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Nos engañaron... definitivamente nos engañaron... ¿La razón? La sociedad que nos rodea nos
vendió a través de todos los medios –impresos y audiovisuales-- una imagen estereotipada de los
líderes...
Los presentan como los protagonistas de alguna película en la que jamás les ocurre nada y
siempre, al final de la historia, aparecen sonrientes en la pantalla mientras que a lo lejos se aprecia
el sol muriendo entre las montañas. Inmediatamente después aparecen los créditos de los
realizadores del filme y quedamos con la íntima sensación de que no estamos refiriéndonos a
seres comunes sino a una especie de súper-hombres y súper-mujeres que jamás cometen errores,
a quienes todo les sale a pedir de boca, que superan con facilidad cualquier obstáculo, que no se
desesperan a pesar de las circunstancias adversas, y si llegan a sufrir algún ataque que los
derriba, se levantan airosos limpiándose el polvo que se adhirió a sus ropas.
Tampoco es la que ofrecen las tiras cómicas o tal vez los programas de dibujos animados en los
que el personaje central puede caer desde un edificio muy alto o quizá recibir todo el peso de un
enorme piano, y aunque en el instante quedan aplanados como si se tratara de sellos postales de
correo, se restablecen con facilidad y, armados de un sonrisa que nunca abandona sus rostros,
reemprenden la jornada...
¿Qué puede pensar el pequeño empresario que lucha una y otra vez por colocar sus productos en
el mercado, mientras que la competencia despiadada agota sus esfuerzos para sacarlo del
camino? ¿Acaso aquellos que hoy lucen satisfechos en las fotografías de los diarios como
productores sólidos y emprendedores no enfrentaron alguna vez y, al igual que él, las mismas
dificultades?¿O tal vez los empresarios que tienen buenos ingresos hoy no aprendieron ayer de los
fracasos y los desengaños cuando las cosas no salían como esperaban?
¿Y qué razonará el promotor de libros y enciclopedias que concluye su jornada sin que haya
vendido tan siquiera un texto?¿Qué podrá decir si en las conferencias de motivación le aseguraron
que sería tan fácil como saludar al potencial comprador y despacharle --en cuestión de minutos--
todas las ventajas de los manuales, para encontrarse sobre el terreno que apenas perciben que se
trata de un comercializador le cierran las puertas en la cara?
¿De qué manera asimila los fracasos la persona corriente que adquirió un libro de superación --de
esos que se leen en cuestión de horas y que ofrecen un cambio extraordinario de la vida con sólo
disponerse a ser un triunfador—cuando enfrenta la realidad de que los famosos principios hacia el
éxito no son aplicables a su realidad?
Y ¿Qué decir del hombre que renunció a su empleo recién abierta una pequeña iglesia de provincia
para dedicarse al pastorado a tiempo completo pero que, una vez inicia su trabajo, encuentra que
pasan las semanas y nadie llega al templo?
Caminaremos a lo largo de las siguientes páginas para apreciar de cerca --tal como si asistiéramos
a una buena cinta cinematográfica--, a los hombres de la Biblia que cambiaron el curso de la
historia...
Capítulo 1
El sol comenzó a brillar en lo alto y poco a poco, como si despertaran de un prolongado sueño, las
nubes fueron abriendo paso a un cielo azul y limpio que servía como telón de fondo a la inmensa
estructura de madera que se levantaba en mitad del amplio terreno.
--Otra jornada...—murmuró quedamente Noé mientras se apuraba una bebida caliente para
comenzar el día. A un costado, sobre la mesa, el martillo y, en el suelo, desperdigados unos y
apilados otros, estaban enormes tablones que iban dando forma al Arca.
Uno de los curiosos sonrió. Otro meneó la cabeza y un tercero dijo con ironía:--Está loco...
definitivamente loco--.
Noé no prestó atención a sus comentarios. Estaba acostumbrado a las voces contrarias, a las
frases burlonas y a las críticas que comenzaron el día en el que recibió instrucciones de Dios para
construir la estructura.
--No se parece en nada a Lamec, su padre. El sí que era sensato. Tenía puestos los pies sobre la
tierra. Noé en cambio es un soñador... —prosiguió comentando el hombre mientras se alejaba con
una expresión de burla en su rostro.
Tras él, la armazón: inmensa, desafiante, inverosímil. Semejaba una casa. Una primera ojeada
permitía establecer al espectador que se encontraba frente a una construcción de 130 metros de
largo por 20 metros de ancho y 13 metros de alto. Las tablas y listones se entretejían hasta
configurar lo que parecían tres pisos. Arriba, en el techo, una enorme ventana que servía para
iluminar la estancia.
Noé se dispuso a reemprender la labor, mientras que sus hijos Sem, Cam y Jafet le ayudaban
untando de brea las tablas. Sin duda aquella era una nave que rompía todos los esquemas de la
época, y lucía muy extraña en un territorio en el que ni siquiera caían lluvias. Sin embargo Noé se
empecinaba a advertir que pronto vendría un enorme diluvio que arrasaría con aquellos que no
escucharan el mensaje de Dios.
Mientras clavaba unas tablillas, recordó como si devolviera las páginas amarillentas de un álbum
viejo, las imágenes que se sucedieron con una rapidez sorprendente y que quedaron grabadas
para siempre en su memoria.
Samuel Padilla es un pequeño empresario peruano residente en la ciudad de Trujillo. Por espacio
de cuatro años recibió formación básica sobre cómo planear, estructurar y poner en marcha una
empresa. Los libros que leyó durante su formación académica fueron apasionantes. Siempre pensó
que sería fabuloso terminar la colegiatura para iniciar su propio negocio.
Sin embargo después de los alegres momentos que experimentó en la graduación y el posterior
ejercicio profesional, le llevaron a comprender que existe una enorme brecha entre la teoría y la
práctica. Una cosa es el cúmulo de enseñanzas que recibimos en las aulas universitarias o
colegiales, y otra bien distinta la realidad que enfrentamos. El primer gran obstáculo fue determinar
qué producto elaborar; el segundo conseguir el crédito necesario, y el tercero, incursionar en el
mercado. Lo intentó varias veces. Si lograba superar una dificultad se topaba con otra y así
sucesivamente hasta que se vio navegando en las aguas turbulentas de la desesperación.
Samuel dirige hoy su propia factoría. Es pequeña pero rentable. El produce utensilios de cocina de
plástico. Son económicos y atrayentes al público. Tienen buena demanda entre las amas de casa.
Comenzar no fue fácil. Lo intentó con varios elementos: tablas para picar alimentos,
electrodomésticos importados que compraba en Lima y revendía en su ciudad y adornos
elaborados con cerámicas. En sus primeros intentos fracasó porque el mercado estaba saturado.
Fue entonces cuando entendió que siguiendo el curso de los demás, jamás llegaría a ningún lado.
Martha Lucía Ramírez vivió sometida por muchos años a las drogas. Hasta el nacimiento de su
segundo hijo y la ruptura de tres relaciones que inicialmente creyó, serían estables, le llevó a
reorientar sus pasos.
Una primera gestión, tras estabilizar su familia, fue la de ayudar a los necesitados. Y lo hace en su
modesta vivienda, al oriente de Santiago de Cali, que ha convertido en albergue de tránsito de las
familias que salieron huyendo de sus fincas y parcelas como consecuencia de la violencia que
azota a Colombia.
Observe lo que dice la Biblia acerca de nuestro personaje: “Noé, hombre justo, era perfecto
entre los hombres de su tiempo; caminó Noé con Dios. Y engendró tres hijos: Sem, Cam y
Jafet”(Génesis 6:9, 10).
¿Se da cuenta? Era una persona como usted o como yo. Si lo encontráramos en alguno de
nuestros pueblos y ciudades, seguramente lo confundiríamos entre la multitud de hombres y
mujeres que van de un lado para otro, presurosos, afanados por llegar a tiempo a la oficina o quizá,
ocupar los primeros lugares en la larga fila de quienes esperan el autobús.
El pasaje Escritural no nos dice que era más alto, más bajo o quizá más robusto que cualquiera
otro. En absoluto. Es más, nos advierten que era padre de familia. Tenía sobre sus hombros la
responsabilidad de una esposa y tres hijos. ¡Nada fácil!.
Hasta allí todo marcha bien. Sin duda lo invitaríamos a tomar un buen café tinto si lo halláramos
alguna vez. Pero... --el inevitable pero-- Noé era además de un ciudadano como los que vemos en
medio nuestro, alguien que reunía tres principios que rompían todos los esquemas: Primero,
“...era justo”, es decir, alguien centrado con principios y valores; segundo, era “perfecto entre
los hombres de su tiempo”. En otras palabras, así media ciudad estuviese tras él en procura de
encontrarle alguna falla, se llevarían tremendo chasco porque era “perfecto”, sin una conducta
inclinada a errar, engañar, poner trampas a los demás o tomar ventaja de ellos en cualquier trato o
negocio que concretara.
Hay un tercer aspecto que no podemos pasar por alto: “...caminó Noé con Dios”. ¿Se da cuenta?
Estamos hablando de un líder... de un auténtico líder... alguien que, aunque a primera vista luciera
similar a todos, marcaba la diferencia no solo por su manera de pensar sino por las actitudes que
diferían del común de las gentes. Noé fue un líder que impactó a su generación. Tenía algo
diferente...
Pero ¿cuál era el medio en el que se desenvolvía? “La tierra se corrompió delante de Dios, y
estaba la tierra llena de violencia. Y miró Dios la tierra, y vio que estaba corrompida, porque
toda carne había corrompido su camino sobre la tierra”(Génesis 6.11, 12).
Es evidente que todo en derredor era un caos. Y él junto con su familia se encontraban en el ojo
del huracán.
Para Noé hablar de recobrar principios y valores en el quehacer cotidiano, significaba tanto como
nadar contra la corriente. Era avanzar contra una enorme ola o quizá, intentar escalar cuando el
viento está en contra y golpea nuestro rostro despiadadamente. ¡No era fácil!. ¡Que enorme
diferencia entre las palabras motivadoras que podía recibir cada día, y la horda de enemigos,
libertinos y criticones que debía enfrentar!.
Si viviera en nuestros días, seguramente estaría abrumado –como nos ocurre a usted y a mi—
cuando encendemos la televisión para encontrarnos con una enorme carga de pornografía en
programas que se transmiten en franjas de audiencia supuestamente familiar; abriría el diario para
hallar un sumario de muertes y violencia; transitaría las calles para toparse con la víctima de un
atraco o quizá de una violación que no puede hacer mucho porque las autoridades son lentas y
pareciera que amparan la delincuencia y la impunidad; trabajaría en una empresa en la que robar y
poner trampas está a la orden del día, o voltearía la mirada a un lugar a otro para hallarse –a boca
de jarro—con el hecho de que los matrimonios se desmoronan ante el avance incontenible de la
promiscuidad y el adulterio...
Es probable que me diga: “Un momento, yo no soy religioso, quiero hechos prácticos ¿Qué
relación tiene Noé con mi vida?”. De acuerdo. Usted y yo nos movemos en circunstancias similares
a las de este hombre de la antigüedad porque, como en su tiempo, había deslealtad, se engañaba
a los patrones o a su vez los patrones engañaban a los empleados; los políticos eran mañosos y
aspiraban cargos de relevancia para taparse en dinero y popularidad; las separaciones
matrimoniales eran frecuentes y además, quien no se comportara de acuerdo con el parámetro
común, era mirado como un espécimen raro.
Ese es el panorama que tenemos enfrente y que sin duda no difería mucho del que enfrentaba
Noé. A él como a nosotros le tocó “Nadar contra la corriente”. Quizá lo aprendió a fuerza de
fracasos y de intentarlo nuevamente, pero su liderazgo se fortaleció enfrentando una
concatenación de adversidades. Muchos en su lugar, quizá habrían renunciado. Pero él, como
líder, tenía claro que es teniendo el viento en contra que los que vuelan en cometas llegan más
alto...
Lo normal y aceptable en la sociedad de su tiempo para Noé, y para nosotros hoy, sería ajustarse a
los principios vigentes. Así él y nosotros ahora, quedaríamos bien con todos. Sin embargo la Biblia
insiste en un hecho: “Pero Noé halló gracia ante los ojos de Jehová”(Génesis 6:8).
Ese hecho marcó la diferencia. En apariencia algo intrascendente, pero en la práctica, algo de
suma importancia. Sin duda rompió todos los esquemas. Esa determinación le permitió avanzar.
De lo contrario, sujeto a lo que todos pensaban y hacían, sin duda nunca habría llegado a ninguna
parte. Habría encontrado personas negativas a su paso, a quienes consideran que nada se puede
hacer diferente porque ellos no pudieron hacerlo y quienes miran mal a los que tan solo se atreven
a pensar diferente.
¿Usted imagina qué pasaría con nuestra sociedad si un buen grupo de personas, al igual que Noé,
hallaran gracia ante Dios? Sencillamente que comenzaríamos a cambiar el mundo. Los
conductores respetarían las normas de tránsito; los vendedores retornarían el vuelto correcto a sus
clientes; quienes acuden a solicitar un servicio respetarían la fila sin tratar de colarse por encima de
quienes llevan rato esperando; el médico ejercería a cabalidad su profesión mientras que el
periodista se ceñiría a los hechos y no a la especulación... definitivamente el mundo sería
diferente...
¿Ilógico? Definitivamente si. Todo en la misión que Dios encomendó a Noé parecía ilógico. No
comprendía bien cuál era el propósito, sin embargo actuó en obediencia. “E hizo Noé conforme a
todo lo que le mandó Jehová”(Génesis 7:5).
Esa disposición de sujetarse a las pautas trazadas por dios la apreciamos en la preparación y
posterior embarque de todo el género animal así como de su propia familia (versículos 9 y 16). No
discutió, no argumentó, no contradijo. Tenía claro que nuestro amado Creador no improvisa cuando
nos manda a hacer algo.
Un hombre o mujer que se hayan matriculado en la “Escuela de Dios” para potencializar sus
capacidades como líder en aras lograr crecimiento permanente y sostenido, asume la obediencia
como un principio ineludible.
Cuando seguimos las instrucciones al pie de la letra, Aquél que nos llamó a servirle en Su obra nos
irá mostrando la ruta a seguir. Algo diametralmente opuesto ocurre cuando obramos a nuestra
manera. Generalmente tropezamos una y otra vez porque estamos moviéndonos en nuestras
fuerzas y no en las de Aquél que nos envió a cumplir la misión.
¿Ha sentido alguna vez la satisfacción de concluir cabal y exitosamente con su trabajo? Esa misma
sensación fue la que embargó a Noé cuando terminó el diluvio, la tierra se secó y todo retornó a la
aparente normalidad ¡Había cumplido la misión!
Nunca terminan aquello que empiezan. El entusiasmo con el que emprenden las labores se agota
poco tiempo después de iniciar la jornada y permiten que los embargue la pereza o el desánimo.
Tales personas difícilmente llegan a ninguna parte. Los hallamos en todas partes: en la iglesia pero
también en el trabajo, la universidad o en el sector que habitamos. Con su inconsistencia no hacen
otra cosa que pagar la colegiatura para ser fracasados.
¿Acaso Dios quiere esa actitud derrotista para nosotros. En absoluto. El nos creó para ser
triunfadores. Pero en cierta medida, lograrlo sólo es posible cuando caminamos conforme a la
voluntad de El, trazada en la Palabra, y aplicamos esos principios que --si bien es cierto-- en
ocasiones no entendemos, nos llevarán a puerto seguro.
En el relato leemos que “Bendijo Dios a Noé y a sus hijos, y les dijo:”Fructificad multiplicaos y
llenad la tierra”(Génesis 9:1). A través de este visionario el Señor había cumplido su tarea de
sanear el mundo. Cuando cesó la voz del Creador, Noé dio vuelta y se encaminó a su tienda donde
le esperaban su esposa y sus ojos. Sonrió con satisfacción y razonó que había valido la pena todo
el esfuerzo. Sentado en una silla mientras caía la tarde, volvió a sonreír y pensó en todo lo que
había aprendido en la “Escuela de Dios”. Sin proponérselo, había marcado toda una generación
con su liderazgo...
1. ¿La imagen de lo que es un líder, ha sido bien transmitida por nuestra sociedad?
2. ¿Usted cree que los líderes son humanos como usted? ¿Cree que se equivocan como usted?
¿Qué se frustran y se encuevan –como usted-?
3. ¿Cuándo Dios como líder te da instrucciones, que te llevarán a hacer algo para El, debes dejar
de hacerlo porque te da miedo? ¿Es normal tener miedo? ¿Por qué debemos dejar el temor?.
4. ¿Cómo líderes de Dios, de donde tomamos fuerza? ¿Cuál es nuestra competencia en el Reino?.
5. Los líderes son personas comunes y corrientes… pero en su forma de actuar y de ver las cosas,
es ¿Común y corriente?.
6. Mencione tres principios que hicieron de Noé alguien en quien Dios confiaba.
8. ¿Qué hecho marcó una diferencia extraordinaria en la vida de Noé? ¿Podemos tú y yo como
líderes hallar gracia delante de los ojos de nuestro Dios? Si es que si ¿Cómo?
9. Mencione la cualidad más importante en la vida de un líder de Dios. Cualidad que vemos en
cada hombre grande de Dios, la cual que Jesús mostró a sus discípulos una y otra vez.
10. ¿Que tan cierta es la afirmación: Yo sólo me someto u obedezco a Dios y no a los hombres….?
11. ¿Cuándo las cosas no nos están saliendo bien, debemos abandonar la tarea que el Señor nos
entregó?
12. ¿Qué opinan de aquellos líderes que inician las cosas y las dejan a mitad o sólo iniciadas?
Le sugerimos mantener el mismo entusiasmo para seguir este curso y terminarlo. No se de por
vencido!!!
13. ¿Cuál el resultado (fruto) en la vida de Noé su obediencia al Señor según Génesis 9:1?
La palabra tentación tiene un significado distinto para cada persona. Algunos tienen problemas para controlar
su lengua, en tanto que otros batallan con el impulso de usar drogas o de consumir demasiado alcohol.
Muchos luchan una guerra secreta con sus apetitos sexuales.
No importa con lo que usted esté luchando, sepa que no está solo, que no es la única persona que tiene
dificultades para tomar las decisiones correctas. La tentación ha sido definida como "la atracción a cometer un
acto imprudente o inmoral, especialmente por una recompensa ofrecida (o percibida)". Eso es lo que hace que
el proceso de tomar una decisión produzca mucha tensión. La buena opción puede parecer poco atractiva
superficialmente, en tanto que la negativa tiene un atractivo especial.
Sentimos tensión cuando estamos decidiendo entre lo que debemos y lo que no debemos hacer. Esta lucha
no es imaginaria; el cuestionamiento "debo o no debo" no es un ejercicio intelectual aislado. Se está librando
una verdadera guerra dentro de nosotros.
La raíz de este conflicto se llama pecado. Por naturaleza todos hemos nacido pecadores y estamos
separados de Dios; es decir, tenemos un deseo nato de vivir como queremos en lugar de hacerlo como Dios
lo prescribe. La única solución para esta separación de Dios está en su Hijo Jesucristo que murió en la cruz
para pagar el castigo por el pecado y reconciliarnos a Dios (Romanos 6:23; Juan 3:16).
Cuando aceptamos el hecho de que Cristo ya pagó por el pecado y confiamos en Él como salvador,
oficialmente hemos muerto al pecado. ¿Qué quiere decir esto? Muerto significa que el pecado ya no tiene
poder para forzarnos a hacer o pensar nada (Romanos 6:1-3, 10-14). Por supuesto que el pecado todavía
existe como influencia, pero su reinado ha sido destruido; tiene acceso a nosotros, pero no autoridad sobre
nosotros. Somos libres para optar en contra del pecado; su dominio ha sido destrozado . Como creyentes,
somos libres para decir "no".
En Cristo tenemos una vida nueva y un espíritu nuevo (2 Corintios 5:17). El Espíritu Santo que habita en
nosotros desde el momento en que depositamos nuestra confianza en Jesús, nos capacita para elegir la
obediencia en lugar de la rebeldía. Aún así, la atracción hacia el pecado a veces puede ser demasiado fuerte.
El atractivo es real
Es importante entender que nuestros deseos naturales nos fueron dados por Dios y que son legítimos. Por
ejemplo, no hay nada malo en querer comer. Pero cuando queremos comer más, o menos, de lo que
debemos, o queremos estar a la moda aunque de alguna manera perjudique nuestro cuerpo, el deseo es
ilegítimo. Siempre que sobrepasemos los límites del amor que Dios ha estipulado entramos en terreno
pecaminoso.
La primera reacción cuando caemos en tentación es culpar a otra persona o atribuirlo a defectos de nuestra
personalidad. "Mi amigo me empujó a hacerlo", tratamos de explicar; o: "Así me educaron mis padres; no
puedo evitarlo". Esa táctica de desviar la culpa hacia los demás no es nueva. Cuando Dios buscó a Adán en el
Huerto del Edén después de haber pecado, Adán culpó a Eva (Génesis 3:12).
¿Por qué hacemos esto? Es difícil admitir que el problema está en nosotros. Es probable que muchas veces
hayamos oído la excusa: "El diablo me obligó a hacerlo", y que nosotros mismos la hayamos usado. En
efecto, frecuentemente Satanás juega un papel en la tentación; pero esa frase simplemente no es verdad.
Satanás jamás puede obligarnos a hacer nada. Su poder se limita a la manipulación y al engaño (2 Corintios
11:3); Juan 8:44). Puede impulsarnos a tener muchos deseos de hacer o decir algo, pero literalmente no
puede forzarnos a hacerlo. Sí, Satanás es un enemigo formidable y su intención de hacernos caer en sus
trampas y sus lazos nunca cambia. El Señor Jesús nos advirtió: ". . él ha sido homicida desde el principio, y
no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque
es mentiroso, y padre de mentira" (Juan 8:44).
La Palabra de Dios en 1 Tesalonicenses 3:5 y Mateo 4:3 se refiere a Satanás como el tentador, el responsable
de inducir a muchos a descarriarse. Constantemente busca nuestros puntos débiles y vulnerables y los
explota cuando tiene oportunidad de hacerlo (1 Pedro 5:8). No obstante, como nos asegura Job 1:12, sus
facultades son limitadas por Dios.
Por otra parte, Dios no nos tienta a pecar; su carácter no le permite hacerlo. De ninguna manera puede el
Dios santo y todopoderoso estar asociado con el pecado. Santiago 1:13-14 dice: "Cuando alguno es tentado,
no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni Él tienta a nadie;
sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido".
No importan ni la presión, ni los incentivos, ni los detalles atractivos, la Escritura dice claramente que nosotros
somos los responsables de nuestro pecado y nadie más. Cuando somos tentados, podemos decir sí o no; la
decisión es nuestra. Y pese a la influencia fuerte y negativa de la tentación podemos hacer la elección
correcta con la ayuda de Dios. Al reconocer la verdadera naturaleza del conflicto, estamos preparados para
poner la Palabra de Dios en acción ante cualquier desafío.
Juntamente con la integridad, el pastor gana respeto siendo competente en lo que hace. Una de las mejores
maneras de exhibir este atributo y así ganar el respeto de la congregación es siempre llegar al púlpito
preparado.
Un día me llamó uno de los miembros de nuestra congregación para anunciar: "Pastor, hemos
decidido no venir más a la iglesia". Aunque trató de suavizar su adiós con cumplidos
asegurándome que no había nada personal en mi contra, la noticia me golpeó. Le respondí
firmemente:"Lamento que se vayan, pero deseo lo mejor tanto para ti como para tu esposa".
Ciertamente, la partida de esta querida familia no fue una sorpresa total. Durante meses la pareja
se había ido apartando inexplicablemente a pesar de atenciones extras, incluyendo varias visitas a
su hogar. Por algún motivo, sentía que cuanto más intentaba acercarme, más distancia crecía entre
nosotros.
Después de su salida, llamé al pastor de la iglesia a donde fueron transferidos (era un amigo) para
ver si me podía dar una explicación del cambio. La respuesta me dejó helado. Parecía que mis
amigos deseaban a alguien a quien pudiesen tener en alta estima, un pastor hacia quien pudieran
sentir un profundo respeto. Por algún motivo yo no era tal persona; nunca había ganado su
respeto.
Aprendí que se precisa algo más para compeler a los creyentes a prestar atención a las
predicaciones, seguir mi liderazgo, y emular mi ejemplo. Para poder cumplir con mi llamado a dirigir
la iglesia y discipular a los creyentes, me es imperioso gozar de cierta medida de estima de parte
de la congregación. Pero temblaba ante la idea de buscar abiertamente tal respeto. ¿No sería nada
más que un actor auto-promocionándose? Sin embargo, un cuidadoso estudio de las Escrituras me
enseñó que Dios espera que tal estima exista entre pastores y ovejas.
Os rogamos, hermanos, que reconozcáis a los que trabajan entre vosotros, y os presiden en el
Señor, y os amonestan; y que los tengáis en mucha estima y amor por causa de su obra (1 Ts
5.12-13). Al comparar su propio trabajo la gente a veces considera trivial el del pastor, y hace
comentarios tales como: "¿Qué hace todo el día?", "¿Para qué necesita tener un día libre?", o
"¡Debe ser muy bueno poder estar todo el día leyendo la Biblia y orando!" Nuestro trabajo debe,
justamente, ser tenido en mucha más alta estima.
Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como
quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no es de
provecho (He 13.17). Esto implica tener una actitud de deferencia hacia el liderazgo, algo que
presencié durante una reunión de nueve pastores con nuestro superintendente de distrito. "No
estoy aquí para imponer mis ideas," dijo el superintendente. "Quiero saber qué opinan ustedes." No
obstante, en la medida en que la reunión proseguía, podíamos sentir su preferencia, que no era la
inclinación de la mayoría. Muchos de los pastores expresaron sus dudas pero también mostraron
deferencia: "Esta es lo que creo y siento, pero si usted piensa que el plan propuesto será mejor
para cada uno de quienes están involucrados, entonces lo apoyo pues usted es líder de nuestro
distrito."
No estaban siendo obcecados. Estos hombres de fuertes convicciones estaban expresando en voz
alta sus opiniones, pero luego acataban el liderazgo del superintendente debido a que respetaban
tanto su persona como su posición.
A continuación, menciono cuatro maneras a través de las cuales un pastor puede ganar respeto
genuino.
MOSTRARNOS DIGNOS
Un veterano pastor dijo una vez: "No puedo pararme en el púlpito y ordenarle a la congregación
que me respete. La estima se gana a través de la conducta, el amor y el carácter". El carácter y la
integridad son los fundamentos del respeto.
Se obtiene el respeto con las cosas "pequeñas". Un pastor que no es adúltero ni estafador de igual
manera puede llegar a empañar su nombre por olvidarse de sus compromisos, ser rudo, no cumplir
con promesas, no pagar facturas, faltar a las horas de oficina, contar mentirillas, ser desordenado,
no devolver cosas prestadas, etc.
SER COMPETENTES
Juntamente con la integridad, el pastor gana respeto siendo competente en lo que hace. Una de
las mejores maneras de exhibir este atributo y así ganar el respeto de la congregación es siempre
llegar al púlpito preparado. La desgracia de muchas iglesias es que, a la hora de la predicación, no
hay un mensaje de Dios que cause impacto en los oyentes a través de su vocero "el ministro" sino
algo superficial, mal laborado, hecho en apuros, y como consecuencia la gente no presta atención.
El ministerio de aconsejar es otra manera en que el pastor puede mostrar que es competente y así
ganarse el respeto de la congregación. Es necesario que el pastor escuche atentamente a la
persona, que aparte suficiente tiempo para tratar el caso, que busque una verdadera respuesta
bíblica y que continúe aconsejando hasta que se solucione.
Dos días más tarde, después de nuestro culto de la iglesia, Paco me golpeó en la espalda para
interrumpir una conversación. "Pastor, estoy muy apurado, ¿Tiene la información que iba a
darme?" "Claro", le respondí. Abrí mi agenda y le señalé el número y la dirección, alcanzándole el
cuaderno mientras terminaba con mi conversación. Más tarde encontré una nota resaltada en la
página de mi agenda:
Para ser respetado por la congregación un pastor tiene que respetar a esa congregación. Hay
varias maneras prácticas para hacerlo. En primer lugar, es importante recordar el principio
expuesto por el apóstol Pablo: ...a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a
algunos (1 Co 9.22). Cuando llego a un nuevo trabajo de pastorado, uno de mis primeros objetivos
es conocer a la congregación haciendo un profundo análisis de sus características. Lo hago
estudiando la historia de la zona; observando su vestimenta, su vocabulario, su estilo de liderazgo,
sus héroes, sus pasatiempos, su manera de tomar decisiones; y adaptándome a ellos (siempre y
cuando eso no viole un principio bíblico).
Otra manera de respetar a los feligreses es mantener clara y abierta comunicación con ellos. He
sido el causante de innecesarios problemas en una de las iglesias que solía pastorear por no
comunicar lo suficiente por un lado y no escoger bien las palabras por otro. Pablo establece la
norma: Hablando la verdad en amor...(Ef 4.15 BLA); No salga de vuestra boca ninguna palabra
mala, sino sólo la que sea buena para edificación, según la necesidad del momento, para que
imparta gracia a los que escuchan (Ef 4.29 BLA); Sea vuestra palabra siempre con gracia,
sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno (Col 4.6).
Sin embargo, siempre llegará la hora de corregir a pesar de las advertencias. Como Pablo le dijo a
Tito: Nadie te menosprecie (Tit 2.15); y a Timoteo: ... que con mansedumbre corrija a los que se
oponen... (2 Ti 2.25). Si se pasa por alto, el problema tiende a ser repetido, sólo que la próxima vez
más descaradamente. La autoridad e influencia del pastor se debilitan aun para el respetuoso
cuando pasamos por alto esta clase de actitud pecaminosa. Pero, ¿qué es conducta irrespetuosa?
¿Cuándo corresponde una admonición, y cuándo debe el pastor devolver el guante? Uniendo la
experiencia de otros pastores con la mía, he llegado a la conclusión de que un creyente cruza la
línea limítrofe cuando comete alguna de estas ofensas: Un desafío directo a la autoridad del pastor.
Un pastor me contó de un hermano que era un verdadero Diótrefes (3 Jn 9) y buscaba tener
siempre la preeminencia. En una ocasión exclamó al pastor: "¿Por qué no deja que predique su
esposa? Tiene más sentido común que usted". En vez de pasarlo por alto o guardar rencor, el
pastor decidió confrontar la situación con mansedumbre (Gá 6.1) y amor. No solamente solucionó
el problema, sino que hoy existe una buena relación de respeto a pesar de que no le dejó tener
dominio sobre la iglesia.
Esfuerzos por desvalorizar al pastor. Otro pastor relata: "Era sólo mi segundo domingo en la
iglesia. Luego del culto un hombre anciano me solicitó que visitara a un hombre al que había
hablado en la prisión. Le dije que haría todo, intentaría lo posible por ir allí. El domingo siguiente
este feligrés me preguntó si había visto al prisionero. Le contesté que no. Delante de todos empezó
a gritarme: "Usted es igual a todos los demás. Dice que ama a las almas, pero teniendo la
oportunidad de demostrarlo, usted no va." Lo tomé de la mano y junto con un miembro de la junta
de la iglesia que vio esta situación, le recordé lo que Pablo advierte a Timoteo sobre no reprender
con dureza al anciano, sino más bien exhortarlo como a padre (1 Ti 5.1): "Hermano, puede ser que
le haya decepcionado por no haber hecho esa visita aún, pero soy el pastor y usted no se dirigirá
nuevamente a mí con ese tono de voz."
Murmuró: "Lo lamento", y salió. Sin embargo, el hombre regresó a la iglesia y ha sido una joya
desde entonces. " Críticas y quejas excesivas e injustificadas. Otro pastor me comentó sobre una
situación muy común en nuestras iglesias. Una dama llegó al pastor asustada por una crítica que
había escuchado. Peor todavía, la persona había apoyado sus argumentos citando a un grupo que
se encuentra en la mayoría de las congregaciones: "todo el mundo". "Todo el mundo está de
acuerdo con que usted debe renunciar." Cuando ella citó el grupo fantasma él sabía que alguien
había estado esparciendo rumores. En forma inmediata empezó a remontarse al origen de las
críticas, sabiendo que Satanás siempre busca maneras de causar división. Fue de persona a
persona hasta que averiguó que "todo el mundo" eran sólo dos mujeres disgustadas por una
decisión.
Me causa gracia cada vez que observo a los niños jugando con roles de autoridad. ¿Ha prestado atención
cuando juegan a ser el presidente o capitán del ejército? Sacan su pecho para afuera, ponen cara seria, y
con postura adusta hablan en tono grave, con una supuesta voz de mando. Lo triste y no tan gracioso y ver
que los adultos en muchas ocasiones hacemos los mismo.
“Las moscas muertas hacen heder y dar mal olor al perfume del perfumista; así una
pequeña locura, al que es estimado como sabio y honorable” (Ec. 10.1)
¿No le causa gracia (o más bien tristeza) el ver a los adultos haciendo lo mismo, solo que intentando hacerlo
en serio? Observe a los imitadores de Luis Palau, de Yiye Avila o Billy Graham; los imitan en las expresiones,
en su modo de sostener la Biblia, en el léxico o la música que usan y hasta en algunos casos falsifican los
resultados.
Desconcierta el ver a los que se autovanagIorían en nuestro medio; son los que manipulan y menosprecian a
otros para estar en las plataformas, en los grandes eventos; exigen eso. Les gusta ser llamados o anunciados
como “oradores internacionales” porque han hablado en alguna iglesia de otra nación; los reverendos.
licenciados, doctores y conferencistas que vienen con grandes demandas y se presentan a si mismos con
muchos títulos. Esa rara mezcla de risa y tristeza también la experimento cuando recuerdo las veces cuando
yo también trate de aparentar.
La autoridad y el poder son dos elementos similares pero diferentes, codiciados por miles (incluyendo a
muchos cristianos); sin embargo, pocos codician la responsabilidad que lleva el que los posee. Carl F.H.
Henry, dijo que "El problema dominante del Siglo XX es la crisis de autoridad",
Para quienes han sido llamados a servir al Señor, la autoridad y el poder son necesarios para lograr los
propósitos de Dios. La pregunta clave es cómo tener y mantener la autoridad autentica y poder espiritual
procedente de Dios, en lugar de mero carisma humano, fuerza o manipulación.
Sin duda hay tres elementos vitales en relación a la autoridad: la fuente, ¿de quién he recibido autoridad, de
Dios o de los hombres? ¿Me la apropié o me la dio el diablo?; el poder (dunamis ). ¿qué poder (fuerza,
capacidad) tengo para hacer que otros cumplan lo que ordeno? y el respeto (timee), ¿qué respeto hay sobre mi
persona, para motivar a los que me rodean?
Todos sabemos, en la clave de la autoridad y el poder espiritual reside en nuestro caminar íntimo con el Señor,
en nuestra obediencia a El y en la pureza de nuestra vida; sin embargo a menudo olvidamos las verdades
relacionadas.
Es el Señor quien levanta a unos y no a otros, aunque todos lleguen a tener vidas, similares. David no fue el
único santo varón de su tiempo, ni Elías (inclusive, ni podernos afirmar que hayan sido los más santos).
Muchos de los grandes santos han sido llamados a servir en áreas desconocidas aunque fundamentales para la
gloria del Señor. Pienso en el desconocido hermano Lawrence (Siglo XVII) cuyas cartas fueron compaginadas
muchos años después para formar el librito. La práctica de la presencia de Dios (Clie). El experimentó una
conversión evangélica a los 18 años y después fue cocinero en un convento. Allí su oración y caminar en la fe
tocaron docenas de vidas, y lo sigue haciendo hasta el día de hoy a través de esas "insignificantes" cartas que
él había escrito desde su sencillo lugar.
Tal Vez lo que necesitamos comprender es que nuestra ansiedad por una posición o autoridad puede llegar a
ser (y. de hecho, lo es en muchos) nada más que el reflejo de nuestros deseos egoístas y carnales, actitudes
pecaminosas. Si nuestra ambición es verdaderamente pura, no tendremos ningún problema al contrario,
encontraremos alegría en que otro reciba posición y autoridad para lograr un propósito necesario.
La gloría verdadera es ser hallado fiel al finalizar carrera. Mientras más le ha sido dado a uno, más
responsabilidad tiene en ser hallado fiel. ¡Cuántos grandes hombres han caído sólo por no guardar santidad
íntima en la posición o rol que le habían conferido, dando lugar a su propia concupiscencia!
En las funciones públicas, incluyendo también a la tarea pastoral, no hay decisiones privadas ni actos
privados divorciados de su desempeño frente a la sociedad; si bien debe saber guardar su intimidad (y no para
esconderla sino por salud personal y familiar), la filosofía íntima debe ser plataforma de la pública. El
versículo de Eclesiastés del epígrafe es tremendamente acertado; una pequeña locura puede arruinar al sabio
y honrado. La gente nos mira, gústenos o no. Las “moscas” más comunes son la falta de disciplina personal
(por ejemplo, comer excesivamente o llegar tarde), la mala preparación para nuestros mensajes y funciones,
el gritar a nuestras esposas e hijos en público (que es muestra de lo que hacemos en privado), las disputas
sobre cosas triviales, la forma de manejar el automóvil, las excusas presentadas por los pecados personales,
etc. Estas cosas tienen más impacto de lo que pensamos.
El poder de la autoridad está relacionado más con la habilidad y capacidad, que con la fuerza que aplicamos
en ejercerla. "Es el deber de un buen pastor el atraer a sus ovejas con bondad y serenidad", dice Calvino, "para
que muchos se sometan a su gobierno, antes que ser forzados con la violencia", y continúa diciendo que
"reconozco, en efecto, que la severidad es algunas veces necesaria, pero debemos siempre proceder con
suavidad y perseverar en ello, mientras el oyente se muestre dócil. La severidades el recurso extremo, ya que
los hombres deben ser atraídos... antes que arrastrados. Recién cuando la mansedumbre resulta ineficaz con
aquellos que están endurecidos y se muestran reacios, entonces resulta necesario recurrir al rigor; de otro
modo no será moderación, o imparcialidad, sino cobardía culposa".
Es interesante que la palabra griega (exousia) usada varias veces en el Nuevo Testamento para
mencionar autoridad, justamente implica que es habilidad, capacidad, maestría o poder de
influencia. A la luz de esto, esto es fundamental que busquemos del Señor para preparar nuestras
manos para la batalla que usemos los medios que El nos provee, tales como la literatura, los
cursos, retiros, pláticas con otros líderes experimentados, para capacitarnos y buscar la forma más
eficaz, más santa y más amorosa para desarrollar nuestra autoridad. El caminar con Dios y el
hacerlo sabiamente entre los hombres permitirá que seamos siervos más útiles en la eternidad.
¡Adelante!
Apuntes Pastorales, Volumen VII – número 1
2. Mencione las cuatro maneras que hemos aprendido para ganar respeto.
Capítulo 2
La noche cayó con una sorprendente rapidez. Su esposa se encontraba unos metros más allá.
Dormía. El no podía conciliar el sueño.
Hacía calor. Sudaba. Hubiera querido beberse otro vaso con agua fría, pero asumió que lo mejor
era salir por un rato de la estancia y dejarse arrullar por la brisa que—cerca de la medianoche—
golpeaba con fuerza sobre el caserío.
El cielo lucía hermoso, tachonado de estrellas que se perdían en el infinito. Alrededor, las gentes
dormían. Estaban ajenos a su realidad. El no hacía otra cosa que pensar. La vida le había
sonreído. Tenía el reconocimiento de sus coterráneos, gozaba de solidez económica, de un hogar
apacible, de una familia que le amaba y de vastas extensiones de tierra que se perdían en el
horizonte.
--Definitivamente la vida me ha sonreído...—musitó al recordar con satisfacción los años pasados,
con la misma sensación de bienestar de quien vuelve atrás las páginas de un viejo álbum en el que
guarda fotografías de momentos agradables.
Estaba ensimismado en sus pensamientos cuando escuchó la voz apacible de Dios, como la había
escuchado otras tantas veces: “Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la
tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu
nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren
maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra”(Génesis 12:1-3).
Aquí ya estamos configurando la misión, es decir aquello que bien nos fue asignado o
simplemente, lo que queremos lograr.
Segundo, volver nuestros esfuerzos hacia la conquista de ese propósito. Esta fase implica
determinación y constancia. Y el tercero, ajustar todo cuando pensamos y hacemos para llegar
a la meta propuesta.
Todos los seres humanos tenemos un propósito en la existencia. No somos producto del azar ni
tampoco un accidente del cosmos.
Bajo este convencimiento es fundamental que nos fijemos una meta. Sólo quienes lo hacen llegan
a algún lado, de lo contrario, agotará sus fuerzas dando tumbos de un lugar a otro.
En el caso de Abram, Dios le puso de presente su misión: “Vete... a la tierra que te mostraré. Y
haré de ti una nación grande...”
Dios le instruyó respecto al propósito al que estaba llamado, aunque no le mostró inmediatamente
todo el itinerario a seguir. Le iría señalando paso a paso cuál era el camino.
Dios no improvisa. Todo lo tiene cuidadosamente calculado. Sabe dónde estamos y a dónde
podemos llegar si permanecemos en el centro mismo de su voluntad. El tiene un plan para cada
uno de nosotros. El dijo: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni
vuestro caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así
son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros
pensamientos”(Isaías 55:8, 9).
Si llega a experimentar el llamado divino, sin duda hay un propósito en esa convocatoria.
¿Recuerda el encuentro que tuvo el Señor Jesús con cuatro de sus primeros discípulos?
Andrés su hermano, que echaban la red en el mar; porque eran pescadores. Y les dijo.
en la barca con Zebedeo su padre, que remendaban sus redes, y los llamó. Y ellos,
En el caso de Abram el llamamiento era para ser el gestor de una gran nación. Por el contrario, en
el caso de Pedro, Andrés, Juan y Jacobo, la convocatoria era para ser pescadores de hombres.
Dios no llama a nuestra puerta por importunar únicamente. Hay detrás una misión por cumplir.
En su vida...
Quizá su vida ha sido tocada por la voz apacible de Dios. Siente que lo llama. Es una misión
compleja. Es probable que piense que no es capaz de cumplir la encomienda. “Es demasiado para
mi”, razona una y otra vez. Sin embargo se equivoca. Dios conoce sus potencialidades. El ve en
usted un líder mientras que alrededor tal vez lo ven como alguien común y corriente.
Deje a un lado el temor. Dios sabe lo que hace. Recuerde que El no improvisa. No se preocupe
de cómo se irán dando las cosas o tal vez los costos que implican avanzan hacia la meta, con
ayuda de Dios. Adelante, sólo llegan al final quienes emprenden el camino.
¿Le hace falta algo? Si, a decir verdad apenas hemos dado el primer paso al concluir en la
necesidad de pedir a Dios que nos muestre cuál es nuestra misión en la vida. Ahora, el segundo
principio que vamos a asimilar es...
Es frecuente que hallemos en el camino a decenas de hombres y de mujeres que, aunque tuvieron
el llamamiento a grandes metas y, sin embargo, ¡Jamás llegaron ningún lado!¿Cuál fue la razón?
Les faltó aprender qué significa el término “Renuncia”.
¿Es fácil? Por supuesto que no. Recuerde que Abram tenía una familia, una identidad cultural y
una solidez económica grande a costo de esfuerzo. Mucho pero mucho esfuerzo. Pero Dios lo
llamaba a una misión específica y eso implica renunciar prácticamente a todo, pagar el precio y
aprender a depender del Señor.
En las Escrituras leemos que “...se fue Abram como Jehová le dijo; y Lot fue con él. Y era
Abram de edad de setenta y cinco años cuando salió de Harán. Tomó, pues, Abraham a
Sarai su mujer, y a Lot hijo de su hermano, y todos sus bienes que habían ganado y las
personas que habían adquirido en Harán; y salieron para ir a tierra de Canaán; y a tierra de
Canaán llegaron”(Génesis 12: 4, 5).
Sin duda pudo transcurrir mucho tiempo entre el llamamiento de Dios y el instante en que tomó
la determinación de seguirle. Es probable que haya enfrentado la duda, la incertidumbre y el
temor. Pero al tomar la decisión, nada lo detuvo.
Algo similar ocurrió con los discípulos. En el caso de Simón y Andrés “Ellos entonces, dejando al
instante las redes, le siguieron”(Mateo 4:20). Y con Juan y Jacobo, los hijos de Zebedeo pasó
algo similar: “Y ellos, dejando al instante la barca, y a su padre, le siguieron”(Mateo 4:22).
El ser llamados y la decisión de renunciar juegan un papel transcendente en la vida del líder
cristiano. Ore a Dios y pida su dirección.
Ahora quizá me diga: “Eso está bien para quien es cristiano que aspira servir en la obra de Dios.
¿Y qué de mi vida? Recién estoy asistiendo a la iglesia y tengo centrada mi mirada en la vida
secular y no en la religiosa?¿Hay algo para mi?”.
Por supuesto que si. En la vida de los hombres de Dios que marcaron generaciones enteras vemos
que tenían definidas metas claras en la vida, volcaron sus esfuerzos para alcanzarlas y, con ayuda
de Dios, no se dejaron amilanar por las adversidades.
Con ayuda de Dios no hay proyecto que conciba en su mente y en su corazón que no pueda llegar
a realizarse. ¡Hoy es el día para comenzar!
7. Cuando Dios te pone una visión en tu corazón, siempre te da TODOS los detalles? (Compárelo
con Abraham, Noé, Moisés… Jesús).
8. ¿Y el Señor está claro en el Plan o propósito cuando te llama o pone una visión en tí, sabe los
detalles (aunque no te los diga todos)?
9. ¿Dios va a esperar que estés totalmente listo, capacitado, entrenado, preparado… para
llamarte y poner una visión en ti? Vea el caso de cuando Jesús llamó a los discípulos. Vea
cuando Dios llamó a Eliseo por medio de Elías.
11. ¿Qué puede impedir que el llamado que Dios ha puesto sobre ti no se cumpla? ¿De quién
depende?
12. Mencione los dos elementos que juegan un papel importantito en la vida de todo líder
cristiano.
Capítulo 3
Alguien afirma con optimismo en la voz:--Será el próximo Presidente de la República. Tiene las
capacidades para serlo...—.
Así las cosas, todos coinciden en asegurar que el destino de su patria tendrá perspectivas mucho
más sólidas en manos de aquél que, progresivamente y en un hecho que nadie puede ignorar, ha
ido escalando peldaños hacia el éxito.
Un día cualquiera todos despiertan sorprendidos con los titulares de los diarios revelando que
aquél a quien todos consideraban ejemplar en sus actuaciones, incurrió en acciones dolosas
destinando hacia sus arcas personales los recursos que se habían destinado inicialmente a trabajo
social.
¿Se ha preguntado por qué muchas de las sillas permanecen vacías en nuestras iglesias?
Hay múltiples respuestas para este interrogante. El cambio de los tiempos, es una; la concepción
errada de que las personas llegarán al templo si tenemos una programación variada y atrayente y
que no necesitamos ir a las calles en su búsqueda, es otra; pero hay una tercera razón: muchos no
encuentran en el cristiano un verdadero ejemplo y alguien que asume liderazgo en el lugar en el
que se desenvuelve.
Han descubierto que tales creyentes viven a Cristo “a medias tintas”. Dicen una cosa y hacen otra
totalmente diferente, que riñe con las enseñanzas que proclaman. Carecen de transparencia.
Una situación así es contraproducente en una sociedad en la que se han perdido valores y
principios. No olvide que en medio de tanta desesperanza las gentes buscan algo en lo cual
confiar. Ese hecho lleva a otro de suma importancia: creyentes que adolecen de transparencia,
antes que estimular la proclamación del evangelio generan un peligroso revés.
¿Tiene problemas con sus actitudes?¿Le falta transparencia en todo cuanto hace?¿Piensa que
quizá, ahora mismo, ha perdido terreno en las labores porque dejó de ser claro y coherente entre lo
que piensa y lo que hace?
Lo invito para que revisemos un pasaje en la vida de Abram. “Hubo entonces hambre en la
tierra; y descendió Abram a Egipto para vivir allí, porque era mucha el hambre en la tierra. Y
aconteció que cuando estaba próximo a entrar en Egipto, dijo a Sarai, su mujer:”Se que eres
mujer de hermoso aspecto; en cuanto te vean los egipcios, dirán: “Es su mujer”. Entonces
me matarán a mí, y a ti te dejarán con vida. Di, pues, que eres mi hermana, para que me vaya
bien por causa tuya; así, gracias a ti, salvaré mi vida” (Génesis 12:10-13).
¿De qué manera incurrió Abram en falta de transparencia en sus actuaciones? Primero, mintió para
lograr sus propósitos. Jamás un líder debe ampararse en las estratagemas y engaños para escalar
peldaños hacia el éxito, o bien, para obtener beneficios personales.
Un segundo aspecto fue la utilización de otras personas—en este caso de su esposa Sarai--, para
lograr su objetivo. ¿Ha visto a su alrededor líderes utilitaristas? Sin duda que si; pero
paralelamente se identificará conmigo en el hecho de que, quienes obran de esta manera,
despiertan una extraña sensación de engaño.
Es importante que se tome el tiempo suficiente para evaluar hasta qué punto sus ejecutorias han
defraudado a quienes le rodean.
Abram había recibido promesas grandiosas de parte de Dios, pero si bien es cierto abandonó su
tierra y su parentela tal como le ordenó el Señor (Génesis 12:1-3), caminó durante la primera etapa
del trayecto tomado de la mano del Creador pero cuando llegaron los problemas, como la escasez
de alimentos en la tierra, tomó el control de la situación en sus propias fuerzas.
Determinación y perseverancia
La vida de Abram como líder fluctuaba entre períodos de victoria y etapas de declive.
Pareciera que unas veces confiaba en el poder de Dios, y en otras, obraba conforme a sus propias
capacidades y raciocinio. Quien obra igual que él, no avanzará con la solidez y rapidez que se
pudiera esperar. La ambivalencia en sus actuaciones lleva a que el paso con que se desplaza sea
lento y en muchas ocasiones, poblado de incertidumbre.
En la carta del Señor Jesús a la iglesia que se reunía en Laodicea, advierte: “Escribe al ángel de la
iglesia en Laodicea: “El amén, el testigo fiel y verdadero, el Principio de la creación de Dios,
dice esto: Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente!
Pero por cuanto eres tibio y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca” (Apocalipsis 3:14-
16).
¿Puede captar el mensaje? En la vida del cristiano se necesita tomar la determinación de vivir a
Cristo a plenitud, sujeto a los principios trazados por las Escrituras y, segundo, perseverancia
para permanecer en el camino, firmes por encima de la adversidad. No hay lugar para los
reveses como aquellos que dan un paso y retroceden dos por que no tienen sólidos
fundamentos de fe.
Cuando estamos caminando en la realización de una misión, bien sea para Dios o en el camino
secular, es probable que nos toque tomar decisiones. Algunas altamente satisfactorias, porque
conocemos de antemano qué consecuencias pueden desatar. En otras oportunidades, decisiones
que adoptamos en fe, solo confiados en que si vamos de la mano de Dios, El nos guiará por la
senda indicada.
Cuando desarrollamos esa plena confianza en nuestro amado Señor, generalmente no albergamos
temores de que algo pueda salir mal.
Tras regresar de Egipto con su esposa Sarai y su sobrino Lot, trayendo consigo sus posesiones,
decidieron encaminarse al Neguev y luego hacia Bet-el que representaba, a los ojos de cualquier
buen negociante o ganadero, una tierra promisoria.
Todo iba bien hasta el momento, pero... Y surge el inevitable pero que no desearíamos que
apareciera enfrente nuestro cuando todo va “viento en popa”. Sin embargo en nuestra condición de
líderes debemos estar preparados para enfrentar circunstancias inesperadas. En el día a día es
previsible que emerjan dificultades. Es algo que no debe ni sorprendernos ni llenarnos de angustia.
“Y la tierra no era suficiente para que habitasen juntos, pues sus posesiones eran muchas,
y no podían morar en un mismo lugar. Y hubo contienda entre los pastores del ganado de
Abram y los pastores del ganado de Lot...” (Génesis 13: 6, 7).
El panorama no era nada halagador. Ameritaba de Abram una actitud calmada. Ninguna decisión
debemos tomarla acalorados, con la mente nublada por pensamientos derrotistas o tal vez de
venganza. Obrar así no traerá buenos resultados ni en nuestro desenvolvimiento personal, ni en la
iglesia y menos en nuestras labores en el plano secular.
La propuesta de Abram fue separarse para no agravar las cosas. Le dijo a su sobrino: “¿No está
toda la tierra delante de ti? Yo te ruego que te apartes de mí. Si fueres a la mano izquierda,
yo iré a la derecha; y si tu a la derecha, yo iré a la izquierda. Y alzó Lot sus ojos, y vio toda la
llanura del Jordán, que toda ella era de riego, como el huerto de Jehová, como la tierra de
Egipto en dirección de Zoar, antes que destruyese Jehová a Sodoma y Gomorra” (versículos
9, 10).
Al patriarca le correspondió un territorio que no era halagüeño mientras que su sobrino Lot, que
no era ajeno a las ventajas que se derivaban de poder escoger, tomó para sí las mejores
vegas...
La pregunta que nos hacemos: ¿Por qué permitió que tomaran aparente ventaja sobre él? Porque
la fe de Abram, al menos en ese período de su vida, estaba cifrada en Dios. Este siervo tenía claro
que con el Señor, con su divina ayuda, nada podría salir mal como lo señala el salmista:
“Deléitate asimismo en Jehová y él te concederá las peticiones de tu corazón”(Salmo 37:4).
Esa confianza en el Creador, que es la misma que estamos llamados a desarrollar usted y yo, se
vio reflejada en un pleno respaldo de Aquél que todo lo puede: “Y Jehová dijo a Abram, después
que Lot se apartó de él: Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte
y el sur, y al oriente, y al occidente. Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu
descendencia para siempre. Y haré tu descendencia como el polvo de la tierra; que si
alguno puede contar el polvo de la tierra, también tu descendencia será contada. Levántate,
ve por la tierra a lo largo de ella y a su ancho; porque a ti la daré” (Génesis 13:15-17).
Si de algo tenemos que asegurarnos es de que caminemos por la senda que nos trazó el Señor.
Al movernos en el centro mismo de Su voluntad, tenemos asegurada la victoria. Apartarnos de
ese camino para hacer las cosas a nuestra manera, traerá problemas.
Siempre he imaginado a Dios como un padre que advierte a su hijo pequeño –que somos usted
y yo cuando estamos creciendo espiritualmente y en la fe—sobre los peligros de jugar con
fuego.
“Es peligroso”, advierte con calma. Pero su hijo, queriendo conocer el por qué, mete sus manos –
por ejemplo—en la llama de una veladora. ¿Las consecuencias? Se quema. Aunque el incidente
no pase a mayores, paga las consecuencias de hacer las cosas a su manera. Igual quienes dejan
de lado las pautas marcadas por Dios y quieren resolver problemas, dificultades y circunstancias
inesperadas conforme a sus propias capacidades.
Como habrá podido apreciar hasta el momento, Abram –a quien Dios le cambiaría el nombre por el
de Abraham—es presentado como uno de los grandes héroes de la fe: “Por la fe Abraham,
siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin
saber a dónde iba. Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra
ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa...”
(Hebreos 11: 8, 9).
3. Cuando un creyente carece de transparencia… ¿es buen ejemplo para proclamar el evangelio?
4. ¿Cuales fueron los errores que como líder cometió Abram de acuerdo a Génesis 121:10-13?
8. ¿En quién debemos tener la mirada en nuestro caminar como líderes de Dios?
Capítulo 4
--Si nos espera unos minutos más le tramitamos la entrada al Perú—dijo el agente de inmigración
en la frontera del Ecuador y Perú. Hacía un sol insoportable y a lo lejos se adivinaba el inicio del
desierto de Tumbes, esa magnífica extensión de arena que muere en las márgenes del mar
Pacífico.
Saúl miró el reloj, miró al funcionario, nos miró a nosotros, hizo un gesto de desagrado y siguió
leyendo el diario. En los titulares anunciaban un nuevo triunfo del corredor de autos colombiano
Juan Pablo Montoya. Sobre una margen del diario anunciaban nuevos esfuerzos de Venezuela por
conquistar el mercado petrolero internacional.
Una nueva mirada al reloj de pared. Habían transcurrido veinte minutos. Unos ojos inquisitivos que
recorren a los presentes, el gesto de desagrado que había hecho anteriormente y la disposición de
seguir leyendo.
--Si espera unos minutos más...—le insistió. Pero el hombre salió tras recoger airadamente sus
documentos. Minutos después, realmente muy pocos, llegó quien debía firmarlos. Sonrió al
conocer la situación y dijo:
La impaciencia es uno de los problemas que enfrentan líderes, bien sea que estén al servicio de la
iglesia o que se desenvuelven secularmente en alguna empresa o institución.
Su anhelo es lograr todo inmediatamente, sin esfuerzo. Parecería que esperan encontrar la
lámpara de Aladino que, con solo frotarla, traiga del país de la fantasía un genio que cumpla todos
sus deseos. Sin embargo no es así. La realidad es bien diferente.
¿Se ha desalentado alguna vez porque una promesa que recibió de Dios no se cumple
inmediatamente?¿Ha sentido que Dios se olvidó de su promesa y que le dejó de lado para
ocuparse de los planes para otro creyente? Si ha experimentado una situación así, seguramente
comprenderá el desasosiego de Abram. Dios le había prometido: “...alza ahora tus ojos, y mira
desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al occidente. Porque la tierra
que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre”(Génesis 13:14, 15).
Lo más probable es que, cada mañana al despertar, el patriarca se acercaba al calendario para
corroborar la fecha y mentalmente hacía cuentas del tiempo transcurrido desde que Dios le
hablara.
Sarai, su mujer, no evidenciaba síntomas de embarazo. Y todo alrededor seguía tal cual. Nada
parecía ocurrir.
--De seguro esa promesa es imposible de cumplirse en mi vida—pensó una y otra vez. Todos en
derredor recibían noticias sobre la proximidad de la visita de la cigüeña y él, en cambio, sentía el
desaliento que produce esperar un anuncio del Señor que pasa el tiempo y no se materializa.
Esteban, el primer mártir de la era cristiana, explicó al respecto: “Y no le dio herencia en ella, ni
aún para asentar un pie; pero le prometió que se la daría en posesión, y a su descendencia
después de él, cuando él aún no tenía hijo”( Hechos 7:5).
Es fácil creer cuando todo apunta a que aquello en lo que hemos cifrado nuestras esperanzas, está
a las puertas de concretarse. En condiciones así es fácil creer. Lo complejo es asimilar en nuestra
existencia la definición que hiciera el autor sagrado en torno a la fe: “Es, pues, la fe la certeza de
lo que se espera; la convicción de lo que no se ve”(Hebreos 11:1).
Un empresario de Santiago de Cali con el que hablé hace poco tiempo después de dictar una
conferencia, me refirió como, desde niño y cuando sus padres vivían inmersos en la inopia, se
preparó para ser gerente de una compañía.
Nunca se desanimó aunque el paso de los años y el intenso estudio para lograr la superación
intelectual y académica, hacían pensar que estaba muy lejos de sus sueños. Sin embargo depositó
su confianza en la convicción de que, si Dios iba delante suyo, nada impediría que hiciera realidad
sus más caras aspiraciones.
Lo logró cuando rayaba los cuarenta y cinco años. Hoy es propietario de una compañía
transportadora. Está convencido de que guardar la fe en el poder divino que le ayudaría a salir
adelante, fue su más grande secreto.
En todas las circunstancias y cuando hemos recibido una promesa de Dios, es necesario entender
que nuestro reloj es bien diferente del que tiene en uso nuestro amado Señor.
José Alberto, un abogado a quien conozco hace un buen tiempo y de quien fui compañero en la
empresa para la que laborábamos, recibió una promesa en cierto servicio religioso en el que
ministraba un evangelista invitado.
–El Señor te llamará a servirle en su obra—le dijo el pastor en momentos en que oraba por mi
amigo.
Salió del lugar inundado de gozo. No podía creerlo. Días después me anunció que renunciaría a su
cargo en la entidad estatal a la que estábamos vinculados:
--Dios me llama a la obra y no puedo desatender su llamado—me dijo al tiempo que buscaba echar
por tierra las recomendaciones de que buscara a Dios en oración y Su santa confirmación antes de
proceder.
De nada valieron los consejos de amigos y conocidos. José Alberto renuncio a su ocupación
secular.
Un mes después estaba ministrando en una ciudad vecina. Las cosas no funcionaron. La pequeña
iglesita de la que fue encargado, pronto enfrentó un revés, de esos períodos que son apenas
naturales cuando se comienza una misión evangelística en un lugar. No tenía para sostenerse ni
tampoco a su familia. El dinero escaseó. Se sintió solo. Me dijo un día que el Señor lo había
abandonado.
Abram atravesaba una situación similar. Se desesperaba por el paso inexorable del tiempo sin que
nada ocurriera. En lugar de prepararse en Dios para ser un buen padre, tal como el empresario de
la historia inicial se preparó para dirigir su propio negocio, Abram esperaba que todo ocurriera
inmediatamente.
Años después y en un nuevo contacto con el Creador, le hizo el reclamo:”Dijo también Abram:
Mira que no me has dado prole, y he aquí que será mi heredero un esclavo nacido en mi
casa”(Génesis 15:3).
El texto debe llevarlo a reflexionar en las siguientes preguntas. ¿Ha sentido desesperación al ver
que transcurren los días y nada ocurre?¿Piensa que Dios se olvidó de usted y de la promesa que
le hizo?¿Piensa que las circunstancias demuestran que la promesa jamás será realidad?
Contrario a lo que usted pueda razonar, nuestro amado Hacedor no solo tiene presente aquello que
prometió, sino que permanece firme en lo dicho, tal como advierten las Escrituras: “Dios no es
hombre, para que mienta, no hijo de hombre para que se arrepienta. El dijo, ¿y no hará?
Habló, ¿y no lo ejecutará?”(Números 23:19).
Con frecuencia y en medio de las crisis que generalmente se desencadenan entre quienes ejercen
algún tipo de liderazgo, es probable que se sienta solo. Considera que nadie lo entiende, que la
situación que enfrenta constituye un callejón sin salida, que nadie ha experimentado una situación
similar. Pero no es así. Dios conoce las circunstancias que atravesamos. Es consciente de nuestro
sufrimiento, de las dudas que nos asaltan o quizá de la incertidumbre que nos embarga cuando
esperamos una promesa y nada ocurre.
El grado de incertidumbre era tal, que en el versículo ocho podemos leer que Abram le pidió una
prueba a Dios de que, cuanto le decía, tendría su cumplimiento. Aún en su existencia persistía la
duda.
Es probable que igual ocurra con su vida. Por alguna razón desea que esa promesa divina que
recibió de labios de un ministro del Señor se cumpla inmediatamente. Eventualmente alberga
sombras de duda.
En su existencia está primando la razón que le dice imposible, y se mezcla con las emociones que
le llevan a sentirse desesperanzado. Dejó de lado la fe, quizá junto a su Biblia allí en la mesita de
noche. Si es así, queremos animarlo a que siga adelante, a que no se desanime, a que crea en las
promesas de Aquél que todo lo puede.
¿Ha visto un líder cristiano que después de recibir una promesa de Dios, y preso de la impaciencia,
trata de ayudar al Creador para ver cumplida Su palabra?
Si no lo ha visto, le presento a uno de ellos: Abram. “Sarai mujer de Abram no le daba hijos; y
ella tenía una sierva egipcia, que se llamaba Agar. Dijo entonces Sarai a Abram: Ya ves que
Jehová me ha hecho estéril; te ruego, pues, que te llegues a mi sierva; quizá tendré hijos de
ella. Y atendió Abram el ruego de Sarai. Y Sarai mujer de Abram tomó a Agar su sierva
egipcia, al cabo de diez años que había habitado Abram en la tierra de Canaan, y la dio por
su mujer a Abram su marido”(Génesis 16:1-3).
¿Qué consecuencias desataron esta disposición tomada a la ligera y sin medir lo que podía
ocurrir? La sierva miró con desprecio a Sarai.
Igual que esta mujer y el propio Abram, que por aquél entonces tenía ochenta y seis años, con
frecuencia nos granjeamos problemas que de haber sido pacientes y sensatos nos hubiésemos
evitado.
Adelantarse a los planes de Dios sin esperar en Su promesa, le trajo problemas familiares al
patriarca (versículo 9). Cuatro años después, Dios le habló de nuevo (Génesis 17:1), sin embargo
debieron pasar otros diez años antes que la promesa se hiciera realidad (Génesis 17:17).
Dios cumple sus promesas, como leemos en las Escrituras: “Visitó Jehová a Sara, como había
dicho, e hizo Jehová con Sara como había hablado. Y Sara concibió y dio a Abraham un hijo
en su veje, en el tiempo que Dios le había dicho. Y llamó Abraham el nombre de su hijo que
le nación, que le dio a luz Sara, Isaac”(Génesis 21:1-3).
Dios nunca llega tarde. El llega en el momento oportuno. En ocasiones con más rapidez de lo
previsto, en otras cuando pensamos que nada ocurrirá. En todas las circunstancias es necesario
aprender a esperar en Sus promesas. El cumplirá. Jamás olvide que el reloj y el calendario del
Señor son diferentes de los nuestros. No se desespere, confíe. Dios cumplirá...
1. Consiga una escritura que habla sobre como la paciencia ayuda a heredar las promesas de Dios.
2. Consiga en el libro de Habacub una escritura que habla acerca de “espérala…sin duda vendrá”…
3. ¿Qué consecuencias puede causar la desesperación en la vida de un líder –cuando ha tenido una promesas-o cuando
ha sido llamado por Dios?
4. ¿Que nos dice el Señor en su palabra en Salmos 89:34 que nos ayuda a seguir esperando y confiando en El?
Capítulo 5
Las tardes cálidas y llenas de placidez en familia constituían algo que nunca previó Abraham. Sara,
su esposa, junto a las siervas atendiendo los quehaceres domésticos. Los negocios atravesando
su mejor período y, en la mayoría de los casos, con una tendencia a crecer. Y en el inmenso solar,
su hijo con otros chicos de su edad. ¿Qué más le podía pedir a Dios?.
Estaba orgulloso de cuanto había acontecido en su existencia. Ocasionalmente cuando veía morir
la tarde y la brisa bañaba con frescura aquél territorio, solía recordar los años de espera. Al
comienzo se desesperaba pensando que jamás se materializarían en su existencia las promesas
divinas. Vino luego un período que podía llamar de resignación, y por último, –por cosas
paradójicas de la vida—el reverdecer de la fe tras cada nuevo encuentro con Dios quien le
reafirmaba las promesas.
¿Pruebas?¿Momentos difíciles? Esos dos conceptos sonaban lejanos. Si en algún momento los
experimentó, ahora no podía describir con precisión lo que desencadenaban. Eran difusos. Se
desdibujaban en el tiempo y morían en sus recuerdos, como las sombras alargadas y deformes
que proyecta el sol sobre casas, árboles y objetos cuando está por ocultarse en el poniente.
Sin embargo lo imprevisto tocó a sus puertas. “Aconteció después de estas cosas, que probó
Dios a Abraham, y le dijo: Abraham. Y él respondió: heme aquí. Y dijo: Toma ahora tu hijo, tu
único, Isaac, a quien amas, y vete a tu tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre
uno de los montes que yo te diré”(Génesis 22: 1, 2).
Las dificultades que amenazan nuestra confianza asoman cuando menos las esperamos. En el
caso de Abraham llegaron en momentos en los cuales razonaba que el curso de su vida había
tomado rumbo fijo. Es más, dentro de sus perspectivas, tenía infinidad de planes con el muchacho
que corría desprevenidamente junto con sus amigos. El momento no era fácil, por el contrario, era
uno de los más difíciles de su larga vida.
¿Acaso está atravesando por un período similar al de Abraham? Puede que no halla sido
conminado a sacrificar a uno de sus hijos, pero sí enfrente pérdidas que considera irreparables.
En situaciones así es natural que nos preguntemos: ¿Por qué me ocurre esta situación a mi?
¿Acaso no hay quienes haciendo el mal... viven muy bien?¿No mira Dios mi entrega y dedicación a
servirle?
Pero supongamos que la situación se presenta desde el plano secular. De pronto se encuentra, a
boca de jarro, con sinnúmero de problemas. ¿A quién culpar? A las circunstancias, podría ser.
También a que hayamos sembrado semillas que germinaron en dificultades.
Cualquiera que sea la razón, quedan dos pasos a seguir, a la luz del razonamiento humano: La
primera, no pensar que somos los únicos en el mundo en enfrentar un tropiezo o quizá, que ha
llegado el fin del mundo por lo que pudiera ocurrirnos; la segunda, pensar con calma antes de
tomar cualquier determinación.
Hay un tercer paso que le sugiero asumir. Es buscar a Dios. El nos ayuda a encontrar la salida al
laberinto. Con su ayuda, nada podrá robarnos la capacidad de pensar con tranquilidad y abrirnos
paso, con una adecuada orientación, hacia el final de la encrucijada.
