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BAUTISMO DE JESUS

ESCRIBE S. MATEO 3,13-17.


Primero. Cristo nuestro Señor, después de haberse despedido de su bendita Madre, vino desde Nazareth al río Jordán,
donde estaba S. Juan Bautista.

Segundo. San Juan bautizó a Cristo nuestro Señor, y queriéndose excusar, reputándose indigno de bautizarlo, dícele
Cristo: "haz esto por el presente, porque así es menester que cumplamos toda la justicia".

Tercero. "Vino el Espíritu Santo y la voz del Padre desde el cielo, afirmando: este es mi Hijo amado, del cual estoy muy
satisfecho".
Leer Mt.3 13-17.

Los primeros días de la segunda semana han sido una introducción a las elecciones. Hoy ya estamos planeando dentro de
esta materia, constituida por dos estados, y en ambos se puede hallar perfección: uno es posesión de bienes terrenos, otro en
pobreza actual para ocuparse en puro servicio a Dios nuestro Señor. El último paso de la vida de Cristo que contemplé antes
de la meditación de las banderas, fue cómo se quedó en el templo, dejando a sus padres temporales para ocuparse en puro
servicio a su Padre Eterno. Ahora el primer paso en que se vuelve a presentar a mi contemplación, es de cómo dejó
definitivamente su casa y familia para comenzar la vida de apostolado.

La petición. "Demandar lo que quiero: será aquí demandar conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho
hombre, para que más le ame y le siga" (104). Las resistencias que experimentamos en nuestra naturaleza para seguir a Cristo
en su imitación perfecta, nos muestra que necesitamos una fuerza que ponga en movimiento este motor espiritual de nuestra
alma. Esta fuerza no puede ser otra que el conocimiento y amor a Cristo, no de palabra y supeficial, sino real e íntimo, de tal
manera que Él dé el valor, el sentido y la orientación esencial a nuestra vida. Solamente la contemplación y la oración me
pueden dar este tesoro.

PUNTO PRIMERO. "Cristo nuestro Señor, después de haberse despedido de su bendita Madre, vino desde Nazaret hasta el
río Jordán, donde estaba San Juan Bautista" (273). Este punto ofrece a nuestra contemplación la salida definitiva de Jesús de
Nazaret, o sea, el abndono de su familia, y de la vida que en ella llevaba. Asistamos a este acto solemne como si estuviéramos
allí presentes.

Jesús ha cumplido treinta años; en la plenitud de la edad, es la hora destinada por el Padre para que Él emprenda la obra de
apostolado. Jesús no duda, antes bien ejecuta resultamente la voluntad de Dios. Todas las perfecciones que puede tener una
voluntad resuelta, tal como lo vemos en el tercer binario, las posee Cristo con perfección eminente. No hay reservas, ni
condiciones, ni dilaciones, ni lentitudes. Podemos imaginar que decía en su interior algo parecido a lo que diría cundo llegase
la hora de dirigirse a la pasión: "Para que conozca el mundo que yo amo al Padre y que cumplo con lo que me ha mandado:
Levantaos y vamos de aquí" (Jn.24,31).

Lo más dificil y doloroso en este caso no era el sacrificarse así mismo, sino el sacrificar a su Madre. Separarse de ella era
atravezarla segunda vez el corazón con aquella espada del viejo Simeón. Bien recordaría la pena que le causó la separación de
tres días: ¡qué sería ahora una separación definitiva! Pero Jesús no duda un momento, y se presenta ante la Virgen para
despedirse de ella. Asistamos en espíritu a esta escena. Dejemos que el alma escuche aquel coloquio lleno de grandes ideas
divinas, y profundos dolores humanos.

Ha llegado la hora; es la voluntad del Padre; el mundo espera la predicación y la redención; toda la salvación de los
hombres está vinculada a la ley del sacrificio; conviene dar ejemplo a tantas almas que vendrán detrás dejándolo todo para ser
apóstoles; trinta años de vida íntima en el rincón de Nazaret han de ser sellados por un dolor muy espíritual. Así hablaría
Cristo, y la Virgen confirmaría todas las razones de su Hijo y asistiendo a cada una de ellas con aquel "Ecce ancilla Domini,
fiat mihi secundum verbum tuum" (Lc.1,38). Como si dijera: “Cumplamos toda justicia; no pongamos estorbo alguno a la ley
de la inmolación; este es mi oficio, tomar la mayor parte que pueda en el sacrificio de mi Hijo y en la redención del mundo;
séame permitido también a mí salir a la vida apostólica, siguiendo de lejos las pisadas del Redentor con la oración y el
sacrificio.”

Jesús deja aquella amada casa de Nazaret. Y de ahora en adelante, como los pajarillos del cielo, a volar; ni siquiera tendrá
como ellos nido, ni casa propia, ni una madre que le prepare la mesa, con el vestido que lleva y su calzado, a predicar el
evangelio, a sembrar al voleo. ¡Adiós Nazaret! Sale de ese mundo recoleto y se mete en el alta mar, entre las turbas que no lo
entenderán como su Madre. Ve un inmenso rebaño de ovejas sin pastor; ve una multitud que llora porque nadie les da su pan.
Él les dará su cuerpo y sangre. Y como término del camino, ve el Calvario, y arriba, en la cumbre, la cruz que lo espera: “ya
voy.”

