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AMBROSÍA

Roberto Martínez Garcilazo

El libro “Pasionarias”, del poeta poblano Manuel M. Flores, nacido en san Andrés Chalchicomula,
podría entenderse como el viaje lírico de la luz a la oscuridad. Recordemos que la primera
composición, llamada “El alma en primavera” es un breve pero intenso canto pagano que lauda la luz
del mediodía, la la juventud y el placer:

“Sol de la juventud, en sed de amores


tu ardiente rayo el corazón inflame!
¡Primavera del alma, dame flores
que al son del arpa por doquier derrame!”

Y que, en contrapunto, o cierre de un círculo virtuoso, el último texto, muy extenso, titulado “Las
estrellas” es una elegía católica dedicada a la búsqueda de Dios y al desciframiento del misterio de la
vida. Las últimas dos estrofas (8 versos) son éstas:

“¿Dónde entonces está la tierra triste,


el hombre y su delito?
¡El mundo de los hombres ya no existe,
estoy solo con Dios en lo infinito!
Solemnes van las horas y tranquilas;
y en tanto que así velo,
me miran cintilando esas pupilas
que llamamos, estrellas, desde el cielo.”

En efecto, podríamos leer las “Pasionarias”, como un viaje, como una odisea del fracaso, podríamos
realizar una lectura reivindicadora de la visión poética de Manuel M. Flores y de su lucha trágica en
contra del tiempo.
Evidentemente estamos recorriendo los caminos de la tradición, porque en esta la lucha heroica del
poeta hedonista contra el tiempo subyacen dos tópicos clásicos: el “Tempus fugit” y el “Carpe
diem”.
En este marco de ideas, quiero citar aquí un fragmento de Pierre Hadot, escrito en “Filosofía para
la felicidad: Epicuro”, publicado en Madrid por “Errata naturae”, en el año 2013.
“La búsqueda de la bienaventuranza, de la beatitud, de la eterna juventud,
implica querer ser como los dioses, es decir, es una aspiración a ser divino
—eterno, joven, bello, dichoso— por medio del cultivo de la virtud, según
se dice en el ‘Gorgias’, de Platón. Esta bienaventuranza es producto del
amor al bien.”
Complementariamente leemos en “Cármenes”, de Catulo (BSGRM-UNAM: México, 1992), este
bello pasaje:
“Vivamos Lesbia mía (…) Los soles seguirán muriendo y naciendo, pero
cuando nuestra breve luz se apague sólo quedará la noche en la que
eternamente dormiremos.”
Ergo podríamos postular que la poética de Manuel M. Flores la búsqueda de la bienaventuranza, la
beatitud o simplemente la felicidad, se opera por medio del éxtasis de los placeres sexual y alcohólico;
y concluir que esa búsqueda trágica está destinada al fracaso y al sufrimiento porque invierte la
naturaleza de la ascesis platónica ya que la sed de absoluto del poeta poblano está impulsada por la
concupiscencia no por el amor al bien.
La poética de Flores estaría gobernada por los versos de Catulo, poeta al que que seguramente leyó,
bajo la guía de Altamirano en el Colegio de Letrán.
Corolarios.
a. El gran tema oculto de la poética de Flores es la inmortalidad.
b. Una inferencia del argumento de la bienaventuranza sensual la encontré en Savater (La Vida
eterna, Ariel: Madrid: 2007): “…los dioses carecen de ética sencillamente porque son
inmortales, porque no comprenden, ni respetan, ni comparten la conciencia de la muerte
siempre inminente que define a los humanos. Los ambrotoi, los que se alimentan de ambrosía
inmortalizante, no se asemejan en miramientos y escrúpulos a los brotoi, los mortales que
comemos lo que André Gide nombró las nourritures terrestres. (112)

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