Cuando volvemos las páginas de las Escrituras leemos que nada ocurre por azar cuando estamos
en el centro mismo del Plan de Dios. El apóstol Pablo escribió: “Y sabemos que a los que aman
a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son
llamados”(Romanos 8:28). A partir de este principio bíblico entendemos que nuestro amado
Hacedor tiene un propósito con las pruebas.
Con frecuencia suelo recordar un viaje que hice a Barichara, un pueblo del norte de Colombia, en
el que hábiles artesanos trabajan la piedra.
A partir de un trozo de roca, conciben figuras que se convierten en adornos. Camino de aquella
población me detuve en uno de los talleres donde literalmente labran la superficie rocosa. Primero
utilizan pesados martillos con cinceles que, bajo el impacto, arrancan trozos grandes. A medida que
pasan las horas y va tomando forma, utiliza otros buriles más pequeños. En la fase final del trabajo
son diminutos.
Igual ocurre cuando el Señor trata la vida de alguien. Puede que los primeros impactos luzcan
demasiado duros. En la medida que crecemos espiritualmente --a partir de las pruebas-- todo es
más llevadero.
Dar muerte al chico era tanto con borrar de un solo trazo todo lo que había sembrado, la ilusión de
tener descendencia, el sueño de ver cómo se levantaba una nueva generación.
Renunciar a muchas cosas es complejo para nosotros. Quizá se nos pide volver la espalda a algo
o alguien en quien hemos depositado nuestras esperanzas. ¿Recuerda al joven rico? Su historia la
leemos en el evangelio de Lucas, capítulo 18, versículos del 18 al 30. ¿Cuándo se produjo su
crisis? Cuando debió renunciar a las riquezas que, en su razonamiento humano, representaban
todo para su existencia.
¿Acaso se le ha dificultado renunciar a algo? Es probable que se trate del punto en el que debe ser
tratado por Dios. Con su ayuda, podrá vencer. Sin El, es probable que siga sujeto a sus
debilidades.
“Y Abraham se levantó muy de mañana, y enalbardó su asno, y tomó consigo dos siervos
suyos, y a Isaac su hijo; y cortó leña para el holocausto, y se levantó, y fue al lugar que Dios
le dijo”(versículo 3).
Sin duda fueron días de profunda agonía. Por su mente debieron pasar muchos pensamientos. Tal
vez desilusión, incredulidad o la incertidumbre al razonar que probablemente había equivocado el
llamamiento y era un susurro y no la voz de Dios que creía haber escuchado.
Cuando aprendemos a conocer a Dios, asumimos que sus instrucciones y caminos evidencian
perfección. Nada es al azar. No cabe la improvisación. Conocer al Señor es posible cuando
pasamos tiempo en Su presencia mediante la oración, el estudio sistemático de las Escrituras y
una búsqueda sincera de conocer Su volunta.
Hay sin embargo un tercer principio que asimilamos conforme le conocemos. Es la confianza. Es
tanto como caminar por la cuerda floja sabiendo que nada saldrá mal y no caeremos en el vacío.
En el caso de Abraham, caminar al lugar del sacrificio, demostraba confianza. “Al tercer día alzó
Abraham sus ojos, y vio el lugar de lejos”(versículo 4).
Confiar es viable cuando todo está a favor, pero bien difícil cuando nadamos contra la corriente.
Es natural que en circunstancias así nos agobien los temores o la incertidumbre. Pero si nuestra
confianza es plena, podemos afincarnos en la certeza de que la misericordia de Dios no tiene
límites. También de que no permitirá que nada malo nos ocurra: “Y respondió Abraham: Dios se
proveerá de cordero para el holocausto...”.
¿Su vida ha desarrollado tal confianza en Dios?¿Está de tal manera convencido en el obrar
perfecto del Señor que no teme dar pasos en dirección al camino que El le señala? Vale la pena
que, en nuestro proceso de formación en el liderazgo, respondamos a estos dos interrogantes y
que, si encontramos falencias, procedamos a aplicar correctivos con ayuda de Aquél que todo lo
puede.
“Entonces el ángel de Jehová le dio voces desde el cielo, y dijo: Abraham, Abraham. Y él
respondió: Heme aquí. Y dijo: No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada;
porque yo conozco que temas a Dios, por cuanto no rehusaste tu hijo, tu único. Entonces
alzó Abraham sus ojos y miró, y he aquí a sus espaldas un cordero trabado en un zarzal por
sus cuernos; y fue Abraham y tomó el carnero, y lo ofreció en holocausto en lugar de su
hijo”(versículo 13).
Algunas veces, cuando clamamos a Dios en procura de un milagro, quizá sintamos que no
escucha las oración, que nos olvidó o tal vez, que nunca responderá. Pero en la medida en que
vamos creciendo en Su conocimiento, aprendemos que El siempre llega en el momento oportuno.
La desesperación nos embarga cuando olvidamos que Su reloj es distinto al nuestro. Pero una vez
asimilamos este principio, la confianza trae paz a nuestro corazón.
Si estamos en el centro mismo de la voluntad de Dios, las pruebas nos ayudan a crecer y tras
experimentarlas y salir airosos, recibimos la bendición, tal como podemos apreciarlo en el texto:
“Y llamó el ángel de Jehová a Abraham segunda vez desde el cielo, y dijo: Por mi mismo he
jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único
hijo; de cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y
como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus
enemigos: En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto
obedeciste a mi voz”(versículos 15-17).
Es probable que ahora mismo atraviese por una situación que considera sin solución. Sin embargo
es tiempo de permanecer en Dios, asidos de su mano, en la certeza de que responderá con poder
y no le dejará solo en medio del desierto.
Una vez termina la tormenta viene la calma. Y cuando las pruebas concluyen, es evidente que
llega la bendición de Dios. En tal principio debemos esperar.
Jamás olvide que ahora que está creciendo en su formación de líder en la Escuela de Dios, no está
solo. El Señor siempre estará a su lado...
1. ¿En qué momento aparecen en la vida del líder las pruebas, dificultades o aflicciones?
5. Las pruebas casi siempre nos llevan a asumir una posición de ____________________ y
__________________.
6. Mencione algunas formas de pasar tiempo en la presencia del Señor que nos llevan a conocer a
Dios
Capítulo 6
El mundo quiere condicionar al líder - ¿La familia del líder debe ser
perfecta?
Por alguna extraña razón quienes asisten a las iglesias tienen la errada concepción de que los
hijos del pastor o del líder, son los “niños-perfectos-que-nunca-fallan”. El estereotipo del chico o
chica que han construido en sus mentes visten impecablemente, saludan a todos con un “Buenos
días” al tiempo que muestran su mejor sonrisa; responden siempre “Si, señor. No, señor”; conocen
al dedillo todos los coros y, por si fuera poco, cuando llegan a casa, suben a sus cuartos a tener
interminables jornadas de oración.
¿Le ha ocurrido que alguien comente delante suyo: “Tan lindo el niño. De seguro será tan buen
predicador como el papá”? Pues si a usted nunca le ocurrió, o felicito. A mi me pasó muchas veces
y quien más sufría con aquellas palabras era yo. Lejos de ser los hijos perfectos que ellos creían,
mis hijos eran adolescentes como cualquiera otro y tenían sus mismos gustos...
¿Un ejemplo? Le pondré no uno sino varios. Para comenzar, a ellos les gustaba la música y no
propiamente los temas espirituales de Marcos Witt, Marco Barrientos, Gonzalo Alvarado, Jesús
Adrián Romero, Danilo Montero o Ingrid Rosario . ¡Por supuesto que no! Eran cantautores de
melodías de salsa, propias de una ciudad carnavalesca como Santiago de Cali, en donde resido
con mi familia. Ah, y les fascinaba oír los temas a todo volumen.
Nadie decía nada, pero por lo bajo comentaban: “Tan mundanos los hijos del pastor”.
¿Afiches? Sí, de todas las clases, desde muñecos de Disney hasta las últimas imágenes de Los
Simpson. Había de todos los tamaños y ocupaban todos los espacios de sus habitaciones. Cierto
día que invite a unos líderes a mi casa, murmuraron: “En esta casa hay que hacer unas cuantas
liberaciones para que salgan todos los espíritus que atraen esas imágenes”, descalificando así las
aficiones de mis hijos, y de paso, satanizando toda caricatura que les pareciera sospechosa.
¿Impecables? En cuanto a vestir si, pero no en su cabello que preferían dejarlo crecer.
Encontraban uno y mil pretextos para no recortárselo. ¿Y en el culto? Igual que los otros chicos de
su edad: amaban la alabanza con ritmo, no entendían qué decían los coros de adoración, y se
dormían cuando el sermón del pastor pasaba de los diez minutos, así quien estuviera en el púlpito
fuera yo.
Fue un período de por lo menos cuatro años que resultó traumático para mi esposa y para mi. No
imaginan cuántas personas se acercaron a pedirnos explicación por el comportamiento de nuestros
hijos. Concebían que los adolescentes de los demás fueran terribles, menos los desatinos –por
pequeños que fueran—provenientes de los “hijos del pastor”.
En casos así lo peor que podemos hacer es tratar de condicionar a nuestros niños, adolescentes o
jóvenes a actuar de determinada manera. ¿Dejarlos hacer cuanto quieran? No, en lo absoluto, pero
no caer en la trampa en que caímos quienes quisimos “alienar” a nuestra familia para que pensara,
actuara, se riera e incluso vistiera como nosotros.
Un comportamiento así sólo traerá rebeldía en los hijos y antes que encontrar respuestas en la
iglesia de Jesucristo, recibirán con aversión todo cuanto tenga un tinte eclesial.
No somos perfectos
Cuando volvemos las páginas de la Biblia nos encontramos con Isaac, el hijo de Abraham, quien si
estuviera en nuestro tiempo, podría decirnos: “Entiendo lo que sienten cuando todos alrededor
pretenden que su familia sea perfecta”.
Este hombre de Dios que marcó el sendero de toda una generación en Israel, enfrentó
contrariedades por las actuaciones de sus hijos, Jacob y Esaú.
En las Escrituras leemos:”Y cuando Esaú era de cuarenta años, tomó por mujer a Judit hija de
Beeri heteo, y a Basemat hija de Elón heteo; y fueron amargura de espíritu para Isaac y para
Rebeca”(Génesis 26:34, 35).
Sin duda los chicos de Isaac no eran los santurrones del barrio. Jacob era tramposo, como
veremos más adelante, mientras que Esaú, como cualquier chico de la modernidad, buscaba
llevarle la contraria a sus padres en todo.
Curiosamente muchos de los pastores y líderes con los que he hablado sobre el particular,
coinciden conmigo en que las congregaciones llegan a ser demasiado duras en su juzgamiento y
olvidan que nuestras familias experimentan los mismos altibajos que otra. La diferencia estriba en
que, en medio de la crisis, buscamos la ayuda del Señor Jesús para que nos ayude a resolver las
dificultades.
Un líder se forja en medio de las dificultades. Cuando atraviesa períodos difíciles, aflora su
capacidad para sobreponerse. Buena parte puede fundamentarse en la experiencia y, otro buen
porcentaje, en lo que aprende cuando está inmerso en superar los obstáculos.
Isaac, por ejemplo, tuvo que luchar con una niñez traumática. Cuando apreciamos las imágenes
descoloridas de los tiempos idos, podemos apreciar que bien pudo convertirse en un rebelde o tal
vez en un hombre incrédulo a raíz de los momentos difíciles que tuvo; pero dejó atrás todo aquello
que amenazaba con afectar su presente y su mañana. Volvamos atrás en su historia.
En primera instancia su padre era un hombre entrado en años cuando él nació. Tenía cien
calendarios encima (Génesis 2315). No era el tipo de progenitor con el que juegas al fútbol los
domingos en la tarde, o con quien vas de pesca un día feriado. Es probable incluso que le
atormentara la risa de los niños y que saliera furibundo, a la puerta de la tienda, cuando los chicos
amenazaban con armar una gresca.
Al llegar a la adolescencia, cuando las imágenes quedan grabadas con una impronta imborrable
para siempre, Dios le ordenó a su padre que lo sacrificara, tal como lo relata el capítulo 22 del libro
del Génesis.
El muchacho percibió la situación. “Entonces habló Isaac a Abraham su padre, y dijo: Padre
mío. Y él respondió: Heme aquí, hijo mío. Y él dijo: He aquí el fuego y la leña; más ¿dónde
está el cordero para el holocausto? Y respondió Abraham: Dios se proveerá de cordero para
el holocausto, hijo mío. E iban justos”(Génesis 22:7, 8).
Sin duda no era ningún traído de los cabellos; por el contrario, era bastante acucioso y entendió
que él iba a ser la víctima.
Circunstancias como esa pueden llevar a un jovencito a pensar que su padre es inmisericorde, por
encima de las costumbres culturales y religiosas que prevalecieran en la época, o bien a razonar
que Dios era injusto porque iba a recibir honra con su vida que apenas comenzaba.
Desde esa perspectiva, valoramos que Isaac no permitió que lo embargaran el resentimiento ni los
malos recuerdos. Por el contrario, en su juventud y como podemos leer en los capítulos desde el
23 hasta el 26 del libro del Génesis, reconoció al Señor en todos sus caminos...
Aquí cabe una pregunta: Usted como líder, ¿vive del pasado? Aspiro que no. Si tiene una carga
enorme de recuerdos dolorosos de su infancia, adolescencia y etapa juvenil, es necesario que
vuelva la mirada al Señor Jesús y le pida que trate con esas heridas del alma.
Un líder que obra gobernado por la rabia, el odio y la tristeza, no desarrollará a plenitud su
ministerio y de paso corre el riesgo de contaminar a las personas que tiene a cargo. No, no le estoy
hablando de contagio físico como si se tratara de un virus, sino de sembrar semillas negativas en
aquellos a quienes estamos formando en la vida cristiana o secular.
En la Biblia leemos que Jesús es nuestro “Por lo tanto, ya que en Jesús, el Hijo de Dios,
tenemos un gran sumo sacerdote que ha atravesado los cielos, aferrémonos a la fe que
profesamos. Porque no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras
debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo de la misma manera que nosotros,
aunque sin pecado. Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir
misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos.”
(Hebreos 4:14-16. Nueva Versión Internacional).
Nuestro amado Salvador comprende las crisis por las que atravesamos, muchas de ellas fruto de
un pasado traumático, y es El y nadie más que El quien puede ayudarnos a borrar esos recuerdos
que nos roban la tranquilidad.
Ser líder no es una condición que se hereda. Por el contrario y a diferencia de lo que opinan
muchos, un líder no nace, se hace.
Este hecho reviste especial significación porque la otra cara de la moneda indica claramente que el
hecho de ser hijo de alguien que jamás abanderó ninguna campaña, no determina que sea
imposible el que desarrollemos un liderazgo. Es algo personal y no generacional.
En el trasegar hacia el crecimiento personal y como líder de una generación, Isaac se encontró con
una realidad a la que no solo no podía escapar, sino que además era humanamente imposible de
resolver. Su hermosa y joven esposa Rebeca era estéril. Algo traumático para un padre que
anhelaba llevar sus hijos al caer la tarde de un sábado cualquiera a los juegos mecánicos o quizá a
ver una buena película.
En su caso podría ser la pérdida de empleo; las dificultades para plantar una congregación; los
tropiezos en las relaciones con las personas que están a cargo; dificultades financieros que
impiden la concreción de sus sueños... en fin, las posibilidades son infinitas.
¿Qué hizo Isaac? Tomó la decisión que debe acompañar a quienes tropiezan con un enorme
obstáculo en su camino: volvió su mirada a Dios y depositó en El la confianza plena de que obraría
un milagro.
“Y oró Isaac a Jehová por su mujer, que era estéril; y lo aceptó Jehová, y concibió Rebeca
su mujer”(Génesis 25:21).
Fruto del clamor, vino la bendición. Rebeca concibió gemelos: Esaú y Jacob.
Lograrlo amerita que mantengamos una estrecha relación con el Padre mediante la oración. Se
supone que si somos sus siervos, de El debemos recibir instrucciones y a El es necesario que
acudamos en los momentos difíciles.
Ese diálogo permanente con el Dueño de la obra, llevó a que Dios le pusiera en alerta cuando
Isaac proyectaba ir a Gerar frente a la hambruna que golpeaba su país. “Y se le apareció Jehová,
y le dijo: No desciendas a Egipto; habita en la tierra que yo te diré”(Génesis 26:2).
Como consecuencia de esa relación con Aquél que todo lo puede, el Todopoderoso le reafirmó
siete promesas:
7.- Prometió que en él, Isaac, sería bendita toda la tierra que ocupara (Génesis 26:5).
¿Le ha ocurrido que justo cuando piensa que todo marcha bien, afloran cualquier cantidad de
obstáculos? Situaciones así tienden a quitarnos la tranquilidad y hay quienes experimentan
desánimo.
En Isaac se vio reflejada esa situación. Cuando iba tras el sendero que marcó su padre, en
dirección a Gerar (Génesis 26:17), encontró múltiples problemas en la tierra que aspiraba
encontrar prosperidad a su ocupación como ganadero.
Si bien es cierto reabrió los pozos que construyó Abraham (Génesis 26:18), halló oposición entre
quienes habitaban aquel territorio y reclamaban la propiedad de dichas cisternas (Génesis 26:19-
21).
Pese a ello, Isaac no se dio por vencido. Asumió un principio que debe primar en todo líder: la
perseverancia. Las Escrituras nos muestran que finalmente abrió un pozo sobre el que nadie hizo
reclamos (Génesis 26:22). De no haber persistido, lo más seguro es que habría renunciado a sus
metas y sin duda, tendría que enfrentar por años la frustración.
Tome un tiempo para revisar su vida. Usted fue llamado a vencer. El Señor Jesús ganó para usted
la victoria en la cruz. No puede detenerse. Eso sería una verdadera locura. Es hora de que
reemprenda el camino... Sin duda vencerá...
6. ¿Cuándo un líder de Dios tropieza con obstáculos –pruebas, momentos difíciles-, hacia donde
debe volver su mirada?
7. Mencione las 7 promesas que Dios le dio a Isaac como consecuencia de la relación con el
Señor.
Enciende la tele y aparece una promoción. El presentador, con una sonrisa amplia, anuncia que si
compra tal o cual aparato, con la más alta tecnología disponible en el mercado, adelgazará diez
kilos por mes. “Es una oferta”, advierte, para anotar a continuación que la decisión de seguir con
sobrepeso o tener un cuerpo perfecto, sea hombre o mujer, está en sus manos. Venden la idea de
que ser gordito es una desgracia.
En otro canal, una mujer rejuvenecida anuncia que está disponible, por unos cuantos dólares, la
fuente de la eterna juventud. Es una crema que reduce progresivamente todas las arrugas hasta
hacerlas desaparecer. “Se verá joven nuevamente”, anuncia.
Seguimos pasando de un canal al otro y de pronto las imágenes son diferentes. En un auto último
modelo, acompañado por dos chicas, un hombre que comparte su secreto con los televidentes. Era
pobre hasta que adquirió el manual en el que se encuentran todos los números ganadores de la
lotería. De la noche a la mañana su suerte cambió. Ahora es millonario, las mujeres le siguen y
todo parece sonreír a su alrededor. El espectador guarda la sensación de que ser pobre antes que
una condición, es lo peor que puede ocurrirle a un ser humano.
La lista sería interminable. La sociedad nos condiciona a pensar y a actuar de determinada forma.
Y en el caso del liderazgo, nos presenta la imagen errada de que todos aquellos que marcaron un
hito en la historia de la humanidad, fueron siempre hombres y mujeres con principios y valores que
determinaron su éxito futuro. Ninguno –en apariencia—cometió fallas.
Es tanto como vender un producto de la tele. Hay marketing de por medio. Una estrategia bien
concebida para presentar unas características inigualables que crean necesidad y además, ofrecen
una perspectiva muy novelesca de quien puede ocupar una posición relevante.
Ahora le formulo un interrogante ¿Qué pensar de un líder que buena parte de su vida se
caracterizó por ser un tramposo?¿Cómo depositarle nuestra confianza cuando de antemano
sabríamos que deseaba sacar ventaja?¿Qué lo llevó a convertirse en pieza clave para el
cumplimiento de los planes de Dios?
Es probable que al meditar en estos tres interrogantes haya hecho un parangón con su vida y
piense:”Si Jacob con esas “cualidades” llegó a cumplir una misión divina, ¿acaso no llegaré yo a
ser un vaso útil en su obra?”. Sin duda que puede. Resta que se someta al Creador y permita que
El lime todas las aristas, de manera que pueda constituirse en el instrumento que necesita para
cumplir Sus planes en medio nuestro.
Suelo recordar los tiempos acerca de los cuales nos compartía mi abuelo Angelino Barco sobre un
Vijes tranquilo, de casas grandes y solares interminables, con tejas de barro, chambranas de
madera tallada a mano y callecitas polvorientas en las que la palabra empeñada tenía el valor de
una Escritura Pública.
El fue desde siempre el Notario Público de aquél pueblecito y ante él se suscribían los documentos
para la compra y venta de inmuebles así como el registro de quienes nacían. Pero salvo anotar en
los libros quiénes veían la luz de la vida, tenía poco trabajo. Por años los textos en los que debía
asentar información sobre negocios permanecieron en blanco. ¿La razón? Las personas hacían
cualquier negociación confiando solamente en la palabra de su interlocutor. Había seriedad y
compromiso para cumplir lo prometido. La palabra era suficiente.
Los tiempos cambiaron. Hoy nadie confía en nadie y menos, alguien depositará su confianza en
quienes históricamente han faltado a lo prometido. Esa es la razón por la cual deducimos que
Jacob –hijo de Isaac, de quien podemos leer en el capítulo 25 del libro, no era persona con la cual
que se podía hacer ningún trato.
¿Un ejemplo sencillo? Lo invito para que leamos las Escrituras, y como si estuviéramos presentes
en la escena, observemos qué ocurrió: “Y guisó Jacob un potaje; y volviendo Esaú del campo,
cansado, dijo a Jacob: Te ruego que me des a comer de ese guiso rojo, pues estoy muy
cansado. Por tanto fue llamado su nombre Edom. Y Jacob respondió: Véndeme en este día
tu primogenitura. Entonces dijo Esaú: He aquí yo me voy a morir; ¿para qué, pues, me
servirá la primogenitura? Y dijo Jacob: Júramelo en este día. Y él le juró, y vendió a Jacob
su primogenitura. Entonces Jacob dio a Esaú pan y del guisado de las lentejas; y él comió y
bebió, y se levantó y se fue. Así menospreció Esaú la primogenitura. “Génesis 25:29-34).
Es probable que piense: “La culpa fue de Esaú que no valoró ser el primogénito”, pero ¡Cuidado!
No podemos pasar por alto los atributos negativos de Jacob: oportunista, ventajoso, egoísta,
carente de toda sensibilidad humana y miserable. ¿Podría el Señor obrar a través de un hombre
así? Sin duda, pero fue necesario que se matriculara en la “Escuela de Dios”.
Algo que no podemos desconocer, sin embargo, es que Jacob pensó en el futuro. Fue visionario
pero su forma de ejercer esa condición, y los medios que utilizó, no fueron los más recomendables.
¿Por qué utilizó Dios a Jacob? Para cumplir un plan previsto con antelación, en plena coincidencia
con la promesa hecha a Isaac: “Habita como forastero en esta tierra, y estaré contigo, y te
bendeciré; porque a ti y a tu descendencia daré todas estas tierras, y confirmaré el
juramento que hice a Abraham tu padre. Multiplicaré tu descendencia como las estrellas del
cielo, y daré a tu descendencia todas estas tierras; y todas las naciones de la tierra serán
benditas en tu simiente,( por cuanto oyó Abraham mi voz, y guardó mi precepto, mis
mandamientos, mis estatutos y mis leyes.”(Génesis 26:3-5). En tales circunstancias resultaba
apropiado que Aquél que todo lo puede, puliera a Jacob hasta tenerlo en el punto necesario para
ser Su instrumento.
¡Qué gran desilusión! Seguramente eso jamás lo imaginó el recién graduado. Esperaba que,
concluido su ciclo académico, pondrían bajo sus hombros la guía de una comunidad de creyentes
establecida. Olvidó que es necesario ganarse los beneficios y no esperar que todo caiga del cielo,
como el maná.
Si Jacob hubiese ido al Instituto Bíblico, habría sido uno de tales estudiantes. Era el tipo de
personas que esperan llegar a la cima, pero no subiendo el sendero, sino utilizando un teleférico.
¿Una razón? Lo que hizo para agenciarse la bendición de su anciano padre Isaac. Era ya viejo, no
podía ver, y fácilmente podía confundir la voz de las personas.
En tales circunstancias “...llamó a Esaú su hijo mayor, y le dijo: Hijo mío. Y él respondió:
Heme aquí. Y él dijo: He aquí ya soy viejo, no sé el día de mi muerte. Toma, pues, ahora tus
armas, tu aljaba y tu arco, y sal al campo y tráeme caza; y hazme un guisado como a mí me
gusta, y tráemelo, y comeré, para que yo te bendiga antes que muera Rebeca estaba
oyendo, cuando hablaba Isaac a Esaú su hijo...”(Génesis 27:1-5).
Lo que describe el pasaje a continuación es muy similar al argumento de una novela de buenos y
malos, en el que la madre malvada recomienda a su hijito Jacob que engañe a su padre utilizando
piel de carnero en sus brazos y ropas de su hermano, para que al acercarse su progenitor le
confunda con Esaú y obtener así la preciada bendición.
“Y se acercó Jacob a su padre Isaac, quien le palpó, y dijo: La voz es la voz de Jacob, pero
las manos, las manos de Esaú. Y no le conoció, porque sus manos eran vellosas como las
manos de Esaú; y le bendijo.”(Génesis 27:18-23).
¿Se imagina la crisis que desencadenó este engaño? Jacob fue repudiado por su hermano Esaú
cuando se enteró de las estratagemas que utilizó para robarle la bendición patriarcal. El desenlace
lo podemos leer en el capítulo 27 del Génesis, versículos del 30 al 41.
Sin embargo con frecuencia los líderes caen en el emocionalismo que les lleva a reaccionar más
con el corazón que con la razón, o quizá bajo el amparo del cargo que ocupan y llegan a obrar con
tiranía.
Todo lo que se deriva de sus actos se puede apreciar con el paso del tiempo. Eso fue justo lo que
ocurrió con Jacob: “Y aborreció Esaú a Jacob por la bendición con que su padre le había
bendecido, y dijo en su corazón: Llegarán los días del luto de mi padre, y yo mataré a mi
hermano Jacob. Y fueron dichas a Rebeca las palabras de Esaú su hijo mayor; y ella envió y
llamó a Jacob su hijo menor, y le dijo: He aquí, Esaú tu hermano se consuela acerca de ti
con la idea de matarte. Ahora pues, hijo mío, obedece a mi voz; levántate y huye a casa de
Labán mi hermano en Harán...”(Génesis 28:41-44).
¿Ha tomado tiempo para revisar sus actuaciones? Es importante que lo haga, cualquiera sea la
posición de liderazgo que ocupe. Recuerde que en el futuro cosechará lo que sembró hoy.
El auto examen es fundamental en la vida del cristiano. Nos permite identificar errores y a la vez,
crecer. Forma parte del proceso que cumplimos cuando, camino a ser líderes de excelencia, nos
matriculamos en la “Escuela de Dios”.
1. Aún con nuestras fallas, errores y limitaciones, ¿Qué podemos hacer para convertirnos en
instrumentos de Dios?
2. ¿Qué lección aprendemos de la acción de Jacob sobre su hermano Esaú cuando le compró su
progenitura conforme a Gén 25:29-34?
4. ¿Qué cosas nos muestra –enseña- el Señor al usar a Jacob como líder?
Capítulo 8
¿Estoy en el camino correcto?¿Los pasos que he dado hasta el momento llevarán al cumplimiento
de los propósitos de Dios en mi vida?¿Por qué transcurre tanto tiempo sin que nada extraordinario
ocurra?¿Acaso Dios no escucha mis oraciones?¿Por qué en la vida de otros líderes pareciera que
todo se desenvuelve a las mil maravillas mientras que en el ministerio a mi cargo pareciera
experimentar estancamiento?
Usted se encuentra dando vueltas en cama. Es pasada la medianoche y no halla respuestas para
sus interrogantes, que aumentan con el correr de los días.
Hace pocas horas tuvo una reunión. Tres de los maestros de Escuela Dominical presentaron
renuncia al cargo y advierte que hay cambios en el comportamiento del co-pastor; lo más seguro
es que aceptó la oferta que le hicieron en una iglesia creciente del centro de la ciudad y pronto
pasará la carta de dimisión.
Sin duda una y otra vez ha experimentado la misma situación. No es fácil. Solo usted y quienes
conocen el desierto de dolor, preocupación e incertidumbre, saben de qué hablo.
La idea que muchos tienen en torno a que el camino de los líderes es color de rosa no solo es
ajena a la realidad sino que además, no consulta el proceso de formación de quienes, en medio del
trabajo, aprenden y a partir del nuevo conocimiento previenen fallas a futuro.
Jacob era tramposo. Nadie lo pone en duda. Aprovechaba las circunstancias difíciles de los demás
y sacaba ventaja, estamos de acuerdo. Y a todas estas características sumaba una tercera que es
contraproducente para quienes ejercen el liderazgo: tenía una excesiva dependencia de su madre.
En su caso particular, puede ser una dependencia enfermiza de un superior jerárquico o tal vez de
la solidez económica con la que está seguro, podrá financiar los proyectos.
Es probable que depender sea una palabra que se aplica a su existencia cuando se refiere a la
opinión de los demás. No hace absolutamente nada sin consultarles y, justo por estar haciendo
consenso, termina obrando en contravía de lo que hubiese querido.
El líder debe romper toda observancia humana y someterse a Dios, quien no solo guía
acertadamente nuestros pasos, sino que es quien nos llevó a trabajar en la obra del Reino. ¿Y si
mi desempeño es secular? Igual, es necesario que rompa cadenas o como solemos repetir en
Latinoamérica, que no estemos sujetos al “cordón umbilical”.
Le invito para que volvamos las Páginas de nuestra Biblia y vamos, como espectadores que no
quieren perder detalle, al tránsito de Jacob a Padan-aram, huyendo de su hermano Esaú:
“Salió, pues, Jacob de Beerseba, y fue a Harán. Y llegó a un cierto lugar, y durmió allí,
porque ya el sol se había puesto; y tomó de las piedras de aquel paraje y puso a su
cabecera, y se acostó en aquel lugar. Y soñó: y he aquí una escalera que estaba apoyada en
tierra, y su extremo tocaba en el cielo; y he aquí ángeles de Dios que subían y descendían
por ella. Y he aquí, Jehová estaba en lo alto de ella, el cual dijo: Yo soy Jehová, el Dios de
Abraham tu padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu
descendencia. Será tu descendencia como el polvo de la tierra, y te extenderás al occidente,
al oriente, al norte y al sur; y todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu
simiente. He aquí, yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que fueres, y volveré a
traerte a esta tierra; porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho. Y despertó
Jacob de su sueño, y dijo: Ciertamente Jehová está en este lugar, y yo no lo sabía. Y tuvo
miedo, y dijo: !!Cuán terrible es este lugar! No es otra cosa que casa de Dios, y puerta del
cielo.”(Génesis 28:10-18).
El encuentro que experimentó Jacob con Dios fue altamente favorable por varias razones. La
primera, porque entendió que en medio de su trasegar no estaba solo. Por el contrario, Dios iba
con El. “He aquí, yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que fueres, y volveré a
traerte a esta tierra”.
¿Cuántas veces nos sentimos abandonados a nuestra suerte mientras desarrollamos algún
ministerio? Los esfuerzos parecen infructuosos y es probable que hayamos razonado que estamos
predicando en un desierto. Es factible incluso que nos embargue la sensación de que estamos
dando todo de nosotros pero no recibimos nada a cambio.
Pero nos equivocamos. Dios conoce la situación que atravesamos y está esperando que volvamos
a El nuestra mirada, en procura de Su intervención. No hará nada que vaya en contravía de lo que
pensamos o hacemos. Pero tiene libertad plena cuando le pedimos no solo que trate con nuestra
existencia sino que tome control del desenvolvimiento eclesial y secular.
Aunque todas las circunstancias estén en contra, es esencial permanecer en las promesas de
Dios. Este hecho implica una total dependencia de Su voluntad y obrar en nosotros.
Cuando el Señor promete algo, debemos estar seguros de que cumplirá. La ilustración más
aproximada a este concepto es el hombre que, tras el naufragio de la embarcación en la que se
desplazaba, se prende de un pedazo de madera como su única posibilidad de salvar la vida.
Observe el texto nuevamente. El Señor fue claro al recordarle: “Yo soy Jehová, el Dios de
Abraham tu padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu
descendencia. Será tu descendencia como el polvo de la tierra, y te extenderás al occidente,
al oriente, al norte y al sur; y todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu
simiente”.
La paz que embargó a Jacob renovó sus fuerzas. ¡Podía seguir luchando!... Valía la pena.
Aplique esa Palabra a su existencia. No desista del trabajo que está realizando. Si le asiste el
convencimiento que es el propósito de Dios para usted, siga firme. No renuncie. No importa
cuántos obstáculos puedan levantarse. Recuerde que ganador no es quien comienza la carrera
con mucho entusiasmo y renuncia en la mitad del camino, sino quien llega hasta el final, así sea el
último.
Hay varias formas de desplazarse de Buenaventura, en Colombia, hasta Lima, en el Perú. Los dos
son puertos. Imagine por un instante que debe transportar una carga enorme.
Usted puede acudir al desplazamiento por tierra. Tardará en lograr el objetivo, los costos serán
altos, correrá peligro de ser asaltado en carretera, deberá hacer muchas pausas en ciudades y
pueblos a los que llegue y posiblemente la mercancía llegará maltratada.
Una opción rápida aunque demasiado costosa es por avión. Nada impide que llegue a Quito, a
menos que la aeronave se precipite a tierra. Es cierto, la mercancía llegará en buen estado pero lo
más previsible es que el valor del flete será tan alto que disminuirán los márgenes de ganancia.
Una tercera alternativa es por vía marítima. El traslado se haría de puerto a puerto. Los costos son
bajos, hay altos márgenes de seguridad, la movilización es relativamente rápida y los productos
llegarán en buen estado.
Le pregunto. ¿Cuál de las tres posibilidades es la más aconsejable?. “El transporte por mar”, me
responderá. Y coincidimos, pero usted habría tenido la oportunidad de escoger.
Igual cuando el Señor depositó en nosotros una misión. Podemos hacerlo a la manera de Dios, a
nuestra manera y a la manera del mundo. Sólo cuando marchamos en el centro mismo de la
voluntad del Supremo Hacedor, tenemos asegurada la victoria.
Este principio debe llevarle a un examen juicioso de cómo está su desenvolvimiento. ¿Está en la
voluntad divina?¿Obra conforme le orienta su corazón?¿Consulta qué decisiones tomar con todos
los que pasan a su lado? El resultado de la evaluación permitirá que reoriente su sendero y le
corroborará que es necesario hacer constantemente un alto en el camino para mirar si estamos
transitando acertadamente hacia la meta.
Ya lo sabemos: Jacob era tramposo. Era una de sus muchas facetas. Quería llegar a la meta pero
tomando atajos. Quien se desenvuelve así, no solo tendrá problemas a corto y mediano plazo sino
que más temprano que tarde hallará un timador igual.
Y a nuestro líder experimentó esa situación. Primero, su suegro Labán lo hizo trabajar siete años
por la mujer de sus sueños: Raquel, sin embargo le entregó primero a Lea aduciendo que así
estilaban en la región, y después –por el trabajo de otros siete años—a Raquel. (Génesis 29: 16-
30).
Con la inquietud en su corazón por semejantes tretas, a Jacob le tocó definir con Labán su salario.
Tras pensarlo bastante, le pidió las ovejas manchadas de color y las oscuras (Génesis 30:31-36).
Hasta allí todo estaba bien, sin embargo “Tomó luego Jacob varas verdes de álamo, de
avellano y de castaño, y descortezó en ellas mondaduras blancas, descubriendo así lo
blanco de las varas. Y puso las varas que había mondado delante del ganado, en los canales
de los abrevaderos del agua donde venían a beber las ovejas, las cuales procreaban cuando
venían a beber. Así concebían las ovejas delante de las varas; y parían borregos listados,
pintados y salpicados de diversos colores. Y apartaba Jacob los corderos, y ponía con su
propio rebaño los listados y todo lo que era oscuro del hato de Labán. Y ponía su hato
aparte, y no lo ponía con las ovejas de Labán. ”(Génesis 30:37- 40).
¿Le suena familiar esta actitud? Seguro que sí. Es el mismo Jacob de siempre. Probablemente con
un poco más de barba y menos cabello, pero el mismo. No ha cambiado nada.
Jamás olvide que una de las pautas que aprende un buen líder es a rodear su desempeño con
transparencia en todo cuanto piensa y hace.
Llegar a una posición de liderazgo no nos otorga prerrogativas como el poder odiar y guardar
resentimiento hacia aquellos que de una u otra manera nos provocaron mal. En absoluto. El perdón
debe ser una característica que identifique nuestro desenvolvimiento tanto eclesial como secular.
El principio de perdonar lo debió aprender Jacob como ya lo había aplicado Esaú. Jamás imaginó
que tendría que recurrir a su hermano, pero como solemos repetir en Latinoamérica “La vida da
muchas vueltas y es probable quedar en el mismo sitio”. Ante lo inevitable de un encuentro, envió
varias delegaciones que le prepararan el camino con el recado: “Así dice tu siervo Jacob: Con
Labán he morado, y me he detenido hasta ahora; y tengo vacas, asnos, ovejas, y siervos y
siervas; y envío a decirlo a mi señor, para hallar gracia en tus ojos.”. (Génesis 32:4, 5).
Contrario a lo que pensaba, Esaú tenía un corazón que en apariencia era duro pero estaba
inclinado a dejar de lado las molestias que pudieran despertarle aquellos que le ofendían.”
Alzando Jacob sus ojos, miró, y he aquí venía Esaú, y los cuatrocientos hombres con él;
entonces repartió él los niños entre Lea y Raquel y las dos siervas. Y él pasó delante de
ellos y se inclinó a tierra siete veces, hasta que llegó a su hermano. Pero Esaú corrió a su
encuentro y le abrazó, y se echó sobre su cuello, y le besó; y lloraron.”(Génesis 33:1-4).
No puedo comprender cómo alguien puede ministrar con un corazón lleno de rencor y
resentimiento hacia su prójimo. Si es su caso, llegó la hora de volver la mirada a Jesucristo y
pedirle que trate con su vida de tal manera que sane las heridas emocionales y coloque perdón
donde antes primaba el odio.
Recuerde que un líder que aspire llegar a la cumbre, debe estar dispuesto para que Dios aplique
los ajustes necesarios en su existencia...
La idea que muchos tienen en torno a que el camino de los líderes es color de rosa no solo es
ajena a la realidad sino que además, no consulta el proceso de formación de quienes, en medio del
trabajo, aprenden y a partir del nuevo conocimiento previenen fallas a futuro.
2. Mencione las razones por las cuales el encuentro de Jacob con el Señor (narrado en Gen 28:10-
18) fue tan favorable, es decir los principios que Jacob aprendió.
3. Cuando sentimos que nuestros esfuerzos son en vanos, y hasta pensamos que estamos solos
¿Qué promesa tenemos de aquel que nos llamó?
4. ¿Que espera el Señor de nosotros cuando estamos como refleja la pregunta #3?
5. Aunque todas las circunstancias estén en contra es necesario permanecer en las
____________________________,
6. Cuando hacemos las cosas conforme al plan y la manera de Dios tenemos asegurada la
______________________.
8. Una de las pautas que aprende un buen líder es a rodear su desempeño con
_______________________en todo cuanto piensa y hace.
Capítulo 9
La alegría del pastor Alfonso Cabrera jamás se vio diezmada pese a que, cuando saludaba a
ciertos hermanos de la congregación con una sonrisa de oreja a oreja, se encontraba con
respuestas frías y la expresión hosca que no hacía otra cosa que decir, sin palabras: “¿Para qué
nos saluda si no queremos contestarle”.
No dudo que debió pasar malos momentos y es probable que en más de una ocasión haya sentido
el deseo de no hacerlo de nuevo. Pero era el pastor. Y aquellos esperaban que los saludara; de lo
contrario hubiesen socializado entre los creyentes que “El pastor no se dignaba mirarlos”.
Una situación que bien acompasa con un refrán popular en Latinoamérica: “Palo por que bogas,
palo por que no bogas”, al aludir a los duros tratos de los capataces a los esclavos en los períodos
de colonización, quienes buscaban el menor pretexto para descargar su ira, rencor y frustraciones
en las espaldas de quienes tenían a cargo.
Igual en la vida cristiana. Siempre encontraremos personas a las que, sin haberles causado daño
alguno, buscan traer problemas y ponen tropiezo a quienes son sus líderes o también a aquellos
que buscan vivir conforme a las pautas trazadas por nuestro amado Señor.
Si viajamos atrás en el tiempo nos hallaremos a José, quien aprendió a fuerza de depositar su
confianza en Dios, de qué manera debía enfrentar airoso el cúmulo de dificultades que surgían a
su paso.
Obrar en consonancia con sólidos principios
Al recorrer las páginas de la Biblia en procura de conocer la Hoja de Vida de José, hallamos que
“...apacentaba José ovejas con sus hermanos...”(Génesis 37:2 a). Hasta allí todo normal. Se
desenvolvía socialmente y al igual que usted y yo, tenía una ocupación con múltiples
responsabilidades que atender. Sin embargo no compartía el desempeño amoral de quienes le
rodeaban “...e informaba José a su padre la mala fama de ellos...”.(Génesis 37:2 b).
Trabajar, estudiar o tener trato a diario con personas sin principios ni valores, no implica que
debemos identificarnos con su comportamiento errado y menos que estemos obligados a asimilar
lo que dicen o hacen. Es uno de los aspectos que debe asumir el líder en el trabajo seglar y en el
plano eclesial.
Ahora, sin proponérselo—como puede ocurrir con su vida—algunas circunstancias que rodeaban a
José despertaron los celos y animadversión de sus hermanos. “Y amaba Israel a José más que
a todos sus hijos, porque lo había tenido en su vejez...”(Génesis 37:3).
¿Se da cuenta qué ocurre cuando alguien advierte preferencias alrededor? Emergen la envidia y
un deseo sutil pero contundente y peligroso de causar daño a quien en la mayoría de los casos es
inocente y recibe todas las atenciones.
El recibir reconocimiento de su progenitor, llevó a que en la vida de José aparecieran los malos
momentos porque sus hermanos “le aborrecían, y no podían hablarle pacíficamente”(versículo
4 b).
Cuando hay alrededor quienes expresan animadversión hacia usted, lo menos aconsejable es
compartirles experiencias exitosas. Este hecho avivará la molestia que les embarga. ¿Qué hacer?
La prudencia nos recomienda guardar silencio en estos casos. Al fin y al cabo, ¿qué gana usted
proclamando sus logros? Aún si guarda silencio, tales logros hablarán por si solos poniendo de
relieve sus ejecutorias.
Con la mejor de las intenciones y fruto de la nobleza de José, compartía a todos lo que acontecía
en su vida. “Y soñó José un sueño, y lo contó a sus hermanos; y ellos llegaron a aborrecerlo
más todavía”(Génesis 37:5).
Lo que soñaba, lo que pensaba, lo que hacía, todo se conjugaba en una sumatoria de motivos para
que sus hermanos pusieran tropiezo a su desenvolvimiento(lea por favor los versículos 8 y 11).
Un hecho que cabe resaltar en este punto del análisis es que José no permitió que el resentimiento
tomara forma en su corazón. Una pauta de Vida Cristiana Práctica que le invitamos a asumir: pida
a Dios la prudencia y sabiduría necesarias para enfrentar exitosamente cualquier ataque producto
de la envidia, que se produzca a su alrededor.
Hacer caso omiso de este principio dimensionará sin razón las diferencias que hayan con quienes
le envidian hasta convertirse en un problema de impredecibles consecuencias.
Volvamos a José. Sus problemas no pararon solo en la molestia que despertaba en sus familiares.
En cierta ocasión que iba camino de Dotán, en donde apacentaban ovejas, se encontró a boca de
jarro con un incidente que cambió dramáticamente el curso de su historia. “Cuando ellos lo
vieron de lejos, antes que llegara cerca de ellos, conspiraron contra él para
matarle”(Génesis 37:18).
¿Quién sufre más? Sin duda quien guarda rencor. No solo recogerá aquello que siembra sino que
además, tal actitud se reflejará en su propia salud y estado de ánimo. El veneno que acompañaba
a los hermanos de José, les llevó a venderle como esclavo a un grupo de comerciantes ismaelitas
que iban camino de Egipto (versículo 18). Estos a su vez lo vendieron a Potifar, oficial de Faraón,
máximo gobernante egipcio.
Un hombre o mujer de Dios se convierte en instrumento de bendición donde quiera que vaya. La
presencia del Altísimo nos acompaña y se reflejará en todo cuanto hagamos.
Aún en medio de la adversidad, nos permitirá bendecir a quienes nos rodean: en el hogar, en la
universidad, en el trabajo y en la iglesia.
¿Dejó solo Dios a José? En ningún momento. Por el contrario, bendijo todo lo que tocaba. “Más
Jehová estaba con José, y fue varón próspero; y estaba en la casa de su amo el
egipcio”(Génesis 39:2).
¿Un jefe o superior jerárquico difícil? No faltarán donde quiera que estemos. Sin embargo si Dios
marcha con nosotros, ocurrirá lo que con José y que se reflejó en su lugar de trabajo: “Así halló
José gracia en sus ojos...”(versículo 4).
Hay un texto que me parece muy significativo y lo comparto con ustedes, tomado de una versión
popular: “Sabemos que Dios obra en toda situación para el bien de los que lo aman, los que
han sido llamados por Dios de acuerdo a su propósito”(Romanos 8:28. Nuevo Testamento:
la Palabra de Dios para todos”.
Es probable que sienta soledad. Quizá ha razonado que en medio de las circunstancias adversas,
ni siquiera puede escuchar la voz de Dios. Pero está equivocado. A pesar de los densos
nubarrones, nuestro Padre nos acompaña. No nos deja solos y, sin duda, no lo hará. ¿Una razón?
Guardó a José en todo instante:
“...Jehová bendijo la casa del egipcio por causa de José, y la bendición de Jehová estaba
sobre todo lo que tenía, así en casa como en el campo”(Génesis 39:5).
La transparencia moral en la vida del líder
Que alguien alrededor tenga un desliz moral nunca será tan cuestionado como cuando el
protagonista no es alguien del común sino quien ocupa una posición de liderazgo, en la iglesia o en
el plano secular.
De un evangelista internacional escuché decir que jamás se dejaba acompañar de una dama
porque, señalaba: “Alguien podría tomar una fotografía y publicarla en los diarios aduciendo
adulterio en mi vida”.
¿Se va a los extremos? Creo que no. Por el contrario, es una forma sensata de cuidar su
desenvolvimiento. No olvide que las personas que nos rodean esperan el más mínimo error para
cuestionarnos.
Una oración que no debe faltar jamás en nuestro devocional, es pidiendo a Dios la fortaleza para
vencer la tentación.
José experimentó una situación crítica cuando Satanás se atravesó en su paso, poniendo un
motivo de hacerle caer. “Aconteció después de esto, que la mujer de su amo puso sus ojos
en José, y dijo: Duerme conmigo, y él no quiso...”(Génesis 40:7, 8).
Las estratagemas de Satanás son tremendas; no en vano advirtió el apóstol Pedro:” Sed sobrios,
y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando
a quien devorar;”(1 Pedro 5:8).
Observe lo que desencadenó el mal deseo de la mujer de Potifar: aprovechó un momento que
consideró oportuno y “... lo asió por su ropa, diciendo: Duerme conmigo. Entonces él dejó su
ropa en manos de ella, y huyó y salió”(Génesis 39:12).
El manejo de la desilusión
Algo a lo que no podemos sustraernos y menos quien está matriculado “En la escuela de Dios”
camino al liderazgo, es que siempre encontraremos en el camino a los ingratos. Personas que no
valoran lo que hagamos por ellos.
Su insensibilidad les lleva a sentir que, cuanto hicimos a su favor, es mínimo o no vale la pena
considerarlo. Es el tipo de situaciones que debemos aprender a manejar en nuestro
desenvolvimiento cotidiano.
¿Ejemplos claros? José y dos personas a las que cuidó en la cárcel. Uno era el copero de Faraón y
el otro, su jefe de panaderos. Al primero le interpretó un sueño, por obra de Dios, que resultó para
bien del hombre; al segundo, se le cumplió el anuncio pero en detrimento de su vida porque fue
ajusticiado por orden del monarca.
A quien servía las copas en palacio, José le recomendó: ”Acuérdate, pues, de mi cuando esté
bien, y te ruego que uses conmigo de misericordia, y hagas mención de mi a Faraón, y me
saques de esta casa. Y el jefe de los coperos no se acordó de José, sino que le
olvidó”(Génesis 40:14, 23).
¿Ha visto líderes que se roban toda la gloria y estando en la cumbre del éxito se olvidan de Dios y
de que fue El quien les ayudó a ascender? Probablemente si. Hay pastores, obreros y hombres
que parecen atribuir a sus méritos y no al poder divino, los logros que cosechan en su
desenvolvimiento eclesial o secular.
Con el paso del tiempo, Faraón tuvo un sueño ¿Recuerda el incidente bíblico? Sí, está en lo
correcto. Soñó con siete vacas flacas que devoraban igual número de vacas gordas y, a
continuación, con siete espigas menudas que se tragaban a siete de buen tamaño y producción. La
situación despertó preocupación en el gobernante.
En tales circunstancias, el jefe de los coperos le dijo al recordar su período en la cárcel: “Estaba
allí con nosotros un joven hebreo, siervo del capitán de la guardia; y se lo contamos, y él
interpretó nuestros sueños, y declaró a cada uno conforme a su sueño”(Génesis 41:12).
Aquí viene lo interesante. Cuando el joven hebreo fue llevado a presencia del monarca para
resolver el asunto, “Respondió José a Faraón, diciendo: No está en mi; Dios será el que de
respuesta propicia a Faraón”(versículo 16).
Pregúntese ahora cuántas veces ha robado a Dios el lugar de primacía que le corresponde. Es
probable que como líder o siervo disfrute de los momentos de reconocimiento, pero es a El a quien
debemos exaltar. Nunca olvide que usted y yo somos solo eso, siervos que cumplen una misión. La
honra y gloria corresponden al Supremo Hacedor.
1. Trabajar, estudiar o tener trato a diario con personas sin principios ni valores, no implica que
debemos __________________________con su comportamiento errado, esto se llama tener
________________________ y obrar conforme a ellos.
3. Aún con todas las situaciones que José tuvo con sus hermanos, el nunca permitió que el
__________________________________ entrara en su corazón.
4. Se nos recomienda pedir al Senor la _________________________ y
________________________ que necesitamos para enfrentar los ataques que vamos a recibir.
Capítulo 10
Roboam fue un rey joven de la antigüedad. Joven, brillante y ambicioso. Su árbol genealógico era
estupendo: bisnieto del rey David e hijo del rey Salomón. Asumió el poder cuando tenía algo más
de cuarenta años, en el año 997 a.C.
¿Qué podemos decir de este joven monarca? Que estaba signado para ser un triunfador. El reino
al cual iba a gobernar era sólido en el plano económico y militar. Gozaba de reconocimiento
internacional y tenía enfrente una brecha para consolidarse como uno de los más fuertes en toda la
historia de la humanidad; sin embargo terminó en división y fracaso.
¿La razón? El relato lo podemos leer en el primer libro de Reyes, capítulo 12, versículos del 1 al
33. Allí encontramos la respuesta: Roboam no estaba preparado para tres cosas. La primera, para
asumir el poder y ejercerlo con equilibro; la segunda, para tomar decisiones oportunas, acertadas y
eficaces asido de la mano de Dios, y tercera, para proyectar su reino hacia el futuro.
No se trata de un capítulo aparte en el devenir histórico, por el contrario, se repite con mucha
frecuencia.
Cuando José interpretó los sueños del Faraón, en los que además de siete años de prosperidad se
avecinaban otros siete de hambruna y de miseria en el territorio, tal como lo leemos en el capítulo
41 del libro del Génesis, tenía la enorme responsabilidad de proponer una alternativa que librara a
Egipto de una crisis financiera de impredecibles consecuencias, la que iría acompañada por la
muerte de sinnúmero de personas.
Aunque tenía todas las posibilidades del mundo de sacar ventaja de la situación, sin mayores
pretensiones recomendó al gobernante egipcio: “Por tanto, provéase ahora Faraón de un varón
prudente y sabio, y póngalo sobre la tierra de Egipto. Haga esto Faraón, y ponga
gobernadores sobre el país, y quinte la tierra de Egipto en los siete años de
abundancia...”(versículos 33, 34).
Además de demostrar que pensaba en el ahora y también en el mañana, José planteó un plan a
seguir. No pretendió obtener beneficios personales. Sin duda, una marcada vocación de servicio.
Aquí vale la pena hacer un paréntesis. En su vida personal y en la posición de liderazgo que
ejerce, ¿ha visualizado qué puede ocurrir a vuelta de seis meses, en un año o quizá en una
década? Es a esta característica que llamamos visión.
¿Tiene usted visión? Es esencial que se formule este interrogante y a la vez, busque una
respuesta. De ella depende en gran medida el futuro de su liderazgo.
De plebeyo a Gobernador
“El asunto pareció bien a Faraón y a sus siervos, y dijo Faraón a sus siervos:¿Acaso hallaremos a
otro hombre como este en quien esté el Espíritu de Dios? Y dijo Faraón a José: Pues que Dios te
ha hecho saber todo esto, no hay otro entendido ni sabio como tu. Tú estarás sobre mi casa, y por
tu palabra se gobernara todo mi pueblo; solamente en el trono seré yo mayor que tu”(Génesis
41:37-40).
De esta manera llegó a tener poder sobre todo el territorio egipcio (versículo 41), fue vestido con
atuendo real (versículo 42), y le permitió emparentar con la corte faraónica (versículo 45).
Un refrán popular en Latinoamérica identifica el comportamiento de algunos líderes: “El que nunca
ha tenido y llega a tener, loco se quiere volver”. Con esta frase tipifican a quienes no saben
disfrutar y utilizar aquello que logran. También, arruinan lo que consiguen.
“Recogió José trigo como arena del mar, mucho en extremo, hasta no poderse contar, porque no
tenía número”(Génesis 41:49).
¿Cuál era el propósito de recoger tanto alimento? Proveer para el largo período de escasez que se
avecinaba: “Y de toda la tierra venían a Egipto para comprar de José, porque por toda la
tierra había crecido el hambre”(Génesis 41:57).
Hace algún tiempo vi una extraordinaria película. Se llama “El Chico” y la protagoniza Bruce Willis.
¿Por qué razón califico este filme de extraordinario? Por el mensaje que encierra.
Es la historia de un hombre que, una vez realizado como profesional, de pronto se ve confrontado
con su pasado; específicamente con la infancia.
El reencuentro con el niño que lleva dentro le permitió identificar escenas traumáticas que se
reflejaron en su presente. Solo de esta manera pudo encontrar el equilibrio necesario para alcanzar
la realización personal.
Algo similar ocurrió con José. Las circunstancias llevaron a sus hermanos a viajar a Egipto. Las
vueltas de la vida le llevaron a confrontarse cara a cara con quienes le vendieron como esclavo,
años atrás: “Y José cuando vio a sus hermanos, los conoció; mas hizo como que no los
conocía, y les habló ásperamente, y les dijo:¿De dónde habéis venido? Ellos respondieron:
De la tierra de Canaán, para comprar alimentos. José, pues, conoció a sus hermanos; pero
ellos no le conocieron”(Génesis 42:7, 8).
Algo que evidenció en su vida fue el perdón. ¿Cuál fue la razón para que tratara duramente a sus
hermanos? El deseo de conocer más de los acontecimientos de sus vidas desde el momento en
que se separó de ellos. Pese a su reacción, en apariencia distante, les ayudó como podemos leer
desde los 42 al 48.
No les guardó rencor, por el contrario, les perdonó y les ofreció una nueva oportunidad. “Y dijo
José a sus hermanos: yo soy José;¿vive aún mi padre? Y sus hermanos no pudieron
responderle, porque estaban turbados delante de él. Entonces dijo José a sus hermanos:
Acercaos ahora a mi. Y ellos se acercaron. Y él dijo: Yo soy José vuestro hermano, el que
vendisteis para Egipto. Ahora pues, no os entristezcáis, ni os pese de haberme vendido acá;
porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros”(Génesis 45:4-8).
Dios premio su perseverancia. Todos los acontecimientos obraron a su favor aunque al principio no
parecía que nada bueno pudiera ocurrir. Se tornó realidad en José el postulado bíblico: “Y
sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que
conforme a su propósito son llamados”(Romanos 8:28).
PREGUNTAS SOBRE LA LECCIÓN
Capítulo 11
En la pantalla del televisor pasan las imágenes, primero del entorno selvático, y de fondo, la playa
que lleva a un mar azul, tranquilo e infinito. Después, un acercamiento rápido de la cámara permite
ver el rostro del hombre que sonríe mientras deja escapar unas lágrimas que se pierden en espesa
barba espesa. Es un sobreviviente de un conjunto de doce personas que concursaron por ganar un
premio de quinientos dólares.
A primera vista nadie explica el por qué de las lágrimas. Pero si usted conoce el contexto de la
historia, se dará cuenta que participó junto con tres mil personas más en diferentes ciudades del
país, para lograr la selección entre los aspirantes a sobrevivir a circunstancias difíciles en una isla
distante. Una versión moderna de Robinson Crusoe, sólo que ahora hay cámaras de televisión por
todos lados que llevan a la audiencia hasta el más mínimo detalle de cuanto ocurre en el lugar.
Los días se sucedieron con rapidez para la inmensa ola de teleespectadores que estaba frente al
televisor cada noche después de las ocho. Para aquellos hombres y mujeres los días fueron
excesivamente largos. No veían la hora en que terminara su odisea. Unos, para regresar tristes a
casa, otros, para recibir un estímulo económico, y uno solo, para obtener la suma de dinero que lo
motivó a enfrentar y sobreponerse a mil penurias.
Los realitys están tomando fuerza en el mundo entero. Millares de personas se inscriben para ser
parte de las eliminatorias y selección. Hacen lo que esté en sus manos para ganar. Su más caro
anhelo es participar y llegar hasta el final.
Un líder es alguien distinto de los demás, así no se lo proponga. Su visión de la vida es diferente.
Incluso su forma de pensar y de actuar, difiere de las concepciones que asisten a quienes le
rodean. A algunos los caracteriza una perspectiva que razona y se mueve, no para el presente sino
sentando bases para el futuro. Hay quienes son osados, obran midiendo consecuencias o tal vez
con demasiada rapidez sin detenerse a calcular lo que podrían desencadenar sus acciones. Con
virtudes y defectos, logran el cometido para el que fueron llamados, bien por sus superiores en el
plano secular, o por Dios mismo, cuando se trata de alguien que sirve en la extensión del reino del
Señor aquí en la tierra.
Moisés brilla con luz propia en la galería de hombres que sirvieron en un espacio específico de la
historia de la humanidad. Su desempeño ejerció una poderosa influencia en los acontecimientos
que rodearon al pueblo de Israel en su tránsito temporal por Egipto y su posterior establecimiento
en la “tierra prometida”.
¿Qué tarea le correspondió? Aliviar la carga impuesta por los egipcios quienes “... pusieron sobre
ellos comisarios de tributos que los molestasen con sus cargas; y edificaron para Faraón
las ciudades de almacenaje, Pitón y Ramesés. Pero cuanto más los oprimían, tanto más se
multiplicaban y crecían, de manera que los egipcios temían a los hijos de Israel. Y los
egipcios hicieron servir a los hijos de Israel con dureza, y amargaron su vida con dura
servidumbre, en hacer barro y ladrillo, y en toda labor del campo y en todo su servicio, al
cual los obligaban con rigor.”(Éxodo 1:11-14).
No era una encomienda fácil; por el contrario, era de las más difíciles que un ser humano pueda
asumir. Enfrentó problemas consigo mismo cuando quiso “hacer las cosas para Dios” pero a su
manera; la incomprensión de sus congéneres a quienes buscaba liberar; la persecución de
aquellos con quienes creció y en cuyo círculo real se desenvolvió por mucho tiempo, hasta llegar a
una etapa crucial: el destierro.
Cuando alguien me comparte respecto a su desánimo por la situación que experimenta, no puedo
menos que animarlo y caminar con él, a través de las páginas de la Biblia, hasta escenas como la
de Moisés al nacer. Estaba condenado a ser un fracaso, sin embargo venció. ¡Dios estaba con él!,
y eso es más que suficiente para asegurar que ningún obstáculo nos detendrá.
Cuando Dios escoge a alguien para que le sirva, ajusta cuidadosamente todas las condiciones que
rodean su existencia para que cumpla el propósito para el que lo llamó. La orden real era que las
parteras debían dar muerte a todo varón hebreo que naciera en el territorio. (Éxodo 1:15, 16).
“Pero las parteras temieron a Dios, y no hicieron como les mandó el rey de Egipto, sino que
preservaron la vida a los niños.”(versículo 17). La fidelidad de estas mujeres al Señor llevó a
que recibieran bendición(versículos 20, 21).
Es probable que usted haya sentido una y mil veces que va a desfallecer ante la concatenación de
problemas que ponen obstáculos al desenvolvimiento ministerial que Dios le encomendó.
Probablemente en el trabajo secular advierte que todo se encuentra ensombrecido. Muchos le
persiguen, difaman, buscan oportunidad para hacerle tropezar y de inmediato levantar un dedo
acusador en su contra. Pero aún cuando todo luzca poblado de densos nubarrones a su alrededor,
no es hora de renunciar.
En momentos así, recuerde que usted sirve a un Dios de poder que está en control de todas las
cosas y que si marcha en el centro mismo de Su voluntad, dependiendo de El y no de sus propias
fuerzas, saldrá airoso en cualquier tormenta que enfrente. ¡Usted es un vencedor!
La historia de Moisés es muy conocida. Primero, porque está en la Biblia, y segundo, porque
alrededor de su nacimiento se han escrito muchos artículos, se han filmado películas e incluso se
han realizado sinnúmero de tiras cómicas. El argumento de esta novela es sencillo: nace de una
familia descendiente de Leví, su madre le escondió tres meses y luego lo arroja al río Nilo en una
barquilla recubierta con brea. La intervención divina hace que la hija del Faraón descubra al
pequeño y contrata, a la propia madre de Moisés, para que le prodigue cuidados. Ella lo cuidó
hasta que fue joven y lo entregó a la corte faraónica (Éxodo 2:1-10).
Hasta aquí todo ha transcurrido bajo un marco de normalidad. El problema surgió realmente
cuando, al crecer y por razones que no especifica el texto bíblico, Moisés se entera de su
procedencia hebrea. Confrontado por la realidad social y económica de su pueblo, sometido por
aquel entonces a la dureza del trato egipcio, decidió actuar... pero lo hizo a su manera...
“En aquellos días sucedió que crecido ya Moisés, salió a sus hermanos, y los vio en sus
duras tareas, y observó a un egipcio que golpeaba a uno de los hebreos, sus hermanos.
Entonces miró a todas partes, y viendo que no parecía nadie, mató al egipcio y lo escondió
en la arena.”(Éxodo 2:11, 12).
Dios no le hizo ese encargo, por el contrario, fue el razonamiento de humano más que la
dependencia divina, lo que llevó a Moisés a pensar que así debían ser las cosas. Y cometió un
grave error. Días después, cuando vio a dos hebreos peleándose e intervino para evitar que se
hicieran daño, recibió como respuesta las siguientes palabras: “... ¿Quién te ha puesto a ti por
príncipe y juez sobre nosotros? ¿Piensas matarme como mataste al egipcio? Entonces
Moisés tuvo miedo, y dijo: Ciertamente esto ha sido descubierto.”(Éxodo 2:14).
Me asalta aquí una pregunta y estoy seguro que a usted también: ¿Cuántas veces obramos a
nuestra manera y no conforme Dios lo dispone?¿Hemos buscado la ayuda del Señor para salir
airosos en toda empresa?¿Cuáles han sido las consecuencias?
Si le ha ocurrido tal como a mi, que por avanzar conforme a mi visión y fuerzas, he chocado
sinnúmero de veces para encontrarme de nuevo en el suelo, aturdido por el impacto y sin deseos
de seguir adelante, entonces estoy seguro que me comprenderá.
Este sencillo hecho debe llevarnos a reevaluar de qué manera pensamos, nos movenos y
actuamos. Seguramente encontraremos que es necesario aplicar muchos correctivos al
desenvolvimiento; al principio será duro, pero conforme pasa el tiempo y aprendemos de los
errores, descubriremos que lo más sensato fue hacer un alto en el camino, identificar en qué
estábamos fallando y cambiar la ruta...
Esa situación que tal vez ha vivido muchas veces, fue la que enfrentó Moisés. ¡Su propio puedo,
aquél por el cual luchaba, levantaba un dedo acusador para sacarle en cara la muerte de un
egipcio!
Se sorprendería al saber cuántas personas vuelven atrás en sus sueños, metas y propósitos como
consecuencia del desánimo. También quedaría sin palabras al saber de cuántos pastores, obreros,
misioneros y líderes no siguieron adelante porque enfrentaron la intolerancia de la congregación o
por que nadie valoró sus esfuerzos.
¿Qué hacer? Seguir adelante. Nada nos puede detener. Si tenemos conciencia de haber sido
llamados por Dios, es necesario que nos tomemos de Su mano y demos un nuevo paso. No fuimos
llamados a la derrota sino a vencer. Esa es la característica con la que nos creó el Señor y que por
el sacrificio de Jesús en la cruz, quedó reafirmada en nuestra vida.
Sin proponérselo, forzado por las circunstancias, este líder en potencia entró en la Escuela de
Dios, donde recibió la formación necesaria para cumplir los planes y propósitos del Señor en su
existencia.
2.Cuando se presentan las muchas situaciones difíciles que llegan a la vida de un líder, siempre se
debe recordar que Dios está en _________________ y si dependemos del El, saldremos
_______________.
Capítulo 12
“¿Seré capaz de asumir ese reto?”. Sin duda es la pregunta que se ha formulado muchas veces.
Yo también. En general, todos. En uno u otro momento de la existencia, lo hacemos. Nos despierta
temor vernos confrontados por un cambio que se avecina o tal vez, una tarea para la que
consideramos que no tenemos las capacidades.
En sí el interrogante arroja resultados positivos. Nos permite evaluar hasta qué punto nos hemos
preparado para asumir compromisos grandes. También pone de manifiesto nuestras falencias.
Todo se traduce en puntos positivos y puntos en los que es necesario aplicar ajustes.
¿Sabía usted que muchas personas, una vez se encuentran dando vueltas a esta pregunta, se dan
por vencidos sin haber siquiera comenzado a trabajar en aquello que les desafía y prefieren volver
atrás, dejando incluso parte del trabajo que habían adelantado?
Cuando leemos acerca de la vida de Moisés es fundamental que aprendamos de todas las etapas
por las que atravesó. En particular, su llamamiento nos pone frente a un espejo en el que
probablemente nos miramos muchas veces asumiendo que tenemos limitaciones antes que valorar
las enormes ventajas y posibilidades que nos asisten.
El patriarca israelita es muy cercano a nuestras vivencias. Si bien es cierto se constituyó en un
gran líder, no nació así. Pagó el precio. Ese precio estuvo representado en el aprendizaje a partir
de las dificultades, pero también, en aplicar ajustes una vez identificaba que un camino no era el
más apropiado para alcanzar las metas propuestas.
Moisés: un líder que aprendió a esperar
El primer paso en su larga asignatura en la “Escuela de Dios”, fue aprender el valor de la espera. El
exilio fue el camino para que comprendiera que no todo se puede lograr inmediatamente y que hay
una enorme brecha entre aquello que anhelamos y lo que finalmente se logra.
Generalmente imaginamos situaciones, con pelos y detalles, pero en la práctica las circunstancias
son totalmente diferentes. Moisés no pudo liberar al pueblo israelita a su manera, por el contrario,
debió huir y lo hallamos en el desierto...
¿Ha atravesado períodos de la vida en los que considera que sus metas quedaron atrás?¿Llegó
acaso a sentir desánimo?¿Pensó que tal vez Dios se había olvidado de usted? Se preguntó, ¿de
qué sirvió tanto esfuerzo? Si alguna de estas inquietudes le asaltó en alguna ocasión, seguramente
comprenderá a Moisés.
Cuando creía que sus días terminarían escuchando el balido de las ovejas mientras que largas
extensiones de desierto o quizá rocosas montañas serían lo último que vería, tuvo un encuentro
personal con Dios. La espera había concluido. Igual con usted: es probable que esté a punto de
rendirse y echar por la borda todos los sueños, metas y esperanzas que ha albergado por años.
Cree que nada ocurrirá. Puede estar equivocado. Recuerde que, cuando estamos en el plan de
Dios, cualquier cosa puede ocurrir. El llega en el momento oportuno, no cuando nosotros
queremos...
En cierta ocasión, mientras cuidaba el rebaño de su suegro Jetro, llegó al monte de Roed.
