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Cartagena de Indias:
historiografía
de sus fortificaciones*
RODOLFO SEGOYIA SALAS
Trabajo fotogr{¡fico: Alberro Sierra Resrrepo

N CARTAGENA DE INDIAS la cuadrícula fundacional incorporó considera- Púgirw anterior:


Planta del casti llo de San Lu b de
ciones militares. Dentro de la enorme bahía sin corrientes de agua dul-
E ce, se escogieron dos apartadas islas por sus inmejorables condiciones
defensivas. Un cinturón de ciénagas las aislaba del continente y una
Bocac hica en 1661. de, truido por
Vemon en 1741. dibujo de Pedro Mcjía
(Archivo Genera l de I ndia~ - AG I
7 3- ) (Tomado de: Rwns y f orriji-
cm·ione.,· <'" América y Filipin<IS 1M a·
traicionera resaca embarazaba intentos de desembarco desde el mar Caribe. Al im-
drid). Biblioteca CEHOPU. 19!!5).
perativo militar se sacrificaron las ventajas del puerto seguro. En efecto, los galeones
debían fondear a corta distancia de la costa de la península de Icacos (hoy Base
Naval del Caribe) y cargar y descargar sus pasajeros, fardos y botijas en pequeñas
embarcaciones hasta y desde el mue lle de la Contaduría, al fondo de la bahía de Las
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Animas. Costoso intermediario para una ciudad que también era comerciante, y que
hubiese podido evitarse acoderando los navíos de la Carrera de Indias directamente
a un muelle de desembarco en alguna de las amplias· orillas de la bahía. Pero no fue
así; se prefirió lo militar a lo comercial. Nacida bajo ese sino, no es de sorprenderse
que se convirtiera en la plaza fuerte colonial más importante de la América del Sur,
y en la segunda del Caribe , después de La Habana.

La historia militar de Cartagena de Indias está, entonces, ligada a la doble condición


de ser centro de intercambio con reputación de opulencia, y de constituirse con e l
tiempo en puntal geopolítico por sus condiciones defensivas. De estos dos aspectos,
el que ha despertado el mayor y más temprano interés historiográfico por su sabo r
romántico ha sido la narración de los épicos ataques y defensas de la ciudad colonial
antes y después de rodearse de murallas de piedra. Desde cuando el no ble francés
Jean Fran9ois de la Roque, señor de Roberval , compañero de Cartier en las tempra-
nas expediciones al Canadá y conocido en las crónicas como Roberto B aal u O ' valle,
la sorprendiera en 1544, Cartagena nunca dejó de vivir bajo la amenaza de "ene mi-
gas venganzas". Y no sólo amenazas, sino que fue blanco de golpes matreros y
guerras declaradas, escenario de gestas heroicas y, ya en la época republicana, de los
coletazos de las guerras civiles.

Se hace referencia a la Cartagena en combate porque esos episodios tuvieron una


marcada influencia sobre quienes pensaron y construyeron las defensas de la plaza
fuerte. Cada experienc ia bélica añadió un bastión o un revellín que pretendía contri-
buir al ajuste del cerrojo defensivo. Ade más, la literatura del "apetito y festejo" de la
piratería, del sitio de Vernon, de la heroica res istencia durante la Reconquista y de
los retozos democráticos posindependientes comenzó casi enseguida - a veces en el
curso de los eventos mismos- a conformar el acervo historiográfico. En cambio, la " Trubajo presentado en un simposio
' obre la historiografía de Carta-
historiografía de las fortificaciones es cosa muy reciente. Aunque ha caído hoy en g..: na orga ni zado e n oc tubre 'k
' desuso, ¿quién no recuerda con emoción y cariño la lectura de Soledad Acosta de 1997 por ..:1 Banco de la Repúbli-
ca y la Universidad Jorge Tadeo
Samper en Los piratas de Cartagena. Crónicas histórico-novelescas, Bogotá, Im- Lozano. secciona! del Caribe.

Boletín Culluml y Bibliográfico. Vol. 34, núm. 45, 1997 3


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Plano del bastión -Media Luna- , por Juan de Herrera y Sotomayor, 1730, del Servicio Geográfico
del Ejército (Tomado de: Cartografía y relaciones históricas de ultramar, Servicio Histórico Militar,
t. 5, Madrid, 1980).

prenta de la Luz, 1886, y, en cambio, quién tiene memoria de páginas en loor de las
murallas escritas el siglo pasado? En ese e ntonces, m ás bien se hablaba de cómo
tumbarlas, por considerarlas un estorbo.

