Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
LATOURELLE, R. y FISICHELLA, R. (Dir), Nuevo Diccionario de Teologia Fundamental, Paulinas, 1992 (Texto) PDF
LATOURELLE, R. y FISICHELLA, R. (Dir), Nuevo Diccionario de Teologia Fundamental, Paulinas, 1992 (Texto) PDF
TEOLOGÍA FUNDAMENTAL
dirigido por Rene Latourelle y Riño Fisichella
adaptó la edición española Salvador Pié-Ninot
Solo para uso personal. Prohibida su venta.
Datos Bibliográficos
Título: Nuevo Diccionario de Teología Fundamental
Titulo original: Dizionario di Teología Fundaméntale
Autor(es): Rene Latourelle y Rino Fisichella
Traductor(es) A. Ortiz, E. Requena y Ma. Martínez Mañero
Revisión literaria: Eloy Requena y Francisco Ares
Editorial: Paulinas
Copyright: © 1992 Ediciones Paulinas, Madrid, España
Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid
Tel. (91) 742 51 13 - Fax (91) 742 57 23
© Cittadella Edil rice. Asís 1990
ISBN: 84-285-1460-7
1
PRESENTACIÓN DE LA ADAPTACIÓN ESPAÑOLA
2
"fundamental y fundamentado!-" tan necesario para nuestro tiempo y para nuestras
tierras. En este sentido Ed iciones Paulinas, al incorporarlo dentro de su prestigiosa
colección de Diccionarios EP. muestra de nuevo su disponibilidad eclesial hacia un
campo tan importante como es el diálogo entre la fe y la cultura contemporánea
verdadera urgencia para la nueva evangelización de nuestro tiempo.
SALVADOR PIÉ-NINOT
Barcelona, 5 de febrero de 1992
3
ABBA, PADRE
Los evangelios nos presentan la figura de Jesús bajó la denominación clara de
Hijo de Dios. Establecen una cristología explícita de un modo programático. Así
el evangelio de Marcos, ya desde el primer versículo, esboza cuanto será
desarrollado a lo largo de su obra: "Jesús, Cristo, Hijo de Dios" (1,1). Juan
formula la misma tesis, en la conclusión, como la finalidad que ha buscado al
escribir su evangelio: "que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios" (20,3,1).
Los evangelistas, para llegar a esta fórmulación abierta, parten de una
cristología implícita encerrada en la conducta de Jesús, en sus palabras y
predicación, en la realización de su obra. Un punto básico para llegar a esta fe en
Jesús como Hijo de Dios es el uso que Jesús mismo hizo del término Abba,
Padre, con el que expresa su relación con Dios. Para captar la dimensión que
adquiere este término en labios de Jesús es necesario contrastarlo con los
precedentes del mundo judaico en el que estaba insertada su vida.
4
2. Al pasar del Antiguo al Nuevo Testamento nos encontramos con un panorama
diverso, aunque siguiendo una línea ya iniciada. Primero, en el uso del término
"padre"; aplicado a Dios, aparece unas 250 veces. También el cambio es radical
en la proyección de la paternidad de Dios, ya que no está circunscrita sólo a
Israel, sino a todos los hombres. Sobre todo, la novedad fundamental radica en
el sentido excepcional y único que se da al establecer la relación existente entre
Jesús como Hijo y Dios como Padre; esta novedad de sentido tiene su
ampliación a los hombres al insistir en que éstos, al igual que Jesús, no sólo
llamen a Dios padre, sino que lo invoquen también con el mismo nombre.
c) La invocación de Dios como padre por parte de Jesús está aún más
garantizada. Todos los estratos de tradición en los evangelios están conformes
en presentar la invocación personal que Jesús hace como padre; semejante
invocación la transmiten Marcos (Mar_14:36 [par. Mat_26:39; Luc_22:42]),
Mateo en un texto exclusivo suyo (Mat_26:42), Lucas en dos ocasiones
(Luc_23:34.46) y Juan nueve veces (Jua_11:41; Jua_12:27-28; Jn 17,1Jn_17:5
Jua_17:11 Jua_17:21 Jua_17:24-25). La suma de estos textos nos da como
conclusión que toda oración de Jesús está iniciada con la invocación de Dios
como padre, a excepción de la oración en la cruz (Mar_15:34 [par. Mat_27:46]),
en que se citan las palabras del salmo: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?" (Sal_22:2). Pero además podemos saber la forma concreta como
Jesús invocaba a Dios; nos la transmite sólo Marcos al conservar en la oración
de Getsemaní la palabra aramaica en su transliteración griega abba, seguida del
correspondiente término griego ho patér (Mar_14:36). La yuxtaposición de la
invocación en aramaico y en griego puede dejar entrever que en las otras
oraciones de Jesús la forma de invocación está sustituyendo a la palabra
habitual para dirigirse a Dios: abba. El arraigo de esta invocación de Jesús nos
consta por san Pablo al hablar de la exclamación de los fieles de su propia
comunidad que, impulsados por el Espíritu, invocaban también a Dios como
5
abba (Gál_4:6); e igualmente en otra comunidad no fundada por él
(Rom_8:15).
d) La garantía mayor de la invocación que Jesús hace de Dios como padre nos la
ofrece el término mismo abba; podemos saber que realmente fue usado por él.
La palabra abba; originalmente refleja el lenguaje infantil para dirigirse el niño
a su padre, aunque posteriormente fuese también utilizado por personas adultas
para hablar a personas ancianas. Si en algún momento, en el ámbito del
judaísmo helenístico, se invocó a Dios con el término pater (cf Sab_14:3), el
término abba en cualquier ambiente judío era absolutamente impensable, por
irrespetuoso, como medio de comunicación con Dios. Este sentido de
discontinuidad con el uso de la época del evangelio nos ofrece un criterio seguro
de historicidad del empleo que hizo de él Jesús.
6
que Jesús le hace por sus discípulos: "Para que el amor con que tú me has
amado esté en ellos" (Jua_17:26).
BIBL.: CABA J., El Jesús de los evangelios, Madrid 1977, 281-284, 300-313;
DALMAN G., Die Worte Jesu. Mit Berücksichtigung des nachkanonischen
jüdischen Schrifttums und der aram1schen Sprache, Band I, Darmstadt 19302,
1965, 150-159; JEREMIAS J., Abba. Studien zur neutestamentlichen Theologie
und ZeLtgeschichte, Gotinga 1966, 15-80 (cf Abba, Sígueme, Salamanca 1981,
105-111); ID, Teología del Nuevo Testamento I: La predicación de Jesús,
Sígueme, Salamanca 19804, 50, 80-87; KITTEL G., aúpa, en TWNT 1: 4-6;
MARCHEL W., Abba, Padre. Mensaje del Padre en el Nuevo Testamento,
Herder, Barcelona 1967; MICHEL O., Patér, en H. BALZ y otros (eds.),
Exegetisches Wóiterbuch zum NT, III, Stutgart 1982, 125-135; SABUGAL S.,
AbbaL.. La oración del Señor, Madrid 1985 366-424; SCHRENK G., aarílp, en
TWNTS: 9741016.
J. Caba
7
AGNOSTICISMO
1. EXPLICACIÓN DEL TÉRMINO. Por agnosticismo (del griego
ágnostos=incognoscible) se entiende: ordinariamente la concepción (filosófica) de la
incognoscibilidad de todo lo transempírico o trascendente. De acuerdo con esta
concepción, se consideran científicamente irresolubles los aspectos relativos a lo
trascendente, y en consecuencia se le niega también a la metafísica (ciencia de lo
transempírico, inmutable y espiritual) la cualidad de ciencia.
El concepto fue acuñado por Thomas Henry Huxley (,1825-1895), biólogo y filósofo
inglés, en contraposición a la certeza "gnóstica" del conocimiento, y en 1896 se
introdujo en la filosofía. Huxley quiere designar con este concepto una actitud que,
partiendo de la incognoscibilidad de Dios y de la finitud y limitación del conocimiento
humano, renuncia a formular como definitivas afirmaciones de fe personales y
considera con escepticismo las ajenas (cf Huxley, 237-240).
3. VALORACIÓN TEOLÓGICA. La mentalidad de la época actual está más bien del lado
del agnosticismo que del ateísmo; por eso la teología contemporánea reconoce como su
verdadero reto al agnosticismo ("indiferencia' (cf Karl Rahner, H.R. Schlette).
9
dato bíblico, incluye el punto de vista fundamental de la teología negativa y podría
constituir también la base para un diálogo con el agnosticismo moderno.
B. Groth
10
AGUSTÍN, san
El tema de la revelación, si bien no fue tratado nunca de forma unitaria y sistemática,
estuvo siempre en el centro de la atención de Agustín, desde el comienzo de su
conversión hasta el final, aunque bajo diversos aspectos y con diversas preocupaciones.
Sin establecer claras divisiones cronológicas, podemos decir que al principio prevalece
francamente el interés apologético, en el sentido de que frente al racionalismo
maniqueo, más ostentoso que verdadero, y frente a las críticas paganas contra el
carácter divino de la religión cristiana, en el recién convertido prevalece el afán de
defender la racionalidad de la fe y la credibilidad de la revelación cristiana.
Posteriormente su atención se desplaza a los aspectos más propiamente teológicos y
antropológicos de la revelación (cómo salvaguardar la simplicidad y la inmutabilidad de
Dios, la dimensión trinitaria, la naturaleza y la economía de la revelación). Finalmente,
junto con la maduración de la especulación teológica y con el compromiso antidonatista
y antipelagiano, crece y se desarrolla su interés por los aspectos hermenéuticos y
exegéticos de las fuentes de la revelación, que estaba ya vivo en la polémica
antimaniquea. Así pues, será éste el esquema que seguiremos en esta exposición del
pensamiento agustiniano sobre el tema de la revelación.
Consideraciones del mismo tipo aparecen y se desarrollan en los dos primeros capítulos
del De fide rerum quae non videntur y antes, en el De utilitate credendi, en donde a
modo de conclusión se afirma que en la realidad de la vida concreta casi es imposible
imaginarse a un hombre que no crea en algo (Conf. XI, 25) y que "si decidiésemos no
creer en nada que no pudiésemos comprender con evidencia, no habría nada en la
sociedad humana que permaneciese estable" (XII, 26). La fuerza de semejantes
argumentaciones está en el reconocimiento del valor cognoscitivo de la fe. Ésta
ciertamente no da una comprensión racional, pero tampoco puede equipararse a una
simple creencia y mucho menos a la credulidad. Si comprender (intelligere) es "poseer
algo de modo cierto con la razón" y la opinión es una convicción arriesgada de saber lo
que se ignora, la fe es el conocimiento de verdades que no se comprenden todavía, pero
que están garantizadas por la autoridad del testigo (De util. cred. XI, 25). En resumen,
para Agustín la fe es siempre un escalón del conocimiento (Disc. 126,1, l). Junto con la
razón, es una fuente de conocimiento; más aún, el carácter propio del aprendizaje
humano es empezar precisamente por la fe en la autoridad, para llegar luego al
conocimiento racional (Ord. II, 9,26). La autoridad exige la fe, pero la fe prepara a la
11
razón y la razón conduce al conocimiento intelectual (De vera rel. XXIV, 45). Así pues,
creer no es de suyo un acto contrario a la razón; puede serlo si el contenido de la fe es
absolutamente absurdo o se cree con facilidad, sin la ponderación debida de la
autoridad. Semejantes consideraciones, concluye Agustín, tienen la finalidad de
demostrar solamente que la fe "en las realidades que no se comprenden todavía" no
puede compararse con la temeridad del que hace conjeturas. Hay una gran diferencia
entre pensar que se conoce y creer por el testimonio digno de fe algo que todavía se
ignora (De util. cred..XI, 25).
Si lo dicho hasta ahora es verdad para la fe en el plano de las verdades humanas, ¿lo es
también para la fe en la verdades divinas? La respuesta de Agustín se sitúa en dos
niveles. De la existencia y de la providencia de Dios no se puede tener un conocimiento
cierto, como para los objetos sensibles o para los actos interiores vistos por la mente
(Efe_147:3); pero tampoco se cree en Dios por el testimonio de alguien. La fe en Dios
nace en el corazón del que sabe escuchar el grito que se eleva de todas las cosas creadas:
"No somos nosotras tu Dios; busca por encima de nosotras" (Conf. X,Efe_6:9; De vera
rel. XXIX, 52; XLII, 79). Para el que ya cree en Dios, la respuesta a la pregunta sobre la
racionalidad de la fe en las verdades divinas es más compleja. Si en los asuntos
ordinarios de la vida (el comercio, el matrimonio, la educación de los hijos) nadie duda
de que es mejor evitar errores que cometerlos, este principio."debe ser considerado con
mayor validez todavía en materia religiosa, ya que es más fácil conocer las cosas
humanas que las divinas y el error en estas últimas sería mucho más grave y peligroso"
(De util. cred. XII, 27). Las dificultades que encuentra el hombre en el conocimiento de
las verdades divinas no dependen solamente de la absoluta trascendencia de Dios, sino
también de su condición pecadora (Mor. Ecel. Cat. I,Efe_7:11-12): "Como los hombres
son demasiado débiles para encontrar la verdad con la sola razón, tienen necesidad de
una autoridad divina" (Conf. VI,Efe_5:8); "cuando buscamos la verdadera religión, sólo
Dios puede poner remedio a esta enorme dificultad" (De util. cred. XIII, 29).
Naturalmente, en Dios no hay ninguna necesidad. 'Ya en el Contra Academicos
(III,Efe_19:42) se hablaba de una popular¡ quadam clementia; en el De vera religione
se habla expresamente de una "inefable benevolencia de la providencia divina... Como
habíamos caído en las cosas temporales y su amor nos tenía alejados de las cosas
eternas, cierta medicina temporal nos llama a la salvación, no por medio del
conocimiento racional, sino por medio de la fe" (ib, XXIV, 45).
El objeto de esta revelación son "aquellas verdades que no es útil ignorar y que no
estamos en disposición de conocer nosotros solos" (Civ. Dei XI, 3); "son las verdades
que pertenecen a la doctrina de la salvación y que no podemos comprender todavía con
la razón, pero que algún día podremos conocer" (Efe_120:1, Efe_120:3). Así pues, entre
la razón y la fe no hay una incompatibilidad ni una exclusión, sino una
complementariedad y una ayuda mutua. Este optimismo se basa en la convicción de
que "Dios no puede odiar aquella facultad (la razón), en virtud de la cual nos ha creado
superiores a los demás animales". Por tanto, es inconcebible "que la fe nos impida
encontrar o buscar la explicación racional de lo que creemos, desde el momento en que
ni siquiera podríamos creer, si no tuviéramos almas racionales" (ib). La comprensión
racional de la fe es siempre deseable; el que no la desea, contentándose con la simple fe,
ni siquiera ha comprendido para qué sirve la fe (Efe_120:2, Efe_120:8). En conclusión,
no se da ninguna renuncia de la razón, sino sólo un reconocimiento de los propios
límites. Sobre todo, "cuando se trata de verdades supremas que no se pueden
comprender, es bastante razonable que la fe preceda a la razón; en efecto, purifica el
corazón y lo hace capaz de acoger y de sostener la luz de la razón" (Efe_120:1,
Efe_120:3). Además de esta función purificadora, como ya se ha indicado, la fe tiene
una función cognoscitiva: "La certeza de la fe es en cierto modo el comienzo del
conocimiento" (De Trin. IX,Efe_1:1); ofrece "las semillas de la verdad" (De util. cred.
XIV, 31).
12
b) La credibilidad de la "auctoritas"cristiana. Si es razonable que la fe preceda a la
razón al menos en orden cronológico, es igualmente verdad que la razón debe preceder
a la fe en la consideración de los motivos de credibilidad por los que se debe creer a
ciertas personas o libros (De vera rel. XXIV, 45). Sólo después de haber pesado
escrupulosamente la fiabilidad de los testigos es lícito dar el asentimiento de la fe
(Efe_147:16, Efe_147:39).
En esta investigación Agustín tiene habitualmente ante los ojos la única saluberrima
auctoritas, constituida por Dios para la salvación de todos los hombres (De util. cred.
XVI, 34), que comprende a Cristo, a la Escritura y a la Iglesia. Sin embargo, en la
polémica antipagana no es difícil observar una mayor atención apologética a la
autoridad de Cristo, mientras que en la polémica antimaniquea prevalece el interés por
la autoridad de la Iglesia.
La cultura pagana había considerado ya desde Aristóteles a los oráculos como una
prueba válida en las demostraciones retóricas (ARISTóTELES, Retórica I,Efe_15:35
[1376a]). Cicerón contaba entre los testimonia divina, además de los oráculos las
diversas formas de adivinación (Topica XX, 77), siguiendo en esto a los estoicos, que
habían recurrido a las predicciones adivinatorias para probar la providencia divina
(CICERóN, De natura deorum II,,167). Con los neoplatónicos, como Porfirio, los
oráculos se convierten en fuente de la misma filosofía, mientras que las prácticas
teúrgicas son el capítulo de purificación para las masas. Contra esta cultura, ya desde
los primeros escritos hasta el De civitale Dei, Agustín intentó desenmascarar la falsedad
de los testimonia divina de los paganos y exaltar la divina auctoritas de Cristo. Él es el
mismo entendimiento divino, que tomó un cuerpo humano para llevar a los hombres a
lo divino (Contra Acad. III,Deu_19:42). La verdadera autoridad divina es la que no sólo
trasciende en los signos sensibles a todas las facultades del hombre (cosa que pueden
hacer también los demonios), sino que asumió al mismo hombre y con los hechos
realizados por él manifiesta su poder, con su enseñanza su naturaleza, con su humildad
su misericordia (Ord. II,Deu_9:27). En el De utilitate credendi la autoridad de Cristo se
ve confirmada por los milagros y por la multitud de sus seguidores: "Con los milagros
adquirió autoridad y con la autoridad mereció fe, con la fe congregó a una multitud y
con la multitud alcanzó la antigüedad, con la antigüedad reforzó la religión" (De util.
cred. XV, 33). Se presta una especial atención al milagro, para distinguir los verdaderos
de los falsos. Agustín no niega que también en la religión pagana haya habido y siga
habiendo todavía hechos extraordinarios (mira) y predicciones del futuro que superan
toda capacidad humana; pero sostiene que no son obras de la divinidad, sino de los
demonios, que quieren engañar y burlarse de los hombres para hacerlos esclavos (Ord.
II,Deu_9:27; De civ. Dei X, 16 1-2). Los milagros realizados por Cristo son una prueba
de su autoridad divina, ya que suscitan no sólo la admiración, sino también la gratitud y
el amor: "Algunos eran un claro beneficio para el cuerpo de los enfermos, otros eran
signos dirigidos a la mente, y todos ofrecían un testimonio de la majestad divina". Eran,
por tanto, milagros oportunos para reunir e incrementar la multitud de los creyentes y
para que la autoridad de Cristo resultase útil a la renovación de las costumbres" (De
util. cred. XVI, 34).
Otro signo de la divinidad de Cristo es el cumplimiento pleno de las profecías del AT.
Con mucha anticipación los antiguos profetas de Israel habían anunciado no sólo su
venida, sino también su nacimiento virginal, su pasión, su resurrección y su ascensión
(ib, IV, 7). Al anuncio de Cristo los antiguos profetas asociaron la difusión universal de
la Iglesia, tal como se ha realizado puntualmente (ib III, 5-6).
Relacionada con la autoridad divina de Cristo está la autoridad de las Escrituras. Ellas
ocupan la cima más alta y celestial de la autoridad, hasta el punto de que han de ser
leídas con la absoluta certeza de su veracidad e inerrancia (Efe_82:2, Efe_82:5). La
razón de esta divina autoridad de las Escrituras está en el hecho de que contienen la
palabra del mismo Cristo, que primero habló por los profetas, luego personalmente y
finalmente por medio de los apóstoles. Los autores de los libros sagrados son testigos
dignos de fe, porque aprendieron las verdades reveladas por inspiración del Espíritu
Santo (De eiv. Dei XI,Efe_34:1). Las pruebas de esta autoridad divina son múltiples.
Recurriendo a las categorías de la retórica, Agustín indica entre las pruebas extrínsecas
la difusión y el consentimiento con que las Escrituras han sido acogidas en todo el
mundo desde hace tantos siglos: si no fueran dignas de fe las Escrituras cristianas que
gozan de títulos semejantes, habría que negar la credibilidad de cualquier otra historia
(Mor. Eccl. Cath. 1, 60-61). En comparación con las cristianas, las Escrituras maniqueas
están privadas de autoridad, precisamente porque son recientes, desconocidas,
acogidas por pocas personas, y encima carecen de credibilidad (De util. cred. XVI, 3i).
Además, la autoridad de las Escrituras cristianas está reconocida en todo el mundo y
entre todos los pueblos, ya que contienen muchas profecías del futuro perfectamente
cumplidas, entre ellas la futura fe de los gentiles (De civ. Dei XII, 9,2). Finalmente Dios
no habría concedido una autoridad tan eminente a las Escrituras si no hubiese querido
que el hombre creyese por medio de ellas en él y lo buscase (Conf. VI, 5 7-8).
En cuanto al contenido de la revelación divina, no puede ser otro sino el mismo Verbo
de Dios. Siendo Cristo el Verbo del Padre, ha venido a decirnos no una palabra suya,
sino la Palabra del Padre (Joh. ev. 14,7). Más en concreto, "por medio de su propio Hijo
es como Dios revela al Hijo y se revela a sí mismo por medio del Hijo" (ib, 23,4). Más
aún, es toda la Trinidad la que se ha revelada (ib, 97,1). Dios es absolutamente inefable
(Doct. chr. 1, 6,6) e incomprensible para el hombre (Efe_147:8, Efe_147:21). Sin
embargo, el poder de Dios es tan grande que no puede permanecer totalmente
escondido a la criatura racional, que utiliza la razón. Exceptuando a unos pocos, en los
que la naturaleza humana está demasiado corrompida, todo el género humano
reconoce en Dios al creador del mundo. Pero como Padre de Cristo, por medio del cual
quita los pecados del mundo, este nombre suyo, desconocido antes para todos, lo
manifestó el mismo Cristo a todos los que le ha dado el Padre (Joh. ev., 106,4). Dios
envió a su Verbo, que es su único Hijo, para que los hombres conociesen por su pasión
y su muerte cuánto los quiere Dios, para que fueran purificados por su sacrificio y,
enriquecidos por el amor difundido por el Espíritu Santo, llegasen a la vida eterna (De
civ. Dei VII, 31). Este inefable designio divino de abrir un camino universal de salvación
era absolutamente impenetrable a la mente humana si Dios mismo no se lo hubiese
revelado primero, en los tiempos antiguos, a unas pocas personas, pertenecientes sobre
15
todo al pueblo hebreo, y luego por el mismo Mediador, presente en la carne (ib, X,
32,2).
Contra la repulsa total maniquea del AT, Agustín se esforzó siempre en resaltar la
unidad y la concordia de los dos testamentos, defendiendo su autoridad y su santidad
divina. Por el contrario, en la polémica contra los pelagianos, para exaltar la novedad
de la gracia de Cristo, excesivamente infravalorada, tiende a marcar sus diferencias. La
alianza antigua está marcada por la carnalidad y sus promesas son las de un reino
terreno; la nueva alianza, por el contrario, está marcada por la espiritualidad y el reino
prometido es el de los cielos (De vera rel. XXVII, 50). La promesa diferente respondía a
un criterio pedagógico de Dios, el cual, "queriendo mostrar cómo también la felicidad
terrena y temporal es un don suyo, juzgó conveniente ordenar en las primeras etapas
del mundo una antigua alianza que fuese apropiada para el hombre antiguo, por el que
comienza necesariamente esta vida...". Estos bienes terrenos prometidos y concedidos
preanunciaban alegóricamente los de la nueva alianza, como podían comprenderlo los
pocos que recibían la gracia del don profético. Cuando, finalmente, Dios envió al
mundo a su propio Hijo, entonces "se reveló en el NT la gracia que estaba escondida
bajo los velos del Antiguo, es decir, el poder de hacerse hijos de Dios, concedido a los
que creen en Cristo" (Efe_140:2, ,9).
Según el autor citado no hay ninguna duda: para los autores bíblicos es válido el mismo
concepto de inspiración profética (o. c., 123); y puesto que ésta se hace siempre por vía
imaginativa gracias a los ángeles, es a través del mismo camino como los hagiógrafos
reciben la revelación divina (o. c., 133-134). Entre las pruebas aducidas para sustentar
esta conclusión figura un texto en el que Agustín afirma, sobre la base de los Hechos de
los Apóstoles (1Co_7:53), que la ley fue dada por Dios mediante los ángeles (De civ. Dei
X, 15); y esto valdría no sólo para la ley de Moisés, sino para toda la Escritura (ib, X, 7).
A una conclusión opuesta había llegado R. A. Markus partiendo del concepto de
profecía, tal como se deduce del De civitate Dei (XVII, 38): "Un evangelista o un autor
de uno de los libros históricos del AT puede ser considerado profeta en sentido amplio;
no en el sentido de que haya recibido de Dios una revelación especial, sino en el sentido
de que su mente ha sido iluminada por un don especial para interpretar un episodio en
la historia nacional de los hebreos o de la biografía de Jesús (R.A. MARKUS, Saint
Augustine on history, prophecy and inspiration, en "Augustinus" XII [1967] 278). Me
parece que esta concepción es confirmada por otros textos. En el De Trinitate, al tratar
del conocimiento de los acontecimientos futuros, junto a la revelación angélica que
tuvieron los profetas se pone otra revelación, "no por medio de los ángeles, sino tenida
directamente (per seipsos) de otros hombres, en cuanto que sus mentes fueron
elevadas por el Espíritu Santo a fin de captar las causas de los acontecimientos futuros
como ya presentes en el supremo principio de las cosas (De Trin. I, 17,22). En otro
lugar Agustín distingue entre una revelación per fidem reí creditae y otra revelación per
visionem reí conspectae, como la que tuvo Pablo en su rapto al tercer cielo, o también
Moisés (Efe_147:12, Efe_147:30). Es por la revelación per fidem como el salmista,
trascendiendo a todas las criaturas acie mentís forti et valida et praefidenti y también
acie fidei, llegó a ver lo que vio el evangelista inspirado por Dios cuando dijo: "In
principio erat Verbum..." (In Sal_61:18). Del mismo modo el autor del Génesis pudo
decir que Dios al principio creó el cielo y la tierra (De civ. Dei XI, 4). Las afirmaciones
sobre el trabajo de los evangelistas parecen confirmar esta interpretación. El evangelio
17
es palabra de Dios dispensada por medio de los hombres (Cons. ev. II,Sal_12:28); ellos
escriben lo que se les inspira, pero no añaden una colaboración superflua (ib, Sal_1:35,
Sal_1:54); escriben recordando lo que han oído o visto, no del mismo modo ni con las
mismas palabras. Siempre dentro del respeto a la verdad, "pueden cambiar el orden de
las palabras o intercambiarlas por otras del mismo valor; pueden olvidarse de algo y no
lograr, a pesar de todos sus esfuerzos, referir perfectamente de memoria lo que habían
oído" (ib, II,Sal_12:28-29).
Más en particular: las Escrituras acogidas por todas las Iglesias deben preferirse a las
que sólo acogen algunas; entre las no acogidas por todas, deben preferirse las acogidas
por la mayor parte o por las de mayor autoridad; cuando un libro tiene en su favor el
criterio del número y otro el de la autoridad, hay que considerarlos de la misma
autoridad (Doct. christ. II,Efe_8:12).
En cuanto a los libros apócrifos, pueden contener también algunas verdades, gozar del
prestigio de la antigüedad e incluso ser atribuidos a escritores notables, considerados
como profetas de las Escrituras canónicas, como Henoc, o bien estar excluidos del
canon, tanto hebreo como cristiano. Probablemente, observa san Agustín, esto se debió
a la dificultad de tener pruebas seguras sobre su autenticidad (De civ. Dei, XVIII, 38).
Sea lo que fuere de esta cuestión, los esfuerzos de Agustín por llegar a una teoría
hermenéutica más satisfactoria culminaron en el De doctrina christiana, definida por
alguien como "el manifiesto de la hermenéutica teológica de Agustín" (G. RiPANTI,
Agostino teorico dell'interpretazione, Brescia 1980, 13). Esta obra trata el problema de
la tractatio Scripturarum en el doble momento de la inventio y de la elocutio sobre la
base de una teoría concreta del lenguaje, en donde es fundamental la distinción entre
signum y res. Signum es lo que se usa para indicar otra cosa; res, lo que tiene valor por
sí mismo y no se usa para indicar otra cosa (Doctr. christ. 1, 2,2). A la luz de esta
distinción, las Sagradas Escrituras son signa divinitus data, signos dados por Dios para
revelar a los hombres las res necesarias para la salvación (ib, II, 22,3), que son: Dios
uno y trino, la encarnación de Cristo, la Iglesia, la resurrección de los cuerpos, la
caridad de Dios y del prójimo. La Escritura no quiere enseñar nada más que esta fe
católica (ib, III, 10,15). Por eso el intérprete debe atenerse a la regula fidei en su
interpretación (ib, III, 2,21), sin pasar de los límites de la fe (De Gen. ad litt.1.
imp.1,1,1).
Se reserva un examen crítico especial a las reglas de Ticonio: pueden ser de gran
utilidad para la comprensión de las Escrituras, pero -como demuestra la exégesis del
mismo Ticonio- no bastan para resolver todas las oscuridades (ib, 111,30,42).
BIBL.: HARDY R.P., Actualité de la Révelation divine. Une étude des "Tractatus in
1ohannis Evangelium"de S. Agustin, París 1974 R., Teología de la revelación,
Salamanca 19897; RIPANTI G., Agostino teorico dell1interpretazione, Brescia 1980;
WIELAND W., Offenbarung be¡ Augustinus, Mainz 1978.
N. Cipriani
20
AMOR
La tarea específica de la teología fundamental es entender e interpretar la credibilidad
de la autorrevelación de Dios, verificada definitivamente a través de Jesucristo. Esta
autocomunicación divina en la historia humana alcanzó su clímax con el misterio
pascual y el envío del Espíritu Santo.
21
No es que la revelación del amor de Dios estuviera ausente en el AT. Ya hemos visto
antes cómo los profetas, entre otros, dan testimonio del intenso amor personal de Dios
a Israel. Semejante evidencia contradice el antiguo dicho: Dios ha revelado su justicia
en el AT y su amor en el NT.
Lo que Cristo trae, sin embargo, es, en primer lugar, la presencia visible, tangible y
audible del "Emanuel, el Dios con nosotros" (Mat_1:23). En segundo lugar, Dios es
revelado ahora como tripersonal. El Padre es conocido como la fuente última de la vida
y el amor divinos. El Hijo es la presencia perceptible de ese amor. El Espíritu Santo es
experimentado como el don de amor (Rom_5:5), que nos impulsa a la realización
escatológica.
2. RESURRECCIÓN. La resurrección del Jesús crucificado reveló "el amor del Padre
que es más poderoso que la muerte" (Dives in misericordia 8). El diálogo de amor entre
Jesús y su Padre, interrumpido (al menos en lo que respecta a la humanidad de Jesús)
por el silencio de la muerte, es reanudado ahora de una manera plena y definitiva. Para
usar la frecuente imagen del NT, Jesús es exaltado al cielo y está sentado a la derecha
del Padre (p.ej., Heb_2:33; Rom_8:34; Col_3:1).
No es casual que en el evangelio de Juan, desde el capítulo 11, a medida que el misterio
pascual se acerca, el lenguaje del amor desempeñe un papel cada vez más destacado. La
última cena y los discursos de despedida de Jesús comienzan (Jua_13:1) y terminan
(Jua_17:26) con ese lenguaje. En realidad, la oración final de Jesús, que interpreta la
finalidad y el propósito de su muerte inminente y de su resurrección, concluye con una
petición al Padre en favor de. los discípulos, "que el amor que tú me tienes esté en ellos,
y yo también esté en ellos" (Jua_17:26).
22
Para concluir, la amorosa automanifestación de Dios llegó a su punto culminante con la
resurrección de Jesús crucificado. La resurrección, se puede decir también, reveló la
Iglesia, la nueva comunidad de amor de Dios, que vive esperando la aparición final de
nuestro salvador (Tlt 2,13) cuando su gloria divina sea plenamente revelada (1Pe_4:13).
BIBL.: BALTHASAR H.U. von, Sólo el amor es digno de fe, Sígueme, Salamanca 19903;
FISICHELLA R., H. U. van Balthasar. Amore e credibilitá cristiana, Roma 1981.
G. O'Collins
El dominio del hombre sobre las criaturas es un elemento que encontramos también
presente en el documento sacerdotal, y deriva ciertamente del hecho de su creación a
imagen y semejanza de Dios (cf Gén_1:26-27); igualmente se pone de relieve en estos
versículos el carácter social del hombre; el hombre hecho a imagen de Dios es varón y
mujer. Pero también aquí la relación del hombre con Dios, aun con la diferencia radical
entre Creador y criatura, es lo que parece determinante. El simple dato de que Dios cree
"a su imagen y semejanza" cualifica en primer lugar el obrar divino, y determina a su
vez que el hombre sea distinto de las demás criaturas. El ser humano ha sido creado
para existir en relación con Dios, para vivir en comunión con él. Estos mismos
elementos se hallan en Gén_5:1-3, donde se establece además una cierta analogía entre
la creación del hombre por Dios a su imagen y la generación de Set según la semejanza
e imagen de su padre Adán. La condición de imagen de Dios hace que la vida humana
sea sagrada (cf Gén_9:6). El dominio sobre el resto de las criaturas y la vocación de
Dios a participar de su vida inmortal son los puntos que se ponen de relieve en relación
con la creación del hombre a imagen y semejanza divina en los otros textos del AT
donde vuelve a aparecer este motivo (cf Sir_17:3; Sab_2:23; cf también Sal_8:5-9).
Esta distinción no se mantuvo en general en los tiempos sucesivos. Por otra parte, el
sentido cristológico de la creación del hombre a imagen y semejanza divina se ha hecho
menos explícito en la teología y en la conciencia cristiana. Por ello es tanto más de
alabar la contribución del concilio Vaticano II en la GS, al poner, como notábamos ya,
en el hecho de la creación del hombre a imagen y semejanza de Dios el comienzo y la
base de la respuesta cristiana al interrogante sobre el misterio del ser humano. Según el
número 12 de la constitución pastoral, esta condición significa ante todo que el hombre
es capaz de conocer y amar a su Creador, es decir, que es capaz de entrar en relación
personal con Dios. A ello se añade su posición de señorío sobre las criaturas terrenas,
de las que se ha de servir para gloria de Dios, y la condición social del ser humano,
llamado a existir en la comunión interpersonal. Como se ve, se recogen aquí muchas de
las intuiciones que veíamos. presentes en nuestro rápido recorrido escriturístico, sobre
todo del AT: Pero este número 12 de GS ha de leerse juntamente con el número 22, que
citamos al comienzo de estas páginas: "El misterio del hombre sólo se esclarece en el
misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que tenía
que venir (cf Rom_5:14), es decir, Cristo nuestro Señor... No es extraño, por
consiguiente, que todas las verdades antes expuestas encuentren en Cristo su fuente y
en él alcancen su vértice. El que es imagen de Dios invisible (Col_1:15) es también el
hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina,
deformada por el primer pecado..." La orientación cristológica de la antropología
cristiana ha sido, por tanto, fuertemente subrayada por el concilio (como también en el
magisterio de Juan Pablo lI; cf, p.ej., Redemptor hominis 8,2; 13,13; 28,1).
La fe cristiana nos dice que el hombre no ha sido fiel a este designio divino y que desde
el principio el pecado ha sido una realidad que ha entorpecido la relación con Dios.
Pero, en su fidelidad, Dios nos ha mantenido siempre su amor y, en Cristo, la
25
semejanza divina deformada ha sido restaurada (GS 22). Por lo demás, la naturaleza
humana, sin duda profundamente afectada por el pecado, no ha quedado con todo
corrompida de raíz.
El hombre, como ser personal y libre, se halla necesariamene abierto al mundo y los
demás. Frente a ellos ejerce su libertad y en este mismo ejercicio puede experimentar
su propia trascendencia. El hombre necesita del mundo que le rodea para su propia
subsistencia. Ésta es una experiencia fundamental e incontrovertida. Pero en esta
misma relación de dependencia frente al mundo se abre el sentido de su trascendencia
a él: efectivamente, con el hombre y su capacidad de transformar la realidad que lo
circunda se produce en ésta una novedad; por el esfuerzo humano se dan en la
naturaleza posibilidades nuevas que de otro modo nunca se hubieran alcanzado. El
trabajo del hombre es, pues, un fenómeno nuevo en el ámbito cósmico; por ello puede
ser calificado de "creador". Estas posibilidades de la naturaleza se convierten a su vez
en posibilidades nuevas para el hombre mismo, para su libertad. Inserto en el mundo,
en su misma acción, en él el ser humano muestra que lo trasciende, que no es una
simple pieza de un mecanismo. Experimenta además la perpetua insatisfacción ante los
logros alcanzados, entre lo que tiene y aquello a lo que aspira. Difícilmente podrá el
mundo, por tanto, dar al hombre el último sentido de su vida.
La revelación cristiana nos ofrece, según hemos visto, una imagen del hombre centrada
ante todo en Jesús, el hombre perfecto, en quien somos hijos de Dios. Si ésta es nuestra
última vocación, la teología cristiana no puede desentenderse de aquellos aspectos de la
constitución y del ser creatural del hombre que lo hacen apto para esta llamada divina.
En ellos descubre ya la huella del designio de Dios, que nos quiere para él. El ser
humano aparece así abierto a la comunicación de Dios mismo en la revelación cristiana.
Ésta nos abre unas perspectivas que por nuestra parte jamás hubiéramos podido
28
imaginar; es pura gracia y don de la benevolencia divina, y al mismo tiempo responde a
nuestras íntimas aspiraciones y deseos: la íntima comunión con Dios, a la que Cristo
nos da acceso, y la plena comunión con los hermanos con quienes vivimos en la Iglesia,
"instrumento de la plena unión con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG
1), reunida por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (LG 4).
BIBL.: ALFARO J., De la cuestión del hombre a la cuestión de Dios, Salarnanca 1988;
BALTHASAR H.U. von, Teodramática 2: El hombre en Dios, Madrid 1991; COLZANI G,
Antropología teológica, Salamanca 19712; CROUZEL H., Théologie de l image de Dieu
chez Origine, París 1954; FLICK M. y ALSZEGHY Z., Fondamenti di una antropología
teologica, Florencia 1970; GANOKZY A., Der schópferische Mensch und die Schópfung
Gottes, Mainz 1976; GONZÁLEZ FAUS J.I., Proyecto de hermano. Visión cristiana del
hombre, Santander 1987; GOZZELLING G., Vocazione e destino dell úomo in Cristo,
Turín 1985; KASPER W., Cristología y antropología en teología e Iglesia, Barcelona
1989, 266-269; LADARIA L.F., Antroplogía teológica, Madrid-Roma 1983; R., El
hombre y sus problemas a la luz de Cristó, Salamanca 1989; ORBE A., Antropología de
san Ireneo, Madrid 1969; PANNENBERG W., Fundamento cristológico de una
antropología cristiana, en "Con" 86 (1973) 358-416; ID, Anthropologie in theologischer
Perspektive, Gotinga 1983; RAHNER K., Curso fundamental sobre lafe, Barcelona
1979; RUIZ DE LA PEÑA J.L., Imagen de Dios. Antropología teológicafundamental,
Santander 1988; SCHEFFCZYK L. (ed.), Der Mensch als Bild Gottes, Darmstadt 1969.
L. L. LADARIA
29
ATEÍSMO
SUMARIO:
I. ORÍGENES:
1. Un punto de partida;
2. Cuestión filosófica y época religiosa;
3. Sistemas cartesiano y newtoniano;
4. El iluminismo: síntesis y correctivos;
5. Una lección para la teología fundamental (M. J. Buckley)
II. MODERNO:
1. Explicación del concepto;
2. El ateísmo moderno;
3. La confrontación teológica con el ateísmo;
4. El ateísmo moderno y el problema de la teodicea (B. Groth).
I: Orígenes
I. UN PUNTO DE PARTIDA. La moderna aparición del ateísmo en el mundo occidental
se presenta a la teología fundamental con ambigüedades casi insuperables. El
significado de "ateísmo" es inevitablemente dialéctico, su sentido depende del "teísmo",
del que es la negación. Esta dependencia semántica se complica cuando se reconoce
que "ateísmo" se ha aplicado a muy diferentes tipos de secretas convicciones o de
pensamiento sistemático. "Ateísmo" ha funcionado como invectiva lanzada contra los
adversarios propios o como firma personal que identifica una postura adoptada y
defendida en público.
Desde un estudio así enfocado a la invectiva y el terror receloso que se encuentra en los
comienzos de la modernidad no hay más que un paso. Walter, conde de Essex, que
murió en 1577, no veía más que ruina religiosa por toda Inglaterra: "No hay más que
infidelidad, infidelidad, infidelidad, ateísmo, ateísmo, ateísmo, falta de religión, falta de
religión", mientras que Thomaá Nashe, unos veinte años más tarde, advertía: no hay
"secta en Inglaterra tan extendida hoy día como el ateísmo". Sólo unas décadas
después, el padre Mersenne podía encontrar 50.000 ateos únicamente en París
(BUCKLEY, Origins, ,pp:, 10-58). La atribución de ateísmo a los adversarios, sea como
crítica disciplinada o como acusación, parece, en el mejor de los casos, un
procedimiento en alto grado dudoso.
Pero el ateísmo es también una idea, un argumento, una persuasión, que posee su
propia integridad intelectual. Como tal, reclama una atención especial de la teología
fundamental. ¿Qué puede aprender la teología del secular argumento que originó y
cimentó la negación de lo que es más fundamental para la religión? Los orígenes
teóricos del ateísmo moderno se comprenden más claramente cuando se ve que el
ateísmo se ha generado en las propias fuerzas que se formaron para combatirlo; cuando
se ve que no sólo el significado de sus términos, sino su existencia y su configuración
son dialécticas.
Su número fue inicialmente pequeño. En una célebre conversación, David Hume dijo al
barón de Holbach que no creía que existieran verdaderos ateos. ¡Holbach le indicó que
en el círculo en el que hablaban podía contar quince! (Origins, p 256). El ateísmo haría
valer de modo progresivo sus derechos en los movimientos intelectuales y sociales que
iban a conformar gran parte del siglo que siguió. Pero la imponente sombra que
Nietzsche y Newman verían más tarde descender sobre la fe de Europa se originó y
configuró durante estos últimos años de la ilustración francesa. Hegel mismo escribió:
"No deberíamos acusar de ateísmo con ligereza, porque es un caso muy frecuente que
cualquier individuo cuyas ideas sobre Dios difieran de las de otros sea acusado de falta
de religión, o incluso de ateísmo. Pero lo cierto es que esta filosofía se ha transformado
en ateísmo, y ha definido la materia, la naturaleza, etc., como aquello que ha de ser
considerado lo último, lo activo y lo eficiente" (Lectures on History of Philosophy, 3,
387):
Pero ni Denis Diderot ni el barón de Holbach engendraron lo que dieron a luz. Ellos
fueron tan sólo el final de su comienzo. Tenemos aquí una lección crítica para la
teología fundamental. Porque exactamente igual que el significado de "ateísmo"
procede dialécticamente de "teísmo", así ocurre también con sus orígenes.
Hay tres elementos dignos de señalarse en la andanada de Lessius "contra los ateos y
políticos de nuestros tiempos". Lessius podía mencionar a sus políticos. Eran
Maquiavelo y aquellos que habían tomado el Príncipe como guía en su vida. Pero
¿quiénes eran los ateos? Lessius no podía citar a contemporáneos. Tuvo que traer a la
memoria las listas redactadas en la antigüedad clásica por Cicerón, Sexto Empírico y
Claudio Eliano. De estas listas Lessius seleccionó a los que él pensó que eran los más
indiscutibles: Diágoras de Melos y Protágoras; Teodoro de Cirene y Bión de Boristenes,
y Luciano. A este grupo Lessius añadió los atomistas, que negaban cualquier
providencia divina efectiva: Demócrito, Epicuro y Lucrecio. Los contemporáneos que
hubiera -una vez más como las brujas- "no son muy conocidos para el mundo; pues el
miedo a las leyes impone silencio a este tipo de hombres, y solamente en secreto, entre
sus familiares, vomitan su ateísmo" (Origins, p 46).
El segundo elemento es el tratamiento dado al ateísmo. Los típicos ateos eran antiguos
filósofos: atomistas, sofistas y escépticos. De ahí que la cuestión del ateísmo se tratara
como si fuera una cuestión filosófica, más que religiosa o teológica. Lessius escribe
como si estuviera recuperando para el s. XVII el libro De natura deorum de Cicerón y
mil seiscientos años de cristianismo fueran irrelevantes. Incluso milagros y tradición
profética son tomados no como signos religiosos, sino enmarcados en las categorías
estoicas clásicas y convertidos en un ejemplo más del orden de la naturaleza, que por
medio de una tan espectacular intervención da testimonio de la existencia de Dios.
Había otra influencia más, la de una peculiar lectura de la Summa theologiae de santo
Tomás de Aquino. Lessius había introducido en Lovaina la costumbre de comentar la
Summa en lugar de las Sentencias de Pedro Lombardo. La cuestión de la existencia de
Dios, con la que comienza la Summa, se leía como si resolviera el problema mediante
una argumentación que es esencialmente filosófica en la evidencia y el método, aunque
colocada en un ámbito teológico. Lessius no era ni el primer tomista ni el último en
mantener que es éste el modo como se debe abordar esta cuestión. Étienne Gilson, por
ejemplo, al tratar esta sección de la Summa, todavía en 1959, escribió: "Es natural que
su (de Tomás de Aquino) primera cuestión fuera sobre la existencia de Dios. Sobre este
problema, sin embargo, un teólogo no puede hacer mucho más que recurrir a los
filósofos en busca de información filosófica, La existencia de Dios es un problema
filosófico" (Elements of Christian Philosophy 43, 209). Lessius había sostenido en gran
medida lo mismo siglos antes. Pero fue más allá. Desplazó toda la cuestión de su ámbito
teológico, puso en formación un escuadrón de argumentos filosóficos y rechazó, como
no pertinente, cualquier cosa esencialmente implicada en la relación religiosa o
personal entre Dios y los seres humanos. El paso decisivo aquí no fue la introducción de
32
la filosofía, de la filosofía natural o teología natural; el paso crucial era la epojé
religiosa, el poner entre paréntesis todos los fenómenos o "información" esencialmente
religiosa, como si no tuvieran valor fuera de la fe confesional. Las experiencias y usos
de la religión no tenían nada que decir sobre su declaración fundacional.
El tercer elemento que se podía observar es la unión entre ciencia y religión. El saber
convencional habla de antiguos e irresolubles conflictos entre ciencia y religión. De
hecho, la realidad era casi lo contrario. Con la excepción de la tragedia de Galileo y sus
consecuencias, la ciencia -llamada "filosofía natural" hasta la época de Newton- no
solamente no se oponía a la religión; se creía con frecuencia que podía proporcionar los
fundamentos a las creencias religiosas mejor que la religión.
El gran teólogo y erudito franciscano Marin Marsenne seguiría una línea similar. En su
voluminoso comentario de 1623 sobre el Génesis, unas 1.900 columnas "in folio", y en
su volumen más directo del año siguiente, L'Impiété des Déistes, Athées, et Libertins de
ce temps, Mersenne lanzó sus ataques contra el supuesto ateísmo de su tiempo. Casi
todo aquel que era peligroso para su pensamiento es colocado en esta categoría; pero
tres nombres sobresalen entre los demás: Pierre Charron, Geronimo Cardano y
Giordano Bruno -un fideísta escéptico que quiso hacerse cartujo, un neoaverroístá que
traía la escuela de Padua a París y un racionalista de cuerpo entero-;cada uno de ellos
habría rechazado la denominación con horror. Para silenciar a éstos y a los demás
innumerables ateos de que Marsenne llenó París, elabora argumentos que asocian los
esquemas de la filosofía epicúrea con una ontología platónica. Todos los resquicios que
Lessius había dejado para milagros y profecías fueron eliminados. Cualquier realidad
específicamente religiosa -sea por vía de experiencia, testimonio, tradición o práctica-
es puesta entre paréntesis para proveerla de fundamento.
Newton escribió sobre los Principia a Richard Bentley: "Cuando escribí mi tratado
sobre nuestro sistema (el del mundo), tuve en cuenta que tales principios pudieran
funcionar con hombres estudiosos en lo que toca a la creencia en una deidad; y nada
puede alegrarme más que hallarlo útil a este propósito" (Origins, p 102). Para el final de
la segunda y tercera edición de los Principia y para las cuestiones al final de su Opticks,
Newton montó una larga defensa de la existencia divina, "porque así, mucho de lo que
concierne a Dios, el disertar de él desde la apariencia de las cosas, pertenece
ciertamente a la filosofía natural" (Principia III, General Scholium). Pero Newton va
más allá de esto: "La principal tarea de la filosofía natural es argumentar a partir de los
fenómenos sin inventar hipótesis y deducir causas desde los efectos, hasta llegar a la
verdadera causa primera, que no es ciertamente mecánica" (Opticks, cuestión 28). Esto
proporcionará a su vez los fundamentos para lo que la cuestión 31 de la Opticks
denominaba filosofía moral, y lo que el manuscrito inédito de Newton, Short Scheme of
the True Religion, identificaría con la religión fundamental: "Nuestro deber hacia Dios
y nuestro deber hacia el hombre, o piedad y justicia, que llamaré aquí religiosidad y
humanidad".
33
Dos factores importantes se juntaron en estos movimientos contra un supuesto
ateísmo, uno proveniente de Descartes y el otro de Newton. Descartes había distinguido
varias clases de filosofía: Dios sería tratado en la filosofía primera, mientras que la
mecánica sería explicada solamente por los principios mecánicos, la materia y las leyes
del movimiento dadas por Dios al principio. Newton, en marcado contraste, eliminó la
metafísica e hizo de la mecánica una ciencia universal. La mecánica universal
proporcionó los fundamentos no sólo a la geometría, sino a la teología, porque
postulaba un principio que en última instancia no era mecánico. Los teólogos no sólo
habían preparado el camino para estas revoluciones con la categoría de las
afirmaciones sobre la realidad de Dios; les dieron también la bienvenida, siguiendo
cada uno a su modo el ejemplo. Descartes engendró su Malebranche y Newton su
Samuel Clarke. Ambos erigieron sistemas completos de pensamiento fundacional en
teología sobre las estructuras conceptuales aportadas por sus maestros; en este campo,
cada uno fue el pensador más influyente en su respectivo país.
Lo que sucedió en la ilustración y lo que subyace en los orígenes del primer ateísmo
razonado y articulado es básicamente bastante simple. Diderot y Holbach juntaron dos
ideas. De Newton aceptaron la universalidad de la mecánica: que el método mecánico y
sólo él podía dar razón de toda la realidad; lo que rechazaron de Newton fue su
pretensión -como lo había sido de Aristóteles antes de él y lo sería de Whitehead
después- de que el estudio de los fenómenos naturales necesariamente conduce a la
fuente que está por encima de la naturaleza. De Descartes aceptaron la autonomía de la
mecánica: que toda realidad física o natural puede ser explicada en función de los
principios mecánicos, esto es, en función de la materia y de las leyes del movimiento; lo
que rechazaron de Descartes fue cualquier filosofía primera previa que pudiera
demostrar la existencia de Dios. En gran medida, Diderot y Holbach erigieron estos
principios del ateísmo moderno sintetizando líneas de pensamiento de las dos mentes
más grandes del s. xvii, filósofos celebrados por los teólogos como guardianes de los
fundamentos de la religión. La síntesis fue una mecánica universal con principios
mecánicos únicamente.
Esta síntesis se llevó a cabo dando un giro fundamental. Tanto Descartes como Newton
habían hecho de la materia algo inerte, intrínsecamente sin acción o movimiento.
Descartes identificaba la materia con la extensión, que hacía posible la geometría.
Newton identificaba la materia con la masa, y halló que la materia difería sólo
34
conceptualmente de la resistencia inerte al cambio: Ahora Diderot y Holbach
revolucionaban la filosofía natural y eliminaban lo que había sido considerado base de
la religión al hacer de la materia no ya algo inerte, sino dinámico. Ellos hicieron del
movimiento parte de la verdadera existencia de la materia, un atributo intrínseco de la
materia: Entonces no se necesitaba a Dios para conferir el movimiento inicial a la
materia, y cualquier designio que la materia llevara a cabo sería el necesario efecto del
movimiento de la materia. La materia con su movimiento intrínseco se convierte en la
fuente dinámico-evolútiva y creativa de toda realidad física. Nada tiene de extraño que
Diderot fuera el escritor favorito de Karl Marx.
En los orígenes del ateísmo, cono en cualquier gran revolución ideológica y social,
operaron también otros muchos factores, que han sido ya reseñados en los análisis de
movimientos sociales, culturales y económicos. Pero lo que se ha omitido en estas
historias de los orígenes ha sido la evolución del argumento que permitió comprender y
justificar este desarrollo. Los orígenes del ateísmo surgieron de modo más inmediato de
un cambio en la física. Pero la física no decía que no existiera Dios como tampoco lo
dijo La Place en su célebre conversación con Napoleón en 1802. La Place sostuvo
sencillamente que la cadena de causas naturales podía explicar la construcción y
preservación de los cielos siderales. La física de la materia dinámica sólo afirmaba que
no tenía necesidad de un Dios para poner en orden y equilibrar el sistema. Sólo
aquellos que habían hecho de la física, filosofía natural, algo fundamental para afirmar
la existencia divina, se quedaron con una afirmación sin fundamento.
35
5. UNA LECCIÓN PARA LA . ¿Implica semejante lectura de la historia de esta idea que
la especulación de la metafísica o que las implicaciones de la filosofía natural son
antirreligiosas cuando vienen a tratar o sugerir la realidad de Dios, que tal pensamiento
es secretamente ateo? De ninguna manera. Esto no ha sido verdad para la gran
tradición de sabiduría que va desde Platón y Aristóteles hasta Pierce y Whitehead.
Sartre señaló con desilusión que la mayoría de los grandes filósofos hasta su época
habían sido creyentes de una forma u otra, que una verdadera gran filosofía atea era
algo de lo que carecía la filosofía y a lo que él dedicaría sus esfuerzos (Simone DE
BEAUVOIR, Adieux, Pantheon, p 436). La filosofía no traiciona el genio de la religión;
sólo la religión puede traicionarse a sí misma.
Porque lo que indica este resultado del desarrollo de una idea es que la epojé religiosa
es en última instancia autodestructiva, que el pensamiento fundacional no puede
excluir los datos y la experiencia de lo religioso en orden a justificar la existencia de
Dios. La religión y la reflexión sobre ella deben poseer en si mismas los principios y
experiencias para revelar la existencia divina. Si no hay nada de convincente en la
fenomenología de la experiencia religiosa, o nada se da a conocer en el testimonio de
las historias personales de santidad, oración, profunda reverencia y compromisos
religiosos; nada en ese sentimiento que clama por lo absoluto ya presente en las
exigencias de verdad, fidelidad, bondad o belleza; nada en la intuición de la "donación"
de Dios o en la conciencia de un horizonte infinito que se abre ante la búsqueda o el
anhelo, en un despertar que nos empuja hacia una mayor conciencia perceptiva ante
experiencias-límite tales como la muerte y el gozo, la soledad y el deseo radical; si no
hay nada convincente en la larga historia y sabiduría de las instituciones y prácticas
religiosas y en todas esas dimensiones de la vida que se denominan legítimamente
"religiosas"; sobre todo, para cualquiera que aborde la cuestión religiosa en serio, si no
hay nada en la afirmación de la vida y del sentido de Jesús de Nazaret, entonces es, en
definitiva, contraproducente mirar fuera de lo religioso, a cualquier otra disciplina,
ciencia o arte, para establecer la afirmación fundacional de la religión o para demostrar
que hay un "amigo detrás de los fenómenos".
M.J. Buckley
II. Moderno
1. EXPLICACIÓN DEL CONCEPTO. Como concepto opuesto a "teísmo" (del griego
theós = Dios; átheos = sin Dios; sin conocimiento de Dios; cf. Efe_2:12), se entiende
por ateísmo la concepción (filosófica) u orientación que niega la existencia de un dios o
de varios dioses como seres de algún modo trascendentes.
Aunque Feuerbach no quiere ser materialista (en el sentido del materialismo del siglo
xviii), sin embargo contribuyó de una manera duradera con su crítica activa de la
religión al desarrollo y robustecimiento del materialismo. Es difícil supravalorar su
influencia en las futuras generaciones de críticos de la religión. Karl Marx se adhiere a
la filosofía de la religión de Feuerbach, pero le imprime un giro social: la religión es al
mismo tiempo expresión y protesta contra la miseria en que se ven obligados a vivir los
hombres en un "mundo desquiciado". Con ello, la tesis de la proyección de Feuerbach
recibe una explicación social: Friedrich Engels, amigo y colaborador de Karl Marx,
formula la definición marxista de la religión. De acuerdo con ella, "toda religión no (es)
otra cosa que un reflejo fantástico, en la cabeza de los hombres, de aquellas fuerzas
exteriores que dominan su existencia cotidiana, reflejo en el cual los poderes terrenos
adquieren la forma de supraterrenos" (MEW 20, 294). En su obra tardía intenta Engels
aplicar su idea de la religión al origen del cristianismo. En tres obras (Bruno Bauer und
das Urchristentum, 1882; Das Buch der Offenbarung, 1883; Zur Geschichte des
Urchristentums, 1895) se ocupa de los problemas de la fecha de los escritos
neotestamentarios y de las cuestiones relacionadas con el nacimiento del cristianismo
primitivo. En ellas se muestra seguidor de Bruno Bauer, representante radical de la
"escuela mitológica". De una manera distinta, Sigmund Freud, el fundador del
psicoanálisis, prolonga el impulso de Feuerbach. Constantemente se ocupa de
cuestiones de investigación religiosa, sin llegar a una teoría unitaria. Únicamente
tenemos varios intentos de explicación. Freud ve en la religión una neurosis obsesiva
universal; el origen de la religión cree reconocerlo en un parricidio prehistórico; en
definitiva, para él la conciencia religiosa es una prolongación de la conciencia infantil, a
saber: la negación a hacerse adulto.
c) El ateísmo, como forma de vida nueva, secular, en armonía con las condiciones y
exigencias del hombre moderno, se impone en todas partes. Aquí hay que destacar en
particular a Lenin y el sistema de educación atea de los países del socialismo real. Lenin
depende en su concepción de la religión de Engels. Su importancia estriba en la
formulación de la relación entre lucha revolucionaria y lucha contra la religión. La
lucha contra la religión hay que subordinarla a la lucha revolucionaria general; no tiene
un valor independiente. En la lucha contra la religión no hay que herir los sentimientos
de los creyentes. A Lenin se debe el establecimiento de un sistema de educación en el
ateísmo. Educación en el ateísmo significa aquí la apropiación de una visión científico-
materialista del mundo.
Según Knauer, el problema de la teodicea procede del falso supuesto de que existe un
concepto que abarca a Dios y al mundo, con el cual se puede luego concluir de Dios al
mundo. Dios (como creador) es entendido como aquél sin el cual nada existe. Un
39
concepto de Dios así adquirido no puede luego emplearse contra la realidad del mundo.
El problema es más bien práctico: cómo se puede vivir en el mundo sin divinizar el
mundo en la prosperidad y sin desesperar de él en el infortunio. La palabra "Dios" no
da una respuesta. Según la experiencia del mundo, lo único cierto es que Dios "hace
salir su sol sobre malos y buenos y envía la lluvia sobre justos e injustos" (Mat_5:45).
Esta experiencia del mundo se convierte en buena nueva sólo a través de la revelación
cristiana, que es el hecho del amor de Dios al hombre. En la fe cristiana el hombre vive
de la experiencia de la comunicación con un Dios (misericordioso) que es dueño de
todo, y por ello supera el sufrimiento y la muerte.
41
BUDISMO
1. El budismo es la más antigua de las grandes religiones mundiales. Nacido de la
desconcertante experiencia de la iluminación de Siddharta Gautama en el siglo vi a.C.,
en la India del norte, su dinámica misionera, tras su expansión por toda Asia, está hoy
penetrando incluso en Occidente. A partir del siglo it a.C., tras un período. de
escolasticismo, sedesarrollan dos corrientes: el Theravada ("escuela de los antiguos",
llamada también en sentido despectivo Hinayana, "pequeño vehículo", principalmente
en el Asia del sur y en Sri Lanka, y el Mahayana ("gran vehículo"), inculturado de
diversas formas en el Tibet, China, Corea y Japón. Mientras que la primera corriente es
considerada como la forma original y ortodoxa, orientada al ascetismo de la vida
monástica, el Mahayana subraya más bien para los laicos los principios altruistas con
vistas a una redención universal.
Todo lo que fue pronunciado por Buda desde la noche de la iluminación hasta la noche
de su extinción es considerado como palabra sagrada. Las fuentes canónicas se dividen
en tres cestos (Tripitaka), recogidos por la comunidad monástica después de la muerte
de Buda, según la calidad de los textos: el Vinayapitaka contiene las reglas monásticas;
el Sutrapitaka, los discursos doctrinales, y el Abhidharmapitaka, los textos escolásticos
de la incipiente reflexión filosófica. De las diversas colecciones canónicas sólo se ha
conservado integralmente el Tripitaka de los Theravadin de Sri Lanka (codificado por el
año 80 a.C.)- en lengua pali, un idioma antiguo de la India del norte. A pesar de la
costumbre de Buda de utilizar la lengua corriente, otros muchos textos se compusieron
en sánscrito. El problema del canon original se estudia actualmente con la aplicación
del método histórico-crítico. Al comienzo del Mahayana se añadieron al canon otras
obras compuestas lógicamente a partir del siglo i a.C., pero que fueron consideradas
como revelaciones posteriores de doctrinas secretas de Buda; entre ellas están los
textos de la Prajnaparamita ("suprema sabiduría"), del Avatamsaka Sutra y de Sutra del
Loto, que desarrollan nuevas doctrinas y forman un canon autónomo (vaipulya). Las
grandes colecciones se encuentran en chino y en tibetano y comprenden hasta 2.184
obras en la edición última y más autorizada del Taisho Tripitaka, impresa en Japón en
55 volúmenes (1924-1929). Los tibetanos distinguen en su canon, codificado por
Buston (1290-1364), entre la "palabra del Buda" (bKa kyur, 1.055 textos) y las obras
escolásticas (bsTan kyur, , 3.962 textos).
Shakyamuni Gautama (el sabio de la tribu de los Sakya, de la familia Gautama) nació
por el 566 a.C. en Lumbini, cerca de Kapilavastu, en el actual Nepal, de la familia del
príncipe Suddhodana y de la madre Maya. Recibe el nombre de Siddharta. Según una
profecía, habría sido destinado a convertirse en un emperador del mundo o en un
importante personaje religioso. Creció en la vida serena de la corte y a los dieciséis años
se casó con Yasodhara, de la que tuvo un hijo, Rahula (el "vínculo"). Al no poder sentir
satisfacción en la disipada vida de lujo, Shakyamuni se vio turbado por los problemas
existenciales, como la vejez, la enfermedad y la muerte, y buscó la inmortalidad más
allá del ciclo doloroso del nacimiento y de la descomposición del mundo (samsara). A
los veintinueve años (537 a.C.) dejó a ocultas el palacio para comenzar la vida de asceta
itinerante (sramana) y trató durante seis años, como muchos de sus contemporáneos,
con varios maestros del yoga. Finalmente comprendió que los esfuerzos sobrehumanos
no llevan a un progreso espiritual, y decidió seguir la "vía media", evitando los
extremos del laxismo y del ascetismo exagerado. Meditando él solo bajo un árbol en
BodhGaya, recibió la iluminación y se convirtió en Buda (el "despertado"). Este título
honorífico indica su nirvana, esto es, la extinción de los aspectos subyugadores en la
absoluta tranquilidad espiritual. Durante aquella noche sagrada (531 a.C.), Shakyamuni
llegó al conocimiento de sus existencias precedentes, a la certeza sobre el eterno ciclo
de nacimiento y muerte de los seres y a la eliminación de la ignorancia y de la pasión.
Finalmente consiguió la intuición de la ley fundamental del origen condicionado de
todos los fenómenos de la vida (pratityasamutpada). Siguiendo una cadena de doce
causas, analizó la interdependencia de los elementos psicofísicos en el ciclo de la
formación y descomposición de todos los objetos, realizando personalmente la ruptura
de esta concatenación, es decir, la liberación del nirvana. El gozo inefable de esta
experiencia lo llevó, por compasión a los hombres ignorantes, a la predicación.
Comenzando en el parque de los Gamos, en Benarés, delante de cinco ascetas,
compañeros suyos de otros tiempos, su "Sutra sobre la puesta en movimiento de la ley"
(Dharmacakrapravartanasutra), Buda recorrió durante cuarenta y cinco años las zonas
de la India del norte, predicando y recibiendo discípulos en su orden (Sangha), lo
mismo que otros muchos maestros. A la edad de ochenta años (486 a.C.) murió en
Kusinagara, alcanzando con la disolución de los elementos psicofísicos (skandha) el
nirvana completo "como una llama que se apaga sin residuo". Tras realizar su
mediación salvífica con la indicación del "camino medio", remite a los discípulos a la
suprema autoridad del dharma como guía futura.
43
Todo ser está compuesto de cinco "agregados" (skandha): corporeidad, sensación,
percepción, volición y conocimiento; éstos forman fenómenos efímeros, en continuo
cambio (samsara), impermanentes (anitya) y privados de todo núcleo de individualidad
(anatta, "no-yo'~. En contraste con el brahmanismo, Buda basa su doctrina en esta
teoría de la no-sustancialidad, comparando el concepto convencional de la
personalidad humana con la etiqueta puesta de modo puramente funcional sobre las
diversas partes que forman todas juntas un carro. En el momento de la muerte no
queda un alma personal que pudiera transmigrar, sino sólo una serie de agregados que
renacen continuamente en nuevas constelaciones. "El mundo está vacío (sunya) de un
ello y de todo lo que pertenece a un ello".
De todas formas, el origen de los fenómenos se debe al deseo, a la sed de vida que causa
la acción pasional. La cadena de las existencias sigue la ley eterna de la producción
condicionada (pratityasamutpada), según la cual un conjunto de factores da origen a un
ser, fenómeno que se ilustra a menudo con la analogía de la simultaneidad del fuego y
el humo. De la pasión, compuesta de ignorancia, de afán y de egoísmo, se deriva de
forma cíclica la acción (karma), que lleva a la producción de agregados constitutivos de
futura generación. Puesto que el hombre hereda el fruto de sus acciones sin ser nunca
dueño de sus actividades, todo el interés de Buda apunta a un alto comportamiento
ético y, finalmente, a acabar con el ciclo del samsara, con la eliminación de toda acción.
Si el dukha constituye el horizonte existencial de la realidad, su abolición (nirvana =
extinción de toda producción) induce a un estado de inefable tranquilidad más allá de
las categorías de este mundo. La interpretación negativa del nirvana se limita al nivel
epistemológico, mientras que de algunos textos se deriva más bien una concepción
positiva del carácter de la última realidad incausada. Más que un lugar, el nirvana es un
estado espiritual que surge con el cese del afán y del dolor, dando origen a una
superación de lo ilusorio y de lo contingente. La cuarta "noble verdad" presenta el
"óctuple sendero espiritual" para la supresión del dukha en la práctica de la recta
moralidad, de la concentración y de la sabiduría. Mientras que la moralidad mira a la
educación de la conducta social, la concentración meditativa induce la serenidad de la
mente y pone al hombre en disposición de derramar benevolencia, compasión, alegría
simpatética y ecuanimidad con todos los seres. La sabiduría es la profunda penetración
intuitiva de la esencia de los fenómenos, es decir, la conciencia de su no-sustancialidad
y de la ley de la producción condicionada. Esta última actuación evoca la iluminación
liberadora.
4. La innovación del Mahayana es más bien una reelaboración de ideas germinales del
Theravada que un desarrollo independiente de él. La necesidad popular de un objeto de
culto queda colmada con una progresiva divinización de Buda, y hasta con nuevos
sutras. Shakyamuni es considerado como la manifestación histórica de los Budas
trascendentes, como Amithaba (Amida), los cuales, refulgentes y misericordiosos,
guían a los hombres al paraíso con la energía divina. La doctrina de los "tres cuerpos"
(Trikaya) explica la absoluta trascendencia de la última realidad como budidad
inengendrada e impersonal (Dharmakaya), perceptible solamente por un Buda; de ella
irradia el "cuerpo de la recompensa" (Sambhogakaya), manifestada a los bodhisattva
mediante la visión mística. El último aspecto del único Buda es el Shakyamuni
histórico, que apareció en el "cuerpo de la transformación" (Nirmanakaya) para salvar a
44
todos los seres. El ideal de la dinámica redentiva queda representado en los bodhisattva
como Manjusri y Avalokitesvara ("el señor con la mirada benigna"; en japonés,
Kwannon), cuya asunción en el nirvana se retrasó para que pudiera ejercer mejor su
"gran compación simpatética" (mahakaruna). En la veneración e imitación de estas
figuras altruistas se expresó en Japón el "budismo de la fe" (Jodo Shin-shu) a partir del
siglo XII.
Semejante a la luna, cuya imagen se refleja en el inmenso océano como en una gota de
agua, el Dharmakaya está presente de forma germinal en el "seno de budidad"
(Tathagatagarbha) de los individuos, lo mismo que en el principio del cosmos. Su
naturaleza es la shunyata ("vacuidad': todo existe solamente en cuanto que comunica
con todo. La interdependencia existencial de todo fenómeno presupone la vacuidad de
existencia inherente y se deriva de la "ley de la producción continuada". La absoluta
identidad de vacuidad y forma, que se intuye en la meditación, cambia radicalmente la
conciencia del hombre y lo impulsa a la solidaridad universal mediante la práctica de la
compasión (karuna). La no-sustancialidad óntica y el altruismo ético se complementan
en la unidad dinámica de la última Vacuidad; el bodhisattva en su pro-existencia es su
más alto símbolo.
45
BIBL.: FUENTES: Canone buddhista, 2 vols., Turín 1967-1968; CONZE E. (ed.),
Scritture buddhiste, Roma 1973; FxoLw E. (trad.), L órma delta disciplina
(Dhammapada), Turín 1979; PASS¡ A. (trad.), Asvaghosa. Le Gesta del Buddha, Milán
1987. ESTUDIOS: CONZE E., Breve storia del Buddhismo, Milán 1985; GLASSENwF
H., Budismo, una religión sin Dios, Barcelona 1974; HONANG F., £l budismo, Andorra
1964; LAMOTTE E., Histoire du Bouddhisme indien, Lovaina 1958; L6FEz GAY J., La
mística del budismo, BAC, Madrid 1974; NYANwPONIKA, II cuore delta meditazione
buddhista, Roma 1978; GLDENEERG H., Buddha. La vita, la doctrina, la comunitá,
Milán 1952; PEZZALI A., Storia del Buddhismo. Bolonia 1983; PuacH H.C. (ed.), Storia
del Buddhismo, Bar¡ 1984; RAHULA W., L9nsegnamento del Buddha, Roma 1984;
SCHUMANN H., II Buddha storico, Roma 1986; SUZUxI B.L., Il Buddismo Mahayana.
Florencia 1960;, ZAGO M., La spiritualitd buddhista, Roma 1986. DiALOCO:
DUMOULIN H., Encuentro con el budismo, Barcelona 1982; DUNNE G., Buda y Jesús,
Paulinas, Madrid 1978; Fuss M., Buddhavacana and Dei Verbum, Leiden 1989;
GEFFRÉ C. Y DHAVAMONY M. (edS.), Budismo y cristianismo, en "Conc" 136 (1978);
KINC W. L., Buddhism and Christianity, Londres 1963; Luewc H. de, Aspetti del
Buddhismo, Milán 1980; WALDENFELS H., Absolutes Nichts. Friburgo 1976; Zwco M.,
Buddhismo e Cristianesimo in dialogo, Roma 1985.
M. Fuss
46
CALVINISMO
El calvinismo se puede describir como un complejo de reflexiones teológicas
sistemáticas sobre la palabra de Dios (Sagrada Escritura) según fueron interpretadas y
propuestas por Juan Calvino. Habría que estudiar todas las obras teológicas de Calvino
para captar las precisiones y los matices de su pensamiento; sin embargo, la fuente
clásica en la que se encuentra expuesta su teología es el texto Institución de la religión
cristiana, obra constantemente revisada por Calvino entre la primera edición, de 1536,
y la edición final, de 1551.
Juan Calvino nació en Noyon, Francia, el 10 de julio de 1509. Su padre, Gerar Cauvin,
era notario, y fue procurador del cabildo de la catedral de Noyon. De su madre, Jeanne
Le Franc, se sabe muy poco; murió cuando Juan contaba unos tres años. El padre de
Calvino deseaba que su hijo recibiese una educación universitaria; por eso Juan, a la
edad de catorce años, fue inscrito en la universidad de París, en el Collége de la Marche.
Aquí fue dirigido por Mathurin Cordier, un sacerdote conocido por su interés por el
latín y por las investigaciones humanistas. Muy pronto el joven Calvino se trasladó al
Collége de Montaigu para iniciar los estudios teológicos, que siguió bajo la dirección de
un cierto John Major, conocido como abogado de formación nominalista. En este
período recibió el influjo del pensamiento reformista de su primo Pierre-Robert
Olivetan. En este mismo colegio comenzó a estudiar las obras de san Agustín y de otros
antiguos padres de la Iglesia.
En 1528 recibió el grado de magister artium, orientándole su padre hacia el estudio del
derecho en la universidad de Orléans. En esta ciudad entró en contacto con el profesor
luterano Melchor Wolmar, con el cual mantuvo una amistad duradera. Después de la
muerte de su padre en 1531, Calvino volvió a París; aquí continuó los estudios de griego,
latín y hebreo. Hacia finales de 1533 o comienzos de 1534 experimentó lo que él mismo
llamó una repentina conversión, que le llevó a alejarse de la Iglesia católica.
Lamentablemente para la posteridad, Calvino no ha dejado ninguna descripción
detallada de los factores internos y externos que le llevaron a abrazar los principios
fundamentales de la teología evangélica. Con mucha probabilidad, su familiaridad con
la doctrina de Lutero, los crueles tratos impuestos (cárcel o muerte) a contemporáneos
que aspiraban a la reforma de la Iglesia católica, las prácticas supersticiosas que
abundaban en la Iglesia y la vida mundana del papa y los obispos le impulsó todo ello a
buscar en otra parte una expresión más pura del evangelio.
Aunque la creación y la Sagrada Escritura afirman que Dios es el creador, sin embargo
sólo la Sagrada Escritura atestigua con certeza que es redentor (cf Inst. 1.10.1; 2.9.1).
Aunque Dioses indudablemente trascendente y excelso (un Dios oculto), es también el
que se revela al elegido como misericordioso y lo reviste con la justicia y los dones
salvíficos de Cristo (cf Inst.1.17.2; 3.24.5).
Pneumatología. Calvino cita muchos pasajes del NT que afirman la divinidad del
Espíritu Santo. Defiende también la divinidad del Espíritu basándose en su función en
la creación: "El Espíritu, en efecto, que está difundido por todas partes, sostiene todas
las cosas, las hace crecer y las vivifica en el cielo y en la tierra. A1 no estar circunscrito
por límite alguno, no entra en la categoría de las criaturas; en cambio, transfundiendo
su energía a todas las cosas y haciéndolas partícipes del ser, la vida y el movimiento,
demuestra claramente su naturaleza divina" (Inst. 1.13.14).
Sagrada Escritura. Según Calvino, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento están
inspirados por el Espíritu Santo y tienen a la persona de Cristo como centro focal: "Las
Escrituras deberían leerse con la idea de descubrir a Cristo en ellas" (Comentario a san
Juan 5.38.39). En cuanto palabra de Dios, pues, las Escrituras le comunican al creyente
el mismo Jesús y su don de salvación. De éste nos adueñamos a través del don de la fe
conferido por el Espíritu Santo, don que abre el corazón del creyente a la verdad
salvífica de la Escritura: "Porque, del mismo modo que Dios da idóneo testimonio de sí
mismo con su Palabra, así tampoco la Palabra puede ser acogida en el corazón del
hombre sin el sello del testimonio interior del Espíritu" (Inst. 12Cr_7:4.). Para Calvino,
la palabra de Dios, la fe del creyente y la acción del Espíritu Santo hay que mantenerlas
indisolublemente unidas.
Iglesia y sacramentos. Para Calvino, la verdadera Iglesia universal está constituida por
todos los creyentes de todo tiempo y lugar, y esta Iglesia es invisible. Sus miembros son
los elegidos, que solamente Dios conoce. Esta Iglesia única tiene también un aspecto
visible y "designa a la multitud de los hombres esparcidos por toda la tierra que
profesan la adoración del Dios único y el único Cristo" (Inst. 4.1.7.). En esta comunidad
hay santos y pecadores. En armonía con Lutero, Calvino afirma que esta Iglesia de Dios
puede ser reconocida o se hace presente: 1) allí donde la palabra de Dios es predicada y
escuchada con pureza, y 2) allí donde se administran los sacramentos según la
institución de Cristo (cf Inst. 4.1.9).
Los sacramentos a los que se refiere Calvino son el bautismo y la eucaristía, instituidos
por Cristo según lo afirma el NT. Ellos son instrumentos del Espíritu Santo y sirven
para hacer más actual y visible la auténtica palabra de Dios: "Por lo cual hay que
retener como principio seguro que los sacramentos tienen la misma función que la
palabra de Dios: ofrecernos y expresarnos a Cristo, y en él los tesoros de la gracia
celeste. Pero no aportan ninguna ayuda y provecho si no se los recibe con fe" (Inst.
4.14.17). Por tanto, a través del bautismo la persona de fe tiene la certeza de que sus
pecados son perdonados, en el sentido de que su condición de pecado no le será
imputada; además recibe la confirmación de que vive como renacido en Cristo (cf Inst.
4.15.6). En la cena del Señor, Cristo se comunica al creyente en los signos del pan y del
48
vino, que, aunque permanecen lo que son, producen eficazmente en el que los recibe
dignamente "... redención, justicia, santificación y.vida eterna, junto con todos los
demás beneficios que nos da Cristo" (Inst. 4.17.11).
Doctrina sobre el hombre. Antes de recibir el don de la fe, la persona humana pertenece
a la massa damnata y, bajo el peso del pecado original, se encuentra delante de Dios
condenada y juzgada (cf Inst. 2.1.8). El pecado original corrompe todas las partes del
hombre y produce ulteriores frutos de pecado que Calvino, siguiendo a san Pablo, llama
"obras de la carne" (Gál_5:19). En esta condición el hombre es incapaz de emprender
ninguna iniciativa apta para restablecerlo en la amistad con Dios. Aunque la persona
todavía no regenerada se encuentra infinitamente distante de Dios, Calvino admite que,
por medio del uso de razón, puede ejercer un cierto poder sobre las "cosas terrenas", y
por tanto contribuir a su buen gobierno, al progreso de las ciencias y de las artes
liberales (cf Inst. 2.2.13).
Predestinación. Puesto que la voluntad de Dios es causa de todas las cosas, es también
causa de salvación y de reprobación. "Llamamos predestinación al eterno decreto de
Dios por el cual ha convenido consigo mismo lo que cada hombre debía llegar a ser.
Pues no todos son creados en iguales condiciones; mientras que para algunos ha sido
preordenada la vida eterna, para otros ha sido preordenada la condenación eterna"
(Inst. 3.21.5). Con su doctrina de la doble predestinación intenta Calvino salvar la
soberanía de Dios y la total incapacidad del hombre para procurarse su propia
salvación. Ésta se apoya solamente en la decisión (voluntad) de Dios, y no se sigue ni de
las buenas obras ni del llamado. mérito adquirido mediante las buenas obras. En el
fondo, la predestinación es un misterio. Con la fe, dice Calvino, debemos considerar el
decreto de reprobación como justo y como manifestación de su gloria (cf Inst. 3.21.7).
49
BIBL.: BouwsMn W.J., John Calvin: A Sixteenth Century Portrait, Nueva York 1988;
CnLrorro J., Institución de la religión cristiana I-II, Rijswijr 1968; GERRISH B.A.,
Fssays on the Rejormation Heritage, Chicago 1982; McNemL J.T., 77te History and
Charaeter of Calvinisme, Michigan 1973; PARKERT.H.L., John Calvin: A Biography,
Londres 1975; REtoJ.K.S. (ed.), Calvin: Theological Treatises, Filadelfia 1954.
K McMorrow
50
CANON BÍBLICO
En Gál_6:14-16, san Pablo escribió en grandes caracteres sobre la norma (en griego,
kanon) de aquellos que viven bajo la paz y misericordia de Dios: la cruz, libertad de la
obligación legal de circuncisión, y ser una nueva creación en Cristo. Así, un canon
abarca lo que es normativo y de relevancia criteriológica para el discurso y la conducta
cristianos. En el desarrollo definitivo del vocabulario cristiano en tiempos patrísticos, el
término canon vino a significar la lista oficial de los libros de la Escritura que dan
testimonio autorizado de la revelación de Dios.
La aplicación del término canon a las Escrituras de la Iglesia es, de hecho, un uso
lingüístico en el que un término conlleva dos significados que coinciden en parte. San
Atanasio escribió en el año 351 que El pastor de Hermas "no está en el canon" (PG
25,448). La Carta festal del año 367, del mismo escritor, cataloga los libros del AT y del
NT que están incluidos en el canon ya completo y cerrado (ta kanonizoména), en
oposición a los libros apócrifos no igualmente incluidos (CSEO 151,34-37). Así, el canon
es la lista o índice completo de los libros sagrados que constituyen la Biblia de la Iglesia.
Sin embargo, aparece un matiz diferente de significado cuando los cristianos hacen
referencia a "las Escrituras canónicas". Santo Tomás dice que la sagrada doctrina utiliza
las Escrituras canónicas como su propia y genuina fuente de datos y evidencia
probativa. La razón es que "nuestra fe está basada sobre la revelación hecha a los
apóstoles y profetas que compusieron las Escrituras canónicas" (S. Th. I, 1,8). Por eso
los libros del canon están especialmente autorizados. San Agustín veneraba los libros,
ahora denominados "canónicos", hasta el punto de creer firmemente que ninguno de
los autores se desvió jamás en lo más mínimo de la verdad (Efe_82:3; CSEL 34/
Efe_2:354). En el libro segundo de su obra De doctrina christiana (428), Agustín hizo
una relación de las Escrituras canónicas de las Iglesias, y añadió después que estas
obras proveían de una guía y alimento más que suficientes para una completa vida
cristiana de fe, esperanza y caridad ("In his enim quae aperte in scripturis posita sunt,
inveniuntur illa omnia quae continent fidem moresque vivendi, spem scilicet atque
caritatem") (CSEL 80,42).
El cierre definitivo del canon judío no tuvo un impacto inmediato sobre los cristianos
de los siglos II y III. Sin embargo, un desarrollo de mayor significación fue la reacción,
de gran alcance en la Iglesia, contra la impugnación de Marción de que las Escrituras
de Israel tuvieran alguna relevancia para los cristianos. Justino mártir, Ireneo,
Orígenes y otros montaron una gran campaña didáctica en defensa del AT como
indispensable para los cristianos por su riqueza de instrucción sobre la economía de
salvación ideada y desarrollada en la historia por el único Dios, que es a la vez Señor de
Israel y el Padre de Jesucristo.
Las comunidades cristianas de fundación apostólica tenían desde el comienzo una serie
de escritos canónicos tomados del judaísmo, aun cuando los límites externos de esta
colección no fuera un asunto de primitivo consenso. Todavía más: estas comunidades
tenían las palabras y obras autorizadas de Jesús, que se estaban transmitiendo
oralmente como una tradición superior a las escrituras de Israel y con valor de norma
para su interpretación. Incluso antes de que las tradiciones que derivan de Jesús fueran
puestas por escrito, algunas de las comunidades más primitivas también habían
valorado cartas de instrucción pastoral apostólica, que servían tanto para traer a la
53
memoria el evangelio original predicado como para explicar sus implicaciones para el
culto y la vida de cada día.
Dos factores estimularon la formulación de un canon del NT a finales del siglo II. La
idea de Marción, radicalmente paulina, de la salvación gratuita en Cristo, le llevó a
establecer su pequeño canon de auténtica instrucción cristiana, consistente en diez
cartas de Pablo y una versión del evangelio de Lucas purificada de todas las referencias
al Dios de Moisés. El gnosticismo del siglo ii, sin embargo, caminaba en una dirección
opuesta a Marción. Sus maestros, que a menudo aseguraban recibir instrucciones
transmitidas en secretos encuentros con el Jesús resucitado, eran prolíficos en producir
nuevos evangelios y cartas de supuesto origen en el Señor y apostólico. Un grupo de
representantes de las grandes Iglesias, entre los que sobresale Ireneo de Lyon,
sometieron tanto a las doctrinas marcionistas como gnósticas a una crítica aplastante y
establecieron así las condiciones en las que pudiera articularse un canon cristiano. Éste
incluiría una gama completa de obras apostólicas que Marción admitía, aunque
cribando y extirpando como espúreas las obras de procedencia gnóstica.
Abundante información sobre la formación del canon cristiano a finales del siglo n la
ofrece el fragmento de Muratori, cuyo texto latino se encuentra en Enchiridion
Biblicum (Roma 1961, 1-3), con una traducción en italiano disponible en Apocrifi del
Nuovo Testamento, preparada por L. Moraldi (vol. 1, Turin 1971, 15-17). Generalmente,
se considera que refleja convicciones mantenidas en Roma en torno al año 200 d. C.; el
fragmento afirma el carácter normativo de sólo cuatro evangelios, Hechos de los
Apóstoles y trece cartas paulinas y otras tres apostólicas. El Apocalipsis de Juan es
canónico, pero junto a él se coloca un Apocalipsis de Pedro que, sin embargo, algunos
decían considerar inapropiado para la lectura en la Iglesia. Extrañamente, el libro de la
Sabiduría de Salomón es aceptado como cristiano, mientras que no se hace mención de
Hebreos, 1-2Pedro, Santiago y 3Juan. El fragmento expresa firmes convicciones sobre
excluir del uso cristiano tanto dos cartas infectadas de ideas de Marción como ciertas
obras no nombradas de maestros gnósticos. El autor recomienda la lectura privada de
El pastor, de Hermas, aunque negándole un puesto en las lecturas litúrgicas. Así, por el
año 200 d.C., un fuerte sentido de tener un patrimonio apostólico canónico estaba
presente al menos en una Iglesia, donde se estaban aplicando criterios definidos en
orden a mostrar la canonicidad de obras recibidas como fundamentales para la Iglesia
entera.
Una comprensión teológica del canon puede ponerse de relieve mejor resaltando su
afinidad con el "depósito" que resulta del variado ministerio apostólico de predicación,
instrucción y organización -con amplio uso de Moisés, profetas y Salmos- en las Iglesias
más primitivas. Las últimas cartas del NT atestiguan la percepción de que los
resultados de este ministerio forman un todo identificable que está ya completo. El
canon del NT reconoce que esto mismo es verdad de aquellas obras escritas que
55
expresan con fidelidad "la fe, que de una vez para siempre ha sido transmitida a los
santos" (Jud_1:3). Hombres de Iglesia articularon con creciente precisión los límites
externos de esta transmisión apostólica, del mismo modo que marcaron el punto
histórico en el que llegó a su fin la privilegiada y verdaderamente fundante
comunicación de los apóstoles con las Iglesias. El canon cristiano del AT surgió de un
análogo proceso de reconocimiento de aquellas obras que encajaban armoniosamente
en la vida, enseñanza y culto que derivan de Jesucristo y sus apóstoles.
Es tópico enumerar tres factores como los criterios que figuraron de manera central en
la formación eclesial del canon bíblico cristiano. Son éstos la recta "regla de fe",
apostolicidad y su asiduo uso en el culto. Existe algo más que una pequeña chispa de
evidencia para tal relación, pero la evidencia está dispersa e incompleta.
Pero, por otra parte, los propios escritos centrales del NT han contribuido no poco a
solidificar estos principios del "canon de verdad" eclesial. Sería erróneo pensar que la
regla de fe se aplicó a los libros canónicos desde fuera. Tradición y Escritura, desde el
principio, fueron coinherentes la una a la otra.
El origen apostólico de las "epístolas católicas" fue decisivo para la inclusión final en el
canon que conocemos hoy. Pero después, por evidencia exegética, nos vemos en la
necesidad de considerar estas cartas como portadoras de tradición apostólica más que
de palabras apostólicas directas. El criterio de apostolicidad parece, de hecho, encerrar
el reconocimientos de la Iglesia del único y limitado espacio de tiempo en el que su
fundación fue completada por el ministerio de la enseñanza de los apóstoles y sus más
estrechos colaboradores.
Lo que destaca es que la gente de Iglesia sabía de dónde había venido su fe y su vida.
Consecuentemente, pusieron especial cuidado en mantenerse en contacto con los
acontecimientos fundacionales, enseñanzas y personajes del cristianismo a través de los
documentos que habían sido transmitidos. Estos documentos siguen siendo canónicos
para la Iglesia de toda época porque sirven para hacer que la Iglesia sea "apostólica",
como confiesa el credo que es y seguirá siendo. Hoy, a causa de esta canonicidad, "toda
la predicación de la Iglesia, como toda la religión cristiana, se ha de alimentar y regir
con la Sagrada Escrituró" (DV 21).
b) El canon ofrece a los cristianos una lista precisa de los libros que deberán estar
siempre leyendo e interpretando en orden a profundizar su propia autenticidad y para
aplicar la palabra de Dios a las cambiantes circunstancias de sus vidas. Pero surgen
56
preguntas que conciernen a la propia contribución del canon al continuo proyecto de
interpretación bíblica, sea ésta homilética, erudita o doctrinal.
1. El canon cristiano tiene una configuración peculiar, al reunir los libros de la anterior
alianza de Dios con Israel y los libros que se refieren directamente a Jesús. Esta
configuración canónica parece profundamente normativa para todo pensar cristiano,
como está expresado en el sugestivo título de D.L. Baker Two Testaments, One Bible, y
como han expuesto en escritos recientes L. Sabourin, P. Grelot, P.-M. Beaude y H.
Simian Yofre.
La cruz y resurrección del Cristo de Israel, junto con la misión universal adoptada por
sus seguidores, se combinan para situar las experiencias reveladoras primitivas de
Israel en un nuevo contexto de cumplimiento y ampliación. Pero la nueva comprensión
y la nueva inclusión no separan la fe y vida cristianas de sus raíces en Israel.
Los críticos del canon afirman, primero, que la interpretación debe centrarse sobre la
"forma canónica" final de la Biblia y de cada libro bíblico. La exégesis histórico-crítica
ha ofrecido demasiado a menudo reconstrucciones hipotéticas de estratos más antiguos
de la tradición y de influencias redaccionales precanónicas en la génesis del texto
bíblico. Los exegetas se deleitan muchas veces en aislar adiciones, reformulaciones y
refundiciones que cambian e incluso malinterpretan el tronco original del relato o de la
doctrina. El peligro aquí reside en tomar una unidad precanónica como normativa,
mientras que en adiciones posteriores, que forman ahora parte del texto canónico, son
devaluadas como añadidos secundarios. La crítica canónica insiste en que la exégesis
busque por encima de todo comprender y explicar la forma foral de los textos bíblicos.
La interpretación debería intentar recobrar lo que fue comunicado a la comunidad de fe
por el redactor final de los textos tal como los tenemos ahora.
Si los estratos más primitivos son identificados en el texto final, la crítica canónica
recomienda que sean vistos y explicados no sólo históricamente, sino, precisamente,
como discurso canónico. Esto supone considerar las tradiciones particulares en
relación con las situaciones alas que dan un tratamiento de categoría normativa.
Las tradiciones que sobrevivieron para ser incluidas en el texto final se habían puesto
ya a prueba a sí mismas en su canonicidad, es decir, en su experimentada normatividad
religiosa para aquellos que las articularon y recibieron. La interpretación debería
esclarecer precisamente cómo ofrecieron guía e inspiración dichos pasajes en la
situación en la que se formularon.
57
En el plano de nuestros dos Testamentos, en su totalidad respectiva, la interpretación,
canónicamente orientada se ocupa de la conexión bíblica interna de obras, a menudo
muy diversas, incluidas en el canon. .Uno piensa en las tendencias contrarias de obras
como Isaías y Qohélet, o de Gálatas y primera de Timoteo. Las colecciones canónicas
han unido estas obras en la misma Biblia, en una clara apertura tanto a la diversidad,
que manifiesta la riqueza de la revelación como a una dinámica de mutua corrección,
en oposición a la supremacía de cualquier línea única de doctrina.
Gran número de los que practican otros modelos de exégesis han reseñado
negativamente las obras en las que los críticos del canon exponen su programa. Sin
embargo, su obra no carece de importancia teológica, tanto por su énfasis sobre el texto
final, que es ciertamente el texto inspirado, como por su énfasis sobre los valores para
la práctica religiosa que todas las partes de la Escritura demostraron a lo largo de su
camino hasta la inclusión en el canon. La mentalidad contemporánea permanecerá,
muy acertadamente, empeñada en la explicación en términos de desarrollo genético;
pero con la Biblia está bien prestar constante atención a la actualidad religiosa de los
textos que se demostraron normativos, o canónicos, en situaciones particulares.
Se ha expresado una fuerte oposición al canon dentro del canon, y no precisamente por
parte de los católicos, que ven evolucionar la Iglesia del NT hacia la forma que toma en
documentos "católicos primitivos", tales como Lucas-Hechos y las epístolas pastorales.
También autores protestantes, como K. Stendahl, E. Best y B. Metzger, insisten en la
rica fertilidad hallada en la auténtica diversidad de doctrina del NT. La colección
canónica es pluralista en contenido; pero, en consecuencia, las Iglesias están provistas
de una abundancia de textos y doctrinas que se demuestran aplicables a las necesidades
y desafíos de culturas enormemente diversas.
Quienes se oponen a un canon dentro del canon consideran que las tensiones existentes
en el NT son debidas a las diversas situaciones a las que Jesús y sus apóstoles llevaron
el mensaje de salvación para interesarse por las vidas de los creyentes en situaciones
muy diferentes del siglo I. La selección de un centro normativo no es necesariamente
arbitraria y subjetiva; pero, al tender a fijar su atención en un mensaje especialmente
"moderno", corre el riesgo de convertirse pronto en "anticuado". El canon protege a los
creyentes de los extremos en la búsqueda de relevancia, mientras establece los límites
de lo que es aceptable. El canon es ecuménicamente indispensable, puesto que preserva
a las comunidades de cuestionar a la ligera la legitimidad cristiana de otras
comunidades. Por último, el canon del NT es la instancia primera del ideal de unidad
en la diversidad reconciliada.
58
Con todo, una serie de prioridades personales y confesionales, dentro de la colección
canónica, parece inevitable. Jesús mismo recapituló el conjunto de la Torá en sólo dos
mandamientos, y Pablo declaró que la promesa hecha a Abrahán en Gén_12:3 está por
encima de la ley dada en el Sinaí (Gál_3:7-22). Se puede admitir que individuos y
comunidades tengan algo parecido a una hierarchia librorum, similar a la hierarchia
veritatum de UR 11. Pero la clave para pensar y vivir en total acuerdo con las Escrituras
es permanecer siempre dispuesto a oír la palabra de Dios, incluso cuando resuena con
su misterioso impacto desde lugares de la Escritura que uno podría por un tiempo
considerar que son los límites exteriores de la colección canónica.
BIBL.: BAKER D. L., 7Wo Testaments, One Bible, Leicester 1976;,BEAUDE P: E.,
Según las Escrituras, Cuadernos, bíblicos 10, Verbo Divino, Estella 19866;
BECKW4ITH R., The Old Testament Canon of the New Téstament Church, Londres
1985; BEST E., Scriptuke, Tradition, and the Canon of the New Testame~nt, en "BJRL"
61(1979) 258-289; CAMPENHAUSEJIV H. von, The Formation of the Christian Bible,
Viladelfla 1972; CITRINI T., II problema del canorte bíblico: un capitolo di teología
fondamentale;, en "La Scuola Cattolica" 10 (1979) 549-590; CHILDS B., Introduction lo
the Ola Testament as Scripture, FiladefaLondres 1979; ID, The New'Testament as
Canon, an Introduction, Filadelfia,Londres 1985; DUNKER P.G., The Canon of the Ola
Testament at the Couneil of Trent, en "~BQ" 15 (1953) 277299; GAMBLE H., The New
stament Canon: Its Making and. Meaning, Filadelfia 1985; GREER R.A., The Christian
Transformation of the Hebrew Scriptures, en KUGEL J.L. (ed.), Early
Biblicallnterpretation, Filadelfia 1986; GRELOT P., Relaciones entre el Antiguo y el
Nuevo Testamento en Jesucristo, en R. y G. O'COLLENS, Problemas y perspectivas de
teología fundamental, Sígueme, Salamanca 1982; KAESTLI J.-D. y WERMELINGER O.
(eds.), Le canon de 1Ancien Testament, sa formation el son histoire, Ginebra 1984;
KXSEMANN E., Das Neue Testament als Kanon, Gotinga 1970; LONNING L, Kanon im
Kanon, Oslo-Munich 1972; MARXSEN W., The New Testament as the Chruchs Book,
Filadelfia 1972; METZGER B., The Canon of the New Testament. Its Origin,
Development, and Significance, Oxford 1987; SABOURIN L., The Btble and Christ. The
Unity of the Two Testaments, Nueva York 1980; SANDERSJ.A., Canon and
Community: A Guide lo Canonical Criticism, Filadelfia 1984; SIMIAN YOFRE H.,
Antiguo y Nuevo Testamento: participación y analogía, en R. , Vaticano IL balance y
perspectivas, Sígueme, Salamanca 1989; SÁNCHEZ CARO J.M., El canon de la Biblia,
en A. M. ARTOLA y J. M. SÁNCHEZ CARO, Biblia y palabra de Dios, Estella 1989, 59-
135; STENDHAL K., One Canon is Enough, en Meanings: The Bible as Document and
Guide, Filadelfia 1984, 55-68; SUNDRERG A.C., The Old Testament of the Farly
Church, Cambridge, Mass, 1964.
J. Wicks
59
CARISMA
Puesto que el término "carisma" procede del vocabulario del NT, es necesario comenzar
su estudio con el examen de los textos neotestamentarios que lo contienen para poder
exponer luego la problemática teológica de los carismas.
1. Járisma es un sustantivo griego derivado del verbo jarízesthai, que tiene el sentido de
"mostrarse agradable", "hacer un favor". El sufijo -ma indica el efecto de la acción
(p.ej., ktísma, "criatura"; efecto de ktízefn, "crear'. Así pues, el sentido de járisma es
"don generoso", "regalo". Este término no aparece en el griego clásico y se presenta
pocas veces en los papiros griegos; se encuentra en dos variantes del Sirácida (Sir_7:33
Sinaiticus; Sir_38:30 Vaticanus) y en dos pasajes de Filón, con el sentido de "don". Es
más frecuente en el NT: dieciséis veces en las cartas paulinas (Rom, seis veces; ICor,
siete veces; una vez en 2Cor, ITim y 2Tim) y una vez en 1Pe_4:10.
Sin embargo, en otros textos la palabra se aplica a una realidad más específica, es decir,
a ciertos dones de gracia que no forman parte de las gracias fundamentales, necesarias
para todos, sino que se distribuyen según el beneplácito de Dios. "Pero tenemos
carismas (jarísmata) diferentes" (Rom_12:6); "Cada uno tiene de Dios su propio don
(járisma): unos de una manera y otros de otra" (1Co_7:7). Pedro habla a este propósito
de poner al servicio de los demás los dones (carísmata) que haya recibido" (1Pe_4:10).
Algunos textos presentan una lista de estos "dones", sin pretender nunca que esta lista
sea completa. En 1Co_12:8-10, Pablo habla al principio de algunos dones más bien
modestos ("hablar con sabiduría", "hablar con conocimiento profundo'; pasa luego a
dones más impresionantes ("poder de curar a los enfermos", "don de hacer milagros") y
acaba con los dones sensacionales de la "profecía" y de "hablar lenguas extrañas", que
causaban cierta confusión en las reuniones de la comunidad (cf 14,26). La distribución
de todos estos dones se le atribuye al "único y mismo Espíritu" (12,11). En un párrafo
posterior, (12,28) Pablo no habla ya del Espíritu, sino que se lo atribuye todo a Dios y
presenta una lista distinta, que comienza con una jerarquía de puestos ("Y así Dios ha
puesto en la Iglesia en primer lugar a los apóstoles; en segundo lugar, a los profetas; en
tercero, a los maestros' y continúa con diversos dones ("poder de hacer milagros", "don
de curar, de asistir a los necesitados, de gobernar, de hablar lenguas extrañas'. En otra
lista (Rom_12:6-8), Pablo omite cualquier alusión al hablar en lenguas, a las curaciones
y a los milagros; pone al principio la profecía y luego menciona solamente las
actividades ordinarias, útiles a la vida eclesial: el servicio o el ministerio, la enseñanza,
la exhortación, las actividades caritativas, la presidencia, la misericordia. Más
esquemático, Pedro indica sólo dos grandes categorías: la del servicio y la de la palabra
(lPe 4,10). Dos textos de las cartas pastorales hablan de járisma a propósito del
ministerio pastoral y precisan que se trata de un don recibido por medio de una
imposición de manos (1Ti_4:14; 2Ti_1:6).
60
Las divergencias que se observan entre estos textos muestran que el término járisma no
tenía todavía en el NT el sentido técnico que se le da a "carisma" en la teología
posterior. Mas aún: el Patristic Greek Lexicon, de G.W.H. Lampe, nos manifiesta que
tampoco se había especializado este término en la patrología griega; en efecto, sus
aplicaciones son muy variadas: se designa como járisma al Espirítu Santo, al bautismo,
a la eucaristía, al sacerdocio, al perdón de los pecados, a la castidad y, naturalmente, a
la profecía y a los milagros.
3. No obstante, sigue siendo posible buscar en algunos textos del NT el fundamento del
concepto teológico de "carisma". La verdad es que en la teología latina este concepto se
elaboró a partir de ciertos textos y no de la palabra járisma, por la sencilla razón de que
la Biblia latina no contenía esta palabra, excepto en un solo pasaje poco significativo:,
"Aemulamini charismata meliora" (ICor 12, 31). En los demás pasajes la Vulgata no
traduce járisma de manera uniforme, sino con tres términos diversos: "gratia" (once
veces), "donum" (tres veces), donatio (dos veces). Así pues, la teología latina medieval
no usaba el término "carisma", sino que, inspirándose sobre todo en 1Co_12:4-1 1,
hablaba de "gracias" particulares. Se hacía una distinción entre la "gratia gratum
faciens", que santificando al alma la hace grata a Dios, y las "gratiae gratis datae";
dones sobrenaturales que no tienen de suyo ese efecto interior (SANTO TOMÁS, S.Th.
I-II, q. 111, a. 1). Tomás de Aquino ve en I Cor 12,8-10, no sin forzar un poco las cosas,
una lista completa y sistemática de estas "gratiae gratis datae" (I-II, q. 111, a. 4). Trata
ampliamente de ellas en la IIII, q. 171-178, donde distingue los dones que se refieren al
saber (profecía, fe, sabiduría, discernimiento de espíritus, ciencia), al hablar (don de
lenguas, y "gratia sermonis") y al obrar (don de hacer milagros).
Para definir el objetivo de las gracias "gratis datae", santo Tomás se refiere a la
afirmación de ICor 12,7: "A cada cual se le da la manifestación del Espíritu para la
utilidad" ; completándola, sin embargo, en el sentido de la utilidad de los demás: "ad
utilitatem, scilicet, aliorum" : La gracia gratis dada es una gracia "mediante la cual un
hombre ayuda a otro a volver a Dios" (I-II, q. 111,a. 1, responden; a. 4 responden). Esta
opinión se ha hecho tradicional y los traductores la introducen en el texto de ICor 12,7,
donde hablan de utilidad común. Pero Pablo no escribió "común", y la forma con que
luego se expresa a propósito de la glosolalia demuestra que la utilidad de ciertos dones
puede muy bien no ser muy común, sino sólo personal: "El que habla en lenguas
extrañas se aprovecha a sí mismo...; si yo fuera a veros y os hablara en lenguas
extrañas, ¿qué os aprovecharía?" (ICor 14,4-6). Pablo manifiesta un gran aprecio por el
don de la glosolalia (14,5.18), pero no la considera de utilidad común; por eso no
admite su manifestación en las asambleas cristianas, a no ser que haya un intérprete
que pueda revelar su sentido (14,27-28). Para ser fieles a la enseñanza paulina hay que
renunciar, por tanto, a la precisión restrictiva que limita a la utilidad de los demás la
importancia de las gracias gratis dadas o de los carismas. En efecto, son frecuentes los
carismas útiles a la oración personal o al progreso personal en la virtud.
Dicho esto, hay que reconocer que el mayor número de dones enumerados por Pablo
tienen una utilidad común, y que Pedro invita a cada uno de los fieles a poner al
servicio de los demás el don de gracia que haya recibido (1Pe_4:10): Por otra parte, es
posible que una gracia gratis dada no sea para nada útil al que la ha recibido, sino sólo a
otras personas. Pero esto no corresponde a la intención divina; sucede por culpa del
individuo. En el evangelio de Mateo se recogen algunas palabras muy severas de Jesús
dirigidas a algunos grandes "carismáticos" que realizaron muchos prodigios y hasta
echaron demonios, pero que no fueron personalmente dóciles a Dios; serán rechazados
por el Señor como "agentes de injusticias" (Mat_7:21-23). Pablo adopta una perspectiva
análoga cuando observa que sin la caridad los carismas más impresionantes no tienen
la más mínima utilidad para quien los ejerce (1Co_13:1-3). Por sí sola, una actividad
carismática no garantiza, ni mucho menos, una relación auténtica con Cristo y con
Dios.
61
4. En los tiempos modernos, el término járisma ha entrado en el vocabulario teológico
de la Iglesia latina. El concilio Vaticano II lo ha empleado catorce veces en sus textos
oficiales. Por otra parte, la cuestión de los dones carismáticos ha adquirido una nueva
actualidad con la aparición de los movimientos pentecostales y carismáticos. El
movimiento pentecostal, caracterizado ante todo por fenómenos de glosolalia, comenzó
en una Iglesia metodista de Kansas el 1 de enero de 1901 y se extendió luego por los
Estados Unidos y por Europa (países escandinavos, Gran Bretaña, Alemania). Sus
excesos provocaron una fuerte oposición (cf Die Berliner Erkldrung de 1909), que no
consiguió acabar con él. El movimiento se extendió a la Iglesia católica después del
concilio, a partir de 1967; la primera manifestación carismática católica tuvo lugar en
los Estados Unidos, en Pittsburgh. Su propagación fue muy rápida. En 1975 un
congreso internacional reunió en Roma a 10.000 participantes de más de 60 países.
5. Durante el concilio hubo un debate muy vivo que opuso dos conceptos de carisma: el
carisma como don extraordinario, milagroso, concedido por Dios de forma excepcional,
y el carisma como don de gracia ordinario, concedido por Dios para la edificación de la
comunidad eclesial. El cardenal Ruffini defendía el primer concepto, considerado como
"tradicional", mientras que el cardenal Suenens sostenía el segundo (cf Acta Synodalia
Vaticani II, Vaticano 1972, vols. 2-3, 175-178). Al final prevaleció la posición de
Suenens, y el concilio adoptó un texto sobre los carismas en el párrafo que trata del
oficio "profético" del pueblo de Dios (LG 12). Los carismas se definen allí como "gracias
especiales" que el Espíritu Santo "distribuye entre los fieles de cualquier condición" y
"con los que les hace aptos y prontos para ejercer las diversas obras y deberes que sean
útiles para la renovación y la mayor edificación de la Iglesia".
El concilio señala además que los carismas pueden ser muy llamativos o bien más
sencillos y comunes (`Quae charismata, sive clarissima, sive etiam simpliciora et latius
diffusa'). Con esta precisión, el concilio se niega a restringir el concepto de carisma a los
dones extraordinarios y milagrosos, aplicándolo también a dones más modestos y
menos raros, como los que se enumeran en Rom_12:6-8. En su discurso, el cardenal
Suenens había hablado de "personas dotadas por el Espíritu Santo con diversos
carismas en el campo de la catequesis, de la evangelización, de la acción apostólica de
varias maneras, en las obras sociales y en la actividad caritativa". Podrían añadirse
otros ejemplos.
63
Un rasgo particular de este último género de carisma, lógicamente no atestiguado en el
NT, es su influencia, extendida a numerosas personas a través de largos períodos de
tiempo. Efectivamente, la orientación espiritual y apostólica adquirida por el fundador
se comunica a los miembros del instituto fundado. Para la renovación de la vida
religiosa, el concilio ha dado como norma "un retorno constante a... la primigenia
inspiración de los institutos" y la fidelidad "al espíritu y propósito propios de los
fundadores" (PC 2). A estas diversas espiritualidades el concilio aplica las expresiones
paulinas que contienen el término járisma y sirven de fundamento a la teología de los
carismas (Rom_12:5-8 y 1Co_12:4, citados en PC 8). El concepto de carisma pasa así de
un sentido individual (cf 1Co_12:7-10 : "a uno..., a otro..., a otro..." a un sentido
comunitario y adquiere la posibilidad de una duración indefinida, ligada a una
institución. Fiel a la enseñanza del concilio, el nuevo derecho canónico, promulgado en
1983, aplica de forma semejante a los institutos de vida consagrada la expresión de
Rom_12:6 sobre la diversidad de carismas y exige de los miembros de cada instituto la
fidelidad al espíritu del fundador (CIC, cáns. 577-578). De esta forma se ha logrado
alcanzar un acuerdo fundamental entre las normas jurídicas y la inspiración
carismática, lo cual corresponde a la estructura carismático-institucional de la Iglesia.
BIBL.: AA. VV., Carisma e Istituzione. Lo Spirito interroga i religiosi, Roma. 1983;
BAUMERT N., Charisma und Amt be¡ Paulus, en A. VAnHOY1:(ed.), L ápótre Paul,
BETL 73, Lovaina 1986, 203-228; In, Zur Semantik von charisma be¡ den frühen
Vütern, en "ThPh" 63 (1988) 6078; BaocKewus U., Charisma und Ana. Die paulinisehe
Charismenlehre auf dem Hintergrund frühchristlichen Gemeindefunktionen,
Wuppertal 19752; CONZL'LMANN H., Carisma, en TWNT IX, 1973, 393-397;
CxEVALcIsx M.A., Esprit de Dieu, paroles d ieommes. Le róle de 1 Bsprit dans les
minisiéres de la parole selon 1 áp6tre Paul, Sbliothéque théologique, Neuchátel-París
1966; .GeASSO D., ll carisma dellaprofezia, Roma 1978; In, Los carismas en la Iglesia,
Madrid 1984; HASENHOTTL G., Carisma, principio fondamentale della Chiesa, Nuovi
saggi teologice, Bolonia 1973; KASEMANN E., Amt und Gemeinde im Neuen
Testament, en Exegetische Yersuche und Besinnungen I, Gotinga 1960, 109-134; KüNc
H., La estructura carismática de la Iglesia, en "Conc" 4 (1965) 44-65; In, La Iglesia,
Barcelona 19845; LvoNrreT S., Agapé el charismes selon ICor 11,31, en L. DE LonENZI
(ed.), Paul de Tarse, Roma 1979, 509-527; LORENZI L. DE (ed.), Charisma und Agape
(1 Ko 12-14), Roma 1983; KNOCH O., Charisma und Amt: Ordnungselemente der
Kirche Christi, en "SNTU" 8 (1983) 124-161; MIll.S W.E. (ed.), Speakingén Tongues. A
guide lo Research on Glossolalia, Grand Rapids 1986; S,(NCHez Bosco J., Le Corps du
Christ el les charismes dans I ép?tre aux Romains, en L. DE LoeENZt (ed.), Dimensions
de la vie chrétienite (Rm 12-13), Roma 1979, 51-72; ID, La primera lista de carismas
(7Cor 12,8-10), en AA.VV., El misterio de la Palabra. Homenaje a L. Alonso Schdkel,
Madrid 1983, 327-350; SCIPFA V., La glossolalia nel Nuovo Testamento, Biblioteca
Teologica Napoletana, Nápoles 1982; SULLIVAN F.A., Charisma ans Charismqtical
Renewal. A Biblical and Theological Study, Ann Arbor, 1982; VANeorE A., El problema
bíblico de los carismas a partir del concilio Vaticano II, en LATOUaELLE R. (ed.),
Vaticano II Balance y perspectivas, Salamanca 1989, 295-312.
A. Yanhoye
LATOURELLE - FISICHELLA, Diccionario de Teología Fundamental,
Paulinas, Madrid, 1992
64
COMUNICACIÓN
1. CIENCIA EN RELACIÓN CON LA . Hablar de la comunicación significa centrar
inmediatamente la atención en el hombre, puesto que se reconoce universalmente el
hecho de que comunicar es una realidad intrínseca y determinante de la naturaleza
humana. El hombre no puede prescindir de la comunicación, lo mismo que no puede
prescindir de su relacionalidad. Para realizarse en cuanto hombre, para crecer en todos
los sentidos, tiene necesidad de objetivar de alguna manera sus propios pensamientos y
sus propias decisiones, de poner en común y de verificar con los demás la validez de sus
intuiciones. Si no fuese posible la comunicación, no sería posible el progreso y todos los
hombres se quedarían bloqueados en sí mismos y en su propia estaticidad. Podemos,
sin más, definir la comunicación como una especie de instinto relacionado con el de la
socialización, un instinto que lleva al hombre a la búsqueda de una vida comunitaria
como dimensión existencial. Pero al mismo tiempo hemos de decir que se trata también
de una exigencia de tipo psicológico que le lleva a la manifestación de sus propios
sentimientos, de tal forma que provoque una respuesta a la expresión de su profunda
necesidad de ser amado y que le hace pedir ayuda a sus semejantes en el momento en
que se da cuenta de que es posible adquirir aquella experiencia no vivida en primera
persona y de que puede establecerse una conexión con el pasado con vistas a la creación
para el futuro.
Es una ciencia que se dirige al hombre, y que por eso mismo tiene que ponerse y
estructurarse a su medida y reflexionar sobre las problemáticas que más le preocupan,
ofreciéndole propuestas y alternativas válidas, y sobre todo estructurando su
pensamiento -en las categorías que suele utilizar el hombre moderno. De lo contrario,
su discurso resultaría vacío. Pero la teología no es sólo mero interés intelectual en
donde el estudioso ejerce su reflexión, sino que es al mismo tiempo tensión hacia la
65
práctica y conexión íntima con el discurso salvífico, advirtiendo la urgencia evangélica
de transmisión y de difusión a la humanidad de su mensaje. Y en este sentido la
teología presupone e implica una reflexión sobre la comunicación y hace referencia a
aquella ciencia que se define como "ciencia de la comunicación". Todo esto se ha
planteado de forma más clara y definida tras aquel momento grandioso de reflexión
sobre los problemas del hombre de hoy que se desarrolló en el contexto del concilio
Vaticano II.
Hoy el teólogo no puede ignorar la conexión con esta ciencia, ya que es cada vez más
consciente de la importancia del hecho de que en el discurso cristiano hay una
estructura de base comunicativa. En efecto, si por comunicación definimos, en líneas
generales, el proceso por medio del cual un emitente envía una información, con una
intención (más o menos consciente), a un receptor que la acoge y la recibe, tendremos
ya desde una primera mirada superficial algunos puntos de contacto estructurales muy
concretos entre las dos disciplinas. En efecto, tanto en la ciencia de la comunicación
como en la teología podemos hablar de emitentes (Dios, apóstoles, fieles...) que
producen unos mensajes codificados, por medio de los cuales transmiten ciertas
informaciones que tienen la finalidad de convencer, de cambiar algo en la realidad
personal del que las recibe. Tanto en una disciplina como en la otra están presentes
unos receptores que, una vez realizada la operación de descodificación y de
comprensión, tienen una reacción de feed-back. Tanto en una disciplina como en la
otra se determina una actitud que define y cualifica la relación entre emitente y
receptor en la creación de ciertos vínculos, aunque sea a niveles mínimos. Y es además
innegable el hecho de que la teología en cuanto ciencia se compromete a sí misma en un
proceso de comunicación en la transmisión de la posibilidad de la experiencia de Dios a
los demás hombres, abriéndolos a la dimensión comunitaria en la estructuración de los
contenidos de fe en orden a la difusión del mensaje salvífico en el tiempo y en la
presentación de los resultados de la propia reflexión.
En este sentido decimos que hoy es necesario que la teología fundamental se abra al
diálogo y a la colaboración con la ciencia de la comunicación. Se han dado ya
numerosos pasos en esta dirección; sin embargo, sólo estamos en los comienzos de un
camino que se presenta largo y difícil, pero al mismo tiempo rico en estímulos y en
posibilidades para la investigación teológica.
C. Carnicella
Cuando se habla de comunicación, habría que decir que desde el punto de vista técnico
no sería posible una comunicación entre Dios y el hombre, ya que se trata de dos
niveles no sólo completamente distintos, sino incluso infinitamente lejanos entre sí. Sin
embargo, Dios supera esta dificultad a priori y no sólo se dirige al hombre, sino que lo
67
hace usando todos los caminos posibles que ofrecen las estrategias comunicativas
humanas; ya desde el período veterotestamentario se observa con claridad cómo la
revelación se lleva a cabo con unas estructuras comunicativas determinadas que no
surgen por voluntad humana, sino que responden a una intención divina concreta. En
efecto, es Dios el que se hace presente en la historia con una infinidad de medios y se
ofrece simultáneamente como objeto de pensamiento, de lenguaje y de experiencia. Los
hebreos expresaron muy incisivamente esta función emitente de Dios en la fórmula de
autopresentación y se dieron perfectamente cuenta de que no se trataba de una
comunicación realizada en niveles impersonales y abstractos, sino de un Dios que
"hablaba" con los hombres, dándoles a conocer sus planes, definiendo con ellos sus
modalidades operativas, haciendo promesas, amenazando, anunciando gozo o castigo...
Se trata de un Dios que usaba un único código, que podía asumir la multiformidad
expresiva de resonancias infinitas. Efectivamente, hablamos de "palabra de Dios", pero
en sentido analógico; es una palabra distinta de todas las palabras humanas; se
presenta como palabra plurisensorial, que se dirige a los sentidos físicos del hombre,
pero también a los interiores; de una palabra que logra manifestarse también bajo la
forma de elementos físicos: el trueno, el rayo, el viento, el fuego...; de una palabra que
revela, pero al mismo esconde y que no puede ni mucho menos reducirse a unos
simples significados de comunicación verbal como palabra "engendradora" no sólo de
significados, sino también de cosas y acontecimientos, y que es al mismo tiempo
imagen, visón, sentimiento, encuentro..., acción que irrumpe en la historia y forja
irrevocablemente su curso" definiendo así la voluntad del emitente y las coordinadas
que el receptor tiene que adoptar para entrar en sintonía con él. Y esto aparece con
claridad en el momento en que las palabras y las acciones se funden mutuamente en la
manifestación de todo aquel complejo semiótico que determina el dinamismo de
evolución del plan divino de salvación y de aquellos signos en particular que marcan
sus etapas fundamentales e iluminan luego los momentos de la vida cotidiana,
revistiéndolos de un nuevo significado.
Pero para que pueda establecerse efectivamente esta comunicación, habrá que
interpretar, correctamente el código; y le corresponde al hombre hacer este trabajo de
decodificación. No se trata de un trabajo sencillo, ya que el mensaje divino es único en
su género Y el código en que se expresó no tiene parámetros de comparación.
Los medios a través de los cuales se realiza la comunicación son los mismos que utilizan
los hombres en sus comunicaciones cotidianas. Jesús se sirve de gestos, de expresiones,
de maneras de obrar, del lenguaje humano...; pero usándolos de manera distinta que
los demás hombres, es decir, con autoridad, con eficacia y poder, como vehículos de
verdad. Una verdad que, a pesar de estar históricamente condicionada, no puede
menos de remitir incesantemente a la verdad eterna, de la que tiene su origen y su
sustancia. En este sentido, puede decirse que, a través de esta variedad de medios, se
transmiten ciertos signos altamente polivalentes; hasta el punto de que, superada la
barrera de la realidad exterior, pueden convertirse en claves de acceso a lo trascendente
y en la posibilidad de transcodificar el lenguaje divino en categorías humanas,
especialmente las de las palabras y acciones.
Cristo con su vida terrena y en ella no hizo más que hablarnos del amor del Padre a los
hombres. Pero no nos presentó ninguna doctrina filosófica ni ninguna especulación
sobre el tema, sino que su mensaje se convierte en él en una incesante realización
práctica, en una manifestación concreta y visible de misericordia y de compasión con el
hombre, no sólo a través de los milagros, sino en la aceptación consciente y sufrida de
la muerte, en su voluntad de estar presente entre los hombres incluso después de su
ascensión a los cielos con la institución de la eucaristía, en su empeño por no
abandonar a sus discípulos enviando al Espíritu consolador y sobre todo fundando la
Iglesia, por medio de la cual será posible la difusión de su evangelio a todos los
hombres.
69
Se trata de un proceso que alcanza otro momento cumbre en la resurrección. Lo mismo
que Cristo con su entrada en la historia afirma su divinidad y su cualidad de Hijo del
Padre y asienta la posibilidad de una relación comunícativa entre dos niveles diferentes
bajando al nivel humano, así también con la resurrección sanciona la verdad de esas
afirmaciones y recapitula esa experiencia histórica de lo divino absorbiendo en sí
mismo a toda la humanidad y trasponiendo la posibilidad comunicativa del nivel
humano al nivel divino. En ella el ser hombre de Cristo se convierte en el vehículo a
través del cual se tiene la expresión y manifestación plena de su ser Dios, en cuanto que
a la naturaleza corporal se le confiere su auténtico destino de gloria y toda la
humanidad se ve asociada en un proceso de solidaridad. Con el acontecimiento
"resurrección" Cristo se define para siempre como código, y al mismo tiempo como
clave interpretativa del código que permite penetrar el mensaje divino, de forma que no
exista ninguna posibilidad de equívoco: Dios ha hablado con el hombre, y le toca al
hombre la tarea de responder.
En este contexto, la comunicación con Dios coincidirá plenamente con la visión de Dios
y quedará anulada toda distancia entre Dios y el hombre en la globalidad del acto,
según una estructura dialógica incesante que conducirá cada vez más profundamente a
la gloria divina y al conocimiento cada vez más claro del misterio de Dios, del mundo y
del hombre. La relación hombre-Dios se forjará según las mismas modalidades por las
que están en diálogo las personas de la Trinidad: un diálogo que engendra-dinamismo y
comunión de amor y en el que el hombre está llamado a participar. Aquella
potencialidad de relación, aquella necesidad desgarradora que guiaba a cada uno de los
hombres a la búsqueda del otro en la comunicación será plena y total en el contexto
70
escatológico y encontrará su realización en la relación con Dios, con el mundo y con los
demás hombres.
CONVERSIÓN
En el lenguaje teológico, conversión significa normalmente un impulso espiritual hacia
Dios tal como se comunica a sí mismo en Cristo y en el Espíritu Santo.
71
Juan el Bautista y Jesús hacen de la conversión individual (metánoia) un tema básico
de su proclamación. Juan llama al arrepentimiento y a las buenas obras ante la
inminencia del juicio de Dios (Mat_3:1-2; Me 1,1-8; Lev_3:1-20). Jesús añade al
mensaje de Juan la buena noticia de que Dios está ya estableciendo su reino a través del
amor y la misericordia. La conversión es para Jesús una condición para la fe, el
discipulado y la salvación.
Los términos epistrophé y metánoia son frecuentes en Lucas y Hechos, que unen la
conversión con la misericordia (Luc_10:37; Luc_24:47; Heb_3:19), la fe (Heb_2:38;
Heb_10:43), el bautismo (Heb_2:38; Heb_10:47), la paz interior y el gozo (Luc_7:50;
Luc_15:32; Luc_17:6), el don del Espíritu Santo (Heb_2:38; Heb_10:45; Heb_11:15-
18), la vida (Heb_11:18) y la salvación (Luc_8:12; Luc_19:9). Pablo y Bernabé exhortan
a los paganos a apartarse de los ídolos hacia el Dios vivo (Heb_14:15). La conversión de
Pablo, tres veces descrita en Hechos, implica tanto la iluminación personal como una
vocación al apostolado (Heb_9:1-19; Heb_22:346; Heb_26:9-18).
Para el concilio Vaticano II (1962-1965), la conversión comienza con ser "arrancado del
pecado e introducido en el misterio del amor de Dios, quien lo llama a iniciar una
comunicación personal con él en Cristo" (AG 13). La conversión debe ser moral y
físicamente libre; han de evitarse tácticas de proselitismo indignas. Las motivaciones
de los conversos deben ser examinadas y, si fuera necesario, purificadas (AG 13; cf DH
1l). El concilio utilizó el término "conversión" al hablar de la actividad misionera
dirigida a los no cristianos; pero al referirse a los cristianos que vienen a la Iglesia
católica habló más bien de "el trabajo de preparación y reconciliación de cuantos
desean la plena comunión católica" (UR 4).
A. Dulles
CREDIBILIDAD
SUMARIO:
1. A modo de premisa;
2. Líneas que se deducen de una historia del problema;
3. Ambrosio Gardeil;
4. Pierre Rousselot;
5. Propuesta sistemática;
Conclusión
R. Fisichella
1. A MODO DE PREMISA. "Estos (milagros) han sido escritos para que creáis que
Jesús es el mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre"
(Jua_20:31).
Este texto, que marca la conclusión del evangelio de Juan, constituye también el
comienzo de nuestra historia de creyentes. El evangelista, pensando en los que habrían
de creer en el maestro "aun sin haberlo visto", presenta a Jesús de Nazaret en la
indisoluble unidad de su manifestación a través de signos y de palabras, como el
significado supremo e insuperable de la existencia humana.
74
A los que ya creen les manifiesta de este modo su profesión de fe en el Señor; él es el
cumplimiento de las antiguas promesas y la revelación misma de Dios por ser su Hijo.
Sobre este fundamento puede ahora la fe de cada uno crecer más conscientemente,
justificarse, y de este modo alcanzar la vida.
Pero también los que no creen todavía están presentes al evangelista; a éstos les
presenta a Jesús de Nazaret y su mensaje de salvación como el momento favorable para
dar el paso de las "tinieblas" a la luz de la vida (Jua_1:9; Jua_3:17-19).
Este texto puede igualmente escogerse como el escenario más significativo en el que
situar las reflexiones sobre el tema de la credibilidad de la revelación cristiana que
vamos a desarrollar.
De esta perícopa nos parece que destacan dos principios capaces de orientarnos hacia
una comprensión teológica renovada del tema de la credibilidad.
b) El segundo principio que se deduce del texto es el fin al que está orientada la
profesión de fe: la "vida en su nombre". Así pues, la cristología de Juan resulta
incomprensible sin su referencia soteriológica.
Sin embargo, lo que impresiona más en Juan es el valor universal que atribuye a la
salvación. A diferencia de Pablo, Juan no se detiene en consideraciones sobre la
salvación de los judíos antes y después de los paganos (Rom_1:16); para él toda la
humanidad, indiferentemente, está situada ante el Hijo del hombre. En él se ha
cumplido definitivamente el juicio de salvación (Jua_3:17; Jua_19:30) y nada ni nadie
podrá jamás destruirlo.
Para el tema de la credibilidad se sigue de aquí que habrá que recuperar el horizonte
soteriológico como elemento constitutivo en cuanto que finaliza el acto de creer.
75
2. LINEAS QUE SE, DEDUCEN DE UNA HISTORIA DEL PROBLEMA. Recorrer
históricamente las etapas del tema de la credibilidad equivaldría a adentrarse en un
estudio que abarcara cerca de dos mil años de historia del cristianismo y de teología.
En efecto, en una categoría como ésta resulta fácil hacer entrar todos los textos que se
han escrito en materia de fe desde los padres apologetas, pasando por toda la Edad
Media, hasta nuestros días. La orden de IPe 3,15, a la que se hace continuamente
referencia, es el cordón rojo que mantiene unidas las más diversas ideas y teorías sobre
el tema. La responsabilidad de dar razón de la fe es lo que ha llevado a dirigirse a los
hombres contemporáneos en las diversas épocas históricas, buscando y creando
categorías de pensamiento aptas para la comunicación.
Las soluciones, a lo largo de los siglos, han de atribuirse a los nombres más
significativos y a otros menos conocidos. Todos ellos han ofrecido una aportación
decisiva para la comprensión del acto de fe.
En primer lugar hay que recordar la tradición agustiniana, que con un texto
fuertemente expresivo, casi recogiendo al pie de la letra la terminología de Juan; reduce
el acto de fe a una triple condición: credere Deo, credere Deum, credere in Deum. Con
la primera se subraya la aceptación del hecho mismo de que es Dios el que se revela;
con la segunda se acoge el contenido de su revelación; con la tercera (atendiendo a la
construcción latina de in con acusativo) se traza un movimiento interpersonal que es
dinámica constante hasta la plena realización escatológica. El autor anónimo del Sermo
de symbolo se expresa de este modo: "Aliud enim est credere illi, aliud credere illum,
aliud credere in illum. Credere illi est credere vera esse quae loquitur; credere illum,
credere quia ipse est Deus; credere in illum, diligere illum" (PL 40,1190-1191; cf
también 35,1631.1778; 38,788; 40,235; 36,988; 37,1704).
Un nuevo ejemplo es el que nos ofrece Tomás de Aquino. La Summa Theologiae dedica
al tema de la fe las 16 primeras cuestiones de la II-II; allí se expone el contenido de la fe
(q. 1), el acto (q. 2) y la fe como virtud (c. 4). Para Tomás, la dimensión primordial del
acto hay que buscarla en la realidad personal: "actus specificatur ab objecto"; puesto
que es Dios el que se revela y el que ha de ser creído, el acto de fe tendrá que ser
esencialmente un acto personal. Como tal, se dirige a una relación de comunión: "actus
autem credendi non terminatur ad enuntiabile, sed ad rem" (S.Th. II-II, 1,2, ad 2). Por
tanto, la fe no es sino una reflexión sobre el hombre; creado por Dios, el creyente está
en un camino de retorno incesante y siempre nuevo hacia su creador a través del
ejercicio de las virtudes teologales.
Los nombres de Suárez y De Lugo son de los más significativos para la comprensión de
la teología de la fe a partir de este momento.
Condenando los dos extremos, el del racionalismo y el del fideísmopietismo (DS 3009-
3010; 3031-3036), el concilio inserta la temática de los signos de la revelación como
aquella forma que permite al acto de fe tener correspondencia con las exigencias de la
razón. Los milagros y las profecías se consideran como "signa certissima et omnium
intelligentiae accomodata"(DS 3009). Gracias sobre todo al cardenal Deschamps, se
describirá a la Iglesia como signum levatum in nationes, capaz, por tanto, de
representar para cada uno la forma más adecuada de credibilidad de sí misma y del
mensaje que transmite (DS 3013-3014) (l Iglesia: motivo de credibilidad).
Los manuales intentaban, pues, presentar un esquema de teología del acto de fe que se
puede esquematizar con algunas palabras-clave:
a) Praeambula fdei. Se trata de aquellas verdades religiosas y morales que pueden
conocerse a la luz de la razón humana. Con los praeambula, la decisión de creer sale de
la esfera de la arbitrariedad, ya que se justifica como un acto libre ante las exigencias de
la razón.
c) Motivum credibilitatis. Constituye el momento del análisis de los motivos por los que
es posible creer. Lo peculiar de este momento son los "signos" de la revelación, en
particular la Iglesia, los milagros y las profecías; son argumentos que atestiguan a la
razón el origen divino de la revelación. Puesto que el análisis de los signos permite
alcanzar la certeza del hecho revelado, se deduce que es creíble el contenido de la
revelación.
d) Motivum credenditatis. Es el motivo por el que se debe creer y, por tanto, prestar
asentimiento a la revelación. Puesto que Dios muestra como evidente el camino de la
salvación, le corresponde al sujeto ver el nexo entre el acto de fe y la salvación que se le
da.
Bajo el nombre de analysis fidei se pueden recoger todos aquellos intentos que se han
esforzado en presentar la doctrina teológica sobre la inteligencia del acto del creer
como un acto típicamente humano y sobre la gracia que se le da al sujeto para realizar
77
un acto que requiere de suyo una intervención divina que lo eleve al conocimiento del
misterio trascendente de Dios.
Así pues, el acto de fe parece destinado a permanecer en una dialéctica que se mueve
entre la comprensión del hecho y la ocultación del mismo en un misterio mayor, en
donde la gracia tiene un papel decisivo.
Por consiguiente, por un lado tenemos la nota de la sobrenaturalidad: esto significa que
para un acto de fe se requiere absolutamente la presencia de la gracia, que permite al
sujeto fiarse de Dios que se da a conocer; por otro lado tenemos la voluntad del
creyente que tiene que ser plenamente libre en su movimiento hacia Dios; hasta el
punto de garantizar que la salvación ofrecida es elegida realmente y no
obligatoriamente dada. Finalmente, el entendimiento humano, que ha de garantizar
que se está en presencia de un acto cierto, seguro, en cuanto alcanzado como
conclusión de un procedimiento lógico.
La historia del problema ha conocido soluciones que giraban en torno a los tres polos
que constituyen el acto de fe (la gracia, el entendimiento y la voluntad), privilegiando a
veces uno y sacrificando a los otros; sin embargo, en el conjunto de esta historia es
donde se podrá encontrar en el futuro una solución más conforme con la sensibilidad
contemporánea.
En este sentido, la historia es testigo de un gran campo de batalla; no es casual que este
tema se haya convertido en la crux theologorum. En ese estrecho de Escila y de Caribdis
que representan el fideismo y el racionalismo, el teólogo tiene que poder y saber
moverse con circunspección, sin caer en un pelagianismo injustificado o en un
exasperado sobrenaturalismo.
El Vaticano II, dentro de su peculiar perspectiva pastoral, significa ante todo, en este
tema, la recuperación de las precomprensiones bíblicas, que determinan un concepto
renovado de pistis como de un acto que es al mismo tiempo confianza, conocimiento y
acción. La problemática se orienta además a la asunción de soluciones que encuentran
sus referencias filosóficas en el personalismo inspirado en E. Mounier, G.Marcel y J.
Mouroux, pero que ya habían sido anticipadas en los estudios de J.H. Newman y M.
Blondel, y particularmente, aunque con las debidas matizaciones y excepciones, en la
perspectiva teológica de P. Rousselot.
Como un dato que surge de la teología del Vaticano II hay que señalar el retorno al
contenido de la fe. Deseando olvidar el extrinsecismo de los manuales, el concilio ha
vuelto a poner en el centro de la reflexión teológica el acontecimiento de la revelación.
Así pues, se ha modificado de nuevo el eje de la perspectiva; la revelación, con su
contenido objetivo, vuelve a situarse en el horizonte histórico-salvífico como dato
primario; por consiguiente, se ve la fe como "obediencia" del "hombre que se abandona
a Dios" por completo, con todo lo que es (DV 5), esto es, como referencia dependiente
del acontecimiento de la revelación.
79
en aquel momento el mejor intento de renovación y adaptación de la doctrina
escolástica sobre nuestro tema.
Para poder comprender la lógica del procedimiento de nuestro autor hay que valorar,
ante todo, su precomprensión apologética. La apologética es para Gardeil la ciencia de
la credibilidad del dogma. La primera forma de apologética es la "científica", que tiene
como objeto peculiar la demostración racional de la credibilidad (p. 230). Una
demostración que es posible si se mantienen y respetan las reglas del saber científico,
que producen una sumisión intelectual absoluta. Es ésta la concepción que se persigue
en toda la obra de Gardeil y Toque caracteriza a las premisas y demostraciones sobre la
credibilidad del acto de fe.
Así pues, dada la definición de credibilidad como "la aptitud de una afirmación para ser
creída" (p. 1), Gardeil comienza su demostración a través del análisis psicológico del
acto de fe con la finalidad de indicar cuál es el papel concreto gue representa dentro de
la credibilidad.
Tomando como punto de partida el análisis del acto humano, tal como lo describe santo
Tomás (ef S. Th. III, 8-21), crea un paralelismo entre este acto y el proceso psicológico
del acto de fe, mostrando cómo, al ser el acto de fe un acto humano, tiene que seguir en
su desarrollo las fases psicológicas de los actos humanos ordinarios. El paralelismo que
se crea entonces, y que a primera vista podría decepcionar, contiene ciertamente
algunos rasgos de auténtica originalidad. Existe ante todo en el obrar concreto una
intentio finis, mediante la cual cada uno piensa que se proyecta a sí mismo, que se da
una finalidad a la que tender. Pues bien, en el acto de fe esto corresponde a la intentio
fidei mediante la cual el hombre se muestra disponible para creer a Dios que se revela.
Sin embargo, esta correspondencia no basta para nuestro autor; en efecto, es necesario
que intervenga la inteligencia para establecer, en virtud de los hechos o de los signos,
que se está realmente en presencia de una revelación divina con sus enunciados. El
problema de un juicio de credibilidad depende, por tanto, de la demostración de la
veracidad y divinidad del mensaje que se dice acreditado por Dios. Así pues, la
credibilidad debe probarse racionalmente, ya que "ni la intención de la fe ni el tenor de
la afirmación ofrecen la evidencia de este elemento de hecho" (p. 35). Por consiguiente,
no es posible detenerse en las "razones del corazón", que todo lo más pueden hacer
"desear"el objeto como verdadero. La apologética tiene que llegar a un juicio de
credibilidad que "demuestre que es verdadero" (p. 36).
80
seguía estando vinculada a un esquema metafísico que impedía ver al "real man"
implicado en el acto de fe.
Semejante proyecto, a pesar de todos los méritos que manifestaba, estaba abocado al
fracaso. Por aquellos mismos años empezaba a hacerse una presentación más fresca y
genuina, en consonancia con las exigencias de la época, que veía una unidad intrínseca
en el sujeto; esta teoría encontraba en P. Rousselot su representante más autorizado.
Como puede advertirse, estamos ante una propuesta sumamente sugestiva ya que
recupera la unidad esencial del sujeto más allá de todo dualismo, recupera igualmente
una forma de unidad entre el saber y el creer y reclama finalmente la racionalidad en el
acto mismo del creer.
Creemos que, más en consonancia con nuestro tiempo -marcado ciertamente por
movimientos contradictorios (GS 4-10), pero también por una profunda y sincera
búsqueda de sentido, que aparece tanto más evidente cuanto más se asiste al fracaso de
las ideologías y de los humanismos que marcaron el período posbélico-, el tema de la
credibilidad puede afrontarse a la luz de una nueva categoría: la significatividad.
En efecto, esto permite hacer una lectura más global del tema de la credibilidad y ofrece
además el escenario más adecuado para que se hable de la fe no por sí misma, como si
fuera un absoluto, sino como respuesta al acontecimiento de la revelación (DV 5). Al
tener como objeto de credibilidad la revelación, creemos que ganará más la lectura de
82
una prioridad de la intervención de Dios en la historia humana. Efectivamente, la
revelación se presenta a la teología como acto libre y gratuito de Dios, que sólo por
amor sale de su misterio para comunicarse a sí mismo a la humanidad, salvándola de
este modo.
En este horizonte, credibilidad significa ante todo que se presenta una coherencia
perfecta, única, entre lo que es y lo que se deja ver y comprender; esto se presenta como
algo digno de consideración, como algo que no puede soslayarse si se desea que el
propio conocer sea completo. Este hecho se impone al hombre en cuanto que existe
históricamente como una evidencia que todos conocen.
El término mismo de significatividad necesita de todas formas y ante todo una ulterior
explicación.
3). Se entiende por significatividad una categoría teológica que comprende tres
elementos: sentido, significado, significante. Mediante el sentido entramos en el
horizonte de la fundamentación epistemológica; mediante lo significado, en el
horizonte del contenido; mediante lo significante, en el horizonte típicamente
antropológico.
Desde el punto de vista del análisis lingüístico, el sentido, por ejemplo, va ligado a la ley
de la verificación; en una lectura filosófica más amplia, que parte de los principios
teoréticos del pensar, se planteará más especialmente el problema de la sensatez de la
pregunta sobre el sentido; en una lectura ética, finalmente, el sentido se identificará
con el significado y el fin de la vida.
Precisamente este remitir a otro, pero sin poder prescindir ni apartarse nunca de su
persona, es lo que constituye el sentido. En efecto, tan sólo aquí se da la respuesta
última tanto a la pregunta sobre el sentido como sobre lo que es sentido. Una respuesta
última a la pregunta, porque se nos remite al misterio de Dios más allá del cual es
imposible ir; y ofrecimiento último de sentido, porque en esta figura se nos da el
conocimiento definitivo del misterio más allá del cual es imposible avanzar. Así pues, el
sentido, como coherencia entre lo que se quiere comunicar y lo que se alcanza de hecho,
se nos da aquí plena y definitivamente. Jesús de Nazaret es el único camino para el
conocimiento de la revelación de Dios, pero al mismo tiempo es él lo definitivo que Dios
ofrece para llamar a la salvación.
Se concentran, pues, aquí las dos expectativas fundamentales: la de Dios que envía a su
Hijo para salvar a la humanidad y la de los hombres que, adhiriéndose_a Cristo, llegan
al conocimiento último de Dios. Todo grado intermedio de conocimiento y de acción
salvífica podrá ser considerado como propedéutico, pero nunca como plenitud
definitiva que se nos da en la historia mediante la revelación.
84
"inercia colectiva" (De Saussure), lo significado no podrá perder nunca su sentido
original.
En la adhesión a este misterio que ante todo compromete y envuelve a María, dado que
Cristo es hijo de su carne y sangre de su sangre, se concede el don del Espíritu, que
permite a María y a todos los creyentes expresar su "sí" de confianza en Dios. En la
encarnación como misterio global la Iglesia queda inserta, por consiguiente, como
primer elemento de mediación de la permanencia de lo significado en la historia de los
hombres.
Sin embargo, la revelación sigue siendo un significado que nunca se agota. Dado
definitivamente, pero no cumplido exhaustivamente. El don del Espíritu es lo que
capacita para hacer que el significado de la revelación, que es la llamada permanente de
Dios a la salvación, permanezca a través de las diversas épocas y culturas. No es
solamente un problema de interpretación de la revelación o de inteligencia de la
misma; en el curso de los siglos, lo significado tiene que encontrar expresiones
significantes, fruto de una constante aplicación del /sentido de la fe, para que pueda
aparecer totalmente aquella dinámica de la verdad que se le ha conferido en el
acontecimiento histórico fontal (DV 7-8).
El significante, por tanto, cualifica a la libertad personal, ya que pone a cada uno en la
condición de tener que elegir. Efectivamente, aquí se percibe la realidad universal como
algo que cualifica a la existencia personal. Le corresponde, por tanto, al sujeto realizar
la opción que revela la coherencia plena entre el sentido universal y la comprensión de
su validez para él. En el significante el sujeto expresa toda su fuerza crítica y su
85
voluntad de decisión, ya que realiza el acto que lo cualifica antropológicamente, el de la
libertad finita que opta por fiarse de una libertad más grande, percibida y creída como
forma garante de la consecución del propio ser. Tan sólo finalizando libremente la
existencia podrá garantizarse el sujeto a sí mismo su opción libre en los diversos
momentos y actos históricos que han de seguir, pero la finalización requiere que el
conocimiento del fin asumido remita más allá de la contradictoriedad y de la limitación
que experimenta cada uno cómo persona.
Prototipo de toda forma de fe, ya que también él se fía totalmente del Padre y remite
continuamente a él para la plena identidad de su ser, Jesús de Nazaret se convierte en
significante para la vida personal, ya que por una parte encarna el sentido universal y
por otra muestra cómo es posible una auténtica existencia personal que sea al mismo
tiempo libre y se fíe del otro para su plenitud.
Todo lo dicho puede encontrar una primera confirmación en los puntos siguientes, que
intentan dar cuerpo a la propuesta y que, como antes sugerimos, se basan en lo que se
ha llamado concentración cristológica y dimensión soteriológica.
Desde siempre el pensamiento crítico del hombre ha ido en busca de lo universal para
expresar con él la norma última que, prescindiendo del individuo, fuera válida para
cada uno. Los grandes sistemas filosóficos, que permanecen hasta el presente, están
caracterizados por esta ansia de individuación y de identificación. Sin embargo, el saber
crítico permanece constantemente dentro de la contradicción o de una intervención
extrínseca o de una elevación injustificada del individuo sobre los demás.
Esta unidad en la unicidad no se lleva a cabo por una simple trasposición o asunción de
un sujeto histórico concreto a un grado más elevado (incluso el último grado)
ontológico. Se plantea como la decisión primordial de Dios que en su libertad renuncia
a mantener la divinidad para participar de la humanidad (Flp_2:6-8). Así pues,
teológicamente puede darse este unicum irrepetibile solamente por kénosis, de tal
forma que sea considerado siempre como un acto de la libertad y gratuidad de Dios y
no como una pretensión de la humanidad.
86
El Dios que se encarna en la naturaleza humana no deja de ser Dios; pero al mismo
tiempo tampoco se exalta orgullosamente sobre la naturaleza humana, ya que "en todo
se hace semejante a sus hermanos" (Heb_2:17), incluso en la tentación, en el
sufrimiento y en la muerte (Heb_2:184, Heb_2:15), que constituyen el drama y la
contradicción última para una humanidad que quiere llegar más allá de toda forma que
exprese límite y conclusión en contra de toda voluntad personal.
Esta unicidad irrepetible por la que "uno de entre nosotros", como les gustaba decir a
los padres, pero permaneciendo como nosotros, revela el misterio de Dios, se convierte
en norma universal para cada uno. Esto está determinado por el hecho de que, con
Jesús de Nazaret, no estamos ya en presencia de una teoría, sino de un sujeto histórico
concreto.
Su hablar y su obrar (DV 2), a pesar de ser humano, no puede "confundirse" con el
comportamiento normal de los hombres, aunque puede ser conocido por todos. Lo que
él comunica es su ser, es decir, su persona, que sale al encuentro como expresión de
revelación, es decir, como una autoconciencia que sabe que es Dios y que lo revela de
forma humana.
Este comportamiento cargado de sentido, al ser dado por Dios, le permite a la historia
recibir un impulso orientativo desde dentro en la señalización de su fin y en la
posibilidad de alcanzarlo. El hombre y su historia no están ya entonces vagando hacia
una "nada infinita", incapaces de encontrar una meta en el horizonte. La unicidad
irrepetible del hombre Jesús de Nazaret le garantiza a cada uno y a la historia universal
que encontrarán una respuesta decisiva, ya que su ser histórico ha sido asumido por lo
divino y se ha conjugado ahora con él. La apelación a la voluntad del Padre, a su plan de
salvación, a su tiempo y a su "hora", así como a sus decisiones, son "respuestas" dadas
al hombre en el momento en que pregunta por el sentido de su existencia personal.
Esta entrega es salvación, ya que sólo. Dios puede garantizar que la contradictoriedad
humana queda superada y vencida por dentro mediante un acto de libertad que
capacite para la entrada en el reino y, por tanto, para la forma más alta de comunión.
2) Un conocimiento que sea histórico tiene que respetar las leyes impresas en él; Dios
no va contra su creación. El sujeto histórico quiere y necesita formas de conocimiento
que confirmen que en Jesús de Nazaret se expresa verdaderamente a sí mismo; sólo así
podrá superar el último escollo que impide ver la unicidad y la evidencia de la presencia
de Dios en Jesús.
Aquí hay que mantener con firmeza, una vez más, la lógica de este procedimiento
teológico que quiere respetar el obrar primordial de Dios. En efecto, la teología anterior
estuvo gastando demasiado tiempo sus fuerzas en la demostración de los signos
externos, que no lograban, sin embargo, focalizar el verdadero centro de gravedad. La
teología contemporánea, por el contrario, en lo que atañe a los signos de la credibilidad,
debería estar en disposición de destacar sobre todo el carácter central del único signo
puesto en la historia, dentro del cual aparecen y convergen los demás signos (cf
Jua_5:36-37). Son, por tanto, los "signos del Padre" los que han de someterse ante todo
a la investigación teológica (Jua_14:10).
87
El signo puesto por Dios no es otro sino el Hijo clavado en la cruz, muerto y resucitado.
El signo primero de la credibilidad de la revelación cristiana es, por tanto, el l misterio
pascual del crucificado.
Ante la muerte de Jesús se cumple en lenguaje humano todo lo que Dios tenía que
revelar al mundo sobre sí mismo, sobre su naturaleza y su vida. El Dios que comunica
la vida la expresa como forma de amor que "llega hasta el fin". El dar todo lo que es
(Jua_3:16 : édoken) es lo que caracteriza a la dinámica intratrinitaria del ser Dios.
El Padre es tal en el momento en que lo da todo al Hijo; y éste es Hijo en el acto mismo
que escoge ser acogida total del todo del Padre. El no retener nada para sí mismo, sino
entregárselo todo al otro y remitir al otro es lo que caracteriza a la vida del Padre y del
Hijo; el Espíritu es la tercera persona, que atestigua la totalidad del dar y del recibir
total.
Ante esta muerte del inocente ya nadie puede tener excusas para no creer, oponiendo a
Dios su imposibilidad de comprender el dolor y el sufrimiento humano hasta la
contradicción y el drama de la muerte, incluso del inocente. Jesús de Nazaret clavado
en la cruz, que grita al Padre su dolor por haber sido abandonado por él en manos de la
muerte (Mar_15:34), es el mismo Dios que comparte en todo el dolor de los hombres y,
más aún, el dolor por el sufrimiento del inocente.
Justamente, Marcos pone la profesión de fe del centurión -o sea, del no creyente- antes
del grito de abandono y de la muerte de Jesús: "El oficial, situado frente a él, al verlo
expirar así, exclamó: `Verdaderamente este hombre era hijo de Dios' " (Mar_15:39). La
verdad sobre Dios y de Dios queda impresa en el signo del crucificado para que
aparezca que la necedad de la cruz es el punto de partida de la lógica divina y, por tanto,
la expresión suprema de la sabiduría (1Co_1:23-28).
La plenitud del signo, que permite radicalizar el Gólgota, se debe a la dialéctica del
"signo de Jonás" (Mat_12:39-41), que sólo tuvo que estar tres días en el vientre de la
ballena. No podría haber ningún interés auténtico en la fe pascual si no se diera esa
plena identificación entre el que sufrió y murió y el que resucitó. En la muerte se
percibe el amor que en lenguaje humano expresa todo el darse; en la resurrección esto
resulta evidente. La resurrección no se convierte en una coartada para huir del drama
del Gólgota; éste es asumido en toda su verdad, pero es superado, sin ser destruido, en
una esperanza que solamente la fe es capaz de expresar.
88
3) El misterio del crucificado-resucitado permanece en el mundo, a través del anuncio
de la Iglesia, como el signo auténtico y definitivo del amor trinitario de Dios, capaz de
ser percibido como amor auténtico por el sujeto que pide la finalización de su vida de
un modo sensato.
La pregunta sobre el amor que se le plantea siempre al sujeto corre el peligro, hoy por
lo menos, de quedar banalizada. El tema de la credibilidad de la revelación como
significatividad debería estar en condiciones de presentar una inteligencia teológica del
amor, capaz de provocar al sujeto en su búsqueda de sentido.
Sin embargo, el sujeto debe estar en disposición de comprender esta forma como la
expresión definitiva de amor que lo lleva más allá de las contradicciones que
experimenta naturalmente: Esto es posible porque en el encuentro con esta forma
comprende que es amado por lo que él es, sin más condición que la de un amor
desinteresado y gratuito. Efectivamente, el amor es percibido por el sujeto no como una
realidad genérica, sino como una dimensión personal que se realiza sólo en la medida
en que dos sujetos se relacionan hasta tal punto que se dan el uno al otro por completo.
Cada vez que uno ama, se hace para el otro un sujeto personal que no puede ya
autocomprender fuera de la relación personal con el sujeto amado. Se quiere ser amado
por él; pero para llegar a ese momento cada uno tiene que estar en disposición de ser él
mismo para hacerse el otro, para dejarle espacio y entregarse por completo a él.
Sin despreciarlos otros textos neotestamentarios, la teología de Juan parece ser la más
expresiva y capaz de iluminar estos datos de una fenomenología humana del amor.
Se ha visto anteriormente que la forma última del amor que Dios revela es la que llega
hasta la asunción de la muerte del Hijo. Jua_3:16, en este contexto, parece representar
casi un texto-síntesis: "Porque tanto (outós) amó Dios al mundo que dio (édoken) a su
Hijo único, para que quien crea en él no perezca; sino que tenga vida eterna". Por tanto,
el amor es darlo todo, aun cuando el otro, como recuerda la teología paulina, sea
culpable e indigno de amor (Rom_5:6-8).
A partir de aquí se desarrolla la concepción joanea del amor, que encontrará su culmen
en 11,50-13. La primera carta de Juan prosigue esta reflexión, añadiendo datos de una
riqueza extraordinaria: "Dios es amor" (Jua_4:8) se convierte en la expresión
culminante de esta teología. El reconocimiento de este amor, que consiste en el hecho
de que Jesús "dio su vida por nosotros" (Jua_3:16), no sólo es vida y salvación
(Jua_1:14), sino que constituye además la novedad cristiana; en efecto, el amor
89
recíproco entre hermanos podrá mantener vivo este signo por toda la historia venidera
(Jua_2:3-11).
Todas las personas pueden comprenderlo y fiarse de él, porque todos comprenden la
propia realidad personal de amor como abnegación total y desinteresada y sólo en este
horizonte pueden estar "seguros" de que es verdadero amor.
El signo del amor que pone la revelación no le quita nada a la fuerza de la libertad
personal. El Jesús que ama hasta dar todo lo que él es, es el que en ese acto expresa
también su conciencia de ser una persona plenamente libre: "Yo doy mi vida para así
recobrarla de nuevo. Nadie me la quita, sino que la doy yo por mí mismo" (Jua_10:17-
18). Bajo esta luz, también el creyente ve la plena libertad de su propio acto, ya que es la
opción que experimenta como plenamente conforme con su ser y con su finalización, es
decir, concebirse en el horizonte de un amor que es auténticamente eterno.
4) Ante este signo, del que brota el significado para todos los demás, la Iglesia, los
milagros, las profecías, el enuncio del reino..., cada uno queda situado en la condición
de elegir. Parafraseando una escena del evangelio de Juan, podríamos decir que no
queremos creer porque alguien nos haya hablado de Jesús, sino porque nos hemos
encontrado personalmente con él (Jua_4:42).
No lo alcanza, ya que de hecho es un ideal; pero cree, es decir, confía que sólo podrá
realizarlo en sus expectativas. Ya esta condición permite decir que cada uno, en sí
mismo, como ser humano, tiene su propia capacidad, bien de percibir el sentido, bien
de poder alcanzarlo.
90
-Sin embargo, cuando el sujeto se sitúa ante un otro sujeto, entonces la condición
descrita anteriormente asume dimensiones peculiares. No es él el que puede "usar" el
fin a su capricho; éste no es ya un valor o un objeto en sus manos, sino que es más bien,
como él, una persona, un sujeto libre.
Entran aquí casi en conflicto dos libertades, que pueden ponerse de acuerdo sólo en la
medida en que uno se siente amado hasta tal punto que no percibe ninguna forma de
violencia en el momento mismo en que renuncia a algo de sí para poder aceptar al otro.
Este acto, que se despierta en el sujeto por obra de una experiencia original que permite
la percepción de un amor gratuito y desinteresado, es el primero que permite una
"focalización" real del otro. En otras palabras, la capacidad de creer, en cuanto
posibilidad de entregarse a sí mismo a un ideal, está puesta ya en la estructura
ontológica del sujeto, en cuanto que percibe el sentido y lo asume como finalidad; pero
para que pueda ver la revelación como significativa para él es necesario que parta de la
revelación el primer acto (l Potentia oboedientialis) que despierte en el sujeto la
capacidad de saber captar toda la evidencia de aquel acontecimiento.
Este acto, antes de ser un acto meramente intelectivo que capte la verdad del hecho, es
un acto personal, esto es, propio de la unidad del sujeto, que en una totalidad,
atemáticamente, intuye, y por tanto sabe, que es amado, viendo en esa forma la
expresión suprema que le garantiza la plenitud de sí mismo.
Así pues, para conocer al "verdadero Dios" es necesario tener aquella inteligencia
(diánoia, que es traducida por la Vulgata con sensum), que sólo el Hijo puede
comunicar y que comunicó históricamente con el misterio pascual de su muerte. Pero
en este caso "inteligencia" tiene que tomarse necesariamente en sentido bíblico; no es
ante todo una actividad intelectual, sino más bien adhesión total de sí mismo al
misterio, lo cual afecta simultáneamente al entendimiento y a la voluntad, al corazón y
al alma.
El que cree no puede permitirse repetir como en Macbeth: "The life is just a shadow".
La vida no es una sombra ni una teoría, porque delante de ella cada uno percibe que
mea res agitur: entra en juego algo que es muy mío. Pues bien, precisamente ante el
acontecimiento de la revelación, "la vida se ha manifestado" (Jua_1:2), se descubre que
no hemos sido proyectados hacia una teórica vida eterna más allá de la muerte; más
bien nos vemos comprometidos a dar significado a esta existencia histórica personal.
La Iglesia puede ser igualmente creíble, dentro de la fidelidad a Jesús, a pesar de las
contradicciones humanas y evidentes de la misma, en su anuncio permanente a los
hombres de todo el mundo.
En Jesús de Nazaret cada uno de los seres humanos puede descubrir aquel último
sentido y significado que la vida puede tener más allá de su propia contradicción. Esto
es posible porque la revelación sale aquí al encuentro del hombre a la luz del amor. El
amor que se revela no es un amor cualquiera, sino el que alcanza primero a cada uno en
el misterio más profundo y personal, el único que merece este nombre de amor (Un
4,10-19).
En esta perspectiva, incluso las dificultades más serias sobre una teoría y praxis de la fe
pueden superarse cuando se las recupera en aquella unidad fundamental que es el acto
personal con el que nos encontramos con Dios y nos decidimos a seguirlo para siempre.
En el amor no existe ya ni miedo ni temor (Un 4,18); cada uno sabe entonces que es
profundamente libre, ya que queda inserto en una relación más grande que, más allá de
las simples categorías personales, introduce en la llamada a la vida trinitaria.
Por consiguiente, sólo el amor sigue en pie como la última palabra que sabe hacer
creíble la revelación, ya que sólo en él encuentra el sujeto, de forma totalmente
evidente, el equilibrio de su misterio. Efectivamente, sólo en el amor el hombre
reconoce que es amado, y sólo amando está en disposición de saber y comprender a
quién está amando. Sólo en el amor puede tener certeza de su libertad en quererse dar y
ofrecerse a sí mismo, ya que sólo en él se hace cristalina toda acción, comprendiéndose
y viviéndose al mismo tiempo como una realidad que le pertenece y que, sin embargo,
lo supera.
BIBL.: AA.VV., La caritá, Bolonia 1988; ALFARO J., Fides in terminología biblica, en
"Gregorianum" 42 (1961) 463-505; ID, Cristología y antropología, Madrid 1973; ID,
Fides, Spes, Caritas, Roma 1968; ID, Revelación cristiana, fe y teología, Salamanca
1985; AuBERT R., El acto de la fe, Barcelona 1965; BALTHASAR H. U. von, Sólo el
amores digno defe, Salamanca 1988; ID, Gloria. Una estética teológica I, La percepción
de la forma, Madrid 1985; ID, Gloria. Una estética teológica VII. Nuevo Testamento,
Madrid 1989; ID, Fides Christi, en Ensayos teológicos II, Sponsa Verbi, Madrid 1965,
57-96; ID, El misterio pascual, en Mysterium Salutis III, Madrid 19802, 666-814; ID,
Teodrammatica 111, Le persone del drama, Milán 1983; ID, Teodrammatica IV, L
ázione, Milán 1986; BISER E., Glaubensverstdndnis, Friburgo 1975; ID,
Glaubenswende, Friburgo 1987; BGUILLARD H. Lógica de la fe, Madrid 1966;
BROGLIE G. de, Los signos de credibilidad de la revelación, Andorra 1965; CÁSALE U.,
92
L ávventura dellafede, Turín 1988; DUNAS N., Conocimiento de la fe, Barcelona 1965;
EBELING G., Was heisst Glauben? Tubinga 1959; FISICHELLA R., Hans Urs von
Balthasar. Amore e credibilitd cristiana, Roma 1981; ID, La revelación: evento y
credibilidad, Salamanca 1989; ID, Gesú Rivelatore, Casale Monferrato 1988; FRIES H.,
Teologíafundamental, Barcelona 1987 GARDERA., La crédibilité et 1 ápologétique,
París 1912; ID. Crédibilité, en DThC, París 1938, 2001-2310; GuARDINI R., Wunder
und Zeiehen, Würzburgo 1959; HARENT S., Foi, en DThC VI/ 1, París 1924, 55w514;
HOCEDEz E., Histoire de la théolo-gie au XIX siéele I-III, París 1947; KASPER W.,
Introducción a la fe, Salamanca 1976; KERN W. y KNAUER P. Zur Frage der
Glaubwürdigkeit der christlichen Offenbarung, en "ZKTh" 93 (1971) 418-442; KUNz E.,
Glaubwürdigkeitserkenntnis und Glaube, en HFTh IV, 414-449; R., Teología de la
revelación, Salamanca 19891; ID, Cristo y la Iglesia, signos de salvación, Salamanca
1971; ID, A Jesús el Cristo por los evangelios, Salamanca 1982; ID El hombre y sus
problemas a la luz de Cristo, Salamanca 1984; METz J.B., La fe en la historia y la
sociedad, Madrid 1982; MOUROUK J., Creo en ti, Barcelona 1964; NEUER P. Der
Glaube als subjektives Prinzip der theologischen Erkenntnis, en HFTh IV Friburgo
1988 51-67; Plé-NINOT S., Tratado de teología fundamental, Salamanca 1989;
PIEPERJ., Lafe, Madrid 1971; RAHNERK., Oyente de ¡apalabra, Barcelona 1967; ID,
Curso fundamental sobre la fe, Barcelona 19843; ID, fl problema umano del senso di
fronte al mistero assoluto di Dio, en Dio e Rivelazione. Nuovi Saggi VII Roma 1981,133-
154; ID, Che significa oggi credere in Gesú Cristo?, en ib, 211-230; RÁTZINGER J.,
Introducción al cristianismo, Salamanca 1976 ID, Teoría de los principios teológicos,
Barcelona 1985; ROUSSELOT P., Los ojos de la fe I-II, Barcelona 1987-1988 RuGGERI
G., La compagnia della fede, Milán 1980; SÁNCHEZ CHAMOSO R. Los fundamentos
de nuestra fe, Salamanca 1981; SCHILLEBEECKX E., Interpretación de lafe, Salamanca
1973; TRDTsCHJ., Lafe, en Mysterium Salutis 1, Madrid.1974z, 887-985.
CRISTIANOS ANÓNIMOS
Es ésta una experiencia de Rahner para designar a aquellos que viven en la gracia de
Cristo, aun cuando (sin culpa por su parte) no saben de Cristo como salvador, no están
bautizados y no pertenecen a la comunidad cristiana (ver LG 16; GS 22).
93
aunque la gracia sea universal, es / sobre natural y gratuita. Es libre y amorosamente
ofrecida a todos los seres humanos, con vistas a esa visión final de Dios que trasciende
sus fuerzas y facultades "naturales". Tercero, en el orden presente, la gracia no es una
oferta meramente "externa", sino que, desde el principio, es una autocomunicación
divina que realmente configura nuestra común condición humana. Aquí Rahner habla
del existencial sobrenatural otorgado junto con nuestra naturaleza.
No obstante, Rahner ofrece una aproximación válida a una cuestión que ha preocupado
a pensadores cristianos desde la época de padres tan antiguos como Ireneo, Justino y
Clemente de Alejandría. Dada la voluntad divina de salvar a todos a través de Cristo,
¿cómo podemos entender e interpretar la situación de aquellos no cristianos que, al
menos implícitamente, creen en Dios y aceptan su vocación sobrenatural? Algunos
críticos afirman que con ello Rahner elimina la motivación de la labor misionera. La
verdad, sin embargo, es que su tesis de los "cristianos anónimos" indica cómo el
evangelio habla y llama a la expresión plena de una realidad escondida de gracia que
está presente, al menos imperfectamente, en cada vida humana (ver AG 19; LG 17).
BIBL.: RAHNER K., Los cristianos anónimos, en Escritos de teología VI, Taurus,
Madrid 1969, 535-544; WEGER K.-H., Karl Rahner. Introducción a su pensamiento
teológico, Herder, Barcelona 1981.
G. O'Collins
94
CRISTOLOGÍA
SUMARIO:
I. Fundamental (R. Fisichella);
II. Filosófica (X. Tilliette);
III. Títulos cristológicos (R. Fisichella);
IV. Cristologías (J. Galot);
V. Cristología en perspectiva (A. Amato).
I. Fundamental
El fundamento y el núcleo de toda teología es la profesión de fe "Jesús es el Señor"
(Rom_10:9; Flp_2:11). A partir de este cristocentrismo como principio epistemológico
del saber creyente emprendió su camino la reflexión de la comunidad cristiana,
transmitida ininterrumpidamente a la conciencia crítica del creyente de nuestros días.
En cuanto reflexión, explicación y comunicación del núcleo de la fe, hay que considerar
la cristología como el eje en torno al cual gira toda la rueda de la investigación
teológica. Así fue desde el principio cuando, a través de las fórmulas homológicas,
nominales y verbales, la comunidad expresaba en el kerigma y en la liturgia el misterio
de Jesús de Nazaret, tanto en su relación con el Padre y con las antiguas promesas
(Mat_16:16 : "Tú eres el mesías, el Hijo del Dios vivo', como en la explicitación de los
95
acontecimientos significativos de su vida (Rom_5:9 : "Dios mostró su amor para con
nosotros en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros' ; Rom_10:9 : "Dios
lo resucitó de entre los muertos'.
La teología de los padres, bajo la influencia de las diferentes instancias con que se iba
encontrando la fe, desde la dimensión filosófica hasta la más directamente política,
llegó a las grandes síntesis cristológicas, que tuvieron en las formulaciones dogmáticas
de los diversos concilios su expresión más elevada y normativa.
Además, los grandes maestros de la Edad Media dejan ya vislumbrar las relaciones que
llegan a establecerse entre la cristología y el misterio de la vida cristiana: el pecado del
hombre (l Anselmo), los sacramentos (Abelardo), la economía salvífica (/Tomás). La
teología posterior se dejará llevar por los divergos juegos de interpretación dictados por
las "escuelas" de Molina y de Suárez, hasta condensarse en los manuales, que
mantuvieron el producto de la reflexión cristológica sustancialmente sin cambios hasta
el Vaticano II.
En efecto, precisamente el Vaticano II, sobre todo con la l Dei verbum, constituye un
punto de partida para la renovación de la cristología. La presentación de la revelación
en la historicidad de Jesús de Nazaret ha permitido descubrir de nuevo algunos datos
que la acentuación metafísica de los manuales había dejado en el olvido.
Esta inversión, tanto más visible cuanto más se comparan los textos actuales de
cristología con los manuales de cristología del período preconciliar, ha planteado, sin
embargo, teológicamente el problema de una cristología que, por la variedad de sus
instrumentos metodológicos y por la complejidad de los temas que se agrupan, requiere
un procedimiento interdisciplinar con vistas a una lectura sistemática del contenido.
Se puede, ciertamente, señalar como uno de los puntos más positivos de la teología del
Vaticano 11 la conciencia de la sistematicidad y la interdisciplinariedad para el estudio
de la cristología.
Así pues, Jesús de Nazaret constituye aquel centro unitario indisoluble que, por una
parte, hace conocer a la fe como presente en su persona la definitividad de la palabra de
Dios dirigida a los hombres y, por otra parte, hace comprender a la teología hasta qué
punto es inconcebible una separación entre la investigación sobre la historicidad del
96
hecho Jesús y la especulación teológica peculiar que afirma en él la presencia de la
salvación, es decir, del sentido último de la existencia.
Mientras que el saber sistemático permite la organización de los datos con vistas a la
unidad del contenido, la interdisciplinariedad, por su parte, facilita esos momentos
concretos en los que, con unas metodologías y unos horizontes de estudio diferentes, se
busca y se analiza ese mismo contenido a través de perspectivas más específicas.
Aunque todas las disciplinas tienen que hacer referencia de forma normativa a la
Escritura (y en nuestro caso de manera privilegiada a los evangelios) para que la
búsqueda pueda ordenarse a una mayor inteligencia del dato revelado, cada una de
ellas descubrirá igualmente métodos y finalidades peculiares que permitirán hacer
decir a aquel único texto la verdad que posee ya en sí. En este caso estamos ante el
respeto a un doble elemento: el texto, que ha de ser normativo para poder expresarse
en su verdad, y el teólogo-exegeta que, actualizando el dato, desarrolla su papel creativo
respecto al mismo texto.
La teología bíblica tendrá delante de sí una perspectiva ligada sobre todo a las
exigencias de su objetivo exegético y hermenéutico. A través del análisis de las diversas
capas de la Traditionsgeschichte intentará establecer el nivel básico del texto escrito
hasta alcanzar a Jesús de Nazaret. Se buscará entonces obtener resultados que
muestren el sentido genuino de la Escritura, pero que en la globalidad de la
importancia sincrónica y diacrónica de los lenguajes puedan verse ya como una
exégesis completa a la luz del sensus plenior (DV 12), que es el único capaz de dar a esa
exégesis la fuerza propulsora que permita reconocer el carácter específico del texto-
Escritura.
Así pues, la persona de Cristo será estudiada a la luz de la salvación; será como el
arquetipo que se ofrece a cada uno y como la imagen a la que tender para una
realización coherente de sí mismo en la concreción de la praxis cotidiana.
Así pues, la resurrección en esta presentación tendrá que revestir aquellos caracteres de
unicidad que invita a una correspondiente respuesta de fe y de acontecimiento
escatológico que deja ya vislumbrar la anticipación de la creación nueva impulsada
hacia el cumplimiento futuro definitivo. En esta parte de la investigación, la imagen en
la que hay que inspirarse es la de Juan, el apóstol que ama y que, una vez llegado al
sepulcro, no entra, sino que espera a Pedro, para entrar luego él, y entonces "vio y
creyó" (Jua_20:8).
99
Sin embargo, la teología fundamental, consciente de que la Iglesia pertenece a la
revelación como su momento determinante y como consecuencia suya, buscará aquella
conexión que fundamenta el origen de la Iglesia, su vida y su misión en la. palabra
histórica de Jesús de Nazaret, y más específicamente en aquel proyecto de Jesús que
veía en su persona el establecimiento definitivo del reino de Dios.
Establecer las razones del sentido de la cristología equivale a fijar las premisas para que
se justifique el trabajo teológico; pero significa igualmente considerar la sensatez de la
pregunta misma, particularmente cuando su contenido se sitúa como normativo y
universal. Así pues, si en la respuesta no se quiere caer en el doble peligro de un exceso
de metafísica o de un cierto historicismo, será necesario que el sentido que surge de la
fe tenga un relieve especial para el contexto histórico en que se pone.
Así pues, para comprender qué es la cristología hay que llegar a la teología, para que el
misterio siga siendo el de las tres hipóstasis, una sola de las cuales se hizo pronunciable
mediante la encarnación en la realidad intramundana. Se realiza, por tanto, ya
teológicamente, aquella lectura paulina que ve la entrega total del Hijo al Padre:
"Entonces también el Hijo se someterá al Padre que le sometió todo a él, para que Dios
sea todo en todas las cosas" (1Co_15:28).
En una palabra, es la unidad del dato histórico y de la reflexión de fe lo que hay que
encontrar en la teología fundamental para que se conforme con su identidad y con su
método: obligada apologéticamente por la historia, pero dogmáticamente coherente
con la fe.
BIBL.: AA. VV., Il problema cristologico oggi, Asís 1973; AMATD A., Gesú il Signore,
Bolonia 1988;. BORDONI M., Gesú di Nazareth Signore e Cristo I, Introduzione alta
cristologia, Roma 1985; HM VV, cc. VI-XI, 122-265; LEHMANN K., Über das
Verhliltnis der Exegese als historisch-krítischer Wissenschtft zum dogmatischen
Verstehen, en Jesus und der Menschensohn, Friburgo 1975; LATOURELLE R.,
Teología de la revelación, Salamanca 19825; ID, A Jesús el Cristo por los evangelios,
Salamanca 19897; LATOURELLE R. y O'COLLINs G., Problemas y perspectivas de
teologíofundamental, Salamanca.1982 (parte III: "Aproximaciones cristológicas");
RAHNBR K., Problemi della cristologia oggi, en Saggi di cristologia e mariologia, Roma
1967, 3-91.
R. Fisichella
II. Filosófica
El término de cristología filosófica, calcado sobre el de teología filosófica, hace ya
algunos decenios que se ha aclimatado para designar de manera global al "Cristo de los
filósofos". Encuentra los mismos apoyos, pero también las mismas reticencias que la
filosofía cristiana, sin la cual, por lo demás, resulta inconcebible. No obstante, mientras
que la filosofía cristiana tiene que justificar sobre todo su cualidad de filosofía, la
cristología filosófica, que invierte el sintagma, tiene que demostrar su autenticidad
cristológica. Para muchos, el Cristo visto por los filósofos no puede ser más que una
imagen vana, un "sueño", como decía Baader. La disensión, latente o explosiva, entre el
cristianismo y las filosofías se agrava más aún cuando se hace intervenir a Cristo en
persona: el Cristo de la fe queda desfigurado en el Cristo de la filosofía. En este punto,
por otra parte, no está trazada la línea. de demarcación entre creyentes y no creyentes;
lo mismo que para la filosofía cristiana, hay partidarios y adversarios por ambas partes.
Si se entendiese por cristología filosófica una doctrina especulativa autónoma que tiene
101
a Cristo por autor, entonces habría que darle la razón a la tendencia hostil. Cristo no es
un escritor filosófico, como señalan, entre otros, Blondel y Nédoncelle; y al revés, si se
pretende alcanzarle como un objeto metafísico en la singularidad de su ser, entonces el
error sería total. La filosofía no tiene ese contacto directo con la persona y la vida de
Jesús, ni puede sustituir a la oración y a la fe. Pero no se trata de eso. Sería violentar las
palabras interpretar la cristología filosófica, bien a través de la doctrina, bien a través
de la existencia, como una confiscación de Cristo por la filosofía.
Sin embargo, tiene que haber un acceso filosófico a Jesucristo. La filosofía y los
filósofos no pueden quedar excluidos de la pregunta de la que toda vida depende: Y tú,
¿qué piensas de Cristo? Es lo que examina de forma impresionante Reinhold Schneider
en un opúsculo que apareció al final de la última guerra, estremecido aún por el horror
de la catástrofe. Nadie se libra de la pregunta de Cesarea: ¿Quién decís que soy yo?
Pues bien, a pesar de lo que muchos se imaginan, los filósofos no han sido avaros en
respuestas. Ningún gran filósofo de la epopeya moderna ha soslayado la cuestión de
Cristo, ha eludido la presencia de Cristo. Habría que extrañarse más bien de que los
historiadores y los críticos, excepto en los últimos decenios, se hubieran dado tan poca
cuenta de ello y no hubieran creído oportuno dedicarle su atención. En el caso flagrante
de Kant, por ejemplo, y hasta en el de Hegel, la alusión a este hecho es superficial, como
si se tratara de un punto marginal. Desde este punto de vista, el precioso librito de
Henri Gouhier Bergson et le Christ des Évangiles marca una fecha. Pero al considerar el
lugar que Cristo ocupa en el pensamiento de los filósofos (partiendo de algunas
muestras escogidas: Bergson, Spinoza, Rousseau), Gouhier no creía que se pudieran
superar las cristologias filosóficas empíricas; cada vez el filósofo forja su imagen de
Cristo, y la cristología filosófica equivale a una galería de retratos.
Sin embargo, hay que ir más allá de una sucesión de monografías, por muy útil que ésta
sea, y de un estudio comparativo. La diversidad misma de las cristologías -más o menos
desarrolladas- inherentes a los sistemas engendra el problema de la unidad, que
procede del modelo tanto como de la tradición. Igualmente, la unidad subyacente a la
filosofía en general, y a cada disciplina filosófica en particular, se debe a la naturaleza
de las cosas y a la relación vital de la filosofía con su historia. Por eso los esbozos de
cristología filosófica que ofrece la época moderna están ligados entre sí por el simple
hecho de las afinidades filosóficas. Por eso se observa una mayor o menor insistencia en
el l Jesús de la historia o en el Cristo de la fe, según la incidencia más crítica o más
sistemática de los filósofos en cuestión. Un punto de partida crítico o histórico, como en
Kant, Fichte, Bergson, pone el acento en Jesús, maestro de moral, revelador, místico...,
aunque no se pierdan de vista los desarrollos dogmáticos que siempre suponen la base
firme de su aparición histórica. Al contrario, las grandes filosofías especulativas de la
religión tienden a minimizar -sin eliminarla- la contingencia histórica y a integrar sobre
todo el desarrollo dogmático. En definitiva, se tendría, por un lado, un Cristo sin
cristología y, por otro, una cristología sin Cristo. Porque el problema continuamente
planteado en toda cristología que quiera presentarse como filosófica no es
sensiblemente distinto del de la teología, que se mueve entre el docetismo y el
arrianismo; es también la dicotomía que se ha querido establecer entre el Jesús de la
historia y el Cristo de la fe. Pero como para el filósofo -y, por otra parte, en la realidad-
el Jesús de la historia es el Cristo de la fe, el contraste se establece más bien entre el
Cristo de la historia y el Cristo de la idea o de la especulación; de ahí el doble punto de
partida que acabamos de mencionar.
Pues bien, se trata por ambas partes de franquear el "terrible foso" de Lessing, que la fe
atraviesa de un solo salto, entre el testimonio contingente de la historia y la verdad
universal de la razón especulativa. Los filósofos no tratan, propiamente hablando, del
"problema de Jesús", pero también ellos tienen sus preferencias por una cristología
102
ascendente o por una cristología descendente: Spinoza parte de Jesús "filósofo por
excelencia", cuyo espíritu se comunicaba directamente con Dios; Fichte se fija en su
genio religioso, en el prodigioso precursor de la Doctrina de la ciencia; Bergson ve en
Jesús al supermístico y al orador del sermón de la montaña; Malebranche, por su parte,
escucha al Verbo interior, razón universal, y el joven Schelling confiesa ingenuamente
que sólo importa la persona "simbólica" y no ese hombre cualquiera, bastante
ordinario, transparente, el predicador esenio (más tarde cambiará de opinión), y Hegel
levanta una majestuosa estaurología (es decir, la negatividad como palanca universal),
en la que el hic et nunc insoslayable de Jesús de Nazaret se resuelve en índice y
momento histórico... Tanto en un sentido como en el otro, la dificultad concierne al
enlace o a la transición de una visión a otra, a no ser que se desee mantener la
separación, como hacen, por ejemplo, Feuerbach y D.F. Strauss. Kant deja abierta la
cuestión del origen divino del modelo, pero no excluye que el maestro del evangelio,
como aparición fenomenal, se configure perfectamente como el arquetipo noumenal;
afirmar algo más sería superar los límites. Fichte muestra a un Jesús dominado y
poseído por la idea de ser el único, de tal manera que lo metafísico era para él lo
histórico; esto no es suficiente para la ortodoxia, pero es más de lo que sabe la Doctrina
de la ciencia. Inversamente, Schelling, ya mayor, atribuye a su Cristo, rico en
metamorfosis, una historia totalmente dogmática. Hegel se niega a disociar la más alta
especulación y el espíritu de la comunidad de la aparición sensible una vez por todas
(tal es el "punto débil" de toda cristología especulativa).
En contra de lo que pudiera pensarse, la mayor parte de las filosofías que dejan sitio a
Cristo y a la cristología en sus edificios de pensamiento son intentos meritorios de
reconocer la encarnación y la kénosis. El resorte de la Idea Christi que rige los sistemas
de cuño idealista no impide la confrontación con la historia y la contingencia, como
podrían mostrar varios ejemplos, desde Hegel y Schelling hasta sus numerosos
epígonos. Pero lo cierto es que Cristo, en cuanto huésped de ese "palacio de ideas",
sufre su influencia y es convocado no sólo a ocupar allí un lugar, sino a desempeñar una
función; la cristología filosófica resultante no ayuda más que accesoriamente a la
inteligencia de Cristo y ejerce su función sobre todo para los fines de la filosofía. Su
destino es patente en la obra colosal de Hegel, en donde Cristo es "recrucificado"; más
sutilmente aparece ese destino en la filosofía positiva de Schelling, en donde asume los
trabajos hercúleos de la potencia media, para volver a caer momentáneamente en una
latencia misteriosa durante el tiempo de la Iglesia y los trabajos de extirpación del mal
atribuidos paradójicamente a Satanás. Pero algunas filosofías menos abiertamente
cristológicas verifican igualmente que Cristo -extrapolando una frase de Novalis- es "la
clave del mundo"; así Spinoza, que asigna a Cristo y a su Espíritu el conocimiento
perfecto, insuperable, del que él mismo no posee todo el goce; así Fichte, para el que
Cristo, exultante de vida joánica, realiza de forma insuperable la Doctrina de la ciencia,
ya que en él, lo mismo que en ella, están la vida y la luz de los hombres. Incluso
Bergson, tan discreto, atribuye al Cristo de los evangelios la capacidad inaudita de
modificar el impulso vital y lanzar así una nueva creación, ética y espiritual.
2. TRIPLE TIPOLOGÍA.
Aunque alabando su buena intención, no es posible dejar de lanzar contra las
cristologías filosóficas en su conjunto el reproche de policristia que J.A. Moehler
reservaba a los herejes. Sin embargo, si tomamos todas esas cristologías en su
intención, como aproximaciones y caminos de acercamiento, trazan procesos
constantes y homogéneos y obedecen a una tipología que puede sumariamente
reducirse a tres tipos.
En un pasaje célebre, san Agustín había trazado una línea de demarcación entre el
Logos familiar a la filosofía pagana y el Verbo encarnado, que no puede encontrarse en
Platón y sus herederos. El pujante impulso de la filosofía cristiana ha desmentido,
como era de prever, la observación entonces exacta de Agustín; y ni siquiera la
emancipación de la filosofía ha detenido las repercusiones de la fe cristológica en la
razón autónoma. No parece aberrante aquella atrevida proposición, enunciada
pensando en Teilhard de Chardin: "El Dios de los filósofos es, en cuanto Cristo de los
teólogos, el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob". Frase bastante sibilina, pero de la
104
que se puede deducir que Cristo ocupa ahora el lugar del Dios de los filósofos y que la
cristología filosófica sustituye a la teología filosófica. Todavía es preciso, sin embargo,
sensibilizar más a los hermanos enemigos, filósofos y teólogos.
El esboza tan incisivo de Rahner, que no hemos podido presentar aquí más que de una
forma muy sucinta, muestra la interacción de la cristología y de la antropología en
beneficio de la cristología. No hay nada que prohíba conceder el mismo valor al proceso
inverso, o sea, en provecho de la antropología.
BIBL.: AANV., II Cristo deiftlosofi, MorceIliana, Brescia 1976; AANV., Pour une
philosophie chrétienne. Le Sycomore, Lethielleux, Namur-París 1983; BoucssE H. y
LATOUR J.J., Problémes actuels de christologie, Desclée de Brouwer, París 1965; Barro
E., La christologie de Hegel. Verbum Crucis, Beauchesne, París 1983; GOUHIER H.,
Bergson el le Christ des Évangiles, París 961; LATOURELLE R. y O'COLUNs G.,
Problemas y perspectivas de leologia fundamental, Salamanca 1982; LEGAUT M.,
Pasado y... ¿porvenir? del cristianismo, Estella 1972; MATHERON A., Le Christ el le
salut des ignorants chez Spinoza, Aubier, París 1971; Mouloux J.; El misterio del
tiempo, Barcelona 1986; PRóPPER T., Der Jesus der Philosophen und der Jesus des
Glaubens. Ein theologisches Gesprlich, Mathias-Grünewald, Mayence 1975; RAHNER
K., Curso fundamental sobre la fe. Introducción al concepto de cristianismo, Barcelona
19843; SCHNEIDER R., Die Heimkehr des deutschen Geistes. Über das Bild Christi in
der deutschen Philosophie des 19. Jahrhunderts, Hans Bühler Jr., Baden-Baden 1946;
TILLIETTE X., La christologie idéaliste, Desclée, París 1986; ID, Filosofa davanti a
Cristo, Queriniana, Brescia 1989; ID, Spinoza davant le Christ, en "Grego= rianum"
58/2 (1977) 221-237.
X. Tilliette
La primera obra "monográfica" que conocemos se remonta a fray Luis de León (1528-
1591), que en 1583 publica De los nombres de Cristo. Lo sorprendente es que este libro
se escribe con la intención de evitar un grave peligro para el pueblo, tras la prohibición
de publicar la Sagrada Escritura en lengua vulgar.
Así pues, para no dejar al pueblo en la ignorancia sobre la verdad cristiana, con la
consecuencia de un alejamiento de la práctica creyente (pp. 4-5), fray Luis de León
recoge en su obra diez títulos principales con la intención de ofrecer a los simples
creyentes un instrumento catequético: "Vienen a ser casi innumerables los nombres
que la Escritura divina da a Cristo... Pero de aquestos muchos escogí sólo diez como
más sustanciales, porque los demás todos se reducen o pueden reducir a éstos" (p.
406). El desarrollo de la obra es cautivador: tres jóvenes monjes agustinos, Sabino,
Marcelo y Juliano, huyen del calor de Salamanca y encuentran refugio en el campo.
Aquí comienzan a discutir sobre los nombres atribuidos a Jesús: "pimpollo", "faces de
Dios", "camino", "pastor", "monte", "príncipe de la paz y rey de Dios", "esposo",
"amado", Jesús" y "cordero". A partir de la brevedad del nombre se desarrolla una
demostración que intenta mostrar el significado del mismo e imprimir en la mente del
lector la verdad de fe que en él se encierra.
La finalidad de esta metodología era demostrar lo infundado de las tesis que sostenían
la contradictoriedad y la contraposición entre la investigación histórica sobre la vida de
Jesús y su imagen dogmática. En efecto, lo que se presentaba estaba lejos de poder
considerarse como una defensa de la historicidad de Jesús de Nazaret. Lo que
conseguían los títulos, aparte de una evidente funcionalidad externa al tema en
cuestión, que de este modo se distanciaba cada vez más de su contexto histórico, era la
presentación de un Cristo que tenía todas las características de excepcionalidad, tanto
en su humanidad como en su historicidad.
Así pues, la imagen que se sacaba estaba muy lejos de la perspectiva evangélica y de la
realidad histórica que se intentaba defender.
Volviendo hacia atrás respecto a los tratados precedentes (pensemos sólo, a título de
ejemplo, en el primer tratado apologético, el de Hook, Religionis naturalis et revelatae
principia [finales del siglo XVIII], lib. II, par. I, art. 1, que como prueba de la divinidad
aducía sólo el mesianismo de Jesús y su autoridad en su predicación y en su realización
de milagros), la teología manualista había reducido todo el contenido cristológico a la
demostración de los títulos solamente.
2. PROPUESTA SISTEMÁTICA.
Una propuesta sobre la utilización de los títulos cristológicos que aquí se presenta
pretende exponerlos como base para un doble objetivo:
1) Dentro de una lectura global de la revelación, los títulos pueden considerarse como
un vehículo mediante el cual es posible alcanzar la conciencia de Jesús que expresa el
misterio de su existencia y el proyecto de su misión salvífica.
107
L. Sabourin, en un apéndice a su obra Les noms et les titres de Jésus (trad. esp.: Los
nombres y títulos de Jesús, Salamanca 1965), recoge una lista de 187 títulos, que es
posible constatar ya a finales del silo vil y que están presentes con distinto significado
en el NT.
Por lo que a nosotros nos interesa, creemos que es posible distinguir tres niveles que
podrían constituir como el contexto ambiental más significativo para la colocación y la
comprensión de los títulos:
1) Títulos que manifiestan la conciencia popular de los contemporáneos de Jesús. El
punto de referencia es particularmente el mundo veterotestamentario. Estos títulos
(como "profeta", "hijo de David', fueron cayendo en desuso en la comunidad
postpascual, ya que no expresaban con claridad todo el misterio que se había revelado.
2) Títulos que se remontan al mismo Jesús, que explicitó de ese modo la comprensión
que tenía de sí mismo (p.ej., "hijo del hombre"). La comunidad no pudo menos de
mantener estas expresiones por estar ligadas a la enseñanza más genuina del maestro.
Es fácil verificar la opinión común entre los individuos y en los grupos de personas que
se refieren a Jesús con el título de profeta: Felipe se lo comunica a Natanael (Jua_1:45);
Simón el fariseo lo piensa, pero con dudas (Luc_7:39); el ciego de nacimiento lo
108
atestiguó ante los jueces que le interrogan (Jua_9:17); la samaritana lo profesa en
público (Jua_4:19), mientras que los soldados lo utilizan para burlarse de él (Mt 26
28); para la gente se trata de un título que los mueve a la alegría y a la alabanza
(Mat_21:11; Luc_7:16).
Estas reacciones tienen una base histórica de tal envergadura que nos permiten
concluir que uno de los primeros datos expresados por la cristología prepascual era el
que leía e interpretaba a Jesús de Nazaret como profeta que se insertaba en la larga
serie de figuras proféticas de Israel (Mat_21:45; Jua_1:21; Jua_7:40; Luc_24:19).
¿Cómo puede explicarse la aplicación a Jesús de este título? No creemos posible hacerlo
remontar al mismo Jesús. Los evangelios presentan sólo dos textos explícitos
(Mat_13:57; Luc_13:33), donde directamente el mismo Jesús habla de sí como profeta.
Pero el contexto sigue siendo el de la pasión y muerte violenta que empieza a perfilarse
en el horizonte de Jesús. Estamos, pues, en presencia de una figura explicativa para
manifestar el rechazo por parte del pueblo y el destino de una muerte violenta como
destino común de los profetas, más bien que de una identificación de Jesús con los
mismos profetas.
Jesús realizó además gestos que guardan una relación muy clara con los numerosísimos
hechos que efectuaban los profetas como signos explicativos de revelación; pensemos,
en este sentido, en el valor simbólico de algunos milagros (Jua_6:1-66; Jua_9:41;
Jua_11:1-44), pero más directamente en la purificación del templo (Mat_21:1216), con
la consiguiente expulsión de los mercaderes; en el gesto de maldición de la higuera,
relacionado con la incredulidad del pueblo (Mat_21:1822), o en el acto de escribir en el
suelo antes de emitir un juicio de perdón y de salvación sobre la adúltera (Jua_8:1-11).
Otra expresión de actitud profética puede verse en las diversas visiones que tenía Jesús.
Su contenido se manifiesta unas veces con referencia al corazón de los hombres, por lo
que nadie podía ocultarle nada (Mat_12:25; Luc_9:47), y otras veces en la constatación
"plástica" de la llegada de su reino de salvación, con el consiguiente retroceso del reino
de Satanás (Luc_18:18).
109
Hay que considerar, finalmente, como elementos proféticos los diversos anuncios de
pasión, con la consiguiente promesa de glorificación (Mar_8:31; Mar_9:31;
Mar_10:33). Aun teniendo en cuenta los diversos grados de historicidad que revisten
las tres redacciones, estamos de todas formas en presencia de un dato histórico
indiscutible: la conciencia plena de Jesús de tener ante sí el destino de una muerte
violenta, típica de los profetas, y la voluntad de imprimir a este acontecimiento un
significado personal que sirviera para dar cumplimiento y sentido último a su misión.
Así pues, la fuentes neotestamentarias permiten verificar un dato común, aunque con
acentos teológicos diferentes: el de la consideración de Jesús como un profeta en virtud
de su comportamiento. De todos modos, si a partir de este dato histórico puede
hablarse de una cristologíaprofética, es necesario añadir que se lave como una forma
primitiva que permite valorar la reacción inmediata de la gente ante Jesús.
Efectivamente, ya una dinámica interna de los textos permite ver que las fuentes
neotestamentarias no se contentan con referir sólo esta dimensión. La persona de Jesús
evocaba reflexiones y actitudes que obligaban a ver en él a "uno que es más que..."
(Mat_12:41; Mat_12:42; Mat_12:16). Así pues, sólo analógicamente se le podía atribuir
el título de profeta; la autoridad con que hablaba y la conciencia que revelaba de su
relación con Dios podían hacer destacar en este título más la desemejanza que la
semejanza con la realidad (l Profecía).
El uso que se encuentra en la tradición sinóptica refleja con toda probabilidad una
mentalidad todavía precristiana, que veía en este título una vinculación con la realeza
del mesías y el establecimiento de su reino. Estamos, pues, en plena comprensión de un
mesianismo políticoreal. Esto hace comprender las reservas que pueden percibirse en
la actitud de Jesús ante este título .El loghion más expresivo en donde aparece es
Mat_22:41-46.
Hijo del hombre es una expresión anclada sólidamente sólo en las fuentes evangélicas.
Excepto tres casos (que, sin embargo, refieren citas del AT: Apo_1:13; Apo_14:15;
Heb_2:6), en las otras fuentes neotestamentarias aparece sólo en Heb_7:55; éste, por
otra parte, la utiliza personalmente en 82 ocasiones. Este hecho debe tener algún
motivo y pide una explicación.
Esta expresión lingüística, que expresa el hebreo por ben-adam y el arameo por bar
enash, se utiliza mucho en los escritos del AT. En el libro de Ezequiel se encuentra al
menos 53 veces el vocativo ben-adam para indicar la llamada del profeta. El significado
original está determinado por la posición del prefijo ben/bar; en efecto, puede señalar
la descendencia si va unido a un nombre propio, o la procedencia si precede a un
nombre geográfico. En este caso, ben adam/bar enash indica simplemente un
"hombre", un ser que pertenece a la raza humana.
111
Los estudios neotestamentarios sobre la designación del hijo del hombre pueden
agruparse al menos en tres categorías: 1) se sostiene que Jesús utilizó este título, pero
aplicándoselo a otra figura, no a sí mismo; 2) la comunidad primitiva inventó este título
para justificar el anuncio de la glorificación del siervo doliente; 3) Jesús creó
personalmente esta expresión para manifestar su identidad.
Un examen atento de los textos demuestra que esta tercera posición se presenta como
la más respetuosa de los datos evangélicos y la que consigue coordinar mejor los
diferentes indicios, haciéndoles converger hacia una solución.
El material evangélico sobre el hijo del hombre puede subdividirse en tres grupos, que
contienen: 1) loghia que se refieren a la actividad terrena de Jesús (p.ej., Mar_2:10); 2)
loghia con los temas de la pasión-muerteresurrección (p.ej., Mar_8:31); 3) loghia que
hablan de la gloria-parusía (Mar_13:26). Estos textos, si bien muestran su dependencia
de la figura de Dan 7, ponen ya de manifiesto al mismo tiempo grandes diferencias con
ésta. La primera y más impresionante, que crea una plena discontinuidad con el texto
veterotestamentario, es la que ve las características del sufrimiento, de la pasión y de la
muerte como constitutivas del hijo del hombre de los evangelios.
En efecto, esta característica proviene de otra imagen del AT que conviene exponer
brevemente, la del ebed Yhwh del Déutero-Isaías (l Mesianismo). Aunque el título de
"siervo" no se le aplica directamente a Jesús, su misión redentora es referida
ciertamente a esta figura para poder explicitarse.
Hemos visto anteriormente que Jesús fue acogido y aceptado por sus contemporáneos
ante todo como profeta. Más aún: una serie de textos demuestra que la imagen
preferida de la apelación profética era la que expresaba el Déutero-Isaías: relatos como
los del bautismo ( Mar_1:11, que cita a Isa_47:1) y los anuncios de la pasión
(Mar_10:33, que cita a Isa_53:12) remiten implícitamente a esta figura; hay además
otros textos que se refieren explícitamente al siervo doliente (p.ej., Mar_8:17 e
Isa_53:4; Luc_22:37 e Isa_53:12).
Estos cantos los tuvo, sin duda, presentes Jesús particularmente en el momento en que
se perfilaba el destino de una muerte violenta al estilo de la de los profetas. En efecto,
hemos de pensar que Jesús era plenamente consciente del hecho de que con su
comportamiento había suscitado escándalo (Luc_4:28; Luc_5:27-32) y reacciones
violentas en los dirigentes del pueblo (Mat_26:4; Mar_12:12); su solidaridad con los
pecadores y sus pretensiones mesiánicas le habían llevado ya a palpar de cerca la
muerte (Luc_4:29) y a ser casi lapidado (Jua_8:59; Jua_10:31-33; Jua_11:8). Un
realismo lúcido ante estos hechos, especialmente tras la muerte del Bautista y los
desórdenes que había causado en el templo (Mar_11:15), lo movieron a buscar y a dar
un significado más profundo del fin de su destino.
Esta originalidad típica de los evangelios (las fuentes extrabíblicas del libro de Henoc y
del IV de Esdras son del período judeo-cristiano, y por tanto posteriores) hay que
referirla al mismo Jesús. Una crítica completa, que parte de la textual y pasa por la
histórico-formal lleva a la conclusión de que en algunos casos (p.ej., Mar_3:28 con
Mat_12:31) se transformó bar-enaste, en sentido genérico de "hombre", en título
mesiánico con referencia a Daniel. Se comprueba además que 37 textos de 51 se dan en
doble forma: una fuente presenta el pronombre personal, mientras que la otra dice
"hijo del hombre". De aquí hay que concluir que la forma más antigua y original es la
del pronombre; así pues, el evangelista, al utilizar "hijo del hombre", lo utilizó a la luz
del título mesiánico. Hay, sin embargo, 13 casos que no pueden reducirse a otras
fuentes y que han llegado a los evangelios como forma originaria, arcaica y primitiva
(Mar_13:26; Mar_14:62; Mat_24:27; Mat_24:37b; Mat_10:23; Mat_25:31;
Luc_17:22.24.26.30; Luc_18:8; Luc_21:36; Jua_1:51). Este carácter arcaico deberá
tomarse en consideración en una valoración global de los datos. Si ,a estos datos se
añade un paso ulterior del análisis sobre el criterio de explicación necesaria, entonces
es posible alcanzar un estrato ulterior de historicidad. Efectivamente, hay que ser
capaces de responder a algunos interrogantes que sumen dei horizonte redaccional, por
ejemplo: 1) ¿cómo justificar el uso tan abundante del título (82 veces) siempre y sólo en
labios de Jesús?; 2) ¿por qué la comunidad lo transmite, pero sin usarlo ni siquiera en
los momentos más importantes de su vida?; 3) ¿a qué se debe la aparente contradicción
entre la descripción futura de la gloria y la presente del sufrimiento?; 4) ¿a qué se debe
la ausencia de una distinción entre la resurrección y la parusía?; 5) ¿por qué Juan, que
usa este título en el evangelio, no lo usa ya en las cartas? A estas preguntas habría que
añadir otros elementos que impiden concebir a la comunidad como creadora del título;
pensemos en el pasaje central de Luc_12:8-9, donde Jesús establece una especie de
distinción entre él y el hijo del hombre futuro; ¿por qué habría mantenido la
comunidad esta distinción si hubiera sido la creadora del título?; ¿por qué, además, no
existen loghia en los que se hable simultáneamente de resurrección y de parusía,
identificación que habría sido natural para la comunidad pospascual?; ¿por qué la
comunidad habría dejado de usar e1 título casi inmediatamente si lo acababa de
inventar?; ¿por qué, finalmente, habría referido la comunidad a Jesús el título de la
gloria de la visión de Daniel si tenía que presentarlo luego en el estado de sufrimiento?
Todas estas preguntas llevan a la conclusión de que hijo =del hombre se convirtió
ciertamente en un título, pero tan sólo porque la comunidad primitiva había
memorizado con aquella expresión el modo más usual de expresarse del propio
maestro.
Jesús de Nazaret, según su estilo, no quiso dar una definición clara y exhaustiva de sí
mismo. Hijo del leombre se compaginaba con esta exigencia suya, ante todo, por su
carácter ambiguo; en efecto, mientras que podía indicar la característica escatológica
del mesías, recordaba al mismo tiempo el significado más genérico de "hombre". Si
luego se añade que Jesús imprime a la figura de Daniel la característica del sufrimiento,
de la pasión y de la muerte, entonces se comprende más fácilmente el motivo de las
dudas del pueblo ante la utilización de esta expresión: "¿Quién es este hijo del
hombre?"
En plena sintonía con la dialéctica de la revelación, la expresión era muy adecuada para
revelar y esconder el misterio de Jesús. La comunidad primitiva quiso que el uso de hijo
del hombre quedase anclado tan sólo en el lenguaje del maestro; por eso no lo usará ni
en la liturgia ni en la catequesis, ni siquiera en las comunidades, exceptuada la de
113
Jerusalén. Hijo del hombre debía mantener aquel carácter de sacralidad porque
pertenecía a los recuerdos más genuinos de Jesús..
El título "hijo de Dios" que aparece en las fórmulas de los diversos libros del AT no
guarda relación, en densidad ni en originalidad, con el sentido que tiene en el NT
cuando se aplica a Jesús de Nazaret. Aquí la realidad que se expresa es la de que se
comparte la naturaleza misma de Dios, algo que el pensamiento monoteísta bíblico no
sólo no habría podido pronunciar jamás, sino que expresamente se negaban incluso a
pensar.
A partir de David, único caso en la historia de Israel, se le aplicará al rey la fórmula del
Sal_2:7 : "Tú eres mi hijo; yo mismo te he engendrado hoy"; pero es evidente el
carácter de elección y de adopción que reviste esta proclamación. De todas formas,
serán los profetas los que orienten en varias ocasiones en el sentido justo la
comprensión de esta filiación; estará constituida por la corrección que el padre ejerce
con los errores o malos comportamientos de los hijos frente a la. ley, pero en todo caso
una corrección que se realiza y se desarrolla a la luz de la misericordia y del perdón.
Esta fe no podrá apoyarse en expresiones explícitas por parte de Jesús, pues él nunca
pronunció, aplicándoselo a sí mismo, el título hijo de Dios; sin embargo, la fe eclesial, al
aplicárselo, no hizo sino explicitar lo que el mismo Jesús había dicho.
Se puede verificar ante todo el comportamiento global de Jesús, que impulsa a ver en él
la pretensión de una relación particular con Dios: la autoridad con que se enseña, la
seguridad con que se sitúa ante los problemas de sus interlocutores, la inapelabilidad
de su juicio sobre la ley, la radicalidad con que exige ser seguido...: todos estos hechos
sólo se justifican si se acepta esta pretensión.
Más directamente, la invocación con que se dirige a Dios llamándolo l "abba" (es decir,
"papá', en el orden, por tanto, de una generación natural, ya que es éste el significado
del término, crea una discontinuidad total con la mentalidad hebrea anterior.
Al enseñar a los discípulos a hacer lo mismo cuando oran a Dios, Jesús se destaca, sin
embargo, de ellos. Es verdad que el Padre es único; pero la relación que se expresa a
través de "mi" Padre (Mat_11:20) y "nuestro" Padre (Mat_5:48) es sustancialmente
distinta: ellos son hijos porque él es el Hijo.
114
La comunidad primitiva, al presentar a Jesús como el hijo de Dios, habrá recordado
además su enseñanza en este sentido: cuando, por ejemplo, al narrar la parábola de los
viñadores homicidas (Mar_12:1-12 y par.) los movía a verlo a él mismo en el personaje
que el Padre enviaba "por último" a "su hijo predilecto", a quien tenían que respetar y
que, sin embargo, era asesinado y echado fuera de la viña.
Con este título estamos frente a una coherencia y conformidad plena, tanto en el
comportamiento de Jesús como en toda su enseñanza. La fe de la Iglesia, en el
momento en que experimentaba la gloria de la resurrección de Cristo, comprendía que
los títulos precedentes: profeta, siervo, hijo de David, hijo del hombre, no lograban
contener el misterio de su persona. Se imponía, por tanto, casi naturalmente, el títuo
hijo de Dios, porque más allá de toda funcionalidad revelaba la esencia misma de Jesús
_y explicaba su existencia histórica.
Sin embargo, los diversos títulos sólo tienen significado si se derivan de la persona de
Cristo y vuelven a él. Es la exigencia de un principio unificativo lo que se impone en el
estudio teológico, y éste es el que privilegia la globalidad del misterio de la persona más
que la parcialidad de los aspectos que se refieren a su misión.
Así pues, a los discípulos y a la comunidad entera no les quedaba más que comunicar
fielmente lo que sus ojos habían visto, lo que sus manos habían tocado y sus oídos
escuchado (IJn 1,1-4): el rostro de Dios impreso en el rostro irreconocible del
crucificado inocente, que se entregaba a la muerte para expresar la autenticidad del
amor del Padre.
BIBL.: AA.VV., Aliente du Messie, Lovaina 1958; AA.VV., La yenue du Messie, París
1972; AA.VV., IL problema cristologico oggi, Asís 1973 AA.VV., Jésus el Jésus Christ,
115
París 1979; AA.VV., Prophets, Worship and Theodfcy, Leiden 1984; AA. V V., Gesú e la
sua morse, Brescia 1984; AMATO A., Gesú il Signore, Bolonia 1988; AUNÉ D.E.,
Prophecy and Early Christianity, Grand Rapids 1983; BALTHASARH.U. von, Gloria.
Una estética teológica VII, Nuevo Testamento, Madrid 1989; BORDONI M., Gesú di
Nazareth 11, Perugia 1982; BORING M.E., Saying of the Risen Jesus, Cambridge 1982;
BULTMANN R., Teología del Nuevo Testamento, Salamanca 1981; CABAJ., El Jesús de
los evangelios, Madrid 1977; CLAUDEL G., La confession de Pierre, París 1988;
COLPEC., Huiós, en TWNT VIII, 403-481; CONZELMANN H., Grundriss der
Theologie des Neuen Testaments, Munich 1968; COPPENS J. y DEQUEKER L., Lc Fils
de 17tomme el les Saints du Trés Haut en Daniel VII, Apocryphes el le Nouveau
Testament, Lovaina 1961; COPPENS J., Oú en est le probléme de Jésus Fils de
17tomme, en "EThL" 56 (1980) 283-387; ID, Le fils de 13tomme vétero-
intratestamentaire, Lovaina 1983; ID, Loghia. Les paroles de Jésus, Lovaina 1982;
COTHENET E., Prophétisme dans le Nouveau Testament, en DBSuppl VIII, 1222-1337
CULLMANN O., Cristo y el tiempo, Barcelona 1967; ID, Die Christologie des Neuen
Testaments, Tubinga 1957; DHANts E., De Filio hominis in vetere testamento el in
judaísmo, en "Greg" 45 (1964) 559; DUPONT J., Jésus aux origines de la christologie,
Lovaina 1989; DuQuoc J., Crfstología, 2 vols., Salamanca 1971-1972; EVANS C.A., Life
of Jesus Research. An Annótated Bibliography, Leiden 1989; FABRIS R., Jesús de
Nazaret. His, toria e interpretación, Salamanca 1985; FlslCHELLA R., La revelación:
evento y credibilidad, Salamanca 1989; FORTE B., Jesús de Nazaret, historia de Dios,
Dios de la historia, Madrid 1983; FRIES H., Teología fundamental, Barcelona 1987;
Ft3GLISTER N., Fundamentos veterolestamentarios de la cristología del NT, en
Mysterium Salutis I1I/ 1, Madrid 1971, 121-243; GALOT J., ¡Cristo! ¿Tú quién eres?,
Madrid 1982; GILs F., Jésus prophéte d áprés les évangiles synoptiques, Lovaina 1957;
GONZALES C.I., Él es nuestra salvación. Crfstología y soteriología, Bogotá 1987;
GRYLOT P., La speranza ebraica al tempo di Gesú, Cittá di Castello.1981; ID, I canti del
servo del Signore, Bolonia 1983; GRILLMEIER A., Gesú il Cristo nellafede della Chiesa
I/ 1, Dall étá apostolica al concilio di Calcedonia, Brescia 1982; HALAN F.,
Christologische Hoheitstttel, Gótinga 1963; HENGEL M., Der Sohn Gottes, Tubinga
1975; HILL D., New Testament Prophecy, Atlanta 1979; JEREMIAS J., Teología del
Nuevo Testamento, Salamanca 1974; ID, ABBA. El mensaje central del Nuevo
Testamento, Salamanca 1981; ID, Die dlteste Schichte der Menschensohn-Loigen, en
"ZNW" 58 (1967) 158-172; JUNGEL E., Paolo e Gesti. Alle origini della cristologia,
Brescia 1978; KAsPER W., Jesús, el Cristo, Salamanca 1976; KEARNS, Vorfragen zur
Christologie III. Religionsgeschichtliche und Traditionsgeschiehtlische Studien zur
Vorgeschichte einen christologische Hoheistitels, Tubinga 1982; KERN W.,
POTTMEYER H.J. y SECKLER M., HFTh II. Traktat Offenbarung, Friburgo 1985; KIM
S., The Son of Man as Son of God Tubinga 1983; LAMBIAsI F., Lautenticitá storica dei
vangelf, Bolonia 1976; LATDURELLE R., A Jesús el Cristo por los evangelios,
Salamanca 1982; LEEN Fr. L. de, De los nombres de Cristo, en Obras completas
castellanas, Madrid 1951, 383-790; LÉON-DUEOUIR X., Jesús y Pablo ante la muerte,
Madrid 1982; LINDARS B., Jesus Son of Man, Londres 1983; LONGENECKER R.N.,
The Christology ofEarly Jewish Christianity, Londres 1970; MARCHEL W., Abba,
padre. Mensaje del Padre en el Nuevo Testamento, Herder, Barcelona 1967;
McARTHUR H., In Search of the Historical Jesus, Londres 1970; MOULE C.F.D., The
Origín of Christology, Londres 1977; OHLIG K.H., Fundamentalchristologie, Munich
1986; PEScH R. y SCHNACKENHURG R. (eds.), Jesus und der Menschensohn,
Friburgo 1975; Pii:-NINOT S., Tratado de teología fundamental, Salamanca 1989;
RAHNER K., Curso fundamental de la fe, Barcelona 19843; SA13OURIN L., Los
nombres y los títulos de Jesús, Salamanca 1965; SCHERFCZYK L., Problemi
fondamentali di cristologia oggi, Brescia 1983; SCHILLEBEECKKE. Jesús,
lahistoriadeunviviente, Madrid 1981; SCHNIDER F., Jesus der Prophet, Gotinga 1973;
SCHURI:R E., Historia del pueblo judío I, Madrid' 1985; SCHURMANN H., ¿Cómo
entendió y vivió Jesús su muerte?, Salamanca 1982; SCHWEIZER E., Cristologia
neotestamentaria, Bolonia 1969; SERENTHA L., Gesú Cristo ieri, oggi e sempre, Turín
116
1982; SIJbBERG E., Der verborgene Menschensohn in den Evangelien, Lund 1955;
TAYLOR V., The narres of Jesus, Londres 1954; ID. Evangelio según san Marcos,
Madrid 1980; VERMES G., Jesús eljudío, Barcelona 1984; VERwEYEN H.J.,
Christologische Brennpunkte, Essen 1985; WALDENFELS H., Kontextuelle
Fundamentaltheologie, Paderbonn 1985; ZIMMERLl W. 5' JEREMIAS J., Pais, en
TWNT VIII, 653-714.
R. Fisichella
IV. Cristologías
Con la mención de diversos tipos de aproximación a la cristología y con la valoración de
cada uno de ellos, intentáremos precisar algunos principios de método.
Sin embargo, no es tan aceptable la posición de los teólogos que entienden de una
manera exclusiva la cristología funcional. Se desinteresan de la ontología de Cristo y
piensan que el único objeto válido de la cristología reside en lo que Cristo hizo por
nosotros. A veces esta posición se basa en la convicción de que la función de Cristo es
más fácil de determinar que su ontología y menos expuesta a las controversias.
En este sentido hay que recordar que la cristología funcional requiere necesariamente
una determinación ontológica. La misión realizada por Jesús tiene un valor y un efecto
118
que dependen de lo que él es. Si no fuera más que un hombre, sus actividades serían
mucho más limitadas; si es Dios, puede comunicar a los hombres la vida divina.
Según el relato evangélico, fue el mismo Jesús el que planteó el problema ontológico
con la pregunta que dirigió al grupo de los doce: "Vosotros, ¿quién decís que soy yo?"
(Mat_16:15 par.). Más que preguntar por lo que había venido a hacer o cuál era la obra
que tenía que cumplir, les pide que digan, en un impulso de fe, quién es.
Desde 1968 se ha desarrollado, primero en América Latina y luego en otros países, una
forma particular de cristología funcional, la cristología de la liberación. Tiende a
mostrar la respuesta de Cristo a los problemas tan agudos y dolorosos de las injusticias
sociales y políticas. Encuentra efectivamente en el evangelio los principios que han de
guiar a la sociedad hacia un régimen en el que se vean respetados los derechos de todos,
con una preocupación más sincera por la justicia y un reparto más equitativo de los
bienes terrenos. El horizonte que se ha dado esta teología tiene también sus límites: no
puede reducirse solamente a un régimen social y político la liberación que ha traído
Cristo a la humanidad. El problema del mal en el mundo es más amplio, y la salvación
de Cristo procura a los hombres la liberación respecto a todas las formas de pecado; les
ofrece una vida espiritual que transforme y ensanche los corazones en un amor que ha
de producir sus frutos en la vida social, pero animando también todos los demás
aspectos de la existencia humana, con una orientación esencial hacia el más allá.
De hecho, la respuesta al problema no consiste en escoger al uno con exclusión del otro.
Por una parte, hay que admitir una prioridad objetiva del Jesús histórico, y en este
119
sentido la cristología es desde abajo; por otra, hay una prioridad subjetiva del
conocimiento de fe, de tal manera que en esta perspectiva la cristología es desde arriba.
Así pues, el Jesús de la historia debe ser estudiado en toda su vida terrena, tal como nos
la relatan los evangelios. No puede tomarse simplemente como punto de partida de la
cristología a Cristo resucitado, como si la revelación no se produjera más que en la
resurrección y no pudiera suscitar la fe más que a partir de ese momento. En realidad,
Jesús reveló su identidad de Hijo de Dios en su vida pública, y mucho antes de su
resurrección les pidió a sus discípulos una profesión de fe. La resurrección aportó una
luz nueva, pero que confirmaba esencialmente las palabras y los gestos anteriores de
Jesús, Cristo se manifestó como Hijo de Dios y salvador en las condiciones históricas de
su vida terrena y no solamente en su estado glorioso.
La cristología tiene su punto de partida en el rostro humano de Jesús, tal como se nos
describe en los evangelios. Es en su humanidad dónde se revela su divinidad. No es
posible concebir dos niveles de revelación en Jesús, el uno divino y el otro humano.
Todo lo que es divino en él se manifiesta a través de lo humano; los relatos evangélicos
no nos ponen nunca ante la vista unas actividades puramente divinas aparte de unas
actividades humanas. Por tanto; hay que intentar conocer las palabras y los gestos
humanos de Jesús para descubrir en él a la persona del Hijo de Dios. Sin embargo, esto
no significa que el método consista en estudiar exclusivamente en una primera etapa lo
que es humano para considerar a continuación, en una segunda etapa, la revelación de
lo divino. En efecto, toda la humanidad de Jesús lleva la revelación de su persona
divina y no pueden separarse los dos aspectos.
Es verdad que la cristología proviene de una experiencia inicial única, en la que Cristo
confió su propio misterio a sus discípulos. La venida del Hijo de Dios a este mundo
constituye en sí misma una experiencia de un género excepcional, la experiencia de una
persona divina que vivió una vida humana; esta experiencia no puede reducirse a las
condiciones de la experiencia común de los hombres, sino que ha de ser reconocida en
su carácter trascendente. Se trata de la experiencia de los discípulos que vivieron con
Jesús, que recibieron su revelación y que la transmitieron a las siguientes generaciones.
En todas sus épocas la Iglesia sigue realizando la experiencia de la presencia de Cristo,
una experiencia de fe iluminada por la revelación evangélica.
Estas ideas han llamado la atención de los teólogos sobre la amplitud cósmica de la
venida de Cristo, amplitud que sugieren o subrayan algunos textos del NT.
BIBL.: AA. VV., Jesus Ort der Erfahrung Gottes, Friburgo-Bále-Viena, 1976;
ALDWINCKLE R.F., More than Man. A Study in Christology, Grand Rapids 1978;
122
AULEN G., Jesus in Contemporary Historical Research, Filadelfia 1976; BEINERT W.,
Christus und der Kosmos. Perspektiven zu einer Theologie der Schópfung, Friburgo-
Bále-Viena 1974; BORDONI M., Gesú di Nazaret, Signore e Cristo. Saggio di cristologia
sistematica I, Problemi di metodo, Roma 1982; BDUYER L., Le Fils éternel. Théologie
de la Parole di Dieu el Christologie, París 1984; BREIDERT M., Die kenotische
Christologie des 19 Jahrhunderts, Gütersloh 1977; CARA J., El Jesús de los evangelios,
BAC 392, Madrid 1977; COMMISSION BIBLIQUE PONTIFICALE Bible el Christologie,
París 1984; CONGARY., Pour une christologie pneumatologique, en "RSPT" 63 (1979)
435-442; DUNN J.D.G., Jesús y el Espíritu, Salamanca 1981; FORTE B., Jesús de
Nazaret. Historia de Dios. Dios de la historia. Ensayo de una cristología como historia,
Madrid 1983; GALOT J., Christ, foi el contestation, Chambray 1981; ID, Christ de notre
foi, Lovaina 1986; ID, Cristo, ¿tú quién eres? Madrid 1982; ID, Jesús liberador, Madrid
1982- GRILLMEIER A., Jesus der Christus im Glauben der Kirchen, Friburgo-Bale-
Viena, 1, 1979; 11,1, 1986; ID, Mil ihm und in ihm. Christologische Forschungen und
Perspektiven, Friburgo-Bále-Viena 1975; GUNTON C.E., Yesterday und Today: A
Study, of Continuities in Christology, Londres 1983;JosSUAJ.P., Le salut Incarnation
ou mystére pascal, chez les Péres de l Égltse de saint Irénée á saint Léon le Grand, París
1968; KASPER W., Jesús, el Cristo, Salamanca 1976; LATOURELLE R., A Jesús el
Cristo por los evangelios Salamanca 1982; ID, Teología de la revelación, Salamanca
19825; LATOURELLE R. y O'COLLINS G. (eds.), Problemas y perspectivas de teología
fundamental, Salamanca 1982; LATOURELLE R. (ed.), Vaticano II. Balance
yperspectivas, Salamanca 1989; MARCHESI G., La crfstologia di Hans Urs von
Balthasar, Roma 1977MASCALL E.L., Theology and the Gospel of Christ. An Essay in
Reorientation, Londres 1977; MONDIN B., Le cristologie moderne, Alba 19793;
MOONEY C.F., Teilhard de Chardin and the Mystery of Chiist, Londres 1966;
O'COLLINS G., Interpreting Jesus, Londres-Ramsey 1983; PANNENBERG W.,
Fundamentos de cristología, Salamanca 1974; PORRO C., Cristologie in crisi?
tProspettive attuali, Alba 1975; RAHNER K. y ~.1 HUSING W., Cristologta. Fstudio
teológico y exegético Madrid 1975; RAHNER K., Curso fundamental sobre la fe,
Barcelona 1979; ROSATO Ph.J., Spirit Christology, en "TS"38 (1977) 423449; SAYÉS
J.A., Cristologia fundamental, Madrid 1985; SCHILLEBEECKK E., Expérience humaine
elfo¡ en Jésus-Christ, París 1981; SCHILSON A. y KASPER W., Christologie im Prüsens.
Kritische Sichtung neuer Entwürfe, Friburgo-Bále-Viena 1974; SEGALLA G., La
cristologia del Nuovo Testamento. Un saggio, Brescia 1985; SERENTHA M., Gesú
Cristo ieri, oggi e sempre, Turín 19862; SESBOUB B., Jésus-Christ dans la tradition de
1 Église. Pour une actualisation de la christologie de Chalcédaine, París 1982.
J. Galot
V. Cristología en perspectiva
1. LA CONCENTRACIÓN CRISTOLÓGICA EN LOS AÑOS OCHENTA. La cristología
fundamental sigue planteándose todavía la tarea de precisar su propio estatuto
epistemólógipo y de determinar con mayor exactitud su ámbito de investigación, sobre
todo respecto a la cristología dogmática o sistemática. Pero como se ha llegado a cierto
acuerdo a propósito de su innegable perijóresis, es decir, de su conexión intrínseca y su
complementariedad, presentamos algunas reflexiones valorativas que pueden acogerse
y compartirse sustancialmente en las dos ópticas cristológicas, a pesar de que sus
metodología, y acentuaciones tengan que ser diversas.
123
Esto significa que el anuncio de la buena nueva en la historia se sigue resumiendo en la
afirmación: Cristo es todavía hoy el salvador único y universal de la humanidad entera.
Véase la primera encíclica del pontificado de Juan Pablo Il, dedicada precisamente a
Cristo, Redemptor hominis y "centrum universi et historiae" (cf "AAS" 71 [1979] 257-
324; aquí n. 1; la fecha de la encíclica es de 4 de marzo de 1979). La misión de toda
cristología es dar razón de esta esperanza (cf 1Pe_3:15), esto es, del significado y del
valor de todos los elementos e implicaciones de esta solemne proclamación y
pretensión.
Al énfasis eclesiológico del concilio y al antropológico del posconcilio siguió en los años
ochenta una innegable concentración cristológica. Pero este desplazamiento hacia
Cristo no se efectuó con una simple repetición del pasado, sino mediante lenguajes,
interrogantes y perspectivas nuevas, articuladas y muchas veces saludablemente
provocativas. En un contrapunto providencial bastante oportuno, se han dado algunas
respuestas autorizadas de la conciencia de fe católica a aventuras cristológicas
metadogmáticas o totalmente desacralizantes. Nos referimos a la publicación de las
aportaciones teológicas de la Comisión Teológica Internacional (= CTI) y de la
Pontificia Comisión Bíblica (=PCB).
La CTI publicó del 1980 al 1986 tres documentos de índole cristológica. En el primero,
Quaestiones selectae de christologia, se analiza la aproximación histórica a la figura de
Cristo, no sólo como posible y legítima, sino como una exigencia intrínseca de la fe
cristiana. Se reafirma luego la unidad entre el Jesús terreno y el Cristo glorificado y la
continuidad del dato bíblico con el posterior dato dogmático y eclesial: En el segundo
documento, Theologia, Christologia, Anthropologia, se ponen de relieve los vínculos
intrínsecos que existen entre la cristología, por una parte, y la revelación trinitaria y la
antropología, por otra. El tercer documento, De Jesu autoconscientia quam scilicet ipse
de se ipso el de sua missione habuit, remacha, entre otras cosas, la conciencia filial y
mesiánica de Jesús. El documento -dada la enorme multiplicidad de opiniones- no
afrontó la cuestión de cómo obtiene Jesús sus ciencias-conocimientos (para una
hipótesis de comprensión de este problema cf A. AMATo, Gesú il Signore. Saggio di
eristologia, Dehoniane, Bolonia 1988, 381-397).
Del complejo temario cristológico de los años ochenta surge la exigencia de una mayor
atención a la analogia fide¡ (cf DV 12). La comprensión adecuada del acontecimiento
Cristo no puede separarse ni del misterio trinitario (sobre todo en su dimensión
pneumatológica) ni de su referencia intrínseca al misterio del hombre (recreado en
Cristo a imagen de Dios), a su existencia moral y espiritual y, sobre todo, a su vida
litúrgica como suprema concentración de verdad y de vivencia cristológica
indisolublemente unidas.
Por otra parte, no se puede orillar la exigencia de una mayor atención al diálogo con las
ciencias humanas. No sólo con las que están tradicionalmente en contacto con la
teología,, como la filosofía, la literatura y la historia, sino también con las ciencias
nuevas -algunas de ellas originalmente, planteadas con una intencionalidad
antirreligiosa-, como, por ejemplo, la psicología, la sociología, las ciencias de la
educación, las ciencias de la comunicación social. El diálogo no se puede dejar sólo a
algunos sectores de la teología práctica como la catequesis y la pastoral, sino que debe
extenderse también a la cristología fundamental y a la sistemática. Superando la fase de
sospecha mutua o de una utilización tan sólo parcial e instrumental de las otras
ciencias, la cristología debería pasar a una fase de diálogo y de colaboración a partir de
unas opciones criteriológicas concretas.
Desde este punto de vista, el énfasis sobre el Jesús histórico por parte de la teología de
la liberación está plenamente justificado, siempre que se respete plenamente la
continuidad personal con el Cristo de la fe pospascual y del dogma eclesial. Surge así la
posibilidad concreta de una cristología prepascual o implícita como base indispensable
para la comprensión del Cristo pascual y de la cristología explícita postpascual. El Jesús
prepascual tiene un significado intrínseco cristológico y soteriológico y constituye,
junto con la pascua, un acontecimiento salvífico plenario. A partir de su extraordinaria
exousía (autoridad) prepascual es como se puede realizar legítimamente el paso a su
igualmente extraordinaria y única ousía (realidad personal). Se habla de cristología
implícita, no tanto en el sentido de que en el Jesús histórico falten indicios decisivos de
reconocimiento cristológico, sino en el sentido de que estos indicios no son entendidos
adecuadamente por los discípulos. La existencia de Jesús, como expresión de su
autoconciencia íntima, está totalmente orientada en sentido cristológico. Él se presentó
siempre como aquel que tiene la autoridad absoluta de Dios en el terreno espiritual. Por
eso se puede hablar también de cristología implícita o abierta, en el sentido de que la
cristología prepascual -o sea, la fe incipiente de los discípulos- sigue estando abierta a
su cumplimiento en la resurrección, acontecimiento decisivo de iluminación y de
comprensión auténtica de todo el acontecimiento Cristo.
125
Este arraigo histórico del acontecimiento Cristo hace insostenible cualquier hipótesis
dirigida a entender mitológicamente la categoría de la encarnación. Y viceversa, la luz
de la resurrección ofrece la revelación última de la originalidad salvífica de la figura
histórica de Cristo, en discontinuidad absoluta con la interpretación y la apropiación
que hace de él, por ejemplo, la actual Leben-JesuForschung judía, cuando considera a
Jesús simplemente como el gran hermano o como el maestro iluminado, intérprete
oficial de la ley en Israel (cf, p.ej., S. BEN CHORIN, Fratello Gesú. Un punto di vista
ebraico sul Nazareno, Brescia 1985; H. FALK, Jesus the Pharisee. A New Look at the
Jewishness of Jesus, Paulist Press, Nueva York 1985).
Además del modelo humanista se vislumbra también un modelo religioso de Jesús, tal
como aparece en las interpretaciones judías, hindúes e islámicas de Cristo. Se le ve
como maestro de existencia religiosa auténtica (gurú), mártir del sacrificio y de la
hermandad universal, encarnación plena de Dios para iluminar y salvar al mundo
(avalara), profeta del altísimo, guía hacia la auténtica moralidad humana, mártir de la
justicia. El significado humano y religioso del "Jesús de los otros" representa un
126
antídoto saludable a no pocos cristianos extraviados en su identidad de fe y dudosos de
la importancia humana de su ser cristianos en el día de hoy (cf G. DE ROSA,
Cristianesimo, religione el sette non cristiane a confronto, Cittá Nuova, Roma 1989; H.
KÜNG, El cristianismo y las grandes religiones. Hacia el diálogo con el islam, el
hinduismo y el budismo, Cristiandad, Madrid, 1987; J. VERNETTE, Jésus dans la
nouvelle religiosité, Desclée, París 1987).
Aun permaneciendo intacto el núcleo central del anuncio cristológico, los cristianos
usaron desde el principio diversos modelos interpretativos del acontecimiento Cristo. Si
la óptica de la cristología ortodoxa es por tradición la de la gloria, el modelo luterano es
más bien el de la teología de la cruz. La actual cristología católica se caracteriza
fundamentalmente por el énfasis en la humanidad de Jesús, por la apelación
existencial-práctica y por el diálogo con la cultura contemporánea. Esto ha dado origen
a una pluralidad de modelos y de aproximaciones. Tenemos, por ejemplo, la cristología
desde abajo o desde arriba, cósmica, histórica, trascendental, estética, narrativa, de la
liberación, inculturada, de la religiosidad popular. La legitimidad teológica de estos
modelos se debe a su disponibilidad a favorecer la globalidad del acontecimiento Cristo,
evitando los peligros de la fragmentación, de ta reducción y de la incomunicabilidad
mutua. Por su carga notable de evolución y de futuro nos fijaremos solamente en
algunas de estas aproximaciones.
La teología de la liberación surge del encuentro de Cristo pobre con los pobres de este
mundo: "El crucificado, presente en los crucificados, llora y grita: `Tengo hambre,
estoy encarcelado, me encuentro desnudo"' (ib, 13). Jesucristo "es Dios en nuestra
miseria, el Hijo eterno que asumió un judío concreto..., que realiza la liberación de los
infelices concretos" (ib, 70). Se ve a Cristo como liberador y promotor de una praxis
eclesial liberadora: "La cristología que proclama a Jesucristo como liberador quiere
comprometerse en la liberación económica, social y política de los grupos oprimidos y
dominados. Se esfuerza por captar el significado teológico de la liberación histórica de
las grandes masas de nuestro continente (...). Se propone articular de este modo el
contenido de la cristología y crear un estilo que ponga de manifiesto las dimensiones
liberadoras presentes en el camino histórico de Jesús" (L. BOFF, Jesús Cristo
Libertador. Uma visao cristológica a partir da periferia, en "Revista Eclesiástica
Brasileira" 37 [1977] 502).
También Jon Sobrino señala una finalidad eminentemente práctica a su cristología: "La
hermenéutica no busca solamente resolver el problema de la verdad de las afirmaciones
que se hacen sobre Cristo, sino también encontrar la manera de hacerlas comprensibles
y operativas, es decir, hacer de la tradición existente en torno a Cristo algo que siga
siendo vivo y vital (J. SOBRINO, Cristología desde América Latina. Esbozo a partir del
seguimiento del Jesús histórico, CRTE, México 1977, 299). Para ello adopta dos
criterios de fidelidad: el de la hermenéutica de la praxis, que implica fidelidad a la
praxis concreta, y el del Jesús histórico, que dice fidelidad a la praxis concreta del
Cristo bíblico.
Tanto Boff como Sobrino, al tener que destacar no tanto la comprensión y la verdad
sobre Cristo como su impulso de transformación y liberación de la realidad oprimida,
seleccionan y acentúan aquellos elementos que se encuentran en una relación
particular con el paradigma de la liberación (reino de Dios, resurrección como utopía) y
con la actitud práctica adecuada para realizarla (actividad social de Jesús, exigencia del
seguimiento). Se trata de una opción que hace derivar del gesto salvífieo de Cristo las
instancias operativas capaces de tener incidencia en la realidad y transformarla:
"Creemos que el Jesús histórico es el principio hermenéutico, tanto a nivel noétlco
como a nivel práxico, para una aproximación a la totalidad de Cristo, en el que se
realiza realmente la unidad de la cristología con la soteriología" (ib, 8; para nuevas
informaciones, cf J. SOBRINO, Jesús en América Latina. Su significado para la fe y la
128
cristología, Sal Terrae, Santander 1982; puede verse una valoración de este libro, hecha
por Juan Alfaro, en "Estudios eclesiásticos" 59 [1984] 237254).
Pero no es posible soslayar los peligros de la RP, sobre todo cuando se ignora o se
descuida la obra de evangelización y de catequesis. Los limites de tipo ancestral son la
superstición, la magia, el fatalismo, la idolatría del poder, el fetichismo y el ritualismo
(EN 48; Puebla 456). Los límites debidos a la deformación de la catequesis son el
arcaísmo estático, la desinformación y la ignorancia, la reinterpretación sincretista, la
reducción de la fe a un puro contrato en las relaciones con Dios, la exagerada estima del
culto a los santos en detrimento de la conciencia de Jesucristo y de su misterio (EN 48;
Puebla 456, 914). Las amenazas a la RP son el secularismo difundido por los medios de
comunicación social, el consumismo, las sectas, las religiones orientales y agnósticas,
las manipulaciones ideológicas, sociales, políticas y económicas, los mesianismos
políticos secularizados, el desarraigo y la proletarización urbana debida al cambio
cultural (Puebla 456). De aquí una urgencia de purificación, de una continua
rectificación (CT 54), pero sobre todo de una consideración teológica de la religiosidad
popular para hacer de ella un modelo de anuncio cristiano global.
132
- El modelo normativo rechaza la perspectiva de la unicidad de la salvación en Cristo y
afirma que todas las religiones tienen un valor salvífico intrínseco, independientemente
del fundador del cristianismo. Todas ellas serían relativamente verdaderas, aunque
"normadas" por Cristo. Más que mediador constitutivo de salvación, Cristo es el
mediador normativo, que con la ejemplaridad y la plenitud de su acontecimiento
corrige y lleva a su cumplimiento las otras mediaciones, que siguen siendo, sin
embargo, intrínsecamente salvíficas. "Puesto que posiblemente Dios tenga algo más
que decir y hacer de lo que dijo e hizo en Cristo, de ahí que los cristianos entablen un
diálogo con las otras religiones no sólo con el fin de enseñar, sino también de aprender:
para aprender, quizá, aquello de lo que jamás han tenido conocimiento en su vida" (P.
KNITTER, La teología de las religiones en elpensamiento católico, en "Concilium" 203
[1986] 126). Según P. Knitter, esta comprensión ha llegado a ser "una perspectiva
generalizada entre los teólogos católicos de hoy; bajo diversas formas aparece en H.
Küng, H.R. Schlette, M. Hellewig, W. Bühlmann, A. Camps, P. Schoonenberg" (ib, 126);
(ef W. BÜALMANN, God's Chosen Peoples, Orbis Books, Maryknoll 1983; A. CAMPS,
Partners in Dialogue, Orbis Books, Maryknoll 1983; M. HELLWIG, Jesus, the
Compassion of God, M. Glazier, Wilmington 1983, 127155; H. KONG, Ser cristiana,
Cristiandad, Madrid 19773; ID, El cristianismo y las grandes religiones, Cristiandad,
Madrid 1987; H.R. SCHLETTE, Le religioni come tema delta teología, Morcelliana,
Brescia 1968; P. SCHOONENBERG, The Church and non-christian Religiorxs, en D.
FLANAGAN [ed.], The evolving Church, Staten Island 1966, 89-109). En esta visión de
Cristo salvador, normativo la perspectiva no es no eclesiocéntrica ni propiamente
cristocéntrica, sino teocéntrica.
A. Amato
DEI VERBUM
SUMARIO
I. Historia:
1. El esquema "De fontibus revelationis";
2. El texto de la "comisión mixta";
3. Elaboración del nuevo texto (R. Fisichella);
137
II. Comentario:
1. El Vaticano II y la "Dei Verbum";
2. Cambio de perspectiva
3. La economía de la revelación;
4. La centralidad de Jesucristo revelador;
5. La fe, respuesta a la revelación (R. Latourelle).
I. Historia
No es arriesgado afirmar que la constitución dogmática Dei Verbum es el documento
más característico del concilio Vaticano II, al menos en el sentido de que abarca todo el
lapso de su preparación y celebración. Con este documento el concilio ha tratado
ampliamente los grandes temas de la fe cristiana, proponiendo de ellos una lectura que
representa al mismo tiempo un progreso en la enseñanza dogmática y una nueva
presentación de la misma a nuestros contemporáneos.
El presente artículo reconoce la doble deuda que tiene contraída con el primer artífice
de la DV, el padre Umberto Betti. En efecto, a él se debe la primera publicación de una
serie de documentos y de textos (que sirvieron a la comisión teológica preparatoria y a
la comisión doctrinal del concilio) que dan a conocer la génesis y la reconstrucción de
las fases fundamentales de la constitución; así pues, sus artículos y sus textos
representan la primera fuente que aquí seguimos, además de la consulta de las Acta et
documenta y de las Acta Synodalia. Debemos además expresar nuestra gratitud por el
largo, fructuoso y simpático encuentro que hemos mantenido con el mismo Betti,
durante el cual sus recuerdos personales y sus indicaciones sobre algunos hechos y
personas han constituido otra fuente muy preciosa, para la redacción de este artículo.
Para la economía de este artículo bastará indicar las tres fases principales que marcan
las etapas determinantes de la composición de la DV.
El 23 de junio del año siguiente estaba ya preparado el texto del Schema y, tras una
revisión a cargo de la comisión teológica, fue enviado al examen y a la aprobación de la
comisión central el 14 de octubre de 1961. Se hicieron numerosas enmiendas al texto
propuesto; finalmente, el Schema fue aprobado por la comisión central el 22 de junio
de 1962, y todo el Schema Constitutionis dogmaticae de fontibus revelationis fue
finalmente aprobado por Juan XXIII el 13 de julio de dicho año, siendo enviado luego a
los padres conciliares para su discusión en el aula conciliar.
Hay que añadir a ello otro hecho: previamente se les había presentado a los padres
otros tres esquemas, que constituían de suyo otros tantos textos en competencia con el
documento oficial. El primero había sido elaborado por el Secretariado para la unidad
de los cristianos, con la aportación decisiva de Stakemeier y de Feiner; el segundo,
preparado con una increíble rapidez, fue redactado por K. Rahner bajo el patrocinio de
las conferencias episcopales austriaca, belga, francesa, holandesa y alemana, y tenía por
título De revelatione Dei el hominis in Jesu Christo facta; el tercero era un. folio
redactado por el padre Congar con el título De Traditione el Scriptura.
Con estos precedentes, era natural que el cardenal Ottaviani, en su presentación oficial
del documento, acudiese a tonos fuertemente polémicos en defensa del Schema
elaborado por la comisión teológica. De todas formas, la relación fue leída por
monseñor Garofalo, que procuró presentar el documento con la intención de salvar lo
salvable; pero la cuestión que se planteaba era precisamente ésta: ¿qué es lo que puede
salvarse todavía? Los padres actuaron con libertad y el ambiente empezó a caldearse.
Algunos, influidos por los textos competitivos, consideraban el Schema absolutamente
inaceptable; otros, para salvar la corrección en las formas, preferían destacar las
lagunas y hablaban de la necesidad de una transformación radical del mismo.
El ataque masivo al Schema se parecía mucho a una auténtica agresión; las voces
críticas que se levantaron en la basílica de San Pedro constituían ya de suyo un rechazo
del texto. De todas formas, se llegó a la votación y se presentó la petición de voto con
una fórmula un tanto insólita. Textualmente séles preguntaba a los padres "si hay que
interrumpir la discusión del esquema de la constitución dogmática sobre las fuentes de
la revelación". Por la pregunta no llegaba a comprenderse si la suspensión de la
discusión equivalía al rechazo del Schema o si solamente se suspendía el debate en el
aula, en espera de momentos más oportunos, pero sin rechazar el esquema propuesto.
Fue la prudencia de Juan XXIII la que ahorró al concilio días más difíciles. Hizo retirar
con su autoridad el documento hasta que no quedara radicalmente enmendado.
El primer paso adelante que dio la comisión mixta fue el de evitar la cuestión sobre la
mayor excedencia objetiva de la tradición respecto a la Escritura; en efecto, sobre este
problema la comisión se veía apoyada en el placet del Papa, que había intervenido para
aprobar una fórmula compuesta por el cardenal Browne y monseñor Parente. Por
tanto, la verdadera discusión se centró en dos puntos: el proemio y el primer capítulo.
En primer lugar, se señalaba la prisa en la composición y la falta de coherencia con el
resto del documento; en segundo lugar, además de la espinosa cuestión de la relación
Escrituratradición, se examinó más directamente la relación del depósito revelado con
la Iglesia en general y con el magisterio en particular.
La estructura del nuevo Schema, que pasó a la comisión de coordinación, fue aprobada
el 27 de marzo de 1963 y enviada a los padres conciliares para que expresasen sus
juicios sobre el mismo.
De todas formas, el texto que se presentaba era más bien un punto de partida que de
llegada; incluso una sumaria lectura mostraba inmediatamente ciertas malformaciones
congénitas, determinadas por los diversos compromisos que se habían alcanzado
140
durante la redacción. El nuevo texto acababa descontentando a todos y no dejaba de
suscitar cierto sufrimiento incluso en los mejor intencionados. Por eso fue un bien que
no encontrase sitio en las discusiones del segundo período del concilio (29 de
septiembre-4 diciembre de 1963) para evitar nuevos sinsabores. Los juicios de los
padres conciliares, que fueron numerosos, llevaban a concluir que el Schema propuesto
por la comisión mixta habría de sufrir ulteriores remodelaciones e innovaciones, aun
sin separarse de la estructura fundamental que se le había dado; pero esto sonaba más
como un nuevo rechazo del texto que como una aprobación del mismo. Se asomaba en
el horizonte una solución radical: la de un arrinconamiento definitivo de la constitución
sobre la revelación. Esta hipótesis, que habría perjudicado gravemente al concilio,
movió a algunos padres del episcopado italiano y francés a pedir que, en el caso de que
esto se llevara a cabo, al menos sus puntos centrales entrasen en el documento sobre la
Iglesia. Pero el peligro pudo conjurarse.
3. ELABORACIóN DEL NUEVO TEXTO. Fueron los peritos los que soportaron, en gran
parte, el peso del trabajo de la subcomisión: tenían la dura tarea de concordar las
diversas observaciones que les llegaban de los diversos padres y de las diferentes
conferencias episcopales para amalgamarlas en un texto que fuera expresión de todo el
concilio.
El juicio de los padres conciliares fue ampliamente positivo; las observaciones hechas
tanto por escrito como en las intervenciones del aula fueron luego atentamente
valoradas por los peritos de la subcomisión. De todas formas, el resultado fue el que
veía el texto cuidadosamente reformado, pero no deformado; su alcance general y su
forma estructural seguían siendo esencialmente los de antes.
Este texto, denuo emendatus, fue entregado de nuevo a los padres para ser sometido a
votación en el cuarto período del concilio. En este momento les era posible a los padres
emitir un triple juicio: placet, non placet o placet juxta modum. En virtud de esta
141
última expresión se hacían nuevas correcciones a los textos, pero sin alterar el texto
base. Si se piensa que el número total de los placet juxta modum fue de 1.498 para todo
el documento, se puede comprender el trabajo que tuvo que realizar el pequeño grupo
de peritos para acoger las últimas observaciones de los padres en el documento final.
La votación final dio un resultado casi plebiscitario: 2.350 votantes, 2.344 placet, seis
non placet.
Con la firma al pie del sucesor de Pedro y de todos los padres presentes, el documento
sobre la divina revelación, que había conocido unas vicisitudes tan complejas que
obligaron a hacer al menos seis redacciones diversas y que había ido pasando por todas
las etapas del concilio, se convertía ahora en una constitución dogmática. Los
contenidos salientes se expresaban ahora en los mismos títulos de sus seis capítulos
tras el Proemium: "1. De ipsa revelatione; 2) De divinae revelationis transmissione; 3)
De sacrae Scripturae divina inspiratione et de ejus interpretatione; 4) De Vetere
Testamento; 5) De Novo Testamento; 6) De sacra Scriptura in vita Ecclesiae".
De este modo, otro documento entraba a formar parte para siempre del patrimonio de
la enseñanza católica. Sus consecuencias no innovadoras, pero renovadoras para
siempre, sólo podrán verse y calibrarse con el correr de los años. Lo. cierto es que esta
constitución entra en aquel número de actos del concilio que hicieron decir a Pablo VI,
aquel mismo día 18 de noviembre, que eran el comienzo de muchas cosas nuevas para
la vida de la Iglesia.
II. Comentario
1. EL VATICANO II Y LA "DEI VERBUM". Tras el período de pánico, de freno y de
estancamiento que representa la crisis modernista, la constitución Dei Verbum del
Vaticano II se parece a una brisa de aire puro, que llega de lejos y disipa la oscuridad. El
paso a una concepción personalista, histórica y cristocéntrica de la revelación
constituye una especie de revolución copernicana frente a la concepción extrinsecista,
atemporal, nocional que había prevalecido has ta mediados del siglo xx.
No es que fuera fácil este paso, sino todo lo contrario. En efecto, la Dei Verbum, una de
las primeras constituciones presentadas a la discusión de los padres conciliares, fue una
142
de las últimas en ser votada. Y antes de esta aprobación conoció muchas resistencias, se
enfrentó con muchas tempestades y puede decirse que se libró de un naufragio. El texto
definitivo, votado por la asamblea el 27 de octubre de 1965 y aprobado casi por
unanimidad, representa la quinta redacción oficial. En el plano doctrinal, la Dei
Verbum es el documento-fuente de la obra conciliar, la clave hermenéutica de todos los
de más textos. En el plano ecuménico, no puede exagerarse su importancia. Nuestra
intención no es, evidentemente, rehacer aquí la historia de los es quemas que
precedieron a la vota ción definitiva, sino tan sólo conside rar los puntos que
conciernen a la revelación. Análisis tanto más im portante cuanto que es la primera vez
que un concilio estudia de forma sistemática esta realidad primera y fundamental del
cristianismo en su naturaleza y en sus rasgos específicos. Omnipresente en la vida
cristiana y en el discurso teológico, ha sido; sin R. Fisichella embargo, la última en ser
estudiada: Lo mismo ocurre en filosofía, con las nociones de existencia, de acción y de
conocimiento. Vivimos esas reali dades antes de convertirlas en objeto de una reflexión
crítica.
d) Si Dios se revela, es para invitar a los hombres a una comunión de vida con él y para
"admitirlos a compartir su propia vida" (DV 2). Ésta es la "finalidad" de la revelación.
Obra de amor, la revelación persigue un proyecto de amor (ex abundantia caritatis...,
tamquam amigos..., ut ad societatem secum). Si Dios entra en comunicación con el
hombre y lo inicia en el misterio de su vida íntima, es con vistas a una participación y a
una comunión en esa vida. El concilio multiplica los vocablos y las sugerencias de la
Escritura para hacernos comprender que la revelación es manifestación de la agape de
Dios.
El concilio explica a continuación, brevemente, cómo las obras y las palabras son
interdependientes y están al servicio unas de las otras. "Las obras que Dios realiza en la
historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y las realidades que las
palabras significan". Así, la liberación del yugo egipcio manifiesta la intervención del
Dios poderoso y salvador, pero al mismo tiempo confirma la promesa hecha por Dios a
Moisés de salvar a su pueblo; la curación del paralítico manifiesta la fuerza liberadora
de Cristo y confirma a la vez la palabra del Hijo del hombre que pretende perdonar los
pecados; la resurrección de Cristo manifiesta su poder soberano sobre la vida y la
muerte, pero al mismo tiempo confirma la verdad de su testimonio y la realidad de su
misión como hijo del Padre, que ha venido a salvar a los hombres del pecado y de la
muerte. A su vez, "las palabras proclaman y explican su misterio" (DV 2). Es cierto que
los acontecimientos y las acciones tienen ya una rica carga de inteligibilidad: así, la
liberación de un pueblo, una curación, son ya "significantes". Pero las obras y los
acontecimientos están siempre amenazados de ambigüedad, de interpretación parcial o
equívoca: las palabras tienen la misión de disipar esta ambigüedad y de descubrir el
sentido auténtico, la profundidad misteriosa querida por Dios. El sentido del
acontecimiento madura en la palabra. Sin la palabra de Moisés, que interpreta en
nombre de Dios la emigración de Israel como una liberación con vistas a una alianza,
¿se habría distinguido ese acontecimiento de tantas otras migraciones, todavía más
masivas, que tuvieron lugar en el curso de la historia? Sin Moisés, el acontecimiento no
estaría cargado de esa plenitud de sentido que lo convierte en el fundamento de la
religión de Israel. En el NT, si es verdad que los gestos de misericordia de Cristo
expresan admirablemente su amor a la humanidad, su muerte es capaz de recibir
interpretaciones diversas: es la palabra de Cristo, prolongada en la de los apóstoles, la
que nos descubre la dimensión inaudita de esa muerte y propone a nuestra fe el
acontecimiento mismo y su alcance salvífico. Los acontecimientos están preñados de
una inteligibilidad religiosa que las palabras tienen la misión de proclamar e iluminar.
145
Por está revelación resplandece ante nuestros ojos, en Cristo, la verdad profunda sobre
Dios y sobre el hombre. En efecto, en Cristo se nos ha revelado quién es Dios, a saber:
Padre, que nos ha creado y que nos ama como hijos; Hijo y Palabra, que nos invita a
una comunión de vida con la Trinidad; Espíritu, que vivifica y santifica. También en
Cristo se nos ha revelado la verdad del hombre, llamado a hacerse hijo adoptivo del
Padre en Cristo. Este carácter antropológico de la revelación se expresa todavía con
mayor relieve en la constitución Gaudium el spes: "En realidad, el misterio del hombre
no sé ilumina más que en el misterio de Cristo" (GS 22). Es por Cristo, "mediador y
plenitud de la revelación", coyio el hombre llega a comprenderse y a superarse. Cristo
es el hombre nuevo (GS 22), el hombre perfecto, el único capaz de hacer al hombre más
humano (GS 41).
Si el concilio no precisa la relación que existe entre estas dos manifestaciones de Dios,
declara; sin embargo,. que el mismo Dios que se manifestó a los hombres por su Verbo
creador es también el que, "queriendo además abrir el camino de la salvación superior,
se reveló desde el principio a nuestros primeros padres": es decir, por una revelación
histórica, puntual (DV 3). Al hablar de la revelación cósmica como de un testimonio
sobre sí mismo y de la revelación histórica como de un camino de salvación
sobrenatural, el texto nos autoriza a pensar que, en el ánimo de los padres conciliares,
el testimonio de la existencia de Dios y su reconocimiento por parte de los hombres es
también un camino de salvación, aunque parcial, inacabado, en espera de una
manifestación superior de Dios, a saber: de un orden sobrenatural.
146
4. LA CENTRALIDAD DE JESUCRISTO REVELADOR. En el número 4 la constitución
vuelve sobre la afirmación de Cristo, "mediador y plenitud de la revelación", pero esta
vez dentro de una perspectiva histórica (Heb_1:1). Después de haber sido fragmentos
de un discurso divino, la palabra alcanza su totalidad y su perfección. Si Cristo es la
cima de la revelación, es por ser el Hijo enviado del Padre, como su Verbo eterno, para
habitar entre nosotros y darnos a conocer las profundidades de la vida divina (DV 4).
La función reveladora de Cristo tiene su origen en su calidad de Hijo y palabra de Dios
en el seno de la Trinidad. "Jesucristo, la Palabra hecha carne, pronuncia las palabras de
Dios y acaba la obra de la salvación que el Padre le encomendó" (DV 4). Esta
aproximación entre la Palabra y las palabras que pronuncia por el camino de la carne y
del lenguaje subraya de forma impresionante la entrada en la historia y en la
humanidad del Hijo de Dios, que utiliza sin reparo la condición humana y sus medios
de expresión. La Palabra, que es Espíritu, se hace uno de nosotros, hombre entre-los
hombres, enviado a los hombres para captarlos en su nivel: con palabras de hombre
que son al mismo tiempo palabra de Dios. Por ser Cristo Hijo del Padre y Palabra
eterna, se sigue que la revelación alcanza en él su término, su consumación
(complendo) y su perfección (perficit).
147
En este sentido, Cristo es a la vez un término y un comienzo. ¡Qué progreso, por
ejemplo, realizado en la inteligencia de la revelación del Vaticano I al Vaticano II!
a) Hay que creer a Dios cuando revela: tal es la afirmación constante de la propia
revelación (Rom_16:26; Rom_1:5; 2Co_10:5-6; Ef 1;13; 1Co_15:11; Mar_16:15-16) y de
los documentos del magisterio (DS 2778.3008.3542). La revelación y la fe son dos
realidades frente a frente que se responden. Pues bien, la revelación descrita por el
Vaticano II es iniciativa del Dios vivo y manifestación de su amor personal. Dios viene
hacia el hombre, condesciende y le abre los secretos de su vida íntima con vistas a una
reciprocidad de amor. Por su parte, el hombre, por la fe, se vuelve hacia Dios y se
entrega a él en la amistad. Explícitamente, el concilio dice: "El hombre se entrega
entera y libremente a Dios, le ofrece el homenaje total de su entendimiento y de su
voluntad, asintiendo libremente a lo que Dios revela" (DV 5). De este modo evita las dos
nociones incompletas de la fe: la concepción de una fe-homenaje, prácticamente sin
contenido, y la concepción de una fe-asentimiento a una doctrina, pero
despersonalizada. La auténtica fe cristiana es al mismo tiempo don y asentimiento.
Para terminar, podemos intentar una agrupación de los puntos más interesantes de la
DV: 1) El concilio toca ordenadamente todos los aspectos esenciales de la revelación: su
148
naturaleza, su objeto, su finalidad, su economía, su progreso, su pedagogía, el papel
central de Cristo, cima de la historia de la salvación y de la revelación; Dios que se
revela y revelado, que atestigua de sí mismo y se identifica personalmente, carácter
decisivo y definitivo de la revelación de Cristo, acogida por la fe y su profundización
bajo la acción del Espíritu. 2) La exposición es serena, profundamente religiosa,
expresada en categorías bíblicas (32 referencias a la Escritura, especialmente a san
Pablo y a san Juan); realmente, están presentes todos los textos fundamentales. 3) Está
omnipresente la perspectiva personalista, trinitaria, cristológica, sin olvidar la
dimensión antropológica. 4) Sobre la base de la DV podemos entonces definir la
revelación como automanifestación y autodonación de Dios, en una economía histórica
y por medio de ella, que culmina en Jesucristo, autor, objeto, centro, mediador,
plenitud y signo de la revelación, que es él en persona. Cristo es la clave de bóveda de
esta prodigiosa catedral, cuyos arcos son los dos testamentos. Por la fe en Cristo y en su
evangelio es como entramos en la vida del Padre, del Hijo y del Espíritu. La revelación,
en su aspecto activo y objetivo, es ya un término técnico que no conviene utilizar para
todo y fuera de propósito.
BIBL.: Sobre la constitución Dei Verbum del Vaticano II hay una abundante
bibliografía en HDG 1, 193-194.
R. Latourelle
149
DEPÓSITO DE LA FE
SUMARIO
1. Introducción;
2. Noción bíblica;
3. Percepciones históricas;
4. La moderna enseñanza católica;
5. Perspectivas ecuménicas;
6. Otras cuestiones.
150
depositario estaba sobre todo obligado a la custodia fiel, que excluía cualquier uso
personal del depósito. La restitución in specie al propietario debía ser hecha a petición.
La violación de estas disposiciones podía conducir al procesamiento y la ira de los
dioses. Los administradores de santuarios religiosos eran considerados guardianes de
depósitos, y tal servicio redundaba en beneficio del buen nombre del dios del santuario.
Las Doce Tablas romanas establecían que un depositario negligente o de algún modo
infiel tenía que devolver el doble del valor del depósito original.
Las Escrituras de Israel estipulan leyes sencillas de depósito como parte de los decretos
mosaicos de la alianza del Sinaí (Éxo_22:6-12). Cuando un depósito es deteriorado o
perdido, el depositario debe certificar bajo juramento que él no ha malversado lo que le
fue entregado para su custodia. Un depositario infiel debe llevar a cabo una
compensación doble cuando sea declarado culpable de un abuso de confianza a
propósito de un depósito. La ley ritual de Israel establecía el modo en que un
depositario infiel, arrepentido, tenía que restituir al impositor y ofrecer un sacrificio
expiatorio para conseguir el perdón del Señor, que es el garante del contrato del
depósito (Lev_5:26). El templo mismo recibía los depósitos de los pobres como una
obligación sagrada bajo la protección del Señor del mismo templo (cf 2Ma_3:7-30).
A finales del siglo I d.C., Flavio Josefo se refería a los depósitos en su informe sobre el
código que Moisés dio para regular la vida de los israelitas en la tierra que iban a
ocupar. Un depositario está ligado por una solemne obligación: "El que recibe un
depósito estímelo digno de custodia como un objeto sagrado y divino, y nadie se atreva
a defraudar a aquel que se lo confió, ... ni aun cuando él pudiera ganar con ello una
indecible cantidad de oro" (Antigüedades judías, IV, 38, n. 285).
Con este trasfondo de la obligación sagrada del depositario ante Dios de la custodia
concienzuda y fiel transmisión, las epístolas pastorales se refieren a la tradición paulina
como un depósito (paratheke) que debe mantenerse intacto y ser preservado de la
falsificación (1Ti_6:20; 2Ti_1:12.14). Además, el antiguo colaborador de Pablo,
Timoteo, ha de confiar él mismo lo que ha recibido a personas dignas de confianza, que
sean a su vez capaces de transmitir más adelante lo que les fue una vez entregado por el
fundador apostólico (2Ti_2:2).
Otras obras tardías del NT comparten la preocupación de que las Iglesias permanezcan
enraizadas en el vivificante suelo del depósito apostólico y lo preserven de la
contaminación. En Hechos, el último discurso de la obra misionera de Pablo
encomienda de modo tajante su herencia al colegio de ancianos de la Iglesia de Éfeso
(20,17-35). Como Pablo' presiente el fin de su ministerio (20,24), los pastores de Éfeso
deben cuidar de lo que él ha enseñado sobre el arrepentimiento y la fe en el Señor Jesús
(20,20-21). Por él conocen ellos el entero designio de Dios, y a su luz deben "cuidar... dé
todo el rebaño del que el Espíritu Santo os ha constituido como guardianes (episkopoi)"
(20,27-28). La verdadera doctrina de Pablo es puesta en peligro por aquellos que tratan
de pervertir la verdad (20,29-30); por eso se imponen una vigilancia y cuidado
renovados.