“Estando allí, el ángel del Señor se le apareció entre las llamas de una zarza ardiente.
Moisés notó que la zarza estaba envuelta en llamas, pero que no se consumía, así que
pensó: “¡Qué increíble!” Voy a ver por qué no se consume la zarza”(Éxodo 3:3. Nueva
Versión Internacional).
Puede que en su caso específico no haya sido una zarza ardiendo sino otra señal la que utilizó el
Señor para llamarle.
Escuché al Hermano Pablo, el evangelista latinoamericano que ha llegado por años a nuestros
hogares con “Un mensaje a su conciencia”, mientras relataba su llamamiento a la obra misionera.
Insiste que no quería. Consideraba que aquello no era para él. Y en visión pudo apreciar un campo
de algodones florecidos. Las bellotas, conforme iban pasando los minutos, tomaron formas de
rostros y entendió que era los hombres y mujeres de todos los países americanos en los que no se
había predicado la Palabra. De pronto uno de ellos le dijo: “Ven, compártenos la Palabra”.
Aquella imagen fue definitiva. Comprendió que aquel llamamiento al que se negaba era justamente
lo que Dios quería para El.
En ocasiones el Señor nos llama de una manera inverosímil. Al fin y al cabo somos importantes
delante de Su presencia, y el tratamiento es individual, único e irrepetible.
Tú eres el escogido
La idea que tenemos de un líder capaz es la misma que nos vendieron las películas o tal vez las
telenovelas.
No sabemos de dónde sacó Moisés la imagen que tenía sobre las cualidades que debía reunir
quien ejerciera liderazgo, pero evidentemente él no figuraba entre los elegibles.
Apenas Dios le habla desde la zarza, algo que él jamás imaginó ni siquiera pudo concebir, le
compartió sus planes de liberar a los israelitas de la opresión egipcia. Inmediatamente le anuncia
que los llevaría a buena tierra, fértil y próspera. Y concluye: “Así que disponte a partir. Voy a
enviarte al faraón para que saques de Egipto a los israelitas, que son mi pueblo”(Éxodo 3:6-
10. Nueva Versión Internacional).
Imagínese. Moisés no alcanzaba a salir de su asombro frente a las noticias, y encima, Dios le
indica que él, Mosiés, sería el encargado de cumplir la tarea. No solo se sorprendió sino que
estuvo a punto de sufrir un colapso.
Tal vez ha ocurrido con usted. En el plano secular recibió noticia sobre su promoción a un cargo
que jamás siquiera pensó, o en la iglesia el pastor le confirma su designación en un ministerio para
el cual considera que los demás están mejor preparados.
¿Qué hacer? Generalmente alguien que experimenta una sorpresa así, se niega. Lo más fácil es
decir: “No puedo”. Lo más complejo y verdaderamente valioso es decir:”Voy a hacerlo”. Lo apenas
aceptable es que diga: “Voy a intentarlo”. Moisés se limitó a expresar su escepticismo: “¿Y quién
soy yo para presentarme ante el faraón y sacar de Egipto a los israelitas?”(versículo 11).
Dios trata con nuestra vida
Es un hecho que humanamente miramos y en cierta medida nos dejamos llevar por las
apariencias. Dios mira el corazón. No presta atención a lo que se aprecia a primera vista. Le
interesa lo que hay dentro de cada uno. Esa es la razón por la cual, cuando llama a alguien, no
mira lo que es ahora sino lo que podría a llegar a ser en sus manos.
¿Recuerda al Señor Jesús cuando llamó a los discípulos? El no reparaba en lo rustico de Pedro, lo
ambicioso de Mateo o lo delicado de Juan. Veía en ellos a potenciales líderes que serían
fundamentales en la tarea de extender el Reino de Dios.
En el proceso de prepararnos para una tarea, el Supremo Hacedor trata con nuestra vida. Eso fue
exactamente lo que le anunció a Moisés: “Yo estaré contigo—le respondió Dios--. Y te voy a
dar una señal de que soy yo quien te envía;: Cuando hayas sacado de Egipto a mi pueblo,
todos ustedes me rendirán culto en esta misma montaña”(Éxodo 3:11).
Dios es quien concede la autoridad
Si algo me parece apasionante en el diálogo que sostiene el patriarca con el Padre, es la serie de
inconvenientes que pone de presente. Primero, esgrimió la posibilidad de que no creyeran a su
misión de sacar al pueblo israelita de Egipto porque, creía, desconocerían quién lo había mandado.
“—Yo soy el que soy—respondió Dios a Moisés--. Y esto es lo que tienes que decirle a los
israelitas: Yo soy me ha enviado a ustedes”(versículo 14).
Eso bastaba, pero a este pastor asombrado por su reto, no le pareció así. Desconocía o al menos
no quería entender que Dios concede autoridad a aquél a quien envía.
Dios es quien provee los medios
En su rápido razonamiento sobre la forma de salirse del compromiso, Moisés salió al paso con un
nuevo impedimento: ¿Qué ocurriría si no le creían?.
Dios inmediatamente le preguntó que tenía en su mano. Era una vara. “—Déjala caer al suelo—
ordenó el Señor. Moisés la dejó caer al suelo, y la vara se convirtió en una serpiente. Moisés
trató de huir de ella, pero el Señor le mandó que la agarrara por la cola. En cuanto Moisés
agarró la serpiente, ésta se convirtió en una vara en sus propias manos.—Esto es para que
crean que yo el Señor, el Dios de tus padres, Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, me he
aparecido a ti...—“(Éxodo 4:3-6. Nueva Versión Internacional).
Dios mismo nos proveerá de los medios necesarios para que cumplamos la tarea cabal y
exitosamente. No se preocupe por eso; preocúpese por disponerse para El.
Dios es quien concede la capacidad
Un tercer pretexto de Moisés fue su incapacidad física, específicamente en cuanto al habla. “—
Señor, yo nunca me he distinguido por mi facilidad de palabra—objetó Moisés--. Y esto no
es algo que haya comenzado ayer ni anteayer, ni hoy que te diriges a este servidor tuyo.
Francamente, me cuesta mucho trabajo hablar”(Éxodo 4:10).
Con frecuencia Satanás nos vende la idea de que no tenemos las capacidades para desarrollar
alguna tarea, bien en el plano secular o eclesial. Pero no es otra cosa que su estratagema para
sacarnos del camino. Dios no busca hombres perfectos, porque quizá el orgullo los ha doblegado y
no podrán cumplir su misión. Busca hombres que permitan el trato divino. Es a ellos a quienes
puede moldear y a quienes usa en sus planes.
Por eso le respondió que El podría suplir esa situación. Y fue tajante: “Anda, ponte en marcha,
que yo te ayudaré a hablar y te diré lo que debas decir”(versículo 12).
Esta frase popularizada entre quienes rehuir grandes responsabilidades, fue la que expresó Moisés
como última alternativa. “Señor—insistió Moisés--, te ruego que envíes a otra
persona”(versículo 13).
Hay quienes desprecian enormes oportunidades porque dimensionaron lo que creían eran sus
limitaciones físicas, académicas o de liderazgo. Con el paso del tiempo se arrepienten.
El Señor tiene grandes planes para usted. Basta que se decida a serle útil. Es comprensible que
sienta miedo, pero recuerde que Dios está en control de todo. No lo dejará solo. El velará por
usted, y además, le ayudará a cumplir su misión...
Piénselo. Tal vez debe tomar esa decisión ahora. No tarde. Dios y el mundo le esperan para
grandes misiones...
3. ¿Considera usted que las personas tienen que sentirse 100% listas para realizar el llamado de
Dios en sus vidas?
Capítulo 13
Un líder en la encrucijada
Tomar decisiones que cambien el curso de nuestra historia no ha sido fácil y seguramente nunca lo
será. Decidir implica modificar cosas, hacer ajustes y reorientar planes.
Ahora sume otro ingrediente. A la complejidad de tomar una determinación acompañe un anuncio:
el camino que le resta es difícil y jamás faltarán los obstáculos. ¿Le parece estimulante una
situación así? Sin duda que no.
Moisés recibió instrucciones específicas del Señor para que abandonara Madián, en donde tras el
exilio se encontraba cómodo con su familia, ¡para regresar a Egipto!.
“Y dijo Jehová a Moisés: Cuando hayas vuelto a Egipto, mira que hagas delante de Faraón
todas las maravillas que he puesto en tu mano; pero yo endureceré su corazón de modo
que no dejarán ir a mi pueblo”(Éxodo 4:21). El reto no solamente era muy grande sino que a la
luz de la razón parecía no tener lógica.
Imagine por un instante la situación de un estudiante de seminario bíblico que recibe, justo cuando
está cursando el último semestre, notificación de que una vez graduado debe ir a un sector rural
distante de la ciudad. “No será fácil—advierte la comunicación—pero confiamos que Dios le
acompañará en este propósito de plantar una nueva congregación en ese lugar. De momento se
encontrará con una familia de creyentes. Son los únicos”.
Sobra decir que llegar al sitio fue traumático. Era necesario viajar cinco horas en carro por una
carretera sin pavimentar que más parecía una trocha. Los cinco cristianos, pertenecientes a una
sola familia, le asignaron en medio de su pobreza una habitación donde abundaban toda suerte de
bichos.
Fue de parcela en parcela predicando y después de dos años y tres meses, se reunían en los
cultos dominicales, treinta y dos personas.
Justo en esas condiciones le envían una nueva carta. Debe desplazarse a la capital para iniciar
trabajo en un barrio marginal. Allí no hay ningún creyente conocido, pero la denominación desea
plantar una iglesia en el sector.
¿Qué hacer? ¿Renunciar? ¿Seguir adelante? Ese es el punto crucial. Es tanto como caminar en
medio de una encrucijada.
Cuando tenemos la firme determinación de estar en el centro mismo de la voluntad del Señor, es
necesario cursar las asignaturas más complicadas. Usted lo sabe, lo ha sabido siempre y si no es
así, es probable que actualmente esté aprendiendo el precio que debe pagar quien se matricula en
la Escuela de Dios.
Nadie que no haya sido tratado de manera personal por el Creador, podrá aspirar a grandes
misiones.
El hecho de que haya recibido una orden directamente del Supremo Hacedor, no significa que
todos atenderán sus instrucciones. Así es que no manifieste extrañeza cuando aquellos a quienes
enseña en la congregación o quizá en un grupo de estudio bíblico, expresan rebeldía. Es
previsible. Ocurre cuando algo choca contra sus concepciones de siempre. No quieren recibir algo
nuevo.
¿Comprende ahora lo que podía sentir Moisés? Su condición emocional no era la mejor.
“Entonces el rey de Egipto les dijo: Moisés y arón, ¿por qué hacéis cesar al pueblo de su
trabajo? Volved a vuestras tareas”(Éxodo 5:4).
La corte faraónica no esperaba que alguien diferente a sus magos les hablara de deidades. Y más
tratándose de Moisés que había sido de la realeza y fruto de dar muerte a un egipcio, se había
dado a la fuga.
Luis Sánchez, quien lidera una creciente congregación del sur de Santiago de Cali insiste en lo
complicado que resulta a un ex pandillero, quizá a un ex delincuente o otrora borracho o adúltero
predicar una vez se convierte a Jesucristo. ¿La razón? Quienes están alrededor desestiman sus
mensajes o piensan que el cambio será transitorio. Están a la expectativa de que caigan en
pecado. Sencillamente no lo pueden concebir.
En respuesta a la exhortación de Moisés, el Faraón impuso nuevos trabajos y más pesados que los
anteriores a los israelitas, por aquél tiempo esclavos (Éxodo 5:5-11).
Con frecuencia recuerdo la historia de un pastor a quien le correspondió una dura tarea: plantar
una iglesia en un sector popular de una ciudad. No fue fácil. Llegar con el evangelio de Jesucristo a
gente sumida por mucho tiempo en las tradiciones, no hizo otra cosa que generar rechazo.
--El día que literalmente me sacaron del templo, descubrí el enorme dolor que despierta ser
rechazado por aquellos por quienes sufriste desvelos y situaciones complicadas—me dijo.
A Moisés la escena no le fue ajena. “Y encontrando a Moisés y a Aarón, que estaban a la vista
de ellos cuando salían del Faraón, les dijeron: Mire Jehová sobre vosotros, y juzgue; pues
nos habéis hecho abominables delante de Faraón y de sus siervos, poniéndoles la espada
en la mano para que nos maten”(Éxodo 5:20, 21).
El impacto debió ser demoledor para el patriarca. Es probable que se preguntara si valía la pena
tanto esfuerzo. “¿Qué gano yo a cambio de esta tarea?”, se preguntaba mientras miraba el desierto
a lo lejos.
¿Se ha preguntado acaso de qué sirven sus desvelos? Es probable. Pero recuerde como líder que,
justo cuando llegan las circunstancias adversas es cuando debe volver su mirada al Señor en
procura de ayuda.
El líder que permite que las cargas producto de su labor ministerial o secular se acumulen y busca
resolverlas a su manera, probablemente desistirá de las tareas a su cargo o se dará por vencido
con la firme decisión de no intentarlo nuevamente jamás.
¿Qué hacer en casos así? ir a nuestro Padre en procura de su ayuda, como hizo Moisés.
“Entonces Moisés se volvió a Jehová, y dijo: Señor, ¿por qué afliges a este pueblo?¿Para
qué me enviaste? Porque desde que yo vine a Faraón para hablar en tu hombre, ha afligido
a este pueblo; y tu no has librado a tu pueblo”(Éxodo 5:22, 23).
Dios no espera que luchemos en nuestras fuerzas sino en las de El. Este principio bíblico tiene
aplicación tanto en nuestro desempeño eclesial como secular. Es una pauta que debemos tornar
práctica. Los resultados no se harán esperar, como ocurrió con Moisés:
“Jehová respondió a Moisés: Ahora verás lo que yo haré a Faraón; porque con mano fuerte
los dejará ir, y con mano fuerte los echará de su tierra”(Éxodo 6:1).
Es necesario que aprendamos a desarrollar una confianza plena en Aquél que tiene control de
absolutamente todas las cosas y nos puede ayudar a superar las crisis, cualesquiera que sean.
La decisión como alguien que sirve a Jesucristo y tal vez está en una encrucijada, es dejar en
manos del Señor sus cargas y no dar lugar para que el desgano o la desilusión ganen terreno.
¡Usted puede lograrlo!
2. Nadie que no haya sido ___________________de manera personal por el Creador, podrá
_______________a grandes misiones.
Capítulo 14
¿Alguna vez escaló una montaña? Sin duda descubrió que conforme salvamos la distancia que
nos separa de la cima, las dificultades para avanzar y respirar son mayores. La presión, el viento y
otros factores ajenos a nuestro manejo, tornan imposible desplazarnos con la rapidez que
anhelamos.
La imagen de un hombre o mujer subiendo a una cumbre es la mejor ilustración sobre las múltiples
tentaciones que asaltan a un líder cuando cumple una misión. Hay quienes desisten rápidamente y,
así hayan andado la mitad del trecho, vuelven atrás. Otros se desaniman porque consideran que
“todavía falta mucho” para llegar al punto más alto y no persisten. Un buen número prosigue la
marcha pero influidos por sus compañeros, llegan a considerar que las jornadas son muy difíciles.
El grupo que llega a la cresta de la montaña es reducido, sino es que solamente uno solo lo logra.
¿Ha experimentado una situación similar? Entonces comprenderá los complejos momentos que
atravesaron Moisés y Aarón en el proceso de librar a los israelitas del cautiverio egipcio.
Graciela Fleytas es una misionera argentina de las Asambleas de Dios asignada a Mozambique,
en el África. Llegó al lugar con una y mil iniciativas que pronto encontraron resistencia. Entre ellas
la creación de un orfanato y de un hospitalito.
Emprender la tarea no ha sido fácil. Por el contrario, en un mundo animista como el que habita en
ese continente, problemas y obstáculos son lo que encontró a su paso. Pero no se dejó vencer.
Avanzar asida de la mano del Señor Jesús constituyó la base para sobreponerse a la adversidad.
¿Recuerda dónde quedamos en las lecturas sobre la difícil tarea asignada a Moisés? Pues bien,
sus tropiezos iniciales no fueron nada comparado con lo que vendría. Tales hechos y la forma
como los enfrentó representan un ejemplo para nosotros hoy.
Los primeros versículos del capítulo 7 del Éxodo nos revelan aspectos sumamente interesantes
que le invito a considerar y a aplicar en su vida.
“Toma en cuenta le dijo el Señor a Moisés que te pongo por Dios ante el faraón. Tu hermano
Aarón será tu profeta. Tu obligación es decir todo lo que yo te ordene que digas; tu hermano
Aarón, por su parte, le pedirá al faraón que deje salir de su país a los israelitas. Yo voy a
endurecer el corazón del faraón, y aunque haré muchas señales milagrosas y prodigios en
Egipto, él no les hará caso. Entonces descargaré mi poder sobre Egipto; ¡con grandes
actos de justicia sacaré de allí a los escuadrones de mi pueblo, los israelitas! Y cuando yo
despliegue mi poder contra Egipto y saque de allí a los israelitas, sabrán los egipcios que
yo soy el Señor.”(Exodo 7:1-5. Nueva Versión Internacional).
Colóquese por un instante en los zapatos de Moisés. Aquél que todo lo puede le encomendó una
misión. En ningún momento le prometió que sería fácil; por el contrario, es a través de la dura
experiencia de estar matriculado y cursando asignaturas en la “Escuela de Dios”, que aprendió
sobre los alcances de su nueva condición.
Moisés fue puesto “por Dios ante el faraón”. Son las credenciales del Todopoderoso las que
confieren autoridad y las posibilidades para desarrollar el trabajo propuesto. No es en nuestras
fuerzas, sino en las de Dios.
Quizá usted oró por un trabajo. El se lo proveyó. Hoy siente que no puede. ¿Quién respondió a sus
oraciones? El Señor mismo. Es sabio y por tanto, abrirá una salida a vista suya. No está solo ni en
un laberinto del que no puede salir.
¿Ejerce el liderazgo en una iglesia y siente que no puede seguir adelante?¿Todos están en contra
suya?¿Enfrenta la intolerancia y la incomprensión? Es posible vencer. Usted es el representante de
Dios. ¿Acaso no depende de Él? Entonces, ¿qué impide que alcance los objetivos de la misión que
recibió?.
El Señor no necesita que le demos “una ayudadita”. El es poderoso para hacer cuanto se ha
propuesto. Empujar junto a Dios no es otra cosa que poner un obstáculo atravesarnos en Su
camino. Es necesario dejarlo que obre.
Dios fue claro con Moisés: “Tu obligación es decir todo lo que yo te ordene que digas; tu
hermano Aarón, por su parte, le pedirá al faraón que deje salir de su país a los israelitas”.
¿Ha intentado hacer las cosas a su manera creyendo que Dios le respaldará? La advertencia del
Supremo Hacedor fue clara: el patriarca debía limitarse a hacer aquello que se le había ordenado.
Igual nosotros. Obediencia es una de las palabras clave para un ministerio exitoso.
Dios es quien pelea la batalla
Hace poco tiempo recibí la carta de una pareja pastoral. Fueron asignados a un territorio dominado
por el tradicionalismo religioso. Llevaban varios meses predicando sin que se produzca ninguna
conversión a Cristo.
“No sabemos qué hacer—decía la comunicación--. Hemos invertido buena parte de nuestro tiempo
evangelizando, distribuyendo tratados, haciendo cultos callejeros. Estamos desesperados.
¿Considera que lo más apropiado es regresar a nuestra ciudad? Podríamos trabajar vendiendo
algo y así restablecer nuestra vida secular”.
¿Cuál sería su respuesta? Pues le compartiré cuál fue la mía: “Quédense en el mismo lugar. Dios
los llamó, Dios responderá. El hará prosperar Su obra. No luchen en sus fuerzas, luchen en las
fuerzas del Señor”.
Dios es quien pelea con nosotros, tal como lo prometió a Moisés: “...y aunque haré muchas
señales milagrosas y prodigios en Egipto, él no les hará caso. Entonces descargaré mi
poder sobre Egipto”.
Es probable que como líder considere que ya hizo mucho y no puede más. Ha pensado en
renunciar. ¿Es aconsejable? En absoluto. Cumpla lo que Dios le llamó a hacer, y si las luchas son
enormes, deje que Él pelee por usted. Dios finalmente cumplirá aquello que se propuso: “Y
cuando yo despliegue mi poder contra Egipto y saque de allí a los israelitas, sabrán los
egipcios que yo soy el Señor”.
Por supuesto que Satanás y sus huestes salen al paso tratando de impedir que cumplamos la
misión. Es algo apenas previsible. No es nada nuevo, por el contrario, ha sido así desde la misma
creación del Universo.
Cuando Dios confió a Moisés el poder para demostrar a Quién representaba, el diablo quiso imitar
todo. Y lo hizo a través de los hechiceros al servicio de Faraón: “Moisés y Aarón fueron a ver al
faraón y cumplieron las órdenes del Señor. Aarón arrojó su vara al suelo ante el faraón y sus
funcionarios, y la vara se convirtió en serpiente. Pero el faraón llamó a los sabios y
hechiceros y, mediante sus artes secretas, también los magos egipcios hicieron lo mismo:
Cada uno de ellos arrojó su vara al suelo, y cada vara se convirtió en una serpiente. Sin
embargo, la vara de Aarón se tragó las varas de todos ellos.”(Éxodo 7:10-12. Nueva Versión
Internacional).
Satanás es astuto. Es el artífice de muchas doctrinas de error que arrastran a hombres y mujeres,
alejándolos de la Salvación de Cristo. Pero lo grave es que engaña incluso a quienes están en el
Camino correcto.
Al diablo hay que confrontarlo en las fuerzas de Dios. Y una estrategia eficaz es orar al Padre
pidiendo su intervención, y declarando rotas las estratagemas satánicas que se levantan en contra.
No olvide que usted tiene la autoridad que le confirió el Señor Jesucristo, y es necesario ejercerla...
Despierta preocupación que decena de líderes cristianos son humildes en tanto comienzan su
labor. Pero una vez Dios los utiliza como instrumentos con poder y autoridad, olvidan que el poder
proviene del Altísimo y no es fruto de méritos propios.
¿Recuerda las plagas con las que el Señor asoló a los egipcios? Personalmente siempre me han
parecido algo extraordinario que rompió toda lógica y demuestra en Quién hemos creído.
Recordémoslas de nuevo. Son nueve plagas: de la sangre (Éxodo 7:14-25), de las ranas (Éxodo
8:1-15), de los piojos (Éxodo 8:16-19), de las moscas (Éxodo 8:20-32), de la muerte del ganado
(Éxodo 9:1-7), de las úlceras a personas y bestias (Éxodo 9:8-12), del granizo (Éxodo 9:13-35), de
las langostas (Éxodo 10:1-20) y de las tinieblas (Éxodo 10:21-29).
El colofón de todo fue el anuncio sobre la muerte de los primogénitos (Éxodo 11:1-10) que tuvo
cumplimiento unos cuantos versículos más adelante (Éxodo 12:29-35).
El poder fue enorme. Pero era de Dios. Moisés lo entendió así y no se llenó de vanagloria. No vaya
a ocurrir en su vida que confunda cuál es la fuente de poder.
Quienes incurren en este desliz, rápidamente caen. Terminan frustrados. Sus vidas se vuelven un
caos y en el colmo de su descaro, echan la culpa a Dios. ¡Tremendo error! Son los orgullosos
quienes desconocen el obrar divino.
1. Mencione los tres elementos determinantes para toda persona que asume visión dada por Dios.
3. Tenemos que dejar que Dios _________ y nosotros cumplir aquello que El ___________________.
5. Cuando llegan los momentos en que no vemos frutos en aquello que Dios nos ha llamado
¿Qué debemos hacer?
Un viaje a lo desconocido
Ocurrió con Abraham. Dios le dijo: --Vete de tu tierra y de tu parentela a la tierra que te mostraré.
Igual con Moisés: --Sacarás a mi pueblo de Egipto y los llevarás a la tierra que te mostraré.
Dos escenas diferentes en espacios de tiempo absolutamente distintos, pero con un elemento
común: el Señor les asignó una misión aunque no les entregó el itinerario completo del viaje. Algo
así como un Rally, ¿los ha visto? Los competidores encuentran, en cada objetivo cumplido, una
nueva pista que los conducirá a la meta.
Ese hecho determinada que debieron aprender a desarrollar confianza en el Creador. Esa
confianza iba acompañada de varios elementos: el primero, reconocer su imposibilidad humana de
poder cumplir la tarea a menos que acudieran a las fuerzas de Dios. Este es sin duda uno de los
aspectos de mayor trascendencia en la vida de todos aquellos que sirven al Rey de reyes y Señor
de señores.
El segundo aspecto radica en vivir el presente sin afanarse por los compromisos que vendrían
mañana. En muchas ocasiones deseamos desarrollar la tarea pastoral en un solo día, nos
agotamos sin razón y terminamos rendidos a la desesperanza. Cumpla su labor hoy. Si tiene
forma, adelante algo de mañana, pero si solamente cumplió lo dispuesto para este día, ¡Gloria a
Dios!.
Por último, asumir el hecho de que Dios dará una salida cuando, en cumplimiento de la misión,
encontramos grandes obstáculos a nuestro paso.
En conjunto estos principios deben conducirnos a uno que sintetiza estas enseñanzas que se
desprenden de liderazgo en la “Escuela de Dios”: quien ocupa una posición relevante en el servicio
de la obra, debe estar preparado para hacer ajustes a los planes.
Generalmente tenemos una visión de las cosas y sobre cómo podrían terminar. Eso forma parte del
empeño equivocado de tener todo bajo nuestro control. Cuando algo se sale de las manos,
entramos en crisis. De ahí que, cuando encontremos inconsistencias con aquello que esperábamos
que ocurriera, antes que salir corriendo presa de la angustia, es necesario prepararnos para
introducir modificaciones a los planes iniciales. Esta pauta de vida tiene aplicación en la vida
secular pero también en el desenvolvimiento eclesial.
Si las plagas que trajo Dios sobre Egipto desataron animadversión sobre Aarón y Moisés, mucho
más el anuncio que haría días después. El Señor le mandó a alertar al monarca sobre la muerte de
los primogénitos, no solo de los egipcios sino también de sus animales (Éxodo 12:29). Le debería
advertir que producto de la manifestación divina, ellos le pedirían a los israelitas que se fueran
cuanto antes de su territorio (vv.31-33).
¿Cumpliría usted con agrado una tarea así? Sin duda que lo pensaría dos veces; sin embargo a los
hombres que Dios utiliza no les corresponde cuestionar sino obedecer.
Además, el Señor dispuso poner gracia sobre los moradores de aquél país para que dieran a los
hebreos joyas y objetos de valor, lo que sin duda ni siquiera pasó por la imaginación de Moisés
apenas recibió la encomienda (vv.35, 36).
Cuando caminamos tomados de la mano del Creador, Él nos llevará por camino seguro. No es fácil
que comprendamos lo que está ocurriendo, pero si confiamos, la paz embargará nuestro corazón.
Es similar a cuando usted viaja en avión. No cuestiona los pasos que dio el piloto al momento de
emprender el carreteo de la aeronave en la pista, la carrera de impulsión y mucho menos el
decolaje. Usted espera que todo transcurra dentro de los límites previsibles. Igual con Dios, él
obrará para bien nuestro y el de quienes nos rodean.
¿Y ahora qué?
Dejar Egipto implicaba volver la página de un amargo capítulo en el que los israelitas estuvieron
430 años en cautividad. La salida de Rameses aquella noche, la emprendieron seiscientas mil
personas que emprendían camino a la libertad (Éxodo 12:37, 38).
Ahora, ¿por qué no hicieron un tránsito rápido entre territorio egipcio y la Tierra Prometida? Porque
el pueblo hebreo no estaba preparado para enfrentar los filisteos y las muchas dificultades que se
iban a desprender de atravesar sus propiedades. Lo más probable es que se hubiesen desalentado
(Éxodo 13:17, 18).
La pregunta natural es, ¿Adónde vamos? Usted seguramente la haría. Yo mismo me he formulado
este interrogante una y mil veces cuando, andando en los caminos de Dios, he encontrado a mi
paso situaciones que están por fuera de mi comprensión. Es algo que nos ha ocurrido a todos.
En la vida secular y eclesial se conjugan este tipo de períodos de incertidumbre; cuando nos
asalten, es necesario ir a Dios en oración para que nos enseñe el sendero a seguir. De algo que no
podemos dudar en absoluto, es que nos enseñará el sendero más apropiado.
En el caso de los israelitas, el Señor que tiene todo cuidadosamente calculado y quien responde a
nuestro clamor en procura de ayuda, les guió durante el día con una nube y en la noche, a través
de una columna de fuego. De esta manera, además de emprender jornadas permanentes, tenían
asegurado el hecho de que irían en el camino indicado, aquél que estaba en los planes del
Altísimo.
¿Sigo adelante, me detengo o me regreso?
Imagina por un instante que va en su auto conduciendo a través de una autopista desconocida. A
oscurecido y le urge llegar al poblado mas próximo. E pronto falla el sistema de luces. Y usted, en
medio del camino, deja que llegue a su mente y a su corazón una pregunta que paraliza: “¿Y ahora
qué hago, ¿Sigo adelante, me detengo o me regreso?”
La inquietud llegó a los israelitas cuando iniciaron el trasegar por el desierto. Dios de antemano
sabía que el sendero que seguían llevaría a que el Faraón y sus ejércitos consideraran que
estaban atrapados (Éxodo 14:1-4). Sin embargo no era así; todo formaba parte de los planes
infinitos de nuestro amado Dios.
Es probable que en su existencia ocurran hechos que no se explica. Si tiene la certeza de estar
caminando de la mano del Señor, es evidente que por medio de esas circunstancias, aprenderá
algo nuevo que le servirá en su vida personal y ministerio (Romanos 8:28).
Dios mismo lo tenía definido así. “Lo hago así para glorificarme en lo que haga el faraón y a
todos sus ejércitos, y para que los egipcios sepan que yo soy Jehová. Ellos acamparon
donde Jehová les había dicho”(Exodo 14:4. Versión La Biblia al Día, paráfrasis).
La reacción de Faraón fue para su perdición y la de sus súbditos. Igual para quienes pelean contra
un hijo de Dios, se estrellan contra un enorme muro. En todo instante el Señor es nuestro
ayudador.
“Toda la caballería del faraón, caballos, carros y conductores, fue usada en la persecución.
El ejército egipcio divisó al pueblo de Israel acampado en la costa, cerca de Pihahirot, frente
a Baalcefón”(Exodo 14:9. Versión La Biblia al Día, paráfrasis).
Cuando vengan situaciones así a su existencia, reconozca que está atravesando por un momento
complejo, pero inmediatamente vuelva su mirada al Creador en procura de ayuda, la cual sin duda
vendrá.
No olvide que ante emociones que nos afectan y nos llevan a la desestabilización, es importante
retomar el control depositando toda nuestra confianza en Dios. Observe que hemos utilizado varias
veces la palabra confianza. Es esencial que la manifestemos en nuestra vida cuando se trata de la
intervención divina. Un principio que usted debe asumir es depositar su confianza en el
Todopoderoso cuando surgen obstáculos en el camino.
Asumir las responsabilidades
Algo curioso que enfrentan los líderes en el plano secular o eclesial, es que cuando algo se sale de
su presupuesto mental, buscan inmediatamente a quién echarle la culpa. Y los que llevan la peor
parte, en buena parte de los casos, son aquellos que están ejerciendo el liderazgo.
Moisés no fue la excepción. El pueblo se volvió en su contra. Le dijeron: “¿Nos has traído para
morir en el desierto por que no había suficientes tumbas en Egipto?¿Por qué nos hiciste
subir de Egipto?”(Éxodo 14:11. Versión La Biblia al Día, paráfrasis).
Cuando vengan problemas, tenga la certeza de que Dios responderá ofreciendo una salida.
Incluso, aquella que usted menos imagina. Si está caminando en el centro mismo de la voluntad
del Señor, Él le mostrará qué camino seguir para salir del laberinto.
“Jehová le dijo a Moisés:--Deja de orar y dile al pueblo que marchen. Extiende tu vara sobre
las aguas, y el mar abrirá un sendero delante de ti, y todo el pueblo de Israel podrá cruzarlo
como en tierra seca. Yo he engrandecido el corazón de los egipcios, y ellos los seguirán, y
verán como honro mi nombre derrotando al faraón, con todos sus ejércitos, sus carros y
sus caballos. Todo Egipto sabrá que yo soy Jehová”(Exodo 14:15, 18. Versión La Biblia al
Día, paráfrasis).
Todo cuanto hace nuestro amado Creador es perfecto. Absolutamente nada escapa a su control. Y
tal como lo prometió, lo cumplió. Su ángel acompañó a los israelitas (v. 19) y empañó con densa
oscuridad la distancia que separaba a los egipcios del pueblo de Dios.
Y en el momento oportuno, ni antes ni después, Él abrió el mar Rojo (v. 21) de tal manera que “¡El
pueblo de Israel caminó a través del mar por tierra seca!”(v. 22). Cuando terminaron su
tránsito, Dios ordenó a Moisés extender su vara sobre la inmensa masa de agua detenida a
lado y lado. “Moisés lo hizo así y el mar regresó a su posición normal bajo la luz de la
mañana. Los egipcios trataron de huir, pero Jehová los hizo ahogarse en el mar. El agua
cubrió el sendero, los caballos y sus jinetes. Y todo el ejército del faraón que perseguía a
Israel a través del mar pereció”(versículos 27, 28).
Dios cumplió en los hebreos su plan. Ellos se dispusieron, y aquello que prometió, ocurrió.
Usted inició como líder una tarea a la que no debe renuncia hasta tanto se lleve a cabo. Jamás
olvide que si Aquél que todo lo puede, le llamó, Él le conducirá al pleno cumplimiento del cometido.
Hay tres palabras que deberá recordar nuevamente como principios de un liderazgo eficaz:
confianza en Dios, espera en Dios y perseverancia con ayuda de Dios... ¿Está dispuesto a
proseguir?
3. Quien ocupa una posición importante en la obra del Senor debe estar preparado para hacer
_______________________a los planes.
11. Hay tres palabras que deberá recordar nuevamente como principios de un liderazgo eficaz:
___________________ en Dios, _____________________en Dios y ___________________con
ayuda de Dios.
Capítulo 16
Una de las grandes invenciones de la humanidad fue el microscopio. Quizá usted tenga una
opinión diferente y considere que la televisión, la radio o tal vez la aeronavegación representaron
avances históricos de trascendencia para toda la humanidad. Sin embargo me reafirmo: considero
un paso agigantado la articulación del microscopio. Ha permitido a los científicos apreciar en una
dimensión mayor partículas diminutas que escapan a la visibilidad.
Ahora, vamos a la vida práctica. Hay personas que asumieron en su vida un microscopio espiritual.
¿Por qué razón? Porque los problemas, por diminutos y triviales que sean, los agigantan a
proporciones descomunales. A partir de insignificancias desatan verdaderas tormentas que nada le
envidiarían al diluvio universal.
Los israelitas en su salida de Egipto y, posteriormente, durante el tránsito por el desierto, tenían su
propio visor. Con él agrandaban las dificultades y, automáticamente, generaban rechazo al obrar de
Dios. No habían aprendido a confiar en el Señor y ante el más mínimo inconveniente,
desencadenaban un huracán que sacaba a flote su condición de hombres y mujeres
acostumbrados a la esclavitud, que no querían superar esa situación.
Un pueblo así fue al que debió guiar Moisés. ¿Qué hubiera hecho usted en su caso?
Probablemente habría renunciado.
¿Cómo identificamos que tenemos un microscopio espiritual en nuestras vidas? Sencillo: cuando
no aceptamos que algún hecho, por mínimo que sea, marque una diferencia entre aquello que
esperábamos y lo que ocurre realmente. No olvide que los seres humanos concebimos las cosas
conforme creemos que deben ser, y si no acontecen como aspirábamos, nos asalta el desánimo, la
desesperación y el íntimo deseo de no seguir luchando.
Moisés, un líder que se forjó con el paso del tiempo y quien compartió las expectativas que nos
asaltan a usted y a mi en diferentes períodos de la existencia, sacó al pueblo del territorio próximo
al mar Rojo y cuando, después de tres días de camino, atravesaban el desierto de Shur, se
encontró con enormes dificultades cuando no se halló agua dulce para beber.
“Entonces el pueblo murmuró contra Moisés, y dijo: ¿Qué hemos de beber? Y Moisés clamó
a Jehová, y Jehová le mostró un árbol; y lo echó en ellas aguas, y las aguas se endulzaron,
y allí los probó...”(Éxodo 15:24, 25).
Ahora, algo más que aprendemos es que los problemas no son para siempre. “Y llegaron a Elim,
donde había doce fuentes de aguas, y setenta palmeras; y acamparon allí junto a las
aguas”(Éxodo 15:27).
Los líderes tienen la característica de ser motivados por una visión. No conozco la primera
persona que vuelque sus esfuerzos a trabajar y trabajar sin que medie un propósito o un objetivo
claro. Quien lidera, generalmente sabe a dónde quiere llegar.
Dos meses después de salir de la cautividad, cuando se encontraban entre Elim y Sinaí y a pocos
días de haber superado el impase de las aguas amargas, surgió otro inconveniente:
“Partió luego de Elim toda la congregación de los hijos de Israel, y vino al desierto de Sin,
que está entre Elim y Sinaí, a los quince días del segundo mes después que salieron de la
tierra de Egipto. Y toda la congregación de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y
Aarón en el desierto; y decían los hijos de Israel: Ojalá hubiéramos muerto por mano de
Jehová en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos a las ollas de carne, cuando
comíamos pan hasta saciarnos; pues nos habéis sacado a este desierto para matar de
hambre a toda esta multitud”(Éxodo 16:1-3).
La gente buscaba algo por qué protestar. ¿Ha visto creyentes así o tal vez compañeros de trabajo
quienes a todo le encuentran problema? Se convierten en hombres y mujeres expertos en ver lo
malo antes que lo bueno. “Y Jehová dijo a Moisés: He aquí yo os haré llover pan del cielo, y el
pueblo saldrá, y recogerá diariamente la porción de un día, para que yo lo pruebe si anda en
mi ley, o no”(versículo 4).
El Señor salió al paso con una solución. Si Él le llamó a servirle, no le dejará solo. Usted tiene Su
divino respaldo. Este es un principio que debió aprender Moisés en la práctica. Justo cuando
estaba más inquieto, el Señor respondía. Era tanto como si le dijese: “Esfuérzate y sé valiente,
estoy contigo”.
“Dijo también Moisés: Jehová os dará en la tarde carne para comer, y en la mañana pan
hasta saciaros; porque Jehová a oído vuestras murmuraciones con que habéis murmurado
contra él; porque nosotros, ¿qué somos? Vuestras murmuraciones no son contra nosotros,
sino contra Jehová”(versículo 8).
Dios cumplió su promesa. Por segunda vez respondía a las murmuraciones del pueblo.
¿Cuándo aprenderán?
Hay un término muy en boga en Latinoamérica que nuevamente les recuerdo. Dice: “Recibe palo
porque bogas y palo porque no bogas”. Se refiere a los que polemizan y generan problemas
porque sí y porque no. No tardan mucho en encontrar falencias, aunque todo luzca perfecto en
apariencia.
“Toda la congregación de los hijos de Israel partió del desierto de Sin por sus jornadas,
conforme al mandamiento de Jheová, y acamparon en Refidin; y no había agua para que el
pueblo bebiese. Y altercó el pueblo con Moisés, y dijeron: Danos agua para que bebamos. Y
Moisés les dijo: ¿Por qué altercáis conmigo?¿Por qué tentáis a Jehová?”(Éxodo 17:1, 2).
Les asaltó la sed y, ¿hacia quién volcaron su frustración? Hacia Moisés. Un líder, en buena parte
de las ocasiones, lleva consigo el peso del pueblo al que está guiando. Lo más complejo es que
siempre recibe críticas y pocas veces una voz de estímulo por la labor que realiza. ¿Vale la pena
que renunciemos? En absoluto. Usted y yo fuimos llamados a vencer, no a dejarnos vencer.
El patriarca actuó como ya se estaba acostumbrado a obrar: “Entonces clamó Moisés a Jehová,
diciendo: ¿Qué haré con este pueblo? De aquí a un poco me apedrearán”(versículo 4).
Aprendiendo a delegar
Hasta aquí hemos apreciado a un líder inmerso en problemas, no porque los haya buscado sino
porque el pueblo al que guiaba, era rebelde. Pero las dificultades le llevaron a un aprendizaje
progresivo, lo que capacitó para que actuara con excelencia.
En particular un incidente, fruto de la visita de su suegro Jetro, le enseñó una valiosa lección. Al
apreciar que todo el trabajo recaía en Moisés, el anciano le recomendó delegar. Un principio que
deben asumir quienes ejercen liderazgo, bien en el plano eclesial o secular.
“Viendo el suelo de Moisés todo lo que él hacía con el pueblo, dijo: ¿Qué es esto que haces
tú con el pueblo?¿Por qué te sientas tú solo, y todo el pueblo está delante de ti desde la
mañana hasta la tarde? Entonces el suegro de Moisés le dijo: No está bien lo que
haces”(Éxodo 18:13-17).
Fue en ese momento en que experimentó la delegación. Y dio resultado porque, hombres
previamente seleccionados, comenzaron a ayudarle en sus tareas. Ese es un principio fundamental
de trabajo en equipo. Ya pasó la época en que el líder hacía todo, desde abrir el templo, recoger
las ofrendas, predicar, y terminar la jornada con labores de aseo.
La ingratitud contraataca
Pasados ya tres problemas complejos, surgió uno más: los israelitas se cansaron de comer el
maná. “Aconteció que el pueblo se quejó a oídos de Jehová; y lo oyó Jehová, y ardió su ira,
y se encendió en ellos fuego de Jehová, y consumió uno de los extremos del campamento.
Y la gente extranjera que se mezcló con ellos tuvo un vivo deseo, y los hijos de Israel
también volvieron a llorar y dijeron: ¡Quién nos diera a comer carne...”(Números 11:1, 4).
La situación generó en Moisés una crisis, hasta tal punto que fue a Dios con amargura. Le dijo:
“No puedo yo solo soportar a todo este pueblo, que me es pesado en demasía. Y si así lo
haces tú conmigo, yo te ruego que me des la muerte, si he hallado gracia en tus ojos; y que
yo no vea mi mal”(versículos 14, 15).
¿Le han asaltado etapas de desesperación? Es probable que sí. Todos las hemos enfrentado.
Pese a ello, es menester seguir adelante. Para lograrlo, buscamos en Dios la fortaleza y damos un
nuevo paso, y luego otro más, y otro... pronto habremos recorrido un largo trecho.
Ahora, Dios respondió enviando codornices a los israelitas, pero pagaron su codicia con la muerte,
como leemos entre los versículos 31 y 34.
Me gusta utilizar refranes que identifican nuestra cultura latinoamericana. De paso vale la pena
resaltar que son frases cortas que encierran una enorme sabiduría. Uno de ellos reza: “No hay
cuña que más apriete que la del mismo palo”. Indica de manera directa, que los más cercanos son
en ocasiones quienes mayores problemas nos causan.
¿Ha enfrentado una situación así como líder? Sin duda. Moisés también vivió una situación así.
“María y Aarón hablaron contra Moisés a causa de la mujer cusita que había tomado; porque
él había tomado mujer cusita. Y dijeron: ¿Solamente por Moisés ha hablado Jehová?¿No ha
hablado también por nosotros? Y lo oyó Jehová”(Números 12:1, 2).
¿Cómo debió sentirse nuestro protagonista? Sin duda abrumado. Pero no estaba solo, como usted
y yo tampoco lo estamos. Si Dios nos escogió para alguna tarea de liderazgo, es porque conoce
quiénes somos, nuestras capacidades y lo lejos que podemos llegar si caminamos tomados de Su
mano.
Producto de su rebeldía, María acarreó las consecuencias. Se vio cara a cara con la desgracia:
vino sobre su cuerpo la lepra. Pese a ello, la nobleza y disposición de perdón que asistía a Moisés,
intercedió a su favor: “Entonces Moisés clamó a Jehová, diciendo: Te ruego, oh Dios, que la
sanes ahora”(versículo 13).
Momentos difíciles hemos atravesado todos. Usted y yo no somos ni los únicos ni los últimos,
como repetiré hasta la saciedad. ¿Cuál es el secreto para sobreponernos con éxito? Confiar en
Dios cuando arrecia la tormenta. ¡Venceremos! No olvide que fuimos llamados a vencer y no a la
derrota...
7. Un líder, en buena parte de las ocasiones, lleva consigo el _______________del pueblo al que
está guiando.
Capítulo 17
A los cincuenta y dos años cuando había terminado de pagar un préstamo grande que contrató con
la banca para adquirir maquinaria, y para tranquilidad de todos había saldado la hipoteca que tenía
sobre la casa, sufrió un infarto.
El mal momento llegó cuando menos lo esperaba. Si alguien, en el momento en que agonizaba, le
hubiese preguntado qué era lo que tenía en mente en aquella etapa de su existencia, habría
recibido como respuesta la esperanza que le embargaba de disfrutar una buena vejez. Sin
embargo partió a la eternidad.
--Trabajó por años para morir cuando estaba a las puertas de disfrutar de todo su esfuerzo—
murmuró la esposa al compartir la desolación que le embargaba el sorpresivo deceso.
¿Injusto? Tal vez. Es el primer pensamiento que viene a nosotros cuando revisamos el devenir de
alguien que lucha por un ideal, una meta o un propósito para irse a la eternidad antes de llegar a
disfrutar del trabajo realizado.
También podríamos pensar que fue injusto lo que ocurrió con Moisés. Después que partieron de
los pozos de Ben Jacam a Moserá, falleció Aarón, el hermano que luchó a brazo partido para
ayudarle a coronar el objetivo de entrar en la tierra prometida (Deuteronomio 10:6). El vacío debió
ser enorme.
Tras mucho trasegar, y cuando habían agotado la mayoría de las jornadas que les separaba del
anhelado territorio, se reunió con los israelitas. Les recordó de qué manera había obrado el Señor
en sus vidas, las leyes y observancias a tener en cuenta, y las instrucciones impartidas con el
mismo amor de un padre hacia los hijos que partirán a un viaje muy largo, a los cuales tal vez no
volverá a ver.
La hora final
“Aquel mismo día el Señor dijo a Moisés: “Sube al momento Abarim, al monte Nebo, situado en
Moab, frente a Jericó, y mira la tierra de Canaán, que doy en herencia a los israelitas. En
este monte al cual subes, serás reunido a los tuyos, como murió Aarón tu hermano en el
monte Hor, y fue reunido a los suyos. Porque pecaste contra mí en medio de Israel, ante las
aguas de la rencilla de Cades, en el desierto de Zin; porque no manifestasteis mi santidad
ante los israelitas. Por eso solo verás la tierra desde lejos, pero no entrarás en ella, en esa
tierra que doy a los israelitas”(Deuteronomio 32:48-52).
Este pasaje es uno de los más emotivos que encontramos en las Escrituras. Puedo asegurarle que
si hubiese tenido el privilegio de estar en ese lugar, habría dejado escapar muchas lágrimas. No es
para menos; lo que ocurría era conmovedor.
Moisés sufrió con el pueblo hebreo la sed, el calor, la angustia, la desolación, y ahora, cuando
creían que todo había terminado, encuentra que la tierra por la que tanto se esforzó, sólo podría
verla de lejos.
Recuerdo ahora los esfuerzos de un pastor que trabajó arduamente por dar solidez a una
denominación cristiana en Santiago de Cali. Luchó contra una y mil adversidades. Entregó todo de
sí. Sacrifico tiempo y lo que más amaba: su familia.
Cuando la congregación estaba en el punto más alto, el volumen de asistentes crecía y tenía
muchos planes en mente, recibió instrucciones de los superiores para abandonar la ciudad e irse a
otro país a plantar una iglesia. ¡Debía comenzar desde cero!.
Cuando servimos en la obra del Señor Jesucristo, debemos hacerlo con entrega total. Por
supuesto, todos los obreros y líderes guardamos una carga de expectativas. Pero fijarnos en
aquello que esperamos y que, posiblemente, no llegue a ocurrir, nos anticipará una frustración que
no vale la pena.
Imagine los hombres que construyeron la Torre Eyfel. Ahora, por un instante trasládese a la
escena. ¿Qué ve?¿Hombres preocupados porque un terremoto podría echar por tierra su obra? En
absoluto. Tenían todo el deseo del mundo por ver concluida la estructura de hierro. Era su principal
motivación.
Ahora traslade esta figura a su propia existencia. ¿Cuáles son sus principales motivaciones para
todo cuanto hace? Sume un segundo interrogante, ¿qué ocurre si no se materializa aquello que
esperaba?
Nuestra mirada debe estar puesta al frente, nunca atrás ni con nostalgia en un presente que se va.
Nuestro principal objetivo debe ser cumplir con aquello que nos hemos propuesto, poniendo todo el
esfuerzo, así no alcancemos a ver los resultados.
Cuando leemos el capítulo 11 de la carta universal a los Hebreos, anota algo sumamente
interesante al referirse a los hombres de fe: “Y todos éstos, aunque aprobados por el buen
testimonio de su fe, no recibieron el cumplimiento de la promesa...”(Hebreos 11:39).
¿Puede apreciarlo? Creían y avanzaban, sin que su entusiasmo menguara, aún cuando era
probable que no viesen materializado aquello por lo que estaban dispuestos a ofrendar su
existencia.
Moisés llegó al final de sus días y de su misión con la frente en alto. “Entonces Moisés subió de
los campos de Moab al monte Nebo, a la cumbra de Pisga, que está frente a Jericó. Y el
Señor le mostró toda la tierra de Galaad hasta Dan, todo Neftalí, y la tierra de Efraín y de
Manasés... Y allí Moisés siervo del Señor, murió en la tierra de Moab, conforme lo había
dispuesto el Señor”(Deuteronomio 34:1-5).
Usted debe sentar las bases, ser pionero, atender el llamamiento de Dios y la misión, tal como la
recibió. Probablemente no recibirá la gloria ni los honores, tal vez le corresponderán a su sucesor,
como ocurrió con Moisés. Pese a ello, no debe desanimarse.
Recuerde que usted y yo estamos dejando las huellas que otros seguirán, hasta alcanzar aquello
que ha ocupado nuestros esfuerzos, sueños y esperanzas... ¡Adelante, termine bien la carrera que
emprendió en la obra de proclamación del Evangelio!
El apóstol Pablo, en una de sus últimas cartas a los creyentes, escribió: “No que lo haya
alcanzado ya, ni que ya sea perfecto, sino que prosigo, por ver si alcanzo aquello para lo
cual fui también alcanzado por Cristo Jesús... prosigo a la meta, al premio al que Dios me ha
llamado desde el cielo en Cristo Jesús...”(Filipenses 3:12, 14).
Quiera Dios que tras haber cumplido nuestras asignaturas en la “Escuela de Dios” y entendido que
ser líder es fácil pero tampoco imposible, cumplamos fielmente nuestra tarea...
2. Cuando servimos en la obra del Señor Jesucristo, debemos hacerlo con ___________________
total.
3. Nuestra mirada debe estar puesta ________________, nunca atrás ni con ________________
en un presente que se va.
4. Nuestro principal objetivo debe ser _____________ con aquello que nos hemos propuesto,
poniendo todo el __________.
Capítulo 18
Apolinar Salcedo vio muchos atardeceres en su pequeño pueblo hasta que un accidente, a los
siete años de edad, le dejó ciego. Un amigo con quien compartía juegos disparó un arma, y el
proyectil impactó el rostro del muchacho.
¿Sus orígenes? Una familia sumidad en una precariedad económica considerable. Sin la
capacidad de ver, enfrentando carencias económicas y confinado en un pueblo en el que
difícilmente podría acceder a los avances tecnológicos ¿Cuál podría ser su futuro? Para muchos el
fracaso. Sin embargo lo que para la gran mayoría de personas significaba una situación
desesperada, se constituyó para Apolinar en el principal reto para vencer.
No solo concluyó sus estudios básicos y secundarios sujeto a la penumbra, sino que además se
empeñó en ir a la universidad. Cursó la carrera de derecho, sobresalió como abogado, y por si
fuera poca la trayectoria, llegó a ser elegido Concejal en Santiago de Cali, reelegido varias veces y
por último, aspiró y ganó por amplia votación, la posición de alcalde de la ciudad.
Apolinar Salcedo llegó a ser uno de los pocos alcaldes en Latinoamérica, sino el único, pese a su
condición de invidente...
¿Pudo vencerlo la adversidad? En absoluto. ¿Por qué razón? Porque tenía claro que la única
salida era sobreponerse a todo cuando amenazaba con impedirle desarrollar las potencialidades
de liderazgo que Dios había sembrado en su vida...
¿Qué identifica a un líder? En esencia dos elementos: el primero, saber de dónde viene, y el
segundo, saber a dónde va. Quien no sabe ni de dónde viene ni para dónde va, jamás llegará a
ninguna parte.
¿Se ha preguntado por qué su vida pareciera que atraviesa por un período de estancamiento que
amenaza convertirse en un mal crónico? Porque en pocas ocasiones o tal vez ninguna, se ha
tomado el trabajo de evaluar su vida y, tras descubrir dónde se encuentra, decidirse a trazar metas
fijas que le permitan avanzar hacia objetivos concretos.
Este principio es válido en todo cuanto hagamos a nivel secular y eclesial. Pero si nos orientamos
un poco más hacia el reino de los cielos, el interrogante podría derivar hacia un aspecto clave:
¿Para qué utiliza Dios los líderes? Para que cumplan tareas específicas, aun cuando en
ocasiones el Señor no revele todo el plan de una vez sino progresivamente.
¿Quién puede asumir un papel protagónico en el liderazgo? Toda persona, sin importar su
condición económica, social, condiciones físicas o nivel académico, que toma conciencia de las
enormes potencialidades que Dios colocó en su vida y las pone al servicio de Dios y de la
humanidad.
Hay un incidente que ilustra este aspecto que deseo enfatizar. Salí con un camarógrafo de
televisión a realizar algunas entrevistas con la gente. Llevaba dos años con su cámara. Leyó
superficialmente el Manual de Instrucciones pero, como era poco amigo de la lectura, a mitad de
camino decidió aprender los aspectos más relevantes de la operación de aquél aparato, mediante
la práctica.
Pues bien, en aquella ocasión mientras él dialogaba con otro camarógrafo, éste le explicó las
posibilidades que tenía con la tecnología.
--Por ejemplo estos dos fichas ¿las ves? Si las oprimes, aunque esté algo oscuro el recinto donde
realices la grabación, dimensionará la luz y la imagen tendrá mejor resolución...—
¿La razón? Nunca antes había utilizado esas características del equipo. No significara que no
pudiera hacerlo sino que no las había utilizado. ¿Me comprende? Dios le dotó de enormes
potencialidades para ser un líder, entonces ¿quién pone los límites? Usted y yo. Nosotros y nadie
más que nosotros edificamos esas enormes barreras. Y nos corresponde –a usted y a mi--,
derribarlas...
La Biblia nos refiere una situación de crisis por la que atravesaba el pueblo de Israel. Tras la
muerte de un caudillo, caían de nuevo en la idolatría. A partir de entonces iniciaban un proceso de
clamor que concluía con el envío—por parte de Dios—de un líder. Cuando éste partía a la
presencia del Señor, se reiniciaba el ciclo: pecado – arrepentimiento – ayuda divina – pecado –
arrepentimiento – ayuda divina etc.
En circunstancias así, tal como puede ocurrir hoy, el Señor llamaba a alguien específico a cumplir
una misión específica, como podemos estudiarlo en el libro de Jueces. “ Pero los hijos de Israel
volvieron a hacer lo malo ante los ojos de Jehová, y sirvieron a los baales y a Astarot, a los
dioses de Siria, a los dioses de Sidón, a los dioses de Moab, a los dioses de los hijos de
Amón y a los dioses de los filisteos; y dejaron a Jehová, y no le sirvieron. Y se encendió la
ira de Jehová contra Israel, y los entregó en mano de los filisteos, y en mano de los hijos de
Amón; los cuales oprimieron y quebrantaron a los hijos de Israel en aquel tiempo dieciocho
años, a todos los hijos de Israel que estaban al otro lado del Jordán en la tierra del amorreo,
que está en Galaad.”(Jueces 10:6-8)
La persona convocada a liberar al pueblo de Dios fue alguien que, como en el relato que sirve de
abrebocas a este capítulo, nació con todas las probabilidades en contra y de quien fácilmente
podríamos pensar, llegaría a ser un derrotado y jamás un triunfador...
Un líder se caracteriza por ser “esforzado y valeroso”
El hombre escogido por Dios para desarrollar sus potencialidades de liderazgo, fue Jefté. Sin
embargo una rápida mirada a su hoja de vida, nos revelaría que no gozaba de las mejores
condiciones para llegar a ostentar la posición de un vencedor: “Jefté galaadita era esforzado y
valeroso; era hijo de una mujer ramera, y el padre de Jefté era Galaad. Pero la mujer de
Galaad le dio hijos, los cuales, cuando crecieron, echaron fuera a Jefté, diciéndole: No
heredarás en la casa de nuestro padre, porque eres hijo de otra mujer.”(Jueces 11:1, 2).
Repasemos de nuevo todo lo que rodeaba a este hombre: primero, era hijo de una mujer de mala
reputación y nació al interior, no de un hogar establecido, sino como consecuencia de una aventura
en la que no primó el amor sino la pasión y el deseo. Segundo, su padre no le brindó el apoyo; en
otras palabras, jamás gozó de la seguridad que se deriva de una relación afectiva padre-hijo.
Tercero, enfrentaba el odio de sus hermanos. Nadie le quería.
¿Considera que alguien así podría llegar a una posición de liderazgo? Vamos, responda con el
corazón y con algo de lógica. ¿Verdad que no? ¿Por qué? Porque en nuestro razonamiento
podríamos aducir una situación traumática que le conducía a experimentar la derrota y la
predisposición al fracaso.
Sin embargo cuando alguien está rodeado de dos características como las que apreciamos en
Jefté, es decir, que era “esforzado y valeroso”. ¿Sabe qué significa eso? Que alguien con esos
atributos, sigue adelante aunque todo vaya en contra, y además, no le teme a los retos. Esa es la
descripción más gráfica de alguien “esforzado y valeroso”.
¿Cómo se llega a ser “esforzado y valeroso”? En primera instancia y desde mi perspectiva como
cristiano, dependiendo de Dios y buscando que nos ayude y fortalezca en el proceso de
crecimiento espiritual y personal, y segundo, al comprender que nacimos para vencer, porque esas
potencialidades las sembró el Señor en nosotros y nada nos debe detener en el proceso de
alcanzar grandes metas.
¿Qué ocurrió con Jefté? La Biblia describe que:” Huyó, pues, Jefté de sus hermanos, y habitó
en tierra de Tob; y se juntaron con él hombres ociosos, los cuales salían con él.”(Jueces
11:3).
¿Se da cuenta? Incluso, en el proceso de caída, llegó a ser un pandillero. Sin embargo, aún en su
condición, no perdía los dos elementos claves en s existencia: “esforzado y valeroso”.
Un líder, bien en el plano secular o en el eclesial, no busca auto promocionarse para que todos
reconozcan en su vida el liderazgo. Ser líder es algo que se evidencia, no un rótulo para publicitar
una condición personal.
¿Qué hacer si nadie reconoce nuestro liderazgo en el trabajo, la universidad o quizá la iglesia? En
esencia dos cosas. La primera, no desesperarse. La segunda, seguir desarrollando las condiciones
de liderazgo sin mayor espaviento, a la espera del momento oportuno.
Ese “día indicado, a la hora más recomendable y en el lugar más apropiado” llegó a la vida de Jefté
con el paso de los años: “Aconteció andando el tiempo, que los hijos de Amón hicieron
guerra contra Israel. Y cuando los hijos de Amón hicieron guerra contra Israel, los ancianos
de Galaad fueron a traer a Jefté de la tierra de Tob; y dijeron a Jefté: Ven, y serás nuestro
jefe, para que peleemos contra los hijos de Amón. Jefté respondió a los ancianos de Galaad:
¿No me aborrecisteis vosotros, y me echasteis de la casa de mi padre? ¿Por qué, pues,
venís ahora a mí cuando estáis en aflicción?”(Jueces 11:6-8).
Cuando se produjo la circunstancia propicia, este caudillo israelita fue quien puso las condiciones.
Los papeles se invirtieron. “Jefté entonces dijo a los ancianos de Galaad: Si me hacéis volver
para que pelee contra los hijos de Amón, y Jehová los entregare delante de mí, ¿seré yo
vuestro caudillo? Y los ancianos de Galaad respondieron a Jefté: Jehová sea testigo entre
nosotros, si no hiciéremos como tú dices.”(versículos 9, 10).
Ah, la pregunta que generalmente se formula quien asume una enorme responsabilidad. Si
hablamos del empleado que debe comprometerse en una tarea grande, piense en que por fin todos
sabrán no solo que usted sabe, sino que además puede. Este constituye el primer paso para
nuevas posiciones.
Cuando se trata de un compromiso eclesiástico, debe involucrar a Dios. Igual debiera ser en el
primer caso, pero hay quienes progresivamente aprenden a desarrollar su liderazgo y luego se
afianzan en el Señor. Pero sin duda, El debe ocupar el primer lugar en cuanto hagamos. El
constituye la garantía de que tendremos éxito.
En la vida de Jefté se evidenció este principio infalible: “...y Jefté habló todas sus palabras
delante de Jehová en Mizpa.” (versículo 11 b).
Al poner sus planes y proyectos en manos del Creador, leemos que: “Y el Espíritu de Jehová
vino sobre Jefté; y pasó por Galaad y Manasés, y de allí pasó a Mizpa de Galaad, y de Mizpa
de Galaad pasó a los hijos de Amón. Y Jefté hizo voto a Jehová, diciendo: Si entregares a
los amonitas en mis manos, cualquiera que saliere de las puertas de mi casa a recibirme,
cuando regrese victorioso de los amonitas, será de Jehová, y lo ofreceré en holocausto. Y
fue Jefté hacia los hijos de Amón para pelear contra ellos; y Jehová los entregó en su mano.
Y desde Aroer hasta llegar a Minit, veinte ciudades, y hasta la vega de las viñas, los derrotó
con muy grande estrago. Así fueron sometidos los amonitas por los hijos de Israel.
“(versículos 29-33).
En nuestro amado Dios tenemos la plena garantía de vencer. El desarrolla las potencialidades en
nuestra existencia y nos hace líderes que ponen un punto muy alto en la historia de la humanidad.
¿Está dispuesto a asumir este compromiso? No olvide que asidos de la mano del Creador,
podemos llegar a ser los líderes que la sociedad necesita...
Capítulo 19
Llega el final...
La experiencia sonaba extraordinaria. Por fin teníamos la oportunidad de poner en práctica todo
cuanto habíamos aprendido en las largas aulas y pupitres de la institución. Sin duda estábamos
rebosantes de gozo.
A nuestra memoria venían las historias que referían el desenvolvimiento de los Moravos, Guillermo
Carey y Juan Wesley cuando emprendieron la proclamación del evangelio sin medir distancias ni
dificultades.
Ver alejarse la lancha que nos había traído y con cuyo conductor pactamos vernos días después,
nos causó angustia. Por un instante nos asaltó la duda de que no regresara jamás.
Cabe decir que comprobamos que existía una enorme brecha entre la teoría y la práctica. El primer
día, por ejemplo, descubrí que no sabía predicar aún cuando apenas estoy aprendiendo, para ser
sincero. Los principios de exégesis, homilética y hermenéutica se confundieron con el mismo
enredo que producen un buen número de anzuelos guardados en una bolsa plástica. No sabía por
dónde comenzar.
Cuando llegó la hora de enseñanzar a los niños, durante la escuela vacacional que realizábamos
en la mañana o en la tarde, comprobé que no sabía ni un solo coro infantil. ¡Había olvidado
aprenderlos en el seminario!.
Cierta noche, después de celebrar el tercer servicio religioso de la semana, llegó una familia con
una mujer gravemente enferma. Temían que no pasara de aquél día. “Venimos a pedirle que ore
por ella”, me dijeron. Un sudor frío me recorrió todo el cuerpo. El pastor que me acompañaba no
hacía sino mirar al suelo. “Ora tú por ella”, le dije. “No, Fernando, hazlo tu. Tienes más experiencia
que yo”, respondió eludiendo el enorme compromisos. Varios pares de ojos estaban puestos sobre
nosotros. Esperaban que oráramos y llevaramos al plano práctico las múltiples enseñanzas sobre
un Dios de milagros, el Dios al que creíamos.
Le impusimos las manos y oramos por aquella mujer. Aunque exteriormente mostrábamos
tranquilidad, dentro nos embargaba la angustia. “Obra un milagro, Dios mío”, le decía mentalmente
al Señor. Me preocupaba que no ocurriera nada y quedara por tierra nuestro testimonio.
“Ayúdanos, Señor”, insistía. ¡Dios respondió con el milagro de la sanidad!
Ver su respaldo implicó que reconociéramos nuestra imposibilidad y debilidad frente a la enorme
tarea que teníamos delante.
La ocasión nos permitió entender –al pastor que me acompañaba y a mí--que los problemas que
enfrentamos durante la formación, constituyen elementos esenciales del aprendizaje. Es así como
se forman los líderes auténticos, aunque nosotros apenas estamos experimentando el proceso de
crecimiento y ¡nos falta mucho todavía!
Leonardo Ríos, un evangelista amigo, suele repetir que las cinco “piedras lisas de arroyo” que
utilizó David cuando iba a pelear con el gigante Goliat (1 Samuel 17:40), eran lisas no por
accidente sino después de muchos años de haberse golpeado con otras por la fuerza de la
corriente, hasta que perdieron las asperezas y llegaron a ser del tamaño necesario para colocar en
una honda, y además, sin mayores protuberancias.
Así somos usted y yo cuando anhelamos servir en el liderazgo secular y para la obra del Señor
Jesucristo. No será de la noche a la mañana ni en un abrir y cerrar de ojos que estaremos
preparados. Deberá mediar primero el “trato especial” que nos libra de las esperezas con las
cuales no podemos servirle adecuadamente.
Nuestro amado Dios tuvo un trato personal con Noé, Abraham, Jacob, José y todos aquellos que a
lo largo de la historia de la humanidad, han servido como instrumentos para que se cumpla la
voluntad del Creador y que, en nuestro tiempo, contribuyen a la extensión del reino de Dios.
Convertirse en un vaso útil amerita que nos dispongamos de corazón a experimentar el obrar de
nuestro Supremo Hacedor. Siempre estaremos librando una enconada lucha entre lo que
deseamos hacer, y lo que verdaderamente ocurre, es decir aquello que está en la voluntad divina.
Al respecto el apóstol Pablo escribió: “Por esto, amados hermanos, les ruego que se
entreguen de cuerpo entero a Dios, como sacrificio vivo y santo; éste es el único sacrificio
que Él puede aceptar. Teniendo en cuenta lo que Él ha hecho por nosotros, ¿será
demasiado pedir? No imiten la conducta ni las costumbres de este mundo; sean personas
nuevas, diferentes, de novedosa frescura en cuanto a conducta y pensamiento. Así
aprenderan por experiencia la satisfacción que se disfruta al seguir al Señor”(Romanos
12:1, 2 La Biblia al Día, paráfrasis – SBI).
¿Comprende el alcance del texto? Allí, en pocas palabras, está marcado el proceso de un cristiano
que se somete a Dios, atraviesa el sendero del “trato de Dios” hasta que, caminando conforme a la
voluntad del Padre, se convierte en un instrumento útil en sus manos. Es tanto como ser las
“piedras lisas de arroyo” que sirvieron a David para derrotar a Goliat.
Cuando escribió su misiva a los cristianos de Filipos, conocida como una de las “cartas del
cautiverio”, el apóstol Pablo dejó sentada la satisfacción de haber puesto todo de si mismo para
cumplir el propósito divino: “Con todo esto no quiero decir que sea perfecto. Todavía no lo he
aprendido todo, pero continúo esforzándome para ver si llego a ser un día lo que Cristo, al
salvarme, quieso fue fuera. No, hermanos, todavía no soy el que debe ser, pero eso sí,
olvifando el pasado y con la mirada fija en lo que está por delante, me esfuerzo hasta lo
último para llegar a la meta y recibir el premio que Fios nos llama a recibir en el cielo en
virtud de lo que Jesucristo hizo por nosotros.”(Filipenses 3:12-14. La Biblia al Día,
paráfrasis – SBI).
Nuestro mayor propósito debe ser, primero, someternos al trato de Dios, y segundo, avanzar
conforme a su tiempo y circunstancias, en el proceso de crecimiento personal y espiritual. De esta
manera alcanzaremos el nivel de liderazgo secular y eclesial que ha estado en la mente del Señor
para nosotros desde antes de la creación del mundo.
Quien ejerce el liderazgo tanto secular como eclesial, debe estar preparado para las burlas y
críticas. Quienes están alrededor no comparten la visión—como es apenas previsible—y ese hecho
no debe llevarnos a que les desechemos. Por el contrario, con diferencias de opinión y aún con
persecuciones en contra nuestra, siguen siendo el prójimo.
