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Estrella Gamma Cisne y Nebulosa de emisión IC 1318. Jesús Peláez, Asociación Astronómica de Burgos.
Otro ejemplo de estas formaciones son los llamados Glóbulos de Bok, que suelen dar
lugar a la formación de sistemas estelares dobles o múltiples
Aunque no hay un consenso absoluto entre los astrofísicos acerca de los mecanismos
que actúan en esta fase inicial del colapso de las nebulosas, en las últimas décadas se ha
obtenido una imagen bastante aproximada.
Todo comienza con una perturbación que sufre la nebulosa, de tal manera que la
gravedad gana terreno sobre la presión de los gases y el material comienza a concentrarse.
¿Qué origina esa perturbación? Puede ocurrir por el paso de otra estrella por su cercanía o
bien por el efecto de una explosión estelar o supernova.
Pero en todo caso, para que la perturbación cause ese efecto de contracción, la nebulosa
debe contener una masa mínima, conocida como masa de Jeans, por debajo de la cual, por
muy fuerte que sea la alteración no se producirá un colapso gravitatorio, sino más bien una
oscilación de los elementos de la nube seguida de un rebote. Los otros dos factores que
influyen en esta fase inicial son la densidad de la nube y su temperatura. Así, cuanto más fría
y densa sea la nebulosa, mayores porciones de gas y polvo llegarán a condensarse para crear
protoestrellas.
Durante el colapso podemos distinguir tres fases:
a) Colapso Isotérmico.- Al principio la nube se hace más densa sin calentarse debido a
que el calor generado por la contracción escapa al espacio. Al aumentar la densidad
sin que lo haga la temperatura, se produce un fenómeno conocido como
fragmentación, por el cual la nube en contracción deja de ser uniforme y se originan
“grumos”. Esos grumos serán las futuras estrellas y sus sistemas planetarios
asociados.
b) Colapso Adiabático.- Cuando la densidad de la nube y sus grumos ha crecido lo
suficiente, el calor ya no escapa y va quedándose atrapado. El término adiabático
hace referencia a esto mismo: proceso del cual no escapa el calor. Ya no se crean
más grumos.
c) Colapso de los fragmentos.- Cuando el fragmento ya ha alcanzado una gran densidad,
hay un equilibrio hidrostático entre la fuerza de la gravedad y la presión térmica.
Estamos ante una Protoestrella.
Fase de colapso protoestelar. Ilustración del autor.
La idea predominante entre la comunidad científica es que la masa de una estrella queda
configurada en la fase de fragmentación, es decir, cuando la nube deja de ser uniforme y
aparecen irregularidades o “grumos” que al final se van haciendo mas densos.
Pero la masa de las estrellas no puede ser arbitraria. Existen unos límites.
El límite inferior es del orden de 0,08 masas solares (Ms) o lo que es equivalente a unas
30 veces la masa de Júpiter. Por debajo de esa cantidad no se producen las reacciones de
fusión del Hidrógeno-1, lo cual no quiere decir que no existan cuerpos cuya masa sea inferior:
son las llamadas enanas marrones. Estos cuerpos a pesar de poder ser considerados como
estrellas “fallidas” emiten cierta radiación, sobre todo en el infrarrojo y en ocasiones
aparecen en sistemas dobles o múltiples. Hablaremos de ellas más adelante.
El límite superior viene determinado por los datos que nos proporciona la observación.
Se encuentra entre 100-120 Ms. ¿Por qué no encontramos estrellas más masivas? Un primer
factor es el tamaño de la nube primigenia. Un segundo factor es que estrellas mas masivas
implican un periodo muy corto de vida y aún habiéndose formado en alguna ocasión, no
han llegado a nuestros días. Si imaginamos, por ejemplo una estrella de 500 Ms, su
descomunal luminosidad haría que su propia luz lanzase al exterior enormes cantidades de
masa, haciéndola desaparecer en un breve (astronómicamente hablando) lapso de tiempo.
