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El proceso de formación
del cuarto evangelio:
tradición, memoria y escritura
Rev. Aragon. Teol. 49 (2019) Estela Aldave Medrano
En este primer paso nos disponemos a abordar algunos elementos del cuarto
evangelio que apuntan a una relación directa con Jesús de Nazaret y con el tiempo
de su ministerio público. Como sabemos, Juan ha sido considerado desde antiguo
el “evangelio espiritual”1, debido fundamentalmente al gran desarrollo teológico que
presenta. Este hecho, sin embargo, puede ocultar y hacer olvidar datos y aspectos
significativos que contiene y que pueden estar históricamente arraigados en el tiempo
del ministerio de Jesús, es decir, en lo que éste hizo y enseñó, en su modo de vida.
Por otra parte, es preciso señalar que, en realidad, y salvando las debidas dife-
rencias, cada uno de los evangelios tiene algo de “evangelio espiritual”, en tanto que
todos ellos contienen desarrollos cristológicos surgidos en el periodo post-pascual.
Aunque es cierto que Juan parece tener un interés teológico mayor, ninguno de los
evangelios tuvo un objetivo pura y meramente histórico, al igual que ninguno de los
1
Así el testimonio de Clemente de Alejandría recogido por Eusebio de Cesarea: “En cuanto a
Juan, el último, sabedor de que lo corporal estaba ya expuesto en los evangelios, estimulado por uno de
sus discípulos e inspirado por el soplo divino del Espíritu, compuso un evangelio espiritual” (HE VI,14,1).
30 EL PROCESO DE FORMACIÓN DEL CUARTO EVANGELIO: TRADICIÓN, MEMORIA Y ESCRITURA
Antes de explorar los datos del cuarto evangelio que parecen estar cerca del
ministerio de Jesús de Nazaret, hay un aspecto que es preciso aclarar. Hemos titu-
lado este primer punto “la tradición de Jesús”, y, seguidamente, el segundo estará
dedicado a la particular memoria de Jesús que hace Juan. Este orden se debe a que
lo que primero aconteció desde el punto de vista histórico fue, lógicamente, la vida
de Jesús, que fue recordándose y consignándose por escrito de modos diversos.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que también hubo actividad de memoria en
las fases previas a la formación de esto que llamamos “tradición de Jesús”, que
paulatinamente fue cristalizando en tradición escrita. Dicho de otro modo, después
de la Pascua comenzó un proceso de memoria y de recuerdo de episodios y ense-
ñanzas de la vida de Jesús, y este proceso no finalizó rápidamente; los datos indican
que prosiguió incluso después de que algunas unidades pequeñas de tradición se
consignaran por escrito. Además, ya desde sus inicios la actividad de memoria y de
recuerdo de Jesús estuvo impregnada, en la expresión muy conocida de James D.G.
Dunn, del “impacto” que él generó en sus discípulos durante el tiempo de su minis-
terio público2. Esta idea tan valiosa de Dunn pone de relieve que nadie tiene acceso
a la realidad de forma neutral. Con otras palabras, nuestra experiencia cotidiana, y la
experiencia humana en general, está mediada por múltiples factores, como nuestra
propia biografía, nuestras expectativas, necesidades, anhelos, cultura… Todo ello
influyó en la relación que cada uno de los discípulos tuvo de Jesús, en lo que pensa-
ron sobre él, en lo que posteriormente recordaron y transmitieron.
2
James D.G. Dunn, Jesús recordado. El cristianismo en sus comienzos I (Estella: Verbo Divino,
2009), 163-166.
3
Para el tema, cf. Paul N. Anderson, “Why This Study Is Needed, and Why It Is Needed Now”,
en: P.N. Anderson - A.A. Just - T. Thatcher (ed.), John, Jesus, and History I. Critical Appraisals of Critical
Views (Leiden - Boston: Brill, 2007) 13-70.