Este fenómeno lo encontramos gráficamente ilustrado cuando el Señor escogió a Saúl como rey de
Israel. Una vez lo ungió Samuel para ocupar tan privilegiado cargo de gobierno “...Saúl regresó a
su casa en Gabaa se unió a él un grupo de hombres de guerra cuyos corazones Dios había
tocado para que fueran compañeros suyos. Sin embargo, hubo algunos malvados que
dijeron:--¿Cómo puede este hombre salvarnos?--. Y lo despreciaron y se negaron a
ofrecerle presentes”(1 Samuel 10:26, 27. La Biblia al Día, paráfrasis. SBI).
¿Acaso esta actitud de algunos de sus congéneres desanimó a Saúl? En absoluto. Él tenía claro
que su misión provenía del Señor, de Aquél que hizo el universo, y no de los hombres.
El apóstol Pablo, quien desarrolló un extraordinario ministerio entre los gentiles, también fue objeto
de burlas, críticas y persecución. Había quienes se empecinaban en desconocer que tenía una
misión que Dios le había encomendado. Al respecto, él no ponía su mirada en las voces contrarias
sino que avanzaba. Así acostumbró saludar a los cristianos de varias ciudades, como el que
observamos en su carta a los creyentes de Galancia: “Remitentes: Pablo el apóstol (no de los
hombres ni por los hombres, pues quien me llamó al apostolado fue Jesucristo mismo y
Dios el Padre que lo resucitó de los muertos) y los demás crisdtianos que están conmigo.
Destinatario: las iglesias de Galacia”(Gálatas 1:1. La Biblia al Día, paráfrasis. SBI).
¿No tiene credenciales para predicar?¿Acaso puede detenerle esa circunstancia? En absoluto. No
estoy desestimando la formación teológica, pero creo que por esperar hasta graduarnos, muchos
dejamos de aprovechar valioso tiempo para testimoniarle al mundo nuestra fe en Jesucristo y
además, de compartir las Buenas Nuevas.
Si tenemos conciencia de que quien nos llamó a servirle fue el propio Señor Jesucristo y que no
estamos en la obra del reino de Dios por voluntad del hombre, debemos avanzar firmes, sin prestar
oído a quienes buscan desanimarnos.
Al despedirse de sus seguidores, el Maestro les instó: “He recibido toda autoridad en el cielo y
en la tierra. Por lo tanto, vayan y hagan discípulos en todas las naciones. Bautícenlos en el
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a obedecer los mandamientos
que les he dado. De una cosa podrán estar seguros: Estaré con ustedes siempre, hasta el
fin del mundo”(Mateo 28:18-20. La Biblia al Día, paráfrasis. SBI).
Usted que nos acompañó a lo largo de estas páginas, tiene enfrente un enorme reto: desarrollar
sus potencialidades para el liderazgo secular y eclesial. Esas potencialidades fueron depositadas
en su ser cuando Dios lo creó. Pero debe ponerlas en práctica. No puedo asegurarle que será fácil,
porque conforme dé nuevos pasos, irá aprendiendo cosas que jamás imaginó que existieran o que
fueran posibles pero que son parte esencial del proceso de trato del Creador con usted.
En la medida que avance, muchas cosas irán quedando claras en su mente y en su corazón.
Al terminar de escribir este material, me asiste una enorme emoción: la de descubrir que cada día
nuestro amado Dios levanta líderes en toda América, el Caribe, Africa, Europa, Asia y lejano
oriente.
Cada hombre y mujer que se levantan para compartir las Buenas Nuevas de Salvación, están
librando millares de almas de pasar a la eternidad alejados del Creador.
Mi mayor oración es que pueda llegar con estas páginas a todos aquellos que están por tomar
conciencia de sus potencialidades para ponerlas al servicio de Aquél que hizo los cielos y la tierra y
que amó tanto al mundo, que dio a su Hijo para hacernos nuevas criaturas para gozarnos en Su
presencia por siempre...
¡Adelante, ni un paso atrás! Siga caminando, asido de la mano del Señor Jesucristo y recuerde
siempre que “Ser líder no es fácil, pero tampoco imposible”.
20. Servicio
Disposición es la acción o efecto de disponer. Disponer es colocar, poner las cosas en orden y en
situación conveniente. Hay cosas que tienen que ser puestas en orden en estos últimos tiempos.
"Pero...todo está en orden hermano. ¿No ve el despertar espiritual que estamos teniendo en
América Latina? ¿No ve cómo están creciendo nuestras iglesias? ¿Usted no ve el nuevo
movimiento espiritual que estamos observando, todo lo que estamos experimentado? ¿La nueva
prosperidad que proclamamos? ¿No está observando los últimos avances en materia de guerra
espiritual y nuestras nuevas fórmulas de fe?" Sí, lo veo y doy gracias a Dios por ello. Me gozo junto
con usted, pero no cierro mis ojos a la realidad.
¿Cómo se mide el corazón y la disposición de un siervo? ¿Por su actitud ante los logros, los éxitos
y los avances? ¿Por la manera cómo es admirado por la gente y sus seguidores? ¿Por cuántos
votos logra en las asambleas y en la convención? ¿O, quizá, por cuántos programas de televisión
tiene o cuán grande es la megaiglesia que pastorea? ¿Será acaso por la entrega al asumir grandes
responsabilidades y la forma de iniciar nuevos retos?
No, el corazón de un siervo se mide por la disposición a ser examinado durante la obra y al
terminar la misma. El corazón se mide por la actitud que tiene cuando necesita entregar el cargo a
otro. Samuel demostró su verdadero corazón cuando le entregó el pueblo a Saúl, primer rey de
Israel.
Samuel fue el último de los jueces de Israel. Los jueces fueron individuos que ejercieron gran
influencia sobre las tribus de Israel por su fuerte personalidad, estatura moral y el hecho de tener
acceso directo a Dios. El corazón de Samuel se pudo ver el día que él dio su discurso final ante el
pueblo para entregarle la dirección de Israel a Saúl. En el corazón de Samuel había una total
disposición para Dios y para el pueblo, y de ello nosotros necesitamos aprender como siervos.
Para estudiar esta actitud vamos a 1 Samuel 12:1-5. En este pasaje Samuel no sólo clarificó su
propio carácter sino que se colocó como ejemplo ante Saúl. En sus últimas palabras antes de
marcharse Samuel demostró:
la disposición del siervo a escuchar
"He aquí, yo he oído vuestra voz en todo cuanto me habéis dicho, y os he puesto rey" (12:1).
Como siervos necesitamos aprender a escuchar al pueblo. Sin embargo, antes de aprender a
escuchar al pueblo necesitamos aprender a escuchar a Dios. "Y dijo Jehová a Samuel: Oye la voz
del pueblo en todo lo que te digan; porque no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado,
para que no reine sobre ellos" (1 S. 8:7). Cuando aprendemos a oír a Dios, Él nos guiará para que
oigamos a los que Él quiere que oigamos. Es difícil escuchar todo, pero a menudo es necesario. Es
fácil escuchar lo dulce, pero difícil aquello que sabemos que no tiene sentido. Un buen siervo sabe
escuchar. Estemos dispuestos a escuchar al pueblo sin temor ni angustia. Muchas veces como
líderes tenemos miedo de escuchar lo que el pueblo quiere decir.
"Yo soy ya viejo y lleno de canas; pero mis hijos están con vosotros…" (12:2).
Hemos sido llamados para reproducirnos, jamás para perpetuarnos. En efecto Samuel les dijo: "Ya
he terminado, estoy viejo, pero quedan entre ustedes mis hijos, la generación que sigue". Estamos
en la obra de Dios para hacer discípulos, y que el día que entreguemos lo que estamos haciendo
podamos decir también: "Ya estoy viejo... pero aquí quedan los que he estado formando para que
ellos continúen". El Señor Jesús nos dejó el ejemplo, y el mismo modelo lo encontramos en Pablo
cuando dijo: "Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean
idóneos para enseñar también a otros" (2 Ti. 2:2). Debemos dar los pasos para reproducirnos en
otros.
Andar delante implica estar expuesto a ser observado y analizado. Muchos siervos quieren andar
detrás, impulsando a la gente. Sin embargo, lo más importante es estar adelante, porque el mundo
se ha cansado de las palabras. Lo que la gente quiere son modelos. Si no hay un modelo de vida,
surge la angustia. Pero no modelos de televisión. Muchos de los que sirven al Señor parecen más
modelos de televisión que de vida. Debemos permitir que el evangelio sea encarnado en nuestra
vida y que podamos decirle al pueblo: "Yo he andado delante de vosotros".
Cuando Samuel expresó tal declaración estaba diciéndole al pueblo: "Ustedes saben que desde mi
juventud hasta este día, cuando ya mi cabeza está llena de canas y mi cuerpo sin fuerzas, he sido
perseverante". La perseverancia estimula y anima a los seguidores. Samuel pudo hablar con
firmeza: "He estado con ustedes desde mi juventud hasta ahora". No es asunto de comenzar... es
asunto de mantenerse y terminar fielmente. Vivimos en un mundo lleno de inconstancia y
flexibilidades, pero a los siervos se nos exige ser constantes y la perseverantes. Que bueno es
encontrar aún siervos que con su vida han demostrado fidelidad y perseverancia. El mejor mensaje
que podemos transmitir a los discípulos es esa clase de vida. Cuántas son las personas en las
iglesias y en los centros de comunidad que tienen sus corazones frustrados porque no ven
disposición a ser perseverantes en la vida de sus líderes.
¿Liderazgo es exponerme a ser evaluado? ¿Ponerme delante para ser medido? "Jamás. Nunca lo
toleraría". Ésa es la expresión de centenares de líderes, quienes tienen miedo a ser evaluados.
Hoy, en los últimos años de esta última milla que nos corresponde correr, los líderes somos
llamados a la disposición a ser evaluados. El Señor Jesús nos dio la medida. Un día él llamó a sus
discípulos y les dijo: "¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos dijeron: Unos,
Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas. Él les dijo: Y vosotros
¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el hijo del Dios
viviente. Entonces les respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo
reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos" (Mt. 16:13-17).
El Hijo de Dios se expuso a ser evaluado. Como siervos no podemos aislarnos y vivir sin ser
evaluados y sin rendir cuentas a nadie. La evaluación de nuestras vidas necesita extenderse a
áreas vitales de nuestro ministerio. Samuel estuvo dispuesto a ser evaluado en diferentes áreas y
nuestro corazón necesita estar a la disposición de ser evaluado en las siguientes áreas, al igual
que Samuel.
Como siervos de Dios se nos ha encomendado bastante para que lo administremos, y necesitamos
responder a Dios y al pueblo con toda transparencia. Cuántos líderes han descuidado esta tarea y
viven sin ser evaluados en el área administrativa. Tenemos una responsabilidad que jamás
podemos evadir. Administramos recursos ajenos. Son, primeramente, los recursos de Dios y luego
son los recursos de la gente con la que estamos trabajando. No tengo derecho de tomar algo que
le pertenece al Señor y al pueblo. Jamás caigamos en el gravísimo error de llamarnos los "siervos
e hijos del Rey" sólo para tener el derecho de administrar los recursos financieros y físicos sin
rendir cuentas.
Agraviar es engañar o defraudar. Podemos como siervos usar el ministerio para engañar o
defraudar a la gente, mas un día seremos expuestos a la luz. Necesitamos estar expuestos a ser
evaluados en cuanto a nuestras relaciones: con otros pastores, con los líderes con los cuales
trabajamos y con la gente o la congregación en la cual nos desenvolvemos por la gracia de Dios.
Por muchos años consideré el tema de las relaciones como algo periférico de mi vida y de mi
ministerio hasta que un día fui confrontado directamente por la Palabra de Dios acerca de la
centralidad de ese tema. Nuestro Dios es un Dios de relaciones y Él desea que sus siervos las
manejen y administren bien.
Es imprescindible estar dispuestos a ser evaluados en nuestras relaciones con el sexo opuesto y
jamás defraudar a nadie en este sentido. En los últimos diez años la iglesia ha sufrido las dolorosas
caídas de ministros y líderes, que jamás estuvieron dispuestos a ser evaluados en ese aspecto.
Jugar sutilmente con el sexo opuesto sin mantener los límites adecuados está llevando a muchos
siervos al camino del engaño. Sabemos por el Espíritu de Dios, quien nos advierte, y por la lógica
que Dios nos ha dado como regalo cuando comenzamos a pasar los límites claros. Sonrisas,
miradas, toques especiales, regalos cariñosos, llamadas telefónicas disfrazadas de atención
espiritual son juegos peligrosos que al igual que a Sansón pueden llevarnos a un desastre total.
Qué bueno sería pedirle a ministros amigos y aún a los hermanos que nos rodean que tengan la
libertad de llamarnos la atención y darnos una palabra de advertencia antes de que la ceguera
espiritual nos alcance y sea demasiado tarde.
Con el sexo opuesto no se puede jugar. En la oficina pastoral y el escritorio de consejería nacen
con frecuencia las primeras semillitas de adulterio o fornicación. Detrás de muchas oraciones de
«restauración» comienzan a germinar las primeras miradas tiernas y debilitantes. Amado
consiervo... detén tu camino, párate ahora mismo, da media vuelta y comienza a caminar por el
sendero estrecho de la disposición a ser evaluado en tus relaciones.
Jamás se encuentre en la evaluación de nuestra vida el hacer la vista ciega a pecados de personas
por el simple hecho de recibir ayuda monetaria de ellos. Resistir la tentación a ignorar ciertas cosas
para lograr nuestros propósitos y metas debe ser un anhelo constante en la vida de un siervo.
Podemos fácilmente tomar el camino de la omisión si nos toca tomar decisiones frente al pecado y
el desvío de aquella persona, la cual precisamente aporta los más grandes diezmos y ofrendas,
que está sosteniendo el 80 por ciento del proyecto, el ministerio, la iglesia o la organización. Sin
embargo, ninguna cosa caminará sin la debida consecuencia. Tarde o temprano seremos
alcanzados por la onda expansiva de la omisión. Hace unos meses leía en un periódico de
Centroamérica un gran titular que decía: «pastor evangélico acusado de violación de una
adolescente en su iglesia». Con asombro comencé a leer las descripciones tristes de la acusadora
y las consabidas defensas del acusado. Me encontré estremecido por las palabras dichas por el
presidente de la organización donde este pastor trabajaba y, ante la pregunta del periodista acerca
de cuál era su opinión, el líder nacional de esa iglesia dijo a la prensa las siguientes palabras:
"Estamos investigando para encontrar la verdad y, si el caso resultara ser cierto, procederemos a
cambiar a este pastor de iglesia y enviarlo a otro lugar para pastorear". Cerré el periódico y me
quedé mirando a la distancia mientras mi mente daba tumbos de un lado a otro y en mi corazón
dije: "Esta expresión la he escuchado muchas veces o de palabra o de hecho". Omisión. Omisión.
Algunos líderes parecen intocables: su trayectoria, su renombre, su aparentemente limpia
reputación y el largo historial de «éxitos» los hace intocables, por lo tanto es mejor omitir. "No
hagamos de esto algo demasiado grande". "Es mejor no dañar al pueblo". "Esto quedará entre
nosotros". ¿Creemos que podemos engañar al pueblo? Jamás, el pueblo tarde o temprano lo
sabrá. La gente no pide de sus líderes perfección… pero, sí busca y demanda honestidad.
Corazones heridos hay muchos, y sobran almas secas y sedientas por el valle de la omisión.
La restitución es esencial para cultivar la confianza de aquellos a quienes hemos herido. Samuel
estuvo dispuesto a restituir. Pedir evaluación sin restitución es hipocresía. Muchos quieren pedir
perdón, pero no demuestran la disposición a la restitución. ¿De qué sirve pedir perdón si no
devuelvo el dinero que tomé? ¿De qué sirve pedir perdón si no me esfuerzo para reponer lo que
dañé y ultrajé? La respuesta del pueblo fue: "Nunca nos has oprimido ni maltratado, ni te has
dejado sobornar —dijeron ellos" (1 S. 12:4 VP). Que emocionante es, para quienes hemos
trabajado, recibir la respuesta del pueblo diciendo: nunca nos has defraudado o, si una vez lo
hiciste, has pedido perdón y los has restituido. Samuel, con firmeza pero con gozo interno, dijo: "El
Señor y el rey que él ha escogido son testigos de que ustedes no me han encontrado culpable de
nada" (1 S. 12:5 VP).
reflexión
La madurez de un minuto.
Un llamado de un feligrés dio justo en la tecla. «Quiero conocer más a Dios, pero la oración y la
lectura siempre me resultan todo un esfuerzo. ¿Será que alguna vez cambiará?» Le cité algo de C.
S. Lewis, «Lo que parecen nuestras peores oraciones, menos apoyadas por un sentir devocional,
tal vez sean, a los ojos de Dios, nuestras mejores oraciones». Pero no pude decir más que eso
porque la pregunta que me había hecho era la misma que yo me hacía.
Comencé a preguntarme: ¿Es que estoy haciendo algún progreso en mi espiritualidad? ¿Es que
me asemejo más a Cristo hoy en día que hace cinco años atrás? ¿Cómo puedo lograrlo? Me
sentía descontento y culpable en cuanto a mi falta de desarrollo espiritual.
Luego una frase en El Espíritu de las Disciplinas de Dallas Willard me golpeó: "Mi demanda central
es que podemos ser como Cristo haciendo una cosa —siguiéndole en el estilo de vida que él
escogió para sí mismo". Si Jesús practicó el silencio, la oración, el estar a solas, la vida sencilla, la
sumisión y la adoración regularmente, la única forma para que yo llegue a asemejarme a él es
arreglar mi vida como él ordenó la suya. Fue así que comencé a incorporar las disciplinas
espirituales en la vida de un pastor de un minuto. Comencé con el retiro y el silencio.
Acompañado en la soledad
Thomas Merton llama a la soledad la más básica de las disciplinas, diciendo, "La verdadera
soledad limpia el alma". Esto era imposible de hacer en casa. Con tres niños menores de cinco
años, nuestra casa no tiene paz ni quietud. Por lo que todos los días comencé a ir a la oficina una o
dos horas antes del horario en el que los demás llegaban para aprovechar la quietud.
Luego decidí asignar un día entero lejos de la iglesia para estar a solas. Esperaba hasta encontrar
una semana en la que pudiera tomarme un día de trabajo libre. Nunca llegó. Por lo que finalmente
designé un día de retiro en el calendario y decidí trabajar en torno al mismo.
Nunca había separado tiempo para un retiro así antes, y no estaba seguro de lo que debía hacer.
En mi tradición, un retiro es algo que uno hace con muchas otras personas, donde uno tiene la
oportunidad de escuchar a distintos oradores, mucha música, y donde siempre hay ruido y
actividad para evitar que haya silencio y soledad. Un buen retiro según nuestro razonamiento, es
aquel que llega a requerir de una semana de descanso, después de finalizado.
Sin embargo mi retiro comenzó en una capilla con vista al mar. La capilla está mayormente
recubierta por cristales, dando la impresión para el que está parado a sólo unos metros de
distancia, de que realmente no está allí. Me senté adentro, solo, y comencé a orar siguiendo una
lista que había preparado para aquel día —en caso de que no tuviera nada para hacer.
Precisamente eso fue lo que ocurrió. Mis temores se materializaron. Para las 10:30 a.m., ya no
tenía nada más para orar. Había dicho todo lo que tenía que decir, y Dios no había dicho nada.
Hubiera deseado que uno de los dos fuese más conversador.
Por lo que bajé hasta la playa, y observé al oleaje rompiendo en la costa; inhalé la salada brisa del
mar y no pensé en nada. Me sorprendió descubrir lo bueno que era en esto.
Mirando a las gaviotas planeando y a los pelícanos bajando en picada, arremetiendo, virando
bruscamente y luego descendiendo rápidamente en busca de su almuerzo, comprendí el propósito
para el cual estaba allí, algo que debía aprender: mi propia vida estaba atada a la tierra, y no tenía
alas. Yo me encontraba yendo fatigado de una tarea a otra, con anteojeras, abstraído del drama y
la pasión de la vida real. Me había bloqueado (trabado) a mí mismo a causa del temor de no
complacer a otros. Había esculpido mensajes para tener la aceptación de aquellos que tenían
poder sobre lo que yo rotulaba como éxito —a pesar de que su comprensión de la vida espiritual no
fuera igual que la mía.
Estando a solas observé que el propósito del vuelo no es solamente el de encontrar peces o un
lugar para aterrizar. El propósito del vuelo, es el de volar, por el simple placer de hacerlo.
Ahora a menudo paso mis días de retiro en la costa. Aun tengo luchas con la intranquilidad, un
sentir como que debo estar haciendo algo. Pero el saber que estas olas han estado rompiendo en
la costa miles de años antes de mi existencia y seguirán rompiéndose por miles de años después
de mí, me ha ayudado a poner mi vida en la perspectiva correcta, ayudándome también a ser un
poco menos mesiánico.
Según la Historia Anglorium, Canuto, uno de los reyes de Inglaterra del siglo XI, decidió
contrarrestar la adulación de sus consejeros yendo hasta la playa, donde sentado en una silla,
prohibió que la marea entrara. Cuando la marea continuó entrando, se quitó la corona y la colgó en
una estatua del Cristo crucificado, y jamás volvió a usarla.
El silencio es…
Una vez a la semana me fijo "un día tranquilo", un ayuno del ruido. Trato de hablar lo menos
posible. Trato de aprovechar todas las oportunidades de tranquilidad que se me presenten. Por
ejemplo, no escucho casetes ni la radio cuando estoy conduciendo. Durante estos días me doy
cuenta de cuán adicto al ruido me he vuelto.
Practicando el silencio, me he dado cuenta que mucho de lo que digo es parte del juego de "causar
una buena impresión en otros", con el objetivo de resaltar mi imagen. Me encontraba en una
conferencia de pastores hablando con dos pastores, cuando uno de ellos le preguntó al otro cómo
andaba su iglesia, lo que en realidad en el ámbito viene a significar "¿Cómo es de grande tu
iglesia?" y "¿Cuán importante eres?". Luego me hicieron la misma pregunta, y sin pensarlo me
encontré agrandando la asistencia de mi iglesia en cincuenta personas.
El área de la lectura bíblica es otra donde tengo que librar la batalla de un minuto. Acostumbraba a
ahorrar tiempo usando los mismos textos que estaría usando en mis sermones para la reflexión
personal. He sabido de pastores que centran su lectura devocional en torno al material que estarán
usando en la predicación dentro de tres años.
Pero cuando trato de hacer algo así, termino concentrándome en la forma como habré de usar el
texto en un mensaje aplicándolo a cada alma, menos a la mía. Por lo que deliberadamente leo los
textos bíblicos que no estaré usando en las predicaciones.
También he comenzado a leer libros que dan ejercicios específicos para visualizar o meditar en las
Escrituras. El libro Ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola, me ha ayudado mucho por ejemplo
llevándome a examinar mi conciencia para descubrir el pecado que pudiera destruirme más o
contemplar las consecuencias del pecado.
La libertad de la confesión
La disciplina de la confesión me asustaba más que cualquier otra disciplina. A pesar del hecho de
que nuestra cultura valoriza la autenticidad (o genuinidad), el ser pastor coloca ciertos límites a la
autoexposición. No podemos llegar al púlpito y simplemente decir, "He tenido luchas con la codicia
esta semana y no creo haber logrado la victoria aún".
Sin embargo justamente quería hacer eso con alguien a quien yo respetaba por su espiritualidad,
alguien en quien podía confidenciar, que me aceptaría incondicionalmente, y que sería
absolutamente veraz conmigo. Al final me dirigí a un amigo que conocía desde hace diez años,
también muy activo en el ministerio.
Nos reunimos semanalmente para un tiempo de confesiones. Trato de exponer mis actitudes y
comportamientos con los cuales he tenido luchas durante la semana. A estas alturas él conoce mis
principales tentaciones, por lo que a menudo se dirige a mí con preguntas muy directas también.
El encontrar el lugar apropiado para reunirse podrá ser un desafío mayor que el encontrar a la
persona adecuada. Habíamos decidido reunirnos en el restaurante de un club. Un miércoles,
mientras conversábamos, uno de nosotros (el que permanecerá en el anonimato) habló de
tentaciones sexuales. Cuando nos levantábamos para irnos, nos dimos cuenta de que habían dos
niños de diez años en la mesa contigua, los que habían estado pendientes de cada palabra que
dijimos.
Por lo que ahora tomamos cuidado de sentarnos en una mesa apartada o bien nos reunimos en
una cancha de tenis vacía, para evitar que otros nos escuchen.
Así como me costó al principio habituarme a la confesión, ahora me cuesta imaginar no hacerlo. El
saber que voy a tener que reportarme a alguien me ayuda a no caer en trampas que de otro modo
no podría evitar. Y de la confesión a otra persona experimento un tremendo alivio.
Dietrich Bonhoeffer escribió, "La confesión es el remedio dado por Dios para no caer en el
autoengaño y la autocomplacencia. Cuando confesamos nuestros pecados a un hermano cristiano,
mortificamos el orgullo de la carne, entregándolo a la vergüenza y a la muerte a través de Cristo.
Luego con la palabra de absolución nos elevamos como hombres nuevos… La confesión es así
una parte genuina de la vida de los santos, y uno de los dones de la gracia".
La disciplina del servicio tal vez venga a ser lo menos natural en mí. Uno de los lugares claves en
los que he tratado de practicar esta disciplina es en casa. Muy a menudo me siento tentado a jugar
el «he tenido un día más difícil que el tuyo, por lo que merezco ser atendido por ti» con mi esposa.
(El ser pastor agrega puntos en mi favor en el juego, ya que no sólo estoy trabajando, sino que
estoy haciendo la obra de Dios).
No le dije nada directamente (como la mayoría de los pastores, sólo fruncí los labios) pero le di
suficientes pistas como para sugerirle que lo sentía como una imposición.
No fue hasta la mañana siguiente que me di cuenta que había convertido lo que podría haber sido
un acto de servicio —aunque pequeño— hecho con alegría y por amor, en un acto de separación y
de autopreocupación.
Por lo que he comenzado a incluir en mi agenda tiempos donde me ocupe de los niños o haga
tareas en casa, y me comprometo interiormente a no llevar la cuenta de lo que hago. Por supuesto
que no he hecho cosas maravillosas, dignas de admiración y alabanza. Pero por lo menos algunas
veces he hecho huevos revueltos. Y he limpiado la cocina después.
No estaba seguro de cómo debía usar el ayuno cuando probé hacerlo inicialmente. La actividad me
era totalmente desconocida. Evocaba en mi imaginación distintos tipos de imágenes demacradas
en taparrabos.
El primer descubrimiento que hice el primer día que ayuné fue el de la gran cantidad de
restaurantes con comidas rápidas que existían en mi comunidad.
Sin embargo, el ayuno, progresivamente, está resultando más fácil. De alguna manera —y no sé
qué conexión hay —cuando ayuno percibo con mayor claridad lo acelerado que vivo. También he
descubierto un vínculo real entre el ayuno y la capacidad de resistencia ante antojos de otras cosas
aparte de la comida.
El ayuno es a veces difícil de reconciliar con la vida del hogar. Una noche cuando olvidé
mencionarle a mi esposa que estaba ayunando, llegué a casa para encontrarme con un plato de
"spaghetti" casero que mi esposa había preparado especialmente para mí. Decidí rápidamente que
la disciplina del sometimiento y de agradar a mi esposa era más importante esa noche que
mantener el ayuno.
¿Es que practicar estas disciplinas me han hecho un mejor pastor? No lo sé. Titubeo en
preguntármelo; uno de mis problemas como pastor de un minuto es la tendencia de medir todo en
función del mejoramiento de mi carrera.
Sé una cosa: No soy bueno en ninguna de estas disciplinas aún. Thomas Merton escribió, "No
queremos ser principiantes. ¡Pero convenzámonos de que no seremos otra cosa que principiantes
durante toda nuestra vida!"
Supongo que lo que he logrado de las disciplinas hasta ahora es la esperanza —de que el esfuerzo
de asemejarme más a Cristo tiene una forma definida. Ya no es más un deseo ambiguo. Hay cosas
que yo puedo hacer. Y en el período de toda una vida, el cambio es posible.
Tomado de Leadership ’91. Spring Quarter. Los Temas de La Vida Cristiana, volumen III,
número 3. Todos los derechos reservados.
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De todos los hombres que han hecho bien a mi vida, al que más admiro
es a Jesús de Nazaret. Y estoy convencido de que Él tenía un lema que,
si bien no lo menciona tal cual en la Biblia, para mí resume toda su vida y
ministerio: "Tengo que seguir".
Hace algunos años me tocó vivir una experiencia parecida; sin embargo,
no puedo ni imaginar en toda su dimensión lo que Jesús vivió. Es de
esos momentos en que dan ganas de decir: "¡Dejo todo! ¡Que se
arreglen solos!" Pero Jesús recién comenzaba. Hasta ese momento, esa
"media predicación" había sido todo su ministerio público, y ya estaba
derrumbado. Fue, entonces, en su soledad y crisis que pensó: "Tengo
que seguir".
Piense, hermano, que esto sucedió mucho antes de la cruz; forma parte
de los padecimientos de Cristo, de los cuales nosotros mismos somo
partícipes. Si uno aspira a ser pastor de una iglesia, tiene que estar
dispuesto a poner esto por delante y saber que pueden venir momentos
en que, aun los que amamos, no nos entenderán. Tal vez ni siquiera
dentro de nuestra propia casa encontremos el apoyo que necesitamos.
Es allí cuando mira a los doce y les pregunta: "¿Quieren irse ustedes
también?" Y ellos dicen no. "¿A quién iremos?", le contestan.
¡Qué apoyo!. ¿Y quiénes eran "los doce"? Allí estaban: Pedro, con un
montón de problemas que culminaron en una negación o, mejor dicho,
una traición; Tomás, quien fue un incrédulo hasta después de la
resurrección; Felipe, que no entendía lo fundamental (tanto que Jesús
tuvo que decirle: "¿Hace tanto tiempo que estoy con ustedes y todavía
no me has entendido?"); Jacobo y Juan, que todo lo que querían era
tener los puestos de la derecha y de la izquierda, y que descendiera
fuego del cielo para destruir a los samaritanos. Contra ellos y los demás
Jesús llegó a enojarse y decir: "¡Hasta cuándo tendré que lidiar con
ustedes!" Esos eran "los doce".
En ese lugar Jesús está diciendo: "Quisiera dejar, pero ¡tengo que
seguir!" Y se levanta, y los discípulos están dormidos. Es tremendo. Uno
está orando angustiosamente, lleva a sus dos mejores amigos para que
lo acompañen y, al rato, se queden dormidos. Este hombre oró y lloró en
gran conmoción, pero se levantó y dijo: "Voy".
Jesús sabía que tenía que morir solo, y cuando debo hablar de ese "Dios
mío, ¿por qué me has desamparado?", se me hiela la sangre en las
venas.
Hace algunos años atrás, un comité de una gran iglesia del Sur me invitó
a almorzar y me pidió que yo considerara la posibilidad de ser su pastor.
No más Señor
No buscar complacer
Una de las duras lecciones que tuve que aprender fue que no podía
complacer a todo el mundo. Yo lo quería, deseaba ser lo que cada uno
quería que fuera. Quería que todos me amaran. El problemas es que,
sencillamente, no podía hacerlo. Y hasta que comprendí esto, no pude
ser efectivo.
C.S. Lewis escribió, en un ensayo profundo titulado "The inner ring" (El
círculo interior): "Creo que en la vida de todos los hombres, en ciertos
períodos, y en algunas personas, durante todo el período entre la
infancia y la ancianidad, uno de los elementos predominantes es el
deseo de pertenecer al círculo local y el terror de estar fuera… De todas
las pasiones, la pasión de pertenecer al círculo interior es la mejor para
hacer que un hombre, que todavía no es muy malo, realice malas
acciones".
Pero, el problema se avecina cuando uno decide esquivar esos días más
que ninguna otra cosa en el mundo. Entonces escribimos mensajes para
agradar a la congregación. Sabemos que debemos decir una verdad,
pero no lo hacemos porque posiblemente ofenderemos a alguien.
Sabemos que debemos ser fuertes, pero si lo somos, enojaremos a la
gente, entonces, salimos del paso con un piadoso sermón que no ofende
a nadie.
El coraje de ofender
Primero, el principio de las olas: Cada vez que usted rehuse a provocar
olas cuando debiera, más adelante tendrá que encarar otras… y
mayores.
Cierto día me visitó una pareja pidiéndome que yo los casara. Mientras
discutía la situación con ellos me di cuenta de que él no era cristiano y
ella sí. En ese punto yo tendría un problema si apoyaba ese matrimonio.
Les dije: "Queridos, me agradan ustedes mucho, pero no puedo celebrar
su boda", y les expliqué las razones bíblicas por las que no podía
casarlos.
Desarrollar un rasgo cristiano y duro es, por supuesto, otro nombre para
la audacia. "Huye el impío sin que nadie lo persiga; mas el justo está
confiado como un león." (Pr 28.1) Sin valentía no podemos servir
adecuadamente a Dios.
1. Como pastor debemos saber que habrá momentos en que aún los
que amamos no nos ________________.
22. Motivación
Aprenda a motivar
Allí está su más importante responsabilidad como líder. Hacer que las
personas desarrollen sus capacidades al máximo. Puede estar seguro de
que cuanto más invierta en motivar a las personas, más desarrolladas
van a estar. Y recuerde esto: cada vez que usted le da a una persona
una responsabilidad que no requiere casi ningún esfuerzo, le está
escamoteando una oportunidad para crecer. El Señor no se conformó
con pedirle a los discípulos que ordenaran a las personas en grupos. Les
dio una responsabilidad mucho más grande: «Denles de comer ustedes»
(Mt. 14:13-21). Su impotencia frente a esto los motivó a aprender más de
cómo ministrar adecuadamente. Cuando vea usted personas que
pueden dar más, deles una mayor responsabilidad.
PROVEA ESTÍMULO Y RECONOCIMIENTO
PROVEA MODELOS
En cierta oportunidad tuve que hablar en una iglesia y sólo asistieron tres
personas. El pastor se me acercó y me dijo: "Éste es uno de los
problemas con estas personas, ellos no se entusiasman para nada y son
incumplidores". Su actitud demostraba claramente que pensaba que era
una pérdida de tiempo seguir con tan pocos. Luego de la reunión, me
preguntó cuál me parecía que era el problema. «Si quiere que sea
franco» —le dije— "le diría que usted es el problema. La prueba del
verdadero líder se encuentra en la forma en que dirige una reunión. ¡Su
entusiasmo debe ser tan grande cuando hay dos personas como cuando
hay dos mil!"
Este método requiere mucho más trabajo que otros, pues uno debe estar
dispuesto a demostrar todo lo que enseña. Sin embargo, lo desafío a
invertir en esta forma de motivación: verá que los resultados serán
realmente extraordinarios.
Creo firmemente que va a ser muy difícil motivar a una persona que está
enojada, llena de rencor o dolorida por cierta razón. Lo que usted
significa para una persona es mucho más importante que lo que usted
pueda decirle o hacer por ella. Es más, esto va a determinar la manera
en que escuchará lo que tenga que decirle. Entre un líder y sus
seguidores, debe haber un clima de total aceptación.
Sea sincero con aquellos que le rodean: permítales verlo tal como es. A
menudo he visto caer a algún líder por querer aparentar saber todas las
cosas. Eso no produce aceptación; la gente se siente inhibida y, lo que
es peor, también se da cuenta de que el líder no es honesto con ellos.
Recuerde siempre este principio: cuanto más cerca esté usted de una
persona, cuanto más estrechos sean los lazos que los unen, más
grandes serán las posibilidades de motivarlo. Nuestro problema es que
muchas veces deseamos motivar a las personas sin conocerlas ni
mostrar interés por sus vidas personales. Por esto, yo me he creado el
hábito de aprovechar siempre los momentos informales en reuniones,
porque se puede conocer a la gente y estrechar los vínculos.
Donde quiera que vaya, cultive las relaciones personales con quienes le
rodean. Tómese tiempo para interiorizarse en lo que están viviendo
otros. Elija también, de entre su congregación, algunas personas con las
cuales pueda pasar gran cantidad de tiempo, conviviendo con ellos. Verá
cuán motivados estarán cuando quiera alentarlos a una actividad
determinada.
Cuando estuve en quinto grado tuve una maestra con la cual me llevaba
muy mal. Ella siempre parecía estar disciplinándome por alguna cosa y,
cuanto más lo hacía, más rebelde me tornaba. Después de un tiempo,
había llegado a ser conocido entre los maestros como el "niño
desobediente". Cuando pasé a sexto grado, la nueva maestra me llamó y
me preguntó: "Tú eres Hendricks, ¿verdad?". Yo estaba aterrado, sabía
que mi maestra de quinto grado le había contado de los muchos
problemas que habíamos tenido. "Quiero decirte que aunque he oído
mucho de ti, no creo nada de lo que me han dicho". Esta persona creía
en mí, y mi confianza volvió a florecer. Mi sexto grado fue una hermosa
experiencia.
Es mi deseo que esta oración pueda ser también la suya: «Padre, como
motivador por excelencia que eres, acércanos a ti mediante tu amor. Te
pido que me hagas un individuo contagiado por tu amor y que me
recuerdes que tu especialidad es obrar lo imposible en la vida de los
hombres. Que tomas individuos sin esperanza, desahuciados, y que los
conviertes en hombres y mujeres de valor para el servicio de tu amado
Hijo Jesús. Ayúdame a vivir de tal manera que pueda motivar a otros a
servirte y amarte con vidas entregadas y comprometidas. Amén».
El presente trabajo fue adaptado de una presentación del autor en
conferencias especiales de Cruzada Estudiantil y Profesional para Cristo.
Usado con permiso.
Trabajemos juntos
Digamos que hay dos o tres que provienen del mundo de los negocios.
Serán partidarios de buenos procedimientos empresariales y estarán
dispuestos a introducir un toque profesional en la organización cristiana.
A su lado hay un par de visionarios. Son personas con ideas creativas.
Tienen grandes sueños para la iglesia, pero en ocasiones no tienen los
pies en la tierra. Después se encuentra el tipo pensador/filósofo, que
pide una "razón de ser" para cada decisión. Finalmente, están los líderes
afectuosos y solícitos, siempre pensando en las personas en vez de en
lo que se hace.
Los líderes deben ser hombres y mujeres llenos del Espíritu Santo, de fe
y sabiduría. Estas cualidades esenciales son vitales para el liderazgo
espiritual pero, al mismo tiempo, para realizar su misión deben aprender
a tomar decisiones juntos. Y esto requiere planificación y una cierta dosis
de habilidad administrativa. Los líderes deben saber qué hay que hacer y
considerar quién debe hacerlo y cuándo.
DELEGAR
Moisés tuvo este problema. Tomó sobre sí la terrible tarea de juzgar las
disputas entre los israelitas. Era un juez competente y su pueblo se
dirigía a él buscando justicia. Durante todo el día el pueblo lo rodeaba,
esperando que juzgara sus disputas (Éx. 18:13) ¡Y Moisés casi se
desplomó por agotamiento nervioso!
Su suegro, Jetro, lo rescató. Este hombre sabio le hizo ver el pobre uso
que estaba haciendo de su tiempo y energía. Si Moisés insistía en hacer
todo el trabajo él mismo, los problemas de su pueblo lo aplastarían (vv.
17, 18). Jetro dijo a Moisés: "Además escoge tú de entre todo el pueblo
varones de virtud, temerosos de Dios, varones de verdad, que
aborrezcan la avaricia; y ponlos sobre el pueblo por jefes de millares, de
centenas, de cincuenta y de diez. Ellos juzgarán al pueblo por ti; y todo
asunto grave lo traerán a ti, y ellos juzgarán todo asunto pequeño. Así
aliviarás la carga de sobre ti, y la llevarán ellos contigo" (vv. 21, 22).
Varios son los derivados de una mejor comprensión y relación entre los
líderes y sus seguidores. Las personas a las que se les da la oportunidad
de desarrollar sus talentos y habilidades latentes trabajan más
satisfechas, lo que a su vez mejora su estado de ánimo. Al mismo
tiempo, delegar alivia las presiones sobre el líder, liberándolo para
pensar y planificar la estrategia (Engstrom 1976:136-40). Engstrom
continúa señalando seis principios básicos del arte de delegar.
Concluye con estas palabras. "No olvides nunca que una delegación
efectiva ayuda a progresar, da buenos ánimos e inspira la iniciativa. La
prueba final de un líder es que deja tras de sí a otros hombres
convencidos que continuarán la obra".
En primer lugar, tememos que otros no puedan hacer el trabajo tan bien
como nosotros mismos. Nos asusta pensar en la posibilidad de que nos
fallen. Pero si concretamos lo que hay que hacer y asignamos
responsabilidades específicas a otras personas, ellas harán el trabajo.
Cierto es que debemos explicarles la tarea a realizar con claridad y, en
algunos casos, entrenarlas para ella. Pero esto produce un alto
rendimiento. Más personas participarán en la obra. John R. Mott, el
conocido misionero y hombre de estado solía decir: "Prefiero dejar que
diez hombres hagan el trabajo que hacer el trabajo de diez hombres".
Queremos hacer un buen trabajo porque así damos gloria a Dios. Por
supuesto, podemos aprender mucho de planificación por objetivos,
control presupuestario, eficiencia organizativa, cómo medir lo conseguido
y motivar a los empleados. Sin embargo, hay diferencias fundamentales.
Las grandes empresas cuentan con un ejército de empleados bien
entrenados. Las iglesias, en general, con voluntarios a tiempo parcial. En
el mundo empresarial hay, por lo general, una cadena de mando; los
ejecutivos dan órdenes que deben ser obedecidas. Pero en el servicio
cristiano debemos inspirar, influir y motivar a nuestros compañeros
cristianos. No podemos ordenarles como si fueran subordinados. La
mayoría de las iglesias y organizaciones cristianas tienen fondos y
recursos limitados y no pueden permitirse el apoyo de procesadores de
texto, computadoras y hábiles secretarias. Así que necesitamos adaptar
los principios y procedimientos empresariales a nuestra situación
particular. Como mayordomos de Dios debemos intentar hacer el mejor
uso posible de los recursos humanos y materiales disponibles.
TRABAJANDO JUNTOS:
Ahora bien, para que funcione este proceso, los líderes deben practicarlo
constantemente. Deben seguir, meticulosamente, los seis pasos. En
ocasiones, cuando dirijo seminarios sobre organización del liderazgo,
divido a los participantes en pequeños equipos de seis o siete miembros.
Deben familiarizarse por sí mismos con los seis pasos del proceso de
decisión. Después les muestro ocho o nueve objetos y les pido que
reúnan diez unidades de cada uno en el menor tiempo posible. Cada
unidad debe ser etiquetada cuidadosamente. Si estas prácticas se hacen
al aire libre, utilizo diferentes tipos de hojas y piedras. El equipo que
sigue fielmente los seis pasos es, normalmente, el ganador. Después
dejo que durante veinte minutos los diferentes equipos analicen su
actuación y valoren su éxito o fracaso.
COMUNICACIÓN:
EVALUACIÓN:
Trabajemos juntos
«Palabra fiel: Si alguno anhela obispado, buena obra desea.» (1 Ti. 3:1)
El término obispo se aplica especialmente a aquellos líderes que ejercen una responsabilidad
administrativa, además del ministerio docente y pastoral. Este modelo puede ayudarnos a construir
la identidad del líder, así como la identidad del pastor que tiene que atender el gobierno más allá de
una congregación local.
Es necesario que tengamos un modelo que pueda servimos en estos tiempos en que, hechizados
por las propuestas de liderazgo, hemos sucumbido ante un lenguaje humanista que esconde una
despreocupación real por los seres humanos, centrado principalmente en los resultados. Detrás del
lenguaje de "excelencia", "calidad total’, "reingeniería" o "eficacia", se esconde una nueva forma de
utilización de las personas en función de los objetivos institucionales. En consecuencia,
necesitamos tomar distancia de ese modelo de líder que maneja formas parecidas a las del líder
cristiano, pero cuyo contenido y fondo es radicalmente diferente.
En 1 Timoteo 3 encontramos desarrollado el modelo del obispo. De allí obtenemos los siguientes
elementos para la construcción de la identidad del líder:
El líder es un "super-visor"
Literalmente obispo (episkopein, en griego) significa ‘supervisor’, ‘veedor del rebaño’. Hay
coincidencia en afirmar que presbítero, anciano y obispo tenían las mismas responsabilidades
ministeriales: enseñar, juzgar y gobernar. Esto supone que se espera que la supervisión se haga
alrededor de estas tres tareas básicas. Por lo tanto, no es la supervisión desde ‘un escritorio de
observación’ o reducida sólo a una computarización ministerial.
El sentido literal aplicado a las tareas de enseñar, juzgar y gobernar nos da un modelo nuevo de
supervisión. Bajo esta perspectiva, el líder tiene que ser a la vez un maestro, un pastor, un juez y
un gobernador. Ésta es su forma de super-mirar a la organización. Tiene, por tanto, que resolver la
tensión entre estas cuatro funciones: enseñar, acompañar, juzgar y administrar. Esta tensión existe
porque a veces parece que cuando se enseña y acompaña pastoralmente es muy difícil juzgar y
administrar. Sin embargo, bíblicamente se espera que el obispo encuentre un equilibrio sano entre
estas tareas, porque será la única manera de supervisar adecuadamente.
El líder no sólo tiene que ver sino super-ver a la organización. Esto nos lleva a las preguntas:
¿cómo estamos viendo? ¿qué estamos viendo? ¿para qué? ¿qué hacemos con lo que vemos?
Incluso tenemos que preguntarnos: ¿realmente vemos? o estamos ciegos, porque hemos perdido
contacto con la realidad, o sólo vemos lo que queremos ver (y no sólo por el «punto ciego» que
todos tenemos, sino porque no nos conviene ver). Tal vez estemos viendo equivocadamente a
través de reportes interesados y sesgados, y por eso llevamos adelante políticas o estrategias
también equivocadas.
Podemos enriquecer nuestra capacidad de supervisar recordando que incluye "divisar", y eso nos
da una mirada al horizonte más allá de la situación actual, o usar el "retrovisor", y eso incluye una
mirada al pasado para entender mejor el presente y alumbrar el futuro. Hoy la tentación de muchos
líderes es quedarse sólo con el ‘televisor’, queriendo hacer una pastoral a "control remoto".
Requerimos agudizar nuestra capacidad de visibilidad, aunque sabemos que siempre "veremos por
un espejo, oscuramente", pero podemos descansar en que Dios irá aclarando cada vez más
nuestra visión.
Tenemos en Jesús y en Pablo dos ejemplos de cómo ver. Nos cuenta el relato bíblico (Mt. 9:35-38)
que Jesús "al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y
dispersas como ovejas que no tienen pastor". Pablo, al ver la idolatría de la ciudad de Atenas,
sintió que su corazón se enardecía (Hch. 17). Entonces encontramos que el verdadero "ver" tiene
dos características básicas: no es delegable (nadie puede "ver" por nosotros) y nos conmociona
(provoca compasión o enardecimiento, nunca frialdad ni indiferencia). El líder tiene que
preguntarse cuánta compasión y enardecimiento hay en su corazón cuando ve a los grupos y a la
organización en general. Tiene que buscar en el fondo de su ser cuánto de sus sentimientos de ira
o de dolor responden al sufrimiento de los demás y cuánto se debe a sus propias frustraciones
egoístas y mezquinas; qué porcentaje de sus estrategias o planes brotan de ese corazón
conmovido y afectado por la realidad del rebaño que está bajo su cuidado; cuánto de lo que ve, no
lo ha visto él, sino lo ha encargado a otros o, simplemente, lo ha dejado de lado y ha ido
progresivamente alejándose de la realidad de los grupos y de sus integrantes.
Este "ver" que causa conmoción no se produce como efecto de un entrenamiento. Hay técnicas
psicológicas que pueden conmover hasta las lágrimas, pero eso dista mucho de ser lo que se
necesita para la obra: la sensibilidad que produce el Espíritu de Dios en la vida del obrero, cuando
el Señor le hace gemir de corazón por la situación de la obra y del rebaño, y porque en honestidad
y humildad puede ‘super-verse’ a sí mismo.
La capacidad de indignarse se va perdiendo si no estamos alerta. Una carta escrita por Alberto
Flores Galindo, un intelectual de izquierda del Perú, fue titulada "Redescubramos la dimensión
utópica: recuperemos la capacidad de indignación". En ella, Flores dejó su testamento para sus
compañeros de lucha, a quienes dirigió esta última carta que escribió cuando sabía que sufría un
cáncer terminal que lo acabaría en breve. Allí confronta a sus compañeros a luchar por recuperar lo
que él creía era lo más importante y que se había perdido: el dolor frente a la injusticia. Les
increpaba por haberse acomodado, como intelectuales que hablaban de la injusticia y de los
pobres, pero que no se comprometían apasionadamente en ello. A nosotros nos vendría bien
aprender de la autocrítica de Flores Galindo para revisar si nuestro liderazgo se ha reducido a
discursos hermosos pero vacíos de compasión e indignación, que son la base del verdadero
compromiso.
Este primer pensamiento es punto de partida para no reducir los siguientes rasgos a un listado de
requisitos o al perfil ideal del líder. Le da a todo el pasaje la perspectiva adecuada.
Es "palabra fiel", es decir, fuera de toda duda, que el que anhela ser obispo "buena obra desea" (1
Ti. 3:1). Aquí nos habla de los anhelos y de las aspiraciones. El problema no está en anhelarlo sino
en descubrir qué estamos deseando exactamente.
Para decirlo de otro modo, lo que nos dice la carta es que «quien anhela ser líder desea en
realidad ser un trabajador incansable que buscará producir buenos frutos y que escogerá medios
tan altos como sus fines». Visto así, es probable que disminuyan los candidatos.
En los tiempos que refleja la epístola, ya existían luchas por obtener posiciones de poder religioso
dentro de la iglesia cristiana. Ya había que poner límites a esta ambición y distorsión de los
ministros, especialmente de aquellos que querían acceder a funciones de jerarquía como el
obispado, donde la tentación es mayor. Aunque no sabemos de sueldos jugosos en esos tiempos
había posibilidades de ganar económicamente aprovechando el puesto de obispo. Hoy tal vez no
tengamos muchas posibilidades de tener esa tentación. Sin embargo, hay otro tipo de ‘ganancias’
que se pueden obtener, que luego trataremos con más detalle. La intención de la Palabra de Dios
es purificarnos en nuestras motivaciones al buscar estos puestos importantes en la obra.
No cualquiera puede serlo. Se necesitan ciertos rasgos. Y no sólo al momento de ser nombrado,
sino que se cultiven a lo largo de la vida. Hablamos de rasgos, porque más que ser ‘requisitos’ en
el sentido actual del término se trata de rasgos del carácter. Nos hablan de la esencia de una
persona y no de ‘condiciones entrenadas’ para tener un liderazgo eficaz. Hay que hacer la
diferencia, porque ahora se busca producir resultados, no importa lo que haya en el corazón del
que ejerce el liderazgo. Vivimos en el mundo de los indicadores externos y cuantitativos. No
interesa que la realidad sea otra, las cifras hablan.
Aquí encontramos, entonces, no un perfil "ideal" que nadie pueda alcanzar, sino el carácter básico
que todo líder debe tener como esencia de su ser. Va más allá, decíamos, del perfil del líder exitoso
de nuestro tiempo que tiene ‘que ser buena gente’ con sus subordinados, porque así conseguirá
motivarlos para que logren los resultados esperados. O aun buscar "el buen testimonio", porque así
tendrá autoridad, o buscar "corregir errores", porque así reforzará su imagen y la imagen
institucional. Hay que luchar contra este tipo de distorsión en el liderazgo cristiano. Esto es
corrupto, porque es manipulador, hipócrita y falso. Es haber caído presos en el mundo de la
imagen. También podemos tener una política institucional que sea la que nos importe mantener,
aunque la realidad de la organización sea ‘de huesos secos’, empezando por el propio líder.
Nos viene bien escuchar a Erich Fromm en su desafiante obra Tener o Ser: "En el modo de
existencia de tener, mi relación con el mundo es de posesión y propiedad, deseo convertir en mi
propiedad todo el mundo y todas las cosas, incluso a mí mismo. En el modo de existencia de ser,
debemos identificar dos formas de ser: una significa una relación viva y auténtica con el mundo, la
otra se opone a la apariencia y se refiere a la verdadera naturaleza, a la verdadera realidad de una
persona o cosa".
Esta descripción no es, pues, una camisa de fuerza, sino una muestra de lo que es la vida de
piedad, una exigencia mínima para el obispo de la organización. El líder, siendo consciente de su
llamado, busca en humildad que el Señor lo santifique, porque sabe que sin ello no podrá ser fiel
con el cargo trascendental que se le ha encomendado. Estos rasgos están condensados en cuatro
características básicas y en tres más específicas.
La integridad
La honestidad
¿Cuál es la salida? Por supuesto, no lo es el cinismo, que nos hace buscar una justificacion para
nuestra situación o un desplazamiento de la responsabilidad hacia otros: la organización, el
Consejo Administrativo, la familia, etcétera. Tenemos que ubicarnos en el terreno de los valores.
¿Qué es lo que en verdad valoramos? ¿Por qué hemos desvalorizado la piedad? ¿Por qué hemos
dejado de apetecer las ganancias honestas que genera el ejercicio de ésta?
También podemos ser deshonestos en el hogar y esperar cosechar allí reconocimiento, lealtad
incondicional, miedo sumiso, respeto y amor sin esfuerzo, y convertir así a nuestra casa en un
espacio de poder, a veces absoluto.
Nuestras agrupaciones pueden conferir a sus líderes mucho poder. A veces, cuando hay un
Consejo Administrativo débil, el poder del líder es grande. Alguien ha dicho que el poder corrompe,
de manera que el poder absoluto corrompe absolutamente. Tenemos arraigada en nuestra
idiosincrasia latinoamericana nuestra vocación de caudillos, de emperadores. Por eso, entre otras
buenas razones, debemos fortalecer nuestros Consejos Administrativos, porque son instancias de
preservación de corrupción para los líderes. La sed de poder, con las ansias de protagonismo y
popularidad que la acompañan, es sutil, engañosa y no siempre aparece tal como es. Se puede
presentar como celo, cuidado de la obra, disciplina y hasta como humildad. Podemos decir: "Sí,
hermano, estoy abierto a la evaluación", pero ni siquiera escuchar lo que nos dicen o escuchar
‘para cumplir’, pero sin tomarlo en cuenta.
También hay otra expresión de la comodidad. Este cargo puede esconder una posición básica de
inercia. Nuestra vida se deja llevar y nos cuestan los cambios. No continuamos en la obra porque
respondamos a una visión y un compromiso renovado que hemos hecho con Dios, sino porque
sencillamente no queremos cambios drásticos.
La seguridad, no en sentido económico sino laboral y, en cierto modo, afectiva puede ser
considerada otra ‘ganancia deshonesta’. Podríamos convencer a otros —y aun a nosotros mismos
— que estamos en el cargo por amor al Señor, pero en realidad lo que hacemos es esconder el
miedo a enfrentar lo que significa la lucha laboral que implica demostrar que somos competentes.
Podemos ser estrictos en exigirles a los miembros que luchen por ser «sal y luz» entre sus
compañeros, pero temblamos al pensar en tener que ir al mundo del trabajo. La obra se convierte,
entonces, en una isla más o menos segura, especialmente porque nuestras instancias de despido
son casi nulas. Una vez que estamos instalados, es muy difícil que nos saquen. Como tenemos el
poder, lo usaremos para preservarnos en el cargo.
Todas estas pueden ser "ganancias deshonestas" y nos pueden llevar a someter a la obra a
nuestras necesidades personales no resueltas. Lo más triste de todo es que no podemos o no
queremos darnos cuenta de ello. Cuando esto sucede, las consecuencias para la vida del líder y
para el grupo son nefastas: divisiones, estancamiento, abortos del liderazgo emergente, y
fosilización de la visión, entre otras.
Cuando nos damos cuenta de que algo así nos está pasando, la salida no es el remordimiento,
sino el arrepentimiento. Que de aquí surjan las apetencias renovadas por las que podemos
gozarnos con la piedad, alegrarnos con sus frutos y valorar la fidelidad al Señor, tanto de la
organización como de la propia intimidad del ser.
La sabiduría
La aptitud para enseñar se refiere a la cualidad de "saber" por la que el líder tiene que "ser sabio".
Eso significa adquirir tanto sophia (explicaciones de las cosas), como sunesis (juicio crítico),
prónesis (habilidad práctica para hacer cosas), y prudencia (capacidad ética para actuar conforme
a la verdad que se conoce). La sabiduría produce mucho fruto y no permite que el líder se quede
sólo con las buenas intenciones, ya que le da aptitud para provocar transformaciones en la vida de
las personas.
Por eso, no puede ser líder un "neófito" (literalmente: recién plantado, que no tiene raíz). El neófito
no es simplemente el nuevo sino aquel que, aunque tenga mucho tiempo, no ha echado raíces en
la fe y en la obra. Aun cuando por lo general nos afirmamos con los años, también es cierto que
puede haber mucha necedad en los antiguos y sabiduría en los nuevos. El neófito en la fe y en el
ministerio tiene el peligro de envanecerse y caer en la condenación del diablo.
La mesura
Con este término queremos señalar el sentido de equilibrio en el uso de las palabras, en la
reacción frente a los disgustos o conflictos y en el disfrute. El carácter de la mesura no nos libra de
enfrentar las situaciones difíciles, provocando en nosotros una conducta evasiva, sino que nos da
el equilibrio para reaccionar. Entonces, no corremos frente a la confrontación, sino que rechazamos
el pleito. No nos abstenemos del disfrute, sino que nos limitamos para participar en la justa medida,
con dominio propio. Jesús comía y tomaba vino con gusto, pero sin exceso. Aunque algunos
prefieran pensar que era "jugo de uva", lo que sí podemos afirmar es que cualquiera haya sido la
bebida, Jesús la disfrutaba. Se requiere mesura no sólo con respecto al vino, sino con cualquier
fuente de disfrute; todo lo delicioso, si se toma en exceso, causa daño. Es el mismo principio que
en la epístola se menciona en relación al casamiento y a la comida: no hay que abstenernos de
ninguno, porque todo lo que Dios creó es bueno y nada es de desecharse. Entonces, abstenerse
es perverso y excederse es desmesurado.
La sobriedad
La sobriedad es el revestimienlo de la coraza del Señor que nos permite tener una postura frente a
las tormentas de la vida.
La prudencia
El decoro
Éste es un rasgo sorprendente. Proviene de la palabra griega cosmios, por lo que se refiere a la
persona educada, pulida, que sabe moverse en el mundo y que no reduce su visión a su región.
Por esta característica Wesley pudo decir: "Mi capilla es el mundo". Este rasgo está en la base de
la visión misionera transcultural, que ve al mundo como campo misionero y que implica poder
disponerse a ir a los que son diferentes a nosotros y a romper nuestros guetos evangélicos
sobreprotectores y limitadores de visión.
Como vemos, estos cuatro rasgos básicos y los últimos tres más específicos son disposiciones del
carácter y, por lo mismo, permean toda la vida del siervo de Dios, desde su fuero más íntimo hasta
sus relaciones sociales y públicas que incluyen su familia, su iglesia y el mundo. Es muy necesario
cuidar el testimonio hacia el mundo. El mal testimonio es causante de descrédito, otro de los lazos
con que el diablo nos esclaviza. El testimonio hacia afuera nos recuerda nuestra razón de ser como
agrupación. Cabe pensar hasta qué punto nuestra organización y nosotros, como sus
representantes ante el mundo, estamos en descrédito. Sabemos que la falta de credibilidad es algo
que mina un liderazgo. Cuando ya no se puede generar confianza, no es posible invitar a unirse a
nuestra causa. El descrédito socava nuestras posibilidades de testimonio del Evangelio, que es
nuestra razón fundamental de existencia.
La palabra griega que se usa en esta epístola para nombrar al diablo es diabolos, cuyo sentido
fundamental es "acusador". De manera que aquí conocemos una de sus funciones más
importantes: acusarnos y condenarnos. Cuando él acusa y condena no hay ni arrepentimiento, ni
liberación, sólo remordimiento y opresión. Cuando el Espíritu Santo nos redarguye, nos conmueve,
nos produce dolor por los pecados, los vacíos y las debilidades. Entonces hay una tristeza para
vida y transformación. Si el Señor justifica, no hay nadie, menos el diablo, que tenga poder para
condenarnos. Cuánto necesitamos recordar esto en nuestras luchas ministeriales. El diablo puede
usar instancias y personas para acusarnos y condenarnos, y no hay que prestarles atención. Pero
también el Señor usa a personas para provocarnos el arrepentimiento. Es preciso tener
discernimiento para saber cuándo habla el Señor y cuándo habla el acusador. No nos vaya a
ocurrir lo que le ocurrió a un hombre que cuando naufragó, se quedó sobre un pequeño tronco, y
comenzó a clamar por la protección y la ayuda divina. Al rato pasó un barco y los tripulantes le
gritaron: "Hombre, suba que se avecina otra tormenta". El desdichado les dijo: "No, estoy
esperando que Dios me salve, porque le he pedido que me socorra". No pudieron insistirle más y
se fueron, dejándolo solo. Obviamente arreció la tempestad y el hombre se ahogó. Cuando llegó a
la presencia de Dios muy angustiado le preguntó: "Señor, ¿por qué no contestaste mi oración, si
había clamado que me salvaras de la tormenta?" El Señor le contestó: "Claro que te contesté: yo te
envié el barco al cual no quisiste subir". ¡Qué no nos neguemos a subir al barco! ¡Qué podamos
reconocer cuándo una advertencia viene de Dios y la oigamos a tiempo!
Adaptado de la ponencia "El ‘Obispado’ en la obra estudiantil. Reflexiones sobre la identidad del
Secretario General", presentada en el evento "Dignos de nuestra vocación" organizado por la
Comunidad Internacional de Estudiantes Evangélicos (CIEE) en América Latina, y publicada en el
manual homónimo, editado por Ulrich Schlappa. Usado con permiso.
Los líderes existimos para guiar y dejarnos guiar. Especialmente para ser guiados por el Espíritu Santo.
Aunque predicamos y enseñamos acerca de ser guiados por el Espíritu Santo, cuando llega el momento de
ser guiados por él nos parece cuesta arriba y hasta no discernimos que el Espíritu Santo nos está guiando.
Por lo regular la dirección del Espíritu de Dios nos introduce en cambios, giros inesperados y creación de
nuevos escenarios. Existen dos tipos de líderes que se diferencian por su reacción a la dirección del
Espíritu Santo.
Moab significa en hebreo: la semilla del padre. Esta expresión en terminología latinoamericana
sería algo así como: "¡De tal palo, tal astilla!" Moab fue el hijo de Lot por su relación incestuosa con
su hija después de la destrucción de Sodoma y Gomorra. Lot fue ancestro de los moabitas.
Los moabitas se caracterizaron por la arrogancia, principal defecto de ellos. Se resistían a los
cambios.
Esta profecía está dirigida a los moabitas, los cuales serán sacudidos por su renuencia a cambiar.
Lot, al igual que su hijo Moab, se resistió a los cambios, y tuvo que ser forzado por Abraham para
que cediera.
Los líderes del tipo moabita son aquellos que se resisten a los cambios. Se niegan a ser dirigidos
por el Espíritu Santo porque no disciernen que es él el que está hablando, y se aferran a lo
conocido por no entrar a lo desconocido. Esta actitud detiene su desarrollo.
Los líderes abrahámicos no se aferran a lo conocido. Entran en lo desconocido con una clara
revelación del destino, por lo que tienen crecimiento, y continuo.
Permítanme establecer una comparación entre estos dos tipos de liderazgo.
A. Los líderes moabitas están en guerra con el cambio en vez de vivir pacíficamente en el cambio.
Por su resistencia pierden toda efectividad en las transiciones. Se anclan en el pasado y por ello se
encuentran incapacitados para tratar con el cambio hoy. Todo cambio los asusta, los hace
retroceder. El pasado les da seguridad.
Los moabitas necesitan saber que ellos están al control de sus vidas, de todo y de todos. Y luchan
por ello, complicando de esa forma su vida. Tratan estrictamente con los asuntos externos de la
situación sin mirar lo interno. La obsesión por el control puede llegar a ser más y más imposible de
satisfacer.
C. Los moabitas manipulan lo externo como una respuesta de no poder manejar lo interno.
"Si no puedo manejar mis sentimientos internos yo encontraré algo en el mundo externo que yo
pueda controlar y seguramente con eso echaré fuera mis sentimientos internos". Lo externo es
más fácil de manejar que lo interno por ello su énfasis es lo externo. Imponen reglas, exigen y
manipulan aun con lo espiritual.
Ellos desconfían de todo y de todos. Creen que la vida y la otra gente están en contra de ellos y
por lo tanto están siempre a la defensiva para evitar que les tomen ventaja. No saben confiar
libremente en los que los rodean.
No es que no realizan cosas espirituales. Ellos pueden pastorear, predicar, ser líderes
denominacionales, etcétera. Lo que les ocurre es que no perciben el significado espiritual de lo que
están experimentando. No comprenden por qué Dios los está llevando por ese camino. Por lo tanto
lo analizan todo desde una perspectiva humana, sin entender lo divino. Lo pelean en el plano
humano y dejan de conectarse con lo espiritual. Si no son elegidos nuevamente en una
convención, no se detienen a pensar en que Dios les está dando el mensaje de que su tiempo en
ese servicio ha terminado. Todo lo contrario, hacen un conteo de los votos y culpan a otros de
haber perdido la reelección.
Ellos evitan mantener una declaración de misión. No se preguntan: ¿Por qué estoy aquí? ¿Hacia
dónde quiere Dios que yo vaya? ¿Terminó mi tiempo? Nuestro sentido de propósito emerge de
nuestra espiritualidad... si perdemos la conexión espiritual, el sentido de propósito en la vida pierde
significado.
G. Los moabitas culpan a las otras personas y a las circunstancias de las situaciones en su vida.
Cuando algo ocurre es la "culpa de otros". "Ellos me hicieron eso". Juegan el papel de víctimas y
culpan a factores externos. Ellos son "reactivos" no son "proactivos". Los reactivos sólo responden
o reaccionan a las circunstancias, los proactivos hacen que las cosas pasen.
H. Los moabitas se desconectan de sus sentimientos, especialmente de los negativos.
Ellos no desarrollan un hablar del corazón. Se levantan de familias donde las emociones fuertes no
son aceptables. Siempre dicen: "Yo estoy bien". Les cuesta llorar en público y demostrar que tienen
miedo o que están enojados.
Para ellos todo es blanco o negro, no hay terrenos intermedios. No aceptan la vitalidad ni la
frescura de ideas. Se oponen a la renovación. Jamás se atreven a tener una mente abierta. Sus
creencias son las únicas y juzgan muy rápido lo que no encaja en sus paradigmas.
Piensan lo peor de cada nueva situación. Son frecuentemente pesi-mistas hacia ellas. Cualquier
nueva experiencia la ven como algo para examinar con extrema cautela.
A menudo ellos son solitarios. Si tienen amigos, son amigos que comparten lo que ellos creen y
piensan. La ausencia de sistemas de apoyo puede ser devastador especialmente en tiempo de
crisis. Un sistema de apoyo es un grupo de personas que nos rodean y a quienes nos hacemos
vulnerables. Listos para oírlos y que nos pueden amar y por lo tanto nos pueden corregir y orientar.
Ponen énfasis en lo externo y poca atención en las relaciones, la esperanza o crecimiento interno.
Van de un extremo al otro y no saben mantener la orientación de sus vidas, por ello comienzan
muchas cosas y no terminan ninguna y aquellos que los rodean pueden sentir gran confusión.
Un líder abrahámico es aquel que crece vigorosamente y florece en medio de todas las
circunstancias.
A. Los líderes abrahámicos están aten-tos a lo que ocurre tanto interna como externamente.
Cada circunstancia es para ellos una oportunidad de crecimiento. Cada transición es una escuela.
El crecer lo toman como un compromiso. Siempre están leyendo, asistiendo a seminarios,
hablando con gente que los edifican. Su anhelo más grande es aprender y crecer. Saben que su
crecimiento interno es la base de todo.
No importa lo que atraviesen, eso los motiva. Y cada problema lo toman como un desafío personal.
Tienen un saludable sentido de con-trol en sus vidas. Sus vidas son vibrantes, emocionantes y
llenas de calor humano.
Están abiertos a la renovación y saben que el mundo está cambiando y que ellos necesitan
también cambiar. Están convencidos de que la vida es crecimiento y cambio. Lo que crece cambia.
No se aferran al pasado, sino que lo usan para saltar al presente con una clara determi-nación del
futuro.
Sus prácticas espirituales no son religiosas sino vitales y estimulantes. Su caminar con el Señor es
nuevo cada día, es fresco. NO se secan, están como los olivos verdes en el altar de su Señor.
Saben que solos no pueden seguir y aman la constelación del líder. Rodeados de pablos, bernabés
y timoteos. Pablos que los enseñan y guían, bernabés que los confortan y timoteos a quienes ellos
forman y edifican.
Se recuperan de las crisis y adversidad con asombro. Saben sacar provecho de las noches. Como
Pablo en la cárcel de Filipos. A veces son sacudidos pero dicen como Pablo, sacudidos pero no
vencidos. Se recuperan porque saben en su espíritu que la batalla final ya ha sido ganada.