Al definir el límite inferior de la masa de una estrella, lo fijábamos en 0,08 Ms. Por debajo
de este límite existen las llamadas enanas marrones. Para medir su masa con más precisión
usaremos de referencia la masa del planeta Júpiter. Estas estrellas oscilan entre las 13 y las 65
Masas de Júpiter. Por debajo de estas 13 masas jovianas, estamos ante planetas gaseosos
supermasivos y por encima de las 65 MJ ante estrellas de la secuencia principal. En estas
estrellas se producen ciertas reacciones nucleares como la fusión del deuterio (hidrógeno-2) y
del tritio (hidrógeno-3) con lo cual radian calor por convección y emiten luz infrarroja.
A pesar de ello son muy difíciles de detectar y uno de los métodos empleados es la
búsqueda de litio en el análisis espectroscópico de la luz que emiten. La presencia de litio
revela la ausencia de reacciones nucleares de fusión del hidrógeno, en las cuales el litio
desaparecería.
Un ejemplo de este tipo de estrella es Gliese 229b que se encuentra a unos 18 años-
luz en la constelación de Lepus, orbitando en torno a una compañera enana roja.
De entre 0,08 y 0,8 masas solares, las enanas rojas suponen el 70% de las estrellas del
universo. Con tan escasa masa (40% de la masa del Sol), su luminosidad alcanza como mucho
el 10% de la de nuestro astro. Generan su energía por la fusión del Hidrógeno en Helio a través
del ciclo protón-protón, mediante el cual dos átomos de Hidrógeno se fusionan para formar uno
de Helio, desprendiendo energía en el proceso. Esta energía se transporta por convección y no
por radiación, ya que la enana roja es muy opaca.
El hidrógeno se consume tan lentamente que muchas de estas estrellas pueden
permanecer en la secuencia principal más tiempo del que actualmente tiene el universo (unos
14.000 millones de años).
Por debajo de 0,25 Ms, la enana roja se convertiría en una enana azul, aumentando su
temperatura y su luminosidad pero no su tamaño. Esta estrella es más bien una estrella
hipotética, ya que el universo no es lo suficientemente viejo para que se haya originado
todavía. Para una estrella de 0,16 masas solares (el caso de la cercana Estrella de Barnard, a 6
años-luz), se calcula que la fase de enana azul llegaría tras algo más de 2,5 billones de años en la
secuencia principal, y duraría alrededor de 5 mil millones de años.
Por cierto, no busquéis enanas rojas por muy clara que sea la noche. A pesar de que de las
treinta estrellas más cercanas a la Tierra, veinte son enanas rojas, ninguna es visible a simple
vista.
Agotado ya completamente el hidrógeno, la enana azul o la enana roja morirán en forma
de enana blanca de helio. Es nuestro primer cadáver estelar. Vamos a hacerle la autopsia.
Las enanas blancas son el remanente que queda tras la compresión de la materia de una
estrella que ya no tiene combustible. En el caso de las enanas rojas se trata de un núcleo de
helio, cuyos electrones, sometidos a gran presión por la gravedad originan una especie de
materia “degenerada” cuya compresión y densidad hace que la masa de una estrella como el
Sol esté contenida en una esfera de un volumen como la Tierra. Para que estos electrones
“degenerados” puedan sostener la estrella con su presión, esta no puede superar la magnitud
de 1,44 masas solares (una cifra sobre la que volveremos más adelante). La mayoría de las
enanas blancas se encuentran entre 0,5 y 0,7 masas solares. Sin embargo la más cercana a la
Tierra, Sirio B, tiene 0,98 masas solares y un tamaño similar al de nuestro planeta.
Recién formadas, las enanas blancas tienen temperaturas muy altas, pero se van enfriando
paulatinamente hasta que quedan en forma de enanas negras, pero una vez más, el universo
no es lo suficientemente viejo para que se hayan originado todavía.