Al final del siglo II, san Ireneo impugnó la legitimidad de una serie de doctrinas
gnósticas muy extendidas, apelando a la "regla de fe" recibida de los apóstoles de Cristo
y accesible ahora en la predicación y profesión de fe bautismal de las Iglesias de
fundación apostólica (cf ! Regla de fe). Los gnósticos, por el contrario, propagan sus
confusos mitos sobre la caída cósmica y el conocimiento redentor en conventículos
secretos, mientras que la tradición única que viene de los apóstoles es preservada como
una posesión pública en numerosas Iglesias, en las que los apóstoles de Cristo habían
nombrado presbíteros y obispos muy instruidos para proseguir su ministerio de
enseñanza. En Roma, por ejemplo, en la Iglesia fundada por Pedro y Pablo, se puede
aprender la economía de salvación en Cristo y compartir "la única y la misma fe
152
vivificante que ha sido preservada en la Iglesia desde los apóstoles hasta ahora,
transmitida en verdad" (Adversus haereses III, 3,3).
Así, a la vez que la Iglesia comenzaba a delimitar su lista oficial de escritos apostólicos
auténticos (cf l Canon bíblico), Ireneo enunciaba un principio correlativo, a saber: un
modelo de fe en Dios creador, en el Hijo de Dios, que en nuestra carne llevó a cabo la
obra de salvación, y en el Espiritu Santo, enviado a los creyentes como "prenda de
incorrupción el poder confirmante de nuestra fe y la escala de ascensión a Dios" (III,
24,1). Ateniéndose a esta fe, en la Iglesia una persona puede leer todas las Escrituras de
ambos Testamentos con la firme seguridad de conocer su significado, es decir, el
alcance pleno del designio divino del que ellas dan testimonio. Fuera del ámbito de la
regla de fe apostólica y eclesial, los textos bíblicos no ofrecen alimento sólido, porque
han sido desmenuzados por los sabios gnósticos y sus trozos forzados a servir al
extraño propósito de demostrar sus mitos.
La "regla de fe" de Ireneo está presente en las Escrituras, y encuentra recta expresión
en la catequesis de las Iglesias y en sus diversos modelos de profesar la fe. Pero la regla
no es sin más idéntica a cada uno de éstos ni está formulada de modo exhaustivo por
ellos. La regla da origen a expresiones diversas en diferentes lugares, pero "el poder de
la tradición (dynamis tés paradoseos) es uno y el mismo" (1, 10,2). No es sólo el
verdadero significado de la enseñanza apostólica lo que estas Iglesias reciben y
transmiten, pues también "reconocen el mismo don del Espíritu, se esfuerzan por
caminar en los mismos mandamientos, preservan la misma forma de configuración
eclesiástica, esperan la misma venida del Señor y anhelan la misma salvación de la
persona entera, es decir, cuerpo y alma a la vez" (V, 20,1; cf IV, 33,8).
Ireneo, pues, pensaba en un depósito apostólico completo; pero, a diferencia del autor
de las cartas pastorales, él no ponía el acento en los deberes de los depositarios
episcopales. Subrayaba, en cambio, el gran beneficio derivado para los creyentes de la
herencia de los apóstoles, que "como en un rico almacén dejaron en la Iglesia
copiosísimamente todo lo que pertenece a la fe, de modo que todo el que lo desee pueda
inspirarse en esta fuente y beber el agua de la vida" (III, 4,1). La tradición apostólica de
la verdad está en la Iglesia, donde los cristianos creen en el pleno designio de Dios.
"Guardamos y protegemos la fe recibida de la Iglesia; pero ella actúa continuamente,
por el Espíritu de Dios, como un valioso depósito en una preciosa vasija, para
rejuvenecerse a sí misma y a la propia vasija que la contiene" (I1I, 24,1). El depósito
apostólico, en opinión de Ireneo, es una posesión espiritual global y vigorizante, hallada
en el ámbito de la Iglesia, como un modelo de creencia y como un estilo de vida.
Vicente de Lerins, que escribe en el sur de la Galia en el año 430 d.C., es principalmente
conocido por formular los criterios clásicos para comprobar si una doctrina pertenece a
la verdad revelada: "En la Iglesia católica debe ponerse todo cuidado en sostener
firmemente lo que ha sido creído en todas partes, siempre y por todos (quod ubique,
quod semper, quod ab omnibus)" (Commonitorium, 2). Las nuevas doctrinas son
excluidas por su falta de conformidad con lo que ha sido transmitido desde el principio
como parte de la regla de fe tradicional. Esta regla es el "sentido católico y eclesial de la
Escritura" (ib), que los decretos de los concilios generales dan a conocer. Sin embargo,
Vicente no hace referencia al concilio de Nicea y a su norma dogmática para entender
los textos bíblicos sobre la relación del Padre y el Hijo. Vicente atribuye gran
importancia al desenmascaramiento de opiniones particulares descaminadas,
mostrando su divergencia de un conjunto de los puntos de vista de maestros católicos
venerados, cuyo consenso demostrará la autenticidad de la verdad que transmiten
(Comm., 27-28).
Vicente no excluye el desarrollo progresivo en la Iglesia; pero éste tiene lugar dentro del
ámbito estricto de la tradición pasada. No se puede renunciar a ningún principio del
153
dogma católico; lo que crece es la comprensión, el conocimiento y la sabiduría e la
misma doctrina: "in eodem scilicet dogmate, eodem sensu eademque sententia"
(Comm.,23). Sin embargo, si el depósito se toma como doctrina formulada, uno se
pregunta naturalmente cómo aplicar esta noción de progreso en el caso de una cuestión
nueva que surge en una época y en una cultura enormemente diferentes de la de la era
apostólica.
Como anglicano, John Henry Newman se opuso a la idea de que la Escritura fuera su
propio y suficiente intérprete. Contra la fragmentación doctrinal que surge del
principio protestante del criterio privado de interpretación, Newman apeló a la
tradición y regla de fe derivadas de los apóstoles, por las que la Iglesia comprende, libre
de error, el "único sentido directo y definido" de la enseñanza bíblica revelada.
Lo que los apóstoles transmitieron tenía su propia unidad y cohesión; y así, una
percepción conduce con el tiempo a otra. Las grandes ideas, señala Newman, no se
154
comprenden todas a la vez, sino que se llega a su perfecta comprensión con el paso del
tiempo. Las mentes ilustradas y piadosas ofrecen campo a la palabra de Dios con su
fuerza expansiva, ya que genera nuevo conocimiento de sí misma en sus diversas partes
y multiformes relaciones con las diferentes esferas de la vida. La propia Escritura está
llena de cuestiones que los apóstoles no contestaron de forma inmediata. Pues dejaron
que muchas decisiones maduraran con el tiempo; por ejemplo, el canon bíblico, el
bautismo de los niños recién nacidos y el perdón de los pecados cometidos después del
bautismo. Las respuestas a estas cuestiones llegaron con los desarrollos graduales y
homogéneos del depósito. Newman consideraba que este dinamismo hacia el
crecimiento por la explicitación del contenido no debería ser aislado declarando que
algún punto en el tiempo es el final de una supuesta era clásica. De forma muy
semejante a como la Palabra eterna se hizo hombre, así también la palabra reveladora
de Dios ha entrado decididamente en la historia.
Las mentes humanas, naturalmente, pueden torcer y deformar la verdad revelada; por
ejemplo, afirmando con imprudencia una sola doctrina en detrimento o exclusión de
otras verdades de fe. Por eso, Newman estableció sus famosos criterios o pruebas para
cribar el trigo de la doctrina de la paja, es decir, para discernir los verdaderos progresos
del depósito de las corrupciones. Los verdaderos desarrollos doctrinales preservan el
mismo tipo de doctrina que se halla en formulaciones más rudimentarias; se
conforman a ciertos principios permanentes profundamente enraizados en la mente
que cree; asimilan con éxito otras realidades valiosas, por ejemplo, sistemás filosóficos;
dicen relación lógica a posturas primitivas, incluso aunque el mismo desarrollo fuera
un crecimiento más espontáneo; completan anticipaciones anteriores y fragmentarias
de lo que viene después; actúan de modo conservador con respecto a desarrollos
precedentes, ilustrando y confirmando el cuerpo entero de pensamiento del que
surgen; finalmente, los verdaderos desarrollos manifiestan vigor y resistencia
constantes, mientras que las corrupciones rápidamente desaparecen de la escena.
La crisis modernista después dio lugar a una poderosa corriente de respuesta oficial
que configuró la teología normal de instrucción católica en los seminarios hasta 1960.
Aquí el depósito era considerado como la summa de verdades contenidas en la
Escritura y en la tradición apostólica. Este corpus doctrinal objetivo se cerró con la
muerte del último apóstol, y de ahí saca la Iglesia su enseñanza, encargada como está
155
de preservar y explicitar el significado de la herencia apostólica. Los factores personales
e interiores en las vidas espirituales de los creyentes son sólo incidentales para la
propia revelación sobrenatural, como lo es cualquier noción de una evolución histórica
del verdadero significado de las doctrinas (DS 3420-22, 3541).
En la encíclica Humani generis (1950), el papa Pío XII acentuó el papel normativo del
magisterio jerárquico en la formulación del contenido del depósito para la aceptación
por parte de creyentes y teólogos. Los últimos deben sumergirse en las fuentes
apostólicas, pero su investigación y enseñanza es estrictamente auxiliar: "Su tarea
consiste en mostrar cómo las enseñanzas del magisterio vivo se encuentran, bien sea
explícita o implícitamente, en la Sagrada Escritura y en la tradición divina" (DS 3886).
Así, el depósito es un terreno sobre el que la autoridad de la enseñanza jerárquica tiene
determinados derechos exclusivos. "Pues junto a estas sagradas fuentes, Dios dio a su
Iglesia el magisterio vivo, que está para clarificar y elaborar aquellos asuntos
contenidos en el depósito de la fe sólo de modo oscuro o implícitamente. La tarea de
interpretar de modo auténtico el depósito fue confiada por nuestro divino redentor, no
a los cristianos individuales ni a los teólogos, sino solamente al magisterio de la Iglesia"
(DS 3886).
La constitución dogmática sobre la Iglesia, del Vaticano II, habló del depósito de la fe,
primero en conexión con el carisma especial de la infalibilidad, siendo esta última
esencialmente protectora del depósito contra el error y la desfiguración mediante
expresiones solemnes de la enseñanza de la Iglesia (LG 25,3). Los maestros oficiales,
los obispos y el papa, deben, sin embargo, estudiar atentamente los testimonios
proféticos y apostólicos sobre el depósito entregado de una vez para siempre, porque su
enseñanza no cae del cielo como nueva revelación, sino que pretende más bien
clarificar y actualizar la revelación definitiva ya dada (LG 25,5).
El decreto sobre ecumenismo afirma que la continua reforma eclesial puede, de vez en
cuando, exigir poner al día la manera en que la doctrina.es enunciada. El depósito de la
fe permanece definitivo y perenne, pero su articulación por la Iglesia puede estar
necesitada de adaptación, basada en una mejor comprensión de las inagotables fuentes
primitivas o de las necesidades de una comunicación más efectiva (UR 6). En 1973 la
Congregación para la doctrina de la fe habló sobre el tema de la reformulación
doctrinal. Esta actualización magisterial puede necesitarse, primero, a causa de la
trascendente sublimidad de los propios misterios de salvación, que no se han
comunicado de manera plena en ninguna expresión aislada de la verdad. Segundo,
porque siendo el lenguaje una realidad histórica, incluso las formulaciones más
156
penetrantes pueden con el paso del tiempo perder en su eficacia comunicativa. Por eso
pueden necesitar complementación o revisión, en orden a resaltar más claramente esa
beneficiosa fecundidad del mensaje de Cristo transmitido por sus apóstoles (Mysterium
ecclesiae, 5; EV 4,1674-76).
Segundo, aunque la revelación fundante de Dios, que fue otorgada de una vez para
siempre, se completó en Jesús y con sus apóstoles (DV 4), está intrínsecamente
ordenada al desarrollo y al progreso. Los mismos apóstoles fueron gradualmente
conducidos por el Espíritu Santo a esa plena comprensión de la salvación en Cristo
expresada en los escritos del NT (DV 7). En la era de la Iglesia, el significado del
depósito apostólico también emerge gradualmente y se va expresando de manera
progresiva. Con el paso del tiempo, numerosos factores influyen en el pleno proceso
histórico de su desarrollo, no siendo el menor de ellos la continua influencia del
Espíritu Santo. "Crece la comprensión de las palabras e instituciones transmitidas
cuando los fieles las contemplan y estudian repasándolas en su corazón (cf Luc_2:19.
51), y cuando comprenden internamente los misterios que viven, cuando las proclaman
los obispos, sucesores dé los apóstoles en el carisma de la verdad" (DV 8).
El Vaticano II, sin embargo, no fue víctima de un optimismo propio del charlatanismo
sobre el progreso en la Iglesia, pues el mismo concilio estableció también la necesidad
de constantes intervenciones para reformar la disciplina y doctrina de la Iglesia (UR 6).
Sin embargo, Newman ha hecho, sin duda, una contribución decisiva, y se han
aceptado modos históricos de pensamiento que tienen que ver con la presencia del
157
depósito apostólico en la Iglesia. Discretamente, el estático clasicismo de Vicente de
Lerins ha sido desechado.
Una perspicaz referencia al depósito fue hecha por el papa Pablo VI en su discurso de
clausura del Vaticano II (7 de diciembre de 1965). El concilio estaba en ese momento
ofreciendo al mundo una imagen renovadora de la Iglesia, y al mismo tiempo una
presentación más clara, definida y ordenada de la herencia recibida de Cristo como un
depósito. "`Depósito'... meditado en el curso de los siglos, vivido y expresado, y ahora
aclarado en tantas de sus partes, establecido y ordenado en su integridad; depósito vivo
por la divina virtud de verdad y gracia que lo constituye, y por eso idóneo para vivificar
a quienquiera que lo acoja piadosamente y que aumente con él su propia existencia
humana" (CON. VATICANO II, Constituciones. Decretos. Declaraciones, BAC 252,
Madrid 19674, 1067).
La revelación histórica en Cristo fue confiada como un depósito salvador por los
apóstoles a la Iglesia, tanto por escrito como en forma de tradición, que expresa el
verdadero sentido de las Escrituras. Los primeros concilios expresaron de forma
dogmática el misterio central de Cristo, mientras que los padres orientales, hasta
Máximo el Confesor, expusieron la misma revelación de modo sintético, y subrayaron
158
la verdad de la divinización humana por el Espíritu de Cristo resucitado. Hoy la
tradición se actualiza en la Iglesia, y en cierto sentido es la Iglesia, como forma de
presencia revelada de Cristo a la fe (Staniloe). La tradición es revelación salvadora,
completa en sí misma; pero abre un espacio en el tiempo para nuestra gradual
apropiación por la fe y para la penetración teológica en su significado esencial.
El evangelio apostólico de Cristo es para los católicos la única fuente de toda verdad
salvadora y guía para la vida (DV 7, reafirmando el concilio de Trento); pero ya en la
época apostólica el evangelio produjo una riqueza de instrucción y formas diferentes de
creencia y de vida en el mundo. Este evangelio y enseñanza apostólica deben ser más
adelante expresados y aplicados a las vidas de los creyentes en medio de una gran
variedad de culturas. Así, para los católicos, el desarrollo dogmático continúa
ofreciendo nuevas expresiones del depósito original hasta mucho después de la edad
patrística. Aquí se abre un espacio para la continua interpretación del depósito tanto a
través de la experiencia espiritual como a través de la reflexión erudita y de oportunas
intervenciones del magisterio episcopal y papal.
Las Escrituras, para los protestantes, son el depósito apostólico, y tienen su centro
luminoso en el evangelio de la salvación no merecida. Éste les da capacidad de
autointerpretación, que hace superflua cualquier hermenéutica de tradición o
magisterio. En opinión del prestigioso Oscar Cullmann, la Iglesia del segundo siglo d.C.
reconoció el peligro de perder el evangelio y respondió subordinando su vida entera, es
decir, toda la tradición eclesiástica, a la clara regla de tradición apostólica expresada en
los libros del canon del NT. Desde esa época en adelante la fe no osa expresarse con
seguridad fuera de este ámbito estrictamente trazado del depósito apostólico.
Pero ¿cómo concuerdan la exégesis crítica con la experiencia de gracia de los creyentes
que viven de las riquezas del depósito? ¿Cómo se relaciona la interpretación histórica y
literaria de la enseñanza de los autores apostólicos con la tradición doctrinal de la
Iglesia resultante de las intervenciones de aquellos que interpretan el depósito en
virtud de su oficio pastoral y "el seguro carisma de verdad"? El Vaticano II era sabedor
de esta dualidad de métodos interpretativos, y en DV 12 recomendó ambos. Pero la
enseñanza del concilio en este punto es más una yuxtaposición que una relación de
cómo concuerdan los diferentes métodos como una unidad coherente. Parece precisa
mayor clarificación teológica sobre la interrelación de los diversos caminos en los que
percibimos hoy el contenido de la herencia apostólica.
Pero hay una nueva irradiación de la luz de este mensaje religioso sobre el conjunto de
la vida humana -en las familias, en la sociedad política, en las profesiones-. El papa
Juan XXIII, en la apertura del Vaticano II, subrayó los beneficios potenciales del
depósito para humanizar y realzar la vida en este mundo. La constitución pastoral del
concilio afirmó de modo explícito esta conexión y representa un intento, de amplio
alcance, de irradiar la luz de Cristo sobre.una multitud de problemas humanos. El
depósito, precisamente en su condición de regalo y camino de divina salvación, realza
también la dignidad humana, conlleva obligaciones sociales y da al trabajo humano una
nueva profundidad de significado (GS 40,3).
Así, la enseñanza cristiana, en cada nivel, debe intentar mantener el equilibrio, ya que
pretende ofrecer una articulación global de la verdad que libera y ennoblece, traída al
mundo por Jesús y formulada por sus apóstoles como su preciado depósito entregado a
la Iglesia.
BIBL.: BETTI U., La dottrina del concilio Vaticano II sulla trasmissione della
rivelazione, Roma 1985; BIEMER G., Überlieferung und Offenbarung. Die Lehre der
Tradition nach John Henry Newman, Friburgo 1961; BROx N., Offenbarung, Gnosis
und gnostischer Mythos be¡ Irendus von Lyon, Salzburgo y Munich 1966; CONGAR Y.,
La tradición y las tradiciones, Dinor, San Sebastián 1964; CULLMANN O., La
tradizione, problema esegetico, storico, teologico, en Studi di teologia biblica, Roma
1969, 203-256; FABRIS R., Le lettere pastorali, Brescia 1986; O'COLLINS G., Criterios
para la interpretación de la tradición, en R. LATOURELLE y G. O'COLLINS (eds.),
Problemas yperspectivas de teologiafundamental, Sígueme, Salamanca 1982;
RATZINGER J., Kommentar zum 2. Kap. von Dei Verbum, Das zweite Vatikanische
Konzil, en L7hK 2, Ergünzungsband 515-528; SCHUMACHER J., Der apostolische
Abschluss der Offenbarung Gottes, Friburgo 1979; SI'ICQ C., Les épitres pastorales,
París 19472, Excursus XV, "Le bon dépot", 327335; STANILOE D., Il genio
dell'Ortodossia, Milán 1985; WiCKsJ., II deposito dellafede: un concetto canolico
fondamentale, en R. FISICHELLA (ed.), Gesú Rivelatore, Casale Monferrato 1988, 100-
119; WOLTER M., Die Pastoralebriefe als Paulusiradition, Gotinga 1988.
J. Wicks
DIOS
SUMARIO
I. El Dios de la revelación:
1. El problema de Dios;
2. El debate actual;
162
3. Lógica del teísmo cristiano;
4. El Dios de la revelación;
5. La fe de la Iglesia católica (F.A. Pastor).
II. Pruebas de la existencia de Dios
I. Reflexiones previas;
2. Tipos fundamentales de pruebas de la existencia de Dios (H. Verweyen).
I. El Dios de la revelación
I. EL PROBLEMA DE DIOS. a) La teología cristiana. Un lenguaje teológico sobre la
afirmación de Dios nace del encuentro entre la cultura filosófica griega y el mensaje
religioso del cristianismo. En los primeros l apologetas cristianos surge un intento de
recepción sistemática del concepto filosófico de Dios. El cristianismo proclamaba que el
Dios desconocido y misterioso, creador del mundo, era el mismo Dios de Abrahán y
Padre de Jesús, único Dios vivo y verdadero, revelado en la alianza y Señor de la
historia universal, objeto trascendente del sentimiento religioso de todos los pueblos y
principio último de toda realidad (Heb_17:23ss; Rom_1:18ss).Con ayuda de la filosofía
griega, particularmente del platonismo y del estoicismo, los primeros pensadores
cristianos pudieron describir el alma como realidad singular, espiritual e inmortal;
acentuaron el carácter extático de la experiencia religiosa y señalaron los atributos
determinantes de la realidad divina, en cuanto única y última, espiritual y trascendente,
eterna y providente, oponiéndose al panteísmo materialista de los estoicos y al deísmo
indiferente de los epicúreos (Justino, Ignacio de Antioquía, Clemente de Roma). La
confrontación del monoteísmo cristiano con el dualismo gnóstico (Valentino, Marción,
Celso) llevó a la formulación ortodoxa del lenguaje del primer artículo de la fe,
afirmando la absoluta singularidad y unidad de la monarquía divina al identificar
inequívocamente al Dios creador de la vieja alianza con el Dios salvador y Padre de
Jesús, de la alianza nueva (Ireneo, Tertuliano, Orígenes).
b) La razón y la fe. Tanto la vía "apofática" y mística del platonismo cristiano como la
vía especulativa y "dialéctica" del aristotelismo cristiano deben confrontarse con la
nueva perspectiva metódica de la razón autónoma, que busca en la matemática y en la
ciencia del universo la posibilidad de una nueva teología racional (Descartes, Leibniz,
Newton). La nueva religión racional se enfrenta a la fe revelada como instancia crítica
en la esfera teorética; a su vez, en la esfera práctica, como instancia ética, la religión
racional polemiza con la intolerancia, el fanatismo y la superstición, presentes en las
religiones históricas (Diderot, Voltaire, Hume). En alternativa a las religiones históricas
y a la positividad de la revelación cristiana, el racionalismo teológico defiende la
universalidad de la religión de razón y afirma a Dios como el artífice del universo,
garante de las leyes matemáticas que lo rigen; defiende también el primado de la razón
moral sobre la fe religiosa, que se convierte en mero corolario de la eticidad
(Schaftesbury, Rousseau). Con el racionalismo, la teología parecía disolverse en una
filosofía panteistizante de la naturaleza omniperfecta (Spinoza, Lessing), o en una
religión de razón como búsqueda popular de la honestidad moral (Kant). En alternativa
al racionalismo, el fideísmo cristiano (Lutero, Pascal, Jacobi) considera la dificultad de
afirmar con certeza al infinito partiendo de la opacidad de la finitud. Dios no se revela
como evidente a "la luz de la razón", sino sólo a "la luz de la fe". La historia de la
salvación es una teofanía del Dios misterioso de Abrahán, y no del dios racional de los
filósofos. Además, sólo la revelación conoce el misterio del hombre, como finitud
nostálgica del infinito y como alienación necesitada de la corrección y de la gracia. Ya el
racionalismo teológico era consciente de la imposibilidad de afirmar el Dios de la fe en
su sublimidad esencial por la vía de una fe racional pura. El fideísmo teológico es
plenamente consciente de la originalidad del Dios de la fe en su inmanencia y
trascendencia, en su personalidad e incondicionalidad.
166
2) Teologías de la inmanencia. En campo protestante, acentuando la dimensión de
inmanencia en la experiencia religiosa, la teología de la secularización busca un
lenguaje "mundano" sobre Dios para explicar al hombre secular el mensaje cristiano.
La salvación será anunciada como liberación, y Cristo será proclamado como Señor del
mundo en cuanto paradigma del comportamiento solidario. Desaparece una imagen
supuestamente "religiosa" de Dios, concebida meramente como deus ex machina, al
cual apelar en situaciones extremas de la existencia humana. Los teólogos de la
secularización proponen la aceptación de Dios desde la realidad de la autonomía del
mundo vivida en un horizonte de fe. El creyente vive en medio de la provocación de la
secularización, en un mundo que parece funcionar perfectamente etsi deus non
daretur. El Dios de la fe se revela en la teología de la cruz, manifestándose como el Dios
"que nos abandona". En la humillación de Jesús, la revelación proclama no un Dios de
potencia, que resuelve mágicamente los problemas humanos, sino un Dios de
impotencia, afirmado en la paradoja de la fe (D. Bonhtiffer, F. Gogarten). Numerosos
creyentes, al no poder vivir serenamente su fe en la forma convencional, pasan por una
crisis de autenticidad humana y de sinceridad religiosa. En alternativa al cristianismo
convencional, los teólogos de la secularización procuran superar toda comprensión
antropomórfica de la experiencia religiosa y del lenguaje teológico, aceptando el
programa de la demitización y la crítica de la superstición. Igualmente, procuran
descubrir la dimensión de profundidad y ultimidad, donde el hombre se abre al infinito.
Viendo al prójimo como "hermano" y como "vicario" de Jesús, se revaloriza la praxis
cristiana de la mutua responsabilidad y solidaridad (J.A.T. Robinson, H.E. Cox, D.
S611e). Para los teólogos de la "muerte de Dios"; el eclipse de lo sagrado en la cultura
secular sólo puede ser elaborado teológicamente sustituyendo las categorías de la
trascendencia del platonismo cristiano o la dialéctica de la contingencia del
aristotelismo teológico por una confrontación empírica con el hecho religioso, incluso
con la realidad de la irreligiosidad. La crisis del teísmo convencional será superada
acentuando la concentración cristocéntrica en la reflexión teológica; igualmente deberá
acentuarse la dimensión de la praxis, aceptando el compromiso fraterno y la dimensión
social e histórica. El Dios de la trascendencia se eclipsa; pero se revela el Dios de la
inmanencia, manifestado en Cristo y en la historia (G. Vahanian, P.M. von Buren, T.J.J.
Altizer, W. Hamilton, H. Braun). La dimensión de la historia y del futuro es también
revalorizada en la teología de la esperanza (J. Moltmann), acentuando la tensión del
"todavía no" y la dialéctica del novum como tensión entre posibilidad y evento. La
categoría del futuro es fundamental para la existencia humana individual y social. El
hombre vive en la dimensión de la esperanza, y la comunidad vive en la perspectiva de
la "utopía". La revelación no debe ser pensada como epifanía del eterno presente, sino
como manifestación histórica del Dios que viene, es decir, del Dios de la esperanza y del
futuro.
167
como alianza, como obra divina y como destinatario de la historia de la salvación (J.B.
Metz).
a) El lenguaje sobre Dios. El /lenguaje teológico del teísmo cristiano puede ser
considerada como una expresión lingüística de la afirmación de Dios en la perspectiva
del primer artículo de la fe. En efecto, la fe en Dios, como creador omnipotente y padre
misericordioso, constituye la afirmación fundamental de la profesión creyente, no sólo
para la comunión católica, sino también para todas las confesiones cristianas y, en
cierto modo, también para las grandes religiones monoteístas. La secularización, al
denunciar una comprensión mítica, antropomórfica, ingenua o supersticiosa del
lenguaje creyente, ha provocado la crisis del lenguaje religioso convencional. La mejor
respuesta a tal provocación se encuentra en la comprensión del significado exacto del
lenguaje de la fe.
f) Axioma ético: "El Dios de la confianza es el Dios del temor, y viceversa". La realidad
divina no sólo se revela como absoluta y necesaria, trascendente e incondicionada, sino
también como personal y espiritual, inteligente y libre. El sexto axioma expresa el doble
aspecto del fascinans y del tremendum de la experiencia del misterio numinoso, en
cuanto encuentro con el Dios del "temor y temblor" y con el Dios de "fidelidad" y
"esperanza". El presente axioma enuncia, en el plano práctico y pragmático, la tensión
máxima provoca da en el creyente por la polaridad espiritual del amor Dei y del
timorDei.
h) Axioma conclusivo: "El Dios santo y eterno se revela como señor de la alianza y
padre de fidelidad y bondad". El axioma octavo afirma la identificación entre el Dios
encontrado en la teofanía sacral, en la vivencia sacramental o en el éxtasis místico con
el Dios de la revelación bíblica, que proclama su justicia y fidelidad anunciando la
victoria de la gracia sobre el mal y sobre el pecado. El axioma conclusivo reviste una
gran significación ecuménica: el Dios buscado en las religiones históricas o en la
espiritualidad personal es el mismo que se revela en la religión bíblica y en la epifanía
escatológica que da origen al cristianismo.
170
4) Reglas lingüísticas. Como reglas se proponen algunas indicaciones generales de
carácter formal, referentes al lenguaje religioso, particularmente en la teología
cristiana.
a) Regla fundamental: "El lenguaje sobre Dios no debe olvidar que su referente es
siempre el Dios inefable". Esta regla afirma la paradoja básica del lenguaje religioso al
recordar que la teología pretende hablar de un Dios imposible de circunscribir
adecuadamente en un discurso. El lenguaje teológico sólo puede existir conciliando
afirmación y misterio. La inefabilidad de Dios es la versión lingüística de su misterio e
incomprensibilidad, de su infinita trascendencia e inaferrable libertad, de la santidad
de su justicia y de la eternidad de su fidelidad y bondad.
b) Regla del uso lingüístico: "El lenguaje cristiano sobre Dios no puede reducirse a un
único tipo de uso lingüístico". Por ejemplo, el lenguaje de la doxología cúltica será
prevalentemente expresivo de la esperanza cristiana; el uso de la analogía en teología
será tendencialmente informativo; el lenguaje de un símbolo de fe o de una declaración
dogmática manifestará un uso lingüístico preferentemente normativo.
c) Regla del significado: "La hermenéutica del lenguaje sobre Dios debe atender a la
múltiple relevancia semiótica de tal lenguaje. En el lenguaje teológico no sólo interesan
el estudio del material significante o la sintaxis lógica del discurso, sino también su
significado teórico y su significación práctica.
d) Regla de las funciones: "En la interpretación del sentido del lenguaje religioso será
útil una consideración de las diversas funciones lingüísticas presentes en todo proceso
de comunicación". El lenguaje sobre
Dios supone una comunidad creyente y sirve como medio de comunicación de un
mensaje, dentro de un complejo proceso de aceptación y recepción de la fe. También en
la comunicación religiosa, como dialéctica de revelación y fe, de proclamación y
conversión, de recepción y transmisión, están presentes las funciones lingüísticas
fundamentales de todo proceso comunicativo: emisión y recepción, mensaje y
referente, código y contacto.
e) Regla de la analogía: "La existencia del lenguaje doxológico y del lenguaje ortodoxo
legitima el uso de la analogía en el discurso sobre Dios". El lenguaje sobre Dios
proclama al creyente la realidad suprema como revelada y misteriosa, afirmable e
inefable, singular en su identidad e inaferrable en su libertad, objeto de amor infinito y
de temor incondicionado. El lenguaje sobre Dios será positivo o "catafático"en cuanto
afirma las perfecciones de Dios a través de los nombres divinos; será también negativo
o "apofático" en cuanto niega en Dios las imperfecciones de la finitud o de la
contradicción y en cuanto corrige ilimitadamente el sentido de la proposición creyente.
El lenguaje de la analogía, que participa de esta dialéctica de afirmación, negación y
corrección de sentido, no debe ser pensado como vía media entre equivocidad y
univocidad, sino como una forma moderada de equivocidad y, por tanto, como una
forma moderada de apofatismo.
d) El mensaje de Jesús. El Dios del reino próximo, anunciado por Jesús, es el mismo
Dios de los padres y Señor de la alianza (Me 12,26.29). El mensaje religioso de Jesús
anuncia a Dios como Padre (Mat_6:6.9), manifestando una conciencia singular de su
relación filial, hecha de confianza ilimitada en la bondad divina omnipotente (Me
14,36). El evangelio proclama también el l reino de Dios como Señor único y exclusivo
(Mat_6:24). El discípulo debe buscar exclusivamente el cumplimiento de la voluntad
divina siguiendo el designio de la providencia (Mat_6:10.32). Según la tradición
sinóptica, sobre el mundo condicionado por la finitud y alienación, dominado por la
iniquidad y el mal, se anuncia el adviento de la monarquía divina como potencia
salvífica (Me 1,15), hecha presente en el ministerio humilde de Jesús, maestro de la
nueva ley y profeta del beneplácito divino, taumaturgo de la vida y exorcista del mal
(Me 1,21ss), justo perseguido injustamente y siervo de la reconciliación con Dios (Me
1,11).
Jesús enseña los misterios del designio divino y la perfección de la divina observancia
(Mat_11:27; Mat_5:17). La nueva praxis del discípulo deberá imitar la perfección
divina, particularmente la misericordia de Dios, que deberá traducirse en bondad
fraterna, incluso con relación a los propios enemigos (Mat_5:48; Lev_6:36).
174
2) El teísmo bíblico. Analizemos la afirmación de Dios en la revelación bíblica como
tensión entre misterio y teofanía, historia y trascendencia, exclusividad y universalidad,
incondicionalidad y personalidad.
c) La identidad de Dios. En el teísmo bíblico la cuestión básica del creyente con relación
a Dios era su identidad. El Dios de la alianza y de la piedad religiosa de Israel se
identificaba con el creador del universo y con el rey eterno (Sal_121:2; Sal_47:3;
Sal_146:10). A diferencia del politeísmo ambiental (Jos 24 2), de la henolatría primitiva
(Gén_15:1), la fe de Israel fue vivida como monolatría exclusiva (Deu_12:2) y como
monoteísmo explícito (Isa_46:9-10). El monoteísmo salvífico de Israel es, a la vez,
nacional y universal, comunitario y personal. El horizonte religioso del teísmo bíblico
nos permite comprender la originalidad del mensaje cristiano. El Dios del reino
próximo, anunciado por Jesús, es el mismo Dios de los padres y de la alianza
(Mat_22:32.37). El mensaje de Jesús anuncia a Dios como padre compasivo y como
señor exclusivo (Mat_6:6.24). El reino divino, anunciado por Jesús en sus párabolas, es
Dios mismo en su santidad y potencia, en su justicia y bondad (Mat_18:23ss; Lev_15:11
ss).
177
En la modernidad, además, abandonando el modelo de integración profunda entre
razón y fe, típico del platonismo cristiano, así como el modelo de subordinación
moderada de la razón a la fe, típico del aristotelismo escolástico, se desemboca en
modelos de exagerada subordinación de la razón crítica a la forma convencional de
vivir la fe tradicional, como en el fideísmo; o, por el contrario, se subordina la
religiosidad y la fe al control de la razón crítica, con el riesgo de racionalismo. Ambos
errores son rechazados por el magisterio, que reafirma la utilidad teológica de una
integración de las exigencias de la fe con el método racional. Durante los pontificados
de Gregorio XVI y de Pío IX fueron rechazados los errores fideístas de L.E. Bautain (DS
2751-56, 2765-68) y de A. Bonnety (DS 2811-14), así como las tesis racionalistas de A.
Günther (DS 282829) y de I. Froschammer (DS 285357). El magisterio contrarresta
también la tendencia al panteísmo absoluto, esencial o evolutivo, defendiendo la
libertad divina en su creación y providencia, así como la infinita diferencia entre el
mundo y Dios (DAS 2841-47, 2901-05).
Aunque la doctrina conciliar aluda a una posible culpabilidad moral del ateísmo, no
profundiza ulteriormente la cuestión; pero no deja de reconocer una participación en la
responsabilidad de la incredulidad de los ateos, incluso por una influencia negativa de
los creyentes, en la medida en que son inconsecuentes con su vivencia religiosa (GS 19).
La cuestión de la posibilidad de un ateísmo inculpable en la esfera teorética de la
conciencia refleja, si coincidiese con una vida éticamente honesta, encuentra un eco en
algunos documentos conciliares. En efecto, no puede considerarse excluido del reino de
Dios a quien vive una vida recta, aunque no llegue a una afirmación teorética explícita
del acto religioso, pues su honestidad moral no acontecé sin la gracia divina y los
elementos de verdad y justicia presentes en tal forma de vida constituyen una
verdadera "preparación evangélica" (LG 16). La doctrina conciliar afirma también que
Dios puede atraer a la fe, de forma misteriosa, a cuantos inculpablemente desconocen
el evárigelio, dada su voluntad salvífica universal (AG 7).
F.A. Pastor
a) Experiencia del mundo como punto de partida. Kant, en una división de las pruebas
de la existencia de Dios, menciona dos clases de argumentos que parten de nuestra
experiencia del mundo sensible, a saber: el argumento "físico-teológico" (llamado
181
también teleológico) y el argumento "cosmológico". El primero parte de una
"experiencia determinada y de la particular condición de nuestro mundo sensible así
conocido; el segundo tiene por base una "experiencia indeterminada" (cf KrV, B 618s).
Por razones históricas y sistemáticas se recomienda seguir esta división.
Como punto de partida adopta Agustín la certeza del propio ser consciente asegurada
en la duda metódica ("si fallor, sum'. Esta razón consciente de sí misma se reconoce
superior a sus percepciones sensibles y al "sentido interior" que las coordina, puesto
que juzga todo esto. La cuestión de si hay todavía algo superior y, a distinción de la
razón humana, inmutable, se reduce a preguntar por algo a cuyo juicio está sometida la
misma razón. En esto -o en "algo que se encuentra aún por encima"- hay que reconocer
a Dios, "quo nullus est superior". Esta realidad inmutable y de validez general, a cuyo
juicio se somete la razón, la ve dada Agustín en el "número y la sabiduría". El "número"
es, para él, el supremo valor normativo en el ámbito de lo estético, igual que la
"sabiduría" constituye la pauta en el ámbito de la búsqueda de la felicidad.
Pero también en este caso sólo se podrá hablar de una prueba real de la existencia de
Dios con reservas. Pues el ineludible problema de teodicea que se plantea a partir de la
experiencia del mundo, sólo en apariencia se supera en la duda metódica con la
eliminación de todos los factores empíricos de inseguridad. En realidad, "la prueba
lógico-trascendental de la existencia de Dios" no es otra cosa que la formulación más
concluyente de la situación del absurdo (en el sentido de A. Camus): la certeza fatal de
"Sísifo" por la idea de un ser incondicionado, pero que aparece como irrealizable. Por
más que haya que referir necesariamente esta idea también a "Dios", sería "mejor para
Dios que no existiera", puesto que Sísifo no puede ver en tal "maldición de Dios"
ningún sentido. Sin embargo, el autodescubrimiento del hombre realizado en el
argumento lógico-trascendental mantiene viva con mayor intensidad que la experiencia
del mundo la pregunta sobre un posible sentido a pesar de la situación de absurdo, y
por tanto sobre "algo por encima de lo cual no se puede concebir nada más grande".
3) La prueba moral de la existencia de Dios. Kant dio por terminada la lista de las
pruebas de la existencia de Dios realizadas (pero no concluyentes) por la razón teórica
con los argumentos físico-teológico, cosmológico y ontológico. No consideró la
posibilidad de una prueba de la existencia del Dios lógico-trascendental, aunque era
evidente al preguntar de dónde le viene a la idea de Dios su carácter regulador de todos
los usos de la razón (cf KrY, 8,380,384-386).
184
(KU 87). El argumento presenta varias versiones, de las cuales sólo convence la última
(en la Crítica del juicio y La religión dentro de los límites de la razón pura).
Pero el mundo sensible obedece en realidad a su propia ley natural, por lo cual el curso
de las cosas sólo rara vez parece estar conforme con las leyes de la razón práctica. Si,
pues, la obligación del hombre de promover el fin último no ha de ser absurda por no
responder en principio ningún poder a este deber, entonces el hombre ha de aceptar
como garante de una armonía entre la ley de la libertad y la ley de la naturaleza en
definitiva posible a Dios como la fuente última de ambas normativas. Estructuralmente
afines a la prueba moral de la existencia de Dios de Kant son los intentos
contemporáneos de concebir a Dios, partiendo de la idea de una solidaridad universal,
como el horizonte último de esta idea, en particular la aproximación desde la
perspectiva teórico-comunicativa a la teolo gía fundamental de H. Peukert.
H. Verweyen
185
LATOURELLE - FISICHELLA, Diccionario de Teología Fundamental,
Paulinas, Madrid, 1992
DOGMA
De ordinario, "dogma" se refiere a una declaración dogmática, a una proposición que
expresa alguna parte del contenido de la revelación divina y que es públicamente
186
propuesta como tal por la Iglesia y, por lo tanto, a la que se lía de asentir por fe. Esta
declaración se hace, bien a través del magisterio ordinario y universal de la Iglesia, bien
del magisterio extraordinario e infalible. Por eso los artículos de los credos, así como
los cánones de los concilios ecuménicos, deben ser reconocidos como expresión de los
dogmas.
Las obras de Dios, su interpretación profética y la reflexión sobre las mismas dentro del
AT están todas, sin embargo, inacabadas y no constituyen más que una afirmación
incompleta de la promesa de Dios. Sólo, con Cristo está dicha completamente la
palabra de Dios y el cumplimiento de la promesa queda perfectamente definido (DV
2,4). Ahora la actividad preeminente de la vida de Cristo es la de proclamar de palabra
y de obra que el l reino de Dios está cerca: de palabra, "se ha cumplido el tiempo, y el
reino de Dios está cerca" (Mar_1:15), y "vamos a otra parte, a los pueblos vecinos, a
predicar tambien allí; pues para eso he salido" (Me 1,38); de obra, como en el hecho de
reunir discípulos para su seguimiento incondicional, en el de sentarse a la mesa en
compañía de pecadores, en el perdón de los pecados, en las curaciones y exorcismos.
Por otra parte, esta vida y enseñanza constituyen una pretensión por parte de Jesús de
que la presencia de su persona, tal como se expresa en su palabra y se manifiesta en sus
obras, es un testimonio y demostración suficientes de la l credibilidad de la verdad del
mensaje del reino. Pues su palabra tiene autoridad: "Sabéis que se dijo...; pero yo os
digo" (Mat_5:21-22; cf Mar_1:22). Y de un modo similar, su actuación requiere
objetivamente una respuesta de fe: "Pero si echo los demonios con el Espíritu de Dios,
es señal de que ha llegado a vosotros el reino de Dios" (Mat_12:28; cf Jua_5:36;
Jua_9:32-33; Jua_10:38; Jua_14:11). Este testimonio y demostración, por tanto,
identifican a Jesús como aquél sin el cual la buena noticia del reino, y por tanto el reino
mismo, resulta inaccesible; en esto su causa y la del evangelio son una (Mar_8:35;
Mar_10:29), y así le identifican positivamente, aunque quizá sólo implícitamente, como
el Cristo, el mediador, es el que media, Dios en cuanto Hijo de Dios. Este testimonio y
demostración, tanto de la verdad de su mensaje como de la identidad de su persona, se
perfecciona y confirma solamente en la resurrección, el signo inequívoco de que el fin
del tiempo salvífico de Dios se ha anticipado ya y está presente en el tiempo y, desde
luego, en Jesús.
Así, igual que Jesús mismo interpretó las palabras anteriores de la revelación del AT -
como en el dicho sobre el divorcio, Mat_19:4-6; en la enseñanza sobre la resurrección,
Mat_22:31-32, y ver más abajo 3.a)-, de igual manera la Iglesia, su cuerpo, no separado
de la cabeza, interpreta la palabra de Cristo contenida en la Escritura. O se podía decir
también: la palabra escatológica del evangelio, presente de continuo en la Iglesia
(Jua_14:26), sigue interpretando y juzgando las diversas cuestiones y palabras que los
hombres aportan a la recepción del evangelio. No existe diferencia entre estas
formulaciones en el pensamiento católico, que reconoce ciertamente la prioridad y la
gratuidad de la gracia, pero también reconoce el hecho de que esa gracia es realmente
entregada a hombres y que realmente los transforma.
Que el poder de interpretar con autoridad la palabra de Dios hecha carne, y por tanto
expresada en palabras humanas, es ejercido en y a través de quienes están unidos en el
188
Espíritu con Cristo, está ya implícito en la recepción del canon del NT (/Canon bíblico),
donde tal recepción significa que las teologías del NT, cuyos autores son también los
evangelistas y los apóstoles, son normativas. Si las interpretaciones que componen el
NT fueron necesarias después de la vida del Señor, se puede suponer una necesidad
semejante de formular normativas ulteriores, de actualizar el propio NT con palabras
nuevas y más humanas, de modo que la palabra del NT, y en consecuencia la palabra de
Dios, pueda perdurar en el tiempo.
Esta noción técnica de dogma aparece por primera vez con Melchor Cano, De locis
theologicis (1563) (/Lugares teológicos), quien más que definir el término lo usa para
referirse a una doctrina que es a la vez: 1) apostólica, transmitida por la Escritura o la
tradición; 2) definida por un papa o un concilio o aceptada por todos los fieles. Felipe
Neri Chrismann (Regula ftdei catholicae et collectio dogmatum credendorum, 1792) se
cree que fue el primero en expresar la moderna definición de dogma: "Dogma fidei nihil
aliud fit, quam doctrina, et veritas divinitus revelata, quae publico Ecclesiae iudicio fide
divina credenda ita proponitur, ut contraria ab Ecclesia tamquam heretica doctrina
damnetur". En el contexto de su formulación, por consiguiente, es una noción que
abarca dos facetas: la primera, polémica, contra el protestantismo; la segunda,
constructiva, da una respuesta a lo que son los principios de la ciencia teológica y a
cómo se pueden establecer.
En el griego común, dogma (de dokein, pensar, suponer) es una opinión, y más
especialmente: 1) la opinión o doctrina de una escuela filosófica, o 2) la resolución o
decreto de una asamblea o de un gobernante. Es este último sentido el que destaca en el
NT. Hch_17:7 habla de los "decretos del César" (cf 2,1). También conocemos dogmata
legales de la ley mosaica, suprimidos por Cristo (Col_1:14; Efe_2:15; cf Col_2:20). Por
último, se habla de los dogmata, los "decretos", de los apóstoles y ancianos dados en
Jerusalén concernientes a los alimentos y a la pureza sexual (Heb_16:4; cf 15,22; 25;
28). Aunque el contenido exacto de estos dogmata es disciplinar y ético, se puede
189
advertir que el contexto es más que ético, porque al decidir no imponer la circuncisión a
los gentiles se toca un tema que pertenece a la esencia del evangelio. En la literatura
cristiana de los siglos II y in es cuando dogma se convierte en algo doctrinal, a la vez
que disciplinar, en coherencia con la concepción del cristianismo como la "verdadera
filosofía".
190
un reconocimiento infalible, en virtud del don del Espíritu Santo que se le ha dado, de
que tal interpretación es realmente exacta (DV 10).
La elaboración de una declaración dogmática puede, por tanto, considerarse, con razón,
en primer lugar, sencillamente como un tipo de exégesis, y "exégesis espiritual", es
decir, una lectura de la Escritura y un servicio a ella en el Espíritu de Cristo, que corre
el velo de la faz de Moisés, la "dureza de corazón" que impide que se comprenda el AT
como palabra que habla de Cristo (2Co_3:1218). La garantía de tal exégesis, por otra
parte, es el ejemplo de Cristo, entendido según Lucas-Hechos. En Luc_4:16-21, Cristo
declara que el significado de Is 61, I-2 es el mismo Cristo: él proporciona con su
enseñanza y es en su realidad el contexto normativo de la interpretación de la Escritura.
En Luc_24:27 Cristo declara una vez más que el significado de la Escritura ("Moisés y
todos los profetas") es Cristo. Y este ejemplo es seguido además por otros, pues en
Heb_8:27-35 Felipe explica el significado de Isa_53:7-8 al eunuco etíope, y el sentido
es Cristo.
Con la elaboración nicena del dogma es posible una noción correlativamente exacta de
herejía como la negación de una declaración dogmática. Esto está en continuidad con la
noción más concreta de hereje como alguien que no interpreta la Escritura según la
regla de fe (Ignacio), en continuidad a su vez con el sentido de herejía de 2Pe_2:1. La
claridad del dogma después de Nicea, sin embargo, cambia la naturaleza de la
controversia doctrinal: mientras que Ireneo tuvo que escribir cuatro libros para
demostrar el hecho de que los gnósticos no interpretan la Escritura según la regla de fe,
a los arrianos y semiarrianos se les identificaba fácilmente enfrentándolos con la norma
del homoousios.
Los problemas modernos sobre la noción de herejía no hay que distinguirlos de los
problemas modernos sobre la noción de dogma, y plantean la cuestión de si cierto
conocimiento de la verdad, expresada en proposiciones, pertenece esencialmente a los
bienes de salvación poseídos al presente, y por tanto es algo formalmente necesario
para ser miembro de la comunidad de los salvados.
b) Problemas modernos. La idea misma del dogma induce a una crisis de fe; sin
embargo, no simplemente en virtud de las diversas negaciones de la filosofía
poscristiana, sino también en la medida en que uno se toma en serio la siguientes
cuestiones.
3) Tercero, ¿cómo restaurar la unidad cristiana dada la índole divisoria del dogma, no
superada mediante el simple reconocimiento de una jerarquía de verdades (UR 11)?
193
c) Propuestas modernas. Todas las dificultades suscitadas por estas cuestiones parecen
surgir únicamente de una visión cognoscitiva realista del dogma: las afirmaciones
dogmáticas nos dicen algo sobre Dios, Cristo, los modos de proceder de Dios con los
hombres; además, las afirmaciones dogmáticas son verdaderas en el sentido de que
corresponden a la realidad por ejemplo, la afirmación "hay tres personas en Dios" es
verdadera porque hay tres personas en Dios. Puede verse que todas las dificultades se
resuelven, por consiguiente, abandonando esta noción, bien negando la naturaleza de
los dogmas como declaración informativa o abandonando la perspectiva de
correspondencia de la verdad. Lo que sigue representa las principales líneas de
reformulación.
En congruencia con lo anterior, las doctrinas de la Iglesia sólo pueden tener una
normatividad relativa temporal y culturalmente. No atan ni la libertad del evangelio ni
la libertad de conciencia. Y, por tanto, no suponen ningún gran obstáculo para la
unidad cristiana.
BIBL.: BLONDEL M., Histoire et dogme, en Les premiers écrits de Maurice Blondel,
París 1956 (traducción castellana de M. MUÑOZ, Historia y dogma I-II, Barcelona
1989); KASPER W., Dogma y palabra, Razón y Fe-Mensajero, Bilbao 1968;
LONERGAN B., The Origins of Christian Realism, en A Second Collection, Filadelfia
1974; ID, The Way to Nicea, Filadelfia 1976; NEWMANJ.H., An Essay on the
Development of Christian Doctrine, 1878; RAHNER K., ¿Qué es herejía?, en Escritos de
teología V, Madrid 1964, 513-560; ID, ¿Qué es un enunciado dogmático?. en Escritos de
teología V, Taurus, Madrid 1964, 55-81; SCHRODT P., The Problem of the Beginning of
Dogma in Recent Theology, Frankfurt a.M.-Berna-Las Vegas 1978; WALGRAVEJ.,
Unfolding Revelation: The Nature ofDoctrinal Development, Londres-Filadelfia 1972.
G. F. Mansini
Esta alianza con Abrahán no es un pacto bilateral por el que se comprometen dos
partes, sino una promesa, un juramento unilateral por el que Yhwh promete una
herencia a Abrahán y sus descendientes. Este juramento puede muy bien tomar el
nombre de alianza, ya que crea efectivamente una relación nueva entre Yhwh y
Abrahán. Sin embargo, este "acuerdo" es muy particular, ya que la iniciativa proviene
únicamente de Yhwh, mientras que Abrahán se contenta con acoger esta promesa y
rendir homenaje, en un abandono total, a la palabra dicha por Yhwh (Gén_15:6).
196
Acto soberanamente libre y gratuito por parte de Yhwh, la alianza con Abrahán no
podía estar condicionada ni comprometida por los hombres; era indefectible y eterna.
Yhwh será para siempre el Dios de Abrahán y de su descendencia, y las promesas
hechas se cumplirán infaliblemente a su tiempo.
Pues bien, estas promesas no iban dirigidas a todos sus descendientes. Suponiendo una
elección por parte de Yhwh, se transmitirán por medio de ciertos descendientes, con
exclusión de otros, y esto en virtud del designio mismo de Dios y no por causa del
pecado de los humanos (S. Lyonnet). La elección afirma la libertad de Dios, que se
expresa en la diferenciación de los elegidos y se manifiesta ya en el curioso fenómeno
de las "parejas de hermanos": se necesitan al menos dos hijos para que haya una
elección. Isaac será el escogido, y no Ismael. Según la ley del pueblo, era Ismael, el
"primogénito", el que debería haber recibido la primera promesa de la herencia de
Abrahán. Pero aquí se trata del derecho de la gracia libre de Dios. Toda la historia de
Isaac tiene una sola finalidad: señalar que él ha nacido únicamente del poder de Dios.
Es él el hijo de la promesa, nacido de Sara, la "mujer libre" (Gál_4:22), mientras que
Ismael, el hijo de la esclava, no tendrá ninguna relación directa con la vocación de
Abrahán. La verdadera posteridad de Abrahán es Isaac, en virtud de la libre iniciativa
de Dios.
La libertad de la elección se afirma más con Esaú y Jacob, los dos gemelos cuyos
destinos se cruzan de forma característica. El Génesis presenta a Esaít como el
hermano mayor de Jacob (Gén_25:35). Sin embargo, Yhwh elegirá a Jacob y lo
constituirá heredero de las promesas. En virtud de esta elección, y como signo de ella,
Yhwh convirtió su nombre de Jaco b en el de Israel. Después de renovar con Isaac
(Gén_26:3-5) la alianza establecida con Abrahán (Gén_17:19), Yhwh la hace gravitar
sobre la persona de Jacob y sobre sus doce hijos, antepasados de las doce tribus de
Israel, que constituirán las estructuras de base del pueblo de Dios. "Tu nombre es
Jacob, pero ya no te llamarás Jacob; tu nombre será Israel...; un pueblo, un conjunto de
naciones procederá de ti, y reyes saldrán de tus lomos..." (Gén_35:9-11). Jacob-Israel es
el elegido de Dios y, en cuanto tal, será el padre y fundador del pueblo elegido, a quien
Dios concederá sus favores más que a sus iguales o rivales. Israel estará formado por
los descendientes de Abrahán, a través de Isaac y de Jacob, y no a través de Esaú,
antepasado de los edomitas, enemigos hereditarios de Israel y que no forman parte
ciertamente del pueblo elegido (S. Lyonnet). De esta manera se afirma, una vez más, la
libertad del acto electivo de Yhwh.
Las mujeres tendrán igualmente una función en este misterio de la elección divina.
Para la Biblia, la esterilidad era una maldición y la fecundidad una bendición. Pues
bien, Sara era estéril, mientras que Agar era fecunda. Pero las cosas se invierten: Agar,
la fecunda, tiene que luchar contra la amenaza de verse despedida, y finalmente ha de
marcharse (Gén_21:14), mientras que Sara es bendecida y engendrará a Isaac, el hijo
de la promesa. Esta misma inversión se producirá en otras "parejas" de mujeres
estériles y fecundas: Raquel y Lía (Gén_29:30), Ana y Peniná (1Sa_1:2). En su cántico,
que anticipa el Magníficat de María, Ana, la madre de Samuel, cantará esta inversión de
valores: "La mujer estéril tiene siete hijos, y la madre fecunda se marchita" (1Sa_2:5).
María, la virgen fecunda, será la réplica superior de esas mujeres estériles que dan a luz
con la ayuda de Dios (Luc_1:35).
197
2. LA ALIANZA DEL SINAI. "El Señor llamó a Moisés desde la montaña diciendo: `Di a
la casa de Jacob y a todos los israelitas: Habéis visto cómo he tratado a los egipcios y
cómo os he llevado sobre alas de águila y os he traído hasta mí. Si escucháis
atentamente mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi especial propiedad entre
todos los pueblos'..." (Éxo_19:3-5).
El éxodo fue obra de Dios mismo, que "oyó el gemido de los israelitas y se acordó de su
pacto con Abrahán, Isaac y Jacob..., y bajó a liberarlo de la mano de los egipcios"
(Éxo_2:24; Éxo_3:7). El éxodo es la continuación de una única historia de liberación,
que empezó con Abrahán. Su objetivo es constituir una alianza que haga de Israel un
pueblo libre, devolviéndole su dignidad y dándole su ley y su misión en la historia:
- La elección: la relación de Israel con Yhwh se basa únicamente en la voluntad libre de
Yhwh al elegir a Israel. En la historia de las religiones no se conoce ningún ejemplo de
una alianza entre una divinidad sola y un pueblo solo. El caso de Israel es único: "En
efecto, ¿qué nación hay tan grande que tenga dioses tan cercanos a ella como lo está de
nosotros el Señor, nuestro Dios, siempre que le invocamos?" (Deu_4:7). "Porque el
Señor os amó y porque ha querido cumplir el juramento hecho a vuestros padres, os ha
sacado de Egipto con mano poderosa y os ha liberado de la casa de la esclavitud"
(Deu_7:7-8). Israel ha sido escogido entre las naciones, ha sido bendecido y colmado
por Yhwh. Todo está preparado para una nueva relación entre Yhwh y él.
El simple hecho de que Yhwh le pida al pueblo una respuesta libre subraya el carácter
único de la alianza mosaica. Las relaciones entre la divinidad y los humanos han
cambiado por completo: no hay ya competencia, sino posibilidad de una colaboración
libre. En las relaciones circundantes, por el contrario, los humanos no tenían ninguna
opción, ninguna libertad para rehusar o aceptar. Yhwh se presenta, ciertamente, como
él Señor poderoso, pero no como un dictador: "Dios no es un tirano. Desea que quienes
le sirven lo hagan libremente, que acepten libremente su designio de salvación y que
hagan el bien no por temor, sino por decisión libre" (Orígenes). A1 sí de Yhwh a su
pueblo tiene que corresponder el sí del pueblo que se compromete a cumplir libremente
su voluntad. La alianza mosaica es un libre intercambio de promesas y de compromiso.
Dios se ha escogido un pueblo que ha aceptado libremente caminar por los caminos
indicados. Se trata de una etapa en la historia de Israel, ni la primera ni la última; de un
nuevo testimonio de la fidelidad de Yhwh a sus promesas de salvación, que recibe todo
su significado de -la alianza con Abrahán que ella continúa. Va precedida de la.promesa
hecha a Abrahán y a Isaac, de la que es la primera realización. Israel permanecerá
siempre bajo la bendición de la alianza con Abrahán, que seguirá siendo válida aun
cuando Irael tenga que ir al destierro por causa de sus infidelidades. "Yo me acordaré
de mi pacto con Jacob, de mi pacto con Isaac, de mi pacto con Abrahán" (Lev_26:42).
La ley está relacionada con el éxodo, con la elección y con la bendición de Yhwh a su
pueblo. Proviene del éxodo, lo expresa y lo continúa. Es el medio por el que el pueblo
198
avanza en su camino de éxodo-liberación ya comenzado, pero no terminado todavía. La
ley no existía al comienzo de la historia del pueblo elegido. Israel fue escogido, salvado
y liberado sin la ley. Era ya un pueblo liberado cuando la recibió. No se le pudo dar
antes de la salida de Egipto, sino sólo después de su liberación: ¡los esclavos no tienen
ley! Yhwh libertador apela a la libertad del pueblo para que quede liberado y se haga
cada vez más libre. Fundada en el recuerdo de la liberación de Egipto, la ley consagra la
libertad. No salva, no da la vida, aunque esté vinculada a la salvación y a la vida. Es don
de Dios a Israel, inseparable de la gracia de la alianza, y por tanto del socorro divino
requerido para su observancia. Es el camino para permanecer en una salvación ya dada
y libremente aceptada. No es nunca un medio para "ganar" la relación con Yhwh, sino
un medio para vivir esta relación. La alianza mosaica se dio como una pura gracia de
Dios, pero que suponía unas exigencias religiosas y morales que han de ser observadas
si Israel quiere permanecer en la alianza. Lo mismo que, con la elección y la alianza,
Yhwh había manifestado sus designios de salvación a Israel, con la ley le indica la
manera de seguir siendo pueblo sin más -ninguna comunidad humana puede vivir sin
la ley- y de seguir siendo pueblo de Dios con una vocación especial. Se da una
continuidad entre el camino de la liberación y el de la ley. Viviendo según la ley, Israel
camina con su Dios, se hace actor responsable de su propio destino e interiormente
cada vez más libre. Pues bien, un don divino como la ley ha de ser compartido por
todos. El que ha sido liberado de la esclavitud no puede tratar a su hermano como una
cosa, disponiendo de su vida, de su esposa, de su reputación o de sus bienes
(Éxo_20:13-17). La ley de Dios no debe separarse nunca del que la dio, el propio Yhwh
(de lo contrario ya no "hablaría" y se convertiría en una cosa muda), ni de los demás
beneficiarios de la alianza con los que ha de ser compartida, es decir, observada.
La alianza con David adquirió una gran importancia en el momento del destierro,
cuando desde el fondo de su miseria Israel se preguntaba si, después de haber roto
tantas veces la alianza mosaica, seguía siendo el pueblo de Yhwh, digno de sus
promesas. Los profetas, sobre todo Jeremías, Ezequiel e Isaías, destacaron entonces
nuevos aspectos de la alianza divina; recuerdan que se trata de una disposición
enteramente gratuita, que no descansa en los méritos del pueblo, sino solamente en la
misericordia de Yhwh. La alianza no es tanto un pacto como un acto gratuito de Yhwh
que permanece fiel a su pueblo. Su juramento dura para siempre. La infidelidad de
Israel no rompe automáticamente la alianza, ya que Yhwh es libre para tener paciencia
y perdonar.
A partir de David, la alianza de Dios con su pueblo pasa a través del rey. El trono de
Israel será el trono de David. Y por la mediación de un rey, sucesor de David, salvará
Dios a su pueblo. La esperanza de Israel se hace entonces dinástica (l Mesianismo).
b) Ezequiel. Constatando que "los impulsos del corazón del hombre tienden al mal
desde su adolescencia" (Gén_8:21), Ezequiel anuncia un cambio del corazón. La
novedad no es la de la alianza, como en Jeremías, sino la del corazón y del Espíritu.
Ezequiel describe certeramente la acción interna que Dios va a operar en el corazón del
hombre, las transformación interior del corresponsal humano: extirpación del corazón
de piedra, trasplante de un corazón nuevo y acción continua del Espíritu Santo, único
capaz de disolver las obras de la carne y de hacer madurar las del Espíritu (Gál_5:19-
22): "Haré con ellos una alianza de paz que no tendrá fin" (Eze_37:26); "Os daré un
corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; quitaré de vuestro cuerpo el corazón de
piedra y os daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en vosotros" (Eze_36:26-
27).
Ezequiel describe la alianza nueva con las categorías más personalistas de corazón y de
espíritu, demostrando así que la ley interior de la que hablaba Jeremías era no
solamente una norma, sino un principio de acción, ya que no era sino el Espíritu Santo,
que producía una transformación profunda del corazón humano. El concepto de "ley
interior" de Jeremías está vinculado, en Ezequiel, a una teología del Espíritu Santo. En
Jeremías, Dios da una ley inscribiéndola en el corazón; en Ezequiel, ese don recibe un
nombre: el Espíritu Santo, el don de Dios por excelencia. Se pasa de la ley escrita en el
corazón a la "ley del Espíritu" (Rom_8:2), viva y operante en el corazón.
Abrahán es escogido entre los hombres mucho más refinados de Mesopotamia. De los
hijos de Abrahán, se escoge a Isaac y es rechazado Ismael.
De los dos hijos de Isaac, es escogido Jacob y rechazado Esaú. A pesar de ser "el menos
numeroso entre los pueblos", Israel es escogido para ser el pueblo de Yhwh, consagrado
a él. David, el más joven, es preferido a los demás hijos de Jesé. El proceso de
estrechamiento se acentúa en el momento del destierro en Babilonia: sólo volverá un
pequeño resto. Esta noción de "resto-elite" está ligada a las estructuras mismas de la fe
de Israel: elección, alianza, juicio y salvación. La predicación severa de los profetas, que
habla de ruptura y de infidelidad, se templa con la referencia a un resto santo que será
salvado. Aun en los peores momentos de la historia de Israel, queda siempre un
pequeño resto fiel, en el que la palabra de Dios encuentra una respuesta plenamente
humana, un resto-elite, al que Yhwh reservaba sus favores y en el que quedaba
preservado todo el porvenir del pueblo. Más allá de la discontinuidad se da siempre una
pequeña continuidad. Por causa de su amor, Yhwh reconstruirá a su pueblo a partir de
ese resto "humilde y pobre" (Sof_3:12). Pars pro toco: es la parte la que lo lleva todo a
término. Ese pequeño resto representa a los ojos de Yhwh a toda la comunidad. Es la
parte fiel que subsiste gracias a una elección divina realizada en el interior del mismo
pueblo. Dios actúa en su favor para procurarle a todo Israel el perdón y la salvación. Es
la raíz que comunica la santidad a todo el conjunto, el núcleo de un nuevo Israel que
vivirá finalmente en la santidad y la obediencia. A1 final, ese pequeño resto se reducirá
a unas cuantas familias santas, Isabel y Zacarías, Simeón y Ana, Joaquín y Ana, de los
que nacerá finalmente María. Con esta pequeña "hija de Israel", el primer cono alcanza
su vértice: el Señor Dios podrá finalmente visitar a su pueblo. A partir de este punto
central se invierte el proceso, y el segundo cono se irá ensanchando cada vez más. Se
pasa de la bendición única y excepcional de María, llena de gracia, a una bendición
universal que nos afecta a todos: en el Hijo amado del Padre y de María todos somos
elegidos para alabanza gloriosa de la gracia con que el Padre nos ha agraciado en su
Hijo (cf Efe_1:1-6).
No hay ruptura entre las alianzas, ya que no hay más que una sola economía de la
salvación, que tiene al Padre por autor, al Hijo como salvador, al Espíritu Santo como
promesa y don. El Dios de Jesucristo es también el Dios de la antigua alianza. Toda la
historia de la antigua alianza tiene valor de tipo: significa la esperanza del hombre, que
201
se apoya en las promesas de Dios (Abrahán, Moisés, David) y encuentra su realización
en Jesucristo. Con vistas a la venida de Jesús, cada momento de esa historia se
prolonga hacia adelante, según una dinámica de continuidad y de superación.
É. Hamel
202
ENCUENTRO
1. EL REDESCUBRIMIENTO DE LA CATEGORÍA ENCUENTRO EN LA TEOLOGÍA
DE LA REVELACIóN. En la difícil y complicada historia de la TF en los últimos
cincuenta años fue abriéndose paso la convicción de ser una teología del encuentro
entre la revelación y el hombre. La TF considera como una de sus tareas primordiales el
análisis de la apertura y capacidad del ser humano para escuchar la palabra que Dios le
dirige en la historia; y al mismo tiempo le ayuda a superar los límites y dificultades que
le impiden el encuentro con el misterio trascendente, que se ha revelado
definitivamente en Jesús de Nazaret, el Señor. Por eso la categoría encuentro es
reconocida como decisiva para la teología, por ser una dimensión esencial de la
revelación cristiana, presente en la entraña misma del pensamiento bíblico.
La elección de Israel y la alianza de Dios con su pueblo están sostenidas por la realidad
del encuentro como estructura fundamental de la revelación: Dios revela su nombre
(Éxo_3:1315; Éxo_6:2-9), deja brillar su rostro (Núm_6:25-26; Sal_30:17; Sal_79:4),
pronuncia su palabra poderosa y creadora (Deu_6:4-9; Sal_32:6; Sal_118:25; Sab_9:1;
Isa_55:10-11; Jer_15:16) para invitar al hombre, como ser individual y como miembro
de una comunidad, al encuentro personal con él en un diálogo (Éxo_33:11; Bar_3:38),
que perdona y que salva, que mantiene la esperanza del cumplimiento de la promesa
que sostiene todo el AT.
Según el NT, en Jesús el Cristo, única imagen del Dios invisible (2Co_4:4; Col_1:15), en
la experiencia de encuentro con él (Un 1,1-3) se nos revela el rostro misericordioso de
Dios, la Palabra definitiva del diálogo de Dios con el hombre. Y el Espíritu de la verdad,
que permanecerá siempre junto a nosotros (Jua_14:16), recordando todo lo que Jesús
enseñó (Jua_14:26), dando testimonio de él (Jua_15:26), nos conducirá a la verdad
plena (Jua_16:13) cuando en el encuentro definitivo, cara a cara, la luz del misterio de
Dios ilumine nuestro misterio personal y el enigma de la historia humana (1Co_13:12).
203
Mounier [ j' 1950], G. Marcel [t 1973], M. Nédoncelle [ j' 1976], J. Lacroix [ j' 1986]1
como el pensamiento dialógico alemán de F. Rosenzweig (f 1929), F. Ebner (j' 1931) y
M. Buber (j' 1965), con sus valiosas intuiciones de carácter hermenéutico, con sus
certeras críticas de las metafísicas clásicas y, sobre todo, del idealismo alemán, pero
también con sus límites evidentes en el análisis de la realidad objetiva, han influido
notablemente en la teología católica y protestante de Centroeuropa: frente al
"actualismo"personalista de E. Brunner (+ 1966) y F. Gogarten (+ 1967), destacan las
aportaciones, desde una perspectiva metafísica tradicional, de los pioneros en el campo
católico Th. Steinbüchel (+ 1949), l R. Guardini (j' 1968), O. Semmelroth (+ 1979) y A.
Brunner (+ 1985). Así la categoría encuentro pasó a ser poco a poco un elemento
decisivo de la concepción de la revelación en la mayor parte de la teología católica que
inspiró y sostuvo la reflexión del Vaticano II.
La vida plantea enigmas que pueden ser descifrados. La persona, sin embargo, se nos
presenta como un misterio que únicamente se hace accesible cuando ella misma se
comunica. El encuentro sólo es posible cuando se da una correspondencia entre la
revelación personal de un sujeto y la aceptación confiada del otro; creándose un espacio
donde el amor y la entrega mutua harán crecer la libertad y el compromiso responsable.
Pero esto no significa renunciar a la objetividd ni quedar apresados en un subjetivismo
que mutile la realidad, ni olvidar la imprescindible dimensión comunitaria y social de
todo individuo y, por tanto, de todo encuentro personal. El ser humano no puede
realizarse en su integridad exclusivamente en el ámbito de la intimidad intersubjetiva.
Y la palabra, como elemento esencial del encuentro y como entorno de sentido
compartido, nos descubre que estamos necesitados de una comunidad donde el diálogo
haga posible la revelación, la comunicación, el amor.
205
4. LA DIMENSIÓN PERSONAL DE LA REVELACIÓN Y SU VERDAD OBJETIVA. En
el encuentro entre Dios y el hombre se unen de forma indisoluble la dimensión
personal y el contenido de la revelación, que es en esencia el amor y la fidelidad de
Dios. Pero este contenido ha de ser concretizado. Lo decisivo para la fe radica en la
comunión con Jesucristo; pero esta opción personal sería una realidad etérea y sin
perfiles definidos si no se lograra una formulación objetiva. El cristiano no cree en una
trascendencia anónima, sino en un Dios que sale al encuentro del hombre en
Jesucristo: Esto supone la confesión de fe en una concreta historia de salvación, que
proporciona una base objetiva, que posibilita el compromiso existencial y la realización
auténtica del creyente en el seno de la comunidad. Toda relación humana está
sostenida, al menos, por signos y símbolos. Las verdades objetivas proposicionales de la
revelación no son lo primario en la decisión de la fe, pero sin ellas el encuentro entre
Dios el hombre se diluiría en un subjetivismo deletéreo. Las palabras y obras de Jesús,
su vida, su muerte y resurrección no son simples realidades indicativas. El encuentro
con Jesús el Cristo implica la aceptación vital de contenidos normativos y doctrinales,
esenciales para la fe. Esto no significa limitar la libertad del amor de Dios en la historia,
que puede utilizar cualquier camino para llegar al corazón de todo ser humano. Pero si
hablamos de la fe cristiana, resulta imprescindible la referencia a una comunidad
creyente que mantiene la esperanza en la historia por la fidelidad a una confesión de fe,
que anuncia la salvación definitiva y que guía a la persona al encuentro con Dios en
Jesucristo por la fuerza del Espíritu.
A. Jiménez Ortiz
206
ESCATOLOGÍA
Dos aspectos inseparables han de ser tenidos en cuenta cuando se habla de escatología
desde el punto de vista cristiano: por una parte, la revelación plena de Dios que ha
tenido lugar en Jesús, la aparición de Dios en el mundo que constituye el
acontecimiento decisivo que imprime a la historia su orientación definitiva; con Cristo
ha irrumpido en el mundo "lo último", o, tal vez mejor todavía, él es "el último". Por
otra parte, y siempre en relación con este primer aspecto, se ha de considerar el
contenido concreto de la esperanza cristiana, no solamente "lo último", sino también
"las cosas últimas", aquello que espera al hombre, sea al fin de la historia (escatología
colectiva o final), sea al término de su vida mortal (escatología personal o
"intermedia"). También este segundo punto de vista tiene que ver directamente con
Cristo. En efecto, la esperanza cristiana no puede tener otro objeto último que no sea
Dios mismo, que se nos manifiesta en Cristo. La escatología cristiana no nos habla, por
tanto, de un futuro intramundano superable en principio por cualquier otro
acontecimiento, sino del futuro absoluto, que es Dios mismo. Jesús como
acontecimiento escatológico nos abre el sentido de las ultimidades del mundo y del
hombre. Lo que en él ha acontecido ya de modo aún velado, lo que desde su
resurrección es realidad en él que es la cabeza, espera la manifestación plena en todo su
cuerpo.
207
anticipado en Jesús (de otro modo no podríamos decir absolutamente nada de él), es ya
relevante para nosotros y, a la vez, sigue siendo la novedad radical que va incluso más
allá de nuestros deseos. En la gran mayoría de los escritos neotestamentarios hallamos
esta tensión entre presente y futuro, que, naturalmente, admite diversas acentuaciones
de uno u otro aspecto. Creo que, como regla hermenéutica, puede valer el principio de
afirmar a la vez ambos extremos, sin contraponer el uno al otro. La realidad de la
salvación en Jesús no puede ser minimizada; el bautismo significa una participación en
su muerte y en su resurrección. Por otra parte, la plena participación en su gloria
presupone también la participación en su muerte, no sólo sacramentalmente
anticipada. Todo lo que somos y es el mundo que nos rodea ha de ser sometido al juicio
de la cruz de Cristo.
La manifestación plena del dominio de Dios significa la plena salvación del hombre. En
el pasaje a que nos acabamos de referir y en otros lugares (cf, p.ej., Flp_3:21;
1Ts_4:1418) se señala la conexión entre parusía y resurrección. Esta última, como
plenitud del hombre, viene a ser el correlato de la aparición de Jesús en su gloria. El
dominio de Cristo sobre todo significa nuestra plena salvación. La resurrección
equivale, por tanto, a la plenitud del hombre en todas sus dimensiones, personales,
cósmicas y sociales. La configuración con Cristo resucitado es la única vocación
definitiva del hombre. Él es la primicia, a partir de la cual se hace realidad la
resurrección de todos los que son de Cristo (cf 1Co_15:20-23); es también el
primogénito de entre los muertos (cf Col_1:18); y, por consiguiente, "del mismo modo
que hemos revestido la imagen del hombre terreno, revestiremos también la imagen del
celestial" (1Co_15:49). La resurrección en el último día significa también la plenitud del
cuerpo de Cristo, de la Iglesia celeste. No se puede olvidar cuando se trata de la
escatología la dimensión social de la vida cristiana que en otros campos teológicos se
pone tan de relieve. El capítulo VII de la constitución LG, del concilio Vaticano II, es
suficientemente claro al respecto.
BIBL.: BALTHASAR H.U. von, Theodramatik IV. Das Endespiel, Einsiedeln 1983;
BORDONI M. CIOLA N.; Gesú nostra speranza. Saggio di escatología, Bolonia 1988;
KEHL M., Eschatologie, Würzburgo 1986; Pozo C., Teología del más allá, -Madrid 1981;
RATZINOE11 J., Escatología, Barcelona 1980; RAHNER K., Principios teológicos de la
hermenéutica de las declaraciones teológicas, en Escritos de teología IV, Taurus Madrid
1961, 411-439; RUIZ DE LA PEÑA J.L., La otra dimensión. Escatología cristiana,
Santander 19863.
L.F. Ladaria
ESCEPTICISMO
209
1. EXPLICACIÓN DEL CONCEPTO. El concepto "escepticismo" se refiere directamente
a la palabra francesa sceptique (escéptico, escépticos), pero detrás está la palabra griega
original, sképtomai (observar examinando). Con el término filosófico se designa
comúnmente aquella orientación filosófica o actitud mental que se abstiene de juzgar
porque no puede decidirse con suficiente seguridad sobre la verdad o falsedad de las
aseveraciones.
210
Al presente, el escepticismo es más bien un aspecto fundamental del filosofar moderno
que una orientación determinada de la filosofía. Como tal, defiende la libertad del
espíritu en la búsqueda sin reservas de la verdad contra todos los intentos de
dogmatizar el pensamiento.
BIBL.: POPKIN R.H., Skepticism, en The Encyclopedia of Philosophy, vol. VII, Nueva
York 1967, 449-461; POST W., Escepticismo, en SM 11, 669-672; RICHTER R., Der
Skeptizismus in der Philosophie und seine Überwindung, vols. 1-II, Leipzig 1904-1905;
SCHLETTE H.R., Skeptische Religionsphilosophie. Zur Kritik der Pietltt, Friburgo
1972; SCHNURR G., Skeptizismus als theologisches Problem, Gotinga 1964;
211
WEISCHEDEL W., Die Frage nack Gott im skeptischen Denken, Berlín-Nueva York
1976.
B. Groth
ESCRITURAS SAGRADAS
1. ESCRITURAS SAGRADAS Y PALABRA DE Dios. El concilio Vaticano II ha asumido
la expresión "semillas del Verbo" (AG 11), que habían empleado algunos de los
primeros padres de la Iglesia en relación con las tradiciones religiosas de los pueblos a
los que intentaban llevar el mensaje cristiano. Aquí se aplica directamente esta
expresión a los libros sagrados de las diversas tradiciones religiosas de la humanidad, y
más especialmente a los escritos que ellas consideran como "Escritura sagrada". En
212
algunas de esas tradiciones -el hinduismo entre otras- el concepto de "Escritura
sagrada" es más fluido que en el cristianismo. Alguno de los libros sagrados, la
Bhagavad Ghita, por ejemplo, puede ser reconocido como Escritura sagrada (sruti) por
algunas ramas del hinduismo religioso, sin que le concedan necesariamente el mismo
valor otras corrientes, que lo consideren simplemente como perteneciente a la tradición
(smirti) y no a la Escritura. Recordemos, sin embargo, que entre las diferentes ramas
del cristianismo tampoco existe un acuerdo completo sobre la "canonicidad" de los
libros santos (l Canon); la misma tradición católica distingue entre libros canónicos y
"déutero-canónicos". El problema de la canonicidad.es el de la identificación que hace
una comunidad religiosa de los escritos sagrados, a los que reconoce un valor de
Escritura santa. Existe, sin embargo, una cuestión más fundamental: ¿qué es lo que
hace de un libro sagrado una Escritura santa? Quizá estas cuestiones se entremezclan
con frecuencia, lo cual no favorece la claridad teológica. Sea de ello lo que fuere, lo que
aquí vamos a tratar debería enunciarse de este modo: teniendo en cuenta lo que en la
teología cristiana constituye la sagrada Escritura, ¿pueden las "santas Escrituras" de las
otras tradiciones ser reconocidas como tales por el teólogo? Y en caso afirmativo, ¿en
qué medida y de qué forma?
Hay que recordar las distinciones que se imponen entre revelación divina, profetismo y
Escritura santa, aun cuando los diversos términos designan unas realidades ligadas
entre sí por relaciones múltiples. El hecho de que Dios se haya manifestado
personalmente en la historia de las naciones, de tal manera que la teología pueda
hablar de "revelación divina", aun cuando esa revelación no sea todavía más que una
etapa preliminar en la historia de la salvación (! Historia, V) orientada hacia la
revelación judeo-cristiana, es posible admitirlo si recordamos a los santos "paganos"
del AT y las alianzas divinas con la humanidad y las naciones (Gén 1-3; 9). Por otra
parte, se admite hoy cada vez más que el carisma profético tuvo ciertos antecedentes
fuera de Israel, tanto antes de Cristo como después de él. Hay que comprender bien el
carisma profético. No consiste ante todo en la predicción del futuro, sino más bien en la
interpretación hecha para un pueblo de la historia sagrada vivida por él, de las
intervenciones divinas en su historia. Tampoco se puede oponer de forma ficticia
religión "profética" y religión "mística", ya que la fuente del carisma profético es
ciertamente una experiencia mística.
Si esto es así, la cuestión está en saber si la teología cristiana puede reconocer en las
otras Escrituras sagradas una palabra de Dios, inspirada por el Espíritu Santo y dirigida
por Dios a otras comunidades religiosas; y, en caso afirmativo, saber cómo esa palabra
es palabra de Dios. ¿Hay que reconocer en ella una palabra inicial de Dios al hombre,
inspirada por el Espíritu Santo, o ver tan sólo en ella una palabra humana sobre Dios, o
quizá una palabra del hombre a Dios en espera de una respuesta divina? Si se trata de
una palabra de Dios inicial, dicha por Dios a los hombres, tal como la contienen las
Escrituras sagradas de diversas tradiciones religiosas, ¿se relaciona de alguna forma
con la palabra decisiva que se les ha dicho a los hombres en Jesucristo y de la que el NT
constituye la recopilación oficial?
Hay que afirmar que la experiencia religiosa de los sabios de las naciones está guiada y
dirigida por el Espíritu. Su experiencia de Dios es experiencia de su Espíritu. También
hay que admitir sin duda que esta experiencia no está destinada a ellos solos. En su
providencia, Dios, a quien corresponde la iniciativa de todo encuentro divino-humano,
quiso hablar a las naciones mismas a través de la experiencia religiosa de sus profetas.
Dirigiéndose personalmente a ellos en el secreto de su corazón, es a las naciones a las
que Dios se quiso manifestar y revelar en su Espíritu. De esta manera entraba
secretamente en la historia de los pueblos y la dirigía hacia el cumplimiento de sus
designios. El carácter social de las "santas Escrituras" de las naciones puede entonces
decirse que es querido por Dios. Esas Escrituras representan el patrimonio sagrado de
una tradición religiosa en vías de formarse, no sin la intervención de la providencia
divina. Contienen unas palabras dirigidas por Dios a los hombres en las palabras de los
214
sabios, ya que refieren unas palabras secretas dichas por el Espíritu en los corazones de
los hombres, pero destinadas por la providencia divina a conducir a otros hombres a la
experiencia del mismo Espíritu. Afirmar algo menos que esto sería, al parecer,
infravalorar el realismo de la manifestación que Dios hace de sí mismo a las naciones.
Lo que aquí sugerimos no equivale a decir que todo el contenido de las Escrituras
santas de las naciones sea palabra de Dios en palabras humanas; pudieron introducirse
en la recopilación de los libros sagrados muchos elementos que representan tan sólo
palabras humanas sobre Dios. Mucho menos se trata de decir que las palabras de Dios
contenidas en las Escrituras santas de las naciones representan la palabra decisiva que
Dios les dirige, como si Dios no tuviera ya nada más que decirles sino lo que les había
dicho por medio de sus profetas. La afirmación formulada anteriormente significa que
la experiencia personal del Espíritu hecha por los sabios, en la medida en que -según la
divina providencia- es un primer paso personal de Dios a las naciones, y también en la
medida en que fue recogida auténticamente en sus santas Escrituras, es una palabra
personal que Dios les dirige a través de los intermediarios escogidos por él. En un
sentido verdadero, pero que es sin duda difícil de especificar más, esta palabra puede
decirse que es "palabra inspirada de Dios", con tal que no se tenga una acepción
demasiado estrecha de los conceptos y que se tome suficientemente en cuenta la
influencia cósmica del Espíritu Santo.
Pero una vez reconocido el carácter único del acontecimiento Jesucristo y afirmado sin
ambages el lugar único que ocupa la recopilación oficial de este acontecimiento por la
comunidad escatológica de la Iglesia en el misterio de la revelación de Dios al mundo,
todavía queda sitio para una teología abierta de la revelación y de las Escrituras
sagradas. Esta teología pensará que, antes de decir su última palabra en Jesucristo,
antes incluso de hablar por los profetas del AT, Dios había dicho ya una palabra inicial
a los hombres por los profetas de las naciones, palabra de la que se pueden encontrar
algunas huellas en las Escrituras santas de las tradiciones-religiosas del mundo. La
palabra final no excluye una palabra primera, sino que más bien la supone. Tampoco
puede decirse que la palabra inicial de Dios sea laque recoge el AT, ya que éste mismo
da testimonio del hecho de que Dios habló alas naciones antes de hablar a Israel. Las
Escrituras santas de las naciones, el AT y el NT representan, por tanto, las diversas
formas y maneras con que Dios se dirige a los hombres a través del proceso continuo de
la revelación que hace de sí mismo. En la primera etapa hace oír en el corazón de los
videntes una palabra secreta, cuyas huellas pueden contener las Escrituras santas de las
tradiciones religiosas del mundo. En la segunda etapa habla oficialmente a Israel por
boca de sus profetas, y todo el AT recoge esta palabra. En estas dos etapas primeras, la
palabra de Dios está orientada -aunque deforma distinta en cada una- hacia la
revelación plena que tendrá lugar en Jesucristo. En esta tercera y última etapa, Dios
dice en su Hijo su palabra decisiva, de la que todo el NT da testimonio oficial.
Las Escrituras santas de las naciones no pueden contener más que palabras de Dios
iniciales y ocultas; estas palabras no tienen el carácter oficial que hay que reconocer al
AT, y mucho menos el valor definitivo del NT. Sin embargo, se las puede llamar
palabras divinas en cuanto que las dice Dios por su Espíritu. Desde el punto de vista
teológico, los libros sagrados que las contienen merecen en cierto sentido el nombre de
Escrituras sagradas. En último análisis tropezamos con un problema de terminología
sobre lo que hay que entender por palabra de Dios, Escritura sagrada y revelación.
Puede darse de estos términos, como ocurrió tradicionalmente, una definición teológica
estrecha. Entonces hay que limitar su aplicación sólo a las Escrituras de la tradición
judeo-cristiana. Pero también se les puede dar un significado más amplio, no sin una
base teológica válida, según la cual los términos pueden aplicarse a las Escrituras de
otras tradiciones religiosas. Por tanto, palabra de Dios, escritura sagrada, inspiración
no expresan exactamente la misma realidad en las diferentes etapas de la historia de la
revelación y dé la salvación; pero en cada etapa esos términos se refieren a una realidad
revelada y pueden entonces utilizarse para cada una, con tal que se recuerden las
distinciones necesarias. Porque, por muy importante que sea mantener intacta la
significación única de la palabra de Dios recogida por la revelación judeo-cristiana, no
es menos importante reconocer plenamente el valor y el sentido de las palabras de Dios
contenidas en la revelación cósmica. Palabra de Dios, escritura sagrada e inspiración
son, por tanto, conceptos analógicos, que se aplican de manera diferente a las diversas
etapas de una revelación progresiva "diferenciada" (Cl. Geffré).
216
La historia de la salvación y de la revelación es única; en sus diversas etapas, cósmica,
israelita y cristiana, lleva de diferentes maneras el sello de la influencia del Espíritu
Santo. Con ello se quiere afirmar que, a través de las etapas de su propia revelación,
Dios, en su providencia, dirige personalmente a la humanidad hacia el fin que le dio. La
voluntad divina positiva de la revelación cósmica, como revelación personal de Dios a
las naciones, comprende su voluntad de que tengan sus santas Escrituras como
"preparación evangélica". Las "semillas del Verbo" contenidas en esas Escrituras son
palabras seminales de Dios, de las que no está ausente la influencia del Espíritu. Porque
la influencia del Espíritu es universal; se extiende a las palabras dichas por Dios a la
humanidad en todas las etapas de la revelación que él mismo prodigó.
J. Dupuis
ESPÍRITU SANTO
¿Qué lugar le corresponde al Espíritu Santo en la teología fundamental? Si se consulta
el Dictionnaire apologétique de la foi calholique (ed. D'Alés, París 1909-1931), resulta
sorprendente constatar cómo la voz "Esprit Saint" está totalmente ausente. Esto no
debe verse como un olvido, ya que consultando el índice analítico de este diccionario -
ejemplo significativo de la apologética clásica- aparecen no pocas referencias al Espíritu
Santo, por ejemplo en las voces "infalibilidad pontificia", "gracia", etc. De toda la
amplia obra del Espíritu, tal como nos la atestigua la revelación y la liturgia, la teología
preconciliar se limitaba generalmente a subrayar dos aspectos: se presentaba al
Espíritu Santo como el garante y el custodio fiel que mantiene inalterable la institución
fundada por Cristo (tradicionalismo), y, respecto a los fieles, se le consideraba como el
"dulcis hospes animae", dando ordinariamente a este tema de la inhabitación un tinte
devocional y una inflexión de intimismo.
El giro vendrá con el / Vaticano II, aunque no sin tropiezos; ya en el primer esquema
De Ecclesia aparecían tres graves defectos en el texto: triunfalismo, clericalismo,
juridicismo. Se trata de verdaderos pecados contra el Espíritu Santo: el triunfalismo, al
identificar la Iglesia con Cristo y con el reino de Dios, se olvida de que, si en la
217
redención el Verbo actuó a través de una naturaleza humana libre de pecado, ahora, en
el tiempo de la Iglesia, actúa con su Espíritu a través de hombres marcados por el
pecado y sometidos a él. También el clericalismo coloca en primer plano al hombre
asignado a un cargo como protagonista de la salvación, y no al Cristo glorioso y
presente en el Espíritu. Finalmente, el juridicismo exalta tanto la institución
eclesiástica que deja en la sombra la acción interior del Espíritu, el único que puede
hacer de un acto puesto por la Iglesia un acontecimiento de salvación.
De hecho, el concilio no sólo superó estos riesgos, sino que gracias a las amplias
perspectivas abiertas por la renovación bíblica, patrística y litúrgica, ofreció
interesantes aportaciones de notable densidad pneumatológica que, oportunamente
valoradas, incidirán de forma significativa en los puntos principales de la teología
fundamental.
Así pues, toda la revelación es una historia de amor, que viene "a Patre per Filium in
Spiritu Sancto ad Patrem". La visión del concilio es claramente cristocéntrica, pero no
cristomonista: el Padre se revela a la humanidad y la atrae hacia sí con "las dos manos"
(IRENEO, Adv. Haer. V,Efe_6:1), o sea, mediante la acción conjunta del Verbo y del
Espíritu: Cristo pone la realidad objetiva de la salvación y de la revelación, el Espítitu la
inspira y la interioriza; no emite palabras nuevas, pero hace nuevas las palabras de
Cristo. Según Juan, es el otro Paráclito respecto a Cristo, pero un Paráclito distinto de
Cristo (Jua_14:16 : allos, no heteros). Como Espíritu de verdad, tendrá que "enseñar y
recordar" todo lo que Jesús hizo y dijo (Jua_14:26); pero "no hablará por sí mismo", y
guiará a la plenitud de la verdad acudiendo continuamente a la revelación de Jesús
(Jua_16:13-14).
Así los dos brazos amorosos del Padre, Cristo y el Espíritu, actúan conjuntamente, pero
sin confundirse: el uno expresando y el otro imprimiendo, el uno como palabra y el otro
como soplo que la acompaña y la introduce en el corazón de los creyentes: "Nadie
puede acoger la predicación evangélica sin la iluminación y la inspiración del Espíritu
Santo, que da a todos la dulzura para consentir y creer en la verdad" (DS 377; 3010; DV
5).
220
2. ESPÍRITU E IGLESIA. "Puesto que el Espíritu Santo procede como amor, procede
como primer don" (S. Tlt. I, q. 38, a. 2): primero en la apertura inicial de Dios a
nosotros, el Espíritu es también el primero en suscitar la acogida de adoración y la fe
obediente del hombre al don que viene de arriba. Este encuentro amoroso entre Dios y
el hombre se realiza "por obra del Espíritu Santo" de forma hipostática en Jesús, para
cumplirse de forma mística en nosotros: "el Verbo e Hijo del Padre unido a la carne se
hizo carne, hombre completo, para que los hombres unidos al Espíritu se hicieran un
solo Espíritu (pneumatophoroi: ATANASIO, De Inc. Verbi 8). El retorno obediente al
Padre inaugurado por Jesús toma "cuerpo" en la Iglesia, en donde todos los hijos,
renacidos del agua y del Espíritu, reviven la oración del Hijo: ¡Abba, Padre!
(Rom_8:15).
La renovación teológica de la escuela de Tubinga, por. obra sobre todo de J.A. Móhler
(j' 1838), reaccionó contra la tuberculosis del racionalismo, acentuando la primacía del
Espíritu sobre el elemento institucional, y concibió la Iglesia como "encarnación
continuada" de Cristo. El Vaticano 1 no fue capaz de recoger estos estímulos tan
prometedores y tuvo que restringir la prevista constitución sobre la Iglesia tan sólo a la
cuestión del romano pontífice: la Pastor aeternus (18 de julio de 1870) definió el
primado y la infalibilidad del papa, mencionando sólo al Espíritu Santo como garantía
de asistencia al magisterio petrino (DS 3060).
3) Vivificada por la "koinonía del Espíritu Santo" (2Co_13:13), la Iglesia es mucho más
que una sociedad definida por unas relaciones ju= rídicas; es un misterio de comunión,
que tiene su fuente su forma y su meta en la Trinidad. En esta comunión eclesial, el-
vínculo personal que une a los cristianos entre sí y con Dios es el Espíritu Santo, "quien
es para toda la Iglesia y para todos y cada uno de los creyentes el principio de
asociación y unidad en la doctrina de los apóstoles, en la mutua unión, en la fracción
del pan y en las oraciones (Heb_2:42)" (LG 13; cf UR 2).
"Bautizados en un solo Espíritu, para formar un solo cuerpo" (1Co_12:13), los creyentes
están sostenidos y vivificados en su comunión por la palabra, la eucaristía-fuente y
cima de todo sacramento-, los ministerios y los carismas, entre los que destaca la
caridad.
En una perspectiva de teología fundamental hay dos dones del Espíritu que exigen una
especial atención: la santa tradición y el ministerio ordenado.
El Espíritu, "qui locutus est per prophetas" y presidió con su inspiración la formación
de la Escritura, preside también su conservación e interpretación con el dinamismo de
la tradición: "Para que este evangelio se conservara siempre vivo y entero en la Iglesia,
los apóstoles nombraron como sucesores a los obispos, dejándoles su cargo en el
ministerio" (DV 7). Esta tradición, que "va creciendo en la Iglesia con la ayuda del
Espíritu Santo" (DV 8), hace de la comunidad cristiana el ambiente vital en que se
mantiene viva y activa la palabra de. Dios. En efecto, también fuera de la Iglesia se
pueden tener materialmente los volúmenes de las Escrituras; pero es imposible tener el
evangelio vivo, o sea, la verdadera comprensión de las Escrituras. En la Iglesia es donde
se tiene al Espíritu viviente; ella misma es el evangelio vivo. A la Iglesia entera se le ha
confiado él único depósito de la sagrada tradición y de la Sagrada Escritura, para que
toda. la Iglesia viva de él; pero "el oficio de interpretar auténticamente la palabra de
Dios, oral o escrita, ha sido encomendado únicamente al magisterio vivo de la Iglesia, lo
cual lo ejercita en nombre de Jesucristo" (DV 10).
3: ESPIRITU E HISTORIA. Empeñada en dar respuesta a todos los que piden razón de
la esperanza que hay en los cristianos (cf IPe 3,15), la teología fundamental no puede
limitarse a verificar las huellas de la intervención de Dios en la historia de Jesús de
Nazaret, sino que, consciente de sus responsabilidades frente al mundo, se hace cargo
de los interrogantes de. cuantos piden ver los signos de la presencia del Espíritu de
Cristo en la historia de hoy. Es éste el tema del discernimiento del Espíritu.
Pero si es verdad que él sigue "dirigiendo el curso de los tiempos" (GS 26), cabe
preguntarse: ¿cuáles son los criterios para descifrar su presencia en la historia? "El
pueblo de Dios, movido por la fe, que le impulsa a creer que quien lo conduce es el
Espíritu del Señor, que llena el universo, procura discernir en los acontecimientos,
exigencias y deseos, de los cuales participa juntamente con sus contemporáneos, los
signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios" (GS l l).
La otra gran antinomia que en la historia de la salvación lleva siempre la marca del
Espíritu es la de la cruz y la gloria, la de la muerte y la vida. El Espíritu, que llevó a
Jesús a la obediencia total al Padre en la cruz y lo resucitó de la muerte haciéndolo vivo
y vivificante, lleva también a la Iglesia y a la humanidad a perderse para encontrarse de
nuevo, ya que él es en sí mismo la "debilidad omnipotente", la fuerza del amor infinito
que se hace pobre y desvalido para suscitar la respuesta del amor finito y asumirlo en la
comunión consigo. El Espíritu sopla en donde se da la vida por amor, en donde se
experimenta el consuelo en la tribulación, la franqueza en la persecución, el perdón en
el odio y en el abandono; esta vida nueva constituye "las arras del Espíritu" (2Co_5:5),
la prenda de la Iglesia celestial, en la que todos serán "el uno en el otro, una sola cosa
en la paloma perfecta" (GREGORIO DE NISA, Homil. 15 in Cant.).
BIBL.: AA.VV., Pneuma, en GLNT 7671107; AA.VV., Credo in Spiritum Sanctum I-II,
Ciudad del Vaticano 1983; AMATo A., Fspíritu Santo, en S. FLORES S. DE MEO (ed.),
Nuevo diccionario de mariologia, Madrid 1988, 679720; BORDONI M., Cristologia e
pneumatologia. L'evento pasquale come atto del Cristo e dello Spirito, en "Later" 47
(1981) 432-492; BOUYER L., 11 Consolatore, Roma 1983; BULGAKOV S., ll Paraclito,
Bolonia 19872; CONGAR Y., El Espíritu Santo, Barcelona 1983; EVDOKIMOV P., lo
Spirito Santo nella tradizione artodossa, Roma 19833; In, La ortodoxia, Madrid 1966;
KASPER W., Espíritu, Cristo, Iglesia, en la experiencia del Espíritu, en "Concilium"
(nov. 1974) 30-47; LAMBIASI F., Lo Spirito Santo: mistero e presenza. Per una sintesi
di pneumatologia, Bolonia 1987; MILANO A., Fspíritu Santo, en Nuevo diccionario de
teología I, Madrid 1982, 445-472; Mi)HLEN H., El Espíritu Santo en la Iglesia,
Salamanca 1974; ZIMÓULAS J.D., Cristologia, pneumatologia e istituzioni ecclesialf:
un punto di vista ortodosso, en G. ALBERIGO (ed.), L écclesiologia del Vaticano II
dinamismi eprospettive, Bolonia 1981, 111-127.
F. Lambiasi
225
EVANGELIO
SUMARIO:
I. Género literario:
1. Del evangelio oral al evangelio de Marcos;
2. Rasgos característicos del género literario "evangelio".
II. Métodos de análisis:
1. "Formgeschichte";
2. "Redaktionsgeschichte".
III. Historicidad:
1. Un verdadero problema;
2. Las respuestas de la crítica;
3. Esbozo de una demostración;
4. La aportación de la crítica externa;
5. La comunidad primitiva: prepascual y pospascual;
6. Mantenimiento de una voluntad de fidelidad a Jesús: lenguaje y actitudes;
7. Criterios de autenticidad histórica de los evangelios;
8. Conocimiento de Jesús por los evangelios;
9. Fe e historia (R. Latourelle)
I. Género literario
El género literario "evangelio" es una creación específica del cristianismo. Los
evangelios son únicos, lo mismo que el acontecimiento al que se refieren.
226
donde está Jesús, las fuerzas enemigas retroceden y empieza a actuar la fuerza de vida y
de salvación anunciada por los profetas. Las curaciones y los exorcismos muestran que
el reino de Satanás está derrotado y que el reino de Dios está en obra (Luc_7:22;
Mat_12:18).
Evangelio es uno dé los 'términos utilizados por san Pablo: 60 veces en sus cartas.
Proclamar el evangelio, para Pablo, equivale a proclamar a Cristo, sobre todo en su
muerte y su resurrección, que constituyen el acontecimiento de la salvación
escatológica. Por tanto, 'se le puede atribuir a san Pablo, si no la introducción del
término "evangelio" en él NT, al menos su difusión para designar la predicación activa
del mensaje de la salvación por la Iglesia.
227
2. RASGOS CARACTERÍSTICOS DEL GÉNERO LITERARIO "EVANGELIO". No es
posible asimilar los evangelios a ninguno de los géneros literarios antiguos: ni al tipo de
la gran historia, a la manera de Polibio, Tucídides o Tito Livio; ni al tipo de las
biografías griegas, ni al género de las "memorias", a la manera de Jenofonte cuando
escribe sobre Sócrates; ni al retrato literario. En el NT , los evangelios representan un
caso único. Los otros escritos manifiestan que no carecen de información sobre la obra
de Cristo; sin embargo, fundamentalmente, es el acontecimiento de la cruz y de la
resurrección lo que llama su atención. Apenas se menciona-el resto de la actividad de
Cristo. Tan sólo los evangelios se interesan tan visiblemente por la actividad terrena de
Cristo. Por otra parte, los redactores de los evangelios no son escritores que trabajan en
un estudio, sobre la base de unos documentos de archivo, preocupados por escribir la
vida de Jesús desde el nacimiento hasta su muerte. En efecto, en los evangelios no se
encuentra ni cronología ni topografía precisa, que son, sin embargo, las coordenadas
fundamentales de la historia. Las indicaciones de lugar y de tiempo son vagas y
genéricas: "luego, en aquel tiempo, después, en casa, en el lago, en el camino, en la
montaña". El conjunto mismo de la tradición está estructurado según una trama
elemental con unas suturas estereotipadas. En estas condiciones, ¿cómo caracterizar un
género que evoluciona manifiestamente en el interior de la historia y que, sin embargo,
se distancia de la historia en un grado muchas veces desconcertante? Sólo describir
cada uno de sus rasgos, trazando luego la fisonomía que surge de esta descripción.
2) Los evangelios guardan relación con una tradición ya formada, que fue a su vez una
relectura, en el Espíritu, del acontecimiento Jesús a la luz de la pascua, del AT y de la
experiencia de la Iglesia naciente. Esta dependencia se expresa en el hecho de que
insertan, dentro del marco de su relato, unas unidades o secuencias ya constituidas. Los
evangelios, antes de ser obras definitivamente compuestas, son por tanto testigos de
una literatura que ellos recogen, organizan y confirman. Observamos además que esta
tradición viviente fue captada y fijada en diferentes etapas de su evolución antes de
quedar finalmente inserta en la obra del último redactor. Los evangelistas recogen una
tradición que sufrió la influencia de varias teologías: teologías que no fueron
completamente orilladas por la redacción final. Por otra parte, los evangelistas a su vez
reescriben, cada uno según su propia perspectiva, lo que ellos recibieron de las
tradiciones y teologías anteriores, ya que todos tienen conciencia de que anuncian la
buena nueva de la salvación a los hombres de un ambiente determinado y de que
responden a sus problemas.
3) El marco de los evangelios, común a todos ellos, debe su estructura y sus temas
esenciales al kerigma primitivo, tal como es posible reconstituirlo a partir de las.cartas
de Pablo (ICor 15,3-5; 11,23-27; Rom_1:1-4) y de los discursos de los Hechos
(Heb_2:22-36; Heb_3:12-26; Heb_4:8-12; Heb_5:29-32; Heb_10:34-43; Heb_13:16-
41). Los evangelios desarrollan y amplifican este esquema tradicional que tiene las
siguientes lineas generales: ha llegado el cumplimiento de las promesas. Jesús es de la
estirpe de David. Después de la predicación del Bautista, empezó su ministerio en
Galilea, curando a los enfermos y liberando a todos los que habían caído bajo el poder
228
de Satanás. Luego subió a Jerusalén, en donde sufrió y fue crucificado. Resucitó de
entre los muertos y se apareció a numerosos testigos. Ahora está exaltado a la derecha
de Dios. Todos los hombres están invitados a hacer penitencia por sus pecados y a
convertirse. Marcos no hace más que atenerse a este esquema que se le impone,
tomando como base la pasión y la resurrección.
En Lucas es todavía más acusada esta perspectiva histórica, ya que la historia de Jesús
recibe una prolongación hacia atrás, con los relatos de la infancia, y hacia adelante, con
la historia de los apóstoles. La historia de la salvación se caracteriza por una
continuidad históricamente constatable y por un proceso de desarrollo cuyo centro está
ocupado por Cristo. Tanto Jesús como la Iglesia recorren unas etapas. Lucas se
convierte así en el primer historiador del cristianismo, esforzándose en trazar y en fijar
los grandes períodos de la historia de la salvación.
5) Los evangelios son a la vez narración y confesión: narración sobre Jesús y testimonio
de la comunidad que cree en él. Más todavía, la narración y el testimonio están tan
íntimamente mezclados entre sí, que el relato es confesión y el testimonio de fe es
narración o recitado sobre Jesús, lo mismo que en los "credos" del AT, que son el relato
sucinto de los actos salvadores de Dios (Deu_26:59; Deu_6:20-24; Jos_24:2-13). No se
encuentra nada parecido en la literatura profana. La razón fundamental de ello es que,
para ese narrador-testigo que es el evangelista, el Señor resucitado, que está vivo y
sigue presente en su Iglesia, es idénticamente Jesús de Nazaret, salvador por su vida y
por su muerte. Al contarlo, se le confiesa: "Señores Jesús". Porque los evangelios
tienen, pues, por objeto la persona histórica de Jesús, Cristo y Señor, son a la vez
historia y kerigma.
230
A primera vista, la FG se presenta como una empresa literaria. En efecto, identifica,
describe y clasifica las formas literarias que adoptaron nuestros relatos evangélicos.
Pero en seguida echa el puente entre la forma de vida y el ambiente de vida que la
engendró; se pregunta cuáles son en la comunidad eclesial las situaciones precisas en
que pudo nacer tal relato, desarrollándose luego y transmitiéndose a lo largo de la
tradición. Se interesa por la génesis, la formación y la evolución de las tradiciones
orales con anterioridad a nuestros textos escritos. Se pregunta sobre las leyes que
presidieron a esta evolución. En términos más generales, diremos que la FG, después
de haber considerado la dimensión horizontal de los evangelios -descomposición en
unidades literarias-,los considera luego en su dimensión vertical: desciende hasta las
capas más profundas, las más antiguas de la tradición, para rehacer luego hacia atrás el
itinerario que va del evangelista a la Iglesia. y de ésta a Jesús. En definitiva, su proyecto
es de naturaleza histórica. Su ambición es la de trazar toda la historia de la tradición
evangélica: del evangelio oral al evangelio escrito. En un primer tiempo, su método es
literario, pero su intención última se refiere a la historia. El principio subyacente de la
escuela es que la comunidad primitiva. es responsable de todo ese proceso de
formación de la tradición evangélica.
c) En efecto, y es éste otro rasgo positivo de la FG, ésta se dedica a conocer por medio
del análisis de las formas la vida de la Iglesia primitiva, a la que representa entonces
como si fuera un organismo vivo. La convicción de la FG es que a cada estilo, o a cada
forma literaria típica, corresponde un ambiente de vida, un contexto socio-religioso, un
Sitz im Leben particular. Efectivamente, si en la realidad es el ambiente el que impone
la forma literaria adecuada, se sigue de aquí que el conocimiento de las formas conduce
indudablemente al conocimiento del ambiente correspondiente. Hay una interacción,
un juego continuo entre el texto y el ambiente.
Los tipos literarios revelados por la FG nos remiten a unos ambientes que podemos
resumir brevemente: 1) Para los de fuera, esto es, los paganos y los judíos de la
diáspora, la Iglesia adopta el estilo de la predicación misionera o kerigmática: el
anuncio global de la salvación, centrada en el acontecimiento de la muerteresurrección
de Jesús. 2) Para los convertidos, además de lo esencial de la predicación kerigmática
formulado en los primeros símbolos de fe, conviene hacer exhortaciones a la perfección
de la vida moral; es la parénesis. El ambiente litúrgico, caracterizado por la fracción del
pan, va acompañado del relato de la muerteresurrección de Cristo y de los himnos a
Cristo salvador. En este ambiente de convertidos, la catequesis evoca las enseñanzas y
los principales misterios de la vida de Jesús, mientras que los relatos de controversias,
en un contexto polémico, evocan las respuestas de Jesús a sus adversarios.
Así, a nivel del método, la FG, mediante el análisis de las formas literarias, desemboca
en el conocimiento de los ambientes de vida y de las funciones y actividades de la
Iglesia primitiva. Una empresa perfectamente justificable, aunque no sin peligro, ya
que al hacer del análisis de las formas un instrumento de conocimiento histórico la
escuela lleva a cabo un paso muy delicado de la crítica literaria a la crítica histórica.
232
2. "REDAKTIONSGESCHICHTE". Absorbidos por el análisis minucioso de las
unidades primarias de los evangelios, Dibelius y Bultmann hablan relativamente poco
de la etapa de la última redacción. La FG reduce al mínimo la parte que corresponde a
los redactores. Se los trata como recopiladores (Samlerj por otra parte bastante
ingenuos, que reunieron más o menos acertadamente los elementos diversos de la
tradición. Por fortuna, el movimiento pendular que caracteriza a la historia de la crítica
de los dos últimos siglos la llevó a considerar con mayor atención la cualidad de autores
de los evangelistas. Desde hace más de cuarenta años prosigue la investigación sobre la
contribución de los evangelistas. Se ha llegado incluso, a fuerza de subrayar las
preocupaciones teológicas y la actividad redaccional de los evangelistas, a hacer nacer
la sospecha sobre su fidelidad a Jesús. Detrás de la pantalla de la Iglesia primitiva,
tendríamos además la pantalla de los evangelistas. La FG les negaba a los evangelistas
toda iniciativa; la RG, por el contrario, sólo tiene ojos para su iniciativa y su libertad. Lo
cierto es que la RG vino a relevar a la FG en su investigación sobre la historia de la
tradición evangélica; es el segundo tiempo de un proceso del que la FG, históricamente,
no constituyó más que la primera etapa.
a) El material no fue creado, sino encontrado bajo una forma escrita u oral. En este
material los evangelistas hicieron una selección, dejando de lado algunos relatos o
palabras. El hecho de esta selección está claramente atestiguado en el evangelio de
Juan, tanto en la primera como en la segunda conclusión (Jua_20:30; Jua_21:25). Es
igualmente manifiesto en el evangelio de Marcos, sobre todo narrativo, que no recoge
más que dos discursos: las parábolas (c. 4) y el discurso escatológico (c. 13). Lucas
omite algunos relatos de Marcos; por ejemplo, la segunda multiplicación de los panes.
El material que de este modo fue preterido no es menos revelador que el que se nos ha
conservado.
b) El material retenido por los evangelistas fue estructurado de forma que expresase su
punto de vista. Es típico, en este sentido, el uso que hacen Mateo y Lucas de sus fuentes
principales: Marcos y la Quelle. Mateo estructuró su evangelio en cinco grupos de
hechos y de palabras, simbolizando el nuevo Pentateuco del nuevo Moisés para el
nuevo Israel. El sermón de la montaña es una síntesis, en parte redaccional, de logia
pronunciados por Jesús en diversas circunstancias. El ciclo de los milagros (cc. 8-9)
constituye con este discurso (cc. 5-6-7) una síntesis que intenta presentar a Jesús como
el legislador y el taumaturgo de los tiempos mesiánios. Este gran conjunto queda
"incluido" entre dos sumarios (Mat_4:23; Mat_9:35), que resumen la doble actividad
de Jesús: sus obras y sus palabras. Lucas, por su parte, respeta la estructura
cuatripartita tradicional del ministerio de Jesús (predicación del Bautista, Galilea, viaje
a Jerusalén, Jerusalén), pero con dos incisos, el mayor de los cuales (Luc_9:5i-
Luc_18:4), insertado en el viaje a Jerusalén, significa que Jerusalén es el centro del
sacrificio y de la victoria de Cristo y, sin duda, que la vida cristiana consiste en seguir a
Jesús en el sufrimiento para entrar con él en la gloria.
233
c) Finalmente, los evangelistas en su redacción tuvieron en cuenta las condiciones y las
situaciones diversas de sus lectores. Mateo escribe para los judeo-cristianos, mientras
que Lucas se dirige a los gentiles. De ahí la orientación respectiva de sus evangelios.
3) Omisiones. Así, en el relato de la curación del leproso, Mateo y Lucas omiten la frase
de Mar_1:43 : "Lo despidió, advirtiéndole severamente", expresión que juzgaron sin
duda demasiado dura para los oídos de los lectores.
8) Añadido de un logion "errante" : Así, el versículo "los últimos serán los primeros y
los primeros los últimos " (Mat_20:16) se encuentra en Mat_19:30 a propósito del
joven rico, en Mar_10:31 a propósito de la recompensa prometida al desprendimiento y
en Luc_13:30 a propósito de la puerta estrecha que da entrada al reino de los cielos.
Este logion "errante" sirve de clave de interpretación en casos diferentes, ya que ilustra
admirablemente el cambio de perspectiva y de mentalidad introducido por el evangelio.
234
12) Mientras que Marcos se contenta muchas veces con yuxtaponer las perícopas, Lucas
y Mateo sé preocupan de ligarlas entre sí. Estos vínculos de ordinario no tienen más
que un valor literario: "entonces", "en aquel tiempo", ".luego"
13) Los sumarios. Son medios de transición, pero constituyen también síntesis que
definen Un aspecto de la vida de Jesús. Estos sumarios, que son ' composiciongs
personales del evangelista, tienen una, importancia capital para-cono= sv ¡teología. Así
Mat_4:23 y 9,35 proponen a Jesús como el profeta y el taumaturgo de los tiempos
mesiánicos.
15) Referencias al A T. Los evangelistas ven en Jesucristo el cumplimiento del AT. Esta
conciencia del "cumplimiento", muy viva en Mateo, que se dirige a los judeo-cristianos,
se manifiesta explícitamente en la fórmula que aparece como un leitmotiv: "Todo esto
sucedió paraque se-cumpliese..." (Mt 122; 2,5.15.17; 3,3; 4,14-16; 8,17; 12,7.17; 13,35;
21,4; 27,9):
16) Interpretación teológica de la tradición. Así Marcos da al milagro de la
multiplicación de los panes un sentido cristológico: muestra en Jesús al mesías, al
pastor de su pueblo, que enseña y alimenta a los suyos (Mar_6:34). Cuando Lucas
precisa que debemos llevar nuestra cruz "cada día" (Luc_9:23; Mar_8:34), quiere sin
duda hacernos comprender que la abnegación es una realidad que impregna toda la
existencia cristiana.
La RG, como la FG, corre ciertos riesgos de los que no siempre ha sabido escapar. El
principal es tener interés solamente, en los evangelios, por su valor teológico,
ignorando prácticamente su relación con Jesús: Es el defecto en que han caído
Conzelmann y Marxsen. La realidad es más compleja. El examen de los procedimientos
redaccionales utilizados por el evangelista demuestra que está sometido a una
verdadera tensión entre su fidelidad a laltradición y su liberte creación. Su libertad es
relativa. Está ligada ante todo a la firmeza de las fuentes anteriores: fuentes mayores
identificadas por la Quellenkritik y materiales de pequeña dimensión identificados por
la FG. Depende también del peso de la tradición sobre su proyecto y de la libertad
reducida de que dispone para liberarse de esta tradición y de las comunidades de las
que es portavoz. La RG nos permite medir, "palpar", por así decirlo, el grado de libertad
y de fidelidad de los evangelistas respecto, a sus fuentes. Su libertad de interpretación
es real, pero "controlable", "verificable". Se muestra discreta, motivada y siempre bajo
el signo de la fidelidad.
BIBL.: ARENS E., Los evangelios ayer y hoy, Paulinas, Lima 1989; BENOIT P.,
Reflexiones sobre el método de la historia de las formas, en Exégesis y teología I,
Studium, Madrid 1974; ID, Exégése et théologie I, París 1961, 25-61; BULTMANN R.,
Die Geschichte der synoptischen Tradition, Gotinga 1921; DESCAMPs A., Progrés et
continuité dans la critique des Evangiles et des Actes, en "Revue Théologique de
Louvain" 1 (1970) 5-44; DIBELIUS M., Die Formgeschichte des Evangehums, Tubinga
19716; Fusco V., Evangelios, en Nuevo diccionario de teología bíblica (1990), 608-620;
KOCK K., Was ¡si Formgeschichte, Neukirchen 1964; LATOURELLE R., A Jesús el
Cristo por los evangelios, Salamanca 1982, 141151.188-201; LÉON DuFOUR X.,
Formgeschichte el Redaktionsgeschichte des Evangiles Synoptiques, en "Recherches de
Science Religieuse" 46 (1958) 237-269; PERRIN N., What is Redaction Criticism
Londres 1970; ScHMIDT K., Der Rahmen der Geschichte Jesus, Berlín 1919; SOLACES
B. de, Critique des Evangiles et méthode historique, Toulouse 1973; TAYLOR V., The
Formation of the Gospel Tradttion, Londres 1933; ZIMMERMANN H., Los métodos
histórico-críticos en el Nuevo Testamento, Madrid 1969.
III. Historicidad
El primer problema de la t credibilidad cristiana concierne a la l historia y a la l
hermenéutica. Primero, a la historia: si Jesús fue un verdadero hombre, cuya existencia
no cabe poner seriamente en duda, se sigue que sus dichos y sus hechos, después de
haber sido durante su vida objeto de un conocimiento experimental, se convirtieron
después de su muerte en objeto de la ciencia histórica. En principio, por consiguiente,
la investigación sobre él se plantea en los mismos términos que sobre cualquier otro,
personaje del pasado. Sin embargo, en realidad, hay que reconocer que la aproximación
histórica a Jesús, en el presente caso, va unida a un problema hermenéutico. Pues bien,
si concebimos el problema hermenéutico como el de los niveles de realidad a los que
podemos acceder en la lectura de un documento, podemos decir que el problema del
acceso a la realidad de Jesús por medio de los evangelios es el primero y el más grave
problema de hermenéutica planteado por la revelación cristiana.
Sabemos además que los evangelios, tal como se presentan actualmente, son el
resultado de un largo proceso de reflexión inaugurado por la Iglesia desde el día de
pentecostés. Durante varias décadas, la materia de los evangelios sirvió a la catequesis,
al culto, a la polémica, a la misión, y por consiguiente lleva las huellas de la
actualización y de la interpretación de la Iglesia primitiva. Sabemos, finalmente, que los
evangelistas, si asumieron la tradición anterior, no la reprodujeron simplemente, sino
que la repensaron y reescribieron según las perspectivas teológicas y literarias propias
de cada uno de ellos (/Testamento Antiguo y Nuevo).
Entonces se plantea la cuestión: ¿es todavía posible descubrir, bajo las capas múltiples
de la actualización primitiva, los gestos auténticos, los hechos "verdaderamente
sucedidos", y escuchar el mensaje de Jesús en su frescor original? La diferencia es muy
grande, por ejemplo, entre el lenguaje de Jesús en los sinópticos y en el evangelio de
Juan. La libertad de los evangelistas se parece mucho a una cierta desenvoltura
respecto a la realidad. En esas condiciones, ¿hay todavía esperanza de llegar, si no a los
"ipsissima verba Jesu" (sueño ya hace tiempo abandonado), al menos al contenido
esencial de su enseñanza, a ese núcleo que alimentó la reflexión ulterior, y al bloque
granítico de sus acciones más importantes? ¿Podemos establecer algunos criterios que
nos den la certeza de conocer al rabbí itinerante que convulsionó a Palestina y
transformó la historia de la humanidad? En una palabra, ¿qué relación hay entre la
historia y el kerigma, entre el texto y el acontecimiento?
2) Respuesta del escepticismo histórico, esbozada por Reimarus, elaborada por Strauss,
Káhler, Wrede, y radicalizada por Bultmann. Éste reconoce una sucesión material o
cronológica entre Jesús y la predicación apostólica, pero declara que hay una ruptura
esencial entre el Jesús de Nazaret, del que no se sabe prácticamente nada, y el kerigma
237
de los evangelios. Este escepticismo histórico va acompañado de un principio
dogmático: la fe no tiene nada que ver con los resultados de la historia. El encuentro de
la palabra de Dios en la fe es el de dos subjetividades, más allá de los datos objetivos.
Esta situación puede afligir al historiador, pero no al creyente ni al teólogo.
El Señor al que adora la Iglesia, el Hijo de Dios, es también en persona el hijo del
carpintero. El destino de esta persona es el destino histórico de un hombre de su
tiempo. No se trata del acontecimiento eterno de un mito, sino de una historia que no
se repite; no de una idea o de una cifra, sino de un relato; no de un juego cultual, sino
de la seriedad de la historia; no de una metafísica, sino de un suceso. Por otra parte,
rechazar el mito de Jesús no significa cerrar los ojos aun proceso de reflexión y de toma
de conciencia progresiva de Jesucristo por parte de la Iglesia. Sabemos efectivamente
que la relectura del acontecimiento Jesús y de su existencia terrena a partir de la
resurrección puso en marcha todo un proceso de interpretación inscrito en la trama
misma de nuestros evangelios. Entre Jesús y el texto actual hay, por tanto, varios
niveles de densidad y varias mediaciones que, sin duda, enriquecen nuestro
conocimiento y nuestra inteligencia de Jesús, pero al mismo tiempo incrementan la
distancia hermenéutica que nos separa de él. Esta distancia y este proceso orgánico es
el que la exégesis intenta descubrir y apreciar. A través de la percepción del Cristo
glorioso, ¿sigue siendo posible llegar a la percepción de Jesús de Nazaret?
238
3) ¿Podemos establecer que hubo por parte de la Iglesia primitiva una preocupación de
transmisión fiel de los dichos ,y hechos de Jesús? ¿Se puede discernir en la Iglesia
naciente una voluntad de fidelidad continuada a Jesús?
Se trata, por tanto, de verificar que existió la posibilidad de una transmisión fiel, la
preocupación y la voluntad de una transmisión fiel, la realidad de una transmisión fiel.
Si se efectúan estas verificaciones, nuestra confianza en los evangelios está
históricamente fundada.
Dúrante mucho tiempo, la crítica externa gozó de una autoridad casi exclusiva e
indiscutida, mientras que la crítica interna estaba bajo sospecha y acusada de
subjetivismo. Hoy las perspectivas se han invertido: los criterios internos están en la
primera fila de la criteriología, mientras que la crítica externa ha caído en un descrédito
casi total. La verdad se sitúa probablemente en medio. Si la investigación
contemporánea ha mostrado que la crítica externa, en virtud del carácter mismo de los
evangelios y de la historia de su formación, no tiene ni mucho menos la importancia
que se le atribuía, no por ello estamos dispensados de interrogarla. Aunque su
contribución sea mínima, todavía tiene algo que enseñarnos: sobre los autores de los
evangelios, sobre la autoridad de éstos en la iglesia de los primeros siglos, sobre la
actitud de la Iglesia frente a las tendencias deformadoras de los apócrifos y de los
escritos gnósticos.
Se observa, sin embargo, que la tradición tiene tendencia a relacionar lo más posible a
Marcos y a Lucas con los apóstoles, para dar a su evangelio todo el prestigio de la
autoridad apostólica. Tal es el caso de Papías, que presenta a Marcos no sólo como
compañero de Pablo, tal como sabemos por otra parte, sino también como el intérprete
o portavoz de Pedro. Más aún, Clemente de Alejandría afirma que Marcos escribió su
evangelio mientras vivía aún Pedro. Pues bien, los testimonios anteriores de Ireneo de
239
Lyon, de Papías y de los prólogos antimarcionitas sostienen lo contrario. Tenemos aquí,
sin duda, el comienzo de una leyenda y el ejemplo de una tendencia a estrechar los
lazos entre los apóstoles y los evangelistas. Lo cierto es que, al proponer a Marcos como
compañero de Pablo y portavoz de Pedro, se le convierte en un testigo privilegiado de la
vida de Jesús. En cuanto a Lucas, la tradición se contenta con reconocer en él a un
compañero de Pablo. La tradición tuvo razón en proponer a Marcos y a Lucas como
autores, sobre todo teniendo en cuenta además que la crítica interna confirma su
testimonio. Sin embargo, supravaloró su cualidad de "testigos". Marcos es mucho más
un fiel "reportero" de la predicación primitiva que un portavoz de Pedro.
Lo cierto es que la Iglesia antigua tiende a "personalizar" a los autores de los evangelios
y a ponerlos bajo la égida de un apóstol. De este modo les hace gozar de la mayor
autoridad. Esta noción de autor, que prevaleció hasta el siglo xix, tiene grandes
consecuencias. En efecto, si nuestros evangelios tienen por autores a unos testigos
oculares o a los discípulos de los testigos oculares, nos ponen en presencia de los
acontecimientos y del mismo Jesús. Queda abolida entonces la distancia entre Jesús y
los evangelios, con lo que resulta superflua la crítica interna.
No hemos de concluir de esto, sin embargo, que la crítica moderna sólo haya llegado a
unos resultados negativos. Se ven confirmados algunos datos antiguos, mientras que
otros, sometidos a una nueva luz, se comprenden ahora mejor.
c) Nuevo perfil del autor. En resumen, la crítica interna nos ha revelado que la noción
moderna de autor no puede aplicarse de forma unívoca a los autores de nuestros
evangelios. Los redactores se relacionan con los sucesos del ministerio de Jesús
240
mediante una tradición oral y escrita que prosiguió durante varias décadas. Por tanto
hay que descartar la idea de una redacción de los evangelios sobre la base de
testimonios inmediatos, procedentes de unos hombres que participaron en los sucesos,
y consignados enseguida por nuestros autores. Entre Jesús y los textos actuales hay
varias mediaciones cuya respectiva contribución es preciso apreciar. Según esto, Mateo
y Juan adquirieron un perfil de autor que se define por el conjunto de tendencias y de
rasgos característicos que sólo la crítica interna ha permitido descubrir. Lo mismo hay
que decir, guardadas las debidas proporciones, de Marcos y de Lucas. El estudio de las
fuentes orales y escritas utilizadas por los redactores abrió el camino a la Quellenkritik
y a la Formgeschichte. Los mismos redactores no son simples reporteros de la
tradición; son también intérpretes y teólogos. Cada uno de ellos tiene su propia
perspectiva y sus procedimientos literarios. El estudio de esta actividad redaccional dio
origen a la Redaktionsgeschichte.
De esta manera, lo que los evangelistas perdieron como individuos, como autores
personales, lo recuperaron como servidores de la tradición y como teólogos. Este
descubrimiento del nuevo perfil de autor ha sido impuesto por el examen de la trama
misma de los evangelios. La crítica interna ha observado en nuestros textos actuales
ciertas divergencias y hasta incoherencias que no es posible atribuir a un testigo ocular,
aunque sea de segunda mano. Para explicarlas, la exégesis se ha visto obligada a
cambiar de terreno; ha tenido que pasar de la crítica externa a la crítica interna, de la
crítica de autor al problema de las fuentes y al de su formación.
d) La autoridad de los evangelios. La crítica externa nos ofrece otro dato importante. A
través de todos los textos aflora y se expresa con fuerza una convicción, a saber: la
autoridad indiscutible de que gozan los evangelios en la antigua Iglesia. Esta autoridad
se manifiesta de diversas formas:
1) En la conservación fiel del texto mismo de los evangelios. Así, el descubrimiento. de
los papiros Bodmer (editados en 1956-1958) demuestra que el texto del evangelio de
Juan, en su forma actual, estaba ya en circulación a finales del siglo II.
2) En el hecho de que, desde el siglo II, se lee durante las ceremonias litúrgicas el texto
de los evangelios, teniendo esta lectura el mismo peso que la de los profetas. Justino
escribe a este propósito: ".`El día del sol (el domingo) se reúnen todos los habitantes de
la ciudad y del campo y se leen las memorias de los apóstoles o los escritos de los
profetas" (Apología I, 67). En otro pasaje Justino se dirige a los paganos para decirles
que esas "memorias" se llaman "evangelios" (Apología I, 66).
3) En el hecho de que la Iglesia, cuando emprende una discusión con los herejes, apela
a los evangelios como a un argumento decisivo. Así lo hace Ireneo dirigiéndose a los
ebionitas, a los marcionitas, a los Bocetas y a los valentinianos. Además, observa
Ireneo, cada una de esas sectas, cuando ha roto con la Iglesia, conserva siempre algún
vínculo con alguno de los cuatro evangelios, al menos para justificar su posición
doctrinal. Así, los ebionitas, judíos fanáticos, se apoyan en Mateo; Marción y los
marcionitas, hostiles a los judíos, rechazan el AT, pero recurren a Lucas; Cerinto y sus
discípulos invocan el evangelio de Marcos, mientras que Valentín y los suyos basan sus
especulaciones en el evangelio de Juan. A su manera, los herejes confirman, por tanto,
la autoridad de los evangelios.
241
Estos testimonios no se expresan, evidentemente, en términos de ciencia y no conocen
nuestras exigencias críticas. Incluso tienden a exagerar el vínculo que relaciona los
evangelios con los apóstoles. Pero sigue en pie un hecho: la convicción firmísima,
unánime, espontánea, de que por medio de los evangelios conocemos de verdad a Jesús
y su mensaje, ya que los evangelios contienen la predicación de los apóstoles sobre
Jesús. Difícilmente se puede ignorar el alcance de este testimonio, aunque sea acrítico e
ingenuo en su expresión, ya que proviene de unas generaciones muy próximas al
acontecimiento. Le corresponde a la crítica interna determinar la relación precisa que
existe entre el mensaje de Jesús y el texto actual de nuestros evangelios. Pero la crítica
literaria no podrá nunca anular la convicción masiva e irresistible de las primeras
generaciones cristianas: a través de los evangelios, llegamos verdaderamente a Jesús de
Nazaret, a su vida y a su mensaje.
La Iglesia primitiva constituye el punto de unión entre Jesús y los evangelistas; éstos, a
su vez, aseguran la continuidad entre la Iglesia primitiva y nosotros. Pero si hay una
ruptura, desde el origen, entre el Jesús predicador y el Cristo predicado, entre Jesús y la
Iglesia primitiva, ¿quién puede asegurarnos que el kerigma sigue siendo el evangelio de
Jesús? Así pues, la primera verificación de la crítica interna consiste en establecer la
relación real que existe entre la comunidad prepascual por una parte y la comunidad
pospascual por otra. Entre estos dos grupos, ¿es posible que haya una verdadera
continuidad, no solamente de tiempo, sino también de "tradición"?
En una demostración que nadie ha llegado a destruir, H. Schürmann (La tradizione dei
detti di Gesú, Brescia 1966) distingue en la comunidad prepascual un doble Sitz ¡ni
Leben: el uno, externo, constituido por las situaciones y actividades visibles de esta
comunidad; el otro, interno, constituido por las relaciones interpersonales que unen
entre sí a los miembros de esta comunidad en la profesión de una misma fe y de unos
mismos valores.
Aun dentro de una perspectiva seductiva, nadie puede negar que Jesús predicó y que
tuvo discípulos. La tradición es firme en este punto; en varias ocasiones, Jesús dirige
una llamada a unos hombres, a los que distinguió y reclutó para que fueran sus
compañeros. Y a esos hombres les pidió que lo dejaran todo para unirse a él y compartir
su tarea.
Este grupo de Jesús y de los suyos forma una comunidad "aparte", distinta del medio
ambiente, precisamente porque los discípulos siguieron al maestro y tuvieron fe en él.
Esta comunidad no es de tipo ocasional, alimentada por unos encuentros efímeros, sino
que presenta un carácter de estabilidad. Toda la tradición nos presenta a un Jesús que
no se separó nunca de sus discípulos. Los discípulos comparten la vida precaria de
Jesús; están siempre con él y, más tarde, se convierten en los testigos de su vida y de su
enseñanza.
242
no tiene precedentes: jamás habían visto nada igual. Los testimonios sobre el impacto
producido por la aparición de Jesús son de una historicidad indiscutible.
Éste es el ambiente en que resuena la enseñanza de Jesús. Unos hombres, llamados por
él, se agruparon a su alrededor y gozaron de su intimidad. Fueron seducidos por él,
hechizados por su palabra. ¿Cómo concebir entonces que hubieran dejado que sus
palabras se volatilizasen o cayeran en el olvido? La familiaridad con aquel maestro nos
autoriza más bien a pensar que conservaron el tesoro de su palabra con un soberano
respeto y que hicieron todo lo posible por guardarla sin alteraciones.
Se concibe entonces la importancia, para los discípulos, de conservar, más aún que la
forma literaria, el mensaje mismo de Jesús en su contenido original. El carácter de
urgencia y de unicidad de este mensaje constituye una garantía de fidelidad muy
superior a la de todas las técnicas rabínicas, sin negar por ello que Jesús recurriera a los
medios mnemotécnicos usuales en una época de tradición oral.
La influencia del Sitz im Leben interno no hace superfluo el estudio del Sitz im Leben
externo. La inteligencia de la vida íntima de la comunidad nos abre al sentido de su
actividad exterior; y ésta, a su vez, nos revela ciertos factores que aseguran al proceso
de tradición una nueva consistencia. Dos de estos factores son la actividad misionera de
los discípulos y las exigencias de la vida comunitaria prepascual.
En efecto, parece probable que Jesús diera a sus palabras un "cuño" especial
precisamente con la finalidad de imprimirlas en la memoria de sus discípulos. El hecho
mismo de una o probablemente de varias "misiones" de los discípulos antes de pascua
nos autoriza a pensar que Jesús tuvo realmente esta preocupación. Por tanto, si Jesús
se propone confiar a sus discípulos una misión" ya antes de pascua, tiene que
prepararlos debidamente, pensando además en que eran hombres sin cultura. y sin
instrucción, o más bien hombres que pertenecían a un ambiente de cultura oral, en
donde se memorizan los salmos, la ley y los profetas. En ese contexto, el único medio
para Jesús de evitar que su mensaje de salvación y sus exigencias morales no se
degradasen ni banalizasen era proponerlos de una forma más o menos estereotipada.
Mateo, Marcos y Lucas refieren que Jesús, después de un tiempo notable de ministerio
ejercido en medio de sus discípulos, los envió a misionar (Mar_6:7). En este punto
algunos autores, como Dibelius y Bornkamm, están de acuerdo con los exegetas
católicos en reconocer que los discípulos participaron de la actividad de Jesús ya antes
de pascua. La intención de Jesús de enviar a los suyos en misión está atestiguada en
Mar_3:14-15; Mar_6:7, así como en el discurso de misión, cuya parte central
(Mat_10:5b-6; Luc_10:8-12) representa un núcleo muy antiguo. El contexto, el
vocabulario, el giro de pensamiento de ese discurso reflejan realmente una situación
prepascual. La colaboración de los discípulos en la actividad de Jesús se expresa por el
poder que se les da, por una parte, de predicar y, por otra, de expulsar los demonios y
obrar curaciones: dos poderes y dos actividades igualmente unidas en el ministerio de
Jesús. Al volver de su misión, los apóstoles, reunidos en torno a Jesús, le cuentan todo
lo que han hecho y lo que han enseñado (Mar_6:30). Esta primera predicación de los
discípulos tiene como temas esenciales el anuncio del reino (Mar_1:15; Mat_10:7) y la
invitación a la penitencia (Mar_6:12).
Los Hechos de los Apóstoles, por el contrario, nos describen una comunidad reunida en
torno a los testigos de Jesús, que son también los jefes de esa comunidad, a saber: los
apóstoles, con Pedro a la cabeza. Este tiene la iniciativa de la elección de Matías
(Heb_1:15-26). El día de pentecostés es él el primero en tomar la palabra (Heb_2:14).
Cuando son detenidos Pedro y Juan, es Pedro el que se dirige al sanedrín (Heb_4:18).
Los doce convocan a los discípulos y eligen siete diáconos (Heb_6:5-6). Los apóstoles
envían a Pedro y a Juan a Samaría a "confirmar" a los bautizados (Heb_8:14-17). Los
apóstoles protestan contra los que siembran la confusión sin haber recibido un
mandato de ellos (Heb_15:24). Los apóstoles promulgan y difunden el decreto de
Jerusalén (Heb_15:27-28). De Pedro se decía que "lo recorría todo" (Heb_9:32).
Predica en Lida, en Jafa y en Cesarea. De los cristianos, por el contrario, se dice que
"eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles" (Heb_2:42). Y cuando
éstos tienen que escoger entre dos ministerios distintos, se reservan precisamente el de
la palabra (Heb_6:4).
Hay que añadir que la comunidad pospascual no tiene nada que ver con una sociedad
anónima. A1 contrario, está perfectamente identificada en un gran número de
personajes de primer plano. Además de los apóstoles, conocidos de todos, cuenta con
los parientes de Jesús (Santiago), con varios discípulos como Matías, Bernabé,
Barsabas, Silas, Marcos, Cleofé, Nicodemo, José de Arimatea, Mnasón, algunos
diáconos (entre ellos Esteban), Pablo, la madre de Jesús y su ambiente inmediato.
La comunidad pospascual no es, por tanto, una sociedad amorfa, sin estructura. No
está en la línea de los moluscos, sino en la de los vertebrados. En esta comunidad, los
que tienen autoridad para dirigirla son precisamente los que habían gozado de la
intimidad de Jesús y habían sido sus comensales, los testigos de la vida y del ministerio
de Jesús. Tal es el ambiente que dio vida a la tradición evangélica: un ambiente de
fidelidad a Jesús.
Para efectuar esta verificación que se refiere a los años que preceden a la redacción de
los evangelios, intentaremos penetrar en la mentalidad que inspira a la Iglesia
primitiva.
Se trata, por una especie de psicoanálisis, de percibir cuáles son los reflejos
espontáneos y, por así decir, viscerales de la comunidad primitiva ante Jesús y su
palabra y, consiguientemente, la estructura psicológica y mental de esta comunidad.
Pensamos que es posible emprender esta investigación recurriendo a la semántica, a
partir de los vocablos cuya frecuencia es tan grande en la Iglesia naciente, que llenan de
alguna manera todo el horizonte de la conciencia cristiana y expresan su orientación
más profunda. Recordaremos especialmente los textos que describen de forma directa
el ambiente eclesial primitivo, sobre todo las cartas de Pablo y los Hechos de los
Apóstoles. La referencia a Jesús en esta literatura no es, desde luego, tan directa como
en los evangelios, pero es más significativa. Efectivamente, sabemos que una
comunidad, lo mismo que un individuo, se revela por su lenguaje, por el empleo de
ciertos términos privilegiados. Señalemos además que, para ser realmente reveladores,
esos vocablos deben alcanzar no sólo un grado elevado de recurrencia, sino aparecer en
contextos importantes. En el caso presente se trata de saber si la mentalidad que revela
245
el vocabulario básico de las cartas de Pablo y de los Hechos de los Apóstoles va en el
sentido de la fidelidad a Jesús o de una fabulación creadora.
Entre los vocablos que manifiestan de este modo la actitud de la Iglesia primitiva frente
a Jesús, podemos distinguir como tres grupos que dibujan alrededor de Jesús tres
zonas concéntricas. El primero, general, pero muy antiguo, guarda relación con la idea
de tradición: "recibir" (paralambanein) y "transmitir" (paradidomai). El segundo atañe
a los colaboradores inmediatos de Jesús: "testigo" (martys), "apóstol" (apostolos) y
"servicio" (diakonia) de la palabra. El tercero concierne a la actividad más amplia y
englobante de los predicadores del evangelio: "enseñar" (didaskein), "proclamar"
(keryssein), "evangelizar" (euaggelizesthai) y "evangelio". En el examen de estos
vocablos se trata menos de realizar una encuesta semántica exhaustiva que de captar
cómo estas palabras clave y este vocabulario de base de la Iglesia primitiva nos dan
acceso a la conciencia y a la subconsciencia cristiana frente a Jesús.
a) La `parádosis"- recibir y transmitir en las cartas de Pablo. Las cartas de Pablo, que se
remontan a los años cincuenta-sesenta, es decir, antes de la redacción de los evangelios,
atestiguan toda la importancia de esta categoría en la conciencia cristiana. El sustantivo
t tradición aparece en el NT y designa el contenido de la transmisión. El verbo
"transmitir" (paradidomai) aparece 120 veces, con diversos sentidos; en relación con la
tradición designa el acto de transmitir: unas instituciones (Mar_7:3.4.5.9) recibidas por
vía oral o una enseñanza (1Co_15:3) comunicada a su vez por otras personas.
Pablo había sido antes un fariseo y, como tal, un ciego observante de la tradición
entregada en la Torá escrita u oral (Gál_1:13-14). Pablo abandonó estas tradiciones
para adoptar la de Jesús. Sin embargo, cuando designa esta nueva tradición, conserva
la terminología que había recibido del judaísmo: recibir (paralambanein) y transmitir
(paradidomai). Todo lo que ha recibido tiene que transmitirlo. En la carta a los Gálatas,
él, el más independiente de los apóstoles, declara que sometió-su evangelio a la Iglesia
de Jerusalén para confirmar su autenticidad: "para saber si estaba o no trabajando
inútilmente" (Gál_2:1-6).
En varios pasajes se observa, si no los mismos términos, por lo menos la misma actitud.
Así, por ejemplo, invita a los tesalonicenses a la fidelidad: "Por tanto, hermanos,
manteneos firmes y guardad las enseñanzas que habéis recibido de nosotros de palabra
y por escrito" (2Ts_2:15; 2Ts_3:6). A los fihpenses les escribe: "Practicad lo que habéis
aprendido y recibido, lo que habéis oído y visto en mí, y el Dios de la paz estará con
vosotros" (Flp_4:9). Alaba la fidelidad de los colosenses: "Ya que habéis aceptado a
246
Jesucristo, el Señor, vivid como él quiere, arraigados y cimentados en él; manteneos
firmes en la fe y tal como aprendisteis" (Col_2:6-7). Por el contrario, condena a los que
han abandonado el evangelio que les había predicado: "Si alguien os anuncia un
evangelio distinto del que habéis recibido, sea maldito" (Gál_1:9).
Si agrupamos los datos recogidos en las cartas de Pablo sobre la parádosis, constatamos
que el término designa a veces esas condensaciones de la fe cristiana que son los
primeros "credos" (1Co_15:3ss). Estas fórmulas las recibió Pablo como el núcleo de su
evangelio: las transmite tal como las ha recibido, mostrando así que es el servidor de la
palabra. En la concepción judía y rabínica, la categoría del paralambanein
paradidomaiimplica una actitud de fidelidad respecto a lo que es recibido y
transmitido. No se trata de crear, de innovar, de transformar, sino de transmitir. La
palabra revela una mentalidad y un ambiente dominados por la preocupación de
conservar la palabra recibida, a la manera de un depósito de una herencia. La
autenticidad de la tradición queda asegurada por la cadena cualificada de
"transmisores", que va de Cristo a los apóstoles, de los apóstoles a sus discípulos y de
éstos a los fieles. Hay que subrayar que la tradición de Pablo, como la de Jesús
(Heb_1:1), está constituida de hechos y de ejemplos tanto como de instrucciones
(Flp_4:9). Una comunidad que vive así bajo el signo de la parádosis, vive bajo el signo
de la fidelidad y no de la innovación aventurera.
247
de las condiciones nuevas de la Iglesia. Este doble dinamismo de fidelidad y de
actualización está ya inscrito en la actitud y la mentalidad de la Iglesia primitiva.
En los Hechos de los Apóstoles, el más elevado de los servicios cristianos, a saber: la
proclamación de la buena nueva de la salvación en Jesucristo, se designa como el
"servicio de la palabra" (Heb_6:4). Esta diakonía tou logou se identifica con lo que
Lucas llama la didajé de los apóstoles (Heb_2:42).
Lo que los apóstoles anuncian, predican, proclaman y enseñan y lo que los oyentes
están invitados a escuchar y a recibir es la "buena nueva de Jesucristo" (Heb_5:42), "la
buena nueva de Jesús" (Heb_8:35), "la buena nueva del Señor Jesús" (Heb_11:20), "lo
que se refiere a Jesús" (Heb_18:25), "lo que se refiere al Señor Jesucristo"
(Heb_28:31). El término común a todos estos textos y el elemento unificador es Jesús,
identificado como Cristo y Señor.
En algunos textos Pablo resume con una sola frase la totalidad de su misión: "No nos
predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo, el Señor" (2Cor 4;5). Igualmente, la
vida nueva es "lo que habéis aprendido de Cristo, pues verdaderamente habéis oído
hablar de él, y os han instruido en la verdad de Jesús" (Efe_4:21). Correlativamente, la
fe que responde a esta predicación es "la fe en Jesús" (Rom_3:26), laque confiesa que
"Jesús es Señor" (Rom_10:9; 1Co_12:3).
El objeto de la predicación de Pablo, como del testimonio de los apóstoles y de todos los
que evangelizan y enseñan, es siempre Jesús de Nazaret, plenamente identificado por
su resurrección como Cristo, Señor e Hijo de Dios.
Aunque las exigencias de este Diccionario nos impiden llevar adelante esta encuesta,
nos creemos, sin embargo, autorizados a sacar esta conclusión. Una comunidad que
tiene como actitud fundamental la de la misión, el testimonio, la tradición, el servicio es
algo muy distinto de una comunidad que gira a cualquier viento, sin eje y sin punto de
referencia, inconsciente de su pasado y despreocupada de su porvenir. Un grupo
humano cuya voluntad explícita es la de transmitir íntegramente lo que ha recibido,
atestiguar lo que ha visto y oído, actuar como delegado y representante del que lo ha
enviado y privilegiar este servicio por encima de todos los demás, ese grupo vive
decididamente bajo el signo de la fidelidad. El alma de la Iglesia primitiva ha sido como
forjada y moldeada por esos vocablos de base. Eliminarlos o reducirlos sería como
privar a una lengua de su vocabulario fundamental. Enumerarlos es describir las
reacciones primeras, las actitudes esenciales de la Iglesia primitiva; es definir su
lenguaje y su mentalidad. Lo que aquí nos importa es que ese vocabulario de base, en
su uso original, no pretende más que una cosa, no manifiesta más que una intención:
Jesús y lafidelidad a Jesús. Si esto es así, tenemos derecho a afirmar que en el ambiente
de la Iglesia primitiva no solamente hay una continuidad de tradición entre Jesús y la
Iglesia (como ha establecido H. Schürmann), sino también una preocupación y una
249
voluntad de fidelidad continuada y mantenida de la Iglesia con Jesús. Para acabar la
demostración, nos queda por verificar el hecho, la realidad de esta fidelidad
recurriendo a los criterios de autenticidad histórica.
3) Finalmente, hay que evitar la confusión entre criterio y prueba. Los criterios son
normas aplicadas al material evangélico que permiten probar la consistencia histórica
de los relatos y pronunciar un juicio sobre la autenticidad o inautenticidad de su
contenido. Su aplicación convergente permite establecer ¡aprueba o la demostración de
autenticidad histórica.
Es verdad que la tradición oral y la Iglesia primitiva son la fuente común en donde
nació la tradición evangélica en sus diversas formulaciones escritas. Esta afirmación,
sin embargo, ha de ser matizada y explicada. Observemos ante todo que fuente única no
debe confundirse con testimonio único. Una fuente puede representar un número
virtualmente elevado de testigos; tal es el caso de 1Co_15:3-9, que atestigua la
resurrección y las apariciones de Jesús. Pero lo que más importa, en el caso de los
evangelios, es la cualidad del ambiente eclesial. Por eso la segunda verificación crítica
de nuestra demostración tenía precisamente por objeto el estudio de ese ambiente. De
esta verificación resulta que la actitud fundamental de la Iglesia primitiva respecto a
Jesús es la de la fidelidad. También sabemos que las Iglesias del siglo ii están
convencidas de que los evangelios les dan verdaderamente acceso a Jesús, a tal punto
que constituyen una norma de fe y de vida hasta el compromiso del 1 martirio.
251
Igualmente conocemos las leyes de la transmisión oral en el l judaísmo de la época.
Sabemos además que la diversidad y el regionalismo de las comunidades eclesiales
(diversidad de lengua, de mentalidad, de cultura), constituyen un factor de
independencia que sirve de contrapeso al peligro de uniformidad. Finalmente, por la
historia de la redacción podemos verificar el grado de fidelidad de la tradición escrita
respecto a la tradición oral. La fidelidad de la primera nos permite concluir
razonablemente la fidelidad de la segunda.
Antes de considerar el caso de los relatos particulares, se puede decir que los
evangelios, en su conjunto, se presentan como un caso de discontinuidad, en el sentido
de que constituyen algo único y original respecto a cualquier otra literatura. El género
literario "evangelio" está en discontinuidad con la literatura judía antigua, así como con
la literatura cristiana ulterior. Los evangelios no son ni biografías, ni apologías, ni
especulaciones doctrinales, sino testimonios sobre el acontecimiento único de la venida
de Dios en la historia. Su contenido es la persona de Cristo, que no se clasifica ni según
las categorías de la historia profana ni según las de la historia de las religiones. Jesús se
descubre al historiador como un ser absolutamente único. Los ejemplos de esta
discontinuidad, a nivel de las perícopas, son innumerables y se refieren tanto a la forma
como al contenido. Jeremias ha estudiado con una especial atención los casos de
continuidad que tienen que ver con la forma. Así, en el uso tan frecuente que hace del
paralelismo antitético, Jesús, a diferencia del AT, pone el acento en la segunda parte del
paralelismo, más bien que en la primera (Mat_7:3-5). Igualmente, a diferencia del AT,
que se sirve de la expresión amén para señalar un asentimiento a una palabra ya dicha,
Jesús recurre a la expresión amén ("en verdad", en los sinópticos) o amén, amén (en
san Juan, seguida de "yo os digo, os lo digo', para introducir sus propias palabras.
252
Análogo al de los profetas, esta manera de hablar manifiesta la autoridad única del que
dice igualmente: "Yo soy".
• Todos los pasajes del evangelio en los que, a pesar de la veneración de la Iglesia
primitiva por los apóstoles, se subraya su falta de comprensión, sus defectos y hasta su
defección (traición de Judas, negación de Pedro) contrastan con la situación
pospascual.
• Los evangelios han conservado los enigmas del lenguaje de Jesús, a pesar dé que la
Iglesia, capaz ya de comprenderlos, podía sentir la tentación de eliminarlos (Mat_11:11-
12; Mar_9:31; Mar_14:58; Luc_13:32; Mar_4:11).
• El mantenimiento por los evangelios de algunas expresiones como "reino" o "Hijo del
hombre" representa una situación ya anacrónica respecto a la teología más elaborada
de Pablo.
Para la mayoría de los autores, este criterio fundamental es válido, pero ha de ser
utilizado en relación con otros, sobre todo con el criterio de conformidad. Un uso
demasiado exclusivo de este criterio tendería a descartar como inauténtico todo lo que
se situase en la línea del judaísmo o de la Iglesia primitiva. Razonar así sería hacer de
Cristo un ser intemporal, separado de su ambiente y de su época. Sería situarlo en un
vacuum, sin influencia recibida del judaísmo y sin influencia ejercida sobre la Iglesia; o
sería aceptar el presupuesto de que la Iglesia no hizo más que deformar o inventar lo
que concierne a Jesús. La verdad es que Cristo es de su tiempo y tuvo que asumir el
ambiente y la historia de su pueblo, con sus tradiciones lingüísticas, sociales y
religiosas. Por otra parte, los Hechos nos muestran cómo la Iglesia se mantuvo apegada
al judaísmo y cuánto trabajo le costó desprenderse de él para no hundirse con él.
253
3) El criterio de conformidad. Este criterio no lo entienden todos de la misma manera.
Así B. Rigaux ("RB" 68 [ 1958) 518-520) subraya de buena gana la conformidad de los
relatos evangélicos con el ambiente palestino y judío del tiempo de Jesús, tal como lo
conocemos por la historia, la arqueología y la literatura. De hecho, la descripción
evangélica del ambiente humano (trabajo, habitación, oficios), del ambiente lingüístico
y cultural (esquemas de pensamiento, sustrato arameo), del ambiente social,
económico, político y jurídico, y sobre todo del ambiente religioso (con sus rivalidades
entre los fariseos y los saduceos, sus preocupaciones religiosas sobre lo puro y lo
impuro, la ley y el sábado, los demonios y los ángeles, los pobres y los ricos, el reino de
Dios y el final de los tiempos) es notablemente fiel a la imagen compleja de la Palestina
del tiempo de Jesús. Esta conformidad con el momento único que representa la
aparición de Jesús en Israel constituye a los ojos de Rigaux un signo indudable de
autenticidad. En efecto, no se puede inventar en todas sus piezas un conjunto de datos
tan considerables y tan complejos, que afectan a los evangelios hasta en sus últimos
detalles, al estilo de una trama con las mallas bien apretadas; la razón suficiente de esta
fidelidad está en la misma realidad.
Por eso proponemos la definición siguiente del criterio de conformidad, que engloba las
posiciones de Rigaux, de Perrin y de De la Potterie: "Se puede considerar como
auténtico un dicho o un hecho de Jesús en estrecha conformidad no sólo, con la época y
el ambiente de Jesús: (ambiente lingüístico, geográfico, social, político y religioso), sino
también y sobre todo íntimamente coherente con la enseñanza esencial, el corazón del
mensaje de Jesús, a saber: la venida y el establecimiento del reino mesiánico". En este
sentido, son típicos el ejemplo de las parábolas -centradas todas ellas en el reino y en
las condiciones de su desarrollo-, el ejemplo de las bienaventuranzas -originariamente
proclamación de la buena nueva de la venida del reino mesiánico-, el ejemplo del
padrenuestro -primitiva y esencialmente oración por el establecimiento del reino-, el
ejemplo de los milagros -íntimamente ligado al tema del reino de Dios y al tema de la
conversión-, el ejemplo de la triple tentación -conforme con el contexto de la vida de
Jesús y con su concepción del reino: petición insistente de un prodigio por parte de los
judíos y rechazo constante de Jesús; espera de un mesías político y temporal por parte
254
de los judíos y predicación de un reino interior por parte de Jesús; enfrentamiento del
reino de Dios con el reino de Satanás-, etc.
En el caso de los evangelios, la crítica tiene razón en considerar como auténtica una
explicación que resuelve un gran número de problemas, sin hacer nacer otros mayores
o sin hacer nacer ninguno.
Así, una gran parte de los hechos de la vida de Jesús (p.ej., su actitud frente a las
prescripciones legales, las autoridades judías, las Escrituras; las prerrogativas que se
atribuye; el lenguaje que adopta; el prestigio que posee y la seducción que ejerce sobre
los discípulos y sobre el pueblo) no tienen sentido más que si admitimos en el origen la
existencia de una personalidad única y trascendente. Semejante explicación es más
consistente que la del recurso a una Iglesia creadora del mito Jesús.
En el caso de los milagros, nos encontramos ante una decena de hechos importantes,
que la crítica más severa no puede rechazar y que piden una explicación suficiente: la
exaltación ante la aparición de Jesús, la fe de los apóstoles en su mesianidad, el lugar de
los milagros en la tradición sinóptica y joánica, el odio de los sumos sacerdotes y de los
fariseos debido a los prodigios realizados por Jesús, el vínculo constante entre los
milagros y el mensaje de Jesús sobre la venida decisiva del reino, el lugar de los,
milagros en el kerigma primitivo, a relación íntima entre las pretensiones de Jesús
como Hijo del Padre y los milagros como signos de su poder. Todos estos hechos exigen
una explicación, una razón suficiente.
A propósito del lenguaje de Jesús, Schürmann hace observar que se caracteriza por una
conciencia de sí mismo de una majestad singular, sin paralelo alguno; por una nota de
solemnidad, de elevación, de sacralidad; por un acento en el que se conjuga la
autoridad, la sencillez, la bondad y la urgencia escatológica. Jesús inaugura en su
persona una era nueva.
En su comportamiento, observa Trilling, se puede advertir "un amor siempre igual por
los pecadores, una compasión por todos los que sufren o están oprimidos, una dureza
implacable contra toda forma de suficiencia, una santa cólera contra la mentira y la
hipocresía. Y sobre todo, una referencia radical a Dios, Señor y Padre" (Jesús y los
problemas de su historicidad, Herder, Barcelona 1970).
d) Criterios mixtos. A veces un indicio literario entra en composición con uno o varios
criterios históricos. Se trata entonces de un criterio mixto. Presentamos dos formas
especialmente importantes de este criterio.
256
1) Inteligibilidad interna del relato. Cuando un dato evangélico está perfectamente
inserto en su contexto inmediato o mediato y, además, es perfectamente coherente en
su estructura interna, se puede pensar que se trata de un dato auténtico. Sin embargo,
por sí sola, esta constatación de la inteligibilidad interna de un relato o de un conjunto
de perícopas no puede constituir un criterio de autenticidad histórica; estamos todavía
en los límites del indicio literario. Para ser válido en el plano histórico, el hecho de la
inteligibilidad interna tiene que apoyarse en uno o varios criterios: testimonio múltiple,
discontinuidad, conformidad. El conjunto constituye un criterio mixto.
Así, por ejemplo, el hecho de la sepultura de Jesús es atestiguado por los sinópticos, por
Juan, por la primera a los Corintios (I Cor 15,3), por los Hechos. Además, en el relato
de Marcos encontramos un conjunto de precisiones perfectamente coherentes entre sí.
Pilato se extraña de que Jesús haya muerto; por eso manda venir e interroga al
centurión responsable. La petición de sepultar a Jesús está hecha por un miembro del
sanedrín llamado José de Arimatea: un hecho que todos pueden verificar. Tienen prisa
por sepultar a Jesús, ya que es la víspera del sábado. Las mujeres, asustadas, se
contentan con mirar. Se deja el cuerpo de Jesús en una tumba situada cerca del
Calvario. Pues bien, una tumba es algo que permanece y cuya existencia se puede
controlar. Todos estos detalles, múltiples y coherentes, constituyen un indicio literario
que, con el criterio de testimonio múltiple, tiene un valor. de criterio mixto.
La curación del niño epiléptico está atestiguada por los tres sinópticos, pero
interpretada de tres maneras distintas. Lucas ve en el.milagro un gesto de bondad en
favor del padre afligido (Luc_9:42); Marcos, según la perspectiva general de su
evangelio, ve en él una victoria aplastante de Jesús sobre Satanás (Mar_9:14-27);
Mateo, finalmente, subraya la necesidad de la fe en la misión de Jesús (Mat_17:19);
como los discípulos carecían de dicha fe, no pudieron liberar al poseso. Se da entonces
257
un acuerdo de todos en el hecho, pero una diversidad de interpretación. Estas
interpretaciones se deben a la riqueza del suceso, de una inteligibilidad indefinida.
Sobre cada uno de estos temas Podemos invocar el testimonio de los más grandes entre
los exegetas. A medida que prosiguen las investigaciones, el material reconocido como
auténtico crece sin cesar hasta abarcar todo el evangelio.
258
Después de las etapas de la demostración que hemos recorrido, no podemos decir ya,
como Bultmann: "De Jesús de Nazaret no se sabe nada o casi nada". Una afirmación de
este género no puede sostenerse. Representa un mito ya superado.
Más aún, es toda la actitud frente a los evangelios la que debe modificarse. Durante
cerca de un siglo se ha mantenido frente a los evangelios un prejuicio sistemático de
sospecha, cayendo siempre sobre los evangelios el peso de la prueba. Después de los
estudios de los últimos decenios no es posible ya sostener esta actitud de los maestros
de la sospecha, ya que va contra los argumentos mismos de la historia. Es preciso
invertir las posiciones y decir: el peso de la prueba recae, no ya sobre los que reconocen
a Jesús en el origen de las palabras y de las acciones conservadas en los evangelios, sino
sobre quienes los consideran como creaciones de la Iglesia primitiva. El presupuesto de
que los evangelios merecen confianza está bien fundado, mientras que el prejuicio de
que los evangelios no son dignos de confianza no lo es. Esta inversión de las posiciones
no significa que la crítica tenga que volver a una actitud de confianza ingenua y acrítica.
Lo único que hacemos es constatar que los evangelios han vuelto a cobrar crédito a los
ojos de la crítica histórica.
9. FE E HISTORIA. Debe estar claro que nuestro esfuerzo por alcanzar a Jesús a través
de la investigación histórica no es un retorno sutil a las perspectivas de la Leben-
JesuForschung. Pensar de este modo sería no haber comprendido nada de nuestro
proyecto. No se trata de someter la fe a la investigación histórica. No se trata de reducir
a Cristo al hombre Jesús para proponerlo luego como ideal religioso de la humanidad.
Tampoco se trata de eliminar las interpretaciones cristológicas del kerigma y de los
concilios para quedarse sólo con un Jesús inmunizado contra toda interpretación
ulterior. Se trata más bien de acceder a Jesús de Nazaret, que fue identificado como
Cristo y Señor, sobre la base precisamente de lo. que dijo e hizo verdaderamente
durante su vida terrena entre nosotros.
Una encuesta histórica y crítica no impone evidentemente la fe, pero le rinde eminentes
servicios. Puede ofrecer a la fe un contenido concreto. Puede mostrar que el acceso al
Jesús auténtico y a su mensaje auténtico es una empresa posible y realizable. Puede
mostrar que la interpretación eclesial de Jesús es coherente con la vida y el mensaje
históricos de Jesús. Contribución importante, ya que no se pronuncia cualquier cosa
sobre Jesús. Porque, en definitiva, la fe se refiere a Jesús de Nazaret, en el que se
manifestó Dios. La investigación histórica puede establecer todavía que la llamada a la
decisión de fe pertenece al mensaje original de Jesús. Puede incluso iluminarnos sobre
ese mensaje y disponernos a recibirlo manifestando su credibilidad. Sin embargo, no
puede imponer la decisión de fe, ni obligarnos a reconocer en el que habla al Hijo del
Dios vivo. La investigación histórica no impone la fe, pero la hace posible: da acceso al
evangelio auténtico y al auténtico Jesús. Todavía es menester que nos dejemos
interpelar por Cristo y abandonarnos al Espíritu que habla por dentro y nos hace
percibir el mensaje vivo de Jesús como palabra viva, dirigida personalmente a nosotros.
259
BIBL.: BERTEN L, Christologie et recherche historique sur Jésus, en "Revue des
Sciences Philosophiques et Théologiques" 53 (1969) 233244; ID, Le retour de la
question historique de Jésus, en ib, 54 (1970) 128-165; BOUTTIER M., Du Christ de 1
histoire au Jésus des Evangiles, París 1969; BROWN R., Apócrifos. Manuscritos del
mar Muerto. Otros escritos judíos, en Comentario bíblico san Jerónimo V, Madrid
1972, 99-160; BULTMANN R., Die Geschichte der synoptischen Tradition, Gotinga
1957?; CARA J., De los evangelios al Jesús histórico, Madrid 1970; CERFAUX L. La
voix vivante de l'Evangile au début de l Église, Tournai 1946; ID, Jesús en los orígenes
de la tradición, Bilbao 1970; DELORMEJ., De los evangelios a Jesús, Bilbao 1973;
DESCAMPS A., Portée de la recherche historique sur Jésus, en J. Du PONT (ed.), Jésus
aux origines de la christologie, Gembloux 1975, 23-45; ID, L ápproche des synoptiques
comme documents historiques, en "ETL ' 46 (1970) 5-16; DUPONT J. (ed.), Jésus aux
origines de la christologie, Gembloux 1975; GERHARDSSON B., Memory and
Manuscript, Lund 1961; GRECH P., JesuS Christ in History and Dogma, en A New
Catholic Commentary on Holy Scripture, Londres 1969, 822-837; JEREMIAS J., El
problema del Jesús histórico, en Abba. El mensaje central del Nueva Testamento,
Salamanca 1981; LAMBIASI F., L áutenticitk storica dei Vangeli, Bolonia 1976;
LATOURELLE R., A Jesús, el Cristo por los evangelios, Salamanca 1982; LEAL J.,
Nuestra confianza en los evangelios, Madrid 1965; LEON-DUFOUR X., Los evangelios
y la historia de Jesús, Barcelona 19677; MUSSNER F., Der historische Jesus und der
Christus des Glaubens, en "BZ" 1 (1957) 224252; POTTERIE 1. de la (ed.), De Jésus aux
evangiles, París 1967; RIESENFELD H., The Gospel Tradilion, Oxford 1970; RIsTow W.
y MATTHIAE K. (hrsg.), Der historische Jesus und der kerygmatische Christus, Berlín
1961; RoBINSONJ.M., Le kérigme de 1 Église et le Jésus de I histoire, Ginebra 1960;
SCHEIFLER J.R., Así nacieron los evangelios, Bilbao 19672; SCHILLEBEECKX E., En
torno al problema de Jesús. Claves de una cristologia, Madrid 1983; TAYLOR V., The
Formation of the Gospel Tradition, Londres 1935; TRILLING W., Jesús y los problemas
de su historicidad, Herder, Barcelona 1970; VAGANAY L., Apocryphes du N. T" en
Catholtcisme 1, 699-704; WEBER J.J., Les evangiles méritem-ils notre confiance? en
WERER J.J. y SCHMITTJ. (eds.), Oú en sont les études bibliques?, París 1968, 185-
212; ZAHRNT H., Es begann mit Jesus van Nazareth, StutgartBerlín 1960; ZEDDA S., I
Vangeli e la critica oggi, Treviso 1970; ID, 11 Gesú della storia, Treviso 1970.
R. Latourelle
EVANGELIZACIÓN
SUMARIO:
I. Evangelización y misión:
1. Misión y misiones;
2. La finalidad de la misión;
3. ¿Qué es la evangelización? En busca de un concepto más amplio;
4. Misión de Jesús y misión de la Iglesia;
260
5. Conclusiones teológicas
(J. Dupuis).
II. Evangelización de la cultura:
1. La cultura como terreno de evangelización;
2. Una larga experiencia de evangelización de la cultura
3. Una nueva consideración de la evangelización;
4. El reto de la cultura de masas;
5. La modernidad como cultura
(H. Carrier).
III. Nueva evangelización:
1. ¿A quién se dirige la nueva evangelización?;
2. ¿Cómo reevangelizar a las culturas?;
3. Una antropología abierta al Espíritu;
4. Para la redención de las culturas
(H. Carrier).
I. Evangelización y misión
1. MISIÓN Y MISIONES. Desde el comienzo de su ministerio, Jesús "llamó a los que él
quiso, y ellos se acercaron a él. Y designó a doce para que estuvieran con él y para
enviarlos a predicar" (Mar_3:13; ,pf Mat_10:1-42); después de la resurrección, les
confió la misión de su Iglesia (Mat_28:16-20; Mar_16:14-19; ; Jua_20:19 29; Heb_1:6-
11). Así pues, la t misión es un término bíblico, fundador de la Iglesia. Este término no
ha de parecido nunca de la terminología teológgica. Ello no impide que una tradición
reciente, aunque secular, haya hablado más de las misiones (en plural) que de la
misión. Esto se remonta sobre todo al gran movimiento misionero de la época moderna
a partir dei siglo xvi. Se distinguió entonces entre. las "misiones" (los países de misión)
y los países tradicionalmente cristianos (la cristiandad);, éstos enviaban misioneros a
evangelizar a los pueblos "no cristianos". La tarea misionera se les confió (jus
commissionis) a las grandes congregaciones religiosas y a los institutos misioneros. La
Congregación de Propaganda Fide se fundó en 1622 para organizar y dirigir esta tarea
(esta Congregación romana, después del concilio Vaticano II, ha recibido el nombre de
"Congregación para la evangelización de los pueblos'.
En una época todavía reciente la misión (en singular) ha entrado por fuerza en el
vocabulario eclesiológico. Se ha recuperado la conciencia de que la Iglesia es
esencialmente misionera en todas las circunstancias y en todos los países del mundo,
sean o no tradicionalmente cristianos. La "descristianización" reciente del mundo
cristiano ha ayudado paradójicamente a esta nueva toma de conciencia. Así, Henri
Godin pudo publicar en 1943 un libro que por aquella época ejerció :una gran
influencia, titulado La France, pays de mission? (Lyon 1943);. se trataba ante todo de la
descristianización de la clase obrera, que había que reevangelizar de nuevo. Gracias a la
secularización del mundo occidental, la conciencia de la misión como tarea universal de
la Iglesia adquirió mayor amplitud. Hoy se habla de la misión evangelizadora de la
Iglesia como de su tarea esencial, y concretamente -aunque quizá con poca propiedad,
ya que la evangelización es un proceso nunca acabado- de la "nueva evangelización" (I
Evangelización, III) del mundo occidental "poscristiano". La Iglesia es en todas partes y
para siempre misión.
Esto explica, que, ya antes del concilio Vaticano II, se desarrollara una nueva teología
de la misión, que se inserta por otra parte en el contexto de la evolución antes
recordada de las misiones a la misión. La misión de la Iglesia. es idéntica en todos los
lugares, aunque admite grados y formas variadas. Su finalidad es evangelizar, o sea,
comunicar la buena nueva, el evangelio de jesucristo visiblemente presente y operante,
262
con la palabra y los hechos. Resulta fácil ver que semejante concepción permitía
superar el eclesiocentrismo unilateral de la tesis precedente, recentrando la Iglesia en
Cristo y su evangelio, en el reino de Dios instaurado en él, y que va creciendo a través
de la historia. Era también más bíblica, ya que recogía directamente la imagen de la
buena nueva como semilla. Permitía además superar la perspectiva estrechamente
occidental según la cual el viejo continente -y más tarde América del Norte- fundaban
"misiones extranjeras" por todo el mundo. Esta visión estrecha ha sido sustituida
actualmente por la teología de las Iglesias locales, establecidas en todos los lugares,
aunque no tengan todas la misma antigüedad, y la de una misión recíproca entre las
Iglesias hermanas. Esta nueva teología de la misión se aplica universalmente a todas las
Iglesias, sin negar por ello sus diferencias.
El concilio Vaticano II no eligió entre las dos teorías. Preocupado más bien por
conseguir la unanimidad de sus miembros, las yuxtapuso entre sí, sin darse cuenta
quizá de que se trataba de percepciones y de perspectivas divergentes. Así se lee en el
decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia a propósito de las "misiones": "Las
iniciativas particulares por las que los predicadores del evangelio enviados por la Iglesia
y que van por el mundo entero cumpliendo con el encargo de predicar el evangelio y de
implantar la Iglesia entre los pueblos o grupos humanos que no creen todavía en Cristo,
son llamadas comúnmente `misiones"' (AG 6). Y más claramente: "El fin propio de esta
actividad misionera es la evangelización y la implantación de la Iglesia en los pueblos y
grupos humanos en los que aún no está arraigada" (ib).
Sería una equivocación oponer una tesis a la otra como si fuesen contradictorias. Pero
esto no impide que la eclesiología y la misionología posconciliares hayan optado cada
vez más por la perspectiva más bíblica y más fundamental de la evangelización. La
Iglesia posconciliar ha ido ensanchando cada vez más el concepto de evangelización
hasta hacerle indicar todo lo que se relaciona con su misión. De hecho, se han llegado a
identificar los dos términos ó a hablar, a modo de pleonasmo, de la misión
evangelizadora de la Iglesia.
El sínodo de los obispos sobre la evangelización del mundo moderno (1974) representa
una etapa importante de esta evolución. Sus resultados están recogidos, de forma muy
263
personal, por Pablo VI en la exhortación apostólica Evangelü nuntiandi (1975). Después
de establecer que la evangelización es "la vocación propia de la Iglesia" (n. 14), el Papa
desarrolla una noción más amplia de la evangelización, observando que "ninguna
definición parcial y fragmentaria da razón de la realidad tan rica, compleja y dinámica
que es la evangelización, a no ser con el riesgo de empobrecerla y hasta de mutilarla. Es
imposible captarla, si no se intenta abrazar con la mirada todos sus elementos
esenciales" (n. 17). En lo que se refiere al sujeto de la acción evangelizadora, el Papa
observa que implica a toda la persona: sus palabras, sus actos, su testimonio (nn. 21-
22). En cuanto al objeto, se extiende a todo lo que es humano: "evangelizar, para la
Iglesia, es llevar la buena nueva a todos los ambientes de la humanidad y, por su
impacto, transformar desde dentro y hacer nueva a la humanidad misma" (n. 18). Así,
se trata para la Iglesia de "evangelizar... la cultura y las culturas del hombre" (n. 20).
Este paso parece ser que fue el que dio un documento publicado en 1984 por el
Secretariado para los no creyentes, titulado Actitud de la Iglesia católica ante los
creyentes de las otras réligiones. Reflexiones y orientaciones relativas al diálogo y a la
misión. El documento explica que la misión de la Iglesia "es única, pero se ejerce de
maneras diversas según las condiciones en que está comprometida la misión" (n. 11). Se
dedica a continuación a reunir "las modalidades y los diferentes aspectos" de la misma
(n. 12). Y lo hace en un texto que, sin pretender ser exhaustivo, enumera cinco
"elementos principales" de la "realidad unitaria, pero compleja y articulada" que es la
misión evangelizadora de la Iglesia. Estos elementos son: la presencia y el testimonio;
el compromiso al servicio de los hombres, la acción por la promoción social y la
liberación humana; la vida litúrgica, la oración y la contemplación; el diálogo
interreligioso; el anuncio o proclamación y la catequesis (n. 13).
265
elementos inherentes al proceso son formas de evangelización, no todos tienen el
mismo valor ni el mismo sitio en la misión de la Iglesia.
Observemos, por otra parte, que para Marcos la buena nueva (lo euaggelion) de Dios,
que Jesús proclama, se refiere bajo su forma nominal a la totalidad del acontecimiento,
incluidas las palabras y los hechos de Jesús (1,14), ese mismo acontecimiento que la
Iglesia'tendrá que proclamar después de él (16,15): En Lucas, que prefiere la forma
verbal, evangelizar (euaggelizein) parece asumir por sí mismo el sentido técnico
restringido de "proclamación" de la buena nueva (4,18; 7,22; 16,16), de anuncio del
evangelio, traducido en otros lugares por los verbos keryssein o kataggelein, teniendo
como objeto del evangelio (to euaggelion). Sin embargo, sigue siendo verdad, desde el
punto de vista lingüístico, que el verbo euaggelizein puede indicar toda acción, no sólo
la proclamación, relativa a la buena nueva.
Mas allá de la terminología es, sin embargo, a la misión del mismo Jesús, prolongada
por la de la Iglesia, a la que es preciso referirse para descubrir la amplitud de la misión
evangelizadora. Se descubrirá entonces que no se reduce a la proclamación, por muy
esencial que ésta pueda ser, sino que se extiende más allá de ella, en la dirección que
indicábamos anteriormente.
Las palabras de Jesús son evangelio en acto. Bastará con señalarlo a propósito del
"discurso evangélico" recogido por Mateo (5-7) y por Lucas (6,20-49). No se trata ante
266
todo ni sobre todo de una ley nueva que haya que seguir para salvarse, y mucho menos
de un ideal imposible de alcanzar que dispondría a la salvación por medio de la fe
solamente. Más que un código moral, el sermón de la montaña es "evangelio" (J.
Jeremias). Describe la nueva calidad de vida que sigue a la acogida que se ha hecho al
reino de Dios establecido en el mundo a través de su mensajero; proclama la venida de
una era nueva más que unas nuevas exigencias morales. Por eso comienza con las
"bienaventuranzas", que en la forma de Lucas que parece la más antigua (6,20-23),
proclaman el gozo del reino acogido: ¡Dichosos vosotros! Igualmente en las otras
secciones del discurso se pone el acento en la declaración de la llegada del reino, de la
instauración de la buena nueva, más que en sus exigencias morales.
Lo mismo ocurre con sus gestos y sus acciones. Los actos de Jesús son actos proféticos;
conviene captar bien su verdadero alcance. Esto es especialmente verdad en los
milagros de curación y en los exorcismos. La respuesta de Jesús a los emisarios de Juan
Bautista (Mat_11:4-6) indica bien el sentido de sus milagros; muestran que la buena
nueva está ya en ejercicio a través de sus actos. Así pues, los milagros son evangelio en
acción. No hay que interpretarlos -según se hace muchas veces- como simples pruebas
de la credibilidad del mensajero; son en sí mismos parte integrante de la instauración
del reino.
Y lo mismo pasa también con los exorcismos. Indican, lo mismo que los milagros de
curación, la victoria ya real del reino de Dios sobre las fuerzas del mal. Liberan a los
hombres de la sumisión a los espíritus malignos, de la condición alienada a la que
estaban reducidos. Acciones simbólicas de Jesús liberador, contienen la buena nueva
de que en él han sido ya vencidas las fuerzas del mal, de que el reino de Dios se ha
establecido no sólo en las almas, sino también en los cuerpos de los hombres y en su
ambiente físico, de que el mundo se ha reconciliado con Dios y consigo mismo. Son el
reino en la práctica, como indica muy claramente la respuesta de Jesús en su
controversia con los fariseos a propósito de la expulsión de los demonios (Mat_12:26-
28).
Más allá de las palabras y de los hechos, es a toda la vida de Jesús a la que hay que
referirse para dar cuenta de su misión evangelizadora. Su estilo respira la libertad,
siendo al mismo tiempo portador de diferencia. Sus actitudes, sus opciones, sus
orientaciones lo distinguen y lo hacen singular. Toma posición comprometiéndose
frente al legalismo de los escribas, la autojustificación de los fariseos, el ritualismo de
los sacerdotes y de los levitas. No teme la oposición al poder injusto e incluso religioso
de su pueblo. Rechaza toda discriminación social y se asocia de forma preferencial con
los pobres, los oprimidos y los marginados. Proclama que es a ellos a los que se dirige
prioritariamente la buena nueva. Si no es un revolucionario político, su vida y su
muerte tienen sin embargo una dimensión política en cuanto que sus actitudes
representan un desafío y una amenaza para la autoridad, tanto política como religiosa.
Esta amenaza fue la que le condujo al suplicio de la cruz.
Sin embargo, todavía hay que preguntar si la misión de Jesús fundamenta del mismo
modo la pertenencia del diálogo interreligioso a la misión evangelizadora. Las
apariencias parecerían a primera vista contrarias. Efectivamente, ¿no declaró
abiertamente Jesús que "no había sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa
de Israel" (Mat_15:24)? Más todavía, durante su ministerio les prohibió expresamente
a los doce apóstoles enviados a misionar que emprendiesen "el camino de los paganos"
o que entrasen en las ciudades de Samaría; también ellos tenían que ir más bien "a las
ovejas perdidas de la casa de Israel" (Mat_10:5-6).
Esto no impide que el relato evangélico nos muestre a Jesús manifestando una actitud
abierta ante los hombres y mujeres que no pertenecían al pueblo de Israel. Admira la
disposición a creer que tenía el centurión, reconociendo que no había encontrado una
fe semejante en Israel (Mat_8:5-13); realizó milagros de curación para los "extranjeros"
(Mar_7:24-30; Mat_15:21-22); conversó con lasamaritana, anunciándole la hora en
que "los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad" (Jua_4:23).
Para Jesús, el reino de Dios que está a punto de inaugurarse en el mundo a través de él
está presente y actuando más allá de los confines del pueblo elegido. De hecho, anuncia
expresamente la entrada de los gentiles en el reino de Dios (Mat_8:10-11; Mat_11:20-
24; Mat_25:3132), un reino que es histórico y escatológico a la vez. Sin querer forzar la
evidencia, la actitud de Jesús parece ser tal que es posible apoyar sobre ella la
disposición de la Iglesia para el diálogo con los miembros de otras tradiciones
religiosas, como algo que forma parte integrante de su misión evangelizadora.
268
b) La promoción de la justicia y el diálogo interreligioso son dimensiones intrínsecas de
la evangelización. El sínodo de los obispos de 1971 afirmó con energía que la promoción
de la justicia y la participación en la transformación del mundo representan una
"dimensión constitutiva" de la misión evangelizadora de la Iglesia. Habría que poder
decir lo mismo del diálogo interreligioso. Efectivamente, más que de partes distintas, se
trata en esta ocasión de elementos o de dimensiones diferentes o, mejor aún, de formas,
de modalidades o de expresiones distintas de la misión, que es una "realidad unitaria,
pero compleja y articulada". Las formas concretas que reviste en la práctica la misión
evangelizadora dependerán ampliamente de las circunstancias concretas de tiempo y
de lugar y del contexto humano-social, económico, político y religioso- en que actúa. En
el contexto de una variedad muy rica de tradiciones religiosas que continúan incluso
hoy siendo la fuente de inspiración y de innegables valores para millones de fieles, el
diálogo interreligioso será naturalmente una forma privilegiada de evangelización.
Podrán darse incluso ciertas circunstancias que la convertirán, al menos
temporalmente, en el único camino posible de la misión.
J Dupuis
269
II. Evangelización de la cultura
La expresión "evangelizar las culturas" es relativamente nueva en la Iglesia. Según la
concepción tradicional, la evangelización se dirige estrictamente a las personas,
invitando a cada una de ellas a responder al anuncio de la buena nueva de Cristo.
Propiamente hablando, sólo las personás son capaces de convertirse, de recibir el
bautismo, de hacer un acto de fe y de adherirse a la Iglesia. Aun reconociendo que los
primeros destinatarios de la evangelización son ante todo las personas, la Iglesia habla
hoy de evangelizar las culturas, es decir, las mentalidades, las actitudes colectivas, los
modos de vida. ¿Cómo comprender esta extensión del concepto de evangelización? La
evolución se explica por dos razones principales. Por un lado, se ha producido una
ampliación de la noción de cultura, aplicada no solamente a las personas, sino también
a las comunidades humanas. Estas dos acepciones, individual y colectiva, de la cultura
se encuentran muy bien traducidas en ciertas expresiones como "la cultura del
espíritu", "una persona de cultura", "la cultura francesa", "la cultura de los jóvenes".
Por otra parte, bajo el impulso del Vaticano II, la Iglesia se ha comprometido en un
nuevo diálogo con el mundo moderno y sus culturas, percibidas como un espacio vital
para el porvenir religioso del hombre.
Para captar, más allá de las fórmulas, lo que significa "evangelizar las culturas", hay que
partir de un dato, que podríamos llamar socio-teológico: el hecho de que el evangelio es
de suyo creador de cultura. Lo recordaba Juan Pablo II en su discurso en la Unesco (2
de junio de 1980), cuando subrayaba "el vínculo fundamental del evangelio, es decir,
del mensaje de Cristo y de la Iglesia, con el hombre en su humanidad misma. En efecto,
este vínculo es creador de cultura en su mismo fundamento". Toda la historia del
cristianismo ilustra el poder civilizador del evangelio.
La difusión del evangelio por todo el imperio romano había introducido una nueva
pedagogía de las inteligencias y de las conciencias. A partir de unas escuelas modestas,
centradas sobre todo en el estudio de la Escritura, alimento de la vida interior y fuente
de la predicación, la Iglesia desarrolló las primeras facultades consagradas a la teología
y a las ciencias entonces conocidas. Así nacieron las universidades, que marcaron
profundamente a toda la Europa y a los países a donde ésta irradió. La cultura estuvo
marcada por un humanismo a la vez teológico, literario y científico, que formó a la elite
intelectual, comprometida en la construcción de Europa y de su civilización. Esta
cultura del espíritu y del corazón fue la que dio los grandes exploradores y los
evangelizadores geniales, como Mateo Ricci en China, Roberto de Nobili en la India,
Las Casas en América Latina.
Mediante una lenta ósmosis, toda la civilización estuvo entonces impregnada de los
valores del evangelio y todos los aspectos de la sociedad se vieron influidos por el
espíritu cristiano. León XIII recordaba este resultado de la evangelización en una
fórmula impresionante: "Hubo una época en que la filosofía del evangelio gobernaba
los Estados; en aquel tiempo, la fuerza y la influencia soberanas del espíritu cristiano
habían penetrado en las leyes, en las instituciones, en las costumbres de los pueblos y
en la organización del Estado" (Inmortale Deu_1:1 de noviembre de 1885, n. 9).
La Iglesia, sobre todo en el Vaticano II, ha acogido esta visión moderna de las culturas
como realidades humanas que hay que comprender, discernir y evangelizar. Juan Pablo
II ha creado para ello el Consejo Pontificio de la Cultura, a fin de sensibilizar a toda la
Iglesia en las tareas concretas de la evangelización de las culturas y del desarrollo
cultural. La cultura se ha convertido, también para la Iglesia, en una categoría dinámica
indispensable para el análisis social y para la definición del compromiso cristiano en el
mundo moderno. En esta perspectiva histórico-antropológica, en donde el porvenir de
las sociedades exige un análisis cultural con vistas a la acción cultural, se capta toda la
significación que reviste la evangelización de las culturas.
La evangelización cultural que la Iglesia realizaba en otras épocas mediante una acción
lenta y una paciente ósmosis de los espíritus y las costumbres, debe emprenderse hoy
con un esfuerzo mucho más consciente y metódico.
Sin embargo, la denuncia del mal, del pecado individual y colectivo, postulará también,
en un aspecto positivo, el anuncio del ideal evangélico, que responde a las aspiraciones
más secretas de toda persona y de toda cultura. El evangelio tendrá que influir en los
sectores clave del obrar colectivo, como la familia, trabajo, la educación, el ocio, los
ambientes sociales, económicos y políticos. No se trata solamente de recordar los
principios de una moral social, sino de convertir las mentalidades y de transformar con
la fuerza del evangelio las escalas de valores que marcan a una cultura viva tanto para el
bien como para el mal. Es preciso que los efectos de la redención cambien las maneras
de pensar y el ideal de comportamiento de un ambiente particular. Cada cultura pide
ser interpelada en sus modas, sus costumbres, sus tradiciones. Más en concreto, un
ambiente cultural determinado tiene que descubrir que hay una "manera cristiana" de
trabajar, de vivir en familia, de educar a los hijos, de dirigir una escuela, de servir al
bien común, de comprometerse en política, de defender los derechos humanos. No es
fácil esta acción sobre las mentalidades; se ejerce ante todo a través de las personas y de
las familias. Intenta sensibilizar las opiniones y los juicios colectivos con vistas a una
conversión real de los comportamientos.
BIBL.: CARRIER H., Evangile et cultures: de Léon XIII á Jean-Paul 11, Ciudad del
Vaticano 1987; CHIAVAccI E., Cultura, en Diccionario teológico interdisciplinar, vol. 2,
Salamanca 1982, 230-240; DUCH Ll., Historia y estructuras religiosas, Barcelona 1978;
LUZBETAK, The Church and Cultures: New Perspectives in Missiological
274
Anthropology, Maryknoll (N.Y.), 1988; MARITAIN J., Religión y cultura, Buenos Aires
1940; TORNOS A., El servicio a la fe en la cultura de hoy, Paulinas, Madrid 1987.
H. Carrier
La primera evangelización es la que revela la novedad de Cristo redentor "a los pobres"
para liberarlos, convertirlos, bautizarlos e implantar la Iglesia. La evangelización se
propaga en las conciencias y en las estructuras básicas de la fe: la familia, la parroquia,
la escuela, las organizaciones cristianas, las comunidades de vida. Hay ya aquí una
verdadera evangelización de la cultura, es decir, una cristianización de las
mentalidades, de los corazones, de los espíritus, de las instituciones, de las
producciones humanas. Las culturas tradicionales fueron cristianizadas así mediante
un lento efecto de ósmosis. La conversión de las conciencias transformó
profundamente las instituciones. Conocemos bien los prototipos de la primera
evangelización: san Pablo, san Ireneo, san Patricio, los santos hermanos Cirilo y
Metodio, san Francisco Javier.
a) Los nuevos ricos. Esas personas no se consideran psicológicamente como los "pobres
del evangelio", sino más bien como "ricos", personas satisfechas y centradas en su
275
dinero, su autonomía, su confort, su autorrealización. Esta psicología colectiva es la que
hay que penetrar con simpatía para hacerle comprender sus límites frente a lo absoluto
de Dios. Así podrá aparecer la "pobreza espiritual" que se oculta muchas veces tras esas
actitudes de satisfacción o de indiferencia aparentes.
d) Una fe dormida. Resulta difícil decir que en esas personas ha muerto por completo la
fe; pero está dormida, es inoperante, está olvidada, cubierta por otros intereses y
preocupaciones: el dinero, el bienestar, el confort, el placer, que se convierten a veces
en verdaderos ídolos. En un contexto de cristiandad, la presión de la religión habitual
podía bastar para mantener a los creyentes en una práctica sacramental regular. Esta
presión social no invalida necesariamente el valor de la religión popular o tradicional,
que ha dado grandes cristianos y grandes cristianas. Constatamos, sin embargo, que la
nueva cultura deja a la persona espiritualmente sola, frente a sí misma y frente a sus
propias responsabilidades, que a veces se perciben confusamente. El desencanto, la
incertidumbre espiritual hacen al individuo frágil, angustiado y expuesto a la
credulidad. El aislamiento hace sensible a una palabra de acogida. Las sectas lo han
comprendido. A veces mejor que nosotros. Tenemos que explorar con cuidado esos
aspectos psicológicos y espirituales.
Observemos que la cultura pluralista, que tiene el inconveniente de poner todas las
creencias en el mismo plano, puede ofrecer por otra parte al evangelizador una nueva
oportunidad y la posibilidad de hacer valer su punto de vista original en el concierto de
las opiniones. Con frecuencia incluso puede aprovechar los medios modernos de
difusión para anunciar la novedad de su mensaje. Resulta necesaria una educación
especial para vivir y actuar hoy en una cultura pluralista. -
b) Detectar los obstáculos á la nueva evangelización: Estos obstáculos pueden variar
mucho. de una región o un país a otro. En muchos países de la vieja cristiandad; la
Iglesia se ha ido desfigurando por una especie de lenta erosión, en un proceso de
evacuación o de rechazo de la fe por parte de una cultura progresivamente secularizada.
Esto ha engendrado una cultura de l indiferencia, que es uno de los obstáculos más
terribles para la reevangelización, puesto que entonces la religión no parece ya
interesar, tocar, interpelar a una masa cada vez mayor de individuos espiritualmente
"eXtraños", que viven en un mundo "arreligioso".
Observemos que la situación de la increencia es- muy distinta según los países. En
efecto, en muchas naciones la reevangelización se dirige a unas poblaciones cuya
memoria arrastra la huella de persecuciones, de guerras religiosas, de revoluciones, de
políticas agresivamente ateas. Otras han sufrido la colonización extranjera, la
explotación o también la pérdida de la clase obrera en el siglo pasado. Es sumamente
importante percibir bien la psicología colectiva marcada por la experiencia histórica de
cada grupo que hay que evangelizar.
La nueva evangelización se dirige a todas las personas y a todas las culturas. Juan Pablo
II proclama su necesidad en todos los continentes. Esta evangelización, ha dicho, será
"nueva en su ardor, nueva en sus métodos, nueva en su expresión" (Discurso al
CELAM, 9 de marzo de 1983).
H. Carrier
EXÉGESIS INTEGRAL
Se entiende por exégesis la interpretación, el comentario o la explicación del texto
bíblico. Presentaremos aquí únicamente los principios o las reglas de las exégesis
católica; este proyecto debe confrontarse con la voz ! Hermenéutica, que tiene una
perspectiva más amplia. Por texto bíblico entendemos la sagrada Escritura o la Biblia,
279
en el sentido católico de la palabra, que abarca el AT, incluidos los libros llamados
"deuterocanónicos", y el NT (l Canon). Con exégesis integral queremos resaltar la
totalidad, si es posible, del proceso implicado en la exégesis. Los principios
fundamentales de esta exégesis integral han sido fuertemente subrayados por la
constitución l Dei Verbum, del Vaticano II. El documento conciliar puede completarse
con algunos discursos de Pablo VI y de Juan Pablo II.
Pero sigue siendo verdad que, para realizar su intención, Dios se valió de hombres
elegidos, que usaban de todas sus facultades y talentos" (DV 11,1); que "Dios habla en la
Escritura por medio de hombres y en lenguaje humano" (DV 12,1). Por consiguiente, "el
intérprete de la Escritura, para conocer lo que Dios quiso comunicarnos, debe estudiar
con atención lo que los autores querían decir y Dios dar a conocer con dichas palabras"
(DV 12,1).
Para ello hay que utilizar varias ciencias y seguir también diversos métodos. En este
sentido, el recurso al saber profano no tiene por qué extrañarnos, si el instrumento
científico o metodológico se utiliza con honestidad y sin presupuestos arbitrarios. Pablo
VI, en 1974, se refirió a esta cuestión, citando una página del padre Lagrange escrita en
1918 (DC 71 [19741326), y Juan Pablo 11 volvió sobre este tema en 1989: "Es verdad
que, en más. de una ocasión, ciertos métodos de interpretación dieron la impresión de
constituir un peligro para la fe, ya que eran utilizados por intérpretes no creyentes con
la intención de someter las afirmaciones de la Escritura a una crítica destructora. En
esos casos es necesario establecer una clara distinción entre el mismo método, que si
corresponde a las exigencias auténticas del espíritu humano contribuirá al
enriquecimiento de los conocimientos, y, por otra parte, los presupuestos discutibles -
de tipo racionalista, idealista o materialista-,que pueden pesar en la interpretación e
invalidarla. El exegeta, iluminado por la fe, no puede adoptar, evidentemente, esos
presupuestos, pero no podrá menos de sacar provecho del método" (DC 86 [19891472).
2) Una vez establecido el texto, conocidas sus variantes, precisado el sentido de las
palabras, a veces con diversas posibilidades para algunos pasajes, viene la etapa difícil,
que intenta "descubrir la intención de los hagiógrafos" (DV 12,2). Aquí entran en juego
varios métodos ("inter alía": DV 12,2). Si el concilio se detiene especialmente en la
búsqueda del "género literario", es a la vez para confirmar lo que escribía Pío XII en
1943, en la Divino afflante Spiritu, y para ampliar implícitamente al NT esta
investigación, como señalaba en 1964 la instrucción Sancta Mater Ecclesia, de la
pontificia Comisión bíblica. Pero DV 12 reconoce también la validez del principio
general siguiente: "Para descubrir de verdad lo que quiso afirmar el autor sagrado por
escrito, hay que tener exactamente en cuenta tanto las maneras nativas de sentir, de
hablar o de contar corrientes en tiempos del hagiógrafo como las que se utilizaban por
todas partes en aquella época en las relaciones humanas". Pío XII lo había reconocido
ya oficialmente.
Para ser honestos, habrá que procurar no confundir analogía con semejanza, parecido
con identidad y sobre todo semejanza con dependencia, so pena de no ver nada del
mensaje propio del autor bíblico.
Para evitar aplicar a un texto una estructura que es fruto de nuestras propias ideas y de
nuestra propia cultura -riesgo del que no se escapó muchas veces el pasado-, hay que
destacar en el mismo texto, leído en su lengua original, todos los hechos lingüísticos y
verbales que revelan su organización interna; las repeticiones de las mismas palabras,
las variaciones en las formas gramaticales, etc., permiten entonces descubrir ciertas
inclusiones, ciertas divisiones bien marcadas dentro de un discurso, etc., y se descubren
así unas estructuras literarias de textos sumamente variadas. Pero, para no caer en la
manía de ver por todas partes, por ejemplo, estructuras concéntricas, habrá que
asegurarse de que se han tomado en consideración todos los indicios literarios. Este
método de lectura asegura una base mejor a la comparación con otros textos y permite
de este modo precisar su género literario. El caso del libro de la Sabiduría podría ser un
buen ejemplo.
Este método, suponiendo -¿es acaso gratuito?- que el texto está bien escrito, permite
determinar las glosas y añadidos introducidos en el texto. En más de una ocasión lo
confirmarán las versiones antiguas.
Pero hay otros casos, en el Pentateuco y en los profetas por ejemplo, en que se descubre
-por las asperezas del texto tanto como por el análisis de su estructura literaria- que se
transmiten con el texto primitivo otras relecturas en las que las comunidades sucesivas
fueron dejando huellas de sus propias lecturas e interpretaciones. Encontramos aquí
toda la historia de la vida y de la transmisión de un texto en la comunidad.
En el fondo, toda esta búsqueda del género literario y de la estructura literaria del texto
implica la convicción de que hay unos conjuntos literarios y que deben ser tratados
como tales. Cuando el texto presenta un relato, será normalmente en prosa; y entonces
se utiliza desde hace veinte o treinta años, sobre todo en Francia, otro método distinto.
Se le llama el l análisis estructural o la semiótica. Se inspira en algunos teóricos rusos
que intentaban ver cómo funcionan los cuentos. Se establece entonces una verdadera
gramática del relato. A pesar de su vocabulario muchas veces sibilino y de su
orientación demasiado marcada por los aspectos formales con riesgo de subestimar el
mensaje, este método es útil y más de una vez complementario.
El interés por los conjuntos, que tiene la gran ventaja de evitar la atomización de un
texto, conduce también a considerar un libro, y hasta un conjunto de libros, como una
282
totalidad. La atención se dirige entonces, no ya a las asperezas del texto, que ponen de
manifiesto los añadidos y las relecturas que hemos mencionado, sino sobre todo lo que
unifica un conjunto. Este trabajo ha conducido, por ejemplo, a mostrar la originalidad
de cada evangelista (! Evangelios. Métodos de análisis RG); ha permitido también
hablar de la historia deuteronomista, de Dt a 2Re.
Quizá pueda situarse aquí el método que desde hace poco se está desarrollando a la otra
orilla del Atlántico y que se designa como close reading, consiste en leer el texto paso a
paso con suma atención, asegurándose de que se han percibido todos los matices del
autor; la atención se dirige también hacia todo lo que está implícito e incluso no-dicho,
que con frecuencia es muy revelador del pensamiento. Semejante método pone muy
bien de relieve la unidad profunda de un texto, de un relato, por ejemplo, y cuestiona
ciertas teorías que habían visto demasiado aprisa diversas capas redaccionales en un
texto. Incluso a veces podrá mostrar cómo esas capas redaccionales se integraron
finalmente de manera armoniosa en la unidad textual que ha llegado hasta nosotros.
3) Todo lo dicho hasta ahora se refería a la crítica literaria; al ser un texto el objeto de
los análisis, no hay por qué extrañarse de estos desarrollos de la investigación. Sin
embargo, una parte importante de los libros bíblicos, el Pentateuco y los libros
históricos al menos para el AT, y los evangelios y los Hechos para el NT, tienen por
objeto unos sucesos y conviene determinar su valor histórico. La crítica literaria
ilumina a la crítica histórica, pero sin agotarla. El Vaticano II, hablando de los géneros
literarios, ha señalado oportunamente que algunos de los textos llamados históricos
pueden serlo de otra manera (DV 12,2) y ha afirmado sin vacilar "la historicidad" de los
cuatro evangelios (DV 19). Parece ser que la crítica histórica suscita hoy poca atención y
que reina un escepticismo quizá excesivo, al menos en cuanto a la historicidad de los
hechos anteriores a la toma de Jerusalén por Nabucodonosor en el año 586 a.C. Para
los evangelios y los Hechos la exégesis católica parece haber llegado a un consenso
respetuoso de la historia.
"La Sagrada Escritura debe leerse e interpretarse a la luz del mismo Espíritu que la hizo
redactar" (DV 12,5). La razón de esta afirmación es que el objeto que hay que leer e
interpretar es la Escritura sagrada, un único conjunto que tiene por autores a Dios y a
unas personas elegidas e inspiradas por él, sea cual fuere la manera de explicar esta
acción conjunta que el Vaticano II no ha querido zanjar. De aquí se deriva que "todas
las afirmaciones de los autores inspirados... deben ser tenidas como afirmaciones del
Espíritu Santo" (DV 11 2).
283
Al intentar comprender ese objeto único que es la Escritura, el exegeta se pone también
a la escucha del Espíritu que la hizo redactar. Como el objeto es único, puede decirse
que toda la investigación científica y crítica de lo que quiso escribir el hagiógrafo
supone ya para el exegeta ponerse, como el autor sagrado, bajo la acción del Espíritu:
las afirmaciones del hagiógrafo son también las del Espíritu. Ponerse en esta
disposición es una exigencia tradicional en la Iglesia; se remonta al menos a Orígenes y
a Jerónimo; proclamada de nuevo en el Vaticano II por la Iglesia de Oriente, es
significativo que DV 12,3 recoja aquí una proposición del Pontificio Instituto Bíblico,
que tanto ha hecho por destacar en la Iglesia el valor de la ciencia bíblica más crítica.
1) Desde el punto de vista del exegeta, "interpretar a la luz del Espíritu" significa al
menos lo que Pablo VI, con su agudeza acostumbrada, señalaba en 1970: si la palabra
de Dios es "viva y eficaz" (Heb_4:12) para conducir a la salvación, "todo el que
escudriñe la Escritura es en primer lugar escudriñado por ella y debe acercarse a ella
con este espíritu de humilde disponibilidad, que es la única puerta para la comprensión
plena del mensaje"; señalaba además "la necesidad de buscar una cierta connaturalidad
de intereses, de problemas, con el argumento del texto, para poder abrirse a su
escucha"... "Pero sobre todo es importante destacarla exigencia de.una verdadera
fidelidad a la Palabra"; "Cristo es la primera `exégesis' del Padre, su `Palabra', la que lo
manifiesta, y toda palabra ulterior sobre Dios y sobre Cristo se basa en esta primera
revelación del Padre". En 1974 añadía: "Una apertura real existencial al misterio del
Dios de amor, sin la que necesariamente quedaría entenebrecida nuestra exégesis, por
muy sabia que fuera, no puede mantenerse en nosotros sin la luz de la gracia divina,
que hemos de pedir continuamente con humildad".
Al elegir esta fórmula, la comisión teológica del concilio intentaba recoger algunas
enmiendas propuestas por varios obispos: pedían que se ha. blara de la tradición más
bien que de las tradiciones (cf DV 8-10 y l Tradición), de los padres de la Iglesia, del
/sentido de la fe del pueblo de Dios y del /magisterio.
La relación de la Escritura con la Iglesia se percibe hoy cada vez más. La Iglesia recibió
el AT por medio de Jesús y de la primera comunidad cristiana; el AT era la única
284
Escritura existente; fue en su seno y para expresar el misterio recibido de que era
portadora donde se redactó el NT. También fue ella la que definió su canon
escriturístico. El mejor exegeta es el que lee la Escritura en simbiosis con la Iglesia; el
padre Lagrange había justificado ya en el 1918 estas exigencias con precisión.
Porque la Biblia no es patrimonio exclusivo de los exegetas; éstos no son más que
servidores del pueblo de Dios, al que ella se dirige de generación en generación y por
medio del cual habla a toda la humanidad llamada a la salvación. Don de Dios confiado
a la Iglesia, para ella y por medio de ella, la Escritura exige la fe total para ser
comprendida desde dentro a la medida de la intención de los autores sagrados y de
Dios, que quiere la salvación de todos; ella exige la comunión eclesial en nuestros días
con todos los que desde hace dos milenios vivieron y viven de ella; ella sigue
construyendo a la Iglesia y no puede convertirse en propiedad privada de unos cuantos
privilegiados que se arroguen el derecho de reservarla para sí con el pretexto de
atenerse a la pura ciencia, dudando de las creencias más arraigadas del pueblo'de Dios.
Y ese pueblo, la Iglesia, tiene en sí mismo, por voluntad de Cristo, un órgano regulador,
el magisterio, asistido por el mismo Espíritu que habló por los profetas y los apóstoles y
que anima desde pentecostés toda la vida eclesial. A él le corresponde autentificar toda
exégesis.
4) La tradición viva de toda la comunidad eclesial se expresa también por los padres de
la Iglesia, tanto orientales como occidentales, y por los grandes exegetas que nos han
precedido. Hoy el retorno a la exégesis antigua es un hecho .manifiesto y crece el mejor
conocimiento de la misma gracias a las mejores ediciones y las mejores investigaciones
que se llevan a cabo sobre los autores del pasado. Esto vale para la exégesis patrística,
pero también para la de los teólogos medievales latinos, sin olvidar la renovación
bíblica de los siglos xvi y xvn. Este último período es aún poco conocido, pero los
anteriores están bien expuestos, por ejemplo, en los volúmenes del H. de Lubac. Es
verdad que nuestro conocimiento dei Próximo Oriente antiguo es muy superior al que
ellos tenían y que nuestros métodos son más rigurosos. Pero, con menos medios y
exigencias científicas, ellos nos superan por su inserción eclesial más franca; su
exégesis es verdaderamente teológica; espiritual y pastoral. La nuestra debe renovar
estas orientaciones y enriquecerlas.
El sentido de la fe incluye, finalmente, las grandes exigencias cuya llamada percibe hoy
la Iglesia: ecumenismo, diálogo con el judaísmo, apertura a las culturas. El exegeta no
puede estar ausente de estos terrenos. Si Dios quiere la salvación de todos; si Jesucristo
es el único mediador de esta salvación y la Escritura la promueve eficazmente (cf
Heb_4:12) en la unidad del género humano; si la Escritura es la buena nueva
proclamada a todos, el exegeta tiene que participar lealmente en toda investigación que
permita comprender y transmitir mejor el mensaje de la Escritura. La carta a los
Romanos, por ejemplo, es capital en el diálogo con las Iglesias y comunidades salidas
de la reforma, pero también para el intento del cristiano de acercamiento al judaísmo.
Si se llega a un conocimiento más exacto y más respetuoso que en el pasado de las
tradiciones cristianas no católicas y de la tradición judía, resultará muchas veces más
penetrante nuestra inteligencia de la Escritura. En particular, los testimonios del
judaísmo antiguo, contemporáneo del cristianismo naciente, los Tárgumes, por
ejemplo, no pueden ser ignorados por los exegetas. El diálogo con las religiones no
cristianas y con las culturas en que se desarrollaron es igualmente importante, sobre
todo en ciertas partes del mundo, y se requiere entonces la presencia activa. de los
exegetas. La misma Biblia no ignoró este diálogo, como tampoco las generaciones
cristianas que nos precedieron; y conviene que la Biblia no aparezca en esos lugares
como un producto extranjero inasimilable, que algunos se imaginan que es occidental,
cosa que sin duda no lo es.
En todos estos diálogos parece ser que hay que tener en cuenta algunas exigencias
fundamentales: no solamente el respeto al texto bíblico tal como es, la fidelidad integral
al depósito de nuestra fe y la comunión con toda la Iglesia, que significará también un
esfuerzo para que los exegetas comprometidos en otros ambientes compartan las
riquezas descubiertas y las cuestiones que se plantean, sino además y más
específicamente la aceptación del hecho evidente de que todo método exegético es el
producto de una cultura y que la exégesis occidental del siglo xx no se libra de ello; otra
cultura planteará otras cuestiones y su hermenéutica será diferente. Esto es cierto para
la exégesis cristiana patrística y medieval: ¿tendremos que extrañarnos de ello al
abordar la exégesis judía o al querer inculturar en Brasil, en la India, en el Zaire la
forma de acoger con verdad la Biblia y su mensaje?
FE
SUMARIO:
1. La fe según la Sagrada Escritura.
2. Trascendentalidad de la fe.
3. La teologalidad o el origen divino de la fe.
4. La globalidad del acto de fe.
5. La unidad de la fe
(C. Langevin)
287
cada vez más precisas y elaboradas (Deu_6:20-24; Deu_26:5-9; Jos_24:213; Neh_9:5-
25).
Por su aspecto interpersonal, esta fe se emparenta naturalmente con la del AT. Es,
respectivamente; confianza y abandono en Dios, presente en la palabra y la acción de
Jesús (sinópticos); obediencia que hace semejantes al crucificado-resucitado y que da el
Espíritu de los hijos de Dios (Pablo); adhesión al testimonio del Padre y del Hijo
(Juan).
Ese absoluto que polariza y sostiene todo pensamiento es algo que el espíritu siente el
deseo irresistible de alcanzar en su esencia. El deseo de alcanzar todo el ser en su
intimidad se sigue ejerciendo respecto al ser que el espíritu-sabe que es la fuente y la
cima del ser. Ese Dios al que no conocemos de momento más que por l analogía,
sentimos la pasión de verlo en su singularidad trascendente. "Ese deseo -escribía un
viejo téólogose presenta como algo negativo o como una realidad que tiene la propiedad
de dejarnos en suspenso: se piensa que ese deseo no puede detenerse m apagarse en
nada que esté fuera de él. Uno se pone en camino, dentro de esta ignorancia, hacia un
más allá que Dios ayudará a que conozcamos y alcancemos cuando dé la luz de la fe y la
ayuda de la gracia (ita nesciens, aliquid altius quaerit)" (JOANNES TINCTORIs,
Lectura in Primam Sane¡¡ Thomae, q. 12, a. 1, fol. 20 r-v). Así, el misterio de Dios es a la
vez lo que no podemos darnos y lo que deseamos con todas nuestras fuerzas.
"El reconocimiento del sello del Padre sobre Cristo, de su palabra en las palabras de
Cristo, de la gloria de Dios en los signos, nos enseña el evangelio de Juan, requiere
ciertas disposiciones de orden espiritual. Por eso la fe revela no tanto el poder de las
inteligencias como la calidad de la mirada... A los ojos de la fe, la humanidad se
presenta dividida, en dos razas espirituales: la de los hijos de las tinieblas y la de los
hijos de la luz. Los unos, como extraños a la verdad, no ven los signos hechos en su
presencia (6,26; 12,37), la palabra no entra en,ellos (8,37); la luz les ciega (9,39); para
los otros, los que `hacen la verdad' (3,21), todo es luz, signo, obra, testimonio, sello del
Padre" (D. MOLLAT, Études Johanniques, París 1979, 84-85).
Considerado desde el punto de vista del creyente, la fe implica, por tanto, la iniciativa
creadora y reestructurante de Dios: el espíritu se apoya en Dios como en un
fundamento primero y absoluto. Correlativamente, si Dios se confía más allá del
conducto de la analogía, no puede contar más que consigo para establecer su
testimonio. La verdad absoluta no puede depender, para imponerse como tal al espíritu
creado, de ninguna otra verdad fuera de sí misma.
b) El papel y el alcance de las razones de creer. Este estatuto del absoluto, que da
testimonio de sí mismo, obliga a reflexionar sobre el papel y el alcance de las razones
para creer o de los signos (/Semiología: signo) que acompañan a la revelación divina.
Por una parte todo profeta, según el testimonio de la Escritura, debería probar la
autenticidad de su misión mediante "signos" o prodigios cumplidos en nombre de Dios
(Is 7;11; cf Jua_3:2; Jua_6:29.30; Jua_7:3.31; Jua_9:16.33). La razón, por su parte,
exige que haya razones para creer, para dar asentimiento. ¿Qué sentido de la dignidad
humana y de la responsabilidad implicaría una fe que se presentase sin razones? San
Agustín, por su parte, pensaba que no habría que creer si no hubiera razones para
creer.
Por otro lado, por muchas y muy fuertes que sean las razones para creer, no me apoyo
en ellas formalmente cuando doy a Dios mi fe. Las razones me dejarían, en definitiva,
frente a mi razón, no frente a Dios. Por muy indispensables que sean, son insuficientes
y hasta, propiamente hablando, de otro orden inferior. Las razones para creer, se ha
dicho atinadamente, no dispensan de creer.
¿Cuál es entonces el papel de esos signos o razones para creer? ¿No hay que afirmar
que nos dejan realmente desvalidos frente a la decisión de fe? "Mediante los signos y su
conocimiento racional -escribe Juan Alfaro- el hombre controla, no la interna
credibilidad de la palabra divina, sino su propio conocimiento de la obligación de creer
y su propia decisión libre de creer, que sin ellos sería ciega... La posibilidad de un
conocimiento racional de los signos de la revelación es un mero requisito de la rectitud
de la opción libre, que el hombre realiza al creer en Dios..."
"Los signos de la palabra divina no se presentan ante el hombre como datos de un
problema puramente objetivo, sino como manifestación de una intervención divina,
que da un sentido nuevo a la existencia humana: en sus signos Dios se hace presente al
hombre y le dirige una llamada. Ante esta llamada entra en juego la libertad del hombre
y, por consiguiente, la gracia divina... La iluminación interior transforma el
conocimiento racional de los signos en la conciencia de que Dios me llama a creerle. El
juicio práctico de credibilidad' implica un elemento personal, inefable e incomunicable,
que es la repercusión de la llamada divina en la conciencia. La atracción interior de la
verdad personal hacia sí: misma determina en el hombre un conocimiento per
290
connaturalitatem, en el cual se percibe vitalmente la invitación a superar lo creado y a
apoyarse en la palabra divina según su trascendente credibilidad" (J. ALFARO,
Preámbulos de la fe, en Sacramentum Mundi III, Herder, Barcelona 1973, 104-105).
Este movimiento de la inteligencia, ¿no expresa; por otra parte, la radicalidad del don
mutuo que se hacen de sí mismos Dios y la criatura? A la primera procesión trinitaria,
la del Verba, responde el primer movimiento de nuestro ser espiritual. Luego, ese papel
de la inteligencia creyente atestigua el respeto que Dios tiene por los seres inteligentes
que ha hecho. El mensaje, como veremos, no hace más que proponer a la Conciencia
clara el don que Dios hace de sí misma y la realidad que suscita en nosotros.
d) Los gestos y los ritos: la vida sacramental. La fe tiene todavía que expresarse y
celebrarse en unos gestos en los que la condescendencia de Dios sale a nuestro
encuentro en nuestra realidad corporal y comunitaria. El bautismo es considerado
desde los primeros siglos cristianos como el sacramento de la fe. "Todos sois hijos de
Dios por la fe en Cristo Jesús; pues los que habéis sido bautizados en Cristo, os habéis
revestido de Cristo" (Gál_3:26-27). "En el bautismo fuisteis sepultados con Cristo,
habéis resucitado con él por la fe en el poder de Dios, que lo resucitó de entre los
muertos" (Col_2:12). Por otra parte, el evangelio de Juan muestra cómo la fe y la
eucaristía están ligadas en un contrapunto admirable (c. 6). Si la fe es necesaria para la
acogida de la eucaristía, el pan de vida aparece como el resumen y el test supremo de la
fe.
292
Acoger la palabra de Dios sin desnaturalizarla, como hemos dicho, supone que la
verdad divina, medio o apoyo de nuestro saber, queda incorporada al proceso de
nuestra afirmación y que el espíritu del creyente es adaptado al misterio de Dios como a
un objeto ya connatural. Por tanto, no es ya un concepto -por muy elevado que se le
fabrique- lo que polariza el dinamismo humano, sino la realidad única y estrictamente
irrepresentable de Dios.
"Por la gracia se comunica y manifiesta Dios en sí mismo, sin más mediación que su
inefable atracción hacia sí, y el hombre conoce aconceptualmente a Dios en la vivencia
de su llamada. Tal conocimiento no es visión de Dios, ni experiencia inmediata de Dios,
sino tendencia vivida hacia el trascendente en sí mismo y (en esta tendencia) captación
aconceptual de su término, que es el Absoluto como Gracia" (J. Alfaro, La fe como
entrega personal, a.c., 63).
293
Finalmente, es Cristo el que promueve la fe como el bien o como el fin que la fe busca: "
No hay salvación en ningún otro, pues no se nos ha dado a los hombres ningún otro
nombre debajo del cielo para salvarnos", proclama Pedro ante el sanedrín (Heb_4:12).
"Dios envió a su Hijo..., a fm de que recibiésemos la condición de hijos adoptivos. Y
como prueba de que sois hijos, Dios ha enviado a vuestros corazones el Espíritu de su
Hijo, que clama: ¡Abba, Padre!" (Gál_4:4-6). Dios nos reconcilia consigo en la medida
en que nos une a su Hijo amado, y la felicidad que busca el creyente es la participación
en la condición de Cristo resucitado.
BIBL.: ALFARO J., La fe como entrega personal del hombre a Dios y como aceptación
del mensaje cristiano, en "Concilium" 21 (1967) 5669; In, Foi et existente, en "NRTh"
90 (1968) 561-580; In, Fe, en Saeramentum Mundi III, Barcelona 1976, 102-128;
BALTHASAR H.U. von, La gloire et la croix I, París 1965; BOUtLLARD H., Lógica de la
fe, Madrid 1964; Fnux J. M., La foi du Nouveau Testament, Bruselas 1977; RAHNEa K.,
Observaciones sobre la situación de la fe hoy, en R. LATOURELLE y G. O'COLLINS
(eds.), Problemas yperspectivas de teología fundamental, Salamanca 1982, 393-416; ID,
Curso fundamental sobre la fe, Barcelona 19843; WELTE B., Qu ést-ce que croire?
Montreal 1984.
G. Langevin
294
FIDEÍSMO Y TRADICIONALISMO
Los revuelos causados en Francia por la Aufklürung y el criticismo kantiano pusieron
en primer plano durante todo el siglo xlx el problema del equilibrio entre / razón y fe.
El magisterio tuvo que intervenir entonces en varias ocasiones para rectificar algunas
posiciones ambiguas.
295
2. FIDEISMO EN EL CONTEXTO PROTESTANTE. En el vocabulario protestante, el
fideísmo tiene un sentido muy diferente: designa la salvación por la fe sola. Así Lutero
rechaza la filosofía como exaltación de la razón y de la naturaleza. Concibe la fe como
un puro abandono confiado en Dios que salva y justifica. Por la fe el hombre se pone en
manos de Dios, independientemente de la adhesión a un conjunto doctrinal. Así, al lado
del conocimiento de los dogmas (l Dogma) revelados, que admiten, pero que llaman "fe
histórica", los protestantes predican una segunda especie de fe: una confianza total en
las promesas divinas en general y sobre todo la convicción absoluta de ser justificado
por los méritos de Cristo. Esta fe-confianza sería la única fe cristiana auténtica: por ella,
independientemente de las buenas obras, es como el hombre se salva. En esta
concepción de la fe, el testimonio interior del Espíritu Santo ocupa evidentemente todo
el lugar. l K. Barth endurece hasta el extremo esta concepción de la fe de los primeros
protestantes. El hombre está hecho de orgullo y de pecado; no puede hacer otra cosa
que acoger la obra de Dios en él.
Pero la realidad es más fuerte que las teorías. La teología fundamental estudia
problemas demasiado graves, demasiado auténticos, para que se los pueda ignorar: los
orígenes históricos del cristianismo, la realidad y la identidad de Jesús, la realidad
histórica de su mensaje y de sus obras, concretamente de sus milagros y de su
resurrección, la voluntad y la naturaleza de su proyecto eclesial basado en Pedro y los
apóstoles. Es posible refugiarse por algún tiempo en un fideísmo larvado; pero los
problemas siguen en pie y están siempre a las puertas de la ciudad, es decir, de la
Iglesia. Puede uno negarse a verlos, pero no los podrá abolir. El tono, ciertamente, tiene
que cambiar, sobre todo en el clima ecuménico actual; pero la función asumida por la
teología fundamental sigue en pie. Además, las cuestiones que trata constituyen un
conjunto que tiene su propia unidad y que hace de la teología fundamental un sector
distinto de la teología.
BIBL.: AUBERT R., El acto de fe, Barcelona 1965; BDUILLARD H., Karl Barth, 3 vols.,
París 1957 (sobre todo vol. 2); HARENT S., Fidéisme, en DTC 6,1: 174-236;
LATOURELLE R., ¿División o renovación de la teología fundamental?, en "ConciHum"
296
46 (1969) 359-369; ID, Ausencia y presencia de la teología fundamental en el Vaticano
11, en LATOURELLE R. (ed.), Vaticano 11. Balance y perspectivas, Salamanca 1989,
10471068; ROTUREAU G. y CONGAR Y., Fidéisme, en Catholicisme 4, 1260-1261.
R. Latourelle
297
FILOSOFÍA CRISTIANA
1. NOTA HISTÓRICA. La expresión "filosofía cristiana" no es bíblica. El NT utiliza una
sola vez la palabra "filosofía", y lo hace para designar una especie de gnosis o de
pregnosis, denunciando sus seducciones (Col_2:8). Los primeros autores cristianos se
suelen mostrar muy críticos con los filósofos (Taciano, Hermas, Tertuliano -que debe,
sin embargo, al estoicismo algunos de sus cuadros mentales-). En algunos de ellos,
como Justino, aparece la expresión "nuestra filosofía" o incluso "filosofía cristiana",
pero entonces significa simplemente la doctrina o, más en general, la vida cristiana,
considerada como la única verdadera filosofía. Esto confirma el rechazo de la filosofía
de los filósofos. Este sentido de "filosofía cristiana" se mantendrá por mucho tiempo; lo
encontramos todavía en el siglo xvI en Erasmo. Sin embargo, algunos reconocen en los
grandes filósofos ciertos gérmenes de verdad, que explican por una influencia supuesta
de los profetas y hasta por una especie de inspiración.
A partir del siglo xiii, pero sobre todo en la época moderna, la filosofía suscita interés
por su valor propio, y no simplemente como instrumento de la teología. Por un
movimiento inverso al anterior, reivindicará como suyos ciertos sectores que parecían
reservarse a la teología. De este modo se dibuja la noción de una "filosofía cristiana",
distinta de la teología y auténticamente filosófica. De hecho, en la época moderna esta
expresión sirve generalmente para designar la filosofía común de los cristianos, el
conjunto de doctrinas, racionales de derecho, profesadas por ellos de acuerdo con la fe
y/ o como preámbulos de la fe: A veces adquiere un valor polémico; así, a los discípulos
de Descartes, y sobre todo a los de Malebranche, les gusta llamar "cristiana" a su
filosofía, en la que encuentran algo de san Agustín, en oposición a la escolástica, ligada
al "pagano" Aristóteles. Pero ya se discute la expresión, aunque por razones opuestas.
El cristianismo no tiene nada que ver con la filosofía, la razón con la fe. Incluso son
incompatibles. "Filosofía cristiana" significaría una contaminación, y por tanto una
abdicación, bien de la razón (l Fideísmo) o bien de la fe (J Racionalismo).
En el siglo xix aparece con frecuencia la expresión "filosofía cristiana"; sin que
preocupe mucho precisar su sentido. En 1830 se fundaron en Francia los Annales de
philosophie chrétienne, que aparecieron hasta 1913; pero la filosofía que proponen es,
en los primeros años, un tradicionalismo de fondo antifilosófico. Con el renacimiento
escolástico y tomista tiende a restringirse el sentido de esta expresión. En 1879, la
encíclica Aeterni Patrls que la recoge, pero sólo en su título, la aplica ante todo a la
doctrina de santo Tomás.
Pero desde 1928, y sobre todo en los años treinta, la noción de "filosofía cristiana" se
convierte, sobre todo en Francia, en tema de vivas discusiones. Émile Bréhier, en unas
conferencias pronunciadas en Bélgica y en una famosa comunicación a la Sociedad
francesa de filosofía, la critica sobre todo por lío responder a ninguna realidad
histórica, mientras que otros, como el padre Mandonnet, le reprochan ser
contradictoria, ya que la filosofía por definición no puede aceptar más regla que la
razón. Por el contrario, defienden la validez de esta noción, con argumentos diversos y
entendiéndola de varias maneras, E. Gilson, J. Maritain, M. Blondel, G. Marcel, M.
298
Nédoncelle, etc. (véase más adelante). Desde entonces, prácticamente desde 1935, no
ha progresado la cuestión. La expresión "filosofía cristiana" se emplea a veces en plural,
no sólo para dejar sitio a otras corrientes de pensamiento distintas del tomismo, sino
también para designar, en sentido restringido, ciertas doctrinas que no solían llamarse
cristianas.
3) Se llega así a una noción de "filosofía cristiana" que se refiere al contenido, y más
concretamente a su acuerdo con la fe cristiana. Pero un acuerdo simplemente negativo,
que permita a la vez ser sin más cristiano y seguidor de una filosofía, no consentiría
hablar de "filosofía cristiana", sobre todo si el "acuerdo" no supone ninguna influencia
del cristianismo.
4) Ocurre algo distinto con una filosofía cuyas afirmaciones concuerdan con las de la fe,
o más exactamente con los presupuestos de la fe (existencia y unidad de Dios, creación,
providencia, etc.). Como estos presupuestos son -según la enseñanza de la Iglesia-.el
término al que ha de llegar una razón plenamente fiel a su luz y a su esencia, puede
decirse que la filosofía es "naturalmente cristiana". Sin embargo, de hecho, ese acuerdo
sólo se encuentra plenamente donde el pensamiento ha entrado en contacto con la
revelación cristiana. Así pues, coinciden los puntos de vista de la historia y del
contenido. Bajo este doble aspecto, la filosofía de la edad "moderna", en sus grandes
representantes (Descartes, Malebranche, Leibniz, Locke rigurosamente hablando, pero
no Spinoza ni Hume), puede llamarse "cristiana". Pero esto no puede decirse, al menos
en el mismo sentido, de Kant, ni mucho menos de un filósofo como Aristóteles, cuya
doctrina, a pesar de los elementos de verdad que permitieron su utilización al
pensamiento cristiano, se elaboró independientemente de la revelación judeocristiana.
5) En particular, se podrá llamar "cristiana" una filosofía que no sólo permita acoger el
mensaje cristiano, incluso en lo que tiene de no-filosófico (de "sobrenatural", de
"misterioso"), sino que reconozca en la naturaleza y en la actividad del hombre una
orientación hacia un más allá de todo fin y de todo valor "naturales", una insatisfacción
radical que hace que la palabra revelada, sin ser exigida ni adivinada de antemano, sea
reconocida cuando se presenta. Una filosofía de este tipo, con tal que sea
auténticamente filosófica y no haga entrar de ningún modo las afirmaciones de la fe en
la cadena de sus razonamientos y de sus reflexiones, merece evidentemente, y en su
299
grado más alto, el nombre de "cristiana" (o, como prefiere decir Blondel, de "católica").
Pero es la condición puesta anteriormente lo que plantea problemas, como para la
"filosofía cristiana" en general.
Empecemos por la última cuestión. No nos detendrá mucho tiempo. Los trabajos de E.
Gilson, por no citar otros autores, han establecido de una forma que puede decirse
definitiva la originalidad cristiana de la filosofía, medieval, empezando por san Agustín.
Parece imposible ver, por ejemplo en el tomismo, un simple retoño del aristotelismo
que habría podido desarrollarse perfectamente fuera de la corriente judeo-cristiana.
¿No es curioso que los textos en que santo Tomás manifiesta su mayor profundidad
riietafísica se' encuentren de ordinario en sus escrito! teológicos, y dentro de ellos,
incluso en un contexto y a propósito dé cuestiones más típicamente tales (p.ej., la
doctrina de la voluntad, precisada y perfeccionada a través de la teología del Espíritu
Santo)? Más aún, como hemos visto, es toda la filosofía posterior la que revela una
influencia cristiana, o al menos resulta en amplios sectores inexplicable sin ella.
¿Pero basta esto para que pueda hablarse con rigor de "filosofía cristiana"? Esta
expresión parece sonar igual de mal que "física cristiana" o "matemática cristiana". La
filosofía se mueve en el plano de la razón y no admite otra norma. Calificarla de
"cristiana" es aplicarle una determinación de otro orden, y por tanto puramente
extrínseca; lo mismo que cuando se dice "filosofía francesa" o "filosofía alemana". Estas
comparaciones son engañosas. A diferencia de la física y de las matemáticas, la filosofía
trata de problemas humanos existenciales, que comprometen a la persona y su destino;
de este modo está en contacto con la religión y la fe. Por eso la unidad de la fe unifica a
los pensadores de una manera incomparablemente más profunda que la unidad de la
lengua. Por lo demás, "filosofía francesa" o "filosofía alemana" dicen algo más que una
determinación lingüística: cierto talante, cierta estructura de pensamiento, una
atención centrada en determinados problemas, ciertas alusiones, etc., que hacen
percibir, incluso en una traducción, la pertenencia del autor.
Pero sigue en pie la dificultad de fondo. Si "filosofía cristiana" significa más que una
filosofía simplemente aceptable para un cristiano e implica -interpretada
históricamente como filosofía desarrollada en un ambiente o en un clima cristiano- una
influencia positiva de la revelación, ¿cómo salvaguardar su carácter estrictamente
racional? La razón y la fe, la filosofía y la palabra de Dios son dos esencias que no
pueden mezclarse sin destruirse.
Otros, sin embargo, más que en la distinción formal de las disciplinas, insistirán en la
unidad del sujeto que tiende al conocimiento integral de la realidad. ¿Por qué ha de
privarse el filósofo de esa fuente de información que es la revelación judeo-cristiana?
En esta dirección van, aunque de modos muy distintos, G. Marcel, M. Nédoncelle, el
último Gilson y, quizá ya, Sertillanges y E. Stein. A la objeció'ñ de que la filosofía
(cristiana) así entendida se confunde con la teología, puede responderse: 1) la teología
requiere al principio una adhesión de fe, mientras que la reflexión filosófica es posible
sin esa adhesión (p.ej., sobre los dogmas considerados como hipótesis); 2) de todas
formas, la intención es diferente, ya que la teología se centra en el misterio de Dios y
considera todo lo demás en relación con él, mientras que la filosofía intenta conocer la
realidad en su conjunto y alcanza a Dios al final de su actividad, como lo que le da a ésta
su plena inteligibilidad.
A pesar de todo, se puede pensar que esta noción de "filosofía cristiana" se aparta
demasiado del uso lingüístico, ya que ensancha demasiado el sentido de la palabra
"filosofía". Quizá fuera más exacto hablar aquí de "sabiduría cristiana".
J. De Finance
FUNDAMENTALISMO
En el mundo de habla inglesa, la corriente fundamentalista, dentro del cristianismo
protestante, reafirma la absoluta inerrancia de la Biblia y su autoridad soberana para la
fe y para la vida. Como movimiento del siglo xx, el fundamentalismo es una reacción
crítica contra la erosión de certezas tradicionales por medio del modernismo en
teología y por la investigación histórico-crítica de la Escritura.
301
tradicional no admite duda o adaptación: la plena inspiración de la Escritura como
palabra de Dios; la divinidad de Jesucristo; su concepción virginal, milagros, muerte
expiatoria, resurrección física y vuelta futura; la realidad del pecado y de la salvación
por la fe; el poder de la oración y el deber de evangelizar. Entre 1920 y 1940, disputas
tendentes a romper la unidad entre fundamentalistas y modernistas dividieron a las
grandes confesiones como los baptistas, metodistas y presbiterianos; pero en su forma
renaciente, en los años setenta y ochenta, la religiosidad fundamentalista se ha dado en
su forma más característica en congregaciones independientes y entre los seguidores de
predicadores del medio televisivo, como Jerry Falwell y Pat Robextson.
BIBL.: AMMERMAN N.T., Bible Believers. Fundamentalists in the Modem World, New
Brunswick, N.Y. 1987; BARa J., Fundamentalism, Londres 1977; SANDEEN E.R., The
Roots of Fundamentalism. British and American Millenarianism 1800-1930, Chicago
1970.
J. Wicks
303
La Gaudium et spes es un documento original: a) es el documento más largo de toda la
historia conciliar de la Iglesia; b) es la primera vez que un documento del magisterio
extraordinario habla sobre los aspectos directamente temporales de la vida cristiana.
Nunca se había hablado tan directamente del hombre enfrentado con los problemas de
su vida en la tierra; c) también es nuevo el proceso que sigue el documento: en vez de
partir de los datos de la fe, se apoya en una descripción de la condición humana en el
mundo de hoy. Por consiguiente, un proceso empírico, y luego teológico. A lo largo de
los cinco esquemas que marcan la historia de la constitución, la única línea verdadera y
constante de reflexión fue esa preocupación de llegar al mundo, de interesarse por sus
problemas, de ofrecerle los servicios de la Iglesia y, más en concreto, la luz del
evangelio; d) el mundo al que se dirige la constitución es el hombre total: individuo y
sociedad, materia y espíritu, inserto en una duración indefinida. El hombre es el
individuo y la sociedad; pero es el hombre de "ahora", en el mundo "de hoy", en busca
del sentido de la condición humana. Ésta es precisamente la perspectiva de la teología
fundamental renovada.
Ante un cambio tan rápido y profundo, ¿qué pasa con el hombre? El hombre se ve
dividido entre la esperanza y la angustia. Le cuesta disipar las ambigüedades, discernir
los valores permanentes. ¿A qué tantos esfuerzos terrenos? ¿Para qué la técnica? ¿Para
qué el progreso? ¿Para qué la elevación de la masa humana hacia la cultura, si todo ese
impulso no desemboca en un estado en el que el hombre y los valores humanos queden
a salvo? Esta evolución del mundo es un desafío que hay que recoger (n. 5).
La Iglesia tiene que tomar conciencia ante todo de la dimensión de esta evolución y de
su impacto en la colectividad. Debe ser más humana para ser más cristiana. El hombre
es el lugar de encuentro de los hombres, de las políticas, de las religiones. Por eso la
Gaudium et spes adopta expresamente como punto de partida la condición del hombre
de hoy: tal es el dato básico del documento. Si la Iglesia intenta comprender "el mundo
en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones, es para poder responder de una
forma adaptada a cada generación, a las cuestiones eternas de los hombres sobre el
sentido de la vida presente y futura y sobre sus mutuas relaciones" (n. 4).
Que la revelación cristiana proyecta una luz sobre el misterio del hombre es lo que
precisamente la Gaudium et spes se esfuerza en señalar en el primer capítulo de la
primera parte: "la Iglesia y la vocación humana". Ante todo, la cuestión de fondo: "Pero
¿qué es el hombre?... Unas veces se exalta a sí mismo como regla absoluta y otras se
hunde hasta la desesperación. La Iglesia siente profundamente estas dificultades y,
aleccionada' por la revelación divina, puede darles la respuesta que perfile la verdadera
situación del hombre, dé explicación a sus enfermedades y permita conocer
simultáneamente y con acierto la dignidad y la vocación propias del hombre" (n. 12). La
Gaudium et spes expresa de este modo, en términos que evocan los Pensamientos, de l
Pascal, la paradoja miseria-grandeza constitutiva del hombre.
A este abismo sólo puede responder otro abismo: el del misterio cristiano. Dios no ha
hecho al hombre para la muerte, sino para la resurrección; así se afirma y se supera al
mismo tiempo la muerte. La muerte es un paso que abre a la "comunión eterna" con
Dios. Cristo fue el primero que atravesó la muerte para librarnos de ella. La muerte
cristiana es el acto en el cual acaba de madurar la existencia humana, tomando su
sentido definitivo. La muerte es la posibilidad de una "comunión en Cristo" con todos
los que han muerto con él y en él. De este modo, donde el hombre no puede ya decir
nada, la fe en aquel que es la resurrección y la vida nos enseña que el hombre es
arrastrado, más allá de la muerte, hacia la vida eterna (n. 18).
Después de hablar de los que rechazan esa relación íntima y vital del hombre con Dios
(ateísmo), la Gaudium et spes, en un párrafo más elaborado,(n. 23), presenta a Cristo,
al "hombre nuevo", como la verdadera respuesta al misterio del hombre. La frase
esencial es la primera: "En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el
305
misterio del Verbo encarnado". Cristo aparece como la clave del enigma humano, el que
descubre su sentido, ya que es el hombre nuevo, el nuevo Adán de la nueva creación y
del nuevo estatuto de la humanidad.
El capítulo termina así: "Éste es el gran misterio del hombre que la revelación cristiana
esclarece a los fieles. Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la
muerte, que fuera del evangelio nos envuelve en absoluta oscuridad. Cristo resucitó;
con su muerte destruyó la muerte y nos dio la vida, para que, hijos en el Hijo, clamemos
en el Espíritu: Abba! ¡Padre!"(n. 22). Es el misterio de Cristo el que finalmente revela el
hombre al hombre. Su verdad es que él es. hijo y está llamado a entrar en la vida
trinitaria. La revelación, lejos de ser extraña al hombre, está tan íntimamente ligada a
su misterio, que el hombre sin ella no podría identificarse a sí mismo. De aquí se sigue
igualmente que, si la revelación no apareciese al hombre como una realidad de la
historia y si pudiésemos discernir sus huellas, sus signos, el hombre debería interrogar
a la historia y sobre todo interrogarse a sí mismo para descubrir si acaso Dios le
interpelaba en ella.
R. Latourelle
306
GNOSIS
En el sincretismo religioso del mundo grecorromano, el término griego para
conocimiento, gnosis (cf ARISTÓTELES, Anal. post. 11, .99b-100b), llegó a utilizarse
para referirse a la revelación esotérica que traía la salvación a aquellos que la recibían
(Cf IRENEO, Adv. haer. I, 6,2). Basada en la revelación y accesible sólo a los pocos
elegidos a quienes les son abiertos los ojos a la naturaleza divina interior que les separa
del cosmos material y perceptible, la gnosis afirma una verdad que no se basa en la
razón humana o en, las tradiciones religiosas exotéricas de la humanidad (cf Trae. Tri.:
CG I, 5, 108,12-114,30; Orig. Mundi: CG 11, 5, 97,24-98,10). ITim 6,20 se refiere á la
doctrina de maestros heréticos como una falsa gnosis: La palabra "gnosis" fue utilizada
también por algunos escritores para,referirse a la doctrina cristiana (Cf IRENEO,Adv.
haer. IV, 33,8).
307
con los autoproclamados "gnósticos" una cosmología mitológica, tradiciones de
exégesis, imágenes similares del redentor celeste y de la humanidad caída, así como
formas ascéticas y rituales de rechazo del mundo material (cf IRENEO, Adv. haer. I, XI,
1-5; XXV, 6; HIPóLITO, Ref. V, 6,4). En el catálogo de divisiones sectarias, que formaba
parte del ataque de Celso contra el cristianismo, aquellos que declaran ser "gnósticos"
son distinguidos de 'aquellos que afirman que el Dios cristiano no es el Dios de los
judíos, y de los valentinianos, aunque los tres grupos coinciden en que el Dios cristiano
es una entidad celeste muy alejada del Dios judío, que es un creador malévolo e
ignorante (cf ORíGENES, Contra Celso, V, 61).
Aunque gnosis es frecuentemente identificada con su uso en las sectas heréticas, tanto
Clemente de Alejandría como Orígenes utilizan "gnosis" para referirse al conocimiento
acerca de la doctrina cristiana que sólo es posible para algunos cristianos. Ambos
sostienen que, desde una perspectiva pedagógica, algunas enseñanzas han de ser
ocultadas a aquellos cuya fe sencilla les hace incapaces de comprender el significado de
tal doctrina. La definición de Clemente del verdadero cristiano gnóstico concuerda con
la tradición hallada en Bernabé: una persona que conoce ciertas verdades, que es
espiritualmente madura y que trae a otros a la gnosis (Strom. II, 10,46). Porque la
gnosis está basada en la revelación por parte de la verdad misma, la gnosis es más
cierta que cualquier otra cosa que la razón humana que utiliza los instrumentos de la
filosofía griega pudiera haber descubierto (Strom. VI, 9,78). Clemente adopta una
tradición con raíces tanto en la obra apocalíptica judía como en la filosofía platónica de
que la meta de la gnosis es el ascenso del alma a través de esferas celestes hasta el
descanso de una visión de lo divino. El alma que alcanza esa visión es, ella misma, afín
a lo divino (Strom. VII, 10,57).
Clemente describe la gnosis como instrucción del Señor a los apóstoles que ha sido
transmitida de forma oral (Strom. VI, 7,61). Las distinciones entre verdadera y falsa
gnosis están basadas en las doctrinas de la Iglesia (Strom. VI, 97,5; 125,2; 141,3). La
falsa gnosis concibe al Dios creador del AT como inferior al Dios de los cristianos,
rechaza la creación como la obra de un demiurgo malo y ataca las legítimas expresiones
de las pasiones, como el temor de Dios y el matrimonio (Strom. III, 9,1; 103,1; IV 147,1;
308
163,1). Los verdaderos cristianos rechazarán también la afirmación de que la gnosis
sólo viene a algunos seres humanos que están capacitados por naturaleza para recibirla.
Clemente insiste en que la gnosis, la perfección de la fe, pertenece a un sendero de
progreso libremente elegido desde un estado bueno a otro mejor. Depende de la libre
elección de los individuos, del estudio, disciplina ascética y de la gracia de Dios (Strom.
I, 16,3; IV, 92,2).
Sin la gnosis los ritos sacramentales no surten efecto. Algunos gnósticos se opusieron al
modo tradicional de entender los sacramentos como canales de salvación (cf Adv.
haer.1, 21,4; Testim. Tr.: CG IX, 3, 69,7-32). Puesto que las mitologías gnósticas
atribuyen los orígenes del mundo material a una pérdida de "luz" del mundo divino y su
subsiguiente aprisionamiento en la materia por obra del Dios inferior malo o ignorante,
ni el judaísmo ni el cristianismo ortodoxo, que adoran a ese Dios, ni la filosofía, que
carece de revelación divina, pueden alcanzarla verdad. Sólo el descenso de un redentor
desde el mundo celeste puede traer la gnosis a quienes están atrapados en la ignorancia
de este cosmos. Fragmentos hímnicos de una secta gnóstica judeocristiana celebran a
Jesús como a aquel que trae el conocimiento a este mundo y sin embargo permanece
sin estar manchado por la inmundicia del mundo (cf 1 Apoc. Jas.: CG V, 3, 28,7-20; 2
Apoc. Jas.: CG V, 4, 47,8-20). Las enseñanzas del revelador eran transmitidas a los
apóstoles en secreto. Consecuentemente, esa enseñanza no se encuentra explícitamente
formulada en las tradiciones evangélicas que provienen de los círculos de los doce (cf
Ap. Jas.: CG I, 2, 1,1-2,39; 1 Apoc. Stg_42:20-24). Mientras los textos canónicos
presentan al Señor resucitado restableciendo la comunidad de discípulos y
encomendándoles proclamar el evangelio, los escritos gnósticos afirman con frecuencia
que Jesús reveló la gnosis durante el período que corre entre la resurrección y la
ascensión (cf Ap. Jn Ap. Jas., Soph. Jes. Chr., PÚL Soph.). La auténtica comprensión de
los dichos del Jesús terreno requiere su posterior revelación.
Los mitos gnósticos sobre los orígenes de los reinos celestes, con sus numerosos seres
divinos y el antitipo terrestre de los cielos gobernado por un demiurgo ciego que
pretende ser el verdadero Dios, atribuyen todas las cosas a la revelación del Padre o
309
Padre-Madre único, desconocido, divino. Pero el mito sirve para fijar un rígido
dualismo cósmico. Sólo la chispa de luz atrapada en las almas gnósticas puede ser
despertada y ascender a la unión con su equivalente celeste. Todo lo propio del mundo
material, sensible, será puesto al desnudo y en última instancia destruido cuando todo
lo que pertenece a lo divino haya vuelto a su verdadero hogar (cf Orig. Mundi: CG II, 5,
124,33-127,17). El salvador que trae esta revelación es normalmente identificado como
el equivalente de la figura femenina de la sabiduría divina, cuya actividad condujo a la
aparición de los mundos inferiores a partir del divino (cf Soph. Jes. Chr.: CG III, 4, 112,
4-114,25). La figura de la sabiduría divina juega un papel revelador en el mito
cosmológico. Reprende al arrogante diossoberano por vanagloriarse de su superioridad
y revela el arquetipo celeste de la humanidad. Movido por un apasionado deseo de la
belleza del Adán celeste, el dios-soberano y sus ángeles crearon los cuerpos psíquicos y
materiales de los seres humanos, que están sujetos a ignorancia y muerte (cf Orig.
Mundi: CG II, 5, 103,1116 8). Frecuentemente se. dice que la verdadera Eva, "madre de
los vivientes", había abierto los ojos a Adán con la gnosis acerca de la superioridad de
los humanos con respecto a los dioses inferiores en los acontecimientos que los relatos
del Génesis ponen en relación con el árbol del conocimiento.
Otra línea de desarrollo, evidente en la oposición de Plotino a los gnósticos (Enn. II, 9),
combinaba el mito del retorno del alma a lo divino con la especulación platónica sobre
el ascenso del alma a una divinizadora visión de Dios. La tríada neoplatónica vida-
mente-existencia se utiliza para describir a la deidad en los escritos procedentes de esta
escuela (cf Allogenes, Steles Seth, Marsanes y Zostr). Para el gnóstico platónico
ortodoxo, el dualismo y la especulación mitológica son tan ultrajantes como lo son para
el cristiano ortodoxo. El dualismo gnóstico rompe la conexión entre el mundo material
y los arquetipos celestes. La belleza y el orden, en cuanto figuras de lo divino en este
mundo, no permiten ya al alma ascender a la contemplación racional de lo divino. La
especulación mitológica constituye el fundamento de los bautismos rituales ligados a la
purificación y ascenso del alma .que aparecen en estos escritos gnósticos, así como a su
especulación sobre los nombres angélicos y la multiplicación de seres celestes.
310
La especulación platónica se muestra más acogedora con la antropología tripartita de
muchos escritos gnósticos que el cristianismo ortodoxo. Los escritores cristianos
protestan con frecuencia de que la división de los seres humanos en personas
espirituales, psíquicas y materiales hace que la salvación dependa de la naturaleza de
uno más que del libre albedrío que responde a la gracia de Dios (cf Exc. Theod. 45,1;
Adv. haer. I,4,1; Trae. Tri.: CG1,5, 62,2-5). Otros escritos gnósticos, menos
influenciados por la antropología filosófica, describen a los gnósticos como
pertenecientes a una "raza" diferente, la de Set o el hombre inmortal. Aunque escritores
gnósticos pueden describir el despertar a la gnosis como una respuesta a la "llamada"
divina, y en ese sentido una experiencia de la gracia o elección divinas (cf Exeg.
Animae: CG II, 6, en que se narra el cuento del retorno arrepentido del alma a Dios), la
mayor parte de su mitología especulativa realmente supone que sólo unas pocas
personas poseen naturalezas capaces de gnosis. Varias escuelas difieren en su
tratamiento de los "psíquicos", que los valentinianos identifican con los cristianos
ortodoxos. Algunos sostienen que alcanzan una forma de salvación en una región
inferior de los cielos. Sin embargo, el elemento más llamativo de la antropología
gnóstica es su exaltación del ser humano sobre el Dios creador y sus ángeles (cf Ev. PU.:
CG II, 3, 71,35-72,4). La identificación con la propia naturaleza divina interior no
sólo.hace al gnóstico superior a las autoridades religiosas,y culturales que deciden
cómo vive la mayoría de la humanidad; hace al gnóstico superior incluso al divino
creador de este mundo.
Este motivo de huida del cosmos, de sus dioses y autoridades es fundamental para el
lenguaje simbólico y mítico del gnosticismo. Los gnósticos se describen a sí mismos
como miembros de una raza "sin rey", extraños al demiurgo y sus poderes (cf Apoc.
Ad:. CG V, 5, 65,18-19; 69,17-18; 76,5-6). Las historias bíblicas del diluvio, Sodoma y
Gomorra y la destrucción de la tierra por el fuego eran frecuentemente leídas como
intentos por parte del demiurgo de destruir la raza gnóstica, que estaba custodiada por
los poderes angélicos (cf Apoc. Ad. CG V, 5, 75,9-28; 76,8-15; Ev.Eg.: CG 111, 2, 63,4-8).
Siempre que la revelación aparecía en el mundo, se agitaban sus gobernantes e
intentaban destruir a aquellos que habían sido ilustrados. Los gnósticos entendían la
oposición que ellos soportaban por parte de las autoridades de la Iglesia como otra
manifestación más de esta norma (cf Trae. Seth: CG VII, 2, 58,14-60,12).
Aunque los padres de la Iglesia cuentan que algunos grupos gnósticos demostraban su
libertad frente a la restricciones del mundo por medio de prácticas rituales libertinas (cf
IRENEO, Adv. haer. I, 23,3; EPtFANio, Pan. 26), los escritores gnósticos supervivientes
muestran una tendencia decididamente ascética. Las pasiones, especialmente las
relacionadas con la sexualidad, eran estratagemas . utilizadas por poderes demoníacos
para esclavizar el alma e impedir su reintegración en el mundo celeste. La inclusión
generalizada de mujeres en sectas gnósticas parece haberse predicado con la pretensión
de que, a través de la práctica ritual y ascética, pudieran "convertirse en varones" (p.ej.,
Ev. Thom. 114). El alma caída se describe siempre como "femenina", que busca reunirse
con su equivalente "masculino" celeste. El rito central de los valentinianos, la cámara
nupcial, aparentemente representaba esta reunificación (cf Ev. Phil.: CG II, 3, 86,4-18).
Ph. Perkins
Gregorio de Nisa ilustra bien estos dos aspectos. Después de haber estado, al parecer,
destinado al sacerdocio, se dejó seducir por los últimos esplendores de la cultura
pagana durante el reinado de Juliano, se hizo rhetor y probablemente se casó. Con
muchos padres de la Iglesia, y hasta el final de su vida, compartió la idea de que la
cultura profana es útil al cristianismo (cf Vida de Moisés II, 12: SC 13, París 19683,.112-
113), con tal de no separarse de la "leche alimenticia de la Iglesia". Declara que sus
maestros son Pablo y el rhetor Libanio (cf Carta XII, 4-6: GNO 8,2, 45,15ss.), pero alaba
a su hermana Macrina por ignorar la cultura profana y recibir su instrucción sólo de las
Escrituras (cf Vida de Macrina 3: SC 178, París 1971, 148-151). En el Tratado sobre la
virginidad, escrito en el 371, un año antes de su elección como obispo, confiesa su pesar
por no haber compartido este ideal de la virginidad, "a la que ya no es posible volver
cuando se ha puesto pie en la vida del mundo" (Tratado de la virginidad: SC 119, París
1966, 274275). Poco a poco, después de haber saboreado los "enredos del mundo" y
haber gastado sus energías en los debates teológicos, Gregorio parece ser que se fue
apegando cada vez más a la espiritualidad monástica, como atestiguan los destinatarios
de sus dos últimas obras: el destinatario de la Vida de Moisés es un monje, y el de las
Homilias sobre el Cantar de los Cantares una piadosa mujer de Constantinopla.
Pero más que en su vida, de la que sabemos muy poco, podemos apreciar en su obra al
representante equilibrado del cristianismo de su época. Por su gran cultura y la
elegancia de su lengua, marcada por el esteticismo de la segunda sofística, refleja la
asimilación cultural bien lograda del cristianismo imperial. Pero su vigor metafísico y
su profundidad espiritual lo capacitan para subrayar mejor que otros los puntos de
ruptura con esa misma cultura. A esta doble luz examinaremos la expresión que toma
en él la revelación cristiana.
313
los seres. Para su adversario Eunomio, al que califica justamente de "tecnólogo", es
decir, de manipulador de razonamientos humanos, Dios es totalmente comprensible a
la inteligencia humana y puede ser exactamente definido por un concepto humano: el
inengendrado. Gregorio responde constatando la cualidad ascendente de la naturaleza
divina. El abismo infranqueable se sitúa, no ya entre lo inteligible y la materia sensible,
sino entre el increado y lo creado. La naturaleza inteligible se divide en dos partes: `la
una es increada y creadora de todos los seres, es eternamente lo que es y permanece
siempre semejante así misma; es superior a todo añadido o disminución en su perfecta
suficiencia; la otra, que ha sido traída a la existencia por creación, sigue estando
siempre vuelta hacia la causa primera de los seres, y es su participación en el bien
trascendente lo que la mantiene en la existencia" (cf In Cant. VI: GNO 6, 174,1-7). La
naturaleza creada está circunscrita a sus propios límites, es finita; un abismo inmenso e
infranqueable la separa de la naturaleza increada, que es infinita. Esto es lo que
determina para nosotros el carácter incomprensible, inaferrable e indecible de la
divinidad. Tan sólo a un ser le está permitido franquear ese abismo: Cristo, que, en la
medida en que se unen en él la humanidad y la divinidad, se convierte en el único y
necesario mediador. "Él se ha convertido en sombra al lado de nuestro lecho, nuestro
amado, siempre bello y delicioso. En efecto, si él mismo no se hubiera rodeado de
sombra ocultando el rayo de su divinidad por su forma de esclavo, ¿quién habría
podido soportar su manifestación? Nadie podrá ver el rostro de Dios y seguir viviendo.
Por eso viniste tú, lleno de delicias, pero haciendo de modo que pudiéramos acogerte"
(In Cant. IV: GNO 6, 107, I 1-108,6). Rompiendo con la tradición griega, que concibe
una-salvación por el conocimiento, es una salvación por la fe lo que nos une con Cristo
y nos da así el único acceso posible a Dios: "Y así, para que hubiera vida, existió la ley
de la fe, que enseña, por la historia de Abrahán, a los que quieren acercarse a Dios, que
esto les resulta imposible si la fe no les sirve de mediación y no une al espíritu que
busca con la naturaleza inaferrable. Dejando allí la curiosidad del conocimiento, el
apóstol dice: Abrahán creyó en Dios, y le fue contado como justicia" (Contra Eunomio
II: GNO 1, 253, 23-30).
¿Qué ocurre con el lenguaje de las Escrituras en las que Cristo se revela? Por
condescendencia para con la humanidad, Dios se revela en palabras de hombre,
forjadas por el hombre, y por tanto defectibles si se las encierra en sus límites naturales
de lenguaje creado. En consecuencia, se necesita siempre un esfuerzo para superar en
cada ocasión el sentido demasiado estrecho y demasiado humano que hemos
comprendido y dejar que Dios se revele en cada ocasión como un poco mayor. Siempre
sentimos la tentación de poner nuestras ideas "bajas y terrenas" en lugar del Dios
trascendente que se revela. El Verbo llama a la puerta de nuestra inteligencia y nos
314
destila su conocimiento: "En efecto, es imposible que el que se encuentra en el .interior
del santuario invisible se encuentre con una lluvia o una tempestad de conocimiento,
sino que tiene que alegrarse de que la verdad humedezca su espíritu con pensamientos
tenues y confusos, destilando gota a gota el agua espiritual por medio de los santos y de
los inspirados" (In Cant. XI: GNO 6, 325,21-326,5). Las condiciones de la revelación de
Dios en las Escrituras quedan así bien planteadas: se necesita que sea el Verbo el que
llama a la puerta; pues bien, así lo hace de forma eminente en las Escrituras (los
profetas, los evangelistas y los apóstoles, que Gregorio cita unas líneas más abajo). Pero
para escucharlo, es preciso estar dentro del santuario invisible, es decir, en Cristo, y ser
conducidos por el Espíritu. A través de las palabras de la Escritura, que son palabras,
humanas, y gracias a una exégesis correcta, conjeturamos algo de Dios y tendemos
hacia él. La revelación garantiza que es ciertamente Dios a. quien tendemos, y no hacia
una ilusión, mediante nuestra unión con él en la fe. Tanto los paganos como los
cristianos corren un serio peligro de querer encerrar a Dios en nuestras concepciones o
conceptos bajos y terrenos, o en una idea de él demasiado pequeña, por limitarse a lo
que somos capaces de captar de él. Cristo es también aquí el mediador en el que
podemos alcanzar al verdadero Dios.
Cristo introduce, por tanto, una ruptura en el movimiento cíclico del tiempo; rompe
también ese efecto mayor del pecado en la creación: la división. Como Cristo es uno con
su Padre, como la naturaleza divina es una e indivisible, la encarnación introduce en la
humanidad desgarrada un principio de reunificación. Y así, por ejemplo, Gregorio
comenta la victoria de Cristo sobre la muerte. Ésta no es más que el punto último de la
victoria del mal, que realiza la división de lo que Dios quiso que fuera uno: el alma y el
cuerpo. En Cristo, la muerte realiza su obra separando su alma de su cuerpo; pero en el
punto último de separación choca con lo que es indivisible y unido una vez para
siempre con el alma y con el cuerpo, la divinidad de Cristo. Y a partir de la unicidad
indivisible de esa divinidad se lleva a cabo la reunificación del cuerpo y del alma, es
decir, la resurrección: "La divinidad, antes de la carne, en la carne y después de la
pasión, sigue siendo la misma... Pero en la pasión de la naturaleza humana realiza para
nosotros la economía. Porque ella dividió, en tiempo hábil, el alma del cuerpo, pero no
se separó de ninguno de esos dos elementos con los que se mezcló una vez para
siempre; luego, de nuevo, reunió lo que estaba separado, de manera que dio a toda la
naturaleza humana un punto de partida y de encadenamiento con su resurrección de
entre los muertos, para que todo lo corruptible revistiera la incorruptibilidad y todo lo
mortal revistiera la inmortalidad" (Refutación de la confesión de fe de Eunomio: GNO
2, 387,14-23). Por consiguiente, la muerte no es una destrucción del cuerpo, como
enseña el mundo greco-pagano, sino una destrucción de lo que hay de corruptor y de
corrompido en nosotros por la presencia del mal: "Es entonces cuando la parte de
nosotros mismos que no sirve ya para nada por haber acogido el elemento contrario se
disgrega... Supongamos que un vaso de barro se llena, por malevolencia, de plomo
fundido; una vez derramado en su interior, el plomo queda fijo, sin que sea posible
hacerlo correr fuera del vaso. El propietario del vaso hace valer sus derechos y, como
posee el arte del alfarero, rompe lo que forma como una concha alrededor del plomo, y
luego modela de nuevo el vaso según su forma primera, a fin de poder utilizarlo
después de haberlo vaciado de la materia que estaba mezclada con él. Lo mismo ocurre
con el artista que modela nuestro propio vaso: habiendo sido mezclado el mal con la
parte sensible...; el Creador, después de haber hecho desaparecer la materia que
contenía el mal, modelará de nuevo, gracias a la resurrección, el vaso ya purificado del
elemento contrario y, regenerando sus elementos le devolverá su primitiva belleza"
(Discurso catequético 7, París 1978, 43).