Ellos usan los sentimientos fuertes como mensajeros en su movimiento de avance. Saben
comunicar sus sentimientos. Pueden ser tiernos, dulces y amorosos. Saben llorar y saben admitir
cuando sienten miedo y temor. Son humanos.
Ellos saben escoger lo que los nutre y gastan tiempo en esas actividades, como orar, leer la
Palabra, retiros personales, ayunos y edificación mutua. NO se sienten bien si no están
nutriéndose espiritualmente.
Ellos no reaccionan porque las cosas sucedieron, sino actúan para que las cosas sucedan. Su
pregunta de ¿por qué estoy aquí? los motiva a mirar adelante. Tienen sentido de propósito. Su
creatividad es impresionante, no aman la rutina ni se dejan llevar por la corriente. Saben pararse y
marcar el camino en un mundo lleno de confusión.
J. Los líderes abrahámicos son soñadores pero con los pies en la tierra.
Sueñan más allá de lo que parece práctico. Rehusan la expresión, "esto se intentó antes".
Arriesgan grandes sueños y sus sueños llegan a convertirse en realidad. Ven la vida como un
juego o una olimpiada y no como un problema para ser resuelto. Se atreven a ver más allá del
promedio.
Ellos no se ven como víctimas de las circunstancias, sino cocreadores de sus vidas con el Creador
de los cielos. Están convencidos que el Señor está todavía tejiendo sus vidas como hermosos
tapices y Él no ha terminado aún.
Renovar su ministerio implica llegar a ser un líder abrahámico, porque en este tiempo final los que
son cubiertos con la sabiduría de Abraham llegarán muy lejos. Allá a la distancia, como pequeñas
sombras se verán los moabitas, con el mismo sabor, el mismo olor y nada nuevo sucederá en ellos.
¡Oh, Dios, ayúdanos a ser los líderes abrahámicos de este tiempo! ¡Danos el valor de renovar
nuestro ministerio!
Reflexión
2. ¿Se enoja cuando los planes del día se cambian por circunstancias externas?
4. Cuando usted está con sus ami-gos, ¿influyen en sus sentimientos las opiniones de ellos?
5. ¿Usualmente su cónyuge es quien decide qué actividades realizar, dónde ir y cómo gastar el
tiempo juntos?
3. La función de ‘ver’ en el líder (obispo) tiene dos características básicas que son:
___________________________,_________________________
11. La _____________________es el revestimiento de la coraza del Señor que nos permite tener
una postura frente a las tormentas de la vida.
13. El ____________________ por lo que se refiere a la persona educada, pulida, que sabe
moverse en el mundo y que no reduce su visión a su región.
14. Los líderes del tipo moabita son aquellos que se _________________a los cambios.
24. Respeto
Juntamente con la integridad, el pastor gana respeto siendo competente en lo que hace. Una de las mejores
maneras de exhibir este atributo y así ganar el respeto de la congregación es siempre llegar al púlpito
preparado.
Un día me llamó uno de los miembros de nuestra congregación para anunciar: "Pastor, hemos
decidido no venir más a la iglesia". Aunque trató de suavizar su adiós con cumplidos
asegurándome que no había nada personal en mi contra, la noticia me golpeó. Le respondí
firmemente:"Lamento que se vayan, pero deseo lo mejor tanto para ti como para tu esposa".
Ciertamente, la partida de esta querida familia no fue una sorpresa total. Durante meses la pareja
se había ido apartando inexplicablemente a pesar de atenciones extras, incluyendo varias visitas a
su hogar. Por algún motivo, sentía que cuanto más intentaba acercarme, más distancia crecía entre
nosotros.
Después de su salida, llamé al pastor de la iglesia a donde fueron transferidos (era un amigo) para
ver si me podía dar una explicación del cambio. La respuesta me dejó helado. Parecía que mis
amigos deseaban a alguien a quien pudiesen tener en alta estima, un pastor hacia quien pudieran
sentir un profundo respeto. Por algún motivo yo no era tal persona; nunca había ganado su
respeto.
Aprendí que se precisa algo más para compeler a los creyentes a prestar atención a las
predicaciones, seguir mi liderazgo, y emular mi ejemplo. Para poder cumplir con mi llamado a dirigir
la iglesia y discipular a los creyentes, me es imperioso gozar de cierta medida de estima de parte
de la congregación. Pero temblaba ante la idea de buscar abiertamente tal respeto. ¿No sería nada
más que un actor auto-promocionándose? Sin embargo, un cuidadoso estudio de las Escrituras me
enseñó que Dios espera que tal estima exista entre pastores y ovejas.
Os rogamos, hermanos, que reconozcáis a los que trabajan entre vosotros, y os presiden en el
Señor, y os amonestan; y que los tengáis en mucha estima y amor por causa de su obra (1 Ts
5.12-13). Al comparar su propio trabajo la gente a veces considera trivial el del pastor, y hace
comentarios tales como: "¿Qué hace todo el día?", "¿Para qué necesita tener un día libre?", o
"¡Debe ser muy bueno poder estar todo el día leyendo la Biblia y orando!" Nuestro trabajo debe,
justamente, ser tenido en mucha más alta estima.
Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como
quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no es de
provecho (He 13.17). Esto implica tener una actitud de deferencia hacia el liderazgo, algo que
presencié durante una reunión de nueve pastores con nuestro superintendente de distrito. "No
estoy aquí para imponer mis ideas," dijo el superintendente. "Quiero saber qué opinan ustedes." No
obstante, en la medida en que la reunión proseguía, podíamos sentir su preferencia, que no era la
inclinación de la mayoría. Muchos de los pastores expresaron sus dudas pero también mostraron
deferencia: "Esta es lo que creo y siento, pero si usted piensa que el plan propuesto será mejor
para cada uno de quienes están involucrados, entonces lo apoyo pues usted es líder de nuestro
distrito."
No estaban siendo obcecados. Estos hombres de fuertes convicciones estaban expresando en voz
alta sus opiniones, pero luego acataban el liderazgo del superintendente debido a que respetaban
tanto su persona como su posición.
A continuación, menciono cuatro maneras a través de las cuales un pastor puede ganar respeto
genuino.
MOSTRARNOS DIGNOS
Un veterano pastor dijo una vez: "No puedo pararme en el púlpito y ordenarle a la congregación
que me respete. La estima se gana a través de la conducta, el amor y el carácter". El carácter y la
integridad son los fundamentos del respeto.
Se obtiene el respeto con las cosas "pequeñas". Un pastor que no es adúltero ni estafador de igual
manera puede llegar a empañar su nombre por olvidarse de sus compromisos, ser rudo, no cumplir
con promesas, no pagar facturas, faltar a las horas de oficina, contar mentirillas, ser desordenado,
no devolver cosas prestadas, etc.
SER COMPETENTES
Juntamente con la integridad, el pastor gana respeto siendo competente en lo que hace. Una de
las mejores maneras de exhibir este atributo y así ganar el respeto de la congregación es siempre
llegar al púlpito preparado. La desgracia de muchas iglesias es que, a la hora de la predicación, no
hay un mensaje de Dios que cause impacto en los oyentes a través de su vocero "el ministro" sino
algo superficial, mal laborado, hecho en apuros, y como consecuencia la gente no presta atención.
El ministerio de aconsejar es otra manera en que el pastor puede mostrar que es competente y así
ganarse el respeto de la congregación. Es necesario que el pastor escuche atentamente a la
persona, que aparte suficiente tiempo para tratar el caso, que busque una verdadera respuesta
bíblica y que continúe aconsejando hasta que se solucione.
Dos días más tarde, después de nuestro culto de la iglesia, Paco me golpeó en la espalda para
interrumpir una conversación. "Pastor, estoy muy apurado, ¿Tiene la información que iba a
darme?" "Claro", le respondí. Abrí mi agenda y le señalé el número y la dirección, alcanzándole el
cuaderno mientras terminaba con mi conversación. Más tarde encontré una nota resaltada en la
página de mi agenda:
Para ser respetado por la congregación un pastor tiene que respetar a esa congregación. Hay
varias maneras prácticas para hacerlo. En primer lugar, es importante recordar el principio
expuesto por el apóstol Pablo: ...a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a
algunos (1 Co 9.22). Cuando llego a un nuevo trabajo de pastorado, uno de mis primeros objetivos
es conocer a la congregación haciendo un profundo análisis de sus características. Lo hago
estudiando la historia de la zona; observando su vestimenta, su vocabulario, su estilo de liderazgo,
sus héroes, sus pasatiempos, su manera de tomar decisiones; y adaptándome a ellos (siempre y
cuando eso no viole un principio bíblico).
Otra manera de respetar a los feligreses es mantener clara y abierta comunicación con ellos. He
sido el causante de innecesarios problemas en una de las iglesias que solía pastorear por no
comunicar lo suficiente por un lado y no escoger bien las palabras por otro. Pablo establece la
norma: Hablando la verdad en amor...(Ef 4.15 BLA); No salga de vuestra boca ninguna palabra
mala, sino sólo la que sea buena para edificación, según la necesidad del momento, para que
imparta gracia a los que escuchan (Ef 4.29 BLA); Sea vuestra palabra siempre con gracia,
sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno (Col 4.6).
Sin embargo, siempre llegará la hora de corregir a pesar de las advertencias. Como Pablo le dijo a
Tito: Nadie te menosprecie (Tit 2.15); y a Timoteo: ... que con mansedumbre corrija a los que se
oponen... (2 Ti 2.25). Si se pasa por alto, el problema tiende a ser repetido, sólo que la próxima vez
más descaradamente. La autoridad e influencia del pastor se debilitan aun para el respetuoso
cuando pasamos por alto esta clase de actitud pecaminosa. Pero, ¿qué es conducta irrespetuosa?
¿Cuándo corresponde una admonición, y cuándo debe el pastor devolver el guante? Uniendo la
experiencia de otros pastores con la mía, he llegado a la conclusión de que un creyente cruza la
línea limítrofe cuando comete alguna de estas ofensas: Un desafío directo a la autoridad del pastor.
Un pastor me contó de un hermano que era un verdadero Diótrefes (3 Jn 9) y buscaba tener
siempre la preeminencia. En una ocasión exclamó al pastor: "¿Por qué no deja que predique su
esposa? Tiene más sentido común que usted". En vez de pasarlo por alto o guardar rencor, el
pastor decidió confrontar la situación con mansedumbre (Gá 6.1) y amor. No solamente solucionó
el problema, sino que hoy existe una buena relación de respeto a pesar de que no le dejó tener
dominio sobre la iglesia.
Esfuerzos por desvalorizar al pastor. Otro pastor relata: "Era sólo mi segundo domingo en la
iglesia. Luego del culto un hombre anciano me solicitó que visitara a un hombre al que había
hablado en la prisión. Le dije que haría todo, intentaría lo posible por ir allí. El domingo siguiente
este feligrés me preguntó si había visto al prisionero. Le contesté que no. Delante de todos empezó
a gritarme: "Usted es igual a todos los demás. Dice que ama a las almas, pero teniendo la
oportunidad de demostrarlo, usted no va." Lo tomé de la mano y junto con un miembro de la junta
de la iglesia que vio esta situación, le recordé lo que Pablo advierte a Timoteo sobre no reprender
con dureza al anciano, sino más bien exhortarlo como a padre (1 Ti 5.1): "Hermano, puede ser que
le haya decepcionado por no haber hecho esa visita aún, pero soy el pastor y usted no se dirigirá
nuevamente a mí con ese tono de voz."
Murmuró: "Lo lamento", y salió. Sin embargo, el hombre regresó a la iglesia y ha sido una joya
desde entonces. " Críticas y quejas excesivas e injustificadas. Otro pastor me comentó sobre una
situación muy común en nuestras iglesias. Una dama llegó al pastor asustada por una crítica que
había escuchado. Peor todavía, la persona había apoyado sus argumentos citando a un grupo que
se encuentra en la mayoría de las congregaciones: "todo el mundo". "Todo el mundo está de
acuerdo con que usted debe renunciar." Cuando ella citó el grupo fantasma él sabía que alguien
había estado esparciendo rumores. En forma inmediata empezó a remontarse al origen de las
críticas, sabiendo que Satanás siempre busca maneras de causar división. Fue de persona a
persona hasta que averiguó que "todo el mundo" eran sólo dos mujeres disgustadas por una
decisión.
Me causa gracia cada vez que observo a los niños jugando con roles de autoridad. ¿Ha prestado atención
cuando juegan a ser el presidente o capitán del ejército? Sacan su pecho para afuera, ponen cara seria, y
con postura adusta hablan en tono grave, con una supuesta voz de mando. Lo triste y no tan gracioso y ver
que los adultos en muchas ocasiones hacemos los mismo.
“Las moscas muertas hacen heder y dar mal olor al perfume del perfumista; así una
pequeña locura, al que es estimado como sabio y honorable” (Ec. 10.1)
¿No le causa gracia (o más bien tristeza) el ver a los adultos haciendo lo mismo, solo que intentando hacerlo
en serio? Observe a los imitadores de Luis Palau, de Yiye Avila o Billy Graham; los imitan en las expresiones,
en su modo de sostener la Biblia, en el léxico o la música que usan y hasta en algunos casos falsifican los
resultados.
Desconcierta el ver a los que se autovanagIorían en nuestro medio; son los que manipulan y menosprecian a
otros para estar en las plataformas, en los grandes eventos; exigen eso. Les gusta ser llamados o anunciados
como “oradores internacionales” porque han hablado en alguna iglesia de otra nación; los reverendos.
licenciados, doctores y conferencistas que vienen con grandes demandas y se presentan a si mismos con
muchos títulos. Esa rara mezcla de risa y tristeza también la experimento cuando recuerdo las veces cuando
yo también trate de aparentar.
La autoridad y el poder son dos elementos similares pero diferentes, codiciados por miles (incluyendo a
muchos cristianos); sin embargo, pocos codician la responsabilidad que lleva el que los posee. Carl F.H.
Henry, dijo que "El problema dominante del Siglo XX es la crisis de autoridad",
Para quienes han sido llamados a servir al Señor, la autoridad y el poder son necesarios para lograr los
propósitos de Dios. La pregunta clave es cómo tener y mantener la autoridad autentica y poder espiritual
procedente de Dios, en lugar de mero carisma humano, fuerza o manipulación.
Sin duda hay tres elementos vitales en relación a la autoridad: la fuente, ¿de quién he recibido autoridad, de
Dios o de los hombres? ¿Me la apropié o me la dio el diablo?; el poder (dunamis ). ¿qué poder (fuerza,
capacidad) tengo para hacer que otros cumplan lo que ordeno? y el respeto (timee), ¿qué respeto hay sobre mi
persona, para motivar a los que me rodean?
Todos sabemos, en la clave de la autoridad y el poder espiritual reside en nuestro caminar íntimo con el Señor,
en nuestra obediencia a El y en la pureza de nuestra vida; sin embargo a menudo olvidamos las verdades
relacionadas.
Es el Señor quien levanta a unos y no a otros, aunque todos lleguen a tener vidas, similares. David no fue el
único santo varón de su tiempo, ni Elías (inclusive, ni podernos afirmar que hayan sido los más santos).
Muchos de los grandes santos han sido llamados a servir en áreas desconocidas aunque fundamentales para la
gloria del Señor. Pienso en el desconocido hermano Lawrence (Siglo XVII) cuyas cartas fueron compaginadas
muchos años después para formar el librito. La práctica de la presencia de Dios (Clie). El experimentó una
conversión evangélica a los 18 años y después fue cocinero en un convento. Allí su oración y caminar en la fe
tocaron docenas de vidas, y lo sigue haciendo hasta el día de hoy a través de esas "insignificantes" cartas que
él había escrito desde su sencillo lugar.
Tal Vez lo que necesitamos comprender es que nuestra ansiedad por una posición o autoridad puede llegar a
ser (y. de hecho, lo es en muchos) nada más que el reflejo de nuestros deseos egoístas y carnales, actitudes
pecaminosas. Si nuestra ambición es verdaderamente pura, no tendremos ningún problema al contrario,
encontraremos alegría en que otro reciba posición y autoridad para lograr un propósito necesario.
La gloría verdadera es ser hallado fiel al finalizar carrera. Mientras más le ha sido dado a uno, más
responsabilidad tiene en ser hallado fiel. ¡Cuántos grandes hombres han caído sólo por no guardar santidad
íntima en la posición o rol que le habían conferido, dando lugar a su propia concupiscencia!
En las funciones públicas, incluyendo también a la tarea pastoral, no hay decisiones privadas ni actos
privados divorciados de su desempeño frente a la sociedad; si bien debe saber guardar su intimidad (y no para
esconderla sino por salud personal y familiar), la filosofía íntima debe ser plataforma de la pública. El
versículo de Eclesiastés del epígrafe es tremendamente acertado; una pequeña locura puede arruinar al sabio
y honrado. La gente nos mira, gústenos o no. Las “moscas” más comunes son la falta de disciplina personal
(por ejemplo, comer excesivamente o llegar tarde), la mala preparación para nuestros mensajes y funciones,
el gritar a nuestras esposas e hijos en público (que es muestra de lo que hacemos en privado), las disputas
sobre cosas triviales, la forma de manejar el automóvil, las excusas presentadas por los pecados personales,
etc. Estas cosas tienen más impacto de lo que pensamos.
El poder de la autoridad está relacionado más con la habilidad y capacidad, que con la fuerza que aplicamos
en ejercerla. "Es el deber de un buen pastor el atraer a sus ovejas con bondad y serenidad", dice Calvino, "para
que muchos se sometan a su gobierno, antes que ser forzados con la violencia", y continúa diciendo que
"reconozco, en efecto, que la severidad es algunas veces necesaria, pero debemos siempre proceder con
suavidad y perseverar en ello, mientras el oyente se muestre dócil. La severidades el recurso extremo, ya que
los hombres deben ser atraídos... antes que arrastrados. Recién cuando la mansedumbre resulta ineficaz con
aquellos que están endurecidos y se muestran reacios, entonces resulta necesario recurrir al rigor; de otro
modo no será moderación, o imparcialidad, sino cobardía culposa".
Es interesante que la palabra griega (exousia) usada varias veces en el Nuevo Testamento para
mencionar autoridad, justamente implica que es habilidad, capacidad, maestría o poder de
influencia. A la luz de esto, esto es fundamental que busquemos del Señor para preparar nuestras
manos para la batalla que usemos los medios que El nos provee, tales como la literatura, los
cursos, retiros, pláticas con otros líderes experimentados, para capacitarnos y buscar la forma más
eficaz, más santa y más amorosa para desarrollar nuestra autoridad. El caminar con Dios y el
hacerlo sabiamente entre los hombres permitirá que seamos siervos más útiles en la eternidad.
¡Adelante!
2. Mencione las cuatro maneras que hemos aprendido para ganar respeto.
La pureza en el liderazgo
Uno no necesita sino encender el televisor durante algunos minutos para sentir la presión de la
agobiante sexualidad de nuestros días. Y la mayor parte de la represión es brutal. Un aburrido
recorrido por los canales de televisión al mediodía muestra invariablemente a una pareja envuelta
bajo las sábanas de la cama y mucha monotonía sensualista. Pero la presión se ha vuelto cada
vez más ingeniosa, especialmente si su propósito es vender.
La Iglesia no ha escapado tampoco, pues muchos en la iglesia de hoy se han marchitado bajo el
calor de la sensualidad. La Revista Liderazgo realizó una encuesta entre un millar de pastores. Los
pastores respon-dieron que 12% de ellos habían cometido adulterio estando en el ministerio—¡uno
de cada ocho pastores!—y 23% había hecho algo que ellos consideraban sexualmente impropio.
Por otra parte, la revista Cristianismo hoy hizo una encuesta entre un millar de sus suscriptores que
no eran pastores y descubrió que la cifra entre éstos era casi el doble: el 23% dijo que había tenido
relaciones sexuales extramaritales y el 45% indicó que habían hecho algo que ellos consideraban
sexualmente impropio. ¡Uno de cada cuatro hombres cristianos son infieles y casi la mitad de ellos
se han comportado indecorosamente!
Esto nos lleva a una conclusión ineludible: la iglesia evangélica contemporánea es, en términos
generales, "corintia" en esencia. Es una iglesia cocida a fuego lento en los jugos derretidos de su
propia sensualidad, y por eso:
• No es extraño que el mundo le reste importancia como algo que está fuera de lugar.
• No es extraño que haya perdido su poder en muchos hogares, y que el Islam y otras falsas
religiones estén logrando tantos convertidos.
La sensualidad es sobradamente el mayor obstáculo a la santidad entre los hombres hoy, y está
haciendo estragos en la Iglesia. La santidad y la sensualidad se exclu-yen mutuamente y los que
han caído en las garras de la sensualidad no podrán más elevarse a la santidad mientras se
encuentren bajo su agotador dominio. Si vamos a "ejercitarnos para la piedad (cf. 1 Ti 4.7)
debemos comenzar con la disciplina de la pureza. ¡Tiene que haber algún celo santo, algún
esfuerzo santo!
¿A dónde debemos mirar en busca de ayuda? El ejemplo más aleccionador que encontramos en
toda la Palabra de Dios es la experiencia del rey David, tal como aparece narrado en 2 Samuel 11.
David se encuentra en la cúspide de su brillante carrera. Desde su niñez, había sido un amante
apasionado de Dios y poseía una enorme integridad de alma, como lo atestiguaron las palabras del
profeta Samuel cuando lo ungió como rey: "El hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero
Jehová mira el corazón" (1 S 16.7). A Dios le agradó lo que vio. ¡A Dios le agradó el corazón de
David!
Su corazón era valeroso, como quedó evidenciado al enfrentarse a Goliat y responder a la temible
retórica del gigante con unas cuantas palabras atrevidas, de su propia cosecha, y luego arremeter
a fondo contra Goliat, dándole en medio de la cabeza.
Era un persona desbordante de alegría, entusiasmo y confianza, y rebosaba de un carisma
irresistible. Era el poeta, el dulce salmista de Israel, tan en comunicación con Dios y consigo mismo
que sus salmos siguen tocando hoy las fibras del corazón del hombre. Bajo su liderazgo todo Israel
estaba unido. David difícilmente parecía ser un candidato para el fracaso moral. Pero el rey era
vulnerable, ya que había debilidades definitivas en su conducta que lo dejaron a merced del
fracaso.
Su insensibilización
Los problemas empiezan cuando toma más concubinas y mujeres de Jerusalén (2 S 5.13).
¡Debemos notar, y notar bien, que el que David tomara más mujeres era pecado! La Ley estableció
las normas para los reyes hebreos (Dt 17), les ordenaba abstenerse de tres cosas: 1) tener
muchos caballos, 2) tomar muchas mujeres, y 3) acumular mucha plata y oro (cf. vv. 14-17). David
cumplió bien con lo primero y lo último, pero fracasó totalmente en cuanto a lo segundo por
hacerse deliberadamente de un numeroso harén.
El segundo error en la conducta de David, fue la relajación de los rigores y de la disciplina que
siempre había sido parte de su vida activa. David se encontraba en la mitad de su vida, con
aproximadamente cincuenta años de edad, y sus campañas militares habían tenido tanto éxito que
no era necesario que él personalmente saliera a combatir. Por tanto, con toda razón le dio el
trabajo de acabar con el enemigo a su competente general, Joab, y luego se fue a descansar. El
problema era que la relajación se extendió a su vida moral. Es difícil mantener la disciplina interior
cuando uno se relaja así. David se volvió inmediatamente vulnerable.
David no sospechaba que algo insólito iba a ocurrir ese desgraciado día primaveral. Aprendamos la
lección que hay aquí. Precisamente cuando pensamos estar totalmente a salvo, cuando sentimos
que no hay ninguna necesidad de mantenernos alertas para continuar ocupándonos de nuestra
integridad interior y para disciplinarnos en la santidad, ¡es cuando se presenta la tentación!
Su obsesión (2 S 11.1-3)
El rey se paseaba para mirar a su ciudad al final de la tarde. Mientras miraba, sus ojos vieron la
figura de una mujer extraordinariamente her-mosa que se bañaba sin ningún pudor. En cuanto a lo
hermoso que era, el hebreo es explícito: la mujer era "muy hermosa" (v. 2). Era joven, estaba en la
flor de la vida, y las sombras del crepúsculo la hacían aun más seductora. El rey la miró ... y
continuó mirándola. Después de la primera mirada David debió haber dirigido la vista en la otra
dirección y debió haberse retirado a sus habitaciones, pero no lo hizo. Su mirada se convirtió en
una mirada fija pecaminosa y después en una mirada ardiente y libidinosa. En ese momento, David
se convirtió en un viejo verde y lujurioso, apoderándose de él una obsesión lasciva que tenía que
satisfacer.
Dietrich Bonhoeffer hizo la observación de que, cuando la lujuria toma control de la persona, "en
ese momento Dios ... deja de ser real ... Satanás no nos llena de odio contra Dios, sino que nos
hace olvidar a Dios". ¡Qué gran sabiduría hay en esta afirmación! Cuando estamos dominados por
la lujuria, la realidad de Dios se desvanece.
Su racionalización
Cuando sus intenciones se hicieron evidentes a sus subalternos, uno de ellos trató de disuadirlo,
diciéndole: Es Betsabé, hija de Eliam, mujer de Urías heteo. Pero David no iba a permitir quedar
desairado, de modo que una fuerte racionalización se produjo en su mente.
Todos estamos familiarizados con la ruin conducta de David, que lo convirtió en un asesino y en un
taimado calculador, decidiendo la muerte de Urías para ocultar su pecado con Betsabé. Baste con
decir que en esos momentos de la vida del rey, Urías, con todo y estar borracho, era mejor persona
que David estando éste sobrio! (v. 13)
Un año después, David se arrepentiría tras la incisiva acusación del profeta Natán. Pero las tristes
consecuencias no podría deshacerse. Como se ha señalado con frecuencia:
Fue la violación del décimo mandamiento (codiciar la mujer de su prójimo) lo que llevó a David a
cometer adulterio, violando así el séptimo mandamiento.
Luego, a fin de robarle la mujer a su prójimo (violando, por tanto, el octavo mandamiento) cometió
un asesinato y violó el sexto mandamiento.
Todo esto trajo deshonra a sus padres, violando así el quinto mandamiento.
De esta manera, David violó todos los mandamientos que se refieren a amar al prójimo como a uno
mismo (los mandamientos cinco al diez). Y al hacerlo, deshonró también a Dios violando, en
realidad, los primeros cuatro mandamientos.
Se le murió el bebé.
Amnón fue asesinado por Absalón, hermano de padre y madre de Tamar. Absalón llegó a odiar
tanto a su padre David por su bajeza moral que encabezó una rebelión contra él con el apoyo de
Ahitofel, el ofendido abuelo de Betsabé.
El reinado de David perdió la aprobación de Dios. Su trono jamás recobró su estabilidad pasada.
Debemos aceptar que David jamás habría dado más que una mirada fugaz a Betsabé si hubiera
podido vislum-brar los desastrosos resul-tados de su pecado. Creo de todo corazón que serían
muy pocos los hombres—si es que hubiera alguno— que se apartarían de la Palabra de Dios si
pudieran ver lo que eso les acarrearía.
La historia de la catastrófica caída del rey David ha sido dada por Dios y debe tomarse seriamente
por la Iglesia en esta "época corintia" como una advertencia a la patología de los factores humanos
que conducen al derrumbamiento moral:
• Y la racionalización con la que tratan de justificarse los que están dominados por la lujuria.
En el caso de David, el ciclo incluyó además adulterio, engaño, degradación familiar y decadencia
nacional. La patología es evidente, como también lo son los terribles efectos de la sensualidad; y
ambos tienen el propósito no sólo de enseñarnos, sino además de amedrentarnos ¡para que
ahuyentemos de una buena vez la sensualidad de nosotros!
La voluntad de Dios:
Pureza sexual
A veces hay personas, que se consideran cristianas, que sencillamente no creen lo que estoy
diciendo en cuanto a la pureza sexual. Pablo nos hace un llamado a la pureza sexual (1 Ts. 4.3-8).
El hombre que lleva a cabo un acto de impureza sexual no está únicamente violando un código
moral humano, ni siquiera pecando sólo contra el Dios que en algún momento del pasado le dio el
don del Espíritu Santo. Está pecando contra el Dios que está presente en ese momento; contra
Aquel que continuamente da el Espíritu. Todo acto de impureza es un acto de aborrecimiento
contra el don del Espíritu Santo dado por Dios desde el mismo momento que ese don es
brindado.... Este pecado sólo es visto como lo que realmente es, cuando se ve como una
preferencia por la impureza antes que por el Espíritu que es santo.
Por consiguiente, para un cristiano rechazar esta enseñanza en cuanto a la pureza sexual es
rechazar a Dios, ¡y esto puede indicar una fe falsa!
La disciplina de la pureza
Si en realidad somos cristianos, es un imperativo que vivamos con pureza y santidad en medio de
nuestra cultura corintia. Debemos vivir más allá de las horripilantes estadísticas o la Iglesia está
cada vez más fuera de lugar e impotente, y nuestros hijos la abandonarán. La Iglesia no puede
tener ningún tipo de poder si no es una iglesia pura.
Eso exige que vivamos la afirmación de Pablo: "Ejercítate para la piedad." Es decir, ¡debemos
esforzarnos por la santidad!
Nuestro entrenamiento comienza con algo tan importante como la disciplina de ser responsable
moralmente ante los demás. Esto se hará con cualquiera que regularmente le pedirá a usted
cuenta de su vida moral, haciéndole preguntas directas y francas.
La oración
Junto con esto, está la disciplina de la oración. Ore diaria y concretamente por su pureza sexual
personal. Ore por la pureza sexual de sus amigos también.
La memorización
Luego, llénese de la Palabra de Dios mediante la disciplina de la memorización. Nuestro Señor dio
el ejemplo por excelencia al rechazar las tentaciones de Satanás, utilizando cuatro citas precisas
de pasajes del Antiguo Testamento (cf. Mt 4.1-11).
La mente
La disciplina de la mente es, por supuesto, uno de los retos más formidables. Las Escrituras
presen-tan, por lo general, a la disciplina de la mente como la disciplina de los ojos. Es imposible
que usted mantenga una mente pura si todo el tiempo no discrimina lo que ve en televisión. En una
semana usted verá más asesinatos, adulterios y perversiones que todo lo leído por nuestros
abuelos a largo de toda su existencia.
Aquí es donde se hace necesaria la acción más radical (véase Mc 9.47). ¡Ningún hombre que
permita que la podredumbre de ciertos canales de televisión, de videos para adultos y de las
diversas revistas de pornografía inunden su hogar y su mente, escapará de la concupiscencia!
Job nos ha dejado orientación para los días que vivimos: "Este compromiso establecí con mis ojos:
No mirar lujuriosamente a ninguna mujer" (Job 31.1, La Biblia al Día). ¿Cómo cree usted que viviría
Job en nuestra cultura actual? Él entendió la sabiduría de Proverbios 6.27: "¿Tomará el hombre
fuego en su seno sin que sus vestidos ardan?" El compromiso de Job prohibía una segunda
mirada. Eso significa tratar a las mujeres con dignidad, mirándolas con respeto. Si la forma de
vestir o el comportamiento de una mujer es perturbador, mírela a los ojos, no en ningún otro lugar;
¡y aléjese lo más rápidamente que pueda!
La mente abarca también la lengua porque, con la "abundancia del corazón habla la boca" (Mt
12.34). Pablo es más específico (Ef 5.3-4). Significa que no debe haber humor sexual, ni chistes de
mal gusto, ni vulgaridades, a los cuales están tan propensos muchos cristianos para probar que no
están "fuera de onda".
Los límites
Ponga límite alrededor de su vida, sobre todo si trabaja con mujeres. Evite la intimidad verbal con
las mujeres, a no ser con SU esposa. No le revele intimidades a otra mujer, ni la inunde con sus
problemas personales. La inti-midad es una gran necesidad en la vida de la mayoría de las
personas, y hablar de asuntos personales, especialmente de los problemas propios, puede llenar la
necesidad de intimidad que tiene la otra persona, despertando su deseo de más intimidad. Muchas
relaciones extramaritales comenzaron de esa manera.
Hablando ahora a nivel práctico, no toque a las mujeres. No las trate con el afecto informal con que
trata a las mujeres de su familia. Son muchos los desastres que comenzaron con un toque fraternal
o paternal, que se convirtió después en un hombro com-prensivo. Usted puede aun tener que
correr el riesgo de ser erróneamente considerado como "distante" o "frío" por algunas mujeres.
Siempre que usted coma o viaje con alguna mujer, hágase acom-pañar por una tercera persona.
Esto puede ser incómodo, pero brindará la oportunidad de explicar sus razones, lo cual, en la
mayoría de los casos le ganará respeto en vez de censura. Muchas de sus colegas de trabajo se
sentirán así más cómodas en su trato profesional con usted.
Nunca coquetee, ni siquiera en broma. El flirteo es intrínsecamente halagador. Usted puede pensar
que resulta simpático, pero eso a menudo despierta en la mujer deseos no correspondidos.
La realidad
Sea realista en cuanto a su sexualidad. ¡No sucumba a la vana prédica gnóstica de que usted es
un cristiano lleno del Espíritu Santo que "nunca haría cosa semejante". Recuerdo muy bien a un
hombre que con suma indignación tronaba que él estaba a salvo del pecado sexual. ¡Pero cayó
pocos meses después! Enfrente la verdad. ¡Así como cayó el rey David usted también puede caer!
El temor a Dios
Por último, está la disciplina del temor a Dios. Esto fue lo que ayudó a José a rechazar las
tentaciones de la esposa de Potifar. ¿Cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra
Dios?" (Gn 39.9).
La presión de nuestra cultura nos oprime con sus obsesiones y sus racionalizaciones sexuales, y
muchos en la iglesia de Cristo han cedido bajo su peso, tal y como lo demuestran las estadísticas.
Para no ser parte de esas estadísticas hay que esforzarse disciplinadamente. ¿Somos hombres de
verdad? ¿Somos hombres de Dios? ¡Quiera Dios que así sea!
R. Kent Hughes es pastor en Wheaton, Ill., Estados Unidos, además es conferencista y autor de
varios libros.
Este artículo ha sido extraído del libro Disciplinas de un hombre piadoso. Editorial Vida. Usado con
permiso.
Tenía en mis manos una durísima carta de un matrimonio que criticaba la situación del grupo de
jóvenes. El contenido era carnal y no demostraba verdadera comprensión de todos los contenidos
de la situación, pero aún no había hallado, como pastor, el tiempo para encontrarme con ellos y
escucharlos.
Cuando me puse de pie para predicar, el siguiente domingo, sentía una notable ausencia de gracia
en mi corazón. Pequeños destellos de resentimiento punzaban mi espíritu. Hice algunos
comentarios leves en la introducción que provocaron sonrisas en todos los presentes todos,
excepto el matrimonio que había enviado la carta. Mientras la congregación se reía, ellos estaban
sentados en una de las primeras filas, de brazos cruzados y rostro duro, con los ojos llenos de
reprobación. Cuando hube terminado el sermón, me sentía físicamente deteriorado y
espiritualmente desgastado. Mi falta de perdón rápidamente se estaba convirtiendo en amargura y
rencor.
Mi tendencia a no perdonar cuando otros me han hecho algún mal me ha obligado a pensar
cuidadosamente en los pasos que debo tomar para restaurar mi relación con Dios y con mis
ofensores.
La mayoría de las personas tiende a adquirir cierta sensibilidad cuando ha sido golpeada varias
veces. En este caso, la carta que recibí de esta familia era solamente una de las muchas maneras
en que me habían criticado. Su actitud en esta oportunidad, tan falta de gracia, fue la gota que
colmó el vaso. Sentía que ellos no tenían ningún interés en demostrar siquiera una mínima cuota
de comprensión hacia los demás.
Como algunos de los peores conflictos en el ministerio justamente los he experimentado con
personas que yo consideraba carentes de gracia y comprensión, mi tendencia ante este tipo de
situaciones es reaccionar con ira. Rápidamente me siento provocado por personas cuya mejor
habilidad es la de señalar los errores en los demás.
Sin embargo, en la medida en que he aprendido a reconocer mis propias debilidades también he
encontrado que puedo controlar mejor el tipo de respuesta que tengo en estas situaciones.
Entonces, el desafío, para mí, es recibir del Espíritu Santo gracia y perdón para estos santos, en
lugar de contraatacar con ira, resentimiento y amargura.
Cuando leo sobre las vidas de personas que esconden en el saco una pistola para vengarse de un
jefe que fue injusto con ellos, o de alguien que coloca una bomba en un edificio lleno de personas
inocentes, a menudo me pregunto: "¿Cómo podría alguien hacer semejante acción? Las personas
normales no se comportan de esa manera." No obstante, yo también he tenido toda clase de
pensamientos malignos hacia las personas que me han hecho mal. Creo que esto revela cuál es el
próximo paso en el proceso de perdón: reconocer que, si las circunstancias se dieran, yo podría
ser el autor de un acto de violenta retribución contra los que me han hecho mal. De hecho, si no
perdono a una persona comienzo a tener fantasías en mi mente con las maneras en que puedo
castigarla.
Luego de una devastadora confrontación con una familia de la iglesia, donde me habían resistido
en prácticamente todos los temas relacionados al ministerio, comencé a pensar: "Si Dios no visita
sobre ellos una pronta retribución, yo voy a acelerar los tiempos." Pensé en la posibilidad de
denunciarlos frente al organismo de recaudación impositiva por prácticas deshonestas que conocía
en ellos. Imaginaba que los atormentaba pasando por las madrugadas por delante de su casa en
mi carro, con la radio a todo volumen, la mano sobre la bocina y los faros dirigidos hacia sus
dormitorios.
Cuando compartí estos viles secretos con un amigo, me miró atónito y preguntó: "¿Realmente te
animarías a hacer esa clase de cosas?" "Seguro —le repliqué—, como probablemente lo haría
cualquier persona que cede frente a la tentación de vengarse, en lugar de asumir el desafío de
perdonar."
Me acuerdo de la observación que hizo Jaime Broderick del Papa Paulo VI: "Jamás olvidaba una
ofensa y esa era una de sus debilidades más agudas. Quizás lograba enterrar, por un tiempo, la
experiencia vivida. Uno siempre tenía la impresión, sin embargo, de que había marcado
cuidadosamente el lugar donde había realizado el entierro."
La única manera con que evito este tipo de actitudes es frenando cualquier fantasía de venganza
que pueda cruzarse por mi mente.
En Deuteronomio 32.35 Dios instruye al pueblo, por medio de Moisés: "Mía es la venganza y la
retribución; a su tiempo el pie de ellos resbalará, porque el día de su calamidad está cerca, ya se
apresura lo que les está preparado." Mi obsesión con la venganza revela un intento de mi parte de
tener voz y voto en el juicio de Dios. Esto solamente agrava el conflicto, irrita el recuerdo de lo
acontecido y produce mayor dolor. Es como si se le permitiera a uno de los involucrados en una
disputa legal que participe en el juicio y la sentencia de la otra persona. No se puede hacer justicia
cuando uno de los culpables intenta juzgar al otro. Es necesario que yo reconozca mi culpabilidad,
pues mi comportamiento no siempre se ha revestido de santidad. Esto puede ser duro para mí,
pero es la verdad.
Una vez utilicé una carta para ilustrar lo incorrecto que es criticar cuando uno no conoce todos los
detalles de un asunto. Durante el sermón leí porciones del texto, el cual elevaba acusaciones y
realizaba afirmaciones basadas en un informe incorrecto. Luego aclaré a la congregación los
verdaderos detalles de la situación y por supuesto, los hechos demostraban claramente cómo los
que me habían criticado estaban errados en sus conclusiones.
En ese momento sentí que la congregación se ponía de mi lado, pues veían que el crítico era solo
una persona insensible y negativa. De un solo tiro había podido ilustrar un principio bíblico y
corregir a quien se me oponía.
A la semana siguiente recibí una segunda carta de este hombre, en la cual me informaba de que él
y su familia se retiraban de la congregación. Me pedía que no los llamara, ni que tuviera contacto
alguno con ellos. Aun cuando me había tomado todos los recaudos para no revelar, durante el
sermón, la identidad de la persona que me había escrito la carta, ellos sabían a quien me refería.
Yo, por mi parte, no les había dejado ninguna otra opción que la salida de la congregación.
Ante todo esto, tengo ahora muy claro que no importa cuán profundamente me sienta atacado, ni
cuán tentado me sienta de enfrentar a mis oponentes, el púlpito no es el lugar para hacerlo, pues
me ofrece una desequilibrada ventaja, la cual con frecuencia acaba en una presentación subjetiva
de mi perspectiva de la realidad, sin darle la oportunidad a los otros de expresar su respuesta a mis
comentarios. Por tanto, he encontrado que la mejor manera de resistirme a esta tentación es
ofreciendo perdón en privado.
Me encantaría poder decir que he encontrado la fórmula para perdonar efectivamente cada vez
que me ofenden, pero no es así. El perdón no es algo que pueda hacerse de una sola vez. La
duración del proceso de perdón normalmente es proporcional a la profundidad del dolor que he
experimentado.
El perdón es más como escribir un libro que una carta. Cuando escribo una carta, vuelco mis
pensamientos sobre una hoja, la coloco en un sobre, lo sello y lo envío. Escribir un libro, en
cambio, es más parecido a un interminable ciclo de escribir y volver a escribir.
Cuando los conflictos son menores, normalmente los puedo manejar según el espíritu de 1 Pedro
4.8: "Sobre todo, sed fervientes en vuestro amor los unos por los otros, pues el amor cubre
multitud de pecados." Cuando la ofensa es severa, sin embargo, el proceso de perdón también
puede ser igual de severo.
La experiencia más difícil que he tenido en el ministerio —me despidieron de una congregación—
¡me enseñó más acerca del perdón de lo que yo estaba interesado en saber! Ese proceso
completo tardó más de dos años.
En esa oportunidad, me pareció que el proceso en cuestión estaba completo apenas unos meses
después del incidente. Entonces llevé el asunto al Señor en oración y le dije que quería perdonar a
aquellos que sentía eran responsables por mi despido. Hasta elaboré una lista con sus nombres. El
perdón parecía traerle a mi vida la libertad que buscaba.
Una semanas más tarde, sin embargo, me topé con uno de mis opositores en un restaurante de la
ciudad. Luego de terminar el desayuno que compartía con un amigo, nos acercamos a la mesa de
esta persona para intercambiar un breve pero cálido saludo. Cuando salimos del lugar, mi amigo
me dijo: "Realmente te vi relajado al hablar con Esteban. Supongo que has podido superar todo lo
que viviste en la iglesia con él."
"¡Sí! —respondí confiado—. Todo aquello está superado. Es hora de avanzar hacia cosas nuevas."
Durante el resto del día, no obstante, a cada instante volvía a mi mente el nombre, el rostro y las
acciones de Esteban. No encontraba la forma de deshacerme de estos pensamientos. El viejo
resentimiento era tan fuerte y real como siempre, y esto golpeó duramente mi sentido de equilibrio
espiritual.
Yo pensé que ya había realizado el proceso de perdonar a aquellos que eran responsables de mi
desastre. ¿Por qué estaba volviendo a reaccionar de esta manera? "Señor, ¿no es suficiente con
tomar el asunto y envolverlo fuerte en un paquete, escribiendo por fuera PERDONADO?".
Evidentemente esto no era suficiente, aún debía perdonar a los ocho individuos que habían sido
parte de aquel conflicto. Yo había pensado que sería posible perdonarlos en conjunto, mas
descubrí que debía perdonarlos uno por uno.
El proceso duró muchos meses. Cada vez que fantaseaba con alguna de las personas, identificaba
claramente mis sentimientos en mi mente hacia ella. Algunas veces requería de varios días para
identificar claramente los sentimientos en juego. Finalmente, sin embargo, podía describir no
solamente las impresiones sino también las razones por las cuales las experimentaba. Descubrí
que en el sencillo acto de orar por alguien, aun cuando lo sentía vacío y artificial, se abría mi
corazón hacia la otra persona.
En otra oportunidad, Dios fue creativo en la manera que utilizó para mostrarme la próxima persona
que debía perdonar. Estaba yo en un mercado, buscando pasta dentífrica y crema de afeitar,
cuando vi, de reojo, otra de las parejas que habían participado en mi despido. Mi primera reacción
fue a esconderme detrás de algunos estantes. ¡No fui lo suficientemente veloz, sin embargo! Ya me
habían visto y me estaban saludando. Luego de un breve intercambio de palabras seguimos cada
uno por su camino.
De inmediato supe quiénes eran las próximas personas que necesitaba perdonar.
En ese proceso de perdonar, mucho me ayudó hablar con otros acerca de quienes me agraviaron.
Recuerdo cómo conversaba con un amigo sobre una persona que me había resistido y de esta
manera me veía obligado a hablar bien del otro.
Lo que descubrí es que realmente no importaba si la otra persona conocía o no a la persona que
debía perdonar. Al hablar positivamente del otro me sentía impulsado hacia la reconciliación; las
buenas palabras que pronunciaban mis labios comenzaban a afectar las actitudes de mi corazón.
La facilidad con la que me expresaba también se convirtieron en un medidor de mi perdón. Cuánto
más fácil me era hablar bien del otro, más avanzado veía que estaba en el proceso de perdonar.
El paso final que me ayudó a perdonar, fue reunir mis sentimientos y pensamientos para
presentarlos al Señor en oración. En ocasiones los escribía en un papel y luego se los leía al Señor
y en otras, le hablada directamente a Dios de lo que había identificado en mi mente. En todo caso,
confesar mis pensamientos y sentimientos negativos me permitía pedirle al Señor que me
perdonara por mi propio pecado. Luego, con su ayuda, pude avanzar y extender ese perdón a
otros.
Debo destacar que esta prolongada experiencia con el perdón me permitió entender cuán
profundamente afecta mi habilidad de perdonar a otros el que yo haya experimentado el perdón de
Dios.
Una historia cuenta de un viajante que, con la ayuda de un guía, atravesaba las junglas de Malasia.
Llegaron a un río ancho, pero no muy profundo. Se sumergieron en el agua y lo atravesaron a pie.
Cuando salieron del otro lado, el viajante descubrió que unas cuantas sanguijuelas se había
adherido a su cuerpo. Su primera reacción fue el de arrancárselas pero el guía lo detuvo,
advirtiéndole que solamente conseguiría dejar parte de las sanguijuelas en su cuerpo y que casi
con seguridad obtendría una infección. La mejor manera de quitarlas, explicaba el guía, sería un
baño de inmersión en un bálsamo tibio. El líquido haría que las sanguijuelas soltaran solas el
cuerpo del hombre.
Cuando yo me siento profundamente herido por otra persona, no puedo simplemente arrancar la
herida de mi alma, esperando que la amargura, la malicia y el rencor desaparezcan, pues el
resentimiento quedará incrustado en mi corazón. La única manera en que verdaderamente puedo
librarme de la ofensa y perdonar a los demás es tomando un baño de inmersión en el bálsamo del
perdón de Dios hacia mi persona. Cuando finalmente llego a entender cuán profundo es el amor de
Dios en Cristo Jesús, el perdonar a otros fluye libremente.
3. Se debe perdonar una persona a la vez, identificando claramente los sentimientos en juego
y las razones por las cuales se experimentan. Esto lleva su tiempo, mas la duración del
proceso de perdón es proporcional a la profundidad del dolor que se ha experimentado.
4. La mejor manera de resistir la tentación de usar el púlpito para hacerle frente a los que nos
critican es ofreciendo perdón en privado.
5. El proceso de perdón avanza cuando se habla bien a otros de la persona ofensora. Hablar
positivamente de ella afecta las actitudes de nuestro corazón.
6. Confesar y pedir perdón a Dios por los pensamientos y sentimientos negativos que han
surgido en uno, permite que experimentemos Su gracia, y ella nos habilita
significativamente para perdonar a otros.
3. ¿Cuáles son sus primeros impulsos ante esa clase injusticias?, ¿qué debe hacer para no
dejarse dominar por ellos?
8. Mencione los pasos para restaurar su relación con Dios y sus ofensores.
12. La mejor manera de resistir la tentación de usar el púlpito para hacerle frente a
los que nos critican es ofreciendo ___________en privado.
26. Educación
La vocación y el carácter son importantes, pero no son suficientes para asegurar la eficacia en el
ministerio.
La vocación y el carácter son importantes, pero no son suficientes para asegurar la eficacia en el
ministerio. Se necesita también un mínimo de capacitación. Menospreciar este requisito constituye
de por sí un signo de incompetencia para el servicio cristiano. Sería absurdo suponer que, mientras
se incrementan cada vez más las exigencias de formación profesional en las empresas humanas,
se puede cumplir con responsabilidades en la iglesia prescindiendo de la preparación adecuada.
La historia de la obra evangélica registra casos de hombres que fueron "lanzados" a predicar el
Evangelio, a abrir nuevas vías de testimonio o, incluso, a pastorear iglesias con escasa o ninguna
preparación. Las circunstancias anormales en que tuvieron que dedicarse al ministerio, la
imposibilidad de obtener la formación deseada y las necesidades del campo que apremiaban su
entrega, pueden, en cierto modo, justificar estos «lanzamientos». En algunos casos, Dios bendijo
admirablemente los esfuerzos de estos hombres. Muchos de estos "obreros improvisados", ya en
el ministerio, aprovecharon cuantos medios estuvieron a su alcance para capacitarse. Esto vino a
suplir, dentro de lo posible —en ciertos casos de modo asombroso—, la carencia inicial.
Pero las experiencias en situaciones de excepción no son la regla. El hecho de que Dios haya
usado en algunos casos a hombres sin capacitación no sienta ningún precedente normativo. Las
Escrituras abundan en ejemplos que muestran de manera sobresaliente la necesidad de que el
siervo de Dios sea debidamente habilitado para el cumplimiento de su misión. Las antiguas
escuelas de los profestas, a partir de Samuel, ofrecen una muestra. Jesús dedicó la mayor parte de
su ministerio para formar a los apóstoles. Pablo, educado a los pies de Gamaliel y buen conocedor
de la cultura griega, pasó dos años en Arabia formándose en su nueva fe antes de entregarse
completamente a su gigantesca obra misionera. Parte de su estrategia para la expansión del
Evangelio era el entrenamiento "en cadena" de hombres fieles e idóneos para la enseñanza. (2 Ti
2.2)
Actualmente las opciones para adquirir una educación bíblico-teológica de calidad son diversas.
Además de los seminarios residenciales, institutos bíblicos y otros centro análogos, se están
multiplicando, con notables resultados, los seminarios por extensión, los cuales posibilitan la
formación de los ministros sin que estos tengan que hacer cambios significativos de residencia y
estilo de vida. Los cursos por correspondencia son otra opción de estudio sistemático. Y junto a
todas las modalidades de educación formal, siempre está la alternativa de la formación
autodidacta. Algunos hombres de Dios —Spurgeon entre ellos— alcanzaron por este medio niveles
iguales o más altos a los logrados por los más aventajados graduados en facultades de teología.
Por supuesto, no todos son capaces de tanto. El autodidacta precisa de dones intelectuales y
fuerza de voluntad fuera de lo común. Pero también, aquellos que se benefician de los medios de
educación formal siempre deberán complementarlos con estudio y esfuerzo independientes.
Cuando nos referimos a una formación adecuada no queremos dar a entender que se deba
adquirir todo el caudal de conocimientos y experiencias que una persona sea capaz de tener.
Semejante nivel jamás llega a conseguirse. Por eso el ministro tendrá que ser estudiante durante
toda su vida. Su dominio de conocimientos, al igual que su calidad espiritual, deben crecer de día
en día. Con ello queremos decir que, en circunstancias promedio, cuando una persona se dedica a
un ministerio, debe tener una preparación aceptable que le permita funcionar con un mínimo de
soltura y eficacia.
No nos atrevemos a concretar cuál debe ser el mínimo de preparación, pero sí señalaremos los
factores que son indispensables. Al considerar cada uno, trataremos de presentar su perspectiva
ilimitada a partir del nivel necesario que debe tener cada ministro cuando se inicia en el ministerio.
Formación bíblica
Cualquier ministerio cristiano tiene como base la Palabra de Dios. Tanto la predicación como la
obra pastoral deben nutrirse abundantemente de ella. La Palabra debe ser no sólo la fuente de
inspiración del ministerio, sino también la esencia misma del mensaje.
Este factor debe subrayarse por su capital importancia. Es lamentable la paradoja que se da en
algunos contextos evangélicos: se venera la Biblia, casi hasta las fronteras de la «bibliolatría», pero
el conocimiento que se tiene de las Sagradas Escrituras es extremadamente pobre y superficial.
Esto genera el debilitamiento inevitable de los creyentes y de las iglesias. Esta condición hace a la
iglesia altamente vulnerable ante cualquier "viento de doctrina".
El mínimo de capacitación bíblica obliga a conocer y discernir los hechos históricos del Antiguo y
Nuevo Testamentos, a observar el progreso de la revelación divina a través de los siglos hasta
culminar en Jesucristo. Se debe tener el conocimiento básico de cada uno de los libros más
importantes del canon bíblico (autor, fondo histórico, propósito, idea central, etc.). El ministro debe
estar familiarizado con lo más básico de la poesía, la profecía y la ética bíblicas y tener una clara
comprensión de las doctrinas fundamentales (Dios, el hombre, el pecado, Jesucristo, la salvación,
la iglesia, etc.).
Partiendo de estos rudimentos, el ministro debe proseguir su estudio día tras día, año tras año,
incansablemente. Debe escudriñar sistemáticamente cada uno de los libros de la Biblia, y si es
posible, que la investigación sea exhaustiva. "Con el hábito de esfuerzo mental propio de los días
de estudiante", como decía J.H. Jowett.
En este quehacer conviene que se usen todos los recursos bibliográficos útiles y disponibles, como
buenos comentarios exegéticos, obras de introducción bíblica, tratados de teología, etcétera. Los
descubrimientos de otros, en muchos casos guiados por el Espíritu Santo, pueden facilitar
notablemente nuestro estudio. No tenemos por qué empeñarnos en redescubrir américas
espirituales. Los escritos de los Padres de la Iglesia, de los reformadores, de teólogos sanos, de
comentaristas y predicadores son una herencia de gran valor a nuestro alcance. Sería el colmo del
absurdo renunciar a ella movidos por un afán mal entendido de independencia intelectual. Sin
embargo, todo libro que no sea la Biblia debe leerse con actitud crítica. No todo lo que leemos en
una buena obra tiene que merecer nuestra adhesión. Y no todo lo que han escrito autores poco
evangélicos debe ser reprobado automáticamente por nosotros. Algunas de las ideas de estos
autores son verdaderamente formidables. El ministro debe proceder de la misma forma que lo
hicieron los creyentes de Berea, contemporáneos de Pablo (Hch 17.11), y estar en condiciones de
"examinarlo todo y retener lo bueno" (1 Ts 5.21).
Todo lo que hemos expuesto sobre la formación bíblica tiene por objeto resaltar la importancia del
estudio de las Escrituras. Pero esta formación es más que mera adquisición de conocimientos
intelectuales. Incluye indefectiblemente la asimilación espiritual de ese conocimiento y su
aplicación en la vida personal. La formación sólo es real cuando a un mayor conocimiento de Dios
corresponde una adoración más ferviente, un mayor amor, un mejor servicio; cuando a una más
clara comprensión de la persona y la obra de Cristo acompaña una más decidida entrega a hacer
la voluntad del Padre; cuando a la certidumbre de la resurrección de Jesucristo se añade el gozo
de la esperanza; cuando a la proclamación de su señorío se une nuestra sumisión sin reservas;
cuando el concepto correcto de la obra del Espíritu de Dios determina un modo santo de vivir. Si
falta esta correspondencia, el ministro se convierte en una figura grotesca, en una especie de
monstruo con cabeza descomunal y cuerpo insignificante.
Formación cultural
Una vez establecida la prioridad de la preparación espiritual de sólida base bíblica, también
conviene poner en relieve la gran utilidad de un buen bagaje cultural. Los textos de las Escrituras
usados por algunos para objetar la erudición humana (1 Co 1.19–1; 2.6, 8; Col 2.8; 1 Ti 6.20) no
rechazan el valor de la misma, sino su degradación en una actitud de antagonismo hacia Dios y su
verdad. No se debe olvidar que los más grandes líderes del pueblo de Dios poseyeron una cultura
amplia. Moisés fue "enseñado en toda la sabiduría de los egipcios" (Hch 7.22). Isaías da
evidencias de una intelectualidad refinada. Pablo, paralelamente a su instrucción teológica,
manifiesta una gran formación humanística, con conocimiento de la filosofía y la literatura de su
tiempo (Hch 17.28). Algo semejante podría decirse de muchos de los Padres de la Iglesia. Los
reformadores, incluyendo los promotores del movimiento reformista en España, fueron hombres de
gran talla intelectual y amplio saber. Podríamos añadir los nombres de Jorge Whitefield, Juan
Wesley, Jonatán Edwards y muchos más, en quienes la piedad y la erudición se combinaron
admirablemente para hacer de ellos excelentes instrumentos que Dios usó grandemente para su
gloria.
Sobre esta base debe ampliar sus conocimientos, dentro de sus posibilidades, en todas las ramas
del saber, especialmente humanidades, historia, literatura, filosofía, arte, sociología, etcétera. La
misma particular atención debe prestar a los acontecimientos y corrientes de pensamiento —
secular o religioso— contemporáneos. No es un desacierto el consejo de Karl Barth de leer cada
día la Biblia y el periódico. La primera nos permite conocer a Dios; el segundo nos ayuda a conocer
al mundo. Claro que el consejo presupone un buen sentido de proporcionalidad y equilibrio.
Dedicar cinco minutos a la lectura de las Escrituras y una o dos horas a periódicos y revistas no es
precisamente lo que se espera de un siervo de Dios.
Por las diversas fuentes de lectura que el ministro utilice será enriquecido en todas las disciplinas.
Al incrementar sus conocimientos, sus horizontes se extenderán, recibirá inspiración, aumentará su
vocabulario, así como su capacidad argumentativa y de expresión, perfeccionará su capacidad de
ordenar ideas. Y —bendición de bendiciones— crecerá en humildad al descubrir que tras cada
cosa aprendida quedan aún mil por aprender.
Una obra valiosa merece, después de una primera lectura rápida, una segunda lectura más
reposada, acompañada de la reflexión personal que permita digerir saludablemente lo leído.
Subrayar y hacer acotaciones en el transcurso de la lectura, ya sea en el libro mismo o en una
libreta destinada para tal efecto, es una práctica muy útil. Asimismo, conviene hacer un análisis,
una crítica y un resumen de cada obra leída, reteniendo en la memoria lo más importante. El
material que se considere provechoso se preservará mediante algún sistema de archivo.
Nunca valoraremos suficientemente la importancia de la lectura y el estudio. Por otro lado, es muy
beneficioso que nos mantengamos alerta para no caer en el intelectualismo divorciado de la
comunión con Dios. "Después de todo, el hombre de sólida formación, el estudioso es únicamente
la materia prima de la que se está formando el ministro cristiano. La influencia vivificadora del
Espíritu Todopoderoso es aún más necesaria para dar luz, vida y movimiento a la sustancia inerte,
para moldearla según la imagen divina y hacer de ella "un vaso para honra, útil para los usos del
Señor". Tampoco debemos negar que los hábitos del estudio van acompañados de tentaciones
insidiosas. El árbol del conocimiento puede florecer mientras que el árbol de la vida languidece.
Todo aumento del conocimiento intelectual tiene una natural tendencia al ensalzamiento propio ...
Un juicio sano y una mente espiritual deben encaminar los estudios hacia el fin principal del
ministerio." (Watts, Humble endeavour for a revival, págs. 17–18)
Podríamos concluir con Quesnel: "No leer ni estudiar en absoluto es tentar a Dios; no hacer otra
cosa que estudiar es olvidar el ministerio; estudiar sólo para gloriarse en el conocimiento que uno
posee es vanidad vergonzosa; estudiar en busca de medios para adular a los pecadores es una
prevaricación deplorable; pero llenar la mente del conocimiento propio de santos mediante el
estudio y la oración y difundir ese conocimiento con sólidas instrucciones y exhortaciones prácticas
es ser un ministro prudente, celoso y activo." (C. Bridges, The christian ministry, pág. 50)
Formación humana
Con formación humana nos referimos a los conocimientos que se adquieren por el contacto directo
con el mundo que nos rodea, especialmente con nuestros semejantes. Este sistema de formación
es insustituible. Por medio de él aprendemos cosas que no llegamos a encontrar en los libros. Y
aún aquellas que leemos, si forman parte de nuestra experiencia personal, se graban en nosotros
con mayor profundidad.
Hay mucho en la vida humana, tanto negativo como positivo, de lo que debemos ser testigos
presenciales para poder comprenderlo a fondo. Una cosa es leer acerca de la conciencia de
pecado, pero otra muy distinta es enfrentarse ante la experiencia de la lucha agónica, de debilidad,
de caída. No es lo mismo leer acerca de la tentación que oír a una persona referirse a una
experiencia, propia o ajena, con el sentimiento torturador de la culpa. Tampoco es lo mismo leer el
capítulo siete de la carta a los Romanos que ver a un creyente desgarrado por las fuerzas
opuestas que combaten en su interior.
Pero este gran "libro" que la existencia misma nos ofrece no es fácil de leer. Exige atención. Hay
quienes viven como si anduvieran con los ojos vendados, sin apenas percatarse de los tesoros de
experiencia humana que hay en su entorno. Tal clase de personas no llegan muy lejos en el
camino de la formación vivencial.
El general De Gaulle dejó otra buena ilustración. A partir de las nueve de la noche no recibía a
nadie.
Desde esa hora hasta que se acostaba, se quedaba a solas consigo mismo y con las cuestiones
de gobierno que demandaban su atención. Si un estadista sentía la necesidad de reflexionar hasta
tal punto, ¿cuánto más no debería sentirla un ministro de Jescucristo?
En generaciones anteriores se dio un "puritanismo literario" que hoy ha pasado de moda pero no sus
efectos. Son pocos los ministros religiosos que se han detenido a pensar sobre cuál es el lugar que deben
dar, en su trabajo, a la palabra escrita, y eso entraña un grave peligro. "Los cristianos enseñamos a leer a
la gente, y los comunistas les dan qué leer." Las que siguen son algunas recomendaciones para que los
pastores vean como un ministerio la palabra escrita y estimulen a otros a crecer en ello.
Escribo suponiendo que en el pasado ha quedado aquella posición que se oponía a la lectura de
todo material que no fuera la Biblia. En tiempos —ya lejanos— de nuestra infancia era posible
encontrar algunos escritos devocionales que insistían en que un verdadero cristiano sólo debía leer
la Palabra de Dios, y que todo lo demás "apartaba" al lector del mensaje divino. Por supuesto, tal
criterio tenía que ver con cierto antiintelectualismo entonces en boga, pero que, solapadamente,
todavía subsiste en muchos círculos evangélicos. ¿No ocurre, con frecuencia, que muchos tienen
sospechas sobre las personas que se han ganado un título académico, o sobre aquellos que hacen
notar que sus afirmaciones públicas —por ejemplo, en la predicación— son fruto del estudio y del
conocimiento de diversos autores? ¿No abundan, acaso, los que machaconamente dicen que tal o
cual cosa es lo que afirma la Biblia, desconociendo lo que opinan los eruditos sobre el texto?
De todos modos, ese "puritanismo literario" ha pasado de moda, aunque no sus efectos. Son pocos
los ministros religiosos que se han detenido a pensar sobre cuál es el lugar que deben dar, en su
trabajo, a la palabra escrita, y eso entraña un grave peligro.
Pero eso es sólo una parte de la situación. Se calcula que en la actualidad se publican siete mil
millones de volúmenes (libros) por año, a los que habría que sumar los diarios, revistas, panfletos,
periódicos, etc. Un verdadero alud literario cae sobre las cabezas del mundo entero. Hay razones
lógicas para que la mayoría de lo producido no se trate de material con trasfondo cristiano: no lo
son sus productores. Tiene más acceso al mercado lo que no lo es. Es más fácil escribir
superficialmente… o los cristianos no comprenden su responsabilidad.
Lo notable es que, por el contrario, otras doctrinas sí lo están haciendo. Sectas como los Testigos
de Jehová, los mormones, los "hijos de Dios" y tantas otras comienzan dando algo para leer. Las
dictaduras llenan las librerías. Aún hoy circula el que fue el libro más vendido en su tiempo: Mi
lucha, de Adolfo Hitler. Moscú es, quizá, el centro productor más grande del mundo (al menos, en
más idiomas).
Las técnicas han avanzado también en este campo que seguimos considerando sólo una rama del
arte. Es evidente que una enorme proporción de lo que se publica no es arte sino comercio. Sólo
importa que se venda. Por eso, la calidad literaria es bajísima, así como lo es también el nivel
moral. Una de las pruebas del pecado original está en lo proclive que es todo ser humano a leer
historias horrendas, hojarasca seudoromántica o noveluchas de tramas mil veces repetidas. No
sólo se lee sin esfuerzo, sino que también se puede comprar sin él. No es necesario ir hasta una
librería, sino que está en todos los quioscos y a muy bajo precio.
Finalmente, en este aspecto, enfrentamos el gran desafío de los otros métodos de comunicación.
Se ha exagerado mucho en cuanto a que el cine, la radio y la televisión desplazarían a la lectura.
Ha ocurrido todo lo contrario, pero, sin embargo, cierto es que han coadyuvado al auge de la
literatura barata, que no es más que una continuación de aquellos medios. Si bien comparten la
fuerza de un mensaje de penetración más directo, la presencia cristiana en ellos —por digna de
alabanza que sea— no es sustituto del valor de permanencia que tienen la palabra impresa,
comparado con la fugacidad (y por lo tanto, cierta superficialidad) de la palabra hablada.
Sería absurdo detenernos a decir a pastores y obreros cristianos que tienen que leer la Biblia.
Inclusive hasta sería ofensivo.
Supongamos que también sea innecesario decir que hay que leer sobre la Biblia. Lógicamente,
hablamos de los comentarios y demás libros de estudio, dejando de lado, por el momento, la
pregunta de por qué hoy se producen proporcionalmente menos o de menor nivel que hace medio
siglo. Agreguemos también los libros de doctrina, continuando con los de ética, inspiración y
reflexión.
En aquellos recordados años de nuestra infancia, leímos todo lo que había. Eso era posible, ya que
había realmente poco. Ahora, aunque parezca una contradicción con lo que hemos dicho antes,
también hay un aluvión de libros cristianos, en el sentido de que hay mucho más de lo que
podemos absorber. Quizá eso no sea tan grave, ya que mucho de lo que se publica no merece
demasiado nuestra atención. Hay que reaprender a leer. Quiero decir: a leer de prisa (o,
sencillamente, interrumpiendo en las primeras páginas) lo que es superfluo, y leer masticando y
reflexionando lo que merece que así sea. Los clásicos han perdurado, precisamente, porque se
leen así; sea como fuere que estén escritos, queremos volver a ellos una y otra vez.
Quizá debemos aprender a leer aquello que no sea de nuestra propia tradición. Las distintas
denominaciones presentan distintos énfasis doctrinales y eso puede ayudarnos a corregir y ubicar
nuestros puntos de vista. Como es casi inaccesible, tiene poco valor decir que debemos conocer lo
que aportan otras culturas, ya que casi todo lo que consumimos es anglosajón (y
predominantemente norteamericano). Eso no quiere decir, por supuesto, que sea malo, pero nos
agradaría ver en nuestro idioma más libros alemanes, franceses, rusos, escandinavos, orientales,
etc. Es posible que aparezcan cosas que nos sorprendan y hasta nos escandalicen, lo que será
una buena oportunidad para preguntarnos por qué.
Pero eso no basta. No se puede ministrar en el vacío. Aún leyendo los buenos libros de actualidad,
no estaremos al tanto de lo que ocurre "aquí y ahora", o sea en estos días en nuestra sociedad;
dicho de otra manera qué sucede en medio de la gente que nos escucha. Si nos preguntan algo
sobre el divorcio, en vez de reaccionar simplemente con un pasaje bíblico, debemos comenzar por
saber qué quiere decir esa persona cuando habla de divorcio y qué se entiende por divorcio en
nuestro país, lo cual por cierto es sólo un ejemplo. Ningún pastor debe desconocer lo que publican
los diarios.
Ocurre, además, que nuestra gente también lee. De repente, algún libro o periodista se pone de
moda y, por lo tanto, comienza a influir en la mentalidad de quienes nos rodean. ¿Se puede pensar
que un pastor alemán de la época nazi no supiera qué decía: "Mi lucha"? El ejemplo es extremo,
pero sirve para recordarnos que hoy las fuerzas del mal utilizan caminos mucho más sutiles y, por
lo tanto, más peligrosos. Puede parecer una grave pérdida de tiempo el usarlo para leer algo de la
basura que consume nuestra gente, pero ¿hay otra forma de saber por qué ellos piensan de una u
otra manera?
Naturalmente, si creemos que la lectura es algo bueno para nosotros, debemos presuponer que
también lo es para los demás. Y si es algo bueno, debemos promoverlo, como promovemos no
sólo la lectura de la Biblia, sino también la asistencia a un congreso, la participación en una entidad
de bien público, la limpieza del templo y mil otras cosas.
