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BIBLIOGRAFÍA BÁSICA: BRAVO, G., 2011, Nueva historia de la España antigua, Alianza Editorial.
BIBLIOGRAFIA COMPLEMENTARIA:
ROLDÁN HERVÁS, JOSÉ MANUEL, 2001, Historia Antigua de España I, UNED.
Tema 1. Culturas protohistóricas de la Península Ibérica
1. El Calcolítico.
2. El Bronce.
3. El Hierro.
Tema 2. T arteso, Fenicios, y Griegos
1. El fenómeno colonial en la Península Ibérica.
2. Tarteso.
a. T arteso como enigma histórico. El sistema político. La civilización tartésica.
3. Colonización fenicio-púnica.
a. La fundación de Gadir.
b. Factorías y colonias.
c. El sistema colonial fenicio.
d. Los púnicos en el sur peninsular.
e. E
bysus (Ibiza).
4. La colonización griega.
a. El problema de las fuentes.
b. Emporion y las colonias.
c. La presencia griega.
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1.1. Los Millares (Almería)
Considerara por los prehistoriadores la primera cultura que usó el cobre en la Península ya a
mediados del III milenio A.C, se difundió por una amplia zona del SE peninsular incluyendo parte de las
actuales provincias de Murcia, Almería y Granada pero la cultura toma el nombre del yacimiento más
importante, hallado en el poblado de Los Millares en Santa Fe de Mondújar (Almería). Por tanto, podemos
destacar dos focos: suroeste de Portugal, con los llamados antas desde comienzos del IV milenio, y otro
en el SE peninsular, en Almería, durante la segunda mitad del III milenio.
Las excavaciones muestran ya elementos de fortificación, incluso con varias líneas de muralla de
hasta dos metros de altura, guarnecidas por torres y bastiones semicirculares, lo que indica una cierta
rivalidad entre comunidades vecinas; están formados por diversos grupos de familias, en los que existía
ya algún grado de jerarquización. Usaban tumbas colectivas tipo tholoi o cámaras circulares para enterrar
a los muertos con ajuares, aunque escasos, en los que aparecen objetos metálicos junto a piezas de
piedra, huesos y marfil. El emplazamiento de los poblados está más próximo a terrenos aptos para el
cultivo por lo que se ha considerado que es una cultura agrícola y subsidiariamente metalúrgica. Suelen
levantarse sobre alturas estratégicamente bien situadas y fácilmente defendibles con viviendas de planta
oval o circular construidas sobre cimientos de piedra. El uso del cobre debió de ser consecuencia de la
búsqueda de nuevos materiales de trabajo y de la necesidad de establecer diferencias sociales claras de
prestigio. No parece que el conocimiento de la metalurgia fuera debido a influencias externas,
mediterráneas o atlánticas, sino que deriva de la propia evolución de las comunidades neolíticas
precedentes. Los medios de vida se basaban en una agricultura de secano de cereales y leguminosas y
cría de ganado vacuno, lanar y de cerca, completados con la caza.
1.2. El Campaniforme (Cimpozuelos, Madrid)
Esta cultura recibe el nombre de la forma de campana invertida que tienen los
casos característicos de este período a comienzos del II milenio a.C. Se trata de
una cultura material bastante uniforme a la que se le puede asignar la difusión y
perfeccionamiento de las técnicas metalúrgicas que servirán para la fabricación
de armas y herramientas. Se pueden detectar ya variantes regionales con
características propias: el del Guadalquivir, el catalán, el de la Meseta y la
cornisa cantábrica y el portugués. La fase campaniforme más antigua cuenta
también con asentamientos en la fachada atlántica, que llegan hasta Galicia y
alcanzan el NO y la MEseta, entre el 1900 y el 1700, en una segunda fase, las
manifestaciones campaniformes , extendidas por amplias regiones de la PI
permiten delinear en sus variantes hasta cuatro grupos denominados por sus
yacimientos característicos: Palmeda, en Portugal; Carmona, en el valle medio del Guadalquivir; Salamó,
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en Cataluña y norte del País Valenciano y por último Ciempozuelos en la Meseta incluyendo la cornisa
cantábrica y el área del SE. Estos vasos cerámicos son de excelente calidad, de color rojo o marrón-rojizo,
decorados profusamente con bandas horizontales incisas (grabadas), excisas o impresas, con temas
geométricos, rayados, ajedrezados, etc. Los vasos más tempranos han sido descritos como de estilo
internacional, que incluiría los grupos Marítimo y AOO (all over ornamented/o rnamentado y encordado
completamente), mientras que los estilos posteriores se enmarcan en distintos desarrollos regionales.
Aparte de la cerámica, lo que mejor define a este horizonte arqueológico son los ajuares
funerarios, que suelen consistir, casi invariablemente, en un vaso cerámico, adornos manufacturados en
hueso, botones con una característica perforación en V, colgantes de arcilla en forma de creciente,
espirales de oro, abundantes flechas denominadas de Palmela, puñales triangulares de cobre y unas
placas perforadas de esquisto que suelen considerarse brazales de arquero. Aunque en las áreas de Vila
Nova y Los Millares no hubo ruptura con las tradiciones funerarias megalíticas anteriores, en el resto de
Europa, según fue avanzando el III milenio a. C., fueron generalizándose los enterramientos individuales
en cistas y fosas simples, en las cuales los cuerpos femeninos y masculinos eran depositados de manera
diferenciada.
La relativa unidad del vaso campaniforme en Europa a finales del tercer milenio podría explicarse
como consecuencia de la gran interacción comercial provocada por unas élites ávidas de bienes de
prestigio, entre los que destacaba el vaso campaniforme. Así, se podría interpretar como una moda, una
vajilla de lujo usada por las jefaturas europeas en ceremonias sociales en las que se asociaba a la bebida,
empleada también en pactos políticos, transmisión de conocimientos, alianzas matrimoniales, etc. Se
sabe que sirvió para beber cerveza o hidromiel, según lo demuestra el análisis de los posos de la pieza
escocesa de Ashgrove. Pero también fue usado en algunos casos como recipiente de reducción para
fundir minerales de cobre. Hay vasos que conservan restos orgánicos asociados con comidas e, incluso,
algunos fueron empleados como urnas funerarias.
1.3. El foco portugués.
En torno a la desembocadura del río Tajo se localizan estos grupos que pertenecen al área del SO
peninsular, abiertos tanto a la influencia atlántica como a las procedentes del interior. Habitaban en
poblados fortificados, se dedicaban a la agricultura y a la ganadería; conocían la metalurgia del cobre;
utilizaban tumbas colectivas tipo tholoi para los enterramientos. Las influencias más acusadas provenían
del norte hasta Galicia y del este, remontando el curso del río, hasta el interior de la Meseta
2. El Bronce
2.1. Culturas autóctonas
● Sudeste. El Argar.
Hacia mediados del II mileni, en el SE español, se consolidó un una cultura nueva cuyo centro
más importante es El Argar (Almería) que se difundió por todo el litoral levantino hasta el valle del río
Segura o el del Vinalopó, penetrando por el interior de Murcia hasta las altiplanicies granadinas y el valle
del Alto Guadalquivir.
El emplazamiento de los núcleos habitados se corresponde con lugares de fácil defensa (como
cumbres o laderas de los cerros, cerca de cursos de agua o manantiales), con una predilección por el
asentamiento en terrazas escalonadas a fin de dominar el valle.
Las casas, de planta trapezoidal o rectangular se construyen a base de muros con zócalos de
piedra y resto de tapial, y las casas estaban cubiertas con una techumbre formada por ramas y barro.
Llama la atención la existencia de edificios mayores indicando actividades suprafamiliares.
Los enterramientos ya son individuales o a lo sumo por parejas realizados en las casas (Debajo
del suelo) o en orificios excavados en la roca; los cadáveres se inhuman en posición fetal en cistas,
grandes urnas o agujeros excavados en la roca, sellados con losas de piedra. El cadáver se acompaña los
ajuares funerarios incluyen abundantes objetos de metal (cobre y bronces) aunque también plata y oro en
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Se caracteriza por la existencia de poblados situados en áreas de difícil acceso y/o fortificados, casas de planta cuadrada construidas
con piedra y adobe, enterramientos en cistas, tinajas o covachas bajo el suelo de las propias viviendas, una clara uniformidad material, la
abundancia de armamento militar y una progresiva estratificación social. Se extiende por el sudeste peninsular, ocupando las provincias de
Almería y Murcia, así como parte de Granada, Jaén o Alicante. Su pervivencia fue de unos 800-900 años, entre mediados del III y mediados del II
milenios a. C., distinguiéndose al menos dos fases, durante las cuales se produjo una continua jerarquización social interna y una expansión
externa sobre las regiones colindantes. Hacia 1500 a. C. la sociedad argárica desapareció bruscamente.
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niveles de subsistencia: más cerealista en la llanura, más ganadera en los poblados de altura; ambos en
posesión de técnicas metalúrgicas.Esta cultura no sobrevivió más que algunos siglos pues hacia el 1300
a.C. estas construcciones fueron abandonadas o destruidas y se desplazaron los asentamientos a otros
lugares.
d . Meseta norte. Cogotas I Una de las culturas autóctonas de mayor extensión
territorial en la Península IBérica fue ésta, correspondiente
el Bronce pleno y, ante todo, el Bronce tardío cubriendo los
últimos siglos del II milenio y los primeros del I milenio a.C.
identificable en una buena parte de las tierras interiores de
la Península y cuya denominación proviene de un
yacimiento de la provincia de Ávila, que perdurará a lo largo
de la Edad del Hierro. Las facies de esta cultura presenta
una serie de rasgos característicos como la cerámica:
cerámica negra con una decoración particular a base de
escisiones en el barro y la incrustación de pasta blanca en él,
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(denominado cerámica de Boquique ) lo que proporcionaba
un aspecto de resalte de los motivos geométricos (espigas,
líneas y figuras en zig-zag) propios de dicha decoración. La
cerámica tiene la boca abierta, troncocónica y base pequeña y plana. Es una cerámica tosca, con posible
uso de cocina. Tratándose de una cultura cuyo centro principal se encuentran en Cardeñosa (provincia de
Ávila) sorprende la enorme difusión: hacia el este hasta el valle medio del Ebro, hacia el oeste hasta la
fachada atlántica y hacia el sur hasta Andalucía y el SE. La presencia de Cogotas I llega hasta donde, sin
reemplazarlas, no impide el libre desarrollo de culturas preexistentes por lo que su difusión no se dará en
el área catalana, valencia, el norte y el SO.
El patrón de asentamiento de los poblados es también muy variado, aunque algunos elementos
parecen comunes. Las viviendas presentan estructuras débiles, propias de poblaciones no totalmente
estables, que se dedicaban a la agricultura y la ganadería, en una búsqueda periódica de nuevas tierras
de cultivo o nuevos pastos. Llama la atención la existencia de abundantes “fondos de cabaña” o
estructuras en pozo, que es posible se trate de despensas o silos en los que se almacenaba el grano. El
carácter seminómada de estas comunidades podría justificar la ausencia de necrópolis propiamente
dichas, reduciéndose los enterramientos, de inhumación, a fosas individuales. La producción de objetos
de metal carece de importancia y se limita a la fundición de herramientas y armas de tipología arcaica y
de elaboración local. Por ello, los numerosos objetos metálicos de carácter exótico podría indicar la
existencia de un comercio con la meseta aunque también podría interpretarse como el reflejo de una
trashumancia que favoreció el intercambio de productos.
Los enterramientos siguen practicándose por inhumación en fosa, pero no existen necrópolis: se
trata de tumbas siempre aisladas, y que parecen indicar la excepcionalidad de los enterramientos,
reservados a individuos privilegiados.
e. Baleares. Talayot. Se desarrolla en las Illes Balears durante la fase final del Bronce, ajena a
influencias exógenas tanto de origen oriental como centroeuropeo. Se desarrolla desde comienzos del I
milenio a.C. Su símbolo es una típica estructura arquitectónica de piedra, de forma escalonada, con un
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corredor transversal y habitaciones en la parte superior que conforman un hábitat navetiforme
característico como el poblado de Ses Païsses (Artà). Estas comunidades se dedicaban sobre todo a la
ganadería con una estructura tribal interiormente de escasa complejidad. Podemos distinguir dos tipos
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Por cerámica de Boquique, o "punto en raya" se denomina al conjunto de obras de alfarería prehistórica con una
decoración muy característica, halladas en la Península Ibérica, las Islas Baleares y algunos yacimientos de Europa Central. La
decoración de "punto en raya" se conseguía con el uso de un punzón o algún tipo de sierra dentada, creando trazos pequeños y
sucesivos a lo largo de una línea incisa continua. La cerámica de Boquique se identifica con la cultura de Cogotas I.
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construcciones prehistóricas de las islas Baleares (España). La función de estos edificios fue eminentemente doméstica, en ellas se
realizaban las actividades diarias (preparación y consumo de alimentos, descanso,...). Su cronología corresponde a la Edad del bronce
(c.1500-850 cal AC) y su denominación proviene de su gran parecido con otra construcción prehistórica menorquina: la naveta.
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de asentamientos: los poblados dispersos por las alturas y en el interior, con viviendas y enterramientos
en cuevas naturales y artificiales, de tradición neolítica, y las comunidades de las zonas bajas costeras,
cuyas viviendas de forma de naveta y su nivel cultural algo más evolucionado servirá de base a la típica
cultura talayótica balear del milenio siguiente.
2.2. Culturas alóctonas
a. Bronce atlántico.
Desde el Mar Báltico hasta el estrecho de Gibraltar, esta cultura material se caracteriza por los
objetos de metal y estela decoradas con motivos alusivos a la guerra. Entre estos restos son numerosos
los objetos de bronce con un predominio claro de las “espadas” por lo que se suele identificar a estos
grupos como sociedades guerreras, relacionadas con el uso y comercio de armas en el ámbito atlántico,
primero y más tarde en el Mediterráneo. El asentamiento se realizaba en las proximidades de los centros
metalíferos de la región a lo largo de una la ruta del estaño. La búsqueda de este mineral obligaba a
frecuentes desplazamientos de algunos grupos de población siguiendo la línea de la costa hacia el norte.
En cuanto a las estelas, se trata de losas decoradas con motivos guerreros muy frecuentes en la zona del
Algarve y del Alemtejo portugués, que pueden ser consideradas tanto monumentos sepulcrales como
conmemorativos u honoríficos destinados a perpetuar la memoria de alguna gesta o héroe.
b. Indoeuropeos.
Los primeros grupos transpirenaicos penetraron en la Península Ibérica hacia el 1100 a.C. como
portadores de una cultura nueva. La presencia indoeuropea fue más temprana y por tanto, más profunda
en Cataluña y valle del Ebro pero con el tiempo su influencia alcanzó a casi todo el territorio peninsular.
La mezcla de estos pueblos de origen indoeuropeo, de lenguas y culturas diferentes, con los grupos
indígenas existentes dio lugar a la formación del mosaico de pueblos romanos.
c. Campos de urnas catalanes
La indoeuropeización de la PI se corresponde con la presencia en el área catalana en torno al 100
a.C. de una nueva cultura, caracterizada por la incineración de los cadáveres, cuyas cenizas eran
enterradas posteriormente en urnas de cerámica, que se dispersan formando lo que se conoce como
campos de urnas, extensos cementerios comunitarios. Los primeros campos de urnas se encuentran en
Cataluña, desde donde se extienden al valle del Ebro, de Aragón a Navarra y Álava y al norte del País
valenciano. Las primeras influencias y/o grupos humanos atraviesan los Pirineos orientales después del
1200 y penetran en la Cataluña litoral para extenderse luego al interior. Pronto se detectan cementerios
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de incineración en urnas bicónicas, de los que es un ejemplo Can Missert (Terrassa) Son los
introductores de un nuevo tipo de cerámica (vasos de borde acanalado) y un nuevo tipo de vivienda de
planta rectangular. La incidencia de la nueva cultura es mayor en las zonas de los valles donde se
practican cultivos cerealísticos. Como consecuencia, cambia el patrón de asentamiento, con poblados
ubicados ahora en lugares elevados o en posición dominante sobre la llanura, pero próximos a las tierras
de cultivo. A partir del Bronce final II (1100) mientras en las zonas montañosas se mantienen las
antiguas tradiciones, en especial por lo que respecta a los ritos de enterramiento que mantienen la
inhumación otras zonas comienzan a introducir la costumbre de la incineración entre sus tradiciones o, en
el caso más extremo, la adoptan plenamente. También las formas de asentamiento presentan los
primeros ejemplos de poblados estables, con edificaciones rectangulares en lugares elevados sobre las
correspondientes tierras de cultivo. Se trata de comunidades inferiores al centenar de individuos, con una
organización social basada en vínculos de parentesco, de carácter tribal e igualitaria y una economía
mixta agrícola-ganadera de subsistencia pero es cierto que los cultivos de cereales van ganando en
importancia. La metalurgia, finalmente, es muy pobre, de carácter local y a penas limitada al
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Can Missert es un yacimiento arqueológico que corresponde a una necrópolis de la Edad del Bronce, de la cultura de
los campos de urnas. Fue descubierta a principios del siglo XX por el propietario de los terrenos donde se encuentra, cuando se
construía la carretera entre Terrassa y Olesa de Montserrat, en la provincia de Barcelona (España).El yacimiento se estructura en
cuatro niveles que abarcaría entre 1000 y 800 a. C., donde el más antiguo, Can Missert I, es el que corresponde a la necrópolis de
la cultura de los campos de urnas y acabarían con el Bronce Final.
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reaprovechamiento de chatarra.
3. El Hierro.
3.1. La transición al Hierro
Tras el Bronce, se considera como última fase de la Prehistoria, la Edad del Hierro, caracterizada
por el empleo del nuevo metal, cuyo inicio se suele fechar hacia mediados del siglo VIII a .C. La
introducción del HIerro en la PI no parece haber supuesto bruscos cambios culturales. A diferencia del
cobre, el hierro era un mineral más abundante tanto el Oriente como en Occidente y, por tanto, más
barato y con mayores posibilidades de utilización para satisfacer a una más amplia demanda. El proceso
de manufactura del hierro es más largo y complicado. Se requieren en principio hornos que alcancen
temperaturas muy altas y luego el dominio de una técnica que permita dar formas a los objetos. Las
dificultades que entraña el dominio de la nueva tecnología se compensan con la abundancia del mineral y
las superiores prestaciones en dureza y flexibilidad, de ahí su rápida difusión desde Próximo Oriente a
Europa
La tradición historiográfica atribuye la difusión de la metalurgia del hierro en Oriente a los hititas,
establecidos en Anatolia desde al menos el siglo XVII a.C. Pero según la misma tradición, los
introductores del hierro en Grecia fueron los dorios hacia el 1100 a.C. aunque en la Europa continental y
mediterránea este metal no se difundió hasta mediados del VIII.
En la PI la generalización de uso del hierro es bastante tardía, no anterior a la segunda mitad del
siglo VII. Las vías de penetración del hierro en la PI parecen haber sido dos: una, continenta y europea,
ligada a los “campos de urnas” y otra, marítima y de carácter orientalizante, vinculada a los pueblos
colonizadores procedentes del Mediterráneo oriental (fenicio) y del Egeo (griegos). Por esta razón su
presencia arqueológica es más temprana en las áreas del litoral, remontándose allí a objetos datados en
el VIII. En cambio, en las áreas del interior los objetos de hierro son excepcionales hasta mediados del VII,
como el yacimiento de Soto de Medinilla (Valladolid).
3.2. Problemas cronológicos.
El primer problema que plantea la transición al Hierro en la PI es la cronología, que oscila entre
mediados del siglo VIII, cuando el bronce entra en crisis en la mayor parte del territorio peninsular y
mediados del VII, cuando el hierro comienza a ser realmente perceptible entre los restos de cultura
material. El proceso de transición fue lento y no supuso la erradicación de las costumbres funerarias ni las
formas de vida anteriores, sino que más bien se observa una coexistencia de éstas con las nuevas
durante un tiempo.
Otra cuestión es la larga duración que se suele asignar a este período (siglos VIII al 400 a.C.) por
lo que los historiadores y arqueólogos suelen dividirlo en dos períodos: Hierro I (hasta ca 650/500 a.C) y
Hierro II (desde ca. 500 a.C.). Pero las diferencias entre uno y otro son apenas perceptibles en muchos
casos, salvo quizá el contenido metálico de los ajuares funerarios.
El inicio de la llamada Edad del Hierro supone la entrada de la PI en la HIstoria, en la Antigüedad
propiamente dicha, como superación no sólo de la Prehistoria, sino también de la fase protohistórica
peninsular e insular. La llamada cultura castreña de Galicia y norte de Portugal se configurará
precisamente durante este período, mientras que en el otro extremo de la PI, en el área del SO, aparecerá
la primera civilización autóctona: la tartésica. Ese momento suele ser considerado también como el
comienzo de la Historia, porque el panorama ibérico presenta por primera vez una cierta homogeneidad.
3.3. Regionalización
● El Valle del Ebro.
Por su proximidad al área catalana, esta región adoptó de forma peculiar las influencias
procedentes de la cultura vecina: campos de urnas catalanes. Son aquí característicos los enterramientos
en túmulo, que se mantienen durante varios siglos. Pero quizá lo más novedoso de este período es la
explotación de las reservas de hierro de la zona del Moncayo, que proporcionó nuevos recursos a las
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1400 – 850 → Cultura de Cogotas
1350/1300 – 700 → Talayótico en las Islas Baleares
1250-1050 → Bronce Final II / Penetración de los Campos de Urnas en Cataluña/
Introducción de espadas pistiliformes
900-750 → Bronce final III / Aparición de las espadas de “lengua de carpa” /
Estelas extremeñas
800-775 → Colonias fenicias en las costas de Málaga y Granada
800/750 → Tesoro de Villena / Cultura de Soto de Medinilla I
750 → Hierro inicial
650-600/550 → Cultura de Soto de Medinilla II.
Tema 2.
Tarteso, Fenicios, y Griegos (pp. 49-67).
1. El fenómeno colonial en la Península Ibérica.
2. Tarteso.
a. Tarteso como enigma histórico.
b. El sistema político.
c. La civilización tartésica.
3. Colonización fenicio-púnica.
a. La fundación de Gadir.
b. Factorías y colonias.
c. El sistema colonial fenicio.
d. Los púnicos en el sur peninsular.
e. Ebysus (Ibiza).
4. La colonización griega.
a. El problema de las fuentes.
b. Emporion y las colonias.
c. La presencia griega.
1. Las raíces de España. Primeras civilización antiguas.
El cambio del Bronce al Hierro es particularmente notorio en algunos aspectos, en especial en lo
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que se refiere al emplazamiento de los poblados, observándose un desplazamiento generalizado de las
posiciones de altura a los valles de las colinas y montañas, más próximos a las zonas de cultivo, con
preferencia por las orillas de los ríos. Los grupos ya habitan el territorio formando comunidades
interrelacionadas entre sí y con otros grupos de población de los que reciben influencias diversas; el
asentamiento es ya prácticamente estable y los grupos de población se vinculan de forma definitiva en el
territorio que ocupan.
La difusión del hierro en la PI fue tardía y muy escasa hasta el siglo VII a.C y apenas perceptible
hasta la segunda mitad del mismo, reducida a la presencia esporádica de objetos de hierro en la cultura
material. Resulta significativo que la difusión del hierro sea mucho más temprana en las áreas próximas
a la costa (mediterránea o atlántica) que en las regiones del interior, menos accesibles a los grupos
colonizadores (fenicios, griegos, púnicos). Existen diversas áreas y múltiples influencias:
● las áreas del litoral con influencias de los primeros pueblos colonizadores
● interior meridional, influencia de las sociedades indígenas
● Meseta sur, permeables a las influencias del este y sur peninsular
● Meseta norte, influencia europea y continental
● las áreas del NO y O atlántico se nutrieron de influencias nórdicas, por vía marítima.
2. Tarteso
2.1 Tarteso. Entre la leyenda y la historia
Tarteso (Tartessós) es el concepto con el que los griegos se referían al extremo Occidente antes
del más global de Iberia, que se generaliza a partir del siglo IV a.C. Posteriormente se mantuvo este
topónimo restringido a un ámbito particular de la Península, que imprecisamente se situaba en el SO
comprendido entre Huelva y el Estrecho.
Una convención generalmente aceptada restringe el término fenicio a los habitantes de las
ciudades comerciales de la costa levantina a partir de las últimas centurias del II milenio, frente al de
cananeo, que los definiría en tiempos precedentes, a lo largo de la Edad del Bronce. Y por lo que respecta
a los púnicos, se utiliza para designar a los fenicios de las colonias orientas del Mediterráneo y, en
especial, a los cartagineses. .
La civilización tartésica es, sin duda, el primer momento propiamente histórico de la España
antigua. Su ubicación concreta se desconoce pero se cree que se correspondería con uno de los enclaves
protohistórica de la cuenca baja del Guadalquivir. El núcleo original de la cultura tartesia comprende
aproximadamente el territorio de las actuales provincias de Huelva, Sevilla y Cádiz. Dos áreas
especialmente importantes fueron los centros mineros de los ríos Tinto y Odiel y la llanura agropecuaria
del Guadalquivir. Estas eran las zonas más intensamente pobladas y desde ellas la influencia tartésica se
extendería durante el Bronce final y la Primera edad del hierro por buena parte del resto de Andalucía y
Extremadura, así como el Algarve y el Alentejo portugueses.
Tarteso es el nombre de la ciudad no hallada, ubicada probablemente en algún lugar al margen
fluvial de los múltiples brazos que discurren en el curso bajo del Guadalquivir. Es también el nombre de
un reino semi legendario del sector meridional de la Península Ibérica. Pero no se ha localizado con
seguridad la ciudad, aunque se haya ubicado finalmente en un islote de la ría de Huelva. NO sabemos
tampoco la extensión precisa de este mítico reino porque la arqueología tartésica desborda ampliamente
el área del SO o incluso el ámbito andaluz, proyectándose hasta Extremadura por el norte y hasta la
costa, por el SE. Reducido al ámbito meridional peninsular, el enigmático reino de Tarteso podría ubicarse
en torno al curso bajo del Guadalquivir y, de forma más precisa, en el triángulo de la Andalucía occidental,
formado por las actuales provincias de Huelva, Cádiz y Sevilla. En esta amplia región sería conveniente
distinguir al menos tres subáreas: la nuclear, la oriental y la occidental. Las formas de vida indígena del
área o subáreas tartésicas eran muy similares, condicionadas por la presencia directa o indirecta de
artesanos y comerciantes de origen oriental, cuyos intereses económicos estaban estrechamente ligados
a la supervivencia de aquélla. Las élites indígenas mantuvieron durante siglos un sistema de intercambio
desigual, similar al practicado con los colonizadores fenicios en otras áreas del sur peninsular. No
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obstante, quizá no sea una casualidad que tanto fenicios como tartesos, desaparecieran del ámbito
peninsular casi simultáneamente hacia el 550 a.C.
2.2. Sistema político.
Que Tarteso era también el nombre de un “reino” es apenas discutible. Pero hoy quizá resulta
más apropiado considerarlo un “estado” cuya forma de gobierno trata, por tanto, de la primera
organización estatal atestiguada en la PI, con una base territorial similar a las de las ciudades-estado
antiguas, lo que convierte a Tarteso en la primera civilización histórica de la España antigua. Sus límites
cronológicos no son claro. El superior viene dado por la arqueología y se remonta al siglo IX a.C, de otro
lado, el inferior se corresponde con su rápida caída hacia el 550 a.C. La lista de reyes tartesios legada por
la tradición incluye nombres genuinos junto a nombres claramente espurios. De los primeros reyes, solo
Habis (que no Habidis) parece haber sido histórico. También Argantonio, el más célebre rey tartesio,
agasajado por los griegos de Samos hacia el 640 a.C. parece ser un rey histórico y según Heródoto,
destacó por su longevidad (120 años) y por un reinado de 80 años que llegó a entrar en contacto con un
grupo de navegantes griegos jonios o samios, desviados hacia Tarteso por una tempestad.
