hoy es uno de los principales puntos turísticos.
—¿Ya no se usa?
—Ya no. Los tiempos cambian. Ya no hay invasores franceses, ni
piratas...
—Pero hay muchos contrabandistas, traficantes, revolucionarios y cosas
así —comentó O'Malley mientras reducía la velocidad.
—No veo ninguna colina —dijo Faith mirando alrededor.
—No, domina. Esto no es Brimstone Hill. Esto es Half WayTree.
—Oh...
—En 1630 los franceses y los ingleses compartían la isla —le contó—.
Ese tamarindo de ahí marcaba la frontera entre las dos mitades, hasta que
Inglaterra tomó todo el asunto en sus manos. El árbol aún está vivo y
florece. Y aquello de allí arriba es el fuerte.
El coche continuó subiendo y unos dos minutos después vio
Brimstone Hill y las piedras esparcidas y los restos de los cañones que
defendían la colina.
O'Malley giró y tomó un camino lleno de curvas que parecía llevar
hasta la cima de la colina. A medio camino había un aparcamiento donde
dejaron el coche para continuar subiendo por la escalera hasta las ruinas.
—¡Venga! —le gritó Harry al abrir la puerta del coche.
Él le tendió la mano para ayudarle a salir y al tomarla sintió algo
como una corriente eléctrica. Lo miró, sorprendida, mientras empezaba a
subir las escaleras. Su cara no había cambiado. No había significado nada
para él.
«Pues vale», se dijo encogiéndose de hombros. Mary se aproximó y
le dio a Faith un sombrero de paja.
—Domina, por favor —le dijo—. La señora le pidió que se lo pusiese
para estar al sol.
Faith, que odiaba los sombreros, se lo puso y se ató la cinta azul
bajo la barbilla, Hacía mucho sol y calor. El sombrero no era ninguna
tontería.
No había que subir mucho para llegar a la verde cima. Arriba, el
mundo entero parecía extenderse a sus pies. Se veían las dos costas de la
isla, y otra islita al norte y el nevado pico de Nevis al sur.
—No es nieve —le explicó Harry señalando a la cima de las montañas
de la isla vecina —, aunque eso es lo que pensó Colón cuando llegó.
El se acercó y le tomó la mano. «Decididamente, he notado una
corriente», se dijo ella. «Seguro». Le echó una rápida ojeada a la cara de
él: también había sentido algo.
—¿Por qué no nos sentamos? —sugirió—. Esto era antiguamente el
cuartel general. Ya no queda nada, claro.
—¿Cómo es posible que sepas todo eso?
—Me esfuerzo —se acercó más y lo miró directamente a los ojos— por
conseguir el máximo de información sobre las cosas que me gustan. Como
tú.
La última frase fue un susurro y la terminó con un beso en su mejilla.
—¡Hueles a jazmín y tienes la piel suave como la de un niño y me
gustas!
Faith se quedó helada, pero reaccionó y se apartó. «Cambia
rápidamente de conversación», le gritó el cerebro. Se alejó uno o dos
pasos más de él.
—¿Es que nadie más tiene hambre? —preguntó—. Yo no creo que
pueda aguantar mucho más con las pastas del desayuno.
—He traído la cesta, señorita —le contestó O'Malley— ¿Dónde quiere
comer?
Mary dirigió la operación, extendiendo el mantel sobre dos de los
grandes bloques de granito. Pero Faith observó con preocupación que sólo
preparó dos cubiertos.
—¿Vosotros dos no vais a comer con nosotros? —le preguntó.
—No, señorita —repuso Mary—. O'Malley y yo llevamos dos años
viéndonos. Nos vamos a sentar allí a comernos los bocadillos. ¡Que se
diviertan!
El contenido de la cesta no era lo que Faith estaba acostumbrada a
llamar comida de picnic. Había pollo en lonchas, jamón, cangrejo
conservado en hielo y pan blanco y crujiente para hacer bocadillos. El
cocinero había preparado también una macedonia de frutas con piña,
plátano, fresas y kiwi. Y para acompañar la comida, tenían una botella de
Chablis blanco de las islas francesas. Todo tenía un aspecto estupendo y
sabía mejor.
A mitad de la comida una idea le vino a la cabeza.
—¿A ti te parece esto el tipo de comida que se puede hacer en un
minuto?
—Por favor, Faith —le dijo Harry con la boca llena de pan y pollo— no
intentes quitarme el apetito. La comida está demasiado buena como para
ponerle pegas y tengo hambre.
—¿Pero no te parece sospechoso?
Harry la miró fijamente y abrió la botella de vino. Pero Faith había
estado demasiado tiempo en peligro de matrimonio como para tomárselo
con calma. Un padre y tres hermanas intentando casarla le habían
desarrollado el olfato. Pero la comida estaba deliciosa. Y cuando acabaron
con el vino y con casi toda la comida no hablaron mucho. Sin contar
«pásame la sal» o «ni se te ocurra terminar con el cangrejo», claro.
Habían comido sentados en los bancos junto a las piedras y cuando
terminaron, se pusieron en pie lentamente.
—Si estoy más tiempo sentada —dijo Faith— me voy a quedar pegada
al asiento. Necesito dar un paseo. ¿Te importa?
Mary y O'Malley, que habían estado mirando las lejanas islas,
volvieron y comenzaron a recoger los restos y a ponerlos en la cesta. Los
pocos restos que quedaban.
—Si miras hacia el este —le dijo Harry señalando en aquella dirección—,
verás St. Barts y St. Martin.
Dieron una vuelta por la zona de los cañones y Harry volvió a
señalar.
—El norte es por allí, y aquellas islas son Saba y Statia. Por ahí...
Harry se volvió al tiempo que hablaba, pero Faith se volvió también y
de repente se encontraron cara a cara. Él parecía estar muy tenso. La
agarró, la abrazó y poco a poco fue bajando la cara hacía la de ella.
«Dios mío», pensó Faith, «me va a dar un beso».
Y eso hizo él.
En opinión de Faith fue un beso impresionante. En la cara de Harry
había una expresión confusa.
—Sé que no debería preguntártelo —le dijo con tono de duda— pero,
¿no has sentido que la tierra temblaba?
—Sí —le contestó ella aún confusa por el beso y aquella extraña
sensación— Sí, lo he notado. ¿Tú también?
A Harry se le puso cara de vergüenza y señaló hacia el sureste.
—Eso que se ve allí es Montserrat y...
Faith miró obedientemente en la dirección que le indicaba.
—¿Hay allí un volcán en actividad? —le preguntó a Harry.
—No —le contestó él reparando repentinamente en una columna de
humo negro que se veía en el sureste de St. Kitts.
Faith juró que, aunque pareciera increíble, había oído sonar un
teléfono. O quizás fuese sólo un pitido en sus oídos. Cinco minutos más
tarde O'Malley subió desde el coche, donde estaba guardando las cosas de
la comida. Señaló hacia la columna de humo.
—¡Señor Harry, domina. El señor Nathan acaba de llamar —el chofer,
tan calmado habitualmente, parecía no creer las noticias que les llevaba—:
dice que el humo aquel es de una bomba que acaba de estallar en su
edificio nuevo de la bahía de Frigate. Quiere que vaya para allá y...

Una vez en el coche Harry tomó el teléfono móvil y comenzó a


marcar.
—Soy Holson. ¿Qué ha pasado?
Se quedó escuchando un momento y entonces continuó:
—¿Cuántos han desaparecido? Dios mío... ¿Tenéis idea de quién lo ha
hecho?
Tenía la mirada sombría.
O'Malley, que había estado conduciendo despacio, no espero a que le
dieran órdenes. Pisó a fondo y el coche empezó a ir a toda velocidad por
la carretera de la costa sur. En pocos minutos habían pasado Rose Cottage
y se dirigían hacia Basseterre.
Al llegar a la capital oyeron sonar las sirenas. Las calles estaban
bloqueadas con los vehículos de emergencias. Había atascos por todas
partes. O'Malley redujo la velocidad y cada vez que se acercaban a un
cruce o un policía asomaba la cabeza por la ventanilla y gritaba «Lady
Sunny». Y les dejaban pasar.
Un humo negro y denso coronaba la torre este. Llegando al primer
hoyo un coche de policía les indicó que parasen.
—¿Señor Holson? Soy el inspector Wheeler. Se ha dado por
desaparecidos a cuatro hombres. Y seis están heridos. Hemos empezado a
evacuar a los heridos pero estamos cortos de ambulancias y enfermeras.
—Dame el teléfono, O'Malley. Inspector: el asiento de atrás es muy
amplio. Puede usar el coche como ambulancia.
—Y yo soy enfermera diplomada —dijo Mary—. ¿Me quedo con el
coche?
—Sí.
Faith se retiró un poco hacía atrás. Allí no pintaba nada una abogado.
Pero era... instructivo ver cómo Harry Holson tomaba el control de la
situación. Sus dedos no dejaban descansar al teléfono, cuyas pilas estaba
agotando.
—¿Es el aeropuerto? Soy Harry Holson, de Construcciones Holson.
Tenemos dos helicópteros reservados. Quiero que vengan al campo de golf
de la bahía de Frigate para trasladar heridos al hospital. ¿Cuándo? Ahora
mismo, por supuesto. Dése prisa.
Entonces se dirigió al inspector.
—¿Van a coordinar ustedes los vuelos?
El policía asintió.
—Bien, ¿dónde puede estar mi capataz?
—Junto a aquella caseta que hay en el medio —le dijo el inspector
señalando—. ¿Qué piensa hacer?
—Mis hombres están mejor preparados para registrar la zona —le
contestó Harry rápidamente—. Usaré el teléfono para comunicarme con usted
y usted me mantendrá informado.
—Sí. Sí, claro.
—Y en cuanto a ti —le dijo a Faith—, quédate conmigo. Puede que
necesite un abogado antes de que acabe el día.
Eso era exactamente lo que Faith pensaba hacer: quedarse con él. Le
agarró la mano con las dos suyas como desafiando al mundo a que
intentase separarlos.
CAPÍTULO 5

Había pasado la medianoche. La brisa, con olor a humo y hollín, iba


calmándose.
—Vamos a la playa —le dijo Harry a una Faith exhausta—. Ya no
podemos hacer nada más. Los bomberos han controlado el fuego. Han
encontrado a los desaparecidos y papá se lo va a comunicar a las familias
—se desperezó y respiró hondo—. Nos podemos quitar la suciedad en el
mar.
—Sí, buana —dijo Faith con una sonrisa cansada e intentando hacerle
gracia—. Guíame.
—Bajando por esta colina... —le dijo Harry a la vez que la llevaba a
través del campo de golf hacia el ruido de las olas en la oscura playa—
¡Dios, qué cansado estoy!
—No me extraña —le contestó ella mientras le pasaba el brazo por la
cintura—. Has estado trabajando tan rápido como si te persiguiese el diablo.
—Así me sentía —le dijo él—: en el infierno. Lo que sucedió fue culpa
mía —la estrechó suavemente—. Y tú tampoco estuviste mal, nena. Ese
generador que organizaste nos salvó la vida.
Hizo otra pausa. Faith le miró a la cara, iluminada por la luna. Vio
que por la mejilla le bajaba un reguero de... ¿lágrimas?
—Aún no lo comprendo. Hemos encontrado vivos a todos nuestros
hombres y sigue habiendo dos cuerpos entre los escombros— continuó él.
Él le hizo detenerse un momento. La luna brillaba y el camino estaba
asfaltado de fragmentos de caracolitas blancas que relucían en la blanca
luz.
—Me alegro de que esté aquí mi padre —le dijo Harry—. A mí no se
me dan bien esas cosas. Papá hablará con las familias de los heridos
mejor que yo.
Se quedó dudando un momento cuando llegaron al borde de la playa.
Se quitaron los zapatos y los dejaron juntos en un montoncito. Agarrados el
uno al otro, para mantener el equilibrio, empezaron a bajar hacia las olas.
Faith se detuvo cuando el agua le llegaba a las rodillas y comenzó a
caminar en paralelo a la playa. A ella le llegaba a las rodillas pero a él no,
claro. Abrazados, dejaron que el mar les golpease.
—¿Por qué querría alguien volar vuestro edificio? —le preguntó Faith—
¿Habíais tenido alguna amenaza?
—¡No! —contestó él con convicción— En absoluto. Comparada con otros
lugares esta isla es el paraíso. No hay problemas de trabajo, ni
organizaciones radicales ni conexiones internacionales. No sé qué ha
pasado. Lo único que sé es que soy el responsable de esos trabajadores.
—No hay nada de lo que te puedas culpar —le dijo ella sensatamente—
¿Quién podía esperar que hubiese psicópatas escondidos tras las palmeras?
—Aun así —repuso él—, tendríamos que haber tenido más medidas de
seguridad o algo. Cualquier cosa para proteger a los hombres que trabajan
para mí. ¡Yo soy el responsable!
—Harry Holson —Faith lo miró a los ojos—. Te guste o no, no puedes
proteger al mundo entero de los maniacos homicidas que andan sueltos.
Había y hay un sistema de seguridad en la obra. ¿Qué más se puede
hacer? Tus hombres tienen las mismas posibilidades de morir en un
accidente de coche o de avión o de que les mate un vecino borracho con
una pistola. Son adultos y los adultos saben que la vida conlleva ciertos
riesgos. ¿Lo entiendes? —si no hubiese estado en el agua le habría dado
una patada al suelo.
Harry se quedó callado un momento mirando la luna. De repente le
pasó los brazos por la cintura y la abrazó con fuerza. Se quedaron así un
momento, con los labios pegados, esforzándose por resistir el empuje de
las olas.
—¿Estás intentando controlar mi mente?— le preguntó Harry entre
besos.
—Mmm... —Faith no estaba muy elocuente en aquel momento—, puede
ser.
Y no dijo más. Las olas eran cada vez más grandes. La siguiente fue
la famosa séptima ola. Les tiró a los dos al suelo. Cayeron juntos y juntos
rodaron por la playa, abrazados. Se levantaron empapados y riendo a
carcajadas. Se besaron de nuevo. Faith sintió un fuego que le subía por
dentro. Fuego, locura y deseo. Todas las dudas desaparecieron.
Se separaron para respirar. Él le apartó el pelo de la cara.
—Gracias —le dijo Harry muy bajito.
—Gracias a ti —contestó ella casi sin aliento.
—¿A mí? Sabes a caramelo salado. ¿Gracias por qué?
—Pues tú sabes divino —le dijo ella.
—Quizá no consigas quitarme todo el sentimiento de culpa, pero estás
aliviándolo mucho. Si no estuvieras aquí yo probablemente estaría por ahí
tratando de hacer alguna machada. Como perseguir a los saboteadores y
colgarlos de un árbol.
—Estos tejanos... —dijo Faith—. Habláis como los personajes de las
novelas baratas del oeste —continuó con los brazos en jarras.
—La policía se tomará este caso muy en serio —le dijo—. Estoy segura
de que lo van a resolver. Quiero decir que, ¿dónde pueden esconderse los
saboteadores? Es una isla muy pequeña y no hay tantos barcos
disponibles. El aeropuerto es fácil de controlar. No te preocupes. La policía
los encontrará.
Rodaron otra vez por la arena, bromeando. Cuando ya estaban
totalmente rebozados se levantaron, se sacudieron la arena e iniciaron la
vuelta hacia el campo de golf de mucho mejor humor.
—La última que sacaste —le recordó Faith—, la chica que estaba bajo
aquel coche pequeño: ¿qué le pasó?
—No lo sé —admitió él—. Después de pasártela a ti y a los bomberos
fui a buscar a otros. ¿Qué hiciste tú con ella?
—No lo sé —dijo Faith—. No había ningún bombero cerca y cuando le
acompañé fuera... desapareció.
—Probablemente otra persona se la llevó.
Iban agarrados de la mano. Entonces él se quedo parado.
—¿No te parece curioso? No había ninguna mujer allí aparte de ti.
—Ya la encontrarán.
—Sí —contestó él.
Miró hacia arriba y vio un todoterreno subiendo el montículo del
campo de golf. Empezaba a amanecer y se veía mejor. Harry reconoció el
vehículo por los colores. Sólo la policía se adornaba tanto.
—Ahora nos dirán algo —le dijo Harry—. El que viene en el todoterreno
es el inspector Wheeler. Y viene directamente hacia nosotros.
—Quería asegurarme —dijo el inspector con su mejor acento de colegio
caro— de que hemos tenido en cuenta a todos sus hombres desaparecidos.
—¿Qué quiere decir? —le preguntó Harry— Había cuatro de los nuestros
desaparecidos y los hemos encontrado a los cuatro. El capataz tiene la lista
de todos los que estaban trabajando en el momento de la explosión.
Aunque parece que hay unos restos... un par de cadáveres de más. ¿Pasa
algo más?
—Sí —repuso el inspector—. Hemos encontrado otro cadáver. Un joven
nativo, evidentemente. Bajo los restos de un coche. No cabe duda de que
fue un coche bomba y uno de los ocupantes no se había alejado lo
suficiente cuando estalló.
—¿Tienen idea de quién puede ser? —le preguntó Harry enseguida.
—De momento no —le respondió el inspector—. Pero lo sabremos muy
pronto.
Y con aquella tajante afirmación el inspector dio marcha atrás, giró y
subió de nuevo por el campo de golf hacia las linternas, los restos
humeantes de la torre y su aparcamiento subterráneo.

Faith estaba muy cómoda. No sabía que es lo que le había


despertado y tampoco quería averiguarlo. Ahí estaba otra vez ese ruido.
Abrió los ojos y se encontró acurrucada junto a Harry, que dormía
rodeándola con los brazos. Excepto que una mano la tenía sobre uno de
sus pechos. Probablemente le había reconfortado mientras estaba dormida,
pero ahora que estaba despierta le causaba cierta sensación extraña.
Se oyó el ruido otra vez. Faith se escurrió de los brazos de Harry
con una facilidad que la sorprendió a ella misma y se puso en pie con
cuidado. No le apetecía nada levantarse pero ese ruido le estaba volviendo
loca.
El sonido era como un maullido y parecía venir de las altas dunas
que había al oeste. Faith caminó hacia el punto de donde parecía llegar. Le
costaba andar por las dunas. Según se acercaba el sonido se hizo más
claro: alguien estaba llorando. Había caminado varios metros cuando resbaló
por la ladera de una de las dunas. Al pie del montículo un bulto humano
intentaba subir para alcanzarla.
La mujer estaba cubierta de sangre seca de las heridas que tenía en
la cabeza. También estaba ennegrecida por el humo y parecía que hubiese
estado caminando a través del fuego y se hubiese tropezado cien veces.
Arrastraba el pie izquierdo como si lo tuviese herido.
—Por favor —dijo Faith, abrazando aquel cuerpo roto—, déjame
ayudarte. Siéntate aquí e iré a avisar a Harry. Él llamará a una ambulancia.
No te muevas más de lo imprescindible, hará que te duela más. No voy a
hacerte daño: sólo quiero ayudarte.
Faith tendió a la mujer y corrió a dónde Harry aún dormía. Se
arrodilló y lo agitó para despertarlo. En cuanto abrió los ojos se dio cuenta
de que ella estaba alarmada por algo. Se incorporó con rapidez.
—Harry —le dijo Faith— ve a la obra y busca un médico. He encontrado
a una mujer herida. Necesita atención médica, por favor, date prisa.
Se puso en pie enseguida y empezó a correr, tomándose antes un
momento para comprobar que Faith estaba bien. Ella volvió velozmente
junto a la mujer.
—Tranquilícese —le dijo a la mujer, que ya había dejado de arrastrarse
—: Harry ha ido a buscar ayuda. Muy pronto estará bien cuidada.
Se arrodilló a su lado y le tomó la mano, que parecía la única parte
del cuerpo que no tenía herida, quemada o rota. La mujer le estrechó la
mano y Faith continuó hablando. Hablaba de cualquier cosa. Después nunca
recordó qué le había contado. Simplemente hablaba para que la mujer
supiese que no estaba sola. Debían de ser tonterías, pero no podía evitarlo.
Le hubiera gustado ser su hermana Becky, la doctora, que sabía qué hacer
en estos casos. Pero Becky estaba lejos, en Massachusetts.
—Faith, Faith —le oyó gritar a Harry tras lo que pareció una eternidad—
¿Dónde estás?
—¡Aquí! —contestó ella, levantándose.
Vio que Harry había traído consigo al equipo médico de emergencias
del cuerpo de policía.
Cuando llegaron se ocuparon de todo con un aire muy profesional.
—Ah, es ella —dijo el sargento mientras el equipo le daba los primeros
auxilios y la tendía en una camilla—. La hemos estado buscando entre los
escombros durante horas.
Lo único que le molestó a Faith fue lo poco afectuosos que fueron
con la paciente. En realidad, fueron muy fríos con ella. Faith estaba
acostumbrada al buen trato y el toque personal con que Becky y su marido
practicaban la medicina. Sin embargo la policía enseguida tuvo a la mujer
vendada y con la botella de suero puesta.
—¿Está grave? —preguntó Faith con ansiedad.
—Las heridas en la cabeza siempre parecen graves y sangran mucho
—le contestó el sargento—. Y no sé qué decir de la pierna. Puede que se
trate de la cadera. Pero la llevaremos en el helicóptero y pronto estará en
buenas manos.
Subieron la colina con la paciente en la camilla con Faith y Harry
detrás. Al llegar arriba, el helicóptero ya estaba esperando y la introdujeron
en él. En cuestión de segundos el enorme aparato había desaparecido y
todo quedó en calma.
A Faith le llegó un aroma a café, americano por una vez, que venía
de la cantina.
—Voy a por café para los dos —le dijo a Harry.
—Buena idea —contestó él—. ¿Por qué no buscas una mesa y
desayunamos, si es que queda algo? Yo quiero hablar antes con el
inspector. Volveré en un minuto.
La besó con ternura y se alejó.
—Bien —murmuró Faith—, he aquí al señor Macho. Ese chico ha visto
demasiadas películas del oeste. Besa a la chica y la envía a por café. Y
que la gran estrella masculina se haga cargo de la situación. ¿Quién se
cree que es? ¿John Wayne?
Murmurando aún Faith se encaminó a la cantina, pidió dos tazas de
café y buscó una mesa para dos. No reparó en cómo la miraban las otras
personas que había en el refugio de la Cruz Roja. Estaba demasiado
preocupada por la chica y, pensándolo bien, por las maneras dictatoriales
de Harry. Pero en aquel momento estaba demasiado cansada para hacer
algo al respecto.
A Faith Latimore no se le daban bien las mañanas. Era de la opinión
de que a la gente que se levantaba de buen humor deberían fusilarla.
Nadie se merecía ser feliz antes del mediodía.
Fuera, Harry conversaba con el inspector.
—¿Siempre es su equipo de emergencias tan brusco con los
pacientes?
—Disculpe —le contestó el inspector Wheeler—, no sé a qué se refiere.
—Trataron a la mujer que encontró la señorita Latimore como una
criminal —le dijo Harry—. Fueron muy eficientes, pero también muy fríos.
—Por supuesto que lo fueron, señor Holson. Porque estaban tratando a
una criminal. ¿Quién cree que metió aquel coche en el aparcamiento? Ella.
Encontramos su cartera entre los restos, pero no la encontramos a ella.
Tiene suerte de haber sobrevivido. Gracias a usted ahora la tenemos bajo
vigilancia.
Dicho esto se volvió y se encaminó hacia el todoterreno.
—Bien —le dijo Faith con un toque de burla cuando Harry se sentó a
la mesa—, ¿qué has averiguado hablando con el inspector?
—He averiguado que la joven que encontraste era una de las
ocupantes del coche bomba —Harry estaba a la defensiva—. ¿Qué más iba
a descubrir? Además, ¿por qué estás enfadada conmigo? Creía que ya
habíamos dejado eso atrás.
—Lo siento —le dijo Faith. De repente recuperó el sentido del humor—.
Estoy insoportable por las mañanas. Podría gruñirle a la Madre Teresa de
Calcuta si me hablase antes del segundo café —le dio otro sorbo a la taza
—. O sea que ahora tenemos un supuesto perpetrador y, quizás, un
contacto con quien esté detrás de esta atrocidad.
—¡Dios, te odio cuando hablas como un abogado! —le dijo Harry
terminándose el café.

