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EL BARRIO, DE LA UNICIDAD A LA MULTIPLICIDAD

«...Esta ciudad que no se borra de la mente es como un armazón o una retícula en cuyas
casillas cada uno puede disponer las cosas que quiere recordar: nombres de varones
ilustres, virtudes, números, clasificaciones vegetales y minerales, fechas de batallas,
constelaciones, partes del discurso. Entre cada noción y cada punto del itinerario podrá
establecer un nexo de afinidad o de contraste que sirva de llamada instantánea a la
memoria. De modo que los hombres más sabios del mundo son aquellos que conocen esta
ciudad de memoria»
ITALO CALVINO. ARQ. FABIO H. AVENDAÑO TRIVIÑO
___________________________________________

I. INDICIOS

HAY BARRIOS...

Hay barrios, y hay barrios de barrios. Hay barrios que sólo los hay en Santa Fe de Bogotá. En esta ciudad,
hay barrios por cientos. Los hay para satisfacer, a través de un grácil e irónico topónimo, los múltiples deseos,
sueños y añoranzas del siempre insatisfecho ciudadano. Para ello y para mucho más, cientos de barrios hay.
Hay barrios para colmar ideales, barrios para disfrutar de agradables lugares, los hay más allá de las nubes,
los hay para todo el año, los hay para vivir con la historia, los hay beatificados; los hay también aquilatados,
con cédula de extranjería, y hasta taxonomizados botánicamente. Así, para todo y para todos, barrios hay.

Hay barrios para colmar ideales: de la Esperanza, de la Ilusión, del Anhelo, del Delirio; del Descanso, de la
Soledad, del Refugio, del Remanso, del Consuelo; de la Amistad, de la Igualdad, de la Concordia; del Socorro,
del Amparo, de la Perseverancia, del Triunfo; de la Libertad, de la Victoria, de la Gloria, de la Alabanza; del
Destino, del Porvenir, del Paraíso; de la Dulzura, de las Delicias, del Recuerdo, del Encanto, y hasta del mítico
Edén.

Hay barrios para deslumbrarnos con sus agradables lugares, pues son: de la Bella Vista, del Patio Bonito, del
Campo Hermoso, del Agualinda, de las Aguas Claras, de la Buena Vista, de la Tierra Linda, de los Buenos
Aires, de la Vista Hermosa, y de la Bella Flor.

También hay barrios celestes, más allá de las nubes: en la Aurora, en la Alborada, en la Luna, en el Lucero, en
la Estrella, y en el cálido Sol. Hay barrios calendario, para todo el año, para el: Primero de Mayo, 20 de Julio,
7 de Agosto, 12 de Octubre, 11 de Noviembre y 8 de Diciembre.

Hay barrios para vivir con la historia y sus ilustres personajes, con: Nicolás de Federmán, Francisco José de
Caldas, Camilo Torres, Juan José Rondón, Simón Bolívar, Rafael Núñez, Abraham Lincoln, Marco Fidel
Suárez, Julio Flórez, José María Vargas Vila, Eduardo Santos, Jorge Eliecer Gaitán, Charles de Gaulle, Luis
López de Mesa, Salvador Allende. Para vivir con otros, menos o más ilustres, también los hay.

Hay barrios amparados por lo sacrosanto: El Sagrado Corazón, La Sagrada Familia, El Divino Salvador; Santa
Ana, Santa Librada, Santa Bárbara, Santa Cecilia, Santa Teresa, Santa Bibiana, Santa Paula, Santa Matilde,
Santa Helenita; San Bernardino, San Benito, San Roque, San Cipriano, San Ignacio, San Juan Bautista, San
Juanito, San Martín de Loba, San Blas, San Cristóbal, San Gabriel, San Patricio, San Isidro, San Dionisio, San
Fernando, San Eusebio Alcalá, y el irreconocible San Victorino.

Hay barrios aquilatados y valiosos: La Guaca, El Tesoro, El Dorado, La Perla, La Esmeralda, El Rubí, El
Zafiro, y el inalcanzable Diamante.

También hay barrios extranjerizados: Boston, Nueva York, Atlanta, Mandalay, Malibú; Canadá, Toronto, Alaska,
Terranova; Europa, Normandía, París, Versalles, Marsella, Holanda, Ginebra, Berna, Mónaco, Roma, Palermo,
Atenas, Barcelona, Sevilla, Covadonga, Gibraltar; Marruecos, Argelia, Egipto, Palestina, Jerusalén, Jericó;
Arabia, Nueva Zelandia, Bombay, Nueva Delhy; Buenos Aires, Santiago, Valparaíso, Paraguay, Río de
Janeiro, Brasilia, Maracaibo, Managua, México, y el placentero Acapulco.

Existen otros barrios taxonomizados, por ejemplo, desde la botánica: Las Flores, Las Camelias, Jazmín, La
Azucena, Las Violetas, Las Amapolas, Las Margaritas, Las Orquídeas, Los Rosales, La Rosita, Azahares, Los
Geranios; El Bosque, Las Acacias, El Arrayán, El Cedral, Los Cedros, Los Sauces, Sauzalito, El Nogal, Los
Pinos, La Alameda, Las Palmas, El Palmar, El Guadual; El Vergel, Los Naranjos, El Limonar, Los Cerezos, El
Uval, La Piña; El Verbenal, Los Laureles, Los Alcaparros, Los Olivos, Los Azafranes; El Prado, El Trébol, y la
espinosa Zarzamora, Todos son barrios!, barrios son de Santa Fe de Bogotá. En número muy mayor a dos
mil, conforman la ciudad que les permite ser. En todos habitan diferentes gentes, en todos crecen diferentes
sueños. En unos vive la plenitud, en otros sobrevive la precariedad. En unos nace el ciudadano, en otros se
refugia el desplazado. A casi todos llegan diferentes buses; no a todos el alcantarillado o el acueducto o la
electricidad, pero sí la televisión y otras delikatesses del consumo. No todos son conocidos, y menos
reconocibles. Unos son legales, otros casi, y otros no. Unos son codiciados, otros son estigmatizados. Unos
son exclusivos otros son masivos. A unos se les conoce como son, en otros se piensa cómo serán.

Estos barrios son muy singulares, en conjunto son diferentes unos de otros, en el espacio se yuxtaponen de
manera aleatoria; a pesar de ello, conforman un todo: el heteróclito aglomerado llamado ciudad. Ahora bien, si
todos son diferentes y sui géneris, entonces, ¿por qué todos «barrios» son?