Para los aficionados al fulgor de los hechos de armas, antes que a frialdad de los ~a
merlones y troneras que le sirven de escenario, o al paciente quehacer diario del ingenie-
ro militar que lo construye, la historiografía de Cartagena es un rico filón. Si, par~ tomar
un ejemplo, se desea reconstituir con fuentes impresas el ataque de Bernard Jean Louis
Desjean, barón de Pointis, en 1697, se puede recurrir a más de una docena de transcrip-

4 Boletín Cultural y Bibliográfico,_Yol. 34, núm. 45, 1997

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Planta del castillo de Santa Cruz situado en la bahía de Cartagena de Indias, por Juan de Hen·ero y Sotomayor. ca. 1730. del Servicio
Geográfico del Ejército (Tomado de: Cartografía y relaciones históricas de ultramar. Servicio Histórico Militar. t. 5. Madrid, 1980).

ciones de documentos de la época y culminar con la pormenorizada versión contempo-


ránea de Enrique de la Matta Rodríguez, El asalto de Pointis a Cartagena de Indias,
Sevilla, Publicaciones de la Escuela de Estudios Hispanoamericanos de Sevilla, núm.
256, 1979. Otro tanto podría recopilarse sobre el ataque inglés de 1741. La lista sería
larga aunque, para la visión de conjunto de la crucial defensa de Cartagena contra el
intento británico de escindir el imperio español, no hay nada mejor que el capítulo sobre
las campañas de Vemon en la monumental obra de Juan Manuel Zapatero, La guerra del
Caribe en el siglo XVIII, Madrid, Servicio Histórico y Museo del Ejército, 1990, o el
erudito examen de Richard Harding, Amphibious Waifare in the Eighteenth Century.
The British Expedition to the West lndies, 1740-42, The Royal Historical Society, The
Boydell Press, Woodbridge, Suffolk, Reino Unido, 1991 .

Para cada suceso en la accidentada vida marcial de Cartagena, desde la cruenta (y


hasta ahora insuficientemente historiada) toma por Francis Drake, en 1585, de la
ciudad desprotegida, hasta los cómicos episodios del sitio de Gaitán Obeso en 1885,
hay una crónica, cuando no un extenso libro, sobre las vivencias del momento, o
alguna docta disertación sobre sus antecedentes y consecuencias. En contraste, so-
bre fuertes y murallas la historiografía es escasa y tardía. Parte del problema reside
en lo árido del tema. A pesar de su omnipresente significación en la historia de
Cartagena de Indias --es imposible desplazarse por la ciudad y su bahía sin tropezarse
con una·fortificación- , adentrarse en el tema requiere una dosis de paciencia para
' adquirir abstrusos conocimientos que van desde la poliorcética hasta la familiaridad
con materiales y técnicas de construcción hoy desuetos, desde rudimentos de la cien-

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Plano y perfil de la batería de San Sebastián situada en la entrada del puerto de la Plaza de Cartagena de Indias, anónimo, ca. 1730, del Servicio
Geográfico del Ejército (Tomado de: Cartografía y relaciones históricas de ultramar, Servicio Histórico Militar, t. 5, Madrid, 1980).

cia militar, y, muy específicamente, comprensión de la fortificación permanente


abaluartada, hasta nociones de metalurgia.

Son cuatro los autores básicos (aunque no los únicos) para acercarse al pensamiento
de los ingenieros militares que pac iente.m ente construyeron la plaza fuerte de
Cartagena de Indias. Se trata de obras de expertos españoles que, bien sea por su
propia intuición o inspirados por los modelos italianos, holandeses y, especialmente,
por Sebastián Le Petre, señor de Vauban, enseñaron a través de la cátedra y de sus
escritos los principios de fortificación a los Maestros del Arte que la Corona despla-
zó a América. Son ellos la Teórica y práctica de fortificación, conforme a las medi-
das y defensas de estos tiempos, repartidas en tres partes, Madrid, 1598, conjunta-
mente con ei Compendio y breve resolución de fortificación, conforme a los tiempos
presentes, con algunas demandas curiosas, probándolas con demostraciones mate-
máticas, y algunas cosas militares, Madrid, 1613, ambas del capitán Cristóbal de
Rojas y hoy disponibles en una espléndida edición facsimilar editada por el Cedex
(Centro de Estudios y Experimentación de Obras Públicas) y la Cehopu (Comisión
de Estudi os Históricos y de Obras Públicas), bajo el título de Tres tratados sobre
fortificación y milicia, Madrid, 1985. Más difíciles de conseguir son Sebastián
Fernández de Medrano, El arquitecto perfecto en el arte militar, Bruselas, 1700, y
Pedro de Lucaze, Principios de fortificación, Barcelona, 1772, así como el Tratado
de fortificación, o arte de construir los edificios militares y civiles, obra original
publicada en Inglaterra por su autor, el inglés John Muller, profesor de artillería y
fortificación en la Academia de Woolwich, y traducida y publicada en Barcelona por
Miguel Sánchez Taramas en 1768.

