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NACAMEH Vol. 8, Sup. 1, pp.

S20‐S42, 2014
Productos cárnicos: principales patógenos y estrategias no térmicas de control
Norma Heredia, Jorge Esteban Dávila‐Aviña, Luisa Solís Soto, Santos García

INTRODUCCIÓN
La carne (principalmente la cruda) además de ser altamente susceptible a deterioro,
también puede constituir un vehículo para la propagación de enfermedades transmitidas
por alimentos (ETAs). Durante el sacrificio y procesamiento, todos los tejidos
potencialmente comestibles pueden estar sujetos a contaminación por diversas fuentes,
ya sea interna o externa al animal. En animales vivos, las superficies en contacto con el
medio ambiente albergan una variedad de microorganismos, por lo que en muchas
ocasiones los contaminantes se derivan de la piel del animal, o bien, de aquellos
presentes en heces. Sin embargo, se ha determinado que las carnes procesadas son más
susceptibles a contaminarse con microorganismos patógenos durante las diferentes
etapas de su procesamiento (Datta y col., 2012). La presencia de patógenos en la cadena
de producción de un alimento, aún en bajos números, es indeseable y se considera como
la mayor causa de enfermedades gastrointestinales alrededor del mundo (McDonald y
Sun, 1999).
Para tratar de determinar la calidad microbiológica de la carne en los rastros,
frecuentemente se utiliza la búsqueda y cuantificación de microorganismos indicadores,
los cuales, aunque pueden no ser patógenos, su presencia indica la probabilidad de que
también pueden estar presentes microorganismos patógenos (Wolffs y Radstrom, 2006).
Estas determinaciones incluyen la cuenta de bacterias mesofílicas viables totales (TVC por
sus siglas en inglés, total viable count), coliformes totales, bacterias del grupo
Enterobacteriaceae, Escherichia coli, estreptococos fecales y Aeromonas (Algino y col.,
2009); aunque también se ha sugerido incluir en este rubro de indicadores a bacterias
como Listeria spp., enterococos y bifidobacterias (Delcenserie y col., 2008; Gill y Jones,
1995).
Los microorganismos patógenos que históricamente se han asociado a brotes por el
consumo de carne, incluyen Salmonella, E. coli O157:H7 y no‐O157 productoras de toxina
shiga (STEC), Listeria, Campylobacter, Clostridium perfringens y Yersinia, aunque los
primeros tres se ha reportado que actualmente son los más importantes como patógenos
en carne de res (Koohmaraie y col., 2005). Se ha establecido que para algunos
microorganismos tales como L. monocytogenes, S. aureus y Clostridium spp, las
principales medidas para lograr su control se enfocan en intervenciones durante las
últimas etapas de la producción de la carne (Nørrung y col., 2009).
Se ha encontrado que algunos de los patógenos presentes en carne (por ejemplo
Campylobacter spp y Salmonella spp) pueden ser más eficientemente controlados por los
principales procesos de intervención aplicados en la producción primaria combinados con
la optimización de la higiene durante el sacrificio del animal (Nørrung y col., 2009). Es de
suma importancia, para lograr un control adecuado de microorganismos, deteriorantes y
patógenos, la higiene, así como el conocimiento de aquellos factores que pudieran
permitir el establecimiento o desarrollo de los microorganismos. Se han desarrollado
métodos no térmicos de control o preservación que han sido efectivos, tales como altas
presiones hidrostáticas, radiación, uso de compuestos naturales, empaques activos e
inteligentes, pulsos eléctricos de alta intensidad, campos magnéticos oscilantes,
ultrasonido, entre otros (Chen y col., 2012).
En este escrito nos enfocaremos en revisar los principales microorganismos patógenos
en carne y productos cárnicos así como su control por métodos no térmicos.