II. El BARRIO: IDENTIDAD DE LO NO IDENTICO


«Solamente podemos estar seguros de que no podemos estar seguros de si algo de lo que
recordamos como pasado seguirá siendo lo que era en el futuro»
NIKLAS LUHMANN
1. IMAGINAR

Abandonemos, por un momento, los indicios detectados a través del retruécano y penetremos por el
pensamiento, para construir nuestra versión de la realidad urbana que nos circunda. Examinemos
reflexivamente el escenario urbano, que contiene nuestro diario vivir, para encontrarle una interpretación al
preludio interrogativo de este artículo: ¿por qué todos «barrios» son?

Es conocido que el ser humano a través de su constante explorar, conocer y reconer el mundo en el cual vive,
lo aprehende mentalmente. Su contexto y cotidianidad le suministran múltiples informaciones perceptibles.
Unas las aprehende y procesa de manera consciente y convencional, y constituyen la materia prima, más no
única, con la que su psique (intelecto) puede orientar gran variedad de procesos: biológicos, físicos, afectivos,
intelectivos, creativos, prácticos, etc. Otras se le escapan de su control consciente (percepciones sin fijación),
y penetran, sin ser elaboradas totalmente, por el umbral de lo inconsciente y permanecerán allí como reserva
para atender situaciones de diversidad extrema y reflexiones tardías (Jung). Con unas y otras el hombre
construye mentalmente su representación del mundo, la cual le permite adaptarse o adaptarlo para posibilitar
su supervivencia.

El ser humano no se conforma con el mundo percibido y asimilado por medio de sus construcciones mentales,
sino que, a partir de lo vivido y conocido, de lo elaborado y no elaborado, «re-crea» su propia imagen de su
muy personal mundo de dominio, acude a su imaginación1 . Articula lo vivido en nuevas combinaciones
mentales, las cuales se traducen en representaciones imaginarias -«lo que la realiter no es»-, según
diferentes tiempos, lugares, intereses, conocimientos, añoranzas, idealizaciones, todo lo que le ayuda a
sintonizarse con el mundo en que debe actuar. Generalmente en estas representaciones se depositan de
manera dominante las nostalgias y anhelos del ser. La representación imaginaria, es selectiva, incluye
únicamente lo que cada persona valora. Así, ante una realidad adversa a emociones, afectos e intenciones,
puede prestar una función muy práctica: desde ella, y a manera de un filtro polarizador, transformamos
imaginariamente lo circundante, tamizamos la intensidad de la vibración irregular de los males que nos
aquejan, aligeramos la realidad y hacemos psíquicamente más llevadero nuestro diario actuar. La imaginación
interviene como «factor general de equilibramiento» (Durand).

De esta forma, el ser humano, a partir del contexto real que lo contiene (espacio-tiempo), construye un mundo
mental como interpretación selectiva de su activo percibir y creativo imaginar. Dentro de este mundo, la
compleja y pesada realidad es simplificada, aligerada; se tranquiliza la conciencia ante lo indescifrable
circundante que desafía a la perpleja razón. La imaginación le permite al ser, en palabras de Garagalza,
«seguir viviendo, permite exorcizar el mal, la muerte, el absurdo, la «náusea», inyectando una dosis de
esperanza» (1990: 69)

El hombre, que habita la ciudad, se acompaña de múltiples re-creaciones imaginarias que le permiten ver lo
que desea (alucinar) y añorar lo que carece (idealizar). A través de la lucha de sobrevivencia urbana, va re-
creando muchas de las experiencias que emanan de su cotidiano vivir, y, ante estados de inaprehensión
intelectiva totalizante del medio en que habita, las depura imaginariamente para poder tranquilizar su razón
desconcertada. En tal sentido, la ciudad es aprehendida, a partir de múltiples versiones, como un todo
simplificado e imaginario, antes que como la versión única de la heterogénea, ineluctable e inasible realidad
que nos aprisiona.

Imaginar la ciudad significa, en principio, observar la realidad a través de un filtro de abstracción orientado por
nuestras vivencias, intereses, deseos y carencias. En consecuencia, encontramos dentro de nuestro
imaginario colectivo, según intereses individuales o de grupo, diferentes representaciones imaginarias
respecto a lo que es o debe ser la ciudad.

El ciudadano generalmente evade el temor que la realidad urbana le produce y deposita en su imaginación la
idealización de lo que espera que algún día la ciudad le brinde: ante todo, un entorno confortable, totalmente
aprehensible, lógico, armónico; en donde el ser humano, artífice y usufructuario, por el hecho de habitarlo
pueda encontrar albergue, comunidad, seguridad, bienestar, y múltiples oportunidades (sueño eterno de
Utopos!).

Los medios de comunicación, con la simultaneidad y volumen de información que todo y a todos permea,
socaban esa idealización, y nos la dibujan a partir de la catastrófica sensación vendible: espacio urbano del
peligro, de la violencia, de la desorganización, del consumo; ciudad de lo imposible en donde el tiempo nos ha
confinado a sobrevivir2 .

La administración de la urbe, según las políticas que orientan a sus organismos de planeación y control, nos
proyecta una versión exorcizante (legalizante) de la realidad -lo oficialmente normal-: un conglomerado
abarcable y manejable en su totalidad, verificable en planos, planes, y programas, concordante cabalmente
con la realidad. De esta realidad sólo queda una franja que escapa parcialmente de su control, «lo
subnormal», y otra que se debe ignorar por estar por fuera de los términos declarados como normalidad, «lo
ilegal».

Múltiples versiones de una misma ciudad pululan por el ambiente urbano, unas ideales, otras alarmantes,
otras legalizantes, todas son imágenes distantes de aquel mundo del que ya perdimos todo «sentido de
realidad» (Vattimo). Casi todas, de manera increíble, luchan por legitimar su versión como única y fidedigna.
Todas persiguen lo imposible: aprehender lo inaprehensible, el conjunto urbano como totalidad homogénea.

Diferentes representaciones, construidas con base en la información que nos suministra nuestra práctica
cotidiana, procesada a través de nuestra dimensión imaginaria, someten tiránicamente a múltiples
singularidades a cohabitar dentro de una generalización aparentemente unificadora (reducción). Estas
representaciones persuasivamente camuflan las diferencias, y todo lo reducen a la legitimación de la realidad
por medio de versiones únicas y normatizadas, ideales. Versiones que por la sutileza con que interpretan la
pesada realidad, son seductoras; estas de una u otra forma se alojan dentro de nuestro imaginario y
simplifican el procesamiento de la multiplicidad impactante que a diario percibimos en nuestro enmarañado
entorno.