En esas fuentes esotéricas hay que beber para aproximarse a los conceptos, el len-
guaje y las técnicas de los ingenieros de Cartagena. Las dificultades archivísticas y

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-Detalle del fuerte de San Felipe en Cartagena con una de sus garitas. fo1ografía de Graciano Gasparini
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(Tomado de: Rutas y fortificacion es en América y Filipinas IMadridJ. Biblioteca CEHOPU. 1985).

lo reservado del tema mantuvieron a los historiadores de Colombia y Améri ca aleja-


dos de estas disciplinas hasta cuando Juan Manuel Zapatero, para e l Caribe y
Suramérica, y José Antonio Calderón Quijano, para la Nueva España, abrieron bre-
cha en el quinto decenio de este siglo. El mismo Zapatero produjo una lúcida obra
titulada La fortificación abaluartada en América, San Juan de Puerto Rico, Instituto
de Cultura Portorriqueña, 1978, que, más que una historia de las fortificaciones, es
un apretado compendio de todo lo que hay que conocer y entender sobre e l Arte
- incluyendo una oscura jerigonza con palabras como falsabraga, contraescarpa y
carponera- para entrar en la mente de los ingenieros militares que pasaron al Nue-
vo Continente. De hacer falta algo más para ampliar la comprensión, se recomi enda,
por su sencillez didáctica, a Christopher Duffy, Fire and S tone. The Science of Foru·ess
Warfare, 1660-1860, Nueva York, Hippocrene Books, Inc., 1975, y Siege Warfare.
The Fortress in the Early Modern World, 1494-1660, Nueva York, Barnes & Nob le
Books, 1977.

Pero hay más. Tal como el castillo de San Felipe, que fue cercado de alambradas por
la familia Gulfo, el resto de la herencia castrense de Cartagena soportó irreparables
vej ámenes a causa de la indifere ncia generalizada hasta bien entrado el siglo XX.
Percibido como un obstáculo para el progreso de la ciudad, el ci nturón amurallado se
desmoronaba mientras se le abrían rotos por doquier. Repositorio de citas furti vas y
útil mingitorio, a nadie se le ocurría historiado. De ahí que -aparte del testimonio
diario que dejara don Carlos Crismatt en su paciente y milagrosa reconstrucción del
San Felipe casi sin documentación- el primer libro que indirectamente trata de las
defensas de Cartagena sólo se haya publicado por Hauser y Menet, Madrid, 1942. Es
el discurso de ingreso a la Real Academia de la Historia del doctor Diego Angulo

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Planos, perspectivas y perfiles de los castillos de San Luis de Bocachica, Santa Cruz, San Felipe de Barajas. Baterías de San José y San
Juan de Manzanillo, realizados por Juan de Herrero y So~omayor, 1730, del Servicio Geográfico del Ejército (Tomado de: Cartografía y
relaciones hist6ricas de ultramar, Servicio Histórico Militar, t. 5, Madrid, 1980).

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Contraguardia proyectada para cubrir el ángulo entrante de la cortina de Santa Catalina, de Lorenzo de Solís, 1754, del Servicio Geográ-
fico del Ejército (Tomado de: Cariografía y relaciones históricas de ullramar, Servicio Histórico Militar, t.. 5, Madrid, 1980).

8 Boletín Cultural y Bibliográfico, Vol. 34, núm. 45, 1997


Plano del cimiento del fuerte de San Fer-
nando, elaborado por Lorenzo de Solís y
Juan B. MacE van. 1753. del Servicio Geo-
gráfico del Ejército (Tomado de: Carto-
grafía y relaciones históricas de ultramar.
Serv icio Histórico Mili tar, t. 5, Madrid,
1980).

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Iñiguez, con el título de Bautista Antonelli. Las fortificaciones americanas en el


siglo XVI. El ilustre ingeniero, huésped de Cartagena en 1586 y 1594, y autor del
diseño original de sus murallas, pasa, sin embargo, por las páginas de l distinguido
académico sin que se sepa cómo puso una piedra, ni de dónde la sacó, ni quiénes lo
secundaron. Pero el discurso tiene el mérito de haber recordado que esas murallas,
que comenzara a construir a principios del siglo XVII el sobrino de Antonelli, Cris-
tóbal de Roda, poseían una historia. También indirectamente pionera es la obra de
Julia Herráez de Escariche, Don Pedro Zapata de Mendoza, gobernador de Cartagena
de Indias, Sevilla, Publicaciones de la Escuela de Estudios Hispanoamericanos de
Sevilla, núm. 32, 1946, surgida de esa escuela sevillana que tanto ha contribuido a la
historiografía del Nuevo Mundo español. Al biografiar a su fundador, la doctora
Herráez documenta la construcción del primer castillo de San Felipe de Barajas.