Esta reunificación por Cristo de lo que estuvo dividido en nosotros comienza con el
bautismo. Por eso Gregorio insiste particularmente en la necesidad de armonizar en
316
nosotros al hombre interior y al hombre exterior, la pureza del alma y la rectitud de las
virtudes. Si Cristo es verdaderamente piedra angular en nosotros, entonces las dos
paredes que forman el ángulo tienen que edificarse al mismo ritmo: "La cabeza del
universo se convierte también en nuestra cabeza, que se adapta a su vez a las dos
paredes de nuestra vida, la de nuestro cuerpo y la de nuestra alma, levantadas por
medio de la buena apariencia de la pureza, debido a su naturaleza de ángulo con dos
lados. De este modo, si llega a fallar una de las dos paredes, cuando la apariencia
hermosa no se construye al mismo tiempo que la pureza del alma, o cuando la virtud
espiritual dei alma no aparece en el aspecto visible, Cristo no puede ser la cabeza de
esta vida truncada a la mitad..." (De perfectione: GNO 8,1, 193,8-17). Cuando todo
quede reunificado en nosotros, la carne no combatirá ya contra el espíritu, puesto que
todo nuestro ser quedará atravesado por un deseo único, orientado en Cristo hacia Dios
(cf In Cant. I).
Todos los sacramentos tienen, en Gregorio, la doble función de curar a los hombres de
su pecado y de hacerles superar los límites debidos a su condición de criaturas para
entrar en la participación del infinito de la divinidad. Por consiguiente, lo que dice del
bautismo puede encontrarse también a propósito de la eucaristía. La eucaristía es en
primer lugar nuestro remedio: "Ese cuerpo glorioso que se mostró más fuerte que la
muerte se ha hecho para nosotros fuente de vida" (ib, 37,96). Según la división del
mundo en sensible e inteligible que Gregorio sigue respetando, la eucaristía es ya para
nuestro propio cuerpo un remedio para su corruptibilidad y se presenta bajo la forma
apropiada de alimento y de bebida. Pero este alimento y esta bebida no mantienen lo
que hay de mortal y de caduco en el cuerpo; contribuyen a alimentar la vida nueva del
cuerpo recreado. La eucaristía es también un alimento de progreso espiritual, haciendo
pasar al hombre de la etapa de niño a la etapa de hombre perfecto. Produce en el
hombre una salida de un mundo inferior hacia un mundo cada vez más superior: La
entrada de Cristo en el hombre provoca una salida de sí mismo, que Gregorio define
con el nombre de "éxtasis": "A lo que aquí invita (a saber, en Cnt_5:1) a sus amigos con
su palabra es lo que realiza de hecho en el evangelio, si es verdad que toda embriaguez
produce de ordinario una salida del espíritu fuera de sí mismo bajo los efectos del vino.
Por eso, a lo que invita el Cantar ya ha tenido lugar y sigue teniendo lugar gracias al
alimento y a la bebida divina, ya que el transporte y el éxtasis del mundo inferior al
mundo superior invaden al alma junto con la comida y la bebida" (In Cant. X: GNO 6;
Cnt_308:15-309, 2).
M. Canévet
319
HEGEL, G.W. Friedrich (1770-1831)
1. OBRAS SOBRE RELIGIÓN. En su primera madurez, Hegel estudió un poco de
teología antes de volver a la filosofía. A lo largo de su carrera filosófica mantuvo un
interés profundo y permanente por la religión en general, por las diversas religiones del
mundo en particular, y especialmente por el cristianismo.
320
Hegel no sólo describía la religión como la elevación de la conciencia religiosa finita a
Dios o lo infinito; también mantuvo consecuentemente que esta elevación presuponía
un movimiento de espíritu más global. Desde 1824 en adelante, pero especialmente en
1827, organizó dé forma más clara y sistemática sus conferencias para reflejar la
estructura de este movimiento más global. Insistía en que la elevación de lo finito a lo
infinito era la continuación, por así decirlo, de un movimiento lógicamente anterior,
desde un infinito inicial, unitario, hacia la diferenciación o finitud. Con tal-afirmación
Hegel estaba capacitado para desarrollar su filosofía de la religión como un movimiento
dinámico, y desde luego dialéctico, postulado por el espíritu. La religión, o más
específicamente la filosofía de la religión, era para Hegel el movimiento dialéctico del
espíritu que se transforma a sí mismo en finitud y que, por medio de una negación de
esta finitud, vuelve enriquecido a sí mismo. Expresado de manera más concreta y en
términos que explicitó en las conferencias de 1827, la filosofía de la religión es el
desarrollo de Dios en cuanto espíritu absoluto. Hegel presentaba la filosofía de la
religión como un movimiento desde el concepto de Dios hacia las diversas religiones
particulares, determinadas y distintas del cristianismo. Concluía su filosofía de la
religión con la presentación de la religión perfecta como la negación de la limitación y
de la particularidad de estas religiones finitas o determinadas. Identificó la religión
perfecta, en su realización histórica, con el cristianismo, y especialmente con su propia
tradición cristiana luterana.
Hegel tituló la parte tercera de sus conferencias sobre filosofía de la religión "La
religión consumada". En este punto, de una manera en general lógica a lo largo de las
cuatro series de conferencias, dio al cristianismo y a sus doctrinas básicas una
interpretación filosófica constructiva en línea con su comprensión global del espíritu
como movimiento dialéctico de pensamiento que se autoafirma. Como había hecho con
sus presentaciones de las diversas religiones determinadas, de nuevo aquí elaboró una
suerte de presentación tipológica del cristianismo. Llamó a su lectura filosófica del
cristianismo la religión consumada porque consumaba, o realizaba plenamente, la
322
estructura de lo que antes, en la parte primera, había establecido como la estructura del
concepto de religión, porque incorporaba la realidad que ese concepto había alcanzado
en y a través de las diversas religiones finitas. Presentaba este tercer momento, la
religión consumada, como el momento de la individualidad. Lo que inicialmente estaba
presente en el pensamiento o conciencia religiosa "en sí" y lo que después realizaba
"para sí" en la alteridad de las diversas religiones finitas, vino a ser integrado en la
religión consumada en un momento al que Hegel se refería como la aparición de la idea
divina "en y para sí". Por eso la religión consumada es la religión del espíritu. Es la
religión en la que Dios es conocido de forma explícita como espíritu y en la que Dios
existe como espíritu para el espíritu finito. En la religión consumada Dios es un
movimiento de subjetividad divina completa.
Hegel establece la persona humana como espíritu finito y, esencialmente, como ser
pensante. Proyectando de esta manera su modo de entender lo que significa ser
humano, a saber: en términos de alienación interna y la posibilidad de superar esa
alienación, Hegel puede establecer lo que podría llamarse el contexto trascendental, en
el que revelación y encarnación pueden ocurrir y de hecho ocurren. Él habla a menudo
de la autorrevelación divina y, con la encarnación, afirma una autorrevelación divina
completa en la forma de un ser humano único, Cristo. De diversas maneras insiste en
que esta autorrevelación divina debe ocurrir en un individuo, si ha de ser asequible a la
humanidad entera. Dios revela a Dios mismo en forma de autoenajenación hasta las
323
profundidades más remotas de la finitud, a saber: hasta la muerte de Cristo en la cruz.
La resurrección es el paso a una presencia espiritual para y en la comunidad creyente.
Aunque Hegel insistía en que era tarea de la filosofía explicitar la coherencia interna del
pensamiento religioso, defendió igualmente, y en especial a partir de las conferencias
de 1824 en adelante, que la religión, como penúltima forma del espíritu absoluto, es el
perenne vehículo de la verdad y la representación válida de la reconciliación para la
mayoría de la gente. Consecuentemente presentó la religión, y especialmente la religión
cristiana, como una realización fenomenológica dinámica del movimiento del espíritu.
La religión es la esfera o nivel en el que el espíritu se manifiesta a sí mismo como un
movimiento dialéctico de diferenciación y retorno enriquecido. Fue aquí, en esta esfera
de la religión, donde Hegel reformuló la noción religiosa más general de Dios dentro de
un movimiento de subjetividad divina inclusiva, un movimiento del espíritu absoluto.
Para expresarlo algo más crudamente, Hegel defendía que Dios era el espíritu absoluto
porque Dios incluía el mundo. Para expresarlo en términos más filosóficos, el
verdadero infinito era el infinito que incluye lo finito, y no simplemente un
pseudoinfinito puesto por encima de lo finito. A1 trabajar con esta reformulación de la
noción de Dios, Hegel era capaz de crear una filosofía de la religión única en la forma
de un movimiento de subjetividad divina inclusiva que se autoafirma. Él podía entonces
afirmar que este movimiento es un movimiento de una libertad divina y humana. Es un
movimiento de libertad humana porque la persona humana está liberada tanto de la
álienación externa como de la interna alienación autoesclavizante. Es un movimiento
de libertad divina porque es un movimiento de autodeterminación divina. Dios es
espíritu, o sea, Dios está como en casa con Dios mismo en el otro.
Ciertamente, no sería ilógico que Hegel describiera su propia filosofía como una
teología filosófica fundamental. Él mismo escribió que la filosofía comienza y termina
con Dios. (Desde luego tenía previamente su propio concepto reformulado de Dios en la
mente). Y su interpretación filosófica de la religión muestra sorprendentes paralelos
con la teología fundamental. Dentro del contexto de su proyecto filosófico completo, en
su filosofía de la religión, Hegel se propone a sí mismo ciertas tareas apologéticas,
básicas y aclarativas bastante análogas a aquellas que son características de la teología
fundamental.
Fue profundamente crítico con los teólogos cristianos, a los que acusaba de haber
abandonado su tarea fundamental de examinar el contenido racional interno y la
coherencia de los grandes dogmas cristianos. Todavía más, sostenía que se refugiaban o
en reflexiones sobre sentimientos meramente subjetivos o en formas menos serias de
estudios históricos. Le pareció que la filosofía tenía que asumir las tareas que la
teología fundamental y sistemática habían dejado sin hacer.
Hegel insistía en que la religión, incluyendo la religión cristiana tal como la reflejaba la
teología cristiana, no hace realmente accesible la verdad de la reconciliación a la
humanidad en general. Pero siempre mitigó esta valoración positiva de la religión con
una nueva reserva. Sostenía que es tarea de la filosofía siempre identificar la coherencia
lógica y racional internas de las creencias religiosas. Estimaba que incluso la reflexión
teológica cristiana permanecía a menudo demasiado estrechamente atada a imágenes
"infantiles" o insuficientemente criticadas, y por tanto aparentemente dispares. Con
todo, aun cuando otorga a la filosofía esta tarea absolutamente importante de discernir
la estructura lógica interna de la reconciliación religiosa, él sigue manteniendo que la
religión como tal, y el cristianismo con su reflexión teológica en particular, tiene un
valor e importancia perennes. A su estilo, la religión y la teología cristiana hacen una
contribución continua no reemplazable sencillamente por el pensamiento filosófico.
Desde diversas perspectivas, Hegel da una cierta prioridad dialéctica permanente, en
un momento a la religión y en otro a la filosofía. Aunque desde la perspectiva de su
presentación sistemática y especulativa colocaba a la religión en una penúltima
posición, inmediatamente antes del momento final del espíritu como pensamiento
filosófico, no subordinó sencillamente la religión a la filosofía. La religión seguía siendo
la necesaria encarnación histórica de la verdad expresada en la filosofía. Sin embargo,
incluso cuando se tienen presentes estas reservas relativas a los respectivos papeles de
la religión y de la filosofía, podría parecer que Hegel otorga una función mediadora y de
interpretación a la filosofía respecto a la religión que muchos pensadores religiosos
encuentran inaceptable.
Una interesante postura crítica de Hegel, que muchos pensadores religiosos hallan más
atractiva, es su criterio de hecho para la evaluación de cualquier religión o visión del
mundo religioso. Para Hegel este criterio está en la pregunta de si una tradición
325
religiosa particular expresa o no, y hasta qué punto, la libertad. Para él era cuestión de
si, y hasta qué punto, una religión representa de modo adecuado la libertad divina y,
consecuentemente, libera tanto a la persona humana individual como a la comunidad
de la esclavitud de tendencias deshumanizantes y que objetivan de modo parcial. El
tema de la libertad constituye el tema central que corre a través de la filosofía de la
religión de Hegel. La forma en que Hegel trabaja con este tema necesita un
considerable estudio posterior. Es un tema que ha vuelto también repetidas veces en la
reflexión religiosa poshegeliana. A menudo este tema de la libertad como característica
constitutiva de la verdadera religión, e incluso algunas de sus más específicas
formulaciones del siglo xx, pueden hacerse remontar directamente hasta Hegel.
Hegel utilizó su comprensión fundamental del espíritu para aclarar temas básicos sobre
las diversas religiones que examinó. Sus esfuerzos produjeron un fruto particularmente
rico en sus interpretaciones filosóficas constructivas del cristianismo. Mucho antes que
el concilio Vaticano 11 había él hablado convincentemente de la autorrevelación divina.
Podría incluso afirmarse que él introdujo la idea en la moderna discusión filosófica y
teológica. Su reconceptualización dialéctica de Dios y de la relación entre Dios y el
mundo le permitió proponer un momento de negatividad en Dios. Identificó a éste
como el segundo momento en la Trinidad "inmanente". Cuando Hegel se refería a este
momento en términos de negación, estaba, en realidad introduciendo la estrutura de la.
crucifixión y muerte en el yo divino. Sorprendentemente, con la afirmación de la
diferenciación en Dios, estaba confirmando el valor y la importancia infinitos del reino
de la historia, que es por definición el reino de la diferencia y del cambio.
Sería demasiado prolijo ofrecer un elenco más detallado de las intuiciones de Hegel que
se han abierto camino en la teología y en los diferentes intentos de establecer una
teología fundamental cristiana contemporánea. Quizá una manera de aludir a ellas
sería indicar sencillamente que Hegel integró muchas de las doctrinas religiosas
cristianas y temas teológicos aparentemente menos relacionados internamente.
Reconcilió, por ejemplo, los temas de la Trinidad, revelación, gracia, el reino de Dios, la
historia de la salvación como la historia de Dios, alienación, pecado y reconciliación,
cristología, iglesia y comunidad espiritual, presencia del Espíritu Santo y una vida ética
responsable, todo dentro de una única secuencia global. Fue capaz de interrelacionar
326
estos temas religiosos porque los presentó como aspectos del desarrollo dialéctico de
Dios, como espíritu absoluto y como subjetividad divina inclusiva.
D.M. Schlitt
HELENISMO Y CRISTIANISMO
¿Hubo "helenización del cristianismo" o "cristianización del helenismo"?
Los historiadores de la religión griega no han dejado de insistir en las relaciones cada
vez más estrechas entre el helenismo y el cristianismo; recordemos, sobre todo, los
nombres de M.P. Nilsson, de A.-J. Festugiére, de A.D. Nock; sus principales trabajos
328
habían precedido ala "obra maestra polivalente" de E.R. Dodds Paganos y cristianos en
una época de angustia.
Hay muchos rasgos que acomunan a los defensores de la antigua religión y a los
discípulos de Cristo. El "servicio" de la existencia terrena podía interpretarse en un
sentido optimista o pesimista. Los sueños del Diario de la prisión de la mártir Perpetua
son semejantes a los sueños tan importantes de Elio Arístides. El Peregrinas de Luciano
ayuda a comprender a Pontano. Para luchar con el cristianismo se imponía a los
paganos una fe, una pistis, pero no podían rivalizar con él en caridad. Dodds ha
subrayado menos las "discusiones doctrinales" que las "diferencias de mentalidad y de
sentimientos".
AMOR-CRISTIANO: El libro de Dodds termina con esta frase: "Los cristianos eran
`miembros unos de otros', y esto no era una simple fórmula. Efectivamente, ésta fue la
causa principal, quizá la única causa y la más fuerte, del progreso del cristianismo"; y
cita en la nota esta frase de una conferencia de A.-J. Festugiére: "Si no hubiera existido
eso, el mundo seguiría siendo pagano". Anteriormente Festugiére había destacado las
principales divergencias que oponen al paganismo y al cristianismo. Si la inquietud
religiosa es común a los paganos y a los cristianos -bajo formas evidentemente
distintas-, si el sentido mismo de la religión no es extraño a los "griegos" del primer
siglo, hasta el punto de que san Pablo en el Areópago los juzga "muy religiosos", la
actitud frente al pecado los opone radicalmente: "Los antiguos no entienden el pecado"
tal como lo entiende el cristiano, es decir, "como ofensa directa a Dios".
En los versículos 24 y 25 abundan los puntos de convergencia entre los paganos y los
cristianos. Un Dios autor del mundo, señor del cielo y de la tierra, que no habita en
templos hechos por manos de hombre, que no necesita de las manos del hombre para
actuar: así es como en Grecia y en Roma los poetas y los filósofos se representaban al
"ser supremo". Si un platónico no estaba necesariamente dispuesto a aceptar la
supresión de los templos, un estoico fiel a la enseñanza de Zenón no la vería con malos
ojos: "No hay que construir templos, pues ninguna obra de albañilería o de artesanía
vale ante él". Una parte de la tradición patrística extiende esta prohibición a las
estatuas. Para el Platón del Timeo y de las Leyes, el mundo es el verdadero templo y los
astros son imágenes de los dioses por las que él sustituye a las divinidades del Olimpo.
En el discurso del Areópago, la repulsa en el versículo 24 de los "templos construidos
329
por la mano del hombre" se amplía en el versículo 25 por un principio general: "Ni es
servido por manos humanas, como si necesitase algo él, que da a todos la vida, el
aliento y todas las cosas". El "servicio", thérapéia, es aquí un culto; y el colitur de la
Vulgata traduce bieri el verbo griego. Y si hay en ello algunas apariencias de novedad, la
razón aportada es tradicional tanto en el Antiguo Testamento como en la filosofía
grecorromana: cinco siglos después de Jenófanes (siglo vi a.C.), Lucrecio (II, 650)
escribe de la divinidad: nihil indigna nostri. El reconocimiento de la independencia
divina conducía al rechazo de los sacrificios, tema este favorito de la teología
helenística.
Ésta es, en efecto, la gran piedra de tropiezo: la mención de la resurrección ponía fin al
discurso, ya que no había nada que más se opusiera a las ideas griegas. El Platón del
Fedón quería probar la inmortalidad del alma, pero prescindiendo del cuerpo. El
pueblo se había quedado con las negaciones de Esquilo: "Una vez derramada en tierra
la sangre negra de un ser humano, ningún encantador volvería a recogerla en las venas
de donde brotó" (Agamenon, 10191021); "cuando el polvo ha bebido la sangre de un
hombre, si ha muerto, ya no hay para él resurrección" (Euménides, 647-648). Al final
del siglo iv de nuestra era, un convertido del paganismo, nombrado obispo de Cirene,
Sinesio, tendrá que realizar un gran esfuerzo para aceptar el dogma de la resurrección;
sus últimos comentaristas se siguen preguntando aún en qué medida acabó finalmente
por admitirla.
Esta breve exposición no ha podido dedicar una atención suficiente a los contrastes
entre las dos morales. Las "costumbres griegas" eran un obstáculo primordial al
renacimiento en el bautismo. Pero san Pablo enumera con frecuencia los "vicios de los
paganos" para que su mera lectura deje bien claras las diferencias. Parecía más
necesario insistir en los parecidos, y en este sentido resulta ejemplar el discurso en el
Areópago.
BIBL.: Donas E.R., Paganos y cristianos en una época de angustia. Algunos aspectos de
la experiencia religiosa desde Marco Aurelio a Constantino, Madrid 1975;
FESTUGIERE A.J., Aspects de la refgion populairegrecque, en "Recae de théologie et
de philosophie" 1 (1961), 31; MADEc G., Platonisme des Péres, en "Catholicisme" 50
(1986) 492; PLACES E. DES, Religion grecque, París 1969, 327-361.
330
HERMENÉUTICA
SUMARIO:
I. La hermenéutica:
1. Introducción;
2. Historia de la hermenéutica bíblica;
3. La hermenéutica moderna;
4. La dimensión teológica de la hermenéutica moderna
5. Consecuencias para la teología fundamental
(P. Grech)
II. Hermenéutica conciliar:
1. Un área particular de la actual interpretación de textos;
2. El acercamiento interpretativo al texto;
3. Influjo de la filosofía hermenéutica moderna en la teología;
4. Principios y criterios de hermenéutica conciliar;
5. El círculo hermenéutico
(J.M.a Rovira Belloso)
I. La hermenéutica
1.INTRODUCCIÓN. La palabra "hermenéutica" en el contexto de un diccionario de
teología fundamental comprende un panorama más amplio del que tendría en el
contexto de la teología bíblica. En esta última el término puede significar simplemente
el método de hacer exégesis, es decir, de llegar a la intención original de un escritor
bíblico, o bien de sacar del texto bíblico pensamientos útiles para la vida cristiana. A
partir de la ilustración la hermenéutica comprende también la relación entre razón y fe
en la interpretación de la Biblia, la relación entre la historia y la teología y la relación
entre un posible "mito" escriturístico y la precomprensión filosófica contemporánea. En
331
el terreno de la hermenéutica entran entonces las.diversas teologías actuales, que se
derivan del contacto del texto sagrado con las diferentes escuelas filosóficas e
ideológicas con temporáneas. Todo esto es comprendido por la hermenéutica en un
contexto de teología fundamental; pero puesto que después de la reforma la
hermenéutica pasó a ser, en vez de un método interpretativo, una disciplina
independiente, que -según las opiniones de los diversos autores- toca problemas como
el arte de la comprensión el valor y la interpretación de la tradición humanista, el
conocimiento como hermenéutica del ser, la historicidad de la verdad, la función del
sujeto en la interpretación, las diversas funciones del lenguaje y la relación entre las
filosofías y las ideologías, se comprende muy bien que la hermenéutica se encargue de
los problemas gnoseológicos, ontológicos, históricos y lingüísticos que invaden todo el
terreno de la teología fundamental. De ellos dependen decisiones radicales sobre la
inmutabilidad de la verdad, la posibilidad de conocerla, el valor de los dogmas de la
Iglesia, la desmitologización y la posibilidad de entendimiento entre las diversas
culturas. En esta selva oscura resulta cada vez más difícil la tarea de dar un fundamento
racional a la comprensión de la revelación, entre otras cosas porque la misma
hermenéutica, a pesar de que tiene como objetivo aclarar las cosas, se ha introducido en
un laberinto del que no se ve por ahora con claridad un camino de salida. En este
artículo seguiremos una exposición histórica del problema, señalando a continuación
las cuestiones exegéticas, filosóficas y teológicas que afectan a la teología fundamental.
La exégesis judía del siglo I tiene sus reflejos en el NT. En la relectura del AT la técnica
literaria es muy similar; pero el contenido es totalmente diverso, aunque siempre en
línea con la reinterpretación tradicional que encontramos en la misma Biblia, o sea, la
relectura de los textos, con la precomprensión ofrecida por los últimos acontecimientos
de la historia de la salvación. Es obvio que para Jesús el principal acontecimiento es la
llegada del l reino dé Dios, y para los escritores neotestamentarios la venida, la muerte
y la resurrección de Cristo, culmen de la obra salvífica de Dios. Por consiguiente, el
acontecimiento Cristo ilumina el sentido del texto bíblico, pero recibiendo de él su
significado. Así pues, el NT ofrece ciertos tipos de hermenéutica que resultarán
paradigmáticos para la exégesis patrística:explicación literal, midráshica, midrash,
332
pesher, alegoría y tipología, especialmente en ciertos pasajes como Rom 9-11, Gál4,
1Cor 10 y Heb.
Pero lo que puso en crisis a la hermenéutica del siglo 11 fue la tesis paulina que negaba
todo valor salvífico a la torá en cuanto tal. Por este motivo algunos judeo-cristianos
ebionitas,anclados en la ley, rechazaron a Pablo. Por otra parte esto dio ocasión a que
los gnósticos y Marción atribuyeran el AT todo o en parte al Demiurgo o al "Dios justo".
La exégesis gnóstica partía del presupuesto de los diversos sistemas atribuidos a los
apóstoles, que se los habrían transmitido a ellos con una tradición secreta; en el
contexto de estos sistemas se interpretaban cada una de las frases, tanto del AT como
del NT, separadas a menudo del contexto y manipuladas para darles un sentido
gnóstico.
Es Ireneo el que, enfrentándose con los gnósticos, establece de una vez para siempre
ciertas reglas de hermenéutica cristiana que subsisten hasta hoy. A diferencia de los
gnósticos, los pasajes oscuros de la Escritura tienen que explicarse por los más claros
de la misma (Adv. Haer. II, 10); cada frase tiene que entenderse en su contexto
inmediato (ib, I,Gál_8:1; Gál_9:4), pero también en el contexto de toda la Biblia, AT y
NT, que tiene a un solo Dios por autor. Pero esto no basta; hay que leer la Biblia en el
contexto de la regula fidei (ib, Gál_1:10, Gál_1:1) que se nos transmite, no de modo
esotérico, sino públicamente por los obispos de las diversas Iglesias (ib, IV,Gál_26:1-4).
Estas reglas para encontrar el verdadero sentido de la Escritura fueron elaboradas por
Ireneo en el contexto de la controversia antignóstica. Pero cuando se explica el AT al
pueblo creyente para alimentarlo espiritualmente, ¿qué explicación hay que dar de la
historia y de las leyes de los hebreos? Orígenes resuelve este problema por medio de la
exégesis alegórica, que practicaron ya Filón y los helenistas. Esto no significa que
Orígenes no se preocupase del sentido histórico y literal; lo demuestra ampliamente el
enorme cuidado que puso en la publicación de la Hexapla. Pero la historia, a nivel de
simple relato, es buena para los simpliciores, el "cuerpo" en la Iglesia; los proficientes,
el "alma" de la comunidad, buscan un sentido moral, mientras que los espirituales
necesitan la alegoría, o bien el sentido teológico. Hay que fijarse bien en la terminología
de Orígenes, que expone en el De principüs IV porque el "sentido espiritual" no siempre
se opone al "sentido literal", sino a menudo al "sentido material", y corresponde con
frecuencia a nuestro sentido redaccional.
Pero es l Agustín el que, en los libros II y III del De doctrina christiana, codifica los
principios hermenéuticos de crítica textual, literaria y teológica, que dominaron
durante toda la Edad Media latina. El rhetor de Hipona, distinguiendo entre res y
signa, y dentro de éstos entre signa propria e impropria, da las reglas para discernir la
metáfora de la alegoría, mientras que subraya el sentido literal, que es el verdadero
sentido entendido por el Espíritu Santo, aunque el AT tiene también un sentido
espiritual si se le lee con ojos cristianos. El contexto puede ser próximo, o bien
escriturístico o bien la l regulafidei. Además admite un cierto sensus plenior que él,
especialmente en sus comentarios a los Salmos, deduce con la ayuda de las siete reglas
hermenéuticas de Ticonio. La Edad Media codifica la exégesis agustiniana en los cuatro
sentidos clásicos: literal, alegórico, moral y anagógico: "Littera gesta docet, quid credas
allegoria, moralis quid agas, quo tendas anagogia".
W. Dilthey (1833-1911), dentro del marco del "espíritu objetivo" hegeliano, distingue
entre Naturwissenschaften, ciencias de la naturaleza, y Geisteswissenschaften, ciencias
humanistas. Estas se regulan de forma autónoma con su estatuto propio. Mientras que
para Schleiermacher la comprensión era un hecho lingüístico, para Dilthey se convierte
en una categoría vital. La experiencia de la vida de todos los hombres, sus sentimientos,
su comprensión del propio mundo social y cultural, se manifiestan externamente por
medio de expresiones vitales (Lebensciusserungen), que pueden ser ordinarias y
cotidianas o bien de tipo más elevado, como las artes, la literatura, las instituciones, etc.
Estas manifestaciones, en cuanto que expresan el entendimiento del hombre a
propósito de su mundo vital, son las que constituyen el objeto de la hermenéutica. En el
proceso histórico estas expresiones vitales cristalizan en exteriorizaciones que han
perdido el contacto con la fuente de la experiencia. La hermenéutica, al convertirlas en
objeto de su propio estudio, tiene la tarea de reconvertir estas manifestaciones
humanistas en experiencia vital del hombre contemporáneo. La razón humana es el
"continuum" que las une. La comprensión, por tanto, se convierte para Dilthey en un
335
principio existencial, sin dejar de ser un concepto metodológico de las ciencias
humanistas, pero la distinción entre comprensión e interpretación se hace cada vez más
oscura.
Si Bultmann se había apoyado en el primer Heidegger del Sein und Zeit, los partidarios
de la "Nueva Hermenéutica", especialmente E. Fuchs y G. Ebeling, continuaron el
discurso del segundo Heidegger y de Gadamer. También ellos cultivan la historia de las
formas como método, pero son menos escépticos que Bultmann a la hora de alcanzar
algunos datos seguros sobre Jesús. El retorno al Jesús histórico no solamente es
posible, sino necesario, en cuanto que él es el iniciador denuestro lenguaje de fe; un
lenguaje que surgió del contacto con Dios, conceptualizado en un lenguaje, pero que
rompe sus ataduras paracada una de las generaciones que lo lee y vuelve a ser una
experiencia de fe, que se convierte a su vez en un nuevo lenguaje que interpretar. Creer
en Cristo significa reproducir en mí mismo la fe de Jesús. Por consiguiente, el
conocimiento del Jesús histórico es indispensable para la fe.
La disociación entre historia y fe en Bultmann fue criticada por todas las partes: deja de
lado el "extra nos" de la salvación (Kásemann), sabe a gnosticismo y docetismo
(Jeremias), no deja ningún criterio para juzgar entre las diversas cristologías
pospascuales (Robinson). También su escepticismo crítico ha quedado hoy superado
con los estudios de Schürmann sobre el Sitz im Leben Jesu, de Jeremias sobre las
parábolas, de Gerhardsson sobre el modo semítico de la transmisión oral, mientras que
K. Berger ha revolucionado recientemente la Formgeschichte como método literario.
Tampoco obtuvo mejor fortuna la hermenéutica desmitizante. Tras un primer éxito,
cuando teólogos procedentes de diversas escuelas filosóficas produjeron diversas
"teologías" hermenéuticas (van Buren desde el positivismo lógico, Belo y Gutiérrez
desde el marxismo, la "Process Theology" desde Whitehead, etc.), se empezó a ver que
la teología de Bultmann vaciaba al cristianismo de su contenido revelado, así como de
su fundamento histórico, y que por tanto no era injustificada la crítica de gnosticismo.
337
Si en vez de "mito" hablamos de lenguaje simbólico, podría encontrarse un camino
medio en los escritos de Paul Ricoeur. A partir de Dilthey se dijo que el hombre debe
ser estudiado a través de las manifestaciones culturales en su historia. Ricoeur recoge
este motivo, pero afirmando que muchas de estas manifestaciones culturales están
codificadas en signos y símbolos o mitos, que tienen una función retrospectiva respecto
a su origen y una cara teleológica que mira hacia la maduración del hombre. Estos
símbolos tienen que ser descodificados con los métodos del psicoanálisis y de otras
ciencias, para que puedan hablar con un lenguaje inteligible al hombre en una cierta
etapa de maduración. El lenguaje bíblico es a menudo simbólico: pensemos solamente
en los relatos de Gén 3-11. El mito no debe reducirse a los orígenes instintivos de Freud
ni vaciarse de su contenido intelectual, como hace Bultmann, sino que ha de integrarse
en la reflexión teológica sobre la revelación en su verdadero significado. El mito afecta a
la corteza, no al núcleo de la fe.
La Iglesia católica, con una serie de documentos que van de la Providentissimus Deus
de 1933 a la Dei Verbum del concilio Vaticano II, ha estimulado el estudio de la Sagrada
Escritura, que se había convertido casi en monopolio de los protestantes. Estos
documentos contienen indicaciones hermenéuticas como reglas para llegar al
verdadero sensus auctoris, que es también el que intenta el Espíritu Santo que inspira
la Biblia; van admitiendo progresivamente ciertos medios técnicos, como el estudio de
los géneros literarios, ciertos aspectos metodológicos de la Formgeschichte y la práctica
de la filología, conscientes de que aquí se trata de un libro sagrado que hay que
interpretar dentro del contexto de la tradición con la guía del magisterio. Pero estas
declaraciones no tocan a la hermenéutica en el sentido filosófico de la palabra, dejando
una multitud de cuestiones abiertas, de las que no pueden prescindir la exégesis y
particularmente la teología fundamental, si quieren dar una respuesta adecuada a los
interrogantes de hoy. Sobre estas cuestiones volveremos a continuación.
La última crítica contra Gadamer, que me parece puede cerrar muy bien esta reseña
histórica de la hermenéutica, es la que viene de Habermas. Este simpatizante de la
338
escuela de Frankfurt, en su crítica a la ideología, opina que Gadamer, con su estima por
la tradición, aprisiona a la sociedad en un tradicionalismo irreal que no toma
conciencia ni de los conflictos reales ni de los psicopatológicos indicados por el
psicoanálisis, y por consiguiente cierra el paso a los planteamientos modernos y
emancipados. Gadamer responde que semejante crítica no comprende bien el concepto
de tradición hermenéutica expuesta en Wahrheit und Methode, ya que es precisamente
la tradición criticada desde el punto de vista de los horizontes actuales lo que constituye
la conciencia de la modernidad.
339
También el concepto mismo de tradición podría salir ganando con las especulaciones
hermenéuticas de Dilthey y de Gadamer. La tradición no es ciertamente una repetición
material, sino un crecimiento orgánico. Los diversos dogmas de la Iglesia son
interpretaciones hermenéuticas de la revelación apostólica en el lenguaje de la época en
que se han formulado. El error sería si se identificasen hasta tal punto el lenguaje y la
sustancia que, al reformular el dogma en un lenguaje de nuestro tiempo,
modificásemos su contenido. Entonces no sería ya "traducción", sino invención. Aquí
están las limitaciones de Ebeling, que ve en la tradición la reformulación de la
autocomprensión frente a Dios (fe) de Jesús, pero sin un contenido de traditum que
sirva de base conjuntiva.
340
hermeneutas creyentes, tanto en el terreno filosófico como en el teológico, que
iluminen el camino a la hermenéutica cristiana en la Babel de voces que la rodean.
BIBL.: ALTHAUS P., Die Theologie Martin Luthers, Gütersloh 1963; BULTMANN R.,
Storia dei Vangeli Sinottici, Bolonia 1969 ID Jesucristo y mitología, Barcelona 1970; DE
LuBAC H., Eségése médiévale, París 1959; DE MARJERIE B., Introduction á 17zistoire
de 1 éxégése, 3 vols., París 1980, EBELING G., Wort Gottes und Dadttion, Gotinga
1964; ID, Einführung in die theologische Sprachlehre, Tubinga 1971; ID, Hermeneutik,
en RGG3 III, 242-262; ID, Tradition, en RGG3 VI, 974-984; FERRARIS M., Storia dell
érmeneutica, Milán 19892, , FucHs E., Marburger Hermeneutik, Tubinga 1969; ID, Zur
Frage nach dem historischen Jesus, Tubinga 1960; GADAMER H.G., Verdad y método,
Salamanca 19883 GRANT R.M., A Short Histqry of the Interpretation of the Bible,
Nueva York 1963; GRECH P., Ermeneutica e teálogia bíblica, Roma 1986; ID,
Hermenéutica, en Nuevo diccionario de teología bíblica, Madrid 1990, 733-762;
HEIDEGGER M., El ser y el tiempo, México 196711; ID; Unterwegs zur Sprache,
Pfülfingen 1959 HIRSCH E.D., Validity in Interpretation, New Haven 1967; HEIJNS R.,
Sprache des Glaubens: Theologie von E. Fuchs, Tubinga 1976; HENRICHs N.,
Bibliographie zur Hermeneutik, Düsseldorf 1972; JORGENSEN P.H., Die Bedeutung
des Subjekt-Objektverh¿ltnisses für die Theologie, Hamburgo 1967; MANCINI L,
Hermenéutica, en Nuevo diccionario de teología I, Madrid 1982, 629-641; MANNUCI
V., La Biblia como palabra de Dios, Bilbao 19882; MCKIM D. K., What Christians Befe
ve about the Bible, Nueva York 1985; MORA G., Emilio Betti, L Ermeneutica come
metodo generale delle scienze dello spirit0, Roma 1987; MUELLER-VOLLMER K., The
Hermeneutics Reader (antología), Nueva York 1981; PALMER R.E., Hermeneutics,
Evanston 1969; PAREYSON L., Veritá e interpretazione, Milán 1971; RICOEUR P.,
Hermenéutica y estructuralismo; Buenos Aires 1975; ID, Fssays of Biblical
Interpretation, Filadelfia 1979; SCHMITHALS W., Die Theologie Rudolf Bultmanns,
Tubinga 1966; SIMONETTI M., Lettera e/o allegoria, Roma 1985; SIEB~N H.J.,
Exegesis Patrum: Saggio bibliograftco déll ésegesi bíblica dei Padri, Roma 1983;
VATTFmo G. y -otros; II pensiero-ermeneutico, Génova 1988.
P. Grech
II. Hermenéutica conciliar
1. UN ÁREA PARTICULAR DE LA ACTUAL INTERPRETACIÓN DE TEXTOS. La
hermenéutica conciliar puede y debe considerarse como una parcela específica del
actual modo de interpretación de textos. Por eso la interpretación conciliar se regirá, en
gran parte, por los principios y criterios metodológicos de la hermenéutica general y, en
su dimensión más peculiar, por criterios propios y específicos.
Por eso, desde antiguo, se comprendió que interpretar no era tan sólo dar cuenta de la
letra (littera), sino manifestar la realidad cristológica y espiritual que el texto esconde
(allegoria); penetrar en la forma de vida moral y evangélica que el texto sugiere
341
(tropologia) y entender en claroscuro la realidad mística y escatológica a la que el texto
apunta (anagogia). De esta comprensión brotan los cuatro sentidos de la Escritura -
literal, alegórico, tropológico y anagógico- que el dístico medieval recuerda: "Littera
gesta docet, quid credas allegoria, / Moralis quid agas, quo tendas anagogia" (ef H. DE
LuBAc, Exégése médiévale,1/ 1, Aubier, París, p. 23).
La moderna corriente no pretende "solicitar los textos", como decía Renán con cinismo,
haciéndoles decir subjetivamente lo que ellos no dicen en su objetividad. Al contrario:
se trata de acercarse a la objetividad del texto: pero a una objetividad viva y real, propia
de una época pasada, si bien capaz de llegar a tener significación también en el
presente. De la mano de Dilthey podemos decir que la hermenéutica no busca la
deformación subjetiva de los hechos, sino la afinidad del intérprete con el texto
interpretado.
342
4. PRINCIPIOS Y CRITERIOS DE HERMENÉUTICA CONCILIAR. P. Fransen, P.
Schoonenberg y C. Molar¡ ofrecieron una visión sugerente y equilibrada de los criterios
de interpretación. La obra de J. M.8 Rovira Trento. Una interpretación teológica
intentó aplicarlos. Encuentran confirmación y perfeccionamiento en la magna obra de
Piet Fransen Hermeneutics of the Councils and other studies (University Press, Lovaina
1985).
343
verdad teológica, deba hacerse teniendo en cuenta los restantes artículos o misterios
que constituyen la totalidad de la fe.
Ocurre entonces algo muy notable. Se da una verdadera fusión de horizontes culturales:
el de ayer y el propio del investigador actual. Una observación se impone: el lenguaje es
el puente entre el pasado y la actualidad. Pero hay un puente más sólido todavía. De
manera que, si el lenguaje es realmente enlace entre la orilla del pasado y la del
presente, se debe a que la realidad misma de la revelación -de la cual el lenguaje quiere
ser expresión fiel- se extiende como un enlace ontológico, lleno de significación, entre
pasado y presente.
En efecto, así como "la fe no termina en las formulaciones, sino en la realidad", como
decía Tomás de Aquino, así también la interpretación no acaba en la letra, sino en la
revelación misma expresada por el lenguaje. La hermenéutica quiere captar
correctamente la revelación que emerge conceptualmente en los diversos momentos de
la diacronía. De ahí la gran importancia del método interpretativo correcto.
Queda mostrada la circularidad sin fin del proceso hermenéutico: la situación del sujeto
está incrustada -forma parte- de las consecuencias del evento estudiado. Pero tal
acontecimiento no desvela su ser objetivo si no es a la inteligencia y a la sensibilidad del
sujeto que lo estudia. Por eso puede decirse que la verdad tiene su mansión en el
entendimiento y que cuanto más perfecta es la manera de estar lo conocido en el sujeto,
más perfecto es el conocimiento (SANTO TOMÁS DE AQUINO, S. TH. Iq., 12, a. 4 co;
q. 14, a. 6 ad I).
BIBL.: AA.VV. El Concilio y los Concilios, Madrid 1962; AA. V V., Magistero e morale,
Principi teoretici di ermeneutica e lettura ermeneutica di documenta magisteriali, III
Congresso dei teologi moralista a Padova, 1970, Bolonia 1970; BEINERT W.,
Diccionario de teología dogmática, Barcelona, 1990; EICHER P., Diccionario de
conceptos teológicos I, H.-G. STORRE, Hermenéutica, Barcelona 1989, 470-478;
FRANSEN P.F., Hermeneutics of the Councils arad other studies, Lovaina 1985;
GADAMER H.G., Verdad y método, Salamanca 1977; KERN W, y NIEMANN F.-J., El
conocimiento teológico, Barcelona 1986; LAnRISRE J., L árticulation du sens I,
Discours scientifique et parole de la joi, París 1970; DE Luanc H., Exégése médiévale.
Les quatre seas de 1 É'criture I/ 1, París 1959; ROVIRA BELLOSOJ.M., Trento. Una
interpretación teológica, Barcelona 1979; ID, La obra reciente de Juan Aljaro a la luz de
su propia metodología, en Fides quae per earitatem operatur. Homenaje al P. Juan
Alfaro, S.I, en sus 75 años, Bilbao 1989, 37-51; SCIiILLEREECICX E., Interpretación de
lafe. Aportaciones a una teología hermenéutica y critica, Salamanca 1973;
SHOONENBERG P., DE RUDDER J.-P., VAN IERSEL B., FRANSEN P. y DRIESSEN
W.C.H., Listterpretázione del dogma, Brescia 1972.
345
HINDUISMO
1. INTRODUCCIÓN. El hinduismo es una religión extraordinariamente compleja y rica.
Ninguna iniciativa de fundador, ningún dogma ninguna reforma han impuesto
restricciones en el terreno de sus creencias o prácticas esenciales. Es el producto de una
historia que puede remontarse a unos tres mil quinientos años. Y cada período de esa
larga historia ha dejado un impacto en ella que perdura en creencias y prácticas
actuales. Un hindú podría ser politeísta, monoteísta, panteísta e incluso ateo, aunque
creyente en algún tipo de principio último. Pertenece a alguno de los grupos de castas, y
socialmente observa las costumbres y leyes tal como están formuladas en sus l
Escrituras sagradas. El hinduismo es al mismo tiempo un estilo de vida y un sistema
religioso y social muy organizado.
Los propios hindúes llaman a su religión sanatama dharma (religión externa). Dharma
es la forma de las cosas tal como existen y el poder que las mantiene tal como son. Es
aquello que mantiene en lo que es el universo entero, en el orden cósmico, y a la
humanidad en el orden moral en concordancia con la ley eterna. Este dharma está
consignado en los textos sagrados, particularmente en aquellos que tratan de las leyes
consuetudinarias hindúes (Dhauna-Sastras). El término se aplica también a los
supuestos religiosos en los que estas leyes están basadas. Brahmán es el sustrato eterno
del universo, del que procede el eterno dharma. Fundamenta también la prerrogativa
espiritual de la casta de los brahmanes. En los textos primitivos, Brahmán significaba
"lo sagrado'; y de ahí cualquier cosa que fuera sagrada, lo mismo una fórmula que un
canto o una acción sacrificial, era llamada brahmán. Puesto que lo sagrado tal como se
346
manifiesta en el ritual sacrificial se consideraba que era el lazo que une al hombre
temporal con el eterno, brahmán llegó a significar lo eterno tal como es en sí mismo
más allá del espacio y del tiempo y tal como se manifiesta en el mundo fenoménico.
Karma es la ley universal según la cual toda acción es el efecto de una causa y es a su
vez la causa de un efecto. El proceso complejo es denominado samsarra, el ciclo de
nacimiento y muerte al que toda existencia fenoménica está sujeta. El mundo de la,
experiencia sufre la esclavitud de las cadenas del tiempo y del deseo, porque el deseo de
hacer y vivir enreda al que obra en la rueda de sámshra. Escapar de este ciclo de tiempo
y acción es posible, y se denomina emancipación de la liberación (moksa). El tiempo es
concebido como una rueda giratoria que vuelve siempre de nuevo al punto del que
partió y en el que no puede existir ni finalidad ni salvación.
Hemos de advertir que hay mucho en la religión védica puramente sacrificial, hierático
y ritualista; pero incluso en esto se manifiesta indudablemente una cierta relación
personal entre el adorador y el dios en muchos de los himnos del Rigveda; se encuentra
en ellos, junto a un saludable temor a la ira de los dioses, una piedad interior hacia los
principales dioses en cuya benevolencia el adorador pone su fe a los cuales reza con
profusión, a los que confiadamente invoca en todas sus necesidades. La oración por el
perdón de la culpa es característica de los himnos Varuna, que son los más elevados y
éticos de todos los Vedas.
348
6. LA BHAGAVADGITA. La Bhagavadgitá es lo supremo del teísmo de la India.
Brahmán es cosmológicamente la materia primera (prakriti o maya); psicológicamente
es la realización de la inmortalidad. Dios es creador, sustentador y destructor del
universo; su principio, medio y fin; trascendente en cuanto persona más alta a la vez
que inmanente, y habita en los corazones de los hombres como la esencia de todas las
cosas y su semilla. Aunque algunos pasajes de la Gita son panteístas, sin embargo
algunos otros fundamentales no implican panteísmo y entienden la inmanencia divina
correctamente. De los elementos constitutivos (gunas) de la naturaleza, Krishna dice:
"Sabed que estas cosas proceden de mí; yo no estoy en ellas, sino que ellas están en mí"
(10; 9,18). De modo similar Dios sostiene a todas las criaturas, pero no subsiste en
ellas. "Todas las criaturas subsisten en mí, pero no me fundo en ellas. Y, sin embargo,
las criaturas no subsisten en mí. Contempla mi poder soberano. Mi propio yo sostiene a
las criaturas sin subsistir en ellas; hace que existan" (9,45). La Gita enseña la doctrina
del avatára ("encarnación") del supremo dios Vishnú. "Aunque no he nacido y soy de
sustancia inmutable, aunque soy el Señor de las criaturas, sin embargo por mi poder
(máyh) creador recurro a mi propia naturaleza, y así llego a ser" (4,6). El mensaje real
de la Gita es que Dios no es un absoluto impersonal, sino el amante del alma del
hombre; en realidad, el amor mismo. Krisna dice: "Yo soy ese amor que existe en las
cosas creadas, que no es contrario a la justicia" (7,10; 9,18). Él es padre, amigo y amado
(11,44). La relación entre hombre y Dios es una relación de gracia y amor. "Con fuerte
deseo te he deseado; por tanto te anunciaré mi salvación. Piensa en mí, adórame,
ofréceme sacrificios, ríndeme homenaje; así vendrás a mí. Te lo prometo en verdad,
pues te quiero bien. Renuncia a todas las cosas de la ley, vuélvete sólo a mí como tu
refugio. Te libraré de todo mal, no temas" (8,64-66). Por primera vez en la larga
historia de la experiencia religiosa de la India, Dios parece estar hablando directamente
al hombre; un Dios de amor, misericordia y terror (11,24-30).
La necesidad de la gracia. En las Upanisads se dice que Dios elige y favorece a aquel que
ama; por su sola gracia adquiere el hombre conocimiento y es liberado. De alguna
manera todo es gracia en bhakti: los medios de bhakti son sólo ayudas; bhakti es el
fruto de una elección divina. Madhva y Vallabha enseñan una doctrina de
predestinación: algunos son predestinados al bhakti y a la liberación; otros son
predestinados a permanecer indefinidamente en ciclo de renacimiento. La gracia del
Señor está curando, iluminando, conformando con la naturaleza divina y uniendo a él.
Pero todo esto se realiza dentro de un sistema de creación inmanente. Aunque Dios
indudablemente otorga su gracia libremente, esta ayuda no es nunca estrictamente
sobrenatural, porque la gracia devuelve el alma a su natural vida divina. No eleva el
alma a un nivel más alto, sobrenatural, de ser, de vida y de acción.
El misticismo bhakti cree en y se esfuerza por la unión real con un Dios personal a
través del amor a él. Este amor de Dios incluye conocimiento de Dios. A través del amor
el alma religiosa llega a conocer a Dios, qué y cuán grande es en su ser y amor.
Conociendo a Dios en su esencia, el amador de Dios entra en el acto en unión con él.
Este supremo estado de participación en la esencia de Dios se realiza por la gracia de
Dios.
BIBL.: BARTH A., The religions of India, Londres 1882; BHAGAVAN DAs, An
advanced Textbook of Hindu Religion, Adyar 1930; BIARDEAU
M.,Clefspourlapenséehindoue, 1972;CARPENTER J.E., Theism hindú medieval India,
Delhi 1977 DASGUPTA S.N., Hindu Mysticism, Chicago 1927; DEVANANDAN P.D.,
Living Hinduism, Bangalore 1959; DHAVAMONY M., Love of God according to Salva
Siddhñnta, Oxford 1972; ID, Classical Hinduism, Roma 1982; EDGERTON F., The
Bhagavad-git4, Harvard 1944; ESNOUL A. M., L Hindouisme, París 1971; GLASENAPP
351
H. von Der Hinduismus, Munich 1922; GONDA J., Die Religionen Indiens, 2 vols.,
Stutgart 1960s; ID, Vishnuism and Saivism, Londres 1970; HIRIYANNA M., Outlines of
Indian Philosophy, Londres 1964; IONS V., Indian Mythology, Londres 1967; JESUIT
SCHOLARS, Religious Hfnduism, Allahabad 1964; KLOSTERMAIER K., Der
Hinduismus, Colonia 1965; LACOMBE O., L Absolute selon le Vedhnta, París 1938
MAHADEVAN T.M.P., Outlines of Hínduism, Mádrás 1960, MORGAN K. W. (ed.), The
Religion of the Hindus, Nueva York 1953; O'FLAHERTY W.D., Hindu Myths,
Harmondsworth 1975; RADHAKRISHNAN S., La concepción hindú de la vida, Alianza,
Madrid 1969; RENoU L., El hinduismo, Eudeba, Buenos Aires 19736; ZAEHNER R.C.,
Hinduism, Oxford 1962.
M. Dhavamony
HISTORIA
SUMARIO:
I. Conciencia histórica (R. Fisichella).
II. Filosofía de la historia (S. Spera).
352
I. Conciencia histórica
"La aparición de una toma de conciencia histórica es probablemente la más importante
de las revoluciones que hemos sufrido tras el advenimiento de la época moderna". Esta
afirmación de H. G. Gadamer (Le probléme de la conscience historique, 27) puede
mejor que cualquier otra introducirnos en la problemática y hacernos comprender el
alcance que tiene en el horizonte del pensamiento contemporáneo.
Quizá no haya nada como la conciencia histórica que caracterice tan originalmente a
nuestro siglo, ofreciendo al mismo tiempo un escenario cada vez más profundo y
extenso en donde situar la conquista del saber humano, así como la responsabilidad
por el progreso del futuro.
A partir del "padre" de la conciencia histórica, W. Dilthey, que se había propuesto hacer
desembocar el pensamiento humano, no ya en una crítica de la razón pura, sino en una
crítica de la razón histórica, el hecho de la conciencia histórica ha caracterizado cada
vez más progresivamente a las diversas ciencias (no sólo a la historia y a la
historiografía, sino también a la filosofía, a la teología y a todas las
Geisteswissenschaften), hasta llegar a imponerse como forma normativa para un saber
correcto.
En este sentido puede ser interesante una comparación con la concepción de historia
que tenían los griegos. Para ellos sólo se podía narrar lo que ocurría, ya que los hechos
eran comprendidos en cada ocasión como mudables. La transitoriedad de las cosas
humanas es lo que hace de trasfondo de las grandes "historias" de la antigüedad; es ésta
una concepción tanto más sorprendente cuanto más se piensa en la comprensión que
poseían los griegos sobre la estabilidad y la permanencia de los cuerpos celestiales y del
orden inmutable del universo.
Así pues, la conciencia histórica es, en este primer nivel, la autoconciencia del
movimiento temporal que determina a la naturaleza humana como capacidad para
saber percibir y comprender el tiempo mismo.
En otras palabras, es reconocerse abismado en los límites del tiempo y sentirse a la vez
capaz de poderlo trascender. En esta interpretación se tiene conciencia histórica,
353
porque se está en presencia de una relación reflexiva que el sujeto dice a sí; es la
modalidad de conocimiento de sí mismo como ser inserto, "arrojado" en la historia -la
Geworfenheit heideggeriana), pero al mismo tiempo como alguien que se proyecta a sí
mismo (Entwurf).
Por tanto, sin la conciencia histórica no se tendría una conciencia plena de sí; sería uno
incapaz de verse realizado en los dos horizontes de su propia esencia: la gratuidad del
propio ser y la libertad del propio querer ser.
Con razón hablaba H.I. Marrou de "simpatía teórica" como algo que tenía que realizar
en sí mismo el historiador. Conocer el pasado y, más directamente, conocer lo otro
distinto de mí es siempre algo que tiene que provocar una "conmoción", un Einfühlun,-
,.para decirlo con Weber; una coparticipación para penetrar en el acontecimiento cada
vez con más profundidad.
354
Hay una conciencia histórica que mueve a la aceptación de una Wirkungsgeschichte
(H.G. GADAMER, Verdad y método), que obliga a comprendernos como insertos en un
horizonte cada vez más amplio, en el que la acogida de la tradición es la condición de
supervivencia en el presente.
Así pues, la conciencia histórica invita a tomar enseria consideración nuestra inserción
constante en la historia, hasta tal punto que no podemos comprendernos sin
cualificarnos como "personas históricas" : Por tanto, estamos en el horizonte de poder
tener claro el presente y proyectarlo en el futuro, porque tenemos conciencia de un
pasado del que nos hacemos cargo, asumiendo de él la verdad que representó y que
permanece inevitablemente tal incluso para la acción presente, junto con los límites y
las contingencias en que se reveló aquella verdad.
BIBL.: ARON R., Dimensions de la conscience historique, París 1961; DiLTHEY W.,
Gesammelte Schriften V-VII; GADAMER H.G., Verdad y método, Salamanca 1988; ID,
Le probléme de la consciencie historique, Lovaina 1963; MARROU H.L, De la
connaissance historique, Paris 1954; LATOURE4t.E R., A Jesús el Cristo por los
evangelios, Sálamanca 1982.
R. Fisichella
Todos los modelos que se han propuesto hasta ahora buscan un fin y un sentido a una
historia no fragmentaria ni atomizada, pero tampoco totalizante a costa de la persona
individual: modelo circular (eterno retorno), lineal (continuidad progresiva), puntual
(absolutización de la contingencia), pendular (apocalíptico-antagonista), hasta el
modelo espiroidal que intenta recoger todos los elementos positivos de las otras, pero
en el que quizá no encuentra todavía su colocación exacta la decisión personal.
Agustín tiene a sus espaldas la experiencia historiográfica griega y latina, la queja de los
autores trágicos sobre las infinitas desventuras de los hombres y la reflexión filosófica.
Para Platón no hay una liberación propia de la historia, sino una liberación a partir de
la historia; hay que salir del tiempo (chronos) para alcanzar el paradigma del tiempo
que es la eternidad (aión). Para Plotino (Enéadas III) el tiempo es la vida del alma, su
movimiento de un estado al otro. De aquí la "distensio animae" agustiniana. "No hay
propiamente hablando tres tiempos: el pasado, el presente y el futuro. Pero hay tres
presentes: el presente del pasado, el presente del presente y el presente del futuro"
(Confesiones XI, 20,26). El libro La ciudad de Dios, compuesto ante la emoción del
saqueo de Roma del 410, es una crítica decidida y violenta del politeísmo pagano, que
fomenta el hedonismo desenfrenado en la vida privada y la violencia incontrolada en la
vida pública. El culto a los dioses y la importación de nuevos ritos y misterios no libró a
Roma de las desventuras del mundo; más aún, el examen atento de la mitología poética
y popular, mediante la interpretación naturalista y las diferentes teorías filosóficas, nos
hace precisamente descubrir la necesidad del monoteísmo, si no queremos caer en un
absurdo panteísmo y en el inmanentismo. La visión agustiniana se ilumina con la luz de
la revelación; su filosofía de la historia no puede menos de convertirse en teología de la
historia: "Así pues, dos amores dieron vida a las dos ciudades: el amor de sí mismo
hasta el desprecio de Dios dio origen a la ciudad terrena; por el contrario, la celestial
nació del amor a Dios hasta el desprecio de sí mismo" (XIV, 28). La Providencia guía al
género humano como un solo hombre; pero los hombres se dividen en impíos y pueblo
de Dios. "Dos ciudades, la de los inicuos y la de los justos, prosiguen su camino desde el
principio del género humano hasta el fin del mundo; en el presente están mezcladas
según el cuerpo, pero son distintas según el espíritu; en el futuro, en el día del juicio,
estarán también separadas según el cuerpo" (De cath. rudibus XX, 31). De la visión de
la historia surge la concepción agustiniana de la perennidad de la religión cristiana: "La
356
misma que hoy llamamos religión cristiana existía ya entre los antiguos y no estaba
ausente en los comienzos del género humano, hasta que apareció Cristo en la carne. La
verdadera religión, que había existido ya antes desde siempre, comenzó entonces a
llamarse religión cristiana" (Ep. CII, 12,5). Este tema de la conexión y reciprocidad de
la filosofía de la historia y de la filosofía de la religión es muy sugerente: desde Lessing
hasta Schleiermacher, desde Herder, Schelling y Hegel hasta Troeltsch nos
encontramos con una reflexión sobre "el carácter absoluto del cristianismo" que intenta
"componer" la singularidad con la universalidad, la historia con la eclesiología filosófica
(cf M.M. OLIVETTI, Filosofía delta religione come problema storico. Romanticismo e
idealismo romantico, Padua 1974).
4.UNA CIENCIA NUEVA. Los Principi di una scienza nuova d intorno alla natura delle
nazioni (1725, en Opere, Milán-Nápoles 1953, sobre la 3.a ed. de 1744) de G.B. Vico, con
su axioma "verum ipsum factum" como nudo de una filosofía de la historia concebida
como una ciencia histórica, constituyen un proyecto sistemático de una filosofía de la
357
historia en antítesis con el racionalismo cartesiano, proyecto que ignoró la ilustración
(MONTESQUIEU, Esprit des lois, 1748), pero que revaloró Herder a su debida hora. Se
trata de un arte "crítico" dirigido a "desentrañar la verdad" para vislumbrar entre los
intentos y las obras de los hombres la guía de la Providencia: "La historia ideal eterna
sobre la que transcurren en el tiempo las historias de todas las naciones"(§ 349). Si la
Scienza Nuova demuestra la verdad de la Biblia, la Providencia es una "List der
Vernunzt" ante litteram: "Es este mundo, sin duda, salido de una mente a menudo
distinta y a veces totalmente contraria y siempre superior a los fines particulares que
los hombres se habían propuesto" (§ 310). El mismo Vico traduce su filosofía de la
historia en "teología civil razonada de la providencia divina" (§ 342). Totalmente
natural, en una visión de la historia que no olvida el libre albedrío humano, "artesano
del mundo de las naciones", en sinergia con la "divina arquitecta" que es la Providencia,
es el hecho de que las naciones civiles hayan comenzado por todas partes con las
religiones, mientras que con el ateísmo no se fundó en el mundo ninguna de ellas" (§
518).
El terremoto de Lisboa (1755) marcó una época, no tanto por las destrucciones
materiales que produjo como por las discusiones que suscitó, poniendo en crisis
concepciones optimistas y un providenclalismo superficial (un eco de ellas es también
el Candide, ou 1 óptimisme, 1759, del mismo Voltaire). También Kant intervino
repetidas veces, poniendo en guardia-contra un discurso devocionista ó moralista
(Sobre las causas de los terremotos con ocasión del siniestro que ha caído sobre las
regiones occidentales de Europa a finales del año pasado e Historia y descripción
natural de los sucesos más singulares que a finales del año 1755 sacudieron a una gran
parte de la tierra). La "suerte progresiva de la humanidad", así como el mito ilustrado
del progreso de una razón abstracta, recibieron con ello un duro golpe.
Para J.G. Herder la vida terrena del hombre es preludio de un estado ulterior de la
humanidad; y de humanidad o de género humano se puede hablar tal como atestigua la
tradición viva del lenguaje. En la relación individuo-género humano se realiza
concretamente el plan de la Providencia (elemento que lo distingue en la ilustración).
Identifica con entusiasmo la "filosofía de la humanidad con la verdadera historia de la
misma" (Cartas provinciales, 1774). Un "sacerdote de Dios" tiene que escribir esa
historia que es "ordenación divina del género humano, economía de Dios sobre la
358
tierra". Se asienta una premisa para la identificación de filosofía de la historia con
filosofía de la religión cuando se afirma: "¡Toda la religión es en el fondo y
esencialmente hecho, historia!". También para Herder la razón y la revelación van
juntas; la Biblia ilumina la historia del género humano, dando sentido general a los
"fragmentos de las historias de las filosofías paganas". "Si el género humano no podía
ser nada sin la creación tampoco podría perdurar sin la ayuda divina m comprender lo
que sabe sin educación divina" (Notas al Nuevo Testamento, 1775). Las Ideas para la
filosofía de la historia de la humanidad (1784-1791) comienzan con la necesidad de
"una filosofía y un ciencia de lo que nos atañe más de cerca, o sea, de la historia de la
humanidad en su conjunto", para encontraren los tiempos el mismo orden que en los
espacios. Se siente uno lleno de gozo "ante la sabiduría y la bondad del Creador" que se
manifiestan en todas sus obras. El hombre está formado para la humanidad y la
religión: "Todos están impregnados de una misma y única humanidad... El estudio de
esta humanidad es la tarea de la auténtica filosofía humana... La religión es la suprema
humanidad del hombre...; es misión del entendimiento estudiar la relación entre causa
y efecto... La primera y última filosofía ha sido siempre religión..." (p. 124): En el
conjunto filosofía-historia-religión hay una aspiración a dar un sentido, y un sentido
religioso, a la historia, donde los hombres son la humanidad.
359
Tras las Consideraciones inactuales (2.a: "Sobre la utilidad y el daño de la historia para
la vida' de Nietzsche, que condenó la discrepancia de una cierta cultura histórica con la
vida, W. Dilthey, con la Crítica de la razón histórica, ha llegado a la conclusión de que la
vida tiene que comprenderse a través de la vida. Contra un historicismo naturalista que
vuelve a proponer un fatalismo cansado y resignado (O. SPENGLER, El ocaso de
occidente, 1918-1922) o un positivismo basado en el vago concepto de providencia
natural (A. TOYNBEE, Un estudio de historia, 1934; Historia comparada de las
civilizaciones), reafirmamos nuestra fe y nuestra certeza: "Crux probat omnia. Stat
crux, dum volvitur orbis".
BIBL. (además de las obras citadas en el texto): BERDIAEv N., El sentido de la historia,
Encuentro Madrid 1979; DANIÉLOU J., El misterio de la historia, Dinor, San Sebastián
19633 DROYSEN J.G., Historik, 1960^; LoWITH K., El sentido de la historia, Madrid
19734, MICCOLI P. (ed.), Filosofia della storia, Roma 1985; MoLTMANN J. y
HURBON L., Utopía y esperanza, Sígueme Salamanca 1980 RICOEUR P., Historia y
verdad, Encuentro, Madrid 1990.
S. Spera
En la época moderna tendrá éxito el escrito de J.B. Bossuet, primer intento sistemático
de una teología de la historia que provocará incluso a Voltaire a escribir, por primera
vez, una filosofía de la historia (! Historia, II). En su Discours sur l'Historie universelle
360
de 1681, el preceptor del Delfín quiere mostrar que "las historias profanas no narran
más que fábulas o, todo lo más, hechos confusos, que en su mayor parte quedan
sepultados en el olvido. La Escritura, por el contrario, nos conduce con unos
acontecimientos precisos y con la misma sucesión de las cosas a su verdadero principio,
a Dios, que lo ha creado'todo" (pp. 135-136, ed. de 1707). Las tres partes de la obra
reproducen la concepción del obispo de Meaux: al principio, una clasificación de la
historia en doce épocas, desde Adán hasta la fundación del nuevo imperio con
Carlomagno; la segunda parte muestra la actuación de Dios con su pueblo; la tercera,
finalmente, describe los cambios que se realizan en la historia, determinados y seguidos
por la Providencia.
Los diversos modelos que se han dado repetidas veces para describir la concepción
bíblica del tiempo (cíclica, rectilínea, parabólica, punto, espiral y péndulo...) no siempre
hacen justicia a una lectura global de la misma; en efecto,. la insistencia en un aspecto
orilla otros elementos que son igualmente verdaderos y decisivos. Por tanto, es
preferible ver la concepción del tiempo y de la historia bíblica a través de las notas
peculiares, que sólo en su conjunto ofrecen una visión menos unilateral del hecho.
Puede pensarse, por tanto, en la historia como aquel espacio que comienza en el obrar
creativo de Dios y que se abre a la acogida de su revelación; en él el hombre está
llamado a realizar opciones definitivas por Yhwh para permitir la realización de su
plenitud natural y su finalidad, la de la unión definitiva con Dios.
361
Por este motivo, la historia se convierte en manifestación y lugar de la autopresentación
de Dios, junto con la decisión del hombre de seguirle. Cuando falla uno de estos dos
elementos, no se está ya ante un acontecimiento histórico; el tiempo se convierte tan
sólo en "días que pasan".
La centralidad del acontecimiento Jesucristo constituye, por tanto, la base sobre la que
se puede construir una teología de la historia.
Dios eterno es Dios que está siempre presente en los acontecimientos de la historia de
su pueblos porque él es precisamente "Yhwh"(Éxo_3:14), es decir, señor del tiempo. Así
pues, Dios manifiesta su libertad cuando, entrando en la historia y sometiéndose a su
dinámica, sigue siendo igualmente libre de poder trascenderla, ya que es éste el
misterio de su vida trinitaria.
Por tanto, el hecho de que, en Jesús de Nazaret, Dios mismo intervenga en la historia
no limita ni la historia humana ni limita a Dios; porque él sigue siendo eterno y la
historia sigue siendo libre de su propia decisión ante Dios.
El l universale concretum puede ser asumido en esta perspectiva como aquel intento de
interpretación que mejor que cualquier otro armoniza los dos extremos del discurso: la
presencia del todo, que sigue siendo tal en la fragmentariedad.
Con la venida de Cristo, el juicio está ya en el mundo; pero cada uno tiene que ponerse
ante él con su capacidad personal de opción ( Mar_16:16; Jua_5:24).
362
La salvación que se realiza en el acontecimiento pascual requiere que cada uno la
reconozca cómo orientada hacia él, y por tanto escogiendo acudir a la sequela Chrlsti y
creando con esta opción el comienzo de una historia personal como decisión libre y
radical de finalización del propio existir.
La historia és 'para, el creyente el lugar en qué puede ver realizado el dori de Sálvaclón
y en el cual, COMO llamado, puede optar por ella. En este horizonte; una teología de la
historra--tendrá que formular expresionés que conciernen a la comprensión tanto dé la
relación entre la i historia de la,salvación y la historia universal como de la relación
entre la historia de la revelación cristiánay la historia de1as otras religiones, de manera
que se ponga en evidencia la peculiaridad de la fe cristiana (l Diálogo interreligioso).
La historia, como el hombre, está en busca de un l sentido que sea capaz de permitir
aquel salto cualitativo hacia la superación de la propia contradicción.
Así pues, la historia ve ya cumplida en ella misma una promesa sin tener que destruir
nada de su naturaleza; lo único que ha de hacer es englobarla y superarla en una
perspectiva mayor.
Una teología de la historia ve, por tanto, un caminar constante de toda la historia hacia
su propio cumplimiento; éste se ha realizado ya en la historia particular de Jesucristo y
se actualiza en la vida de fe de la Iglesia, que perpetúa sacramentalmente ese mismo
acontecimiento.
Tan sólo una profunda conciencia histórico-salvífica podrá permitir a una teología de la
historia expresar lo mejor de sí misma.
Un análisis de la libertad humana revela que el hombre está suspendido entre lo finito y
el infinito. En cada acto humano de elección, el sujeto busca realizarse a sí mismo. Al
elegir objetos finitos en el mundo, está verdaderamente eligiéndose a sí mismo. Al
mismo tiempo, al elegir objetos categóricos, se hace consciente de que ningún objeto
finito puede satisfacer el dinamismo de su trascendencia. La libertad finita es así
necesariamente una referencia a un horizonte infinito, que fundamenta la libertad
humana que el hombre es y hace posible esa libertad. Sin este horizonte infinito, el
hombre se decidiría por algún objeto finito. De ahí que la libertad finita y la infinita
364
sean correlativas. Una posterior reflexión nos alerta sobre el hecho de que no se puede
concebir la relación entre libertad finita y libertad infinita de R. Fisichella manera
estática. La trascendencia humana es dinámica. Toda elección de un bien finito abre la
posibilidad de otras elecciones. Pero ninguna elección puede satisfacer jamás el
dinamismo de la trascendencia humana. La meta de la libertad humana evita cualquier
intento de asirla o poseerla. El carácter dinámico de la trascendencia humana revela
que la libertad humana es temporal o histórica. La libertad es precisamente el ámbito
de la posibilidad. La libertad humana es una apertura al futuro. En nuestro siglo fue
Martín Heidegger quien, inspirándose en la investigación de Dilthey, más
significativamente profundizó en la dimensión histórica de la existencia humana.
Heidegger puso el acento sobre el carácter temporal de la existencia, señalando que el
hombre es el único ser que puede decirse que existe en sentido estricto. Es decir, el
hombre está fuera de sí mismo (ex-sistere). El hombre no posee su ser; más bien su ser
es algo a realizar. Naturalmente, las posibilidades con que el hombre cuenta no son
infinitas. El hombre se encuentra a sí mismo como algo dado; ex-siste en una situación.
Para ilustrar el carácter finito del ser humano, Heidegger recurrió el término Dasein.
En Ser y tiempo Heidegger ofreció un análisis fenomenológico del Dasein y describió la
unidad del Dasein como cuidado (Sorge). Al mismo tiempo mostró que el cuidado tiene
una estructura temporal. El cuidado consta de tres dimensiones: facticidad (pasado),
posibilidad (futuro), caducidad (presente). Por caducidad Heidegger quiere decir que
existe una tendencia en el Dasein a ser arrastrado hacia una preocupación por los seres
del mundo y a olvidar su propia trascendencia y apertura al ser (esta apertura es su
auténtica capacidad de futuro).
La apertura del hombre al futuro plantea de forma inmediata una pregunta: ¿Cuál es el
futuro último al que está abierto el hombre? En la filosofía de Heidegger este futuro
sólo puede ser la muerte, puesto que las posibilidades del Dasein están circunscritas de
modo estricto por la finitud. Pero si el futuro no es ante todo la revelación de lo que
yace en el pasado, sino, la aproximación de lo que todavía no está resuelto (Zukunft),
entonces es posible considerar a Dios como el futuro último que se aproxima al hombre
y se ofrece él mismo como la meta de la libertad humana, una meta que abre la
posibilidad de trascender la muerte en la resurrección. Aquí podemos unir esta
reflexión a nuestro anterior análisis de la apertura básica.de la libertad finita a la
libertad infinita. Al comienzo de la ilustración, Kant había estrado que la libertad
humana sólo puede ser inteligible si existe dentro de un universo libre. La libertad
humana presupone un reino de libertad. De otra manera la libertad humana está
condenada a la frustración y no puede realizarse a sí misma. Este análisis llevó a Kant a
postular a Dios como la libertad absoluta. Siguiendo 'al teólogo alemán contemporáneo
Walter Kasper (The God of Jesus Christ, Londres 1983, 98-99), podríamos
reinterpretar a Kant del modo siguiente. Un análisis de la libertad humana plantea la
cuestión de Dios. Mas, puesto que la libertad es siempre un asunto de autodonación, la
relación de la trascendencia humana con la libertad absoluta no puede ser nunca un
asunto de necesidad. El hombre se halla ante el fundamento de su libertad en pobreza y
expectación. A nivel filosófico, su libertad humana sigue siendo un interrogante. Si su
365
libertad quiere tener sentido, debe esperar una autorrevelación de Dios. Esta
autorrevelación de Dios en libertad es lo que el cristiano experimenta en la revelación
de Dios de sí mismo en Jesucristo.
Una cuestión teológica crítica actualmente es cómo se relacionan entre sí estos dos
aspectos de la revelación. Todos estarían de acuerdo en que la oferta trascendental y
universal de Dios alcanza su cumplimiento en el acontecimiento categórico de
Jesucristo. Sin embargo, a pesar de este acuerdo fundamental, surgen diferencias
significativas en cuanto a cómo debería concebirse la relación entre la revelación
trascendental y la categórica. Aquí podemos mencionar de pasada dos líneas
significativas de interpretación en la teología católica. Karl Rahner pone mayor énfasis
en la revelación trascendental, y contempla la revelación categórica en cuanto que sirve
de expresión en el nivel objetivo ala oferta de Dios de sí misma en el nivel
trascendental. En la interpretación de Rahner la revelación categórica interpreta a la
trascendental. Otra línea de interpretación es la seguida por Kasper. Él sostiene que la
libertad trascendental del hombre sigue siendo básicamente ambigua sin la ayuda de la
revelación categórica de Dios de sí mismo en la historia. Para Kasper, la apertura del
hombre al futuro es apertura a un horizonte infinito, que puede interpretarse en un
sentido panteísta, teísta o ateo. Sólo la revelación de Dios de sí mismo de forma
categórica en la historia resuelve el dilema de la libertad y de la historicidad humanas.
Para Kasper es la historia la que interpreta la trascendentalidad del hombre, no
viceversa.
3. LA HISTORICIDAD DE DIOS. Las reflexiones que hemos. seguido hasta este punto
indican la asombrosa tesis de que Dios se revela a sí mismo en la historia, y por tanto
366
que Dios se hace temporal por nuestra causa. Como indiqué antes, la revelación
demanda predicados históricos. Pero partiendo de esta afirmación, podemos incluso ir
más lejos y hablar no sólo de la historicidad de la revelación, sino de la historicidad de
Dios mismo. Aquí los teólogos contemporáneos se esfuerzan por evitar dos extremos,
que falsificarían ambos la experiencia cristiana de Dios en Jesús. Un extremo sería un
deísmo o forma débil de teísmo, según el cual Dios no puede de ninguna manera ser
influenciado por el mundo. Para este teísmo, el mundo no afecta en lo más mínimo a
Dios. Este teísmo conduce fácilmente al ateísmo, ya que un Dios al que yo no le importo
nada es seguramente un dios muerto y no el Dios vivo de la Biblia. El otro extremo es
un Dios en devenir, como el propuesto por la filosofía hegeliana o teología del proceso,
que está necesitado del mundo para realizarse a sí mismo. Más allá de estos dos
extremos, sobre la base de la identificación de Dios de sí mismo con el tiempo en la
encarnación de su Hijo, la fe cristiana intenta reflexionar sobre la historicidad de Dios.
En resumen, puesto que Dios se ha hecho temporal, tiene la capacidad de hacerse
temporal. Esta capacidad podemos definirla como la historicidad de Dios
(Geschichtlichkeit). Numerosos teólogos contemporáneos como ! Rahner y 1 Balthasar,
Jüngel y Moltmann, ponen el acento en este punto. El ser de Dios no es estático. Más
bien el ser de Dios debe incluir algo análogo al devenir. En última instancia, este
devenir, que no es el devenir de una criatura finita, sólo puede entenderse en términos
trinitarios. Jüngel habla del ser de Dios como una triple venida. Dios viene de sí mismo
(Padre), Dios va a sí mismo (Hijo), Dios viene como Dios (Espíritu Santo). Hay un
movimiento en Dios, del Padre al Hijo en el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es la
garantía de la unidad del amor trinitario y de su infinita plenitud. El amor del Padre al
Hijo y la respuesta del Hijo al Padre es tan rica, que contiene la cualidad de ser siempre
más grande, siempre nueva, siempre joven. Balthasar habla en términos similares,
utilizando la categoría de "acontecimiento" para explicar el carácter dinámico del ser
eterno de Dios. Para Balthasar, el ser de Dios es el acontecimiento de la autodonación
del Padre y la respuesta obediente del Hijo, que contiene una fertilidad desbordante
que es el Espíritu Santo. Para todos estos autores el acontecimiento es que Dios es tan
dinámico, fértil y altruista que se abre al mundo. El ser de Dios es un ser de
movimiento extático. El Espíritu Santo completa el círculo de amor y es a la vez la
infinita fertilidad de amor al mundo, y así puede describirse como el éxtasis de Dios. El
amor de Dios no está retenido para sí mismo, sino que es don libre para el mundo. En
estos términos trinitarios, la historicidad de Dios es el fundamento de su historia con el
mundo, que alcanza su clímax en el acontecimiento Cristo.
BIBL.: Jüncet. J., God's Being is in Becoming, en The Doctrine of ehe Trinity, Scottish
Academic Press, Edimburgo y Londres 1976, 61-108; lo, Jesucristo crucificado como
"Vestigium Trinitatis".~ Dios como misterio del mundo, Salamanca 1984, 438-468;
LOUTH A., The Legacy of the F.nlightenment, en Discerning the Mystery, An Essay on
the Nature of Theology, Clarendon Press, Oxford 1983, 17-44; RAHNER K., The
Historicity of 7ñeology, en Theological Investigations IX, Darton, Longman and Todd,
Londres 1972, 64-82.
J, O Donnell
I. UNA MIRADA HISTÓRICA. Sin duda los primeros cristianos enfatizaron la novedad
y particularidad de Cristo. Cuando Celso protestó contra la perspectiva de que un
simple carpintero galileo pudiera hacer superfluos todos los grandes logros culturales
del paganismo, Orígenes no dudó en repetir con Pedro que sólo en el nombre de Cristo
se ofrecía salvación a los hombres (Heb_4:12). La frase de Cipriano "fuera de la Iglesia
no hay salvación" refleja fielmente la tradición cristiana, porque sólo la Iglesia tenía el
carisma de enseñar correctamente el mensaje de Cristo. Pero esta doctrina no se
interpretaba demasiado estrictamente. Se consideraba que los patriarcas y profetas del
AT eran hombres de fe (Heb 11) que habían aceptado la revelación acerca de Cristo,
cuya venida profetizaron. El apologista de la primera época Justino tomó prestada de la
filosofía griega la noción del logói spermatikói, semillas racionales (lógicas) difundidas
por el universo, que reflejaba el Logos, su creador, y que permiten, incluso a los
paganos, percibir y seguir la enseñanza del Logos. La tradición alejandrina, en la que
sobresalió Orígenes, era igualmente generosa a la hora de encontrar huellas de
revelación y fe fuera de la tradición judía.
La profunda influencia platónica entre los padres les llevó a concebir la revelación
principalmente en términos de verdades reveladas en el tiempo por Cristo, pero
eternamente válidas. Agustín reconocía a Cristo como el maestro interior que instruye
al alma desde dentro; la necesidad de la Iglesia la atribuía él a la ofuscación causada
por el pecado original y la concupiscencia, que exigen una autoridad externa para
garantizar la verdad enseñada exteriormente por Cristo en la historia. La historia se
convierte ante todo en la lucha entre la ciudad de Dios, aquellos que, desde Adán en
adelante, amaban la verdad de Dios, y la ciudad del hombre, aquellos que se preferían a
sí mismos y al mal a Dios. Ni siquiera el descubrimiento del infinito positivo y de la
teología negativa de Dios desplazaron entre los padres el énfasis platónico sobre la
iluminación interior y las verdades eternas. La revolución aristotélica en Occidente
colocó de nuevo las formas platónicas en la materia como los principios dinámicos,
369
esenciales del cambio; pero la noción de ciencia de Aristóteles a partir del universal
llevó a los escolásticos a concebir la teología principalmente como la explicación de
verdades esenciales transmitidas por la Escritura y la tradición ininterrumpida de la
Iglesia.
La primera gran ruptura con este modo de entenderla verdad histórica vino a través del
amor renacentista a la antigüedad. No sólo debían ser editados los textos clásicos de
forma crítica y los antiguos historiadores comparados, sino que también las diferencias
entre el presente cristiano y el pasado pagano despertaron un sentido de épocas
históricas que no necesitaban entenderse meramente en términos de falsedad vencida
por la verdad cristiana. La reforma contribuyó también a la conciencia histórica en la
medida en que Lutero y Calvino apelaban a la pureza de vida y doctrina de la Iglesia
primitiva al rechazar la decadencia de los siglos transcurridos. Así la continuidad
eclesial con Cristo, presupuesta por los pensadores medievales, era radicalmente
cuestionada y tenía que ser demostrada frente a la crítica. La época barroca contempló
la formación de la apologética histórica siguiendo las pautas establecidas por
Belarmino y Baronio, pero la expansión de sus horizontes geográficos condujo a una
reinterpretación de la particularidad cristiana. Mientras santo Tomás presuponía que
todo el mundo habitado había oído hablar de Cristo y que Dios enviaría un ángel a
anunciar el mensaje cristiano a todo hombre sencillo que por vivir en la soledad de la
selva nunca lo hubiera oído, la época de los descubrimientos reveló la existencia de
millones de personas en ambas Indias que habían permanecido en la ignorancia de
Cristo. Convencidos de que no había salvación fuera de la Iglesia, misioneros
entusiastas como san Francisco Javier cruzaron océanos, junglas y desiertos, con gran
riesgo y molestias personales, para ofrecer la salvación de Cristo a todos los hombres.
El pensamiento de tantos paganos muriendo en pecado y el reconocimiento por parte
de los misioneros de que muchos paganos vivían una vida de gran virtud natural
condujo a una reconsideración del antiguo dogma "fuera de la Iglesia no hay salvación",
declarado solemnemente por el concilio de Florencia (DS 1351). Belarmino difundió la
noción del bautismo de deseo a fin de incluir a muchos paganos que hacían todo lo que
estaba en su poder para seguir la voluntad de Dios hasta donde les era conocida a
través de la naturaleza, y que habrían aceptado sin duda la fe cristiana una vez que se
les hubiera predicado. A pesar de la rigidez jansenista en cuanto a limitar el número de
los salvados, los teólogos jesuitas y otros rehusaban negar a cualquiera la misericordia
de Dios. En su argumentación se apoyaban en la insistencia católica sobre la bondad
básica de la naturaleza y su fiabilidad en proporcionar conocimiento de Dios, frente a
las doctrinas protestantes de la corrupción total de la naturaleza y la necesidad de la fe
en la sola palabra de Dios.
Lo discutible de las guerras religiosas europeas, los relatos de misioneros sobre culturas
no cristianas de elevada moral, especialmente en Oriente, y el éxito sorprendente de la
ciencia de Galileo contribuyeron poderosamente al advenimiento de la ilustración y a
su radical crítica de la tradición como fuente de verdad. Puesto que el Píos de las
batallas aparentemente no favorecía a ninguna tradición religiosa. sobre otra al
interpretar la Escritura, había que buscar otra fuente de verdad para resolver los
conflictos: la razón humana, común a todos los combatientes. En las civilizaciones
paganas la misma razón humana había desarrollado grandes doctrinas morales que
tenían mucho en común con la supuesta excelencia de la enseñanza cristiana. ¿No era
entonces la razón humana capaz de fundamentar una teología y moralidad "naturales"
aplicables a todos los tiempos y lugares exactamente igual que las leyes de la ciencia
eran universalmente válidas? El clero y la tradición fueron condenados por introducir
en la religión superfluidades injustificadas que no podían tenerse en pie ante el tribunal
de la razón. No sólo fueron justificadas hábilmente o ridiculizadas las divergencias de
doctrina entre las diversas confesiones cristianas, sino que también la tradición misma
fue duramente atacada al ponerse de manifiesto contradicciones y absurdos. En la
batalla de los libros iban a prevalecer la observación ilustrada, el descubrimiento
370
científico y el genio corriente frente a la memoria, la repetición y los modelos
tradicionales de excelencia. Las verdades eternamente válidas basadas en la naturaleza
humana eliminaron la necesidad estricta de buscar en el pasado fragmentos de
sabiduría. G.E. Lessing expuso la crítica ilustrada más contundente del cristianismo al
mantener que "las verdades históricas contingentes nunca pueden llegar a convertirse
en la prueba de las verdades de razón necesarias" (Über den Beweis des Geistes und der
Kraft, en Lessings Werke V, ed. F. Bornmüller, Bibliographisches Institut, 19, Leipzig,
494).
Fueron muchas las reacciones entre los protestantes contra la interpretación existencial
radical de Bultmann del mensaje de los evangelios. C.E. Dodd declaró encontrar en
371
Jesús y en los grandes autores del NT una escatología realizada, por la cual el reino de
Dios está ya presente por medio de la predicación de Jesús; pero la historia en curso
obligó a la Iglesia a abandonar esta perspectiva en favor de un reino de Dios que
trascendía la historia aunque garantizando el orden moral del universo. Así los
acontecimientos particulares tendían a perder su significado salvífico. / K. Barth
rechazó todos los intentos de reconstruir el Jesús histórico y la formación del NT como
pecaminosos intentos humanos de dominar la omnipotente palabra de Dios. En su
lugar los hombres eran llamados a aceptar la palabra de Dios en su totalidad como la
que les juzga, y a creer en Jesucristo, Dios y hombre, como el contenido de la Escritura.
A1 tomar el contenido literal de la Escritura en serio, Barth redujo básicamente toda
historia inteligible al único acontecimiento de Jesucristo, como es conocido en la
Escritura. O. Cullmann desarrolló la noción de historia de salvación en la medida en
que Jesucristo era entendido como la culminación de la preparación del AT y el criterio
para la historia subsiguiente; el tiempo entre Cristo y el fin se entendía como la
diferencia entre el día D, la victoria decisiva, y el día V-E, la manifestación final de esa
victoria. E. Jüngel desarrolló una crítica radical de la filosofía humana cuya verdadera
falta de éxito al intentar absolutizarse a sí misma señalaba a los hombres la historia
donde Dios habló y se dio a sí mismo a los hombres en el acontecimiento de Jesucristo.
Ese Dios unido él mismo al hombre Jesús dio sentido a la historia, permitiendo que lo
no divino entrara en la más íntima unión con Dios. En el fondo, la historia era
entendida como participación, a través de la vida, muerte y resurrección de Jesús, en la
vida trinitaria del amor de Dios. Pues Dios no sólo estableció la distinción entre vida y
muerte, ser y no ser, sino que también tomó parte en esa lucha en favor de la vida. En
Dios el pasado sigue estando siempre presente pero nosotros somos remitidos a él por
la narración de la historia de Cristo. El cristocentrismo de todas estas perspectivas, sin
embargo, priva a toda la historia subsiguiente, incluso a la historia de la Iglesia, de su
significado. Si según Barth os hombres deben pasar por alto en la fe todo tiempo
transcurrido para unirse a Cristo, o, según Jüngel, Dios se ha metido él mismo en la
historia con Jesús, la historia no tiene ningún sentido al margen de Cristo. Sin un
significado propio, la historia universal no puede distinguirse de modo inteligible de la
historia de salvación. Fuera de Cristo todo es oscuridad.
372
de los dos requiere una metafísica que la doctrina de la corrupción de la naturaleza
humana parece negar al pensamiento protestante.
Con este trasfondo Rahner trazó una distinción entre historia secular e historia
salvífica. La última tiene lugar dentro de la primera, aunque le da a la primera su
significado, de la misma manera que lo sobrenatural presupone lo natural a la vez que
lo conduce a su realización. Pues la historia secular no puede pronunciar veredicto
sobre su propio significado último y puede ser identificada solamente como una
historia sin salvación. Cualquier definición más precisa es imposible desde el momento
en que las libertades de los hombres que responden a la gracia no pueden ser
plenamente objetivadas. Ciertamente, ya que la gracia es ofrecida a todos los hombres,
la distinción entre historia secular y salvífica es formal, no material. A diferencia de esta
historia salvífica universal, materialmente idéntica a la historia secular, se reconoce una
historia salvífica particular en la que la autocomunicación de Dios en gracia llegó a su
necesaria expresión temática bajo la especial guía divina en una tradición
suficientemente continua y "oficial" que conduce a Jesucristo, que en lo sucesivo aporta
el criterio definitivo respecto al cual son medidas todas las revelaciones anteriores.
Actualmente el problema hermenéutico no es más que otra variante del básico dilema
epistemológico-metafísico: ¿cómo podría lo finito conocer el infinito, cómo puede lo
finito existir "al lado del" infinito? Si hay una oposición fundamental entre finito e
infinito, no sólo es imposible la encarnación, sino que tampoco Dios puede ser conocido
en y a través de cualquier signo finito, sea ello el mundo o la Escritura. Realmente, la
dificultad se hace más profunda, porque Dios no es el único infinito que el hombre
encuentra. Lo que los antiguos ylos escolásticos llamaban "materia prima", el principio
de individualidad, representa también un infinito. Pues ninguna abstracción o serie de
abstracciones pueden agotar la individualidad de cualquier ser. Si el individuo, no
obstante, constituye realidad, las abstracciones conceptuales no alcanzan la realidad, y
su validez es radicalmente puesta en cuestión. Sin un sistema coordinado y estable de
conceptos, los "hechos" individuales de la historia pierden su sentido; desde el
momento en que un hecho nunca puede ser percibido al margen de una interpretación
y ninguna interpretación puede reclamar objetividad por sí misma, un mundo de
puntos de vista parciales amenaza disolverse en la incomunicabilidad, ininteligibilidad
y el caos moral, en suma, en un total relativismo subjetivo de pensamiento y acción.
Ciertamente, si el progresivo, o divisible, infinito de la materia ha de ser totalmente
inteligible, sólo la pura infinitud de Dios puede abarcarlo. Pero ¿cómo conoce lo finito
lo infinito o el infinito?
Pero ¿no es imposible para el hombre finito percibir algo absoluto? La respuesta es
clara: puesto que la razón humana no puede absolutizarse a sí misma, su crítica del
amor como no racional no puede destruir el amor. En realidad, las estructuras del amor
y de la razón son idénticas, implicando la conjunción de finito e infinito. La razón,
abandonada a sí misma, entra ella misma en contradicciones; pero si se la contempla
en cuanto que refleja la estructura del amor y el amor es realidad, entonces la razón se
justifica. Aquel que ama, permaneciendo fiel o leal a las exigencias del amor puede
reconocer la correspondencia de razón y realidad, que es la verdad. Se alcanza así una
conciencia natural de Dios, es decir, aparte de la revelación histórica en Cristo. La
omnipotencia de Dios, que ordena al hombre someter su vida y todas las atracciones
del mundo, es considerada como la condición de la libertad humana. Porque si el
hombre no puede alcanzar un absoluto, toda razón relativa ofrecida para sus elecciones
podría ser puesta en cuestión, quedando sus elecciones privadas de un fundamento
racional, con lo cual se volverían arbitrarias, no libres. Además, si Dios llama a una
persona al sacrificio total y libre de sí misma, uno debe confiar en que el Dios que
precisamente ha llevado a cabo la suprema autoconciencia en esa persona no destruirá
lo que él creó. El permanece fiel al amor creativo que es y que concede inmortalidad.
377
El amor divino de Cristo manifestado claramente en la pascua produce un amor que
suscita una respuesta en los corazones humanos, o si no provoca su endurecimiento.
Aquellos que responden con amor a Cristo se hacen uno con él en un amor personal,
constituyendo así el cuerpo de Cristo. Esta Iglesia, esposa de Cristo, sigue a través del
tiempo, preservando en la palabra y el sacramento la vida de amor que la anima,
ofreciendo a los hombres el punto crucial y concreto para la conversión y el crecimiento
en el amor. A fin de que la revelación final de Dios, su entrada personal en el tiempo, no
se vea frustrada en su propósito salvador, a la Iglesia se le ha garantizado una
existencia continua hasta el juicio final. Puede demostrarse que todos sus dogmas
reflejan la misma estructura sacramental realizada en la encarnación, predicada por
Cristo y los apóstoles, defendida por Agustín, y que llega a su expresión más adecuada
en Calcedonia tal como la interpretó san Máximo el Confesor. Así como la infinita
realidad y omnipotencia de Dios dan lugar a la creación y a la libertad humana, así el
reino de Dios históricamente presente ya en la demanda de Jesús de una conversión
total, da cabida a una venida final del reino; de modo similar el Hijo del hombre está a
la vez presente y por venir en el juicio. El "ya" de Pablo debe contrapesarse con el
"todavía no", su indicativo con el imperativo que se sigue de él, la plenitud del tiempo
en Cristo con la superabundancia de la gracia que rebosa hasta el presente y el futuro.
Ora se ponga el énfasis sobre el "todavía no", como Lucas y Mateo, ora en el "ya", como
en la escatología realizada de Juan, la tensión entre la plenitud presente y la realización
futura en la estructura sacramental de la omnipotencia divina y libertad humana se
mantiene constantemente a lo largo del NT. Cristo ha llevado a cabo la salvación
humana de una vez para siempre, pero los hombres deben aún responder, y el final del
tiempo revelará el juicio de Dios sobre la libertad humana. Por eso Cristo es la norma
de la realidad-, pero el tiempo intermedio no es superfluo; es el campo de batalla de su
gracia para los hombres, donde su victoria se obtiene de modo cada vez más pleno.
J.M. McDermott
379
HUMANISMO
I. HUMANISMO HISTÓRICO
II. HUMANISMO CRISTIANO
III. HUMANISMO ATEO
I. Histórico
Encuadramiento en un período y definición son dos aspectos fundamentales para
enmarcar en el tiempo y en el espacio cualquier fenómeno histórico y cultural, pero que
resultan especialmente problemáticos en nuestro caso por la dificultad de asignar unos
términos fijos y unos significados unívocos a un fenómeno complejo, indefinible en
varios aspectos y que aparece en diversa medida a lo largo de la historia de la cultura y
del hombre. La cultura se refiere, como es obvio, al hombre; y "cultura humanista"
desea subrayar un tipo de referencia especial, con la exaltación de los valores terrenos y
humanos de la autonomía, de la libertad, de la "dignitas hominis", de la "virtus", que
están siempre, de una forma o de otra, presentes en la vida, en la búsqueda, en la
reflexión del hombre. Podríamos indicar, para orientarnos, una presencia de esta
realidad en todos los campos, una recuperación de los valores antiguos clásicos más
allá del movimiento histórico-filológico en una acepción antropológico-filosófica y con
una sensibilidad y un lenguaje póetico más allá de la terminología metafísico-filosófica.
380
1. LOS VALORES "HUMANOS" Y EL HOMBRE "NATURAL". La dignitas (Oratio de
hominis dignitate de Pico de la Mirandola,1463-1494) se conjuga con el placer (L.
VALLA, De voluptate, 1431: "Voluptas est bonum undecumque quaesitum, in animi et
corporis oblectatione positum"), y la gloria y la libertad (desde el De ibero arbitrio del
mismo Valla hasta la obra del mismo título de Erasmo, de 1524, en polémica con el De
servo arbitrio de Lutero) con el hado y la fortuna (C. SALUTATI, De fato et fortuna,
1396, antes de explotar en el libre examen y en la Reforma religiosa); la "virtus" no
depende entonces necesariamente de una finalidad moral o de un premio ultraterreno.
Como se ve, una herencia clásica que, a través de la ineludible mediación del
cristianismo, se filtró en las disputas de la escolástica y fue reasumida sucesivamente.
Los "studia humanitatis" no rechazaron la teología, sino su carácter totalizante; y la
filosofía adquirió una mayor conciencia filológica, antes de que la ciencia y la técnica (F.
Bacon, Leonardo da Vinci, Galileo...) "pretendiesen" dar su aportación específica e
insustituible al establecimiento del regnum hominis.
No es que se deje a un lado la conquista medieval del "hombre interior", sino que recibe
su sitio el "hombre natural", mientras que el conflicto carne-espíritu, cuerpo-alma (si
no se exaspera en el humanismo "nórdico", al que hemos aludido, ni en la reforma)
queda resuelto en la valorización de todos los valores. No se rechaza la creaturalidad,
pero el mundo visible se convierte en el lugar donde comienza la bienaventuranza: la
"conciencia infeliz" de la Fenomenología del Espíritu es un ejemplo tan poco ilustrativo
de la concepción dialéctica medieval como lo es la explicación que se hace de la
afirmación de los valores aristocráticos en la "trasvaloración de los valores cristianos"
de El Anticristo. El "renacimiento" de los valores antiguos va acompañado del
"renacimiento" del hombre, pero la conciencia de que "somos enanos llevados sobre las
espaldas de gigantes" no ha abandonado nunca mas que a los que han transformado la
razón en instrumento de ideologías. La continuidad con el mundo clásico se hace por la
mediación del renacimiento cristiano: no sólo Joaquín de Fiore y san Francisco de Asís,
sino también Dante y Petrarca. El De vulgar¡ eloquentia y el Convivio hacen de la
experiencia de la palabra poética la revelación de la realidad, una especie de
itinerarium in Deum. El poeta, insiste Albertino Mussato (1261-1329), tiene la sagrada
misión de revelar los seres; la poesía es divina ars, altera philosophia, theologia mundi
(¿la teología política y la teología de la liberación serán una nueva forma de
381
humanismo?); los poetas han sido los primeros que nos han hablado de Dios. También
para Boccaccio (1313-1375) los significados profundos de la mitología no son un
atentado contra el cristianismo (Genealogía deorum); más aún, los poetas son "pü
homines" (Pita di Dante). Entre las sospechas de Jerónimo ("Ciceronianus es, non
christianus'~ y el orgullo legítimo de Erasmo ("Yo he hecho que el humanismo, que
entre los italianos y sobre todo entre los romanos tenía un sabor de puro paganismo, se
pusiera noblemente a celebrar a Cristo": Carta a Maldonado), Petrarca, a pesar del
sentimiento agudo de la insuficiencia de la cultura, De su¡ ipsius et multorum
ignorantia liber, 1367 (pero, más claramente, en Cusano la ignorancia [De docta
ignorantia, 1440] se comprende en relación con el estado definitivo del hombre [De
visione Dei]) se tranquiliza con la afirmación: "Christus est Deus noster, Cícero autem
princeps nostri eloquü".
Se da una continuidad entre el Zóon logikón estoico (de origen aristotélico), el animal
rationale escolástico y, a través del meditabundo "roseau pensant" de Pascal, la
Vernunft kantiana. A una visión medieval unitaria del mundo, que en la época moderna
llevó al cogito ergo sum de Descartes, al esse est percipi de Berkeley, a la idea y al
espíritu absoluto de Hegel, el humanismo añadió la gracia y la armonía, antes de que la
magia (Bruno) y también la ciencia y la técnica rompieran los equilibrios. El Prinaip
Hoffnung (3 vols., 19541959) de Bloch, con su trasfondo escatológico (cripto)religioso
en la dialéctica del progreso; el L éxistentialisme est un humanisme (1946) de Sartre y
el Brief über den Humanismus (1949) de Heidegger son solamente ejemplos de este
humanismo perenne, aunque esta perennidad no puede ser más que problemática, con
el cambio no sólo de las estaciones, sino también del lenguaje. Sartre había escrito:
"Estoy condenado a ser libre; esto significa que no puede mi libertad tener otros límites
que la libertad misma o, si se prefiere, que no somos libres para dejar de ser libres" (L
étre et le néam, 1943, 515). El punto de partida de Heidegger, muy distinto, nos parece
más coherente, y traduce muy bien la perennidad fundamental del humanismo: "No
puede hacerse ninguna pregunta metafísica si no se pone en cuestión aquel que
pregunta, es decir, si él mismo no se hace pregunta" (Was ist die Metaphysik).
La reforma no sólo acentuó y exasperó los aspectos problemáticos del humanismo (el
individualismo, la crítica de la filosofía y de la teología escolástica), sino que planteó de
otra forma ciertas cuestiones, como la teología natural, la libertad del hombre, la
relación individuo-comunidad, de forma que es demasiado poco hablar de crisis del
humanismo. El que Roma representase mejor la continuidad con el pasado,
preservando a Italia de la reforma, puede tener otros signos y otros significados. Nos
importa más bien subrayar aquí el tema de la locura, recogido en clave satírica
382
antiluterana (Th. MURNER, Von dem grossen Lutherischen Narren wie in doctor M.
beschworen hat, 1523).
383
Se necesitaba un titán como Miguel Ángel para vivir profundamente el ansia de la
reforma, para no someterse a las pretensiones de la contrarreforma e interpretar con
sensibilidad moderna y perfección formal la condición humana.
S. Spera
A lo largo de la tradición cristiana otros eruditos, desde san l Agustín a Karl Rahner,
han sido reconocidos como humanistas cristianos. Pero el título pertenece en un
sentido muy preciso y específico a los humanistas cristianos del renacimiento, que
asumieron el Zeitgeist de su época e intentaron articular sus convicciones acerca de la
vida humana y cristiana en su intersección con las preocupaciones de la época. En su
esencia, el humanismo del renacimiento no era ni religioso ni irreligioso, aunque la
mayoría de los humanistas cristianos, si no todos, eran creyentes, y muchos dedicados a
la renovación del cristianismo. Este artículo intenta investigar su específica
384
contribución a la religión y teología de su tiempo. Esa contribución ha de buscarse en
su forma de escribir retórica, en su tratamiento erudito y crítico de los textos religiosos,
en su nueva visión de la historia y en su capacidad de relacionar sus preocupaciones
antropológicas y existenciales con las cuestiones religiosas de la época. Además, el
historiador demuestra que la manera en que los eruditos aplicaron su preparación
humanista a las fuentes cristianas y a los asuntos teológicos fue un importante factor en
los grandes cambios del cristianismo a comienzos de la época moderna. Los intentos de
estos pensadores, que eran a menudo laicos con una profesión secular, de leer los
signos de su propio tiempo es de particular interés para los cristianos de la iglesia del
posconcilio Vaticano II.
Como profesión, los humanistas estaban en continuidad directa con los dictatores
medievales, que enseñaban y practicaban el arte de redactar documentos, cartas y
discursos públicos. Pero los humanistas creían también que para hablar y escribir bien
era necesario estudiar e imitar a los antiguos autores clásicos. Con este fin iniciaron un
programa para restablecer las lenguas y literatura clásicas griega y latina mediante la
recuperación, edición y el estudio cuidadoso de la más amplia gama de material que
fuera posible. Al mismo tiempo desarrollaron las técnicas de la crítica textual e
histórica. Fructíferos contactos con eruditos bizantinos posibilitaron el descubrimiento
de muchos autores clásicos griegos, en su mayor parte desconocidos en el Occidente
medieval. Introdujeron el griego en las universidades y escuelas, y recuperaron casi
todo el corpus existente de la literatura griega, incluyendo la teología patrística griega.
También tradujeron o volvieron a traducir la mayor parte de esa literatura al latín, de
modo que pudiera llegar a un número de lectores más amplio. Así los humanistas
fueron responsables de un movimiento muy característico e influyente, que no sólo
condujo a un renacimiento de las humanidades, sino que con el tiempo significó que
casi todos los estudiantes recibieran una preparación humanística fundamental en la
escuela, que iba a ser el fundamento de futuros estudios en todas las disciplinas. El
"nuevo saber" fue un componente influyente de la educación en los movimientos tanto
en la reforma protestante como en la reforma católica. Tanto la ratio studiorum de los
jesuitas como el currículo de la escuela pública inglesa se debieron a ello.
Lo que se ha llamado con poca exactitud filosofía renacentista del hombre corresponde
más exactamente a una primitiva forma de antropología religiosa. Como humanistas
cristianos configuraron sus ideas distintivas sobre la naturaleza y la difícil situación
humana y estuvieron influidos por varias corrientes de pensamiento, de las cuales dos
eran centrales: los conceptos clásicos de humanitas (griego paideia) y virtus, y la
tradición medieval de la discusión sobre la conditio hominis. La humanitas era aquel
carácter civilizador y "cultural" adquirido al crecer dentro de una sociedad
determinada. Los griegos y romanos lo consideraban como una participación en la vera
humanitas universal más que como algo específicamente propio; sin embargo, sus más
elevadas mores les capacitaban para adquirir la humanitas, mientras que aquellos que
pertenecían a los bárbaros o al vulgus no lo conseguían. La humanitas también llegó a
significar aquella vinculación o simpatía que surge del reconocimiento de la similitud y
universalidad de toda experiencia humana: "Homo sum, nihil humani alienum mihi
puto" (Terencio). Estaba encarnada en el vir humanus, que buscaba comunicarse con
otros, consolar, alentar, animar y hacer amistades. El habla, después de todo, es la
común posesión de la humanidad. El tiempo; el lugar y .las circunstancias determinan
la propiedad de su expresión. Charles Trinhaus ha demostrado que el ideal humanista o
vir humanus, el sabio, se cruzaba con el del santo cristiano para proporcionar un nuevo
ideal de piedad laica y de santidad cívica. Para Erasmo (j' 1536) tenía que proporcionar
el modelo cristológico de Palabra hecha discurso por nosotros". La sabiduría divina de
Dios había tomado la forma de elocuencia humana, que se "acomodaba" ella misma a la
condición humana.
Una nueva clave para entender el modo humanista de la naturaleza humana era el
concepto clásico de virtus, que fue recuperado en su sentido original de "energía
suprema". Los antiguos creían que la difícil situación humana era esencialmente una
lucha entre la voluntad del hombre y el capricho de la fortuna. Los romanos adoraban a
la diosa Fortuna, que hacía girar la rueda del destino del hombre de acuerdo con su
caprichoso deseo. Mientras los griegos se sometían a la moira (sino), los romanos
admiraban a la persona que afrontaba y triunfaba frente al destino. La fortuna puede
ser sometida y domada por la virtus. Los seres humanos pueden configurar sus propios
destinos. La gran fuente de esta filosofía de acción independiente fueron las Vitae
parallelae de Plutarco, 48 vidas de grandes hombres de los tiempos clásicos. Traducidas
del griego al latín por varios humanistas, estas narraciones gozaron de gran
popularidad, y se imprimieron en torno al año 1470. Las Vitae, así como De viris
illustribus (1337) de Petrarca, respondían exactamente a los intereses de lectura de la
nueva clase social, la burguesía, cuyos conocimientos de biografía e historia se
ampliaban con ello considerablemente. La historia se consideraba como un recurso del
que se podían obtener muchos exempla (precedentes). Compartían la opinión de
Séneca: "Largo es el camino si se siguen las exhortaciones, pero corto y eficaz si se
siguen los modelos".
Esta perspectiva afirmativa y optimista del poder de los seres humanos para configurar
su propio destino sólo gradualmente fue incorporada a la visión cristiana medieval
tardía de la providencia, omnipotencia y gracia de Dios. El símbolo del homo
triumphans en el renacimiento tardío fue expresado primero como un "remedio y
estrategia espiritual alternativa a la.enfermedad moral de una conciencia dominada y
agobiada por la culpa" (Trinkaus, 1982, 455). Una larga tradición de discusiones y
escritos sobre la conditio hominis, vista bajo los aspectos complementarios de la
dignidad y de la miseria humanas, formaba parte de la herencia del renacimiento. Los
386
seres humanos están sujetos tanto al optimismo exagerado como al pesimismo, según
que experimenten los aspectos favorables o adversos de la vida. Necesitan ser
consolados frente a la desesperación o la arrogancia. Sin embargo es más evidente que
a mediados del siglo xiv, la época de la peste negra, fue la imagen de la miseria humana
y del desamparo lo que prevaleció. F. Petrarca (c. 1304-1374) se dio cuenta de que la
desesperación por las propias desgracias generaba a menudo un sentimiento de culpa
religiosa. En su obra De remedüs utriusque fortunae aconsejaba cultivar una suerte de
doble conciencia: en época de éxito, ser consciente del sufrimiento humano; en época
de desesperación, ser consciente de la dignidad de la persona humana. De modo más
significativo mostró cómo los seres humanos, con la ayuda de la gracia, podían asumir
la responsabilidad de su propia subjetividad, ofreciendo un sentido de dignidad
personal que era compatible con la piedad y con una teodicea para la fe religiosa en
medio de los horrores de la época.
El hombre del renacimiento iba a "poner a prueba sus propios poderes" de manera
plena, y lo hizo así como cristiano, reavivando la primitiva exégesis patrística sobre el
texto del Génesis: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza" (Gén_1:26). El
mismo Agustín había descubierto una correspondencia entre la Trinidad y la triple
función del alma humana. Padre, Hijo y Espíritu estaban representados por la
memoria, entendimiento y voluntad del hombre. La mayor familiaridad con la teología
patrística llevó a los. humanistas a entender que la creatividad divina podía ser un
modelo para la creatividad humana. Los seres humanos podían configurar su propio
destino y crear su propia cultura y civilización. Tenían la capacidad de afrontar y
resolver muchos de los problemas que abordaban aplicando la razón y la inventiva-
humanas. "El hombre ciertamente no había nacido para consumirse en la indolencia,
sino para ponerse en pie y hacer cosas", escribía Alberti en su obra De iciarchia. Esto no
era presunción u orgullo, sino parte de la intención creadora de Dios para la
humanidad.
El tema del hombre creado a imagen y semejanza de Dios iba a cambiar radicalmente
las ideas tanto de la divinidad como de la humanidad en el pensamiento religioso
renacentista. El hombre era no sólo el guardián de la creación original de Dios, sino que
por medio de su ingenio e inventiva era el creador de la "segunda naturaleza" de la
existencia civilizada.
Pero el estoicismo no tenía ningún remedio que ofrecer a la miseria de la gran mayoría
de la humanidad. Agustín, por otra parte, hablaba directamente a todo hombre, en
cuanto comprometido en una vida política en un ámbito urbano (La ciudad de Dios) y
en cuanto implicado en las luchas interiores de su compleja personalidad (Las
confesiones). Agustín actuaba dentro de la moderna dinámica de la experiencia
humana. Para él conocer el bien no era suficiente; el verdadero problema era cómo
hacer el bien, porque el centro de la vida humana se encontraba en el corazón, no en el
intelecto. Sólo el corazón podía ser tocado por la gracia. Agustín acentuaba la
disyuntiva entre naturaleza y gracia, lo singular de la revelación cristiana de Dios en
Jesucristo. Incluso de un modo más significativo, vio desarrollados los planes de Dios
en las pautas confusas, impredecibles y desordenadas de la historia humana y de la
conducta del hombre. En contraste con la autosuficiencia estoica, Agustín suspiraba
por la gracia de Dios. Su énfasis sobre la subjetividad humana ante Dios y la primacía
de la voluntad sobre el intelecto influyó profundamente en el pensamiento humanista.
Pero algo de su complejidad, ambigüedad e inconsistencia es a veces consecuencia de
intentar armonizar elementos de las tradiciones estoica y agustiniana. Erasmo (1466-
1536) tendió hacia el estoicismo, mientras L. Valla (c. 1406-1457) fue marcadamente
más agustiniano. Esta dialéctica en el corazón del humanismo cristiano daría cuenta en
parte de las radicales diferencias en las opciones que los humanistas hicieron en la
época de la reforma.
A pesar de la nostalgia de una cultura clásica válida para toda época, el clasicismo
humanista finalmente le condujo a un sentido de condicionamiento cultural y
lingüístico. Su sentido de la historia les hizo agudamente conscientes no sólo de la
continuidad, sino también de la radical discontinuidad entre pasado y presente; el
pasado tenía que estudiarse en sus propios términos. Éste fue el comienzo de la ciencia
de la hermenéutica, la aplicación de la critica lingüística e histórica a los textos del
mundo antiguo. Eruditos como L. Valla, A. Poliziano (1459-1494) o G. Bude (1467-
1540) estudiaron los textos de la ley romana tal como estaban recogidos en el Código de
Justiniano. Poco a poco llegaron a ver que lejos de ser un cuerpo legal homogéneo, el
código era una "serie de decretos compilados con poca exactitud y pobremente
traducidos, concebidos para un imperio difunto desde hacía tiempo, con poca o
ninguna relación con las condiciones legales y políticas, muy diferentes de la moderna
Europa" (Skinner, 207). Uno de los más perturbadores descubrimientos fue la
demostración de L. Valla de que la llamada Donación de Constantino había sido una
falsificación del siglo VIII o IX. Las pretensiones papales de autoridad temporal sobre
Occidente y de primacía espiritual sobre los cuatro patriarcados imperiales se habían
basado en un documento ahora desacreditado.
Los estudiosos humanistas aplicaron también sus técnicas al estudio de los textos
bíblicos. El método escolástico había favorecido tanto un ataque analítico directo
contra un texto como el cotejo de textos en torno a un tema o punto doctrinal
específicos. Los humanistas leían el NT no como una fuente de ideas teológicas, sino
como un documento de la experiencia cristiana primitiva transmitida en una forma
literaria e histórica. Remitían cada texto directamente a su contexto histórico. Por
ejemplo, cuando John Colet, a su regreso de Italia a Oxford en 1497, dio una
conferencia sobre la carta de san Pablo a los Romanos, él la relacionaba con el contexto
de la Roma imperial en el reinado del emperador Claudio y con las razones de por qué
Pablo exhortaba a los cristianos romanos a actuar de modo circunspecto. Pablo se
dirigía a un público concreto, utilizando palabras que tenían un significado preciso en
aquel tiempo. Como las transcripciones o traducciones posteriores podían oscurecer o
tergiversar el sentido original, los humanistas intentaron proporcionar traducciones
más nuevas y exactas de los antiguos textos griegos y hebreos. Valla emprendió una
comparación crítica entre la Vulgata y el NT griego. Erasmo, inspirándose en las
Anotaciones al NT (1449) de Valla y en su propia colección de textos, publicó su versión
paralela en griego y latín del NT en 1516. Abogó con fuerza por la disponibilidad de las
Escrituras en la lengua vernácula. Manetti comenzó el estudio del hebreo bajo la
dirección de un joven estudioso judío, consultó comentarios bíblicos hebreos
medievales y reunió una pequeña biblioteca de manuscritos hebreos. J. Reuchlin
(14551522) enseñó él mismo hebreo y griego, y en 1506 publicó sus Rudimentos de
hebreo junto con un diccionario hebreo-latín. Se erigieron escuelas trilingües en
muchas universidades del norte, y en 1520 se imprimió la primera Biblia políglota,
encargada por el cardenal Jiménez de Cisneros en la nueva universidad de Alcalá.
El interés retórico en cómo influir y mover a la gente como individuos y como grupos
estaba directamente relacionado con la manera humanista de entender la forma en que
se transmite la fe. No subestimaban la fe en cuanto don de Dios ni el papel del Espíritu,
sino que destacaban más bien la sensibilidad humana de quien recibe este don. Como
educadores, estaban convencidos de que la transmisión de la verdad tenía lugar dentro
del marco comunitario y a través de un encuentro de las mentes más que en el
aislamiento académico. El acto de fe implicaba a la persona entera, inteligencia y
sentimientos, así como el contexto externo en el que la vida cristiana se transmitía.
Eran mucho más conscientes que sus predecesores del conocimiento sacado de la
experiencia personal y compartida en cuanto ésta afectaba a su fe cristiana. Como
comprendían algo de hasta qué punto la experiencia humana está histórica y
lingüísticamente condicionada, se dieron cuenta de que esto también era verdad en la
transmisión de la fe desde los tiempos apostólicos hasta el presente. Por eso había una
necesidad de volver ad fontes de la vera theologia, las fuentes de la revelación
contenidas en la Biblia. La Theologia rhetorica era bíblica, histórica, antropocéntrica y
experiencial en su alcance y contenido. La Ratio verae theologiae (1513) de Erasmo
formulaba los ideales de esta teología de manera p gramática, con un esbozo de una
rmación basada en la Biblia para la mpresa de transformar la sociedadsu tiempo a
través de una comunicación fresca del evangelio de Cristo.
390
6. LOS CRISTIANOS EN RELACIÓN CON LOS PAGANOS Y JUDÍOS. Era difícil, si no
imposible, entablar tal discusión sobre la condición humana sin la conciencia de que es
compartida por todas las gentes de diferentes culturas, credos e historias personales.
No sólo la experiencia humana, sino también la experiencia religiosa parecía ser un
fenómeno universal, y todas las tradiciones religiosas tenían algo de lo divino dentro de
sí. Al tratar de las religiones paganas precristianas, los humanistas intentaron eliminar
aquellos elementos que eran claramente incompatibles con los valores cristianos por
ejemplo la obscenidad, sensualidad y crueldad de muchos ritos paganos. Pero quedaba
un núcleo de creencias y prácticas religiosas genuinas; que podría decirse que anticipan
o incluso que son una réplica de las de la era cristiana. El punto crucial del problema
reside en el hecho de que la "acomodación" gratuita de Dios a la condición humana, tal
como se ha hecho visible en Jesucristo, significaba que la experiencia cristiana era una
experiencia profundamente humana, aunque también única y distinta. Los temas de la
acomodación y distinción, continuidad y discontinuidad están tratados con frecuencia
en los escritos humanistas. Muchos llegaron. a considerar el cristianismo como la
revelación completa de lo que había sido revelado de manera parcial e imperfecta en
otras tradiciones. Los credos precristianos, en el mejor de los casos, podían servir como
una preparación para el evangelio. En el plan providencial de Dios, éste era sobre todo
el papel del judaísmo. Pero la visión más corriente era que el judaísmo había sido
superado por el cristianismo, y que solamente los deliberadamente ciegos podían
ignorar la evidencia.
Era mucho más fácil forjar una reconciliación retrospectiva de los credos pagano y
judío en el pasado que tratar con los credos rivales en el presente. Difícilmente se puede
sobrestimar el miedo y el odio cristiano de la época al musulmán invasor "infiel",
equiparado en la imaginación popular con "el azote de Dios". Una teodicea como ésta
no estaba totalmente ausente de los escritores humanistas, ni se encontraban libres de
antisemitismo. El habitualmente pacifista Erasmo decía que "si forma parte de un buen
cristiano odiar a los judíos, entonces somos todos buenos cristianos". No obstante, los
humanistas fueron más allá que la mayoría de sus predecesores o contemporáneos al
llegar a una acomodación intelectual y religiosa de los credos no cristianos con el del
cristianismo.
Erasmo trata del tercer grupo -el enemigo dentro de su propio campo- en su obra
Ciceronianus. Ataca a sus enemigos escolásticos en su Elogio de la locura (1511) y en
otra parte. Pero los escolásticos eran sus aliados naturales, si bien no fáciles, en su
lucha contra los elementos antiintelectuales de la Iglesia. La obra Antibarbari no es una
polémica contra los escolásticos, sino un ataque directo contra aquellos que más
minaban la empresa humanista, los antirracionalistas, a los que más tarde los teólogos
llamarían fideístas.
A. Murphy
Hasta qué punto una determinada idea de Dios puede "envenenar" la vida propia, lo
describe plásticamente el psicoanalista alemán Tilmann Moser en su obra
autobiográfica Gottesvergiftung (Frankfurt a.M. 1977). En ella describe el autor la
liberación de la idea de Dios adquirida en su infancia, a la que hace responsable de sus
sentimientos de culpabilidad, de su odio a sí mismo, de su autodestrucción y del
envenenamiento de la vida. El Dios de su infancia, del cual se libera a través del
psicoanálisis, le ha impedido encontrarse como hombre y buscar a otros hombres.
395
La religión es la actitud del hombre frente a su propia esencia; es "conciencia de lo
infinito". En eso consiste la verdad de la religión. Su falsedad se deduce de que la
teología separa el ser del hombre del hombre, lo sitúa fuera de él mismo y hasta, con
ayuda del concepto de Dios, hace de él un ser opuesto a sí mismo. Dios es todo lo que el
hombre no es, y viceversa. Dios es la esencia del hombre instalada fuera del hombre; en
él la contempla el hombre como ajena a sí mismo. La verdadera trascendencia no es
Dios, sino la especie, que rebasa al individuo. A ella se refieren los clásicos predicados
teístas de Dios.
El concepto de Dios, igual que los contenidos de la religión, los entiende Feuerbach
como proyección. Feuerbach considera como tarea crítica suya referir la esencia
extramundana, sobrenatural y suprahumana de Dios a los elementos básicos del ser
humano. El hombre es el centro de la religión, y no Dios. El ateísmo así afirmado sólo
en apariencia es negativo: niega a Dios para afirmar al hombre" y liberarlo; por
consiguiente, es un verdadero humanismo.
b) Karl Marx (1818-1883), Aunque Marx se aparta pronto de Feuerbach (cf las once
Thesen über Feuerbach de la primavera de 1845), sin embargo toma de él el principio
fundamental de la critica de la religión y el humanismo. Y así, en su escrito Sobre la
critica de la filosofía del derecho de Hegel. Introducción (publicada en 1844 en los
Anales franco-alemanes) afirma desde el principio que para Alemania la crítica de la
religión ha terminado esencialmente. Con ello se hace referencia a la crítica de la
religión de la llamada "izquierda hegeliana" (D. Friedrich Strauss y Bruno Bauer),pero
sobre todo a Feuerbach. Marx adjudica a la religión una doble función: es expresión de
la miseria (del "mundo invertido' y consuelo ilusorio ("opio del pueblo', que ha de hacer
olvidar la miseria. La crítica de la religión desemboca en la exigencia de una felicidad
real. "La crítica de la religión es, pues, en germen, la crítica del valle de lágrimas, cuya
aureola es la religión" (MECA, vol. 2, I/2, Berlín 1982 171).
Los manuscritos de Pans de 1844 están orientados en el estilo y el léxico según el tono
humanista de Feuerbach.Marx se ocupa en ellos por primera vez teóricamente de las
teorías y problemas económicos, e intenta establecer una síntesis' entre economía
nacional y filosofía. El tema fundamentales la humanización del hombre. El concepto
central es la "alienación" (concepto proveniente de la filosofía del derecho de Hegel).
Marx ve la contradicción básica en la propiedad privada, que se funda en el trabajo
alienado. Según Marx, el trabajador está alienado de sí mismo porque tiende a venderse
a los poseedores del capital; se ha convertido en mercancía, que produce a su vez
mercancías. Hasta tal punto se ha alienado de si mismo, que ya no se reconoce en su
propio producto, al que se enfrenta como a un ser extraño, como a un poder extraño. El
trabajo se ha convertido en violencia, en opresión. Marx lucha no sólo por la
eliminación de la miseria y de la opresión, por el logro del bienestar social, sino por el
hombre mismo.
396
especie. Es la solución del enigma de la historia y se conoce a sí mismo como tal
solución" (MEGA, vol. 2, I/2, Berlín, 263).
Los manuscritos de París anduvieron perdidos durante mucho tiempo; sólo en 1933 se
publicaron íntegramente en Moscú. La coyuntura de la época en Europa occidental y en
la Unión Soviética motivaron que la discusión sobre estos manuscritos no se iniciaría
hasta después de la segunda guerra mundial, al final de los años cincuenta. El talante
humanista del joven Marx suscitó un eco enorme. Se intentó oponer un Marx joven, de
orientación humanista, a otro Marx posterior, de orientación económico-científica (cf
Ernst Fischer, Erich Fromm entre otros). En cambio, Louis Althusser quiere excluir el
elemento humanista, como "ideológico", del verdadero núcleo de la teoría marxiana, en
favor de una teoría puramente científica, en el sentido de un antihumanismo teórico.
Desde luego, no es fácil indicar el puesto y el status del aspecto humanista de Marx en
la obra total. No obstante, está claro que los elementos cognoscitivo-analíticos están
ligados inseparablemente a los práctico-emancipatorios.
En Atheismus ¡ni Christentum afirma: "Sólo un ateo puede ser un buen cristiano; pero,
a su vez, sólo un cristiano puede ser un buen ateo" (ib, 24). El cristianismo, aunque
religión, está nuclearmente orientado al futuro. Quiere sacar de la situación actual (cf el
subtítulo de Atheismus im Christentum: Zur Religion des Exodus, La religión del
éxodo). En el cristianismo aparece en lugar del Dios creador celestial el hijo del hombre
Jesús. Jesús expulsa al Dios del status vigente: "Mira: He aquí que todo lo hago nuevo"
(Apo_21:5). Luego Jesús es ateo. Frente al temor del Señor establece Jesús la buena
nueva del nuevo futuro. Para Bloch no cabe duda de que Jesús predicó la insurrección y
la lucha en favor de lo nuevo.
397
d) Jean-Paul Sartre (1905-1980), Sartre es el principal representante del
existencialismo ateo francés. Por existencialismo hay que entender una filosofía que
coloca en el centro de su atención la existencia del hombre. El existencialismo de Sartre
ofrece un talante emancipador. Hay que librar al hombre de las garras de la esencia, es
decir, de lo que es tal como es. El hombre conquista su existencia sólo en lucha con la
esencia; ahí se realiza a sí mismo. A diferencia del marxismo, en el existencialismo
sartreano el hombre es visto menos como miembro de una sociedad que como
individuo. El hombre (individuo) ha de habérselas por sí mismo con el "estar arrojado
en la nada".
Sartre distingue dos clases de humanismo: un humanismo como teoría, que contempla
al hombre como fin último y valor supremo (cf L éxistentialisme est un humanisme,
90ss). Frente a él, el humanismo existencialista estima que el hombre está
constantemente fuera de sí mismo. Lo que hace existir al hombre es justamente que se
proyecta a sí mismo y se pierde en algo exterior a él. Al perseguir el hombre "fines
trascendentes", puede existir. No existe más mundo que el del hombre, el mundo de la
subjetividad humana. Por eso la trascendencia es constitutiva del hombre; pero no en
un sentido religioso, sino en el sentido de la superación y de la subjetividad. Esto
significa además que el hombre no está cerrado en sí mismo, sino que se halla presente
en un mundo humano. No existe más "legislador" que el hombre mismo.
En este contexto estima Sartre que el existencialismo no es otra cosa que el intento de
extraer todas las consecuencias de una postura atea coherente (ib, 94ss). Por eso a él no
le importa tanto el ateísmo como negación de Dios cuanto el conocimiento de que,
aunque existiera Dios, nada cambiaría. Lo decisivo no es la existencia de Dios, sino que
el hombre debe encontrarse a sí mismo y estar persuadido de que, fuera de él, nada
puede salvarlo. En este sentido, el existencialismo es también optimista y una doctrina
de la acción.
La obra de Fromm está llena de análisis brillantes sobre los aspectos antagónicos a la
autenticidad del ser humano. En su gran última obra Haben oder Sein (cf edición
completa, vol. 2: Analitische Charaktertheorie, Munich 1968) se prueba con dos
actitudes fundamentales que la alienación de la existencia humana radica en la
orientación al tener. Ahora bien, la existencia humana sólo se realiza en la categoría del
ser. La religión humanista propuesta por Fromm está toda ella al servicio del
despliegue de la personalidad y de la humanidad del hombre. Como en Sartre, también
para Fromm el hombre depende únicamente de él mismo. El proceso de
autorrealización humana es visto como una especie de movimiento circular: sólo el
hombre que parte de sí mismo puede conquistarse a sí mismo.
Uno de los primeros que se planteó la temática humanista en Europa oriental e intentó
darle una respuesta desde la perspectiva marxista fue el filósofo polaco Adam Schaff.
Su obra Marksizm a jednostka ludzka (El marxismo y el individuo humano, Varsovia
1965) fue traducida también en Europa occidental. Schaff ensaya una nueva
interpretación del marxismo basándose en las obras tempranas de Marx, y llega al
resultado de que el futuro es únicamente de un marxismo humanista (en oposición al
orientado exclusivamente en sentido económico-sociológico). Su tesis proclama: "El
marxismo es un humanismo radical" (ib, 235;11 marxismo e la persona umana, Milán
1966, 171). El punto de partida del marxismo es el hombre como bien supremo y la
lucha por cambiar las relaciones sociales que envilecen al hombre. Según la opinión de
Schaff, lo que persigue la praxis revolucionaria del marxismo humanista es la felicidad
del hombre concreto. Análogamente a Schaff, el filósofo checo Milan Machovec se
plantea las mismas preguntas y problemas. En su libro Smysl lidshéko zivota (El
sentido de la vida humana, Praga 1964) interpreta el marxismo como humanismo. La
principal tarea estriba hoy en la interpretación del marxismo como filosofía viva del
hombre actual.
El miedo por la propia existencia es una experiencia central del hombre como ser
limitado y amenazado por la muerte. Esta visión del existencialismo moderno y de la
psicología coincide con el significado que adjudica la Biblia a este tema. A ella se refiere
Bruna Costacurta en su profundo análisis exegético sobre el tema del miedo en la Biblia
hebrea (La vita mfnacciata. Il tema della paura nella Bibbia ebraica, Roma 1988). En
opinión de la autora, "el miedo se presenta en la Biblia hebrea como una emoción que
acompaña al hombre en su existencia y que por ello se verifica continuamente en una
grandísima variedad de sujetos y situaciones... El miedo se revela como una constante
de la existencia creada que, en cuanto tal, es perecedera, y por tanto está
estructuralmente amenazada" (pp. 284-285). La autora hace referencia además al
significado particular de la experiencia del miedo a Dios, cuya trascendencia revela la
perecedera condición del hombre, y frente al cual el individuo se encuentra inerme
como frente a un gran peligro.
En relación con Heb_2:14-15-texto que desarrolla las repercusiones del miedo del
hombre ante la muerte- escribe Costacurta: "La persona es realmente libre cuando
escapa al miedo de la muerte y entra en una vida que tiene las dimensiones de lo
eterno. Pero se trata de un paso que exige abandonar el temor a la propia existencia y
aprender a aceptar morir. Así... los hombres no tendrán ya que someterse
absurdamente a lo que mata, impulsados por el miedo a la muerte" (p. 279). El pasaje
de Hebreos apela al efecto de la fe en Cristo, que elimina el miedo.
Debido al miedo por la propia vida, el hombre tiende a asegurarse a toda costa. Esto
tiene lugar recurriendo a la violencia directa o estructural. "La violencia estructural se
mantiene de ordinario porque los poderosos emplean a los demás como instrumentos
de su inhumanidad, ligándolos a sí por el miedo. Las dictaduras son reacciones en
cadena a la extorsión" (P. KNAUER, Der Glaube Kommt vom Húren, Bamberg 1986,
400
20ss). Frente a esto, el mensaje cristiano quiere transmitir una seguridad que, porque
se comprende como solidaridad con el Dios de Jesucristo vivo y triunfador de la
muerte, es más fuerte que el miedo y libera al hombre, permitiéndole alcanzar su
verdadera humanidad. En esto estriba la aportación, relevante para la práctica, de la fe
cristiana a la humanización del hombre.
BIBL.: AA.VV., Diagnosi dell áteismo contemporaneo, Roma-Brescia 1980; CASINI L.,
Storia e umanesimo in Feuerbach, Bolonia 1974; DuCHROW U., Die Frage nach dem
neuen Menschen in theologischer und marxistischer Anthropologie, en
Marxismusstudien, VI serie, Tubinga 1972; FLEISHER H., Zum marxistischen Begriff
der Humanitót, en Marxismusstudien, VI serie, Tubinga 1972; HASENHI)TTL G., Gott
ohne Gott. Ein Dialog mit Jean-Paul Sartre, Graz-Viena, Colonia 1972; KADENRACH
J., Das Religionsversuindnis van Karl Marx, MunichPaderborn-Viena 1970; LACROIX
J., Le sens de 1 áthéisme moderne, Tournai 1961, LUBAC H. de, El drama del
humanismo ateo, Madrid 1967; OUDENRIJN F. v.d., Kritische Theologie als Kritik der
Theologie, Mainz-Munich 1972; PFEL H., Der atheistische Humanismus der
Gegenwart, Aschaffenburg 1961; POST W., Kritik der Religion be¡ Karl Marx, Munich
1969; SCHNEIDER E., Die Theologie und Feuerbachs Religionskritik, Gotinga 1972;
SCHUFFENHAUER W. (con introducción y selección), Der Mensch schuf Gott
nachseinem Bild, Berlín 1958; WACKENHEIM Ch., Lafaillite de la religion d áprés Karl
Marx, París 1963; WEGER K.H. (ed.), La crítica religiosa en los tres últimos siglos,
Barcelona 1986; XHAUFFLAIRE M., Feuerbach et'la théologie de la sécularisation,
París 1970.
B. Groth
IGLESIA
SUMARIO:
I. Eclesiología fundamental (S. Pié-Ninot).
II. Jesús y la Iglesia (S. Pié-Ninot).
III. Motivo de credibilidad (R. Latourelle).
IV. La vía empírica (S. Pié-Ninot).
V. Notas de la Iglesia (F.A. Sullivan).
VI. Intérprete de la Escritura (J. Wicks).
VII. Iglesias evangélicas (D.G. Bloesch).
VIII. Iglesias orientales (A. Amato).
IX. Iglesia ortodoxa (A. Amato).
I. Eclesiología fundamental
401
1. EL NACIMIENTO DEL TRATADO "DE ECCLESiA". El problema de la demostración
científica de la verdad de la Iglesia católica, y por tanto la verificación de que el
cristianismo católico romano está en continuidad total con las intenciones y la obra de
Jesucristo, fundador de la Iglesia, fue una cuestión que se planteó ya al principio desde
que aparecieron los primeros cismas. Ahora bien, el capítulo de la eclesiología
apologética clásica que se designa como demonstratio catholica es una creación
moderna; en efecto, ni las herejías de 1a antigüedad ni la separación en la Edad Media
del Oriente y el Occidente cristianos habían provocado la crisis religiosa que apareció
en el siglo XVI, oponiendo diversas comuniones rivales que pretendían ser las
verdaderas herederas de Cristo: catolicismo, anglicanismo y protestantismos de
diversos tipos. El tratado De vera Ecclesia, a pesar de ciertas anticipaciones, como la
inicial de Jaime de Viterbo (1301-1302), no se elabora hasta el siglo xvi; y se consolida,
desarrolla y transforma sin cesar durante varios siglos, hasta su gran relanzamiento en
el concilio l Vaticano I (1870).
Tres son las formas tradicionales de esta eclesiología, tipificada en tres vías. La vía
histórica, que intenta mostrar a través del examen de los documentos antiguos que la
Iglesia católica romana es la Iglesia cristiana de siempre, que aparece en la historia
como una sociedad una, visible, permanente y organizada jerárquicamente. Esta vía se
reduce en la práctica a la llamada vio primatus, que es una simplificación de la vía
histórica, ya que se limita a mostrar la verdad de la Iglesia romana a partir de la prueba
de que su cabeza, el obispo de Roma, es el legítimo sucesor del Pedro, prescindiendo de
todos los otros aspectos de continuidad histórica.
La segunda vía es la vio notarum, que se desarrolla siguiendo este silogismo: Jesucristo
dotó a su Iglesia de cuatro notas distintivas: la unidad, la santidad, la catolicidad y la
apostolicidad; ahora bien, la Iglesia católica romana es la única que posee estas cuatro
notas; por tanto, es la verdadera Iglesia de Cristo, excluyendo así las restantes
confesiones cristianas, tales como el luteranismo, calvinismo, anglicanismo y ortodoxia,
que no las poseen. Finalmente, la tercera vía es la vía empírica, asumida por el concilio
Vaticano I, gracias a su promotor, el cardenal Dechamps, que sigue un método más
simple: abandona toda confrontación de la Iglesia romana actual con la antigüedad
para escapar a las dificultades que suscita la interpretación de los documentos
históricos, así como a la verificación concreta de las notas (/Iglesia: notas), y valora la
Iglesia en sí misma como milagro moral, que es como el signo divino que confirma su
trascendencia.
El tratado sobre la Iglesia, pues, tras sus primeros escarceos en el siglo xiv con Jaime de
Viterbo, en el siglo xv con Juan de Ragusa y Juan de Torquemada, aparece ya de forma
común en el siglo XVI con dos grados: después del tratado De vera Religione se
constituye el De Ecclesia. Este último asume una clara perspectiva introductoria y
apologética, ya que aparece en el momento en que se libran las primeras luchas contra
el luteranismo y el calvinismo, de tal forma que hacia el año 1550 ya circula por toda
Europa ese tratado, aunque con matices bien diferenciados.
402
De estas tres vías, la vía notarum ha sido la más utilizada en los tratados eclesiológicos
y, aunque es distinta de las otras dos, no siempre se las ha distinguido claramente, ya
que su espíritu debe sacarlo de la vía histórica por razón de referencias constantes en la
verificación histórica de las notas, y su materia va muy ligada a la vía empírica, ya que,
en definitiva, las notas son percibidas como un milagro de orden moral.
En este proceso aparece como relevante el legado eclesiológico del concilio Vaticano I
por su doble aporte, el referido a la vio primatus, centrado en la infalibilidad pontificia
(DS 3053-3074) y el propio de la vía empírica, orientado a la Iglesia como signo y, por
tanto, motivo de credibilidad (DS 3012-3014). El texto conciliar, aunque cita de paso la
vía notarum = `Ecclesiam `notis' instruxit" (DS 3012)-, no la elabora.
A su vez, el Vaticano II hace una referencia explícita a las notas de la Iglesia de esta
forma: "Ésta es la única Iglesia de Cristo que en el símbolo profesamos como una,
santa, católica y apostólica... " (LG 8); y precisa que "esta Iglesia, establecida y
estructurada en este mundo como una sociedad, subsiste en (subsistit in) la Iglesia
católica" (LG 8b). Como puede observarse, tanto el lenguaje como la misma intención
del texto rechazan toda exclusividad e identidad de la verdadera Iglesia concebidas de
modo cerrado, mientras que se abre el espacio para la positividad y el reconocimiento.
En efecto, el subsistit -que sustituye al texto primitivo, que usaba el est- subraya no
tanto la exclusividad -más propia del es¡- cuanto el carácter abierto y positivo. De esta
forma el subsistit tiene la intención y desempeña la función de evitar una identificación
incontrolada de la Iglesia de Cristo con la Iglesia católica romana, manteniéndose
abierto a la realidad eclesial presente en las otras confesiones cristianas.
A su vez, la reflexión teológica recuerda que para que el testimonio sea signo eclesial de
credibilidad se deberá referir siempre a la Iglesia apostólica, como vertiente
históricoobjetiva, transmisora del "depósito de la fe" (DV 10; GS 62, UR 6). En este
marco y desde esta perspectiva es como podemos hablar de la EccIesia water
congregans, que vehicula de este modo el testimonio fundante, que es la Iglesia
apostólica, como presencia del Señor resucitado hasta el fin de los tiempos (cf
Mat_28:26-30). Por otro lado, este testimonio fundante posibilitará la realización de su
correlativo en la Ecclesia fraternitas congregata, formulación de la vertiente
autotestimonial y subjetiva que es el testimonio viviente de los cristianos a través de su
vida e historia (cf 1Co_1:2; Rom_1:7; Efe_5:27; ITes 4,7; 2Ts_2:13s...). Como
mediación entre ambos: el testimonio del Espíritu, que anima a la Iglesia en cuanto
Spiritus in Ecclesia (cf LG 4).
Emerge así la función decisiva del testimonio como camino de credibilidad eclesial y
síntesis de lo mejor de las tres vías clásicas de acceso a la verdadera Iglesia. Éste no se
reduce ni a una credibilidad meramente externa y extrínseca -riesgo de la apologética
eclesiológica clásica- ni a una credibilidad meramente interna y subjetiva -riesgo
fideísta frecuente para compensar el anterior-, sino que centra su atención en una
comprensión de la credibilidad como invitación a la fe -externa e interna a la vez-, por
razón de su carácter integrador. Así pues, en esta credibilidad del testimonio eclesial se
entrecruzan la dimensión externa, fruto de la conexión histórica con el testimonio
apostólico fundante de la Iglesia; la dimensión interiorizada, surgida de la experiencia
eclesial del testimonio vivido, y la dimensión interior e interiorizadora, gracias al
testimonio del Espíritu, que es quien anima y santifica la Iglesia.
BIBL.: ANTÓN A., El misterio de la Iglesia I-II, Madrid 1986-1987; CONGAR Y., La
Eclesiología de San Agustín a nuestros días, Madrid 1976; GARIIO-GUEMBE M.M., la
comunión de los santos, Barcelona 1991; LATOURELLE R., Le témoignage chrétien,
Montreal 1971; ID, Cristo y la Iglesia, signos de salvación, Salamanca 1971; ID,
Evangelísation et témoignage, en M. DHAVAMANONY (ed.), Évangelisation, Roma
1975, 77 110; PI£-NINOT S., Hacia una ecíesiologiafundamental basada en el
testimonio, en "RCT" IX (1984) 401-461; ID, La chiesa come tema teologico
fondamentale, en R. FISICHELLA (ed.), Gesú Rivelatore. Teología Fondamentale,
Casale Monferrato 1988, 140-163; ID, Tratado de Teología Fundamental, Salamanca
1989, 307-406; ID, Eclesiología Fundamental: `status quaestionis'; en "RET" 49 (1989)
361-403; SULLIVAN F.A., The Chureh We Believe In. One, Holy, Catholic and
Apostolic, Dublín 1988.
S. Pié-Ninot
Sólo a partir de la etapa de los padres, tales como san Ignacio, san Ireneo, Orígenes, san
Juan Crisóstomo y, particularmente, san Ambrosio y san Agustín, el tema de la
formación de la Iglesia se convierte en un planteamiento teológico de la
fundamentación de la Iglesia, manteniéndose ese enfoque prácticamente hasta la
ilustración y la disputa modernista de principios del siglo xx. En efecto, a partir de los
grandes padres, la formación de la Iglesia se ve en la imagen misteriosa del nacimiento
de la Iglesia del costado dei crucificado igual que Eva del costado de Adán (SAN
AMBROSIO, In Psalm. 36.37: PL 14,986; Epist. 76,3s: PL 16,1260; SAN AGUSTÍN In
¡ah. Tract. IX, 2,10; XV 4,8; CXX 19,2: PL 35: 1463.1513. 1953...). La importancia de
este simbolismo es tal que es retomado en la Edad Media; en particular lo cita el
concilio ecuménico de Viena de 1312 (DS 901).
En el período siguiente, caracterizado por las luchas eclesiásticas por el poder, a esta
reflexión se añade otra sobre la fundamentación teológica de la Iglesia. Se trata de la
elección y misión de los apóstoles, especialmente de Pedro, como iniciadores de la
jerarquía eclesiástica. Por influencia del pensamiento jurídico se introduce el concepto
"ius divinum" como garante de la fidelidad histórica y fundacional de la Iglesia y sus
instituciones, que con la disputa sobre la Escritura como "norma non normata", se
convierte en piedra de toque del/ luteranismo con la fórmula "sola Scriptura". El
concilio de / Trento tratará con atención y situará en su justo lugar estos dos conceptos.
La contrarreforma posterior acentuará fuertemente el ministerio de Pedro y el papado
como garantía de continuidad entre Jesús y la Iglesia.
Sólo con el Vaticano II esta temática encuentra un enfoque más completo y articulado.
En efecto, en los cuatro números de la LG 2-5 se dibuja toda una visión procesual de la
institución de la Iglesia; en el último se usan por única vez las palabras "fundación" y
405
"fundador". En la etapa posconciliar debe señalarse un importante documento de la
Comisión Teológica Internacional del 7 de octubre de 1985, con motivo del XX
aniversario de la conclusión del Vaticano II, sobre "temas escogidos de eclesiología",
que se inicia precisamente con el de "la fundación de la Iglesia por Jesucristo" (EV
9,16731680) y que representa tanto una respuesta a ciertos planteamientos quizá
demasiado escépticos o críticos (H. Küng, L. Boff...) como una ajustada síntesis católica
actualizada sobre esta cuestión. Repasemos ahora los puntos teológicos más relevantes
de esta panorámica histórica, ya que para articular un planteamiento propio de la
teología y eclesiología fundamental sobre la relación originaria y fundante de Jesús con
la Iglesia conviene tener presentes diversas cuestiones teológicas implicadas en tal
tema.
Esta interpretación del texto de Trento -no común antes del estudio pionero de
Geiselmann sobre la cuestión- ayudó a la formulación del Vaticano II para superar
dualismos entre Escritura y tradición. Así DV 9 evita los extremos subrayando la
integración de ambos, ya que no se habla de dos fuentes, sino de "un mismo manantial"
(ex eadem scaturigine promanantes), de la cual surge la Escritura como única palabra
de Dios transmitida por la tradición eclesial. Ésta tiene fundamentalmente una función
criteriológica decisiva, apuntada explícitamente en el concilio con tres aspectos; en
efecto, la tradición, a) dice cuál es el canon de los libros sagrados (DV 8c); b)precisa la
certeza de todas las verdades reveladas (DV 9; este punto es el que suscitó más debate
conciliar), y c) actualiza y profundiza la Escritura (DV 8c; 12; 21; 24s). Queda, pues, ya
anacrónico el sentido que se dio en el siglo xvi a las fórmulas polémicas como la teoría
406
de las "dos fuentes" entre católicos y la de la "sola Scriptura" entre los protestantes (cf
los comentarios conciliares de U. Betti, P. Lengsfeld, B.-D. Dupuy, A. Franzini...).
b) "lus divinum " y "ius ecclesiasticum ". El tema del "ius divinum" fue abordado ya por
el concilio de Trento y se convirtió en punto de controversia del luteranismo,
especialmente en las cuestiones directamente sacramentales para justificar o no su
"institución" por parte de Jesús. En efecto, Trento, más que una perspectiva
eclesiológica y una definición del cuadro teológico de los ministerios de la Iglesia,
determina el poder sacerdotal en orden a los sacramentos. En este contexto la cuestión
del "ius divinum" aparece como argumento relevante en pro del carácter revelado de la
cuestión correspondiente, cuestión que de nuevo aparecerá en el Vaticano I con el tema
del primado. El Vaticano II, recogiendo las afirmaciones de estos dos concilios previos,
las enmarcará en una clara perspectiva eclesiológica y ecuménica. Veamos ahora los
puntos más importantes de esta cuestión, generalmente relegada a los tratados de
derecho, quizá por su misma forma expresiva ("ius"), pero que tiene una importancia
teológica y eclesiológica fundamental.
Esta expresión de "ius humanum" tiene gran similitud con la perspectiva apuntada por
el voto del franciscano Juan Antonio Delphino en el concilio de Trento, que lo sitúa en
el tercer grado del "ius divinum": el primero designa todas las cosas que se encuentran
en la Escritura; el segundo grado se refiere a todo aquello que se encuentra implícita o
concomitantemente en la Escritura; el tercer grado son los estatutos de la Iglesia y de
los concilios, y puede calificarse como "ius humanum".
En esta línea de comprensión amplia del "ius divinum" se encuentran diversos teólogos
católicos, que subrayan cómo una serie de estructuras eclesiásticas (p.ej., una
constitución monárquico-episcopal y un permanente ministerio de Pedro) pueden
entenderse como procedentes de Jesús y "iuris divini", aunque no puedan reducirse a
una palabra propia de Jesús inequívocamente aprehensible para nosotros en el plano
histórico. Se presupone solamente que pueda hacerse comprensible que tales
decisiones (tales actos de la Iglesia creadores de una constitución) se hallan dentro de
las auténticas posibilidades dadas por Jesús y la fe en él. También tales actos pueden
ser irreversiblemente obligatorios, y. en este sentido "iuris divini", para las
generaciones posteriores en los presupuestos ya mencionados (K. Rahner, Y. Congar,
C.J. Peter, A. Dulles, A. Antón, M. Miller...).
En este planteamiento, pues, se subraya que la forma en que se determina este "ius
divinum" es humana e histórica, ya que el derecho divino sólo existe en un enunciado o
en una realización histórica llamada con frecuencia "ius ecclesiasticum". Es lo que
afirma la "Relación luteranocatólico romana" en el documento de Malta de 1972: "El
`ius divinum' no se distingue nunca totalmente del `ius humanum'. Sólo poseemos el
`ius divinum' en la mediación de formas que llevan siempre el sello de la historia. Estas
formas de mediación no deben ser consideradas un producto puro del proceso
sociológico de desarrollo, sino que se las puede percibir como un fruto del Espíritu en
razón de la naturaleza pneumática de la Iglesia" (n. 31). Más adelante prosigue: "La
Iglesia, en sus instituciones, permanece constantemente ligada al evangelio, que tiene
sobre ella una prioridad ineluctable. En atención a ello, la tradición católica habla de
`ius divinum'. Sin embargo, para las instituciones de la Iglesia, el evangelio sólo puede
ser un criterio en la relación viva con la realidad social propia de cada época. Así como
se puede legítimamente explicar el evangelio en dogmas y confesiones de fe así también
se da una realización histórica del derecho en la Iglesia" (n. 33).
Como complemento de este texto puede ser útil referirse también a la declaración sobre
la "Autoridad en la Iglesia II" (Windsor), de 1981, de la Comisión mixta anglicano-
católico romana, que se refiere al significado del "derecho divino" propio del "servicio
petrino" como uno de los "cuatro problemas de importancia en este tema que requerían
un estudio posterior" (n. 1). Entresaquemos los puntos más relevantes de su reflexión:
"Aunque no hay una interpretación universalmente aceptada de esta expresión (`ius
divinum), todo confirma que... expresa el designio de Dios para su Iglesia. No hace falta
entender que el `ius divinum' en este contexto implique que... haya sido fundada
directamente por Jesús durante su vida terrena" (n. I 1). Y más adelante se continúa:
"Considerada la interpretación de la frase acerca del derecho divino en el concilio
Vaticano I, como hemos hecho antes, es razonable preguntarse si existe realmente
diferencia entre la afirmación de una primacía por derecho divino (`iure divinos y el
reconocimiento de su emergencia por providencia divina (`divina providentia') (n. 13).
Para concluir este punto anotemos que es importante distinguir entre el "hecho" de la
institución por parte del Señor y el uso de un argumento de la Escritura. De ahí que
pueda ser útil tal distinción -no siempre presente en los tratadistas del temapara poder
superar la frecuente ambigüedad de la expresión "ius divinum", especialmente si no se
tiene en cuenta la tradición teológica y el contexto confesional en la cual se usa.
Existen unas voces más críticas dentro de la teología católica como son las planteadas
por H. Küng (1967) y L. Boff (1980). Ambos autores, siguiendo el "nuevo
planteamiento" de la cuestión, tienden a acentuar unas conclusiones más radicales en el
sentido de no hablar de actos propiamente "eclesiales" de Jesús, aunque ambos
coinciden en afirmar que su predicación y su acción puso "los fundamentos para que
surgiera la Iglesia pospascual (cf las observaciones criticas sobre H. Küng en la
declaración de la Congregación para la doctrina de la fe de 15 de diciembre de 1979= EV
6,1942-1951, y la carta de Juan Pablo II de 15 de mayo de 1980=EV 7,374-399; sobre L.
Boff, en la notificación de la Congregación para la doctrina de la fe de 11 de marzo de
1985=EV 9,1421-1432).
410
En LG 2 se habla del designio salvador de Dios Padre, que es quien convoca la santa
Iglesia, "prefigurada desde el origen del mundo, preparada en la historia de Israel,
constituida en los tiempos últimos, manifestada por la efusión del Espíritu y que se
consumará al fin de los siglos". En este contexto LG se refiere a la famosa expresión
patrística "ecclesia ab Abel" (san Gregorio M., san Ireneo, Orígenes, san Agustín, san
León M., san Juan Damasceno; cf la síntesis de santo Tomás: "patres antiqui
pertinebant ad idem corpus Ecclesiae": III. q. 8, a. 3, ad 3).
Vemos, pues, cómo el Vaticano II se sitúa en la línea de la reflexión actual sobre los
datos del NT, según la cual lo más acertado es la idea de una fundación de la Iglesia a lo
largo de toda la actividad de Jesús, tanto del terreno como del exaltado. En el
movimiento de convocación del Jesús terreno, en su círculo de discípulos, en sus
comidas, especialmente su última cena antes de su muerte, etc., hay "vestigia ecclesiae"
prepascuales (cf W. Kasper), quizá explícitos o más probablemente implícitos. Todos
los elementos y perspectivas se utilizaron como materiales de construcción en la nueva
situación después de la pascua.
Esta visión teológica tripartita es la que surge de los textos conciliares, especialmente
de LG 2-5, los cuales más que centrarse únicamente en la cuestión suscitada por el
modernismo sobre la "fundación" histórica de la Iglesia por Jesús de Nazaret, aportan
un planteamiento teológico global de la relación fundadora, originaria y fundante de
Jesús con la Iglesia. En este sentido hemos de afirmar que las tres determinaciones
412
aportadas por la sacramentología deben tenerse en cuenta conjuntamente para dar una
correcta solución teológicofundamental a la relación entre Jesús Y la Iglesia:
a) "La institución por Cristo':Jesucristo `fundador" de la Iglesia. Está primera
determinación va ligada profundamente, tal como ya hemos observado, a las cuestiones
relativas a la persona y ala conciencia personal de Jesús. En este sentido aparece con
fuerza, a partir del desarrollo y las etapas de la vida y ministerio de Jesús de Nazaret, la
génesis de una "eclesiología implícita y procesual", ya que esta fórmula expresa que el
reino de Dios iniciado por Jesús permanece en continuidad fiel a `este' inicio cuando se
confía, después de la pascua, a la Iglesia, ligada a su vez a ese inicio. Así se manifiesta la
forma concreta como Jesucristo es con propiedad "fundador" de la Iglesia (cf LG 5 y los
documentos de la CTI de 1985 y 1986).
b) "El signo externo ".- Jesucristo "origen" de la Iglesia. Esta segunda determinación
queda iluminada por el origen de la Iglesia como formación en la historia. En efecto, la
acción sálvadora de Jesús sólo se desarrolla en este mundo a través dedos hombres y de
su historia. En esta transmisión histórica ocupan una misión relevante los apóstoles y
sus sucesores, que tienen el ministerio de conservar íntegro el "depósito de la fe" (DV
10). De esta forma la "Iglesia en su doctrina, vida y culto perpetúa a través de los
tiempos todo lo que es y todo lo que cree" (DV 8). Por esta razón puede ser descrita
como "universale sacramentum salutis" (LG 1.9.48.59; GS 42.45), formada por
elemento divino y humano en analogía con el misterio del Verbo encarnado, "sancta
simul et semper purificanda" (LG 8). En esta línea se debe subrayar que la Iglesia es
"misterio" y a su vez "sujeto histórico" con la consiguiente "plenitud y relatividad" que
esto comporta en su "existencia histórica". Ésta-debe ser analizada también con la
ayuda de la métodología histórica y sociológica, como "pueblo de Dios `in via' en una
situación nunca completa aquí, en la tierra" (CTI: 1985, n. 3), pero a su vez consciente
de que "es el reino de Dios ya presente en el misterio" (LG 3) y, de alguna forma,
"sacramento del reino" (cf las precisiones sobre esta fórmula de la CTI: 1985, n. 10,3).
Queda así determinada y mejor precisada la relación fundadora (1), originaria (2) y
fundante (3) de Jesucristo respecto a la Iglesia, entendida desde su estructura
sacramental, verdadero quicio de la eclesiología del Vaticano II. De esta forma su
misterio, histórico y trascendente a la vez, que forma "una realidad compleja" (LG 8),
está totalmente referido e iluminado a Cristo, que es el único "Lumen gentium"del cual
la Iglesia, fundada-originada-y-fundamentada en él, es "como un sacramento o signo e
instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG
1).
413
BIBL.: AGUIRRE R. Del movimiento de Jesús a la Iglesia cristiana, Bilbao 1987; ID, La
Iglesia de Jerusalén, Bilbao 1989; ANTóN A., La Iglesia de Cristo, Madrid 1977; AUER
1., La Iglesia, Barcelona 1986, 142-157; DESCAMPS A., Jesús et l Église, Lovaina 1987;
FIORENZA F.S., Fundational Theology: Jesus and the Church, Nueva York 1985;
FORTE B" La chiesa ¡cona della Trinitá, Brescia 1984; FRANKEMULLE H. y HARING
H., lgksia/Eclesiología, en "DCT" I 493-517; FRIES H., Teología Fundamental,
Barcelona 1985, 471-483; GARIJD-GÜEMBE M.M., La comunión de los santos,
Barcelona 1991; HEINz G., Das problem der Kirchenenstehung, Mainz 1974 LOHF7NK
G., Jesus und die Kirche, en "HFhT" 3, 49-96; SCHLIER H., Eclesiología del NT, en
"MyS" IV/ 1, 107-223; SCHNEIDER Th., Lo que nosotros creemos. Exposición del
Símbolo de los Apóstoles, Salamanca 1991, 347-350 ("Eclesiología implícita';
THEISSEN G., Sociología del movimiento de Jesús, Santander 1979.
S. Pié-Ninot
La idea de que la presencia de la Iglesia en el mundo a lo largo de los siglos, con todos
los bienes que ella representa, constituye un signo de su origen divino no es un
descubrimiento del primer concilio Vaticano. Se trata realmente de un argumento
tradicional en la Iglesia. Tiene sus raíces en los Hechos, donde se describe la vida de la
comunidad primitiva ( Heb_2:44-45), y parece que se encuentra una prefiguración de
la misma en el AT, en la presencia del pueblo de Dios, signo elevado a la vista de las
naciones. Desde los primeros siglos los padres, especialmente Ireneo, Tertuliano,
Orígenes y Agustín, invocan en favor del cristianismo su expansión milagrosa, la
constancia de sus mártires, la luz de su santidad. En el siglo xv es Savonarola el que
desarrolla este argumento. Más tarde fueron Bossuet y Pascal en el siglo xvn, Fénelon
en el siglo XVIII, Balmes, Lacordaire, Bautam y Dechamps en el siglo xIx e,
inmediatamente antes del Vaticano I, J. Kleutgen y J.B. Franzelin. El 1 Vaticano I
sancionó con su autoridad el valor de este signo y le dio su formulación, si no definitiva,
al menos la más importante. "La Iglesia -dice el concilio-, debido a su admirable
propagación, a su eminente santidad, a su inagotable fecundidad en todos los bienes,
debido a su unidad católica y a su solidez invicta, es por sí misma un grande y perpetuo
motivo de credibilidad y un testimonio irrefutable de su misión divina" (DS 3013-
3014).
414
Así pues, el proceso sugerido por el concilio es distinto del proceso histórico que
establece la fundación de la Iglesia por Cristo y la continuidad de esta Iglesia con la
Iglesia católica actual. En otras palabras, no se trata de la vía llamada de las notas de la
Iglesia, que consiste en reconocer en la Iglesia actual las propiedades esenciales y
exclusivas que dio Cristo a la institución fundada por él. Se trata más bien de un
proceso empírico que parte de la Iglesia como fenómeno espacio-temporal observable e
insólito. En la vía de las notas se trata de la esencia de la Iglesia de Cristo. En la vía
propuesta por el Vaticano I se trata directamente de la imagen de la Iglesia, de los
rasgos de su rostro, tal como se manifiestan al observador, incluso no creyente, y sin
apelar a la fundación histórica de la Iglesia por Cristo.
En la enumeración que hace, el concilio propone cinco de esos rasgos observables que
pertenecen al fenómeno de la Iglesia, a saber: su expansión admirable, su santidad
eminente, su fecundidad inagotable, su unidad católica y su estabilidad invicta. Los
cinco calificativos que acompañan a los sustantivos insisten en el carácter no común de
estas manifestaciones. La Iglesia se presenta en el mundo como un fenómeno insólito,
excepcional, milagroso. Esos rasgos deben considerarse, no aisladamente, sino juntos y
cualitativamente. Como en el caso de Cristo, se trata de una convergencia multiforme.
Por eso el Vaticano II, sensible a esta diferencia de contexto, ha modificado las
perspectivas y la formulación, aunque manteniendo la realidad del signo. En efecto, el
Vaticano II alude con frecuencia al texto del Vaticano I, pero sin citarlo nunca por
completo. También es notable el hecho de que, en las páginas en cuestión, el signo de la
Iglesia se reduzca en la práctica al signo de la unidad en la caridad. La Iglesia es signo
de la llegada de la salvación entre los hombres en la medida en que refleja en nuestro
mundo la unidad de amor de la vida trinitaria. Además, el Vaticano II, por un proceso
de personalización que se extiende a toda la economía de la revelación y de su
transmisión, habla de I testimonio personal y comunitario donde el Vaticano I habla de
los atributos milagrosos de la Iglesia. Son las mismas personas con su vida santa, las
comunidades cristianas con su vida de unidad y de caridad, todo el pueblo de Dios con
su vida de acuerdo con el evangelio, quienes hacen entender a los hombres que la
Iglesia es el lugar de la salvación.
415
También hemos de confesar que sentimos cierto malestar en proponer el signo de la
Iglesia a los hombres de nuestro tiempo. En efecto, debido a una publicidad que
convierte el más pequeño suceso local en un acontecimiento mundial, conocemos mejor
las debilidades de los hombres de Iglesia y de las instituciones eclesiales. Por las
revistas, los periódicos, la radio y la televisión conocemos todas las acusaciones que se
dirigen continuamente contra la Iglesia. Somos igualmente más sensibles a los errores
históricos de la Iglesia y a sus actitudes de una sinceridad a veces dudosa.
Proponemos más bien una aproximación por vía de inteligibilidad interna, de búsqueda
de l sentido. Este método toma como punto de partida no ya los atributos absolutos y
gloriosos de la Iglesia, sino las paradojas y las tensiones que la constituyen en su
realidad concreta. Estas paradojas y tensiones intenta comprenderlas en sí mismas y en
sus mutuas relaciones, así como en relación con la explicación que la Iglesia propone de
sí misma. La coherencia de la explicación propuesta con los hechos observados
(naturaleza y dimensión) induce a pensar que el testimonio de la Iglesia es verídico: ella
es realmente entre los hombres signo de la salvación en Jesucristo. La inteligibilidad
del fenómeno está en el misterio que atestigua. No partimos entonces de los atributos
milagrosos de la Iglesia; la trascendencia de la Iglesia aparece más bien como la clave
de inteligibilidad para comprender el fenómeno en su totalidad y complejidad.
La Iglesia puede ser víctima del estancamiento, del inmovilismo o de las formas
pasajeras de la moda y del tiempo. Lo cierto es que se da una tensión inevitable entre el
dato pacíficamente poseído y la adaptación necesaria al presente y al futuro inminente.
La Iglesia está condenada a vivir en la precariedad; porque una Iglesia que vive en la
esperanza es una Iglesia que inventa sin cesar el porvenir en el presente, que inventa
hoy su fidelidad del mañana.
Que la Iglesia sea fiel al pasado, sin ser su esclava; que manifieste una misma y tenaz
voluntad al único mensaje de la fe y de actualización de ese mensaje para responder a
las cuestiones de cada época, no es uno de los menores aspectos de esta paradoja de la
unidad de la Iglesia.
417
c) Unidad de fe y pluralismo teológico. Con el problema de la actualización de la
palabra va íntimamente ligado el de la interpretación de la fe y el de la pluralidad de
expresiones que traducen esta inteligencia de la fe. ¿En qué medida la fe católica es
capaz de dejar sitio a un cierto pluralismo teológico?
Si la Iglesia logró mantener su unidad interna, no se sigue que no se haya visto afectada
por esas grandes rupturas históricas. Si la tempestad no aplastó a la Iglesia, sí que la
418
debilitó y empobreció, como al árbol que pierde alguna de sus mayores ramas por el
vendaval y ve a veces comprometido su equilibrio. Por otra parte, las comunidades
separadas no son ramas muertas. Siguen viviendo del Espíritu de Cristo y de su
evangelio. Muchas veces incluso han valorado más que nosotros los tesoros que han
conservado: sentido de la Escritura y de la palabra de Dios, sentido de la trascendencia
de Dios y de la gratuidad de la salvación en los protestantes, sentido del misterio y de la
plegaria litúrgica en los orientales.
Así pues, la Iglesia tiene conciencia de que su unidad está herida"én parte por culpa
suya, y de que esta división es escandalosa. Por tanto, no se trata de una unidad
triunfante y definitiva, sino de una unidad interna real y, sin embargo, activa y
suplicante, no solamente para incorporar nuevos miembros, sino también para
recuperar a quienes lo fueron: es una unidad total que hay que restaurar y perfeccionar.
Si la Iglesia no manifestase este dinamismo ecuménico, le faltaría a su unidad la
conciencia de la gravedad de las rupturas ocurridas, así como la conciencia del precepto
de Cristo: "Que todos sean uno" (Jua_17:21). Esta ausencia de voluntad ecuménica
sería la condenación de la Iglesia. Pero el que la Iglesia sea consciente de sus heridas y
esté al mismo tiempo preocupada de recobrar la plenitud de su unidad es el signo en
ella de una tensión saludable.
Una tensión semejante se manifiesta entre las Iglesias locales y la Iglesia universal
formada por la comunión de todas las Iglesias. Estas dos líneas de fuerza, a lo largo de
los siglos, han conocido aproximaciones, síntesis, pero también concurrencias y
oposiciones. A medida que la Iglesia como sociedad se fue organizando y
estructurando, con su administración central y todos sus organismos, con su derecho y
sus juristas, se presentó la tendencia a concebir las Iglesias locales como sucursales de
la gran Iglesia universal, estando ésta compuesta por el conjunto de fieles reunidos bajo
la autoridad del papa. Occidente destacó en la Iglesia el aspecto de unidad, de
universalidad, pero sin prestar siempre suficiente atención a la diversidad de las
iglesias locales. Para el Oriente, por el contrario, la unidad de base es la iglesia local,
que realiza plenamente la esencia de la Iglesia, reunida por la palabra, la eucaristía, el
Espíritu Santo y por el obispo, fundamento de la unidad. La colegialidad está en el
diálogo de las Iglesias locales. El sucesor de Pedro es el que preside esta sinergia.
Sin embargo, sigue siendo inevitable una tensión dialéctica, imposible de reabsorber
por completo, entre la unidad y la diversidad. Una preocupación exagerada por la
unidad conduce al autocratismo y a la nivelación; un exceso de diversidad conduce a la
desintegración de la unidad y a la anarquía. Es preciso que haya unidad sin
uniformidad, pluriformidad sin división. Este movimiento pendular entre Iglesia
universal e Iglesias locales, entre primado y colegialidad, pertenece a la realidad misma
de la Iglesia. Las prescripciones más previsoras del derecho canónico no lograrán
nunca impedir conflictos inevitables. La paradoja está más bien en que la Iglesia pueda
sobrevivir a tan numerosas y tan grandes tensiones.
420
La historia muestra que, de hecho, la actividad misionera es uno de los rasgos
dominantes de la Iglesia, aunque es posible distinguir en esta historia tiempos fuertes y
tiempos débiles, que se parecen a la muerte.
El primer siglo, con el prodigioso impulso dado por los apóstoles, en particular por san
Pablo, es a la vez la primavera de la Iglesia y de la misión. El siglo iii y el comienzo del
iv marcan la evangelización de Africa. A partir del siglo vii se produce cierta lentitud
debido a la barrera del Islam y también a la ignorancia en la que se estaba respecto al
nuevo mundo. A finales del siglo xvi, con los grandes descubrimientos y la reforma de
Trento, vino la explosión misionera: en la India, en China, en Japón, en las Filipinas, en
las dos Américas. El siglo xviii es un tiempo muerto, debido a las persecuciones y a la
supresión de la Compañía de Jesús. En el siglo xix la actividad misionera conoce un
nuevo impulso con la fundación de más de veinte comunidades misioneras. En el siglo
xx asistimos a un debilitamiento debido a la crisis de vocaciones, así como a la actitud
poco iluminada de ciertos teólogos que, con el pretexto de valorar la gracia salvífica
universal, llegaron a poner entre paréntesis la necesidad de una Iglesia "en misión". El
decreto del Vaticano II sobre la actividad misionera de la Iglesia, así como una reflexión
más profunda sobre la misión, sobre la inculturación, sobre las formas y fases variadas
del proceso de l evangelización, vuelve a dar vida a la unidad dinámica de la Iglesia.
a) La amenaza del judaísmo. El primer peligro que tuvo que arrostrar la Iglesia para
hacerse religión un¡versal le vino de la misma nación en donde se había arraigado.
Desde el principio tuvo que superar un doble escollo: la defección de los judeocristianos
que, bajo la presión del nacionalismo judío, corrían el peligro de volver al judaísmo; y
por otra parte, la presión de los pagano-cristianos, que corrían el riesgo de abandonar
la fe nueva antes que verse apresados en los cuadros del judaísmo antiguo. Si la Iglesia
primitiva hubiera escuchado a los judaizantes, se habría quedado en una miserable
secta judía, convertida en una curiosidad histórica, como la de los esenios. Al romper su
solidaridad con la sinagoga y el judaísmo rigorista, la Iglesia superó su primer escollo.
b) El peso del imperio romano. Tras librarse del peligro de una inserción excesiva en su
ambiente de origen, la Iglesia tuvo que enfrentarse con las persecuciones, sobre todo
por parte del paganismo del imperio. Durante más de tres siglos, con ciertas
alternancias de calma relativa, la Iglesia vivió en un clima de ironía, de sospecha y de
odio. Esta amenaza constante explica el semi-apartamiento voluntario de la Iglesia de
la vida oficial de la época. Sin embargo, si la vida cristiana no puede actuar
abiertamente en la vida pública, no por ello es menos activa. Va ganando a las personas
una a una. Penetra en la sociedad en todos los niveles. Transforma su alma. Llegará el
día en que el imperio se reconozca cristiano.
Históricamente, este cambio de situación coincide con el edicto de Milán, en el 313, que
pone fin a las persecuciones y reconoce oficialmente a la Iglesia. Libre ya, la Iglesia se
inserta en la vida del imperio. Va creciendo con él, acepta su protección y lo sostiene.
Comparte la creencia universal en la eternidad de la civilización romana y del imperio.
Situación comprometedora. Al asociarse a la política centralista y totalitaria del
imperio, la Iglesia corre el peligro de caer en el estatismo cristiano. Ella misma sería
entonces la primera víctima de la protección del emperador: cadenas doradas, pero
verdaderas cadenas. En su estructura, la Iglesia adopta las estructuras de la sociedad
civil. La sede civil y la sede eclesiástica están íntimamente unidas y gozan de un
prestigio igual. Así, cuando el signo del imperio se desplaza de Roma a Constantinopla,
la sede eclesiástica de esta última ciudad se convertirá en rival de la sede pontificia de
Roma. Esta vinculación de la sede eclesiástica con la sede civil conducirá finalmente al
cisma de Oriente. Añadamos que el cristianismo, al volverse omnipotente por el favor
de Constantino y de sus sucesores, se hizo a su vez intolerante y perseguidor: acosando
a los paganos, asemejando el cisma y la herejía al crimen y haciéndolos castigar por el
Estado. Apenas liberada de la opresión, la Iglesia tiene que atravesar una prueba más
terrible todavía, la de la protección del Estado, y se hace a su vez opresora.
Libre, finalmente, de los príncipes temporales, la autoridad del papa crece de día en
día. La iglesia tiende a organizarse como monarquía fuertemente centralizada, con su
curia y sus nuncios. Cabeza de la cristiandad y rodeado del esplendor imperial, el papa
decide como soberano en matería de fe y de disciplina. Puede juzgar al emperador,
deponerlo, excomulgarlo, desligar a sus súbditos de todo vínculo de fidelidad a él. No
sólo eso, sino que es soberano del Estado pontificio y señor de otros muchos Estados.
La cruzada es una guerra santa, suscitada por el papa y dirigida por él. Todo eso lo
convierte en el primer hombre de su tiempo, el jefe de la cristiandad y de todo el
Occidente.
Así, durante casi tres siglos, de 1050 a 1350, la Iglesia parece haber logrado construir en
la tierra una morada de Dios: la cristiandad. Se levantan catedrales, se parte a la
conquista del santo sepulcro, se lucha contra el Islam, se lanza a la conquista del nuevo
mundo. El impulso de las órdenes monásticas es realmente admirable; cistercienses,
premonstratenses, franciscanos, dominicos. Es la época de las grandes síntesis
teológicas de san Buenaventura y santo Tomás, la época de Dante y de Roger Bacon.
423
Pero en esta sociedad el no creyente no tenía más consideraciones que el cristiano en el
sistema pagano. El hereje era tratado como un traidor. Después de haber estado
dominada por el Estado, la Iglesia se hace a su vez dominadora. La herencia de la Edad
Media fue pesada. Sumergió a la Iglesia en una profunda ambigüedad. Como las
actividades humanas y profanas se desarrollaban bajo el signo de la Iglesia, ésta
resultaba solidaria de todo lo que se hacía en su nombre. La Iglesia tardó siglos en
disipar las ambigüedades creadas por semejante situación en el plano de la guerra, de la
ciencia, de la política, de la filosofía, de la teología. Las cruzadas, la Inquisición,
Copérnico, Galileo, Descartes, Pascal, Leibniz son otros tantos hechos y nombres que
expresan esta situación ambigua, a veces dolorosa y trágica.
e) Las naciones modernas y el neocesarismo. A partir del siglo xiv el poder del Estado,
eclipsado en parte por la fuerza universal y dominadora del papado medieval, recobra
en el concierto de las naciones una autonomía y luego una autoridad, que pronto se
hizo absoluta y después agresiva y hostil. Además, en todos los terrenos se debilita el
impulso de la Iglesia. Las cruzadas pertenecen al pasado. Disminuye el celo de los
constructores de catedrales. La teología se repite y pierde creatividad. El gusto por el
lujo gangrena al clero y hasta a las órdenes religiosas. Y sobre todo la unidad de la
cristiandad empieza a disgregarse. La imagen grandiosa de una sociedad intelectual y
religiosamente unida, que se sirve del latín para su liturgia y sus escuelas, está en plena
decadencia.
La reforma llegará, pero tarde, después de unas iniciativas que escaparon al control de
la Iglesia y desembocaron en el drama de Lutero y en la pérdida de la mitad de Europa.
La Iglesia se insertó en la cultura y en el estilo de vida del renacimiento, pero
hundiéndose en él.
Por otra parte, a lo largo de todo el siglo xix, la irreligión ganó en extensión y en
profundidad. Se hizo sectaria, agresiva, decidida a eliminar no sólo a Cristo y a la
iglesia, sino a Dios mismo. Todo el humanismo del siglo xix es ateo. La concepción
cristiana del hombre se sintió como un yugo. Fruto de una evolución que empezó con el
renacimiento, esta actitud se desarrolló en el siglo XVIII y se formuló en el siglo xix en
la filosofía y los escritos de Hegel, Feuerbach, Karl Marx, Comte, Taine y Littré.
Ante esta marea ascendente del racionalismo, la Iglesia no disponía sino de una
apologética más cargada de buena voluntad que de solidez. Polémica y mal equipada
científicamente, acude a lo más urgente, se limita a cerrar brechas. Para responder a la
crítica histórica de la época hubiera sido menester una exégesis, una filosofía y una
teología vigorosas. Pues bien, la ciencia católica del siglo xix es débil y decadente. La
Iglesia está en retraso y es incapaz de realizar la síntesis entre lo antiguo y lo nuevo. No
puede hacer más que oponer un rechazo a las tesis del racionalismo. En las ideas laicas
del siglo xix (libertad, igualdad, democracia, separación entre lo político y lo religioso,
crítica histórica y literaria) había indudablemente, con ingredientes dudosos, algunos
elementos válidos y asimilables. Pero ante los ataques, la Iglesia lo rechazó todo en
bloque. Durante casi un siglo multiplicó las condenaciones.
425
h) El siglo XX en busca de nuevas formas de compromiso. Tras un largo período de
protesta contra el mundo moderno y luego de aislamiento, la Iglesia del siglo xx, sobre
todo después del Vaticano II, ha realizado una verdadera conversión en su actitud
frente al mundo. Conversión multiforme en sus manifestaciones. De desconfiada como
era, la Iglesia se ha hecho accesible y acogedora: pensemos en los gestos de Juan XXIII
y de Pablo VI (ante la ONU). Pasó de una política de prestigio a una política de
discreción, y hasta de olvido de sí misma. Antes pretendía dar sin recibir; saberlo todo
sin tener nada que aprender. Ahora reconoce que tiene mucho que recibir y que
aprender del mundo. Reconoce al mundo como interlocutor libre de un diálogo abierto.
Reconoce las otras culturas, las otras mentalidades, y pone confianza en ellas. El
diálogo, largo tiempo interrumpido con las ilosofías del tiempo presente, vuelve a
establecerse. La Iglesia entabla además diálogo con las comunidades cristianas
separadas, con las grandes religiones mundiales y hasta con el l humanismo ateo
moderno.
i) Una paradoja que interroga. Así, distinta del mundo, pero comprometida con el
mundo y con la historia de los hombres, la Iglesia no puede librarse de los riesgos de la
temporalidad. El problema del equilibrio que hay que mantener entre un exceso de
inserción y una falta de inserción en la historia es sin duda uno de los problemas más
arduos que la Iglesia tiene que resolver; y si no se ha encontrado nunca una solución
satisfactoria, es sin duda porque no existe.
Dicho esto, ¿cómo explicarla perennidad de la Iglesia, a pesar de todos estos riesgos de
la temporalidad que la rodean como otros tantos factores de decadencia y de muerte?
Aunque cada momento de la historia puede o podía encontrar una explicación
coherente y plausible en el contexto de la época, ¿cómo explicar que las circunstancias
favorezcan siempre a la Iglesia y le permitan sobrevivir? Si se quiere apelar al azar,
¿cómo explicar que el azar juegue siempre en su favor? Considerada en cada etapa, la
Iglesia aparece como una realidad improbable, defectiva, vulnerable, superada, un
426
montón de ruinas y de gérmenes, ocupada en fallar y en renacer. La Iglesia sigue siendo
un enigma. Hace ya tiempo que debería estar muerta. Y sin embargo, perdura. Más que
la religión judía, que no supo desprenderse jamás de sus condiciones de raza, de
instituciones y de ritos, la Iglesia se compromete y deja de comprometerse. No tiene
miedo, en cada época, de comprometerse en un mundo inédito, terrible, que hace pesar
sobre ella la amenaza de la asimilación y corre el riesgo de arrastrarla en su ruina.
Insertada, metida en las estructuras de la vida política del imperio romano, del
feudalismo, de la cristiandad medieval y de las naciones modernas, la Iglesia debería
haber perecido y muerto como ellas. Por el contrario, en los últimos siglos, cada vez
más libre respecto al poder temporal, pero cada vez más ausente del mundo, la Iglesia,
como una noble dama, pero de otros tiempos, debería haberse apagado en un
aislamiento peor que la muerte. Pues bien, lo extraño, lo paradójico, es que sigue
existiendo y que encuentra siempre la fuerza para renovarse y rejuvenecer. Veinte
siglos no han logrado acabar con su vitalidad. En la historia humana, tal como la
conocemos, semejante perennidad en la temporalidad constituye un verdadero enigma.
Es verdad que por la fe sabemos que la Iglesia no perecerá, ya que el principio de su
perennidad no está en el hombre, sino en Dios y en su Espíritu. Sin embargo, la
floración histórica de esta acción es asombrosa. Porque todo el que es consciente de
cuanto hay de frágil y de caduco en la historia humana, se extrañará de que una
institución tan insertada, tan comprometida en la historia de los hombres y sometida a
tantas tensiones durante veinte siglos haya logrado mantener su identidad y su
dinamismo. El fenómeno parece desembocar entonces en un misterio.
Ya las cartas de san Pablo atestiguan que hay, en las comunidades primitivas, faltas de
fe y de caridad, envidia mentiras, codicia, impureza. No puede escapar a ello; a no ser
que se conciba a la Iglesia como una hipóstasis idealizada, separada de los mismos
creyentes, es preciso decir que los pecados de los miembros de la Iglesia son los
pecados del pueblo de Dios, que los pecados de los cristianos afectan a la misma iglesia.
Debilitan y manchan el cuerpo misterioso y santo de Cristo.
427
a) Iluminación de la Escritura. En la santidad, en sentido bíblico, se puede distinguir un
doble aspecto: 1) Sólo Dios es santo y toda santidad viene de Dios. El pueblo de Dios es
santo, la Iglesia es santa, porque ha sido elegida, llamada por Dios, consagrada a Dios y
a Cristo por el bautismo. 2) Esta santidad de iniciativa y de gracia de parte de Dios
exige una santidad de respuesta por parte del hombre, es decir, una santidad ética.
Estas precisiones iluminan ya la paradoja pecado-santidad de la Iglesia. Nos sitúan en
un contexto personalista de gratuidad y de amor por parte de Dios, de respuesta libre y
amorosa por parte del hombre.
Las imágenes empleadas por la Escritura para describir el misterio de la Iglesia nos
iluminan más sobre la paradoja pecado-santidad de la Iglesia.
Así, el Vaticano ll ha adoptado la imagen del pueblo de Dios como imagen fundamental
para presentar a la Iglesia. Esta imagen subraya la iniciativa de Dios. Israel no existe
más que en virtud de la iniciativa graciosa y decisiva de Dios. Ha nacido de la nada y
está formado por aquellos a los que Dios ha agraciado. La elección, la salvación, la
alianza, la ley son puros dones. Esta imagen subraya también que la Iglesia es un
pueblo peregrino, una caravana en marcha hacia el reino escatológico. La Iglesia está
en tránsito. Como está en camino, este pueblo se ve sometido a las vicisitudes del
tiempo; es deficiente y pecador; tiene continua necesidad de reforma y de perdón.
Después del éxodo, el pueblo de Dios murmura, es infiel. Pero esta imagen subraya
también que la Iglesia se encamina hacia un término que será su descanso y su gozo.
Aunque muy sugestiva, la imagen del pueblo de Dios no agota toda la riqueza del
misterio de la Iglesia. Puede decirse de esta imagen que constituye el elemento genérico
que sirve para expresar la continuidad de las dos alianzas. Pero el estatuto de la Iglesia
bajo la nueva alianza se expresa por la imagen del cuerpo de Cristo. Desde la unión de
la naturaleza divina con la naturaleza humana en la encarnación y desde la resurrección
de Cristo, la Iglesia es el cuerpo de Cristo. Puesto que Cristo ama a la Iglesia, su esposa,
como a su cuerpo, ésta permanece indisolublemente unida a él. El esposo y la esposa no
se separan. Los miembros pueden sustraerse libremente de la influencia vivificante y
santificadora de Cristo y del Espíritu, y la enfermedad puede afectar a algún que otro
miembro del cuerpo humano, pero nada puede separar a Cristo esposo de su esposa la
Iglesia. Nada puede debilitar o manchar la fuente de vida que no deja de vivificar al
cuerpo de Cristo, puesto que esta fuente es Dios mismo.
c) Una paradoja que interroga. No se puede negar que la Iglesia es una comunidad
visible, cuyo testimonio asume una forma no sólo personal, sino también comunitaria.
La calidad de los miembros de esta comunidad afecta a la calidad de la comunidad
misma y a la calidad de la imagen que presenta ante el mundo. Si esta comunidad vive
del evangelio, afirma de este modo el poder que tiene sobre ella el evangelio reconocido
como valor supremo. De aquí resulta una imagen fiel a Cristo y a su Espíritu. Por el
contrario, el pecado establece entre los miembros de una comunidad unas relaciones
interpersonales pecaminosas. Una comunidad que tiene a sus miembros divididos; que
son egoístas, crueles, recelosos, inmorales, mentirosos y ladrones, es justamente
calificada de pecadora. Si presenta un cuerpo y un rostro de pecado, constituye un
antisigno de la salvación, ya que contradice al evangelio que anuncia.
Dicho esto, ¿cuáles son esos hechos, que pueden observar incluso los hombres de fuera,
capaces de suscitar la admiración y hacer nacer la pregunta: si la salvación está en el
mundo, ¿no estará en esa comunidad que se dice fundada por Cristo para salvar a los
hombres? En otras palabras, ¿cuáles son en la Iglesia las manifestaciones visibles de
santidad que, a pesar del pecado de sus miembros, pueden atraer la mirada incluso del
no creyente? He aquí algunos de estos hechos: 1) La Iglesia no deja de predicar el
evangelio y los medios de la salvación. 2) La Iglesia no deja de trabajar por la elevación
del nivel moral de la persona y de la humanidad. 3) La Iglesia acoge a los pecadores. 4)
La Iglesia no cesa de proponer el ideal de la perfección evangélica. 5) La Iglesia no deja
de engendrar santos en todas las épocas: Pablo y Pedro, Ignacio de Antioquía, Basilio,
Gregorio, Atanasio, Ambrosio, Agustín, Bernardo, Benito, Clara, Francisco, Domingo,
Tomás de Aquino, Buenaventura, Ignacio de Loyola, Francisco Javier, Vicente de Paúl,
Juan María Vianney, Juan Bosco, Juan de la Cruz, Francisco de Sales, Teresa de Ávila,
Teresa de Lisieux, Juan de Brébeuf, Isaac Jogues, M. Kolbe, etc. Estos santos y santas
pertenecen a la historia universal. 6) La reforma periódica de la Iglesia; en efecto, la
Iglesia cuenta, junto a santos heroicos, con una pesada masa de pecadores. Tanto en su
cuerpo entero como en sus miembros tiene constantemente necesidad de reformarse.
El Vaticano II ha expresado con vehemencia esta necesidad. La Iglesia precisa
constantemente reformarse y es perfectamente consciente de ello. Periódicamente,
para ser fiel al evangelio que pide una constante conversión, la Iglesia procede a su
propio rejuvenecimiento por medio de reformas sucesivas. Por ejemplo: reformas de
Cluny, en el siglo xI, extendida y prolongada hasta el siglo xIII; reforma tridentina del
siglo xvi, prolongada por san Ignacio, san Carlos Borromeo, san Francisco de Sales, san
Vicente de Paúl; reforma actual del Vaticano II, verdadera revolución a nivel de los
textos y de las actitudes, imprevisible todavía en sus repercusiones.
429
En una palabra, incluso en sus miserias, la Iglesia sigue siendo una paradoja. Se
constituye ella misma en juez y reformadora de sus debilidades. En el seno del abismo
encuentra la fuerza para recuperarse. La paradoja es que los hombres, tan débiles, tan
miserables, encuentran la fuerza de mirar hacia adelante y hacia arriba. La paradoja es
que la Iglesia, a pesar de sus debilidades, no cesa de producir regularmente santos
suficientemente grandes y suficientemente fieles para ser propuestos a la imitación de
todos.
La Iglesia, como hemos visto, presenta a los ojos del observador, incluso no creyente,
un conjunto de rasgos paradójicos, constituidos a su vez por tensiones múltiples y un
potencial explosivo tan grande que una sola de ellas bastaría para provocar la explosión
de la Iglesia. No se trata de amenazas teóricas, sobre las cuales podría elucubrarse
como sobre inocentes problemas de álgebra, sino de realidades históricas que han
estado a punto de tragarse a la Iglesia. El fenómeno Iglesia, en su totalidad, plantea un
problema; exige una explicación, una explicación suficiente y proporcionada. Remite a
algo distinto. Porque hay que encontrar el principio de inteligibilidad de las grandes
antinomias de la Iglesia: unidad-catolicidad, perennidad-temporalidad, pecado-
santidad. ¿Cuál es entonces la clave de este enigma?
La Iglesia, por su parte, propone como explicación de ella misma el hecho de que todo
su ser y su obrar proceden de una intervención especial de Dios en Jesucristo. Atestigua
que, por sí misma, ella no es nada, sino que toda su fuerza de expansión y de cohesión,
de santificación y de salvación le viene de Dios en Jesucristo, epifanía del Padre. El
sentido real del fenómeno Iglesia es la presencia activa en ella de Cristo y de su
Espíritu, fuente de unidad y de caridad.
Semejante explicación no debe rechazarse sin examen, puesto que parece ser la única
explicación adecuada de los hechos observados. Si se la admite, todo queda claro, todo
se hace coherente, inteligible. Si no, por mucho que algunos se empeñen en buscar
explicaciones "naturales", la Iglesia con todas sus paradojas, con todas sus tensiones y
sus veinte siglos de historia, sigue siendo un enigma indescifrable. Ante el carácter y la
importancia de los hechos observados, es prudente reconocer como verídico el
testimonio de la Iglesia sobre sí misma; ella es, entre los hombres, la comunidad de la
salvación en Jesucristo querida por Dios.
Esta conclusión es tanto más razonable cuanto que existe una armonía maravillosa
entre los hechos observados y el mensaje de Cristo, al que apela la Iglesia. En efecto, la
Iglesia proclama que Cristo es el Hijo de Dios venido entre los hombres para inaugurar
en la tierra el reino de Dios; es decir, para transformar el corazón del hombre en un
corazón filial y para reunir a todos los hombres en un solo, pueblo de Dios, para hacer
de él un solo cuerpo, el cuerpo de Cristo, animado por el Espíritu de amor, que une al
Padre y al Hijo. Pues bien, la Iglesia aparece en la tierra como la presencia visible y al
menos incoativa de esta transformación anunciada. En el santo, concretamente,
aparece un nuevo tipo de humanidad, es decir, un hijo de Dios que vive y actúa bajo el
poder del Espíritu. Por otra parte, en la Iglesia aparece un nuevo tipo de sociedad, que
deja vislumbrar, con algunos indicios de su condición humana y terrena, ciertos rasgos
más luminosos, que son como el esbozo de una humanidad finalmente reunida en la
unidad y la caridad, a imagen de la comunión trinitaria. Esta coherencia entre el
evangelio de Cristo y los rasgos paradójicos de la Iglesia lleva a concluir que la Iglesia es
430
verdaderamente, entre los hombres -como ella misma declara-, el signo de la venida de
Dios, el lugar de la presencia de la salvación en Jesucristo. La paradoja encierra un
misterio.
Insistimos: el método que hemos empleado procede por vía de inteligibilidad interna.
Toma como punto de partida no ya los atributos absolutos y gloriosos de la Iglesia, sino
las paradojas que la constituyen. Este método intenta comprender estas paradojas, en
sí mismas y en vinculación con la explicación que la Iglesia propone de sí misma y de su
relación con Cristo. La coherencia de la explicación propuesta y su aptitud para dar
cuenta de los fenómenos observados inducen a pensar que el testimonio de la Iglesia es
verídico: la Iglesia es verdaderamente, entre los hombres, "sacramento universal de la
salvación" en Jesucristo. La explicación del fenómeno reside en el misterio que
atestigua. Este camino de aproximación, lo mismo que los otros, no conduce a la
evidencia, sino a una certeza moral, que puede motivar una decisión prudente. Para
abrirse a la presencia que se oculta en la carne del fenómeno y en la fragilidad de la
institución Iglesia, hay que aceptar perderse: hay que dejarse llevar por el Espíritu que
murmura en nosotros en lo más íntimo de nuestro ser.
BIBL.: OBRAS GENERALES: Documentos del Vaticano II, especialmente LG, GS AG,
AA; JEDIN H., Handbuch der Kirchengeschichte, Friburgo 1966 FLICHE A. y MARTIN
V., Historia de la Iglesia, 30 vols., Valencia 1978; PAs-róR L., Historia de los Papas
desde fines de la Edad Media, 39 vols., Barcelona 1910-1961. MONOGRAFIAS: ADAM
K., Le vrai visage du catholi* cisme, París 1934; BALTHASAR H.U. von, Ensayos
teológicos II, Sponsa Verbi, Madrid 1965; CONGAR Y., Santa Iglesia, Barcelona 19682;
COTUGNO :N., La testimonianza del Popolo di Dio; segno di Rivetazione alla luce del
Concilio Vaticano II, en R. FISICHELLA (ed.), Gesú Rivelatore, Casale Monferrato
1988, 227-240; FISICHELLA R., H. U. von Balthasar. Amore e credibilitá cristiana.
Roma 1981; GuITTON J., La Iglesia y el Evangelio, Madrid 1961; GRANDMÁISON M.,
L Église par elle-méme mótif de erédibilité, Roma 1961; HAMER J., La Iglesia es una
comunión, Barcelona 1965; HOLSTEIN H., LÉglise, Signe parmi les Nations, en
"Etudes" (oct. 1962); KÜNG H., La Iglesia, Barcelona 1970; LATOURELLE R., La
testimonianza della vita, segno di salvezza, en Laici sulle vie del Concilio, Asís 1966,
377-395; ID, Cristo y la Iglesia, signos de salvación, Salamanca 1971; LuBAC H. de,
Paradoxe el Mystére de PÉglise, París 1967; MANARANCHE A., Je crvis en` Jésus-
Christ aujourd huí, París 1968; MARTELET G., Sainteté el vie religieuse, Toulouse 1964
MÜHLEN H., El Espíritu Santo en la Iglesia, Salamanca 1974; RAHNER K., Sobre la
posibilidad de la fe hoy, en Escritos de Teología V, Madrid 1964, I1-31;
SCHILLEBEECKx E., Cristo, sacramento del encuentro con Dios, Pamplona 19715;
SCHuTz R_., Dynamique du provisoire, Taizé 1965.
R. Latourelle
431
La vía empírica, calificada como vía ascendente, método regresivo o analítico, aparece
como propia de la eclesiología fundamental (/ Iglesia, I), ya que parte de la
consideración de la Iglesia católica tal como hoy existe y vive para mostrar su
credibilidad. Así, mientras que las otras dos vías -la histórica y la notarum- siguen un
proceso común: de Cristo a la Iglesia, la vía empírica sigue un proceso inverso: de la
Iglesia se "asciende" a Jesucristo.
Esta forma de reflexión se vislumbra ya en san Agustín: "El poder divino no se nos
manifiesta ya en la vida de Cristo que no vemos ya más, sino en la Iglesia viviente,
presente bajo nuestros ojos: Nosotros que vemos el cuerpo, creemos eh la cabeza" (PL
38,659-660). Tomás de Aquino muestra a su vez que la conversión al cristianismo
constituye un "milagro máximo y obra manifiesta e indicio cierto de inspiración divina"
(CG 1,1, c. 6).
En el siglo xv, Savoranola o.p. inauguró el método apologético con el que mostró la
verdad de la Iglesia a partir de su vida. En el siglo xvll, los principales autores de tal
método fueron J.B. Bossuet y B. Pascal. En el siglo xlx, J. Balmes, H. Lacordaire y,
especialmente, el cardenal Dechamps, que vio en esta vía el centro de su obra
apologética a partir del método de la "Providencia" e influyó decisivamente en el
Vaticano I.
Este concilio es crucial para la potenciación de la vía empírica, ya que declaró que la
Iglesia católica es "por sí misma" (per se ipsa) un motivo de credibilidad que la
convierte en "signo levantado entre las naciones" (signum levatum in nationes, cf 1s
11,12), aunque no se trata de una prueba demostrativa sino indicativa (DS 3013s). A
partir del De Ecclesia 1 (1925), de H. Dieckmann tal vía será calificada como
"empírica": Ésta tendrá por fundamento su naturaleza de "milagro moral", que tipifica
el hecho extraordinario de la Iglesia e infiere así su trascendencia y divinidad.
A partir del Vaticano II, ciertos rasgos-del signo Iglesia propios del Vaticano I quedan
difuminados, percibiéndose un nuevo enfoque a partir de la "sacramentalidad" de la
Iglesia, visible y espiritual, y que forma "una complexa realitas "(LG 8). En efecto, el
centro de la constatación del signo de la Iglesia se sitúa progresivamente en la categoría
del testimonio. Se trata de todo un proceso de personalización, ya que lo que el
Vaticano I entendía por signo de la Iglesia con sus atributos milagrosos, el Vaticano II
lo refiere al t testimonio personal y comunitario. Tal testimonio se convierte en signo
eclesial de credibilidad y en paradigma para la eclesiología fundamental, perfilándose
actualmente en estos cuatro acentos:
1. VÍA HAGIOFÁNICA. Presenta a la Iglesia como testimonio de hagiofanía. El milagro
ya no es considerado como efecto del poder de Dios, sino como signo de la presencia y
la llamada divina que invita a la conversión. La Iglesia es, pues, una hagiofanía más
ostensiva que probativa (Y. Congar, G.C. Berkouwer).
BIBL.: BOFF L. Die Kirche als Sakrament im Horizont der Welterfahrung, Paderborn
1972; GIANFROCCA G., La vio empírica del concilio Vaticano 1 a no¡, Roma 1963;
HIDEER B., GlaubeNatur-Übernatur. Studien der "Methode der Vorsehung"von
Kardinal Dechamps. Frankfurt 1978; LATOURELLE R., Cristo y la Iglesia, signos de
salvación, Salamanca 1971; PIE-NINOT S., Tratado de Teología Fundamental,
Salamanca 1989, 19912, 340-354.363-366.
S. Pié-Ninot
V. Notas de la Iglesia
Prácticamente, todos los cristianos están unidos al profesar su fe en la "Iglesia una,
santa, católica y apostólica". Esta cuádruple descripción de la Iglesia forma parte del
credo bautismal que fue adoptado como su profesión de fe por el primer concilio de
Constantinopla, fue confirmado por el concilio de Calcedonia y más tarde se convirtió
en el credo litúrgico de las Iglesias de Oriente y de Occidente. Estos cuatro atributos
son profesados, como la Iglesia misma, en el credo como objetos del acto de fe,
compartiendo la naturaleza de la Iglesia en cuanto misterios. Por eso, como la Iglesia,
son realidades complejas, siendo en algunos aspectos experimentalmente verificables, y
en otros conocibles sólo por la fe. Los eclesiólogos consideran estas propiedades de la
Iglesia en todos sus aspectos, buscando una comprensión más plena de lo que creemos
acerca de la Iglesia. Los apologistas católicos, especialmente a partir del siglo xvii, han
centrado su atención en aquellos aspectos de los cuatro atributos del credo que pueden
conducir a una persona que está buscando sinceramente la verdadera Iglesia de Cristo a
identificarla sólo como la Iglesia católica.
Con esta finalidad, los apologistas han seleccionado aquellos aspectos de las cuatro
propiedades de la Iglesia que pueden funcionar como las "notas" o "marcas" distintivas
de la única Iglesia verdadera. Tales notas tendrían que ser: 1) más fácilmente
identificables que la Iglesia misma; 2) propias de la verdadera Iglesia; 3) inseparables
433
de ella, y 4) reconocibles por cualquiera que busque sinceramente, aunque no sea
instruido.
El argumento apologético conocido como la vía notarum implicaba dos pasos básicos:
1) la demostración de que por la voluntad de Cristo, su divino fundador, la Iglesia debe
ser visible y reconocible como una, santa, católica y apostólica, con un tipo específico de
unidad, santidad, catolicidad y apostolicidad que es propio sólo de la verdadera Iglesia,
y 2) la demostración de que precisamente tal unidad, santidad, catolicidad y
apostolicidad caracterizan a la Iglesia católica romana y no a otra.
En el transcurso de los siglos xviii y xix, la vía notarum se convirtió en un rasgo normal
de la apologética católica, experimentando varias evoluciones y adaptaciones a medida
que los problemas inherentes a ella llegaron a ser mejor conocidos y se tomaron
medidas para abordarlos. Un problema de este tipo residía en el hecho de que era
claramente imposible afirmar que sencillamente no era en absoluto posible hallar
unidad, santidad, catolicidad o apostolicidad en las Iglesias no católicas. Esto era
particularmente evidente con respecto a las Iglesias separadas de Oriente, cuyos
sacramentos ciertamente podían producir santidad en aquellos que los recibían
devotamente y cuyas órdenes episcopales eran de origen apostólico. Problemas como
éstos hicieron necesario especificar nuevamente las nociones de unidad, santidad,
catolicidad y apostolicidad que son propias de la verdadera Iglesia, de tal modo que se
pudiera concluir que se encuentran únicamente en la Iglesia católica romana. En otras
palabras, el uso católico de la vía notarum dependía de una comprensión típicamente
católica de las cuatro propiedades del credo de la Iglesia. Naturalmente, otros cristianos
podían afirmar estas mismas cuatro propiedades a sus Iglesias, al entenderlas de modo
que correspondieran a su realización en sus Iglesias.
Una solución a este problema fue propuesta por V.A. Dechamps, arzobispo de Malinas,
y fue adoptada por el concilio Vaticano I. Esta solución obviaba la necesidad de volver a
las fuentes, al insistir en que la unidad, santidad y universalidad que son únicas de la
Iglesia católica constituyen un milagro moral, y por tanto, por sí mismas, aportan una
prueba suficiente de que ésta es la verdadera Iglesia de Cristo (DS 3013). Desde luego
esta solución no carece de dificultades, ya que implica la necesidad de demostrar no
sólo que la Iglesia católica goza sólo ella de estas propiedades, sino también que su
posesión es prueba innegable de su origen divino.
A pesar de la aprobación de esta vía empírica por el Vaticano I, los apologistas católicos
continuaron proponiendo la vía notarum, bien incluyendo el primado romano en ella,
al tratar de la unidad y apostolicidad, o bien proponiendo dos aproximaciones distintas,
la via notarum y la via primatus.
Sin embargo, los progresos a lo largo del siglo xx han conducido, si no al total
abandonala vía notarum, al menos a una aproximación totalmente diferente a la
cuestión de identificar la "verdadera Iglesia de Cristo": En primer lugar, los
434
trascendentales avances realizados en los estudios bíblicos, patrísticos e históricos han
llevado a una creciente insatisfacción por el uso de las fuentes, que era característico
del método apologético. Al proyectar más luz sobre la Iglesia primitiva, se hizo cada vez
más evidente que los apologistas católicos habían estado encontrando en esas fuentes
con demasiada facilidad lo que querían encontrar, y no lo que objetivamente había en
ellas. La debilidad del uso de las fuentes como "texto-prueba" fue cada vez más patente.
Prácticamente, todos los comentaristas han visto en este cambio de redacción una
significativa apertura al reconocimiento por parte de la Iglesia católica de la realidad
eclesial en el mundo no católico. Esto se confirmó en LG 15, donde el concilio reconocía
la función de las iglesias no católicas y comunidades eclesiales de administrar el
bautismo y otros sacramentos a sus miembros. Esto se desarrolló más tarde en el
decreto sobre el ecumenismo, que declaraba que estas Iglesias y comunidades no
católicas eran utilizadas por el Espíritu Santo cómo medios de gracia y salvación (UR
3).
¿Cuáles son las consecuencias para la apologética católica de este trascendental cambio
de actitud concerniente al status eclesial de las Iglesias y comunidades eclesiales
separadas de Roma? Primero: no se trata ya de la cuestión de tener que demostrar que
la Iglesia romano-católica es la "única Iglesia verdadera" con exclusión del derecho de
cualquier otra a ser llamada Iglesia. El Vaticano II, al reconocer la naturaleza eclesial de
esas otras Iglesias y comunidades, claramente reconocía que la única Iglesia de Cristo
está presente y salvíficamente operativa también en ellas. En otras palabras, la tarea de
la apologética católica no consiste ya en probar que la Iglesia de Cristo, en un sentido
exclusivo es la Iglesia romano-católica, sino más bien en justificar la afirmación de que
la Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia católica. Lo que esta tarea implica depende de
cómo se entienda la expresión subsiste en.
La cuestión entonces es: ¿en qué diferiría una via notarum católica leída a la luz del
Vaticano II de la apologética preconciliar? Existirían varias diferencias importantes. La
primera nace del hecho de que la expresión subsiste en no tiene el sentido exclusivo de
la palabra es, a la que sustituyó en el texto conciliar. Decir que la Iglesia de Cristo
subsiste en la Iglesia católica no significa que no se encuentre en otra parte;
ciertamente el concilio reconocía que está presente y operativo en otras Iglesias y
comunidades también en virtud de los medios eclesiales de gracia que otorgan a sus
miembros. Asimismo, decir que la unidad, santidad, catolicidad y apostolicidad que
Cristo concedió a su Iglesia subsisten en la Iglesia católica no implica que se encuentren
exclusivamente ahí. Una clave de la apertura del concilio al ecumenismo reside en el
reconocimiento de que cosas tales como la comunión eclesial admiten grados de
plenitud en su realización de modo que afirmar una cierta plenitud de eclesialidad,
unidad, etc., de la Iglesia católica no significa una negación de su presencia en otra
parte. Lo que el apologista católico tiene que justificar ahora es la afirmación de que su
Iglesia tiene una cierta plenitud de lo que significa ser Iglesia, y una plenitud de las
propiedades esenciales de la iglesia, de modo que se pueda decir con todo derecho que
la Iglesia de Cristo subsiste ahí de una manera que no se encuentra en otras Iglesias.
Dos nuevas diferencias deben también resaltarse. La primera es que, a la luz del
Vaticano II, una afirmación de esa "plenitud" no es lo mismo que una afirmación de
realizar la naturaleza de la Iglesia o sus propiedades en su absoluta perfección. El
concilio declaraba, por ejemplo, que aunque la Iglesia es "indefectiblemente santa" (LG
39), no obstante aquí, en la tierra, "está adornada de verdadera santidad, aunque
todavía imperfecta" (LG 48). De modo similar reconocía que el estado de división de la
Iglesia no le permite realizar la plenitud de catolicidad que le es propia (UR 4). Su
unidad es algo que "debe crecer hasta la consumación de los siglos" (UR 4). Los
apologistas católicos después del Vaticano II no pueden permitirse el triunfalismo que
caracterizó a algunas apologéticas preconcilares.
Finalmente, como se ha señalado antes, uno de los problemas del primitivo uso de la
via notarum era que dependía de un característico modo católico de entender las cuatro
"notas" de la Iglesia. A partir del Vaticano II se han dedicado importantes estudios
ecuménicos a la elucidación de las cuatro propiedades del credo de la Iglesia. Por eso
hay motivos para esperar que en el futuro un apologista católico será capaz de basar su
via notarum en un modo de entender estas propiedades que representaría al menos una
convergencia, si no un pleno consenso, logrado a través del estudio y el diálogo
ecuménicos.
F.A. Sullivan
VI. Intérprete de la Escritura
436
Como asamblea de creyentes, la Iglesia vive de la palabra de Dios. En la oración, la
liturgia y el estudio, los cristianos buscan guía y sustento diario en la privilegiada
expresión de la palabra en la Escritura. En consecuencia, la interpretación bíblica es de
vital importancia, y el concilio Vaticano IIpuso especial cuidado en explicar los
principios de la l "exégesis integral" de la Biblia. La principal declaración hermenéutica
del concilio, DV 12, anima a la recuperación histórico-crítica del sentido original o
literal de los textos; pero después continúa insistiendo en una interpretación teológica
más amplia del significado de la Biblia en la perspectiva de la fe. DV 12 concluye luego
afirmando que la interpretación bíblica "queda sometida al quicio definitivo de la
Iglesia, que recibió de Dios el encargo y el oficio de conservar e interpretar la palabra de
Dios".
Por último, la conexión que los católicos establecen entre la interpretación bíblica y la
autoridad magisterial de la Iglesia descansa sobre la convicción de que Cristo
proporcionó unos medios institucionales para asegurar la transmisión, protección y
explicación íntegras de lo que ha sedo revelado para nuestra salvación (DV 10; cf
/Magisterio). Esta convicción, sin embargo, tiene una historia que muestra tanto la
continuidad a través de las épocas como una considerable variedad en los modos de
articular y ejercer el papel arbitral de Iglesia en la interpretación de la Escritura.
Los padres de los siglos II y ni estaban seguros de que las Iglesias, especialmente
aquéllas de fundación apostólica, tenían en su /"regla de fe" un cuerpo de doctrina que
expresaba el sentido global de la Escritura de forma sumaria. Orígenes podía decir que
la verdad de la palabra de Dios, realidad más profunda que la letra del texto, es
conocida por la Iglesia ahora convertida a su Señor. Pues el Espíritu Santo ha
transmitido el sentido inspirado (Spiritalem sensum) a la Iglesia (In Leviticus 1,1; 5,5).
En consecuencia, los antiguos concilios evaluaron repetidamente doctrinas, incluyendo
las propuestas con el apoyo de textos bíblicos, en función de su conformidad con la fe
transmitida y su confesión en las Iglesias (cf l Símbolo de la fe). La cristología
adopcionista fue rechazada porque sus partidarios, aunque citaban los evangelios, no
los entendían de acuerdo con la sana doctrina, es decir, en la forma en que los padres
católicos habían confesado su fe y explicado los textos. Las Escrituras, efectivamente,
eran la fuente de la enseñanza y alimento diario, pero el símbolo de la fe se fundía con
la doctrina de los padres para constituir la norma por la cual se valoraban las
interpretaciones de la Escritura.
437
Una nueva situación se creó en torno al 1500, debido tanto a la creciente difusión de
biblias impresas para la lectura personal como a estallidos esporádicos de fervor y
expectación apocalípticos. Un decreto del concilio Lateranense V (sesión XI, 19 de
diciembre de 1516) censuraba a aquellos que torcían el significado de la Escritura en
sermones tejidos de interpretaciones temerarias y muy particulares. El individualismo
en la predicación bíblica estaba excluido, y a los predicadores se les asignaba como
mandato anunciar y explicar la verdad del evangelio de acuerdo con la enseñanza de los
doctores acreditados.
La constitución dogmática del concilio Vaticano I Dei Filius reafirmó Trento, pero
cambiando la formulación negativa de Trento, que excluía interpretaciones contrarias
al sensus de la Iglesia, por una declaración positiva de que el sentido eclesial es
verdadero para la Escritura en asuntos de fe y de la vida cristiana (DS 3007). La
principal preocupación del Vaticano I en la Dei Filius era exponer tanto las diferencias
como las relaciones entre la razón natural y la revelación y la fe sobrenaturales.
Especialmente a través de las intervenciones del obispo Meignan de Chálons, el concilio
tomó conciencia del peligro de una aproximación demasiado restrictiva a la Escritura
que pudiera perjudicar a los investigadores católicos en su defensa de la revelación y de
la Biblia contra ataques radicales. Así, aunque el Vaticano I es más enérgico que Trento
en su declaración del carácter normativo de la tradición doctrinal, no afirmó que la
enseñanza de la Iglesia agote el significado de la Escritura. El Vaticano I no cerró la
puerta a la adhesión católica final a esa obra de la razón que es la aplicación de métodos
críticos en la recuperación de la intención comunicativa original de determinados
autores bíblicos.
438
Ciertamente no se ha dicho la última palabra sobre el papel de la Iglesia en la
interpretación de la Escritura, pero pueden afirmarse dos puntos en conclusión:
1) En las intervenciones doctrinales del magisterio se debe distinguir entre el uso de
textos bíblicos para ilustrar la doctrina y una auténtica declaración sobre un pasaje
bíblico. La primera práctica no pretende ofrecer una interpretación de los pasajes
citados o aludidos. Pero otras declaraciones magisteriales se refieren al sentido original
de pasajes bíblicos específicos: Casos de lo último sería el capítulo de Trentosobre las
palabras de la institución de la eucaristía (DS 1637) y sobre la fundamentación en
Stg_5:14 del sacramento de la unción de los enfermos (DS 1695,1716). Estos ejemplos
ilustran el papel arbitral del magisterio en arreglar disputas sobre interpretaciones de
la Escritura. Sin embargo, tales declaraciones no parecen identificar formalmente el
contenido del dogma posterior con el sentido literal del pasaje original. Lo que está en
juego es, en cambio, la homogeneidad entre el significado original y lo que se ha
desarrollado en la Iglesia. Los dos sentidos están unidos por una trayectoria de
evolución orgánica y legítima, como aparece claramente en las declaraciones del
Vaticano Isobre los textos petrinos y la primacía papal (DS 3053-55).
2) DV 12,3 insiste en una lectura "con el mismo Espíritu" que une a los textos bíblicos
particulares con el campo completo de la revelación y con su actualización
interpretativa en la tradición eclesial. La historia hasta Trento indica que la expresión
primaria de esta tradición interpretativa es el complejo objetivo del símbolo de la fe, el
dogma y la liturgia. Por ejemplo, los grandes ciclos de la práctica litúrgica, centrados en
navidad y pascua, ofrecen una expresión inequívoca de lo que la fe asume como central
en la Biblia. El movimiento ascendente de' la plegaria eucarística muestra una fe que
llega a su expresión auténtica al dar todo honor y gloria al Padre, por medio del Hijo, en
el Espíritu. El sensus Scripturae de la Iglesia tiene un contenido identificable, y éste no
debería oscurecerse interpretándolo sólo en términos de autoridad formal que
interviene con un juicio auténtico.
BIBL.: BEUMER J., Die katholische Inspirationslehre zwischen Vaticanum I und II.
Stutgart 1965; BRANDMOLLER W., Die Lehreder Konzilien über die rechte
Schrijtinterpretation biszum 1. Vatikanum, en "Annuarium Historiae Conciliorum", 19
(1987) 13-61; Bnowrr R. E., Biblical Exegesis and Church Doctrine, Nueva York-
Mahwah 1985; In, Introducción crítica al NT, en A. GEORGE y P. GaELOT (eds.), vol.
6,P, i7REL0T, Los evangelios y la historia, Herder, Barcelona 1988; BeowN R.E. y
SCHNEIDI:RS S., Hermenéutica, y Beowrr R.E. y CoLLns'r.A., Pronunciamientos de la
Iglesia, en R. E., BRflWN y otros (eds.), Comentario bíblico San Jerónimo, Cristiandad,
Madrid 1972; KÜMMERINGER H., Fs¡si Sache der Kirche, "iudicare de vero sensu el
interpretatione scripturarum sanetarum" : Zum Verstándnis dieses Satzes aujdem
Tüdentinum und Vaticanum I, en "Theologische Quartalschrift" 149 (1969) 282-296;
MIDALI M., Rivelazione, chiesa, scrittura e tradiztone alla IV sessione del Concilio di
Trento, Roma 1973 POTTMEYER H.J., Die historisch-kritische Methode und die
Erkldrung zur Schrijtauslegung in der dogmatischen Konstitution "Dei Filius"des 1.
Vatikanums, en "Annuarium Historiae Conciliorum", 2 (1970) 87-111; SÁNCHEZ CARO
J.M., Hermenéutica bíblica, en A.M. ARTOLA y J. M. SÁNCHEZ CARO, Biblia y
Palabra de Dios, Estella 1989,245-435.
J. Wicks
439
VII. Iglesias evangélicas
El evangelismo como movimiento religioso tiene su origen tanto en la reforma
protestante del siglo xvi como en las variadas formas de despertar evangélico entre los
siglos xvii y XIX. Abarca, por tanto, los diversos cuerpos eclesiales que surgieron de
estas importantísimas conmociones espirituales.
Aunque su propósito era reformar las Iglesias desde dentro, los movimientos de
renovación, sin darse cuenta, contribuyeron a la aparición de nuevas denominaciones.
Grupos eclesiales que remontan sus orígenes al puritanismo separatista incluyen a los
baptistas, congregacionalistas, y los hermanos de Plymouth. El pietismo dio origen a la
iglesia morava, la Iglesia de los hermanos, los Hermanos evangélicos unidos (ahora
parte de la Iglesia metodista), las Iglesias de Dios de Norteamérica, la Iglesia de la
alianza evangélica y la Iglesia evangélica libre (estos dos últimos grupos, originados en
Suecia). De los esfuerzos restauradores de Wesley Whitefield en el siglo xviii británico
nacieron las Iglesias metodistas, y más tarde el movimiento de Santidad, que exigía el
retorno a las raíces de Wesley. Entre las Iglesias que muestran el impacto de la teología
de Santidad están: la Alianza cristiana y misionera, el Ejército de salvación, la Iglesia
del Nazareno, la Iglesia metodista libre, la Iglesia de Wesley, la Iglesia de Santidad
peregrina, la Iglesia misionera unida, la Iglesia de Dios (Anderson, indiana) y la Iglesia
congregacional evangélica. Las Iglesias provenientes del movimiento de restauración
del siglo xix que mantuvieron el modelo neotestamentario de la Iglesia incluyen a los
Discípulos de Cristo y a las Iglesias de Cristo.
Las Iglesias que pertenecen a esta última corriente de conciencia religiosa comprenden
las Asambleas de Dios, la Iglesia de Dios (Cleveland, Tenn.), la Iglesia de Dios en Cristo,
la Iglesia común de la Biblia abierta y la Iglesia internacional del evangelio de las cuatro
esquinas, todas afincadas en América; las Asambleas pentecostales y las Iglesias
evangélicas de Pentecostés, en Canadá; la Iglesia apostólica y la Iglesia Elim, en Gran
440
Bretaña; la Comunidad de asambleas cristianas y la Asociación Mülheim de
comunidades cristianas, en Alemania; la Iglesia pentecostal cristiana en Yugoslavia; la
Iglesia apostólica, en Nigeria; la Misión de fe apostólica y la Iglesia de Dios del
evangelio pleno, en Sudáfrica; la Iglesia pentecostal evangélica, la Congregación de
Cristo y las Asambleas de Dios, en Brasil; la Iglesia pentecostal metodista, en Chile, y la
Iglesia pentecostal, la Iglesia de Betel del evangelio pleno y la Iglesia de Jesucristo, en
Indonesia. A causa de su extraordinaria expansión por los países del tercer mundo, los
pentecostales constituyen en la actualidad la familia individual de Iglesias más grande
dentro del protestantismo.
Entre los teólogos que han llevado a cabo una contribución significativa a la vida y
pensamiento evangélicos se cuentan Martín Lutero, Juan Calvino, Ulrico Zuinglio,
Felipe Melanchton, Martin Chemnitz, John Wesley, Jonathan Edwards, Abraham
Kuyper, Charles Hodge, y en el siglo XX, P.T. Forsyth, Karl Barth, Emil Brunner,
Anders Nygren, G. C. Berkouwer, Dietrich BonhZiffer y C.S. Lewis. Indudablemente, los
tres pensadores más influyentes han sido Calvino, Lutero y Wesley. La obra de Calvino
Instituciones de la religión cristiana ha alcanzado una amplia difusión no sólo en los
círculos reformados y presbiterianos, sino también entre los congregacionalistas,
anglicanos de la Iglesia baja, baptistas, Hermanos de Plymouth, Iglesias evangélicas
libres e Iglesias de la Biblia independientes. Los puntos teológicos destacadas por
Wesley han sido cruciales no sólo para el metodismo, sino también para las ramas de
Santidad y pentecostal del cristianismo.
Gran parte de la fuerza actual del movimiento evangélico reside en las organizaciones
evangelistas paraeclesiales, que hacen un esfuerzo especial por trabajar con jóvenes de
enseñanzas medias o de los campus universitarios. Entre éstos están la Comunidad
cristiana interuniversitaria, Vida joven, los Navegantes, Jóvenes por Cristo, Unión
bíblica y Cruzada del campus por Cristo.
Dentro del movimiento evangélico, algunos han abogado por un evangelismo católico,
en el que el compromiso con el evangelio está unido al respeto de la tradición y la
autoridad de la Iglesia Este empuje ecuménico es perceptible en buen número de
teólogos de la época actual: Wilhelm Ltihe, Philip Schaff, John Nevin, P.T. Forsyth,
Nathan Stiderblom, Gustaf Aulén, Friedrich Heiler, Thomas F. Torrance y Karl Barth.
Entre los teólogos contemporáneos de América que adoptan una postura evangélica
católica se cuentan Jaroslav Pelikan, Robert Webber, Richard Neuhaus, Carl Braaten,
Richard Lovelace y Donald Bloesch. Algunos de estos eruditos ven la necesidad de una
restauración de la vida religiosa comunitaria sobre el fundamento evangélico, así como
de nuevos planteamientos sobre los sacramentos, la Iglesia, los santos y el papel de
María como madre de todos los cristianos.
BIBL.: BLOESCH D.G., The Futuro of Evangelical Christianity: A Call for Unity Amid
Diversity, Doubleday, Nueva York 1983; ELLINGSEN M., The Evangelical Movement,
Augsburg, Minneápolis 1988; HOLLENWEGER W.J., Enthusiastisches Christentum: -
Die Pfingstbewegung in Geschichte und Gegenwart, Zwingli Verlag, Zurich 1969;
MEAD F.S., Handbook of Denominations in the United States, Abingdon Press,
Nashville 19756; PELIKAN J., The Christian Tradition, vol. 4, Reformation of Chúrch
and Dogma (1300-1700), Univeisity of Chicago Press, Chicago 1984; PIEMOPN A.C.,
Profiles in Belief:: The Religious Bodies of the United States and Canada, vol. III,
Holiness and Pentecostal,; vol. IV, Evangelical, Fundamentalist, and Other Christian
Bodies, Harper & Row, San Francisco 1979; RAMM B., The Evangelical Heritage, Word
Books, Wavo, TX, 1973; SCHAFF Ph. (ed.), The Creeds of Christendom, vol. III,
Evangelical Protestant Creeds, Harper & Bros., Nueva York 1919'.
D. G. Bloesch
El diálogo entre la Iglesia católica y la Iglesia copta continuó mediante una comisión
mixta, cuya primera sesión plenaria (El Cairo, 26-30 de marzo de 1974) elaboró una
relación conjunta relativa a la cristología. En ella se precisan las respectivas fórmulas
cristológicas. Así queda ilustrado el mantenimiento, incluso después de Calcedonia, de
la fórmula ciriliana de la "única naturaleza encarnada del Verbo de Dios": "Cuando los
ortodoxos (en este caso los coptos) profesan que la divinidad y la humanidad de
nuestro Señor están unidas en una naturaleza, toman la palabra `naturaleza' no como
una pura y simple naturaleza, sino más bien como una naturaleza compuesta, en la que
la divinidad y la humanidad están unidas inseparablemente y sin confusión" (EO
1,2225). La misma comisión mixta recomendó un estudio ulterior de los concilios
cristológicos, los sacramentos en su relación con la Iglesia y con la economía de la
salvación, el reconocimiento de los santos y otras cuestiones prácticas relativas a la
cooperación entre las dos Iglesias (EO 1,2230-2242). El informe de la segunda sesión
plenaria (El Cairo 27-31 de octubre de 1975), después de reafirmar la propia tendencia a
443
la unidad efectiva en la fe, en la vida sacramental y en la armonía de las mutuas
relaciones, destaca algunas divergencias eclesiológicas entre la Iglesia copta (Iglesia
local como realidad constitutiva de la universalidad de la Iglesia; concilio ecuménico
como instancia suprema de la Iglesia universal) y la Iglesia católica (Iglesia local,
comunidad de los fieles reunida en torno al obispo; Iglesia particular, reunión de una
serie de Iglesias locales; Iglesia universal, constituida por las Iglesias locales y en las
Iglesias locales; ministerio de unidad universal al servicio de la comunión entre las
Iglesias locales, ejercido por el obispo de Roma). El informe enumera a continuación un
conjunto de temas que necesitan una mayor profundización, entre ellos la estructura de
la unidad de la Iglesia antes del 451, el papel específico de Pedro y de sus sucesores, los
dogmas marianos, los sacramentos (EO 1,2243-2260). Las reuniones de esta comisión
mixta prosiguen con cierta regularidad (la última, la sexta, estaba en programa para
diciembre de 1989).
En 1984 hubo una declaración común entre el papa Juan Pablo II y el patriarca de
Antioquía Mar Zakka 1 Iwas. Estos diálogos oficiales van acompañados además por
diálogos locales y por encuentros no oficiales entre teólogos. En los Estados Unidos de
América, por ejemplo, hay algunas declaraciones conjuntas de la Consulta Ortodoxa
Oriental y la Católica Romana sobre la finalidad, el método y los temas del diálogo
intereclesial (1982: cf EO 2,30803097) y sobre la eucaristía (1983: EO 2,3098-3099).
A. Amato
A partir del cisma de 1054 -que es llamado por los occidentales "cisma de Oriente" y
por los orientales "cisma de la Iglesia occidental"- la historia de las relaciones entre
Roma y Constantinopla ha registrado no pocos acontecimientos traumáticos, que a
veces no han sido advertidos como tales en Occidente. Además del cisma, fueron
acontecimientos muy dolorosos para la ortodoxia las cruzadas (con la conquista de
Jerusalén en 1099 y de Constantinopla en 1204), los intentos de unión de los concilios
de Lyon (1274) y de Florencia (1439), la conquista de Constantinopla por los turcos
(1453) y el funesto período posterior del poder turco. Este último acontecimiento, que
concluyó con la liberación de Atenas en 1821 y de Salónica en 1912, supuso la práctica
imposibilidad de una expresión teológica y cultural libre de la ortodoxia, sobre todo
griega. Esto contribuyó a ahondar más todavía el surco de la desconfianza y de la
defensa contra la Iglesia católica y, a partir de finales del siglo xvl, también contra el
protestantismo.
A ello hay que añadir las diferencias que aparecieron ya en el primer milenio entre
Oriente y Occidente: diversidad en los ritos litúrgicos; en la estructura jerárquica, con
la formación de los patriarcados; en la concepción de la Iglesia y de la comunión
intereclesial. Después del cisma se afirmaron otras divergencias: el contrastre entre la
teología escolástica y el palamismo; el énfasis casi absoluto de la antigua tradición
patrística y conciliar (la "parádosis'~; el rechazo de la infalibilidad papal y de su
primacía de jurisdicción universal; la oposición a los dogmas marianos más recientes
(la Inmaculada y la Asunción); el significado que hay que dar a la epíclesis en la liturgia
eucarística; la perplejidad sobre la fórmula de la absolución sacramental utilizada en
Occidente. Otro motivo de contraste y de incomprensión entre la Iglesia ortodoxa e
Iglesia católica se deriva de aquellas Iglesias que, unidas a Roma desde hacía siglos,
fueron condenadas a la extinción legal por los regímenes comunistas del este europeo
(p.ej., la Iglesia ucraniana en 1946, la rumana en 1948) y absorbidas a la fuerza por las
Iglesias ortodoxas. Con el reciente hundimiento de estos regímenes, los católicos están
reivindicando ahora sus derechos sobre los edificios sagrados y sobre los bienes
confiscados, pero ante todo sobre la libertad de culto y de pertenencia a la Iglesia
católica.
A pesar de este conjunto de divergencias y sinsabores, existe entre las dos Iglesias un
patrimonio común muy vasto, dada su esencial referencia a la Escritura y a los padres,
su aceptación de los dogmas fundamentales de la fe (Trinidad y encarnación), su vida
litúrgica y espiritual, su admisión de los siete sacramentos, su experiencia monástica,
su devoción mariana, su vida de apostolado, de misión y de santidad. El hecho de que
estos elementos de base sean vividos e interpretados de forma propia y original en
Oriente y en Occidente mediante una disciplina, una tradición jurídica y una teología
legítimamente diferentes entre sí (cf UR 15-17) debe verse como un motivo de
complementariedad y de armonía, no de oposición y de contraste.
Como ejemplo de las dificultades presentes en el contencioso teológico del diálogo, nos
referiremos a las que surgieron en Creta y que hoy se han superado felizmente. Se
admitía que las dos Iglesias, la ortodoxa y la católica, aunque profesaban la misma fe,
podían tener símbolos bautismales diversos. También se estaba de acuerdo en el hecho
de que la Iglesia oriental usaba en su ritual bautismal el símbolo n¡ceno-
constant¡nopol¡tano, mientras que la occidental usaba el antiguo texto del símbolo
llamado "de los apóstoles". S¡n embargo, por parte de los ortodoxos se planteaba una
pregunta no formulada expresamente: la Iglesia latina, al añadir el "F¡lioque" al
símbolo n¡ceno-constant¡nopol¡tano (a comienzos del siglo xI), realizó un acto
un¡lateral. ¿No sería entonces oportuno quitar este añadido del credo? Además,
m¡entras que en Oriente los tres sacramentos de la iniciación cristiana van un¡dos
litúrgicamente según la sucesión bautismo-confirmación-eucaristía, en Occidente se
447
administran por separado y, por motivos pastorales, tras el bautismo v¡ene (primero) la
comunión y luego la confirmación. Hay que responder enseguida que, a pesar de las
objeciones ortodoxas sobre el uso de dar la comunión a los bautizados antes de su
confirmación, se puede demostrar históricamente que la praxis litúrgica católica es
antiquísima (se remonta incluso a la formación de los grandes sacramentarios) y
perfectamente justificable. También en este caso los ortodoxos defendían el uso griego,
según el cual todos los sacerdotes (y no sólo los obispos) pueden conferir la
confirmación (el sacro myron) inmediatamente después del bautismo. De todas formas,
por parte católica, el decreto conciliar sobre las Iglesias orientales católicas (1964)
había admitido ya oficialmente la legitimidad de esta facultad por parte de los
sacerdotes (OE 13-14). Estas y otras dificultades se han superado ya por fortuna,
reconociendo la presencia de usos litúrgicos y pastorales diversos en Oriente y
Occidente y aceptando el hecho de que la misma fe, basada en la Escritura y en los
santos padres, puede tener formulaciones y prácticas diversas.
Con este mismo espíritu de comprensión y de aceptación se enfrentan los otros temas
del contencioso teológico entre las dos Iglesias, como, por ejemplo, el problema de los
católicos orientales en comunión con Roma, los modelos de la unidad de la Iglesia en la
futura comunión plena, la interpretación del primado del papa y de su infalibilidad. A
propósito, por ejemplo, de las relaciones entre ortodoxos y católicos de rito oriental en
Ucrania occidental, en un encuentro que se celebró en Moscú del 12 al 17 de enero de
1990 entre los representantes del patriarcado de Moscú, la sede que absorbió a la fuerza
a los ucranianos católicos en 1946, y una delegación de la Santa Sede dirigida por el
cardenal J. Willebrands, presidente emérito del Consejo Pontificio para la promoción
de la unidad de los cristianos, y por monseñor E.I. Cassidy, presidente del mismo
Consejo, se llegó a las siguientes recomendaciones como primer paso para regular toda
la cuestión: la normalización debe garantizar a los católicos de rito oriental el derecho a
la actividad religiosa reconocido por la constitución y la legislación de la Unión
Soviética y, consiguientemente, debe proporcionarle los edificios destinados al culto.
Las dificultades que plantea el diálogo de la verdad no pueden resolverse más que
dentro del diálogo de la caridad, con la promoción por parte de ambas Iglesias de
gestos de absoluta gratuidad, como el del encuentro en Jerusalén entre Atenágoras y
Pablo VI, los dos grandes profetas del ecumenismo. Recordemos el icono bizantino de
un monje pintor del monte Athos regalado por Atenágoras a Pablo VI en recuerdo de
este encuentro histórico celebrado el 5 de enero de 1964. Representa el abrazo fraternal
entre san Pedro y san Andrés. Bajó la mirada del Cristo Pantocrátor, que abre los
brazos para atraer a todos hacia sí (Jua_12:32), está la frase "Los santos hermanos
apóstoles". A la izquierda de -Pedro está el símbolo de la cruz invertida, en la que fue
martirizado el apóstol Pedro, "el corifeo". Y a la derecha está la cruz llamada de san
Andrés, con la inscripción "Andrés el primer llamado" (el "protoklito": cf Jua_1:31). La
intención teológica del icono es evidente: las Iglesias hermanas se abrazan en sus
obispos. La mirada de los dos apóstoles a los fieles es una invitación a hacer lo mismo.
BIBL.: ALAMEDA J., Las Iglesias de Oriente y su unión con Roma, Eset, Vitoria 1960;
AMATO A., Der ókumenfsche Dialog zwischen Katholiken und Orthodoxen. Situation
und entstandene Probleme, en "Forum Katholische Theologie" 2 (1986) 184-200;
CONGAR Y.-M., Cristianos ortodoxos, Estela Barcelona 1962 ID Diversité et
communion París 1982, 126-141; DE VRIES W., Ortodossia e cattolicesimo, Brescia
1983; DESsEAUx J.-E., Lessico ecumenico, Brescia 1986; ESTERAN ROMERO A.A.,
Juan XXIII y las iglesias ortodoxas, Atenas, Madrid 1961; SÁNCHEZ VAQUERO J.,
Ecumenismo, Salamanca 1971; SANTOS HERNÁNDEZ q., Iglesias de Oriente. Puntos
específicos de su teología, Sal Terrae, Santander 1959; SCHULTZE B., Teología latina y
teología oriental, Herder, Barcelona 1961; STORMON E.J. (ed.), Towards the Healing
ojSchism. The Sees of Rome and Constantinople: PubHc Statements and
Correspondance between the Holy and the Ecumenical Patriarchate 1958-1984,
448
Mahwah 1987. Tienen especial utilidad las crónicas del boletín del Consejo Pontificio
para la promoción de la unidad de los cristianos, titulado "Service d'information", y los
estudios y documentos publicados por las revistas de índole ecuménica (señalamos,
entre otras, "Irénikon, Pastoral ecuménica').
A. Amato
IGLESIA PRIMITIVA
En los evangelios la expresión "Iglesia" aparece sólo dos veces. En Mat_18:17 se refiere
a la comunidad local al tratar la corrección fraterna, y en Mat_16:18 recuerda que Jesús
habló de la Iglesia en sentido amplio: "Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia". Además
de esta breve referencia terminológica al ministerio de Jesús, en la segunda mitad del
siglo i, Efe_5:25 afirma: "Como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella". De esta
forma germinal se expresa la relación fundadora, originaria y fundante entre l Jesús y
la Iglesia. Ya en los inicios del siglo ii, Ignacio de Antioquía habla claramente de la
"Iglesia católica" (Smyrn. 8,2), y a finales de este mismo siglo, Celso distingue entre los
conventículos gnósticos y "la gran Iglesia" (Orígenes, Contra Celsum, 5,59).
Toda esta etapa configura la Iglesia primitiva en su época apostólica, cuyo testimonio
inspirado es el NT (I Inspiración), redactado en su mayor parte en el siglo I d.C. En la
primera mitad del siglo II d.C. aún se incorpora al canon del NT alguna obra -
posiblemente 2Pe-, en coincidencia con los primeros escritos no canónicos. Algunos de
estos últimos, como los "Padres apostólicos" y los ! "Apologetas", sirven de guía
teológica para la Iglesia en los siglos sucesivos. Otros son clasificados como /apócrifos e
incluyen una teología que es calificada como herética, ya sea gnóstica o doceta. Ya en la
segunda mitad del siglo II d.C, se cierra definitivamente tal época, y con l Ireneo
(obispo de Lyon en el 177 d.C.), empieza el período propiamente patrístico.
El tercer aspecto es la enseñanza de los apóstoles: a partir de la ley, los profetas y los
otros escritos, "los apóstoles y los varones apostólicos" completaron esta Sagrada
Escritura enraizados en la enseñanza de Jesús y progresivamente redactaron una
segunda parte con el título de Nuevo Testamento, que se completó definitivamente
durante el siglo II. A su vez se produjo un proceso similar en el judaísmo a través de la
"Misná", una segunda enseñanza a través de las Escrituras, publicada a finales del
mismo siglo, base de todo el desarrollo posterior del judaísmo.
Esta transición va ligada también a la del judaísmo. La revuelta judía del 66/70 d.C. no
tuvo un soporte uniforme dentro del judaísmo, especialmente entre el sector más
selecto de los fariseos, que se convirtieron entonces en los más dominantes.
Progresivamente los judeo-cristianos fueron considerados como secta y excluidos de la
sinagoga (la airesis -secta- de Heb_28:22; cf H. Cazelles). La comunidad de Jn
atestigua este proceso al recordar que quien confesaba a Jesús era expulsado de la
sinagoga (Heb_9:22.34; Heb_12:42) y aun ejecutado (Heb_16:2), en el sentido de que
sin la protección de la sinagoga los cristianos eran vistos como ateos según confirma en
el año 112 d.C. Plinio el Joven, gobernador de Bitinia.
451
Progresivamente, pues, el cristianismo apareció como una nueva religión al crecer los
procedentes de los gentiles y al ser excluidos sus seguidores de las sinagogas. Los
antiguos privilegios de Israel según el AT: "un pueblo escogido, un sacerdocio real y
una nación santa" (Éx 19 5s; Eze_43:20s) se convierten en calificativos propios de los
cristianos (cf 1Pe_2:9s.). Como ejemplo de radicalización de esta postura se encuentra
Marción a mitad del siglo H d.C., que prescinde del AT, extremo no aceptado por la
gran Iglesia. Can todo, también quedaron judeocristianos en este período. En efecto,
parece que los que rehusaron la revuelta cruzaron el Jordán hacia la zona de la ciudad
de Pella (cf EUSEBIO, Hist. Ecl_111:5.3), y así pudieron preservar un vibrante
testimonio del judeo-cristianismo. Dentro de este período, entre los años 65/95 d.C., el
evangelio de Mt se mueve entre la misión "a las ovejas de la casa de Israel" (Ecl_10:6)
hasta la que llega a todas las naciones (Ecl_28:19). Pablo va contra la imposición de la
ley, "ya que el hombre es justificado por la fe y no por las obras" (ltom 3,28). Santiago
en cambio dice: "por las obras es justificado el hombre y no por la fe sola" (2,24). Será
Pedro quien se presenta como amigo de ambos (2Pe_3:15s; Clem.); y aunque es
criticado también por ellos (Gál_2:11-14), emerge como la imagen de figurapuente en
esta Iglesia apostólica (l Ministerio petrino).
453
INCULTURACIÓN
SUMARIO:
I. Problemática:
1. Semántica del término;
2. Fundamentación bíblico-teológica;
3. La nueva conciencia de la necesidad de inculturación;
4. Elementos indispensables para una evangelización inculturada;
5. Datos elementales de un modelo de inculturación
(M. C. Azevedo).
II. Inculturación del evangelio:
1. Las lecciones de la historia;
2. Nuevos aspectos de la inculturación;
3. Criterios de la inculturación;
4. Extensión de la inculturación
(H. Carrier).
I. Problemática
1. SEMÁNTICA DEL TÉRMINO. Desde el concilio Vaticano II, y sobre todo desde el
sínodo sobre la evangelización en 1974 y la subsiguiente publicación por Pablo VI de la
Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), se va ahondando en la reflexión teológica
y en la práctica eclesial la sensibilidad a la relación fe-cultura(s). Esta relación es la que
se significa con el término inculturación. No se trata de un modismo teológico,
misionológico o pastoral, sino de una cualificación indispensable de la I revelación, de
la l evangelización y de la reflexión teológica. La revelación se hace efectivamente en el
contexto de un pueblo y en el marco evolutivo de su formación sociocultural (Heb_1:1-
2). La evangelización debe tomar en cuenta igualmente la realidad socio-cultural tan
diversificada de sus destinatarios. La reflexión teológica siempre se ha desarrollado
dentro y a partir de un universo socio-cultural identificable y que es significativo para la
comprensión, interpretación y valoración de lo que se produce teológicamente.
454
transculturación (término que denota o la presencia de determinados elementos
culturales a través de diversas culturas o la transferencia etnocéntrica y unidireccional
de elementos culturales de una cultura dominante a otra cultura, generalmente
subordinada). Se distingue también de la adaptación, tomada como el ajuste
fenomenológico tanto del evangelizador (modos de ser y de obrar) como del mensaje
(traducción y expresión) a la cultura destinataria.
Por inculturación se designa el proceso activo a partir del interior mismo de la cultura
que recibe la revelación a través de la evangelización y que la comprende y traduce
según su propio modo de ser, de actuar y de comunicarse. Con el proceso de
evangelización inculturada se echa la semilla evangélica en el suelo de la cultura. El
germen de la fe se va desarrollando entonces en los términos y según la índole peculiar
de la cultura que la recibe. Porque la inculturación es un proceso de evangelización
mediante el cual la vida y el mensaje cristianos son asimilados por una cultura de
manera que no solamente se expresen a través de los elementos propios de esa cultura,
sino que lleguen a constituirse también en principio de inspiración y al mismo tiempo
en norma y fuerza de unificación que transforma recrea y relanza esa cultura (Arrupe).
Por tanto, la inculturación implica y connota siempre una relación entre la fe y la(s)
cultura(s), realidades que abarcan la totalidad de la vida y de la persona humanas, en el
plano individual y comunitario. Por ! fe cristiana se entiende aquí, no ya el
asentimiento racional a un cuerpo de ideas o de doctrinas, ni tampoco la organización
religiosa, sociológicamente identificable, de un conjunto de creencias o de un sistema
simbólico de rituales y disciplinas. Tomamos aquí la fe cristiana como la plena
respuesta existencial de aceptación dada por una persona o por un grupo humano al
don vivo de Dios en Jesucristo. Por cultura entendemos aquí no solamente el grupo
humano en sí mismo (dato etnológico) o lo fenomenológico que puede describirse
respecto a él (dato etnográfico); ni solamente el conjunto de la acción humana sobre la
naturaleza o el acervo de creaciones del espíritu humano y sus expresiones de todo tipo
(arte, ciencia y técnicas). Tomamos aquí la cultura como el conjunto de sentidos y
significaciones, de valores y modelos, subyacentes o incorporados a la acción y
comunicación de un grupo humano o sociedad concreta y considerados por ellos como
expresiones propias y distintas de su realidad humana.
La inculturación supone una interacción de la fe con la(s) culturas) tal como ésta(s)
existe(n) en vivo, en su proceso dinámico, que integra la tradición y el cambio, la
fidelidad a los orígenes y las nuevas creaciones. La inculturación tampoco se reduce a
una arqueología teológica. El mensaje bíblico-evangélico, fiel a sí mismo y al Dios que
se revela en y por Jesucristo, es anunciado a unas personas y a unos grupos concretos.
Las expresiones, los énfasis, las formulaciones, las mediaciones de comprensión, se
miden por los ritmos humanos. Tienen que adecuarse a los contenidos específicos de la
vida en que se realiza la evangelización. Como nos muestra la pedagogía de Yhwh en el
AT, la de Jesús y Pablo en el NT y la de la Iglesia bajo la acción del Espíritu a lo largo de
la historia, el proceso de evangelización articula las dos dimensiones de educación y de
comunicación. La una y la otra presuponen e implican una atención al interlocutor, a su
mundo propio, a su contexto histórico, a su nivel de aprehensión y de capacidad de
asimilación. Así pues, metodológicamente no puede haber un modo único y uniforme
455
de evangelizar. El evangelizador y el evangelizado son los dos sujetos del proceso y
tienen que mostrarse atentos a sus respectivos marcos histórico-culturales y a la acción
peculiar del Espíritu Santo.
Esta manifestación de Dios se hace a partir de la realidad misma de la vida del pueblo y
de la evolución en la comprensión que ese pueblo se va haciendo de sí mismo y de su
Dios. Éste se comunica al pueblo por personas, situaciones, acontecimientos,
expresiones contingentes y relativas (DV 13). Por un lado, no se puede absolutizar una
cultura, ni siquiera a Israel, como forma única y fija de expresar la revelación de Dios,
aunque Israel siga siendo una referencia indispensable y decisiva, precisamente porque
en este pueblo se dio la inculturación del mismo Dios en Jesucristo. Por otro lado,
tampoco se puede excluir ninguna cultura de su condición potencial de ser de algún
modo portadora de la revelación, como tampoco se puede conceder a una cultura el
privilegio de ser la mediación preferencial de la revelación.
456
Esta afirmación se basa en la fe y se apoya en la realidad efectiva de la historia de la
salvación. Por consiguiente, va más allá de la equidad en relación con las culturas,
postulado de la antropología cultural.
La inculturación que hoy se hace por el proceso de evangelización es como una réplica
de aquella inculturación que se realizó existencialmente en Jesús. Fundamentada
teológica y cristológicamente en el misterio de la encarnación, la inculturación se
proyecta en la evangelización como expresión de la misión. A su vez, Jesús, fuertemente
arraigado en su propia cultura, mantiene sin embargo ante ella una libertad crítica:
asume y confirma en ella lo que es evangélicamente válido, pero corrige o reorienta, en
una dinámica de conversión y de transformación, lo que hay en ella de desviado o
perverso, actuando así el plan salvífico de Dios. Este discernimiento sobre la cultura, la
del evangelizador y la del evangelizando, es indispensable en la inculturación e
inherente a ella. En efecto, como realidad humana, toda cultura es solamente una entre
muchas y participa de los límites que marcan al ser humano en el plano ontológico y
psicológico, moral y teológico. Ninguna cultura puede ser absolutizada como vehículo
adecuado y único de revelación. En toda cultura queda un espacio y debe haber una
exigencia de conversión, de transformación y de crecimiento. El proceso de
implantación de la Iglesia en sus orígenes y a lo largo de los primeros siglos de su
historia revela igualmente una apertura a las culturas y una continua adecuación a
ellas. Semítica en su origen, la Iglesia implantará comunidades en la diáspora y lo hará
dentro de un amplio proceso de mediación cultural: primero, a través de la fijación por
escrito, en los evangelios, de los contenidos de la nueva alianza, en una expresión
narrativa griega; segundo en la fijación doctrinal y conciliar del misterio cristiano, en su
expresión racional y cultural griega. En la simbiosis grecorromana del imperio, los
santos padres y el monaquismo oriental y occidental fundamentaron, en términos de
cultura latina y helenista, la teología, la espiritualidad y la acción pastoral de
prácticamente todo el primer milenio de nuestra era cristiana. Así se concretó el
intenso y tal vez el único proceso pleno de inculturación de la fe cristiana, en la medida
en que esta fe se asimiló y se reexpresó de hecho a partir de los elementos y del genio
propio de la cultura que fue evangelizada. La lenta incorporación cristiana de los
pueblos nórdicos (bárbaros) y eslavos, aunque atenta a sus culturas y receptiva ante
ellas en muchos aspectos, se hará ya en gran parte condicionada por ese molde
cristiano de extracción cultural grecorromana. En los primeros siglos del segundo
milenio, la Iglesia ejerció un papel decisivo en la constitución de la gran síntesis
pluricultural del Occidente europeo, que tiene en el cristianismo medieval su
catalizador y se convertiría luego en la cultura cristiano-católica. Será ella la referencia
457
de la evangelización de prácticamente las tres cuartas partes del segundo milenio. Será
considerada como la expresión preferencial, y no pocas veces legitimada como la única
portadora válida de la revelación. La reacción contra la reforma protestante y el
movimiento misionero a partir de la contrarreforma, que coincide con el
descubrimiento, la colonización y la evangelización de nuevos continentes, serán al
mismo tiempo un esfuerzo por construir la unidad cristiana universal sobre la
uniformidad cultural del Occidente y sobre la difusión del mensaje evangélico en los
términos exclusivos de esta única cultura, a costa del eclipse, la represión o la supresión
de la dimensión cultural de otros pueblos.
En este contexto, ya antes del concilio Vaticano II, y sobre todo en él y a partir de él, se
han consolidado dos posiciones teológicas fundamentales, que han tenido una inmensa
importancia sobre el reciente caminar histórico de la Iglesia, y por tanto de la fe
cristiana en el mundo. La primera posición, centrada en la Lumen gentium, irradia
sobre algunos otros documentos conciliares. Piensa en una Iglesia-en-relación,
dispuesta al diálogo, abierta a la diversidad de la búsqueda de Dios por los .seres
humanos y a la múltiple concreción de este esfuerzo (Ad gentes). Es una Iglesia
sensible, por consiguiente, a la dimensión ecuménica entre las tradiciones y
denominaciones cristianas (Orientalium Ecclesiarum y Unitatis redintegratio), a la
relación con las religiones no cristianas (Nostra aetate), lo cual conduce tanto a un
nuevo planteamiento de su perspectiva misionera (Ad gentes) como de la misma índole
458
y calidad de su presencia en el mundo (Dignitatis humanae, Apostolicam actuositatem
y Gravissimum educationis) y de su intercomunicación con él (Inter mirifica).
b) Valoración de las Iglesias locales. Este segundo factor se deriva igualmente de una
posición teológica primordial de la Lumen gentium: la importancia de la colegialidad
episcopal, y por tanto de la identidad y autonomía relativa de las Iglesias locales
(Christus Dominus, Presbyterorum ordinis). Una de las principales consecuencias de
este proceso ha sido una proximidad mayor entre los pastores y los fieles, con una
percepción más aguda de sus situaciones y problemas, necesidades y aspiraciones; una
actitud eclesial muy presente en los comienzos cristianos y a lo largo de una gran parte
del primer milenio. Las consecuencias principales de este enfoque eclesiológico del
Vaticano II han sido: la lectura contextualizada del mismo concilio, como lo
demuestran por ejemplo las asambleas episcopales de Medellín (1968) y de Puebla
(1979) ante la realidad latino-americana, pero con amplia repercusión sobre toda la
Iglesia; la realización de los sínodos mundiales, al destacar la variedad de
preocupaciones pastorales ante las diversidades históricas y socio-culturales de las
regiones; la creciente individuación de las conferencias episcopales nacionales,
regionales o continentales con el tratamiento específico de problemas afines (como, por
ejemplo, la diversa consideración de la cuestión nuclear por el episcopado
norteamericano, alemán y francés respecto a las situaciones y responsabilidades de sus
países); la multiplicación de elaboraciones teológicas diversificadas en consonancia con
la sensibilidad a las variadas realidades de América Latina, de África, de las diversas
áreas de Asia, como India y Filipinas, por ejemplo; el enfoque teológico y pastoral de
realidades transculturales, como las culturas del joven, de la mujer, del negro y otras,
engendrando lecturas específicas de la Biblia y de la tradición en función de las
exigencias propias de las diversas realidades vividas; a todo ello habría que añadir la
experiencia cultural directa de Pablo VI, pero sobre todo de Juan Pablo II, a través de
sus viajes pastorales. Sabido es hasta qué punto la preparación de estos viajes y su
realización han contribuido -mucho más de lo que podría hacer el funcionamiento
burocrático y postal del Estado de la Ciudad del Vaticano o de la Santa Sede- al
conocimiento, el análisis y la interpretación de la enorme variedad de realidades
cultural-eclesiales que constituyen la cotidianidad de los fieles cristianos en las
distintas partes del mundo. Es de destacar la repercusión posterior, real o potencial, de
estos viajes en la interacción entre el papa y los episcopados respectivos. Este cúmulo
de datos y el desarrollo de nuevas percepciones eclesiales en relación con la valoración
de la colegialidad y de las Iglesias locales ha hecho imperativa la perspectiva de la
459
inculturación y está todavía lejos de valorizar todo su alcance al servicio del pueblo de
Dios.
En primer lugar, los estudios de antropología cultural y social durante los últimos cien
años han dado al mundo un conocimiento más concreto de la diversidad de las etnias y
de sus presupuestos históricos y culturales. Ya antes del concilio Vaticano II la
asimilación de estos nuevos datos por parte de la Iglesia fue reorientando su
sensibilidad misionera. La reformulación del vocabulario misionológico, a través de la
evolución semántica, por medio de palabras como trasplante, adaptación,
acomodación, encarnación, inserción, indigenización, contextualización, inculturación,
revela toda nueva comprensión de la relación evangelizador-evangelizando en función
de una perspectiva eclesiológica derivada del nuevo enfoque antropológico de
revalorización de las identidades culturales.
1.a No existe un núcleo evangélico en abstracto que pueda ser aislado y transmitido de
una cultura a otra. Lo que existe de hecho es el mensaje evangélico inculturado ya
concretamente en alguna cultura, en nuestro caso la cultura que evangeliza,
proponiendo el mensaje a otra cultura, la que está siendo evangelizada. En este sentido,
proponer o transmitir el mensaje (evangelizar), así como recibirlo y asumirlo (ser
evangelizado) es una interacción entre culturas. La fe que lleva a la proposición del
mensaje y la fe que resulta de la acogida de ese mensaje es la misma fe (esto es, la plena
respuesta existencial de aceptación dada por una persona o grupo humano al don vivo
de Dios en Jesucristo), pero será una fe culturalmente cualificada, y por tanto
diferenciada en su percepción y en su expresión.
462
Es fundamental el conocimiento de los rasgos principales de la identidad de la cultura
que hay que evangelizar, de las mediaciones, canales y vehículos que la expresan y en
los que están incorporados los sentidos, valores y criterios que caracterizan a la visión
del mundo, a la acción y comunicación de esa cultura. Los miembros de la cultura son
la fuente principal de este conocimiento; pero pueden completarse con otras fuentes y
documentos, sobre todo en relación con lo que ellos viven de forma espontánea e
inconscientemente. Este conocimiento antropológico precede al conocimiento teológico
de la cultura: ¿Cómo actuó Dios y cómo está presente en la vida y en la historia de esa
cultura antes de la llegada y de la iniciativa del evangelizador? ¿Dónde se encuentran
los vestigios de Dios, las señales latentes o manifiestas de su amor en la historia de ese
pueblo o de ese grupo humano? Los criterios para esta lectura teológica son el hombre
y Jesucristo. Las dudas eventuales sobre la validez de los criterios relativos al hombre -
perplejidades culturales en contextos pluralistas- tendrán su posible solución en la
referencia al hombreJesucristo. Lo que responde en una cultura a esos criterios puede
conservarse perfectamente, tal como se expresa en su código cultural: ¿Cómo se puede
proceder a partir de allí y caminar con los miembros de esa cultura? ¿Cómo respetar su
identidad y su ritmo, con vistas a la acogida gradual y creciente por parte de ellos del
mensaje evangélico?
Segunda etapa.-Como ya hemos dicho, los límites son inherentes a toda realidad
humana, personal o cultural. Siempre hay desviaciones reales en relación con la
teleología fundamental del bien del ser humano hacia el que, en principio, debería
orientarse la cultura. Estas perversiones o inflexiones de la cultura son en ella la marca
existencial del pecado, de la fragilidad, de la incoherencia. El proceso de inculturación,
lo mismo que identificó anteriormente los acordes profundos entre la cultura y el
evangelio, debe también señalar y discernir críticamente las incompatibilidades entre
ambos. Puede haber incompatibilidades absolutas de orden moral, estructural o
funcional, como, por ejemplo, la violencia, la injusticia, la opresión, la discriminación,
legitimadas y hasta no pocas veces institucionalizadas por la cultura. Puede haber
prácticas culturales incompatibles con la dignidad humana o con la enseñanza de
Jesucristo. Hay también incompatibilidades relativas entre el evangelio y ciertas
modalidades concretas de tal o cual cultura. Son aspectos en los que no se necesita una
conversión o una ruptura, como sucedía en el caso anterior. Pero se requiere una
reorientación o una mejor explicitación de medios que ayuden a la cultura a redescubrir
o retomar su propia teleología (p.ej., la posición de Jesús respecto al sábado). El
mensaje evangélico puede también abrir a la cultura una perspectiva de crecimiento en
la dirección de su orientación original (p.ej., las contraposiciones de Jesús en el sermón
de la montaña entre las exigencias de la antigua y de la nueva ley).
Cuarta etapa. Este anuncio se hace a partir de una comunidad que ha acogido el
evangelio y que procura vivirlo y compartir con los demás el don que representa. Esta
comunidad de fe es la Iglesia. Ella es la portadora de la buena nueva, ese don que se
manifestó a la cultura en la tercera etapa. Pero la Iglesia es también ella misma parte de
ese don, parte de lo que .es anunciado. De hecho, la acogida y la vivencia de la fe
cristiana se hace siempre en comunidad. En este sentido, la progresiva evangelización
de una comunidad humana concreta, que es esa cultura, la llevará también a formar
parte, en cuanto grupo cultural específico, de la comunidad evangélica de los que creen
y comparten la fe en la esperanza y en el amor.
Pero se encontrarán también en una unidad profunda, ya que todas esas comunidades
cultural-eclesiales se inspiran en la misma fe, que se convierte en fuente y en alimento
de su comunicación y relación intercultural. Se realiza de este modo la unidad de la fe y
de la Iglesia. Esta unidad se basa no en la uniformidad de un único paradigma cultural,
eventual me, diador preferencial o exclusivo de la fe, indebidamente impuesto de hecho
a las diversas culturas, sino que es más bien una unidad que se construye sobre la
diversidad consciente de las culturas, impregnadas sin embargo del mismo evangelio y
reconfiguradas por él a la luz de la novedad gratuita del don.
BIBL.: AZEVEDO M., Inculturation and the Challenges of Modernity (Working Papers
on Living Faith and Cultures 1, Pont. Univ. Gregoriana e Pont. Ist. Biblico Editrice),
Roma 1982; ID, Comunidades Eclesiais de Base e Inculturaeño da Fé, Loyola, S. Paulo
1986 c. V, 255377; ID, Comunidades Eclesiales de Base. Alcance y desafío.de un modo
nuevo de ser Iglesia, Madrid 1986; BEAUCHAMP P., Le récit, la lettre el le corps, Seuil,
Párís'1982; CARRIER H., Understanding Culture: The Ultimate Challenge of the World
Church, en J. GREMILLION (ed.), The Church and Culture since Vatican 11, University
of Notre Dame, Notre Dame 1985; ID, L église el cultures de Léon III á Jean-Paul II,
Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 1987; CGMMISSIONE TEOLOGICA
INTERNAZIONALE, Fede e inculturazione, Docutnento, en "CivCatt" 140/n.3326(21-1-
1989)158-177; GIOVANNIPAOLo II, exhort. ap. Catechesi tradendae; ID, Lettera
autografa di fondazione del Pontificio Consiglio per la Cultura (20-5-1982), en "AAS"
74 (1982) 683-688; ID, Discorso ai membri del Pontificio Consiglio per la Cultura (18-
1-1983), en Insegnamenti di Giovánni Paolo II, VI/ 1 1983; ID, ene. Slavorum Aposta¡¡
per I XI centenario dell ópera evangelizatrice dei santi Cirillo e Metodio (2-6-1985), en
Insegnamenti di Giovanni Paolo 11, VII/2, 1985; KRAFT C., Christianity in Culture.