Suele ser muy frecuente (o al menos, no muy raro) que alguien pregunte a su pastor qué leer, o
qué leer sobre tal cosa, o qué piensa de tal o cual libro. Por supuesto, eso lleva a la necesidad de
estar enterado para dar una respuesta sabia. Llega un límite en el que bastará saber, por ejemplo,
quién es el autor o la editorial, para estar orientado, aunque nada suple el conocimiento directo.
Pero no basta pensar que, porque yo soy de la denominación Z, los libros escritos o publicados por
lo que diga Z, han de ser buenos. Por ejemplo, pueden ser pobres o demasiado eruditos. Sobre
algunos temas, los hermanos de K o L, han producido algo mejor (aunque los de nuestra editorial
nos presionen). Tal vez el boletín o un pequeño lugar de venta sean caminos para promover y
divulgar esto.
Pero hay más. El libro ocupa en la formación cristiana, un lugar irremplazable. No es posible tratar
todo sobre el púlpito, especialmente los temas morales o de la vida cristiana en general. Hasta
diríamos que no debemos hablar allí de situaciones particulares, lo que sí deberíamos enfrentar
dando algo para que la persona en cuestión lea, y apoyar así nuestro consejo pastoral. Por
ejemplo, los consejos sobre la crianza de los hijos interesan a un mínimo de la congregación, pero
en una etapa de la vida todos necesitamos tener a mano algo para consultar. Ello exige un gran
cuidado, porque debemos estar seguros de que la posición del autor coincide con la propia (o la
mejora) y que no tiene elementos que distorsionen su aplicación.
Esto es más fácil de decir que de hacer, pero si creemos que es parte de nuestro ministerio,
debemos dedicarle tiempo, así como lo dedicamos al estudio y la investigación para preparar
nuestras clases bíblicas. Hay ciertos problemas, uno es el hecho de que, pese a la actual
abundancia, hay temas no cubiertos o lo están en forma deficiente. En ningún caso, un libro
contestará exactamente a tal situación… ni un sermón tampoco; confiemos en el Espíritu Santo.
Además, debemos enfrentar la pereza de quienes prefieren por más cómodo escuchar (o no
escuchar) un sermón a leer seriamente un libro.
Al mismo tiempo, tiene también sus ventajas como método de enseñanza. Lo escrito está escrito, o
sea que sus palabras son definidas y precisas, se puede leer y releer. No se las puede entender
mal con tanta facilidad como lo que se oye. Se las puede distorsionar sacándolas del contexto,
pero no se las puede citar mal. Se puede volver a ellas en muchas oportunidades y se puede
recurrir al mismo texto para varias personas. El que ha recibido bien de un libro o artículo puede
pasarlo a otro, mientras que el que lo ha recibido de un sermón apenas si puede comentarlo con
relativa exactitud.
Lo dicho nos muestra a lo menos cuatro campos en que el pastor puede hacer uso
de la palabra impresa:
Si creemos que hay un ministerio de la palabra escrita, hemos de preguntarnos qué parte nos
corresponde en su producción. Siempre nos hemos ocupado de llamar a jóvenes para el ministerio,
así como de desarrollar los dones en cuanto a la predicación, la enseñanza, la obra personal, el
canto, etc. ¿Y qué de la escritura? El pastor debe estar con los ojos abiertos para descubrir valores
o intenciones, y para animarlos a que comiencen. Si estamos en condiciones, leamos lo que
producen y opinemos positivamente. Quizá podamos sugerir que lo hagan leer por alguno más
entendido, a fin de mejorar ese escrito y a desarrollar ese futuro "ministro de la pluma".
Por otra parte, debemos proveer canales para que esas vocaciones se exterioricen. Uno muy
simple es la producción de boletines o revistas internas, que suelen alcanzar niveles de calidad
insospechados. En algunos casos, se puede pedir al autor (o a otro) que lea su producción como
parte del culto; quizá su pequeño poema no parezca de Lope de Vega, pero hablará a nuestra
gente más que si lo fuera. Por supuesto, si consideramos que hay un verdadero valor, debemos
ocuparnos de poner en contacto al escritor en potencia con alguna revista o editorial cristiana, que
son entidades de servicio y no empresas comerciales, como en el mundo secular.
Digamos que, por lo general, un buen predicador no es un buen escritor, porque los recursos a
utilizar son muy distintos. Pero también podemos decir que un buen predicador tiene ciertos
elementos que le permiten llegar a ser también un buen escritor. Se supone que tiene ideas propias
o sabe encontrarlas en otros. Se supone también que sabe ponerlas por orden y comunicarles
cierta vida y vigencia. Además está en contacto directo con la gente, con sus problemas y ansias,
mucho más que un profesor de teología, de quien sí esperamos que escriba libros sobre su área (y
aquí deberíamos preguntarnos por qué escriben tan poco nuestros profesores). Por sobre todo, un
predicador tiene una buena base bíblica y doctrinaria que cimentará lo que escriba.
Cambiaría mucho el mundo cristiano si todos los obreros tuviesen el anhelo de Job: "¡Quién me
diese que mis palabras fuesen escritas! ¡Quién diese que se escribiesen en un libro, que con cincel
de hierro y con plomo fuesen esculpidas en piedra para siempre! Yo sé que mi Redentor vive" (Job
19.23-25).
Apuntes Pastorales. Junio — Julio / 1986, Vol. IV, N° 1
3. El ministro que desee estar bien capacitado deberá entrenar _________________su vida.
______________________,____________________,___________________
8. ¿De qué manera pueden notar los feligreses el grado de preparación de un ministro?
9. La Palabra no sólo debe ________________la mente; debe __________ todos los perfiles de
nuestra actuación.
15. Hay que tener cuidado, ya que todo aumento del conocimiento intelectual tiene una natural
tendencia al ______________________propio.
17. No hay nada más impresionante ni más enriquecedor que _________________ cara a cara la
vida ________________con su riqueza de experiencias, con sus misterios y sus contradicciones,
con sus glorias y sus miserias.
27. Crítica
La crítica es vital para la iglesia. Tal vez sea uno de los elementos más imprescindibles. Juzgar es lo que
muestra la diferencia entre dos elementos. Nos ayuda a ver que no todo lo que brilla es oro,
contribuyendo a nuestro crecimiento y corrección.
Los apóstoles, al recibir la critica en Hechos 6, no la condenaron, sino que resolvieron la causa que la
provocó. La crítica nos protege, nos ayuda a alcanzar mejor los objetivos. Sin embargo, se la condena en la
mayoría de las congregaciones. ¿Por qué?
En realidad, nos cuesta aceptarla; incluso evadimos hasta la autocrítica. Nos molesta que alguien
nos diga que lo que hicimos o dijimos no honra al Señor, y, en ocasiones hasta nos ofendemos. Sin
embargo, si realmente amáramos al Señor -y no tan sólo a nosotros mismos- ¿no estaríamos
agradecidos por esa crítica que puede ayudar a mejorarnos? ¿No será que somos demasiado
orgullosos o inseguros? ¿O es que tenemos miedo que nuestros problemas o motivaciones sean
puestos en evidencia? ¿Acaso no somos todos pecadores, personas imperfectas, salvados por
gracia?
Nos ofendemos, sintiéndonos heridos, cuando alguien hace evidente nuestras imperfecciones. Tenemos que
aprender a aceptar la critica de otros, a ser evaluados o juzgados, así como también debemos saber cómo y
cuándo juzgar, cuándo evaluar o reprender al hermano.
Estando en Bolivia me acercaron la revista "Época", con un artículo intitulado: El elogio, el temor y el silencio.
Allí se trataba la critica en el ámbito de la cultura. Ese ámbito también sufre las mismas dificultades y
desafíos que tenemos en la iglesia -porque somos seres humanos-. Sin embargo, como cristianos debemos
superamos y crecer. Lamentablemente, muchas cosas no se hacen por temor, cayendo en el silencio.
Tendemos a caer en tres extremos: el elogio, el silencio o el ataque.
"La crítica -comenta Mario Ríos- es juzgar una obra o un acontecimiento según una lógica rigurosa. En este
sentido, para hacer crítica, uno tiene que estar seguro de lo que dice, es decir, uno tiene que ser especialista
en la materia".
"La persona que está en condiciones de ejercitar esta actividad deberá hacerlo en condiciones sólidas -dice
'Cucho' Vargas, conductor del programa 'Enfoques'-, porque no se puede denostar a nadie gratuitamente.
Pienso e insisto en que la crítica debe ser fundamentada y dirigida hacia una construcción que permita evitar
los errores que se están criticando, para que en el futuro sean superados".
“Existe crítica en Bolivia"-comenta Carlos Mesa (Director del Canal 2 de Bolivia) -y en diferentes ámbitos,
pero está muy debilitada porque el artista es poco proclive a aceptarla. Cada vez que un crítico se manifiesta
contrario a un artista, este le quita el saludo y, entonces, el crítico no escribe más porque tampoco se trata
de que pierda a todas sus amistades.
Esta situación se produce por falta de madurez y, naturalmente, es una actitud negativa por cuanto una
persona que se ha convertido en figura pública tiene que acostumbrarse a poner en consideración del
pública sus trabajos".
"Es evidente que para la realización de toda crítica concurren varios factores, porque no se trata
simplemente del denuesto. En este sentido, para hacer una crítica positiva une debe despojarse de
intereses", dice Mario Castro, director de Radio Cristal, y continúa "Siempre he optado por no
hacerme cómplice del silencio, lo que puede ser más dañino"*.
Nuestra dificultad como cristianos tal vez proceda de varios males. La palabra juzgar tiene dos acepciones en
castellano: "No juzguéis... (Mt.7.1) y la palabra usada en 1 Corintios (1Co. 2.15). La diferencia que existe
entre ambas, según el Dr. Wuest, reside en que el no juzguéis implica la acción del juez que sentencia y que
con ella da el merecido al culpable. En cambio la palabra en "el espiritual juzga todas las cosas" habla de
evaluar o analizar el objeto. En otras palabras, cuando y o condeno a mi hermano estoy haciendo uso de la
primera acepción, y al hacerlo peco. Si soy espiritual voy a evaluar todas las cosas y a usar esa información
para orar y edificar vida de esa persona.
En el libro “En Pos del Supremo”, Chambers comenta que Dios nos da la habilidad de ver las fallas en otras
vidas, a fin de orar y cooperar con Dios en su solución. Gothard comenta que hasta Dios permite que otros
nos hieran u ofendan para hacernos conscientes de la seriedad del problema y para que nos ocupemos
seriamente en resolverlo. Si no nos molestara tanto, en muchos casos ni nos ocuparíamos. Nosotros
pervertimos lo que Dios desea cuando en vez de ser parte de la solución empezamos a atacar y tratar de
destruir a la persona. Cualquier necio puede tirar abajo algo. En cambio el edificar requiere sabiduría.
Sin duda que cuando a nos mostramos críticos de todo y de todos estamos demostrando que tenemos algún
problema. El que es espiritual puede ver también lo que Dios ha hecho y lo que está haciendo en una vida o
en una iglesia, no sólo lo que está faltando. Dudo que alguien pueda ser espiritual sí sólo velo malo. Eso es
negar la obra de Dios.
También debemos aprender a recibir la crítica. Recuerdo cierta ocasión en que el pastor Samuel Libert habló
en el instituto Bíblico de Buenos Aires. Después del mensaje, un joven se atrevió a decirle que la
interpretación del texto tal como lo había presentado en el sermón, no era la más acertada en la luz de
griego. La próxima mañana, Libert,, públicamente, hizo la corrección y agradeció al estudiante. ¡Qué
grandeza! Y nadie lo menospreció por haberse equivocado sino que todos lo respetaron más aun por su
integridad y honestidad. Muchos son los que piensan que si reconocen sus errores debilitan su autoridad. Al
contrario, les hace tener más autoridad, ganándose el respeto de los demás. La vida no termina en esa
crítica, pero esa crítica –y su aceptación- puede servirme para el resto de la vida.
Y sobre todas las cosas, el amor debe llevamos a orar y actuar para el bien de otros, como también debe
llevarnos a juzgar nuestras propias actitudes y acciones. Amemos al Reino y la gloria de nuestro Señor, como
también a su gente. ¡Adelante!
Después que concluyó su primer periodo de servicio como pastor asistente, Gregorio Elder enumeró
algunos de los errores que cometió al principio. Él comparte diez en este artículo y nos da ideas cómo
evitarlos.
Todos los que estamos en el ministerio cometemos errores, pero los que recientemente inician
están más propensos a ellos. Todo comienzo es difícil y las elecciones que hacemos al iniciar un
pastorado pueden resultar en bendición o en traumas que perduran durante años.
Al concluir mi primer período de servicio como pastor asistente, habiendo estado bajo la dirección
de uno mayor que yo (y también más sabio), enumeré algunos de los errores que cometí al
principio. Estos son los que ahora procuro evitar:
5. Abandonar a la familia
Todos hemos oído esta advertencia vez tras vez, y sin embargo, es extremadamente fácil no vivir
de acuerdo con ella.
En mi caso, no estaba consciente de que estaba ignorando a mi esposa hasta el día en que mi
secretaria me anunció que había llegado la persona anunciada para las 14 horas. Le dije que la
hiciera pasar, entonces entró mi esposa. Iba para presentar la queja ante el pastor de que "su
esposo la estaba ignorando". Su presencia me sacudió y reconocí mi error. Después de todo, las
entrevistas y las reuniones de comisión vienen y van, pero "mujer virtuosa, ¿quién hallará? Su
estima sobrepasa largamente a...." (Pr 31.10)
La ceremonia de ordenación no es de mayor peso que la del matrimonio. Ambas son vocaciones
loables y nobles, y una no es más alta que la otra. Ambas fueron instituidas por Dios para la
santificación de su pueblo. Por algún curioso acto de su gracia, esta santificación incluye también a
los ministros.
6. Temor a los poderosos
Toda congregación tiene personas de gran influencia a quienes el pastor principal presta mucha
atención. Son ellos los que deciden su salario y cuánto tiempo libre dispondrá. Han visto desfilar a
muchos asistentes. Las opiniones de ellos sobre sus sermones, su cuidado pastoral, su esposa, y
su autómovil tienen peso con otras personas. Debemos admitir que son formidables. Es fácil
procurar evitarlos o decir y hacer lo que uno piensa que les caerá bien. Sin embargo, al examinar
mis primeros dos años, creo que la mayoría me respetaba más cuando disentía con ellos que
cuando aceptaba sus opiniones. No siempre era así, pero sobreviví a las diferencias de opinión.
Las personas que realmente tienen poder, no tienen nada que temer de un pastor novato; son
aquellos que buscan el poder los que más amenazan.
8. Hablar demasiado
Uno de los peligros de ser pastor es que la gente tiende a escucharnos. Excepto otros pastores,
pocos nos interrumpen. Quieren oír nuestras opiniones sobre una variedad de asuntos. Si es que
tenemos uno o dos títulos universitarios, a menudo suponen que sabemos algo. La tentación que
enfrentamos es de utilizar la oportunidad para expresar opiniones personales sobre la Palabra de
Dios.
Nosotros quizá tengamos más conocimiento doctrinal que la mayoría de los creyentes en la
concregación, pero el hecho es que ellos conocen más acerca del mundo. Tuve que aprender que
Santiago 1.19 es de especial aplicación a pastores jóvenes: "Prontos para oír, tardos para hablar".
Si no estamos seguros de conocer determinado tema, debemos decirlo. De todos modos, a su
tiempo la gente comprobará esta realidad.
9. No leer
Me pareció raro la gran facilidad con la que dejé de estudiar después de haber sido ordenado.
Cuarquiera pensaría que después de años de estudio la disciplina autodidacta ya hubiera sido
adquirida. Pero lo que ocurrió fue que el tiempo para preparar las notas para el estudio bíblico o el
sermón se redujo considerablemente. ¿Por qué?
El problema con la formación del hábito de estudio —y devocional— en el contexto del seminario
es que ese ambiente los propicia, pero ningún otro medio nos da el tiempo para pensar, orar y
discutir teología como se tiene allí —no parecía así en ese momento, ¿verdad?. En el ministerio
deben establecerse nuevos esquemas porque los que uno tenía en el seminario no funcionan fuera
de él.
Cuando fui ordenado, prometí que dedicaría un día de la semana para estudiar. Por un tiempo lo
logré, pero no tardé mucho en ir dejándolo. Finalmente, no hacía ningún trabajo académico y se
dejaba ver en mi predicación. Fue sólo al establecer un programa modesto, pero realista, que pude
volver a leer. Siguiendo el consejo de otro pastor, dispuse dedicar ciertas horas para la lectura y
anotarlas en mi agenda, respetándolas como cualquier otra cita o tarea.
3. ¿Cuáles son los tres extremos en que se puede caer cuando no hay una buena crítica en las
organismos u organizaciones?
4. ¿Para que una crítica sea aceptada como ‘buena’, que cualidades debe tener el que la hace?
6. Cuándo alguien no acepta las críticas que se le hacen ¿Qué está demostrando?
7. ¿Cuál es la diferencia entre las palabras ‘juzgar’ de las escrituras en Mateo 7:1 y 1 Co. 2.15?
¿Es legítimo que nos sintamos desamparados en medio de las crisis? ¿o que
expresemos nuestras luchas internas por el proceder de Dios? Nos
sorprenderá descubrir que a nuestro Dios no le alarma que tengamos esos
sentimientos.
Karl Goerdeler, un pastor de origen alemán que fue ejecutado por los
nazis, exclamó, poco antes de morir:
El niño que luchaba por su vida fue finalmente vencido. El segundo hijo
del pastor estaba muerto y la congregación fue acusada por la tragedia,
aunque ninguno de los miembros aceptaría la culpa ni consideraría que
alguien tendría que sentirse mal por lo acontecido. Hubo algunas
expresiones de consuelo hacia los padres, pero la mayoría lo atribuía a
la voluntad de Dios.
LOS DETALLES
ENFRENTANDO EL PROBLEMA
Es sabio que una iglesia, cuando llama a un pastor, haga por escrito una
descripción de las responsabilidades del pastor hacia la congregación y
de la congregación hacia el pastor. Cuántos problemas se hubieran
evitado en la historia de la cristiandad si esto se hubiera hecho.
Esta descripción debe incluir lo que realmente espera la congregación
del pastor (objetivos, filosofía del ministerio, forma de trabajar, etcétera)
como también, qué compromiso tomará la congregación con el pastor
(salario, aumentos por inflación, obra social, jubilación, vacaciones,
etcétera). Todo lo que no ha sido aclarado de antemano dejará lugar para
problemas en el futuro. Por otra parte, la iglesia tendrá gente nueva más
adelante que no participó del arreglo inicial. Ellos necesitan ser
informados de cómo era lo hablado. Todo puede ser modificado y
adaptado a las nuevas necesidades, pero debemos hacerlo de común
acuerdo y teniendo en cuenta la palabra empeñada. Para ello, nada
mejor que dejar por escrito lo que se habla.
Sin embargo hay ocasiones en que es necesario dejar una iglesia. Una
de ellas es cuando por razones de supervivencia de la familia es
necesario ir a otro lugar. Es muy difícil que el pastor consienta en
hacerlo, pero muchos han encontrado así nueva bendición en su vida y
ministerio. Nunca debe ser una decisión rápida ni demorada.
¡ADELANTE!
1. ¿Por qué en la palabra de Dios hay relatos como los Job, Elías, el
salmista, etc. que muestran la angustia personal y el sentimiento de que
Dios nos ha desamparado?
2. ¿Cuándo pasamos por una crisis, en qué nos beneficia venir al Señor
y expresar nuestra angustia y dolor?
5. ¿Qué métodos pueden utilizar aquellos pastores que estan siendo mal
tratados por su congregación en cuanto a salario?
14. Mencione algunas de las razones por las cuales se hace necesario
salir de una iglesia.
16. Reflexione en cada una de las preguntas con que termina la lección.
29. Adulterio
He cometido adulterio
Un testimonio pastoral de caída y restauración. El recuento de un pastor que vivió la experiencia del
fracaso moral y que para su restauración escogió el camino más costoso, difícil doloroso y angustiante.
Estoy sentado en la sala de nuestra casa, junto a mi esposa. Frente a nosotros se encuentra un
colega pastor, molesto por la situación en la que se encuentra y me pregunta, con indignación:
Es la pregunta que yo mismo me había hecho vez tras vez en los días posteriores a la confesión de
mi fracaso moral: "¿cómo pude haber hecho esto?". Jamás, en mis muchos años de pastor,
hubiera imaginado que yo tendría que contestar esta pregunta. Mi conducta era indigna de un
cristiano y mucho más, de un pastor.
Tengo que admitir que en ese momento no podía contestar la pregunta de mi colega. Más bien me
sentía ofendido por el tono de indignación y juicio que revelaba su pregunta. Lo que más me dolía
no era el pecado en sí, sino la humillación que estaba viviendo al verme expuesto ante la condena
de los demás. En cada mirada me parecía ver el repudio a mi persona, la censura sin piedad de
quienes ahora me daban la espalda.
Por supuesto que yo sabía que el fracaso moral también ocurre en la vida de los pastores. En más
de una ocasión yo había formado parte de un comité de disciplina y había sentenciado con
severidad a algún colega que había manchado la imagen inmaculada que nosotros los pastores
preferimos creer que es nuestro distintivo. Yo también había buscado separarme rápidamente de
aquella persona que había traicionado, por inmoralidad, su voto ministerial. Ahora, sin embargo, yo
era el culpable, el blanco del juicio implacable de otros. Frente a la condena abierta o silenciosa de
mis colegas, me sentía sofocado por una avalancha de emociones nunca antes experimentadas.
En ese momento tampoco podía imaginar todo lo que me esperaba en los meses y años que
vendrían. El precio de reconstruir mi vida me llevaría a una intensa lucha, la cual vino acompañada
de la más aguda y profunda angustia personal.
Ahora, tres años después de esa agónica experiencia, me siento una persona nueva y muy
distinta. Sé que nunca podré recuperar lo perdido. Por la gracia de Dios, sin embargo, he vuelto a
ejercer tareas pastorales y diversos ministerios. Hoy, escribo estas palabras como un testimonio de
la vasta e incomprensible gracia de Dios y con el afán de describir lo que he aprendido acerca de
los pasos necesarios para una restauración completa de mi vida y ministerio. No es un proceso
fácil. Tampoco va a ser igual para todos. Lo que sí puedo afirmar es que si se desea producir
restauración, este proceso es absolutamente necesario.
¿Pecado inesperado?
Estas experiencias sexuales tienen un profundo efecto sobre nosotros por dos razones: en primer
lugar no las podemos olvidar; en segundo lugar, establecen fortalezas mentales que condicionan
nuestras conductas. En la vida nos olvidamos de muchas cosas, pero no de las agresiones
sexuales porque cada una de ellas invade nuestra intimidad, ese halo misterioso que marca
nuestra individualidad. Aun cuando no lo reconozcamos, esas memorias condicionan nuestro
autoconcepto. Cuando uso el término "fortaleza mental" me estoy refiriendo al hecho de que las
experiencias sexuales establecen en la mente una forma de pensar en cuanto al sexo. Entre otros
efectos, queda el temor de que no podamos dejar de cometer el mismo pecado. Es decir, como me
dijo un hermano, "temo que voy a repetir mi conducta con otra mujer". Esta duda representa una
predisposición hacia cierta conducta sexual. Tampoco podemos negar que el diablo, quien conoce
nuestras debilidades, utiliza esto para derribarnos.
Solamente podemos librarnos del poder de estas experiencias del pasado cuando asumimos
responsabilidad por ellas. Esto incluye el dejar de culpar a otros y buscar un consejero
experimentado que nos ayude a entender su importancia y efecto. A lo largo de toda una vida yo
había enterrado estas experiencias, sabiendo que en la iglesia nunca encontraría un espacio
seguro para hablar de ellas. Temía siempre la reacción y el repudio que causaría si confesaba que
necesitaba ayuda en esta área de mi vida. ¡Y mucho más por ser yo un pastor! El silencio sobre el
tema del sexo, que es tan común en la iglesia evangélica, finalmente sirvió para destruirme.
La confesión de pecados
Hemos perdido el hábito de la confesión pública en los cultos. En algunas iglesias, de larga
tradición, todavía existe una liturgia que incluye un acto de confesión como parte del culto. En la
gran mayoría de las iglesias evangélicas de América Latina, sin embargo, no practicamos la
confesión los unos a los otros. En el mejor de los casos, el pastor, o algún hermano, pronuncia una
ligera frase en su oración como, por ejemplo: "perdónanos todos nuestros pecados". Entonces, al
no practicar la confesión en público, damos la impresión de que no es importante y en todo caso,
argumentamos que la confesión se hace a Dios únicamente (una reacción contra el confesionario
católico romano).
En términos generales, identifico dos formas de manejar el tema cuando se trata de la confesión de
pecados sexuales. Una de estas es la confesión privada, hecha al pastor. En esas ocasiones, a
veces ocurre que quien reconoce una falta moral demanda confidencialidad del pastor antes de
entrar en los detalles. Quizás el pastor le promete a esta persona que nadie más ha de saber lo
que ha sido confesado en la privacidad de la oficina pastoral. Hay algunos pastores que han
aconsejado al individuo no declarar a su cónyuge lo ocurrido, supuestamente para "protegerlo".
Este tipo de confesión y consejo tiene el efecto de aliviar la culpa de quien ha sido infiel. No
obstante, le resta importancia a lo que ha hecho, pues lo libra de la obligación de ser honesto y
consecuente con su conducta.
Es posible también que el pastor le diga: "Está bien, hermano. Dios ha escuchado su confesión. Él
conoce nuestras debilidades y ya lo ha perdonado en Cristo. Sepa que esto queda entre nosotros.
Vaya en paz y no vuelva a cometer este pecado."
El hermano se retira, creyendo que mágicamente el asunto está resuelto y que no volverá a
repetirse. Sin embargo, aun cuando el pecado queda como algo secreto, varias personas han sido
profundamente afectadas por él: el cónyuge (aunque desconozca la verdad), la persona con quien
se cometió la infidelidad (quien carga con su propia culpa) y, a veces, otras personas en la
congregación conocedoras de la situación (incluido el pastor que lo encubre). En ese caso, no se
ha ayudado al individuo a reconocer el daño que ha cometido y, mucho menos, a buscar la
reparación por la ofensa. Tampoco él se ha apropiado de la gracia divina que redime y cambia las
conductas. Todo ha pasado al plano de lo secreto, donde se vive la vida cristiana sin transparencia
y honestidad.
Este tipo de disciplina generalmente deja un malestar en la congregación porque no se explica cuál
ha sido la ofensa ni se justifican las formas de disciplina que han sido aplicadas. Tampoco
considera las consecuencias para la vida de la familia involucrada. Casi siempre la persona
afectada deja de asistir a la iglesia y desaparece de la comunidad cristiana porque la vergüenza lo
consume y lo único que recibe de los hermanos es censura. En todo este proceso, solamente en
raras ocasiones algún líder de la iglesia se acerca al caído para ofrecer su apoyo o para iniciarlo en
un programa de restauración. Debemos reconocer con tristeza, que tales programas de
restauración hoy son prácticamente inexistentes en la iglesia.
En mi caso, supe desde un comienzo que el único camino era la confesión. Comencé con mis
colegas en el equipo pastoral (la otra persona afectada ya había hecho llegar la noticia al pastor
titular). ¡Es imposible describir la angustia de ese primer encuentro! Luego, la confesión a mi propia
esposa y a mis hijos resultó ser infinitamente más dolorosa, mas ellos me mostraron la gracia que
no merecía y me perdonaron inmediatamente. Después confesé mi pecado a los dirigentes de la
denominación; escribí una carta a todos los pastores, a la iglesia donde era miembro y había
servido como parte del equipo pastoral y, finalmente, a mis amigos y conocidos sin fin. Sentía que
mi vida se iba despedazando poco a poco. El fuego de la vergüenza consumía mis entrañas y
todos los elementos que habían definido mi vida se desplomaban en un catastrófico colapso.
Quedé quebrado y herido en medio de los escombros de mi ruina.
Este paso de confesión es increíblemente difícil. Varios meses después, un pastor que llegó a
saber de mi situación me dijo:
A pesar de todo esto, no encuentro otra alternativa que la confesión. Si he de ser consecuente con
mi fe en Dios, no me queda otro camino. De esta manera he aprendido que la confesión pública me
impone la necesidad de una humillación absoluta, una actitud que siempre debería haber estado
presente en mi relación con Dios.
Pero la confesión también abre las puertas para la misericordia, pues no puedo ser perdonado si
nadie conoce cuál ha sido mi pecado. Al admitir la verdad, escogí ponerle fin a la especulación que
siempre acompaña estas situaciones. Todos podían entender la razón de mi repentina retirada del
ministerio (por dos años la denominación me prohibió ejercer toda actividad ministerial). En el
momento más amargo de mi vida pude recibir de mis hermanos el abrazo, las lágrimas y la
promesa de apoyo en oración. Además, al confesar la verdad, me hice responsable de mi conducta
y la resolución de todas las consecuencias posteriores.
Muchas veces tomamos por sentado que la confesión representa una actitud de arrepentimiento.
Esto no necesariamente es así. La confesión puede ser producto de la obligación, porque ya no
queda otra salida y cuando la evidencia condena, queda la opción de negarla o admitirla. Para el
cristiano que busca integridad de vida solo le resta la confesión.
El arrepentimiento, sin embargo, es el paso necesario que sigue a la confesión porque expresa
pena por el pecado cometido y el deseo de no reincidir. Los cambios de conducta solo son posibles
cuando hay verdadero arrepentimiento y si no lo hay, caemos en la trampa de querer justificar
nuestra conducta.
¿De qué manera hacemos esto? Culpando a otros. La confesión de una conducta sexual ilícita es
tan desgarrante, que uno trata de echarle la culpa a cualquiera. Puede ser al cónyuge, a los
padres, a las experiencias del pasado, o cualquier otro elemento que venga a la mano ("es tu
culpa"; "no me satisfaces sexualmente"; "ella/él me sedujo»; «en mi niñez sufrí…", etc.). Existe en
nosotros una desesperación por aliviar los sentimientos de culpa y ¿qué mejor forma que echar la
responsabilidad sobre la vida de los demás? Yo me convierto en víctima y, en el proceso, eludo la
responsabilidad por mi conducta.
El arrepentimiento, en cambio, es una actitud espiritual que expresa profundo pesar por el pecado
cometido. Es una actitud de quebrantamiento, en la cual reconozco la impotencia de controlar mis
acciones y acudo a Dios, en humildad, para que él cambie mi vida y conducta. Esto es posible
únicamente por la obra del Espíritu Santo. Pablo claramente afirma, en 2 Timoteo 2.25, que es Dios
quien concede el arrepentimiento y que este conduce a la verdad.
Desde que he vivido esta experiencia, he debido examinar continuamente mi vida para ver si esta
es la actitud que tengo ante Dios. La reacción inicial a mi fracaso fue querer dejar todo esto atrás,
no pensar más en ello y creer que podía encontrar soluciones fáciles para recuperar lo perdido.
Llegué a entender que todos esos atajos eran formas de eludir la ansiedad y el disgusto que debía
sentir por mi acción. El arrepentimiento necesario, en cambio, me lleva a postrarme continuamente
ante Dios en verdadero quebrantamiento. La actitud que debemos cultivar es la expresada por
David en el Salmo 86: «Atiéndeme, Señor, respóndeme, pues pobre soy y estoy necesitado. Tú,
Señor, eres bueno y perdonador; grande es tu amor por todo los que te invocan. Eres Dios
clemente y compasivo, lento para la ira, y grande en amor y verdad. Vuélvete hacia mí, y tenme
compasión … ¡salva a tu hijo fiel!» (vv. 1, 5 y 15 NVI).
Hoy puedo decir que soy una persona diferente. Pero lo digo en quietud, casi como un susurro. No
"saco pecho", como para decir «miren lo que Dios ha hecho en mí». Siento que todas mis palabras
y acciones deben ser revestidas de una profunda insuficiencia e inseguridad, una actitud que
debería haber caracterizado todo mi ministerio. Hasta siento vergüenza por toda la auto-confianza
que quise proyectar en los años pasados, creyéndome suficiente para cumplir con todas las
demandas del pastorado. También me da profunda tristeza haber tenido que pasar por esta
experiencia, con todas sus pérdidas, para permitir, recién ahora, que Dios obrara ciertos cambios
en mi vida. Pero al mismo tiempo, no cambiaría el haber pasado por esta «escuela de lágrimas».
Me sorprende lo mucho que me falta aún para ser formado a la imagen del Hijo de Dios. Por eso
pido al Padre que no deje de humillarme, porque sólo así puedo aprender. ¿Ha terminado en mí el
proceso de restauración? De ninguna manera.
El autor ha sido pastor y misionero de la Alianza Cristiana y Misionera por cuarenta años, y ha
servido a Dios mayormente en la Argentina. Actualmente reside con su esposa, Betty, en Miami,
Florida, donde ambos siguen en ministerios relacionados con la educación cristiana en América
Latina y en iglesias hispanas en los Estados Unidos. En un segundo artículo él examinará las
actitudes que se ven en la iglesia sobre el pecado sexual y pasos que pueden darse para restaurar
a hermanos caídos.
La iglesia se ve seriamente acosada por la pregunta: "¿Qué haremos con un pastor adúltero?" Durante la
última década y en forma repetida, la iglesia se ha visto tambalear con revelaciones de conducta inmoral
por parte de sus más respetados líderes. ¿Cómo respondemos a quienes han caído sexualmente y han
traído desgracia sobre sí mismos, avergonzando a sus familias y deteriorando su liderazgo?
Es cierto que cada situación debe manejarse con sabiduría pastoral, y que algunos pastores que han caído,
algún día, podrían ser restaurados al liderazgo. Sin embargo, creemos que esta situación (cada vez más
común) no es sólo públicamente incorrecta, sino también profundamente dañina para el bien del pastor
caído, para su matrimonio y para la iglesia de Jesucristo. Nuestro Señor Jesús fue tentado en todas las cosas
así como nosotros somos tentados. No obstante, lo que lo hizo fuerte fue la tentación en sí, y no el fracaso
ante ella. Si no razonamos con claridad, tal vez estemos animando, sutilmente, a la gente a cometer un
serio pecado a fin de experimentar más gracia y así poder ministrar de manera más efectiva. Resulta difícil
de creer, pero en este contexto hay quienes dicen cosas que implican precisamente esta idea.
Esta perspectiva dice que un pastor arrepentido y perdonado que anteriormente llenaba todos los
requisitos para esa posición, sigue llenando esas condiciones en base al perdón de Dios. ¿Cumplía antes los
requisitos? ¿Ha confesado su pecado? ¿Lo ha perdonado Dios? Entonces nosotros debemos hacer lo
mismo.
Esta lógica parte de la presunción no bíblica de que el perdón de pecados equivale a estar libre de culpa (o
al carácter intachable). Dicha característica es la que se pide de los pastores en 1 Timoteo 3.2 y Tito 1.6. Si
aceptamos esta premisa, todo lo que Dios pide es que un pastor que ha caído sea perdonado.
Sin embargo, esto confunde el fundamento de nuestra comunión con Cristo con el liderazgo público y el
cargo en la iglesia. Nadie dice que el pastor que ha caído no pueda ser perdonado. Nadie debe argumentar
que ese pastor no puede ser devuelto a la comunión de la iglesia de Cristo aquí en la tierra. No obstante,
perdonar a un pastor que ha caído y restaurarlo como miembro de la iglesia es muy distinto a restablecerlo
en su cargo como pastor.
El "criterio del perdón" es inadecuado porque no toma debidamente en cuenta dos hechos. En primer
lugar, el adulterio es un pecado muy serio; en segundo lugar, el adulterio de un pastor es un pecado aun
más serio.
Hay falsedades repetidas a menudo que a veces llegan a considerarse verdades; por ejemplo, la noción de
que básicamente no existe diferencia entre el adulterio mental y el mismo acto de adulterio (ver Mt 5.27–
28; Stg 2.10). Por el contrario, hacemos eco a la interpretación histórica de la iglesia, creemos que la
codicia, los celos, el orgullo y el odio conducirán al infierno al igual como las manifestaciones externas
(adulterio, fornicación, asesinato). Sin embargo, las manifestaciones físicas son pecados más serios debido
al daño que producen tanto en el pecador como en la persona contra quien se peca.
El adulterio es un pecado serio precisamente porque infringe el pacto matrimonial. Viola el cuerpo de otra
persona. Puede ser causa de divorcio. El adulterio mental no tiene estas consecuencias. La intención que
tuvo Jesús en Mateo 5.27–28 no fue reducir el adulterio al nivel de la codicia, sino mostrar que la codicia, al
igual que el adulterio, puede destruir el alma.
De la misma manera, comparemos el pecado mental de odiar con el acto de matar (ver Mt 5.21–22). En el
primer caso la persona que odia se ve afectada por el odio, pero en la segunda circunstancia alguien muere.
¡Hay diferencia!
Además, la inmensidad del adulterio es evidente en 1 Corintios 6.18–20, donde el apóstol Pablo declara
que el pecado sexual es contra el propio cuerpo. El contexto del pasaje demuestra que el pecado sexual
está en una categoría propia. Las relaciones sexuales violan la unión hombre/mujer con la cual ellos se
vuelven "una sola carne" (Gn 2.24). La profundidad de este lazo, que Dios reconoce como pacto, demuestra
cuán dañina es la violación de ese pacto a la luz de la eternidad.
El comentarista Charles Hodge escribió en el siglo pasado que 1 Corintios 6 enseña que la fornicación "es
totalmente singular en sus efectos sobre el cuerpo; no tanto en sus efectos físicos sino en sus efectos
morales y espirituales". Pablo dice a los corintios que la totalidad del cuerpo y el alma de una persona (es
decir la persona toda como ser humano) se ve involucrada en la relación sexual. Como consecuencia, hay
grandes daños provocados por este pecado.
Hodge agrega que el adulterio es un pecado contra el propio cuerpo porque es «incompatible... con el
propósito de su creación, con su destino inmortal». Cordón Fee, reconocido experto contemporáneo en el
Nuevo Testamento, escribe de manera similar: "La particular naturaleza del pecado sexual no está tanto en
que uno peca contra uno mismo, sino contra el cuerpo, considerado éste de acuerdo a su lugar en la
historia de la redención".
Por otra parte, el adulterio del pastor es un pecado aun más serio. ¿Por qué? Algunos pecados dañan más
que otros precisamente debido a la persona que los comete. Como bien dice el Catecismo de Westminster,
las personas eminentes por su profesión, dones y cargos son ofensores particularmente serios en vista de la
influencia que tienen sobre otros. Esta seriedad adicional se hace realidad en cada caso de los pastores que
cometen adulterio. Agreguemos a esto Santiago 3.1, el cual indica que los pastores serán considerados
dignos de mayor juicio. Además tenemos un argumento de mucho peso: el adulterio pastoral es un pecado
aun más grave que el adulterio en general.
Aunque hoy muchos apelan al criterio del perdón como respuesta compasiva hacia el pastor caído, este
criterio no es compasivo ya que no aborda la profundidad de la cuestión.
Pero ¿por qué el adulterio hace que un pastor quede inhabilitado para su cargo?
En las Epístolas Pastorales hay varias explicaciones directas de los requisitos para el ministerio pastoral. En
1 Timoteo 4.12 vemos un resumen: "...sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe
y pureza". Tito 1.6 agrega que el anciano debe ser irreprensible. Esta palabra griega significa imposible de
asir, inexpugnable. El comentarista William Hendriksen se refiere a esta cualidad diciendo, "los enemigos
pueden proferir toda clase de acusaciones, pero cuando se aplican justos métodos de investigación, tales
acusaciones resultan sin fundamento".
El adulterio no es el único pecado que inhabilita a un pastor para volver a su cargo, pero es uno de los más
visibles y confusos que plagan a la iglesia actual.
Lo que es particularmente penoso en cuanto a este pecado es el abuso de poder que a menudo lo
acompaña. Como resultado de la aventura amorosa del pastor, no sólo existe un profundo dolor en él, sino
también un dolor aun más intenso en la esposa del pastor. Este, que ha recibido un cargo de honor a través
del cual fue llamado a servir a personas vulnerables y que han sufrido abusos, con su proceder ha violado la
confianza depositada en él.
El pastor anglicano Michael Peers manifestó: "Es un problema de raíces profundas y sombrías", y a menudo
está protegido por los demonios hermanos, "negación y control". Don Posterski declara: "Cuando el poder
que tiene el pastor es usado para su gratificación sexual, constituye un abuso sexual de poder".
Nos entristece que tan pocos líderes "caídos" reconozcan el abuso de poder inherente al adulterio pastoral.
Y menos aun están dispuestos a hablar sobre la destrucción de la confianza como resultado de sus pecados.
Muchos se escudan en conceptos psicoterapéuticos, tales como sanidad y recuperación, razones para
volver al ministerio pastoral. Sin embargo, no expresan el genuino reconocimiento de la patología que se
manifiesta en el abuso de poder.
El consenso en la historia de la iglesia demuestra con firmeza que el adulterio pastoral hace que el pastor
quede descalificado. El historiador luterano Cari A. Volz en su libro Pastoral Life and Practice in the Early
Church (Vida y práctica pastoral en la iglesia primitiva) declara, en forma categórica, que la iglesia excluyó
del ministerio público a pastores como consecuencia del "desliz moral" y "herejía". Volz señala que la
ordenación no protegía a los presbíteros; lo que había sido conferido podía ser quitado. El notable
presbítero Hipólito, del segundo siglo, atacó enérgicamente la inmoralidad entre los líderes de la iglesia, e
insistió en su inmediata remoción del cargo. El antiguo documento "La enseñanza de los apóstoles", de
principios del segundo siglo, expresa que quien había sido ordenado como pastor o presbítero pero luego
había desobedecido la Palabra de Dios, debía ser inhabilitado. La razón: tal hombre había mentido al tomar
sus votos de lealtad y pureza ante Cristo y su iglesia. Tal quebrantamiento de los votos de ordenación era
considerado como una atroz contravención del tercer mandamiento.
Los reformadores protestantes eran de la misma opinión. Juan Calvino prescribió: "A fin de obviar todos los
escándalos de conducta será necesaria la disciplina de los pastores... a la cual todos deben someterse. Esto
ayudará a asegurar que el pastor sea tratado con respeto y que la palabra de Dios no sea deshonrada ni
burlada por la mala fama de los pastores y ancianos. Además, como la disciplina será impuesta a quien la
merece, no habrá necesidad de suprimir calumnias ni falso testimonio que injustamente se emita contra
inocentes".
Como hemos establecido, el cargo requiere que el pastor o anciano sea sin tacha. No hay duda de que 1
Timoteo 3.1–7 requiere, entre otras cualidades, que los episkopos (o ancianos de la iglesia) sean maridos
de una sola mujer. Es decir, hombres de pureza moral cuya esposa es la única con quien tienen relaciones
sexuales. Deben ser hombres que guardan el pacto de Dios y mantienen puro el lecho matrimonial (He
13.4). Pablo enfatizó a la iglesia en Éfeso, donde el pecado sexual era común entre los inconversos paganos,
que la inmoralidad ni siquiera debía nombrarse en la iglesia (Ef 5.3).
Lo trágico es que al quebrantar el pacto de esta manera, hay un oprobio que perdura en el pastor caído, y
esto tendrá consecuencias de largo plazo. El sabio Salomón lo expresó de manera solemne: "Mas el que
comete adulterio es falto de entendimiento; corrompe su alma el que tal hace. Heridas y vergüenza hallará,
y su afrenta nunca será borrada" (Pr 6.32–33).
Una de las preguntas problemáticas que a menudo surgen en cuanto a esta cuestión de ser "irreprensible"
es la siguiente: ¿Es el conocimiento público del pecado la cuestión principal en cuanto a que el pastor sea
irreprensible, o acaso hay algo en la naturaleza de este pecado que hace que el no tener tacha sea un
asunto más importante que el conocimiento público? En otras palabras, ¿puede el hombre convertirse en
irreprensible yendo a vivir a otra comunidad, a otra iglesia, y empezando otra vez de cero? En el nuevo
lugar, se alega a menudo, otros no tendrán conocimiento de su fracaso pasado.
Sin embargo, un cambio de lugar geográfico no disminuirá la culpa porque el pecado causa una
desintegración total. Por lo tanto, es probable que salga nuevamente a la luz, como lo explicara Juan
Crisóstomo, Obispo de la Iglesia Primitiva del cuarto siglo: «Las fallas del anciano sencillamente no se
pueden ocultar. Hasta las más triviales se han de conocer».
Tal vez algunos puedan, eventualmente, volver a su cargo pastoral, quizás después de haber sido
ordenados otra vez. Además, no puede probarse exegéticamente que un pastor caído nunca pueda ser
restaurado a su cargo. Pero esto no va en contra de lo que entendemos correcto. La pregunta vital que la
iglesia enfrenta en nuestro tiempo no es qué podría suceder en casos excepcionales, sino cómo podemos
ayudar a la mujer o mujeres contra quienes ha pecado el pastor o anciano. La pregunta también es cómo
podemos ministrar a la esposa e hijos del pastor, aquellos contra quienes más se ha pecado en esta caída.
La pregunta es qué se puede hacer para preservar a la iglesia espiritual y, moralmente, qué haremos para
que el pastor comience el largo proceso de reordenar su vida devastada.
El adulterio prueba que el pastor caído no puede servir con integridad. La cuestión no tiene que ver con ser
útil a la iglesia ni con tener dones para predicar. Haber estado guiando al rebaño en santa adoración
semana tras semana, predicando la Palabra de Dios como siervo de la iglesia, y al mismo tiempo haber
cometido adulterio revela una terrible grieta en el carácter (una grieta tóxica que envenena toda la vida).
Un pastor que cayó en adulterio, después de muchos años escribió: «En mi caso, el fracaso moral fue el
pecado visible ante la iglesia. Pero para mi vergüenza había muchas otras cuestiones que tal vez eran más
odiosas para Dios que aquello que resultaba visible para los hombres. Lleva tiempo quitar estas cosas de
raíz y reemplazarlas con características agradables para con Dios».
Hay una severa advertencia en 1 Corintios 9.25–27, donde el apóstol Pablo advierte que la falta de
restricción diligente en la carne puede llevarnos a la apostasía. Este peligro debe tomarse en cuenta
cuidadosamente al tratar con pastores y ancianos que han caído. Consideremos cuan sutilmente el pecado
sexual se infiltra en toda la personalidad. Es posible que las relaciones sexuales ilícitas sean el medio para
alimentar el sentimiento de poder de una persona, su necesidad de afecto, la imagen de sí mismo, el
sentirse deseado y atractivo al sexo opuesto, el impulso hedonista, o bien todo eso junto, y así
advertiremos el peligro. Estamos convencidos de que el permanecer en ministerio público en ciertos casos
fomentará un autoengaño más profundo que llevará a los hombres a la ruina eterna.
El pastor caído que confiesa el pecado, busca la gracia de Dios, y desea permanecer en comunión con la
iglesia de Cristo, debe ser recibido y aceptado como cualquier otro cristiano que ha caído. Debe ser
perdonado como ordena Jesús (Mi 18.22). Sin embargo, el perdón y la restauración a la comunión de la
iglesia no significa que quien antes fue pastor ahora nuevamente llena los requisitos para ese cargo o el de
anciano.
La iglesia no debe castigar al hombre que ha caído y se arrepiente. Pero el negarse a que vuelva a su puesto
en el ministerio pastoral no es un castigo. Separar de su cargo al pastor que ha caído es honrar el santo
estándar de Cristo. Es seguir el sabio consejo y modelos de los líderes a través de los siglos; es proteger al
hombre y a su familia. Es guardar a la iglesia, a quien el Gran Pastor ama profundamente.
La Biblia habla de varios líderes prominentes que cayeron, líderes que tuvieron roles significativos aun
después del fracaso. Inmediatamente pensamos en Moisés, David y Pedro. Sin embargo, no debemos
apurarnos a usar estos tres ejemplos al hablar de pastores que han caído. Reflexionemos sobre varios
asuntos de importancia: (1) El pecado de Moisés (homicidio) tuvo lugar 40 años antes de que comenzara su
liderazgo, y él pasó prácticamente toda una vida en el desierto luego de su grave caída (2) El pecado de
David pudo haber resultado en pena de muerte para cualquier otro. Además, él era un potentado del
Medio Oriente que tenía un harén, no un modelo familiar para los pastores del Nuevo Testamento.
Recordemos también que su reino y su familia no conocieron paz luego de su bajeza moral; su trono nunca
recobró la estabilidad del pasado. (3) El pecado de Pedro fue grave, pero no fue un pecado contra su propio
cuerpo (1 Co 6.18), y si bien fue un pecado de su personalidad, no fue el tipo de engaño voluntario y
arrogante que es característico del adulterio. Tampoco fue premeditado, prolongado ni repetido a
escondidas.
Terminamos con las sabias palabras de un pastor anónimo que cayó y se dirigió a sus colegas caídos: La
cuestión principal es carácter e integridad, que en el caso de ustedes están hechos pedazos. Les ruego que
confronten el problema ahora. La gracia de Dios restaura. Hay esperanza. Sin embargo, requiere un
proceso, mucho tiempo, y más gracia aun. Confiesen el pecado y dejen su cargo. Sean responsables ante
otros hermanos. Busquen la limpieza y la sanidad que necesitan. ¡Háganlo hoy! ¡Háganlo ahora.
R. Kent Hughes es pastor en Illinois, EE. UU., y autor de numerosos libros. John H. Armstrong es director de
Ministerios Reforma y Avivamiento, y autor de un libro que desarrolla más detenidamente las ideas
presentadas en este artículo.
1. ¿Qué papel desempeña en la necesidad de vivir en pureza sexual las experiencias sexuales
del pasado?
2. ¿Cómo afectan nuestra conducta las experiencias sexuales negativas de nuestro pasado?
5. ¿Qué importancia tiene en la vida del líder (y cualquier creyente) la confesión de pecados?
9. Los cambios de conducta solo son posibles cuando hay verdadero _________________.
10. ¿Porqué el arrepentimiento no es una opción, sino una obligación cuando queremos enfrentar
la realidad de un pecado?
12. ¿Por qué el adulterio hace que un pastor quede inhabilitado para su cargo?
13. ¿Por qué razón hay abuso de poder cuando un ministro comete adulterio?
15. Explique por qué un cambio de lugar (relocalización) no necesariamente ayuda al que cometió
adulterio.
30. Tentaciones
Cinco tentaciones
Ocurrió hace años, durante una de mis primeras predicaciones. En un pasaje del sermón señalé algo que
estaba a mi derecha y todos los ojos se fijaron en aquel objeto. ¡Qué fantástico!, pensé. Puedo hacer eso
con todas estas personas. Ese momento marcó el principio de mi conocimiento acerca de las peculiares
tentaciones a las que se enfrenta el predicador.
EL ARTISTA
La primera y más grande de estas tentaciones es la que experimenté aquel día: la de ser un artista
en el púlpito. Cualquiera que tenga el atrevimiento de colocarse en frente de un grupo de personas
y tomar 25 minutos de su tiempo para efectuar un monólogo, tiene que tener algo de artista. Si
usted odia ese tipo de actividad, es bastante probable que no llegue a ser muy efectivo como
predicador.
Pero justamente es allí donde se encuentra la traba. Para comunicar bien, uno debe exponerse
constantemente a una de las tentaciones más letales del hombre de Dios: el actuar de tal manera
que uno se gane la apreciación y los aplausos de los oyentes. No hay ningún problema en esta
actitud cuando el oyente, en los ojos del predicador, es Dios. Pero, desafortunadamente, Dios
generalmente resulta difícil de ver. Lo que sí vemos es ese grupo de personas sentados en los
bancos de la iglesia. Ellos resultan muy visibles y, a menudo, buscamos su aprobación.
Jesús le puso el dedo a esta tentación en la sexta bienaventuranza: "Bienaventurados los de limpio
corazón, pues ellos verán a Dios". Un corazón puro es un corazón que no tiene motivaciones
confusas. Por esta razón, Jesús miró a los fariseos (quienes hacían sus buenas obras para ser
vistos por el pueblo) y dijo: "Ya tienen su recompensa". Ellos estaban recibiendo justamente lo que
buscaban: aprobación humana.
En cierta ocasión, John Bunyan predicó un sermón bastante fuerte. La primera persona que se
acercó a él después de la reunión se lo hizo saber. Respondió: "Ya lo sabía. El Diablo me lo dió a
entender cuando me alejé del púlpito." He perdido cuenta de las veces que me paré a la puerta del
templo luego de haber predicado, hambriento por recibir alabanzas de mi congregación. Había
trabajado arduamente durante la semana para estar bien preparado. Había puesto en la
predicación toda la fuerza y concentración que podía reunir. En muchas maneras, había traído al
púlpito toda la intensidad que usaría para un partido de fútbol. Al terminar el sermón, sintiendo el
sudor bajo mi ropa, mi pregunta era: "¿Lo hice bien?".
En momentos de claridad, sé muy bien que solamente Dios puede juzgar las cosas y entregar el
premio. Pero se me ocurre que rara vez veo las cosas así inmediatamente después de haber
predicado. Bruce Thielemann ha dicho con gran acierto: "La predicación es el ministerio más
público y, por lo tanto, el más visible en sus errores y el más expuesto a la tentación de la
hipocresía".
La predicación que tiene respaldo es aquella que viene de hombres y mujeres que han luchado
personalmente con aquello que proclaman públicamente. Suelo caer con tanta facilidad en esta
tentación, que debo disciplinarme para estudiar pasajes en forma devocional antes de formar
sermones de ellos. Y debo hacer esto con meses de anticipación a la predicación propiamente
dicha.
Una tercera tentación a la cual se enfrenta el predicador es la de convertir a las piedras en pan,
dándole así a la gente lo que desea y no lo que necesita. Siempre está presente en la psiquis del
que predica el deseo de ser apreciado por aquellos a quienes se dirige. Ese deseo puede tornarse
tan fuerte que uno se hace más sensible que un sismógrafo a los gustos de la congregación. Es en
ese momento que el predicador se puede convertir en un publicista, en desmedro del profeta.
Todo lo que hacen los publicistas se reduce simplemente a convencernos de que lo que buscamos
lo lograremos mejor con sus productos, sus candidatos, o sus mensajes. Cuando se presenta el
evangelio como algo que va a ayudar a las personas a tener aquello que desean, sin crítica, se
deja como un simple instrumento de propaganda. James Daane dice que: "La Biblia debe definir
nuestras necesidades antes de suplirlas. Nos debe decir lo que necesitamos: la naturaleza de
nuestros dolores, angustias, etcétera. En otras palabras, la Biblia debe decirnos qué es el pecado,
porque no lo sabemos."
Una variación de la tentación de dar a las personas lo que desean es el uso exagerado de
ilustraciones e historias. Todo aquel que predica sabe bien cuán efectiva puede ser una buena
historia o un chiste para atraer la atención de las personas. El problema más grande con las
historias es que se prestan a que cada cual las interprete a su gusto. Una congregación donde hay
una gran variedad de puntos divergentes puede escuchar un sermón lleno de historias y
narraciones entretenidas, y todos se irán del templo sintiéndose edificados. El pastor realmente dijo
las cosas "como son". Claro que sí; si todos sintieron que su punto de vista fue expresado, no se
expresó punto de vista alguno. Pero el pastor quedó bien con todos.
PROFETA Y SACERDOTE
La cuarta tentación para el predicador radica en el extremo opuesto de lo recién mencionado. Esta
es la tentación de verse a uno mismo como profeta para las personas, sacrificando la función de
ser también su sacerdote. Un sacerdote es uno que se presenta ante el Señor como intercesor por
el pueblo. Los profetas son mensajeros de Dios. Los sacerdotes son intercesores. Los profetas
enfrentan a los hombres con la verdad divina y con las mentiras humanas Los sacerdotes
sostienen a los hombres frente a la gracia de Dios.
La tentación de ser un profeta, sacrificando la función de sacerdote, está en que uno puede atacar
a las personas desde una posición de total aislamiento (donde uno es intocable). Uno no tiene que
experimentar, de esta manera, la agonía de cuidar a aquellos que han sido heridos por la verdad.
No hace falta más que sentarse en el estudio, preparar la exégesis y entregarle a la gente la
verdad y nada más que la verdad. Pero puede ser que esta verdad hiera seriamente a una persona
sin conducirla a la sanidad.
Juan nos dice que Jesús vino con gracia y verdad. Entre otras cosas, eso significa que la Palabra
se hizo carne y habitó entre nosotros. No estaba aislado, sino que se encarnó en uno que
compartió nuestra vida y caminó en nuestros caminos. Como lo expresa el autor de Hebreos,
Jesús no fue un sumo sacerdote que "...no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno
que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado." (4:15).
Presento una última tentación del predicador: tratar de que la Biblia sea relevante, de querer darle
vida. Esta tentación en particular solía ser un aspecto exclusivo de la tradicional teología liberal.
Pero, en los últimos años, ha ganado también algunas víctimas en el campo evangélico.
Suelo caer en ella cada vez que siento que la Biblia necesita de mi ayuda para ser creída, que de
alguna manera necesita de mis astutas ilustraciones o de mis declaraciones perceptivas hechas en
un idioma más familiar a mi congregación.
El pecado que se evidencia en esta tentación radica en la presuposición de que la Biblia está
muerta y que, en realidad, somos nosotros los que estamos vivos. Por supuesto que ningún
predicador admitiría que eso es realidad en términos tan específicos. Pero el actuar de muchos lo
corrobora.
¿Tiene la Biblia relevancia? El Dr. Bernard Ramm dijo en cierta oportunidad: "Nada tiene mayor
relevancia que la verdad". Cuanto más predico, más me convenzo de que lo mejor que puedo
hacer es salir del camino de la Palabra para no obstruir su paso. El consejo más sano que puedo
dar en términos homiléticos no es que tratemos de predicar bien la Palabra, sino que no lo
hagamos mal.
Esto no quiere decir que el predicador no tiene que poner el mensaje de la Biblia en términos que
sean fáciles de entender. Pero el objetivo debe ser siempre que la gente pueda ver que las
Escrituras son relevantes, y no que uno las haga relevantes. En última instancia, la Palabra de Dios
se hace real a través de la obra del Espíritu Santo y, a menudo, a pesar y no a causa del
predicador.
Al finalizar la lectura de este artículo, usted podrá llegar a la conclusión de que ser predicador es
meterse en un campo minado de tentaciones. Es así. No creo que jamás haya predicado un
sermón con menos de un 30% de buenas intenciones. Y, con frecuencia, he desesperado al
contemplar mi corazón y ver las muchas formas en que he caído preso de las tentaciones del
predicador. Si la pureza de mis motivaciones fuera la razón por la cual pudiera yo trabajar en el
púlpito, me hubieran despedido hace ya tiempo. Pero, gracias a Dios, esa no es la razón. La razón
radica en el Ilamado de Dios. Estoy allí solamente porque Él me llamó muchos años atrás, me
equipó con los dones necesarios, y dijo: "Comienza a hablar de Mí".
En nuestra liturgia confesamos los pecados antes de escuchar la Palabra de Dios a través de la
lectura y predicación de la Biblia. Yo también debo hacerlo después de esto. Esa es la filosofía que
sigo yo: confesar, predicar, confesar otra vez, y hacer mía la oración de sacristía de Martín Lutero:
"Señor Dios, Tú me has hecho un pastor en tu iglesia. Tú puedes ver que indigno soy de tomar
este trabajo difícil y grande y, de no haber sido por tu ayuda, lo hubiera echado todo a perder hace
ya tiempo. Por esto clamo a ti para que me ayudes. Ofrezco mi corazón y mis labios para tu
servicio. Deseo poder enseñar a la gente y, para mí, que pueda aprender siempre más y meditar
diligentemente en tu Palabra. Úsame como tu instrumento, pero nunca me abandones, pues si me
quedo solo destruiré con gran facilidad todo lo que Tú has hecho. Amén."
Aunque algunos son escogidos para ser autoridad en la iglesia, delante de Dios somos todos iguales.
En una disertación para ejecutivos, un empresario cristiano compartió sobre los peligros que
tenemos los empresarios de vivir en el Olimpo.
Recordemos que la mitología griega cuenta que el Olimpo era la morada de los dioses, con
privilegios que eran la envidia de los mortales que vivían en los bajos. Entre muchas otras regalías,
estos dioses no tenían que rendir cuenta a nadie, eran sus propios jefes y su conducta no era
cuestionada por nadie. Por un asunto de imagen de su "gremio", tenían que observar una conducta
intachable cuando se mezclaban con los mortales, su pena de durísimos castigos.
Si bien hoy día este tipo de ejecutivos está en franca extinción, ya que las modernas empresas
privilegian un liderazgo altamente participativo, el manejo del poder será siempre un tema delicado
para los que ocupamos algún tipo de dirección.
El poder nos es intrínsecamente malvado, pero es peligroso. Y el poder aun más peligroso es
aquel con apariencia de religión.
"El poder puede ser algo extremadamente destructivo en cualquier contexto, pero cuando está al
servicio de la religión, es completamente diabólico. El poder religioso puede destruir como ningún
otro poder... Los que no reconocen autoridad sobre sí y que al mismo tiempo se cubren con un
manto de piedad, son especialmente corruptibles. Cuando estamos convencidos de que lo que
hacemos es idéntico al Reino de Dios cualquiera que se oponga a nosotros debe estar equivocado.
Cuando estamos convencidos de que siempre usamos nuestro poder para fines nobles, entonces
creemos que nunca nos podemos equivocar. Pero cuando esta mentalidad se posesiona de
nosotros, estamos tomando el poder de Dios para nuestros propios fines... Cuando el orgullo se
mezcla con el poder, el resultado es genuinamente volátil. El orgullo nos hace pensar que tenemos
la razón, y el poder nos da la capacidad de imponerle nuestra visión de justicia a cualquiera. La
unión entre el orgullo y el poder nos lleva al borde de lo demoníaco."
Las tentaciones de vivir en el Olimpo, están fuera y dentro de la iglesia. El camino angosto me ha
enseñado que si queremos tener bajo control nuestra ambición y deseo de poder, el trabajo en
equipo, ante el cual debo rendir cuenta de todo lo que hago, es el mejor antídoto a este peligro. El
gran modelo del AT de liderazgo nos da la pauta. "Y oyó Moisés la voz de su suegro, e hizo todo lo
que dijo" (Éx. 18.17-23).
Nada es más peligroso que aislarse en el Olimpo, sin rendir cuenta a nadie, Saúl es el ejemplo más
dramático de ello. El poder es tan peligroso, que no debemos enfrentarlo solos.
Los abusos de poder se dan en el mundo, pero también en la iglesia de hoy, y es allí donde el daño
que ocasiona es especialmente destructor.
En alguna forma todos ejercemos poder. Nosotros escogemos si lo usamos para edificar, guiar o
liderar o para manipular o destruir.
Creo que uno de los grandes peligros de un pastor, es no querer ser "oveja" (no bajarse del
Olimpo).
Solamente puede ejercer autoridad, quien se somete bajo autoridad o solo puede ser confesor, el
que se confiesa o solo puede entregar, el que recibe. Por algo el liderazgo múltiple en la iglesia es
un principio del NT. El ministerio unipersonal (rey) es una violación de esta importante directriz.
Ninguna iglesia local en el NT fue dirigida y gobernada por una sola persona. La pluralidad de los
ancianos aparece como una norma. Esto significa que el ministro o pastor, como se concibe en
muchas iglesias hoy día, como cabeza de la iglesia no tiene fundamento bíblico alguno.
No olvidemos que Dios nos llama, cada uno en el lugar que Él nos asigne, a representar su
autoridad, nunca a sustituirla. Algunas autoridades de iglesias se comportan como "reyes" que lo
saben todo sobre la iglesia y el mundo, tienen lista una opinión de todos y de todo, dispensando
libremente sus enseñanzas como "Vox Dei", sin distinguir entre "Palabra de Dios" y nuestras
humanas y falibles interpretaciones.
"Jamás debemos intentar establecer nuestra propia autoridad. Cuanto más lo intentamos, menos
aptos somos para ejercerla. Los que conocen a Dios pueden esperar. Si nuestros motivos son
rectos, seremos reconocidos no sólo por el Señor sino también por la iglesia como representante
suyo. La condición para ser autoridad es un sentimiento de incompetencia e indignidad. Cuanto
menos presumidos y más humildes seamos, tanto mayor será nuestra utilidad. Siempre
deberíamos sentir temor y temblor en este asunto de ser autoridad (W.Nee "La Autoridad
Espiritual").
Aunque algunos son escogidos para ser autoridad en la iglesia, delante de Dios somos todos
iguales.
4. ¿Qué peligros representa que prediquemos lo que la gente desea oir y no que verdaderamente
necesita para crecer?
9. ¿Qué peligran representan los pastores con liderazgo ‘absoluto’, que no queire rendir cuenta?
Pastores Codependientes
En algunos círculos evangélicos se espera que el pastor sea un superhombre, sin tentaciones, perfecto,
incansable.
César (no es su verdadero nombre, aunque su historia sí lo es) es un pastor que dejó el ministerio
hace un año. Su historia es muy similar a la de otros pastores. En sus propias palabras nos decía
con tristeza: Me esforcé tanto por servir a mi iglesia que me olvidé por completo de atender a mi. Al
final mi esposa me abandonó y la iglesia me despidió». César es un pastor codependiente.
Mario era el líder del grupo musical de su iglesia. Pasaba largas horas preparándose y ensayando
la música de los servicios de la iglesia, pero no toleraba ninguna crítica y se molestaba cuando
alguien le hacía alguna sugerencia. Su comentario: "Lo único que quiero es servir a Dios con lo
mejor que tengo, pero en la iglesia no me lo agradecen. Por lo tanto me voy de la iglesia". La falta
de tolerancia a los demás, la gran cantidad de horas que Mario invertía en el ministerio
descuidando otras áreas de su vida, además de la motivación que tenía, lo califican como una
persona codependiente.
La codependencia se ha definido como "la tendencia que tiene una persona insegura de sí misma
a cubrir su inseguridad tratando de agradar a otras personas para ser aprobado o amado".
El líder o pastor codependiente siente la necesidad de ser aprobado por otros, y se sacrifica al
negarse en sus necesidades básicas a fin de que otras personas puedan aceptar su persona y su
ministerio. La negación de uno mismo es un elemento necesario en el trabajo pastoral. La Biblia
nos llama a ser siervos si queremos ser líderes. Jesús se negó a todo lo que Él era y se hizo
siervo. Los líderes de la iglesia del Nuevo Testamento son un ejemplo de negación de uno mismo
por la causa del Reino de Dios. Sin embargo, hay una diferencia entre una saludable negación de
uno mismo y una que es codependiente. La negación a nosotros mismos descrita en la Biblia es
por causa del Reino de Dios, mientras que la negación de nosotros a causa de una conducta
codependiente es motivada por necesidades enfermizas: al no sentirnos amados, aceptados o
aprobados luchamos para que otros llenen en nosotros este vacío.
Recientemente, un líder vino a nuestro grupo de apoyo y dio una descripción muy buena de su
conducta codependiente. Dijo: "Me volví como un mueble multiuso, siempre dispuesto a encajar en
donde me necesitaran, siempre dispuesto a hacer un sacrificio por causa de los demás... "
Desgraciadamente ésta es una conducta típica que se puede aplaudir en una iglesia, y más aún en
congregaciones en las que hay falta de discernimiento y experiencia en esta área. A menudo el
pastor codependiente no comprende que todos sus sacrificios son motivados por sus propias
necesidades emocionales. El líder o pastor codependiente está en el camino correcto con la
motivación equivocada, y, lamentablemente, sin saberlo promueve en la iglesia relaciones
codependientes.
Todas las personas involucradas en el ministerio luchan con una necesidad de aprobación de parte
de los demás. Esto es normal, pero se vuelve un problema cuando es la única motivación que
gobierna nuestra vida y ministerio. Para el líder codependiente, esta necesidad de aprobación se
convierte como en una adicción. Seguidamente anotamos cuatro características de una persona
que sufre una adicción:
• Es obsesivo/compulsivo.
Este paso es quizás el más difícil de tomar pues un pastor codependiente puede creer que no tiene
ningún problema ya que la esencia de su llamado pastoral requiere abnegación y sacrificio. La
congregación podría estar muy satisfecha con su duro trabajo, disponibilidad y falta de egoísmo.
Sin embargo, a un nivel inconsciente, el pastor codependiente hace todo motivado por una
necesidad emocional personal de encontrar aprobación, aceptación, o de ser amado.
En virtud de que ser amado y aprobado es una necesidad humana que solamente Dios puede
satisfacer a plenitud, el pastor nunca recibirá de otros el suficiente amor o aprobación. El pastor
codependiente entra en un ciclo vicioso en el que siente que necesita mejorar su ministerio o
alguna área de este para obtener la suficiente aprobación de los demás. Estas necesidades
emocionales crónicas llevan su ministerio a un punto en que se vuelve inmanejable pues él nunca
podrá hacer lo suficiente para obtener de otros lo que cree necesitar.