En este hecho vemos que Jesús funda la vida apostólica. Él dirá después en el evangelio que para ser apóstol hay que dejar
al padre y a la madre, la casa y todas las cosas e ir en pos de Él (Lc.14,26-7); pero en esto, como en todo, da primero el
ejemplo en su salida de Nazaret. Cristo ha dicho que la condición previa para la preparación del evangelio es la abnegación.
Primero, abnegación de todas las cosas temporales: "quien no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo" (Lc
14,33): después abnegación de sí mismo: "quien quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo" (Mt 16,24). Lo que Cristo ha
determinado, no lo deshaga el hombre. Repleto ante el mundo de palabras y ejemplos humanos, que pretenden desfigurar el
sentido de la vida apostólica. El apostolado tiene un ideal típico del hombre que se entrega totalmente a las cosas de Dios,
sacrificándole bienes temporales, honra, comodidades y hasta la propia vida. No le quitemos al apostolado la nota de sacrificio
personal, que es lo más característico.

Con el apostolado de Cristo, toda vocación apostólica tiene su hora señalada por el Padre. Sería siempre grave adelantar o
retardar esta hora divina. La impaciencia, disfrazada de celo, tiende a adelantarla, saliendo de Nazaret antes de la hora, y
entonces el apóstol se pone en peligro por falta de la formación necesaria, y no recoje sino frutos raquíticos. La pereza y amor
de la propia comodidad, disfrezadas quizás de prudencia, tientan al hombre para que no encuentre nunca la hora de comenzar
las obras de la gloria de Dios, por más que el llamado resuene dentro de la conciencia. No esperemos voces milagrosas que
nos llamen al trabajo. Si dominamos las aficiones desordenadas a las cosas de la tierra, Dios guiará de una manera suave y
segura nuestra buena voluntad.

El apostolado no tiene ningún medio humano proporcionado a la gran obra de la salvación del mundo. Cristo sale solo,
estribando toda su confianza en la virtud interna de la obra evngélica y en la omnipotencia de Dios. El apóstol que salga al
mundo sin esta fe es hombre desarmado, inútil; buscará siempre cosas humanas en que estribar, y cuando no las encuentra, se
encerrará en el pesimismo por miedo al fracazo. El apóstol es un enviado de Dios, no un delegado de alguna potencia humana,
ni un operario que va por cuenta propia. Piense, pues, que Dios está con él, con su sabiduría infinita, con su poder infinito, con
su amor. Ir con magnanimidad de corazón, con gran seguridad, de modo que ni aún el mundo entero pueda amedrentarlo. Si
viene el fracaso, Dios lo habrá dispuesto. ¡bendito fracaso! Cristo a los ojos de la prudencia de la carne fue un gran fracasado:
buena compañía tendremos.

Finalmente, el apostolado vive de un grande amor. Cristo se lanza al mundo abrazado de amor a Dios y a los hombres, y
estos dos amores han de ser siempre el alma de todo apóstol. Quién no llegue a este enamoramiento total, que encuentra su
encarnación en Cristo ("mi vivir es Cristo": Fil 1,21), desfallecerá. Este amor es de martirio, como el de Cristo, y por eso,
como Él, busca la muerte como un ideal. "El morir es para mí una ganancia" dice S. Pablo (ib); "tengo necesidad de morir por
Jesucristo",escribía S.Francisco Javier desde la India, cuando se preparaba para una de las misiones más difíciles. El amor a
los hombres en el apóstol es un desdoblamiento del mismo amor a Cristo. Amor que nace de Dios como de su principio, y
vuelve a Dios como su fin.

PUNTO SEGUNDO. "San Juan bautizó a Cristo nuestro Señor, y queriéndose excusar, reputándose indigno de bautizarlo, le
dice Cristo: Haz esto por el presente, porque así es menester que cumplamos toda la justicia" (273). En este punto hemos de
contemplar a Crsito desde que sale de Nazaret hasta que acaba de recibir el bautismo.
Cristo emprende resueltamente el camino hacia el Jordán, con el noble ímpetu del alma fuerte que lucha por Dios. Va solo
exteriormente, pero espiritualmente le acompaña el coro de los apóstoles, quienes hasta el fin del mundo seguirán sus pasos
por los caminos del Evangelio. Él los imagina a su lado. ¿Me encuentra a mí a su lado?

Otro pensamiento de Jesús es el de su primer acto apostólico. ¿Cómo se presentará al mundo? ¿Cuál será su primera hazaña
evangélica? Lo tiene bien meditado y resuelto, ve ahora, cuando a grandes pasos va a realizarlo, su alma se enciende de
entusiasmo. Quiere empezar el ministerio mesiánico haciendo un acto heróico de humildad. Juan el precursor predica
penitencia. Su voz que viene del desierto, conmueve misteriosamente a hombre de todas clases sociales, que corren al Jordán
para ser adoctrinados y corregidos de sus vicios y, después de hacer confesión pública de pecadores, reciben el bautismo,
símbolo de la remisión de los pecados. ¡Qué cosa más heróica: la santidad se reviste de pecador!