Algunas de estas enanas blancas, más concretamente las de carbono y oxígeno, fruto de
la muerte de estrellas más masivas como veremos más adelante, pueden tener una
compañera. Esta compañera puede verse afectada por la gravedad de la enana, que al robarle
materia, puede entrar en una fase de inestabilidad. Esta inestabilidad desemboca en un
calentamiento de la enana y en un comienzo de nuevas reacciones nucleares que al fin y a la
postre hacen explotar a la enana blanca en lo que se conoce como una supernova del tipo Ia.
Estrellas enanas. Comparativa con el Sol, la Tierra y Júpiter. Ilustración del autor.
6.3 Las estrellas amarillas. Bienvenidos al Sol.
El Sol se formó hace más o menos 4570 millones de años y se encuentra en la zona
central del diagrama H-R con lo cual ni es muy joven ni muy viejo. Tampoco es muy liviano
ni muy masivo, recordemos que hay estrellas que le superan en masa unas 120 veces. Y ni
es muy frío ni muy caliente, con una temperatura superficial de unos 5700 K frente a los más
de 50.000 K de algunas estrellas azules como por ejemplo 48 orionis. Vamos, una estrella
mediocre, de brillo discreto, en la mitad de su vida. Nada para tirar cohetes.
Cada segundo, el Sol quema en su núcleo unas 700 toneladas de Hidrógeno para
transformarlas en cenizas de Helio y desprender energía por el proceso conocido como
cadena “protón-protón”. La cantidad de materia que se transforma en energía en este ciclo
es de 5 millones de toneladas, que es lo que realmente “adelgaza” el Sol por segundo. A
pesar de este consumo a priori demoledor, al Sol le quedan unos 5000 millones de años de
vida dentro de la secuencia principal y unos 7500 millones de años hasta agotar
completamente su combustible.
En este ciclo de reacciones nucleares, el Sol mantiene un equilibrio entre su propia
gravedad que tiende a que colapse sobre sí mismo y la presión hacia el exterior causada por
radiación. El Sol, al igual que el resto de estrellas de la secuencia principal mantiene ese
equilibrio mientras permanece en la misma.
Lentamente, la cantidad de hidrógeno disponible en el núcleo disminuye, con lo que
éste ha de contraerse para aumentar su temperatura y poder detener el colapso gravitacional.
Las temperaturas del núcleo estelar más elevadas permiten fusionar, progresivamente,
nuevas capas de Hidrógeno sin procesar. Por este motivo las estrellas aumentan
su luminosidad durante la etapa de secuencia principal de forma paulatina y regular.
Cuando la estrella quema todo el Hidrógeno disponible en el núcleo, lo único que
queda en él es una enorme bola de Helio completamente inútil en lo que se refiere a la
producción de energía. Es entonces cuando busca más Hidrógeno a la desesperada y lo
encuentra aunque en menor medida, en las capas más externas que envuelven al núcleo. Al
quemar el Hidrógeno de estas capas, la estrella se enfría y se hincha, sin variar apenas su
luminosidad. Se mueve hacia la derecha en el diagrama H-R, o lo que es lo mismo, se torna
más voluminosa y más “roja”. El Sol se ha transformado en una gigante roja.
Pero ¿Cuánto se hinchará el Sol? Es probable que en esta fase su tamaño sea tan
descomunal que haya engullido a Mercurio y Venus, quedando sus límites en las cercanías
de la Tierra, con lo cual todo tipo de vida en nuestro planeta habrá desaparecido. Pero que
no cunda el pánico, recordemos que para que esto ocurra quedan 5000 millones de años.