En Colombia, el prime ro e n reconocer l a importancia hi st ó ri ca d e l as


fortificaciones de Cartagena y dedicarles un incompleto esfuerzo investigativo
fue el académico de número de la Academia Colombiana de Histori a y general
de la república, Pedro Julio Dousdebes. Su libro, aparecido bajo el títu lo de
Cartagena de Indias, plaza fuerte, se publica en Bogotá, 1948, co mo el número
28 de la Biblioteca del Oficial y forma parte de la serie Capítulos de la Historia
Militar de Colombia. Ese te mpra~o intento de escribir histori a con ele mentos
limitados, sin contar con investigación primari a en un tema que las fue ntes se-
cundarias apenas si habían tocado accidentalmen te, resultó plagado de errores.
El general Dousdebes tuvo, sin e mbargo, el indudable acierto de cons iderar la
plaza fuerte como un todo y de historiada como una unidad cohere nte, donde
las partes poseían una misión definida frente al e nemigo.

Bolelfn Cultural y Bibliográfico, Vol. 34, núm. 45, 1997 9


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Fue1te de San Felipe de Barajas. fotografía de Graciano Gasparini (Tomado de: Rutas y fort(ficacíones
en América y Filipinas [Madrid], Biblioteca CEHOPU, 1985).

El yermo panorama historiográfico de la primera mitad del siglo XX cambia de


manera radical con la densa disertación doctoral de Enrique M arco Dorta. Inspirado
por el doctor Angulo Iñíguez, pionero biógrafo de Antonelli y profesor de histori a
del arte hispanoamericano e n la Uni versidad de Sevilla, Marco Dorta comenzó
- como él mismo lo atestigua- a espulgar el Archivo de Indias a partir de 1935,
aunque su tesis de doctorado, Cartagena de Indias. La ciudad y sus nwnumentos, no
fuese editada por la Escuela de Estudios Hispanoamericanos de Sevilla, núm. 55,
Sevilla, hasta 195 1. Unos c uantos entusiastas tuvieron el privilegio de frecuentarlo
durante su prolongada estadía en Cartagena ( 1940-194 1), pero el impacto de sus
exhaustivas investigaciones, e n lo civil y lo militar, no viene a sentirse realmente
hasta la publicación de la gran obra. El libro ha sido reeditado dos veces: en Cartagena,
1960, por el recordado hispanista Alfonso Amadó y Clarós, y en Bogotá, 1988, por el
Fondo Cultural Cafetero. Las últimas dos ediciones aparec ieron bajo el título de
Cartagena ele Indias. Puerto y plaza fuerte y se encue ntran agotadas.

Hasta el día de hoy nadie ha contribuido tanto al conocimiento del desarrollo físico de la
ciudad de Cartagena durante la época colonial como Enrique Marco Dorta. Sus enseñan-
zas modificaron para siempre la manera como investigadores posteriores se han
aproximado al tema y les descubrieron hasta a los simples aficionados la profundidad
documental y la dimensión humana y política que encierra el universo ~quitectónico del
"CotTalito de Piedra". Pero, para lo que nos atañe en este breve resumén bibliográfico,
hay que anotar que Marco Dorta no fue un historiador militar. Su especialidad era la
historia del arte. En tal condición ha debido sucumbir, como tantos de nosotros, al impo-
nente encanto de los volúmenes merlonados y al juego de luces y sombras sobre las
piedras centenarias. Empero, su propósito no era esclarecer las razones que inspiraron a

10 Boletín Cultural y Bibliogrático, Vol. 34, núm. 45, 1997


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Plano y perfiles de la muralla real batida de la Mar del Norte de Cartagena de Indias, de Antonio de Arébalo. 176 1. del Servicio Geográfico
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Perfiles y elevaciones del castillo de San Felipe de Barajas, de Antonio de Arébalo. 1763, del Servicio Geográfico del Ejército Cromado
de: Cartografía y relaciones históricas de ultramar, Servicio Histórico Militar, t. 5, Madrid , 1980).

los ingenieros de la plaza y a, la corona española para financiar y organizar la construc-


ción de las fortificaciones. El se limita a consignar el qué, el cuándo y el con q uién, a
veces de manera incompleta y confusa. No se preocupó, ni tenía por qué hacerlo, de hilar
cronológica, estratégica y tácticamente los frentes de defensa de la plaza y su bahía para
la inteligencia de quienes quisiesen hoy atacarla o defenderla con los medios de la época.
Por lo mismo, son escasas las referencias al Archivo General de Simancas, al Servicio
Histórico-Militar y al Servicio Geográfico del Ejército, donde se encuentra el mayor
acervo propiamente militar sobre las provincias de ultramar.