Faith se las arregló para que el equipo de emergencia la acercase a


Rose Cottage. Le dolía todo el cuerpo y estaba ennegrecida por el humo.
Mary le estaba esperando.
—Dése una ducha rápida —le dijo la doncella—. La señora está en la
terraza esperando para desayunar con usted.
—¡Dios mío! —se quejó Faith— ¿Es que todo se ha ido al garete en la
casa? Mary, llévame a la ducha. Supongo que he echado a perder mi
estupendo trabajo.
—No se preocupe —le tranquilizó Mary—. La última vez que despidieron
a alguien en Rose Cottage fue hace catorce años. A la muy tonta se le
ocurrió comentar lo feos que eran los zapatos azules de la señora.
—Sí, supongo que eso fue un comentario suicida —le contestó Faith—.
Y que no se te olvide sacar mis zapatos azules de pedrería, ¿vale?

Lady Sunny estaba cómodamente sentada conversando con una de


las doncellas en la mesita redonda de la terraza. La dama llevaba, como
siempre, un vestido negro de seda con escote cuadrado. Cuando apareció
Faith la doncella se levantó y se fue.
—Ah, domina. Buenos días. He pasado la noche muy preocupada por
usted, querida. Ya he pedido el desayuno.
—No me había dado cuenta del hambre que tenía —dijo Faith.
Lady Sunny, que se estaba regalando con un trocito de tostada seca
y un café, hizo un gesto.
—Creo que la última vez que comí de verdad fue hace veinticinco
años —le dijo la dama—. Dicky era muy estricto con las dietas, aunque él
nunca siguió ninguna. Desgraciadamente las mujeres de mi familia tenemos
tendencia a...
—¿Al exceso de peso?
—A la gordura —contestó la dama con firmeza—. Ahora háblame de tu
aventura.
Y Faith lo hizo así. La anciana le escuchó con la máxima atención,
inclinándose hacia adelante y con la vista clavada en su domina. Y hasta
que Faith hubo terminado de describir cada aspecto de la situación la dama
no se arrellanó en el asiento para pedir más café.
—Es muy triste que haya habido muertos. Es lo que siempre ocurre
con el terrorismo, tengo entendido. En todos los años que llevo en St. Kitts
es la primera vez que ocurre algo así. Debe usted tomarse tiempo para
descansar, querida, y mientras yo llamaré a su madre y se lo explicaré
todo.
—No debe hacer eso, señora. Estaría usted malgastando su tiempo.
—Se equivoca, jovencita. Los mejores resultados se dan cuando los
dirigentes muestran interés por sus subordinados. Sé que hay gente que
deja que lo material cobre más importancia, pero las relaciones personales
son lo primero en un auténtico sistema de gerencia —se detuvo para dar
otro trago de café—. Y eso nunca es una pérdida de tiempo.
«¿Por qué me estará dando un discurso sobre la gerencia? Será
porque anoche lo eché todo a perder desapareciendo de aquí?»
—No me ha comentado qué tal estuvieron nuestros hombres en el
incendio —continuó la dama.
—Nuestros... hombres
—Sí, querida. Debías de estar tan ocupada... Dieciséis de nuestros
hombres han formado dos retenes de bomberos voluntarios. La segunda vez
que sonó la alarma ya estaban saliendo para allá. Debería acordarse de
pasar a verlos hoy. Nuestro cuartel de bomberos está tras el establo.
—Sí, claro. Lo haré.
La dama hizo un amago de movimiento para mover su silla.
Inmediatamente llegaron dos doncellas para ayudarla.
—Por supuesto —comentó la anciana mientras comenzaba a andar—,
nuestra domina también podría haber estado aquí para organizar y controlar
a nuestro personal. ¿No?
Y dicho esto se marchó y dejo a Faith terminando de desayunar.
Faith agarró la servilleta y la arrojó contra el plato.
—Y ahí tienes el resto del discurso sobre la organización, Faith
Latimore —se dijo en un susurro.
—¿Desea algo más la domina? —le preguntó Mary.
—La domina desea unas clases sobre cómo hacer su trabajo —suspiró
Faith—. ¿Puedes creer que en todos los años que pasé en la universidad
nunca me enseñaron a organizar un retén de bomberos voluntarios?
—Estoy segura de que la señorita aprenderá enseguida —contestó Mary
— Tenemos un libro sobre eso.
—Estoy segura —le respondió Faith—. De momento, me pienso pasar el
resto del día con el ordenador y ocupándome del correo.
—¿El ordenador... y el correo? Yo arreglaré eso.
—¿Qué hay que arreglar?
—Nada importante, domina. En el pasado lo normal era llevar el
ordenador a su suite sólo dos días al mes. Pero no tardaremos en
reinstalarlo allí, si quiere.
—Por eso no lo vi hasta ayer. Bueno, pues ocúpate de que alguien lo
vuelva a subir. La domina lo desea —le dijo Faith con firmeza al tiempo que
retiraba la silla y empezaba a bajar la rampa a toda velocidad.
Faith sabía que había un enorme sistema de intercomunicación en la
casa aunque tenía idea de dónde estaban situados los terminales. Pero no
le sorprendió volver a la habitación y encontrar la máquina en el escritorio,
riéndose de ella. Un segundo después una doncella a la que no conocía
entró con una cesta llena de correspondencia.
—¿Ha pedido la domina el correo?
—Sí. Tú te llamas...
—Julia, señorita. Trabajo en el departamento de negocios.
—Gracias, Julia. Esto es todo lo que necesito de momento.
La joven, cuya cara era solemne como la de una estatua, hizo una
mínima reverencia y se retiró en silencio.
—Bueno, no le he pegado, ¿verdad?
—¿A Julia? —Mary había entrado tan en silencio como Julia se fue—.
Es que tiene muchos problemas.
Faith hizo un gesto de extrañeza y se centró en el correo. Había una
gran cantidad, ya clasificada en tres montones: facturas, recibos y
correspondencia. Y finalmente el montón más grande: «Personal». Faith
apartó ése. No tenía órdenes de leer la correspondencia privada de Lady
Sunny.
—Mary, ¿tenemos algún mensajero? Parece que me han entregado
todas las cartas personales de Lady Sunny.
Mary se quedó dudando un momento.
—Sí, señorita Faith. Tenemos mensajeros. Les sacaré el correo.
¿Quiere que se lo lleven directamente a la señora?
—Pues sí —le dijo Faith al notar las dudas de la doncella—. Eso
parece.
Mary respiró hondo.
—Si la domina quiere que le lleven el correo a la señora, se lo
llevarán.
Tendió las manos para tomar el montón de cartas y salió disparada
de la habitación.
—¿Qué te parece? —se preguntó Faith al tiempo que disponía ante si
la correspondencia comercial y se preparaba para descifrarla.
A mediodía ya había llegado hasta las cuentas pendientes de cobro y
tenía el estómago tan vacío como la hoja de cálculo llena. La comida
apareció sin que la pidiese: un bocadillo de jamón, té, galletas y una
naranja. Comió mientras seguía trabajando.
Hacia las tres de la tarde había terminado con el correo y comenzó a
revisar los programas del ordenador. Sentía la cabeza pesada y se le
empezaban a cerrar los ojos.
—¿Domina? —notó una mano en el hombro. Abrió un ojo y vio a Mary
con un batallón de hombres y mujeres detrás esperando pacientemente a...
¿qué?
—Si la domina ha terminado —dijo Mary tímidamente—, Thomas ha
venido para hablar con usted.
—Sí —le dijo Faith—: ¿en qué puedo ayudarte, Thomas?
—Domina —dijo él casi tartamudeando—, ¿significa esto que todo mi
departamento ha sido relevado del trabajo?
—No que yo sepa —le contestó Faith aún sin entender nada—. ¿Qué te
hace pensar eso?
—Le pregunté a la señora, pero no me respondió. Me dijo que usted
era la responsable de todo excepto de ella.
—Así es. Entonces, ¿por qué has pensado que os he despedido?
—Porque pidió usted todo el correo, señorita, y lo despachó. Y veo
que ha hecho todo el trabajo correspondiente —le dijo Thomas—. Y ése es
mi trabajo. Julia es la encargada del correo. Clairmont es el contable. Lucy
y Primrose le ayudan con los libros. Y cada día nos ocupamos del correo y
cuadramos los libros y contestamos las cartas comerciales... a menos que
nos haya despedido.
—¿Julia se ocupa del correo? —le preguntó Faith comprendiendo al fin
por qué estaba tan disgustada— ¡Dios mío, qué he hecho! —exclamó al
darse cuenta de que había alterado el orden cotidiano— Lo siento. No tenía
intención de usurpar vuestros puestos. No, no estás despedido. He llegado
temprano esta mañana y he visto el correo sobre la mesa, y simplemente
lo he tomado y he comenzado a revisar las facturas. Por favor,
perdonadme: no me he dado cuenta de que eso os podía disgustar.
Faith se quedó en silencio y vio iluminarse la cara de Thomas.
—Escucha —continuó ella—: te prometo que nunca más tocaré el correo.
Ahora, que alguien me diga qué debo hacer con todo esto.
—Domina, si me permite, cuando terminemos con los cheques se los
subiremos para que los firme. Cuando acabemos con las cartas se las
subiremos para que las supervise y las firme. Y cuando todo lo demás esté
hecho, volveremos para que nos de las ordenes para mañana.
—¿Y Lady Sunny?
—Lady Sunny nunca mira nada de esto, señorita. Dice que le salen
arrugas si se preocupa de los negocios. Y cuando la vea a la hora de la
cena le dirá «¿Todo en orden, domina?» Y usted le contestará «Sí,
señora».
Faith observó el grupo de caras sonrientes.
—¿Aunque no todo vaya bien?
—Aun así —dijo Mary—. Lady Sunny sabe todo lo que sucede en la
casa y en los negocios, pero si alguien le plantea alguna cuestión ella se
siente obligada a hacer algo al respecto. Y no le gusta. Es decir, que no
debe plantearle ninguna cuestión. La domina se ocupa de todo.
—Bueno, nunca me lo dijeron tan claro en la universidad —Faith se
puso en pie y se desperezó. Llevaba horas sentada— Y tú, Thomas, ¿me
informas de todo?
—Si es que hay algo de que informar —afirmó el joven sonriendo.
—Entonces me gustaría que se llevasen de aquí este desastre y lo
rehiciesen todo correctamente —dijo Faith suspirando. Se encaminó
lentamente hacia el dormitorio—. Voy a echarme una siesta, Mary. ¿Algo
más, Thomas?
—El departamento de administración está seguro de que todo este
trabajo lo ha hecho usted correctamente, señorita. Pero lo repasaremos y lo
meteremos en los libros para practicar.
—Gracias, Thomas, pero no estés tan seguro de que lo he hecho bien.
Está archivado en el ordenador. Harías bien en comprobarlo
minuciosamente.
—Gracias, domina —le dijo Thomas sonriendo de oreja a oreja—. Lo
intentaré. Rara vez tenemos el trabajo del día archivado antes de
medianoche. Eso lo hace el departamento de informática.
—Gracias a ti, Thomas —le contestó Faith cuando el joven se retiraba—.
Me empieza a doler la cabeza, Mary. Creo que voy a tener una jaqueca de
las fuertes.
—Señorita —preguntó Mary—, ¿es que no va a comer? Por eso le duele
la cabeza.
—Mary, he comido a las doce.
—¿Comer? Eso sólo era un tentempié, domina. Ahora necesita usted
algo consistente. Ya sabe que no cenamos hasta las nueve.
—Muy bien —le dijo Faith con resignación.
Mary salió de la habitación moviéndose tan ágilmente como siempre.
—Bueno, ¿dónde estaba? —pregunto Faith hablando sola— Ah, sí:
¿cuántas personas hay trabajando para Lady Sunny?
Se acercó al ordenador y le hizo aquella pregunta. La máquina hizo
unos ruidos.
—Cincuenta y dos —salió de la máquina. Y entonces rumió de nuevo—.
Cincuenta y tres. Una hospitalizada.
—Cállate, listilla —se burló Faith—. Eres el tipo de máquina sabelotodo
que me llevó a decidir que no quería estudiar ingeniería.
Mary entró en aquel momento con la bandeja del almuerzo.
—¿Estaba hablando con alguien, domina?
—Conmigo misma —confesó Faith—. La chica más tonta que conozco.
—Está de broma —le sonrió Mary a la vez que dejaba la bandeja
sobre la mesa—. La señora nos lo contó todo acerca de usted antes de que
viniese. Venga, coma.
La cocinera había preparado una ensalada de pasta con tomates
frescos, aceitunas, cebolla y jamón aderezada con especias y aceite.
—Esto es una conspiración entre la cocinera y tú, ¿no? Os imagináis
que si la comida tiene tan buen aspecto me sentaré a comer como es
debido —miró a Mary sonriendo y continuó—. Bueno, aunque no sea una
conspiración me sentaré a la mesa que hay al lado de la ventana.
—¿Una conspiración? —repitió Mary inocentemente— No, la cocinera y
yo no hemos hecho nada. Pero preferiría que comiese tranquilamente en
vez de engullirlo todo sin disfrutarlo. Además, la cocinera quiere saber si le
gusta este plato. Está ensayando con usted antes de servírselo a la señora.
—Bueno es saberlo —le contestó Faith.
Era consciente de que, una vez más, los trabajadores de Rose
Cottage le estaban recordando lo dedicados que estaban a la señora. Faith
tenía un puesto importante, pero el centro de la vida doméstica era la
señora. Apartó esas ideas de su mente y se sentó a la mesita. Desde allí
se veía la parte trasera de la villa y el jardín en el que Lady Sunny pasaba
tantas horas. Le recordaba a su madre y al jardín que con tanto esmero
cuidaba. El aire estaba impregnado de distintos aromas.
—Mary —le dijo a la doncella cuando terminó con la ensalada—: dile a
la cocinera que la felicito y que le recomiendo que le sirva esto a la señora
en alguna ocasión. ¿Tú la has probado?
—Sí —le contestó Mary—. La cocinera nunca me permitiría servirle a
usted algo que el personal no haya probado antes.
—No parece que te haya entusiasmado.
—No es lo mejor que he probado en mi vida —le dijo la doncella—,
pero no estaba mal.
—Yo no le diría eso a la cocinera —le dijo Faith riendo al tiempo que
se levantaba y dejaba a Mary recoger los platos.
—No, domina —rió también la doncella—. Yo nunca la critico. No se
sabe qué puede hacer la próxima vez.
Faith volvió a sentarse frente al ordenador y, recordando la promesa
que le hizo a Thomas, lo apagó. Tenía un tirón en el cuello. Se levantó
para desperezarse.
—Señorita —le dijo Mary asomándose por la puerta de la suite—. ¿Ha
terminado ya?
—Sí —le contestó Faith. Y entonces, en un arranque de curiosidad, le
dijo a Mary:
—¿Cómo es posible que siempre estés cerca cuando te necesito?
—¿Qué quiere decir? —le preguntó la doncella.
—Lo que intento preguntarte, bastante mal, por cierto, es cómo te las
arreglaste para llegar justo cuando terminaba de trabajar en el ordenador.
—¡Ah! —dijo Mary, aliviada— Desde la hora de comer he estado
mirando cada dos minutos o así para ver si había acabado y le podía
ayudar a arreglarse para la noche.
—¿Qué más haces aparte de ocuparte de mí? —le preguntó Faith.
—Ayudo con las tareas de la casa y a veces en la cocina. Pero ahora
que está aquí usted es mi principal misión —le dijo Mary con cierto orgullo.
CAPÍTULO 6