2.3. La civilización tartésica.
Hunde sus raíces en el Bronce final andaluz (VIII a.C.) y se desarrolla hasta mediados del siglo VI
a.C. en que desaparece sin dejar apenas rastro. Las razones podrían ser la presión política ejercida por los
fenicios occidentales sobre un estado que había perdido la base económica que lo sustentaba: la
explotación de las minas de plata y cobre. En los estados orientales se usaba ya habitualmente el hierro,
por lo que la demanda de estos metales bajó de forma drástica. EL proceso de aculturación culminó en la
adaptación de las formas culturales de origen orientalizante por parte de las comunidades indígenas del
sur y este peninsulares. Se pone de manifiesto una esencial homogeneidad cultural en el ámbito
tartésico, que se manifiesta en los motivos decorativos en la cerámica, los tipos de urbas, el ritual
funerario, los tipos de vivienda y el conocimiento metalúrgico de las comunidades implicadas. Existe ya
una clara diferenciación de estatus social entre los individuos a juzgar por la evidente diferencia de
ajuares funerarios que han proporcionado materiales ricos y cuantiosos. El tesoro más preciado es el de
El Carambolo, en Sevilla, formado por 21 piezas de oro puro de inapreciable valor que incluye dos
brazaletes, dos pectorales, un collar y dieciséis placas de adorno.
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Tartessos desapareció abruptamente de la historia: a partir de la batalla de Alalia (535 a.C.)
quince años después de la muerte de Argantonio, en la que etruscos y cartagineses se aliaron contra los
griegos, no hay más referencias escritas
Una de las posibilidades es que fuera barrida por Cartago tras su victoria sobre los griegos para
hacerle pagar así su alianza con estos. O por Gadir, metrópolis fenicia que podía ambicionar el control del
comercio de los metales. O quizás por los pueblos de la meseta. Cartago se convirtió así en dueña
indiscutible del Mediterráneo Occidental. Cortada la ruta hacia Iberia, los focenses cesan el comercio con
Tartessos, que queda lentamente relegada al olvido.
Pero también se han dado explicaciones de carácter económico: al conseguir Massalia acceder
por tierra a las fuentes de estaño británicas y el mismo Gadir llegar a ellas por mar, el monopolio tartésico
se derrumbaría, lo que habría provocado una caída en picado de los ingresos y toda una serie de
consecuencias internas que llevarían a la decadencia interna del reino y a su disolución. Asimismo se ha
considerado la posibilidad del agotamiento de las vetas de minerales, fuente principal de su riqueza
comercial.
Gracias a las necrópolis sabemos que la incineración se alterna con la inhumación. A partir del
siglo VIII a.C., desde que la presencia fenicia es detectada, además de los enterramientos de carácter
familiar característicos del Bronce Final, sin apenas diferencias de rango o prestigio, surgen las cámaras
individuales funerarias de mampostería, rematadas en túmulos de diferentes tamaños y alturas. Pero la
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La derrota marcó el final de la talasocracia focense en el Mediterráneo occidental. que quedaría bajo dominio cartaginés. Por su parte,
las colonias griegas de la costa levantina española y del sur de Francia quedaron aisladas de sus metrópolis.
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3.1.1. Fase pre colonial. Periplos y viajes exploratorios.
Por precolonización o período precolonial se entiende el proceso que precedió a los primeros
asentamientos efectivamente datados que, en el caso de la expansión fenicia, alcanzaría hasta mediados
del IX a.C. , en Occidente y sería un poco posterior, comienzos del VIII, en la PI. En cualquier caso los
primeros contactos con los colonizadores mediterráneos no serían anteriores al 800 a.C. Al principio
estos contactos con el extremo Occidente serían esporádicos, motivados por la búsqueda de metales
(oro, plata, plomo y estaño). Más tarde, por razones económicas e incluso políticas, algunos grupos de
navegantes decidieron asentarse en la costa y convertirse en intermediarios de los indígenas y de los
nuevos comerciantes que llegaban a la zona. A pesar de ser un territorio lejano, al menos desde
mediados del VII los griegos incluyeron la PI en el itinerario de sus periplos a Occidente en busca de
metales (plata y estaño) y otras materias primas. Los griegos utilizaron de forma unánime el término
Iberia para referirse genéricamente al territorio peninsular, quizá por alusión al río principal (Iber, Ebro)
conocido por ello.
El largo período de tiempo que discurre entre el 1100 y el 800 podría considerarse una etapa de
transición entre la llegada de los primeros comerciantes, sin asentamientos permanentes, y la fundación
de los núcleos estables de población, que la arqueología documenta a partir del 800.
Los periplos fenicios, primero y griegos después, no concluían en el Mediterráneo, ni siquiera en
las célebres “columnas de Hércules” ( situadas a uno y al otro lado del Estrecho de Gibraltar sino que
traspasaron el área del Estrecho y bordeando la costa atlántica se dirigían hacia las míticas Casitérides
(quizá las islas británicas) donde se encontraban las fuentes del estaño, necesario para la aleación con el
cobre para la obtención del bronce. No obstante, la llamada “ruta del estaño” incluía también la de otros
metales, como el cobre, el oro y la plata, muy abundantes en las minas de la región meridional de la PI. La
actividad comercial supone ya una cierta planificación de épocas, lugares y finalidad de los
desplazamientos.
3.1.2 El sistema colonial. Fenicios.
La ausencia de textos literarios sólo permite asegurar la presencia fenicia en el sur peninsular a
partir de la existencia de un registro arqueológico y, en consecuencia, la única prueba tangible de la
explotación. La existencia de esta pre colonización podría deducirse de la presencia de objetos fenicios
donde nunca hubo establecimientos permanentes. El asentamiento de grupos de origen oriental de forma
permanente a lo largo de la costa meridional de la PI y a ambos lados del estrecho de Gibraltar constituyó
la base de un sistema colonial fenicio que, durante casi tres siglos, controló las rutas comerciales que
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llegaban hasta el extremo occidental del Mediterráneo así como las formas de intercambio practicadas
con las poblaciones indígenas del interior peninsular. El procedimiento fue la creación de una serie de
“factorías” o “puertos de comercio” en la línea de la costa, algunos de los cuales se convertían después en
asentamientos permanentes. El asentamiento implicaba la implantación de nuevas formas de vida y una
nueva ideología, ideas, creencias y costumbres que arraigaron antes en la mentalidad de las élites
indígenas que en el resto de la población, contribuyendo así a acentuar las diferencias entre ambos
grupos sociales. Los comerciantes fenicios accedían al metal demandado por los reinos orientales y los
indígenas, podían adquirir teñidos, tintes, objetos suntuarios, de cerámica o de metal, elaborados en el
oriente del Mediterráneo. Las comunidades indígenas también tuvieron acceso a objetos de hierro pero
ante todo al garum, necesario para la salazón del pescado. Pero quizá el mayor legado del sistema
colonial fue la incorporación de las comunidades indígenas peninsulares a las formas de vida urbana,bien
conocidas por los grupos colonizadores.
3.1.3. El comercio preclásico en el Mediterráneo occidental. Griegos y púnicos.
Los griegos llegaron a las costas de la PI no antes del VIII a.C. pero tardarían al menos dos siglos
en asentarse y fundar colonias. Se acepta que fenicios y griegos controlaban sucesivamente el comercio
con el Mediterráneo, por lo que los asentamientos griegos en el área peninsular no podrían ser anteriores
al VI a.C. Ello significa que los griegos pudieron alcanzar el Estrecho hacia finales del VII a.C. sin que por
elo entraran en conflicto con los fenicios. Este hecho, apunta hacia otros modelos de organización
comercial, tales como el sistema de repartos de control territorial de las correspondientes áreas de
influencia, en virtud del cual los fenicios habrían controlado las relaciones comerciales de la zona
meridional y del SE, mientras que los griegos habrían ocupado especialmente de las zona levantina y
catalana. Implica sólo el control comercial y permitirá la coexistencia de ambos grupos de comerciantes
en el área del Estrecho incluso en una fecha tan tardía como mediados del siglo VI a.C.
Algo similar habría ocurrido con la presencia púnica en el extremo del Mediterráneo occidental.
Desde fines del VI a.C. se incrementaron las relaciones comerciales en torno al llamado “Círculo del
Estrecho”. Ya hacia mediados del siglo VI a.C. la arqueología muestra la existencia de grupos púnicos
asentados en el valle del Guadalquivir, penetrando hasta las inmediaciones de Cástulo (Linares, Jaén)
cuyas minas serían explotadas por los indígenas, quienes intercambiarán el metal con fenicios y
cartagineses por productos manufacturados. A partir de este momento, se puede decir que Cartago
reemplazó a “fenicios orientales” en el control de las relaciones comerciales con los pueblos y estados del
Mediterráneo occidental.
3.2. Colonizadores mediterráneos.
3.2.1. Fenicios en el sur peninsular.
● La problemática fundación de Gadir
Los datos arqueológicos más antiguos hallados en Cádiz (Castillo de Doña Blanca) no parecen
remontarse más allá del siglo VIII a.C. aunque la tradición literaria remonta la fundación de Gadir a finales
del siglo XII a.C. A menudo la arqueología de la colonización no se corresponde con la información
transmitida por las fuentes literarias antiguas. Según la historiografía reciente, Gadir habría sido fundada
por colonos tirios, como los fundadores de Cartago, a comienzo del VIII asentados en los tres islotes
(Erytheia, Kotinoussa y Antipolis) existentes frente al estuario del río Guadalete. Gadir, por tanto, se
estableció en la protobahía de la actual ciudad de Cádiz aprovechando los resaltes rocosos a poca
distancia de la costa. Se trataba de un enclave atlántico, de finalidad comercial más que agrícola y
proyectado hacia el océano más que orientado hacia el litoral. Esta particularidad apunta hacia una
datación alta de la fundación que, si no se remontaba a fines del XII a.C., bien podría ser contemporánea
de la fundación de Cartago, la Kar Qastad fenicia, a fines del IX a.C. Pero la datación más probable es
hacia comienzos del VIII cuando la presencia fenicia en el área es ya evidente sobre todo a través de la
difusión de la cerámica de barniz rojo característica de todo el “círculo del Estrecho”. Se acepta así la
existencia de una fase precolonial, en la que las navegaciones de tanteo habrían precedido al
establecimiento de asentamientos permanentes.
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● Factorías y fundaciones coloniales
El asentamiento de grupos de procedencia oriental a lo largo de la costa meridional y a ambos
lados del Estrecho de Gibraltar se realizó mediante la implantación de una serie de “factorías” cuya
finalidad era garantizar a los fenicios el control de las rutas marítimas d comercio con el occidente del
Mediterráneo y aun de la costa atlántica africana e ibérica. La fundación de una “colonia” implicaba el
asentamiento de un grupo de inmigrantes orientales y, en consecuencia, la implantación de sus
tradicionales modos de vida, sus costumbres, ideas y creencias.
La pervivencia de una fundación colonial no dependía tanto de los posibles conflictos posteriores
cuanto a la elección de un emplazamiento adecuado a sus objetivos y de la existencia de un traspaís de
terreno cultivable, que permitiera a la nueva comunidad mantener una economía de subsistencia, sin
depender en principio de las dudosas relaciones con las poblaciones del interior.
En la ibérica la distribución territorial de las factorías y colonias fenicias de la PI revela la
preferencia por islotes o acantilados próximos a la costa, con frecuencia adentrados hacia el mar abierto
y a los que las embarcaciones pudieran acceder con facilidad. Los fenicios preferían promontorios o
lugares relativamente elevados, desde los que se dominara tanto los accesos por mar como las
comunicaciones hacia el interior. Por esta razón, la mayoría de las fundaciones coloniales fenicias se
sitúan en la línea de la costa meridional, entre Huelva y Cádiz, por el oeste y Abdera (Almería), por el
este. También se observa cierta preferencia por los estuarios o desembocadura de los ríos antes de verter
sus aguas al Mediterráneo o el Atlántico. No obstante, el mapa colonial fenicio muestra una clara
concentración de factorías y colonias en torno a dos focos principales: Málaga y el estrecho de Gibraltar.
En el primero destacan los yacimientos ubicados en los estuarios de los ríos Vélez, Seco y Verde,
Guadalhorce aparte de Las Chorreras y Frigiliana, cerca de Nerja. En torno al Estrecho sobresale la
Cueva de Gorham, en Gibraltar, y en la bahía de Algeciras el yacimiento de Cerro del Prado, en la
desembocadura del río Guadarranque.
Las localizaciones de los poblados suele ajustarse a un patrón: emplazamientos en la línea
costera distinguidos por su posición aislada en cabos o bahías con fondeaderos resguardados,
abundancia en agua potable, tierras de cultivo y accesibilidad de comunicación con el interior. Cada
poblado contaba con su correspondiente necrópolis, separada del núcleo de población. Conocemos
cuatro de ellas: Toscanos (en las laderas del Cerro del Mar), Morro de Mezquitilla, la de Lagos y la del
Cerro de San Cristóbal. En todas ellas, encontramos un predominio absoluto de la incineración, aunque
las sepulturas ofrecen diversos aspectos. Los grandes hipogeos colectivos a base de sillares,, provistos
de cubiertas de madera y con un corredor de acceso se mezclan con sepulturas individuales con
diferentes características: enterramientos en pozo, con una profundidad de tres a cinco metros;
enterramientos en fosas, con bancos laterales; cistas de sillares y, en época tardía, sarcófagos.
● El sistema colonial fenicio
Se mantuvo al menos hasta en torno al 550 a.C. Pero si el sistema colonial fenicio se mantuvo
durante al menos siglo y medio (desde el 700 al 550 a.C. aproximadamente) fue debido principalmente a
razones económicas. Los fenicios monopolizaron el comercio de metales en el Mediterráneo occidental.
Las minas eran explotadas por las poblaciones indígenas, que entregaban el mineral extraído a las
aristocracias indígenas, las cuales a su vez lo intercambiaban con los comerciantes fenicios por productos
manufacturados, de origen oriental o elaborados por artesanos asentados en el litoral peninsular.
Si, como parece Cádiz fue el establecimiento más antiguo, es posible que desempeñara un papel activo
en la organización de la posterior empresa colonial, que se extendió en una primera fase, a partir del siglo
IX, por las costas de Cádiz, Málaga, Granada y Almería, para desbordar desde mediados del siglo VII
hacia el litoral levantino y, por la parte atlántica, hasta la desembocadura del Mondego. Tras una fase de
exploraciones, navegantes sirios erigieron un santuario a Melqart, en la zona de la actual Cádiz que daría
origen a la colonia. Su posición, frente a la desembocadura del Guadalete, dominaba la ensenada de
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acceso al valle del Guadalquivir, arteria por donde fluía el rico tráfico de metales del área tartésica y, en
general, de la Baja Andalucía. Muy cerca, en el estuario del Guadalete, el asentamiento del Castillo de
Doña Blanca, se convirtió en el primer punto de contacto con la población indígena.
Paralelamente, exploraron otros espacios siguiendo con interés la vieja ruta del estaño que
propició un proceso de expansión atlántica originado y organizado desde Cádiz. Así, accedieron al litoral
atlántico de Portugal donde se establecieron colonias desde la mitad del siglo VII. Desde emporios como
Tavira, Lagos o el estuario del Tajo, los fenicios captan los recursos del interior: estaño, oro, cobre, plomo
y pieles. El comercio atlántico era esencialmente transportista y necesitaba por tanto de la mediación
indígena en la explotación de los recursos naturales que cambiaban por cerámica, utensilios de bronce,
sal, aceite, vino, perfumes y marfiles.
Contemporánea a la explotación del Atlántico peninsular se desarrolló la de la costa occidental
africana y más al sur, contamos con indicios claros de una frecuentación fenicias de las islas Canarias.
En el levante, de Murcia al golfo de Lyon, es indudable la existencia de relaciones comerciales
entre los mercaderes y los nativos, en las que las propias comunidades indígenas actuaban de
intermediarios. Durante el siglo VII, los fenicios se establecieron en Ibiza, dejando patente que los
primeros colonos procedían del Estrecho. Así lo prueban núcleos como Sa Caleta.
Poblados
Las localizaciones se ajustan a un patrón concreto: cabos, penínsulas e islas, con fondeaderos
resguardados, agua potable en abundancia, tierras de cultivo y buena comunicación con el interior.
Un buen ejemplo es el de Toscanos, situado en una isla en la desembocadura del Vélez. Casas de planta
rectangular, con zócalo de piedra, paredes de adobe y cubierta en terraza. Los distintos tamaños
muestran la división de clases.
Necrópolis
Todo poblado contaba con su necrópolis, separada del núcleo de población. Aunque se da un
predominio absoluto de la incineración, las sepulturas son muy variadas: desde hipogeos colectivos con
cubierta de madera y corredor de acceso a sepulturas individuales de distintos tipos (pozos, fosas, cistas
y, ya en época tardía, sarcófagos, algunos antropomorfos como los hallados en Cádiz).
Las ofrendas funerarias depositadas en las sepulturas son frecuentes: jarros de engobe rojo,
platos, lucernas y objetos personales (amuletos y joyas). Cuando el ajuar es especialmente rico se dan
también objetos de importación: cerámicas griegas y piezas egipcias (vasos de alabastro y escarabeos).
Cerámica y metal
La cerámica es el elemento más abundante de la presencia fenicia, destacando la de barniz rojo
(platos, lucernas de uno o dos picos y jarras de boca de seta o trilobulada). Los objetos metálicos son
mayoritariamente de bronce, pero sin faltar la orfebrería de oro y plata. También hay que mencionar la
pasta vítrea, el marfil y los característicos huevos de avestruz importados de África.
Uno de los elementos básicos de la cultura fenicia – que, además, ejerció una gran influencia
sobre las comunidades que quedaron sometidas a su influencia – es la cerámica. La caracteriza su
fabricación a torno, su característico engobe rojo o la decoración por medio de bandas rojas y negras, así
como la abundancia de formas entre las que destacan las páteras, los oinokoes, las jarras trilobuladas, los
ungüentarios, los pebeteros…
Fabricada en torno y generalmente recubierta en su superficie de un engobe rojo o decoradas mediante
bandas anchas y rojas entre filetes más estrechos, negros o grisáceos. Tiene múltiples formas: platos de
poca profundidad, cuellos cónicos y boca trilobulada (o de seta), urnas, ánforas “de saco” de boca
estrecha, cuerpos piriformes y sin decoración, lucernas de uno o dos picos, ungüentarios de cuerpos
ovoides, cuellos cortos y con asas, y pebeteros formados por dos cuencos carenados y unidos por un
cuerpo cilíndrico.
Objetos de adorno y motivos
En este terreno el mundo fenicio se especializó como sabemos por los restos de estos materiales con que
se ha contactado en el estudio de Tartessos y de otras sociedades sometidas a la influencia de Fenicia.
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Se conocen brazaletes, anillos, diademas, cuentas de collar, figuras de terracota, huevos de avestruz,
ídolos de oro, objetos de vidrio…
Amplio desarrollo de la orfebrería y la metalistería. Numerosos objetos en oro, como diademas,
amuletos, broches, etc., con técnicas orientales procedentes de Chipre, Fenicia y Etruria, destacando los
talleres de Tharros (Cerdeña). En la Península Ibérica sobresalen los tesoros de la Aliseda (Cáceres) y el
Carambolo (Sevilla). También se han hallado varios enterramientos tartésicos, braserillos o páteras
aplanadas decoradas con manos de dedos largos y estirados, así como jarros de bronce cuyas bocas
contienen cabezas de animales.
Pertenecientes a esta corriente orientalizante se han descubierto en los ajuares, piezas de marfil
(peines sobre todo), huevos de avestruz pintados, escarabeos de esteatita y fayenza, vasos de alabastro
y objetos de vidrio, destaca el vaso de Aliseda, de vidrio translúcido en tono verdoso, tallado en frío. Hay
innumerables figurillas de terracota, en principio de estilo oriental, posteriormente de estilo local.
La obtención de metales
El reborde meridional de Sierra Morena, con Huelva como núcleo, rico en plata y cobre y con
Riotinto y Aznalcóllar como principales centros productores, atrajo pronto a los fenicios, que tenían en
Gadir una excelente base de control de las rutas comerciales.
Los cursos fluviales, especialmente el Guadalquivir, con numerosos poblados en su valle (El
Carambolo, Cerro de las Cabezas y Cerro Macareno), favorecieron el acceso a los recursos. Aguas arriba
se alcanza la zona minera de la Alta Andalucía (zona de Cástulo, en Linares), abierta al comercio fenicio al
igual que el interior de Extremadura.
Los enclaves costeros de Málaga, Granada y Almería eran el punto de partida del comercio con el
sureste peninsular. La explotación de las minas se realizaba con mano de obra indígena, aunque las
técnicas e instrumentos contaban con innovaciones traídas por los colonos.
Desde los centros de captación el mineral se canalizaba hacia los grandes centros de
comercialización: Huelva y Cádiz. En Huelva, centro del mundo tartésico, los fenicios se mezclaron con las
aristocracias locales. Cádiz, en cambio, como núcleo urbano colonial, estaba cerrado al mundo indígena y
tenía un modelo económico-social totalmente distinto.
Metalurgia
Aunque el comercio fue el sector más dinámico de la economía, paralelamente se desarrolló un
floreciente artesanado. Las manufacturas procedían en principio de Oriente, pero pronto comenzaron a
fabricarlas artesanos locales.
El metal elaborado se comercializaba entre los propios indígenas o se exportaba. El más usado era el
bronce, seguido del oro y la plata, con los que los orfebres gadiritas realizaban refinados adornos.
Industrias del mar
Si bien el metal fue la principal razón del proceso colonizador, muy pronto comenzó la
diversificación económica, motivada tanto por las necesidades de producción de alimentos como por el
deseo de reproducir las formas de vida de su lugar de origen. La industria del salazón y, en general, de
los productos marinos destaca como una de las más antiguas. También provenían del mar los moluscos,
principalmente el murex, necesarios para la producción de la púrpura.
Artesanado
La producción de marfil es menos abundante, quizá por la necesidad de importar la materia
prima de África, pero fue también objeto de la artesanía fenicia, contribuyendo a modelar el gusto
autóctono que tiene su expresión en el Orientalizante.
Los principales receptores de los artículos de comercio fenicios (bronces, joyas, perfumes, telas tintadas,
marfiles, salazones, vino, aceite y los contenedores para almacenaje y transporte, principalmente) fueron
las élites indígenas, que aportan a cambio los metales, excedentes agropecuarios y, quizás, esclavos.
También ofrecían a masas de clases bajas como fuerza de trabajo, lo que se demuestra por la
presencia en las colonias de cerámicas hechas por los indígenas empleados en las propiedades fenicias.
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Agricultura
Inicialmente, se supone que cada unidad familiar tendría una parcela de tierra tanto para su
autoabastecimiento como para la obtención de excedentes destinados al comercio. Lo mismo es posible
deducir de las actividades pesqueras. Poco a poco, el tejido social se vuelve más complejo, con la
aparición de nuevas profesiones favorecidas por la intensificación de los sectores económicos.
A mediados del s. VII se detecta un aumento demográfico en las colonias motivada por el
aumento del expansionismo asirio a partir de Tiglatpileser III, que dio lugar a un desplazamiento de
población campesina, suposición avalada por la localización de los nuevos asentamientos, claramente
dedicados a la explotación agrícola.
Se desconocen las formas de ocupación y explotación, aunque se supone que la población
indígena participaba como mano de obra dependiente, libre o esclava. Las nuevas comunidades agrícolas
se localizan también en el interior del territorio, integradas en comunidades autóctonas o establecidas en
áreas no ocupadas por indígenas, lo que dio lugar a intensos contactos que se plasmaron en el
orientalizante.
3.3. Los griegos en España.
● La colonización griega
Los griegos pudieron alcanzar el área del Estrecho, las columnas de Hércules, e incluso el
semilegendario reino de Tarteso, en el SO peninsular, hacia finales del siglo VII a.C. pero no establecerían
fundaciones coloniales hasta mucho después. La arqueología sólo ha podido identificar Emporion y
Rhode hasta el momento, y ninguno de los dos se considera colonia griega, propiamente dicha.
Emporion se fundaría en las primeras décadas del siglo VI a.C. como una subcolonia de Massalia creada
hacia el 600 a.C. En un islote de las costa del Empurdà por los focenses. Su fundación habría que
relacionarla con el fortalecimiento de una ruta marítima de cabotaje entre Marsella y Tarteso. La
asiduidad de tránsito y la necesidad de contar con enclaves que pudieran utilizarse como puntos de
parada y aguada llevó a la búsqueda de lugares idóneos. El lugar del primitivo emplazamiento de la colina
en San Martín de Ampurias, una isla hoy unida a tierra firme, había estado ocupado por una comunidad
indígena, allí establecida desde el siglo XII, que fabricaba cerámicas a mano según la tradición de los
Campos de Urnas. En sus primeros años, apenas debió representar otra cosa que un punto de escala y
aguada con relaciones comerciales fundamentadas en una relación pacífica con las comunidades locales.
La voluntad de crear un establecimiento permanente no muy lejos de Marsella parece indicar también la
intención de controlar la explotación de los recursos de un amplio territorio, extendido entre el Golfo de
Lyon y el Empurdà, rico en metales y productos agrícolas y conectado por vías terrestres internas. A
mediados del siglo VI la colonia había crecido hasta el punto de resultar insuficiente el estrecho marco
insular de su primitiva ubicación. El islote, quedó reservado a los lugares sagrados y la población se
trasladó a tierra firme. La “ciudad nueva” fue rodeada de murallas, por tres de sus lados y dotada de
todos los elementos típicos de una polis; fuera del recinto se erigió un santuario, en cuyos alrededores
tendrían lugar los intercambios con los indígenas, que mantuvieron su viejo poblado, Indiké, junto a la
colonia, como núcleo de población distinto. Fue entonces cuando la nueva aglomeración recibió el
nombre de Emporion, que proclamaba su función comercial. Desde las últimas décadas del siglo VI, el
comercio de Ampurias se va desvinculando lentamente de Marsella y se vuelva definitivamente hacia las
regiones ibéricas, extendiéndose progresivamente hacia el sur por las desembocaduras de los ríos
Llobregat y Ebro y, más allá, por la costa levantina, hasta territorio contestano, en torno a los desagües
del Vinalopó y Segura.
Desde el bajo Segura se abrían caminos de penetración a través de diversas rutas naturales, que
comunicaban la costa con el SE de la Meseta y con los importantes distritos mineros de la Alta Andalucía.
Minerales (plata, estaño cinabrio, hierro y plomo) y cereal, procedentes del Empurdà, Extremadura, la
Meseta sur y Sierra Morena, afluían a puntos de encuentro de la costa, de donde eran reexpedido a
Ampurias, para acabar en Marsella o en la propia Grecia.
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Aunque el comercio con el mundo indígenas ibérico durante el siglo IV no cesó de aumentar, hubo de
tener en cuenta la creciente competencia de los púnicos , últimos responsables de la comercialización de
los productos indígenas. Pero tanto púnicos como griegos dependían para conseguir los productos del
interior de las redes de tráfico abiertas y controladas por las sociedades indígenas.
Desde mediados del siglo V, el comercio ampuritano comenzó a servirse de moneda
propia pero sólo desde mediados del siglo III se constatan los característicos tipos con
el Pegaso, objeto de imitación por los iberos.