El núcleo del Sol seguirá calentándose hasta que a unos 100 millones de grados K, sea
capaz de fusionar el anteriormente inútil Helio, para formar Carbono y Oxígeno mientras
que en las capas exteriores sigue quemando todo el Hidrógeno que encuentra. La estrella ha
abandonado el ciclo protón-protón y estamos ante el proceso de fusión conocido como
“triple alfa” donde el combustible es el Helio. Ahora la estrella se contrae, disminuye en
brillo, pero aumenta su temperatura, hasta que…agota todo el Helio del núcleo. ¿Y ahora
qué?
De nuevo a buscar gasolina a la desesperada, esta vez el poco Helio que queda en las
capas exteriores que envuelven al núcleo, que ahora es de Carbono y Oxígeno. A resultas de
esta última etapa, la estrella se hincha hasta alcanzar el doble de tamaño que en la fase de
gigante roja, (así que llegados a este punto la Tierra habrá sido engullida) y expulsa toda la
materia hacia el exterior dando lugar a una nebulosa planetaria. Queda en el centro de la
nebulosa el antiguo núcleo formando una minúscula y masiva estrella conocida como enana
blanca de carbono y oxígeno. Es el segundo cadáver estelar que nos vamos a encontrar, y
probablemente el más vistoso. Pero no nos entretengamos mucho observando esta nebulosa,
porque solo permanecerá durante unos 50.000 años, casi un abrir y cerrar de ojos,
astronómicamente hablando.
Esta última fase, donde el ciclo triple alfa se detiene en la producción de Carbono y
Oxígeno y la estrella forma una nebulosa planetaria con enana blanca central, solo se
produce en las estrellas “livianas” es decir de menos de 9 masas solares. En las estrellas más
masivas, la evolución es distinta. Pero lo veremos enseguida.
Nebulosa Planetaria M27 “Dumbell nebula” en la constelación de Vulpecula. Jesús Peláez, AAB
Dentro de la secuencia principal, las estrellas del orden de 9 a 20 veces la masa del Sol
se posicionan en la parte izquierda del diagrama H-R. Son estrellas muy brillantes cuya luz,
casi veinte mil veces más intensa que la del Sol, nos llega con un color blanco o blanco
azulado. Al ser tan masivas, su vida es mucho más breve que la de las estrellas que hemos
visto hasta ahora, puesto que agotan mucho más rápidamente sus reservas de Hidrógeno.
Nunca pasan de unas decenas o cientos de millones de años.
Al agotar el Hidrógeno, pasan a también quemar Helio con lo cual la estrella se mueve
rápidamente hacia la derecha del diagrama H-R, aumentando su volumen y disminuyendo
su temperatura hasta unos 6000 K. Estamos ante una supergigante amarilla. Esta fase dura
muy poco y son escasas las estrellas de este tipo, pero hay una estrella en esta fase que todos
conocemos: Alfa Ursa Minor: La estrella polar.
A diferencia de las estrellas vistas hasta ahora, estas gigantes no se detienen tras
transformar el Helio en Carbono y Oxígeno sino que gracias a su mayor masa, su núcleo
puede alcanzar las temperaturas necesarias para seguir fusionando elementos cada vez más
pesados. La estrella se enfría aún más y se hincha para formar la categoría estelar más
voluminosa que se conoce: una supergigante roja.
Este monstruo, puede medir varias unidades astronómicas (1 UA es la distancia que
separa la Tierra del Sol, aprox. 150 millones de Km), aunque su densidad no es comparable
a la de una estrella azul. Un ejemplo típico de este tipo estelar es Betelgeuse (Alfa Orionis)
de unas 20 masas solares y cuyo tamaño llegaría hasta la órbita de Marte. Pero si buscamos
a las estrellas más grandes del universo tenemos que hacer mención a las pocas estrellas
catalogadas como hipergigantes. Tal es el caso del astro más grande conocido, descubierto en
1965 y denominado NML Cygni, en la estival constelación del Cisne. Tiene unas 40 masas
solares pero su radio es unas 1650 veces el del Sol, de tal manera que si lo sustituyésemos
por esta hipergigante roja, se comería nuestro sistema solar hasta llegar a Urano.