Cuando intencional y fugazmente nos liberamos de la simplificación (reducción) a que está sometido el
pensamiento, por las tradicionales representaciones generalizantes de la ciudad, alcanzamos a vislumbrar lo
que siempre nos ha acompañado: «la complejidad»3 . Intrincadas singularidades y multiplicidad, lo
contradictorio; características inherentes a la sociedad humana.

Más allá de la simplificación, descubrimos una realidad distante de la tradicional imagen «normatizada».
Realidad que se nos revela ininteligible para nuestra razón ordenadora y clarificadora, puesto que se aleja de
la generalización instituida. Realidad que pone en emergencia a nuestra conciencia. Realidad que reune una
alta concentración de lo diferente y singular: amalgama heteróclita de seres, informidad de espacios,
simultaneidad de tiempos, proliferación de sentidos, superposición de eventos, diseminación de sueños y
deseos. Una realidad inaprehensible como totalidad, de la cual sólo podemos percibir síntomas de su
heterogeneidad, de manera desintegrada y ambigua; cognitiva y conceptualmente inasible como conjunto;
clara manifestación de la imposibilidad de una omnisciencia de la complejidad (Morin). Al intentarla
aprehender sólo capturamos fragmentos, los cuales utilizamos para elaborar nuestro imaginario y
tranquilizador «todo». Elaboraciones de la mente necesarias para vivir en la urbe enigmática, como lo define
García Canclini4 .

Ver la ciudad más allá de la simplificación imaginada, es el contexto discursivo apropiado, desde el cual se
pueden examinar diferentes versiones que la interpretan en dos niveles básicos: global, -urbe-, y fracción,
-barrios-. Este contexto es el indicado para diseccionar la unidad, coherente y armónica, tradicionalmente
imaginada e idealizada, y liberar las incoherencias, multiplicidades, heterogeneidades, incertidumbres y
contradicciones, que a diario nos circundan e interrogan.
A pesar de las buenas intenciones, un examen reflexivo sobre la ciudad no escapa de los dominios del
interpretar individual (re-crear), y de la simplificación de nuestro imaginar. Por estar inmersos dentro de la
realidad que tratamos de comprender, observador - observado (Luhmann), nuestro ángulo de visión se
reduce, fragmenta y parcializa. Un examen así se convierte en un constructo intelectual, a través del cual se
revela una de las múltiples imágenes interpretativas de la ciudad, lo que queremos ver. Con él sólo se puede
evidenciar aquello que, dentro de nuestro amplio contenedor urbano, sea coincidente con una intencionalidad
predeterminada (propósito), y lo que selectivamente pueda servir de argumento para justificar la imagen que
se quiere hacer ver (versión). Una versión que intenta examinar la ciudad un poco más allá de la simplificación
imaginaria, no puede elucidar de manera generalizante la realidad urbana que nos circunda, tan sólo hace un
llamado sobre las múltiples diferencias contenidas en el complejo escenario urbano que hoy habitamos.

Al abarcar comprensivamente una exigua parte de nuestra vida urbana, se deja escapar, ineludiblemente, la
explicación generalizante de lo que hoy experimentamos, -la inabarcable totalidad-. Algo ya muy dentro de las
reflexiones sobre nuestra contemporaneidad: «...cuando experimentamos la vida tan sólo podemos
comprenderla en parte, y cuando tratamos de entenderla ya no estamos realmente experimentándola», afirma
Steven Connor ([1989], 1996: 9).

2. IMAGINARIO

A partir de la relación que establece cada individuo y cada grupo, entre un idealizar su entorno y un organizar
su actuar, cada parte constitutiva de la ciudad es procesada imaginariamente. El barrio, siendo una de ellas,
es aprehendido, en consecuencia, a partir de una generalización imaginaria que posibilita la realización de
múltiples propósitos, antes que como realidad compleja que generalmente los obstaculiza. Este sector de
ciudad, entendido tradicionalmente como entorno inmediato del hogar, lugar de la proximidad y
reconocimiento, referente espacio-temporal de sueños, eventos y deseos; lo re-creamos como unidad de
vecindad, coherente, aprehensible y armónica. Cada día esta imagen la vamos depurando y maquillando
sentimentalmente, al depositar en ella todo lo que nunca ha sido y lo que desearíamos que fuese.

Así, en nuestro medio, algunas mentes han alimentado la idea que, hoy dentro de la ciudad sus habitantes
continúan encontrando sectores homogéneos e identificables; los cuales mediante su permanencia por
residencia, llegan a ser el soporte territorial que permite el nacimiento de comunidad, con un marcado
sentimiento de pertenencia, reconocimiento y arraigo. A estos sectores de ciudad, oficial y tradicionalmente se
les ha identificado con el generalizante término de «barrios». Según la versión oficial y la de algunos
habitantes de la ciudad, el barrio se revela como lo identificable por todos, cada espacio urbano con
trayectoria, que le pertenece al grupo que lo habita y al cual el grupo pertenece. En este sentido, las
subdivisiones urbanas se identifican como lugar, como sitio natural, como «terra patrum».

En consecuencia, se ha legitimado el término barrio como la palabra que nos remite a un territorio urbano, con
características identificables, más o menos, homogéneas. Ese espacio de ciudad correspondería al tradicional
«lugar antropológico», en el cual comunidades nacían, crecían y se transformaban dentro de un mismo
territorio; tenían intereses comunes y eran solidarias para alcanzarlos. El territorio urbano así definido solía ser
identificado por un uso predominante (vivienda, comercio, industria, recreación, etc), o por la actividad de sus
moradores (esmeralderos, curtidores, zapateros, comerciantes, etc.), o por alguna fama adquirida a partir de
la congruencia entre eventos y espacios (heroísmo, rebelión, resistencia, peligro, etc.).

En general, el barrio ha sido sinónimo de unicidad, de una pequeña aldea instalada dentro de la gran ciudad,
en donde la mayor parte de sus habitantes se conocen, y casi todos conocen las diferentes partes de su
entorno y todos son partícipes de una misma historia. Lugar en donde se comparte un territorio, una vecindad,
una memoria; en donde existe una organización y se trabajaba mancomunadamente en pos del interés
mutuo.