Orbis, Maryknoll N.Y., 1984; LuzBETAK L., The Church and Cultures: New
464
Perspectives in Missiological Anthropology, Orbis, Maryknoll, N.Y., 1988; MULLER K.,
Accomodation and Inculturation in the Papal Documents, en "Verbum/ §VD- 24/ 4
(1983) 347-360; NKERAMmIGo T., On Inculturation of Christianity, en A.A. ROEST
CROLMUS (ed)., What Is So New about Inculturation?(Working Papers on Living Faith
and Cultures Pont. Univ. Gregoriana e Pont. Ist. Biblico Editrice), Roma 1984, 21-29;
PAOLO VI,' exhort. ap. Evangelii nuntiandi; ROEST CROLLIus A.A., "al Is So New
about Inculturation? A Concept and lis Implications, en "Gregorianum"59 (1978) 721-
738; SCHREITER R., Constructing Local Theologies, Orbis, Maryknoll, N.Y., 1985;
SHORTER A., loward a Theology of Inculturation, Orbis, Maryknoll, N.Y., 1988;
STANDAERT, L7lfstoire d un néólogisme. Le terme Inculturation dans les documents
romains, en "NRTh" 110 (1988) 555-570; SuFss P., Companheiro-Peregrino na Terra
dos Pobres, Hospede-Irmáo na Casa dos Outros. Desafios para uma missionologia a
partir da América Latina, en "Revista Eclesiástica Brasileira" 48/ 191 (1988) 645=671;
ID, Inculturag&o, Desafíos, Caminhos, Metas, en "Revista Eclesiástica Brasileira" 49/
193 (1989) 81-127.
M. de C. Azevedo
a) Distinguir fe y cultura. Por una parte, la fe debe ser reconocida como radicalmente
distinta de toda cultura. La fe en Cristo no es el producto de ninguna cultura; no se
identifica con ninguna de ellas; es absolutamente distinta, ya que viene de Dios. Para
las culturas la fe es siempre "escándalo" y "locura", para emplear las palabras de san
Pablo (1Co_1:22-23). Pero esta distinción entre fe y cultura no es disociación. La fe está
destinada a impregnar toda cultura humana, a fin de salvarlas y elevarlas según el ideal
del evangelio. Más aún, la fe no se vive de verdad más que cuando se hace cultura, es
decir, cuando transforma las mentalidades y los comportamientos. Hay una dialéctica
que respetar entre la trascendencia de la palabra revelada y su destino a fecundar todas
las culturas. Rechazar una de estas dos exigencias es exponer la inculturación bien al
sincretismo, que confunde la fe con las tradiciones humanas, bien a una acomodación
ficticia y superficial del evangelio a unas culturas determinadas.
Es verdad que todavía quedan regiones geográficas por cristianizar, pero el mayor
problema es ahora evangelizar las mismas culturas. Hay que hacer penetrar la luz del
evangelio en las mentalidades y en los ambientes de vida marcados por la indiferencia y
el agnosticismo. Estas corrientes de espíritu tienden a difundirse por todas partes por
donde penetra la modernidad.'Con-discernimiento y con confianza, la Iglesia intenta
anunciar a Cristo a las culturas de hoy: y esto exigirá un largo y valeroso proceso de
inculturación, como afirma Juan Pablo 11: "La Iglesia tiene que hacerse toda para
todos, mirando con simpatía las culturas de hoy. Todavía hay ambientes y
mentalidades, así como países y regiones enteras por evangelizar, lo cual supone un
largo y valeroso proceso de inculturación para que el evangelio penetre en el alma de
las culturas vivas, respondiendo a sus más elevados anhelos y haciéndolas crecer en la
dimensión misma de la fe, de la esperanza y de la caridad cristianas": El término l
misión, añade Juan Pablo II, "se aplica en adelante a las viejas civilizaciones marcadas
por el cristianismo, pero que se ven ahora amenazadas de indiferencia, de agnosticismo
y hasta de irreligión. Además, aparecen nuevos sectores de cultura, con objetivos,
métodos y lenguajes diversos. Por consiguiente, se impone el diálogo intercultural a los
cristianos en todos los países (Discurso al Consejo Pontificio de la Cultura, 18 de enero
de 1983).
469
BIBL.: ARRUPE P., Catequesis e inculturación (intervención en él sínodo de 1977), en
"Actualidad catequética" 18 (1978) 7G-81; CARRIER H., Evangile et cultures de Léon
Xlll á Jean-Paul II, Ciudad del Vaticano-París 1987 (con trad. española); COMMISSION
THEOLOGIQUE NTERNATIONALE La Foi et 17nculturation, en "Doc: Cath. ,1980"
(19 marzo 1989) (cf "La Civiltá Cattolica" 3326, [21 enero 19891); "Concilium",
Etnicidad y, teología, n. 121 (1977); Encuentro de culturas y expresión religiosa, n. 122
(1977); Verdadera y falsa universalidad del cristianismo, n. 155 (1980); LUZRETAK L.-
J., The Church and ~u1tUres: New Perspectives in Missiological Anthropology,
Maryknoll, N.Y. 1988; NIEBUHR R., Cristo y la cultura, Barcelona, 1968; SEGONDIN
B., Mensaje evangélico y culturas, Paulinas, Madrid 1982; TORRES QUEIRUGA A.,
Inculturación de la fe, en C. FLORISTAN y J.J. TAMAYO (eds.),
Conceptosfundamentales de Pastoral, Madrid 1983, 471-480.
H. Carrier
INDIFERENCIA RELIGIOSA
SUMARIO:
I. Indiferencia religiosa (J. Martín Velasco).
II. Causas de la indiferencia religiosa e intentos de solución:
1. La indiferencia a la propia religión
2. La indiferencia religiosa propiamente dicha;
3. Los factores de esta situación;
4. Más allá de la indiferencia (A. Charron).
I. Indiferencia religiosa
Con la expresión "indiferencia' religiosa" se designa ordinariamente en la actualidad
una forma peculiar de increencia. Una actitud vital en la que el sujeto no acepta ni
rechaza a Dios, sino que prescinde de él, organizando su vida totalmente al margen de
la práctica religiosa, Se trata; pues, de una actitud que se caracteriza por el "desinterés y
la desafección hacia Dios y la dimensión religiosa de la existencia", actitud a la que se
refería el concilio Vaticano II al mencionar, entre las formas de ateísmo, el ateísmo de
aquellos que "ni siquiera plantean la cuestión de la existencia de Dios porque, al
parecer, no sienten inquietud religiosa alguna y no perciben el motivo de preocuparse
por el hecho religioso" (GS 19,2).
470
Emparentada con la indiferencia está sin duda la actitud designada con el término de l
"agnosticismo", sobre todo cuando se emplea para referirse, más que a una doctrina en
relación con la posibilidad del conocimiento de. Dios, a una, actitud vivida de
"instalación en la finitud"(Tierno Galván) y de adaptación a lo real, identificado con el
mundo en su conjunto. En estos casos el agnosticismo añade tan sólo un cierto grado de
reflexión a la,actitud vivida y un intento de justificarla.
Una fenomenología más cuidadosa de las situaciones a que se refieren estas cifras
permite descubrir diferentes formas de indiferencia, que van desde la falta continuada
de práctica religiosa hasta la insensibilidad para las cuestiones últimas y los valores
trascendentes, pasando por situaciones intermedias de falta de atención, interés,
aprecio o incluso sensibilidad a lo específicamente religioso. Es evidente que cada una
de estas formas significa un distanciamiento diferente en relación con lo religioso.
Mientras las primeras formas designarían situaciones más o menos religiosas, pero
intermedias entre la fe y la increencia, las más radicales representarían el grado mayor
posible de alejamiento de la religión, ya que en ellas se trataría, siguiendo la expresión
de F. Lammenais, de enfermos que ignoran su enfermedad, haciendo así imposible
cualquier remedio a la misma; o, en palabras de S. Weil, de personas con hambre, que
llegan a convencerse de que no la tienen, con lo que están condenadas a consumirse de
inanición. Por otra parte, algunas de las formas actuales de indiferencia religiosa es
posible que sean repercusiones en el terreno religioso de formas de ser y de pensar, de
actitudes difundidas por una "sensibilidad" sociocultural. Así, parece claro que el
eclipse y la pérdida de vigencia de las ideologías, el derrumbe de las utopías, la
extensión del desencanto, la invasión del individualismo hedonista que caracterizan al
talante "posmoderno" crean un clima cultural que favorece la indiferencia religiosa más
que la fe o la decidida increencia. En la misma dirección parecen operar otros rasgos de
la actual situación socio-cultural, como la presión de los más variados mensajes a través
de los medios de comunicación y la oferta de innumerables caminos de salvación que
supone la "libre circulación" de religiones, sectas y movimientos espirituales.
No es fácil descubrir las causas de la indiferencia, sobre todo porque, como en todas las
actitudes muy personales, suelen ser determinantes los itinerarios biográficos de las
471
personas. Pero, refiriéndonos a las más frecuentemente aducidas, señalaremos: la
instalación en formas de vida y en formas de pensar intrascendentes, el olvido de sí
mismo y el cultivo sistemático del divertimiento, la relativización de todas las
cosmovisiones y sistemas religiosos que puede producir una situación de pluralismo no
suficientemente dominada. No convendría ignorar las razones para la indiferencia, que
han podido suponer formas inadecuadas de vivir y presentar la vida religiosa por parte
de los creyentes. Entre éstas se subrayan actualmente, con razón, las guerras de religión
en Europa al comienzo de la época moderna, que llevaron a los filósofos de la
ilustración a concebir una religión natural o de la razón que permitiese superar los
enfrentamientos de las religiones establecidas o positivas, así como las equivocadas
pastorales que se servían de la motivación del miedo para inculcar las prácticas
religiosas o recurrían a procedimientos depresión indebida sobre las conciencias.
La indiferencia religiosa constituye sin duda una de las dificultades más importantes
para la acción pastoral de la Iglesia. La instalación en ella parece privara la persona de
los "órganos" de recepción del mensaje, indispensables para la comunicación y la
transmisión de la fe, y del terreno común mínimo requerido para que pueda entablarse
el diálogo religioso. Probablemente, las situaciones de indiferencia
radicalizadarequieran como posibles pasos previos al anuncio del evangelio: la
sensibilización al ámbito de realidad de lo sagrado a través de las experiencias de los
órdenes ."vecinos", tales como el de la experiencia estética, la conciencia ética, las
preguntas radicales, la relación interpersonal, etc.; la presentación, a través del
testimonio, de valores de trascendencia asequibles al margen de una vida expresamente
religiosa, tales como la verdad, la justicia, el amor desinteresado, etc.; la colaboración
de los creyentes en la búsqueda de soluciones a los problemas humanos más
apremiantes: injusticia, violencia, paz, ecología, y, sobre todo, el testimonio de
comunidades creyentes que representen una forma alternativa de vida en que se
manifiesten los valores del reino de Dios que vivió y predicó Jesús.
J. Martín Velasco
473
Se saca la conclusión de que la religión influye poco en la vida. Son numerosos los que
acuden a -la religión como consumidores, adoptando una creencia aquí y una práctica
allá. Tienen tendencia a constituir su religión según un menú a la carta. Algunos
completan su menú cristiano con otras creencias sobrenaturales. Mientras que una
confesión religiosa está pidiendo una síntesis articulada y coherente, estamos más bien
ante una religión desmantelada de creencias aisladas y de prácticas ocasionales. Una
religión ofrecida como artículos de consumo que se colocan entre otros elementos
cómodos que se pueden usar o desechar. La mayor parte de la gente ignora el
compromiso y se apega a unos fragmentos de religión.
Por otra parte, esas selecciones de fragmentos de una religión en migajas pueden
deberse al hecho de que se ha querido retenerla creencia, la norma moral o la
enseñanza que más gusta, que mejor le viene a uno, descartando las demás. Se
selecciona lo que se quiere conservar, y cada uno arregla las cosas a su manera. Cada
uno se da la religión que menos le perturbe, de la que pueda disponer a su antojo. Se
cae entonces en una disolución de la confesión religiosa. En el plano de los
conocimientos, se acaba perdiéndose en la confusión; en el de las prácticas, se cae en la
inconsecuencia y se corre el riesgo de olvidar la identidad cristiana. Ya no existe aquella
coherencia que daba sentido a la vida y llamaba a la superación y al crecimiento
espiritual. Cada vez se deja uno enseñar menos por el evangelio. Cuando además
confiesan su falta de compromiso, es posible preguntar qué papel juegan en esa vida
esos trozos de religión. Se mantiene la afiliación confesional por fidelidad al
patrimonio, se mantienen los ritos tradicionales por su ambientación festiva, se
constata la pobreza del sentido religioso y la privatización de la religión. Cuando se
acepta esta situación, se está muy cerca de la indiferencia práctica por la religión a la
que uno pertenece. Porque se es indiferente a facetas enteras de lo qué constituye la
vida de fe.
La encuesta de 1985 del Secretariado romano para los no-creyentes revela que esta
forma de indiferencia es el fenómeno más significativo en los países de Europa, como
Italia (59 por 100), Francia (25 por 100), Alemania, Suiza, Austria, Portugal, Suecia y
los demás países escandinavos. Van en aumento en la mayor parte de los países de
América del Sur, luego en Canadá y en los Estados Unidos. Se la encuentra incluso en la
India, en Corea, en Nueva Zelanda (La foi et 1 áthéisme dans le monde, Desclée, París
1988).
La indiferencia religiosa es la falta de interés por Dios y por la religión. Dios, exista d no
exista, no es un valor. Dios ha muerto, en el sentido de que ha dejado de ser un valor
vital, una realidad importante: No estamos ante un rechazo reflejo de Dios, sino ante
un desinterés. Más aún, se trata de una insensibilidad a la misma cuestión religiosa. Es
una falta de preocupación "en materia religiosa".
En efecto, entre los no creyentes están los ateos, que niegan o rechazan la existencia de
Dios y que se esfuerzan en justificar racionalmente esta negación; su ateísmo es la otra
cara de una fe positiva en la autonomía absoluta del hombre, y está sistematizado
muchas veces como pensamiento filosófico o ideológico. Están los agnósticos
(/Agnosticismo), que renuncian a reconocer a Dios porque no pueden saber nada de él
con seguridad y satisfacción, ya que no pueden demostrarlo por el coriocimiento
humano ni verificarlo por el método de las ciencias empíricas. Están los
librepensadores, que, aunque acepten quizá una fuerza vital del mundo, no reconocen
un Dios trascendente y personal; entre ellos están los deístas, los panteístas, los que
ponen su fe en el hombre o en la razón o cuyo credo se limita a las declaraciones de los
derechos de la persona. Están también los no-creyentes, los "sin-religión" por herencia
cultural o tradición familiar, en la ignorancia objetiva del Dios de las religiones. Los
indiferentes, por su parte, no sólo no se pronuncian ni a favor ni en contra de la
existencia de Dios, sino que niegan prácticamente la consistencia misma del problema
religioso. La ausencia de Dios no es tan total en ninguna otra parte. La indiferencia
religiosa es una actitud poco refleja, que no quiere ser crítica. No toma realmente
ninguna opción "en materia religiosa". Es una increencia por defecto. Al estar
monopolizadas las energías por la satisfacción de las necesidades de la vida corriente,
sucede que la conciencia ni siquiera se preocupa de los grandes problemas de la
humanidad y de las visiones del mundo en discusión. Esta indiferencia es la posición
menos accesible al diálogo, ya que el diálogo no les presenta ninguna cuestión de
interés común donde encontrarse.
La indiferencia religiosa, ¿es una actitud individual o un fenómeno cultural? Sin duda,
las dos cosas. Porque hay una actitud personal. En Occidente se ha pasado desde hace
poco de una fase de contestación y de emancipación, y hasta de una increencia de
rechazo, a una manera de existir sin Dios en la que uno es serenamente irreligioso. Para
algunos, la cuestión de Dios parece gratuita; la de la salvación, un lujo. Lo que importa
es el juego de este mundo, el oficio o la profesión, la preparación científica y técnica, la
felicidad del confort y del dinero (que se tiene o que se quiere tener). Los jóvenes, a
juicio de sus padres, muestran una indiferencia religiosa al que no creen que pueda
haber otra cosa más que lo material, el éxito a conquistar, el ideal de pasarlo bien y de
aprovecharse de las circunstancias. La religión no significa nada para ellos. Una
posición tan radical como la indiferencia religiosa, ¿no será más que una actitud
temporal para un período limitado en la vida de un individuo? Parece ser que son pocos
los que se instalan de forma permanente en una actitud tan extrema.
3. LOS FACTORES DE ESTA SITUACIÓN. Para captar bien estas realidades, hay que
remontarse a las causas, o mejor aún a los factores de explicación. Sólo señalaremos
algunos, ya que son muchos. Está en primer lugar el gran cambio cultural que
atraviesan nuestras sociedades occidentales. Primero, el de la civilización científica y
técnica, fruto de la relación del hombre moderno con la naturaleza y con su mundo. El
hombre contemporáneo se caracteriza por la búsqueda de una acción transformadora
sobre la naturaleza y la sociedad. La lógica de su universo está totalmente centrada en
la racionalidad científica, con su traducción operatoria en la racionalidad técnica.
Defiende el crecimiento indefinido del progreso. Todos disfrutamos de este trabajo del
genio humano, del desarrollo de los conocimientos exactos, de sus efectos por mejorar
nuestros servicios colectivos, por hacer que retroceda la pobreza y se restaure la
dignidad humana.
Hay muchos que se dicen decepcionados de la Iglesia; se trata de algo más profundo
que el mero resentimiento contra el clericalismo. No quieren el.modelo religioso que se
les. impuso eñ la infancia: religión de preceptos, de prohibiciones, de mortificación, de
oscurantismo. Traumatizados todavía# transmiten su despecho contra la familia y la
escuela a las jóvenes generaciones, que recogen esas mismas quejas sin haber conocido
aquella época. Curiosamente, unos y otros permanecen en una ignorancia primaria de
la evolución de la vida de la Iglesia y de su renovación evangélica. Partiendo de una
crítica a veces justificada a la religión, no siempre perciben que lo que está en discusión
es un modelo religioso local, efectivamente deficiente o caduco, y rechazan la religión
junto con ese modelo cultural. Ignoran los contenidos mismos de la fe y su necesaria
interpretación. Por otra parte, el discurso eclesial no logra.traducir los contenidos de fe
en unas categorías culturales contemporáneas y propone con frecuencia una moral de
normas poco atentas a las situaciones reales de los hombres y a las exigencias de la
conciencia adulta. Las homilías revelan muchas veces la falta de cultura y depuesta al
día de los sacerdotes, que banalizan la palabra. Las celebraciones se hacen
mecánicamente, sin dejar sitio al silencio y a la meditación. En parte tienen la culpa de
478
esto los cristianos, que dejan hacer, que buscan una religión cómoda, intimista,
timorata.
Finalmente, un factor interesante es el trabajo ya realizado por los jefes, de fila del
ateísmo en favor de la autoafirmación absoluta de sí mismo, en la que el hombre es el
ser supremo para el hombre. Está también el escándalo del mal, que pone en crisis la
concepción de un Diosabsoluto-de-bondad, como si Dios tuviera que ser responsable de
todo, como si el mundo no fuera contingente y débil y como si Jesucristo, asumiéndolo
en sus luchas, no hubiera dado un sentido al mal. Está, finalmente, la dificultad, de
creer. Y, desde luego, la libertad de seguir siendo indiferente. ,
4. MÁS ALLÁ DE LA INDIFERENCIA. Ninguno de los factores mencionados m su
conjunto engendran fatalmente la indiferencia religiosa. La modernidad puede abrir un
espacio sensible a todas las dimensiones de lo humano, hoy más que, nunca. La
tecnología tiene repercusiones positivas para la humanidad. La sociedad pluralista y
secularizada es una oportunidad para la fe, obligando a hacer opciones personales.
Todo esto está pidiendo un comportamiento responsable: ahí está el quid de la
cuestión.
Esta indiferencia tampoco está generalizada. Hay creyentes cada vez más
comprometidos. Hay también un retorno a lo religioso por parte de los adeptos de las
nuevas religiones que, desamparados ante el vacío espiritual, dan testimonio a su modo
ir de una aspiración, de la sed de creer, de la necesidad de pertenencia a un grupo. Es
lógico que el frenesí por aferrarse a cualquier creencia, esotérica o ecléctica, puede ir
muchas veces acompañado de ingenuidad y de ambigüedad y prestarse fácilmente a
explotaciones de todo tipo. Sin embargo, los dos tipos de indiferencia que hemos
señalado se extienden cada vez más.
El gran desafío para enfrentarse con la indiferencia religiosa es que cada uno clarifique
su propia situación de vida con plena conciencia en el nivel de ciudadano, en el nivel de
hombre y de mujer. Que cada uno pueda llegar entonces a hacer una opción
fundamental respecto a los valores primeros de su existencia, viviendo en consecuencia.
Hacer una opción fundamental es optar por una fe, religiosa o no religiosa, en el
cristianismo, en otra religión o en la increencia. Los ateos y los creyentes
comprometidos merecen respeto: han hecho una opción, han tomado tal religión en
serio, bien para asumirla, bien para justificar su rechazo y sustituirla por otros
principios. Si uno no quiere dejarse llevar por el camino de la inconsciencia, de la
desesperación o del nihilismo, hay que identificar y escoger una fe. Hay que obrar de
manera que, en el cristianismo o en la increencia, la posición personal alcance el
estatuto de una fe. El indiferente radical, por su parte, no llega a una opción real de
conciencia, siendo víctima de un mundo de masa.
¿Qué es la l fe, sino una toma de posición sobre lo que da un fundamento a la vida
humana y motiva sus razones de vivir? Tener una fe es entregarse a un l "sentido" que
nos precede, que da significado y orientación al proyecto humano. Es apoyarse en ese
"sentido" para ser precisamente responsable de la conducta de su vida. Es optar por
una clave de comprensión, por una estructura de significación que exige una forma de
vivir y de practicar. Pues bien, hay varias soluciones que pretenden resolver el
problema humano: la cristiana, la de otras religiones, la del humanismo sin Dios. En
este nivel de exigencia, la increencia puede ser de hecho una fe distinta, y el no-creyente
puede ser otro tipo de creyente.
El cristiano percibe que el Sentido, el Otro que buscaba, no es algo, sino Alguien.
Descubre que la estructura de significación del mundo y de la vida está'constituida
ciertamente por valores humanos e ideales universales, pero que está basada
definitivamente en un sentido consistente que es un ser personal. En Jesucristo
reconoce que el sentido que buscaba es un Dios-amor, con un rostro y una palabra
479
propia, y que se propone en alianza con los ombres. Allí encuentra gestos para que él,
su interlocutor, pueda realizarse y conducir a la humanidad a su plenitud. En el no
creyente, la estructura de significación se polariza en torno a un valor humano llevado a
lo absoluto, que se convierte en la meta última de su existencia y que parece ser a los
ojos del cristiano un sustituto de Dios: el hombre, la historia, la ciencia... A muchos les
vendría bien pasar de creencias dispersas o superficiales a una fe recentrada y unificada
de este modo. Empezando por los cristianos.
En el primer tipo que hemos identificado, hay una forma de indiferencia que es una
negativa a adherirse a la institución eclesial. Esta indiferencia consiste concretamente
en ponerse fuera del alcance del poder eclesiástico; es muchas veces el comienzo de
todo un proceso de desinterés. Sabemos, por ejemplo, el papel que tuvo en este sentido
la encíclica sobre la anticoncepción. La gente tendrá interés en saber que la Iglesia es
ante todo la comunidad en donde los cristianos experimentan la vida cristiana en
comunión unos con otros. Esta comunidad está estructurada, supone una organización
y un poder de liderazgo que es esencialmente un servicio. Presos de una concepción
maximalista de la infalibilidad, los cristianos ignoran que ésta sólo se ejerce raras veces,
que son libres para hacer su propio discernimiento y que deberían participar mucho
más en los debates que les conciernen sobre las realidades de la fe, de la moral y de las
prácticas, sobre la interpretación de sus contenidos y la reapertura de alguna de las
posiciones convencionales. Esto supondrá la constitución de pequeños grupos en los
que se estudie más allá de los prejuicios, en los que se reapropie el lenguaje de la fe,
volviendo a las fuentes, repensando el discurso cristiano con sus exigencias de
coherencia y de pertinencia en relación con la cultura contemporánea. Los cristianos
están invitados al ejercicio del sentido de la fe, que practica un trabajo de
interpretación ilustrada en concertación eclesial. La Iglesia es un proyecto inmenso
lanzado al mundo por Jesús, que requiere el compromiso total de todos sus miembros.
Sería trágico que la marginación engendrara la falta de compromiso, y luego la
indiferencia.
A. Charron
INMANENCIA, Método de la
La expresión "método de la inmanencia" la introdujo / Blondel para designar el
enfoque de la filosofía de la religión inaugurado por él en L Action (1893).
La fuerza que desde el principio impulsó el intento blondeliano fue el esfuerzo por
resolver, mediante la confrontación con la filosofía contemporánea en su más alto nivel,
la problemática filosófico-religiosa, que a él se le hacía consciente en la dolorosa
experiencia de la situación social y científica de gueto de la Iglesia posrevolucionaria de
Francia (cf II, 1302, pp. 13-31). Las primeras reacciones a la aparición de L Action
ratificaron a Blondel en este esfuerzo (cf I, 539). Por una parte, las recensiones
benévolas procedentes del campo católico, que subrayaron la afinidad de la obra de
Blondel con el pensamiento de Pascal o de Maine de Biran (cf II, 4; pero también 11, 14)
o la equipararon a los intentos contemporáneos de trasladar la apologética filosófica al
terreno de la psicología (cf II, 22), le brindaron la ocasión de precisar mejor su método
con un enfoque absolutamente distinto. Por otra parte, Blondel se ratificó en la idea de
subrayar con mayor claridad aún precisamente el carácter de su labor en consonancia
con la filosofía moderna. A esto contribuyó, por ejemplo, la encomiástica comparación
con la filosofía de Fichte y de Hegel que le atribuyó A. Lasson (cf II, 17), pero sobre todo
el reparo de L. Brunschvicgs de que Blondel transformaba sin darse cuenta la filosofía
en una apologética de la religión positiva (cf 11, 15) y desestimaba el concepto de
inmanencia, que forma parte del postulado fundamental del filosofar moderno (cf II, 1).
Hay que considerar como el documento más importante para comprender la reflexión
sobre el método, realizada en la Lettre de 1896, el profundo análisis de intento de su
amigo V. Delbos de entender la totalidad de la filosofía desde Spinoza, pasando por
Kant, Fichte, Schelling hasta Hegel (J Idealismo), como una evolución progresiva del
spinozismo ("évolution du Spinozisme'~ (cf I 26).
482
Para Spinoza, lo mismo que en particular luego para los grandes sistemas idealistas,
vige como punto de vista fundamental la aceptación de la inmanencia, o sea la idea de
que la verdad de las cosas no se manifiesta en su concepción ecléctica, sino únicamente
cuando se determina el lugar que le corresponde en el sistema del espíritu absoluto.
Blondel no impugna la necesidad de probar la relación dialéctica de los fenómenos en
la inmanencia del espíritu. Pero rechaza toda solución meramente especulativa de esta
tarea, que conduce inevitablemente a un monismo o panteísmo de toda la realidad
subyacente al poder de decisión del pensamiento. En cambio, si se comprenden todos
los fenómenos en el lugar (que hay que fijar absolutamente de forma sistemática) que
les corresponde dentro del contexto original de la acción vital, y no sólo en la
sistematización de una especulación ulterior, y que por tanto nunca alcanza a la acción
definitivamente, entonces la misma dialéctica inmanente del espíritu aparece como un
movimiento abierto que sólo en la opción por un don otorgado sobrenaturalmente
puede encontrar su propia perfección.
Al estallar la "crisis del modernismo", el blanco de la crítica lo fueron .al principio los
dos "libritos rojos" de A. Loisy, de cuya posición historicista (historicisme) se separó
Blondel en 1904 (I, 80; cf 1, 536; II, 989) (cf particularmente II, 1050), Mas como al
mismo tiempo Blondel estigmatizó la orientación de la teología (fundamental)
tradicional como "extrinsecismo", creció también la desconfianza hacia el método de la
inmanencia. En una serie de artículos (1905-1907: I, 97; 98; 108) estableció Blondel
una comparación entre el método de la inmanencia y el método apologético (conocido
por él sólo en 1904) del cardenal Dechamps ("consacrée par le concile du Vatican": I,
108, pág. 561), destacando ante todo la valoración común del "fait intérieur", de la
razón humana ordenada necesariamente a la revelación, frente a la apologética del
extrinsecismo. Sorprende hasta qué punto pasan aquí a segundo plano en el mismo
Blondel -y no sólo en sus decididos defensores teológicos, como Laberthonniére, J.
Wehrlé, Auguste Valensin- algunas de las distinciones de la filosofía de la religión
elaboradas en 189.6 en el esfuerzo por defender el método de-,la inmanencia en el
horizonte del pensamiento escolástico.
El artículo de DAFC fue hábilmente dividido para un informe redactado por Albert
Valensin sobre la "Doctrina de la inmanencia" (Doctrine de 1'immanence) y para un
segundo sobre el "Método de la inmanencia" (Méthode d immanence), de cuya
exposición y crítica se hicieron cargo, respectivamente, Auguste y Albert Valensin. Este
procedimiento hizo posible primero entenderse, sin riesgo para el método de la
finmanencia, con la doctrina de la inmanencia condenada en Pascendi. Ésta se atribuye
a Spinoza. Luego habría encontrado expresión filosófico-religiosa o teológica en
Schleiermacher, en el pietismo luterano y, en Francia, sobré todo en Sabatier. De aquí
surgió finalmente una apologética inmanént'ísfa-(apologétique inmanentiste). En la
presentación y crítica de esta apologética, los principales reproches de la encíclica se
relacionan con pensamientos y obras que manifiestamente no se podían atribuir al
método de la inmanencia.
484
método de la inmanencia debido a la pluma de Albert Valensin por
extractos del libro de Tonquédec, sin que éste,,por su parte, a pesar
de la muerte de Blondel (1949).-yde las múltiples modificaciones que
entre tanto había experimentado su pensamiento-, retirara nada de
su crítica básica, si bien ésta ahora, en vísperas de la encíclica
Humani generis, estuviera dirigida más bien a la "nouvelle
tkléólogie" de sus cohermanos de Lyo.n (cf II, 751).
485
germen? En esta cuestión no habría que olvidar que un pensador tan
poco sospechoso de "extrinsecismo" como H.V. voq Balthasar ha
manifestado reservas no sólo respecto a la orientación trascendental
de J. Maréchal y K. Rahner, sino también, aunque con mayor
discreción, respecto a Blondel y a P. Rousselot. La legitimidad de la
aspiración fundamental del método de la inmanencia a mostrar en el
interior de la razón humana condiciones de posibilidad para ser
requerida por la palabra de Dios que se manifiesta en la historia,
nunca estuvo sujeta a debate para von Balthasar. En cambio se volvía
decididamente contra cualquier comprensión de una subjetividad
dinámicamente anticipadora, a la que hubiera que adjudicar en la,
realización del acto de fe la síntesis verdadera de los signos múltiples
y contingentes de la revelación de tal manera que la evidencia
decisiva no pudiera contemplarse ya partiendo de la misma forma
histórica de la revelación. Este acento de la primacía de la cuestión
de la realidad y la objetividad del hecho histórico era también una
aspiración central de la crítica del método de la inmanencia desde el
pensamiento tomista.
486
del encuentro con la revelación positivo-histórica: en virtud de la
"presencia anónima" (présence anonyme) de lo "sobrenatural
inmanente' (surnaturel immanent) (cf ib, p. 585).
H. Verweyen
487
INSPIRACIÓN
SUMARIO:
1. Una mirada a la historia (AT; NT; época patrística; escolástica; el magisterio y los
teólogos);
2. La novedad del Vaticano II (identidad del autor; precomprensión de "verdad";
inspiración y revelación)
R. Fisichella
Ya en una ojeada primera y sumaria se puede advertir que con esta expresión se inicia
la dinámica de la revelación. Lo que es asumido como instrumento de comunicación es
en sí mismo bueno, apto para expresar a Dios, aunque de una forma kenó= tica; en
efecto, el lenguaje humano es continuamente inadecuado para expresar en plenitud la
realidad divina.
488
a) El Antiguo Testamento no posee una terminología específica, prefiriendo recurrir a
formas sinónimas y más fluidas, aunque describe de forma explícita la realidad de la
inspiración. Se la comprende como acción del espíritu de Yhwh que toma posesión del
hombre, provocándole a realizar gestos o expresiones destinados a comunicar su
voluntad.
Gestos sencillos, como la unción con el óleo (1Sa_16:13), expresan una realidad más
profunda: la posesión por parte de Yhwh de su "elegido" para que, "consagrado" de ese
modo, pueda ser signo de revelación. Los profetas, en virtud de su misión, expresan
más directamente la realidad de la inspiración. De Oseas se dice expresamente que está
"inspirado" (Ose_9:7); esta misma persuasión puede encontrarse en Miqueas
(Miq_3:8); también Nehemías proclama que los profetas son la boca del Espíritu
(Neh_9:30).
Los profetas mayores han dejado en los relatos de su vocación los signos evidentes de
su conciencia de que, actúan proclamap y escriben en nombre de Yhwh (cf Is 6; Jer 1;
Ez 2). Las palabras del profeta no parecen distinguirse ya de lasAel propio Yhwh;
expresiones como "oráculo de Yhwh", "palabra del Señor", "así dice el Señor",
atestiguan para todo el AT que, a través de la asunción de simbologías y de lenguajes
humanos por parte del profeta, Dios mismo se comunica con su pueblo.
Sin embargo, hay que centrarse en la persona de Jesús de Nazaret para comprender
plenamente el valor de la enseñanza neotestamentaria en cuestión.
En efecto, para la Iglesia primitiva existe la certeza de que toda la Escritura está
dirigida a Cristo y sólo en él encuentra su pleno significado. Los profetas hablaron de él
y anticiparon los motivos de su existencia (Luc_24:27). Puesto que los apóstoles
compartieron con él este acontecimiento de-revelación, también ellos están movidos
por el Espíritu del Señor resucitado para anunciar al mundo la realización de la
promesa antigua.
La suya es una experiencia de gratuidad que los pone en línea directa con la experiencia
profética antigua. Dentro de este horizonte debemos leer dos textos programáticos de
Pedro. El primero anuncia la centrafdad de Cristo (1Pe_1:10-12); el segundo, la acción
directa del Espíritu sobre los autores sagrados (2Pe_1:20-21).
489
Los evangelios y las cartas de los apóstoles constituyeron además, desde el principio, el
testimonio privilegiado de la acción del Espíritu que realiza la permanencia de la
palabra del Señor en medio de la comunidad (Efe_4:11; 2Pe_3:15-16).
c) Para la época patrística, marcada por una profunda fe, que acepta naturalmente la
Escritura como palabra de Dios, la inspiración no constituye ningún,problema especial.
Un texto del venerable Beda, comentando el prólogo,de Lucas, nos hace percibir cómo
pensaban los padres en este punto: "En cuanto al hecho de que al evangelista le pareció
bien escribir, esto no debe entenderse como si esto le hubiera parecido sólo a él, ya que
también lo que le pareció bien estaba bajo la inspiración del Espíritu" (PL 92,307).
490
sagrados... tienen a Dios por autor y han sido como tales confiados a la Iglesia" (DS
3006).
En efecto, el concilio recibe una serie de provocaciones a las que se había llegado en los
estudios del decenio anterior. En dos frentes distintos, tanto los biblistas como los
dogmáticos habían desbrozado el terreno de los diversos reduccionismos en que estaba
atascada la problemática y habían señalado nuevas y prometedoras pistas de solución.
Por parte bíblica, McKenzie, McCarthy, Coppens, Lohfink y Alonso Schdkel habían
emprendido reflexiones relacionadas más directamente con el tema del hagiógrafo y de
la verdad; por parte teológica, Rahner, Grelot, Benoit habían propuesto útiles teorías
para una relectura sobre la mediación eclesial, la función del hagiógrafo y el valor
lingüístico de las mediaciones escritas.
2. LA NOVEDAD DEL VATICANO II. Hay tres aspectos que pueden sintetizar la
novedad de la enseñanza del Vaticano II.
a) La identidad del autor. El autor sagrado queda separado del horizonte de un simple
ejecutor pasi= vo o de un instrumento en manos de Dios, como lo había definido la
teología anterior. El "Spiritu Sancto dictante" del concilio de Trento es sustituido por
un lenguaje más positivo y bíblico, que ve al hagiógrafo "elegido", "escogido" por Dios,
que escribe como un "verdadero autor" del texto.
Por consiguiente, se da del hagiógrafo una definición plenamente positiva: es aquel que
estudia, reflexiona, busca y comunica con su escrito aquella experiencia salvifica de la
que fue protagonista. Cada uno de los autores sagrados es considerado en su plena
libertad ante la acción gratuita de Dios; tiene el peso de una misión con vistas a la
construcción de la Iglesia. Esta misión se realiza a través de la peculiaridad de su
escrito; es él el que lleva el peso de su propio trabajo y la carga de su propia
originalidad, en la que expresa su personalidad.
491
Así pues, la verdad de la Escritura es la verdad del plan salvífico de Dios sobre el
hombre y para el hombre: La expresión de DV 11: "Los libros sagrados enseñan
sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros
para salvación nuestra (nostrae salutis causa) "marca ciertamente un progreso
teológico.
No se puede negar que entre los dos concilios Vaticanos el tema se había llegado
progresivamente a plantear como una realidad autónoma. El Vaticano II vuelve a situar
la inspiración en su cauce natural, es decir, dentro de la realidad más omnicomprensiva
que está constituida por el acontecimiento de la revelación.
Así pues, también para la inspiración se seguirán aquellas líneas directivas que marcan
el nuevo recorrido de la teología en el estudio de la revelación. En primer lugar, el
carácter central de Cristo. Jesús de Nazaret, como palabra de Dios, es también la
verdad del hombre: él es el verdadero libro inspirado para comunicar y dar la salvación.
BIBL.: ALONSO SCHISKEL L., La palabra inspirada, Madrid 19882; BEA A.,
Inspiration, en LThK V, 703-705; BEUMER J., Die katholische Inspirationslehre
zwtschen Vatikan I und Vatikan II, Stutgart 1967; BENOIT P., Eségése et Theologie II
París 1961; COURTADE G., Inspiration, en DBS IV, 544; FISICHELLA R., La
revelación: evento y credibilidad, Salamanca 1989; GRELOT P.---Biblia, palabra de
Dios, Barcelona 1968; MANNUCI V., La Biblia como Palabra de Dios, Bilbao 19882;
POTTERIE I. de la (ed.), La veritá della Bibbia nel dibattito attuale, Brescia 1968;
RAHNER K., Inspiración de la Sagrada Escritura, Barcelona 1970; TABET M.A. y
McGoVERN T., El principio hermenéutico de la inspiración del hagiógrafo en la
constitución dogmática D V, en J.M. CASCIARO, Biblia y hermenéutica, Pamplona
1986, 697-713.
R. Fisichella
492
LATOURELLE - FISICHELLA, Diccionario de Teología Fundamental,
Paulinas, Madrid, 1992
IRENEO
El tema ireneano de la revelación va vinculado a Mat_11:27 (Luc_10:22), en pugna con
valentinianos y marcionitas. Las páginas de mayor interés figuran en Adversus
Haereses IV, 6. Indiquemos según ellas: 1. El planteamiento y exégesis valentinianos; 2.
Los planteamientos y exégesis ireneanos.
Ireneo no presenta batalla en las variantes, sino en el sentido que dan sus adversarios al
logion. Mientras él (siguiendo a san Justino) ve en el oráculo evangélico la expresión de
una economía universal, sin límites de espacio y tiempo, los sectarios urgían el aspecto
cronológico de ambos verbos egnd y apokalypsai. Y según eso nadie hasta la
predicación de Jesús anunció al Padre.
La letra evangélica por sí sola no parece abonar la postura herética. Marción -que en
sana lógica buscaba apoyo en Le 10,22- podía leer en presente, lo mismo que Ireneo y
Tertuliano, o con su misma despreocupación para las formas verbales; y, sin embargo,
coincidía en buena parte con las gnosis heterodoxas.
El logion (Mat_11:27) atribuye al Padre la gnosis del Hijo; silencia su revelación. Asigna
en cambio al Hijo la gnosis del Padre y su revelación (a los hombres). La gnosis mutua
de Padre e Hijo no tiene por qué ser equívoca. Indica con toda probabilidad el
conocimiento intuitivo, perfecto. Falta saber si la. revelación atribuida al Hijo alcanza,,
por correlación con la gnosis, la altura del conocimiento que quiere comunicar; y en
consecuencia, si a la revelación del Verbo responde en los hombres una gnosis perfecta.
Ahora bien, entre los valentinianos, sólo los "pneumáticos" poseen la gnosis perfecta de
Dios. Solamente, pues, los espirituales, aptos por naturaleza (fysei) para la gnosis -no
los "psíquicos", y menos los "hílicos"- serán capaces de la revelación estricta y plena del
salvador.
El logion resulta según eso equívoco. Ambos verbos (conocer y revelar), en el sentido
más estricto, se aplican únicamente el mensaje del salvador para los "pneumáticos".
Entre éstos, el conocimiento divino, correlativo a la revelación de Jesús, alcanza el
mismo nivel que la gnosis del Padre por el Hijo, o del Hijo por el Padre. La misma
familiaridad (oikeiótes) que une a Jesús con Dios, a los espirituales con Jesús.
493
y no en la del simple-Logos. La soteriólogía angélica no entra en su horizonte. Le
interesa la salvación del hombre mediante el Hijo hecho hombre.
Extraña que jamás aplique a los verbos (cognoscere, revelare) el sentido fuerte que le
daban los valentinianos. Situado en los antípodas de los herejes, hace incluso dudar de
si, según él, hay posibilidad en el hombre de una gnosis perfecta. Los valentinianos
creían poseer ya en este mundo, a partir de la iluminación, una ciencia cabal de los
misterios de Dios; adecuada al menos a la gnosis del Hijo. Ireneo, no contento con
negarla aquí abajo por arbitraria, parece descubrir en la futura ciencia de los santos un
conocimiento indefinidamente perfectible. Aun en la otra vida, Dios tendrá siempre
misterios que comunicar, y el hombre que recibir. La gnosis, compatible entonces con
la fe y la esperanza, j amás será en absoluto perfecta ni podrá medirse con la de Dios.
"De las cosas sometidas a examen en las Escrituras -(pues) todas las Escrituras son
espirituales-, algunas las resolvemos por gracia de Dios, y otras se las encomendamos a
Dios: y no sólo en este siglo, sino aun en el futuro, de suerte que siempre enseñe Dios, y
aprenda siempre el hombre las cosas que vienen de Dios" (Adv: Haer. II, 28, 3,59ss).
Lo ratifica el apóstol (fCor 13,913): "Destruidas las demás partes, perseveran entonces
éstas, a saber: la fe, la esperanza, la caridad. Porque la fe en nuestro maestro perdura
siempre firme. Él nos asevera que es el único verdadero Dios; y que le amemos siempre
por ser él único Padre, y esperemos recibir después- algo más y aprender de Dios, pues
es bueno y posee riquezas interminables, reino sin fin y doctrina que aprender sin
medida" (Adv. Haer. II, 28, 3,65ss).
Gnosis y pistis irán, para Ireneo, juntas, como elpís y agape: testimonio de la infinita
distancia entre el maestro Dios y el hombre discípulo.
Según Ireneo, la gnosis, sin caridad, es vana. Sólo la caridad confiere y sella la
perfección (cf Adv. Haer. IV, 12, 2,36ss). La gnosis misma, en el grado sumo de
intuición, se ordena a la caridad. Porque "de mayor precio es la caridad que la gnosis"
(ib, IV, 33, 8,146ss). En vez de erigirse ésta como "cima y corona de la regla" cristiana,
494
con autonomía sobre la feesperanza-caridad, según quieren los sectarios, ha de
sumarse humildemente a la pistis y someterse a la caridad, reina del cristiano, en este
mundo y en el futuro.
Hay, pues, en el Hijo dos revelaciones (sustanciales). del Padre a los hombres: las dos
generaciones, divina y humana.
Asimismo hay dos revelaciones del Hijo a los hombres; la creación y la manifestación
salvífica. La sola creación es preliminar a la manifestación saludable.
Los sectarios coincidían con Ireneo en hacer la filiación natural de Dios el único radical
título para conocer al Padre. Sin Dios nadie llega a Dios. Ni sin e1 Hijo al Padre, ni sin
el Padre al Hijo. Sectarios: sin naturaleza o linaje divino nadie es llamado por el Hijo a
la posesión del Padre. Eclesiásticos: sin vocación (y libre respuesta de fe) divina nadie
llega por medio del Hijo a Dios. Los valentinianos presuponen la consustancialidad
divina del individuo antes de la revelación del Hijo. Ireneo reclama sólo del individuo
que sea libre para responder meritoriamente al mensaje del Logos.
"Et ad hoc Filium revelavit Pater ut per eum omnibus manifestetur, et eos quidem qui
credunt ei juste in incorruptelam et in aeternum refrigerium recipiat -credere autem ei
est facere ejus voluntatem- eos autem qui non credunt et propter hoc fugiunt lumen
ejus in tenebras quas ipsi sibi elegerunt juste recludet" (Adv. Haer. IV, 6, 5,77ss).
La revelación del Hijo encarnado, por sí sola, era insuficiente. A la revelación debía
responder la fe. Había que aceptar como auténtico el testimonio de Jesús, reconociendo
en él al Logos unigénito del Padre.
495
Ireneo no se detiene a declarar los signos de la filiación divina de Jesús, las pruebas de
su misión por el Padre. Son suficientes para obligar a creer en su persona y en su
testimonio: ofrecen a todos opción para -mediante la fe-- subir a la incorruptela y
descanso con el Padre, y por lo contrario -sin fe- apartarse definitivamente-de él.
Los judíos no le dieron fe, y se perdieron por su culpa. Tuvieron los medios para creer.
Vieron lo que todos, y oyeron lo que los demás. ¿Contemplaron todos -como los judíos
contemporáneos de Jesús- al Logqs hecho hombre, y oyeron el mensaje de revelación
que traía del Padre? Está claro que no. Pero, aunque Dios no le hizo igualmente visible
a todos, se lo hizo asequible en. una medida suficiente para llevarlos a la fe.
Esto nos lleva a considerar las formas de revelación del Verbo. Escribe Ireneo: "Pues el
Verbo revela al Dios creador mediante la creación misma; y al Señor, demiurgo del
mundo (lo revela) por medio del mundo; y el artífice que plasmó (al hombre) -por
medio del plasma; y al Padre que engendró al Hijo (lo revela) mediante el Hijo. Y estas
cosas las afirman todos entre sí parecidamente, mas no las creen por igual. Igualmente
el Verbo anunciábase a sí, y al Padre por medio de la ley y los profetas; todo el pueblo
(lo) oyó parecidámente, mas no todos (le) creyeron por igual" (Adv. Haer. IV, 6,
6,88ss).
He aquí varios modos universales de revelación. En todos ellos el Logos revela al Padre;
mas no por igual ni conforme a un mismo aspecto. Son revelaciones múltiples (y
saludables) del único Verbo de Dios.
Una es la creación. Por haber creado Dios Padre la materia amorfa, el Logos revela
mediante la creación primera a Dios. A esta primera revelación responde el hombre,
como conviene, por la sola fe: acoge saludablemente el lenguaje del Verba a través de la
creación, para subir al Padre.
Tercera forma de revelación es el plasma o cuerpo del hombre. El misterio del plasma,
modelado a imagen y semejanza de. Dios, no se descubre con la simple mirada. Se
requiere especial revelación del, Logos para entender la dimensión ivina del,cuerpo
humano y subir de él al Padre, que compromete al Hijo y ; al Espíritu Santo para su
continua formación.
Cuarta y última forma de revelación: el Verbo hecho carne ("per Filium'~. Su novedad
no está en la filiación natural divina, del. Lqgos, sino en la filiación (personal) ..del
plasma humano (en Cristo)., El Hijo del hombre es Hijo de Dios. .A través de la
creación, del mundo y Jel:cuerpo humano ha de penetrar la fe hasta la persona del
Hijo, que vive en el seno del Padre, y descubrir en la vida de Jesús el misterio
inenarrable del Dios supremo. Nadie con los solos sentidos descubre en Jesús la
revelación de Dios. .Se requiere la revelación del Logos. El mismo que manifiesta el
sacramento de la creación obra del Padre, del mundo obra del Verbo, y del humano
496
plasma tarea conjunta del Padre con sus dos manos divinas, revela el misterio de la
forma servil adoptada por el Hijo para manifestarse a los hombres y anunciar al Padre.
Las cuatro formas de revelación, comunes como sonsa todos e igualmente sensibles,
debieran conducir, sin distinción, al conocimiento salvífico de Dios. Pero fundadas en
la fe, humanamente actuables sólo por libre reconocimiento, no se imponen. Unos
aceptan la revelación y otros no.
La forma per ipsam conditionem no halló igual acogida entre los hombres; a pesar de
haberse extendido a todos. Dígase otro~tanto de las formas per mundum, per plasma y
per Filium. La historia de Jesús lo demuestra: sólo los creyentes acogieron la revelación
del Logos encarnado.
"Et haec omnes similiter quidem colloquuntur, non autem similiter credunt" (Adv.
Haer. IV, 6, 6,91ss). Todos -herejes y eclesiásticos- emplean iguales términos, como si
todos subieran igualmente "mediante la creación" al autor del universo, " mediante el
mundo" a su demiurgo y "mediante el cuerpo humano" a su artífice. Pero no es así. Los
herejes, por los tres caminos de revelación, llegan hasta el demiurgo animal, sin dar con
el Logos dé Dios ni descubrir su mediación. Les falta la disposición humilde y amorosa
para reconocer la palabra de verdad. Con decir externamente lo mismo, no creen igual,
porque, a la postre, no creen.
Nadie llamó "Dios" a Jesús en forma directa. Muchos le llamaban en genitivo "Dios".
Dos ejemplos aduce Ireneo, poniéndolos en boca-del diablo o de los demonios: "Santo
dé Dios, Hijo de Dios': La denominación "Dios" aplicada en genitivo a Jesús era la
mejor prueba de que hasta los demonios confesaban a ambos: a Dios (Padre) y al Hijo:
"Et propter hoc omnes Christum loquebantur praesente eo, et Deum nominabant. Sed
et daemones videntes Filium dicebant (Mar_1:24; Lc 4 34):'Scimus te qui es, Sanctus
Dei'. Et temptans diabolus videns eum dicebat ( Mat_4:3; Lev_4:3): `Si tu es Filius
Dei', omnibus quidem videntibus et loquentibus Filium et Patrem, non autem omnibus
credentibus" (Adv. Haer. IV, Lev_6:6, Lev_6:100ss).
En paráfrasis: por eso todos, aún los demonios, a raíz de su presencia en carne, no sólo
le confesaban oralmente ("loquebantur") por el Cristo, sino que al llamarle Hijo de Dios
nombraban juntamente a su Padre.
Evidencia contra los judíos la facilidad con que habrían llegado, a raíz de la encarnación
del Logos; al conocimiento (saludable) del Padre y del Hijo.
497
Uno mismo, verdadero Dios y verdadero hombre, conocía y revelaba: el unigénito
hecho hombre y venido para revelar al Padre.
Se comprende asimismo la disposición que reclama Ireneo entre los propios gentiles. El
Verbo no puede revelar la noticia (salvadora) de Dios mientras tropiece con un ánimo
dominado por la idolatría y las.concupiscencias. El testimonio de un Epicuro sobre la
existencia de Dios no entra en el horizonte ireneano. Por su régimen disoluto de vida
era incapaz de un conocimiento "saludable".
Ireneo tiene sus fórmulas predilectas. Una de ellas contrapone los conocimientos
secundum magnitudinem/secundum dilectionem (cf Adv. Haer. IV, 20, l,lss; IV, 20,
4,72ss). Si la majestad divina es invisible e inasequible, el amor infinito la hace
asequible al hombre.
"Según la magnitud no hay modo de conocer a Dios; resulta imposible medir al Padre.
Empero, según el amor -éste nos lleva mediante su Logos a Dios- con docilidad a él
aprendemos siempre (antes y después de Cristo) que existe tan gran Dios y es él quien
por sí estableció y eligió y adornó y contiene todas las cosas" (Adv. Haer. IV 20, 1 lss).
498
Una es, según éstos, la gnoseología del demiurgo psíquico, y otra la del Dios Espíritu. El
logion evangélico se limita a la revelación (o conocimiento) del Dios Espíritu. La
mediación del Verbo no afecta al conocimiento del Creador. Por un camino se llega al
dios carnal, y por otro al Dios Espíritu.
Por ser uno el Dios de ambos Testamentos, uno el Logos unigénito del Creador y Padre,
uno el plasma llamado a la salvación en virtud de la gnosis de Dios, una la economía
que preside la historia del hombre antes y después de Cristo, no hay por qué multiplicar
los caminos de la salvación: gnosis para las "espirituales" y pistis para los "psíquicos";
ni distinguir, según los vanos linajes humanos, las formas de revelación: al margen del
Logos, en el AT; mediante el Logos, en el Nuevo.
BIBL.: Houssmu, A., L éxégése de Matthieu XI, 17b selon saint Irénée, en "Ephemerides
Theologicae Lovanienses"26 (1953) 328-354; La Christologie de saint Irénée, Lovaina
1955, 7273; LucKHnaT R., Matthew 11,27 in the "Contra Haereses"of Saint Irenaeus, en
"Revue de 1'Université d'Ottawa" 23 (1953) 65'-79'; OCHAGAvtn J., Visibile Patris
Filius, Roma 1964, 62-69; Escown L., Saint Irénée et la connaissance naturelle de Dieu,
en "Rev. des Scienc. Relig. Strasbourg" 20 (1940) 252-270; LEBRETON, J., La
connaissance de Dieu chez saint Irénée, en "Rech. Sc. Reí." 16 (1926) 38506, y los dos
artículos míos a que remito al lector: San Ireneo y el conocimiento natural de Dios, en
"Gregorianum" 47 (1966) 441-471; 710-747; La revelación del Hijo por el Padre según
san Ireneo (Adv. Haer. IV, 6), en "Gregorianum" 51 (1970) 5-83.
A. Orbe
ISLAM
En este artículo se expone la revelación según la perspectiva islámica. Empezamos
colocándola en la concepción islámica de la historia de la revelación. En un segundo
paso describimos el proceso de la revelación en la experiencia profética. Tras una breve
mención de la transmisión del texto coránico, se señalan algunos principios
hermenéuticos que resulten operativos en las diversas formas de exégesis coránica,
para concluir con una alusión a algunas líneas del pensamiento teológico católico
respecto al Corán. Las indicaciones numéricas entre paréntesis remiten a los capítulos
(sura o azoa, plural surat) y versículos del Corán.
El Corán constata que los hombres muchas veces no escucharon las palabras de los
enviados, tratándoles de impostores. Casi toda la sura 26 cuenta los hechos de esas
misiones. La misión de Mahoma y la revelación coránica se ven como la conclusión de
la historia de la revelación. Mahoma es llamado "el Sello de los profetas" (33,40), y en
el códice (mushaf) de Ubbay, su comunidad es llamada la "última umma" (61,6). Por
eso, al creer en el mensaje proclamado por Mahoma, los musulmanes profesan que
creen en la totalidad de las revelaciones anteriores: "Nosotros creemos en Dios y en lo
que se nos ha revelado y en lo que se reveló a Abrahán, a Ismael, a Isaac, a Jacob y a las
(doce) tribus, y en lo que se dijo a Moisés y a Jesús, y en lo que el Señor dijo a los
profetas; no hacemos distinción entre ninguno de ellos y estamos sometidos a él"
(2,136).
501
hadit como ciencia auxiliar de la exégesis, con la función de establecer el grado de
autenticidad de los diversos hadit.
b) La exégesis ética se propone destacar la actualidad del Corán para las nuevas
generaciones y pone el acento en los valores morales que allí se contienen. En algunos
casos los exegetas de esta corriente invierten el principio de al-nasih wa-1-mansuh,
viendo en los versículos más antiguos el fundamento religioso de la revelación,
mientras que las revelaciones sucesivas constituirían solamente su aplicación, ligada
muchas veces a circunstancias históricas accidentales.
c) La exégesis científica procede del principio de que la Escritura "explica todas las
cosas" (6,154) y aplica métodos de un concordismo que intenta encontrar en el texto
coránico la mención de todas las adquisiciones de las ciencias modernas.
BIBL.: CASPAR R., Traité de théologie musulmane, t. I, Roma 1987; GARDET L.,
Conozcamos el Islam, Andorra 1960; ID, Experiencias místicas en tierras no cristianas,
Madrid 1970 JOMIER J., Para conocer el Islam, Estella 1989; KHOURY A.Th., Los
fundamentos del Islam, Barcelona 1981; PAREJA F.M., La religiosidad musulmana,
Madrid 1975; ROEST CROLLIUS A.A., The Word in the Experience of Revelation in
Qur án and Hindu Scriptures, Roma 1974; WANSBROUGH J., Quranic Studies, Oxford
1977.
502
A.A. Roest Crollius
Para mayor claridad, recordemos que para Káhler el historische Jesus designa al
hombre de Nazaret, tal como puede presentarlo una biografía de Jesús, mientras que el
geschichtliche Christus supone ya una fe en el salvador que proclama la Iglesia.
503
La investigación actual no intenta volver a las perspectivas de la LebenJesu-Forschung;
busca el acceso a Jesús de Nazaret, identificado como Cristo y Señor sobre la base
precisamente de lo que dijo e hizo verdaderamente durante su paso por la tierra. La
distinción de Káhler, recogida por Bultmann, se basa en una concepción de la fe que
elimina el acontecimiento fundador; es una vuelta a la gnosis.
R. Latourelle
JUDAÍSMO
I. El espíritu del judaísmo
II. La vida judía
La promesa a Abrahán fue confirmada a los patriarcas siguientes, Isaac y Jacob. Más
tarde, cuando Moisés es enviado a Egipto a liberar al pueblo de la esclavitud, obra en el
504
nombre de la alianza patriarcal. Sólo hay un posible destino después del éxodo: la tierra
de Israel.
A1 entrar en la tierra bajo la guía de Josué, se le encarga: "Sé fuerte y ten ánimo, porque
tú deberás dar a este pueblo la posesión de la tierra que a sus padres juré dar"
(Jos_1:6).
Después de tomar posesión de la tierra, el agricultor israelita tenía que ir con su diezmo
al santuario. Como parte de la confesión del diezmo tenía que hacer la siguiente
oración: "Mira desde tu santa morada, desde los cielos, y bendice a tu pueblo y a la
tierra que nos has dado, como habías jurado a nuestros padres, tierra que mana leche y
miel" (Deu_26:15).
Las referencias son demasiado numerosas para referirlas. Lo que señalan todas es un
lazo inseparable entre el pueblo y la tierra, entre el pueblo santo y la tierra santa. Los
destinos de este pueblo y de esta tierra están ligados, unidos por la promesa de Dios. Lo
mismo en la tierra que en el exilio, sigue siendo parte de su identidad y conciencia.
2. LA ALIANZA DEL SINAÍ: BERIT SINAÍ. Hay una segunda alianza importante para
nuestro propósito. A esta alianza se ha hecho alusión ya en el ciclo de los relatos de
Abrahán. Sin embargo, no se hace plenamente consciente hasta el monte Sinaí. Leemos
lo siguiente en el Génesis, en el preludio de la destrucción de Sodoma: "¿Ocultaré yo a
Abrahán lo que voy a hacer, cuando ha de convertirse en un pueblo grande y fuerte y
cuando en él serán bendecidas todas las naciones de la tierra? No; le pondré al
corriente para que ordene a sus hijos y a su casa, después de él, que observen la ley del
Señor, practicando la justicia y el derecho, de modo que el Señor cumpla en Abrahán
cuanto ha prometido acerca de él" (18,17-19). Más tarde, en el monte Sinaí, esta
intimación a guardar el camino del Señor se convierte en la Torah, el sistema de 613
mandamientos que van a guiar la vida de los descendientes de Abrahán, el nuevamente
liberado pueblo de Israel. Los pensadores judíos han entendido normalmente que estas
dos alianzas siguen vigentes, sin que la segunda suplante a la primera. Así, el pueblo de
Israel tiene una doble santidad: la alianza ancestral con su promesa de la tierra y la
alianza del Sinaí con sus mandamientos. Desde el punto de vista de la primera, Israel
fuera de casa, fuera de su tierra, está incompleto. No está cumpliendo su deber de
ocupar la tierra y habitar en ella como pueblo de Dios; su santidad está disminuida. Sin
embargo, la alianza del Sinaí no depende de la tierra. La Torah es portátil y su santidad
acompaña al pueblo a todos los lugares que habita. Muchos de los mandamientos no
pueden cumplirse fuera de la tierra, porque están relacionados con el asentamiento y
cultivo de la tierra y la celebración en el templo de Jerusalén. No obstante, la santidad
de la Torah del Sinaí prevalece en todas partes.
Así pues, podemos decir que los judíos hacen derivar de la alianza ancestral o patriarcal
su fuerte sentido de pertenecer a una familia: sorteos los hijos de los padres y madres
de Israel. Como miembros de la misma familia cuidamos unos de otros, nos alegramos
de los éxitos de los demás y lloramos cuando cualquier porción de la familia afronta la
tragedia. La alianza del Sinaí es una alianza de aprendizaje: específicamente, hacer
aquello que se nos ha mandado. La figura central de esta manera es Moisés, que es
conocido en la tradición judía como "nuestro maestro".
Para entender el significado religioso de Israel para los judíos deben tenerse en cuenta
ambas alianzas. Actúan conjuntamente, dando lugar a diferentes acentos. Existen bajo
formas religiosas y secularizadas. Así, en la evolución del sionismo hallamos judíos
religiosos lo mismo que sionistas seculares preocupados por la supervivencia del
pueblo judío. Temían que la emancipación y sus consecuencias condujeran a la
completa asimilación o a la aniquilación antisemita. Sus prevenciones
desafortunadamente se cumplieron y se confirmaron en el holocausto, así como la
asimilación general que invade a las comunidades de la diáspora. Encontramos
también judíos religiosos que están motivados por las preocupaciones del Sinaí, la
oportunidad de realizar más las responsabilidades de la alianza en la tierra que fuera de
ella, que incluye el mandato de ocupar la tierra y hacerla florecer. Los sionistas
seculares también tienen una versión de la conciencia del Sinaí: desean construir una
sociedad enraizada en los valores judíos de la justicia.
La empresa sionista está así motivada por ambas formas de conciencia de alianza. La
emancipación condujo a la pérdida de soberanía sobre la vida comunitaria judía, un
alto precio por la integración dentro del moderno Estado. Ahora los judíos quedarían
integrados en su lugar de residencia como plenos ciudadanos. Esta adhesión, se temía,
sería un desafío insuperable para la identificación con la nación judía. La Berit Abot
estaba en peligro. Pronto la Berit Sinaí estaría amenazada también por el proceso de
indigenización seguido. Los intentos de conservar un fuerte sentido de vida
506
comunitaria se encontraron con el desarrollo del moderno antisemitismo político y
racial. La soberanía judía sobre la antigua patria judía era una necesidad para la
supervivencia de ambos impulsos de las alianzas. Un Estadonación fuerte sería el
garante de la supervivencia física y de la renovación espiritual del pueblo judío en todas
partes.
La guerra había estado precedida por semanas de terror que se apoderó de los judíos
cuando oyeron las amenazas y vieron los preparativos para arrojar al mar a todos los
judíos israelles. La rápida, dramática, decisiva y totalmente inesperada escapada del
desastre y la vuelta a Jerusalén supuso un cambio decisivo para la mayoría de los
judíos. Ahora se identificaron con Israel y su patrimonio espiritual renacido, como una
aventura totalmente fresca y nueva para la vida judía moderna. Se percataron de que el
renacimiento de Israel representa un compromiso de supervivencia para la nación
judía, la determinación de reconstruirse a sí misma después del violento ataque del
holocausto. Después de dos mil años de relativa impotencia para defenderse a sí
mismos, los judíos tendrían ahora el poder para autoprotegerse y, lo que es más
significativo, para trazar su destino como un pueblo moderno con raíces antiguas.
Aprender a usar este poder para crear un nuevo Estado ha sido una fuente de
constantes desafíos. Incluyen éstos la aglutinación de numerosos grupos de refugiados
de Europa y los países árabes, construir una sociedad moderna y justa y el intento de
crear un centro espiritual para los judíos del mundo mientras procura defenderse a sí
mismo y encontrar un modo de vida pacífico con sus vecinos.
Los judíos están muy orgullosos de los logros del Estado, aunque tienen clara
conciencia de los muchos problemas que Israel afronta. De hecho, judíos de todo el
mundo tratan de actuar como socios responsables en el desarrollo de la vida israelí. Son
muy sensibles a los temas que se relacionan con la seguridad, estabilidad y la moral de
sus ciudadanos. Muchas actividades comunitarias judías en la diáspora se relacionan
con Israel: conferencias a cargo de prominentes eruditos o líderes israelíes, la creación
de fondos con fines educativos y humanitarios, fomento de la inversión económica. Las
visitas a Israel son frecuentes, y muchos jóvenes siguen parte de su educación allí. Estas
actividades dan a los judíos individuales y a las comunidades judías un significativo
sentido de participación con los judíos israelíes en la construcción de la nación.
El poder del Estado significa una oportunidad para hacer que el judaísmo sea algo vivo,
para poner los mandamientos de Dios en práctica como guía de una sociedad moderna.
¿Puede lo sagrado entrar en el mundo y transformarlo, o debe lo sagrado quedar
enclaustrado en la sinagoga o los centros de estudio, lejos de las tensiones de la vida
real? ¿Pueden los judíos crear una sociedad que sea fiel a los valores de la bondad y la
justicia? ¿O son éstas apropiadas sólo para los sueños y no para la realidad?
Puesto que los judíos consideran la lucha mediante el poder y sus implicaciones como
un tema crítico actualmente, debemos meditar sobre este asunto y ampliar la dialéctica.
En nuestro tiempo, hemos llegado a darnos cuenta de que las palabras ásperas y
actitudes tácitas podían terminar en una forma de articulación particularmente
peligrosa. Los judíos están con frecuencia preocupados de que no recordemos las
lecciones del poder. A lo largo de nuestra historia hemos tenido poder suficiente para
negociar nuestra existencia, manteniéndonos como una entidad física y espiritual
distinta. Cada cierto tiempo el equilibrio se ha inclinado contra nosotros. Carecíamos
del poder para protegernos, y sufrimos por ello. El caso más extremo de lo último ha
tenido lugar en nuestro mismo tiempo. Durante el holocausto sufrimos una impotencia
extrema. No pudimos hacer casi nada para salvar a seis millones de judíos, que fueron
destruidos, y a las numerosas comunidades que experimentaron desplazamientos. Este
acontecimiento fatal está todavía fresco en nuestras mentes y evoca pesadillas en
muchos de aquellos que sobrevivieron. Sin embargo, nuestra generación ha
experimentado también un milagro. El nacimiento y desarrollo del Estado de Israel, a
pesar de sus muchos problemas, es nada menos que un milagro moderno. Esperamos y
pedimos que sea "reshit zemihat geulatenu", el primer florecimiento de la gran
redención prometida. Israel se considera hoy entre las grandes potencias mundiales en
cuanto a capacidad militar. En toda nuestra historia no hemos sido tan poderosos
absoluta o relativamente como lo somos hoy. Hasta donde la memoria alcanza, hemos
pasado de una extrema impotencia a un poderío extremo. Pero este poder no es sólo
una ventaja; es un desafío. Una nación puede emborracharse con su propio poder,
como le sucedió al antiguo Egipto de los faraones. ¿Vamos a ignorar la lección del
profeta Zacarías: "No por el poder de las armas ni por la violencia, sino por mi espíritu,
palabra del Señor todopoderoso"? Leemos estos versos en la Hanukah, trayendo a la
memoria la victoria y poderío de los Macabeos. Son un desafío permanente para
quienes ostentan poder.
¿Qué es este espíritu de Dios al que se refiere Zacarías? Con toda seguridad, es parte de
la conciencia del Sinaí. Antes que Zacarías, había sido ya bellamente descrito por Isaías
con respecto al líder mesiánico: "Sobre él reposará el espíritu del Señor: espíritu de
sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fuerza, espíritu de conocimiento y
de temor del Señor". El sentido de la verdad, la justicia y la bondad caracterizará sus
acciones. Repara en el resultado. "El lobo habitará con el cordero, el leopardo se
acostará junto al cabrito; ternero y leoncillo pacerán juntos, un chiquillo los podrá
cuidar. La vaca y la osa pastarán en compañía, juntos reposarán sus cachorros, y el león
como un buey comerá hierba". El espíritu de Dios queda patente cuando el poderoso no
abusa de los débiles, sino que aprende a vivir con ellos en el mismo mundo. Además, es
un deber del rico y del poderoso iniciar este proceso. Ellos deben asumir la
508
responsabilidad, utilizando su riqueza -la fuerza y riqueza que Dios les ha confiado-
para ayudar a otros. Ésta es nuestra visión del futuro.
J. Howard
509
II. La vida judía
I. LAS ESCRITURAS HEBREAS Y LA COMPRENSIÓN CRISTIANA. LO más básico de
las Escrituras judías es denominado por el pueblo judío el Tanakh, o la Biblia hebrea.
Es lo que los cristianos llaman el "Antiguo Testamento"; pero esta denominación
impone una interpretación sobre la función y propósito de estas Escrituras. Sugiere
que, en contraste con el "Antiguo" Testamento, el "Nuevo" es mejor, y que debe
preferirse por ser la realización del "Antiguo"; éste es considerado incompleto.
Los judíos no consideran las Escrituras hebreas, y particularmente los cinco primeros
libros (el Pentateuco, o libros de Moisés) como algo completo en sí o de por sí. Tienen
en cuenta un texto escrito; pero también una interpretación oral que completa la Biblia
hebrea. Esta interpretación que completa el texto y hace su mensaje aplicable a la vida
diana comienza al mismo tiempo que el mensaje escrito. Las interpretaciones orales
son tan válidas como el material escrito, y el texto y la interpretación deben entenderse
juntos. En efecto, las tradiciones oral y escrita son una. Los cristianos son conscientes
del texto escrito, pero ignoran en gran medida la tradición oral.
á) La Biblia hebrea. La Biblia hebrea presenta tres grandes divisiones: los libro! de
Moisés o Pentateuco, los Profetas y los Escritos. Los libros de Moisés son Génesis,
Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. La división llamada de los "Profetas" está a
su vez dividida en dos unidades principales, profetas anteriores y profetas posteriores.
Los profetas anteriores incluyen los libros de Josué, Jueces, 1-2Samuel y 1-2Reyes.
Estos libros prosiguen la historia de la alianza de la antigua comunidad judía,
comenzada en el Pentateuco. Los profetas posteriores incluyen los diversos libros de
profecía de la Biblia hebrea. Éstos son presentados no en sentido cronológico, sino más
bien en función de su extensión, siguiendo el estilo de colección textual en el mundo
antiguo. Estos libros son: Isaías, Jeremías y Ezequiel; y el "libro de los doce profetas":
Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahún, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías
y Malaquías.
Los Escritos consisten en una colección de materiales de diversos tipos. Los Salmos son
poemas de oración, escritos al estilo de la poesía religiosa del Próximo Oriente antiguo.
Abordan todos los aspectos de la preocupación humana. Los Proverbios son sentencias
que tratan de la condición humana: el libro de Job es una larga reflexión sobre la
cuestión de la justicia divina en nuestro mundo. Siguiendo a estas tres obras más largas
hay cinco "rollos": el Cantar de los Cantares es un poema de amor que se entiende
diversamente: como descripción de un apasionado amor humano o amor de Dios a
Israel; Rut es un cuento sobre la amistad humana, situado en la época de los Jueces;
Lamentaciones es un lamento por la caída del reino de Jerusalén en manos de los
babilonios en el 587 a.C.; Qohélet es otra reflexión sobre la condición humana, y Ester
510
es un cuento de corte, que describe las peligrosas circunstancias en las que la
comunidad judía se encontraba en tierras extranjeras después de la derrota del reino a
manos de los babilonios. Después viene el libro de Daniel, una narración de tipo
profético situada también en el período posterior al 586 a.C.; luego los libros de Esdras
Nehemías y 1-2Crónicas, obras que detallan la historia del pueblo judío durante el exilio
babilónico y en el período de la restauración de la comunidad en su patria ancestral
bajo los persas, hasta cerca del año 400 a. C.
b) Historia y alianza. Como vimos antes, la historia del pueblo judío en tiempos
antiguos está contenida en el Pentateuco y profetas anteriores, prolongada después en
Esdras, Nehemías y Crónicas. Es una historia de promesa y cumplimiento. Comienza
con la creación, sigue reflexionando sobre la sociedad humana en conjunto y luego
sobre la especial relación de Dios con los descendientes de Abrahán, Isaac y Jacob, el
pueblo de Israel. Toda la historia está basada en la noción de alianza, un acuerdo
contractual entre Dios y la humanidad. La alianza hace que la seguridad sea accesible a
los creyentes, pero al mismo tiempo exige responsabilidad. Elementos clave en
cualquier relación de este tipo son la consistencia y la fidelidad. Un sello de todo viejo
acuerdo contractual, libremente contraído, es el amor paciente: Dios despliega esa
constancia y amor en esta relación con el pueblo elegido, al que Dios ha escogido para
ser un modelo de santidad y piadosa conducta. Dios acepta la naturaleza humana, y
tras cada extravío del pacto de la alianza, está siempre dispuesto a reconciliarse con las
criaturas y con el pueblo que Dios ha creado y al que ama.
Los profetas fueron suscitados por Dios para recordar al pueblo las obligaciones
nacidas de la alianza. Sus llamadas a la bondad, la justicia y la rectitud están ordenadas
por Dios, que no quiere castigar sin avisar. Incluso en su castigo hay una oferta de
seguridad y restauración abierta para el penitente, y aun en la condenación más severa
existe esperanza.
Incluso después del exilio babilónico, que los profetas ven como el resultado de
numerosas violaciones de la alianza en los reinos de la moral y de la ética, así como en
los dominios del rito, Dios restaura al pueblo en su patria, y el antiguo templo de
Jerusalén es finalmente reconstruido. El profeta Ezequiel describe a Dios marchando al
exilio junto al pueblo.
Como se ve por lo dicho antes, el orden de los libros de las Escrituras hebreas difiere
del de las Escrituras cristianas en que la Biblia hebrea concluye con los Escritos, y las
versiones cristianas de las mismas Escrituras colocan a los profetas posteriores después
de los Escritos e inmediatamente antes de los evangelios. Las Escrituras de la Biblia
hebrea están ordenadas de modo que enseñan un modo de vida en el contexto de la
historia (Génesis-2Reyes), después ponen la atención en el funcionamiento de la
relación de la alianza (profetas posteriores). La Biblia hebrea se cierra con los Escritos,
textos de diversos tipos, no necesariamente limitados a aspectos específicos de la
historia o temas de profecía, sino que encarnan aspectos de la relación del creyente con
Dios y de la experiencia de él. Se diría que el propósito del orden cristiano es subrayar
la relación directa de "promesa" en los profetas con "cumplimiento" en los evangelios.
El "individuo" comienza a emerger del pueblo en la época del exilio babilónico, cuando
sin duda muchísimas personas no podían aceptar un triste destino provocado por las
acciones de un rey pecador o de líderes engañosos. El individuo sólo aparece
plenamente en el período helenístico, unos trescientos años más tarde. En esa época,
los fariseos están promoviendo la causa de la Torah haciéndola accesible a toda
persona.
e) Pecado, arrepentimiento y el mesías. Una gran diferencia entré las visiones judía y
cristiana de la humanidad es que en el judaísmo falta totalmente cualquier noción de la
caída o de un pecado original que se pasa de una generación a la siguiente. El
cristianismo ve los efectos del pecado de Adán y Eva transmitidos a través de las
generaciones. Es un desperfecto en el hombre, una distorsión de la imagen divina, a
cuya semejanza el hombre fue creado. Por eso la noción de mesías es diferente para
cristianos y judíos. Para los judíos, nadie puede reparar los pecados del individuo; la
restauración. de una relación apropiada con Dios está en manos del individuo solo. El
culto del templo, y más tarde la oración, facilitan la restauración o reconciliación; pero
ningún intermediario puede intervenir entre Dios y el hombre, ningún intermediario
(sacerdote) es necesario para el perdón. Dios escucha al penitente y examina las
acciones de la persona en cuanto signos de sinceridad o doblez. Hay siempre perdón
para el penitente sincero. La verdadera prueba reside en la conducta posterior del
individuo. Por este modo de entender se puede apreciar por qué para el judaísmo la
Torah está "completa". La Iglesia primitiva desarrolló un sentido diferente del
problema del perdón último del individuo mediante el renacimiento a una nueva vida
de jústicia por medio de Jesús; así, para los cristianos, el "Nuevo Testamento" es
considerado como el cumplimiento del "Antiguo", una nueva alianza de por vida, que
desplaza (aunque no niega) la alianza más antigua. El NT comienza con el nacimiento
del mesías y Su revelación después del bautismo de Juan (Mat_3:13-17), con Juan
identificado como Elías (Luc_1:17). Éste es el cumplimiento de la promesa de la
profecía de Malaquías (Mal_4:5), que para los cristianos pone fin al AT.
Los judíos de hoy, como también los de épocas antiguas, discrepan en su interpretación
de la idea mesiánica: Algunos judíos actualmente contemplan al mesías como un rey de
la estirpe de David, plenamente humano y amado de Dios, que actuaría como un
protector para todos los judíos, .ayudándoles a llevar una vida piadosa. Existe en el
judaísmo un intento consciente de minimizar la importancia de la persona del mesías.
En el pasado, cuando las comunidades judías reconocieron a algunas figuras como el
mesías, se produjo tragedia, derramamiento de sangre y frustración de esperanzas. Un
virulento antisemitismo siguió a menudo a una pretensión mesiánica. Las ideas judías
concernientes al mecías tienden a ser de este mundo y concretas; por eso los judíos se
preguntan: "Si Jesús es el mecías, ¿cómo es que no ha cambiado nada?" Para algunos
judíos, el mecías puede que no sea tanto una persona cuanto un modo de existir, un
tiempo de paz mundial y libertad, como en la visión del profeta Isaías del león y el
cordero:
512
Tanto entre los cristianos como entre los judíos, algunos son fundamentalistas, y
afirman una visión muy clara de la persona y papel del mesías. En general, aunque la
idea mesiánica está presente en el judaísmo actual, son las acciones piadosas las que se
enfatizan. Quizá los cristianos tienen una actitud similar respecto a la segunda venida.
El tiempo no es conocido; sólo cabe la especulación. Sin embargo, ofrece esperanza. El
punto clave es que, hasta la segunda venida, los cristianos tienen una misión, y se les
desafía también a vivir el sermón del monte. Además, los cristianos han descubierto
que los grupos que esperan un retorno inminente han causado un gran daño. Muchos
han hallado una relación directa entre un mesianismo cristiano demasiado vivo y
concreto y el antisemitismo. A este respecto, algunos de los líderes judíos más sabios
han aconsejado gran cautela.
Siguen varias fases que están en el corazón de algunas famosas disputas "mesiánicas":
En relación con la doctrina de la Trinidad; que sufrió el ataque por parte de los judíos y
de miembros de otras religiones también, los cristianos respondieron señalando la
afirmación de Dios (Gén_1:26): "Hagamos al hombre a nuestra imagen", y vieron aquí,
en virtud del uso del plural, una implicación de que el Dios que habla tenía
colaboradores en la creación. Incluso el credo judío: "Escucha, Israel: El Señor, nuestro
Dios, es el único Señor" (Deu_6:4), se entendía que se refería a "tres que son uno"
(Señor/nuestro Dios/Señor =uno). La interpretación judía de estas mismas Escrituras
no veía en absoIuto referencias a la pluralidad de Dios. El Shema (Deu_6:4) deja clara
la absoluta unidad de Dios, mientras Elohim, como uno de los nombres de Dios,
significa "todopoderoso", y en el uso plural en Gén_1:26 es el "nos mayestático".
Varios pasajes que se consideraba que contenían un núcleo mesiánico y que se referían
a Jesús son dignos de tenerse en cuenta por el debate a que han dado lugar. Uno es
Gén_49:10 (Jacob está bendiciendo a sus hijos antes de morir): "El cetro no será
arrebatado de Judá, ni el bastón de mando de entre sus pies hasta que venga aquél a
quien pertenece (o hasta que Siló venga; o hasta que venga a Siló) y a quien los pueblos
obedecerán". Tanto estudiosos judíos como cristianos veían en este versículo una
referencia mesiánica; pero donde los judíos veían una referencia al rey David, ungido
de Dios (mesías), o a un rey del linaje de David futuro mesías desconocido de la estirpe
de David, los cristianos veían aquí una clara referencia a Jesús, cuyo linaje se hace
remontar hasta David al comienzo del evangelio según Mateo. En esta misma línea, la
profecía de Isaías en el capítulo 11 ha sido entendida por los cristianos como referida a
la aparición de Jesús, mientras que en el judaísmo este capítulo es un capítulo de
esperanza de una futura era mesiánica, sin "fecha fija", y al mismo tiempo una
513
esperanza, expresada en términos de hipérbole profética, de la aparición en un futuro
próximo de un rey bueno que conduciría al pueblo de nuevo a la observancia de la
alianza.
El famoso pasaje de Isa_7:9, que describe la "señal del Enmanuel", es también un foco
de las interpretaciones judía y cristiana radicalmente divergentes. El centro particular
es Isa_7:10-25, y especialmente el versículo 14. En la interpretación tradicional
cristiana, el versículo se traduce: "El Señor mismo os dará una señal. Mirad: la virgen
encinta da a luz un hijo, a quien ella pondrá el nombre de Enmanuel" (esto es, Dios está
con nosotros). El evangelista, en Mt 1, ve cumplida la predicción de este versículo en el
nacimiento de Jesús, Mat_1:18-23. se entiende, de modo similar, que se refiere a
Jesús.
La tradición judía entiende esta profecía como una más de un grupo de profecías de
Isaías denominadas simbólicas (cf 8,1), que, aunque tienen un contenido "mesiánico",
no formulan reivindicaciones específicas de individuos "mesiánicos", excepto que la
persona sea del linaje del rey David, de acuerdo con la alianza de Dios con David (2Sam
7). El término que en Mateo se traduce "virgen" (parthenos en griego), en hebreo es
almah, que significa "joven" (tal como lo traduce la versión estándar revisada).
Enmanuel significa "Dios está con nosotros", y esto es lo que el profeta quiere que su
generación entienda: incluso en la ruptura de la alianza, Dios está con el pueblo y desea
su fidelidad arrepentida. La referencia a un niño en Isa_9:6-7 es otra profecía más,
cargada de esperanza, que anticipa o una futura "era mesiánica" o, en hipérbole
profética, una gran restauración de la comunidad en el futuro próximo, sólo con que el
pueblo preste atención a los avisos de Dios, pronunciados por el profeta y evidenciados
por esta opresión a manos de los asirlos, que son "la vara de mi cólera" (Isa_10:5).
Lo que sigue es un intento de desafiarnos a pensar otra vez y a leer al menos algunas
partes del NT de nuevo en el supuesto de que hay todavía más que ver y aprender sobre
él. Como forma parte de una serie de estudios sobre lo que ha llegado a conocerse como
"el holocausto" y puesto que muchas de las tensiones y dificultades entre cristianos y
judíos ahora y en el pasado tienen su origen hasta cierto punto en el NT, se pondrá
especial atención en la relación de Jesús con los judíos, de los que, desde luego, él era
uno. Una de nuestras tareas actualmente es redescubrir su condición de judío, que, por
cierto, fue vigorosa y violentamente negada por la ideología nazi.
La situación cambió radicalmente a peor una vez que Jesús había llegado a Jerusalén
en la que iba a ser su última peregrinación allí (Me 11,1ss; Mat_21:1ss; Lev_19:28ss;
Jua_2:12ss). Su popularidad por todo el país le granjeó una ruidosa bienvenida. El
conflicto empezó en el momento en que entró en los recintos del templo y comenzó a
arrojar a lbs cambistas y mercaderes que la costumbre había colocado allí desde hacía
tiempo (Me 11,15-18; Jua_2:13-16). Una vez que comenzó a hacer observaciones críticas
sobre el propio templo (Me 13,12; Lev_21:5-6; Jua_2:18-22), la jerarquía encargada del
templo, de sus servicios y administración empezó a cuestionar su autoridad (Me 11,27-
33; Mat_21:23; Lev_20:1-2; Jua_2:18). La secuencia de acontecimientos que conducen
a la crucifixión está registrada por los escritores de los cuatro evangelios. Parece claro
que la jerarquía llevó a cabo una gran obra preparatoria, pero que al final no fue
cómplice de ella. De hecho no podían serlo, puesto que la pena capital mediante
crucifixión no estaba estipulada en su ley. La crucifixión era una tradicional forma
romana de ejecutar a los rebeldes que habían puesto en peligro la seguridad del Estado.
Es difícil estar seguros de hasta qué punto las autoridades judías estuvieron implicadas,
pero se pueden aislar algunos puntos:
b) La crucifixión: ¿quién fue el responsable? 1) No es probable que el conjunto del
sanedrín (como sugiere Marcos) se reuniera en asamblea en la residencia oficial del
sumo sacerdote (Me 14,53), en vez de hacerlo en la sala del juicio o tribunal oficial de
justicia. Mateo, Lucas y Juan hablan de una reunión más pequeña, quizá algo parecido
a un comité ejecutivo.
515
2) Es digno de notar que los fariseos, con los que de vez en cuando Jesús había estado
en desacuerdo en discusiones (pero recuérdese también el intento de los fariseos de
salvar la vida de Jesús, Lev_13:31), no aparecen en absoluto en la historia de la pasión y
crucifixión. No eran responsables del templo y sus ceremonias, y el método y contenido
de su enseñanza o de su status social no sufría el más mínimo peligro por parte del rabí
de Nazaret. En muchos aspectos la enseñanza deJesús parecía correr paralela a la suya
y muy a menudo podría haber parecido que era uno de ellos.
3) La mayoría del pueblo parecía haber estado de parte de Jesús. Había que deshacerse
de él con rapidez para que no creyeran todos en él (Jua_11:48); el pueblo escuchaba
atentamente sus palabras (Lev_19:48), y se esperaba un motín en favor de Jesús (Me
14,2). La multitud que se describe como presente fuera del palacio del gobernador (Me
15,11; Mat_27:20; Lev_23:13; Jua_18:38) era con toda probabilidad no más que una
chusma contratada por el ejecutivo para apoyar su causa.
c) El evangelio de Juan. Una actitud más hostil hacia los judíos parece adoptarse en el
evangelio según Juan. En varios lugares del evangelio los adversarios de Jesús son
llamados sencillamente "los judíos". Deberíamos ser conscientes del hecho de que este
evangelio fue muy probIblemente escrito en una fecha relativamente tardía, cuando se
había abierto la brecha entre la comunidad cristiana y la sinagoga, a lo que se hace
referencia en Jua_9:22. Interesaba a la comunidad cristiana marcar las diferencias
entre ella y la "iglesia madre", la sinagoga. Acontecimientos externos ayudaron a
acentuar la división, por ejemplo la destrucción del templo por el ejército de Tito en el
año 70, ampliamente considerado por los cristianos como un signo externo y visible de
que Dios había retirado su favor de los judíos. Echarla culpa de la crucifixión a la
comunidad judía fue una consecuencia de esta teología de "desplazamiento".
516
En la conversación que Jesús tiene con la samaritana (Jua_4:22) hace él la afirmación
de que "la salvación viene de los judíos". La discusión entre él, un judío (Jua_4:9) y la
samaritana versa sobre el lugar de culto, el monte Gar'izim o Jerusalén, y Jesús
puntualiza que el culto debe tener lugar en espíritu y en verdad sin hacer caso del lugar
(Jua_4:24). Jesús indica que el lugar judío de culto es mejor o, quizá, más apropiado.
Los judíos saben que la salvación viene de ellos; la permanente prerrogativa de -Israel,
de quien viene el mesías, es así indicada por Jesús. La permanencia de Israel después
de Jesús es proclamada; y esto ¡en un evangelio supuestamente antijudío!
d) El lugar de Israel en la historia de salvación. El debate sobre el destino espiritual o
religioso de "los judíos" debe haber comenzado pronto en la comunidad cristiana; de
hecho, poco después de la crucifixión y desde luego antes de que cualquiera de los
evangelios hubiera sido escrito. "Los judíos", en cuanto representados por sus
autoridades, fueron considerados responsables de la crucifixión de Jesús de Nazaret,
que había sido ampliamente tenido y aclamado como el mesías (Mar_8:29; Mar_11:9-
10) y reconocido por el Padre por su resurrección de los muertos. Surgía ahora la
cuestión: ¿Qué pensar sobre el futuro de los judíos, de Israel? ¿Están perdidos y
condenados para siempre? ¿Fue un deicidio matar a Jesús? ¿No eran ellos el pueblo
elegido (Ose_11:1) que había esperado y deseado al mesías? Ahora ellos han perdido su
sitio en los planes de Dios al no reconocer que Jesús era el mesías, y el lugar vacante
está ocupado por aquellos que creen en Jesús. No debe olvidarse que al principio, al
menos, fue éste un debate interjudío, entre quienes aceptaban a Jesús como mesías y
quienes no lo aceptaban. No era todavía una disputa gentil judía o cristiano judía, al
modo como podríamos entenderla hoy.
e) San Pablo y los judíos. San Pablo asume la discusión. ¡De ninguna manera han
perdido los judíos su posición en la historia de salvación de Dios! Yo que fui fariseo
(Heb_23:6), bien educado en la ley y religión judías (Heb_22:3), que soy ahora
discípulo y mensajero de Jesús de Nazaret (Heb_9:15), quisiera que recordarais
algunos hechos, escribe en su carta a la comunidad romana. De los judíos (yo soy uno
de ellos, ¡no lo olvidéis!) "es la alianza, la ley, el culto y las promesas" (Rom_9:4s). El
Padre, que les ha elegido sencillamente porque les amó (Deu_7:7-8), lo sigue haciendo
así, "porque los dones y el llamamiento de Dios son irrevocables" (Rom_11:29).
Temporalmente -y deberíamos recordar que la primera generación de cristianos
esperaba el inminente retorno de Cristo Jesús y el final de toda la historiaalgunos
judíos no creen en el mesías Jesús, pero todos ellos lo harán (Rom_11:25s). Otros
creen, como Pablo (Rom 11 l), todos los discípulos, las mujeres de la historia de la
pasión y muchos más. Es importante recordar este punto: que la brecha original no fue
entre gentil y judío o entre cristiano y judío, sino entre judío y judío, judío cristiano y
judío judío.
Desde el principio del siglo ii aquellos judíos que aceptaron a Jesús como Mesías fueron
llamados apóstatas por la comunidad judía, la sinagoga. A sus propios ojos, sin
embargo, los seguidores de Jesús eran los verdaderos judíos, mientras que, por el
momento, a los corazones de los otros se les consideraba endurecidos (Rom_11:25) por
causa de su rechazo a reconocer el acontecimiento mesiánico de la muerte y
resurrección de Jesús. Los judíos cristianos eran, según su propio modo de
comprenderse, ciudadanos con doble nacionalidad, miembros del pueblo judío, así
como de la comunidad de Jesucristo.
Aunque Pablo, como uno de ellos, está profundamente preocupado por el presente y
futuro de Israel, su principal interés tiene que ver con los paganos y gentiles (Gál_2:7-
9). Los cristianos gentiles no tienen que observar la Torah (Heb_15:10.19;
Heb_10:3435.44ss): su única obligación projudía es recordar a los pobres de la
comunidad de Jerusalén (Gál_2:10). Los cristianos judíos, por otra parte, continuaron
asistiendo al culto del templo (Heb_2:46) y estaban todavía ligados a la Torah, la ley.
517
Ambos grupos, desde luego, tenían que vivir vidas morales y no se les permitía comer
alimentos ritualmente impuros (Heb_15:20).
Algunas veces se tomaron medidas en la Iglesia por orden de las autoridades civiles.
Otras veces la Iglesia inspiró, si no estimuló activamente, la publicación de algún libro
u otro tipo de escritos, una tendencia de pensamiento o incluso acciones violentas. En
muchos casos no resultaría fácil determinar la causa original de un acontecimiento o de
una serie de ellos, pero sí se puede suponer alguna intervención. Teniendo en cuenta la
finalidad de este artículo, hay que cargar el acento en los desarrollos dentro de la Iglesia
y de la teología cristiana que contribuyeron al holocausto, aunque debe subrayarse que
han existido otras influencias también.
518
Aunque la ruptura tuvo lugar a nivel de las autoridades de ambas comunidades, existen
numerosos casos relatados de buenas relaciones entre la gente llana. Sin embargo, la
brecha llegó a ser completa, e incluso más oficial, después del año 135 d. C., cuando un
período de conflictividad general acabó con la revuelta y muerte de Bar Kochba. En
conflicto con el emperador Adriano, que pretendía reconstruir la ciudad y el templo de
Jerusalén de acuerdo con líneas grecorromanas, Bar Kochba se había declarado a sí
mismo mesías y había recibido amplio apoyo. Obviamente, no podía haber dos mesías,
y cada uno de los dos grupos, cristiano y judío, al seguir al suyo propio no podía por
menos de ser hostil al otro.
Comenzaron a reinterpretar las Escrituras hebreas, declarando que eran su AT. Los
judíos fueron así desheredados de sus libros sagrados. Todo lo que era promesa y
estímulo en la Biblia hebrea se decía que había pasado a los cristianos. La ley y las
promesas conducían a Jesús como el mesías. Los judíos, al rechazarle, habían perdido
su participación en ellas. La historia de Israel llegó a interpretarse como una historia de
decadencia y defección, acabando finalmente su movimiento en declive con la muerte
de Dios, con su asesinato. Se decía que el sufrimiento judío era un castigo por su
infidelidad.
Ésta puede haber sido la teología oficial de las relaciones cristiano-judías, pero la
práctica era a menudo bastante diferente. Sabemos de amistades personales y
profesionales entre teólogos cristianos y judíos, de paciente discusión entre ellos; de
cristianos que reciben lecciones de hebreo (¡cómo podían esperar refutar o
reinterpretar las Escrituras judías si no conocían la lengua correctamente!), de contacto
diario entre la gente corriente (¡viviendo todos en un entorno pagano!), de pascua judía
y pascua cristiana que se celebran juntas (prohibido sólo en el siglo iv), de muchos
cristianos influidos por la enseñanza y las prácticas de la sinagoga y que se convierten
(prohibido en el siglo iv). Ni era la vida judía tan diferente entonces de la vida de los
cristianos como llegó a ser más tarde en el gueto.
Tal cómo es considerado por la mayoría de escritores y predicadores del siglo tv, el
judío no es en absoluto un ser humano coetáneo, sino más bien una abstracción
teológica o una caricatura, basada en sus fracasos relatados en el AT. Si los judíos
contemporáneos parecen y se comportan como un ser humano normal, se creía que
¡debían haberse disfrazado para engañar a sus vecinos! Los judíos rara vez fueron
acusados de crímenes humanos ordinarios; sólo religiosos, de pecado. La ideología
reemplazó a la realidad; las generalizaciones se pusieron a la orden del día. Los padres
de la Iglesia nunca consideraron o se preguntaron por el lugar especial de Israel en el
plan de salvación de Dios. Todas las maldiciones del AT se aplicaban a un grupo, los
judíos; todas las bendiciones, a los cristianos, sus herederos y sucesores. Esta lectura de
la historia judía guió el pensamiento oficial y popular cristiano durante los siglos
venideros, en buena parte hasta el momento presente.
A pesar de la multitud de medidas restrictivas contra ellos, hacia el siglo viii los judíos
se habían extendido por todo el mundo mediterráneo: por España; después por el
territorio franco y teutónico y por los valles del Rin y del Mosela. En Occidente podían
todavía dedicarse a la agricultura y al comercio, y en la península Ibérica servían a
menudo como intermediarios entre cristianos y musulmanes, ya que eran de fiar para
ambas partes. La dos comunidades, cristiana y judía, vivían de modo relativamente
pacífico una junto a otra; la judía a veces incluso bajo estrecha supervisión, si no bajo la
protección, del obispo. Hubo, desde luego, dificultades locales de vez en cuando, como
la expulsión de los judíos de Mainz por orden del emperador Enrique II en el año 1012;
pero en conjunto la vida era pacífica y el futuro parecía prometedor.
c) Las cruzadas. Las cosas cambiaron con la llamada del papa Urbano II a la primera
cruzada el 26 de noviembre de 1095, abriendo un período de persecución como jamás
520
antes habían experimentado los judíos. Las hordas de cruzados, en su mayor parte
indisciplinadas, azuzadas por agitadores a un frenesí religioso, comenzaron a pensar:
"¿Por qué tendríamos que ir a Tierra Santa a liberar Jerusalén de los musulmanes
enemigos de Cristo mientras tenemos a sus enemigos judíos aquí, en medio de
nosotros? Deshagámonos de ellos primero". Y lo intentaron, con sangrientas
consecuencias, especialmente a lo largo del valle del Rin y en Francia. Apostasía o
muerte eran las opciones ofrecidas a los judíos, quienes, debería decirse una vez más,
fueron a menudo protegidos por el obispo del lugar o incluso por el rey.
En 1290 los judíos fueron expulsados de Inglaterra a Francia, y un siglo más tarde de
Francia a España, sólo para ser de nuevo arrojados después de otros cien años. Por otra
parte, tuvo lugar una emigración voluntaria hacia el Este, a Lituania y Polonia, que
llegó a tener el mayor número de judíos en Europa.
Lutero había recibido lecciones de hebreo de un famoso erudito humanista que era
también miembro de la orden dominicana (fundada originalmente para combatir a los
enemigos de la Iglesia, herejes y judíos incluidos), Johannes Reuchlin. Reuchlin habla
llegado hacía poco para el rescate de judíos en Frankfurt y Colonia, donde se habían
quemado públicamente copias del Talmud por obra de Pfefferkorn, un converso del
judaísmo violentamente antijudío, también dominico. Lutero siguió muy gustoso el
consejo de Reuchlin de estudiar los libros judíos en vez de quemarlos. Sus clases sobre
el libro del Génesis son prueba de esto. En esta época veía él en los judíos algo parecido
a los primeros protestantes contra la Iglesia cristiana y estaba deseoso de ayudarles de
cualquier modo a su alcance. A cambio, parecía haber esperado una conversión masiva
al nuevo movimiento protestante. En un panfleto "Jesús nació judío" declaraba que
Jesús pertenecía más a los judíos que a los gentiles germanos, y que por tanto debían
ser tratados con amabilidad y con amor cristiano más que con la "ley del Papa".
Escribió acerca del vergonzoso modo en que los judíos habían sido tratados por los
cristianos a lo largo de la historia, "como si fueran perros y no seres humanos".
521
Sin embargo, con el paso del tiempo Lutero se vio forzado a reconocer que su
expectativa de la conversión de los judíos no se iba a cumplir. Parecían estar tan poco
interesados en su interpretación del evangelio como lo habían estado en la predicada
por la Iglesia durante los mil quinientos años anteriores. Estaba amargamente
decepcionado, y tres años antes de su muerte en 1546 escribió un panfleto, "De los
judíos y sus mentiras", cuyo tono era tan vil, que a duras penas ha sido superado desde
entonces, ni siquiera por la prensa nazi antisemita. De hecho, mucho de lo que en ella
puede encontrarse fue tomado directamente de Lutero. Debemos saber que una gran
parte del antisemitismo que se hallaba en tantas Iglesias luteranas tenía su origen en
este panfleto del reformador. Se ha de señalar, sin embargo, que las Iglesias luteranas
han repudiado después el antisemitismo.
Fueron los judíos, como sección más despreciada de la sociedad, quienes más se iban a
beneficiar de la ilustración. No debe olvidarse, sin embargo, que los derechos humanos
no son necesariamente lo mismo que los derechos civiles, y les costó años a los judíos
adquirir sus plenos derechos como ciudadanos. Francia en 1791 fue el primer país, se
guidó por Holanda y Prusia en 1796 y 1812, respectivamente. Aunque parezca mentira,
Inglaterra oficialmente siguió mucho más tarde; pero para entonces la integración
social de los judíos se había llevado a efecto desde hacía tiempo.
Bien pudo parecerles a los judíos que sus desgracias habían casi desaparecido y que la
persecución que habían estado sufriendo durante cientos de años estaba a punto de
llegar a su fin. Por desgracia, no iba a ser así; continuaron las objeciones a su liberación
civil desde los círculos que más tenían que temer por su propiedad y sus privilegios:
terratenientes, las clases medias, que estaban en proceso de llegar a ser más
acaudaladas a causa de la revolución industrial, y el ejército.
En toda la historia cristiana, el conflicto entre cristianos y judíos había sido un conflicto
religioso, una lucha entre dos credos religiosos diferentes. A mediados del siglo XIX la
perspectiva cambió. El antijudaísmo, como había sido hasta entonces, se transformó en
antisemitismo (término que originalmente pertenece a la ciencia de las lenguas) y la
lucha se trasladó al campo de la raza. El judaísmo en cuanto a religión llegó a ser algo
insignificante, el judaísmo en cuanto raza se convirtió en el enemigo. La raza se
consideraba como algo fijo e inmutable, cómo algo que nunca podía cambiar y jamás
podía ser cambiado. A causa de la raza, el judío era considerado malo e incambiable; el
bautismo no realizaría ningún cambio. El ensayo de Joseph Arthur Comte de Gobineau
sobre la Desigualdad de las razas humanas, que apareció en 1855, proporcionó el
fundamento científico a las teorías raciales subsiguientes. Éstas fueron seguidas en
Alemania por los escritos del filósofo antirreligioso Eugen Duhring y por Houston
Steward Chamberlain; el yerno inglés de Richard Wagner. Su obra Fundamentos del
siglo XIX, escrita originalmente en alemán (1899), se convirtió en libro de texto para
los ideólogos nazis con su glorificación de los logros teutónicos y puntos de vista
violentamente antisemitas.
523
El marco ideológico para los acontecimientos del período del holocausto había sido
firmemente preparado a lo largo de la historia europea, y de manera no menos
importante en el siglo xtx. Sólo se necesitaba una chispa para que la estructura entrara
en llamas. La primera guerra mundial y sus consecuencias la proporcionaron.
Desafortunadamente, mucha gente de la clase media estaba mal preparada para los
acontecimientos del 30 de enero y para lo que iba a seguir. Hubiera ofendido su
dignidad trabar conocimiento con aquel estrepitoso y turbulento ex cabo austriaco,
pintor de brocha gorda, luchador callejero y orador en las bodegas de cerveza. Había
escrito incluso un libro, publicado en 1925 Mein Kampf (Mi lucha); pero ¿por qué iba a
tomársele en serio? Estaba lleno de exageraciones y de lenguaje hiperbólico acerca de
cosas que jamás podían suceder en Alemania, como: "Ciudadano sólo puede serlo quien
es miembro de la nación; miembro de la nación sólo puede ser quien tiene sangre
alemana sin hacer caso de la confesión religiosa; ningún judío, por tanto, puede ser
miembro de la nación". ¿Por qué debería uno preocuparse por tales cosas? En primer
lugar, ¿no había muchos judíos por todas partes y no había declarado el párrafo 24 del
programa de 1923 del partido que "el partido defendía el cristianismo positivo sin
atarse él mismo en materia de credo a ninguna confesión particular"? Eso era suficiente
como garantía de conducta cristiana civilizada, aun cuando la siguiente afirmación del
programa había establecido que "el partido combate el espíritu judío del materialismo
dentro y fuera". No debería olvidarse tampoco que, como consecuencia de la derrota de
Alemania en la primera guerra mundial, las condiciones económicas, políticas y
sociales a lo largo de los años veinte pedían a gritos un líder fuerte que pudiera poner
orden en el caos existente y condujera a la gente y al país hacia un futuro de paz y
seguridad. Otra razón para desear un salvador político era el "peligro bolchevique' , el
miedo a que el comunismo ruso pudiera extenderse a Alemania y a Occidente mientras
las condiciones fueran tan inestables.
524
Todo esto era perfectamente legal, con leyes y reglamentos aprobados al modo
parlamentario usual.
Poco después, a todos los ciudadanos judíos se les retiró el derecho a participar en
elecciones parlamentarias; pero durante los juegos olímpicos del verano de 1936, los
signos, carteles y otros indicios de antisemitismo oficial fueron cuidadosamente
retirados para causar una buena impresión en los extranjeros visitantes y para decirles
que lo que ellos habían leído en la prensa de su país no era cierto o era al menos
enormemente exagerado. En noviembre de 1937 se suprimió el privilegio de obtener
pasaportes para viajar al extranjero, excepto en casos especiales, como la emigración.
En julio del año siguiente se canceló el derecho a ciertos empleos y se promulgó la
orden de que, a partir del 1 de enero próximo, tenían que llevar tarjetas de identidad
especiales. Desde julio de 1938 los médicos judíos podían actuar sólo como
"acompañantes médicos", y en agosto de ese año a todos los judíos se les exigió añadir a
sus nombres bien el de Israel o el de Sara, si no eran reconocibles ya como nombres
judíos. A1 comenzar ese octubre los pasaportes judíos debían imprimirse con una "J"
mayúscula.
En octubre de 1938 comenzó la deportación de judíos a gran escala. Quince mil judíos,
que habían sido declarados apátridas, fueron enviados a Polonia, que estaba muy poco
dispuesta a recibirles. Tuvieron que pasar meses en la región entre los dos países, en
tierra de nadie, hambrientos y sufriendo espantosas condiciones físicas y sanitarias.
Entre ellos se encontraban los padres de un joven judío que vivía en esa época en París.
En su desesperación intentó asesinar a un consejero de la embajada alemana, que
murió dos días después del atentado. Promovido por Goebbels, ministro de propaganda
nazi, siguieron varios días de amotinamiento antijudío, que culminaron en la "noche de
los cristales" (8 de noviembre de 1938), durante la cual calles, plazas públicas y patios
traseros se llenaron de cristales de las ventanas de las sinagogas, tiendas y casas judías
privadas.
Como "reparación" por el asesinato de París se exigió de toda la comunidad judía mil
millones de marcos y se condenó a los judíos a reparar todos los desperfectos de la
noche de los cristales a sus propias expensas. Como consecuencia posterior, los judíos
no podrían ya poseer negocios, y se les prohibió asistir a conciertos, teatros u otros
525
acontecimientos culturales. Poco más tarde los nazis cerraron definitivamente todos los
establecimientos comerciales judíos y se los apropiaron. Algunos distritos fueron
cerrados a los judíos durante ciertas horas del día, y a las áutoridades locales se les
autorizó a excluir a los judíos de las calles en las fiestas y conmemoraciones nazis. Se
les prohibió el acceso a las universidades hacia finales de 1938. Los bienes raíces,
títulos y joyas tenían que ser entregados a las autoridades. Hacia la primavera de 1939
el número de judíos en Alemania se había reducido a 215.000.
Con la invasión de Rusia en junio de 1941 comenzó la última fase de lo que se refiere a
la "cuestión judía". Un decreto de ese mismo mes obligaba a todos los judíos a
declararse a sí mismos "no creyentes": los judíos en Alemania, en lo sucesivo, también
tenían que llevar la estrella de David y no podían abandonar ya sus lugares de
residencia sin el permiso de la policía. Los judíos no iban a tener ya ningún contacto
social con los alemanes, ni se les iba a permitir utilizar los teléfonos públicos. En
octubre comenzaron las deportaciones de judíos a gran escala a los campos de
concentración. Hacia enero de 1942 su número en Alemania había descendido a
130.000.
526
Muchas de las medidas tomadas por Hitler contra los judíos habían sido utilizadas
antes en la historia: guetos, vestido especial, la estrella amarilla, toque de queda,
restricciones en el viajar, supervisión por parte de la policía y de los vecinos. Lo nuevo
era la escala masiva y la aplicación sistemática y científica de modernas tecnologías,
técnicas de control y refinamiento burocrático. La marcha de la guerra era menos
importante que la destrucción de los judíos en Alemania y en toda la Europa ocupada.
Se desviaron trenes, se tendieron nuevas líneas de ferrocarril y se las proveyó de
personal; se requisaron miles de vagones de mercancías, en los que fueron hacinados
hombres, mujeres y niños judíos. Unidades de las fuerzas armadas y guardias de
seguridad nazis fueron enviadas a Polonia y otros distritos donde había campos de
exterminio. Se apartó a ingenieros, químicos y físicos del esfuerzo de la guerra para que
trabajaran en aquellos campos en inventar y después supervisar los diabólicos medios
de destrucción de millones de personas. ¡La ideología tenía que vencer a toda costa!
Algo parecido a un fanatismo religioso dictaba la política. Para crear el anhelado cielo
sobre la tierra, que iba a durar al menos mil años, había que crear primero el caótico
infierno del que vendría el asesinato de seis millones de judíos.
Difícilmente podemos imaginarnos las reacciones de los primeros que entraron en los
campos en la primavera de 1945. Debió parecerles increíble, inhumano, impío. ¿Por
qué nadie hizo nada por ellos y ayudó a salvar al menos algunas de las víctimas de esta
brutalidad masiva? Los gobiernos de Moscú, Londres, París y Washington eran bien
conscientes de ello, pero por razones políticas, militares y estratégicas fueron incapaces
o se mostraron poco dispuestos a hacer algo. ¿Y la gente de Alemania? El pleno alcance
del genocidio puede que fuera desconocido para la mayoría; pero la gente sabía al
menos vagamente lo que se estaba haciendo, cómo la persecución de judíos y "no arios"
se había hecho más fuerte, más abierta y "legal". La gente tenía parientes que volvían a
casa del frente del Este, soldados y personal de las SS directamente implicados en las
atrocidades. Deben haber hablado a sus mujeres, sus médicos, quizá a sus pastores;
pero les habían dicho también: "Mantened la boca cerrada sobre esto, no lo mencionéis,
o vosotros y yo tendremos que pagar por ello con nuestras vidas o ser enviados a un
campo de reeducación". En la atmósfera general de terror y falta de libertad en la que la
gente vivía, funcionaba. Muchos guardaron silencio.
Desde luego hubo otros muchos, aunque por la naturaleza del caso las estadísticas se
han perdido. Hubo gente que protegió a judíos, fueran amigos, vecinos o simplemente
judíos, escondiéndolos o pasándolos de contrabando por las fronteras a países
neutrales como Suiza o Suecia. Hubo gente que habló alto: los nombres de los
cardenales arzobispos de Munich y Müüster, Faulhaber y von Galen, no deben ser
olvidados; ni el de Bernhard Lichtenberg, el valeroso deán romano católico de Berlín,
que protestó frecuentemente en su revista parroquial y que murió mientras era
deportado a un campo de concentración. Ni el del pastor Dietrich Bonhdffer, que en los
primeros días del régimen escribió contra la persecución de los judíos, ayudó a no
pocos a salir del país y que, desesperado por el tratamiento nazi de los judíos, se vio
envuelto en el movimiento clandestino de las fuerzas armadas, por lo que fue ahorcado
una semana antes de que acabara la guerra oficialmente. La actitud de la Iglesia hacia la
cuestión judía, escribió, determinará si todavía es cristiana o no. La expulsión de los
judíos de Occidente traería necesariamente con ella la expulsión de Cristo, porque
Cristo era judío; "y el pueblo de Israel seguirá siendo para siempre el pueblo de Dios; el
único pueblo que no pasará, porque Dios se ha convertido en su Señor, Dios ha puesto
su residencia en él y ha construido su casa".
Hubo otros dos hombres, ambos pastores luteranos, cuyos nombres fueron
frecuentemente mencionados por ayudar a judíos y cristianos no arios lo mismo a
esconderse en Alemania que a emigrar: Grueber en Berlín y Maas en Heilderberg. Y no
deberíamos olvidar a personas como Maximiliano Kolbe, el sacerdote católico romano
que eligió morir en el campo de Auschwitz con la esperanza de que de ese modo se
527
pudiera salvar la vida de otro preso. Todo esto puede que parezca, y de hecho lo fue,
más que gritar en el desierto; pero incluso un pequeño grito es mejor que no gritar
nada.
Todos los nombres mencionados hasta aquí lo eran de personas muchas de ellas en
posiciones prominentes, pero que hablaron o actuaron no como representantes de sus
organizaciones sino con su capacidad individual. Las Iglesias, tanto protestantes como
católico-romana, prefirieron permanecer en silencio. No estaban interesadas en el
destino de los judíos como tal. La antigua historia de los judíos que han perdido su
posición ante Dios no había sido todavía olvidada; la teoría de la sustitución todavía se
tenía por buena. Había relativamente pocos judíos bautizados entre sus miembros y
todavía menos entre el clero. Existía la tendencia a no interferir en lo que se
consideraba dominio del Estado, y existía la tendencia totalmente humana de guardar
silencio cuando hablar puede costar caro. No se prestó atención al mandato de
Pro_31:8.9, que tanta importancia tuvo en los círculos de Bonhtiffer: "Abre tu boca en
favor del mudo..., por el desventurado y el pobre". Considerando que la mayoría de la
gente que trabajaba en los campos de exterminio había sido probablemente bautizada,
o al menos afirmaba creer en lo que Hitler llamaba "cristianismo positivo", y
considerando el silencio de ambas Iglesias y de la población en general, seguramente no
es una exageración por parte de Franklin H. Littell hablar y escribir de "apostasía
general" y de la "a postasía de los millones que colaboraron".
Hay muchas preguntas surgidas del holocausto que todavía hoy se hacen quienes se
sienten afectados por aquella cruel tragedia y los que están interesados en la historia de
nuestro siglo. ¿Cómo fue posible que los nazis desviaran de la guerra tan gran parte de
su esfuerzo para perseguir, contra todas las consideraciones estratégicas, el intento de
borrar del mundo a los judíos? ¿Por qué no intervinieron los aliados, e incluso
guardaron completo silencio? ¿Por qué precisamente en Alemania y por obra de
alemanes:, cuando el antisemitismo había sido mucho más fuerte en el pasado en
528
Francia y Rusia? ¿Por qué no existió allí resistencia activa a las leyes antisemitas y a la
deportación de los judíos de Alemania y de lbs países ocupados por Alemania?
Esta pregunta acerca del mesías es algo que, más que separarles, une a cristianos y
judíos. Es algo que debe figurar en el orden del día de cualquier diálogo, presente o
futuro, entre las dos comunidades de fe.
Un concepto clave en la tradición es Dios. Como Creador, Dios es singular y único. Dios
es eterno y no está atado a ningún lugar. El antiguo nombre bíblico de Dios Yhwh, o
"Ehyeh Asher Ehyeh" es decir, "Yo soy el que soy", o "Seré lo que seré", sugiere
existencia eterna; el nombre bíblico Elohim sugiere fuerza para ser aplicada en un
sentido constructivo, y la apelación Adonai indica el señorío que deriva del ser creador
de Dios. En el judaísmo de la época greco-romana se hicieron corrientes otras
apelaciones: hasem, "el nombre", sugiere el especial poder creador de Dios, que hace
ser, que imparte identidad específica a objetos animados e inanimados por medio de su
palabra (p.ej., Haya luz...), mientras Hamaqom, "el Lugar", sugiere omnipresencia.
Dios es el lugar para existir.
529
El compendio de la creación de Dios es el ser humano.
En el incidente del jardín del Edén, el judaísmo ve no "la pérdida de la gracia", sino más
bien un paso hacia el cumplimiento del plan de Dios al crearnos. El conocimiento
adquirido del árbol de la ciencia es conocimiento que nace de un acto de libre albedrío
humano, yen sí mismo es liberador. Es entendido de diversas maneras: como
conocimiento sexual, clave de la procreación; como el conocimiento de la certeza de la
muerte, que debe ser un estímulo mayor para una actividad productiva en todo
momento; como el conocimiento general que nos permite, en cuanto criaturas que
probamos, examinamos y creamos, a nosotros criaturas creativas, aplicar los frutos de
nuestro examen e investigar con vistas a la mejora de nuestro entorno humano, es
decir, el mundo en el que Dios nos ha colocado.
La relación entre el ser humano y Dios, entre una persona y otra, y el complejo de la
experiencia personal y "sentimientos" del individuo como respuesta a su entorno total
se describe en su forma más esencial mediante la idea de la alianza, que es la esencia de
la Torah.
La noción de alianza -un convenio, acuerdo o tratado para describir las complejas
relaciones mencionadas antes- es una noción modelada a partir de alianzas que existían
en el mundo político del Próximo Oriente antiguo. En su revolucionaria apropiación de
esta idea del reino de lo político al reino de las relaciones humano-divinas, el judaísmo
liberó al mundo de la experiencia en última instancia limitadora del mundo antiguo,
con sus muchos dioses caprichosas con intereses en conflicto, exigiendo cada uno
lealtad humana. En la Torah se revela la voluntad de Dios y se establece lo que Dios
espera de la humanidad. Somos liberados de la ineficacia de la adivinación. El gran
estudioso Abraham Joshua Heschel describe a nuestro Dios como un "Dios a la
búsqueda del hombre". La primera pregunta de. Dios al ser humano (Gén 3) es:
"¿Dónde estás?" Dios está preguntando: "¿Dónde estás en tu relación conmigo, dadas
las acciones que has cometido?" La acción humana es significativa a los ojos de Dios, y
la responsabilidad es un aspecto clave de la existencia humana. Dios ama a la
530
humanidad, creada a su propia imagen, y a través de la historia bíblica Dios demuestra
prontitud para acomodarse a la criatura humana.
Las alianzas de promesa con Noé (que el mundo jamás volvería a sufrir una destrucción
global) y con David (que el linaje davídico será siempre la fuente del liderazgo humano
definitivo) proporcionan una medida de seguridad y confianza ala comunidad humana.
La alianza del Sinaí, en la que se describe el plan de Dios de una comunidad humana
productiva y en progreso, es la base para el definitivo desafío humano de hacer de
nuestro mundo un lugar divino, en el que toda la humanidad y todo el mundo natural
pudiera experimentar el placer y gozo completos. Las expectativas rituales y éticas de la
alianza son complementarias, y todo sirve al propósito de una celebración de la vida.
El complejo de los rüitzvot es, en su totalidad, expresión religiosa judía. Para un judío
vivir una vida judía es vivir una vida de servicio a Dios. En algún sentido, cada acto es
litúrgico, cada acción un acto de oración o de alabanza. A1 mismo tiempo, varios
mitzvot, particularmente en el área del ritual, son específicos en cuanto al tiempo -la
hora del día para las oraciones diarias o la estación del año para las fiestas estacionales-
o lugar -la sinagoga para la oración o el estudio comunitarios, aunque cualquier lugar
donde se reúna un grupo de diez es idóneo, o la casa para los muchos rituales basados
en la casa-. Cuando cumplimos los mitzvot, cuando actuamos en los términos de
nuestra alianza con Dios, aceptamos el desafío de nuestro ser creado a imagen de Dios.
Completamos esa imagen a través de nuestras acciones. A1 hacerlo así, servimos a la
meta del tikkun olam, esbozando la unidad y totalidad de nuestro mundo.
Los tres tipos de mitzvot son identificados como: 1) ben adam Lammaqom, es decir,
entre un ser humano y Dios; 2) ben adam lehavero, es decir, entre el ser humano y
otros seres humanos; y 3) ben adam 1'atzmo, es decir, entre un ser humano y el yo
(dentro del propio yo).
La categoría ben, adam Lammaqom abarca el vasto conjunto de la ley ritual, incluyendo
la indicación de días especiales (fiestas, Sabbath), las reglas de la dieta y reglas de
armonía con los ciclos de la naturaleza. Esta categoría aborda partes de la vida que
tienen aspectos cósmicos, así como comunitarios.
Como tradición que ama la vida, ama a todo el mundo y aspira al mejoramiento dé
nuestro mundo, la vida cotidiana es un equilibrio entre tradición y cambio, y el mismo
cambio es resultado de una dinámica interna y también, significativamente, interacción
con toda la gente y todo el mundo natural. Para el judaísmo; los desafíos y los
excitantes potenciales de la existencia son lo esencial de la vida, y el sendero hacia esos
desafíos positivos o la lealtad a la tradición es una obligación social que es preciso
532
transmitir. El Deuteronomio grita: "Por tanto, elige la vida". ¡Nosotros elegimos la vida!
Y nuestro compromiso con la vida, como individuos y en comunidad, es motivo de
celebración.
Además de estos tres cargos, debemos señalar otros dos nuevos, que tendían a reforzar
los anteriores y a aumentar su aceptación entre los fieles cristianos.
Debe subrayarse una vez más que la polémica antijudaica que acabamos de perfilar se
puede encontrar no sólo en un cuerpo específico de literatura patrística, sino también,
en un grado significativo, en el fundamento primordial del mismo NT. Este último
hecho, aunque reconocido por muchos teólogos cristianos competentes y respetados de
nuestros días, es sin embargo desconocido o eludido por gran número de cristianos,
que tienen que adaptarse aún a sus implicaciones para la Iglesia y el mundo.
Ciertamente, incluso ciertos pasajes del NT que, cuando son comprendidos
históricamente, pueden ser menos peyorativos hacia los judíos de lo que pudiera
parecer a primera vista, son a menudo leídos sin una exégesis correcta y, en
consecuencia, mal entendidos y mal aplicados; en cambio, ciertos pasajes de un valor
potencialmente grande para restaurar un respeto cristiano apropiado hacia los judíos y
el judaísmo han recibido hasta hace relativamente poco atención inadecuada por parte
de los investigadores cristianos de la Biblia, por no decir nada del laico medio.
b) Corregir los errores del pasado. ¿Qué se está haciendo, entonces, para que vayan
quedando anticuados, para corregir los errores del pasado, y qué queda por hacer? Si se
vieran obligados a elegir un acontecimiento de particular importancia para albergar
alguna esperanza de una futura relación cristiano judía radicalmente distinta de la del
pasado, muchos citarían sin vacilar la declaración del concilio Vaticano II sobre las
"relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas", usualmente llamada (por las
palabras latinas con las que comienza) Nostra aetate, sección 4; esta última sección
trata de modo específico de la relación de la Iglesia con los judíos y el judaísmo, y fue
oficialmente promulgada el 28 de octubre de 1965. Detrás de este pasaje relativamente
breve hay, desde luego, una historia muy larga y, en algunos puntos, controvertida;
pero el hecho de que fuera promulgada finalmente se debe, en gran parte, a los
esfuerzos singularmente persistentes y pacientes del investigador judío francés Jules
Isaac, cuyas investigaciones sobre la pasada historia de la "doctrina de desprecio" del
cristianismo respecto a los judíos y el judaísmo tuvo un significativo impacto en la
resolución del papa Juan XXIII de ver esta declaración aprobada por el concilio. Quizá
sus afirmaciones más importantes tratan de dos de los cargos más perniciosos
resumidos antes, a saber: el cargo de "deicidio" y la "teoría del desplazamiento".
535
Nostra aetate afirma: "Según el apóstol (Pablo), los judíos son todavía muy amados de
Dios a causa de sus padres, porque Dios no se arrepiente de sus dones y de su vocación"
(cf Rom_11:28-29).
Es también digno de notar que esta sección de Nostra aetate reconoce la gran
importancia de la predicación correcta y de la exégesis bíblica como una saludable base
para la instrucción religiosa. Es precisamente esa exégesis cuidadosa y erudita la que ha
proporcionado los medios para demoler de una vez por todas el mito difundido de una
diáspora como castigo, así como de una interpretación histórica de las Escrituras
hebreas, consideradas como una mera "preparación" para el evangelio cristiano. Y tales
investigaciones eruditas pueden acabar también con el mito de un estado del judaísmo
supuestamente degenerado en la época de Jesús. Igualmente importante es el hecho de
que las lineas orientativas emitidas posteriormente tanto por el Vaticano como por los
obispos católico romanos-de USA, relativas a la puesta en práctica de la declaración
Nostra aetate, hayan hecho incluso más explícita y precisa la aplicación de este
documento fundamental a la liturgia, la predicación y la catequesis.
El papel del predicador es también crucial; él puede prestar quizá el mayor servicio, no
"hablando" constantemente de los peligros del antisemitismo, sino más bien estando
suficientemente sensibilizado e informado para expresar con claridad, donde proceda,
los valores positivos de la herencia judía en la que los cristianos deben inspirarse. La
catequesis exige igualmente estar basada en materiales desprovistos a cualquier nivel
de los elementos antijudíos del pasado y que refleje nuestro corriente modo de
entender el valor y validez de la matriz judía de donde nosotros, los cristianos, hemos
venido. Con relación a lo último debe acentuarse el desarrollo y continua vitalidad del
judaísmo posbíblico, tanto en cuanto disuasivo contra todos los restos persistentes de
los mitos del "desplazamiento" y de la "degeneración" como en cuanto rica fuente de
penetración espiritual y esperanza en nuestro continuo peregrinar como descendientes
espirituales de Abrahán, nuestro común padre en la fe.
536
intenta ser fiel a su alianza con el único Dios, a quien ambos reconocemos e intentamos
servir.
c) Mejorando el mundo. Este último punto nos recuerda que todavía quedan muchas
áreas en las que, como cristianos y judíos comprometidos, podemos aunar nuestros
esfuerzos honradamente y sin compromiso en la persecución de la noble meta del
"tikkun olam" (mejorar el mundo). Es aquí donde nuestros valores éticos comunes
pueden expresarse, puesto que procuramos solidariamente esforzarnos en resolver los
serios problemas de justicia social tan manifiestos en nuestro mundo.
Existe todavía una última área que debemos tener en cuenta los cristianos si
verdaderamente deseamos comprender y respetar a nuestros hermanos y hermanas
judíos, a saber: el extraordinario significado del moderno Estado de Israel para el
pueblo judío en su conjunto. Desde el renacimiento de Israel en 1948, la valoración del
mundo cristiano de la importancia de este acontecimiento ha sido muy ambivalente.
Sin duda las razones de tal ambivalencia son complejas; pero, a la luz del pasado, no
parece en absoluto inverosímil sugerir que parte de esta ambivalencia es debida,
incluso a nivel inconsciente, a la persistencia entre muchos cristianos de las ideas de
"deicidio" y de una "diáspora de castigo". Un serio replanteamiento de estos supuestos
teológicos insostenibles, junto con una comprensión mucho mayor del papel de la
nacionalidad entre los judíos, contribuirá grandemente a que los cristianos miren de
forma más justa y positiva el hecho del moderno Israel. Como cristianos, podemos no
estar de acuerdo con determinadas políticas de un concreto gobierno israelí. Esa
diversidad de perspectivas se encontrará en la comunidad judía también. Como
cristianos, nos preocupará naturalmente que se dé una atención adecuada a los
diversos grupos cristianos (y a otras minorías) dentro de Israel. En cualquier caso, no
debemos abandonarnos a un "tipo de crítica que utilizara el fracaso de Israel en vivir de
acuerdo a los más altos niveles morales de vida como excusa para negar su derecho á
existir". Lo que debemos afirmar es nuestra inequívoca aceptación del derecho de Israel
a vivir en paz y justicia con sus vecinos; la falta de tal aceptación haría sencillamente
imposible el diálogo y amistad efectivos entre cristianos y judíos.
Nuestro diálogo debe estar basado en la mutua aceptación y respeto como iguales. Este
respeto supondrá buena- voluntad para permitir que cada comunidad se defina a sí
misma en sus propios términos, libres de los preconcebidos estereotipos del pasado. El
diálogo nunca debe ser utilizado como un intento encubierto de proselitismo, sino que
más bien será la base sobre la cual desarrollar y mantener esa confianza que es tan
necesaria para llevar adelante nuestra común tarea del "tikkun olam". Por eso este
diálogo debe hacerse realidad a nivel local y comunitario, si han de producirse cambios
dé actitud y de conducta duraderos en nuestras relaciones ligadas de modo inextricable.
BIBL.: JUDIOS YJUDAISMo: DIMONT M.I., JeWS, God and History, New American
Library, 1962; EBAN A., Mi pueblo, la historia de los judíos, Losada, Buenos Aires 1973
GASTERTh., Festivals of the Jewish Year, Peter Smith, 1968; HERTZBERG A. (ed.),
The Zionist Idea, Atheneum, 1970; HESCHEL A.J., Between God and Mari: An
Interpretation of Judaism, Free Press, 1965; KAPLAN M. M., Judaism as a Civilization,
Jewish Publication Society, 1957; KAUFMAN H., Jews and Judaism Since Jesus,
Kaufman Publishing House,1978; PARKES J., Historia delpueblo judío, Paidós, Buenos
Aires 1965; ID, Whose Land? A History of the Peoples of Palestine, Taplinger, 1970;
ROTH C. y WIGODER G. (eds.), Encyclopedia Judaica, Keter Publishing House Ltd.,
537
1972 (en USA, por MacMillan). RELACIONES CRISTIANO-JUDIAS: BAUM G., Is the
New Testament Anti-Semitic?, Paulist Press, 1965 Bu, REN P. M. van, A Christian
Theology of the People Israel, Seabury Press, 1983; CRONER H. y KLENICKI L., Issues
in the Jewish-Christian Dialogue, Paulist Press, 1979; DAVIES A.T., Anti-Semitism and
the Foundations of Christianity, Paulist Press, 1979; FISHER E., Faith Without
Prejudice, Paulist Press, 1977; FLANNERY E. H., La angustia de los judíos, Paidós,
Buenos Aires 1972; HAY M., The Roots of Christian Anti-Semitism, Anti-Defamation
League, 1981; ISAAC J., The Teaching of Contempt, Anti Defamation League 1964;
KLENICKI L. y WIGLDER G., A Dictionary of ¡he Jewish-Cristian Dialogue, Paulist
Press, 1984; KOENIG J., Jews and Christians in Dialogue, Fortress Press, 1983;
PARKES J., The Conflict of the Church and the Synagogue, Atheneum, 1977;
PAWLIKOWSKI J., Christ in the light of the Christian-Jewish Dialogue, Paulist Press
1982; RosENDERG S.E., The Christian Problem: A Jewish View, Hippocrene Books,
1986; RUDIN A.J., Israel for Christians, Fortress Press, 1982; RUETHER R.R., Faith
and Fratricide, Seabury Press, 1974 STENDAH K., Paul Among Jews and Gentiles,
Fortress Press, 1976; WILLIAMSON C., Has God Rejected His People? Abingdon, 1982.
EL HOLOCAUSTO DESDE LA PERSPECTIVA HISTóRICA: ABELLA 1. y TRGPER H.,
None is T'oo Many, Random House, 1982; CLARE G., Last Waltz in Vienna, Holt,
Rinehart y Wilson 1982; DAWIDOWIcz L.S., The War Against the Jews: 1933-1945,
Holt, Rinehart y Wilson 1975; Batam Paperbacks 1976 FRANK A., Diario, Planeta,
1985; Plaza y Janés, 1987; HALLIE Ph. Lest Innocent Blood be Shed: The Story of Le
chambon, Harper and Row, 1980.
538
JUSTICIA
SUMARIO:
1. Introducción
2. En el AT;
3. En el NT;
4. El concepto filosófico -jurídico;
5. Algunas características del concepto ampliado de justicia
6. La discusión mundial sobre los derechos y las libertades del hombre;
7. La justicia social antes de la encíclica "Sollicitudo re¡ socialis",
8. La justicia social en la encíclica "Sollicitudo re¡ socialis";
9. Para concluir
I. Fucek
Nuestra intención es describir la verdadera noción de " justicia"; para ello hay que
investigar las raíces, analizar y sintetizar la prudencia y la sabiduría de la experiencia
socio-religiosa judeo-cristiana por una parte, y la teoría filosófico jurídica grecoromana
539
por otra. El concepto bíblico de "justicia" es religioso, personal y espiritual. Se refiere al
pueblo elegido y a cada uno de los miembros, no fuera, sino dentro del pueblo. De
hecho se identifica con el concepto de perfección, santidad, por eso el perfecto, el santo,
es justo. En la sociedad teocrática de Israel, Yhwh es el rey "justo" (perfecto, santo), y
sobre la base de la alianza, Israel llene que ser "justo" (perfecto, santo): tiene que imitar
a Yhwh-rey justo. La justicia de Yhwh justo es la llamada al pueblo elegido. Las obras
de Yhwhrey justo, especialmente con los pobres, con los oprimidos en general, con los
"anawim", es el imperativo moral al pueblo elegido para que le imite. Por tanto, la
justicia del pueblo elegido es la respuesta concreta a esta llamada. En consecuencia,
más que en la teoría, los profetas insistían en la praxis religioso-moral, comparando a
Yhwh-rey justo con Israelpueblo-justo.
Puede decirse que se encuentra una relación semejante entre el hombre y el absoluto en
todas las grandes reli giones éticas de Oriente y en algunas religiones africanas (W.
Schmidt). Los adeptos a estas religiones "ha cen" y deben "hacer justicia", lo cual, en
cierto sentido, se acerca a la jus ticia de la Biblia. El concepto de " jus ticia" en la
filosofía grecorromana tiene un carácter profano, filosófico, jurídico, político y laico. Se
refiere al hombre individual y a la convivencia social dentro de la "polis", determina los
limites de las leyes que regulan la vida de la "polis". Para los sofis tas, las leyes " justas"
tienen un va lor puramente convencional; para Sócrates, Platón y Aristóteles, por el
contrario, son una expresión de la racionalidad de la naturaleza hu mana. Mientras que
la filosofía grie ga desarrolla la teoría, el estoicismo -concretamente el estoicismo roma
no, con Séneca- acentúa también la praxis, la ascesis. Para nuestro obje tivo de teología
fundamental nos pa rece que el orden más apropiado será estudiar primero el concepto
bíblico (justicia divino-humana), que aclara el fundamento de toda justicia, para entrar
en un segundo momento en otros conceptos de justicia, hasta la discusión moderna
sobre el concepto de justicia "social".
Con la revelación se pasa del concepto profano al concepto religioso de justicia. El "rey
justo" es el Dios de Israel. Los Setenta, para traducir saddfq, utilizan la palabra dikaios
(justo), que aparece 180 veces, junto con otros 43 derivados de saddiq. La voz
dikaiosyne aparece 220 veces para sedaqah o sedeq (justicia). La justicia
veterotestamentaria es relacional, ante todo en clave comunitaria (Yhwh-Israel), en la
que se incluye a cada miembro de la comunidad. Pero el carácter comunitario de la
justicia veterotestamentaria no significa "social" en el sentido de la "polis" griega o de la
noción moderna sino fundamentalmente en el sentido de relación personal. Se basa en
la alianza y no en la relación entre las leyes absolutas y las acciones concretas del
pueblo y del individuo. Pero más que legal, el carácter es siempre el personal, el de los
dos contrayentes de la alianza: el "yo" de Yhwh y el "tú" de Israel. Se trata, por tanto, de
la rectitud o de la autenticidad de una actitud dentro de la relación bilateral de carácter
personal (Yhwh-Israel-individuo). Como toda la moral de Israel es de carácter personal,
más bien que "legal" o "legalista", según se pensaba en otro tiempo, así también esta
actitud es interna, bilateral y participativa, que refleja (sigue, imita) la justicia del Yhwh
justo (Isa_45:21; 51 5s; Isa_56:1; 62 1; Sal_24:5).
Así pues, Yhwh se revela como rey justo de Israel, como Dios justo (Gén_18:15;
Deu_32:4; Sof_3:3; Sal_111:7), liberador (con Abrahán: Gén 12-14; en el éxodo: Éx 1-
15), que demuestra su poder, "el poderoso de Jacob" (Gén_49:24; Éxo_1:24;
540
Éxo_49:26; Éxo_60:16), su vigilancia (sobre los patriarcas: Gén_20:6s; Gén_28:15;
sobre José para "salvar la vida a un pueblo numeroso": Gén_45:8; Gén_50:20; en el
desierto: Éxo_16:15 18). Yhwh da el decálogo (diez libertades: Éx 20; Deu_5:6-21;
Éxo_24:3-15), funda y hace posible la justicia en Israel. Su amor, su acción redentora y
salvadora, que libera a un pueblo oprimido y esclavo, brilla en cada una de las páginas
de la Biblia: "Dios justo y salvador; no existe otro fuera de mí" (Is 45;21). "Mi salvación
durará eternamente y mi justicia no tendrá fin. Escuchadme los que conocéis la justicia,
pueblo que llevas en tu corazón mi ley... Mi justicia durará eternamente, y mi salvación
de generación en generación" (Isa_51:6-8), Yhwh es el dueño de la tierra y del suelo
dado a Israel; el pueblo elegido es tan sólo un arrendatario de Dios, que será siempre
"huésped y extranjero" (Lev_25:23; Sal_119:19). Por eso Israel tiene que manifestar a
Yhwh su alabanza, su acción de gracias, su dependencia. También las fiestas agrícolas
(Éxo_23:14) corresponden a los ritmos de la naturaleza: fiesta de los ácimos, de la
siembra, de las primicias (Éxo_23:16), de la cosecha. El uso de los productos tiene
también un reglamento particular: hay que dejar espigar al pobre y al extranjero
(Deu_14:29; Deu_24:19-21); para no agotar el suelo, los productos no se recogerán
cada siete años (Éxo_23:11). "Esta ley de la tierra, al mismo tiempo religiosa y social,
indica la autoridad de Dios, a quien pertenece el suelo de derecho. Su observancia tiene
que diferenciar a Israel de los campesinos paganos que lo rodean" (G. Becquet). Pero la
mayor tentación para Israel son los cananeos con su vida agrícola y con Baal, señor del
país; al adoptar sus costumbres en los campos y en las viñas, adoptan también sus
costumbres religiosas, idólatras, materialistas, prostitucionales.
Dios se revela como un Dios que condena toda especie de injusticia cometida contra el
pueblo; esto significa hacer justicia a los oprimidos, a todos los que sufren la injusticia
(Isa_41:10s; Isa_54:17; Sal_129:4). Él es el caudillo de los ejércitos de Israel
(Éxo_12:41), un guerrero que dala victoria a su pueblo (Éxo_15:12ss; ISam 17,45)
haciéndolo fuerte (Deu_8:17s), que asegura su presencia (2Sa_6:2; Sal_132:8). Yhwh
es lafuerza del pueblo (Sal 144, ls; Sal_28:7s; Sal_68:34ss). Yhwh actúa continuamente
en favor de su pueblo, es fiel a sus promesas (la "roca" de Israel: Deu_32:4). Por tanto,
su justicia se manifiesta en las "magnalia Dei", y la realeza de Dios se concibe siempre
en sentido dinámico y relacional. Desde que a Israel se dio un rey, esta "realeza" está
subordinada a la realeza de Yhwh; es un órgano de la teocracia basado en la alianza,
concedido y escogido por Yhwh; es el caso de Saúl (1Sa_10:24), es el caso de David
(lSam 16,21) y de toda la dinastía davídica (2Sa_7:12-16). El reino es sobre todo la
irradiación de la soberanía divina en acción. Esta soberanía, a su vez, se manifiesta en
una relación privilegiada con el pobre, el oprimido, el desgraciado, el pequeño, el débil
("pobres de Yhwh": Sal_74:19; Sal_149:4s; son objeto de su amor: Isa_49:13; 66,2-
constituyen las primicias del "pueblo humilde y modesto": Sof_3:12s). En todos estos
aspectos el rey-justo y protector es garante de la justicia; no es solamente un árbitro
entre las dos partes (Yhwhpueblo), sino más bien la protección del débil contra el
fuerte.
De aquí el vínculo vertical (Yhwh-Israel) y horizontal (los miembros del pueblo elegido
entre sí). Puede decirse, con algunos autores modernos, que en virtud de la alianza se
crea un vínculo de parentesco (Yhwh-Israel), especialmente respecto a los más pobres.
Lafraternidad de todos se basa en la creación "desde el principio" (Gén 1-2; He 17 26),
en la alianza ("no odiarás a tu hermano..., amarás a tu prójimo: Lev_19:17s). En la
tradición patriarcal se dan ejemplosmodelo de esta fraternidad: Abrahán y Lot superan
las discordias (Gén_13:4), Jacob se reconcilia con Esaú (Gén_33:4), José perdona a sus
hermanos de forma conmovedora (Gén_45:1-8). Por otra parte, los profetas conjuran a
Israel porque ha abandonado el amor fraterno (Ose_4:2), "nadie perdona a su vecino"
(Isa_9:18ss); la injusticia es universal; no se puede fiar uno de nadie (Miq_7:2-6); "no
os fiéis de un hermano, pues todo hermano estafa y todo amigo siembra calumnias"
(Jer_9:3; cf 11,18; Job_6:12); pero "un hermano ayudado por su hermano es una
ciudad fuerte" (Pro_18:19; Setenta). La violación del derecho del pobre es una herida
541
todavía mayor, infligida a la comunidad fraterna que liga a Israel; es una afrenta
personal hecha a Yhwh, creador de la solidaridad de la alianza; es perversión de la
justicia (Amó_5:7; Is 10 1s; Jer_22:13-17), de la que Yhwh es la garantía. Por eso el que
pisotea al hermano, especialmente al pobre, caerá bajo el juicio del Señor, que, como
rey justo, es el que venga al pobre y, como aliado-pariente, es el defensor del pueblo
fundado por él y querido como comunidad de hermanos.
Así pues, Israel como comunidad, y cada uno de sus miembros, está llamado a la
participación de la justicia de Dios (Sal_24:5), siguiendo especialmente a Yhwh en su
cuidado de los hermanos pobres y pequeños, ya que son ellos los amados y protegidos
particularmente por Yhwh. Puesto que ellos son los más amenazados, por ser los más
necesitados, los más desamparados y los más débiles, los escucha y oye sus gritos. En
efecto, el proletariado rural suele encontrarse en una increíble miseria (Job_24:2-12).
Contra el sometimiento de los pequeños, el profeta Jeremías proclama la libertad de los
esclavos: "Cada cual debía dejar libre a sus esclavos y esclavas hebreos, con el fin de no
tener sometido a esclavitud a ningún judío, hermano suyo" (Jer_34:9). Yhwh justo es el
vengador de la injusticia cometida contra los hermanos pequeños: "Vosotros no me
habéis escuchado, concediendo cada uno la libertad de su propio hermano, a su
prójimo. Pues bien, yo también -dice el Señor- voy a proclamar contra vosotros la
libertad de la espada, la peste y el hambre. Os convertiré en objeto de horror para todos
los reinos de la tierra" (Jer_34:17). Los profetas recuerdan con frecuencia la llamada
del pueblo: "Guardad el derecho, practicad la justicia, porque mi salvación está para
llegar y mi justicia para manifestarse" (Isa_56:1). "Por amor de Sión no me he de callar,
no descansaré por Jerusalén, hasta que no despunte como la aurora su justicia y flamee
su salvación como una antorcha. Verán tu justicia las naciones y todos los reyes tu
gloria" (Isa_62:1).
Antes del destierro se habla todavía poco de la justicia personal del individuo; se
acentúa más la importancia de permanecer en la justicia que Yhwh demuestra a todo el
pueblo (Sal 15; Eze_24:3s; Eze_143:1). En este período la " justicia humana" se
542
entiende casi siempre en una relación entre personas (Gén_38:26; 1Sa_24:15;
Amó_5:7; Amó_6:12). El " justo" pertenece al pueblo al que Yhwh ha concedido
participar en su justicia divina (Sal_7:9; Sal_17:1-15; Sal_18:22-24; Sal_26:1-6). Con el
judaísmo rabínico las cosas se degradan: la justicia, tanto social como personal, no es
ya más que la armonía con la ley. La comunidad de Qumrán habla de la justicia
también en el sentido de " justificación", convencida de que "junto a Dios está mi
justificación", puesto que "él borra mis pecados con sus justicias" (1QS 11,2.3.5.12). Por
otra parte, Qumrán acentúa particularmente la doctrina de la justicia con su misterioso
"maestro de justicia".
En conclusión, podemos resaltar cuatro puntos que en cierto modo sintetizan estas
breves consideraciones sobre el concepto sedaqah del AT:
a) La pobreza en el AT es un hecho social, ligado a circunstancias económicas, políticas
y sociales, que provoca una reflexión religiosa. Durante su vida nómada, todo el pueblo
es pobre. En el código de la alianza aparece una diferencia social muy escasa. Con la
monarquía se establece la condición económica más diferenciada: nace una clase de
pobres. Pero frente a la pobreza-escándalo, los profetas remachan la pobreza como
ideal: un descubrimiento de los valores espirituales de la pobreza y del peligro de las
riquezas.
d) Con esto hemos tocado la analogía de la fe, expresada en la siguiente ecuación: Yhwh
fiel = Israel fiel, Yhwh justo = Israel justo, Yhwh amor = Israel amor. Con términos
éticos se puede decir que el indicativo moral interno para ser justos (solidarios,
caritativos) es la misma naturaleza de la persona humana, creada a imagen y semejanza
de Dios (Gén_1:26-27): cada hombre es "imagen"; por tanto, todos los hombres son
iguales, vecinos, hermanos. El imperativo moral no son reglas externas, sino el ser . del
hombre que obliga a imitar o a reflejar en su dignidad a su original o prototipo, que es
Dios creador-amor, en la imagen perfecta de Cristo (GS 22). En la justicia del AT cuenta
más el ser del hombre que sus acciones concretas; o mejor dicho, las acciones tienen
toda su importancia cuando se ven en la persona. Por eso la dimensión de la justicia del
AT es personal; religioso-teológica respecto a Yhwh y religioso-social respecto al
prójimo. Cualquier justicia o injusticia humana es afianzamiento o ruptura de esa
543
lealtad y solidaridad interhumana; pero al mismo tiempo es sobre todo cumplimiento o
transgresión de la lealtad y fidelidad a Yhwh, rey-pariente justo y Señor absoluto.
Pero hay también interpretaciones abusivas (C.M. Martini): la primera es atea, ya que
en toda la parábola mateana no se ve ningún motivo superior o de fe, ninguna huella de
religiosidad, de manera que se fomenta una teología del ateísmo. Los que sostienen esta
opción absurda no ven que la frase "conmigo lo hicisteisconmigo no lo hicisteis"
(Mat_25:40 y 45) son acciones iluminadas por la fe en Cristo y por la acogida de su
persona teándrica. Pero esto no tiene nada que ver con la pura filantropía. Además,
tampoco comprenden que esta caridad es teologal; que no se excluye la llamada a creer
en el evangelio, sino que más bien la supone. Por otra parte, es verdad que el texto no
precisa cómo es posible la caridad (teologal) a los que no han acogido el evangelio.
Quizá Jesús veía precisamente en la generosidad fraterna un camino que conduce a la
acogida del misterio de su persona.
545
La tercera opinión es unilateral, puesto que afirma que las obras mencionadas forman
un catálogo completo y exclusivo de todas las obras sometidas al juicio, como si fuese
una lista de las obras de misericordia corporal taxativamente enumeradas. Pero "sería
una equivocación sacar de este trozo una especie de catálogo exclusivo de las cosas que
hay que hacer para salvarse... El pasaje es muy atrevido; no obstante, como sucede con
muchos trozos bíblicos, tiene que recibirse en su sentido simbólico, mirando en la
profundidad del mensaje y no exagerando algún que otro aspecto" (C.M. Martini). Pero
hay más todavía: si esta parábola de Mateo se sitúa en el contexto de todo su evangelio,
resulta que se recomiendan en él otras muchas obras como la misericordia; el perdón,
la oración en silencio, etc. Los exegetas modernos subrayan, entre otras, tres
dimensiones más destacadas de la parábola de Mateo. Primero, es clara la dimensión
cristológica, en esta última cristofanía: Jesús (hijo del hombre, rey, señor) es el centro y
la meta, tanto de la intención salvífica del Padre como del obrar humano (justoinjusto).
Pues bien, resulta más clara que nunca la verdad de que la persona de Cristo es la
norma de la conducta moral, la "medida de todas las cosas": "Cuando todo le esté
sometido (al Hijo), entonces también el Hijo se someterá al Padre, que le sometió todo
a él para que Dios sea todo en todas las cosas" (1Co_15:28). Segundo, la extensión
universal del juicio a todos los pueblos y naciones: la relación de parentesco entre el rey
y los últimos del mundo, por ser "hermanos" del rey (los hambrientos, los peregrinos,
los enfermos, los prisioneros, los pobres, los más pequeños), requiere la justicia en las
obras personales (amor, caridad, solidaridad, tolerancia); no bastan las cosas como
tales; por tanto, no basta la justicia jurídico-social sola, que es "mínimum moralitatis",
y que puede ser entendida precisamente en un sentido minimalista y puramente
legalista. Al contrario, con la parábola de Mateo estamos en plena gratuidad revelada:
no el pequeño en lugar del rey, no una plena identificación o univocidad,sino los dos
juntos en jerarquía: Cristo quiere ser ayudado en los pobres; por eso, lo que se le hace
al pobre se le hace a él. Tercero, el señorío de Cristo se realiza en el servicio a los
pequeños: "El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida"
(Mar_10:45); "Yo os he dado ejemplo...; os aseguro que el criado no es más que su
amo" (Jua_13:15 s); "Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve" (Luc_22:27).
Aquí hay que acentuar, por tanto, la seriedad de lo cotidiano, de lo "común", de lo
obvio, ya que en el simple servicio al hombre se promueven sus derechos, siguiendo al
rey justo en una triple línea, de una triple indigencia: la alimentación (comida yagua)
pertenece al primer derecho fundamental, es decir, a la vida personal del hombre; la
inserción en una comunidad (extranjero sin patria, sin vestido, sin el calor de una
comunidad) pertenece al segundo derecho fundamental, es decir, al derecho a la
comunidad, a la sociedad (familia, patria, comunidad de creyentes, protección social);
la necesidad de la libertad (enfermedad, cárcel) pertenece al tercer derecho
fundaménfal dei hombre, esto es, a la libertad de conciencia, de religión, a la libertad
externa e interna, lejos de toda imposición o limitación.
Así pues, para concluir, el criterio decisivo es la persona teándrica de Cristo ("conmigo
lo hicisteis'. Este criterio hace que todas las obras hechas a los "hermanos" entren en el
concepto de justicia ampliado, es decir, bíblico-teológico-religioso específicamente
cristiano. El objeto son las obras de caridad, de misericordia, de solidaridad, que
expresan sin duda una "filantropía" más elevada, una unanimidad más noble, una
justicia superior, más allá de lo que puede exigir cualquier ley positiva o justicia de tipo
cosificado, expresada con la fórmula "cuique suum". Por consiguiente, en la parábola
mateana del juicio final están involucrados muchos valores elevados, sublimes y
espirituales, que transforman también la justicia ya perfecta del AT en una justicia
nueva, grande, salvífica, específicamente cristiana.
c) Sobre la justicia superior en Pablo se ha escrito mucho (J. Blank, G. Bornkamm, F.F.
Bruce, R. Bultmann, C.H. Dodd, G. Friedrich, H. Hübner, S. Johnson, E. Kásemann, S.
Lyonnet, H. Ráisánen, H. Schlier, W. Schrage, H. Schürmann, U. Wilckens y,
últimamente, Brice L. Martín [Christ and the Law in Paul, 1989] y Frank Thielman,
546
[From Plight to Solution. A Jewish Framework for Understanding Paul's View of the
Law in Galatians and Romans, 1989]). El concepto de " justicia" en Pablo está en la
línea bíblica que acabamos de explicar. Pero es interiorizado progresivamente hacia el
crecimiento interior en la " justificación" del perdonado en Cristo.
- Esto nos guía hacia el verdadero concepto paulino de la "justicia". Siguiendo la línea
bíblica, Pablo se preocupa de los pobres (p.ej., de la Iglesia madre de Jerusalén), pero
en un concepto más amplio de pobreza. Se ocupa de los pobres y de los marginados en
el sentido social,- pero más aún en el sentido espiritual, de los esclavos espirituales.
Pablo defiende los derechos de los más pequeños, proclamando el poder del reino
universal de Cristo resucitado. Sobre esta base todos, hasta los más desamparados,
tienen los mismos derechos y los mismos deberes: en el matrimonio (el marido con la
mujer), en la familia (el amo con los hijos y los esclavos: Efe_5:22-33; Efe_6:1-9), en la
sociedad, sin discriminaciones entre ricos y pobres, entre griegos y judíos, entre dueños
y esclavos (Col_3:18; Gál_3:26-28). Esta fue una inaudita revolución social, ya que
hasta entonces el esclavo era una "cosa" del dueño, la mujer era la parte débil de la
familia, los hijos estaban expuestos a la voluntad despótica del padre. Pues bien, el
esclavo tiene "en el Señor" los mismos derechos y deberes que el amo (Col_3:18-19).
- Con esto Pablo no derribó políticamente el orden social de su época, sino que lo
relativizó: su expresión "en Cristo Jesús nuestro Señor: En Christó lesoú tó Kyrió
hemón" (Rom_6:23 y passim) lo cambia todo desde dentro, ya que "liberados del
pecado y hechos siervos de Dios" (Rom_6:23) los cristianos son capaces de transformar
la sociedad. El esclavo, a pesar de la situación social injusta, está ya liberado en Cristo;
por eso muchos esclavos recibieron el cristianismo, mientras que no se les podía
convertir a la religión judía antes de ser socialmente liberados de la esclavitud, ya que
los esclavos no podían observar la ley mosaica. Pablo se las tiene que ver con la
"esclavitud" en Corinto, en Roma, pero lo que importa del hombre no es la condición
socio-económico-política externa como tal, sino la llamada de Dios (lCor 7,17ss). El
esclavo, por tanto, cumplirá sus deberes de cristiano sirviendo a su amo como a Cristo
(cf Efe_6:5-8); el amo cristiano, por su parte, recibirá a su esclavo como su "hermano
en Cristo" (Efe_6:9). Así se deduce de la breve carta a Filemón: "Te lo envío (a
Onésimo) como si te enviara mi propio corazón... Tal vez por esto se separó de ti, para
que lo tuvieras para siempre, no ya como esclavo, sino como a un hermano querido,
que lo es muchísimo para mí, ¡cuánto más debe serlo para ti como persona y como
cristiano!" (Flm_1:12, Flm_1:5). Los bautizados en Cristo se han liberado del pecado,
de la muerte, de la ley (Rom 6-8; Gál_5:1 l); se han hecho "esclavos" de Dios y de la
justicia (1Co_9:19; cf Mat_20:26-27 y Jua_13:14ss).
Así pues, esta justicia superior paulina, identificada con la justificación ofrecida por
Dios (Rom_3:5), que penetra en el corazón del esclavo del pecado (Rom_3:26), es
distinta de la justicia humana socio-político-económica. Sin embargo, los frutos
547
sociales de esta justicia divina, no clasista ni parcial, son los únicos realmente capaces
de transformar la sociedad de todos los tiempos.
b) Toda cualidad ética es de un sujeto agente, y no de una cosa debida. Esto hace que lo
formalmente justo según una ley o según una convención puede que no sea justo en
nombre de la dignidad del hombre. Un salario, una satisfacción de las obligaciones de
la justicia conmutativa, una distribución burocrática y formal, todas estas y otras
formas de justicia objetiva externa pueden ser "justas" ad rigorem litterae, pero no ad
dignitatem personae, ya que el sujeto agente está fuera de fuego.
Pero el nuevo principio exige ante todo el reconocimiento del derecho fundamental del
ser persona con todas sus implicaciones, como veremos más adelante; en consecuencia,
si en otros tiempos se privilegiaba lo debido cuantitativo (mínimo), hoy se destaca lo
debido cualitativo ("justo" no en nombre de la ley, sino del hombre). Pero puede
objetarse entonces que, más allá de lo estrictamente debido y de la medida legal, está
sólo la caridad, y que la caridad no es la justicia; por tanto, que la dimensión personal
del sujeto no tiene nada que ver con la justicia y que no entra en ella para nada. Es
verdad que no tiene nada que ver con la justicia entendida en el sentido tradicional-
clásico objetivista y cuantificado, pero sí tiene que ver con la justicia que es
primordialmente la garantía del bien de la persona, del derecho que brota no de la ley
548
positiva, sino de la naturaleza de la persona, que afecta a la persona y no solamente a
sus cosas.
La historia del concepto de justicia muestra que en él, a pesar de haber surgido de dos
fuentes (la bíblico-teológica primero y la filosóficojurídica después), la dimensión
bíblico-teológica después de los padres de la Iglesia y luego de los escolásticos ha
llegado casi a olvidarse, mientras que el concepto grecorromano de justicia, "a cada uno
lo suyo", se ha convertido casi en el único, dentro de un orden social conservador,
estático, inmutable. Dejando caer la ley del AT, en el tratado De gratia se ha
considerado la justicia divina y la justificación del hombre en el sentido paulino, sin
ninguna influencia sobre la moral, sobre la catequesis, sobre la educación cristiana.
Incluso hoy hay autores que conciben la justicia solamente según las categorías de la
justicia aristotélica. El hecho histórico es que los manualistas no veían cómo partir de la
Escritura para fundamentar el tratado De justicia. La justicia conmutativa ocupa el
primero y casi el único puesto, como modelo paradigmático. Lo pone de relieve E.
Ciavacci (Teología morale 3/ 1, 13/23): la justicia conmutativa en el manual de G.
Genicot Institutiones theologiae moralis II (1941, ed. 28.g) ocupa 233 páginas; en el
manual de D.M. Prümmer Manuale theologiae moralis II (1940) ocupa unas 200
páginas; en el manual de T.A. Iorio Theologia moralis II (1946) ocupa 255 páginas de
las 580 que tiene la sección de los preceptos de Dios y de la Iglesia. Por tanto,
demasiado derecho y poco contenido teológico, casi sin ninguna dimensión personal,
eclesial y social.
Digamos una vez más que el concepto aristotélico cuique suum era único y común. La
consecuencia ha sido que todos los tratados escolásticos estaban privados de las
dimensiones profundas bíblico-teológicas. Tampoco se tenía en cuenta la relación entre
la justicia y el amor/caridad, ni con la dignidad de la persona humana, ni con el
derecho de los necesitados (los pobres, los pequeños, las viudas). "El tratado se llamó
De justitia et jure y se unió al derecho civil, tan poco adecuado para descubrir las
injusticias sociales. La corrección de las grandes desigualdades estaba confiada a la
caridad-beneficencia, virtud por excelencia de los ricos, que eran alabados por su
generosidad con los pobres" (E. HAMEL, I fondamenti..., 75). Hamel añade que la
virtud de la justicia no pudo entrar por largo tiempo en los tratados de espiritualidad.
Pero hay más aún. Todavía hoy el concepto de justicia no se encuentra elaborado en
algunos textos escolares, por ejemplo en el Nuevo diccionario de espiritualidad (19914),
ni en el Nuevo diccionario de teología (1982), ni en el Diccionario de categuética (1987),
ni siquiera en el Dizionario di pastorale giovanile (1989), etc.
Pero la justicia es también una virtud. Es el hábito de atribuir a cada uno "su" derecho,
mientras que el pecado consiste en no dar a cada uno "su" derecho. Mas para ser justos
se necesita la actitud positiva constante (habitus), o sea, la virtud, y no solamente un
acto aislado o esporádico. Sin embargo, la justicia es una virtud muy particular.
Para Platón una virtud humana tiene dos niveles: social, en cuanto que, al dar a cada
uno lo suyo, procura mantener en su propio orden las clases sociales (gobernantes,
guerreros, artesanos); y personal, en cuanto que hace que quede a salvo el orden en
relación con las tres "animas" (concupiscible, irascible, racional) que, según él,
constituyen el ser humano.
Para Aristóteles, que perfeccionó el pensamiento de su maestro, son tres las formas
principales de la virtud de la justicia, que durante la historia serán un paradigma casi
absoluto.
La primera forma, de la que ya hemos hablado, expresa la carga que incumbe a los
ciudadanos en sus relaciones mutuas "suum cuique"; se llama justicia conmutativa,
particular, "lineal" (entre "yo'="tú'="nosotros', "interpersonal", "aritmética". Ordena las
relaciones justas entre las personas o los grupos, según el principio de equilibrio de sus
derechos y deberes.
La segunda forma expresa la carga que incumbe a los ciudadanos de cara al Estado o al
bien común, y consiste en el principio de la observancia de sus leyes, que ordenan los
miembros de la sociedad al bien común, siendo la sociedad el sujeto de los derechos,
para con la cual los individuos tienen sus respectivos deberes, mientras que el bien
común es el objeto que hay que salvaguardar y desarrollar. Se la llama justicia legal,
contributiva, general "de abajo arriba".
La tercera forma pone de relieve los derechos y los deberes de los ciudadanos del
Estado o de la sociedad y ordena las relaciones entre la sociedad y sus miembros,
haciéndolo a través de los que garantizan el bien común. Lleva el nombre de justicia
distributiva, proporcional, "geométrica", "de arriba abajo".
550
Para santo Tomás, "la justicia es el hábito gracias al cual una persona da a cada uno lo
que le corresponde de derecho con voluntad constante y duradera" (S. Th. II-II, 58-1).
En teología, ocupa un lugar entre las cuatro virtudes cardinales: prudencia, justicia,
fortaleza y templanza. Observamos que para Aristóteles la justicia (dikaiosyne) forma
parte de las virtudes "cardinales", junto con la prudencia (phronésis), la sabiduría
(sophía), la templanza (sophrosyne) y la fortaleza (andreia) (Et. Nicom. I, 3). Por tanto,
es una virtud moral; más aún, tiene la primacía, en cuanto que las otras virtudes atañen
al bien del individuo en sí mismo, mientras que la justicia mira al bien común, que
trasciende el bien individual. La justicia-valor y virtud establece la igualdad entre las
partes, la reciprocidad entre el derecho y el deber, la paridad entre las personas, el
equilibrio entre los objetivos.
Así pues, la virtud de la justicia es distinta de las otras virtudes, ya que la aequalitas o
igualdad fundamental entre las personas no depende de suyo de la voluntad del agente,
como en otras virtudes. Aquí el medium re¡ o la "justa medida" mira al objeto justo y no
a la intención del agente, lo cual es la fuerza, pero también el límite de la virtud de la
justicia. De aquí el peligro de que la igualdad rígida se haga injusta, como indica la
máxima citada por Cicerón: "summum jus, summa injuria" (De officüs I, 10,33).
Pero ¿quién es el sujeto del derecho? ¿Sólo el hombre, con sus diversas instituciones y
sociedades? ¿No puede serlo un animal? En el ámbito de este problema nos
encontramos hoy con tres posiciones. La primera, clásica, dice que el derecho es propio
y exclusivo del ser humano, es decir, sólo la persona humana puede ser sujeto de un
derecho, y esto por dos razones: porque sólo la persona -la persona física o la "persona
moral"Jes consciente, libre y responsable y porque sólo la persona tiene valor de fin y
no de objeto o de instrumento. Por consiguiente, ningún ser infrahumano es persona
consciente, libre y responsable, ni tiene un valor de fin (el fin no está en sí mismo, sino
en el ser personal superior); como tal, sólo puede tener valor de medio -y ser objeto de
derecho. Por tanto, sobre los derechos de los animales se puede hablar en un sentido
analógico e impropio. Pero esto no significa que el hombre no tenga deberes, a veces
muy graves (hoy no se puede dudar ya de ello), con los animales; por ejemplo, con los
animales domésticos, que ha de guardar, alimentar, cuidar de su salud, etc., ya que
sobre los animales se proyecta la dignidad de la persona humana y del sujeto de
derecho. Por otra paste, a ninguno se le permite la tortura, la utilización inhumana,
etc., "quodsi lamen id facial, non peccat peccato injustitiae erga animaba vel erga
Deum, sed peccat erga se ipsum, cum mate utitur de re sua, et hoc peccatum de se
551
veniale non excedit" (B.H. MERKELHACH, Summa theol. moralis II, n. 374). Esta
última afirmación "veniale non excedit" se considera hoy generalmente atrasada, y la
discusión actual no excluye la posibilidad de pecado realmente grave con los animales,
especialmente cuando el hombre los tortura sólo por un placer sádico, para descargar
sus pasiones, por instintos brutales desarreglados, etc.
- Hay una posición media, que proclama "esquizofrénica" nuestra cultura, ya que por
un lado fundamenta el derecho de los animales en la capacidad de sufrir, bien sobre la
base de que el sufrimiento hace daño, bien sobre la base del rango o de la dignidad
ontológica del ser capaz de sufrimiento. Lógicamente, el defensor de los derechos de los
animales debe defender también a los embriones humanos -cosa que no suele hacer-,
mientras que el defensor de los embriones humanos defendería también a los animales,
partiendo del principio común de la dignidad de la vida como tal (L. Lombardi Valauri).
Se toca aquí la incongruencia de un sistema de leyes y de una mentalidad que por un
lado tutela justamente al animal de los abusos de los hombres, pero por otro lado déja
impune la matanza de millones de criaturas humanas en el seno materno hasta el
"noveno mes" del embarazo (Canadá, 1990). Por otra parte, estamos de acuerdo en que
el sufrimiento y la vida misma se basan en la naturaleza ontológica de los seres vivos.
Pero éste es precisamente el escollo que la ética secular-laicista no puede superar si no
renuncia al mismo tiempo a su principio ético-positivista.
Una mirada histórica nos informa de que el tratado ecuménico sobre los derechos en la
Iglesia es reciente. Comienza con los protestantes (Oekumenischer Rat en Amsterdam
1948, en Upsala 1968, en St. Pólten 1975); en su elaboración trabajaron muchos de sus
teólogos, como J. Moltmann, T. Rendtorff, H.E. Tódt, M. Honecker, W. Huber, etc., con
explicaciones diversas y argumentaciones plausibles. La posición de la Iglesia católica
fue cautelosa respecto a la doctrina sobre los derechos. Se conocen las razones: la carta
de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, aprobada por la
Asamblea nacional francesa (26 de agosto de 1789) con los "inmortales principios de
1789" (liberté, égalité, fraternité) de la revolución francesa. Los papas de la Iglesia
553
católica (desde Pío VI hasta Pío XII) se quedaron a la expectativa. Las dificultades
provenían de los artículos 10 y 11 de la misma Declaración: en la "ordenación" del
Estado pone en el mismo nivel de valores a las "confesiones" y a las "ideologías". A ello
se añade la ilustración en general, con su gran maestro E. Kant (1724-1804) en
particular. Hay además un factor especial: el tema sobre los derechos y sobre las
libertades en la Iglesia católica va a la par, o por delante, de la cuestión de la libertad
religiosa, que no adquirió un nuevo sesgo hasta la declaración Dignitatis humanae del
Vaticano II (7 de diciembre de 1965), en donde se reconoce "el derecho de la persona y
de la comunidad a la libertad social y civil en materia religiosa". Se mantuvo el silencio
desde Pío VI hasta Pío XI, que en la encíclica Mit brennender Sorge (1937), contra el
nazismo, afirma los derechos inalienables del hombre. Con ocasión del XV aniversario
de la Carta de la ONU sobre los derechos y libertades (1948), el papa Juan XXIII
publicó la encíclica Pacem in terris (1963), haciendo una primera sistematización de los
derechos fundamentales del hombre por parte de la Iglesia: derecho a la existencia y a
un tenor de vida adecuado (PT 4), al respeto de la propia persona, a la búsqueda de la
verdad, a la objetividad de la información (PT 5), a honrar a Dios (PT 6), a la elección
del propio estado (PT 7), al trabajo (PT 8), a la reunión y asociación (PT 9), a la
emigración e inmigración (PT i0), a la intervención en la vida pública (PT 1 l). Vino
luego la famosa constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo
Gaudium et spes (7 de diciembre de 1965) del concilio Vaticano II, muy rica en este
terreno. Baste una cita: "La Iglesia, pues, en virtud del evangelio que se le ha confiado,
proclama los derechos del hombre y reconoce y estima en mucho.el dinamismo de la
época actual, que está promoviendo por todas partes tales derechos. Debe, sin embargo,
lograrse que este movimiento quede imbuido del espíritu evangélico y garantizado
frente a cualquier apariencia de falsa autonomía. Acecha, en efecto, la tentación de
juzgar que nuestros derechos personales solamente son salvados en su plenitud cuando
nos vemos libres de toda norma de la ley divina. Por ese camino, la dignidad humana
no se salva; por el contrario, perece" (GS 41,3).
De este modo podemos señalar las características de la doctrina del magisterio: desde la
cuestión obrera, racial, clasista, feminista, ecológica, de subdesarrollo, etc., hasta el
problema de la gestión del mundo, de los derechos del hombre, de las injusticias, de las
desigualdades, etc. En esta perspectiva hay que estudiar los documentos poritiñcios
sobre la doctrina social de la Iglesia: León XIII (Rerum novarum, 1891); Pío XI
(Quadragesimo anno, 1931); Pío XII (Summi pontificatus, 1939); Juan XXIII (Mater et
magistra, 1961; Pacem in terris, 1963); Pablo VI (Populorum progressio, 1967;
Octogesima adveniens, 1971); Juan Pablo II (Laborem exercens, 1981 -noventa años
después de la Rerum novarum-; Sollicitudo re¡ socialis, 1987; Centesimus annus, 1991).
A ellos hay que añadir el valiente documento del sínodo de obispos de 1971 La justicia
en el mundo; el menos conocido, pero no menos importante,-de la Comisión pontificia
"Justitia et Pax", Self-Reliance o Compter sur so¡ (1978); el de la Comisión teológica
internacional sobre la Dignidad y derechos de la persona humana (1983), y el reciente
de la Congregación para la educación católica Orientamenti per lo studio e 1
insegnamento della dottrina sociale della Chiesa nella formazione sacerdotale (1989),
que propone un eventual programa de enseñanza. El Código de derecho canónico
(1983), que Juan Pablo II llama "el último acto del concilio Vaticano II",. habla de "los
derechos y deberes de todos los fieles cristianos" (cc. 2.8.223). Entretanto, muchos
teólogos y sociólogos católicos han profundizado en el tema de los derechos del hombre
(A. Aúer, F. Bóckle, K. Demmer, J. Schashing, E. Hamel, O. von NellBreunig, etc.).
Los derechos humanos pueden ser considerados según los mundos, como lo hace la CTI
en el documento citado (B I, 2.3.4). El primer mundo tiene dos características: se
proclaman los derechos y las libertades, pero esto se hace en una autonomía absoluta,
ya que la dignidad y la libertad pueden quedar aplastadas por el consumismo, el
individualismo, el naturalismo, la falsa autonomía, el laxismo práctico, la libertad
desenfrenada; las diferencias sociales clasistas; las naciones más fuertes acaban
entonces "haciendo que las otras naciones sirvan a sus intereses" (Enchir. Vatic.
9,1053). El segundo mundo, el del llamado "socialismo real", que se está desmoronando
en el sentido socio-económico-político, está decidido a salvar la ideología marxista-
leninista con su perfil histórico-ideológico dirigido a la desaparición total del Estado y
del derecho y, como fase final, la "sociedad comunista perfecta" (l Marxismo). Todo se
basa en la doctrina positivista del derecho: el Estado, guiado por el partido comunista,
a través de la constitución y de la legislación positiva asegura a los ciudadanos los
derechos sociales, políticos, económicos y personales, que anteriormente estaban
totalmente desprovistos de todo derecho "natural" (K. Marx): no existen los "derechos
del hombre"; esta expresión, que no tiene ningún sentido, no se encuentra en su
legislación. Por otra parte, los regímenes del "socialismo real" utilizan el mismo
lenguaje del mundo libre ("libertad", "igualdad", "ley", "conciencia", etc.), pero
entienden las mismas cosas de manera diferente; es decir, el contenido es distinto y
todo debe entenderse únicamente dentro del sistema. Por eso todos tienen que pensar
del mismo modo, y son severamente castigados los "disidentes" y los que piensan de
otro modo. En el tercer mundo, con las. condiciones diversas de los pueblos jóvenes,
que estiman su propia cultura, su independencia, su política, el progreso técnico y
económico, prevalecen los aspectos sociales de los derechos humanos. "Piensan que no
se les reconocen plenamente los derechos de una plena justicia internacional" (EV
9,1056), ya que influye también en ello su escaso peso político y su pobreza. En el plano
555
internacional, las condiciones económicas y comerciales están sometidas con
frecuencia a cláusulas injustas: mínimas ayudas de las naciones ricas ("dureza de
corazón', valores,de las culturas indígenas todavíano apreciados suficientemente.
El segundo gran factor de la discusión y del movimiento sobre los derechos humanos
son las diversas cartas internacionales de la ONU y el Acta final de Helsinki de la CSCE,
con sus organizaciones. La ÓNV con su Estatuto de, las Naciones. Unidas en San
Francisco (1945) ya como punto focal "reafirma la fe en los derechos .fundamentales
del hombre, en la dignidad p en él valor de la persona humana, en la igualdad de los
derechós humanos y dé las libertades,fundamentales de todos, sin distinción de raza,
de sexo, de lengua o. dé religión" (n. 3). En el documento ,fundamental de la ONU -una
piedra miliar puesta en el largo y difícil camino del género humano" (Juan Pablo II)-, a
saber: en la Declaración universal de los derechos del hombre aprobada por la
Asamblea general el 10 de diciembre de 1948, trabajaron también por parte católica J.
Maritain, apelando a la doctrina de santo Tomás, Teílhard de Chardin y otros. En el
Preámbulo (párrafo 1) se asientan clara e indiscutiblemente las bases de la construcción
en que sé apoya toda la Declaración. Esta basé es el hombre considerado no como un
ser "vacío en sí mismo", como despojado de todo valor existencial perteneciente a la
persona misma (K. Marx), sino como un ser cuya dignidad se arraiga dentro mismo de
su realidad personal y ontológica. Esta dignidad de la persona humana en la
Declaración es el fundamento o la fuente de donde se derivan todos los derechos del
hombre, "del hombre como individuo concreto y del hombre en su valor universal"
(Juan Pablo II). No se trata de una dignidad cualquiera añadida desde fuera o
accidentalmente, sino "inherente a todos los miembros de la familia humana" en
cuanto tales (p. 1). Por esta razón, "sus derechos son iguales e inalienables" (p. 1), y "el
reconocimiento de esta dignidad inherente a todos los miembros de la familia humana
y de sus derechos, iguales, inalienables, constituye el fundamento de la libertad, de la
justicia y de la paz en el mundo" (p. 1). Por otra parte, "el desconocimiento y el
desprecio de los derechos del hombre han llevado a actos de barbarie que ofenden a la
conciencia de la humanidad" (p. 2). Inste documento, excelente en su línea,
proclamado solamente como un ideal común para todos los pueblos y todas las
generaciones, ha ejercido sin duda un influjo positivo notabilísimo en el mundo entero,
peto ha quedado privado de eficacia jurídica al no ser un tratado.
Esta rápida mirada a las cartas internacionales lleva a la clara conclusión de que la
fuente de los derechos humanos es el hombre mismo; más exactamente, la dignidad de
la persona humana, cuyo valor está por encima de todo bien creado. Puesto que la
fuente de donde dimanan los derechos es la dignidad del hombre -de cada hombre-,
resulta primariamente claro que todos los seres humanos gozan de igualdad de
derechos y libertades fundamentales, sin distinción alguna, ya que todos están dotados
de la misma dignidad, incluso cuando se encuentran en el error. Esta dignidad, además,
no viene de fuera, sino que es inherente al hombre, y por tanto inalienable. Si no fuese
inherente, resultaría alienable. "Inherente" significa que está tan estrechamente ligada
a la persona humana que se identifica con ella. Por eso la dignidad es patrimonio del
hombre como tal, desde su nacimiento.
Decimos también que la cuestión de la fuente, o más bien de la base en que se apoyan
los derechos del hombre (su dignidad), como indican exactamente las cartas
internacionales, no es solamente de carácter estrictamente jurídico-filosófico (en el
sentido hegeliano o de cualquier otra filosofía "burguesa', sino que representa el punto
de partida de toda exigencia jurídico-práctica respecto a la praxis concreta que se exige
al ciudadano por parte del Estado. Si el gobierno de un Estado se portase con el hombre
como si éste estuviera privado de todo derecho, o bien como si el contenido de sus
derechos fundamentales no se derivase de la dignidad personal, resultaría que la
intocabilidad o la inviolabilidad de este contenido no tendría ningún sentido real.
Según los documentos internacionales, no se -puede proceder descendiendo del Estado
o de lo colectivo al individuo, como sometido a él; el único proceso legítimo es el que
comienza por la adhesión al derecho personal de cada individuo -a través de las
medidas de protección- y desemboca en la comunidad, o bien en el Estado, quedando
bien asentado que cualquier norma emanada del Estado proviene primero del hombre,
en cuanto ciudadano, y tiene su eje en el derecho intangible de cada individuo como
persona, inviolable en su propia dignidad natural.
557
7. LA JUSTICIA SOCIAL ANTES DE LA ENCÍCLICA "SOLLICITUDO REI SOCIALIS".
Volvemos aquí de nuevo al concepto de justicia, ahora como justicia social, y nos
preguntamos si este concepto, de carácter estricta y exclusivamente filosófico y jurídico,
económico, social y político, es también de carácter teológico. Se encuentra ciertamente
en el nivel teológico, en cuanto que el "metro teológico" mide su importancia
éticoreligiosa. Por tanto, cuando hablamos de justicia social, estamos en teología. Este
nexo con la "relevancia ético-religiosa" quiere decir que la justicia social está
estrechamente ligada alas relaciones interpersonales, a la conducta de las personas
entre sí, no limitada ya solamente a una sociedad y a un Estado. Es virtud en el sentido
ya explicado; pertenece a las virtudes cardinales. La justicia social forma parte de la
doctrina social de la Iglesia en sentido eminente; por tanto, "pertenece" al campo de la
teología (SRS 41). Esta nueva perspectiva teológica, más aún, de teología moral, es la
que adopta el nuevo documento de la Congregación para la educación católica
Orientamenti per lo studio e linsegnamento della dottrina sociale della Chiesa pella
formazione sacerdotale (1989) 30-46 y 47-53.
558
Se sigue discutiendo todavía sobre la naturaleza de la justicia social. Se conocen más o
menos tres opiniones: 1) Es una forma nueva de la justicia legal, en cuanto que regula
las relaciones socio-económico-políticas entre súbditos y superiores, no solamente en el
plano nacional, sino también ahora en el internacional. Se objeta: no regula solamente
esas relaciones, sino también las intercontinentales, planetarias e interplanetarias, lo
cual evidentemente trasciende la justicia legal clásica. 2) Es un modo nuevo de la
justicia legal y distributiva juntamente. La respuesta anterior vale también para esta
opinión. 3) Es una nueva cuarta forma de justicia proporcional a nivel mundial. Se
argumenta de la siguiente manera: a) Hay aquí un nuevo principio moral que
trasciende los principios de las tres "justicias" clásicas, exigiendo una distribución
equitativa de las riquezas entre los grupos sociales nacionales, internacionales,
mundiales; b) hay también un nuevo criterio moral de esta equidad: el derecho-deber a
una vida digna del hombre, en el sentido mundial y planetario; el derecho-deber a la
participación en el desarrollo económico-socio-político-cultural; el derecho-deber de
contribuir al bien común de las naciones, de los continentes, de todo el mundo. Hoy, en
particular, se toman en consideración: los beneficios, los salarios, los conflictos entre
ricos y pobres, la solidaridad, la tolerancia, la caridad, la subsidiaridad, la
interdependencia, la participación, la injusticia social, la violencia, el terrorismo, los
problemas ambientales o ecológicos, incluidos los problemas energéticos, el desarme, el
problema de la disuasión, el rechazo de una guerra total, hasta llegar a la idea de
creación de un mundo nuevo, económica y políticamente unido (SRS 11-26; 27-34; 35-
40). Negativamente, según la justicia social, se condenan todos los sistemas
socioeconómico-políticos, con sus ideologías, quede una u otra manera manipulan y
oprimen a las personas, a los grupos, a las naciones. Estos sistemas condenados son: el
liberalismo (Pío XI Quadragesimo anuo 101, año 193.1), el comunismo (Pío XI, Divini
Redemptoris 8, año 1937); la ideología marxista (JUAN PABLO Tl, Laboreen exercéns
I1,año 1981); los dos bloques, a saber: el capitalismo liberalista y el colectivismo
marxista (JUAN PABLO 11, Sollicitudo rei socialis 22, año 1987).
559
El aspecto sociológico del mundo en que ahora nos encontramos es bastante
descorazonados, pesimista e inestable. Hay en él muchas "carencias y oscuridades"
(SRS 25) en su desarrollo: las diferencias económico-sociales (norte-sur), con el
nacimiento del cuarto mundo, con un creciente desprecio de los derechos humanos en
todo el mundo, con una dramática crisis de la vivienda, del desempleo y del
subdesempleo, con una enorme deuda internaciones, con un contraste paradójico de
superdesarrollo y de subdesarrollo (SRS 28),con tentaciones y caídas en la
desesperación, en el pesimismo, en la pasividad, en la cobardía. Hay, por consiguiente,
un subdesarrollo prevalentementeeconómico, cultural y político, pero hay también
un.subdesarrollo humano y espiritual (SRS 15). La encíclica examina las causas que
contribuyen a empeorarla situación en los países en vías de desarrollo. Entre otras,
menciona las siguientes: la perversidad de ciertos mecanismos económicos, financieros
y sociales (SRS 16); la lógica de los bloques con cuatro contraposiciones: política,
ideológica, economice y militar (SRS 20). Por todo ello los ánimos de la humanidad
entera viven todavía bajo una perenne amenaza de una guerra abierta y total. En efecto,
son muy pocas las personas que hoy guían los destinos del mundo. E1 norte, más rico y
más avanzado en el aspecto tecnológico y económico, pesa dos veces sobre el Sur (SRS
21). Está además la tentación de aislamiento por parte de las naciones líderes, que no
permite el bien común de la humanidad (SRS 23). Podemos enumerar igualmente
diversas desviaciones en el desarrollo, como la producción y el comercio de las armas,
que es precisamente la "lógica de los bloques" (SRS 23-24); la presencia de millones de
refugiados, por causa de las discriminaciones, de las persecuciones etc., con la
privación de sus casas, de su trabajo, de su familia, de su patria, del sentido de su vida
(SRS 24); el fenómeno del terrorismo y de los secuestros (SRS 24); la campaña
sistemática contra la natalidad (SRS 25); la droga, forma típica de evasión de nuestro
tiempo, que representa una insidiosa distorsión del concepto de desarrollo personal y
socias (SRS 26). Pero también se dan algunas razones para la esperanza, como la
conciencia cada vez mayor de la dignidad de la persona de cada individuo, la creciente
convicción de una interdependencia radical, la preocupación común por la paz -lo cual
es un dato nuevo en el mundo-, la preocupación ecológica o ambiental que va
sensibilizando poco a poco a los políticos y a los hombres en general, la conciencia cada
vez más intensa en el tercer mundo de una cierta autosuficiencia alimenticia y de
garantía de las fuentes de trabajo.
Por consiguiente, cada uno de los hombres es el hermano (Mat_25:40 y 45), que no
tiene solamente sus derechos y su igualdad fundamental, como imagen de Dios, a
semejanza de la imagen perfecta del Verbo encarnado (GS 22), sino que además ha sido
rescatado por la sangre de Cristo y se encuentra bajo la acción del Espíritu Santo. Así
pues, el hombre tiene que ser amado aunque sea enemigo (Mat_5:44; Luc_6:27-35),
con el mismo amor con que lo ama el Señor. Sólo amando de este modo el hombre se
hace justo, no con su justicia, sino con la justicia que le ha dado Dios.
Con esto aparece igualmente claro que la encíclica SRS es actualísima en su lectura de
justicia social, que muestra y desarrolla, por una parte, perspectivas eminentemente
teológicas y, por otra, pastorales-catequéticas.
9. PARA CONCLUIR. Después de recorrer el ¡ter del desarrollo del concepto de justicia,
desde el profano de los tiempos de la cultura oriental y de los pueblos nómadas hasta el
concepto religioso de la revelación veterotestamentaria y religioso-superior de la
revelación neotestamentana, pasando por el concepto filosófico-jurídico de los griegos y
romanos, la escolástica y la teología de los manuales, y examinando el concepto de
justicia de la ilustración y el del Vaticano II, hemos trazado una especie de línea
sinusoide: de lo profano a lo religioso, a lo espiritual, a lo filosófico-jurídico, a lo
jurídico puro, y, de nuevo, a lo religioso, lo social y lo personalista.
Después del Vaticano II se distinguen dos fases: la primera comprende los diez
primeros años, de 1965 a 1975, en la que los conceptos "justicia", "caridad", "fe", a pesar
del giro del Vaticano II, todavía no estaban muy vinculados entre sí: se miraba la
justicia más bien en el aspecto socioeconómico-político, incluso después del documento
del sínodo de 1971. La segunda fase es la de los últimos quince años, desde 1975 hasta
hoy. Se dio un nuevo giro en profundidad con la exhortación apostólica Evangelii
nuntiandi, de Pablo VI (8 de diciembre de 1975), sobre todo en los números 17-41,
donde la justicia se ve de nuevo personalizada y enriquecida con aspectos bíblico-
teológicos ya en un continuo proceso de acercamiento, y hasta de asimilación, entre la
fe y la justicia: "La evangelización no seria completa si no tuviera en cuenta la mutua
llamada que se hacen continuamente el evangelio y la vida concreta, personal y social
561
del hombre. Para esto la evangelización lleva consigo un mensaje explícito, adaptado a
las diversas situaciones, constantemente actualizado, sobre los derechos y deberes de
toda persona humana, sobre la vida familiar..., sobre la vida internacional, la paz, la
justicia; el desarrollo; un mensaje particularmente vigoroso en nuestros días, sobre la
liberación" (EN 29).
BIBL.: ALFARO J., Teología delta giustizia, Roma 1973; B1FFl E., Cinque letture dello
sviluppo dei popoli. Guida introductiva dll Encíclica "Sollicitudo reí socialis'; en M.
Toso (ed.), Solidarietá nuovo nome delta pace. Studi sull Encíclica "Sollicitudo reí
sociahs" di Giovanni Paolo II offerti da don Giuseppe Gemellaro, Pontificia Universitá
Lateranense, Ciudad del Vaticano 1988, 137-173; BRYAn HEH1R J., John Paul II.
Continuity and Change in the Social Teaching ojthe Church, en C.E. CURRAN y R.A.
McCoRMIcK (eds.), Readings in moral Theology 5, cecial Catholic Social Teaching, New
York/ Mahwah, 247-263; CASABO SUQUé J.M., Lajusticia en el Antiguo Testamento,
en "Stom" 25 (1969) 3-20' CHIAVACCI E., Principi di Morale Sociale, Bolonia 1971; In,
Teología morale 3/ 1, Teología morale e vira economice, Asís 1986; Di PINTO L.,
Volontá di Dio e legge entice nell'Epistola agli Ebrei. Contributo a¡ fondamenti biblici
delta teología morale, Nápoles 1976; DuPONT J., Les béatitudes II, París, 65-90;
FuL'eK L, ll jondamento dei diritti umani nei documenti internazionali, en "CivCat" 4
(1982) 548-557; In, Giustizia alía luce delta jede e del¡ ésperienza, Roma 1989; HAMEL
E., I fondamenti dell ética cristiana in ordine olla giustizia sociales jede e giustizia
sociale, en "Comen" 38 (1978) 74-85; ID, Justitia el jura hominum in sacra Scriptura.
Investigado bíblico-theologica, en "Periodica" 69 (1980) 201-217; In, Fondament
théologique des droits de 17tomme, en "Sem" 23 (1983) 309318; In, Fundamentación
bíblico-teológica de los derechos humanos según la constitución "Gaudium et spes", en
R. LATOURELLE (ed.), Vaticano 11. Balance y perspectivas: veinticinco años después,
1962/1987, Salamanca 1989, 753764; HOLLENRACH D., Global Human Rights: An
Interpretation of the Contemporary Catholic Understanding, en C.E. CURRAN y R.A.
MCCORMICK (eds.), o.c., 366-383; KRASOVEC J., La justice (SDQ) de Dieu dans la
Bible Hebraique et I interprétation juive et chrétienne, FriburgoGotinga 1988
(abundante bibliografía); LORENZEM L., Etica sociale cristiana, en T. GOFFI y G.
PLANA (eds.), Corso di morale, 4, Koinonia, Etica della vita sociale, Brescia 1985, 9-82;
MARTINI C.M., Evangelizare pauperibus, Brescia 1978; Mosso S., Il problema
dellagiustizia e il messaggio cristiano, Casale Monferrato 1982; OERSTREICH G.,
Geschichte der Menschenrecht und Grundfreiheiten in Umriss, Berlín 1987; PAVAN P.,
L Enciclica "Pacem in Terris ". A veinticinque anni dalla Pubblicazione, Roma 1988;
PUNT J., Die Idee der Menschenrechte. Ihre geschichtliche Entwicklung und ihre
Rezeption durch die moderne katholische Sozialverkündigung, Paderborn-Munich-
Viena-Zurich 1987; REJóN MORENO 1~'., Teología moral desde los pobres.
Planteamientos morales de la teología latinóamericana, Madrid 1986; Rossl AGBANOU
V., Le discours eschatologique de Matthieu 24-25: tradition et redaction, Paris 1983;
SCHASCHING J.N., De la lucha de clases a la cultura de ta solidaridad, en R.
LATOURELLE (ed.), o.c., 1101-1110; SCHMIDT S., S. Pauli "justitia Dei"notione
justitiae, quae in V. T. et apud S. Paulum habetur dilucidata, en "Verbum Domini" 37
(1959) 97-105; VV.AA., Human Dignity and Human Rights, en "Greg" 65 (1984);
VV.AA., Instrumenta communicationis socialis in formatione sacerdotali, en "Sem" 37
(1986); VV.AA., Sofidarfeté, nuovo nome Bella pace, en M. Toso (ed.),-o.c.; VV.AA., De
doctrina sociali ecclesiae in formatione sacerdotali: n. 41 de "Seco" 29 (2/ 1989).
562
JUSTICIA en la visión del "Magníficat"
El presente artículo estudia el tema de la justicia a partir de la clave de interpretación
que nos ofrece el Magníficat (Lev_1:47-55). El Magníficas es la expresión lírica de un
acontecimiento personal: María habla de sí misma, de su destino, como persona
histórica; contempla su historia y la de la humanidad a la luz del Dios salvador, del
omnipotente, que hace maravillas con nuestra "ruindad" de criaturas. María es el
verdadero Israel, en quien la antigua y la nueva alianza están inseparablemente unidas.
María es el pueblo de Dios, que da fruto gracias a la fuerza misericordiosa de Dios.
1. MARÍA MIRA EL MUNDO CON LOS OJOS DE Dios. "Ha desplegado la fuerza de su
brazo, ha destruido los planes de los soberbios, ha derribado a los poderosos de sus
tronos y ha encumbrado a los humildes; ha colmado de bienes a los hambrientos y
despedido a los ricos con las manos vacías" (Lev_1:51-53).
Esta segunda parte, tan fuerte; casi ruda, abundante en antítesis, hace del Magníficat el
canto a la vez más delicado y más fuerte del NT. Moltmann ha hecho observar que, en
la Biblia, los himnos más vigorosos han sido cantados siempre por rriujeres: María
(Éxo_15:2 1), Judit (Jdt 16), Débora (Jue 5), Ana (1Sam 2).
Mirando el mundo, María se ve con los ojos de Dios, poderoso y lleno de misericordia, y
nos revela cómo interviene Dios en la historia de los seres humanos. Después de
recordar las grandes obras realizadas por Dios en favor de Israel, María nos presenta
una especie de constante del obrar divino: el amor del Padre a los pequeños, a los
pobres y a los oprimidos. Al escoger a María para su designio de salvación, Dios ilustra
la "regla admirable" según la cual la debilidad se convierte en el instrumento preferido
de su poder (2Co_19:9):
María, en la que Dios ha puesto su mirada, es el lugar privilegiado de todas las
transformaciones realizadas por él en el mundo, el corazón de la revolución del amor
divino y de su obra de liberación. María encarna el poder de Dios, que se manifiesta en
la debilidad, e ilustra la ley de la inversión de los valores, los del mundo, en provecho de
los del evangelio. Por eso María es esperanza para los pobres y los oprimidos.
María es esa "mujer fuerte" que deja entrever las modalidades históricas y sociales por
las que Dios lleva a cabo su proyecto de salvación, defraudando las esperanzas de los
ricos y poderosos, realizando su salvación con los pobres y los humildes. El Magníficat
constituye una crítica objetiva de los valores que los hombres de todos los tiempos
exaltan -el poder, el saber y el tener- en provecho de los pobres y de los.pequeños,
elevados y exaltados, que tienen su ejemplo más perfecto en María.
El Magníficat hace eco al cántico de Ana, madre de Samuel ( 1Sa_2:1-10), cuyo tema
principal es la inversión de los valores como signo de la obra de Dios. Nos presenta a un
Dios que acaba con la situación de todos los que se toman por dioses y no cesan de
oprimir a su prójimo. Es ya el evangelio, donde Jesús encarna la preocupación que
siente su Padre por los hambrientos, los pequeños y los oprimidos. Al presentar aun
Dios que opta por los pobres y los ama, Jesús ofrece la gracia de una redención
liberadora que transformará la historia de los hombres. La liberación que canta el
Magníficat es la que Dios hace: trasciende lo social, aunque tiene consecuencias en este
plano. Se realiza sin odios, apoyada en el amor. Dios ofrece su misericordia incluso a los
injustos que se arrepienten y se vuelven a él (Zaqueo, el publicano, etc.): liberados a su
vez, ellos se ven promovidos al rango de los pequeños y de los pobres, más semejantes a
Cristo. Si Dios, en su misericordia "humilla" a los orgullosos, es para que dejen
finalmente de ser inhumanos; si "derriba" a los poderosos, es para que hagan de su
poder un servicio; si "despide a los ricos con las manos vacías", es para que compartan
con los pobres. Si Dios eleva a los pequeños y sacia a los hambrientos, no es para que se
563
hagan orgullosos, ricos y opresores, ni para que se venguen de los que les han hecho
sufrir.
Los exegetas han subrayado la fuerza profética con la que María canta en pasado y
considera como plenamente cumplidos unos acontecimientos que comenzaron con ella
de forma casi imperceptible, pero que alcanzarán su plenitud en el final de los tiempos.
En su fe profética ve como de antemano la realización definitiva de las promesas de
salvación hechas a los padres y ofrecidas desde entonces a la humanidad entera. María
anuncia la liberación final, mientras que de momento ella no ve más que sus modestos
comienzos. Después de la anunciación y del nacimiento de Jesús, no ha cambiado
aparentemente nada: los poderosos siguen en su sitio, los oprimidos siguen en su
opresión, pero la salvación se da en el silencio y en la oscuridad, entre los humildes y
los pobres que saben ver: María, Isabel y los pastores. Sin embargo, María vislumbra ya
el desenlace final. Canta la liberación en pasado y la considera como cumplida a los ojos
de Dios que trasciende el tiempo y asegura el futuro. Canta las grandes obras de Dios a
partir de su plena realización futura, proclamada ya proféticamente. Todo lo que la
humanidad espera llegará a realizarse; María está segura de ello y nos lo dice. Por eso
precisamente el Magníficat contiene, más allá de una amenaza saludable que se ofrece
salvíficamente a los poderosos y a los ricos, un mensaje de esperanza para los pobres y
oprimidos.
La Iglesia tiene que predicar el Magníficat en su totalidad, sin endulzarlo, sin forzarlo,
tal como salió de labios de María, con sus amenazas salvíficas a los orgullosos, los
poderosos y los enriquecidos, y con sus esperanzas para los pequeños, los pobres y los
oprimidos.
564
La liberación que canta María es ciertamente la que Dios realiza; pero esto no nos
autoriza a resignarnos beatíficamente ante la miseria. Ese Dios que "colma de bienes a
los hambrientos" nos invita a imitarle. Puesto que él los colma, también nosotros
debemos colmarlos a nuestro modo y según nuestras posibilidades.
Siguiendo a los profetas, Jesús no restringe la gracia de la salvación a una sola categoría
social: piensa en todos y quiere la salvación de todos. Su mensaje a los ricos -la
invitación que les hace a compartir, las graves amenazas si no comparten--tiene para
ellos un valor salvífico si, tocados por la gracia, se deciden finalmente a compartir con
los desamparados. En este sentido, las amenazas de Jesús a los ricos son
indirectamente una buena noticia para los pobres.
Por otra parte, muy pocos pueden decirse total y únicamente oprimidos. En cada
oprimido hay casi siempre un opresor en potencia. No hay liberación sin liberación del
odio. Sin la liberación del corazón que sólo Dios puede conceder, las demás liberaciones
serán efímeras. Sólo las personas liberadas pueden liberar de verdad e íntegramente. La
opción preferencia) por los pobres tiene como finalidad la reconciliación, no la división
o la eliminación. Como ha recordado Pablo VI, ni unos contra otros ni unos sin otros,
sino unos con otros.
Igualmente, el libro de los Hechos de los Apóstoles, en donde triunfa la ley del Espíritu
Santo escrita en los corazones (Jer_31:31), presenta una inversión pacífica, no violenta,
de las situaciones sociales. Bajo la nueva alianza, es ahora el Espíritu Santo el que es
llamado padre de los pobres, coma lo canta el himno Ven¡, Sancte Spiritus (cf Job_29:1
S). Por su acción en lo más profundo de los corazones, que empuja a los cristianos a
compartir espontáneamente con los demás, él provoca ya una inversión pacífica y no
violenta de las situaciones. Bajo la acción del Espíritu, los primeros cristianos
enderezaban ellos mismos los desequilibrios sociales, comprendiendo los opresores que
no tienen ya que oprimir, y los ricos que tienen que compartir. Bajo la acción del
Espíritu que obra en los corazones, los cambios de situación participan del proceso
general de interiorización y se efectúan muchas veces deforma pacífica, sin violencia.
Los magos mencionados en el evangelio de Mateo (Mat_2:1-12) son un buen ejemplo
de ello: tocados por la gracia, abren sus corazones y sus manos; su saber los lleva a la
adoración del Niño-rey, su poder se transforma en servicio, mientras que su tener se
convierte en homenaje al rey de los reyes.
BIBL.: DU PONT J., Le Magnificar comme discaurs sur Dieu, en "NRT" 102 (1980) 321-
343; ESCUDERO F'REíRE C., Devolver el evangelio a los pobres. A propósito de Le 1,
Salamanca 1978, 183-221; HAMEL E., La donna e la promozione della, giustizia riel
Magnificar, en "RasT" 18 (1977) 417-434; In, Le Magnificar, le femme et la promotion
de la justice, en "CahMar" 113 (1978) 157-175; In, Le Magnificar et le renversement des
situations, en "Greg" 60 (1979) 55-84; MOLINA PRIETO A., Mensaje liberador del
Magníficat y sugerencias marginales, en "EM" 36 (1986) 57-88; MuNoz H., 11
Magnificar, en "Parola, Spirito é Vita" 6 (1982)100-105; PIKAZA X., El Magnificar,
canto de liberación, en "Misión abierta" 69 (1976) 230-247; SCRNACKENBURG R., Il
Magnificar, la sua spiritualitá e la sua teología, en La vira cristiana. Esegesi in progresso
e mutamento, Milán 1977, 215-234; VILLAR E., El Magníficas en la teología de la
liberación, en "EM" 36 (1986) 89-112; VoN BALTHASAR H.U., Marie pour
aujourd7eui, París 1988, 63-68.
E, Hamel
566
Como el acontecimiento es único y tiene una repercusión infinita, su anuncio se parece
al grito del heraldo que anuncia una victoria sin precedentes. Kerigma dice explosión,
fuerza expansiva. Así, el día de pentecostés, Pedro grita en voz alta, ante la gente, la
buena nueva de la salvación por Cristo, a fin de hacerla pública y oficial (Heb_2:14).
Esta intención publicitaria se manifiesta de muchas maneras. Pedro y Pablo se dirigen a
la gente (Heb_3:12; Heb_3:16; Heb_15:22). Su mensaje se propaga por todo el mundo
judío y gentil. Multiplican las llamadas de atención, la urgencia de tomar decisiones:
prestad oídos (Heb_2:14), escuchad (Heb_2:22), haced penitencia (Heb_2:38), salvaos
(Heb_2:40). Todo manifiesta en los apóstoles el deseo de extender por todas partes y á
todos la palabra de Dios. Bajo el impulso del Espíritu, se ven arrastrados por una
especie de fiebre, que los obliga a anunciar, a evangelizar. ¿Cómo podrían callarse? Ha
llegado la plenitud de los tiempos: "ahora", "hoy". Nada hay más importante que pueda
ya producirse. Todos los hombres están llamados a la salvación. Nadie puede ser
neutral.
567
3. La parénesis sólo difiere de la catequesis por la orientación, que es la de la conducta
moral, y por el tono, que es el de la exhortación. Así varias cartas de san Pablo, tras una
exposición doctrinal, terminan con una parénesis (Rom 12-15; Gál 5-6; Ef 4-6).
En el AT, Israel recibe el decálogo para que viva según la alianza con el Dios tres veces
santo. Del mismo modo, en el NT, si los cristianos son llamados por Dios para ser hijos
suyos, han de vivir según esta vocación. La vocación a Cristo tiene como corolario
necesario una vida según Cristo. Los preceptos acompañan a la vocación. "Si os dejáis
conducir por el Espíritu, no estáis bajo la ley" (Gál_5:18), sino "bajo la acción de la
gracia" (Rom_6:14). Vivir en Cristo es adoptar el estilo de vida de Cristo; sus ideas y sus
aficiones. Las exhortaciones, las llamadas a la vigilancia y a la práctica de las virtudes,
los preceptos particulares de la parénesis precisan y actualizan el precepto general del
amor en los detalles de la vida diaria. La apertura al amor no hace inútil cierta
"señalización" para que no nos perdamos en la oscuridad y naufraguemos. Por tanto, la
parénesis no es simple moralismo, sino realismo de una vida en Cristo, que no carece
de normas, aunque está más allá de las normas en su impulso y en su objetivo.
BIBL.: 1) KERIGMA: FRIEDRICH G., TWNT, II, 705-734, III, 682-717; GONZÁLEZ
Ruiz J.M., Kerigma, en conceptos Fundamentales de Pastoral, Madrid 1983, 542-549;
GRASso D., L ánnuncio della salvezza, Nápoles 1965; LATOURELLE R., Teología de la
revelación, Salamanca 19773; ID, A Jesús el cristo por los Evangelios, Salamanca 1982;
MuRPHY F.X. Kerygma, en NCE VIII, 167-168; RETVGSTORF K.H., Apostolat und
Predigtamt, Stutgart 19542; SCAaINI P. Kerygma, en Dizionarío di Pastorale, Asís
1980, 297-300. 2) CATEQUESIS: BARDY G., Catéchése, en Cath 11, 646 y bibliografía;
LATOÚRELLE R., Teología de la revelación, Salamanca 19773; MURPHY F.X.,
Catéchése, en NCE III, 208.
R. Latourelle
MAGISTERIO
La palabra magisterium en latín clásico significaba el papel y autoridad de alguien que
era "maestro" en cada una de las diversas aplicaciones del término: se podía ser
"maestro" de un barco, de siervos, de un arte u oficio, así como "maestro de escuela".
Sin embargo, hacia la Edad Media, magisterium pasó a significar el papel y autoridad
del profesor. El símbolo tradicional de la autoridad magisterial era la silla; así santo
Tomás podía hablar de dos tipos de magisterium: el de la silla pastoral del obispo y el
de la silla profesoral del teólogo de universidad.
568
al oficio de enseñar como tal, sino al conjunto de hombres que tienen este oficio en la
Iglesia católica, a saber: el papa y los obispos. En los documentos del concilio Vaticano
II se encuentra el término usado en ambos sentidos. El concilio también describió
varias veces el magisterio del papa y de los obispos como "auténtico", y declaró que "el
oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios ha sido encomendado
únicamente al magisterio de la Iglesia" (DV 10). Es importante comprender que el
término "auténtico", tal como es utilizado aquí, no significa "genuino" o "verdadero",
sino más bien "autorizado", y específicamente "dotado de autoridad pastoral o
jerárquica". El concilio no pretendía negar que los teólogos y exegetas puedan
interpretar la palabra de Dios con la autoridad que su erudición les confiere: Lo que
afirma es que solamente los pastores de la Iglesia han heredado el mandato que Cristo
dio a los apóstoles de enseñar en su nombre con tal autoridad que aquel que les oye,
oye a Cristo, y aquel que les rechaza rechaza a Cristo y a aquel que le envió (ef
Luc_10:16).
Estos asertos, obviamente, necesitan ser justificados por la evidencia sacada del NT y
los documentos de la Iglesia primitiva. El espacio de este artículo nos permite sólo una
breve indicación de cómo podría hacerse esto. Deberían desarrollarse los siguientes
puntos: a) los apóstoles recibieron de Cristo el mandato de enseñar en su nombre; b)
ellos compartieron este mandato con otros a los que asociaron al ministerio. pastoral;
c) el principio de sucesión de este mandato es ya operativo durante el período de la
redacción del NT; d) la Iglesia de los. siglos II y ni reconocía a sus obispos como los
legítimos sucesores de los apóstoles en la autoridad magisterial.
Puesto que Cristo no dejó nada escrito, la fe cristiana depende completamente del
testimonio de sus discípulos, y especialmente del testimonio de los doce hombres a los
que Cristo había elegido personalmente "para que estuvieran con él y para enviarlos a
predicar" (Mar_3:14). Ser cristiano significa ser alguien que "crea en Cristo a través de
su palabra" (cf Jua_17:20), porque, fuera del testimonio de los apóstoles, no
conoceríamos nadó de lo que Cristo dijo o hizo. Los evangelios nos dicen que estos
hombres fueron enviados por Cristo resucitado con el mandato: "Predicad el evangelio.
a toda criatura" (Mar_16:15); "haced discípulos míos en todos los pueblos...
enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado" (Mat_28:19s). Al cumplir este
mandato, los apóstoles estarían autorizados para hablar en el nombre de Cristo, con la
consecuencia de que "el que os recibe a vosotros me recibe a mí, y quien me recibe a mí
recibe a quien me ha enviado" (Mat_10:40).
El ejemplo más claro de cómo un apóstol compartía con sus colaboradores este
mandato de enseñar se halla en las cartas pastorales, donde a Timoteo y Tito se les
recuerda repetidamente su misión de maestros. A Timoteo se le dice: "Estas cosas has
de recomendar y mandar" (1Ti_4:11). "Mientras llego, aplícate a la lectura, a la
exhortación, a la enseñanza" (1Ti_4:13). "Cuida de ti mismo y de lo que enseñas"
(1Ti_4:16). "Exhorta con toda paciencia y con preparación doctrinal" (2Ti_4:2). I! a
Tito, igualmente: "Tú, en cambio, predica lo que está conforme con la sana doctrina"
(Tit_2:1).
569
El principio de sucesión en el mandato de enseñar es también evidente en las cartas
pastorales; por ejemplo, en 2Ti_4:1-8, dondeestá claro que Timoteo debe proseguir este
ministerio después de la muerte de Pablo. Es también evidente en las instrucciones
dadas a Timoteo sobre la elección de los hombres para el papel de episkopos que sean
"capaces de enseñar" (1Ti_3:2). Se le dice: "Y las cosas que me oíste a mí ante muchos
testigos, confíalas a hombres leales, capaces de enseñárselas a otros" (2Ti_2:2). A Tito
se le instruye igualmente de que entre los requisitos de un hombre para ser elegido
como presbítero está el de que sea "guardador fiel de la doctrina que se le enseñó, para
que sea capaz de animar a otros y de refutar a los que contradicen" (Tit_1:9). Ideas
parecidas se hallan en Hechos, donde el discurso de Pablo a los presbíteros de la Iglesia
de Éfeso mira al tiempo que seguirá a la muerte de Pablo, cuando "se introducirán
entre vosotros lobos crueles". Entonces el papel de aquellos "a los que el Espíritu Santo
ha constituido como episkopoi"será estar alerta para salvaguardar la fe del rebaño de la
corrupción por obra de hombres que "enseñarán doctrinas perversas" (Heb_20:28-31).
Aquí encontramos de nuevo el principio de sucesión en el mandato apostólico de
enseñar ya operativo en la época del NT.
Prácticamente, cada una de estas frases merece algún comentario. La autoridad del
magisterio no es una autoridad por encima de la palabra de Dios, sino sobre sus
interpretaciones humanas. Es una autoridad dentro de la comunidad de fe, que sirve a
la unidad de la Iglesia en la profesión de la fe verdadera. La expresión "lo que ha sido
570
transmitido" se refiere a todo el "depósito sagrado de la palabra de Dios, confiado a la
Iglesia". Es extremadamente significativo que el concilio diga que es a la Iglesia (y no
precisamente al magisterio) a la que se le ha confiado todo el depósito de la palabra de
Dios. Igualmente es "la Iglesia, con su enseñanza, su vida, su culto, (quien) conserva y
transmite a todas las edades lo que es y lo que cree" (DV 8). Es ésta una saludable
corrección de la noción que se halla en primitivos tratados sobre este tema, según los
cuales el depósito de la fe fue confiado únicamente a los sucesores de los apóstoles y se
transmite primariamente, si no exclusivamente, en la enseñanza oficial del magisterio.
La frase "lo escucha devotamente" nos dice que, antes de que puedan ser predicadores
de la palabra, los obispos deben ser primero oyentes; y puesto que "el depósito sagrado
de la palabra de Dios ha sido confiado a la Iglesia", deben escuchar esta palabra en
cuanto que ha sido transmitida en la fe, vida y culto de la Iglesia. Esto implicará
"consultar a los fieles", como señalaba Newman, y escuchar también a los exegetas y
teólogos que dedican su vida a estudiar la palabra de Dios. La frase "lo custodia
celosamente" sugiere la especial preocupación del magisterio: su función primaria no es
penetrar en las profundidades de los misterios de la fe (la tarea de la teología), sino más
bien salvaguardar el inestimable tesoro de la palabra de Dios y defender la pureza de la
fe de la comunidad cristiana. Realizan esta tarea "con la asistencia. del Espíritu Santo".
Aunque el Espíritu Santo habita en todos los fieles y "suscita y mantiene el sentido
sobrenatural de la fe que caracteriza al pueblo en su conjunto (LG 12), los católicos
creen que el sacramento de la ordenación episcopal, que confiere la función del
magisterio pastoral, es una prenda divina de asistencia especial otorgada a los obispos
en el cumplimiento de su oficio de enseñar. Aunque esta asistencia proporciona una
garantía absoluta de la verdad de su enseñanza solamente en determinados casos
especiales, nos da motivo de confianza en la fiabilidad de su enseñanza incluso cuando
no es infalible.
Desde el Vaticano II, los obispos vienen ejerciendo su función de enseñar reunidos en
conferencias episcopales. Una conferencia episcopales la corporación. permanente,
compuesta por todos los obispos de un país o territorio, en el que ejercen su oficio
pastoral conjuntamente. El Vaticano lI recomendó encarecidamente esta forma de
571
colaboración regular entre todos los obispos de cada nación (CD 37), y Pablo VI hizo
obligatoria la institución de tales conferencias ("AAS" 58 [ 1966], 774). Puesto que la
enseñanza sobre asuntos de fe y moral forma obviamente parte del oficio pastoral de
los obispos, un gran número de conferencias episcopales han publicado cartas
pastorales o han realizado declaraciones de naturaleza doctrinal en estas últimas
décadas. El Código de derecho canónico de 1983 sancionó este ejercicio de magisterio
episcopal, estableciendo: "Los obispos que se hallan en comunión con la cabeza y los
miembros del colegio, tanto individualmente como reunidos en conferencias
episcopales o en concilios particulares, aunque no son infalibles en su enseñanza, son
doctores y maestros auténticos de los fieles encomendados a su cuidado" (can. 753).
Los "concilios particulares" a los que se refiere este canon pueden ser o un "concilio
plenario", en el que toman parte todos los obispos de una conferencia episcopal, o un
"concilio provincial" de obispos de una provincia eclesiástica (que consiste en una
archidiócesis y las diócesis vecinas asociadas a ella). Las reuniones regulares de una
conferencia episcopal no son concilios plenarios; pero la conferencia puede decidir, con
la aprobación de- la Santa Sede, celebrar un concilio plenario, al que la ley canónica
atribuye poderes más amplios de los que otorga a las reuniones regulares de la
conferencia.
En años recientes han existido diferencias de opinión entre teólogos y canonistas sobre
la autoridad de enseñar de las conferencias episcopales. Algunos sostienen que es
únicamente cada obispo individual, y no las conferencias como corporación, quien
tiene el "mandato de enseñar". Otros insisten en que las afirmaciones doctrinales que
han sido votadas y aprobadas por la asamblea de una conferencia episcopal llegan a los
fieles de esa región con la autoridad de enseñar de la conferencia episcopal como tal, y
no meramente con la autoridad de los obispos locales. Cualquiera que sea el caso
jurídico, debería reconocerse que la efectividad real de las afirmaciones doctrinales
para ganar el asentimiento de los fieles no depende tanto de su autoridad estrictamente
jurídica como de su autoridad moral, que puede medirse por la acogida que aquellos
que están sujetos a esta autoridad estén dispuestos a darle. A este respecto, apenas se
puede dudar de que los católicos atribuirán más autoridad a .una afirmación emitida
tras plena deliberación por parte de toda la conferencia episcopal que a la emitida sólo
por su obispo local. La autoridad moral de algunas afirmaciones doctrinales hechas por
conferencias episcopales ha sido realzada por el hecho de que el propio documento.,
establece la clara distinción entre principios sobre los que se espera que todos los
católicos estén de acuerdo, y propuestas concretas qué los obispos presentan como
fruto de sus deliberaciones, pero acerca de las cuales están de acuerdo en que pueden
existir legítimas diferencias de opinión.
Cuando el Vaticano I declaró que las definiciones solemnes pronunciadas por el papa
eran "irreformables en sí mismas y no en virtud de la opinión unánime de la Iglesia"
(DS 3074), su intención era excluirla doctrina del galicanismo, que había afirmado que
las definiciones papales no serían irreformables a menos que fueran confirmadas por el
episcopado (DS 2284). A1 rechazar la posición galicana, el Vaticano 1 no excluía, y no
podía excluir, una dependencia real de las definiciones papales de la fe de la Iglesia.
Pues el papa puede definir como dogma de fe solamente lo que está contenido en el
depósito de la revelación, que "ha sido confiado a la Iglesia" (DV 10), y es "transmitido
con su enseñanza, su vida, su culto" (DV 8). Puesto que el papa no tiene una fuente
independiente de revelación, no puede definir un dogma de fe sin haber consultado de
alguna forma real la fe de la Iglesia.- Sin embargo, no por eso se puede establecer que el
consenso previo de todos los obispos o de los fieles es una condición que ha de
verificarse absolutamente antes de una definición papal pues esto eliminaría la
posibilidad de un acto decisivo del magisterio papal, que podría ser necesario para
conjurar una amenaza contra la unidad de la fe de la Iglesia, conseguir un consenso o
restaurar el que se ha perdido.
Mientras que la infalibilidad del magisterio al definir cuestiones del objeto primario es
un dogma de fe, la infalibilidad del magisterio con respecto al objeto secundario no es
un dogma de la fe católica, sino una doctrina comúnmente sostenida por los teólogos
católicos y confirmada por el magisterio ordinario (cf "AAS" 65 [1973] 401).
Una cuestión hoy muy discutida es si todas las normas de la ley moral natural caen
dentro del objeto del magisterio infalible. Generalmente se está de acuerdo en que
algunos de los principios y normas básicos de esa ley están también divinamente
revelados y, en cuanto que pertenecen al objeto primario, podrían ser enseñados
infaliblemente. No parece, sin embargo, que tal norma haya sido nunca definida
solemnemente. No se discute si las cuestiones de la ley moral natural caen dentro de la
competencia del ejercicio ordinario no infalible del magisterio. La cuestión sobre la que
existen opiniones diferentes entre los teólogos católicos es si el magisterio puede hacer
declaraciones definitivas e infalibles sobre cualquier cuestión perteneciente a la ley
moral natural, relativa incluso a los complejos problemas modernos cuya solución no se
encuentra en la revelación, sino que debe buscarse mediante la aplicación de la
inteligencia humana a la búsqueda de la verdad moral con otras personas de buena
voluntad, "a la luz del evangelio", pero también "a la luz de la experiencia humana" (GS
46).
El primer punto a tener en cuenta en esta disputa es que si esas normas morales no
están formalmente contenidas en la palabra revelada de Dios, sólo pueden pertenecer al
objeto secundario de la enseñanza infalible. En ese caso podrían ser definidas por el
magisterio con infalibilidad solamente si se demostrara que si el magisterio no pudiera
emitir un juicio definitivo sobre tal materia, estaría incapacitado para defender o
explicar alguna verdad formalmente revelada. El segundo punto es que, si el magisterio
ha formulado un juicio infalible sobre una cuestión, ese juicio debe sostenerse como
absolutamente definitivo e irreversiblemente verdadero. Muchos reputados teólogos
católicos cuestionan que sea apropiado hablar de juicios absolutamente definitivos e
irreversibles sobre este tipo de problemas. Argumentan que es difícil excluir la
posibilidad de que la futura experiencia pudiera plantear un problema moral concreto
dentro de un nuevo marco de referencia que exigiría una revisión dela norma que
cuando fue formulada no pudo tener en cuenta esa nueva experiencia. Finalmente debe
recordarse que la infalibilidad del magisterio con respecto a un tema no revelado no es
un dogma de fe. Si el magisterio llegara a definir alguna vez una cuestión de esta
naturaleza, a los católicos no se les pediría hacer un acto de fe sobre esa definición, en
el estricto y verdadero sentido del término, ni sobre la verdad de la proposición
definida ni sobre la infalibilidad de la Iglesia al definirlo.
BIBL.: AA. V V., Les théologiens et l'Église, en "Les Quatre Fleuves" 12 (1980) 7-133;
ALEARO J., La teología y el magisterio, en R. LATOURELLE y G. O'CoLLINS (eds.),
Problemas y perspectivas de teología fundamental, Sígueme Salamanca 1982; BOYES
J., Church Teachtng Authority in the 1983 Code, en "The Jurist" 45 (1985) 136170;
CNIRICO P., Infalibility: The Crossroads of Doctrine, Kansas City 1977; CURRAN C. y
MeCORMICK R. (eds.), The Magisterium and Morality (Readings in Moral Theology 3),
Nueva York 1982; DULLES A., Lehramr und Unfehlbarkeit, en W. KERN , H.-J.
POTTMEYER y M. SECRLER (eds.), Handbuch der FundamentalTheologie IV, Traktat
575
Theologische Erkenntnislehre, Friburgo 1988, 153-178; LtSNRER M., El magisterio
especial de !a Iglesia, en Mysterium Salutis I, 618-650; MoINCrJ. (ed.), Le magistére,
institutions et fonctionnements, en "Rechercnhes de Science Religieuse" 71 (1983) 1-
336; VRSY L., The Chureh, Learníng and Teachíng, Wilmington 1985; P07TMEYER
H.J., Das Lehramt der Hirten und seine Ausübúng, en "ThPrQu" 128 (198Q) 336-348;
RAHNER K., El magisterio de (a Iglesia, en Curso fundamental sobre la je, Barcelona
1979, 43648; SuuLmnN F.A., Mogisterium, Teaching Authority in the Catholic Church,
Mahwah-Dublín 1983.
F.A. Sullivan
MAL MORAL
R. Latourelle
El mal tiene formas infinitas, pero el mal más profundo tiene su fuente en el corazón
del hombre. En el siglo del romanticismo, el mal era el sufrimiento, la enfermedad, la
debilidad. Hoy se ha hecho aséptica la existencia humana al negar el pecado. Pero
sabemos muy bien que el pecado sigue existiendo; más aún, que es el mal soberano. Por
otra parte, el lenguaje común no se engaña cuando distingue entre lo que hace mal y lo
que es malo, entre el mal sufrido y el mal querido. El sufrimiento y la muerte se llaman
"humanos" en virtud del sujeto al que afectan; pero, en sentido estricto, sólo el pecado
es "humano", ya que sólo el hombre es su agente, su sujeto libre y responsable. Lo que
nace del corazón es lo que hace malo al hombre (Mat_15:19-20). Cuando hablemos del
mal, nos referiremos aquí ante todo al mal moral, al pecado, a esa marea negra del
amor pervertido que ahoga la vida. Por otra parte, puesto que la enfermedad y la
muerte pertenecen también al escándalo del mal, se hablará de ellas en dos artículos
distintos, como problemas específicos.
576
la historia, la injusticia se nos presentaría entonces como el medio provisional de una
justicia integral.
En este sentido, cierta visión cristiana del mundo, que predica la resignación diciendo
que "la cosa no es tan grave", que "todo acabará por arreglarse", que "el bien se saldrá
con la suya", se parece curiosamente a la concepción marxista de la historia. Para el
marxismo, en efecto, la angustia y el desaliento ante el sufrimiento de una humanidad
alienada, explotada, se debe a nuestro conocimiento incompleto de la historia. El
infierno es la condición necesaria para un acceso al orden definitivo. La dialéctica de los
contrarios acabará suscitando una humanidad finalmente unida y reconciliada. Pues
bien, la decadencia misma del proletariado será el motor y el detonante de su
liberación. Salido de la desesperanza, el proyecto proletario tiende al establecimiento
de una sociedad sin amos ni esclavos, en donde los antagonismos -necesarios hasta
ahora- cederán a una doble armonía: la de los hombres entre sí y la de los hombres con
el mundo. Para polarizar las energías de los hombres, basta por ahora hacerles
vislumbrar un estado superior de humanidad, ultratecnificada, ultradesarrollada, de la
que cada uno se aprovechará por su participación, en donde cada uno encontrará su
realización intelectual y afectiva en la medida en que haga cuerpo con el sistema entero.
La lucha de clases, que es el paroxismo del mal, anuncia la salvación del hombre.
A veces se presenta una solución más radical todavía. En los siglos pasados los hombres
pecaban, y no poco; pero sin jactancia ni bravatas, y se reconocían pecadores. La
singularidad del siglo xx, incluso en los ambientes cristianos, es la de negar el pecado,
la de ponerlo entre paréntesis. Atenazado por el pecado, por el mal, el hombre se niega
sin embargo a llevar su peso: lo descarga en las instituciones, en las estructuras, en los
determinismos (hereditarios, biológicos, psíquicos), en los otros, pero nunca en él. Está
mucho más preocupado de la liberación colectiva que de la salvación personal. Se
vuelve aséptica la existencia humana, lo mismo que ocurre con los instrumentos que
utiliza el cirujano. Pero, al declarar así que todo está permitido y que el hombre es puro,
se nos quita la posibilidad misma de ese ser-más que está ligado a nuestra condición de
pecador, pero consciente y convertido al amor.
Por otra parte, es verdad que el cristianismo auténtico, al mantener con la Escritura
que el mundo ha sido querido verdaderamente por Dios y que es el fruto de una
intención, carga con la parte difícil. De forma equivalente declara con toda lucidez que
el mal existe porque existe el bien. Al afirmar que Dios quiso el mundo, y nuestro
mundo, se responde a la pregunta de Juana de Arco en el drama de Péguy: "Pero
entonces, Dios mío, ¿por qué tanto mal? ¿Qué juego dramático quieres jugar con
nosotros Señor? ¿Hasta cuándo, hasta cuándo estaremos sin comprender?" En el fondo
no hay más que dos salidas: quedar desarmado y rendirse ante Dios, o bien rebelarse
contra él.
Tras esta rebelión contra Dios se oculta no solamente el rechazo eterno de toda
esperanza, sino incluso el rechazo de la misma condición humana. Al rebelarse contra
Dios, los hombres se hacen capaces de los peores horrores. En efecto, la rebelión es
totalitaria. Para acabar con el mal, para cambiar a toda costa la condición humana, se
sacrifica a millones de seres en aras de un progreso concebido y hecho "a medida del
hombre". Para corregir la obra de Dios se confisca la libertad; se entra entonces en un
orden peor que cualquier mal. Cuando el nazismo quiso acabar con la podredumbre de
Occidente, no retrocedió ante millones de muertos. Cuando el marxismo quiere
imponer lo que él considera la justicia sacrifica a porciones enteras de la humanidad.
Los peores asesinos de Shakespeare se detenían ante una decena de cadáveres, porque
no tenían ideologías. Con sus ideologías, nuestro siglo no acaba de acumular crímenes
sobre crímenes para librarnos de todo mal. Para exterminar el mal, se extermina a
Dios. Pero una vez que se ha crucificado a Dios, el hombre está a merced del hombre,
un lobo capaz de las más feroces hazañas.
En definitiva, ¿por qué es posible la rebeldía? Dios no quiso la rebeldía, pero quiso la
libertad, que es la que permite la rebeldía. Si no fuéramos más que minerales o robots,
la rebeldía sería imposible. Si mantenemos el poder terrible, formidable, de decir no, es
precisamente por causa de la libertad. El hombre no es solamente una tecla de piano; es
578
libre, y su libertad consiste en que puede escoger entre el odio y el amor. Cristo nos deja
la última palabra. "El escándalo del universo -decía Bernanos- no es el sufrimiento,
sino la libertad". Pero ante semejante poder atribuido al hombre y capaz de
desencadenar las peores catástrofes, de provocar los peores horrores, cómo no sentir la
tentación de decir: "¿Valía esto realmente la pena? ¿Por qué, Señor?"
Si Dios tuviera que excusarse de algo no sería del mal que nos ha hecho, sino de
habernos hecho libres. Él escogió por una parte las piedras, los animales, los
ordenadores, y por otra parte a las personas, esto es, unos seres capaces de decir sí o no
incluso a Dios. Al crear unas "personas", aceptó el riesgo supremo. Por eso viene a
nosotros, sin defensa, como un niño, con las manos vacías o los brazos extendidos en
una cruz, para probarnos que nos quería realmente libres. Dios acepta que la grandeza
del hombre se manifieste tanto por la rebelión como por el amor. Para un cristiano, el
problema es más trágico todavía, ya que la libertad abre la posibilidad a una rebelión
fijada para toda la eternidad. Lo cierto es que no hay más cita decisiva con el mal que
Getsemaní y el Gólgota. A la locura de la rebelión y del mal no hay más respuesta que la
locura de la cruz. Por respeto a nuestra libertad, Dios nos ha hecho comprender que la
locura a la que nos arrastra consiste en desarmarnos sin defendernos, en rendirnos a
Dios, en entregarnos a él por completo en la fe y en el amor. Esta aparente derrota es la
única sabiduría. Si no, el hombre rebelde destruye y se destruye con su violencia. Si
mantenemos que el inocente murió por todos, golpeado por todos, entonces, solidarios
de Cristo, nos desarmamos con él, unidos como él en la última súplica: "Padre". En el
perdón y en el abandono al Padre, Cristo manifiesta su fe en el hombre, capaz de
volverse hacia él, y su abandono y su fe en el Padre, capaz de triunfar en la muerte por
medio de la vida. Permanecemos en la noche, pero bajo las estrellas. Todos los que han
vencido la rebeldía se han negado a defenderse y se han entregado a Dios: Pablo,
Agustín, Francisco de Asís, así como todos esos pueblos oprimidos que esperan, por el
perdón a sus opresores y por su testimonio fiel y tenaz al Señor, obtener la conversión
de la rebeldía que oprime en amor que confiesa su pecado (C. MESTERS, La misión del
pueblo que sufre, Madrid 19862).
No tenemos más formas de conocer la visión de Dios sobre el pecado más que a partir
de Cristo. Si hay algo que comprender, es mirando a Cristo. Pues bien, desde el Génesis
hasta el evangelio, desde Oseas hasta Juan, la Escritura no deja de presentar a Dios
como un amante. La creación es una historia entre dos, en donde el sí de Dios solicita el
sí de su criatura. La creación, para realizarse, tiene necesidad del consentimiento del
hombre, puesto que Dios no crea esclavos, sino seres libres. Dios no es un tirano, sino
un amante: invita, llama, ruega: "¡Si quieres...!" Dios ama bastante a los hombres para
dejar de lado su poder y correr el riesgo de un rechazo. Si hay un infierno, será el que
haya querido cada uno. En efecto, el hombre puede eludir esta colaboración, ahogar esa
llamada y producir un fracaso, una "descreación" del universo; pero no puede impedir
que el amor siga amando. A medida que se comprende a Dios y su amor, se entra en los
abismos de su ternura y de su fragilidad. Al crear libertades, Dios acepta ser crucificado
por quienes se nieguen a amarlo, pero no por ello puede dejar de estar "en estado de
amor".
Así es como Cristo se manifiesta en sus parábolas, en sus actitudes, en sus gestos, que
son otros tantos signos. Ante la samaritana, ¿habríamos actuado nosotros como Cristo?
A esta pecadora le propuso el camino más alto de la reconciliación. ¿Habríamos
escogido a unos traidores como Pedro y Judas para hacer de ellos nuestros hombres de
confianza? A los ojos de Cristo, el más miserable es capaz del mayor amor; el mal
ladrón es el primer candidato al reino de los cielos. La originalidad del cristianismo es
haber definido las relaciones del hombre con Dios, de la ruindad infinita con la infinita
grandeza, en términos de "reciprocidad". Dios espera ser amado en retorno, y por amor
a nuestro amor nos deja el poder de la ruptura o del consentimiento. Es éste el sentido
de la parábola del hijo pródigo. Dios juega el juego de la libertad: se calla ante nuestra
marcha; al volver su hijo, que ha dilapidado todo lo que había recibido, en el
comportamiento del padre no aparece la cólera, ni la justicia, ni el perdón: es el padre
el que aguarda al hijo y lo ve venir de lejos; el que interrumpe las excusas; el que manda
traer la ropa, el anillo, las sandalias; el que corre hacia su hijo y se arroja a su cuello,
porque el que más sufre es el que más ama. Dios ama, pero "a la medida de Dios", con
un amor totalmente distinto del de los hombres. La primera víctima del pecado es
Cristo.
Así pues, es preciso que revisemos todas nuestras ideas sobre Dios. Cuando Dios ve a
sus hijos escoger la muerte negándose a responder a su llamada, ocupa su lugar y se
hace su "respondiente". La cruz, por tanto, nos lleva a un mundo situado más allá de
toda justicia, al mundo del amor; pero de un amor totalmente distinto, que es un
misterio, porque es "a la medida de Dios". En ninguna parte Dios es más poderoso que
en su impotencia. Si el misterio del mal es indescifrable, el del amor de Dios lo es
todavía más.
La cruz es la última tentativa del amor para disolver en nosotros el odio, para
desmantelar el egoísmo, para descrucificar a Dios. Pero ¿qué hay en el hombre, en esta
humanidad pervertida, para que provoque tal exceso de amor, sino la posibilidad de
que nazca un amor en cada uno de nosotros, de que se engendre un ser nuevo, libre y
"liberado" para siempre, de que se introduzca un hijo en la vida trinitaria? Colgado del
madero de la cruz, Cristo invita a los hombres a ponerse en manos del Padre, como
hijos que él ha concebido con su amor.
Es ésta la historia de todos los cambios de situación que llamamos "conversiones" y que
convierten en un instante a un pecador, a un criminal, en un santo. Paradójicamente,
según el evangelio (Luc_15:17-20), es el pecador, en su bajada a los infiernos, el que
está más cerca del reino. En efecto, muchas veces la complacencia en la mediocridad
nos impide ver los abismos que hay en nosotros, y que el pecador percibe con
frecuencia mucho mejor que el "justo" desde el fondo del precipicio. Su misma miseria
puede entonces convertirse en un atajo hacia el amor y precipitarlo hacia Dios. Es
verdad que Dios nos comprende, pero sin querer hacerse cómplice de nuestras
triquiñuelas. Lo que se nos pide es que no nos neguemos a reconocer lo que somos de
verdad, colocándonos en una honorable "medianía". El pecador que no se toma por
otro distinto posee ya ese corazón roto por donde puede entrar la misericordia. Se
reconoce "pecador amado". Nuestras resistencias, nuestros fariseísmos, son necios y
falsos. Todos somos culpables; todos tenemos necesidad de desarmarnos ante el amor y
de reconocernos prisioneros del pecado, pero amados por Dios; y jamás se nos amará
con un amor más grande.
Incluso ante la cruz, el mal moral, ligado a la libertad, sigue siendo un misterio; pero la
sobreabundancia del amor manifestado en Cristo proyecta tal sobreabundancia de
sentido que llega a iluminar este abismo tenebroso.
BIBL.: BONORA A., Mal, en Nuevo diccionario de teología bíblica, 1990, 1090-1110;
BORNE E;, Le probléme du mal, París 1958; In Mal, en D,5; fascículos 74-75 col. 122-
136; BRO B., Lepouvoir du mal, París 1976; EVDOICIMOV P., Dostoiévski et le
probléme du mal, Brujas-Bruselas-París 1978 Gun.w P., Mal, en "Catholicisme"8 (1979)
21.9-232; HAINAUT F., Le mal, énigme seandaleuse, contestation radícale, París 1971;
JOURNET C., Le mal. Essai théologique, París 1962; LwTOURELLE R., El poder del
mal y la salvación por la cruz, en El hombre y sus problemas a la luz de Cristo,
Salamanca 1984 335-359; ROQUEPLO P., Experiencia del mundo, ¿experiencia de
Dios?, Salamanca 1969 SsxnLLwNCSSA.D., Le problémedumal, París 1948,
1951;Tn.uerrFX., La Légende du Grand Inquisiteur, París 1956; VeeNewux R.,
Problémes et mystéres du mal, París 1986; YARNOLD E.Y., Mal, en Nuevo diccionario
de teología I, Madrid 1982, 949-968; ZUNDEL M., Búsqueda del Dios desconocido, San
Sebastián 1962.
583
MARTIRIO
SUMARIO:
1. Recuperación arqueológica de los datos (Antiguo Testamento, Nuevo Testamento);
2. El martirio en teología fundamental (el martirio como lenguaje, el martirio como
signo);
3. La significatividad del martirio;
4. Para una ampliación de la identificación del mártir
R. Fisichella
584
(Gál_4:19). La forma de Cristo que el apóstol imprime no puede ser sino la del siervo
doliente que da su vida por la salvación de todos (l Cristología: títulos cristológicos).
Estos "sentimientos" (Efe_2:5-6) que caracterizan a la figura histórica de Jesús de
Nazaret deben ser también los que definan a quienes se ponen en su seguimiento para
completar lo que falta a sus padecimientos (Col_1:24).
Así pues, la comunidad cristiana ha sostenido siempre el valor eclesial del martirio; éste
posee un tono altamente comunitario, ya que es vivido para y por toda la Iglesia como
un signo eficaz del amor.
La verdad es que estos dos momentos no coinciden; desde el AT hasta el NT y hasta los
primeros decenios de la Iglesia primitiva, se puede asistir a una evolución continua del
término mártys. La evolución semántica esconde el proceso conceptual que se aplicó al
fenómeno; resultará entonces que progresivamente se va pasando de un concepto
genérico de "testigo" de un hecho al concepto más concreto de "testimonio" de una
verdad o de otras convicciones, hasta el testimonio que se da con el derramamiento de
la propia sangre.
El concepto de mártir, en la acepción que hoy posee, comienza a estabilizarse con toda
probabilidad a partir del año 155, con el Martyrium Policarpi: "Policarpo, que fue el
duodécimo en sufrir el martirio en Esmirna, no sólo fue maestro insigne, sino también
mártir excelso, cuyo martirio todos aspiran a imitar, ya que ocurrió a semejanza del de
Cristo, como se nos narra en el evangelio" (19 1). Mártir se identifica aquí como el que
da su propia vida por la verdad del evangelio. En este sentido es muy expresivo un texto
de Orígenes: Todo el que da testimonio de la verdad, bien sea con palabras o bien con
hechos o trabajando de alguna manera en favor de ella, puede llamarse con todo
derecho `testigo'. Pero el nombre de `testigo', en sentido propio, se debe a la
comunidad de hermanos, impresionados por la fortaleza de espíritu de los que lucharon
por la verdad o por la virtud hasta la muerte, que tomó la costumbre de aplicárselo a los
que dieron testimonio del misterio de la verdadera religión con el derramamiento de su
sangre" (In Johannem II, 210).
Sin embargo, es necesario recordar los rasgos más destacados que aparecen en la
Escritura como un primer esbozo de la figura del mártir.
Así pues, el profeta es testigo de la palabra que le ha dirigido el Señor y tiene que
seguirla fielmente hasta el fin; su muerte será vengada sólo por Yhwh: Yo tomaré
venganza de la sangre de mis siervos, los profetas y de la sangre de todos los siervos del
Señor" (2Re_9:7).
Es fácil descubrir en estos textos que la muerte del inocente es recibida como un
testimonio profundo, eficaz, capaz de mantener firme la fe y de suscitar la esperanza en
la intervención del Señor. En este sentido es muy expresivo el relato de 2Ma_6:12-30,
que habla de la persecución del pueblo y de la muerte de Eleazar. De esta perícopa se
desprenden algunos datos significativos: en primer lugar, el hecho de que el momento
de la prueba y de la persecución es interpretado como un momento de gracia (v. 12); el
Señor, a través de esta experiencia, corrige a su pueblo y lo robustece en la fe (vv. 14-
16); el testimonio del justo que acepta la muerte con tal de permanecer fiel a la ley
antigua tiende además a confirmar a los más jóvenes en la fe de los padres (vv. 24-28);
así pues, la muerte es acogida como signo de amor (v. 30); el justo perseguido,
finalmente, es descrito como el que tiene plena libertad ante la muerte y ante el
perseguidor, pero que sin embargo no tiene miedo de optar por ella (v. 30).
586
Por tanto, para el AT, el testigo que acepta la muerte en nombre de la fe es inocente de
toda culpa; su sufrimiento y su muerte se consideran como purificadoras para el pueblo
y como signo del testimonio mayor que el pueblo pudiera recibir. El contenido de la
oración de Judas el Macabeo puede corresponder muy bien a lo que se ha descrito: "Y
suplicaban al Señor que mirara al pueblo pisoteado por todos y que se compadeciera
del templo contaminado por hombres sacrilegos, que tuviera también piedad de la
ciudad devastada, a punto de ser completamente arrasada; que oyera el clamor de la
sangre, que pedía a gritos justicia; que se acordara también de la muerte inicua de
niños inocentes" (2Ma_8:2-4).
Así pues, hay que. considerar dos elementos con vistas a una lectura global de los datos
neotestamentarios:
1) El hecho de que Jesús quiso dar un significado a su propia muerte. Entre los datos
ciertos que pueden aceptarse como pertenecientes al Jesús histórico deben contarse
con toda seguridad el de la conciencia que Jesús tenía de una muerte violenta y el del
significado salvífico que se le dio.
Jesús de Nazaret tuvo ante sí, con plena lucidez, la conciencia de saber que su
comportamiento y sus palabras lo llevarían inevitablemente a una muerte violenta. El
hecho de que los contemporáneos y los mismos discípulos lo comprendieran como un l
profeta (Me 8,28), la muerte del Bautista (Mat_14:1-12), su solidaridad con los
pecadores públicos (Me 2,1516), la crítica de la ley mosaica (Mat_5:17-48), la acusación
de blasfemia (Me 2,6; 14,64), la sospecha de que practicaba la magia o la hechicería
(Mat_9:34), la expulsión de los comerciantes del templo, las duras palabras contra los
sacerdotes (Me 11,15-18. 28-33) y sobre todo su pretensión de ser de forma privilegiada
el hijo de Dios (Jua_5:18), e incluso uno solo de estos hechos, dejaba vislumbrar la
posibilidad de una muerte violenta. No hay que olvidar tampoco que en varias
ocasiones, como nos refieren los evangelios, Jesús estuvo a punto de ser
apedreado.(Jua_8:59; Jua_10:31-33; Lev_4:29).
Por consiguiente, Jesús no se mostró pasivo ante la perspectiva de este tipo de muerte;
al contrario, sacó motivos de allí para dirigir su existencia dentro del horizonte de una
muerte violenta, acogida para la salvación de todos (Jua_3:14-15).
a) El martirio como lenguaje. Querámoslo o no, el término mártir" trae a la mente del
que lo pronuncia o del que lo, escucha una realidad definida. Como todos los términos
del lenguaje humano, también éste está sometido al análisis lingüístico, que busca ante
todo su sensatez, y por tanto su verdad o no-verdad, en la experiencia cotidiana. En
cuanto lenguaje humano, revela la dimensión más personal del sujeto, que ve realizada
de esta manera tanto su capacidad para poseerla realidad que experimenta y que lleva a
cabo como la autocomprensión de sí como sujeto creativo.
Una forma peculiar de lenguaje humano es la que se realiza a través del lenguaje del !
testimonio. Su hermenéutica permite recuperar algunos datos que ofrecen una visión
más orgánica y significativa del martirio.
Así pues, en esta perspectiva, el testimonio no puede reducirse a una simple narración
de hechos; se convierte más bien en un compromiso concreto, con el que se quiere
comunicar y expresar, si fuera necesario con la propia muerte, la verdad de lo que se
está diciendo, insistiendo en la verdad de la propia persona. Con el testimonio, cada
uno dispone de sí mismo con aquella libertad original que le permite verificarse como
sujeto verdadero y coherente; en una palabra, el testimonio representa uno de los
rasgos constitutivos del lenguaje humano, ya que posee un grado de performatividad
que sería incapaz de expresar la palabra hablada por sí sola.
b) El martirio como signo. Los ejemplos que nos refieren los Acta martyrum muestran
de forma clara que el testimonio del mártir fue leído como signo de la presencia de Dios
en la comunidad. La misma Trinidad revelaba en la muerte del mártir la expresión
última de su naturaleza: el amor que llega hasta el don completo de sí mismo. La Iglesia
ha comprendido siempre el valor de este testimonio y lo ha interpretado como el signo
permanente del amor fiel e inmutable de Dios que, en la muerte de Jesús, había
alcanzado su expresión culminante.
La fuerza provocativa que dimana del martirio y que mueve a reflexionar sobre el
sentido de la existencia y sobre el significado esencial que hay que dar a la vida es tan
evidente que no se necesita ninguna demostración para convencer de ella. La decisión
de llegar a una opción coherente y definitiva encuentra aquí su espacio vital. La historia
de los mártires manifiesta con toda lucidez que la muerte de cada uno de ellos, si por
una parte dejaba atónitos a los espectadores, por otra sacudía hasta tal punto su
conciencia personal que se abrían a la conversión y a la fe: sanguis martyrum, semen
christianorum.
Hay tres cuestiones que parecen afectar continuamente a la persona humana: la verdad
de su propia vida personal, la libertad ante la muerte y la decisión para la eternidad.
Por lo que se refiere al primer momento, la verdad de la propia vida personal, se puede
observar que, desde los primerísimos tiempos de la Iglesia, el martirio fue interpretado
como uno de los gestos más coherentes que el hombre podía realizar. El creyente que
había acogido la fe veía realizada en la muerte del mártir la coherencia más profunda
entre la profesión de la fe y la vida cotidiana. Un análisis de los informes procesales de
los mártires nos hace descubrir que el mártir concebía el camino del martirio como el
sendero que tenía que seguir para ver finalmente realizada su propia identidad de
cristiano y para sentirse completo.
La verdad de la fe, que al foral se convierte para el mártir en "dar la vida por los
amigos" (Jua_15:13), es una experiencia concreta de verdad sobre sí mismo; en efecto,
el mártir comprende que entregar su vida al tirano en nombre de Cristo es lo que
constituye y forma la verdad de su ser. La verdad sobre su vida y la verdad del evangelio
confluyen aquí en una síntesis tan estrecha que ya no cabe la idea de concebirse fuera
de la verdad acogida en la fe. De este modo el mártir se hace testigo de la verdad del
evangelio, descubriendo la verdad sobre su propia vida, que carecería de sentido fuera
de esa perspectiva.
Por lo que se refiere al segundo momento, la libertad personal ante la muerte, hay que
observar que en el martirio esta libertad resulta tan paradójica que parece
contradictora: ¿cómo puede pensarse que uno es libre, si éste es precisamente el
momento en que la propia vida depende de la voluntad de otro?
Sin embargo, la muerte no es un simple dato biológico ante el que cada uno ve la
parábola de su propia vida; es algo más, ya que precisamente en ese momento se
descubre que uno no está hecho para la muerte, sino para la vida. La negativa a verse
desaparecer con la desaparición física de sí mismo hace comprender cuán esencial es
para la persona el enfrentamiento consciente con este acontecimiento, a pesar de que
nos gustaría borrarlo de nuestra propia mente.
590
contradicción, el deseo de querer saber más, la desconfianza, la serenidad, la
desesperación, el cinismo, la resignación, la lucha.
En la muerte cada uno juega su carta definitiva, ya que se ve obligado a esa "partida de
ajedrez" (cf el filme significativo de Bergman El último sello) que ya no puede diferirse
más y que al foral se busca como algo necesario e improrrogable.
Por este motivo se puede afirmar que también el mártir, más aún, sobre todo el mártir,
revela su libertad plena ante la muerte precisamente cuando parece que no queda ya
ningún espacio para la libertad.
En efecto, puesto ante la muerte, el mártir sabe dar el significado supremo a su vida,
aceptando la muerte en nombre de la vida que le proviene de la fe. Por consiguiente, el
mártir, a pesar de estar condenado a morir, escoge la muerte; para él morir equivale a
escoger libremente entregarse a sí mismo, plena y totalmente, al amor del Padre. El
mártir sabe que su aceptación de la muerte, con este significado, corresponde a
liberarse a sí mismo de una vida que, fuera de ese horizonte, se quedaría sin sentido.
En los procesos de los mártires aparece como un leitmotiv la expresión "reunirse con el
Señor". Así pues, en la muerte se encuentra la dimensión íntima de la capacidad
personal de decisión. Aunque pueda parecer paradójico, la decisión más auténtica para
el sujeto, y por tanto la más libre, es la de saber confiarse al misterio que se percibe. El
hombre es misterio, pero comprende dentro de sí la presencia de un misterio mayor
que lo abraza sin destruirlo. Fuera de este horizonte uno se convertiría en enigma
insoluble; por el contrario, dentro de él se encuentra la clave para poder
autocomprenderse.
El martirio, en cuanto signo del amor, es también signo de aquel que en el amor acoge
el misterio del otro. En este punto ya no existen más preguntas, sino sólo la certeza de
ser amado y acogido por él. La fuerza del mártir tiene que encontrarse en la conciencia
de que, puesto que Cristo ha vencido a la muerte, también el que se confía a él reinará
para siempre. La palma del mártir se convierte en el signo perenne de la victoria que va
más allá de la derrota de la muerte.
Estos elementos que hemos descrito permiten ver el martirio como un signo
importante para la búsqueda del sentido y para la credibilidad de la revelación. La
muerte del mártir se convierte en signo de la naturaleza del morir cristiano: asunción
de la muerte misma de Cristo en la vida, acto supremo de la libertad que introduce en el
amor del Padre.
También el concilio ha procurado dar su propia visión teológica del martirio, en la que
es fácil ver una articulación que se puede describir con estas características: en primer
lugar las premisas cristológicas, luego la inserción en el escenario eclesial, después la
comprobación de la especificidad del mártir creyente y finalmente la parénesis, para
que todos los bautizados estén dispuestos a profesar la fe incluso con la entrega de su
propia vida. "Dado que Jesús, el Hijo de Dios, manifestó su amor entregando su vida
por nosotros, nadie tiene mayor amor que el que entrega su vida por él y por sus
hermanos (premisa cristológica).Pues bien, algunos cristianos, ya desde los primeros
tiempos, fueron llamados, y seguirán siéndolo siempre, a dar este supremo testimonio
de amor ante todos, especialmente ante los perseguidores (escenario eclesial).Por
tanto, el martirio, en el que el discípulo se asemeja (assimilatur) al maestro, que aceptó
libremente la muerte por la salvación del mundo, y se conforma a él en la efusión de su
sangre, es estimado por la iglesia como un don eximio y la suprema prueba de amor
(especificidad del martirio). Y aunque concedido a pocos, todos deben estar prestos a
confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirle por el camino de la cruz, en medio
de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia (parénesis)" (LG 42; cf también LG
511; GS 20; AG 24; DH 11.14).
Como se advierte en este texto, el Vaticano II inserta al mártir en una clara perspectiva
cristocéntrica; la muerte salvífica de Jesús de Nazaret constituye el principio normativo
del discernimiento del martirio cristiano. De todas formas, esta centralidad se describe
con la expresión "dar la vida por los hermanos", que recuerda el texto de Jua_15:13 y
permite verificar que lo que mueve al mártir a dar su vida es el amor arquetípico y
normativo de Cristo. Igualmente, el recuerdo de la dimensión eclesial no hace más que
subrayar la continuidad del testimonio de amor dado por el mártir para confirmar a los
hermanos en la fe. Además, cuando el texto conciliar habla de la especificidad del
martirio cristiano diciendo que es un "don eximio", y por tanto una gracia y un carisma
dados a quien más ama, y "la suprema prueba de amor", es decir, el testimonio
definitivo del amor, tanto lo uno como lo otro es visto como algo que se da en la Iglesia
y para la Iglesia, para que de este modo pueda crecer "hacia aquel que es la cabeza,
Cristo. Por él, el cuerpo entero, trabado y unido por medio de todos sus ligamentos,
según la actividad propia de cada miembro, crece y se desarrolla en el amor" (Efe_4:15-
16; cf 1Cor 12-14).
Así pues, cabe pensar que con esta descripción el Vaticano II abre el camino a una
interpretación nueva y más globalizante del testimonio del mártir, con vistas a las
nuevas formas de martirio a las que hoy asistimos debido a la modificación de los
acontecimientos. Por tanto, es lícito pensar que con el concilio se llega a identificar el
martirio con la forma del don de la vida por amor.
592
El texto de LG 42, anteriormente citado, no habla ni de profesión de fe ni de odium
fidei; los supone ciertamente, pero prefiere hablar de martirio como signo del amor que
se abre hasta hacerse total donación de sí.
Si se subraya el amor más que la fe, se comprende que es más fácil destacar la
normatividad del amor de Cristo, que está en la base del testimonio del mártir; en
efecto, esta forma de amor sigue siendo creíble también entre los contemporáneos, que
se ven provocados por una persona en la esfera más profunda de su ser.
Luego si el acento se pone en el amor que está en la base del testimonio del mártir, se
comprende también que resulte mucho más fácil la identificación del mártir con aquel
que no sólo profesa la fe, sino que la atestigua en todas las formas de justicia, que es el
mínimo del amor cristiano.
Un ejemplo claro del uso moderno de "martirio" es el que nos ofrece Maximiliano
Kolbe. Cuando el 17 de octubre de 1971 Pablo VI lo beatificó, lo incluyó entre los
confessores. Pero en la canonización, el 10 de octubre de 1982, Juan Pablo II lo incluyó
entre los mártyres. Una crónica de los hechos permite verificar los siguientes datos:
1) El 5 de junio de 1982, algunos obispos polacos y alemanes, en representación de sus
respectivas conferencias episcopales, dirigieron una carta al Papa, publicada en
L'Osservatore Romano sólo el 7 de octubre de 1982, solicitando expresamente que el
beato Maximiliano Kolbe fuera canonizado como "mártir de la fe católica". Las
motivaciones que acompañaban a esta petición se mueven en un plano de justificación
canónica y siguen las huellas de una antigua concepción del martirio: ante todo, el
hecho de que la ideología nazi era contraria a la ética cristiana y que el encarcelamiento
del padre Kolbe estuvo dictado por el odio contra la fe, mientras que el beato, durante
su prisión en el campo de Auschwitz, no fomentó odio alguno contra el perseguidor que
se encarnizaba en él; finalmente, el hecho de haberse ofrecido en lugar de un padre de
familia con las simples palabras soy un sacerdote católico".
593
3) Más expresivo y extraordinariamente moderno es el discurso pronunciado por Juan
Pablo II en la misa de canonización. No aparece nunca en las palabras del Papa la
expresión "mártir de la fe", pero toda la homilía se consagra a mostrar el testimonio de
amor que dio el padre Kolbe. El Papa asume la categoría de signo como la expresión
lingüística y teológica que mejor puede manifestar el testimonio dado por amor.
El comienzo dei discurso se sitúa a la luz de Jua_15:13, que es el texto asumido por la
LG 42; se usa más de 11 veces el término "amor" y al menos otras cinco una expresión
sinónima; por seis veces se dice que Kolbe es "signo" del amor; esto permite
comprender por qué el Papa se expresa literalmente de este modo: "¿No constituye esta
muerte, arrostrada espontáneamente por amor al hombre, un cumplimiento particular
de las palabras de Cristo? ¿No hace a Maximiliano particularmente semejante a Cristo,
modelo de todos los mártires, que da su propia vida en la cruz por los hermanos? ¿No
posee semejante muerte una elocuencia penetrante, especial, para nuestra época? ¿No
constituye un testimonio particularmente auténtico de la Iglesia en el mundo
contemporáneo? Por eso,.en virtud de mi autoridad apostólica he decretado que
Maximiliano María Kolbe, que después de la beatificación era venerado como confesor,
sea venerado en adelante como mártir".
Se advierte, por tanto, que es posible y que se ha dado ya de hecho una ampliación del
concepto de mártir. De todas formas, ello está pidiendo una reflexión crítica por parte
de la teología.
Proponemos a continuación una "definición" de mártir que intenta recoger las diversas
exigencias expresadas anteriormente, situada más bien ahora en el horizonte de la
teología fundamental:
"El mártir, signo del amor más grande, es un testigo que se ha puesto a seguir a Cristo
hasta el don de su vida para atestiguar la verdad del evangelio. Reconocido como tal por
la voz del pueblo de Dios, es confirmado por la Iglesia como un testigo fiel de Cristo".
2) Seguimiento de Cristo. Con esta expresión se quiere mostrar la libertad del sujeto de
optar por la fe y por las últimas consecuencias de la misma. El seguimiento de Cristo no
es un acto de simple profesión, sino praxis concreta de vida y, al mismo tiempo,
testimonio eclesial, ya que se inserta en la única misión de la Iglesia.
El martirio no es una especulación intelectual, sino una concreción de vida; más aún: es
el punto culminante de una existencia plenamente humana, expresa la libertad plena
del hombre ante la muerte.
El obispo mártir Óscar Romero decía en la homilía del sábado santo de 1979: "Gracias a
Dios, poseemos páginas de martirio no sólo de la historia pasada, sino también de la
hora presente. Sacerdotes, religiosos, catequistas, hombres sencillos del campo han
sido masacrados, despojados, abofeteados, torturados, perseguidos por ser hijos fieles
de este único Dios y Señor". Pues bien, ningún creyente que haya tomado seriamente
conciencia de su propia fe puede pensar que no ha sido llamado al martirio. El martirio
pertenece hasta tal punto a la esencia misma de la vocación cristiana que constituye el
"caso serio" de la vida de cada uno.
Aquí nos sentimos llamados a dar la respuesta última de la petición de amor, ya que se
comprende y se tiene la certeza de que otro, por nosotros, ha entregado gratuitamente
su vida como testimonio de amor.
El martirio se presenta, por tanto, como aquella realidad que todavía hoy puede la
Iglesia, con orgullo, ofrecer al mundo como el signo más grande del amor realizado por
el hombre. Cada uno, ante este signo, se siente interpelado y tiene que tomar posición.
Por tanto, preguntarse si hay todavía hoy mártires y quiénes son es preguntarse si
también hoy la Iglesia está en disposición de presentar el amor inmutable y fiel, que
tiene su fuente en la trinidad de Dios.
Si el mártir es el signo del amor más grande, esto es, sin embargo, una señal de que
todavía hoy, en el mundo, se da el rechazo de Dios y de que hay personas alérgicas al
anuncio profético y a la fuerza testificante de las comunidades cristianas. Es verdad,
estos nuevos perseguidores, cada vez más hábiles por estar cada vez más ligados a
formas oscuras del poder, no ofrecerán al creyente la posibilidad de atestiguar la fe y el
amor como en los primeros tiempos de la Iglesia: no condenarán a muerte con
sentencias jurídicas pronunciadas por los tribunales...; en los perseguidores de nuestro
tiempo se disimula una forma más solapada, más grave y más taimada de perseguir: la
burla, la banalización, la indiferencia o la calumnia..., y a veces la muerte a traición.
R. Fisichella
MARXISMO - Ideología
1. CONCEPTO. El marxismo abarca el.conjunto de doctrinas de Karl Marx (1818-1883),
de F. Engels (1820-1895) y de movimientos de pensamiento y de acción que se han
inspirado en ellos y, posteriormente, en Lenin, pseudónimo de Vladimir Il'ic Ulianov
(1870-1924) y en Mao Tse-tung (1893-1976).
596
Machovec en Checoslovaquia, el de G. Markus y A. Hegedüs en Hungría, el de un grupo
de filósofos de la revista Praxis de Zagreb y el de otro grupo de eticistas de Belgrado,
etc. En efecto, "ese conjunto de movimientos de pensamiento y de acción", que puede
llamarse "marxismo", tiene muchos otros matices, no tanto filosóficos como
ideológicos, políticos y económicos.
Hoy, con el ocaso del "impulso marxista" (E. Berlinguer), con la agonía del viejo
marxismo soviético y del proyecto de gestión, con la aplicación de la "perestroika" (=
reorientación, concepto todavía bastante confuso, oscuro e indefinido) de M.
Gorbachov, se habla ya de tiempo "posmarxista" y de "herederos" del marxismo, que se
esforzarán en presentar el "marxismo auténtico" en su índole genuina, limpio de todos
los revisionismos y de todas las variaciones, de manera que -según algunos- el
marxismo no está acabado, sino que está comenzando ahora. La razón fundamental
está en su naturaleza, que puede compararse con la civilización cultural, como la del
judaísmo, la del cristianismo, la del islam, la del budismo, es decir, la fe de los grandes
movimientos religiosos del mundo.
598
relativo, dependiendo siempre de las condiciones económicas y del querer de otros
hombres, los que están en el poder.