Faith bajó la rampa luciendo la ropa que Mary había elegido para ella:
una blusa tipo túnica de seda verde pálido con pantalones a juego. Llevaba
el hermoso cabello castaño claro recogido en una trenza. Se sentía segura
sabiendo que tenía un aspecto sereno, limpio y a la altura de las
exigencias de Mary. Empezaba a darse cuenta de que Mary era tan
exigente como mamá Latimore.
Lady Sunny, que acompañaba al inspector Wheeler, le salió al paso
en la planta baja.
—Me alegro de verla —le dijo la anciana al ver a Faith al pie de la
rampa—. Únase a nosotros.
Faith les siguió obedientemente y cuando llegaron a la terraza vio que
Harry estaba allí.
—El inspector ha venido para hablar sobre el incidente de ayer —dijo
Lady Sunny—. Pero antes, ¿le gustaría tomar algo, inspector?
La dama tenía clase. Lo llevaba en la sangre.
—Algo fresco, por favor —le respondió el inspector—, y sin alcohol. Aún
estoy de servicio.
Estaba claro que el inspector Wheeler era otro de los admiradores de
la dama.
—Bien —dijo Wheeler tras darle un sorbo al té frío—, tengo que hacerle
varias preguntas, señor Holson.
—Dígame —le respondió éste.
—¿Cuáles diría que han sido las pérdidas?
—No tanto como parecía —dijo Harry, consultando una tarjeta que se
había sacado del bolsillo—. La explosión afectó a la estructura de acero sólo
en los dos primeros pisos. La madera ardió de ahí para arriba. Eso significa
unos trescientos mil dólares de daños. El seguro lo cubrirá casi todo,
incluidos los gastos de hospital de los heridos.
—Y como constructor, ¿qué le sugiere a usted eso?
—Inexperiencia —le respondió Harry—. No sabían lo que hacían. En
realidad, si hubiesen colocado la bomba unos seis metros más allá lo
máximo que hubieran conseguido hubiera sido desconchar la pintura del
exterior.
—Mmm —dijo el inspector—. Sin experiencia. Eso significaría que no han
sido los revolucionarios. Tenemos controlados de cerca a tres o cuatro que
creen que están de incógnito en la isla. Tuvimos algún problema hace unos
años cuando Anguilla se independizó de St. Kitts y Nevis, pero arreglamos
aquel asuntillo en un momento.
—Además —intervino la dama—, ¿para que iba a volar un revolucionario
el hotel? No tendría dónde reunirse con los suyos.
—Exactamente —repuso el inspector casi para sí.
Harry le dirigió una mirada de desconfianza.
—Lo cual nos lleva a la segunda posibilidad —continuó el policía—:
alguien o algún grupo que tenga algo contra su compañía.
—Por supuesto, están los ecologistas —musitó Harry—. Aunque hemos
satisfecho la mayoría de sus quejas con los nuevos métodos de
construcción. DeWolf y Harmon nos hicieron una investigación ecológica en
su momento que demostró que no había ningún problema. Pero aún quedan
los radicales, que se oponen simplemente a que las cosas cambien. ¿Sabe
de quien le hablo? Quieren que St. Kitts sea siempre como era hace
cincuenta años, aunque el hotel vaya a ayudar a las islas a alcanzar la
independencia económica.
—Sí, los conocemos —le dijo el inspector Wheeler—. Pero tienen un
fallo. Se están haciendo viejos. No me imagino a ninguno de ellos poniendo
esa bomba, ni aunque estuviese mal puesta.
Se miraron los unos a los otros. Y entonces Lady Sunny rompió el
silencio:
—Drogas —dijo.
Faith miró sorprendida a la anciana. En los últimos días su opinión
sobre la dama empezaba a cambiar. El aspecto alegre y despreocupado era
sólo eso, apariencia. Por dentro la señora parecía tener muchas de las
respuestas sobre lo que sucedía en Rose Cottage y en la isla.
—Drogas —reflexionó el inspector—. Bueno, es verdad que están
invadiendo la isla y que la bahía de Frigate era el lugar perfecto para
desembarcar los alijos. Y ahora que la construcción del hotel se lo impide
no sé cuáles han sido los efectos. Hablaré más tarde con la brigada de
narcóticos. Deben ustedes saber que el futuro está llegando a St. Kitts y a
todo el Caribe. La droga está subiendo de América del Sur hacia aquí. Sí,
drogas... —dijo mientras tomaba su libreta y apuntaba algo.
—Señor Holson, esto le puede parecer algo exagerado pero, ¿tiene
usted enemigos personales en la isla?
—No que yo sepa —le contestó Harry—. Nadie que fuese a recurrir a
estos métodos.
—Se lo pregunto porque —le dijo el inspector Wheeler— no todos
nuestros ciudadanos se dedican sólo a cantar y hacer fiestas. La envidia y
la venganza son los motivos de la mayoría de los crímenes sin importancia
con los que tratamos día a día. Es muy posible que haya algo de eso tras
esta bomba.
Se quedo callado al tiempo que golpeaba la mesa con la pluma.
—¿Qué hay de la envidia? ¿Se le ocurre alguien, dentro o fuera de la
compañía, que pudiera tenerle envidia a usted o a la compañía? Tanto
como para destruir el hotel.
—No consigo imaginarme a nadie que pudiera envidiarme tanto —le
contestó Harry con un intento de sonrisa—. Por supuesto, tenemos
discusiones de todos los tamaños en la compañía, y pesados a los que les
gustaría discutirlo absolutamente todo. Pero la mayor parte de la gente con
la que trabajamos es gente de siempre de la construcción. Y si uno de
ellos hubiera decidido volar el hotel lo hubiesen mandado camino de Nevis,
¡puede estar seguro!
El inspector asintió.
—Pero este tipo de explosión no demostraba tanta experiencia. ¿Qué
hay de la otra posibilidad? ¿Hay alguien en la isla que pudiera querer
vengarse de usted por alguna ofensa real o imaginada?
Harry reflexionó un instante.
—No, no creo —le dijo por fin—. Aunque, si las cosas hubieran ido
normalmente yo hubiera estado también allí a pie de obra. En vez de eso
estaba de excursión en el fuerte de Brimstone, por orden de Lady Sunny.
—Tuviste suerte —comentó la dama—. A veces le viene bien a los
jóvenes escuchar a sus mayores.
—Sólo estoy considerando las distintas posibilidades —le recordó
Wheeler a Harry. Este asintió y el inspector prosiguió—. Me intriga la idea
del contrabando. La bahía siempre ha sido el sitio ideal para los
contrabandistas. Al construir el hotel allí les habrá irritado mucho.
—¿Y de qué es el contrabando? —le preguntó Faith mientras Harry y el
inspector le daban vueltas a esta última opción.
—Aún estoy pensando que son drogas, domina —le respondió el
inspector—. Hay otras cosas: tabaco, por ejemplo, pero...
—Está usted sugiriendo —le interrumpió Harry— que los contrabandistas
piensan que les estamos arruinando el negocio. ¿Cree que la bomba ha
sido una advertencia? ¿O un intento de parar definitivamente la
construcción?
—No estoy seguro de cual sería su intención. Si es que es alguna de
ellas —le dijo Wheeler—. Pero sí estoy seguro de que se ha creado usted
enemigos entre esos elementos no sólo con la construcción del hotel sino
con la campaña antidrogas que ha estado haciendo.
—Bueno —le dijo Harry—, reconozco que si nuestra campaña funciona
perderán algunos clientes. ¿Hay crimen organizado aquí?
Hubo otro silencio. Y de nuevo Lady Sunny lo rompió.
—Como saben, pertenezco al consejo de gobierno. Y tengo entendido
que hay graves problemas en la isla. Los traficantes de Cuba hace unos
años, y ahora los sudamericanos, buscan bases más cercanas a las
colonias.
El inspector carraspeó, incómodo.
—A... los Estados Unidos, señora. Sí, probablemente así es.
—Entonces yo diría que el tráfico de drogas es una buena razón para
poner la bomba —dijo Harry—. Especialmente porque nuestros hombres de
seguridad habían ahuyentado de la zona a unos individuos sospechosos la
noche anterior.
—Sí, estamos al tanto de ese incidente —repuso el inspector.
—¿Quieres decir —le preguntó Faith a Harry— que los traficantes
pretendían usar el hotel para hacer las entregas?
—Eso creemos, domina —le dijo el inspector—. Hemos aumentado la
vigilancia y estamos muy pendientes de este asunto. Todo lo que sabemos
con seguridad es que están aquí. Tenemos muy pocas pruebas en cuanto a
quiénes son —guardó silencio un momento y entonces escribió algo en la
libreta—. Pero encontró usted a una de los autores, domina. Y la vamos a
someter a un interrogatorio exhaustivo.
—¿No han hablado aún con ella? —le preguntó Harry.
—Sólo un momento —repuso el inspector—. Lo suficiente para averiguar
como se llama y que vive en Friends Estate. Y entonces llegó su abogado.
No creo que vayamos a sacarle mucho más. Pero quédense tranquilos:
investigaremos. Por cierto, tengan en cuenta que todo lo que se ha hablado
aquí es pura teoría y estrictamente confidencial. No podemos llegar a
ninguna conclusión hasta que tengamos más pruebas.
Cerró la libreta y se puso en pie, estirándose.
—Se le está haciendo tarde, inspector —le dijo Lady Sunny—. ¿Por qué
no se quedan Harry y usted a cenar? Nos encantaría que nos
acompañasen.
—Gracias, señora. Sería un honor —le contestó el inspector Wheeler—.
Pero no estoy vestido correctamente.
—Estoy segura de que encontraremos algo para usted —dijo la dama—.
Pero debe saber que yo considero que un hombre de uniforme va bien
vestido en cualquier situación.
—Señora —le dijo el inspector riendo—, lo considero un honor y le
estaría muy agradecido si me permitiese usar momentáneamente una de las
habitaciones con teléfono para terminar de cumplir con mis tareas de hoy.
—Por supuesto —le contestó la dama con su elegancia habitual—.
Napoleón, por favor, acompaña al director a alguna sala donde pueda
atender sus asuntos. Se reunirá con nosotros para cenar.
—Sí, señora —le contestó el mayordomo acompañando acto seguido al
inspector.
—Bien, queridos —dijo la dama mirando con cariño a la pareja de
jóvenes que aún la acompañaba. Se inclinó hacia adelante y acarició la
mano de Faith—. Harry, ¿ha salido tu padre de la isla?
—Sí, señora. Tenía que volver a Puerto Rico para arreglar unos
asuntos de finanzas. Espero estar adecuadamente vestido para la cena yo
también.
—Ah... —rió la dama—, me encantará cenar con un vaquero de verdad.
A Dicky le hubiese dado mucha envidia. Cuando era joven quería ser un
vaquero. Pero se dio cuenta de que las botas le hacían daño. Y de que
era alérgico a los caballos. Fue una pena. Hubiera sido un vaquero
estupendo. Compramos un rancho en Méjico y pensábamos vivir allí, pero la
alergia... Ya saben. Entonces vendimos el rancho y vinimos aquí. Y aquí
encontramos la felicidad. Ojalá Dicky no se me hubiese ido tan pronto.
Se levantó y se encaminó hacia el interior. Y entonces dijo, volviendo
la cabeza:
—Ustedes dos deberían ir a pasear por el jardín. Está lleno de flores y
es precioso.
Faith y Harry se habían puesto en pie cuando la dama se levantó. Se
volvieron el uno hacia el otro mientras veían alejarse la pequeña figura
vestida de negro.
—Bien —dijo Harry—, a ti no sé, pero a mí me ha sonado como lo más
parecido a una orden real. ¿Me acompañas a dar un paseo por el jardín
antes de la cena?
Él le tomó la mano, la volvió y le besó la palma.
—Claro —le dijo cuando el corazón se le calmó un poco—. Estoy
deseando ver el jardín.
Harry le tendió la mano, que ella aceptó, y entonces la condujo por la
rampa hacia el jardín trasero.
—Vaya día, ¿verdad? —dijo él.
—Pero ha compensado —le respondió Faith al tiempo que entraban en
el jardín inglés. Había caminitos que serpenteaban subiendo por la ladera
de la colina. Cerca de allí una valla blanca separaba el jardín del terreno
de pastos.
—Ha compensado... —musitó ella.
—¿Cómo? —le preguntó a Faith.
—Hemos visto amanecer hoy —le contestó Faith mientras Harry asentía
—, y parece que también vamos a ver la puesta de sol.
Él asintió de nuevo. Siguieron caminando. Él le tomó la mano.
Sorprendida, ella se soltó de él. Es una tregua, se dijo para sí, no un
tratado de paz definitivo. Aún quedaban muchas cuestiones sin resolver.
Unos minutos más tarde, agarrados de la mano, subieron a la terraza.
No habían visto a la señora, que se puso en pie al verlos subir
sonriéndoles abiertamente. De repente a Faith le vino una idea a la cabeza.
Lady Sunny no era tan inocente ni tan despistada como parecía.
—Hola, queridos —dijo Lady Sunny—. ¿Habéis disfrutado del jardín?
—Es precioso, señora —le respondió Harry—. Y hemos visto a Isabelle.
Parece que sigue con buena salud.
—Me alegro, queridos —le dijo la dama—. Vamos dentro. Creo que el
inspector ya está listo.
Faith y Harry la siguieron al salón, una acogedora estancia dominada
por la barra.
—Buenas noches, señora —dijo el inspector levantándose al verla
entrar.
—Buenas noches, inspector —le contestó ella, ofreciéndole la mano
para que se la besase.
—Es un honor compartir la velada con una compañía tan agradable.
—Siempre has sido un adulador, Phineas —repuso la dama.
Conversaron unos veinte minutos y entonces las puertas del comedor
se abrieron y el mayordomo anunció:
—La cena está servida.
El inspector llevó a la dama hasta su asiento a la cabeza de la mesa
y Harry hizo lo propio con Faith.
Sirvieron carne asada con pudding de Yorkshire acompañada de una
macedonia de frutas tropicales y una guarnición de verduras.
—Uno de mis platos favoritos —dijo la dama—. Se lo estaba
comentando a la Reina Madre precisamente la semana pasada. Fuimos
juntas al colegio, ¿saben? Su padre también pertenecía a la nobleza —
suspiró—. Aquellos fueron buenos tiempos.
—¿La Reina Madre? —dijo Harry dando un trago de cerveza para
terminar de tragar un trozo de carne— ¿Quiere decir de la Reina de
Inglaterra?
—Sí —le dijo la dama serenamente—. La Reina Madre y yo somos
primas. En tercer grado, pero ella admite el parentesco. Fuimos al mismo
colegio de jóvenes. Antes de que se casase y entrase en la familia real.
Los demás la miraron asombrados.
A Faith le parecía que Harry y el inspector no acababan de creérselo.
Por el contrario ella se lo creía todo. ¿Por qué no? Al fin y al cabo
pertenecía a la nobleza. Y si lo decía, es que era verdad.
—¿De qué hablaron? —quiso saber Faith.
—Normalmente hablamos de cualquier cosa que se nos ocurre. Del
incendio del castillo o de los problemillas familiares. Nada importante.
Dentro de tres semanas es mi cumpleaños. Siempre se las arregla para
escaparse y venir a verme por entonces.
—Muy hábil por su parte —le dijo Harry—, especialmente cuando los
asuntos familiares están apareciendo en toda la prensa sensacionalista del
mundo.
—En mis tiempos —le contestó Lady Sunny más digna que nunca— la
prensa sabía mantenerse en su lugar. No se inmiscuía ni publicaba
escándalos sobre sus superiores. Me parte el corazón ver cómo el mundo
va cada vez a peor.
Ninguno de los otros tres quiso rebatirle la última afirmación y el
silencio se prolongó hasta que terminaron de cenar.
Mientras retiraban los platos la dama miró a Faith y le dijo:
—O'Malley y Mary han venido esta tarde a pedirme permiso para
casarse. No era necesario, pero pedir permiso se ha convertido en una
costumbre en Rose Cottage. Habrá que organizarlo todo.
—Sí, señora —le contestó Faith—. ¿Tiene usted alguna sugerencia o le
han comunicado ellos sus preferencias al respecto?
—Tengo entendido que les gustaría una gran ceremonia —repuso la
dama.
Faith notó que la anciana se animaba al hablar de la boda.
—Tendré que ponerme a pensar en eso —le dijo Faith—. Y hablaré con
Mary y O'Malley sobre lo que le gustaría a ellos.
—Me parece maravilloso, querida —le respondió la dama—. Ocúpate de
todo.
Ella ya había hecho su parte. El resto era labor de la domina. Lo cual
le hizo pensar en otra cosa.
—Sabe —continuó Lady Sunny—, he disfrutado tanto el paseo en el
coche nuevo de Dicky que creo que deberíamos tener dos más. Uno para
los domingos y otro para las emergencias.
—Cómo no, señora.
Habló con calma pero por dentro Faith estaba estupefacta. El
inspector Wheeler había reclamado la atención de Lady Sunny y Harry
aprovechó para acercarse a Faith y susurrar:
—¿Hay algún problema?
—Quiere otros dos coches. ¿Tienes idea de cuanto cuesta una
limusina azul claro con pedrería en los guardabarros?
—¿Con qué has dicho? —le preguntó Harry, que casi se había
atragantado con el café.
—¡Guardabarros de pedrería! He visto la factura esta tarde. Los extras
que le pusimos al coche han sido muy caros.
—¿Cuánto le va a costar? —le dijo Harry sin pensar realmente en la
pregunta.
—No más de lo que se puede permitir. Es simplemente que a mi
sobria educación yanqui le impresiona mucho.
No pensaba contarle que el precio total de uno de esos coches, con
todo incluido, era de setenta y cinco mil dólares.
—Debe de ser una suma considerable —le dijo él— si te preocupa
gastarte el dinero de la dama el cual, según dices, es muy abundante.
—No se está arruinando —le contestó Faith con firmeza—. Es que la
idea de gastar tanto dinero de una vez me da ganas de gritar. La señora
es bastante caprichosa a la hora de gastarse el dinero. Del cual tiene
mucho.
Tenía la mano atrapada otra vez. Tiró, intentando recuperarla, pero
Harry no la soltaba. En vez de eso se la llevó a los labios le besó la
palma. Cuando ella volvió a intentar retirarla él sonrió.
—No sé qué me ha pasado, domina. Pero no quiero que nos
enfademos. No estamos llevando muy bien.
Faith volvió a tirar, pero él no le soltaba la mano ni muerto.
Faith miró a los otros comensales. Lady Sunny les observaba con
cara de satisfacción.
—Faith, he pensado que uno de los coches que compremos debe ser
negro para que podamos ir a la iglesia el domingo como es debido.
—Sí, señora. Si vamos a tener coches nuevos deberíamos tener más
conductores para ayudar a O'Malley. Podemos decirle a él que enseñe a
conducir a otros tres hombres.
—Ocúpese de eso, domina —le dijo la señora con una expresión
despreocupada—. Para eso está usted aquí, ¿no? Y ahora vamos a
retirarnos para que los caballeros disfruten de una copita de oporto.
Una vez más, Lady Sunny había puesto a Faith en su lugar y le
había recordado cuáles eran sus obligaciones. Pero no pensaba dejar que
eso le afectase. Se inclinó y le dio un beso a Harry en la mejilla al tiempo
que se ponía en pie para irse. Este se sorprendió tanto que le soltó la
mano. Que era exactamente lo que Faith pretendía.
—Parece que se lleva bien con Harry —le dijo la dama cuando se
sentaron de nuevo.
—De momento —dijo Faith mientras observaba a Lady Sunny preparar
la costura.
—¿Sólo de momento? —dijo la dama dirigiéndole una breve mirada a
Faith—. Bien... Ayer tuve una agradable y larga conversación con su madre.
Es una mujer extraordinaria, ¿no?
—¿Mi madre? Sí... claro —le respondió Faith con cariño y orgullo.
Mientras pensaba en su madre le vino a la mente otra idea que no
tenía nada que ver con ella.
—¿Qué le parecería una boda en el barco?
—¿Para usted, querida? —Lady Sunny la observó con atención— ¿Es
que usted y Harry ya han llegado tan lejos? ¡Cómo me alegro! Sí, ya los
veo casándose a bordo del Bellerophon. Y si no sufren mareos usted y
Harry pueden hacer con el barco un crucero de luna de miel —la dama rió
al considerar la idea.
—No, señora. No es para mí. Es para Mary y O'Malley. Podríamos
celebrar la ceremonia y la recepción a bordo del... ¿cómo ha dicho que se
llama?
—Bellerophon, querida —le dijo Lady Sunny con una sonrisa triste—.
Dicky escogió el nombre. Tenía tantos deseos de navegar...
—¿Pero se mareaba? —continuó Faith.
—Sí, desgraciadamente —le contestó la dama—. En cuanto vimos el
barco nos enamoramos de él. Dicky pensaba que un barco debía llevar un
nombre digno, con historia.
—Lo siento, señora —admitió Faith—, pero me temo que no conozco la
historia de ese nombre.
—¿Es que ya no enseñan historia en los colegios? —Lady Sunny
estaba muy sorprendida—. Puede que lo pasasen por alto en educación
porque fue usted al colegio en las colonias...
—Es posible —le dijo Faith como disculpándose—, pero...
—Querida —continuó la dama con tono de orgullo—, el Bellerophon fue
uno de los buques insignia de la armada británica durante las guerras
napoleónicas. Era el azote de los franceses.
—Ah—consiguió decir Faith, estupefacta—. En el colegio no
profundizamos mucho en la historia británica. Tendré que ponerme al día en
esa materia.
—Pero estudió usted en Inglaterra —protestó Lady Sunny.
—Sí, pero fue en la universidad y no teníamos historia.
—¿Es usted feliz? —le preguntó Lady Sunny sin encomendarse a dios
ni al diablo.
—Sí —le respondió enseguida Faith. Y, pensándolo bien, continuo—. Sí,
muy feliz.
—Me complace mucho que el joven señor Holson y usted se lleven tan
bien. Sabía que si les dábamos tiempo ustedes dos encajarían bien. Y así
ha sido. Me siento muy orgullosa.
—Me alegro de que eso le haga feliz, señora —repuso Faith, un
poquito recelosa de las palabras de la dama—. Para eso, si no me
equivoco, me contrataron.
La dama puso cara de felicidad y volvió a su bordado. Faith tomó la
revista que había empezado a ojear y volvió a dejarla. No iba a enterarse
de lo que leyese mientras tuviese esa sensación. ¿Y cuál era esa
sensación? Era confusión. Era cautela. El matrimonio no era su tema
favorito. Lady Sunny levantó la vista y le sonrió. Se oyeron las carcajadas
de los dos hombres en la habitación contigua.
James, el criado, entró en la estancia con una bandeja de plata en la
cual había un fax. James le acercó la bandeja a Faith que, disculpándose
ante Lady Sunny, tomó la hoja. Y la leyó dos veces. Tras la segunda vez
sintió que le invadía la rabia. Casi rasgó la hoja. ¡Ese maldito vaquero de
Tejas la había engañado!
—¿Algo va mal? —le preguntó Lady Sunny.
—Nada que no pueda solucionar, señora —contestó Faith brevemente.
Preferiblemente con un martillo y varios clavos largos... en el cuerpo
de un tal Harry Holson. En aquel momento entraron el inspector y Harry.
Faith sabía que la dama les propondría jugar un rato al bridge. Le gustaba
jugar cuando había cuatro participantes. Seguramente Dicky hubiera querido
ser un jugador, pero resultó ser alérgico a las cartas.
—¿Que le parecería una partida de bridge, inspector? —le preguntó la
anciana con ilusión.
—Será un honor, señora —le respondió el inspector—. Especialmente si
me permite ser su pareja. Es usted una de los mejores jugadores que
conozco.
—Gracias —le contestó ella—. ¿Por qué no nos trasladamos allí para
jugar? —dijo señalando la mesa de juego ya dispuesta al otro lado de la
habitación—. Podemos jugar contra estos dos jóvenes.
—Es una idea estupenda —les dijo Harry.
Se volvió hacia Faith y le preguntó:
—¿Qué tal juegas al bridge? —notó la expresión de rabia en la cara de
Faith y añadió— ¿Qué te pasa? Creía que habíamos hecho una tregua antes
de cenar.
—¡Al infierno con tu tregua! —murmuró Faith—. Esto es lo que pasa.
Le enseñó el fax a Harry. El mensaje era de su hermano Michael,
que dirigía Construcciones Latimore ahora que su padre se había retirado.
—Le envié a mi hermano una petición de información sobre el
préstamo a vuestra compañía. Y esto es lo que me contesta.
Le dio la hoja para que la leyese. El mensaje decía: Ref. tu petición
info. sobre préstamo Larry o Nathan Holson. Nohac.
—Por si no lo entiendes —le dijo con desprecio—, la última palabra,
«nohac», quiere decir «no hay constancia». Me has mentido Harry Holson.
¡Y tengo ante mí la prueba! ¡Voy a jugar a las cartas contigo pero si tuviera
un cuchillo te degollaría ahora mismo, maldito mentiroso!
Él se quedó mirando el papel.
—Debe de ser un malentendido —musitó.
—Sí, claro. Un malentendido —repitió Faith—. Vamos a jugar. Ya
hablaremos más tarde.
CAPÍTULO 7