Bolctfn Cultural y Bibliográfico, Vol. 34, núm. 45. 1997 1l


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Plano general de la Plaza de Cartagena de Indias, de Antonio de Arébalo, 1769, del Servicio Geográfi-
co del Ejército (Tomado de: Cartografía y relaciones históricas de ultramar, Servicio H istórico Mili-
tar, t. 5, Madrid, 1980).

Todo lo anterior se anota sin ánimo de disminuir e l enorme mérito de Marco Dorta y su
invaluable contribución al conocimiento de la Cartagena castrense. Si se tiene la pacien-
cia de atar cabos a través de las páginas y compilar todo lo que investigó y escribió sobre
sus fortificaciones, se encontrará que es mucho más que todo lo que documentadamente
se había reseñado o publicado antes de él. M ás aún: no cabe duda de que la existencia de
Cartagena de Indias. La ciudad y sus monumentos contribuyó a estimular la misión de
reconocimiento del doctor en historia Juan ·Manuel Zapatero. Su estadía en la ciudad ·
durante el primer trimestre de 1967 trajo como resultado Las fortificaciones de Cartagena
de Indias. Estudio asesor para su restauración, publicado por el Banco Cafetero de
Colombia, Madrid, 1969. Bajo ese inocente título se esconde una vida de investigacio-
nes sobre las defensas de Cartagena que llenan ordenadamente buena parte de los vacíos
que dejara Marco Dorta. Allí está clasificado, en riguroso orden topográfico, todo cuanto
subsistía, hasta 1967, de las fortificaciones de la ciudad, con una noticia histórica de cada
baluarte, de cada lienzo de muralla, de cada batería y de cada castillo. Más allá de la
historia, el Estudio asesor contiene detalladas recomendaciones para la restauración del
recinto "real" y de las fortificaciones exteriores, complementadas por minuciosos "planos
rectores", como los llamaba el distinguido experto, para asistir paso a paso a los
restauradores. Esa guía ha servido ele base para las labores de conservación, restauración
y consolidación durante los últimos 30 años, desde la recuperación del baluarte de San
'
Francisco Javier hasta la difícil y admirable tarea de rescatar el Angel San Rafael sobre
el cerro del Ho rno, en Bocachica. El mismo comandante Zapatero sembró la semilla
práctica con sus "campañas" --como las bautizó el comandante - de 1968 en San José
de Bocachica y de 1969 en el baluarte de San Ignacio y la calle de la ~onda . Con él se
formaron quie nes, sig uiendo sus enseñanzas, han adelantado una fructuosa labor
restauradora de la Cartagena castrense.

El inventario del Estudio asesor lo complementa Zapatero con su exhaustiva His to-
ria de las fortificaciones de Cartagena de Indias, Madrid, Ediciones Cultura Hispá-

12 Boletfn Cultural y Bibliográfico, Vol. 34, núm. 45, 1997

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nica del Centro Hispanoamericano de Cooperación y Dirección General de Relacio-


nes Culturales del Ministerio de Asuntos Exteriores, 1979. Obra prodigiosa que sólo
podía ser acometida por un experto de categoría mundial en fortificación permanen-
te abaluartada. Allí aparecen historiados desde el primer
,
fuerte del Boquerón, guar-
dián del fondeadero y del ingreso a la bahía de las Animas, hasta el postrer informe
del desdichado Manuel de Anguiano, último ingeniero militar de Cartagena y mártir
de la Independencia. El lenguaje de Juan Manuel Zapatero es áspero. No le hace
concesión alguna al lector, que debe estar preparado, g losario en mano, a enfrentar
todos los arcanos de la terminología de la arquitectura mili tar. Superado ese escollo,
lo que espera al estudioso es un apasionante descubrir cómo la cambiante morfología
de la bahía, la evolución del poderío naval, los progresos de la artillería y los avances
en las técnicas de fortificación convirtieron a Cartagena en un estupendo laboratorio
donde se fueron trasplantando las adquisiciones del Arte hasta la época final de "la
escuela europea y universal" de fortificar. Valga añadir que transplantar no es copiar.
Como bien lo señala Zapatero, los ingenieros de las Indias crearon una escuela de
fortificación abaluartada hispanoamericana, transición entre lo medieval y lo moderno,
para adaptarse a las circunstancias topográficas y c limáticas del trópico. Ese devenir
quedó cabalmente plasmado en la ciudad de Heredia.