Por consiguiente, el hombre se conoce a sí mismo a través del conocimiento que tiene
de los demás. Este "otro" o este "tú" es el colectivo. La subjetividad nace a través de la
comunicación, de la intersubjetividad. Mi autoconciencia nace de la presencia del otro
en mí. Este otro no es otro individuo o un "tú" indivisible, sino precisamente un
"nosotros" colectivo. Por eso la persona, en sentido ontológico, no existe. La persona
sólo se entiende en sentido ético, como personalidad; y se hace tal cuando en la praxis
reconoce su ser relativo. Así pues, el hombre se hace "hombre-sociedad" o bien
"hombre-colectivo"; pero con esto no enriquece su propia persona a través del
enriquecimiento de la comunidad en que vive, sino que lo recibe todo exclusivamente
de la sociedad y lo da todo a la sociedad. Por tanto, este hombre se aliena a sí mismo en
beneficio de la sociedad, empobreciéndose cada vez más en lo íntimo de su ser humano.
Pero hoy, entre tantos "ateísmos" teóricos, se empiezan a agrietar los tres grandes
mitos, apropiados y propagados por el marxismo, que ya no atraen ni interesan tanto
como antes.
El tercer mito es el ateísmo social, que habla en nombre de la justicia, como rebelión
contra la explotación, la pobreza y todo tipo de opresión social. Pero este ateísmo
transporta los problemas del pasado a nuestro tiempo; es decir, transporta la rebelión
contra las clases dominantes, que apelaban a Dios para justificar sus privilegios. Hoy
las clases dominantes ya no apelan a Dios; la Iglesia es aquella "voz en el desierto" del
mundo que grita contra la injusticia y la opresión, contra la pobreza y el marxismo ateo,
apelando a los derechos y a la libertad, al desarrollo, a la solidaridad, a la participación;
es decir, trabaja por salvaguardar y proteger la dignidad del hombre a nivel personal y
comunitario. Así pues, los derechos, la libertad y la justicia no pueden ser de ningún
modo objeto de rebelión o. motivo de acusación' contra Dios.
Derribados estos mitos del ateísmo teórico que han utilizado los diversos marxismos,
especialmente el oficial soviético, y habiéndose agravado la crisis del sistema del
"socialismo real", muchos estudiosos marxistas cambian de dirección y comienzan a
reconocer claramente el "fracaso" del marxismo ateo. Es de esperar que en la nueva
situación político-económica que se está creando, no sólo en los países del Este (en la
600
misma URSS con los países bálticos, en Polonia, .en Alemania, en Checoslovaquia; en
Rumania, en Hungría, en Bulgaria, en Yugoslavia, concretamente en sus repúblicas
Eslovenia y Croacia), sino en todo el mundo, vaya perdiendo terreno el marxismo
oficial, que es ateo por sistema. Sin embargo en los países del "socialismo real" de ayer
sigue en pie el enorme problema del ateísmo práctico, fruto de los marxismos
propagados durante muchos decenios y con todos los medios disponibles del régimen
comunista. Este ateísmo práctico desemboca hoy en el materialismo práctico, revestido
de un fuerte indiferentismo religioso y moral. Ésta es precisamente hoy la- nueva tarea
del cristianismo auténtico, esto es, la llamada "nueva" o "segunda" evangelización de
las culturas. Por tanto, los frutos negativos del marxismo; concretamente de aquella
variante opresiva y violenta que fue la leninista y la stalinista, no se borrarán del
corazón de las generaciones solamente con un cambio político y económico exterior.
El tercer punto se refiere a la religión. En la teoría, Lenin está de acuerdo con Marx
cuando afirma que la religión es el opio del pueblo ("sic ist das Opium des Volks'~.
Difiere en el aspecto práctico. Mientras que Marx y Engels se refieren ideológicamente
a la "escuela mitológica" (Bauer, Bobertson, Drews), a la "escuela histórica" (Strauss,
Renan, Harnack), así como a la doctrina de la "escuela de Tubinga" (Strauss,
Feuerbach, Christian Baur), Lenin sigue un camino propio, más propagandístico y
demagógico, por no decir agresivo y violento, ideológicamente muy cercano a los
enciclopedistas franceses del siglo xviii, camino que por otra parte había "abierto" ya
Engels. Poco importa que la lucha de los encielopedistas no coincida con la del
marxismo en cuanto a la ideología y la praxis; lo que cuenta es su planteamiento ateo,
su lucha contra la religión cristiana. Este empeño en la "lucha" entra incluso en el
estatuto del PCUS (1961), artículo 2: "El miembro del partido está obligado (...) a
mantener una lucha decidida contra (...) lbs prejuicios religiosos". La K'77,' por su
parte, "garantiza a los ciudadanos de la URSS la libertad (...) de hacer propaganda atea"
(art. 52).
601
El cuarto punto del leninismo" es el desarrollo histórico del concepto de derecho, que
escapa al pensamiento original de Marx-.- Sigamos primero la doctrina de Marx, según
la cual el derecho no es ni puede ser "natural", sino positivo. Por eso el derecho
marxista se coloca, por su naturaleza, exclusivamente en el terreno positivo. En cuanto
a su existencia, tiene en cuenta dos períodos: el primero "transitorio" (que continúa en
el presente) y el segundo "permanente" (en la sociedad final sin clases), que sustituirá a
la desaparición de todo derecho, incluso después de la desaparición del Estado. Esta
doctrina se remonta a Marx y a Engels, cuyo pensamiento no es fácil de reducir a una
interpretación unívoca; en un primer momento Marx ni siquiera usaba el término
"derecho", por estar viciado de la concepción burguesa. En un segundo momento, es
decir, después de haber comprendido que tiene raíces en la economía y en la historia,
más allá de una pura disciplina jurídica, lo afirma al proponer su nueva ontología, que
admite tan sólo una realidad, la material. Bajo la influencia de Hegel, Feuerbach,
Spinoza, los materialistas franceses e ingleses del siglo xvIII, sin excluir a algunos
filósofos de la antigüedad como Heráclito y Demócrito, Marx formula dos tesis
fundamentales: 1) el derecho es parte constitutiva de la historia de la economía, dictada
por la evolución económica; 2) el derecho no es ni inmutable ni universal, por encima
de las categorías de tiempo, de espacio y de historia, ya que el ser del hombre no es ni
puede ser una realidad inmutable. Por tanto, no existe ningún derecho natural, que por
otra parte era un sistema burgués en manos de los poderosos, un sistema esclavista y
feudal, instrumentalizado por los capitalistas, que atribuyeron erróneamente al derecho
un valor universal. Para Marx todas las doctrinas anteriores a él, en comparación con el
materialismo histórico, son filosofías conservadoras, aliadas de la clase dominante.
Aludimos tan sólo brevemente a la doctrina utópica de Marx sobre el deterioro del
derecho y del Estado, ya que tiene una importancia meramente informativa a nivel
gnoseológico para nuestro trabajo. Esta desaparición se convertirá en realidad cuando
desaparezcan definitivamente las condiciones para la existencia del derecho y del
Estado. Se necesita un tiempo equis, "transitorio", el de la "dictadura del proletariado",
en que el mismo proletariado victorioso asume la responsabilidad de ser instrumento
del derecho y del Estado.
Siguiendo las etapas de desarrollo del derecho marxista y dejando aparte muchos
nombres (Kautsky, Plachanov, Bucharon y otros) y sus opiniones, no siempre unívocas
ni totalmente en armonía con el marxismo oficial, hay que decir que en Lenin hay un
doble elemento que representa de nuevo un papel importante: las diversas necesidades
prácticas y pragmáticas son engendradas siempre por nuevas influencias históricas.
Así, aquel desarrollo previsto por Marx y por Engels no se ha verificado generalmente.
Lenin y el propio Stalin siguieron el camino que les imponían las condiciones objetivas,
que impulsaban más bien al reforzamiento que al debilitamiento del derecho y del
Estado. Por este motivo fue condenada la doctrina de E. PaNukanis (por los años
treinta), cuya fidelidad al pensamiento de Marx sobre el "deterioro" era considerada
peligrosa. Desde entonces las obras jurídicas eran más que nunca, posiciones del PCUS.
Stalin, Vyshinski y Judin dictaron a los teóricos del derecho las normas por las que
había que pensar y comportarse. Hoy, el derecho del "socialismo real" (que sigue
existiendo con la "perestroika'~ ha asumido con el cambio "presidencial" de Gorbachov
unas características muy parecidas a las del derecho capitalista, como el estatalismo, el
normativismo, el concepto estrictamente positivista de la ley, el presidenciallsmo, etc. A
pesar de todo, el proceso del derecho habría llegado a la disgregación definitiva.
Es bien sabido que Stalin, con de llegada de Hitler al poder, a fin ue evitar conflictos
con otros Estados, reduciendo al mínimo los motivos de disensión, hizo entrar en 1934
a la URSS -en la Sociedad de Naciones. Este gesto suyo tuvo dos significaciones: el
reconocimiento de todos los Estados con sus derechos "burgueses" y la renuncia a la
revolución mundial de la clase obrera, dando un contragolpe a aquella premisa del
régimen comunista que era el internacionalismo de la clase obrera: A1 mismo tiempo
renunció a una república soviética socialista mundial. En este punto resulta claro que la
Constitución de Stalin de 1936 sufrió las consecuencias de esta actitud, marcando un
giro entre la fase revolucionaria del internacionalismo comunista y la fase de garantía
del nacionalcomunismo, convirtiéndose así en la carta de un comunismo distinto, que
en vez de exaltar al partido comunista de la URSS levantó al Estado, y en vez de
fomentar el internacionalismo comunista de Marx, de Engels y del propio Lenin, puso
al nacionalismo panruso en el primer plano. Stalin buscaba certeza y estabilidad. Y
alcanzó estos objetivos con sus acostumbrados medios radicales bien conocidos. Baste
pensar en la organización de la Gosudarstvennoe PolitiUskoe Upravlanie, la
tristemente famosa GPU, o sea la dirección política estatal, que siguió siendo el símbolo
de la dictadura, del terror, de la angustia, de la sangre y de la muerte, elevados a nivel
constitucional. Sin entrar en el debate sobre si Stalin era solamente un continuador
ejecutivo, ciego y superficial de Lenin, como piensan Medvedev, SoIzenitsin y otros, lo
cierto es que Stalin abandonó la línea internacionalista de Lenin y, en su intención de
mantenerse en el poder a toda costa, no vaciló en liquidar a sus principales
colaboradores, que habían sido en torno a Lenin los primeros dirigentes del
bolchevismo.
En este cuadro tampoco la opción vocacional o profesional era un acto libre del
individuo, sino que era el Estado el que hacía más bien esa opción, organizándolo todo
según el sistema económico y político de la sociedad, en donde la tarea principal la
desarrollaba el partido de cada país, con las inevitables discriminaciones por motivos
sociales, ideológicos, políticos, culturales y religiosos. Había no pocos favoritismos y
preferencias de orden social. Y, según la doctrina marxista-leninista, existía siempre
una base "legal" para la discriminación de todo tipo. La discriminación se revelaba en el
momento del acceso y de la carrera en los empleos públicos y políticos: mientras que se
hablaba de igualdad, ésta no quedaba absolutamente garantizada. De todo esto se
deduce una vez más con claridad que en el "socialismo real' sólo se permitía el tipo de
hombre o de ciudadano siempre dispuesto a servir, sin posibilidad de crítica, ya que de
lo contrario se hacía "disidente" o "desviado en su manera de pensar destinado a
sufrirla clínica psiquiátrica, la prisión, los trabajos forzados.
605
El partido y el Estado intentaban hipócritamente convertirse en "bienhechores" de los
ciudadanos, para recibir su reconocimiento y gratitud. Pero la igualdad de derechos y
de libertad para todos los ciudadanos era solamente una ficción legal, puesto que sólo
se reconocía como "verdaderos" ciudadanos a los miembros del partido comunista.
I. Fucek
607
MESIANISMO
SUMARIO:
I. Espera mesiánica:
1. El mesías real;
2. La esperanza mesiánica según los diversos grupos sociales y religiosos
(G. Rochais).
II. Realización mesiánica:
1. La esperanza mesiánica;
2. Jesús el mesías;
3. La fe en el mesías
(R. Fisichella).
I. Espera mesiánica
El mesianismo propiamente dicho, a pesar de lo que se ha asegurado muchas veces, no
ocupaba en el siglo I a.C. y I d.C. más que un lugar relativamente restringido en la
escatología. En efecto, estaba ligado al tema más fundamental del reino de Dios, a su
vez ligado a la práctica de la Torah. Además, esta espera adquiría colores diferentes
según los grupos sociales o religiosos. Los fariseos, los esenios y los saduceos no
mantenían las mismas esperanzas respecto a la venida del mesías; los textos de la
diáspora griega, poco numerosos, que hablan del mesías no aportan ningún nuevo
elemento; en cambio, la concepción mesiánica de los movimientos populares que se
produjeron a la muerte de Herodes el Grande y durante la gran revolución contra
Roma, en los años 66-70, es muy distinta de las otras concepciones. Esta exposición
tendrá dos partes. En la primera intentaré mostrar ante todo las constantes que
aparecen en la esperanza mesiánica judía a propósito del mesías real, prescindiendo de
la opinión particular de los diversos partidos (fariseos, esenios y diáspora griega); esas
constantes pueden verificarse por la continuidad que se observa en los textos
precristianos y los que siguieron a la destrucción de Jerusalén en el año 70. Este
estudio se basará principalmente en los salmos 17 y 18 de Salomón y en los textos de
Qumrán y, cuando es posible, en el libro III de los Oráculos sibilinos y en el de las
Bendiciones y maldiciones de Filón de Alejandría; los apocalipsis del final del siglo 1(IV
Esdras y Apocalipsis siriaco de Baruc),ciertas tradiciones contenidas en el antiguo
Targum palestino del Pentateuco o también en los Testamentos de los doce patriarcas,
que en su redacción final son ciertamente cristianos, no se utilizarán más que para
corroborar ciertos datos que pueden precisarse con certeza. Las Parábolas de Henoc (1
Hen 37-71)no se tomarán en consideración, debido a su datación incierta. En la
segunda parte me esforzaré en hacer una lectura diferenciada de la esperanza
mesiánica según los ambientes (saduceos, fariseos, esenios), señalando y oponiendo sus
diversas concepciones del mesías real. Prestaré una atención especial a los
movimientos mesiánicos populares anteriores al ministerio de Jesús de Nazaret.
608
preexistencia. El mesías es un ser humano, terrenal. Esto se ve claramente en los
pretendientes reales que se presentaron como mesías en el siglo I y que menciona
Flavio Josefo: Judas ben Ezequías, Simón, Atronges tras la muerte de Herodes el
Grande (Ant. J. XVII, 271-284; B.J. II, 4,55-65); Menahen o Simón bar Giora en la
sublevación judía de los años 66-70, y, finalmente, Simón bar Kosiba en la segunda
sublevación judía. El único texto en que Filón de Alejandría habla del mesías indica
claramente su origen terreno: "Porque aparecerá un hombre -dice el oráculo.
(Núm_24:7 LXX)- que, conduciendo los ejércitos y combatiendo, someterá a las
naciones grandes y numerosas" (Bendiciones y maldiciones 95). En los Salmos de
Salomón (Ps Sal), aunque idealizado; el rey mesías es un hombre real, de la estirpe de
David (Ps Sal_17:23-45). En Qumrám, sea cual fuere el nombre que recibe el mesías
(mesías de Israel, príncipe de la congregación, germen de David, etc.), es considerado
siempre como un ser terreno. Lo mismo ocurre en el Targum palestino del Pentateuco
(TP Gén_49:10-12; Núm_24:7-9; Núm_24:17-19). Todavía en el siglo II, Trifón le dice
a Justino: "Todos esperamos un mesías, que será un hombre entre los hombres, y a
Elías, que tendrá, que ungirlo cuando llegue. Si ese hombre es el mesías, que se sepa
que es un hombre entre los hombres" (Diál. 49). La preexistencia del mesías o del Hijo
del hombre no parece atestiguada antes de finales del siglo 1, en IV Esdras y en el Libro
de las Parábolas de Henoc (IV Esd_12:31s; Esd_13:26.51-52; Esd_14:7-9; 1 Hen 48,16;
62,7; cf 39,6s; 40,5; 46,1-8).
b) La manifestación del mesías. Los poderes de que está dotado. Las características del
mesías, que es de naturaleza terrena, descendiente de David en sentido amplio, explica
la terminología que se utiliza para hablar de su manifestación.
Como hombre, el mesías vendrá (CD VII, 20; XIX, 10; 4 Q Bendiciones patriarcales 3;
Or Sib III, 49) o se levantará (CD XII, 23; XIV, 9; XX, 1; QpOsa II, 21; 4 Q Flor I, 11.13).
Pero el mesías no vendrá ni se levantará por sí mismo; es Dios el que lo hará levantarse
o lo suscitará (1 QSb V, 27; Ps Sal 17 21; 18,5); o también le hará nacer (1 QSa II, I 1), lo
enviará (Or Sib III, 652; V, 108). Según los Apocalipsis del final del siglo i, se dice que el
mesías está reservado para el final de los días (IV Esd_12:32; Esd_13:26); para hablar
de su venida, se dice entonces que será revelado (IV Esd_7:28; Esd_13:32; Ap
Bar_29:3; Bar_39:7; etcétera.
609
Pero ¿cómo se manifestará el mesías? ¿cómo se reconocerá que es el enviado de Dios?
Según la fe popular, atestiguada por los evangelios y en los relatos sobre los profetas
mesiánicos recogidos por Flavio Josefo, el mesías o el profeta mesiánico se revelaría y
justificaría su cualidad de mesías por medio de milagros. Nada parecido se afirma en
los textos que es posible datar con certeza. En los textos apocalípticos de finales del
siglo i (IV Esd; Ap Bar), la venida misma del mesías es el acto decisivo que lo revela. No
hay que objetivar la manera con que se revela: como un león rugiente que sale del
bosque (IV Esd_11:37; Esd_12:31s), como un rayo en la cima de una nube (Ap
Bar_53:1.8-I1); se trata de puras imágenes que sólo tienen un valor simbólico. El
mesías será acreditado como mesías por su misma manifestación y por su obra de juez,
de guerrero y de artífice de la paz que emprenderá entonces.
El mesías vendrá al final de los tiempos. Dios ha escogido para su mesías un día
predestinado (Ps Sal_18:5), que sólo él conoce (Ps Sal_17:21); se habla entonces del día
del mesías (IV Esd_13:52), del día de su poder (Sal_109:3 LXX) o también de un día
escogido (Ps Sal_18:5).
Para que el mesías pueda cumplir con su misión, Dios lo ha dotado de cualidades y
poderes especiales. El Apocalipsis de Abrahán, que es un texto difícil de datar, posterior
a la caída de Jerusalén, resume en una breve sentencia los poderes del mesías: "Enviaré
a mi elegido, que tendrá en sí una medida de toda mi potencia" (Esd_31:1); es decir,
todas las propiedades de Dios se le conceden en cierta medida al mesías. El texto que
sirve de punto de apoyo a todas las referencias que se encuentran en los
pseudoepígrafos o en los textos de Qumrán es Isa_11:1-5. Apoyándose en este texto, el
salmista escribe: "Porque Dios lo hizo fuerte por el Espíritu Santo, sabio por el consejo
inteligente dotado de poder y de justicia" (Ps Sal_17:37).
El mesías será justo y sabio; la justicia y la santidad van emparejadas. El mesías, rey
justo y sabio; no soporta por tanto al malvado (Sal_17:22-29.41). Sus palabras- son más
puras que el oro más precioso; son como las palabras de los santos en medio de los
pueblos santificados (Ps Sal_17:43).
610
Con la justicia y la sabiduría aparece lafuerza. Estas tres virtudes, que provienen del
don del Espíritu concedido al mesías (Isa_11:2), se encuentran mencionadas juntas en
los salmos 17 y 18 de Salomón. El mesías presidirá el tiempo de la salvación "en la
sabiduría del Espíritu, en la justicia y en la fuerza" (Ps Sal_18:7). "Porque el Señor lo
hizo fuerte por el Espíritu Santo, sabio por el consejo inteligente, dotado de poder y de
justicia. La bendición del Señor le acompaña poderosamente; no tropezará. Pondrá su
esperanza en el Señor; ¿quién podrá contra él? Poderoso cuando actúa, es fuerte
porque teme a Dios" (Ps Sal_17:37-40). En la colección de bendiciones de Qumrán se
pide que "Dios eleve (al príncipe de la congregación) hasta la altura eterna, y como una
torre fortificada en una muralla escarpada. Y [tú golpearás a los pueblos] con la fuerza
de tu [boca]; con tu cetro devastarás la tierra y con el soplo de tus labios darás muerte
al impío..." (1 QSb V, 23-25). En el TP Núm_24:7 el mesías es "más poderoso que Saúl";
y en IV Esd se le compara con un león que sale del bosque rugiendo contra el águila
(Núm_11:37; Núm_12:31 s).
El origen de la sabiduría y del poder del mesías es el temor de Dios. Cuando este poder
de Dios aparece en su plenitud, es libertad frente al pecado, característica que subraya
el salmo 17 de Salomón: "Limpio de [todo] pecado, reinará sobre un pueblo inmenso.
Reunirá a los príncipes y destruirá a los pecadores con su palabra poderosa" (Ps
Sal_17:36). El salmista no pretende hablar en este texto de una impecabilidad de
naturaleza, sino, según la mentalidad judía, de la libertad del mesías frente a todo acto
pecaminoso, lo cual es posible para aquellos que, viviendo en el temor de Dios e
iluminados por su Espíritu, pueden conformarse con la ley de Dios, es decir, para los
que son justos en el sentido bíblico de la palabra. "Es un rey justo, al que Dios instruye
y pone al frente de ellos" (Ps Sal_17:32). "Juzgará según lo que (los sacerdotes) le
enseñen" (4 QpIsa lI, 27).
c) La función del mesías. El mesías tendrá esencialmente una doble función: primero,
aniquilar o someter a los enemigos de Israel; luego, gobernar a Israel en la paz y en la
santidad. La actividad guerrera del mesías y su actividad pacífica aparecen muchas
veces juntas en los textos (1 QSb V, 20-29; Ps Sal 17; Or Sib 111, 652-660; V, 414-433;
IV Esd 1112; Ap Bar 53-7.6); otras veces sólo se menciona la actividad guerrera (CD VII,
20-VIII, 2; Or Sib V, 108s) y a veces sólo el reinado pacífico (Ap Bar 30). Siempre se
menciona la actividad guerrera del mesías antes de su reinado pacífico, excepto en la
bendición del príncipe de la congregación (1 QSb V, 20-29).
611
La función primera del mesías, cuando venga o aparezca, será la de suprimir a los
enemigos de Israel o someterlos. En su oración, el salmista pide a Dios que envíe al
mesías "para qué destroce a los príncipes injustos, purifique a Jerusalén de las naciones
que la pisotean y arruinan, que arroje con su sabiduría y su justicia a los pecadores de la
herencia, que aplaste el orgullo del pecador como vaso de alfarero, que rompa con un
cetro de hierro toda su seguridad, que extermine a las naciones impías con una palabra
de su boca, que ante su amenaza las naciones huyan de él, que reprenda a los pecadores
por la voz de su corazón. Entonces reunirá un pueblo santo, al que conducirá en la
justicia... Juzgará a pueblos y naciones en la sabiduría de su justicia. Poseerá a los
pueblos paganos como esclavos bajo su yugo" (Ps Sal_17:2225; Sal_26:29-30). Según
Or Sib 111, 652654, el rey enviado por Dios "matará a unos e impondrá a otros pactos
leales." Según Or Sib V, 418-419, "el hombre bienaventurado, descendido de las
llanuras del cielo..., destruyó por completo bajo olas de fuego a todas las ciudades,
consumó a los pueblos y a los hombres que eran antaño malhechores". Para Filón de
Alejandría, el mesías es un estratega y un héroe de guerra que, "conduciendo a los
ejércitos y combatiendo, someterá a las naciones grandes y numerosas" (Bendiciones y
maldiciones, 95).
También son muy significativos algunos textos del antiguo Targum palestino. Nos
refieren la misma tradición que encontramos en Qumrán, en los Salmos de Salomón y
en los Apocalipsis de Esdras y de Baruc. Baste citar el texto del Targum palestino sobre
Gén 49;11:
"¡Qué hermoso es el rey mesías
que ha de levantarse
de entre los de la casa de Judá!
Ciñe sus lomos y parte al combate
contra sus enemigos,
y aplasta a los reyes con los príncipes.
Enrojece los montes
con la sangre de los que mata
y blanquea las colinas
con la grasa de sus guerreros.
Sus vestidos destilan sangre:
se parece a los que pisan la uva."
Esta estrofa sobre el mesías guerrero coincide con Gén_49:11 y con Isa_63:2-3, de los
que se supone que es una interpretación mesiánica. Pues bien, esta misma
interpretación está atestiguada en Apo_19:11-15; por tanto, es antigua. Por otra parte,
la promesa evoca ante todo la venida del mesías (TP Gén_49:10), luego su triunfo en la
guerra contra los enemigos de su pueblo (v. 11) y la prosperidad final de Israel (v. 12).
Esta secuencia aparece en los textos de Qumrán (1 QSb V, 20-29), en los Salmos de
Salomón 17,23-43), en los Oráculos sibilinos (111, 652-660) y en los Apocalipsis de
Esdras y de Baruc. La misma secuencia se encuentra también en TP Núm_24:7, en
donde lo esencial de la esperanza reside en la liberación nacional, la reunión de los
desterrados en su país y el dominio de Israel. La actividad del mesías guerrero está
también presente en TP Núm_24:1719, texto citado varias veces en Qumrán, y
finalmente en los Tárgumes mucho más recientes de los profetas (Tg Isa_10:27;
Isa_11:4; Isa_14:29-30; etc.).
Finalmente, los Setenta mencionan en Núm_24:7 que el reino del hombre nacido de la
descendencia de Jacob es mayor que el de Gog, dejando entender que el mesías vencerá
a Gog, es decir, acabará con el asalto de los pueblos contra Jerusalén. También se
menciona el combate contra Gog en Apo_20:7 y en los Tárgumes (TJI Éxo_20:11; TJ1
Núm_24:7; TJ2 Núm_11:26).
613
Así pues, el mesías es el vengador del pueblo de Israel; es su libertador (TP Núm_24:7;
IV Esd_12:34; Esd_13:26). Es también el protector del pueblo que subsista (IV
Esd_13:49; Ap Bar_40:2).
Pero más allá de estos beneficios concedidos a la nación, se esperaba en esta época del
salvador escatológico que instalase entre los que quedaban un nuevo orden (IV
Esd_13:26), que los llenase de gozo (IV Esd_13:50), que bendijera al pueblo del Señor
con la sabiduría y el gozo (Ps Sal_17:35), que devolviera a todos las riquezas que en
otros tiempos les habían quitado los hombres (Or Sib V, 416s).
Así pues, el salvador tiene una doble dimensión: es el libertador nacional y político del
pueblo, pero también su jefe espiritual y religioso; el mesías es al mismo tiempo rey y
salvador, héroe político y espiritual. Una afirmación como la que hace Jesús en
Jua_18:36 : "Mi reino no es de este mundo", era inconcebible en la boca del mesías
judío, tal como lo describen los salmos 17 y 18 de Salomón.
Este tiempo del mesías será fundamentalmente para Israel un tiempo de paz, de gozo y
de bienestar. La paz será grande en los días del mesías de Israel (Tg Isa_11:6) y la
felicidad será inmensa. Esa felicidad se describe ampliamente en el Apocalipsis de
Baruc (29; 73-74) y en los Oráculos sibilinos ( Isa_111:657-660; V, 430-433); se la
menciona igualmente en los Tárgumes (TP Gén_49:12; TP Núm_24:18). Los padres de
la Iglesia del siglo n (Papías, Justino) recogerán estas imágenes idílicas y paradisíacas
614
para describir la felicidad de los elegidos en la tierra cuando llegue el reino de los mil
años.
Tiempo de paz, de felicidad y de gozo será para Israel ese reino del mesías, ¿pero qué
será para las naciones? Deforma general puede decirse que la actividad salvífica del
mesías y su reino pacífico se limitan a los israelitas que vivan en Palestina. Las naciones
conocen ante todo al mesías como su adversario. Según la afirmación rabínica más
tardía, el mesías será duro contra las naciones y manso para Israel. Según Salmos
(Núm_17:28), el mesías no dejará que viva ningún inmigrado y ningún extranjero entre
los israelitas. Sólo sobrevivirán las naciones que no hayan dominado sobre Israel (Ap
Bar_72:2-6). En donde no se supone un aniquilamiento de las naciones, allí
habitualmente el héroe escatológico se presenta como un soberano que gobierna a
todos los pueblos. Su poder se extiende sobre toda la tierra (Or Sib II, 653s; V, 416);
mantiene a los pueblos paganos bajo su yugo para que le sirvan (Ps Sal_17:30) y juzga a
los pueblos y a las naciones en la sabiduría de su justicia (Ps Sal_17:29). El héroe
escatológico es reconocido en todas partes como el soberano del mundo, y las naciones
vienen. desde los extremos de la .tierra para ver su gloria y traerle en ofrenda a los hijos
de Jerusalén que habían sido dispersados (Ps Sal_17:31; cf IV Esd_13:13).
Intentemos, para concluir esta primera parte, trazar una . síntesis de las esperanzas:
mesiánicas entre el 50 a.C. y el 50-.d.C.
3) Los textos bíblicos en que se apoya esta esperanza mesiánica son poco numerosos; es
curioso que los mismos textos sean los que comentan los fariseos, los esenios, los
apocalípticos y la tradición común representada por el Targum del Pentateuco: se trata
esencialmente de Gén_49:1012; Núm 24 y de Is 11, y para los apocalipsis, Dan 7. Es
muy significativo que los textos que se refieren a la alianza davídica, concretamente
2Sam 7 y Sal 110, no se citan nunca. El mesías es llamado hijo de David en sentido
amplio, según Isa_11:1; o también germen de David, según Jer_23:5. ¿Cómo-explicar
este escaso interés por el linaje davídico carnal del mesías? ¿No será simplemente
porque era imposible trazar esa filiación? Cabe suponer entonces que se esperaba que
Dios, mediante un milagro, reconstituyera esta filiación revelando o designando él
mismo al mesías, o bien "haciéndole nacer" (1 QSI II, 11).
616
a) Los saduceos. Los saduceos son un caso aparte. No reconocen el mismo valor a todos
los libros sagrados, pero sería exagerado decir que sólo admitían como Escritura el
Pentateuco. La Torah, base del estatuto jurídico reconocido por los romanos después de
los persas y de los griegos, ocupaba el primer plano de sus preocupaciones; en materia
de halakha, había que basarlo todo en ella y reservaban sólo a los sacerdotes la
interpretación auténtica, rechazando la idea de una ley oral con la misma autoridad que
la ley escrita. Los libros no jurídicos -Profetas, Salmos y otros escritos- no gozaban del
mismo privilegio. Pues bien, en el terreno del mesianismo, el Pentateuco no contenía,
leído según el texto, más que un material muy escaso. Los únicos textos mesiánicos
reconocidos en esta época eran Gén_49:10-12 (bendición de Jacob) y Núm_24:17
(oráculo de Balaán). Para interpretar mesiánicamente estos dos textos había que
relacionarlos con las promesas hechas a David y a su descendencia, es decir, apelar a
los libros proféticos y a los Salmos. Pues bien, las promesas mesiánicas contenidas en
los libros proféticos y en los Salmos tenían, a los ojos de los saduceos, una autoridad
menor que las promesas hechas a los patriarcas: promesas relativas a la tierra santa, a
la prosperidad material de Israel, a la eficacia del culto para obtenerla. Mas no hay
nada que permita decir que no esperaban una manifestación futura del mesías. Pero un
mesianismo popular, con sus entusiasmos incontrolables, les parecía un peligro para la
nación. Menahén, el sicario, que pretendía ser rey, fue cogido y ajusticiado por el
guardián del templo, Eleazar, al comienzo de la sublevación judía (B.J., II,17,8-10,433-
445). También Simón bar Giora estuvo enfrentado por entonces con el gobierno
provisional de Jerusalén, dirigido por la aristocracia sacerdotal (B.J., IV, 9,3,503-504).
Y cuando la fiebre mesiánica empezó a crecer en torno a Jesús de Nazaret, Caifás
declaró que era preferible la muerte de uno solo a la destrucción de la nación
(Jua_11:50). Y fueron los saduceos los que denunciaron a Jesús a los romanos como
mesías popular.
c) Los esenios. No cabe duda de que el esenismo esperaba con cierta impaciencia el
cumplimiento de las promesas mesiánicas con vistas a la liberación de Israel y al
establecimiento de un pueblo ideal. La teoría de los dos mesías, de Aarón y de Israel,
marca claramente el carácter sacerdotal del partido religioso conocido por los textos de
Qumrán: el germen de David estará subordinado al sacerdote escatológico en un pueblo
santo cuya vida se centrará en Jerusalén, en su templo y en el culto (I QS- II, 11-17). La
función del mesías real, que pide orientaciones a los sacerdotes, hijos de Aarón, para
someter su conducta a la Ley, queda reducida a una dimensión política (4 QpIsa Il, 27).
Su función esencial, según 1 QSb V, 23-29, parece ser la guerra santa, que liberará a
Israel del yugo de los paganos y de los impíos en el seno mismo de Israel. El
nacionalismo religioso, lo mismo que entre los fariseos, dominaba su pensamiento, y el
ungido de Israel tenía a sus ojos sobre todo un papel político. Se da allí una apertura
muy clara en dirección al activismo político, al que la Regla de la guerra ofrece un
programa y una regulación ideal y hasta utópica. Eso hace más extraño el hecho de que
el príncipe de la congregación sólo se mencione una vez en dicha Regla (I QM V, 1). El
mesianismo real, que se dirigía sobre todo contra los asmoneos, parece haberse dirigido
más tarde contra los romanos. La arqueología revela que el monasterio de Qumrán fue
destruido durante la sublevación del 66-70, signo probable de que los esenios
participaron en la lucha contra Roma.
d) Los movimientos mesiánicos populares. La presentación del mesías que ofrecen las
tradiciones salidas de los ambientes fariseo, esenio, saduceo o apocalíptico es
fundamentalmente escatológica e ideológica. Paralelamente a esta espera idealizada del
mesías, pero no sin relación con ella, hubo en la Palestina del siglo i algunos
movimientos populares que dan un testimonio concreto y palpable de la actividad
mesiánica en tiempos de Jesús. Hubo entre el pueblo varios movimientos reales y
concretos, dirigidos por jefes que se proclamaron o se hicieron reconocer como reyes;
movimientos y jefes que ejercieron realmente un poder en algunas partes dei país. Se
conocen estos movimientos por algunos relatos breves y hostiles de Flavio Josefo. En
efecto, Flavio Josefo no concedió mucha importancia a las connotaciones religiosas de
esta fermentación bastante intensa; esos movimientos son para él un simple fenómeno
anárquico, al margen del judaísmo oficial. Es difícil realmente evaluar la naturaleza de
las aspiraciones que animaban a estos grupos disidentes, pero se imponen algunas
constataciones. Está claro, al parecer que hay que distinguir estos movimientos
mesiánicos populares, guiados por un jefe que se presenta o se hace reconocer como
rey, del bandolerismo frecuente por aquella época, de los sicarios que sólo se
manifestaron por los años 50, de los zelotas que empezaron a dar que hablar tan sólo en
el segundo año de la sublevación judía, o sea, el año 67, y finalmente de los
movimientos proféticos. Porque, fuera del intento desgraciado del sicario Menahén,
618
nunca los jefes de estos últimos grupos o los profetas tomaron el título de rey. Los
profetas se presentan mucho más precursores de la era mesiánica y sus pretensiones no
duran generalmente más que muy poco tiempo; apenas nacidos, esos movimientos
proféticos quedan aplastados: así Teudas (Ant. J. XX, 97-98), el falso profeta egipcio
(ib, XX, 168-171), el profeta samaritano (ib, XVIII, 85). Por su manifestación y por su
forma, la manifestación y la acción de estos profetas se distinguen de los verdaderos
movimientos populares mesiánicos; por tanto, es inútil estudiarlos, lo mismo que el
bandolerismo, el movimiento sicario o los zelotas. Nos atendremos, por tanto, a los
movimientos mesiánicos guiados por jefes que quieren hacerse pasar por reyes y que, a
los ojos de sus seguidores y sin duda de una gran parte de la población fueron
considerados como tales.
Flavio Josefo dice que estos movimientos se produjeron en dos momentos concretos:
cuando tuvo lugar la revuelta que siguió a la muerte de Herodes el Grande y durante la
gran sublevación contra Roma, en el 6670. Tres movimientos, al subir al trono
Arquelao, retendrán nuestra atención: los de Judas ben Ezequías, Simón y Atronges.
Flavio Josefo sitúa estos movimientos, así como otros motines, inmediatamente antes
de la guerra de Varo. Pero es poco probable que estos hechos se produjeran
simultáneamente el año 4 a. C. Parece ser que Flavio Josefo acumuló de una manera
artificial varios momentos que fueron produciéndose durante todo el reinado de
Arquelao. En el texto mismo de Flavio Josefo, estos relatos producen el efecto de una
pieza artificial: se intercalan entre la llamada que Sabino, sitiado en Jerusalén, lanzó a
Varo y la llegada misma de Varo, legado de Siria (Ant. J. XVII, 269-285). Otros dos
movimientos mesiánicos, dirigidos por jefes que quisieron hacerse reconocer como
mesías tuvieron lugar durante la primera sublevación judía: se trata de Menahén y de
Simón bar Giora. El último movimiento mesiánico se produjo durante la segunda
sublevación judía: se trata de la resistencia organizada por Simón bar Kosiba,
reconocido como mesías por rabbi Aqiba. Sólo estudiaremos los movimientos
mesiánicos que siguieron a la muerte de Herodes, tocando tres puntos: cómo puede
explicarse que algunos jefes de movimientos populares tomaran el título de rey, por qué
esos movimientos tuvieron lugar después de la muerte de Herodes, cuáles fueron sus
características.
Flavio Josefo, a pesar del epíteto poco halagador que atribuye a ciertos jefes -los trata
de bandidos-, indica sin embargo que algunos de ellos tomaron o recibieron el título de
rey. Así Judas ben Ezequías ambicionó los honores reales (Ant. J. XVII, 274); Atronges
tuvo la temeridad de aspirar a la realeza y, después de ceñir la diadema, celebra consejo
para decidir lo que había que hacer (ib, XVII, 278-281). ¿Cómo explicar este título de
rey que reivindican estos jefes o que les reconocen sus partidarios y parte del pueblo?
A la cuestión de por qué estos movimientos tuvieron lugar al morir Herodes el Grande,
se puede responder con una palabra: porque fue un período de crisis, y las crisis
reavivan la esperanza de liberación. Económica y políticamente hablando, el reino de
Herodes fue opresor para los ambientes populares judíos, sobre todo para los
campesinos; pero su sistema de seguridad era tan fuerte y las medidas que tomaba tan
severas, que fue imposible toda revolución durante su vida; al contrario, se comprende
muy bien que estallaran al morir. Por otra parte, la legitimidad del rey es en los
ambientes populares un factor importante. Herodes no podía reivindicar ninguna
legitimidad a los ojos del pueblo. Era judío a medias y todo lo contrario de un caudillo
popular. Era una marioneta del poder romano que tuvo que conquistar su reino, que él
gobernó luego con la ayuda de las legiones romanas o de mercenarios que utilizaba
como fuerzas de seguridad; el estilo helenista de su corte y su burocracia resultaban
extraños al pueblo.
Las características de estos reyes o mesías populares son muy diferentes de las del
mesías esperado por los fariseos, los esenios o, más tarde, los apocalípticos. En primer
lugar, estos reyes populares son de carne y hueso, seres históricos, a diferencia del
mesías esperado por los ambientes fariseos, esenios o apocalípticos. Son además reyes
populares que arrastran a sus partidarios a liberarse efectivamente de un gobierno
extranjero y tiránico; quieren restablecer unas relaciones sociales más igualitarias
poniendo fin a los privilegios socioeconómicos de que gozaban algunas clases sociales.
Estos reyes tienen las características del pueblo. Son grandes, fuertes físicamente y
valientes; tal es el caso de Simón y de Atronges (Ant. J. XVII, 273.278) y más tarde
Simón bar Giora. Pues bien, no cabe duda de que en la tradición popular el rey escogido
por Dios tenía que ser un hombre fuerte o un guerrero. Esta imagen del héroe o del rey
fuerte proviene de la memoria del pueblo. Era la imagen que se hacían de David; según
1Sa_16:18, el criado de Saúl le refirió: "Yo conozco a un hijo de Jesé, el de Belén, que
toca muy bien la cítara; es valiente y hombre de guerra, sabio en sus palabras, de buena
presencia, y el Señor está con él".
Estos jefes populares son de origen humilde; el pueblo no busca a sus dirigentes entre
la clase alta. Simón era un esclavo del rey Herodes, y Atronges un simple pastor, como
David (Ant. J. XVII, 273.278); Judas era hijo de un bandido que tomó las armas
cuarenta años después de que Herodes matara a su padre. Era probablemente un
campesino, a quien la gente miraba más o menos como un héroe por ser hijo de un
bandido.
G. Rochais
Podría decirse que a la sombra del mesianismo transcurren casi cuatro mil años de
historia religiosa. Para los dos milenios primeros tenemos un pueblo que esperó de
varias maneras la realización de la promesa que se le había hecho; para los dos milenios
622
sucesivos, otro pueblo nuevo que, hundiendo sus raíces en el antiguo, proclama que se
ha mantenido la promesa y que se ha realizado definitivamente en Jesús de Nazaret.
El mesías es, por tanto, el ungido, el que actúa según la voluntad de Dios. Como el óleo
utilizado para la unción es un óleo especial, en conformidad con la ley (Éxo_30:22-32),
igualmente el que es ungido con ese óleo es considerado como una persona a la que se
encargan unas funciones especiales, o, mejor dicho, consagrada para realizar en medio
del pueblo una misión específica.
Para el AT, el mesías tiene una connotación particular. En torno a esta definición se
esconden diversas ideas y diferentes aspiraciones. El mesianismo indica ante todo una
concepción particular de la historia proyectada hacia un cumplimiento; señala, además,
la esperanza de una salvación que se dará, y refleja, finalmente, la espera de un
libertador o el establecimiento de un nuevo sistema político.
Una teología del AT, conservando esta pluralidad de significados, puede mostrar
diversas teologías de mesianismo que se fueron formando a lo largo de los siglos.
Pueden describirse cuatro por lo menos; real, sacerdotal, profética y apocalíptica.
Más allá de una concreción inmediata de la figura mesiánica, que podía sugerir el
nacimiento del heredero del trono en la dinastía davídica, la profecía abre un camino
que dej a vislumbrar una promesa que supera aquel momento histórico especial y que
se impone progresivamente en Israel como la esperanza de un empeño renovado de
Dios de intervenir en favor de su pueblo.
623
Los llamados "salmos reales" (Sal 2; 2Sa_18:20; 21; 45; 72; 89; 101; 110; 132) son el
ejemplo clásico de una relectura no ya solamente en clave política, sino también
espiritual, de la esperanza mesiánica que se establece en Israel. La figura del mesías
real se transforma progresivamente hasta llegar a identificarse no ya con el último de la
serie de reyes en la dinastía davídica, sino con el modelo del rey perfecto, de aquel que
reinará según la voluntad de Yhwh.
Lo mismo que al rey davídico se le había prometido una alianza eterna, así ahora los
autores sagrados insertan en las tradiciones (Éxo_40:15; Núm_25:13) la promesa de,
un sacerdocio eterno hecha a Aarón y a toda la casa sacerdotal.
El "día del Señor" es como la síntesis de su mensaje, ya que evoca al mismo tiempo la
obligación de observancia de la Torah por parte del pueblo y la fidelidad inconmovible
de Yhwh a su promesa.
La figura de Moisés, que será siempre en la historia de Israel la imagen prototipo del
profeta, marca también la esperanza de que en el futuro surgirá uno como él, capaz de
renovar los signos y prodigios del éxodo (Deu_18:15-18).
El año 585 a.C. constituye el momento culminante de la crisis del pueblo. En un solo
momento, la historia de Israel parece tocar fondo y da la impresión de estar acabada.
La destrucción del templo, la deportación y el destierro, el hundimiento de la
monarquía parecen destruir en un instante las esperanzas de siempre:
La figura de tres profetas: Jeremías, Ezequiel y el- Déutero-Isaías son las únicas voces
que surgen y representan una violenta apelación a la esperanza en la salvación, a pesar
del sentimiento de desconfianza y del escepticismo más profundo que reina en los
ánimos de todo el pueblo. En relación con el cumplimiento de las esperanzas
mesiánicas, la mirada se desplaza ahora ulteriormente respecto a la primitiva tradición
real. Se empieza a hablar de realización de la promesa, pero no ya en el orden de una
descendencia davídica, sino más bien pensando en el pueblo entero (Isa_55:1-5).
El Déutero-Isaías es el profeta que nos ofrece más que los otros la imagen más
adecuada a la esperanza mesiánica. Partiendo de la propia experiencia vital, invita a
mirar más allá de sí mismo para revelar la imagen de un profeta futuro que habría
realizado plenamente la misión profética.
Dentro del "libro de la consolación" (Is 40-55) se encuentran cuatro pasajes de elevada
poesía, llamados comúnmente los "cantos del siervo de Yhwh". No están todavía de
624
acuerdo los exegetas sobre la subdivisión de estos textos; pero una lectura minimalista,
que encuentra una aceptación general, nos presenta el siguiente cuadro:
Primer canto: Isa_42:1-4; en este texto se describe la misión del profeta: es un elegido,
un "ungido", que ha recibido la misión de anunciar el derecho de Yhwh.
Las figuras que tienen que expresarla no se derivan ya del terreno de la historia
particular del rey, del profeta, del sacerdote o del pueblo, sino de la intervención de
Dios mismo. El mesianismo escatológico se refiere, por tanto, a la misericordia de Dios,
que ha decidido intervenir finalmente para salvar al pueblo mediante sus propios
representantes.
La última figura es la del hijo del hombre en la visión de Dan_7:13-14, que encontrará
amplio eco en el uso neotestamentario por el hecho de representar la única forma que
se encuentra siempre y solamente en labios de Jesús de Nazaret para expresar la
claridad de su conciencia mesiánica.
625
2. JESÚS EL MESÍAS. Estas diferentes concreciones de una única esperanza adquieren
de forma especial una nueva vida en tiempos de Jesús. La comunidad de Qumrán
representa sin duda un papel particular en su identificación del maestro de justicia con
el profeta escatológico de Deu_18:15. Los fariseos y los diversos partidos de la época,
por su parte, mantienen viva la esperanza en una liberación más o menos inmediata; no
faltan finalmente rasgos de fanatismo que se encarnan en algunos personajes
particulares (pensemos en los zelotes con Teudas o en el "egipcio" que se menciona en
Heb_21:37-38).
La espera en un líder político capaz de unir las voluntades de todos en torno a su figura
para acabar con la situación de esclavitud y de opresión es por tanto la que se impone
como dato de síntesis y clave de comprensión de este momento histórico (!
Mesianismo, I).
Es verdad que Jesús no se definió nunca con el título de mesías. En su actitud se palpa
siempre una resistencia frente a cualquier fórmula que pueda definirlo con claridad. La
expresión hijo del hombre (l Cristología: títulos) es la única que aparece en sus labios y
que puede aceptarse como histórica, precisamente por la fluidez de significados que
encierra.
Sin embargo, los textos neotestamentarios proponen en varias ocasiones este título, que
se va utilizando progresivamente como el nombre propio del maestro. Con este hecho
estamos ante un fenómeno de evolución semántica de los más impresionantes: el
sentimiento genérico de esperanza se convierte en proclamación precisa de un
acontecimiento, que sirve luego de base a una fe, que llega a transformar el adjetivo
"Cristo" en un nombre propio, para atribuírselo a una persona histórica: Jesús de
Nazaret.
El mesianismo con el que nos pone en relación el NT es, sin embargo, de otra
naturaleza: profundamente original y en discontinuidad total con las esperanzas del
pueblo.
626
El primero en explorar esta pista fue, a comienzos de siglo, W. Wrede (Das
Messiasgeheimnis in den Evangelien, Gotinga 1901). Basándose en el texto de Mar_9:9,
sostenía que la imposición del silencio sobre la mesianidad de Jesús era una creación
de la comunidad primitiva, que de este modo podía justificar tanto su predicación
actual como la falta absoluta de conciencia mesiánica en Jesús.
Es verdad que Marcos, a diferencia de los demás evangelistas, tomó como característica
y como estructura literaria particular este secreto mesiánico, pero lo hizo por fidelidad
a lo que había señalado el mismo Jesús.
Uno de los textos básicos en este sentido es el logion que refiere Mat_11:2-6 (Luc_7:18-
28). El Bautista envía desde la cárcel a sus discípulos a preguntar a Jesús, en términos
inequívocos, si era el mesías. La fórmula de la pregunta, que utiliza el participio
presente ho erjómenos, refleja una concepción popular de la esperanza mesiánica. Que
se trata de esta espera lo confirma toda la predicación de Juan y el tono mismo de su
mensaje. En efecto, hablando de su misión, Juan la ve como propedéutica de la de "uno
que viene detrás de mí" (Mat_3:11), que tiene en su mano el bieldo para limpiar la era y
recoger su trigo en el granero, quemando la paja en el fuego (Mar_3:12 con referencia a
Isa_41:16 y Jer_15:7).
Un análisis del texto muestra que ya en el nivel redaccional Marcos parece construir su
evangelio de tal manera que progresivamente quiere llegar precisamente a este punto.
Toda la primera parte (1,1-8,26) está orientada al versículo 29; y la segunda (8,34-
16,20) es una clarificación del mismo.
Jesús.les pregunta a los discípulos qué piensa la gente del Hijo del hombre; después de
varias respuestas que manifiestan las diversas esperas de los hombres, Pedro profesa:
"Tú eres el Cristo".ampoco en este caso Jesús rechaza el título; pero, según su
costumbre (especialmente en Marcos; cf el "secreto mesiánico', impone silencio a los
discípulos.
Sin embargo, a partir de entonces su enseñanza, que tenía antes un carácter genérico,
se hace precisa, explícita y clara (Mar_8:31). Jesús empieza a hablar del sufrimiento y
de la muerte del mesías, imagen que contrasta más todavía si se piensa en el uso de la
expresión "hijo del hombre", que recordaba directamente la gloria y el poder del mesías
escatológico. Que esta enseñanza fue mal entendida y no aceptada lo demuestra la
reacción del mismo Pedro (Mar_8:32-33 : un logion ciertamente histórico, dada la
reprobación tan dura de Pedro por parte de Jesús, inconcebible para la comunidad
primitiva que lo aceptaba y veneraba como al primero de los apóstoles) y el abandono y
el miedo de algunos discípulos (Mar_10:32; Jua_6:66).
Con esta página del evangelio no sólo estamos ante la fe de la comunidad primitiva,
sino que asistimos a la revelación del misterio de la persona de Jesús, que se presenta
como mesíasglorioso, aunque bajo los rasgos del siervo doliente.
Lo que directamente se refiere a nuestro tema procede del contenido del interrogatorio
que sufre Jesús ante el sumo sacerdote: "¿Eres tú el Cristo?" Caifás, impacientado por
el largo silencio de Jesús y por la inconsistencia de los diversos testimonios contra él, le
plantea tendenciosamente la pregunta sobre su identidad mesiánica.
Si Jesús hubiera respondido afirmativamente, habría orientado a los jefes del pueblo y
a los sacerdotes hacia una interpretación política de su mesianismo y éstos habrían
628
podido acusarle entonces fácilmente de amotinar al pueblo contra la autoridad romana;
y si hubiera respondido negativamente, se habría desdicho él mismo de su predicación.
Hay, sin embargo, un elemento específico y propio, al que nunca podrá renunciar la fe
cristiana: el del anuncio de la realización histórica ya acontecida del mesianismo en
Jesús de Nazaret, por lo que no se dan otros mesías fuera de la unicidad de su _
persona: "Entonces si alguno os dice: `El mesías está aquí o allá', no lo creáis"
(Mat_24:23). El mesías ya ha llegado y el reconocimiento de su preseiicia histórica está
ahora en aquel pueblo que ininterrumpidamente lo proclama mesías y Señor.
629
BIBL.: AA.VV., Attente du Messie, Lovaina 1958; AA.VV., La venue du Messie, París
1972; AA.VV. Il problema cristologico oggi, Asís 1973 A. B. L, Messianifmo, Brescia
1966; AMATO A., Gesú il Signore, Bolonia 1988 BLINZLER J., El proceso de Jesús,
Barcelona 1951; BORDONI M., Gesú di Nazareth II, Perugia 1982; BuLTMANN R.,
Teología del Nuevo Testamento, Salamanca 1981' CAGA J., El Jesús de los evangelios,
Madrid 1977; CAZELLES H., Le Messie de la Bfble, París 1978; CLAUDEL G., La
eonfession de Pierre, París 1988; CONZELMANN H., Grundriss der Theologie des
Neuen Testaments, Munich 1968; COPPENS J., Le messianisme roya!, París 1968 ID,
Le messianisme el sa reléve prophétique, ~Gembloux 1974; ID, La reléve apocalyptique
di¿ messianisme roya!, Lovaina 1979; CULLMANN O., Cristo y el tiempo, Barcelona
1967; ID, Die Christologie des Neuen Testaments, Tubinga 1957; EICHRODT W.,
Teología del Antiguo Testamento I, Dios y pueblo, Madrid 1975; FABRis R., Jesús de
Nazaret. Historia e interpretación,. Salamanca 1985; FIsICHELLA R., La revelación:
evento y credibilidad, Salamanca 1989; FORTE B., Jesús de Nazaret, historia de Dios,
Dios de la historia, Madrid 1983; FÜGLISTER N., Fundamentos veterotestamentarios
de la cristologia del Nuevo Testamento, en Mysterium Salutis 111/ 1, Madrid 1971 123-
243; GELIN A., Messianisme, en "DBSuppl" V, 1165-1212; GONZALES C.I., Él es
nuestra salvación. Cristología y soteriología. Bogotá 1978; GRELOT P., De la mort á la
vie éternelle, París 1971; ID, Les poémes du serviteur, París 1981; GRILLMEIER A.,
Gesú il Cristo nella fede della Chiesa I/ 1, Dall étá apostotica al concilio de Calcedonia,
Breseia 1982; HAHN F., Christologische Hoheitstitel, Gotinga 1963; MINETTE DE
TILLESSE C., Le secret messianique dares l évangile de Mare, París 1968; RAD G. von,
Teología del Antiguo Testamento, 2 vols., Salamanca 19763; SABOURIN L., Los.
nombres y los títulos de Jesús, Salamanca 1965; SSCHILLEBEECKX E. Jesús. La
historia de un viviente, Madrid 1981; SCHUBERT K., Partiti reíigiosi ebrei del lempo
neotestamentario, Brescia 1976; SCHÜRER E., Historia del pueblo judío en tiempos de
Jesús, 2 vols., Madrid 1985 SIJORBERG E., Der verborgene Menschensohn in den
Evangelien, Lund 1955; TAYLOR V., Evangelio según san Marcos, Madrid 1980;
VERMES G., Jesús el judío, Barcelona 19843; WREDE W., Das Messiasgeheimnis in
den Evangelien, Gotinga 1901; ZIMMERLI W. Y JEREMIAS J., Pais, en TWNT V, 653-
714.
R. Fisichella
630
MÉTODO
SUMARIO:
I. Teología sistemática:
1. Modelos principales en la historia de la teología;
2. Reflexión sistemática. (G. Pozzo).
II. Teología fundamental:
1. Necesidad de un discurso sobre el método;
2. Para una memoria histórica;
3. Método de integración (R. Ffsichella).
I. Teología sistemática
PREMISA. Exponer el problema del "método" de una disciplina cultural o científica
significa considerarla no directamente en sus contenidos, sino en su aspecto formal y
estructural. La doctrina del método teológico se propone, pues, exponer los
fundamentos y los presupuestos del conocimiento teológico a fin de destacar el valor de
las afirmaciones sobre la reflexión teológica en general y sobre la que atiende a cada
uno de los contenidos específicos de la fe. Si la teología se define como reflexión crítica,
metódica y sistemática de la fe de la Iglesia, la reflexión sobre el método tiene como
objeto el estudio de las normas, criterios y operaciones que realiza el teólogo para
desarrollar correctamente su actividad teológica.
Hay que ser consciente de que la teología ha acompañado siempre ala vida de la Iglesia
a través de los siglos de su historia, presentándose de varias maneras, sacando su
imagen de las exigencias y del bagaje cultural que van surgiendo en la vida concreta de
la Iglesia y del ambiente históricocultural de la época. Esta variabilidad de la imagen de
la teología dentro de la invariabilidad del mensaje y del dato de la revelación/ fe, está
determinada no solamente por las diversas categorías culturales empleadas por la
teología para reflexionar sobre el contenido de la predicación de fe, sino también por la
multiplicidad de los métodos que utiliza esta teología para establecer el modo de
aproximación a la comprensión y al estudio del misterio de la revelación/fe.
En este sentido resulta útil e importante considerar -aunque sólo sea de forma
sintética- las figuras y los modelos históricos de la metodología y de la episteme
teológica, no sólo para insertar la presente exposición sobre la doctrina del método
teológico dentro del contexto histórico-teológico global, sino también porque a través
del conocimiento de la génesis histórica de los modelos principales de la episteme
teológica se puede comprender mejor el sentido y el valor de la propuesta metodológica
actual.
631
padres el carácter propiamente "sistemático", mientras que aparece constante el
planteamiento estructuralmente bíblico históricosalvífico y la atención dirigida a buscar
en el significado de los textos bíblicos la diversidad de los niveles de profundidad que
reflejari para el creyente, más allá de todo lo que pueda exhibir el dato puramente
filológico. Otro elemento característico de la reflexión teológica patrística es la
dimensión sapiencia! y la vibración teologal y espiritual del pensamiento de los padres,
orientado a incrementar la edificación de la propia vida interior y de la existencia
cristiana del prójimo. En Occidente fue determinante el ideal y el ejemplo de / Agustín.
Para el obispo de Hlpona, el intellectusfidei en sus dos variantes (credo ut intelligas -
teología- e intelligo ut credas -filosofía-) están al servicio del ejercicio mismo de la
bienaventuranza y de la contemplación cristiana. El mismo amplio uso de la dialéctica y
de la filosofía neoplatónica en función de la ilustración de los misterios de la fe se
ponen siempre al servicio de la consideración histórico-salvífica de la religión cristiana
en el orden concreto de la salvación.
La teología manualista (l Teología, 11), que en el siglo xtx y en la primera mitad del siglo
xx se desarrolla en las escuelas teológicas, tiene como base los factores precedentes,
presentando, por tanto, unas características que podemos resumir así: 1) la
preocupación dominante se debe a la voluntad de elaborar pruebas racionales
apologéticas, en reacción contra las corrientes racionalistas del pensamiento moderno;
632
hay que subrayar el uso apologético de las fuentes de la revelación (la Escritura y la
tradición) para sostener las intervenciones doctrinales del magisterio; 2) se tiende a
yuxtaponer de forma más bien extrínseca la auctoritas y la ratio, es decir, los datos de la
fe y las exigencias de la reflexión racional; 3) finalmente, la teología manualista eleva de
hecho la autoridad del magisterio al primer puesto en la escala de las diversas
autoridades, precisamente en el sentido de que se refiere directamente a las
declaraciones del magisterio y no a la revelación contenida en la Escritura y en la
tradición.
- El uso del dato bíblico como fundamento escriturístico.- En este caso, el dato bíblico,
comprendido y aclarado exegéticamente, ofrece solamente una parte o bien una base de
partida para justificar que una determinada doctrina proviene de la revelación. Pueden
distinguirse dos casos: a) en el primero el lector moderno, gracias a los resultados de la
exégesis, puede ver que una parte de la verdad de la fe predicada está contenida formal
y explícitamente en la Escritura (p.ej., la verdad de que, según Pablo, nadie puede
salvarse del pecado y de la muerte sino por la muerte y resurrección de Cristo; el
concilio de Trento, interpretando Rom 5, indica la dirección exacta para comprender
plenamente el mensaje paulino y para evitar interpretaciones reductivas sobre la
doctrina del pecado original); b) en el segundo caso está el problema de señalar en qué
medida está presente una verdad enseñada por la Iglesia en el testimonio bíblico
(p.ej:,la noción de sphraghís -sello-, aunque se encuentra en la Escritura, no significa
directamente lo que la Iglesia interpretará luego con la doctrina del "carácter"
sacramental). En otras palabras, puede haber doctrinas de fe que la Iglesia enseña
dogmáticamente y que encuentran en la Escritura tan sólo un fundamento o base de
partida que queda explicitado y comprendido plena y correctamente en la tradición.
637
2) La tradición eclesial. Suponiendo las adquisiciones de la autocomprensión de la
Iglesia sobre el concepto de tradición (DS 1501; 3007; 3886), nos limitamos a recordar
que, según el Vaticano.II, la tradición transmite la palabra de Dios a través de los
apóstoles y de sus sucesores integre (en su totalidad) hasta hoy (DV 9). Recoge no
solamente la predicación oral, sino también los ejemplos de la vida de Cristo y el
testimonio de la liturgia. Además, la experiencia espiritual, la predicación doctrinal y el
estudio de los fieles son los elementos que provocan el progreso de la tradición en la
comprensión de la revelación (DV 8). En lo que atañe el uso de los datos de la tradición
en el método teológico, habrá que distinguir previamente algunos niveles en la
interpretación de los documentos de la tradición.
La respuesta a esta pregunta es que el cambio de atención, en relación con los múltiples
aspectos del misterio de la fe, es condición necesaria para comprender la introducción
de nuevos términos en la predicación doctrinal de la Iglesia (cf, p.ej.=, el concepto de
homoousios o el concepto de transubstañtiatio, o el concepto de carácter sacramental,
etc.
b) Existe otro modo ordinario, cuyo resultado no es tanto una formulación definitiva de
una doctrina ni la garantía de que -un contenido pertenece a la revelación, sino que se
trata más bien de transmitir auténticamente la sustancia,del mensaje cristiano en sus
aplicaciones a la vida pastoral de la Iglesia.
Por lo que se refiere a las definiciones dogmáticas, el carisma veritatis del magisterio
atañe a la posibilidad de declarar infaliblemente que el contenido de fe es revelado, con
el presupuesto de que semejante contenido estuvo siempre presente en el depositum
fidei, aunque de forma no refleja ni formulada técnicamente. El concilio Vaticano I, en
la fórmula de definición dogmática de la infalibilidad pontificia (DS 3015; 3017),
incluyó también deliberadamente la posibilidad de que la Iglesia defina doctrinas sin
proponerlas necesariamente como reveladas divinamente. Estas doctrinas, si la Iglesia
las propone de modo definitivo, tienen que ser aceptadas y reconocidas firmemente,
aunque no se,les deba un asentimiento de fe divina. Por tanto, puede entrar coma
.objeto de definiciones irreformables, aunque no reveladas ,divinamente, todo lo que se
refiere a ,los misterios de la salvación de una forma tan vinculada a ellos que no sea
posible el anuncio eficaz de las verdades reveladas sin unas aclaraciones doctrinales
sobre semejante objeto. Por ejemplo, entra en este terreno de competencia lo que se
refiere a la ley moral natural, a los praeambula fide¿ a los llamados facta dogmatica,
como la legitimidad de un concilio, de un pontífice, la canonización de los santos, etc.
2. Hay que distinguir entre los diversos grados de certeza y de obligatoriedad con que el
magisterio intenta comprometer su propia autoridad doctrinal. Una cosa es la
definición dogmática y otra la indicación pastoral o la exhortación o la norma
disciplinar.
641
relativas a la organización de los contenidos revelados que pertenecen al depositum
fidei.
En efecto, la teología sistemática, como intellectus fidei, tiene la tarea de, asumir las
categorías y el bagaje cultural de las diversas épocas históricas para proponer una
exposición de los contenidos de fe que esté en disposición de sostener las exigencias
científicas y teoréticas del pensamiento humano y para satisfacer la exigencia de la
síntesis teológica de los misterios de la fe.
Así, la misma Mysterium Ecclesfae afirma que "existe ciertamente un orden y una
especie de jerarquía de los dogmas de la Iglesia, dado que es distinto su vínculo con el
fundamento de la fe. Pero esta jerarquía significa que unos dogmas se basan en otros
como principales y son iluminados por ellos. Pero todos los dogmas, al . estar
revelados, deben ser creídos con fe divina" (Mysterium Ecclesiae 4).
Reflexión final. Es tarea de la metodología teológica actual intentar llegar a una unidad
más profunda entre los diversos aspectos de la investigación teológica, que
necesariamente tienen que diferenciarse en el procedimiento del trabajo teológico. El
primer aspecto de esta unidad orgánica es la convergencia profunda de la función
positiva y reflexiva de la teología. En efecto, estas funciones convergen en la medida en
que son expresiones de un único conocimiento superior, es decir, el saber de la fe. Se
puede añadir además que, en la doctrina del método teológico, el momento "positivo" y
el momento "reflexivo" no se subordinan el uno al otro, sino que se muestran
coordinados por caminos distintos hacia un conocimiento más adecuado del objeto en
cuestión. Por el contrario, estos dos momentos están subordinados a la fe, que los usa
como instrumentos para desarrollar y profundizar la comprensión del mensaje divino
revelado. Por otra parte, la teología positiva y la teología reflexiva no son nunca
extrañas a la tradición viva de la Iglesia. Por consiguiente, la unidad entre la fe, la
Iglesia y la teología le garantiza a esta última su legítima autonomía en su
procedimiento científico, coordinando sus resultados hacia un único fin, que es la
introducción del hombre en el conocimiento y en la vida íntima del misterio de Dios,
que se ha revelado definitivamente en Jesucristo como Padre, Hijo y Espíritu Santo.
646
BIBL.: ALEAROJ., La teología frente al magisterio, en R. LATOURELLE y G.
O'COLLIHS (eds.), Problemas yperspectivas de teología fundamental, Salamanca 1982,
481-503; ALSZecev Z. y FLICR M., Cómo se hace la teología, Madrid 1976; BEUMERJ.,
Die theologische methode, Friburgo 1977; COLOM BO C., Teología e Iglesia, Barcelona
1988; In, ll compito delta teología, Milán 1982; KASPER W., Per un rinnovamento del
metodo teologico, Brescia 1969; In, Metodología teológica, Barcelona 1961; KERH W. y
NIEMANN J., El conocimiento teológico, Barcelona 1986; LATOURELLE R., Teología,
ciencia de la salvación, Salamanca 1968; LOHERGAH B., Método en teología,
Salamanca 1988; In, Unidad y pluralidad: la coherencia de la vida cristiana, en K.
NEUEELD (ed.), Problemas y perspectivas de teología dogmática, Salamanca 1987,
133-144; Pozzo G., Il metodo pella teología sistemática, en C. RocCHE7TA, R.
FISICHELLA y G. POZZO, La teología ira rivelazione e storia, Bolonia 1985, 255-351;
RATZIHGER J., Teoría de losprincipios teológicos, Barcelona 1985.
G. Pozzo
En efecto, en esta temática convergen diversos elementos que hacen más evidente tanto
el carácter poliédrico de la disciplina, que impide darle una identidad preestablecida,
como la pluralidad de los contenidos y de las referencias, que obliga a la adopción de
diversas metodologías.
647
A partir del Congreso internacional de Gazzada (6-11 de septiembre de 1964: cf sus
Actas en Le deuxiéme symposium international de théologie fondamentale, Turín
1965), se puede afirmar que existe un consenso entre los teólogos fundamentales a la
hora de considerar la teología fundamental como una disciplina plenamente teológica,
en la que convergen y se expresan dos exigencias complementarias: la dogmática y la
apologética. Esta última no entra en competición con la primera (y viceversa); las dos
se expresan más bien como funciones necesarias para que la única disciplina se
identifique con el papel que le corresponde: presentar el acontecimiento de la
/revelación y su credibilidad.
1) La necesidad de una presentación critica del acto de creer que sepa valorar la
globalidad de la persona en. su expresión como sujeto epistémco y como sujeto
creyente. Éste es el momento en que, bajo el aspecto del contenido, se presenta el acto
de fe como un acto plenamente libre, y por tanto como una opción prófundamente
humana.
648
del Padre (Jua_5:31-32; Jua_8:13-18). Esto significa que el objeto de investigación es
ante todo el misterio de Dios en la dinámica y en la lógica de su autorrevelación.
Ese acontecimiento, sin embargo, es dado a conocer ante todo a través de un acto
kenótico de Dios que, en el misterio de su encarnación, asume la categoría de la
historicidad, pasa además por la mediación de la comunidad ~de discípulos, que
transmite todo lo que el maestro hizo y dijo, permitiendo así a las generaciones futuras
encontrarse con el Señor (cf DV 7). El análisis de estos elementos necesita una
metodología que sepa investigar científicamente a través de los datos que están a
nuestro alcance, para llegar críticamente a la verdad que ha sido ya acogida en la fe.
Afrontar esta temática significa acceder a la historicidad de una persona sabiendo que
nos encontramos frente a un acontecimiento que tiene todas las características para ser
considerado un unicum, que se realiza en la historia una.vez para siempre, y esto puede
ser verificado a partir de la historia misma. En virtud de la unicidad ,y singularidad que
esta persona manifiesta, y que es irreductible a toda forma de superexaltación de un
sujeto, se llega, también a la consideración sobre la finalización de toda la historia; en
efecto, él supera el simple horizonte histórico, porque es capaz al mismo tiempo de
abarcarlo en su globalidad y de orientarlo más allá de su contingencia inmanente. La
historicidad comporta inevitablemente la comprensión de como llegó hasta nosotros
este acontecimiento: transmitido a través de personas que, transformadas por la fe,
quisieron que el núcleo oentral:de su mensaje y las líneas centrales de su persona
superasen las barreras territoriales y temporales hasta el punto de hacerlo universal..
Así pues, el método está determinado también por el referente al que va dirigido el
contenido.
649
Se ha dicho que la teología-fundamental tiene un doble destinatario: el creyente y el
"otro". Habrá que dar al primero las razones de su creer; al segundo, los motivos para
poder tomar al menos en consideración el desafío de la fe.
Este método apologético era, ciertamente, fiel a los dictados de la Dei Filius ("voluit
Deus cum internis Spiritus Sancti auxilüs externa jungi revelationis suae argumenta,
facta scilicet divina, atque imprimis miracula et prophetias, quae cum Dei
omnipotentiam et infinitam scientiam luculenter commostrent, divinae revelationis
signa sunt certissima et omnium intelligentiae accomodata": DS 3009), pero al mismo
tiempo hacía patente el valor plenamente teológico de los contenidos analizados. En
una palabra, si alcanzaba una forma de certeza, ya que la actividad racional se ponía
claramente en acto, fallaba la característica de "evidencia", que era interna a los signos,
porque esencialmente llegaban a perder su referente significativo: la persona misma de
Jesús de Nazaret.
Sin querer entrar en juicios sobre el tema, que merecería un análisis y un estudio más
profundos, se puede pensar, sin embargo, en una involución inconsciente, pero
650
continua, llevada a cabo por algunas escuelas teológicas (pensemos, -p.ej., en los
tratados de Liebermann, de Perrone, de Ch. Pesch, de Garrigou-Lagrange, de Tromp,
que cubren el espacio de unos dos siglos), en donde se había perdido de vista la
originalidad de las intuiciones patrísticas y de la escolástica. El resultado fue el de una
"apologética objetiva", basada sólo en argumentaciones metafísicas y privada de toda
relación con el sujeto creyente. La falta de una metodología que mostrase la
historicidad de los datos o al menos de una exégesis que contextualizase mejor los
contenidos acabaron dando pie a las diversas críticas, que se encargó más tarde de
radicallzar el modernismo.
Una atenta lectura de los padres apologetas hace ver que éstos se caracterizaron por su
atención constante al sujeto a quien dirigían sus apologías. Aunque, evidentemente, su
primera preocupación era la de presentar el kerigma del misterio pascual en su
integridad, no perdían nunca de vista el sujeto al que hablaban. Los judíos y los
paganos eran invitados y urgidos a un encuentro directo con las Sagradas Escrituras y
con la vida de la comunidad; pensemos tan sólo en las apologías de Justino o en la
Carta a Diogneto. Este mismo tenor adoptan los escritos de Clemente de Alejandría,
que componen una estupenda exhortación a la conversión -el Protrepticus-, o en
Orígenes en el Contra Celsum, en donde demuestra conocer a fondo los escritos de
Celso y utiliza un auténtico método apologético: conocimiento de las obras del
destinatario y ars majeutica para hacer brotar la verdad precisamente de los textos que
la quieren negar.
El mismo Tomás, queriendo garantizar lo más posible la globalidad del acto humano
del creer, empieza distinguiendo entre acto de fe y juicio de credibilidad, que se basa en
la autoridad de la presencia de Dios y de su gracia. De todas formas, no se olvida de que
el creyente tiene igualmente necesidad de elementos que le garanticen la humanidad de
su acto: "non enim crederet nisi videret ea esse credenda vel propter evidentiam
signorum vel propter aliquid hujusmodi" (S. Th. II-II, 1-4).
Aun queriendo reconocer lo más posible el valor de las diversas metodologías que se
han ido sucediendo, desde la de la "providencia" de Deschamps hasta la de la
"autoridad" de Brunetiére, desde la más "psicológica" al estilo de Pascal y de
OlléLaprune hasta la histórica de De Broglie; hay que reconocer que se iban alejando
cada vez más de la motivación teológica, sin tomar conciencia de los graves peligros en
que iban cayendo: por una parte, se separaba por completo la fe y la razón, cayendo de
forma lamentable en la trampa tendida por la ilustración, en cuanto que se confiaba la
credibilidad del contenido de la fe- a las pruebas y a los signos alcanzados a través de la
simple razón; por otra, alejándose cada vez, más del único contenido real de la
revelación, la persona de Jesús de Nazaret, se acentuaba en cada ocasión o bien el
eclesiocentrismo (en perjuicio de un eristocentrismo) o bien el subjetivismo de la
experiencia individual (en perjuicio de la objetividad y universalidad del contenido).
651
que suscitaron asombro y polémica, pero _que en aquella época no incidieron mucho o
nada en la metodología teológica vigente.
Sin embargo, la dispersión por las diferentes metodologías podría provocar una nueva
fragmentación de la disciplina, anulando los resultados alcanzados hasta ahora. Por
tanto, parece urgente identificar el camino para que la teología fundamental, como
disciplina teológica singular que se extiende en una lectura.apológética, pueda alcanzar
su propio método peculiar que, sin absolutizar una sola metodología, sepa más bien
amalgamarlas todas en una visión más homogénea y más coherente, con su
especificidad.
Con método de integración intentamos referirnos ante todo a la densidad semántica del
término. En efecto, "integración" indica la posibilidad de hacer entero lo que todavía no
lo es mediante la aportación de elementos necesarios y útiles. Con el método de
integración, la teología fundamental se capacita para asumir en el misterio, que está ya
teológicamente investigado, el acontecimiento histórico que lo revela y que una
comunidad transmite con su mediación, y que necesita por tanto ser estudiado con su
propio método.
Por tanto, el objeto peculiar sigue siendo la expresión de la fe, pero dentro de una
inteligencia que sepa asa= iniz, a partir de la fe, la totalidad dé los instrumentos
críticos.
Partiendo del texto clásico de 1Pe_3:15 : ".`dispuestos siempre a contestar a todo el que
os pida razón de vuestra esperanza", se pueden encontrar dos datos preciosos que hay
que adquirir en la perspectiva del método: la universalidad y la cuestionabilidad:
El creyente, según el texto de Pedro, tiene que estar en disposición de dar razón de su fe
a "cualquiera", a todos y a cada uno, sin exclusión de ningún género. Esto significa que
la teología fundamental tendrá que estar siempre en situación de valorar el sujeto
histórico concreto, cargado de toda la densidad de su tiempo. Para utilidad de todos
ellos tendrá que encontrar análisis que sepan mediar el significado original del
contenido revelado, pero de tal modo que repercutan en cada uno, para que el misterio
revelado encuentre una correspondencia en la historia personal.
El texto de la carta sigue diciendo: "a quien pida razón" de la esperanza cristiana. Esto
permite decir que la teología fundamental tendrá que permanecer con todos sus medios
en aquel estado de atención, de espera y de "pregunta" que no deje escapar la más
mínima provocación que pudiera surgir eventualmente en el "otro". Esta situación, si
por una parte obliga a la teología fundamental a la vigilancia, por otra la estimula a
hacerse ella misma provocadora de preguntas para que, mayéuticamente, cada uno
descubra el deseo de Dios y la inteligencia de su misterio. Esto supone la capacidad de
referirse a las diversas disciplinas que puedan expresar más científicamente los
cambios socio-culturales.
El método indica mucho más, ya que se da como posibilidad que acompaña a la verdad
-misma en su revelación progresiva al sujeto epistémico. El método orienta hacia la
lectura real que la teología fundamental lleva a cabo sobre los acontecimientos a la luz
del acontecimiento. Por este motivo no podrá tener miedo de actuar una forma
kenótica que parta de la certeza de la fe, asuma las formas del saber crítico e indague
con ellas la inteligencia de lo que ya sabe que es verdadero, para volver a una visión del
misterio más global y más humanamente significativa.
653
BIBL.: BEUMERJ., Die theologische methode, Friburgo 1977; CONGAR Y.-M., La fe y
la teología, Barcelona 1970; CHENU M.D., ¿Es ciencia la teología?, Andorra 1959;
FISICHELLA R., Metodo in teología jondamentale, en "Ricerche Teologiche" 1 (1990);
GABOARDI A., El método apologético, Barcelona 1961; GRABMANN, Die Geschichte
der scholastischen Methode I, Berlín 1957; KASPER W., Die Methoden der Dogmatik,
Munich 1967; ID, Die Wissenschajtspraxis der Theologie, en HFTh IV, 242-276; LANO
A., Die theologische Prinzipienlehre der mittelalterlichen Scholastik, Friburgo 1964;
LATOURELLE R., Apologétique et Fondamentale, en AA.VV., Le deuxiéme symposium
international de théologie dogmatique fondamentale, Turín 1965, 9-27; ID,
Apologétique et Fondamentale. Probléme de nature et de methode, en "Sal" 28 (1965)
256-273; ID, Nueva imagen de la fundamental, en R. LATouaeuLE y G. O'COLLINS,
Problemas y perspectivas de teologíafundamental, Salamanca 1980, 41-63; In Teología,
ciencia de la salvación, Salamanca 1968; LseMArvN, Apologetik und
Fundamentaltheologie, en "Com" 7 (1978) 289-294; LONERGAN B., Método en
teología, Salamanca 1988; Pozzo G., II metodo nella teología sistematica, en C.
RDCCHETTA, R. FISiCHELLA y G. Pozzo La teología Ira rivelazione e storia, Bolonia
1985, 253-347; SCHILLEBEECKx, Interpretación de la fe, Salamanca 1973 TRACY,
Plurality and Ambiguity, Londres 1987, 28-46.
R. Fisichella
654
VERDAD
En la cultura contemporánea, después de Marx y de Nietzsche, dicen los filósofos que
nos encontramos frente a una "inmensa crisis de la idea de verdad" (A, del Noce), que
asistimos a una auténtica "eliminación de la verdad" (F.M. Sciacca). También algunos
teólogos abundan en esta idea, especialmente en el contexto del reto de las religiones:
para poder participar del /diálogo interreligioso, sienten algunos la tentación de
considerar sólo el valor salvífico de las diversas religiones y de poner entre paréntesis el
problema de su verdad (o eventualmente de sus errores). La pregunta por la verdad, sin
embargo, es insoslayable si se quiere evitar el peligro de caer en el sincretismo o de
reducir el diálogo a una simple fenomenología de las religiones (l Religión:
fenomenología). Pues bien, si uno se interroga por la verdad de las religiones, debe
honestamente hacerlo también con el cristianismo. Pero ¿cuál será su punto de
referencia? Para un. cristiano sólo puede serlo la verdad cristiana. Pero ¿qué significa
esta expresión? También aquí es necesaria la reflexión cristiana, pues se corre el peligro
de reducir la verdad al dogma (para el católico) o bien de identificarla con las propias
tradiciones teológicas (para todos los cristianos); es decir, con ciertos sistemas de
nociones que no necesariamente pertenecen a la esencia del cristianismo.
Para hacer esta valoración se necesita, por tanto; 'un criterio: hay que partir de una
cierta idea de verdad. En la historia de la filosofía existen muchas concepciones
diversas sobre la verdad (recordamos, p.ej.: Aristóteles, santo Tomás, Hegel, Marx,
Nietzsche, Kierkegaard, Heidegger). Pero en el campo de la teología, por desgracia,
muchos teólogos no parecen siquiera saber que existe una concepción propiamente
cristiana de la verdad, y que ésta debe ser la norma fundamental para todo el trabajo
teológico. ¿Qué es entonces la verdad cristiana? Decíamos que sería excesivo querer
identificarla con el dogma: la verdad es más amplia que el dogma, aun cuando lo
comprende. La concepción - cristiana de la verdad sólo puede ser la de la misma l
revelación, la de la Sagrada Escritura, que se encarga luego de recoger y actualizar la
tradición, a veces con nuevos acentos, que han de valorarse siempre a la luz de la
concepción bíblica, dado que la Sagrada Escritura, por ser la palabra de Dios, tiene que
ser siempre "como el alma de la teología" (cf DV 24).
655
también la sabiduría, la doctrina de la salvación, según la cual tienen que vivir los
hombres.
En algunos de estos textos del NT se percibe todavía su origen apocalíptico; para Pablo
se trataba de su experiencia del camino de Damasco, cuando se le reveló el Hijo de Dios
(cf Gál_1:16). Allí vio "el esplendor del evangelio en la gloria de Cristo, imagen de
Dios"; lo vio brillar "en el rostro de Cristo" (2Co_4:4.6); por eso podía decir que
predicaba sólo a "Jesús mesías Señor" (2Co_4:5); no había "falseado la palabra de
Dios"; su ministerio había sido siempre "la manifestación de la verdad" (2Co_4:1-2);
esa verdad era la verdad de Cristo.
2) Esto nos introduce directamente en san Juan. A diferencia del mundo clásico o del
mito, gnóstico, Juan no coloca nunca la verdad en lo absoluto del ser, en la
trascendencia de Dios. Para él, la verdad-revelación va siempre ligada a la misión
temporal de Jesús, a su palabra y al don del Espíritu, y luego también a la acogida de
esa verdad por parte de los creyentes. "Aquel que es la Palabra se hizo carne..., lleno de
gracia y de verdad" (Jua_1:14); "la gracia de la verdad fue manifestada por Jesucristo"
(Jua_1:17). Él mismo declaró en la última cena: "Yo soy la verdad" (Jua_14:6).
La verdad que nos ha traído el Jesús histórico sigue estando presente, también para
Juan, después del momento en que dejó el mundo para ir al Padre (cf Jua_16:28): se
actualiza en la Iglesia por obra del Espíritu. Por eso Juan puede escribir: "El Espíritu es
la verdad" (Un 5,6); y regularmente utiliza en sus escritos (y sólo él en el NT) la
expresión "el Espíritu de la verdad" (Jua_14:17; Jua_15:26; Jua_16:13; Un 4,6). El
Espíritu, había dicho Jesús "os guiará a la verdad completa" (Jua_16:13). No es que él
traiga una nueva verdad, distinta de la de Jesús (Joaquín de Fiore), sino que tenemos
necesidad del Espíritu de la verdad que es el Espíritu de Jesús (cf 1,33; 7,38-39; 19,34;
20,23) para que nos recuerde y nos haga comprender todo lo que él ha dicho
(Jua_14:26), haciéndonos penetrar así en la verdad completa (Jua_16:13): Por eso la
verdad tendrá necesariamente un papel decisivo en la vida nueva del creyente. Vivir
cristianamente, para Juan, significa vivir "en la verdad y en el amor" (2Jn_1:3). Esa
verdad es siempre la verdad de Cristo, pero actualizada por el Espíritu. El camino de la
vida cristiana es descrito por Juan con muchas fórmulas diversas: cuando por primera
vez un hombre se ve enfrentado con la verdad de Cristo, tiene ante todo que "hacer la
verdad", es decir hacerla entrar dentro de sí mismo; bajo el influjo de la verdad que
"permanece en él", podrá luego progresivamente "conocer la verdad", dejarse guiar en
su comportamiento por aquella verdad interior, esto es "ser de la verdad"; la vida del
verdadero cristiano consistirá entonces en "vivir en la verdad": la verdad inspirará todo
su camino: su amor a los hermanos, su adoración del Padre, su santificación. Cuanto
más se haga discípulo de Jesús y cooperador de la verdad, tanto más será un hombre
"liberado por la verdad", es decir, liberado por el mismo Cristo, por el hijo de Dios.
En el mundo latino se observa un uso análogo en Tertuliano, pero con una nota más
apologética y polémica: para él son equivalentes de veritas los conceptos doctrina
Christi, doctrina catholica, traditio, praedicatio; en el debate con los no cristianos
utiliza con orgullo la expresión veritas nostra (ApoL, 4,3; 46,2), porque los cristianos
son veritatis cultores (15,8). Algunos autores descubren la dimensión apocalíptica de la
verdad; Lactancio la designa con las expresiones: "el secreto del Dios supremo" (De div.
Inst. I, 1,5), "el misterio de la verdad" (V, 18,11), "la verdad revelada" (VI, 18,2). Arnobio
destaca la importancia de la verdad para el encuentro entre cristianos y no cristianos:
"La religión cristiana se ha introducido en el mundo y ha manifestado los secretos
(sacramenta) de la verdad escondida" (Adv. nat. I, 3). Citemos, finalmente, a Gregorio
Magno: para introducir una frase de Cristo en los evangelios, usa de ordinario la
fórmula Veritas dixit, en lugar de las tradicionales Jesus (o Christus) dixit (es una
costumbre que se mantendrá durante toda la Edad Media). La orientación general del
pensamiento de Gregorio es pastoral, a menudo espiritual y a veces mística. Desea
mostrar la importancia de la verdad para la vida cristiana: la designa para ello con las
expresiones veritatis eloquium, doctrina veritatis, lumen veritatis, pabulum veritatis. Se
subraya fuertemente el vínculo entre verdad y fe: "Todos nosotros, cuando en plenitud
de la fe queremos hacer-resonar algo sobre Dios, somos instrumentos de la verdad
(organa veritatis sumus)"(Mor., 30,81). Los cristianos que han llegado a la perfección
de la contemplación, explica Gregorio, realizan la experiencia de una auténtica revelatio
veritatis (In 1 Reg., 3,20). Las almas santas de la Iglesia, dice también
maravillosamente Gregorio, son veritatis luce splendentes animae (Mor., 19,17).
Hagamos también alguna referencia a la liturgia antigua, que es "el arca santa de la
tradición (Y. Congar). Cuando se dirigen a Dios, las oraciones de la Iglesia utilizan a
menudo la expresión veritas tua para designar la revelación que viene de Dios para la
salvación de las almas: "Oh Dios, que muestras a los que yerran la luz de tu verdad para
que puedan volver al camino recto..."(lunes, 3.a semana del tiempo pascual). La
identificación de la luz de la verdad con Cristo aparece en una oración del viernes santo
(agnita veritatis tuae luce quae Christus est). Pero es especialmente en el contexto de la
658
vida cristiana donde aparece en diversas fórmulas la palabra verdad: verbum veritatis,
evangelica veritas, divinae veritatis praeconium, confessio veritatis, veritatis assertor.
El aspecto de interiorización de la verdad que tiene que iluminar desde dentro
espiritualmente a la vida cristiana está también presente en algunas oraciones: "Oh
Dios, que nos has hecho hijos de la luz por la gracia de la adopción, haz que no nos
veamos arrastrados a las tinieblas del error, sino que permanezcamos siempre
transparentes al esplendor de la verdad" (13.er domingo del tiempo ordinario);esta
oración, muy antigua, parece estar inspirada en el último texto de Gregorio antes
citado.
Una palabra más sobre el Vaticano II. En los textos del concilio el término verdad se
utiliza de nuevo en su sentido bíblico y según el uso de la tradición antigua;
encontramos a menudo las fórmulas siguientes: veritas Dei, veritas revelata, evangelica
veritas, christiana veritas, veritas salutaris. Con este término se designa la revelación
divina que "brilla para nosotros en Cristo" (DV 2). La concentración cristológica de la
verdad aparece en varias ocasiones: "Cristo es la verdad y el camino, que manifiesta a
todos la predicación evangélica" (AG 8; cf DH 14; DV 24). Pero el concilio habla
especialmente de la verdad a propósito de la Sagrada Escritura. Ha quedado ya
superada la antigua problemática de la "inmunidad absoluta del error en toda la
sagrada Escritura" (DV 12, esquema preconciliar), que estaba inspirada en la
concepción escolástica de la verdad; en el texto definitivo la constitución sobre la divina
revelación declara: "Los libros de la Escritura enseñan con certeza, fielmente y sin error
la verdad que Dios quiso que fuera consignada en las sagradas letras para nuestra
salvación" (DV 11). La verdad de la Escritura está en el hecho de que, siendo el
instrumento de la palabra de Dios, propone la divina revelación. La veritas salutaris de
la Biblia no consiste en la inerrancia absoluta de cada una de las proposiciones, sino en
el hecho de que la Escritura entera está ordenada a la revelación del único plan salvífico
de Dios. La verdad de la Escritura está en su valor de revelación, a través del desarrollo
progresivo de la historia de la salvación. Esta concepción dinámica de la verdad aparece
aún con mayor claridad en un texto de inspiración claramente bíblica (cf Jua_16:13):
"La Iglesia, a lo largo de los siglos, tiende incesantemente a la plenitud de la palabra
divina, hasta que se cumplan en ella las palabras de Dios" (DV 8).
3. PROBLEMAS DE HOY. Así pues, lo que la Iglesia busca es "la verdad divina", la
verdad revelada, que es también "nuestra verdad" (Tertuliano). Ésta es la invitación
urgente de la Iglesia a la teología contemporánea, que se encuentra inmersa en un
mundo secularizado. Observan los filósofos que la verdad científica y el sentido de la
historia son "los dos grandes mitos del siglo xx" (J. Brun); algún otro se pregunta si,
desde el punto de vista de la ciencia, "es posible la verdad" (E. Agazzi) ¿No habrá que
decir más bien que el conocimiento científico es hoy "la única fuente de una verdad
auténtica"? (J. Monod). Por otra parte la teología que se ha considerado siempre como
"la ciencia de la fe" Udes quaerens intellectum); la verdad que el teólogo intenta
comprender no es sólo la verdad histórica o la verdad humana, sino la verdad revelada,
la verdad de la fe, que sólo se puede comprender dentro de la fe. Decía Juan Pablo II en
un discurso en Colonia (15 de noviembre de 1980): "En una cultura dominada por la
técnica..., el concepto de verdad resulta casi superfluo e incluso a veces es rechazado
expresamente". Ciertamente, el teólogo de hoy tiene que mantenerse informado de los
grandes progresos de las ciencias humanas y del conocimiento histórico, pero ha de
saber que su objeto formal es distinto: tiene que intentar comprender cada vez mejor la
divina revelación, la palabra de Dios (Dei Verbum), tiene que busaar constantemente la
forma de "llegar al conocimiento de la verdad" (2Ti_3:7). Por eso, la verdadera teología
tiene que considerar siempre la Sagrada Escritura como "el alma de la teología"; la
moral cristiana debe ser siempre "una moral de la fe" (Pablo VI); la exégesis bíblica, del
mismo modo, tiene que ir siempre más allá de la investigación meramente filológica e
histórica, para comprender cada vez mejor, en la fe; lo que Pablo llamaba "el misterio
del evangelio" (Efe_6:18). El mundo del inmanentismo moderno, encerrado en sí
659
mismo, espera quizá oscuramente de los creyentes que sepan, por lo menos ellos, como
Juan Bautista, "dar testimonio de la verdad" (Jua_5:33), y que ayuden a los hombres
de nuestro tiempo a encontrar de nuevo aquel "gaudium de veritate" (Conf.,Jua_10:33)
con el que durante toda su vida soñó tan ardientemente san Agustín.
I. de la Potterie
660
VERDAD
En la cultura contemporánea, después de Marx y de Nietzsche, dicen los filósofos que
nos encontramos frente a una "inmensa crisis de la idea de verdad" (A, del Noce), que
asistimos a una auténtica "eliminación de la verdad" (F.M. Sciacca). También algunos
teólogos abundan en esta idea, especialmente en el contexto del reto de las religiones:
para poder participar del /diálogo interreligioso, sienten algunos la tentación de
considerar sólo el valor salvífico de las diversas religiones y de poner entre paréntesis el
problema de su verdad (o eventualmente de sus errores). La pregunta por la verdad, sin
embargo, es insoslayable si se quiere evitar el peligro de caer en el sincretismo o de
reducir el diálogo a una simple fenomenología de las religiones (l Religión:
fenomenología). Pues bien, si uno se interroga por la verdad de las religiones, debe
honestamente hacerlo también con el cristianismo. Pero ¿cuál será su punto de
referencia? Para un. cristiano sólo puede serlo la verdad cristiana. Pero ¿qué significa
esta expresión? También aquí es necesaria la reflexión cristiana, pues se corre el peligro
de reducir la verdad al dogma (para el católico) o bien de identificarla con las propias
tradiciones teológicas (para todos los cristianos); es decir, con ciertos sistemas de
nociones que no necesariamente pertenecen a la esencia del cristianismo.
Para hacer esta valoración se necesita, por tanto; 'un criterio: hay que partir de una
cierta idea de verdad. En la historia de la filosofía existen muchas concepciones
diversas sobre la verdad (recordamos, p.ej.: Aristóteles, santo Tomás, Hegel, Marx,
Nietzsche, Kierkegaard, Heidegger). Pero en el campo de la teología, por desgracia,
muchos teólogos no parecen siquiera saber que existe una concepción propiamente
cristiana de la verdad, y que ésta debe ser la norma fundamental para todo el trabajo
teológico. ¿Qué es entonces la verdad cristiana? Decíamos que sería excesivo querer
identificarla con el dogma: la verdad es más amplia que el dogma, aun cuando lo
comprende. La concepción - cristiana de la verdad sólo puede ser la de la misma l
revelación, la de la Sagrada Escritura, que se encarga luego de recoger y actualizar la
tradición, a veces con nuevos acentos, que han de valorarse siempre a la luz de la
concepción bíblica, dado que la Sagrada Escritura, por ser la palabra de Dios, tiene que
ser siempre "como el alma de la teología" (cf DV 24).
En algunos de estos textos del NT se percibe todavía su origen apocalíptico; para Pablo
se trataba de su experiencia del camino de Damasco, cuando se le reveló el Hijo de Dios
(cf Gál_1:16). Allí vio "el esplendor del evangelio en la gloria de Cristo, imagen de
Dios"; lo vio brillar "en el rostro de Cristo" (2Co_4:4.6); por eso podía decir que
predicaba sólo a "Jesús mesías Señor" (2Co_4:5); no había "falseado la palabra de
Dios"; su ministerio había sido siempre "la manifestación de la verdad" (2Co_4:1-2);
esa verdad era la verdad de Cristo.
2) Esto nos introduce directamente en san Juan. A diferencia del mundo clásico o del
mito, gnóstico, Juan no coloca nunca la verdad en lo absoluto del ser, en la
trascendencia de Dios. Para él, la verdad-revelación va siempre ligada a la misión
temporal de Jesús, a su palabra y al don del Espíritu, y luego también a la acogida de
esa verdad por parte de los creyentes. "Aquel que es la Palabra se hizo carne..., lleno de
gracia y de verdad" (Jua_1:14); "la gracia de la verdad fue manifestada por Jesucristo"
(Jua_1:17). Él mismo declaró en la última cena: "Yo soy la verdad" (Jua_14:6).
La verdad que nos ha traído el Jesús histórico sigue estando presente, también para
Juan, después del momento en que dejó el mundo para ir al Padre (cf Jua_16:28): se
actualiza en la Iglesia por obra del Espíritu. Por eso Juan puede escribir: "El Espíritu es
la verdad" (Un 5,6); y regularmente utiliza en sus escritos (y sólo él en el NT) la
expresión "el Espíritu de la verdad" (Jua_14:17; Jua_15:26; Jua_16:13; Un 4,6). El
662
Espíritu, había dicho Jesús "os guiará a la verdad completa" (Jua_16:13). No es que él
traiga una nueva verdad, distinta de la de Jesús (Joaquín de Fiore), sino que tenemos
necesidad del Espíritu de la verdad que es el Espíritu de Jesús (cf 1,33; 7,38-39; 19,34;
20,23) para que nos recuerde y nos haga comprender todo lo que él ha dicho
(Jua_14:26), haciéndonos penetrar así en la verdad completa (Jua_16:13): Por eso la
verdad tendrá necesariamente un papel decisivo en la vida nueva del creyente. Vivir
cristianamente, para Juan, significa vivir "en la verdad y en el amor" (2Jn_1:3). Esa
verdad es siempre la verdad de Cristo, pero actualizada por el Espíritu. El camino de la
vida cristiana es descrito por Juan con muchas fórmulas diversas: cuando por primera
vez un hombre se ve enfrentado con la verdad de Cristo, tiene ante todo que "hacer la
verdad", es decir hacerla entrar dentro de sí mismo; bajo el influjo de la verdad que
"permanece en él", podrá luego progresivamente "conocer la verdad", dejarse guiar en
su comportamiento por aquella verdad interior, esto es "ser de la verdad"; la vida del
verdadero cristiano consistirá entonces en "vivir en la verdad": la verdad inspirará todo
su camino: su amor a los hermanos, su adoración del Padre, su santificación. Cuanto
más se haga discípulo de Jesús y cooperador de la verdad, tanto más será un hombre
"liberado por la verdad", es decir, liberado por el mismo Cristo, por el hijo de Dios.
663
b) La idea bíblica de la verdad presente en la tradición. Junto al uso de la noción de
verdad que provenía de la filosofía griega, se encuentra también en la tradición, en
algunos padres y en la liturgia, una recuperación y un desarrollo de la concepción
bíblica de la verdad, pero a veces con una mayor acentuación de su aspecto doctrinal.
En general, la verdad designa entonces la fe cristiana, esto es, la revelación divina, tal
como se ha transmitido en la Iglesia. En este sentido hemos de comprender la fórmula
regula veritatis (sinónimo de regula fidei), usada especialmente en el siglo In. Ireneo
decía que la verdad es "la enseñanza del Hijo de Dios" (Adv. haer. Ill, praef.), pero la
identificaba con el mismo Cristo: "Nuestro Señor Jesucristo es la verdad" (III, 5,1); en
otro lugar identifica la verdad con "la predicación de la Iglesia" (I, 27,4) o con "la
tradición" (Ill, 2,1). Los gnósticos, por el contrario, eran para él transfiguratores
veritatis (III, 4,2), porque "se han apartado de la verdad" (III, 4,2); de forma semejante,
Cerinto era llamado "el enemigo de la verdad" (IIl, 3,4).
En el mundo latino se observa un uso análogo en Tertuliano, pero con una nota más
apologética y polémica: para él son equivalentes de veritas los conceptos doctrina
Christi, doctrina catholica, traditio, praedicatio; en el debate con los no cristianos
utiliza con orgullo la expresión veritas nostra (ApoL, 4,3; 46,2), porque los cristianos
son veritatis cultores (15,8). Algunos autores descubren la dimensión apocalíptica de la
verdad; Lactancio la designa con las expresiones: "el secreto del Dios supremo" (De div.
Inst. I, 1,5), "el misterio de la verdad" (V, 18,11), "la verdad revelada" (VI, 18,2). Arnobio
destaca la importancia de la verdad para el encuentro entre cristianos y no cristianos:
"La religión cristiana se ha introducido en el mundo y ha manifestado los secretos
(sacramenta) de la verdad escondida" (Adv. nat. I, 3). Citemos, finalmente, a Gregorio
Magno: para introducir una frase de Cristo en los evangelios, usa de ordinario la
fórmula Veritas dixit, en lugar de las tradicionales Jesus (o Christus) dixit (es una
costumbre que se mantendrá durante toda la Edad Media). La orientación general del
pensamiento de Gregorio es pastoral, a menudo espiritual y a veces mística. Desea
mostrar la importancia de la verdad para la vida cristiana: la designa para ello con las
expresiones veritatis eloquium, doctrina veritatis, lumen veritatis, pabulum veritatis. Se
subraya fuertemente el vínculo entre verdad y fe: "Todos nosotros, cuando en plenitud
de la fe queremos hacer-resonar algo sobre Dios, somos instrumentos de la verdad
(organa veritatis sumus)"(Mor., 30,81). Los cristianos que han llegado a la perfección
de la contemplación, explica Gregorio, realizan la experiencia de una auténtica revelatio
veritatis (In 1 Reg., 3,20). Las almas santas de la Iglesia, dice también
maravillosamente Gregorio, son veritatis luce splendentes animae (Mor., 19,17).
Hagamos también alguna referencia a la liturgia antigua, que es "el arca santa de la
tradición (Y. Congar). Cuando se dirigen a Dios, las oraciones de la Iglesia utilizan a
menudo la expresión veritas tua para designar la revelación que viene de Dios para la
salvación de las almas: "Oh Dios, que muestras a los que yerran la luz de tu verdad para
que puedan volver al camino recto..."(lunes, 3.a semana del tiempo pascual). La
identificación de la luz de la verdad con Cristo aparece en una oración del viernes santo
(agnita veritatis tuae luce quae Christus est). Pero es especialmente en el contexto de la
vida cristiana donde aparece en diversas fórmulas la palabra verdad: verbum veritatis,
evangelica veritas, divinae veritatis praeconium, confessio veritatis, veritatis assertor.
El aspecto de interiorización de la verdad que tiene que iluminar desde dentro
espiritualmente a la vida cristiana está también presente en algunas oraciones: "Oh
Dios, que nos has hecho hijos de la luz por la gracia de la adopción, haz que no nos
veamos arrastrados a las tinieblas del error, sino que permanezcamos siempre
transparentes al esplendor de la verdad" (13.er domingo del tiempo ordinario);esta
oración, muy antigua, parece estar inspirada en el último texto de Gregorio antes
citado.
Una palabra más sobre el Vaticano II. En los textos del concilio el término verdad se
utiliza de nuevo en su sentido bíblico y según el uso de la tradición antigua;
664
encontramos a menudo las fórmulas siguientes: veritas Dei, veritas revelata, evangelica
veritas, christiana veritas, veritas salutaris. Con este término se designa la revelación
divina que "brilla para nosotros en Cristo" (DV 2). La concentración cristológica de la
verdad aparece en varias ocasiones: "Cristo es la verdad y el camino, que manifiesta a
todos la predicación evangélica" (AG 8; cf DH 14; DV 24). Pero el concilio habla
especialmente de la verdad a propósito de la Sagrada Escritura. Ha quedado ya
superada la antigua problemática de la "inmunidad absoluta del error en toda la
sagrada Escritura" (DV 12, esquema preconciliar), que estaba inspirada en la
concepción escolástica de la verdad; en el texto definitivo la constitución sobre la divina
revelación declara: "Los libros de la Escritura enseñan con certeza, fielmente y sin error
la verdad que Dios quiso que fuera consignada en las sagradas letras para nuestra
salvación" (DV 11). La verdad de la Escritura está en el hecho de que, siendo el
instrumento de la palabra de Dios, propone la divina revelación. La veritas salutaris de
la Biblia no consiste en la inerrancia absoluta de cada una de las proposiciones, sino en
el hecho de que la Escritura entera está ordenada a la revelación del único plan salvífico
de Dios. La verdad de la Escritura está en su valor de revelación, a través del desarrollo
progresivo de la historia de la salvación. Esta concepción dinámica de la verdad aparece
aún con mayor claridad en un texto de inspiración claramente bíblica (cf Jua_16:13):
"La Iglesia, a lo largo de los siglos, tiende incesantemente a la plenitud de la palabra
divina, hasta que se cumplan en ella las palabras de Dios" (DV 8).
3. PROBLEMAS DE HOY. Así pues, lo que la Iglesia busca es "la verdad divina", la
verdad revelada, que es también "nuestra verdad" (Tertuliano). Ésta es la invitación
urgente de la Iglesia a la teología contemporánea, que se encuentra inmersa en un
mundo secularizado. Observan los filósofos que la verdad científica y el sentido de la
historia son "los dos grandes mitos del siglo xx" (J. Brun); algún otro se pregunta si,
desde el punto de vista de la ciencia, "es posible la verdad" (E. Agazzi) ¿No habrá que
decir más bien que el conocimiento científico es hoy "la única fuente de una verdad
auténtica"? (J. Monod). Por otra parte la teología que se ha considerado siempre como
"la ciencia de la fe" Udes quaerens intellectum); la verdad que el teólogo intenta
comprender no es sólo la verdad histórica o la verdad humana, sino la verdad revelada,
la verdad de la fe, que sólo se puede comprender dentro de la fe. Decía Juan Pablo II en
un discurso en Colonia (15 de noviembre de 1980): "En una cultura dominada por la
técnica..., el concepto de verdad resulta casi superfluo e incluso a veces es rechazado
expresamente". Ciertamente, el teólogo de hoy tiene que mantenerse informado de los
grandes progresos de las ciencias humanas y del conocimiento histórico, pero ha de
saber que su objeto formal es distinto: tiene que intentar comprender cada vez mejor la
divina revelación, la palabra de Dios (Dei Verbum), tiene que busaar constantemente la
forma de "llegar al conocimiento de la verdad" (2Ti_3:7). Por eso, la verdadera teología
tiene que considerar siempre la Sagrada Escritura como "el alma de la teología"; la
moral cristiana debe ser siempre "una moral de la fe" (Pablo VI); la exégesis bíblica, del
mismo modo, tiene que ir siempre más allá de la investigación meramente filológica e
histórica, para comprender cada vez mejor, en la fe; lo que Pablo llamaba "el misterio
del evangelio" (Efe_6:18). El mundo del inmanentismo moderno, encerrado en sí
mismo, espera quizá oscuramente de los creyentes que sepan, por lo menos ellos, como
Juan Bautista, "dar testimonio de la verdad" (Jua_5:33), y que ayuden a los hombres
de nuestro tiempo a encontrar de nuevo aquel "gaudium de veritate" (Conf.,Jua_10:33)
con el que durante toda su vida soñó tan ardientemente san Agustín.
I. de la Potterie
MINISTERIO PETRINO
SUMARIO:
I. Perspectiva de teología fundamental.
1. La imagen neotestamentaria de Simón Pedro y de su ministerio;
2. La tradición exegética;
3. La sucesión en el ministerio petrino: teología y magisterio
(S. Pié-Ninot).
II. Perspectiva ecuménica:
1. El primado en el diálogo católicoortodoxo;
2. El primado según las tradiciones de la reforma;
3. El diálogo ecuménico anglicanocatólico y católico-protestante sobre el primado
(A. González Montes).
666
I. Perspectiva de teología fundamental
Desde el nacimiento de la eclesiología fundamental surgió el uso de la llamada "vía
primatus", a través del estudio histórico del primado; del ministerio petrino y de sus
sucesores, como una de las vías para "demostrar" la verdad de la Iglesia católica. Así,
esta "vía primatus", después de las afirmaciones solemnes de los concilios 11 de- Lyon
(1274: DS 861) y de Florencia (1439: DS 1307s), aparecía en sus primeras elaboraciones
de los siglos xvi y xvii articulada-cón la nota de. la unidad de la Iglesia (cf; _p.ej., los
tratados de los cardenales Hosius [1504-1579] y Berlamino [1542-1621]), ya que, ante la
constatación de que todas las confesiones cristianas reivindicaban el valor probativó de
la unidad: de "hecho", a los apologetas.católicos les convenía subrayar el, principio de
unidad de "derecho" que representa el papado.
Tal vía fue progresivamente la más significativa, y con el concilio l Vaticano I encontró
su carta magna en la eclesiología apologética, que se frólongó con fuerza hasta el l
Vaticano II. En efecto, este concilio, al afrontar la eclesiología de forma más global en
sus diversos documentos -LG, AG, UR, GS.---, posibilitó que ésta se convirtiese en un
tratado teológico centrado primordialmente en el misterio de la Iglesia. En este marco,
la LG, en su capítulo lII sobre la "Constitución jerárquica de la Iglesia y en particular
del episcopado", ubica la misión del ministerio petrino.
Sobre la trayectoria de las imágenes de Pedro en el pensamiento del NT, además de las
ya sugeridas como testigo primitivo de Jesús resucitado, portavoz de los doce y
misionero, se desarrolla la de Pedro como gran pescador-misionero (Lc 5), que debe
confirmar a sus hermanos por su continua predicación misionera (Luc_22:32 :
"confirma a tus hermanos'; a su vez es pastor (IPe 5), que ejerce la autoridad pastoral
en virtud de las llaves del reino y del atar y desatar que le confió Jesús (Mat_16:19). Por
ser buen pastor, da la vida por sus ovejas (Jua_10:11; Jua_13:36) y se convierte en
mártir cristiano en Roma hacia los años 60 d.C., como "testigo de los sufrimientos de
Cristo" (1Pe 5;1).
Finalmente Pedro es visto también como débil y pecador. Es censurado por Jesús y aun
llamado "Satanás" (Mc 2Cr_8:33; 2Cr_9:5s; Mt,2Cr_16:23; Jua_13:6-11; 18,l0s), así
como criticado por Pablo (Gál_2:11 ss). Niega a jesús (Mar_14:66-72), pero se
arrepiente, y es rehabilitado (Jua_21:1517). Hombre de poca fe, es salvado por Jesús al
hundirse (Mat_14:28-31); pescador indigno, recibe de Jesús poderes espirituales
(Luc_5:8-10); y, una vez convertido, ha de confirmar a su vez a sus hermanos
(Luc_22:32).
Podemos observar hasta aquí el amplio y.consolidado consenso que existe entre los,
especialistas de todas las confesiones cristianas sobre la historia y-la pluralidad de
imágenes de Simón-Pedro en el NT, Ahora bien, esta sola investigación bíblica no basta
para tratar del ministerio petrino en, la Iglesia a través de los tiempos, ya que "no
resuelve necesariamente el problema acerca de la importancia de Pedro para la Iglesia
subsiguiente" (cf así las conclusiones de Pedro en el NT).
Además, crece la opinión entre los especialistas católicos de que se trata de un texto de
probable origen pospascual, íntimamente ligado a la protofanía de ICor 15,5 y
Luc_24:34 (así exegetas como A. Vdgtle, R. Schnackenburg, F: Mussner, R. Pesch, J.
Blank, J. Schmitt, X. LéonDufour, R.E. Brown; P. Grelot..., y teólogos como H. Fries, H.
Waldenfels, F. Schüssler Fiorenza. J.P. Tillard, M.M. Garijo-Güembe...). Hipótesis que
no puede excluirse con tal de que se.garantice el valor histórico de esta promesa hecha
a Pedro, basada en una fe auténticamente cristiana en el acontecimiento histórico-
salvífico de la resurrección de Cristo (cf A. Antón). De esta forma, Mateo se limitaría a
situar en otro tiempo, y en el marco de Cesarea de Filipo, donde la fe de Pedro ocupó el
lugar de la formulación muy imperfecta conservada por Marcos, lo que el Cristo
glorioso dijo en el tiempo de la Iglesia, mencionada explícitamente en Mat_16:18, y que
está anunciada con el verbo "edificaré" en futuro (cf P. Grelot). Aun en el caso de que se
opine que tal texto fue pronunciado durante el ministerio público de Jesús, o también
en la última cena (cf O. CULLMANN, en TWNT VI, Mat_1959:-105s), la confesión de
Pedro anticipa su plenitud de fe pospascual (cf I. Gomá).
668
Este texto nos revela, pues, el misterio de la Iglesia en su naturaleza, fundamento y
condición terrena. En cuanto a su naturaleza: es la Iglesia de Jesucristo construida por
él y no por propia iniciativa humana. En cuanto a su fundamento: está construida sobre
Pedro como confesor de la fe. Esta .mención de Pedro encierra una referencia a su
estructura visible, porque Pedro está ligado dé manera indisoluble a los doce, de los que
él es el primero y portavoz. En cuanto a su condición terrena en el tiempo: la Iglesia
está expuesta a los ataques de "las puertas del infierno"; pero la palabra de Jesús
asegura que éstas no podrán con la Iglesia. Pedro, en calidad de primero en el colegio
apostólico, tiene las "llaves" que permiten acceder al reino de Dios a través de la Iglesia
de Jesucristo, con su función de "atar y desatar", que sugieren la relación entre
comunicación visible del don de Dios y las estructuras visibles de la Iglesia (cf Grelot).
La primera reflexión teológica importante sobre estos textos es la del papa León Magno
(j' 461), que recoge particularmente la tradición occidental de los dos siglos precedentes
y explica claramente la relación entre Cristo y Pedro y entre Pedro y el obispo de Roma.
León Magno se refiere a Mat_16:18s para justificar su ministerio como continuador de
la tradición del papa Esteban I (j' 257), que había invocado ya este texto para
fundamentar la autoridad papal (SAN CIPRIANO, Ep,Mat_75:16). León, además,
enfatiza fuertemente que Cristo mismo dio personalmente a Pedro, y a él solo, una
función primacial en el colegio apostólico. De ahí que la autoridad de Pedro sobre los
apóstoles fuese una participación de la autoridad sagrada opotestas del mismo Cristo
(Sermo 3,3). Entre Jesús y Pedro existía tal relación que los juicios del apóstol se
consideraban idénticos a los de Cristo. De esta forma, León Magno argumentaba que
Pedro había recibido la "primacía" en el colegio apostólico por institución del Señor, es
decir, de Cristo mismo (Sermo 3,4).
A partir de esta doctrina de León Magno, los concilios medievales incorporaron a sus
enseñanzas oficiales esta afirmación sobre el origen de la primacía papal, refiriéndose
explícitamente a Mat_16:16-19. Así, en el II concilio de Lyon (1274), a través de la
profesión de fe de Miguel Paleólogo (DS 861), y en el concilio de Florencia (1439), al
afirmar que "el mismo romano pontífice es el sucesor del bienaventurado Pedro, jefe de
los apóstoles y verdadero vicario de Cristo" (DS 1307s).
Durante el siglo xvi los reformadores suscitaron la cuestión del origen de la primacía
papal en la Iglesia. En la réplica del cardenal Cayetano en su De divina institutione
pontificatus romani pontificis (1521) se articularán las tres cuestiones que se convierten
en el eje de la llamada "vía primatus": 1) la primacía petrina: la primacía de Pedro en el
669
colegio apostólico; 2) la sucesión petrina: el sucesor del ministerio petrino; 3) el
ministerio petrino romano: el obispo de Roma como legítimo sucesor de Pedro. Esta
triple perspectiva se mantuvo constante entre los teólogos y canonistas hasta su
incorporación a las definiciones dogmáticas del Vaticano I (1870).
El Vaticano II repetirá estas afirmaciones del Vaticano I (cf LG 18b; 22b; 25c) y ubicará
el ministerio petrino, referido de nuevo a Mat_16:18s y Jua_21:15-17, en el marco de
una significativa relación entre el colegio episcopal y su cabeza (LG 22b), a su vez
clarificada por la nota explicativa previa, dentro de la eclesiología de la "hierarchica
communio" propia de la Lumen gentium (13c; 18b; 21b; 22a; NEP 2). Esta eclesiología
afirma que la Iglesia es esencialmente una comunión de Iglesias particulares, a cuya
cabeza están los obispos (cf LG 23), los cuales constituyen el colegio episcopal, al cual
se accede "en virtud de la consagración episcopal y de la comunión jerárquica con la
cabeza y los miembros del colegio" (LG 22a). Éste ha heredado del colegio de los
apóstoles la responsabilidad y el gobierno pastoral de la Iglesia universal (cf LG 20), y
pertenece al papa el ser y actuar como cabeza del colegio episcopal, teniendo presente
que "en virtud de su ministerio, es decir, el vicario de Cristo y pastor de toda la Iglesia,
tiene sobre ésta una potestad plena, suprema y universal, que puede ejercer siempre
libremente" (LG 22b).
A partir de estas afirmaciones, pues, la articulación entre el ejercicio del primado del
ministerio petrino y de la colegialidad episcopal en sus diversos ámbitos (concilios,
sínodos, conferencias episcopales...), se abre a una continuada profundización (cf
Temas selectos de eclesiología de la CTI de 1985; documento final del sínodo
extraordinario de 1985, Unidad. y diversidad en la Iglesia, de la PCB de 1988). Todo
esto a partir de la eclesiología de comunión, que es el eje vertebrador del Vaticano II y
del mismo primado apostólico del ministerio petrino en el Vaticano 1 al afirmar que su
finalidad fundamental es conservar la Iglesia "en la unidad de la fe y de la comunión,
(ya que es) Pedro el principio perpetuo y el fundamento'visible de esta doble unidad
(DS 3051): En esta perspectiva se sitúan diversas reflexiones eclesiológicas recientes (cf
J. Ratzinger, J.-M.R. Tillard, A: Dulles M. Thurian, M.M. Garijo-Güembe...), que
fecundan una nueva perspectiva teológico-fundamental sobre la credibilidad y la
signifieatividad del ministerio petrino como "garante-decisivo" de la "communió" en la
unidad propia de la verdadera Iglesia de Cristo a partir de aquella sede que, al suceder á
Pedro en Roma, "la preside en la caridad", según feliz expresión de Ignacio de
Antioquía (Ad Róm. praef.; cf LG 13).
S. Pié-Ninot
De hecho, Affanasieff reconoce que la Iglesia local necesitó de las otras Iglesias
(consagración del obispo), y desde san Cipriano ha permitido el desarrollo del primado
universal y está de hecho supuesta en la misma eclesiología eucarística, más primitiva.
La teología ortodoxa reconoce hoy la importancia de la noción de Iglesia universal, pero
no parte de la institución del pasmado como su fundamento, sino de la idea de
comunión (I. Karmiris, G. Florovskij, J. Zizioulas). No se renuncia a la idea del
primado, ya que está supuesta en la eclesiología ortodoxa del obispo, principio de
unidad en la Iglesia local, y en la noción teológico-administrativa de la autocefalía. Por
eso parece que esta consideración del primado requiere ser complementada con la idea
671
de sucesión apostólica, teniendo en cuenta que la Iglesia católica habla de la sucesión
de Pedro en el marco de la sucesión apostólica. Ésta es la concepción subyacente al
Vaticano cuando habla de la función vicaria del papa y del colegio episcopal en relación
con la función irrepetlble de Pedro y los apóstoles.
En estos cargos basaron los reformadores el rechazo doctrinal de fondo "por causa del
evangelio" de la institución divina del episcopado (y de la triple gradación ministerial) y
del papado (CALVINO, InSt. Chr. IV, cc. 5=7). Contra el papa se expresó Lutero con
dureza, como es sabido, desde su carta a León X (1518) y los escritos de 1520 (De
captivitate babylonica, A los príncipes de la nación alemana, Sobre la libertad de un
cristiano) hasta los durísimos libelos Contra Hans Worst (1541) y Contra el papado de
Roma fundado por el demonio (1545). En los Artículos de Esmalcalda (1537) este
rechazo es ya doctrina adquirida, que debía ser defendida en el anunciado concilio de
Mantua (BSELK, 427-433). Autor del Tractatus de potestate et primatu papae (1537),
Melanchton se distancia con moderación de este rechazo frontal; añadiendo a su firma
un voto de acatamiento del papa, "si evangelium' admitteret (..) propter pacem et
tranquillitatem christianorum, qui iam sub ipso sunt" (BSELK, 464). Complemento de
la Confessio Augustana (1530) y de la Apologia (1531), impugna la institución divina del
primado (y del episcopado) y propugna la reforma de su realidad histórica, beneficiosa
para la unidad de la Iglesia.
A. González Montes
674
MISIÓN
1. INTRODUCCIÓN. a) Pórtico. Más que ofrecer un tratado completo, aunque de
dimensiones reducidos, de la misionología, intentaremos captar la que nos parece que
puede ser la justificación y la perspectiva de la misma, vista desde la teología
fundamental. Más aún: nos atrevemos a pensar que la teología fundamental podría ser
el lugar privilegiado para una comprensión del carácter misional de la Iglesia y para
una vinculación ideal con todo el amplio universo de la ciencia teológica.
Hay que decir entonces que, en línea con las orientaciones más difundidas entre los
estudiosos contemporáneos, consideramos la teología fundamental como la ciencia
llamada ala profundización de la revelación a partir de la revelación misma y a la
justificación de la, credibilidad del acontecimiento, tal como se sacramentalizó en
Cristo. Este acontecimiento se sigue sacrarnentalizando a lo largo de los siglos en la
Iglesia, que tiene la pretensión de ser la única que él quiso.
675
y los diversos fines secundarios de la actividad misionera, o bien respecto a la
metodología de aproximación a las otras culturas y religiones, que estarían destinadas a
sufrir una "conversión" que las transformase en profundidad.
Cuando casualmente aparece algún grupo étnico o incluso algún continente cuyos
pueblos no han oído hablar de Cristo, no se vacila ni un momento en lanzarse a la
aventura de la evangelización, marcada a menudo gloriosamente por el derramamiento
de sangre martirial. El cuadro teórico es muy simple y se refiere sine glossa a
Mat_28:10-20.
En los últimos decenios hemos asistido, tanto entre los católicos como entre los
protestantes, a una reanudación de los estudios teológicos, especialmente en Id que se
refiere a nuestro tema.
Nos- hemos encontrado ante una sucesión rápida de diversas interpretaciones sobre las
más graves temas teológicos que hasta hace poco se consideraban, como definitiva y
pacíficamente adquiridos. Se ha creado una "precomprensión" nueva, positiva,
optimista sobre el papel salvífico de las otras religiones, que parecía querer sepultar
para siempre la validez del mandato misionero de Cristo.
Por otra parte, se ha asistido también a una recuperación, no privada de vivos debates,
de la animación misionera y a la apertura de nuevas fronteras para las congregaciones
típicamente misioneras y también para aquéllas en las que la misión, entendida como
misión ad gentes y en ticrras geográficamente lejanas, constituye sólo un elemento más
del carisma fundacional. Se ha producido una interesante renovación de los estudios,
una multiplicación de los análisis, que han aclarado definitivamente la procedencia
"teologal" de la misión, así como la espiritualidad específica del misionero y-la
metodología de aproximación a los destinatarios.
Después del Vaticano II toda reflexión sobre la misión tiene que tener su punto de
partida y de referencia constante en lo que se dice de la Iglesia y de su relación
irrompible y vital con la misión del Hijo y del Espíritu, queridas por aquella "fuente de
amor" que es la caridad del Padre (LG 1 y AG 2). Son textos que ofrecen también una
nueva luz para revisar los textos del AT y del NT sobre nuestro tema. Esta vinculación
con la santísima Trinidad va más allá del mandato mismo de Jesús (Mar_16:15;
Mat_28:18-20), en el que se apoyó tradicionalmente la actividad misionera de la
Iglesia. También nuestra eclesiología, a ejemplo de la ortodoxa, tiene que
acostumbrarse a ver en la Iglesia la imagen de la santísima Trinidad. La Iglesia depende
ontológicamente de la Trinidad, y por tanto debemos tener la precaución de saber
referir a ella todos los aspectos de su dinamismo.
a) En el Antiguo Testamento. Más que de envío en misión "in partes infidelium", que es
una novedad absoluta del NT, en donde se desarrollará la teología de la misión basada
en la misma misión del Hijo, el enviado del Padre, en el AT la difusión de la religión
hebrea se hace por simpatía y por otros motivos-humanos; encontramos indicaciones
de una apertura universalista en el deseo gratuito (cf AG 2 y 3) de salvación por parte
de Dios (cf Is 40-45 y el libro de Jonás, que son, quizá, los únicos textos que indican
una tarea misionera por parte de Israel).
Sólo hay dos textos que se refieren expresamente al envío en misión (Isa_49:6; 61,.1-3),
pero, a juicio de los exegetas, los dos deben aplicarse proféticamente al futuro mesías;
por lo demás, según Luc_4:18s, Jesús se aplicó este segundo texto a sí mismo al
comienzo de su misión.
677
Los profetas, en general, son los personajes del AT que más se parecen, por su vocación
a escuchar y a difundir oralmente o por escrito la palabra de Dios, a los futuros
misioneros cristianos. Al haber luchado contra la involución del judaísmo, siempre bajo
la tentación de encerrarse orgullosamente en un gueto, y al anunciar de antemano el
retorno de los gentiles al seno del pueblo elegido, los profetas -recordando los temas
universalistas del paraíso terrenal, del pacto con Noé y de la vocación de Abrahán-
colaboraron de hecho favorablemente en la preparación de la verdadera misión
neotestamentaria.
Los seluhim, es decir, los "apóstoles de la tierra de Israel", constituían más bien una
especie de comisión de doctos para la instrucción religiosa, pero siempre y solamente
dentro, de los propios correligionarios, para resolver y aclarar diversos problemas, y no
como enviados a los gentiles para convertirlos.
Jesús fue enviado por el Padre (Jua_20:21; Jua_17:18.21b) para fundarla Iglesia con el
"resto de Israel" y con las gentes (Gál_6:16); los dos pueblos están destinados a ser un
tertium genus. Para la realización de este proyecto se escogió unos colaboradores que
son como los segadores de su mies (Mat_10:1), como los pastores de un rebaño
desbandado (Mat_9:37; Mar_6:37), como pescadores de hombres (Mt 4 20; Mar_1:17;
Luc_5:10) y como profetas (Efe_3:4-6; Luc_11:49; Apo_18:20). A estos elegidos
gratuitamente por Dios (Mat_10:8b), Jesús les promete la plenitud del Espíritu Santo
(Jua_16:13a) y los plenos poderes que se describen en Mar_3:14s.
La crítica, que se remonta a Bultmann, afirma que, los textos que recogen los discursos
de Jesús relativos a la misión de los apóstoles ad hebraeos (prepascual) y ad gentes
(pascual) fueron inventados por la comunidad primitiva, que necesitaba justificar su
propia apertura universalista, haciéndola remontarse a Jesús, para obligar al silencio a
la corriente judaizante, claramente opuesta.
Sin bajar a detalles, aclarados en poderosos estudios sobre el tema con el método de "la
historia de las formas", acogemos las conclusiones relativas a los discursos de misión de
Jesús y a las dos comunidades judeocristiana y gentil-cristiana, que tienen su origen en
la actividad misionera de -la comunidad prepascual, cuyo apoyo se encuentra en Me
6,7-13.30!; Luc_9:1-6.10; ,42; Lev_10:124 : También el mandato del resucitado, que se
conserva en Mt 28;16-20; Me 16,14-20 (?); Lev_24:44-51, nos remite al universalismo.
Los exegetas están de acuerdo en localizar los textos misioneros de los sinópticos; son
"discursos de mi= sión": Me 6,7-13.30s; Luc_9:1-6.10; ,42 Lev_10:1-24; Mat_28:16-20;
Me 16,14-20 (?); Lev_24:44-51, y varios loghia, incluidos algunos de ellos en los
678
discursos indicados y recogidos otros en contextos diferentes. Gracias a los estudios
realizados se puede descubrir el núcleo original y la situación típica de la comunidad
prepascual, liberando la perícopa de las adaptaciones hechas sin más por la comunidad
pospascual y refiriendo su núcleo, con un gran margen de seguridad, al Jesús histórico,
especialmente a su ejemplo, ya que, aunque personalmente había limitado su
apostolado a los hebreos, había preparado la misión universal de su Iglesia, y a sus
discípulos.
No hay que olvidar que la misión sólo comienza después de que los apóstoles fueron
investidos de la "fuerza de lo alto" (cf Isa_32:15; Sab 9;17; Le 1;78; Isa_24:28s). El
maestro afirma: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros para
que seáis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la
tierra" (Heb_1:4.8). Y desde el principio esta "fuerza de lo alto" fue "controlada"
siempre en su autenticidad tanto por el sentido de la fe como por el munus
apostolicum.
Se trata del apostolado de tipo "apocalíptico", basado en las revelaciones hechas por el
Padre y por el Cristo glorioso: Entre los dos tipos de apostolado no hay una
contraposición, mientras que se diferencian ambos dei apostolado de la sinagoga.
Aparece también una gran variedad de misioneros, hombres y mujeres,- llamados con
diversos títulos: profetas, apóstoles, doctores, ángeles, siervos, hermanos o hermanas;
pero parece ser que tenían los mismos encargos. Los autores discuten sobre su
"naturaleza" y sobre sus relaciones con la jerarquía local, Lo cierto es que, junto -a los
grandes apóstoles, estos otros discípulos peregrinaron por el mundo entero para
propagar a Cristo y su evangelio, adaptándolo a las diversas catequesis de la Iglesia
primitiva, presidida por Santiago, o por Pedro, o por Juan, o por Pablo. No faltaron
tampoco conflictos, contrastes y polémicas.
679
Las grandes etapas pueden subdividirse así: a) la Iglesia en la edad apostólica y dentro
del mundo grecorromano, con una mención especial de las tres misiones de Pablo; b) la
acción evangelizadora en la Edad Media europea, en favor de los pueblos bárbaros y
entre los eslavos, y en Oriente entre los mongoles y musulmanes; c) la misión ad gentes
del siglo XVI, tanto en América Latina como en Extremo Oriente; d) la fundación de la
sagrada Congregación de propaganda fide (1622); e) el renacimiento misionero del
siglo pasado, después de superar la crisis del siglo xviii gracias al nuevo espíritu
religioso y la aparición de numerosas congregaciones misioneras; f) el tiempo de las
grandes encíclicas pontificias de nuestro siglo, los documentos del Vaticano II y la
admirable Evangelü nuntiandi en la que Pablo VI, partiendo de Cristo evangelizador,
explica qué es lo que significa evangelizar y cuáles son el contenido, las vías, los
destinatarios, los obreros y el espíritu de la evangelización.
La historia nos habla del heroísmo de tantos discípulos del Señor para darlo a conocer,
y también de las dificultades, los- contrastes -entre los mismos misioneros- por la
comprensión de la misión, de la progresiva reflexión eclesial a nivel incluso teológico-
científico sobre su propia comprensión como comunidad misionera; de la que son un
buen testimonio los grandes documentó! del magisterio en nuestro siglo.
Es importante recordar la historia de las misiones para evitar los errores del pasado,
especialmente en lo que se refiere 'a la metodología' misional en los diversos períodos
históricos. Pero hay que recordar igualmente -digámoslo de pasada- que al análisis del
historiador y del sociólogo siempre se le escapan las dimensiones más profundas de la
aventura de la misión cristiana: su origen divino y su animación íntima por la fuerza del
Espíritu.
Se afirma que "la Iglesia peregrinante es, por su naturaleza, misionera" (AG 2a); que no
existe más que para ser misionera. El decreto subraya que esta realidad suya es tal no
sólo en virtud del mandato misionero del maestro, sino más aún por el hecho de que
"toma su origen de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo, según el
propósito de Dios Padre" (AG 2a), y por tanto "esta misión continúa y desarrolla en el
decurso de la historia la misión del propio Cristo" (AG 5b). Anteriormente se la
describió como la realización del proyecto salvífico del Padre. Entonces puede decirse
que la misión es eclesiocéntrica por ser cristocéntrica; habiendo afirmado Jesús
claramente la necesidad de la fe y del bautismo para la salvación, declaró la
sacramentalidad necesaria de la Iglesia, que es su cuerpo (cf AG 7a).
"La actividad misionera es, en última instancia, la manifestación del propósito de Dios
o epifanía y su realización en el mundo y en la historia, en la que Dios, por medio de la
misión, perfecciona abiertamente la historia de la salvación. Por la palabra de la
predicación y por la celebración de los sacramentos, cuyo centro y cima es la santísima
eucaristía, la actividad misionera hace presente a Cristo, autor de la salvación" (AG 9b).
Aunque "la actividad misionera entre los infieles difiere de la actividad pastoral que hay
que realizar con los fieles y de las iniciativas que hay que tomar para restaurar la
unidad de los cristianos", se afirma que "estas dos actividades están íntimamente
unidas con la acción misionera de la Iglesia" (AG 6f). Desde el momento en que esta
actividad brota directamente de la naturaleza misma de la Iglesia (AG- 2a), no puede ni
debe faltar jamás; incluso las jóvenes Iglesias tienen que predicar el evangelio "a los
que todavía están fuera" (AG 6d). Apenas se ha "implantado" ya una Iglesia particular,
tiene que hacerse enseguida misionera, ya que "debe conocer cabalmente que también
ella ha sido enviada a quienes no creen en Cristo y viven con ella en el mismo territorio"
(AG 20a). Esta "reproducción" no tiene una dimensión jurídica, sino ontológica. De
aquí se deriva que la actividad misionera de la Iglesia es esencial a toda la Iglesia y
perdura para siempre en ella.
681
de los tiempos", el "mundo", los que establezcan en cada ocasión el agendum de la
Iglesia y por la Iglesia (cf J. Ch. Hoekendijk).
No podía faltar una referencia a esta función esencial suya, en cuanto que es
dependiente de Cristo: "Nacida de la misión, la Iglesia es a su vez enviada por Jesús. La
Iglesia sigue en el mundo mientras que el Señor de la gloria vuelve al Padre. Sigue allí
como un signo juntamente opaco y luminoso de una nueva presencia de Jesús, de su
partida y de su permanencia. Ella lo prolonga y lo continúa. Y es precisamente su
misión y su condición de evangelizador la que ella está llamada ante todo a continuar"
(EN 15c).
El número 75 nos recuerda que la Iglesia es evangelizadora, gracias ala fuerza del
Espíritu Santo. La nueva Iglesia es el fruto normal y deseado, más visible e inmediato
de la evangelización (EN 15b). El número 28 afirma que la evangelización en su
totalidad (...) consiste en implantar la Iglesia". La evangelización se concibe no como un
primer anuncio, sino más bien como un proceso integratiVo que abarca diversos
aspectos de la misma realidad.
El compromiso del misionero, se dice, tiene que hacerse en un nivel más horizontal; la
salvación- escatológica se queda para Dios, el cual se acerca "ordinariamente" a los que
han de salvarse en las religiones a las que ya se adhieren, sin que haya necesidad de
molestarse en molestarlos.
Se ha perdido la mística del anuncio explícito del mensaje de Cristo, cediendo a las
exigencias de una "denuncia" de tipo social o a un diálogo, a menudo demasiado
genérico e " irénico" con el otro.
En contra de estas posiciones y de otras por el estilo, hay que subrayar que la misión es
una mediación de salvación plena. De la historia del AT (Jer_7:25s; Jer_29:1'9;
Eze_13:6; Age_1:13; etc.) y del Nuevo (Mat_3:13; Jua_20:21) aparece con claridad su
procedencia divina. Lo mismo que allí la misión se realiza con la fuerza de Espíritu
(Eze_2:2s; Zac_4:6b), también aquí Jesús asegura al discípulo su Espíritu como fuerza
para la misión y como persona que guía, defiende y consuela al misionero (Jua_14:26;
16;12s; Heb_6:10; Heb_7:55ss; Heb_10:19s; 1Co_2:4; etc.). La misión es obra de
salvación que tiene como agentes a Dios, que envía a su Hijo ("missio Dei") y a los
misioneros ('missio hominis') que son la longa manus de la Iglesia, depositaria en la
historia de la salvación de Cristo ("missio Ecclesiae"). La misión tiene siempre el mismo
objetivo: la salvación integral de la persona humana; pero se realiza en circunstancias
histórico-geográficas, religioso-culturales diversas. Cuando esta actividad salvífica tiene
el aspecto de ser un primer anuncio y se propone la implantación de una nueva Iglesia,
toma el nombre de "misiones" ad gentes y supone siempre una exigencia de partida, de
servicio, de inserción.
La implantación de la Iglesia se presenta como fin de la misión (AG 6), ya que Dios no
quiere salvar individualmente, sino formando parte de una comunidad de salvación
(AG 2b; LG 9a; 13a). Puede decirse que se tiene una comunidad cristiana cuando se
acepta el evangelio en la fe, se celebra la eucaristía y se tiene un pastor (cf CD 11; AG
19a).
683
Hay que desbrozar el terreno de la sospecha y de la angustia de que la Iglesia haga
misión por egocentrismo. Ella tiene conciencia de que es instrumento de salvación,
pero la salvación sólo se obtiene de Cristo -él es la "luz de las gentes" (LG 1)-; que
habitualmente se sirve de su cuerpo para darla.
Aun sin identificarse con el reino de Dios, está á su servicio y es en la tierra su "germen
y principio" (LG 5,3-9). Su único fin es establecer el reino de Dios en todo el mundo
(AA 2), aunque hay una tensión entre la Iglesia y el reino, ya que la comunidad eclesial
y sus estructuras deben tender a encarnar las exigencias según el evangelio y el reino.
Es importante y saludable que exista dicha tensión. Pero tensión no quiere decir
contraposición. Se da simultaneidad y no contraposición entre el nacimiento de la
Iglesia y el reino de Dios. Reflexionando teológicamente sobre este tema del reino de
Dios, se pasó fácilmente a la afirmación de que la "missio Dei" es solamente y toda ella
obra de Dios; la Iglesia es un "signo" del compromiso de Dios con el mundo, y Cristo es
el modelo de entrega a los demás.
La conversión, esto es, el conformar la propia vida con las exigencias del evangelio, con
la función del discípulo del Señor en su Iglesia comprometido en la construcción de su
reino, debe entenderse como un proceso que afecta a toda la existencia. Aunque el
decreto AG habla varias veces de ello (7s; 13), algunos misionólogos no quieren oír
hablar de estas cosas. Si hay un verdadero encuentro con Cristo, es inevitable en cierto
modo una ruptura con el modo anterior de vivir. Pablo VI nos recuerda que Dios puede
alcanzar salvíficamente -a través de caminos que sólo él conoce" (EN 80)- a las
personas a las que no ha llegado explícitamente el mensaje evangélico. Pero la pregunta
que ha de fundamentar siempre el compromiso misionero de la Iglesia es la de "si
podremos salvarnos nosotros si por negligencia, por miedo, por vergüenza o en virtud
de ideas falsas dejamos de anunciarlo" (EN 80).
La misionología, para mantenerse fiel a lo que nos parece que es el proyecto del Señor,
según se deduce de una seria exégesis bastante compartida, del testimonio de la praxis
de la vida eelesial de veinte siglos de historia, de los repetidos y solemnes
pronunciamientos magisteriales de nuestro siglo, etc., tiene que luchar por superar el
complejo de culpa frente a los que acusan a sus agentes de eclesiocentrismo,
prefiriendo verlos más o menos irénicamente comprometidos tan sólo socialmente en
la construcción de un mundo más justo, y humano.
Parece haber -no solamente fuera, sino entre los mismos miembros de la comunidad
cristiano-católica- una especie de complot (¿"teológico"?) para "desmisionalizar" a la
Iglesia, según la expresión de Mondin.
A partir de estas premisas, P. Knitter afirmará que "quizá... pueda haber otros
salvadores y otros reveladores tan importantes como Jesús de Nazaret". Quizá con
"intuición" teológica, pero con cierta superficialidad exegética -como le reprocha I. de la
Potterie- escribirá una obra preguntándose si, después de todo, no exageró, las cosas
Pedro cuando dijo: "No hay salvación en ningún otro, pues no se nos ha dado a los
hombres ningún otro nombre debajo del cielo para salvarnos" (Heb_4:12). El mismo
autor, más recientemente, en otra obra emblemática (junto con J. Kick), ha podido
escribir que "la piedra de escándalo parece ser la creencia, central en el cristianismo, en
la unicidad de Cristo. La premisa fundamental del pluralismo unitivo es que todas las
religiones son, o pueden ser, igualmente válidas. Esto significa que sus fundadores, las
personalidades religiosas que reflejan, son o pueden ser igualmente válidas. Pero esto
abriría la posibilidad de que Jesucristo fuera `uno de tantos' en el mundo de los
salvadores y reveladores. Semejante reconocimiento para los cristianos es simplemente
inadmisible. ¿O podrá admitirse?"
1. de la Potterie, apoyándose en los estudios del conocido especialista que es J. Dupont,
intenta demostrar la solidez de la interpretación tradicional, que hace de Cristo el único
salvador.
Los estudiosos creen que la raíz de esta confusión de ideas tan difundida en nuestros
días en torno a la teología de las religiones, el diálogo interreligioso, el valor
sacramental universal y ordinario de la Iglesia cristiano-católica para la salvación, etc.,
es la teoría del "cristianismo anónimo" (!Cristianos anónimos) o implícito que formuló
especialmente K. Rahner. Algunos discípulos suyos más radicales han llegado a la
conclusión -que quizá no aceptaría el maestro- de que las religiones serían, como tales,
medios, de salvación eficaces y adecuados, como lo es el cristianismo.
Los documentos de la Iglesia nos dicen que las "religiones" no cristianas son una
realidad viva que no puede ignorar, pero las considera como una "preparación para la
acogida del evangelio" (LG 16; NA 2b), con algunos elementos buenos y verdaderos,
"semillas de la Palabra"(AG 1 I), fruto de la acción del Espíritu Santo (GS 92s; RH 12),
pero también con elementos negativos ya que "con mucha frecuencia los hombres,
engañados por el maligno, se envilecieron con sus fantasías y trocaron la verdad de
Dios en mentira, sirviendo a la criatura más bien que al Creador" (LG 16). El Vaticano
II, con afirmaciones que creemos siguen siendo válidas todavía, declara que "la Iglesia
católica nada rechaza de lo que en estas religiones hay de verdadero y santo" (NA 2b) y
que todo lo que se quiere o se busca oscuramente en las religiones es purificado y
asumido por la Iglesia (LG 17; AG 11).
"Por consiguiente, (la Iglesia) exhorta a sus hijos a que con prudencia y caridad,
mediante el diálogo y la colaboración con los adeptos de otras religiones, dando
testimonio de la fe y la vida cristiana, reconozcan, guarden y promuevan aquellos
bienes espirituales y morales, así como los valores socio-culturales, que en ellos
existen" (NA 2e). Hay que considerar el diálogo y la, misión cómo realidades que se
entrecruzan; el diálogo interreligioso. es un elemento integrador-del proceso de
evangelización, pero no:puede nunca reemplazar ni sustituir a la misión (cf EN 27).
686
Juan Pablo II en este documento da buenas pruebas de conocer muy bien todos los
cuestionamientos relativos a la misión, ya señalados por nosotros en los párrafos
anteriores: Desde el mismo, comienzo, y más adelanté repetidas veces, enfrentando las
distintas objeciones, sale al paso de todas las sospechas supuestamente teológicas
contra la validez de la misión en obediente acatamiento del mandato de Jesucristo (cf
RMi 32. 35:55s.66).
Creemos que la citada encíclica a la luz de las orientaciones conciliares nos aclara -con
la autoridad que la caracteriza- el dramático problema de la unicidad y universalidad de
la salvación en Cristo (cc. 1 y 2) y de la validez salvífica de las religiones no cristianas.
La encíclica -como si tuviera siempre delante la pregunta que se asoma varias veces a lo
largo del documento: "¿Para qué la misión?" (cf RMi 4.11), y quisiese darle una
respuesta- quiere recordar, aclarar, corregir posiciones erróneas y "disipar dudas y
ambigüedades" (cf RMi 2.32s. 37). El Papa quiere focalizar las raíces de la misión y sus
motivaciones y el rol sacramental de la Iglesia; quiere subrayar elementos de teología
sistemática y espiritual que pueden dar nuevo empuje (cf RMi 2.30.33-38) a la
constitutiva (cf RMi 1.2.3.62.65s. 71) misionariedad de la Iglesia, y por tanto, al
"mandato misionero", que suena como grave compromiso para todo creyente (cf RMi
2.33.37:62. 71-74), hacia horizontes que no conocen fronteras (cf RMi 31-40), bajo la
presión de las urgencias coyunturales (cf RMi 3.30). El documento resulta entonces
importante por las puntuales tomas de posición frente a los principales
cuestionamientos culturales, teológicos, espirituales y prácticos de los recientes años
posconciliares.
Queremos ante todo evidenciar el subtítulo de la misma encíclica, que luego encuentra
eco a lo largo de la misma, pero de una manera singular en los números de la
introdúcción: la perenne validez del mandato misionero y, por consiguiente, de la
vocación específicamente misionera (cf 62.65), y el subsiguiente grito de solícito
llamamiento a la misión ad gentes por parte del responsable primero de la Iglesia de
Jesucristo ante el número, lamentablemente siempre mayor (cf RMi -3.40), de los que
lo ignoran. Pero justamente el santo padre nos recuerda que la razón de la validez del
mandato misionero no se funda en la grande y cada vez mayor diferencia numérica
entre no-creyentes y creyentes; antes bien su urgencia tiene que brotar espontánea,
surgir desde dentro de la persona que ha sido alcanzada por la "buena nueva" de la
salvación en Cristo (cf RMi 11 y 3.4:7.26s). Por lo tanto, podemos decir que, aun en la
hipótesis que el evangelio fuera anunciado a todos los hombres, la misión ad gentes
seguiría dándose, pues no puede agotarse nunca (cf RMi 31). La insistencia del santo
padre en la misión se comprende sólo desde la fe (RMi 2.4.36) y desde la convicción -
nuevamente reafirmada en tono perentorio- de que todos los hombres necesitan de la
mediación de Cristo para salvarse (RMi 5s), y por tanto todos tienen derecho de
conocer y escuchar el anuncio de la "buena nueva" (RMi 8).
Para el Papa está claro que proponer el evangelio no comporta ninguna coartación de la
libertad del hombre; más bien constituye un motivo de promoción de la persona
humana misma (RMi 1.3.7s.11.39.58s). Subrayamos esta afirmación, pues el hombre
moderno es particularmente sensible a todo lo que pueda constituir un esclarecimiento
de este criptograma que es el hombre mismo. Desde la teología fundamental y en
sintonía con las afirmaciones de la encíclica, afirmamos que es Cristo el único capaz de
aclarar el misterio humano y dar respuesta a todas las exigencias y aspiraciones del
corazón del hombre (cf RMi 2.11).
Es fácil detectar una crisis de fe (cf RMi 2.36) y de vida cristiana en Occidente, y hasta
en algunas "Iglesias jóvenes" demasiado enconchadas en sí mismas. Este retroceso
687
espiritual repercute en la misión y le quita empuje (cf RMi 39s). El Papa nos viene a
recordar entonces que la fe se refuerza dándola (cf RMi 2.11.34). La misión nace de la fe
en Cristo (cf RMi 4) y "el anuncio está animado por la fe, despierta entusiasmo y fervor
en el misionero" (RMi 45). Juan Pablo II, no obstante el crudo lenguaje de las
estadísticas (cf RMi 35.40), nos presenta una visión optimista y llena de esperanza
sobre nuestro tiempo, en contra de toda tentación de desaliento y de pesimismo. Su
optimismo proviene de la fe (cf RMi 36). Él habla de "`nueva primavera' del
cristianismo" (RMi 2) y de "una humanidad mejor preparada para la siembra
evangélica" (RMi 3). Al final del escrito subraya su convencimiento de que "Dios está
preparando una gran primavera cristiana, de la cual ya entrevemos el comienzo." (cf
RMi 86).
Uno de los elementos que más nos gusta en la encíclica y que nos parece casi su
leitmotiv en las respuestas que trata de dar y en su deseo de infundir nuevos empujes
misioneros es su esfuerzo de lucha contra todo reduccionismo:
1) La misión es compromiso de toda la Iglesia; por esto, al comienzo, el santo padre nos
declara su intención de involucrar a todos en las reflexiones de su escrito (cf RMi 2).
Todos tienen que sentir la urgencia de la misión como consecuencia de la dignidad
bautismal recibida (cf RMi 1-3.4.40.71). Los teólogos tienen que prestar su colaboración
de reflexión para profundizar y exponer sistemáticamente los distintos aspectos de la
misión (cf RMi 2.4.36). Queremos señalar el gesto de confianza y de optimismo de
parte del Papa, que invita a las "jóvenes Iglesias" a enviar y a acoger misioneros (ef RMi
2.39.49.62.63.64.66.85.91).
Prácticamente todo el capítulo 6 está consagrado a demostrar una vez más que toda la
Iglesia y cada Iglesia está enviada ad gentes y que la solicitud misionera comprende
obligaciones y roles particulares a partir de vocaciones particulares, funciones y
carismas. Desde este enfoque tiene que ser considerada también la misma vocación
misionera "especial" (cf RMi 27.32s.65). Es claro que cuando el Papa habla de la validez
del mandato misionero tiene que hacer referencia imprescindible a los misioneros
consagrados a ella por toda la vida, según el proyecto de Dios. Nos gusta el número 69,
en el cual el santo padre dedica su reflexión al rol misionero de los institutos de vida
consagrada, sea los de vida contemplativa o los de vida activa. La admiración y la
palabra de aliento del Papa a las religiosas misioneras encuentra su culminación en el
número 70. Importante es la exhortación dirigida a los misioneros ad vitam a que
pongan al día su formación doctrinal y apostólica (cf RMi 65.91). Estos misioneros son
servidores de la misión entre y con los demás operadores de la pastoral misionera, pero
tienen que tomar conciencia de su "vocación especial" y "específica" (cf RMi 64.65s)
para corresponder a ella también hoy y como la Iglesia hoy lo pide (cf RMi 65).
4) Tampoco cabe ningún reduccionismo por lo que se refiere a los agentes misioneros:
la misión es constitutivamente de todo bautizado (cf RMi Is.3.4.7.26s.71.77); pero una
vez asentado esto, dedica su reflexión a la insoslayable necesidad de vocaciones
misioneras ad gentes y ad vitam (cf RMi 27.32), rechazando teorías y prácticas
contrarias que buscaban supuestas argumentaciones en afirmaciones conciliares y
magisteriales recientes (ef RMi 2.32), que por una. parte quisieran eliminar el término
mismo de misión: "Basta de las misiones", y por otra lo extreman afirmando que "todo
es misión".
Puesto que hemos hablado de sensibilidad, séanos permitido afirmar que, desde el
punto de vista teológico-(fundamental), consideramos básicos los capítulos 1, con su
largo y necesario Apéndice; el 2 y el 3. Tampoco aquí caben reduccionismos.
BIBL.: AA.VV., La evangelización en el mundo de hoy, en "Con c" 134 (1978); AA.VV.,
Evangelization, en "Austrahan Catholic Record 56 (1979) 235-281; AA.VV.,
E4ángehzation, en The Way-London" 20 (1980) 3-55; AA. V V" La mission et les
pauvres, eni "Spiritus" 19 (1978) 227-287; AA.VV., Redemptoris missio, en "Mondo e
Missione",marzo 1991, n. especial; AMATO A., Cristologia o religioni non cristiane.
Problematica e attualitá: considerazioni introduttive, en "Ricerche Teologiche" I (n.
único: 1990) 143-168; BARREDn J.A., Ideología y pastoral misionera en el "De unico
vocationts modo '; en "Studium" 21 (1981) 187-354; CnFiIZnRES A., La evangelización
hoy, Madrid 1977 L'ONGna Y., Nécesstté des ritissions, en "Documents Omnis Terra"
(1970) 179-184; Cosrns O.E., Hacia una teología de la evangelización, Buenos Aires
1973; DAGRAS M., Pour approjondir ce que I église eraend par raisston, en "Mission de
I'Sglise" 49 (198Ó) 3-10; DontIHCUez O., Notas características de la actividad
misionera, en "Documentos Omnis Tema" 10 (1978) 189-202; ESQUERDn-BIFE? J.,
Projetismo cristiano, projetismo misionero, en "Euntes Docete" 31 (1978) 25-41; EvEes
G. y DAGMAR P., Mission unterwegs zur Weltkirche, Mainz 1977; FnLCIOLn P., La
doctrina misionera de loan Pablo II, en "Omnis Terra" (ed. española) 13 (1981) 83-94;
FEDERICI T., Traccia distudio su "la misstone e la testímonianzadelta chiesa'; en
"Oikumenikon" 18 (1978) 114-135; GARDINI W., Messaggio missioriario di san Paolo,
Parma 1963; HENDRICKS B., What is evangelization?, en "Missiology" 6 (1978)
409424; HENKEL W., Mission als Dialog und Zeugnis. Papst Paul VI und die Mission,
en "Nene Zeitschrift für Missionswissenchaft" 35 (1979) 241-254; HOECKMANN R.,
Chrtsttan misston, en "Angelicum" 58 (1981) 312-322; LÓPEZ-GAY J., El Erpíritu
Santo y la misión, en "Omnis Terra" l l (1979) 53-61; L6rEZ-GAY J. y otros, Haced
discípulos a todas las gentes. Comentarios y texto de la encíclica "Redemptoris missio';
Edicep, Valencia 1991; MADVIG D.H., The missionary preaching ojPaul, en "The
Evangelical Theologieal Society" 20 (1977) 147-155; PowEn J., Le missioni non Bono
finite, Bolonia 1971; SANTOS HERNÁNDEZ A., Salvación y paganismo, Santander
1966; Znco M., Com é cambista la missione negli ultimi vena ánni, en "Mondo e
Missione" 110 (1981) 511-535.
MISTERIO/MISTERIOS
Bíblicamente, el concepto tiene-un carácter absolutamente ,peculiar, de tipo
escatológico en relación con acontecimientos históricos. Pero estos remiten a un fondo
común y unitario, de forma que el uso polifacético de la palabra, dentro de la relación
interna de las realidades así designadas (nexos mysteriorum), apunta ante todo al
origen y a la consumación de la realidad, a Dios, que es el que últimamente es
designado como misterio. Mas esto repercute en el sentido de la palabra, ya que aquí no
designa simplemente lo desconocido, un enigma, un problema o algo similar. Aquí, en
efecto, estas expresiones hablan siempre de algo que no debe ser y que es preciso
superar, de una exigencia del hombre a conocer y resolver enigmas, sin la cual no puede
alcanzar la plenitud de su vida. Hay que resolver el enigma: Mientras no sea así, le
queda una insatisfacción y el sentimiento de una carga, de faltarle algo. El misterio en
690
sentido cristiano es algo completamente distinto. Se aproxima al hombre de tal forma y
manera que éste presiente y comprende que aquí no se trata de solucionar nada, sino
que el misterio debe permanecer para él misterio, porque sólo así tiene significado y
reviste importancia para él; porque sólo así constituye su felicidad. El misterio es bueno
como misterio. Cualquier intento de solucionarlo tiene que terminar en desgracia para
el hombre y pone en peligro su salvación. Por lo demás, semejante intento es siempre
ineficaz en su propósito, porque es un intento sobre un objeto inapropiado. Dios y su
misterio no son objeto del hombre.
Según esto, el concepto designa algo que simplemente rebasa al hombre, y por esta
razón el hombre sencillamente no puede comprenderlo. Tiene que reconocerlo en su
índole, que le trasciende. Justamente considerar algo como misterio significa renunciar
por parte del hombre a disponer de ello porque es una expectativa indebida, y
experimentarlo precisamente así como bueno y verdadero, y en consecuencia como
capaz de hacer feliz. Aunque esta experiencia como tal es única, como el mismo Dios al
que se refiere, se dan en la vida del hombre experiencias parecidas en el trato con otros
hombres. Tampoco los otros hombres pueden ser nunca objeto de nuestras relaciones
ni podemos disponer de ellos si los respetamos como persona con su dignidad
correspondiente. Por eso se puede hablar del misterio de un hombre como persona. En
él se compendia todo lo que constituye al hombre. Por eso todas sus manifestaciones
permiten también comprender algo de este misterio. En este sentido el misterio único
se reviste de una plenitud de concretizaciones, que por su relación con el misterio
participan de su condición misteriosa. Estas observaciones requieren adjudicarle al
misterio un carácter personal, mientras que al problema, al enigma, a la tarea sin
solucionar le corresponde un carácter objetivo.
En el fondo se trata, pues, de Dios mismo, el cual con la palabra "misterio" es designado
sólo de una forma que evoca determinadas condiciones del trato humano con esta
palabra, que, precisamente frente a la crítica moderna y a las posibilidades mentales
modernas, hay que tener en cuenta absolutamente si no se quiere incurrir en
representaciones inexactas y en ideas falsas.
Por eso hablar de misterio tiene otro valor, y hay que usarlo de forma más circunspecta
y diferenciada de lo que antes era posible. El lenguaje debe ser reservado ante todo en
la multitud de manifestaciones particulares que tradicionalmente se presentaban
despreocupadamente como misterios. También las distinciones corrientes entre
"mysteria stricte dicta" (misterios en el sentido pleno y estricto) y realidades derivadas
requieren, a fin de evitar equívocos, un empleo muy sobrio y exactamente delimitado.
La dificultad estriba aquí, por un lado, en que no se puede violar ni limitar la relación
entre Dios y creación, en que esta relación hay que expresarla clara e inequívocamente
como de disposición y dependencia, y, por otra parte, en que hay que evitar toda mezcla
o confusión de increado y creado. La tarea exige una elaboración adecuada y el empleo
de la analogía. En ésta, la designación "misterio" debería reservarse en el futuro
estrictamente a Dios y a lo que procede inmediatamente de él y lo expresa. En cambio,
691
el mal no se debería designar nunca como "mysterium iniquitatis", entre otras cosas
porque el lenguaje corriente evoca con el concepto de misterio más bien una
expectativa alegre y optimista.
Sobre este fondo puede tener un sentido aceptable y fecundo dar una nueva
articulación a los misterios tradicionales de la fe: la trinidad de Dios, la encarnación y la
gracia como formulaciones del misterio sin más, es decir, como la manifestación del
Dios que ama y se entrega, que redime al hombre y al mundo, presentándose de este
modo claramente como creador. Así contemplada, la realidad de Dios entendida como
misterio adquiere una gran importancia para la teología fundamental, que considera
como tarea suya básica aclarar el problema sobre Dios al hombre moderno.
En esta dirección apunta también el encargo del Vaticano II de dar a los estudiantes de
las ciencias teológicas una "introductio in mysterium Christi". Objetivamente, esto
debería formar parte de la aportación de la teología fundamental. En todo caso, esta
introducción afecta a la comprensión de la religión, al cristianismo y a la Iglesia
precisamente bajo el aspecto del misterio, y la lleva más allá de una concepción
estrechamente racional. Con ello, desde luego, no se desvaloriza la racionalidad propia
del cristianismo, sino que se la provoca justamente, ya que el misterio no sustituye al
esfuerzo racional, sino que más bien exige su aplicación de una manera más
consecuente y estricta, hasta llegar al punto en que ella con sus medios no puede pasar
los límites insalvables. Así lo comprende la crítica moderna, haciendo posible su
aplicación al pensamiento de la fe; porque con el misterio que abre a la trascendencia,
él transforma la actitud crítica en escucha y aceptación -sin hacerse irracional- allí
donde el hombre puede y debe salir al encuentro de la realidad superior de Dios sólo
como criatura independiente, donde la responsabilidad del pensamiento se despliega
en aceptación y adoración. Por eso estos misterios son responsables y están justificados
precisamente a nivel de la razón, aunque por su naturaleza se coloquen en un plano
superior a la mera razón. Su carácter positivo lo reciben del Dios siempre mayor, como
misterio beatificante, tal como se da en la redención y la creación del hombre.
BIBL.: RAHNER K., Misterio, en SM IV, 710718; In, Sobre el concepto de misterio en la
teología católica, en Escritos de Teología, Madrid 1962, 53-101; In, Unidad, amor y
misterio, en "Escritos de teología" VII (1968) 710-718; In, Glaubensbegründung heute,
en "Schriften zur Theologie" XII (1975) 17-40; ID, Über die Ver bongenheit Gottes, en
"Schriften zur Theologie ' XII (1975) 285-305.
K.H. Neufeld
692
MISTERIO PASCUAL
SUMARIO:
I. Dolor y muerte:
1. El problema del dolor humano;
2. La muerte que redime todo dolor;
3. El autotestimomo de la fe en la cruz. (W. Kern).
II. Resurrección:
1. La afirmación;
2. Los orígenes de la fe pascual;
3. La revelación pascual;
4. Justificación de la fe pascual.
(G. O'Collins).
I. Dolor y muerte
Aunque los dos términos "dolor y muerte" se podrían entender y tratar como simple
progresión de una misma cosa, aquí hay que oponer ambos conceptos, o mejor
realidades, en contrapunto, como dolor de los hombres y muerte de Jesús. El dolor
humano es la pregunta; la respuesta será la muerte del hombre crucificado e hijo de
Dios.
693
I. EL PROBLEMA DEL DOLOR HUMANO. a) El dolor como hecho. Que existe un
inmenso dolor y males sin cuento en el mundo es algo tan manifiesto que casi está de
más hablar de ello. El amor entre dos seres humanos puede convertirse en aversión y
odio capaces de conducir al homicidio o al asesinato. Entre pueblos enteros, a
consecuencia de desavenencias largo tiempo reprimidas, se producen enemistades que
desencadenan guerras devastadoras. Muchos hombres inocentes, como la mujer que en
un bombardeo nocturno pierde a sus hijos, se hacen la pregunta de Job: "¿Por qué?"
Particularmente subleva el dolor inmerecido, y por tanto injustificado, de niños
atormentados hasta la tortura; sufrimiento calificado de "mal absoluto" (cf. la discusión
entre M. Choche en L'homme et son prochain, París 1956, 145-148, y F. Heidsieck en
"Revue de l'enseignement philos." 9 [1958] 2-7). Esto puso en labios de Dostoievski, en
Los hermanos Karamazov, un grito de protesta contra el mundo y su creador: "¿Qué
puede reparar aquí el infierno, cuando ya el niño es atormentado hasta morir?... Por
eso me apresuro a retrasar mi billete de entrada (en el mundo)". Camus lo hacía suyo:
"Hasta la muerte me negaré a amar una creación en la que los niños son martirizados"
(La peste). Piensa él que "el sufrimiento de los niños le impide creer a cualquiera":(El
hombre en rebeldía).
b) Del problema de la teodicea al "ateísmo preocupado". El problema del mal en él
mundo lo situó Pierre Bayle (Dictionnaire, 1695-1697) en la moderna encrucijada de los
dos supuestos en que se basa: la antigua convicción de que el mundo está gobernado
por un Dios omnipotente, omnisciente y absolutamente bueno, y la nueva pretensión
de la razón humana de juzgar críticamente sus resultados. Leibniz, en 1710, resumió la
dificuitad así indicada en la fórmula reivindicativa "Teodicea", justificación de Dios (cf
Rom_3:4s, y Sal_51:6). Su intento se convirtió en el modelo del optimismo filosófico: el
Dios perfecto sólo pudo crear un mundo perfecto; a.pesar del "mal metafisico",
inherente a la finitud del inundó, que es la raíz del mal físico y moral, considerado en
conjunto, es el mejor de los mundos posibles; aunque no entendamos el cómo, es
seguro a priori que es así. La época siguiente produjo una inundación de apologías que,
tanto en el libro de la naturaleza como incluso en la producción alpina de leche y queso
(A. Kyburtz, 1753), únicamente descubrían posibles huellas de la sabiduría de Dios
creador. ("Teodicea" fue más tarde el título del tratado escolástico sobre la doctrina
filosófica de Dios). El cambio de la mentalidad optimista al pesimismo lo marcó el gran
terremoto de Lisboa (Voltairé escribió el Poéme sur le désastre de Lisbonne, 1756, y la
sátira Candide ou l'óptimisme, 1761). Según Hume (Dialogues concerning Natural
Religión, 1779,-cc. 10-I1), el curso del mundo no ofrece ningún punto de apoyo para
concluir la existencia de un Dios al que le importarían algo la suerte o la desdicha de
sus criaturas. Schopenhauer (Die Welt als Wille und Vorstellung, §§ 57-59, y
complementos, § 46) es el polo opuesto de Leibniz: en todos los rincones y esquinas,
fracasos; este mundo es el peor posible, y sólo podría surgir una ciega irracionalidad.
E.v. Hartmann (Zur Geschichte und Begründung des Pesimismus, 1880, 67) atenúa
algo este pesimismo radical y afirma "el signo negativo del balance del placer en el
mundo"; la inexistencia del mundo es preferible a su existencia. J,P. Sartre y A. Camus
intentan compaginar el nihilismo de sus pesimistas teorías, inauguradas
optimistamente por Nietzsche; con una vida a pesar de todo digna de vivirse en la
práctica. El fracaso de los intentos de la teodicea, registrado a partir de Lisboa; va
generalmente de la mano del agnosticismo o del ateísmo explícito. Precisamente
cuando éste no se muestra militante ni con pretensiones pseudocientíficas como el
virulento "materialismo dialéctico" hasta hace poco, sino que como "ateísmo
preocupado" (K. Rahner), sólo decepcionado y resignado, invoca la variopinta
experiencia del dolor humano, resulta, según se verá, teóricamente irrefutable. Ya en el
siglo pasado la figura del joven poeta Georg Büchner, en el drama Dantons Tod III, 4,
llamaba al dolor humano la "roca del ateísmo".
El dualismo, que aparece ante todo en la historia de las religiones, está, al menos en
apariencia, más cerca de la realidad y tiene más fuerza persuasoria. Donde más
intensamente se expresa es en el mazdeísmo y en el parsismo, que arrancan. en
Zaratustra (hacia el 600 a.C.): de los espíritus mellizos nacidos dei dios originario
Ahura Mazda, el uno se decidió por el bien, la verdad, la claridad, y el otro por la fuerza
contraria del mal, etcétera, y también cada hombre ha de hacer lo mismo; pero al final
del mundo Ahura Mazda establecerá su reino sempiterno para los buenos (y, en
consecuencia, el pesimismo es, al fin, positivamente eliminado). Sin embargo, una
concepción posterior contrapone Ahriman, el señor de las tinieblas, como igualmente
increado y originario, al señor del reino de la luz.
Para el maniqueísmo (desde el siglo III d.C.), el tipo de gnosis dualista radical, mundo y
hombre como mezcla anormal del espíritu divino bueno y de la materia corporal mala,
se encuentran en estado absolutamente malo mientras estos principios no vuelvan a
separarse. El orfismo y los pitagóricos, así como también los platonismos, que
interpretaron unilateralmente a su maestro, se adelantaron.
Se encuentran reminiscencias, por ejemplo, en el teósofo alemán Jakob Bdhme (hacia
el 1600) y en el Schelling tardío, que admiten una división originaria en el Dios único
entre el principio luminoso y bueno del amor y .el tenebroso y malo de la ira. El
dualismo quiere librar al Dios bueno (aspecto divino) de la responsabilidad del mal y de
su permisión, que parece cruel, dividiendo el poder divino. Que una supresión -y por
tanto eliminación- de la omnipotencia es lo que menos desacredita a Dios, es una
opinión ampliamente difundida hoy también entre ciertos teólogos.
Comenzamos la discusión del nihilismo con la reflexión, a primera vista trivial, de que
"la nada" sólo se puede describir como lo que no es de ningún modo. La necesidad de
expresarse y de pensar así parece darse en todos los términos y conceptos, también en
los más específicamente negativos. Ya la forma lingüística de muchas experiencias
negativas hace referencia a lo positivo que le sirve de base: des-orden, in-oportuno, di-
sonancia...; también la queja resignada a menudo escuchada de que todo es absurdo
sólo puede entenderse desde una precomprensión de "sentido". Los conceptos
negativos, o como dice la lógica formal privativos (como ceguera, idiotez), sólo se
pueden pensar en relación con lo que mediante ellos se niega total o parcialmente (p.
ej., la vista, la inteligencia); son anticonceptos secundarios. No sólo se trata de hábitos
de hablar o de pensar que hay que explicar psicológicamente, sino de la situación
objetiva, de la lógica de la realidad. Tomás de Aquino (De pot:, 7,5; S.Th. II-II, q. 122,
ad 1) dice no sólo que la "comprensión de la negación se basa siempre en afirmaciones",
sino además: "La afirmación por su naturaleza es anterior a la negación". Y ya
Aristóteles (cf Analytica post. I, 25; 86b, 34-46; Eth. Nic. III, 7;111,3b-8) resumía ambas
cosas así: "Por la afirmación se conoce la negación, y la afirmación es anterior, lo
mismo que el ser es antes que el no ser". Y lapidariamente afirma el mismo Aristóteles:
"Mas donde está el no, está también el sí".
Estas posiciones, que san Agustín fijó en el siglo v, siguen teniendo validez:
- El mal, por su estructura, es sólo una carencia secundaria, un defecto, "privatio boni".
- Hay que distinguir del mal físico (como la enfermedad y el error) el mal moral, el mal
propiamente dicho (violencia, mentira...). Las catástrofes naturales, por estimular la
inventiva, pueden ser un trampolín de la evolución cultural (¿pero justifica el
sufrimiento la muerte de sus víctimas?)
- Dios no puede querer el mal en sí; eso repugnaría a su santidad, únicamente puede
permitirlo, en el sentido de no querer impedirlo. (La permisión, a pesar de muchas
contradicciones, es un concepto auxiliar irrenunciable):
- Mas ¿por qué? También la mera permisión debe tener un fundamento; y la razón de
ello, basada en la providencia de Dios, es el bien mayor indirectamente ligado al mal.
Todos los hombres deben morir. Además, la muerte ensombrece y entristece la vida
humana entera; la vida es una única "enfermedad mortal", según S. Kierkegaard; se
podría hablar de universalidad extensiva e intensiva de la muerte. En la muerte se
reúne todo; no queda ya ningún espacio; parece que no deja nada abierto. De ahí que
echemos una última mirada a la vida del fallecido después del sepelio para describirla;
de ahí, quizá, la película de la vida que pasa velozmente en fracciones de tiempo ante la
mirada interior de la víctima de un accidente. La vida parece hundirse en el abismo del
no ser. La muerte, que nos lo quita todo, nos quita a nosotros mismos; lo que queda
durante algún tiempo se pudre o desaparece. ¿Adónde nos lleva la muerte -en sentido
figurado- con ella? ¿A la nada? Esto nos aterra a los hombres. El miedo a la muerte es el
697
miedo más elemental. Y lo que inexorablemente lo agudiza es, al contrario que en el
animal, la conciencia del hombre de su finitud y caducidad. La muerte "devora la
inmanencia de la existencia" (B. WELTE, Heilsverstúndnis, Friburgo 1966, 132). Esto
es lo que constituye el carácter negativo (dan ganas de decir absoluto) de la muerte y es
el comienzo de su superación.
Porque la muerte "aniquila" todo para todos, es el caso más radical de límite. Por eso
está aquí indicado echar una mirada a la dialéctica del límite. J,G. Fichte afirma: "En
cuanto que el yo está limitado, llega sólo al límite, En cuanto que se pone como límite,
llega al límite mismo en cuanto tal" (WW I, 347). Y G.W.F. Hegel sobre todo (WW VIII,
159; en particular X, 44; cf 41; IV; 153; XV, 184) advierte: "Algo es conocido o, mejor,
sentido como límite; como carencia, cuando al mismo tiempo está más allá de él". "Ya
el hecho de conocer el límite es una prueba de que estamos más allá de él, de que no
somos limitados" (WW VIII,159; X, 44; cf también IV, 53; X 41; XV, 184). La ley
fundamental de la experiencia del límite igual a la superación del mismo abarca todos
los modos de lo finito y lo limitado. "Nada es tan contingente y casual que no tenga en
sí algo de necesidad" (S, Th. I, q. 86; a. 3). Para la dialéctica objetiva, lo objetivo está
contenido en sí en lo relativo (Lenin, en el estudio sobre Hegel), No hay nada tan
provisional que no lleve en sí un brote de definitivo. Nada es enteramente necio; en ello
se esconde una chispa de inteligencia. Nada es sólo pregunta; comienza ya a responder
(Aristóteles: "El hallazgo de las aporías es la solución" [Eth. Nich. VII, 4]; B. WELTE,
Heilsverstilndnis, 131). Nada es tan manipulable y explotable que no le quede un
destello de indisponibilidad. En resumen, nada es totalmente mundano, humano,
únicamente limitado y finito. Y nada es tan mortal que no contenga algo de vida.
Lo dicho hasta aquí parece aceptable. Incluso la reflexión que acabamos de hacer sobre
la muerte es abstracta (igual que la pregunta sobre el nihilismo).. Ni siquiera es
suficiente la referencia al cielo y al infierno para justificar a Dios satisfactoriamente
ante el tribunal de la humanidad. Si no basta para la teodicea, para la `justicia de Dios",
lo que dicen los hombres, ¿qué hace Dios?
- El escándalo de la cruz. De los celtas a los indios, los criminales eran clavados en cruz
y ofrecidos a los dioses en sacrificio. Entre los persas y los fenicios (en el norte de
Africa) se reservaba la crucifixión para los crímenes más graves de Estado y para la alta
traición. Como reos contra el Estado eran crucificados también elementos rebeldes en
provincias romanas, por ejemplo en Judea. En su mayoría procedían de los estratos
inferiores del pueblo, a los que era preciso reprimir por el bien público. A la mezcolanza
de esclavos de Roma se les podía mantener a raya "non sine metu" (cf TÁCITO, Annales
14,44,3): Se hacía un proceso sumario: el emperador Domiciano, hacia el año 90 d.C.,
698
mandó decapitar a un escritor por las caricaturas de uno de sus libros y los infelices
esclavos del escritor fueron crucificados. En la crucifixión los verdugos podían dar
rienda suelta a su albedrío y su sadismo.; ello satisfacía el ansia de venganza y la
crueldad de los dominadores y del populacho. Lo más temible era el tiempo que se
permanecía colgado del "árbol funesto". El joven César debió ser bastante compasivo al
ordenar estrangular a unos piratas cautivos antes de crucificarlos. La pública exhibición
del crucificado desnudo se consideraba el oprobio supremo, que sellaba su manifiesta
eliminación social y su reprobación religiosa. Ningún escritor de la antigüedad se
detuvo mucho en describir el hecho cruel. Los relatos de la pasión de los evangelios son
los más detallados. En las novelas griegas y latinas la cruz representa la peor amenaza
del héroe, que lleva la tensión a su momento culminante; pero en realidad el héroe no
puede sufrir de modo alguno esa muerte ignominiosa; es salvado oportunamente por
un "deus ex machina". Para Cicerón (cf el Discurso contra Varrón, 5,66, 169; 5,64,165;
5,62, 162), la cruz es "el castigo más duro y supremo de los esclavos", "la ejecución más
cruel y abominable"; lanza invectivas contra "esta peste". Flavio Josefo sentencia: "La
muerte más infame" (De bello Jud_7:203).
699
Los primeros cristianos debieron sentirlo también así al principio. En ninguna parte,
hasta finales del siglo II, se encuentra una representación del crucificado relativa a
Jesús, prescindiendo del crucifijo en plan de escarnio del Palatino de Roma, un grafito
de un muro del palacio imperial: de dos trazos en forma de T pende un hombrecito con
cabeza de asno. Otro le está contemplando. La inscripción reza: "Alexamenos ora a su
Dios". Tertuliano (cf Adv. Marc. 3,18; CChr 1, 531), hacia el año 200, da esta razón:
"Hubo que ocultar en imágenes el misterio de la cruz en la antigua predicación; pues si
se lo hubiera anunciado abiertamente, se hubiera convertido en un escándalo mayor".
Ya hacia el 150 Justino se siente acosado por los críticos: "En esto -explica- estriba
nuestra locura: que atribuimos el segundo puesto después del Dios inmutable y eterno
a un hombre crucificado"; y hace que un judío pida una prueba de que el mesías "será
crucificado y habrá de tener una muerte tan infame e ignominiosa, considerada maldita
por la ley", pues esto nos resulta inconcebible (cf 1 Apologia 13,4; Dial. c. Tryph. 90,1).
El islam no quiso hacer morir en la cruz a Jesús, a quien tiene, junto con Moisés y
Mahoma, por un gran profeta; en su lugar habrían ajusticiado a otro hombre (Corán
4,157-159). A semejantes construcciones de salvación recurrieron ya las doctrinas
erróneas cristianas del siglo II: según el docetismo -de dokein = parecer- Jesús sólo
tenía un cuerpo aparente; según Marción, la crucifixión afectó sólo al cuerpo de Jesús,
no a él mismo propiamente. De la época moderna, si prescindimos de Goethe ("A mí
quieres hacerme Dios, a semejante lastimosa imagen pendiente del madero', menos
conocido es lo que dice Hegel: "Se suplica al que pende de la cruz. Con esta monstruosa
asociación han luchado durante muchos siglos millones de almas que buscaban a Dios,
y les ha torturado". Y: "Según nuestras costumbres, esta nueva religión habría de hacer
de lo que antes era una cruz, a saber: el patíbulo, lo que es ahora, su bandera" (cf
Theologisehe Jugenschriften, 1798/99, 335). Nietzsche, en Más allá del bien y del mal
(46), llamaba a la fe en Cristo, que Pablo estilizó sumamente; "lo más absurdo". Los
modernos, con su insensibilidad a cualquier terminología cristiana, no perciben ya lo
superlativamente horripilante que encerraba para el paladar antiguo la fórmula
paradójica "Dios en la cruz". Hasta ahora no ha existido nunca ni en ninguna parte una
osadía semejante en invertir algo tan horrible como esta fórmula; ella prometía una
inversión de todos los valores antiguos. La fe en Dios crucificado "se asemeja de
manera terrible a un suicidio permanente de la razón" (46). Nietzsche, uno de los
críticos más implacables del cristianismo, comprendió con toda agudeza el absurdo que
supone la fe en la cruz para los increyentes.
También, y justamente Pablo de Tarso -el primero y hasta ahora (¿y siempre?) el más
grande teólogo del cristianismo, a quien debemos los primeros escritos del NT-, expuso
sin miramientos para él y para nosotros lo "más absurdo" que puede haber en el
evangelio -¡la alegre y buena nueva!- de la cruz, para la impresión y la experiencia (cf
1Co_1:17b-25). Según esto, la cruz de Jesús es escándalo para los judíos, que piden
señales del poder de Dios, como en la salida de Egipto; y es necedad, desatino (moria)
para los griegos, que buscan la sabiduría razonable del mundo. Sin embargo, para el
que "no desvirtúa la cruz de Cristo" (v. 17b), sino que la abraza en su dura paradoja, la
palabra de la cruz (v. 18), rechazada como escándalo, puede ser prometedora. El
escándalo que pierde se vuelve entonces salvífico. Para los que se salvan por creer, la
cruz no es impotencia y necedad, sino fuerza y sabiduría de Dios. Pues -otra paradoja
prodigiosa-: "La locura de Dios es más sabia que los hombres, y la debilidad de Dios
más fuerte que los hombres" (v. 25).
La paradoja de la fe en la cruz está encerrada en esas pocas palabras que grita: por una
parte, Jesús parece sucumbir a la muerte con este grito no sólo en el cuerpo, sino
también en el alma; por otra, el grito es una confesión única del Dios definitivamente
incomprensible. Reconoce al ser divino de Dios; da testimonio y sella este
reconocimiento con la muerte. Dios es y debe ser en su divinidad -de lo contrario, no
sería Dios, sino sólo. semejante a nosotros- el incomprensible para nosotros. Y como la
fe, según Heb_11:1, es "la garantía de las cosas que se esperan, la prueba de aquellas
que no se ven", quizá en lo que parece increíble por su contradicción única e
insuperable: "el crucificado es el salvador del mundo"; esto podría suscitar una oculta y
profunda credibilidad. Decidirse a creer en la paradoja de la cruz -y el cristianismo
subsiste o se hunde en esa fe- es un reto que enfrenta con la incomprensibilidad de
Dios. No nos quedamos en el "credo quia absurdum" de Tertuliano.
"Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único..., no para juzgar al mundo, sino
para que el mundo se salve por él" (Jua_3:16; cf Un 4,9). Pablo dice lo mismo en la
carta a los Romanos (8,32): "El que no perdonó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó
por todos nosotros, ¿cómo no nos dará gratuitamente con él todas las cosas?" Su eco
nos llega desde Ambrosio: "Para salvar al esclavo entregó al Hijo" (cf el Exultet de la
liturgia de la vigilia pascual), hasta Kierkegaard: "El que perdonó al primogénito de
Abrahán y sólo probó la fe del patriarca, no perdonó a su Hijo unigénito" (Diario, 13-9-
1839). Dios no impuso a Jesús contra su voluntad el suplicio de la cruz, sino que éste
aceptó voluntariamente el sufrimiento (cf Jua_10:17-18). Tampoco los que le dieron
muerte fueron determinados y movidos a ello por Dios; obraron por su propia
voluntad, supuestamente buena (cf Luc_23:34), pero de hecho, objetivamente mala.
Dios permite el mal, o sea, la muerte de un inocente, por un bien mayor, que no
procede del mal como causa, sino que, con ocasión de un hecho malo, como conditio
sine qua non, brota de otra fuente. ¿Qué es en la muerte de Jesús en cruz "el bien
mayor" y cuál es su fuente?
b) La revelación del amor que perdona. La parábola de Jesús sobre el padre compasivo
(Luc_15:11-32) nos sugiere el sentido del misterio de la cruz. El padre consiente que el
hijo menor, que disipará parte de su herencia con prostitutas, se aleje y caiga en la
miseria, la culpa, el arrepentimiento. Hubiera podido impedirlo. Pero el hijo obligado a
permanecer en casa, ¿no hubiera reaccionado con incomprensión y protestas, quizá
durante toda la vida? Por eso el padre consiente en el extravío del hijo. Mas cuando el
hijo perdido, maltratado por el destino, vuelve, el padre sale a su encuentro con un
amor incontenible. Cuán sorprendente y casi asombrosamente magnánimo es su
proceder lo pone de manifiesto su antitipo, el hijo mayor, que alardea de justicia en la
dureza de su corazón. La falta del hijo menor es el supuesto para la revelación del amor
paterno en su nueva cualidad de amor que perdona, que libra del dolor y de la culpa.
Las crisis y catástrofes entre hombres que se quieren actualizan la parábola bíblica. Un
matrimonio fracasa; la amistad es traicionada. Puede que entonces "se acabe todo".
Pero puede también que se aguante con paciencia la situación y que se supere; que,
mediante la reconciliación y el perdón, la comprensión mutua y el lazo recíproco
adquieran una nueva profundidad e interioridad. Aplicado a la dimensión superior de
701
los sucesos actuales del mundo: pueblos que durante decenios se han visto forzados a
vivir sin libertad bajo regímenes totalitarios experimentan lo que significa la libertad
con nueva intensidad gracias a un cambio revolucionario, y es posible que esa
experiencia mueva también a otras regiones a un cambio de la situación política.
Ya en el primer escrito del NT, la primera carta a los Tesalonicenses (4,4), escrita hacia
el año 50, condensa Pablo la confesión fundamental de la fe cristiana en estas breves
palabras: "Creemos que Jesús murió y resucitó" (cf 2Co_15:5, con la adición "por
nosotros'. Incluso cuando parece que Pablo habla sólo de la muerte (1Ts_1:10;
Rom_3:25; Rom_5:6.8; Rom_14:15; 1Co_8:11; Gál_2:21; cf Lev_24:26; Jua_3:16), la
anuncia como muerte "por nosotros"; por tanto, incluye su acción salvífica universal y
eterna. La predicación misionera de la Iglesia primitiva la transmiten los Hechos de los
Apóstoles en diversas redacciones, que tienen en común esta doble estructura polar: al
Jesús que vosotros habéis clavado en la cruz, Dios lo ha resucitado de entre los muertos
(Heb_2:23s; Heb_3:13s; Heb_4:10; Heb_5:30s; Heb_10:3443; Heb_13:27-29).
También la primera carta de Pedro interpreta la afirmación fundamental: "Dios lo
resucitó de entre los muertos" (Heb_1:21), así: "Cristo murió una vez por los pecados, el
justo por los injustos, con el fin de llevarlos a Dios; sufrió la muerte corporal, pero fue
devuelto a la vida en Espíritu" (3,18; cf 3,21s).
- El ser más profundo del hombre y la solidaridad humana. "Ecce homo". Con esta
exclamación se refirió el pagano Pilato al coronado de espinas, testimoniando así la
humanidad de la "Palabra de la cruz". Es éste el título más cristiano de todos, porque es
la confesión más profundamente humana. En el crucificado, la vida humana es llevada
a su límite extremo, en el que no queda más que la existencia desnuda, e incluso a la
pérdida de la vida. Sin embargo, el Dios que se identifica con el crucificado -porque en
él se hizo hombre- entra en el lugar del sufrimiento y de la aniquilación de los hombres
(en los campos de concentración del nacionalsocialismo o en los Gulag soviéticos); él se
hace uno con la identidad de que han sido privados. En lo profundo del ser humano,
que la muerte de Jesús en cruz ha puesto al descubierto, se comprende el hombre como
el que puede sufrir. No tiene que hacerse el grande y fuerte; puede ser pequeño y débil.
Siente con Pablo: "Cuando soy débil, entonces soy fuerte", pues "el poder de Dios
triunfa en la flaqueza" (del hombre). Por eso "no presumiré de mí, sino de mis
flaquezas". También Jesús "fue crucificado en su debilidad, pero ahora vive por el poder
de Dios". Pablo sabe lo que significa "llevar siempre la muerte de Jesús en nuestro
cuerpo" (cf 2Co_12:10.9.5; 2Co_13:4; 2Co_4:10). Los evangelios exigen tomar
diariamente la cruz; en esto consiste seguir a Jesús. La muerte de Jesús es escuela de
703
vida cristiana. Ante el crucificado estoy preparado a dejar que Dios sea Dios, y el
hombre puede permanecer hombre.
Para el método de la rama teológica de la teología fundamental se sigue que los criterios
"externos" de credibilidad de los milagros obrados por Jesús, y como coronamiento
suyo la experiencia de la resurrección de que Jesús vive, permanecen siendo
irrenunciables. Pero corresponde mayor importancia de la que antes se le daba por
principio (cf DS 3016) y de hecho a la verdad interna del evangelio: de lo que Jesús
comunicó no sólo de palabra, sino que lo propuso con su vida y con su muerte. De ello
es un ejemplo el destino de su muerte, que padeció por nosotros los hombres. ¿O es un
ejemplo?
W. Kern
705
MODERNIDAD
La noción de modernidad es compleja, ya que significa al mismo tiempo un proceso
histórico circunscrito en el tiempo y el espacio (desde el siglo xvi hasta nuestros días en
Occidente) y una ideología o una retórica de cambio, de progreso y de vanguardia.
Invade todas las esferas de la vida: el arte, la técnica, la política, los valores morales. La
modernidad implica la ruptura irresistible e irrevocable con el pasado, ya que pretende
aportar por fin la novedad y el progreso. Se presenta como un impulso de la
racionalidad, que hace nacer un modo de civilización muy característico, oponiéndose a
la tradición sobre la que arroja la sospecha, y haciendo llegar una lucidez crítica y una
creatividad sin precedentes. La modernidad juzga ya caducado lo antiguo, ya que su
ciencia y sus valores han dejado de ser operativos y significantes, y tiene conciencia de
que el progreso y la superación de la realidad presente .son ahora una posibilidad. La
modernidad no deja de tener crisis y tensiones en una sociedad determinada, ya que
implica opciones y formas de vivir y de pensar que ella justifica según criterios de
eficacia y de novedad.
La fecha del descubrimiento de América por Cristóbal Colón (1492), según los
manuales escolares, constituye el fin de la Edad Media y el comienzo de los tiempos
modernos. En este período la invención de la imprenta, los descubrimientos de Galileo
y el humanismo del renacimiento inauguran una nueva forma de ver la realidad.
También hay que señalar la reforma protestante, que introduce una división en la
cristiandad, pero también una nueva forma de vivir la fe cristiana, que valoriza la
libertad y la autonomía de la persona. Durante los siglos XVII y XVIII los fundamentos
filosóficos de la modernidad se sitúan en línea con el pensamiento individualista y
racionalista que tuvo en Descartes y luego en los filósofos ilustrados sus mejores
promotores. La revolución de 1789 establece el Estado moderno, centralizado y
democrático. El siglo XIX conoce el progreso continuo de las ciencias y de las técnicas,
la división racional del trabajo y la urbanización, que introducen el cambio de las
costumbres y la destrucción de la cultura tradicional. La palabra misma de
"modernidad" parece ser que la empleó por primera vez Théophile Gautier en un
artículo del Moniteur universel del 8 de julio de 1867: "Por un lado la modernidad más
extrema, por otro el amor austero a lo antiguo".
Desde el siglo XIX hasta hoy el proceso de ruptura con el pasado y con la tradición se
fue implantando constantemente gracias a la actuación cada vez más intensa de nuevas
fuentes de energía, de medios más eficaces de producción y de transporte, de una
organización racional y más anónima de la sociedad. La informatización y la robótica
contribuyen en nuestros días a cambiar de forma todavía más marcada las diferentes
706
esferas de la vida. La difusión industrial de los medios culturales, la intervención
admirable de los medios de comunicación social (radio, televisión, vídeo) van forjando
masivamente una mentalidad de cambio por el cambio, en donde los contenidos son
efímeros y no tienen demasiada importancia.
N. Provencher
708
MODERNISMO
El modernismo, en su sentido estricto e histórico, designa una crisis del pensamiento
dentro del catolicismo que se manifestó a finales del siglo xix y comienzos del xx. A
cierta distancia, muchos historiadores se han sentido inclinados a considerar el
modernismo en una unidad y una cohesión que jamás tuvo. El modernismo no formó
un todo más que por su condenación de conjunto por el decreto Lamentabili (17 de julio
de 1907) y la encíclica Pascendi (8 de septiembre de 1907). Se pueden, sin embargo,
señalar algunas tendencias comunes en cierto número de autores de este período: un
esfuerzo por superar cierta teología esclerotizada, un intento de reformulación de la fe
adaptada al hombre moderno, una verificación de los fundamentos del cristianismo con
la ayuda de los nuevos métodos críticos e históricos. Movido por el deseo de devolverle
a la Iglesia su influjo espiritual sobre los contemporáneos, el modernismo constituye un
intento de renovación de la exégesis, de la historia y de la teología en el surco de un
pensamiento que sospechaba de todo dogmatismo y que estaba familiarizado con los
nuevos métodos de interpretación de los textos.
Los contornos del modernismo no son fáciles de definir, ya que es difícil aislarlo del
movimiento intelectual de aquel período, que intentaba colmar el retraso de las
"ciencias eclesiásticas". En Alemania, a lo largo de todo el siglo xix, se desarrolló una
corriente de liberalismo universitario y de reformismo católico, pero muy al margen del
modernismo. Para Inglaterra hay que mencionar a G. Tyrrel (1861-1909). En Italia el
modernismo existió sobre todo en el terreno de la acción social y de la cultura religiosa
con R. Murri (1870-1904), S. Minocchi (18691903) y E. Buonaiuti (1881-1946). En
Francia fue donde el modernismo encontró su terreno predilecto con Alfred Loisy
(1857-1940), E. Le Roy (1870-1954) y J. Turmel (1859-1942); salió a la luz pública con
la aparición del pequeño "livre rouge" de Loisy L'Evangile et l'Église (París 1902), que
se presentaba como una apología histórica, no ya del sistema romano, sino del
catolicismo ilustrado, en respuesta a A. Harnack, que acababa de publicar su Das
Wesen des Christentums, apología histórica del protestantismo liberal. La obra de
Loisy fue juzgada peligrosa para la fe, y más aún las explicaciones que siguieron en
Autour d'un petit livre (París 1903). Por el número de sus publicaciones y también por
el interés que suscitaron sus posturas en exégesis y en teología, no es exagerado decir
que Loisy es "el modernista por excelencia". No conviene situar entre los modernistas a
los autores de este período, que fueron ciertamente renovadores, pero que mantuvieron
sus distancias respecto a las orientaciones doctrinales del modernismo: M. Blondel, L.
Laberthonniére, M.-J. Lagrange. Ni hay que atribuir de forma demasiado rápida la
paternidad del modernismo a Kant, Schleiermacher, Renan e incluso a Newman.
709
condiciones y de los límites de todo conocimiento humano. De esta manera Loisy
fundamenta el desarrollo de la revelación en el hecho de que el don divino reviste
nuevas expresiones que guardan siempre una relación estrecha con la cultura de los
hombres que van evolucionando.
Para interpretar correctamente la fórmula tan discutida "la revelación no pudo ser más
que la conciencia adquirida de su relación con Dios" (Autour d ún petit livre, p. 195),
que fue condenada textualmente en el decreto Lamentabili, hay que comprenderla
respecto a una distinción que pone Loisy entre "revelación viva" y "revelación
formulada en lenguaje humano". La revelación viva se reduce a la realización en la
humanidad del misterio divino, que tiene su expresión principal en la religión. La
conciencia progresiva de la relación con Dios es la revelación en su realización humana,
que toma la forma de un lenguaje simbólico y de una doctrina. La revelación no puede
existir sin que el hombre la comprenda y la exprese. Loisy se empeña en subrayar el
papel activo e indispensable del hombre, para quien "la verdad no entra ya hecha en su
cerebro ni está nunca acabada". La verdad de la revelación no escapa, por tanto, a las
condiciones de toda verdad humana, marcada por la historicidad y la relatividad.
G. Tyrrell, en Through Scylla and Charybdis (Londres 1907), insiste más aún que Loisy
en el lugar de la experiencia en la revelación. Según él, la revelación no comporta una
comunicación de verdades, ya que es un acto de Dios con quien el creyente entra en
contacto místico. Este contacto no formulado y no conceptual con Dios se expresa en
una especie de "conocimiento profético", cuyos elementos están sacados de la cultura
del profeta que recibe la revelación. La experiencia religiosa, que es el corazón de la
revelación, es un don que Dios puede conceder a todos los hombres. Pero la
experiencia-tipo, que sirve de norma para los creyentes, es la de Jesús y la de los
apóstoles en contacto directo con él. Las expresiones de su experiencia tienen un poder
de evocación que pueden suscitar en nosotros una experiencia análoga a la que ellos
tuvieron. Para Tyrrell, las expresiones de la fe no poseen ningún valor de realidad. Son
símbolos condicionados por una situación cultural de una época, pero útiles para
provocar en nosotros la experiencia de revelación y de fe.
Loisy hizo mucho por defender la realidad histórica de Jesús; pero hemos de reconocer
que no profundizó suficientemente en la naturaleza de la intervención de Jesús en la
historia y que no mostró suficientemente la originalidad de su mensaje y el misterio
trascendente y único de su persona. No vio en el dogma de la divinidad de Jesús más
que la expresión sabia, helenista, o también la determinación filosófica de la relación
trascendente y única que existe entre Dios y la persona histórica de Jesús.
BIBL.: AA.VV., Le modernisme, París 1980; Dn4v G., Transcendente and Immanence.
A Study in Catholic Modernism and Integralism, OxFord 1980; POULAT E., La crisis
modernista (Historia, dogma y crítica), Madrid 1974; In Modernistica, París 1982;
PROVENCNER N., La révélation et ron développement dares 1 Église selon Alfred
Loisy, Ottawa 1972; In, La modernité dares le projet théologique d Aljred Loisy, en
"Église et Théologie" 14 (I983) 35-45; ScoePOLA P., Crisi modernista e rinnovamento
cattolico in Italia, Bolonia 1961; VIRGOULAY R., Blondel et le modernisme, París 1980.
N. Provencher
MUERTE
Muy acertadamente, la Gaudium et spes declara: "Es ante la muerte donde alcanza su
cima el enigma de la condición humana" (GS i 8).
712
1. UN APARENTE SINSENTIDO. Algunos de nuestros contemporáneos han descrito la
muerte como el absurdo supremo de la vida. Para Jean Paul Sartre, la muerte es
ruptura, quiebra, límite, caída en el vacío. Lejos de dar un sentido a la vida, le quita
toda significación. La muerte, como el nacimiento, es inesperada y absurda. Se nace sin
motivo, se muere por casualidad. La muerte le quita al hombre su libertad y anula todas
sus posibilidades de realización. Nos arroja como presa a los vivos, a merced de sus
juicios. Para Albert Camus, en el centro de la vida está el hombre, con su vida absurda,
privada de sentido, llena de dolor y limitada por la muerte. Lo que aparece es la vida
que tiende a la plenitud, mientras que la muerte es fuente del absurdo. La vida tiene la
primera palabra, pero, la muerte tiene la última. Los millones de suicidas anuales han
sacado la misma conclusión: la vida carece de sentido, es, absurda, más vale suprimirla.
¿Es un ser para la muerte o para la vida? Ante esta pesadilla y este escándalo de la
muerte, muchos se refugian en el olvido: se divierten, se aturden, se drogan, y mueren
por ello. Sin embargo, aunque nos repugna hablar de la muerte, hemos de hablar de
ella, ya que la vida tiene el sentido que le damos a la muerte. Si la muerte es para la
vida, entonces podemos esperar. Pero si la vida tiene que acabarse en un naufragio
total, del cuerpo y de los bienes, entonces la vida misma carece de sentido, porque no
desemboca en nada.
Para los que viven su vida como un misterio de muerte y de vida con Cristo, la muerte
se convierte en el punto culminante de la apropiación de la salvación, inaugurada por la
fe y los sacramentos. No es tanto límite como cumplimiento, maduración y
fructificación. Es pérdida de sí, pero encuentro con Dios y vida en Dios.
La muerte se hace entonces asimilación real a esa muerte de Cristo que se realiza
místicamente por los sacramentos y que transforma la muerte. En efecto, por el
bautismo nos sumergimos en la muerte de Cristo (Rom_6:3), crucificados con él (por la
muerte al pecado), sepultados y resucitados con él. La vida cristiana no es más que el
desarrollo progresivo y continuo, la aplicación práctica a través de toda nuestra vida del
doble resultado de muerte y de vida que produce el bautismo. En nuestra muerte real
acabamos de vivir nuestra configuración con Cristo. Morimos realmente con él, para
resucitar con él. El signo coincide con la realidad; hemos muerto y resucitado
efectivamente. Por la eucaristía anunciamos sin cesar la muerte de Cristo, que es
nuestra muerte y nuestra vida. Pues bien, si en la eucaristía anunciamos a Cristo
"entregado por nosotros", es preciso que participemos de este misterio,
experimentándolo en la realidad de nuestra propia vida: esto es lo que se realiza en
nuestra muerte real. Finalmente, la unción de los enfermos es el sacramento de la
714
situación de muerte. Hace manifiesto que el cristiano, fortalecido por la gracia de
Cristo, sostiene la última prueba de su vida y realiza su última acción, su misma
muerte, en comunión con el Señor. De este modo, el comienzo, el medio y el fin de la
vida cristiana quedan consagrados por los tres sacramentos; son la apropiación
progresiva de la muerte de Cristo como nuestra salvación y nuestra resurrección.
La gran verdad que subyace a esta visión cristiana de la muerte es nuestra relación con
Dios: una relación vertical, inmediata, continua en el orden del presente. En cada
instante, cuando respondemos a la llamada de Dios, nos disponemos a entrar en el
descanso del Señor, con la única diferencia de que el último instante recapitula, ratifica
todos los instantes precedentes y nos hace entrar definitivamente en la vida eterna. Lo
esencial de nuestra vida es esta presencia de Dios en cada instante de nuestra vida,
orientada totalmente hacia él como la flor que sigue el movimiento del sol toda la
jornada. Dios no está al fin de nuestra vida, esperándonos, sino que su mirada está
continuamente puesta sobre nosotros; en el último instante esa gran presencia se revela
y se hace luz para siempre. Un velo diáfano distingue esas dos presencias: ahora... y en
la hora de nuestra muerte.
Esta visión de las cosas nos puede ayudar a superar el escándalo de la muerte que siega
una vida en flor, que deja una obra inacabada. Sea lo que sea la vida de un hombre, su
duración, se mide, en definitiva, por la inmensidad del amor que lo habita y que es el
amor mismo de Dios. Pues bien, ¿quién puede medir la inmensidad de ese amor? Esta
interioridad y esta actualidad del amor divino nos sitúan a cada instante al final de
nuestra propia historia. Que el hombre sea salvado por gracia significa que la historia
humana personal, que no está nunca acabada, alcanza siempre su fin, que es la entrada
en la comunión divina, en el amor infinito que nos cubre con la luz sin tinieblas.
R. Latourelle
715
LATOURELLE - FISICHELLA, Diccionario de Teología Fundamental,
Paulinas, Madrid, 1992
ORÍGENES
Hablar de teología fundamental a propósito de Orígenes puede parecer anacrónico, ya
que su teología ignora estas distinciones de ramas diversas y es siempre a la vez
exegética, espiritual y especulativa. Sin embargo, ha sido él el que ha escrito la obra
apologética más considerable de la época antenicena, el Contra Celso, refutación del
Discurso verídico de Celso, filósofo del platonismo medio, del que su crítico cita largos
extractos. Y hay varios temas que tienen que ver con la teología fundamental que son
objeto de discusiones en el Tratado de los principios o Perí Arjón, y hasta en sus
comentarios y homilías.
716
las Escrituras, atribuyendo así a Dios miembros corporales y pasiones humanas; los
milenaristas o quiliastas, que hacen una lectura demasiado literal de Apo_20:1-6 y
creen en un reinado de mil años de Cristo y de los mártires en la Jerusalén terrena,
precediendo la primera resurrección a la resurrección definitiva. Estos cristianos no
son herejes; el mismo Orígenes no menciona la incorporeidad de Dios al exponer la
regla de fe en el prólogo del Tratado de los principios, aunque el capítulo que sigue (
Apo_1:1) está dedicado a este tema. Pero es imposible al hombre conocer aquí abajo a
Dios y hablar de él sin representárselo como hombre; ésta es para Orígenes una de las
razones, entre otras, de la encarnación del Hijo, que se hizo hombre para manifestarnos
la divinidad a través de su humanidad. Que Dios haya creado al mundo a partir de la
nada se afirma a la vez en el Tratado de los principios en varias ocasiones (cf 1, 3,3) y en
el Comentario sobre san Juan (I, 17 [18],103), apoyándose en 2Ma_7:28 y en el Pastor,
de Hermas (Prec. 1 [26],1), que Orígenes trata a menudo como Escritura. Si la noción
de providencia se encuentra en los platónicos y en los estoicos, es concebida por el
alejandrino y por su discípulo Gregorio el Taumaturgo en el Agradecimiento a Orígenes
de una forma mucho más personalista. El uno de Plotino, condiscípulo de Orígenes,
sólo,se vuelve hacia sí mismo; y la providencia -una providencia que no` conoce a la
persona- le corresponde a la segunda y a la tercera hipóstasis, mientras que el Padre
origeniano está asociado continuamente a la obra de su Hijo en la providencia y en la
creación.
2. JESÚS. La discusión sobre Jesús ocupa una gran parte de los primeros libros del
Contra Celso. Celso escudriña su vida, encontrando en todo momento ocasiones para
acusarle o para mostrarse incrédulo; y la muerte en la cruz ocupa en él un lugar elegido.
Orígenes no se queda sin respuesta. Su defensa presenta varias clases de
argumentación que se harán clásicas. Jesús fue profetizado por el AT y realizó
plenamente esas profecías: este mismo razonamiento aparece en el Tratado de los
principios (IV, 1), donde se habla de la inspiración de las Escrituras por el hecho de que
las profecías fueron cumplidas por Cristo. Los mita= gros de Jesús no son obra de
magia, como pretende Celso, que les opone los hechos maravillosos del paganismo (cf
F. MOSETTo, I miracoli evangelice nel dibattito tra Celso e Origene, Roma 1987): Pero
el argumento fundamental que valoriza los milagros de Jesús y toda su misión en este
mundo procede de la extensión, del número y de la profundidad de las conversiones
morales que suscitó. Sus milagros tuvieron como objetivo el bien moral de la
humanidad, mientras que los hechos maravillosos invocados por el pagano Celso son
puros prodigios, espiritual y moralmente indiferentes. Orígenes habla de experiencias:
él ha constatado el número y la calidad de esas conversiones provocadas por la
predicación cristiana, que arrancó a los hombres de una vida desenfrenada y egoísta y
los condujo a la virtud. Mientras que los legisladores antiguos no pudieron nunca hacer
adoptar sus leyes por los extranjeros, todas las regiones del mundo conocido por
Orígenes están llenas de cristianos, muchos de los cuales aceptan sufrir el tormento y la
muerte por seguir fieles a la ley que predicó Jesús. La insuficiencia de los medios
humanos de esta predicación -el escaso número de apóstoles, que además eran
iletrados subraya con mayor claridad que este éxito no se debió más que a la gracia
divina, así como el escaso valor literario de las Escrituras, vasos de barro que. contienen
la palabra de Dios. Los surimientos y los martirios padecidos por los cristianos se
invocan como otras tantas pruebas de la veracidad de su testimonio (C. Celso I1I, 27).
Más allá del sentido literal, histórico o corporal, que Orígenes considera como la
materia bruta de lo que se dice; antes de cualquier interpretación, si fuera posible -a
diferencia de nuestros contemporáneos, para quienes el. sentido literal es el que quiso
expresar el autor humano-, la verdadera comprensión intenta alcanzar el sentido que
buscaba el Espíritu; el sentido espiritual. El sentido espiritual, o alegórico, del AT
concierne a Cristo y a todas las realidades de la nueva alianza, ya que él es la clave de
las antiguas Escrituras. Orígenes se apoya para afirmarlo en varios textos del NT, sobre
todo paulinos y joánicos, siendo los más importantes 1Co_10:1-11; Gál_4:21-31, y
2Co_3:7-18 :' estos textos demuestran que ciertos episodios veterotestamentarios son
figura de realidades neotestamentarias y que el AT permanece velado para los que no se
han vuelto hacia Cristo. Por otra parte, si la revelación es ante todo Cristo, ¿cómo iba el
AT a ser revelación sino hablara todo él de Cristo? Pero también el NT tiene un sentido
espiritual, con un doble significado: primeramente aplica al cristiano lo que se dice de
Cristo; luego profetiza los bienes de la bienaventuranza, pero por una profecía que es ya
realización de lo que profetiza. En efecto, el evangelio, tal como lo vivimos aquí abajo, el
evan. gelio temporal o sensible, difiere del evangelio eterno, inteligible o espiritual,
solamente por la epinoia, .un concepto humano; esto significa que no se distinguen por
la hypóstasis o por el pragma, por la realidad. Por eso no son más que uno (Com. in
Jua_1:8 [ 10], 44: cf 1:1. CROUZE.L, Origéne el la "connaissance mysti= que"; Brujas-
París 1961, 352-361): La única diferencia entre ellos es la de la visión "a través de un
espejo, en enigma"; la única posible aquí abajo, y la visión "cara a cara", la de la
eternidad (1Co_13:12). En esta distinción se contiene implícitamente todo el
sacramentalismocristiano, empezando por el "sacramento" supremo, Cristo, un hombre
en el que "habita corporalmente la plenitud de la divinidad" (Col 2, l9).
718
En general, el sentido espiritual se deriva del sentido literal y no es simplemente un
sentido acomodaticio más o menos arbitrario; no han de preocuparnos mucho las pocas
excepciones que se pueden encontrar. En muchos casos Orígenes-parte de una
explicación alegórica ya indicada para el NT: la explica, la extiende; la desarrolla.
Cuando no ha encontrado nada en el NT, sugiere lo que se le ocurre, con modestia, no
como una exégesis obligatoria, sino como un ensayo contingente, declarándose a veces
dispuesto a abandonar su explicación si se le indica otra mejor. El contexto del
descubrimiento de una exégesis es espiritual en el sentido más preciso del término. Es
la oración en la que el Espíritu Santo presente en el alma representa, como hemos
dicho, el mismo papel de inspirador, que tuvo en la inspiración del profeta: hay allí una
especie de iluminación interior: Para-comprender auténticamente la Escritura hay que
tener el nous, la mentalidad de Cristo; es 1o que se afirmaen numerosos textos. Al
comienzo del Com. in Joh. (1, 4 [6],23-24), en un pasaje célebre, Orígenes ve en la
Iglesia de Juan las primicias del evangelio y dice que sólo puede comprenderlo el que se
ha convertido en otro Juan, es decir, en otro Jesús, ya que Juan fue dado como hijo a
María, sustituyendo al mismo Jesús (Jua_19:26). Es aquel en quien vive Cristo y tiene
por ello la mentalidad de Cristo (lCor 2,16).
Así pues, Cristo es el autor real de los dos Testamentos -ya hemos visto que el Verbo y
la Escritura son una sola palabra de Dios- y, siguiendo un principio que se remonta al
gramático Aristarco de Samotracia (217-145), no se interpreta correctamente un texto
más que encontrando en uno mismo la mentalidad del autor (cf Rolf GOGLER, Zur
Theologie des biblischen Wortes, Düsseldorf 1963, 45-46). Este principio filológico
ayuda a comprender la aplicación que de él hace el Alejandrino, y que es de orden
teológico.
Así pues, hay entre los dos Testamentos una correspondencia y una vinculación muy
estrecha;- por eso Orígenes defiende victoriosamente el valor del AT contra los
marcionitas y otros gnósticos que lo infravaloran y hasta lo condenan, así como a su
Dios creador, separado por ellos del Padre de Jesucristo. El AT contiene la promesa que
se realizará a través de un espejo, en enigma, en el NT, y "cara a cara" en la
bienaventuranza (1Co_13:12). En algunos textos, corregidos por otros, Orígenes
exagera incluso la importancia del AT, sosteniendo que algunos patriarcas y profetas
tuvieron de las realidades divinas un conocimiento no menor que el de los apóstoles,
aunque sin ver la realización del misterio oculto (Com. in Joh., VI, 3-5 [2],15-30). Pero
más adelante, en la misma obra (XIII,), considera a los profetas como sembradores y a
los apóstoles como segadores, según Jua_4:36. Según otros pasajes, fue en la
transfiguración cuando Moisés y Elías recibieron la revelación plena de Cristo; los
demás santos del AT esperaron para ello la bajada de Cristo al hades después de su
muerte. Hay que señalar además que la expresión paulina "a través de un espejo, en
enigma" sólo se aplica al tiempo del NT, distinto del evangelio eterno; nunca se le
atribuye al AT, que ofrece sólo un presentimiento, un deseo una esperanza, pero no -
como el NT- una posesión real, aunque imperfecta, de las "verdaderas" realidades, los
misterios divinos.
719
Sin embargo, la Escritura no es la única revelación de Dios. El hombre encuentra
primero .a Dios en su propia naturaleza, ya que, como el ángel -y .como el demonio,
aunque este último se negó a participar de Dios-,fue creado a imagen de Dios, imagen
de Dios que es siempre el Verbo; esta doctrina ocupa un lugar central en el
conocimiento que el hombre tiene de Dios; en efecto, sólo el semejante conoce lo
semejante, ya que lo encuentra en sí mismo. La meditación de la Escritura -la thefa
anágnósis, la lectio divina- supone como telón de fondo este conocimiento que da la
imagen de Dios encontrada en sí mismo y que progresa con la gracia y el ejercicio de la
vida cristiana. Y no es. eso todo. Si los seres racionales son los únicos que han sido
creados, propiamente hablando, a imagen de Dios mismo, a los seres sensibles la Biblia
les habla continuamente. Y esos misterios, que corresponden a las ideas platónicas que
engloban; están todos ellos contenidos en el Hijo de Dios, mundo inteligible en cuanto
que es la Sabiduría. En último análisis, el revelador es siempre el Verbo, bien a través
de la naturaleza humana, bien del mundo sensible y de la Escritura.
4. LIBRE ALBEDRÍO DEL HOMBRE. Hay una noción esencial que domina la
concepción que tiene Orígenes del hombre: el libre albedrío. Le dedica uno de los
capítulos más conocidos de su Tratado de los principios, uno de los que tuvieron más
influencia en la posteridad. Resuelve allí las objeciones de origen bíblico que se
plantean contra esta prerrogativa primordial del hombre. Su insistencia se explica por
los peligros que corría en su época la existencia misma del libre albedrío en el
pensamiento pagano, con ciertas sectas filosóficas, la astrología, la creencia en la magia
y en la heimarméné, el destino., y en el mundo cristiano con algunos gnósticos como los
valentinianos, que no concedían ningún lugar al libre albedrío en la salvación de los
"pneumáticos" o en la condenación de los "hylicos", consecuencia de las naturalezas
con que habían sido creados.
Antes de hablar del libre albedrío, digamos unas palabras del contexto antropológico en
que se inserta. El hombre está formado de tres elementos -quizá fuera mejor hablar de
tendencias, ya que esta antropología es más dinámica que ontológica-; se enumeran en
1Ts_5:23 y guardan poca relación, a pesar de un prejuicio bastante extendido, con la
tricotomía platónica. Primero está el espíritu (pneuma, spiritus), participación del
Espíritu Santo, impulsor y mentor del alma, don divino que no forma parte
propiamente hablando de la esencia del hombre; corresponde, con ciertos matices, a la
gracia santificante de la teología posterior.
Lo esencial del hombre es el alma (psyjé, anima); en varias ocasiones Orígenes define al
hombre como un alma que usa de un cuerpo (p.ej., P. Arch. IV,1Ts_2:7): el alma es la
sede de la personalidad, del libre albedrío, y también de la participación del hombre en
la imagen de Dios. Pero el alma está dividida en lo más profundo de ella misma, no por
causa de la creación, sino como consecuencia del pecado de origen, tal como lo
representa Orígenes en la perspectiva de su hipótesis favorita, la preexistencia de las
almas. Su parte superior -o mejor dicho, su tendencia superiorla atrae hacia el pneuma,
del que es discípula. Esta parte se designa con el término platónico de nous, mens,
inteligencia -no la llamamos "espíritu" por no confundirla con el pneuma-, o bien con el
término de hegemonikón, parte dominante, en latín principale cordis, principale
mentis, principale animae, o bien con el término bíblico de kardía, cor, corazón. Pero,
después de la caída, va unida a una parte o tendencia inferior, que la atrae hacia el
cuerpo carnal y se designa con varios nombres, sobre todo el que procede de Rom_5:6-
7 : phrónema tés sarkós, pensamiento de la carne (en latín, sensus carnis o sensus
carnalis); también se encuentra a veces simplemente sarx o caro, carne, término
siempre peyorativo, que no designa el cuerpo, sino la parte inferior del alma. En cuanto
al cuerpo (sóma, corpus), tercer elemento, es una noción no unívoca: muchas veces
designa el cuerpo carnal del hombre, pero puede expresar también las diversas clases
de cuerpos que distingue Orígenes en su historia de los orígenes humanos: cuerpos
etéreos o "brillantes" -el éter corresponde al grado más sutil de la materia- de los
720
ángeles, de las inteligencias preexistentes, de los justos resucitados, los cuerpos
sombríos y oscuros de los demonios y de los impíos resucitados. Porque el cuerpo es el
signo de la condición de criatura, ya que sólo la Trinidad es absolutamente incorporal,
como se afirma en varios lugares del P. Arch. (I, 6,4; II, 2,2; IV, 3,15 [27]). Un
fragmento conservado por Metodio de Olimpo (De resurrectione III, 17-18) supone
incluso que el alma, entre.la muerte y la resurrección, queda revestida de un envoltorio
corporal, análogo al "vehículo" (ojéma) del platonismo medio. Pero según una
constante de la física griega, que distingue de la materia la cualidad que la reviste, el
paso del estado preexistente al estado terreno y luego al estado resucitado no supone un
cambio de cuerpo, sino solamente de cualidad.
En este contexto de tres períodos -preexistencia, vida terrena actual, vida resucitada- es
donde se sitúa la aventura del libre albedrío: ha sido dado por Dios al alma racional
para que se adhiera a él con un movimiento voluntario, pero haciendo posible entonces
el rechazo. Según la hipótesis favorita de Orígenes, todas las criaturas racionales que,
después del pecado, se convertirán en ángeles, hombres o demonios, fueron creadas
juntas en unta igualdad completa. Entre ellas se -distinguía solamente la "inteligencia"
unida al Verbo, a quien esta unión ponía "bajo la forma de Dios" (Flp_2:6) y la.hacía
absolutamente impecable -,aunque gozando del libre albedrío: veremos un poco más
adelante esta paradoja-. Cristo en su humanidad preexistente era de este modo el
esposo de la Iglesia de la preexistencia, formada de todas las demás "inteligencias".
Estas últimas vivían en la contemplación de Dios. Pero la mayor parte de ellas, en
diversos grados, se negaron a Dios, bien sea por un enfriamiento de su fervor que las
convertía en "almas" psyjé, alma, se relaciona con psyjós, frío: el alma es por tanto un
enfriamiento de la inteligencia primitiva-,, o bien por el hastío de la contemplación,
koros ó satietas, análogo a la "acidia", que será, según el monaquismo oriental, una de
las grandes tentaciones del monje. Esta caída es el efecto negativo del libre albedrío, del
que estaban dotadas desde el principio las criaturas racionales. Según su importancia,
estas últimas se dividirán en ángeles, hombres y demonios; las condiciones en que
nazcan los hombres dependerán también de la profundidad de la caída. El castigo
misericordioso de los ángeles consistirá en tener que ayudar a los hombres a conseguir
su salvación y gobernar así los reinos diferentes de la naturaleza. Por su parte, los
demonios tendrán que dedicarse, según la opción mala de su libre albedrío, a impedir
la salvación de los hombres. Los hombres pecaron, pero pueden curarse. Dios crea para
ello, a manera de prueba, el mundo sensible; para poder vivir en él, sus cuerpos, hasta
entonces etéreos, se revisten de una cualidad terrena. ¿En qué consiste esta prueba,-
tuna prueba del libre albedrío, que motivará la redención de Cristo? Lo podemos
deducir de la concepción que ofrece constantemente Orígenes del pecado bajo su
aspecto antropocéntrico. Las realidades de este mundo terreno son, como hemos dicho,
imágenes de los misterios divinos. Su finalidad consiste:en inspirar deseos de
alcanzarlas con su belleza, pero el alma no debe fijarse en ellas: eso sería como si; en el
camino -hacia una ciudad; uno se detuviera en el cartel indicador, creyendo que ya ha
llegado: En otras palabras; el pecado consiste en tómar equivocadamente, pero de
forma voluntaria, por absoluto lo que no es más que una imagen deficiente de lo
absoluto sin seguir caminando hacia ese absoluto cuya dirección se indica en esa
imagen. Cuando, para seguir su itinerario hacia Dios, el hombre se aleja de lo que no es
más que imagen suya -=una imagen inocente por sí misma desde luego, que sólo es
tentadora debido al egoísmo del hombre-, ofrece a Dios el amor que lo salva.
Dios respeta este libre albedrío, así como el Verbo, cuya encarnación no tiene la
finalidad de obligar al hombre, sino motivarlo en su camino hacia Dios y darle la fuerza
para llegar a él. Así se muestra en una controversia con los montanistas, la secta a la
que se había convertido Tertuliano. Según ciertas opiniones existentes entre los griegos,
a propósito de la inspiración poética y;nántica, sostenían que cuando el Espíritu Santo
inspira a los profetas expulsa su inteligencia, su conciencia y su libertad para ocupar su
sitio, con lo que el profeta es para él un mero instrumento, el plectro que hace resonar
721
la lira (EPIFANIO DE SALAMINA, Panarion 48,4;1). Orígenes se opone decididamente
a ello. El Espíritu Santo, para él, pone al profeta en un estado de superconciencia y de
superlibertad, si es posible hablar así; el profetacolabora consciente y libremente con
Dios. Tan sólo del diablo se dice que "posee", que obnubila la inteligencia, que bloquea
la libertad. De aquí saca Orígenes su regla más fundamental del "discernimiento de
espíritus" (F. MARTY, Le discernement des esprits dans le "Peri Archán"d'Origéne; en
"Rey. d'Ascétique et Mystique.' 34 [1958114'7-164. 253-274). Sólo considera la
posibilidad de que para los demonios -"la malicia duradera e inveterada se cambie por
hábito de cierto modo en naturaleza", suprimiendo así el libre albedrío (P. Arch. I, 6;3).
Pero el libre albedrío no es para Orígenes más que un aspecto de la libertad, de la que
su doctrina espiritual presenta sucintamente una concepción totalmente paulina: el que
se adhiere a Dios se libera, el que se aleja de Dios se hace esclavo, cayendo bajo el peso
de los determinismos animales. Esta libertad se manifiesta de forma soberana en el
alma humana de Cristo, alma, como todas las demás, dotada de libre albedrío, pero que
es infinita por la caridad con que la colma su unión con el Verbo, que la hace
absolutamente impecable, quitándole la "accidentalidad"de la criatura para hacerle
participar de la "sustancialidad" de la Trinidad. En varias ocasiones Orígenes aplica
esto en cierta manera al justo, llegando a hablar, como de un concepto-límite, de su
inmutabilidad en el bien, aunque en otros lugares afirma que todo hombre sigue siendo
pecador. Lo mismo que en el alma de Cristo la caridad transformó "en naturaleza,
debido a un largo hábito..., lo que se encontraba en la voluntad" (P. Arch. II, 6,5), así
ocurre con el justo, guardada la debida proporción. Vemos aquí la paradoja de la
libertad: la malicia de los demonios, convertida en naturaleza debido al hábito, bloqueó
el libre albedrío; para Cristo, y también en cierta medida para el justo, la caridad,
convertida en naturaleza debido al hábito, exalta la libertad, una libertad que se
desarrolla con la adhesión a Dios.
Como regla general se puede decir que para él no existe ninguna distancia entre la
revelación y la razón, ya que la una y la otra son el Logos, Hijo de Dios. Esto da
corrientemente a la razón según Orígenes -para utilizar una distinción que no le es
familiar- un sentido más sobrenatural que natural; lo mismo puede decirse de la
palabra logikós, razonable: El Hijo de Dios fue el agente de la creación bajo el doble
título de Sabiduría y de Logos. En cuanto Sabiduría, llevaba en él las ideas en el sentido
platónico (es decir, los planes) y las razones en sentido estoico (esto es, los gérmenes de
la creación futura), mientras que en cuanto Logos los expresó en seres reales. Pero el
libre albedrío de los hombres, como hemos visto, tuvo un papel en este asunto, y por
eso mismo existe en la filosofía lo verdadero y lo falso. Su utilización exige un
discernimiento constante a la luz de la fe. Pero el ejercicio de la razón es indispensable
al cristiano, como lo demuestra el prólogo del Tratado de los principios, ya que si los
apóstolesentregaron a los cristianos "todo-lo que creyeron necesario", les dejaron a los
creyentes inspirados por el Espíritu Santo la tarea de buscar la "manera de ser" y el
"origen" de las realidades que les habían revelado y la misión de unir todo eso en un
"cuerpo doctrinal... con la ayuda de afirmaciones claras y necesarias", estableciendo "la
verdad de cada punto... por medio de comparaciones y afirmaciones, que se
encontrarían en las santas Escrituras o que descubrirían buscando la consecuencia
lógica y siguiendo un razonamiento recto" (P. Arch., Pról., 3 y 10).
Celso acusa a los cristianos de huir del espíritu crítico y de querer una fe ciega. Orígenes
responde, como hemos visto, que todos los cristianos que puedan están invitados a
utilizar su razón para estudiar e interpretar las Escrituras, aunque haya pocos capaces
dé ello. Para la mayor parte, la mejor actitud es la de la simple fe; la eficacia moral de la
doctrina cristiana es la prueba del carácter racional del acto de fe (C. Celso I, 9).
Orígenes pasa entonces al ataque: también los filósofos exigen fe a sus discípulos;
realmente, por un acto de fe un joven asiste a tal escuela con preferencia sobre los
demás, ya que no ha pasado previamente por todas ellas para probarlas antes de
escoger la que va a seguir (C. Celso 1,10). Por otra parte, la fe es esencial a toda vida
humana. Sin ella no es posible hacer nada: ni navegar, ni casarse, ni tener hijos, ni
sembrar. Se cree que las cosas irán lo mejor posible, aunque el resultado sea dudoso y
el fracaso frecuente. Pero sin esta confianza nadie tiene el coraje suficiente para
emprender una acción (C. Celso I, 11).
723
La fe del cristiano puede ser fruto del azar propicio, que el cristiano llama providencia,
o producto de un examen riguroso de la verdad. En el primer caso se encuentra la masa
de los fieles; en el segundo, un pequeño número de ellos (C. Celso lIl, 38). Pero la
actitud de fe es necesaria a todos los cristianos, y no solamente a los más simples; el
conocimiento y la sabiduría de lo espiritual tienen siempre la fe por fundamento.
6. LEY NATURAL. La noción de ley natural; que viene de Dios y está contenida en el
orden mismo de la creación, se deriva de las koinai ennóiai, de las "concepciones
comunes" o nociones morales que se encuentran en todos los hombres. Se trata de una
herencia estoica que había usado ya Pablo in Rom_2:14-16. Orígenes, que menciona
con- bastante frecuencia estas "concepciones comunes", remite a la ley natural en el
Contra Celso y en el Comentario a los Romanos. En el primero de estos escritos no
discute la afirmación de Celso según la cual los preceptos de la moral cristiana no
tienen nada de originales, sino que son los de todas las otras filosofías; explica esto por
la existencia de una moral natural escrita en el corazón de cada ser humano (C. Celso I,
4). Por otra parte, se opone al relativismo de Celso, según el cual hay que guardar
escrupulosamente y con toda exactitud las leyes y costumbres -del propio país, aun
cuando las que observan otros países diferentes sean contradictorias entre sí (ib, V, 25).
Según la respuesta de Orígenes, hay que distinguir la ley de la naturaleza, que tiene a
Dios por autor, de la ley escrita de la ciudad, juzgando a la segunda a la luz de la
primera (ib, V, 37). Un estudio reciente sobre los diversos sentidos de la palabra "ley"
en el Comentario a los Romanos (Riemer ROUKEMA, The diversity of laws in Origen's
Commentary on Romans, Amsterdam 1988) profundiza cuidadosamente cada uno de
los textos de este escrito, en donde se habla de la ley, recapitulando al final los
diferentes empleos.
II. Crouzel
724
ORTODOXIA
Esta palabra deriva de las palabras griegas orthós, que significa recto o correcto, y doxa,
que significa opinión o gloria. Aunque, a veces, los autores clásicos griegos colocan
estas dos palabras juntas (p.ej., PLATBN, Filebo, l lb), el adjetivo "ortodoxo" y el
sustantivo "ortodoxia" llegaron a ser de uso común sólo en la época patrística griega.
Ortodoxia significa doctrina correcta o. sana; va más allá del contexto estrictamente
teológico y puede significar la doctrina aceptada o establecida en cualquier campo del
saber. La propia palabra "ortodoxia" no se encuentra en el NT, aunque su significado se
da a entender en gran número de pasajes. Algunos textos hablan de transmitir
cuidadosamente el mensaje acerca de Cristo que ha sido recibido de los primeros
creyentes (1Co_11:2 y 23; 1Co_15:1-3; 2Ti_2:2). Tanto Pablo (Gál_1:23) como Jud_1:3
hablan de "la fe" de un modo que connota un contenido doctrinal identificable. Las
cartas pastorales ponen mucho énfasis en la solidez de la doctrina, utilizando la palabra
"enseñanza" (didaskalia) quince veces y diferenciando la saludable enseñanza
(1Ti_1:10; 2Ti_4:3; Tit_1:9; Tit_2:1) de la enseñanza heterodoxa-(1Ti_1:3; 1Ti_6:3). La
noción de sana doctrina subraya la condena de Pablo de aquellos que predican "otro
Jesús" (2Co_11:4) u "otro evangelio" (Gál_1:6-9), y las condenas de falsos maestros en
ITim 1,3-7; 2Ti_3:1-9; 4, I-5. Así, al preocuparse de la transmisión de la doctrina
correcta en cuanto distinta de la falsa doctrina, el NT proporciona una base para el uso
patrístico posterior de la palabra "ortodoxia", que se convirtió en un término corriente
entre los escritores eclesiásticos, especialmente después de Eusebio (j' 339). Antes de
que los concilios de Éfeso (431) y de Calcedonia (451) hablaran de ortodoxia, el término
connotaba no simplemente la recta doctrina, sino la doctrina tradicional y universal de
la Iglesia, tal como se ha transmitido en una línea ininterrumpida desde Jesús y los
apóstoles.
725
ortodoxia fue sencillamente. la posición doctrinal de la Iglesia de Roma, posición que
gradualmente ganó terreno durante el siglo tii, llegando a ser la doctrina oficial
cristiana del imperio romano tardío. La tesis de Bauer no tuvo amplia aceptación,
aunque demostró la dificultad de probar la unanimidad de la doctrina en las primeras
décadas del cristianismo.
En la historia posterior, la palabra "ortodoxia" fue utilizada con más frecuencia entre
las Iglesias orientales, donde incluso se celebraba una fiesta anual de la ortodoxia, que
en Occidente, donde los papas parece que evitaron el uso del término. El concilio
Vaticano II utiliza el adjetivo "ortodoxo" sólo una vez, al afirmar que la devoción
mariana debe mantenerse dentro de los límites de la doctrina ortodoxa (LG 66).
Aquí puede verse la ortodoxia bajo su aspecto formal -estar contenida en la Escritura o
tradición y ser propuesta por la Iglesia como revelada indica qué doctrina es correcta y,
por tanto, debe ser creída. Éste es un criterio cuantitativo de ortodoxia; la ortodoxia se
compone del conjunto de doctrinas que encajan en este criterio. Muchos teólogos
actualmente sugieren que es necesario poner mayor atención en los aspectos materiales
y cualitativos de la doctrina. Creer en el mensaje central del evangelio, el kerigma
acerca de la muerte y resurrección salvadoras de Jesucristo, es ya creer en parte en el
conjunto de la revelación cristiana. A este respecto, la afirmación del Vaticano 11 acerca
de una l ` jerarquía de verdades" (UR 11) matizaría la aproximación más cuantitativa
del Vaticano I a la ortodoxia.
BIBL.: KASPER W., Zum Problem der Rechtgldubigkeit in der Kirche von morgen, en
Kirchliche Lehre. Skepsis der Gltiubigen, FriburgoBasilea-Viena 1970, 37-96;
METZJ.B. y SCNILLEBEECKX E. (eds.), Ortodoxia y heterodoxia, en
"COIIC111UII1"Z3 (1987/4); IZENGSTORF H., DldaSko, didaskalia, heterodidaskaléo,
en TWNT II, 137-168.
W. Henn
ORTOPRAXIS
Ortopraxis, como término teológico, ha llegado a estar en boga más bien recientemente,
bajo el impacto de la "teología política" y de la "teología de la liberación", que se han
desarrollado desde finales de 1960 hasta el presente. Teólogos como J. Moltmann, J.B.
Metz, G. Gutíérrez, J. L. Segundo y D. Sólle han criticado las preocupaciones demasiado
centradas en el individuo de la teología trascendental neo-ortodoxa protestante o
romano-católica, exigiendo una mayor atención a los imperativos sociales y políticos de
la tradición judeó-cristiana. Más aún: estos pensadores tendíán a aceptar un principio
que, desdé el punto de vista filosófico, había sido asociado a la obra de Karl Marx, a
saber: que es más importante transformar el mundo que interpretarlo. Esta dimensión
social, orientada al futuro, de la órtopraxis encuentra apoyo en la tradición de las
encíclicas papales de contenido social, que- comenzaron a finales del siglo xlx y que
aportan parte del telón de fondo a las expresiones colegiales dé doctrina social, tales
como la constitución Gaudium et spes, del Vaticano II, el documento Justicia en el
mundo, del sínodo de los obispos de 1971, y las doctrinas sociales de las conferencias
episcopales locales, cuyo ejemplo más notable pueden muy bien ser los documentos de
la Conferencia Episcopal de Latinoamérica (CELAM) de Medellín (1968) y Puebla
(1975).
La palabra "ortopraxis" viene de las palabras griegas orthós, que significa recto o
correcto, y praxis, que significa hecho, acción o práctica. La ortopraxis está
evidentemente orientada a ser entendida en comparación con la ortodoxia. Si la
ortodoxia tiene que ver con la creencia correcta, la ortopraxis se orienta a la acción
correcta; más bien representa una relación crítica entre doctrina o teoría, por una
parte, y acción o práctica, por la otra. Doctrina y acción se condicionan o mediatizan la
una a la otra. La doctrina debe demostrar su verdad en la práctica; la práctica debe
estar inspirada por la doctrina y dar lugar a una nueva reflexión doctrinal.
727
hombre, lo que es bueno, lo que el Señor exige de ti. Es esto: practicar la justicia, amar
la misericordia y caminar humildemente con tu .Dios". Por otra parte, esta dimensión
práctica del mensaje de las Escrituras hebreas tiene un inextirpable aspecto social en sí
(cf, p.ej., Éx 20-23; Isa_1:1-31; Amó_1:6-7; Amó_4:1-5). El NT subraya, a su vez, la
importancia de la práctica, Gál_5:6, al hablar de que esta "fe se exprese en obras de
amor". Se recuerda que Jesús afirma: "No todo el que me dice: ¡Señor!, ¡Señor!, entrará
en el reino de. Dios, sino el que hace la voluntad de mi Padre celestial" (Mat_7:21); y el
criterio del juicio escatológico lo constituye la práctica de cada cual en el cuidado de los
semejantes (Mat_25:31-46). La dignidad de los pobres y las obligaciones sociales, que
son parte de la condición de discípulo cristiano, aparecen repetidamente en el NT.
Además, algunos han sugerido que es imposible entender el mensaje del evangelio sin
considerar la praxis de Jesús, una praxis que tuvo implicaciones sociales y que estuvo
directamente relacionada con su condena y muerte. Por estos motivos, la praxis se
convierte en un principio hermenéutico, un modo de leer el NT para salvar el vacío que
separa el mundo actual de los horizontes del siglo I.
Una importante tarea de teología fundamental será clarificar la relación entre ortodoxia
y ortopraxis. ¿Es la ortopraxis de alguna forma un criterio de ortodoxia, de modo que la
praxis no cristiana reduce la propia capacidad de tener una creencia correcta? Más aún:
.¿hasta qué punto es la ortopraxis una fuente para la teología? El desarrollo de
comunidades cristianas de base, no sólo en América Latina, sino en otros ambientes
culturales también, ha ilustrado poderosamente el papel de la experiencia interviniendo
en la interpretación de la revelación tal como está contenida en la Escritura y en la
tradición. ¿Qué se quiere decir exactamente cuando se afirma que la experiencia
adquirida en la ortopraxis informa la doctrina? La teología fundamental debe intentar
dar alguna respuesta a esta cuestión.
BIBL.: BOFF C., Theology and Praxis: Epistemological Foundations, Maryknoll 1987;
GuTiéRttez G., Teología de la liberación, perspectivas, Sígueme, Salamanca 1975; MErz
J.B., Teología del mundo, Sígueme, Salamanca 1969; MOLTMANN J., Teología de la
esperanza, Sígueme, Salamanca 19773; VERKAMP B.J., On doing the Truth:
Orthopraxis and the Theologian, en "TS" 49 (1988) 3-24.
W. Henn
728
PALABRA DE DIOS
Dios se autocomunica en la revelación. Su epifanía se hace presente a los hombres
como historia que no sólo lleva la salvación, sino que es encuentro personal con él
mismo. La religión veterotestamentaria comprendió esta manifestación de Dios
partiendo del significado que tiene la palabra en las relaciones interpersonales y
expresó con el concepto hebreo Babar la categoría fundamental bajo la que acontece la
revelación. No es sorprendente, pues, que la fórmula debar Yhwh y su traducción griega
lógos Kyriou, ocupe un lugar altamente relevante en toda la Biblia. En ella vemos cómo
la palabra de Dios crea y actúa mostrando 'su dinamismo, revela y enseña manifestando
su designio y, al fin, se autocomunica viniéndonos al encuentro. Su historia se inició ya
en los albores de la creación (cf Gén 1);yen el Logos hecho carne es cuando llega a la
plenitud de significado (cf Jn 1; He 1).
En el NT, y gracias ala influencia de los LXX, las expresiones lógos/ rhema Theou
conservan cierta ambivalencia heredada del Babar hebreo (Mat_8:8; 12;36;
Mat_22:46; Lev_2:15; Lev_7:7...). En el lógos de Jua_1:1-18 tendremos una bella
síntesis;notan deudora de la gnosis y del judaísmo alejandrino de Filón (cf R.
Bultmann) cuanto del Babar hebreo (cf R. Schnackenburg, I. de la Potterie...) y, de
forma relevante, del memrá arameo, entendido como "denominación divina
especializada para designar al Dios que crea, se revela y actúa en la historia de la
salvación mediante su Palabra" (D. Muñoz León, R.E. Brown...).
Desde un punto de vista fenomenológico, la palabra es la acción por la cual una persona
se expresa y se dirige a otra para comunicarse con ella. Así pues, existe un triple aspecto
en la palabra humana (cf K. Bühler): 1) la palabra tiene un contenido, ya que narra o
significa algo; 2) la palabra es al mismo tiempo una interpelación, ya que se dirige a
alguien y provoca una respuesta o reacción, y 3) la palabra, finalmente, es una
automanifestación, ya que descubre la actitud interior de la persona que habla. A este
triple aspecto corresponden las tres personas del verbo: la palabra expresa (primera
persona), interpela (segunda persona) y explica (tercera persona).
729
Es esta comprensión de la palabra la que ha posibilitado que se convierta en la
categoría fundamental de la Biblia para expresar la revelación dé Dios. No es extraño
que la fórmula palabra de Dios, oráculo del Señor, con. sus dos raíces hebreas Babar y
ámar, y sus dos expresiones griegas lógos y rhema, sea la más empleada en toda la
Biblia después de la expresión Dios. Tres son además las grandes dimensiones bíblicas
de la palabra de Dios (cf Pié-Ninot): la dimensión dinámica, por la cual crea y actúa
realizando signos "milagrosos" en el cosmos y en la historia personal y colectiva del
pueblo de Dios; la dimensión poética, por la cual revela y enseña, desde la ley y la
sabiduría a las bienaventuranzas y el padrenuestro, y la dimensión personal, por la cual
progresivamente se autocomunica de una manera total en Jesucristo, "palabra de Dios"
(Jn 1; Apo_19:13 : "su nombre es la palabra de Dios'.
La Dei Verbum muestra la sinonimidad entre revelación y palabra de Dios (cf 1:9.10), y
además sitúa esta última como mediación fundamental reveladora unida a las obras (cf
2.14.17.19). Por esto, en el mismo Vaticano II el relator de la DV habló del "carácter
sacramental" de la revelación (AS 111/ 3: 134), que se realiza con "gestos y palabras
intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras realizadas manifiestan y
confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras, y las palabras, por su
parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas" (DV 2).
BIBL.: ARTOLA A.M., Palabra de Dios: Introducción a la Biblia 2, Estella 1989 25-57;
FORTE B., Teología della storia, Turín 1991, 101150 ("La Parola"); KERTELGE K. y
BiSER E., Palabra de Dios, en DCT II, 146-164; MUNOZ LEEN D., Palabra y gloria:
"excursus"en la Biblia y en la literatura intertestamentaria, Madrid 1983; PESCH O.H.,
Das Wort Gottes als objectives Prinzip der theologischen Erkenntnis, en
`HFTh"4(1988)27-50;Pié-NINOTS., Palabra de Dios y hermenéutica bíblica, en
"Phase" X (1970) 125-140; La palabra de Dios en los libros sapienciales, Barcelona
1972; Tratado de teología fundamental, Salamanca 1989-19912 154156; Paraula de Déu
i Saviesa: Sv 18,14-16, en "RCT" XIV (1989) 29-39; Escritura, tradición y magisterio en
la "D V" o hacia el principio católico de Tradición, en FACULTAD DE TEOLOGIA "SAN
VICENTE FERRER", VI Simposio de Teología Histórica, Valencia 1990.
S. Pié-Ninot
731
PASCAL, Blas
1. NUEVO TIPO DE APOLOGÉTICA. La apologética de Pascal representa algo inédito.
Su empeño no está subordinado ni a una filosofía ni a una ciencia particulares. Sin
embargo, es de tipo filosófico; más concretamente, es una antropología. En un mundo
en donde el hombre fluctúa como un misterio para sí mismo y para los demás, Pascal
intenta mostrar cómo la religión cristiana da un sentido a una existencia
aparentemente absurda: es una antropología de carácter teológico. La clave del misterio
del hombre está en Cristo, totalidad de sentido, que permite no solamente descifrar la
condición humana, sino además ofrecerle un remedio.
Hoy se designaría de buena gana la apologética de Pascal como una hermenéutica, esto
es, una búsqueda de sentido, menos preocupada de pruebas que de signos. Describe la
existencia humana, intentando interpretarla a la manera de un texto. Por encima de las
diferencias, las oposiciones, los cortes, las discontinuidades, las rupturas, Pascal
intenta "desvelar" la condición humana. Por eso su apologética no sigue un orden
lineal; es más bien multidireccional y multidimensional. Es la búsqueda y el
descubrimiento de un sentido a partir de observaciones y de figuras que es posible
distribuir y clasificar de varias maneras.
La búsqueda del sentido pasa por el análisis de las paradojas de la condición humana y
por el descubrimiento de un punto superior que las asuma e ilumine.
En un fragmento clásico (B 72; C 84), Pascal muestra que el hombre vive en el seno de
una desproporción espacial y temporal, signo de una desproporción más profunda
todavía, que es la de su ser. En el universo el hombre no tiene un lugar natural en
donde encuentre su equilibrio respecto a lo que le rodea, perdido entre los dos abismos
732
de lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño. El arriba, el abajo, el centro, la
periferia pierden su sentido en un universo infinito. ¿Qué es esa esfera cuyo centro está
en todas partes y la circunferencia en ninguna? A esta visión de los infinitos espaciales
se sobrepone la visión de un ser que conoce, pero que está sometido a dos límites: lo
que conoce no lo conoce ni con certeza ni totalmente.
Hasta aquí Pascal ha observado al hombre, viéndolo vivir y pensar, con la mirada de un
biólogo o de un experto contable ante un balance. Se puede protestar, si se quiere, ante
los colores demasiado sombríos de su descripción. Pero los análisis de Nietzsche,
Proust, Dostoyevski, Kafka, Mauriac, Malraux, Camus, Sartre no hacen más que
prolongar y ampliar las intuiciones de Pascal y le dan la razón. El hombre, sin el
evangelio, es algo odioso.
Pascal se dedica entonces a desinstalar al libertino para quitarle sus certezas. Espera
sacarlo de su torpeza y ponerlo en busca de la verdad. De estos adeptos del confort
intelectual quiere hacer unos "extraños", presas de la angustia y de la deriva, para
llevarlos a plantearse las cuestiones últimas, a las que sólo el cristianismo dará una
respuesta. Sin esa sacudida, no podría ningún argumento tener mordiente; todo se
reduciría a un euro debate académico.
733
Pascal no pierde la esperanza de provocar en el alma del no creyente ese desgarrón
existencial y esa búsqueda de sentido. En efecto, la conciencia de su miseria debería
despertar al hombre a su verdadera vocación, ya que esta vocación es una llamada viva
que él no puede apagar.
Así pues, la apologética de Pascal pasa por la conversión del corazón y por la cruz. Se
sirve de las pruebas históricas; pero intenta administrárselas a un hombre dispuesto
mediante la conciencia que tiene de ser incomprensible a sí mismo, extraño a todo; a
un hombre que, habiendo planteado correctamente la cuestión del sentido de la vida
(su origen y su destino), desea encontrar la verdad a la luz únicamente de lo que pueda
revelarlo. Pues bien, esa luz es la cruz de Jesucristo y uno se prepara a recibirla por la
mortificación de sus pasiones. Este salto lleno de peligros, locura para el mundo,
humillación para el orgullo de los filósofos, no puede expresarse más que por la
consigna urgente: Ne evacuetur crux Christi.
Pascal se dirige ante todo a los filósofos. Pues bien, éstos se muestran impotentes para
iluminar verdaderamente el misterio. Los estoicos optaron por la grandeza, y cayeron
en el orgullo; los escépticos prefirieron la miseria, y cayeron en una indiferencia
lamentable (B 525; C 392). Lo que no pueden conseguir los filósofos, tampoco pueden
conseguirlo las religiones de la humanidad. Pascal va preguntando sucesivamente, pero
con brevedad, al budismo, al islamismo, a las religiones paganas. Pero es inútil. Por
mucho que se examinen las religiones de todo el mundo, concluye Pascal, no hay
ninguna que ofrezca una respuesta verdaderamente decisiva al misterio del hombre y
de su destino Todas ellas dejan al hombre insatisfecho y no proponen ningún remedio a
su miseria.
734
3. CRISTO, TOTALIDAD DEL SENTIDO. La iluminación definitiva de la condición
humana no puede hacerse más que en Jesucristo: "En Jesucristo todas las
contradicciones se ponen de acuerdo" (B 684; C 558). El es el punto de reconciliación
de todas nuestras paradojas, no por equilibrio o simetría (pecado-gracia, grandeza-
miseria), sino por cambio de orden. Cristo es esa imagen del hombre nuevo que
solamente Dios podía presentar: una imagen que el mundo no podía exigir, ni
sospechar, ni inventar. Adán se convierte en Jesucristo, cada uno de los hombres se
hace hijo de Dios en Jesucristo. Para Pascal, Cristo es el centro de todo, la razón y el
sentido de todo, el todo del hombre y de Dios (B 556; C 602). Cristo no depende de
ninguna figura, ya que en él "la figura está hecha sobre la verdad" (B 673; C 572).
Consiguientemente, la verdad del hombre no está más que en él. Sólo Cristo ilumina la
paradoja de la grandeza-miseria del hombre. En efecto, por una parte la encarnación
muestra al hombre la grandeza de su miseria "por la grandeza del remedio que ha sido
necesario" (B 526; C 677); por otra, la cruz revela "la grandeza del alma humana"
(Memorial), llamada, por misericordia, a compartir la vida misma de Dios.
Cristo es verdaderamente la totalidad del sentido del hombre; descifra y salva. Él es luz
y remedio, verdad y vida. El hombre no se descubre ni se realiza ni en la figura del sabio
ni en la del héroe, sino en Jesucristo crucificado. En él el pecado es asumido, pero
expiado y superado en el amor; nuestro pecado es reconocido, perdonado y superado
por la gracia.
Así pues, para Pascal no existe más que una explicación del hombre: la de la fe
cristiana. Y cuando la verdad cristiana se proyecta sobre el abismo del hombre, cuando
da cuenta de su decadencia y de su grandeza, entonces es cuando el no creyente tiene
más oportunidades de verse "tentado" por la solución cristiana. Se da una continuidad
entre la descripción de la condición humana y las pruebas históricas; más aún: la
descripción de la condición humana se articula con las pruebas históricas. Pascal es
consciente, sin embargo, de que no basta con inspirar respeto por la religión; es preciso
establecer su fiabilidad, su credibilidad, ya que Dios no quiere solicitar la fe sin razón.
Su autoridad se basará en argumentos sólidos, constituidos por el propio mensaje, las
profecías, los milagros, la santidad. Y éstos son suficientes, a los ojos de Pascal, para los
que buscan sinceramente la verdad y están dispuestos a acogerla en la humildad de un
corazón dócil a la gracia. Los que no han sido conquistados tendrán que enfrentarse
con su endurecimiento, esto es, con su falta de interés por las cosas de arriba.
BIBL.: BUaKLtn H., Ein Gott für Menschen. Entwurf einer ehristozentischen
Anthropalogie nach Bl. Pascal, Friburgo-Basilea-Viena 1976; GouxIee H., Blaise Pascal.
Commentaires, París 1966; LwcoMSe R.E., Vapologétique de Pasea¡, París 1958;
LnTOURSLLe R., Blas Pascal: Cristo, totalidad de sentido, en El hombre y sus
problemas a la luz de Cristo, Salamanca 1984, 49-116; MAGNARI) P., Nature et histoire
dans I ápologétiquede Pascal, París 1975 MESNARDJ., Pascal, l itomme et l óeuvre,
París 19562; In, Blaise Pascal, en NEC X, 1046-1048; PONTET M., Pascalet Teilhard,
témoins de Jésus-Christ, París 1968; SELLIER P., Pasea¡ et S. Augustin, París 1970.
Edición española de los "Pensamientos': Traducción de J. Llansó, Alianza Editorial, n.
800, Madrid 1981; traducción de X. Zubiri, colección Austral, n. 96, Madrid 1940.
R. Latourelle
PATRIARCAS
"Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, n0 Dios de los filósofos y de los
sabios": así se expresaba Pascal en su Memorial. ¿Confirma la Biblia su intuición? Para
responder a esta cuestión, hay tres puntos que llaman nuestra atención: 1) la
historicidad de los relatos patriarcales; 2) el género de estos relatos, y 3) la evolución de
la teología en el interior de estos relatos.
I. HISTORICIDAD. Algunos autores niegan todo valor histórico a los relatos del
Génesis. Otros lo defienden contra viento y marea. Los más prudentes dicen que no es
imposible encontrar el trasfondo histórico de los relatos, sobre todo en lo que se refiere
al patriarca Jacob. Sin embargo hay una conclusión que se impone cada vez más: los
736
relatos patriarcales no son historiográficos en el sentido moderno de la palabra. Los
escritores sagrados tenían preocupaciones diferentes de las de los escritores modernos,
y en sus obras borraron, por así decirlo, todas las huellas que pudieran conducir
directamente a los personajes y a los hechos históricos. Aunque los textos bíblicos
contienen elementos de este tipo, estos últimos están puestos al servicio de un proyecto
más amplio que la historia pura y simple.
Así pues, una encuesta seria no puede partir más que de los textos. La reconstrucción
hipotética de los hechos es demasiado arriesgada y los resultados de los trabajos
históricos son demasiado magros para poder ofrecer una base sólida a un estudio sobre
la religión de los patriarcas. ¿Pero a qué tipo literario pertenecen entonces estos textos?
La categoría más apta para definir los relatos del Génesis parece ser la de "relatos
religiosos populares". Por algunas de sus características están cerca de las leyendas;
pero su primera finalidad no es la de edificar o la de justificar un culto o una práctica.
Relatan ante todo unas experiencias de lo sagrado. Los relatos del Génesis parecen
corresponder bien a esta definición. Se pueden citar cuatro razones principales: 1)
Describen los efectos de la irrupción de lo divino en la conciencia y la existencia de los
patriarcas; se trata sobre todo de describir su encuentro con el mundo numinoso, el
momento en que pasan la frontera que separa este mundo del de Dios (cf Gén_28:12-
22; Gén_32:23-33); estos encuentros dan una orientación inopinada a su vida (véase
sobre todo Gén_12:1-3; 22, I-2). 2) La experiencia prevalece sobre los personajes (en
contra de la leyenda). 3) Los personajes son populares, y los destinatarios de los relatos
737
pueden fácilmente identificarse con ellos. No se trata de héroes ni de aventuras fuera de
lo común (como en la epopeya o en la leyenda sagrada), sino de acontecimientos
ligados a la vida cotidiana, y ordinariamente a la vida privada de la familia. 4) El
elemento extraordinario se ciñe al mundo de lo sagrado, al mundo de las realidades y
de los valores últimos. Esto lo diferencia de lo maravilloso de los cuentos, que florece en
el reino de lo imaginario y hunde sus raíces en los impulsos del inconsciente.
En resumen, los relatos quieren ante todo hacer compartir una experiencia de Dios de
tipo particular, ya que fundamentan la existencia del pueblo de Israel como pueblo
creyente. Por tanto, hay que tomar en serio los relatos como relatos. Sólo la lectura
atenta de las narraciones permitirá trazar los contornos del mensaje que intentan dar.
Este mismo aspecto se advierte en la historia de Jacob. La lucha con Dios, en medio de
la noche, es una de las imágenes más impresionantes (Gén_32:23-33; cf Gén_28:10-
20). Tan sólo al amanecer, Jacob, herido en el muslo, podrá identificar a su adversario,
al que acaba de arrancar una bendición. En cuanto a la historia de José, llevará a su
término esta experiencia, ya que Dios no le hablará jamás. Encontrará él solo el
designio de la providencia que da sentido a sus aventuras (cf Gén_45:5-8;
Gén_50:1921). En definitiva, los relatos patriarcales no nos enseñan quizá mucho de la
historia de los patriarcas, pero nos dicen cómo descubrieron el sentido de la historia, de
la que Dios es el único Señor.
BIBL.: CLINES D.J.A., The 7heme ojthe Pentateuch, Sheffield 1978 COHN R.L.,
Narrative Strueture and Canonical Perspective in Genesis, en "JSOT" 24 (1982) 3-25;
GIaERT P., Bible, mythes el réciu de commencement, París 1986; In, Pour un "bon
738
usage"de l7tistoire des patriarches, en "Lumiére et Vie" 188 (1988) 35-42; ID, Une
théorie de la légende. Hermann Gunkel et les légendes de la Genése, París 1976;
MICHAUD R., hospatriarcas, Estella 1976; Puev A. de, Les traditions patriarcales en
Genése 11-35, en "Lumiére et Vie" 188 (1988) 21-34; ScuLUONJ., Mdrchen, Sage,
Legende: Towards a Clarifrcation of Some Literary Terms Uses by Old Testament
Scholars, en "VT" 34 (1984) 321-336; THOMPSON T. L., 7Tte Historicity of the
Patriarchal Narratives(BZAW 133), Berlín-Nueva York 1974; VAN SETERS J., Abraham
in history and Tradition, New Haven-Londres 1975.
J.-L. Ska
PLATONISMO CRISTIANO
¿Puede hablarse de "platonismo cristiano"? E. Ivánka publicó en 1964 con el título de
Plato christianus una colección de trabajos, algunos de ellos de treinta años atrás, y que
hoy contarían más de medio siglo; por tanto, no hemos de exigirle la última palabra de
la crítica. Tampoco la encontraremos en el artículo monumental de R. Arnou
Platonisme des Péres, que data en 1935. Afortunadamente, la enciclopedia
Catholicisme acaba de dar este mismo título a un trabajo que completa y pone al día el
anterior y que tiene el mérito de disipar un equívoco. En efecto, prescindiendo de cuál
pudo ser, especialmente entre los siglos II y v, la influencia de Platón en el pensamiento
cristiano, no hubo nunca ni pudo haberlo, en el pleno sentido de la palabra, un "Platón
cristiano"; sólo sigue en pie la afirmación de Pascal: "Platón puede disponer al
cristianismo" (Pensées, 219; Brunschvicq). Otra dificultad: no es posible discernir los
diversos platonismos que descubría R. Arnou: "el de Platón, el de comienzos de la era
cristiana, el de Plotino y el de los sucesores de Plotino"; hay algunas constantes: en
todas las épocas los "platónicos" mantuvieron dos consignas: ir a la verdad con toda el
alma (República VII, 518, c8), no tocar lo que es puro más que con manos puras
(Fedón, 67, b2).
739
cierta comparación con un "homólogo" platónico, sólo puede tratarse de un recuerdo
indirecto, todo lo más a través J.-L. Ska de Filón de Alejandría; e incluso en este caso,
en opinión de Lebreton, las relaciones entre Filón y Juan siguen siendo dudosas.
He aquí ahora, por orden cronológico, algunos autores cristianos que marcan las etapas
de la asimilación del platonismo.
Justino mártir. A propósito de Justino se plantea por primera vez la cuestión de una
influencia directa de Platón. Después del capítulo fundamental de J. Lebreton, la han
sometido a estudio otros autores: baste citar a C. Andresen y W. Schmid (1952), N.
Hyldahl y L.W. Barnard (1966), J.C.M. van Winden (1971), E.F. Osborn y R. Joly
(1973). Pero del mismo Platón sólo conoció Justino algunos textos, quizá a través de un
florilegio, y hay demasiadas incertidumbres sobre las fuentes que impiden determinar a
qué escuela platónica perteneció; contentémonos con relacionarlo con el platonismo
medio; en efecto, es con su contemporáneo Numenio, un platónico medio indiscutible,
con quien son más numerosos los contactos. Tiene en común con Platón la tesis de la
visión de Dios (cf Fedón l l lb), en relación con la inmortalidad del alma; pero para él,
tanto la una como la otra son gracias de Dios.
A propósito de I Orígenes, ¿habrá que decir con H. Crouzel que "sus errores se reducen
a la hipótesis de la preexistencia de las almas y a cierta tendencia al
subordinacionismo"? Quizá sea esto minimizar sus desviaciones, algunas de las cuales
tiene en común con Clemente. Pero los "principales temas platónicos en Clemente y en
Orígenes", enumerados por R. Arnou, podrían en gran parte entrar en una filosofía
cristiana, y muchas de las páginas del Fedón, del Banquete y del Fedro encontrarán eco
en la mística medieval.
En cuanto a Sinesio, nunca llegó por completo a unificar los tres elementos de su
personalidad; su formación de humanista y de rhetor, su filosofía neoplatónica y su
religión cristianó. Su dificultad en admitir la resurrección de los cuerpos lo inclinaba
constantemente hacia el platonismo.
BIBL.: ARNNou R., Platonisme des Péres, en DTC XII, 2, 1935, 2258-2392; CROUZEL
H., Origéne el la philpsophie, París 1962; DANIELOU J., Plátonisme el théologie
mystique, París 1944; íVANKA EN., Plato christianus, Einsiedeln 1964; LEBRETON J.,
Histoire du dogme de la Trinité II, París 1928, 640-642, 405-484; MADEc G.,
Platonisme des Péres, en "Catholicisme" 50 (1986) 491-507; PLACES E. des, Studia
Patristica XV, part 1, Berlín 1984; ID, Eusébe de Césarée commentateur. Platonisme el
Ecriture sainte, París 1982; ID, Lesfragments de Numénius dilpamée dans la
Préparation évangélique d EusMe de Césarée, en "Comptes rendus de I'Académie des
Inscriptions et Belles Leares (1971) 455-462; ID, Numénius el Eusébe de Césarée
(Studia patristica XIII), Berlín 1975, 19-28; ID, Platonismo e tradizione cristiana, Milán
1976; RICKEN F., Die Logoslehre des Eusebios von Caesarea und der
Mittelplatonismus, en "Theologie und Philosophie" 42 (1967) 311-358; ID, Zum
Rezeption der platonischen Ontologie be! Eusebios von Kaisarea und Athanasios, en ib,
53 (1978) 321-352.