E. coli O157:H7
E. coli O157:H7 se reconoció desde 1982 como un patógeno transmitido a través de
alimentos y agua contaminada (Abong'o y col.,2008). Según el Centro para el Control de
Enfermedades y Prevención de EUA (CDC, por sus siglas en inglés) se estima que en
Estados Unidos este microorganismo causa 73000 casos y 61 muertes al año (CDC, 2013).
La dosis infectiva (es decir, aquella capaz de ocasionar manifestaciones clínicas) se ha
reportado que es de 10 a 100 bacterias por g de alimento dependiendo de la
susceptibilidad del hospedero (Scheutz y Strockbine, 2005). La sintomatología se
manifiesta como una diarrea común, que puede agravarse hasta colitis hemorrágica y en
casos graves se pueden presentar complicaciones tales como infección urinaria,
septicemia, meningitis, y el síndrome urémico hemolítico (SUH) entre otros. Este último
es un desorden multi‐sistémico caracterizado por presentar insuficiencia renal aguda,
anemia hemolítica microangiopática y trombocitopenia (Delaquis y col., 2007). Esta alta
virulencia se debe en parte a algunos factores que el microorganismo produce, siendo
uno de los principales la secreción de toxinas tipo Shiga (Stx) que son responsables del
daño al endotelio vascular.
El Servicio de Inspección y Seguridad Alimentaria (FSIS, por sus siglas en inglés) de la
Agencia de Drogas y Alimentos (FDA) de los Estados Unidos, en 1994 clasificó a E. coli
O157:H7 como un microorganismo adulterante en la carne de res molida, iniciando a raíz
de esto, programas de verificación de dicho patógeno en respuesta a un gran brote
asociado con el consumo de este tipo de carne mal cocida. Recientemente se ha hecho
evidente que las E. coli no‐O157 productoras de toxina shiga (STEC), particularmente los
serogrupos O26, O45, O103, O111, O121, y O145 (conocidas como “los seis grandes” o
“big six”) causan enfermedades similares a la causada por el serotipo O157:H7 (Gould y
col., 2013). Asimismo, el FSIS declaró que estos seis serotipos de E. coli no‐O157 son
también adulterantes en la carne de res troceada; de modo que la verificación en Estados
Unidos de estos patógenos inició en Junio del 2012 en cortes de carne importados y
domésticos (Almanza, 2011).
El ganado bovino es un importante reservorio para E. coli O157 y no‐O157 productoras
de toxinas shiga (STEC), formando parte de su flora nativa intestinal, por lo que se pueden
contaminar las canales con heces y el contacto con la piel si no se cuentan con cuidados
adecuados (Bell, 1997; Gun y col., 2003).
Scallan y col. (2011), reportaron un estimado de 63,153 casos de ETAs por año en Estados
Unidos debido a STEC O157, donde además se mostró la emergencia de cepas no‐O157
relacionándolas con 112,752 casos de enfermedades. Son estos altos números de casos
lo que hace que sea reconocido como de alto impacto en la seguridad e inocuidad
alimentaria, principalmente en la industria de la carne de bovino (Callaway y col., 2003).
Recientemente (2014) la FSIS confirmó la presencia de O157:H7 en el 0.72% de las
muestras de carne molida cruda que era utilizada en la fabricación de productos cárnicos,
en tanto que la presencia de las no‐O157 fue del 2.56%. Por todo lo anterior, E. coli
O157:H7 ha sido catalogado como el patógeno contaminante de alimentos más peligroso
para la salud humana, debido a las complicaciones severas que puede provocar.