El libro refleja la rigurosa disciplina de su autor. Cada frase queda avalada por una
precisa labor de archivo. Si se quiere ahondar en los temas, ahí están las citas que
pueden servirle al historiador para regresar a las fuentes o para cotejar los asertos.
Toda afirmación está sustentada sobre sólidos cimientos. Ahora bien, la Historia no
es sólo una colección de datos bien hilvanados. El lector encontrará, además, un
esfuerzo por trasmitir la visión estratégica y táctica de los ingenieros, las razones que
exponían en sus informes y dictámenes para proponer o construir, a sabiendas de que
las obligaciones militares de la corona eran inmensas y los recursos limitados. Por la
castellana severidad del idioma de Zapatero, estos conceptos no siempre se destacan

Boletín Cultural y Bibliográfico. Vol. 34. núm. 45, 1997 13


Detalle de un bastión del castillo de San Felipe, fotografía de Graciano Gasparini (Tomado de: Rwas y
fortificaciones en América y Filipinas [Madrid] , Biblioteca CEHOPU, 1985).

con claridad, pero un poco de paciencia es suficiente para aprender históricas perlas
de sabidu ría mi1itar.

La copiosa doc umentación de la Historia de las fortificaciones es particularmente


rica en ilustraciones, que lamentablemente no se produjeron en colores. Las copias
van desde los primitivos di seños de los protoingenieros e ingenieros del siglo XVI
hasta los sofisticados planos de los delineantes del siglo XVIII, y permiten un deta-
llado seguimie nto y análisis de la poliorcética de Cartagena. El materia l gráfico
completa las pesquisas de Marco Dorta en e l Archivo G eneral de Indias con los
abundantes fondos del Archivo General de S imancas (Valladolid), del A rchivo Ge-
neral Militar (Segovia), de la Biblioteca Nacional (Madrid), de l Servicio Geográfico
del Ejército (Madrid), y del Servicio H istóri co-Militar (Madrid). El comandante
Zapatero fue direc tor de este último durante muchos años. Seguramente se seguirá
descubriendo, en archi vos españoles y extranjeros y en el propio Archivo General de
la Nación de Colombia, así como en las colecciones de Raros y Curiosos de la Bi-
blioteca Nac io nal, cartografía adic ional de los fue rtes y el recinto "real" de Cartagena
ordenada por los ingenieros de Indias. Todo lo que aparezca e ncontrará seguramente
su ubicación historiográfica, intercalado en las páginas magistrales de la Historia de
las fortificaciones de Carragena de Indias.

A propósito de cartografía, un inestimable complemento de la militar de his~oria


Cartagena está contenido en e l tomo V de la Cartografía y relaciones históricas de
ultramaJ: Colombia-Panamá- Venezuela, div idido en dos volúmenes: Carpeta de
cartografía y Carpeta descriptiva. Esta he rmosa colección multicolor de casi dos-
c ientos planos, de los cuales aproximadamente la mitad atañen a la ciudad y a sus

14 Boletín Cultural y Bibliogrático. Vol. 34. núm. 45. 1997


Detalles de varios perfiles de los
baluartes cortinas de la Plaza de
Cartagena de Indias. por Antonio
de Arébalo, 1772. de l Servicio
Geográfico del Ejército (To mado
de: Cartogrqfía y relaciones histó-
ricas de ultramar. Servicio His-
tórico Militar, t. 5. Madrid, 1980).
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fortificaciones, fue publicada (edición numerada) en Madrid, 1980, por el Servicio


Hi stórico-~ilitar y el Servicio Geográfico del Ejército, bajo la dirección de Juan
' Manuel Zapatero. Contiene, además de los planos de las fortificaciones propiamente
dichas, una valiosa cartografía del virreinato de la Nueva Granada. El formato gran-
de y la nitidez de las reproducciones, así como la excelente carpeta descriptiva con
las claves de cada ilustración, facilitan la tarea del investigador.