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El primer dato, que en parte puede explicar algunas de las diferencias entre
Juan y los sinópticos, tiene que ver con quiénes son los primeros seguidores de
Jesús según el cuarto evangelio. La escena de la vocación de los primeros discípulos
los presenta como discípulos de Juan Bautista que posteriormente se unen a Jesús
(Jn 1,35-37). Por otra parte, no son las dos parejas de hermanos que encontramos
en los sinópticos (Pedro y Andrés, Santiago y Juan; cf. Mc 1,16-20) sino sólo los dos
primeros, en orden inverso (primero Andrés y después Simón Pedro, quien conoce
a Jesús gracias a la mediación del primero). Además, se mencionan otros, como un
discípulo anónimo, Felipe y Natanael, este último sólo conocido por Juan. Aunque
de Felipe también tenemos constancia por la tradición sinóptica, la presencia de este
discípulo en Juan es llamativamente mayor (Jn 6,5-7; 12,20-22; 14,8). Otros discí-
pulos importantes en el cuarto evangelio son Nicodemo (sólo conocido por Juan: Jn
3,1-10; 7,50-52; 19,38-42), Tomás (conocido también por los sinópticos, pero con
un protagonismo en Juan mucho mayor: Jn 11,16; 14,5-7; 20,24-29) y el discípulo
amado, conocido únicamente por Juan (Jn 13,23-26; 18,15-18; 19,25-27; 20,2-10;
21,7.20-24). Estos datos parecen apuntar a que estamos en un círculo particular de
seguidores de Jesús, que hace su propia memoria del Maestro.
Uno de los términos hebreos que encontramos en Juan es rabbí (también rab-
buní), es decir, maestro (Jn 1,38.49; 3,2.26; 4,31; 6,25; 9,2; 11,8; 20,16). El cuarto
evangelio es el que lo utiliza en un mayor número de ocasiones4, aunque también
incluye el término griego didáskalos aplicado a Jesús (Jn 3,2; 11,28; 13,13-14). Otro
término es Mesías (messías), y en este caso el cuarto evangelio es una excepción, ya
que ninguna otra obra del Nuevo Testamento utiliza su forma original sino el término
griego Christós. En los dos casos en los que lo encontramos en Juan (Jn 1,41; 4,25)
la obra explica que significa lo mismo que Cristo. Por último, en el cuarto evangelio
encontramos diversos nombres de lugares en su lengua original, tales como Betha-
bara (Jn 1,28)5, Betzatá (Jn 5,2), Siloé (Jn 9,7), Gabbatá (Jn 19,13) y Gólgota (Jn
4
Las frecuencias son 4-3-0-8. Juan incluye también la traducción griega del término en 1,38 y
20,16. En el conjunto de los evangelios rabbuní se utiliza únicamente en Jn 20,16 y Mc 10,51.
5
Algunos mss. leen, sin embargo, Betania.
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19,17). El conjunto de estos datos apunta, como hemos señalado más arriba, a que
el cuarto evangelio es una obra con un considerable arraigo en la historia y tradición
de Jesús.
6
Para los datos arqueológicos de la zona, cf. Jean Zumstein, El evangelio según Juan (1-12) I
(Salamanca: Sígueme, 2016), 232.
7
Zumstein, El evangelio, 415.
8
Zumstein, El evangelio, 456-457.
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pronuncia uno de sus discursos. Finalmente, Juan hace mención del torrente Cedrón
(18,1), lugar donde se produce el prendimiento de Jesús.
9
Para este tema, cf. Marida Nicolaci, La salvezza viene dai Giudei. Introduzione agli Scritti gio-
vannei e alle Lettere Cattoliche (Milano: Edizioni San Paolo, 2014), 46-48
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El cuarto evangelio señala que una de las funciones del Espíritu va a ser
enseñar y recordar a los discípulos las enseñanzas de Jesús una vez que éste ha
partido donde el Padre: “Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará
en mi nombre, os lo enseñará todo (didáksei pánta) y os recordará (hypomnḗsei)
todo lo que yo os he dicho” (Jn 14,26). Estamos ante un proceso de interpretación
de la tradición de Jesús que posiblemente duró varias décadas y que explica el
particular desarrollo teológico y cristológico del cuarto evangelio. Con otras palabras,
podemos comprender la cristología alta, esto es, la identificación que hace Juan de
Jesús con el Hijo enviado por el Padre e, incluso, con el mismo Dios (“Señor mío y
10
Para el tema, cf. Carmen Bernabé, “Las comunidades joánicas: un largo recorrido en dos
generaciones”, en: R. Aguirre (ed.), Así empezó el cristianismo (Estella: Verbo Divino, 2010) 293-340, pp.