Salmonella
Salmonella es una bacteria Gram negativa, perteneciente a la familia Enterobacteriaceae.
Tiene forma bacilar, no es formadora de esporas, es anaerobia facultativa con flagelos
móviles, aunque hay algunas cepas que son inmóviles. Gracias a sus antígenos O
(lipopolisacárido), Vi (polisacárido capsular) y H (flagelar) pueden serotipificarse más de
2,300 serovariedades (Jurado Jiménez y col., 2010).
Los serotipos de Salmonella difieren en sus reservorios y en su capacidad de causar
infección en humanos (Jones y col., 2008; Kingsley y Bäumler, 2000). En el año 2009 se
encontró que 20 serotipos comprendían más del 82% de 36,000 aislados de Salmonella
en Estados Unidos que fueron reportados al CDC (CDC, 2009). Salmonella posee
diferentes factores de virulencia, tales como adhesión, invasión y los genes relacionados
a la producción de toxinas, y todos ellos se agrupan en ciertas áreas del cromosoma
conocidas como islas de patogenicidad (IP).
Para la adhesión bacteriana, Salmonella emplea fimbrias de diferentes tipos durante el
proceso de infección, las cuales se encuentran codificadas en operones, además de
poseer un plásmido de virulencia que contiene genes que ayudan a la multiplicación
bacteriana dentro del sistema reticuloendotelial (Rotger y Casadesus, 2010). Las
infecciones por Salmonella (salmonelosis y fiebre tifoidea) son frecuentes por el consumo
de carne molida de res contaminada con la bacteria. Se ha reportado que este
microorganismo es el segundo lugar en frecuencia de infección en humanos, solo detrás
de norovirus, y se reconoce que en general una de cada seis personas que se enferman
por patógenos transmitidos por alimentos es debido a Salmonella (Scallan y col., 2011).
Además, se han reportado otras formas clínicas provocadas por Salmonella, aunque en
menos frecuencia, tales como infecciones asintomáticas agudas, e incluso encontrarse
como portador crónico asintomático (Harvey y col., 2007).
La carne molida de res es un medio ideal para el crecimiento de Salmonella ya que es rica
en nutrientes y no contiene agentes inhibidores, Es por ello que estos alimentos se han
identificado comúnmente como responsables de brotes por este patógeno (CDC, 2006;
McLaughlin y col., 2006), reportándose que causa 1.4 millones de incidentes por año en
EUA (Bertrand y col., 2010).
Con respecto a la incidencia de este patógeno, Bosilevac y col. (2009) reportaron la
presencia de Salmonella en el 4.2% de las muestras de carne molida, colectada de 18
productores quienes proporcionaban la carne para diversos productos como
hamburguesas o alimentos listos para consumo en restaurantes o supermercados de
Estados Unidos. Posteriormente, el FSIS estimó una prevalencia de Salmonella del 2.4%
en carne molida en establecimientos (USDA, 2011). Esta disminución de la frecuencia del
patógeno fue atribuida a la implementación de los sistemas HACCP para su control.
Con respecto a la presencia de Salmonella en cárnicos en el mundo, se ha reportado en
Canadá en el 1.3% de 1002 muestras de carne molida comprada en tiendas de
autoservicio (Sorensen y col., 2002), en el 21.3% de las muestras de carne molida en venta
al por menor en Turquía (Arslan y Eyi, 2010); en el 3.5% de las muestras analizadas de
carne molida en Bélgica (Ghafir y col., 2005). Sin embargo, también se han reportado
cuentas altas de este patógeno, tal es el caso en Senegal donde se obtuvo un 87.4% de
presencia en muestras de carne de res cruda en punto de venta (Stevens y col., 2006).
Entre los reportes que existen en nuestro país sobre la presencia de Salmonella en carne
molida pueden citarse el caso de Heredia y col. (2001) en el que se reportó el 11.4% de
presencia en ese producto en Monterrey, N.L. y más recientemente, en el 2013, Cabrera‐
Díaz y col., reportaron la presencia de Salmonella en el 56.7% de las muestras de carne
molida adquirida en carnicerías. Todo lo anterior, hace imperiosa la necesidad de buscar
y encontrar formas efectivas de lograr un buen control de este patógeno.

Listeria monocytogenes
Este patógeno a menudo se encuentra en cortes frescos de carnes de res y aves. También
puede crecer en productos cárnicos cocidos embutidos tales como las salchichas para
“hot dog”. Resulta de suma importancia asegurarse que las carnes rojas contaminadas no
contaminen productos listos para consumo.
En cuanto a la presencia de este patógeno en alimentos de diversos países se ha
reportado ser de 3.5, 9.5, 12.2, y 16.4% en muestras de carne molida de res procedentes
de Estados Unidos, Italia, Japón y Marruecos respectivamente. Más recientemente, entre
el 2007‐2009 se reportó a L. monocytogenes en el 29% de las muestras de carne molida
en niveles de 100‐200 UFC/g, en Irlanda, afortunadamente no se detectó al
microorganismo en productos listos para consumo (Khen y col., 2014).
En nuestro país, en un reporte se buscó la presencia de L. monocytogenes, mediante una
técnica molecular en carne de res, mexicana e importada, adquirida en supermercados
en tres ciudades de México, encontrándose al patógeno en el 27.78%. Las muestras de
origen mexicano presentaron mayor frecuencia de Listeria que las muestras de carne
importada, lo que indica un posible riesgo de salud para los consumidores que adquieren
este tipo de producto (Rubio Lozano y col., 2013).
TECNOLOGÍAS PARA PREVENCIÓN DE CONTAMINACIÓN.
La importancia de determinar la presencia de estos patógenos en alimentos incluyendo
la carne, radica en poder establecer su presencia y como consecuencia tener la capacidad
de minimizar o eliminar cualquier riesgo para la salud del consumidor. En este sentido, el
calor o en general el uso de tratamientos térmicos tiene como objetivo principal la
inactivación de microorganismos patógenos y en muchas ocasiones de sus esporas, para
proporcionar a los consumidores un producto microbiológicamente seguro. Sin embargo,
a pesar de los beneficios del tratamiento térmico, regularmente el producto final
sometido a estas condiciones presenta alteraciones en una o varias variables de calidad
tales como sabor, color, y/o textura. Por lo que el uso de tecnologías no térmicas como
alternativa a la inactivación de microorganismos, conservando calidad organoléptica del
producto es un área de investigación que ha crecido rápidamente (Hildrum y col., 2006).
En productos cárnicos las más estudiadas incluyen: irradiación, altas presiones
hidrostáticas, empaques activos e inteligentes y uso de compuestos naturales, entre
otras. Estas pueden ser utilizadas solas o en combinación, incluyendo con las tradicionales
(térmicas), para optimizar al máximo los tratamientos, manteniendo la calidad total de
los alimentos.