A penas a 17 km al norte de Ampurias, se encuentra la otra única fundación griega. Su origen se
debe a la frecuentación por marinos foceos de un mismo lugar de escala, que acabó por cristalizar en una
población estable. Rhode en Girona, parece una fundación de la propia Emporion hacia mediados del
siglo VI a.C. y se constituiría con similares características. Se da la circunstancia de que algunos de estos
yacimientos son en realidad asentamientos fenicios, en los que se ha hallado abundante material de
origen griego. En consecuencia, sólo Emporion, si acaso ,debería ser considerada auténtica colonia griega
en la PI. En tal caso, se trataría de la Palaiapolis (“ciudad antigua”) mencionada por Polibio al hablar de la
ciudad romana de Ampurias a mediados del siglo II a.C. En el transcurso del siglo V dio los elementos
característicos de una polis, incluida la acuñación de moneda propia y estableció sus propios circuitos
comerciales. Es probable que a lo largo del siglo III, acabara cayendo en la órbita emporitana, para
desaparecer en los disturbios de la II Guerra Púnica.
● ¿Emporion o colonias?
Los griegos distinguían claramente entre un asentamiento de carácter comercial (“emporion” y
un asentamiento permanente “ lejos de la polis” (apoikia) una auténtica colonia de “ciudadanos” griegos
emigrados de una determinada metrópolis: un “emporion” acaba convirtiéndose a menudo en una
“colonia” pero también hubo muchas fundaciones coloniales griegas sin asentamientos previos en el
lugar. Polibio llamaba “Palaiápolis” a la antigua colonia griega de Emporion, en la costa de Girona,
probablemente para evitar el equívoco con el término “emporion” que, para los griegos significaba tan
sólo un establecimiento de carácter comercial, visitado periódicamente por los grupos griegos. Por tanto,
colonia y emporion, son dos conceptos históricos diferentes aunque tienden a asimilarse en la práctica.
Aun así, los únicos emporia localizado hasta la fecha con seguridad, se sitúan precisamente en el área del
litoral catalán. Exceptuados éstos, los restos arqueológicos de origen griego se reducen a hallazgos de
tipo funerario (necrópolis y ajuares) y objetos de comercio de procedencia griega o bien fabricados por
artesanos griegos asentados en la PI. A partir del IV a.C. las manufacturas griegas fueron reemplazadas
en los mercados ibéricos por productos de elaboración local, en muchos casos verdaderas copias de
aquéllas.
● La presencia griega
Los griegos llegaron a las costas de la PI no antes del siglo VIII a.C. pero tardarían al menos dos
siglos en asentarse y fundar colonias. El proceso colonial griego en época arcaica (siglos VIII - VI a.C)
incluye fases distintas que contradicen la existencia de un mismo y único móvil ( metales, comercio,
agrícola) para todo el período. Parece razonable pensar que el móvil cambió cuando cambiaron los
intereses económicos. La incidencia de la presencia griega es claramente desigual según las áreas:
intensa en la catalana, intermitente en la levantina y sólo esporádica en el área meridional. Los griegos
desarrollaran un activo comercio en la PI, bien directamente (en el área catalana o valenciana), bien a
través de sus intermediarios orientales (fenicios y púnicos) en el área meridional. Los griego se
convirtieron en referente cultural y modelaron o influenciaron un buen número de ámbitos de la cultura
ibérica. El más inmediato, el de las artes plásticas. La presencia griega se tradujo en la adopción por parte
de la escultura ibérica de prototipos formales y estilísticos de carácter heleno, aunque modificados y
reinterpretados en diferentes grados por los artistas indígenas. El desarrollo de uno de los sistemas
alfabéticos de escritura con que cuenta el mundo ibérico, el llamado “greco-ibérico” que se extiende por
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fundaciones púnicas y asentamientos fenicios ya existentes. En estos yacimientos se han hallado
materiales arqueológicos de origen fenicio “oriental” junto a otros de indudable procedencia púnica.
Hasta mediado del siglo VI, no pasó de ser una modesta factoría, pero a partir de esta fecha, la población
experimenta un sensible crecimiento convirtiéndose la isla en parte importante de la estrategia comercial
de Cartago y las intensas relaciones con la ciudad norteafricana, que incluyen el establecimiento de
nuevos colonos, fueron modelando la Ibiza cartaginesa.
A lo largo del siglo V, el centro urbano se Ibiza se convirtió en una comunidad próspera y se
establecieron contactos con Mallorca que permitieron la instalación de puestos comerciales.
CRONOLOGÍA
1104 - Fundación de Gadir por fenicios procedentes de Tiro según la tradición
800-775 - Colonias fenicias en las costas de Málaga, Granada y Almería.
790- 600 – Período orientalizante
750 - Intensificación de la presencia fenicia en el área tartésica
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Tema 3.
Cartago y Roma en la Península Ibérica
1. Cartago en la Península Ibérica.
a. La llegada de Amílcar.
b. Asdrúbal y el Tratado del Ebro.
c. Aníbal.
2. Roma en la Península Ibérica.
a. La llegada de los romanos.
b. La Segunda Guerra Púnica (218-201)
1. Cartago en la Península Ibérica
El interés de Roma por la PI y las causas y circunstancias que desencadenaron la intervención
militar de la potencia itálica en su territorio se incluyen en un contexto político que interesará a todo el
espacio mediterráneo occidental: el de la rivalidad centenaria entre Cartago y la república romana.
Roma, en el curso del siglo IV a.C. Había extendido su hegemonía a la Italia centro meridional,
después de neutralizar a la liga de ciudades latinas y de vender en tres sangrientas guerras a la
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confederación de tribus samnitas . Las victorias romanas alarmaron a las ciudades griegas del sur de
Italia que recurrieron a la ayuda militar de Pirro, rey del Epiro que al final, consciente de las dificultades de
una larga guerra contra Roma, abandonó a los griegos de Italia a su suerte. Tarento, la ciudad que había
liderado a los griegos, hubo de capitular en el 272 a.C. La guerra contra Pirro significó para Roma la
aceleración del proceso de unificación de Italia. En los años siguientes, Roma se convertiría en potencia
mediterránea. La extensión de su intereses y los de sus aliados más allá de Italia enfrentó a Roma con
Cartago por la posesión de Sicilia. Este fue el origen de la Primera Guerra Púnica (264-241 a.C.) en la que
los romanos finalmente prevalecieron, en última instancia gracias a su recién obtenido predominio
marítimo. El final de esta primera confrontación significó para la potencia africana la pérdida de Sicilia,
Cegara y Cerdeña. La reducción del ámbito comercial en extensión impuesto a Cartago, limitado ahora
solo al Mediterráneo meridional, sólo podía compensarse con una ampliación en profundidad, mediante
una penetración a partir de la costa en el interior de la PI, de acuerdo con un programa de conquista que
Amílcar, de los Barca, logró hacer aprobar en el senado cartaginés. Este programa trataba de buscar la
compensación a la pérdida de Sicilia, Cerdeña y Córcega mediante la creación de un imperio occidental
extendido en profundidad en el interior para su explotación sistemática el beneficio del estado púnico.
1.1. La llegada de Amílcar
El ejército púnico al mando de Amílcar, al que acompañaban su yerno Asdrúbal, al mando de la
flota, y su hijo Aníbal, de 9 años, se embarcó rumbo a Gadir en el 237 a.C. Desde aquí emprendió la
sumisión del valle del Guadalquivir, la Turdetania.
El enfrentamiento entre romanos y cartagineses en Sicilia a mediados del siglo III a.C. (La Primera
Guerra Púnica, 274-241 a.C.) se saldó con la victoria romana mediante un armisticio concertado por el
cónsul C. Lutacio Cátulo y el general cartaginés Amílcar. Aunque Roma tenía pocas posibilidades al
carecer de una flota para los combates navales, acabaría imponiéndose a los cartagineses con el apoyo
de los griegos del sur de Italia y Sicilia. además, Roma lograría construir su propia flota convirtiéndose
también en una potencia marítima- El armisticio firmado incluyó onerosas obligaciones para los púnicos,
en la que figuraban las indemnizaciones de guerra, estipuladas en la entrega a los romanos de 2200
talentos de plata durante 10 o 20 años. Como consecuencia, tras repeler varias rebeliones en Cartago y
Cerdeña, Amílcar se asentó, junto con su hijo Aníbal y su yerno Asdrúbal, con un grupo de cartagineses
7
Primera guerra samnita (343 - 341 a. C.), ; Segunda guerra samnita (327 - 302 a. C.) ; Tercera guerra
samnita (299 - 290 a. C.).
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se ha identificado, aunque no irrefutablemente, con la ciudad ibero-romana de Lucentum.
9
“Los Bárquidas y la conquista de la Península Ibérica” Carlos O. WAGNER. Universidad Complutense de Madrid
10
comandante en jefe y supremo de un cuerpo militar terrestre
11
Recibió ese nombre desde su fundación por los cartagineses en el año 227 a. C. hasta la conquista romana en 209 a. C., en el marco de
la segunda guerra púnica, siendo desde ese momento denominada Carthago Nova.
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Historia Antigua de la Península Ibérica I Patricia Becerra Castellanos
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Aníbal, en el 231 a.C. Una embajada romana se entrevistó con el general cartaginés para pedirle
explicaciones sobre sus actividades bélicas en Iberia.
Hoy se piensa que el Tratado debió de estar inspirado en el temor romano de que los púnicos
siguieran su expansión territorial hacia el NO de la PI y alcanzarán la propia Italia. Además, al norte del
Ebro se encontraban dos ciudades de origen griego que mantenían una estrecha relación diplomática con
Roma: Emporion (Ampurias) y más al norte, Massalia. La ciudad de Sagunto estaba a su vez relacionada
con ambas por razones comerciales y culturales y además, la ciudad quedaba desprotegida o, si se
prefiere, dentro del área de influencia permitida a la expansión cartaginesa en la Península. Fue la griega
Massalia la instigadora ante el gobierno romano del latente peligro cartaginés, puesto que esta ciudad
era la más directamente perjudicada con la competencia púnica en las costas levantinas de a PI. La
insistencia de Marsella impulsó al gobierno romano al envío de una nueva embajada en el 226. Estas
conversaciones se se concretaron en el llamado “Tratado del Ebro” en el que específicamente quedaba
marcado por el curso de este río el límite a las aspiraciones púnicas en Iberia: se prohibía a los
cartagineses atravesarlo en armas y, en consecuencia, extender sus conquistas al norte de la línea fijada.
El denominado Tratado del Ebro fue en realidad el simple compromiso de Asdrúbal de no
“traspasar el Ebro, en armas” que años más tarde los romanos interpretarían como una auténtica
prohibición y, además, como un acuerdo institucional con el Estado cartaginés, representado en aquel
momento por el general Asdrúbal.
La petición de ayuda a Roma por parte de Sagunto, que se sentía presionada por el grupo
procartaginés existente en la ciudad, fue el detonante de la reacción romana contra el avance de los
cartagineses en el área oriental de la Península. La situación empeoró incluso con la “toma de Sagunto”
por Aníbal en 219, desoyendo las advertencias de la embajada romana. Es bastante probable que la
ciudad ibérica mantuviera un vínculo similar con otras ciudades del área, especialmente las ciudades
griegas de la costa septentrional, como Emporion e incluso Massalia que mantenían vínculos
institucionales con Roma.
Sagunto estaría indirectamente implicada, pero la fides de ésta con Roma no parece anterior al
220 a.C. a la llegada de la primera embajada romana a la PI. Sin embargo, puesto que no hay datos que
permitan probar la existencia de relaciones diplomáticas previas entre Sagunto y Roma, es razonable
pensar también que el Tratado es el primer documento en este sentido.
1.3. Aníbal
Según la tradición, siendo un niño, Aníbal acompañó a su padre Amílcar, en las luchas contra los
romanos. La inesperada muerte de Asdrúbal en 221 a.C. precipitó los acontecimientos. Le sucedió
Aníbal, su cuñado e hijo de Amílcar. Aníbal fue elegido por el ejército de Cartago, tras la muerte de
Asdrúbal en el 221 a manos de un esclavo celta, estacionado en la Península Ibérica para que le
sucediera en su condición de comandante en jefe y ratificado por el Gobierno de Cartago.
Posteriormente, Aníbal sería confirmado en el puesto por el gobierno cartaginés, a pesar de la oposición
encabezada por Hannón (un rico aristócrata). En esta época Aníbal contaba 25 años. La primera medida
fue reforzar su ejército con nuevos mercenarios. En 219 a.C. los saguntinos reclamaron la ayuda de los
romanos frente a la presión de Aníbal y del grupo procartaginés existente en la ciudad. Mediante dos
embajadas sucesivas, a Sagunto y a Cartago, los romanos intentaron en vano disuadir al general púnico y
al senado cartaginés de su avance hacia el NO peninsular. Tanto Aníbal como el senado, negaron la
validez del tratado, que consideraban solamente un acuerdo personal de Asdrúbal con los romanos. Pero
resulta obvio que los púnicos no habían violado el Tratado del Ebro y que, en consecuencia, las peticiones
romanas carecían de sentido. Las evasivas cartaginesas sólo sirvieron para que los romanos
consideraban inevitable una nueva declaración de guerra, aunque el verdadero casus belli fue que los
romanos acusaron a los cartagineses de violar el tratado aun cuando no fuera así y los púnicos, del inicio
de la guerra a los romanos, cuando en realidad fueron ellos quienes iniciaron las operaciones militares en
la PI contra los intereses romanos. Aníbal decidió dirigirse contra Sagunto, y sitiar la ciudad, que capituló
en el 219 a. C., probablemente en el mes de noviembre, tras ocho meses de asedio. Roma reaccionó ante
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Los olcades eran una tribu presuntamente Celta 1 localizada en la provincia de Cuenca
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verdadero casus belli que desencadenó el conflicto. Roma inició su presencia militar en la PI en 218 a.C.
como consecuencia de un ultimátum desoído o no entendido así por los púnicos. En 218, Roma al verse
libre del problema galo, podía acudir en auxilio de los saguntinos, aunque se encontró a su llegada con la
sorpresa de que Aníbal ya había atravesado el Ebro con sus tropas y se dirigía al N en dirección a los
Pirineos lo que fue considerado por Roma la prueba jurídica de la violación del Tratado del 226 a.C.
2.2. La Segunda Guerra Púnica (218 - 201 a.C.)
Los enfrentamientos entre romanos y púnicos se mantuvieron durante al menos 12 años desde
la llega de Cneo Escipión en abril del 218 a.C. hasta la toma de Gades (Cádiz) en 205 a.C. por Publio
Cornelio Escipión, el Africano. Aníbal había logrado sonadas derrotas de las legiones romanas en ITalia
entre 218 y 216 y a punto estuvo de entrar en la propia Roma unos años después. Pero en 211, Claudio
Marcelo consiguió detener a un ejército cartaginés dirigido por Asdrúbal desde la PI. Dividido el frente
púnico, el Africano logró imponerse a los púnicos en la PI después de la toma de Carthago Nova en 209
a.C tras un largo asedio de la ciudad. El control posterior de Baecula (Bailén) en 208 a.C. pero ante todo
la rendición de Gades en 205 a.C. auténtico bastión cartaginés controlado por Hannón, cambiaron la
estrategia de los romanos, dispuestos ahora a llevar la guerra a Cartago y poner sitio a la capital púnica.
Aníbal debió abandonar Italia para preparar la batalla final contra los romanos. Pero los cartagineses
fueron sorprendidos en Zama (202 a.C.) por las tropas romanas y el propio Aníbal se vio obligado a huir
hacia Oriente donde moriría algunos años después acogido en Bitania (Turquía) en 183 a.C. Aníbal no
abandonó la PI sin haber diseñado previamente un sistema estratégico. Dejó al mando de las tropas
cartaginesas y mercenarias de la PI a su hermano Asdrúbal, quien impidió el avance romano hacia el sur.
En el 209 a.C. el Africano, logró tomar al grupo cartaginés la fortaleza de Carthago Nova. El segundo
elemento del plan de Aníbal fue la ampliación de los escenarios de combate, encargándose él
personalmente de llevar la guerra a Italia, hasta las puertas de Roma, controlando así Italia de norte a sur,
desde la región de los lagos hasta Apulia, pero fracasó en su intento de doblegar el apoyo itálico a Roma,
debiendo abandonar la península en 203-202 para acudir en defensa de Cartago, asediada por la flota
romana al mando de Publio Cornelio Escipión. Aníbal había puesto en marcha su tercer objetivo, que no
era sino el interés en la internacionalización del conflicto implicando a Macedonia. Pero todos los planes
13
de Aníbal se vieron truncados tras la derrota decisiva de los púnicos en Zama (202 a.C.) que provocó la
huída de Aníbal a Oriente y el triunfo de Escipión el Africano, quien en nombre del Senado Romano
impuso de nuevo una pesada indemnización de guerra a Cartago.
Las duras condiciones impuestas por Roma son: pérdida de todas las posesiones de Cartago
ubicadas fuera del continente africano, prohibición de declarar nuevas guerras sin el permiso del pueblo
romano; obligación de entregar toda la flota militar; reconocimiento de Masinissa como rey de Numidia y
aceptación de las fronteras entre Numidia y Cartago que éste determinase; pago de 10 000 talentos de
plata (aproximadamente 260 000 kg) en 50 años; mantenimiento de las tropas romanas de ocupación en
África durante tres meses; entrega de 100 rehenes escogidos por Escipión, como garantía del
cumplimiento del tratado.
Aníbal aceptó las condiciones, a fin de que los romanos le dejaran en paz mientras ayudaba a
Cartago a reconstituir su poderío. El tratado fue ratificado por ambos senados, el cartaginés y el romano,
en el año 201 a. C. Al conocer el fin de la guerra, los romanos celebraron una gran fiesta triunfal y a
Escipión se le empezó a llamar el Africano.
En el caso de Cartago, las durísimas condiciones impuestas por Roma, aunque la dejaban como
un estado independiente, la redujeron a una posición de segundo plano en la escena internacional, lo que
cortó de raíz cualquier intento de Aníbal y de otros por recuperar su antigua gloria.
Todo lo opuesto fue para Roma. La costosa victoria en la segunda guerra púnica (unos 400
13
La batalla de Zama (19 de octubre del 202 a. C.) representó el desenlace de la segunda guerra púnica. En ella se enfrentaron el
general cartaginés Aníbal Barca y el joven Publio Cornelio Escipión, «el Africano Mayor», en las llanuras de Zama Regia.
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Historia Antigua de la Península Ibérica I Patricia Becerra Castellanos
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pueblos destruidos y cerca de 500.000 romanos muertos), lograda a base del heroísmo y disposición
romana al sacrificio, hizo posible que en el transcurso de 170 años la pequeña ciudad del Tíber se
transformase en el centro de la más grande potencia mundial de la antigüedad, cuya influencia cultural,
artística e incluso política se percibe aún en nuestros días.
Los cartagineses llevaron la iniciativa hasta el 211 a.C. fecha en que murieron derrotados en
combate los dos hermanos Escipiones (Cneo y Publio) y fue enviado a la PI, Publio Cornelio Escipión, hijo
de Publio que dio un giro a la guerra contra los cartagineses en la PI. Aníbal, por su parte, había dejado a
su hermano Asdrúbal con la misión de impedir en lo posible el avance romano hacia el sur.
En 211, la situación en Italia cambió gracias a las decisivas operaciones de Claudio Marcelo, que
consiguió detener a un ejército cartaginés dirigido por Asdrúbal desde la PI en apoyo a su hermano.
Dividido ahora el frente púbico, el Africano logró imponerse a los púnicos en la Península, sobre todo
después de la toma de Carthago Nova en 209 a.C. tras un largo asedio de la ciudad y el control de
Baecula (Bailén) en 208 a.C. Los romanos tuvieron que vencer la resistencia de algunas tribus indígenas
14
como los ilergetas de la zona levantina,dirigidos por dos reyezuelos (Indíbil y Mandonio) que
organizaron revueltas contra la presencia romana. Pero más preocupante parece el amotinamiento de los
propios soldados romanos en 206 a.C. en el Sucro (Júcar) exigiendo la paga y cansados de preparativos
de guerra sin encontrar un enemigo contra el que luchar. Por tanto, no es casualidad que las primeras
acuñaciones de bronce de las cecas ibéricas se hayan realizado precisamente en este momento, como
forma indirecta de financiación del conflicto. El control posterior de la zona meridional de la PI, pero ante
todo la rendición de Gades en 205 a.C., cambiaron la estrategia de los romanos. La guerra debía dirigirse
ahora contra Cartago hasta conseguir el asedio de la capita púnica. En 206 se completó el objetivo de
expulsión de las últimas fuerzas de la Península. Gades, decidió por su cuenta entregarse. Magón, que
había intentado reconquistar Carthago Nova, encontró las puertas cerradas de la ciudad lo que precipitó
su partida hacia las Baleares donde desembarcan en 205 finalizando así los 30 años de presencia púnica
en la PI.
Ante el peligro, Aniba, debió abandonar Italia para preparar en África la batalla final contra los
romanos. Pero los cartagineses fueron sorprendidos en Zama (202 a.C) y el propio Aníbal se vio obligado
a huir hacia Oriente.
Esta victoria puso fin al segundo conflicto punicorromano, del que el Estado cartaginés salió
notoriamente mermado. Escipión impuso de nuevo onerosas obligaciones a los púnicos: entrega de la
flota excepto diez barcos para misiones de vigilancia en el puerto, cesión de todas las posesiones
cartaginesas ultramarinas, indemnización de 60 millones de denarios a Roma, entrega de cien rehenes,
elefantes y prisioneros de guerra. Así, Cartago no podría volver a enfrentarse a Roma en muchos años.
Para los romanos, la victoria supuso la tranquilidad en Occidente para que el Senado pudiera ocuparse
definitivamente de los asuntos orientales.
Finalizado el conflicto púnico, las tropas romanas destacadas en la PI eran innecesaria, al menos
que Roma decidiera, como así fue, no abandonar el territorio. El ejército de conquista de los inicios se fue
transformando poco a poco en guarniciones permanentes convirtiéndose en los agentes más activos del
proceso de romanización emergente. Tal y como se había hecho con Sicilia y Cerdeña, los romanos
decidieron convertir en dos nuevas provincias romanas el territorio peninsular entonces dominado: la
provincia más próxima de denominó Citerior y la más alejada de Roma, Ulterior.
CRONOLOGIA:
238 a.C. → Roma ocupa Córcega y Cerdeña
237 a.C. → Desembarco de Amílcar Barca en Gades. Inicio de la conquista
púnica de la PI
231 a.C. → el Cónsul C. Papirio se entrevista con Amílcar para pedir
14
Estaban ubicados en parte de lo que sería conocido posteriormente como la Tarraconense, desde el Bajo Urgel hasta el río Ebro,
ocupando lo que en la actualidad son las provincias de Huesca y de Lleida, ocupando las ricas cuencas del río Segre, el Noguera Pallaresa, el
Noguera Ribagorzana, el Cinca y el Alcanadre.
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es un importante texto sobre geografía descriptiva de la Hispania prerromana. Fue escrita en verso, en el siglo IV, por el poeta latino
Rufo Festo Avieno. Es la primera vez que se dan tantos datos de Iberia al hablar, tanto de pueblos como de accidentes geográficos, ciudades,
divinidades y otros aspectos culturales
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similar a la de cartografía muy posteriores,entre las que sobresale la Tabula de Peutinger (siglo III d.C) a
la que pudo servir de modelo. A lo largo de los 12 sectores puede contemplarse la vertebración de las
vías de comunicación por las que se extendía el imperio romano. De esta forma, cada hoja hace
referencia a una parte del territorio y permite conocer las vías y nodos de conexión entre vías para
acceder a ciudades y lugares.
1.2. Comunidades indígenas
A la llegada de los romanos a fines del siglo III a.C. los grupos de población existentes en la
Península se distribuían en varias áreas o zonas. Las áreas próximas al litoral (mediterráneo y atlántico)
habían recibido directamente la influencia de los pueblos colonizadores (fenicios, griegos y púnicos) lo
que produjo un desarrollo más rápido del urbanismo y del comercio. Las áreas del interior se mantenían
en una fase protohistórica, la que se conoce como Hierro II en las áreas de las Mesetas. Desde el punto
de vista étnico, se distinguen con claridad cuatro grandes áreas: céltica o septentrional, ibérica u oriental,
celtibérica o central y lusitana o atlántica. A menudo se observan zonas de confluencia de unas y otras
por lo que hoy se prefiere distribuir estos pueblos en términos exclusivamente lingüísticos diferenciando
sólo dos grandes áreas: la ibérica, al este y sur de la Península y la céltica, en el resto.
Otras diferencias culturales son también importantes, por lo que siguiendo criterios lingüísticos
se ha dividido el territorio peninsular en dos grandes áreas: ibérica o indoeuropea aunque dentro de esta
última cabría distinguir otras subáreas con entidad propia como la céltica (al norte), la indoeuropea no
céltica (al centro) y la lusitana (al sur)
Finalmente, se han observado también diferencias notorias desde el punto de vista de las
costumbres funerarias. En general, los grupos indoeuropeos predominan las prácticas de incineración,
mientras que los pueblos ibéricos son más comunes a la inhumación.
1.3. Lenguas y áreas culturales.
El término “paleohispánicas” para definir estas lenguas y escrituras resulta más apropiado que el
tradicional “prerromanas”.
El ibérico como conjunto de lenguas presenta la característica poco usual de que puede leerse,
pero a penas traducirse, al desconocerse aún la estructura sintáctica que utilizaba, y como otras lenguas
del ámbito occidental, la lengua ibérica permanece parcialmente indescifrada y salvo excepciones, los
textos conservados son breves y de naturaleza epigráfica. Al parecer la lengua ibérica más antigua
procede del área del SO y se fue transformando en contacto con fenicios, griegos y púnicos a medida que
se extendía a lo largo de la costa hacia el norte peninsular, de tal modo que al alcanzar el valle del Ebro,
hacia el 500 a.C. coexistió con la lengua céltica de los grupos que ya ocupaban aquella región.
Entre las lenguas del área indoeuropea habría que distinguir al menos cuatro grupos o subáreas:
la llamada Hispania céltica, que viene a corresponderse con los pueblos del norte (galaicos, astures y
cántabros); la Meseta, con gran diversidad lingüística dependiendo de la ubicación al norte o al sur del
Sistema Central; el celtibérico, en torno al valle del Ebro pero con proyecciones hacia el sur y el oeste; y el
lusitano, en el sur y en la zona portuguesa.
Sin poder identificar su origen con precisión, sabemos sólo que algunos pueblos como los del
área pirenaica no eran célticos, que los vascones no se incluían en el grupo que hablaban lenguas de
origen indoeuropeo o que en el SO de la PI se hablaba una lengua más próxima a las célticas que a las
ibéricas.
Por ello, recientemente se suele seguir un criterio exclusivamente lingüísticos en virtud del cual
en la PI se distinguen sólo dos grandes áreas: ibérica al este y sur, e indoeuropea en el resto, con escasas
excepciones.
16
Se cree que la Tabula se basa en «itinerarios», o listas de destinos a lo largo de las calzadas romanas. Los viajeros no poseían nada tan
sofisticado como un mapa, pero necesitaban saber lo que tenían por delante en la calzada y a cuanto quedaba. La Tabula Peutingeriana representa
estas calzadas como una serie de líneas paralelas a lo largo de las cuales se han marcado los destinos. La forma de las páginas del pergamino
explica la forma rectangular.