Con la irrupción de los rápidos procesos de urbanización, a partir de la incontenible migración rural hacia la
ciudad, el concepto de barrio desborda su unidad significativa y penetra por la senda de lo inestable,
cambiante, inaprehensible; se pierde la unicidad de su referente físico. El barrio como referente urbano, se
distancia del barrio como referente imaginario. Lo físico, en muchos de los casos sigue la senda de la
arbitraria convencionalidad con la que se bautiza a cada una de las múltiples parcelaciones que a diario se
esparcen por la ciudad, topónimos vacíos de identidad y comunidad5 . Lo mental, se aferra a la idealización
del lugar de arraigo, único, identificable y protector, lo tranquilizante.

Con el pasar del tiempo la realidad del barrio ha ido cambiando, aunque para nosotros evoque la misma
unidad que nuestro imaginario ha decantado. Ahora notamos que el barrio es una unidad de administración,
un continente de diferencias, desconocimientos sociales, arbitraria e inestable subdivisión del territorio, una
sectorización vacía de «unidad temática» y de memoria compartida. En la práctica, entonces, el barrio es,
ante todo, una versión de sectorización convencional y temporal del territorio urbano que facilita su
administración y control. Cada fracción de esta versión adquiere un dimensionamiento, tanto espacial como
social, diferente, en dependencia al crecimiento de la ciudad y de la dificultad para administrarla.
3. CONCEPTO

El barrio, desde una visión arquitectónica de la ciudad, se ha definido como «unidad» de la forma urbana que
estructura a la urbe, y que presenta una caracterización (paisajística, social y funcional) diferenciable dentro
de su entorno; así se desprende de la reflexión de Aldo Rossi en La Arquitectura de la Ciudad. Este tratadista,
definió el barrio como: «un momento, un sector, de la forma de la ciudad, íntimamente vinculado a su
evolución y a su naturaleza, constituido por partes y a su imagen. [...] Para la morfología social, el barrio es
una unidad morfológica y estructural; está caracterizado por cierto paisaje urbano, cierto contenido social y
una función propia; de donde un cambio de uno de estos elementos es suficiente para fijar el límite del barrio»
([1971], 1982: 118).

El concepto académico de Rossi nos obliga a pensar en la ciudad con gran arraigo histórico y una
construcción paulatina en el tiempo (mayor parte de ciudades europeas). Dentro de otras condiciones de
desarrollo (contexto latinoamericano), en donde las ciudades se originan a partir de un proceso de conquista y
colonización, y se transforman posteriormente, mediados del siglo XX, por la irrupción brusca de migrantes;
entonces, la ciudad de aquí, de abrupto crecimiento, diferirá mucho de la distante ciudad de allá, de arraigo
cimentado. En nuestro aquí encontramos un crecimiento urbano incontrolado, protagonismo del interés
privado sobre el interés público, metastásico desborde de lo construido de los cauces profilácticos del
ordenamiento administrativo. Dentro de este muy particular panorama urbano, el concepto de barrio, como
unidad morfológica y estructural, resulta insuficiente e incontextual para comprender nuestra realidad, pues la
rebelión contemporánea de heterogeneidades disipó el arraigo de esas unidades globalizantes, con las que
identificábamos a los tradicionales sectores urbanos.

Otro estudioso de la ciudad, como Lynch, quien la examina a partir de la forma visual, considera el barrio
como una unidad temática homogénea, identificable por su continuidad. En la Imagen de la Ciudad, Lynch,
define al barrio urbano como: «un sector homogéneo, que se reconoce por claves que son continuas a través
del barrio y discontinuas en otras partes « ([1960], 1984: 127). Este autor identifica a estos sectores de
ciudad, a partir de detectar en ellos una «unidad temática». Unidad que se manifestaría «en una infinita
variedad de partes integrantes, como la textura, el espacio, la forma, los detalles, los símbolos, el tipo de
construcción, el uso, la actividad, los habitantes, el grado de mantenimiento y la topografía. [...] Las claves no
sólo son de carácter visual; el ruido también es importante. [...] en ciertos casos la misma confusión puede
servir de clave» (Ibíd.: 86). Dentro de un contexto urbano como el nuestro, en donde lo diferente es lo común,
en donde las continuidades temáticas se dan, si es que se dan, sólo dentro de un predio (lote), pero al pasar
al predio vecino la fractura es total; cuando las características de confusión y caos cobijan a más de un 80%
de la ciudad, este enfoque de Lynch, se queda como proyección idílica de lo que pudo haber sido, pero, para
nosotros no fue.

La administración de nuestra ciudad, de manera netamente convencional, venía, hasta 1972, diferenciando
los barrios de la ciudad a partir de una determinada extensión -cuadras-, una actividad predominante
-vivienda- y cierta confraternidad entre sus habitantes -mutuo interés-. Dentro de estos términos globalizantes,
encontramos la definición tradicional de barrio que referencia el documento de Planeación Distrital:
«Desconcentración Administrativa». En este documento se lee que barrio es: «toda área predominantemente
residencial de radio, por lo general, no mayor de seis (6) cuadras que cuente con dotaciones comunales
apropiadas a sus necesidades, o que tenga posibilidades de conseguirlas y a cuyas gentes unen lazos de
mutuo interés» (D.A.P.D. 1972: 42). En el mismo documento, en la parte que plantea la conveniencia de
agrupar barrios para facilitar su administración, organizando para ello un nuevo ente, Administración Menor
(Alcaldías Menores), se retoma el concepto tradicional de barrio, pero ya se comienza a dudar sobre la
absoluta homogeneidad (por lo menos en lo socio-económico) que los debía caracterizar. En esta redefinición
se acepta la unidad coherente y perfectamente identificable: «Estas células conocidas bajo la denominación
de barrio, son áreas urbanas con nombre propio y límites definidos, en las cuales habitan gentes de
condiciones socio-económicas más o menos homogéneas, no han perdido su vigencia y antes bien conservan
el carácter de núcleos básicos de la vida ciudadana» (Ibíd.: 42).

Estos últimos casos reflejan la versión oficial sobre lo que es un barrio. Versión que enfatiza la idealización
unitaria de lo que quisiéramos ver, más no hace referencia a la multiplicidad reinante en la realidad
circundante. Con ello se seguía persiguiendo el ideal moderno de progreso, liberación del hombre, fraternidad,
armonía; lo que se deseaba encontrar en la ciudad, a pesar de estar dentro de un mundo que frecuentemente
nos ha demostrado todo lo contrario. La creación imaginaria que añora una identidad, definición y
organización racional de la ciudad, no encuentra una realidad que le sirva de soporte. Posiblemente,
entonces, estas definiciones y redefiniciones se convierten en las re-creaciones imaginarias en las que
depositamos nuestras carencias y anhelos.