Uno de nuestros grandes enemigos capitales es la soberbia; una de las primeras leyes de la santidad es la humildad. Vamos
a dar un ejemplo público y solemne de cómo se planta esta virtud. Vamos a enseñar a todos los apóstoles que vendrán
después, que la humildad real, es decir, la humillación, es también el fundamento de las virtudes apostólicas. Hay algo más
bajo que la humildad de silencio, de ocultamiento y de trabajo que hemos llevado en Nazaret; es la humildad de abyección,
hija del pecado; vamos, pues, a buscarla, para que jamás ningún discípulo mío tenga miedo de descender demasiado, cuando
trata de levantar el mundo hasta el cielo. Apropiémonos estos pensamientos del Redentor, dispersemos la niebla de toda clase
de pensamientos contrarios, y procuremos dejarlos bien asegurados como ley de nuestra vida.

Ya estamos a la vista del Jordán. La gente que viene en troplel de todas partes, se acerca en silencio al Precursor que
predica; y Jesús hace lo mismo, como uno de tantos. La llamada a la penitencia, la imprecación contra el pecado, la
exhortación al pecador, llega a los oídos del Salvador, que escucha con la cabeza inclinada, como si fuese el representante de
todos los pecados y el respoonsable de todos los pecados. Pongámonos a su lado, y hagamos de nuestra parte con toda
propiedad lo que El hace por nuestro amor. Acabado el sermón todos se ponen en fila para bautizarse, y Jesús se pone con
naturalidad donde le toca. Espera pacientemente su turno, hasta que se encuentre con el Precursor: Tú vienes a que te
bautice? Si tu eres el Cordero de Diós que quita el pecado del mundo... Déjame hacer ahora, pues así nos conviene cumplir
toda justicia" (Mt 3,15). Cómo se abismaría en este misterio el pensamiento de Juan. El mundo se ha de salvar por la
humildad. San Juan se rinde.

Contemplemos a Cristo cómo sé descalza, deja su vestido, humildemente entra dentro del río, y baja la cabeza para recibir
la infusión del Bautista. Contemplemos la alegría íntima del Redentor, porque preludia aquí la primera fuente de gracia que
será el sacramento del bautismo. Cristo habrá sentido esa unión suya con todos los regenerados como cuando diría: "Yo soy la
vid, vosotros los sarmientos".

Otro sentimiento intensísimo de Cristo en el bautismo debió ser el quedar consagrado cordero de Dios que lava -carga- los
pecados del mundo. Mientras el agua resbalaba por la cara y espaldas, Jesús pensó en otro bautismo con que será bautizado, el
bautismo de su sangre; piensa también en mis pecados, y para lavarlos desea su corazón que llegue ya la hora del martirio.
Amor y dolor van íntimamente hermanados en la economía de la redención. Jesús, porque ama profundamente, padece y
todavía quiere padecer más. Me conviene entrar en este Corazón a aprender qué es amor. Esta palabra tan bastardeada, tiene
un sentido heroico en la santidad, que sólo conocen las almas que copian es sí mismas los sentimientos del Corazón de Jesús.

PUNTO TERCERO. "Vino el Espíritu Santo y la voz del Padre, desde el cielo afirmando: “Este es mi hijo amado, del cual
estoy muy satisfecho" (273).

Contemplemos ahora cómo, acabado el bautismo de Jesús, se habre el cielo sobre su cabeza, queda revestido de una luz
divina, baja el Espíritu Santo visiblemente en forma de paloma que se posa sobre Él, y el Padre habla diciendo: “Este es mi
Hijo amado, en quien tengo mis complacencias”. He aquí la ploclamación auténtica y solemne del misterio en que entra Jesús:
ministerio de redención. aquí, en el comienzo, a la entrada de la vida pública del Redentor, toda la Santísima Trinidad baja del
cielo para salvar esta obra divina. Entre las obras divinas de Dios para con los hombres, la divinísima es la del apostolado: de
ahí que quiera darle una aprobación y testimonio tan público y extraordinario. Dios hace suya la predicación de Cristo y
mandan que todos lo oigan como el mismo Dios. ¡Cómo sintió Jesús, durante toda su vida, esta presencia de Dios en su obra!
Y ésta es también la gracia apostólica de todos los enviados en nombre de Cristo para contemplar su obra. Se sienten
compenetrados de Dios en el Ideal que las impulsa, en el amor de su corazón, y hasta en la omnipotencia puesta a su
disposición para la salvación del mundo. He aquí por qué se ha de remontar sobre todas las cosas humanas, sobre todas las
dificultades, aunque parezcan insuperables; por encima de todas las miserias, aún cuando se presentan tan fatales como la
misma muerte; y por encima de las propias debilidades, que le humillan a ser pobre y pecador como sus mismos hermanos a
quienes quiere llevar el remedio para su alma.

El apóstol no nace de la carne, ni de la sangre, ni de ninguna potencia humana, sino de Dios. En el legado de Dios, tiene la
palabra de Dios, el espíritu y la fuerza de Dios; y no por méritos propios, sino por la elección divina. Un alma que esté
penetrada y poseída de este espíritu, se comprende que se lance a todo, sin temores. y que obre maravillas como las de Cristo.
El apóstol que no tenga esta elevación espiritual es hombre desarmado, habrá de confiar en las cosas humanas, y no saldrán de
él sino obras humanas, por más que exteriormente lleven el nombre y la apariencia de obras divinas. He de pedir a Cristo que
me ha llamado a la vida apostólica, me deje bañar en esta luz celestial de su bautismo, y ponerme bajo el Espíritu Santo, y oír
la voz del Padre celestial, como iniciación íntima al santo ministerio.