El pastor codependiente debe confesar ante el Señor que hay una motivación egoísta en su
ministerio, aunque parezca ser todo lo contrario. Este es un paso muy difícil de tomar. En mi
experiencia personal, me fue difícil admitir ante Dios mi egoísmo, y que yo buscaba la aprobación y
aceptación de los demás. Confesar mi codependencia dentro del ministerio y que, como resultado
de esta, mi vida se había vuelto ingobernable, ha sido para mí una de las cosas más difíciles de
enfrentar dentro del ministerio mismo. También ha sido uno de los pasos más satisfactorios de mi
ministerio ya que Dios me ha dado la oportunidad de dar apoyo a otros pastores y líderes quienes,
como yo, padecen de codependencia y no han encontrado a quién recurrir.
Busque apoyo
El trabajo pastoral es una ocupación muy solitaria. En algunos círculos evangélicos se espera que
el pastor sea un superhombre, sin tentaciones, perfecto, incansable. El pastor codependiente
normalmente alimenta esta expectativa y trabaja para dar una imagen de perfección, poder
espiritual, conocimiento y sabiduría. Desgraciadamente, como todos los demás, el pastor es
también un ser humano vulnerable.
Puesto que un pastor codependiente tiene que proyectar una imagen de perfección, esto limita sus
posibilidades de tener a alguien en quién poder confiar sus problemas personales, tentaciones y
limitaciones. En mi experiencia personal encontré muy difícil confiar en alguno dentro de mi círculo
ministerial por temor a perder mi status o posición de liderazgo.
En un grupo de apoyo, que podría estar formado por otros pastores y líderes en la comunidad
evangélica, usted podría admitir libremente sus errores sin sentirse amenazado. Para un pastor
codependiente encontrar ungrupo en el cual pueda hablar libremente de sus problemas y
limitaciones puede convertirse en una experiencia salvadora de su ministerio pastoral, de su
familia, y de su vida como individuo. Ojalá que su grupo de apoyo no lo critique, ni lo rechace, pues
un pastor codependiente ya ha sufrido mucha autocrítica, culpa e inseguridad, y esto mismo es lo
que ha alimentado su necesidad de que otras personas lo reafirmen y lo animen.
Una vez compartí mis problemas personales con un respetado misionero quien a su vez me contó
cómo él mismo había luchado con estos problemas. Su admisión me dio mucha esperanza y
respeto hacia él. Las conversaciones que sostuve con él y su consejería
fueron de mucho valor para mí ya que sentía que hablaba con una persona que me entendía.
Hace años, cuando se me habló de «recuperación», mis propias creencias teológicas se sintieron
amenazadas. Nuestro mundo evangélico está acostumbrado a palabras como «sanidad»,
«milagros», «prosperidad», etcétera. Mi percepción consistía en que «recuperación» para mí era
una palabra secular, y no parecía encajar dentro de mis creencias teológicas, pues en América
Latina estamos acostumbrados a un evangelio que ofrece resultados inmediatos. Empecé a
entender que mi codependencia, manifiesta en una necesidad de ser aceptado y aprobado, tomó
un largo tiempo para desarrollarse. Dios puede hacer un milagro en nuestra vida y puede
cambiarnos inmediatamente, sin embargo me parece que, en casos de codependencia el Señor
prefiere tomar el camino largo. He estado en un proceso de recuperación durante algún tiempo, y
aunque voy avanzando, constantemente descubro que mi codependencia toma nuevas formas.
Tengo que estar atento para que este problema no me vuelva a absorber y por ende afecte a
alguien más. No obstante, nunca antes el Señor me ha usado tanto para apoyar a otros pastores,
quienes como yo, padecen codependencia.
El proceso de recuperación requiere de humildad. Uno debe estar dispuesto a aprender de otros y
a aprender de sus propios errores. Las personas codependiente están acostumbradas a obtener
resultados inmediatos y para esto deben manipular a otros. El pastor en recuperación debe tomar
mucho tiempo para meditar y buscar la guía del Señor en cada actividad y acción que tome. Una
persona codependiente ha aprendido a ser muy compulsiva, y a menudo cuando ve una necesidad
salta para ayudar. El codependiente tiene que aprender a tomarse su tiempo para responder a
otros, para planear sus acciones, para evaluar el costo y las motivaciones de sus planes.
En nuestro proceso de recuperación debemos tomar nuestro ministerio un día a la vez. Nos llevó
años desarrollar nuestras necesidades codependientes de aceptación, amor, aprobación, etcétera.
Debemos aprender a ser totalmente honestos con Dios y con los demás, y admitir diariamente
nuestras necesidades y limitaciones. Como persona en vías de recuperación me encuentro en la
necesidad constante de regresar ante Dios y donde las personas de mi grupo de apoyo para poder
admitir mis errores y poder continuar mi ministerio y mi proceso de recuperación
Correo electrónico:
algunas conductas pueden aparecer temporalmente en forma normal, cuando estas se dan en
manera consistente la pregunta debe responderse en forma positiva.
__Supervisa muy bien algunas áreas de la iglesia mientras otras están completamente
abandonadas
__Teme ser abandonado si las personas llegaran a saber quién realmente es usted
__Su ministerio tiene extremos drásticos: de una vida de oración activa a un descuido total; de
preparar bien los sermones a estar muy poco preparado
__Muy responsable en algunas áreas de su ministerio mientras que en otras manifiesta mucha
irresponsabilidad
Si se contesta afirmativamente de seis a diez de las preguntas, usted podría calificar como un
pastor codependiente.
Escape de la mediocridad
Los corazones han sido examinados, las obras evaluadas. En ellos se encuentran todos los datos
necesarios para un análisis acertado del estado espiritual de la iglesia. El veredicto, cuando finalmente es
pronunciado, ¡contiene una revelación devastadora!: «No eres frío ni caliente.
¡Ojalá fueras frío o caliente! Así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi
boca.» (Ap 3.15-16) Con una contundencia que no admite discusiones, la iglesia de Laodicea, que
se jactaba de ser tan especial, es llamada miserable y digna de lástima, pobre, ciega y desnuda
(Ap 3.17).
¡Y no era para menos! De todas las condiciones que pueden afligir al ser humano ninguna es tan
triste como aquella que seduce a la persona a creer que es rica cuando en realidad vive en la
pobreza más desdichada. Como pastores, con seguridad el lamentable cuadro de la iglesia de
Laodicea nos ha dejado pensativos en más de una ocasión. ¿Qué pasaría si el Señor pronunciara
un veredicto similar acerca de las congregaciones donde nos ha puesto como pastores? Sin
embargo, tal veredicto parece poco probable cuando recordamos nuestros permanentes esfuerzos
por movilizar a las personas hacia vidas de mayor entrega y pasión.
Sospecho, aun así, que nuestras fogosas denuncias contra la tibieza y la mediocridad revelan algo
más que el deseo de lograr un mayor compromiso en nuestra gente. Muchas veces, lo que más
nos asusta es ver las incipientes manifestaciones de la mediocridad en nuestras propias vidas.
Fácilmente reconocemos los síntomas en el ministerio que llevamos a cabo: sermones preparados
a las corridas, estudios improvisados para salir del paso, compromisos no cumplidos, consejos
huecos que no practicamos nosotros, oraciones sin pasión y ministerios faltos de entusiasmo. Por
donde miremos vemos que la tibieza está al acecho.
Nuestras denuncias producen la ilusión de estar combatiendo con fervor los efectos de la
mediocridad. Pero rara vez logran frenar el avance de este mal.
Quisiera sugerir que nuestra relación con el Señor es con frecuencia tibia porque gran parte de las
actividades de nuestra vida cristiana no conducen hacia una mejor relación con él. Nos mantienen
ocupados en lo que aparentemente son actividades espirituales, pero no producen una
profundización en nuestra relación con el Dios que servimos. La verdad es que una relación íntima
con él es más el producto de lo que él hace, que de lo que nosotros hacemos. Nuestro esfuerzo
solamente puede servir para responder a la obra que él está haciendo en nuestro corazón.
Observemos, entonces, tres elementos que pueden colocarnos en esa posición donde el Alfarero
Divino puede actuar sobre nuestros corazones.
1. La disciplina
Entre las variadas exhortaciones que Pablo le deja a su discípulo Timoteo, encontramos esta:
"Pero nada tengas que ver con las fábulas profanas propias de viejas. Más bien disciplínate a ti
mismo para la piedad." (De la versión La Biblia delas Américas 1Ti 4.7) Dos importantísimas
verdades se desprenden de esta exhortación:
La primera verdad es que la vida espiritual no se mide por las muchas palabras. Tan fuerte es la
tendencia de los hombres a hablar más de la cuenta, que Pablo exhorta al joven Timoteo, al menos
siete veces en sus dos cartas, a que evite a toda costa "las palabrerías vacías y profanas, y las
objeciones de lo que falsamente se llama ciencia" (1 Ti 6.20).
Esto no se debe a que Timoteo tenía una particular debilidad por las discusiones y contiendas de
palabras, sino al hecho de que el cristiano en general tiende a creer que hablar de las verdades del
Reino es lo mismo que practicarlas. Hemos perdido de vista, por ejemplo, que no es lo mismo
hablar de la oración, que orar. Ni es la misma cosa enumerar las virtudes de la evangelización que
salir a compartir la fe con otros.
Si bien nuestras palabras pueden alentar a la práctica en algunos, la verdad es que las palabras
sobran entre los que son de la casa de Dios. Pero la vida espiritual pasa por otro lado. El sabio
Salomón advertía hace más de 3.000 años: "Guarda tus pasos cuando vas a la casa de Dios, y
acércate a escuchar en vez de ofrecer el sacrificio de los necios... no te des prisa en hablar, ni se
apresure tu corazón a proferir palabra delante de Dios." (Ec 5.1 y 2). No está de más recordar que
las palabras no solamente son poco eficaces para producir cambios, sino que también en la
abundancia de ellas hay pecado.
La segunda es que la alternativa señalada por Pablo al joven Timoteo es el camino de la disciplina.
El apóstol escoge la palabra griega gimnazo del cual sacamos el término gimnasia, y que también
podría traducirse "ejercicio, disciplina, o entrenamiento". En lo que al cuerpo se refiere, la gimnasia
consiste en una serie de ejercicios cuyo fin es asegurar un buen estado de salud. Los ejercicios no
son un fin en sí; la meta es el estado que produce en nosotros.
Sin embargo, no somos personas acostumbradas a exigirle mucho ni a nuestros cuerpos, ¡ni
tampoco a nuestras almas! Es que, por naturaleza, somos un tanto holgazanes. Al igual que los
discípulos, el menor esfuerzo produce en nosotros fatiga y nos quedamos dormidos (Mt 26.41).
Pero Pablo conocía el valor de la disciplina. Usando la misma analogía, había escrito a los
Corintios: "yo golpeo mi cuerpo y lo hago mi esclavo personal, no sea que habiendo predicado a
otros, yo mismo sea descalificado" (1 Co 9.27).
En el ámbito espiritual también existen ejercicios, disciplinas que podemos usar para mantener en
buen estado nuestros espíritus. Algunos de ellos incluyen prácticas como el ayuno, la oración, el
estudio de la Palabra, el silencio, el servicio, la alabanza, la adoración y el servicio. El valor de
estas es que nos colocan en ese lugar donde Dios puede profundizar su relación con nosotros.
Pero para llegar a ese lugar, debemos acostumbrarnos a exigirle más a nuestro espíritu que cinco
minutos diarios con el Señor. Quien aspire a caminar en intimidad con Dios deberá ser una persona
dispuesta a practicar esas actividades que abren el camino hacia una relación más estrecha con él,
y en la medida en que procuramos su rostro, él irá produciendo en nosotros la transformación tan
anhelada (2 Co 3.18).
2. El sufrimiento
Un segundo elemento que Dios usa para cultivar su relación con nosotros salta a la vista a medida
que recorremos las páginas de las Escrituras. Es una constante en la trayectoria de los grandes
siervos. A todos, sin excepción, les tocó transitar por el camino del sufrimiento.
Abraham esperó veintinueve interminables años para que Dios cumpliera la promesa que le hizo
cuando salió de la casa de sus padres, y convivió gran parte del tiempo con el silencio. José bebió
de la copa amarga de la traición y experimentó trece años de esclavitud y prisiones en una tierra
extraña. Moisés, habiendo expresado con violencia su pasión por su propio pueblo, tuvo que vivir
cuarenta años en el desierto, lejos de la riqueza, el favor y la comodidad que habían caracterizado
su vida en Egipto. David, por su parte, pasó doce años en el desierto, huyendo del mismo rey cuyo
prestigio había salvado venciendo a Goliat. Llegó al extremo de fingir locura y procurar refugio
entre sus enemigos mortales, los filisteos.
Así, el Señor forma el corazón de sus siervos por medio del sufrimiento. No podemos escapar a
esta verdad. Es parte del testimonio del pueblo de Dios desde tiempos inmemoriales.
La cultura occidental, sin embargo, no contempla la existencia del sufrimiento como parte de la
vida, pues la incansable búsqueda de la comodidad y la satisfacción personal resulta ser uno de
los grandes pilares sobre el cual se construye nuestra sociedad materialista. Además, al igual que
los discípulos, creemos que el sufrimiento es una inevitable manifestación de algún pecado (Jn
9.2). "Quién vive en santidad", diría nuestra teología popular, "¡no sufre!"
La iglesia del primer siglo también parece haber luchado con conceptos similares, al punto de que
Pedro les escribió: "Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que en medio de vosotros ha
venido para probaros, como si alguna cosa extraña os estuviera aconteciendo; antes bien, en la
medida en que compartís los padecimientos de Cristo, regocijaos, para que también en la
revelación de su gloria os regocijéis con gran alegría. Si sois vituperados por el nombre de Cristo,
dichosos sois, pues el Espíritu de gloria y de Dios reposa sobra vosotros." (1 Pe 4.12-14)
Claro que nadie en su sano juicio saldría a buscar el sufrimiento. Tampoco seríamos tan necios
como para pedirle al Padre que traiga sufrimiento a nuestras vidas. ¡Nada de eso! Sin embargo,
hay algo claro y es que, lo busquemos o no, todos vamos a transitar por momentos de sufrimiento
y dolor. La diferencia en el hombre maduro en Cristo es que ve en estas experiencias una
oportunidad para profundizar su relación con Dios y tomarse más fuerte de la mano de su Señor.
Por eso, Pablo testificaba que en el sufrimiento "aunque el hombre exterior va decayendo, sin
embargo nuestro hombre interior se renueva de día en día... al no poner nuestra vista en las cosas
que se ven, sino en las que no se ven, porque las cosas que se ven son temporales, pero las que
no se ven son eternas" (2 Co 4.16-18).
Al igual que las disciplinas de la vida espiritual, el sufrimiento no es lo que nos santifica. El
sufrimiento, si tenemos la actitud correcta, simplemente nos coloca en ese lugar donde podemos
ser tratados más profundamente por el Espíritu de Dios. De manera que si aspiramos a mayor
madurez en nuestra experiencia cristiana, tendremos que familiarizarnos y hasta "amigarnos" con
el sufrimiento, entendiendo las maneras que Dios lo usa para traer mayor santidad a nuestras
vidas.
Esto también es algo muy resistido por nuestra cultura occidental. Vivimos en tiempos en los
cuales el egocentrismo del hombre ha llegado a niveles nunca vistos en el pasado. Se ha perdido
el sentido de comunidad y en su lugar, tenemos sociedades que no son más que la suma de
individuos deseando avanzar hacia el cumplimiento de sus propias metas. En la iglesia, nuestra
definición de comunión es compartir la vida con otros durante las dos o tres horas que estamos
reunidos juntos cada semana.
¡Qué diferente es el panorama del Nuevo Testamento! En sus páginas, el crecimiento nunca se ve
como el fruto del esfuerzo individual, sino más bien como producto del buen funcionamiento del
cuerpo. En Efesios se afirma que "hablando la verdad en amor, crezcamos en todos los aspectos
en aquel que es la cabeza, es decir Cristo, de quien todo el cuerpo, estando bien ajustado y unido
por la cohesión que las coyunturas proveen, conforme al funcionamiento adecuado de cada
miembro, produce el crecimiento del cuerpo, para su propia edificación en amor." (Ef 4.15, 16)
Entonces, cuando abrimos nuestras vidas a este tipo de relaciones profundas, podemos
experimentar un crecimiento que nunca se podrá alcanzar a solas.
Jesucristo mismo nos enseñó que la única característica que verdaderamente nos identificaría
como sus discípulos era el amor de los unos por los otros (Jn 13.35 y 17.21). Y la medida de ese
amor es la del Hijo de Dios, que le dijo a sus discípulos: "un nuevo mandamiento os doy, que os
améis los unos a los otros; que como yo os he amado, así también os améis los unos a los otros."
(Jn 13.34) En esas palabras están encerradas todas las actitudes y acciones que caracterizaron la
vida del Mesías entre nosotros, una vida de devoción, servicio, paciencia, ternura, firmeza y
compromiso sin igual.
Las cartas del Nuevo Testamento además, dedican mucho espacio a las implicaciones de este
amor. La descripción más clara y práctica la encontramos en Filipenses 2, cuando Pablo nos
anima: "Nada hagáis por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de
vosotros considere al otro como más importante que a sí mismo, no buscando cada uno sus
propios intereses, sino más bien los intereses de los demás." (Fil 2.3 y 4) De esta forma se nos
llama a entablar una relación más profunda con los demás de lo que actualmente muchos
practicamos.
De igual manera, el compartir en intimidad nuestra vida con otros tiene tres grandes beneficios. En
primer lugar, nos permite aprender de lo que otros están viviendo y experimentando en su vida
espiritual. Nuestro entendimiento de lo que es el reino y el accionar de Dios siempre va a ser más
completo cuando incorporamos a nuestras vidas las perspectivas y experiencias de otros. Es
inadmisible dentro del cuerpo que algún miembro le diga a otro "no te necesito" (1 Co 12.21).
Recordemos cómo hemos sido llamados a atesorar la vida de los que están a nuestro alrededor.
En segundo lugar, también es valiosa la comunión con otros porque tengo a quién rendirle cuentas.
Todos nosotros perdemos la objetividad cuando analizamos nuestras propias vidas.
Comportamientos que no toleraríamos en otros siempre parecen ser justificables en nuestra propia
vida, mas cuando damos a otros la libertad y el acceso para que nos corrijan y orienten, podremos
avanzar concretamente sobre aquellos puntos ciegos que no vemos con nuestros propios ojos.
Entonces, la exhortación de Santiago "confesaos vuestros pecados unos a otros" (5.16), tiene
mucho más valor de lo que nos damos cuenta, pues los pecados que están a la luz ya no pueden
atormentar nuestra vida.
Por último, aprendemos la verdadera dimensión de lo que significa el amor cuando nos
relacionamos con otros. No debemos olvidar que las personas no son máquinas y que tampoco
responden a reglas o a leyes severísimas. Por eso, el caminar con ellos demanda de nosotros que
seamos flexibles, perseverantes, pacientes y misericordiosos. Estas características, sin embargo,
solamente son posibles cuando deseamos ir más allá de un contacto fugaz con el corazón de
otros. La trivialidad de nuestros sentimientos hacia otros queda expuesta cuando queremos
acercarnos para caminar juntos. Allí comienza la verdadera expresión del amor, y ¡qué preciosa
experiencia es el compartir la vida a los niveles más profundos!
Conclusión
Cuando nos detenemos por un momento a pensar en estos tres elementos, podemos fácilmente
entender por qué existe tanta mediocridad a nuestro alrededor: no forman parte de lo que la
mayoría de la iglesia considera importante en la vida. En su lugar, existe una interminable rueda de
reuniones que nos dan la ilusión de estar trabajando esforzadamente hacia una vida de mayor
compromiso. No obstante, la obra más profunda del Señor no se realiza en estas actividades que
tan fácilmente asociamos con la vida espiritual. Su obra más eficaz, es poco visible a nuestros ojos
y se lleva a cabo en aquellas actividades consideradas comúnmente como «menos espirituales».
Por esta razón, quien desea crecer debe estar dispuesto a valorar y cultivar la espiritualidad por
medio del buen uso de la disciplina, el sufrimiento y las relaciones significativas.
Idea básica de este artículo
La mediocridad delata la ausencia de una relación profunda con el Señor. Tres elementos pueden
ayudarnos; la disciplina, el sufrimiento y las relaciones profundas.
1. ¿Qué pautas da el autor para que usted pueda discernir si está viviendo en la mediocridad o no?
2. ¿En qué contribuyen la disciplina, el sufrimiento y las relaciones profundas a que usted cultive
una vida de intimidad con Dios? Explique cada una.
4. ¿Tiene usted relaciones profundas? ¿Cómo podría propiciar las relaciones profundas en su
iglesia y en usted?
El autor ha estado en los últimos diez años en el ministerio de formación de líderes tanto en la
iglesia local como en las misiones. Tiene una maestría en formación y discipulado y un doctorado
en misiones y liderazgo.
1. ¿Qué es co-dependencia?
4. Mencione los tres pasos principales para la recuperación de un pastor o líder co-dependiente.
6. ¿Cuáles son las tres herramientas para cultivar una vida íntima con el Señor?
32. Ética
La palabra ética viene de un vocablo griego que se define como carácter. Ética es la parte de la filosofía
que trata la valorización moral de los actos humanos, y es un conjunto de principios y normas que regulan
las actividades humanas. "Es la ciencia de la moralidad", entendiéndose por moralidad el conjunto de
juicios que la gente hace referente a lo que es correcto o incorrecto, bueno o malo, en las relaciones
interiores o entre individuos.
La palabra ética viene de un vocablo griego que se define como carácter. Ética es la parte de la
filosofía que trata la valorización moral de los actos humanos, y es un conjunto de principios y
normas que regulan las actividades humanas. "Es la ciencia de la moralidad", entendiéndose por
moralidad el conjunto de juicios que la gente hace referente a lo que es correcto o incorrecto,
bueno o malo, en las relaciones interiores o entre individuos.
Concluimos diciendo que la ética tiene como objectivo orientar a las personas a fin de que sepan
cómo deben proceder para que su vida sea correcta, especialmente en relación con el bien y el
mal.
DEFINICIONES
En cambio la ética cristiana "es la ciencia de la conducta humana, tal como está determinada por la
conducta de Dios".
Cuando hablamos de ética cristiana, estamos pensando en la conducta que debe observar el
cristiano en todo momento y en toda circunstancia. El apóstol Pedro escribe: "Como hijos
obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino,
como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir;
porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo" (1 P 1.14-16).
La ética cristiana nos desafía a mejorar nuestra manera de vivir porque demanda que vivamos
según las normas de santidad que Cristo vivió. El apóstol Juan escribe: "El que dice que
permanece en él debe andar como él anduvo" (1 Jn 2.6).
La ética cristiana sólo puede vivirla plenamente el cristiano, ya que solo él puede alcanzar ese nivel
de conducta como resultado del poder del Espíritu Santo obrando en su vida. En Romanos 8.5-6, el
apóstol Pablo nos explica: "Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero
los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero
el ocuparse del Espintu es vida y paz".
Cuando el apóstol Pablo escribe sus cartas explica el cambio de vida que debe experimentar toda
persona después de aceptar a Cristo como salvador (Ef 4.17-32). Declara que los que están en
Cristo son una nueva criatura y que las cosas viejas, las formas de vida, y aun las motivaciones
deben ser hechas nuevas (2 Co 5.17). El cristiano debe ser un ejemplo de vida para el mundo sin
Cristo, tanto en su conducta personal como en su relación con la familia, la sociedad y las
autoridades (Ef 5.21, 6.9).
Es el conjunto de normas escriturales que rigen los ministros cristianos tanto en la esfera de las
motivaciones como en la de sus acciones y que determinan su conducta en relación con Dios, la
sociedad, su familia, su iglesia, la denominación a la que pertenece y las instituciones cristianas.
Es importante notar que llamamos ministro a todo cristiano que desarrolla un ministerio de
liderazgo dentro de la iglesia, en su denominación, o dirigiendo un ministerio o entidad de servicio.
Somos parte de una sociedad sin Dios que está gobernada por un relativismo moral alarmante.
Hay una falta total de ejemplos de ética en todas las esferas. En el periódico La Nación, salió un
artículo titulado "El fracaso moral de la civilización", en el cual se expresa: "Desde el Decálogo de
Moisés a través de toda la poderosa influencia moral del cristianismo, la civilización occidental
había mantenido tenazmente un conjunto de reglas morales y de principios éticos que constituían
la base misma de la educación y de la conducta civilizada.
Lo grave es que ese relativismo moral y la filosofía hedonista de nuestra decadente sociedad ha
ingresado a las iglesias.
1.La sociedad
Los medios masivos presentan, además, como súmmun de felicidad, el tener cosas, el ser exitoso,
aunque no virtuoso. Propone disfrutar de la vida, pero sin responsabilidad. Por otro lado las mafias
de la droga y la pornografía así como los grandes emporios de la diversión, han abierto las puertas
a todo tipo de posibilidades de placeres sin pensar en el daño que hacen.
Pareciera que el apóstol describe nuestra sociedad moderna cuando dice: "Estando atestado de
toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas,
engaños y malignidades.... quienes habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican
tales cosas son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que también se complacen con los que
las practican" (Ro 1.29-32; véase 1 Ti 3.1-5).
Frente a estas situaciones nos preguntamos: ¿Qué es correcto hoy? ¿Quién lo determina? Nuestra
sociedad no puede. Sabemos que como cristianos evangélicos esa es nuestra responsabilidad,
pero ¿tenemos la capacidad y la disposición para hacerlo? Jesús dijo que somos la sal de la tierra,
pero que si la sal pierde sus propiedades y no cumple su función "no sirve más para nada, sino
para ser echada fuera y hollada por los hombres" (Mt 5.13). ¿Estaremos perdiendo nuestra
capacidad de ser sal?
2.La iglesia
En una iglesia un líder llevaba a las mujeres jóvenes a un salón aparte para liberarlas de "espíritus
inmundos de sexo"; les hacía sacar prendas íntimas y las manoseaba mientras pretendía
reprender a los demonios.
Un pastor designó a un matrimonio joven como misioneros a otro pueblo, y les pidió que vendieran
su casa y que le entregaran el dinero. Cuando regresaron se encontraron sin su casa y estafados
por su pastor que había usado el dinero para otros fines.
Un pastor recibió la propiedad de unos ancianos como ofrenda, a cambio de que la iglesia les
permita usarla y les brindaran atención ya que no tenían familiares. Poco después, comenzó a
tener problemas para brindarles la debida atención. Los envió a un geriátrico y se quedó con la
propiedad.
Un pastor se ufanaba de que los vecinos le vendían sus casas a él a muy poco precio. La razón
era que ya no se podía vivir en las cercanías del templo por el ruido que hacían en las reuniones.
Los dueños se las vendían a un valor muy inferior con tal de irse del barrio.
Un pastor se ofreció a cooperar con ocho pastores del interior del país para que
ellos cobraran la asignación familiar que otorga el gobierno. Les hizo firmar un
poder autorizándole a cobrar por ellos. Durante tres años este pastor cobró
mensualmente el dinero de sus colegas y a quienes jamás se los remitió. Cuando
el organismo estatal le requirió la documentación correspondiente, la fraguó
falsificando firmas de sus colegas y dando gracias a Dios porque no había sido
descubierto.
En un curso de ética ministerial que dictaba solicité una lista con faltas de ética más comunes el
ministerio. Estos son algunos de resultados:
Falta de integridad, tanto en la enseñanza como en el trato con los demás. Falta de un verdadero
espíritu de servicio. Marcado interés por lo material. En muchos casos, se anuncia que el Señor
castigará a quienes no ponen sus diezmos y ofrendas. El dar el diezmo se transforma en una
especie de seguro contra la pobreza. Falta de respeto por otros ministros y ministerios. No ser
personas de palabra. Prometer y no cumplir. lmpuntuales crónicos. Falta de interés por aprender o
capacitarse para ser mejores ministros. Hacer acepción de personas, especialmente cuando tienen
dinero.
Terminaremos mencionando las más obvias categorías del relativismo moral de la sociedad
contemporánea y su influencia en la iglesia.
a)Orgullo y ostentación
Algunos líderes viven y se comportan como si fueran magnates del evangelio. Sus casas, sus
autos, su vestuario y la suntuosidad de sus templos (y ministerios) contrasta totalmente con el
estilo de Jesús y con la pobreza de los miembros de sus iglesias.
Visten y actúan como estrellas del cine o de la televisión. Hacen de cada culto un "show" para
demostrar todo lo que pueden hacer o cuánta "unción" o " poder" tienen.
La idea de que todo cristiano debe vivir en prosperidad no es una enseñanza bíblica. Los ministros
que viven en lujos y sin privarse de nada, mal usando las ofrendas que dan con amor al Señor
cristianos que no tienen casi para comer, es un pecado que Dios condena.
b) Abuso de poder
El poder que tenemos por causa de nuestra posición en el ministerio nos corromperá si no lo
usamos en sujeción al Señor, sirviendo a la iglesia. Aprovechándose de las estructuras
administrativas de su denominación, hay líderes que se rodean de personas que los adulan, los
secundan y los protegen de la gente. Hay pastores que condicionan a los miembros de su iglesia
para que ofrenden, asistan y cooperen con las actividades y lo hacen no por amor, sino por temor.
Otros ministros son duros con los miembros pero muy permisivos con sus líderes y familiares.
Algunos asumen actitudes de caudillismo, manejando la congregación como si fuera su feudo y
haciéndose acompañar por guardaespaldas.
Un caso lamentable lo constituye Diótrefes quien "...no contento con estas cosas (criticar al apóstol
Juan) no recibe a los hermanos, y a los que quieren recibirlos se los prohibe, y los expulsa de la
iglesia" (3 Jn 9,10).
c)La mentira
Una familia conocida tenía una anciana internada en un hospital en estado muy grave. Algunos
cristianos les aseguraron que para la Navidad la anciana estaría sentada con ellos en la mesa
compartiendo esa fecha tan especial. Para esa fecha la abuela estaba sepultada y la gente
decepcionada con los evangélicos. Ellos nos decían que si no los hubieran ilusionado dándoles
tanta certeza de sanidad, no se hubieran sentido tan desanimados y frustrados.
d)Pecados sexuales
Nuestros jóvenes en porcentajes importantes tienen relaciones sexuales fuera del matrimonio y se
casan apurados por un embarazo no deseado. Por otro lado cada vez son más los líderes y
pastores que caen en pecados sexuales.
Agrava el problema la falta de disciplina para con algunos líderes que caen en pecados sexuales.
Aparte del mal ejemplo que dan, esa falta de disciplina transmite el falso mensaje de que no es tan
grave la fornicación o el adulterio porque si ellos, que son los líderes, caen y no hay sanciones, da
la impresión de que se protejen entre sí y por lo tanto no se aplican disciplinas. Tienen la sensación
de que los miembros regulares pueden y deben ser amonestados y sancionados pero los pastores
no. ¿Por qué no puede pecar un miembro y ser perdonado sin tener disciplina?
Es fundamental que los líderes y pastores cristianos evangélicos vivan éticamente, como modelos
de conducta cristiana. Esta responsabilidad tiene dos dimensiones, una hacia la iglesia, que
necesita ver en sus ministros modelos de vida cristiana, y la otra, hacia la sociedad sin Dios, que
necesita desesperadamente ver la posibilidad de cambiar y de alcanzar un estilo de vida que sea
mejor.
La gente en nuestros días necesita con urgencia encontrar una posibilidad de comenzar de nuevo,
de vivir mejor y de vencer la presión de una sociedad enajenante. Nosotros sabemos que el
evangelio es esa alternativa porque es "poder de Dios para salvar" (Ro 1.16). Pero la iglesia no
será ejemplo a menos que sus líderes sean modelos que los miembros de las congregaciones
puedan seguir. Como el apóstol Pablo, debemos estar en condiciones de decir "Sed imitadores de
mí, así como yo de Cristo." (1 Co 11.1; véase 4.16; Fil 3.17).
Escribiendo a los cristianos de Tesalónica, Pablo les recuerda la conducta que él y su equipo.
habían tenido en medio de ellos y los insta a imitarlos apartándose de los que vivían
desordenadamente. "Ustedes son testigos, y Dios también, de que nos hemos portado de una
manera santa, recta e irreprochable con ustedes los creyentes; ...les hemos encargado que se
porten como deben hacerlo los que son de Dios que los llama a tener parte de su propio reino y
gloria." (1 Ts 2.10-12 VP).
"Hermanos, les ordenamos en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que se aparten de cualquier
hermano que lleve una conducta indisciplinada y no siga la tradiciones que recibieron de nosotros"
(2 Ts 3.6-9 VP).
Nuestra responsabilIdad es grande y no debemos fallarle ni al Señor quien nos llamó al ministerio,
ni a la iglesia que espera que no seamos guía viviendo delante de ellos como es digno de un siervo
de Dios.
Frente a lo expuesto, no podemos menos que concluir declarando que urge estudiar y vivir la ética
ministerial para ser ejemplos a nuestras iglesias como lo fue Jesús para sus discípulos y para su
generación, y como lo fue el apóstol Pablo para las iglesias y líderes de su tiempo.
El pastorear es nuestra tarea, debemos formar pastores, pero nunca dejar de pastorear y convertirnos en
ejecutivos sin relación con la grey de Dios.
Varios años después visité nuevamente esa congregación, había crecido, pero doña Carmen ya no
estaba y pocos sabían algo de "la hermana Carmen".
Eso me ha hecho meditar en los desafíos que tenemos en la pastoral hispanoamericana. Cuando
el evangelio llegó por primera vez a nuestras tierras, una de las grandes ventajas de la pastoral
evangélica fue la atención que logró darle a las personas. Las conversaciones, las oraciones, el
consejo y el aprecio expresado por los primeros pastores (unido a otras formas de actuar del
Espíritu de Dios) ayudaron a preparar el terreno para el gran crecimiento que ha tenido la iglesia en
nuestros países. Sin embargo, ¡no pude encontrar a doña Carmen en su iglesia local! ¿por qué?
Como consecuencia del crecimiento numérico, la pastoral se ha ido profesionalizando e
institucionalizando cada vez más y hemos dejado elementos fundamentales, así como aceptado
modelos no muy convenientes.
El modelo «gerencial» (Organización, planificación y delegación, ¡lograr que las cosas se hagan!)
nos ha afectado al punto que somos tentados a perder el contacto con las ovejas que Dios nos dio
a cuidar.
Hemos tragado la idea de que el pastor debe dedicarse a formar líderes (lo cual es cierto) y dejar
que estos sean los que tengan el contacto con las ovejas. De repente llegamos a ser figuras de
púlpito, diferentes a Jesús, quien fue el pastor de los discípulos (más de 70) y también de las
calles, de los niños, de las multitudes.
Es necesario que volvamos a nuestras raíces pastorales. No estamos hablando del modelo de
pastor que se dedicaba a mantener el culto y a visitar a los hermanos. La tarea y demandas
pastorales son amplísimas y no estamos para hacer lo mínimo.
Lo que debemos recordar es que el pastor «huele a oveja» (no sólo a la adulta o a la líder) y para
ser pastores, debemos estar con el rebaño. Es estar con los hermanos, reír y llorar con ellos,
enseñarles y aprender de ellos. Permitir que en nuestra relación con las ovejas, los formemos y
seamos formados.
¿Ha meditado sobre la forma que Jesús le dijo a Pedro de cómo podía mostrar su amor hacia el
Maestro? «Apacienta mis corderos, pastorea mis ovejas» (Jn 21.15–17). Pedro enseñó que la
corona que vamos a recibir del Príncipe de los pastores, tiene mucha relación con haber cumplido
nuestra tarea: «pastorear la grey de Dios» (1 Pe 5.4).
Comparto un bello ejemplo que leí en un libro. Un hermano en la fe, gerente de un Banco, al llegar
a su oficina saludaba por nombre a la persona que abría la puerta, a la del ascensor, a la que
limpiaba y claro está a sus colaboradores inmediatos. No tenía problema en detenerse y preguntar
por el hijo enfermo o por el proyecto de vivienda de alguno de ellos. ¡Mente prodigiosa! Tal vez,
pero lo que se dejaba ver en ese hombre era su interés en las personas, en los que de alguna
manera Dios había puesto a su cuidado. Si eso hizo un gerente de banco, ¿cuánto esperará el
Señor de los pastores?
¡Cuán bello es compartir con las ovejas, verlas crecer y madurar!, a pesar de que en alguna
ocasión debamos sufrir.
Cuando el Señor regrese y lo vea decirle sonriente: —Ven buen siervo y fiel (pastor) sobre poco
has sido fiel, sobre mucho te pondré… ¡Qué satisfacción! ¡qué realización!
¿Lo haremos?
1. ¿Qué es ética?
Terminaremos mencionando las más obvias categorías del relativismo moral de la sociedad
contemporánea y su influencia en la iglesia.
7. ¿Cuáles fueron las prácticas y principios que dieron origen al crecimiento a la Iglesia primitiva?
8. ¿Qué cuidado debemos tener los pastores cuando la iglesia comienza a crecer?
33. Tangentes
Equilibrios y Tangentes
El de “irse” por la tangente y perder el equilibrio es uno de los problemas más frecuentes y difíciles que
enfrenta el líder cristiano, tanto en su propia vida como en su congregación. El autor nos señala cómo
podemos guardar el equilibrio y cómo reconocer factores que nos pueden llevar por las tangentes.
Imagínese que sobre su cabeza tiene un lápiz parado y sobre él sostiene en equilibrio un plato. Sí,
un plazo de loza, del que usa para comer. Aunque ello solo se ve en los circos, imagínese que
usted mismo lo está haciendo. ¿Qué pasaría si viniera su esposa por detrás y, a manera de
tangente, colocara otro lápiz sobre uno de los bordes del plato? Si en el piso hay alfombra
acolchada el problema no sería muy grande, pero si no… Sí, perdería el equilibrio. Así es, las
tangentes tienden a hacernos perder el equilibrio, y ese problema (el de "irse" por la tangente y
perder el equilibrio) es uno de los más frecuentes y difíciles que enfrenta el líder cristiano, tanto en
su propia vida como en su congregación.
Recuerdo cuando, a los 18 años, descubrí que había sido justificado por fe. En Cristo, yo había
sido declarado perfecto, todos mis pecados habían sido perdonados, tanto los pasados como los
presentes y futuros. Cómo me glorié en esa verdad, qué gozo me produjo. En todos lados
proclamaba la gloria de la justificación. Qué liberado me sentía al no tener que esforzarme
constantemente por ser perfecto sin lograrlo jamás, al poder descansar en la obra perfecta de
Cristo. Cómo alababa a Dios por la obra de Cristo en la cruz.
Pero pasaron los meses y descubrí que aunque mi posición era perfecta en Cristo, en mí mismo,
en mi carne, seguía presente la ley del pecado y de la muerte. Sí, en Cristo me había hecho
perfecto en Él, pero en la práctica ¡como luchaba! y parecía que siempre fracasaba. Mientras más
me esforzaba por ser como el Cristo que hizo tanto por mí, más lejos me sentía de agradarle.
Una noche, mientras leía el librito del Dr. Bright, "Cómo ser lleno del Espíritu", pensé "¡Al fin
entiendo cómo vivir no en mi carne sino en el poder del Espíritu Santo!". Empecé a descubrir la
grandeza del don de Dios para con nosotros en su Espíritu. Cómo disfruté de la nueva fuerza y
poder espiritual que es nuestra en el Espíritu. Empecé a tener mucho más fruto cuando testificaba
y en todo mi ministerio.
Volvía a mi casa y le pregunté a mamá,"¿Por qué en nuestra iglesia nunca me enseñaron a ser
lleno del Espíritu?". Me contestó que lo habían hecho muchas veces pero que tal vez el problema
había sido que yo no había escuchado; o quizás no me había llegado el momento antes porque
Dios necesitaba enseñarme otras verdades primero. Eso me hizo pensar mucho.
En los meses y años que siguieron fui aprendiendo otras grandes verdades de la vida Cristiana, y
cada una hacía que me maravillara más por la gracia y el amor de nuestro Dios. Esto me llevó a
aprender una lección fundamental de la vida Cristiana: la vida Cristiana se compone de muchas
verdades, cada una de las cuales es fundamental para mantener el equilibrio o la salud espiritual y
emocional. Es semejante a lo que ocurre con el cuerpo humano. ¿Cuál es la parte más importante
del cuerpo? Algunos dicen que es el corazón, pero otros preguntan ¿qué haríamos sin la cabeza?
Hay quienes creen que la cabeza es la más importante, pero ¿cómo podíamos vivir sin los
pulmones, que proveen el oxígeno para la mente y el resto del cuerpo?
Tener equilibrio es reconocer que hay muchas verdades, y que cada una de ellas es
fundamental a la vida espiritual.
La obra de Cristo es perfecta y completa (multifacética), hecha para tocar y remediar todos los
efectos del pecado y el maligno. Por un lado Cristo murió por nuestros pecados, pero también
resucitó para ganar la victoria sobre todas las cosas. Pero eso no es todo, también mandó su
Espíritu para que podamos vivir con su ayuda y, como si eso fuera poco, El mismo está en el cielo
intercediendo por nosotros. Podríamos seguir con docenas de otras verdades fundamentales a la
vida espiritual. Sólo el necio o el ciego se queda en una de las verdades y no reconoce la grandeza
de todo lo que Dios es, ha hecho y hará. ¡Alabado sea Su nombre!.
Toda la vida tiene su comienzo y realización en Cristo, en lo que El es, ha hecho, y hará. El es el
eje, la sustancia y la esencia de la vida. Cuando dejo de centrarme en Aquel de quien procede toda
la vida, me estoy yendo por una tangente. Pablo podía decir "pues nada me propuse saber entre
vosotros, excepto a Jesucristo, y a éste crucificado". Me molesta ver títulos como "El Poder de la
Alabanza" o "Todavía Hay Poder en la Oración", etc. ¿Realmente hay poder en la alabanza, o es
que a través del la alabanza yo estoy enfocando mis ojos y mi fe en El que tiene poder? ¿Todavía
hay poder en la oración? ¡No, todavía hay poder en Aquel que escucha nuestras oraciones! Si, yo
sé que es una forma de decir las cosas, pero no es correcta. Démosle a El el lugar que le
corresponde. "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien "nos ha bendecido
con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo… de reunir todas las cosas en
Cristo, tanto las que están en el cielo, como las que están en la tierra; en El…" (Ef. 1:3-14; Col.
1:15-20).
Por esa razón el Nuevo Testamento habla constantemente del concepto de estar en Cristo (164
veces) y Cristo en nosotros… "las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles, que es
Cristo en vosotros, la esperanza de gloria" (Col. 1:27). Cualquier énfasis que no esté centrado en
Cristo es una tangente que resulta en el desequilibrio de la vida espiritual, y en menor honra y
gloria para nuestro Señor Jesucristo.
El desequilibrio es devastador para la práctica de la vida espiritual. Dios proveyó en Cristo una
salvación completa que responde a todas las necesidades humanas. Descuidar alguna faceta de
esa salvación perfecta y completa lógicamente producirá alguna deficiencia en la vida de la
persona. Si algún elemento no fuera necesario, Dios no lo hubiera provisto. El descuido de la
doctrina de la justificación ha llevado a muchos a no tener seguridad en su relación con Cristo. El
descuido de la santificación ha resultado en poca santidad. El descuido del ministerio del Espíritu
Santo ha producido muchas obras hechas en la carne y frustración. El descuido de la doctrina de la
resurrección y el juicio puede llevar a una concentración en el presente y no en la eternidad, etc. "Y
como nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas…
Pues no rehuí declarar a vosotros todo el consejo de Dios". (Hch. 20:20-27).
Las herejías generalmente han comenzado como énfasis en ciertas verdades que llevaron al
descuido de otras.
El grupo Los niños de Dios comenzó como un grupo de jóvenes de una buena iglesia evangélica.
Enfatizaban el discipulado radical y total (que era necesario dejar todo para seguir a Cristo), pero
por descuidar la obediencia a los padres y la necesidad bíblica de trabajar, llevaron a cientos de
jóvenes a dejar sus familias para "seguir a Cristo". Viven en comunidades en las que es común el
sexo libre y donde su "trabajo" es buscar donaciones y vender sus materiales. En este momento,
uno de sus métodos de evangelismo consiste en la seducción sexual para ganar gente para la
comunidad, todo en nombre del amor y la entrega total de la vida en sacrificio por la causa. Esta es
una ilustración moderna de lo que ha pasado cientos de veces en la historia. Cualquier énfasis
grande en un área resulta en desequilibrio y herejía cuando no está contrarrestado con las otras
doctrinas de las Escrituras.
Cuando una iglesia descuida alguna doctrina genera un vacío o necesidad en la vida de los
creyentes. En cierto momento surge una persona que redescubre esa verdad olvidada y empieza a
enseñarla como la gran solución. Muchos responden con alegría y entusiasmo, porque viene a
llenar una necesidad real en su experiencia. Pero la tendencia pude ser que él u otros se vayan al
extremo de que toda la vida cristiana pase por esa verdad y se olviden de otras verdades, sin las
cuales surgirán nuevas carencias.
Allí comienza la división: algunos mantienen su posición tradicional y rechazan "la verdad" del otro
grupo, cuando en realidad están rechazando el extremo. El grupo tradicional se queda entonces
con el vacío, lo cual lleva a que se repita el mismo problema en el futuro. Los redescubridores de
"la verdad" son rechazados y en muchas ocasiones, por haber sido rechazados, rechazan los
"fundamentos" del grupo tradicional, que son los factores equilibrantes que necesitan para no caer
del lado opuesto.
Alguien ha comentado que el diablo mantiene el péndulo fuera del centro mientras que puede, pero
que cuando una persona se da cuenta del desequilibrio y lo empieza a mover hacia el centro, el
diablo se le pone detrás y le ayuda con toda su fuerza para que se pase al otro lado. Finalmente el
péndulo queda en el otro extremo. Está tan lejos del centro como antes pero del otro lado, mas la
persona siente que ha logrado un cambio fundamental.
En las Escrituras hay algunas verdades que son más enfatizadas que otras, hay algunos
mandamientos más importantes que otros. Tenemos que aprender a poner el énfasis donde lo
pone Dios, y a la vez no descuidar las otras verdades. "Cada cosa en su lugar". Por ejemplo, todos
nosotros decimos que predicamos a Cristo, pero… para uno es su experiencia, para otro su
sanidad, para otro su doctrina, o su denominación, o sus prácticas, pero ¿realmente predicamos a
Cristo, y a El crucificado?
Los dones y verdades son para la edificación del cuerpo y para acercarnos a Dios.
Me preocupa ver que, en muchas ocasiones, somos como el chico que después de haber recibido
un lindo regalo de sus padres se olvida de ellos porque está fascinado por el regalo. Lo que le
importa al niño es el regalo. Pero el adulto aprende que el regalo sólo es una expresión de la
persona y que la persona es lo importante. El propósito del regalo justamente es unir a las
personas. Cuán grande es la paciencia de nuestro Dios para con nosotros cuando nos perdemos
en sus regalos y lo dejamos a El de lado. Y que grande debe ser su tristeza cuando nos encuentra
peleando por las grandes verdades de Su obra para con nosotros, los dones que El concedió a Su
iglesia, etc.
Los dones y gracias que Dios ha destinado a ser el adorno de la comunidad Cristiana pueden dejar
de ser su adorno, y convertirse en su trampa. "Si yo hablase lenguas humanas y angélicas", eso es
religión como un éxtasis emocional. "Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda
ciencia", eso es religión como gnosis, intelectualismo, especulación. "Si tuviese toda la fe, de tal
manera que trasladase los montes", eso es religión como una energía en funcionamiento. "Y si
repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres". Eso es religión como humanitarismo.
"Si entregase mi cuerpo para ser quemado", eso es religión como ascetismo. Pablo repudia
expresamente todas estas representaciones unilaterales y obviamente inadecuadas del Evangelio."
(Extraído del libro A man in Christ, de James S. Stewart).
Cuando el pastor expone las Escrituras constantemente, capítulo por capítulo, versículo por
versículo, se asegura de que va a estar enseñando todo el consejo de Dios. Pero cuando sólo
predica temáticamente tendrá la tendencia de enseñar y enfatizar los conceptos que más le gustan
y mejor conoce, resultando en el descuido de otros temas que son fundamentales. Justo el hecho
de que hay ciertas doctrinas que nos cuesta más enseñar muestra que son áreas de debilidad en
nuestra vida y ministerio que necesitamos comprender y dominar. Predicar versículo por versículo
con honestidad requiere que uno encare todos los temas de la Palabra de Dios.
En conclusión
Me preocupa cuando me encuentro con mis hermanos y el énfasis de sus vidas, conversaciones,
mensajes, etc., no demuestra por sobre todas las cosas una fascinación por Cristo, un
enamoramiento con El, una exaltación de El y una sumisión a Su santidad y voluntad.
Qué poco lo conocemos a El y qué poco lo hemos experimentado a El, que no respondemos a la
mención del nombre de Cristo con una doxología, como lo hacían los apóstoles. Pablo explotaba
en alabanza al reconocer al Dios que nos amó tanto que envió a Cristo, y al reconocer todo lo que
Cristo es.
Tendríamos que estar buscándolo a El y a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios,
para llegar a ser varones perfectos, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. Para que ya
no seamos niños fluctuantes, llevados por doquier por todo viento de doctrina. Así resultaremos en
alabanza y gloria para nuestro Dios.
Anoche me llamó un colega. Había visitado la iglesia de un pastor amigo suyo y mío y estaba preocupado.
Lo había escuchado predicar y pasó lo mismo que otras veces: siendo un gran maestro de la Biblia, estaba
retrocediendo en sus predicaciones; cada vez hablaba menos de Cristo y más de otras cosas. En el éxito del
ministerio, había perdido el Agua de la Vida...
Una vez un amigo me comentó que estaba leyendo un libro de un renombrado pastor, sin embargo
le pareció que este hombre estaba tan metido en la situación difícil en que vivía que había perdido
de su vida la frescura del amor y la presencia del Señor.
Tal vez una de las luchas más grandes de la vida cristiana y del ministerio es el de mantener la
relación personal con Cristo. La actividad, la presión, el trabajo y hasta el éxito atontan para
dejamos "sin tiempo...", ese tiempo apartado para encontramos con nuestro Dios y su Hijo
Jesucristo. Jesús mismo, el hombre perfecto, debió luchar para poder apartarse de las multitudes,
pero parte del secreto de su vida y ministerio era su relación profunda con el Padre. Predicamos
acerca de María y Marta, pero en nuestra experiencia vivimos más la experiencia de Marta que la
de María.
La religiosidad es tan peligrosa para el ministerio como la inmoralidad. Deja la conciencia tranquila
y el corazón frío. Provee una respuesta apropiada y el Salvador apartado. La religiosidad no
levanta el alma más alta que a sí mismo. Verdaderamente es el opio de los pueblos. Lo que el
pueblo necesita y lo que yo necesito es unión con el Cristo vivo.
La mucha actividad, las presiones de trabajo, familia y ministerio nos facilitan la caída en la
religiosidad y no en la relación de vitalidad con el Señor. Con mi esposa aprendimos una de las
lecciones más sencillas y básicas de una relación: el pasado no es substituto del presente. Fue
importante que en el pasado invirtiera tiempo con mi esposa, pero la intimidad depende de un
pasado bueno y una vivencia presente.
Vayamos a Él, bebamos de El y conozcámoslo. Llevemos nuestra gente a El: "Al que tuviere sed,
yo le daré gratuitamente de la fuente de agua de vida" (Ap. 21.6b) El resultado será: "mas el pueblo
que conoce a su Dios se esforzará y actuará" (Dn. 11.32b).
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34. Títulos
¡Ya lo tengo decidido! ¡Yo no quiero ser apóstol! Lo poco que conozco
sobre mí mismo me lleva a reconocer, sin falsa humildad, que no tengo
las condiciones espirituales para ser uno de ellos. Además, no quiero
que mi ambición por cuestiones de éxito y de prestigio —lo cual es
pecado— se transforme en motivo de burla.
Pastores: ¡no quieran ser apóstoles! Más bien busquen ser piadosos por
medio de la oración. No ambicionen tener mega iglesias; más bien traten
de ser hallados como dispensadores fieles de los misterios de Dios. No
se encandilen con el brillo de este mundo; más bien busquen servir. No
construyan sus ministerios sobre el afán por descubrir siempre algo
nuevo; más bien busquen manejar con eficacia la Palabra de verdad,
aquella misma que Timoteo recibió de Pablo y que debía trasmitir a
hombres fieles e idóneos, los cuales a su vez, instruyeran también a
otros. Pastores, no permitan que sus cultos se transformen en shows. No
alimenten la naturaleza pecaminosa y terrena de las personas; prediquen
el mensaje de la cruz.
Agustín de Hipona dijo: "El orgullo transforma a ángeles en demonios".
Si queremos parecernos a Jesús sigamos el consejo de Pablo a los
Filipenses: "Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en
Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a
Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo,
tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en
la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente
hasta la muerte, y muerte de cruz." (Fil. 2.5–8)
Los profetas nos informaron que, en los últimos días, el Señor estaba
restaurando en la iglesia el ministerio constituido por: apóstoles, profetas,
pastores, maestros y evangelistas. Se nos desafió a aceptar la llegada
de apóstoles y profetas, dado que la iglesia de hoy ya contaba con
numerosos maestros, pastores y evangelistas. Esta llegada conduciría al
avivamiento final y más grande del mundo.
Los profetas nos revelaron que nosotros habíamos sido escogidos como
las personas y el movimiento que conduciría a los cristianos a la última
muestra de poder en los últimos días. Se nos informó que uno de tales
profetas había sido comisionado por Dios para encontrar el liderazgo y el
ministerio apostólico que, junto con el profético, proporcionaría la base
para este nuevo impulso de unción en los últimos tiempos. Dios le había
revelado al "profeta" que él y nuestra denominación eran los escogidos.
En los días del apóstol Pablo, los falsos profetas, herejes y legalistas que
se resistían a su ministerio necesitaron poner considerable esfuerzo para
inyectar el opio de las falsas doctrinas en la iglesia. Viajes largos a
caballo o a pie, el calor, el polvo, meses lejos del hogar, métodos
dolorosamente lentos de copiar documentos, todo contribuyó a dificultar
la diseminación de doctrinas falsas.
35. Evangelismo
El mensaje de este artículo está dirigido no solamente a pastores y líderes sino también a cada creyente.
Es imperioso señalar que a pesar de nuestras debilidades o falta de preparación académica o posición
social, cada creyente puede ejercer influencia en su mundo para la gloria de Dios. Con la autoridad de la
Escritura, el autor garantiza que Dios es más que capaz y está más que dispuesto a concedernos el poder
para llegar a ser personas de tremenda influencia en nuestro mundo para gloria de su nombre.
Hace más de 50 años que no veo al hombre que más influencia ejerció en mi vida. Mi padre murió
cuando yo tenía 10 años pero el ejemplo de su amor ferviente hacia Dios y su sincera
preocupación por los demás quedó conmigo desde entonces. Aún durante mi adolescencia,
cuando fui tentado a alejarme del Señor, no pude permitirme deshonrar a mi padre y todo lo que él
representaba. A los 17 años, después de cuatro años tormentosos de estar dividido entre dos
mundos, por fin me comprometí totalmente con Dios.
Al igual que mi papá, quería convertirme en un hombre de integridad, un hombre de influencia que
trajera bendición a mi mundo para la gloria de Dios. Y a pesar de mis imperfecciones, el Señor me
ha usado para instar a muchos para reconciliarse con Él. El mensaje de este artículo está dirigido
no solamente a nosotros como pastores y líderes sino también a cada creyente. Es imperioso que
les compartamos que a pesar de sus debilidades o falta de preparación académica o posición
social, ellos pueden ejercer influencia en su mundo para la gloria de Dios.
Con la autoridad de la Escritura, le garantizo que Dios es más que capaz y está más que
dispuesto a concedernos el poder para llegar a ser personas de tremenda influencia en nuestro
mundo para gloria de su nombre.
El Gran Mandamiento
Dios promete darnos ese amor que transforma vidas. "Y amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas", y "Amarás a tu prójimo
como a ti mismo" (Mr. 12:30-31).
Al fin y al cabo, el cumplimiento de la ley de Dios es una cuestión de amor (Gá. 5:14). La más
grande de las virtudes cristianas es amor (1 Co. 13). El fruto del Espíritu se resume en una
palabra: amor (Gá. 5:22). La esencia del carácter de Dios es el amor (1 Jn. 4:8,16). Por sobre
todas las cosas, se nos ordena: «Vestíos de amor» (Col. 3:14).
La Gran Comisión
Dios también promete darnos a usted y a mí el poder del evangelio que transforma vidas: "Toda
potestad (poder, autoridad) me es dada en el cielo y en la tierra, por tanto, id, y haced discípulos a
todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo;
enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado, y he aquí yo estoy con vosotros
todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt. 28:18-20). Esa es su gran comisión para nosotros hoy
en día. Debido a que El mora en nosotros, tenemos el poder para proclamar su evangelio en
nuestros hogares, a nuestros parientes y a nuestros amigos para que ellos crean, se arrepientan y
sean salvos. Los evangelios nos dicen que Cristo vino "a buscar y a salvar lo que se había
perdido" (Lc. 19:10).
Es loable y necesario analizar lo que está mal en nuestro país. Es encomiable enseñar cómo vivir
correctamente en este mundo confuso. Pero a menos que comuniquemos el evangelio de
Jesucristo que cambia vidas y llamemos a las personas a que se conviertan, no haríamos más
que reorganizar los problemas.
Tanto las escrituras como la historia confirman esta verdad: sin una conversión, es imposible
cambiar una comunidad o una nación para bien. ¡Quiera Dios darnos a usted y a mí una pasión
por aquellos que todavía tienen que entregar sus vidas a Jesucristo y experimentar el poder
transformador de su evangelio!
La mayoría de los lectores de Apuntes Pastorales son pastores y líderes de iglesias. Sin embargo,
hemos encontrado a más de un pastor que no estaba seguro si su esposa conocía al Señor, y a
esposas de líderes de la iglesia que no estaban convencidas de que sus esposos eran de Cristo.
Pablo nos anima como hombres a que amemos a nuestras esposas "así como Cristo amó a la
iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla…" (Ef. 5:25-26). Pedro, en cambio se
dirige a las mujeres: "Asimismo vosotras mujeres, estad sujetas a vuestros maridos, para que
también los que no creen a la palabra sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas,
considerando vuestra conducta casta y respetuosa" (1 P. 3:1-2).
¿Todavía sus hijos no han venido al Señor? Si es así, no se desanime. Ámelos con todo su
corazón para traerlos al Salvador, no importa cuánto tiempo tome.
No hay mayor gozo que ver al hijo pródigo volver al hogar. Andrés es el tercero de mis cuatro
hijos, nacido en Cali, Colombia, en 1966. Después de graduarse de la universidad, Andrés se
mudó a 4.000 kilómetros de casa, donde comenzó a subir por la escalera del éxito profesional.
Pero lo que atribulaba mi corazón no era la distancia del hogar, era su alejamiento del Señor.
Al igual que nuestros otros hijos, Andrés había orado para invitar a Jesús a entrar en su corazón
cuando era niño. Sin embargo, desde la secundaria, había comenzado a mostrar poco interés en
la Biblia y en la iglesia. Andrés seguía un estilo de vida secular con valores seculares.
Por doloroso que fuera, Patricia y yo tuvimos que aceptar lo que habíamos aconsejado a otros
padres. Aunque Andrés había sido criado en la escuela dominical, había memorizado versículos
bíblicos, era bautizado, podía hablar la jerga evangélica, e incluso respetaba y defendía el
evangelio como verdad, todo eso no significaba que fuera verdaderamente convertido. La
conversión es esencial para todos, ya sea que hayamos nacido en una familia inconversa o en
una familia que busca honrar a Dios.
Patricia siempre habla sin rodeos: "Si tu hijo llega a la adolescencia y no sigue a Cristo de manera
espontánea, tal vez no sea creyente". Jesús dijo que la prueba está en el fruto (Mt. 7:20). Andrés
era muy respetuoso con nosotros, siempre cortés y amable, un buen hijo que nunca blasfemó el
evangelio. Pero su vida negaba la experiencia personal de la conversión con el Señor Jesucristo.
Muy a menudo, durante nuestras cruzadas evangelizadoras yo oraba: "Señor, que muchos vengan
adelante y confiesen a Cristo", pensaba en ese mismo momento: "No hay mayor gozo que éste…
Pero, ¿y qué de Andrés? ¿Cómo puede mi gozo ser completo mientras él no se pare aquí como
una persona que camina con Jesús?"
Siempre había un elemento de tristeza en mi vida y me di cuenta de que si mi corazón llevaba
este peso, el corazón de Dios estaba muchísimo más triste, porque su amor es mucho más
abnegado y puro.
La rebelión de Andrés fue una lección dolorosa. Debido a que uno de mis hijos, por el que me
había esforzado al máximo para llevarlo a los caminos de Señor, se resistía a la conversión, no
podía hacer otra cosa que aferrarme a la promesa de Dios para Israel: "Y todos tus hijos serán
enseñados por Jehová; y se multiplicará la paz de tus hijos" (Is. 54:13). Ese versículo fue muchas
veces mi oración para todos mis hijos a lo largo de los años.
Tres años atrás, Patricia y yo invitamos a Andrés a ir con nosotros a Jamaica para una cruzada.
Allí él conoció a su futuro suegro y a su familia. El compromiso de ellos con Jesús convenció a
Andrés de su rebeldía perjudicial y lo llevó a lo que él llama "un serio arrepentimiento".
Mi gozo es que ahora sabemos que el Espíritu Santo vive en él, y a Dios sea toda la gloria por
ello. Andrés es nacido de Dios y lleva el fruto de ser su hijo, siendo conformado a la imagen del
Señor Jesucristo. Su entusiasmo por las cosas de Dios es una de las alegrías más grandes de mi
corazón.
Por supuesto, todo hijo en una familia cristiana hace sus propias elecciones. Por eso es tan difícil
amar a ese hijo pródigo. Pero si alguno de sus hijos todavía no conoce a Jesús, por favor, no se
desanime, ore por él y ámelo para traerlo al Señor.
¿Son sus padres y otros parientes parte de la familia de Dios? ¿O siguen sin conocer su gracia y
su misericordia? Si es así, pídale a Dios que acerque a sus vidas otros cristianos y haga todo lo
posible para mostrar su amor y preocupación.
Roberto, un amigo mío, sentía una carga tremenda por el destino eterno de su padre, de 70 años
de edad. "Luis, ¿qué voy a hacer?", me preguntó. "Apenas si lo veo. Vive a más de 3000
kilómetros de acá. Pero que yo sepa, nunca le ha entregado su vida al Salvador".
Un tiempo después llamé a Roberto. "¿Cómo anda tu papá?", le pregunté. "Acabo de ser invitado
a predicar en la ciudad donde vive". Aunque tenía otros compromisos, Roberto hizo planes
inmediatamente para viajar en avión al este, invitar a su papá a cenar y llevarlo a la cruzada donde
yo predicaba.
"¿Cuándo lo hizo?"
De hecho, Roberto hizo todos los preparativos. Lo único que hice yo fue tener el privilegio de
proclamar las buenas nuevas de Dios en un lugar donde su padre pudiera escuchar su mensaje,
ser tocado por el Espíritu Santo, y entregar su vida a Jesucristo.
AME A SUS VECINOS PARA TRAERLOS A CRISTO
Nosotros, los obreros cristianos muchas veces perdemos contacto con el mundo. Por tal motivo,
es imperioso hacer un esfuerzo extra para conocer a nuestros vecinos y otros inconversos y así
poder participar en la gran comisión.
Eventualmente este vecino se casó y parecía que todo le seguía yendo muy bien. Sin embargo,
cambió de repente. Parecía que el gozo había abandonado su rostro. Pude darme cuenta de que
tenía dificultades en su matrimonio, y sentí la necesidad de hablar con él, pero aun así no quería
entrometerme en su vida. Continué con mis asuntos y partí para una cruzada en el Perú.
Cuando volvía a casa, me enteré de que mi vecino se había suicidado. Quedé destrozado. Sabía
que debía haberle hablado acerca del amor de Jesús. Soy un evangelista pero desperdicié una
oportunidad para testificar.
Aunque mi vecino parecía despreocupado, su alma estaba herida. Necesitaba las buenas nuevas
de salvación en Jesucristo. Dios mediante, nunca jamás dejare escapar otra oportunidad de
compartir el poder transformador de Cristo Jesús.
¿A quién conoce usted que todavía necesite a Jesús? No dé por sentado que una persona ha
entregado su vida a Jesucristo sólo porque va a la iglesia. Nunca pierda la esperanza, si algunos
de sus antiguos amigos han rechazado a Jesús toda su vida.
Berto, presidente del comité de finanzas de una última cruzada, tenía una larga lista de personas
por las que estaba orando, pero tenía los nombres de tres hombres a la cabeza de su lista. Todos
ellos habían conocido a Berto durante los últimos 15 a 25 años pero siempre habían postergado la
decisión de rendirse al Señor. Finalmente, durante la cruzada, dos de sus tres amigos cercanos
aceptaron al Señor. Unos cuantos días antes, el otro amigo también le había dado su vida a
Cristo, en su propio hogar, cuando Berto fue a visitarlo.
"Muchos otros amigos entregaron sus vidas a Cristo durante la cruzada, algunos los traje yo, y
otros me lo dijeron algunas semanas después", dijo Berto. "¡Pero es tan lindo saber con certeza
que mis tres mejores amigos por fin son creyentes".
Otro hombre que conozco, Miguel, tomó el curso de Consejero y Hermano Mayor de nuestra
asociación evangelizadora y se dio cuenta de qué forma el Señor podía usarlo entre sus amigos
para ganarlos para Cristo. Miguel sentía una carga especial por un compañero de trabajo llamado
Chilo, un hombre tosco y desagradable.
Miguel comenzó a tomar café con Chilo, quien le aclaró que no necesitaba ni a Dios ni a nadie.
Esto siguió así por un tiempo hasta el día en que se llevaron a Chilo del trabajo en una camilla al
hospital más cercano. Los doctores descubrieron que su corazón había duplicado su tamaño, y
que otros órganos vitales estaban dejando de funcionar. Le dieron menos de un año de vida.
Tan pronto como Chilo salió del hospital, Miguel fue a verlo y le compartió los pasos del plan de
salvación. "Él estaba de acuerdo con todo lo que le dije", Miguel me contó luego, "incluso le
expliqué la oración de entrega". Pero Chilo postergó la decisión, así que Miguel le volvió a explicar
los puntos básicos del evangelio. Chilo seguía diciendo: "No, gracias". Sin embargo, cuando
Miguel se levantó para irse, Chilo le dijo: "Espera, cuéntamelo de nuevo", y unos minutos después,
le entregó su vida a Jesús.
Desde entonces, Chilo asiste a la iglesia de Miguel y se ha convertido en un fiel testigo del Señor.
"Él es un verdadero aliento para los creyentes en el trabajo y también para los inconversos», dice
Miguel. «Ellos preguntan: "¿Qué le ha pasado a Chilo? Está tan feliz. ¿Acaso no sabe que le
queda menos de un año de vida?"
Necesitaremos tener presente que a menudo el tiempo de Dios es diferente del nuestro. Los
problemas de nuestra familia, de nuestra comunidad, de nuestra ciudad y de nuestra nación no
surgen de repente. Son el resultado de años, décadas, incluso siglos de pecado y desobediencia.
No podemos cambiar todo de la noche a la mañana, hay un tiempo y un lugar para todo. No nos
adelantemos al Señor.
Consideremos el gran avivamiento iniciado por John Wesley. Una ola masiva de conversiones
transformaron a Inglaterra totalmente. Incluso los peores vicios sociales de esa nación fueron
desarraigados. Sin embargo, eso no sucedió de la noche a la mañana. Ni todo ocurrió durante la
vida de Wesley. La esclavitud fue abolida recién unos años después de su muerte. Pero aun los
historiadores seculares admiten que la influencia de Wesley en el político cristiano William
Wilberforce fue lo que finalmente ganó esa batalla.
Muy a menudo subestimamos lo que Dios puede hacer en cinco años o diez o aun quince. Que
nunca nos preocupemos tanto por las altas y las bajas del momento, que no perdamos de vista el
plan y el propósito general de Dios para nuestra propia generación, y para las generaciones
venideras.
"Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida" (Ap 2.10). Corramos el riesgo de vivir
totalmente para Dios y dejemos el resultado en sus manos. AP
Tomado del libro: «Sigue hasta la meta», de editorial UNILIT. Usado con permiso, Apuntes
Pastorales. Volumen XIV – número 2.
Dios quiere salvar pecadores, pero ha escogido trabajar a través de nosotros, que constituimos la traba
más grande para el evangelismo. Al contemplar nuestra realidad me gustaría sugerir algunos conceptos.
El problema número uno por el cual no ganamos personas para Cristo es que la mayoría de
las iglesias y las personas no evangelizan. No es tanto la falta de estrategia, espiritualidad o
metodología; es que no se hace nada en forma regular. Dios convierte a las personas en
pescadores de hombres si están dispuestas a seguirle a El en la pesca. Dios quiere salvar,
nosotros somos los que no cooperamos:
Las iglesias y las personas que sí están evangelizando ganan personas para el Señor. Usan
diferentes variedades de métodos y algunos incluso no utilizan ninguno; sin embargo, llevan a las
personas a Jesucristo. Hace poco estuve con un grupo de pastores que estaban muy
preocupados porque sus iglesias se habían estancado. Al preguntarles que hacían antes cuando
estaban creciendo todos compartieron sus esfuerzos para alcanzar a los perdidos. Cuando les dije
si hacían lo mismo hoy o algo diferente, todos admitieron que no estaban haciendo nada. El que
no planta, dificilmente cosecha, y el que no sale a pescar, no traerá pescado fresco a casa.