Por otra parte, las definiciones de los tratadistas de la ciudad, nos llevan a preguntarnos: ¿será posible que
dentro de nuestro peculiar contexto, la ciudad y sus componentes adquieren características definitorias que la
distancian de la ciudad histórica y de la ciudad que ha florecido dentro de otras latitudes? El nacimiento de
nuestra urbe, como ciudad colonial, no refleja la expresión de múltiples voluntades. Voluntades que con el
pasar del tiempo mancomunadamente irían concretizando un espacio contenedor de sus vidas, generando
reconocimiento, identidad y arraigo. Por el contrario, nuestras ciudades surgen como la imposición de una
voluntad que obliga a poblar una estructura que se construye bajo una idea predeterminada. Esta voluntad, de
manera absolutista, encuentra mecanismos de sectorización convencional para controlar el fluir de la vida
urbana. Así el barrio, dentro de la historia de la ciudad, se irá consolidando a partir de las múltiples
subdivisiones a que se somete la urbe, producto de la voluntad temporal de cada fuerza dominante que la
pretende controlar, más no como territorio de identidad de los grupos que la habitan.

Fueron primero las parroquias las que se distribuían a los feligreses circunvecinos, delimitando un territorio
urbano dentro del cual se compartía la frecuentación de un templo, identidad de credo, entre sus habitantes.
Posteriormente serán las necesidades de empadronamiento las que constantemente los desintegran y
redistribuyen en nuevos sectores urbanos (barrios). Finalmente será la expresión de la voluntad privada la que
polarizará a los habitantes de la urbe dentro del gran abanico de parcelaciones (nuevos barrios) que se
ofrecen al mercado como oferta de vivienda en «conjuntos residenciales».

Así, las definiciones de barrio dentro de nuestro peculiar contexto estarán muy distantes de las de otras
latitudes, e íntimamente ligadas a las convencionalidades adoptadas por los estamentos dominantes dentro
de la estructura física, social e ideológica de la ciudad; responderán a un interés de control.

Examinemos, de manera tendenciosa (conveniente para nuestra exposición) e irresponsable (superficial), el


histórico trasegar de la sectorización urbana de Santa Fe de Bogotá6 .
4. HISTORIA

Es conocido que hacia finales del siglo XVI primaba, dentro de los territorios conquistados, la religión como
instrumento de polarización, control y refuerzo ideológico. Todo ello inspirado en el nacionalismo eclesiástico,
que promovía el reinado de Isabel I de Castilla (Ots Capdequi). Por ello «la conversión a la fe de Cristo de los
aborígenes sometidos y la defensa de la religión católica en estos territorios fue uno de los móviles que
impulsaron la política colonizadora de la Reina y de sus Consejeros» (Ots Capdequi, 1952: 89).

Para dar cumplimiento a la política piadosa castellana, se incentiva la llegada de las diferentes órdenes
religiosas a estos lugares infestados de almas de infieles: para convertir a los lugareños impíos y cuidar las
almas fieles que llegaban de la Península. La aparición de las comunidades religiosas dentro de la urbe
genera la necesidad de materializar su presencia e iniciar su actividad catequizadora, para ello se erigen
conventos y ermitas. Según la importancia que van adquiriendo, a partir de su efectividad en el ganar almas
adeptas, las primigenias capillas de culto irán paulatinamente alcanzando categorías de importancia y
consolidando una feligresía circunvecina constante. Se instituían poco a poco las primeras parroquias. Estas
parroquias atendían los deberes sacramentales y eucarísticos de amplios sectores de la ciudad.

A partir del cubrimiento de cada parroquia, en cuanto a los devotos creyentes que aglutina, se genera una
polarización de la población y una sectorización de la ciudad que es convenientemente utilizada por la
administración civil para facilitar el control de la urbe. Tomando como base el cubrimiento eclesiástico que
proporcionaban las tres primeras parroquias y la central Catedral, se convencionaliza, desde la administración
civil, una primera sectorización para Santa Fe. Se divide entonces el pequeño conglomerado urbano en cuatro
barrios, cada uno identificado por la parroquia que polarizaba a su feligresía. El sector sur se polariza en torno
a Santa Bárbara; el norte, a Las Nieves; el occidental, a San Victorino; y el centro y oriental, a la céntrica
Catedral (Carlos Martínez). Estos cuatro primeros barrios, finalizando el siglo XVI, se distribuyen
sectorialmente los cerca de 1500 habitantes de la ciudad.

Esta primera subdivisión de la ciudad parte de los elementos aglutinantes, centros de culto, a los cuales
asisten asiduamente los feligreses vecinos. Una primera división que aprovecha esa fuerza de atracción que
ejercían las construcciones simbolizantes de los altares de la antigüedad, fuerza que para el momento no era
igualada por ningún otro componente urbano. Esta fuerza seductora, en parte, reemplaza la tradición y arraigo
que se alcanzaban en las ciudades milenarias, en las cuales sus pobladores eran aglutinados por el «lugar -
patria», que había sido elegido por los dioses y comunicado al augur por medio de visionarios signos, y que
ellos, sus herederos, constantemente refrendaban a través de ritos.

Pero, con el desarrollo posterior de la urbe, no será la identidad religiosa la que sirva de aglutinante para los
diferentes sectores de la ciudad sino la voluntad civil, la cual requiere cumplir procesos de administración y
control. Es así como una siguiente sectorización de la ciudad se produce al dar respuesta a la voluntad del
Soberano, Carlos III, quien ordena en 1774 dividir la ciudad en cuarteles y barrios para facilitar su gobierno. El
virrey Manuel Guirior (1773-1776), da fiel cumplimiento a este mandato. La ciudad se subdivide en ocho
barrios: Nieves Oriental, Nieves Occidental, al norte; El Príncipe, La Catedral, Palacio y San Jorge, en el
centro; Santa Bárbara, al sur; y San Victorino, al occidente. Como cabeza de cada barrio se nombra a un
alcalde, el cual, mantenía la tradición española de dar nombres a todo lo conquistado, él debía «dar principio
a sus funciones poniendo nombre a las calles y numerando las casas del suyo por manzanas» (Martínez,
[1976],1983: 52). La voluntad civil organiza la ciudad, cerca de 20.000 habitantes (1801) y 203 hectáreas
(1797), de acuerdo a su necesidad de gobernarla.