IRRADIACIÓN
Existen tres fuentes de irradiación aprobadas para su uso en alimentos, los rayos gamma
emitidos desde formas radioactivas del elemento cobalto‐60 y cesio‐137, rayos X y haz
de electrones (e‐beam, flujo de electrones impulsados por un acelerador hacia el
alimento). La irradiación en dosis de hasta 10 kGray (kGy) es aceptado como
procedimiento seguro para uso en las principales categorías de alimentos (WHO, 1981).
Esta dosis representa una cantidad de energía baja (equivalente a la necesaria para elevar
la temperatura de 1 g de agua en 2.4°C), por lo que la tecnología es considerada no
térmica, preservando así la frescura y la calidad nutricional de la carne y productos de
carne cuando se compara con los métodos térmicos (Aymerich y col., 2008).
La eficiencia de la irradiación en carne fresca y productos cárnicos listos para comer se ha
probado y reportado en diversos artículos científicos, Park y col. (2010), reportaron que
dosis de 5 kGy aplicada a carne procesada redujo significativamente el recuento total de
aerobios en placa, sin tener efecto adverso en calidad ni afectar características
organolépticas como color y sabor. Ramamoorthi y col. (2009), evaluaron el efecto de la
irradiación y uso de una atmósfera modificada (monóxido de carbono) en carne cruda
almacenada durante 28 días a 4°C, encontrando que durante ese tiempo no se detectaron
coliformes en carne irradiada a dosis de 1.5 o 2.0 kGy independientemente del empaque
utilizado. Aun cuando la dosis depende del producto a tratar, en general se encuentra en
rango de 2‐5 kGy con eficacia para eliminar células de E. coli O157:H7 (Schilling y col.,
2009) y coliformes en pollo fresco (Javanmard y col., 2006). En tanto que hay reportes
que a dosis menores a 2 kGy se elimina a B. cereus, Enterobacter cloacae, y Alcaligenes
faecalis presente en pechuga y muslo de pollo crudo (Min y col., 2007) y dosis de 3 a 4.7
kGy eliminan a L. monocytogenes y S. Enteritidis en carne molida y fresca de puerco
respectivamente (Bari y col., 2006; Wilkinson y col., 2006).
Aun cuando existen reportes de que los efectos adversos de la irradiación de productos
cárnicos son muy bajos en comparación con otros métodos de conservación, existen
algunos cambios de calidad durante el proceso que han limitado la adopción de esta
tecnología por la industria de la carne, por ejemplo se ha reportado formación de olores
desagradables descritos como “metálico” o “quemado” que se sospecha es causada
principalmente por una degradación radiolítica de cadenas laterales de aminoácidos;
cambios de color, aunque estos pueden variar dependiendode factores tales como la
dosis, especie animal, tipo de músculo y el tipo de empaque (Lee y Ahn, 2009). También
se ha reportado la pérdida de agua y cambios en textura que podrían ser debidos a
destrucción en la membrana de las fibras musculares y desnaturalización de proteínas del
músculo, así como, pérdida de nutrientes como algunas vitaminas sensibles a la
irradiación como la B1 y C (Ahn y col., 2006). Además, se ha reportado que la irradiación
puede generar sustancias químicas oxidativas, como radicales hidroxilo capaces de oxidar
lípidos de la carne, especialmente en sistemas líquidos y dado que en la carne existe un
75% o más de agua, la oxidación inducida por la irradiación no es despreciable (Chen y
col., 2012). Es importante señalar que todos los alimentos irradiados deben contar con
una etiqueta que indique que han recibido este tratamiento, a fin de que el consumidor
esté enterado a los tratamientos a que se sometió el producto (Zhou y col., 2010).