Las temperaturas de una supergigante roja en su zona externa rondan los 3000 o 4000
K, mientras que su núcleo arde por encima de los 600 millones de grados K. En este
inimaginable infierno central, se sigue quemando Carbono y Oxígeno para dar lugar a Neón,
luego Magnesio, después Silicio…y así hasta llegar al Hierro y el Níquel. Estos elementos no
son susceptibles de formar parte de ninguna reacción de fusión nuclear para producir energía,
sino que requieren energía para poder fusionarse. ¿Entonces qué?
Hasta ahora hemos visto como es el devenir de cerca del 95% de las estrellas, cuya
formación parte de nubes de gas y polvo que dan origen a astros de entre 0,8 y 9 masas solares
la mayoría de las veces y con menor frecuencia a otras de hasta 20 masas solares. Sin
embargo, en ocasiones esas nebulosas pueden concentrar cantidades ingentes de material y
dan origen a estrellas muy grandes y pesadas cuyas masas pueden llegar a las 80-100 masas
solares.
Estas estrellas nacen gigantes y por tanto como ya podemos deducir a estas alturas, se
posicionan en la parte izquierda del diagrama H-R y son de muy corta vida pero de gran
luminosidad y elevadísimas temperaturas. Además, siempre estarán fuera del camino típico
de evolución que denominábamos secuencia principal.
Hemos de distinguir dos tipos de cara a su evolución: aquellas que oscilan entre 20-45
masas solares y las que superan las 45 masas solares.
a) Supergigantes azules de 20-45 Masas Solares.- Son similares a las gigantes azules que
vimos anteriormente solo que su periodo vital se reduce drásticamente. Solamente
permanecen entre uno y unos pocos millones de años hasta desplazarse a la
derecha del diagrama HR e ir pasando sucesivamente por las fases de supergigante
amarilla y roja. Ejemplo de esta categoría es Rígel en la constelación de Orión con
unas 20 masas solares y una temperatura de 12.000 K.
a) Estrella Variable Luminosa azul (VLA).- Nuestra supergigante azul ahora inicia un
periodo de vida agónico y violento. Ya sabemos que se desgarra emitiendo chorros
de materia por la presión de la luminosidad, pero no lo va a hacer de una forma
constante y continua sino que va experimentar repentinas erupciones que van a
hacer que su brillo oscile en escalas de años. Vamos a cerrar los ojos e imaginarnos
un geiser astrofísico, emitiendo chorros de gas azul tan poderosos que a veces se
pueden confundir con explosiones de supernova. Van acompañados de enormes
vientos provocados por la presión de radiación que arrastran gases en remolinos que
se curvan formando tirabuzones de plasma antes de perderse en el vacío…
Bienvenidos a Eta Carinae.
La VLA más conocida es Eta Carinae, en la constelación de Carinae (la quilla), en
el hemisferio Sur.
Eta Carinae solo tiene unos dos millones de años, pero ya se está muriendo, dado
que con cerca de 110 masas solares ha entrado en su fase final. A pesar de ello,
brilla unas cuatro millones de veces más que el Sol. Fue catalogada por vez primera
en 1677 por Edmund Halley (si, el del cometa) y desde entonces ha tenido tantas
variaciones de luminosidad que en 1843 era la segunda estrella más brillante del
cielo por detrás de Sirio, pero en 1920 era visible sólo con telescopio. En 1843, una
gran explosión creó la nebulosa del Homúnculo, asociada a la estrella. Se estima
que en esta explosión se expulsó materia equivalente a unas 30 masas solares.