E. des Places
741
PLURALISMO TEOLÓGICO
El pluralismo teológico debería entenderse dentro de todo el contexto del pluralismo
como tal. La palabra pluralismo generalmente se refiere a una situación en la que una
variedad de sistemas de pensamiento, visiones del mundo o explicaciones de la realidad
coexisten sin que ninguna de ellas adquiera hegemonía sobre las otras. Por muchas
razones, el pluralismo puede decirse que caracteriza a la sociedad contemporánea en su
conjunto. Primeramente, la filosofía occidental de estos últimos siglos ha enfatizado el
papel del sujeto en el acto de conocer, con el-resultado de que .se ha puesto mayor
atención en los aspectos personales y situacionales del conocer. Se pone énfasis no
tanto en la afirmación de verdades eternas, sino en puntos de vista y perspectivas
evolutivas. Las ciencias físicas también han aclarado la importancia de los marcos de
referencia, como puede verse, por ejemplo, en un cambio tan revolucionario en la
visión del mundo como el representado por la teoría de la relatividad. Los campos de la
historia y de la hermenéutica, por su parte, han centrado su atención en el hecho de que
los sujetos están siempre, hasta cierto punto, condicionados por el tiempo y el espacio.
Además, el desarrollo de medios más efectivos de comunicación de masas ha roto el
aislamiento cultural, con el resultado de que los individuos son conscientes de y están
influidos por una gama más amplia de puntos de vista. La ética científica de la libre
investigación, a su manera, contribuye al pluralismo,. como lo hacen conceptos
políticos tales como la libertad de expresión y la libertad religiosa. Todos ellos tienden a
promover el libre intercambio de ideas y el sometimiento de varios puntos de vista, en
pie de igualdad, ante el tribunal abierto de la razón y de la experiencia humanas. El
resultado es que la sociedad contemporánea es marcadamente pluralista; algunos dicen
que lo es irreversiblemente.
742
El pluralismo se puede distinguir del relativismo epistemológico. Este último afirma
que todos los puntos de vista son igualmente válidos, modo éste de ver que conduce
rápidamente a la autocontradicción, puesto que admite la validez de su propia
negación. Si, en cambio, el pluralismo se entiende como la postura según la cual una
variedad de conceptualizaciones pueden complementarse unas a otras sin
contradicción al explicar una realidad dada, no tiene por qué ser inconsecuente con una
epistemología críticamente realista,-que rechaza con firmeza el escepticismo y que
afirma a la vez cierto conocimiento de la realidad, explicando cómo es posible tal
conocimiento.
W. Henn
POSITIVISMO HISTÓRICO
El positivismo histórico, representado por Ludwig von Ranke (17951886) y por
Theodor Mommsen (1817-1903), interesa ala teología fundamental por haber
transmitido la concepción de la historia que dominó en el siglo xlx y que durante
mucho tiempo inspiró los juicios pronunciados sobre el valor histórico de los
evangelios. Pues bien, según los cánones del positivismo, que aspira a dar una imagen
exacta y completa del pasado a partir de unas fuentes "históricamente puras", este
juicio de valor no puede menos de ser desfavorable para los evangelios, ya que éstos se
presentan evidentemente como fuentes "contaminadas" por la visión de la fe y por la
interpretación teológica de sus autores. Conviene, por tanto, examinar los- postulados
del positivismo.
En la base del positivismo está una epistemología ingenua, acrítica. En efecto, el
positivismo considera el objeto del conocimiento histórico como un dato ya construido
y el conocimiento histórico como el registro o la fotografía de ese objeto. La objetividad
del conocimiento histórico consiste en percibir el dato tal como es (wie es eigentlich
gewesen), en registrar los hechos en estado bruto, en su verdad original, fuera de toda
interpretación. El ideal del positivismo histórico es llegar a la exactitud fría, neutra,
impersonal de las ciencias naturales, como la botánica, la biología, la química. Se
mantiene rigurosamente en el nivel de los hechos, en su pura materialidad.
Pues bien, hemos de reconocer que semejante ideal no es solamente inaccesible, sino
contrario a la realidad. El mismo von Ranke, en su Historia de la reforma protestante,
está visiblemente inspirado por sus simpatías luteranas. Los hechos van siempre
acompañados de una interpretación individual o colectiva sin la que por otra parte
serían ininteligibles. Así, por ejemplo, decir que Kennedy fue "asesinado" en Dallas es
algo más que enunciar un hecho; para hablar de un hecho solamente habría que decir:
"Kennedy, durante una visita a Dallas, fue visto cubierto por su propia sangre, con dos
745
balas en el cuerpo"; pero decir "asesinado"es ya una interpretación del hecho e implica
una causa intencional por parte de una o varias personas. Cualquier hecho humano, en
la práctica, se manifiesta a la vez como un hecho y como una interpretación, que se
traduce por un juicio. Fuera del espíritu humano que capta y que juzga, no hay más que
un caos de datos. Así pues, la objetividad a propósito de un hecho histórico consiste en
entrar en el horizonte de una conciencia que lo percibe y lo juzga.
Hemos de añadir que cada uno de los hechos humanos encierra un número indefinido
de interpretaciones, que esperan ser reconocidas o descubiertas de nuevo. Pues bien,
esta actividad de discernimiento será siempre imperfecta, parcial, unilateral. Además,
la materialidad del hecho no constituye más que un elemento entre otros muchos del
devenir de un hombre que se realiza en un proyecto. Un hombre dio vida a un proyecto;
otro hombre, el historiador, se dedica a recuperar ese hecho, interpretando la intención
que lo anima por medio de una hipótesis explicativa. Por eso, en cada hecho humano, la
objetividad no puede definirse más que integrando la aportación del sujeto que dio vida
al hecho como expresión de su proyecto y la aportación de ese otro sujeto que lo
recupera, intentando interpretarlo.
Sucede con frecuencia que la situación de afinidad está ya dada de antemano, bien
debido a una contemporaneidad cronológica con el acontecimiento y con su ambiente
de origen, bien porque la tradición mantiene y transmite el horizonte en que nació un
documento y hace así connatural la lectura de este texto cronológicamente lejana. El
trabajo exegético consiste entonces simplemente en aclarar el sentido del texto, si es
oscuro o ambigua. Pero también ocurre que la tradición representa a veces una serie de
746
lecturas o de interpretaciones hechas a la largo de los siglos, en unos horizontes
culturales distintos en cada ocasión. En ese caso se trata de reconstruir la situación
cultural original y de descubrir el sentido inicial. Ésta es la situación en que se
encuentran nuestros ! evangelios, que representan una serie de relecturas sucesivas de
la existencia vivida de Jesús.
Las observaciones hechas hasta ahora sobre la historia y el conocimiento histórica nos
permiten ya constatar que los evangelios se acercan a las nociones de historia y de
fidelidad histórica mucho más de lo que pensaban los partidarios del positivismo.
Efectivamente, lo que refieren los evangelios es la existencia terrena de Jesús, pero con
el profundo sentido que reviste para el mismo Jesús. Jesús acepta la voluntad del Padre
hasta aquel abismo de caridad que lo condujo a la cruz: éste es el proyecto fundamental
de Jesús. Que la intención de los evangelistas haya sido verdaderamente recoger este
sentido de oblación salvífica de la vida de Jesús, podemos verificarlo por la importancia
que conceden al relato de la pasión. Lo cierto es que estos dos aspectos están
continuamente subrayados en los evangelios:
1) Por un lado, el acontecimiento mismo, en su realidad de acontecimiento "sucedido de
verdad". Los evangelios, sin embargo, indican también el sentido del acontecimiento, a
saber: ese sentido que pertenece al propio acontecimiento, que le es "interior". Por
tanto, el sentido no es un elemento "sobreañadido" por la tradición, sino que forma
cuerpo con el acontecimiento. El sentido fructifica, pero no es creado. Así, la muerte de
Jesús no es un simple fallecer; el carácter oblativo de esa muerte pertenece a su
realidad. La función del historiador es la de buscar, más allá de la diversidad de las
recensiones, la realidad del acontecimiento y de su significación. Tal es el elemento de
verdad que contiene el positivismo: la investigación histórica tiene que encontrar al
Jesús prepascual, en su totalidad de acontecimiento-significante.
747
BIBL.: ARON R., Introduction á laphilosophie de 1 hfstoire, París 1948; FRUCHON P.,
Existence humaine et Révélation. Essais d herméneutique, París 1976; GADAMER
H.G., Le probléme de la conscience historique, Lovaina 1963; ID, Verdad y método,
Salamanca 1988; HouRsJ., Valeur de 1 histoire, París 1954; LATOURELLE R., A Jesús
el Cristo por los evangelios, Salamanca 1982; MARRDU H.L, Teología de la historia,
Madrid 1978; MELCHIORRE V., II sapere storico, Brescia 1963; RICOEUR P., Historia
y verdad, Madrid; Rlzzl A., Cristo veritá dell úomo, Roma 1972.
R. Latourelle
POTENCIA OBEDIENCIAL
Con la expresión "potentia oboedientialis" la teología intenta definir, a la luz del dato
revelado, la posibilidad de relación entre Dios y el hombre: Estamos ante un problema
de la relación naturaleza y gracia. Por una parte, la reflexión deberá ser capaz de
salvaguardar la libertad del hombre en su situarse ante la revelación de Dios; por otra,
tendrá que defender la prioridad, la gratuidad y la trascendencia del obrar de Dios
mismo.
Sólo ingenuamente se puede pensar que semejante cuestión nó tiene nada que ver con
1a teología fundamental. Con la "potentia oboedientialis" estamos ante una de esas
temáticas omnipresentes, aunque no siempre explicitadas, que regulan toda la
tradición teológica. La encontramos ante todo en el tema de una fundamentación
antropológica, más tarde pomo factor interno de la revelación y de la encarnación,
luego en las problemáticas sobre el conocimiento "natural" de Dios y la fe, en la
relación fe-razón y, finalmente, en las cuestiones de soteriología. Por tanto, no se trata
de un tema marginal para la teología, sino que constituye uno de sus elementos
cualificativos.
Desde el punto de vista formal, como elemento que es ya de uso común, con "potentia
oboedientialis" se designa genéricamente la posibilidad (potentia) que tiene el hombre
de poder recibir una determinación que de suyo no posee, pero que puede sólo
obediencialmente acoger como don de Dios.
La legitimación de este dato viene sólo como reflexión teológica. En efecto, se acepta
como ya constitutiva la relación creatural. El sujeto se concibe como criatura, es decir,
en una diferencia ontológica con Dios y en dependencia de él; en la autoconciencia de
no poder encontrar su cumplimiento en sí mismo, sino sólo en su relación con el
Creador. Más aún, la reflexión, que es de genuina lectura católica, se lleva a cabo a la
luz del acontecimiento de la encarnación, por el que se ve históricamente realizada la
relación arquetipo entre Dios y el hombre en la vida de Jesús de Nazaret; que se
convierte en el lugar de la llamada a la participación del hombre en la vida divina:
Así pues, en Cristo se tiene la totalidad de la gracia que es otorgada al hombre; por
tanto, toda gracia es considerada como crística, pero en él se verifica también de qué
manera el hombre es capax Dei.
748
Toda la reflexión patrística está marcada positivamente por esta precomprensión. Se
dice que el hombre queda "divinizado", es decir, llamado a participar de la vida de Dios
que se ha actuado ya históricamente en Cristo. Agustin ofrece una primera pista de
investigación cuando trata de la relación entre el libre albedrío y la gracia. El hombre es
libre, pero para obrar por el bien tiene que ser liberado; su disponibilidad a la gracia
debe ser completamente obediencial.
Es más bien en Tomás donde por primera vez nos encontramos con la terminología
técnica de "potentia oboedientiae" o "potentia oboedientialis" (De Ver. 3,3,3) para
indicar una potencia pasiva del alma humana: "En el alma humana, como en toda
criatura, está presente una doble potencia pasiva: una que puede atribuirse a los
agentes naturales, la otra que se hace presente por el primer agente, el cual puede llevar
(potest reducere) a cualquier cristiano a acciones superiores a las que es llevado por los
agentes naturales. Y esta potencia suele llamarse en la criatura potencia obediencial
(potentia oboedientialis)" (S. Th. 111, 11,1).
Por tanto, hay que valorar ante todo' la unidad del sujeto humano que se expresa en su
cualidad de ser persona. Más allá de todo dualismo (espíritu-cuerpo, con la
consiguiente división de trascendencia-inmaneneia o finito-infinito), la realidad de la
persona es la que favorece más que cualquier otra, desde el principio, la unidad y la no
contradictoriedad de los conceptos y de las características ligadas a ellos.
Esta misma característica está también impresa en la libertad del sujeto, que percibe en
sí mismo el deseo. de una libertad cada vez mayor y de una apertura a la libertad
infinita. Esta dimensión le permite autodescubrirse como un sujeto disponible para
poder desear y realizar actos de libertad y sobre todo el acto supremo de libertad por el
que logra su autorrealización.
Se dirá, en otras palabras, que la autocomprensión última que puede tener el sujeto,
teológicamente, es la de un ser creado; esto implica que se da una comprensión de una
distintio realis con el Creador. El ser creatural, por consiguiente, se encuentra siempre
en una condición de relacionalidad, que es visible en su disponibilidad para acoger. En
cuanto criatura, no puede pretender, sino sólo recibir. Existe, por tanto, a nivel
creatural una disponibilidad propia (potentia) para acoger la gracia, y por tanto para
entrar en posesión (oboedientia) de una cualidad y característica que de suyo no posee
ni puede pretender poseer en virtud de su propia naturaleza creada.
749
Hacerse consciente de lo que se ha dado ya en la creación es también gracia, llamada a
la acogida obediencial que se debe a Dios. En efecto, sólo de esta manera es posible ver
aquella disponibilidad radical del sujeto ante la revelación. En resumen, Dios al crear
pone el deseo natural dentro de la criatura para que pueda reconocerlo; pero la
contingencia del ser creado, que constituye su esencia, requiere que este deseo aparezca
en un nivel personal para hacerse totalmente nato pleno de un sujeto histórico. Esto es
necesario para que se realice plenamente la paradoja de la relación entre la
trascendencia de Dios y el conocimiento humano. En efecto, Dios puede ser siempre y
solamente el primero de esta iniciativa; pero la libertad del hombre no podrá estar
nunca en disposición de relacionarse personalmente con Dios en virtud de su
estructura ontológica, sin que Dios imprima en ella la capacidad tanto para
concienciarla como para realizarla.
Esta dimensión no le quita nada a la fuerza de la libertad del sujeto, ya que él la realiza
precisamente en el momento en que toma conciencia y en que, como persona, se realiza
plenamente a sí mismo.
BIBL.: 13ALTHASAa H.U. von Der BegriJfder Natur in der Theologie, en "ZKTh" 75
(1953) 45264; In, Spiritus Creator. Saggi Teologice III, 13r/e'~scia 1972; In,
Teodramática 11, Madrid 1991; V AanEIL A., Le désir naturel de voir Dieu, en "RTh" 31
(1926) 381-410; In, La vitalicé de la vision) devine et tes actes surnaturels, en ib,
477489; IK., Oyente de la Palabra, Barcelona 1967; In, Potencia obediencia!, en VV.AA.,
Sacramentum Mundi V, Barcelona 19772, 519-523; In, Sobre la relación entre la
naturaleza y la gracia, en Escritos de teología I, Madrid 1962, 325-347; In, Naturaleza y
gracia, en Escritos de teología IV, Madrid 1962, 215-243 Rousser,oT, Los ojos de la fe I-
II, Barcelona 1988.
R. Fisichella
750
PROFECÍA
SUMARIO:
1. Estado de la cuestión;
2. La profecía en la teología veterotestamentaria;
3. Jesús de Nazaret y la cristología profética;
4. La profecía neotestamentaria;
5. Valor teológico de la profecía (R. Fisichella).
Situarse hoy ante el argumento profético es algo muy parecido a encontrarse con los
restos de un naufragio. La navecilla del argumentum ex prophetia, sacudida por la
tempestad de un cálculo de probabilidades como el que realizan generalmente los
tratados apologéticos y bajo los nubarrones acumulados por la metodología histórico-
crítica, se refugia hoy en el puerto de la teología fundamental, que no sabe si someter
los restos a una transformación radical o destruirlos por completo.
1. ESTADO DE LA CUESTIÓN. Hay que observar ante todo que sin la profecía
difícilmente podría comprenderse la historia del cristianismo. Representa una realidad
tan constitutiva para la reflexión teológica, que el tener que prescindir de ella
equivaldría a errar en el objeto mismo de la fe cristiana.
La misma historia de Israel resulta incomprensible si no la referimos al acontecimiento
de la profecía, que inspira y condiciona los momentos más destacados de la
constitución de la vida del puebla. Tanto la revelación progresiva de la fe monoteísta
como las instituciones religioso-políticas de Israel sólo resultan claras cuando se las
sitúa en el horizonte profético.
751
de los carisrnas normales que se le han dado para realizar su mediación de la revelación
en el mundo.
A pesar del papel esencial que parece representar la profecía en la veda de la Iglesia, el
argumento profético, como uno de los signos que transmiten la revelación cristiana, se
ha visto sometido a un tratamiento francamente contradictorio: el racionalismo le
quitaba todo carácter sobrenatural; los manuales, por el contrario, superexaltaban su
valor; el método histórico-crítico finalmente, limitó todo su contenido al Sitz im Leben,
sin permitir, por tanto, la apertura a una lectura teológica e impidiendo la verificación
de los efectos que se iban realizando progresivamente en una dinámica histórica.
A partir de este orden de ideas llegó a formarse una visión eclesiológica que
contraponía los apóstoles a los profetas, exasperando la tensión entre ley y carisma.
Los datos positivos que se pueden sacar de una renovada presentación de la profecía -
pensemos, p.ej., en un fundamento más contextual del cristocentrismo, en una teología
de la historia más genuina, en una relación equilibrada entre ministerio y carismas, en
una recuperación más significativa de los signos de los tiempos- mueven a mirar más
allá de las dificultades, para alcanzar objetivos que permitan más fácilmente una
presentación del acontecimiento revelado.
752
Los rarísimos estudios que, después de la teología manualista, se han dedicado al
argumento profético han intentado poner en relación todo el AT con el NT, superando
así la lectura reduccionista y mecanicista que relegaba la argumentación a la
verificación sobre el cumplimiento de cada una de las profecías. De allí se derivó que el
AT era releído a la luz de tres categorías: la ley, la historia y la promesa, que
encontraban "cumplimiento" en el NT y en la fe cristiana.
Se constituía así una teología del AT como "profecía" del NT; El NT releía el AT dándole
un "sentido cristiano".
Pero este intento tan laudable no iba más allá de una teología cristiana del AT. La
aplicación de un sensus plenior a los escritos veterotestamentarios, si ofrecía realmente
una lectura cristiana, no daba, sin embargo, razón de la "autonomía" peculiar que, en
todo caso, tiene que poseer el AT como texto sagrado de la religión judía.
Creemos que puede recorrerse otro camino que, recuperando los rasgos salientes de la
profecía veterotestamentaria, sepa, sin embargo, poner en el centro a la persona de
Jesús de Nazaret como profecía del Padre y, poniendo de relieve la especificidad del
profetismo neotestamentario, sepa ofrecer una lectura teológica más conforme con la
originalidad cristiana.
El profeta del AT es un traditus, confiado y entregado al dabar Yhwh al que tiene que
obedecer, repitiendo sus palabras (Isa_45:6 : "Yo soy el Señor, tu Dios, que ha hablado'.
Por eso el profeta se convierte en un "experto" de Dios: experimenta su "gloria"
(Eze_1:26-28), su fuerza vinculante (Jer_15:16), el hechizo de su santidad (Isa_6:1-8).
Así pues, para comprender al profeta del AT habrá que referirse ante todo a la
gratuidad de su llamada: sólo se le puede comprender dentro de un esquema
vocacional. La llamada de Yhwh constituye para cada uno de ellos el acontecimiento
fundamental, que crea una historia personal y que debe fijarse además por escrito, para
que pueda permanecer sin variar (Jer_1:2; Isa_6:1; Eze_1:2; Ose_1:1).
En esta llamada, que se presenta como un acto de amor profundo y que implica un
conocimiento desde siempre = "desde el seno materno" o "ya antes de nacer"- el profeta
descubre su misión. Él es el hombre enviado a llevar la palabra, mandato éste que ha de
753
ser ejecutado fielmente y que requiere una disponibilidad total, y por tanto una
capacidad de aceptar toda clase de sufrimiento, incluso el sacrificio de la propia
existencia (Deu_18:15-22; Deu_4:21-22; Isa_52:1353, Isa_52:12; Jer 37-40).
Más directamente, respecto a Jesús de Nazaret como profeta, hay que observar que los
evangelios presentan una doble forma. En algunos casos se habla de él como de un
profeta (Mat_21:45), identificándolo, por tanto, como uno de tantos profetas en la
tradición judía normal; en otros casos, por el contrario, se le define como el profeta
(Jua_7:40), refiriéndose lógicamente al cumplimiento de Deu_18:15-18. La
interpretación de estos datos puede ofrecer una lectura para una cristología prepascual,
754
que resulta decisiva para la comprensión de la relación entre Jesús y sus
contemporáneos.
Del simple análisis de los textos se puede deducir que Jesús fue llamado y comprendido
por la gente al estilo de los profetas. La impresión que daba tanto ante la gente
(Mat_21:11; Me 6,15; 8,28; Lev_7:16) como ante los individuos (Lev_7:39; Mat_26:68;
Jua_4:19; Jua_9:17) era la de encontrarse frente a una de las figuras clásicas del
profetismo.
La aparición de esta comprensión se puede determinar, bien por el hecho de que Jesús
mismo dijera expresamente que era profeta, bien porque su comportamiento provocaba
esta identificación. La primera hipótesis es difícil de comprobar. Aun aceptando la
historicidad de los únicos textos en que Jesús habla explícitamente de su persona y la
compara con la de los profetas (Mat_13:57; Lev_13:33), el contexto y el horizonte de
estas perícopas deben de referirse privilegiadamente al de la muerte violenta como el
destino común de los enviados de Dios. Además, dos únicos casos en toda la tradición
evangélica no pueden tomarse como fundamento para esta línea interpretativa, sobre
todo cuando se les confronta con el uso explícito y continuo de "hijo del hombre" y con
la determinación del contexto de la muerte violenta, que limita más aún el terreno de
acción en la interpretación. Por tanto, no se puede seguir esta hipótesis; Jesús no se
definió como profeta. Esto se impone más aún si se piensa que está más en consonancia
con su comportamiento y su estilo el huir de toda clara definición de sí mismo.
Queda entonces la segunda hipótesis: Jesús se comportó y habló con el mismo estilo de
los profetas. Los textos "proféticos" que orientan hacia esta interpretación pueden
clasificarse de la siguiente forma:
a) Jesús interpreta las Escrituras. La escena programática de Lev_4:1630 adquiere en
este horizonte un valor particular. Apelando a los textos de los padres, Jesús actualiza
la palabra de Dios e ilumina su tiempo presente. Pueden aducirse otras muchas
referencias (cf Lev_10:25; Lev_18:18; Lev_20:42); pero las "actualizaciones" de las
figuras del siervo de Yhwh del Déutero-Isaías y del hijo del hombre de Daniel son las
que dan más cuerpo a este modelo. Más particularmente podemos pensar en la misma
forma con que Jesús interpretaba las Escrituras, que se apartaba de la de los rabinos y
que, cualitativamente, lo situaba en un plano distinto y superior del de éstos
(Mat_8:29).
b) Jesús hizo profecías. Queremos decir ante todo que Jesús habló con el estilo típico de
los profetas y que, en este sentido, pudo pronunciar tabién anuncios que se referían al
futuro. Podemos pensar en las diversas fórmulas de calamidad contra Jerusalén
(Mat_23:37), contra el templo (Me 13,1.-2), contra "esta generación" (Lev_11:49) o
contra "las hijas de Jerusalén" (Lev_23:28); las fórmulas de bendición para quien le
siga (Me 10,29) o para los débiles e indefensos (Lev_12:32); los diversos macarismos
(Mat_5:3-12; Lev_7:23; Mat_11:6).
El mismo texto de Me 13 1-2, que es de clara formulación profética, contiene para todos
los efectos un mensaje profético que hay que atribuir al Jesús histórico.
c) Jesús realizó gestos proféticos. En esta clasificación habría que insertar ante todo los
l milagros, considerados como signos expresivos del amor y del poder de Jesús como
enviado del Padre; hay además otros gestos típicos que recuerdan la acción profética
clásica. Así, por ejemplo, la maldición de la higuera (Mat_21:18), la escritura en tierra
mientras se dirigen acusaciones contra la adúltera y la gente espera su veredicto
(Jua_8:111), la acogida del niño para expresar la grandeza de los que acogen el reino de
Dios (Mat_18:1-3), la expulsión de los traficantes del templo y la apelación a su carácter
sagrado (Me 11,1518). En todos estos casos estamos frente a signos que no son
comprendidos inmediatamente por los interlocutores y que, por tanto, exigen una
755
explicación. Una vez más, sobre la base de esta dialéctica, nos vemos remitidos a la
acción profética fiara una interpretación que resulte significativa.
e) Jesús tuvo visiones. No está dicho que, dentro de esta perspectiva, haya que leer en
sentido carismático o extático los textos que se refieren a ellas; baste pensar en que
Jesús tenía un impacto inmediato con sus interlocutores. Comprende inmediatamente,
antes incluso de que hablen los discípulos, sus pensamientos y preocupaciones (Me 2,1;
Mat_12:25; Lev_9:47); nadie puede esconderle nada; todos se sienten transparentes y
conocidos en su propia intimidad. Entre los diversos textos que refieren visiones (cf
Mat_3:16; Me 9,4; Lev_22:43) hay uno que merece especial atención por su significado
profético: "Yo veía a Satanás cayendo del cielo como un rayo" (Lev_10:18). Contra una
interpretación materialmente visiva de Satanás, hemos de dar crédito al hecho de que
Jesús verificaba cómo, con su anuncio del reino iba siendo progresivamente destruido
el poder del mal hasta la victoria definitiva sobre el mismo Satanás.
Estos cinco esquemas podrían justificar tanto la opinión de la gente como la primera
descripción que nos ofrecen los evangelistas de Jesús de Nazaret. Por tanto, el título de
"profeta" debe clasificarse entre los primeros y más antiguos que se aplicaron al
maestro de Galilea; con él se expresaba la primerísima impresión que había provocado
en sus contemporáneos la predicación y la actuación de Jesús.
Sin embargo, una lectura más atenta de los textos muestra cómo, incluso donde se
refieren a Jesús como profeta, se crea inmediatamente una dialéctica que tiende a
mostrar las limitaciones de este título y su superación necesaria (cf Mat_21:23). Aun
encontrándose ante la figura de un profeta, se sintió de todas formas la necesidad de
subrayar la convicción de que era "más que" un profeta: "más que Jonás" (Mat_12:41),
"más que Salomón" (Mat_12:42), "más que el templo" (Mat_12:16).
Por tanto, con el uso del término profeta estamos ciertamente ante una de las
expresiones más antiguas de la cristología prepascual, pero al mismo tiempo palparnos
la imposibilidad de poder detenernos en ella. En las fuentes se da un uso tan
diferenciado que es preciso ver la globalidad de esta figura más que sus detalles.
Efectivamente, Marcos prefiere relacionar este título con el destino de la muerte
violenta; Mateo lo ve como expresión privilegiada para destacar el cumplimiento de las
profecías; Lucas se complace en describir a Jesús como la realización de Deu_18:15,
haciendo así de Cristo un nuevo Moisés; Q inserta la connotación de la superioridad de
Jesús, que ha de ser considerado como "más que" un profeta; Juan, finalmente,
muestra que este título, a pesar de ser una prerrogativa de Jesús como revelador,
ofrece, sin embargo, una lectura incompleta de su misterio.
Todo esto nos hace comprender que los evangelios conocieron una "cristología
profética", que fue ésta una de las modalidades para expresar el misterio de Jesús, pero
que en relación con los profetas este título sólo se le podía atribuir analógicamente. Aun
dentro de la semejanza, la discontinuidad con los profetas era demasiado evidente
tanto respecto a la autoridad con que obraba como en sus relaciones con Dios. Jesús
hablaba y actuaba siempre y solamente en primera persona; lo cual es inconcebible
756
para un profeta. Por tanto, había que pasar necesariamente del título de profeta a los de
"Cristo" e "Hijo de Dios", que expresaban mejor la novedad y la originalidad de su
identidad.
El libro de los Hechos nos habla de la presencia de profetas: Bernabé, en la lista que
ofrece Lucas en Heb_13:1, es el primero, junto con "Simón, apodado el Negro; Lucio de
Cirene; Manahén, hermano de leche de Herodes el virrey, y Saulo". Pero hay otras
indicaciones y nombres concretos: Ágabo, que en Heb_11:28 hace una profecía de
predicción sobre una carestía,- suscitando así la solidaridad de la comunidad; él
mismo, en Heb_21:11, realiza un gesto profético atando con su cinturón los pies y las
manos de Pablo. En la misma perícopa se nos dice que las hijas de Felipe el evangelista
"tenían el don de la profecía" (Heb_21:3); Judas y Silas "eran también profetas"
(Heb_15:32). Y para algunos exegetas el mártir Esteban pertenecería igualmente al
grupo de los profetas.
El material presente en las cartas del corpus paulino podría por sí solo dar base a una
teología del profetismo neotestamentario; para el plan del presente estudio bastarán
dos textos especialmente clarificadores sobre el papel de los profetas en la comunidad
primitiva.
La jerarquía de los ministerios y de las funciones está por tanto en relación con el
"único cuerpo de Cristo", como presencia y promesa escatológica de la revelación plena
de Dios. Los creyentes han de acoger la diversidad de los ministerios y de los dones
porque son necesarios para la constitución y diversificación del "cuerpo" (1Co_12:12-
25). A los corintios, que anhelaban el don más grande y espectacular de la glosolalia,
Pablo les recuerda ante todo un principio básico: la unidad y la igualdad de los
carismas. Más aún: los que posean dones más particulares deben prestar atención a los
dones más ordinarios, ya que la caridad es el fundamento y la regla de todo (1Cor 13 2;
1Co_14:1).
Una lectura más atenta de estos textos muestra de todas formas que no estamos sólo
ante una lectura "carismática" de la Iglesia, sino más bien ante una descripción
institucional real de la misma comunidad.
757
En efecto, el apóstol, en la lista que ofrece, describe los tres primeros órdenes con una
terminología precisa y personal: apóstoles, profetas, maestros/evangelistas; a
continuación, la descripción se hace más bien genérica e impersonal; no se refiere ya a
las personas, sino a las actividades: milagros, curaciones, gobierno, glosolalia.
Ciertamente Pablo no se preocupa aquí de dar una enseñanza precisa sobre la
organización de la Iglesia; lo importante es que Dios, en Jesucristo, ha puesto un orden
muy concreto en las funciones principales, mientras que .los dones son abundantes y en
conformidad con la gracia de Cristo.
Así pues, los profetas y la profecía se le presentan a la comunidad cristiana, bien como
una función carismática a la que todos deben tender precisamente para que en virtud
de su hablar a los hombres puedan ser comprendidos por ellos y así edificar la
comunidad (1Co_14:3.29-32), bien como una función institucional que está en la base y
el fundamento de la Iglesia (1Co_12:28), ya que contribuye a regular la vida de la
comunidad (1Co_14:22).
Los textos del NT leídos sin prejuicios ni precomprensiones llevan, por tanto, a
reconocer a los profetas como una "institución" (1Co_14:29; 1Co_14:32; 1Co_12:28;
Rom_12:6; Efe_4:11; Heb_11:27; Heb_21:9) y a la profecía como una acción litúrgica
normal, aunque momentánea y ocasional, dada a algunos creyentes (1Ts_5:20;
1Co_14:1. 5.24.31.39).
De todas formas, sobre la base de estos textos se puede casi llegar a reconstruir la
identidad del profeta neotestamentario.
El profeta, además, aparece como una persona que es reconocida como tal por la
Iglesia. Tanto si se habla de un grupo de profetas como si se trata de un individuo, no es
la Iglesia la que da la profecía ni la que suscita al profeta; más bien acoge la profecía y al
profeta como un don y un ministerio. Análogamente, el profeta no puede concebirse
más que en referencia a la comunidad y en comunión con ella.
Por tanto, el profeta se puede comprender a la luz de su mismo carisma sin tener que
confundirlo con otros. Él no es apóstol: el apóstol funda la comunidad y la dirige,
mientras que el profeta es un creyente que acoge al apóstol y su mensaje. El profeta
tampoco es doctor: el doctor recibe de los apóstoles y de los profetas la palabra del
Señor; mientras que el doctor lee e interpreta la Escritura, el profeta, como hombre del
Espíritu, pone toda la Escritura bajo la luz de la palabra de Cristo. Finalmente, el
profeta no es evangelista, ya que éste reflexiona con una experiencia personal de acción
inspirada y formula una teología particular, mientras que el profeta se interesa por el
bien inmediato de la comunidad y por las circunstancias particulares que se crean en
cada comunidad.
Así pues, el profeta de la Iglesia primitiva se presenta como la persona que, bajo la
acción del Espíritu de Cristo resucitado, tiene la tarea de reproponer, actualizándola, la
palabra y la obra de Jesús. Por tanto, es el hombre de la mirada retrospectiva, ya que
orienta hacia la actualización del presente y hacia la espera del futuro, destacando el
sentido de la persona de Jesucristo.
Por tanto, puede plenamente llamarse el hombre que pertenece a la tradición y la crea,
entendiendo por tradición el contenido quedos apóstoles, personalmente o por obra del
Espíritu, habían recibido de su relación con el Señor (DV 7); en virtud de esta
pertenencia, deben considerarse como personas de gran fuerza innovadora, ya que son
capaces de leer atentamente el presente y de proponer el futuro.
759
A partir de la Didajé, el Pastor de Hermas, san Ireneo y todo el período patrístico, el
profeta adquiere una fisonomía diferente y se necesitan ciertos "criterios" para valorar
su sinceridad. Sin embargo, la profecía no se acaba, y en todo caso su disminución no se
debe al hecho de que haya habido una estabilización de la institución a costa de la
dimensión carismática. Habrá que valorar más bien, directamente, el hecho de que las
palabras del Señor habían encontrado una forma definitiva en los evangelios y en las
cartas de los apóstoles, que constituían entonces la norma y la.referencia privilegiada
para la vida de las diversas comunidades locales.
Todo esto nos lleva a una nueva conclusión: los profetas y el carisma profético no
pueden quedar relegados expeditivamente tan sólo al momento de la Iglesia primitiva;
pertenecen de modo constitutivo a la Iglesia y poseen para ella un significado
permanente e insustituible.
Una vez quitada la capa opresora de un conocimiento de los sucesos futuros, la profecía
podría concebirse como aquella forma peculiar de la revelación que, manteniendo
unidos la palabra y el signo, permite captar la dialéctica entre manifestación-
ocultamiento del contenido revelado.
c) La profecía como tal no es externa a la revelación, sino que es una de sus expresiones
peculiares. Por tanto, antes de ser uno de los signos de la revelación, es forma de
revelación y está asumida por entero en la dialéctica de la revelación, como forma
expresiva de la misma.
760
Estas indicaciones muestran que la profecía, asumida por la teología fundamental como
forma expresiva de la revelación, puede favorecer también hoy su comprensión y ser
una mediación privilegiada de ella.
Algunos elementos ulteriores podrán hacer que se perciba mejor el valor teológico que
posee el argumento profético en una renovada comprensión de los signos de la
credibilidad de la revelación.
Del mismo modo se afirma que dentro de la historia se ha puesto un signo histórico,
permanente, que condensa en sí mismo los rasgos de cumplimiento y de definitivo,
pero que al mismo .tiempo aguarda su plena realización.
Una teología de la historia (I Historia, 111) tendrá la misión de mostrar cómo se plantea
con este dato un principio que permite orientar la imrevisibilidad del vagar histórico;
de echo, la profecía orienta toda la historia hacia la realización definitiva de la salvación
en el encuentro escatológico con el Señor, que recapitula toda la creación (Col_1:15-20;
Efe_1:10; Efe_2:14-16).
Además la profecía, como lenguaje que se dirige a los hombres (ICor 14,1-5), estimula a
la investigación teológica para que se ponga a buscar otras tantas formas nuevas de
comunicación del saber creyente, a fin de que la revelación pueda ser una respuesta
contemporánea sobre el sentido del creer y del vivir.
Una profecía posbíblica que no estuviera en conformidad con esta tipología se excluiría
a sí misma como posible mensaje de revelación. Después de la muerte y de la
resurrección de Jesucristo, la Iglesia puede reconocer como "profecía" tan sólo aquello
que sirva para hacer más evidente el amor trinitario de Dios, un amor que no se negó a
la condenación del inocente para la salvación de los pecadores (Rom_5:6-10). Una
profecía que se presentase bajo el ropaje de una condenación debería su origen más
bien al miedo de un renovado montanismo, nunca definitivamente aplastado por el
ánimo cristiano, que a una confianza responsable en el amor del Padre.
Los cristianos son hijos de una profecía realizada a la luz del Gólgota; reclaman, por
tanto, la presencia de los profetas como signos de un amor que sabe llegar hasta el don
total de sí mismo. El profeta, al final, obliga a cada uno a tomar seriamente en
consideración la propia existencia dentro del horizonte de la vida de Jesucristo. A cada
uno de los hombres, abismados cada vez más en unas culturas que en diversos niveles
les hablare de muerte, ya que también la indiferencia y el carácter efímero de las cosas
son una muerte para la razón, la profecía le recuerda el sentido de una vida vívida con
coherencia a la luz de unos valores que saben dar un significado a la realidad humana.
762
En un mundo que cada vez busca más la emoción y quiere hacerse un futuro
engañándose a sí mismo al presumir un conocimiento que no tiene, el. profeta le
recuerda la fdelidad al presente, sin el cual no se da auténtico futuro.
La acción de los profetas será hoy tanto más eficaz y salvífica cuanto más se superen las
formas de un excesivo espiritualismo o montanismo. Por consiguiente, "aspirar" a la
profecía (cf ICor 14,1) resulta hoy para cada uno de los creyentes la forma más
coherente de creer en la revelación, ya que de este modo podrá dar testimonio de la
presencia viva y operantedel Espíritu en el corazón del mundo a través del obrar de sus
testigos (1Ts_5:19).
BIBL.: AUNÉ D.E., Propheey in Early Christianity, Grand Rapids 1983; BAKER D.L.,
Two Testaments one Bfble, Londres 1986; BALTHASAR H.U. von, Gloria 6. Antiguo
Testamento, Madríd 1988 BEAUDE P.M., "... según las F~erituras"; Estepa 1978
BENOIT P., Traité de la prophétie, Tournai 1958; BOISMARD E., Jésus prophéte par
excellence d áprés Jean 10,24-39, en J. GNILKA (ed.), Neues Testament und Kirche,
Friburgo 1974, 160-171; BORING M.E., Saying of the Risen Jesus, Cambridge 1982;
iROGUE P. de, Les prophéties messianiques, París 1904; CARROLL R.P- Wlten
Prophecy Failed, Londres 1979; DULLEs A., La sucesión de los profetas en la Iglesia, en
"Coneilium" 34 (1968) 58-68; FlslCHELLA R., La profezia come segno della credibilitá
della rivelazione, en Gesú Rivelatore, Casale Monferrato 1988, 208-226; GILs F., Jésus
prophéte daprés les évangiles synoptiques Lovaina 1957; GRELOT P., Sentido cristiano
del Antiguo Testamento, Bilbao 1967; ID, La Biblia, palabra de Dios, Barcelona 1968;
ID, Relación entre el Antiguo y el Nuevo Testamento en Jesucristo, en R.
LATOURELLE y G. O'COLLINS, Problemas y perspectivas de teologiafundamental,
Salamanca 1982, 272-299; GRUDEM W.A., The Gift of Prophecy in 1 Corinthians,
Lanham 1982; HILL D., New Testament Prophecy, Atlanta 1979; KASEMANN E., Ami
und Gemeinde in Neuen Testament, en Exegetische Versuche und Besinnungen I
Gotiuga 1965,109-134; KERTELGE K. (cd.), Das kirchliche Ami im Netten Testament,
Darmstadt 1977; KRAMER H. y otros, Prophetes, en GLNT XI, 439-652;
LATOURELLE R., Teología de la revelación, Salamanca 1982s; LODS M., Confesseurs
et martyrs, Neuchátel-París 1958 LoHFINK N., Los profetas ayer y hoy, en Profetas
verdaderos, profe(asfalsos, Salamanca 1976, 97144; MULLER U.B., Prophetie und
Predigt ¿ni Neuen Testament, Gerd Mohn 1975; PANAGOFOULOS J. (ed.), Prophetic
Vocation in the New Testament and Today, Leiden 1977; RADG. ven, Teología del
Antiguo Testamento, 2 vols., Salamanca 19784; RAHNER K., Visionen und
Prophezetungen Innsbruck 1952 RAMLor L. y CoTHENET E., Prophétisme, en DBS,
811-1337; REIeHE B., Synoptic propheeies on t he destruetíon of Jerusalem, en D.E.
AUNE (ed.), Studies in New Testament and Farly Literature, Leiden 1977, 121-134;
SCHNIDER F., Jesus der Prophet, Gotinga 1973; ScoTT R.B.Y., The Relevance of the
Prophets, Londres 1968; SIMIAN-YOFRE H., Antiguo y Nuevo Testamento:
participación y analogía, en R. LATOURELLE (ed.~ Vaticano II. Balance y perspectivas,
Salamanca 1989, 187-206.
R. Fisichella
763
PROFETAS
Dos son los temas que se desarrollan en este artículo: el profeta como mediador de
revelación y la vocación profética como momento privilegiado de esa mediación. Parece
apropiado en un diccionario de TF centrar la atención en las dimensiones
hermenéuticas y metodológicas de estos temas, remitiendo a los lectores y a los
respectivos artículos de cualquier buen diccionario bíblico para un extenso elenco de
textos pertinentes y para la discusión de sus problemas exegéticos en detalle. La
reflexión metodológica es imprescindible en el presente caso, puesto que una mirada a
algunos de los manuales de TF publicados en los años 1980 ha demostrado que en
varios casos los profetas son presentados de forma que reflejan posiciones exegéticas
corrientes en los años 1960, sin que se advierta ningún indicio del cambio considerable
experimentado por el estado de la cuestión en las décadas siguientes.
Por eso habrá que situar los dos temas particulares antes mencionados dentro del
horizonte más amplio de una estrategia de lectura general de los textos proféticos. Para
ser más precisos, se pueden distinguir estos tres tipos ideales:- una lectura orientada al
futuro, una lectura orientada al pasado y una lectura transtemporal orientada al texto.
Puede existir cierto peligro de excesiva simplificación en esto, pero al menos servirá
para descubrir cuestiones metodológicas importantes que no se pueden ignorar
impunemente.
764
1. LOS PROFETAS COMO VATICINADORES. En el primer tipo de aproximación, los
profetas son leídos ante todo en cuanto que predicen al detalle la vida y misión de Jesús
de Nazaret, el mesías y Señor. Su importancia estriba en que apuntan a lo que, desde su
situación, está en el futuro. Con raíces en los escritos del NT, este tipo de lectura fue
muy desarrollado por los escritores del siglo ii (especialmente Justino e Ireneo);
continuó en los siglos siguientes y, finalmente, se formalizó como la "prueba de la
profecía" de la apologética clásica.
¿Cómo evaluar esta primera estrategia de lectura? Pueden observarse tres puntos:
a) La existencia de un pequeño número de textos que pueden legítimamente
denominarse "mesiánicos" es admitida prácticamente por todos los investigadores
actuales. Sin 'embargo, prescindiendo de aquellos de tendencias fundamentalistas en
las diversas confesiones cristianas, existe igualmente acuerdo en que una lectura
histórico-crítica de esos textos es incapaz de demostrar que cualquiera de ellos
contuviera desde el comienzo una predicción directa y unívoca de aspectos de la vida y
misión de Jesús de Nazaret. La metodología científica no es capaz de llegar a una
identificación personal específica de la figura mesiánica de los textos.
Consecuentemente, una prueba apologética por la profecía entendida como
argumentación histórica racional no es factible. La cuestión es diferente para lectores
que ya creen en Jesús como el mesías; a estos lectores algunos textos proféticos pueden
traerles a la mente diversos aspectos de la vida y misión de Jesús. Mas para estos
lectores los textos proféticos tienen una función de anámnesis, no argumentativa; la
creencia en Jesús como el salvador prometido es el presupuesto, no la conclusión, de tal
lectura; el efecto de esta lectura no es fundamentar la fe, sino profundizarla e
iluminarla.
Dentro de este segundo tipo de estrategia de lectura tienen probablemente los dos
temas propuestos para este artículo su Sitz im Leben original. Hablar de un profeta
como de un mediador de revelación pare presuponer que se puede elaborar un retrato
histórico claro del profeta en cuestión sobre la base del material "auténtico" del libro
profético y de otras fuentes disponibles, y que se puede reconstruir la situación del
público original al que el profeta transmitía la revelación en primer lugar. Es claro,
además, que el particular interés ponla inicial experiencia de vocación del profeta y su
valor revelador está relacionado con la aproximación biográfica, centrada en la
persona, típica de la línea de investigación histórico-crítica influida por el
romanticismo. Debe añadirse, desde luego, que- los temas, como los tipos de texto
pueden desplazarse de su Sitz ¡ni Leben original y ser utilizados en otros contextos; por
eso no se puede concluir que los dos temas en cuestión aquí estén inseparablemente
ligados al segundo tipo de estrategia de lectura. Es útil, sin embargo, tener en cuenta su
marco original.
766
Sin embargo, un punto débil de initivo, que se ha hecho cada vez más claro para los
investigadores en la segunda mitad del siglo xx, se encuentra en el enfoque unilateral
sobre los personajes proféticos a expensas de los libros. En su peor forma, esta actitud
tendía a considerar los libros proféticos como deplorables obstáculos que había que
desmantelar críticamente en la medida de lo posible, para llegar a la ipsissima vox del
propio profeta, el único objeto de estudio digno de consideración, el único depositario
de valores religiosos de validez permanente. Los profesionales de teología fundamental
quizá deban considerar hasta qué punto una influencia inconsciente de esta postura
puede estar presente en su imagen de los profetas.
3. LOS PROFETAS EN CUANTO TEXTOS. El tercer tipo ideal se puede describir como
orientado al texto o transtemporal. Está orientado al texto porque toma en serio el
hecho innegable de que el dato primario de que dispone el lector es el libro-profético, y
porque considera que su tarea primordial es lograr una mejor comprensión de ese libro
en toda su complejidad -literaria e histórica. Es transtemporal porque el centro no se
sitúa unilateralmente en un período particular (ya sea el de la vida de Jesús o el de la
vida del profeta cuyo nombre va unido al libro), sino que abarca todo el espacio
temporal en el que tuvo lugar la génesis del libro. Colocadas en orden cronológico (que,
sin embargo, no es el orden operativo de la tarea exegética aquí), estas fases temporales
son: todos aquellos factores anteriores al profeta que influyeron en la manera en que el
mensaje fue formulado (historia de la tradición); el propio ministerio y mensaje del
profeta en tanto que esto pueda reconstruirse históricamente; las diversas fases de
transmisión y desarrollo del material profético hasta la formación del libro tal como lo
tenemos ahora (historia de la redacción); un estudio del libro completo como una
unidad (estudio de la forma final).de composición (no de autor). La problemática de la
historia de la tradición tuvo mucho auge en las décadas de los años 1950 y 1960 (la
Teología del AT de G. von Rad es un notable ejemplo). Las cuestiones de la historia de
la redacción empezaron a adquirir importancia y se desarrollaron de modo
marcadamente radical en las décadas de los años 1970 y 1980 (aunque, desde luego, se
pueden encontrar también antes de este período). El estudio de la forma final se ha
desarrollado en las dos últimas décadas también bajo una variedad de influencias (el
estructuralismo, la aproximación canónica, intentos de aplicar varias teorías generales
del texto y de la literatura a los libros proféticos).
¿Cómo podría tener todo esto influencia en la formulación de los dos temas sugeridos
para este artículo? Se pueden hacer tres observaciones:
a) Parece imprescindible una presentación más matizada al hablar de un profeta como
mediador de revelación. Mientras pueda proponerse una reconstrucción probable del
ministerio histórico de un profeta dado (sobre esto, ver la siguiente observación),
tendrá que admitirse, a la luz de los estudios históricos de la tradición, que el mensaje
del profeta no era una revelación totalmente nueva, que existía una considerable
medida de diálogo con puntos de vista anteriores y de contestación de los mismos; en
suma, que los profetas fueron gente de su tiempo en mayor grado del que podría
deducirse de las obras científicas de una época anterior. Si esto es así, se plantea
entonces la cuestión: ¿es quizá algo unilateral centrar la atención de manera tan
específica en los profetas como mediadores de revelación en el AT? ¿No deberíamos
esperar también leer artículos sobre los teólogos narrativos deuteronomistas, o los
salmistas, o los maestros de sabiduría como mediadores de revelación?
QUI PLURIBUS
A nivel de teología fundamental, esta encíclica nos interesa en dos puntos: las
relaciones entre la fe y la razón y los motivos de credibilidad.
769
basado en la palabra verídica e infalible de Dios mismo. La palabra de Dios es del orden
del testimonio.
2) La encíclica nos interesa además porque presenta una visión sintética de los signos
de la revelación, renovando así la presentación tradicional, aunque sin llegar a la
perspectiva personalista del Vaticano II, en la l Dei Verbum, que presenta a Cristo como
fuente y centro de convergencia de todos los signos.
Enumerando y agrupando en una amplia síntesis todos los signos que permiten
establecer con certeza el origen divino del cristianismo, la encíclica vincula todos los
signos de la revelación a Cristo y a su mensaje. La fe cristiana, dice el texto, "ha sido
confirmada por el nacimiento de Jesucristo, su autor, que la lleva a su perfección por su
vida, su muerte, su resurrección, su sabiduría, sus milagros, sus profecías" (DS 2779).
También el Vaticano II afirma que la vida y las obras de Cristo confirman la revelación
(DV 4). Se observan, sin embargo, notables diferencias en la orientación respectiva de
los dos textos. En la encíclica, la atención se dirige ante todo al objeto mismo de la fe, a
saber: la doctrina de salvación que tiene a Cristo por autor; en el Vaticano II, Cristo,
Hijo y Palabra del Padre, destaca sobre todo lo de más: En la encíclica, los signos se
relacionan con Cristo, pero no con aquella intimidad de relación que con vierte a la
persona del Verbo encarnado en el centro de irradiación de todos-los signos. El texto
inculca sobre todo el hecho de que la fe cristiana (en el sentido de doctrina de fe) se ve
confirmada por la vida, las palabras y las obras de Cristo, que es su autor y su
consumación. La encíclica no expresa de forma tan densa como la Dei Verbum el hecho
dé que Cristo, por toda su presencia, por todo lo que él es y por las mismas realidades,
acaba ycónfirmá al mismo tiempo la revelación. El texto de la encíclica, sin embargo,
por la presentación sintética que hace de lbs signos, vinculándolos a Cristo, anticipa ya
la, doctrina y la estructura literaria dl Vaticano II. Subraya también que los signos de la
revelación no son entidades independientes. Están relacionados entre sí y se iluminan
mutuamente; se presentan como un solo haz y actúan por vía de convergencia. Se
parecen a una constelación más bien que a un meteorito aislado. Los signos de
credibilidad de la revelación emanan de Cristo y de la Iglesia como rayos luminosos
salidos de un mismo foco. Es la necesidad pedagógica la que nos hace separar lo que
está unido, a costa de falsear la realidad.
R. Latourelle
770
RACIONALISMO
1. EXPLICACIÓN DEL CONCEPTO. En filosofía, bajo la denominación de
"racionalismo" (del lat. ratio= razón entendimiento) se comprenden las convicciones y
teorías que opinan que por medio de la razón se puede entender suficientemente la
realidad y, en consecuencia, obrar "razonablemente". El racionalismo se opone al
empirismo (en el plano del conocimiento), al irracionalismo (en el plano del uso de la
razón) y al utilitarismo y el hedonismo (en el plano de la ética). Va también contra toda
religión revelada que, como se sabe, ve la fuente del conocimiento no en la razón, sino
en la revelación.
771
anterior por el idealismo trascendental, que se basa en la interpelación trascendental:
la cuestión de las condiciones de posibilidad del conocimiento. La certeza del
conocimiento dice relación, según Kant, no a una realidad exterior, sino a las formas de
la experiencia, que están determinadas por las estructuras de la facultad de conocer.
Sin embargo, la solución kantiana ha tropezado con la crítica de la ciencia móderna,
motivada por idos "descubrimientos": primero, el descubrimien;o de geometráas no
euclidianas y, segundo, por la formulación de una física no newtoniana (Einstein).
Del ideal del racionalismo clásico (certeza del conocimiento) se aparta el racionalismo
crítico tal como lo estableció K. Popper en los años treinta (cf Lógica de la
investigación). La exigencia de un conocimiento seguro -como lo muestra Popper- es
irrealizable.
Con la expresión una "razón iluminada por la fe" se indica el uso de la razón dentro de
la fe,
BIBL.: ALBERT H., Traktat über kritische Vernurrft, Tubinga 1968; ID, Traktat fiber
rationale Praxis, Tubinga 1978; ID, Die Wissenschaft und die Fehlbarkeit der Vernunft,
Tubinga 1982; ID, Freiheit und Ordnung, Tubinga 1986; ID, Kritik der reinen
Erkenntnislehre, Tubinga 1987; HECKER K. art., Racionalismo, en SM V, 740746;
KNAUER P., Der Glaube kommt vom Hdren, Bamberg 1968; POPPER K., La lógica de
la investigación científica, Madrid 1973; ID, Lásociedad abierta y sus enemigos, Buenos
Aires 1967; PoTTMEYER H.J., Der Glaube vor dem Anspruch der Wfssenschaft,
Friburgo-Basilea-Viena 1968.
B. Groth
773
RAZÓN Y FE
1. LOS DISTINTOS PLANOS: DE LA RELACIÓN. La relación entre razón y fe se
desarrolla en diversos planos, y por consiguiente puede ser también diversamente
objeto de reflexión metódica.
a) Razón y fe están entrelazadas de una manera totalmente inmediata en todo acto de
fe, ya que incluso el don más libre de la revelación sólo puede ser recibido en el
horizonte de una determinada comprensión humana. Este conocimiento, destacado con
más precisión por la hermenéutica desarrollado en el siglo XIX, de termina hoy
profundamente todas las disciplinas de la teología. Ante toda se ve afectada por él la
metodo logía de la teología histórica, la cual sólo explorando los diversos horizontes en
los que se ha articulado la fe consigue transmitir debidamente al conocimiento actual
los testimonios anteriores de la fe (incluso los enunciados vinculantes del magisterio).
En virtud de la ulterior evolución de la hermenéutica (especialmente en M. Heidegger,
R. Bultmann, H.-G. Gadamer, P. Ricoeur. J. Habermas), se ha hecho cada vez más
patente la existencia de una tarea filosófica inmanente al conocimiento histórico: la
inteligencia de un horizonte anterior de conocimiento se realiza siempre sobre la base
de una precomprensión actual, condicionada a su vez históricamente. Ésta hay que
tematizarla con la mayor precisión posible en el trabajo histórico, a fin de que no se
introduzca inadvertidamente en la interpretación. Por tanto, la interpretación de los
testimonios de la fe -como el encuentro de la palabra de Dios en la comunicación
interpersonal inmediata- ocurre siempre en la porfía de diversas aproximaciones
recíprocas de comprensión en torno a la realidad única y común de la revelación.
774
razón. La tematización de la relación así comprendida fue entendida hasta hace poco
como la función esencial de la teología fundamental o de su precursora la apologética, y
es también objeto exclusivo de las reflexiones de las siguientes secciones 2 y 3.
775
c) Escolástica: Una característica de. la justificación de la fe ante la razón en la
patrística es que la filosofía no fue contemplada como disciplina independiente
respecto a la teología. A ello contribuyó el axioma corriente de que los antiguos filósofos
se habían inspirado en los escritos del AT. Por otra parte, la filosofía antigua, sobre
todo en pos de Platón, se concebía al mismo tiempo como teología. Era natural, por
tanto que la teología cristiana se comprendiera como sustituto o culminación de la
filosofía.
e) Nuevos enfoques y contratiempos en los siglos XIX y XX. La relación entre razón y
revelación se discutió en una nueva perspectiva respecto a la época de la ilustración,
cuando a comienzos del siglo xix hizo su aparición una profunda reflexión sobre la I
historia corno espacio existencial del hombre y medio de todo encuentro con Dios
(romanticismo, idealismo alemán). Nuevas e importantes aperturas para la
justificación racional de la fe, como, por ejemplo, en la escuela de Tubinga (J.S. von !
Drey, J.A. Mtihler, J.E. von Kuhn) y en el círculo de A. Günther y J. N. Ehrlich, en J. H.
! Newman y, por fin, a finales del siglo XIX, en la filosofía de M. Blondel (método de la l
inmanencia), no pudieron al principio imponerse frente al dominio de la
neoescolástica, que contaba con la protección del magisterio eclesiástico (crisis
modernista). Sólo desde mediados del siglo xx, ante todo con la reanimación del
pensamiento teológico por el concilio Vaticano 11, se impusieron importantes líneas de
aquellas nuevas aperturas y se las recibió también por primera vez en el ámbito católico
junto con la viva polémica que en las Iglesias protestantes había tenido y tenía lugar
sobre la relación entre razón y fe (Schleiermacher, teología liberal, teología dialéctica,
G. Ebeling, W. Pannenberg).
777
Así pues, el análisis de este a priori puede dirigirse; por una parte (siguiendo el hilo
conductor de la hermenéutica y de la filosofía del lenguaje), primero a las estructuras
lingüísticas generales del discurso teológico ("teología narrativa", "teología como
autobiografía", metáfora como forma no engañosa de los enunciados teológicos). Por
otra parte, sin embargo, en la tradición de la crítica profética se sugiere (siguiendo la
teoría crítica del discurso), preguntar además por el a priori lingüístico de la teología y
de sus instituciones en el sentido de cómo en tales procesos se expresan u ocultan las
estructuras vigentes de poder en cada momento ("teología política", "teología de la
liberación", "teología feminista".
BIBL.: CORETH E. (ed.), Christliche Philosophie fin Katholfschen DenkerP des 19. uno
20. Jahrhunderts, vols.1-III, Graz 1987-1989; GEERLINGS W., Apologetik uno
Fundamentaltheologie in der Vdterzeit, en HFih IV, 317-333; HOFMANN P.,
Glaubensbegründung. Die Transzendentalphilosophie der
Kommunikationsgemeinschaft in fundamentaltheologischer Sieht, Frankfurt a.M.
1988; KASPER W" Die Wfssenschaftspraxis der Theologie, en HFTh IV 242277;
LARCHER G., Modelle fundamentaltheologischer Próblematik fin Mittelater, en HF7h
IV, 334-346; METZ J. B., La fe en la historia y en la sociedad, Madrid 1979;
PANNENBERO:W., Teoría de la ciencia y teología, Madrid 1981; PEUKERT H.,
Wissenschaftstheorie-Handlungstheorie. Fundamentale Theologie, Frankfurt a.M.
19782; REIKERSTORFER J., Fundamentaltheologische-Modelle der Neuzeit, en HFTh
IV, 347-372; SCHUSSLER F., Foundational Theology. Jesus ano the Church, Nueva
York 1984; SECKLER M., Theologie als Glaubenswissenschaft, en HFTh IV, 180-241;
778
SECKLER M. y KESSLER M., Die Kritik der Offenbarung, en HFTh rI, 29-59;
STUIELMACHER P., Vom Verstehen des Neuen Testaments: cine Hermeneutik,
Gotinga 19862; VERWEYEN H.L, Christologische Brennpunkte, Essen 19852; ID,
Fundamentaltheologie: zum "status questionis" en "ThPh" 61 (1986) 321-335.
H. Verweyen
REALISMO CRISTIANO
779
1. NOCIÓN. La palabra realismo (del latín res = cosa) encierra muchos significados. En
el lenguaje ordinario, no filosófico, designa una actitud de espíritu que tiene en cuenta
ante todo lo que las cosas son "realmente" y no simplemente o ante todo lo que podrían
o deberían ser, sin dejarse llevar por ilusiones, por juegos de imágenes o de ideas. Ser
realista es tener los pies en el suelo y la cabeza bien sentada sobre los hombros. Se
hablará también de realismo, á propósito de literatura, de arte, de lenguaje, en un
sentido muy similar, pero que aquí no nos interesa: describir las cosas tal como son,
llamarlas por su nombre. Mucho más importante es el empleo filosófico de la palabra.
También aquí hay que distinguir entre un sentido fundamental y otros sentidos más
particulares. Realismo, en el sentido fundamental, designa cualquier doctrina que
admita un en-sí de las cosas (de las personas y de las cosas), en vez de reducirlas a
representaciones, a construcciones del espíritu, a ideas. El realismo se opone así
radicalmente al idealismo (en el sentido filosófico de la palabra). Y como hay varias
formas de idealismo, la misma doctrina puede ser llamada realismo bajo un aspecto e
idealismo bajo otro. En efecto, el pensamiento, en el que se dice que las cosas subsisten
como "representaciones", puede ser: 1) el del filósofo: "solipsismo"las cosas y las
personas, no existen más que en mí y para mí), que. nunca se ha profesado seriamente;
2) el de la sociedad, el de la humanidad, el de todos los seres pensantes; 3) un
pensamiento impersonal; 4) el pensamiento divino.
En otro sentido, más cercano al sentido corriente, el cristianismo puede ser llamado un
realismo, en cuanto que no es simplemente ni ante todo una construcción intelectual,
un sistema de ideas, sino una relación viva entre personas reales, que se desarrolla no
como un discurso ligado por unas relaciones lógicas, sino como una historia o, si se
quiere, como un discurso cuyas palabras son acontecimientos contingentes, actos libres
(L. LABERTHONNIÉRE, Le réalisme chrétien et I idealisme grec, París 1905).
En cuanto al realismo como respuesta a la cuestión de los "universales", está claro que
una doctrina que afirmase la realidad de la naturaleza humana universal hasta el punto
de no ver en los individuos, y por tanto en las personas, más que un accidente dé dicha
naturaleza o al menos una realidad menor no subsistente en sí misma; seria
incompatible con la fe cristiana, que supone la existencia de personas dotadas de
responsabilidad propia y abiertas a un destino singular. Y, al revés, negar .toda
comunidad real entré los individuos de una misma especie --cuya unidad sería entonces
puramente nominal o todo lo más ideal- no dejaría que existiera entre Cristo y nosotros
más que una solidaridad extrínseca. Por tanto, no hay que extrañarse de ver a algunos
padres de la Iglesia profesar en este sentido una especie de realismo, ciertamente
menos estricto que el de Platón; pero más avanzado al parecer que el'que prev`alecetíá
entre los escolásticos. Teniendo en cuenta este realismo es como podrán interpretarse
equitativamente ciertas fórmulas trinitarias de la antigüedad que, a primera vista, no
parecen ir más allá de una unidad específica.
BIBL.: AGOSTI H., En defensa del realismo, Buenos Aires 1965; FRISCHEISEN-
KOHLER M., Das Realittiuproblem, Berlín 1913; HARTMANN N., Zum Probkm der
Realitdtsgegebenheit, Berlín 1931; KÜLPE O. Die Realisierung,.3 vols., Leipzig 1912-
1923; Lu1CACS G., Significación actual del realismo crítico, México 1965; POLO L.,
Evidencia y realidad en Descartes, Madrid 1963; THVSSEN J., Realismus und moderne
Philoso-
J. de Finanee
781
LATOURELLE - FISICHELLA, Diccionario de Teología Fundamental,
Paulinas, Madrid, 1992
REDEMPTOR HOMINIS
Lo mismo que Ecclesiam suam había sido la encíclica programática de Pablo VI la
Redemptor hominis (RH) es el texto programático dé Juan Pablo II. Pero mientras que
la Ecclesiam suam, aparecida en pleno concilio, estaba centrada en la Iglesia, la RH,
publicada en 1979, está centrada en Cristo, y no sin motivo, ya que, después de quince
años, el contexto histórico había sido profundamente modificado. Los problemas más
agudos que la Iglesia y la teología tenían que arrostrar eran los de la cristología. Bajo el
impulso de la RH y poco después de ella, la Comisión teológica internacional consagró
las tres sesiones de 1981, 1983 y 1985 a los problemas de la cristología. En efecto, los
hombres de hoy se plantean la cuestión de las cuestiones: ¿Cristo es verdaderamente
782
Dios entre nosotros en la carne y en el lenguaje de Jesús? ¿Es él el único que puede dar
sentido a nuestra vida y una respuesta a nuestros problemas (soledad, alteridad,
sufrimiento, mal, muerte)? ¿Puede iluminar las profundidades en que estamos y
descifrar ese enigma que somos cada uno de nosotros para nosotros mismos? ¿Es
Jesucristo realmente, en el sentido riguroso de la palabra, "salvador del hombre",'la
"salvación" en persona? La encíclica RH sale al paso de estas cuestiones del hombre.
Desde sus primeras palabras la encíclica propone a _ Cristo como "el centro del cosmos
y de la historia" (n. 1), coma el redentor del hombre y del mundo (n. 7). Esta encíclica es
como la carta de la dignidad del hombre nuevo creado por la sangre de Cristo.
El único objetivo de la Iglesia de hoy es que "todo hombre pueda encontrar a Cristo,
para que Cristo pueda recorrer el camino de la existencia en compañía de cada uno, con
el poder de la verdad sobre el hombre y sobre el mundo contenida en el misterio de la
encarnación y de la redención, y con el poder del amor que irradia de allí" (n. 13). La
solicitud de la Iglesia se dirige a conducir al hombre hacia Cristo. Por eso la encíclica,
por una parte, puede afirmar que Cristo "es el camino principal de la Iglesia, que es a su
vez el camino para todo hombre" (n. 13), y, por otra parte, que el hombre es "el primer
camino y el camino fundamental de la Iglesia, camino trazado por Cristo mismo,
camino que de forma inmutable pasa por el misterio de la encarnación y de la
redención" (n. 14). En efecto, el Hijo del Padre, por su-encarnación y su redención, es el
único camino del. hombre y de la Iglesia hacia el Padre, así como el hombre es el
camino por donde pasa necesariamente la misión de la Iglesia de reunir y de salvar a
todos los hombres" (n. 14).
783
El hombre contemporáneo necesita de Cristo y de su evangelio, ya que, a pesar de sus
progresos técnicos, no es evidente que se haya hecho más hombre. Vive con miedo:
tiene miedo de que los frutos de su técnica se conviertan en instrumentos de su
destrucción. El progreso, dice la encíclica, ¿ha hecho al hombre más "humano", más
maduro espiritualmente, más responsable? ¿Las conquistas del hombre van a la par
con su progreso espiritual y moral? ¿Progresa la humanidad en el egoísmo o en el
amor? La noción de progreso es muy ambigua. Para ser fiel al evangelio, la Iglesia se
plantea esta cuestión, ya que su misión consiste en encargarse del hombre (nn. 15-16).
Según todas las apariencias, el mundo del progreso técnico parece estar todavía muy
lejos de las exigencias del orden moral, de la justicia, del amor, de la "prioridad de la
ética sobre la técnica, en la primacía de la persona sobre las cosas, en la superioridad
del espíritu sobre la materia". Porque lo esencial no es "tener más", sino "ser más". El
mundo contemporáneo se parece cada vez más a una gigantesca ilustración de la
parábola del pobre Lázaro y del rico epulón: contraste escandaloso de las sociedades
opulentas frente a las sociedades que pasan hambre. La categoría del "progreso
económico" no debe convertirse en el único criterio del "progreso humano". Se impone
enderezar la situación; pero esto no es posible más que sobre la base de la
responsabilidad moral del hombre, del respeto "a la libertad y dignidad" de cada uno
(n. 16). La Declaración de los derechos del hombre no debe quedarse en "letra muerta",
sino acceder a su realización en "el espíritu" (n. 17).
R. Latourelle
REENCARNACIÓN
1. DIVERSAS FORMAS DE ESTA CREENCIA. La reencarnación es la creencia según la
cual el alma, o el elemento psíquico del hombre, toma a través de sucesivas existencias
un cuerpo diferente, encontrándose así "re-encarnada". El concepto, guarda cierto
parentesco con los de metensomatosis o transmigración, y de metempsícosis. La
reencarnación es una creencia común a ciertas tradiciones orientales, como el
hinduismo y el budismo, y -en la tradición griega- el orfismo, a Pitágoras y Platón. La
sociedad teosófica, los círculos espiritistas y ocultistas desarrollaron un modelo
occidental a comienzos del siglo xx, queé hoy está muy extendido. Sin embargo, hay que
distinguir las diversas formas de la creencia e indicar su sentido. Se verá que, mientras
los modelos orientales y griegos guardan cierto parentesco, la orientación del modelo
occidental es sensiblemente distinta.
784
méritos y de deméritos a través de las encarnaciones precedentes. No cesarán hasta que
se rompa la cadena de los efectos y las causas. El alma tiene que liberarse del samsára
descubriendo finalmente la verdad, o sea liberándose de la maya, ilusión que hace creer
en la realidad del mundo. Vendrá entonces la iluminación, la bienaventuranza, el
samadhi.
Según los órficos, apenas sale el alma de un cuerpo se encarna en otro; el cuerpo
(sóma) es considerado como una cárcel (séma). El ciclo de las reencarnaciones no tiene
fin para los no-iniciados; la salvación del hombre consiste en el cese de estas existencias
sucesivas. También para Pitágoras el hombre tiene que reencarnarse para llegar
eventualmente a la purificación completa de su ser. En cuanto a Platón, piensa que
ciertas almas han tenido que reencarnarse incluso en animales para adquirir la pureza
necesaria para entrar en la morada de los dioses. La reencarnación es un lento proceso
de purificación del cuerpo y de la materia con vistas ,a la ascensión progresiva a lo
divino.
Esto no impide que los diferentes modelos tengan un sustrato doctrinal común. La
filosofía hindú del karma, del samsara y de la moksa es su punto de apoyo. Los seres
han de renacer indefinidamente hasta que encuentren su propia liberación. Según la
antropología subyacente, el hombre es esencialmente un espíritu (principio divino
inmortal) que posee un alma (que une al espíritu con el cuerpo) y un cuerpo (hecho de
materia perecedera). Es un eslabón de la cadena cósmica, de la que ha de soltarse para
alcanzar su estado primitivo y su verdadera naturaleza. A ello se añade una concepción
cíclica de la historia, opuesta al concepto lineal del cristianismo. La creencia en la
reencarnación forma parte de este modo de una concepción global del hombre, del
mundo y de la historia.
Pero ese Dios, que quiere y que conoce personalmente a cada persona humana, es un
Dios de amor que la resucitará como resucitó a su Hijo. Porque en la pasión-
resurrección de Jesucristo la muerte ha sido definitivamente vencida, el hombre se ha
liberado de ella, y esto hace que la reencarnación no tenga objetó. Por su pasión, Jesús
tomó sobre sí mismo el karma de la humanidad entera y la liberó de él. No cabe duda
de que el hombre que ha de acercarse a Dios por medio de una vida de fidelidad sigue
estando sometido a la muerte. Pero la muerte única está llamada a desembocar en una
nueva forma de vida, que comprende incluso para el cuerpo una existencia nueva. La
resurrección al final de los tiempos llevará a su culminación el proyecto de salvación
realizado por Dios para la humanidad entera a través de la historia.. En la resurrección
de los muertos, Dios realizará para todos los hombres lo que realizó en la mañana de,
pascua con su Hijo Jesús. Los elegidos, incluso en sus cuerpos, serán conformados con
la vida sin fin de Cristo resucitado.
786
REGLA DE FE
Los escritores cristianos de finales del siglo II mencionan con cierta frecuencia que sus
Iglesias tienen conocimiento de un "canon de verdad", es decir, un marco y contenido
establecidos, de la enseñanza de la Iglesia, o más sencillamente, una "regla de fe"
(regula fidei). En algunos de estos contextos encontramos sumarios concisos de las
enseñanzas principales, expresados en términos variables, pero con el mismo perfil
básico. Estos sumarios indican que la regla estructuraba lo que los maestros de la
Iglesia transmitían a los catecúmenos bajo la supervisión del obispo local. La regla
servía a las Iglesias en sus contactos internos como un medio con el cual identificar a
otros creyentes o comunidades como ortodoxos. La regla se relaciona con la Escritura
como el verdadero sumario de su significado, y funciona como la línea orientativa de la
Iglesia para interpretar todos los innumerables contenidos de los libros bíblicos en
cuanto que se refieren a una única economía divina de salvación.
San Ireneo de Lyon afirma que aunque las Iglesias de todo el mundo están muy
distantes unas de otras y a pesar del hecho de que sus miembros hablan diferentes
lenguas, sin embargo profesan y observan la misma fe. Cada Iglesia se mantiene fiel a la
regla recibida de los apóstoles de Cristo y sus sucesores, a saber: creer en Dios, el Padre
todopoderoso, que creó todo lo que existe; en Jesucristo, el Hijo, que se encarnó para
nuestra salvación, y en el Espíritu Santo, que habló por los profetas del nacimiento,
787
pasión, resurrección y ascensión de Cristo, de la resurrección futura, de la
manifestación venidera de Cristo en gloria como justo juez de todos (Adversus haereses
1, 10,1-2; cf 1, 9, 4; 111, 4,2; IV, 33,7; Demonstratio, 3). En el norte de África, Tertuliano
ofrece también sumarios similares de la regla de fe y arguye a partir de ello como de
una posesión reconocible y atesorada en las Iglesias (De praescriptione, 13 y 36; De
virginibus Yelandis, l; Adversus Praxeas, 2,1-2).
La regla de fe del siglo II no era un credo o confesión con una formulación verbalmente
fija, aunque tales confesiones más concisas evolucionaron en conformidad con la regla
(cf l Símbolo de la fe). La regla, sin embargo, fue puesta en conexión con el bautismo
como con el momento en el que el creyente se ponía bajo su influencia y guía. La regla
era constantemente trinitaria en su estructura, subrayando así la unidad inherente en
la creación por obra del Padre todopoderoso con la economía de redención,
santificación y revelación, tal como se realizaron por obra del Hijo y del Espíritu Santo.
La regla estaba abierta a la adaptación por parte de maestros ortodoxos, especialmente
cuando se veían obligados a enfatizar aspectos de la fe transmitida que eran
contestados por los herejes. La regla llevaba a formulaciones que ponían el énfasis en la
unidad de los dos Testamentos contra Marción, y a formas de acentuar contra los
gnósticos la verdadera encarnación del Hijo de Dios en nuestra humanidad.
BIBL.: COUNTRYMAn L. W., Tertullian and the regula fidei, en "Second Century" 2
(1982) 208222; HXGGLUMD B., Die Bedeutung der "regula fedei"als Grundlage
theologischer Atusagen, en "StTh" 12(1958)1-44; Jouajoue M., La tradition apostolique
chez saint Irénée, en "L'année canonique" 23 (1979) 193-202; KELLY J.N.D.: Primitivos
credos cristianos, Secretariado Tnnitario, 1980; TREVIJANO ECHEVERILIA R.,
Orígenes y la "Regula fidei'; en CROUZbL H. y otros (eds.), Origeniana, Bar¡ 1975, 327-
388; TURNER H.E.W., The Pattern of Christian Truth, Londres 1954, 307-378; VAN
DEN EYNDE D., Les normes de 1 énseignement chrétien dans la littérature patristique
des trois premiers siécles, Gembloux-París 1933,281-313.
J. Wicks
789
REINO DE DIOS
El dato más histórico sobre la vida de Jesús es el símbolo que dominó toda su
predicación, la realidad que dio sentido a todas sus actividades, es decir, el "reino de
Dios". Los evangelios sinópticos resumen la enseñanza y predicación de Jesús en esta
lapidaria sentencia: "Se ha cumplido el tiempo y el reino de Dios está cerca. Arrepentíos
y creed en el evangelio" (Me 1,14-15; Mat_4:17; Lev_4:43). La expresión se encuentra
122 veces en el evangelio, y 90 en los labios de Jesús.
Jesús predicó el reino de Dios no a sí mismo (K. Rahner), aunque en su propia
enseñanza Jesús figura como el representante (Lev_17:20-21), el revelador (Me 4,11-12;
Mat_11:25-26), el campeón (Me 3,27), el iniciador (Mat_11:12), el instrumento
(Mat_12:28), el mediador (Mar_2:18-19), el portador (Mat_11:5) del reino de Dios
(BEASLY-MURRAY, Jesus, 296). El reino no es solamente el tema central de la
predicación de Jesús, el punto de referencia de la mayoría de sus parábolas y el tema de
un gran número de sus dichos; es también el contenido de sus acciones simbólicas, que
forman una parte tan grande de su ministerio, a saber: su amistad con recaudadores de
impuestos y pecadores hasta sentarse a la mesa con ellos, sus curaciones y exorcismos.
Porque en su comunión con los proscritos; Jesús vivió hasta sus ultimas consecuencias
el reino, demostrando con hechos el amor incondicional de Dios a los indignos
pecadores (SOAREs PRABHU, Kingdom, 584).
No es fácil definir con precisión lo que significa realmente la expresión reino de Dios.
En el curso de la historia de la teología la interpretación de esta expresión ha cambiado
a menudo según la situación y el espíritu de la época. La palabra reinado" o "reino" es
un término arcaico, que no evoca una resonancia en nuestra actual experiencia de la
realidad. La expresión necesita ser traducida para extraer su significado. La cuestión,
790
en relación al mensaje de Jesús del reino, es por tanto: ¿cómo podemos salvar el
abismo hermenéutlco entre lo que el reino de Dios significaba en la enseñanza de Jesús
y lo que puede significar para nosotros hoy? (N. PERRIN, Language, 32-56).
791
1. EL REINO DE DIOS EN EL ANTIGUO TESTAMENTO. La expresión literal "reino de
Dios" no se encuentra en el AT, pero se dice nueve veces que Dios reina en un reino. La
mayoría de los exegetas insisten en que el término abstracto malkut está asociado a
Yhwh, Dios de Israel, sólo aparece muy tarde en el AT, y significa el acto de Dios. El
acento se pone en la autoridad y dominio regios, más que en un territorio o un lugar. Es
visto, por tanto, como una idea religiosa. En época reciente esta tesis ha sido puesta en
cuestión al abordar la noción reino no sólo desde el método histórico-crítico, sino
también desde un punto de vista socio-político (N. LOHFINK, Begriff des Gottesreichs,
33-86). La l fe del AT descansa sobre dos certezas. Primera, que Dios ha venido en el
pasado y que ha intervenido en favor de su pueblo. La segunda es la firme esperanza de
que Dios vendrá de nuevo en el futuro para cumplir su propósito respecto al mundo que
él ha hecho. Como lo expresó Martin Buber: "La realización de la soberanía de Dios que
lo abarca todo es el próton y el ésjaton de Israel" (BEASLI'-MIJRRAZ', Jesus, 17).
Lo que sigue puede considerarse como los elementos básicos de la noción del reino de
Dios en el AT. a) Dios es rey de toda la creación, y de Israel en particular, en virtud de la
alianza. b) Este reinado sobre Israel es experimentado de una manera particular en la
celebración litúrgica, es decir, en el culto. c) La esperanza de una venida final y decisiva
de Yhwh en favor de su pueblo en el futuro para cumplir sus promesas hechas a los
padres y los profetas (R. SCHNACKENBURG, God's Rule, 11-74).
Lo que era único era la experiencia de Yhwh como Señor de la historia, que actúa en
favor de su pueblo, que cuida, protege, perdona, cura y hace una alianza con él. Todo
esto forma parte de lo que significa decir: Dios es rey de Israel y de todas las naciones.
El verdadero cuidado y presencia de Dios en medio de su pueblo son después
expresados en símbolos como: padre, madre, pastor, novio, etcétera. Las funciones
concretas de Yhwh como rey que reina en medio de su pueblo se convierten en
componentes de esta experiencia: él crea un pueblo, organiza su estructura, lo
alimenta, lo protege, dirige, corrige, redime e imparte justicia para él. Todo esto forma
el trasfondo de la "experiencia religiosa" expresada en el símbolo del reino de Dios
(CABELLO, El Reino, 16-18).
Aunque la presencia histórica del reino en y a través del ministerio de Jesús es afirmada
con fuerza, el cumplimiento de lo que es ahora experimentado confusamente, de una
792
manera anticipada, está todavía por venir. Esto crea la tensión del "ya" y el "todavía
no". El acento, que recae bien en el "todavía no" o sobre el "ya" determina el modo en el
que el mensaje de Jesús sobre reino es contemplado como afectando a este mundo ya
ahora. Si el acento se pone en el "todavía no", se enfatizan los "juicios del reino" en el
mundo presente, y la esperanza de su venida final se convierte en el factor
determinante para la acción. Aunque nadie niega la presencia del reino, el acento en la
teología tradicional se pone en el "todavía no" en detrimento del "ya". En palabras de
Lohfink: "Para ser justos con el mensaje y práctica de Jesús, se debe, más que cualquier
otra cosa, insistir con denuedo en la presencia de la basileia que Jesús mismo mantuvo"
(G. LOHFINK, Exegetical predicament, 103).
b) El reino como don gratuito de Dios y tarea para los seres humanos. Puesto que el
reino de Dios es Dios mismo, que ofrece su amor incondicional a su criatura y que da a
cada una participación en su propia vida, debe entenderse como un don gratuito, al que
no tenemos en modo alguno ningún derecho. Podemos aceptarlo sólo como un don de
amor de parte de Dios con gratitud y acción de gracias. Ésta es la principal enseñanza
de las parábolas del crecimiento (Mc 4 y Mt 13). Se puede rezar "venga tu reino"
(Mat_6:10), se puede gritar a Dios día y noche (Luc_18:7), puede uno mantenerse en
vela como las vírgenes prudentes (Mat_25:1-3); pero es Dios quien lo "da" (Luc_12:31).
Sin embargo, el carácter de don del reino no hace de los seres humanos meros objetos
pasivos. Las parábolas de los talentos (Mat_25:14, Mat_25:30) y del tesoro en el campo
(Mat_13:44) muestran que los seres humanos son también actores en el reino. Aquí el
reino es puro don, pero viene sólo asumiendo increíbles riesgos. La venida del reino de
Dios es total y absolutamente obra de Dios, pero al mismo tiempo es también total y
absolutamente obra de seres humanos (G. LOHFINK, Exegetical predicament, 104-
105).
c) Las dimensiones religiosas y políticos del reino. El carácter religioso del reino es tan
evidente en la Escritura que no requiere especial atención. El reino trasciende este
mundo y tiene como meta los cielos nuevos y la nueva tierra. Este aspecto, sin embargo,
es a menudo acentuado hasta tal punto que el reino no tiene cabida ya en este mundo.
Consecuentemente, el mensaje de Jesús se convierte totalmente en un asunto privado y
el aspecto social del reino es completamente ignorado y abandonado. Actualmente se
han hecho intentos de rescatar a Jesús de la prisión del individualismo y devolverlo a la
vida social de nuevo (P. HOLLENBACH, The historical Jesus, 11-12). Colocando a Jesús
en la situación de su tiempo y contemplando su misión ante todo en el marco de
restaurar a Israel y de anunciar el "gran año de gracia" para su pueblo, la implicación
política del mensaje de Jesús se hace obvia en forma de exigencia de una
reestructuración radical de todas las estructuras sociales del presente sobre la base de
la alianza.
¿Hasta qué punto fue Jesús político? Jesús relativizó toda autoridad ante el Padre y
ante el reino. Emprendió una actividad que tenía significación política, y lo más radical
fue la negación de autoridad absoluta a cualquier poder de su tiempo. De este modo
Jesús se nos presenta con una "política normativa"; es decir, toda autoridad legítima
debe ser sometida al reino que irrumpe y que exige la reestructuración y el
reordenamiento de todas las relaciones humanas.
793
Insistir en que el mensaje de Jesús sobre el reino fue puramente religioso y que no tenía
nada que decir sobre las estructuras socio-políticas no se puede sostener sobre la base
de las Escrituras, sino solamente desde una visión del mundo, más bien dualista, que
niega toda relevancia del evangelio para las realidades intraterrenas (P. STEIDL-
METER, Social Justice, 15-16).
Convertirse significa volverse hacia, responder a una llamada. Se nos pide que dejemos
entrar en nuestra vida este mensaje del todo inaudito, dejarse uno sorprender por esta
gran noticia. Este dar la vuelta hacia el reino incluirá un alejarse de. Pero el motivo para
la conversión es el reino de Dios que irrumpe como si ya hubiera llegado, y no ninguna
demanda de prepararse para su futura venida. La conversión es una gozosa
oportunidad, no un acontecimiento terrible de juicio y condenación. El hijo perdido ha
vuelto a casa (Lev_15:25), el muerto ha vuelto a vivir de nuevo. "Porque este hijo mío
había muerto y ha vuelto a la vida se había perdido y ha sido encontrado"
(Lev_15:24.32). La l conversión, por tanto, va precedida por la acción de Dios a la que
se nos llama a responder. Sólo su amor lo hace en absoluto posible. La conversión es
una reacción de la persona a la acción previa de Dios (J. FUELLENBACH, Kingdom,
58-59):
Es importante que el reino de Dios, que irrumpe constantemente, sea contemplado
como algo que siempre es buena noticia y nuncajuicio o condenación. Jesús no
794
abandonó el. juicio (la palabra aparece 50 veces en su predicación), pero lo pospuso.
Sólo aquel que no hace caso del reino ahora tendrá que afrontar el juicio cuando llegue
la plenitud del reino. Por lo tanto, dondequiera que se predique el reino, no debe
anticiparse el juicio. El evangelio tiene que seguir siendo siempre buena noticia y ser
predicado como corresponde.
g) Una definición del reino. Jesús nunca definió el reino dé Dios. Describió el reino con
parábolas y símiles (Mt 13; Me 4); con imágenes como vida, gloria, gozo y luz. Pablo, en
Rom_14:17, presenta una descripción que es lo más cercano a una definición: porque el
reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo.
A. Schweitzer consideraba este texto como "un credo válido para toda época': Algunos
eruditos han deducido de aquí que el símbolo "reino de Dios" no sólo es el centro de los
sinópticos, sino también de todo el NT. Justicia, paz y gozo son conceptos clave que
expresan relaciones con Dios, con nosotros mismos, con nuestros semejantes y con la
naturaleza. Dondequiera que los cristianos se relacionan en justicia, paz y gozo en el
Espíritu Santo, allí se hace presente el reino. El reino, definido en una breve fórmula,
no es otra cosa que justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo (H. WENZ Theologie des
Reiches Gottes, 20-24).
a) El origen de la experiencia del reino por Jesús. La proclamación del reino por Jesús
está enraizada fundamentalmente en su "experiencia del Abba". El mensaje del reino le
fue "enviado" en su oración, y por tanto está íntimamente ligado a, y determinado. por
su experiencia personal de Dios como Abba. Jesús experimentó a Dios como aquel que
venía como amor incondicional, que tomaba la 'iniciativa y 'entraba en la historia
humana de una manera y en un grado no conocidos por los profetas. Esta experiencia
de Dios determinó toda su vida y constituyó el verdadero núcleo de su mensaje del
reino (H. SCHURMANN, Gottes Reich, 21-64).
En cierta etapa de su vida, Jesús se dio cuenta de que Yhwh quería conducir a Israel, y
en definitiva a todos los seres humanos, a aquella intimidad con él que él mismo
795
experimentaba en su propia relación con Dios, a quien él llamaba Padre. Esto se
expresa de manera más explícita en la oración del Señor. Aquí Jesús autorizó a sus
discípulos a seguirle dirigiéndose a Dios como Abba. A1 hacerlo así, les permite
participar en su propia comunión con Dios. Solamente aquellos que puedan decir este
Abba con una disposición de niños serán capaces de entrar en el reino de Dios (J.
Jeremias). En Jesús, el Padre quiso hacer que la alianza fuera verdadera y quedara
finalmente establecida. Esto es lo que Jesús concibió que es el reino de Dios que iba a
venir por medio de él al mundo: el amor incondicional de Dios, que no conoce límites
cuando viene a cumplir la antigua promesa de salvación para toda persona y para la
creación entera. Puesto que Jesús mismo es la oferta definitiva de Dios a nosotros,
puede decirse que él es el reino de Dios presente en el mundo. Jesús es el reino en
persona, la "autobasileia"; o, como lo expresó Orígenes: "Jesús es el reino de Dios
realizado en un yo".
b) La muerte de Jesús y el reino. ¿Qué conexión existe entre el reino que Jesús predicó
y su muerte en la cruz? ¿Era la muerte de Jesús necesaria para que el reino, en su
plenitud, pudiera venir? ¿Cómo entendió Jesús su muerte? ¿Cómo interpretó su
fracaso?
A. Schweitzer defendía que la llegada del reino escatológico de Dios jamás podía haber
sido proclamada por Jesús sin saber su intrínseca relación con las adversidades y
sufrimiento que esta expresión apocalíptica evocaba. Si Jesús proclamó el reino de Dios
como inminente, entonces la idea de sufrimiento tenía que venirle del modo más
natural. No era posible separar del reino escatológico la idea de la prueba escatológica,
del mesías venidero y del sufrimiento en la época que precedería inmediatamente a la
llegada del reino. El sufrimiento tenía que ser proclamado como necesario para la
venida final del reino de Dios. Jesús, que se entendió a sí mismo claramente eri relación
con el reino venidero, se dio cuenta de que tenía que asumir el sufrimiento y la muerte
como un prerrequisito necesario para que el reino irrumpiera finalmente en esa época y
en ese tiempo. W. Kasper, haciendo suya la visión de Schweitzer, concluye: "Jesús
ciertamente vio las pruebas de sufrimiento y persecución como parte del carácter
humilde y oculto del reino de Dios, y como tal lo transmitió en su línea principal de
predicación. Existe, por tanto, una línea más o menos directa del mensaje escatológico
de Jesús sobre la basileia, del reino, al misterio de su pasión" (W. KASPER, Jesus the
Christ, 116).
c) La última cena y el reino de Dios. La perspectiva escatológica de la muerte de Jesús
es evidente en el pasaje que trata de la última cena (Me 14,17-25 y 1Co_11:23-25). Las
reuniones en torno a la mesa, que provocaron. tanto escándalo porque Jesús no excluía
a nadie de ellas, ni siquiera a pecadores públicos, y que expresaban de ese modo el
centro de su mensaje, eran tipos de la fiesta que iba a, venir en el tiempo de la salvación
(Me 2,18-20). La última cena, como todas las reuniones en torno a la mesa, es una
anticipación o "donación anticipada" de la consumación del reino. Es un "ya" del
"todavía no", una prefiguración de la consumación del reino, el advenimiento del
perfecto reino de Dios, el cumplimiento del gran banquete, todo lo que sólo puede
llegar a ser plena realidad después de su muerte. La reunión final presupone esta
entrega de sí mismo por todos.
El tiempo escatológico es visto como la "edad de oro" del Espíritu. La misión de Jesús
en el evangelio. de Juan se describe como "liberación del Espíritu del tiempo final", que
realizará la transformación de lo viejo en nuevo. Como revelación definitiva- del amor
incondicional de Dios a su criatura, la muerte de Jesús libera este amor y lo transforma
en el poder del Espíritu Santo. El primer hecho de este amor crucificado, puesto en
libertad en el Espíritu, es la resurrección del cuerpo muerto de Jesús en la nueva
creación. Según Pablo, el, Éspíritu Santo es el poder por el cual el Padre resucitó a
797
Jesús de entre los muertos. Y por el mismo Espíritu, el reino, llevado a cabo de una
forma nueva a través de la muerte y resurrección de Jesús, se convierte ahora en una
fuerza que transforma y que da vida al mundo. Es, por tanto, el Espíritu Santo. quien
continúa la obra de Cristo a través de los siglos y conduce a la humanidad y a la
creación entera hacia su realización final en la plenitud del reino (J. FuELLENBACH,
Kingdom, 97-107).
b) El reino está presente en la Iglesia. Es el reino presente ahora el que crea la Iglesia y
la mantiene constantemente en la existencia. La Iglesia es, por tanto, el resultado de la
venida del reino de Dios al mundo. El pode4 dinámico del Espíritu que hace presente
de modo efectivo la intencionalidad salvadora final de Dios es la verdadera fuente de la
comunidad llamada Iglesia. Aunque el reino no puede ser identificado con la Iglesia,
ello no significa que el reino no esté presente en ella. El mismo se hace presente de una
manera particular. Podemos decir que la Iglesia es una realización "inicial",
"proléptica" o anticipada del plan de Dios para la humanidad. En palabras del Vaticano
II: "Y constituye en la tierra el germen y el principio de ese reino" (LG 5). En segundo
lugar, la Iglesia es un medio o sacramento, a través del cual este plan de Dios con el
mundo se realiza en la historia (LG 9; 48).
"El reino crea la Iglesia, trabaja a través de la Iglesia y es proclamado en el mundo por
la Iglesia. No puede haber reino sin Iglesia -aquellos que han reconocido el reinado de
Diosy no puede haber Iglesia sin el reino; pero siguen siendo dos conceptos distintos: el
reinado de Dios y la fraternidad de los hombres" (G.E. LADD, The Presence, 277).
c) La misión de la Iglesia. Jesús ligó el reino de Dios, que antes pertenecía al pueblo de.
Israel, a la comunidad de sus discípulos. Con esta elección de una nueva comunidad, el
propósito del pueblo del AT queda transferido a este nuevo pueblo. Ellos deben
convertirse ahora en un "signo visible del designio de Dios para con el mundo" y en
798
portadores activos de esta salvación. A ellos se les hace salir de las naciones para
asumir una misión en favor de las naciones. Lo que importa es que el reino
permanecerá ligado a una comunidad visible, que debe ponerse al servicio del definitivo
plan de salvación de Dios para todos (G. LOHFINK, Jesus and Community, 17-29).
Desde esta perspectiva la Iglesia es vital para que el reino permanezca en el mundo. "Es
la comunidad que ha empezado a saborear (aunque sólo como anticipo) la realidad del
reino, la única que puede proporcionar la hermenéutica del mensaje...; sin la
hermenéutica de tal comunidad viviente, el mensaje del reino puede tan sólo llegar a
ser una ideología y un programa, no será un evangelio" (L. NEWBEGIN, Sign of the
Kingdom, 19). La misión de la Iglesia a la luz del reino se describe de una triple forma:
a) Proclamar mediante la palabra y el sacramento que el reino de Dios ha venido en la
persona de JesúS de Nazaret. b) Ofrecer su propia vida como una prueba de que el
reino está presente y operativo en el mundo hoy. Esto se puede ver en la propia vida de
la Iglesia, donde la justicia, la paz, la libertad y el respeto a los derechos humanos son
manifestados de manera concreta. La Iglesia se ofrece a sí misma coma una "sociedad
de contraste" para la sociedad en general (G. LOHFINK, Jesus and Community, 157-
180). c) Desafiar a la sociedad entera a transformarse de acuerdo con los principios
básicos del reino inrilinente: justicia, paz, hermandad y derechos humanos. Esto es un -
elemento constitutivo de la proclamación del evangelio, puesto que la meta última del
reino es la transformación de la creación entera y la Iglesia debe entender su mísión al
servicio del reino inminente (R. MCBRIAN, Catholicism, 717).
799
Le Jacp Publication, Nueva York 1984; WENZ H., 7heologie des Reiches Gottes, Reich ,
Verlag, Hamburgo 1975.
J. Fuellenbach
800
RELATIVISMO TEOLÓGICO
Conviene no confundir relativismo y pluralismo, tal como se le describe en el artículo
pluralismo. El relativismo teológico refleja un cambio en la mentalidad y en la
conciencia de los siglos xix y xx. La sociedad moderna desconfía de toda afirmación o
posición que intente captar el absoluto. Los hombres, prisioneros hasta ahora de su
rincón de tierra y de su tradición particular, han desembocado de pronto en una
proliferación de religiones y de sabidurías. De ahí toda una cascada .de conflictos, de
exclusivas, de oposiciones. Y se llega entonces a posiciones divergentes que se tratan
como si fueran iguales. Estamos así en pleno relativismo.
El relativismo teológico choca, sin embargo, con una dificultad de fondo, a saber: que
los enunciados teológicos recaen sobre unos objetos reales: lo que es decisivo para la fe
y la salvación son unas realidades objetivas en relación con el hombre, que no son -ni
las unas ni el otrosimples tesis o afirmaciones abstractas. De este modo, la afirmación
de que Cristo ha resucitado realmente no puede conciliarse con la afirmación de gue no
ha resucitado. Podemos decir, por el contrario, que conocemos a Dios "por t analogía",
lo cual justifica aproximaciones y formulaciones diferentes, que expresan cada vez
mejor la riqueza de la realidad e impiden aferrarse a una sola formulación, como si ésta
fuera la realidad misma. El pluralismo mantiene la identidad de la realidad afirmada en
el seno de la diversidad de las expresiones, que tienen todas ellas el mismo objetivo.
Durante los últimos decenios se han podido observar dos momentos en los que el
pluralismo parecía "flirtear" con el relativismo. La encíclica Humani generis, de 1950,
percibe signos de relativismo dogmático radical o moderado dentro de la "nueva
teología". Algunos pretenden -dice la encíclica- que "nunca los misterios de la fe pueden
expresarse en términos verdaderos, sino sólo en términos aproximativos y siempre
cambiables, que indican la verdad en cierta medida, pero que también la deforman
necesariamente. Por eso no creen absurdo, sino al contrario necesario, que la teología,
según las diversas filosoflas que ha utilizado como instrumentos a lo largo de los siglos,
sustituya las antiguas nociones por las nuevas, de tal forma que exprese de manera
humana las mismas verdades divinas bajo modos diversos y en cierta medida opuestos,
pero equivalentes según ellos" ("AAS" 42 [1950] 566). Una segunda forma de
relátivismo, más generalizada, aparece en la época posconciliar, concretamente en
eclesiología y en cristología. A propósito de la Iglesia se dirá: "Poco importa la Iglesia
que uno adopte, ya que todas valen; todas son una respuesta a la búsqueda de salvación
que anida en todo hombre". En cristología se declarará uno cristiano afirmando, por
una parte, que Cristo es sólo un hombre, o, por otra parte, que es Dios encarnado.
R. Latourelle
RELIGIÓN
SUMARIO
I. DEFINICIÓN (M. Dhavamony).
II: FENOMENOLOGÍA (M. Dhavitmony).
802
V. RELIGIÓN POPULAR (F. A. Pastor).
VI. FILOSOFÍA DE LA RELIGIÓN (S. Spera).
VII. CRÍTICA DE LA RELIGIÓN (K. H. Weger).
VIII. PSICOLOGÍA DE LA RELIGION (A. Godin).
IX. SOCIOLOGÍA DE LA RELIGIÓN (G. Scarvaglieri).
X. TEOLOGÍA DE LAS RELIGIONES (M. Dhavamony).
I. Definición
1. INTRODUCCIÓN. El término "religión" trae a la mente ideas diversas a diferentes
personas. Algunos la consideran como creencia en Dios o el acto de orar o de participar
en un ritual. Otros la entienden como el acto de meditar sobre algo divino; sin embargo,
otros piensan que tiene que ver con una actitud emocional e individual respecto a algo
que está más allá de este mundo; hay algunos que identifican sencillamente religión
con moralidad. Ciertamente, la forma de estudiar la vida religiosa del hombre depende
en gran medida de la experiencia del individuo de lo que él llama religioso. Cualquier
estudio científico de la religión comienza con una cierta idea de religión que le ayuda a
distinguir entre lo que es religioso y lo que no es religioso, y prosigue su investigación
para hacerla más precisa y más aceptable desde un punto de vista crítico.
La religión incluye no sólo las creencias, costumbres, tradiciones y ritos que pertenecen
a agrupaciones sociales particulares; implica también experiencias individuales. Toda
concepción de la religión que acentúa el aspecto comunitario de la religión hasta la
exclusión de la vida psíquica del individuo es defectuosa, puesto que es la aprehensión
personal por el individuo de lo sagrado o lo divino lo que constituye uno de los más
importantes rasgos de la religión: Según J. Frazer, la religión es "una propiciación o
conciliación de poderes superiores al hombre que se cree que dirigen y controlan el
curso de la naturaleza y de la vida humana. Así definida,Kla religión consta de dos
803
elementos, uno teórico y otro práctico, a saber: una creencia en poderes superiores al
hombre y un intento de propiciarles o agradarles". Explica después que "la creencia
viene claramente en primer lugar, ya que debemos creer en la existencia de un ser
divino antes de que podamos intentar complacerle. Pero a no ser que la creencia
conduzca a la correspondiente práctica, no es una religión, sino sencillamente una
teología" (The Golden Bough, edición abreviada, 1925, 50).
804
N. Sdderblom sostenía que el elemento esencial en la religión no es ni la creencia
formal ni el culto organizado, sino una respuesta al "tabúsanto" (Das Werden des
Gottesglauben, 1916, 211). Religión debe significar, por tanto, respuesta del hombre a
ese poder que contempla como sagrado. Lo sagrado en general se define como lo
contrario de lo profano. Tan pronto como se intenta dar una clara afirmación de la
naturaleza, de la modalidad de esa oposición, surge la dificultad. Ninguna fórmula; por
elemental que sea, cubrirá la complejidad laberíntica de los hechos (R. CAILLOIS, L
Homme el le sacré, citado por M.. ELIADE, Patterns in Comparative Religion, 1958, p.
xxi). Entre los hechos de esta complejidad laberíntica, Eliade incluye el tabú, el ritual, el
símbolo, el mito, el demonio, Dios, etc. La religión difiere de todos los otros aspectos de
la vida social, como lo psicológico, sociológico, antropológico, etc., porque está
preocupado por los sistemas de creencia, así como por los sistemas de relación y acción
y porque sus sistemas de acción están ellos mismos orientados a lo sagrado. En todas
las sociedades la gente cree que los procesos de la naturaleza y el éxito del esfuerzo
humano están bajo el control de seres sobrenaturales fuera del alcance de la.
experiencia cotidiana, cuya intervención puede cambiar el curso de los
acontecimientos.
Como la religión consiste en una relación del hombre con algo que él siente que es "el
absolutamente otro", este "otro" es presentado de muchos modos, como poder, como
persona, como realidad absoluta, etc. La religión no es simplemente un hecho humano.
En la experiencia religiosa interviene en la vida humana una fuerza que es sentida como
superior al hombre. El propio hombre se siente incapaz de alcanzar lo que quiere por su
propio poder; por eso desea que el ser sobrehumano, sobrenatural, responda a sus
aspiraciones de alguna forma, sin que importe el modo de concebir esta intervención en
las diferentes religiones. No hay ninguna religión natural pura; es decir, la religión no
es simplemente obra del hombre; la religión no es meramente la aspiración del hombre
a lo divino, sino que implica también algún tipo de respuesta a sus aspiraciones por
parte de lo divino; una cierta revelación queda implicada en esta respuesta. El
hombre.religioso o bien establece por sí mismo símbolos y rituales para asegurar la
intervención diviña o bien recibe históricamente de varios tipos de mediaciones e
intermediarios la respuesta y ayuda divinas para llevar a cabo la meta de su religión. La
manifestación e intervención de lo divino en la vida y la historia humanas han sido
denominadas por los historiadores de las religiones como hierofanías (Mircea Eliade).
La hierofanía más sublime conocida en la historia es la encarnación realizada en
Jesucristo.
a) La actitud del hombre: la religión representa una mente sumisa, mientras que la
magia representa una actitud imperiosa, autoafirmativa; es sumisión frente a control.
Una persona religiosa trata lo sobrenatural como sujeto, mientras que un mago lo trata
como objeto. La magia consiste en forzar el numen; la religión es sumisión: dos
reacciones psicológicas totalmente diferentes; dos compartimientos diferentes de un
gran todo, que es el sobrenaturalismo. La esencia dé la magia es ciertamente coerción
en función de los intereses de las necesidades orgánicas de uno; la magia genuina se
805
supone que capacita al hombre para influir en el curso de los acontecimientos por
medios pu-, ramente psíquicos.
d) Propósito: cercanía o unidad con lo divino es religión; las metas de la vida las
contempla la magia; medios para un fin: eso es magia, mientras que un fin en sí mismo
representa la religión. En cuanto práctica, la magia es la utilización de este poder para
fines públicos o privados; la magia se compone de acciones que expresan una voluntad
de realidad.
En este contexto tenemos que dejar claro que, aunque encontramos fenómenos que son
mágico-religiosos, también podemos tropezar con casos en que los fenómenos
religiosos no están mezclados con la magia en absoluto. Hay también casos en los que
está presente la magia sola sin ninguna mezcla de religión.
¿Busca Dios al hombre o busca el hombre a Dios? La alternativa parece una alternativa
sin sentido. La verdadera respuesta la dio el poeta místico Rumi cuando escribía que es
Dios mismo quien habla en la invocación y en la plegaria del hombre. En la religión de
Zoroastro se prefiere la primera alternativa. Dios buscó al profeta elegido, se le
manifestó él mismo y le llamó a realizar su obra. Fue más bien el poder divino el que
806
vino a él para reconocer el Ahuramazda como el ser supremo absolutamente único. Así,
Zoroastro, mediante una llamada divina, se convirtió en el profeta de su pueblo, y su
mensaje se convirtió en una religión revelada.
Muy diferente es el caso de Mahoma, que afirmó ser simplemente un mensajero del
Dios Alá. Estaba convencido de que un libro sagrado distingue a la verdadera religión
del paganismo, y por eso dio a su pueblo el Corán, la eterna palabra de Dios. Dios ha
anunciado su voluntad por medio de muchos profetas, y Mahoma es el profeta de Alá.
No reclamó para su per§ona perfección moral o mediación sobrehumana. Él era sólo un
hombre corno los demás, sólo un predicador; el primer musulmán (creyente). Él había
pecado y necesitaba perdón.
Revelación significa una apertura libre de Dios al hombre; esto es indispensable en toda
religión, dado que el hombre no puede alcanzar por sí mismo el conocimiento de la
absoluta trascendencia de Dios; toda religión, tal como existe en la realidad, espera
alguna intervención de Dios o de un ser sobrenatural como respuesta a la búsqueda del
hombre de lo divino. La religión revelada es aquélla en la que Dios se ha revelado a sí
mismo en un momento histórico concreto a un hombre, que es un fundador o un
especialista de lo sagrado. Por ejemplo, el cristianismo, el islam, el judaísmo, el
zoroastrismo. Pero las religiones orientales pueden llamarse "reveladas" en un sentido
místico, es decir, en una experiencia de Dios o de lo absoluto directa e inmediata: Todas
las religiones están fundadas sobre la fe; se diferencian sólo en el modo en que esta fe
es justificada. La fundamentación de la fe puede ser una inserción inmediata, histórica
de Dios que revela su poder, su voluntad y su naturaleza por medio de hechos y
palabras, o la tradición del sabio, de los místicos, videntes o antepasados. La fe de estos
dos tipos es vivida de la manera más seria en absoluta disponibilidad ante Dios.
807
5. RELIGIóN Y FE. Religión y fe están unidas entre sí y son a veces sinónimos. Cada
creyente está convencido de la absoluta verdad de su creencia y se halla dispuesto a
seguir las consecuencias de esta convicción, fundamentándola formal y primariamente
no en argumentos lógicos o históricos verificables por él, sino sobre la fe transmitida de
una generación a otra. Esto no significa que la religión sea fideísta o que esté basada en
una opinión insuficientemente fundada, sino que tiene un sentido de tradición
aceptada como válida y auténtica en asuntos religiosos. Es esencial para la fe que tenga
el carácter de totalidad del acto religioso; no el fruto de una conclusión sacada de
fenómenos fundados en el principio de causalidad, o un producto de la sola inteligencia
o de la sola voluntad; es, por el contrario, una actitud de adoración del alma; la más
profunda y absoluta del hombre en su centro personal.
W. Cantwell Smith sostiene que la vida religiosa del hombre puede entenderse de
manera apropiada sólo si se elimina la noción de "religión" como abstracción. El
concepto "religión" debe reemplazarse por los dos conceptos distintos de "una tradición
cumulativa" y "una fe personal". Critica algunos intentos eruditos de describir la
experiencia religiosa de la persona en términos de una entidad impersonal llamada
religión. Mantiene que porque los fenómenos religiosos son expresiones humanas se
debe ser sensible al carácter particular de la implicación del individuo en cuanto que se
expresa a sí mismo en la oración, el ritual o la responsabilidad social. El investigador
debe distinguir entre la fe personal del hombre religioso y la tradición cumulativa, que
es objeto de estudio del historiador y del morfólogo. La fe de los hombres puede
estudiarse siendo sensible a la cualidad viva de los hombres religiosos que han
expresado su fe en formas culturales. Lo que Cantwell Smith dice sobre el concepto de
religión es en parte cierto. Tenemos que aceptar una aproximación personalista como
correctivo a los estudios puramente objetivos que han enfatizado una metodología
empírica. Pero entendemos por religión todo lo que acompaña a la fe personal de una
persona religiosa.
La "religión primordial" es la que se supone que existió en los orígenes del hombre,
bien en el sentido de que esta religión se consideraba la más perfecta (por eso se habla
de monoteísmo original) y se degradó paulatinamente en formas inferiores de religión
(W. Schmidt), bien en el sentido de un estado mínimo de religión, como el animismo o
preanimismo o totemismo, que evoluciona gradualmente hacia formas superiores de
religión, como el monoteísmo (Tyler, Marrett y Durkheim). Ambos sentidos no son
aceptados por nosotros por falta de evidencia histórica.
Otra objeción contra la religión sostiene que se refiere a la búsqueda de salvación del
individuo, y por ello es esencialmente egocéntrica. Esto puede ser cierto en algunos
casos extremos, pero se pierde de vista que la salvación personal propia, en religión, se
obtiene a través del cumplimiento del propio deber para con los otros, cualquiera que
sea el estado en que uno se encuentre, en nombre de las propias creencias religiosas. El
hombre como ser social está relacionado con otros humanos, y esta relación encuentra
su razón profunda en su relación personal con Dios o el absoluto. La objeción
simplemente declara que la búsqueda de la salvación debe tener en perspectiva nada
menos que a toda la humanidad; esto, al condenar algunas deformaciones de la
religión, reafirma el propósito que anida en el fondo de toda verdadera religión.
Un hombre no necesita ser religioso para percibir el carácter absoluto de los valores
morales; pero el hombre religioso, a causa de su explícita relación de estos valores a
Dios, no sólo tiene una captación mucho más profunda de su naturaleza, sino que
puede también entender que ningún mal puramente físico, como la enfermedad, el
sufrimiento, el hambre y la muerte misma, puede compararse en importancia con una
sola ofensa contra_Dios. No solamente son percibidos los valores morales como
enraizados en Dios mismo, sino que el hombre religioso advierte también con claridad
que la más alta y la más sublime de todas las obligaciones morales es la respuesta a
Dios. Muchos pensadores han reconocido que la gravedad última de la moralidad y su
carácter categórico reclaman la existencia de un Dios personal. Lo mismo hay que decir
del hecho de que la religión necesariamente abarca la moralidad. "Ninguna religión que
venga de Dios contradice el propio sentido del bien y del mal" (Newman). "La religión
no puede prosperar sin ética, ni más ni menos que la ética no puede prosperar sin
religión" (Von Hügel). Aunque religión y moralidad son distintas y no se puede
identificar la religión simplemente con moralidad, sin embargo no están separadas,
sino que se incluyen mutuamente incluso en el más alto nivel del misticismo.
La experiencia enstática es, como la extática, una experiencia en la que tanto el tiempo
como el espacio son trascendidos. Pero mientras que en la experiencia extática el yo
parece sumergirse en el mundo y el mundo en el yo, en la experiencia enstática
desaparece toda multiplicidad y no existe nada excepto la unidad infraccionable. En el
estado enstático la unidad del ser es experimentada dentro del yo, como una
experiencia de la presencia de la inmensidad de lo divino en el alma. Es ésta una
experiencia del yo espiritual en su universalidad, totalidad, capacidad expansiva por
parte del yo mismo.
811
El tercer tipo es el misticismo del amor de Dios. En la experiencia hindú del supremo
bhakti (amor de Dios) nos encontramos con este tipo de experiencia de la viva
participación del alma en el ser de Dios. Por el bhakti el hombre liberado se da cuenta
de la naturaleza de Dios a través del conocimiento intuitivo, porque conoce a Dios como
es en sí mismo. El yo más íntimo está más allá del tipo de experiencia que dice "yo
quiero", "yo deseo", "yo sé". Tiene su propia forma de conocer, amar y experimentar,
que es la forma divina, no una forma humana, un tipo de unión, de unicidad,
"esponsal", en la que no existe ya una individualidad psicológica separada que atrae
todo lo bueno y toda verdad hacia sí, y que así ama y conoce por sí mismo.
Hemos expuesto la naturaleza del misticismo y sus diversos tipos con cierta amplitud a
causa de su significación e importancia para el panorama religioso actual, tanto de
Occidente como de Oriente, por la aparición de sectas religiosas y nuevos movimientos
religiosos bajo la influencia de las religiones orientales. Lo que importa tener en cuenta
aquí es que no todos los tipos de misticismo son religiosos; hay un misticismo natural y
un misticismo profano, que no tienen ninguna relación en absoluto con lo sagrado, con
lo divino o con Dios. Persiguen la autoperfección de varias formas para tener un mayor
dominio espiritual sobre uno mismo, para mejorar la propia fuerza espiritual y para
dominar la experiencia empírica y la vida en la que uno se encuentra. Éstas pueden ser
prácticas legítimas y resultan útiles en las técnicas de meditación, por ejemplo, igual
que en las disciplinas religiosas, aunque por sí mismas no son necesariamente
religiosas.
BIBL.: COMSTOCK W.R. (ed.), Religion and Man, Nueva York 1971; DHAVAMONY M.,
Phenomenology of Religion, Roma 1973; ID, Setfunderstanding of World Religions as
Religion, en "Gregorianum" 54 (1973) 91-130; ELIADE M., Patterns in Comparalive
Religion, Londres 1958; EVANS-PRITCHARD E. E., Theories of Primitive Religion,
Oxford 1965; HILDEBRAND A. von, Introduction to a Philosophy of Religion, Chicago
1970; LEEuw G. van der, Fenomenología de la religión, FCE, México 1964; LEWIS
H.D., Philosophy of Religion, Londres 1967 MEWBIGIN L., Religión auténtica para el
hombre secular, Mensajero, Bilbao 1969; OTTo R., Lo santo, Madrid 1980;
RADHAKRISHNAN S., Religion and Culture, Delhi 1968; RICHARDSON A., El debate
contemporáneo sobre la religión, Mensajero, Bilbao 1968; SCHMIDT W., The Origin
and Growth of Religion, Londres 1930; SMITH H., The Religions of Man, Nueva York
1958; SMITH W.C., The Meaning and End of Religion, Nueva York 1964; STRENG F.L,
Understanding Religfous Man, Belmont 1969; WACH J., The Comparative Study of
Religions, Nueva York 1963; ZAEHNER R.C., At Sundry Times, Londres 1960; ID,
Condordant Discord, Oxford 1970.
812
M. Dhavamony
II. Fenomenología
1. INTRODUCCIÓN. Antes de nada tenemos que clarificar el significado de
fenomenología de la religión, tal como lo entendemos aquí. No se refiere a la escuela
filosófica representada por Edmund Husserl y sus seguidores, como Heidegger, Sartre,
Merleau-Ponty, que utilizan el método fenomenológico al discutir cinco conceptos
centrales: descripción, reducción, esencia, intencionalidad y mundo. Entendida de esta
forma, la fenomenología de la religión es la parte de la filosofía fenomenológica
dedicada al estudio de la religión. Por otro lado, la fenomenología de la religión no es
filosofía de la religión (l Religión, VI) entendida en el sentido hegeliano. Hegel intentó
organizar toda la actividad humana, como el arte, ley, religión, etc., en un sistema,
aplicando los métodos filosóficos de estudio a cada sector; la filosofía de la religión en
este sentido trata de la viabilidad filosófica de las doctrinas religiosas e intenta
demostrar bajo las formas culturalmente condicionadas de expresión religiosa sus
presupuestos comunes. En el sentido en que lo usamos aquí, fenomenología de la
religión es el tratamiento sistemático de la historia de las religiones (l Religiones, III),
cuya tarea es clasificar y agrupar datos numerosos y muy divergentes, de modo que se
pueda obtener una visión de conjunto de sus contenidos religiosos y del significado
religioso que contienen. Es mejor denominarlo fenomenología histórica de la religión
para evitar confusiones con la disciplina filosófica.
Los escritos de Mircea Eliade han contribuido mucho, a lo que se llama fenomenología
religiosa o fenomenología genética. Cayó en la cuenta de la serla inadecuación del
método de.Van der Leeuw y dedicó su atención a las estructuras específicas y
expresiones culturales tal como se manifiestan en la historia, y en las que se . expresa la
vida religiosa. Según Eliade, la tarea del fenomenólogo consiste en comprender y
exponer el valor religioso contenido en los diferentes modelos en los que aparece lo
sagrado, en cuanto opuestos a los de lo profano, por medio de símbolos y mitos. El
modelo de conducta religiosa se revela ella misma como la imitación de los actos y
modelos creativos de lo divino. Estas estructuras de conocimiento están histórica y
culturalmente condicionadas. De ahí que su fenomenología pueda ser considerada
genética o histórica.
814
Es verdad que Eliade ofrece una presentación temática de ciertos fenómenos religiosos,
tomados en gran medida de formas de pensamiento arcaicas y exóticas y,comparadas
en el nivel del simbolismo, con poca referencia a su más amplio contexto histórico y
social, y esto es consideradopor él "historia de las religiones"; pero esta postura
metodológica indica claramente su inclinación fenomenológica.
La tipología de las religiones puede también definirse como división de las religiones,
según un principio determinado. N. SBderblom, por ejemplo, dividía las religiones del.
mundo en animistas, dinámicas y religiones fundadas. F. Heiler las dividía en religiones
místicas y proféticas.
La fenomenología histórica de la religión es una ciencia humana empírica, que hace uso
de la investigación histórica y fenomenológica. Sus criterios de juicio no se derivan de
los principios de una fe particular, cristiana o no cristiana. No hace juicios de valor de
los fenómenos que estudia desde el punto de vista de la verdad o de la eficacia
sobrenatural; de ahí que no sea una ciencia normativa. No compara en modo alguno los
fenómenos religiosos de diferentes religiones con el objetivo de proponer algún tipo de
exclusivismo o sincretismo. En la fenomenología histórica de la religión las semejanzas
entre religiones son tan importantes como las diferencias, y debe sostenerse el carácter
818
propio y específico de cada religión. .Compara solamente para profundizar en el
significado de los fenómenos religiosos que estudia.
5. EL MÉTODO FENOMENOLÓGICO. Hemos explicado antes que el fenomenólogo de
la religión, estudia los fenómenos religiosos en cuanto específicamente religiosos y que
se concentra en la significación religiosa de estos datos tal como los presenta la historia
de las religiones. El rasgo religioso es el aspecto más vital de la vida humana, hasta el
extremo de que el fenomenólogo tiene consciencia de que la religión es lo más profundo
y más noble en el reino de la existencia espiritual e intelectual del hombre, aunque tiene
sus límites en la tarea de penetrar en lo hondo de la interioridad de un alma religiosa.
Los agnósticos podrían pretender que sólo de ellos se puede esperar alcanzar plena
objetividad en este campo de estudio, arguyendo que sólo de ellos puede esperarse que
estén libres del prejuicio religioso. Sin embargo, la verdad parece ser todo lo contrario.
Un lector atento de la obra de Dupont-Sommer sobre los Rollos del mar Muerto se dará
cuenta de cuán falsa es esa afirmación, porque en su afán por convertir al maestro de
justicia en el equivalente casi exacto de Jesucristo, DupontSommer se permite cambiar,
enmendar y "completar" el texto de los Rollos de una manera curiosa en lo que se
supone que es una disciplina académica. La religión debe estudiarse, ciertamente, de
modo racional, porque "la razón es la escala de Dios en la tierra", pero jamás puede ser
plenamente captada por la sola razón. Dios es un tremendo misterio, como Rudolf Otto
señala. Por eso, si el fenomenólogo de la religión no conoce por la experiencia personal
de su propia vida lo que significa rezar, su visión de la oración no tendrá ningún valor.
Los hechos religiosos son subjetivos en el sentido de que son el estado de la mente del
hombre religioso, su modo de ver las cosas o de interpretarlas. Al mismo tiempo, estos
hechos y sus interconexiones son objetivos en el sentido de que no son producto de la
mente pensante de la persona- religiosa; sino que observadores independientes podrían
verificarlos. Mediante una convergencia de diferentes actos de comprensión podemos
descubrir que una tribu celebra ceremonias de expiación porque teme la ira de los
dioses; esta conclusión está relacionada con un conjunto de pruebas independientes. Es
necesario excluir aquel tipo de subjetividad que viciaría una parte de la investigación
científica. La objetividad consiste en dejar que los hechos hablen por sí mismos. Esto es
lo que significa el principio de la epojé en la fenomenología histórica de la religión.
Epojé significa la suspensión del juicio preconcebido ante el fenómeno para dejarlo que
hable por sí mismo. El juicio preconcebido, o prejuicio, puede ser cultural, filosófico o
incluso teológico con respecto a la religión de otro pueblo. El investigador debe alejarse
de estos prejuicios para asegurar la objetividad y la imparcialidad de su investigación.
Tiene que poner su propia fe entre paréntesis, es decir, su propia fe no interfiere en la
comprensión de otras creencias. El fenomenólogo también debería.tener una empatía
en el encuentro ;con otras religiones. La empatía (Einfühlung) es la capacidad de
proyectar la propia personalidad en el objeto de la fe de otro pueblo y comprenderla así
plenamente. Es la facultad de comprender la conducta de otro basándose en la propia
experiencia.
819
El segundo principio de la visión eidética en la metodología de la fenomenología de la
religión tiene como meta propia la búsqueda del significado esencial de los fenómenos
religiosos. La comprensión del significado de los fenómenos religiosos se alcanza
siempre y solamente a través de la comprensión de expresiones. Las expresiones
incluyen palabras y signos de todo tipo, así como la conducta expresiva, como la danza.
A través de expresiones comprendemos otras mentes religiosas y penetramos en ellas
repensando y repitiendo la experiencia, empatía e intuición imaginativa. De otra
manera daríamos la impresión de que penetramos en la mente de otro pueblo por un
misterioso proceso de captarlo directamente. La comprensión es la captación de algún
contenido mental que una expresión señala. Los actos de comprensión son los procesos
cognitivos primarios por los que deben comenzar los estudios humanos. Esto no
significa que sean infalibles o que no puedan ser analizados posteriormente. Dentro de
la fenomenología histórica de la religión hay di~-ferentes tipos de comprensión en
diferentes niveles de complejidad; pero estos tipos están unificados en su objetivo, que
es captar el significado interno del fenómeno religioso. Esta unidad de propósito en los
actos de comprensión es lo que da a cada disciplina su carácter específico y lo que evita
el reduccionismo. Entender un poema no es lo mismo que ni depende de comprender
los procesos mentales de su autor, aunque ciertos rasgos del poema puedan ser mejor
entendidos si se los conoce. Así, comprender un acto religioso no es lo mismo que ni
depende de la comprensión de los procesos mentales de este acto; lo que significa decir
que no podemos reducir el significado de un hecho religioso al proceso psicológico de
ese mismo acto, aunque el conocimiento del último pueda ayudar al conocimiento del
primero.
Pero una aproximación de este tipo alas creencias religiosas de otros hombres, ¿no
implicaría subjetivismo, dado el hecho de que se comienzan a analizar los fenómenos
religiosos desde la fe y experiencia propias? De ahí que algunos piensen que el único
camino para escapar a la acusación de parcialidad sea afirmar a priori la igualdad
fundamental de todas las religiones. Tal postura, como vemos, es inadmisible, porque -
su misma afirmación a priori implica un juicio de valor, o más bien una petición de
principio. Para afirmar a priori la igualdad fundamental de todas las religiones sería
necesario postular un lugar metafísico, por decirlo así, por encima de todas las
religiones particulares; mas semejante perspectiva superior a todas las religiones
individuales que realmente existen es abstracta e irreal. Además, el primer requisito de
un estudio comparado de las religiones es la epojé religiosa, que no implica someter las
propias convicciones religiosas espontáneas de uno, todavía no purificadas por la
reducción fenomenológica, sino sencillamente colocar entre paréntesis sus
modalidades secundarias.
Esta posición tampoco puede admitirse, porque la esencia de un hecho religioso está
históricamente condicionada y no podemos pasar por alto la historia en la
manifestación del hecho religioso, ya que el desarrollo histórico de un hecho contribuye
a alcanzar nuevos significados o incluso a corregir los viejos a la luz de circunstancias y
contextos cambiantes; y la esencia misma del hecho, aunque invariable en algunos
aspectos, se hace variable en otros; pues este tipo de esencia, como ya hemos dicho, es
empírica; y toda realidad empírica puede hacerse más precisa y más adecuada a medida
que se descubre nuevo material en la investigación.
No debe creerse que un fenómeno religioso particular tiene un solo significado; puede y
de hecho tiene muchos significados para los diferentes participantes en el acto
religioso. Relacionando lo que los diferentes participantes perciben, el fenomenólogo
adquiere una comprensión superior a la de muchos participantes individuales. Por
ejemplo, el fuego del sacrificio védico puede significar varias cosas para los
participantes. Agni puede ser el dios que consume el sacrificio, es el sacerdote y
mediador entre los dioses y los hombres que presenta el sacrificio a los dioses, y es el
elemento que mantiene unidos a los tres mundos (el cielo, la atmósfera y la tierra).
Mientras que un adepto religioso particular puede no conocer los múltiples significados
de un símbolo religioso, el fenomenólogo estudia la riqueza y vitalidad de los símbolos
religiosos al considerar los significados estructurales diferentes del simbolismo
religioso. Así, el significado religioso de un fenómeno particular para el participante
individual o para el grupo de participantes nunca se agota mediante el estudio de sólo
una religión particular.
La fenomenología de la religión es una ciencia empírica; una ciencia humana que hace
uso de los resultados de otras ciencias humanas, como la psicología religiosa, la
sociología religiosa y la antropología. Todavía más: podemos incluso decir que la
fenomenología de la religión está más próxima a la filosofía de la religión que
cualquiera otra de las ciencias humanas que estudian los fenómenos religiosos, porque
estudia los fenómenos religiosos en su específico aspecto de religiosidad.
BIBL.: BLbExER C.J., The Sacred Bridge, Leiden 1963; BaEOE KRISTENSEN, The
Meaning of Religion, La Haya 1960; CUTTAT J.-A., The Encounter ojReligions, Nueva
York 1960; DHAVAnnoNV M., Phenomenology of Religion, Roma 1973; ELIADE M.,
The Quest (History and Meaning in Religion), Chicago 1969; ID, Patterns in
Comparative Religion, Londres 1958; Heu.Etc F., Erscheinungsformen und Wesen der
Religion, Stutgart 1961; HIRSCHMANN E., Phdnomenologie der Religion, Wutzburg-
Anmuhle, 1940; Ktnc U., Historical and Phenomenological Approaches to the Study of
822
Religion, en F. WHALING (ed.), Contemporary Approaches to the Study oj Religion,
vol. I, Berlín 1984, 29-164; MENSCH1NG G., Die Religion, Erscheinungsformen,
SAukturtypen und Lebensgesetze, Estocolmo 1959; OTro R., Lo santo, Alianza, Madrid
1980; PETTAZZONI R., History and Phenomenology in the science of religion, en su
obra Essays on the History of Religions, Leiden 1954; SMITH C., The Meaning and End
of Religion, Nueva York 1964; VAN DER Lesuw G., Fenomenología de la religión, FCE,
México 1964; WIDENGREN G., Fenomenología de la religión, Cristiandad, Madrid
1976; WHALING F., Contemporary Approaehes to the Study of Religion, Berlín 1984.
M. Dhavamony
Además, tenemos que hacer una distinción entre la historia de las religiones y la
historia de una religión particular. Muchos historiadores de las religiones, en la medida
en que se especializan en una religión particular- y a veces sólo en un aspecto o período
de esa religión, se llaman historiadores porque aceptan métodos históricos y trabajan
sobre presupuestos históricos. Sus obras son váhosas, y a veces incluso indispensables,
para elaborar una allgemeine Religionswissenschaft. En cambio, la historia de las
religiones, que no se limita a sí misma a una sola religión o a un solo aspecto de la
religión, sino que estudia al menos unas cuantas religiones para poder compararlas,
intenta comprender las modalidades de la conducta religiosa y las instituciones y
creencias contenidas en mitos, rituales, concepciones de dioses superiores, etc.
Evidentemente, aquí lo tomamos en el segundo' seiltido. El material de la historia de
las religiones proviene de la historia de religiones particulares, pero se ordena desde un
punto de vista sistemático, más que desde el punto de vista del desarrollo genético del
fenómeno religioso.
La historia de las religiones utiliza el método científico cuando estudia los fenómenos
religiosos. Su campo de estudio se compone de hechos religiosos, que son subjetivos y
objetivos: subjetivos, porque se ocupan de los pensamientos, sentimientos e
intenciones de personas religiosas que se expresan en sus actos externos; objetivos,
porque estas expresiones son objetivadas en mitos, símbolos, rituales y actitudes
externas en las diferentes religiones. La comprensión de las expresiones de estos
estados subjetivos es lo que hace de los hechos citados un acto de religión como el culto,
y no simples movimientos. Denominamos a estos estados subjetivos en el sentido de
que tienen lugar en el sujeto humano. La religión es ante todo un fenómeno que tiene
lugar en un sujeto humano y se expresa en signos y símbolos. Podemos repetir el acto
de comprensión dei fenómeno religioso y compararlo con los actos de comprensión de
otros observadores, concluyendo que X es un acto de adoración, que Y es un acto de
sacrificio y que Z es un acto de oración. Así estos hechos asumen el status de
objetividad. En otras palabras, los fenómenos religiosos son objetivamente verificables,
pero subjetivamente arraigados. Obviamente, comprendiendo las palabras e
intenciones de los participantes en actos religiosos es como se llega a su carácter
religioso. Que la gente se comporta de una manera religiosa es un hecho. El historiador
de las religiones tiene una comprensión preliminar de lo que es una conducta religiosa,
bien a partir de su propia experiencia personal, bien a partir de la experiencia de otros.
Al mismo tiempo, los hechos religiosos son objetivos, en el sentido de que no son
fabricación de la mente pensante, sino que observadores independientes podrían
verificarlos.
Hay varios tipos de historiadores, dependiendo del modo en que quieren hacer historia.
Aquí no estamos hablando de los historiadores que escriben historia narrativa
(histoirehistorisante), historias de batallas, historias de grandes acontecimientos. No
estamos interesados en los filósofos de la historia, como Vico, Bossuet, Hegel, Dilthey y
Toynbee. Tratamos aquí de historiadores que, ante todo, buscan regularidades,
tendencias, tipos y secuencias típicas, estructuras; y siempre dentro de contextos
históricos y culturales. Tales historiadores están interesados en organismos, modelos,
complejos, red de relaciones, conjuntos inteligibles (Zusammenhang, ensemble),
principios de coherencia, etc. Estos tipos de historiadores tienen sus modelos y tipos
ideales para ayudarles a representar la naturaleza de lo real. La inteligibilidad de un
acontecimiento deriva de una generalización. Por ejemplo, la batalla de Hastings,
aunque librada sólo una vez, pertenece a la clase "batalla" y es inteligible solamente
cuando es considerada así. Todo acontecimiento religioso tiene a la vez las
características de singularidad y de generalidad; en una interpretación del
acontecimiento, las dos han de tomarse en cuenta. Si la especificidad del hecho
religioso se perdiera, la generalización del mismo llegaría a ser tan general que no
tendría ningún valor. Por otra parte, los acontecimientos religiosos perderían mucho,
incluso todo su significado, si no se contemplaran como dotados de algún grado de
regularidad y constancia, como pertenecientes a un cierto tipo de acontecimiento, casos
que tienen todos ellos muchos rasgos en común.
826
Para tener una comprensión inteligente de un fenómeno complejo, "debemos saber no
sólo lo que es, sino también cómo ha llegado a ser" (F. Boas). Como C. Levi-Strauss
señala: "Cuando uno limita completamente su estudio al período presente de la vida de
una sociedad, se convierte, el primero de todos, en víctima de una ilusión. Porque todo
es historia; lo que se dijo ayer es historia; lo que se ha dicho hace un minuto es historia.
Pero sobre todo se ve uno abocado a juzgar mal el presente, porque sólo el estudio del
desarrollo histórico permite sopesar y evaluar la interrelación entre los componentes de
la sociedad actual... ¿Cómo podríamos valorar correctamente el papel, tan
sorprendente para los extranjeros, del aperitivo en la vida social francesa, si ignoramos
el valor de prestigio tradicional atribuido desde la Edad Media a los vinos cocidos y con
especias?" (Anthropologie Structurale). La historia tradicional de un pueblo no puede
pasarse por alto, porque forma parte del pensamiento religioso de un pueblo vivo.
Debemos distinguir entre los efectos de un acontecimiento y la parte jugada en la vida
de un pueblo por la memoria de ese acontecimiento, por su representación en la
tradición oral y/ o escrita.
En este contexto tenemos que dejar claros los dos aspectos del análisis de la estructura.
El analista estructural, enfrentado a un fenómeno religioso dado, intenta aislar aquellos
factores dentro de él que han permanecido constantes. Éstos son vistos como fuera del
tiempo, dados, perpetuamente presentes; por lo tanto, sincrónicos: los elementos que
constituyen la esencia del fenómeno. Después, el analista estudia las consideraciones
temporales, buscando los factores que cambian con el tiempo, que están sujetos a la
presión histórica y que son, por tanto, diacrónicos. Estos aspectos diacrónicos pueden
ser de dos tipos: los que se mueven en una sola dirección en el curso del tiempo, y son
considerados como irreversibles; y los que parecen cambiar de un polo a otro y vuelven
atrás otra vez, y por eso son considerados como reversibles. Un análisis de este tipo
representa una simplificación radical y, sin embargo, reveladora de una enorme
cantidad de material con respecto al mismo fenómeno religioso. Los temas están
organizados de tal modo que sus cambios o continuidades se pueden ver realmente:
algunos permanecen inmutables, otros oscilan en importancia, mientras otros
constantemente crecen o decrecen en importancia durante el período dado.
827
clasifican no sólo factores causales en las manifestaciones y desarrollos de tales
fenómenos, sino también los modelos de interrelación dentro y entre tales fenómenos.
828
La investigación comparada del conjunto mito-rito ha llevado al problema de
interpretar las verdaderas semejanzas que aparecen en diferentes culturas. Con
respecto a esto tenemos que traer a la memoria el animadísimo debate metodológico
que surgió sobre la "escuela del mito o rito" o "patternismo", que insistía con gran
énfasis en los elementos comunes de las culturas y religiones del Medio Oriente
antiguo. Los psicólogos de la Gestalt han demostrado la tendencia de la mente a captar
formas y modelos compuestos, elegidos más fácilmente cuanto más sencillos son, y el
hábito mental más significativo de imprimir modelos familiares sobre grupos de
sensaciones e ideaciones. Esto facilita más a los estudiosos de las religiones
comparadas la comprensión del mecanismo de transmisión de mitos. El siguiente
principio de la Gestalt es .aplicado a la explicación de mitos y prácticas de culto: "El
comportamiento de un elemento en un modelo no está determinado tanto por la clase a
la que el modelo pueda pertenecer cuanto por la estructura o modelo de la que forma
parte". S.H. Hooke, por ejemplo, señala que el centro del culto en el Próximo Oriente
antiguo era el rey, que representa al dios, y que el rey como tal era responsble de la
cosecha y de la prosperidad de las ciudades y, finalmente, del bienestar del cosmos
mismo. Widengren estimaba que esta concepción más tarde dio lugar a la ideología
irania del salvador y al mesianismo judío. El "patternismo" ha sido tratado eficazmente
por muchos investigadores. H. Frankfort ha demostrado que las diferencias son más
importantes que las semejanzas. Ha prestado atención al hecho de que el faraón es
considerado un dios o se convierte en un dios, mientras que en Mesopotamia el rey es
solamente el representante de un dios. De este debate metodológico podemos concluir
que las diferencias y semejanzas son igualmente importantes siempre que tenemos que
tratar de culturas relacionadas históricamente. El hecho de que el español sea diferente
del francés y del italiano no impide a los filólogos comparar estas lenguas y rastrear su
fuente común, es decir, el latín. De ahí que la evaluación de la escuela del mito y rito
revele una metodología confusa.
Poco después de Max Müller vino la época en la que los intereses folcloristas,
arqueológicos y filosóficos se añadieron a la preocupación filológica. El siglo xIx se
caracteriza especialmente por una tremenda expansión de las fronteras de nuestro
conocimiento de religiones extranjeras. Más específicamente, muchos estudios sobre el
829
judaísmo, gnosticismo y las religiones mistéricas y otras corrientes de pensamiento y
expresión contemporáneas a la aparición del cristianismo llegaron inundándolo todo.
Los métodos filológicos, históricos y antropológicos que dieron estos asombrosos
resultados en otro campo fueron aplicados por teólogos profesionales y por aficionados
al estudio de la religión cristiana. Se descubrieron y estudiaron muchos paralelos y
duplicados entre la religión cristiana y las no cristianas. Por primera vez fue posible un
estudio global comparado de la religión. Así apareció también la posibilidad de
considerar e interpretar el cristianismo no como un hecho aislado, sino dentro del
contexto de una historia religiosa y cultural de la humanidad mucho más amplia.
Algunos teólogos clamaron pidiendo la sustitución de la historia de las religiones por la
teología cristiana. La teoría de la isostenia (igual validez) de las religiones cristiana y no
cristianas llegó a ser predominante entre algunos estudiosos de la religión.
Albert Eichhorn estaba convencido de que el vacío, tal como él lo concebía, entre lo que
podemos suponer que sucedió en la última cena y las ideas sacramentales que parecen
inequívocamente estar presentes en Pablo debe ser salvado a través de la investigación
histórico-religiosa.
Wilhelm Heitmüller da como probado que los orígenes de la visión de Pablo del
sacramento no se pueden encontrar en el evangelio cristiano original, sino que incluso
están en contraste con él. "La interpretación del bautismo y de la cena del Señor sigue
estando, por tanto, en irreconciliada e irreconciliable incongruencia con el significado
central de la fe en el cristianismo paulino, es decir, con el modo de entender puramente
espiritual y personal de la relación religiosa, que juega un papel destacado en la propia
religión de Pablo y en el mundo de sus ideas".
El investigador más notorio de esta escuela es R. Reitzenstein (18611931), que daba por
cierto que Pablo debió estar profundamente influido por la literatura religiosa del
mundo helenístico cuando se puso resueltamente a proclamar la fe judía entre los
gentiles. Más específicamente, enfrentado con el problema de encontrar una creencia
precristiana en el divino redentor gnóstico, Reitzenstein creyó que la había encontrado
en el supuesto mito iranio de redención y que podía averiguar los órígenes de lo mucho
que era cristiano en esta creencia. El profesor R. C. Zaehner, el mejor iranólogo,
despacha esta interpretación diciendo que "el Erldsungsmysterium iranio es, en su
830
mayor parte, una invención de Reitzenstein". Además, M. Lidzbarski realizó
traducciones fidedignas de la literatura mandea, especialmente el Ginza (Tesoro). Pues
aquí encontramos el redentor celeste, Manda da Hayye (el "conocimiento de la vida',
que desciende a la tierra para redimir a las almas perdidas de los poderes de la
oscuridad y devolverlas al reino de la luz al que pertenecen. Pero es admitido por todos
los investigadores que los escritos mandeos tal como han llegado a nosotros pertenecen
al siglo vil u vili d.C., aunque pueden contener, material primitivo.
Baste decir que la exégesis filológica e histórica sola es incompleta. El historiador de las
religiones se esfuerza por comprender su material en el contexto de ideas desarrolladas
en y a través de varios métodos de interpretación. Para el exegeta y teólogo cristiano el
método es claramente distinto. El Corán, los Vedas y Upanishads, el Tripitaka o el Lun
Yü no son escritos normativos para él, mientras que la Biblia lo es sin ningún género de
duda. Además la comprensión de la Biblia se hace con la autoridad que le proporciona
la categoría de miembro de la tradición y comunidad religiosa católica. Finalmente, la
4ctual historia de las religiones no admite ya la falacia hallada en la
Religionsgeschichtliche Schule, a saber: que las normas se pueden conseguir a partir de
la historia misma.
831
Approaches to the Study of Religions, vol. I, The Humanities, Berlín 1984; ZAEHNER
R.C., The Comparison of Religions, Boston 1968.
M. Dhavamony
Cuando se intenta cualificar globalmente a las religiones tradicionales yendo más allá
de los aspectos específicos regionales, surgen inmediatamente ciertas peculiaridades
que las distinguen de la religión cristiana en situaciones originales. Hay que señalar
ante todo que en ningún caso ese conjunto de creencias, de actos y de costumbres que
nuestra cultura cristiano-occidental entiende como religiosos se distinguen
categorialmente en las culturas tradicionales del conjunto concomitante de creencias,
de actos y de costumbres que nosotros llamaríamos no religiosos cívicos o profanos,
según se escoja la dialéctica (histórica) cívico-religiosa o la dialéctica (religiosa)
sagradoprofana. Esto significa, por un lado, la ausencia en las culturas extra-
occidentales de una noción explícita y objetiva de "religión" (concepto por otra parte
bastante complejo y elaborado también en Occidente, como demuestra su historia) y,
por otro lado -según las opciones del que las juzga-, que todo en las culturas
tradicionales puede ser leído sub specie religionis (tal es, p.ej., la postura de la
fenomenología religiosa), o bien que de la religión como categoría conceptual
autónoma sólo se puede hablar en la cultura occidental, que contrapuso históricamente
el terreno de acción religioso al terreno de acción no-religioso (posición que cualifica,
832
en el plan científico, a la escuela romana de historia de las religiones fundada por R.
Petazzoni).
833
historia: la verdad de fe de la revelación adquiere fundamentos históricos a través del
obrar histórico -la vida, la pasión y la muerte- de Jesucristo.
Sentadas estas premisas para ilustrar el carácter específico del cristianismo respecto a
las tradiciones religiosas de las culturas extraoccidentales, entremos más directamente
en la morfología específica de las creencias y de las actividades rituales que caracterizan
a estas últimas.
Una función más compleja respecto a la de los protagonistas míticos es la que ejercen
otras entidades sobrehumanas que, aunque pueden actuar en un nivel mítico dando
fundamento a las realidades, se consideran, sin embargo, como existentes y activas en
el presente y son, por tanto, objeto de culto. También en este caso los estudiosos han
elaborado una tipología, distinguiendo entre el ser supremo, el señor de los animales, la
tierra madre, los espíritus (de la naturaleza, de los muertos, espíritus tutelares),
antepasados, divinidades.
En lo que se refiere a las actividades rituales, las religiones tradicionales presentan dos
tipos fundamentales de ritos: los autónomos, que no tienen ningún destinatario
específico, y los cultuales, es decir, los ritos insertos en el culto a los seres
sobrehumanos considerados en disposición de intervenir activamente en los asuntos
humanos. Entre los primeros hay que señalar los ritos mágicos y toda la amplia
categoría de ritos de pasaje (o sea, los ritos que señalan, a nivel individual y/ o
colectivo, las transiciones más significativas de un estado o condición a otro, entre los
que hay que mencionar especialmente los ritos de iniciación tribal y los ritos de
comienzo de año), mientras que los segundos están representados por la oración, el
sacrificio y la ofrenda.
834
Puesto que, como ya se ha dicho, en las culturas tradicionales la esfera de acción
religiosa no es conceptualmente distinta de los otros campos operativos de la
existencia, a menudo en los niveles más "primitivos" no aparece ninguna
especialización "profesional" de tipo religioso: es el cabeza de familia o el jefe de la tribu
el que se ocupa de las cosas "sagradas" junto con las "profanas". La especialización
religiosa coincide con la mayor especialización de todas las demás actividades
humanas; por tanto, es en las culturas de una estructura social más compleja donde
podemos encontrar actores rituales propiamen-, te dichos, que según los casos desemi
penan su papel por delegación o pot vocación personal. Adivinos, hechiceros,
curanderos y magos son los "especialistas" más comunes en cosas religiosas que se
encuentran a nivel tradicional; una mención especial merece el chamán, tipo de actor
ritual que con medios psíquicos o artificiales alcanza un estado de trance, en el cual
entra en comunicación con los espíritus y obtiene de ellos facultades adivinatorias o
terapéuticas extraordinarias. Las clases sacerdotales verdaderas y propias sólo se
encuentran en las culturas tradicionales más complejas y evolucionadas, caracterizadas
de ordinario por formas religiosas de tipo oliteísta más o menos rudimentales África
occidental, Polinesia, América precolombina).
Las religiones de las islas de Melanesia presentan rasgos semejantes por un lado a las
creencias australianas y por otro a las polinesias, pero en general su originalidad reside
en el pragmatismo que las caracteriza: son menos "místicas" que las religiones
australianas y menos "vinculantes" que las polinesias, concediendo un amplio margen a
la iniciativa del hombre. Horticultores y pescadores, los melanesios han elaborado una
abundante mitología, reconocen una multitud de espíritus y practican el culto a los
antepasados mediante ritos complejos que afectan a cada clan y/ o a aldeas enteras,
como en el caso de las grandes fiestas de renovación o de comienzos de año, durante las
cuales se hacen ofrendas primiciales a los espíritus de los muertos. También los ritos de
iniciación tanto tribales como de sociedades secretas revisten una especial importancia;
los primeros confluyen a menudo, cronológica e ideológicamente, en el culto a los
antepasados, como garantía de la continuidad de las generaciones. Entre los grupos que
practican la cría del jabalí se celebra cada cierto número de años una gran fiesta de
carácter competitivo, durante la cual un bigman, para alcanzar prestigio sociopolítico,
sacrifica ostentosamente a los espíritus o entidades míticas enormes cantidades de
animales, que luego consumen orgiásticamente los que participan en la fiesta. La
hechicería, en su acepción ambivalente, ocupa un ancho margen en la vida de los
melanesios, que recurren frecuentemente a hechizos mágicos para conseguir sus
objetivos; el éxito o la eficacia de un hechizo o de un ensalmo se atribuye al mana, una
especie de oscuro poder que se concede indiferentemente a toda clase de espíritus,
personas o cosas que demuestren tener éxito o dar fortuna.
El continente africano nos ofrece una enorme variedad de creencias religiosas, ya que
presenta ejemplos de casi todos los ambientes ecológicos y de los consiguientes
regímenes socioeconómicos con diversos tipos de cultura. En el África negra la gama va
desde la cultura de la caza y de la recolección de los pigmeos del bosque ecuatorial y de
los bosquimanos del Kalahari hasta la cultura agrícola de los grandes reinos del África
occidental, pasando por los millares de sociedades de cultivadores más o menos
primitivos y de ganaderos a pequeña y gran escala (hotentotes, nilóticos, etlópicos). Por
eso mismo hemos de abstenernos de hacer una tipificación generalizante y acentuar
más bien aquellos elementos de espiritualidad generalizada e intensa y de integralismo
que cualifican y unifican las diversas expresiones religiosas africanas, que pueden
contraponerse y se han contrapuesto de hecho al materialismo y al individualismo de
Occidente. La tarea que hoy se impone a los estudiosos es la de reexaminar en clave
histórica las religiones tradicionales africanas, tanto porque han sido erróneamente
tenidas por inertes, estáticas e impermeables al devenir -cuando en muchos casos su
capacidad de adecuación y de respuesta creativa a crisis endógenas o a las nuevas
condiciones impuestas por el colonialismo antes y después de la modernización
atestiguan una plasticidad que debe tener necesariamente presupuestos históricoscomo
porque demasiadas veces en su descripción y en el juicio formulado sobre las mismas
han influido los prejuicios, positivos o negativos, de los informadores, los etnógrafos y
los teóricos que de una u otra manera leyeron esas diferencias con sus propios
esquemas y reduciéndolas a sus propios códigos.
Esto mismo vale para cualquier conjunto de creencias, si es que queremos finalmente
comprender el tesoro de espiritualidad encerrado en el hombre en cualquier latitud
geográfica, cronológica y cultural en que se encuentre.
D. Visca
V. Religión popular
1. EL ESTUDIO DE LA RELIGIÓN POPULAR. a) La investigación, el análisis y la
interpretación del fenómeno religioso despierta un amplio interés en el campo de las
ciencias humanas, preocupadas por la problemática cultural o social, íntimamente
ligada al hecho religioso. Así, de la religión y de la fenomenología de la religiosidad
popular se ocupan intensamente la antropología cultural y la etnología religiosa, la
psicología y sociología de la religión y la historia de las instituciones y prácticas
religiosas, la fenomenología y filosofía de la religión y la teología de las religiones, la
teoría de la misión y la teología pastoral. El campo de observación y análisis es vasto y
diversificado: el folclore religioso y las tradiciones populares, las prácticas mágicas o
supersticiosas, las fiestas y cultos populares, los elementos de sincretismo religioso y de
838
mestizaje cultural presentes en las diversas manifestaciones de la vivencia social de lo
religioso, particularmente en las clases populares, en especial entre los campesinos, en
sus ritos y celebraciones, en sus leyendas y mitos, en sus proverbios y refranes, en su
ethos vital y social.
No es fácil dilucidar la cuestión de la relación existente entre una forma popular y una
forma oficial de vivir la religión. En muchos casos puede constatarse una cierta
prioridad de lo popular y espbntáneo sobre lo erudito y elaborado. En numerosas
situaciones y circunstancias suelen coexistir históricamente ambas formas de vivir la
religiosidad, dándose entre ellas una relación dialéctica: la forma normativa y erudita
de vivir la religión suele nutrirse de la vivencia popular del sentimiento religioso, al cual
procura encuadrar en un sistema teológico y normativo. A veces la fe popular se limita a
divulgar los conceptos teológicos en una forma más próxima a la cultura popular de las
clases subalternas. En el lenguaje o en el gesto, en la piedad o en la devoción, la
religiosidad popular frecuentemente se caracteriza por diversas notas, como una cierta
espontaneidad y riqueza de comunicación desde el punto de vista de lo intuitivo y
simbólico, así como de lo emotivo y fantástico, de lo vivencial y festivo, de lo celebrativo
y de lo teatral.
Con todo, la fenomenología de la religiosidad cubre un espectro tan amplio, que no está
exenta de un alto grado de equivocidad, dado que por religiosidad popular se entiende,
aun en el caso del cristianismo o del catolicismo popular, desde formas mágicas o
supersticiosas de piedad arcaica precristiana vividas en sincretismo con devociones
típicas de la fe del medio rural hasta otras formas de reviviscencia de tradiciones del
catolicismo popular, que sirven para mantener la conciencia de una identidad religiosa
y social. Así puede hablarse de influencias amerindias o afroamericanas en
determinados rasgos del catolicismo latinoamericano en su vivencia popular; o pueden
analizarse también cultos populares, como peregrinaciones u otras fiestas y devociones,
840
típicas de la veneración popular de los santos cristianos o representativas de la
devoción mariana.
BIBL.: ADOUKONOU B., Jalons pour une théologie africaine, París-Namur 1980; Bo
V., La religiositápopolare, Asís 1979-,DusosQC.; PLONGERON B. y ROBERT D., La
religion populaire, París 1979; GALILEA S., Religiosidad popular y pastoral, Madrid
1980; ISAMBERT F.A., Le sens du sacré. Féte el religion populaire, París 1982;
LACROIX B. y BOGIONI P., Les religions populaires, Quebec 1972; MALDONADO L.,
Religiosidad popular, Madrid 1976; PASTOR F.A., Ministerios laicales y comunidades
de base, en "Gregorionum" 68/ 1-2 (1987) 267-305.; PASTOR F.A. y otros,
Inculturazzione, Roma 1979; PIzzuTI D. y GIANNONI P., Fede popolare, Turín 1979;
RAHNER K., Zum Verhültnis von Theologie und Volksreligion Schriften zur Theologie
XVI, Einsiede1n 1984, 185-195; TILLARDJ.M.R. y otros, Foi populaire. Foi savante,
París 1976.
F.A. Pastor
842
porque estamos convencidos de que sigue siendo ineludible la lección kierkegaardiana
de la fe como modelo atípico de filosofía de la religión.
A través de la alegoría (que llega hasta a atribuir a los dioses ruindades humanas que
no les pueden corresponder, lo mismo que tampoco se les puede atribuir el mal), es la
843
realidad de los dioses la que es preciso alcanzar. Nunca como en este caso es evidente
en Platón la reciprocidad de lo ideal y lo real. La "Suma_Teológica" de Platón (Leyes
X), que será el fundamento de la "teología patrística" y de la influencia ininterrumpida
sobre todo un filón de interpretación del cristianismo espiritual-interior-ético, parte de
la fe "universal" en Dios que todos los hombres pueden obtener de la existencia, la
belleza, el orden de las cosas (véase también Rom 1). Si el alma es el principio del
movimiento, los dioses conocen, sienten y ven todas las cosas y se cuidan de todo y de
todos. No pueden ser corrompidos por los hombres; la impiedad de éstos sólo se les
puede atribuir a ellos mismos.
En Platón sé inspira Orígenes, que comenta Jua_14:6 : "Yo soy... la verdad", y llama a
Jesús "sustancia de la verdad" (Contra Celsum VIII, 12). En Filón, Clemente y Orígenes
la "idea de Dios" corresponde al Logos "lugar de las ideas", "idea de las ideas". Todo
esto pasa, naturalmente, por la experiencia que los cristianos tienen de Dios, con
diversos matices y acentuaciones (místicas y pedagógicas), hasta la theologia negativa.
Para ser perfecto, el hombre tiene que recorrer -dice Filón- un itinerario que lo lleve de
un saber filosófico enciclopédico ("encíclico" a la sabiduría (teológica): "En verdad, lo
mismo que las disciplinas encíclicas contribuyen a la adquisición de la filosofía, así
también la filosofía debería ser esclava de la sabiduría" (De Congressu, 79). Frente a los
personajes bíblicos palidece la mítica figura de Sócrates: "Moisés, el hombre que
exploró la naturaleza inmaterial..., dirigió su investigación en todas las direcciones
posibles, intentando ver claramente a aquel hacia el que tiende nuestro más ardiente
deseo y que es el único bien (De mutatione, 25-26).
Son éstos los presupuestos de la exégesis patrística que sobre la distinción fundamental
moral-espiritual-místico desarrollará una pluralidad de sentidos: anagógico,
tropológico, parabólico. No sólo el espiritualismo platonizante, sino la antropología
paulina cuerpo-alma-espíritu está en la base de la división tripartita de Orígenes de los
sentidos de la Escritura: literal, moral, espiritual, que con los estímulos de Agustín y de
Gregorio quedará fijada escolásticamente por Agustín de Dacia: "Littera gesta docet,
quid credas allegoria, moralis quid agas, quo tendas anagogia". Y Agustín (De doctrina
christiana 2,15) advierte que no hay que perderse entre literalistas y alegoristas: las
Escrituras se malinterpretan por dps motivos, cuando se sobreponen signos
desconocidos o ambiguos. Pero el cuadro es más complicado: están las herejías (p.ej., el
gnosticismo), un aspecto de la reacción virulenta de la filosofía clásica pagana. Tras el
lento y largo caminar del primer milenio (entre Escoto Eriúgena y Anselmo de Aosta),
hay que esperar al humanismo y al renacimiento para un nuevo planteamiento del
problema en términos problemáticos, ciertamente, pero vivos y fecundos.
Si Ireneo (Adversus Haereses 40,20,7) había afirmado que "la gloria de Dios es el
hombre vivo", con la inmediata consecuencia teórico-práctica de que "la vida del
hombre es la visión de Dios", Agustín invierte las acusaciones de los paganos contra los
cristianos criticando violentamente el politeísmo (De civitate Dei) y afirmando en la
religión cristiana la realización histórica de la verdadera religión (Epistolae 102,12,5).
Pero esta comprobación es sólo el presupuesto de una realidad superior que encuentra
su cima en la doctrina de la Trinidad (De Trinitate), expuesta mediante la categoría de
la relación que, si impide a Agustín familiarizarse más con el concepto de persona, le da
la oportunidad de desarrollar ampliamente el reflejo antropológico de los vestigios (ser-
conocer-querer; mente, noticia, amor; memoria, inteligencia, voluntad). No se trata
naturalmente de una explicación de la Trinidad a partir del hombre, sino de un intento
de comprender al hombre a partir de la revelación trinitaria. Y el hombre se encuentra
lejos de Dios "in regione dissimilitudinis" (Confessiones 7,10), recuerdo platónico
(entre el no-ser de la nada y el ser inmutable de Dios) y anticipación de la descripción
que hace san Bernardo del "status naturae lapsae": "Nobilis illa creatura in regione
similitudinis fabricata... de similitudine ad dissimilitudinem descendit" (De diversis,
sermo XLII, 2). La polémica tan viva de Bernardo contra el dialéctico Abelardo no
pretende condenar la dialéctica, sino poner en guardia contra la eliminación del
misterio cristiano y reafirmar la primacía de la caridad sobre la lógica. La región del
pecado y de la semejanza deformada es en la que nacemos en la concupiscencia y
vivimos en la carne, la voluntad es obliqua y el saber filosófico conduce a las tinieblas
(BUENAVENTURA, De donis Spiritus Sancti IV, 12).
Ya lo había advertido Agustín: "Una cosa es ser racional, y otra ser sabio", y
Buenaventura llamará revelación a una iluminación interior cierta (Comm. in Sent. II,
4,2,2). Pero se advierte la necesidad de que la razón haga más inteligible la fe, la
confirme e interprete las Escrituras, que son fuente de conocimientos filosóficos (Juan
Escoto Eriúgena). La dialéctica está llamada a renovar el estudio de la teología; así lo
hace Fulberto, director de la escuela episcopal de Chartres, con la cautela que requieren
los dogmas de la fe. Pero su discípulo Berengario de Tours (De sacra cena adversus
Lanfrancum) será condenado por su negación de la presencia real de Cristo en la
eucaristía, y el libelo de Lessing (Berengarius Turonensis, 1770) querrá ser la apología
de una libertad ilustrada de pensamiento.
847
santo Tomás, y luego Kant, que considerarán infranqueable la distinción in intellectu-in
re; en favor, Descartes y Leibniz (con la modificación: "si es posible'.
Para que no seduzca el árbol de la ciencia ("seréis como dioses' y la libido de saber no
vaya acompañada de la concupiscentia carnis y no lleve a la desesperación de la
salvación, la sabiduría debe ser sabrosa ciencia, pues de lo contrario se convierte en
arte diabólica. La spiritualis intelligentia es un presupuesto del filosofar cristiano y la
charitas del hombre redimido, al reconciliarlo con Dios y con el prójimo, le hace posible
la intuición general de la belleza del orden cósmico. Se sobrentiende constantemente la
referencia a la revelación, no como demostración incontrovertible (el riesgo de las
ideologías), sino como gracia, como don gratuito, que solicita la fe del hombre. La
seducción de la gnosis, a pesar de que, la polémica medieval (dialéctica del pecado,
pecado de la dialéctica) tuvo una respuesta tranquilizante en la escuela franciscana, y
un equilibrio que no se ha alcanzado desde entonces en el sistema tomista, llevará a la
reducción del ser al pensamiento (Descartes), luego a la percepción ("esse est percipi":
Berkeley) y finalmente a la idea.
Roger Bacon (1214-1292), aunque sugiere la atención al consejo de los demás; libros y
autores, ya que la ciencia crece con las aportaciones sucesivas y es un progresivo
alumbramiento, advierte que la atención de los teólogos a las quaestiones no debe
apartarlos del estudio del texto (Comp. studü theol.). El entusiasmo cristiano y el celo
misionero se conjugan en Raimundo Lulio (1235-1315) con una actitud irénica y
ecuménica, dirigida al desvelamiento de los diversos credos y de la fragmentación de
848
las religiones. Este "Doctor illuminatus",con su Ars Magna, sueña con una "ars
inventiva", una sabiduría orgánica y universal, que pueda alcanzarse con un
entendimiento revestido de fe, iluminado por la fe. Una exposición convencida, no una
demostración apologética, del monoteísmo y de la inmortalidad es lo que nos ofrece el
Libro del Gentil y de los tres sabios. El Gentil es sacado de las estrecheces del bosque y
de las tinieblas del terror para que goce de la realidad espiritual beatificante del judío,
del cristiano y del musulmán, iluminados a su vez sobre el significado de los cinco
árboles (virtudes divinas) que rodean a una fuente (la verdadera doctrina), por una
fascinante y misteriosa damisela, la "Inteligencia", depositaria de la única verdad
contenida en los tres credos. Y como los tres, tras la presentación serena y convincente
de su propia fe, no esperan que el Gentil escoja una de ellas, Luho se interrumpe con la
promesa que los tres se hacen de seguir encontrándose y dialogando para buscar aún la
verdadera fe. Esta formulación de la antigua "parábola de los tres anillos", recogida de
varias formas hasta el Natán el sabio de Lessing, si presenta problemas, es también sin
duda una elevada expresión de civilización y de verdadera religión en una época en la
que se predicaban apasionadamente las cruzadas y se combatían sanguinarias guerras
de religión.
Se anuncia una época nueva con un espíritu nuevo. Pero la novedad está contenida en
la sabiduría antigua, de la que está impregnada la Biblia y el evangelio, y que vuelve a
aparecer en diversos contextos. "Si uno que vive en medio del cristianismo se dirige a la
casa de Dios, a la verdadera casa de Dios, teniendo de Dios una representación
conceptual exacta, y le reza, pero no le reza en la verdad, mientras que otro que vive en
tierras paganas reza con toda la pasión de lo infinito, aun cuando sus ojos se posen en
la imagen de un ídolo, ¿quién está más cerca de la verdad? Uno reza a Dios en la
verdad, aunque se dirija a un ídolo; el otro no reza a Dios en la verdad, y por tanto en
verdad adora a un ídolo" (S. KIERKEGAARD, Postilla conclusiva non scientifica, del
1846: SV II, 168). De forma análoga se había expresado con suma concisión Spinoza en
el Tractatus theologico politicus de 1670: "Si alguien creyendo en la verdad se vuelve
contumaz, éste en realidad tiene una fe impía; y si, por el contrario, creyendo la
falsedad es obediente tiene la (fe) piadosa" (en Opera, ed. GEBHARDT, III, Heidelberg
1925, 158). Y Agustín: "Gócese éste aun así, y desee más hallarte no indagando que
indagando no hallarte" (Confesiones I, 6,10). Pero las aventuras del espíritu tienen sus
propios riesgos.
Por los mismos años en que escribe Dante, Albertino Mussato (12611329) habla de la
poesía como arte divino, otra filosofía, teología del mundo: el poeta tiene la misión de
revelar los seres. Desde la antigüedad los divinos poetas hablaron de Dios en el cielo,
aun cuando a quien nosotros llamamos Dios ellos lo llamaron Júpiter o lo identificaron
con alguna realidad corporal.
Meticulosidad filológica, brillantez de exposición, vigor polémico, junto con una aguda
libertad de conciencia (no sin cierta ambigüedad) dan crédito a la afirmación
erasmiana de haber logrado que el humanismo se dirigiera a la celebración de Cristo.
La crítica corrosiva del Elogio de la locura (1509) está en la línea de la reforma del
cristianismo (sin ahorrar a los reformadores) y de la vanidad de las ciencias y las
doctrinas, recogida de los antiguos, presente en Pico y tematizada por Agripa de
Nettesheim (De la incertidumbre y vanidad de las ciencias y las artes y proclamación de
la excelencia del Verbo de Dios, 1530). Al fenómeno humanista, tan complejo, hemos
de atribuir también el magma de la aspiración religiosa entre magia ocultismo y
hermetismo, que ve afectados en diversa medida a muchos de los autores citados, y
sobre todo a Giordano Bruno. Es atípico, pero significativo, el fenómeno Maquiavelo
(El príncipe, 1513), contrapuesto al elemento melancólico (admirablemente "descrito"
por Durero en su grabado homónimo) y utópico (TomÁs MORO, Utopía, 1516).
Es éste un cuadro que se complicará más aún hasta llegar a conocer la vanidad de todo
doctrinalismo teológico, científico, literario, moral (Agripa, Montaigne, Erasmo); la
corrosión-destrucción de una ley natural universal (Montaigne-Maquiavelo); la
anulación de los ideales clásico-cristiano-humanistas de límite, jerarquía, equilibrio,
euritmia (Telesio, Bruno y sobre todo la Reforma) hasta el paso del cientificismo
cabalístico o aristotélico al empirismo puro, que con Bacon y Galileo señala el comienzo
de una nueva época.
Spinoza definió la sustancia "quod in se est et per se concipitur" (Ethica, Def. III), es
decir, aquello cuyo concepto no tiene necesidad, para formarse, del concepto de otra
cosa; con la definición de los atributos y de los modos del ser se completa el entramado
del concepto de sustancia con el concepto de mundo, con todas las implicaciones
panteístas que aparecen en el Spinozastréit,- documentado en el épistolario Jacobi-
Mendelssohn Sobra la doctrina dé Spinoza (1785). El Tractatus theologico politicus
(1670) es considerado por algunos-como el comienzo de la filosofía de la religión en
sentido moderno: hermenéutica del hecho religioso, de la religión histórica, de la
tradición de una religión que se dice revelada (la judeo-cristiana) sobre la base del
lumen naturale. El universal bíblico "Dios único, omnipotente, providente,
remunerador" fundamenta la fundación del verdadero culto: obediencia a Dios en la
práctica de ¡ajusticia y de la caridad, sin que, por lo demás, tenga ningún sentido buscar
relaciones o afinidades entre la fe y la teología (obediencia) por un lado y filosofía
851
(verdadera) por otro. Se examina la Escritura desde la luz natural, como la misma
naturaleza, evitando atribuirse lo que no resulta evidentemente de su historia. Salvo el
derecho de cada uno a la libertad de pensamiento, el resultado no serán los dogmas de
la verdad, sino los dogmas de la piedad (fe obediencial), en la acogida de los principios
que surgen con claridad y que pueden constituir la base de una pacífica convivencia
religiosa: existe Dios, o sea, un ente supremo, único, omnipresente, que lo gobierna
todo; en el culto a Dios, en la obediencia, en la justicia, en la caridad está la salvación;
Dios perdona los pecados de los que se arrepienten. Leibniz tiene que partir de la crítica
de Spinoza para armar la pluralidad de las sustancias, la infinita multiplicidad de las
sustancias simples. Pero también critica la sustancia aristotélica con la definición de
sustancia singular que defina al sujeto, con todos sus predicados, pasados, presentes y
futuros. Y critica también la sustancia cartesiana: "Porque si no hay ningún vere unum,
desaparecerá toda vera res" (A. Volder, 20-6-1703). Construye así un concepto de
sustancia como unidad que se define sistemáticamente: la mónada, la infinita
multiplicidad de las mónadas. Y es su orden, no ya el hecho de que existan las criaturas,
lo que prueba la existencia de Dios. Por eso la sustancia se determina como expresión
del concepto original de lo divino. Sustancia que fundamenta la armonía del universo,
naturaleza original constante y absoluta, sin límites, que contiene todas las realidades
posibles. El argumento ontológico se completa con la demostración de la posibilidad
del ser perfecto (todas las cualidades simples puramente positivas pueden coexistir sin
contradicción): Si es posible, existe (sin más) y es "existentrficante". Ésta es la nueva
relación de la sustancia con el mundo: no podemos derivarla de los conceptos más que
en virtud del concepto primitivo, de forma que no hay nada en las cosas sino con la
influencia de Dios y no, podemos pensar nada en la mente sino con la idea de Dios. Y en
la relación con el mundo, la sustancia encuentra la relación con Dios: "Todas las
sustancias creadas concretas son expresiones distintas del mismo universo y de la
misma causa universal, o sea Dios" (Pr. Ver.). Sobre la distinción verdad de razón
(absoluta) y verdad de hecho (contingente) en los Nouveaux Essais sur I éntendement
humain (1704) se planteará la polémica Lessing-Kierkegaard. Con Essais de Théodicée
sur la bonté de Diew, la liberté de 1 homme et 1 origine du mal (1710), Leibniz, al
responder al Dictionnaire historique et critique (16951697), de Bayle, puso las bases de
la teodicea moderna.
8. UN CRISTIANISMO SIN MISTERIOS. Una religión sin misterios para una vida sin
enigmas: tal es el programa del amplio e indefinible movimiento del deísmo, que hunde
sus raíces en la cultura del renacimiento, rechaza la especulación clásica y escolástica,
asume una actitud especialmente polémica respecto al cristianismo y encamina hacia la
ilustración y el racionalismo. Contrario al ateísmo, pero reacio a embarcarse en
cuestiones metafísicas sobre Dios, es inútil añadir que la revelación divina y la
institución divina de la Iglesia son para el deísmo cuestiones sin sentido. Sólo se
admiten los principios religiosos y morales que el hombre puede alcanzar con su razón;
el mito, en el ámbito cultural cristianoeuropeo, y especialmente inglés, es precisamente
un cristianismo "razonable", sin misterios. Podemos pensar en el Campanella de la
religio innata más que en el Bruno hermético, mágico y panteísta; pero hay que
comenzar con Herbert de Cherbury y con su programático De veritate prout
distinguitur a revelatione, a verisimile, a possibile et a falso (1624). Shaftesbury
852
profundizará en el Sensus Communis (1709), base de toda estética y moral, pero
también de un sentimiento religioso, con planteamientos ilustrados y muy crítico del
cristianismo. Christianity not Misterious (1696) de J. Toland excluye que puedan darse
contenidos de revelación superiores a la razón. El evangelio puede ser interpretado
libremente y sin depender de ninguna autoridad eclesiástica; todas las religiones son
manifestaciones de la religión natural (otra anticipación de la ilustración).
En Alemania, bajo la influencia del deísmo, se desarrolló la ilustración sobre la base del
racionalismo de Wolff, que encontraba una concordancia perfecta entre la religión
natural y la razón. En la Theologia naturalis (2 vols., 1736-1737) Wolff sostenía que las
verdades de la Escritura pueden conocerse también sólo con el uso recto de la razón. Se
reforzó así el equívoco de la razón natural, en realidad artificial y literaria, pálido reflejo
del monoteísmo filosófico, con pocas excepciones (Herder, Hamann), hasta que
Schleiermacher la ridiculizó en sus Discursos sobre la religión (1799).
La exégesis liberal de J.S. Semler (Apparatus ad liberalem N. Testamenti
interpretationem, 1769) ofreció una aportación decisiva a una religión cristiana
vernünftig (se va pasando decididamente del deísmo al racionalismo kantiano); Semler,
en una perspectiva histórico-evolutiva, distingue entre palabra de Dios (absoluta) y
palabra de la Biblia (con su revestimiento psicológico, sociológico y cultural), entre
religión privada (inspirada en los actos buenos, invisibles, de Cristo) y religión pública
(constituida), entre experiencia religiosa y conceptualización teológica. Se ve el canon
bíblico en sus vicisitudes históricas, como cualquier otro texto literario, ya que ninguna
853
figura se considera completa y normativa; no todos los libros tienen el mismo valor;
una cosa es el mensaje cristiano original y otra el revestimiento histórico y el
acomodamiento psicológico. Las mismas fórmulas dogmáticas se ven en la evolución
histórica de la vida de la Iglesia.
854
La conciencia de los límites de la razón y la conciencia del pecado abren al hombre al
encuentro con Cristo; la subjetividad no es la fundamentación de la verdad en el propio
ser, sino la relación personal con la verdad eterna, que se manifiesta in persona Christi,
en la historia. No se trata de una obstinada identidad del pensamiento y del ser, sino de
un conocer ético y ético-religioso. Una investigación que para Kierkegaard viene desde
siempre: "Encontrar una verdad que es verdad para mí, encontrar la idea por la que
tengo que vivir y morir" (Papirer, 1835), en la desilusión de la armonía ficticia, de una
falsa relación idílica del cristianismo con la razón especulativa en Hegel y con la
teología especulativa en los hegelianos. Desconfiando igualmente de la "razón pura"
kantiana y del sentimiento de Schleiermacher, de la especulación hegeliana y de la
"filosofía positiva" de Schelling, que pretendía partir de la existencia para fundamentar
la existencia, Kierkegnard, a través de la "escuela de los griegos" y de Sócrates, Agustín,
Pascal y Hamann, busca a Dios en Jesucristo, sin perder tiempo en las pruebas, en los
prueambula: "En efecto, si Dios no existe, es imposible demostrarlo; pero si existe, es
una locura querer demostrarlo" (p. 173). Pero para no achacar a Kierkegaard un
irracionalismo que no le corresponde, hay que tener bien presente una distinción clara
establecida por él: "La paradoja absoluta sería que el Hijo de Dios se hiciera hombre,
viniese al mundo y circulase por él de forma que nadie lo reconociera... La paradoja
divina es que él se hace notar, al menos por el hecho de que realiza milagros; es allí
donde se reconoce su omnipotencixdivina, aun cuando exija la fe para resolver su
paradoja" (Papirer, 1842-1843). No hay nada que se relacione con la dialéctica
hegeliana ni con el desconocimiento del principio de no contradicción, sino una
recuperación de la teología cristiana que exalta la opción fundamental personal, el salto
de la fe, al mismo tiempo que la incapacidad de la "demostración" para llevar a Dios a
la existencia del hombre. En la contemporaneidad con Cristo, con la respuesta a la
dificultad de Lessing, se presenta una filosofía de la historia que da una nueva
perspectiva a la referencia de la imitatio Christi a la cristología, aun con todas las
dificultades (de orden histórico y caracterial) eclesiológicas. Kierkegaard da una de las
definiciones más bellas de la libertad, esa realidad subyacente a toda la exposición que
estamos haciendo: "Lo más que puede hacerse, en cualquier caso, por un ser es hacerlo
libre. Se necesita precisamente la omnipotencia para poder hacerlo" (Papirer, de 1846).
Hemos llegado así de la hipótesis ideal a los umbrales de la fe; queda abierto el círculo
de una filosofía de la verdad, que se convierte en teología de la salvación. No se trata ni
de los prolegómenos a una filosofía cristiana, ni de un capítulo de la apologética (para
Kierkegaard la apologética es una ciencia de ataque), ni de una derivación del
sentimiento de Schleiermacher (ni mucho menos de la "filosofía positiva" de Schelling),
ni de una disposición a un equívoco utilizado de nuevo en la teología dialéctica.
En La religión en los límites de la sola razón (1793) se llega del sumo bien, postulado
para la fundamentación de la ley moral, a una fe racional pura y, mediante ésta, a la
existencia de Dios en cuanto causa adecuada del sumo bien. El concepto de religión no
tiene nada que ver con los datos de la experiencia religiosa, que fundamenta una
dogmática eclesial ligada a una revelación positivay realiza los deberes para con Dios en
una comunidad de fieles con unas formas particulares de culto. Sólo importa la función
de la religión dentro de la razón humana, su papel en el acontecimiento del verdadero
reino universal de Dios, que ha de vencer al mal radical. La religión racional se pone en
el mismo plano que la exégesis: "Así la religión racional y la ciencia de la Escritura son
los intérpretes y depositarios competentes de un documento sagrado". En 1811, al
escribir Las cosas divinas y su revelación, Jacobi recogía un pensamiento de Pascal
("Hay que amar las cosas divinas para poder conocerlas) y atribuía a Kant el mérito de
"haber dejado sitio a una fe que no puede ser violada por el dogmatismo de la
metafísica".
Jacobi fue el primero en hablar del nihilismo, al que conduce el idealismo. En los
Discursos sobre la religión (1799), Schleiermacher se pregunta: "¿Cómo acabará el
triunfo de la especulación, el idealismo perfecto y rotundo, si la religión no lo equilibra
y no le deja presentir un realismo más alto?" Y aunque consciente del carácter peligroso
856
de la cita, exclama: "¡Sacrificad reverentemente conmigo un mechón de cabellos a los
manes del santo excomulgado Spinoza!"
Es la respuesta a las solicitaciones de un ambiente cultural insatisfecho de soluciones
sobrenaturalistas, por una parte, y de un frío planteamiento racionalista, por otra, y que
para ser mejor comprendida necesita referirse no sólo a la posterior Doctrina de la fe,
sino al Nochlass de la Hermenéutica y de la Dialéctica. A través de estas obras se
precisa el sentido no psicologista o subjetivista del sentimiento, la relación entre un
riguroso individualismo y una dimensión comunitaria-eclesial, la relación con Dios y
con el mundo. La definición de la religión como "sentimiento y gusto del infinito" va
contra los teóricos-metafísicos y los pragmatistas-moralistas, contra el frívolo
indiferentismo, contra toda especie de locura humana, "desde las insulsas fábulas de
los pueblos salvajes hasta el deísmo más refinado, desde la tosca superstición de
nuestro pueblo hastalos fragmentos mal remendados de metafísica y de moral que se
llaman cristianismo racional".
La imagen que da mejor idea de todo esto es el caos, pluralidad y diversidad de los
reflejos del infinito en lo finito, en donde, entre las expresiones históricas de la religión,
destaca el cristianismo, ya que su fundador, Cristo, tuvo la intuición más limpia y más
profunda. Dios, que "no lo es todo en la religión, sino sólo una parte; el universo es
más", y que en los Discursos se define de varias maneras como universo eterno,
infinito, se definirá posteriormente en la Doctrina de la fe. En su madurez,
Schleiermacher rechazó siempre la filosofía de la identidad: Dios, el Dios vivo, es
fundamento original del ser, metafísicamente distinto, no identificable con la totalidad
de lo finito y de lo múltiple. A través de la mediación de la Dialéctica, la intuición y el
sentimiento..., el sentimiento y el gusto de lo infinito, se convirtió en la Doctrina de la fe
en "sentimiento de dependencia absoluta". Schleiermacher evitó, a partir de la primera
edición de los Discursos, el término de "intuición" en la definición de la religión para
evitar confusiones con la intuición de lo absoluto, que definía para Schelling la esencia
de la filosofía. De acuerdo con Fichte, guardó las debidas distancias de una concepción
de la intuición intelectual, de la contemplación del eterno en nosotros, en donde el
alma, en una relación inmediata, se convierte en una sola cosa con el absoluto, sin
perder su individualidad.
Hegel se mostró siempre crítico frente a los Discursos, que exasperan el principio
jacobiano de la subjetividad (Fe y saber). En la Fenomenología del espíritu, dibujando
857
el sistema científico del verdadero saber sobre la premisa de "sólo en el concepto
encuentra la verdad el elemento de su existencia", hace la crítica más radical de la
filosofía romántica y -del "magro sentimiento de lo divino". Quiere que el juicio final
sea sin apelación: "Si en el hombre la religión se basa tan sólo en un sentimiento...,
entonces el perro sería el mejor cristiano" (Prólogo a la Filosofía de la religión, de
Hinrichs).
Las Lecciones sobre la filosofía de la religión pasan del concepto de religión, a través de
las religiones históricas, al cristianismo como religión absoluta. Ni el sentimiento ni la
especulación filosófica son los elementos constitutivos de la religión. Una vez superado
el riesgo ilustrado-racionalista de la reducción de la religión a los límites de la sola
razón, la religión es conciencia de la relación con Dios, de la relación del espíritu
limitado del hombre con el espíritu absoluto de Dios. El sentimiento elevado a
conciencia es la misma doctrina religiosa expresada en imágenes y es lo que
propiamente llamamos fe. "Lo que es absolutamente verdad, la verdad misma, la razón
en la que se resuelven todos los enigmas del mundo, todas las contradicciones del
pensamiento más profundo, todos los dolores del sentimiento, la razón de la verdad
eterna y de la paz eterna, la misma verdad absoluta, el apagamiento absoluto..., el
último punto central, en ese pensamiento que es único, conciencia y sentimiento de
Dios: ése es el objeto de la religión.
Pero más allá de estas nobles expresiones, como se sabe, aquí el discurso se ha hecho
ideológico: de una ideología que hoy estamos viendo que se viene abajo.
BIBL.: AA. V V., L érmeneutica delta filosofía della religione. Atti del XVII Colloquio
internazionale sulla problematica delta demitizzazione, Roma, 1977; AA.VV., In lotta
con 1 ángelo. La filosofía degli ultimi due secoli di fronte al cristianesimo Turín 1989;
BABOLIN A. (cid.), R metodo dellaftlosofia della religione, 2 vols., Padua 1975; FER E.,
Religio. Die Geschichte eines neuzeitlichen Grundbegriffs vom Frühchristentum bis zur
Reformation, Gotinga 1986; FERRETTI G., Filosofía de la religión, en Diccionario
teológico interdisciplinar, Sígueme, Salamanca; GRASSI P.G. (ed.), Filosofía della
religione. Storia e problemi, Brescia.1988; MANCINI I., Filosofía delta religione, Casale
Monferrato 19863 MIEGGE E., Religione, en Storia antologica dei problemifilosofici,
Florencia 1965, 1309ss; OLIVETTI M. M., Filosofía della religione come
problemastorico; Padua 1974 SCNMITZ J., Filosofa de la religión, Barcelona 1987.
S. Spera
859
La expresión "crítica de la religión" no es unívoca. Por eso hay que distinguir entre
crítica interna de la religión y crítica interconfesional, crítica relativa a otra religión y
crítica atea o agnóstica de la religión. Cuando la reflexión sobre la religión, por las
razones que sea, lleva a negar la religión o bien la existencia de Dios, se habla en
sentido más estricto de crítica de la religión. En este sentido ateo se tratará aquí de
crítica de la religión.
I. CAUSAS Y ANTECEDENTES DE LA CRÍTICA MODERNA DE LA RELIGIÓN. a) La
crítica moderna de la religión comienza en la época de la ilustración, y sobre todo de
sus consecuencias. I. Kant escribe en el Berlinische Monatschrift del año 1874, bajo el
título "Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la ilustración?", las conocidas palabras:
"Ilustración es el abandono por el hombre del estado de minoría de edad que debe
atribuirse a sí mismo. La minoría de edad es la incapacidad de valerse del propio
intelecto sin la guía de otro. Esta minoría es imputable a uno mismo cuando su causa
no consiste en la falta de inteligencia, sino en la ausencia de decisión y de valentía para
servirse del propio intelecto sin la guía de otro. Sapere aude! Ten la valentía de utilizar
tu propia inteligencia. Éste es el lema de la ilustración".
No es, pues, casualidad que ahora se someta las llamadas "pruebas de la existencia de 1
Dios" a un examen crítico por la sola razón humana y `que se rehííse de antemano
cualquier "prueba de autoridad". El mismo Kant, al reducir todas las pruebas de la
existencia de Dios que conocía a la llamada prueba "ontológica" y negarla, pero ante
todo al impugnar la posibilidad metafísica de conocer a Dios, estableció remotamente el
fundamento y la base de la crítica moderna de la religión (cf Crítica de la razón pura).
860
Para impugnar la existencia de un Dios amoroso y providente se aducen las múltiples
formas de sufrimiento, desgracias y angustia -causadas no sólo por el pecado-,toda la
miseria humana y la experiencia de la contingencia. Así, por ejemplo, S. Freud le hace a
O. Pfister, amigo suyo y pastor protestante, la comprensible pregunta de cómo puede él
conciliar el sufrimiento de este mundo con el amor de Dios. Además de estos
argumentos, que no se desarrollan más aquí, se critica muchas veces la angustia
humana y el ansia de seguridad y de protección. Así, por ejemplo, Nietzsche decía:
"¿Cómo se llega a creer en Dios? La sensación del poder, cuando invade al hombre de
forma repentina y aplastante -y así ocurre con todos los grandes afectos-, suscita en él.
la duda sobre su persona; no se atreve a concebirse como causa de este fenómeno
sorprendente, y por eso introduce una persona más fuerte, una divinidad, para este
caso... En resumen, el origen de la religión está en las sensaciones extremas de poder,
que sorprenden al hombre como algo extraño... La religión es una sensación de miedo y
terror ante sí mismo" (H. KRONER led.], Der Wille zur Macht, Stutgart 1930, 100).
Para L. Feuerbach no se trata ya, como para Kant, de la cognoscibllidad de Dios por la
razón humana, sino de la causa de la fe en Dios. Su convicción fundamental es: lo que
llamamos nosotros Dios, en realidad no es otra cosa que la conciencia del hombre
mismo o de la especie humana, objetivada y conceptualmente concretizada. "La
religión, por lo menos la cristiana, es la actitud del hombre frente a sí mismo o, más
exactamente, frente a su esencia; pero la actitud respecto a su esencia como a una
esencia distinta. La esencia divina no es otra cosa que la esencia del hombre; o mejor: la
esencia del hombre abstraída de las .limitaciones del hombre individual, es decir, real y
corporal, objetivada, o sea, contemplada y venerada como otra esencia, distinta de él,
independiente; por tanto, todas las determinaciones de la esencia divina son
determinaciones de la esencia humana" (L. FEUERBACH, Das Wesen des
Christentums, Stutgart 1960, 17). Con Feuerbach, la tesis de la proyección penetró
expresamente en el pensamiento de la crítica de la religión.
K. Marx, junto con F. Engels, fue al principio "entusiasta feuerbachiano '; pero más
tarde llegó a la convicción de que Feuerbach había desarrollado una explicación
psicogenética de la religión, demasiado ligada al hombre individual. Marx estaba
ciertamente convencido de que Feuerbach había refutado la religión; por eso no se
encuentra en Marx ninguna exposición sistemática contra la religión o contra la
existencia de Dios. No obstante, Marx modifica la crítica de la religión de Feuerbach,
designando a la religión como el "compendio de un mundo al revés". Concretamente:
como el hombre es en primer lugar un ser social, las relaciones socio-económicas
determinan también en cada momento la conciencia del hombre. El hombre piensa
forzosamente según son sus relaciones sociales; es el "conjunto de las relaciones
sociales". Como la historia de la humanidad no es más que una historia de conflictos de
clases, una historia de la explotación del hombre por el hombre, "las ideas dominantes
de cada época serían siempre únicamente las ideas de la clase dominante". Para Marx
es evidente que el hombre explotado necesita el "sol ilusorio" de la religión; por una
parte, gracias a su facultad de trascendencia, puede representarse unas condiciones de
vida mejores que las situaciones concretas de miseria, y por eso necesita consolarse con
un mundo mejor: el más allá; mas no ve con ello que las promesas de la
contraproducente religión, que no es otra cosa que la expresión de su miseria terrena,
se puede alcanzar cambiando fundamentalmente las relaciones económicas (estatalizar
los medios de producción) y el orden social (abolición de todo antagonismo de clases).
En consecuencia, la religión es "expresión de la miseria real y... protesta contra la
862
miseria real" (K. MARX y F. ENGELS, Manifest der kommunistischen Parte¡, en MEW
IV, Berlín 1959, 480).
K. H. Weger
863
VIII. Psicología de la religión
864
ción llevaría consigo el examen de conductas engendradas en la
encrucijada de un sistema simbólico, de una institución social y de una
vida subjetiva. Debería entonces disfrutar del instrumental necesario para
llegar a ello (observaciones clínicas, cuestionarios, correlaciones diversas,
experimentalidad en sentido estricto), según los métodos psicológicos
aplicados en cualquier otro terreno. Es probable que, en toda cultura,
semejante polaridad (creencia-increencia) exista a lo largo de un eje en
donde se encuentra también la duda, eventualmente generalizada en un l
agnosticismo religioso.
865
comienzo se va marcando progresivamente de extrañas limitaciones,
confirmadas por otros escritos teóricos de W. James. Lo esencial de la
religión consiste en una experiencia interior, intensa, gozosa y
virtualmente mística. Es verdad que todo lenguaje expresivo se inscribe en
una historia, pero es ante todo la historia de una emoción (Erlebnis). La
lengua inglesa, como la francesa o la española, no dispone más que de una
palabra, mientras que en alemán existe otra (Erfahrung). Se entra así en un
callejón sin salida, inconsciente, pero bien aclarado más tarde por W.L.
Brandt (1982). Teológicamente molesto para el pensamiento cristiano que
se articula sobre una "revelación" (comunitariamente recibida y
atestiguada en unas Escrituras), la opción que recoge y privilegia la
experiencia interior (Erlebnis) corre el gran peligro de esterilizar el
impulso de la psicología como ciencia, en donde los hechos religiosos se
inscriben necesariamente en una síntesis activa (Erfahrung) efectuada y
confrontada con unas realidades de orden social e institucional. A pesar de
los esfuerzos por producir una especie de tipología de las diversas
experiencias interiores, sobre todo por obra de R.W. Hood (1975:
presentación de 32 breves relatos a diversos grupos, cuyas respuestas se
analizan factorialmente), la composición de estos relatos (influida unas
veces por W. James y otras por W.T. Stace) plantea díversos problemas. El
descubrimiento de un factor M (misticismo general), distinto de un factor
m (alegría experimentada en relación con unos conocimientos derivados de
una religión instituida), confirma el sentimiento experimentado ante
James por algunos investigadores más recientes: "Respeto a un hombre
que, con un raro vigor, ha querido dar a nuestra ciencia un objeto y un
estatuto propios, pero pena por ver cómo mete a la psicología de la religión
en un callejón sin salida. Por este título, según la expresión de E.R.
Goodenough, James sigue siendo nuestro gigante y nuestra desesperación"
(J.P. Deconchy, 1969).
866
Retrasos y obstáculos. El camino que así se había abierto no fue seguido,
sin embargo, más que después de medio siglo. Primero, porque algunos
excelentes psicólogos se sintieron fascinados por la búsqueda de lo
excepcional en religión, como las conversiones repentinas, los estados
extáticos o místicos (así Leuba, Maréchal, Pacheu, Janet). En Alemania
prevaleció por mucho tiempo el método introspectivo de estados de
conciencia, provocados a veces sistemáticamente (Girgensohn, Gruehn y su
escuela, W. Keilbach y la revista "Archiv", 1962-1976). Algunos estudios
comparativos sobre las derivaciones, religiosas o no religiosas, de la
meditación, con grupos experimentales y de control (grupos zen con
intenciones terapéuticas), fueron recogidos ulteriormente, pero con una
aproximación científica distinta (Jan van der Lans, 1978, 1980),
demostrando la importancia del cuadro de referencia en la producción de
experiencias (ervaringen) religiosas o no religiosas.
867
multiplicarse las investigaciones y publicaciones, entre otros motivos con
la relectura de los textos bíblicos. Para descubrirlas puede verse el artículo
bien documentado de A. Vergote (1972) y luego los libros de Dominique
Stem (1985) y de L. Beirnaesrt (1988). A. Vergote (1975) discutió
profundamente la aportación psicoanalítica a la antropología, a la exégesis
histórico-crítica y a los fnómenos extraños "capaces de una interpretación
psicológica (visiones, glosolalias)".
868
planificación axiomatizada (B. Spilka, P. Shaver y L.A. Kirkpatrick, 1985)
de estudios sobre las diversas variables en cuestión: el suceso (gravedad,
proximidad) y su contexto, el sujeto, sus disposiciones y motivaciones
(conscientes, inconscientes). Entre tantos trabajos, sólo uno retendremos
aquí como establecido.
869
que cada una de las dos figuras, a pesar de estar bien diferenciadas, se
vincula con la otra en la representación ideal que se hace de ellas.
Psicológicamente, como subraya Vergote con razón, es la representación
ideal, culturalmente establecida, la que es capaz de ser metaforizada o
simbolizada en su trans fert (meta phore) a una divinidad (A. Vergote,
1983, sobre todo pp. 206-211). Se encuentra efectivamente una utilización
de las cualidades parentales, bien estructuradas en torno a la
disponibilidad y a la ley, en la semántica que expresa la representación de
Dios en todos los grupos de cultura cristiana. Los rasgos maternales son
cuantitativamente más numerosos en los creyentes, que confiesan, sin
embargo, su fe en una Trinidad en la que Dios es Padre; pero los rasgos
paternales menos numerosos se atribuyen a la divinidad con una
intensidad mayor de lo que fueron para el padre (según la carne), lo cual
ocurre raras veces con los rasgos maternales. En fin, la atribución a la
divinidad de rasgos maternales o paternales (llamados anteriormente
"periféricos' se realiza en muchos casos según dos condicionamientos
culturales. Estas observaciones colocan a la teología ante ciertas opciones
cuando evoca el nombre del Padre. ¿Adquiere éste todo su sentido en la
analogía de una relación engendrarte-engendrado (tal como se define para
la vida intratrinitaría)? ¿Habrá que mantener una diferencia respecto a la
diversidad empírica de lo paternal-maternal? ¿O conviene atenerse al
significado hebreo de Padre como jefe de clan, de tribu o de pueblo, de ese
pueblo nuevo de los que responden al ofrecimiento de una filiación
adoptiva por "afiliación libre" (los hermanos y hermanas del Señor son
los/las que escuchan la Palabra y la siguen)? Y en esta línea, ¿no es
importante que la teología pastoral encuentre un discurso sin
ambigüedades que indique cómo ciertos rasgos de la figura maternal
(sosiego, protección, refugio, seguridad, ternura) y de la paternal
(autoridad, juicio, ley, poder, fuerza) deben sufrir todos ellos cierto cambio,
molesto para el deseo inclinado siempre a soñar con una madre
magnificada, con un padre magnificado, si tienen que designar la novedad
del reino anunciado y esperado según el Espíritu? La investigación
psicológica ha podido aportar una densidad nueva a los términos de esta
opción, psicopastoralmente abierta. No le corresponde a ella la elección.
870
sobre las "oraciones para pedir favores". Señalemos el ocaso rápido, entre
doce y veinte años, de una opinión según la cual existiría una relación de
causalidad externa (no con una explicación psicológica) entre diversas
oraciones y ciertos resultados que se dan por descontados o se esperan de
esas oraciones. A1 contrario, en ciertas situaciones descritas, muchos de los
encuestados en toda edad mantienen que es oportuno ("all right") rezar,
pero de otra manera. El lenguaje del amor encierra numerosas expresiones
de deseo, sin que el principal papel de la petición sea la obtención de un
favor. Una religión "revelacional" de los deseos y del proyecto divino, ¿no
introducirá en la acción y en la oración una especie de espacio espiritual en
donde se encuentren unos deseos que no son nunca totalmente
convergentes?... Pero quizá se diga: la "petición de favores" (casi milagros
que modifiquen el curso de las cosas) es propia de una l religión popular.
Sabida es la dificultad de definir lo "popular". Más vale, sin duda, recordar
los dos modos de pensar (locus of control) señalados anteriormente a
propósito de creencia en un control externo o en un control interno. Estos
dos modos de pensar se encuentran en todos los ambientes. Pero la
particularidad de cierto misticismo parece consistir en atraer la
exterioridad del control hacia la esfera del control interno que se trata de
remodelar, de reforzar y hasta de modificar de forma prodigiosa, casi
milagrosa. El .caso de la glosolalia, "discutida como don milagroso debido
a una intervención directa del Espíritu Santo", no puede ya, después de
quince años de investigación en los Estados Unidos, abordarse de esta
manera. Jamás ningún registro ha confirmado el hablar en una lengua
extranjera no aprendida por el/la glosolala. Los análisis fonéticos y
lingüísticos establecen que las glosolalias no tienen algunos de los
caracteres típicos de toda lengua instituida o hasta inventada por juego. A1
contrario, tienen ciertas particularidades que revelan algún parentesco
entre los fonemas expresivos, no orientados hacia la comunicación, de los
glosolalas, incluso cuando ellos/ ellas tienen lenguas diferentes. Se piensa
en una capacidad desigualmente compartida, como podría serlo también la
capacidad taumatúrgica de los curanderos. "Sería equivocado... hablar de
un `don' que una persona recibe y otra no, como si se tratara de una
gratuidad reservada a unos cuantos escogidos" (cardenal L.J. Sueneus,
1984). No hay nada que impida apreciar la oración en forma glosolálica; se
ha practicado en vanas religiones no cristianas. Puede enriquecerse de
significados y de simbolismos (inversión de la confusión de lenguas en
Babel, p.ej.). Es excelente la obra de síntesis psicológica realizada por H.N.
Maloney y A.A. Lovekin (1985). ¿Tendrán que optar la teología y la pastoral
entre las significaciones "funcionales" y "revelacionales" de los ritos y
oraciones? Como psicólogo cristiano, creo que entre los deseos del hombre
(religioso) y los deseos según el Espíritu trinitario se tratará siempée de un
compromiso, por lo demás necesario, si el Verbo surgió en la realidad de la
historia humana con un proyecto nuevo sobre el mundo (A. Godin, 1986, c.
7). Nuevo quiere decir distinto de las esperanzas que el hombre religioso
puede poner en Dios o en los dioses (S. Freud).
871
fundador(es), tiene que arrostrar inevitablemente la cuestión del paso de
los mitos, culturalmente integrados y pasivamente recibidos (p.ej., en la
imaginación de los niños), a su transformación activa en símbolos
(/Semiología 11) con significado religioso. En una catequesis cristiana se
considera generalmente que diversas creencias deberían desprenderse
progresivamente de su forma imaginaria para abrirse a una fe libre y
activa. La aportación de R. Goldman (1964), a pesar de su marco
operacional demasiado estrechamente cognoscitivo, ha rendido un gran
servicio al hacer que se tome conciencia de la Edad Media, antes de la cual
no es accesible en la mayor parte de los casos el significado de ciertos
relatos. Por otra parte, una especie de fundamentalismo (literalismo) en la
interpretación de las Escrituras se ha desarrollado como un
"antimodernismo" en los Estados Unidos, ya desde muy pronto (1910), en
grupos marcados por un autoritarismo con efectos psicológicamente
desastrosos. Actualmente influye en ciertas corrientes de pensamiento,
sobre todo en Francia (D. Hervieu, 1986; Léger, 1988), sin abrir
perspectivas duraderas de poder influir en una sociedad afectada
profundamente por la l secularización (J. D. Hunter, 1983). Las
modalidades de creencia en la Escritura (literalidad, antirreligiosidad,
mito-simbolismo) han inspirado un cuestionario, el LAM de R.A. Hunt
(1972), que sólo se ha aplicado a grupos muy modestos de población. Un
poco adaptado según los ambientes socio-culturales, rendiría grandes
servicios en pastoral, así como en teología fundamental. Más de cuarenta y
cinco años después de la Divino afflante Spiritu, de Pío XII (1943),
permitiría a los creyentes, evocando, por ejemplo, el relato de la pesca
milagrosa, atestiguar su fe, en el sentido del relato (la promesa a los
discípulos de convertirse en "pescadores de hombres', pronunciándose -o
no- sobre el hecho milagroso de esta pesca, y también a los no-creyentes,
rechazar el uno y el otro. Más vale saber en qué punto se encuentran las
Iglesias y sus diversas familias espirituales.
Muy distinto es el servicio prestado por J.-P. Deconchy con sus dos
volúmenes de investigaciones sobre la ortodoxia (1971, 1980). No se trata
ya de describir y de evaluar una situación de las creencias, sino de proceder
a experimentaciones capaces de revelar la estructura y la función de un
dinamismo esencial a toda institución que intente mantener un modo de
pensar (ideología) o de asentimiento cognoscitivo (creencias). Es curioso
cómo antes de 1971 la palabra "ortodoxia" no figuraba en seis de los
grandes diccionarios clásicos de teología publicados después de 1932.
Otros diccionarios más modestos o recientes vacilaban entre "opinión
recta" u "opinión conforme a una enseñanza revelada". Las
experimentaciones han recaído ante todo en el léxico religioso disponible a
propósito de "Dios" en comparación con otras palabras inductoras (casa,
padre, etc.): el número de palabras diferentes inducidas por
872
tres dimensiones: la regulación Dsicosocial de la pertenencia (A), el
desnivel percibido de ciertos enunciados respecto a la razón (éR) o
respecto al corpus bíblico (éC). Después de una primera medición de la
ortodoxia de un grupo, si la experimentación introduce una alteración de
uno de estos tres elementos, la segunda medición descubre un
reforzamiento compensatorio de los otros dos. En conjunto, el contenido
de la información es menos importante que la regulación de la pertenencia.
La cohesión de un grupo prevalece sobre el significado de los enunciados
(éR), por ejemplo. En cuanto a la relación con las citas bíblicas (éC), se
emplea sobre todo para sostener unas proposiciones aceptadas por los
entrevistados, pero que carece de eficacia para las proposiciones
"dogmáticamente" rechazadas. La ortodoxia funcional, estudiada de este
modo, muestra que los sujetos utilizan menos la fuente bíblica para
vislumbrar nuevas proposiciones posibles que para proteger unas
informaciones "absolutamente" ciertas por estar ya reguladas por el grupo-
Iglesia. Así se vería psicológicamente confirmado un proverbio según el
cual la tradición prevalece sobre la Escritura. ¿Pero es éste un proverbio
teológico, sise reconoce que la Escritura es ya el producto de una tradición?
Algunas nuevas experimentaciones (Deconchy, 1982) han puesto de relieve
otros elementos que sirven de apoyo aciertos enunciados-doxem as
derribados por una información científica: la utopización ("más tarde, los
que tengan fe alcanzarán una comprensión mejor de la proposición
afirmada', la escatologización ("el final de los tiempos revelará plenamente
lo que quiere decir esta proposición'~ y la mistificación ("con ayuda del
tiempo... diversas instancias religiosas -el magisterio, los teólogos, los
místicos- contribuirán a hacer ver su verdad'. Incluso en el caso de
proposiciones más desviadas respecto a la estructura del sistema ortodoxo,
se concede este reforzamiento "venidero" más frecuentemente a los
místicos que a los teólogos o al magisterio. Es ésta una tendencia de los
años 1975-1980, que puede coyunturalmente reorientarse...
873
el lenguaje formalizado. Idealmente, un á teología simbólica debería
recoger en un solo discurso las referencias bíblicas, la reflexión
especulativa y la presencia del debate contemporáneo" (C. Geffré, 1969).
Recoger en un solo discurso: ¿se trata de un proyecto o de un sueño? Lo
cierto es que este teólogo designaba tres tipos de lenguaje muy diversos
entre sí. El psicólogo social ha presentado los resultados de una obra,
compleja -pero ya realizada, que es difícil discutir en su terreno. El doble
sentido de los símbolos no podrá prescindir nunca de las constataciones
laboriosas que provienen del terreno: el "debate contemporáneo". La
estructura y el dinamismo de la ortodoxia mejor iluminada no pueden
resultar indiferentes para la teología fundamental.
874
New Brunswick (N.J.)1983; JAMES W., The Varieties ofReligious
Experience, Nueva York 1902, 19632; LADRI$RE L., L árticulation du sens
II, Les langages de la foi, París 1984; LAGACHE D., Lunité de la
psychologie, París 1949; MALEVEz L., Nouveau Testáment el
Wologiejonctionnelle, en "RSR"' 48 (1958) 258-290; MALONY H.-N. y
LOVEKINS A.A.,;Glossolalia, Nueva York 1985; MILANESI G. y ALETTI
M., Psicologia della religione, Turín. 1973; NADFkAU J.G., La proctitutiqn:
une affaire de sens, Montreal 1987; PALOUTZIAN R., Invitation lo the
Psychology of Religion, 'Gelnview (Ill.) 1983 POHIER J. M., Psychologie el
théologie, París 1967; PRUYSER P., A Dynamic Psychology of Religion,
Nueva York 1968; RICOEUR P., Philosophie de la volonté I, Le volonlaire
el IFnvolontaire, Paris 1949; RIDICKJ., Structure psyéhologique el
vocation, Bruselas-Roma 1978; ROTTER J. B., Expectancies for Interna!
versus Externa! Control ofReinjorcement, en "P.sychological Monographs"
80 (1966) 1-28; SCHARFENBERG J., Seelsorge als Gesprüch, Gotinga
1972 SECONDIN B.,:Segni di profezfa nella Chiesa, ~ Milán 1987; SPILKA
B., HOOD R. y GORSUCH R., The Psychology of Religion: an Empirical
Approach, Englewood (N.J.) 1985; SPILKA B., SHAVER P. y K~PATRICK
L.A., A General Attribution Theory for the Psychology of Religion, en "J.
fór the Se. Study of Religion" 24 (1985) 1-20; SUENENS J.L., Entretien
avec Fabien Deleclos, en "Libre Belgique" (30 avril 1984) 1; ID, Une
nouvelle Pentecóte, Bruselas-París 1974, 119-125; THURSTONE L.L. y
CHAVE E.J., 7he Measurement ofAttitudes, Chicago 1929; THURSTONE
L.L., Tlte Measurement of Values, en "Psychological Review" 61 (1954) 47-
58; VAN DER LANS J. M., Religieuse ervarfng en meditatie, Nimega.l978;
VAUGHAN R.P., Basic Skills for Christfan Counselors, Nueva York 1987;
VERGOTE A. Religion el psychanalyse, en "Encyclo-, paedia
Universales"XIV (1972) 38-39; ID, Psychanalyse el interprétation biblique,
en "DBS" 4849 (1975) 252-260; ID, Religion, foi, incroyance, Bruselas
1983; VERGOTE A. y TAMAYO A., The Parental Figures and the
Representation of God, París-Nueva York 1981; WELFORD A.T., An
attempt at an experimental approach te the psychology ofreligion, en
"British J. of Psychology" 46(1946)55-73; WULFFD.W., Psychological
Approaches en E. WHALING (ed.), Contemporary Approaches lo the Study
of Religion, BerlínNueva York-Amsterdam 1985.
A. Godin
875
algunas consideraciones sobre los problemas abiertos en la actualidad. En
esta perspectiva y con la intensión de limitarnos a los aspectos más
importantes, los puntos fundamentales de nuestra presentación podrían
señalarse así: 1) delimitación de su contenido desde el punto de vista
sociológico; 2) exposición de las principales aportaciones ofrecidas por los
diversos autores; 3) descripción pluridimensional del:fenómeno religioso;
4) situación epistemológica actual de la sociología de la religión.
876
problemática que de allí se deriva en la relación entre religión y contexto
cultural. En efecto, actualmente se ha superado, o mejor dicho completado,
el planteamiento tradicional de la variable "dependiente" o
"independiente", y se capta una relación más compleja y realista que se
expresa en términos de variable "autónoma". Esta última teoría afirma que
entre la religión y la sociedad existe una multiplicidad de relaciones activas
y pasivas, por lo que es posible la aplicación del "modelo cibernético", tal
como nosotros mismos llevamos ya haciendo desde hace tiempo. Por eso
mismo explica tanto la persistencia del fenómeno religioso como su
transformación, así como su diversa configuración en un contexto concreto
a lo largo de los años.
877
origen de la religión, la dinámica del fenómeno religioso en sí mismo o en
relación con los otros fenómenos sociales. Se pueden distinguir en él dos
corrientes especialmente respecto al modo de plantearse la relación con la
sociedad. La primera corriente se designa en lenguaje técnico como teoría
de la variable dependiente, mientras que la segunda corriente, que
reproduce más bien el planteamiento opuesto, se designa como teoría de la
variable independiente.
878
Pero esta capacidad de influencia es diferenciada y depende de la
metafísica (inmanentista o trascendentalista) en que se apoya una religión
determinada y de la ética (mundana o extramundana) que se deriva de ella.
La concepción inmanentista resuelve el problema de la discrepancia entre
el mundo real y el ideal con conceptos pasivos y de aquiescencia, que llevan
a la contemplación de la divinidad y a una concepción automática y
mecánica de evolución del mundo. La concepción trascendentalista se basa
en el concepto de creación y de proyección finalista de la creación y
compromete en un papel activo de transformación del mundo. Cada una de
estas dos orientaciones particulares se distingue a su vez en mística, y
ascética, connotando de este modo una acentuación mayor en un sentido o
en otro, dando origen, finalmente, a cuatro tipos fundamentales. Según
Weber, la incidencia de la religión en la realidad social consiste
principalmente en el mayor empeño y conciencia de compromiso en la
actuación de una función religiosa propia en la relación con el mundo. Ésta
se da principalmente por lo que él llama ascetismo mundano, que consiste
sustancialmente en la fuerte identificación entre la profesión y el concepto
de vpcación (expresadas en alemán por el mismo término, Beruf) en
sentido religioso. Weber expone este planteamiento en varias partes de su
obra, y especialmente en La ética protestante y el espíritu del capitalismo.
879
c) La orientación actual. En estos últimos años se ha constatado un giro en
las investigaciones aplicadas al fenómeno religioso. Se ha intentado por
una parte evitar los defectos del planteamiento de los primeros sociólogos,
así como los inherentes a la orientación sociográfica, realizando un tipo de
aproximación más amplio y comprensivo y al mismo tiempo de mayor
validez científica.
880
palabras, símbolos), con cuya participación el hombre manifiesta sus
relaciones con Dios, encon• trando en ellos la potenciación de su misma
religiosidad. Pueden distinguirse tres funciones principales de los ritos
religiosos: expresiva, instrumental, comunitaria. El conjunto de los ritos
registra además una serie de distinciones internas que se han hecho más o
menos notorias y corrientes en la literatura. Se tienen ritos repetitivos y no
repetitivos según su naturaleza íntima y los efectos que producen, ritos que
pueden actuarse comunitariamente y ritos que se ejecutan a nivel
individual, etc.
881
de tocar de forma correcta, teniendo en cuenta tanto el objeto que le es
propio como el método que caracteriza a sus planteamientos.
En relación con los temas de naturaleza metodológica hay que aludir ante
todo al problema de la delimitación del fenómeno religioso. Esta dificultad
afecta al status de la sociología de la religión en el plano de las diversas
ramas de la sociología general, reduciendo la sociología de la religión a un
aspecto de la sociología del conocimiento.
Por otra parte, no han faltado los que han acentuado la dificultad de operar
sobre el objeto de la sociología de la religión hasta llegar a negar la
perspectiva de encontrar y de usar empíricamente los indicadores
adecuados para mantener un estatuto académico y científico satisfactorio.
De "aquí se siguen, para estos autores, graves problemas en la realización
de investigaciones empíricas dentro de un determinado contexto
sociocultural y en la valoración de la fiabilidad y objetividad de los
882
resultados (crisis del estatuto epistemológico). Sin embargo, en este
planteamiento no se excluye una cierta tendencia inducida por una
concepción ideológicamente desfavorable de la religión en sí o de una
religión histórica concreta.
BIBL.: AA.VV., Religion and Social Change, Acts of 13th CIRS, Lille 1975;
BERGER P.L., La construcción social de la realidad, Madrid 1986; ID, Para
una teoría sociológica de la religión, Barcelona 1971; CAMBELL C., The
Sociology of Religion, Londres 1971; CARRIER H., Psico-sociología de la
afiliación religiosa, Estella 1977; DURKHEIM E., Lasformas elementales de
la vida religiosa, Madrid 1982; FICTHER J., Social Relations in urban
Parish, Chicago 1954; GLGCK C.Y. y BELLAH R.N., The new Religious
Consciousness, Berkeley 1976; LE BRAs G., Études de sociologie religieuse,
París 1956; LUCKMANN, The Invisible Religion, Nueva York 1968;
MILANESI G., Sociología de la religión, Madrid 1974; O'DEA T., The
Sociology of Religion, Nueva Jersey 1966; ROBERTSGN R., Sociological
Interpretation of Refgion, Oxford 1970; SCARVAGLIERi G., L9stítuto
religioso comefatto sociale, Padua 1973; In, Religione e societá a confronto,
Reggio Emilia 1982; WACH J., Sociologie de la religion, París 1955;
WEBERM., La éticaprotestante y el espíritu del capitalismo, Madrid 1984.
G. Scarvaglieri
Los cristianos nos hacemos cada vez más conscientes del pluralismo
religioso, que crece rápidamente, en el que vivimos de día en día en medio
de musulmanes, hindúes, budistas y miembros de otras tradiciones
religiosas. Cada uno de estos credos proclama su propio mensaje de verdad
eterna y de salvación. Al cristiano también se le plantea el problema de
883
comprender otras creencias a la luz de su propia fe y compromiso. Se le
plantea el problema teológico de cómo dar cuenta de la diversidad de vida
religiosa con la afirmación de verdad de cada uno. ¿Es el cristianismo la
única verdadera religión absoluta dirigida a toda la humanidad? ¿Puede el
cristianismo al mismo tiempo reconocer valores religiosos auténticos en
otras credos? Si Cristo es el único camino verdadero hacia Dios y es el
mediador universal entre Dios y el hombre, ¿qué podemos decir de otras
religiones como caminos de salvación, de otros fundadores o profetas
religiosos en cuanto que muestran el camino de salvación? ¿Se salvan los
hombres de otras creencias? ¿Cuál es su valor salvador desde la perspectiva
cristiana? ¿Hay algún tipo de revelación sobrenatural en otras religiones?
Puede haber una teología de las religiones desde el punto de vista hindú,
budista e islámico, en la medida en que estos diferentes adeptos religiosos
reflexionan sobre el encuentro de las religiones del mundo o sobre la
relación de su propia religión particular con otras religiones a la luz de su
propia fe. Ésta es la razón por la que llamamos a nuestra disciplina teología
cristiana de las religiones. En este punto surge una interesante cuestión.
¿Puede haber una teología universal de las religiones? Una teología
universal de las religiones se entiende a veces como la reflexión sistemática
sobre la religión que incluye a todas las religiones y se orienta no a una
comunidad religiosa particular, sino a todas las comunidades religiosas.
Esto significaría que los "teólogos" tendrían que reflexionar y hablar de una
forma que fuera inteligible para todos, en un lenguaje compartido por
todos, sin reemplazar por eso el lenguaje religioso particular (Leonard
Swidler). Esta teología universal de las religiones, desde mi punto de vista,
es más una filosofía de la religión que una teología de la religión, pues la
teología es siempre una reflexión sistemática sobre la propia fe en toda su
especificidad y peculiaridad, no simplemente sobre sus elementos comunes
con otras creencias.
884
religiosas concretas de los hombres religiosos es tenida en cuenta en la
explicación y elucidación de la verdad revelada, el culto y la práctica.
885
son más significativas que las semejanzas y los puntos de contacto. A la luz
de la revelación en Cristo vemos en las religiones no cristianas sólo una
desorientación fundamental del hombre y un buscar a tientas a Dios, que
encuentra una solución divina insospechada en Cristo (ib).
886
esencia de la religión es entendida de varias maneras: como creencia
doctrinal, moral o experiencia. Algunos afirman que es misticismo
(Hocking), el sentimiento de dependencia absoluta (Schleiermacher), el
sentido numinoso de lo santo (R. Otto), el reconocimiento de todos
nuestros deberes como mandamientos de Dios (Kant) o el encuentro
personal con Dios (Farmer). En este caso la interpretación cristiana de
otras religiones será que contienen la esencia de la religión en diverso
grado de imperfección y realización parcial, mientras que el cristianismo
constituye la manifestación más plena de esta esencia.
887
ejemplo; ni es la Iglesia una sociedad voluntaria de quienes se interesan
por Cristo. La Iglesia es el cuerpo de Cristo; es decir, el organismo, más que
la organización, en el que y a través del que Dios, en Cristo, es reconocido y
adorado.
El concilio dice que también pueden alcanzar salvación eterna aquellos que
sin culpa propia no conocen el evangelio de Cristo o su Iglesia y, sin
embargo, buscan sinceramente a Dios y, movidos por la gracia, se
esfuerzan con sus obras en hacer su voluntad tal como les es conocida por
los dictados de conciencia (LG 16). El misterio pascual de Cristo es
verdadero no sólo para los cristianos, sino para todos los hombres de
buena voluntad en cuyo corazón la gracia opera de una manera invisible.
Porque, si Cristo murió por todos los hombres y si la vocación última del
hombre es de hecho una, necesitamos creer que el Espíritu Santo, de una
manera conocida sólo por Dios, ofrece la posibilidad de ser asociado a su
misterio pascual (GS 22). El concilio habla de las maneras y modos en los
que la acción salvadora de Dios llega a los no cristianos, a saber: a través de
las realidades creadas (GS 36) y a través de la ley interior (GS 16) y la
conciencia (1311 3).
888
religiosos con que los hombres buscan a Dios pueden a veces servir como
camino orientativo hacia el verdadero Dios, como una preparación para el
evangelio (AG 3). Cualquier bondad o verdad halladas en ellas es
considerada por la Iglesia como una preparación para el evangelio (LG 16).
De nuevo enseña que aquellos que no han recibido el evangelio están
relacionados de varias formas con el pueblo de Dios (AG 16). Menciona
primero a los judíos, después a los musulmanes y aquellos que a través de
sombras y figuras buscan al Dios desconocido, y quienes sin culpa suya no
han llegado todavía a un conocimiento explícito de Dios, pero que se
esfuerzan por vivir una vida buena, gracias a su gracia.
889
Biblia "reino de Dios", justificación, salvación, renacimiento, nueva vida,
comunión con Cristo. Trae luz y vida; de ahí que también se llame
revelación, iluminación, vida, espíritu, energía. Es ésta una terminología
típicamente cristiana, utilizada para calificar la novedad de la revelación y
experiencia cristianas. No podemos decir que la realidad denotada por
estos términos exista de idéntica manera fuera del cristianismo, puesto que
esto no tendría en cuenta la insistencia con la que las fuentes cristianas
perfilan la nueva experiencia en Cristo. Por otra parte, no podemos decir
simplemente que esta experiencia no tiene nada en común con la que le
precede, anticipa y prepara, puesto que eso no respondería al plan divino
tal como está descrito en las mismas fuentes y que está en la base de los
esfuerzos misioneros de los apóstoles. La verdadera solución, que sería fiel
a la tradición bíblica y a las conclusiones de la fenomenología de las
religiones, es admitir "diversos grados de participación", gracias a los
cuales los hombres son informados de la economía divina. Esta gradación
de participación, en la esfera de un gran plan unitario, está en la base del
prólogo de san Juan y de los dos primeros capítulos de la carta a los
Romanos, donde se muestra claramente la relación entre la economía
salvadora efectuada en Cristo y la del AT y de la humanidad que no ha
recibido la Torah (P. Rossano).
890
hermandad y la comunidad cristiana cumplen las aspiraciones de la
sociedad y de la asociación comunes a las religiones, y que la misma
sacramentalidad de los actos sagrados (el bautismo y la eucaristía)
responden a la búsqueda universal de un medio eficaz de establecer
contacto con lo divino.
891
filósofos se les concedía un cierto favor; pero ninguno, o casi ninguno, a las
diversas religiones. Las religiones paganas se identificaban con el
politeísmo del populacho y eran sencillamente la obra del demonio. Hay un
reconocimiento del fracaso del esfuerzo humano cuando es abandonado a
si mismo, que exige la venida de Jesucristo.
892
Las religiones son un movimiento del hombre hacia Dios; la revelación da
testimonio de un movimiento de Dios hacia el hombre. El ámbito de todas
las religiones es manifestar a Dios a través de la repetición de los ciclos
natural y humano. El objeto de la revelación es un acontecimiento único, es
decir, el acontecimiento de Cristo. Si este acontecimiento es único,
entonces la revelación tiene que ser necesariamente única, que consiste en
creer en la realidad de ese acontecimiento único. Además, las religiones,
creadas por el genio humano, atestiguan el valor de importantes personajes
como Buda, Zoroastro, Confucio, pero están marcadas por- los defectos de
lo que es humano. La revelación es la obra de Dios solo. El hombre no
puede aducir ningún pretexto para ello, puesto que no tiene ningún
derecho a ello. Siendo un puro don de Dios, es la verdad infalible la que se
aplica en un sentido sólo a Dios. La religión expresa el deseo que el hombre
tiene-de Dios, que continuamente postula en su vida; por otra parte, la
revelación atestigua la respuesta de Dios a este deseo, conduciéndole a la
salvación que sólo Jesucristo asegura. La revelación es profética y
escatológica, fuera del alcance del hombre. Pero la revelación no destruye
la religión, sino que la realiza.
893
son buenos, aun cuando estén más o menos pervertidos. Estos elementos
tienen un papel de preparación, y constituyen "piedras de expectación",
que esperan ser asumidas en la catolicidad de la Iglesia, transformadas y
salvadas. Aun cuando la pertenencia a la Iglesia es necesaria para la
salvación, hay suplementos de esta pertenencia que siempre siguen siendo
misteriosos.
894
específico, determinante. Todo hombre tiene que tener la posibilidad de
participar en una auténtica y salvadora relación con Dios. Dada la
naturaleza social del hombre, el hombre concreto no puede llevar a cabo
esta relación con Dios en una intimidad completamente individual y fuera
de la religión de su medio, puesto que la inserción de la profesión
individual de la religión en un orden social y religioso es uno de los
elementos esenciales de la religión verdadera y concreta. La voluntad
salvadora de Dios llega al hombre por voluntad y permiso divinos en su
religión concreta, en su situación existencial y concreta, en su
condicionamiento histórico cultural. Esto no excluye por parte del hombre
el derecho y la posibilidad de ser crítico y de seguir los impulsos religiosos
de reforma dentro de su propia religión.
895
redentora de Cristo. Por esto es distinta la historia especial de la salvación
que .concierne a Israel y a la Iglesia. Tenemos que entender la historia
universal de salvación desde el punto de vista de la historia especial de
salvación. La historia de salvación no se refiere solamente- a las decisiones
personales de los hombres; deja su sello en todo lo que el hombre hace en
la historia. Por eso es posible considerar la religión como la expresión
social de la historia universal de salvación. Como tal, las religiones son los
caminos de salvación ofrecidos por Dios a sus adeptos. En cuanto caminos
de salvación son legítimos y conservan su valor hasta que son llamados a
sobrepasarlos en su encuentro con la Iglesia. No todos los seguidores de
Rahner entienden de la misma manera la expresión "caminos de
salvación". Rahner encuentra el valor de las religiones en la teología de la
gracia y en la existencia del "cristianismo anónimo".
896
tanto a los no creyentes como a los no cristianos. Cuando un modelo
sociológico o antropológico es introducido en teología, tiene que ser
controlado a la luz de la revelación y de la tradición. En esta perspectiva, la
teología de las religiones está en su etapa inicial; se necesita más
investigación para evaluar estos métodos.
BIBL.: BARTn K., Dogmatigue II, Ginebra 1953-1954; Bouaux V., Teología
delle Redigioni, Roma 1973; DANItLOU J., Christianity and non christian
Religions, en P. BURKE (ed.), The Word in History, Londres 1968; In,
Fssaá Bulle Mysrére de I'Histoire, París 1960; D'COSTA G., 77teology and
Religious Pluralism, Oxford 1986; DHAVAMONY M. Teología delle
Religioni, Apuntes, Roma 1986; In (ed.), Evangelization, Dialogue and
Development, Doc. Miss. n. S, Roma 1972; HEISLBETZ, 77teologische
Gründe der nichtchristliehen Religionen, Friburgo 1967; HiCx J., God has
many narres. Londres 1980 ID, Problems ojReligious Pluralism, Nueva
York 1985; HICR J. y KNrt-reR P. (eds.), The Myth ojChristian
Uniqueness: Toward a Pluralistic Theology ojReligions, Nueva York 1987;
KNtrreeP., No other Name~ A critical survey of christian attitudes towards
the world religions, Nueva York 1985- KRAEMER H., Religion and the
Christian Faith, Londres 1956; In The Chrisrian Message in a non-christian
world, Londres 1938; KONG H., Christianity and World Religions, Nueva
York 1986 PANIKER R., Religión y religiones, Gredos, Madrid 1965;
PANNIxAR R., El Cristo desconocido del hinduismo, Marova-Fontanella,
Madrid-Barcelona 1971; RACE A., Christians and Religious Pluralism,
Nueva York 1982; RANNER K., Historia del mundo e historia de la
salvación, en Escritos de Teología V, Madrid 1964, I1S-13S; In El
cristianismo y las religiones no cristianas, en Escritos de Teología V,
Madrid 1964, 135-IS6; In, Los cristianos anónimos, en Escritos de Teología
VI Taurus, Madrid 1969, 535-544; In, Valore salvifico delle religioni non
cristiane, Congresso internazionale di Missiologia, Roma 1975, 3-I l;
Rossano P., II problema teologico delle religioni, Roma 1975; ScnLerrs H.
R., Towards a Theology oj Religions, Londres 1965; Sumes C., Towards a
World 7heo%gy, Londres 1980; Teas G., Propos el problémes de la
theologie des religions non ehrétiennes, Tournai 1966; ID, Présence el salut
de Dieu chez les non-chrétiens, Lovaina la Nueva 1987.
M. Dhavamony
897
REVELACIÓN
SUMARIO:
1. Introducción;
2. Premisas metodológicas;
3. Revelación veterotestamentaria;
4. La revelación en el NT;
5. El tema de la revelación en los padres de la Iglesia;
6. Las declaraciones del magisterio;
7. Reflexión sistemática: singularidad de la revelación cristiana;
8. Rasgos específicos de la revelación cristiana;
9. Conclusiones
R. Latourelle
Una crisis de tales dimensiones no puede superarse con paliativos, sino con un
redescubrimiento de esa intervención desconcertante, inaudita, de Dios en la carne y el
lenguaje de Cristo. En tiempos del imperio romano, el cristianismo tuvo que
enfrentarse con el paganismo; esta vez se las tiene que ver con el hombre poscristiano,
que ha abandonado o traicionado a Cristo. El primero venía a Cristo; el segundo tiene
que convertirse y volver a él. Como se dijo en el sínodo de 1985 y en la exhortación
Christifideles laici, el hombre occidental necesita una "segunda evangelización".
Pero no es una tarea fácil lo que parece ser un servicio necesario. La primera dificultad
proviene del distinto ángulo de aproximación que escogen los propios teólogos. En
efecto, cierto número de teólogos, católicos o protestantes, a fuerza de "problematizar",
han "entenebrecido" tanto la reflexión teológica que han logrado "velar" esa realidad
que, paradójicamente, se llama "revelación" o "desvelamiento". El hecho es que han
escogido, como punto de partida, lo inexplicado para iluminar lo explieante. En vez de
dejarse llevar por la corriente misma de la revelación para escuchar lo que ella dice de
sí misma, han partido de presupuestos teológicos.
2) Otros teólogos han escogido como punto de partida el fenómeno universal de las
religiones. Observando que todas ellas se dicen religiones de revelación, con modelos
parecidos (mediadores, ritos, instituciones), concluyen que la revelación cristiana es la
forma superior de una experiencia común. Este comparatismo religioso corre el riesgo
de caer en las posiciones reductivas de Schleiermacher y de Sabatier o en las posiciones
más avanzadas del modernismo. La fe cristiana tiene "lugares" normativos -como el
don de Cristo- que desafían toda espera y toda experiencia humana.
3) Otros, en vez de partir del "universal concreto", a saber: Cristo, creen preferible
poner primero un telón de fondo, a saber: la "revelación trascendental", la gracia
universal de la salvación concedida a todo hombre que viene a este mundo. La
revelación crística o "especial" aparece entonces como un episodio más importante, un
momento más intenso de esta revelación universal. En vez de partir del universal
concreto y conocido, se parte del universal oculto e indeterminado, que escapa a la
comprensión de la conciencia humana. Ni la Escritura ni los documentos del magisterio
adoptan esta perspectiva.
4) Finalmente, otros se dejan guiar por los vocablos, concretamente por la palabra
revelar (apokalyptein). Pero también los vocablos son un terreno con trampas. Si es
verdad que el término "revelación" se ha convertido en el término técnico para designar
la automanifestación y la autodonación de Dios en Jesucristo, no ocurre lo mismo en
899
las fuentes bíblicas. Así, en el AT, revelar-revelación tiene un eco apocalíptico
indiscutible y cubre tan sólo parcialmente una realidad mucho más amplia. En el NT
hay una constelación de unas treinta palabras que sirven para describir la revelación en
su aspecto activo o pasivo. En el AT el término palabra prevalece sobre el de revelación,
ampliándose en el NT hasta convertirse en el Logos de san Juan. La verdad es que el
término evangelio es el que más se acerca al sentido actual de revelación. Si la presencia
de los vocablos tiene que mantenernos alerta, no puede ser suficiente.
5) ¿Estamos, entonces, en un callejón sin salida? ¿Es imposible definir esa realidad
polivalente que llamamos revelación? Creo que podemos apelar a dos criterios de
discernimiento:
a) ¿Encontramos en la tradición cristiana lo que hoy se indica con el término preciso y
técnico de revelación, tal como se propone, por ejemplo, en la Dei Verbum? No se trata
de forzar los textos para hacerles decir lo que comprendemos hoy, sino de ver si, ya en
el origen, no habrá un surco luminoso, lejano al principio, apenas perceptible, como
una serie de puntos claroscuros y separados, cuya unidad percibe con dificultad el ojo,
pero que acaban estableciendo unos puentes, luego una línea cada vez más firme, cada
vez más brillante, hasta convertirse en la luz deslumbradora que es Cristo, mediador y
plenitud de la revelación (DV 2,4). La l Dei Verbum, que es un punto de llegada, se
parece a un faro que al que busca le evita perderse por caminos sin salida: va
"jalonando" su búsqueda.
b) Revelación patriarcal. La revelación recibe sus primeros contornos con Abrahán y los
patriarcas. Sin embargo, los relatos patriarcales no son históricos" en el sentido
moderno de la palabra: no son ni biografías, ni mitos, ni cuentos populares, ni
leyendas, sino "relatos populares religiosos": quieren hacer compartir la experiencia de
un Dios de tipo particular, ya que ella fundamenta la experiencia de Israel como pueblo
creyente. Habría podido concebirse esta experiencia como la de una iluminación y un
conocimiento sobre Dios, a la manera de Buda. Pero no hay nada parecido en la vida de
Abrahán, sino una serie de acontecimientos y de decisiones provocadas por Dios y por
su llamada: "La palabra del Señor fue dirigida a Abrán" (Gén_15:1). Ese Dios es un Dios
"desconcertante", que "pone en camino": "Sal de tu tierra... y vete al país que yo te
indicaré" (Gén_12:1; Gén_22:1-2). Abrán vive la experiencia de una partida hacia lo
desconocido, con una sola garantía: la promesa de Dios. Él sabe que Dios lo guía, pero
en una dirección insospechada (Gén_15:5.6.12.17). En lo más profundo de esta noche
de fe surge una promesa gratuita, unilateral, incondicionada: la de una descendencia
innumerable (Gen 17), seguida de un cambio de nombre: Abrán se convierte en
Abrahán, "padre de una multitud". Esta promesa parece incluso estar en contradicción
con los hechos, ya que Abrahán y Sara no tienen descendencia. Pero Dios es fiel más
allá de lo improbable y hasta de lo imposible. Sara engendra un hijo. Mas apenas
nacido Dios lo pide en sacrificio (Gén_22:1-19). En medio de las tinieblas, Abrahán se
pone en manos de Dios "que ve" (Gén_22:1-14). Al Dios que se le había manifestado
como señor de la historia y de la vida y como el Dios de la promesa, Abrahán responde
con una disponibilidad total: su reacción es la de la fe y la obediencia. Por eso Abrahán
es el "padre de los creyentes" (Rom_4:16). En esta primera etapa de la revelación,
prototipo de toda la revelación venidera, Dios se manifiesta por su obrar en la historia:
un obrar que es promesa y cumplimiento, palabra eficaz que realiza la salvación que
901
promete. Consiguientemente, a la promesa responde, no ya una "gnosis sobre Dios",
sino una fe obediente.
Yhwh está siempre presente, activo, siempre dispuesto a salvar, y sólo él. Al revelar su
nombre, Dios toma partido por Israel, que se convierte en su elegido y luego en su
aliado. La liberación, la elección, la alianza, la ley, forman un todo indivisible. En
efecto, la alianza y la ley no se comprenden más que a la luz de todo el proceso
liberador que tiene en ellas su consumación. Por la alianza, Yhwh, que probó a Israel su
poder y su fidelidad, hace de este pueblo su propiedad y se convierte en el jefe de la
nación. Las "palabras de la alianza" (Éxo_20:1-17), o las "diez palabras" (los debarim:
Éxo_34:28), expresan el exclusivismo del Dios de Israel y las exigencias morales del
Dios "santo" que se alía con un "pueblo santo". Al aceptar la alianza, Israel acepta el
estilo de vida que responde a su vocación. Pero la salvación precede a la elección, a la
alianza y a la ley. En adelante, el destino de Israel está ligado a la voluntad de Dios
históricamente expresada y basada en el acontecimiento de la liberación. En el éxodo,
Israel ha tenido la experiencia de un encuentro; pero Yhwh no puede reducirse al
acontecimiento. Por medio de Moisés, revela su nombre y el sentido del
acontecimiento. Israel emprende una existencia dialogada, situada en un contexto de
llamada y de respuesta. Desde su origen, la revelación posee ya su estructura de
acontecimiento-significante. La dialéctica de la promesa y del cumplimiento sigue
adelante. Al revelarse como el Dios de la historia. a los patriarcas, y luego a Israel, Dios
confiere ya a la revelación histórica su dimensión universal.
Los profetas anteriores al destierro (Amós, Oseas, Miqueas, Isaías) son los guardianes y
los defensores de la alianza y, de la ley. Su predicación es una llamada a la justicia, a la
fidelidad al Dios tres veces santo; pero como Israel es infiel a las condiciones de la
alianza; el dabar divino pronuncia las más de las veces condenaciones y anuncia
castigos (Amó_4:1; Amó_5:1; Ose_8:7-14; Miq 6=7; Isa_1:1020; Isa_16:13; Isa_28:13-
14; Isa_30:12-14). Estos castigos no serán revocados. El tema de la irreversibilidad y de
la eficacia de la palabra.de Dios se afirma claramente en Isa_9:7 : "El Señor ha lanzado
una orden contra Jacob y va a caer sobre Israel". Puro dinamismo, la palabra se dispara
como una flecha y produce sus efectos por etapas sucesivas.
El Deuteronomio, que se deriva de los ambientes del norte, influidos por la predicación
profética de los siglos ix y vIII, se encuentra en la confluencia de dos corrientes: la
corriente legalista, que es la expresión del sacerdocio, y la corriente profética. Bajo esta
doble influencia se profundiza la teología de la ley. El Deuteronomio vincula más que
902
nunca la ley al tema de la alianza. Si Israel quiere vivir, tiene que poner en práctica
todas las palabras de la ley (Deu_29:28), ya que esta ley, salida de la boca de Yhwh, es
fuente de vida (Deu_32:47). Pero el Deuteronomio incluye además en la ley mosaica
todas las cláusulas de la alianza (Deu_28:69), es decir, todo el corpus de leyes morales,
civiles, religiosas, criminales. Por fin, la palabra de la ley se "interioriza": "La palabra
está muy cerca de ti; está en tu boca, en tu corazón, para que la pongas en práctica"
(Deu_30:11-14). La ley consiste en amar a Dios con todo el corazón y con toda el alma
(Deu_4:29).
En tiempos del destierro la palabra profética, sin dejar de ser palabra viva, se hace cada
vez más palabra escrita. En este sentido, es significativo que la palabra confiada a
Ezequiel esté inscrita en un rollo que el profeta tiene que asimilar para predicar su
contenido (Eze_3:1s). Un carácter importante de la profecía de Ezequiel es su tono
pastoral. Tras la caída de Jerusalén (Eze_33:1-21), Israel deja de existir como nación.
La palabra de Yhwh se hace entonces palabra de aliento y de esperanza para los
desterrados abatidos. Ezequiel emprende la formación del nuevo Israel, a la manera de
un director espiritual (Eze_33:1-9). Dejando entrever que la palabra que decretó y
realizó el castigo sigue siendo todavía promesa fiel, Ezequielvela, sin embargo, para que
nadie se engañe sobre su naturaleza: no basta con escuchar la palabra, hay que vivir de
ella (Eze_33:31).
El Déutero-Isaías (Is 40-55), que hay que leer en el marco del destierro, considera el
dabar divino en su dinamismo a laven cósmico e histórico. Su soberanía absoluta sobre
la creación es el fundamento y la garantía de su acción omnipotente en la historia;
Yhwh es el señor de las naciones, lo mismo que de las fuerzas naturales, porque con su
palabra lo ha suscitado todo de la nada. Él está en el punto de partida y en el término de
los acontecimientos: su palabra predice, suscita, cumple. Dios mantiene los polos
extremos de la historia (Isa_41:4; Isa_44:6; Isa_48:12). Y ésta es inteligible porque se
desarrolla según un plan que la Palabra va revelando progresivamente a los hombres,
sin que deje nunca de alcanzar su resultado (Isa_55:10-12).
Como vemos, si la revelación del Sinaí sigue siendo el bloque central de la revelación; si
perdura a través del AT, sobre todo en la época real y durante el destierro; si se va
profundizando, es sobre todo gracias al profetismo. Pues bien, lo que constituye la
originalidad del profeta es que ha sido objeto de una experiencia privilegiada,
ordinariamente en el momento de su vocación: conoce a Yhwh porque Yhwh le ha
hablado y le ha confiado su palabra. Ha sido llamado a una intimidad especial con Dios;
llamado a conocer sus secretos (Núm_24:16-17), sus designios (Amó_3:7), para
convertirse en su intérprete ante los hombres.
903
Esta experiencia es la experiencia fundamental del profeta: la palabra de Yhwh está en
él (Jer_5:13). El profeta tiene conciencia de que no ha creado él esta palabra; de que
esta palabra no es suya, sino de Dios. Si la ha recibido, es paca transmitirla, para
publicarla, anunciarla. Él.es la boca de Yhwh (Jer_15:19; Eze_7:1-2), el hombre de la
palabra (Jer_18:18). Vive entre los hombres como el intérprete autorizado por Dios de
todo lo que sucede en el universo (tempestades, cataclismos, hambres, prosperidad), en
el mundo de los humanos (pecados, muertes, obstinación) y en la historia (derrotas,
éxitos, sucesión de los imperios). Conviene subrayar el carácter objetivo y dinámico de
esta palabra. Su primer efecto está en el profeta mismo que la recibe. Actúa en él como
un fuego devorador (Jer_20:8-9), como una fuerza irresistible (Jer_20:8-9), como una
luz deslumbradora. Yhwh ha hablado: el profeta ha de dar testimonio de ello. Tal es la
experiencia de Amós (Amó_3:8); de Jeremías (Jer_20:7-8), de Isaías ( Isa_8:11), de
Ezequiel (Eze_3:14), de Elías (1Re_18:46), de Eliseo (2Re_3:15). Palabra de Dios en
una palabra humana, la palabra profética participa de su eficacia. No es nunca estéril.
Sin embargo, Dios es siempre el Señor y su palabra actúa según sus designios, que él va
descubriendo poco a poco, y que son un proyecto de salvación y de vida. Por eso, en
todo el AT, Dios tiene paciencia, escucha, se ablanda, perdona.
d) Pero la finalidad de la revelación es la vida y la salvación del hombre, una alianza con
vistas a una comunión. La revelación del AT arranca de la promesa hecha a Abrahán y
tiende a su cumplimiento. Para el profeta, el presente no es más que la realización
parcial del futuro anunciado, esperado, preparado, pero todavía oculto. Lo que está
presente no adquiere todo su peso más que por la promesa, en el pasado, de lo que
ocurrirá en el futuro. Cada revelación profética marca un cumplimiento de la palabra,
905
pero al mismo tiempo hace esperar un cumplimiento más decisivo todavía. La historia
tiende así hacia la plenitud de los tiempos, que será el cumplimiento del designio de
salvación en Cristo y por Cristo.
1) La tradición sinóptica. En Marcos están ausentes las palabras clave del vocabulario
de revelación (P.ej., apokalypt6, apokalypsis). Más que en otros lugares, una atención
exclusiva al logion de Mat_11:25-27; Lev_10:21-22, y a los binomios ocultar-
manifestar, conocer-revelar puede dar pie a caer en el equívoco. Al narrar la historia de
Jesús, los evangelistas no hacen más que contarla manifestación de Dios en Jesucristo,
ya que Cristo es el lugar más denso de esta epifanía de Dios. El evangelio de Marcos, en
concreto, es la manifestación progresiva de Jesús, mesías e Hijo del Padre, que se revela
y revela al Padre por sus palabras, sobre todo las parábolas y por sus obras,
concretamente sus milagros, sus ejemplos, su pasión, su muerte, pero que choca con el
rechazo de los suyos.
Los términos que describen la acción reveladora de Cristo son: predicar (keryssein) y
enseñar (didaskein). Cristo predica la buena nueva del reino y la conversión como
medio para entrar en él: "El reino de Dios está cerca. Arrepentíos y creed en el
evangelio" (Me 1,15; Mat_4:17). Esta buena nueva decisiva apunta directamente hacia
Jesús, a quien designa como si fuera en persona la inauguración del reino: es "hoy"
(Lev_4:21)
- cuando llega la era de gracia anunciada por los profetas. Al hoy del anuncio del reino
responde el he aquí: el rabbi el maestro que enseña con autoridad; su enseñanza es
nueva, su autoridad es única (Mat_7:29), I una autoridad que lo sitúa en el rango r de
Dios: "Amén", "Pero yo os digo" (Mat_5:22.28.32). Basándose en Deu_18:18 la gente
designa a Jesús como el profeta esperado para el fin de los tiempos (Me 6,14s; 8,28;
Mat_21:11). Sin embargo, cuando Jesús habla de sí mismo, no reivindica nunca este
título de profeta, ya que como revelador supera a los profetas (Mat_12:40; Me 9 2-10;
906
Mat_17:1-13; Lev_7:18-23; Lev_9:28.36). El predica y enseña pero como Hijo del Padre
(Mat_7:21; Mat_10:3233; 11 25-27): "Nadie conoce perfectamente al Hijo sino el Padre,
y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera manifestar"
(Mat_11:27). Nadie conoce (Le: gignóskein; Mt: epigignóskein), con ese conocimiento
que es también experiencia, el carácter y la vida íntima, profunda, del Hijo sino el
Padre; y nadie conoce la vida intima, profunda, del Padre sino el Hijo. Los dos se
conocen, simplemente porque están el uno frente al otro, como dos magnitudes iguales,
del mismo orden. Y nadie puede participar de ese misterio de conocimiento mutuo sin
una revelación gratuita. Cristo, que es el Hijo, es el perfecto revelador del Padre. A los
discípulos que ha escogido se les ha dado, como una gracia, conocer los misterios del
reino de los cielos. También el Padre revela el misterio de la persona de Cristo "a los
pequeños" que reconocen su indigencia ante Dios; pero esta revelación es también un
don de Dios, una luz interior concedida por el Padre, que se niega al orgullo de "los
sabios". Este anuncio del reino, así como la revelación de la identidad de Cristo como
Hijo del Padre, se realiza mediante "hechos y palabras", por medio de parábolas y de
milagros, según una economía rigurosa de encarnación.
2) Los Hechos de los Apóstoles. Los Hechos, en continuidad con la tradición sinóptica,
presentan a los apóstoles como los testigos de Jesús, que proclaman la buena nueva y
enseñan lo que han recibido del maestro. Atestiguar, proclamar el evangelio, enseñar,
pertenece a la función apostólica.
La palabra testigo designa a los apóstoles y sólo a ellos, ya que sólo ellos estuvieron
asociados a Cristo durante toda su vida .y después de su resurrección. Siguieron a
Cristo por todas partes; fueron sus comensales antes y después de su resurrección. Sólo
ellos tienen de Cristo una experiencia directa, viva; de su persona, de su mensaje, de su
obra. Son ante todo testigos de su resurrección (Heb_1:22; Heb_2:32; Heb_3:13-16;
Heb_4:2.33; Heb_5:30-31; Heb_10:39.41.42; Heb_13:31); pero, más en general, de
toda su carrera (Heb_1:21), desde el bautismo hasta la resurrección; de toda su obra: de
la que tiende hacia la pasión-resurrección y de la que se inaugura en la resurrección. El
testimonio de los apóstoles se realiza con la fuerza del Espíritu (Heb_1:8), que les da
coraje y constancia y que actúa en el corazón de sus oyentes para hacer que la palabra
de Dios llegue hasta su alma y sea acogida por la fe (He 16 14). Como Cristo, los
apóstoles proclaman la buena nueva de la salvación (Heb_2:14; Heb_8:5; Heb_10:42);
no dejan de "enseñar y proclamar la buena nueva de Jesús" (Heb_15:35; Heb_18:25;
Heb_28:31). Por tanto, su función es la de ser testigos y heraldos. Su palabra es
dinámica, explosiva; no pueden callar la salvación dada por Cristo, ya que ésta es la
única noticia válida, la única capaz de transformar los corazones, de incendiar al
mundo para encender en él el amor. La deposición de los apóstoles-testigos constituye
el objeto de nuestra fe: una deposición hecha no sólo de palabras, sino también de
ejemplos de vida, de actitudes, de ritos. Este testimonio concreto, englobarte, realiza el
crecimiento de la Iglesia bajo la acción del Espíritu.
907
El misterio, como intuición fundamental de Pablo adquiere en sus cartas una
ampliación de sentido claramente perceptible. En 1Co_2:6-10, el misterio es ya el
designio de salvación realizado en Cristo; pero aparece como una "sabiduría" que tiene
por objeto los bienes destinados por Dios a los elegidos y que sólo pueden comprender
los hombres animados por el Espíritu, ya que esta sabiduría gene su fuente en el
Espíritu de Dios (1Co_2:10-16).
Una vez revelado a los testigos escogidos (Ef 3 5; Col_1:25-26), el misterio es notificado
a todos los hombres. San Pablo establece una equivalencia práctica entre evangelio y
misterio (Rom_16:25; Col_1:25-26; Efe_1:9-13; Efe_3:5-6). En los dos casos se trata de
la misma realidad, a saber: el designio divino de salvación, pero vista desde dos ángulos
distintos. Por un lado, se trata de un secreto oculto, luego manifestado, desvelado; por
otro, de una buena nueva, de un mensaje anunciado, proclamado. Plan divino oculto y
revelado, plan divino proclamado: evangelio y misterio tienen el mismo objeto o
contenido. Este objeto es doble: soteriológico, a saber: toda la economía de la salvación
por Jesucristo (Efe_1:1-10), y escatológico, a saber: la promesa de la gloria, con todos
los bienes de la salvación, destinados tanto a los gentiles como a los judíos (Col_1:28;
1Co_2:7; Efe_1:18). El misterio notificado a los hombres por la predicación del
evangelio se convierte en el plan de salvación que ha llegado a la etapa dé
acontecimiento personal. En lugar de evangelio, pero con el mismo sentido, Pablo
utiliza también el término de palabra (Col 1 25-26; 1Ts_1:6) o palabra de Dios
(1Ts_2:13; Rom_9:6; 1Co_14:26) o palabra de Cristo (Rom_10:17). Por esta palabra,
que es mensaje de Dios en labios humanos, sigue siendo Dios el que habla e interpela a
la humanidad (Roen 10, 14), invitándola a la "obediencia de la fe" (Rom_16:26;
2Co_10:5). "Esto es lo que predicamos y lo que habéis creído" (ICor 15,11).
Por ser el misterio la reunión en Cristo de los judíos y de los gentiles, la Iglesia se
presenta como el término definitivo del misterio, la realización esplendorosa de la
economía divina, su expresión visible y estable. El designio de salvación no sólo es
revelado y proclamado por el evangelio, sino que se realiza además efectivamente en la
Iglesia, "cuerpo de Cristo" (Efe_4:13). El establecimiento de la Iglesia significa que ha
llegado ya el tiempo de la sumisión de todas las cosas a Cristo (Col_1:16). Lo mismo que
Cristo es el misterio de Dios hecho visible, también la Iglesia es el misterio de Cristo
hecho visible. Los tiempos se han cumplido; se ha dado ya la salvación anunciada.
Sin embargo, para Pablo sigue habiendo una tensión entre la revelación histórica y la
revelación escatológica, entre la primera y la última epifanía de Cristo, aquélla velada y
908
ésta gloriosa (Flp_2:5-11). No cabe duda de que es "ahora" cuando se revela el misterio,
antes oculto (Rom_16:25), y de que "ahora" se cumple la predicación del evangelio.
Pero san Pablo desea aún más vivamente la revelación escatológica, cuando se realizará
en plenitud la "revelación de nuestro Señor Jesucristo" (1Co_1:7; 2Ts_1:7) y cuando
aparecerá también la gloria de todos los que se han configurado con Cristo
(Rom_8:1719). Esta tensión entre historia y escatología, entre fe y visión, entre
humildad y gloria, es característica de san Pablo.
La revelación, según san Pablo, se concibe como la acción libre y gratuita por la que
Dios, en Cristo y por Cristo, manifiesta al mundo la economía de la salvación, es decir,
su designio eterno de reunir todas las cosas en Cristo, salvador y cabeza de la nueva
creación. La comunicación de este designio se hace por la predicación del evangelio,
confiada a los apóstoles y profetas del NT. La obediencia de la fe es la respuesta del
hombre a la predicación evangélica, bajo la acción iluminadora del Espíritu. Esta fe
inaugura un proceso de conocimiento cada vez mayor del misterio, que sólo acabará en
la revelación de la visión.
Activa, eficaz más tajante que una espada de doble filo (Heb_4:12-13), siempre actual
(Heb_3:7.15; Heb_4:7), resuena en los oídos del cristiano en un hoy permanente que le
invita a entrar en el descanso del Señor (Heb_3:7.15; Heb_4:11). La palabra del NT
exige una fidelidad, una obediencia en proporción con el origen y la autoridad de su
mediador, el Hijo.
909
5) San Juan: evangelio y cartas. Juan, como Marcos, ignora los términos de revelación
como apokalyptó, apokalypsis, igual que el binomio oculto-manifestado. No utiliza el
vocabulario de Pablo sobre el mysterion, sino más bien el lenguaje de los ambientes
helenistas: zóé, logos, phós, alétheia, doxa, substantivados todos ellos en Jesucristo. Se
encuentra en él phanero6, y sobre todo un conjunto de términos que apelan a la misma
reacción de fe como mandamiento (11 veces), testimonio (14 veces), atestiguar (33
veces), hablar (59 veces), gloria (18 veces), verdad (25 veces), palabra (40 veces), y
vocablos que subrayan la acogida de la revelación, como escuchar (58 veces), creer (98
veces). Si san Juan lleva a cabo una reclasificación de los vocablos de revelación, esto se
debe a la novedad traída por Cristo, que es ya Dios-entre-nosotros. Él es en persona la
verdad, el Logos, la luz, la vida. Se trata de un salto cualitativo. Cristo manifiesta al Dios
invisible. La encarnación es la revelación realizada.
Para san Juan Cristo es el Hijo que manifiesta al Padre: "Da testimonio de lo que ha
visto y oído" (Jua_3:32; Jua_8:38). A su vez, el Padre da testimonio del Hijo por las
obras de poder que le ha concedido realizar (Jua_5:36) y por el atractivo que ejerce en
las personas haciéndolas consentir en el testimonio de Cristo ( Jua_6:44-45).
Ya en el prólogo, Juan establece una ecuación entre Cristo, Hijo del Padre, y el Logos.
Cristo es la Palabra eterna, subsistente, y la revelación se cumple porque esta Palabra se
ha hecho carne para darnos a conocer al Padre. El prólogo se presenta como la gesta del
Logos, como un resumen de toda la historia de la revelación, en un texto de densidad
nuclear. Aunque esta gesta comienza por la acción creadora del Logos, lo primero y lo
que explica todo es el drama del Logos que se ha hecho carne, que habita entre los
hombres, manifiesta su gloria y choca con el rechazo de los suyos. En una visión
retrospectiva, el prólogo ve en la creación una primera manifestación de Dios y del
Logos y un primer rechazo a los hombres. La luz brilló en las tinieblas (Gén_1:3), pero
los hombres no comprendieron y ofuscaron aquella primera manifestación del Verbo
(Jua_1:10; Rom_1:19-23; Sab_13:1-9). Dios se escogió luego un pueblo y se manifestó a
él por la ley y los profetas; pero esta manifestación, como la primera, se saldó con un
fracaso. El Verbo vino a los suyos, a su casa, "y los suyos no lo recibieron" (Jua_1:11).
Finalmente, el Logos se hizo carne y plantó su tiedda entre nosotros. "A Dios nadie lo
ha visto jamás; el Hijo único, que está en el Padre, nos lo ha dado a conocer"
(Jua_1:18). Nadie puede ver lo. invisible: si conocemos a Dios, es porque en Cristo la
Palabra se hizo carne, se hizo acontecimiento histórico y, al mismo tiempo, exegeta del
Padre y de su designio de amor.
910
San Juan dice la última palabra sobre la revelación: obra de amor, de salvación, que
tiene su origen en la Trinidad. Pero al presentar la revelación como acontecimiento
histórico del Verbo que toma carne, la revelación aparece como un escándalo.
Desconcierta todas las concepciones humanas, incluso las del AT. Lo trágico de la
revelación es que los hombres se cierran a la luz, se encierran en su ídolo de Dios y
prefieren correr hacia su perdición. Drama descrito en el prólogo, recogido e ilustrado
luego en el milagro del ciego de nacimiento (Jn 9).
En esta reflexión contextual y ocasional de los primeros padres de la Iglesia hay a la vez
menos y más que en la reflexión actual sobre la revelación. No cabe duda de que
algunos problemas de hoy ni siquiera asoman a la conciencia de esos cristianos. Por
otra parte, hay en el pensamiento patrístico unos principios de fecundidad inagotable,
de los que puede sacar partido la sistemática actual: a) Muy cerca del acontecimiento, el
pensamiento patrístico evoluciona dentro de una visión de conjunto del misterio
cristiano. Se inspira en la Escritura y sigue en contacto con los primeros testigos; bebe y
se elabora en la fuente; todo discurso es discurso sobre Dios que crea, que salva, que
revela; en cada reflexión hay siempre una teología implícita de la revelación. b) Para
responder a las objeciones, a las herejías, a las visiones reductivas, los padres de la
Iglesia se ven movidos a componer "grandes planos" para ilustrar mejor los puntos de
encuentro con las culturas y las religiones, pero también la singularidad, la
especificidad del fenómeno cristiano; así se desarrollan con especial intensidad los
temas de la relación entre AT y NT en la diferencia y en la unidad, el del carácter
gradual de las etapas de la revelación, el de la economía y pedagogía del plan divino, el
de la centralidad de Cristo, el de la tensión entre el misterio de Dios revelado pero
siempre oculto, el de la acción necesaria del Espíritu tanto para acceder a la revelación
como para comprenderla. Estos "grandes planos", representados periódicamente,
acaban por imponer una imagen de la revelación cristiana en su totalidad: un paisaje
del que cada detalle ha sido iluminado por un flash en un momento de la historia. El
911
impacto sobre los espíritus es más intenso que el de un punteado uniforme. Siguiendo
otra comparación, podría decirse que la reflexión patrística, al hacer surgir a lo largo de
los siglos bloques de pensamiento, acabó formando archipiélagos y luego continentes
de contornos y relieves bien definidos. El contexto de esta reflexión, con todos sus
imprevistos, nos conduce muchas veces a tomas de conciencia más fuertes que un
pensamiento teológico lineal y demasiado bien organizado. Por eso, más que presentar
un desfile de padres de la Iglesia, creemos que será útil indicar algunos de los aspectos
de la revelación que ellos iluminaron. La Iglesia posapostólica, en un primer tiempo,
vivió en la espera del retorno inmediato del Señor. Por este motivo la revelación tomó
un tinte escatológico. Pero muy pronto fue el problema de la articulación de los dos
Testamentos el que movilizó la atención.
Este aprecio y este recurso a la filosofía griega, que existe ya en Justino, es más visible
todavía en Clemente de Alejandría (muerto antes de 21 S), cuyo sistema de
pensamiento se basa en la teología del Logos salvador y revelador. Clemente no vacila
en conceder la prioridad al conocimiento de Dios sobre la salvación (Strom. IV, 136,5).
912
Al optar por un Logos, fuente de luz y de verdad, Clemente propone la revelación como
una "gnosis" cristiana, respondiendo así al deseo de conocimiento que animaba a su
ambiente cultural. "El rostro del Padre es el Logos, por el que el Dios se ilumina y
revela" (Paed. I, 57,2; Strom. VII, 58,3-4). Luz del Padre, el Logos revela todo lo que
hay en el mundo, todo lo que hace al hombre capaz de comprenderse a sí mismo y de
participar de la vida de Dios. Este conocimiento ofrecido por Dios en plenitud, que
procura al hombre la salvación: tal es el contexto de la revelación. Sólo el Logos
encarnado confiere la "iniciación reveladora de Cristo", y no los sistemas gnósticos. No
cabe duda de que, fiara Clemente, el conocimiento de Dios está en el primer plano de su
reflexión, más aún que la historia de la salvación. En consecuencia, nuestro único
pedagogo es el Logos. Somos "alumnos de Dios; su propio Hijo nos da una instrucción
verdaderamente santa" (Strom. I, 98,4; Prot. 112,2). La incomparable superioridad del
cristianismo se debe a que tiene al Logos por maestro (Strom. II, 9,4-6), de quien recibe
una enseñanza superior. Antes de Cristo, la filosofía se les dio a los griegos como un
tercer testamento para conducirlos a Cristo. En adelante, la filosofía está al servicio de
la fe. Es el Logos encarnado el que nos enseña cómo puede el hombre hacerse hijo de
Dios; él es el pedagogo universal, que reúne la ley, los profetas y el evangelio. La
dimensión de la historia de la salvación se mantiene en sus etapas, pero subordinada al
principio de la gnosis total. No hay verdadera gnosis más que en el cristianismo; pero
su fuente es Dios que, por esta gnosis, conduce a una salvación indisolublemente ligada
a Cristo.
913
un sistema de ideas más que a la manifestación y a la entrega de una persona que es la
verdad personificada.
En cierto sentido los gnósticos llevan a su apogeo la idea de revelación, porque para
ellos el conocimiento 0 gnosis viene de arriba, por iluminación. La gnosis entra así en
competencia con el cristianismo, ya que se aleja de la historia. Se aparta del Jesús
histórico para aferrarse al Cristo pneumático. Cristo conserva su papel mediador, pero
desfigurado; la Iglesia tuvo que redeflnir y precisar este papel en la historia de la
salvación.