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Otra clasificación es la atendiendo a las características culturales y económicas de los diversos
grupos de población. Se distinguen claramente tres grandes áreas: cantábrica, basada en organizaciones
suprafamiliares, asentadas en las zonas de montaña; meseteña, organizada en pequeñas aldeas, con
pocas ciudades y la población asentada junto a los valles de los ríos; y mediterránea, el área más
urbanizada, con grupos de población organizados como pequeñas monarquías, gobernadas por “reguli”.
Pero desde la perspectiva histórico- económica se han llegado a establecer ocho áreas
diferentes, con sus correspondientes focos:
● Agrícola y matriarcal del Cantábrico y del NO, con foco entre Cantabria y Asturias
● Pastoril pirenaica: con foco en el norte de Huesca
● Pastoril de la Meseta oriental o Celtibérica, con foto entre las actuales provincias de Zaragoza,
Soria y Guadalajara
● Pastoril de la Meseta occidental o Vetónica con foco de irradiación en la sierra de Francia entre
las actuales provincias de Cáceres y Salamanca.
● Colectivista agraria del valle del Duero occidental o Vaccea con foco en Tierra de Campos, en las
provincias de Valladolid y Palencia.
● Agrícola superior Lusitana, con centro en Santarém en la desembocadura del Tajo
● Superior Tartesia, con foco entre Cádiz y Huelva
● Superior del Mediterráneo, con foco en la costa levantina, cerca de la desembocadura del Júcar.
2. Pueblos prerromanos
2.1. Área ibérica
● Ilergetes - Poblaban el NO peninsular, la que ocupaba las cuencas del Segre y del Cinca es
quizá la más relevante. Su centro principal era el poblado de Lleida, un núcleo fortificado. Su
fuente de riqueza básica era la agricultura, especialmente el cultivo de cereales, que se
almacenaban en abundantes silos extendidos por toda la región. Destacaba el grupo guerrero,
que constituía una auténtica aristocracia, a la que pertenecía el regulus o reyezuelo,
representante político de toda la comunidad. De los ilergetes el episodio más conocido es el
incidente de sus jefes Indíbil y Mandonio con los romanos, reyezuelos al frente de varias tribus
ibéricas en colaboración con los cartagineses y en lucha contra los romanos. Pero Publio Cornelio
Escipión supo ganarse su confianza atendiendo a la petición de su familia a favor de los rehenes
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Reciben su nombre a partir del centro de población quizá más importante de la época en este
área, la ciudad ibérica de Basti. Ocupaban la región conocida como las “hoyas granadinas” y las
cuencas del Almanzora y del Alto Guadalquivir, situada por tanto al sur de los oretanos y al este
y sur de los turdetanos, y al norte lindaban con los contestanos. Recibieron múltiples influencias:
primero de la cultura tartésica, después de las colonias fenicias asentadas y, más tarde, de los
púnicos. El proceso de iberización no se inició hasta mediados del VI a.C. tras la caída de Tarteso
y el colapso comercial fenicio en el sur de la Península. La urbanización fue también tardía pero
intensa, con una economía agropecuaria que se complementaba mediante el control de las turas
comerciales que unían el interior con la costa. Existía una aristocracia poderosa entre ellos como
lo prueban las “ricas damas” ibéricas granadinas y las fastuosas necrópolis, con tumbas de
cámara características cubiertas con un túmulo de tierra,que albergaban asimismo, ricos ajuares
y ofrendas en su interior.
● Economías de las sociedades ibéricas -
Dejando a un lado la actividad comercial característica de los enclaves de la costa, la producción
básica de estas regiones fue la agricultura, pero también y en similar medida, la ganadería y los recursos
minerales. Las noticias sobre la agricultura, ganadería y otros recursos de la época prerromana en la PI
proceden precisamente de autores romanos con Varrón y Plinio, griegos como Estrabón e hispánicos
como Pomponio Mela y Columela. Las herramientas de piedra y hierro de uso agrícola halladas en el
ámbito ibérico demuestran que las comunidades ibéricas practicaban el cultivo de cereales (trigo y
cebada), hortícola y frutal desde época temprana, aunque no puede precisarse en qué momento los
aperos de piedra fueron sustituidos por los de hierro, probablemente no antes del 600 a.C. Tampoco
parece anterior a esta fecha el cultivo de olivares y viñedo, dado que el aceite y el vino fueron
introducidos en la Península por los colonizadores fenicios o griegos. Hacia el 500 a.C. son ya de hierro
las hoces, guadañas, cuchillos y rejas descubiertas en la Bastida de les Alcuses, herramientas propias de
una agricultura de secano, aunque en algunos ámbitos del área levantina haya ya indicios de un precario
sistema de irrigación desde el Neolítico final. Las comunidades ibéricas practicaban ya la cría de ganado
con fines distintos a la propia subsistencia: vacas y cerdos, ovejas y caballos. Probablemente fue en este
ámbito del SE ibérico donde se iniciaron las prácticas de trashumancia estacional siguiendo las rutas
prehistóricas.
El capítulo más rentable de las economías ibéricas parece haber sido la minería. La explotación
de los minerales del subsuelo ibérico con vistas a la extracción de los metales (cobre, plata y plomo) hizo
del ámbito ibérico una zona de paso obligado hacia las minas de cobre y plata de Río Tinto, las de plata
de Cástulo y las de Cartagena que se explotaron mucho antes de la llegada de los romanos.
Los mineros eran seguramente indígenas expertos en la extracción y tratamiento del metal, cuyo
principal problema era aislarlo de las escorias minerales con las que ra extraído; para ello se introducía en
grandes hornos alimentados con madera y ubicados cerca de las zonas de extracción. El control de las
minas por parte de las élites de algunas comunidades indígenas del sur y SE de la PI propició el
desarrollo económico de ciertos enclaves ibéricos y ante todo, la implantación de formas de vida urbana
antes que en otras zonas del interior.
La arqueología revela también un incremento notorio de la producción cerámica hacia el 600 a.C.
cuando debió de difundirse la técnica de la fabricación en torno tanto en Catalunya, como la llamada
cerámica gris ampuritana, como en Andalucía y Levante, con la conocida como cerámica ibérica
caracterizada por los motivos geométricos y vegetales que decoran el recipiente sin excluir figuras
humanas y animales de aparente carácter mitológico.
Desde mediados del siglo VIII a.C. la PI está implicada en un largo proceso de iberización, cuyo
resultado fue la formación de la “sociedad ibérica” en torno al 500 a.C. con acusadas diferencias de unas
regiones a otras. Se distinguen al menos tres áreas distintas: la meridional, incluyendo la zona turdetana
y la levantina; central, próxima al valle del Ebro; y pirenaica, que incluye la zona catalana. La forma de
organización era similar: organizados en tribus, regidas por pequeños reyezuelos o “reguli”. Los iberos
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tenían una lengua común y costumbres funerarias ligadas a la práctica de la inhumación. Pero la cultura
ibérica sería absorbida en muchos aspectos por la presencia romana, que sustituyó definitivamente la
escritura ibérica por la latina.
La civilización ibérica fue ante todo una cultura mediterránea. Los íberos se asentaron, en
principio, en el litoral mediterráneo, desde el N de Catalunya e incluso el S de Francia hasta el estrecho de
Gibraltar. Pronto penetró hacia el interior de la PI, principalmente en dos zonas diferenciadas: una al
norte, en torno al valle del Ebro y otra al sur del área levantina, desde la región de Murcia hasta el oeste
llegando hasta Sierra Morena y el valle alto del Guadalquivir. Así, cabe distinguir tres subáreas regionales
en el mundo ibérico: la catalano-aragonesa o septentrional, la levantina o central y la
sudoriental-andaluza o meridional.
El empleo del hierro sustituyendo al bronce en la elaboración de aperos agrícolas contribuye al
aumento de la rentabilidad del campo. Como también el uso de estiércol animal o la quema de rastrojos
como sistemas de abono.
17
La gestión de la producción agraria se centraliza en los oppida . Pero el trabajo primario de
siembra y cosecha lo llevan a cabo familias campesinas en el entorno de aldeas y granjas, en el
extrarradio. Resulta muy difícil definir el régimen de tenencia de la propiedad. Existieron parcelas de muy
distinto tamaño, titularidad y uso: desde pequeños huertos familiares hasta superficies de mayor
extensión cimiento del poder de las aristocracias locales, trabajadas por campesinos libres con algún tipo
de sujeción jurídica.
El modelo agrícola de la Edad del Hierro, corresponde a un policultivo de secano intensivo y de
base cerealística. En superficies menores se alterna con el barbecho de leguminosas y hortalizas, plantas
que ayudan a fertilizar el suelo. Junto a las gramíneas ganan importancia a lo largo del tiempo, la vid y el
olivo así como el cultivo de frutales y plantas textiles como el lino y el esparto. Se constata la práctica del
regadío a través de acequias que se abastecen del agua de aljibes o derivada de manantiales a través de
canales. La producción excedentaria con vistas al comercio constituye un importante factor de desarrollo
favoreciendo la proliferación de silos subterráneos desde el siglo V a.C. Para el almacenamiento de
cereales, semillas y otros productos, se construyen también graneros aéreos tanto de entarimados de
madera sobre muros de piedra a modo de hórreos, como de secadores con paredes de adobe y orificios
de aireación..
Junto a la cerealística la producción vitícola se está revelando de gran importancia, atestiguada
en el mundo ibérico desde finales del siglo VII a.C. Además del vino, el mundo ibérico conoce la
elaboración de cerveza y otras maltas fermentadas desde el Bronce final.
El lino y el esparto son cultivos textiles de gran desarrollo. El lino se producía en cantidad y
calidad en el entorno de Játiva, Tárraco o Ampurias. El esparto se da en regiones montañosas del interior
y, particularmente en parajes esteparios del SE como el vasto campo espartero extendido entre
Cartagena, Alicante y Albacete.
La ganadería es una actividad cuyo alcance depende del marco medioambiental. Desde significar
en algunos contextos una ocupación subsistencial o meramente auxiliar de la agricultura en las campiñas
del Guadalquivir, hasta convertirse en una actividad especializada y exclusiva, sobre todo en las
comarcas interiores con suelos más pobres y abruptos.
La caza es un complemento alimenticio, sobre todo en época de carestía. La caza mayor es un
hábito aristocrático como pone de manifiesto la iconografía cerámica con escenas heroicas o iniciativas
de varones enfrentados a carnívoros de gran tamaño. Una actividad que connota estatus y prestigio. La
apicultura, fue un trabajo habitual, puesto que la miel es un edulcorante natural utilizado también como
conservante para elaborar perfumes y medicamentos.
Desarrollan distintos tipos de pesca fluvial y marítima, con redes y caña. Y recolectan también
moluscos para consumo alimenticio o, en el caso de conchas y caracolas, para realizar con ellas
17
En la mayor parte de las ocasiones oppida y castrum son considerados como sinónimos. La palabra
latina castrum significa "recinto fortificado", incluso "castillo". Oppidum sería igualmente un "recinto fortificado", pero más
amplio. Ambos vocablos tienen implícito el significado de lugar elevado, fortificado y fácilmente defendible. Cuando hablamos
de la cultura celta prerromana en la Península Ibérica, solemos utilizar casi siempre el término "castro".
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pavimentos, desgrasantes cerámicos, colgantes o bien para su transformación en cal. En la costa
andaluza, desde inicios del siglo V a.C. Y bajo control púnico funciona una importante red de salazones
en las que pudo emplearse mano de obra turdetana y bastetana.
Durante este período encontramos la progresiva exención de una parte de la población de su
plena dedicación a la agricultura para ocuparse en trabajos artesanales cada vez más diversificados. El
resultado de ello será la división laboral en las ciudades.
Muchos poblados se emplazan en la proximidad de canteras y filones susceptibles de
aprovechamiento minero-metalúrgico. El trabajo de la piedra es indispensable en la materialización de
poblados y ciudades. Ocupaciones como las de cantero, constructor o escultor son cada vez más
necesarias y recurrentes. Lo mismo que la minería en sus distintas fases de trabajo.
La metalurgia constituye un trabajo especializado. Los fenicios introducen el uso industrial del
hierro en el litoral peninsular a inicios del siglo VIII a C. Lo que no excluye la existencia desde antes de
procesos locales de reducción que emplean ya el hierro junto a otros minerales. La expansión de esta
metalurgia posibilita que desde el siglo V a.C. Se forjen en hierro armas, herramientas de trabajo y
elementos de utillaje doméstico. El cobre, el plomo y sobre todo, el bronce se emplean para la realización
de un sinfín de adornos personas y objetos domésticos. En cuanto a la orfebrería, desarrollan técnicas
heredadas del Periodo Orientalizante con las que logran manufacturas de gran originalidad y belleza. En
especial vajillas de plata y joyería áurea. Las técnicas decorativas habituales son la incisión, la filigrana, el
granulado y el repujado.
La alfarería y la actividad textil son ocupaciones que alcanzan altas cotas entre los íberos. Se
mantienen en un principio las cerámicas modeladas manualmente que remiten a modelos del Bronce
Final. La gran novedad la proporciona la adaptación a finales del VI a C. del torno de alfarero y el
desarrollo de los hornos de cocción. En cuanto a la producción textil, tanto de lana como de fibras
vegetales, los tejidos constituyen otra de las manufacturas esenciales en la vida de los íberos.
El comercio
Existen tres grandes órbitas comerciales:
● En el litoral andaluz con Cartago y Gadir como principales puertos comerciales.
● En la costa levantina, desde Cartago Nova hasta la desembocadura del Ebro. Ebuso será
el gran centro redistribuidor del Mediterráneo occidental desde el siglo V a.C. Con
especial incidencia en los territorios del Levante Ibérico
● En la franja catalana y el golfo de León, desde el delta del Ebro hasta la desembocadura
del Ródano cuyos puntos de irradiación comercial son las colonias de Emporion, Rhode y
Massalia.
Aquellos poblados más próximos a los centros púnicos y griegos son los que antes y en mayor
medida se ven afectados por las dinámicas comerciales. Los ibéricos, desplazados a la costa y operando
en colonias y puertos de mercado, desempeñan un papel fundamental como distribuidores de productos
mediterráneos hacia el interior. Los intermediados ibéricos representan los intereses de las autoridades
de su comunidades políticas. En un primer momento son las mismas élites las que ejercen de agentes
comerciales, reafirmando con ello su estatus. La gestión del comercio acentúa la autoridad de las
aristocracias dominantes. Sin embargo, da paso en el ibérico pleno a un mercado organizado de mayor
extensión social, donde proliferan las figuras de mercaderes, representando a su comunidades o
actuando en el nombre propio. Esto, da lugar a la necesidad de llevar registros e inventarios, propiciando
la adaptación entre los íberos de sistemas de escritura autóctonos a partir de los alfabetos
mediterráneos.
Respecto al comercio interior, la redistribución se realiza a partir de los oppida. Desde ellos, se
encargan de suministrar manufacturas a poblados menores emplazados en el territorio. Y ampliando el
radio de acción abastecen a otras comunidades políticas a cambio de recursos agropecuarios y minerales.
Para ello se van consolidando a lo largo de la Edad de Hierro redes de comunicación sobre los
grandes ejes fluviales y sus afluentes. Existen dos principales recorridos de larga distancia: la vía
Heraclea, que atraviesa todo el litoral levantino desde Catalunya a Andalucía; y, la “ruta de los santuarios”
que desde la costa contestana penetra siguiendo la cuenta del Segura hasta Sierra Morena, la Alta
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tumulares que se mantienen sin apenas cambió durante la Edad de Hierro; carecen además de
elementos escultóricos. Por su parte, las necrópolis meridionales, manchegas y levantinas, más
marcadamente ibéricas, presentan un panorama variado. Algunas de sus tumbas contienen
ajuares de gran riqueza, construcciones arquitectónicas y esculturas que proyectan la fuerza de
las élites en el seno de sociedades marcadamente jerarquizadas.
Podemos señalar hasta seis tipos de enterramientos, participando todos ellos de cremaciones
depositadas en urnas cerámicas. Los principales monumentos funerarios son:
1. Torres: características del SE y de la baja Andalucía, se dan en las primeras fases de la cultura
ibérica hasta finales del siglo V a.C. Son enterramientos de rango aristocrático.
2. Pilares-estela: se trata de pilares lisos o decorados levantados sobre bases escalonadas. Son
enterramientos de rango aristocrático y carácter referencial.
3. Tumbas de cámara: Son típicas de la Andalucía oriental. Se construyen bajo o sobre tierra:
excavadas en la roca natural (hipogeos) o a medio enterrar (semi hipogeos) con muros de
mampostería o adobe. Y se cubren generalmente con un túmulo de piedra o tierra. De carácter
colectivo y en uso durante varias generaciones, cobijan los sucesivos enterramientos de una
familia o clan cuyas urnas y ajuares reposan sobre nichos y poyetes en el interior de las
cámaras-mausoleo.
4. Estructuras tumulares: Con una dilatada cronología desde el siglo V al II a.C. Son una de las
formas más repetidas sobre todo en el SE, la Alta Andalucía, la Meseta y el valle del Ebro. Son
empedrados escalonados en varias gradas de planta cuadrangular, o a veces cubriciones
tumulares sin forma definida. En su interior, en un nicho o pequeño foso enlucido, se depositan
las sepulturas.
5. Estelas: en madera o piedra, debieron de ser una de las más habituales formas de señalización de
tumbas.
6. Hoyos, fosas y cistas simples: El modelo de enterramiento más estandarizado y comúnmente
empleado, representativo de los grupos no privilegiados. Suelen ocupar posiciones periféricas
dentro de los cementerios. El hueco interior a veces se enluce y en él las cremaciones se
acompañan de humildes ajuares o bien carecen de ellos
3. Religión. Sorprende la gran cantidad de estatuas de carácter religioso que presentan
amputaciones o rotura deliberada de una parte de las tallas en las sociedades ibéricas. Los
santuarios ibéricos conocidos son escasos pero se sabe que estas comunidades practicaban el
culto al aire libre por lo que a religiosidad tenía un fuerte componente popular. Aquí se
celebraban los rituales sagrados, las ceremonias y banquetes funerarios, así como las bodas,
puesto que en esta sociedad la mujer y el matrimonio tenían ya una importante función social.
Los lugares de culto solían ubicarse junto a árboles o corrientes de agua, en plena naturaleza y
fuerza de los poblados. La religión ibérica no se reducía al culto a las divinidades tradicionales,
sino que también se practicaba divinizando a animales como el caballo, el lobo o simplemente
monstruos de carácter mitológico de aspecto verdaderamente formidable.
2.2. Área Céltica
● El proceso de celtización. Los grupos de origen indoeuropeo no irrumpieron de una sola vez,
sino que penetraron en migraciones sucesivas y paulatinas separadas por pequeños intervalos
de tiempo. Además, el proceso migratorio se mantuvo durante siglos. Se trata de poblaciones
procedentes del centro y este de Europa, que atravesaron los Pirineos en busca de las fértiles
tierras de la PI. La única característica común a todos ellos era su condición de indoeuropeos, un
rasgo lingüístico que los distinguía claramente de las poblaciones ibéricas asentadas en el sur y
este peninsulares. Las lenguas originarias, como las propias formas de vida, se habían
transformado por la coexistencia con las lenguas indígenas, de tal manera que, a la llegada de los
romanos a fines del III a.C. , estos grupos eran ya muy diferentes de los originarios. Los
elementos culturales introducidos por ellos son con seguridad de procedencia extrapirenaica: el
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duda los pueblos prerromanos más importantes del norte peninsular. La forma de hábitat
característica son también los castros. Pero en casi todos los casos se trata de pequeñas
poblaciones, a veces con elementos de fortificación, unidas por lazos parentales y vínculos
territoriales. Los individuos se denominan con elementos de filiación paterna, pero también a
menudo se constata la pertenencia a una organización suprafamiliar que los romanos
denominaban mediante términos distintos: castellum, gentilitas, gens,...Los lazos de parentesco
parecen haber tenido una importancia primordial, también los vínculos territoriales con un
determinado enclave u origen de los individuos. Autores romanos como Plinio el Viejo o
Pomponio Mela y griegos como Estrabón hablan de dos grupos principales separados por la
cordillera Cantábrica: los astures augustanos (o cismontanos), con capital en Asturica (Astorga,
León), cuyos dominios llegaban hasta el Duero, y los astures transmontanos, que se extendían
entre el río Sella y el Navia.
● Cántabros. Asentados entre los cursos de los ríos Sella, al O y Deva, al E, desde la zona central
de la costa cantábrica por el norte hasta los pueblos del norte de la Meseta por el sur, los
cántabros son el pueblo montañés por excelencia. La economía básica de los cántabros fue ya la
ganadería más que la agricultura sólo posible en las zonas de llanura. Se trata de una sociedad
patriarcal, en tanto que la “guerra” es la actividad principal entre los varones, mientras que la
agricultura (en manos de las mujeres de la casa) es una ocupación secundaria. Los varones se
dedicaban a la caza, y las mujeres se ocupaban generalmente de las tareas domésticas. La forma
de hábitat característica no son los castros si no, pequeños poblados. Practicaban cultos
relacionados con los elementos de la naturaleza, como ríos, montañas, rocas, fuentes o
18
manantiales por lo que el número de teónimos prerromanos catalogados en esta área es
grande.
● Celtíberos. Asentados en torno al valle medio del Ebro, desde comienzos del V a.C. los celtíberos
fueron uno de los pueblos más extensos de los existentes en la PI a la llegada de los romanos, a
fines del III a.C. Limitaban por el N con los vascones y cántabros; por el E, con las tribus ibéricas
del curso bajo del Ebro y de la zona levantina; por el O con los arévacos y vacceos y por el S con
los carpetanos. Parece claro que la difusión del mundo celtibérico por esta extensa área se
realizó aprovechando los cursos de otros ríos importante de la zona, como el Jalón, el Jiloca, el
19
Duero o el Tajo. Son raros los castos pero abundan los “oppida ”. Se ha mostrado especialmente
rico en restos de cultura material con ciudades “oppidum” como Segeda I y II, urnas cinerarias,
estelas decoradas de diversos tamaños y motivos figurativos, murallas, utensilios domésticos,...
Destacó como élite una aristocracia guerrera, cuyas tumbas albergaban elementos de la
indumentaria de defensa de la época. No es descartable que estos guerreros hayan actuado a
menudo como mercenarios al servicio de ejércitos más consolidados. Otros ajuares con objetos
valiosos de adorno personal, se interpreta como pertenencias de miembros que gozaban de un
estatus social diferentes y más elevado. Los cultos eran también muy variados: destacan los
relacionados con los elementos de la naturaleza, a menudo al aire libre, fuera de sus casas o en
los montes cercanos sin templos ni santuarios, asociados también a los caballos (Epona) y en
particular, a la vegetación, con iconografías religiosas ligadas en ocasiones al “árbol de la vida”.
Los celtíberos ofrecieron una fuerte resistencia a la presencia romana en la zona pero también es
cierto que en ellos encontraron eficaz apoyo algunos jefes romanos, como Sertorio, primero y
Pompeyo, más tarde a inicios del I a.C. haciendo uso de las instituciones tradicionales existente
en el área celtibérica.
● Vacceos. La civilización vaccea se extendía sobre el centro de la Meseta Norte por ambas orillas
del río Duero. Ocupaban la totalidad de la provincia de Valladolid y parte de las de León,
Palencia, Burgos, Segovia, Ávila, Salamanca y Zamora, un pueblo muy influido por la cultura
celtibérica procedente del valle del Ebro, pero que mantuvo, al parecer, costumbres ancestrales
18
es una forma del nombre propio que se refiere a una deidad. El estudio de teónimos es una rama de la onomástica.
19
Sus muros son de tierra y piedras, reforzados con unas traviesas de madera unidas perpendicularmente por unas largas clavijas de
hierro (20 a 30 cm).
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en su organización y forma de vida características. Ello explica que el proceso de celtización fuera
aquí más tardío que en otras regiones del entorno. La fuente de riqueza básica era la agricultura
de secano completada con la cría de ganado, sobre todo bovino y ovino, para aprovechar los
pastos y rastrojos. A partir del IV a.C. abandonan los emplazamientos en llanura para situarse a
orillas de los ríos y refugiarse en cerros, colinas o zonas elevadas que incluso se dotan de
estructuras de defensa para constituir auténticos recintos fortificados (oppida). Las costumbres
funerarios eran la incineración y el enterramiento como práctica habitual, a las que suele
acompañar un ajuar indicativo del tipo de individuo. Sin duda la faceta característica del mundo
vacceo es el peculiar sistema de propiedad y explotación de la tierra donde se practicaban
formas de producción similares a las que a fines del siglo XIX Joaquín Costa denominó
“colectivismo agrario” que consistía en compartir la propiedad de la tierra de forma comunitaria y,
en consecuencia, cada campesino recibía cada año un lote por sorteo para su cultivo de modo tal
que, después de la recolección, la cosecha era repartida a partes iguales entre todos los
campesinos, con penas severas para quien incumpliera las normas establecidad. Sus viviendas
estaban generalmente construidas con adobes revocados con un manteado de barro,
comprendían planta rectangular, donde se encontraba la estancia principal, con bancos corridos
adosados a las paredes. En cualquier caso, en la organización política de los vacceos la
pertenencia a un determinado grupo familiar o territorial parece haber contado tanto como la
riqueza personal, a juzgar por las instituciones transmitidas por la epigrafía posterior.
● Vetones. Su asentamiento tuvo lugar entre los ríos Duero y Tajo, principalmente en el territorio
de las actuales provincias españolas de Ávila, Salamanca y Cáceres, y en parte de las de Toledo y
Zamora. En la parte del oriente de Portugal también existen ejemplares de una de sus creaciones
más características, los verracos de piedra. En líneas generales los vetones limitaban con los
pueblos vacceos al norte, con los astures al noroeste, al este con los carpetanos, al sur con los
oretanos, túrdulos y célticos y al oeste con los lusitanos. Es posible que también entraran en
límite con el territorio arévaco al noreste. Arqueológicamente, el territorio vetón corresponde al
que ocupa la cultura denominada Cogotas II o de los verracos; esta cultura se desarrolla a partir
del siglo V a. C. como una evolución de la cultura preexistente, Cogotas I, de finales de la Edad
del Bronce, sobre la que influye la progresiva llegada de pobladores indoeuropeos. La
construcción de murallas de los castros salmantinos y abulenses en la segunda mitad del siglo V
a. C. denota un incremento de la riqueza y los recursos de la comunidad, necesarios para hacer
frente al coste económico y humano (horas de trabajo invertidas en la construcción en
detrimento de tareas productivas primarias) de la edificación de dichas defensas. En este
incremento de la riqueza debieron jugar un gran papel los contactos con sociedades más
avanzadas del sur de la Península y la influencia de los pueblos colonizadores, con quienes se
realizaban intercambios a través de una ruta prehistórica que luego dará origen a la Vía de la
Plata. Las ciudades y poblados se organizaban como castros, ubicados en zonas elevadas
dominando un valle o curso de un río y que con frecuencia aparecen fortificados constituyendo
auténticos oppida. Las casas tienen ya planta rectangular y las necrópolis contienen tumbas muy
diversas, desde los simples hoyos con urna hasta sepulturas con ricos ajuares. Se suelen
distinguir tres tipos de tumbas: de guerrero (con armas y fíbulas), femeninas (con brazaletes,
collares, broches, filigranas) e infantiles, cuya presencia simultánea y concentrada apunta hacia
formas de organización social de tipo gentilicio, con unidades suprafamiliares corroboradas por la
onomástica todavía vigente en época romana, siguiendo generalmente la fórmula nombre más
genitivo plural. Entre los vetones la guerra debió ser una ocupación frecuente por lo que no se
descarta la existencia de una aristocracia militar, encargada de la defensa del territorio e
intereses económicos de la comunidad. Los textos atribuyen a los vetones la práctica de
sacrificios humanos antes de la llegada de los romanos en ciudades como Bletisa (Ledesma,
Salamanca).