—Se acabó —dijo Lady Sunny tras echar la última carta— y se está
haciendo tarde. Debo acostarme pronto. En una mujer de mi edad el
descanso es muy importante para conservarse bien.
James, que había permanecido casi toda la velada a espaldas de la
dama, le apartó la silla.
—Gracias, señora —le dijo el inspector Wheeler—. Hacía tiempo que no
jugaba con una pareja tan excelente.
—¿Puedo hacer que mi coche les lleve a ustedes dos a alguna parte?
—No, gracias —le contestó el inspector—. Tengo asignado un coche de
policía y además debo hacer una visita oficial más antes de ir a casa.
—Yo sí agradecería mucho que me acercasen a la obra —intervino
Harry.
—¿Tiene intención de pasar allí la noche? —quiso saber el inspector.
—Sí —le respondió Harry—. No puedo pedirles a mis hombres que
estén en un lugar donde yo no estaría. Si sucede algo esta noche, quiero
estar allí con ellos.
—Tenga cuidado —le dijo el policía con una expresión seria—. Ya
hemos tenido bastantes desgracias hoy.
—Por supuesto —lo tranquilizó Harry.
Aunque lo dijo con cierta despreocupación Faith estaba segura de
que, si esa noche aparecía alguien con malas intenciones en la zona de la
obra, la policía lo sabría... más tarde.
—Domina —le dijo Lady Sunny volviendo la cabeza mientras se alejaba
—, por favor, acompañe a los caballeros a los coches.
—Sí, señora —repuso Faith.
Se volvió hacia los dos hombre y les dijo:
—Síganme, por favor.
Señaló vagamente hacia la puerta que daba al vestíbulo.
Harry le tomó del brazo y la remolcó mientras avanzaban hacia la
rampa donde los coches estaban esperando.
—Buenas noches, inspector —le dijo Harry muy animado—. Di buenas
noches, Gracie —dijo dándole a Faith un tirón del brazo.
—Buenas noches, inspector —le dijo Faith con tanta calma y encanto
como pudo reunir dadas las circunstancias. Ni siquiera la larga velada y la
partida la habían calmado.
—Di buenas noches, Gracie —repitió Harry—: es una tontería que decían
en la radio, hace mucho tiempo.
—No soy tan vieja —le contestó, haciendo todo lo que podía para
cortarlo.
—¿No te acuerdas de George y Gracie?
—¡No me acuerdo de la radio!
Hubo un silencio.
—Es un gran malentendido —le dijo Harry mientras seguía agarrado a
su brazo con fuerza—. Voy a llegar al fondo de la cuestión y entonces
volveremos a hablar. Pienso aclararlo todo, Faith, y mañana nos vamos a
reír de todo esto. Ya verás.
—No creo —Faith tiraba insistentemente, tratando de soltarse de él—.
No me gustan los mentirosos ni los matones. Y usted es las dos cosas,
señor Holson. De lo único que me voy a reír es de usted cuando le
muestre ante todo el mundo como el mentiroso que es. Entonces me reiré,
créame —paró para recuperar el aliento—. Ahora, señor Holson, aquí está el
coche. Váyase, por favor. Y no tenga ninguna prisa en volver, si me hace
el favor. Y no deje sus huellas por todo el coche.
Con ese último comentario sarcástico, hecho en un tono que pensaba
que no dejaría lugar a dudas, intentó volverse y subir por la rampa.
Pero Harry aún la tenía sujeta del brazo. Y al intentar girar, chocó
con él.
—No tenga tanta prisa, señorita —le dijo Harry con rabia—. No soy un
mentiroso. Y si quiere ver un matón, aquí hay uno.
La abrazó y puso sus labios en la boca de ella, que intentaba
protestar. Faith lo intentó pero era imposible escapar. Poco a poco dejó de
ser un forcejeo. Lo disfrutó un segundo más de lo debido y se perdió,
como ocurre con el vino. La cabeza le daba vueltas y oía campanas. Perdió
las fuerzas y, en vez de resistirse, empezó a cooperar en su seducción.
—No seas más tonta de lo necesario —le dijo él suavemente—. Me
quieres y te quiero. No intentes poner barreras entre los dos, domina.
Aquellas palabras le hicieron volver a la realidad. Recuperó el
equilibrio y se apartó de él. Su ira se despertó de nuevo. Se limpió los
labios con la mano.
—¿No lo diría en serio, señor Holson? —se burló.
Él gruñó algo que ella no consiguió entender. Ella se enfadó aún
más.
—No estoy enamorada de ti. Nunca podría enamorarme de un hombre
como tú —le dijo apretando los dientes.
Y entonces lo abofeteó tan fuerte como pudo. Harry le agarró la mano
cuando intentó darle otra bofetada. Faith consiguió soltarse de él y corrió
hacia la rampa. Le costaba correr, estaba llorando y las abundantes
lágrimas le cegaban.
Se volvió de espaldas al mar y entró de nuevo en la casa tan
silenciosamente como había salido. Una vez arriba se dio una ducha, se
puso el pijama y se acostó. Se quedó dormida casi inmediatamente pero
tres horas después se despertó con una pesadilla. Alguien estaba gritando.
Una mano le tocó el hombro levemente.
—¿Domina?
Faith se revolvió y consiguió abrir un ojo. Estaba sentada y tenía las
sábanas enrolladas en las piernas como unas cadenas.
—¿Qué?
—La domina estaba gritando.
—Sí...
—Soy Rose, domina. De la guardia de noche. ¿Puedo...?
—No, no necesito nada —le interrumpió Faith—. Estaba soñando.
Observó cómo la eficiente doncella le arreglaba la cama y le colocaba
la almohada. Entonces le ayudó a acostarse de nuevo.
—Gracias, Rose.
Rose la arropó y se fue en silencio. Faith trató de calmarse. ¿Qué
había soñado? No se acordaba, se le había escapado de la mente. Algo
sobre Harry en la torre del hotel y alguien que lo empujaba. Y se caía de
la torre. Faith se estremeció. Era absurdo intentar volver a dormir con aquel
sueño rondándole la cabeza.
Rose, que esperaba en la sombra junto a la puerta, la observaba con
una sonrisa en los labios. Se acercó a la cama y comprobó cómo estaba y
entonces volvió al salón de la suite y pulsó el botón del sistema que
comunicaba cada rincón de la casa con el departamento de seguridad.
—A las tres —informó— la domina se ha despertado con una pecadilla.
—Pesadilla —corrigió el guardia.
—Eso, pesadilla. Ya ha vuelto a dormirse.

Amanecía. Era un tranquilo amanecer del trópico. El sol aún se


escondía bajo el horizonte, en las aguas del Atlántico. Una mínima franja de
luz verde apareció en la oscuridad que precedía al amanecer y luego
desapareció. Silencio. Las gaviotas se despertaron y se lanzaron a su
primer y ruidoso vuelo del día. Más cerca, los pájaros de tierra despertaron
también y comenzaron a peinar la playa en busca de algo para desayunar.
Una paloma particularmente persistente se posó en la terraza de Rose
Cottage junto a la ventana de Faith y parecía que iba a romperse la
garganta cantando.
Faith se movió.
—Bicho escandaloso —murmuró.
—Habla de amor, domina —Mary, que ya estaba arreglando la
habitación, ordenaba el desastre que Faith había dejado la noche anterior.
—¡Bah! Tonterías —Faith trató de protegerse escondiendo la cabeza
bajo la almohada.
—Sí —le dijo a la doncella al pasar a su lado—. El amor no existe.
Tonterías.
Entró en la ducha. El agua estaba helada y tuvo que reprimir un grito.
—Ya cambiará de opinión —le contestó Mary—. ¿Quiere ponerse el
vestido verde?
Faith salió temblando e inmediatamente se vio envuelta en la enorme
toalla que Mary tenía preparada.
—¿Ya cambiaré de opinión sobre qué? —le dijo mientras daba unos
saltitos como de danza de la guerra para calentarse— ¿Sobre el agua fría?
—Sobre el amor —le contestó Mary.
—La domina sabe del amor más de lo que le gustaría. El que tú te
vayas a casar no significa que todo el mundo deba hacerlo. Ráscame la
espalda, anda. Sí, justo ahí. ¿Qué decías del vestido verde?
Y con el vestido verde, la pesadilla olvidada y el corazón restaurado
Faith bajó a desayunar a la terraza. Y tuvo que contener otro grito.
Lady Sunny estaba a la mesa. Tenía la cara, habitualmente tan
plácida, avivada por el interés. Y sentado frente a ella estaba Harry Holson.
—¿No es estupendo? —le dijo la dama a Faith—. Nuestro querido Harry
ha encontrado tiempo para diseñar la piscina y el garaje. ¡Qué suerte,
verdad!
—¿Estupendo? —gruñó Faith— ¿Y tenemos suerte?
—Por decirlo de alguna manera —respondió él—. La explosión no causó
muchos daños pero los arquitectos quieren estudiarlo y tenemos que
esperar un poco antes de continuar con la construcción. O sea que tengo
una especie de vacaciones.
—Y hace algunos meses Nathan me prometió que nos haría una
piscina —le explicó la dama—. Nos vendrá muy bien.
—¿Y un garaje?
—Eso se me ocurrió esta mañana —le dijo Lady Sunny—. Todo
encajaba perfectamente, domina. Yo me pasaré la mayor parte del día
reunida con el director de Bangladesh pero por suerte la tenemos a usted,
querida, para que se quede con el señor Holson y lo supervise.
—Qué suerte tengo... —murmuró Faith mientras la dama se alejaba con
su trotecillo habitual.
—«Todo encajaba perfectamente, domina» —imitó Faith— ¿Es que tienes
un brujo entre tus empleados?
El le sonrió.
—Sólo de magia blanca, domina.
—Maldita sea —gruñó tomando la jarra de zumo, que estaba vacía—.
Maldita sea —repitió.
Él se puso en pie.
—Vamos, nena. Vamos a la zona de la piscina.
—Por si no te has dado cuenta —le atajó Faith—, aún no he
desayunado. Y no pienso ir a ninguna parte hasta que lo haga.
—Eso es materialismo —le dijo él—. Hay valores más elevados que la
comida.
—Sí. Eso lo dices después de haberte llenado bien la barriga.
—¿Has dicho barriga? Creía que las damas lo llamaban estómago.
—Las damas no lo llaman de ninguna manera si pueden evitarlo —le
contestó de mala manera.
Le trajeron el café. Se lo bebió con la misma desesperación que si
fuese una transfusión de sangre. Entonces llegaron dos tostadas. Faith se
contuvo: su primera intención había sido meterse las dos a la vez en la
boca. Harry Holson estaba inclinado sobre ella... quitándole la luz.
Lo miró.
—¿Qué, mirando?
Él sonrió.
—Se puede decir.
Lo mató con la mirada y se abrochó dos botones más del vestido.
—Voyeur —lo insultó.
Él se encogió de hombros.
—Probablemente me ofendería si supiese qué significa eso —le dijo él—.
Pero vaya, es una vista muy bonita y tienes un estupendo par de...
—¡Está bien! Ya he terminado —explotó ella, empujando hacia atrás la
silla que le golpeó en el estómago. Se puso en pie—. ¡Condenado! —gruñó—
Si fuese más alta tendrías más cuidado con el acoso sexual.
—¿Qué acoso sexual?
—Pues estar ahí mirándome el escote y diciendo que tengo un
estupendo par de...
—Pendientes —le interrumpió él—. ¿Qué tienen que ver los pendientes
con el sexo? Porque si hay alguna relación no deberías llevarlos.
—¡Qué poco me costaría odiarte! —le dijo ella—. Más todavía, quiero
decir.
Se había puesto en pie. Él le tomó una de las manos y la condujo
por la terraza hacia la parte de atrás y ella se dejó llevar disimulando hasta
que llegaron donde nadie podía verlos.
Ella se paró en seco.
—Si estuviéramos en Estados Unidos —le dijo sin aliento apenas— te
denunciaría por acoso. O mejor: ¡haría que mi hermano Michael te cambiase
un poco la cara!
—Ah, ¿tu hermano es el vengador de la familia?
—Mi hermanito... —habló despacio para marcar todas las palabras— Mi
hermanito mide más de dos metros, pesa ciento cincuenta kilos y jugaba al
rugby en el Notre Dame.
—Bueno... —le contestó él despacio, con acento tejano— Estoy muy
impresionado. En realidad, estoy muerto de miedo. ¿Voy a tener problemas
cuando venga?
—¡Muchos!
—En ese caso debería divertirme mientras pueda.
Le sujetó las manos y la colocó contra la pared. Ella trató de escapar
pero no podía.
—No me das miedo —dijo con orgullo y luego un poco más
tímidamente—. ¿Qué piensas hacerme?
—El acoso sexual —le dijo él— te lo puedes imaginar tú. Y si no te doy
miedo, debería dártelo.
Todo parecía suceder a cámara lenta. Bajó la cabeza hasta que rozó
con sus labios los de ella. E inmediatamente se apartó.
—¡Me han dado besos mejores! —dijo ella reuniendo todo el valor que
le quedaba.
—Tonta... —susurró él—. ¡Y peores!
De nuevo le acercó la cara poco a poco, aislándola del mundo. Sintió
su lengua acercándose y, al intentar decir algo, le abrió paso. Al mismo
tiempo él le bajó la mano por el cuello y el hombro y bajo el vestido y
acabó dejándola sobre su seno.
—No —consiguió decir.
Fue un no muy tímido. Un no difícil de creer, sobre todo porque a la
vez le rodeó el cuello con los brazos.
—¿No?
—Yo...
Su mano no se quedaba quieta. Le acariciaba el seno y buscó el
pezón. Faith Latimore había jugado a esto antes. Pero de repente pasó de
ser un juego a ser una guerra.
Y el mayordomo, que les había seguido, le dijo:
—Domina, le he traído el desayuno.
Faith, sorprendida, se quedó sin habla. Primero porque alguien había
visto cómo reaccionaba al beso de Harry y, segundo, por haber reaccionado
así. Harry, sin embargo, tenía una amplia sonrisa en la cara. El estaba
relajado. Ella estaba temblorosa. Otro punto en contra, Harry Holson, pensó
ella.
—Gracias, Napoleón —consiguió articular por fin.
Detrás de Napoleón había un sirviente con una enorme bandeja de
plata con una fuente cubierta de plata, un termo de café y un gran vaso de
zumo fresco de papaya. Faith les sonrió y se dio la vuelta para arreglarse
la blusa.
—Es un placer, domina —le dijo Napoleón al pasar junto a ella.
Entonces bajó la rampa hacia el gran árbol bajo el cual dos doncellas
estaban disponiendo una mesa con dos sillas. Estaban a espaldas de la
casa pero más arriba y se veía un estupendo panorama de la propiedad, la
isla y el mar. Faith no había reparado nunca en aquella mesa.
Napoleón hizo un gesto, el sirviente depositó la bandeja y todos
menos el mayordomo desaparecieron.
Nerviosa, Faith le preguntó:
—¿Esta mesa siempre ha estado aquí?
—No, domina —le respondió mientras le ayudaba a sentarse y
descubría la fuente—. Pero allí donde la domina quiera desayunar se pondrá
la mesa.
Hizo una reverencia y se retiró.
—Salvada por la campana —se burló Harry.
—Anda, cierra la boca —le contestó Faith.
—¿Que cierre la boca? La dama está perdiendo sus buenas maneras.
—¡La dama va a perder la paciencia en cualquier momento!
Hizo una pausa para respirar hondo.
—¿Por qué no me dices dónde va a ir la piscina?
—No podría dejar que una señorita desayunase sola —contestó él—. Y
hay suficiente para los dos, o sea que me parece que me voy a animar a
comer un poco.
—Sí, claro —refunfuñó ella—. Siéntete como en casa.
Llenó dos tazas de té y lo miró como desafiándolo a que tomase una.
Cosa que él hizo.
—¿No se te ha pasado por la mente que a lo mejor no necesito
compañía para desayunar? Especialmente tu compañía.
—Ni se me había ocurrido, ya que estás enamorada de mi, cariño.
Y le dedicó a Faith una sonrisa enorme y algo fatua.
O al menos eso fue lo que ella se dijo. Que tenía una estúpida
expresión de autosuficiencia. Bajó la cabeza y se concentró en los gofres
con fresas y nata.
—Si no masticas más rápido —le dijo Harry— te vas a atragantar,
teniendo en cuenta la cantidad de comida que te estás metiendo en la
boca. ¿Es que estás echando una carrera? ¿O crees que la comida va a
salir corriendo?
—Estaba pensando en otra cosa —consiguió decir Faith tras dar un
gran trago de zumo para tragar.
—¿En qué?
—En ti y esa constructora pirata tuya.
—O sea —dijo inclinándose hacia ella—, que estás interesada en mí.
¡Admítelo!
—Cállate —le ordenó ella— antes de que vomite. Sí, estoy interesada en
ti: en encontrar la manera de que te detengan por prevaricación.
—No me enseñaron esa palabra en el colegio —le dijo él—. ¿Has dicho
prevaricación?
—Eso es. Pues contrata a un abogado para que te lo explique.
¿Piensas comerte todos los gofres?
—Bueno, tenía que darme prisa. Tú estabas comiendo como...
—¡No te atrevas a insultarme!
—Como una niña muerta de hambre.
Y volvió a lucir aquella espléndida sonrisa. Dios, qué atractivo era,
pensó Faith. «Resiste».
Faith se acomodó en la silla y dejó los cubiertos en la mesa. No
podía creer lo que había hecho. Ella nunca comía de aquella manera. Mary
Kate Latimore les había enseñado las mejores maneras a ella y a todos
sus hermanos. Uno tenía que tomar bocados pequeños y masticarlos bien.
Y hacer una pausa entre bocado y bocado. Uno no intentaba meterse un
gofre entero en la boca. Incluso si el tenedor parecía tener vida propia. Y
sobre todo, uno no le hacía comentarios groseros al hombre que... ¡a
ningún hombre!
—Te darás cuenta de que he decidido ser bien educada contigo —le
dijo con calma.
—Es evidente —le respondió Harry—. La cuestión es por qué. Pero... —
sonrió y levantó las manos—, ¿quién soy yo para intentar evitarlo?
Faith se quedó mirándolo mientras terminaba de comer.
—¿Dónde piensas hacer esa piscina?
—Aquí —le contestó haciendo un gesto al frente.
—¡Pero si es roca sólida!
—Eso es un pequeño error. Es roca, pero no sólida. La roca volcánica
no es sólida.
—¿Y qué piensas hacer? ¿Dinamitar? Si lo haces la casa entera se irá
ladera abajo.
—Parece que aprendiste algo al crecer en la familia Latimore. Claro
que no voy a usar dinamita. Voy a usar taladradoras y músculos, señorita
Faith. En cuestión de un mes podrás bañarte en ella. Con azulejos y todo.
No era imposible, pensó ella. Excepto que no sabía cómo pensaba
subir los compresores por aquella ladera tan abrupta.
Era como si le leyera la mente. En aquel momento escuchó un
zumbido sobre su cabeza. Él señaló hacia la costa. Dos helicópteros se
acercaban con un cargamento de maquinaria. Faith apretó los dientes. Los
helicópteros, los compresores, los trabajadores... Harry iba a trabajar allí, le
gustase a ella o no. Con la cara encendida se puso en pie y lo señaló
agitando el dedo con rabia:
—¡No vas a sacar veinte millones de dólares de una piscinita!
Él le devolvió una perezosa sonrisa.
—No —le dijo—. Lo haré poquito a poco, domina.
—Y te haré responder por cada centavo —lo amenazó—, por cada dólar
que se gaste. ¡Ya lo verás!
—Estoy seguro de que sí —le contestó él amistosamente—. Y no te
olvides del garaje. Ahí vamos a hacer una pasta.
—Eres el hombre más repugnante que he conocido —le dijo Faith
pateando el suelo de rabia.
Napoleón se acercó de nuevo.
—¿A la domina no le ha gustado el desayuno?
—Creo que la domina preferiría carne de tejano asada —sugirió Harry.
Faith recogió sus maltrechos escrúpulos y salió como un rayo hacia la
casa.
A las cuatro de la tarde Faith ya había terminado de inspeccionar
todos los departamentos de la casa y estaba exhausta.
—No lo entiendo —le dijo a Robert, el jefe del departamento
empresarial—. No he encontrado un sólo fallo. Ni uno.
—La domina es muy amable —le replicó Robert—. Pero es que sólo
hace dos meses que pasamos la revisión anual.
—¿La revisión anual?
—Vienen los auditores de Londres y lo inspeccionan todo y luego los
abogados. Y después Lady Sunny. Una vez al año.
—¿Lady Sunny lo inspecciona? ¿Y conoce...?
—A cada empleado de cada departamento y a cada contratista. La
señora lo sabe todo. ¿Va usted a tomar el té ahora?
—Sí, por qué no —contestó Faith con un suspiro.
Otra ilusión rota. Lady Sunny podía ser el etéreo pajarillo que parecía.
Pero una vez al año movía la varita mágica y se convertía en el inspector
jefe de Hacienda.
Faith cerró la libreta y salió a la terraza para disfrutar de los últimos
rayos de sol. Había algo de lo que estaba segura: en Rose Cottage nunca
había que pedir nada. Bastaba salir a la terraza y lo que uno deseaba
aparecía inmediatamente allí.
Y esta vez funcionó a la perfección. En cuanto se hubo sentado a la
mesa que más le gustaba apareció Napoleón seguido de un desfile de
doncellas.
—¿Quiere tomar el té, domina?
Sólo había un fallo. Asintió, el equipo se puso manos a la obra, pero
antes de que se volviera a acomodar Aquel Hombre estaba a su lado y se
disponía a sentarse frente a ella.
—Creí que llegaba tarde —le dijo al tiempo que se bajaba las mangas
—. Aún estoy en edad de crecer y los tejanos también necesitamos
alimentarnos.
—¿En edad de crecer? —se burló ella.
—Nosotros no salimos todos tan bien hechos como vosotros —le dijo
él.
—Aún estoy esperando a ver los planos del garaje —le dijo mientras
intentaba agarrar el mejor pastel antes que él.
—Y los verás —le respondió Harry—. Mis hombres han estado
buscándote todo el día. ¿Comemos o vamos a ver el terreno?
—Puedes ir contándomelo —le dijo ella—. Sobre todo puedes ir
contándome cuáles serán los costos. Y el calendario. Aún no tienes
terminada la piscina, ¿verdad?
—Tranquila, mujer. Hemos empezado hoy. Y tuvimos que parar a las
dos para no molestar a Lady Sunny durante la siesta.
—Claro —murmuró.
Admitió que ella se había mostrado poco compasiva con el descanso
de la dama.
Lo observó comerse el último sandwich de pepino. Sin darse cuenta
dijo:
—Debe de comer usted mucho, señor Holson.
—Así es. Pero no suele ser sandwiches de pepino. Más bien bocadillos
de jamón. O mejor incluso, de filete. Cosas así. ¿Sabes que deberías estar
apuntando esto? Tendrás que ocuparte de estas cosas más adelante.
—¿Más adelante? —dijo ella, e inmediatamente se tapó la boca.
—Después de nuestra boda —le dijo él.
—¡No creo que llegues a verla! Y ese té que estás tomando es muy
raro ¿no?
Él apuró la taza.
—¿Tú crees? —le preguntó.
—¡Es cerveza! —exclamó ella—. ¡Te han traído cerveza!
Harry dejó la taza en la mesa y le sonrió.
—En Rose Cottage te traen cualquier cosa que pidas. Bueno, casi
cualquier cosa —dijo él—. Y ahora vamos a hablar del garaje. Lo construiré
tras el edificio actual para tener un acceso rápido a la carretera. Tendrá
espacio para seis automóviles, sin incluir el Cadillac antiguo.
—Lady Sunny nunca permitirá que se deshagan del famoso coche de
Dicky. ¡Nunca!
—Ni pensamos hacerlo —le dijo él riendo—. Renovaremos
completamente el viejo garaje y dejaremos el Cadillac...
—¿Puedo unirme a ustedes?
Ambos levantaron la vista. El inspector Wheeler estaba de nuevo allí.
—Siéntese, inspector —le ofreció Faith—. Parece usted cansado.
—Lo estoy —admitió él—. El crimen reina en St. Kitts y Nevis hoy en
día.
Tomó una silla. La doncella de servicio llevó rápidamente otra taza y
Faith le sirvió el té.
—¿Reina? —le dijo ella con tono burlón.
Él tomó un largo trago de té, sin importarle lo caliente que estaba.
—Reina —repitió con un brillo en los ojos—: dos robos, tres asaltos con
intento de robo y un coche desaparecido.
—Vaya por Dios. Sírvase alguna pasta, por favor. ¿Qué le trae por
Rose Cottage esta tarde, inspector?
—Creo que estamos haciendo progresos en el caso de la explosión en
el hotel del señor Holson —le contestó.
Ambos mostraron interés. Harry casi no podía contenerse.
—¿Y?
—Bueno, ha habido ciertas... complicaciones con la joven del hospital.
La que ustedes encontraron. No estaba tan malherida como parecía al
principio. Hoy a mediodía ha llegado su abogado, la ha sacado bajo fianza
y la ha escondido en alguna parte. Naturalmente, tenemos controladas todas
las salidas de la isla.
De otro trago se acabó el té. Faith le sirvió más con las manos
temblándole de la emoción.
—¿Y eso es todo? —le preguntó Harry.
—No exactamente. Estos pasteles son muy buenos. Me gusta ese
sabor a menta.
—Se lo diré a la cocinera —le contestó Faith sarcásticamente—. Y
sobre...
—Sí —le interrumpió el policía—. Hemos descubierto que la joven es la
novia de un tal Vincent Declaur, de Friendly Estate. ¿Lo recuerdan?
—Fue el joven que provocó el accidente, ¿no? —contestó Faith.
—El irascible joven que provocó el accidente y a quien el señor
Holson ofendió sometiéndolo a un arresto ciudadano —dijo dando otro sorbo
de té y un suspiro—. El señor Declaur no está por ninguna parte. Ha
desaparecido. El señor Declaur tiene ciertos conocimientos sobre explosivos.
El señor Declaur es conocido entre los jóvenes por su comportamiento
violento. Pero no hay muchas maneras de salir de la isla, y pronto estarán
en nuestras manos. Mientras tanto harían bien en tener cuidado. Tenemos
suerte de que los dos estén en Rose Cottage. He asignado varios hombres
para que les vigilen.
—¿Quiere decir que tendré que quedarme aquí en la villa? —le
preguntó Harry con voz de pena y un brillo de triunfo en la mirada.
—No voy a esperar a que me obliguen a decirlo —comentó Faith—: ¿le
gustaría quedarse a pasar la noche aquí, señor Holson?
—Creo que me encantaría —le contestó él casi riendo—. Y después de
la cena podemos ir a ver el terreno del garaje. ¿Qué tal?
Faith prefería no decirle qué tal le parecía esa idea. Además Lady
Sunny se estaba aproximando para unirse a ellos y no creía que la dama
estuviese preparada para escuchar el tipo de lenguaje que su respuesta
requeriría.
CAPÍTULO 8