ALTAS PRESIONES HIDROSTÁTICAS


La tecnología de alta presión hidrostática (APH) o tratamiento de procesamiento por alta
presión, es un proceso donde el producto previamente envasado, se coloca en
contenedores de alta presión y por medio de bombas intensificadores y un medio
presurizante, que generalmente es agua purificada, se logra someter el producto a rangos
de presión de 100 a 800 MPa (Aymerich y col., 2008).
El procesado por APH permite la inactivación de microorganismos patógenos y
deterioradores de alimentos, la preservación de la calidad y las propiedades
organolépticas (Buzrul 2014), ya que al transmitir presión de forma constante a los
alimentos, se logra obtener productos con características más homogéneas. Esta
tecnología está sustentada en la ley de Pascal y principio de Le Chetelier, siendo un
proceso isostático, es decir, la presión se transmite de manera uniforme y al mismo
tiempo, de una manera adiabática (sin importar la forma o el tamaño). Se ha visto que
con el aumento de la presión, hay poca variación en la temperatura, por lo que es
considerado un proceso no térmico debido a que la temperatura del producto aumenta
alrededor de 3°C por cada 100 MPa, dependiendo de la composición del alimento
(Rendueles y col., 2011).
Actualmente, algunas empresas, sobre todo en los Estados Unidos y Japón, están
comercializando productos tratados con esta tecnología aunque también ha sido bien
aceptada en Europa. En forma comercial se utilizan presiones que van de 100 a 600 MPa
con o sin calor para inactivación de microorganismos y a diferencia de los productos
irradiados estos no necesitan etiqueta específica. Se ha demostrado que a temperatura
ambiente la aplicación de una presión de 400 a 600 MPa durante 2‐10 min es eficaz para
lograr la inactivación de los microorganismos más importantes causantes de ETAs. Sin
embargo, una desventaja de esta tecnología es que las esporas no son sensibles a estas
presiones y sólo pueden ser inactivadas cuando la presión se combina con el calor u otro
sistema tal como adición de lactoperoxidasa o tratamiento con lisozima (Peleg y col.,
2012; Zhou y col., 2010).
El estudio de la aplicación de APH en la carne y los productos cárnicos se ha centrado
principalmente en su efecto sobre los microorganismos como tratamiento para mejorar
la seguridad microbiológica del producto final. Sin embargo, también se puede utilizar
para desarrollar nuevos productos cárnicos. Esta tecnología se puede aplicar en los
alimentos envasados, evitando la posible re‐contaminación después del tratamiento y
prologando de esta manera la vida de anaquel durante el almacenamiento en
refrigeración (Bajovic y col., 2012). Esto, junto con la posibilidad de tratar productos que
no pueden ser sometidos a calor para su preservación, tales como carnes frescas y
productos curados, hace de la APH una herramienta útil para preservar jamones,
mortadelas, tocino, salami, salchichas y algunas comidas pre‐cocidas (Campus, 2010). Se
ha demostrado que la vida útil del jamón cocido, jamón curado, y los lomos de carne
marinados tratados por APH podría aumentarse hasta 120 días (Hugas y col., 2002). Sin
embargo, existen reportes de que esta tecnología tiene algunos inconvenientes como son
la modificación en coloración y atributos sensoriales en productos cárnicos por ejemplo
aumento de textura, brillo, olor y salinidad (Clariana y col., 2011; Clariana y col., 2012;
Giménez y col., 2015). Esto puede deberse a diferencias en las condiciones de
procesamiento y la naturaleza intrínseca de los productos.
El efecto antimicrobiano de la APH se debe a que se inducen cambios en la membrana y
pared celular de los microorganismos, incluyendo la contracción y separación de la
membrana de la pared celular, alargamiento celular y la liberación de material
intracelular (Baptista y col., 2015; Wang y col., 2013). Además, la desnaturalización de
proteínas por la presión parece permitir la desestabilización de interacciones no
covalentes en la estructura terciaria y aunque se conserve gran parte de su estructura
secundaria, el pequeño grado de despliegue que expone regiones hidrófobas de la
proteína podría ser la causa de la agregación de las mismas (Garriga y Aymerich, 2009).
Sin embargo, no se afectan los compuestos presentes en el alimento que brindan
características nutricionales o funcionales como pueden ser vitaminas, polifenoles,
minerales o compuestos responsables del aroma (Huang y col., 2013).
En general, los niveles de inactivación microbiana en los alimentos por APH dependen del
tipo de microorganismo (las bacterias Gram‐negativas son más sensibles a la presión que
las Gram‐positivas), su fase de crecimiento (las células en la fase de crecimiento
exponencial son más sensibles que las de la fase estacionaria), niveles de presión, tiempo
y la temperatura, composición del alimento, pH y actividad acuosa (Hwang y Fan, 2015).