Estrella Eta Carinae y nebulosa del Homúnculo causada por la erupción de 1843. Telescopio Hubble NASA
b) Estrella de Wolf-Rayet.- Son muy infrecuentes y apenas se han detectado unas 200
en toda la vía láctea. Su luz se emite principalmente en el ultravioleta y lo que les
caracteriza es el viento. Al haber perdido ingentes cantidades de materia por presión
de radiación, las estrellas W-R acaban por dejar al descubierto su núcleo, formado
por elementos más pesados como Carbono y Oxígeno. La estrella ahora oscila entre
las 22 y las 37 masas solares, el resto se ha perdido. Su temperatura disminuye pero
el viento sigue actuando y arrancando materia a un ritmo increíble, ya que le puede
hacer perder una masa solar en menos de mil años. Al final pueden terminar como
una supernova o como un brote de rayos gamma.
En la constelación de Canis major, no muy lejos de Sirio, tenemos una Wolf-Rayet
que con sus huracanes estelares y cañonazos de rayos X ha modelado nada más y
nada menos que… el casco de Thor. En efecto, la estrella HD56925 ha esculpido
una burbuja alada con la forma del casco del dios nórdico, gastando para ello la
nada despreciable cifra de 20 masas solares de gas y plasma. Ahora solo nos queda
buscar el Valhalla…
NGC 2359, nebulosa de emisión “El casco de Thor”, asociada a la estrella WR 7 (HD56925) en Canis Major.
Telescopio Hubble. NASA.
7. MUERTE DE LAS ESTRELLAS. LOS REMANENTES ESTELARES.
EXTRAÑOS CADAVERES.
Ya hemos visto unos cuantos cadáveres estelares, e incluso hemos hecho alguna
autopsia…
Hemos hablado de enanas blancas de helio. También de enanas blancas de carbono y oxígeno,
que pueden reactivarse robando materia de una compañera y morir en una explosión de
supernova tipo 1a. Hemos visto las espectaculares nebulosas planetarias con su enana blanca
central. Y por supuesto, hemos visto morir a las estrellas más masivas en inimaginables
explosiones llamadas supernovas.
Vamos a buscar los últimos y más inquietantes cadáveres, que son precisamente los que
nos dejan tras de sí las supernovas. Entremos en la morgue, hay sorpresas aseguradas:
7.1 Las estrellas de neutrones.- Al hablar de las supergigantes rojas y las supernovas, vimos
que hay un momento crítico, que es cuando el núcleo alcanza el límite de Chandrasekhar
(1,44 masas solares). Los procesos que se desencadenan acaban en una explosión titánica a
la que sobrevive el viejo núcleo estelar. Pero ahora es algo muy distinto. Recordemos que la
materia está formada por átomos que constan de un núcleo de protones (con carga positiva)
y neutrones (sin carga) alrededor del cual orbitan los electrones (con carga negativa).
En estas estrellas, los protones y los electrones se han comprimido tanto que se han
aniquilado, dando lugar a neutrones. Salvo una pequeña corteza de hierro de 1,5 km de
espesor, toda esta estrella está formada por una pulpa de neutrones. Si las enanas blancas
eran densas y masivas, prepárate, porque en una estrella de neutrones de unos 19 km de
diámetro se puede guardar 1,5 veces la masa del Sol. Si pudiésemos llenar un dedal de esa
sopa de neutrones, nos pesaría cerca de 100.000.000 de toneladas.
Además de densas son muy calientes, porque guardan la temperatura del núcleo antes de la
explosión, es decir unos 3.000 millones de grados K.
Corte de una estrella de neutrones. Ilustración del autor
Hay dos variedades interesantes de estrellas de neutrones: los púlsares y los magnetares.