Una mano rozó el hombro desnudo de Faith Latimore.


—Vete —murmuró ella, dándose la vuelta.
La persistente mano le tocó el otro hombro.
—¡Aparta tus manos de mí!
Había sido una noche horrible, con sueños extraños. La mayoría con
el repugnante Harry Holson como protagonista. En el último le había estado
haciendo cosas que ella nunca hubiera creído posibles. Cosas que le dieron
una gran cantidad de pecaminoso placer.
—¡Vete, no me toques!
—¿Domina?
Abrió un ojo. La luz inundaba la habitación. El aire tropical estaba
cargado de humedad. Tan cargado que se podía llamar lluvia, si uno no
era muy exigente.
—Ah, Mary. Lo siento.
—¿Ha pasado la señorita Faith mala noche?
—Muy mala. No te puedes imaginar cuánto.
—¿Por Ese Hombre? —le dijo Mary enfáticamente.
—Sí, por Ese Hombre.
—Aquí tiene un café, domina. Mire, abra los dos ojos. Restaura los
fluidos vitales.
Faith intentó seguir las instrucciones.
—También te quema los dedos —añadió de mal humor.
—¿La señorita Faith bebió mucho alcohol anoche?
—No bebí una sola gota —le respondió Faith—. Beber una gota —dijo
con asco—. Este idioma es terrible. ¡Voy a despellejar a ese hombre!
—Bébase el café —le urgió Mary—. Ya llegará su oportunidad.
Faith abrió los dos ojos.
—¿Qué he hecho?
—Aún nada —la cantarina voz de Mary sonaba compasiva—. Pero Lady
Sunny la espera en la mesa del desayuno. Y Ese Hombre está con ella.
—¿Y?
—Y la señora dice que no puede tomar ninguna decisión respecto al
garaje hasta que domina lo diga.
—Dios mío...
—Sí, la domina no va mucho a la iglesia. Quizá pudiese ir a
pregúntale a el señor —se oyó un ruido de sábanas—. Tome más café,
domina. Creo que necesita usted mucho café por las mañanas. Tres tazas
o más.
—Echa —la voz de Faith sonaba rota y le temblaban las manos.
—La verdad es que es un hombre agradable —comentó Mary mientras
le buscaba algo que ponerse—. No tanto como el mío pero, claro, cuando
uno se va haciendo mayor le quedan menos opciones.
Lo cual hizo que le estallara la habitación. Faith salió disparada,
completamente vestida, sin saber muy bien qué le había pasado. ¡Vieja!
¡Menos opciones! ¡Ya...! Y cuando llegó a la mesa del desayuno Lady
Sunny se había ido y sólo quedaba Harry.
—Ya era hora —comentó él al tiempo que una doncella le apartaba la
silla a Faith.
—¿De qué?
—De... cielos, Faith, ¿por qué siempre me vienes con esa tontería de
contestar una pregunta con otra?
—Porque no es una estupidez —le respondió Faith—. Estaba muy
ocupada.
—¿Haciendo qué?
—Repasando mi colección de libros de Agatha Christie, a ver si
encuentro la manera de cometer el asesinato perfecto.
—El asesinato se castiga mucho en esta isla —le dijo él.
—No si está justificado. ¿Dónde ha ido la señora?
—Dijo algo de ir en el coche nuevo a comer con el Gobernador.
—Ah, bueno.
Napoleón se acercó rápidamente, seguido por un desfile de doncellas.
—Domina, disculpe. Creí que...
—No importa. ¿Puede traerme mi desayuno de siempre?
—Por supuesto.
Dio unas palmas y sus tropas de doncellas se dirigieron a sus
puestos. Faith suspiró satisfecha con la cuarta taza de café del día. Y
entonces, más calmada, le dijo a Harry:
—¿Le has explicado lo que dijo el inspector? ¿Qué opina ella?
—La dama y tú tenéis mucho en común. Dijo: «O sea que no eran
traficantes ni guerras de bandas. Sólo un sapito orgulloso que quería hacer
aún más ruido».
—Sí, pero incluso los sapitos pueden causar graves problemas. ¿Has
traído los planos y el presupuesto del garaje?
El le pasó una hoja de papel. Faith dejó la taza de café para
estudiarla.
—¿Cuarenta y dos mil dólares? Dólares americanos, supongo.
—Eso es.
—Es decir, que hablabas en serio cuando dijiste que pensabas sacar
una pasta en el garaje.
—Bueno, siempre hay que intentarlo —le contestó mientras le pasaba
un sobre con más planos.
—¿Y por ese precio nos haces todo esto?
—Todo. Y del color que quieras. Pero no he contado con la pedrería
en las paredes. ¿Qué pasa?
—Nada. Estoy leyendo los planos.
—No me digas que eres una abogado que sabe leer planos.
—Bueno, pues no te lo digo. Pero ese croissant es mío, señor Holson.
Ella leía y comía. Él la miraba.
—Está bien —le devolvió los planos—. Pero con esos coches tan
grandes deberías dejar un área de giro más amplia. Como un metro más.
—¡Qué me... —buscó el plano al que Faith se refería y lo estudió—
Puede ser —comentó—. Vamos a verlo.
—No tengo que ir a verlo. Para eso sirven los planos. Y ahora vete
como un buen chico. Mary y yo tenemos que empezar los preparativos de
la boda. A menos que también seas un especialista en bodas.
Él arrastró la silla hacia atrás, enrolló los planos y se fue de mal
humor.
—¿Domina?
Faith se asustó y derramó el café. O'Malley, el chófer, estaba allí a su
lado. Y detrás de él estaba Mary, riéndose. Por alguna razón O'Malley
parecía más alto de lo habitual, y para entonces ya sabía que no era el
hombre más alto de la plantilla.
—Napoleón me dice que la señora dice que usted dice que le gustaría
inspeccionar el barco —le dijo.
—Sí. Nos gustaría. A Mary y a mí. ¿Hay algún problema?
—La última vez que alguien inspeccionó el barco fue hace cuatro años
en primavera —reflexionó él—. Los huérfanos de la misión, ¿sabe? Lo
dejaron lleno de marcas.
—¿Entonces no podemos?
El encargado del barco se quedó reflexionando en silencio.
Se oyó la risita de Mary, que le dio un codazo a O'Malley.
—Lo dice la domina —le recordó.
—Si es para la domina no hay problema —le cambió la cara y apareció
en ella una amplia sonrisa—. Claro, para la domina lo que quiera.
—Pues entonces vayamos al mar —anunció Faith con gran dignidad,
que luego compensó diciendo entre risitas—, a inspeccionar barcos.
El trío pasó de la sombra de la terraza al sol tropical y bajó la ladera
hacia el Bellerophon. El barco tenía en el embarcadero la presencia de una
vieja reina. Era más grande de lo que Faith recordaba. Grande y de un gris
sombrío, como correspondía a un barco de guerra.
—Es precioso —comentó Faith—. ¿Por qué no está bajada la pasarela?
Habrá que bajarla para la fiesta. Y para la señora. Por cierto, ¿cómo vamos
a subir nosotros ahora?
—Eso —dijo Mary con cara de preocupación—. No puedo pedirle a la
señora o a mi abuela que suban por las cuerdas como tú haces, O'Malley.
—La pasarela está subida para proteger el barco —le contestó él—. Hay
gente que podría subir y robar algo, señorita Faith. ¿Qué le parece?
—¿Robar? —Faith se sorprendió— ¿Hay ladrones en St. Kitts? Puede
que en Boston sí, pero aquí...
—Sí, señorita Faith —O'Malley se apresuró a defender el barco y su
honor—. Antes de que la subiéramos, entró gente y robó algunos
instrumentos de navegación. E incluso grabaron sus iniciales en los
pasamanos favoritos del amo Dicky, en el salón.
Faith comprendió que ese sacrilegio contra los pasamanos, contra los
pasamanos del amo Dicky, era mucho más grave que el robo de los
instrumentos.
—He intentado muchas veces lijarlos para que desaparezcan las
marcas pero no funciona, domina. ¡Han señalado mi barco para siempre!
—¿Cómo vamos a bajar la pasarela?
—Con electricidad, señorita Faith. Cuando estemos a bordo le enseñaré
el generador que limpio todos los días.
—Pues dinos por dónde subimos a bordo —dijo Faith algo agitada.
—Simplemente agarre la cuerda y trepe, domina. Como yo.
—No puedo trepar por la cuerda. Llevo falda. ¿No hay otra manera de
subir? —le gritó Faith.
—Tenemos una red de carga —anunció O'Malley tras pensarlo un
momento—. Podría colgarla por la borda y usted podría subir como si fuese
una escala. ¿Le parece bien?
—Sí, haz eso —le gritó de nuevo.
Mientras iba a por la red, Faith le dijo a Mary:
—Tenemos que subir a echarle una mirada al generador para bajar la
pasarela. Tengo la impresión de que debería haber inspeccionado el barco
antes de hablar de celebrar en él la boda. Mary se entristeció.
—Domina, no se preocupe. A O'Malley y a mí nos gusta la idea de
casarnos en el barco. Sabemos que usted lo arreglará todo.
—Ya estamos otra vez —murmuró Faith —. La domina lo hace todo
bien, la domina lo sabe todo... ¿Dónde me habré dejado la varita mágica?
—¡Allá va! —gritó O'Malley desde cubierta. Las dos mujeres salieron
corriendo cada una por su lado. Él tiró la red, que golpeó el suelo del
embarcadero con un ruido sordo.
—Y la red tampoco está en muy buenas condiciones —le dijo Faith a
Mary.
—Yo iré antes, domina —se apresuró a decir.
—Encantada —le contestó Faith—. Pero ten cuidado. No parece muy
sólida.
—No pasará nada, domina —le aseguró Mary—. Yo peso poco.
Dicho esto agarró la red y poco a poco y con cuidado fue trepando.
Faith notó que evitaba una parte de la red.
—Tenga cuidado por esa parte, domina —le gritó Mary—. La cuerda
está muy corroída.
Faith miró la red balanceándose. Sintió que se le revolvía el estómago
aunque aún no había empezado a subir. Mucho más arriba, Mary le tendió
una mano a su musculoso novio, que tiró de ella y la subió a cubierta.
Mary se quedó parada recuperando el aliento. Faith, aún en el
embarcadero, veía a la doncella echarle a O'Malley un discurso con dedo
amenazador incluido. La brisa le llevó las últimas palabras de esta:
—...y te mato, marinero. La domina es...
La brisa se detuvo.
—Cuando quiera, señorita Faith —le gritó Mary inclinándose sobre la
baranda.
No era tan fácil como subir por una escala pero no era tan difícil
como trepar por la cuerda. El enrejado de cuerdas se movía
constantemente y los zapatos le resbalaban a cada momento. Y entonces
se quedaba colgada dando vueltas, con el cielo girando allí arriba y el
estómago a punto de rebelársele, incapaz de dar un paso más.
A medio camino se quedó bloqueada, sin atreverse a volver a bajar ni
a seguir subiendo. La red pareció cobrar vida de repente y comenzó a
moverse y balancearse como si alguien estuviera trepando tras ella. Faith
cerró los ojos, les ordenó a sus manos que se quedaran pegadas a los
nudos de cuerda e intentó desesperadamente recordar alguna oración.
—Dios, haz que se pare —susurró.
Y junto a ella oyó una voz profunda diciendo:
—¿Y por qué no?
Abrió un ojo sabiendo de antemano lo que iba a ver. Allí estaba el
sonriente Harry Holson colgado de la red tan tranquilamente como una
araña en su telaraña.
—¿Por qué intentas matarme? —le chilló.
El cielo volvió a girar y entonces sintió aquel enorme brazo alrededor
de sus hombros.
—Tranquila, mujer —le dijo casi al oído—. No te bloquees. Subiremos
juntos: yo te sigo. ¿Vale?
—Me dan miedo las alturas —le contestó ella—. Y aquí todo el mundo
piensa que la domina puede hacer cualquier cosa. ¡Y esto no lo puedo
hacer!
—Sí puedes —le animó—. Y nadie se enterará de esto.
La red bailaba y allí estaba él, prácticamente sobre ella, con los pies
un paso más abajo que los suyos y las manos un poco más arriba.
—¿Estás cómoda? —se burló él.
—Muerta de miedo —contestó ella.
—Vamos, cariño. Poco a poco. Arriba... Primero un pie y luego el otro.
Abre los ojos. ¿Qué tal?
—Si pudiera elegir creo que preferiría el ascensor —le contestó ella
sintiendo que recuperaba algo de valor—. Todos se creen que soy capaz de
cualquier cosa... ¡y bien sabe Dios que estoy empezando a creerlo yo
también!
El dejó de darle indicaciones y ella dejó de moverse. Se echó hacia
atrás, apoyándose en el fuerte cuerpo de Harry. Y le vino una extraña idea
a la mente. ¡Quizás debiera casarme con él! ¡Eso le enseñaría lo que es
debido! Por lo menos eso era lo que siempre decía su hermana Mattie y
mira qué feliz era ahora. Y cuando Faith consiguió abrir los dos ojos ya
estaba casi arriba.
Mary y O'Malley se inclinaban por la baranda con los brazos tendidos
hacia ella para ayudarla. Entre los dos tiraron, Harry le empujó y salió
disparada hacia la cubierta como el corcho de una botella de champán. Se
quedó sentada en el suelo varios segundos para recuperar el aliento y
entonces se puso en pie.
—Bien —les dijo—, creo que no podemos esperar que Lady Sunny suba
a bordo de esta manera. Y ahora, ¿dónde está ese generador?
—Por aquí, domina.
El trío siguió a un O'Malley algo apagado. Bajaron tres cubiertas hasta
llegar a lo que era, evidentemente, una sala de máquinas. Salvo que
aquella sala de máquinas estaba inmaculada. O'Malley se acercó a un
aparato.
—Señorita Faith, éste es el generador.
—¿Qué le ocurre exactamente para que no funcione?
—Este generador —dijo el marinero al tiempo que acariciaba con una
orgullosa mano el aparato— se nutre de la central eléctrica auxiliar.
—¿Y?
—Que eso no funciona, domina —dijo con tono de desolación.
—¿Dónde está la central auxiliar? —se oyó la voz de Harry a sus
espaldas—. A lo mejor yo puedo hacer algo.
Por lo menos parecía muy seguro de sí mismo. Casi antes de mirarla
exploró la máquina con las manos. Era evidente que O'Malley no tenía ni
idea de cuál era el problema y le daba vergüenza admitirlo.
—Desde luego tienes el generador muy limpio —le dijo Faith.
Notó como se erguía y la sonrisa le volvía al rostro.
—Para encenderlo hay que darle a ese botón —les dijo señalándolo.
Harry estiró el brazo y lo pulsó. La unidad hizo unos ruidos, pero se
negó a arrancar.
—La batería está bien —anunció Harry mientras seguía investigando.
Diez minutos más tarde levantó las manos diciendo:
—No sé. Creo que voy a bajar a darles trabajo a nuestros electricistas.
Probablemente podamos tirar un cable desde la casa al barco. ¡No te
preocupes, acushla!
—¿Acushla? —le preguntó Faith ya a la espalda de Harry.
Mary lanzó una risita.
—Cariño —tradujo la doncella.
Faith hizo un gesto de indiferencia y se dirigió de nuevo a la central
eléctrica.
—Ese generador... Hace falta un hombre —le dijo Mary.
—No necesariamente.
Los ojos de Faith habían detectado un tubo de alimentación en el
techo, entre las sombras. Un tubo de alimentación que llevaba a dos
contadores. Dos contadores cuyas agujas estaban pegadas a la palabra
«vacío».
Faith se acercó a un ojo de buey y observó. Enseguida apareció
Harry bajando por la maroma que mantenía el barco amarrado a puerto.
«Sé algo que tú no sabes», pensó al verlo. Cuando supo que Harry ya
estaba fuera del barco su sonrisa se volvió beatífica. Sacó el móvil y
rápidamente marcó el número del departamento empresarial de la villa.
Robert descolgó enseguida.
—Soy la domina. Quiero que llames a la compañía petrolera para que
nos envíen inmediatamente un cargamento de carburante al Bellerophon. Sí,
inmediatamente. Gracias.
Mary y O'Malley no apartaban los ojos de ella.
—Eso lo arreglará todo —les dijo, y se sacudió las manos.
—¿Quiere que vaya y le diga al señor Harry que no necesitamos el
cable? —le preguntó O'Malley.
—No —Faith se esforzaba en pensar rápido—. Creo que el señor Harry
quiere ayudar. Creo que no deberíamos robarle su momento de gloria, ¿no?
La última pregunta se la hizo a Mary, que empezó a sonreír tanto que
Faith pensó que se le rompería la cara.
—Mientras esperamos nos puedes ir enseñando el barco, O'Malley. Ah,
y tengo que felicitarte por la sala de máquinas. Estaba todo reluciente. Has
hecho un estupendo trabajo.
A él se le iluminó la cara. Entonces guió arriba a las dos mujeres.
—El amo Dicky y la señora querían una sala grande para hacer
reuniones, o sea que quitaron muchos mamparos de aquí. Pero ahí en
popa dejaron cuatro camarotes para dormir.
Faith y Mary lo siguieron obedientemente y observaron los cuatro
camarotes. No había sábanas en las camas y se notaba que a los ojos de
buey les faltaban las cortinas que un día tuvieron. Aparte de eso todo
estaba en orden. O'Malley era un limpiador infatigable.
Entonces les llevó hasta una puerta doble de roble con picaportes de
bronce.
—Este es el salón —les explicó con orgullo al tiempo que abría.
El salón era una estancia amplia con un aire un tanto masculino. No
se veía ninguno de los encajes y puntillas que tanto le gustaban a Lady
Sunny.
—No está mal pero —dijo Mary pensativamente—, ¿dónde está la
cocina? Tendremos que dar de comer a mucha gente y si la comida no es
buena, la fiesta tampoco.
—Se le llama fogón —le dijo O'Malley, ofendido—. Y este barco tiene el
mejor fogón de la flota.
Faith se apartó para dejar que pasase y les guiase hacia el fogón...
fuese el mejor de la flota o no.
—Bueno —dijo Faith volviéndose hacia Mary que estaba abriendo
cajones y armarios—, ¿crees que nos las arreglaremos con esta cocina para
tu boda?
—Creo que sí —contestó Mary echándole una sonrisa de complicidad a
espaldas de O'Malley—. Sino podemos traer algo de la casa.
—Está bien, vosotros dos —rió Faith al ver volverse a O'Malley en pie
de guerra por aquel insulto a su amado fogón—. Es perfecto. Podemos
celebrar aquí la boda sin ningún problema. Y ahora, ¿por qué no subimos a
tomar algo?
—Incluso tenemos hielo, domina —le dijo O'Malley intentando aún ganar
puntos para su magnífico barco.
—Muy bien —le dijo Faith, aliviada al ver que finalmente no llegaría la
sangre al río—. ¿Tú no tienes sed, Mary?
—Sí, señorita Faith —se volvió y sonrió a su prometido—. Y el barco es
perfecto para mi boda.
—Nuestra boda —le corrigió O'Malley al tiempo que la abrazaba y
subían al salón.
—Por favor, siéntense, señoritas. Tengo limonada en la nevera.
Sacó una botella de limonada y tres vasos de detrás de la barra.
Entonces sacó hielo de una cubitera y puso un poco en los vasos. Tras
llenarlos los depositó en una bandeja de bronce y se los llevó a las damas.
—Por esto te lo perdono casi todo, acushla —dijo Mary en voz baja
tras darle un sorbo a su vaso.
Él dejó la bandeja sobre una de las numerosas mesitas y se sentó
con su propio vaso.
—Bien, Mary —le dijo— ¿Qué piensas ahora de mi barco?
—Creo que si conseguimos que funcione el generador será perfecto
para mi boda.
—Lo conseguiremos —le aseguró Faith— antes de que acabe el día, te
lo prometo. Y entonces os casaréis y os iréis navegando hacia el sol
poniente.
—¿Navegando? —preguntó O'Malley angustiado.
—Es sólo una forma de hablar —le dijo Faith.
Se quedaron sentados como una hora más disfrutando de la
agradable temperatura que había en el barco y hablando de la boda y los
preparativos que había que hacer para el gran día. Entretanto llegó un
camión cisterna de la compañía petrolera y aparcó frente a la entrada del
tanque auxiliar.
—Sería mejor que bajases a ayudar a llenar el tanque —le dijo Faith a
O'Malley—. Que echen tanto carburante como sea posible.
—Sí, domina —le contestó él con una sonrisa resplandeciente.
La carga se hizo muy rápido. El carburante sonaba por las tuberías y,
para activar el generador, O'Malley usó la bomba de mano de manera que
el combustible subiese a los quemadores. Volvió a cubierta casi sin
respiración.
—Ya hemos acabado, domina. ¿Quiere que vaya a...?
Y justo en aquel momento apareció Harry trepando por la maroma y
les interrumpió.
—Conectaremos el cable en cuestión de una hora. No te preocupes,
Mary. Habrá electricidad para el día de tu boda.
Faith le sonrió. El tipo de sonrisa que anunciaba que tenía un as en
la manga.
—Estoy segura de que todo eso estará muy bien. Pero mientras
tanto...
Apretó el botón del generador. Se encendieron las luces de todo el
barco y tras la barra las dos máquinas hicieron un ruido y empezaron a
fabricar hielo.
—Mientras tanto —continuó con una inocente sonrisita—, ¿te gustaría
tomar algo frío?
Harry frunció el ceño y miró alrededor.
—¿Ya me has tomado el pelo otra vez, domina?
—No, la verdad es que no. Es que descubrimos cuando ya te habías
ido...
Harry volvió a dar una vuelta, como si estuviera contando todas las
luces y aparatos que ahora funcionaban normalmente.
Faith tomó aire. Si había algún momento en que pudiera perder la
paciencia, era aquel. Es un hombre muy fuerte, se dijo, y tiene mal genio
y...
—Eres una brujilla —le dijo sonriendo levemente— ¿Cómo lo has
conseguido?
—Después de irte tú —le dijo débilmente— me di cuenta de que los
contadores decían que el tanque estaba vacío. O sea que llamé a Robert y
él llamó a la compañía petrolera y... ¿Por qué te ríes de mí?
—No me río de ti —le contestó—. Me río de mí mismo. «¡Una abogadita
torea al gran ingeniero!» No me digas que no sería un titular estupendo
para un periódico.
Faith procuró ser cauta.
—No estás... ¿enfadado?
—Sólo conmigo mismo —repuso él.
—¿Entonces por qué pones esa cara?
Él se inclinó y la levantó en brazos.
—Porque aunque no estoy enfadado creo que me debes algo, nena.
—Y tienes intención de...
—De cobrármelo ahora mismo.
Dio un par de vueltas, y ella con él. La falda se le levantaba. Se
agarró desesperadamente a su cuello, como si le fuese la vida.
—¡Déjame en el suelo! —balbuceó— ¿Me oyes, gorila? ¡Suéltame ya!
Mary había dado un gritito al ver aquello. Mientras Faith se iba
enfadando, Mary se iba enfadando aún más. Empezó a buscar un palo.
—O'Malley —le gritó Mary—, ¡busca algo con qué pegarle!
—Voy a por una pala —le contestó presto el marinero. Y salió
disparado hacia la escotilla de la sala de máquinas.
Harry, que aún tenía a Faith en sus brazos, la levantó más y la besó
suavemente. Lo hizo justo cuando ella estaba lanzando alguna exclamación
y tenía la boca completamente abierta. No podía haberlo calculado mejor.
Sus labios la aislaron del mundo y su lengua exploró la boca de Faith con
un ímpetu embriagador. Faith se defendió, pero demasiado poco y
demasiado tarde. Se rindió y reaccionó sin pensarlo. No era que no pudiese
pensar. Más bien que no quería. Una vez más la había llevado a un estado
de pasiva complicidad, como si la hubiese drogado.
Él apartó la boca a regañadientes y la dejó en el suelo. Ella sintió el
suelo bajo los pies pero las piernas no la sostenían. Para no caerse le
echó otra vez los brazos al cuello y se colgó casi sin fuerzas.
—Eres una listilla —le dijo Harry despacio—. ¿No te lo habían dicho
nunca? Una picapleitos charlatana y listilla.
—Y tú eres un aguafiestas —le contestó Faith una vez recobrado el
control—. ¿Ya has terminado de hacer el troglodita?
—No, todavía no —le dijo Harry al tiempo que la volvía a levantar.
Antes de que la besase otra vez le dio tiempo a decir:
—¡Suéltame, idiota!
Y él contestó con acento de troglodita:
—Lo haré cuando esté satisfecho, mujer.
La volvió a besar.
O'Malley subió con la pala del carbón.
—Toma —le dijo a Mary a la vez que se la daba—. He encontrado la
pala del carbón. Hace mucho que no la usamos. Ya no usamos carbón.
Tienes suerte de que la encontrase.
—¡Dale! —le urgió Mary.
O'Malley tomó impulso un par de veces.
—¿Es que no le vas a dar con ella? —le preguntó Mary.
—No —O'Malley estaba muy sorprendido—. No quiero darle. Sólo está
haciendo lo que un hombre hace con su mujer.
—Eso es. Sólo estoy haciendo lo que un hombre hace con su mujer.
Tienes mucha razón.
O'Malley se sorprendió por la intervención de Harry. Dejó caer la pala.
Como todo el barco, la pala del carbón estaba reluciente.
—Sólo fui a por ella porque Mary se enfadó cuando agarró a la
domina. Pero veo que la domina no se ha enfadado. Cuando la besa no se
queja ni grita. ¡Se queda quieta y le gusta!
Faith había tenido suficiente. Era hora de cambiar de conversación.
Era hora de escapar de sus brazos. Harry la dejó ir de mala gana. Faith,
pensando que ya había calmado la revuelta, se encaminó hacia Mary. Y
entonces pisó la curvada pala, perdió el equilibrio y cayó hacia el suelo. Sin
llegar a tocarlo. Justo antes Harry la agarró y la sujetó con sus músculos
de acero.
—Gracias —musitó Faith con una mueca de dolor.
—¿Perdón? —le dijo Harry como si no lo hubiese oído bien.
—He dicho que gracias —repitió Faith un poco más alto.
—¿Has oído eso, Mary? —dijo Harry.
—Sí —repuso ésta con gran énfasis.
—¿Te sientes bien? —le preguntó Harry a Faith cuando vio su cara de
dolor al apoyar el pie derecho.
—Parece que me he torcido el tobillo —le contestó ella mirando con
anhelo una de las sillas.
—Nada de sillas —le dijo él cuando le siguió la mirada—. No mientras
yo te pueda llevar a donde haga falta.
—Oye —le contestó Faith—: no necesito que me lleves a ninguna parte.
Puedo llamar a la casa y Napoleón me traerá una silla de ruedas. Y un
médico probablemente. Incluso un cirujano si quiero. Que no quiero. Es
decir, que me dejes en el suelo, por favor.
—¿Está bajada la pasarela? —preguntó Harry.
—Todavía no —le respondió O'Malley—. Estaba esperando a que la
domina me diese la orden.
—Por favor, baja la pasarela —a Faith se le estaba acabando la
paciencia.
Harry se acercó al cómodo sofá y la depositó allí con mucho cuidado.
—Espera aquí —le dijo al oído—. Volveré en cuanto la pasarela esté
bajada y en condiciones.
Salió junto al marinero. Ambos iban silbando alegremente.
Faith se sintió sola por un segundo. Levantó la vista y vio que Mary
parecía estar preocupada. Había ido a la barra y le traía hielo en una toalla
para ponérselo en el tobillo, que se le estaba hinchando bastante. Le puso
la toalla alrededor del tobillo y la colocó para que no se le moviera.
—¿Te pasa algo, Mary?
—A mí no, domina. Pero estaba pensando si a usted le pasaba algo
malo, aparte de lo del tobillo.
—¿Por qué me iba a pasar algo? —le preguntó Faith.
—¿Por qué está tan enfadada? —le contestó Mary— pensaba que era el
tobillo lo que le dolía.
—Ah —le contestó Faith—, es que me he quedado un momento
pensando y no me ha gustado mucho lo que pensaba.
Entonces se quedó callada un momento para reunir valor y preguntar:
—¿Qué sientes por O'Malley? ¿Siempre te ha gustado, Mary?
—No —contestó ella tras pensarlo unos segundos—. Al principio no me
gustaba. Pensaba que era un mujeriego. Y mi familia tiene clase. La suya
es de los barrios bajos. Yo crecí en una casa con agua corriente, y él
nació en una cabaña al borde de un riachuelo. La primera vez que se puso
zapatos fue al llegar aquí. Se los dio la señora.
Se quedó en silencio y entonces le expuso la diferencia más
importante.
—Yo llegué hasta octavo y él sólo hasta tercero.
—Pero, evidentemente, el amor superó todos esos obstáculos.
—No sólo el amor, domina —le contestó Mary con una tierna sonrisa—.
Mi familia pensó que me estaba conformando con poco pero la tía de
O'Malley, Deirdre, fue a hablar con mi madre. Deirdre es una mujer fuerte y
convenció a mi madre de que O'Malley era el hombre que me convenía.
—Bendita sea tía Deirdre, en ese caso —dijo Faith.
Y si iba a decir algo más la reaparición de Harry lo impidió.
—¿Ya habéis bajado la pasarela?
—Sí, domina —le contestó él con los ojos brillándole—. Y además,
funciona perfectamente.
Harry se aproximó y observó el tobillo de Faith con la toalla encima.
—¿Te duele?
—No mucho, pero debería ir a casa y ponerme más hielo. Voy a
llamar para que vengan a buscarme.
—Vamos —le dijo Harry al tiempo que la tomaba en brazos—, estoy yo
aquí y te puedo llevar a casa más rápido. Además se está preparando una
tormenta. Quiero que estés en casa y bien cuidada lo antes posible.
Faith se rindió ante su lógica.
—Gracias por la ayuda y por la oferta —le dijo tan elegantemente como
pudo.
Harry la llevaba como si no pesase nada. Ella sabía que no era así y
le impresionó la proeza que estaba haciendo. Salieron por la escotilla a la
cubierta principal. Donde unos minutos antes había un esplendoroso sol sólo
quedaban nubes grises. Faith vio cómo el Caribe comenzaba a encresparse.
Las olas golpeaban la quilla del barco. Algo raro sucedía. Le costó varios
minutos descubrirlo.
El mar golpeaba el embarcadero y el barco y sin embargo... ¡el
Bellerophon estaba completamente quieto!
CAPÍTULO 9