La glorificación de Cristo en el bautismo es la compensación de su humildad. Él quiso abajarse hasta lo más profundo, no
sólo como en Navidad al nivel de los pobres y humildes, sino al nivel incluso de los pecadores. Él quiso bajar hasta hacerse
pecador delante de todos, y Dios le levanta hasta la ploclamación pública del Hijo suyo enamorado. Entró en las aguas de los
pecadores, pero al contacto con su carne purísima esas aguas se hicieron aptas para el bautismo, todas las aguas recibieron la
fecundidad y quedaron capaces para engendrar hijos de Dios, seno materno de la Iglesia. La glorificación es la contrapartida
de su humildad. El apóstol que no comience por una verdadera humildad, no tendrá la bendición divina; pero aquel que por
amor a Dios y al evangelio se lance a todas las humillaciones, será siempre compensado por la glorificación de Dios.

Nuestro supremo ideal es siempre que la divina Bondad se complazca en nosotros, ¿Hay algo más alto que podamos
desear? ¿No es éste el fin supremo de todas las cosas, y el único que Dios puede tener en todas sus acciones? Si como
compensación de nuestros trabajos, de toda nuestra vida y hasta de nuestra muerte, pudiésemos oír del mismo Dios que ha
tenido alguna complacencia en nosotros -"este es mi hijo en quien puse mi complacencia”, no de los hombres, sino la de Dios.
Entremos en el Espíritu de Cristo, y hallaremos que ésta fue el gozo más íntimo de su corazón en aquella hora. Él bien sabía
que un acto de complacencia divina vale más que todo el mundo.

El supremo valor del apostolado es este amor de la gloria divina en sí misma. Ni nuestro consuelo y provecho, ni la misma
salvación de los hombres, se pueden comparar en perfección con aquel acto de pura caridad. San Ignacio estaba tan penetrado
de esta suprema aspiración, que se le escapaba de sus escritos a cada paso: la mayor Gloria de Dios, la santísima y divina
voluntad, son la conclusión obligada de todas sus leyes, ordenaciones y propósitos. Así el apóstol que se queda con nada para
sí, ni da nada tampoco a las escrituras, sino que todo lo retorna fidelísimamente a aquel que le ha enviado. S,Juan Bautista fue
un ejemplar de esta perfección apostólica. Tan pronto como vió al Cordero de Dios, creyó que ya había llegado el término de
su ministerio. "Conviene que Él crezca y que yo disminuya" (Jo 3,30). Se desprendió de sus discípulos y los envió a Jesús.
Cuando los judíos le enviaron embajadas, dispuestos a recibirle como profeta y hasta como el Mesías, su confeción es la más
pura y fiel, asegurando que Él no era nda de todo esto, sino solamente una voz que clamaba en el desierto. Entre tanto Jesús
tributaba a su persona las mayores alabanzas, diciendo que era profeta, más que profeta, y mayor que todos los hijos de los
hombres. Bellísima competencia entre Dios y su apóstol: éste, desprendiéndose de todo para buscar la gloria divina, y Dios
poniendo a su apóstol por encima de todas las cosas.

Coloquio. Consistirá en hacer en la presencia de Dios un resumen de las virtudes apostólicas con que Cristo comienza su
ministerio, y de las gracias extraordinarias con que Dios lo glorifica. Hablar confiadamente con el Redentor de todas esta
cosas, a las impresiones que causan en el alma, y de la felicidad que le cabría en poderle acompañar y participar en su obra.
Reflexionar profundamente en nosotros mismos, para ver si sentimos ánimo para seguir los pasos de Jesús en la vida
apostólica. Hacer ofrenda de todo a Jesús para seguirle en la vida de pobreza, de humillación y de dolor por la gloria del Padre
celestial. Pater.

JESUS EN EL DESIERTO

El alma en la que ha nacido el deseo de conocer a Jesucristo, no se da por satisfecha. Y así busca con avidez las huellas de
su paso. Como la "ancilluda" de la leyenda medieval, va acompañando a Cristo, y de su oración hace una especie de
pereginación bíblica. Ahora vamos a seguir a Cristo al desierto.

Es la gran obertura de su vida. Tras el Bautismo, como un atleta que se prepara para la batalla, se dirige al desierto, o mejor,
"fue llevado allí por el espíritu". Las dos banderas personificadas. Mt. 4,1-14.

De “Meditaciones sobre la fe”