A los gnósticos, que distinguen entre el Cristo y Jesús según la carne, Ireneo opone el
tema de la economía y propone la encarnación como la cima de la economía que
comenzó ya en el AT. Más aún, como el Verbo está presente a la totalidad de los
tiempos, es ese Verbo el que ya desde el comienzo, desde la creación, revela al Dios
creador (Adv. Haer. II, 6,1; 27,2; IV, 6,6). "Igualmente, por la ley y los profetas el Verbo
se proclamaba a sí mismo y proclamaba a su Padre" (Adv. Haer. IV, 6,6; 9,3).
Finalmente, el Hijo vino a este mundo y "nos dio toda la novedad al darse a sí mismo"
(Adv. Haer. IV, 34,1).
La novedad del cristianismo es la vida humaiya del Verbo: no hay un Dios nuevo, sino
una manifestación nueva de Dios en Jesucristo. La encarnación es una teofanía del
Verbo de Dios, y el progreso consiste en la presencia humana y carnal del Verbo, hecho
visible y palpable entre los hombres, a fin de manifestar al Padre, que sigue siendo
invisible (Adv. Haer. IV, 24,2). El AT es el tiempo de la promesa; el NT es la realización
de la promesa y el don del Verbo encarnado. Los dos Testamentos forman una trama
indesgarrable. Ireneo pone de relieve los acontecimientos de la historia de la salvación
y vincula estrechamente el AT al "evangelio tetramorfo". Los apóstoles son el eslabón
entre Cristo y la Iglesia (Adv. Haer. I, 27,2; IV, 37,7), pero Cristo es la clave de bóveda
de todo el edificio.
Casi todos los padres, especialmente Justino, Clemente, Orígenes, Basilio, Gregorio de
Nisa y Agustín, insisten, como Ireneo, en este carácter de "economía" de la revelación.
Ésta se presenta como un plan de salvación, infinitamente sabio, que Dios concibe
desde toda la eternidad y realiza pacientemente por caminos previstos por él,
preparando y educando ala humanidad, haciéndola madurar y revelándole
progresivamente lo que ella es capaz de comprender. Los padres, sobre todo Ireneo, se
complacen en trazar la historia de los pasos que Dios ha dado para "acostumbrar" al
hombre a su presencia.
Con esta idea se relaciona la de los plazos de la venida de Cristo. La Carta a Diogneto
afirma que los hombres tenían que pasar por la experiencia de su impotencia antes de
914
conocer la plenitud de la salvación (perspectiva dramática). Ireneo, Clemente, Orígenes
(en algunos textos) desarrollan la tesis de la pedagogía divina. Dios educa a la
humanidad para que reciba la plenitud de los dones divinos de la encarnación
(perspectiva optimista). Para Agustín y Orígenes (en otros textos) apenas se plantea
este problema, ya que la Iglesia tiene la extensión de toda la humanidad. Comenzó ya
con los patriarcas. La verdad de Cristo era ya conocida por los profetas del AT.
Evocando constantemente las etapas de esta economía y de esta pedagogía, los padres
no dejan de afirmar el carácter histórico de la revelación: su vinculación profunda a la
historia en su preparación, en su anuncio y en su plenitud en Jesucristo, en su
extensión a todo el mundo por medio de los apóstoles y de la Iglesia. Este esquema
conoce algunas variantes concretamente en el lugar que se concede a los profetas y a los
apóstoles, así como en la importancia que se le atribuye a la filosofía. Pero, para todos,
la revelación culmina en Cristo, Hijo del Padre, Verbo o Logos encarnado y, por
consiguiente, perfecto revelador.
4) Centralidad de Cristo. Todos los padres de la Iglesia ven en Cristo la cima, la
consumación de la historia de la salvación. Verbo de Dios, Hijo del Padre, asume todos
los caminos de la encarnación, tanto la palabra como la acción, para darnos a conocer
al Padre y su designio de salvación. Sin embargo, ordinariamente es a la palabra
humana de Cristo a la que atribuye el papel principal. Prioridad que se expresa en los
vocablos que emplean: palabra de Dios, palabra de Cristo, buena nueva o evangelio,
enseñanza, doctrina de la fe, de la salvación, prescripciones, mandamientos, órdenes de
Dios o de Cristo, regla de verdad, regla de fe, ete. Para Ignacio de Antioquía, Ireneo y
Atanasio, la encarnación y la revelación forman una unidad.
Aunque reconoce el papel central de Cristo, la teología griega se muestra menos atenta
al papel de la encarnación. Así, Justino y Clemente ven sobre todo en Cristo al maestro,
fuente de toda verdad; y en la revelación, la comunicación de la verdad absoluta, de la
verdadera filosofía. Orígenes se sitúa en la unión de estas dos teologías; Para él, Cristo
revela en el sentido de que, por medio de la carne, podemos hacernos una idea del
Verbo y, por el Verbo, imagen del Padre, una idea de Dios mismo. Los alejandrinos ven
en Cristo al que trae la luz a las inteligencias sumergidas en las tinieblas. Nostalgia
platónica del mundo de la luz y de su contemplación por la inteligencia.
Lo mismo que los capadocios, san Juan Crisóstomo insiste en el hecho de que Dios, aun
revelado, sigue siendo el Dios invisible, inenarrable, inescrutable, inaccesible,
indefinible, irrepresentable; sigue siendo el abismo, la tiniebla. Lo que sabemos de
Dios, se nos ha revelado por Cristo y su Espíritu (Job. hom. 15,1).
916
Los alejandrinos insisten en esta segunda dimensión de la revelación, pero es sobre
todo Agustín el que explica su función y su mecanismo. La palabra de Cristo no es ya
una palabra humana; está dotada de una doble dimensión, exterior e interior, en virtud
de la gracia que la acompaña y vivifica. Agustín desarrolla esta idea sobre todo en su
comentario a Jua_6:44 : "Nadie puede venir a mí si el Padre que me envió no lo atrae",
y en su De gratia Christi, dirigido contra Pelagio: "Venir a Cristo" es sufrir la atracción
del Padre, es creer. Si Pedro pudo confesar a Cristo como mesías, fue en virtud de esta
atracción, que es un don. Cristo hace oír su palabra, pero es el Padre el que concede al
hombre acogerla, en virtud de la atracción hacia el Hijo que él produce en el alma.
Recibir las palabras de Cristo, observa también Agustín, es no solamente oírlas
exteriormente "con los oídos del cuerpo, sino en el fondo del corazón", como los
apóstoles (Joh. Tr. 106,6). Oír con los oídos interiores, obedecer a la voz de Cristo y
creer es todo la misma cosa (Joh. Tr. 115,4). Agustín insiste en ello: la palabra oída
exteriormente no es nada si el Espíritu de Cristo no actúa interiormente para hacer que
reconozcamos como palabra dirigida personalmente a nosotros la palabra oída:
"Jesucristo es nuestro maestro y su unción nos instruye. Si esta inspiración y esta
unción fallan, las palabras resonarán inútilmente a nuestros oídos" (Ep. Joh. Tr. 3,13).
Esta gracia es al mismo tiempo atractivo y luz. Atractivo que solicita las fuerzas del
deseo; luz que hace ver en Cristo a la verdad en persona.
El concilio de Orange, expresándose según las ideas de Agustín, dirá que nadie puede
adherirse a la enseñanza del evangelio y poner un acto salvífico sin "una iluminación y
una inspiración del Espíritu Santo, que da a todos la suavidad de la adhesión y de la
creencia a la verdad" (DS 377). El hombre recibe de Dios un doble don: el del evangelio
y el de la gracia, para adherirse a él en la fe (De gr. Christi I, 10,11; 26,27; 31,34). De
forma más universal, Cristo, como Verbo de Dios, es la luz única del hombre, el
principio de todo conocimiento, tanto natural como sobrenatural. En términos
joánicos, Agustín se complace en definir a Cristo como el camino, la verdad, la luz y la
vida.
En conclusión, la temática desarrollada por los padres de la Iglesia sobre los puntos que
hemos indicado es demasiado importante para que pueda prescindir de ella una
teología de la revelación. En varios puntos disipa las tinieblas acumuladas por una
reflexión construida fuera de las categorías bíblicas o tributaria de una filosofía de
inspiración racionalista.
Para comprender el /Vaticano 1 hay que recordar el contexto histórico precedente. Con
la ilustración europea de los siglos xvti y xviit llegan a ocupar el primer plano de la
conciencia occidental las exigencias del sujeto pensante. Inevitablemente tenía que
plantearse el problema de una intervención divina de modo trascendente.
Aparte de la posición católica, se podía teóricamente pensar en tres respuestas
diferentes, que existieron de hecho: o bien rechazar la hipótesis de una revelación y de
una acción trascendente de Dios en la historia humana (respuesta del deísmo y del
progresismo -DS 3027-3028-,que exigen para la razón una autonomía absoluta: la fe en
una religión revelada representa un desprecio de la razón humana; el hombre ha de
cesar de portarse como un "niño", siempre sometido, siempre a remolque de la Iglesia),
o bien reducir la revelación a una forma especialmente intensa del sentimiento religioso
universal (respuesta del protestantismo liberal y de las posiciones extremas del
modernismo), o bien, finalmente, suprimir uno de los dos términos: Dios (así los
partidarios del evolucionismo absoluto, como los hegelianos, que conservan todavía la
palabra revelación, pero vacía de todo sentido tradicional; el cristianismo no representa
más que un momento, ya superado, de la evolución de la razón hacia su devenir total).
Ateniéndonos al contexto inmediato del concilio, recordemos que el siglo xlx, excepto
un corto período de religiosidad romántica, sufrió sobre todo la influencia de los deístas
ingleses y de los enciclopedistas franceses. Se discuten en los ambientes cultos las
nociones de sobrenatural, de revelación, de misterio, de milagro, y se rechazan los
títulos del cristianismo en nombre de la crítica histórica y de la filosofía. La ciencia de
las religiones, nueva por entonces, rechaza incluso su carácter de trascendencia. La
izquierda hegeliana, con Feuerbach, prepara el camino al ateísmo de Marx, mientras
que las explicaciones materialistas del mundo y de la vida van ganando rápidamente .el
favor del público, bajo la influencia de Spencer y de Darwin.
a) En el primer párrafo de este capítulo, el concilio distingue dos caminos por los que el
hombre puede acceder al conocimiento de Dios: el camino ascendente, que arranca de
la creación (per ea quae Jacta sunt), tiene por instrumento la luz de la razón y alcanza a
Dios, no en su vida íntima, sino en su relación causal con el mundo; el segundo camino
tiene por autor al Dios que habla, autor del orden sobrenatural, que se da a conocer a sí
mismo y los decretos de, ,su voluntad. A1 hablar del primer camina de acceso al
conocimiento de Dios a través de lo creado, el concilio no dice si este conocimiento se
logra de hecho con o sin la ayuda de la gracia. Si el concilio afirma que la razón humana
puede acceder al conocimiento de Dios por lo contingente, es ante todo porque ve esta
verdad afirmada en la Escritura (Rom_1:18-32; Sab_13:1-9) y en toda la tradición
patrística, y también porque la negación de esta verdad conduciría al escepticismo
religioso.
2. Una palabra como "revelación" evoca tanto la acción como el término de esa acción, a
saber: el don recibido, la verdad revelada. Por eso el concilio se ve llevado, por una
transición normal; a considerar la revelación bajo su aspecto objetivo de palabra dicha
o expresada. Lo que contiene esa revelación, dice el concilio recogiendo las mismas
palabras del concilio de Trento, son los libros escritos o las tradiciones que "habiendo
sido recibidas por los apóstoles de labios de Jesucristo en persona; o habiendo sido
transmitidas por así decirlo de mano en mano por los mismos apóstoles, a quienes se
las dictó el Espíritu Santo, han llegado hasta nosotros" (DS 3006). Pero, con una
precisión nueva que no aparecía en el concilio de Trento, el Vaticano I emplea
expresamente el término "revelación" para designar el contenido de la palabra divina:
haec porro supernaturalis revelatio. Esta palabra dicha por Dios, contenida en la
Escritura y en la tradición, es el objeto de nuestra fe. Por eso el concilio declara en el
capítulo III que debemos creer "todo lo que está contenido en la palabra de Dios escrita
o transmitida" (DS 3011).
921
fe en la predicación del evangelio es al mismo tiempo abandono libre a la moción del
Espíritu.
De este modo; el Vaticano I concibe la. revelación, en sentido activo, como acción de
Dios con vistas a la salvación del hombre, por la que él se da a conocer: a sí mismo y los
decretos de su voluntad. Sin embargo, está claro que es la revelación en sentido objetivo
lo que atrae su atención. En la constitución sobre la Iglesia, el Vaticano I establece una
ecuación entre revelación y'/ depósito de la fe: "A los sucesores de Pedro se les ha,
prometido el Espíritu Santo para que conserven santamente y expongan fielmente la
revelación transmitida por los apóstoles o el depósito de la fe"(DS 3070).
Esencialmente, lo que temía la Iglesia en las tendencias avanzadas hasta el extremo del
modernismo era ver cómo se disolvía la revelación histórica en un sentimiento religioso
ciego, surgido de las profundidades del subconsciente, bajo la presión del corazón y el
impulso de la voluntad. En ese momento se caería en las posiciones de A. Sabatier. La
922
revelación se reduciría a una vaga experiencia religiosa, de la que las diversas religiones
son otros tantos puntos de emergencia en la conciencia de cada una. Se concibe que el
magisterio, ante semejantes desviaciones, defendiera con vigor el carácter a la vez
histórico y trascendente de la revelación y su contenido doctrinal. Sin negar sus rasgos
de inmanencia, se niega s aeducirla a una pura inmanencia.Contra los excesos del
modernismo, que se oponía a !a noción de revelación como "depósito divino" o
"conjunto de verdades definidas", para sustituirla por una revelación, creación humana,
nacida de las profundidades de la subconsciencia, que se iba elaborando
paulatinamente de lo oscuro a lo claro, de lo informulado a lo formulado, él juramento
antimodernista declara que el objeto de fe es "todo lo que Dios ha dicho, atestiguado y
revelado" (DS 3542). La revelación es el contenido de una palabra, de un testimonio,
Ese contenido se llama en otros lugares doctriná, palabra revelada, evangelio (DS 3538-
3550). Por primera vez en un documento oficial, se encuentran reunidos los tres
términos de palabra (dicta), testimonio (testctta) y revelación (revelttta). Cada uno de
estos tres términos recoge ,y precisa al anterior: palabra, la revelación se dirige al
hombre y le comunica los designios de Dios: testimonio, exige la reacción específica de
la fe. La revelación es palabra de testimonio: de ahí la definición de locutip Dei
attestans, que hará fortuna durante varios decenios y que condensa en una fórmula las
declaraciones de la Escritura, de la tradición patrística y de la teología. Lo que Dios ha
dicho, atestiguado, revelado, la Iglesia lo llama: palabra revelada, doctrina de fe,
depósito divino confiado a ella para ser conservado sin añadidos, sin alteraciones, sin
cambios de sentido o de interpretación. Esta doctrina no es del hombre, sino de Dios.
924
A. Dulles, en una perspectiva a la vez diacrónica y sincrónica, propone cinco modelos
fundamentales de la revelación, que comprenden todos los demás: a) El primer modelo
es el de la revelación concebida principalmente como una doctrina formulada en unas
proposiciones que la Iglesia ofrece a nuestra fe. Este modelo pone de relieve el aspecto
objetivo de la revelación, identificada con el depósito de la fe confiado a la Iglesia. El
origen divino de esta enseñanza está atestiguado por unos signos exteriores. Este
modelo es el que comparten los evangelistas conservadores y la neoescolástica; se
encuentra igualmente en el ala integrista actual de la Iglesia católica. b) Frente al
primer modelo, el segundo pone en el primer plano de la revelación los grandes
acontecimientos de la historia de la salvación, que culminan en la muerte y la
resurrección de Jesús, y que permiten interpretar la historia anterior y la venidera. Esta
revelación pide una respuesta de indefectible esperanza en el Dios de la promesa y de la
salvación. Con acentuaciones muy diversas, este modelo está representado por O.
Cullmann, W. Pannenberg, G.-E. Wright. c) En un tercer modelo, representado por
Schleiermacher, Sabatier y Tyrrel, la revelación se concibe sobre todo como una
experiencia interior de gracia y de comunión con Dios, que se realiza en un encuentro
directo e inmediato de cada uno con lo divino. Dios se comunica a sí mismo al alma que
se abandona a su acción: esta experiencia es portadora de salvación y de vida eterna.
Para algunos, Cristo sigue siendo el mediador de esta experiencia. En cualquier
hipótesis, la respuesta del hombre a esta experiencia mística es la del afecto piadoso, la
de la plegaria del corazón. d) El cuarto modelo, representado por K. Barth, R.
Bultmann, E. Brunner, G. Ebeling, concibe la revelación como "manifestación
dialéctica". Puesto que Dios es el trascendente, el totalmente otro, es él el que sale al
encuentro del hombre que lo reconoce en la fe. La palabra de Dios revela y oculta al
mismo tiempo la manifestación de Dios. La primacía de Dios es absoluta. Los
bultmannianos, sin embargo, subrayan que el desvelamiento de Dios es al mismo
tiempo desvelamiento al hombre de su condición de pecador. e) Según un quinto
modelo, la revelación encuentra su lugar privilegiado en un cambio del horizonte
último del hombre. Se trata de una nueva toma de conciencia del hombre frente a la
acción trascendente de Dios que se revela y frente al compromiso del hombre en la
historia humana. Los acontecimientos del pasado sólo tienen interés en cuanto que
interpretan el presente. La revelación tiene un poder salvífico en cuanto que contribuye
a restructurar incesantemente nuestra experiencia y el mundo mismo. La fe es la toma
de conciencia de este proceso transformador de la revelación. Este modelo está
representado, con matices diferentes, por M. Blondel, P. Tillich, K. Rahner, G. Baum, G.
Moran, D. Tracy, A. Darlap y por la teología de la liberación bajo la guía de G. Gutiérrez
y L. Boff.
A. Dalles intenta recuperar los valores de cada uno de estos modelos, no por la opción
privilegiada de uno de ellos, o por una agrupación selectiva de los mismos, o por medio
de una armonización, sino por el camino de una "superación", que él descubre en la
mediación simbólica: concretamente, en el Cristo-símbolo, que integra todos los
modelos precedentes y los completa.
926
movimiento dialéctico: promesa y cumplimiento por parte de Dios, atención meditativa
y confiada por parte de Israel.
a) A los ojos de Israel, lo que cuenta no es tanto el ciclo anual, en el que toda comienza
de nuevo, como lo que Dios hizo, hace y hará según sus promesas. La,promesa y el
cumplimiento constituyen el dinamismo de este tiempo en tres dimensiones. Pero lo
que pone en movimiento-esta historia y mantiene su impulso es la intervención del
Dios de la promesa. En efecto, es la promesa, con la esperanza que suscita en el
acontecimiento que la, colmará, lo que sensibiliza a la historia. Como Dios es fiel a sus
promesas, cada nuevo cumplimiento hace esperar un cumplimiento más decisivo
todavía y constituye una especie de relevo en el desarrollo continuo de la historia hacia
su término final. Por eso Israel no sólo conmemora el pasado, sino que lo considera
como promesa. del porvenir. La misma salvación escatológica se describe en la
categoría de la promesa; pero de una promesa ampliada, de un cumplimiento que será
la transfiguración del pasado. El acontecimiento decisivo será un nuevo éxodo, una
nueva alianza, ,una salvación universal. Así, gracias a la promesa, toda la historia está
en marcha hacia el futuro, hacia un cumplimiento definitivo de esa historia, sin que
pueda sin embargo anticiparla m definirla con claridad. Aunque desde el punto de vista
fenomenal la historia de Israel parece ir en declive, caminando hacia un fracaso,
realmente en el nivel más profundo de la promesa y de la historia de la salvación, la
revelación se encamina hacia el tiempo de la plenitud, que, es el tiempo de Cristo.
928
5) Centralidad absoluta de Cristo. Si Cristo es a la vez el misterio revelante y el misterio
revelado, el mediador y la plenitud de la revelación (DV 2 y 4), se sigue que él ocupa en
la fe cristiana una posición absolutamente única, que distingue al cristianismo de todas
las otras religiones, incluido el judaísmo. El cristianismo es la única religión cuya
revelación se encarna en una persona que se presenta como la verdad viva y absoluta.
Otras religiones tuvieron sus fundadores; pero ninguno de ellos (Buda, Confucio,
Zoroastro, Mahoma) se propuso como objeto de la fe de sus discípulos. Creer en Cristo
es creer en Dios. Cristo no es un simple fundador de una religión; es a la vez inmanente
a la historia y el trascendente absoluto; uno entre millones, pero como el único, el
totalmente otro.
Si Cristo está entre nosotros como el Verbo encarnado, los signos que permiten
identificarlo como tal no son exteriores a él, a la manera de un pasaporte o un sello de
consulado, sino que emanan de ese centro personal de irradiación que es Cristo. Como
él es en su persona, en su ser interno, luz y fuente de luz, Jesús puede hacer gestos,
proclamar un mensaje, introducir en el mundo una calidad de vida y de amor jamás
vista, jamás imaginada, jamás vivida, y hacer surgir la cuestión de su identidad real. En
efecto,, las obras, el mensaje, el comportamiento de Jesús son de otro orden:
manifiestan en nuestro mundo la presencia del totalmente otro: El cercano es
realmente el trascendente; el uno entre millones es el único; el predicador sin techo es
el omnipotente; el condenado a muerte es.el tres veces santo. Esta presencia simultánea
nos pone alerta y nos interpela. En él hubo signos de debilidad, pero también signos de
gloria, suficientes para ayudarnos a penetrar hasta el misterio de su identidad real.
Jesús mismo es el signo que hay que descifrar, y todos los signos particulares apuntan
hacia él como un haz convergente. Este misterio del discernimiento de la epifanía del
Hijo entre los hombres, por la mediación de los signos de su gloria, es otro rasgo
distintivo y al mismo tiempo escandaloso de la revelación cristiana.
6) Principio de la "economia". Uno de los principales méritos de la DV ha sido
presentar la revelación cristiana no como un misterio aislado, sino (siguiendo la
tradición patrística) como una amplia "economía", es decir, como un designio
infinitamente sabio, que Dios descubre y realiza según unos caminos previstos por él.
Iniciativa del Padre, esta economía afecta a la historia y culmina en Jesucristo, plenitud
de la revelación, para perpetuarse luego, bajo la acción del Espíritu Santo, en la
comunidad eclesial, a través de la tradición y de la Escritura, en la espera de la
consumación escatológica. Todas las piezas de esta economía se sostienen y se iluminan
mutuamente, se organizan en una síntesis de la que Cristo y el Espíritu son el principio
de unificación y de irradiación. Ilustremos brevemente este otro rasgo de la- revelación
cristiana.
Con Cristo, la revelación fundadora alcanza todo su apogeo y su carácter definitivo. Sin
embargo, tiene que transmitirse y perpetuarse a través de los siglos, tan presente y tan
actual como el primer día. Con el tiempo'de la Iglesia, la revelación entra en su fase de
expansión, de despliegue espacio-temporal. Bajo su aspecto de "economía", esta nueva
fase de asimilación y de inculturación de la revelación no es menos admirable en
sabiduría que la fase constitutiva.
No cabe duda de que esta "economía" es algo inaudito, algo único en la historia; pero,
¿acaso Cristo y el cristianismo no son igualmente únicos? Por tanto, si es verdad que
una revelación dada en la historia y por la mediación de la historia no puede, por lo
visto, librarse de las vicisitudes del devenir histórico, nunca hay qué perder sin
embargo de vista la singularidad de la revelación cristiana y la especificidad de su
"economía": en su preparación (elección), su progreso (profetismo), su comunicación
definitiva (Cristo, Verbo encarnado), en su transmisión (tradición y Escritura
inspirada), en su conservación e interpretación (Iglesia y carisma de infalibilidad). En
definitiva, lo mismo que Cristo preside la fase constitutiva dé la revelación, el Espíritu
de Cristo preside su fase de expansión a lo largo de los siglos. Esta economía tan
singular y tan específica prohíbe asimilar la revelación cristiana a cualquier gnosis
humana y a las otras religiones que se dicen igualmente "reveladas".
Finalmente, el que Dios revelara al hombre las dimensiones del amor divino (del que le
invita a participar) mediante la economía de la cruz, esta iniciativa no puede menos de
presentarse como, locura y delirio a los ojos del hombre. Sin embargo, sumergiéndose
en el abismo más profundo y más increíble de esa muerte en la cruz es como el amor de
Dios, en Jesucristo, se revela como el amor del totalmente otro. En ninguna parte mejor
que aquí aparece la absoluta libertad y gratuidad de la revelación.
931
8) Carácter dialogal. Para designar esta relación única que establece la revelación entre
Dios y el, hombre por la mediación de los acontecimientos y de su interpretación, el
Vaticano II, siguiendo. a la Escritura y a toda la tradición patrística y teológica,
conserva la analogía de la palabra: Dios ha hablado a la humanidad. Palabra diálogo,
trato de amistad.con los hombres; la analogía de la palabra incluye aquí todas esas
formas y medios de comunicación que atestigua la Escritura. Pero ¡qué profundidad
revela esta analogía cuando, aplicada a Dios y purificada de todas sus imperfecciones,
sirve para describir ese encuentro inaudito del Dios vivo con su criatura por la
mediación de Moisés y de los profetas, y luego por la carne, el rostro y la voz de Cristo,
Palabra interna del Padre hecha carne para llamar a los hombres e invitarles a la
"comunión" con él! Palabra articulada, hecha evangelio, Palabra dada, inmolada hasta
el silencio de la cruz, en donde se dijo la palabra suprema con los brazos extendidos y el
corazón traspasado: Dios es amor. Esta estructura dialogal caracteriza toda la
revelación del AT y del NT.
Pero hablar de l analogía es hablar de desemejanza tanto o más que de semejanza. Por
una parte, es verdad que la revelación, como la fe, se abre al misterio de una persona y
no de una cosa: de un yo que se dirige a un tú; de- un yo que, al descubrir el misterio de
su vida, descubre al hombre que todo el sentido de la existencia humana reside en el
encuentro con ese yo y en la acogida del don que hace de sí mismo. También es verdad
que el evangelio no es simplemente encuentro "inefable" con el Dios vivo, sin rostro ni
contenido, sino notificación de la salvación en Jesucristo. Por este doble aspecto de
mensaje y de interpelación, dentro de un desvelamiento del misterio personal de Dios
con vistas a una comunión de vida, la palabra de Dios evoca evidentemente lo que los
hombres designan con el nombre de "palabra", es decir, esa forma superior de trato
entre los hombres por la que una persona se expresa y se dirige a otra persona con
vistas a una comunicación.
Pero, por otra parte, ¡qué abismo entre esa palabra humana y la palabra de revelación!
El que se dirige al hombre en Jesucristo no es un simple profeta, sino el trascendente
que se hace el totalmente cercano, el intocable que se hace palpable, el eterno que
invade el tiempo, el tres veces santo que se dirige en la amistad a su criatura, que se
había vuelto por el pecado miserable y rebelde contra él. Dios encuentra a ese pecador
en su nivel, hombre entre los hombres, y se dirige a él con los gestos y las palabras que
puede captar. Cristo inicia a ese pecador en lo que hay de más íntimo en él, es decir, el
misterio de su intimidad con el Padre y con el Espíritu. En efecto, todo el evangelio se
presenta corno una confidencia de amor (Jua_13:1). Dios prosigue esta confidencia
hasta el término del amor. Cuando Cristo agotó todos los recursos de la palabra, del
gesto y del comportamiento, llevó su testimonio hasta la consumación del martirio, que
es el testimonio supremo. Todo lo que hay de inefable en el amor del Padre a los
hombres se expresa entonces en el don de su Hijo. A1 hombre no le queda más que
mirar y comprender. Juan, que vio los brazos extendidos, que vio correr el agua y la
sangre, que vio el corazón traspasado por la lanza, atestigua que Dios es amor. El amor,
en Jesucristo, se expresa y se entrega a la vez.
El hombre pecador no puede abrirse a este abismo del amor sin una acción interior que
recree al hombre por dentro y le permita acoger al totalmente otro (Jua_6:44;
2Co_4:4-6; Heb_16:14). El hombre no puede consentir en la revelación y asimilarla en
la fe más que cuando se ve movido por un nuevo principio de conocimiento y de amor.
Mensaje del evangelio y acción interior del Espíritu constituyen, por tanto, las dos
caras, las dos dimensiones de la única revelación cristiana: dos dimensiones
complementarias, que a veces separan las circunstancias históricas, pero que en la
economía de la salvación están destinadas a encontrarse y vivificarse mutuamente. En
efecto, sin el mensaje, el hombre no podría saber que la salvación viene a él, conocer lo
que Dios realiza en las profundidades del hombre por Cristo y en su Espíritu; y, por
otra parte, sin la palabra interior, dirigida personalmente a él, no podría abandonarse
932
al Dios invisible y poner en él el todo de su vida. Porque hay siempre un abismo que
separa al hombre de Dios. El hombre tiene necesidad de seguridad, y encuentre esta
seguridad en lo que toca y en lo que ve, en la comprensión del universo en que habita y
en la domesticación de sus fuerzas. Pues bien, por la revelación el hombre se ve
invitado a fundamentar su vida, no ya en la seguridad que le procuran sus sentidos,
sino en la palabra del Dios. invisible. Sin la acción interior del Espíritu el hombre no
podría "convertirse", renunciar a apoyarse en lo que ve, para abandonarse, a partir de
una palabra, en lo que no ve. Así, la revelación se da objetivamente en Jesucristo como
una realidad, pero no es asimilada por el hombre más que gracias al Espíritu. La
revelación cristiana'es al mismo tiempo automanifestación y autodonación de Dios en
Jesucristo, pero bajo la acción finteriorizante del Espíritu.
Sin ser en primer lugar una antropología, la revelación tiene un destino antropológico
en la misma medida en que es luz que brota del misterio divino, proyectada sobre el
misterio del hombre. La grandeza del hombre está en ser llamado a conocer a Dios y a
compartir su vida. Para discernir la especificidad de la revelación cristiana en su
relación con el hombre, hay que partir por tanto de la fuente de luz, de Cristo; y no de
las tinieblas que hay que iluminar.
En este caos y en estas tinieblas, Cristo se presenta como mediador de sentido: aquél en
quien el hombre llega a situarse, a descifrarse, a com-
prenderse, a acabarse e incluso a superarse. Cuando el hombre escucha a Cristo,
aprende algo del motivo por el que se siente aislado, desorientado, ansioso,
desesperado. Ante él se abre un camino de luz que ilumina la vida, el sufrimiento, la
muerte. El mensaje dé Cristo es misterioso, pero es fuente siempre viva de sentido.
Lo esencial de este mensaje es que el hombre, dejado a sí mismo, no es más que odio y
pecado, egoísmo y muerte; pero que, por gracia, el amor absoluto se ha introducido en
el corazón del hombre para darle, si el hombre lo acepta, su propia vida y su propio
amor. Cristo es aquél por el cual y en el cual se nos da este don. Hijo del Padre en el
seno de la Trinidad, Dios en la carne entre los hombres, hace de nosotros hijos del
933
Padre, que tiene en sí el Espíritu del Padre y del Hijo, que es Espíritu de amor y reúne a
todos los hombres en este amor. En Cristo aflora igualmente el "misterio de los otros"
en su verdad profunda. "Los otros" son el hijo del hombre, el siervo doliente, que tiene
hambre y sed, que está desnudo, enfermo, abandonado, pero destinado ala gloria del
Hijo amado. En Cristo no hay nadie "extraño": todos son hijos del mismo Padre y
hermanos del mismo Cristo. No hay nada más que el amor del Padre y del Hijo y el
amor de todos los hombres reunidos por el mismo Espíritu. La libertad, a su vez, es
consentimiento en el. amor que invade al hombre, apertura a la amistad divina, que
invita a compartir la vida. Y la misma muerte no es tanto una ruptura como un
acabamiento y una maduración, un paso del hijo a la casa del Padre, el encuentro
definitivo del amor acogido en la fe. En eso está la salvación.
La presencia de Cristo en el mundo se presenta así como una plenitud de amor. Éste es
su sentido y el sentido que confiere a la condición humana. Si Dios es amor (Un 4,8-
10), nunca
el amor de Dios, en Cristo, ha sido más parecido a este amor; nunca lo ha señalado él de
forma más impresionante. En un mundo de intereses y egoísmos, Cristo aparece como
el amor puro y sin sombra, ardiente y fiel, dado, entregado hasta el sacrificio de su vida
por la salvación de todos: dilexit... tradidit seipsum. En Cristo, los hombres descubren
la existencia de un amor absoluto, que ama al hombre en él mismo y por él mismo, sin
la menor sombra de rechazo, y la posibilidad de un diálogo y de una comunión con ese
amor. Tienen de pronto la revelación de que el verdadero sentido del hombre está en
entrar libremente en la corriente de la vida trinitaria: entrar "libremente", como una
persona, sin disolverse o perderse en el absoluto: El sentido último del hombre es
responder al don de Dios, acoger esa incomprensible y desconcertante amistad,
responder a ese ofrecimiento de alianza del infinito con nuestra ruindad. En la
perspectiva cristiana, el hombre no se realiza finalmente a sí mismo más que en la
espera y en la acogida del don de Dios, del amor.
De, aquí se sigue una tensión inevitable entre el presente y el pasado. En efecto, por una
parte la Iglesia no tiene que apegarse a la letra del pasado, hasta llegar a caer en una
especie de primitivismo o romanticismo de las fuentes. Pero, por otra parte, tampoco
debe, .bajo el pretexto de responder a las aspiraciones del mundo contemporáneo,
sacrificar a Cristo y su mensaje; al estilo de Bultmann o del protestantismo liberal del
siglo pasado.
934
todavía oscura, incierta, al presente y al futuro inminente. La Iglesia está condenada a
vivir en la precariedad.
De hecho, la. Iglesia manifiesta en su predicación la voluntad de no dejar caer nada del
mensaje recibido, de no alterarlo, de no introducir en él ninguna novedad, sino de
guardarlo intacto y proponerlo según su verdadero sentido. Pero, por otra parte, siente
la obligación de comprender el evangelio con un frescor siempre nuevo para sacar de él
respuestas inéditas a preguntas inéditas. Tiene que predicar el evangelio como buena
nueva para hoy. La Ecclesiam suam declara que la Iglesia "debe insertar el mensaje
cristiano en, la circulación de pensamiento, de expresión, de cultura, de usos, de
tendencias de la humanidad, tal como vive y se agita hoy sobre la faz de la tierra"
["AAS" (1964) 640.641]. Por su parte, la Gaudium et spes reconoce que la Iglesia está
atravesando una nueva época de la historia y que tiene la obligación en todo momento
de "escrutar los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del evangelio" para
responder a las cuestiones de los hombres de cada generación (GS 4). Y añade: "La
investigación teológica no debe perder el contacto con los hombres de su tiempo"; de
esta manera hará un gran servicio a los pastores, que "podrán presentar la doctrina de
la Iglesia sobre Dios, sobre el hombre y sobre el mundo de una manera más adaptada a
nuestros contemporáneos, que de este modo acogerán con mayor agrado su palabra"
(GS 62). Este trabajo de actualización y de presentación de la palabra de Dios se
articula con una tradición que comenzó en los orígenes de la Iglesia y no se ha
interrumpido jamás. De esta forma, el Vaticano II ha confrontado en una serie de
puntos el evangelio con unos problemas que las épocas anteriores no podían ni siquiera
plantear por haber surgido en un contexto diferente.
Esta fidelidad al pasado sin ser su esclavo, esta fidelidad en la actualización constituye,
al mismo tiempo que una paradoja, un rasgo específico de la revelación cristiana. Para
apreciar la gravedad de esta tensión basta con pensar en las dificultades de varias
comuniones protestantes: unas, obstinadamente apegadas a la letra del evangelio, pero
sin verdadera creatividad (comunidades protestantes de tipo fundamentalista), y otras,
por el contrario, demasiado preocupadas del hombre contemporáneo y de su filosofía y
dispuestas a sacrificarle puntos esenciales del mensaje. La Iglesia quiere ser guardiana
de un pasado que no es un museo, sino fuente siempre viva y vivificante. Se apoya en el
pasado para comprender el presente; permanece fiel a la revelación, sin desvirtuarla;
fiel a Cristo, sin eliminarlo; y, por otra parte, no deja de repetir: Cristo está vivo y
presente hoy.
11) Tensión historia-escatología. Lo mismo que existe una tensión entre el pasado y el
presente, existe también otra tensión entre la revelación de la historia y la revelación de
la parusía. Muchos teólogos actuales dirigen especialmente su interés a este acto final
de la revelación, hasta el punto de romper a veces el equilibrio, difícil de mantener,
entre los dos términos de esta nueva tensión.
Lo que caracteriza a la revelación histórica es la categoría del ahora (nunc) y del hoy
(hodie). Con la'presencia de Cristo, "el tiempo se ha cumplido" (Me 1,15), ha llegado "la
plenitud de los tiempos" (Gál_4:4). San Pablo, que desea vehementemente la
manifestación final de Cristo, no deja sin embargo de repetir: es "ahora" cuando se
revela el misterio antes'oculto (Ron 16',25); es "ahora" cuando se manifiesta la justicia
de Dios (Ron 3,21); es "ahora" cuando se cumple la predicación del evangelio para
"presentar a todos los hombres perfectos en Cristo" (Coi 1,2528). La revelación del NT
se presenta taxnbién,'sobre'todo en san Juan, éomo el he aquí. (ecce) de-una persona, a
saber: Cristo, con la salvación que él manifiesta y aporta. A este he aquí responde él Yo
soy de Cristo. En él la revelación se ha hecho una persona, presente entre nosotros.
No obstante, hay que subrayar que existe una diferencia esencial entre la primera y la
última espera de Cristo, entre la revelación de la historia y la de la escatología. En el AT
la promesa encuentra su cumplimiento en un porvenir que no se ha producido todavía.
Con Cristo, por el contrario, el porvenir ya se ha dado y ha comenzado. La historia
conoce un umbral, un jalón inesperado en Cristo, vida eterna entre nosotros. La
revelación no define .simplemente a Dios y al hombre como estando en el "no-mundo",
sino que anuncia que Dios está en el mundo, para que los hombres vivan en el mundo,
pero orientados hacia Dios en un aquí que es ya la vida eterna, inaugurando en el
tiempo la vida fuera de los límites del tiempo, pero pasando, como Cristo, por la muerte
temporal y la resurrección a la vida eterna. El cristianismo tiene su. porvenir detrás de
él, puesto que por el bautismo ha pasado de la muerte a la vida. Si la esperanza y el
anhelo del Señor es tan vivo en san Pablo y en la Iglesia, es precisamente porque el
acontecimiento decisivo ya ha tenido lugar y garantiza lo que ha de venir. Si esperamos
el retorno de Cristo, es porque ya ha venido. No es la parusía la que ilumina el NT, sino
más bien es el acontecimiento de Cristo, con todo lo que incluye, el que ilumina el
futuro. El futuro es cierto porque el acontecimiento de Cristo ha iluminado e irradiado
el antes y el después, entenebrecidos hasta entonces. Es la epifanía en la historia la que
garantiza el apocalipsis y la que relanza continuamente a la Iglesia por los caminos de
la conversión, del rejuvenecimiento y de la santidad, a fin de que sea digna de
encontrarse con su Señor. Todo futuro, el de Cristo y el de los cristianos, será el futuro
de este ahora. Todo porvenir es el porvenir de la revelación ya cumplida en Jesucristo.
Por eso nos parece excesivo presentar la revelación como si fuera tan sólo promesa,
esperanza, escatología, apocalipsis. En este sentido creemos que la teología de J.
Moltmann está demasiado influida por la pattern de la revelación veterotestamentaria.
Es verdad que no llegaremos nunca a suprimir la tensión real que existe entre lo que
ocurrió y lo que vendrá. La misma revelación histórica atestigua tanto el apocalipsis
final de Cristo corno su epifanía en la historia. Reducir o eliminar la una o la otra sería,
por tanto, una infidelidad al dato revelado.
Para el Vaticano II, la revelación que corresponde a nuestra condición real de viatores,
de peregrinos, es la que podemos captar y asimilar en Cristo, que "con su presencia y
936
manifestación... lleva a plenitud toda la revelación y la confirma con testiníonio divino"
(DV 4). I~1 concilio reserva el téririino de revelación pasa designar ante todo la
manifestación histórica de Dios por el Verbo -hecho carne. Para designar la
manifestación de Dios por su creación, el concilio habla dé su "testimonio permanente
en las cosas creadas" (DV.3); y para designar el acontecimiento final de la parusía,
habla de la "manifestación gloriosa" de Cristo (DV 4). La revelación es un término
reservado para la manifestación y la comunicación histórica de Dios en Jesucristo.
También la creación y la parusía se llaman "manifestación" de Dios; pero sólo la
manifestación histórica de Dios por la encarnación del Verbo encarnado recibe el
nombre de revelación, que sigue siendo el término consagrado. La fe y la esperanza
tienden hacia el retorno glorioso de Cristo, pero en Cristo el futuro ya es nuestro.
Entonces descubriremos, con un asombro lleno de gozo, a Aquel que, en la fe, era ya el
compañero de todos nuestros días.
De esta forma la revelación no alcanza su punto de madurez más que cuando la historia
de la salvación se conoce de forma positiva y cierta como querida por Dios. Pues bien,
sólo el acontecimiento de Cristo es el acontecimiento pleno y definitivo, que se escapa
no sólo del anonimato, sino también de toda falsa interpretación de la historia de la
salvación, de toda ambigüedad. La revelación trascendental sigue siendo
fundamentalmente ambigua sin la luz de la revelación histórica y categorial. El
horizonte del hombre hacia el futuro es apertura a un horizonte indefinido que puede
recibir una interpretación de tipo panteísta, teísta o ateísta. Tan sólo la revelación de
Dios en la historia puede disolver la ambigüedad de fondo que rodea a la revelación
trascendental.
La atracción interior y la buena nueva del evangelio están en estrecha relación, pero
esta atracción no es estrictamente revelación; más aún, sólo conocemos su existencia
por las fuentes de la revelación, más bien que por una reflexión psicológica sobre la
experiencia viva de nuestra fe. La atracción de la verdad y de la verdad personal están
ligadas en el dinamismo intelectual que, fuera de los casos de mística extraordinaria, no
se les puede distinguir por conciencia refleja. La influencia de esta atracción es real,
decisiva en la adhesión de fe, puesto que es ella la que da al creyente poder adherirse al
evangelio y al Dios del evangelio. Ella es primera en el orden de la eficiencia; pero no es
el evangelio ni una palabra nueva. En un discurso teológico riguroso no se la puede
designar con el nombre de revelación; invita a creer, concede creer, pero sin levantar el
anonimato; es más bien una inspiración o una iluminación del Espíritu (DS 3010). Se le
puede dar, sin embargo, el nombre de l testimonio (en un sentido amplio, pero no
impropio) de Dios, que actúa por dentro, con la garantía de la verdad increada. Pero ese
testimonio sigue siendo indistinto.
Precisemos ahora la relación que une a las dos realidades. Se trata de dos realidades
complementarias, ordenadas la una a la otra y que constituyen como las dos
dimensiones de la única palabra de Dios. Éste interpela e invita a creer por medio del
evangelio de Cristo, de la predicación de los apóstoles y de la Iglesia y,
complementariamente, por la inclinación y la atracción interior que produce en el alma.
Hay una acción conjugada entre el anuncio exterior y la atracción interior. La atracción,
adaptándose al testimonio exterior, lo sostiene, lo asume, lo vivifica, lo fecunda. Cristo
y los apóstoles declaran lo que el Espíritu insinúa y fija en las almas. La atracción
interior se da para connaturalizar al hombre con ese mundo nuevo, inconcebible, que
es el reino de Dios: está al servicio del evangelio. En el orden de la revelación, la misión
del Espíritu completa y acaba la misión de Cristo. La manifestación de Cristo y de su
designio de salvación proviene del evangelio; la eficiencia (disposición para oír y fuerza
para captar) proviene de la atracción. En virtud de esta dimensión interior, la
revelación constituye una palabra de una especie única. A su eficacia de palabra
exterior se añade una eficacia particular, que alcanza al hombre en lo más íntimo de su
subjetividad, en el corazón de su acción cognoscitiva y volitiva, para suscitar la
respuesta de la fe. Esta gracia que mueve, excita, llama, previene, suscita, aunque
pertenezca al orden de la iluminación, no puede, sin embargo, postular para sí el título
de revelación.
Como en todas las cosas, es al Padre a quien le corresponde la iniciativa, ya que el Hijo
lo recibe todo del Padre, naturaleza y misión. Es el Padre el que envía al Hijo como
revelador de su designio de amor (Un 4,910; Jua_3:16); es el Padre el que da
testimonio del Hijo y de su misión reveladora por las obras que concede realizar al Hijo
(Jua_10:25; Jua_5:36-37; Jua_15:24; Jua_9:41), y es el Padre el que atrae a los
hombres hacia el Hijo por la atracción interior que produce en los corazones
(Jua_6:44).
Siendo ya el Hijo en el seno del Padre la Palabra eterna del Padre, en quien el Padre se
expresa adecuadamente, está ontológicamente cualificado para ser entre los hombres la
revelación suprema del Padre y para iniciarlos en su vida de hijos. Cristo es el perfecto
revelador del Padre y de su designio. Pues bien, el designio del Padre es la extensión a
la humanidad de la vida misma de la Trinidad. El Padre quiere reengendrar a su propio
Hijo en cada uno de los hombres, infundir en ellos su Espíritu y asociárselos en la
comunión más íntima, para que todos sean uno, como el Padre y el Hijo son uno, en un
mismo Espíritu de amor. Si acogemos el testimonio que el Padre nos dirige por el Hijo,
el Padre hace de nosotros sus propios hijos (Jua_1:12). Entonces recibimos en nosotros
un espíritu de hijos, un espíritu de amor: "Dios ha enviado a vuestros corazones el
Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abba, Padre!" (Gál_4:6).
Mientras que el Hijo "hace conocer", el Espíritu "inspira". Es el soplo y el calor del
pensamiento divino. Da fuerza y eficacia a la palabra. Cristo propone la palabra de
Dios; el Espíritu nos la aplica y la interioriza, para que permanezca en nosotros. Hace a
la palabra 'soluble en el alma por la unción que derrama en ella. Hace efectivo el don de
la revelación. Es también el Espíritu el que actualiza la revelación para cada generación,
a través de los siglos. A las cuestiones de cada época, el Espíritu responde por una
sugerencia que es su presente.
Así el Padre, por la acción conjugada del Verbo y del Espíritu, por sus dos brazos de
amor, se revela a la humanidad y la atrae hacia sí. El movimiento de amor por el que el
Padre se descubre a los hombres por Cristo y la devolución que le hacen los hombres de
ese amor por la fe y la caridad aparecen como inmersos en el flujo y reflujo de amor que
une al Padre y al Hijo en el Espíritu. La revelación es una acción que compromete a la
vez a la Trinidad y a la humanidad; que entabla un diálogo ininterrumpido entre el
Padre y sus hijos, adquiridos por la sangre de Cristo. Se desarrolla a la vez en el plano
del acontecimiento histórico y en el plano de la eternidad. Se inaugura por la palabra y
la fe, y se acabará en el cara a cara de la visión.
REVELACIONES PRIVADAS
Después de la venida de Cristo no hay que esperar ya ninguna revelación nueva en
relación con la situación fundamental de la humanidad respecto a la salvación. En
efecto, en él y por él Dios ha revelado plenamente su designio universal de amor. Esta
revelación se considera cerrada después de la muerte del último apóstol. Sin embargo,
todavía queda sitio, durante la fase presente de la economía salvífica, para las
revelaciones de Dios, destinadas a iluminar a los creyentes sobre la forma en que han
de portarse en las circunstancias en que viven y a dirigir su acción práctica, moral,
espiritual y religiosa. La calificación de "privadas" que se les da para distinguirlas de la
revelación precedente, llamada a veces "pública", porque se dirige mediante el
ministerio de la Iglesia a los hombres de todos los tiempos y de todos los lugares sin
distinción, no quiere decir que esas revelaciones se reserven necesariamente para una
sola persona. En realidad, muchas veces conciernen a todo un grupo, a todo un
ambiente y hasta a la Iglesia en su conjunto en un momento de la historia. Sin duda
sería mejor hablar, como lo hizo el concilio de Trento, de revelaciones "especiales" o
"particulares" (Dz 1540; 1566). Así pues, utilizaremos este vocabulario.
1.La Sagrada Escritura y las revelaciones particulares no tienen por qué excluirse. Las
revelaciones de este género no se definen por la exclusíón de su pertenencia a todo
947
contexto bíblico, sino por su objeto, su finalidad y su destinatario. Si estos elementos
son particulares, las revelaciones son particulares y siguen siendo tales, aunque las
garantice la inspiración de la Escritura, que no cambia sus características, si bien
asegura su autenticidad. El libro de los Hechas de los Apóstoles está lleno de ejemplos.
Pedro, después de haber anunciado en pentecostés la edad del Espíritu, que obra por
medio de visiones, de sueños y de profecías (2,16-21), es informado mediante una
revelación particular de cómo hay que proceder en lo que atañe al centurión Cornelio
(10,3-8). Pablo se convierte después de una revelación recibida en el camino de
Damasco (9,3-9) y es guiado continuamente en su acción misionera por revelaciones
especiales (16,9; 18,9; 20,23; 27,23-24), a las que añadieron otras revelaciones de orden
estrictamente personal y místico, de las que habla confiadamente a los corintios
(2Co_12:1-6). El Apocalipsis, antes de proponer sus visiones simbólicas sobre la
teología de la historia, comunica a diversas Iglesias unas revelaciones particulares que
se refieren menos a la doctrina que a la vida de una comunidad concreta o a 1a de una
persona (2Co_1:43, 2Co_1:22). Finalmente, los profetas cristianos, que las cartas
paulinas colocan inmediatamente después de los apóstoles (1Co_12:28; Efe_2:20;
Efe_4:11), no se limitan a exhortar, edificar e interpretar; a veces tienen una verdadera
revelación de -Dios que comunicar (:l Cor 14, 29-30): Ésta se presenta como el acto en
que se expresa por excelencia la función profética.
2. En la época patrística conviene señalar, entre otros, dos escritos típicos: la Didajé,
que reconoce un amplio espacio a los profetas en la comunidad, pero establece reglas
para discernir entre los verdaderos y los falsos (11 7-12: SC 248,184-188), y el Pastor, de
Hermas, cuyas abundantes revelaciones de carácter apocalíptico son especialmente una
llamada a la conversión y a la penitencia. Un hombre de Iglesia como san Cipriano-
.concede gran importancia a las revelaciones particulares, tanto a las suyas como a las
de su entorno, y apoya en ellas su ministerio pastoral (Efe_11:1-4 : CSEL 3;497-498),
que por otra parte no fue del agrado de todos (Efe_66:10 : CSEL 3,174). San Agustín es
más reservado. Cree ciertamente en la existencia de las revelaciones privadas; pero
piensa que es muy difícil establecer una distinción entre las verdaderas y las falsas (De
Genesi ad litteram XII, 13-28: PL 34,465).
3. En la época medieval son un hecho notable las obras espirituales que se presentan
como colección de las comunicaciones hechas por Dios a algunas santas mujeres. La
más conocida es Brígida de Suecia (j' 1373). El concilio de Basilea había puesto en su
programa el examen de sus revelaciones, lo que dio pie a las primeras exposiciones
sistemáticas sobre el discernimiento de las revelaciones particulares, debidas por una
parte a Juan Gerson (t 1429), cuya obra De probatione spirituum recomienda sobre
todo, prudencia, y por otra a Juan de Torquemada o Turrecremata (j' 1468), cuyo
Defensorium super revelationes S. Birgittae formula los principios que luego recogieron
los teólogos y los espirituales.
Pero, por un singular contraste, surgió luego una serie impresionante de grandes
apariciones, que son características de esta época. Su mensaje, se dirige por medio de
humildes videntes (mujeres o niños) a amplios sectores de la Iglesia, si no a la Iglesia
entera. Tenemos así en el siglo xvii las apariciones del sagrado corazón en Paray-le-
Monial; luego, en los siglos xix y xx, las apariciones marianas, de la Rue du Bac, en
París; de la Salette, de Lourdes, Pontmain, Fátima, Beauraing, Banneux... Es imposible
enumerarlas todas. Hoy no se puede tratar de las revelaciones privadas sin referirse a
esas apariciones. Porque ellas hablan, mandan, instruyen, confían secretos...
7. El asentimiento que hay que dar a las revelaciones particulares es un tema que
discuten los teólogos. Hay dos opiniones. Suárez es el principal representante de la
primera (De fide disp. III sec. 10: Opera omnia, ed. Vives, t. 12,90-94). Si es cierto el
origen de una revelación, esa revelación exige una adhesión de fe divina, al menos por
parte del beneficiario. En efecto, el motivo de la fe es la autoridad de la palabra de Dios.
Cuando está presente esta autoridad, sea cual fuere el objeto que atestigua, esto basta
para engendrar un asentimiento de fe divina. La diferencia entre la fe divina que se
dirige a la revelación pública y la que se pone en las revelaciones privadas. es
puramente accidental. En el primer caso, la revelación es propuesta por la Iglesia; en el
segundo, directamente por Dios; pero el motivo del asentimiento es el mismo en cada
caso: la autoridad de Dios revelante. En cuanto a las personas distintas del beneficiario
de la revelación privada, pueden igualmente y deben dar un asentimiento de fe divina si
tienen las pruebas y las garantías convenientes del hecho del origen divino de esa
revelación. La opinión suateziana ha sido recogida recientemente por K. Rahner (Les
révélations privées. Quelques remarques théologiques, en "RAM" 25 [19491509).
949
La segunda opinión es, no ya la del propio santo Tomás, que no trató nunca
expresamente esta cuestión, sino dé la escuela tomista moderna. No niega que una
revelación privada pueda dar lugar a un, acto de fe divina, pero no es ése el casO en que
Dios revelase a una persona algo del misterio sobrenatural de su vida íntima. En efecto,
la ley divina no tiene solamente a la.palabra de Dios por motivo, sino al misterio mismo
de Dios por objeto. Es adhesión a Dios que habla de Dios. Donde hubiere testimonio de
Dios sobre un objeto extraño a su propio misterio, no se podría realizar la fe divina. La
escuela tomista tiende así a sustraer las revelaciones privadas del terreno de la fe
divina, ya que estas revelaciones no tienen en general como objeto las verdades no
contenidas en la revelación pública, sino que conciernen a la práctica cristiana, tanto
personal como social. Por tanto, el asentimiento que exigen es un asentimiento de fe
humana. Se designa así una forma de adhesión que no es de cualquier estilo, sino que
tiene la firmeza basada en las pruebas adquiridas por el ejercicio de nuestro sentido
crítico, y que procede sin duda no de la evidencia científica, sino de la certeza moral. Es
la opinión que defiende Y. Congar (La crédibilité des révélations privées, en "VSSup" 53
[1937] 29-43).
8. Al magisterio, especialmente pontificio, le pertenece pronunciar un juicio autorizado
sobre las revelaciones privadas en la medida en que, como sucede frecuentemente,
tienen una repercusión notable en la Iglesia. Cuando este juicio es positivo, se trata
habitualmente de una aprobación en sentido amplio. El magisterio no intenta
comprometer su autoridad en la afirmación positiva del hecho mismo de la revelación;
se contenta con permitir -por no haberse encontrado en ellas nada reprensible
doctrinalmente o concretamente inoportuno- la divulgación de unos relatos que se
dicen revelaciones o que hablan de ellas. Esta aprobación sólo tiene el valor negativo de
una especie de nihil obstat. No hay obligación de creer en esos relatos. Así se deduce de
las declaraciones mismas del magisterio, cuya práctica explicaba en el siglo XVIII el
papa Benedicto XIV: "La aprobación dada por la Iglesia a una revelación privada. no es
sino el permiso concedido, tras un atento examen, de dar a conocer esa revelación para
la instrucción y el bien de los fieles. A esas revelaciones, incluso aprobadas por la
Iglesia..., se les puede negar el asentimiento..., con tal que sea por buenas razones y sin
intención de despreciarlas" (De servorum Dei beatificatione Il, 32,11).
Algunos se precipitan hacia este tipo de acontecimientos con una avidez ferviente, que
puede, por lo demás, señalar una necesidad legítima de encuentro vivo con lo divino.
Otros, invocando las lecciones de la experiencia, que demuestra que es éste un terreno
fácilmente sujeto a ilusiones, desviaciones, adulteraciones, manifiestan por reacción un
exceso de desconfianza y de hostilidad. El buen uso de las revelaciones privadas se
encuentra en la superación de estas actitudes contrarias.
BIBL.: ADN£s P., Révélafions privées, en DS 13, 482-492; AHCh,u E., Le visioni e le
rivelazioni, en AA. V V., La mística, fenomenología e rijlessioné teologtca II, Roma
1984, 473-481; LnueennN R., Fonction et status des apparitions, en AA. V V., Vraies et
fausses apparitions dans ! É glise, París 1973 149-201 VOLICBN L., Les révélations
dqns I É'glise, Mulhouse 1961.
P. Adnés
951
SALVACIÓN
SUMARIO:
1. Aproximación conceptual;
2. La salvación en la teología sistemática y en la historia de la teología;
3. La salvación como objeto de la teología fundamental:
A) Fundamentación de una revelación redentora,
B) Eclesialidad de la salvación y legitimidad teológica relativa de las religiones como
medio salvífico,
C) Gratuidad de la salvación y cooperación del hombre,
D) Salvación e historia general de la emancipación..
b) El NT expresa este contenido mediante los vocablos griegos del grupo lyo (desatar,
liberar a veces a cambio de algo: lytron, de una venta); del de sódsó (arrancar, salvar de
952
un peligro amenazante para la vida), y rhyomai (preservar, proteger de un peligro). El
NT atribuye a la muerte de Cristo ser causa de la regeneración del hombre, que emana
del misterio pascual (Rom_4:25; Rom_5:10-11; 2Co_5:18). Por él Cristo es redentor y
salvador (sotér, el que libra o preserva) (cf Mat_1:21; Lev_2:11 ; Jn 4 42; Heb_5:32
1Ti_1:1; 1Ti_4:10; Flp_3:20; Efe_5:23; 2Ti_2:10; Tit_1:4; Tit_2:13; 1Jn_4:14; 2Pe_1:1;
Jud_1:25), mientras llama sótería al don divino que Cristo ofrece (cf Luc_1:77;
Luc_19:9; Jua_4:22; Heb_4:12; Rom_1:16; Efe_1:13; 1Ts_5:9; 2Ts_2:13-14; 2Ti_2:10;
2Ti_3:15; Heb_2:10; Heb_5:9; Heb_9:28; 1Pe_1:5ss).
Con el nuevo siglo, la crisis del carácter absoluto del cristianismo, planteada por la
teología liberal (E. Troeltsch) y el modernismo (A. Loisy), venía a ser crisis de la
sobrenaturalidad de la Iglesia. La teología de F. Schleiermacher, deudora de la filosofía
romántica, modificó la concepción sobrenatural de la salvación entendiéndola com
próceso de reconciliación que el hombre experiencia en la conciencia de lo divino
mediada en el sentimiento de comunión con el universo. Salvación es superación de los
antagonismos que amenazan el orden creatural a causa de la acción histórica
degenerativa del mal. La teología liberal avanzó en la desdogmatización de la salvación
y vio en ella un proceso de humanización, cuyo paradigma contempló en Jesucristo,
contenido racional de la revelación. Su cristología ejemplarista pretendía resolver la
tensión dualista entre lo divino y lo humano (Dios-mundo, Dios-hombre, acción divina-
historia humana). Desechada la tentativa liberal, la exégesis contemporánea se entregó
a la reconstrucción de la cristología implícita en la predicación de Jesús y en su
pretensión, sin renunciar a la luz que la fe arroja sobre los datos de la historia. Paliando
la tesis de la escuela de las religiones, se pudo distanciar a Jesús de los mitos salvíficos
de las religiones mistéricas del helenismo y del mito gnóstico del redentor. La
exploración de la conciencia de Jesús permitía hablar de su actitud ante su muerte
inminente, y de su fe en la acción salvífica de Dios por su medio. Es patente la quimera
de un Jesús ajeno a toda idea redentora, pues no parece posible sustraer a la conciencia
del redentor toda idea de "entrega sacrficial" a y/ o por Dios (Lafont).
956
religiosa y sus límites. En Cristo se revela el origen y fundamento de toda mediación
creatural e histórica de la salvación.
Se puede por ello hablar de una cierta legitimidad teológica de estas religiones, que no
descansa tan sólo en la libertad de la persona para profesar en libertad un determinado
credo religioso (declaración Dignitatis humanae) ni en la sola aceptación pública de
una religión como fundamento de su legitimidad jurídica. La teoría rahneriana del
cristianismo anónimo es una formulación teorética de la afirmación bíblica del designio
divino universal de salvación e implica una reinterpretación cualitativa, no cuantitativa
ni geográfica, de la máxima de Cipriano. Resta la solución de ciertas dificultades:
siempre es posible para la libertad errar culpablemente en el conocimiento de Dios y
rechazar la salvación. Nadie puede ser apellidado cristiano contra su explícita voluntad
de no serlo.
957
no podíamos disponer antes de que la revelación tuviera cumplimiento" (Rovira
Belloso).
958
Adorno). La salvación impulsa el presente e impide una ideología del status quo,
idolatría de toda religión política.
A. González Montes
960
SANTIDAD
1. LA SANTIDAD, SIGNO DE LA PRESENCIA Y ACCIÓN DIVINAS. La palabra
santidad -en hebreo, qodesh- significa separación, trascendencia y, en consecuencia,
grandeza, excelsitud. En la literatura bíblica la santidad es atribuida ante todo a Dios.
"No hay santo como Yhwh" (1-Sam 2,2). Yhwh es el Dios tres veces santo, cuya gloria
brilla sobre la totalidad del orbe de la tierra y ante cuya majestad se postra la creación
entera (Isa_6:1-3). Calificando a Dios como el santo, la Escritura afirma su
diferenciación respecto a todo lo creado, su distinción frente a todo lo que implique no
sólo pecado o impureza, sino también imperfección o límite, y por tanto su densidad
ontológica, la plenitud de su ser, la absoluta riqueza e intensidad de su existir.
Algunos textos del AT., particularmente algunos textos proféticos, describen la santidad
de, Dios como fuego o llama que devora o destruye toda imperfección y toda mancha,
purificando así a aquellos, a quienes toca (cf Isa_10:17). En otros lugares, dando un
paso más, se presenta la santidad como, una cualidad de los seres o realidades en los
que Dios se ha hecho presente: el templo en el que habita la gloria de Dios ( Sal_5:8), el
sábado que le está dedicado (Éx 2Cr_35:2) y, en última instancia, el pueblo de Israel en
cuanto comunidad elegida por Dios y separada de las otras naciones precisamente para
ser depositaria y testigo de.los bienes divinos ( Éxo_19:6).
Esta comunicación de Dios llega a su culmen en Jesús de Nazaret: Jesús, como declara
el evangelio de san Juan, es el Hijo al que el Padre santificó y envió al mundo
(Éxo_10:36). "Lleno del Espíritu Santo" (Luc_4:1), realizó con hechos y palabras, con
una obediencia llevada hasta la muerte, la voluntad del Padre. Resucitado y glorifcado
según el espíritu de santidad (cf Rom_1:4), puede ser designado como "el santo" (cf
Heb_3:14; Apo_3:7), aplicándole la expresión que el AT reservaba a Dios, ya que en él
habita la plenitud de la divinidad.
Esa santidad, que desde Dios Padre se derrama en Cristo, se extiende a partir de él a
toda la humanidad: constituido primogénito del género humano y cabeza de la Iglesia,
Cristo santifica "en verdad" -es decir, real y verdaderamente- a quienes por la fe se
unen a él (Jua_17:19). El cristiano, que ha sido "santificado en Cristo Jesús" (I Cor 1,2),
está llamado a santificarse cada día más (1Ts_3:13), a unirse cada día más
profundamente con Dios y, en Dios, con la humanidad y la creación enteras, hasta que
llegue el final de la historia, y, al manifestarse. con -plenitud la nueva Jerusalén,
"ciudad santa" (Apo_21:2), el Señor Jesús sea "glorificado en sus santos" (2Ts_1:10) y
Dios sea todo en todas las cosas (1Co_15:28). La historia es, en este sentido y en última
instancia, historia de la santidad.
Estas consideraciones son de especial importancia para la TF, ya que ponen de relieve
lo que podemos calificar como carácter sacramental o significante de la existencia
cristiana y, en consecuencia, el papel central que al tema de la santidad le corresponde
en orden a mostrar la credibilidad de la revelación, es decir, del mensaje cristiano sobre
el destino divina del hombre. La comunicación divina acontece a un nivel que
trasciende -la experiencia, pero que no es ajeno á lo empírico. No hay, en suma,
evidencia de la presencia y acción divinas, pero sí huellas o signos de su actuar. La
santidad es uno de esos signos; más aún, en cierto modo, el signo decisivo, ya que, en
cuanto expresión de la vida comunicada por Dios; dice referencia al objeto, fina lidad o
razón de ser de la acción di-' vina. No es, pues, un signo exterior o sobreañadido, sino
intrínseco y connatural.
962
La TF ha abordado ordinariamente esta cuestión siguiendo dos caminos diversos,
aunque confluyentes: en ocasiones, partiendo de la Escritura, a fin de señalar que, de
acuerdo con el testimonio bíblico, la santidad es un rasgo o nota de la Iglesia, y pasar,
en una segunda fase, a documentar la positiva presencia de ese rasgo en la comunidad
cristiana (l Vía de las notas); en otros momentos, partiendo de la Iglesia en cuanto
realidad social concreta para, analizando su predicación y su vida, poner de manifiesto
que su historia está marcada no sólo por un constante deseo o anhelo de santidad, sino
por una realidad de santidad efectiva (/ Vía empírica).
Una y otra vía pueden ser recorridas haciendo referencia a otras características de la
Iglesia, ya que la santidad no es su única propiedad o nota. Conviene advertir, sin
embargo, que la santidad no es un rasgo entre otros, sino el rasgo decisivo, hasta el-
punto de poderse decir, en palabras de Congar, que las otras notas son propiedades o
atributos de la santidad. Santidad e Iglesia se identifican, ya que la Iglesia no es otra
cosa que el efecto o fruto de la comunión entre Dios y el hombre instaurada en Cristo y
actualizada a lo largo de la historia en virtud de la acción del Espíritu. La iglesia, con su
predicación y con su propio existir, remite a la realidad de una unión con Cristo y en
Cristo, de la que ella misma vive, real, aunque aún no cumplidamente. La santidad en
cuanto nota visible de la Iglesia no es otra cosa que el reflejo de su núcleo vital
c) Santidad del cristiano. La santidad de la Iglesia dice referencia, de una parte, a Cristo
y, por tanto, a la palabra del evangelio y a los sacramentos que evocan la memoria de
Jesús y comunican su vida; y, de otra, al cristiano, al hombre singular concreto que, en
Cristo y por la acción del Espíritu, se descubre llamado p Dios e invitado a la comunión
con De ahí que sea precisamente en es e plano donde el signo de la santidad alcanza
una de sus puntas o aristas más incisivas. No en vano el NT designa a los cristianos
como "los santos", con un apelativo que, aplicado primero a la pequeña comunidad de
Jerusalén (cf Heb_9:13), se extendió después a la totalidad de los creyentes (cf
Rom_16:2). El cristiano ha de saberse objeto de una elección o llamada que le exige
romper con el pecado y vivir de acuerdo "con la santidad y la sinceridad que vienen de
Dios"(2Co_1:12; cf Rom_6:19), dando así, con su existencia concreta, prueba de la
realidad de la gracia, de la autenticidad de la comunión con Dios y con los demás hecha
posible por Cristo.
Todo ello invita a pensar en las numerosas y egregias figuras que jalonan .la vida de la
Iglesia, en los santos reconocidos públicamente como tales y cuyas vidas testifican la
fuerza de la gracia. En ellos se manifiesta sin duda alguna, la capacidad significante de
la santidad. Pero la santidad en cuanto signo no remite sólo al pasado, sino también -e
incluso ante todo- al presente. "Todos los, fieles cristianos, de cualquier condición y
estado, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella
santidad con la que es perfecto el mismo Padre" (LG 11). Toidó cristiano está llamado a
dar "el testimonío que fluye de la fe, de la esperanza y de la caridad" (AA 16), a ser -en
expresión de Josemaría Escrivá de Balaguer- "Cristo presente entre los hombres", es
decir, a vivir de manera que evoque y recuerde a Cristo, y quienes le rodean, al percibir
su empeño sincero en las buenas obras, "glorifiquen al Padre que está en los cielos"
(Mat_5:16) y se sientan impulsados a pedirle razón de su esperanza (cf 1Pe_3:15). El
testimonio de efectivo seguimiento de Cristo y la palabra que lo explica desvelando su
trasfondo constituyen un momento privilegiado del articularse de la santidad en cuanto
signo, ya que manifiestan de manera particularmente viva -es decir, dotada de
dimensiones existencialesla realidad de la gracia, con la invitación a la fe que de ahí
deriva.
J. L. Illanes
SECTAS CRISTIANAS
La palabra "secta" se utiliza generalmente en un sentido tan vago como peyorativo. Por
su etimología evoca la idea de secesión (secare, cortar) o bien la de seguimiento (sequi,
seguir).
El rostro polimorfo de la secta se deriva de la manera con que se articula la alianza del
escatologismo y del iluminismo, así como de las formas de expresión concreta de estos
dos principios fundamentales que determinan su espacio espiritual y definen su campo
hermenéutico. El escatologismo puede tomar la figura del milenarismo, de la
futurología apocalíptica o del utopismo socio-político. En cuanto al iluminismo, puede
tomar la forma de una búsqueda excesiva de carismas o de revelaciones, de un
entusiasmo religioso desenfrenado, de un espiritualismo desencarnado o también de un
pietismo sereno, de un pentecostalismo moderado y de un fideísmo tranquilo. Bajo
estos diversos rostros, la secta es siempre la misma: apunta siempre hacia una salida de
la historia por arriba (iluminismo) y hacia adelante (escatologismo).
965
El primer polo de estos dualismos siempre es malo, mientras que el otro siempre es
bueno. De ahí la insistencia en la corrupción del tiempo presente, que está en manos de
Satanás y de sus vasallos, instalados en todas las instituciones, incluso religiosas. De
ahí, en el plano socio-político, el "contemptus mundi" (rechazo de la sociedad) y la
negativa a comprometerse en las estructuras de este mundo; y, en el plano eclesial,
negativa al diálogo ecuménico, celo misionero y denuncia de las grandes Iglesias
(principalmente del sistema clerical y de la racionalidad teológica).
A nivel de la experiencia espiritual, la secta está marcada por el cuño del fideísmo. La
secta propone una experiencia inmediata de Dios, de Cristo o del Espíritu. Rechaza el
principio sacramental y tiende a superar toda mediación y toda imagen. La fe, que es
esencialmente para la secta un acto de confianza y de abandono, no tiene por qué
sondear sus propios fundamentos ni buscar una racionalidad teológica. La secta no se
interesa ni por la hermenéutica de los orígenes ni por la hermenéutica de las
significaciones. Se dirige al corazón y a la voluntad y exige la conversión radical.
Proyectada hacia adelante y hacia arriba, en disidencia con las Iglesias establecidas y en
ruptura con el mundo, la secta se aplica directamente a la palabra de Dios consignada
en la Biblia (y también a veces en otras "revelactones", interpretada, sobre todo en las
sectas contemporáneas, de una manera fundamentalista. Saltando por encima de la
historia, la secta rechaza la tradición y pretende vincularse a la comunidad primitiva, de
la que desea ser una copia.
2. HISTORIA. Toda la historia de la Iglesia está marcada por la aparición de sectas que
han engendrado su propio sistema eclesial y se han desarrollado como rivales de las
Iglesias establecidas. En la Iglesia antigua, los grupos de protesta de tipo sectario se
presentan mucho más como cismas originados por la negación de alguna de las
verdades decisivas. Estas disidencias contestatarias, de las que se conocen sobre todo el
marcionismo, el montanismo, el novacionismo y el donatismo, tienen que ver más con
el tipo Iglesia que con la secta. Sin embargo, al rechazar la Iglesia imperial de
Constantino y al hacer depender la santidad de la Iglesia de la santidad de sus ministros
y de sus miembros, el donatismo se acercaba más al tipo secta.
En la Edad Media los movimientos pauperistas y penitenciales, como los valdenses, los
pobres de Lión, los humillados, los seguidores de Arnoldo de Brescia, los "pobres
católicos", los pobres de Lombardía, los discípulos de Henri de Lauzanne, se presentan
más bien como cofradías disidentes que corno sectas. Su programa ascético, modelado
sobre la pobreza evangélica y apostólica, quería ser una protesta vehemente contra la
riqueza y el lujo de la mundanidad del papa, de los cardenales y del alto clero en
general, y contra el debilitamiento de la esperanza escatológica en un tiempo en que la
Iglesia se identificaba con el reino de Dios. Por otra parte, los bogomilos y los cátaros
son religiones de tipo gnóstico, que comprenden, sin embargo, algunos rasgos
966
sectarios. Los Hermanos del libre Espíritu, los fraticelli y los espirituales franciscanos,
los joaquimitas, los begüinos, los begardos -como más tarde los alumbrados españoles
y los quietistas-: todos estos grupos son manifestaciones típicas de la espiritualidad
ilustrada que no responden más que imperfectamente al tipo teológico de la secta.
El pietismo daría origen a varias disidencias sectarias, entre las que se conocen sobre
todo los cuáqueros o Sociedad de amigos, los Hermanos de Plymouth, llamados
comúnmente darbystas, y la sociedad de los Hermanos de la Unidad, conocida con el
nombre de Hermanos Moravos. Heredero del pietismo luterano, el evangelio anglicano
se convertiría en un pujante fermento de disidencia. De él nacería el metodismo, que
jugó un papel decisivo en el conjunto de movimientos sectarios y concretamente en la
aparición de sectas de tipo evangélico, hoy tan numerosas. El evangelismo
contemporáneo prolifera en multitud de pequeñas Iglesias autónomas, formadas por
diversas asociaciones independientes y toda una pléyade de sectas fuertemente
marcadas con el cuño del fundamentalismo.
Aunque conservando las características tradicionales del tipo sectario, las sectas
contemporáneas. están profundamente marcadas, por un lado, por un celo misionero
tan inventivo corito tenaz, que sabe utilizar la prensa escrita y electrónica para difundir
su mensaje y ganar adeptos, y por otro lado, por un fundamentalismo que se expresa
tanto en su rechazo del modernismo, del evolucionismo, del liberalismo teológico, del
comunismo y del humanismo secular, como en su apoyo a la estructura capitalista y a la
ideología económica vigente de América del norte y Europa occidental. La Iglesia de la
967
Unificación (Moon) es un buen ejemplo de esta posición teológica y socio-política.
¿Sería demasiado afirmar que las sectas contemporáneas son, en general, socialmente
reaccionarias, políticamente desmovilizantes y culturalmente conservadoras? ¿No es
ahí adonde las conduce necesariamente su posición escatológica formal, su concepción
privatizante de la fe y su espera en la llegada inminente del fin?
Hoy ha dejado de imponerse esta actitud de rechazo global. Antes que secesión y
herejía, la secta aparece esencialmente como un modelo específico de cristianismo,
coma una forma paralela de seguir a Jesús y de vivir el evangelio. Las sectas modernas
no son tanto herejías o negaciones de una verdad cristiana con interpretaciones
globales del cristianismo. Consideradas como expresiones de un tipo específico del
cristianismo, las sectas no pueden ser ya objeto de una repulsa global por parte de las
grandes Iglesias.
Sin entrar en todas las distinciones teológicas, se puede afirmar globalmente que
muchas de las sectas contemporáneas pueden con todo derecho llevar el título de
"cristianas", en la medida en que profesan un corpus de doctrina cristiana capaz de
garantizar una actitud de fe auténtica y de permitir así, en la gracia, la obtención de la
salvación en Jesús.
Si las sectas son grupos cristianos, ¿no habrá que comprenderlas a la luz de los
principios del ecumenismo cristiano, según el cual todas las Iglesias son esbozos más o
menos logrados, anticipaciones más o menos deficientes de la esencia escatológica de la
Iglesia? Los "vestigia Ecclesiae", los elementos de Iglesia que se encuentran en las
sectas, pertenecen de derecho sólo a la Iglesia de Cristo. Al pasar de una eclesiología de
los elementos a una eclesiología de la totalidad, nos vemos llevados a reconocer en gran
número de sectas contemporáneas no solamente algunos elementos de Iglesia, sino
también el alma de la Iglesia, el Espíritu Santo, que va construyendo laboriosamente el
cuerpo de Cristo.
BIBL.: AA.VV. Nuevos movimientos religiosos, en "Concilium" 181 (1983); ALAR A.,
Las sectas y los cristianos, Paulinas Madrid 1990; BARR J., Fundamentalism, Londres
1977; BECKsa H, y VoN WEISfi L., Systematic Sociology, Nueva York 1932;
BERGERON R., Le cortége des Fous de Dieu, Montreal 1982; COLINON M., Le
phénoméne des sedes au XX siécle, París 1959; HOFF E.U., L Église el les sedes, París
1951; HU7TEN K. Le monde spirituel des sectaires, Neuchátel 1965; KLARK E.T., The
Small Sects in America, Nashville (Tenn.) 1937; LAVAUD M.B., Sedes modernes elfo¡
catholique, París 1954; LE BAR J., Cults, Sects, and the New-Age, Huntington
(Ind.)1989; MnxrtN W.R. The Kingdom ojthe Cults, Minneápolis (Min.) 1977; SnNnesN
E.R., The Roots of Fundamentalism, Chicago 1970; SECUV J., Églises el sedes, en
968
Encyclopedia universales 5, 1974; In, Le phénoméne des sedes dans la France
contemporaine, París 1956; SvNAN V., The Holinees. Pentecostal mouvement in the
United States, Grand Rapids (Mi.) 1971; TaoeLTSCe E., Die Soziallehren der
christlichen Kirchen und Gruppen, Tubinga 1912; VERNETTe J., Sedes el réveil
religieux... Quand I óccident s éveille, Mulhouse 1976; VIDAL MANZANARES C.
Psicología de las sectas, Paulinas, Madrid 1990; WnsH J., Types of Religious
Experience. Christian and Non-christian, Chicago 1951, YINUEa J.M., Religión,
persona, sociedad, Madrid 1969.
R. Bergeron
SECULARIDAD
La utilización del concepto de secularidad encierra algunas dificultades. Un estudio
profundo tropieza inmediatamente con sus correlativos /secularización y secularismo.
Estos dos términos aluden a unos fenómenos socio-culturales de gran complejidad, y la
reflexión sobre la secularidad, tanto si es de orden jurídico-canónico como filosófico,
sociológico o teológico, tiene que elaborarse en estrecha relación con estos fenómenos,
además de estar abierta a una pluralidad de experiencias. En la práctica es imposible
utilizar el singular, hablando del cristianismo, de la secularización o de la religión,
fenómenos considerados en sus contextos históricos y socioculturales diversificados. En
efecto, estos conceptos se refieren a unos vectores fundamentales de la experiencia
humana.
969
Para captar la relación actual de la Iglesia con la secularidad, conviene analizar ante
todo el uso de este concepto en los documentos magisteriales. Un estilo de vida, el de
los institutos seculares aprobados por Pío XII en el 1947 en la constitución apostólica
Providamater Ecclesia, llama también la atención, puesto que la secularidad constituye
su misión primera, a través de la profesión de los consejos evangélicos. En un segundo
tiempo, el debate sobre la secularización, en su relación con la fe.cristiana, esboza y
prepara el examen de la siguiente cuestión: ¿la cultura llamada secularizada interroga
al testimonio cristiano?
Si es arriesgado definir la concepción del espacio y del tiempo de una época, resulta
posible, sin embargo, captar el aspecto dominante. Sobre todo a partir de la
introducción por Gregorio Magno (540-604) (Moralia I, 14,20; V, 13,30; XXXII, 20,35:
PL 75,535.695; 76,657) de una jerarquía de vocaciones basadas en el ideal de vida
monástica, la "perfección" cristiana pertenece plenamente a los que renuncian a los
negocios del mundo". En el terreno de los estados de vida, esto se traduce en el siglo xti
en una concepción bipartita de la Iglesia: los monjes o clérigos y los laicos, los hombres
del culto o de lo divino y los seglares. La relación de las personas humanas con el
mundo y con los fines últimos se ve orientada de forma específica. Una atención
centrada más bien en los fines últimos oscurece el significado escatológico de la
historia: de ahí la primacía del monaquismo.
Los documentos del sínodo de 1987 sobre los laicos y la exhortación apostólica
possinodal de Juan Pablo 11 sobre Losfieles laicos (1989) permiten situar el estado
actual de la reflexión magisterial sobre la secularidad. El debate que subyace a estos
documentos puede resumirse en la cuestión siguiente: ¿la secularidad del laico es una
realidad solamente sociológica o es también teológica y eclesial? En su tenor
sociológico, la secularidad es el contexto de vida social, con sus cambios culturales, en
los que el laico participa activamente. Pero no se trata de una obra de transformación
del ambiente. Las "proposiciones" finales del sínodo afirman que toda la Iglesia tiene
una dimensión secular, aunque la secularidad connota particularmente la misión de los
laicos. El carácter secular del laico supone no solamente un sentido sociológico, sino
ante todo teológico, según una triple misión: "participar en la obra de la creación",
"liberar a la creación de la influencia del pecado", "santificarse en el mundo" (n. 4). La
exhortación possinodal de Juan Pablo II insiste más en la secularidad de la Iglesia.
Recogiendo un pasaje del discurso de Juan Pablo II a los superiores y miembros de los
Institutos seculares (1972), afirma: "La Iglesia tiene una auténtica dimensión secular,
inherente a su naturaleza íntima y a su misión, cuyas raíces se hunden en el misterio
del Verbo encarnado, y que se realizó de diversas formas por sus miembros"
(Christifideles laici, 15). Sin embargo, tal como anunciaba el Vaticano II, se trata de una
característica propia del laicado. El bautismo confiere a todos una dignidad
fundamental común, y la secularidad constituye una "modalidad" de la misma.
Finalmente, la exhortación apostólica enuncia claramente: "El concilio no considera
971
simplemente su condición como un marco exterior y un ambiente, sino más bien como
una realidad destinada a encontrar en Jesucristo la plenitud de su sentido" (n. 15).
El Código de derecho canónico recoge este término a partir de este uso histórico-
político inicial. Desde un punto de vista totalmente neutro, secularización significa la
salida autorizada de una persona de una orden religiosa para volver al estado laico. Sin
embargo, e1 secularizado pierde ciertos privilegios, concretamente el de enseñar
teología, lo cual implica un descrédito.
La salvación establece una relación con Dios inédita, por la que el hombre se ve
constituido hijo en su propio ser. Anteriormente, en la etapa infantil de su historia,
estaba sometido a las fuerzas del mundo, en el sentido bíblico, constituido por la ley. La
fe consiste en la aceptación de la dependencia nueva, radical y fundamental respecto a
Dios como Padre, creador y justificador. En un segundo nivel, Gogarten explicita las
consecuencias de esta filiación para la existencia terrena del hombre: adquiere una
libertad total frente al mundo en el sentido de que, heredero de la creación, ejerce sobre
ella una soberanía plena ( Gál_4:1.7). Este dominio supone que la dependencia
fundamental respecto a Dios se desarrolla a través de una autonomización en el obrar:
el ser-recibidode-Dios se cumple en el ser-para-símismo. Estos dos polos tomados
juntamente mantienen en su equilibrio la condición de criatura. La secularización
origina precisamente, para Gogarten, esta constitución del ser humano para-sí-mismo.
Hay dos posturas teológicas de primer orden sobre la secularización que polarizan la
atención: la de Johan-Baptist Metz y la de Harvey Cox. Toman el relevo de la teología
de Friedrich Gogarten, desarrollando, respectivamente, una tesis según la cual la
mundanización (Metz) o la secularización (Cox) del mundo tienen su origen en el
cristianismo, en su fuerza de actuación sobre la historia humana. Este proceso conduce
a una relación de la fe con el mundo muy alejada de la dicotomía tradicional entre lo
sagrado y lo profano, que por lo demás es extraña al mundo bíblico. Metz critica las
teologías trascendentales y personalistas, incluso la que elaboró su maestro Karl
Rahner. Cox guarda la distancia frente a los teólogos llamados de la muerte de Dios
(William Hamilton, Thoinas 1. Altizer, Paul van Buren). Los dos emprenden un trabajo
de reanudación con la ilustración, sobre todo a partir de Karl Marx, comprendido a
través del filósofo Ernst Bloch, que ha renovado la reflexión sobre el marxismo con su
obra maestra El principio esperanza (Aguilar, Madrid 1977- Mar_1980:3 vols.) Con su
reflexión sobre la "conciencia anticipadora", sobre "los sueños-haciaadelante" surgidos
976
de la capa preconsciente del hombre, Bloch dota al marxismo de una "futurología".
Pero al mismo tiempo pone en evidencia el proyecto utópico de los pueblos de la Biblia
y las energías reformadoras y políticas que actúan en su historia, ocultadas durante
demasiado tiempo por la Iglesia. Deforma más general, Cox y Metz proclaman en voz
alta "el fin de la metafísica". Considerando lo real desde un punto de vista estático,
realista y sustancialista, la metafísica no permite pensar en términos de historia, de
devenir y de tiempo, concibiendo el cambio como un elemento accidental en un
universo inmutable.
En su Teología del mundo, Metz sitúa la fe en la nueva conciencia del mundo que salió
del proceso de mundanización. La fe tiene que exponerse a las situaciones nuevas y
reflexionar sobre sí misma a partir de ellas. La mundanización tiene su fundamento
teológico y bíblico en la encarnación y la adopción del mundo por Dios. Al asumir la
humanidad por medio de su Hijo, Dios adoptó al mundo, lo cual significa que lo asumió
en su mundanidad propia.
Esta preocupación por la acción sobre la historia anuncia en Metz un cambio radical.
Metz denuncia el carácter abstracto de los diversos temas sobre la secularización. Su
obra La fe en la historia y en la sociedad (Cristiandad, Madrid 1982) constituye la
conclusión de este giro. Hace más estrecha su lectura de la modernidad. Concebida
primero sobre todo como fenómeno global de mundanización, la comprende ahora
como proceso de emancipación. Metz quiere corregir los efectos privatizantes de la tesis
de la secularización sobre la fe, A sus ojos, esta teología neutraliza la fuerza crítica y
transformadora de la fe. Del mismo modo, tampoco admite la identificación entre
cristianismo y secularización. Sin embargo, le complace que la Aufkltirung se haya
convertido en un sólido locus theologicus. Las teologías liberales presentan la ventaja
de defender una visión de la Iglesia más democrática, la libertad de conciencia y de
opinión. Pero este liberalismo y neoliberalismo caen también en los atolladeros de la
Aufklürung, particularmente el tipo de ciudadano que es su sujeto principal, el hombre
burgués. En su teología fundamental práctica, Metz quiere reorientar la teología hacia
977
la condición del sujeto histórico y concreto. El cristianismo es una praxis: tal es el
sentido de la radicalidad evangélica.
En La ciudad secular (Barcelona 1973; original americano, 1965), Harvey Cox intenta
mostrar la naturaleza judeo-cristiana de la secularización. Ésta representa una
oportunidad para el cristianismo. Siguiendo a Bonhóffer, proclama "el fin de la
religión". La secularización invita a discurrir sobre Dios y a reinterpretar la Biblia a
partir de la secularidad. Las Escrituras refieren tres acontecimientos que constituyen el
principio de la secularización: la creación engendra el desencantamiento de la
naturaleza, el éxodo provoca la desacralización de la política, la alianza del Sinaí lleva
consigo la desconsagración de los valores. Destaca además algunas características de la
civilización técnica y urbana. Recordemos en primer lugar el aspecto de movilidad. La
sedentarización hace nacer al homo religiosus, el hombre de tradiciones fijas, que no
acoge lo inédito de los caminos de Dios. Toda la historia de la salvación representa el
esfuerzo incesante por desespacializar a la divinidad (éxodo), a fin de concebir el
mundo como historia y devenir. En segundo lugar, la actitud moderna pragmática
concierne a la relación del sujeto con la verdad. El hombre moderno se interroga más
por el funcionamiento de las cosas que por su identidad sustancial, como ocurría
durante la era metafísica. La unidad fundamental en Cristo (Col_1:1-20) no equivale a
una fuente predeterminante de la orientación histórica, sino que deja al hombre la
preocupación de definir su propio mundo en una perspectiva de colaboración con Dios.
A la luz de lo que hemos dicho, se puede preguntar por la oportunidad del concepto de
"consagración secular" que se utiliza en los institutos seculares (S. LEFÉBVRE,
Sécularité et instituís séculiers, Montreal 1989). Este concepto es portador de una
significación ontológica de separación. Sin embargo, la encarnación no significa ni
mucho menos una alienación de la naturaleza humana por Dios, sino su recapitulación
en su integridad propia. Santificado, el mundo sigue siendo mundo, se ve afirmado en
su mundanidad. Consagrado, en sentido estricto, se distingue de lo profano (S.
LEFÉBYRE, o. c., 88-91; cf también M.-D. CHENu, La "consecratio mundi'; en J.
BEYER (ed.), Études sur les instituts sécufers, vol. 3, Cerf, París 1966). La
sacramentalidad eclesial consiste en convertir al mundo en reino de Dios, no ya
penetrándolo desde fuera, después de una segregación "espacial", sino discerniendo en
él las llamadas y la presencia de Dios. Las teologías de la secularización saben
comprender la intuición de los modernos en su crítica de la religión. El Dios bíblico es
creador, relacional e histórico: rechaza toda espacialización. Se opone al Dios de una
religión que se empeñe en someter la historia. De esta manera, el movimiento moderno
tiene cierto parentesco en el fondo con la desacralización bíblica. ¿No será entonces un
980
movimiento de secularización legítima del Dios de los cristianos, durante tanto tiempo
sacralizado?
S. Lefebvre
981
SECULARIZACIÓN Y SECULARISMO
1. LA CUESTIÓN DE LA SECULARIZACIÓN. a) La secularidad es un fenómeno
característico de la modernidad. En nuestra época, al menos en el mundo occidental, el
hombre emerge como verdaderamente autónomo y como responsable de su situación
global. Este fenómeno cultural es el resultado de un largo y complejo proceso histórico,
cuyas raíces últimas son numerosas y de muy diversa naturaleza. No sólo la cultura
griega, sino también la misma religión bíblica, constituyen fuerzas históricas de gran
eficacia como agentes de secularización, al desmitizar la naturaleza cósmica y al
responsabilizar éticamente al hombre de su existencia y su destino. La secularidad
viene a coincidir con un proceso de emancipación real de la vida humana y de la razón
histórica, en relación con un cierto modo de entender el saber riguroso o también en
relación con el modo de vivir la religión en la propia circunstancia personal y social. El
proceso secularizante procura entender los diversos sectores vitales de un modo
inmanente a la propia realidad humana, siempre plás y más diferenciada,
independientemente de los axiomas metafísicos o incluso de ciertas normas religiosas
del pasado. Lo importante para una hipótesis científica no es su concordancia con tales
sistemas metacientíficos, sino su verificabilidad o su falsificabilidad, su utilidad o su
eficacia. Incluso se ha llegado a hablar de una "madurez cultural" para describir el
fenómeno de la emancipación del saber científico y de la autonomía de la cultura
humana. Otra característica del hombre secular es su interés por la vida presente en su
concreción e historicidad, abandonando la nostalgia de lo eterno y rechazando una
forma meramente contemplativa de vivir la religión. El hombre secular, igualmente,
pierde interés por el mundo de las "ideas eternas", mientras concentra su atención en la
fenomenología y dinámica de lo verificable y controlable. Por ello, el hombre secular
fácilmente se adhiere a una forma de empirismo pragmático que le hace estimar más
los hechos que las grandes teorías metafísicas, políticas o religiosas. En la cultura
moderna, la vida pierde algunos rasgos fundamentales del mundo arcaico, pasando por
un proceso de eclipse en las formas convencionales de experiencia de lo sagrado. La
vida individual y social se torna más racional y más profana, acentuando su separación
o incluso su ruptura con numerosas creencias del pasado religioso o cultural.
Igualmente, numerosas funciones vitales se emancipan de la tutela de las instituciones
religiosas, produciéndose una cierta desacralización de la realidad cultural o social, que
tanto puede significar una forma de decadencia religiosa cuanto una forma de
purificación profética de la misma vivencia creyente.
b) En nuestra época y contexto histórico, la afirmación religiosa debe vivirse dentro del
proceso de secularización típico de la modernidad, caracterizado por la búsqueda de un
nuevo humanismo, centrado en la autonomía responsable del individuo como valor
máximo. La secularidad significa no sólo el crepúsculo del mundo mágico y
supersticioso de la cultura arcaica, sino también una amenaza para la actitud
contemplativa, propia de la ontología griega o de la teonomía medieval. El proceso de
secularización rompe con la tradición cultural, que pretende fundar el tiempo en la
eternidad y lo finito en lo infinito. En la ética y en la política, en la estética y en la
filosofía, la cultura de la cristiandad antigua o medieval era teocéntrica; en cambio, la
cultura de la modernidad es claramente antropocéntrica y está particularmente
preocupada por la realidad contingente e histórica, singular y concreta. Para constatar
la distancia cultural que separa la antigüedad o el medievo de la modernidad y la
actualidad, basta comparar el Gorgias de Platón o el Organon de Aristóteles con el
Discurso del método de Descartes o con La crítica de la razón pura de Kant. Lo mismo
982
sucede en el campo religioso, comparando las Confesiones de Aurelio Agustín, el
Monologion de Anselmo o el Itinerario de Buenaventura con los discursos Sobre la
religión de Schleiermacher, con el Concepto de la angustia de Kierkegaard o con la
Agonía del cristianismo de Unamuno. Los filósofos y los teólogos son incapaces de
pensar la realidad humana o de hablar de Dios del mismo modo o utilizando las
mismas categorías en que era posible hacerlo antiguamente. La situación secular se
caracteriza también por la pérdida de un cierto lenguaje filosófico y teológico. Según
algunos filósofos de la cultura, se estaría iniciando una nueva época histórica,
caracterizada por el pensamiento funcional, técnico y positivo del homo urbanus de la
megalópolis posmoderna, dejando atrás no sólo la fase mítica del mundo arcaico, sino
también la fase ontológica de la polis griega. Como el mundo arcaico, nutrido de los
mitos homéricos o babilónicos, dejó paso a la civilización grecorromana, así la cultura
cristiana occidental vive una transición hacia una civilización planetaria a través del
proceso de la modernidad cultural, desde el renacimiento a la ilustración, desde el
idealismo romántico al primer existencialismo y al positivismo y pragmatismo,
persiguiendo una nueva racionalidad y un nuevo humanismo.
c) ¿Cómo debe ser juzgado, desde un punto de vista religioso, el fenómeno histórico de
la secularización? ¿Como un acontecimiento lamentablemente negativo, como un
proceso religiosamente neutral o incluso como una realidad teológicamente positiva?
Para una visión rígidamente integrista o fundamentalista, la secularización es un
fenómeno esencialmente antirreligioso. Para un cierto eclecticismo teológico, la
secularización es un fenómeno religiosamente neutral, consistente en la superación
cultural de módulos de pensamiento propios de una época precientífica. El hombre
secular no está más o menos distante de la religión y de la fe que el hombre antiguo o
medieval. Pero el cristianismo debe constatar que hoy el imperativo de anunciar el
evangelio tiene como destinatario un hombre culturalmente diferente, en cuanto
marcado por el proceso secularizante. Finalmente, para el optimismo religioso de un
cierto progresismo teológico, detrás del proceso secularizante se descubre la acción de
Dios, ya que la secularidad resultante permite al hombre alcanzar su autonomía y
madurez, librando al anuncio evangélico de una interpretación falsa. Todo el proceso
secularizador es la consecuencia lógica de la conciencia de la autonomía creatural. La
conciencia de la creaturalidad despoja al mundo de toda aureola numinosa. El anuncio
del mensaje religioso sobre la acción de Dios en la historia de la salvación y la
conciencia de la religión de la alianza dan al hombre un sentido ético en su proyecto
vital y una responsabilidad social en su proyecto histórico. El hombre se descubre como
realidad autónoma y personal, espiritual y responsable. La fe bíblica ha tenido un
impacto religiosamente revolucionario. La teología de la creación, del éxodo y de la
alianza ha "desacralizado" el mundo humano, como mundo, como historia y como
religión.
BIBL.: AcQUAVIVA S., L Eclissi del sacro nella civiltá industriale, Milán 1961;
ACQUAVIVA S. y GUIZZARD G., La Secolarizzazione, Bolonia 1973; ALTIZER Tb,J.J. y
HAMILTON W., Radical Theology ano the Death of God, Indianápolis-Nueva York
1966; BONHOEFFER D., Resistencia y sumisión, Salamanca 1983; Cox H.E., La ciudad
secular, Barcelona 1973; GLASNER, P.,7he SOC10logy of Secularization, Londres 1977;
GOGARTEN F. Destino y esperanzas del mundo, Barcelona 1971; LUCKMANN T., La
religión invisible, Salamanca 1973; MARTIN D., A General Theory of Secularization,
Oxford 1978; METz J. B., Teología del mundo, Salamanca 1970; RAHNER K.,
Tkeologische Reflexionen zur Silkularisation, en Schriften zur Theologie VIII,
Einsiedeln 1967, 637-666; ROBINSON J.A.T., Sincero para con Dios, Barcelona 19672;
SOLLE D., Stellvertretung, Stutgart 1965; STALLMANN M., Was ist Sdkularisierung~
Tubinga 1960; TILLICH P., Die religidse Lage der Gegenwart, Berlín 1926; VAHANIAN
G., The Death of God, Nueva York 1961' VAN BUREN P.M., The Secular Meaning of the
Gospel, Londres 1963; VAN LEEUWEN A.T., Christianity in World History, Londres
1964.
F.A. Pastor
a) Un dato que destaca con claridad es la lectura personalista de los signos. Se los
considera no ya principalmente en su facticidad como cosas en sí, sino que se les
identifica más bien en la persona de Cristo y de la Iglesia (DV 2.4; LG 1.15). Puede
pensarse en este cambio como en un paso significativo de los signos al signo.
Efectivamente, la persona de Jesús de Nazaret es el signo puesto ante los hombres, para
que comprendan el misterio de Dios. La Iglesia es el signo que permanece en la historia
para mediar y transmitir la palabra del Señor.
988
A partir de este acontecimiento se concretan en la historia las diversas intervenciones
de Dios, que son signos de su voluntad salvífica (la creación: LG 16; la elección del
pueblo: DV 14; la finalización de la historia: LG 9).
Más específicamente, decimos que es signo "todo lo que, con un fundamento histórico,
permite el conocimiento del misterio, creando las condiciones para la comunicación
interpersonal.
b) Esta definición permite ver unificadas algunas de las características esenciales que
componen el signo:
- la dimensión histórica. El signo, para ser tal, tiene que poseer una realidad que pueda
conocerse a través de los caminos sensibles normales. Por tanto, tiene que situarse en el
horizonte cognoscitivo humano como una realidad que puede percibirse
inmediatamente como referencia a un significado ulterior;
- la dimensión de mediación. El signo es una unión arbitraria entre un significado y un
significante. Por definición, este último no podrá agotar jamás en sí mismo a lo
significado, si no se quiere destruir el signo mismo. La arbitrariedad de la unión puede
sufrir con el correr del tiempo una modificación de relaciones, por lo que pueden ser
atribuidos diferentes significantes a lo significado; sin embargo, en virtud de una
"iniciativa colectiva" (De Saussure), el significado original que dio vida al signo nunca
podrá quedar completamente eliminado o modificado;
- en cuanto a la relación entre significado y significante, es posible crear una variada
serie de terminologías que acompañan al término general de signo. Tendremos
entonces: signo-índice, signo-símbolo, signo-imagen, signo-estético, etc., se trata de
niveles semánticos que indican una diferente relación entre los dos elementos del
signo, pero que no modifican la realidad básica del propio signo;
989
- el signo, además, crea comunicación. Incluso está creado para la comunicación. Se
mantiene entre una fuente que lo emite y un destinatario que lo recibe. Por tanto, el
signo es medio de comunicación que encuentra su espacio significativo en un contexto
que favorece su exacta comprensión.
c) Así pues, puede verse ya realizada una primera serie de elementos que son
indispensables para la identificación del signo. Ante todo, debe haber un consenso: esto
significa que el signo sale de la esfera de lo subjetivo; no puede ser signo solamente
para un individuo, ya que cesaría el elemento de la comunicación. Además, el signo
provoca a la reflexión, en cuanto que estimula al receptor a dar el paso entre la realidad
significada y lo que es significado. Finalmente, mueve a una decisión, que supone la
aceptación o el rechazo del signo; en efecto, no cabe neutralidad ante el signo, porque
se requiere una opción en la identificación de lo significado.
En una palabra, para tener un signo es necesario que se presente como sensible, como
perceptible; histórico, es decir, inserto en un contexto sociocultural; significante, que
introduzca en la comprensión de un significado ulterior expresado, pero no contenido
por completo; universal, es decir, que cree un consenso fuera de la esfera individual.
En la Escritura es posible ver realizada una semiología que sabe acoger las
características que acabamos de describir y que destaca al signo como lenguaje de
revelación apto para expresar el misterio mismo de Dios.
Como Dios habita en una luz inaccesible y no es posible hacerse de él ninguna imagen
(Éxo_20:4), el medio más adecuado para expresar su relación con el pueblo será el
signo: una realidad que se expresa, pero que no puede agotar el contenido del mensaje.
Lo mismo que una espiral que se mueve hacia el centro, vemos a Israel identificando
signos de la presencia reveladora de Yhwh en la naturaleza: el arco iris es signo de la
alianza universal (Gén_9:12-17); las estrellas del cielo y la arena del mar (Gén_15:5;
Deu_10:22) son signos que recuerdan la descendencia numerosa que, en virtud de la fe,
logrará tener Abrahán; la circuncisión señalará para todas las generaciones futuras que
el hombre pertenece a Dios y al pueblo consagrado a él (Gén_17:10-11).
Pero también en la historia pueden encontrarse signos que remiten más directamente a
la relación misteriosa entre Yhwh y su pueblo: la liberación de la esclavitud de Egipto
(Éxo_13:1116), la peregrinación por el desierto y la alianza pactada en el Sinaí
(Éxo_13:18; Deu_4:6), las diversas fiestas litúrgicas (Éxo_12:21-28), seguirán siendo
en la historia hebrea otras tantas piedras miliarias que permitirán ver concretada la
obra de Yhwh en favor de su pueblo.
Se tratará de signos que habrá que recordar y revivir, para que no falle nunca el
sentimiento de pertenencia y de consagración a Yhwh.
990
En efecto, sobre la definitividad de este signo construyen los textos neotestamentarios
su teología. Aunque no confirmada del todo, la tesis de Bultmann sobre la presencia en
Juan de una Semeionquelle es índice de una fuerte tradición que vio en los semeia kai
erga toú christoú un momento estrictamente revelador.
A la variada presentación de los signos que nos ofrecen los sinópticos corresponde en
Juan una teología concreta del signo. Desde el "primero de los signos" (Jua_2:11) hasta
los "otros muchos signos" de 20,30, el evangelista casi parece identificar con éstos la
línea conductora de su escrito. El signo es para él ante todo una realidad visiva que se
impone al hombre; más aún, es lo que permite reconocer la presencia definitiva de Dios
en medio de su pueblo.
Signo es Jesús de Nazaret en su misterio pascual; a los que piden signos para poder
comprender su origen divino, él sólo propone el signo de Jonás (Mat_12:39-41;
Mat_16:1-4; Luc_11:2932), para hacerles posible realizar el acto de fe en su persona.
Puesto que él es el signo último y definitivo del Padre, puede multiplicar los signos para
hacer evidente la presencia del reino mesiánico ( Jua_11:47). Y no sólo él, sino los que
crean en él realizarán signos, incluso mayores, ya que en su persona todo ha alcanzado
su cumplimiento (Jua_11:12).
Se da, por tanto, una doble dialéctica, que es fundamental para comprender el valor de
los signos dentro de la teología neotestamentaria.
Así pues, los signos por una parte provocan a la fe para que sea más genuina, ya que
remiten al contenido fundamental que es el misterio de Dios; por otra parte estimulan a
los no creyentes para que sepan percibir a través de ellos la presencia del misterio que
puede dar sentido a sus vidas.
Por tanto, para una semiología teológica sigue siendo fundamental la centralidad del
acontecimiento histórico de Jesús como signo fontal, estético, de la revelación de Dios.
El principio hermenéutico, constituido por su misterio pascual, habilita para la
comprensión y discernimiento de todos los demás signos (Jua_5:22; Jua_6:30;
Jua_8:15; Jua_12:48). Una vez más, el creyente queda puesto en la condición de tener
que escoger si detenerse en lo milagroso o llegar hasta el significado más profundo de la
fe.
Sin embargo, en virtud de su estructura, el signo no impide que sea preciso alcanzar lo
significado que está más allá de la esfera de lo subjetivo. El signo no puede realmente
reducirse ni a un análisis lingüístico exclusivo, que sería incapaz de dejar a lo
significado en su espacio de trascendencia, ni a una mera verificación empírica, de la
que se escaparía el valor constitutivo de lo significado.
R. Fisichella
II. Símbolo
El uso indiscriminado de las palabras tiene sus consecuencias. Crea una imposibilidad
de comunicación y es fuente de equívocos.
De una opinión distinta son las escuelas psicoanalistas, que identifican el símbolo como
expresión privilegiada sobre la cual situar en primera instancia la interpretación
onírica. Las diversas escuelas lo interpretan luego según sus propios principios: Jung,
por ejemplo, lo ve como revelación de una situación concreta arquetípica, colectiva o
individual. Cuanto más capaz es el símbolo de expresar esta creencia atávica, mas
universal y significativo llegará a ser. Por otra parte, IClein y Lacarrecurren al símbolo
para expresar el lenguaje metafórico de las palabras.
En el plano más filosófico, para una gnoseología del lenguaje son fundamentales y
determinantes los és= tudios de E. Cassirer. El simboló y la función simbólica sirven
para significar toda actividád formadora del espíritu. El mito, la lógica y el arte son,
indiferentemente, formas simbólicas en que lo significante y lo significado no pueden
separarse ni distinguirse; efectivamente; todo lo que es pensado sólo es pensable a
través de los símbolos míticos, lógicos o estéticos: "El símbolo no es un revestimiento
meramente accidental del pensamiento, sino su instrumento necesario y esencial"
(Filosofía delle forme simboliche I, fl linguaggio, Florencia 1961, 20ss).
Para la semántica puede valer la definición de Morris, que define el símbolo como "un
signo producido por su intérprete, que actúa como sustitutivo de otros signos de los que
es sinónimo" (Segni, linguaggio e comportamento, Milán 1948).
Así pues, el símbolo participa de una amplia autonomía; pero es también más
convencional, ya que es producido por agentes humano-sociales.
El AT está lleno de acciones simbólicas que nos refieren los profetas. Como ejemplo,
podemos pensar en Jeremías, que compra una vasija de barro (Jer_19:1-15) y la rompe
en mil pedazos en presencia de los ancianos del pueblo y de los sacerdotes; la
simbología resulta evidente a través de la palabra del profeta: "Así romperé yo a este
pueblo y a esta ciudad, como se hace añicos un vaso de alfarero que ya no puede
recomponerse" (Jer_19:11).
Como apologética, que entra en contacto con las diversas filosofías, la teología
fundamental podría constituir una especie de puente entre la nueva acepción del
símbolo, su valor hermenéutico y su uso teológico. Efectivamente, el símbolo, más que
"decir" algo, "evoca" la realidad simbolizada. Esto permitiría entonces una expresividad
del teologar que, sin caer en reduccionismos ni en modas pasajeras, supiera recuperar
ante todo los datos peculiares- de la Escritura, que pone en el símbolo una confianza
casi ciega; narrando y evocando símbolos, el autor sagrado afirma al mismo tiempo la
presencia vital y activa de Dios y la impronunciabihdad de su nombre. Además, podría
proponer de nuevo los contenidos de la tradición patrística y medieval, que hizo de la
interpretación simbólica una especie de via eminentiae para la comunicación del
mensaje revelado.
R. Fisichella
SENTIDO
SUMARIO:
I. SENTIDO DE LA FE.
II. SENTIDO DE LA REVELACIÓN:
1. Renovación del sentido objetivo;
2. En el espacio de la gnoseología;
3. En el espacio de la revelación;
4. Revelador y revelación;
5. La muerte de Jesús como plenitud de sentido;
6. Consecuencias para una gnoseología teológica.
III. BÚSQUEDA Y DON DE SENTIDO:
1. Búsqueda de sentido;
2. El don de sentido.
I. Sentido de la fe
El "sensus fidei" ha sido objeto de la reflexión teológica en estos últimos decenios,
comenzando por los dogmas marianos y continuando hasta la teología de la revelación
y la eclesiología. Su formulación explícita ha sido consagrada por el Vaticano II,
especialmente en el texto paradigmático de LG 12, así como en diversas nociones afines
presentes,en todo el concilio (sensus fidei: PO 9; sensus catholicus: AA 30 sensus
christianus fidelium: GS 52; sensus christianus: GS 62 sensus religiosus: NA 2; DH 4;
GS 59; sensus Dei: DV 15; GS 7; sensus Christi et Ecclesiae: AG 19; instinctus: SC 24;
PC 12; GS 18). Además, se lo supone implícitamente en el texto sobre criteriología de la
evolución del dogma, de DV 8:
El "sensus fidei" incluye dos realidades relacionadas entre sí, pero no superpuestas. Por
un lado, el "sensus fi dei"propiamente dicho, que es una cualidad del sujeto, al que la
995
gracia de la fe, de la caridad y de los dones del Espíritu Santo confiere una capacidad de
percibir la verdad de la fe y de discernir lo que le es contrario. Se trata de una expresión
acuñada por la gran escolástica del siglo x1II (Guillermo de Auxerre, Alberto Magno,
Tomás de Aquino...), y surge del análisis de las facultades de la fe en el sujeto creyente.
Por otro lado, encontramos otra realidad, el "sensus fidelium" -que es lo que se puede
captar desde fuera objetivamente de cuanto creen y profesan los fieles=, propio de los
teólogos de la segunda mitad del siglo XVI (Melchor Cano, Roberto Belarmino,
Suárez...), y que nace de un estudio de criteriología doctrinal. Como desarrollo de este
último se da el "consensus fidelium", o el "universus ecclesiae sensus" de Trento (DS
1637), que añade el asentimiento universal y se refiere a aquella situación en que todo
el cuerpo de los creyentes, "desde los obispos hasta el último de los laicos" -siguiendo la
expresión de san Agustín, citada por la misma LG- profesan la misma fe. En esta
situación, el Vaticano II afirma que todo el pueblo de Dios no puede errar con la
fórmula "in credendo fallí nequit", que recuerda la famosa expresión mfallibilitas in
credendo" -.--usada en el debate conciliar (AS III/ 1, 198)-,tan clásica a partir de los
teólogos postridentinos y divulgada por los manuales anteriores al Vaticano II (H.
Diekmann, T. Zapelena, A. Lang...). La legitimidad, pues, de tal infalibilidad se da
cuando se cumplen.estas cuatro condiciones: expresa el consentimiento universal, se
refiere a la revelación, es obra del Espíritu Santo y es reconocida por el magisterio (cf
DV 8.10' LG 12.25). Su recta interpretación ha sido precisada por la declaración de la
Congregación para la doctrina de la Fe Mysterium Ecclesiae, n. 2 ("AAS"63 [19731398 =
EV 4, nn. 2567-2569).
Así pues, en síntesis, para comprender la naturaleza propia del "sensus fidei" hay que
considerarlo, en primer lugar, en el contexto de la existencia cristiana, :que posibilita, a
partir del "maestro interior", que es el don de la fe, un "juicio según connaturalidad en
asuntos de la fe" (1111, q. 45, a. 2; la Humani generis se refiere a esta "connaturalitas":
DB 2324), que manifiesta así la "lógica connatural de la existencia cristiana". En
segundo lugar, el "sensus fide¡" debe situarse en el contexto de la comunión eclesial,
que posibilita la estrecha articulación entre el magisterio "exterior", propio del colegio
apostólico con su cabeza y sus sucesores, que tiene la "misión de interpretar
auténticamente la palabra de Dios escrita o transmitida" (DV 10; cf LG 25), y el
magisterio "interior" del Espíritu, presente en todos los bautizados, y que se manifiesta
en la participación en la función profética de Cristo y ,de la Iglesia (cf LG 12.35.37 DV
8) como "vía empírica" de la tradición viviente de la Iglesia. Especialmente en la etapa
posterior al Vaticano II, el ejercicio más concreto del "sensus fidei" suscita la búsqueda
de pistas prácticas. Así, entre otras, en el de la realización de la complementariedad
entre Iglesia docente y discente en el contexto de la comunión eclesial; en el del valor
997
epistemológico preciso de la "religiosidad popular" (! Religión, V) y de la "praxis"como
"lugar teológico"y expresión del "sensus fide¡-fidefum"; en el ejercicio de la
corresponsabilidad eclesial, especialmente de los laicos, revalorizando las formas de
sinodalidad y consulta en lá.Iglesia.
S. Pié-Ninot
998
El sujeto, mediante la "admiración" que lo capacita para un conocimiento cada vez más
completo de lo real, descubre que se da algo como existente. Hay una presentación sic
et simpliciter de un objeto al sujeto, y es lo que constituye la evidencia.
Así pues, la evidencia, como darse del objeto al sujeto; es lo que permite ver concretada
la primera relación gnoseológica objeto-sujeto.
En efecto, el sujeto se caracteriza por su "poder disponer de sí"; es libre para salir de si
mismo y para volver a sí mismo, de comunicar los datos de este su recorrido
cognoscitivo y de permanecer solo con el objeto conocido; en todo caso, esta dimensión
hace evidente una realidad: la presencia de algo distinto de uno mismo.
Por tanto, el creyente no podrá "juzgar" nunca las formas con que se da la revelación.
Ésta tendrá que ser acogida con las determinaciones que lleva consigo y en las formas
que expresan la libertad de Dios en su comunicación.
Así pues, la forma de la revelación se le da al conocer humano a través del misterio que
impone para su comprensión la dialéctica de una "ocultación/desvelamiento" constante
y recíproco de la misma figura.
999
Por tanto, la persona de Jesús de Nazaret es esa comunicación última y definitiva de
Dios a la humanidad tras la cual no hay que esperar ya ninguna nueva revelación de
Dios (DV 4). Su persona se revela como una relación ininterrumpida con el misterio
trinitario; en efecto, él revela una conciencia de estar en dependencia del Padre y de
estar lleno del Espíritu; esto es lo que hace de él el logos, es decir, la primera expresión
"pública" del misterio de Dios.
4. REVELADOR Y REVELACIÓN. Afirmar que Jesús expresa la evidencia, el sentido de
la revelación, significa consiguientemente ver realizado en él aquel acuerdo perfecto y
aquella conformidad plena entre el revelador y la revelación. No sólo no existe un
revelador mayor, sino que tampoco puede ser comunicado ni revelado nada nuevo que
él no haya expresado ya.
Precisamente este "remitir" al Padre es lo que permite afirmar que, humanamente, todo
ha sido dicho por Dios en Jesucristo y que él es el contenido del misterio revelado.
Pero al mismo tiempo estamos en presencia de un nuevo dato revelado; lo que él revela
es suyo, pero no es suyo porque pertenece al Padre. La apelación que aquí se hace al
otro es de todas formas una apelación que no puede prescindir de su persona, porque
está presente y operante precisamente en él: "el que me ve a mí, ve al que me ha
enviado" (Jua_13:45).
En la muerte de cruz, la revelación que Jesús hace del Padre es total, porque en esa
muerte alcanza su cima la obediencia a su voluntad (Flp_2:8) y consiguientemente se
hace transparente el contenido revelado.
El ser del Hijo es obediencia total y recepción total por parte del Padre. En esto consiste
su libertad, por lo que puede afirmar que da su vida para recobrarla de nuevo (cf
Jua_10:17-18), ya que entre él y el Padre hay una identidad de naturaleza. Ésta es el
amor trinitario que constituye la relacionalidad personal que los hace ser Padre e Hijo
en un infinito e ininterrumpido dar y recibir, atestiguado por la espiración del amor
como tercera persona.
Pero lo que resulta "humanamente" sensato es que este amor no es fin de sí mismo; por
el contrario, se dio "a los malvados" (Rom_5:6). Dios no se entrega a la muerte por los
inocentes, sino que toma al inocente para que puedan ser redimidos los malvados.
Podrían entonces señalarse los "principios teológicos" que resultan básicos para una
teología fundamental, entendida como epistemología (l Teología, II) del saber teológico
como tal; podemos esquematizarlos así:
a) El creer es una forma peculiar del saber humano, cuando se coloca ante la revelación
de Dios.
Además, el creer en este horizonte no es ante todo una adhesión aun sistema abstracto
de pensamiento, que pueda ser tachado de ideología; es esencialmente una relación
interpersonal que llega a crearse con la persona de Jesús de Nazaret a través de una
comunidad viva. A1 creer, el sujeto se pone en aquella situación antropológica que hace
que su acto sea uno de los más significativos, ya que en él se da una de las formas más
altas de riesgo y de donación de sí. Ante la fragmentariedad del conocer humano, el
creer se sitúa como aquella forma de conocimiento global que acoge en sí al otro para
poder comenzar y progresar en el conocimiento de sí mismo.
La revelación, a nuestro juicio, tiene que llevar consigo ante todo el elemento de algo
radicalmente nuevo que se da. Esta novedad no es del sujeto ni procede de él; se
percibe, por el contrario, en virtud de un movimiento externo que le sale al encuentro y
que es capaz de conducirlo a la conciencia de una existencia percibida como deudora
para con el otro.
A partir de esta novedad cada uno se ve movido a mirar hacia el futuro, como en las
palabras del profeta: "¡No os acordéis de antaño, de lo pasado no os cuidéis! Mirad; yo
voy a hacer una cosa nueva" (Isa_43:18). Aquí el "acordarse" está cargado de esa
"admiración" que permite ver lo verdaderamente nuevo que no existía en el pasado,
pero que se da ahora y se hace visible.
Pero esta perspectiva hace descubrir que el conocer humano es sienípre fragmentario;
la revelación no está determinada por el sujeto, sino que se le da a cada uno para que
"comprenda" y "crea" (Jua_20:31); por consiguiente, es un don gratuito del obrar libre
de Dios. Por tanto, si hay que hablar de sentido de la revelación, es para que el creyente
comprenda de modo evidente que Dios y su misterio impulsan siempre hacia lo semper
major.
R. Fisichella
En la mayor parte de los casos, el sentido de la vida se nos presenta como una herencia
transmitida por el ambiente familiar, social y religioso que nos ha visto nacer. Puede
decirse entonces que hay millares de sentidos, desde los balbuceos de la humanidad
hasta nuestros días. Para conocerlos habría que desarrollar ante todo el panorama de
modelós elaborados a lo largo de los siglos por las filosofías, las religiones, las
civilizaciones. Nos encontraríamos entonces con el antiguo Egipto, que, después de
haber intentado domar la muerte con sus propias fuerzas (éxito, poder), se hundió en la
resignación y el fatalismo ante el imprevisible desarrollo de la historia y el indescifrable
misterio de la muerte; después, Mesopotamia, que no encontró más respuesta que la
del escepticismo, impotente ante la vida como ante la muerte; luego, el mundo griego,
prisionero del retorno cíclico de una historia que se repite sin tener una orientación,
abandonado a las fuerzas ciegas del destino; el Oriente, ligado a la rueda de la vida, en
donde el nacer, el creer y el morir no son más que participaciones en un solo acto de la
vida, al que siempre se vuelve después de haberse desprendido momentáneamente de
él por la muerte; el Occidente moderno, con Nietzsche, que sustituye a Dios por el
hombre, para ver muy pronto cómo explota ese superhombre, sustituido por el Espíritu
(Hegel) o por la sociedad (Marx). Para escapar de estas esclavitudes, el hombre se ha
lanzado con furia a otras nuevas esclavitudes: la tecnología; la lucha de clases, la
producción y el consumo, la droga, las manipulaciones genéticas, la guerra atómica, etc.
d) Una última posición consiste en reconocer que el hombre está imbuido de una
exigencia de absoluto que, de hecho, no se realiza en esta vida, pero sin negar que, de
derecho, pueda realizarse. Ante la muerte, que radicaliza la cuestión del hombre, éste
toma conciencia de que lleva en sí mismo una aspiración invencible a realizarse
indefinidamente; por otra parte, la muerte le revela al hombre su impotencia total para
asegurar por sí mismo su supervivencia y su cumplimiento. La muerte coloca al hombre
ante una opción insoslayable: o bien reconoce que su existencia, en cuanto proyecto y
aspiración a un ser-más, posee un sentido, y entonces cabe albergar la esperanza de un
porvenir trascendente, de una supervivencia después de la muerte; o bien acepta que su
existencia esté privada de sentido, con lo que se presenta la desesperación total. El que
reconoce un sentido a la existencia ligado al sentido de la muerte, confiesa que su vida
es precaria y que está indeleblemente marcada por la finitud, pero que se trata de un
dato inicial sobre el que él se va edificando poco a poco y se experimenta como deseo de
un absoluto esperado. Reconoce que su libertad no puede cumplirse más que por una
libertad superior que le trasciende. Se reconoce como "persona", es decir, como sujeto
consciente y libre, que se establece en una relación consentida con el mundo, con los
otros ^y con el absoluto; y se constituye "definitivamente" como persona abriéndose a
lo super-personal, que da fundamento a la toma de conciencia que tiene de ser un ente
finito, pero impregnado de una voluntad de infinito. El hombre, sin embargo, no puede
decir nada sobre la decisión salvadora de esa libertad superior que trasciende a la suya.
En efecto, entramos entonces en el mundo de las propuestas de salvación que se han
ofrecido históricamente al hombre. Por otra parte, si se presentase una religión capaz
de responder a los anhelos más profundos del hombre, de colmar esa sed de infinito
que lo devora, más aún, de desbordar todo lo que él puede concebir, entonces sería
irracional descartar esta hipótesis de un sentido revelado, ofrecido, dado. El hombre
debe por lo menos abrirse a la hipótesis de una palabra eventual de Dios, dirigida al
hombre en la historia. En su realidad histórica, la revelación cristiana parece responder
a esta espera indeterminada, pero irresistible, del querer humano.
Las preguntas que anidan en el corazón humano son igualmente las que están en el
corazón de la revelación. Podrán intentarse todas las aproximaciones que se quieran al
cristianismo, pero nunca se podrá prescindir del sentido que Cristo representa para el
hombre y las problemas de su condición. Cristo sigue siendo un misterio, pero un
misterio iluminador; fuente siempre viva de sentido. Celando el hombre toma
conciencia de que el misterio de Cristo hace eco a su propio misterio y lo alcanza en esa
zona más íntima de su ser para iluminarla y calentarla hasta el punto más alto de fusión
y de fisión, entonces la revelación no es ya solamente "plausible", al poner armonía
dentro del hombre, sino que se presenta como "creíble". En otras palabras, si es verdad
que Cristo, por su vida y su mensaje, es mediador de sentido, único exegeta del hombre
y de sus problemas, si es verdad, que en él el hombre llega a situarse, a comprenderse, a
realizarse e incluso a superarse; si, finalmente, la luz que Cristo proyecta sobre la
condición humana le penetra en lo más hondo, entonces se plantea la cuestión de su
identidad: ¿no será él, tal como declara él mismo, el Hijo del Padre, Dios-entre-
nosotros, sentido de Dios y del hombre, don del sentido, por ser él mismo palabra de
Dios?
BIBL.: BLONDEL M., L Action, Paris 1893; FISICHELLA R., La revelación, evento y
credibilidad, Sígueme, Salamanca 1989; LATOURELLE R., El hombre y susproblemas a
la luz de Cristo, Sígueme, Salamanca 1984 LEGAUT M., L Homme á la recherche de son
humanité, París 1971; LEVINAs E., Totalidad e infinito, Sígueme, Salamanca 1977;
RUIZ DE LA PEÑA J.L., El último sentido, Madrid 1980; TILLICH P., El coraje de
existir, Laia, Barcelona 1973; VV.AA., La vie a -t-elle un sens, en "Nouveau Dialogue",
noviembre 1988 VATICANO II Constitución Gaudium et spes, 1965; ZUNDEL M., Quel
homme et quel Dieu?, París 1976.
R. Latourelle
1006
SIGNOS DE LOS TIEMPOS
SUMARIO:
1. Recuperación de un término antiguo;
2. Nueva perspectiva del Vaticano II;
3. Líneas para una teología de los signos de los tiempos
R. Fisichella
La atención constante a la historia y la relación del evangelio con ella hacen surgir,
teológicamente, el tema de los signos de los tiempos.
Se debe a la acción profética de Juan XXIII la recuperación del valor y del significado
de esta categoría para la vida de la Iglesia y para la reflexión teológica. El sentido
original del versículo de Mateo fue utilizado insistentemente por el pontífice con la
intención de provocar a los cristianos a saber mirar los cambios del mundo
contemporáneo para poder anunciar de nuevo el evangelio de Cristo de forma que
pueda ser comprendido.
Este mismo pathos puede vislumbrarse en la última encíclica de este papa, la Pacem in
terris, escrita pocos meses antes de su muerte. Al final de cada capítulo Juan XXIII
1007
proponía la lectura de algunos signos de los tiempos. Nótese que el texto oficial latino,
quién sabe por qué misterio redaccional, no lleva esta expresión, que puede
encontrarse, sin embargo, en todas las traducciones oficiales de la encíclica.
El concilio, con el nuevo clima que se estaba creando, especialmente en las relaciones
Iglesia-mundo, no podía encontrar una solidaridad mayor con estos precedentes. En
varias ocasiones aparece este término en los diversos documentos conciliares, hasta
encontrar en la Gaudium el spes su formulación oficial. "Signos de los tiempos" puede
ser considerada, en este horizonte, como una de las formulaciones más originales del
concilio en su intención pastoral.
En este punto resulta útil mencionar algunos textos explícitos en los que aparece esta
expresión, ya que son fundamentales para la comprensión de esta categoría y
constituyen unos puntos muy útiles de referencia para su interpretación teológica.
c) "(Los presbíteros) oigan de buen grado a los laicos, considerando fraternalmente sus
deseos y reconociendo su experiencia y competencia en los diversos campos de la
actividad humana, a fin de que, juntamente con ellos, puedan conocer los signos de los
tiempos" (PO 9).
d) "Para cumplir esta misión, es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los
signos de la época e interpretarlos a la luz del evangelio, de forma que, acomodándose a
cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la
humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua
relación de ambas. Es necesario por ello conocer y comprender el mundo en que
vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el sesgo dramático que con frecuencia le
caracteriza" (GS 4).
Tras estos textos explícitos vienen otros muchos textos del concilio en donde es muy
clara la referencia a los signos de los tiempos, aunque de forma implícita. Una breve
ojeada a este punto podrá ayudar sucesivamente a la elaboración de una "teología de
los signos de los tiempos" realizada por el Vaticano II.
1008
Hay dos párrafos de la GS especialmente importantes en este tema: "El pueblo de Dios,
movido por la fe, que le impulsa a creer que quien lo conduce es el Espíritu del Señor,
que llena el universo, procura discernir en los acontecimientos, exigencias y deseos, de
los cuales participa juntamente con sus contemporáneos, los signos verdaderos de la
presencia o de los planes de Dios. La fe todo lo ilumina con nueva luz y manifiesta el
plan divino sobre la entera vocación del hombre. Por ello orienta la mente hacia
soluciones plenamente humanas" (GS I 1).
a) Como primer dato, hay que señalar el cambio de lenguaje, que revela una perspectiva
diferente en la que se inserta la Iglesia. En efecto, la comunidad cristiana se
autocomprende como sierva de la Palabra que se le ha confiado y que tiene la
responsabilidad de transmitir en la historia. La Iglesia está, junto con sus
contemporáneos, en constante y permanente camino en la búsqueda- y adquisición de
la verdad entera (Jua_16:13). Se ofrece a todos y a cada uno como compañera en la
búsqueda de la voluntad real de Dios, y por tanto del bien de la humanidad. A los
hombres y mujeres de este tiempo que buscan a Dios les ofrece su "compañía de la fe",
sabiendo muy bien que la acción del Espíritu que la guía actúa y se dilata también fuera
de sus confines institucionales (LG 8).
b) Para cumplir la misión recibida de Jesucristo, la Iglesia pide la ayuda de los hombres
de su tiempo, a fin de ser capaz de leer atentamente los fenómenos humanos y las
tensiones.que se vienen a crear en la historia. Es una Iglesia "pobre" la que surge de
estos textos, una Iglesia que ha perdido toda forma de presunción y arrogancia y que es
consciente de que la verdad es búsqueda en común y que ella la posee sólo en la
perspectiva dinámica de la escatología. Se deduce, por tanto, la responsabilidad de una
solidaridad con todos y la conciencia de un compromiso universal para la consecución
de la salvación, por lo que nos salvamos todos juntos o no correspondemos a la misión
que hemos recibido.
Es una Iglesia que deja la perspectiva de ser maestra ante el mundo, para recuperar la
categoría del discipulado, sabiendo que uno solo es el maestro, Cristo (Mat_23:10): "La
Iglesia reconoce los muchos beneficios que ha recibido de la evolución histórica del
género humano... La Iglesia necesita de modo muy particular la ayuda de quienes por
vivir en el mundo, sean o no creyentes; conocen a fondo las diversas instituciones y
disciplinas y comprenden con claridad la razón íntima de todas ellas" (GS 44). Nunca se
habían oído en estos últimos siglos palabras tan claras y explícitas por parte del
magisterio respecto al mundo y la ayuda que la comunidad creyente pide a todos, en
virtud de su pertenencia a la humanidad y de su competencia en el ámbito científico.
No es preciso demostrar a cuántos años luz están estas palabras de las fórmulas de
perplejidad y de condena del siglo pasado frente al "mundo" y el progreso; la Iglesia, de
1009
esta manera, ha vuelto a descubrir valientemente un nuevo modo de ponerse ante las
culturas y la sociedad. Negarlo equivaldría a olvidar los honrados esfuerzos que se han
realizado en este sentido; y olvidarlo significaría traicionar el espíritu del Vaticano II.
Los signos de los tiempos pueden orientar entonces hacia una interpretación más
universal y global del mensaje salvífico, ya que intentan presentar aspiraciones y
concreciones de ideales que son patrimonio común de la humanidad. En cierto modo
pertenecen a la pedagogía de la revelación puesto que pueden identificarse con aquellos
gérmenes de vida, los logoi spermatikoi, tan apreciados por los padres de la Iglesia, que
están colocados en el mundo y en el corazón de cada individuo, para capacitarlos a
percibir más fácilmente la acción de Dios, que suscita continuamente fuerzas nuevas
para la realización plena de lo creado.
Para resumir la novedad de la enseñanza conciliar a este propósito, podemos decir que
hay dos datos que resultan determinantes: 1) Jesucristo es el signo fontal de la
revelación, y la Iglesia es, en fidelidad a él, su signo sinónimo; éstos son los signos
permanentes de la presencia de Dios, y por tanto, fundamentalmente, los verdaderos
signos de los tiempos. Estos signos de revelación orientan a la historia
1010
escatológicamente y permiten la finalización del devenir histórico. Son signos del
tiempo para este tiempo, ya que llevan impresa dentro de sí la nota de la universalidad,
que los hace plenamente accesibles a todo tiempo y normativos para cada uno. 2) Son
igualmente signos de los tiempos todas aquellas aspiraciones de la humanidad que
determinan el progreso y orientan hacia la adquisición de formas de vida más
humanas.
Se dice además que se requiere el consenso universal; por eso estos signos deben ser
catalizadores de alguna manera. Tienen que expresar una característica de
universalidad; en efecto, su significado debe ser recibido por todas partes en su sentido
más genuino. Por tanto, los signos de los tiempos están llamados a expresar el signo
progresivo de unidad de los diversos elementos humanos que, prescindiendo de
análisis propios de intereses privados, tienden hacia el bien de la humanidad.
Así pues, por creyente entendemos al que está inserto en la comunidad cristiana y al
que, en virtud de esto, está llamado a leer los signos de los tiempos a la luz de la palabra
de Dios (GS 11; 44) y a ver en ellos una presencia peculiar del Creador. El creyente, en
virtud de la fe, será llevado a identificar cada signo con las diversas manifestaciones del
amor trinitario de Dios revelado en Cristo. Sin embargo, en el reconocimiento y en la
lectura de los signos será llamado a realizar el mismo camino que el no creyente y
tendrá que caminar con él hasta el fin; sin embargo, luego estará llamado a dar un paso
más, puesto que tendrá que llegar a la interpretación cristológica y eclesial del signo.
Para el no creyente, los signos de los tiempos podrán expresar las tensiones y las
aspiraciones de los hombres hacia una forma de vida más humana. Sin embargo, si los
signos tienen que crear un consenso, esto significa que capacitan también al no
creyente para aquel compromiso coherente, a fin de que la verdad única sobre el
hombre y sobre la creación pueda ver finalmente la luz plena. Pero al actuar en
compañía con el creyente, también el no creyente podrá verse provocado a una
pregunta ulterior, que podrá desembocar en la cuestión sobre Dios y en la opción de fe
cristiana.
1011
Lo que hemos expuesto hasta ahora afecta principalmente a la descripción sobre la
naturaleza de los signos de los tiempos. Para una visión global del fenómeno es
conveniente añadir algunas observaciones sobre el discernimiento de los signos.
En cuanto signos, participan de la naturaleza del signo (/Semiología, I); son, por tanto,
una relación entre un significante y un significado; su lectura y su interpretación están
muchas veces sometidas a ambigüedad. ¿Cómo es posible señalar los signos de los
tiempos? ¿Y a quién compete su interpretación?
Puesto que, como se ha dicho, los signos de los tiempos son ante todo acontecimientos
históricos, es necesario que su importancia quede confiada primariamente a las
ciencias humanas. En varias ocasiones y de forma explícita, la Iglesia y la enseñanza del
magisterio han manifestado su confianza en la ciencia y en los científicos (GS 15; 44); se
les pide un reconocimiento preliminar de los fenómenos que crean consenso y que de
suyo tienden a imprimir en la sociedad formas de vida más humanas. Una vez
reconocidos los signos, hay que interpretarlos.
Más en conformidad con la descripción de los signos de los tiempos que se ha ofrecido,
podría aplicarse aquí para su interpretación lo que sostenía Pablo VI en la Octogesima
adveniens como método de lectura para los fenómenos sociales, en cuanto que
se.destaca más a la comunidad particular. Leemos allí: "Corresponde a las
comunidades cristianas analizar objetivamente las soluciones de su país, aclararlas a la
luz de las palabras inmutables del evangelio, aplicar los principios de reflexión, los
criterios de juicio, las normas de acción" (OA 3).
En unos pocos rasgos encontramos en este texto los principios fundamentales que
determinan el modo de situarse ante los signos de los tiempos: reconocimiento, lectura,
interpretación, juicio; pero dentro de la comunidad y con la competencia específica de
cada uno.
Por tanto, toda la Iglesia local se hace intérprete de los signos de los tiempos,
respetando las funciones y los carismas de cada uno, pero caminando "junto con toda la
humanidad" (GS 40), ya que forma con ella la única familia de Dios.
1012
Del mismo modo que la comunidad reconoce los signos de los tiempos, que como tales
tienen siempre el elemento de la positividad, ya que tienden al progreso de la
humanidad y de la comprensión de la verdad revelada, así también esa comunidad está
llamada al reconocimiento de los anti-signos que, por el pecado de todos, impiden el
verdadero progreso y retrasan la acción de liberación global.
Pensamos, por, tanto, que pueden asumirse ciertos criterios generales en cuanto que
expresan la intención de compartir en común, y ciertos criterios específicos que
caracterizan a la lectura cristológica y eclesial. de los creyentes.
Pueden asumirse como generales dos criterios: el de la dignidad humana, que favorece
el reconocimiento de todas las formas que suponen la libertad y la promoción de cada
persona, y el de la justicia, que debe considerarse como el punto mínimo e
indispensable del amor, ya que con ella cada uno se pone en la condición de vivir una
vida dignamente humana.
Bajo los criterios específicos es evidente que resulta más determinante la referencia
teológica, ya que toca a la comunidad, que, de suyo, vive la realidad que anuncia.
Pensamos en tres criterios, que expresamos con el lenguaje bíblico de:
a) Glorificar a Cristo (Jua_16:14): los signos de los tiempos, en cuanto que son
irradiación de la gloria del Señor, tienenque encontrar su plena significación solamente
en él. Por eso, cada uno de los signos tiene que volver a Cristo y tender a su gloria, para
anunciar ulteriormente la victoria de su muerte sobre toda forma de injusticia y de
pecado. Por consiguiente, los verdaderos signos de los tiempos pueden reconocerse
porque llevan dentro de sí esta dinámica de superación de límites y capacitan para el
reconocimiento de.la verdadera libertad.
c) Recapitular todo en Cristo (Efe_1:10): los signos de los tiempos tienen que orientar a
los creyentes para que sepan mirar permanentemente hacia "los cielos nuevos y la
tierra nueva", en donde quedará definitivamente desterrada toda clase de muerte. Por
tanto, los verdaderos signos de los tiempos abren a la plenitud de la realización
cósmica, en donde todo, lo creado, la historia y la humanidad en ella, encontrará su
cumplimiento. Si los signos de los tiempos tuvieran que detenerse tan sólo en la
referencia inmediata o en la realización temporal, carecerían para los creyentes de toda
su fuerza de propulsión hacia la construcción del futuro.
Con la lectura que hemos presentado, los signos de los tiempos pueden reducirse a su
núcleo esencial, constituido por el acontecimiento mismo de la revelación: el amor
1013
trinitario de Dios. De la forma culminante de este amor, constituida por la muerte del
Hijo, surgen otras expresiones y formas de amor, para que este único signo permanezca
como normativo y reconocible para siempre.
La atención a los signos de los tiempos es una tarea irrenunciable para la Iglesia y una
responsabilidad para cada uno. Con ello se hace más inmediato el descubrimiento de
todo lo que hay de bello, de bueno y de verdadero en nuestra historia y en el mundo que
formamos. Pero, para los creyentes, esos signos tienen un significado ulterior: la
presencia permanente de un Dios que, incluso después del acontecimiento de la
encarnación, sigue habitando en medio de nosotros y viviendo con nosotros.
La atención a los signos de los tiempos, con sus elementos de reconocimiento, lectura e
interpretación, no puede, sin embargo, agotar la tarea de los creyentes de tener que
crear continuamente nuevos signos a través de los cuales hacer visible la actualidad de
la revelación. Una teología de los signos, que se detuviera tan sólo en su lectura, sin
saber proseguir en la voluntad de suscitar nuevos signos, quedaría privada de algo
esencial. Los criterios adoptados anteriormente exigen que los creyentes estén en
disposición de mirar siempre hacia nuevos signos, por estar continuamente atentos a
las diversas situaciones de la vida.
Por consiguiente, los signos de los tiempos constituyen un desafío que la Iglesia lanza al
mundo; con ellos invita a vivir elpresente histórico con toda la intensidad que posee,
pero sin olvidar que la mirada ha de orientarse siempre hacia el futuro que está delante.
BIBL.: BoFe C., Segni dei tempi, Roma 1983; CHENU D.M., Signes des temes, en
"NRTh" 87 (1965) 29-39; FisIeE<eLLw R., La revelación: evento y credibilidad,
Salamanca 1989, FUsseL K., Die Zeichen der Zeit als locus theologicus, en "FrZPhTh"
31 (1984) 259-274; GONZÁLEZ CARVAJAL L., Los signos de los tiempos. El reino de
Dios está entre nosotros, Santander 1987; LwTOURELLE R., Cristo y la Iglesia, signos
de salvación, Salamanca 1971; G'COLLINS G., Teología fondamentale, Brescia 1982;
PIE-NnvoT S., Tratado de teología fundamental, Salamanca 1989; POITMEYER A.J.,
Zeiehen und Kriterien der Glaubwürdigkeit des Christentums, en HFTh IV, 373-413
QuINZa X., Signos de los tiempos. Panorama bibliográfico, en "Miscelánea Comillas"
49 (1991) 253-283.
R. Fisichella
1014
SILENCIO
La teología se ha olvidado del silencio. Llevada por el afán de convertirse en ciencia, ha
relegado a la mística y a la espiritualidad la realidad esencial de su reflexionar,
corriendo continuamente el peligro de caer en la inexperiencia de su objeto de
investigación.
Es paradójica la situación del que tiene que hablar o escribir sobre el silencio. Por un
lado, resulta poco agradable hablar de él, ya que siente uno colgada sobre sí como la
espada de Damocles, aquella sentencia de Heidegger: "No hay peor conversación que la
que se basa en discurrir o en escribir sobre el silencio" (In cammino verso il linguaggio,
123); por otro lado, se siente con fuerza el deseo de hablar de él para permitir que una
reflexión sobre el silencio favorezca la recuperación de una conciencia sobre su
esencialidad para el hombre contemporáneo.
Pero hablar del silencio resulta un intento casi contradictorio, ya que para ello es
preciso romperlo, o al menos suspenderlo por algún tiempo. Sin embargo, éste es el
único camino que se puede recorrer para que el silencio resulte significativo y para que
su relación con el sujeto cree espacios de sentido.
Así pues, es preciso remontarse de los, silencios al silencia original, el que -como tal-
está privado todavía de toda determinación emotiva, y que, sin embargo constituye la
condición de posibilidad misma de lo que se está escribiendo.
El silencio es una realidad; es un hecho que existe así, simplemente; que permite
reflexionar y expresarse y volver sobre uno mismo para dar un significado pleno a la
propia reflexión y expresión. Así pues, podríamos decir que el silencio es un
acontecimiento original, que existe lo mismo que la vida, la muerte, la fe, el amor...; que
quizá de alguna forma contiene a todos los demás, porque se identifica con el misterio
mismo del propio ser. Sumergiéndonos fuera del tiempo y del espacio, nos insertamos
en aquel acto creador original por el que nos relacionamos inmediatamente con el
Creador.
Así pues, la palabra y el silencio no pueden considerarse como términos opuestos, como
si la presencia del uno determinase la exclusión y la huida del otro; son más bien dos
aspectos que forman el lenguaje humano como dato constitutivo del ser hombre. Por
tanto, no existe conflictividad alguna entre el silencio y la palabra, sino unidad e
integración, en la que el silencio tiene una prioridad temporal y ontológica. No se daría
palabra sin silencio; pero tampoco se daría verdadero silencio más que como
suspensión de la palabra.
La primera tarea que habría que desarrollar es la de una epistemología del silencio. En
efecto, no basta con mostrar su existencia ni tampoco con reclamar su valor; ante todo
es preciso destacar que el silencio pertenece constitutivamente al sujeto humano y que
sin él no se da humanidad.
Por tanto, es preciso reducir el silencio al silencio, para ser capaces de comprender
cómo es en sí y de qué manera se relaciona el sujeto con él.
Una palabra completa, es decir, en relación con el silencio que la origina y que la
contiene, es plenamente significativa, ya que evoca el silencio que la origina y que le
imprime fuerzas siempre nuevas.
Es verdad que el hombre crea su palabra, pero nunca como en este caso realiza la
experiencia de la gratuidad. No es él el que crea; es él más bien el que pertenece al
lenguaje. En todo caso, es deudor de otro, ya que recibe la palabra del otro. Si habla, es
sólo porque naturalmente se ha visto obligado al silencio; si quiere comprender, sólo
podrá hacerlo creando el silencio.
1017
En este contexto resulta significativa la norma del Qohélet 3,7 (Sir_20:18): "(Hay) un
tiempo para callar y un tiempo para hablar"; porque en la sabiduría humana iluminada
por la gracia se llega a crear un equilibrio entre los dos, con vistas a la unidad.
La Escritura expresa el silencio original, que es la primera expresión de amor del Padre,
que se hace luego Palabra obediencial del Hijo y Espíritu de amor como nuevo silencio
que llega "más allá. del Verbo" y que encierra en sí el misterio trinitario. De este
silencio nace la revelación, que se hace luego palabra histórica y profética, y finalmente
palabra definitiva en la encarnación del Hijo, pero que desemboca en un nuevo silencio
como contemplación y respuesta de fe.
La Biblia es el primer gran testigo de la grandeza del silencio ya que no lo califica sólo
como realidad para el hombre y para la creación, sino que lo convierte en el horizonte
privilegiado sobre el cual hay que poner el misterio de la revelación de Dios.
En efecto, desde el punto de vista histórico destaca el tema del silencio de Dios
vinculado a su escondimiento. El pueblo pide que Dios no se esconda, que no se aleje de
él, pues en ese caso se acabaría la historia y dejaría de ser un pueblo (cf Deu_31:1718;
Jer_33:5-6; Isa_54:7; Eze_24:23);1os Salmos indican esta misma realidad y ponen de
manifiesto este sentido de temor como una oración de invocación (cf Sal_30:8;
Sal_104:28; Sal_143:7; Sal_27:9; Sal_102:3; Sal_69:18).
Hay un texto de Isaías que puede considerarse como el intento de dar cuerpo al tema
del silencio del hombre ante el misterio de Dios: "Sí, en ti hay un Dios escondido"
(Isa_45:15; cf Isa_8:17) indica al mismo tiempo la realidad del misterio y la esperanza
que suscita en el creyente.
Diferente del silencio humano, que a menudo se confunde con el descanso y la falta de
movimiento, el silencio de Dios es más bien fuente dinámica de diversas reacciones.
Cuando Dios se revela, hay que postrarse ante él en el silencio de la adoración: "A ti se
debe el silencio de la alabanza" (Sal_65:2).
En Jesús de Nazaret el silencio de Dios se abre a una palabra definitiva sobre la vida. Él
es la palabra de Dios, en laque parece cesar el silencio; sin embargo, hay en los
evangelios varias expresiones que demuestran cómo en esta palabra sigue estando el
silencio de la revelación.
Para ser palabra definitiva del Padre, Jesús tuvo que poder expresar ante todo su
silencio: ¡el que da paso al amor trinitario. El silencio de Cristo se basa en aquel silencio
de la obediencia trinitaria que acepta ser pronunciado primordialmente por el Padre.
En esta perspectiva podemos leer los diferentes momentos de la vida de Jesús, en
donde el elemento del silencio parece ser -el más auténtico para indicar su relación con
el Padre: "Se fue a un lugar solitario, y allí estuvo rezando" (Mar_1:35; cf Mat_14:23).
De todas formas, otros textos permiten ver la actitud de Jesús ante el silencio. La
teología de Marcos prefirió precisamente esta actitud histórica propia de Jesús; en
varias ocasiones nos dice que exigía, incluso con energía (cf Mar_1:43), el silencio a sus
discípulos e interlocutores, especialmente sobre los hechos que más señalaban su
mesianismo (cf Secreto mesiánico; i Cristología: títulos). En esta misma línea
encontramos un silencio de fondo en los relatos lucanos de la infancia, o bien el silencio
de los procesos, sin olvidar el silencio del juicio que al mismo tiempo pone fin a las
acusaciones de los malvados y revela la misericordia del perdón (Jn 8;1-11).
Pero más que cualquier otro silencio, el que empieza con el "grito" en la cruz y se
prolonga durante todo el sábado santo es el mejor índice de revelación. Este silencio, en
el que sólo aparentemente parece como si Dios no hablara ya a través de la palabra del
Hijo, es, por el contrario, el silencio que se hace lenguaje de revelación más eminente,
que cualifica al mismo acontecimiento.
El silencio de la muerte y del sepulcro revela la profundidad del amor trínitario. El Hijo
comparte la condición humana hasta el extremo momento del silencio en el sheol.
El Dios que se calla es realmente el Dios que grita su cántico de victoria sobre el pecado
y la muerte. El amor trinitario, que había salido del silencia del dinamismo entre el
Padre, el Hijo y el Espíritu, se expresa ahora como silencio que comparte la condición
de muerte. El Dios que muere en Jesús es el Dios que ama; pero su silencio indica hasta
1019
qué punto ama: hasta darlo todo, hasta hacerse muerto entre los muertos, para que se
exprese así el límite, el punto extremo, que es luego el punta original, del amor de Dios.
Después de ese silencio absoluto, ya que es el único que puso Dios en el mundo,
cualquier otro silencio del sufrimiento, incluso el silencio extremo de Auschwitz o de
los campos de exterminio, tiene que referirse, para ser plenamente comprensible, al
silencio del Gólgota y del sábado santo, ya que sólo aquí el silencio de Dios sobre sí
mismo se hace palabra clarificadora sobre el dolor, el sufrimiento y el drama de la
existencia humana.
Así pues, también el silencio -mejor dicho, sobre todo el silenciohabla y expresa la
revelación de Dios. No estamos aquí ante una lectura apafática que tienda a la
inefabilidad de Dios, sino más bien ante la asunción positiva del silencio, que se
convierte así en el instrumento y el lenguaje que mejor expresa la revelación.
Pero no se trata dei silencio como falta de palabra, como si fuese una imposición del
silencio para obedecer al mandato de no hacerse ninguna imagen de Dios, sino más
bien del silencio como lenguaje que se asume para hacer comprender en plenitud los
signos y las palabras expresadas. En una palabra, se ve realizada la dialéctica expresada
por Agustín: "Verbo crescente, verba deficiunt".
La relación tan difícil hombre-silencio no debe exasperarse, sin embargo, como si fuese
un producto nocivo sólo de los últimos decenios. El hombre ha tenido siempre temor al
silencio y ha intentado huir de él. Pascal recuerda en varias ocasiones que sus
contemporáneos, para no pensar en los graves problemas recurrían a la caza (cf
Pensées, 194; 168; 171); Kierkegaard en un precioso fragmento dice que "el estado
actual del mundo, la vida entera, está enferma. Si yo fuera médico y alguien me pidiera
un remedio, respondería: crea el silencio, lleva al hombre al silencio". Y también R.
Guardini observaba a principios de este siglo: "Basta con mirar alrededor de nosotros,
al mundo que nos rodea, para ver en qué medida tan terrible ha desaparecido el
silencio y cómo seguirá desapareciendo cada vez con el incremento de las habladurías".
Jung parece hacer eco a Pascal: "El ruido es bienvenido, porque se impone a la
advertencia instintiva del peligro que hay en nosotros. El que tiene miedo de sí mismo,
busca compañías ruidosas y rumores estrepitosos. El ruido da cierto sentido de
seguridad, como la locura; por eso se lo busca. El ruido nos protege de penosas
reflexiones, destruye los sueños inquietantes..., es tan inmediato y tan
predominantemente real que todo lo demás se convierte en un pálido fantasma".
La falta de silencio aparece hoy más dramática, porque ha crecido la conciencia de una
presencia de formas inhumanas. La crítica de los ruidos, la defensa de lo verde y de la
naturaleza en general no son más que el indicio de una conciencia crítica más grande
que está dentro de nosotros y que progresivamente se ha visto obligada a callar por la
imposición del bienestar. El hombre de hoy, especialmente el que está inmerso en la
metrópoli, se halla continuamente bajo el impacto de palabras y rumores vacíos y
variados que lo destruyen: ruidos de máquinas, alaridos de los que pasan, desorden de
un turismo frenético de masa, prisa por llegar a punto a la cita y no dejar pasar los
plazos, señales de circulación, publicidad por todos los rincones, escritos en las
paredes..., toda una orgía de estrépitos y algarabías.
1020
Parece difundirse como una mancha de aceite un nuevo sentido de respeto a la
naturaleza y a la vida bajo sus diversas formas. Pues bien, todo este movimiento está
destinado al fracaso si no se relaciona fundamentalmente con el silencio.
La creación de espacios de silencio puede permitir un nuevo encuentro con uno mismo
y con los que nos rodean; es ésta una condición necesaria para poder salir del túnel del
ruido en que nos encontramos, con la consiguiente pérdida de identidad.
BIBL.: BALDINI M., Le parole del silenzio, Turín 1986; ID, Le dimensioni del silenzio:
nella poesía, nella filosofía, nella musica, nella linguistica, nella psicanalisi, nella
pedagogía e nella mistica, Roma 1988; BALTHASAR H.U. von, Palabra y silencio, en
Ensayos teológicos 1, VerbumCaro, Madrid 1964, 167-190; ID, II tutto nel frammento,
Milán 1972; HEIDEGGER M., Unterwegs zur Sprache, 19602; NEHER A., L ésilio della
parola, Casale Monferrato.1983; PICARD M., 11 mondo del silenzio, Milán 1951;
RAHNER K., Tu se¡ il silenzio, Brescia 1967; RASSAM J., Le silence comme
introduction á la méthaphysique, Toulouse 1980; ULRICH F., El hombre y la palabra,
en Mysterium Salutls 11 / 2, Madrid 1970, 737794:
R. Fisichella
Las imágenes y los afectos no están fijados de una vez para siempre en un individuo; se
modifican en la medida en que éste se desarrolla o retrocede. Así es como Karl. G. Jung
evalúa el progreso psíquico de un ser humano según las figuras que surgen regular=
mente a lo largo del proceso de individuación. Para Karl Rogers, el éxito de una terapia
está en función de la aparición de sentimientos nuevos y diferenciados, que suceden a
los sentimientos globales y apenas presentes en el campo de la conciencia; y al revés,
una regresión va siempre acompañada de figuras que hacen nacer la angustia.
Igualmente, un progreso en la experiencia religiosa irá acompañado, por ejemplo, de
una transformación de la imagen de Dios y de los sentimientos vinculados a ella: el
padre sustituye al tirano y el amor sucede al miedo; el sentimiento de distancia deja
sitio a la certeza de la presencia familiar.
Los símbolos no significan del mismo modo que los.conceptos, sino que obedecen a las
leyes de la imagen y del afecto. No expresan un significado unívoco. Por el- contrario,
significan en la medida en que forman como una red, hablándose entonces de
"constelación de signos": imágenes que tienen cierto parentesco entre sí y que evocan
afectos parecidos apuntan hacia un significado que sugieren sin explicitar. Por eso es
posible estudiar los símbolos de un paciente que sigue una cura psicoanalítica, de un
poeta o de un jefe religioso. De los informes sobre L homme aux rats, de las obras de
Víctor Hugo o de los escritos de Juan de la Cruz se han podido deducir "universos"
simbólicos, que presentan en cada caso una organización original y coherente. Este
estudio puede proseguir en un nivel más elevado y tomar como objeto la configuración
imaginaria de movimientos culturales o religiosos, como el romanticismo, el
cristianismo o la Auf7dürung. Finalmente, se puede intentar una empresa más
complexiva todavía: agrupar los materiales simbólicos, sea cual fuere su .origen, dentro
de ciertas estructuras bien determinadas. Tal es el proyecto desarrollado por Gilbert
Durand, en su obra Les structures anthropologiques de 1 imaginaire. Parte de las tres
dominantes reflejas sacadas de la reflexología betcheveriana: la dominante vertical
(postural), la dominante nutritiva (ingestión) y la dominante sexual (rítmica). Su tesis
consiste en constituir tres grandes universos simbólicos en la prolongación de las tres
dominantes reflejas. El primer gesto está en correlación con la altura, la luz y la visión,
con las técnicas de separación y purificación, simbolizadas frecuentemente por las
armas, las flechas y las espadas. El segundo gesto está en correlación con la ingestión, y
evoca las materias profundas, como el agua y la tierra, así como los objetos que
contienen algo, las copas y los cofres. Finalmente, los gestos rítmicos están en
correlación con los ritmos de las estaciones y los movimientos astrales, y evocan los
numerosos sustitutos del ciclo: la rueda, la rueca, el torno y el encendedor. De este
modo distribuye todo el campo de lo simbólico en dos estructuras: la diurna, ligada al
gesto postural, y la nocturna, ligada a los reflejos digestivo y sexual.
¿Cómo se agrupan los símbolos para formar una red cuya extensión y complejidad
pueden ampliarse hasta llegar a determinar una visión global del mundo? Tomaremos
como ejemplo un símbolo que el hombre ha considerado siempre como expresivo de su
vida, con sus ciclos y sus crisis, sus sufrimientos y sus esperanzas, y que Mircea Eliade
estudia en el capítulo IV de su Tratado de historia de las religiones.
1023
El hombre ha reconocido en los fenómenos lunares un modelo de su, propio
comportamiento: ha comprendido y expresado la modalidad de su existencia en el
modo de ser lunar. La luna es el astro que "mide" el tiempo con su propia duración.
Tiene una "vida" dramática y patética: nace, crece, mengua y muere. Encarna al tiempo,
en la medida en que está en devenir, sujeta a la transformación y a la muerte. Sin
embargo, la muerte de la luna no es definitiva, ya que resucita a los tres días. Esta
intuición es el punto de partida de una inmensa síntesis, en la que el hombre expresa su
visión del mundo y su inserción en el cosmos. Lo mismo que la luna, el hombre nace,
crece, va disminuyendo y muere; pero esta muerte no puede ser definitiva. Su
esperanza de supervivencia en la muerte y más allá de ella encuentra a la vez su
expresión y su confirmación en la luna nueva, que renace de la muerte de la luna vieja.
El simbolismo lunar puede llegar a extender su imperio sobre todas las esferas
cósmicas y a formar un "sistema" perfectamente coherente. Así es como toda la vida
vegetal se somete al devenir lunar. La planta cumple un ciclo que se renueva sin cesar:
vuelve al estado de semilla y de hibernación, durante el cual se regenera el poder
vegetal para dar en primavera una nueva vegetación. Consideradas desde el punto de
vista simbólico, la tierra y la luna son perfectamente intercambiables; las dos son el
lugar de donde parten todas las formas y en donde todas las formas se absorben de
nuevo con vistas a su renacer. La tierra es la luna, y la luna es la tierra. También las
aguas se integran en la síntesis lunar. Además de estar sometidas a un ritmo periódico,
son germinativas, como la tierra y la luna: tienen la función de dar origen a todo lo que
tiene forma en el cosmos y de reabsorber en sí mismas todas las formas que "han tenido
su tiempo". La catástrofe acuática tiene un carácter lunar, y el héroe que sobrevive para
inaugurar una humanidad regenerada es el compañero de la luna nueva que ha pasado
por la muerte. Otras series de relaciones igualmente importantes se establecen entre la
luna y la mujer o entre la luna y los difuntos.
El "parentesco" de estas imágenes nos muestra cómo puede un símbolo como la luna
convertirse en núcleo de una red inmensa, en la que cada cosa toma un sentido en la
medida en que participa de un aspecto revelado por la luna. De esta forma, una
multitud de objetos se convierten en símbolos lunares: el caracol, la serpiente, la rana,
el perro, el oso y la araña; las plantas, las hierbas y las conchas; las perlas y el rocío; la
espiral y el rayo; la rueca y el huso.
Este ejemplo nos permite comprender cómo actúa la ley de la imagen. Los objetos
enumerados anteriormente no valen ante todo por su sentido literal y unívoco. Todos
ellos son intercambiables entre sí e idénticos a la luna, porque todos ellos expresan el
mismo esquema fundamental. Así pues, este esquema unifica todo el universo y
constituye el lazo de una síntesis en la que "se sostienen" todos los objetos del mundo,
sometidos a la misma ley. El mismo hombre forma parte de esta síntesis cósmica, ya
que es reconocido en ella con su condición. Su condición, hecha de sufrimiento y de
grandeza, de amenaza de muerte y de deseo de vivir siempre, recibe una valoración y
una estima al someterse a una ley que la supera. De esta manera, el hombre participa
del mismo modo de existencia que el resto del universo. Sus actividades adquieren
entonces una dimensión cósmica. La realidad por excelencia se manifiesta en ellos; son
1024
portadores de una realidad que hace saltar los límites de su individualidad y les
confiere un "sentido de universo".
Este "plus de sentido" o este "sentido de universo" que caracteriza a los símbolos
cósmicos ha dejado sus huellas a nivel de los símbolos personales. Imágenes cargadas
de afectos, los símbolos expresan, en el plano de la sensibilidad, el modo de ser general
del sujeto humano. Esto significa que el significado transmitido por el símbolo precede
a toda diferenciación en facultades o virtualidades particulares, cognoscitivas o
afectivas, intelectuales o sensibles. La imaginación es precisamente ese lugar
intermedio por donde el significado circula libremente entre las diversas funciones
humanas: las exigencias corporales se integran en los niveles más elevados de la psique
y del espíritu; el espíritu recibe su complemento sensible necesario, y, finalmente, la
imagen y el afecto se ajustan entre sí.
El hombre actual se encuentra con el texto bíblico en una distancia que la exégesis tiene
la tarea de colmar. Encuentra allí símbolos que se arraigan en la tradición judía, pero
que no son extraños a otras unidades culturales ni quizá a todo ser humano. Sin
embargo, incluso para estos últimos, su comprensión exige que se tenga en cuenta su
inserción en un contexto de símbolos, en el que adquieren su sentido. Por ejemplo en la
Escritura el agua es un símbolo importante. Acoge una serie de valores que parecen casi
universales: las aguas disimulan las. formas, borran las culpas, purifican y regeneran,
contienen los gérmenes de todas las posibilidades de la existencia. Sin embargo,
mientras que otras culturas han desarrollado una cosmogonía acuática, el símbolo del
agua se reinterpreta en la Biblia en función de un contexto teísta y, en el NT, en función
de un contexto cristológico. Así es como el agua, fuente de vida y de fecundidad
universal, viene a su vez de Dios o de Cristo como de un origen más profundo. El agua
está en relación con otros símbolos de vida, como el vino o la tierra; pero éstos son
recogidos a su vez por un conjunto de símbolos propiamente teístas, como la luz, la
altura, la palabra, el soplo, el padre, el juez, etc. El símbolo del agua, reinterpretado en
un contexto teísta, traduce a su vez lo divino, que integra en él los ritmos y los ciclos
vitales.
Además, en el NT, los símbolos no sólo aluden a lo divino, sino que se identifican con
Jesús, como si encontrasen su recapitulación en ese único símbolo portador de lo
divino que es Jesús en su humanidad. Jesús es a la vez la luz del mundo, la palabra del
Padre, la fuente de agua viva, el verdadero templo, el juez escatológico, el siervo
doliente, etc.
BIBL.: BAUDOUIN Ch., Psicoanálisis del símbolo religioso,, Paulinas, Méjico 1958;
CHEvALIER J. y GHEERBRANT A., Diccionario de los símbolos, Hetder, Barcelona,
1986; DURAND G., Les structures anthropologiges de t'imaginaire, Poitiers 19693;
ELIADE M., Tratado de historia de las religiones, Cristiandad, Madrid 1974;
LONERGAN B.J.E, Método en teología, Sígueme, Salamanca 1988; RAHNER K., Para
una teología del símbolo, en Escritos de teología 4, Taurus, Madrid 1964 283-321;
RICOEUR P., Interpretation Theory: Discours and the Surplus of Meaning, Tejas
19764.
J. Naud
1026
SÍMBOLO DE LA FE
Desde la primera mitad del siglo lv se conocen textos concisos, aunque completos,
utilizados para proclamar formalmente la propia adhesión a la fe de la Iglesia. En su
apelación al papa Julio I, en el 340 d. C., Marcelo de Ancira exponía su fe citando el
texto conocido como el antiguo credo romano (vetus Romanum: DS 11). En el concilio
de Nicea, Eusebio de Cesarea intentó disipar las sospechas sobre su ortodoxia
explicando la confesión de fe que le transmitieron durante su propia instrucción
catequética, que él afirmaba haber creído y enseñado, como presbítero y obispo, hasta
el presente día (en griego, Athanasius Werke, vol. 3/2, ed. H.G. OPITZ, p. 29; en latín,
PG 20,1538).
Hacia el 215 d.C., Hipólito describía el rito bautismal de la Iglesia de Roma, relatando el
texto fijo del rito. Ya en el agua, antes de la inmersión, el ministro hacía estas
preguntas: "¿Crees en Dios, Padre todopoderoso? ¿Crees en Jesucristo, Hijo de Dios,
que nació por obra del Espíritu Santo de María virgen, fue crucificado bajo Poncio
Pilato, y murió y fue sepultado, y al tercer día resucitó vivo de entre los muertos, subió a
los cielos, está sentado a la derecha del Padre y ha de venir a juzgar a los vivos y a los
muertos? ¿Crees en el Espíritu Santo, en la santa Iglesia, en la resurrección de la
carne?" (Traditio apostolica, 21: SC 11 bis, 80-93; el credo, sólo en DS 10). Así, una
profesión verdaderamente primitiva de la fe de la Iglesia tenía estructura interrogativa
o dialógica. La fe consistía en responder "creo" a las preguntas sobre Dios y su
economía de salvación, formuladas por un ministro de la Iglesia en el momento central
del acto litúrgico del bautismo e incorporación a la comunidad.
Las fórmulas declarativas del siglo iv, como la del vetus Romanum y el credo de
Cesarea, tenían su principal Sitz im Leben en el catecumenado. Mientras la estructura
pregunta/ respuesta seguía siendo central en el acto mismo del bautismo, la entrega del
credo de la Iglesia (traditio syn:boli) a los catecúmenos marcaba un paso hacia un
estadio avanzado de preparación para el bautismo. Se les recitaba la fórmula utilizada
en la Iglesia a la que iban a entrar, se les exigía aprenderla de memoria y recibir
instrucción, normalmente por parte del obispo, sobre el significado de cada parte del,
texto. El ejemplo mejor conocído de esta instrucción se halla en los Sermones
catequéticos (PG 33) de san Cirilo de Jerusalén.
Estos credos declarativos desarrollan los credos interrogativos del rito del bautismo,
según la / "regla de la fe" de las diferentes iglesias locales, con el fin de ofrecer
expresión sumaria a la fe en la que los candidatos están siendo iniciados. Se conoce una
serie completa de credos occidentales de los siglos tv al v1 (DS 13-26), que difieren algo
del vetus Romanum, y de los que salió el textus receptus del "Credo de los apóstoles" de
la Iglesia occidental (DS 30). Estos textos no pretendían exponer la regla de fe
completa, sino más bien formular el corazón evangélico de la revelación de Dios de sí
mismo y de su obra de salvación en Cristo.
Pero el concilio de Nicea en el año 325 d.C. inició un nuevo movimiento al promulgar
un credo declarativo para toda la Iglesia, que pretendía expresar una parte de la regla
de fe común en términos que excluyen un error específico (cf / Dogma). El credo no era
tanto para uso de los creyentes individuales, como expresión de su fe personal, cuanto
para exponer una norma común de ortodoxia por la que los obispos legítimos pudieran
ser reconocidos, y otros obispos pudieran mantener el lazo de comunión eclesial con
ellos.
El credo niceno (DS 125) excluye ciertas tesis promovidas por Arrio de Alejandría,
especialmente al afirmar de modo específico que el Hijo de Dios es engendrado del ser
o sustancia (ousia) del Padre y es "consustancial (homooúsios) con el Padre". La
intención aquí no era imponer a la Iglesia una metafísica, sino más bien contrarrestrar
las formas muy concretas en que Arrio había hablado de la monarquía divina y del
origen del Hijo como "el comienzo de sus obras" (Pro_8:22). Arrio interpretaba el NT
desde el punto de vista de textos como Jua_14:28 : "El Padre es mayor que yo". La
definición nicena declara, por encima de todo, que es Dios mismo quien se revela en
Jesús de Nazaret. El significado de ousía y homooúsios no fue elaborado por los obispos
en concilio. La intención de su acción queda especialmente clara por la adición al credo
que promulgaron de una breve lista de formulaciones arrianas que niegan la divinidad
del Hijo, por ejemplo: "Hubo un tiempo en que no existía", que están ahora prohibidas
bajo pena de excomunión (DS 126).
El credo niceno sirvió de modelo para todas las declaraciones dogmáticas futuras, al ser
una medida reguladora que concierne al lenguaje de instrucción en la Iglesia y una guía
a aplicar en la interpretación de la Escritura. Un lugar de privilegio le sería dado, por
ejemplo, a un texto como Jua_10:30 : "Yo y el Padre somos una sola cosa". El credo
niceno excluye una regla errónea de fe y principio de interpretación, establece un
criterio de comunión entre obispos e Iglesias y transmite el texto que las Iglesias
finalmente aceptaron y convirtieron en el punto de partida de posteriores precisiones
dogmáticas de la fe que habían recibido.
Una última penetración en el sentido del credo ha sido articulada por santo Tomás de
Aquino. Concerniente a la multiplicidad de distintos "artículos" de contenido doctrinal,
Tomás sostiene que todos los diversos artículos deberían verse como implícitamente
contenidos en los dogmas primordiales de que Dios existe y tiene un cuidado
providente por nuestra salvación. El credo da nueva articulación al ser de Dios, que
conoceremos como nuestra bienaventuranza fundamental, y a su dispensación de
medios históricos para alcanzar esa bienaventuranza. El número de artículos crece,
pero esto acontece para explicitar lo que está presente en la convicción de fe más
fundamental (S.Th. II-II, 1-7). El objeto último de la fe no es la multitud de artículos
que confesamos. Los necesitamos a causa de nuestro modo histórico de conocer,
siempre parcial; pero aquello a lo que nos conduce Dios por la fe es sencillamente hacia
sí mismo como prima Veritas (De veritate, 14,8 ad 5 y ad 12).
Desde el punto de vista de la propia fe, Tomás enuncia un principio para ser aplicado
tanto a cada artículo de fe como al credo en su conjunto: "Actus autem credentis non
terminatur ad enuntiabilem sed ad rem" (S. Th. II-II, 1-2, ad 2). La fe es un movimiento
del espíritu humano agraciado que no alcanza su término en el artículo del credo que
profesa, sino en la realidad en él revelada. Un artículo del credo formula una verdad de
revelación divina pero el artículo no constituye el objeto último del movimiento
dinámico de la fe. "Articulus est perceptio divinae veritatis tendens in ipsam" (II-II, 1-
6). La aceptación y profesión de un artículo del credo es, así, sólo un momento de un
movimiento que trasciende al propio artículo. La fe lleva a la persona a la unión con
Dios, la prima Peritas, que también ahora, revelándose a sí misma, irradia la luz de su
presencia en los corazones humanos.
1029
J. Wicks
SINÓPTICO, El problema
Los tres primeros evangelios presentan entre sí tan gran parecido que se les puede
reproducir en tres columnas paralelas: de ahí el nombre de sinopsis, de evangelios
sinópticos, que los designa. Si se habla de problema sinóptico, es en virtud de las
divergencias que acompañan a estos parecidos. No se trata de "armonizar" los tres
evangelios, sino más bien de explicar esta concordia discors mediante una investigación
histórica y literaria sobre las relaciones mutuas de los tres primeros evangelios.
1030
Marcos, el más corto de los tres evangelios, tiene solamente 661 versículos. El material
de Marcos se encuentra casi íntegramente en Mateo o en Lucas o en los dos. Marcos
sólo tiene 30 versículos propios: dos milagros, tres cortos relatos, una parábola,
algunos loghia de Jesús y un comentario sobre la costumbre judía de las abluciones.
Mateo, que cuenta con 1.068 versículos, contiene la sustancia de Marcos, excepto 40
versículos; tiene 330 versículos propios. Lucas cuenta con 1.149 versículos, de los que
350 están sacados de Marcos, es decir, más de la mitad del mismo; Lucas ha omitido
los pasajes que le parecían una repetición o eran expresiones demasiado duras para sus
lectores de la gentilidad. El relato de la pasión manifiesta en él una gran libertad.
Subrayemos solamente que de los 1.149 versículos, tiene 548 propios; concretamente,
los relatos de la infancia (132 versículos), cinco relatos de milagros, 16 parábolas. Mateo
y Lucas tienen en común 235 versículos que no se encuentran en Marcos. Los
defensores de la teoría de las dos fuentes opinan que este material procede de otra
fuente escrita.
Los tres sinópticos tienen una parte "narrativa" considerable. Aunque este material no
constituye propiamente hablando, una "biografía" de Jesús, representa, sin embargo,
una visión coherente de su actividad. Marcos es el que reproduce más fielmente esta
visión de conjunto. Una parte importante de los discursos se encuentra en los tres
evangelios; pero 235 versículos, pertenecientes a los loghia de Jesús, son comunes a
Lucas y a Mateo. El acuerdo sustancial de los tres evangelios, a nivel de estructura y
hasta de formulación, coexiste con notables divergencias. Así., los 235 versículos
comunes a Lucas y Mateo se agrupan en seis grandes discursos en Mateo, mientras que
están dispersos en Lucas y en unidades más breves. Las divergencias se encuentran a
nivel de perícopas importantes, como el padrenuestro, las bienaventuranzas, la triple
tentación...
Se puede resumir así. Mateo y Lucas dependen de Marcos para la parte "narrativa", y
de la Quelle ("fuente") o colección de las sentencias de Jesús, para las palabras; esa
fuente se reconstruyó a partir de los loghia comunes a Mateo y a Lucas. Marcos es el
más antiguo de nuestros evangelios; es él responsable del género literario "évangelio" y
ofreció el marco general ~ que sirvió a sus sucesores. Pero la Quelle precedió al
evangelio de Marcos. Esta teoría no explica evidentemente toda la materia de los
sinópticos. La Quellenkritik se interesó por las partes de Mateo (más de la quinta parte)
y de Lucas (más de un terció) que no se explican por la teoría che las dos fuentes. Lucas
en concreto buscó y dispuso de fuentes que le son propias.
A nivel de las fuentes escritas no ha habido ninguna hipótesis que haya logrado
suplantar a la teoría de las dosÍfuentes ni superarla. Indiquemos que algunos exegetas
católicos, siguiendo el testimonio de Papías, atribuyen al apóstol Mateo un evangelio
redactado en hebreo, en el que se agrupaban las sentencias del Señor. La obra del
apóstol "autorizaría" así el evangelio griego conocido en su tiempo, con los retoques e
interpretaciones que se hicieron de él.
No hay ninguna dependencia literaria entre Mateo y Lucas. A nivel de ,la formulación
literaria, Mateo es más fiel a la Quelle que Lucas, lo cual favorece la aproximación entre
nuestro evangelio canónico y la obra aramea atribuida al apóstol Mateo por Papías,
1031
traducida luego al griego y conocida en adelante con el nombre de Quelle. Lucas es más
fiel que Mateo a nivel de ordenación del material. Marcos no conoció la Quelle.
La teoría de las "dos fuentes" sigue siendo en el orden práctico la más satisfactoria,
pero no es capaz de resolver adecuadamente el problema sinóptico sobre la base
solamente de las dependencias literarias. Mateo y Lucas tienen sus propias fuentes.
Además habrá que tener siempre en cuenta la acción de la tradición oral durante toda
la formación de los evangelios escritos. Es difícil determinar exactamente la influencia
de esta acción oral, pero hay que reconocer que siempre se dio.
R. Latourelle
SITZ IM LEBEN
Esta expresión, que ha entrado en el vocabulario corriente gracias a la escuela de las
formas (Formgeschichte), se relaciona con su proyecto de reconstruir la prehistoria de
los evangelios, a saber: el período que se extiende desde la tradición oral hasta la
redacción por escrito de las primeras agrupaciones literarias. En una primera etapa de
reconstrucción de la tradición oral hubo que aislar e identificar las unidades literarias
que componen los evangelios; luego se intentó reconocer el Sitz im Leben, o ambiente
vital o el contexto socio-religioso que explica su aparición y su formación en la vida
eclesial primitiva. Estos ambientes de vida, asociados a las diversidades de la Iglesia,
son: el anuncio misionero, la catequesis, el culto, la polémica.
BIBL.: BEneosLSe W,A;., Literary Criticism of the New Testament, Filadelfia 1970;
Eccea W., Methodenlehre zum Neuen Testament. Einführung in linguistiche und
historisch-krítische Methoden, Friburgo Br. 1987; HneeL N.. Literary Criticism ofthe
1032
pld Testament, Filadelfia 1971; LoHmNK G., Ahora entiendo la Biblia. Crítica de
lásformas, Madrid 1977; Lnrrcea W. (ed.), Handbuch der Bibelarbeit, Munich 1987;
McKtvtceT EN., What is Form Criticism, Filadelfia 1969; ScHeONER J. (ed.),
Introducción a los métodos de la exégesis bíblica, Barcelona 1974; STeNCER W.,
Biblische Methodenlehre, Düsseldorf 1987; ZIMMERMANN H., Los métodos histórico-
crítieos en el Nuevo Testamento, Madrid 1969.
R. Latourelle
SOBRENATURAL
La palabra designa lo que supera a la naturaleza; sin embargo, precisamente el
concepto de naturaleza no está definido teológicamente de manera unívoca, pues
también sirve para designar la naturaleza divina. Más exactamente significa la que no
ha sido creado y, en cuanto increado, tiene repercusiones en la naturaleza en cuanto
creada. Pues sólo donde tales repercusiones pueden rastrearse es posible preguntar
sensatamente desde lo creado por algo sobrenatural. La formación de la palabra, y por
tanto también el concepto mismo, es estrictamente paralela a "meta-física" (= después,
detrás, más allá y, en este sentido, por encima de la naturaleza), aunque en realidad se
trata de una representación que quiere destacar la orientación de arriba abajo. En
cualquier caso, estos conceptos suponen una visión de la realidad en planos diversos.
La expresión cristiana "sobrenatural" indicaba el aspecto de la realidad que no está
sometida a las condiciones de la creación, que, sin embargo, para ésta y vista desde
ésta, es necesaria, sin que la creación pueda determinarla de alguna manera.
1033
Desde la revelación judeocristiana resulta inevitable una distinción en este sentido;
pero el problema de una formación análoga del concepto conduce a aquellas
dificultades que acompañan y con frecuencia caracterizan el camino del concepto
"sobrenatural" en la historia de la teología. H. de Lubac ha trazado esta historia en sus
etapas más importantes en Surnaturel (1946) y en Augustinisme et Théologie
moderne,así como en Le Mystére du Surnaturel (ambas en 1965). La demostración
histórica de una existencia anterior de la palabra en la Edad Media tardía no cambia
para nada el descubrimiento real de H. de Lubac de que la verdadera eficacia del
concepto proviene de la disputa entorno a Bayo y a C. Jansen, y en este contexto se
relaciona con la concepción de órdenes de lo sobrenatural y de lo natural más o menos
independientes y .completos como elemento decisivo de un sistema.
K. H. Neufeld
SOLEDAD
Una encuesta hecha en un gran país de Europa revela que, para el 65 por 100 de las
personas encuestadas, la soledad es la prueba más dura de soportar. En una encuesta
paralela, hecha esta vez en ambientes eclesiásticos, los estudiantes han declarado que
temen nueve veces más la soledad. que la muerte.
Paradoja del siglo xx, que no habla más que de comunicación, de diálogo, de compartir,
pero .que experimenta más que nunca el sentimiento de la soledad. El hombre vive en
grupo, trabaja en grupo, piensa en grupo, y por otra parte se siente incomprendido,
abandonado, aplastado, rechazado. Se vive la soledad como la más obsesiva de las
pobrezas. Trastorna el corazón y el espíritu, como si el organismo no tuviera ya
anticuerpos para luchar contra el vacío que lo devora. El hombre se siente expulsado de
sí mismo, sin que nadie pueda o quiera unirse a él.
La soledad parece ser uno de los rasgos del sin-sentido de nuestra sociedad. Pero si
hablamos aquí de ella es ante todo porque es inseparable de la condición humana. En
este sentido pertenece al misterio del hombre, de su condición de criatura "finita" ante
Dios. A su manera, plantea la cuestión del l sentido: un sentido parcialmente accesible a
los recursos humanos, pero que nunca se encuentra sin una iluminación de arriba, la de
Cristo.
Otra forma de soledad sufrida es la que nace de la falta de comprensión por parte de los
que están cerca de nosotros: los parientes, los amigos, los compañeros de trabajo.
Soledad tanto más penosa cuanto que proviene de aquellos con los que normalmente
deberíamos poder contar más. Este tipo de soledad se encuentra en las familias en las
que los esposos viven amurallados uno frente al otro: "soledad en compañía" de las
parejas deshechas, en guerra abierta o larvada, antes de "desengancharse" para
emprender aventuras ocasionales y desgracias "en cadena"; soledad también del joven
"monoparental", que no sabe ya a quién pertenece, presa indicada de todas las
tentaciones. Este fenómeno de incomprensión y de soledad consiguiente se encuentra,
no menos virulento, entre las diversas clases de la sociedad (obreros y patronos,
sindicatos y gobernantes) y entre diversas generaciones: drama de la incomprensión
entre hijos y padres (padres egoístas o hijos desnaturalizados que desertan del hogar y
se unen a grupos clandestinos: parados, inadaptados, drogados).
Los más golpeados por la soledad-abandono son los enfermos graves, los enfermos
"crónicos". Se sienten disminuidos física y socialmente, apartados espacialmente de los
demás. No pertenecen ya al mundo de los vivos. Seres en decadencia, molestos,
1037
insignificantes, inspiran muchas veces desprecio o repugnancia biológica, como la que
se siente ante la podredumbre de la tumba. Se espera su muerte para hacerse con su
herencia. El enfermo puede salir de esta crisis purificado y engrandecido, pero puede
también hundirse en la "mala soledad", que le aparta de sí mismo y de los demás.
Los ambientes cristianos no están exentos de estas tensiones, no menos feroces que las
de las colonias animales. Si uno no pertenece a tal colectividad, a tal ideología, a tal
tendencia, se ve excluido de todo, no sólo del poder, de los favores, sino hasta del
oxígeno necesario para respirar. Esos ambientes, en vez de ensancharse en caridad, se
convierten en infiernos, en los que cada uno se atrinchera, se~protege, se. defiende... y
ataca. Si trata con los demás, es para chocar con ellos o aplastarlos. El miedo está
omnipresente, como una guillotina siempre pronta a cortar cabezas. Realmente el
hombre aislado es repulsivo: necesita ser salvado.
3. SOLUCIONES A LA SOLEDAD. No hay más que una salida verdadera a la soledad:
por arriba, mediante una superación. Pero esta soledad fecunda es una conquista. Exige
que uno se recoja para encontrarse, como Cristo cuando se alejaba para orar, para
reencontrarse como Hijo en la intimidad del Padre. Sin el recogimiento, el retiro se
convierte en sequía, en desierto intolerable. .Si uno deja el torbellino, el jaleo, es para
encontrarse con el agua tranquila. Vuelve a sí mismo para volver a los demás; pero más
rico, con algo que ofrecer.
Esta soledad radical se debe al misterio de nuestra unicidad (cada uno somos una
muestra única, inimitable), que nos empareja con el misterio de la unicidad de Dios. El
que no ha sentido nunca esta soledad, no ha penetrado bien en las profundidades del
corazón humano. Esta soledad se debe también al hecho de nuestra indigencia. Hechos
para Dios, sólo él puede llenarnos. En efecto, aunque no lo sepa, el hombre lleva en sí
mismo una nostalgia invencible de Dios, una sed de infinito que sólo podrá saciarse en
él. Todos los apoyos humanos son frágiles: nos fallarán o nos defraudarán. Algún día,
por lo menos el último día, nos encontraremos solos, sin pantalla alguna, ante Dios. Ésa
es la soledad fundamental, inevitable. Cuanto antes tomemos conciencia de ello, antes
se verá colmada nuestra soledad, ya que entonces la plenitud nos cubrirá con su amor y
vendrá a colmar nuestra indigencia.
Este encuentro de nuestra soledad con. la plenitud no puede realizarse en medio del
ruido, de la agitación, sino en el recogimiento y en el !silencio, que dejan al alma
escuchar, abrir la puerta a la gran presencia. Cuando uno se recoge así, se amplía y se
deja oírla voz de Dios, que es brisa ligera. La soledad se ve poblada.entonces por la
presencia del otro, que es luz, calor, nuevo amor, fuerza nueva, gozo nuevo, armonía
entre Dios y nosotros. Cuando le decía a un canceroso en fase terminal: "Te sentirás
muy solo en algunos momentos", me respondió con una sonrisa iluminada
interiormente: "¡No! Cuando estoy solo, siempre estamos dos". No puede decirse
mejor. En efecto, la muerte es el encuentro de nuestra -soledad radical, congénita, con
el tú divino, que manifiesta finalmente su rostro. La muerte es la soledad que ha llegado
a su punto de madurez: la soledad colmada por la plenitud.
1039
hizo Job. Pero, en el camino de la soledad, Cristo nos precedió hasta el abismo,
conociendo literalmente todas las formas de la soledad.
Conoció la traición en la amistad. "Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron" (Jn,
1,11).Amó a su pueblo consolándolo en sus miserias con cariño de madre, iluminándolo
y exhortándolo. Amó sobre todo a los doce, haciéndolos compañeros de camino y de
mesa. Hasta el final los llamó "amigos". Pero se encontró solo: todos lo dejaron, hasta
los más fieles; se convirtió en un "separado", en un "aislado". Pedro lo niega, Judas lo
entrega. Los hombres lo abandonan, pero él no'los abandona. Rechazado de todos, él
no rechaza a nadie. _
En el momento de su pasión, detenido como criminal, Jesús cae en poder de sus
enemigos. El drama de la soledad de Jesús es también el drama del amor despreciado,
ridiculizado, condenado, crucificado. Cristo está solo, indefenso, frente a la oposición
corijugáda de sus adversarios.' Los débiles, los envidiosos, los que odian: todos están
presentes, unidos contra él. El pecado está allí, crudo, frío, cruel, brutal, contra el
inocente. Una voz unánime: "¡Que muera! ¡Crucifícalo! ¡Halo desaparecer!". Lo
entregan: se lo van pasando de mano en mano, como un objeto de compra-venta, hasta
el verdugo, hasta la cruz. Cristo vivió todo lo que el odio, la crueldad, el miedo, la
envidia, la debilidad pueden hacer de nosotros. Experimentó el empeño del hombre en
mentir, en hacer sufrir, en degradar, en envilecer, en aplastar a todos los que no
piensan como él. Jesús experimentó el sentimiento que todos podemos conocer en las
momentos más negros de nuestra existencia: ¡no tenía nada realmente que esperar de
nadie! Pero siguió siendo fiel a esa humanidad capaz de todo. Ni una palabra de
reproche, derechazo, de condenación. Jesús nos toma en donde estamos, prisioneros de
nuestras negativas obstinadas, de nuestro infierno. Todo el pecado del mundo no logró
separarlo del mundo, de nosotros, ni del Padre.
Esta soledad, dolorosa y amorosamente aceptada, es la soledad fecunda que nos saca
del aislamiento. Los que han reconocido y aceptado esta soledad, nunca están solos.
Escapan al vacío y al sinsabor de la vida, a todas las formas de escepticismo, de hastío,
de amargura, de envidia y de odio. Cuando la soledad asume esta sublimidad de I
sentido, hace creíble la revelación que propone esta visión. Esta soledad fecunda
y.plenificante es la del cura de Ars, la de Francisco de Asís, la de Juan de la Cruz, la del
padre Foucauld, la de Isaac Joques, la del padre Kolbe. Pero no hemos de ir demasiado
lejos. Recordemos a esas personas conocidas que vivieron esta plenitud de gozo y de
serenidad en la soledad; personas que pasaron por la vida con su lote de pruebas, a
veces más pesado de lo que era menester, pero que conservaron todo su frescor de
alma, capaces de conmoverse, de compadecer, de escuchar, de olvidarse, de alentar a
los que les rodeaban con su sonrisa inolvidable de bondad, de dulzura, de luz,
iluminada por dentro ponla única presencia que colma toda soledad. Vivida de este
modo, esta soledad guarda parentesco con la de los "sufrientes" y los "orantes", la
energía espiritual más poderosa del mundo. Es súplica perpetua al Hijo y al Padre en el
Espíritu. Y entonces ya no se habla de "fracaso", sino de "éxito" en la vida.
R. Latourelle
1041
SUFRIMIENTO
El sufrimiento consiste en un sentimiento de pérdida, daño o carencia, sea físico o
espiritual. A todos los niveles de la existencia humana constituye un problema religioso,
en la medida en que obliga al que sufre a plantearse varias cuestiones: ¿Cómo escapar
del sufrimiento? ¿Por qué se originó el sufrimiento? Esta última pregunta pretende
evitar una repetición del sufrimiento y simultáneamente abre perspectivas más amplias
sobre el significado de la existencia dolorosa. Algunas religiones, como el /hinduismo y
el /budismo, surgieron del esfuerzo por vencer el sufrimiento: porque el sufrimiento
está enraizado en el deseo, el deseo tiene que ser eliminado. La felicidad, o nirvana,
consiste en la supresión de la conciencia individual o, alternativamente, en su
expansión dentro de una conciencia universal, porque la individualidad o la oposición
que resulta de la individualidad dan lugar al deseo. Normalmente la conciencia
individual está relegada al reino de las apariencias, o máyil, que tiene que ser superada
por una penetración transformante en la última realidad del ser y la consecuente
destrucción de la conciencia individual. En Occidente el estoicismo enfatizó de manera
parecida 9a unidad del cosmos -sin postular un monismo radicale intentó superar el
dolor mediante una "visión más amplia" de la armonía equilibrada del universo, cuya
unidad en la pluralidad podía identificarse con la divinidad. Semejante modo de ver se
suponía que suprimía el deseo individual y daba lugar a un apacible sentimiento de
gozo. De manera más radical, la secta americana de la "Ciencia cristiana" niega la
realidad del sufrimiento y la enfermedad, considerándolos meras ilusiones que deben
ser superadas mediante la meditación. Tales soluciones, sin embargo, no consiguen
explicar la existencia del sufrimiento manifiesto; aun cuando el status ontológico del
sufrimiento sea la no existencia, la conciencia finita sufre realmente su engaño, y no
queda explicado cómo tal apariencia dolorosa, una variación del no ser metafísico, llegó
a existir y sigue subsistiendo.
Tanto para el politeísmo como para el dualismo ético metafísico, por ejemplo, el
zoroastrismo y el maniqueísmo, la tensión y el sufrimiento estructuran la realidad.
Aunque se anima a los hombres a luchar por la virtud -a menudo los rituales de
iniciación prescriben soportar el dolor valientemente-, el politeísmo amenaza con
someter la existencia humana a la arbitrariedad de deidades en conflicto, mientras que
ni éste ni ningún otro dualismo explican adecuadamente la unidad metafísica de la
existencia; en tanto que la moralidad está basada en el ser, esta falta de unidad
amenaza con el caos moral.
El peligro que está al acecho en la apelación a una recompensa en el más allá se reveló
en la teología rabínica-posterior, que explica los sufrimientos del justo en términos de
purificación divina de sus pecadillos, de modo que su recompensa después de la muerte
fuera pura; a la inversa, los pecadores prosperaban aquí para que los méritos de sus
pocas obras buenas no exigieran una mitigación de su futuro castigo. Así se invirtió la
norma fundamental de la alianza: el bien recompensado, el mal castigado en esta vida.
Entonces, si toda justicia y valores duraderos son trasladados de este mundo al
próximo, la creación no puede dar ya el conocimiento de Dios, y amenaza el ateísmo o
el gnosticismo.
Ante la situación de inocentes que sufren, los teólogos protestantes han acentuado la
imposibilidad de cualquier tipo de teología natural y la absoluta necesidad de la fe
como don divino para descifrar cualquier sentido de la vida. Algunos han desarrollado
una teología dinámica, por lo cual Dios está implicado en el devenir del universo y sufre
con él. J. Moltmann veía a Dios sufriendo la muerte de Jesús por causa de su amorosa
unión de voluntades; E. Jüngel interpretó la muerte de Jesús como una parte
constitutiva del acontecimiento de Dios, que, aunque permaneciendo Dios, ha entrado
en el devenir histórico para conquistar la muerte y el pecado sufriéndolos. Por
conmovedores que puedan ser estos intentos de hacer a Dios menos inmune al
sufrimiento humano, no aciertan a explicar el significado del sufrimiento humano, y
van más allá del misterio de Job sólo acrecentando nuestro asombro al proyectar los
sufrimientos en Dios. El hecho de que Dios sufra no disminuye los sufrimientos
1043
humanos; ciertamente, su sufrimiento puede aumentar los sufrimientos de aquellos
que le aman.
Antes de examinar la respuesta más adecuada al dilema del sufrimiento ofrecida por el
NT tal como es interpretado en.la tradición católica, algunas reflexiones preliminares
pueden circunscribir con más-exactitud. el tema. Como ya se ha observado, el
sufrimiento debe ser reconocido como una realidad, incluso si es la "realidad de una
apariencia", y cualquier recurso inmediato a Dios para una recompensa celestial corre
el riesgo de destruir el conocimiento de Dios a través del mundo. El sufrimiento parece
casi inevitable para un ser corporal, ya que la materialidad implica divisibilidad,
limitación y posibles colisiones. Para excluir completamente la posibilidad del
sufrimiento corporal el hombre tendría que haber sido creado sin un cuerpo. Pero
incluso para los espíritus puros sigue siendo posible el dolor en tanto que son limitados,
y sujetos por ello, en uno u otro grado, a la libertad de otros. La "personalidad
corporativa" marca la existencia finita, y esto mucho más en la visión cristiana, donde
los hombres, creados a imagen del Dios que es amor, son llamados a amar a sus
semejantes; rehusar reconocer este lazo implica un pecado, así como una negación de la
realidad finita en su naturaleza interrelacionada. Efectivamente, si los hombres fueran
considerados sólo individuos, responsable cada uno sólo de sí mismo, no existiría
solidaridad que permitiera a los ateos protestar contra Dios en nombre de los
"inocentes que sufren". Además, la percepción de la limitación implica el
reconocimiento de una cierta carencia de plenitud, que engendra el deseo y el dolor de
la insatisfacción. Finalmente, para obviar toda posibilidad de sufrir, el hombre
individual tendría al menos que reducir a todos los demás seres libres al estado de
autómatas o convertirse en el Dios infinito. Así, detrás del deseo de evitar todo
sufrimiento puede estar al acecho el pecado original de desear ser como Dios
(Gén_3:5.22).
Dado el sufrimiento y la finitud del hombre, este mundo no puede ser el mejor o el peor
de todos los mundos posibles. Porque todo lo que es limitado puede ser superado. En
cuanto finitos, los sufrimientos humanos no pueden ser males absolutos; por el
contrario, pueden ser relativizados no sólo por el que los percibe, cuya actitud influye
en su percepción, sino también mediante la referencia a una realidad más grande o a
una finalidad más amplia. Así, los sufrimientos a menudo sirven de aviso contra males
mayores o están vinculados a una disciplina necesaria del cuerpo y del alma que
permite el crecimiento. Los músculos se estiran y las células se dividen para desarrollar
una fuerza mayor. A la inversa, la vida fácil bajo un mango enerva y debilita. El adagio
griego "Zeus añade sabiduría al sufrimiento" (EsQutt,o, Agamenón, 177s) ha sido
glosado por L. Bloy: "Hay lugares en nuestros corazones que no existen todavía y donde
el sufrimiento entra para que existan". Además, los sufrimientos sirven de justo castigo
por el pecado, llaman a los hombres a la conversión, ayudan a destruir el egoísmo y
abren a los hombres a la compasión y a la colaboración. El sufrimiento por algo que es
justo revela al hombre el sentido de su existencia y contribuye a una adecuada
estimación de su propio valor. Ciertamente, si el sufrimiento fuera imposible, la vida se
vería privada de todo desafío y aventura. Hacer una pirueta en lo más alto del Empire
State sería tan arriesgado como sonarse las narices. Si alguien intentara escapar del
aburrimiento de una existencia así, su intento de suicidio se vería frustrado, puesto que
no podría hacerse daño.
Una observación final concierne a la supuesta inocencia de los niños. Como han
observado muchos desde Agustín hasta .Freud, los niños son egoístas, a ,menudo
vengativos, pequeños brutos cuyos.hábitos tienen que ser corregidos a medida que
maduran. Además, la teología católica sostiene que después del pecado de Adán sólo
Cristo y su madre estuvieron absolutamente libres de pecado, y ambos se sacrificaron
libremente a sí mismos por los pecadores. Ciertamente, sólo Cristo es Hijo de Dios por
naturaleza; todos los demás nos convertimos en hijos adoptivos de Dios por la fe en
Jesús (Gál_4:1-7; Jua_1:14s). Dios envió el Espíritu de su Hijo a los corazones de los
cristianos para que griten "Abba, Padre" (Gál_4:6; Rom_8:15). Puesto que Jesús
enseñó a sus discípulos a llamar a Dios Padre, los cristianos deben usar esa
denominación en el sentido que Jesús quería. Pera Jesús, de forma explícita, se confió a
sí mismo a su Abba y su Padre en Getsémaní y en la cruz (Mar_14:36; Luc_23:46). San
Pablo vio el'amor paternal de Dios revelado en que él no perdonó a su propio Hijo, sino
que lo entregó por todos; en lo sucesivo nada, no importa lo cruel u horrendo que sea,
puede separar a los creyentes del amor de Dios en Cristo (Rom_8:28-39).
Una vez que el pecado hizo astillas la unidad original de la humanidad, el mundo se
convirtió en un lugar ambiguo, en el que la existencia de un Dios de amor podía ser
puesta en duda. Por eso, para dar un signo de amor y reconstituir la unidad de la
humanidad, el Hijo eterno se hizo hombre. Esta entrada del amor en el mundo de
pecado inició un conflicto que condujo a la muerte de Jesús.
BIBL.: FLICK M., SJ, y ALZEGHY Z., SJ, ll Mistero della Croce, Queriniana, Brescia
1978; FRAINE J. de, SJ, Adam el son lignage, Desclée de Brouwer París 1959;
JOURNET C., Le Mal, Desclée de Brouwer, París 1961 ; JONGEL E., Dios como
misterio del mundo, Salamanca 1984; MCDERMOTTJ., SJ, Sofferenza umana nella
1046
Bibbia, Dehoniane, Roma 1990; ID, The Biblical Doctrine ofkoinonia, en "BZ" 19 (1975)
66-77; 219-233; ID, ll Senso della sofferenza, en "La Civiltá Cattolica" 137 (1986) 112-
126; MOLTMANN J., El Dios crucificado, la cruz de Cristo como base y crítica de toda
teología cristiana, Sígueme, Salamanca 1975.
J.M. McDermott
1047
TEILHARD DE CHARDIN
Como Pascal, Teilhard (18811955) se interesa por el hombre, pero por el hombre como
fenómeno y en su totalidad; por el hombre inserto en el universo y en la colectividad
humana, arrastrado a través de la duración infinita de los siglos por el torbellino de la
evolución. Se interesa por el mundo, pero en su integridad, que incluye lo natural, lo
religioso, lo cristiano y lo sobrenatural. Su visión del mundo es unitaria, y esta unidad
está centrada en Cristo. Teilhard es el hombre de la síntesis total. Para él Dios está en el
universo y el universo está en Dios y el Hombre-Dios, Cristo, está en el universo,
asumiéndolo y recapitulándolo. Hay en él un doble sentido innato: un sentido cósmico
y un sentido crístico. Estos dos sentidos crecieron en él, primero paralelos,
aparentemente independientes, pero luego reunidos, hasta coincidir en Cristo, centro
único de convergencia universal.
1048
los hombres de su siglo, es el alma de toda su obra. Simple como una intuición, pero
dinámica como una vocación.
En primer lugar, una visión totalizarte del universo. Al adoptar este ángulo de
perspectiva, Teilhard es plenamente consciente de que se expone a tener en contra suya
a los puros sabios, así como a los filósofos y a los teólogos. Pero estima que en las
cercanías del todo, la física, la metafísica y la religión convergen de una manera
extraña.
Hay que tomar como objeto de la ciencia la "totalidad" del fenómeno. Pues bien, el
centro de coherencia de lo real no debe buscarse por debajo, en el elemento, sino por
arriba, en el hombre, centro de perspectiva y de construcción del universo. El mundo
no cae por debajo, sino por delante y por arriba. Teilhard invierte los datos del
problema: estamos en presencia de un mundo orientado, finalizado.
Aunque esta fenomenología tiene como objeto los fenómenos tal como se presentan a la
ciencia, no se identifica simplemente con la ciencia; tampoco es una pura metafísica. Su
ideal es ser una reflexión científica, que englobaría, sin embargo, la totalidad de los
fenómenos para descubrir su estructura y su unidad. Es una especia de hiperfísica o de
ultrafísica, que corona los dos abismos de Pascal con un tercer abismo: un abismo de
complejidad. Esta ciencia nueva integra los terrenos de las ciencias particulares, supera
sus límites y abarca la totalidad de la realidad terrena: de la materia hasta el hombre.
Tiene la ambición de reunir todos los datos de la experiencia humana dentro de una
visión única, que va desde la física y la química hasta la historia y la religión. En una
palabra, abraza al fenómeno humano en su globalidad y totalidad. "Como sucede con
los meridianos cuando se acercan al polo, la ciencia, la filosofía y la religión convergen
necesariamente en la cercanía del todo... Imposible intentar una interpretación
1050
científica general del universo sin pretender explicarlo hasta el fin" (Oeuvres 1,22). Si el
fenómeno humano se completa con el fenómeno cristiano, es porque Theilhard ha
pensado siempre el fenómeno humano en su totalidad y en su consumación en
Jesucristo. El pensamiento de Teilhard es fascinante, porque supera los límites de la
especialización y tiende a una visión que considera al hombre en su totalidad. Este ideal
puede dejar escéptico al hombre de ciencia, asombrar al filósofo, desconcertar al
teólogo. Pero ejerce una innegable seducción sobre el hombre "en busca de sentido"
que echa una mirada de conjunto sobre la complejidad de lo real.
En líneas esenciales, esta visión se reduce a los puntos siguientes: el universo forma un
todo homogéneo, pero está sometido a un movimiento: el de la evolución. El universo
no es estático, sino que está en un proceso de génesis, de formación: es una
cosmogénesis. Además, este movimiento sigue una dirección determinada: está
sometido a la ley de complejidad creciente. El mundo se desarrolla en el tiempo, desde
lo más simple hasta lo extremadamente complejo. Más aún, este movimiento de
complejidad está ligado a un aumento correlativo de interiorización, es decir, de
conciencia.
Antes de Teilhard, la evolución era materialista. Todo se explicaba por debajo, por los
elementos primeros de la materia; se buscaba en los átómos la solidez del universo.
Teilhard, por el contrario, busca el eje de la evolución por arriba, en el hombre, clave de
la evolución. Se dedica a situar al hombre en el corazón del mundo sin deformar al uno
ni al otro. La posición del hombre en el universo, como envoltura pensante del
universo, le da a la evolución su sentido y su singularidad. No solamente el hombre
representa un estado de vida absolutamente nuevo en el mundo, sino que en él el
universo se hace capaz de reflexión. El hombre establece un vínculo orgánico entre el
cosmos y el ser personal.
5. LA ASCENSIÓN HACIA OMEGA. Desde el punto de vista fenomenológico, la
humanidad parece encaminarse hacia una conciencia colectiva, hacia una unidad de la
especie, hacia un polo superior de concentración y de reflexión. Este polo, dice
Teilhard, no puede consistir solamente en la colectividad humana en cuanto tal, ni
siquiera reunida en la concordia. La fuerza de atracción que centra a la humanidad
sobre sí misma debe ser ella misma una persona: una persona a la que los hombres
puedan dirigir su amor y en la que puedan amar a sus semejantes.
Este centro personal, ese polo último, que Teilhard llama omega, es necesario para
asegurar a la evolución su impulso y su éxito. Es necesario por razones de amor y de
1051
supervivencia o, de forma equivalente, por razones de irreversibilidad (o de
supervivencia, de inmortalidad), de polaridad (o de centración) y de unanimidad (o de
amor). El vocabulario aquí es ligeramente fluctuante, pero los dos motivos principales
que a los ojos de Teilhard exigen un polo personal y trascendente de la evolución son
razones de humanización (amor) y de irreversibilidad de la evolución.
"Por la porción más crítica y más positivista de mi ser -dice Teilhard- empiezo a pensar
que el fenómeno humano podría ser muy bien lo que pretende representar..., una
revelación" (Oeuvres 6,114). Todo el que esté atento a una visión evolutiva y
convergente del universo, que se acaba en un punto de superpersonalización de las
conciencias, no puede menos de mostrarse atento al hecho cristiano, que se presenta
como una de las realidades de este mundo. En efecto, el fenómeno cristiano, por su
credo, por su valor existencial, por su extraordinaria vitalidad, presenta un notable
parecido con todo lo que sabemos sobre la convergencia de un universo en un omega
trascendente y superpersonal.
Para Theilhard, esta identificación de Cristo y de omega, esta coherencia, esta armonía
entre una religión de tipo erístico y una evolución de tipo convergente, encuentran su
apoyo y su fundamento en la cristología misma de san Pablo y de san Juan. "Si el
mundo es convergente y si Cristo ocupa su centro, entonces la cristología de san Pablo y
de san Juan no es nada más y nada menos que la prolongación a la vez esperada e
inesperada de la noogénesis, en la cual, para nuestra experiencia, culmina la
cosmogénesis" (Oeuvres 1,131). En 1943, en Cómo yo creo, Teilhard propone. así los
artículos de su credo: "Creo que el universo es una evolución. Creo que la evolución
marcha hacia el espíritu. Pienso que el espíritu, en el hombre, se acaba en lo personal.
Creo que lo personal supremo es el Cristo universal" (Oeuvres 10,11?).
1054
San Bruno fue seducido por el Cristo solitario; san Francisco, por el Cristo pobre; santo
Domingo, por el Cristo verdad; San Ignacio, por el Cristo jefe y rey. Theilhard, por su
parte, quedó hechizado por el Cristo universal, centro y cabeza del universo,
presente,en cada momento de la aventura cósmica y humana, a la que sostiene por
arriba. Para Teilhard, el Cristo universal es su forma de comprender la encarnación en
toda su plenitud y con todas sus implicaciones concretas; es el Verbo encarnado, can su
prolongación y su consumación en el Cristo resucitado y en el Cristo eucarístico.
BIBL.: TEILHARD DE CHARDIN P., Oeuvres, 13 vols., Seuil París; ID, La activación de
la energía, Madrid 19672; ID, La aparición del hombre, Madrid 19612; ID, Ciencia y
Cristo, Madrid 1962; ID, Cómo yo creo, Madrid 19732 ID, Las direcciones del porvenir,
Madrid 1974; ID, La energía humana, Madrid 19672; ID, Esbozo de un universo
personal. Madrid 1975; ID, Elfenómeno humano, Madrid 1963; ID, Génesis de un
pensamiento, Madrid 1966; ID, El grupo zoológieo humano, Madrid 19675; ID, Himno
del universo, Madrid 1971; ID, Imágenes y palabras, Madrid 1967; ID El medio divino,
Madrid 1967; ID, El porvenir del hombre, Madrid 1962; ID, La visión del pasado,
Madrid 1967; ID, Yo me explico, Madrid 1969; ID, Escritos del tiempo de guerra,
Madrid 19672; ID, Cartas íntimas, Bilbao 1974; BARJON L., Le combat de Pierre
Teilhard de Chardin, Québec 1971' BARTHÉLEMEY-MADAULE M., La personne et le
drame humain chez Teilhard de Chardin, París 1967; CRESPY G., El pensamiento
teológico de Teilhard~de Chardin, Barcelona 1970; D'ARMAGNAC-C., La pensée du
Pire Teilhard de Chardin comme apologétique moderne, en "NRTh"84 (1962) 598-621;
D'OuINcE R., Un prophite en procis: Teilhard de Chardin dans 1 E'glise de son temps,
París 1970; FARICY R., Teilhard de Chardin's Theology of the Christian World, Nueva
York 1967; LATODRELLE R., Teilhard de Chardin en el centro universal de
convergencia, en El hombre y sus problemas a la luz de Cristo, Salamanca 1984, 117-
200; LUBAC H. de, El pensamiento religioso del Padre Teilhard de Chardin, Madrid
1968; MOONEY C., Teílhard de Chardin y el misterio de Cristo, Salamanca 1967;
PONTET M., Pascal et Teilhard; témoins de Jésus-Christ, París 1968; RIDEAU E.,
Elpensamiento de Teilhard de Chardin, Barcelona 1970; SCHELLENBAUM P., Le
Christ dans 1 énergétique teilhardienne, París 1971; SMULDERS P., la visión de
Teilhard de Chardin, París 1964; SOLACES B. de, Teilhard de Chardin, Lión 1967. ,
R. Latourelle
1056
TEOLOGÍA
SUMARIO:
I. DEFINICIÓN (R. Fisichella).
II. EPISTEMOLOGÍA (R. Fisichella).
III. ECLESIALIDAD Y LIBERTAD (M. Seckler).
IV. TEOL0GÍA Y CIENCIAS (M. Seekler).
V. TEOLOGÍA y FILOSOFÍA (R. Fisichella).
I. Definición
El fundamento y el centro de la teología es la revelación de Dios en Jesucristo. Su
objetivo particular es la inteligencia crítica del contenido de la fe para que la vida
creyente pueda ser plenamente significativa.
Las coordenadas que se han asentado para la comprensión del concepto de teología no
han sido siempre las mismas a lo largo de la historia. En cuanto reflexión histórica
sobre la fe y sobre sus contenidos, la teología ha ido sufriendo una constante evolución
en su intento de autodefinirse; evolución que puede identificarse con la misma historia
del pensamiento cristiano.
Una última connotación digna de interés que proviene de los padres griegos es la que
identifica la theologhía con la doctrina sobre la Trinidad, para distinguirla de la
doctrina sobre la encarnación, que será llamada oeconomía. El período monástico -
pensemos en los nombres de Evagrio Póntico y de Máximo el Confesor- hablará
finalmente de "theologhía" como el culmen del conocimiento y la plenitud de la gnosis,
por haber sido realizada bajo la guía del Espíritu.
Por, aquel mismo tiempo; Guillermo de Occam favorecerá la. entrada de la crítica y del
nominalismo. El humanista Erasmo de Rotterdam acentuará hasta tal punto la crítica,
que llegará a sustituir con ella en adelante a la quaestio medieval. Melchor Cano
marcará la época de la reinvención de las auctoritales a través de los 1 lugares
teológicos, y el Tridentino culminará con las especulaciones del saber teológico. El siglo
xvni verá cómo se acentúan las formas de los "sistemas" y la organización del saber
teológico en las enciclopedias. La Aeterni Patria, finalmente, registra un cambio
ulterior con el intento de un retorno al pensamiento de santo Tomás, interpretado, sin
embargo, a la luz de los nuevos principios filosóficos.
Al faltar entonces una única referencia filosófica, sustituida por una pluralidad de
referencias con diversos sistemas filosóficos, y al haber adquirido una comprensión
hermenéutica más global y profunda del dato bíblico, la teología sé caracteriza mejor
hoy a la luz de una pluralidad de teologías que dejan vislumbrar las diversas
metodologías adquiridas.
Sin embargo, hay nuevos problemas que requieren una mayor reflexión y que pueden
caracterizar a la actualidad teológica en el momento en que, una vez más, intenta
autocomprenderse; pueden señalarse tres por lo menos: 1) la determinación del
estatuto epistemológico que, en cada ocasión, se refiere al nuevo saber científico; 2) la
eclesialidad de la teología, que comporta la responsabilidad pública de la inteligencia de
fe y la superación de una contraposición entre el saber teológico en cuanto tal y el' saber
teológico regional o contextual; 3) la relación teologíamagisterio, que comporta la
indicación de las mediaciones propias de una teología como inteligencia eciesial de una
fe comunitaria y la libertad del sujeto epistémico en su búsqueda científica.
II. Epistemología
La teología fundamental, en cuanto epistemología teológica, tiene que responder
previamente al menos a tres cuestiones fundamentales que se imponen para el saber
teológico: 1) la aparición de la teología; 2) la determinación de su contenido; 3) su
autojustificación como conocimiento crítico de la fe.
En una palabra, la admiración es lo que está en el origen del buscar humano y del
comprender; es lo que puede permitir la recuperación de todo lo que nos ha precedido,
nos determina y que constituirá nuestro futuro. Sin la admiración nos haríamos
extraños a nosotros mismos y a la historia, por ser incapaces de realizar un nuevo
saber.
Es posible ver realizada esta real¡" dad también dentro del saber teológico como aquel
momento en que el creyente tiene conciencia de la gratuidad del ser llamado a la
comunión de vida con Dios. Es la admiración de descubrirse a sí mismo como sujeto
capaz de un acto que cualifica antropológicamente la existencia y que se comprende
como realidad que, en cuanto tal, no puede exigirse, sino sólo ser acogida como un don;
es, en una palabra, la conciencia del ser misterio y del participar de la infinitud del
misterio.
Esta admiración no es fruto de la emotividad, sino una actividad peculiar del sujeto
epistémico; por eso precisamente, en el momento en que se plantea la pregunta del
"¿por qué creo?", se realiza también dentro de la fe y aparece la teología como
inteligencia de la fe.
Así pues, antes de que el creyente pueda ponerse ante Dios en el acto de pronunciar
categorialmente su nombre, como expresión de una actividad intelectual personal que
dé contenido a la fe, existe ya la realidad del ser conocidos por Dios y haber sido
llamados en Cristo a la salvación (cf 1Jn_4:10).
El primer dato paradójico que surge de este horizonte afecta tanto al objeto de la
teología como a su sujeto epistémico. Efectivamente, la fe, corno punto fundamental
dentro del cual nace la reflexión, determina el contenido de la búsqueda hasta tal punto
que éste se presenta ya como verdad fundamental y no como verdad que haya que
demostrar. El contenido revelado que hace surgir a la teología es considerado ya
y.creído por ésta como una verdad que no hay que demostrar, sino tan sólo comprender
intelectualmente y hacer comunicable.
De esta situación paradójica se derivan por lo menos tres principios de los que no es
posible prescindir para un saber teológico correcto:
a) En la medida en que es la fe la que pone en acto a la teología, es la misma fe la que
muestra a la teología las razones sobre la necesidad de la inteligencia de °la fe. Por
consiguiente, la inteligibilidad del dato revelado no es un principio extrínseco a la
revelación, sino interior a ella, y por tanto principio que pone en acto a la teología.
El conocimiento más adecuado que se puede tener de este novum es dado por la fe
como la forma de conocimiento propio y adecuado al objeto del conocer. La triple
estructuración del fundamento afecta a la investigación teológica, ya que ella acepta lo
que ya está fundado, comprende lo que se está fundando mediante la fe ininterrumpida
de la Iglesia y prepara lo que no está fundado todavía, a través de su tensión constante
hacia el acontecimiento escatológico.
Al hablar de revelación como centro de la teología, se hace una referencia más directa a
la sistemática de la investigación. Esto significa que todo el saber teológico necesita
estructurarse en torno a la revelación, ante todo para poner de manifiesto que el
principio formal de las diversas disciplinas es uno solo, pero que igualmente el misterio
de la revelación, desde el punto de vista científico, está sometido a la
complementariedad de las perspectivas, que sólo en su conjunto y en la
interdependencia recíproca puede ofrecer la perspectiva global (cf OT 16; Sapientia
christiana).
Esto es lo que se percibe en la experiencia común del conocer humano: el saber es una
experiencia original del sujeto, mediante el cual se descubre la realidad propia como
actividad pensante. Este saber primero y. fundamental es él mismo certeza, ya que cada
uno sabe que sabe: un saber inmediato que está constituido por la propia existencia y
por el encuentro con la realidad. En su movimiento externo, el saber se ve atacado por
la duda, que pone en crisis al mismo saber: "scio me nescire". Sin embargo, el "no
saber" se ve orientado hacia nuevas adquisiciones de un saber primero no conocido.
Tenemos por consiguiente, un movimiento con una doble característica: el sujeto
expresa la voluntad de saber porque sabe que no sabe, pero esto corresponde a un
primer saber que fundamenta la certeza del saber mismo.
La existencia creyente está también inserta en esa certeza de la salvación que le permite
a cada uno concebirse como una persona llamada a la comunión de vida con Dios a
través de la gracia. La admiración ante esta realidad que suscita en el sujeto la pregunta
1062
del "¿por qué creo?" corresponde a aquella primera cuestión que hace surgir
simultáneamente la certeza de una primera existencia de fe y la necesidad de ir
progresando, ya que se descubre que el misterio no es conocido todavía.
La fe constituye la respuesta plena y libre del creyente a la revelación de Dios (DV 5);
corresponde al don de gracia con un acto totalmente humano, en dónde "el
entendimiento y la voluntad", sinónimo de la globalidad de la persona, se ven
plenamente comprometidos en una unidad indisociable. La verdad que es acogida en la
fe es fruto del conocimiento del saber del creyente ,que, con el mismo acto dé fe, indica
la correspondencia que tendrá que ponerse, en el plano gnoseológico, entre su conocer
y el objeto por conocer. De este modo la fe expresa la forma de conocimiento que
corresponde a la naturaleza del objeto conocido; en resumen, para ser conocido, ese
objeto necesita del conocimiento de fe.
Por tanto, el creyente conociendo cree y creyendo conoce; esto significa que en un solo
acto, el de la fe, está presente de modo plenamente humano la forma de conocimiento
que es la expresada por el creer. El conocer, en relación con la revelación de Dios, no es
distinto del creer, ya que es la única expresión que puede corresponder al objeto de
conocimiento.
Sin embargo, la verdad que se presenta no es un conocimiento abstracto, sino que se
refiere, por el contrario, a la historicidad de Jesucristo (t Cristología fundamental)
como verdad última y definitiva que se entrega a la humanidad para que encuentre el
sentido de su existencia. La teología, como saber crítico de la fe que ya conoce y sabe
que ese contenido es verdadero, tiene que mostrar, siguiendo las líneas de un saber y de
un desarrollo científico, que se da una plena correspondencia entre lo que la fe presenta
como verdadero y lo que el sujeto comprende como tal. En otras palabras, el creyente
obtiene de la revelación, acogida en el saber de la fe; el contenido de su conocimiento; y
este contenido es analizado y conocido por la teología en cuanto saber crítico a través
de los elementos que lo componen; la historicidad, el lenguaje, el comportamiento y el
anuncio de Jesús de Nazaret deben relacionarse críticamente con lo que la fe ya conoce
como verdad, para que se pueda crear aquella circularidad entre la fe y la razón que
imprima al acto de fe su forma plenamente humana.
Lo que la fe acoge en su creer no está cerrado a la razón, sino que está de suyo abierto;
se le da a la razón porque ésta, en el acto mismo de creer, está ya realizando una forma
peculiar de conocimiento.
Tan sólo una visión distorsionada de la racionalidad y de la fe ha podido separar los dos
elementos y verlos como extraños el uno al otro. La fe no es un sustitutivo de la
voluntad cuando la razón no puede ir más allá; y la razón crítica no es la única forma de
conocimiento del saber humano. Tan sólo una recuperación de sus relaciones a la luz de
una búsqueda autónoma, aunque complementaria, entre la filosofía y la teología podrá
poner más de manifiesto la legitimidad de un saber de la fe y la necesidad de una fe
conocida.
1063
BIBL.: ALFARO J., Rivelazione, fede e teologia, Brescia 1986; ALSZEGHY Z. y FLICK
M., ¿Cómo se hace la teología?, Paulinas, Madrid 1976; BALTHASAR H.U., van,
Einfaltungen, Munich 1969;' ID, El lugar de la teología, en Verbum Caro. Ensayos
teológicos I Guadarrama Madrid 1964, 193-207; ID, Teología y santidad, ib, 235-268;
CASPER B., L érmeneutica e la teología, Brescia 1975; COLOMBO C., Il compito della
teología, Milán 1983; CONGAR Y., Theologie, en DThC XV, 341-502; ID La fe y la
teología, Herder, Barcelona 1970; CHENu D.M., La théologie comme science au XIII
siécle, París 1945; EICHER P., Theologie. Einführung in das Studium, Munich 1980;
FISICHSLLA R., Cos é la teología? en C. RGCCHETTA, R. FISICHELLA y G. POzzo, La
teólogia trd rivelazione e storia, Bolonia 1985, 163-252; FORTE B., La teología como
compañía, memoria yprofecía.Sígueme, Salamanca 1990; GATZMEIER M,; Theologie
als Wtssenschaft, Stutgart 1974; .GRABNER A. y HAIDER (eds.), Theorie der Theologie
als' Wissenschaft, Munich 1974; KASPER W., Fe e historia, Sígueme, Salamanca 1974;
KERN W. (ed.), Die Theologie und Lehramt, Friburgo 1982; KERN W. y NIEMANN
F.J., El conocimiento teológico, Barcelona 1986; KOLPING A., Einführung in die
katholische Theologie, Münster 1960; LATOURELLE R., Teología, ciencia de la
salvación, Sígueme, Salamanca 1968; LONERGAN B., Método en teología, Sígueme,
Salamanca 1988 LOUTH A., Discerning the Mistery, Oxford 1983; MICHEL M., (ed.),
La théologie á 1 épreuve de la vérité, Paris 1984; PANNENBERG, Epistemologia e
teología, Brescia 1975; ID, Cuestiones fundamentales de teología sistemática, Sígueme,
Salamanca 1976; RAHNER K., Teologia,en el Nuevo Testamento, en Escritos de
teología V, Taurus,, Madrid 1964, 33-54; ID, Sobre el concepto de misterio en la
teología católica, ib, IV, 1962, 53-101; ID, Sulla storicitá della teología, en Nuovi Saggi
ITI, Roma 1969, 99-125; ID, La promozione della teología ad opera del Vaticano II, ib
11-44; ID, Curso fundamental sobre la fe, Herder, Barcelona 19894; RATZINGER J.,
Teoría de los principios teológicos, Barcelona 1985; SAUTER G. (ed.), Theologie als
Wissenschaft, Munich 1971; SCHILLEBEECKx E., Revelación y teología, Sígueme,
Salamanca 1969; SECKLER M., Teología, Scienza, Chiesa, Brescia 1988; SOHNGEN G.,
La sabiduría de la teología por el camino de la ciencia, en MS 1, Cristiandad, Madrid,
1969, 995-1070; THILs G., Pour une théologie de structure planetaire, Lovaina 1983;
TSHIBANGu T., La théologie comme sciénce au XX siécle, Kinshasa 1980 VAGAGGINI
C. Teología, en NDT, Cristiandad, Madrid 1982, 1688-1806; V V.AA., Iniciación a la
práctica de la teología I, Cristiandad, Madrid 1984.
R. Fisichella
Si la teología se define básicamente como una función de la Iglesia, hay que atender
entonces ante todo al sentido de la palabra Iglesia. Existe un uso lingüístico según el
cual la Iglesia significa sencillamente el oficio eclesiástico, la jerarquía o una institución
de carácter confesional. Esto puede condecir a definir la teología como función de la
Iglesia de palabra; sin embargo, en realidad, se entiende sólo como una función o
subfunción del oficio eclesiástico, de modo que la eclesialidad de la teología consistiría
únicamente en ser una disciplina auxiliar instrumentalizada de la autoridad
eclesiástica. Entonces no se definiría acertadamente la eclesialidad de la teología. El
sujeto propiamente sustentante de la teología es más bien la Iglesia en sentido general,
como pueblo de Dios del NT, que es en sí mismo una realidad vital compleja y
ricamente articulada. Debido a las escisiones de la Iglesia, la teología cristiana está de
hecho en tensión entre la universalidad de la Iglesia única como realidad de fe y las
dimensiones de la ecumene, por un lado, y la respectiva confesión que la sustenta, por
otro. Así como el destino interno de la teología cristiana es ser verdaderamente
1065
cristiana según los criterios del contenido del cristianismo, así es radicalmente eclesial
como función vital del pueblo de Dios del NT, y al mismo tiempo indeclinablemente
confesional atendiendo a las Iglesias realmente existentes que son las únicas que
pueden servir de base a una teología eclesial. Por eso en toda concreción del nexo
eclesial-confesional, la eclesialidad de la teología es pluridimensioilal.
1066
En la eclesialidad de la Iglesia entra también su arraigo institucional y su vinculación
jurídica a la Iglesia. En las universidades e instituciones eclesiásticas está claro desde el
principio, porque se hallan bajo la titularidad de la Iglesia y están directamente sujetas
al derecho canónico. Para las instituciones teológicas de las universidades estatales hay
normativas de derecho civil y eclesiástico cuyo fin es asegurar la eclesialidad de aquella
teología que debe tutelar las funciones oficiales de la Iglesia. Dado que estas relaciones
jurídicas hay que entenderlas como consecuencia y expresión de la eclesialidad teórico-
científica y práctico-vital de que se ha hablado antes, no se trata aquí esencialmente. de
una vinculación sólo exterior a la Iglesia.
Como el Vaticano II (GS 62; cf LG 37), también el derecho canónico (CIC, can. 218)
reconoce a la ciencia teológica y a aquellas personas que se dedican a esta ciencia la
debida libertad (fusta libertas) de investigación y de manifestación de la propia opinión
basada en una competencia objetiva. Este derecho a la libertad de investigación
científica y de manifestación de la propia opinión supone la libertad general de
manifestar la opinión propia, que el CIC (can. 212, par. 3), siguiendo a la LG, describe
como derecho del hombre y del cristiano; pero a causa de las funciones particulares que
la teología debe desempeñar y de las condiciones peculiares que vigen para ella en
cuanto ciencia, no puede limitarse a eso.
Es problemático hasta qué punto la obligación de todos los fieles de prestar obediencia,
graduada según el CIC (cánn. 750-754), afecta también a la teología en su
autorrealización interna. Por supuesto, los vínculos provenientes de la nota de su
eclesialidad científico-teórica se mantienen y se los puede urgir. Además, la autoridad
de la Iglesia puede también tomar disposiciones en cuestiones de la praxis científica
que tienden a obtener la "obediencia religiosa". Asimismo, de lo dicho antes sobre la
normatividad de la palabra de Dios, por una parte, y de la naturaleza de la ciencia, por
otra, se deduce la existencia de ciertos límites internos.
M. Seckler
1069
2. COMBINACIONES HISTÓRICAS DEL PROBLEMA DE PRIMORDIAL
IMPORTANCIA. Históricamente, la teología se encontró por dos veces ante la tarea
primordial de tomar decisiones fundamentales basándose en la opción exigida por la
comprensión cristiana de la creación y de la fe. En ambos casos se trataba de
desarrollar la actitud requerida frente a una idea o movimiento científico que penetraba
en su horizonte. Se trataba de combinaciones de índole histórica, pero que al mismo
tiempo representan de forma objetiva los dos aspectos del problema con qúe se
enfrenta la teología por principio y constantemente en nuestra cuestión. En ambos
casos la teología católica se movió y se mueve en el sentido de una afirmación
fundamental (aunque no incondicional y sin trabas) de la ciencia.
a) Relación interna con la ciencia. El primer caso tuvo lugar al penetrar en el horizonte
del cristianismo la idea de ciencia desarrollada en la filosofía griega, ofreciéndose a la
praxis misma teológica. Esto parece observarse ya en tiempo de los Padres, de manera
general en la amplia afirmación del Logos griego también para la reflexión de la fe
cristiana, desde los ! apologetas de la Iglesia primitiva, y especialmente en la formación
de la teología al estilo de una épistéme (p.ej., en Orígenes). Después de la aceptación de
Aristóteles en la Edad Media se produjo la transformación fundamental, justificada
tanto desde la ciencia de la fe como de la teoría científica, de la misma teología en
ciencia o en su autoorganización científica al modo de una ciencia en el sentido del
concepto aristotélico: Al mismo tiempo esta teología, en cuanto ciencia entre las
ciencias, fue recibida en la universidad, sede de las ciencias, sometiéndose con ello a la
normativa de la organización institucional de la ciencia y a los rituales de la
investigación y el saber académicos. Mediante su "cientifización" interna y su
integración social e institucional en el mundo de las ciencias participó en adelante la
teología directamente, o sea, en virtud de una capacidad y su índoe científicas propias,
en el proceso científico.
Esto vige incluso cuando la teología como ciencia de la fe adquiere una cierta posición
particular en el mundo de las ciencias, que se deduce de su vinculación a la religión que
la sustenta. A diferencia de las ciencias de la religión, que tienen sólo como objeto de la
ciencia a las religiones en cuanto fenómeno histórico, la teología cristiana está ligada a
la autorreflexión y articulación de la fe cristiana, representando en este aspecto una
realización vital funcional de la misma religión. Este aspecto es aquí importante,
porque la relación de la religión misma a la ciencia adquiere con ello un carácter
peculiar. Pues siendo la teología cristiana al mismo tiempo una función vital del
cristianismo y realización parcial de la ciencia, se sigue para ambas una relación de
inmediatez, por lo menos desde la perspectiva del cristianismo, que ahora ya no se ve
enfrentada (amistosa, hostil o indiferente) a la ciencia, sino que debe contar a ésta, por
medio de la teología en cuanto ciencia de la fe, entre sus funciones vitales propias y sus
modos de realizarse, con todo lo que de tal apertura y servicio puede seguirse de tareas,
oportunidades y riesgos, que caracterizan también a la historia moderna del
cristianismo.
Resumiendo, hay que afirmar, pues, que la relación de la teología con la ciencia, que
debido a la cientifización de la teología ha adquirido básicamente el carácter de una
1070
relación interior entre las ciencias, ahora se presenta a la vez como problema parcial de
la relación entre religión y ciencia, de manera que ahora tampoco ésta tiene ya sólo el
carácter de una relación exterior. Esta compleja estructura relaciona¡ explica tanto el
propio interés vital del cristianismo moderno por la ciencia y las ciencias como el alto
grado de dolorosas complicaciones de la Iglesia con la ciencia moderna.
Se pueden ilustrar estas relaciones en dos puntos. Uno se refiere al ateísmo; el otro, a la
cuestión de la competencia cognoscitiva.
a) El problema del ateísmo. Es sabido que los científicos (de la naturaleza) han sido
muchas veces hombres de creencias religiosas. Pero tanto la lógica interna de la ciencia
moderna como los fines bajo los que se trabaja postulan que se marginalice la cuestión
de Dios. El principio metodológico de que las explicaciones científicas deben por
principio arreglárselas sin recurrir al "factor Dios", y que por tanto en la formación
científica de una teoría hay que prescindir a priori de Dios, se considera hoy irrebatible.
Ni en la corrección de las órbitas de los planetas ni en los procesos evolutivos, por citar
sólo dos ejemplos, es suficiente recurrir al factor "Dios" para colmar las lagunas del
conocimiento. Este ateísmo metodológico es científicamente tan concluyente. como
filosóficamente fecundo. Prácticamente lleva a eliminar a Dios del empleo del lenguaje,
del ámbito de los objetos y de las funciones de la ciencia, y por tanto del entorno vital
del hombre actual marcado por él.
Mucho mayor es el influjo del fin bajo cuyas directrices trabaja la ciencia moderna, de
acuerdo con las cuales se elimina el factor "Dios" también de la praxis de la existencia
humana, intentando con todas sus fuerzas conseguir todas las metas razonablemente
deseadas mediante técnicas operativas ateas. Las lagunas, fracasos y limitaciones
provisionales le dejan a una teología que ve aquí su oportunidad, por de pronto (y, en
virtud de la situación de contingencia de nuestra existencia por principio insuprimible,
seguramente quizá siempre) cierto campo de actividad; pero hay que observar que
precisamente así se afirma y fortalece una alternativa radical entre teología y ciencia,
volviendo de esta manera al viejo motivo del tapagujeros. En consecuencia, ciencia por
una parte y religión (o teología) por otra, aparecen como actividades antagónicas, que
discurren por principio en sentido opuesto, encaminadas al dominio de la contingencia.
Una teología (o religión) que en la praxis del dominio de la contingencia humana (H.
Lübbe) quedara circunscrita a la esfera residual de las contingencias existencialmente
amenazadas que escapan (¿de momento?) al control de las técnicas científicas, y que
por tanto hay que dominar "religiosamente", queriendo o sin querer, o sea, que hay que
aceptar de la mano de Dios, en cierto modo limitaría su competencia a las
"enfermedades incurables", y por lo mismo a los lados sombríos de la existencia que se
resisten a la ciencia.
1072
Esta restricción a formas de conocimiento alternativas de la ciencia y a ámbitos
cognoscitivos científicamente resistentes puede presentarse perfectamente también en
un contexto religioso favorable: Entender el conocimiento religioso como alternativa
complementaria del conocimiento científico parece que deja espacio a una coexistencia
pacífica y quizá incluso complementariamente constructiva de los medios y formas del
conocimiento. Por eso, si en las modernas teorías de la religión se entienden a menudo
positivamente la exclusión de la religión de los ámbitos de la competencia del
conocimiento científico y, su inclusión en el lenguaje primario de los mitos, de los
símbolos y de la poesía, con ello parece que se crea un cierto espacio para las
"verdades" religiosas y se hace posible una sólida paz entre los portadores de las
funciones. Pero hay que advertir que con ello la relación entre teología y ciencia
retrocede literalmente a un status precristiano. Las verdades religiosas y las
interpretaciones teológicas de la existencia que, en posesión de una normativa
cognoscitiva propia, irrevocable por principio, abdican del logos de la razón y de su
responsabilidad respecto- a la verdad, están ordenadas, en definitiva, a renunciar a la
valoración real de la verdad. La dirección hacia la que esto inevitablemente conduce
puede formularse con los términos de l fundamentalismo, mística de la l New Age o
indiferencia a la verdad de los llamados caminos salvíficos religiosos.
BIBL.: AIcHELIN H..y LIEDKE G. (eds.), Naturwissenschaft und Theologie_ Texte und
Kommentare, Neukirchen-Vluyn 1974; AUSTIN W.H., 7ffe Relevance of Natural
Science to Theology, Londres 1976; BERGOLD R., Der Glaude vor dem Anspruch der
Wissenschaft. Der Dialog zwischen Naturwissenschaft und Theologie am Beispiel von
Schdpfungsglaube und Evolutionstheorie, Münster 1988; BOSSHARD S.N., "Über die
dialogfühigkeit der Theologie"; en "StZ" 203 (1985) 704-712; DEMPF A., Die Einheit
der Wissenschaft, Stutgart 19622; DESSAUER F., Begegnung zwisehen
Naturwissenschaft und Theologie, Frankfurt 1952; EBELING G., Überlegungen zur
Theologie in der interdisziplindren ForschUng, en ID, Wort und Glaube, vol. III,
Tubinga 1975, 150-163; HEISENBERG W., Schritte über die Grenze,. Munich 19731; ID,
Der Teil und das Ganze, Munich 19813; HÜBNER J. (ed.), Der Dialog zwischen
Theologie und Naturwissenschaft. Ein bibliographischer Bericht, Munich 1987;
JORRAN P., Der Naturwissenschaftler vor der rehgidseir Frage. Abbruch einer Mateer,
Stutgart 1987 (or..1961); METZ J.B. j' RENDTORFF T., (eds.), La teología nella ricerca
interdisciplinare, Brescia 1974; MOLTMANN J., La teología nel mondo delle scienze
moderne, en ID Prospettive della teología, Brescia 1973 (or. 1958), 319-340;
OELMÜLLER W. (ed.), Wahrheitsansprüche der Religion heute, Paderborn 1982
PANNENBERG W., Teología de la ciencia y teología, Madrid 1981; RAlINER K., Zum
Verhdltnis zwischen Theologie und heutigen Wissenschaften, en ID, Schriften zur
Theologie, X, 104-112; ID, Zum Verhdltnis van-Naturwissenschaft und Theologie, en ib
XIV, 63-87; SCHEFFCZVK L. Die Theologie und die Wissenschaften, Aschaffenburg
1979; SECKLER M., Theologie-Wissenschaft unter Wissenschaften?, en ID, Im
Spannungsfeld van Wissenschaft und Kirche, Friburgo 1980, 15-25; ID, Theologie-
Religionsphilosophie Reí¡gionswissenschaft, en ib, 26-41; ID, Teología, scienza, Chiesa,
Brescia 1988; SPLETT J., W%Ssenschaft-Grenzen zur Religion, en "StZ" 205 (1987)
330- 338; WHITE A.D., A History of Warfare of Science with Theology in Christendom,
Nueva York 1960 (or. 1986).
M. Seckler
V. Teología y filosofía
"La idea de la filosofía es la mediación, la del cristianismo es la paradoja". Esta
expresión lapidaria de Heidegger puede hacernos comprender la dificultad que se
esconde detrás de la relación teología-filosofía.
El mismo Pablo era muy consciente de esta paradoja cuando, escribiendo a los
cristianos de Corinto, el centro de la cultura griega de la época, decía que "Dios eligió lo
1074
que el mundo tiene por necio para humillar a los sabios ... porque los griegos buscan la
sabiduría, pero nosotros anunciamos a Cristo crucificado.., locura para los paganos"
(1Co_1:27.22-23).
En nuestra época, quizá nadie mejor que Nietzsche ha vislumbrado lo que suponía para
la filosofía la presencia de la paradoja cristiana. En Más allá del bien y del mal, III, se
lee: "Los hombres de los tiempos modernos, cuya inteligencia es tan obtusa que no
comprenden ya el sentido del lenguaje cristiano, ni siquiera perciben lo espantoso que
resultaba para un espíritu antiguo aquella expresión paradójica: Dios crucificado. En
ninguna conversión hubo jamás nada tan audaz y tan terrible, nada que pusiera del
mismo modo todas las cosas en discusión, nada que plantease tantos problemas.
Aquella expresión anunciaba una inversión de todos los valores antiguos".
Si hay que hablar de relación, es necesario que el teólogo se detenga en una definición
de filosofía que recoja las notas más universales de la misma, dejando luego los detalles
de su identificación a las determinaciones históricas y culturales, propias de toda
escuela.
En este nivel de acepción "universal", cabe pensar en la filosofía como en la ciencia que
se constituye filosofando. La filosofía es hacer filosofía, se dirá sic el simpliciter; por
tanto, pertenece a la esencia de la filosofía saber que la respuesta a una autodefinición
de sí misma es lo que la constituye como ciencia. La crítica sobre el propio presupuesto
y fundamento es lo que hace que la simple reflexión se haga filosofía. Por tanto, hacer
filosofía es pensar filosóficamente, es decir, indagar en la realidad para buscar la verdad
primera.
Junto con la apertura a una forma de conocimiento cada vez más amplio, la filosofía se
caracteriza por la universalidad sobre su objeto de investigación. El hombre y su
existencia constituyen el objeto peculiar del buscar filosófico, ya que en una unidad
total se capta la identidad entre sujeto pensante y objeto pensado. En cuanto homo
religiosus, también la experiencia de lo sagrado y la tensión hacia lo absoluto
pertenecen a la esfera de la investigación filosófica. Así pues, hay dos datos que pueden
caracterizar a la filosofía como ciencia en su relación con la teología: el constituirse
como un -saber que tiende .a los principios universales del pensar, y por tanto un saber
qué trasciende el momento particular, y al mismo tiempo un saber histórico, y por
tanto un pensamiento sujeto a las determinaciones culturales de las diversas épocas.
1075
A comienzo de su autocomprensión, el cristianismo no fue una filosofía: La dimensión
de un -saber crítico fue extraña a los primeros creyentes. El tema fundamental del
anuncio para la metanoia era lo que marcaba el descubrimiento de una nueva
comprensión de la -vida., El convertido, sobre todo si era rheor, jurista o filósofo, veía
en el cristianismo aquel sentido de vida que en vano había buscado en la filosofía. Un
texto de Basilio lo demuestra con claridad: "He perdido mucho tiempo en el servicio a
la vanidad y he perdido toda mi juventud en trabajos inútiles; la consagré a la
adquisición de doctrinas y de una sabiduría que Dios había tachado de locura (lCor
1,20). De pronto, un día, como si saliera de un profundo sueño, levantando los ojos a la
maravillosa luz de la verdad del evangelio, descubrí la inutilidad de la sabiduría de los
príncipes de este mundo que están destinados a la nada (lCor 2,6), repasé
amargamente mi pobre vida y pedí que se me concediera una guía que me orientase
hacia los principios de la piedad" (Epist. 223,2).
A la prioridad del interés por la conversión de la vida hay que añadir que, en aquella
época, los cristianos eran extraños a las escuelas filosóficas; esto puede hacer
comprender posteriormente la acusación que se les dirigía de ser gente sin logos ni
nomos, grosera, privada de cultura y de toda posibilidad de reflexión, capaces sólo de
hacer prosélitos entre los más ignorantes y en los niveles más bajos de la sociedad (cf
Celso en Alethes Logos).
Así pues, la Iglesia de los primeros siglos no tuvo un interés directo por una relación
entre los dos "saberes". Lo que se consideraba como decisivo era la conducta de vida;
por tanto, el vivir moral marcaba los confines entre el mundo pagano y el cristiano.
De todas formas, entre los dos es igualmente posible ver realizado un doble plano de
relaciones que puede describirse o como un claro rechazo del saber filosófico ante el
descubrimiento de la sabiduría divina (Taciano, Tertuliano) o como una gran apertura
a un diálogo crítico-constructivo (Justino, Minucio Félix). No se puede negar, sin
embargo, que las relaciones de la teología con la filosofía fueron de tipo instrumental,
para hacer comprensible a los paganas el contenido del kerigma, o bien para reforzar la
fe de los creyentes. Precursor de Anselmo, Orígenes afirma que "hay que reforzar la fe
con el razonamiento..., a partir de las nociones comunes elaboradas por la filosofía
griega" (De Principibus I, 7,1; IV, 1,1).
Agustín merece mención especial; en él llegan casi a confluir las corrientes orientales y
occidentales, hasta el punto de que su obra constituye la primera propedéutica a la
síntesis medieval. En los Soliloquia es posible vislumbrar el centro de la problemática
agustiniana sobre este punto. Cuando la razón pregunta: "¿Qué quieres conocer?",
Agustín responde: "Cupio Deum et animam scire". "¿Nada más?" "¡Nada más!"
Creo que puede encontrarse aquí el núcleo de la relación entre la fe y la razón en
Agustín. Efectivamente, casi llega a ponerse entre paréntesis la fe para que su objeto
pueda ser asimilado "humanamente" de forma responsable. En torno al problema del
hombre, o mejor dicho del conocimiento de sí, ve Agustín realizado el problema de las
relaciones entre el saber humano y el del creyente. En efecto, plantear el problema del
hombre equivale a plantear el problema de Dios porque es imposible captar al hombre
en su realidad más profunda y ontológica, si no se le relaciona con Dios.
Así pues, puede hablarse de equilibrio entre fe y razón, porque tanto la verdad revelada
como la racional convergen la una hacia la otra; además, y sobre todo, porque están
presentes en el acto concreto del pensar del creyente. El creyente es hombre, sujeto
pensante, parte constitutiva del orden natural, que busca en qué medida la verdad
racional es fundamento de la verdad de fe. Hay una autonomía entre los dos campos;
pero hay problemas (pensemos en el problema del mal o en el de la historia) cuya
solución está sólo en el saber creyente. En resumen, la filosofía indica el fin del hombre
a través de la verdad natural; el punto de partida, por consiguiente, es al autoconciencia
del alma; pero la revelación dalos medios para poder alcanzarlo.
La palabra clave de esta síntesis agustiniana parece ser la de la verdad que está en Dios,
pero que se ha encarnado en el Logos-Cristo. El alma humana tiene hambre y sed de
esta verdad, pero es una verdad más como "sabiduría" que como especulación
intelectual; es el misterio del hombre en el misterio de Dios. Por tanto, en Agustín la fe
y la razón son dos valores distintos, pero presentes y realizados en la historicidad del
sujeto creyente.
El equilibrio difícilmente alcanzado por la Edad Media, particularmente en las felices
intuiciones de Anselmo y de Tomás, que comprendieron la una dentro de la otra, se vio
comprometido por la aparición de una lectura parcial y prospectiva de la ratio
filosófica, que poco a poco, con la ilustración, se fue convirtiendo en el único criterio del
saber y la única fuente de certeza, relegando la fe a un no-conocimiento o a un saber
alternativo al saber filosófico.
Cuando dos saberes se sitúan en esta longitud de, onda, el resultado es necesariamente
un choque, que tiende a excluir al otro o a integrarlo dentro de sí. El pensamiento de
1077
Spinoza y Hegel puede recordar una fagocitosis de la teología por obra de la filosofía; el
de Lamennais y el del tradicionalismo de finales del siglo xlx sería todo-lo contrario.
3) Por tanto, conocer a Jesús de Nazaret equivale a entrar en contacto con la conciencia
personal de una "referencia" al misterio trinitario; pero al mismo tiempo indica
también que la forma más elevada de conocimiento es la de "confiarse", para la
comprensión de sí mismo, a una explicación que se acoge ya como misterio.
5) El acto de fe es un acto que sigue plenamente la actividad cognoscitiva del sujeto. Por
consiguiente, creer es ya conocer (/Teología: epistemología), y no sólo un contenido de
fe, sino fundamentalmente la propia realidad personal como la de un sujeto puesto ante
la opción libre del confiarse o no confiarse al Otro como propuesta de sentido y
significado para la vida.
Una posible vía de solución para una relación correcta entre teología y filosofía podría
ser la que ve precisamente el "oportet philosophari in theologia" como una forma que
garantiza tanto la presencia del elemento reflejo en teología como la autonomía real
que las dos ciencias deben tener en virtud del propio contenido y método de
investigación. Hay una forma de circularidad de relaciones que parte de la teología,
recupera necesariamente la filosofía y vuelve nuevamente a la teología.
Así pues, en Jesús de Nazaret Dios se hace pronunciable incluso por parte de los
hombres, que de este modo, y sólo de este modo, pueden tener un acceso adecuado al
misterio de Dios.
A partir de este acontecimiento, la teología tiene que asumir la dimensión crítica para
elaborar conceptos y lenguajes correspondientes, a fin de que el fundamento y
contenido de la fe puedan expresarse y ser acogidos universalmente. En el momento en
que investiga críticamente, reconoce las categorías de pensamiento que pueden
ayudarle a comprender el misterio creyente. Pues bien, a pesar de este momento, el
pensar teológico de la reflexión crítica tiene que volver al saber más amplio de la fe para
tener una lectura cada vez más global del mismo acontecimiento.
Esto mismo ocurre cuando la teología intenta expresar el nombre de Dios. El punto de
partida seguirá siendo la Escritura, que obliga a no hacerse ninguna imagen de Dios (-
Éxo_20:4); pues bien, precisamente a partir de este mandamiento la misma Escritura
dice de Dios que es "pastor", "padre", "esposo", `roca"... Ninguno de estos nombres
expresa a Dios, pero cada uno de ellos y todos juntos pueden decir quién es, porque
analógicamente la mente humana expresa así lo que ya capta en la fe.
Pero la misma dimensión crítica hará decir al teólogo que Dios no es "pastor", "padre",
"esposo", "roca", etcétera, ya que su nombre será siempre el que él se ha dado: Yhwh
(Éxo_3:14).
La filosofía, acercándose a la teología, podrá recibir de ella la novedad radical del ser, ya
que procede del ser mismo; la teología, acercándose a la filosofía, encontrará la manera
de hacer universal, conceptualmente, el contenido de la revelación.
La separación entre las dos ciencias no podrá menos de desembocar en una mutua
pérdida del sentido de la realidad. Sólo será posible un encuentro renovado, dentro del
equilibrio de las diversas autbnorííías, si la teología y la filosofía permanecen cada una
abierta a 1a otra y si mutuamente son conscientes de los límites impuestos a las dos en
cuanto que son reflexión humana. Si la filosofía sabe que su constante referencia a la
realidad es la del asombro, que le permite formular continuamente nuevas cuestiones,
la teología por su parte sabe que su captación de la revelación está siempre
determinada por la certidumbre de un futuro que llevará consigo, en la fe común, el
acontecimiento pleno de la revelación y su manifestación completa (Jua_16:13;
Rom_8:19).
R. Fisichella
TEOLOGÍA FUNDAMENTAL
SUMARIO:
I. HISTORIA Y ESPECIFICIDAD:
1. De la apologética a la teología fundamental;
2. Reacción contra la apologética clásica;
3. Fase de ampliación;
4. Fase de concentración;
5. Una disciplina teológica distinta y específica;
6. Una disciplina estructurada
7. Organización pedagógica
R. Latourelle
II. DESTINATARIO:
1. Elementos positivos;
2. Dificultades
R. Fisichella
1. Autores iníciales;
2. Desde el Vaticano II hasta la actualidad;
IV. Y PASTORAL:
1. Nuevo enfoque de la teología fundamental;
2. El impulso pastoral del concilio;
3. La acción pastoral de la Iglesia;
4. Teología pastoral y teología fundamental.
1081
V. Y PRAXIS: 1. Dimensión "práctica" de la "palabra" y del conocimiento creyente
según la perspectiva bíblica; 2. Idealismo y teología de la praxis.
I. Historia y especificidad
1. DE LA APOLOGÉTICA A LA TEOLOGíA FUNDAMENTAL. La teología fundamental
actual nació de la t apologética clásica y de una reflexión sobre la necesidad de
reformarse, so pena de desaparecer, para responder a una mentalidad nueva, a unas
técnicas renovadas, a unas exigencias actuales. La apologética estaba habituada a los
cambios, a los giros imprevistos. Pero en el período posterior a la guerra el cambio ha
sido tan profundo y tan espectacular, que la apologética ha creído oportuno cambiar de
nombre y se ha convertido en la teología fundamental.
El contexto de la posguerra es muy distinto del que vio nacer a la apologética clásica. La
teología sufre una prodigiosa renovación, concretamente en los sectores que tocan más
de cerca ala apologética. Pensamos, en particular, en la renovación de los estudios
bíblicos y patrísticos, que han hecho descubrir, en la revelación y en la fe, una realidad
mucho más rica, más concreta, más personal, más dúctil; en la renovación de los
métodos y de las técnicas de exégesis; en el progreso multiforme realizado en las
ciencias del lenguaje; en la contribución de las filosofías del hombre; finalmente, en la
renovación ecuménica, que ha cambiado la actitud agresiva y polémica frente a los
protestantes en actitud de apertura y de diálogo. No cabe duda de que ha cambiado el
régimen espiritual. Este contexto cultural y religioso inédito ha puesto de relieve los
puntos flacos y los límites de la antigua apologética. Señalemos algunas de las críticas
suscitadas contra ella:
a) La apologética clásica quiere manifestar la credibilidad de la revelación, pero antes
de haber emprendido un estudio serio de la realidad sobre la que pretende dirigir una
mirada crítica. Pues bien, es importante subrayar que la revelación de la que aquí se
trata no es una revelación de tipo filosófico, cuyo modelo podría trazarse por
anticipado, sino una realidad muy específica, que nos viene por los caminos de la
historia y de la encarnación. Sólo la revelación puede decirnos qué es la revelación. La
primera urgencia de la apologética, por consiguiente, es estudiar esta intervención de
Dios en Jesucristo, con toda su riqueza y todas sus dimensiones. Igualmente, el único
estudio válido de los signos es el que busca su síntesis en la persona de Cristo. Esta
revelación tan específica es el dato fundamental sobre el que se ejerce la reflexión del
teólogo para captar su consistencia histórica, así como su sentido.
b) Sobre esta cuestión del sentido se articula la segunda crítica que se le hace a la
apologética clásica. En efecto, ésta, después. de haber establecido sobre la base de
argumentos externos que Jesús es el enviado de Dios y que ha fundado la Iglesia,
concluía que había que recibir de esa Iglesia todo lo que debemos creer. De esta manera
ignoraba (al menos prácticamente) que el mensaje cristiano es soberanamente
inteligible y que esta plenitud de sentido constituye ya un motivo de credibilidad. La
revelación es "creíble" no sólo por causa de los signos externos, sino también porque
revela al hombre a sí mismo; es incluso la única clave de inteligibilidad del misterio del
hombre. Por tanto, no hay que aislar la facticidad histórica del sentido de la revelación.
La apologética no se atrevía a abordar esta cuestión, sin duda para no dar la impresión
de meterse en un terreno reservado a la dogmática.
Más que una requisitoria venida desde fuera, las dificultades enumeradas representan
una autocrítica ejercida por los mismos que tenían la misión de enseñar la apologética
después de la guerra mundial. A1 buscar la manera de determinar el estatuto de su
disciplina en un contexto de vida y de pensamiento muy distinto, los enseñantes
tuvieron que proceder a cierto número de puntualizaciones, que constituían otras
tantas opciones liberadoras.
Puede decirse que a partir de sus dos temas privilegiados, a saber: la revelación y su
credibilidad, se enriqueció y profundizó la teología fundamental.
Desde 1940 no han dejado de proliferar los estudios sobre el tema de la revelación,
estimulados por la producción protestante, particularmente abundante en este terreno,
y favorecidos también; en los ambientes católicos por la renovación bíblica y patrística,
por el desarrollo de la teología de la fe, de la predicación, de la misión, que han actuado
como catalizadores. Puede decirse que esta renovación de la teología de la revelación;
que comenzó con los trabajos de H. Niebecker (1940), de R. Guardini (1940), de K.
Rahner (1941) y de L. M. Dewailly (1945) y que prosiguió pacientemente durante
dos.décadas en monografías cada vez más numerosas, encontró su meta y en cierto
modo su canonización en la constitución l Dei Verbum, del 18 de noviembre de 1965.
Pero más allá de estas quejas, la teología fundamental del período conciliar toma
conciencia de que el tema de la credibilidad, para su correcta exposición, tiene que
abarcar horizontes más amplios. En este fenómeno de ampliación se pueden distinguir
tres orientaciones primordiales.
La primera se refiere a los problemas de historia y de hermenéutica. En efecto, pronto
se cayó en la cuenta de que el conocimiento de Jesús por los evangelios, punto de
concentración máxima de la revelación, no es una empresa tan lógica. Si es verdad que
Dios se reveló en Jesús por sus palabras y sus obras y por toda su presencia en el
mundo, es sumamente importante saber si, cómo y en qué medida podemos nosotros
alcanzar esta epifanía de Dios, al menos en su consistencia histórica. De aquí se sigue
que el problema de acceso a Jesús por los evangelios es primordial en una reflexión
sobre la credibilidad cristiana.
El Vaticano II, en la Optatam totius, así como en las Normae quaedam, ni siquiera
menciona a la teología fundamental. La historia no puede menos de registrar esta falta
total de discernimiento en el momento en que los problemas más agudos de la teología
se concentraban en el terreno de la teología fundamental. Privados del apoyo del
concilio, los seminarios y las facultades cedieron a la tentación de sacrificar una
disciplina que el mismo concilio parecía no tener en cuenta. En algunos lugares se vio
desmembrada y reducida al estado de fragmentos insertos más o menos acertadamente
en las otras disciplinas: historicidad de los evangelios en exégesis, revelación-tradición-
inspiración en la introducción a la teología. El tema de los signos de credibilidad quedó
simplemente escamoteado o tratado parcialmente con ocasión de la exégesis (p.ej., el
tema de los milagros de Jesús). En otros lugares la teología fundamental dejó de existir.
A1 atomizar la teología fundamental, al ligar sus problemas a otras disciplinas como si
se tratara de los restos de una herencia hipotecada, se privó a la teología fundamental
de su tarea específica; más aún, la teología falló en parte su misión (confirmar a sus
hermanos en la fe) y llevó al naufragio a millares de fieles, desamparados ante unas
cuestiones desconcertantes y demasiado difíciles para ser abordadas sin el apoyo de los
especialistas.
El período posconciliar estuvo caracterizado, por otra parte, por una ampliación cada
vez mayor del terreno de la teología fundamental. Esta ampliación, que hizo necesaria
la renovación de los estudios bíblicos e históricos, la apertura ecuménica y el desarrollo
de las ciencias humanas, resultó sin embargo funesta. La teología fundamental
desarrolló un espíritu anexionista, que corrió peligro de convertirla en una enciclopedia
de las ciencias. A fuerza de querer incluirlo todo y abrazarlo todo, la teología
fundamental llegó a perder su centro de unidad y su carácter específico. A fuerza de
trabajar en la periferia, se llegó a olvidar el centro de sus preocupaciones, a saber: la
revelación y la credibilidad.
Ante estas dos amenazas se sintió casi por todas partes una necesidad de
concentración, de identidad, de jerarquización de los temas. Es típico observar cómo en
los artículos recientes que tratan los problemas de la teología fundamental se habla
1086
cada vez más de una "búsqueda de identidad", de un "centro de unidad", de un "punto
focal", de "estructuración", de "estructura básica". También es típico de esta urgencia
palpable de unidad y de estructura el hecho de que los estudios mencionados proponen
a veces esquemas de un tratado renovado de la revelación o de una teología
fundamental. El presente artículo es el lugar más adecuado para presentar la teología
fundamental como una disciplina distinta y estructurada.
1087
En efecto, por una parte, al ser la revelación el misterio primordial, portador de todos
los demás, la teología fundamental tiene que hablar dogmáticamente del misterio,
como lo hace con cada misterio en particular. Procede entonces de la fe a la inteligencia
de la fe, apoyándose en la Escritura como fuente inspirada y en la Iglesia como
institución divina. Por otra parte, como irrupción histórica, puntual, de Dios en
Jesucristo, somete la revelación-acontecimiento al cuestionamiento y a los métodos de
las ciencias humanas: crítica literaria e histórica especialmente. En ese momento
considera los textos de la Escritura como documentos de historia, cuyo valor debe
establecerse a partir de los criterios de la historia. Igualmente, los argumentos que saca
de la filosofía tienen que imponerse a los ojos de la crítica en virtud de su valor
intrínseco, y no por causa de la autoridad de la Iglesia.