La historiografía del pensamiento de los ingenieros militares y sus realizaciones


concretas plasmadas en piedra y argamasa ha venido a complementarse en época
reciente con el análisis del impacto de lo militar sobre la sociedad civil. La profunda
militarización de América a raíz de las reformas borbónicas durante la segunda mi-
tad del siglo XVlll había recibido poca atención de los historiadores hispanoameri-
canos. El énfasis en la historia social y económica durante el último medio siglo ha
sacado del anonimato tan importante aspecto de la vida cartag~nera. Es conocida la
incesante actividad de los ingenieros militares de Cartagena después del sitio de
Vernon. Se acometió prontamente la reconstrucción de las averiadas fortificaciones

Boletrn Cultural y,Bibliográfico, Vol. 34. núm. 45, 1997 15


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Plano y perfiles de 22 bóvedas proyectadas en la cortina entrante entre el baluarte de San Lucas y de San Andrés de Cartagena, de Agustín
Crame, 1778, del Servicio Geográfico del Ejército (TomadQ de: Cartografía y relaciones históricas de ultramar, Servicio Histórico
Militar, t. 5. Madrid , 1980).

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16 Boletín Cultural y Bibliográfico. Vol. 34, núm. 45, 1997


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y la construcción de nuevos bastiones, cuyos fundamentos tácticos se anali zaban a la


luz de las lecciones que deja el ataque. El rey Fernando VI evitó enredos militares en
su política europea pero no descuidó la protección del imperio. España era España
porque poseía a América, y conservar a América significaba reconstruir el poderío
naval hispano. Con buenas razones, la corona estimaba que debía encarar una inevi-
table confrontación colonial con el inglés. Los navíos y la defensa de los puertos
recibieron la solíc'ita atención del monarca. En Cartagena, durante su reinado y la
primera parte del de su suces9r, Carlos 111 ( 1759-1788), se desplegó la más intensa
actividad fortificadora de toda la Colonia.

La comprensión de la estrategia hispana ha recib ido recientemente, a través de la


Editorial Mapfre S. A., el refuerzo de dos obras si nópticas de gran lucidez (no se
ahonda en la amplísima literatura sobre el tema, porque requeriría su propio ensayo
bibliográfico), cuyos títulos lo dicen todo: Carmen Gómez Pérez, El sistema defensi-
vo americano, Madrid, 1992, y Juan Batista González, La estrategia española en
América durante el Siglo de las Luces, Madrid, 1992. Ambas esclarecen lo que la
corona pretendía de Cartagena de Indias y por qué invirtió en su protección, casi
alocadamente, lo que no tenía. El construir tanto trajo dos consecuencias. La primera
puede resumirse en la frase del enérgico ministro de Carlos Ill, José de Gálvez: no es
prudente fortificar "como si los baluartes y murallas se defendieran por sí propios".
Con un simple análisis de costo-beneficio, se cayó en la cuenta de que tantas plazas
fuertes requerían más guarniciones que las que España quería o podía sumi nistrar

Boletín Cuhural y Bibliográfico. Vol. 34. núm. 45, 1997 17


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Panorámica de la batería y fuerte de San Fernando de Bocachica reali1ados en 1753. fotografía de


Graciano Gaspari ni (Tomado de: Rutas y fort(ficaciones en América y Filipinos 1Madrid 1. Biblioteca
CEHOPU. 1985 ).

desde la pe nínsula. La respuesta fue armar a los lea les súbditos ame ricanos para q ue
atendieran a su propia defensa. La segunda consec uenc ia fu e ex igi rles q ue colaboraran
con e l cos to de mante nerlas.

Esta ruptura con e l subyacente laisse-:.-faire permitido po r los Austri as quebró la


arrai gada lea ltad ultramarina po r la in stituc ió n real, que ni s iquiera la atroz conti en-
da c ivil de la g uerra de la S uces ió n españo la d e pri nc ip ios del s ig lo XV III había
co nseguido resqueb rajar. Les estaba tocando e l bols illo a los ameri ca nos. En 18 1O.
e l soplo huracanado de los v ientos nuevos e ncontró un árbo l venc ido. Entre otras
cosas. porque la cooptac ión de la e lite c riolla para los c uadros de ofic iales le o torgó
fi g uración soc ial. fu e ro e ins trucc ió n militar para conduc ir la final revue lta. al fre nte
de las mis mas milic ias de b lancos y pardos que tan eficazmente asisti eran en la
de fensa de l imperi o. Poco sirvió que unos c uantos. med iando re lumbrantes dob lo nes.
adquirieran títul os nobiliarios. Cómo se gestaron y aplicaron las re formas en Canagena
es la materi a de All an J. Kuethe. Military R eform and Sociery in Ne w Granada.
1773-1808. Gainesv ille (Fia.), Ce nter for Latin American Studies. Uni vers ity of Flo-
rida. 1978, y Juan M archena Ferná ndez. La insriwción miliwr en Ca rwgena d e In -
dias en el siglo XVIII. S ev illa, Escue la de Estudi os Hi spanoamerica nos de Sevill a.
1982.