Aquel ruido llenaba el salón y todo el barco. El grupo de reggae que


tocaría en el baile tras la boda estaba haciendo las pruebas de sonido. El
órgano portátil, a pesar de todos los amorosos esfuerzos de Napoleón,
apenas se oía. Podía estar tocando la «Marcha Nupcial» y no se hubieran
enterado.
—Puedo tocar el silbato —sugirió el inspector Wheeler.
Lady Sunny, riendo, le puso una mano sobre el brazo para detenerlo.
—Creo que eso es mi obligación.
Y con esto el padre Paul, el joven sacerdote anglicano de Palmetto
Point, se puso en pie y se dirigió al extremo del salón. Por todas partes
había adornos nupciales. Lazos, campanas y dibujos de los contrayentes,
así como las banderas de cada una de las pequeñas naciones del Caribe
le daban color a la ocasión. El suelo estaba lleno de confetti ya una
semana antes de la boda.
El sacerdote se abrió camino entre la confusión para tomar posición
en el escalón de lo que más tarde sería el altar, inclinó la cabeza y
comenzó a rezar. Los que estaban cerca lo oyeron y se hizo un círculo de
silencio a su alrededor. El cantante del grupo lo vio y paró la música. Poco
a poco, como las ondas en un estanque, se extendió el silencio. Hasta que
sólo quedó Napoleón, que seguía esforzándose con el órgano. Uno de los
dos chicos que le estaban ayudando dejó de hacerlo y le susurró algo.
—Chissst, ¿y me lo dices tú? —le contestó el mayordomo.
Entonces sólo quedó la voz del sacerdote. Y un poco después él
también se quedó callado.
Algunos comentarios rompieron el silencio.
—Queridos amigos —dijo el sacerdote—, ¡si no os calláis voy a llamar al
Obeah!
Inmediatamente se hizo el silencio. Luego se oyeron una o dos risitas.
Todos sabían que el Obeah del vudú no podía hacer nada contra una
reunión de anglicanos. La risa inundó la sala y después volvió el silencio.
El sacerdote paseó la vista por la sala.
—¿Eres tú, Willie Morgan, el que le está tirando a tu hermana de las
trenzas?
Era él. Se oyó una bofetada que resonó por toda la sala cuando la
madre de Willie se dio cuenta, y después murmuró una disculpa dirigida al
sacerdote. El sonrió.
—Mary Grogan Y Sean O'Malley. Venid aquí los dos. Éste es el último
ensayo y tenéis que ver bien lo que pasa.
—Señor Holson, domina: ustedes tienen que hacer de la feliz pareja en
el ensayo para que vean lo que tienen que hacer. Y ahora que todo el
mundo se coloque en su lugar, por favor.
Hubo un movimiento general. Las dos niñitas que llevaban las flores
daban vueltas, perdidas. Una empezó a llorar. Lady Sunny las tomó de la
mano. Mary había visto demasiadas bodas principescas en la televisión,
pensó Faith. La cola del vestido era de unos tres metros. Era de un
precioso encaje blanco sobre seda con un diseño de rosas en la tela. Era
exquisito. Era delicioso. Era femenino. Era tan incómodo como el infierno.
—Puede —le susurró Harry a Faith— que se haya excedido un poquito
con la cola, ¿no?
—Es exactamente lo que ella y la señora planearon con el modista —le
contestó Faith.
—¿Tú querrás una cola tan larga para nuestra boda? —le preguntó
Harry muy serio—. Si la quieres puedes pedírsela prestada a Mary. No me
apetece tener que esperar por esa parte del vestido.
—Harry —le dijo Faith levemente enfadada—, ¿quieres dejar ya de
hablar de boda? No me voy a casar contigo. ¡Nunca! Vete. Tendrías que
estar en el altar.
La dama y el inspector se acercaron a Faith, que estaba al fondo del
salón esperando a que le dieran la entrada.
—Bien, inspector —le preguntó Faith—, ¿alguna noticia sobre el señor
Declaur?
—La información que tenemos no está comprobada —le dijo Wheeler—.
Por ejemplo, nuestra red de informadores mantiene que no ha abandonado
la isla. Debe de estar desesperado, porque ha habido varios robos en
propiedades lejanas a la capital. El último fue en Lambert. En todos los
casos sólo han robado comida.
—¿Lambert? Eso sólo está a ocho kilómetros de aquí —comentó Lady
Sunny.
—Sí, pero estamos sometiendo su propiedad a una vigilancia especial,
especialmente mientras el señor Holson siga aquí.
El padre Paul llamó al orden y mientras Napoleón hacía lo que podía
con el órgano Faith y Lady Sunny, que iba a entregar a la novia,
avanzaron por el pasillo con ese paso entrecortado que siempre se usa en
las bodas. Harry esperaba en el altar con su padre junto a él haciendo las
veces del padrino.
Al tiempo que se acercaban, el padre Paul iba identificando a los
participantes y haciendo breves comentarios sobre su misión durante la
ceremonia para que todo el mundo supiera quién tenía que hacerle qué a
quien. Cuando las sustitutas llegaron al altar se detuvieron. Lady Sunny se
estiró para retirarle el velo a Faith. Se estiró mucho. Faith se agachó para
ayudarla. Y entonces la dama le entregó la mano de Faith a Harry.
El contacto de su mano fue más de lo que Faith podía soportar. Es
sólo un ensayo, gritó para sí misma. ¡Es un ensayo y no está aquí!
—Vamos, mujer —murmuró Harry mientras el padre Paul leía—.
Tranquila. Ya nos llegará el turno.
—¡Vete al diablo! —le contestó con desprecio.
—El diablo —dijo el sacerdote con su voz melodiosa— no tiene sitio en
esta ceremonia. ¿Quién tiene el anillo?
El ensayo continuó. Faith no se movía ni miraba a Harry. Él, en
cambio, no dejaba de mirarla sonriendo. Por fin se acabó. Los sustitutos se
volvieron y comenzaron a caminar por el pasillo.
—Ahí es donde está el problema —les interrumpió Mary—. Tan pronto
como me vuelvo, la cola se enreda y eso es antiestético y peligroso.
Mary y la dama comentaron el problema
—Creo, señora, que si veo a otra persona llevar la cola podré darme
cuenta de cuál es el problema —le dijo Mary.
—Es una idea muy buena, querida —coincidió Lady Sunny—. Faith, por
favor, ven aquí y ponte la cola. Mary quiere ver qué es lo que tendrán que
hacer los pajes para mantenerla en su sitio.
—Sí, señora —le contestó Faith.
Se acercó a Mary, que se estaba quitando la cola del veraniego
vestido de colores que lucía. Se podía enganchar al cinturón que Faith
llevaba sobre la falda. Pesaba más de lo que parecía.
—Creo que es mejor que vaya a ponérmela al fondo del salón y venga
andando con ella para que lo veáis —dijo Faith—. No sólo pesa, además
resbala.
—Muy bien, querida —le contestó la dama. Y entonces miró alrededor y
vio a Harry—. Harry, venga aquí y ayude a la domina a llegar hasta el
fondo del salón y luego a caminar hacia el altar.
—Cualquier cosa que usted me pida, señora —le contestó Harry un
poco exageradamente.
—Ya lo sé, hijo —le dijo la dama con una sonrisita.
Harry tomó a Faith del brazo y la volvió a guiar por el encerado
pasillo. A medio camino, Faith resbaló y casi se cayó. Harry le agarró más
fuerte del brazo y la enderezó. Se quedaron parados manteniendo el
equilibrio.
—No es la cola —dijo Harry—. Es que el suelo resbala. ¿Le habrán
dado demasiada cera?
—Deben ustedes dar los pasos más cortos, queridos —les explicó la
dama mientras Mary esperaba junto a la puerta—. Y entonces adelantar la
pierna lentamente. Marcad el paso con el pie izquierdo.
—Sí, señora —le contestó Harry—. Pero el suelo...
—Arreglaré lo del suelo —le dijo Lady Sunny—. Pero tiene que resbalar
un poco para que podamos bailar bien después de la ceremonia.
—Sí...
Para entonces ya estaban frente al sacerdote ante el supuesto altar.
Mary, que esperaba al fondo, se adelantó y se colocó junto a ellos.
O'Malley, que había estado con los del grupo de reggae, también se
acercó. El padre Paul realizó la ceremonia y las marionetas se movieron
según sus órdenes. Faith estaba a punto de llorar. Le encantaban las
bodas. Quería que su boda fuese tan especial como aquella. Volvió a la
realidad cuando el sacerdote dijo:
—Puede besar a la novia.
Y Harry lo hizo.
Faith le pasó los brazos alrededor del cuello como una paloma que
abriese las alas y le acarició el pelo. Sus labios respondieron sin dudas ni
miedo. Parecían la pareja ideal. Se separaron cuando el público empezó a
aplaudir.
—Deberían pensar seriamente en casarse —les dijo el padre Paul—.
Parece que hay química. Y me parece que tendrían unos hijos muy guapos.
Hubo más aplausos. El sacerdote les sonrió y continuó:
—Y, por cierto, la parroquia de Trinity tiene una oferta especial este
mes: ¡dos bodas por el precio de una!
—No he pensado en casarme —confesó Faith— y la verdad es que no
me veo casada con Harry Holson.
—El matrimonio —le dijo Lady Sunny— es un estado hermoso. Si dos
personas son compatibles, como ustedes, deberían casarse. No hacerlo
sería un desperdicio, casi un sacrilegio —les miró esperando una respuesta
que no llegó. Tomó aire y continuó—. ¡Y ya ven cuánto me gustan las
bodas!
—Estoy de acuerdo con usted, señora —le dijo Harry—, y estoy
intentando convencer a Faith de que se case conmigo. Lo antes posible.
—Siga intentándolo, joven —le aconsejó Lady Sunny mientras se
alejaba.
—Estupendo —le escupió Faith a Harry—. Justo lo que necesitaba. No
quiero que la señora se haga ninguna ilusión respecto a mi estado civil. Me
gusta el trabajo que tengo. Y a lo mejor prefiero la soltería. ¿No se te
había ocurrido? Todas las familias de Nueva Inglaterra tenían antiguamente
una tía solterona. O sea que te ruego que dejes de darle ideas a la
señora. ¡Déjame en paz!
Faith se volvió hacia Mary, que aún estaba allí, y le pidió ayuda para
quitarse la cola. Tras hacerlo se dirigió con la cabeza muy alta hacia la
escotilla y abandonó el barco con tanta dignidad como pudo reunir.
La anciana se acercó a Harry.
—Son nervios. Sufre mucha presión —le dijo, y salió a cubierta.
Harry se quedó allí mientras la gente se iba yendo. ¿Presión?, pensó.
¿Y es culpa mía?

El día de la boda amaneció precioso. El sol brillaba y se reflejaba en


el azul intenso del calmado mar. Todo lo que Mary y Faith habían pedido
para ese día se había convertido en realidad. El novio llegó puntual con el
padrino. Los dos llevaban trajes blancos con un fajín de alegres colores. El
séquito de la novia estaba encantador. Los vestidos iban del rosa oscuro de
la dama de honor al rosa más pálido para las niñas que llevaban las flores.
Todos sabían lo que tenían que decir. Incluso las dos niñas... más o
menos. Todo lo que habían ensayado estaba a punto de suceder. Para
entonces, incluso la cola del vestido de Mary se mostraba dispuesta a
cooperar.
El barco estaba lleno de familiares y amigos. Los niños jugaban entre
los adultos, que les mandaban callar por todas partes. El aire traía el olor
de la comida que estaban preparando abajo, que se mezclaba
agradablemente con el aroma de las flores. El jardinero de Lady Sunny
todavía lloraba por la manera en que habían esquilmado los macizos de
flores.
Napoleón estaba sentado al teclado del órgano y llevaba un uniforme
de marinero. Francis, el camarero, estaba junto a él supuestamente para
pasarle las páginas. Faith tenía sus dudas acerca de aquellos dos
caballeros. No estaba segura de que Napoleón supiese leer música: parecía
tocar de oído. Francis, que llevaba algo que parecía un uniforme de
vicealmirante, ya llevaba alguna copa encima. Estar sentado era
probablemente lo único que sería capaz de hacer sin caerse.
—¿No te parece que Francis tiene un aspecto muy náutico? —le
susurró Harry a Faith mientras esperaban que empezase la ceremonia.
—Tengo entendido —le contestó Faith— que el uniforme lo diseñó Dicky
para la tripulación. Todos están muy orgullosos del uniforme. Y del barco,
claro.
—Me recuerda al capitán del Pinafore —le dijo Harry.
—¿Qué has dicho? —le dijo Faith muy ofendida por Napoleón—. No te
rías de él. Este es su día de gloria tanto como el de Mary y O'Malley.
—No quería insultarlo —dijo Harry, riendo—. Estaba pensando en la
canción que canta el capitán en la película cuando está limpiando el
picaporte de la puerta principal y dice que es el jefe de la marina real. Eso
es todo. No quería ofender a nadie. Por otra parte yo creo que esos dos
no reconocerían un insulto ni aunque se acercase y los mordiese.
—Yo creo que Francis ni siquiera se daría cuenta si alguien se
acercase y lo mordiese —se le escapó a Faith.
El padre Paul le hizo un gesto a Napoleón y la música surgió del
órgano. Escuchando con cuidado y sabiendo que aquello era una boda casi
se podía reconocer la «Marcha Nupcial». Sin lo primero ni lo segundo la
música hubiera seguido siendo un misterio sin resolver.
La doble puerta al fondo del salón se abrió y entró el séquito de
Mary, con las niñitas delante. Llevaban un vestido rosa pálido con un gran
lazo de un rosa más oscuro a la espalda. Les seguían las seis damas,
vestidas de rosa claro. Mary iba detrás del brazo de Lady Sunny, que iba
de negro como siempre pero aquel día llevaba una diadema de diamantes
sobre los canosos rizos. Se detuvieron un momento, enmarcadas por la
puerta, como si estuviesen posando para una fotografía. Faith se hubiera
apostado cualquier cosa a que aquello era idea de Lady Sunny.
Mary era una novia bellísima. El vestido de encaje y seda y el velo
de encaje eran muy bonitos, pero nada era tan hermoso como ella misma.
Parecía que estuviera cruzando el Jordán para llegar a la tierra prometida.
Por un momento Faith sintió envidia. ¡Quería sentir aquello que hacía
resplandecer a Mary de la cabeza a los pies! Quería acercarse a un altar
donde la esperase su hombre. Las lágrimas que había jurado contener
empezaron a escapársele.
—Creía que no se lloraba hasta el final de la ceremonia —le dijo Harry
suavemente.
Le pasó el brazo por los hombros y le dio un pañuelo.
—Me juré a mi misma que no lloraría —le dijo Faith con la cara
enterrada en el pañuelo—. Pero mírame, llorando como una niña. Y es todo
culpa tuya.
—¿Culpa mía?
—Ojalá no me hubieras mentido. Si no lo hubieras hecho te podría
querer tanto como Mary quiere a O'Malley. Pero lo hiciste, y no te quiero.
Mary y Lady Sunny iban a mitad de camino cuando de repente se
abrió de nuevo la puerta doble del fondo del salón.
—Muy bien. Que todo el mundo levante las manos y no le haré daño
a nadie.
El órgano se quedó mudo. El joven que empuñaba la pistola no era
otro que Vincent Declaur. Pero no el Vincent Declaur bien vestido y
desenvuelto que conocían. Tras él, con un machete, venía un joven de
unos dieciséis años. Y tras este estaba la novia de Vincent, aún con las
vendas que le pusieron en el hospital, que tenía en la mano una especie
de cuchillo de cocina.
—Esto es un secuestro. No pasará nada si todos me obedecen. Si no,
me cargo a la novia. Y si no es suficiente sigo con Lady Sunny.
Apuntaba la pistola de lado a lado de la habitación. Los invitados se
apartaron rápidamente de él.
Todos excepto Harry y el inspector, observó Faith. Ellos dos deben de
saber algo que yo no sé. ¿Qué puede ser?
—Quiero que el barco salga del muelle y se dirija a alta mar —ordenó
Vincent Declaur—. ¡Y que sea ahora mismo! O empiezo a disparar. ¿Quién
es el capitán?
Como no contestó nadie, observó a la multitud. Era difícil no reparar
en Francis con todo aquel dorado y aquel aire marinero. Todavía estaba
sentado ante el órgano con una enorme sonrisa. Una sonrisa que dejaba
ver el diente de oro. Evidentemente no tenía ni idea de qué estaba
pasando.
—Tú —le dijo Vincent Declaur con tono amenazante al borrachísimo
camarero—, este es tu barco, ¿no? Pues ponlo en marcha inmediatamente.
—Piénsalo bien, chico —se oyó la grave voz del inspector desde el
fondo de la sala—. No te busques más problemas de los que ya tienes. Así
no vas a arreglar nada.
—No se me ocurre una manera mejor —le contestó Vincent con
desprecio—. Y cállate. ¿Crees que no me he dado cuenta de que eres
policía porque no vas de uniforme?
—¿De dónde has sacado esa pistola? —le preguntó Harry con mucha
tranquilidad.
—Hace tiempo, cuando la revolución tenía fuerza, antes de que la
policía los aplastara, la escondieron en el fuerte de Brimstone. Fui y la
desenterré. Y también tengo la munición.