El Desierto es una de las etapas que conduce hacia Dios, todos los llamados a la fe tienen que pasar por esta etapa.
El Desierto es un llamado al silencio del corazón, libre de temores y agitaciones externas. Puede uno encontrarse a solas con
Dios.
Dios lleva al hombre al desierto porque lo ama, porque el desierto es un don de Dios.
“Señor, haz que te conozca a Tí, y que me conozca a mí” San Agustín.
El desierto geográfico es simbólico. Se muestra paulatinamente, cada vez hay más arena y menos oasis, cada vez hay más
dunas. En el alma puede haber un desierto total o uno parcial. En el desierto total el alma se ve despojada de todo, y viene una
tormenta de turbaciones. En el desierto parcial pueden estar solo algunos de sus elementos, que puede ser alguna situación
dificil, alguna enfermedad, una soledad que abruma, estados de ánimo difíciles, aridez, la percepción de que Dios te ha
abandonado…
El desierto es impuesto por Dios y puede ser individual, sólo para mí, o comunitario, como una tempestad espiritual para toda
una nación, una familia, etc.
También nosotros podemos libremente ir al desierto. Para encontrarnos cn Dios y luchar contra el adversario. Si decides ir al
desierto podrás entrar en lo más profundo de ti y descubrir la verdad sobre ti mismo, pero sobre todo, la verdad sobre Dios.
Jesús dice al alma que va a l desierto: “No temas, no estás solo, yo estuve aquí antes que tú; estuve 40 días hambriento, y
también la pasé muy mal; nunca estarás solo, trata de creer en mi amor”
Hay algo seguro Si entras en el desierto cambiarás. Algún día tendrás que entrar en él y tendrás que elegir. Debes tener muy
presente que te encuentras ante una gracia, da a Dios las gracias por ello, gracias por esas dificultades, trata de ver que Dos
está allí porque te ama.
El desierto es un lugar de pruebas en donde se radicalizan las actitudes. Estar en el desierto hace que se exteriorice lo que el
hombre lleva muy oculto; hace que salgan a flote las pasiones y el mal que el hombre lleva dentro. Muestra al hombre tal cual
es. Ahí, el hombre se convence de su impotencia y de lo que es capaz su pecaminosidad y su Dureza de corazón. El hombre se
enfrenta allí cara a cara a la aterradora verdad de quién es él, sin el poder visible de Dios.
Esa desnudez propia del desierto nos obliga a tomar decisiones y nos saca de la tibieza, ahí puedes ver de lo que eres capaz.
Puedes encontrar el incalculable amor de Dios y su inefable misericordia y contrastarla con la desnudez de la triste realidad del
pecado y la impotencia del hombre. Se polariza.
La tibieza es repugnante, por eso Dios te lleva al desierto, para que decidas quién eres: un santo o un criminal, ahí eliges entre
creer o blasfemar. Y se te esclarece el absurdo de juzgar al otro.
El desierto es un lugar privilegiado para satanás porque el hombre está debilitado y cae más fácil en las tentaciones. Aumenta
la probabilidad de rebeldía.
Pero también ahí te puedes liberar de apegos porque sólo está lo elemental. Aprendes a contentarte con lo que Dios te da y a
confiar en Él. Dios quiere serlo todo para aquel que camina en el desierto
Él espera que aquel que le ama, esté dispuesto a superar sus posibilidades humanas y aceptar ser despojado, convertirse en
signo de Él.
En el desierto el hombre tiene experiencia de Dios en su misericordia. El desierto es sólo un camino, no es para quedarse ahí
“Amar es trabajar en despojarse y desnudarse por Dios de todo lo que no es Dios” San Juan de la Cruz

1.- El llamado del desierto


El llamado del desierto resuena a lo largo de la historia de la salvación. En el desierto Israel encontró por primera vez a
Dios, allí fue Moisés conduciendo sus rebaños, y en una zarza ardiente se le apareció el Señor. En el desierto habitaba Yavé y
en el Sinaí reveló su Alianza. Y cuando Israel traiciona al divino esposo, dice Oses que una vez más Yavé conducirá allí a su
pueblo, personificado en los razgos de su esposa infiel: "La seduciré y la llevaré al desierto y le hablaré al corazón". (Os.2,16)

Pero el desierto no es sólo el lugar donde se encuentra a Dios. Es también el teatro de las tentaciones más terribles y el
habitáculo del demonio. El primer castigo de Dios por la desobediencia del Paraíso es precisamente la maldición del suelo que
en adelante no producirá sino espenas y abrojos: la aridez del desierto es una consecuencia del pecado del hombre. E incluso
la travesía del pueblo por el desierto de serpientes de fuego y escorpiones, tierra árida y sin aguas". También en el Nuevo
Testamento el desierto conserva este significado terrible de habitáculo del demonio: "Cuando el espíritu impuro sale de un
hombre, discurre por lugares áridos, buscando reposo, y no lo halla".

¿Cómo conciliar estas dos significaciones tan diversas del desierto: tierra de esponsables divinos con el hombre y suelo de
maldición, Dios y Demonio? El desierto es el lugar donde se libra el gran combate entre Dios y Satanás. Por eso en el desierto
fue tentado Cristo. Y por eso el anacoreta iría al desierto: para entrar en le escenario de esta lucha, participando en el combate
apocalíptico contra las fuerzas del mal. (San Antonio Abad).

La soledad de Jesús en el desierto

Penetremos un poco en el ministerio de la soledad de cristo.


Se tarta, ante todo, de una soledad penitente. La inmencidad de la naturaleza, aviva en su corazón humano el sentimiento
de su aislamiento. Penitente, porque en esa soledad ayunó cuarenta días.

Soledad contemplativa. Jesús ora en el desierto. ¡Qué oración! Es la de un alma unida a Dios con la gracia de la unión
hipostática. Más que Bernardo de Claraval, más que Francisco de Asís en Alvernia, más que Ignacio en Manresa, Jesús gusta
la familiaridad divina.