● Carpetanos. Se extienden de forma difusa por un extenso territorio meseteño, centrado en La
Mancha y con límite meridional en la sierra de Malagón (provincia de Ciudad Real). El núcleo del
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pueblo carpetano estaba ubicado entre los ríos Tajo, Záncara y Cigüela, con claras influencias
celtibéricas, procedentes del N pero sobre todo ibéricas del este. Se le suele atribuir un escaso
desarrollo económico y una celtización tardía. La población se agrupaba en grandes poblados
fortificados, situados a lo largo de las rutas que cruzaban de un lago al otro el territorio
20
carpetano. En cuanto a la religión, sobresale el culto a la diosa Ataecina , sin duda por influencia
de las regiones vecina de Vetonia y Lusitania. Fueron un pueblo relativamente próspero que
aprovechó las posibilidades agrícolas de su territorio y las oportunidades de comercio que ofrecía
su situación geográfica. Con una estructura política descentralizada, se considera que no
existieron grandes diferencias sociales en el seno de su sociedad, ya que no se han encontrado
enterramientos suntuosos que lo indicase ni tampoco son conocidas actuaciones suyas como
mercenarios o razias de saqueo sobre sus vecinos, algo de lo que sí fueron protagonistas las
capas más desfavorecidas de otras tribus prerromanas. La agricultura fue su actividad
fundamental, siendo más importante entre ellos que entre otros pueblos de la meseta. Su
explotación principal fue el cereal, para el que la cebada y el trigo representan la mayor parte de
los restos encontrados: el trigo se empleaba para la fabricación de pan y la cebada para la
elaboración de tortas, la fabricación de cerveza y la alimentación de los animales de tiro.
● Lusitanos. Desde el punto de vista lingüístico, el lusitano constituye un grupo propio, diferente al
celtibérico. Se trata de un pueblo indoeuropeo, pero no céltico, que penetró en la PI con las
migraciones del primer milenio a.C. Se asentaron entre las cuentas bajas de los ríos Tajo y
Guadiana, alcanzando la fachada atlántica por el O. Por el N, tenía a los vetones, por el E a los
carpetanos y por el S a los túrdulos y “celtici”, desplazados hasta la zona del Alemtejo portugués
y la zona sur de Extremadura. Su ubicación tenía, un gran valor estratégico en la red prerromana
de comunicaciones. Desde época temprana destaca su dedicación guerrillera, que ha dejado
testimonios en el culto a divinidades como Bandua o como Epona (diosa protectora de los
caballos). El dios supremo era Endovelicus (dios de la salud y el bienestar), aunque formaba un
triunvirato con Ataegina (diosa del renacer, la fertilidad, la naturaleza y la medicina) y
Runesocesius (dios de las jabalinas). Era costumbre entre los lusitanos la celebración de
sacrificios animales y humanos en honor a sus dioses, (sacrificaban a Ares, no sólo prisioneros
sino también caballos y chivos. ) y como tantos otros cultos paganos de la época, los principales
designios de su religión eran rogar por la salud y la protección para uno mismo y maldecir a
otros. La forma de combate característica de los lusitanos fue la “guerra de guerrillas”, la suma de
pequeños enfrentamientos contra el enemigo. Utilizaban como armas el puñal y la espada, el
dardo o lanza de tiro, todo de hierro, y la lanza de punta de bronce. Las armas de los guerreros
eran fabricadas en sus propios talleres. Parece que en los lusitanos , los lazos tribales
predominaban sobre los vínculos de tipo territorial, siendo sus “jefes de tribu” aclamados a veces
como auténticos “caudillos” para liderar la resistencia contra el enemigo. La ocupación principal
de las poblaciones lusitanas fue la ganadería, sobre todo la cría de ganado porcino, ovino y
equino. Pero el territorio también era apto para el cultivo de cereales, vid y olivo.
● Economías - las fuentes de riqueza básicas de las poblaciones del área céltica peninsular fueron
la agricultura y la ganadería y, en menor medida, la horticultura y la artesanía. A diferencia del
área ibérica, el comercio es aquí mucho más tardío y desde luego menos desarrollado. Sin
embargo, se fabrican armas para ellas mismas o para las comunidades vecinas, desconocedores
de la metalurgia y de las técnicas de fundición y laminación del metal. Sobre salen dos áreas
principales: la vaccea-celtibérica y la lusitana-vetónica. Entre los vacceos y los pueblos vecinos
predominaba la agricultura, pero con la ganadería como forma de riqueza complementaria,
especialmente de ganado menor (ovejas, cabras); la producción fundamental era el cultivo de
cereales (trigo, cebada, avena). Es posible que existieran aquí formas de propiedad comunitaria o
“colectivista”. En cuanto a la forma de producción del área vetona sería la ganadería, con amplias
20
Es la diosa del renacer (la primavera), la fertilidad, la naturaleza, la luna y la curación (en muchas inscripciones se le adjunta el
sobrenombre servatrix, conservadora de la salud) .
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zonas dedicadas a la cría de ganado de uso doméstico (vacuno o equino) o destinado a la
alimentación (ovino y porcino). Se practicaba también la horticultura, vinculada a una parte de la
hacienda doméstica o bien aprovechando las fértiles vegas de los ríos. En esta área la dedicación
a la guerra parece ser prioritaria en algunos grupos o pueblos. La economía de guerra en manos
de los varones jóvenes exige la preservación de otras fuentes de riqueza de la comunidad como
la agricultura o la ganadería, encomendada a mujeres y ancianos.
● Organizaciones políticas - A parte de las presuntas formas de matriarcado existentes en
algunos pueblos del norte peninsular, se distinguen al menos 4 zonas distintas: el área castreña
en el norte, la organización celtibérica, las ciudades de la Meseta y el área lusitana, en el sur. El
área de la cultura castreña está ampliamente difundida entre los astures e incluso en algunos
pueblos de la Meseta norte. Estos núcleos de población pertenecían a comunidades más amplias
de tipo parental que formaban unidades suprafamiliares o bien del tipo territorial, pertenecientes
a un mismo castellum u origen común. La base de las relaciones sociales eran la pertenencia a un
lugar de origen común, con independencia de que el individuo formara parte o no de un mismo
grupo familiar. La presencia romana interrumpió una evolución social a nivel de tribu que
encaminada claramente hacia la configuración de la ciudad como forma de organización
sociopolítica. Los lusitanos tenían una forma de organización peculiar basada en el liderazgo
militar de sus jefes o “caudillos”, que no serían sino líderes de un grupo armado que dirigían las
operaciones militares de bandas armadas contra vecinos e invasores como mercenarios usando,
normalmente, armas de hoja corta como el puñal, el cuchillo o la daga.
● Estructuras sociales - Se distinguen claramente dos zonas: una al norte, correspondiente grosso
modo con el área de la denominada Hispania céltica y la otra a sur, zonas del interior de la
Meseta y área portuguesa, en las que las gentilitates no existen o están escasamente
documentadas. La pirámide sociopolítica presenta ya una acusada complejidad, cuya
estratificación sólo conocemos mediante terminología latina:
cognatio-gentilitas-gens-castellum-popilus-oppidum-civitas. En la escala social destacan tres
colectivos o grupos: aristocracia, ancianos y mujeres. Del primero formaban parte los varones
jóvenes, dedicados a la guerra, los ancianos, reunidos en consejo, elegían a los representantes de
la comunidad y las mujeres, eran las responsables no sólo de las tareas domésticas sino también
de los niños y de la preservación de los recursos básicos de la familia, clan o comunidad.
● Elementos de civilización.
● Desarrollo urbano. A lo largo del I Milenio a.C. llegaron a la PI numerosos aportes
demográficos, especialmente de grupos de origen céltico, que se asentaron en las tierras
del interior. Se unieron a los autóctonos para formar nuevas comunidades; de ahí que, en
muchos casos, estos pueblos no presenten características propias y exclusivas de un
grupo cultural determinado sino que sean el reflejo de un amalgama de costumbres y
mentalidades muy diferentes. El origen del desarrollo urbano remite a la existencia de
ciudades embrionarias que, no serían más que aldeas fortificadas. Se trata de
emplazamientos estratégicos sustentados en las posibilidades de defensa. El
emplazamiento normalmente elegido era un lugar de defensa natural (oppidum) o, en su
defecto, se construía un muro alrededor del núcleo de población originario, que solía
limitarse a varias hiladas de piedra, pero con escasos elementos de protección. En
algunas zonas, en el NO peninsular, la ciudad es virtualmente inexistente hasta la época
romana, aunque el modelo urbano era conocido ya en ciertos ámbitos de la Meseta
desde época prerromana, con ciudades como Helmantica (Salamanca), Cauca (Coca,
Segovia) o Toletum (Toledo)
● Iconografía céltica. Predominan los elementos arbóreos asociados a menudo a la figura
humana en la iconografía de vasos, cerámica y estelas funerarias. También los motivos
zoomorfos aunque casi siempre en un contexto de simbología religiosa. Es menos
frecuente las figuras antropomorfas, casi siempre con cuerpo humano y cabeza de
animal.
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● Costumbres funerarias. En los grupos de origen céltico predominaban la práctica de la
cremación. Las cenizas se guardaban en urnas de cerámica, que se enterraban en
agujeros hechos en el suelo y tapados con un montón de tierra o una losa. En algunos
grupos existía la costumbre de entregar los cadáveres de los muertos en combate a los
buitres. Los ajuares funerarios revelan algunos datos acerca de la condición social del
difunto. Las armas sólo aparecen de forma ocasional, reservadas para los miembros de la
aristocracia, y en cambio son mucho más abundantes las tumbas con cuchillos o
utensilios domésticos.
● Religión. Se distinguen varios tipos de divinidades: astrales, dioses protectores, dioses
infernales, de la naturaleza,...Sólo en el área galaico-lusitana se han documentado más
de un centenar de cultos. Pero la práctica más usual era el culto al aire libre asociado a
montes, ríos, manantiales, fuentes o bloques e incluso “ a la puerta de las casas”
coincidiendo con determinadas épocas del año, como las noches de plenilunio.
CRONOLOGIA
ca. 700 → Castros lusitanos.. Aparición del hierro.
ca 650/600 → 550 Hierro Inicial Cultura de Soto de Medinilla II
575 - 550 → Formación de la cultura castreña del NO
540-400 → Cultura de los Castros sorianos
500 → Cultura de Las Cogotas II. Iberización del interior peninsular
275 → Predominio político de los arévacos.
Tema 5
La conquista romana
1. Provincialización.
2. Fases del proceso conquistador romano.
3. Los decretos hispano-romanos grabados en bronce.
4. Las guerras civiles en Hispania.
5. Provincias y gobernadores en la Hispania republicana.
1. Provincialización.
Tras la Segunda Guerra Púnica y antes de proceder a la provincialización del territorio ocupado
durante la contienda, Roma intentó atraerse a las poblaciones ibéricas del sector oriental y meridional,
donde se habían centrado las operaciones militares durante el conflicto con los cartagineses en la PI. El
resto del territorio era prácticamente desconocido para los romanos todavía a comienzos del siglo II a.C.
por lo que la penetración romana hacia el interior de la Meseta fue paulatina. El término latino “provincia”
se utilizó para denotar la facultad de ejercer el poder en un territorio extraitálico, sentido en el que será
usado por los romanos durante todo el período republicano.
La primera división del territorio peninsular en dos nuevas provincias romanas en 197 a.C.
(llamadas Hispania Citerior, al norte e Hispania Ulterior, al sur) se redujo al área del litoral mediterráneo y
una estrecha franja costera con penetraciones hacia el interior remontando el curso de los ríos Ebro y
Guadalquivir. El resto de la PI quedó al margen del dominio romano. La decisión romana de provincializar
una parte del territorio hispánico en 197 a.C. provocó la reacción de algunos pueblos que se habían
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levantado contra las autoridades romanas. Se extendieron pronto por las áreas catalana, levantina y
turdetana por lo que los romanos decidieron emprender de nuevo su “conquista” poniendo en práctica
todos los medios militares y diplomáticos a su alcalde alargando durante casi dos siglos (195 a.C. - 16
a.C.) la situación de beligerancia.
2. Fases del proceso conquistador romano
Polibio fue el primer autor griego que a
mediados del siglo II a.C. aportó una
etnografía de la PI basada en su propia
experiencia, como testigo excepcional de las
operaciones militares romanas llevadas a
cabo por Escipión Emiliano. Como otros
autores griegos posteriores, se refiere al
territorio peninsular como Iberia, Iberiké a
pesar de que los romanos ya habían
denominado Hispania (del fenicio spanen).
La imagen de Iberia transmitida por Polibio
acerca del territorio peninsular y sus gentes
aparece a menudo distorsionada por el
permanente estado de guerra entre
hispanos y romanos, especialmente
Lusitania y Celtiberia.
La progresión romana en la PI siguió una trayectoria este-oeste y norte-sur desde el litoral
mediterráneo hacia la fachada atlántica siguiendo el decurso de los acontecimientos bélicos: contra los
cartagineses, primero y contra las propias tribus del interior peninsular, después.
Hasta el 137 a.C. ningún romano había penetrado en las tierras del NO peninsular, por lo que
Décimo Junio Bruto después de atravesar un río (lo más seguro el Miño) tomó el apelativo de Galaicus
aunque habría que esperar a las exploraciones de Julio César en 61 a.C. para que los romanos se dieran
cuenta de los importantes recursos económicos de esta extrema región hispánica. Las verdaderas
campañas sólo ocurrieron durante los primeros 50 años; después, los enfrentamientos fueron
esporádicos, no pasando ser escaramuzas en muchas ocasiones.
La ocupación romana del territorio peninsular fue, por tanto, progresiva pero también selectiva. El modo
de ocupación utilizado era en muchos casos inseparable de la personalidad de la autoridad romana
responsable en el área, aunque no hay que olvidar que estos gobernadores se limitaban casi siempre a
cumplir las órdenes del Senador romano; aunque los gobernantes romanos podían apartarse un poco de
la política oficial con tal de conseguirlos objetivos previstos. Las campañas hispánicas resultaron más
difíciles y azarosas de lo previsto, debido no sólo a la fuerte resistencia de algunos pueblos hispánicos
sino también a la falta de efectivos militares romanos, divididos a menudo en varios frentes simultáneos.
Roma inició en la PI la trayectoria imperialista que en menos de un siglo la llevó a dominar todo el ámbito
mediterráneo. Sabían que Hispania contaba con importantes recursos cuya explotación constituyó sin
duda uno de los móviles principales de la conquista, pero no el único. Otra de las razones fue la búsqueda
de un botín que les permitiera mejorar su posición económica. Otra fuente de ingresos fue la venta de los
prisioneros de guerra como esclavos.
Desde Catlón (195 a.C.) hasta la caída de Numancia (134 a.C.) se observan dos tendencias
claramente diferenciadas en las políticas adoptadas por los gobernadores: una tendencia fuerte, dura,
21
represiva, intransigente y, en último término, belicista, partidaria de la deditio y el triumphus; otra, débil,
blanda, conciliadora, tolerante y en último término, pacifista, partidaria de la fundación colonial o deductio
22
y
de la simple ovatio, frente a la masacre.
21
era la fórmula aplicada a las ciudades enfrentadas a la República romana que eran sometidas por la fuerza y consistía en
la rendición incondicional y su posterior conversión en ciudad dediticia, siempre y cuando el desenlace no fuera la destrucción
total de la ciudad vencida.
22
Por la deductio colonial se fundaba una colonia o se establecía una guarnición de colonos:
● Como deductio oppidorum para la fundación de ciudades por colonización.
● Como in oppida militum deductio con el establecimiento de guarniciones en las ciudades.
Los colonos eran habitantes de pleno derecho y de acuerdo al tipo de colonia variaba su estatuto jurídico.
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2.1. Los momentos del proceso
Los casi 200 años que duró el proceso de conquista (218 .aC. - 19/16 a.C.) de Hispania
(península e islas) por los romanos, no constituyen un período de guerras ininterrumpidas, ni siquiera
intermitentes, sino más bien un largo proceso de construcción de la primera unidad hispánica mediante la
integración en un nuevo modelo de organización de pueblos, lenguas, culturas, economías y sociedades
muy diferentes. No hubo sólo guerras, sino también largos períodos de paz aparente o forzada en
muchos casos, siguiendo la máxima romana de si vis pacem, para bellum (si quieres la paz, prepárate
para la guerra). Hubo más bien campañas y operaciones de carácter estacional en gran medida
determinadas por la climatología: durante los meses de otoño-invierno no había campañas puesto que
las tropas se retiraban a descansar en los campamentos hasta la primavera siguiente, en la que se
reanudaban las operaciones militares. Los años de guerras apenas sobrepasan los 50, lo que representa
tan sólo una cuarta parte del período que suele asignarse al proceso. La pregunta es por qué se alargó
tanto un proceso que podría haberse concluido en décadas. Entre los factores destaca por un lado, la
acusada diversidad hispánica en términos regionales, culturales e históricos, circunstancia que condicionó
en muchos casos el éxito de las medidas políticas y militares adoptadas por los romanos y, por otro lado,
la falta de un verdadero programa político romano sobre el control de Hispania, lo que obligó al Estado
romano a ensayar diversos métodos de ocupación y control del territorio y sobre todo, a emprender una
conquista pautada del país.
Un proceso histórico de unos dos siglos presenta sólo algunos picos como: 195 a.C, campañas
de Catón; 180 a.C. Pactos de Tiberio Graco en Celtiberia; 153 a.C. Campaña de Fulvio Nobilior en
Segeda,... Estos datos revelan una ocupación progresiva del territorio peninsular por parte de los
romanos, pero no siempre llevada a cabo por la fuerza de las armas (manu militari). El mapa de la
conquista revela que el dominio romano en la PI quedó consolidado en poco más de 70 años. En este
período se produjeron avances decisivos marcados por la línea de los ríos despectivos: Catón, en el Ebro;
Lúculo alcanzaba la línea del Duero en 151; Galba, se desplazaba de la Ulterior hacia el Norte hasta las
agua del Guadiana logrando derrotar a los lusitanos; en fin, en 139 a.C. la muerte de Viriato, dio a los
romanos el control de la Carpetania y de las tierras entre el Duero y el Tajo. Por el momento, los límites
de la expansión romana en la PI quedaron fijados en estos puntos. A finales de la década siguiente,
Quinto Cecilio Metelo, conquistó las islas Baleares y fundó en la isla mayor (Mallorca) las colonias latinas
de Palma (Palma de Mallorca) y Pollentia (Pollensa) que junto con Ebysus (Ibiza) quedarían desde ahora
ligadas administrativamente a la Península.
2.2. Primeras campañas romana
Tras la partida de escipión en 206 a.C., varios pueblos y ciudades que los romanos consideraban
manejables, optaron por reclamar su independencia: los ilergetes y ausetanos de la orilla norte del Ebro y
los sedetanos, de la ribera opuesta del río. Para el 201 a.C. La situación debía de estar suficientemente
controlada como para que las dos legiones hasta entonces de guarnición en Hispania se redujeran a una
y las tropas sobrantes fueran licenciadas.
En el 198 a.C. La PI parecía estabilizada por lo que el Senado aumentó en dos el número de
pretores que debían elegirse cada año, de modo que los nuevos fueran regularmente despachados a
Hispania. Sin embargo, estalló de nuevo la revuelta. Los desórdenes alcanzaron tal magnitud que los
nuevos pretores se hicieron cargo de sus respectivas provincias sin despedir a sus predecesores, lo que
posiblemente significó también que revocaron los planes de licenciamiento masivo. El dato de que los
gobernadores del bienio anterior se viesen obligados a permanecer en Hispania un semestre más, induce
a pensar que el conflicto debió involucrar a muchas personas y comarcas. Parece deducirse que, en la
Ulterior, la revuelta se extendió por toda la región, pues involucró a Culchas, un régulo turdetano, a las
ciudades púnicas del litoral mediterráneo y la Baetunia (las tierras del interfluvio Guadiana-Guadalquivir
que actualmente coinciden con las provincias de Córdoba, Sevilla, Huelva y Badajoz). En la Citerior, el
sustituto del anterior pretor, muerto en combate, hubo de enfrentarse a dos imperatores hiapni junto a
una ciudad llamada Turda, que posiblemente coincida con la patria de los turboletas, vecinos de
Saguntum cuyas diferencias acabaron provocando la Segunda Guerra Púnica.
Tras la provincialización inicial del 197 a.C. la presencia romana provocó rebeliones periódicas en
algunas pueblos hispánicos en especial en torno al valle del Ebro y del Guadalquivir. Las primeras
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campañas de conquista romana de Hispania se realizaron durante las décadas iniciales del III a.C.
El primer momento de la conquista corresponde a las campañas de Catón en varias áreas de la
PI llevadas a cabo entre 195 y 193 a.C. Estas campañas se centran en tres frentes principales: la zona
catalana, la turdetana y el área celtibérica. En todas ellas los romanos pusieron en práctica el que se ha
venido a llamar “sistema catoniano” que se basaba en el principio de que la guerra debe autoabastecerse
y , en consecuencia, cualquier acción militar de saqueo, pillaje, detracción, asalto o destrucción de
núcleos resistentes está justificada. En este caso todo está permitido para conseguir el objetivo máximo
que era la rendición de los rebeldes y, en última instancia, evitar nuevas rebeliones en el futuro. Las
medidas gracanas auspiciaron un largo período de paz porque finalmente las relaciones entre romanos e
hispanos se establecieron sobre unas normas teóricas claras y acordadas por ambas partes. El acuerdo
logrado por Graco, afectó únicamente a los celtíberos. Tras la marcha de Catón, para el 194, fueron
nombrados como pretores Sexto Digitio, en la Citerior y P. Cornelio Escipión, en la Ulterior. El primero
hubo de comprobar la precariedad de las medidas catonianas al tener que enfrentarse contra una
formidable coalición de las tribus del Ebro que fue aprovechado por los lusitanos para lanzarse en busca
de productivas razzias sobre las desguarnecidas tierras del Guadalquivir. Escipión logró, de regreso de la
Citerior, derrotados cerca de Ilupa (Alcalá del Río) cuando volvían cargados de botín.
Las acciones de los nuevos pretores del 193 (Flaminio en la Citerior y Fulvio Nobilior, en la
Ulterior) estuvieron dirigidas, en coloración, sobre las fronteras provinciales, en seguimiento del plan
general de estabilización preconizado por Catón. El objetivo fundamental de la acción era alcanzar la
línea del Ebro, para crear una amplia zona de seguridad frente a los lusitanos. Tras la conquista, los
ejércitos se concentraron en Toletum (Toledo) a cuya defensa acudió una coalición indígena de tribus
vecinas: vetones, vacceos y celtíberos. La coalición fue vencida y la ciudad, expugnada.
En la Citerior, la principal penetración romana se hizo aguas arriba del Ebro, río que los pueblos
montañeses de la Meseta empleaban para descender a la depresión ibérica. De ahí que se decidiera
controlar las desembocaduras de esos ríos para negar a los celtíberos el acceso a los territorios bajo
control romano.
El sucesor de Fulvio, L. Emilio Paulo, hubo de enfrentarse de nuevo a problemas en la Ulterior,
pero los lusitanos fueron rechazados y la provincias, pacificada. El procónsul Fulvio Flaco (181 a.C.) fue el
primer romano que llevó la guerra al territorio de los lusones y asaltó Contrebia. Todavía en los años
siguientes, continuaba la presión de los lusitanos sobre la frontera del Guadalquivir con el apoyo de
algunas ciudades del valle, por lo que los esfuerzos romanos se concentraban en la frontera
nordoccidental, a lo largo del Ebro, para ganar terreno sobre el valle meridional y mantener así la región al
norte del río lejos de presiones exteriores. Tras la expedición de Catón del 195, comienzan ahora, con
operaciones en torno a Calagurris (Calahorra), los primeros conflictos serios en territorio celtíbero.
En segundo momento de “conquista” corresponde a las campañas llevadas a cabo por Tiberio
Sempronio Graco en Celtiberia durante los años 180 al 178 a.C. Las relaciones entre romanos e hispanos
se estrecharon, sobre todo, en algunas regiones como Celtiberia. La política de Graco se basaba en los
pactos (foedera) y en las fundaciones coloniales (deductiones) dando leyes para todos y repartiendo
tierras a la población. Graco proporcionó a las comunidades celtibéricas los medios necesarios para su
plena integración en el sistema a de dominio romano. Los hispanos quedaban obligados a proporcionar
víveres a los romanos, a apoyar como auxiliares al ejército romano y a entregar un tributo anual al Estado
romano. Hacia los años setenta del siglo II, se encontraba definido un territorio provincial “pacificado” con
una administración regular basada en el sometimiento pacífico y en el cumplimiento de obligaciones
fiscales regularizadas. Ciudades y pueblos en esta zona de dominio habían sido incluidos definitivamente
en el ámbito de soberanía romano en los años anteriores, bien por conquista (deditio) por tratados de
alianza y amicitia y por acuerdos de cooperación militar.
El propósito de crear punto de apoyo indígenas proromanos se combina con el deseo de
fomentar la vida sedentaria para crear bases de administración estables. Sabemos que Graco fundó al
menos dos centro urbanos indígenas: uno de ellos Gracchurris (Alfaro) en el límite fronterizo entre
vascones y celtíberos vigilando el paso a la Meseta; el otro, Iliturgi (Mengíbar, Jaén) en la Oretania. Estas
fundaciones se completaron con otras medidas: traslados de población con concesiones de tierra
cultivable, beneficios para las comunidades aliadas, desmantelamiento de ciudadelas y núcleos
fortificados, prohibición de fundar (y posiblemente amurallar) ciudades y establecimiento de
guarniciones y fortines (castra y castella) para asegurar las tierras recién pacificadas y proteger a los
aliados de Roma, vecinos a ellas.
El último aspecto es la organización fiscal de las provincias hispanas, con la promulgación de
leyes que convirtieron en un impuesto fijo las contribuciones irregulares y, en muchos casos, abusivas
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que los pretores exigían de las comunidades indígenas. La satisfacción de un vectigal certum, es decir,
fijo, conocido como stipendiarium, pudo haber sido introducido por Graco como sistema de pagos según
una base fiscal previamente fijada.
El Senado romano se opuso a menudo a las soluciones pacíficas y exigía a los gobernadores que
no dejaran las armas hasta conseguir la rendición total (deditio) de los rebeldes hispanos. Esta política
moderada fue practicada también por otros responsables romanos como Marco Claudio Marcelo y Cayo
Hostilio Mancino, con Numancia, en 137 a.C. que fue castigado de forma ejemplarizante por el Senado
romano.
2
.3. La guerra lusitana. Viriato.
Guerras lusitanas es la denominación historiográfica de las guerras que mantuvo la República
romana con un conjunto de pueblos del oeste de la península ibérica, a los que los propios romanos
llamaban lusitanos, y cuyo territorio fue incorporado a la provincia denominada Hispania Ulterior.
Tuvieron lugar entre 155 a. C. - 139 a. C., siendo en parte simultáneas a las guerras celtíberas (guerra
numantina, desde el 154 a. C., en el territorio que fue incorporado a la Hispania Citerior). La guerra
lusitana fue también llamada Purinos Polemos (que significa la Guerra Fiera).
Los lusitanos se rebelaron contra Roma en dos ocasiones (155 a. C. y 146 a. C.), siendo derrotados en
ambos casos.