La sectorización de Guirior sirvió a su propósito, pero, dentro de Santa Fe se mantenía el arraigo que habían
generado los cuatro sectores, ya tradicionales, encabezados por sus respectivas parroquias. La sectorización
aumenta con la aparición de nuevas parroquias. Con el crecimiento de la feligresía, se hace necesario
atenderla lo más cercano posible al vecindario al que pertenece. Para ello algunas capillas de culto, que
paulatinamente habían ido aglutinando gran número de feligreses, son instituidas como parroquias: Las Aguas
y Egipto, y, otra queda postulada a ese título, la vice-parroquia de Las Cruces. Estas nuevas cabezas de
conglomerados urbanos, servirían a la autoridad civil para dar una nueva sectorización a la ciudad.

A los cuatro distritos parroquiales, existentes hasta 1885, se le anexa un quinto, el de Chapinero (inspección
5a.). Posteriormente una nueva sectorización es impulsada por la constitución de 1886, la cual transformaba
los distritos parroquiales en municipios, en Bogotá esta disposición repercute en la transformación de los
distritos en barrios, con inspecciones de policia, a partir de 1887. Para 1890 se institucionalizan tres nuevos
barrios: Las Aguas, Egipto y Las Cruces, (inspección 6a.,7a. y 8a, respectivamente). Para finales del siglo XIX,
Bogotá contaba ya con ocho barrios, polarizantes de cerca de 100.000 habitantes dentro de 320 hectáreas
(censo de 1905).

El siglo XX ha traído a la ciudad la transfiguración acelerada de su imagen consolidada mediante un lento


desarrollo en los siglos anteriores. La necesidad de realizar constantes empadronamientos, motiva al gobierno
de la urbe a redistribuirla para facilitar el conteo de sus habitantes. Serán los censos de población los que
contribuyan, inicialmente, a la redistribución de los barrios (sectores) de la ciudad. Para el censo de 1938, los
barrios originados a partir de las antiguas parroquias, son reemplazados por 11 zonas, y redistribuyen 330.312
habitantes. Posteriormente para el censo de 1951, las anteriores 11 zonas darán paso a 18, que agrupaban a
715.250 habitantes.

Hacia mediados del siglo se complejiza la urbe. Un proceso migratorio campo-ciudad, provocado por múltiples
factores, invade a la ciudad y altera traumaticamente el lento crecimiento que hasta entonces había tenido.
Comienza la ciudad a extenderse sobre municipios vecinos (Bosa, Engativa, Fontibón, Suba, Usme,
Usaquén), y con ello su poder administrativo. En 1954, se organiza, entonces, el Distrito Especial. Dentro de
la ciudad se designa un ente especializado para atender las labores de planeación, programación y definición
de políticas de desarrollo urbano, con lo cual se pudiera controlar el desbordante crecimiento que había
alcanzado la ciudad en los últimos años (Oficina de Planeación Distrital). La ciudad que para entonces ya
había desbordado las anteriores zonas censales es reorganizada según fines técnicos y político-
administrativos. Mediante el acuerdo 1 de 1961 (Sectorización y Barrios), se divide la zona urbana en 8
circuitos, cada uno de los cuales se subdivide en sectores, 32 para entonces, cada sector a su vez se divide
en barrios, 304 en total; la población se acerca a 1’697.311 habitantes (censo de 1964).

En cuestión de medio siglo se da el gran salto dentro de la sectorización convencional de la ciudad. De los 8
barrios, polarizados a partir de cada parroquia, con que contaba la ciudad finalizando el siglo anterior, se
alcanza el número de 304, a mediados del nuevo siglo.

El crecimiento de la ciudad continúa a pasos agigantados. La imposibilidad de controlar la ciudad a partir de


un sólo ente administrativo central, obliga a subdividir la responsabilidad del administrar y con ello la
implementación de nuevas sectorizaciones administrativas en la urbe. Hacia 1972, bajo la política de
desconcentración administrativa, se crean agrupaciones de barrios bajo el nombre de Alcaldías Menores,
conformándose 16 entes administrativos, aglutinantes de 520 barrios, la población sobrepasa los 2’855.065
habitantes (censo 1973). Estas Alcaldías se aumentan a 18, mediante el Acuerdo 7 de 1979.
Posteriormente, las Alcaldías Menores, según Acuerdo 8 de 1987, pasan a ser Alcaldías Zonales,
aumentándose al número de 20, que redistribuyen a 4’441.470 habitantes (censo de 1985). A partir de la
Constitución de 1991, en la cual se promueve el proceso de descentralización, Santa Fe de Bogotá pasa a ser
Distrito Capital. Su Estatuto Orgánico (1993), redefine las Alcaldías Menores e instituye las Localidades.
Nueva sectorización que divide la ciudad en 19 Localidades urbanas y 1 rural (Sumapaz), las cuales reúnen
un total de 1528 barrios (1994)7 , y una población de 5’484.244 habitantes (censo de 1993), dentro de un
perímetro urbano de 46.200 hectáreas (1996).

Esta rápida revisión del proceso de sectorización político-administrativa de la ciudad, es sólo una de las tantas
versiones de agrupamiento del conglomerado urbano bajo zonas y barrios. Desde la década del setenta, del
siglo XIX, con la dotación de los servicios públicos, alcantarillado (1877), acueducto (1888), alumbrado público
(1876-1881), energía eléctrica (1900), la entidad encargada de administrar cada recurso, emprende un
proceso similar de sectorización de la ciudad según sus conveniencias particulares. Dentro de otros servicios
que se van desarrollando en el transcurso del siglo XX, policía, bomberos, transporte público, también sus
entidades rectoras sectorizarán la ciudad.

En los últimos años de este siglo XX, con el crecimiento de las comunicaciones y el consumo, aparecen
nuevos esquemas de sectorización, según la conveniencia temporal para poder administrar: vías, teléfonos,
televisión por cable, celulares, comercio, finca raíz, valorización, gas, etc. Cada nuevo servicio, bien o interés
particular va sobreponiendo al espacio urbano nuevas y más complejas sectorizaciones, que en la mayor
parte de los casos no son coincidentes unas con otras. La convencionalidad, según los intereses de entidades
públicas o privadas, es el nuevo aglutinante de los siempre cambiantes sectores de la ciudad. El aleatorio
procedimiento de designación de los barrios, identificado hace quinientos años con la acción polarizante de
las parroquias, dejó atrás todo signo de identidad, organización de colectividad en torno a una fuerza urbana y
pasó a ser una convención vacía de significado. El nuevo barrio, identificado nominativamente en el listado
oficial, sólo asocia temporalmente un territorio con una nomenclatura; asociación cambiante según las
necesidades político-administrativas de cada nuevo gobierno urbano.
5. REFLEXION

El barrio, como lo registran los apuntes de la historia, ha pasado de ser lugar, vecindario, memoria, identidad,
tradición, a ser parcelación convencional de la ciudad. Con la proliferación de esas subdivisiones, hoy más de
dos mil8 , toda posibilidad de conservar una relación constante entre el espacio físico y sus habitantes
desaparece. Si lo que hoy es común dentro de la subdivisión de la ciudad es que cada nueva parcelación
(lotes vendibles), nuevos conjuntos residenciales; agrupamientos de locales comerciales, de bodegas, de
industrias; reciban el denominativo de barrio, es porque predomina la subdivisión física, sobre la conformación
de comunidad. La población, dentro de cada subdivisión urbana, será siempre flotante: quien tenga la
posibilidad de adquirir la novedad en venta, será el nuevo habitante de cada sector, -barrio-. Esta tendencia se
puede apreciar en las nuevas definiciones que se toman para identificar lo que es un barrio.