Jesús gusta la familiaridad divina. Por eso todas las almas contemplativas han sido seducidas por el desierto. Necesitamos
el desierto en nuestra vida. Bruno hizo de él su morada, Ignacio lo escogió para su vela de armas, Juan de la Cruz templó en él
su espíritu. Vayamos al desierto: al desierto de nuestros ejercicios, al desierto de nuestros retiros mensuales, al desierto de
nuestro recogimiento y oración diaria, al desierto del gran silencio nocturno, de ese silencio que, despues, después de la
jornadas de trabajo apostólico o de relaciones profanas, podría, si quisiéramos, liberarnos, recogernos y ayudarnos a preparar
la oración.

Pidamos al Espiritu Santo que nos introduzca en la soledad de los presentes Ejercicios, que en ellos nos mantenga en unión
con Jesucristo, y que nos haga vivir con Jesús una vida de penitencia y oración. Y esto es tanto más necesario cuanto el
enemigo del género humano puede sorprendernos en el desierto. El ejemplo de Jesús nos lo recurda.

2.- La oración de Jesús en el desierto

En este escenario, el demonio se acerca al Señor, cuando pasaron los cuarenta días de oración y ayuno (Lc 4,13).
Recordemos el sentido de esta tentación: no es tanto una solicitación al pecado como una insidiosa investigación de lo que es
Jesús: Si eres el Hijo de Dios. "In ipsa tentatione artificialem diaboli disce versutian. Sic temtat ut exploret, sic exploret, ut
tentet" Tienta para explorar y explora para tentar (S.Ambrosio, In Lc 1.3 n.19).

No nos extrañemos que sea tal el método de las ofensivas diabólicas. Satanás, nos dice la Escritura, tiene una antipatía
profunda por la verdad. No hay verdad en él, dirá Jesús (Jo 8,44). Cuando miente, obra conformne a su naturaleza.

El punto de partida de la tentación es la exploración astuta de un hecho. La voz celestial, después del bautismo, señalo a es
Jesús como hijo de Dios. Si, pues es hijo de Dios, que lo muestra obrando como Señor de la naturaleza, Rey del mundo y
Mesías de Israel. Nada más lógico le parece a él. A la verdad, nada más perverso.

a.- El Señor de la naturleza. Un hijo de Dios, piensa Satanás, es Señor de la naturaleza. Puede para calmar el hambre, hacer un
milagro. Pues que transforme una piedra del desierto en pan. La acción parece razonable. En realidad, es un sacrilegio. Si un
hombre, pudiendo procurarse alimentos por medio naturales, recurre a dotes superiores, busca en el poder que Dios ha podido
darle sobre las cosas, su utilidad propia más bien que el servicio divino. (III, 1,4 ad 1).
A esta sugestión obedecieron los falsos profetas, juzgaron por el poder que tenían sobre la naturaleza. Abusaron de él a su
placer, sin cuidarse de ponerse bajo la dependencia de Dios. Por eso sus milagros eran cosa de magia. Si Jesús hubiera
consentido, se habría encontrado por sí mismo en el camino de lo maravilloso. Pero habría mostrado que no era más que un
hombre, y un hombre pecador.

Jesús no consiente en la sugestión: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios". Que
es como si dijera, para sustentar la vida humana, hay otros madios más que los que suministran los alimentos materiales: hay
medios, disponer de los cuales toca a la soberana voluntad de Dios. Por consiguiente, no hay necesidad alguna de procurar con
un milagro el pan que sustenta el cuerpo, basta poner nuestra confianza en Dios.

b.- El Mesías de Israel. Habiéndole transportado al pináculo del Templo, le dice: "Si eres el Hijo de Dios, échate de aquí
arriba". No hay que temer: los ángeles te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece en las piedras. Po otra parte,
¡cuánto ganaría con ello la causa! La multitud al verlo caer, con el fulgurante esplendor de un traumaturgo; y eso en Jerusalén,
en el Templo; lo aclamarían como Mesías. Porque las leyendas vulgarizadas por el libro de honor le hacían caer del cielo.

Pero no era a estos vanos sueños a los que se había de adaptar las realizaciones divinas. Jesús quiere ser el Mesías humilde
y manso, que convocará para un Reino de Dios ante todo interior y espiritual. Jesús respondió: "No tentarás al Señor, tu Dios".

Jesús no entra en las miras de Satanás. No quiere promover en la tierra la causa de Dios ni con el recurso de un poder
mágico, ni con la sorpresa de un prodigio deslumbrante, pero la tentación de que Jesús fue objeto se renueva en todas las
épocas de la vida de la Iglesia. Esta se ve solicitada en la persona de sus miembros para hacer avanzar la causa divina por los
medios de que sirven los dominadores del mundo: compromisos, etc.

c.- El Rey del Mundo. Desde un sitio elevado el demonio muestra a Jesús los reinos de la tierra. "Te daré todo este poder y
toda la gloria de estos reinos; porque se me ha entregado, y yo lo doy a quien quiero. Si pues te postras delante de mí, todo eso
será tuyo".

Estas palabras suponen que Satanás es el principe del mundo. Era cierto. El mismo Jesús, antes de su Pasión, diría a sus
discípulos: "Ahora es el juicio de este mundo, ahora el príncipe de este mundo, será arrojado fuera". Suponiendo el hecho de
esta dominación, las palabras del tentador proponen una alianza. Yo te lo entrego todo, si tu me adoras. Jesús responde: "
Escrito está: Adorarás al Señor tu Dios, y a él sólo servirás". Su imperio sobre el mundo pasa por la cruz, no por la
claudicación.