Los púlsares (del inglés pulsating star) son estrellas de neutrones que emiten pulsos de
radiación electromagnética a intervalos regulares y en relación a la rotación del objeto. Hay
estrellas de neutrones que giran como locas, de tal manera que un punto en su superficie se
desplaza a 70.000 kms por segundo, casi ¼ de la velocidad de la luz. Solo su inmensa fuerza
de gravedad impide que se despedacen a esas velocidades. En los polos de la estrella se
produce la actividad más intensa, de tal manera que de ellos surgen unos chorros de radiación
en forma de rayos X, gamma u ondas de radio. A veces esos polos están desplazados respecto
al eje de rotación, y por tanto cuando uno de estos púlsares apunta a la Tierra, recibimos la
radiación a intervalos exactos y constantes. Eso es lo que ocurrió cuando en 1967 se detectó
el primer Púlsar, que emitía ondas de radio cada 1,337 segundos exactos, razón por la cual
sus descubridores pensaron que era una fuente de comunicación de algún tipo de inteligencia
y la bautizaron como LGM (little green men, u hombrecillos verdes).
Pulsar de la Nebulosa del cangrejo, M1. Telescopio Hubble. NASA
7.2 Los agujeros negros.- Son quizá los objetos astronómicos más desconcertantes y difíciles
de entender, pero a su vez están dentro de la cultura popular al haber sido incorporados a la
misma por la televisión y el cine. Pero para hablar de ellos e intentar comprenderlos bien me
voy a meter en camisas de once varas hablando de la relatividad general y del espacio-tiempo.
Voy a tratar de explicarme con analogías y ejemplos fáciles, que ya advierto que surfean
peligrosamente sobre los conceptos científicos puros, con lo cual pido desde ahora mismo
comprensión y disculpas a los lectores más exigentes.
Albert Einstein, el mayor genio científico del siglo XX y uno de los mayores de todos los
tiempos cambió la forma en que vemos el espacio y lo asoció a una magnitud que parece
lineal e invariable: el paso del tiempo. La clave es la velocidad. En efecto, el espacio
tridimensional, donde podemos definir un punto con tres coordenadas se “relativiza” en
función de la velocidad a la que nos movamos. Lo siento, ya sé que no se entiende. Pero
vamos con un ejemplo. Juan está en Burgos y su novia Ana en Madrid. La distancia entre
Burgos y Madrid es de unos 240 km. Decimos entonces que Juan está a 240 km de Ana.
Puede parecer una magnitud absoluta, y vista así lo es, pero, ¿y si lo medimos en función de
la velocidad? Ah, entonces diremos que Juan está a dos días de Ana si va andando (5 km/h),
o a dos horas (120 km/h), si va en coche. Pero lo que está claro es que el tiempo que mide el
reloj de Juan (en movimiento) y el de Ana (en reposo) será siempre lo mismo, dos días o dos
horas. ¿Seguro?
Ahora llega Einstein y nos grita como en el famoso anuncio: ¡Eeerroooor! ¿Pero que dice
este hombre?, ¿Cómo es posible? Para la experiencia cotidiana, en la cual nos movemos a
“bajas” velocidades (en relación a la velocidad de la luz), los relojes al parecer marcan un
paso del tiempo lineal e invariable. Pero si nos movemos a altas velocidades, al igual que el
espacio se “relativizaba” en función de la velocidad, también lo hace el tiempo.
Ahora supongamos que es Juan quien decide viajar al planeta Flower, distante 10 años luz de
la Tierra, para recoger allí la variedad de orquídea galáctica más exótica del universo y
regalársela a Ana, que se queda en la Tierra. Para ello Juan dispone de una versión tuneada
y full equipe del Halcón Milenario, que es capaz de desarrollar una velocidad de crucero del
87% de la velocidad de la luz. Aplicando los efectos relativísticos de dilatación del tiempo,
el viaje de ida y vuelta para Juan habrá durado 11,55 años (5,77 de ida y 5,77 de vuelta,
porque el espacio también se “contrae”, pero no entro en ello para no volvernos más locos),
y sin embargo al llegar con su ramo de orquídeas, se encuentra que Ana ha envejecido 23,1
años (pero sigue siendo una madurita interesante).