En el inventario general de Barrios de Bogota, desarrollado por Amparo Mantilla en 1978, ya se aproxima la
noción de barrio a la de parcelación urbana, vacía de significado y vecindario, que hoy se vive. En este trabajo
se sintetiza lo que en la práctica se considera como barrios de Bogotá: «todos aquellos núcleos o
urbanizaciones con una configuración urbana o un indicio de loteo diferente de sus aledaños» (1978: 6). La
subdivisión físico - formal, se da, en algunas zonas casi que predio a predio9 , sin vecindario, arraigo,
reconocimiento, identidad. Metastásicamente aparecen día a día nuevas subdivisiones en todos los sectores
de la ciudad, y por ser «diferentes» (en tiempo o configuración física) adquieren el status de «barrio».

Esta nueva parcelación de la ciudad refleja el predominio convencional en la sectorización urbana, predominio
esta vez liderado por la fuerza urbana más fuerte: el interés económico privado. Es por ello que se facilita el
dividir, subdividir, parcelar, lotear, toda parte de la ciudad (legal y/o ilegal) siempre que traiga altos beneficios
económicos para pocos. Así, y para facilitar la venta de las múltiples re-subdivisiones, se acude a la nostálgica
imagen de lo que alguna vez fue el tradicional «barrio». La tradicional palabra que conserva un encanto
imaginario de arraigo, vecindario y seguridad, muy distante de lo que hoy se vive, sólo sirve de imagen
propagandística para promover las ventas, y facilitar a la administración de la ciudad la definición de estratos
(para servicios, impuestos, valorizaciones, etc.), para los nuevos sectores.

En algunas zonas de la ciudad desalojamos a sus habitantes (por tener bajos o inexistentes ingresos y
ninguna estabilidad laboral), naturalmente sin reparar en arraigo, reconocimiento, vecindario; demolemos las
estructura existentes, volvemos a alinderar el área (englobando o subdividiendo los lotes), volvemos a
construir y volvemos a vender para atraer a nuevos habitantes (quienes son seleccionados según su
«suficiente» nivel de ingresos y estabilidad laboral)10 . En otros sectores el proceso de parcelación física se
adelantará sobre estructuras de antiguos municipios, o sobre áreas agrícolas. A unas y otras subdivisiones,
siempre llegarán nuevos habitantes para quienes el arraigo y reconocimiento, será sinónimo de seguridad, y
por ello lo impondrán por medio de celadores, rejas, circuitos cerrados de monitoreo, alarmas; y el vecindario,
ya no será cuestión de relación comunidad-territorio, sino que se puede transportar de un lugar a otro gracias
a los nuevos medios de comunicación: televisión, video, teléfono, celular, fax, internet, satélite, etc.

Otros nuevos habitantes -los que no poseen ningún poder económico-llegan día a día a otros nuevos
sectores. La mayoría son inmigrantes quienes huyendo de la desgracia de otras regiones del país, buscan en
la ciudad refugio11 ; ayudan a subdividir el territorio urbano al tomar posesión de áreas inestables que
posteriormente alcanzarán el denominativo estable de barrio, ilegal o subnormal, pero barrio al fin de cuentas
(ver, por ejemplo, la odisea urbana de Ciudad Bolivar12 ).

A pesar de vivir en una ciudad en donde la desintegración de lo tradicionalmente unitario es su característica


preponderante, en el imaginario colectivo pervive la idea romántica de identificar al barrio con conceptos
globalizantes como los de: unidad, coherencia, vecindario, comunidad, seguridad; o con el sector urbano
perfectamente identificable, reconocible. Pero la realidad día a día nos continúa demostrando lo contrario. Así
sucede cuando, por ejemplo, nos enfrentamos a localizar geográficamente el «barrio» (conjunto, agrupación,
urbanización, ciudadela, condominio)13 , en donde vivimos o trabajamos. Por la rápida proliferación de éstos,
para poder comunicar su localización geográfica, siempre tenemos que ayudarnos de hitos urbanos más
impactantes. Estos hitos naturalmente ya no serán las parroquias, ni la ocupación tradicional de sus
habitantes, ni la significación de la historia del asentamiento; ahora acudimos a los símbolos de nuestra
contemporaneidad: grandes centros comerciales, hipermercados, parques cementerios, grandes avenidas,
colosales puentes, fábricas de transnacionales, o la valla de lo más vendido. Hitos contemporáneos que con
mayor reconocimiento, gracias a los “mass media”, dan una referencia geográfica más precisa, que la que
puede dar nuestra insignificante parcela «barrio», que se ahoga dentro del extenso listado de más de dos mil
nombres.

La producción de imágenes globalizantes es el resultado de interpretaciones emocionales de una realidad, las


cuales abstraen y generalizan hasta alcanzar la simplificación e idealización. De forma desfiguradora,
aplanamos la realidad para que coincida con los términos medios idealizados con base en nuestros deseos;
excluimos la gran complejidad, -heterogeneidad-, existente en el entorno, y nos embelesamos con el estado
de la abstracción homogeneizante y simplificadora. Los conceptos, que parten de estas imágenes, buscan
globalizar lo inabarcablemente segmentado; para nuestra tranquilidad nos dibujan un todo aprehensible, que
estabiliza nuestro sentimiento de pertenencia; soslayan la multiplicidad desconocida, ya que de lo contrario
nos convertiríamos en extranjeros dentro de nuestra propia ciudad, e inseguros en nuestro actuar cotidiano.