—Parece una pistola de las de los gángsteres de los años veinte —
intervino Faith.
—Tiene razón, domina —dijo de nuevo la potente voz del inspector
Wheeler— Es un arma inútil. Y si ese cinturón está lleno de cartuchos debe
de ser muy pesado, señor Declaur.
—Si empieza a pesarme mucho lo aligeraré disparando contra alguno
de ustedes —le contestó Vincent.
El joven se iba enfadando por momentos ya que nadie parecía
asustarse de él y su pistola... y el barco no se había movido ni un
centímetro.
—No puede matarnos —dijo Lady Sunny saliendo de detrás del
inspector, que la había protegido cuando entró Vincent—. Eso no se hace.
¡Y además va claramente en contra de la ley!
—Matarnos —intervino el policía— va muy en contra de la ley.
—No sería la primera vez que hago algo ilegal —se jactó Vincent—.
Marinero, ven aquí —dijo señalando con el cañón de la pistola.
Francis hizo un esfuerzo y se levantó. Se balanceó un poco y luego
se las arregló para caminar entre los invitados. Se quedó justo detrás de la
novia, al otro lado del pasillo de donde estaba Declaur.
—Buen chico —murmuró Harry al tiempo que enviaba a Faith al lado
del anciano.
—¿Bueno de qué? —susurró ella en respuesta.
Lady Sunny aún no había acabado con Vincent Declaur.
—Piense en sus padres, Vincent. Sé que intentaron educarlo bien.
—Mis padres nunca me han comprendido —dijo el chico con desprecio
—. Nunca entendieron que me hacía falta dinero para vivir.
—A mí me parece que no te ha faltado el dinero —le dijo Harry—.
Tenías bastante dinero para ese coche caro y para llevar camisas de seda.
—Tuve que buscarme un trabajo para cubrir esas necesidades —le dijo
Vincent con una sonrisa afectada—. Y me busqué uno bueno. Da dinero.
—Estás aprovechándote de las debilidades ajenas —le dijo Faith, que
por fin había unido todas las piezas—. Eres el traficante de la isla, ¿no?
—Oye —le respondió Vincent despreocupadamente—, si otros son lo
suficientemente débiles para necesitarlas tengo derecho a sacar algún
beneficio, ¿no? ¿No es ésa la ley de la oferta y la demanda?
Miró a su novia y a su secuaz que lo miraban sombríamente.
—¡Ya está bien! —continuó como recordando para qué había ido allí—.
Tú, marinero —le dijo a Francis apuntándolo con la pistola—, lleva este barco
a alta mar...
—Si pudiera, lo haría —lo interrumpió O'Malley—. Yo soy el marinero, no
él. Pero no puedes mover el Bellerophon. Ni yo tampoco.
—¿Qué?
Vincent estaba cada vez más frustrado. La pistola empezaba a
pesarle, pensó Faith. Debía de pesar unos veinte kilos y él no estaba
acostumbrado al trabajo físico. Para eso estaban los criados, según él. Pero
no pensaba dejar que nadie olvidase quién estaba al mando. Se iban a
enterar todos. Empezó a moverse rápidamente hacia O'Malley. Pero
desafortunadamente no miró al suelo y no reparó en la cola del vestido de
Mary. Allí estaba la tela, tan resbaladiza como una placa de hielo,
ocupando todo el pasillo. Tendría que pasar por encima para llegar a su
objetivo, O'Malley. Salió a toda velocidad y a mitad de camino resbaló. Al
tiempo que las piernas le fallaban la pistola salió volando de su mano para
aterrizar limpiamente en las firmes manos de Harry Holson. O'Malley gritó:
—¡Lo tengo! ¡Lo tengo!
Harry se acercó para sujetar al tambaleante novio con la mano libre y
consiguió mantenerlo en pie. Declaur, que aún estaba patinando, acabó
cayendo a los pequeños pies de Mary. Esta se asustó y dio un chillido,
pero cuando O'Malley fue a abrazarla se precipitó demasiado y perdió el
equilibrio. Sus ciento treinta kilos acabaron encima de Declaur. Vincent
Declaur cerró los ojos y empezó a murmurar algo.
—Ya sabía yo que a este chico le pasaba algo raro —gritó Francis
mientras venía corriendo desde el órgano—. Está rezando el rosario: ¡un
católico en una boda anglicana!
Dicho esto se inclinó un poco más de lo debido hacia la derecha y
cayó también... encima de O'Malley.
—Hablando de bodas —dijo entonces Lady Sunny—: está usted
interrumpiendo una boda, joven. Déme ese cuchillo.
—Ni lo piense —le contestó la chica agarrando el cuchillo con más
fuerza.
—He esperado este momento durante años —dijo la dama.
Levantó el brazo derecho, tomó impulso y lo dejó caer con tal fuerza
que la chica y el cuchillo salieron disparados cada uno por su lado.
—Buen número —dijo el inspector acercándose—. Yo no lo hubiera
hecho mejor. Y aquí están mis hombres.
—Justo a tiempo —murmuró la dama—. ¡Ha sido tan divertido!
El señor Holson tomó la pistola.
—Vaya, pesa bastante —dijo mientras estudiaba la pistola—. Es evidente
que no sabes mucho de pistolas, chico. Esta tiene puesto el cierre de
seguridad y además... —intentó mover la palanquita— está oxidada. ¡No
podrías haber disparado ni aunque hubiesen venido a ayudarte todos los
ángeles del cielo!
Vincent ya estaba en pie y lo sujetaban dos policías. Tenía cara de
estar a punto de llorar. Los invitados rodearon a los dos secuaces y los
llevaron junto a él. Había tantas ancianas agitando el dedo ante la cara de
Vincent que este acabó por derrumbarse y se echó a llorar.
—¡El azote del Caribe! —dijo Harry cuando la policía lo sacaba.
—¡Era un plan estupendo! —gritó— ¿Qué es lo que ha fallado?
—Te lo dije —le dijo el inspector Wheeler—. Todo lo que has hecho va
contra la ley. Domina —le preguntó a Faith—, ¿tiene un teléfono a mano?
—Sí.
—Por favor, llame a la comisaría e infórmeles del incidente.
Faith sacó el teléfono móvil y le contó a la policía la triste historia del
intento de secuestro. La mención del nombre del inspector provocó
muestras de interés al otro lado de la línea, pero la mención de Lady
Sunny les hizo prometer ayuda inmediata.
—¿No podemos sacarlos de aquí? —preguntó Lady Sunny—. ¿O al
menos quitarlos de en medio? Tenemos una boda a medias. No podemos
dejar que nos distraigan de la feliz ocasión que hemos venido a celebrar.
El padre Paul salió de detrás del altar y se aclaró la garganta.
—Si los atan, comenzaré la ceremonia.
El inspector y Harry ataron a los alborotadores con algo de cuerda
que les trajo un ayudante del policía.
—Y ahora quedaos aquí como unos buenos chicos y no nos
interrumpáis más —les aleccionó Harry como si fuesen niños.
Volvió junto a Faith, no lejos del trío de gamberros y los policías que
los vigilaban.
—Hay algo que quiero que me expliques —le dijo a Faith antes de que
empezase a hablar el sacerdote.
—¿Qué es? —le respondió ella cautelosamente.
—¿Por qué insistía tanto O'Malley en que no podía mover el barco?
Lo había dicho más alto de lo que pensaba, porque en aquel
momento se volvió Lady Sunny y le dijo:
—No podía porque cuando Dicky descubrió que tenía tendencia a
marearse hizo que fijaran el barco a puerto con una base de cemento.
Alguien rió y al momento todo el mundo lo siguió. Todo el mundo
excepto Vincent y sus secuaces, que parecían bastante deprimidos. Era la
risa de gente que ha pasado por una situación difícil, y rompió la tensión.
—Todo esto para nada —dijo Mary entre risas—. Pero te digo una cosa,
Sean O'Malley: ésta se recordará como la boda del año. Aunque me ha
dejado las huellas en el vestido...
—Mary, chica —le contestó O'Malley con una enorme sonrisa—, me
hubiera casado contigo igual: no hacía falta este espectáculo antes de la
boda.
Y volviéndose a Faith añadió:
—Domina, no tenía por qué traer a los payasos.
—Pero ellos se ofrecieron voluntariamente a hacerlo —les dijo Faith— y
no hubo manera de convencerles de lo contrario. ¡Insistieron tanto! Mary,
siento lo de las pisadas.
—No pasa nada, domina. Pero tendremos que limpiarlas antes de las
fotos.
—A lo mejor —intervino el padre Paul— es buena idea hacer algunas
con las pisadas. Para demostrarles a vuestros hijos que todo fue verdad.
En cualquier caso, vamos a empezar.
A pesar de la interrupción del principio fue una boda muy hermosa.
Se celebró con risas y alegría tanto por seguir vivos como por el amor que
les había llevado hasta allí. Cuando el sacerdote les declaró marido y mujer
la multitud les jaleó mientras se besaban.
Faith advirtió que varios policías se habían unido a los invitados y
rodeaban a los delincuentes. Acto seguido los sacaron de allí con mucha
profesionalidad y le dieron el arma al inspector Wheeler.
—Damas y caballeros —dijo Lady Sunny en un tono suave pero
autoritario—, ahora vamos a hacer las fotografías de boda y después tendrá
lugar la recepción. Si tienen la amabilidad de echarse a un lado o salir a
cubierta se lo agradeceríamos mucho.
Faith reparó en que la dama nunca alzaba la voz pero se hacía oír
perfectamente. Los invitados empezaron a moverse y Faith se acercó a la
barra para asegurarse de que había bebidas arriba en cubierta.
Salió a la luz del sol. Nathan Holson estaba a babor, sentado en un
banco junto a la baranda. Se acercó a él.
—¿Dónde ha estado usted últimamente?
—Hola, querida —le dijo él sonriendo abiertamente—. Venga aquí y
siéntese.
—¿Consiguió por fin el préstamo? —le preguntó yendo directa al grano.
—Sí —repuso él con alegría—, lo conseguimos. Pero afortunadamente no
fue necesario porque el seguro lo cubrió todo sin problemas.
—¿Le hizo el préstamo Construcciones Latimore?
—¿Latimore? No —le dijo él, sorprendido—, me lo hizo un banco de
Nueva York. Pero su padre fue el cosignatario. ¿Por qué?
—Harry me enseñó un comprobante de préstamo de Latimore, y
cuando le pregunté a mi hermano Michael al respecto me dijo que jamás
había oído hablar del tema.
—Mi acuerdo con su padre fue un pacto entre caballeros y creo que,
cuando lo hicimos, su hermano estaba en algún lugar del extranjero
examinando los daños de un desastre natural —hizo una pausa para darle
un sorbo a su bebida—. Además, la compañía de su padre no nos concedió
el préstamo en un sentido estricto. Simplemente le pedimos que cofirmase
los documentos.
—¿Conoce bien a mi padre? —le preguntó.
—Conozco a Bruce Latimore desde antes que usted naciera —le
respondió Nathan con una sonrisa—. Y hemos sido amigos y rivales en los
negocios desde entonces. A mí me gusta él y a él le gusto yo. Lo
considero un amigo.
—Bien —le dijo Faith al tiempo que se inclinaba para besarlo en la
mejilla—. Creo que me gustaría entrar a formar parte de su familia.
Nathan se echó atrás con una mirada de asombro y felicidad en los
ojos.
—¿Está pensando en casarse con Harry?
—Bueno —le contestó Faith con serenidad—, ahora depende de un par
de cosas. En primer lugar, no sé si me lo volverá a pedir y, en segundo
lugar, no tiene usted ningún otro hijo, ¿verdad? Uf, ya está. Voy a buscar a
Lady Sunny para que me apoye. Por favor, no diga usted nada de
momento: tengo que sorprender a Harry. O romperle el brazo ¡O algo!
—Siempre he querido tener una hija —le dijo Nathan al tiempo que la
envolvía en un tremendo abrazo que le aceleró el corazón—. Especialmente
una que fuese abogado. Teniendo en cuenta la tendencia de mi hijo a
meterse en líos, creo que necesitamos un abogado en la plantilla.
—Ahora —le dijo Faith apartándose— todo lo que tengo que hacer es
encontrar a su hijo y convencerlo de que soy la mujer adecuada para ese
trabajo.
—Creo que no tiene usted mucha competencia en la carrera hacia el
altar —dijo él riendo—. Simplemente muéstrese usted firme. Es un chico con
suerte.
—Sí, muéstrese firme —repitió ella débilmente—. No parece usted darse
cuenta de lo obstinado que es Harry.
—En eso ha salido a mí. No hay de que preocuparse. Aún está en el
salón, vaya a hablar con él. El que no llora... no sé cómo sigue.
—No mama —dijo Faith para si completando el dicho al tiempo que
empezaba a levantarse—. Es que no quiero ir —dijo quejumbrosa.
—¿Pero irá?
—Pero iré.
Faith se abrió camino entre la gente hasta la escotilla y allí se
encontró con un grupo de hombres que se dirigía al bar. Debía de haber
una petaca en la fiesta, estaban manteniendo una ruidosa conversación.
Interesante, pero ruidosa. Lo suficiente para hacerle olvidar que se sentía
como un conejito asustado.
—Llevo casado treinta y cinco años —se jactó el inspector Wheeler—.
Es lo mejor que he hecho en mi vida.
—Sólo pican los tontos —le contestó Harry Holson—. ¿Por qué comprar
una vaca cuando la leche es tan barata?
—Cielos —dijo Faith.
Agachó la cabeza, se volvió y se alejó mezclándose entre la gente.
Con mucho cuidado consiguió cruzar la multitud hasta estribor antes de que
empezaran a escapársele las lágrimas. La timonera estaba vacía. ¿Quién
necesitaba un piloto en un barco anclado con un bloque de cemento?, se
preguntó y empezó a reír nerviosamente.
Unos minutos más tarde apareció Harry en el puente, abrió la puerta
y entró.
—¿Te estás escondiendo?
—Si es eso, no lo estoy haciendo muy bien.
Se secó un poco los ojos, pero parecía haber perdido el control de la
válvula de cierre y apertura, y empezó a llorar otra vez.
—¿Te ocurre algo? —le preguntó él, preocupado.
—No. No, no me pasa nada. Oí... eso que dijiste sobre... las vacas y...
—Dios mío —murmuró al tiempo que la abrazaba—. Sólo son las últimas
boqueadas de un solterón. No es verdad que piense eso, Faith Latimore.
No podría ni salir de una bolsa de papel sin tu ayuda. Y cuando ese
imbécil te apuntó con la pistola, casi lo mato.
La besó con cariño, suave y profundamente y entonces le apartó un
poco la cara para mirarla.
—Sí —confesó Faith—, he llegado a la conclusión de que me estaba
equivocando completamente contigo y lo que siento por ti. No voy a insistir
en que te cases conmigo. Bueno, no ahora mismo.
—Eso es muy noble por tu parte —le dijo Harry con firmeza.
Faith le dijo entonces con el corazón aliviado:
—Pero antes quiero disculparme por ciertos comentarios desagradables
que he hecho sobre ti. Acabo de hablar con tu padre y me lo explicó todo
acerca del documento de préstamo que me enseñaste. Y sé que no
tomaste dinero de los Latimore, ni de Lady Sunny.
—¿Me crees? —le dijo él con ternura—. Tendrás que confiar en mí
cuando estemos casados.
—Tenía mis razones para desconfiar de los hombres en general —le
explicó.
—¿Pero no de un hombre en particular?
Faith se sonrojó y asintió.
—En ese caso, ¿por qué no nos casamos ahora mismo? Tenemos
todo lo que hace falta y el padre Paul está aquí.
—¿Qué? ¿Ahora...?
—Ahora mismo —repitió él—. Mira, te estoy raptando.
—¡Harry! ¡Déjame en el suelo! Me estás haciendo hacer el tonto.
—¿Quién hace el tonto? ¿Yo?
—Bueno, sí, tú. O alguien. Suéltame.
—Primero vamos a pasar por alguna de las etapas de cortejo. ¿Vale?
—¿Cortejo?
—Sí —dijo él despacio—, vamos a besarnos como unos locos y es
posible que creemos una razón para casarnos.
—No te entiendo —le dijo Faith. E inmediatamente se dio cuenta de
que sí lo entendía—. Oye, este sitio no parece muy cómodo.
Su boca le selló los labios.
Eran besos fogosos. Sus labios vagaban desde la frente hasta los
senos de ella. Sus manos por todas partes. Como por arte de magia la
cremallera del vestido se abrió y Faith se quedó sólo con la combinación y
las medias con liga. Él no podía dejar de mirarla.
—Escucha —le dijo Harry—, esos camarotes de popa están vacíos.
Vamos allí.
—¿Y cómo vamos a llegar sin que nos vean?
—Hay un pasaje directo desde aquí.
Volvió a tomarla en brazos y la llevó al camarote del capitán. Se diría
que alguien lo había preparado de antemano. Había sábanas en la cama y
cortinas en las grandes ventanas. Nada de ojos de buey para el capitán,
pensó. Y dejó escapar una risita.
—¿Cómo ha sucedido esto? —preguntó—. Aquí no se hace nada de las
tareas domésticas a menos que yo lo diga.
—Lo dijo Lady Sunny —le explicó—. ¿Alguna pregunta más?
—Quieres decir que la señora... ¿está en la conspiración?
—La señora y Napoleón pusieron sábanas y cortinas en todos los
camarotes. No sé por qué.
Harry era muy inocente. O, por lo menos, lo parecía.
Faith se acercó. Hacía mucho tiempo que no la abrazaba. Hacía ya
unos tres minutos. Y aún tenían mucho que explora...
CAPÍTULO 10