A mbos libros son e normemente in structi vos au n para aque llos que ha n traj inado
muc ho ti empo las cosas de nuestra América. E l equilibrio de pode r en el Nuevo
Mun?o era tan sutil que la introducc ió n de reformas profundas en una esquina de l
mosa ico arriesgaba desqu iciar el todo. Se comprendería mejor la natura leza de ese

18 13oktín Cultura l )' 13ibliognilico. Vol. 3.:1, núm. 45. 1997


equilibrio si supiésemos más sobre la institución militar en Cartagena desde el fin de
la Conquista hasta las reformas borbónicas. He ahí el primero de los temas de inves-
tigación que se podrían sugerir para ir llenando los boquetes de que adolece la histo-
ria de la ciudad. Aunque sin suficiente profundidad analítica (se trata de una obra de
juventud), el modelo de Juan Marchena sería quizá el indicado. Este acucioso inves-
tigador de la escuela sevillana, para la que ninguna ponderación es suficiente, pasa
un cedazo sobre un siglo de la Cartagena castrense y, excepto, qu izá, e n materia de
técnicas constructivas y naturaleza de los materiales y sus fue ntes, deja poco por
escarbar. Queda un vacío, que no era materia de su investigación, ni lo ha sido para
nadie que ha tocado el tema militar de Cartagena: los costos de la defensa, su finan-
ciación y el impacto económico de la presencia castrense en tres siglos y medio de
Cattagena, plaza fuerte. Un tema más para contribuir a enriquecer la historiografía
de la ciudad.

En lo que se refiere a la materia prima y los métodos con que se erigió a Cartagena,
civil y militarmente, hay un silencio generalizado. Es famosa la clasificación de
Antonio de Arévalo de las canteras de los extramuros segú n sus propiedades y usos,
pero es poco lo que se conoce sobre la aplicación de la teoría a la práctica construc-
tiva en el trópico. Es de aplaudir, por lo tanto, la contribución de Alfonso Cabrera,
Rosmery Martelo y Rosa Elena Martínez, en su laureada tesis para recibirse como
arquitectos en la Universidad Jorge Tadeo Lozano, secciona! del Caribe. Las técni-
cas antiguas de construcción y su corolario, La ruta de los hornos, han abierto una
rica veta investigativa para combinar la historia con la arqueología y la arquitectura,
-. que debe profundizarse.

No se puede cerrar esta breve reseña historiográfica sin mencionar dos obras popu-
larizadas de la ciudad fortificada: Las fortificaciones de Cartagena de Indias: Estra-
tegia e historia, que, con un toque de narcisismo, este autor señala que lleva cinco
ediciones en español (la última, Santafé de Bogotá, '1996, en lujoso formato) y dos
en inglés, y Cartagena de Indias, mágica acrópolis de América, Madrid, Colegio de
Ingenieros, Canales y Puertos, 1991 , de Enrique Cabellos Berreiro. Yo no tengo más
mérito que haber servido de exégeta de mi maestro, Juan Manuel Zapatero. Enrique
Cabellos, ingeniero civil español que pasara largos años en Colombia, en camb io,
publicó un pulido volumen con estupendas fotografías en colores de su autoría, don-
de recoge ordenadamente y en buena prosa la historia de Cartagena vista desde el
ángulo militar. Tanto en los hechos como en los juicios, muy pocas veces deja de
acertar. Y, además, ha sido escrita con tanto cariño que su lectura es bálsamo para
todo aquel que ame la presencia histórica y la existencia concreta de Cartagena de
Indias.

He excedido las instrucciones de los señores coordinadores al intentar una bibliogra-


fía brevemente comentada-sobre la fortificación de Ca.rtagena porque, a mi leal sa-
ber, ese balance no se ha hecho nunca. Por otra parte, son ta n pocas las obras sobre
el tema que el inventario toma poco tiempo. Ya a lo largo de la reseña hubo oportu-
nidad de señalar los libros sobresalientes: Marco Dorta y Zapatero llenan el ámbito
historiográfico; Kuethe y Marchena señalan rumbos nuevos. Desde el claro en la
selva que ellos han desbrozado habrá que conquistar el resto del territorio archiv ístico
e interpretativo 1.

1
Para un completo ensayo bib lio-
gráfico sobre las fo rtilícacion.:s d.:
Aan érl<.: a y s us antecctlc:ntcs. !\t!
recomienda José Antonio Cald<:·
rón Quijano. urs .fi,rrifimciones
es¡>m1oltls en América y Fili¡lillu.,.
'
Madrid. Editoria l lVIapfrl!. S . A ..
1996. págs . 605-69 l.

Bolet(n Cultural y Bibliográfico, Vol. 34, núm. 45. 1997 19

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