Tales son las tres tentaciones. La caída del demonio fue por querer " ser como Dios". El demonio promete las cosas de
Dios. Cristo podría procurarse pan con esperar un poco ("y los ángeles lo sirvieron"). El diablo empuja, precipita, es la espuela
del mundo, invita a anticipar, a llegar antes. A los mismos hombres les dijo: "Seréis como dioses", que es efectivamenete lo
que Dios se proponía hacer por la gracia y la visión beatífica: "Entonces seremos como Él, porque le veremos como Él es",
dice San Juan. (I Jn 3, 2). Así pues a Jesús lo tentó de acuerdo a lo que el mismo Jesús habría de lograr un día: Cristo habría
de convertir las piedras de la gentilidad en el pan de su cuerpo místico, haciendo de esas piedras hijos de Abraham, y cuando
quiso cambió en Caná el agua en vino, anticipando allí su manifestación. Cristo habría de volar visiblemente rodeado de
ángeles hacia el cielo delante de sus Apóstoles y de otros 500 discípulos. Cristo algún día será reconocido como Rey universal
del mundo entero, como lo es desde ya en derecho y esperanza. A tales intrigas, Cristo vence "de palabra", con la Palabra de
Dios.

Una vez más, Cristo fue tentado por nosotros. Cristo fue al desierto para luchar contra el demonio y librar así a Adán del
destierro, al que había sido expulsado del paraíso. La tentación del Desierto es una réplica de la tentación del paraíso
(manzana, pan). Cristo se hace un hombre que, como Adán, nos representa a todos. Entonces el demonio se acercó con la
mentira, y acá es derrotado con la verdad de Dios. Allí indujo al orgullo, y acá es vencido con la humildad. Allí excitó a la
soberbia (ser como dioses), y acá ve cómo se desprecia al demonio del mundo. Allí consiguió que el hombre fuera expulsado
del Paraíso, acá fue él el expulsado. Allí la desobediencia, acá la odebiencia. Allí un ángel flamígero cuidando la puerta del
Paraíso, aquí los ángeles sirven al tentado vencedor. En el desierto comienza la victoria de Cristo. Es un retomar de toda la
historia; retoma las tentaciones del pueblo elegido.

Tres tentaciones paralelas con las dos banderas y los tres binarios.
1. Codicia de bienes.................................Pobreza
2. Vano honor del mundo.........................Oprobios
3. Soberbia..............................................Humildad

3.- La glorificación de Jesús en el desierto

De repente, ángeles se acercan a Jesús y se ponen a servirle (Mt 4,11). No se dice de ellos que descienden entonces del
cielo, como el Evangelio lo dice de Gabriel en el momento de la Anunciación (Lc 1,16). Porque sin duda estaban ya allí
invisibles. Hicieron sensible su presencia, y sostuvieron las fuerzas de Jesús que desfallecían.

Esta lección esclarece la teología del Verbo Encarnado. Cristo rodeado de ángeles que se inclinan ante él, aparece el rey
eterno del mundo, al que todo ha sido sometido en el cielo y en la tierra.

Dice el Evangelio que el demonio lo dejó por un tiempo. Era el primer episodio de esa lucha cósmica entre Cristo y el
demonio. Este lo seguirá molestando durante su vida pública, hasta el Huerto, y la Cruz, cuando dijera por la boca miserable
de aquel soldado: Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz y creeremos. Ha sido tentado por nosotros, y venció para nosotros. Por
eso lo de San Pablo: "No es un Pontífice tal que no pueda compadecerse de nosotras flaquezas, antes fue tentado en todo a
semejanza nuestra, a fin de hacerse Pontífice misericordioso. Porque en cuanto Él mismo padeció siendo tentado, es capaz de
ayudar a los tentados". Por nosotros vence el que por nosotros se dignó pasar hambre. Sufrió las tentaciones para darnos la
victoria. Cristo fue tentado para que el cristiano no fuera vencido", dice San Agustín.
En nuestro camino: acompañarlo en la tentación victoriosa, este acompañarlo en la tentación, en el rechazo de la codicia, de
los bienes, en el espíritu de su bandera, con el coraje del tercer grado de humildad, del tercer binario para luego seguirlo con su
victoria total sobre Satanás, su glorificación.
(....ver pag 38.....)

Desierto II
Mt. 4 y Lc. 4

San Ignacio nos dice en las reglas de discreción que el demonio es como un capitán que ataca por el lado más débil.
La Sda. Escritura nos muestra la maestría del demonio en este ataque y que solo Cristo puede rechazarlo.
Las tentaciones de Cristo conectan con el pecado original de la humanidad (Kempis III, 6) y con el pecado "original" de
Israel. Cuando Dios pone al pueblo de Israel en el desierto para constituirlo como nación, el demonio hizo caer a Israel
por los tres capítulos en los que Cristo resultó victorioso.
Para entender la tentación del demonio hay que recordar que el corazón del hombre tiene una exigencia absoluta de vida y
felicidad y la táctica del demonio propondrá concederle aquello que el hombre ansía pero llevándole a romper con Dios
para tender, no ya hacia Dios, sino a algo que refleja la bondad de Dios.
Veamos qué puede ser lo que promete la felicidad al hombre cuando vuelve la espalda a Dios:

*Lo primero es: la saciedad de cosas materiales.