La mayoría de los invitados había dejado el Bellerophon cuando Faith


y Harry emergieron del camarote.
—Tenemos que encontrar a Lady Sunny —le dijo Faith alisándose el
pelo intentando que volviese a estar peinado como se lo había arreglado
esa mañana.
—¿Por qué no te lo dejas suelto?
—Porque antes lo llevaba recogido —le contestó Faith pacientemente.
—¿Y qué? A mí me gusta más así.
—Bueno, puede que tengas suerte. No consigo colocármelo como lo
tenía antes.
—Ya he tenido mucha suerte hoy —le contestó Harry al tiempo que se
le acercaba por detrás y le besaba la nuca—. Yo te quiero, tú me quieres, y
es posible que ya tengamos una razón para tener que casarnos.
—¿Quieres tener niños? —le preguntó Faith inclinando la cabeza para
que le besase mejor el cuello.
El alzó la cabeza. Faith se temió lo peor ante el silencio mientras
observaba su imagen en el espejo
—Quiero tener niños contigo. Muchos niños.
—¿Muchos?
—Está bien, abogado. Tantos como el tiempo y las circunstancias nos
permitan.
—Eso está mejor —le dijo ella.
En aquel momento no estaba segura de si se refería a su respuesta
o al hecho de que había vuelto a besarle el cuello. Estaba muy satisfecha
con ambas cosas.
Salieron del camarote y siguieron el pasillo hasta la timonera, donde
encontraron a Francis durmiendo el sueño de los casi muertos.
—No parece que esté muy cómodo —comentó Faith mientras intentaban
pasar sin tocar la figura que yacía en la silla del capitán.
—Me parece que ya le debe de dar igual —le dijo Harry—. Y si lo
despertamos ahora seguramente empezará a hacer ruido o vomitará. Mejor
dejamos que se despierte sólo.
—Yo creo que alguien debería meterlo en la cama —dijo Faith, algo
preocupada—. ¿Dormirá normalmente en el barco?
—No lo sé y francamente, querida, me importa un comino.
—Vaya, qué frase tan original —le dijo Faith riéndose.
Hacía mucho que no se había reído tanto. Le encantaba la sensación.
—No quería que me acusaran de plagiar alguna otra gran escena
romántica.
—Créeme —le contestó al tiempo que salían al exterior—, nadie podría
tomarte por otra persona. Eres único. Irrepetible. Y todo mío.
—Mi querida domina —le dijo Harry solemnemente, como si fuese a
hacer un juramento—, eres la única mujer con la que interpretaré al galán.
Has encadenado mi mente y mi corazón. No queda sitio para nadie más.
Me has llenado completamente —y se acercó a besarla como si sellase
aquellas palabras.
Se encaminaron despacio, agarrados del brazo, hacia la escotilla que
llevaba al salón. Le sonrieron a la poca gente que quedaba en el barco, la
mayoría de ellos del equipo de limpieza o sirvientes de la villa. Los últimos
sonreían abiertamente al verles.
Mientras tanto abajo Lady Sunny, el padre Paul y Nathan conversaban
alrededor de una de las mesitas. Alzaron la vista cuando Faith y Harry
entraron por la puerta de roble. La dama pareció especialmente satisfecha
al verlos.
—La echamos de menos en la recepción, querida —dijo con mucha
elegancia.
—Siento haberme perdido la fiesta. Espero que todo fuese según lo
planeado.
—Sí, ha sido una fiesta muy agradable.
El aspecto y el tono de voz de Lady Sunny eran los de alguien que
espera que le cuenten algo más.
Faith estaba a punto de hacerlo.
—Señora, me gustaría que me diese permiso para casarme.
—¡Estupendo! —exclamó la dama casi saltando en el asiento.
El padre Paul se incorporó un poco y la cara de Nathan Holson
resplandecía como un rayo de sol.
—Me alegro de que recuperase usted la razón en cuanto al joven
Harry. Siempre supe que estaban hechos el uno para el otro. Pero —dijo
tras pensarlo un momento— no puedo prescindir de usted hasta que acabe
su contrato. Eso les dará a los abogados de Londres tiempo para encontrar
a quien la sustituya. Aunque debo admitir que nadie podría sustituirla. Le ha
devuelto la vida a Rose Cottage.
—Sé cómo se siente, señora —le dijo Harry al tiempo que miraba
cariñosamente a su amor—. La verdad es que alegra mis días y me
mantiene bien alerta. Si no le importa podemos vivir en su casa mientras
Faith acaba el contrato y yo puedo seguir trabajando en el hotel o en el
garaje y la piscina de la villa.
—Ésa era mi intención —contestó Lady Sunny mientras se ponía en pie
—. Tendremos que buscarles otra suite. Una más grande. O quizás tendrá
usted que hacer una suite para los dos.
—Si la señora quiere —intervino el padre Paul, mirando entonces a
Faith y Harry para incluirlos—, podemos celebrar la ceremonia ahora mismo.
—¡Qué idea tan maravillosa! —le contestó Lady Sunny alegremente.
—¿Tú quieres una gran ceremonia? —le preguntó Harry tiernamente—.
Podríamos esperar y hacer una ceremonia tradicional, con el vestido y todo
eso. Incluida tu familia.
—No —le contestó ella con los ojos llenos de promesas de amor eterno
—, me quiero casar ahora. Ahora mismo, sin perder tiempo, me gustaría que
mi madre estuviese aquí, pero... ¿Podría usted llevarme al altar, señora?
—Será un honor, querida.
—El placer es mío, señora.
—Me halaga usted —le contestó la dama.
—¿Podemos casarnos fuera? —preguntó Faith—. Sería muy bonito, con
la brisa y el sol de la tarde.
El grupo subió a cubierta y fue hacia proa. Algunos miembros del
equipo de limpieza se les unieron. El padre Paul se colocó de espaldas al
sol poniente y Faith y Harry frente a él. La dama estaba junto a Faith y
Nathan junto a su hijo. Y entonces se oyó un ruido en la pasarela.
Todos se volvieron a mirar. Faith abrió la boca. Una mujer menuda y
delgada acababa de subir a bordo. Le acompañaba una chica rubia de
unos veintiún años. Tras ellas venía un robusto joven de más de dos
metros.
—¿Tenemos problemas? —le preguntó Harry en un susurro.
—No sé —le contestó ella—, pero viene sonriendo.
—¿Quién?
—Esa mujer bajita con el pelo gris. Mi madre. Mary Kate Latimore.
—¿Y la rubia?
—No te preocupes. Ésa es mi hermana Hope, la pequeña de las
chicas.
—¿Y el grandullón? Tiene pinta de fiera.
—Ése es mi hermanito Michael. Odia volar, le revuelve el estómago. Si
mi madre dice «mátalo», estás muerto.
Reflexionó un momento y entonces continuó:
—Pero mi padre no ha venido: considérate afortunado.
—Sí. Sí, claro.
Y para entonces el trío ya estaba junto a ellos.
—Mamá.
Fue un saludo tan relajado como una reverencia.
—Faith, ¿qué está pasando aquí?
—Es una... boda. Me estoy casando, mamá.
—Ah, casándote... Llegamos justo a tiempo, ¿no? ¿Con un sacerdote
anglicano?
—No, éste es el padre Paul. Yo me caso con... —le dio un codazo a
Harry para que diese un paso al frente— Éste es Harry. Harry Holson.
—¿Holson? ¿Otro constructor?
Las dos cabezas asintieron.
—Bien, tu padre no ha podido venir. Está enfermo otra vez. Tendremos
que mudarnos de Massachusetts.
Y entonces, cómo un latigazo:
—¿Joven, le han arrestado alguna vez?
Harry balbuceó:
—Bueno, verá... yo... bueno, sí. Por alteración del orden. Los sábados
por la noche en Tejas a veces se ponen un poco movidos. ¿Estoy
descalificado por eso?
—En absoluto, hijo. De hecho cuando me casé con el padre de Faith
estaba en la cárcel. Tuvimos que sacarlo bajo fianza.
Mary Kate dio un paso e intentó abrazar a Harry, pero era demasiado
alto para ella.
—Bueno, la intención es lo que cuenta —le dijo—. Y ahora, se nos va
el sol. Vamos a terminar con este espectáculo. ¿Padre Paul?
—Vengan todos aquí —les dijo el padre.
—Padre —le dijo Harry—, a mí me gustaría hacer mis propios votos.
—Muy bien, hijo —repuso el padre tranquilamente—. ¿Usted también
quiere hacer sus propios votos, señorita?
A Faith le tomó por sorpresa la petición de Harry. Pero soy abogado,
pensó. Se supone que soy capaz de pensar rápido. Si él puede, yo
también.
—Sí, padre.
—Señor, nos hemos reunido aquí por segunda vez en el día de hoy
para unir en santo matrimonio a otra pareja que ha encontrado el amor. Te
ruego que le concedas a esta pareja los años de felicidad y fidelidad que
merecen. Amén.
Dicho esto miró a Harry y le dijo:
—Adelante, señor Holson.
—Yo, Henry George Holson, te tomo a ti, Faith Latimore, como esposa.
Te amo y te juro amarte de por vida. Hasta que la muerte nos separe.
Eres mi alma, mi conciencia, mi corazón y mi centro. Te quiero ahora y te
querré siempre, amándote cada día más y prometiéndote que te entregaré
felizmente toda mi vida.
Se detuvo y, mirando aún a Faith, le dijo al padre:
—Esos son mis votos, padre.
Faith sabía que le tocaba decir algo.
—Harry Holson, te quiero. Quiero vivir contigo. Quiero ser la madre de
tus hijos y criarlos junto a ti. Quiero envejecer a tu lado. Quiero reírme,
llorar y enfadarme contigo. Y reconciliarme y no arrepentirme nunca de
nada. Te quiero tanto que me da miedo. Pero quiero estar contigo para
siempre. ¡Por favor, cásate conmigo!
Esto último lo dijo como si fuese una plegaria.
—Por el poder que se me ha sido otorgado —continuó el padre Paul,
aunque los interesados no le estaban prestando ninguna atención— yo os
declaro marido y mujer. Puede besar a la novia —terminó diciendo con una
gran sonrisa, pues la pareja ya se estaba besando cuando lo dijo.
—Querida —le dijo Lady Sunny a Faith cuando se volvió hacia ella—, ha
sido una boda preciosa. Su madre y yo estamos muy orgullosas. De hecho
ha sido la boda doble más bonita de la historia de Rose Cottage.
El inspector de policía, que aún no se había ido, preguntó enseguida:
—¿Cuántas bodas dobles ha habido en Rose Cottage?
—Sólo ésta —dijo alegremente Lady Sunny.
Después se puso de puntillas para besar a Faith.
—Y usted, joven —le dijo a Harry solemnemente—, se lleva uno de mis
tesoros. Más le vale tratarla como si fuese de oro. Vale mucho.
—Ya lo sé, señora —le contestó Harry al tiempo que se inclinaba para
darle a la dama—. Sé muy bien la suerte que tengo. No voy a echarla a
perder.
—Bien —dijo la dama majestuosamente—. Si ahora quieren quedarse
solos para la luna de miel les sugiero que vuelvan al camarote del capitán,
donde estaban antes, y comiencen su vida de casados.
Faith tomó a Harry del brazo y se empezaron a alejar del grupo.
—Déjame felicitarte también —le dijo el padre de Harry—, y darte la
bienvenida a la familia.
—No he llegado a conocerlo, pero se lo debemos todo a Dicky
Goldsmith —comentó Faith.
—Estás de broma —le dijo Nathan Holson—. Dicky simplemente diseñó
el primer par de zapatos. De ahí en adelante fue el magnífico cerebro de
Lady Sunny el que lo hizo todo. Que no se te olvide.
—Ah... —consiguió decir Faith.
Otra ilusión que se desvanecía.
Pero entonces Harry la tomó en brazos y no se volvió a acordar del
engaño de Lady Sunny hasta el día que el señor y la señora Holson
celebraron su aniversario número cincuenta. En aquella ocasión, sentada a
la mesa con sus seis hijos y catorce nietos, Faith lo recordó y dio un
gritito.
—¡Me engañó, Harry Holson! —le dijo al canoso caballero que había a
su lado.
—¿Quién?
—Lady Sunny. ¡Lo urdió todo para que me casara contigo! ¿Tú
también estabas en la conspiración?
Y Harry Holson, que había aprendido mucho sobre el matrimonio en
los últimos cincuenta años, se acercó y le besó suavemente el lóbulo.
—¿Quién, yo? —preguntó— No digas tonterías.

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