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Galaicus, que introdujo a los romanos entre los pueblos galaicos del NO peninsular. Táutalo, el sucesor
de Viriato, tras intentar tomar Saguntum en el 139 a. C. —ataque que fue rechazado— e invadir el valle
del Betis, se vio obligado a firmar la paz con Cepión. Finalmente el cónsul Marco Popilio Laenas entregó a
los lusitanos las tierras que habían sido la causa de la larga guerra. Sin embargo, la pacificación total sólo
se logró en tiempos de Augusto, puesto que surgieron a lo largo de lo que restaba del siglo II a.C.
distintos focos de rebelión lusitana.
Último conflicto que tuvo lugar en Hispania entre la República romana y las tribus celtíberas que
habitaban las inmediaciones del Ebro. Fue, a su vez, el epílogo de las guerras celtíberas. Esta contienda
se resolvió tras veinte años de guerras intermitentes. La primera fase de la guerra se inició en
el 154 a. C. debido a una revuelta de las tribus celtíberas del Duero. Esta primera fase finalizó en
el 151 a. C., pero, en el 143 a. C. surgió de nuevo una insurrección en la ciudad de Numancia, que fue
asediada y tomada por el cónsul Escipión Emiliano en los primeros meses del 133 a. C.
En el 143 a. C., tras varias victorias del lusitano Viriato sobre los romanos y el considerable
aumento de la tensión entre romanos y celtíberos, éstos se levantaron de nuevo en armas. La rebelión se
consideró muy grave en Roma, por lo que se decidió enviar un fuerte ejército de más de 30.000 soldados
al mando del cónsul C ecilio Metelo, quien venía de comandar a las tropas romanas en Macedonia.
Además se solicitaron las fuerzas de un honorable soldado de la guardia pretoriana que había
demostrado sus dotes luchando contra las aldeas celtas, que llevó consigo 1500 pretorianos veteranos
los cuales hicieron historia en batallas como la de Numancia. Metelo estuvo en Hispania dos años,
fracasando en los intentos de tomar las ciudades de Numancia y Termancia. Mostró un talante
moderado, lo que llevó a los numantinos a negociar una paz que, a cambio de rehenes, ropa, caballos y
armas, les convertiría en amigos y aliados de Roma. Sin embargo, el día en que debía ratificarse el
acuerdo se negaron a entregar las armas. La ruptura del pacto enfadó enormemente a Roma, que
consideró que la osadía de este pequeño reducto en los límites occidentales del Imperio no podía ni debía
ser tolerada porque ponía en entredicho el prestigio militar romano. El sucesor y rival político de Quinto
Cecilio Metelo Macedónico, Quinto Pompeyo era un inepto según relatan sus contemporáneos. Llegó a
Celtiberia con cerca de 30.000 infantes y 2.000 jinetes dispuestos a derrotar a los numantinos. Consiguió
pequeñas victorias iniciales e incluso llegó a rodear la ciudad, pero la llegada del crudo invierno de la
meseta, la falta de recursos y provisiones y las victorias progresivas de los numantinos hicieron que
acabara negociando en secreto un tratado de paz que aseguraba la permanencia de la ciudad y el
repliegue de las tropas romanas. En el año 138 a. C. fue puesto al frente de las tropas el general Marco
Popilio Lenate. Cuando los numantinos quisieron hacer prevalecer el tratado que había firmado Quinto
Pompeyo, Laenas dijo que no reconocía ningún tratado que no hubiera sido firmado por el Senado
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romano. Roma decidió por consiguiente ignorar el tratado de paz de Quinto Pompeyo y envío a Cayo
Hostilio Mancino con 40.000 hombres, de ellos la mitad de auxiliares celtíberas,4 para que continuara la
guerra (136 a. C.). Mancino asaltó la ciudad pero fue repelido en diversas ocasiones por los 4000
guerreros defensores.4 Nuevamente, las tropas romanas, ahora con Mancino, fueron rodeadas y su líder
obligado a aceptar el tratado de paz, ahora en peores condiciones para los intereses romanos, y que
podría haber sido mucho peor de no estar presente su cuestor Tiberio Graco.8
Se consiguió salvar a los
20.000 soldados romanos, que regresaron a la Tarraconense. El Senado tampoco ratificó este tratado,
quien expulsó violentamente a Mancino repudiado por la infame derrota moral ante los "bárbaros"
celtíberos, siendo castigado y devuelto a Hispania para ser ofrecido ante los numantinos como prisionero,
oferta que estos rechazaron dejando al excónsul fuera de las murallas. Fue humillado por los propios
romanos ante las murallas numantinas siendo ofrecido a los numantinos para que hicieran con él lo que
quisieran: lo dejaron desnudo con las manos atadas a la espalda, en una ceremonia increíble teniendo en
cuenta la enorme desigualdad de fuerzas entre ambos ejércitos. La suerte corrida por Mancino hizo que
tres cónsules romanos, Marco Emilio Lépido Porcina (cos. 137 a. C.), Lucio Furio Filo (cos. 136 a. C.)
y Quinto Calpurnio Pisón (cos. 135 a. C.), no se atrevieran a atacar Numancia.Para lavar la frente,
Calpurnio Pisón dirigió sus tropas hacia tierra de los vacceos, saqueando y haciendo prisioneros en la
ciudad de Pallantia.
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zona próxima a Alcántara, en la provincia de Cáceres. La deditio del 104 a.C. muestra de nuevo la
intervención de un general romano, Lucio Cesio que ordena la liberación de los cautivos, tras la deditio,
así como la devolución de los bienes requisados durante la contienda. Roma no adoptó una medida
arbitraria o de imposición absoluta sobre el pueblo vencido sino que se trata de una negociación entre las
partes. Ahora bien, en esta negociación se recoge de nuevo la fórmula final del documento: “dum populus
romanus vellet” (mientras sea ésta la voluntad del pueblo romano) lo que proporciona una clara
preeminencia a la presencia romana.
3.3. El Bronce de Contrebia (87 a.C.) (Bronces de Botorrita)
Son una serie de planchas de bronce del siglo I a. C.
encontradas en Contrebia Belaisca, en Cabezo de las
Minas, cerca de la actual Botorrita, en las proximidades
de Zaragoza. Fue encontrado en 1970 y es el texto en
celtíbero más extenso que se había hallado hasta la
fecha. Se trata de una placa de bronce de unos 40 x 10
cm datada hacia el año 70 a. C. Este Bronce está escrito
por ambas caras. Consiste en un texto de 11 líneas en la
parte delantera que se continúa con una lista de nombres
en la parte trasera.
El Bronce II o TABULA CONTREBIENSIS, fue hallada a finales de 1979, es una inscripción en
latín que recoge un texto jurídico, datado el 15 de mayo del año 87 a. C., en una lámina de unos 41 x 20
cm. Recoge, en veinte líneas, un pleito entre los habitantes de Salduie (actual Zaragoza) y Alaun (actual
Alagón), por una canalización de aguas que querían realizar los primeros; los alavonenses se
consideraron perjudicados y las partes acordaron encomendar el fallo a neutrales (los magistrados de
Contrebia Belaisca, Botorrita), que dieron razón a los salinenses. Todo ello previo conocimiento y con la
sanción aprobatoria del procónsul romano, Cayo Valerio Flacco. Es la primera querella documentada en la
Península Ibérica
4. Las guerras civiles en Hispania.
4.1. Sertorio.
Quinto Sertorio pertenecía a la última generación republicana encabezada por Cayo Mario y
concluida por Cneo Octavio, que sobresale por la probada experiencia militar de muchos de sus
miembros. Perteneciente a una familia humilde aunque relacionada con la aristocracia republicana por
medio de su tío, Cayo Mario, sirvió a sus órdenes durante la Guerra de Yugurta y durante la Guerra
Cimbria, donde se labraría cierta fama como militar. Su carrera política comenzó cuando fue nombrado
tribuno militar (97 a. C.) y destinado a Hispania, en donde sirvió a las órdenes de Tito Didio; aquí mostró
de nuevo sus habilidades militares y llegó a ser condecorado con una corona gramínea (93 a. C.) tras
derrotar a unos rebeldes en Cástulo.
En medio siglo que transcurre desde la abdicación de Sila en el 79 a la proclamación de Augusto
como emperador en 27 a.C. la República romana tuvo que afrontar de nuevo “guerras civiles” (91 - 31)
que enfrentaron a “populares” y optimates durante el último siglo republicano. Hispania fue en varias
ocasiones escenario de estas guerras: primero bajo el mandato de Sertorio (83-73) y luego en los
enfrentamientos entre Pompeyo y César (49-45). A partir de ellas cambiaron las relaciones entre
hispanos y romanos.
Sertorio llegó a Hispania en el 83 como pretor de la Citerior, considerado una huída de Italia ante
la amenaza de represalias por parte de los silanos, porque Serotio debía de saber que la inminente
imposición política de Sila en Roma implicaba su relevo inmediato como representante de la
administración de la provincia hispánica. En el 81, el silano C. Annio fue enviado a Hispania con el
objetivo primordial de reemplazar a Sertorio como gobernador. Éste tuvo que huir por mar y logró pasar a
África, donde entabló relación con los mauritanos. Se decidió a regresar a Hispania para recuperar el
control de la PI contando con el apoyo de los lusitanos. que por el sur y O constituían un “frente” efectivo
de acceso a la Meseta; con la fidelidad de las tribus del interior (sobre todo celtíberos e iberos) con las
que había pactado a su llegada a Hispania y ante todo con una probada experiencia militar. Su persona
se vio consolidada al verse reforzado de forma fortuita por un grupo de soldado romanos que, derrotados
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por los silanos, se dirigieron a Hispania buscando la protección de Sertorio. M Perperna contactó con él,
quien ordenó , Mientras, Sertorio recorría la Meseta buscando mercenarios ante una inminente acción
militar de los romanos en la PI o al menos, procurándose la neutralidad de algunas tribus en el conflicto.
Entretanto, en Roma, el cónsul del años 80, Q. Cecilio Metelo, fue destinado a Hispania como
gobernador de la Ulterior con la misión de preparar el ataque contra las “fuerzas” de Sertorio en la PI.
POr ello, Metelo llegó a Hispania en el 79 a.C. acompañado de dos legiones, que se sumaron a las 4 ya
existentes, de unos 30.000 soldados. Sertorio puso en práctica el sistema de “guerra de guerrillas” que
aunque tenía movilidad difícil en zonas montañosas pero que podría desplazarse con facilidad de colina
en colina. Además, Metelo era un hombre de avanzada edad.
Si la guerra se demoró fue en parte debido a que ambos frentes tardaron en encontrarse puesto
que Metelo operaba entre los cursos del Tajo y el Guadiana mientras que Sertorio se estableció cerca de
Oporto. En el 78 a.C. Metelo se vio obligado a retroceder a su posición inicial por lo que pidió dos de las
legiones asignadas al gobernador de la Citerior que llegaron como refuerzo. Los legados de Sertorio,
Hirtuleyo y Quinto, tomaron Consabura (Consuega, Toledo) e impidieron el avance de las tropas de
Metelo hacia el norte y recluyendo las legiones de Manlio en la zona pirenaica, en torno a Lleida. De este
modo se evitaba la formación de un frente único. Sertorio organizó cerca de Osca el “frente norte” en
previsión de un inminente ataque de las legiones romanas, por lo que tuvo que vencer la resistencia
inicial de algunos grupos celtíberos y vascones.
En el 77 a.C. la situación cambió: la negativa de los cónsules romanos a desplazarse a Hispania
dio la oportunidad al Senado de enviar a Cneo Pompeyo con un “mando extraordinario” (non pro consule,
sed pro consulibus). NO llegaría hasta finales de ese año, al mando de cuatro legiones, unos 20.000
hombres armados. Fue en el 76 a.C. cuando Pompeyo entró en acción secundando el frente de Metelo.
Durante la primavera, logró desplazarse por el litoral desde Cataluña hasta Sagunto pactando con los
indicetes y layetanos, atacando más tarde a los cessetanos para franquear el Ebro y haciendo retroceder
a Perperna y Cayo Herennio hasta el río Palancia. El primer enfrentamiento con las tropas de Sertorio
tuvo lugar en la llanura de Laura (Valencia) donde se habían desplazado las tropas sertorianas para
impedir la unión de las legiones de Pompeyo con las tropas de Metelo. Los soldados de Pompeyo se
vieron atrapados muriendo más de la tercera parte de sus efectivos. El “frente sur”, tomó la iniciativa e
hizo retroceder a las fuerzas de Hirtuleyo que se concentraron en Itálica (Sevilla) donde fueron
derrotadas. Metelo, con posibilidades de unir sus fuerzas a las de Pompeyo, exigió al Senador romano
nuevos refuerzos amenazando con el regreso en caso contrario. En el 75 a.C. Pompeyo tuvo que
enfrentarse a Sertorio en el Sucro resultando herido. La confrontación entre ambos tuvo lugar en
Segovia, en el margen derecho del río Genil donde murieron los hermanos Hirtuleyo y Metelo pudo acudir
en auxilio de Pompeyo remontando el curso del Betis hasta su confluencia con el Guadalimar. Desde allí
alcanzaría la ruta que lleva a Valencia y Sagunto, donde también iría Pompeyo desde el norte. Pero una
nueva estrategia de Sertorio desbarató sus planes. No pudiendo detener el avance pompeyano en el
Turia, Perpena y Herennio se retiraron en dirección al Júcar para unirse con Sertorio que en lugar de
avanzar hacia el sur para impedir el avance de Metelo, retrocedió para intentar eliminar o debilitar a
Pompeyo antes de que ambos ejércitos se unieran en Sagunto. Pero la noticia de la inminente llegada de
las tropas de Metelo intimidó a Sertorio impidiéndole completar la victoria. A partir de este momento, la
“guerra “ dio un giro a favor de los romanos que aprovecharon las desavenencias de Perpenna y Sertorio
para tomar la iniciativa. Tras un nuevo enfrentamiento cerca de Sagunto en el verano del 75 a.C. Sertorio
se atrincheró en el valle del Ebro momento que aprovechó Pompeyo para pedirle al Senado fondos para
financiar su campaña y nuevos refuerzos. Pompeyo fue incapaz de situar la ciudad de Clunia antes de
retirarse a invernar entre los vascones. Probablemente de esta fecha sea la fundación de Pompaelo
(Pamplona). La presencia del general romano en esta área debió intimidar a las poblaciones vecinas que
empezaron a dudar de la fidelidad a Sertorio sobre todo cuando Pompeyo renunció a asaltar las ciudades
de la zona lo que facilitó que arévacos y vascones así como otras tribus celtibéricas se sumarán a las
fuerzas pompeyanas como “clientes”. En la primavera del 74 a.C. llegaron a Hispania dos nuevas
legiones. Mientras Pompeyo perseguía a los sertorianos por tierras arévacas y vacceas haciéndoles
retroceder hasta Lusitania, Metelo iniciaría una expedición hacia el sur desde Calatayud con el fin de
recuperar el dominio de la Ulterior. Pompeyo, mientras, se hacia con el control de importantes ciudades
del interior, privando así a las fuerzas sertorianas de sus fuentes tradicionales de abastecimiento y
obligando a Sertorio a buscar refugio en el NO entre los galaicos meridionales, implicando a la zona en el
conflicto.
Al progresivo aislamiento de Sertorio y Perpena se sumó la deserción de algunas tribus
celtibéricas y una evidente rivalidad entre ambos. Perpena convenció a algunos senadores “sertorianos”
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de acabar con Sertorio, que fue víctima de una conspiración urdida contra él aprovechando un banquete
al que había sido invitado por sus colaboradores. La muerte de Sertorio en el 73 a.C. aceleró los
acontecimientos: Pompeyo se deshizo fácilmente de Perperna y se dispuso a completar su victoria en
Hispania durante los dos años siguientes quedando Hispania ligada al destino de Roma.
4.2. Pompeyo y César.
Pompeyo permaneció en la PI durante casi cinco años, en los que forjó sólidas clientelas con los
hispanos, sobre todo en el sur pero también en el área celtibérica, que había sido el bastión de la defensa
sertoriana. En el 55 a.C. Pompeyo recibió el mandato senatorial de Hispania como praetor pro consule,
prefirió enviar a sus “legados” en vez de renunciar al cargo. POr su parte, César contaba también con
importantes apoyos entre los hispanos, sólidas clientelas y amistades en la zona meridional de la PI.
Declarada la guerra civil en el 49 a.C. entre César y el Senador romano, dirigido por Pompeyo, la
estrategia de aquél consistió en movilizar sus tropas desde la Galia hacia Hispania en lugar de perseguir
a Pompeyo que huyó hacia el puerto de Brundisium, y desde allí, marchar a Oriente, donde pretendía
encontrar fuerzas renovadas para hacer la guerra contra César en el Este, donde Pompeyo contaba con
numerosos veteranos y reyes adictos, no sin antes reforzar la presencia militar pompeyana en la PI con
un total de 7 legiones. Pero al menos, 5 de estas legiones debían actuar unidas para impedir el avance de
las tropas cesarianas hacia el interior. Para ello se dispusieron en dos frentes: uno, al norte, en torno a
Lleida y otro, al sur, en torno a Córdoba. La entrada de las legiones cesarianas por los pasos pirenaicos,
ayudadas por el legado de la Galia, hizo retroceder a las tropas cesarianas hacia el sur, hasta el valle del
Ebro. El avance cesariano hacia el interior de la PI hizo que las fuerzas pompeyanas se replegaran hacia
el área meridional. César consiguió la capitulación de las ciudades de la Celtiberia y la colaboración de
otras ciudades de la Ulterior, donde reclutó una legión de hispani, mientras que las fuerzas pompeyanas
se concentraron en torno a varias plazas fuertes (Cordoba, Osuna y Montilla). Pero en el 48 a.C. César
marchó a Italia para preparar la persecución de Pompeyo, que sería derrotado en Farsalia aunque logró
huir a Egipto, donde murió. Los egipcios le cortaron la cabeza y se la llevaron, junto con su sello, al rey
Ptolomeo. El cuerpo quedó en la orilla. Su leal liberto Filipo lo quemó sobre las planchas podridas de una
barca pesquera. La cabeza y el sello fueron más tarde entregados a César, quien no sólo lamentó este
insulto a la grandeza de su anterior aliado y yerno (lloró cuando recibió el sello de Pompeyo, en el que
estaba grabado un león con una espada en la garra), sino que además castigó a sus asesinos y sus
conspiradores egipcios, haciendo matar tanto a Aquilas como a Potino. La cabeza fue enterrada en el
Nemeseión, un templo dedicado a Némesis y construido por Julio César para honrar a Pompeyo. Su
cuerpo fue rescatado e incinerado.
Al regreso de César a Hispania en el 45 a.C. los hijos de Pompeyo dirigían las operaciones
militares en el sur de la PI. LAs fuerzas pompeyanas se vieron reforzadas por la llegada de una
expedición naval preparada por Cneo Pompeyo desde las Baleares. Sin embargo, las provincias
hispánicas estaban ya controladas por legados cesarianos y sólo algunas ciudades meridionales
mostraban todavía resistencia al control cesariano. César ordenó entonces el asedio de estas ciudades
pero el enfrentamiento final tuvo lugar en la llanura de Munda, donde el hijo de Pompeyo resultó herido y
tras ser perseguido, murió. Pero la victoria cesariana no significó el final de las hostilidades. Al año
siguiente, el otro hijo de Pompeyo, Sexto, con el apoyo de una importante flota logró la colaboración de
algunas ciudades hispánicas del litoral mediterráneo a su causa hasta el punto de que en el 43 a.C. Emilio
Lépido, el triunviro, tuvo que negociar con él la evacuación de sus fuerzas a cambio de una fuerte
indemnización.
5. Provincias y gobernadores en la Hispania republicana.
La provincialización fue la consecuencia de la decisión romana de delimitar los territorios con
fines jurisdiccionales y administrativos lo que implicaba la necesidad de aumentar el número de los
pretores (de 4 a 6) encargados de administrarlos. Así en 198 a.C. se eligieron dos pretores más,
destinados a las nuevas provincias hispánicas. Pero en última instancia la provincialización de HIspania
fue la consecuencia del creciente interés del Senado romano en el control de los potenciales recursos,
materiales y humanos, de la PI por los miembros de la nobilitas romanas. En HIspania ejercieron parte de
su carrera política algunos magistrados pertenecientes a las familias aristocráticas romanas. Además,
algunas familias romanas e itálicas, no pertenecientes a la tradicional aristocracia romana, vieron en ello
la posibilidad de promoción de su carrera política. Las campañas militares brindaron a éstos la
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oportunidad de conseguir un triumphus o, al menos, una ovatio, a su regreso a ROma, honores que a
menudo impulsaban las carreras políticas. Resulta significativo que de los 11 pretores que regresaron
con vida a Italia entre 195 y 178 (de un total de 22) 7 pudieron celebrar un triumphus en Roma. Cuando
las circunstancias los requerían, el Senador romano enviaba un cónsul a Hispania con mando militar, que
podía ser prorrogado para resolver la situación. Otro recurso utilizado, fue la unificación eventual del
mando de las dos provincias en la persona de un solo gobernador, si bien este procedimiento no fue muy
usual hasta el siglo I a.C.
La documentación sobre los primeros gobernadores de las provincia hispánicas procede
básicamente de Livio para el primer período de la conquista (197-166 a.C) y de Apiano para el período
posterior, con especial interés en la época de las guerras civiles (91-33 a,C). Sabemos que estos primeros
gobernadores ejercían su función bajo cuatro situaciones diferentes: dos ordinarias (pretores o cónsules)
y otras dos extraordinarias (propretores o procónsules). En la época de las guerras civiles, en cambio, las
provincias hispánicas recibieron legados (de Pompeyo y de César) con atribuciones similares a la de los
gobernadores. El cómputo de gobernadores conocidos para este período arroja un total de 125: 79
gobernadores durante el período de 197-133 a.C. y 56 gobernadores durante el período 132-33 a.C.
Otro indicador interesante en este sentido es el de la celebración pública del triumphus en Roma
por parte de los gobernadores enviados a HIspania durante este período. De los 22 pretores entre 195 y
178 a.C. sólo regresaron 11, y de ellos 7 celebraron el triunfo; solo 1 de los 6 entre 177 y 166 y ninguno
de los que gobernaron entre 166 y 155 a.C. En varias ocasiones los gobernadores se negaron a aceptar
la provincia de HIspania, bien por los conflictos allí existentes, bien porque no proporcionaba la gloria
militar necesaria para afianzarse en la carrera política.
CRONOLOGÍA
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Tema 6
Augusto e Hispania
1 . Las guerras cántabras y el Bronce de El Bierzo.
Los pueblos del norte peninsular (cántabro, astures y galaicos) opusieron fuerte resistencia a la
presencia romana en la zona hasta el punto de que fueron varias “guerras” para dominarlos. Los
enfrentamientos con los romanos fueron periódicos, motivados por las sucesivas rebeliones y
levantamientos de estos grupos. El comienzo de las campañas fue en el 26 a.C cuando Augusto intervino
personalmente en los preparativos militares. Augusto, que se encontraba en la Galia camino de Britannia,
decidió mover sus legiones hacia Hispania, quizá por razones financieras pues sabían que el NO hispano
contaba con importantes reservas de oro., la razón principal de la “conquista” de esta área septentrional
de la PI. Otra razón fue completar el dominio del ámbito peninsular antes de proceder a una nueva
reorganización provincial de Hispania. Aunque Augusto inició personalmente en 26 a.C. tuvo que
regresar a Roma en 22 a.C. sin concluirlas, víctima de una grave enfermedad. El plan diseñado por
Augusto sería puesto en práctica por sus generales Antistito Veto, Carisio y Agripa. El ejército imperial
formado por siete legiones que avanzaban desde diversos puntos de la Meseta, probablemente desde
Segissama (Sasamón, Burgos) hacia las áreas del N tuvo que hacer frente a enormes dificultades debido
a la orografía y las condiciones climáticas. En una primera intervención romana, los grupos cántabros se
vieron obligados a retroceder hasta Mons Vindius, mientras que Carisio, partiendo desde el O, derrotaba
a los astures en Lancia (león). Al año siguiente ( 25 a.C) Antistio Veto, gobernador de la Citerior, logró
recluir a los galaicos en Mons Medullius. Cuando Augusto volvió a Roma, ordenó cerrar el templo de Jano,
en señal de que en el “Imperio” se había instaurado la “paz” y no quedaba ningún frente de guerra
abierto. Pero la guerra continuó hasta el 19 a.C. al menos y aún en el 16 a.C. Agripa tuvo que sofocar
una nueva rebelión de los cántabros. Para evitar nuevas rebeliones obligó a la población de las montañas
a bajar a los valles. Hacia el 15 a.C. la situación estaba controlada por lo que el emperador tomó las
medidas políticas necesarias para que estas rebeliones no volvieran a producirse tampoco entre astures y
galaicos. A partir de entonces, se consideró “pacificadas” a estas regiones hispánicas.
Gracias al reciente descubrimiento del llamado “Bronce del
Bierzo”, en realidad un edicto imperial, se sabe que el emperador
Augusto se encontraba en Narbona en el sur de la Galia en marzo
del años 15 a.C. desde donde firmó el edicto referido a la
reorganización de los pueblos del NO hispánico tras su definitiva
pacificación. El documento, fechado en los días 14 y 15 de febrero,
está inscrito en una placa de bronce ( de 24,4 cm de largo por 15,3
de ancho) y consta de 27 líneas, divididas en tres registros. El
registro superior corresponde al nombre del emperador Augusto y
sus atributos imperiales; el central (22 líneas) incluye las
disposiciones imperiales que deben aplicarse a “los habitantes del
castellum de Paemeiobriga”. En el inferior (3 líneas), se citan el
lugar de la promulgación del edicto y la fecha consular. Las disposiciones giran en torno al “futuro” de
dos pueblos del ámbito astur, los susarros y los gigurros, que al parecer, habían tenido una actitud
diferente hacia los romanos. Los primeros, de colaboración lo que les brindó la “inmunidad”; los
segundos, de resistencia, obligados a contribuir (munera) a los anteriores. Augusto ponía en práctica un
doble sistema: la erradicación de los grupos de población sospechosos de lealtad en el futuro y, la
compensación con privilegios a los grupos que habían actuado en colaboración con las autoridades
romanas.
2. Organización provincial.
El mapa de Agripa (lo más tarde en el 12 a.C., año en el que murió) descrito por Plinio, registra ya
el cambio administrativo, al considerar a la provincia de
Lusitania separada de la Bética y la Tarraconense. Los límites
territoriales de la Citerior y la Ulterior debieron cambiar a la
vez. La provincia de Lusitania ocuparía la fachada atlántica,
llegando por el N a la línea del Duero y penetraba hacia el
interior de ambas Mesetas alcanzando por el N las
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proximidades del Sistema Central. La nueva provincia de la Bética se vería reducida de tamaño respecto
a la Ulterior republicana, limitada a la zona del Guadalquivir y sería una provincia senatorial sin tropas
dejando el control del área cartaginense al gobernador de la Tarraconense y la del área onubense y sur
de Portugal a la de la nueva provincia de Lusitania. Con toda seguridad entre el 15 a.C. y el 12/7 a.C. se
llevó a cabo la definitiva reforma provincial, en virtud de la cual los territorios del NO quedaron
incorporados a la Tarraconenses, que sería una de las provincias más extensas del Imperio, por lo que su
gobierno se encargaría a un legatus Augusti del máximo rango y que, como excónsul, podía tener
autoridad sobre las legiones estacionadas en la provincia.
La reforma provincial llevada a cabo por Augusto en Hispania se completó con una subdivisión
jurisdiccional en conventus, de los respectivos territorios provinciales, en virtud de la cual las
competencias judiciales fueron confiadas a legati iuridici, dependientes de los respectivos gobernadores
provinciales, pero con competencias en materia judicial en sus correspondientes conventus:
La provincia Tarraconense estaba dividida en siete c onventus:
● Tarraconensis (con sede en la capital provincial de Tarraco, actual Tarragona).