El cuarto problema es la actitud con la que tratamos a los no creyentes. Hace poco me topé
con un "evangelista" predicando en las calles de San José; parecía que estaba enojado y que
servía a un Dios que también lo estaba. La expresión de su cara era de severidad. Su mensaje
decía: "arrepiéntanse antes de que Dios los castigue". Sin embargo, creo que nuestro Dios odia el
pecado pero ama a las personas, y demostró su amor al enviar al Salvador. Tuve la tentación de
decirle: "hermano, la miel caza mas moscas que el vinagre". No tratemos a los no creyentes como
si ellos fueran los malos y nosotros los buenos, sino como un mendigo diciéndole a otro dónde
encontró pan.
Necesitamos reflejar actitudes de gracia, compasión y amor, y poder decir como Jesús: "Ni yo te
condeno; vete y no peques más". Los pecadores encontraron en Jesús una compañía agradable,
que notable que nos los espantemos
2. ¿Qué debemos hacer cuando nuestra pareja, nuestros hijos, padres , parientes, vecinos,
amigos, etc. no se han convertido o se han apartado?
3. ¿Cuándo debemos darnos por vencido en hablarle a las personas sobre Cristo?
4. Mencione los problemas por los cuales no ganamos más personas para Cristo
En una ocasión un piloto de una línea aérea anunció a los pasajeros que estaban perdidos, sin poder
encontrar su destino, pero aseguró que no debían preocuparse pues vuelo iba muy veloz gracias a un
fuerte viento a su favor.
Si los líderes de muchas iglesias fueran honestos tendrían que hacer un anuncio similar en su
iglesia: "No sabemos a dónde llegaremos con todo nuestro activismo, pero que somos activos
como nunca antes, ni por un minuto lo ponemos en tela de duda... estamos muy bien." Las gentes
de muchas iglesias se sienten muy contentas porque realizan muchas actividades pero... ¿qué
estamos logrando realmente con todo eso?, ¿cuáles son los resultados concretos las personas?,
¿para qué se hace toda esa labor?, ¿es la mejor forma de hacerla? Estas y otras preguntas
requieren de una respuesta honesta a la luz de la vida de Jesús.
Lo trascendental para Jesús en su misión en la tierra fueron las personas. Ellas eran su visión y su
metodología. Su meta era conducirlos hasta la salvación eterna y formarlos a Su propia imagen,
con su particular método de involucrarse personalmente en sus vidas, discipulados para ser como
Él y después, enviarlos a hacer a otros lo que Él hizo con ellos.
El ministerio de Jesús fue sencillo y profundo, mas para algunos no resultó muy eficaz: "No" tuvo
resultados perfectos (tuvo un traidor -Judas-, multitudes que le guían pero demandantes y
cambiantes, discípulos que le abandonaron en su hora las difícil). Sin embargo con todos estos
multados "imperfectos", Jesús no cambió su estrategia. ¿Por qué, entonces, la cambiamos
nosotros? Jesús dijo: "Como me envió el Padre, así también yo os envío."
Todo ministerio debe ser medido por la forma como se involucra con las personas. Un día, cuando
iba camino a su oficina, un ejecutivo de una organización cristiana de servicio social, al ver a un
niño mal nutrido, tuvo conciencia de que estaba trabajando con personas y no con cantidad de
kilos distribuidos a los necesitados. Esta misma conciencia debe despertarse en nuestras iglesias
para que los líderes no busquen números de asistencia y presupuesto sino mujeres, hombres,
niños, ancianos con nombres, rostros y realidades muy particulares. La formación de discípulos
nunca debe o puede institucionalizarse a fin de no perder la esencia del proceso.
Además, recuérdese que la prioridad en la vida de Jesús fue su comunión y obediencia a su Padre;
gracias a esto, pudo concentrar sus energías en relacionarse con personas e interactuar con ellas
para darles a conocer todo lo relacionado con el reino de los cielos y las implicaciones para la vida
de ellos. Si se observan detenidamente los relatos de los evangelios, puede observársele
habitando entre las personas y compartiendo la vida diaria con ellas. Su ministerio se desarrolló en
la cotidianidad, en la interacción por caminar con ellos y fue de esta manera como les manifestó la
gracia y la verdad de Dios, porque no sólo se involucró en la vida de ellos, sino que también
permitió que ellos se acercaran lo suficientemente a él como para conocer Su corazón y así
moldear el de ellos (1 Jn 1.1-3). No formó ninguna comisión de relaciones públicas ni comités de
finanzas; tampoco construyó edificios ni creó una organización, ni un seminario. Lo extraño de
nuestros días es que estos medios han reemplazado la interacción personal.
Sin duda es más placentero desarrollar programas y actividades que involucrarnos profundamente
con los demás, pues generalmente nos cuesta lidiar con quienes tienen sus propias ideas,
pecaminosidad y espíritus independientes. Además, cuanto menos nos involucramos en la realidad
de sus vidas interiores, menos problemas tendremos. Un pastor con bastantes años de trabajo en
el ministerio me aconsejó en una ocasión: "Si no desea problemas, no se meta con la gente." Así,
resulta más fácil lograr que muchos asistan a un culto antes que ayudarlos a manifestar la gracia
de Dios en su vida diaria. No obstante, Jesús invirtió su vida en las personas y se involucró en la
vida de ellos.
Al observar a Jesús, es obvio que el proceso de producir discípulos y santos es lento y requiere
sobre todo, perseverancia y paciencia. Día tras día cuando Jesús caminaba con sus discípulos en
la realidad de la vida, los confrontaba con la necesidad de tener valores diferentes y relaciones
basadas en el amor y la misericordia, y los motivaba a ser instrumentos y mensajeros de Dios.
Por tanto, el trabajo diario con personas implica ayudarlas a que Cristo sea formado en ellas, y esto
requiere de perseverancia, paciencia y ante todo, conciencia de que Dios les dio libre albedrío. La
perseverancia es indispensable para seguir trabajando con individuos y la paciencia es básica,
para evitar caer en desesperación y deserción cuando se ven los pocos resultados y la resistencia
de los otros a crecer.
De hecho, el proceso es tan complejo y difícil en el sentido humano, que muchas iglesias terminan
sustituyéndolo por opciones humanas y carnales. Unas optan por sistemas legalistas para controlar
el comportamiento, otras escogen espiritualizar la vida cristiana y valorizar las expresiones
emotivas como manifestaciones espirituales trascendentales. Empero, el primer caso nos hace
recordar la crítica de Jesús a los fariseos cuando señalaba que el problema procedía del interior de
la persona: "lo que sale de él, eso es lo que contamina al hombre" y por tanto, para Él las leyes
externas no tienen ningún valor al modificar el interior de otros (Marcos 7) y el segundo asunto
resulta en religiosidad sin transformación.
Las personas ya han sufrido suficiente con los legalismos impuestos y con la falsa religiosidad
producida por las expresiones emotivas. Por eso es tiempo de andar en la dirección correcta -la
que Jesucristo mismo tomó- y de perseguir la misma meta que Él: formar a Cristo en cada persona
que ministremos. ¡Involucrémonos en la vida de ellos! ¿Dónde están sus "Juanes", sus "Martas" y
sus "Pedros"? Ellos, una vez ya formados y enviados, son la esperanza, estrategia y cumplimiento
del deseo de nuestro Dios. En el tiempo oportuno ellos darán el fruto deseado en el reino eterno de
nuestro Padre.
¡Adelante!
Nuestra tarea es capacitar, inspirar, guiar, entrenar y trabajar junto con los ministros laicos como
«maestros de maestros», «pastores de pastores» y «asesores de asesores».
La vitalidad del ministerio del laicado puede estar alcanzando un nivel que no ha existido desde las
primeras décadas del movimiento cristiano. Las potencialidades de este desarrollo son casi
ilimitadas. Es como una brisa fresca que sopla a través de la iglesia, despertando a crecientes
grupos de hombres, mujeres y jóvenes laicos para que asuman este excitante ministerio para todas
las personas. Este renacimiento laico se basa en el descubrimiento de la conceptuación de la
iglesia de acuerdo con el Nuevo Testamento: el pueblo de Dios, el cuerpo de Cristo y la comunión
del Espíritu Santo en las cuales cada miembro tiene un ministerio. La palabra neotestamentaria
laos, de la que deriva el término "laicado", ¡Se refiere a todos los cristianos! El "ministerio de la
reconciliación" (que describe 2 Co 5.18) era confiado a toda la iglesia, no a un ministerio
profesional apartado.
¿Cuál es entonces la función del pastorado? Estamos, debido a nuestra capacitación y ordenación,
equipados y designados para funcionar como líderes, capacitadores y especialistas en lo que es el
trabajo de cada cristiano. En lugar de ser bandas unipersonales que tocan cada domingo para
congregaciones pasivas, los pastores deberían ser directores de orquestas, que ayudan a cada
persona a realizar su singular contribución a la sinfonía de las buenas nuevas. La función clave de
los clérigos aparece descrita en Efesios: "a fin de perfeccionar a los santos para la obra del
ministerio" (4.11 y 12). Nuestra tarea es capacitar, inspirar, guiar, entrenar y trabajar junto con los
ministros laicos como "maestros de maestros", "pastores de pastores" y "asesores de asesores".
Las implicaciones del cuidado y del asesoramiento pastora
¡Las implicaciones del renacimiento del laicado para el cuidado y el asesoramiento pastoral son
profundas y desafiantes! El cuidado pastoral, entendido correctamente, es una función que
corresponde a toda la congregación. La iglesia local debería luchar para ser un organismo sanador,
redentor y estimulante del crecimiento. El objetivo del programa de cuidado pastoral de la iglesia
debería ser el desarrollo de un clima dinámico de preocupación mutua amorosa e iluminada, que
leuda gradualmente toda la congregación. La administración de la iglesia y el programa de
pequeños grupos debería orientarse hacia este objetivo. En la medida en que existe koinonía en
una congregación, se da el ministerio mutuo espontáneamente cuando los miembros individuales
buscan brindarse entre sí, en las palabras de Lutero, "como un Cristo a mi vecino". Cada miembro
tiene oportunidades para el cuidado pastoral que son sólo suyas. ¡Sólo en la medida en que más
de nosotros aceptemos este desafío nuestras iglesias podrán cumplir con su misión como centros
de capacitación y de fortaleza para la sanidad y la liberación, para la plenitud y la justicia!
A medida que el "pastorado de todos los creyentes" se convierte en una realidad dentro de una
congregación, los laicos escapan de su situación de "espectadores" y comienzan a realizar sus
ministerios personales. Su propio crecimiento espiritual se ve estimulado en la medida en que
ponen a trabajar su fe en el servicio directo. Las necesidades que no han encontrado respuesta y
que existen en cada iglesia y comunidad son tan numerosas y variadas que un pastor que trabaja
solo posiblemente no podrá resolver más que una pequeña fracción. El ministerio de cuidado que
ejerce una iglesia para con los solitarios, los enfermos, los ancianos, los afligidos, los que no
pueden salir de sus casas, los extranjeros, los confinados, los explotados, los oprimidos social y
económicamente, puede cuadruplicarse si se involucra totalmente a los laicos capacitados para
realizar esta tarea de cuidado. Cuando los laicos consagrados se convierten en pastores
informales para sus vecinos, sus colegas y los miembros de su iglesia, se convierten en la iglesia,
el cuerpo de Cristo que sirve a los necesitados.
Dos personas que han desarrollado un programa para la capacitación de laicos declaran:
Capacitar a los laicos en el ministerio de cuidado de la iglesia es mucho más que "hacer que un
grupo de gente ayude al pastor en la visitación". Creemos que el cuidado pastoral desarrollado por
los laicos manifiesta la propia naturaleza y el fundamento de la iglesia como una comunidad de
cuidado con su sacerdocio común de todos los creyentes. Provee de un lugar en la vida y en el
ministerio de la iglesia para aquellos que escuchan y creen, y desean poner su fe en práctica de
una manera visible y tangible.
La capacitación de los laicos para el cuidado es una de las claves para la revitalización y el
crecimiento de una congregación. Las investigaciones realizadas sobre temas como el crecimiento
de la iglesia y su declinación muestran que un ministerio de cuidado fuerte y amplio es una variable
crucial para la sanidad y el crecimiento de una congregación. Este tipo de ministerio no es posible
salvo que los laicos capacitados estén profundamente involucrados en el cuidado dentro de la
congregación y en su comunidad.
La resistencia que tienen muchos pastores a involucrar a los laicos de esta manera debe
resolverse o al menos reducirse antes que se ponga en marcha de manera completa un programa
eficaz para el cuidado por parte de los laicos. Algunos ministros sienten culpa cuando piden a otros
realizar tareas de cuidado pastoral. El "complejo de ser indispensables" hace que compartir este
ministerio con el laicado resulte amenazador. Algunos pastores permiten que se les recargue tanto
con las demandas y las necesidades de su gente, que dedicar tiempo para capacitar a los laicos
parece una carga adicional imposible. Lo que es más, a la mayoría de los pastores en el seminario
no se les mostró la importancia crucial de capacitar a los laicos para las tareas de cuidado, ni
aprendieron las técnicas de supervisión que se requieren. Consecuentemente muchos pastores se
sienten inadecuados para esta área del ministerio y algunos lo son. Debemos repensar la imagen
que los pastores tienen de sí mismos y aumentar sus capacidades para supervisar de modo que la
capacitación del ministerio laico pueda ser una parte tanto central como satisfactoria de su tarea.
La resistencia que existe en los pastores se ve reforzada por ciertas actitudes que prevalecen en la
mayoría de las congregaciones. La respuesta inicial de algunos miembros de la iglesia, cuando se
les presenta la idea de capacitar a los laicos para la tarea de cuidado, es: "Le pagamos al pastor
para que nos dé cuidado pastoral y no para que les enseñe a otros a hacerlo". Algunos miembros
de la iglesia sienten que los ayuda un aficionado de segunda clase cuando los visita un laico. Tanto
los pastores como las congregaciones necesitan aprender que capacitar a los laicos no es una
manera que tiene el pastor de pasarles el fardo de sus obligaciones, sino un modo poderoso de
profundizar, ampliar y compartir el ministerio de cuidado con toda la congregación. No reemplaza el
cuidado pastoral que hace el pastor, sino que lo complementa y lo incrementa en gran manera.
Una de las preocupaciones de los pastores se relaciona con la calidad de los programas de
cuidado y de ayuda a cargo de laicos. ¿Es realmente posible que los laicos den ayuda eficaz a los
cargados, a los afligidos? Los estudios han confirmado la eficacia de la tarea de ayuda que realizan
los laicos y de los para profesionales. Se ha demostrado que aquellos que han recibido una
capacitación inadecuada y que no son supervisados puedan hacer daño, particularmente si tratan
de trabajar con individuos o familias que necesitan asesoramiento o terapia. (Por supuesto que lo
mismo puede decirse de los pastores y de otros profesionales que han recibido una capacitación
inadecuada o no son supervisados.) Pero la evidencia clara es que al hacer cuidado pastoral, ¡los
laicos bien capacitados pueden hacer una contribución constructiva y única al ministerio de cuidado
global de una iglesia, un hospital o cualquier otra institución!
Los ministerios laicos para el cuidado están floreciendo en muchos lugares. Algunos ejemplos:
3. Centro de ayuda telefónica. Iglesias en muchos países han instalado centros de ayuda
telefónica donde voluntarios entrenados auxilian en momentos de crisis a aquellos que
llaman. La capacitación en este programa es extensa y rigurosa; involucra una supervisión
cuidadosa y consultas con profesionales de la salud mental y pastores que están
entrenados en asesoramiento.
Se percibe falta de responsabilidad de muchos miembros de las congregaciones con
relación al ministerio total de la iglesia. Uno se pregunta qué sucedería si frases como "el
sacerdocio de todos los creyentes", "el cuerpo de Cristo" y "perfeccionar a los santos para
la obra del ministerio" dejaran de ser clichés teológicos y se convirtieran en la base sobre
la que se construyera el ministerio de una congregación. "¿Cómo se vería la iglesia si la
gente realmente se ministrara entre sí? ¿Si una congregación estuviera realmente
marcada por "regocijarse con los que se regocijan, llorar con los que lloran"? ¿Qué
ocurriría si todo no dependiera tan pesadamente sobre un pastor demasiado atareado.
¿Qué pasaría si desarrolláramos toda una congregación de pastores?"
4. El «Programa Esteban». Esta clase de preguntas ha permitido que programas como la
«Serie Esteban» sea una realidad. Este es un programa donde miembros de la iglesia local
se capacitan para cuidar a otras personas dentro de la congregación. Muchas
congregaciones en una variedad de denominaciones han participado en este programa de
capacitación denominado «Ministerio de cuidado pastoral en equipo». Como en otras
instancias eficaces para la capacitación de laicos, este enfoque incluye reuniones
regulares de los que realizan el cuidado (luego de la capacitación inicial) para obtener
apoyo grupal, supervisión (usualmente con el pastor) y capacitación continua.
5. ABC para tratar la crisis. Howard Stone ha desarrollado un modelo poco complicado para
capacitar a los laicos en la tarea de cuidado (que se describe en el libro La iglesia que
cuida: guía para el cuidado pastoral laico). Las ocho sesiones se concentran en estos
temas y técnicas: ¿qué es el cuidado pastoral? (Se presenta el método ABC para tratar las
crisis); establecer una relación de cuidado escuchando con atención; responder de
maneras que anime a las personas; hacer visitas en hospitales y lugares cerrados (se
asignan visitas a hogares de ancianos durante esta sesión); el cuidado en situaciones de
duelo; discutir las visitas que han realizado las personas que están capacitándose; resolver
problemas y hacer derivaciones; concluir incluyendo la estructuración de un programa laico
para el cuidado dentro de la iglesia. Stone enfatiza que la mayor parte de los pastores que
desarrollan programas de cuidado para capacitar laicos no reducen su propia
responsabilidad en el área del cuidado pastoral. Pero tienen la satisfacción de saber que
las necesidades de cuidado pastoral de su gente son atendidas de una manera mucho
más completa que si estuviera solo.
Otros programas enfatizan maneras de utilizar las oportunidades de cuidado pastoral que ya
existen en las actividades de la parroquia: evangelización e incorporación de nuevos miembros,
visitación a los hospitales, cuidado de los afligidos, visitación de los ancianos y de los que no
pueden salir de sus casas, la solicitud de las promesas anuales de mayordomía, clases de escuela
dominical y grupos de mujeres. Ofrecen sugerencias para la estructura, el contenido y la
supervisión de la capacitación. A partir de su amplia experiencia en la formación de personas
dedicadas al cuidado, Detwiler-Zapp y Dixon declaran: «Una de las cosas que manifiestan más
cuidado y que usted puede hacer por su iglesia y por usted mismo es capacitar a otros para que
den cuidado. Poner la teología en práctica de esta manera puede cambiar visiblemente toda la vida
de una congregación. Creemos que se sentirá sorprendido e inspirado por los dones, talentos y el
compromiso que los laicos pondrán en su ministerio mutuo».
Tomado de Asesoramiento y cuidado pastoral, por Howard Clinebell, Wm. B. Eerdmans Publishing
Co., Grand Rapids, Nueva Creación, Buenos Aires, 1995. Apuntes Pastorales, Volumen XXI –
Número 2.
9. ¿Por qué algunos pastores se resisten a entrenar a los laicos para el cuidado congregacional?
La amistad ministerial
Los pastores y líderes, así como todos aquellos que trabajan en la viña del Señor,
necesitamos establecer una amistad al estilo de Jonatán y David.
Un vínculo necesario
Un recurso valiosísimo
A SI ES. TODO EL mundo necesita amigos. Y de manera especial aquellos que de una u otra
forma ministramos en la Iglesia del Señor. Una amistad íntima, sincera, comprometida, con colegas
en quienes podamos depositar nuestra confianza en todo tiempo, aun en aquellos de crisis
personal. Alguien con quien podamos sincerarnos, una persona que nos comprenda y se
identifique con nosotros porque conoce el terreno que pisamos y las pruebas que existen en el
campo ministerial.
La amistad es un don de Dios, como lo leímos en el último número de la revista Los Temas, y creo
firmemente que hay siervos que han caído en el campo de batalla por falta de una amistad de este
tipo. Necesitamos amigos que puedan orar por nosotros y con nosotros.
"Amigo hay más cercano que un hermano". ¡Qué gran verdad es esta! Tengo la dicha de contar
con amigos de esta clase, tres en particular, que me asesoran y yo los asesoro. ¡Qué enorme
riqueza espiritual es tener esta asociación! Repito, es un verdadero regalo de Dios.
Pero es menester que entendamos que esta clase de amistad no es fácil. Necesita cultivo, es
necesario sacar tiempo para estos amigos y a la vez no imponernos a ellos, queriendo acaparar
todo su tiempo. Por eso es recomendable no tener un solo amigo íntimo en el ministerio, sino dos o
tres (y aun más, si lo considera necesario). De igual modo es saludable y edificante que tengamos
este tipo de amistad con consiervos de otras denominaciones. En mi caso, mis tres amigos,
pertenecen a diferentes organizaciones, incluyendo la mía.
David y Jonatán cultivaron ese tipo de relación. A pesar del odio de Saúl, su padre, el hijo mantuvo
firme y sincera su relación con David, porque sabía que su padre estaba equivocado en su
apreciación hacia su amigo. Al morir Jonatán, David expresó su profundo dolor por la pérdida y el
reconocimiento de lo que su amistad había significado. Además, manifestó su fidelidad con la
pobre y disminuida descendencia (Mefiboset), tal como lo había prometido, dándole un lugar de
honor en su mesa.
Pablo en el Nuevo Testamento sostuvo esta clase de relación amigable, ínfima, con varios de sus
colaboradores. Con Lucas, el médico amado, con Priscila y Aquila, sus compañeros en la obra y en
la profesión de fabricantes de tiendas, con Timoteo y Tito, con Epafrodito.
¿Y qué diremos de nuestro Señor y Salvador? Jesús intimó con Pedro, Juan y Jacobo. Los llevó
consigo al Monte de la Transfiguración, una revelación muy ínfima de su divinidad. Jesús tenía una
amistad profunda, intensa y suficiente con su Padre, pero estando en forma de hombre, en la tierra,
consideró necesario e importante mantener una relación cercana y amigable con sus discípulos, en
particular con los tres antes mencionados.
De igual modo, nuestro estatus de siervos nos da el privilegio de establecer una relación ínfima con
el Padre, a través de Jesús (Jn. 14.6). En realidad la podemos tener con Jesús mismo (Jn. 15.13-
15) y con el Espíritu Santo (Jn. 16.7-13). ¡Qué privilegio nos ha dado Dios de ser sus hijos y
amigos de la Trinidad!
En estos días me regalaron un libro que acaba de publicar la Editorial Vida. Lo considero útil y
recomiendo a quienes les interese este tema. Se titula Consejería entre Amigos ("Cómo estar
preparado cuando los amigos le piden ayuda"). He escogido dos párrafos del mismo para compartir
con usted, estimado colega.
"El siquiatra Garth Wood rompe con las creencias tradicionales de su profesión, aseverando que
las personas que no han realizado estudios formales son algunos de los mejores recursos para
ayudar a las personas. Wood está convencido de que quien tiene un conocimiento íntimo de otra
persona puede ser una fuerza poderosa y catalizadora para el bien en la vida de esa persona.
Después de todo, es usted quien conoce los puntos fuertes y los puntos débiles de su amigo; es
usted quien conoce los parrones de hábitos, las idiosincrasias de la personalidad, y lo que es
capaz de motivarlo. Usted, entonces, comienza con una ventaja en cuanto al conocimiento del
individuo, de la que carece el profesional, quien sólo puede obtenerla después de muchas horas de
conversación y de exploración insistente."
"Para quien conoce a Cristo como su Señor y Salvador personal, hay, además, una fuente
adicional de sabiduría y revelación: la presencia del Espíritu Santo. Durante la Semana de la
Pasión, Jesús se refirió en cuatro oportunidades a la venida del Espíritu Santo. Empleó una palabra
que no se había usado antes para referirse al Espíritu Santo: parákletos, un término que se traduce
«consejero» en la Biblia (Nueva Versión Internacional). Jesús dijo a sus discípulos que rogaría al
Padre que les enviara otro Consejero, el cual los guiaría a toda verdad y les mostraría las cosas
por venir. Este es el mismo Consejero que mora en los hijos de Dios hoy, y que puede darles el
conocimiento que no podrían tener de ninguna otra forma". (Págs. 122 y 123)
Necesitamos la amistad divina, esa amistad abierta, sincera y diáfana que nuestro Dios nos ofrece
y desea compartir. Pero mientras vivamos en este mundo necesitaremos la bendición de amistades
genuinas, mediante las cuales podemos no sólo recibir y dar ayuda, sino también crecer; porque la
verdadera amistad nos edifica totalmente.
Mi hermano consiervo, apoye a otro consiervo. Sea leal con él, guarde el secreto que le confió y jamás lo
menospreció con actitudes mezquinas, con la murmuración, con el silencio cómplice. Juégate por quién
Dios llamó. Aprendamos a dialogar con sinceridad.
Matías era un joven pastor radicado en una zona rural y lejana del país. Tenía muchas ilusiones
con la pequeña iglesia que Dios le había dado para pastorear; su esposa también compartía con él
todas las alegrías y tristezas del ministerio. Llegó el día de las dificultades y problemas, el de la
angustia; en ese trance se decía: "Si pudiera compartir este momento con algún colega...; pero
estaban lejos y las cartas no resultaban lo más útil e interpretativo; "si les escribo", pensaba,
"faltará sensibilidad para que me comprendan en la verdadera situación por la que atravieso".
Pasaron los años y el joven pastor llegó a la ciudad y se encontró con una Iglesia más grande, con
mayores posibilidades, más medios y más laicos activos y preparados; también tenía un co-pastor
como compañero para la tarea. Entonces se dijo: "Ahora estaré mejor y tendré con quién
expresarme a gusto, planear, soñar y aun llorar y lo más, orar y ser entendido". Pero había otro
"pero". ¿Qué sucedía ahora? La vida ciudadana, los compromisos con otras congregaciones y la
personalidad del colega, entre otras cosas, le hicieron nula la posibilidad y vana la ilusión de ser
escuchado y de ser pastoreado como deseaba; o de ser, simplemente, como Pablo lo fue,
acompañado, consolado con la presencia del consiervo.
¡Cuánto nos falta de esta experiencia mutua! ¡Qué necesario es hoy, en nuestro cargado tiempo
del siglo XX, la ayuda pastoral de un Epafrodito!
En un sincero análisis debemos reconocer que es sumamente necesario que los pastores
tengamos también nuestros propios pastores. Como seres de carne y hueso, sujetos a las mismas
necesidades de todos los hombres. Spurgeon, parafraseando a Eclesiastés, decía de la fragilidad
humana: "Un gran trabajo se ha creado para todo hombre y un yugo pesado agobia a los hijos de
Adán, desde el día que salen del vientre materno hasta el día que retoman a la madre común. Les
da mucho que pensar y los llena de temor la ansiosa expectativa del día de la muerte. Desde el
que está sentado en un trono glorioso hasta el humillado en el polvo y la ceniza; desde el que lleva
púrpura hasta el que va vestido miserablemente, sólo sienten rabia y envidia, turbación e inquietud,
miedo... resentimiento y rivalidad". (Discursos a mis Estudiantes, Cap. XI). Todo esto también nos
rodean a nosotros, los pastores, a pesar del maravilloso llamado que hemos experimentando. La
angustia y la depresión también son para los siervos de Dios. Podremos incluir, además, la salud
de la familia y nuestra,- la situación económica y las crisis del lugar dónde trabajemos como
factores deprimentes. Por eso nosotros también necesitamos ayuda pastoral y espiritual. La
historia está llena de ejemplos de buenos y grandes hombres de Dios que necesitaron de la
palabra calma, del aliento fraternal y la sabiduría de algún colega. Frente a esta necesidad real que
tenemos, ¿somos pastoreados? La contestación es que en la gran mayoría no sucede. Muy difícil
se hace esta tarea entre los ministros del Señor.
• Posiblemente, la menos significativa de las barreras sea la que argumentaba Matías, el joven de
la historia inicial: la distancia. Es cierto que el aislamiento puede deprimimos y no ayudar a ser
pastoreados, pero hay otras barreras más significativas. La distancia se agranda cuando mayor es
la dejadez de escribir o buscar formas para encontrarse con un colega.
• En algunos grupos, donde existe cierta jerarquía entre los pastores, se produce una barrera que
impide la apertura de uno hacia el otro y viceversa. Generalmente es allí cuando la familia pastoral
(y por sobre todo el mismo pastor) sufre la orfandad. Suele verse al consiervo más como "jefe" que
como colega, por lo que se teme abrir ante él el corazón; por su parte, quien está en un cargo
superior (supervisor, presbítero, etc.) es renuente a contar sus angustias y decepciones a quien
"está más bajo". Por una cosa o por otra, se frustra un verdadero cuidado y ayuda fraternal entre
dos que, por esas cosas, siguen solos en sus problemas e incertidumbres.
• Otra barrera es el miedo a exponer mi trabajo para que otro lo juzgue. En nuestros días tiende a
independizarse la tarea. Creemos haber recibido un encargo especial de parte del Señor, alguna
revelación particular para la tarea y nos olvidamos de compartir, olvidándonos de que el colega
está pasando por lo mismo que nosotros. Ese aislamiento impide una buena y terapéutica relación
de mutuo pastoreo y, sin querer, se enferman nuestras personalidades. Nos hacemos "islas " y sólo
cuidamos nuestro pequeño "patrimonio" sin tener en cuenta todo el panorama espiritual y todo el
entorno. Estaremos ayudando a nuestra grey, pero nos estamos mal formando como "colega".
• No está ausente de nosotros, a veces, manifiestamente y en otros casos más encubiertamente, la
actitud de comparación con el éxito o fracaso de nuestros colegas. Si tenemos éxito podemos caer
en la vanagloria de pensar que estamos en un nivel de espiritualidad mejor y no necesitamos el
apoyo y la oración del otro. Si hemos fracasado no nos animamos a confesar el error o considerar
aun el pecado. Humanamente nos pasa como a Pedro con Juan: "¿Y qué de éste?", dijo cuando el
Señor habló del futuro (Jn. 21.22). ¡Cómo nos alejan las comparaciones! A veces pienso que en lo
muy recóndito de nuestra personalidad aparece la triste codicia empujando nuestra conducta. ¡Dios
nos libre de tal impedimento!
• Tal vez el gigante mayor se encuentre en un sentido de autosuficiencia que nos encierra a los
pastores haciéndonos pensar que podemos salir solos de las situaciones embarazosas y críticas.
Nos tomamos petulantes y formamos nuestro muro. Esto nos lleva a valorar falsamente la
situación, a vivir subestimando a los demás. Claro, por cierto, me olvido de que el menosprecio de
mis hermanos consiervos es un pecado y que el Señor me exhortó a considerar a "tos otros como
superiores a nosotros mismos" (Fil. 2.3). No olvidemos que el mismo Señor nos dio ejemplo al
humillarse hasta muerte de cruz y en servir a los suyos aun "lavando los pies de sus mismos
discípulos".
• Por cierto que encontramos barreras de nuestra propia personalidad. Podemos ser tímidos y
faltamos la posibilidad de acercamos a otro consiervo para animarlo y ayudarlo o pedir eso de él.
En otros casos, reconozcamos que somos irascibles y nos cuesta guardar bien el equilibrio; nos
enojamos con cierta facilidad y no queremos discutir con amplitud nuestras cuestiones, preferimos
callamos o retar en lugar de aconsejar prudentemente.
• Nuestras tendencias a guardar rencores también pueden afectar la posibilidad de ser pastoreados
o de pastorear. Necesitamos un carácter abierto como el del siervo de Dios, David, que pudo ser
fortalecido y superar el odio que le tenía Saúl y respetar a quien era "el ungido de Jehová".
• No es difícil tener una personalidad que a veces arrolla con todo y planifica en grande, trata de
llegar a los blancos propuestos con mucha rapidez y luego se desanima con mucha facilidad y
queda poco de todo lo soñado y planificado. Sin aliento y como globos desinflados nos quedamos
estáticos sin buscar ayuda y, en casos, sin permitirla cuando viene.
• Se nos da también, en otras oportunidades, por absorber con facilidad las dificultades de nuestros
hermanos de la grey y aumentar así las cargas propias del ministerio, lo que suele impedimos el
estar prontos para ayudar al colega que lo necesita, o, lo peor, hacerles a ellos las necesarias
"confesiones" de nuestras tensiones y ansiedades, lo que nos sería provisión de lo Alto en
sabiduría y aliento.
Si, hermano, ministremos como un cuerpo, cada uno haciendo su función, que es el modelo de
Dios. Bíblicamente, la tarea era realizada en conjunto. Desde el nacimiento de la iglesia en
Pentecostés vemos que los apóstoles trabajaron mancomunada y solidariamente. Pedro y Juan y
todos los apóstoles se unieron para la tarea. En Antioquía ministraban, por lo menos, cinco
personas, y a ellos el Espíritu Santo dijo: "Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los
he llamado" (Hch. 13.1-13); más adelante se ve cómo la interdependencia en el ministerio lleva a
Bernabé y a Saulo a una reunión "interministerial", según el capítulo 15. Más tarde aparece Pablo
junto a Silas e incorporando a Timoteo en la tarea.
Es evidente que el cuidado mutuo fue una característica neotestamentaria muy sobresaliente en la
iglesia primitiva. Hoy, en gran parte, se ha perdido y debemos reconocer que es necesario
revitalizar este principio de cuidado mutuo y de aconsejamiento sincero entre los pastores.
¿Qué podemos ofrecemos unos a otros en el cuidado pastoral? Sin duda alguna la experiencia y lo
que el Señor ya nos ha dado. Por eso la voz de nuestros mayores o de los más veteranos en el
trabajo ministerial será siempre un apoyo sumamente necesario. En mi propio caso, el consejo
oportuno, y por cierto aplicado, de mis consiervos experimentados fue una gran bendición; ayudó al
sostenimiento personal y evitó frustraciones en la tarea que me esperaba. Sepamos confiarles
nuestra situación; eso es un signo de madurez, y sepamos que si pretendemos que ellos también
puedan confiarnos las suyas, entonces deberemos mostrar muchos signos de madurez. Esto nos
llevará a compartir los éxitos y las alegrías, el fuerte gozo en el Señor y también nos hará sufrir las
tristezas, el dolor de los fracasos y jamás gozamos por algún desliz de un consiervo.
No olvidemos la carga que Pablo tema por sus ovejas y cómo practicaba la vida de oración junto a
sus compañeros de milicia. ¿Olvidaremos la oración de Pablo y Silas en la cárcel? ¿Olvidaremos
que, desde la prisión, daba gracias y oraba? (FU. 13-11). Todo esfuerzo en este aspecto será poco,
pero sin duda su resultado será visto en el ministerio.
• Ofrezcámonos también el estimulante gozo de la victoria. "¡Regocijaos!" El ministerio tiene gozos
que jamás entenderán quienes no han sido llamados en el Señor y para la obra. No dejemos de
usar el teléfono, la breve esquela, etc., y gocémonos cuando los otros triunfan. Nuestra compañía
en el éxito del hermano no sólo sirve para ese momento, sino que será recordada cuando las
dificultades estén de nuestro lado.
• Ofrezcamos un buen apoyo a la familia del colega. Tal vez los más descuidados dentro del
ministerio cristiano sean muchas veces nuestras esposas e hijos. Exigidos por diferentes flancos,
apremiados por circunstancias muy particulares, no están exentos de complejos y problemas.
Satanás es muy hábil para intervenir en este sentido y querer quebrar la armonía ministerial por
medio de la ruptura de la armonía familiar. Suele darse que una orientación al adolescente es
mejor recibida desde afuera que desde adentro de la casa. Tratemos de dar nuestro amor a las
familias de nuestros consiervos. Considerémoslos en forma especial.
• Démonos con firmeza y sin retaceos nuestra lealtad. ¡Qué precioso lo que encontramos entre
David y Jonatán; una lealtad que va más allá del odio de un padre airado y alejado del Señor, una
lealtad que va más allá de un puesto, o aun de la misma muerte. Jamás, como dice el viejo
aforismo, "dejemos en la estacada a nuestro consiervo". Sepamos apoyarlo, aun económicamente,
aunque lo nuestro sea poco; el apoyo económico (esforzado y difícil) de un colega tiene un sabor
de amor ágape único, muy distinto que el que viene de cualquier otra parte. Esto también es lealtad
¡y claro que es exigente!, pero también, retribuyente.
Mi hermano consiervo, apoye a otro consiervo. Sea leal con él, guarde el secreto que le confió y
jamás lo menospreció con actitudes mezquinas, con la murmuración, con el silencio cómplice.
Juégate por quién Dios llamó. Aprendamos a dialogar con sinceridad. Me dijo un hermano hace
pocos días:
"El gran problema de nuestros líderes es que no saben escuchar ni aun los mensajes. Están
acostumbrados a hablar, a predicar y a exhortar, a dirigir y no saben sentarse a escuchar". ¡Qué
tremenda, realidad! ¡Qué opuesta al consejo sabio y prudente de Dios!: "Todo hombre sea pronto
en oír...". El diálogo debe ofrecer un saber escuchar detenidamente, el saber responder
sabiamente y el dedicar tiempo suficiente al otro. Si aprendemos a escuchamos, si nos
disciplinamos para responder con sabiduría y prudencia, a no ser apresurados, haremos una
pastoral con los consiervos y ellos lo harán con nosotros también.
• Por último, no habrá un verdadero apacentamiento pastoral entre los llamados a menos que
consideremos este sagrado ministerio como lo más precioso que pueda haber en el mundo. Nos ha
tocado una herencia "deleitosa" al haber sido puestos como "ministros del nuevo pacto". No siendo
dignos, él tuvo misericordia y nos eligió para que llevemos fruto. Si no nos cuidamos no tendremos
ese fruto.
Es nuestro deber ineludible vivir en abnegación, diligencia y santidad; buscando "los lugares
celestiales" para vivir en un nivel espiritual digno, como "ejemplos de la grey". Nuestro éxito en el
cuidado pastoral de los consiervos y el de nuestras mismas vidas estará en atender al Príncipe de
los pastores, el Gran Pastor de las ovejas; El puede hacemos aptos. El proveyó dirección a aguas
seguras, al "confortar nuestra alma" renovará nuestras vidas en los difíciles momentos,
protegiéndonos aún en los valles oscuros y dejándonos la esperanza de nuestra permanencia en la
Casa del Padre. (Sal. 23; Is. 58.11). Eso hace nuestro Gran Pastor; así hagamos nosotros con
nuestros, consiervos.
2. ¿Qué ejemplos bíblicos tenemos de hombres de Dios que tuvieron buenos amigos?
4. ¿Por qué es necesario, bueno y útil que los pastores sean pastoreados?
38. Unidad
Gracias sean dadas a nuestro Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, por la Iglesia de su Hijo, la cual
nos ha albergado y acompañado en la difícil tarea de vivir y servir a nuestro Rey.
Aunque el párrafo anterior no está en la Biblia, lo tengo grabado firmemente en mi corazón, pues
de su enseñanza proviene. Y no sólo de la enseñanza bíblica, sino también de la historia de
caminar sus verdades.
El conocimiento que tengo de la Iglesia viene desde muy pequeño, ya que nací en un hogar
evangélico. Así fue que no solo asomé temprano la nariz en la congregación, sino en medio de
familiares que eran activos en ella. Desde el comienzo he vivido diferentes etapas mías dentro de
la Iglesia del Señor, y a la vez he sido testigo de diferentes tiempos de la Iglesia misma.
Recuerdo aquellos tiempos en que los evangélicos éramos acusados de ser "miles de iglesias y
grupos divididos que no guardan la unidad". Todavía, en cierta forma, se nos continúa recordando
eso, aunque tengo la impresión que el ímpetu ha mermado. Hace unos pocos años, en el congreso
de COMIBAM -noviembre de 1987-, don Emilio A. Nuñez, un ministro de vieja data en nuestro
continente y testigo de muchos vaivenes de la Iglesia -además de honroso columnista de Apuntes-
opinó de ese encuentro, diciendo: «Estamos gustando una unidad difícil de explicar, pero fácil de
sentir».
La Iglesia de Cristo siempre ha sido una y ha experimentado cierto grado de unidad, pero en las
últimas décadas ha dado grandes pasos hacia la convivencia y la honra mutua. Es notable de qué
manera, a partir de los sesenta, se ha incrementado la actividad interdenominacional y la
participación de diferentes grupos en campañas, conferencias, congresos y hasta programas
concretos. Y es precisamente eso una gran marca de que somos Iglesia de Cristo: que a pesar de
que no haya ninguna estructura administrativa con autoridad de sugetar a las distintas
denominaciones y grupos, nos miramos como hermanos y reconocemos en otros el mismo sello
regenerador del Espíritu Santo; frutos de un mismo Evangelio e hijos de un mismo Señor.
Con nuestra misión nos ha tocado servir en la segunda mitad del siglo XX. Y si El nos permite,
seguiremos haciéndolo en el XXI. Y para nosotros, como misión de servicio interdenominacional en
el continente, el Cuerpo de Cristo ha representado una inmensa bendición. A pesar de que "hay de
todo en la Viña del Señor", alabamos a Dios por ella y le damos gracias por amarnos tanto a través
de su Cuerpo.
Alabamos a Dios porque nos hemos sentido amados y aceptados por la Iglesia, lo que en
realidad resume que cientos -y miles- nos han hecho sentir como «sus hermanos» cada vez
que compartíamos un saludo, un culto, una labor. No han sido todos, pero... ¡cuántos sí nos han
amado! Alabamos a Dios porque santos hombres y mujeres que El ha levantado y formado a
través de muchos años como sus ministros, nos han servido de manera maravillosa. No éramos
dignos de ser servidos por ellos, pero así lo han hecho -y lo hacen aun.
Alabamos a Dios porque nos ha dado un espacio para servirle en medio de su Pueblo, y El ha
trabajado en muchísimos corazones de hombres y mujeres para permitir que eso fuera posible.
Todos sabemos que en el ser vicio cristiano no faltan las molestias y tristezas, pero si de alguna
manera servimos, cuenta en ello la obediencia de muchos otros.
Todos los días alabamos a Dios con nuestra familia por la inmensa cantidad a quienes somos
deudores, porque han facilitado nuestro ministerio, aun cuando ellos no ganaban nada por eso
-más que la bendición de servir- y más aun, dando sacrificial y generosamente de lo propio para
bendecidnos, sostenernos y prosperarnos.
Alabo al Señor por haber animado a varios de sus hijos a exhortarnos muchas veces, y
alertarnos de errores y pecados, demostrando así también su amor y cuidado por nosotros. No
nos han faltado las incomprensiones, las críticas irónicas y la mala fe de algunos, no obstante
también recibimos del Señor, a través de preciosos hijos e hijas, palabras de sabiduría, de
advertencia y de aliento.
Alabo al Señor porque muchas veces las crisis, propias de la vida y la marcha de su Iglesia,
fueron marco propicio para apelar a los recursos espirituales de forma más enfática y así crecer
en madurez espiritual.
Alabo al Señor porque su Iglesia -por medio de la Ley que El puso en sus manos y en sus
corazones- nos ha predicado el Evangelio, nos enseña, nos consuela, nos aconseja, nos
capacita y nos ha desafiado a servir.
¡Cuántas veces sentimos quejas y críticas referentes a la Iglesia! (¡cuántas veces hemos
participado en ellas!). Pero... ¡qué gozo sentimos y cuánto agradecimiento nace hacia Dios cuando
nos ponemos a evaluar lo que a través de ella hemos recibido! Aun aquellos que en su amargura
creen que nada han recibido de la Iglesia, piense tal persona en la Biblia personal que tiene en su
casa, y reflexione sobre la cantidad de cristianos obedientes que fueron necesarios para obtener
ese ejemplar.
Quiero animarlo, mi hermano, mi hermana, a que juntos demos gracias a Dios por su Iglesia.
Piense en todas las bendiciones que ha recibido, y gócese en ello, y alabemos al Señor del
Cuerpo, porque ha sabido hacerlo funcionar.
La a iglesia, ¡qué gran invento de Dios! ¡Qué misterio multifacético! Y cuánto bien ha hecho, cuánto oro
para el adelanto del Evangelio. Pero también, cuánto dolor, cuánta tristeza y conflictos hemos
experimentado en su seno.
Me es difícil expresar la pena que experimento en tantas conferencias, cuando en nombre del "creo en la
iglesia local" se ataca a tantas entidades de servicio que trabajan para enriquecer esa congregación, como
también cuando atacan a la iglesia. Algunos piensan que por atacar a las organizaciones paraeclesiásticas se
logra mayor espiritualidad y respetabilidad, como si el símbolo de ser fundamentalista fuera el equivalente
excluyente de "creo en Dios". Si uno intenta ahondar en la expresión, contestan: "el instrumento de Dios es la
iglesia local", y siempre tienen a mano sus historietas referidas a las personas que fueron apartadas
("robadas", dicen) de las iglesias por involucrarse en una de estas organizaciones, o de la organización que
malgastó fondos, o el caso de inmoralidad por la "falta de responsabilidad hacia una iglesia".
Decimos que "un problema correctamente definido está resuelto por la mitad". ¿Puede ser que estemos
definiendo mal el problema? Conozco más personas alejadas de la iglesia por problemas en ellas que las que
sufrieron por las entidades de servicio (tal vez sea porque hay más iglesias, no sé). Conozco más iglesias
locales con problemas morales que organizaciones en esa situación.
El año pasado estuve en una conferencia de pastores de Flet en Uruguay. En un aparte, estuvimos hablando
con Salvador Dellutri, un amigo, buen maestro y pastor de Buenos Aires, acerca de este tema porque alguien
en esa ocasión había declarado su ortodoxia con un: "creo en la iglesia local y no en organizaciones
paraeclesiásticas". "Es que debemos llamar a las organizaciones bajo dos nombres diferentes", dijo Salvador.
"Para y pro eclesiásticas. Porque hay organizaciones que funcionan paralelas a la iglesia y otras que funcionan
en servicio y apoyo de la misma". Su comentario me hizo seguir pensando en el tema.
Cuando tenía 17 años, un domingo a la mañana, después del culto, decidí no ir más a la iglesia. Me hacía más
mal que bien. Abandoné la congregación y pasaron meses sin que asistiera a reunión alguna. Cierto día
escuché un mensaje en una plaza. Fue lo que Dios usó para hacerme volver a su iglesia. Sin embargo, el
mensaje fue dado por un miembro de una organización paraeclesiástica (proeclesiástica, diría mi amigo).
Comencé a ir a otra iglesia, donde iba este hombre que me había tocado con su sermón callejero. Dios usó esa
iglesia para ayudarme a crecer. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo me sentía cada vez más culpable
porque no testificaba a otros. Nos predicaban frecuentemente de que debíamos testificar, pero en la iglesia
nadie me enseñaba a hacerlo. Una tarde fui invitado por un muchacho de una organización paraeclesiástica,
para que fuera a "aprender a testificar". Gracias a Dios por Tomás González. A través suyo aprendí a ganar a
mucha gente para el Señor; docenas de ellos hoy están en iglesias locales. Esa misma organización ganó para
Cristo y discípulo a la mujer que hoy es mi esposa. ¡Gracias a Dios por ellos!
¡Hombres! Hombres que usan o abusan de la gracia del Señor. Hombres que atraen o ahuyentan a la gente.
Dios usa a hombres y éstos son los que forman la gran y multifacética iglesia de Jesucristo. No es "la iglesia"
ni "aquella organización" en sí lo que Dios usa, sino hombres en comunión con Dios y con otros santos.
Los hombres somos el problema. Cuando una iglesia anda mal es porque sus hombres andan mal. Cuando una
organización anda mal es porque sus integrantes andan así.
No sólo está la iglesia local en las Escrituras, sino también la iglesia universal. ¿Se imagina el descalabro
general que habría con respecto a la producción de la Biblia y sus versiones si no existieran organizaciones
como Sociedades Bíblicas y otras para aunar esos esfuerzos?
Ni quiero pensar en lo que ocurriría si cada iglesia tuviera que hacer su propia traducción e
imprimirla, (tenemos suficientes problemas con cada una interpretándola). ¿Acaso estaríamos lejos
de la verdad si decimos que Pablo, al comenzar su ministerio (Gá. 1.2) fundó la primera
organización paraeclesiástica?
¿Quienes no dan gracias por el trabajo de Sociedad Bíblica, los Gedeones, La Asociación Billy Graham,
Cruzada Mundial de Literatura y tantas otras organizaciones que Dios ha usado en formas importantes?
Algunos no han llegado a entender todavía el gran de Dios, y por el mal comportamiento de algunos
menosprecian los propósitos más grandes de nuestro Dios y Padre.
Yo también creo en la iglesia local, y soy pastor en una de ellas. Y creo que es vital que todo cristiano esté en
medio de una iglesia (sana, por supuesto). No estoy de acuerdo con los que dicen que son miembros de la
iglesia invisible y por eso están "invisibles" en la iglesia local. Todas las semanas oro por los miembros de
nuestra iglesia que puedan servir a Dios en la iglesia y afuera de ella. He visto cómo Dios ha llamado a gente
de nuestra iglesia local para trabajar en una agencia de servicio, ¡y hemos visto que su servicio allí ha
beneficiado a muchas iglesias, más de lo que hubiera sido en la nuestra! Y es un privilegio, como iglesia
tenerlos sirviendo en otros lados.
Podemos ser hallados en grave afreta contra Dios si menospreciamos los ministerios especiales que ha
levantado para propósitos vitales del cuerpo. Podemos estar pecando también por no ver a estas
organizaciones como parte del cuerpo a quien tenemos responsabilidades de apoyar, sostener así como de
amonestar y corregir como hermanos en el Señor.
Sí, creo en la iglesia local, y creo en los "apoyos logísticos" que Dios ha levantado para ayudamos a rescatar
al perdido, alentar al desahuciado, curar al enfermo y engrandecer el nombre de Dios por toda la tierra.
1. ¿En qué cree usted que son importantes las organizaciones de apoyo a las iglesias?
Adios a un pastorado
Cada pastor necesita comprender que puede planear cómo terminar con una etapa de su ministerio: la
puede concluir de una manera optimista, positiva y redentora, o de un modo pesimista, destructivo y
antagónico. De él depende la elección, y vivirá con ella por el resto de su vida.
Los pastores son los más sorprendidos en descubrir que, cuando llega el momento de dejar una
congregación, no saben cómo despedirse. Muchos consideran que esas últimas semanas son
vacías y sin sentido. Algunos aun han "tirado por la borda" la buena tarea efectuada durante años
debido al comportamiento inapropiado en el momento de dejar la comunidad. Las congregaciones
muchas veces son de poca ayuda, pues a los miembros también les resulta difícil despedirse.
Siendo el pastor quien toma la decisión de dejar un lugar, él debería tomar también la iniciativa
para que las últimas semanas fueran lo más efectivas posibles. El pastor tendría que dar una
mirada franca a su rol y preguntarse cómo afectará su retiro a cada miembro de la congregación.
Algunos se sentirán rechazados, otros amenazados porque han dependido de él como fuente
principal de amor y estímulo —él estuvo involucrado en los aspectos importantes de las vidas de
sus feligreses y eso ahora se va a interrumpir. Algunos se sentirán culpables y hasta vagamente
responsables de su partida.
El pastor debería reconocer que, en algunos casos, la congregación se puede sentir rechazada y, a
su vez, puede rechazarlo a él. Si ella piensa que el pastor se retira para ir a trabajar a campos más
grandes y mejores, ¿qué clase de recompensa a su lealtad es esa? Significaría que ella es de
menor importancia que la otra. Perder a un pastor es como recibir un juicio negativo de sí misma;
es difícil que la congregación no sea crítica sobre la partida.
Durante las últimas semanas de su ministerio, el pastor debería también procurar sanear las
relaciones de tirantez que pudieran existir con algunos miembros que tengan sentimientos
negativos hacia él. Esa categoría generalmente incluye a gente antagónica contra toda autoridad,
aunque no necesariamente hacia el pastor como persona. Tal vez como el pastor ya no es visto
más como la autoridad, el miembro antagónico se sienta libre para establecer otro tipo de relación.
Cada congregación incluye también a gente independiente que precisa ayuda pastoral, pero que
no lo quiere admitir. Estas personas generalmente cargan con responsabilidades pesadas y
ocupan cargos solitarios en su iglesia, hogar, trabajo y vida cívica. Quizá una y otra vez hayan
rechazado las propuestas amistosas del pastor, pero en las últimas semanas de su pastorado
estas relaciones pueden llegar a consolidarse. Cuando un pastor acepta un nuevo cargo, entonces
tiene algo en común con esas personas independientes.
A menudo se pasa por alto la despedida debida a los niños de una congregación. Muchos de ellos
no comprenden por qué los hijos del pastor, que son sus amigos, deben mudarse. Tampoco
comprenden por qué este hombre, que ha sido su pastor y líder de escuela bíblica durante las
vacaciones, ahora los va a dejar. El pastor y su familia debieran visitar la escuela dominical, y
sentarse a conversar con los niños sobre por qué se van. Él puede explicarles el significado de la
voluntad de Dios y así situarse en el rol de pastor-amigo, haciendo que la situación sea más fácil
para el próximo pastor.
El traslado muchas veces resulta difícil para los hijos. El pastor y su esposa deberían orar para que
sus niños evolucionen como resultado del cambio. También deberían pedir que la experiencia
aumente la comprensión de sus hijos sobre lo que significa trabajar para el Señor de tiempo
completo. Quizá en algún momento libre de interrupciones, como puede ser después de la cena,
cada miembro de la familia pueda hablar sobre el tema del traslado a su manera, ya sea con
alegría, emoción, tristeza, aflicción, etc. Todas estas emociones son respuestas naturales al
cambio. La razón por la que un niño siente algo es más importante que el sentimiento en sí. Los
padres también deberían compartir con ellos sus propios pensamientos sobre el tema.
Las actividades comunes de la familia, al margen de la actuación pública, pueden preparar
igualmente al pastor y a su familia para la mudanza. Estas incluyen el despedirse no solamente de
personas sino también de lugares importantes, por ejemplo: la escuela a la que los niños han
asistido, el hospital donde nació uno de los hijos, y la iglesia donde la familia se ha congregado y
trabajado. Mientras visitan estos lugares pueden pensar en los buenos momentos que disfrutaron
allí.
De especial atención deberían ser la casa y el jardín donde la familia ha vivido. Durante las
semanas previas a la mudanza se deben enfatizar la importancia de los dormitorios de los niños, la
cocina de la esposa y el estudio u oficina del pastor. Un último toque al césped del jardín y el
disfrutar de la sombra del árbol favorito pueden ayudar a infundir un sentimiento de gratitud y
bienestar.
Es obvio que el pastor no podrá realizar todo esto antes de retirarse de un pastorado; sólo podrá
hacer algunas cosas. Lo importante es que se retire sabiendo que ha demostrado valentía en un
momento crucial para su propia vida, la vida de su familia y la de la iglesia. Necesita sentirse capaz
de poder decir: "He tomado la iniciativa de dejar las relaciones de la mejor manera posible. Todos
sabemos que ya no soy el pastor, pero sabemos que somos amigos". Cada pastor necesita
comprender que puede planear cómo terminar con una etapa de su ministerio: la puede concluir de
una manera optimista, positiva y redentora, o de un modo pesimista, destructivo y antagónico. De
él depende la elección, y vivirá con ella por el resto de su vida.
Federico McGehee es asesor del Consejo de Escuela Dominical de la Convención Bautista del
Sur. Tomado de Christianity Today. Usado con permiso.
Un buen final
Terminar bien no significa alcanzar la perfección, sino como Pablo, proseguir hasta el final para que
cuando éste llegue, nos encontremos aún creciendo en amor e intimidad con Cristo. Los autores
compararon escritos sobre los muchos líderes que estudiaron, tanto de los que han terminado bien como
de los que no han terminado bien. Los que terminaron bien parecen haber tenido algunas características
similares y a los que no terminaron bien les faltaban esas mismas características. Estas cinco
características son estudiadas en el artículo.
El apóstol Pablo estaba obsesionado en tener un buen final. Veía la vida como una carrera. Al
encontrarse con sus amados ancianos de Éfeso por última vez dijo: «Pero de ninguna cosa hago
caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el
ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios» (Hch.
20:24). Pablo estaba tan motivado por terminar bien, que desafiaba a los creyentes Corintios a:
"Correr (la carrera) de tal manera que obtengan el premio… No… corriendo como a la ventura" (1
Co. 9:24-26). Disciplinaba su cuerpo a hacer lo que debía hacer no a lo que deseaba, "no sea que
habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado" (v. 27). Qué gozo invadió su
corazón, cuando testificó al final de su vida: "He peleado la buena batalla, he acabado la carrera,
he guardado la fe" (2 Ti. 4:7).
¿Qué fue lo que motivó al Apóstol Pablo a proseguir hasta el final? Quizá el mismo motivo que
incitó a Daniel y sus tres compañeros, Sadrac, Mesac y Abednego a fijar sus ojos en Dios y ser
suyos hasta el final, sin importar las consecuencias. O a David, José, los apóstoles, Bernabé, Jorge
Müller, Billy Graham y miles de seguidores de Cristo cuyos nombres quizá sean conocidos por
unos pocos, pero que han influido en la vida de los que los conocieron.
Terminar bien no significa alcanzar la perfección, sino como Pablo, proseguir hasta el final para que
cuando éste llegue, nos encontremos aún creciendo en amor e intimidad con Cristo, dándole a
conocer, viviendo como sus discípulos y amando a las personas que Dios pone en nuestro camino,
procurando hacer siempre Su voluntad.
Hemos comparado escritos sobre los muchos líderes que hemos estudiado, tanto de los que han
terminado bien como de los que no han terminado bien. Los que terminaron bien parecen haber
tenido algunas características similares y a los que no terminaron bien les faltaban esas mismas
características.
La perspectiva se destaca como característica de todo buen líder y de quienes terminan bien la
carrera. Dicha perspectiva incluye ver el contexto más amplio de la circunstancia presente, poder
relacionar lo que está sucediendo con el panorama a largo plazo. Con una perspectiva clara y
adecuada uno puede centrar su atención en lo importante o prioritario. Sin esa perspectiva uno
puede perder de vista el objetivo.
La perspectiva es como la fotografía o el dibujo en la caja de rompecabezas. Sin una meta clara en
nuestra vida la tendencia será no canalizar las energías y caer en la mediocridad, haciendo un
poco de todo, no siendo eficaces en nada. Aquellos con influencia en su mundo son aquellos que
pueden concentrar esfuerzos y atención en áreas apropiadas y pueden mantener esa actitud.
El apóstol Pablo demuestra el efecto recíproco que tienen la perspectiva y la mirada concentrada
en la meta. En Filipenses 1.12-19 Pablo se enteró de que algunas personas que supieron de su
encarcelación estaban predicando sobre Cristo por motivos de rivalidad, maldad y ambición. Él se
pudo haber enojado y recomendado a los cristianos que se lo impidieran, pero el enfoque de su
ministerio era llevar a los gentiles a Cristo (Gá. 2.7).
Su perspectiva le recordaba que la salvación de Dios viene a través del nombre de Jesucristo, no a
través de una presentación o de la motivación del presentador… y Dios estaba utilizando sus
situaciones difíciles (cárcel, entre otras) para extender el evangelio a las comunidades gentiles, ese
era su enfoque.
Cuando comenzamos a entender cuáles son las prioridades de Cristo y las aplicamos a nuestra
vida, podemos entonces centrar nuestro objetivo en lo correcto. Simplemente requiere tiempo
conocer a Cristo y su Palabra, permitiendo que Su mente invada nuestra mente. Un mentor que
reúne estas cualidades es de gran valor para tal fin.
La intimidad con Cristo es la substancia de nuestro ser interior. Salomón, el rey de Israel, escribió
en Proverbios: "Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque de él mana la vida" (4.23).
El poder para guiar y ministrar viene de la vida interior. Este era el área de enfoque de la vida del
apóstol Pablo: Conocer a Cristo íntimamente (Fil. 3.10). La consideraba una práctica de por vida
que necesitaba múltiples llenamientos.
En Juan 14.21 Cristo nos asegura que si obedecemos los mandamientos de Dios, el Padre y Cristo
nos amarán y nos revelarán más de sí mismos. Mateo 11.28-30 nos invita a unirnos en yugo con
Cristo, a obedecerle y trabajar en unión con Él y, por lo tanto, a aprender de Él. Cuando era niño
trabajé todo un día con mi padre en un duro trabajo de reparación. Estábamos solos los dos,
pensando, excavando, transpirando, conversando para reparar una cañería y válvula de agua. A
través de esa experiencia aprendí más que nunca antes de él. Nos "unimos juntos en yugo".
Al pasar tiempo con Cristo, tratando de vivir en obediencia y ministrando a sus ovejas juntamente
con Él (Jn. 21.15-17, Mt. 25.40), habrá tal intimidad con Él que cada área de nuestra vida se verá
afectada. La integridad y el carácter semejantes a Cristo serán parte de nosotros al tiempo que
permitimos al Espíritu Santo tomar posesión de nuestra vida y al tiempo que experimentamos una
continua comunión con Él.
Cuando notamos falta de integridad en nuestra vida exterior, hay un síntoma claro de falta de
integridad en la vida interior que nadie percibe. Y cuando hay falta de integridad, no hay poder
espiritual, confianza, libertad ni transparencia. El secreto de la integridad interior es intimidad con
Cristo.
La mayoría de los líderes que hemos estudiado, que no terminaron bien, fallaron en su vida interior.
Su integridad se deterioró y tomaron malas decisiones. Al concientizarse del creciente abismo entre
la verdad y la vida en su ser interior y al temer ser descubiertos, se apartaron de la comunión que
más necesitaban… y de la comunión con Cristo.
Hace varios años conocí a un anciano hermano que gozaba de intimidad con Cristo por vivir en
integridad, haciendo evidente el fruto del Espíritu (Gá. 5.22-23) y pasión por la gloria de Cristo.
Mientras oraba con él percibí en mi corazón la presencia de Cristo y la familiaridad que disfrutaba
con Él. Le pregunté acerca de su relación con el Señor Jesús y cómo se había desarrollado. «Todo
comenzó a cambiar cuando me entregué a lo que dice Mateo 22.37-39: "Amarás al Señor tu Dios
con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande
mandamiento. Y el segundo es semejante. Amarás a tu prójimo como a ti mismo".
Su desafío me motivó a buscar esa intimidad a un nivel más profundo. ¿Ha tratado usted de
cumplir ese mandamiento? Jesucristo lo hizo en Su amor por Dios el Padre. Mire a Su vida:
Ahora está turbada mi alma, ¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Mas para esto he llegado
a esta hora. Padre, glorifica tu nombre (Jn. 12.27-28).
Porque yo no he hablado por mi propia cuenta, el Padre que me envió, él me dio mandamiento de
lo que he de decir, y de lo que he de hablar (Jn. 12.49).
Yo te he glorificado en la tierra, he acabado la obra que me diste que hiciese (Jn. 17.4).
Mete tu espada en la vaina, la copa que el Padre me ha dado. ¿no la he de beber? (Jn. 18.11).
Estos versículos revelan una total rendición a Su voluntad, un impulso por agradarle, una confianza
plena… una pasión para la gloria de Dios. Jesús vivía en armonía con Él porque le conocía, le
confiaba todo y pasaba tiempo con Él. Usted puede decir: "Él es Jesús, yo nunca podría hacer
eso", o puede comenzar a practicarlo y Dios le dará poder para realizarlo. Nosotros se lo podemos
asegurar.
La disciplina no se destacó en todas las áreas de aquellos que terminaron bien, pero sí en las
áreas importantes y aun éstas variaban. Por ejemplo, algunos fueron disciplinados en su oración y
estudio bíblico, pero no en su dieta. Algunos eran disciplinados con sus planes pero
desorganizados con su puntualidad. Y así seguía… pero cada uno demostró disciplina en las áreas
importantes.
El diccionario define la disciplina como un "entrenamiento que produce control propio, carácter o
método y eficiencia". Para tener un buen final debemos tener dominio propio y canalizar la energía
en una dirección específica. Nancy Moyer, experta en trabajar con niños talentosos dijo: «No hay
nada más frustrante que observar a niños talentosos derrochar los bienes que Dios les dio. Muy
pocos niños con talento (o aun adultos) alcanzan su potencial por una simple razón: falta de
disciplina.
Para desarrollar nuestros dones, habilidades y destrezas y que lleguen a ser verdaderos valores
para lograr las metas de la vida, se necesita disciplina. ¿En qué áreas? En aquellas que son
importantes para lograr un buen fin.
Cuando los misioneros van a trabajar entre gente de otra cultura, generalmente se rigen por lo que
dice 1 Corintios 9.19-23 para adaptarse al medio ambiente y ajustarse al de aquellos a quienes
están tratando de alcanzar. En este pasaje Pablo enfatiza que la meta es "ganar a tantos como sea
posible". Por lo tanto, dice "a todos me he hecho de todo" o a los legalistas secularizados, débiles,
fuertes o a quien fuere. Dijo "esto hago por causa del evangelio".
Como supervisor de misioneros, me di cuenta de que muchos luchaban con el estilo de vida ya que
caían en abusos propios de la cultura de que eran parte o se sentían tentados a hacerlo. Un
misionero de trabajo muy fecundo, un hombre que parecía vivir con bastante libertad y parecía
espiritualmente fuerte en medio de quienes vivían contrariamente al evangelio, me compartió su
secreto: "Hay que poner en práctica los últimos cuatro versículos de 1 Corintios 9".
¿Cuáles son las tres áreas que usted considera importantes para su vida interior y para su
crecimiento espiritual? ¿Qué es lo que alimenta su intimidad con Cristo? Quizá necesite
disciplinarse en estas áreas. No la disciplina por amor a la disciplina, ya que esto pronto se
convertiría en legalismo y dureza; más bien disciplina por el bien de la intimidad… por amor al
crecimiento… por amor al ministerio… por amor a Cristo. La disciplina en las áreas adecuadas
para hacer lo correcto contribuirá al crecimiento y lo capacitará para responder a la gracia de Dios
y Su Espíritu en plenitud.
La mayoría de la gente deja de aprender a la edad de cuarenta años. Con esto queremos decir que
no se empeñan más en adquirir sabiduría, entendimiento y experiencia para mejorar su capacidad
de crecimiento y contribución para los demás. La mayoría simplemente se queda con lo que ya
sabe; pero los que llegan a un buen final mantienen una actitud positiva de aprendizaje durante
toda su vida.
Muchas personas, especialmente los líderes, se estancan. Están satisfechos con lo que son y lo
que saben. Esto generalmente ocurre después de haber adquirido lo suficiente para estar
confortables o cuando pueden prever un futuro relativamente seguro. Pero esto contradice el
principio bíblico de mayordomía.
Hemos observado que Dios a menudo desafía providencialmente a los creyentes a dar los pasos
necesarios para llevar a cabo sus propósitos para Su gloria. Algunos no están conscientes de la
situación hasta que Dios a través de las circunstancias los estimula a crecer. Como mayordomos
somos responsables de incrementar lo que Dios nos dio.
El mantener una perspectiva clara nos ayudará a identificar lo que precisamos aprender para
continuar creciendo y proseguir apuntando a nuestra meta. La amistad con personas que valoran
seguir aprendiendo es provechosa y de ayuda. Exponerse a situaciones nuevas o variadas,
estimulará nuestra necesidad de aprender.
La madre de Pablo tiene ochenta y cinco años y siempre está leyendo algún libro, aprendiendo
más sobre nutrición (es su hobby), y hablando con la gente acerca de sus vidas. Una vez fue
invitada a asistir a un estudio bíblico para personas mayores. Luego se unió a un estudio bíblico de
mujeres jóvenes para el cual había que prepararse de antemano. Le pregunté por qué no se había
quedado con el grupo de personas mayores. Ella respondió: "Oh, ellos eran muy amorosos, pero
querían hablar siempre de las mismas cosas. Yo quiero aprender cosas nuevas". Así lo hace y va a
terminar bien.
5. Se relacionaban con personas que influenciaban su vida para bien, así también como con
mentores capacitados.
Cada líder que hemos estudiado o analizado estuvo rodeado de buenos amigos y mentores
durante su vida. Por lo tanto, es importante destacar que tener colegas y mentores cercanos nos
ayudará y animará en las otras cuatro áreas para tener un buen final.
Por ejemplo:
1. ¿Qué aspectos debe dejar claro un pastor cuando va a dejar una congregación?
2. ¿Qué cosas debe tener en cuenta el pastor sobre la congregación en el momento que piensa
retirarse?
3. ¿A quienes debe tener el cuenta el pastor cuando deja una congregación para escucharlos, dar
explicaciones y arreglar lo que fuere necesario?
4. En el aspecto de la familia pastoral, ¿qué hay que tener en cuenta cuando hay un traslado?
5. Mencione las 5 características de quienes llegan bien al final de la carrera como creyentes.