296-299.
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Dios mío”, Jn 20,28) como el resultado de dicho proceso. Como se ha señalado más
arriba, durante el mismo fueron importantes tanto el recurso a las Escrituras como la
experiencia del Espíritu. Esto nos sitúa en contextos comunitarios, no sólo de estudio
y reflexión teológica (aunque tampoco los podemos descartar), sino también de cul-
to. Nos referimos a contextos celebrativos en los que los miembros de la comunidad
de Juan (o, al menos, algunos de ellos) experimentaron la posesión del Espíritu,
tuvieron experiencias de tipo revelatorio (esto es, algo que hasta entonces estaba
oculto se muestra con mayor claridad). Estos creyentes joánicos se convirtieron así
en “personas inspiradas por el Espíritu” y, en virtud de su inspiración, tuvieron acceso
a enseñanzas o mensajes de Dios o de Jesús resucitado, y desempeñaron funciones
como interpretar el pasado, mostrar el plan de Dios, exhortar, animar, consolar11.
Estos aspectos están en el origen del desarrollo cristológico tan peculiar de Juan y
explican, por otro lado, la importancia que tiene en el evangelio la figura del Espíritu
Paráclito.
11
Para estos aspectos del fenómeno profético en la comunidad joánica y su relación con al-
gunos desarrollos cristológicos del cuarto evangelio, cf. Estela Aldave Medrano, “Liderazgos de mujeres
en los orígenes del cristianismo: desplazamientos, retóricas y dinámicas patriarcales. El caso del cuarto
evangelio”, en: M. Vidal i Quintero (ed.), Reforma y reformas en la Iglesia. Miradas críticas de las mujeres
cristianas (Estella: Verbo Divino, 2018) 47-77, esp. pp. 52-55.
12
Rekha M. Chennattu, “Scripture”, en: D. Estes - R. Sheridan (ed.), How John Works (Atlanta:
SBL Press, 2016) 171-186.
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A la luz del contenido del propio evangelio y otros datos del cristianismo
naciente, podemos establecer las siguientes etapas de composición del cuarto
evangelio. La fase más antigua sería la del periodo del Discípulo Amado, que arranca
en el tiempo del ministerio de Jesús y finaliza antes de la revuelta judía del 70 d.C.;
a esta fase pertenece la transmisión más primitiva de la tradición de Jesús y quizá
una incipiente cristalización escrita. La segunda fase, muy importante, nos coloca en
torno al año 100 d.C., en la que vio la luz el evangelio con características joánicas,
cuyo contenido es el actual salvo los capítulos 15-17 y 21. Finalmente, la última eta-
pa estaría situada en torno al año 110 d.C. y sería el momento en el que se añadieron
las partes que acabamos de citar.
Una vez señaladas las fases de composición del cuarto evangelio y el género
literario al que pertenece, vamos a proceder en último lugar a exponer tres caracte-
rísticas literarias.
La primera de ellas es que, aunque en él late una fuerte polémica con el judaís-
mo, es una obra judía. Desde el inicio un grupo generalmente designado con el
término común “judíos” (ioudaîoi) es adversario de Jesús y le persigue. El conflicto
es muy vivo a lo largo de toda la obra, de modo que en ocasiones diversas Jesús
se ve obligado a huir e, incluso, a permanecer aislado en momentos de especial
peligro (Jn 7,1; 10,39-40; 11,54). El evangelio menciona también “expulsiones de las
sinagogas” (Jn 9,22; 12,42; 16,2; cf. asimismo 9,34), datos que apuntan, no solo ni
principalmente a la polémica que suscitó Jesús entre los suyos, sino a los conflictos
locales con la sinagoga que experimentó la comunidad en la que se escribe el evan-
gelio tanto por su cristología y teología como por su estilo de vida. Estamos ante una
contienda intrajudía en la que ambos sectores en conflicto (sinagoga y comunidad
joánica) reivindicaban ser legítimos herederos de la tradición de Israel.
alguno tiene sed, que venga a mí, y beberá el que cree en mí, como dice la Escritura:
De su seno correrán ríos de agua viva” (Jn 7,38).
13
Para estos recursos literarios, cf. Mark W. G. Stibbe, John’s Gospel (London - New York:
Routledge, 1994, edición digital 2001), 87-89.105.
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