● Caesaraugustanus (en Cesaraugusta, actual Zaragoza).
● Cluniensis (en Clunia, cerca de la actual Coruña del Conde).
● Carthaginensis (en Carthago Nova, actual Cartagena). Esta última incluía, aparentemente, las
islas Baleares.
● Asturum (en Asturica Augusta, actual Astorga).
● Lucensis (en Lucus Augusti, actual Lugo).
● Bracarum (en Bracara Augusta, actual Braga, en Portugal).
De los anteriores los tres últimos más tarde se excindirían formando Gallaecia.
La provincia Bética estaba dividida en cuatro c onventus:
● Cordubensis (con sede en la capital provincial, Corduba, actual Córdoba).
● Hispalensis (en Hispalis, la actual Sevilla).
● Gaditanus (en Gadir (Gades), actual Cádiz).
● Astigitanus (en Astigi, actual Écija).
La provincia Lusitania estaba dividida en tres c onventus:
● Emeritensis (con sede en la capital provincial, Augusta Emerita, actual Mérida).
● Scalabitanus (Scallabis, en Scalabis Iulia, actual Santarém, en Portugal).
● Pacensis (en Pax Iulia, actual Beja, en Portugal).
El culto imperial en Hispania se centralizaría mediante los c onventus.
3. Ciudades augústeas.
Ya Augusto puso en práctica un amplio sistema de fundaciones de ciudades (colonias y
municipios) en diversas provincias y, en particular, en HIspania, donde la nomenclatura Augusta (si no
Iulia) denota claramente este origen: Caesaraugusta (Zaragoza), Emerita Augusta (Mérida) pero también
Lucus Augusti (Lugo).
Aunque el auge de la urbanización de Hispania se suele atribuir al período flavio. Un papiro del
siglo I conocido como “EL mapa de Artemidoro” es en realidad un dibujo cartográfico de un geógrafo de
época helenística tardía que vivió entre fines del II a.C. y mediados del I a.C y que viajó hasta el extremo
occidental del Mediterráneo y aún de las costas atlánticas de Iberia con el fin de conocer la realidad que
incorporaría después a su descripción de la tierra. La descripción de Iberia/Ispania comenzaba con la
definición de su nombre, su organización política y la descripción de sus costas desde los Pirineos hasta
las cercanías de Gadeira (Gades, Cádiz) pasando por Nueva Carthago (Carthago Nova, Cartagena). En el
reverso incorpora un mapa de las zonas del interior surcado por líneas paralelas que recorren la PI de E a
O y que no pueden ser más que la representación esquemática de ríos o vías de la época. En su recorrido
estos trazos incorporan dibujos en forma de casas, cuadrados o simples puntos para indicar núcleos de
población de mayor a menor importancia. Esta información esquemática disminuye de norte a sur y de E
a O por lo que el territorio representado en el S y en el O de la PI sólo muestra ríos, pero no vías ni
localidades, e incluso se ha perdido la zona de la actual Portugal.
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Tema 7
Implantación en Hispania
de la cultura romana
1. Proceso de “romanización”.
Las relaciones entre indígenas y romanos en Hispania (s.II a.C - s.V d.C) forman parte de un
proceso histórico largo, pero ante todo complejo, que suele denominarse “romanización”. La sustitución
de las lenguas indígenas existentes en la PI (ibérica, celtibérica, céltica) por la latina no se produjo de
forma mecánica ni, por tanto, sistemática y menos de forma simultánea de todas las regiones ya que
unas áreas fueron más permeables que otras. Las áreas oriental y meridional, presentan una
romanización más temprana e intensa que el resto. La influencia romana es clara en el área celtibérica
desde época tardorrepublicana y en el área galaica desde época imperial.
La “romanización” debería entenderse como el proceso de implantación de las formas de vida
romanas, ligadas al sistema de explotación romano en las distintas provincias hispánicas. La actual
interpretación antropológica de este fenómeno cultural y social propone como alternativa el término
“aculturación” como forma de relaciones recíprocas entre dos mundos diferentes: el indígena y el romano.
Desde esta perspectiva, las acusadas diferencias de “grados” de romanización entre unas regiones y
otras, no serían solamente consecuencia de la fase de implantación del modelo romano sino también
expresión de la diversidad cultural preexistente de la Península a la llegada de los romanos.
En cualquier caso, se mantiene el objetivo esencial de la romanización, que no era sino
proporcionar una cierta unidad a la diversificada realidad hispánica de época prerromana. Así, mientras
que para el norte y NO se ha hablado de una “romanización virtual” ligada a instituciones indígenas que
mantienen su contenido prerromano, en las áreas del interior peninsular la influencia romana se convirtió
en realidades nuevas (municipios, colonias) a las comunidades y formas de organización indígena
existentes.
1.1. Indicadores de la romanización
● Latinización. El largo proceso de las relaciones entre indígenas y romanos en Hispania
no consintió sólo en la mera adopción del latín como lengua común de los
hispanorromanos, objetivo que solo se alcanzó al término del proceso. La latinización es
uno de los indicadores más útiles para establecer diferencias entre unas provincias y
otras. Algunas medidas políticas contribuyeron a divulgar el latín frente a la práctica de
las lenguas vernáculas. Ya en el 79 a.C. Sertorio fundó en Osca (Huesca) una escuela de
latín para procurar la educación de los hijos de las élites indígenas hispánicas. A partir
del emperador Claudio (41-54) el latín se convirtió en lengua oficial del Imperio y, por
tanto, su conocimiento se consideró requisito indispensable para acceder a la ciudadanía
romana. Con frecuencia se observa también la latinización de la onomástica en las
inscripciones, principalmente en época imperial. La latinización de la onomástica no fue
sino la consecuencia de un lento y progresivo proceso de romanización, de integración
progresiva de individuos y comunidades indígenas en el marco de la ciudadanía romana.
Un signo asimismo de latinización, es el uso generalizado gel genitivo terminado en -i
para nombres indígenas en posiciones de filiación. La divulgación del latín como lengua
común entre los hispanos es paralela a la extensión de la ciudadanía romana. Aunque
ésta fue la situación de la lengua escrita, no ocurrió lo mismo con las lenguas indígenas
que seguían hablándose en las provincias de HIspania en una fecha avanzada de la
época imperial.
● La onomástica. La presencia romana en la PI dejó huellas en la vida política y social de
los hispanos y, en particular, en la antroponimia, cuya onomástica refleja a menudo la
estrecha relación entre indígenas y romanos. El área ibérica propiamente dicha, ha
proporcionado abundante material onomástico latino, consecuencia quizá de una
romanización más temprana que en otras regiones peninsulares: abundan los gentilicios
(nomina latinos); los cognomina, son generalmente latinos; el nombre único es
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característica de las personas de condición servil, mientras que el resto, sean o no
ciudadanos, lleva siempre dos o más nombres. En el área vascona, los restos latinos son
escasos, al contrario que en el área tartésica o bética, donde la romanización fue
temprana y, por tanto, se produjo allí una rápida latinización de la onomástica indígena.
El área céltica, la más extensa de la PI, presenta un panorama onomástico más complejo,
en el que se pueden distinguir con claridad tres zonas: la céltica del norte, la lusitana al O
y S y la celtibérica al E y centro. Estudios recientes permiten ahora trazar un perfil claro
de la evolución de la onomástica hispánica. La nomenclatura latina acabaría desplazando
a la indígena en casi todas las regiones, aunque perviven algunos elementos de ésta.
Pero si se tiene en cuenta que, desde mediados del siglo II d.C.,muchos ciudadanos se
desprendieron del praenomen en las grafías, el porcentaje de ciudadanos romanos en la
epigrafía sería realmente elevado y ante todo revela un incremento rápido.
● La red viaria.
Los romanos tuvieron que salvar grandes dificultades físicas y técnicas para llevarla
a cabo. Desde tiempos prehistóricos el territorio peninsular presentaba tres
dificultades: la orografía del terreno, el aislamiento de las mesetas con las zonas
periféricas y las cuencas hidrográficas, con ríos largos y caudalosos, que sólo podían
ser atravesados aprovechando los vados o mediante la construcción de puentes.
Todos estos condicionamientos geográficos fueron finalmente superados por los
romanos mediante el diseño de una nueva red que establecía la comunicación entre
los núcleos de población más importantes. Estas vías sirvieron también para el
desplazamiento de las tropas romanas destacadas en Hispania. Las vías o calzadas
romanas, recorrían al parecer el territorio peninsular en todas las direcciones. La
construcción de estas vías debió de iniciarse con Augusto y prosiguió al menos hasta
mediados del siglo III. Durante la época altoimperial se completaría el trazado de la
red viaria hispánica que presentaba una estructura básicamente reticular con dos
ejes claros de comunicación de N a S: la Vía Augusta al E, desde Tarraco hasta
Carthago Nova y la Vía de la Plata al O, desde Mérida hasta Astorga; y otros dos de
E a O: uno al S, desde Carthago Nova hasta Hispalis, y otro al N, desde Asturica
hasta Caesaraugusta con ramificaciones frecuentes a ambos lados, hacia la costa y
hacia el interior. En época más tardía, el trazado viario adoptaría una estructura
radial, como en la Galia por ejemplo, en torno a las grandes ciudades de la costa y del
interior, por razones comerciales y fiscales facilitando así la comunicación del interior
peninsular con los enclaves portuarios de la costa y, desde ésta, con Roma e Italia.
Otras rutas interiores, generalmente diagonales, fueron construidas después. El
objetivo prioritario de estas vías diagonales parece haber sido establecer una
comunicación más fácil entre los principales centros urbanos aun pertenecientes a
provincias distintas. Además de estas rutas terrestres, había también algunas rutas
fluviales practicadas a menudo por razones comerciales. Estas rutas fluviales
conducían a importantes puertos en el interior como los de Hispalis (Sevilla) y
Corduba (Córdoba) desde los que se daba salida al mar a materias primas y
manufacturas procedentes del interior peninsular. En cualquier caso, el
desplazamiento marítimo o fluvial era sin duda más rápido que por tierra.
● Religión. El grado de implantación de la religión romana en Hispania suele ser
considerado uno de los indicadores más fiables de “romanización”. Se entiende que las
áreas más y mejor romanizadas serían aquellas en que los cultos romanos se
implantaron también más temprano que en otras, bien porque éstas entraron más tarde
en la órbita romana, bien porque ofrecieron una resistencia mayor a la adopción de la
nueva religión romana. La pervivencia de algunas religiones indígenas no es ajena
tampoco a su función social, al estar estrechamente asociadas a la actividad guerrera o
productiva. La implantación romana no significó, la sustitución mecánica de la religión
indígena por la romana, sino, por el contrario, una coexistencia de ambas, sobre todo si
aquélla no interfiere en los planes políticos e ideológicos de los romanos. No parece
hacer habido contradicción entre la implantación de nuevos cultos y la pervivencia de los
ya existentes, situación que a la larga configuró un cuadro característico de sincretismos
o asociaciones. Algunas de estas asociaciones son bien conocidas: el culto de la Artemis
griega ligado a la romana Diana; el de Astarté/Melqart fenicio al de Hércules,...En otros
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casos se trata de cultos de carácter local o regional, de origen prerromano, pero que se
mantienen durante la época romana. La religión romana como indicador de
“romanización” en Hispania revela, salvo excepción, una implantación escasa, tardía y de
progresión lenta, sin que se observe adscripción clara a un culto determinado por parte
de una región o provincia concreta. Mientras que en las áreas levantina y meridional
presentan mayor concentración de testimonios referidos a las divinidades de origen
griego, fenicio o púnico, en las áreas del N peninsular son más frecuentes los cultos
indígenas que en el centro; y por otra parte, en las áreas mediterráneas los cultos
romanos están mejor atestiguados que en Lusitania o Celtiberia. Esta distribución
sugiere un proceso de aculturación muy lento y, desde luego, en distintas épocas para
unas regiones u otras. El proceso de romanización fue en general tenue, puesto que los
romanos no parecen haber mostrado excesivo interés en suprimir por asimilación las
creencias religiosas tradicionales de los hispanos.
● Panteón indígena - el panteón indígena es, sin duda, el más numeroso de los
existentes en Hispania, con más de 300 divinidades conocidas hasta el
momento. Por ello resulta preferible hablar de grupos de “dioses/diosas” con lo
que se resolvería además el problema de la identificación de sexos. La
organización de los cultos indígenas presenta también algunas particulares. No
había templos sino en todo caso santuarios, aunque con frecuencia el culto se
practicaba al aire libre en torno a lugares sagrados, asociados a elementos
naturales tales como montes, rocas, fuentes y, sobre todo en el área ibérica,
también al abrigos y cuevas. Hasta el momento, no hay indicios de la existencia
de una organización sacerdotal o algo similar.
● Panteón romano - El panteón romano en HIspania era menos numeroso que el
indígena pero con frecuencia estaba asociado a cultos indígenas ya existentes. Si
había, una organización precisa del culto romano en HIspania, similar al de roma:
el culto se concentraba en los grandes centros urbanos o ciudades privilegiadas
y, a diferencia de los cultos indígenas, se realizaban generalmente en los
templos.
● Panteón oriental - La penetración de cultos religiosos de origen oriental en
HIspania es relativamente tardía y desde luego no anterior al siglo I a.C. Dentro
de estos cultos destacan los referidos a las religiones mistéricas que se
implantaron en Occidente a partir de mediados del siglo II d.C. Las vías básicas
de penetración de estos cultos parecen haber sido tres: esclavos, comerciantes y
tropas, especialmente estas últimas que fueron destinadas a Hispania. A
diferencia de algunos cultos romanos, los orientales se organizaban en grandes
procesiones y, en algunos cultos, como el de la dios egipcia Isis, el séquito era
mayoritariamente femenino. Pero las divinidades de origen oriental más
veneradas en la Hispania romana fueron las pertenecientes al grupo
fenicio-púnico, especialmente en las áreas oriental y meridional de la PI; se
trataba de cultos de carácter sincrético asociados a las divinidades
correspondientes del panteón griego o romano. Entre todos destaca el culto a la
diosa egipcia Isis.
● Cristianismo - Los orígenes del cristianismo se remontan al siglo I d.C aunque
son de escasa o nula historicidad y difícilmente perceptibles antes del siglo III
d.C. cuando se atestiguan las primeras víctimas de la persecución contra los
cristianos y los primeros obispos. Es razonable pensar que, el cristianismo fue
introducido en HIspania principalmente por los militares procedentes de legiones
con destino en las provincias orientales del Imperio, y por los comerciantes de
origen oriental (sirios sobre todo). Por esta razón la doctrina cristiana se difundió
ante todo en medios urbanos y, sólo mucho después arraigaría en el
campesinado.
e. Cultura. El más importante legado romano a HIspania fue la difusión de las formas
culturales romanas por el territorio peninsular e insular, algunas de las cuales perviven
todavía en la vida cotidiana. Las grandes construcciones romanas datan de los siglo I y II d.C.
y particularmente, de la llamada época de los emperadores hispanos: Trajano y Adriano
(98-138). Desde fines del I d.C. Hispania fue una de las regiones más romanizadas del
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Imperio ROmano a pesar de que el proceso de aculturación propició en muchos casos la
pervivencia de las estructuras indígenas.
2. Urbanización y municipalización.
2.1. La Civitas
La llegada de los romanos significó ante todo un impulso al desarrollo de la vida urbana, de la
ciudad como modelo de organización social. Pero lo genuinamente romano fue dotar a algunos grupos
urbanos, primeros, y a todos después, de una organización política común estructurada en torno a la
civitas romana. Muchas aldeas y poblados prerromanos se convirtieron en auténticas ciudades
organizadas como municipios romanos o latinos, mientras que, paralelamente, se fundaron ex nihilo otras
ciudades (colonias) por razones estratégicas o sociales. Mientras que en el sur y este se incorporaron
pronto al proceso transformando sus antiguas estructuras para adaptarlas al nuevo modelo romano, en el
N y NO no hay núcleos urbanos prácticamente hasta época imperial. En el interior, en cambio, el
“paisaje” urbano es más bien disperso, con pocos enclaves y, salvo excepción, de escasa entidad. Las
ciudades romanas se crearon sobre la base de un oppidum o ciudadela ya existente. Presupone la
existencia de un territorium circundante o perteneciente al núcleo urbano, la civitas se constituyó
23
generalmente adscribiendo éste a aquél. No obstante, en el territorium se ubicaban las aldeas o vici , a
veces en gran número y de considerable entidad.
2.2. Aspectos demográficos
● Aldeas
Muchos enclaves prerromanos se mantuvieron como aldeas y no evolucionaron hasta convertirse
en auténticas ciudades. Las aldeas se administraban mediante magistrados propios que los romanos
denominaron magister o praefectus a semejanza de los magistri que eran los responsables de los
diversos vici (barrios o distritos) de la ciudad de Roma. Otros núcleos surgieron como auténticos enclaves
urbanos con cierta autonomía respecto de las ciudades de su entorno.
b. Ciudades
La diferencia esencial entre los vici y el modelo oppidum/civitas era que la ciudad funcionaba de
hecho como un centro administrativo, donde residían las autoridades locales y, en su caso, provinciales
La ciudad romana era un centro económico, en el que se ubicaba generalmente el mercado de la
comunidad, y un centro productivo además del centro religiosos de la comunidad. Al menos en el caso
hispánico estas ciudades /civitates tenían, salvo excepciones, escasa entidad, de ahí el gran número
registrado por los autores antiguos y en particular por Plinio el Viejo, que suman los casos registrados en
las tres categorías básicas: colonias (26), municipios (73) y civitates (301). A pesar del gran número de
“ciudades” romanas conocidas, sólo unas 150 parecen haber tenido entidad demográfica e institucional
para ser consideradas como tales. Cada civitas debió contar con los recursos suficientes para su
mantenimiento, lo que a menudo implicó también trasvases de población, en algunos casos, propiciados
por el gobierno romano, sobre todo en época augustea, para garantizar la pax entre los grupos que
podían ofrecer mayor resistencia a la presencia romana en la zona. El área urbana de las principales
ciudades romanas de Hispania es, salvo excepciones, muy reducida, oscilando entre unas 20 y 70 ha, lo
que parece indicar que los romanos no estaban interesados en generar “grandes” entidades de
población, más difíciles de administrar y ante todo, de controlar. Estimaciones recientes realizadas sobre
base arqueológica demuestran que, en época romana, aproximadamente una cuarta parte de la
población hispánica vivía en las ciudades, en torno al millón de habitantes con una densidad media de 7,2
hab/km2, similar a la de otras provincias o regiones occidentales.
2.3. Aspectos jurídicos
● Ciudades no privilegiadas: civitates indígenas
Las ciudades hispánicas de época romana pertenecían a una de estas tres categorías: civitates,
colonias o municipios. La transformación de las comunidades indígenas en organizaciones sociales de
tipo romano fue lenta. Estas comunidades se habían conformado sobre estructuras suprafamiliares y
territoriales, que los romanos denominaron con términos familiares a su sistema institucional, como gens,
23
En la Antigua Roma, un vicus (plural vici) era un barrio o pequeña aglomeración urbana.
66
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tribu, cognatio,...que fueron evolucionando hacia el sistema romano de la civitas. Se formaron así
numerosas civitates, configuradas por un oppidum originario o expresamente constituido. Su estatus
jurídico era diferente según la relación que mantuvieran con el Estado romano. Se denominaba civitates
liberae et inmune a aquellas que aún no habían establecido un pacto (foedus) con los romanos.
Dada la progresiva influencia romana en la vida social y política de los hispanos, estas
comunidades independientes acabarían por desaparecer. La situación más frecuente, en cambio, fue la
de las civitates denominadas foederatae, que habían concertado un pacto con los romanos, casi siempre
favorable a éstos y pocas veces en condiciones de igualdad (foedus aequum). Algunos pactos se
realizaron en teórica igualdad de condiciones (civitates foederatae liberae), otros, los más frecuentes,
estipulando obligaciones contributivas con Roma (civitates foederatae stipendiariae). La promoción
sociopolítica de las comunidades indígenas ya organizadas como civitates se realizaba generalmente
mediante el otorgamiento de la ciudadanía romana a las élites indígenas. Una vez alcanzado un cierto
nivel de desarrollo, lo normal era que una civitas se convirtiera en un municipio, gobernado por
ciudadanos romanos (optimo iure) o por magistrados locales que al término del ejercicio adquirían la
ciudadanía romana. De esta forma las élites indígenas se integraron progresivamente en el sistema
social y político romano.
b. Ciudades privilegiadas: colonias y municipios.
Las ciudades privilegiadas se mantuvieron como una exigua minoría al menos hasta época
imperial. Sólo un tercio aproximadamente alcanzaría el estatuto de “ciudad privilegiada” bien como
“colonia” (romana o latina), bien como “municipio sobre todo después del 89 a.C. y de la reforma
cesariana del 44 a.C. Además, en el caso de HIspania, en estas ciudades privilegiadas es frecuente
constatar la presencia de grupos itálicos, que ya eran ciudadanos “romanos” con derechos políticos
plenos o “latinos” con derechos civiles. Estas ciudades tenían un estatuto jurídico superior a las civitates
de derecho peregrino, las más numerosas hasta época Flavia al menos. La fundación de una colonia
romana se hacía mediante la fórmula de la deductio, que consistía en un acto formal en virtud del cual se
asignaba un territorio a un grupo de población determinado, generalmente vinculado con el ejército
romano, y se dotaba a la ciudad emergente de los instrumentos institucionales necesarios para su
funcionamiento. POdría tratarse de una población preexistente o bien de una fundación ex novo, aunque
era poco frecuente. . El motivo principal de una fundación colonial fue el cultivo de las tierras circundantes
como medio de vida de la nueva comunidad para garantizar la ocupación del suelo conquistado o para
preparar nuevas operaciones militares. Una vez decidida una determinada fundación, se elegía (durante
la República) o se nombraba (a finales de la República= a una comisión triunviral, encargada de examinar
las condiciones del territorio con ayuda de los agrimensores o gromatici. Cada colonia (romana o latina)
se configuraba como una “pequeña Roma”. En el caso de Hispania, la primera fundación colonial romana
en la PI fue Carteia (en la Bahía de Algeciras, Cádiz) fundada en el 171 a.C. con los hijos de los veteranos
de guerra itálicos “casados” en su día con mujeres indígenas hispanas. De características similares son
las deductiones posteriores de Corduba y de Valentia ambas consideradas “colonias” en época augustea.
Pero las deducciones cesarianas de Urso (Osuna), Hispalis (Sevilla) y Tarraco parecen haber obedecido
ya a razones puramente económicas.
2.4. Financiación del sistema
●Evergetismo.
La práctica del evergetismo es de época imperial y se adscribe a la voluntad benefactora del
emperador como dispensador de liberalitas para todos los ciudadanos. En su defecto, las élites emulan
las actitudes imperiales y sobre todo, a nivel local, estas acciones corrían a cargo de particulares, quienes
costeaban los gastos públicos del municipio con sus fortunas a cambio de determinados honores. El
evergetismo o munificencia pública y privada, fueron los elementos básicos del sistema de financiación
de las ciudades romanas porque con frecuencia las sumas exigidas a los magistrados para el ejercicio de
su cargo resultaban insuficientes para sufragar los gastos públicos de la comunidades. El Estado Romano
declinaba su responsabilidad en las aristocracias locales, a las que se hacía responsables de los gastos
del municipio. A menudo, estos gastos eran tan cuantiosos que exigían la participación de particulares.
En su definición original, el evergetismo consiste, para los miembros ricos o notables de una
comunidad, en la distribución de una parte de su riqueza a la misma, aparentemente de forma
desinteresada. A esta persona benefactora, altruista se la llama «evergeta». Complementa al clientelismo,
vínculo individual y personal entre el patrono (latín patronus, plural patroni, ‘patrón’) y sus clientes (latín
cliens, plural clientes), como fue el caso en la Antigua Roma.
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El donante se sentía importante, respetable, ganaba prestigio, en una época en la que los
hombres ricos y poderosos eran también los cultivados y los gobernantes, todo en uno. Donar a su
ciudad grandes obras públicas era una forma de demostrar su fortuna; después de todo era su propia
ciudad, algo así como engalanar su propia casa ya que los que realizaban las donaciones eran los mismos
que gobernaban la ciudad. Esta práctica social se manifestó en el mundo helenístico y pronto se convirtió
en una obligación moral para la gente rica, especialmente cuando buscaban cargos de alta magistratura,
como cónsul romano (Consul) o edil curul (Aedile). Las beneficencias no sólo incluían «pan y circo» (panis
et circenses), sino también edificios públicos y caminos que llevaban la inscripción D.S.P.F. (De Sua
Pecunia Fecit, «Hecho con su propio dinero»), junto al nombre del donante.
b. Patronato
También con cierta frecuencia las ciudades tuvieron que recurrir a la fórmula del “patronato”.
Aunque según la legislación romana, el patronus sólo ofrecía “protección” a cambio de las obligaciones y
servicios del “cliente” en los casos de patronato colectivo debe de haber habido también una mediación
económica. En época republicana, las relaciones de patronato y clientela entre romanos e hispanos tenían
una naturaleza militar, asociadas a instituciones como la devotio o la fides, que además del vínculo
jurídico implicaban un compromiso moral y sin las cuales no se entenderían bien las clientelas militares de
hispanos al servicio de Mario, Sertorio, Pompeyo o César en sus campañas dentro y fuera de la PI. En
época imperial, el patronato adquirió un contenido fundamentalmente civil y afectó ante todo a las
colectividades públicas que otorgaban el título de patronus generalmente a algún alto funcionario de la
administración imperial o provincial o simplemente, a un ciudadano oriundo de la ciudad y/o provincia
que había llegado a adquirir cierta relevancia económica o social. Durante el período imperial se
24
intensificaron otras formas de relación interpersonal como el hospitium y la amicitia que contribuyeron a
frenar las relaciones de clientela privadas; en cambio se intensificaron las de patronato público. En este
contexto se incluyen las relaciones de patronato propias de los collegia. De este modo, gran parte de la
población de HIspania se vio inmersa en esta red de relaciones que incluía a poblaciones enteras como
Gades (Cádiz)
2.5. El proceso de municipalización
● Áreas y épocas.
Algunas zonas de romanización tempranas como en NO conocieron ya en la época de Augusto la
formación de “municipios” romanos. En términos cronológicos, el proceso de municipalización está bien
delimitado, si se acepta que se inició en época tardorrepublicana y que concluyó en época flavia, período
a su vez subdividido en tres grandes momentos: el primero, correspondiente a las épocas de César y
Augusto; el segundo, a los Julio-Claudios y el tercero, a los Flavios. Hay una clara diferencia de
intensidad municipal entre las áreas periféricas y las del interior. Mientras que en el E y Baleares el
proceso culminó en el primer período, en el O no se produjo esta eclosión hasta los períodos siguientes.
En cambio, en el sur se observa un claro incremento en época imperial y especialmente en época flavia, lo
mismo que en el N peninsular. El interior, sin apenas municipalización perceptible en la época
republicana, experimentó un aumento notorio en los períodos siguientes y especialmente también en
época flavia.
b. Leyes municipales en Hispania
El descubrimiento de varias leyes municipales en Hispania en época tardorrepublicana (Lex
25
Ursonensis ) y sobre todo, de época flavia (69-96) ha hecho suponer la existencia de una lex flavia
municipales de carácter general, que sirviera de marco de referencia legal para promulgar las sucesivas
leyes locales:
● Lex Malacitana - En ella podemos encontrar lo relativo al procedimiento de elección y votación de
24
era la denominación que los romanos dieron, en la historia antigua de la península ibérica, a una institución social
celtíbera derivada de la obligación de ofrecer hospitalidad a los extranjeros, que no sólo debían ser recibidos amistosamente, sino
que tal recibimiento otorgaba prestigio al hospedador, de modo que se competía por alojar a los extranjeros. Pertenecía al mismo
entorno institucional que la devotio y la clientela. el hospitium permitía adquirir los derechos de un grupo gentilicio a otros
grupos o individuos. No se trataba de un acto de adopción; las partes actuantes contraían derechos mutuos sin que la personalidad
propia se perdiera
25
Fue promulgada por Marco Antonio en el año 44 a. C., y es muy posible que derive de un conjunto de proyectos
legislativos llevados a cabo por César para unificar el régimen de las colonias y los municipios y que dejó sin terminar al ser
asesinado.