Tenemos que cambiar nuestra percepción más intuitiva y pensar que espacio y tiempo van
asociados en una simbiosis inseparable, de tal manera que el tejido espacial donde nos
situamos tanto planetas, estrellas y galaxias, como seres humanos, alberga cuatro
dimensiones, y puede contraerse y dilatarse de tal manera que las distancias y el paso del
tiempo son relativos.
Una causa que dilata ese espacio-tiempo es la velocidad. La otra es la gravedad, y aquí entra
de nuevo en juego nuestro agujero negro.
Vamos a imaginar el espaciotiempo como un tejido rectangular (una sábana por ejemplo)
que sostenemos en tensión de sus cuatro esquinas. Es en esa sábana donde se depositan,
estrellas, planetas, galaxias y cualquier cosa que tenga masa. Si depositamos algo con poca
masa, la sábana ni lo nota y no sufre ninguna deformación. Pero si depositamos algo muy
pesado, por ejemplo el planeta Tierra la sábana se curva en torno al objeto. Ya hemos
deformado el espaciotiempo, creando un campo de atracción gravitacional por la propia
curvatura generada. En efecto, esa es la misma atracción gravitacional que hace, por
ejemplo, que la Luna orbite en torno a nuestro planeta. La gravedad no es más que una
manifestación de la curvatura espaciotemporal.
La tierra curvando el espacio-tiempo por gravedad. Wikipedia.
Ahora en vez de la Tierra pongamos algo más masivo, como el Sol, la curva será mayor.
Luego una enana blanca, el espaciotiempo se ha deformado más aún y también la atracción
gravitatoria es mucho más intensa. Cambiemos la enana blanca por una estrella de neutrones
de tres masas solares encerrada en una esfera de 23 km de diámetro. ¿Qué tenemos? Una
curva pronunciadísima y una atracción gravitacional que hace que cualquier material que
pase por su cercanía se precipite en caída libre hacia la estrella.
¿Y si se superan las tres masas solares? Pues ese tejido espacio temporal presentará una
curvatura de deformación infinita, con lo cual podemos decir que se “rasga” creando un
punto (singularidad) cuya atracción gravitatoria es tan intensa que ni la luz que pasa por su
cercanía (horizonte de los sucesos) puede escapar y queda engullida por él. Un agujero negro.
Ilustración artística que recrea un agujero negro atrayendo material de una estrella cercana. El material se calienta
y emite rayos X que nos permiten detectar el agujero. NASA
EPILOGO
Hemos acabado nuestro periplo por la vida de las estrellas. Comenzamos en una zona
tan vacía como el medio interestelar con apenas una molécula por centímetro cúbico y hemos
llegado a agujeros negros dieciocho mil millones de veces más grandes que el Sol.
Es impresionante lo que hay ahí fuera, y asusta pensar que nuestro conocimiento es la
mayoría de las veces superficial, ya que apenas sabemos nada de la naturaleza última que
gobierna todos estos fenómenos. El mero hecho de reflexionar acerca del universo y sus
misterios, donde se mezcla lo descomunal y lo violento, lo efímero y lo casi eterno, puede
agobiar a muchas personas que se sienten más cómodas sin despegar los pies de la Tierra y
sin desatarse de la experiencia cotidiana.
Pero somos seres curiosos por naturaleza. Y esa curiosidad, muchas veces inútil, es la
que nos hace avanzar en el conocimiento y en la verdad de las cosas. El mundo no es como
pensamos, sobre todo en la escala de lo muy pequeño o lo muy grande, y el conocimiento
del mismo siempre nos aportará ventajas, o por lo menos un punto de vista más adecuado
para poder enfocar mejor nuestras creencias o la ausencia de estas.
Ojalá no haya sido tan pesado como una estrella de neutrones, ni que la lectura de este
artículo se te haya hecho tan larga como el desarrollo de una enana azul. Por el contrario,
mi intención es haber iluminado tu curiosidad con la luz de una supernova, y que tus dudas
sobre la vida estelar se hayan evaporado como la materia que engulle un agujero negro.
Espero haberlo logrado.