*Lo segundo es: todo aquello que estimula la jactancia, la vanidad.
*Lo tercero es: la soberbia de la vida.
Inflar el “yo” hasta tal punto que sea endiosado y así el que es víctima de la soberbia de la vida, quiere dominar
despóticamente a todas las cosas y personas.
En la tentación de Gen 3, 6
1. aparecen estos tres puntos débiles por los que el demonio ataca al hombre en las tres cualidades del fruto
prohibido. Ese fruto era bueno para comer (alude a la concupiscencia de la carne), apetecible a la vista (alude a la
concupiscencia de los ojos) y bueno parar lograr sabiduría (alusión a la soberbia de la vida). El demonio promete
una sabiduría que da poder y esto se refiere a la soberbia de la vida. Las tentaciones de Cristo, el texto de Gen 3, 6
del que hemos aludido y el texto de I Jn 2, 15-16
2. Se relacionan. San Juan nos manda no amar al mundo porque en el mundo está la concupiscencia de la carne, los
ojos y la soberbia de la vida. Primera tentación: El demonio utilizó esta misma táctica para tentar al pueblo en el
desierto (Ex 16, 3)
3. Nos muestra que los judíos clamaban por las "cebollas" de Egipto. Encontraban intolerable la falta de alimento en
el desierto. Dios había permitido que pasasen hambre para que aprendan a confiar en Él y, además, para que el
pueblo aprendiese a no pensar únicamente en la comida, pues el corazón del hombre tiene un hambre que no se
sacia con el alimento corporal (concupiscencia de la carne).
Segunda tentación: es narrada por Ex 17, 1-7

Israel está a punto de morir de sed y queire que Dios haga un prodigio para mostrar que Él está con ellos. En lugar de
aceptar los caminos de Dios, Israel quiere que Dios transite por los caminos que el pueblo ha elegido. Que Dios cumpla la
voluntad del hombre y no al revés (soberbia de la vida).

Tercera tentación: es causa de la peor caída.

Mientras Moisés está en el Monte en oración y recibiendo la ley, el pueblo cae en la apostasía y adora al becerro de oro,
porque el demonio le ha prometido que ese ídolo (no tanto el becerro como el oro) le dará el dominio que Israel apetecía
(concupiscencia de los ojos).

Como vemos, tres tentaciones y tres caídas. Tanto el Génesis como el Éxodo prueban que el demonio juega con el
hombre, que el hombre solo no puede por mucho tiempo resistir la tentación y evitar la caída. Pero el hombre no está solo
porque Dios ha venido en su auxilio y las tentaciones del desierto nos enseñan que Cristo retoma y corrige toda la historia
humana de modo que el hombre que permanece unido a Cristo triunfa donde antes había sido vencido.

1. Considerar a Cristo yendo a desierto llevado por el Espíritu. Es la primera de su victoria: la obediencia, ya que el
pecado es rebeldía. Cristo nos demuestra que se somete a todos los extremos. No nos da sólo una lección sino que quiere
hacerlo para darnos ejemplo.
Observemos esto en la vida espiritual donde hay un impulso del Espíritu allí, enseguida, se hace presente, para
contradecirlo, el espíritu del mal. Donde está Cristo allí está la contradicción. Gracia atacada gracia confirmada. La paz
del cristiano es la lucha, en esta vida.

2. No comió nada en aquellos días. A los apóstoles, más tarde les va a decir que su alimento es la voluntad del Padre.
 La primera tentación: "Dí que esta piedras se conviertan en pan", y Cristo pone, por encima del alimento corporal
de la salud y de la vida, la obediencia a la Voluntad del Padre. Y le recuerda que el alimento definitivo del
hombre es su contacto con la Palabra de Dios.

 La segunda tentación: Lo lleva al pináculo del templo. Le propone que haga un signo espectacular para que
consiga la adhesión de los judíos. Lo tienta con la concupiscencia de los ojos y con ello pretende que Dios venga
a ser como el hombre. Es decir, que Dios renuncie a venir al mundo por la Cruz, esto es formalmente tentar a
Dios. Observemos la astucia del demonio: primero lo leva al pináculo y luego lo invita a que se tire al abismo. ¡A
cuántos el demonio los sube alto para arrojarlos luego al abismo!

 La tercera tentación: Le mostró todos los reinos del mundo, y todo eso le promete si Cristo lo adora. Esto es tan
real que Cristo afirmó que el padre de los judíos era e diablo, es decir, le rendían culto para obtener el dominio del
mundo y el anticristo dará culto al diablo. La sugestión del demonio es el opositum per diámetrum del principio y
fundamente y Cristo se limita a responderle con el principio y fundamento: A Dios solo adorarás. La Escritura
dice que el diablo se retiró para venir en momento oportuno, es decir en la Cruz cuando volvió a resonar la idea de
las tres tentaciones, baja de la Cruz y creeremos en Tí.
Estas tentaciones se repiten siempre. Se repiten hoy en mi vida cotidiana.
Las armas que Cristo utilizó son: el silencio, la oración, el ayuno. Observemos que para vencer al demonio utiliza la
Palabra de Dios. La importancia de nutrirse con la Escritura Sagrada y cómo Cristo muestra siempre la adhesión a la
voluntad del Padre.
El motivo para rechazar al demonio es el amor y adhesión a Cristo.

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