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los magistrados por las asambleas populares; la designación de patronos municipales; así como
normas de gestión de fondos públicos dirigidas a los magistrados municipales. Con esta ley, se
establece una organización censitaria que distribuye las obligaciones y los derechos en función
de la capacidad económica de los individuos.
● Lex Salpensis, - La Lex Salpensana fue promulgada por el emperador Domiciano a Salpensa,
municipio cercano a Utrera, entre los años 81 y 84 para aplicar la concesión de latinidad. Esta ley,
contiene su organización política, administrativa y judicial con arreglo al "ius latii" que
Vespasiano les concedió. De dicha ley se conservan 9 capítulos,otorgada por los magistrados, los
generales vencedores o el propio emperador cuando la asamblea del pueblo les delegaba sus
funciones legislativas. El más importante es el que regula la concesión de la ciudadanía romana a
aquellos latinos que hubieran desempeñado magistraturas municipales. Se conservan los
artículos del 21 al 29, que hacen referencia a la adquisición de la ciudadanía por aquellos que
desempeñan magistraturas municipales, así como a la regulación de aspectos tales como el
juramento y el derecho a veto (intercessio) de los mismos magistrados o formas de manumisión.
El más destacado es el artículo que regula la concesión de la ciudadanía romana a aquellos
latinos que hubieran desempeñado magistraturas municipales.
● Lex Irnitana, - Contiene la regulación municipal de la ciudad hispanorromana de Irni y está
firmada por el emperador Domiciano en Circei (Italia) en el año 91. En realidad el texto de la ley
era único para todas las ciudades que tenían el rango de municipio; sólo se variaba el nombre del
mismo cuando se inscribía en tablas de bronce para su exposición pública. Recoge las normas
por las que debía regirse la vida municipal. Entre ellas, las que se refieren a las responsabilidades
de las autoridades, el orden de intervención en las asambleas, la celebración de comicios, el
nombramiento de jueces, las retribuciones de los trabajadores municipales, los gastos que
podían hacerse con cargo al erario público, la ciudadanía romana, el nombramiento de tutores o
el mantenimiento de la prohibición de los matrimonios mixtos entre romanos e indígenas, si bien
establece una dispensa para los celebrados con anterioridad a la promulgación de la ley. Los
capítulos 52 a 55 de la ley contienen parte de la normativa que rige las elecciones locales de
carácter anual que permitían designar a los magistrados de la ciudad. Sus grandes semejanzas
con las modernas elecciones hacen de estos pasajes un texto sumamente curioso, en el que
además se nos instruye sobre los requisitos de los candidatos y la mecánica a seguir el día de las
elecciones
● Lex de Cortagana,
● Lex Villonensis,
Como precedente de este procedimiento institucional se remite, asimismo, a la Lex Ursonensis,
con seguridad de la época de César, acordada por los magistrados municipales de conformidad con los
preceptos de la lex romana. La Lex flavia municipalis sería ante todo una ley marco, que se promulgaría
para servir de referencia legal a los diversos estatutos locales. Su carácter de ley imperial permitiría
enmarcar en ella o su desarrollo posterior todas y cada una de las variantes observadas en las leyes
municipales conocidas, cuestión que centra la investigación reciente sobre el tema. La Lex Malacitana
estipula los derechos de votación de los incolae, mientras que la Lex de Salpensa habla sobre los
derechos de los patronos sobre los libertos.
Aunque todas estas leyes se redactaron en la segunda etapa del período flavio, durante el
gobierno de Domiciano (81-96) sólo la Ley de Irni podría fecharse con cierta seguridad a finales del 91
comienzos del 92. La Lex Ursonensis se sabe que corresponde a está época por los caracteres
paleográficos; de las leyes Mala y Salpensa sólo se puede proponer fechas aproximadas: 81-83 y 82-84.
Las leyes restantes son en realidad pequeños fragmentos de los que apenas puede extraerse su
contenido.
3. Integración socio-jurídica.
3.1. La Concesión de la ciudadanía a los hispanos (ius latii)
La concesión de la ciudadanía romana fue sin duda una de las fórmulas más eficaces ensayadas
por los romanos para lograr la plena integración de los provinciales en el sistema romano. En época
republicana sólo los altos magistrados tenían esta prerrogativa pero ya Pompeyo y César la usaron
durante las “guerras civiles” para premiar a sus clientelas hispanas. Hasta época imperial los accesos a la
ciudadanía se canalizaron a través del ejercicio de las magistraturas locales. Se evitaba el otorgamiento
del derecho de ciudadanía romana (ius civium romanorum) de forma masiva y se restringía el acceso a
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en nombre de la comunidad o unidad social a la que pertenecen. Los pactos se hacían generalmente a
perpetuidad. No obstante, se conocen también algunas renovaciones de pactos antiguos.
4. Provincias y gobernadores en la Hispania altoimperial.
En las provincias denominadas “legionarias”, al gobernador de turno se le exigía una experiencia
militar que resultaba innecesaria en las “senatoriales”; del mismo modo, en estas últimas el responsable
de finanzas no era sólo un proconsul, sino sobre todo los cuestores que le acompañaban durante su
mandato o, en algunos casos, el procurador Augusti, encargado del patrimonio del emperador en la
provincia, como ocurría en la Bética Hispana. Pero el hecho más significativo es el uso del término
praeses en la titulatura oficial de los gobernadores que al principio aparecía para denominar la función
propia de los gobernadores, ya en el siglo III es utilizado como un nuevo título de rango similar al
tradicional gobernador senatorial o ecuestre para terminar convirtiéndose en una función específica que
identifica a un determinado tipo de gobernador, de ahí que la función de praeses pueda aparecer
vinculada a títulos de status personal: de rango senatorial (vir clarissimus), de rango ecuestre (vir
perfectissimus) e incluso vir egregius.
Puesto que los territorios hispánicos no pertenecían al ámbito de las provincias-frontera, las
legiones aquí destinadas variaron a tener de las circunstancias políticas y necesidades del imperio.
4.1. Transduriana.
Fue una división territorial efímera, posiblemente una provincia romana, que ha salido a la luz a
partir de la publicación de un texto hallado en el Bierzo (el Bronce de Bembibre o también llamado edicto
del Bierzo). Su nombre alude a más allá del Duero, y parte de sus límites son especulativos. Debió de
constituirse tempranamente en la organización romana de la península ibérica, probablemente en el año
22 a. C. (época de Augusto), para fundirse pocos años después con la Tarraconensis o primero con la
Lusitania y luego con la Tarraconensis. Si esto fue así, debió de ser una provincia muy militarizada y
ausente de capital fija. Tal pensamiento es factible debido a la extensión temporal de las guerras
cántabras y al movimiento de tropas que tuvo lugar inmediatamente después. Todo ello debió de obligar
a crear gobiernos transitorios.
4.2. Nova Citerior Antoniniana.
Es el nombre de una supuesta provincia romana creada por el emperador Caracalla y que habría
ocupado el territorio que posteriormente se convertiría en la provincia de Gallaecia en la reforma de
Diocleciano incluyendo en ella los conventus Lucensis, Bracarensis y Asturum. La existencia de esta
provincia fue propuesta partir del descubrimiento de dos inscripciones halladas en León a mediados del
siglo XIX, cuya interpretación sugiere la existencia de la misma y cuya duración ha ido reduciéndose
conforme se han ido descubriendo más pruebas epigráficas desde el postulado inicial de que existió
durante todo el siglo III hasta considerar que este nombre es en realidad una denominación alternativa de
la provincia Citerior Tarraconense. Recientemente, el descubrimiento de otra inscripción en Italia ha
reavivado el debate sobre esta provincia, pero esta vez llamándola Provincia Hispania Superior y con un
ámbito territorial más reducido, excluyendo al Conventus Asturum, que anteriormente se le consideraba
incluido en ella como lo estuvo posteriormente la Gallaecia de Diocleciano.
5. Emperadores de origen hispano: Trajano y Adriano
El alto grado de romanización alcanzado en algunas provincias romanas de Hispania, el arraigo de la cultura
latina y, no en menor medida, los intereses del Senado explican en parte el hecho de que fuera un militar de origen
hispano – como Trajano – el primer emperador de origen no itálico elegido por los senadores romanos. Ello
significaba, además, que el poder imperial no quedaba reservado a los italianos ni tampoco a las familias de la
tradición aristocrática romana. Hasta ahora, exceptuando Augusto (también perteneciente a ellas), durante casi un
siglo (14 – 96) el poder imperial había sido controlado por dos familias: la Julio-Claudia (14 – 68) y la Flavia (69 – 96).
La muerte de Nerva en 98 y la adopción de éste a favor de M. Ulpio Trajano hizo que se rompiera la tendencia y que
un hispano fuera proclamado emperador. Es más, durante el siglo II los emperadores serán mayoritariamente de
origen provincial. De hecho, más que mediante dinastías se efectúa mediante el sistema de la adopción o asociación
previa al trono del heredero o presunto sucesor. No obstante, Trajano pertenecía a una familia senatorial, afincada en
Roma, y procedente de Itálica, en la Bética hispana, a su vez era descendiente de emigrados itálicos arraigados en
Hispania.
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En efecto, Trajano pertenecía a la rica familia de los Ulpii de Itálica y tomó su cognomen del nome Traius,
perteneciente a la gens Traia, originaria del Piceno, en Italia. Pero el predecesor directo más seguro sigue siendo su
padre y homónimo Marco Ulpio Trajano, primer cónsul conocido de la familia bajo Vespasiano. Con él inició Trajano
la carrera política como tribuno militar (tribunus militum) cuando era legado de Siria, entre 74 y 78. En vez de
procurarse una rápida carrera política, Trajano repitió varias veces como tribuno militar antes de ocupar cargos de
mayor responsabilidad. Estos años de milicia le proporcionaron también un profundo conocimiento de los problemas
internos del Ejército y, ante todo, de sus posibilidades y limitaciones. Por eso no es de extrañar que en los diecinueve
años de su gobierno al frente del Imperio, Trajano pusiera en práctica una política “expansionista” sin precedentes,
ampliando los territorios del Imperio a zonas hasta entonces no controladas, como Dacia, Mesopotamia o Arabia.
Desde el año 114 fue proclamado Optimus prínceps, título al que no fue ajeno tampoco su intenso programa de
obras públicas ni probablemente la intensificación del culto imperial en las provincias. Proclamado divus por el
Senado romano a su muerte en virtud de la consecratio del Senado, por sus virtudes inusuales en un gobernante
sería proclamado también princeps a diis electus.
Por su parte, Publio Elio Adriano, pertenecía a la familia de los Aelii ibéricos, también de origen itálico,
afincada en la Bética, pero con antecedentes senatoriales más tempranos. En efecto, su abuelo había accedido ya al
senado y su padre, también senador, residía habitualmente en Roma. Ello explica el que Adriano, en realidad, naciera
en Roma – y no en Itálica –, como constata la Historia Augusta. Huérfano de padre a temprana edad, fue adoptado
por Trajano y designado su sucesor gracias a la decisiva intervención en su favor de la emperatriz Plotina. Pero su
rápida carrera política se afianzó al casarse con Sbina, sobrina del emperador. Como otros generales de la época
prestó sus servicios a Trajano en Dacia, Pannonia y Siria, donde se encontraba en 117, cuando recibió la noticia de la
muerte del emperador en Selino (Cilicia). Aunque fue proclamado sucesor por el Senado, poco después se vio
envuelto en una oscura ejecución de cuatro consulares – colaboradores de Trajano –, llevada a cabo por Atiano, el
nuevo prefecto del pretorio. Publico Cornelio Celso, Aulo Cornelio Palma, Cayo Avidio Nigrino y Lucio Quieto
murieron, pero Adriano, desde entonces, tuvo problemas frecuentes con el Senado y los generales del Ejército,
máxime cuando el nuevo emperador no pareció estar dispuesto a proseguir la política de “conquistas” emprendida
por su predecesor, sino más bien a “sellar” las fronteras del Imperio renunciando a la incorporación de nuevos
territorios. De este modo, Adriano incluyó en su programa político un ambicioso plan de visitas y viajes imperiales
por todo el Imperio en vez de las tradicionales “expediciones” militares. En suma, su plan no era de la guerra, sino
sobre todo llevar la cultura grecorromana a todos los rincones del Imperio, hacer cumplir la ley romana y mejorar la
vida de los provinciales. Tal era su rechazo a la institución senatorial que, cuando regresaba a Italia, se refugiaba en
su villa Tívoli, cerca de Roman, pero no visitaba la capital. Aunque Adriano contaba, en principio, con el apoyo del
clan hispano en el Senado, sus miembros apenas presentaban una cuarta parte del total de senadores de origen
provincial y, además, el nuevo emperador no parecía dispuesto a modificar su línea de actuación en política exterior.
Pero Adriano, en realidad, tampoco era un “pacifista” en el sentido moderno del término, sino que simplemente
antepuso sus objetivos culturales a los planos militares, que propugnaban sus adversarios políticos. No obstante,
durante su gobierno realizó también importantes campañas, como la de Britannia, donde levantó el vallum hadriani, y
sobre todo contra los judíos, que dio como resultado la creación de la provincia de Palestina. Pero no cabe duda de
que su mayor preocupación política se centró en las reformas internas, especialmente en dos: la reorganización de la
cancillería imperial y la composición del consilium principis, aparte de iniciar una política agraria de enorme
trascendencia para el futuro. Sin embargo, las intrigas para proponer sucesor al trono imperial le granjearon la
enemistad de casi todos sus colaboradores, incluido su propio cuñado Lucio Julio Urso Serviano, de origen hispano
también, que sería ejecutado junto con otros sospechosos poco antes de la muerte de Adriano, acaecida en 138.
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existió o no realmente un “partido hispánico” en el Senado entre la época de Augusto y la de Adriano, que propicia el
encumbramiento del primer emperador de origen provincial (Trajano) al trono imperial. Bajo los Flavios y, en
particular, durante el gobierno de Domiciano, estas élites provinciales hispánicas aparecen ya en puestos de especial
responsabilidad civil y militar al servicio del Estado hasta el punto de que el número de “cónsules” de origen
hispánico nunca había sido tan elevado. Por ello, parece oportuno plantear la cuestión de si esta élite
hispanorromana se constituyó como un auténtico “partido político” capaz de dirigir el Imperio romano durante los
siguientes decenios.
En términos cualitativos, sin embargo, la carrera política de este grupo de senadores hispánicos no es muy
diferente de la de los colegas precedentes ni tampoco de la de los que le siguen. No obstante, es significativo que de
los siete cónsules tertium (que ejercieron el consulado por tercera vez) conocidos – excluidos los emperadores –, tres
fueran senadores hispánicos de este periodo, a saber:
No obstante, la relevancia política de este grupo hispánico en los años siguientes sería en gran medida
consecuencia de determinadas “estrategias familiares” al forjar una densa red de parentesco entre sus miembros,
que poco después extendió sus tentáculos hasta familias senatoriales de la Narbonense e Italia. Pero fue la adhesión
al régimen “tiránico” de Domiciano lo que aproximó a este grupo político hasta los aledaños del poder imperial,
primero garantizando el orden en las fronteras del Imperio y, poco después, llegando a proponer al Senado dos
candidatos para suceder a Nerva: el bético M. Ulpio Trajano y el edetano M. Carnelio Nigrino Curiatio Materno. La
imposición final de Trajano supone un punto de inflexión para las élites provinciales y, en particular, para las
hispánicas. Los senadores hispánicos Licinio Sura, Lucio Julio Urso Serviano, Quinto Sosio Senecio, A. Quinto
Pompeyo Flacco, Lucio Fabio Fausto y Publio Elio Adriano, entre otros, ocuparon los puestos de mayor
responsabilidad militar y política en las guerras dácicas y algunos fueron incluidos luego en el consilium principis de
Trajano. El emperador recompensaba así el apoyo que había recibido de éstos en el Senado en el proceso de su
elección. Pero la integridad del grupo hispánico en el Senado debió romperse pronto, probablemente a raíz de la
ejecución de los “cuatro consulares” consentida por Adriano en 118. Tal vez por ello el sucesor propuesto por
Adriano ya pasaría a la posteridad con el nombre de Antonino Pío, debido entre otras cosas a sus esfuerzos por
lograr del Senado la aprobación de la consecratio del emperador a su muerte. Para entonces el grupo hispánico del
Senado se había escindido y, desde luego, había perdido ya la cohesión con los grupos itálicos y romanos, que lo
había caracterizado en las dos generaciones anteriores y que, en gran medida, lo habían llevado al poder.
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Tema 8
Sociedad y economía en la
Hispania altoimperial
1. Estructuras económicas.
2. Grupos sociales.
3. La cultura romana en Hispania.
● Estructuras económicas
1.1. Recursos productivos.
Los romanos se preocuparon sobre todo de explotar los recursos del subsuelo (plata, cobre,
estaño y ocasionalmente oro) en vez de mejorar los sistemas de cultivo, ampliar la cabaña de ganado
existente o modificar la estructura de propiedad y forma de explotación de la tierra. Puede afirmarse que
la situación productiva a comienzo del Imperio no difería mucho de la que había prevalecido en la PI
durante los dos siglos anteriores. De las ocho áreas culturales o económicas en que se ha subdividido la
península en época prerromana cinco son de economía básicamente agrícola. En la Hispania romana se
distinguen claramente cuatro zonas productoras en la PI: la cerealística (que incluía ambas Mesetas, la
Turdetania y el valle del Ebro); la vitivinícola )área del NE, la Bética y el valle del Ebro), la oleícola (Bética y
zona del Ebro) y la hortofrutícola, área levantina y zona cantábrica. Se trata de un panorama económico
dominado por la actividad agropecuaria aunque quizá no fuera el sector económico más importante en
términos de beneficios. Gran parte del trigo, no era exportado, sino destinado al consumo interno; el
excedente tampoco era comercializado, sino detraído de diversas formas a los campesinos para cumplir
con las contribuciones de la “Annona”, ayudar al mantenimiento del ejército, a la siembra o al trueque.
Solamente algunos productos hortofrutícolas y especialmente el aceite bético alcanzaron los mercados
italianos ya a mediados del I d.C. También la lana de las ovejas hispánicas era muy apreciada todavía a
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comienzos del IV, cuando es mencionada en el Edicto de Precios del 301 que también menciona otros
productos hispánicos como el jamón, el garum y el liquanem, lo que demuestra que eran comercializados
todavía en los mercados mediterráneos. Un texto de mediados del siglo IV (conocido como Expositio)
añade a los anteriores la cría de caballo, el aceite, el esparto y los vestidos como productos típicamente
hispánicos. La arqueología ha demostrado que el cultivo se organizaba mediante el sistema de villae,
repartidas por todo el territorio peninsular, aunque su extensión debió variar sustancialmente de unas
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dictum De Pretiis Rerum Venalium. Fue una norma promulgada en el año 301 por el emperador romano Diocleciano
que fijaba los precios máximos para más de 1300 productos, además de establecer el coste de la mano de obra para producirlos
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regiones a otras. Durante los primeros siglos del Imperio, las villae eran trabajadas por esclavos y de
forma subsidiaria por colonos y además el propietario no solía residir más que ocasionalmente delegando
el control de la misma en un capataz (vilicus) a menudo esclavo también. En el siglo IV el panorama
cambió: los colonos sustituyeron a los esclavos en la explotación y el propietario residía de forma
permanente controlando las actividades de los operarios que ahí residían.
1.2. Explotación de las minas
Los romanos prosiguieron las extracciones metalíferas en
las minas y pozos existentes en HIspania e intensificaron
su explotación abriendo nuevos pozos e incorporando
nuevas técnicas de extracción. En la HIspania romana,
había al menos tres grandes cuencas mineras:
● Sudeste y Sierra Morena - con minas de
plata y plomo argentífero principalmente que se extendía
desde la zona de Cartagena hasta Almería, por el sur y
hasta la zona de Jaén por el interior, con pozos de enorme
riqueza como Diógenes, en Ciudad Real o el complejo
minero de LInares-La Carolina con yacimientos tan
importantes como Cástulo (Cazlona) y El Centenillo
● Noroeste - con minas de oro, que incluía
la zona norte del actual Portugal, la provincia de León y
Galicia, con yacimientos como Vila-Real, en la región de
Tras os Montes, la Valduerna o las Médulas, en la provincia de León.
● La del Sudoeste hispánico, de plata, pirita, oro y especialmente de cobre en la zona de
Riotinto, en Huelva.
Sólo en la zona del SO, las escorias de metales (cobre y plomo) permiten
estimar la producción de plata en unas 3000 ™ durante el s II solo en esta cuenta.
Asimismo, las producciones de plata de Sierra Morena y Cartagena fueron también
importantes. El arrendamiento de la explotación de esta mina reportaba al Estado
romano unos ingresos de 400.000 libras de plata por año o que las minas del NO
hispánico proporcionaban unos ingresos anuales de 20.000 libras de otro. Se observa
una cierta gradación en a explotación de las cuencas principales: las del SE fueron
explotadas hasta fines del s.I aunque el período de auge corresponde realmente a
fines del I a.C; las de Sierra Morena y el Se hasta mediados del siglo II, cuando
debieron cesar las extracciones en las del N; y las del SE, las últimas en ser
abandonadas que seguían siendo explotadas todavía a comienzos del III supliendo así
la falta de metal en las cuencas cerradas. Solo las minas de Riotinto (Huelva)
permanecieron activas durante todo el siglo II cuando la crisis o mejor dicho, el
agotamiento de los pozos existentes se hizo patente en casi todas las cuencas
mineras peninsulares. Las minas eran un monopolio del Estado y, en el Imperio, una
propiedad imperial. Pero su explotación debió cederse a particulares de los que el
Estado llegaba a percibir hasta un 50% de los beneficios anuales obtenidos con la
explotación. Los romanos utilizaron nuevas técnicas de extracción que permitieron
mayores rendimientos y la separación de metales y minerales en grandes cantidades.
Estos avances técnicos mejoraron también las condiciones de trabajo, a menudo
reservadas a reos de justicia. Ya no se acepta que el trabajo de las minas fueran
exclusivamente realizado por esclavos sino que hay también testimonios de libres e
incluso de mercenarii o coloni. Estas últimas categorías deben de referirse a
libres asalariados y ano esclavos, probablemente incolae o trabajadores residentes
en los núcleos próximos.
1.3. Comercio: productos y transporte
El comercio hispanorromano incluyó tanto productos alimenticios básicos como productos
industriales que abastecieron a gran parte de los mercados locales o regionales desde época temprana.
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Esta actividad comercial, de mayor intensidad en la región meridional y oriental de la PI no fue ajena
tampoco a la presencia en Hispania de negotiatores de origen itálico. Ya desde época temprana estos
comerciantes llegaron a amasar importantes fortunas. Ya desde el siglo III a.C. hay constancia de
exportaciones de aceite hispánico a Italia que, con toda seguridad, procedía del valle del Guadalquivir,
cuya navegabilidad permitía una fácil salida al mar. Era envasado en grandes ánforas de unos 70 litros de
capacidad, fabricadas en los talleres de la región y marcadas con sellos grabados alusivos al propietario/a
de las mismas o a los alfareros que la fabricaron y al taller de donde procedían.
Después de su uso, las vasijas que llegaron a Roma fueron
depositadas en un montículo a las afueras de la ciudad. Los
de procedencia hispánica son fácilmente reconocibles, pero
los más frecuentes son las vasijas tipo Dressel 20 y Dressel
23. El mantenimiento de este comercio con Roma durante
unos 300 años implica el transporte de unos 25 millones de
ánforas hispánicas, con un peso de casi 2 millones de
toneladas y un valor de mercado de unos 10 millones de
denarios por año. Sólo el comercio del aceite habría implicado a unos 200 barcos por año y no se limitó
sólo a Roma sino que parte del excedente se destinó a las fronteras romanas de Germania, Britannia,
Retia y Pannonia como abastecimiento de las unidades militares allí estacionadas. La cuestión que se
plantea es si este aceite fue primero centralizado en Roma y después distribuido por el gobierno imperial
o bien enviado directamente a los lugares de Destino. Desde mediados del III desaparecen las ánforas
béticas del Testaccio, sustituidas por las de procedencia africana.
Hispania ocupó un lugar destacado en el comercio de vino, dado que el vino hispánico (de la
Bética y la Tarraconense) tenía ya una buena reputación en los mercados mediterráneos. Hispania
exportaba productos alimenticios y metales e importaba productos manufacturados de calidad que luego
eran imitados o copiados por los artesanos locales. El comercio relacionado con los materiales de
construcción, de fabricación colar o de importación, como mármoles, fue posible en gran medida por la
infraestructura portuaria que había en Hispania debido a los contactos comerciales de la PI con otros
pueblos mediterráneos antes de la llegada de los romanos. Aunque el medio de transporte usual fue por
vía marítima, tanto la costa mediterránea como la atlántica permitían el acceso hacia el interior
remontando ríos navegables como el Guadalquivir, el Guadiana, el Tajo o el Ebro. la red portuaria
hispánica, reforzada por los romanos, favorecía las relaciones de intercambio con los puntos claves de la
costa peninsular. La ruta más intensa del comercio costero era sin duda la que unía Gades, al oeste del
Estrecho, con Massalia (Marsella) en la costa de la Gallia Narbonense y que conducía al puerto de Ostia,
en las proximidades de Roma. Existían también otras rutas alternativas, como la que unía Carthago Nova
a las Islas Baleares, para, alcanzar Cerdeña y el litoral itálico. Además, algunas de estas ciudades
portuarias controlaron durante siglos el tráfico marítimo de sus respectivas áreas: Gades (controlando el
llamado Círculo del Estrecho) u Olisipo (Lisboa), como intermediaria en el paso hacia la costa
septentrional atlántica e incluso cantábrica.
El comercio marítimo se completaba con el transporte fluvial que experimentó un notable
desarrollo en época romana. La red hidrográfica peninsular contaba con ríos largos y caudalosos, la
mayoría navegables en sus cursos bajo y medio: el Guadalquivir hasta más arriba de Córdoba, el
Guadiana hasta Mérida; Ebro hasta Vareia; e incluso el Tajo hasta Morón y el Duero fueron practicables
hasta unos 150 km de su desembocadura. Todos ellos sirvieron también de rutas internas de transporte,
entrada y salida de mercancías.
2. Grupos sociales
2.1. Los Ordines.
● Senadores. El grupo senatorial era el primero en la escala de status social y por ello el
más restringido de los grupos sociales existentes en la HIspania romana. La dignidada
senatorial no sólo era hereditaria, sino también extensiva a los miembros de la familia
que pasaban a formar parte de la aristocracia imperial con un elevado nivel de renta. El
número de senadores de origen provincial aumentó de forma considerable desde los
emperadores flavios (69-96) aunque probablemente no alcanzó la mayoría hasta finales
del II comienzos del III. Se observa claramente un incremento notorio de senadores
durante los gobiernos de los emperadores de origen hispano: Trabajo y Adriano aunque
con un descenso notable ya en la época del último. El número de senadores de este
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