EMPAQUE ACTIVO E INTELIGENTE


Los dos principales mecanismos de deterioro que afectan la vida útil de la carne roja cruda
son el crecimiento microbiano y los cambios de color (oxidación del pigmento rojo
oximioglobina). Cuando la carne roja se mantiene en las debidas condiciones de frío, la
vida útil del producto dependerá de la velocidad de oxidación del pigmento rojo
oximioglobina a su forma color marrón oxidado, metamioglobina (James y James, 2002).
Por lo que para retardar este cambio, el oxígeno debe estar presente en altas
concentraciones a fin de mantener el color rojo brillante y modificaciones en el sistema
de envasado que permitan mantener altas concentraciones de oxígeno dando como
resultado una disminución de la oxidación lipídica (Sivertsvik y col., 2002). En este
contexto, la composición natural del aire puede ser modificada alrededor de un alimento
mediante el uso de tecnologías como atmósferas modificadas o controladas para reducir
el crecimiento de microorganismos y retardar las alteraciones enzimáticas; con lo cual se
consigue alargar la vida útil del producto, si se combina con temperaturas adecuadas de
refrigeración. Cuando la modificación de las atmósferas se realiza bajo condiciones
controladas de temperatura y composición de los gases, la tecnología recibe el nombre
de atmósfera controlada (AC, Mauer y Ozen, 2004). Y si la modificación de la atmósfera
no es controlada activamente, sino que utiliza una mezcla de gases resultante del
intercambio gaseoso del envase en equilibrio con la respiración del alimento, la técnica
se denomina atmósfera modificada (AM, Mauer y Ozen, 2004); incluyendo en este último
grupo a cubiertas comestibles que también pueden ser transportadoras de nutrientes y
aditivos como agentes antimicrobianos (Olivas y col., 2008).
El concepto innovador de envase activo puede ser definido como aquel sistema de
envasado donde el paquete, el producto y las condiciones del medio ambiente
interactúan modificando el estado de los alimentos envasados y provocando como
resultado una ampliación de su vida útil, mejorando la seguridad de los alimentos o las
propiedades sensoriales del producto preservando así su calidad (De Jong y col., 2005).
Los sistemas de envasado activo más aplicados son aquellos en donde ocurre eliminación
de oxígeno y/o generación de CO2 que se utilizan para controlar la oxidación de los
alimentos, empaques activos antimicrobianos, así como removedores de humedad para
evitar el deterioro del alimento por bacterias aerobias y hongos.
En estos envases activos la sustancia antimicrobiana podría migrar gradualmente desde
el empaque (recipiente) al producto por diferentes formas tales como difusión, partición
o liberación del compuesto por evaporación en el espacio de cabeza durante el
almacenamiento y su distribución, siendo así capaz de reducir la posibilidad de
contaminación post‐proceso (Dávila‐Aviña y col., 2015). Además, la concentración del
antimicrobiano en los alimentos podría ser más baja que cuando hay una adición directa
a la mezcla inicial de la carne y la interacción/inhibición con constituyentes de los
alimentos podría evitarse (Aymerich y col., 2008).
En general, hay dos tipos de envases inteligentes: 1) aquellos que miden la condición del
empaqueen el exterior y 2) los que realizan la medición de la calidad de producto
alimenticio directamente en el interior del empaque (Dávila‐Aviña y col., 2015). Las
características de este envase permiten informar al fabricante, minorista y/o consumidor
del estado de los productos en cuestión (Kuswandi y col., 2013).
Los indicadores de frescura están diseñados para la detección de metabolitos
microbianos (tales como ácidos orgánicos, etanol y aminas biogénicas) que se producen
durante el almacenamiento del producto (Dávila‐Aviña y col., 2015). Aunado a esto, en
algunos productos como pescado y carne se utiliza un sensor químico no invasivo que
indica la frescura basado en cambios de pH. Los indicadores de integridad, frescura,
tiempo‐ temperatura, etc. han demostrado tener un futuro potencial para ser usados en
productos cárnicos (O’Grady y Kerry, 2008).