Imágenes y conceptos evocadores de lo aprehensible, reconocible y denominado, existen dentro de nuestro


imaginario, pero son cada vez menos coincidentes con la realidad física de los barrios de nuestra ciudad.
Definen estados de la memoria, alimentados por pulsiones antes que por raciocinios. Son una interpretación,
-versión emocional-, que abstraemos de nuestra realidad y nos ayuda a reconocerla, recordarla y vivirla.
Desde este punto de vista, la imagen mental que conservamos del barrio, hace referencia a espacios de
ciudad sobre los cuales se mantiene un cierto dominio individual; esta imagen se aleja totalmente de las
sectorizaciones oficiales, legalmente llamadas barrios. Estas imágenes que hacen alegoría al barrio podrían
acercarse más al concepto de «territorios» que desarrolla Armando Silva14 , que al de barrio como unidad de
identidad, arraigo y comunidad urbana. Estos conceptos e imágenes están muy distantes de dar cuenta del
proceso de desarraigo y parcelación arbitraria que se vive en la ciudad; a pesar de seguir identificándolo con
el polisémico, y al mismo tiempo vacío, término «barrio».

Al parecer, entonces, a la unicidad discursiva a que hacía referencia el tradicional concepto «barrio», dentro
de nuestro peculiar contexto, se le ha volatizado su unitario referente físico. La hoy palabra barrio ya ha
dejado de designar la unidad comunidad-territorio, y se ha reducido a una categoría de sectorización física
oficial. Dentro de cada ciudadano la imagen idílica que lo vincula con un territorio de dominio, genéricamente
«barrio», continúa buscando su referente semántico, espacial y social, que le ayude a estabilizar,
emocionalmente, su vivir urbano.

El tema del barrio que busca su nuevo significado, requiere de un estudio más juicioso y profundo. Aquí se
han presentado sólo los indicios de algo que se percibe en el ambiente y derruye nuestra seguridad
imaginaria totalizante.

Por ahora, podemos responder nuestro interrogante inicial, diciendo que todos barrios son, sólo por ser
parcelaciones urbanas «diferentes» (temporal o físicamente); e igualmente podemos seguir consolándonos
con que en nuestra ciudad, por lo menos de nombre y aunque vacíos de significado, historia, y comunidad,
«barrios» es lo que hay, para todo y para todos «barrios» hay!.
CITAS

1. El término imaginación es empleado según el sentido que le da Castoriadis: «el poder (la capacidad, la
facultad) de hacer aparecer representaciones, que proceden o no de una excitación externa. En otros
términos: la imaginación es el poder de hacer lo que, realiter, no es». ([1991],1997: 140)

2. Por medio de los mass media, dice Lipovetsky, consumimos lo «peor». Son ellos los que exhiben y
comentan las realidades catastróficas. ([1983], 1996: 52)

3. La complejidad, según Morin, es: «... el tejido de eventos, acciones, interacciones, retroacciones,
determinaciones, azares, que constituyen nuestro mundo fenoménico. [...] La complejidad se presenta con los
rasgos inquietantes de lo enredado, de lo inextricable, del desorden, la ambigüedad, la incertidumbre...»
([1990], 1998: 32)

4. Canclini llama a estas elaboraciones mentales: suposiciones, mitos, interpretaciones, versiones de lo real
(1995: 108)

5. Un ejemplo de su gran variedad, en gran parte vacíos de significado, se muestra en la primera parte de
este artículo.

6. Tomamos como fuentes de información el trabajo de Carlos Martínez: Bogotá. Sinopsis sobre su evolución
urbana (1978); los documentos de Planeación Distrital: Desconcentración Administrativa Al caldías Menores
(1972), Ordenamiento y Administración del Espacio Urbano en Bogotá (1981), Bogotá para Todos 1987 -
1990, Proyecciones Espa ciales de Población y Estadística (1992), Agendas Locales Ambientales (1994),
Información Estadística Distrital (SIED) 1997.

7. Cifra calculada a partir de los barrios que mencionan las Agendas Locales Ambientales.

8. El crecimiento desbordante de la ciudad, generado en su mayor parte por desarrollos clandestinos, no


permite precisar el número exacto de barrios que contiene la ciudad. Cada día se inician nuevos
asentamientos, que pronto se convierten en barrios. En la localidad de Bosa, por ejemplo, se referenciaban en
1994, 68 barrios (Agendas Locales Ambientales); en 1996, la Guía Urbanística de Bosa mencionaba, 283; a
mediados de 1997, se hace un recuento, a partir de la información suministrada por la Oficina de Planeación
de Tintales, se lograron diferenciar 390 subdivisiones. Los pobladores aseguran que cada semana aparecen
nuevos barrios.

9. Al poner en el plano de la Localidad de Bosa, una junta a otra y en color, a sus 390 subdivisiones
-»barrios»- que cubren el área que antes pertenecia al territorio de un asentamiento de arraigo y tradición
prehispánica; se pueden identificar casos en que dos subdivisiones (llamadas barrios) se reparten la pequeña
configuración de una manzana.

10. Podemos recordar, sólo a nivel de ilustración, uno de los casos de este tipo: el hoy barrio Nuevo Santafé
de Bogota. Este nuevo conjunto urbano, incluido dentro del Plan de Renovación Urbana del Centro, subdividió
al tradicional barrio Santa Bárbara (en deterioro físico), asentándose sobre diez de sus manzanas y
desalojando del lugar a los antiguos habitantes (en deterioro económico).

11. En los últimos años a estos nuevos migrantes que se trasladan a la ciudad se les conoce como
«desplazados». Según cifras de la Arquidiócesis de Bogotá y el CODHES, su número es creciente, ya que
cada 40 minutos llega una familia (5 personas en promedio), 34 hogares por día, 108.305 personas en los
últimos dos años y medio (1997: 39). Sin recursos encuentran refugio en algún lugar de la urbe, en donde
nuevos barrios día a día irán surgiendo.

12. Gabriel Cabrera, describe este drama en su libro reportaje «Ciudad Bolivar Oasis de Miseria» (1985)

13. Términos que tratan de diferenciar la nueva parcelación de lo ya existente.

14. Armando Silva, en el libro Imaginarios Urbanos, desarrolla el concepto de territorios: «marca de habitación
de persona o grupo, que puede ser nombrado y recorrido físicamente o mentalmente... El territorio se nombra,
se muestra o materializa en una imagen, en un juego de operaciones simbólicas...» ([1992], 1994: 50-51).
Algo muy diferente de las parcelaciones convencionales oficiales: «barrios».
BIBLIOGRAFIA

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SERIE CIUDAD Y HABITAT - No. 5 - 1998


www.barriotaller.org.co

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