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Alas

Enrique Anderson Imbert

Yo ejercía entonces la medicina en Humahuaca. Un tarde me trajeron un niño descalabrado;


se había caído por el precipicio de un cerro. Cuando para revisarlo le quité el poncho vi dos
alas. Las examiné: estaban sanas. Apenas el niño pudo hablar le pregunté:
-¿Por qué no volaste, m’hijo, al sentirte caer?
-¿Volar? -me dijo- ¿Volar, para que la gente se ría de mí?
FIN

El beso
Enrique Anderson Imbert

La reina de un remoto país del norte, despechada porque Alejandro el Magno había
rechazado su amor, decidió vengarse. Con uno de sus esclavos tuvo una hija y la alimentó
con veneno. La niña creció, hermosa y letal. Sus labios reservaban la muerte al que los
besara. La reina se la envió a Alejandro, como esposa; y Alejandro, al verla, enloqueció de
deseos y quiso besarla inmediatamente. Pero Aristóteles, su maestro de filosofía, sospechó
que la muchacha era un deletéreo alimento y, para estar seguro, hizo que un malhechor,
condenado a muerte, la besara. Apenas la besó, el malhechor murió retorciéndose de dolor.
Alejandro no quiso poner sus labios en la muchacha, no porque estuviera llena de veneno,
sino porque otro hombre había bebido en esa copa.

Deletéreo- adjetivo: Que causa o puede causar la muerte por envenenamiento.

El ganador
Enrique Anderson Imbert

Bandidos asaltan la ciudad de Mexcatle y ya dueños del botín de guerra emprenden la


retirada. El plan es refugiarse al otro lado de la frontera, pero mientras tanto pasan la noche
en una casa en ruinas, abandonada en el camino. A la luz de las velas juegan a los naipes.
Cada uno apuesta las prendas que ha saqueado. Partida tras partida, el azar favorece al
Bizco, quien va apilando las ganancias debajo de la mesa: monedas, relojes, alhajas,
candelabros… Temprano por la mañana el Bizco mete lo ganado en una bolsa, la carga
sobre los hombros y agobiado bajo ese peso sigue a sus compañeros, que marchan cantando
hacia la frontera. La atraviesan, llegan sanos y salvos a la encrucijada donde han resuelto
separarse y allí matan al Bizco. Lo habían dejado ganar para que les transportase el pesado
botín.
FIN

La foto
Enrique Anderson Imbert

Jaime y Paula se casaron. Ya durante la luna de miel fue evidente que Paula se moría.
Apenas unos pocos meses de vida le pronosticó el médico. Jaime, para conservar ese bello
rostro, le pidió que se dejara fotografiar. Paula, que estaba plantando una semilla de girasol
en una maceta, lo complació: sentada con la maceta en la falda sonreía y…
¡Clic!
Poco después, la muerte. Entonces Jaime hizo ampliar la foto -la cara de Paula era bella
como una flor-, le puso vidrio, marco y la colocó en la mesita de noche.
Una mañana, al despertarse, vio que en la fotografía había aparecido una manchita. ¿Acaso
de humedad? No prestó más atención. Tres días más tarde: ¿qué era eso? No una mancha
que se superpusiese a la foto sino un brote que dentro de la foto surgía de la maceta. El
sentimiento de rareza se convirtió en miedo cuando en los días siguientes comprobó que la
fotografía vivía como si, en vez de reproducir a la naturaleza, se reprodujera en la
naturaleza. Cada mañana, al despertarse, observaba un cambio. Era que la planta
fotografiada crecía. Creció, creció hasta que al final un gran girasol cubrió la cara de Paula.
FIN

Historia de los dos que soñaron


Gustavo Weil

Cuentan los hombres dignos de fe (pero sólo Alá es omnisciente y poderoso y


misericordioso y no duerme) que hubo en El Cairo un hombre poseedor de riquezas, pero
tan magnánimo y liberal que todas las perdió, menos la casa de su padre, y que se vio
forzado a trabajar para ganarse el pan. Trabajó tanto que el sueño lo rindió debajo de una
higuera de su jardín y vio en el sueño a un desconocido que le dijo:
-Tu fortuna está en Persia, en Isfaján; vete a buscarla.
A la madrugada siguiente se despertó y emprendió el largo viaje y afrontó los peligros de
los desiertos, de los idólatras, de los ríos, de las fieras y de los hombres. Llegó al fin a
Isfaján, pero en el recinto de esa ciudad lo sorprendió la noche y se tendió a dormir en el
patio de una mezquita. Había, junto a la mezquita, una casa y por el decreto de Dios
Todopoderoso una pandilla de ladrones atravesó la mezquita y se metió en la casa, y las
personas que dormían se despertaron y pidieron socorro. Los vecinos también gritaron,
hasta que el capitán de los serenos de aquel distrito acudió con sus hombres y los
bandoleros huyeron por la azotea. El capitán hizo registrar la mezquita y en ella dieron con
el hombre de El Cairo y lo llevaron a la cárcel. El juez lo hizo comparecer y le dijo:
-¿Quién eres y cuál es tu patria?
El hombre declaró:
-Soy de la ciudad famosa de El Cairo y mi nombre es Yacub El Magrebí.
El juez le preguntó:
-¿Qué te trajo a Persia?
El hombre optó por la verdad y le dijo:
-Un hombre me ordenó en un sueño que viniera a Isfaján, porque ahí estaba mi fortuna. Ya
estoy en Isfaján y veo que la fortuna que me prometió ha de ser esta cárcel.
El juez echó a reír.
-Hombre desatinado -le dijo-, tres veces he soñado con una casa en la ciudad de El Cairo,
en cuyo fondo hay un jardín. Y en el jardín un reloj de sol y después del reloj de sol, una
higuera, y bajo la higuera un tesoro. No he dado el menor crédito a esa mentira. Tú, sin
embargo, has errado de ciudad en ciudad, bajo la sola fe de tu sueño. Que no vuelva a verte
en Isfaján. Toma estas monedas y vete.
El hombre las tomó y regresó a la patria. Debajo de la higuera de su casa (que era la del
sueño del juez) desenterró el tesoro. Así Dios le dio bendición y lo recompensó y exaltó.
Dios es el Generoso, el Oculto.
FIN

Las voces del silencio


Costas Axelos
Por fin la energía atómica se ha liberado y ha destruido toda vida humana sobre el planeta.
Solo se ha escapado un habitante de un rascacielos de Chicago. Después de haber comido y
bebido todo lo que tenía en su heladera, leído, visto, mirado y escuchado su biblioteca
ideal, su museo imaginario y su discoteca real, desesperado al ver que no se moría, decide
suprimirse y se tira al vacío desde el piso cuarenta. Justo en el momento en que pasa por el
departamento del primer piso, oye sonar el teléfono.
FIN

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