BIO PRESERVACIÓN (ANTIMICROBIANOS NATURALES)


La creciente demanda de alimentos “naturales”, libre de aditivos y conservadores
químicos ha desencadenado nuevos desafíos en la evolución de la tecnología de
alimentos. En este contexto, otra tecnología emergente se basa en la utilización de
conservadores naturales con actividad antimicrobiana (González Aguilar y col., 2012). Sin
embargo, en la actualidad muchos de estos compuestos no son atractivos
comercialmente debido a su capacidad para reaccionar con otros ingredientes presentes,
mostrar baja solubilidad en agua, provocar cambio de propiedades organolépticas de los
productos tratados y muchas veces tener un espectro antimicrobiano limitado (Zhou y
col., 2010).
Y aun cuando existe suficiente sustento científico sobre el efecto bactericida o
bacteriostático de compuestos activos a base de plantas, animales y orígenes
bacterianos, son pocos los estudios del efecto en la calidad de la carne después del
tratamiento con estos aditivos (Juneja y col., 2012). Existen varios estudios que
demuestran la efectividad en la reducción de patógenos en cárnicos al adicionarse
extractos de plantas o compuestos aislados de estos (Valtierra‐Rodríguez y col., 2010).
Estos compuestos se caracterizan por presentar distintas propiedades como
antibacterianos e incluso algunos autores han presentado modelos de su posible
mecanismo de acción a nivel planctónico (Severino y col., 2015), mencionando que su
efecto principal radica en provocar daño a la membrana celular microbiana causando
como consecuencia poros y permitiendo el paso de algunos de estos compuestos al
citoplasma donde pueden interactuar con proteínas e inhibir la síntesis de compuestos
necesarios para el mantenimiento y reproducción de la bacterias, y/o bien, por su
carácter ácido pueden afectar la homeostasis en el interior (Sánchez y col., 2013; Gyawali
y Ibrahim, 2014).
Los aceites esenciales derivados de plantas (AE) han demostrado un notable potencial
contra el crecimiento de microorganismos causantes de deterioro y patógenos presentes
en carne y otros productos cárnicos (Bajpai y col., 2012), ya que han mostrado poseer
actividad antimicrobiana contra E. coli, L. monocytogenes, Pseudomonas spp., Bacillus
subtilis, Staphylococcus aureus, etc. (Hygreeva y col., 2014). Los AE incluyen compuestos
aromáticos y volátiles obtenidos a partir de materiales de plantas como flores, brotes,
raíces, corteza y hojas y se clasifican en 2 grupos, el grupo principal contiene terpenos y
terpenoides, mientras que el otro consiste en compuestos aromáticos (fenilpropanoides,
Jayasena y Jo, 2013).
En carne y productos cárnicos, se han realizado diversos estudios para examinar el
potencial antimicrobiano de los aceites esenciales obtenidos a partir de orégano, romero,
tomillo, albahaca, cilantro, ajo, clavo de olor, canela entre otros (solos o en combinación)
encontrando actividad antimicrobiana en diferentes grados, la cual se han relacionado a
la presencia de compuestos como carvacrol, eugenol, timol, α‐pineno, α‐citral, β‐citral,
citronelol, citronelal, linalool, geraniol, limoneno, cinamaldehído, etc. (Jayasena y Jo,
2013).
Aunque estos compuestos han mostrado muy buena actividad antimicrobiana, su uso y
aplicación en la industria de alimentos se ha visto limitado debido a su intenso aroma,
además que al aplicarlo directamente sobre los productos cárnicos produce una
reducción de la actividad antimicrobiana; lo cual puede ser atribuido a la presencia de
grasas, hidratos de carbono, proteínas y sales en tales sistemas. Sin embargo, la
utilización de esta tecnología pudiera hacerse más eficiente si se usa en combinación con
otras tecnologías a fin de mejorar la estabilidad microbiana y la calidad sensorial (Huq y
col., 2015). No obstante, se espera que el uso de estos compuestos naturales aumente
dramáticamente en un futuro en el procesamiento de carnes debido a las restricciones
sobre el uso masivo de conservadores químicos (Aymerich y col., 2008).

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