Como los evangelios, donde se encuentran logia errantes o nómadas (p.ej., "los últimos
serán los primeros, y los primeros serán los últimos") insertos en contextos diversos,
.las obras de teología fundamental tienen también sus temas "errantes" ó nómadas. De
este modo, unos hablan de la religión y de las religiones al principio (Waldenfeis,
HFTh), mientras que otros guardan estos temas para el final. Los temas de teología y de
teología fundamental son tratados como introducción o como conclusión. El
ecumenismo es consideradó unas veces como una dimensión coextensiva a toda la
teología fundamental y otras corno un capítulo particular. El tema de la fe va unido al
de la teología o bien al de la revelación. El tema de la Iglesia viene generalmente al
final, con una amplitud variable, hasta incluir (en el HFTh) todo el tema del
conocimiento de fe y de las formas de este conocimiento (Escritura, tradición,
magisterio, teología).
1089
e) La pretensión del judaísmo, del islam, del hinduismo, que aseguran ser también
religiones "reveladas", plantea el problema de la relación existente entre la
especificidad de la revelación cristiana y las otras religiones.
Dicho esto, hay cuestiones que exigen ser tratadas ya desde el comienzo del curriculum
de teología; son las que se refieren al núcleo duro de la teología fundamental, a saber: la
revelación y su credibilidad, así como algunas de sus implicaciones, por ejemplo la
teología como ciencia, las relaciones de la revelación con la historia. Otras cuestiones,
como las que se refieren a las filosofías, a las religiones, a la hermenéutica, a la
inculturación, pueden reservarse para el segundo y tercer ciclo o tratarse de forma
abreviada en el primero para ser luego recogidas y estudiadas en profundidad bajo
forma de monografía en los ciclos superiores. El antiguo curriculum trazado por la
Deus scientiarum Dominus, que bloqueaba los estudios teológicos en cuatro años, hacía
difícil la exposición de una materia tan amplia, y sencillamente imposible ahondar en
las cuestiones y jerarquizarlas debidamente. Lo que antes era imposible, hoy resulta
realizable después de la nueva constitución Sapientia christiana. La teología
fundamental renovada, mejor identificada, mejor unificada, mejor estructurada, puede
dar libre curso a una disciplina que, más que las otras, tiene necesidad de oxígeno, de
espacio y de libertad creadora. Lo esencial es que sea plenamente consciente de su
identidad de disciplina distinta, de su objeto, de su método y de su estructura.
II. Destinatario
Si la teología no tuviese un destinatario, se reduciría a una especulación reducida y
solipsista, puramente teórica, del teólogo, que no serviría para nada. El destinatario no
puede ser- tampoco alguien escogido por puro capricho; se impone de alguna manera
en la aparición misma de la reflexión teológica, debido a las diversas condiciones
histórico-culturales en que ésta se realiza.
Así pues, dentro de las razones de la fe y de la responsabilidad para con ella, la teología
fundamental está llamada a salir al encuentro del "otro" para dar una respuesta
definitiva a su pregunta de l sentido.
Recuperando de este modo el horizonte mismo de la revelación, que invita a cada uno a
creer y a adherirse a Cristo, se puede ya identificar de manera genérica, como
destinatario de la teología fundamental, al hombre contemporáneo nuestro.
Tomás de Aquino escribirá el Contra Gentes teniendo en cuenta ante todo a los
seguidores del islam; para ellos expresará las razones de la fe o "las verdades de la
doctrina católica", como sugiere el subtítulo de la obra: "Contra gentiles seu de veritate
catholicae fidei".
Los deístas, los ilustrados y los racionalistas en general serán los destinatarios de las
teologías fundamentales realizadas entre los siglos xvl y xvill. Pierre Daniel Huet
escribirá una Demonstratio evangelica; Vitus Pichler, que fue el primero en introducir
el término "teología fundamental", escribirá una Theologia polemica, y René de
Chateaubrland publicará Le Génie du christianisme.
El tema principal que hay que defender cqntra el racionalismo sigue siendo en este
período la religión sobrenatural contra cualquier forma de reduccionismo; y por tanto,
la defensa del valor de la Escritura como texto sagrado inspirado contra toda forma de
historicismo y positivismo.
El "ateo" será finalmente el destinatario de los tratados publicados en el siglo xlx antes
de la llegada a la I teología manualista, que, después de desempolvar la necesidad de la
especulación sobre los primeros principios, tendrá como coloquiante de su reflexión al
1092
hombre metafísico, prescindiendo de todo contexto social, y privado por tanto de una
referencia específica.
Como se advierte por esta rápida lectura de unos pocos autores y de unas obras
escogidas entre las más significativas, parecen destacar tres características para nuestro
tema:
1) La primera impresión está determinada por el hecho de que siempre se está frente a
unos "enemigos". La necesidad de dar razón de la fe, que habla caracterizado al
planteamiento de 1Pe_3:15 y al de los primeros apologetas, se va deslizando
progresivamente hacia formas que tienen que ver con la polémica, hasta llegar a tener
como destinatarios, no ya a unas personas a las que presentar positivamente la riqueza
de la fe, sino a unos enemigos y herejes contra los que defender la doctrina.
No hay ya, por tanto, un coloquiante concreto, con sus referencias históricas, políticas,
culturales y religiosas, sino la doctrina, las tesis o las ideologías.
Pascal, en el proyecto de sus Pensées, había remachado con fuerza la primacía del
sujeto concreto; éste mismo era el deseo subyacente a la Grammar of Assent de l
Newman; pero será esencialmente l Blondel con L áction el que haga la síntesis de las
dos exigencias, produciendo una metafísica, aunque con una referencia directa a la
historicidad del sujeto..
1093
La conciencia histórica (l Historia, I) que caracteriza a nuestro siglo hace tomar
seriamente en consideración la historicidad de nuestro teologar y de las condiciones
típicas en que llegan a encontrarse el destinatario y el teólogo. Este sentido recuperado
de la historia es igualmente un elemento positivo que permite a la teología
fundamental, una vez superada la seguridad de los principios sobre el hombre
metafísico, encontrar hoy un sujeto profundamente arraigado en su historia y en su
cultura, que está profundamente celoso de este arraigo.
Esto permite recuperar una base común inicial. Ante todo, se puede presentar más
fácilmente a la persona de Jesús de Nazaret como un sujeto inserto en la historia de su
pueblo, creído como cumplimiento de la historia de la salvación y anunciado hasta
nuestros días como principio hermenéutico para una comprensión global de la historia
universal. Además, se le concede al destinatario un papel de protagonista en la
transformación de esta historia. El vivir concreto en un testimonio auténtico de
liberación es memoria de la presencia constante del mal y del pecado que han de ser
vencidos, y de los gérmenes de salvación y de esperanza que ya están sembrados y que
van madurando progresivamente.
En este contexto asume una especial importancia el tema del anuncio del evangelio en
las diversas culturas y una forma de contextualidad de la teología (/Teologías, VII) que
pone de manifiesto la riqueza de la integración y de la aportación de los diversos
modelos. culturales.
Ante tales problemas puede surgir la tentación de seguir el camino más fácil de una
renovada neo-abstracción en la individuación del destinatario, con consecuencias más
nefastas que las habidas en el período manualístico.
Se deberá, por lo tanto, tener bien clara la perspectiva de que no será posible una
presentación apologética del hecho cristiano. teniendo como interlocutor un solo
destinatario. Incluso la perspectiva del "otro", como hipotético partner, sería una
simplificación demasiado fácil, que sería conveniente evitar. Las formas del l ateísmo se
presentan hoy totalmente diversificadas (ateísmo metodológico, filosófico, psicológico,
lingüístico y pragmático), de modo que no existe la posibilidad de reducirlas a un solo
factor.
Por otra parte existe otra gran dificultad, fundada en la existencia de una profunda
crisis de racionalidad. Una injustificada sobrevaloración es debida a la emotividad, de
modo que ya no se percibe con claridad la importancia constitutiva de una conciencia
crítica para el contenido de la fe. Parece que el "estar juntos" o,el "orar juntos" es la
gran solución para resolver todas las dificultades. Pero al teólogo, que tiene la
obligación de mantener viva la responsabilidad para entender la fe, las mencionadas
expresiones le crean problemas y no le solucionan las dificultades.
Una verdadera unión y una serena conversión, para que puedan ser plenamente
humanas y auténticamente cristianas, pasan por la mediación de la inteligencia: fides si
non intelligitur nulla est. La voluntad de encontrarse en la "praxis" y el desafío para que
ésta se convierta en un locus theologicus con el que juzgar la verdad de la fe no es
menos parcial que una fe que quisiera ser ortodoxa con el elemento de la inteligencia.
1094
La unidad del obrar personal, las mediaciones típicas que se le han dado ala Iglesia
para su permanencia en la verdad y las razones que la teología presenta en la
historicidad de su reflexión son otras tantas expresiones que hay que considerar por
separado por el valor que asumen en la búsqueda de la plenitud de la verdad, pero que
no es posible desconocer en ningún caso.
Sin embargo, la realidad actual, si permite ver un doble destinatario en virtud de la fe,
no consiente ver al creyente como "otro" respecto a su contemporáneo. Vienen
inevitablemente a la memoria las palabras de la Carta a Diogneto: "Los cristianos no se
diferencian de los demás hombres ni por su territorio, ni por su lengua, ni por su forma
de vivir. No viven en ciudades especiales ni usan un lenguaje extraño, ni llevan un
género de vida especial. Viven en ciudades griegas o bárbaras, según los casos,
siguiendo en su manera de vestir, en su comida y en el resto de su vida las costumbres
del lugar; se proponen una forma de vida maravillosa y al mismo tiempo paradójica,
admitiendo a todos" (c. 5).
Hoy como ayer, la fe crea una vida específica; pero la realidad de las características
propiamente humanas sigue inalterada para todos.
Engañados por maniobras económicas y por ideologías nihilistas, los valores esenciales
de respeto al otro, a la vida en su globalidad y a la naturaleza en su conjunto han ido
decayendo y viendo cómo crecía su sentido de impotencia y de soledad. Quizá nunca
1095
como hoy se ha alcanzado el sentimiento de la contradicción personal, determinada y
hecha más dramática por el hecho de que cada uno es plenamente consciente de ello,
pero al mismo tiempo se siente incapaz y demasiado solo para poder reaccionar.
Por parte cristiana se habla cada vez más de una "crisis de participación"; las grandes
metrópolis de Occidente muestran sus iglesias vacías los domingos; tan sólo un
porcentaje mínimo sigue la catequesis como el momento sistemático del estudio de la
fe; casi nos parece asistir a un cisma subterráneo en el que, apelando a su propia
conciencia, el creyente parece no acoger ya la enseñanza del magisterio. Si es posible
ver un fuerte despertar en las generaciones jóvenes, éste no está exento muchas veces
de una crisis de inteligencia, ya que a menudo el movimiento religioso está promovido
por personalidades carismáticas, en las que la emotividad se impone a 1a inteligencia.
Todo esto es señal de un vacío, de una profundidad que no se ha visto colmada por
unos valores que puedan satisfacer de verdad, ya que comprometen la responsabilidad
personal.
Un contemporáneo que tiene cada vez más prisas y que no tiene ya tiempo para
escuchar y reflexionar; que se complace en eslóganes para llegar a la inmediatez sin
perderse en el esfuerzo de las demostraciones que ya no es capaz de leer por estar
atento tan sólo a las imágenes de la televisión; que está incapacitado para contemplar la
belleza al estar sumergido en el caos de la metrópoli destructora que mancha todo lo
que el genio y la fe del pasado nos ha dejado en herencia; que siente siempre la
tentación del sabor escondido de la transgresión y de la violencia; que puesto,
finalmente, ante el problema dramático de la l muerte lo rechaza no pensando en él o
engañándose con nuevos sofismas, este contemporáneo, ¿seguirá siendo capaz de
escuchar la voz profética del que anuncia a Dios?
Ciertamente que si, porque a pesar de todos los aspectos negativos de la descripción
anterior, ese contemporáneo sigue siendo capaz de ponerse con sinceridad ante el
!sentido de la vida y está dispuesto a comprender el significado del l amor.
En todas las partes del mundo hay personas capaces de un gesto de amor. Los ejemplos
nos llevarían lejos y no darían toda la profundidad de la realidad experimentada. Pues
bien, en, cada uno dé esos signos es posible reconocer y comprender el lenguaje del
amor.
1096
A este destinatario es preciso llevar, en un lenguaje nuevo, el amor trinitaiio de Dios,
que alcanza su cima en el misterio pascual de Jesús de Nazaret.
Ante este amor revelado, amor auténtico por ser plenamente libre y capaz de llegar al
don total de sí mismo, nuestro contemporáneo no puede ser insensible. Comprende que
es un mensaje para él, sabe que tiene que correr el riesgo de la fe y del seguimiento,
porque es la última posibilidad que se le concede para comprender a fondo el misterio
de su ser y al mismo tiempo para sentirse plenamente libre.
BIBL.: FERRARoTTi G., Una teologia per laici, Bar¡ 1984; HEINZ G., Divinam
christianae religionis originem probare, Mainz 1984 LATOU• RELLE R., El hombre y
sus problemas ala luz de Cristo, Salamanca 1984; NIEMANN F.J., Jesus als
Glaubensgrund in der Fundamentaltheologie der Neuzeit, Innsbruck 1983; RUGGERI
G., La compagnia della fede, Turín 1980; ID (ed.), Enciclopedia di Teologia
Fondamentale I, Turín 1987; SECKLER M., Fundamentaltheologie: Aufgaben und
Aujbau, Begriff und Namen, en HFTh IV, 451-513.
R. Fisichella
b) Siglo XIX. JUAN DONOSO CORTÉS (1809-1853), uno de los laicos más relevantes
promotores de la TF (cf su presentación en l Apologetas laicos, 2c).
7) Aparición de nuevas síntesis y tratados. Anotemos aquí los trabajos con voluntad de
síntesis o en forma de tratado. En primer lugar la propuesta clara y de línea
comunicativo-experiencia) del profesor de la Facultad de Teología de Valencia M.
GELABERT, Experiencia humana y comunicación de la fe. Ensayo de TF, Madrid 1983
(cf también su voz Absoluto en la historia en este DTF). Le sigue el sugerente trabajo,
aun siendo ampliamente deudor de ! W. PANNENBERG, del profesor de TF del Centro
de Estudios de Santiago de Compostela A. TORRES QUEIRUGA, A revelación de Deus
1103
na realización do home, Vigo 1985 (trad.: La revelación de Dios en la realización del
hombre, Madrid 1987). Finalmente, anotemos el manual más completo de los
publicados hasta ahora por el profesor de TF de la Facultad de Teología de Cataluña S.
PIÉ-NINOT, Tratado de Teología fundamental. Dar razón de la esperanza, Salamanca
1989; 19912, esbozado anteriormente en catalán, Donar raó de 1 ésperanga. Esbós de
TF, Barcelona 1983. Este tratado se alarga hasta la eclesiología fundamental,
orientación también manifiesta en las colaboraciones en el presente DTF, en su edición
original italiana, con Eclesiologíafundamental, Jesús y la Iglesia, Vía empírica, Sentido
de la fe, y en las nuevas voces de la adaptación española Iglesia primitiva, Ministerio
petrino L TF y Palabra de Dios (cf los boletines bibliográficos sobre TF en "RCatTeol"
IV [1979] 33-77; V [1980] 479-508; VII [1982] 303305.407-482; VIII [1983] 507s; IX
[19841 401-461; X [19851 189-200; XII [1987] 437-449; XV [1990] 213-223, y
Eclesiología fundamental.Status quaestionis" en "RET" 49 [1989] 361-403).
BIBL.: AA. V V., Historia de la Teología Española I-1I, Madrid 1983-1987; GESTEIRA
GARZA M., la teología en España; Pié-NINOT S., Cataluña y Baleares; SOBRINO J., La
teología, en latinoamérica, en Iniciación a la práctica de la teología 1, Madrid 1984,
333-355.356-365. 366-393; VILANOVA E., História de la teologia cristiana III-III,
Barcelona 1984-1989; traducción castellana, Barcelona 1986-1991; WINLING R., La
Teología del siglo xx La teología contemporánea (1945-1980), Salamanca 1987.
S. Pié-Ninot
IV. Y pastoral
1. NUEVO ENFOQUE DE LA TEOLOGíA FUNDAMENTAL. La renovación de la
teología fundamental, especialmente a partir de la publicación de la constitución
dogmática Dei Verbum, ha contribuido no sólo a darle un carácter específico a esta
disciplina teológica, sino que la ha convertido en una instancia insustituible de todo
quehacer teológico, en cuanto que exige que el acontecimiento de la revelación y los
fundamentos de la credibilidad cristiana sean presentados de tal manera que sean
capaces de ofrecer no sólo un sentido pleno a la existencia humana, sino también las
claves para descifrar el misterio del hombre y responder a sus problemas más
profundos. En este sentido se puede afirmar que su renovada tarea se encuentra
enmarcada precisamente en lo que expresa la primera carta de Pedro cuando señala
que es necesario estar "siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón
de vuestra esperanza" (1Pe_3:15). No se trata, pues, de cumplir simplemente una
función apologética, sino más bien de exponer los fundamentos y la naturaleza -misma
de la fe cristiana de manera inteligible y digna de ser acogida por el hombre que se abre
al mensaje revelado, teniendo en cuenta las circunstancias históricas y culturales de
cada época y lugar, y que lo capacite para aceptar libremente el don gratuito que le es
transmitido. La teología fundamental está encaminada -a hacer del acto de fe una
opción profundamente humana, que empeñe, por consiguiente, la inteligencia y la
1104
voluntad y en la que se exprese la realización más sublime de la libertad del hombre al
acoger la iniciativa salvífica de Dios.
Ahora bien, la teología es pastoral por su propia esencia, ya que se trata de un servicio
eclesial indispensable para la profundización del mensaje revelado con miras a una
mejor comprensión y adaptación del mismo. No se reduce a una simple especulación
sobre las verdades eternas, sino que es explicitación, traducción y actualización del
mensaje salvífico. La teología tiene que transformar en vida la fe que recibe de la Iglesia
y que trata de comprenderte interpretar para que responda al hombre históricamente
situado. No puede quedarse entonces en el plano de la racionalidad científica: tiene que
ir más allá, pues el desarrollo y la comprensión de la fe, a la luz de la vida de la misma
Iglesia, tiene por objeto hacer que esa fe se traduzca en compromiso auténtico de
caridad. Ciertamente es imposible hacer una separación absoluta entre lo doctrinal y lo
pastoral, entre la dogmática y la pastoral; lo uno supone lo otro recíprocamente, de tal
modo que sólo pueden existir íntimamente integrados. Y así como la enseñanza
magisterial no es una fría transmisión de conceptos, tampoco la pastoral se reduce a
una simple praxis; asimismo en la teología no tendría cabida una verdad que en
definitiva no se refiera al hombre, pero a su vez no podría llamarse pastoral una
actividad de la Iglesia que no se desprenda de la verdad que Cristo ha venido a
revelarnos. La Iglesia, al enseñar el evangelio y desarrollar la doctrina de la fe en
cumplimiento de la misión que recibió del Señor, pretende ser un instrumento de la
acción divina para inculcar la fe en el corazón del hombre y hacer que ella se convierta
en una vivencia profunda del amor de Cristo, que debe expresarse a través de la caridad
y del compromiso auténticamente cristiano en favor de la solidaridad y la fraternidad
humanas en la situación histórica y cultural concreta, pues de lo contrario resultaría
1105
una transmisión estéril y desencarnada. Pero, al mismo tiempo, su celo pastoral
conlleva la asimilación profunda del mensaje evangélico y el conocimiento y el
enraizamiento en la realidad histórica actual, para poder responder a las angustias y
esperanzas del hombre de hoy y aplicar en concreto los principios perennes y las
directrices que se derivan del evangelio en la situación cambiante que surge a partir de
los acontecimientos de,la historia.
Ahora bien, de acuerdo con lo que señala el concilio Vaticano II, en donde la pastoral se
entiende como el compromiso de la Iglesia entera en relación con el mundo y los
hombres de hoy, es necesario anotar entonces qúe el sujeto de la pastoral no se limita
únicamente a los pastores -de donde originalmente viene su nombre-, sino que
comprende la acción de todos los fieles en el servicio de la fe, dentro de una ordenación
determinada por la vocación cristiana general y por el ministerio y los carismas,
estructurada,, por consiguiente, jerárquicamente de acuerdo con los diversos
cometidos. Esto comporta consecuentemente una diversidad de tareas en las que se
realiza constantemente el esfuerzo por hacer operativa la acción salvífica de Dios en
todo contexto histórico, es decir, en e1 "aquí y ahora" de la existencia humana.
1106
4. TEOLOGÍA PASTORAL Y . Finalmente hay que tener cuidado en no confundir la
pastoralidad de la Iglesia con lo que se llama la teología pastoral. La primera es un
espíritu y una dimensión que debe estar presente en toda acción eclesial, y por
consiguiente también en todo quehacer teológico; la segunda, en cambio, es la
reflexión, críticamente fundada, sobre la mediación salvífica de la Iglesia, que se realiza
con el objeto de comprender mejor y de orientar dicha acción salvífica. La teología
pastoral en cuanto tal tiene su propia consistencia dentro de la ciencia teológica y no se
puede reducir a un compendio de normas de acción y a su fundamentación a la luz de la
revelación, sino que cumple la tarea de estudiar los condicionamientos de la realización
de la Iglesia para cada situación concreta de cara al presente y proyectando el futuro,
con el objeto de desarrollar los principios según los cuales la Iglesia debe actualizar su
propia esencia en cada situación determinada y de esta forma comunicar la salvación.
Esta disciplina teológica requiere una confrontación permanente con los datos de otras
ciencias particularmente de la sociología, y debe estar atenta a escuchar y acoger las
inquietudes sociales. La situación histórica y social juega, por lo tanto, un papel de gran
importancia dentro de ella, en cuanto que se la mira como una llamada de Dios dirigida
a la Iglesia para que busque nuevas formas de comunicación y recepción de la verdad y
del amor divinos.
O. Ruiz Arenas
V. Y praxis
La praxis constituye un concepto propio de la teología fundamental, en el doble sentido
de "fundamental": como categoría básica de la teología y como criterio de
fundamentación teológica (apologética).
Como categoría básica, la praxis, o acción operativa del ser humano, es la razón de ser
de la revelación misma, por la cual Dios no pretende comunicar ideas (informar), sino
llamar a decisiones prácticas (interpelar a conversión; es decir, salvar) (DV I1).
Esta íntima vinculación entre palabra y obra permite al segundo Isaías proclamar: "Así
será mi palabra, la que salga de mi boca, qué no volverá a mí de vacío, sin que haya
cumplido lo que me plugo y haya realizado aquello a que la envié" (Isa_55:11).
En Dios, pues, palabra y obra constituyen un solo acto eterno. Y así lo muestra Juan al
presentar a Jesús como revelador de las obras del Padre mediante sus propias obras
(poió ta erga), las cuales muestran que "el Padre está en mí y yo en el Padre"
(Jua_10:37-38). Esas obras se identifican con la palabra o doctrina: "No hago nada
(poió) por mi propia cuenta, sino que lo que el Padre me ha enseñado, eso es lo que
hablo..., porque yo hago (poió) siempre lo que le agrada a él" (Jua_8:28; cf vv. 31-55).
Tal identificación entre palabra y obra está también expresada en la tradición sinóptica
desde el marco inicial de la proclamación del reino y como su resumen programático:
"No todo el que me diga Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que haga
(ho poión) la voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán aquel día: Señor;
Señor... Y entonces les declararé: Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de
impiedad. Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica
(poieí)..."(Mat_7:21-24).
Por eso la pregunta sobre la fe es planteada como cuestión práctica: "Al oír esto, dijeron
con el corazón compungido...: ¿Qué hemos de hacer (tí poiésomen), hermanos?"
(Heb_2:37; cf 16,30; Mat_19:16; Jua_6:28). Y la misma experiencia primitiva de la
Iglesia apostólica es presentada como una praxis de los apóstoles, que viene
determinada por aquella experiencia creyente y, a la vez, la constituye. La llamada a la
fe es, pues, una interpelación a hacer (poiésate) frutos u obras (erga) de conversión
(Mat_3:8; Luc_10:37; Heb_26:20).
La acción propia del creyente es, asimismo, la práctica de la justicia (ho poión
dikaiosinen) (Un 2,29; 3,7.10; Apo_22:11). Juan lo expresa también como un hacer la
verdad (poión ten alétheian) (Jua_3:21; cf 1Jn_1:6; 1Jn_3:18-19). Justicia y verdad que
manifiestan el compromiso propio de la fe cristiana, la cual no es una mera teoría
religiosa, sino una forma de vida operativa. Creer es, pues, practicar la justicia y la
verdad.
Esa praxis, constitutiva de la experieticia creyente, puesto que Dios actúa (ergotsetai,
Jua_5:17), explica que la tradición bíblica dé al conocimiento una connotación
eminentemente práctica y no teórica. La palabra misma con que el hebreo expresa ese
conocimiento (ladath) significa, a la vez, la acción de amar, en .su dimensión
prototípica de la unión sexual de la pareja: hacer el amor (cf Gén_4:25; 1Re_1:4;
Jer_2:8; Luc_1:34). Conocer es comprometerse, entregarse totalmente. Por eso la
alianza entre Yhwh y su pueblo se expresa en términos de conocimiento-compromiso
amoroso: "Yo te desposaré para siempre; te desposaré conmigo en justicia, en juicio, en
misericordia y piedades, y yo seré tu esposo en fidelidad, y tú conocerás (Iadath) a
Yhwh" (Ose_2:21-22). Por el contrario, la ruptura del compromiso, o infidelidad para
con Dios, es falta de conocimiento (Ose_4:2; Ose_5:4; Jer_5:4; Jer_8:7).
Pero aun ese mismo amor al hermano podría constituir una "filantropía" teórica en la
cual todos estuviéramos de acuerdo, sin que ello incidiera radicalmente en la práctica;
como un principio establecido, según el cual "todos somos hermanos, iguales, hijos del
mismo Padre" sin que por ello incomode nuestras actitudes reales en la vida. Así pues,
la experiencia creyente autentica del Dios que actúa el amor se verifica en la decisión
práctica, no por el hermano en general, sino por aquel hermano concreto que entra en
mi propio espacio-tiempo, el prójimo. La categoría de prójimo remite eminentemente a
lapráctica. Ante la pregunta teórica por el concepto de prójimo, Jesús responde
apelando a ese compromiso práctico por el hermano que se cruza en mi proximidad, sin
rehuirlo "por el otro lado del camino"; "Vete y haz (poieí) tú lo mismo" ( Luc_10:29-
37). Y si acontece que un hermano, a quien teóricamente le correspondía la categoría de
"enemigo", entra en nuestra proximidad, entonces "amaréis a vuestros enemigos... para
que seáis así hijos de vuestro Padre celestial" (Mat_5:44-45).
Pero la identificación del conocimiento de Dios con la práctica correcta llega a su punto
culminante en la decisión por el pobre. El pobre o marginado es quien tiene menos
posibilidades de ser tomado en cuenta, puesto que el desconocerlo no implica riesgo
alguno (el pobre carece de poder de represalia), ni el reconocerlo implica ninguna
ventaja (tampoco tiene poder de retribución). Pues bien, la decisión por el pobre
constituye la práctica fundamental de la fe: "Tu padre comía y bebía (no ayunaba); en
cambio, él practicaba la justicia y el derecho...; .él juzgaba la causa del pobre y del
desgraciado... ¿No es acaso eso conocerme? Oráculo de Yhwh" (Jer_22:15-16; cf
34,822; Isa_52:6; Isa_58:6-7).
1109
Esa misma experiencia, que había llevado a Jesús a repudiar toda forma de "gnosis"
judía (cf J. JEREMIAS, Teología del NT Salamanca 1986, 134-138, 244-248; asimismo
M. HENGEL Judaism and Hellenism 1, Filadelfia, 1974, 228), determinó que también
la Iglesia de los primeros siglos rechazara las diversas formas de gnosticismo puritano
que se infiltraban en las comunidades desde la misma época apostólica. Tendencias a
las que se opone ya la primera carta de Juan, así como los primeros capítulos de la
primera carta a los Corintios. Asimismo, a partir de .la época constantiniana, el
monaquismo comprendió enseguida que la autenticidad contemplativa debía
verificarse también por lapraxis de acuerdo con lo que Dios es, amor gratuito. Por ello,
a la tendencia eremítica pura se prefirió la vida monástica en comunidad, con prójimos
a quienes amar. Ya en el desierto africano se formaron comunidades de ermitaños; pero
después, tanto en Oriente (san Pacomio) como en Occidente (san Benito) se puso el
acento en el cenobitismo. La Regla de san Benito prefiere claramente la vida en
comunidad al eremitismo, del cual sospecha que pueda confundirse con la euforia
contemplativa juvenil (c. I); asimismo la Regla confiere gran importancia a la
hospedería, como el lugar que abre el monasterio a los "pobres y peregrinos", a quienes
se recibe como a Cristo en persona, en clara referencia al criterio cristológico de la fe,
según Mat_25:40ss, (cf c. 53,15).
1110
realidad, lo sensible, bajo la forma del objeto o de la contemplación, no como actividad
humana sensorial, como praxis..."
De hecho, el término mismo praxis social tiene, en la modernidad, una connotación
marxista (cf A. GRAMScI, Introducción a la teoría de la praxis). Y, en este contexto, la
praxis aparece como el punto de referencia de toda verdad teórica: sólo es verdad, y no
simple ideología, aquel discurso que se articula a partir de la lucha comprometida por
la clase proletaria, que, a la vez, refuerza y hace más lúcida esa misma praxis
revolucionaria. Este concepto de praxis como punto de partida de toda auténtica
reflexión teórica ha sido asumido como un elemento constitutivo de la l teología de la
liberación; así G. Gutiérrez la define como "la reflexión crítica de la praxis histórica, a
partir de la fe" (Teología de la liberación, p. 27). Toda praxis, pues, que no es
revolucionaria -según Marx- se muestra como falsa, y la teoría que la sustenta o que la
expresa es "ideología". La sospecha de ideología que Marx asigna a la religión cristiana
provocó su condena por parte de la Iglesia; pero asimismo suscitó la cuestión sobre el
verdadero sentido práctico de la fe. A ello podría responder en parte la encíclica Rerum
novarum (1891), de León XIII, con la cual el papa intentó restablecer la relación entre
fe cristiana y preocupación social práctica. Así se inició la doctrina social de la Iglesia
como la orientación magisterial en la línea de una fe verificada por la praxis. Y no sólo
por una praxis individual, sino social. La fe tiende a establecer formas sociales de
convivencia humana con las cuales se haga patente la verdad de que somos hermanos,
hijos del mismo Padre, realizando una convivencia sin opresores ni oprimidos y donde
las relaciones económicas no produzcan "ricos cada vez más ricos a costa de pobres
cada vez más pobres" (Doc. de Puebla, n. 30). Juan Pablo II ha profundizado en esta
implicación social práctica de la fe cristiana; así como en la crítica de una economía del
lucro a costa de la solidaridad, en sus dos últimas encíclicas sociales, Sollicitudo reí
socialis (1988) y Centessimus annus (1991).
Esta perspectiva, al ser apertura al otro "social", permite recuperar un concepto ético,
no maquiavélico ni hobbiano, de praxis política. Ya "en la obra aristotélica, la política es
parte de la filosofíapráctica...; la política se entendía como la doctrina de la vida buena
y justa, continuación de la ética... La antigua doctrina de la política se refería
exclusivamente a la praxis en sentido estricto, en sentido griego. No tiene nada que ver
con la tekné... "(J. HABERMAS, Teoría ypraxis, 49-50). El concepto "técnico" de la
praxis política dio pie a una teología política legitimadora del poder establecido
(Maquiavelo, De Bonald, Donoso Cortés...), contraía cual reaccionará la nueva teología
política de J.B. Metz, profundizando en la dimensión práctica de la esperanza
escatológica, tal como lo había señalado J. Moltmann (Teología de la esperanza). Así
Metz considera que "el problema hermenéutico fundamental de la teología no es en
realidad el de la relación entre teología sistemática y teología histórica, entre dogma e
historia, sino la relación entre teoría y praxis, entre la inteligencia de la fe y la práctica
social" (Teología del mundo, p. 146).
Este acento teológico en la praxis política, por razones hermenéuticas, tiene que ver a la
vez con la filosofía moderna del lenguaje, que ha proyectado la sospecha sobre el
1111
lenguaje teológico como contradictorio, pues intenta decir lo inefable, y "sobre aquello
de lo cual no puede hablarse, uno debe callarse" (WITTGENSTEIN, Tractatus..., tesis
7). Si ello es así, entonces la verificación de la fe cristiana sólo puede darse en la praxis.
BIBL.: AA. V V., Praxis cristiana I-II, Madrid 1980-81; Bt,oca E., Elprincipio esperanza
I, Madrid, 1977; 243-283; BLONDEL M., LAction (1893), París 1949-1950 (I y II vols.);
BONH(SFF>:a D., El precio de la gracia, Salamanca 1968; Gnnmsci A., Introducción a
la filosofía de la praxis, Barcelona 1970 (II parte); GUTIÉRREZ G., Teología de la
liberación. Perspectivas, Salamanca 1985; HAaERMASS J., Teoría y praxis, Buenos
Aires 1966; KtTfEI., en ThWÑT, iroaécu... (Braun), ap&g,s (Mamen), 64345; vol. VI,
1965, 456-483 MeTZ J,B., Teología del mundo, Salamanca 1970; MOLTMANN J.,
Teología de la esperanza, Salamanca 1966; MOUNI6R E., Le Personnalisme, en
Oeuvres, vol. III, París 196163; ScHtLLssEecKx E., Interpretación de la fe. Aportaciones
a una teología hermenéutica y crítica, Salamanca 1973.
A. Bentué
1112
TEOLOGÍA FUNDAMENTAL
SUMARIO:
I. HISTORIA Y ESPECIFICIDAD:
1. De la apologética a la teología fundamental;
2. Reacción contra la apologética clásica;
3. Fase de ampliación;
4. Fase de concentración;
5. Una disciplina teológica distinta y específica;
6. Una disciplina estructurada
7. Organización pedagógica
R. Latourelle
II. DESTINATARIO:
1. Elementos positivos;
2. Dificultades
R. Fisichella
1. Autores iníciales;
2. Desde el Vaticano II hasta la actualidad;
IV. Y PASTORAL:
1. Nuevo enfoque de la teología fundamental;
2. El impulso pastoral del concilio;
3. La acción pastoral de la Iglesia;
4. Teología pastoral y teología fundamental.
V. Y PRAXIS: 1. Dimensión "práctica" de la "palabra" y del conocimiento creyente
según la perspectiva bíblica; 2. Idealismo y teología de la praxis.
I. Historia y especificidad
1. DE LA APOLOGÉTICA A LA TEOLOGíA FUNDAMENTAL. La teología fundamental
actual nació de la t apologética clásica y de una reflexión sobre la necesidad de
reformarse, so pena de desaparecer, para responder a una mentalidad nueva, a unas
técnicas renovadas, a unas exigencias actuales. La apologética estaba habituada a los
cambios, a los giros imprevistos. Pero en el período posterior a la guerra el cambio ha
sido tan profundo y tan espectacular, que la apologética ha creído oportuno cambiar de
nombre y se ha convertido en la teología fundamental.
El contexto de la posguerra es muy distinto del que vio nacer a la apologética clásica. La
teología sufre una prodigiosa renovación, concretamente en los sectores que tocan más
de cerca ala apologética. Pensamos, en particular, en la renovación de los estudios
bíblicos y patrísticos, que han hecho descubrir, en la revelación y en la fe, una realidad
mucho más rica, más concreta, más personal, más dúctil; en la renovación de los
métodos y de las técnicas de exégesis; en el progreso multiforme realizado en las
ciencias del lenguaje; en la contribución de las filosofías del hombre; finalmente, en la
renovación ecuménica, que ha cambiado la actitud agresiva y polémica frente a los
protestantes en actitud de apertura y de diálogo. No cabe duda de que ha cambiado el
régimen espiritual. Este contexto cultural y religioso inédito ha puesto de relieve los
puntos flacos y los límites de la antigua apologética. Señalemos algunas de las críticas
suscitadas contra ella:
1114
a) La apologética clásica quiere manifestar la credibilidad de la revelación, pero antes
de haber emprendido un estudio serio de la realidad sobre la que pretende dirigir una
mirada crítica. Pues bien, es importante subrayar que la revelación de la que aquí se
trata no es una revelación de tipo filosófico, cuyo modelo podría trazarse por
anticipado, sino una realidad muy específica, que nos viene por los caminos de la
historia y de la encarnación. Sólo la revelación puede decirnos qué es la revelación. La
primera urgencia de la apologética, por consiguiente, es estudiar esta intervención de
Dios en Jesucristo, con toda su riqueza y todas sus dimensiones. Igualmente, el único
estudio válido de los signos es el que busca su síntesis en la persona de Cristo. Esta
revelación tan específica es el dato fundamental sobre el que se ejerce la reflexión del
teólogo para captar su consistencia histórica, así como su sentido.
b) Sobre esta cuestión del sentido se articula la segunda crítica que se le hace a la
apologética clásica. En efecto, ésta, después. de haber establecido sobre la base de
argumentos externos que Jesús es el enviado de Dios y que ha fundado la Iglesia,
concluía que había que recibir de esa Iglesia todo lo que debemos creer. De esta manera
ignoraba (al menos prácticamente) que el mensaje cristiano es soberanamente
inteligible y que esta plenitud de sentido constituye ya un motivo de credibilidad. La
revelación es "creíble" no sólo por causa de los signos externos, sino también porque
revela al hombre a sí mismo; es incluso la única clave de inteligibilidad del misterio del
hombre. Por tanto, no hay que aislar la facticidad histórica del sentido de la revelación.
La apologética no se atrevía a abordar esta cuestión, sin duda para no dar la impresión
de meterse en un terreno reservado a la dogmática.
Más que una requisitoria venida desde fuera, las dificultades enumeradas representan
una autocrítica ejercida por los mismos que tenían la misión de enseñar la apologética
después de la guerra mundial. A1 buscar la manera de determinar el estatuto de su
disciplina en un contexto de vida y de pensamiento muy distinto, los enseñantes
tuvieron que proceder a cierto número de puntualizaciones, que constituían otras
tantas opciones liberadoras.
Puede decirse que a partir de sus dos temas privilegiados, a saber: la revelación y su
credibilidad, se enriqueció y profundizó la teología fundamental.
Desde 1940 no han dejado de proliferar los estudios sobre el tema de la revelación,
estimulados por la producción protestante, particularmente abundante en este terreno,
y favorecidos también; en los ambientes católicos por la renovación bíblica y patrística,
por el desarrollo de la teología de la fe, de la predicación, de la misión, que han actuado
como catalizadores. Puede decirse que esta renovación de la teología de la revelación;
que comenzó con los trabajos de H. Niebecker (1940), de R. Guardini (1940), de K.
Rahner (1941) y de L. M. Dewailly (1945) y que prosiguió pacientemente durante
dos.décadas en monografías cada vez más numerosas, encontró su meta y en cierto
modo su canonización en la constitución l Dei Verbum, del 18 de noviembre de 1965.
Pero más allá de estas quejas, la teología fundamental del período conciliar toma
conciencia de que el tema de la credibilidad, para su correcta exposición, tiene que
abarcar horizontes más amplios. En este fenómeno de ampliación se pueden distinguir
tres orientaciones primordiales.
La primera se refiere a los problemas de historia y de hermenéutica. En efecto, pronto
se cayó en la cuenta de que el conocimiento de Jesús por los evangelios, punto de
concentración máxima de la revelación, no es una empresa tan lógica. Si es verdad que
Dios se reveló en Jesús por sus palabras y sus obras y por toda su presencia en el
mundo, es sumamente importante saber si, cómo y en qué medida podemos nosotros
alcanzar esta epifanía de Dios, al menos en su consistencia histórica. De aquí se sigue
que el problema de acceso a Jesús por los evangelios es primordial en una reflexión
sobre la credibilidad cristiana.
El Vaticano II, en la Optatam totius, así como en las Normae quaedam, ni siquiera
menciona a la teología fundamental. La historia no puede menos de registrar esta falta
total de discernimiento en el momento en que los problemas más agudos de la teología
se concentraban en el terreno de la teología fundamental. Privados del apoyo del
concilio, los seminarios y las facultades cedieron a la tentación de sacrificar una
disciplina que el mismo concilio parecía no tener en cuenta. En algunos lugares se vio
desmembrada y reducida al estado de fragmentos insertos más o menos acertadamente
en las otras disciplinas: historicidad de los evangelios en exégesis, revelación-tradición-
inspiración en la introducción a la teología. El tema de los signos de credibilidad quedó
simplemente escamoteado o tratado parcialmente con ocasión de la exégesis (p.ej., el
tema de los milagros de Jesús). En otros lugares la teología fundamental dejó de existir.
A1 atomizar la teología fundamental, al ligar sus problemas a otras disciplinas como si
se tratara de los restos de una herencia hipotecada, se privó a la teología fundamental
de su tarea específica; más aún, la teología falló en parte su misión (confirmar a sus
hermanos en la fe) y llevó al naufragio a millares de fieles, desamparados ante unas
cuestiones desconcertantes y demasiado difíciles para ser abordadas sin el apoyo de los
especialistas.
El período posconciliar estuvo caracterizado, por otra parte, por una ampliación cada
vez mayor del terreno de la teología fundamental. Esta ampliación, que hizo necesaria
la renovación de los estudios bíblicos e históricos, la apertura ecuménica y el desarrollo
de las ciencias humanas, resultó sin embargo funesta. La teología fundamental
desarrolló un espíritu anexionista, que corrió peligro de convertirla en una enciclopedia
de las ciencias. A fuerza de querer incluirlo todo y abrazarlo todo, la teología
fundamental llegó a perder su centro de unidad y su carácter específico. A fuerza de
trabajar en la periferia, se llegó a olvidar el centro de sus preocupaciones, a saber: la
revelación y la credibilidad.
Ante estas dos amenazas se sintió casi por todas partes una necesidad de
concentración, de identidad, de jerarquización de los temas. Es típico observar cómo en
los artículos recientes que tratan los problemas de la teología fundamental se habla
cada vez más de una "búsqueda de identidad", de un "centro de unidad", de un "punto
focal", de "estructuración", de "estructura básica". También es típico de esta urgencia
palpable de unidad y de estructura el hecho de que los estudios mencionados proponen
a veces esquemas de un tratado renovado de la revelación o de una teología
fundamental. El presente artículo es el lugar más adecuado para presentar la teología
fundamental como una disciplina distinta y estructurada.
En efecto, por una parte, al ser la revelación el misterio primordial, portador de todos
los demás, la teología fundamental tiene que hablar dogmáticamente del misterio,
como lo hace con cada misterio en particular. Procede entonces de la fe a la inteligencia
de la fe, apoyándose en la Escritura como fuente inspirada y en la Iglesia como
institución divina. Por otra parte, como irrupción histórica, puntual, de Dios en
Jesucristo, somete la revelación-acontecimiento al cuestionamiento y a los métodos de
las ciencias humanas: crítica literaria e histórica especialmente. En ese momento
considera los textos de la Escritura como documentos de historia, cuyo valor debe
establecerse a partir de los criterios de la historia. Igualmente, los argumentos que saca
de la filosofía tienen que imponerse a los ojos de la crítica en virtud de su valor
intrínseco, y no por causa de la autoridad de la Iglesia.
Como los evangelios, donde se encuentran logia errantes o nómadas (p.ej., "los últimos
serán los primeros, y los primeros serán los últimos") insertos en contextos diversos,
.las obras de teología fundamental tienen también sus temas "errantes" ó nómadas. De
este modo, unos hablan de la religión y de las religiones al principio (Waldenfeis,
HFTh), mientras que otros guardan estos temas para el final. Los temas de teología y de
teología fundamental son tratados como introducción o como conclusión. El
ecumenismo es consideradó unas veces como una dimensión coextensiva a toda la
teología fundamental y otras corno un capítulo particular. El tema de la fe va unido al
de la teología o bien al de la revelación. El tema de la Iglesia viene generalmente al
final, con una amplitud variable, hasta incluir (en el HFTh) todo el tema del
1120
conocimiento de fe y de las formas de este conocimiento (Escritura, tradición,
magisterio, teología).
e) La pretensión del judaísmo, del islam, del hinduismo, que aseguran ser también
religiones "reveladas", plantea el problema de la relación existente entre la
especificidad de la revelación cristiana y las otras religiones.
1121
7. ORGANIZACIÓN PEDAGÓGICA. Ateniéndonos a lo que acabamos de decir sobre la
teología fundamental en la actualidad, ampliada en las dimensiones que hemos
descrito, cada uno de los centros de teología debería estar provisto de un cuerpo
docente familiarizado con los descubrimientos más recientes de la exégesis y de la
historia, perfecto conocedor de las filosofías modernas, de los problemas que plantean
el ecumenismo, las otras religiones, las ciencias del lenguaje. A esos profesores
prodigiosos deberían corresponder alumnos no menos excepcionales.
Dicho esto, hay cuestiones que exigen ser tratadas ya desde el comienzo del curriculum
de teología; son las que se refieren al núcleo duro de la teología fundamental, a saber: la
revelación y su credibilidad, así como algunas de sus implicaciones, por ejemplo la
teología como ciencia, las relaciones de la revelación con la historia. Otras cuestiones,
como las que se refieren a las filosofías, a las religiones, a la hermenéutica, a la
inculturación, pueden reservarse para el segundo y tercer ciclo o tratarse de forma
abreviada en el primero para ser luego recogidas y estudiadas en profundidad bajo
forma de monografía en los ciclos superiores. El antiguo curriculum trazado por la
Deus scientiarum Dominus, que bloqueaba los estudios teológicos en cuatro años, hacía
difícil la exposición de una materia tan amplia, y sencillamente imposible ahondar en
las cuestiones y jerarquizarlas debidamente. Lo que antes era imposible, hoy resulta
realizable después de la nueva constitución Sapientia christiana. La teología
fundamental renovada, mejor identificada, mejor unificada, mejor estructurada, puede
dar libre curso a una disciplina que, más que las otras, tiene necesidad de oxígeno, de
espacio y de libertad creadora. Lo esencial es que sea plenamente consciente de su
identidad de disciplina distinta, de su objeto, de su método y de su estructura.
II. Destinatario
Si la teología no tuviese un destinatario, se reduciría a una especulación reducida y
solipsista, puramente teórica, del teólogo, que no serviría para nada. El destinatario no
puede ser- tampoco alguien escogido por puro capricho; se impone de alguna manera
en la aparición misma de la reflexión teológica, debido a las diversas condiciones
histórico-culturales en que ésta se realiza.
Así pues, dentro de las razones de la fe y de la responsabilidad para con ella, la teología
fundamental está llamada a salir al encuentro del "otro" para dar una respuesta
definitiva a su pregunta de l sentido.
Recuperando de este modo el horizonte mismo de la revelación, que invita a cada uno a
creer y a adherirse a Cristo, se puede ya identificar de manera genérica, como
destinatario de la teología fundamental, al hombre contemporáneo nuestro.
Tomás de Aquino escribirá el Contra Gentes teniendo en cuenta ante todo a los
seguidores del islam; para ellos expresará las razones de la fe o "las verdades de la
doctrina católica", como sugiere el subtítulo de la obra: "Contra gentiles seu de veritate
catholicae fidei".
Los deístas, los ilustrados y los racionalistas en general serán los destinatarios de las
teologías fundamentales realizadas entre los siglos xvl y xvill. Pierre Daniel Huet
escribirá una Demonstratio evangelica; Vitus Pichler, que fue el primero en introducir
el término "teología fundamental", escribirá una Theologia polemica, y René de
Chateaubrland publicará Le Génie du christianisme.
El tema principal que hay que defender cqntra el racionalismo sigue siendo en este
período la religión sobrenatural contra cualquier forma de reduccionismo; y por tanto,
la defensa del valor de la Escritura como texto sagrado inspirado contra toda forma de
historicismo y positivismo.
El "ateo" será finalmente el destinatario de los tratados publicados en el siglo xlx antes
de la llegada a la I teología manualista, que, después de desempolvar la necesidad de la
especulación sobre los primeros principios, tendrá como coloquiante de su reflexión al
hombre metafísico, prescindiendo de todo contexto social, y privado por tanto de una
referencia específica.
Como se advierte por esta rápida lectura de unos pocos autores y de unas obras
escogidas entre las más significativas, parecen destacar tres características para nuestro
tema:
1) La primera impresión está determinada por el hecho de que siempre se está frente a
unos "enemigos". La necesidad de dar razón de la fe, que habla caracterizado al
planteamiento de 1Pe_3:15 y al de los primeros apologetas, se va deslizando
progresivamente hacia formas que tienen que ver con la polémica, hasta llegar a tener
como destinatarios, no ya a unas personas a las que presentar positivamente la riqueza
de la fe, sino a unos enemigos y herejes contra los que defender la doctrina.
1124
2) La segunda característica está determinada por la actividad preponderante de
"descubrimiento de errores". Mientras que en los primeros siglos se intentaba
encontrar formas comunes entre los creyentes y los no creyentes para una base sólida
de discusión, luego nos encontramos con una fuerte caracterización de apropiamiento
de la verdad definitiva, que se transforma en crítica y en juicio contra toda forma
distinta de comprensión de la realidad.
No hay ya, por tanto, un coloquiante concreto, con sus referencias históricas, políticas,
culturales y religiosas, sino la doctrina, las tesis o las ideologías.
Pascal, en el proyecto de sus Pensées, había remachado con fuerza la primacía del
sujeto concreto; éste mismo era el deseo subyacente a la Grammar of Assent de l
Newman; pero será esencialmente l Blondel con L áction el que haga la síntesis de las
dos exigencias, produciendo una metafísica, aunque con una referencia directa a la
historicidad del sujeto..
Esto permite recuperar una base común inicial. Ante todo, se puede presentar más
fácilmente a la persona de Jesús de Nazaret como un sujeto inserto en la historia de su
pueblo, creído como cumplimiento de la historia de la salvación y anunciado hasta
nuestros días como principio hermenéutico para una comprensión global de la historia
universal. Además, se le concede al destinatario un papel de protagonista en la
transformación de esta historia. El vivir concreto en un testimonio auténtico de
1125
liberación es memoria de la presencia constante del mal y del pecado que han de ser
vencidos, y de los gérmenes de salvación y de esperanza que ya están sembrados y que
van madurando progresivamente.
En este contexto asume una especial importancia el tema del anuncio del evangelio en
las diversas culturas y una forma de contextualidad de la teología (/Teologías, VII) que
pone de manifiesto la riqueza de la integración y de la aportación de los diversos
modelos. culturales.
Ante tales problemas puede surgir la tentación de seguir el camino más fácil de una
renovada neo-abstracción en la individuación del destinatario, con consecuencias más
nefastas que las habidas en el período manualístico.
Se deberá, por lo tanto, tener bien clara la perspectiva de que no será posible una
presentación apologética del hecho cristiano. teniendo como interlocutor un solo
destinatario. Incluso la perspectiva del "otro", como hipotético partner, sería una
simplificación demasiado fácil, que sería conveniente evitar. Las formas del l ateísmo se
presentan hoy totalmente diversificadas (ateísmo metodológico, filosófico, psicológico,
lingüístico y pragmático), de modo que no existe la posibilidad de reducirlas a un solo
factor.
Por otra parte existe otra gran dificultad, fundada en la existencia de una profunda
crisis de racionalidad. Una injustificada sobrevaloración es debida a la emotividad, de
modo que ya no se percibe con claridad la importancia constitutiva de una conciencia
crítica para el contenido de la fe. Parece que el "estar juntos" o,el "orar juntos" es la
gran solución para resolver todas las dificultades. Pero al teólogo, que tiene la
obligación de mantener viva la responsabilidad para entender la fe, las mencionadas
expresiones le crean problemas y no le solucionan las dificultades.
Una verdadera unión y una serena conversión, para que puedan ser plenamente
humanas y auténticamente cristianas, pasan por la mediación de la inteligencia: fides si
non intelligitur nulla est. La voluntad de encontrarse en la "praxis" y el desafío para que
ésta se convierta en un locus theologicus con el que juzgar la verdad de la fe no es
menos parcial que una fe que quisiera ser ortodoxa con el elemento de la inteligencia.
La unidad del obrar personal, las mediaciones típicas que se le han dado ala Iglesia
para su permanencia en la verdad y las razones que la teología presenta en la
historicidad de su reflexión son otras tantas expresiones que hay que considerar por
separado por el valor que asumen en la búsqueda de la plenitud de la verdad, pero que
no es posible desconocer en ningún caso.
1126
Sin embargo, la realidad actual, si permite ver un doble destinatario en virtud de la fe,
no consiente ver al creyente como "otro" respecto a su contemporáneo. Vienen
inevitablemente a la memoria las palabras de la Carta a Diogneto: "Los cristianos no se
diferencian de los demás hombres ni por su territorio, ni por su lengua, ni por su forma
de vivir. No viven en ciudades especiales ni usan un lenguaje extraño, ni llevan un
género de vida especial. Viven en ciudades griegas o bárbaras, según los casos,
siguiendo en su manera de vestir, en su comida y en el resto de su vida las costumbres
del lugar; se proponen una forma de vida maravillosa y al mismo tiempo paradójica,
admitiendo a todos" (c. 5).
Hoy como ayer, la fe crea una vida específica; pero la realidad de las características
propiamente humanas sigue inalterada para todos.
Engañados por maniobras económicas y por ideologías nihilistas, los valores esenciales
de respeto al otro, a la vida en su globalidad y a la naturaleza en su conjunto han ido
decayendo y viendo cómo crecía su sentido de impotencia y de soledad. Quizá nunca
como hoy se ha alcanzado el sentimiento de la contradicción personal, determinada y
hecha más dramática por el hecho de que cada uno es plenamente consciente de ello,
pero al mismo tiempo se siente incapaz y demasiado solo para poder reaccionar.
Por parte cristiana se habla cada vez más de una "crisis de participación"; las grandes
metrópolis de Occidente muestran sus iglesias vacías los domingos; tan sólo un
1127
porcentaje mínimo sigue la catequesis como el momento sistemático del estudio de la
fe; casi nos parece asistir a un cisma subterráneo en el que, apelando a su propia
conciencia, el creyente parece no acoger ya la enseñanza del magisterio. Si es posible
ver un fuerte despertar en las generaciones jóvenes, éste no está exento muchas veces
de una crisis de inteligencia, ya que a menudo el movimiento religioso está promovido
por personalidades carismáticas, en las que la emotividad se impone a 1a inteligencia.
Todo esto es señal de un vacío, de una profundidad que no se ha visto colmada por
unos valores que puedan satisfacer de verdad, ya que comprometen la responsabilidad
personal.
Un contemporáneo que tiene cada vez más prisas y que no tiene ya tiempo para
escuchar y reflexionar; que se complace en eslóganes para llegar a la inmediatez sin
perderse en el esfuerzo de las demostraciones que ya no es capaz de leer por estar
atento tan sólo a las imágenes de la televisión; que está incapacitado para contemplar la
belleza al estar sumergido en el caos de la metrópoli destructora que mancha todo lo
que el genio y la fe del pasado nos ha dejado en herencia; que siente siempre la
tentación del sabor escondido de la transgresión y de la violencia; que puesto,
finalmente, ante el problema dramático de la l muerte lo rechaza no pensando en él o
engañándose con nuevos sofismas, este contemporáneo, ¿seguirá siendo capaz de
escuchar la voz profética del que anuncia a Dios?
Ciertamente que si, porque a pesar de todos los aspectos negativos de la descripción
anterior, ese contemporáneo sigue siendo capaz de ponerse con sinceridad ante el
!sentido de la vida y está dispuesto a comprender el significado del l amor.
En todas las partes del mundo hay personas capaces de un gesto de amor. Los ejemplos
nos llevarían lejos y no darían toda la profundidad de la realidad experimentada. Pues
bien, en, cada uno dé esos signos es posible reconocer y comprender el lenguaje del
amor.
Ante este amor revelado, amor auténtico por ser plenamente libre y capaz de llegar al
don total de sí mismo, nuestro contemporáneo no puede ser insensible. Comprende que
es un mensaje para él, sabe que tiene que correr el riesgo de la fe y del seguimiento,
porque es la última posibilidad que se le concede para comprender a fondo el misterio
de su ser y al mismo tiempo para sentirse plenamente libre.
BIBL.: FERRARoTTi G., Una teologia per laici, Bar¡ 1984; HEINZ G., Divinam
christianae religionis originem probare, Mainz 1984 LATOU• RELLE R., El hombre y
sus problemas ala luz de Cristo, Salamanca 1984; NIEMANN F.J., Jesus als
Glaubensgrund in der Fundamentaltheologie der Neuzeit, Innsbruck 1983; RUGGERI
1128
G., La compagnia della fede, Turín 1980; ID (ed.), Enciclopedia di Teologia
Fondamentale I, Turín 1987; SECKLER M., Fundamentaltheologie: Aufgaben und
Aujbau, Begriff und Namen, en HFTh IV, 451-513.
R. Fisichella
b) Siglo XIX. JUAN DONOSO CORTÉS (1809-1853), uno de los laicos más relevantes
promotores de la TF (cf su presentación en l Apologetas laicos, 2c).
1130
M. NICOLAU y J. SALAVERRI, autores de la Theologia Fundamentalis del manual
latino más divulgado antes del Vaticano II, la Sacrae Theologiae Summa I, de la BAC
(1950), con cinco ediciones hasta 1962, y del cual se vendieron 62.000 ejemplares hasta
el año 1970, y que fue calificado así por K. Rahner: "No hay en el mundo ninguna TF
que sobrepuje a esta Summa en el equilibrio al proponer esta materia, en la proporción
de la bibliografía abundante, en tener al día el suministro de la escuela. Evita que uno
olvide la herencia teológica de los últimos siglos" (cf texto de 1958 transcrito en EE" 56
[1981] 282). Se trata, pues, del máximo representante de la TF de cariz apologético, que
se convierte en el último manual de primera línea de estas características, paralelo a los
de H. Dieckmann (1930), A.C. Cotter (1940), R. GarrigouLagrange (1945), considerados
por A. Dulles como los cuatro mejores manuales de esta época (A History of
Apologetics, Nueva York. 1971, 215.272).
1131
a) La etapa de 1965-1980: una larga transición. El concilio Vaticano II, especialmente la
Optatam totius (18 de diciembre de 1965), sobre la formación de los sacerdotes, evitó
hablar de la TF y dio un trato de absoluto favor a la dogmática. Esto repercutió en las
Normae quaedam en 1968, que orientaban los estudios eclesiásticos, y en las que
tampoco apareció tal disciplina. En esta línea no es extraño que la TF desapareciera de
las publicaciones teológicas, y aun de muchos planes de estudio, durante una larga
etapa, que puede dibujarse bajo las siguientes orientaciones en España e Iberoamérica:
1) Continuidad de la TF clásica. Simbolizada en el manual de A. LANG, Teología
Fundamental I (1961), Madrid 1966; Teología Fundamental II (1967), Madrid 1967. La
traducción y amplia divulgación de esta clásica obra alemana en el mundo hispano
manifiesta la continuidad de un planteamiento típicamente anterior al Vaticano II. Con
todo, debe subrayarse el esfuerzo de actualización eelesiológica del apéndice redactado
por el profesor de la Universidad de Navarra Alfredo García Suárez sobre la "comunión
episcopal", donde comenta LG 18-13 (pp. 369-395).
1132
3) La búsqueda a partir de la teología trascendental y antropológica. Se nota aquí el
impacto de l K. RAHNER en sus diversos escritos, ampliamente conocidos y divulgados
en castellano. Tres autores españoles aparecen en este horizonte, cuya influencia ha
sido poco significativa: así el proyecto inacabado (no se publicó el II volumen) de
enfoque trascendental de J. ALEU, Teología Fundamental 1, Razón y revelación,
Madrid 1973; el manifiesto crítico de A. FIERRO, La imposible ortodoxia, Salamanca
1974, y la voluminosa introducción filosófico-antropológica a la TF del profesor de
filosofía de la Universidad de Comillas J. MONTSERRAT, Existencia, mundanidad,
cristianismo, Madrid 1974, y su resumen en Nuestra fe: introducción al cristianismo,
Madrid 1974.
7) Aparición de nuevas síntesis y tratados. Anotemos aquí los trabajos con voluntad de
síntesis o en forma de tratado. En primer lugar la propuesta clara y de línea
comunicativo-experiencia) del profesor de la Facultad de Teología de Valencia M.
GELABERT, Experiencia humana y comunicación de la fe. Ensayo de TF, Madrid 1983
(cf también su voz Absoluto en la historia en este DTF). Le sigue el sugerente trabajo,
aun siendo ampliamente deudor de ! W. PANNENBERG, del profesor de TF del Centro
de Estudios de Santiago de Compostela A. TORRES QUEIRUGA, A revelación de Deus
na realización do home, Vigo 1985 (trad.: La revelación de Dios en la realización del
hombre, Madrid 1987). Finalmente, anotemos el manual más completo de los
publicados hasta ahora por el profesor de TF de la Facultad de Teología de Cataluña S.
PIÉ-NINOT, Tratado de Teología fundamental. Dar razón de la esperanza, Salamanca
1989; 19912, esbozado anteriormente en catalán, Donar raó de 1 ésperanga. Esbós de
TF, Barcelona 1983. Este tratado se alarga hasta la eclesiología fundamental,
orientación también manifiesta en las colaboraciones en el presente DTF, en su edición
original italiana, con Eclesiologíafundamental, Jesús y la Iglesia, Vía empírica, Sentido
de la fe, y en las nuevas voces de la adaptación española Iglesia primitiva, Ministerio
petrino L TF y Palabra de Dios (cf los boletines bibliográficos sobre TF en "RCatTeol"
IV [1979] 33-77; V [1980] 479-508; VII [1982] 303305.407-482; VIII [1983] 507s; IX
1135
[19841 401-461; X [19851 189-200; XII [1987] 437-449; XV [1990] 213-223, y
Eclesiología fundamental.Status quaestionis" en "RET" 49 [1989] 361-403).
BIBL.: AA. V V., Historia de la Teología Española I-1I, Madrid 1983-1987; GESTEIRA
GARZA M., la teología en España; Pié-NINOT S., Cataluña y Baleares; SOBRINO J., La
teología, en latinoamérica, en Iniciación a la práctica de la teología 1, Madrid 1984,
333-355.356-365. 366-393; VILANOVA E., História de la teologia cristiana III-III,
Barcelona 1984-1989; traducción castellana, Barcelona 1986-1991; WINLING R., La
Teología del siglo xx La teología contemporánea (1945-1980), Salamanca 1987.
S. Pié-Ninot
IV. Y pastoral
1. NUEVO ENFOQUE DE LA TEOLOGíA FUNDAMENTAL. La renovación de la
teología fundamental, especialmente a partir de la publicación de la constitución
dogmática Dei Verbum, ha contribuido no sólo a darle un carácter específico a esta
disciplina teológica, sino que la ha convertido en una instancia insustituible de todo
quehacer teológico, en cuanto que exige que el acontecimiento de la revelación y los
fundamentos de la credibilidad cristiana sean presentados de tal manera que sean
capaces de ofrecer no sólo un sentido pleno a la existencia humana, sino también las
claves para descifrar el misterio del hombre y responder a sus problemas más
profundos. En este sentido se puede afirmar que su renovada tarea se encuentra
enmarcada precisamente en lo que expresa la primera carta de Pedro cuando señala
que es necesario estar "siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón
de vuestra esperanza" (1Pe_3:15). No se trata, pues, de cumplir simplemente una
función apologética, sino más bien de exponer los fundamentos y la naturaleza -misma
de la fe cristiana de manera inteligible y digna de ser acogida por el hombre que se abre
al mensaje revelado, teniendo en cuenta las circunstancias históricas y culturales de
cada época y lugar, y que lo capacite para aceptar libremente el don gratuito que le es
transmitido. La teología fundamental está encaminada -a hacer del acto de fe una
opción profundamente humana, que empeñe, por consiguiente, la inteligencia y la
voluntad y en la que se exprese la realización más sublime de la libertad del hombre al
acoger la iniciativa salvífica de Dios.
Ahora bien, la teología es pastoral por su propia esencia, ya que se trata de un servicio
eclesial indispensable para la profundización del mensaje revelado con miras a una
mejor comprensión y adaptación del mismo. No se reduce a una simple especulación
sobre las verdades eternas, sino que es explicitación, traducción y actualización del
mensaje salvífico. La teología tiene que transformar en vida la fe que recibe de la Iglesia
y que trata de comprenderte interpretar para que responda al hombre históricamente
situado. No puede quedarse entonces en el plano de la racionalidad científica: tiene que
ir más allá, pues el desarrollo y la comprensión de la fe, a la luz de la vida de la misma
Iglesia, tiene por objeto hacer que esa fe se traduzca en compromiso auténtico de
caridad. Ciertamente es imposible hacer una separación absoluta entre lo doctrinal y lo
pastoral, entre la dogmática y la pastoral; lo uno supone lo otro recíprocamente, de tal
modo que sólo pueden existir íntimamente integrados. Y así como la enseñanza
magisterial no es una fría transmisión de conceptos, tampoco la pastoral se reduce a
una simple praxis; asimismo en la teología no tendría cabida una verdad que en
definitiva no se refiera al hombre, pero a su vez no podría llamarse pastoral una
actividad de la Iglesia que no se desprenda de la verdad que Cristo ha venido a
revelarnos. La Iglesia, al enseñar el evangelio y desarrollar la doctrina de la fe en
cumplimiento de la misión que recibió del Señor, pretende ser un instrumento de la
acción divina para inculcar la fe en el corazón del hombre y hacer que ella se convierta
en una vivencia profunda del amor de Cristo, que debe expresarse a través de la caridad
y del compromiso auténticamente cristiano en favor de la solidaridad y la fraternidad
humanas en la situación histórica y cultural concreta, pues de lo contrario resultaría
una transmisión estéril y desencarnada. Pero, al mismo tiempo, su celo pastoral
conlleva la asimilación profunda del mensaje evangélico y el conocimiento y el
enraizamiento en la realidad histórica actual, para poder responder a las angustias y
esperanzas del hombre de hoy y aplicar en concreto los principios perennes y las
directrices que se derivan del evangelio en la situación cambiante que surge a partir de
los acontecimientos de,la historia.
Ahora bien, de acuerdo con lo que señala el concilio Vaticano II, en donde la pastoral se
entiende como el compromiso de la Iglesia entera en relación con el mundo y los
hombres de hoy, es necesario anotar entonces qúe el sujeto de la pastoral no se limita
únicamente a los pastores -de donde originalmente viene su nombre-, sino que
comprende la acción de todos los fieles en el servicio de la fe, dentro de una ordenación
determinada por la vocación cristiana general y por el ministerio y los carismas,
estructurada,, por consiguiente, jerárquicamente de acuerdo con los diversos
cometidos. Esto comporta consecuentemente una diversidad de tareas en las que se
realiza constantemente el esfuerzo por hacer operativa la acción salvífica de Dios en
todo contexto histórico, es decir, en e1 "aquí y ahora" de la existencia humana.
O. Ruiz Arenas
V. Y praxis
La praxis constituye un concepto propio de la teología fundamental, en el doble sentido
de "fundamental": como categoría básica de la teología y como criterio de
fundamentación teológica (apologética).
Como categoría básica, la praxis, o acción operativa del ser humano, es la razón de ser
de la revelación misma, por la cual Dios no pretende comunicar ideas (informar), sino
llamar a decisiones prácticas (interpelar a conversión; es decir, salvar) (DV I1).
Esta íntima vinculación entre palabra y obra permite al segundo Isaías proclamar: "Así
será mi palabra, la que salga de mi boca, qué no volverá a mí de vacío, sin que haya
cumplido lo que me plugo y haya realizado aquello a que la envié" (Isa_55:11).
1139
En Dios, pues, palabra y obra constituyen un solo acto eterno. Y así lo muestra Juan al
presentar a Jesús como revelador de las obras del Padre mediante sus propias obras
(poió ta erga), las cuales muestran que "el Padre está en mí y yo en el Padre"
(Jua_10:37-38). Esas obras se identifican con la palabra o doctrina: "No hago nada
(poió) por mi propia cuenta, sino que lo que el Padre me ha enseñado, eso es lo que
hablo..., porque yo hago (poió) siempre lo que le agrada a él" (Jua_8:28; cf vv. 31-55).
Tal identificación entre palabra y obra está también expresada en la tradición sinóptica
desde el marco inicial de la proclamación del reino y como su resumen programático:
"No todo el que me diga Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que haga
(ho poión) la voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán aquel día: Señor;
Señor... Y entonces les declararé: Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de
impiedad. Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica
(poieí)..."(Mat_7:21-24).
Por eso la pregunta sobre la fe es planteada como cuestión práctica: "Al oír esto, dijeron
con el corazón compungido...: ¿Qué hemos de hacer (tí poiésomen), hermanos?"
(Heb_2:37; cf 16,30; Mat_19:16; Jua_6:28). Y la misma experiencia primitiva de la
Iglesia apostólica es presentada como una praxis de los apóstoles, que viene
determinada por aquella experiencia creyente y, a la vez, la constituye. La llamada a la
fe es, pues, una interpelación a hacer (poiésate) frutos u obras (erga) de conversión
(Mat_3:8; Luc_10:37; Heb_26:20).
La acción propia del creyente es, asimismo, la práctica de la justicia (ho poión
dikaiosinen) (Un 2,29; 3,7.10; Apo_22:11). Juan lo expresa también como un hacer la
verdad (poión ten alétheian) (Jua_3:21; cf 1Jn_1:6; 1Jn_3:18-19). Justicia y verdad que
manifiestan el compromiso propio de la fe cristiana, la cual no es una mera teoría
religiosa, sino una forma de vida operativa. Creer es, pues, practicar la justicia y la
verdad.
Esa praxis, constitutiva de la experieticia creyente, puesto que Dios actúa (ergotsetai,
Jua_5:17), explica que la tradición bíblica dé al conocimiento una connotación
eminentemente práctica y no teórica. La palabra misma con que el hebreo expresa ese
conocimiento (ladath) significa, a la vez, la acción de amar, en .su dimensión
prototípica de la unión sexual de la pareja: hacer el amor (cf Gén_4:25; 1Re_1:4;
Jer_2:8; Luc_1:34). Conocer es comprometerse, entregarse totalmente. Por eso la
alianza entre Yhwh y su pueblo se expresa en términos de conocimiento-compromiso
amoroso: "Yo te desposaré para siempre; te desposaré conmigo en justicia, en juicio, en
misericordia y piedades, y yo seré tu esposo en fidelidad, y tú conocerás (Iadath) a
Yhwh" (Ose_2:21-22). Por el contrario, la ruptura del compromiso, o infidelidad para
con Dios, es falta de conocimiento (Ose_4:2; Ose_5:4; Jer_5:4; Jer_8:7).
Pero aun ese mismo amor al hermano podría constituir una "filantropía" teórica en la
cual todos estuviéramos de acuerdo, sin que ello incidiera radicalmente en la práctica;
como un principio establecido, según el cual "todos somos hermanos, iguales, hijos del
mismo Padre" sin que por ello incomode nuestras actitudes reales en la vida. Así pues,
la experiencia creyente autentica del Dios que actúa el amor se verifica en la decisión
práctica, no por el hermano en general, sino por aquel hermano concreto que entra en
mi propio espacio-tiempo, el prójimo. La categoría de prójimo remite eminentemente a
lapráctica. Ante la pregunta teórica por el concepto de prójimo, Jesús responde
apelando a ese compromiso práctico por el hermano que se cruza en mi proximidad, sin
rehuirlo "por el otro lado del camino"; "Vete y haz (poieí) tú lo mismo" ( Luc_10:29-
37). Y si acontece que un hermano, a quien teóricamente le correspondía la categoría de
"enemigo", entra en nuestra proximidad, entonces "amaréis a vuestros enemigos... para
que seáis así hijos de vuestro Padre celestial" (Mat_5:44-45).
Pero la identificación del conocimiento de Dios con la práctica correcta llega a su punto
culminante en la decisión por el pobre. El pobre o marginado es quien tiene menos
posibilidades de ser tomado en cuenta, puesto que el desconocerlo no implica riesgo
alguno (el pobre carece de poder de represalia), ni el reconocerlo implica ninguna
ventaja (tampoco tiene poder de retribución). Pues bien, la decisión por el pobre
constituye la práctica fundamental de la fe: "Tu padre comía y bebía (no ayunaba); en
cambio, él practicaba la justicia y el derecho...; .él juzgaba la causa del pobre y del
desgraciado... ¿No es acaso eso conocerme? Oráculo de Yhwh" (Jer_22:15-16; cf
34,822; Isa_52:6; Isa_58:6-7).
Esa misma experiencia, que había llevado a Jesús a repudiar toda forma de "gnosis"
judía (cf J. JEREMIAS, Teología del NT Salamanca 1986, 134-138, 244-248; asimismo
M. HENGEL Judaism and Hellenism 1, Filadelfia, 1974, 228), determinó que también
la Iglesia de los primeros siglos rechazara las diversas formas de gnosticismo puritano
que se infiltraban en las comunidades desde la misma época apostólica. Tendencias a
las que se opone ya la primera carta de Juan, así como los primeros capítulos de la
primera carta a los Corintios. Asimismo, a partir de .la época constantiniana, el
monaquismo comprendió enseguida que la autenticidad contemplativa debía
verificarse también por lapraxis de acuerdo con lo que Dios es, amor gratuito. Por ello,
a la tendencia eremítica pura se prefirió la vida monástica en comunidad, con prójimos
a quienes amar. Ya en el desierto africano se formaron comunidades de ermitaños; pero
1141
después, tanto en Oriente (san Pacomio) como en Occidente (san Benito) se puso el
acento en el cenobitismo. La Regla de san Benito prefiere claramente la vida en
comunidad al eremitismo, del cual sospecha que pueda confundirse con la euforia
contemplativa juvenil (c. I); asimismo la Regla confiere gran importancia a la
hospedería, como el lugar que abre el monasterio a los "pobres y peregrinos", a quienes
se recibe como a Cristo en persona, en clara referencia al criterio cristológico de la fe,
según Mat_25:40ss, (cf c. 53,15).
Esta perspectiva, al ser apertura al otro "social", permite recuperar un concepto ético,
no maquiavélico ni hobbiano, de praxis política. Ya "en la obra aristotélica, la política es
parte de la filosofíapráctica...; la política se entendía como la doctrina de la vida buena
y justa, continuación de la ética... La antigua doctrina de la política se refería
exclusivamente a la praxis en sentido estricto, en sentido griego. No tiene nada que ver
con la tekné... "(J. HABERMAS, Teoría ypraxis, 49-50). El concepto "técnico" de la
praxis política dio pie a una teología política legitimadora del poder establecido
(Maquiavelo, De Bonald, Donoso Cortés...), contraía cual reaccionará la nueva teología
política de J.B. Metz, profundizando en la dimensión práctica de la esperanza
escatológica, tal como lo había señalado J. Moltmann (Teología de la esperanza). Así
Metz considera que "el problema hermenéutico fundamental de la teología no es en
realidad el de la relación entre teología sistemática y teología histórica, entre dogma e
historia, sino la relación entre teoría y praxis, entre la inteligencia de la fe y la práctica
social" (Teología del mundo, p. 146).
Este acento teológico en la praxis política, por razones hermenéuticas, tiene que ver a la
vez con la filosofía moderna del lenguaje, que ha proyectado la sospecha sobre el
lenguaje teológico como contradictorio, pues intenta decir lo inefable, y "sobre aquello
de lo cual no puede hablarse, uno debe callarse" (WITTGENSTEIN, Tractatus..., tesis
7). Si ello es así, entonces la verificación de la fe cristiana sólo puede darse en la praxis.
1143
BIBL.: AA. V V., Praxis cristiana I-II, Madrid 1980-81; Bt,oca E., Elprincipio esperanza
I, Madrid, 1977; 243-283; BLONDEL M., LAction (1893), París 1949-1950 (I y II vols.);
BONH(SFF>:a D., El precio de la gracia, Salamanca 1968; Gnnmsci A., Introducción a
la filosofía de la praxis, Barcelona 1970 (II parte); GUTIÉRREZ G., Teología de la
liberación. Perspectivas, Salamanca 1985; HAaERMASS J., Teoría y praxis, Buenos
Aires 1966; KtTfEI., en ThWÑT, iroaécu... (Braun), ap&g,s (Mamen), 64345; vol. VI,
1965, 456-483 MeTZ J,B., Teología del mundo, Salamanca 1970; MOLTMANN J.,
Teología de la esperanza, Salamanca 1966; MOUNI6R E., Le Personnalisme, en
Oeuvres, vol. III, París 196163; ScHtLLssEecKx E., Interpretación de la fe. Aportaciones
a una teología hermenéutica y crítica, Salamanca 1973.
A. Bentué
1144
TEOLOGÍAS
SUMARIO:
I. NATURAL (G. Lane).
II. TRASCENDENTAL (K. H. Neufeld).
III. NARRATIVA (C. Rocchetta).
IV. POLITICA (J.O'Donnell).
V. DE LA LIBERACIÓN (J. Dupuis).
VI. EN CONTEXTO (M. Chapfin).
I. Natural
La teología llamada "natural" ha constituido por mucho tiempo un estudio llevado a
cabo por los filósofos occidentales y que fue preciso distinguir de la teología sin más, es
decir, de la que se practicaba en las facultades de teología, y que, por comparación,
pudo ser llamada "sobrenatural" o "sagrada". La primera quería ser un estudio
metódico y crítico de Dios, de su existencia, de sus atributos, de sus relaciones con las
criaturas, pero efectuado por medio solamente de las facultades humanas (o
"naturales"). La segunda quiso ser un estudio lo más serio posible de Dios, de los seres
humanos, del universo entero, pero tomando como punto de partida y su apoyo
principal las revelaciones "especiales" de Dios mismo. Cuando estas revelaciones se
designan como "sobrenaturales" es para marcar bien el hecho de que su contenido no
habría podido captarse, deducirse o inferirse del ejercicio tan sólo de la capacidad
humana, sino únicamente con una ayuda de Dios que supliese la inevitable
insuficiencia o límite de sus capacidades creadas. (Ejemplo de una revelación
"sobrenatural": el destino particular que ningún ser creado podría obtener por sí
mismo, pero que Dios ha escogido libremente ofrecer a los humanos, junto con. su
concurso indispensable).
Aunque muchos teólogos siguen juzgando útil hacer teología "natural", numerosos
pensadores y filósofos contemporáneos han abandonado esta _ disciplina, que
consideran como un tratado de cosas "religiosas", y que, por tanto, pertenecen
propiamente sólo a los teólogos (o creyentes). Después de todo, ¿hay algo más
"religioso" que Dios mismo, que sus planes o sus esperanzas sobre sus criaturas? Pero
quizá haya de hecho muchas veces una ignorancia a propósito de lo que es propiamente
"religioso", y quizá sea posible reconocer, en contra de una opinión muy extendida, que
no basta con estudiar a Dios, con investigar o mantener un discurso racional sobre él,
para efectuar una marcha religiosa.
En efecto, por un lado, hay gente que dedica estudios metódicos, por ejemplo, a ciertos
insectos, para saber cada vez más sobre su anatomía, su alimentación su modo de
reproducción, su hábitat y sus costumbres. De esas personas se dice que son
"entomólogos". Y las personas que estudian sistemáticamente los fenómenos
atmosféricos o el corazón humano o los comportamientos sociales para saber más de
todo ello, reciben el nombre de meteorólogos, cardiólogos o sociólogos. Pues bien, si
alguien se pone a hacer investigaciones críticas sobre Dios solamente para aumentar o
mejorar su conocimiento de ese "objeto" particular (que considera como existente, o
como simplemente posible, o hasta como una noción ;que le intriga por su contenido
más o menos variable), es evidente que esa persona está haciendo teo-logia. Y si su
finalidad es solamente saber más de esa realidad o de esa simple noción, habrá que
reconocer sin duda que esa persona, en ese momento, no hace nada "religioso". (Ni
"sobrenaturalmente" religioso, ni siquiera "naturalmente" religioso). En todo caso, tan
religioso, ni más ni menos, que los que hacen entomología o cualquier otra "logia".
1145
Por otro lado, ¿qué es una actividad propiamente "religiosa"? Una reflexión atenta
podría conducir ,a la siguiente descripción: la persona está haciendo algo religioso
cuando intenta captar, directa o indirectamente, las esperanzas o las actitudes que cree
que Dios podría tener con ella en aquel momento; o manifestar a ese Dios la actitud que
ella misma querría tener para con él; o si, en otras palabras, busca por todos los medios
posibles (cognoscitivos o de otro tipo) encontrar, mantener o profundizar una relación
"positiva" entre ella misma y ese Dios, a fin de mejorar su comunicación con él o
"encontrarse" mejor con él.
Muy distinto sería el caso de una persona de la que se supiera-que intenta saber más
sobre un Dios en el que ya cree, pero solamente porque piensa (con razón o sin ella)
que un incremento de sus conocimientos o de su comprensión le permitiría entrar en
comunicación más personal, o más íntima, con él. Se trataría entonces de una actividad
propiamente religiosa. Y si esa búsqueda de conocimiento y de comprensión se hiciera
de una forma metódica y crítica -quizá con la ayudó de teorías unificantes o
explicativas-, habría que hablar sin duda de una teología religiosa; es decir, de una
marcha a la vez religiosa y teológica. Finalmente, esa búsqueda sería "sobrenatural" o
"natural" según que el esfuerzo de comprensión recurriera o no a unos datos que todo
ser humano es incapaz de descubrir sin una "revelación" -llamada entonces
"sobrenatural"- de Dios mismo. (Es fácil concebir que muchas veces resulta difícil, y
hasta imposible, discernir con certeza los elementos puramente naturales de una
actividad concreta de teología religiosa y "sobrenatural'~.
G. Lane
II. Trascendental
La expresión "teología trascendental" va unida de manera particular al nombre de K.
Rahner, pero su usó no es unívoco. En general se entiende por ella que se emplea en
teología la filosofía trascendental de Kant o elementos esenciales suyos. Esto supone
que se le reconoce al sistema del filósofo de Künigsberg por lo menos una cierta
compatibilidad con la reflexión teológica y que no se juzga su pensamiento en total
oposición al cristianismo. No podemos tratar aquí en detalle la mutua confrontación
particularmente de los pensadores y teólogos católicos, pero también del magisterio
eclesiástico, entre otras cosas porque no se la ha comprendido aún suficientemente a
1146
fondo. Sin embargo, no es en absoluto imprescindible hacerlo, puesto que la teología
trascendental no depende de la filosofía trascendental, sino que tiene esencialmente
razones teológicas propias y se sirve de la filosofía trascendental igual que la teología de
los Padres se sirvió de un cierto platonismo y la escolástica de un cierto aristotelismo.
Si bien la problemática de ese "servirse" es claramente consciente precisamente desde
Kant, sin embargo es cierto que dondequiera que se ejercita el pensamiento, los datos y
métodos filosóficos están a su servicio.
Bien mirado, toda auténtica teología es propiamente trascendental, puesto que debe
hablar de Dios, y como palabra del hombre, de modo que en cualquier caso remite,
directa o indirectamente, más allá del espacio de la vida, la acción y el pensamiento
dado inmediatamente. Con ello amplía espontáneamente el horizonte natural de la
cuestión del hombre, afirmando así la posibilidad de lo /sobrenatural. Esta afirmación
traduce la situación del hombre, el cual no está cerrado en sí mismo, ni puede bastarse.
Un detenido análisis de esta situación permite ver que el hombre no puede en absoluto
prescindir de ciertas correspondencias, sin que se pueda definir de antemano de algún
modo la forma exacta de las mismas. Ello depende no en último lugar de que el factor
determinante de estas correspondencias no se encuentra ni puede encontrarse en el
hombre. Por eso tiene que situarse él por principio de forma que se refiera a alguien
mayor, y no lo contrario. Sin embargo, se trata de una auténtica correspondencia,
aunque su realidad y su precisión vienen de otra parte.
Este punto de vista fundamental para comprender la teología trascendental exige que
se tome en serio determinar de nuevo la relación entre sujeto y objeto al menos como
posibilidad, según era indiscutiblemente habitual en la filosofía antigua. En el
conocimiento humano puede haber un Objekt (realidad objetiva) que es tratado como
Gegenstand (objeto), y por tanto está a disposición del que conoce, pero que en realidad
se sustrae enteramente a tal dependencia porque es origen de toda determinación y
disposición. Sin embargo, a la comprensión del hombre le parece un objeto
intramundano, si bien ya por la manera de manifestarse le anuncia la pretensión que
realmente le corresponde por su naturaleza e invita al hombre a una conversio. En
otras palabras, la teología trascendental exige como uno de los primeros pasos una
reorientación del teólogo, tomando conciencia de la distinción entre su conocimiento y
su posición por un lado y su puesto o función en la realidad por otro, y aceptándolo.
1147
Con ello la teología trascendental se muestra como un método que involucra al que lo
emplea; es una forma determinada de cuestionamiento y reflexión teológica, suscitada
por el hecho de que el mensaje del cristianismo se dirige al hombre y le provoca o busca
conseguir algo de él. La oferta se refiere al hombre, y de, tal manera que sin esta
orientación no sería el mensaje cristiano. Este fundamento sólo lo entiende el hombre
cediendo a la pretensión y al estímulo del evangelio,: dejándose interpelar por él y
activando así las posibilidades que le son inherentes: escuchar, comprender, asentir,
etc. Hasta qué punto estas posibilidades se presentan como independientes o.hasta qué
punto son constituidas por la interpelación, es difícil decirlo, porque el hombre sólo
puede tomar conciencia de ellas, en la realización, en la cual colaboran siempre ya Dios
,y el hombre. Precisamente esta colaboración subraya la condición del hombre ne-,
cesariamente dirigida a la trascendencia, puesto que esta estructura se demuestra ya
activa donde es impugnada expresa y temáticamente.
Hay que indicar ante todo la peculiar índole indirecta de la reflexión teológico-
trascendental sobre la fe. La obra de Rahner es un claro ejemplo de ello. En esta índole
indirecta se patentiza una vez más la situación del hombre, que no puede disponer de
Dios ni de su relación a Dios, y, sin embargo, toma posición en la fe, reconociendo así
1148
de la manera que le es propia a Dios como su redentor y señor. Este Dios se le muestra
con rostro humano en la figura de Jesucristo, de suerte que no al azar las cuestiones de
la cristología han sido y son el centro de la explicación y de la confrontación sobre la
teología trascendental. Bajo todos los aspectos se plantea aquí el problema de la
condición de posibilidad, de suerte que la cristología impone directamente la
consideración teológico-trascendental, aunque no se realice en absoluto del modo y
manera concretos en que K. Rahner la desarrolló.
EIBL.: FARRUGIA E.G., Aussage und Zusage, Roma 1985, espec. 198-215; NIEMANN,
Jesus als Glaubensgrund in der Fundamentaltheologie der Neuzeit, Innsbruck 1983,
375-421; PuNTEL L.B., Zu den Begriffen "Wanszendental"und "kategorial"bet Karl
Rahner, en H. VORGRIMMLER (ed.), Wagnis Theologie, Friburgo Bar_1979:189198;
RAHNER K., Teología trascendental, en SM VI, 610-616; In, La comunicación de Dios
mismo al hombre II, 343-348; In, Curso fundamental de lafe, Barcelona 1984;
ROUSSELOT, Gliocchi della fede, Milán 1977.
K. H. Neufeld
III. Narrativa
La expresión "teología narrativa" constituye un lema programático que, a pesar de
tener algunos precedentes en la obra de l K. Barth y otros autores, sólo en los años
setenta se impuso en el lenguaje teológico gracias a algunos lingüistas como H.
Weinrich y a algunos teólogos como J.B. Metz, L. Wachinger, B. Wacker; C. Molar¡, J.
Navone, sin hablar de los que -como L. Boff y E. Schillebeeckx-, más bien que tratar de
teología narrativa, han planteado sus estudios en el terreno sacramental y cristológico
en una perspectiva fundamentalmente narrativa.
En este sentido hay que reconocer que el camino que la reflexión teológica está
empeñada en recorrer es aún muy largo; de momento, la teología se muestra más bien
desprovista frente al problema de la narración. El teólogo que se adentra por este
camino tiene la clara sensación de moverse en un ambiente en gran parte nuevo para él
y extraño a su forma mentis.
1149
narrador con lo que narra, so pena de reducirse sólo a ser un frío y mecánico repetidor
de algo que no le pertenece, incapaz de dar fuerza vital al relato:
b) Eficacia de la narración. Si la narración es realmente lo que tiene que ser, estará en
disposición de hacer participar a los oyentes en los hechos narrados y/ o en la
experiencia evocada. El efecto del relato podrá ser de tipo emotivo, de simple
curiosidad, de compasión o bien de naturaleza propositiva, provocativa e interpelante;
pero no fallará nunca, aunque sólo sea el del rechazo de lo que se narra. Frente a la
narración es como si los sujetos se encontraran en presencia de un símbolo que llama a
la actualización de la fuerza vital que se expresa en la historia. El recuerdo del pasado se
convierte en chispa de otros recuerdos, en fuerza que activa la felicidad (o el dolor) de
un amor vivido (o perdido), en experiencia que permite reordenar sucesos que parecían
olvidados y darles un nuevo sentido. Cuando el recuerdo del pasado se refiere a hechos
históricos que han originado cambios decisivos, su narración es como un renacimiento,
una renovación del compromiso tomado entonces, hasta presentarse a veces como un
"recuerdo arriesgado", que implica la conciencia de una historia que hay que realizar,
aunque sea pagando personalmente.
c) Una nueva "inocencia "narrativa. El empeño de los teólogos que apelan a la teología
narrativa se dirige a descubrir de qué modo la teología puede encontrar hoy su
inocencia narrativa, sin anular los resultados de la investigación histórico-crítica y las
exigencias de una sana hermenéutica. Los nuevos desarrollos de la exégesis no han
puesto fuera de juego, como se creyó en un primer momento, la riqueza original de la
narración bíblico-evangélica; al contrario, la hicieron utilizable de un modo verdadero y
correcto. Naturalmente esto exige que se pase de una inocencia narrativa más o menos
"ingenua" a una "segunda inocencia", capaz de tener en cuenta las instancias de una
exégesis atenta, pero sin olvidar que la palabra revelada es una palabra viva, una
pregunta interpelante al hombre de todos los tiempos y lugares, una "memoria" que no
es nunca un suceso neutro, sino siempre una "memoria subversiva", capaz de romper el
cerco de toda falsa conciencia y de comprometer a todo "oyente de la palabra" en la
opción decisiva de la fe.
a) El modelo "neoescolástico "de teología. El primer aspecto que hay que destacar es la
crítica que la teología narrativa dirige al modelo neoescolástico de teología, acusado de
haber asumido un carácter exclusivamente argumentativo, hasta el punto de que la
tarea de la teología ha acabado siendo casi solamente deducir de las tesis dogmáticas
precedentemente establecidas ciertas conclusiones doctrinales implícitas o virtuales. La
"memoria" de la revelación bíblica ha atendido, consiguientemente, sólo a las verdades
que había que afirmar. Así se explica, por ejemplo, cómo los manuales modernos
acabaron dejando caer el capítulo relativo a los misterios de la vida de Cristo, que
conservaba, sin embargo, en santo Tomás un lugar importante. Análogas
consideraciones podrían hacerse para la teología trinitaria, para la teología de la Iglesia
y de los sacramentos y para una gran parte de los ámbitos del "saber teológico". El
empobrecimiento de la teología moderna ha dependido en gran medida de la pérdida
de su capacidad de narrar la fe en términos de historia de la salvación (oikonomía) y de
"sucesos y palabras indisolublemente ligados entre sí" (DV 2), descuidando la carga
heurística escondida en esa forma de anuncio. Antes de argumentar, será preciso volver
a motivar la fe con la narración de la historia de Jesús de Nazaret y la singularidad de
los acontecimientos de su existencia terrena. El teólogo es ante todo un narrador de
Jesús el Señor y un testigo de su pascua.
1151
c) Ciencia histórica y teología narrativa. Así pues, la teología narrativa también
argumenta, pero de un modo distinto de como lo hace la teología estrictamente
sistemática. Si esta última conduce a convicciones dentro del marco de la
concatenación lógica de principios dogmáticos y conclusiones, la teología narrativa
quiere inducir a afirmaciones de fe a través de la manifestación de la verdad que se
transparenta en los hechos contados o en la narración de esos hechos en la fe de la
Iglesia. Es evidente que este modo de hacer teología supone un vínculo muy estrecho
entre ciencia histórica, teología fundamental e historia del dogma. No basta con decir:
"Jesús ha resucitado"; hay que poder narrar que "Jesús ha resucitado verdaderamente";
sólo así el anuncio de los cristianos se verá libre del peligro del subjetivismo o de la
arbitrariedad y será capaz de "dar cuenta de la esperanza que hay en nosotros" (1Pe_3:1
S). La crítica histórico-textual no sólo no se opone a la teología narrativa, sino que es
indispensable para la determinación de la relación que existe entre "historia narrante" e
"historia narrada" y para la consiguiente comprobación teológica de la verdad
encerrada en el relato de la fe transmitido por la Iglesia.
C. Rocchetta
IV. Política
1152
La teología política es uno de los principales movimientos teológicos que se
desarrollaron en los años sesenta; básicamente un fenómeno europeo, aunque
estrechamente relacionado con otros movimientos similares, tales como la teología
negra en los Estados Unidos y la teología de la liberación en América Latina. Entre los
principales nombres asociados a este movimiento están el teólogo católico J. B. Metz y
el teólogo protestante J. Moltmann.
Pero Haight prosigue argumentando que, de hecho, una similar problemática une a las
teologías política y de la liberación, a saber: la crisis posterior a la ilustración por lo que
se refiere al sentido de la historia. La ilustración, con su rechazo de la revelación
sobrenatural y de la visión cristiana de la historia, redujo la razón a solucionar los
problemas. Progresivamente, al hombre se le dejó que intentara resolver todas las
cuestiones humanas tomando como base la razón tecnológica. Pero la meta para la cual
el hombre debería ser liberado quedó sin clarificar. Además, la ilustración estableció
una aguda distinción entre razón, que era de domino público, y religión, que lo era del
privado, de modo que quedó en manos del individuo solo intentar crear su propio
sentido. En nuestro mismo siglo, una sucesión de guerras mundiales, campos de
concentración, experiencias de genocidio, la desproporción de riqueza entre os países
del primer y tercer mundo, la amenaza del holocausto nuclear, han radiealizado la crisis
del sentido de la historia. ¿Cómo puede responder la fe cristiana a esta crisis? Lo que
está en juego es si el cristianismo es viable como discurso público, si tiene algo concreto
que ofrecer al hombre atrapado en el aparente sinsentido de la existencia socio-
histórica, o si realmente la creencia cristiana no es más que otra versión de una realidad
de otro mundo, y por ello opio para el pueblo. Así, el problema de la credibilidad de la
fe, en cuanto que está ligada a la crisis del sentido de la historia, proporciona el lazo
entre las teologías política y de la liberación.
Como ya se ha indicado, la teología política sólo se puede entender dentro del contexto
de la ilustración. En un sentido, la ilustración puso fin a la teología política, o al menos
al modelo prevalente de teología política. La ilustración, contemplando el horror de las
guerras de religión, exigió una clara división entre religión y política. La religión quedó
reducida a la esfera privada. En lugar de la religión, la ilustración ofrecía salvación a
través del uso de la razón humana. Sin embargo, la actual crítica de la ilustración ha
demostrado que no existe algo que se parezca a la pura razón. Los filósofos de la
ilustración que afirmaban adorar a la diosa de la pura razón estaban de hecho
ofreciendo liberación sólo al burgués. La vuelta al sujeto proclamada por la ilustración
era de hecho una versión del individualismo acentuado y condujo al sistema capitalista
de nuestros Estados industrializados occidentales modernos. La crítica actual de la
ilustración intenta demostrar cómo toda razón es ya razón histórica. Critica a la
ilustración por excluir los aspectos negativos de la historia, por no leer la historia desde
el punto de vista de las víctimas, de los oprimidos. La lectura de la hÍstoria que la
ilustración hizo no era de ningún modo neutral. Pensadores como Marcuse,
Horkheimer y Adorno exigen un nuevo uso histórico crítico de la razón que afronte
honradamente la dimensión negativa de la historia y desde lo negativo busque estímulo
1153
para nuevas posibilidades de liberación. Como observa Marcuse: "La memoria del
pasado puede hacer que surjan intuiciones peligrosas, y la sociedad establecida parece
tener miedo del contenido subversivo de los recuerdos" (citado por MOLTMANN).
Todo esto cambió, sin embargo, en los primeros años setenta, cuando Moltmann
comenzó a dialogar con Horkheimer y Adorno, orientándose hacia una teología de la
cruz y, claro está, hacia una teología política del crucificado.
Moltmann exige, pues, un nuevo modelo de teología política, que él llama modelo de
correspondencia. En este modelo se intenta crear un eslabón entre el ésjaton, el futuro
último del mundo, y las realidades penúltimas aquí y ahora. Moltmann reconoce que no
es posible tender un puente entre lo penúltimo y lo último. Sólo Dios puede realizar su
reino. Pero. nos toca a nosotros crear anticipaciones del futuro último, intentar hacer
1154
de nuestro mundo actual un signo sacramental de su presencia. Aunque esto sólo se
puede lograr de forma fragmentaria, sin embargo es posible crear parábolas del reino.
1155
absoluto del mundo. Este futuro, sin embargo, no es sencillamente excepcional, sino
que nos ofrece un criterio por el cual juzgar y criticar la presente realidad social.
La teología de Metz está también más orientada a la cruz que la de Rahner. Hemos visto
antes que la fe cristiana es una forma de praxis. Esta praxis tiene su origen en la
historia que los evangelios proclaman. Aquí vemos de nuevo que Metz rechaza la idea
de la ilustración de la pura razón objetiva. La fe cristiana no está basada en una idea,
sino en la historia de Jesús. Una importante categoría que Metz introduce aquí es la de
memoria. Se recuerda la historia de Jesús y su cruz. La historia de Jesús es la historia
de la identificación de Dios con los pobres. Es la historia de la promesa de libertad.
Como tantas otras historias, acaba en el asesinato del liberador. Pero la resurrección
proclama que esta historia no es una tragedia, porque Dios ha resucitado a Jesús de
entre los muertos. Está vivo y lleva su mensaje de liberación a las víctimas que sufren la
injusticia actual. Por lo tanto, el cristiano hace memoria del pasado en atención al
presente y al futuro. La memoria del pasado se convierte ella misma en un principio de
crítica del presente a la luz del futuro prometido. En este sentido Metz habla de una
"memoria peligrosa" o de una "memoria escatológicamente orientada".
BIBL.: METZ J.B., Teología del mundo, Salamanca, 1970; ID, La je en la historia y la
sociedad, Madrid 1979; MOLTMANN J., El Dios crucificado, la cruz de Cristo como
base y crítica de toda teología cristiana, Sígueme, Salamanca 1975; ID, El experimento
esperanza, Sígueme, Salamanca 1977; ID, Religión, Revolution and the Future, Charles
Scribner's, Nueva York 1969.
J. O Donnell
1156
V. De la liberación
1. UNA FORMA NUEVA DE HACER TEOLOGIA. La teología de la liberación (TL)
recibió su impulso de la Segunda Conferencia General del episcopado latinoamericano
(CELAM), celebrada en Medellín (Colombia) en 1968 bajo el título "La Iglesia en la
transformación actual de América Latina a la luz del concilio". Se trataba de aplicar al
inmenso continente latinoamericano, que constituye cerca de la mitad del mundo
católico, la nueva conciencia que había tomado de sí misma la Iglesia en el segundo
concilio Vaticano y su voluntad de apertura al mundo y a los problemas de la
humanidad. Medellín lo hizo con un coraje ejemplar, ofreciendo nuevas perspectivas a
la práctica pastoral de la Iglesia. Y la Conferencia 1o hizo también con realismo,
tomando nota de la situación concreta de un continente que, a pesar de las notorias
diferencias entre los distintos países, tiene, sin embargo, unos rasgos comunes que lo
definen: antigua colonización e influencia secular de un cristianismo importado de
Occidente, subdesarrollo y profundas desigualdades sociales, pobreza deshumanizante
de las masas, regímenes políticos opresores y dependencia económica de un poderoso
vecino del norte. Medellín tomó partido por el cambio social y la reforma política,
condenó el neocolonialismo exterior, se comprometió en favor de los pobres mediante
una opción preferencial, definió los criterios de una orientación pastoral popular. De
este modo la Conferencia influyó profundamente en el proceso que habría de
desembocar en el desarrollo de un nuevo proyecto teológico de dimensiones
continentales.
Así pues, la TL representa una reflexión teológica original. No se trata de una forma
nueva de la teología, que se extendería a un objeto o a un tema nuevo (teologías "de
1157
genitivo"). Tampoco se inscribe en la línea de las diversas teologías anteriores, como las
de las realidades terrenas, de la esperanza, de la política, de la revolución, de la
secularización... "La TL no propone tanto un nuevo tema de reflexión como una nueva
manera de hacer teología" (G. Gutiérrez). Es un "horizonte" (L. Boff) diferente; una
"actitud de espíritu o un estilo particular de pensar la fe" (Cl. Boff) en función de una
situación histórica. Se trata prioritariamente para ella de "liberar a la, misma teología"
(J. L. Segundo) de sus vínculos sociales elitistas y de su carácter académico, para un
compromiso en un proceso hermenéutico y crítico, en una coyuntura histórica y a partir
de una práctica liberadora. Puede definirse como "una reflexión crítica a partir de una
práctica liberadora, a la luz de la fe" (G. Gutiérrez).
Destinados a ser artífices de su propia liberación, los pobres son también el sujeto de la
teología, que la sostiene y promueve. La TL es teología del pueblo, antes de estar con el
pueblo y para él. No es que el teólogo profesional no tenga ninguna función que cumplir
en ella, pero esa función es de acompañamiento. Consiste en ayudar a los pobres a
articular por sí mismos su propia reflexión sobre una práctica liberadora a la luz de la
revelación. Esto indica también la identificación con los pobres que se exige a todo
profesional de la teología que pretenda ser teólogo de la liberación. No basta con que
apoye la causa de los pobres; tiene que unirse a ellos,compartiendo su proyecto y su
acción. Tiene que hacerse pobre con los pobres hasta sentirse uno de ellos; tan sólo
entonces será capaz de articular una reflexión teológica a partir del lugar teológico de
los pobres.
1158
decir, por tanto, una reflexión crítica sobre una praxis humana..., a la luz de la praxis de
Jesús y de las exigencias de la fe" (L. Boff).
El análisis social utilizado por la TL, ¿guarda relación con el análisis marxista o se
distingue claramente de él? Sin identificarse exclusivamente con el análisis marxista, la
TL no tiene reparos en utilizarlo como instrumento, con tal que sea capaz de iluminar
1159
las situaciones de pobreza y sus causas estructurales. Pero mientras que declaran que
usan libre y críticamente el análisis marxista, los teólogos de la liberación rechazan la
imputación que se les ha hecho de caer en la ideología marxista y de acceder al
materialismo dialéctico. Intentan ciertamente sacar del marxismo ciertas "indicaciones
metodológicas", útiles para el análisis, como la importancia del factor económico, la
atención a la lucha de clases, al poder mistificante de las ideologías, incluidas las
religiosas; pero desean mantener una actitud decididamente crítica respecto al
marxismo como ideología materialista y atea. Sigue en pie el problema del equilibrio
inestable que representa la adopción, por una parte, del análisis marxista y el rechazo,
por otra parte, de su ideología.
1160
3. TEMAS CLAVE DE LA TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN. Tan sólo podemos indicar
rápidamente algunos temas, que tienen que ver con Dios, con Jesucristo y con la
Iglesia.
1162
A partir de las comunidades de base se ha formado la idea de la "Iglesia popular" o de
"Iglesia que nace del pueblo". Esta idea está sujeta a revisión, en la medida en que
parece indicar que la Iglesia tiene su origen solamente en los recursos del pueblo,
siendo así que ha sido reunida por Dios y por su palabra a través del ministerio
apostólico. Lo que quiere decir, sin embargo, es que la Iglesia es ante todo "Iglesia de
los pobres", que constituyen el pueblo de Dios en su base y en su centro. Por eso, para
ser fiel al Dios de Jesucristo, la Iglesia debe tomar conciencia de sí misma a partir de
los pobres y de los oprimidos, y hacerse pobre con ellos para participar de su liberación.
El pueblo del que se trata no remite a las categorías marxistas de proletariado y de
lucha de clases. De lo que se trata es de una "nueva manera de ser Iglesia", para que
ésta sea hoy de verdad "sacramento histórico de liberación" (J. Sobrino), descentrada
de sí misma para centrarse en su maestro y en el reino de Dios que se establece entre
los pobres.
J. Dupuis
VI. En contexto
La reflexión sobre el estatuto epistemológico de la teología es una de las tareas de la
teología fundamental; en el marco de esta reflexión se sitúa también el problema de la
contextualidad de la misma teología. Ningún texto teológico -ni siquiera el discurso
más abstracto-especulativo sobre una verdad eterna- está aislado de la realidad de la
situación del teólogo y del contexto concreto en que se desarrolla este discurso; bajo
este aspecto el lenguaje teológico -a pesar de tener un estatuto epistemológico propio
por causa de su objeto- no tiene una posición privilegiada -o excepcional.
Teologías contextualizadas de este tipo surgen no sólo en África, sino en varias naciones
asiáticas; como la India, Filipinas, etc., en donde se nota más la apertura a las grandes
religiones de Oriente.
A nivel de contextualización, basada en aprioris que tienden al diálogo con las diversas
culturas, es posible verificar la presencia de esta teología contextualizada también en
Europa. El pluralismo teológico que ha venido a formarse a partir del Vaticano II es la
consecuencia de un pluralismo sobre las diversas referencias filosóficas con las que
suele entrar en diálogo la teología. El ejemplo más conocido en este período es el de l
Karl Rahner, cuando intencionalmente se propone hacer una relectura del tomismo en
clave trascendental.
Otro tipo de teología contextualizada -que es posible descubrir a mitad de los años
sesenta- es el socioeconómico. Según este modelo, no se intenta solamente hacer
aceptable el mensaje cristiano en un contexto específico, sino que se quiere cambiar el
mismo contexto, por estar determinado por una situación de opresión política, de
explotación económica y de discriminación racial. Este cambio -político, económico y
social- debe obedecer al mensaje cristiano, estar bajo su inspiración y apoyarse en su
ayuda. Aquí una teología contextualizada lleva a una hermenéutica en función de un
programa de liberación. El método se hace inductivo: el punto de partida es la
experiencia concreta que, como realidad.histórica, suscita constantes interrogantes; la
revelación -leída como la acción ininterrumpida de Dios en la historia- se ve
interrogada desde un ángulo concreto, con la esperanza de encontrar en ella la luz
necesaria para interpretar la situación concreta y poderla cambiar para mejor.
Un segundo problema, relacionado con las reflexiones anteriores, se deriva del hecho
de que todo criterio asumido para identificar o definir un contexto particular sobre el
que señalar luego la contextualidad de la teología y construir su contextualización no.
podría apartar el peligro siempre insidioso de una fragmentariedad de la teología, con
su aislamiento consiguiente. El riesgo mayor y más fácil de una contextualización a
ultranza es sin duda el de pasar de un "parroquialismo" acrítico y acientífico a una
ideologización ciega.
Esta teología "planetaria" no puede pretender empezar de cero; lo mismo que las
teologías regionales, deberá tener en cuenta el hecho de que la misma revelación está
ligada irreversiblemente a un contexto específico y que su tradición inicial se desarrolló
en una cultura específica, la judía-heienista-romana, inserta luego en la "europea". En
el plano teórico, los problemas de la contextualidad de la teología, que será siempre una
reflexión sobre la verdad universal, deberían afrontarse en analogía con el problema de
la contextualidad y universalidad de la misma revelación.
M. Chappin
1169
TEÓLOGO Y LA (El)
1. DEL ENFRENTAMIENTO AL DIÁLOGO. La teología fundamental actual ha nacido
en gran parte de una reacción contra la apologética de los siglos pasados: siempre en
pie de guerra, dedicada a atrincherarse; siempre en busca de adversarios que atacar. No
solamente los racionalistas, sino también los protestantes, bautizados y cristianos, se
veían como enemigos. A fuerza de polemizar, en un tono intransigente y tajante como
un bisturí, la apologética se había descalificado. Durante tres largos decenios ha
conocido la vida dura de las catacumbas. Período fecundo, que le ha permitido
"convertirse", reflexionar sobre los cambios de nuestra época y sobre las tareas que se
esperan de ella.
A esos hombres que acuden a él o con los que se encuentra ocasionalmente no basta
responderles: "La Iglesia ha dicho..., el evangelio ha dicho o -más ingenuamente- yo os
digo". Los creyentes y los que no creen exigen respuestas precisas y motivadas. Para
responder a las cuestiones de hoy, el profesor de teología fundamental tiene que
adquirir una formación igual en calidad, y hasta superior, a la del biólogo, el físico, el
abogado. Si se negase a este reto de una preparación austera, exigente y prolongada,
sería incapaz de encaminar hacia la fe a los que la interrogan, e incluso de confirmar a
sus propios hermanos creyentes en la fe (1Pe_3:15). Porque cada uno de los creyentes
lleva hoy dentro de sí las dudas del no creyente. "Lo que alimenta el pensamiento y la
1170
actitud de los no creyentes es también lo que mantiene la incertidumbre y la duda en
muchos cristianos" (H. Bouillard). A1 dialogar con los no creyentes, dialogamos con
nosotros mismos; en este contexto una reflexión sobre las bases racionales de la
decisión de fe no es un deporte de intelectuales, sino una necesidad de vida. De lo
contrario, la crisis actual de la fe no podrá menos de agravarse hasta adquirir las
proporciones de un amplio cisma subterráneo o de un océano de indiferencia. ,
ESTATUTO TEOLÓGICO DE LA : El principio anselmiano de la fides quaerens
intellectum, que hace nueve siglos definía a la teología en tres palabras, no ha sido
superado. Pero cada uno de los términos de la definición ha adquirido tal extensión y se
ha cargado de tal plenitud de sentido que se ha visto modificado el equilibro de todo el
conjunto.
De todas las disciplinas que han afectado más a la tarea de la teología fundamental, la
historia, las ciencias del lenguje y en general las ciencias del hombre ocupan el primer
1171
plano. En primer lugar, la ! historia. La conciencia de la dimensión histórica ha
modificado radicalmente la teología; entra hasta tal punto en la constitución del
pensamiento contemporáneo que situarse fuera de ese horizonte equivale a no hacerse
comprender por el hombre de hoy. Este impacto de la historia es más poderoso todavía
por el hecho de que la revelación misma no se comprende sino dentro de un horizonte
histórico. Vienen luego las ciencias del lenguaje: filosofías del lenguaje, formas del
lenguaje (conceptual, simbólico, gestual), problemas de interpretación o de
hermenéutica, problemas de l inculturación o de transculturación. Mencionemos
finalmente el ascenso triunfante de las ciencias del hombre (sociología, psicología,
psicoanálisis). La teología fundamental, como disciplina fronteriza, está en diálogo
obligado con todas estas ciencias que han forjado la mentalidad del hombre
contemporáneo. Esta acogida dialogal representa un progreso respecto a la antigua
apologética. Pero encierra también un riesgo: concretamente, el de perder de vista lo
"específico" cristiano, diluyendo el mensaje para hacer de él un producto al alcance de
todos. En una palabra, el peligro de llegar a un cristianismo deslavado y sin contraste,
aplanado y sin fisonomía propia. Pero la teología fundamental no puede echar marcha
atrás. Tiene que mantener su actitud dialogal, aunque con la conciencia viva de su
identidad y de su misión.
Distingamos ante todo la teología fundamental como función eclesial, como sección del
saber teológico, y por otra parte la enseñanza de la teología fundamental por un
profesor determinado y en un centro determinado. Lo mismo que un médico no puede
poseer por sí solo toda la ciencia médica en su integridad, tampoco un teólogo o un
centro teológico puede asumir en su totalidad el tratamiento de los temas que atañen a
la teología fundamental. Se trata de una posesión de la Iglesia como cuerpo social.
Dicho esto, creemos que es posible distinguir varios niveles y varias etapas de
preparación en la enseñanza de la teología fundamental:
a) Una formación de base, literaria y filosófica (tal como se propone normalmente en
los estudios secundarios), que prepare ala universidad. Es el mismo nivel que
corresponde al conocimiento de las grandes obras literarias y de las grandes corrientes
filosóficas.
Aun distinguiendo de este modo los diversos niveles de preparación y la aportación que
se espera de cada uno, la preparación del profesor de teología fundamental seguirá
siendo siempre una de las más austeras, de las más exigentes, en el seno de las
disciplinas teológicas. Se dirige sobre todo a unos candidatos cuya curiosidad natural y
multiforme permitirá acceder más fácilmente a una disciplina que se sitúa en la
encrucijada de todos los cuestionamientos sobre el hombre, Cristo y la Iglesia.
R. Latourelle
Fue la renovación de los estudios bíblicos a comienzos de siglo lo que hizo progresar la
reflexión sobre la promesa y el cumplimiento. Podemos citar, en Francia, los notables
trabajos de J. Touzard, publicados en los años 1907-1909. Según este autor, es posible
resumir así los cambios de perspectiva registrados: no hay que disociar las predicciones
proféticas de la enseñanza profética; las predicciones de los profetas están al servicio de
su enseñanza acerca de la soberanía futura de Dios sobre el mundo y el establecimiento
de una religión auténtica. La religión profética tiene una gran riqueza de verdades
morales y religiosas; las profecías sirven a esa religión.
Para resolver este problema teórico nació la noción de sensus plenior. Constituye una
noción clave para todos los intentos de síntesis en torno a la promesa y el cumplimiento
por los años 1950. Se ha visto cómo Touzard hablaba de sentido "total" o de sentido
"profundo". Ya en el siglo xvii el crítico Richard Simon implantaba una categoría
semejante, hablando de "sentido teológico, o místico o espiritual", que él reconocía
como en parte "literal" ("literal a su manera") y que se preocupaba de distinguir de las
"mistiquerías" sin interés que florecían por todas partes en su época. La expresión
misma de sensus plenior parece ser que fue utilizada por primera vez por A. Fernández
en sus Institutiones biblicae, publicadas en Roma por los años 1920. Fue recogida y
desarrollada en varias síntesis, entre la que hay que citar al menos: R.E. Brown, The
"Sensus Plenior"ojthe Sacred Scripture, Baltimore 1955, y también en "CBQ" 25 (1963)
262-285; P. Grelot en la mayor parte de sus obras principales; J. Coppens, Vom
christlichen Verstlindnis des Alten Testaments, Lovaina 1952; G. Courtade, Les
Écritures ont-elles un sens plenier?~ en "RSR" (1950) 481-499; P. Benoit, en
"RB"67(1960) 161-196; B. Vawter,en "CBQ"26 (1964) 85-96; R. E. Brown, en "EThL" 43
(1967) 460-469.
Aunque los partidarios del sensus plenior se distinguen a veces en sus explicaciones de
este sentido, se advertirá que se trata para todos de un sentido realmente presente en el
texto veterotestamentario en un nivel profundo de la letra. La cuestión está entonces en
saber si el autor profético era consciente de él. En este punto las opiniones divergen.
Sea de ello lo que fuere, la noción de sensus plenior permite afianzar las relaciones
entre las promesas veterotestamentarias y su cumplimiento en el NT sobre la base
sólida del sentido literal.
Von Rad se presenta en nuestros días como una especie de teología madre, ya que su
influencia ha sido capital para el conjunto de teologías de la historia que han florecido
desde entonces. Entre éstas hemos de señalar los ensayos de W. Pannen-,, berg,
Heilgeschehen und Geschichte, en "KuD" 5.(1959) 218-237 y 259288, en donde el autor
se interesa por la promesa y el cumplimiento; y de J. Moltmann, especialmente en su
Theologie4er Koffnung, Munich 19655 (trad., española, Sígueme, Salamanca 19812).
No hay que asimilar estos dos pensamientos en lo que toca a la promesa y el
cumplimiento. En efecto, los trabajos de Pannenberg lo han llevado a abándonar
definitivamente la categoría promesa-cumplimiento en beneficio de la historia de las
tradiciones (véanse sus ideas en el epílogo de I. Berten, Histoire, révélation et foi,
Bruselas 1969,145). Por el contrario, Moltmann conserva la idea de promesa como un
elemento clave de su pensamiento; mostrando cómo la'promesa y el cumplimiento no
cesan de apoyarse y de remitir el uno a la otra.
Habría que citar aquí otros muchos nombres. Señalemos al menos el de W.G. Kümmel,
que supo tratar en su tiempo con gran maestría el dossier relativo a la historia y a la
escatología en los textos neotestamentarios (Verheissung und Erfflllung, Zurich 19532).
BIBL.: BEAUCHAMP P., Ley. Profetas. Sabios, Madrid 1-977 BEAUDE P: M., °... según
las Escrituras'; Estella 1978;ID, L áccomplissement des Écritures, París 1980', DODD C.
H., According lo the Scriptures, Londres 1953; GRELOT P., Sentido cristiano del
Antiguo Testamento, Deselée de Brouwer, Bilbao 1967; RAD G. von, Teología del
Antiguo Testamento, 2 vols., Salamanca 19782.
P.-M. Beaude
Se pueden considerar de una manera general las relaciones del A con el NT. En el
presente estudio hemos preferido tocar este tema en un escrito particular del NT, la
carta a los Romanos. Más concretamente, estudiaremos las citas del AT con las qué
Pablo va esmaltando esta carta.
Todo lector atento a la carta a los Romanos advertirá cómo Pablo remite con frecuencia
al AT. Este hecho puede plantear varias cuestiones: ¿Cuál es el número, el origen
concreto y la función de estas citas? ¿Las menciona Pablo con plena fidelidad a la letra
de los textos y a su contexto original?
1. OMNIPRESENCIA DE LAS CITAS DEL AT. Tan sólo en la carta a los Romanos se
citan al menos 62 pasajes del AT (D.-A. KOCH, Die Schrift als Zeuge des Evangehums.
Untersuchungen zur Verwendung und zum Verstündnis der Schrift be¡ Paulus, Tubinga
1986, 21-24). Más que en las otras cartas, Pablo manifiesta en Romanos un fervor
especial por el AT. No cita nunca el AT en 1-2Tesalonicenses, en Colosenses y en
Filipenses. En Efesios remite al AT como de pasada, sin insistencia alguna. Romanos
contiene de hecho una gran parte de las 93 citas veterotestamentarias que se observan
en el conjunto de las cartas atribuidas de ordinario al apóstol Pablo (Rom, 1Cor, 2Cor,
Gál, Ef, Flp, Col, 1Tes y 2Tes).
Las citas del AT señaladas en Romanos pertenecen sobre todo al libro de los Salmos (14
casos), al Génesis (8 casos), al Deuteronomio (8 casos), al primer Isaías (7 casos), al
Déutero-Isaías (7 casos) y, finalmente, al Trito-Isaías (5 casos). Las 13 citas restantes se
distribuyen entre otros nueve libros del AT (Hab, Mal, Éx, Os, Lev, 2Re, Job, Prov y JI).
Así pues, parece que los libros principales a los que se refiere Pablo escribiendo a los
Romanos son los libros de los Salmos, del Génesis, del Deuteronomio y, sobre todo, de
Isaías. En el conjunto de sus cartas, Pablo manifiesta, por otro lado, una clara
preferencia por estos cuatro libros. Deja de lado a los profetas Jeremías, Ezequiel y
Daniel, igual que los escritos históricos, como los libros de Samuel, las Crónicas y el
1178
segundo libro de los Reyes. Se reflejan en él las mismas opciones de sus
contemporáneos judíos (D.-A. KOCH, o.c.,47, n. 14). Igual que ellos, sólo cita los libros
que fueron reconocidos como canónicos después del año 70 de la era cristiana por el
judaísmo farisaico y rabínico. Nunca cita, por ejemplo, al Sirácida o el libro de la
Sabiduría (E.E. ELLIS, Paul's Use of the Old Testament, Londres 1957, 76-82). Este
hecho no implica de ningún modo que estos escritos no hayan sido inspirados -puede
compararse a este propósito Rom_1:18-23 con Sab_13:1-9-,sino que no le venía bien
citar su texto.
Señalemos finalmente que a veces Pablo -en las cartas a los Corintios- presenta como
citas del AT algunos textos que es imposible encontrarlos en las Escrituras (1Co_1:31;
1Co_2:9; 1Co_9:10b; 2Co_13:10).
Varias citas de Romanos nos dejan ver que Pablo lee el texto de los Setenta. Por
ejemplo, Rom_15:10 escribirá como los Setenta: "Alegraos, naciones, con el pueblo de
Dios", mientras que el original hebreo decía: "Aclamad, naciones, a su pueblo".
También Rom_15:12 cita a Isa_11:10 según el texto de los Setenta: "Brotará la raíz de
Jesé... y las naciones esperarán en él" ; mientras que el texto hebreo decía: "Es la raíz de
Jesé la que buscarán las naciones".
b) Modificación del texto original. Sin embargo, Pablo cita con cierta libertad el texto
griego del AT. Rom_9:33 cita libremente Isa_8:14; unos diez pasajes de la misma carta
imponen cambios estilísticos a algunas citas del AT (Rom_2:6; Rom_9:9; Rom_10:19;
Rom_11:4.34.35; Rom_12:19; Rom_15:8.11).
Al apóstol le gusta modificar el orden de las palabras para destacar ciertos elementos
que él considera de especial interés. Así, Rom_11:3 pone de relieve el asesinato de los
profetas colocando al frente de la cita: "Han matado a tus profetas", proposición que
sólo venía más tarde en el pasaje tomado de 3Re 19,10. Del mismo modo, para acentuar
la culpabilidad del pueblo hebreo "indócil y rebelde", Pablo pone al comienzo de la frase
la expresión "todo el día": "Todo el día extendí mis manos a un pueblo incrédulo y
rebelde" (Rom_10:21), siendo así que en Isa_65:2 la expresión "todo el día" venía a
mitad de la frase.
Puede verse también una modificación estilística del texto de los Setenta en
Rom_11:9b: Pablo pone de relieve la palabra "tropiezo" (skandalon), ya que un
contexto de caída y de rechazo se acomoda muy bien a este énfasis de la palabra (cf
Rom_11:7-8.10).
Pablo aligera a veces el texto del AT para mejor subrayar su punto de vista (cf
Rom_3:10-12/Sal_13:1-3; Rom_3:15-17/Isa_59:7-8). Conserva entonces
preferentemente los elementos del texto original que apoyan su propio pensamiento.
La amplitud de los textos citados por Pablo varía mucho a lo largo de toda la epístola.
Unas veces Pablo conserva sólo unas pocas palabras del texto veterotestamentario: "No
codiciarás (ouk epithyméseis)"(Rom_7:7/Deu_5:21), o una breve proposición
significativa: Dios "pagará a cada uno según sus obras (apodósis hekastó kata ta erga
autou)" (Rom_2:6/Sal_61:13). A menudo Pablo citará uno o varios versículos
completos (cf Rom_11:9-10/Sal_68:23-24; Rom_11:26-27/Isa_59:20-21).
1179
A veces el lector se encuentra con un manojo de citas sacadas de diversos libros del AT.
Esta serie de citas viene en ocasiones a traducir de varias maneras una misma
afirmación de Pablo. De una cita a otra no hay realmente un progreso del pensamiento.
Sencillamente se trata de la misma idea revestida de varias formas. Tal es el caso de
Rom_15:9-12, en donde hay cuatro textos del AT (Sal_17:50; Deu_32:43; Sal_116:1;
Isa_11:10) que ofrecen -al menos según Pablo- cuatro formulaciones de un mismo
pensamiento expresado precisamente antes del grupo de citas: "Los paganos alaban a
Dios por su misericordia". Cada uno de los cuatro textos citados sucesivamente
(Rom_15:9b-12) contiene los dos términos "paganos" y "alaban", ya utilizados en el
versículo 9a, o bien términos sinónimos.
De esta manera Pablo intenta dar a su pensamiento la autoridad que posee la palabra
de Dios; arraiga en la tradición religiosa de Israel sus ideas aparentemente nuevas, que
podrían chocar a los lectores judíos o judeo-cristianos. Podría estudiarse también en
este sentido el párrafo de Rom_3:10-18.
A veces Pablo agrupa con una finalidad diferente un grupo de citas: apoya entonces en
el AT cada una de las partes de su razonamiento. Así ocurre en Rom_9:6-18, en donde
Pablo intenta explicar por qué Israel no ha acogido bien a Cristo Jesús.
Así pues, en cada una de las etapas del razonamiento de Pablo, una cita de la Escritura -
palabra de Diosviene a confirmar, a sancionar o a acreditar el pensamiento de Pablo. El
recurso al AT es entonces sistemático.
3. FUNCIóN DE LAS CITAS DEL AT. Las observaciones que acabamos de hacer
plantean un problema capital: ¿qué función tienen en san Pablo las citas del AV. Parece
ser que la primera función que ejercen estas citas es la de establecer que la enseñanza
del AT y la de Pablo están perfectamente de acuerdo. Tanto si las citas forman una
amplificación verbal sobre un tema de Pablo, según vemos en Rom_15:9-12, como si
vienen a confirmar cada uno de los pasos de la reflexión de Pablo (Rom_9:6-18), la
función principal de estas citas veterotestamentarias sigue siendo la misma: quieren
dar al pensamiento de Pablo la autoridad de la palabra misma de Dios.
Un lector apresurado caerá entonces en la trampa: juzgará que Pablo no hace más que
desplegar la palabra de Dios consignada en las Sagradas Escrituras. Le parecerá que
rema un acuerdo perfecto entre Pablo y los autores sagrados de las Escrituras. De
hecho, las citas no constituyen el punto de partida del pensamiento de Pablo; tampoco
lo hacen progresar la mayor parte de las veces. Se contentan con expresarlo de diversas
maneras. Sobre todo no es ni mucho menos seguro -como veremosque Pablo respete el
sentido que tenían los textos citados en el AT.
a) ¿Dónde está el punto de partida? Antes de tratar este punto capital, tocaremos otra
cuestión que acabamos de suscitar: ¿Dónde se encuentra el punto de partida en este
movimiento de ida y vuelta que Pablo practica entre el AT y su propio pensamiento?
1180
¿Parte la reflexión de Pablo del AT o de la tradición cristiana? Creemos que el apóstol
reflexiona en primer lugar sobre el único evangelio de Cristo (Gál_1:7) y luego acude al
AT.
* Rom_15:12-13. A veces sucede que algún que otro versículo de Pablo es como
engendrado por un texto del AT que acaba de citarse. Por ejemplo, si Pablo habla en
Rom_15:13 del "Dios de la esperanza" -expresión que no utiliza en ningún otro lugar de
sus cartas-, y si desea en el mismo pasaje que "la fuerza del Espíritu Santo os colme de
esperanza", es sin duda porque la cita de Isa_11:10 que hace Pablo en el versículo
anterior (Rom_15:12) terminaba con estas palabras; "Brotará la raíz de Jesé... y las
naciones esperarán en él". La palabra esperanza utilizada por Isaías suscita el deseo de
Pablo, que hablará dos veces de la esperanza (elpis) (Rom_15:13).
Todo hace creer que en el momento de dictar sus cartas Pablo se dirige al AT con un
pensamiento personal ya bien claro en la cabeza, pensamiento que le ha inspirado la
tradición nacida del evangelio de Cristo. Le pide entonces al AT bien sea expresiones
claras y vivas de su propio pensamiento, bien sea escenas o sucesos que puedan ilustrar
su pensamiento.
Las ideas que Pablo expone primero en Rom_3:21-31 orientan la lectura que Pablo hace
luego de la historia de Abrahán. Por ejemplo, ¿por qué no habla Pablo de la justicia de
Abrahán más que a partir de Gén_15:6 : "A Abrahán la fe le fue contada como justicia"?
¿No tenía ya Abrahán un comportamiento de hombre justo cuando Dios le dijo en el
Génesis: "Sal de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre, y vete al país que yo te
indicaré" (Gén_12:1), y Abrahán "partió como le había dicho el Señor" (Gén_12:4a)?
Pablo deja de lado este episodio de Gén_12:1-5 porque desea -ala luz de la tradición
evangélica que inspira a Rom_3:21-31vincular la justicia con la fe. Pues bien, los
términos justicia y fe no aparecen en Gén_12:1-5, mientras que están estrechamente
unidos en Gén_15:6. Sólo este último texto del Génesis es el que citará Pablo, ya que es
el único que expresa claramente su pensamiento personal.
* Rom_4:19. Otra prueba de que los datos neotestamentarios son los que guían a Pablo
en su lectura de la historia de Abrahán es la manera de presentar al Dios de Abrahán
como "el Dios que da la vida a los muertos" (Rom_4:17), y luego los cuerpos de
Abrahán y de Sara como "estando ya sin vigor y como muertos" (Rom_4:19). De esta
manera un vocabulario sacado del misterio pascual, que habla de la muerte de un Dios
que hace resucitar, es el que se utiliza en Rom 4 para contar la historia de Abrahán. La
nueva lectura paulina de la experiencia de Abrahán no falsea los datos del AT, sino que
narra los hechos relacionándolos con la experiencia pascual de Cristo. En consecuencia,
Abrahán prefigura al discípulo de Cristo no sólo por su actitud de creyente (Rom_4:12),
sino también por el objeto mismo de su fe: "el Dios que da vida a los muertos"
1181
(Rom_4:17). El nacimiento de Isaac y la resurrección de Jesús recibirán igualmente
una perspectiva similar.
Así pues, Pablo aparece, al menos en la carta a los Romanos, como un discípulo de
Cristo que se alimenta ante todo de la tradición religiosa del evangelio. Bien arraigado
en la fe cristiana, busca luego sus anuncios, sus figuras, sus símbolos o sus expresiones
afortunadas en los escritos del AT.
4. LA ENSEÑANZA RECIBIDA DEL AT. En este punto de nuestra refle= xión se nos
presentan dos cuestiones capitales.. Si interrogamos a las citas del AT hechas en la
carta a los Romanos: 1) ¿cuáles son los elementos de la fe cristiana que la carta a los
Romanos encuentra en el AT?; 2) ¿respeta la carta a los Romanos el sentido original de
los textos veterotestamentarios que cita? Trataremos estas dos cuestiones al mismo
tiempo, para no repetir ideas.
1) Dios. * Un Dios sabio y omnisciente. Hay varias citas en la carta a los Romanos del
AT que nos hablan de Dios. Por ejemplo, Pablo encuentra en Isa_40:13 y Job_41:3
gritos de admiración por la sabiduría y la ciencia de Dios: `¿Quién conoció el
pensamiento del Señor?" (Rom 11 34-35).
Isa_45:23 anuncia el día en que las naciones paganas vendrán a aclamar a Yhwh como
el único "Dios justo y salvador" (Isa_45:21). Pablo apoya en este texto la afirmación de
que cada uno de los hombres será juzgado por Dios, de forma que hay que dejar para
Dios el juicio de todo hombre (Rom 14;11). También aquí Pablo modifica de alguna
manera el sentido del texto original: gracias a un nuevo contexto -el de la fe cristiana-,
el mismo texto pasa de las naciones a los individuos, y luego hace del Dios salvador
(Isa_45:21) el juez universal.
* Un Dios misericordioso. Aunque sea un juez severo, Dios sigue siendo misericordioso.
Que la salvación es el fruto de la misericordia de Dios -y no de nuestros.méritos
personales-, Pablo lo encuentra anunciado en los profetas, Oseas e Isaías. Dios llama a
Israel su pueblo, su amado (Rom_9:25-26; Ose_2:1.25) e hijo del Dios vivo
(Rom_9:26; Ose_1:10), aun cuando el pueblo permanezca sumido en el pecado (
Ose_2:4-15).
* Un Dios libre. Ya hemos visto -al estudiar Rom_3:21-31 y Rom 4, por ejemplo- que
Pablo procede muchas veces de la siguiente manera: expresa primero con sus propias
palabras sus convicciones, y luego cita textos del AT capaces de apoyar su pensamiento.
Asi, en Rom_9:11-12 el apóstol afirma que "el designio de Dios permanece conforme a
su elección, no por las obras, sino por el que llama". En otras palabras, la salvación no
es fruto de las obras realizadas por cada individuo, sino de una opción libre hecha por
Dios y acogida por el creyente. Esa es ciertamente la tesis personal de Pablo, expresada
en sus propias palabras (Efe_2:7-10).
En apoyo de sus ideas, Pablo recuerda la historia de Esaú y de Jacob: desde antes de su
nacimiento, Dios decide que el mayor de los dos hijos serviría al más jóven. Yhwh
rompía así con la situación habitual bien conocida de Israel (Deu_21:15-17;
Gén_43:33); manifestaba la libertad de sus opciones, o mejor aún, el amor gratuito que
las inspira (Rom_9:13/ Mal_1:2-3; cf Gén_4:4-5; Gén_25:23; lSam 16,22; 1Re_2:15).
Así pues, Dios concede su misericordia a quien quiere y endurece al que quiere, como
ilustra claramente la historia de Moisés y del faraón. Si Yhwh "hace pasar ante Moisés
toda su grandeza" y "proclama ante él el nombre de Yhwh, es porque lo quiere
(Éxo_33:19/ Rom_9:15). Del mismo modo, si Yhwh "deja sobrevivir" al faraón de las
plagas que devastan a Egipto (Éxo_9:16), es debido a un plan que Yhwh ha concebido
libremente. Son otros tantos episodios y figuras sacadas del AT, que vienen a apoyar las
ideas de Pablo sobre una salvación que es una gracia de Dios, más bien que un salario
ligado a las obras realizadas por el hombre (Rom_9:11-12).
Hemos creído interesante destacar en las citas que hace la carta a los Romanos cuáles
son los rasgos de Yhwh que Pablo había descubierto en el AT y que le habían
impresionado.
2) Cristo. Siempre según el testimonio de las citas del AT que esmaltan la carta a los
Romanos, Pablo utilizaba el AT para conocer y dar a conocer mejor a Cristo.
a) Así, Rom_10:18 cita el salmo 18,5 -en donde el salmista contempla la gloria de Dios
manifestada en todo el universo celestial- para proclamar que la palabra de Cristo
resonó "por toda la tierra". De hecho, la palabra de Cristo cumple lo que el salmista
confesaba de la gloria de Dios: ésta brilló en la palabra de Cristo. El texto sagrado que
1183
habla de la una puede igualmente hablar de la otra en diferentes etapas de la
revelación.
b) Del mismo modo, cuando Rom_10:13 proclama: "Todo el que invoque el nombre del
Señor se salvará", Pablo utiliza a propósito del Señor Jesús un texto de Joel que
hablaba del Señor Yhwh (Joe_2:32 hebreo; Joe_3:5, Setenta). Si Jesús vino a nosotros
como el "sí" de Dios que realiza las promesas hechas en la antigua alianza (2Co_1:20),
puede realizar en beneficio de todos los hombres las maravillas que Yhwh había
realizado en favor de solo Israel.
c) Cristo cumplirá. las profecías del AT. Isa_11:10 (Seteta), por ejemplo, anuncia que "la
raíz de Jesé se alzará como enseña de las naciones", que pondrán entonces en ella su
esperanza. Pablo cita este texto de Isaías para proclamar que Cristo, hecho por su
resurrección (anistamenos) Señor de todas las naciones (Rom_10:9), cumple la
esperanza que las naciones habían puesto en "la raíz de Jesé"(Rom_15:12). Entonces
Cristo cumple una gran profecía: ejerce en favor de las naciones paganas, más allá de
toda esperanza, la misericordia divina (Rom_15:8-9). La cita de Isa_11:10 viene a
confirmar este hecho en Rom_15:12.
d) Cuando Pablo relaciona los insultos recibidos por Cristo (Rom_15:3) con los que
sufrió el justo perseguido (Sal_68:10), revela una vez más que Cristo cumplió en sí
mismo una gran cantidad de figuras y de sucesos del AT.
e) A lo largo de todo su ministerio. Pablo constataba sin duda que el destino de Cristo
era conducir a la vida o a la muerte a los oyentes del evangelio, según lo aceptasen o
rechazasen: derramaba un olor de vida o dé muerte (2Co_2:16). Pablo ilustra este
hecho combinando los textos de Isa_8:4 y 28,16, que hablan de una piedra que hace
tropezar o que impide vacilar al creyente (Rom_9:33). Cristo realizaba esta figura a los
ojos de Pablo.
3) El destino de Israel. Varios de los textos que se citan del AT en Romanos anunciaban
la situación de Israel, que en tiempos de Pablo rechazó a Cristo. Una profecía del Trito-
Isaías veía a las naciones paganas acudir a Yhwh, mientras que un Israel "rebelde" se
apartaba de él (Isa_65:1-2). El Israel de la era cristiana cumplía a los ojos de Pablo esta
profecía (Rom_10:20-21).
Al contrario, el mismo profeta Isaías vislumbraba el día en que Yhwh vendría como
redentor para Sión, cuyos hijos, "convertidos de su pecado", establecerían con Yhwh
una alianza gracias al Espíritu que estaba entonces sobre el profeta (Isa_59:20-21).
Pablo lee este texto como el anuncio profético de una conversión en la que "todo Israel
se salvará", una vez que "todos los paganos hayan entrado (en la Iglesia)" (Rom_11:25-
26). Pablo descubría así en el AT la orientación que la historia tomaría algún día.
4) La vida moral. Las citas veterotestamentarias que leemos en la carta a los Romanos
dejan ver además cómo Pablo vislumbraba en el AT las líneas maestras de su enseñanza
moral.
Cuando quiere apoyar la ley fundamental de la moral cristiana: "El que ama al prójimo
ha cumplido la ley" (Rom_13:8), Pablo cita un texto del AT según el cual el decálogo "y
cualquier otro mandamiento" de la ley de Moisés se resumen en este precepto: "Amarás
a tu prójimo como a ti mismo" (Rom_13:9; Deu_5:17-21; Lev_19:18b).
Cuando incita a los cristianos a perdonar a sus enemigos (Rom_12:20), Pablo se apoya
una vez más en un pasaje de los Proverbios: "Si tu enemigo tiene hambre, dale de
comer; si tiene sed, dale de beber" (Pro_25:21).
1184
5) La salvación por la fe. a) Rom_1:17. Desde Rom_1:16-17-texto en el que se indican
los temas principales de la epístola-, Pablo sostiene que "la justicia de Dios se
manifiesta en el evangelio por la fe en continuo crecimiento" (Rom_1:17a). En apoyo de
esta idea central, Pablo cita a continuación al profeta Habacuc: "El_justo vivirá por la
fe" (Hab_2:4; Rom_1:17b). _
Lo mismo que el texto de Rom_1:17, el de Hab_2:4 resulta difícil de comprender.
Édouard Dhorme ve incluso en él "uno de los versículos más difíciles" (La Bible,
Bibliothéque de la Pleiade, París 1959,11,807). El profeta Habacuc habla del hombre
sincero o fiel, oponiéndolo al que "no tiene el alma recta"; además, teniendo en cuenta
cómo se cita habitualmente este texto en la tradición, relaciona el verbo "vivir" con el
complemento "sinceridad" o "fidelidad": "El justo vivirá por (su) fidelidad". Habacuc no
está preocupado, como Pablo, por definir la fe u oponer el régimen de la ley al de la fe
como fuente de justificación o de salvación. Habacuc habla simplemente del
comportamiento del hombre "justo": vivirá sirviendo a Yhwh con sinceridad o
fidelidad.
Hay sin duda un elemento común en las diversas interpretaciones que el profeta
Habacuc y el apóstol Pablo dan del mismo texto (Hab_2:4): los dos proclaman que el
servicio de Dios o la obediencia a Dios es la forma buena de vivir o la verdadera fuente
de vida. Pero una distancia considerable separa al pensamiento de Habacuc del de
Pablo: el profeta ve en la observancia de la ley el servicio que hay que rendir a Dios,
mientras que Pablo (Rom_1:17) lo ve en la fe más que en las obras, incluida la obra por
excelencia que era para el judaísmo la observancia de la ley. Así pues, una vez más la
carta a los Romanos utiliza un texto del AT (Hab_2:4) como un texto cuyas palabras
traducen adecuadamente una idea de Pablo. Pero una vez situado el texto en el contexto
original de Habacuc, posee un sentido bastante diferente del que Pablo ve en él. Según
Habacuc, la observancia de la ley -inspirada sin duda en la fidelidad a Dios--le da al
justo la vida; en el pensamiento de Pablo, es la vida de fe -o sea, la oposición a la
observancia de la ley, en el pensamiento paulino- lo que será fuente de vida para el
justo. Una vez más Pablo ajusta a su pensamiento personal una cita del AT.
b) Rom_10:5-10. El tema fundamental del pensamiento paulino que acabamos de
estudiar en Rom_1:17 aparece también en el corazón, de la carta a los Romanos: la
justicia -y luego la salvación- se le dan a todo el que cree (Rom_10:4b.9).
En una primera etapa, Pablo desea establecer que la observancia de la ley mosaica no
podía conducir a la salvación. Para ello, el apóstol cita el Levítico: "El hombre que
practica (la Ley), por ella vivirá" (Rom_10:5/ Lev_18:5). Pero en el espíritu de Pablo, el
mismo Moisés condenaba así la ley como camino de vida o de salvación, ya que "la ley
no da más que el conocimiento del pecado" (Rom_3:20), pero no la fuerza para
vencerlo. El hombre no podía cumplir íntegramente la ley.
Pero la cita de Deu_30:14 que Pablo utiliza sirve en el AT para mostrar cómo la ley de
Moisés hace fácil la salvación. De hecho, en el contexto religioso en que vivía Israel en
tiempos de Moisés, la ley mosaica revelaba finalmente, los deseos de Dios; le daba al
pueblo de Yhwh una sabiduría y una inteligencia excepcional que hacía accesible la
salvación (Deu_4:6). En adelante, Israel sabrá claramente lo que quiere el Dios al que
sirve. Pero la proclamación del evangelio y sobre todo el don del Espíritu iban a
cambiar la situación: Cristo será "el fin de la ley" (Rom_10:4). La ley se convertirá
entonces en un obstáculo para la salvación (Rom_9:23-33); se convertirá en una
"piedra de tropiezo".
Se constata que en Rom_10:5.8-9 Pablo retuerce contra la ley, dos textos (Lev_18:5;
Deu_30:14) que tenían por fin, en la mente de Moisés, glorificar el régimen de la ley
como un camino de salvación fácil de recorrer.
Nos parece interesante señalar de antemano el pasaje de Rom_2:24, que aclara muy
bien las cosas en este punto.
De este modo, unos contextos diferentes rodean en Isaías y en Pablo al mismo texto y le
dan sentidos muy diversos. Pero esto no parece preocuparle a Pablo. Parece ser que le
basta con que las palabras de la cita, tomadas en sí mismas, sin tener en cuenta el
contexto original, expresen su pensamiento.
1) Primero hemos, Visto qué las citas en cuestión estaban sacadas en su mayor parte de
cuatro libros -del AT (Is, Sal, Gén, Dt).
2) Se ha visto sobre todo que las citas sacadas del AT no tenían la función principal de
esbozar la reflexión de Pablo; entraban más bien en una síntesis personal de Pablo ya
establecida, para ofrecer oportunamente nuevas formulaciones al pensamiento del
apóstol.
1186
3) Estas citas venían a cubrir con el prestigio de la palabra de Dios la reflexión de Pablo,
que tenía sumo interés en que su enseñanza, a pesar de parecer muy innovadora,
siguiera estando de acuerdo con las Escrituras tradicionales de Israel.
4) Hemos señalado los principales temas que las citas del AT apoyaban en Romanos: la
persona y las funciones de Dios y de Cristo, el destino de Israel, la vida moral y,
finalmente, el tema central de la epístola, la salvación obtenida por la fe.
5) Hemos visto a Pablo como un autor que cita bastante fielmente la letra del AT leído
en los Setenta. Es verdad que con frecuencia hace sufrir al texto sagrado ciertos
cambios estilísticos de menor importancia. A veces también aligera el pasaje citado, con
el fin de llamar la atención del lector sobre ciertos elementos concretos de su propia
reflexión.
6) Sobre todo, hemos llamado la atención dei lector sobre este punto capital: Pablo
reinterpreta con una extraña libertad los textos del AT que cita. Los interpreta sin tener
en cuenta, al parecer, el contexto veterotestamentario de donde saca un texto para
trasplantarlo a su propia carta. Resulta extraña esta manera de proceder.
Recordemos que C.H. Dodd sostenía en su obra tan interesante, titulada According to
the Scriptures. The Substructure of New Testament Theology (Londres 1952), que los
evangelistas y los otros maestros espirituales de la Iglesia primitiva remitían a un
conjunto cuando citaban una expresión o un versículo sacado del AT: "Las citas de los
versículos o frases pertenecientes a estas perícopas del AT. no se las debe estudiar
aisladamente, sino dentro de todo el contexto" (o.c., 126). Esta tesis de Dodd parece
inaplicable a la epístola a los Romanos. Porque Pablo no se refiere en ella a unos
conjuntos ni al contexto inmediato de los textos citados. Cita simplemente unos
versículos o unas partes de los versículos del AT que traducen bien sus ideas
personales. Las citas se reinterpretan en función de las ideas que el apóstol acaba de
expresar con sus propias palabras; no remiten a un contexto veterotestamentario que
Pablo respetaría y que vendría a explicar su propio pensamiento. La cita hecha por
Pablo vale en sí misma y por sí misma; las palabras de la cita, tomadas en sí mismas,
tiene ante todo el mérito de expresar debidamente las ideas de Pablo. El contexto del
AT queda como olvidado; un nuevo contexto -el de la tradición cristiana en vías de
elaboración- da con frecuencia un nuevo sentido al pasaje sacado del AT. Esta manera
de utilizar Pablo el AT resulta sin duda muy interesante para aclarar la forma con que
los ambientes judíos de su época -especialmente el ambiente fariseo- se servía de las
Escrituras.
BIBL.: ELLIs E.E., Paul's Use of the Old Testament, Edimburgo 1957; LINDARS B.,
New Testament Apologetic. The Doctrinal Significance of Old Testament Quotations,
Londres 1961; KocH D.A., Die Schrift als Zeuge des Evangehums. Untersuchungen zur
Verwendung und zum Verstündnis der Schrift be¡ Paulus, Tubinga 1986.
P.-É. Langevin
1187
TESTIMONIO
SUMARIO:
I. FORMA DE REVELACION:
1. El testimonio en contexto profano;
2. El testimonio como vía de acceso al misterio de las personas;
3. El testimonio en contexto bíblico;
4. El testimonio apostólico;
5. El tema del testimonio en san Juan;
6. Del testimonio-revelación al testimonio-motivo de ctedibilidad.
II. MOTIVO DE CREDIBILIDAD:
1. El testimonio en el Vaticano II;
2. El testimonio en la exhortación "Christi fideles laici";
3. Fecundidad del testimonio personal;
4. El testimonio comunitario;
5. Necesidad del testimonio;
6. Dinamismo del testimonio;
7. Especificidad del testimonio contemporáneo
8. La eucaristía, tiempo fuerte del testimonio
R. Latourelle
I. Forma de revelación
Desde hace cosa de un siglo la categoría de testimonio ha ido entrando
progresivamente en el vocabulario eclesial. El término aparece discretamente en el
/Vaticano I para designar a la Iglesia en cuanto que constituye, por sí misma y con toda
su presencia en el mundo, "un motivo grande y perpetuo de credibilidad y un
testimonio irrefutable de su mi sión divina" (l Iglesia). Con el t Vaticano II se produjo
una irrupción masiva de la terminología del testimonio. El tema es omnipresente. Los
vocablos de testimonio, atestiguar, testigo, aparecen más de cien veces, y se aplican
tanto a la Iglesia entera como a cada grupo de cristianos. En el sínodo de 1974 volvió a
aparecer este tema con una nueva instancia, esta vez en el contexto de la l
evangelización. En fin, la categoría de testimonio está en el corazón de la teología
fundamental de nuestros días.
En un grado más débil, atestiguar significa referir lo que uno ha visto y oído. El testigo
es aquel que puede informar sobre unos sucesos en los que ha participado, sobre unas
personas o unos hechos que ha conocido; entonces es capaz de dar cuenta verbalmente
de lo que sabe, por haberlo visto y oído. El testimonio se basa, por tanto, en una
experiencia ocular o auricular. El contexto más frecuente de este tipo de testimonio es
el de un proceso. Ya en este primer nivel, la fe en el testimonio exige cierto
rebajamiento de la razón y cierta confianza, ya que la palabra del testigo se convierte
para el que no ha visto ni oído en sustitutivo de la propia experiencia.
Llegamos así al segundo nivel del testimonio, aquel en que el testigo se compromete
por entero en su palabra. Así, en un testimonio en el que está en juego la vida de
alguien, el testigo no solamente expresa su convicción íntima sobre la inocencia o la
culpabilidad del acusado, sino que se compromete por entero en su deposición. Su
palabra es autoimplicativa. Dice en términos equivalentes: "Yo declaro a esta persona
inocente: negar esta inocencia sería negarme a mí mismo". Aquí coinciden el ser y el
decir.
Sucede a veces -y es éste el tercer nivel del testimonio- que el testigo sella su adhesión a
la causa que defiende mediante una profesión pública de su convicción interior, que
puede llegar hasta el sacrificio de su vida. Esta confesión se hace ordinariamente en un
contexto de hostilidad, de odio, por parte de los que no comparten la misma causa.
Cuando el testigo muere así para apoyar su testimonio, se convierte en martyr (l
Martirio), es decir, en testigo. Este compromiso hasta el peligro de muerte repercute en
el testimoniopalabra, que entonces no es ya una simple narración de algo visto u oído,
sino acción y muerte trágica. Se llega entonces insensiblemente a llamar testimonio a la
acción misma de arriesgar la vida; en cuanto que esa entrega es la prueba viviente de la
convicción interior y de la consagración del testigo a la causa que defiende. En este
momento, en el nivel semántico, hay un paso del testimonio-palabra al testimonio-
acción. Y es el testimonioacción el que da sentida y valor al testimonio-palabra. El
punto fijo a cuyo alrededor gira el cambio de sentido es el compromiso del testigo en su
testimonio. Coincidimos así con el contexto bíblico, en donde el testimonio de Cristo, él
testigo por excelencia, es aquí en el que se identifican el decir y el obrar, en la
transparencia de su ser.
En efecto, cuando dejamos el mundo de las cosas materiales para acceder al nivel de las
personas, dejamos el mundo de la evidencia para entrar en el del testimonio. En este
nivel pierde ya su valor el ideal científico, que no reina, por otra parte, más que sobre
uno de los focos de la reflexión humana.
En el caso extremo en que el hombre compromete su vida entera por la palabra del
testigo, manifiesta una confianza, una fe total, que es amor profundo al testigo. En este
caso, la fe en Cristo es donación total de la persona a Cristo, decisión que compromete
1190
la existencia entera personal y toda la existencia humana. El hombre entero se entrega
al testimonio absoluto.
De esta forma se conserva en sus principales aspectos el sentido profano del testimonio.
Sin embargo, el AT aporta una novedad: la autoridad del testigo no viene de él, sino de
su vocación privilegiada y de su envío. En la misión del testigo-profeta se distinguen
1191
como dos polos de actividad, que- a veces se suceden, pero ordinariamente se recubren:
la actividad de la proclamación y la del compromiso de vida.
Por otra parte, como los apóstoles vivieron en la intimidad de Cristo; son los testigos
oculares y auriculares de toda su carrera, desde el bautismo hasta la resurrección
(Heb_4:20). "Nosotros somos testigos -dice Pedrode todo lo que hizo en el país de los
judíos (Galilea) y en Jerusalén" (Heb_10:39). Pero son ante todo testigos de la
resurrección, porque ésta es el hecho esencial que autoriza todo lo que precede y todo lo
que sigue. Ese Jesús a quien los judíos han crucificado, ha resucitado (Heb_5:31) y se
1192
les ha aparecido (Heb_10:40). "Nosotros somos testigos de estas cosas" (Heb_5:32): es
la expresión que se repite en la primera parte de los Hechos-como si se tratara de un
leitmotiv.
Heb_10:37-43 reúne en un mismo texto estos dos elementos esenciales del testimonio
apostólico. Pedro recuerda en primer lugar los sucesos de la vida terrena de Jesús: su
ministerio, sus milagros, su crucifixión, su muerte, su resurrección, sus apariciones:
"Vosotros conocéis lo que ha pasado en Judea, comenzando por Galilea, después del
bautismo que predicó Juan: cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y llenó de poder a
Jesús de Nazaret, el cual pasó haciendo.el bien y curando a los oprimidos por el
demonio, porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en el
país de los judíos y en Jerusalén. Ellos lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios
lo resucitó al tercer día y le concedió que se manifestase no a todo el pueblo, sino a los
testigos elegidos de antemano por Dios, a nosotros, que hemos comido y bebido con él
después de su resurrección de entre los muertos" (Heb_10:37-41).
Después de este testimonio sobre la actividad terrena de Jesús, el texto enlaza con un
testimonio que recae esta vez sobre la dimensión interior y sobrenatural de esta
realidad histórica: "Y (Jesús de Nazaret) nos encargó predicar al pueblo y proclamar
que Dios lo ha constituido juez de vivos y de muertos. Todos los profetas testifican que
el que crea en él recibirá, por su nombre, el perdón de los pecados" (Heb_10:42-43). El
vocabulario de esta segunda parte sigue siendo el del testimonio, pero la realidad
atestiguada escapa a la observación empírica; pertenece, sin embargo, al mismo objeto,
ya que expresa el sentido profundo, el ser íntimo de lo que percibieron, sus ojos y sus
oídos. Ese Jesús de Nazaret, a quien los apóstoles y el pueblo judío vieron y escucharon,
es identificado ahora como el juez de vivos y de muertos. Su muerte no es una muerte
banal, como las demás: nos salva del pecado, lleva a cabo nuestra salvación.
En el testimonio apostólico que describen los Hechos se da una unión indisoluble entre
el acontecimiento histórico (dimensión horizontal) y su alcance religioso y salvífico
(dimensión vertical). Lo mismo ocurre con el kerigma de Pablo. Para él, Jesús
perseguido, crucificado, muerto, resucitado y glorificado es el Cristo. Así, lejos de negar
o de reducir la realidad histórica, el testimonio apostólico la reafirma y la confirma,
para descubrir su dimensión interior, que escapa de todas las miradas. No confiere
historicidad a un acontecimiento no sucedido, sino que describe el alcance trascendente
de lo que ha ocurrido. Sin Jesús (sus obras y sus palabras), el testimonio se queda sin
soporte: se viene abajo.
En la perspectiva de Juan, el testimonio de Cristo, más aún que el de los profetas, tiene
un carácter público y jurídico. Su testimonio se presenta como una deposición pública
en el vasto proceso que opone al reino de Dios y al reino de Satanás, a Cristo y al
mundo. En favor de Cristo está el testimonio de Juan Bautista, el de la Escritura, el del
apóstol, el del Espíritu Santo. Pero la palabra de Cristo choca con la contestación y el
odio. Enfrentados con Cristo, los judíos, que representan al conjunto del mundo hostil
a la verdad, rechazan su testimonio y se juzgan a sí mismos. De esta manera el
testimonio de Cristo lleva a cabo el discernimiento entre los hombres. Así Cristo llevó
su testimonio hasta el límite: fue el testigo fiel y verdadero (Apo_13:8).
Cristo es, por tanto; el testigo absoluto, el que lleva en sí mismo la garantía de su
testimonio. El hombre, sin embargo, no sería capaz de acoger por la fe este testimonio
del absoluto, manifestado en la carne y el lenguaje de Jesús, sin una atracción interior
(Jua_6:44), que es un don del Padre y.un testimonio del Espíritu (Un 5,9-10). En este
momento, el testimonio se interioriza casi por completo, ya que se dice que el que cree
en Cristo tiene dentro de sí el testimonio de Dios. El testimonio que el creyente posee
en sí mismo es el testimonio que el Espíritu da del Hijo. Si el testimonio se interioriza,
es siempre en relación con la palabra de Cristo, que exterioriza la intimidad de su
diálogo con el Padre. Y Juan, del mismo modo, anuncia lo que él ha visto y oído del
.Verbo de vida, para que por la fe en su testimonio los hombres entren en comunión de
vida con el Padre y con su Hijo: El testimonio-confesión no rompe jamás sus vínculos
con el testimonionarración.
BIBL.: BAeeoTId E., Le témoignage spirituel, París 1964; BRETON S., Philosophie du
témoignage, en E. CASTELLI (e d.), La testimonianza, Roma 1972 38-84; Bitois N.,
Zeuge und Mdrtyrer,Munich 1961; GeFFRé G., Le témoignage comme expérience de
langage, en E. CASTELLI (ed.), o.c., 291-294;, LATOURELLE R. Le témoignage
chrétien, Tournai-Montreal 1971; In, Teología de la revelación, Salamanca 1989'x, 53-
62. 77-86; ID, Evangélisation el témoignage, en Evangelisation (Documenta
missionalia 9), Roma 1975, 77-110; In, A Jesús el Cristo por los evangelios, Salamanca
1982, 175-182; LE CHEVALIER C., La confidente de la personne,París 1960; MENOUD
P.H., Jésus el se rémoras, en "Sglise et théologie" (junio. 1969) 1-14; NEDONCELLE M.,
Communieqtion el interprétation du témoignage, en E. CASTELLl (ed.), o. c., 280-290;
TILLIETTE x., Valeur el limite d'une philosophie du témoignage, en E. t'ASTELLI (ed.),
o.c., 89-92; TxÉrANIEa B.,: L' idée de rémora dans les écrits johanniqtres, en *Revtte
de 1'Université d'Ottawa" 15 (1945)27-63.
R. Latourelle
II. Motivo de credibilidad
La noción de compromiso, inherente a la de testimonio, establece uña continuidad
entre los dos áspectos del testimonio: uno activo, cuando designa la revelación o la
confidencia de Dios al hambre; e1 otro pasivo . cuándo designa la atracción ejercida por
fina existencia plenamente de ácuérdo con el evangelio. Cuando el evangeliowivido y él
evangelio predicado se responden perfectamente, la existencia vivida se convierte en
motivo de t credibilidad, en signo (l Semiología, I) de la verdad del evangelio.
Este tipo de acción -silenciosa y eficáz, con el término que lo cualifica, es decir, el de
"testimonio", se fue imponiendo poco a poco. en el período preconciliar gracias a los
movimientos de acción católica (JEC, JOC, JAC), que enseñaban que la influencia de
1195
los laicos en la sociedad tiene que ejercerse no por los caminos de la dominación, sino
los de la presencia y animación. En un mundo secularizado, la Iglesia tiene que ser una
comunidad de miembros vivos, activos; responsables, que lleven el evangelio y-
el'espíritu del evangelio al seno de sus ocupaciones familiares, profesionales, sociales.
El testimonio actúa por infusión' dé séfltido e irradiación dé vida. La categoría del
testimonio ha conocido ,tanta popularidad qué ha llegado á suplantar a la expresión
corriente dé "santidad". Efectivamente, después del ¿oncilio, se habla con gusto de
testimonio de vida para designar la santidad de vida, en cuanto que es fuerza de
atracción para los que viven fuera de la Iglesia. Esta preferencia dada a la categoría de
testimonio se manifiesta claramente en los documentos conciliares, así como en la
reciente exhortación possinodal de Juan Pablo II, Christifideles laici, del 30 de diciem.
bre de 1988.
Este testimonio tiene que revestir una forma individual y comunitaria al mismo tiempo.
Es todo el pueblo de Dios el que ha de difundir su testimonio vivo mediante una vida
teologal fervorosa. Pero "como el pueblo de Dios vive en comunidades, sobre todo
diocesanas y parroquiales..., a ellas corresponde también el dar testimonio de Cristo
delante de las gentes" (AG 37). Estas afirmaciones generales se recogen y se aplican a
continuación a cada grupo de cristianos. Los obispos y pastores tienen que presentar
una imagen de la Iglesia que permita a los hombres juzgar de la fuerza y de la verdad
del mensaje cristiano; "con su vida y con sus palabras, ayudados por los religiosos y por
sus fieles, demuestran que la Iglesia, aun por su sola presencia, portadora de todos sus
dones, es fuente inagotable de las virtudes de que tan necesitado anda el mundo de
hoy" (GS 43): Los sacerdotes "deben ofrecer a todos un testimonio vivo de Dios" (LG
41); "con su conducta de cada día y con su solicitud deben mostrar a los fieles e infieles,
a los católicos y no católicos, la imagen del verdadero ministerio sacerdotal y pastoral, y
están obligados a dar a todos el testimonio de verdad y de vida" (LG 28). A propósito de
los religiosos, el concilio declara: "Los religiosos todos, por la integridad de la fe, por la
caridad para con Dios y el prójimo, por el amor a la cruz y la esperanza de la gloria
venidera, han de difundir por todo el mundo la buena nueva de Cristo, a fin de que su
testimonio aparezca a los ojos de todos y sea glorificado nuestro Padre, qué está en los
cielos" (PC 25). Los laicos están invitados a dar este mismo testimonio de una vida
santa; cada uno de ellos "debe ser ante el mundo el testigo de la resurrección y de la
vida del Señor Jesús y signo del Dios vivo," (LG 38). En las escuelas públicas, los
profesores "han de dar testimonio por su vida tanto como por su enseñanza del maestro
único, Jesucristo`(GE 8). En tierras de misión sobre todo es donde la vida de unidad y
de caridad de los cristianos se convierte en un signo particularmente urgente, ya que en
ellos se concentra entonces toda la Iglesia como presencia y manifestación de Cristo. El
primero de todos, el misionero, "con una vida verdaderamente evangélica, con una gran
1196
paciencia, con su longanimidad, su mansedumbre, su caridad sincera (2Co_6:4ss),
tiene que dar testimonio de su Señor, incluso, si es necesario, con su derramamiento de
sangre" (AG 24). En este papel de testigos, los laicos son solidarios del misionero, "ya
que todos los cristianos, dondequiera que vivan, están obligados a manifestar por el
ejemplo de su vida y el testimonio de su palabra al hombre nuevo de que han sido
revestidos por el bautismo y la fuerza del Espíritu Santo" (AG 11). Este tema general del
testimonio recibe con frecuencia determinaciones que precisan su objeto y su
orientación. Las más frecuentes son la caridad, la humildad, el servicio, la unidad, la
pobreza.
Este signo de la llegada de la salvación a través del testimonio parece que es el que más
seduce al hombre contemporáneo. A un hombre celoso de sus derechos, de su
autonomía, el testimonio se presenta bajo los rasgos de la discreción: actúa por
atracción, sin violentar. A un hombre que lo mide todo por el parámetro de la eficacia,
el testimonio propone actos, hechos: la condición humana puede cambiarse, puesto que
de hecho ya ha cambiado. A un hombre técnicamente desarrollado, pero
subdesarrollado en el plan moral y de una fragilidad psicológica desconcertante, el
testigo se presenta como un ser sano, "feliz en su pellejo", irradiando gozo y paz a pesar
del sufrimiento y de la muerte. Este encuentro puede suscitar el deseo de. participar de
esa plenitud de vida. Añadamos que, en una sociedad pluralista y secularizada, el
testimonio-compromiso es más urgente que antaño, Por su estilo de vida más que por
sus discursos, el cristiano atestigua la presencia de la salvación en el mundo. Por su
manera distinta de vivir las situaciones comunes, puede llevar a los que le rodean a
interrogarse por el espíritu que lo inspira.
1197
"Unidos a Cristo, el gran profeta (Luc_7:16), y constituidos en el Espíritu testigos de
Cristo resucitado, los fieles laicos... están llamados a hacer brillar la novedad y la fuerza
del evangelio en su vida cotidiana, familiar y social" (CL 14). Inmersos en el mundo que
es su ambiente habitual de trabajo, es en el mundo donde manifiestan a Cristo por "el
testimonio de su vida de fe, de esperanza y de caridad" (CL 15; LG 31). Están invitados a
dar este testimonio hasta las cimas de la santidad, ya que "el santo es el testigo más
esplendoroso de la dignidad conferida al discípulo de Cristo" (CL 16). Incluso puede
afirmarse que la renovación esperada del concilio dependerá en gran parte de la
influencia creciente de los laicos en la Iglesia y de la calidad de su testimonio. El papel
de los laicos es especialmente importante en los países del primer mundo, que tienen
una necesidad urgente de una segunda evangelización. "A ellos en particular
corresponde atestiguar que la fe constituye la única respuesta que... todos entrevén y
que todos piden ante los problemas y esperanzas que la vida suscita en cada individuo y
en cada sociedad" (CL 34). La exhortación apostólica subraya que "la síntesis vital que
los fieles laicos sabrán realizar entre el evangelio y los deberes cotidianos de la vida será
el testimonio más hermoso y más convincente para mostrar que no es el miedo, sino la
búsqueda de Cristo y la adhesión a su persona lo que constituye el factor determinante
para que el hombre viva y crezca" (CL 34).
Algunos ejemplos bastarán para ilustrar esta fuerza de atracción del testimonio.
Primero, entre los convertidos. Casi siempre la l conversión encuentra su ocasión, su
provocación, su impulso o su aceleración en un choque inicial. Pues bien, este primer
choque, según dicen los mismos convertidos, se produce ordinariamente por el
encuentro con una vida profundamente comprometida, en el espíritu del radicalismo
evangélico. Es lo que pasó con Charles de Foucauld, Gabriel Marcel, G.K. Chesterton,
Raisa y Jacques Maritain, Ernest Psichari, Henri Ghéon, Thomas Merton, Edith Stein,
Karl Stern. G. Marcel declara: "Los encuentros han jugado un papel capital en mi vida.
Me he encontrado con seres en los que sentía la realidad de Cristo tan viva que no me
era lícito dudar de ella". Y Daniel-Rops: "No hay nada tan decisivo como ver con los
propios ojos lo que es un cristianismo vivo y encarnado". A veces el encuentro con
Cristo se hace "en directo", en una experiencia mística, como en el caso de A. Frossard.
Pero la mayor parte de las veces lo decisivo es el encuentro y la confrontación con una
vida arraigada en Cristo. En este tipo de encuentro la salvación se hace transparente.
No se deduce la salvación; se la palpa en ejercicio.
En efecto,, no son discursos lo que hemos de presentar a unos hombres que gritan por
su desgracia, sino el precio de una vida personalmente dada, consagrada a nuestros
semejantes. No se explica de otro modo la fuerza de atracción de unos hombres y
mujeres como el P. Kolbe, muerto en Auschwitz en 1941 por haber sacrificado su vida
sustituyendo voluntariamente a un padre de familia, condenado a morir de hambre; o
1198
como el arzobispo Oscar Romero, del Salvador, muerto en 1980, asesinado mientras
celebraba misa, mártir de su defensa de los pobres, de los sin voz, y de su protesta
contra las expulsiones, las persecuciones, las torturas. ¿Y cómo explicar la irradiación
del humilde hermano Andrés, que atrae hacia el oratorio dedicado a san José, de
Montreal a caravanas humanas venidas de las dos Américas y hasta de Europa? ¿Y el
fenómeno más desconcertante todavía de Teresa del Niño Jesús, la joven carmelita
encerrada en su claustro, proclamada patrona de las misiones?
Pero no vayamos tan lejos: pensemos en la madre Teresa. Los musulmanes, los
budistas, los creyentes, los indiferentes, los ateos, se inclinan ante este foco de amor
que ella enciende a su paso. Por ella todos se sienten interrogados, cuestionados,
llamados a una revisión de sus valores y hasta a una conversión total. En ella Cristo vive
y pasa haciendo el bien. Dirigiéndose a los países del primer mundo, ella declara: "La
mayor enfermedad actual no es ni la lepra ni la tuberculosis, sino el sentimiento de ser
indeseable y estar abandonado de todos; el mayor pecado es la falta de amor y de
caridad, la terrible indiferencia por ese prójimo que, a la orilla del camino, es presa de
la explotación, de la corrupción, de la indigencia y de la enfermedad... Entre vosotros,
los países. ricos, hay una pobreza de amor, de soledad, de inmortalidad; es la
enfermedad peor del mundo". La madre Teresa quiere llevar al mundo occidental a
salir de las aguas glaciales del egoísmo y del cálculo. Ella no es socióloga, ni
economista, ni política. No hace propaganda. Para ella el amor prima sobre la
"eficacia": poco importan los resultados inmediatos. Ella es el amor que irradia,
ilumina, calienta, que da sin esperar nada a cambio. Vislumbramos en ella una
densidad de amor que se abre a una luz capaz de desgarrar las tinieblas más opacas.
Como en tiempos de Cristo, ella es el amor presente entre nosotros. Quiere que la
última mirada del más desventurado de los, moribundos-sea el encuentro con otra
mirada que lo cubra de amor. Está convencida de ello: el mundo de hoy tiene mucha
más necesidad de corazones cargados de amor que de barcos cargados de trigo. La
madre Teresa nos habla de amor con gestos de amor. Su vida no es una demostración,
sino una muestra del amor que la llena y la hace vivir. Y por ese mismo hecho
"demuestra" que es posible vivir en el mundo si el amor logra penetrar en él.
El testimonio dado por los miembros santos de una comunidad constituye una
comunidad santa, que irradia en todos los que se le acercan el espíritu de Cristo. El que
entra en contacto con ese ambiente tiene la impresión de respirar un aire más vivo, más
tonificante. Al contrario, el pecado establece entre los miembros de una comunidad
dividida unas relaciones interpersonales pecaminosas. El lenguaje popular, por otra
parte, no se engaña: presenta un cuerpo y un rostro de pecado. No es posible callar o
reducir la importancia de este aspecto del testimonio, sobre todo a nivel eclesial.
1199
Porque, en definitiva, es la imagen que presenta al mundo la Iglesia lo que hace de ella
un signo expresivo y contagioso o un signo negativo de la salvación que predica. El
Vaticano II ha subrayado ante la conciencia cristiana la responsabilidad de los
miembros de la Iglesia en la formación de la imagen que da al mundo. El signo del
evangelio puede verse oscurecido y hasta anulado por el antitestimonio de un
cristianismo escandaloso. En el decreto sobre la actividad misionera, el concilio
declara: "La división de los cristianos perjudica a la causa sacratísima de la predicación
del evangelio a toda criatura y, para muchos, les cierra el acceso a la fe" (AG 6). Y en el
decreto sobre el ecumenismo, el concilio declara que la división de los cristianos "es
para el mundo un objeto de escándalo y un obstáculo para la más noble de las causas: la
predicación del evangelio a toda criatura" (UR 1). Cuando la Iglesia no ofrece el
testimonio de la unidad y de la caridad, sino el de la división y el odio, las facciones, los
clanes, los exclusivismos, no solamente no atrae ya a los hombres, sino que los aparta
de ella y, por tanto, de Cristo, ya que por la Iglesia conocemos a Cristo y también por
ella medimos la eficacia real del evangelio.
Simples sondeos, estos ejemplos son, sin embargo, significativos. Manifiestan que el
testimonio-compromiso de una vida consagrada a Cristo es el gran motivo de
credibilidad de la revelación. No se deduce de la existencia de la salvación: se la ve y se
la palpa, viva, de pie, ante nosotros.
La santidad actúa primero como un valor: por atracción y seducción de un bien. Revela
al que la encuentra una calidad de vida que el hombre ni siquiera habría sospechado sin
ella, y de la que secretamente desea participar. Le muestra al hombre, en una vida
semejante a la suya, un ideal cuyo atractivo no está nunca totalmente ausente en el
fondo de su corazón. No explica el valor del cristianismo por una demostración o un
panegírico; lo muestra presente y operante en una existencia que ha transformado.
"¿Por qué los santos --dice también Bergson- tienen imitadores?... No piden nada, pero
lo obtienen todo. No tienen necesidad de exhortar; no tienen más que existir: su
existencia es una llamada" (ib, 29-30).
Si es verdad que los valores más altos son los que dejan más juego a la libertad (ya que
la exigencia del valor está en razón inversa de su elevación), su fuerza de atracción está
en razón directa de su altura. En este sentido, el espectáculo de una vida cristiana
auténtica suscita entre los que no se cierraxl a ello un deseo de participar de este
esplendor. La santidad es una llamada, no una presión; se ofrece al hombre como una,
promesa de plenitud y de superaclon a la que se aspira. Pocos hombres responderán
efectivamente a esta llamada tan discreta, porque se trata de una llamada a un nuevo
estilo de vida adquirido a costa de grandes sacrificios. Poco importa: sin ruido, casi sin
respirar, el testimonio de una vida despierta la atención, suscita la simpatía e inicia, sin
forzarlo, el movimiento por el que quizá las personas sacudan su inercia y se pongan en
marcha hacia Dios. En adelante queda planteada una cuestión. El que ha encontrado la
santidad, "¿va a dar la preferencia a la vida según el amor de la que acaba de recibir una
revelación por medio de otro, experimentando su atractivo y como su tentación, o bien
va a preferir la vida según el egoísmo? Esta opción es plenamente libre... Pero el
hombre se ve sacudido de su indiferencia para verse colocado ante una decisión que no
puede soslayar" (Y. de Montcheuil).
A los ojos más atentos, la santidad descubre una armonía entre el evangelio y la vida.
La santidad da cuerpo al evangelio y lo hace pasar al orden de la existencia. El evangelio
dice que Cristo es el Hijo de Dios que ha venido al mundo a hacer de nosotros hijos del
Padre, llamados a llevar una vida de hijos y a compartir la gloria de Cristo. Pues bien,
he aquí que en el santo aparece ese hombre nuevo anunciado por el evangelio, todo
impregnado de caridad, viviendo y actuando bajo la fuerza del Espíritu. El santo deja
ver, por transparencia, la salvación anunciada y operada por Cristo. En él el evangelio y
la vida se hacen eco y llegan a coincidir. El santo muestra, y por eso mismo demuestra,
la aptitud del evangelio para transformar la existencia humana. Esta consonancia entre
el evangelio anunciado y el evangelio vivido es un signo de la verdad del evangelio. El
santo atestigua.con su presencia en el mundo que la salvación se ha cumplido de
verdad, puesto que el hombre nuevo, vivificado por el espíritu de amor, está
verdaderamente entre nosotros.
Añadamos además que esta superación no es una superación vertical y simple, como
puede ser el heroísmo del mártir, sino una superación multiforme yparadójica. La vida
del santo reproduce como en miniatura las paradojas de la vida de Cristo. Presente al
mundo y a todas sus miserias, el santo da, sin embargo, la impresión de venir de islas
extrañas y de traer unos productos exóticos. Totalmente de Dios, es también todo
cariño con los hombres. Abismo de humildad y de sencillez, es muchas veces intrépido
y fogoso para hablar de Dios y reivindicar sus derechos. Coloso de pureza y de
penitencia, tiene, sin embargo, el convencimiento de ser el más grande pecador. Une la
obediencia más filial a la iniciativa más exuberante y creadora.
a) El hombre contemporáneo es más sensible que en otros tiempos al respeto, por parte
del cristiano, de los valores humanos reconocidos en el mundo secular. Por ejemplo: la
competencia profesional, la eficacia del trabajo, la preocupación y el respeto por la
:verdad, la probidad y la humildad en la investigación científica, la franqueza y la
sinceridad en las relaciones humanas, el respeto a la palabra dada, el respeto a la
libertad de conciencia, el respeto al bien de los demás, el sentido de servicio público...
El hombre contemporáneo siente respeto por la persona. comprometida en su tarea y la
cumple con fidelidad de conciencia. Se inclina ante el que sabe participar de los gozos,
pero también de los sufrimientos, de las angustias de los hombres de su ambiente; ante
el que se esfuerza por mejorar las instituciones sociales de su país. Al contrario, si el
cristiano no manifiesta respeto o se muestra desdeñoso ante estos valores reconocidos
por el mundo secular, su profesión de fe cristiana, por muy abierta y vehemente que
sea, corre el peligro de no encontrar eco.
c) Por otra parte, si el testimonio de la caridad tiene que hacerse más universal, más
ecuménico y más misionero que antaño, debe también intensificarse entre los mismos
católicos. La Iglesia, en sus comunidades locales y como comunidad mundial, tiene que
aparecer ante las demás comunidades y junto con ellas como una comunión
especialmente ferviente en el Espíritu. Tiene que hacerse cada vez más lo que ya es (a
saber: mesiánica y divina), dándole al mundo con la irradiación ardiente de su caridad
el signo eficaz del amor de Dios entre los hombres. "Para un católico -observa también
R. Schutz-, ser solidario de todos los bautizados significa ante todo ser solidario, en el
interior de su Iglesia, de todas las familias espirituales que animan al catolicismo. En
este período de la historia esperamos de los católicos que no se nieguen unos a otros. Si
las diversas corrientes que se manifiestan impidiesen el diálogo, eso sería una prueba
muy dura para el ecumenismo". En este sentido, el cisma de mons. Lefebvre, así como
las actitudes intolerantes de los que no reconocen más paradigma doctrinal que sus
propios esquemas mentales considerados como absolutos, constituyen sin duda el más
grave anti-testimonio de la Iglesia en nuestros días. Es verdad que el testimonio del
católico ha de ser un testimonio de pertenencia a,la Iglesia; pero también es verdad que
la Iglesia, en el seno de los grupos que la forman, tiene que promover ese diálogo que
ha proclamado con tanta fuerza en el Vaticano II.
1204
Los hombres de nuestro tiempo quieren encontrar en la Iglesia, en las comunidades
cristianas, en cada cristiano, un reflejo del amor de Cristo; de ese amor puro y sin
sombras, ardiente, fiel, entregado hasta el sacrificio de la vida por la salvación de todos.
Si los hombres de hoy encuentran, gracias al compromiso del testimonio cristiano, la
existencia de este amor que ama al hombre en sí mismo, sin sombra alguna de rechazo,
entonces descubrirán un mundo nuevo; desearán participar de esa plenitud, porque
habrán descubierto que Dios es amor.
BIBL.: BARBOTIN E., Le témoignage spirituel, París 1964; BLANCHARD P., Sainteté
aujourd huí, París 1953; COTUGNO N., La testimonianza della vita del Popolo di Dio,
segno di Rivelazione alla luce del Concilio Vaticano II, en R. FISICHELLA (ed.), Gesú
Rivelatore, Casale Monferrato 1988, 227-240; FROSSARD A., Dieu existe. Je 1 ái
rencontré, París 1969; LATOURELLE R., La sainteté, signe de la Révélation, en
"Gregorianum" 46 (1965) 36-65; ID, La testimonianza della vita, segno di salvezza, en
Laici sulle vie del Concilio, Asís 1966 377-394; ID Le témoignage chrétien, Tournai-
Montreal 1971; ID, El testimonio de la vida, en Cristo y la Iglesia, signos de salvación,
Salamanca 1971, 329-369; ID, Evangélisation et témoignage, en Evangelisation, Roma
1975, 77110; ID Ausencia y presencia de la fundamental en el Vaticano II, en R.
LATOURELLE (ed.), Vaticano II. Balance yperspectivas, Salamanca 1989, 1047-1068;
LELOTTE F., Convertidos del siglo XX, Barcelona 1966; MARTELET G., Santidad de la
Iglesia y vida religiosa, Bilbao 1968; MESTERS C., La misión del pueblo que sufre,
Madrid 19862; MONTCHEUIL Y. de, Problémes de vio spirituelle, París 19473;
NÍ;DONCELLE M. y GIRAULT R., Jái rencontré le Dieu vivant, París 1952; RAHNER
K., La Iglesia de los santos, en Escritos de teología III, Madrid 1961, 109-123;
SCHILLEBEECxx E., Cristo, sacramento del encuentro con Dios, Pamplona 19715.
R. Latourelle
1205
TESTIMONIO
SUMARIO:
I. FORMA DE REVELACION:
1. El testimonio en contexto profano;
2. El testimonio como vía de acceso al misterio de las personas;
3. El testimonio en contexto bíblico;
4. El testimonio apostólico;
5. El tema del testimonio en san Juan;
6. Del testimonio-revelación al testimonio-motivo de ctedibilidad.
II. MOTIVO DE CREDIBILIDAD:
1. El testimonio en el Vaticano II;
2. El testimonio en la exhortación "Christi fideles laici";
3. Fecundidad del testimonio personal;
4. El testimonio comunitario;
5. Necesidad del testimonio;
6. Dinamismo del testimonio;
7. Especificidad del testimonio contemporáneo
8. La eucaristía, tiempo fuerte del testimonio
R. Latourelle
I. Forma de revelación
Desde hace cosa de un siglo la categoría de testimonio ha ido entrando
progresivamente en el vocabulario eclesial. El término aparece discretamente en el
/Vaticano I para designar a la Iglesia en cuanto que constituye, por sí misma y con toda
su presencia en el mundo, "un motivo grande y perpetuo de credibilidad y un
testimonio irrefutable de su mi sión divina" (l Iglesia). Con el t Vaticano II se produjo
una irrupción masiva de la terminología del testimonio. El tema es omnipresente. Los
vocablos de testimonio, atestiguar, testigo, aparecen más de cien veces, y se aplican
tanto a la Iglesia entera como a cada grupo de cristianos. En el sínodo de 1974 volvió a
aparecer este tema con una nueva instancia, esta vez en el contexto de la l
1206
evangelización. En fin, la categoría de testimonio está en el corazón de la teología
fundamental de nuestros días.
En un grado más débil, atestiguar significa referir lo que uno ha visto y oído. El testigo
es aquel que puede informar sobre unos sucesos en los que ha participado, sobre unas
personas o unos hechos que ha conocido; entonces es capaz de dar cuenta verbalmente
de lo que sabe, por haberlo visto y oído. El testimonio se basa, por tanto, en una
experiencia ocular o auricular. El contexto más frecuente de este tipo de testimonio es
el de un proceso. Ya en este primer nivel, la fe en el testimonio exige cierto
rebajamiento de la razón y cierta confianza, ya que la palabra del testigo se convierte
para el que no ha visto ni oído en sustitutivo de la propia experiencia.
Llegamos así al segundo nivel del testimonio, aquel en que el testigo se compromete
por entero en su palabra. Así, en un testimonio en el que está en juego la vida de
alguien, el testigo no solamente expresa su convicción íntima sobre la inocencia o la
culpabilidad del acusado, sino que se compromete por entero en su deposición. Su
palabra es autoimplicativa. Dice en términos equivalentes: "Yo declaro a esta persona
inocente: negar esta inocencia sería negarme a mí mismo". Aquí coinciden el ser y el
decir.
Sucede a veces -y es éste el tercer nivel del testimonio- que el testigo sella su adhesión a
la causa que defiende mediante una profesión pública de su convicción interior, que
puede llegar hasta el sacrificio de su vida. Esta confesión se hace ordinariamente en un
contexto de hostilidad, de odio, por parte de los que no comparten la misma causa.
Cuando el testigo muere así para apoyar su testimonio, se convierte en martyr (l
Martirio), es decir, en testigo. Este compromiso hasta el peligro de muerte repercute en
el testimoniopalabra, que entonces no es ya una simple narración de algo visto u oído,
sino acción y muerte trágica. Se llega entonces insensiblemente a llamar testimonio a la
acción misma de arriesgar la vida; en cuanto que esa entrega es la prueba viviente de la
convicción interior y de la consagración del testigo a la causa que defiende. En este
momento, en el nivel semántico, hay un paso del testimonio-palabra al testimonio-
acción. Y es el testimonioacción el que da sentida y valor al testimonio-palabra. El
punto fijo a cuyo alrededor gira el cambio de sentido es el compromiso del testigo en su
1207
testimonio. Coincidimos así con el contexto bíblico, en donde el testimonio de Cristo, él
testigo por excelencia, es aquí en el que se identifican el decir y el obrar, en la
transparencia de su ser.
En efecto, cuando dejamos el mundo de las cosas materiales para acceder al nivel de las
personas, dejamos el mundo de la evidencia para entrar en el del testimonio. En este
nivel pierde ya su valor el ideal científico, que no reina, por otra parte, más que sobre
uno de los focos de la reflexión humana.
En el caso extremo en que el hombre compromete su vida entera por la palabra del
testigo, manifiesta una confianza, una fe total, que es amor profundo al testigo. En este
caso, la fe en Cristo es donación total de la persona a Cristo, decisión que compromete
la existencia entera personal y toda la existencia humana. El hombre entero se entrega
al testimonio absoluto.
1209
b) El testimonio recae sobre el sentido radical de la experiencia humana: Yhwh da
testimonio de sí mismo y se propone como aquel que da sentido y consistencia a toda la
realidad humana. No hay más salvador que Yhwh. c) El testimonio está orientado a la
proclamación, a la divulgación: tiene una importancia social. d) Esta proclamación
implica un compromiso, no sólo en las palabras, sino también en los actos y en la vida
del profeta.
De esta forma se conserva en sus principales aspectos el sentido profano del testimonio.
Sin embargo, el AT aporta una novedad: la autoridad del testigo no viene de él, sino de
su vocación privilegiada y de su envío. En la misión del testigo-profeta se distinguen
como dos polos de actividad, que- a veces se suceden, pero ordinariamente se recubren:
la actividad de la proclamación y la del compromiso de vida.
Por otra parte, como los apóstoles vivieron en la intimidad de Cristo; son los testigos
oculares y auriculares de toda su carrera, desde el bautismo hasta la resurrección
(Heb_4:20). "Nosotros somos testigos -dice Pedrode todo lo que hizo en el país de los
judíos (Galilea) y en Jerusalén" (Heb_10:39). Pero son ante todo testigos de la
resurrección, porque ésta es el hecho esencial que autoriza todo lo que precede y todo lo
que sigue. Ese Jesús a quien los judíos han crucificado, ha resucitado (Heb_5:31) y se
les ha aparecido (Heb_10:40). "Nosotros somos testigos de estas cosas" (Heb_5:32): es
la expresión que se repite en la primera parte de los Hechos-como si se tratara de un
leitmotiv.
Heb_10:37-43 reúne en un mismo texto estos dos elementos esenciales del testimonio
apostólico. Pedro recuerda en primer lugar los sucesos de la vida terrena de Jesús: su
ministerio, sus milagros, su crucifixión, su muerte, su resurrección, sus apariciones:
"Vosotros conocéis lo que ha pasado en Judea, comenzando por Galilea, después del
bautismo que predicó Juan: cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y llenó de poder a
Jesús de Nazaret, el cual pasó haciendo.el bien y curando a los oprimidos por el
demonio, porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en el
país de los judíos y en Jerusalén. Ellos lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios
lo resucitó al tercer día y le concedió que se manifestase no a todo el pueblo, sino a los
testigos elegidos de antemano por Dios, a nosotros, que hemos comido y bebido con él
después de su resurrección de entre los muertos" (Heb_10:37-41).
Después de este testimonio sobre la actividad terrena de Jesús, el texto enlaza con un
testimonio que recae esta vez sobre la dimensión interior y sobrenatural de esta
realidad histórica: "Y (Jesús de Nazaret) nos encargó predicar al pueblo y proclamar
que Dios lo ha constituido juez de vivos y de muertos. Todos los profetas testifican que
el que crea en él recibirá, por su nombre, el perdón de los pecados" (Heb_10:42-43). El
vocabulario de esta segunda parte sigue siendo el del testimonio, pero la realidad
atestiguada escapa a la observación empírica; pertenece, sin embargo, al mismo objeto,
ya que expresa el sentido profundo, el ser íntimo de lo que percibieron, sus ojos y sus
oídos. Ese Jesús de Nazaret, a quien los apóstoles y el pueblo judío vieron y escucharon,
es identificado ahora como el juez de vivos y de muertos. Su muerte no es una muerte
banal, como las demás: nos salva del pecado, lleva a cabo nuestra salvación.
En el testimonio apostólico que describen los Hechos se da una unión indisoluble entre
el acontecimiento histórico (dimensión horizontal) y su alcance religioso y salvífico
(dimensión vertical). Lo mismo ocurre con el kerigma de Pablo. Para él, Jesús
perseguido, crucificado, muerto, resucitado y glorificado es el Cristo. Así, lejos de negar
o de reducir la realidad histórica, el testimonio apostólico la reafirma y la confirma,
para descubrir su dimensión interior, que escapa de todas las miradas. No confiere
historicidad a un acontecimiento no sucedido, sino que describe el alcance trascendente
de lo que ha ocurrido. Sin Jesús (sus obras y sus palabras), el testimonio se queda sin
soporte: se viene abajo.
En la perspectiva de Juan, el testimonio de Cristo, más aún que el de los profetas, tiene
un carácter público y jurídico. Su testimonio se presenta como una deposición pública
en el vasto proceso que opone al reino de Dios y al reino de Satanás, a Cristo y al
mundo. En favor de Cristo está el testimonio de Juan Bautista, el de la Escritura, el del
apóstol, el del Espíritu Santo. Pero la palabra de Cristo choca con la contestación y el
odio. Enfrentados con Cristo, los judíos, que representan al conjunto del mundo hostil
a la verdad, rechazan su testimonio y se juzgan a sí mismos. De esta manera el
testimonio de Cristo lleva a cabo el discernimiento entre los hombres. Así Cristo llevó
su testimonio hasta el límite: fue el testigo fiel y verdadero (Apo_13:8).
Cristo es, por tanto; el testigo absoluto, el que lleva en sí mismo la garantía de su
testimonio. El hombre, sin embargo, no sería capaz de acoger por la fe este testimonio
del absoluto, manifestado en la carne y el lenguaje de Jesús, sin una atracción interior
(Jua_6:44), que es un don del Padre y.un testimonio del Espíritu (Un 5,9-10). En este
momento, el testimonio se interioriza casi por completo, ya que se dice que el que cree
en Cristo tiene dentro de sí el testimonio de Dios. El testimonio que el creyente posee
en sí mismo es el testimonio que el Espíritu da del Hijo. Si el testimonio se interioriza,
es siempre en relación con la palabra de Cristo, que exterioriza la intimidad de su
diálogo con el Padre. Y Juan, del mismo modo, anuncia lo que él ha visto y oído del
.Verbo de vida, para que por la fe en su testimonio los hombres entren en comunión de
vida con el Padre y con su Hijo: El testimonio-confesión no rompe jamás sus vínculos
con el testimonionarración.
1212
De esta forma el testimonio bíblico es esencialmente religioso. Se trata de un
testimonio sobre alguien: el Dios salvador (AT) o el Dios-salvación-en-Jesucristo (NT).
Es a la vez proclamación exterior de la buena nueva de la salvación y compromiso de la
persona (palabras y obras), que pueden llejar hasta el don de la vida por el martirio. Es
incluso este aspecto de compromiso el que mantiene la continuidad entre el testimonio
profano y el testimonio religioso. El testimonio exterior va acompañado de un
testimonio interior del Espíritu, que hace al hombre capaz de abrirse al evangelio y de
adherirse a él por la fe. Sin ese testimonio interior del Espíritu, el testimonio exterior
sigue siendo vano y estéril. La noción neotéstamentaria de testimonio no comprende
todavía explícitamente el testimonio de la sangre, excepto en el Apocalipsis, cuando se
dice que los discípulos de Cristo han triunfado "por la sangre del cordero y por el
testimonio que proclamaron, despreciando su vida hasta sufrir a muerte" (Apo_12:11).
Sin embargo el paso es legítimo, ya que la verdad atestiguada en el testimonio cristiano
es la verdad de, la muerte como redención. El testigo-mártir da testimonio de la victoria
de Cristo sobre la muerte y de su vida indestructible. Atestigua lo absoluto de Cristo,
testigo absoluto.- - . . .
BIBL.: BAeeoTId E., Le témoignage spirituel, París 1964; BRETON S., Philosophie du
témoignage, en E. CASTELLI (e d.), La testimonianza, Roma 1972 38-84; Bitois N.,
Zeuge und Mdrtyrer,Munich 1961; GeFFRé G., Le témoignage comme expérience de
langage, en E. CASTELLI (ed.), o.c., 291-294;, LATOURELLE R. Le témoignage
chrétien, Tournai-Montreal 1971; In, Teología de la revelación, Salamanca 1989'x, 53-
62. 77-86; ID, Evangélisation el témoignage, en Evangelisation (Documenta
missionalia 9), Roma 1975, 77-110; In, A Jesús el Cristo por los evangelios, Salamanca
1982, 175-182; LE CHEVALIER C., La confidente de la personne,París 1960; MENOUD
P.H., Jésus el se rémoras, en "Sglise et théologie" (junio. 1969) 1-14; NEDONCELLE M.,
Communieqtion el interprétation du témoignage, en E. CASTELLl (ed.), o. c., 280-290;
TILLIETTE x., Valeur el limite d'une philosophie du témoignage, en E. t'ASTELLI (ed.),
o.c., 89-92; TxÉrANIEa B.,: L' idée de rémora dans les écrits johanniqtres, en *Revtte
de 1'Université d'Ottawa" 15 (1945)27-63.
R. Latourelle
1213
II. Motivo de credibilidad
La noción de compromiso, inherente a la de testimonio, establece uña continuidad
entre los dos áspectos del testimonio: uno activo, cuando designa la revelación o la
confidencia de Dios al hambre; e1 otro pasivo . cuándo designa la atracción ejercida por
fina existencia plenamente de ácuérdo con el evangelio. Cuando el evangeliowivido y él
evangelio predicado se responden perfectamente, la existencia vivida se convierte en
motivo de t credibilidad, en signo (l Semiología, I) de la verdad del evangelio.
Este tipo de acción -silenciosa y eficáz, con el término que lo cualifica, es decir, el de
"testimonio", se fue imponiendo poco a poco. en el período preconciliar gracias a los
movimientos de acción católica (JEC, JOC, JAC), que enseñaban que la influencia de
los laicos en la sociedad tiene que ejercerse no por los caminos de la dominación, sino
los de la presencia y animación. En un mundo secularizado, la Iglesia tiene que ser una
comunidad de miembros vivos, activos; responsables, que lleven el evangelio y-
el'espíritu del evangelio al seno de sus ocupaciones familiares, profesionales, sociales.
El testimonio actúa por infusión' dé séfltido e irradiación dé vida. La categoría del
testimonio ha conocido ,tanta popularidad qué ha llegado á suplantar a la expresión
corriente dé "santidad". Efectivamente, después del ¿oncilio, se habla con gusto de
testimonio de vida para designar la santidad de vida, en cuanto que es fuerza de
atracción para los que viven fuera de la Iglesia. Esta preferencia dada a la categoría de
testimonio se manifiesta claramente en los documentos conciliares, así como en la
reciente exhortación possinodal de Juan Pablo II, Christifideles laici, del 30 de diciem.
bre de 1988.
Este testimonio tiene que revestir una forma individual y comunitaria al mismo tiempo.
Es todo el pueblo de Dios el que ha de difundir su testimonio vivo mediante una vida
teologal fervorosa. Pero "como el pueblo de Dios vive en comunidades, sobre todo
diocesanas y parroquiales..., a ellas corresponde también el dar testimonio de Cristo
delante de las gentes" (AG 37). Estas afirmaciones generales se recogen y se aplican a
continuación a cada grupo de cristianos. Los obispos y pastores tienen que presentar
una imagen de la Iglesia que permita a los hombres juzgar de la fuerza y de la verdad
del mensaje cristiano; "con su vida y con sus palabras, ayudados por los religiosos y por
sus fieles, demuestran que la Iglesia, aun por su sola presencia, portadora de todos sus
dones, es fuente inagotable de las virtudes de que tan necesitado anda el mundo de
hoy" (GS 43): Los sacerdotes "deben ofrecer a todos un testimonio vivo de Dios" (LG
41); "con su conducta de cada día y con su solicitud deben mostrar a los fieles e infieles,
a los católicos y no católicos, la imagen del verdadero ministerio sacerdotal y pastoral, y
están obligados a dar a todos el testimonio de verdad y de vida" (LG 28). A propósito de
los religiosos, el concilio declara: "Los religiosos todos, por la integridad de la fe, por la
1214
caridad para con Dios y el prójimo, por el amor a la cruz y la esperanza de la gloria
venidera, han de difundir por todo el mundo la buena nueva de Cristo, a fin de que su
testimonio aparezca a los ojos de todos y sea glorificado nuestro Padre, qué está en los
cielos" (PC 25). Los laicos están invitados a dar este mismo testimonio de una vida
santa; cada uno de ellos "debe ser ante el mundo el testigo de la resurrección y de la
vida del Señor Jesús y signo del Dios vivo," (LG 38). En las escuelas públicas, los
profesores "han de dar testimonio por su vida tanto como por su enseñanza del maestro
único, Jesucristo`(GE 8). En tierras de misión sobre todo es donde la vida de unidad y
de caridad de los cristianos se convierte en un signo particularmente urgente, ya que en
ellos se concentra entonces toda la Iglesia como presencia y manifestación de Cristo. El
primero de todos, el misionero, "con una vida verdaderamente evangélica, con una gran
paciencia, con su longanimidad, su mansedumbre, su caridad sincera (2Co_6:4ss),
tiene que dar testimonio de su Señor, incluso, si es necesario, con su derramamiento de
sangre" (AG 24). En este papel de testigos, los laicos son solidarios del misionero, "ya
que todos los cristianos, dondequiera que vivan, están obligados a manifestar por el
ejemplo de su vida y el testimonio de su palabra al hombre nuevo de que han sido
revestidos por el bautismo y la fuerza del Espíritu Santo" (AG 11). Este tema general del
testimonio recibe con frecuencia determinaciones que precisan su objeto y su
orientación. Las más frecuentes son la caridad, la humildad, el servicio, la unidad, la
pobreza.
Este signo de la llegada de la salvación a través del testimonio parece que es el que más
seduce al hombre contemporáneo. A un hombre celoso de sus derechos, de su
autonomía, el testimonio se presenta bajo los rasgos de la discreción: actúa por
atracción, sin violentar. A un hombre que lo mide todo por el parámetro de la eficacia,
el testimonio propone actos, hechos: la condición humana puede cambiarse, puesto que
de hecho ya ha cambiado. A un hombre técnicamente desarrollado, pero
subdesarrollado en el plan moral y de una fragilidad psicológica desconcertante, el
testigo se presenta como un ser sano, "feliz en su pellejo", irradiando gozo y paz a pesar
del sufrimiento y de la muerte. Este encuentro puede suscitar el deseo de. participar de
esa plenitud de vida. Añadamos que, en una sociedad pluralista y secularizada, el
testimonio-compromiso es más urgente que antaño, Por su estilo de vida más que por
sus discursos, el cristiano atestigua la presencia de la salvación en el mundo. Por su
manera distinta de vivir las situaciones comunes, puede llevar a los que le rodean a
interrogarse por el espíritu que lo inspira.
1215
2. EL TESTIMONIO EN LA EXHORTACIóN "CHRISTIFIDELES LAICI" (1988). La
ascensión del laicado en la Iglesia representa un movimiento irreversible. La actividad
de los laicos se ejerce en todas las esferas de la vida: no sólo a nivel de las obras
sociales, caritativas y pastorales, sino en todos los niveles de la enseñanza propiamente
religiosa: desde la catequesis hasta las funciones de investigación y de enseñanza
universitaria. Efectivamente, centenares de hombres y de mujeres enseñan teología en
las facultades del mundo entero. En algunos países son claramente mayoritarios. A esta
mayor presencia e influencia de los laicos en la Iglesia corresponde evidentemente una
responsabilidad creciente a nivel del testimonio. Es el aspecto que subrayó el sínodo de
1987 y la exhortación Christifideles laici que lo siguió en 1988.
Algunos ejemplos bastarán para ilustrar esta fuerza de atracción del testimonio.
Primero, entre los convertidos. Casi siempre la l conversión encuentra su ocasión, su
provocación, su impulso o su aceleración en un choque inicial. Pues bien, este primer
choque, según dicen los mismos convertidos, se produce ordinariamente por el
encuentro con una vida profundamente comprometida, en el espíritu del radicalismo
evangélico. Es lo que pasó con Charles de Foucauld, Gabriel Marcel, G.K. Chesterton,
Raisa y Jacques Maritain, Ernest Psichari, Henri Ghéon, Thomas Merton, Edith Stein,
Karl Stern. G. Marcel declara: "Los encuentros han jugado un papel capital en mi vida.
Me he encontrado con seres en los que sentía la realidad de Cristo tan viva que no me
era lícito dudar de ella". Y Daniel-Rops: "No hay nada tan decisivo como ver con los
1216
propios ojos lo que es un cristianismo vivo y encarnado". A veces el encuentro con
Cristo se hace "en directo", en una experiencia mística, como en el caso de A. Frossard.
Pero la mayor parte de las veces lo decisivo es el encuentro y la confrontación con una
vida arraigada en Cristo. En este tipo de encuentro la salvación se hace transparente.
No se deduce la salvación; se la palpa en ejercicio.
En efecto,, no son discursos lo que hemos de presentar a unos hombres que gritan por
su desgracia, sino el precio de una vida personalmente dada, consagrada a nuestros
semejantes. No se explica de otro modo la fuerza de atracción de unos hombres y
mujeres como el P. Kolbe, muerto en Auschwitz en 1941 por haber sacrificado su vida
sustituyendo voluntariamente a un padre de familia, condenado a morir de hambre; o
como el arzobispo Oscar Romero, del Salvador, muerto en 1980, asesinado mientras
celebraba misa, mártir de su defensa de los pobres, de los sin voz, y de su protesta
contra las expulsiones, las persecuciones, las torturas. ¿Y cómo explicar la irradiación
del humilde hermano Andrés, que atrae hacia el oratorio dedicado a san José, de
Montreal a caravanas humanas venidas de las dos Américas y hasta de Europa? ¿Y el
fenómeno más desconcertante todavía de Teresa del Niño Jesús, la joven carmelita
encerrada en su claustro, proclamada patrona de las misiones?
Pero no vayamos tan lejos: pensemos en la madre Teresa. Los musulmanes, los
budistas, los creyentes, los indiferentes, los ateos, se inclinan ante este foco de amor
que ella enciende a su paso. Por ella todos se sienten interrogados, cuestionados,
llamados a una revisión de sus valores y hasta a una conversión total. En ella Cristo vive
y pasa haciendo el bien. Dirigiéndose a los países del primer mundo, ella declara: "La
mayor enfermedad actual no es ni la lepra ni la tuberculosis, sino el sentimiento de ser
indeseable y estar abandonado de todos; el mayor pecado es la falta de amor y de
caridad, la terrible indiferencia por ese prójimo que, a la orilla del camino, es presa de
la explotación, de la corrupción, de la indigencia y de la enfermedad... Entre vosotros,
los países. ricos, hay una pobreza de amor, de soledad, de inmortalidad; es la
enfermedad peor del mundo". La madre Teresa quiere llevar al mundo occidental a
salir de las aguas glaciales del egoísmo y del cálculo. Ella no es socióloga, ni
economista, ni política. No hace propaganda. Para ella el amor prima sobre la
"eficacia": poco importan los resultados inmediatos. Ella es el amor que irradia,
ilumina, calienta, que da sin esperar nada a cambio. Vislumbramos en ella una
densidad de amor que se abre a una luz capaz de desgarrar las tinieblas más opacas.
Como en tiempos de Cristo, ella es el amor presente entre nosotros. Quiere que la
última mirada del más desventurado de los, moribundos-sea el encuentro con otra
mirada que lo cubra de amor. Está convencida de ello: el mundo de hoy tiene mucha
más necesidad de corazones cargados de amor que de barcos cargados de trigo. La
madre Teresa nos habla de amor con gestos de amor. Su vida no es una demostración,
sino una muestra del amor que la llena y la hace vivir. Y por ese mismo hecho
"demuestra" que es posible vivir en el mundo si el amor logra penetrar en él.
El testimonio dado por los miembros santos de una comunidad constituye una
comunidad santa, que irradia en todos los que se le acercan el espíritu de Cristo. El que
entra en contacto con ese ambiente tiene la impresión de respirar un aire más vivo, más
tonificante. Al contrario, el pecado establece entre los miembros de una comunidad
dividida unas relaciones interpersonales pecaminosas. El lenguaje popular, por otra
parte, no se engaña: presenta un cuerpo y un rostro de pecado. No es posible callar o
reducir la importancia de este aspecto del testimonio, sobre todo a nivel eclesial.
Porque, en definitiva, es la imagen que presenta al mundo la Iglesia lo que hace de ella
un signo expresivo y contagioso o un signo negativo de la salvación que predica. El
Vaticano II ha subrayado ante la conciencia cristiana la responsabilidad de los
miembros de la Iglesia en la formación de la imagen que da al mundo. El signo del
evangelio puede verse oscurecido y hasta anulado por el antitestimonio de un
cristianismo escandaloso. En el decreto sobre la actividad misionera, el concilio
declara: "La división de los cristianos perjudica a la causa sacratísima de la predicación
del evangelio a toda criatura y, para muchos, les cierra el acceso a la fe" (AG 6). Y en el
decreto sobre el ecumenismo, el concilio declara que la división de los cristianos "es
para el mundo un objeto de escándalo y un obstáculo para la más noble de las causas: la
predicación del evangelio a toda criatura" (UR 1). Cuando la Iglesia no ofrece el
testimonio de la unidad y de la caridad, sino el de la división y el odio, las facciones, los
clanes, los exclusivismos, no solamente no atrae ya a los hombres, sino que los aparta
de ella y, por tanto, de Cristo, ya que por la Iglesia conocemos a Cristo y también por
ella medimos la eficacia real del evangelio.
Simples sondeos, estos ejemplos son, sin embargo, significativos. Manifiestan que el
testimonio-compromiso de una vida consagrada a Cristo es el gran motivo de
credibilidad de la revelación. No se deduce de la existencia de la salvación: se la ve y se
la palpa, viva, de pie, ante nosotros.
La santidad actúa primero como un valor: por atracción y seducción de un bien. Revela
al que la encuentra una calidad de vida que el hombre ni siquiera habría sospechado sin
ella, y de la que secretamente desea participar. Le muestra al hombre, en una vida
semejante a la suya, un ideal cuyo atractivo no está nunca totalmente ausente en el
fondo de su corazón. No explica el valor del cristianismo por una demostración o un
panegírico; lo muestra presente y operante en una existencia que ha transformado.
"¿Por qué los santos --dice también Bergson- tienen imitadores?... No piden nada, pero
lo obtienen todo. No tienen necesidad de exhortar; no tienen más que existir: su
existencia es una llamada" (ib, 29-30).
Si es verdad que los valores más altos son los que dejan más juego a la libertad (ya que
la exigencia del valor está en razón inversa de su elevación), su fuerza de atracción está
en razón directa de su altura. En este sentido, el espectáculo de una vida cristiana
auténtica suscita entre los que no se cierraxl a ello un deseo de participar de este
esplendor. La santidad es una llamada, no una presión; se ofrece al hombre como una,
promesa de plenitud y de superaclon a la que se aspira. Pocos hombres responderán
efectivamente a esta llamada tan discreta, porque se trata de una llamada a un nuevo
estilo de vida adquirido a costa de grandes sacrificios. Poco importa: sin ruido, casi sin
respirar, el testimonio de una vida despierta la atención, suscita la simpatía e inicia, sin
forzarlo, el movimiento por el que quizá las personas sacudan su inercia y se pongan en
marcha hacia Dios. En adelante queda planteada una cuestión. El que ha encontrado la
santidad, "¿va a dar la preferencia a la vida según el amor de la que acaba de recibir una
revelación por medio de otro, experimentando su atractivo y como su tentación, o bien
va a preferir la vida según el egoísmo? Esta opción es plenamente libre... Pero el
hombre se ve sacudido de su indiferencia para verse colocado ante una decisión que no
puede soslayar" (Y. de Montcheuil).
A los ojos más atentos, la santidad descubre una armonía entre el evangelio y la vida.
La santidad da cuerpo al evangelio y lo hace pasar al orden de la existencia. El evangelio
dice que Cristo es el Hijo de Dios que ha venido al mundo a hacer de nosotros hijos del
Padre, llamados a llevar una vida de hijos y a compartir la gloria de Cristo. Pues bien,
he aquí que en el santo aparece ese hombre nuevo anunciado por el evangelio, todo
impregnado de caridad, viviendo y actuando bajo la fuerza del Espíritu. El santo deja
ver, por transparencia, la salvación anunciada y operada por Cristo. En él el evangelio y
1220
la vida se hacen eco y llegan a coincidir. El santo muestra, y por eso mismo demuestra,
la aptitud del evangelio para transformar la existencia humana. Esta consonancia entre
el evangelio anunciado y el evangelio vivido es un signo de la verdad del evangelio. El
santo atestigua.con su presencia en el mundo que la salvación se ha cumplido de
verdad, puesto que el hombre nuevo, vivificado por el espíritu de amor, está
verdaderamente entre nosotros.
Añadamos además que esta superación no es una superación vertical y simple, como
puede ser el heroísmo del mártir, sino una superación multiforme yparadójica. La vida
del santo reproduce como en miniatura las paradojas de la vida de Cristo. Presente al
mundo y a todas sus miserias, el santo da, sin embargo, la impresión de venir de islas
extrañas y de traer unos productos exóticos. Totalmente de Dios, es también todo
cariño con los hombres. Abismo de humildad y de sencillez, es muchas veces intrépido
y fogoso para hablar de Dios y reivindicar sus derechos. Coloso de pureza y de
penitencia, tiene, sin embargo, el convencimiento de ser el más grande pecador. Une la
obediencia más filial a la iniciativa más exuberante y creadora.
a) El hombre contemporáneo es más sensible que en otros tiempos al respeto, por parte
del cristiano, de los valores humanos reconocidos en el mundo secular. Por ejemplo: la
competencia profesional, la eficacia del trabajo, la preocupación y el respeto por la
:verdad, la probidad y la humildad en la investigación científica, la franqueza y la
sinceridad en las relaciones humanas, el respeto a la palabra dada, el respeto a la
libertad de conciencia, el respeto al bien de los demás, el sentido de servicio público...
El hombre contemporáneo siente respeto por la persona. comprometida en su tarea y la
cumple con fidelidad de conciencia. Se inclina ante el que sabe participar de los gozos,
pero también de los sufrimientos, de las angustias de los hombres de su ambiente; ante
1221
el que se esfuerza por mejorar las instituciones sociales de su país. Al contrario, si el
cristiano no manifiesta respeto o se muestra desdeñoso ante estos valores reconocidos
por el mundo secular, su profesión de fe cristiana, por muy abierta y vehemente que
sea, corre el peligro de no encontrar eco.
c) Por otra parte, si el testimonio de la caridad tiene que hacerse más universal, más
ecuménico y más misionero que antaño, debe también intensificarse entre los mismos
católicos. La Iglesia, en sus comunidades locales y como comunidad mundial, tiene que
aparecer ante las demás comunidades y junto con ellas como una comunión
especialmente ferviente en el Espíritu. Tiene que hacerse cada vez más lo que ya es (a
saber: mesiánica y divina), dándole al mundo con la irradiación ardiente de su caridad
el signo eficaz del amor de Dios entre los hombres. "Para un católico -observa también
R. Schutz-, ser solidario de todos los bautizados significa ante todo ser solidario, en el
interior de su Iglesia, de todas las familias espirituales que animan al catolicismo. En
este período de la historia esperamos de los católicos que no se nieguen unos a otros. Si
las diversas corrientes que se manifiestan impidiesen el diálogo, eso sería una prueba
muy dura para el ecumenismo". En este sentido, el cisma de mons. Lefebvre, así como
las actitudes intolerantes de los que no reconocen más paradigma doctrinal que sus
propios esquemas mentales considerados como absolutos, constituyen sin duda el más
grave anti-testimonio de la Iglesia en nuestros días. Es verdad que el testimonio del
católico ha de ser un testimonio de pertenencia a,la Iglesia; pero también es verdad que
la Iglesia, en el seno de los grupos que la forman, tiene que promover ese diálogo que
ha proclamado con tanta fuerza en el Vaticano II.
BIBL.: BARBOTIN E., Le témoignage spirituel, París 1964; BLANCHARD P., Sainteté
aujourd huí, París 1953; COTUGNO N., La testimonianza della vita del Popolo di Dio,
segno di Rivelazione alla luce del Concilio Vaticano II, en R. FISICHELLA (ed.), Gesú
Rivelatore, Casale Monferrato 1988, 227-240; FROSSARD A., Dieu existe. Je 1 ái
rencontré, París 1969; LATOURELLE R., La sainteté, signe de la Révélation, en
"Gregorianum" 46 (1965) 36-65; ID, La testimonianza della vita, segno di salvezza, en
Laici sulle vie del Concilio, Asís 1966 377-394; ID Le témoignage chrétien, Tournai-
Montreal 1971; ID, El testimonio de la vida, en Cristo y la Iglesia, signos de salvación,
Salamanca 1971, 329-369; ID, Evangélisation et témoignage, en Evangelisation, Roma
1975, 77110; ID Ausencia y presencia de la fundamental en el Vaticano II, en R.
LATOURELLE (ed.), Vaticano II. Balance yperspectivas, Salamanca 1989, 1047-1068;
LELOTTE F., Convertidos del siglo XX, Barcelona 1966; MARTELET G., Santidad de la
Iglesia y vida religiosa, Bilbao 1968; MESTERS C., La misión del pueblo que sufre,
Madrid 19862; MONTCHEUIL Y. de, Problémes de vio spirituelle, París 19473;
NÍ;DONCELLE M. y GIRAULT R., Jái rencontré le Dieu vivant, París 1952; RAHNER
K., La Iglesia de los santos, en Escritos de teología III, Madrid 1961, 109-123;
SCHILLEBEECxx E., Cristo, sacramento del encuentro con Dios, Pamplona 19715.
R. Latourelle
1223
TOMÁS DE AQUINO (Santo)
Santo Tomás representa el punto de madurez en la gran escolástica sobre el tema de la
revelación, Después de él, hasta el siglo xx, la terminología se irá haciendo más precisa,
más técnica; pero la reflexión no ganará mucho en profundidad. Lo que impresiona
encanto Tomás, muerto en el 1274, es la multiplicidad y la riqueza de los aspectos que
descubre en la realidad de la revelación: operación salvífica que procede del amor libre
de Dios; acontecimiento histórico que se desarrolla en el tiempo y alcanza a los
hombres de todos los siglos; acción divina que se inserta en la vida psicológica del
profeta; doctrina sagrada comunicada por Cristo a sus apóstoles y, por medio de ellos,
transmitida a la Iglesia; grado de conocimiento situado entre el conocimiento natural,
el conocimiento de fe y el conocimiento de visión.
1226
La acción por la cual Dios se comunica con el hombre mediante signos creados es
designada por Tomás como palabra de Dios, debido a la analogía que presenta con la
palabra humana, que es también comunicación del pensamiento por medio de signos.
La palabra interior, en los profetas, no es sino la iluminación del espíritu (De Ver., 12-1;
ad 3). La palabra entendida como comunicacion entre seres inteligentes, es una
categoría que abraza a la vez la comunicación humana, la angélica y la divina (S.Th., I,
107-1c; 107-2; De Ver., 18-3). En cuanto sonido o gesto, la palabra, no se le puede
atribuir a Dios más que por metáfora; pero en cuanto hecho espiritual y comunicación
de pensamiento, no supone ninguna imperfección y se le puede atribuir: Lo mismo que
por medio de la palabra exterior recurrimos a un vocablo portador de sentido, también
Dios, cuando ilumina al profeta, le da una representación significante, un signo de su
esencia espiritual. Así es como Dios habló a Adán, a los patriarcas, a los profetas. Estos
signos, evidentemente, son representaciones deficientes del misterio divino; pero por
ellos, gracias a la luz que los ilumina, Dios nos invita a su vida: nos haba.
BIBL.: Decxea B., Die Entwicklung der Lehre von der prophetischen Offenbarung von
Wilhelm von Auxerre bis zu 77zomas von Aquin, Breslau 1940; ELDEaS L. (ed.), La
doctrine de la révélation divine de salar Thomas d :4quin, Ciudad del Vaticano 1990;
FmawEnTxER A.M., 7he Word as 7iuth. A Critical Examination of the Christian
Doctrine of Revelation in the Writings of Thomas Aquinas and Karl Barth, Londres
1944; WtnTe V., Le concept de révélation chez salar Thomas, en "ATh" 1 I (1950)1-17,
109-132.
R. Latourelle
1228
TRADICIÓN
SUMARIO: 1. Tradición entendida como fenómeno de la cultura humana; 2. El
principio cristiano de la tradición; 3. El concepto teológico de tradición; 4. Normas y
criterios de la tradición (norma suprema, norma primaria, norma subordinada;
criterios de pertenencia; criterios hermenéuticos); 5. Pragmática de la tradición.
H.J. Pottmeyer
La tradición del cristianismo, como cualquier otra tradición, puede contemplarse bajo
múltiples aspectos: de una manera general, en cuanto fenómeno de la cultura humana,
en la perspectiva de la antropología y de la historia; o como momento de la propia
identidad, desde el punto de vista de la autocomprensión del grupo que la sustenta; en
este caso, de los cristianos. El teólogo cristiano reflexiona sobre la tradición cristiana
tanto en cuanto fenómeno cultural como en la perspectiva de la fe cristiana. La fe
cristiana comprende la tradición cristiana como un acontecimiento cuyos autores son
los hombres y Dios.
Sin embargo, la vuelta a una relación con la tradición de vivencia inmediata, como la
promueven ciertos movimientos de la New-Age, o la mera restauración y conservación
de tradiciones particulares como quiere el tradicionalismo fundamentalista, no es
posible ni deseable. La conquista de la autorresponsabilidad adulta no debería hacerse
dando marcha atrás. Hoy es posible y exigible una actitud crítica frente a la tradición
que distinga entre lo que vale y lo que no vale en las tradiciones y haga suyas las
tradiciones valiosas con una libre decisión. La actitud crítica frente a la tradición cuenta
ya con una larga historia. En nuestro ámbito cultural comienza con el paso del mito al
logos en la filosofía griega; se encuentra en el AT y en el NT y, no en último lugar, en
Jesús.
1230
De todo esto se sigue la cooperación de los sujetos y de lo transmitido en el proceso vivo
de la tradición. Los transmisores y .receptores transmiten y reciben lo transmitido
interpretándolo. Por otra parte, lo transmitido determina, marca y transforma tanto a
los transmisores como a los receptores, y además el proceso de la tradición, sus formas
e instituciones.
Ya en Pablo aparece claramente la figura del apóstol como testigo y transmisor primero
y autorizado de la tradición cristiana. Es apóstol: 1) el que es testigo de la
autorrevelación de Dios en Jesucristo; 2) el que es enviado por el Señor para anunciar
la palabra de Dios (Gál 1, i 5-17). Pablo mismo no es solamente testigo inmediato del
resucitado; sino que es también transmisor del testimonio de los primeros apóstoles
sobre la última cena y la resurrección de Jesús (1Co_11:23-25; 1Co_15:1-7), de la
profesión de fe (Rom_1:1-4; Rom_4:24-25; Rom_10:9) y de los himnos de las
comunidades (Flp_2:5-11). Como Jesús, también
Pablo observa una actitud critica frente a -la tradición. Protesta contra el
tradicionalismo judeo-cristiano e insiste en e1 verdadero reconocimiento de Jesucristo
como principio de la interpretación del mensaje de Jesús (Gál_2:5-6; Flp_3:8-11).
En Pablo, como en los restantes escritos del AT y del NT, está claro que la tradición
tiene lugar como constante interpretación de nuevos acontecimientos y situaciones (la
interpretación del éxodo referida a la cautividad babilónica en los profetas, la
interpretación del mensaje de Jesús del amor sin límites de Dios referido a la vocación
de los gentiles en Pablo, la interpretación de la tradición de Jesús a la luz de la pascua
por los evangelios). La interpretación, como la realizan Pablo y los otros hagiógrafos, es
no sólo la expresión de la necesidad general de la interpretación, si la tradición ha de
ser algo vivo. La constante reinterpretación es en la Biblia expresión de la verdad de
que el Señor vive y está inmediatamente presente en cada época y en ella es de nuevo
testimoniado. Así pues, la Biblia transmite no sólo los contenidos de la tradición, sino
también modelos de su interpretación.
1232
inspiradas que se remontan a los apóstoles, "tum ad fidem, tum ad mores pertinentes",
son aceptadas y veneradas por la Iglesia "par¡ pietatis affectu ac reverentsa".
Con ello se limitan críticamente las tradiciones vinculantes: éstas deben referirse a la fe
y la moral y remontarse a los apóstoles. Positivamente se dice también que el evangelio
es la única fuente de la verdad salvifica, punto de vista éste dinámico, con el cual
enlazará el Vaticano II. Queda abierto cuáles son los contenidos vinculantes de la
tradición; y queda abierta también la cuestión de la suficiencia material de la Escritura.
Mas como el concilio habla de "tradiciones" en plural, insinúa su distinción material de
la Escritura en lugar de distinguirlas, de la Escritura solamente en cuanto a la
modalidad. Se queda en la coexistencia externa de las dos formas de mediación del
evangelio. A1 concilio le interesa principalmente la insuficiencia modal o hermenéutica
de la Sagrada Escritura: nadie puede interpretar la Escritura, en cuanto se refiere a la fe
y la moral, en oposición al consenso unánime de los Padres o a aquel sentido que
sostiene la Iglesia, la única que puede juzgar sobre el verdadero sentido y la
interpretación de la Escritura (DS 1507).
Sólo el Vaticano II, en su constitución dogmática/ Dei Verbum (1965), saca del callejón
sin salida de la controversia teológica sobre la delimitación de Escritura y tradición (DV
710). Enlazando con las palabras del concilio tridentino sobre el evangelio como la
única fuente de toda verdad salvífica (DV 7), explica que la tradición sagrada y la
Sagrada Escritura brotan de la misma fuente divina y constituyen una unidad orgánica
(DV 9). Se subraya el rango de la Escritura dentro del proceso de la tradición: la
Escritura "es palabra de Dios en cuanto que, por inspiración del Espíritu divino, se
consignó por escrito"; la tradición transmite, conserva y explica la palabra de Dios (DV
9).
Con esto se define la relación entre Escritura y tradición más bien modalmente; es
decir, en la tradición, entendida como transmisión de la palabra de Dios mediante la
interpretación de la Escritura, "son entendidas más a fondo las Sagradas Escrituras y se
tornan constantemente eficaces". (DV, 8). La cuestión de la suficiencia material de la
Escritura no quiso decidirla el concilio. La,indicación de que la Iglesia por la tradición
"conoce el canon íntegro de los sagrados libros" (DV 8) no se ha de entender en el
sentido de que la tradición tenga un contenido particular; la elección de los libros
canónicos hay que explicarla más bien partiendo del examen de la canonicidad de su
contenido que adquiere la Iglesia en la familiaridad con estos libros. También se puede
entender en sentido modal la fórmula de compromiso: "La Iglesia no toma de la sola
Sagrada Escritura su certeza acerca de todas las cosas reveladas" (DV 9).
- Así como la revelación no se presenta ya cual simple instrucción, sino que tiene lugar
"por obras y palabras" (DV 2), así la tradición se realiza en "la doctrina, la vida y el
culto" de la Iglesia (DV 8).
- Así como la Iglesia entera es el pueblo de Dios en camino hacia la plenitud del reino
de Dios, así también "el pueblo cristiano entero está unido a sus pastores"(DV 10),
representantes de la tradición. La comprensión de la palabra de Dios que se transmite
crece no sólo por la predicación de los pastores, sino también "por la contemplación y
estudio de los creyentes" y "por la íntima inteligencia de las cosas espirituales" (DV 8).
1234
4. NORMAS Y CRITERIOS DE LA TRADICIÓN. La norma suprema (norma suprema,
norma non normata) de la fe cristiana y de su tradición es únicamente la palabra de
Dios, que en Jesucristo tomó carne y permanece presente en el Espíritu Santo, y no una
de sus formas de testimonio. Pues la palabra de Dios da testimonio de sí en la Sagrada
Escritura, en la doctrina, la liturgia y la vida de la Iglesia y en los corazones de los
creyentes (2Co_3:3; 1Ts_4:9; 1Jn_2:28); pero, gracias a su carácter escatológico, no
queda absorbida en ninguna de sus formas de testimonio. Más bien promueve la
multiplicidad y fecundidad de testigos siempre nuevos.
BIBL.: BEUMER J., La tradition orale, en Histoire des dogmes VI, París 1967;
BUNNENBERG J., Lebendige Treue zum Ursprung. Das Traditionsverstdndnis Y.
Congars, Mainz 1989; CONGAR Y., Tradición y vida de la Iglesia, Andorra 1964; ID, La
tradición y las tradiciones, San Sebastián 1966; DULLEs A., Das I7. Vatikanum und die
Wiedergewinnung der Tradition, en Glaube ¿m Prozess, Friburgo 1984, 546-562;
FISICHELLA R., La rivelazione: evento e credibilitá, Bolonia 1985, 105-131; GADAMER
H.-J. y otros, Tradition, en RGG VI, 966-984; GEISELMANN J.R., Sagrada Escritura y
Tradición, Barcelona 1968 KAMPLING R., Tradition, en NFIThG IV, 221-235; KASPER
W., Tradition als Erkenntnisprinzip, en "ThQ" 155 (1975) 198215; LENGSFELD P., La
tradición en el período constitutivo de la revelación, y Tradición y Sagrada Escritura en
MystSalI, 287-337; 522-556; O'COLLINS G., Criteri per I interpretazione delle
tradizioni, en LATOURELLE y O'COLLINS (eds.), Problemi e prospettive di
teologiafondamentale, Brescia 1980, 397-411; PIEPER J., Überlieferung, Munich 1970
POTTMEYER H.J., Normen, Kriterien und Strukturen der Tradition, en HFTh IV, 124-
152; RAHNER K. y RATZINGER J., Revelación y tradición, Barcelona 1971; REINISCH
L. (ed.), Vom Sinn der Tradition, Munich 1970; RODGER P.C. y VISCHER L. (eds.),
Scripture. Tradition and Traditions. The IV World Conference on Faith and Order: The
Report of Montreal 1963, Londres 1964; RORDORF L. y SCHNEIDER A., Die
Entwicklung des Traditionsbegris in der Alten Kirche, Berna 1983; SECKLER M.,
Tradition und Fortschritt, en Christlicher Glaube in moderner Gesellschaft 23, Friburgo
1982, 5-53; WALDENFELs H., Kontextuelle Fundamentaltheologie, Paderborn 1985,
437-488; WIEDERKEHR D., Das Priniip Nérlieferung, en HFTh IV, 100-123.
H.J. Pottmeyer
1236
TRENTO, Concilio de
En tres períodos de trabajo, 154547, 1551-52 y 1562-63, el concilio de Trento elaboró un
cuerpo de doctrina y de prescripciones disciplinarias que ejercieron una profunda
influencia en la configuración del moderno catolicismo romano.
San Juan Fisher reunió los principales puntos del caso católico en su Confutatio de
Lutero, en 1526. 1) Muchas cosas en la Biblia son de hecho difíciles de entender, como
2Pe_3:16 señala. La Biblia sola, en vez de resolver controversias, conduce finalmente a
1237
divisiones y errores, como lo confirma la historia de la herejía. 2) Se ha desarrollado en
la Iglesia, bajo la guía del Espíritu Santo, una tradición normativa de interpretación de
la Biblia, a saber: la doctrina de los Padres ortodoxos y los concilios ecuménicos. 3)
Además, en la sede de Pedro la Iglesia tiene un iudex controversiarum, al que se debe
recurrir cuando se produzcan disputas sobre la doctrina, formas de culto y normas de la
vida de la Iglesia. 4) Los escritos apostólicos, por ejemplo 2Ts_2:15; Jn 20;30;
2Ts_21:25, señalan una transmisión oral de la doctrina que rige más allá de lo que está
consignado en los escritos reunidos en la Biblia, y algunas prácticas de la Iglesia
universal derivan de esta fuente no escrita. Argumentos similares fueron presentados
por otros apologistas católicos, como J. Dietenberger,.N. Herborn y J,.Dreido.
La recepción por Trento de los libros bíblicos coincidió con su clarificación formal de
los contenidos y límites de la Escritura (t Canon). Algunos miembros del concilio, como
el agustino Jerónimo Seripando, estaban abiertos a una diferenciación dentro del AT
entre libros normativos para la fe y otros, los libros "deuterocanónicos", que sirven sólo
para instruir en una vida piadosa. Pero la mayoría halló esta idea demasiado sutil y
propensa a debilitar el remedio que el concilio pretendía aplicar a una situación nada
tranquila de inseguridad y confusión. Incluso Seripando estaba de acuerdo en que
todos los libros del canon tradicional estaban inspirados y eran inerrantes, por lo cual
se estableció formalmente el canon más amplio (DS 1502-03), siguiendo la lista
utilizada por el concilio de Florencia en 1442 en sus negociaciones con las Iglesias
coptas. El decreto representa una expresión moderada, aunque inequívoca, del sentir
de Trento de hablar en nombre de una Iglesia que está realmente "en posesión" de su
Biblia, y por eso es capaz de- declarar definitivamente qué libros deben ser tenidos
como "sagrados y canónico'!" (DS 1504).
El segundo gran paso de Trento fue su recepción, junto con la Escritura, de ciertas
tradiciones apostólicas normativas. La reforma había identificado muchas prácticas de
la Iglesia como abusos, y muchas leyes de la Iglesia, por ejemplo el ayuno, la
observancia de los días festivos, el celibato clerical, como usurpaciones eclesiásticas de
la libertad cristiana. La respuesta de Trento es una formulación compacta y
gramaticalmente intrincada (DS 1501), que presupone que la Iglesia apostólica existía,
con una fe viva implantada en los corazones creyentes, antes de la composición de los
libros del NT. 1) El punto de partida es el evangelio de Cristo, que ha de ser preservado
en su pureza, porque este evangelio es la única fuente de toda verdad salvadora y de
toda práctica cristiana. 2) El cuerpo de doctrina y normas disciplinarias procedentes del
evangelio no han sido formuladas de modo exhaustivo por escrito, y así determinadas
tradiciones no escritas deben tomarse en seria consideración, a saber: aquellas que
proceden bien de Jesús mismo o del "dictado" dei Espíritu Santo a los apóstoles. 3) Sin
embargo, no todas las tradiciones son definitivas y normativas para la Iglesia. Trento
circunscribe considerablemente su ámbito, explicitando su recepción de lo que es: a)
apostólico en su origen, y b) transmitido en sucesión ininterrumpida a la Iglesia que
vive, enseña y ofrece culto hoy. Ejemplos de tales tradiciones serían guardar como
santo el primer día de la semana y la unión de la cena del Señor con la liturgia de la
palabra. Los-usos puramente eclesiales no son tomados en consideración aquí, puesto
1238
que el concilio pretendía establecer instrucciones de reforma que en determinados
casos no podían posiblemente aceptar algunos de estos usos.
La principal conclusión, sin embargo, de los dos decretos es que para determinar cómo
debería formularse la doctrina cristiana y cómo ha de ser configurada la vida y el
testimonio cristianos no es suficiente por sí misma una apelación a la Biblia. Se deben
consultar otros lugares teológicos. El sentido de la Biblia está en la Iglesia, y por eso
debe ser oída su interpretación, junto con sus correctos modos de expresar la fe
apostólica en la vida y el culto.
Otra cuestión se refiere al verdadero lugar del concilio de Trento y de sus documentos
en el horizonte más amplio de la primera época de la historia de la Iglesia moderna.
¿Fue Trento verdaderamente creador de la energía y militancia, junto con la
centralización romana del gobierno y disciplina, que caracterizaron a la Iglesia de la
contrarreforina? ¿Fue Trento formador de aquellos aspectos de la institución
eclesiástica que el catolicismo, en un importante cambio de autocomprensión, comenzó
a transformar en el concilio Vaticano II? Dos consideraciones parecen importantes para
encuadrar la actual discusión de esta cuestión.
1) Hoy, cada vez con mayor frecuencia, los historiadores destacan menos las diferencias
entre las creencias y el culto protestante y católico de la era moderna inicial. Ahora se
pone más énfasis en las semejanzas que se encuentran en los procesos con que
protestantes y católicos, digamos en torno al año 1600, abordaron el adoctrinamiento
1239
de la juventud, que prepara para la obra de la Iglesia, y la colaboración eclesial con las
autoridades estatales. Tuvo lugar un proceso de "confesionalización" en todas las
Iglesias a medida que las doctrinas normativas eran cuidadosamente formuladas, se
aclaraban y fortalecían las estructuras de autoridad y se fijaban instrucciones claras
para el ministerio pastoral. Esta tesis de E.W. Zeeden-ha sido desarrollada por W.
Reinhard en su afirmación de que la realización de la reforma tridentina fue
esencialmente un proceso "modernizador", mediante el cual se establecieron pautas
exigentes para los profesionales de la Iglesia católica, se desarrollaron modos de
supervisión y responsabilidad, y un vasto programa educacional intentó llevar a cabo la
interiorización de las normas cristianas. Ésta es en gran medida la transformación del
eatolismo que los documentos de Trento habían previsto; pero el concilio mismo no
creó el celo y dedicación religiosa de aquellos que producirían este decisivo cambio
eclesial. Esto último se debió en gran parte a la nueva espiritualidad, especialmente a la
de san Ignacio de Loyola, que motivó al personal de la Iglesia confesionalizada y
modernizada del siglo y medio que sigue a Trento.
2) Una manera deponer por obra la reforma de Trento fue la aplicación diferenciada de
las nuevas normas en las principales diócesis gobernadas por obispos enérgicos, como
D. Bollani (Brescia), G. Paleotti (Bolonia) y san Carlos Borromeo (Milán). Pero con el
pontificado de Sixto V (1585-1590) las realizaciones locales se colocaron de forma
decisiva bajo el control del papa y la supervisión de su curia, institucionalizada de
nuevo. El objetivo era promover la reforma efectiva en muchos lugares donde no se
habían hecho muchos progresos. Pero el resultado a largo plazo fue que la iniciativa
pastoral local, bien fundamentada en los decretos de reforma de Trento, quedó en gran
medida sofocada por los lentos procesos de la administración centralizada. Incluso la
imagen de Borromeo, canonizado en 1610, fue regulada hasta minimizar su vigor como
reformador episcopal de una diócesis, mientras se subrayaba su ascetismo personal y
su dignidad como cardenal de la Iglesia romana. Estos desarrollos difieren
notablemente de la doctrina y de las medidas de reforma formuladas en Trento entre
154,5 y 1563.
BIBL.: ALBERIGO G., L écclesiologia del Concilio di Trento, en "Rivista di storia delta
Chiesa in Italia" 18 (1964) 227-242; In, La "reception" du Concite de Trent par I Église
romaine, en "Irenikon"58 (1985) 311-337; In, The Council of Trent, en J. O'MALLEY
(ed.), Catholicism in Early Modem Europe: A Guide to Research, San Luis 1988, 211-
226; BEDOUELLE G., Le canon de I Ancien Testament dans la perspective du Concite
de Trient, en J. KAESTLI (ed.), Le canon de I Ancien Testament. Sa formation et son
histoire, Ginebra 1984, 253-282; i:ONGAa Y., La Tradición y las tradiciones, Dinor, San
Sebastián 1964; EveNneT-r H.O., The Spirit of the Counter-Reformation, Cambridge
1968; GOsELMANN J. R., Sagrada Escritura y Tradición, historia y alcance de una
controversia, Herder, Barcelona 1968; HEDIN H. y ALseeIco G., !I tipo ideale del
vescovo.secondo la Riforma cattolica, Brescia 19852; Jt:otx H., Historia del Concilio de
Trento I-IV, Pamplona 1972-1981; In, Trent, Council of, en ÑCE 14, 271-278;
RArzINCeR J., Revelación y tradición, en K. RAHiJEa y J. RATZINGER, Revelación y
tradición, Herder, Barcelona 1971; REINHARD W., Gegenreformation a!s
modernisierung?, en "Archiv für Reformationsgeschichte" 68 (1977) 226-252; RovmA
BSLLOSO J. M., Trento. Una interpretación teológica, Barcelona 1979, 73-100;
TAVARt) G., Tradition in Early Post-Tridentine ¡heology, en "TS" 23 (1962) 37705;
ZsEOeN E. W., El origen de las confesiones, Euramérica, Madrid 1969.
J. Wicks
1240
TRENTO, Concilio de
En tres períodos de trabajo, 154547, 1551-52 y 1562-63, el concilio de Trento elaboró un
cuerpo de doctrina y de prescripciones disciplinarias que ejercieron una profunda
influencia en la configuración del moderno catolicismo romano.
San Juan Fisher reunió los principales puntos del caso católico en su Confutatio de
Lutero, en 1526. 1) Muchas cosas en la Biblia son de hecho difíciles de entender, como
2Pe_3:16 señala. La Biblia sola, en vez de resolver controversias, conduce finalmente a
divisiones y errores, como lo confirma la historia de la herejía. 2) Se ha desarrollado en
la Iglesia, bajo la guía del Espíritu Santo, una tradición normativa de interpretación de
la Biblia, a saber: la doctrina de los Padres ortodoxos y los concilios ecuménicos. 3)
Además, en la sede de Pedro la Iglesia tiene un iudex controversiarum, al que se debe
recurrir cuando se produzcan disputas sobre la doctrina, formas de culto y normas de la
vida de la Iglesia. 4) Los escritos apostólicos, por ejemplo 2Ts_2:15; Jn 20;30;
2Ts_21:25, señalan una transmisión oral de la doctrina que rige más allá de lo que está
consignado en los escritos reunidos en la Biblia, y algunas prácticas de la Iglesia
universal derivan de esta fuente no escrita. Argumentos similares fueron presentados
por otros apologistas católicos, como J. Dietenberger,.N. Herborn y J,.Dreido.
La recepción por Trento de los libros bíblicos coincidió con su clarificación formal de
los contenidos y límites de la Escritura (t Canon). Algunos miembros del concilio, como
el agustino Jerónimo Seripando, estaban abiertos a una diferenciación dentro del AT
entre libros normativos para la fe y otros, los libros "deuterocanónicos", que sirven sólo
para instruir en una vida piadosa. Pero la mayoría halló esta idea demasiado sutil y
propensa a debilitar el remedio que el concilio pretendía aplicar a una situación nada
tranquila de inseguridad y confusión. Incluso Seripando estaba de acuerdo en que
todos los libros del canon tradicional estaban inspirados y eran inerrantes, por lo cual
se estableció formalmente el canon más amplio (DS 1502-03), siguiendo la lista
utilizada por el concilio de Florencia en 1442 en sus negociaciones con las Iglesias
coptas. El decreto representa una expresión moderada, aunque inequívoca, del sentir
de Trento de hablar en nombre de una Iglesia que está realmente "en posesión" de su
Biblia, y por eso es capaz de- declarar definitivamente qué libros deben ser tenidos
como "sagrados y canónico'!" (DS 1504).
El segundo gran paso de Trento fue su recepción, junto con la Escritura, de ciertas
tradiciones apostólicas normativas. La reforma había identificado muchas prácticas de
la Iglesia como abusos, y muchas leyes de la Iglesia, por ejemplo el ayuno, la
observancia de los días festivos, el celibato clerical, como usurpaciones eclesiásticas de
la libertad cristiana. La respuesta de Trento es una formulación compacta y
gramaticalmente intrincada (DS 1501), que presupone que la Iglesia apostólica existía,
con una fe viva implantada en los corazones creyentes, antes de la composición de los
libros del NT. 1) El punto de partida es el evangelio de Cristo, que ha de ser preservado
en su pureza, porque este evangelio es la única fuente de toda verdad salvadora y de
toda práctica cristiana. 2) El cuerpo de doctrina y normas disciplinarias procedentes del
evangelio no han sido formuladas de modo exhaustivo por escrito, y así determinadas
tradiciones no escritas deben tomarse en seria consideración, a saber: aquellas que
proceden bien de Jesús mismo o del "dictado" dei Espíritu Santo a los apóstoles. 3) Sin
embargo, no todas las tradiciones son definitivas y normativas para la Iglesia. Trento
circunscribe considerablemente su ámbito, explicitando su recepción de lo que es: a)
apostólico en su origen, y b) transmitido en sucesión ininterrumpida a la Iglesia que
vive, enseña y ofrece culto hoy. Ejemplos de tales tradiciones serían guardar como
santo el primer día de la semana y la unión de la cena del Señor con la liturgia de la
palabra. Los-usos puramente eclesiales no son tomados en consideración aquí, puesto
que el concilio pretendía establecer instrucciones de reforma que en determinados
casos no podían posiblemente aceptar algunos de estos usos.
1243
apropia lo que los controversistas habían propuesto acerca.de la existencia y
accesibilidad de un iudex controversiarum en la Iglesia.
La principal conclusión, sin embargo, de los dos decretos es que para determinar cómo
debería formularse la doctrina cristiana y cómo ha de ser configurada la vida y el
testimonio cristianos no es suficiente por sí misma una apelación a la Biblia. Se deben
consultar otros lugares teológicos. El sentido de la Biblia está en la Iglesia, y por eso
debe ser oída su interpretación, junto con sus correctos modos de expresar la fe
apostólica en la vida y el culto.
Otra cuestión se refiere al verdadero lugar del concilio de Trento y de sus documentos
en el horizonte más amplio de la primera época de la historia de la Iglesia moderna.
¿Fue Trento verdaderamente creador de la energía y militancia, junto con la
centralización romana del gobierno y disciplina, que caracterizaron a la Iglesia de la
contrarreforina? ¿Fue Trento formador de aquellos aspectos de la institución
eclesiástica que el catolicismo, en un importante cambio de autocomprensión, comenzó
a transformar en el concilio Vaticano II? Dos consideraciones parecen importantes para
encuadrar la actual discusión de esta cuestión.
1) Hoy, cada vez con mayor frecuencia, los historiadores destacan menos las diferencias
entre las creencias y el culto protestante y católico de la era moderna inicial. Ahora se
pone más énfasis en las semejanzas que se encuentran en los procesos con que
protestantes y católicos, digamos en torno al año 1600, abordaron el adoctrinamiento
de la juventud, que prepara para la obra de la Iglesia, y la colaboración eclesial con las
autoridades estatales. Tuvo lugar un proceso de "confesionalización" en todas las
Iglesias a medida que las doctrinas normativas eran cuidadosamente formuladas, se
aclaraban y fortalecían las estructuras de autoridad y se fijaban instrucciones claras
para el ministerio pastoral. Esta tesis de E.W. Zeeden-ha sido desarrollada por W.
Reinhard en su afirmación de que la realización de la reforma tridentina fue
esencialmente un proceso "modernizador", mediante el cual se establecieron pautas
exigentes para los profesionales de la Iglesia católica, se desarrollaron modos de
supervisión y responsabilidad, y un vasto programa educacional intentó llevar a cabo la
interiorización de las normas cristianas. Ésta es en gran medida la transformación del
eatolismo que los documentos de Trento habían previsto; pero el concilio mismo no
creó el celo y dedicación religiosa de aquellos que producirían este decisivo cambio
eclesial. Esto último se debió en gran parte a la nueva espiritualidad, especialmente a la
1244
de san Ignacio de Loyola, que motivó al personal de la Iglesia confesionalizada y
modernizada del siglo y medio que sigue a Trento.
2) Una manera deponer por obra la reforma de Trento fue la aplicación diferenciada de
las nuevas normas en las principales diócesis gobernadas por obispos enérgicos, como
D. Bollani (Brescia), G. Paleotti (Bolonia) y san Carlos Borromeo (Milán). Pero con el
pontificado de Sixto V (1585-1590) las realizaciones locales se colocaron de forma
decisiva bajo el control del papa y la supervisión de su curia, institucionalizada de
nuevo. El objetivo era promover la reforma efectiva en muchos lugares donde no se
habían hecho muchos progresos. Pero el resultado a largo plazo fue que la iniciativa
pastoral local, bien fundamentada en los decretos de reforma de Trento, quedó en gran
medida sofocada por los lentos procesos de la administración centralizada. Incluso la
imagen de Borromeo, canonizado en 1610, fue regulada hasta minimizar su vigor como
reformador episcopal de una diócesis, mientras se subrayaba su ascetismo personal y
su dignidad como cardenal de la Iglesia romana. Estos desarrollos difieren
notablemente de la doctrina y de las medidas de reforma formuladas en Trento entre
154,5 y 1563.
BIBL.: ALBERIGO G., L écclesiologia del Concilio di Trento, en "Rivista di storia delta
Chiesa in Italia" 18 (1964) 227-242; In, La "reception" du Concite de Trent par I Église
romaine, en "Irenikon"58 (1985) 311-337; In, The Council of Trent, en J. O'MALLEY
(ed.), Catholicism in Early Modem Europe: A Guide to Research, San Luis 1988, 211-
226; BEDOUELLE G., Le canon de I Ancien Testament dans la perspective du Concite
de Trient, en J. KAESTLI (ed.), Le canon de I Ancien Testament. Sa formation et son
histoire, Ginebra 1984, 253-282; i:ONGAa Y., La Tradición y las tradiciones, Dinor, San
Sebastián 1964; EveNneT-r H.O., The Spirit of the Counter-Reformation, Cambridge
1968; GOsELMANN J. R., Sagrada Escritura y Tradición, historia y alcance de una
controversia, Herder, Barcelona 1968; HEDIN H. y ALseeIco G., !I tipo ideale del
vescovo.secondo la Riforma cattolica, Brescia 19852; Jt:otx H., Historia del Concilio de
Trento I-IV, Pamplona 1972-1981; In, Trent, Council of, en ÑCE 14, 271-278;
RArzINCeR J., Revelación y tradición, en K. RAHiJEa y J. RATZINGER, Revelación y
tradición, Herder, Barcelona 1971; REINHARD W., Gegenreformation a!s
modernisierung?, en "Archiv für Reformationsgeschichte" 68 (1977) 226-252; RovmA
BSLLOSO J. M., Trento. Una interpretación teológica, Barcelona 1979, 73-100;
TAVARt) G., Tradition in Early Post-Tridentine ¡heology, en "TS" 23 (1962) 37705;
ZsEOeN E. W., El origen de las confesiones, Euramérica, Madrid 1969.
J. Wicks
1245
UNICIDAD Y UNIVERSALIDAD
1. EL DEBATE TEOLÓGICO ACTUAL. La unicidad y la universalidad de Jesucristo en
el orden dé la salvación representan la cuestión crucial de toda teología cristiana de las
religiones. Tan antigua como la propia cristología, renovada en los tiempos recientes, se
plantea de forma más urgente y radical en el contexto actual del pluralismo religioso y
del diálogo entre las diversas tradiciones; la literatura actual es un buen testimonio de
esta interrogación renovada.
Conviene clarificar los términos desde el principio. La unicidad que aquí está en
discusión no es la unicidad relativa, tal como puede afirmarla la ciencia comparativa de
las religiones a propósito de cada tradición religiosa en virtud de su especificidad, de su
singularidad y de sus mutuas diferencias. Semejante unicidad "relativa" -y sólo ella= es
accesible al estudio de la observación científica. Por el contrario, la fe -y la teología que
se apoya en ella- va- más allá. La unicidad de Jesucristo en el orden de la salvación, tal
como se la ha comprendido tradicionalmente en la fe cristiana, es una unicidad
"absoluta": Jesucristo es obligatoriamente "constitutivo" de la salvación de todos los
hombres: es el salvador universal. Precisemos, sin embargo, que se trata de una
unicidad "ontológica", no "epistemológica" (como si tuviera que caer bajo el campo de
la conciencia). Por otra parte, la unicidad llamada "relacional"--emparentada con la
unicidad "relativa"- no da cuenta plenamente de la fe cristiana tradicional. No basta
1246
con reconocer que el misterio de Jesucristo es capaz, incluso hoy, de inspirar y de
alimentar una vida religiosa auténtica mejor quizá que cualquier otro símbolo hay que
profesar que, en el plan de Dios, este misterio es universalmente constitutivo de la
salvación. Añadamos también que algunos autores prefieren sustituir el término de
"unicidad" por el de "finalidad" o el de "centralidad". Estos términos tendrían la ventaja
de indicar que, mientras que la revelación divina en Jesucristo es decisiva, y en este
sentido "final" y "central", no representa, sin embargo, la "única" manifestación divina
a la humanidad.
Unidad y universalidad: conviene combinar los dos términos y mantenerlos juntos. Sin
la universalidad, la unidad llevaría a una posición exclusivista; separada de la unidad,
la universalidad conduciría por el camino "pluralista". Combinadas entre sí, la unicidad
y la universalidad se compaginan, por el contrario, con una cristología "inclusiva". Para
comprenderlo, hemos de recordar los términos del debate actual sobre la teología de las
religiones.
1247
Barth, según la cual el único conocimiento válido de Dios es el conocimiento cristiano
que el hombre recibe en Jesucristo; el Dios de los otros es un ídolo.
Porque hay que decirlo con toda claridad: sólo la identidad personal de Jesucristo como
Hijo único de Dios constituye un fundamento teológico suficiente para establecer su
unicidad "constitutiva" como salvador universal. A partir de allí, las posiciones
teológicas opuestas entran en la lógica de las cosas. En efecto, las dos afirmaciones
están de acuerdo con esto: o Jesucristo es Hijo único de Dios, y entonces se sigue que
su mediación es universal; o no lo es, y entonces carece de fundamento teológico la
pretensión cristiana a su unicidad "constitutiva". Afirmar la filiación divina de
Jesucristo es, desde luego, una cuestión de fe; no se llega a ello tras un razonamiento n1
tras un estudio comparado de las religiones de la humanidad. Lo cual no impide que
esta afirmación, que está en el centro de la fe cristiana, encuentre objeciones muy serias
en el contexto actual de pluralismo religioso y de diálogo entre las religiones. Van
dirigidas, bien contra el propio NT, bien contra la tradición cristiana, bien contra la
teología. Responderemos a ellas con brevedad.
¿Qué hemos de responder? Es verdad que el misterio de Jesucristo, tal como lo concibe
el NT, se inscribe en un concepto de la historia heredado de la cultura judía y de la
historia religiosa de Israel; pero también es verdad que él mismo le ofrece a la historia
una densidad nueva e inesperada. Tratándose de la escatología judía y de la mentalidad
apocalíptica, hay que observar que el acontecimiento Jesucristo hizo explotar el sentido
israelita de la historia en que se inscribe. Si cumple las esperanzas mesiánicas de los
últimos tiempos, lo hace de forma trascendente, transformándolas y superándolas.
Lo que hoy está en discusión en el contexto del pluralismo religioso no es, por tanto, la
pretensión de la tradición cristiana a la unicidad de Jesucristo salvador. Es más bien su
"porqué". Una explicación sugiere que la afirmación de fe en Jesús salvador es de
carácter doxológico; por tanto, se necesita atenuar su alcance, ya que todo lenguaje
doxológico procede de un impulso de fe amoroso y... ciego. Conviene, no obstante,
puntualizar en esta ocasión. Distinguiendo ante todo entre textos doxológicos, por una
parte, y profesiones de fe o decisiones dogmáticas, por otra. Luego, observando que una
nota doxológica no se opone a un contenido doctrinal: los textos doxológicos no están
privados de valor dogmático, como tampoco las profesiones de fe y las decisiones
conciliares carecen de un acento doxológico. Reconocer el carácter doxológico de
ciertos documentos no obliga por tanto, ni mucho menos, a negar su valor doctrinal.
Observemos además que, si la fe es impulso amoroso, no por ello es una fe ciega. A1
contrario, la fe da "ojos" nuevos para ver la verdad. En este sentido es ella su propia
verificación: el cristiano sabe que lo que cree es verdad.
O bien, yendo más lejos, se abandona como obsoleta cualquier pretensión cristiana a la
unicidad de Jesucristo, tanto constitutiva como incluso normativa. Es el precio que hay
que pagar para que sea posible el diálogo. Es la tesis del "universo teocéntrico",
acompañada de una "cristología no normativa". Todas las tradiciones religiosas gozan
de una igualdad fundamental, puesto que representan manifestaciones divinas -
diferentes y todas ellas relativasen las diversas culturas de la humanidad. Se ha dicho
que la "revolución copernicana" propuesta por J. Hick es hoy el símbolo de esta teoría.
La perspectiva "teocéntrica" que él preconiza para una teología de las religiones va
estrechamente ligada a una cristología del "mito del Dios encarnado" y se basa en ella.
La creencia cristiana en la "encarnación" del Hijo de Dios procedería de la trasposición
del mensaje de Jesús en un lenguaje "mítico", realizada por la tradición joánica y
posbíblica bajo la influencia del helenismo. Baste, para responder a ello, remitir a lo
dicho anteriormente sobre el problema de la "helenización" o "deshelenización" del
dogma cristológico y recordar que la fe cristiana no permite en modo alguno reducir la
filiación divina de Jesucristo a una filiación "metafórica". Porque se trata ciertamente
de una filiación "ontológica", que ha de tomarse en sentido "literal", aun cuando, como
es evidente, el concepto de "generación" es un concepto analógico, que se realiza en
Dios de forma eminente.
Por otra parte, entre las dificultades teológicas se apela a la conciencia histórica y a la
"relatividad" inevitable de cualquier verdad, incluso y sobre todo de la verdad revelada,
aunque admitiendo que semejante verdad basta para justificar un compromiso
absoluto de las personas con la verdad parcial de su tradición. Hay que oponer a ello el
carácter único de la revelación que tiene lugar en Jesucristo. En efecto, la trasposición
de la conciencia personal de Jesús como Hijo de Dios en conceptos humanos
comunicables le da a la revelación que él hace de sí mismo y de Dios un valor objetivo
trascendente, inigualable e insuperable.
Otro problema: ¿no deberían los cristianos practicar con las tradiciones religiosas,
particularmente con la suya, lo que la psicología contemporánea llama una
"hermenéutica de la sospecha"? E1 árbol se conoce por sus frutos. Del mismo modo,
una religión es verdadera en la medida en que hace a los hombres verdaderamente
humanos, en sí mismos y en sus relaciones con los demás. Pues bien, ¿puede decirse
que el cristianismo produce frutos de humanidad en proporción con sus exorbitantes
pretensiones? Si Jesucristo es verdaderamente único, ¿no deberá hacerse la
"verificación" en la vida de las comunidades cristianas de fe? Pero ¿es esto lo que
ocurre? Aquí se debe denunciar lo que hay de falacia en el principio que se invoca. El
cristianismo no presenta ninguna pretensión a propósito de los cristianos, sino a
propósito de Jesucristo. Él es el "único", no ellos. La comunidad cristiana ha recibido
ciertamente como misión dar un testimonio de su misterio digno de fe. A menudo
traiciona esta misión, aun sin darse suficientemente cuenta de ello. Lo cierto es, de
todas formas, que el misterio de Jesucristo y su unicidad no dependen de la cualidad
del testimonio de sus discípulos. Él es, por parte de Dios, un don irrevocable a la
humanidad; la fidelidad de Dios no depende de nuestras infidelidades cristianas. Por
tanto, es inexacto que la verdad de Jesucristo dependa de la praxis de los cristianos.
El principio de la "verificación" de la verdad vuelve a aparecer bajo otra forma. Esta vez
se sugiere que la praxis del diálogo interreligioso tiene que servir de criterio para juzgar
de la verdad de toda tradición religiosa, incluso de la tradición cristiana. Por tanto, el
1252
cristianismo debe dejar de lado, al menos provisionalmente, toda pretensión a la
unicidad de Cristo, a fin de entrar con los demás en un verdadero diálogo, de igual a
igual. Si Jesucristo es realmente único, tendrá que demostrarlo el diálogo; ninguna otra
cosa puede establecerlo. De la práctica del diálogo -se dice- "quizá salga Jesús el
Nazareno (sin ser impuesto) como el símbolo unificador, como la expresión
universalmente satisfactoria y normativa, de lo que Dios tiene como proyecto para toda
la historia" (P. F. Knitter). Sin embargo, hay que preguntarse cómo llevará el diálogo al
descubrimiento de la fe en la unicidad de Jesucristo una vez que se ha puesto en
paréntesis dicha fe, aunque sea de forma provisional. La fe no está al final del diálogo ni
puede concebirse como su resultado. La sinceridad del diálogo no exige ni permite
"poner entre paréntesis" ni siquiera provisionalmente, la fe personal (! "Diálogo
interreligioso"). Señalemos además que el descubrimiento de la unicidad de Jesucristo,
que se considera como la conclusión eventual de diálogo, no es la "unicidad" que
profesa la fe cristiana: una cristología "normativa" se queda demasiado corta para dar
cuenta del carácter "constitutivo" del misterio de Jesucristo en el orden de la salvación.
Una teología cristiana de las religiones debe poner en evidencia el significado universal
y la dimensión cósmica del misterio de Jesucristo y de su acontecimiento. En último
análisis, el único fundamento teológico válido de la unicidad de Jesucristo es su
identidad personal de Hijo de Dios. Pero decirlo es y no puede menos de ser, un acto de
fe. Porque, como dice san Pablo, "nadie puede decir `Jesús es el Señor' si no es movido
por el Espíritu" (1Co_12:3).
1253
BIBL.: CRAGG K., The Christ and the Faiths. Londres 1986; D'CosTA G., T7teology and
Religious Pluralís"i: The Challenge of Other ReligiOn3, Oxford 1986; DAMBORENEA
P. La salvación en las religiones no cristianas, Ed. Católica, Madrid 1973;
DHAVAMONY M. (ed.), Founders of Re/igiorts (Studia Missionalia 33), Roma 1984;
DUEUIS J., Jesucristo al encuentro de las religiones, Páúlinas, Madrid 1991; HieK J.,
God and the Universe of Faiths: Essays in the Philosophy of Religéon, Londres 1973;
H1CR J. y KNIrrER P. F. (eds.), The Myth of Christian Uniqueness: Toward a
Pluralistic Theology of Religions, Nueva York 1987; KmrrER P. F., No Other Name?A
Critica¡ Survey of Christian Altitudes toward ¡he World Religions, Nueva York 1985;
KRAEMER H., La foi chrétienne el !es religions nonchrétienne. Neuchátel 1956; KüNG
H., Ser cristiano, Madrid 1977; In, El cristianismo y las grandes religiones. Madrid
1987; NEILL St., The Supremacy of Jesus, Londres 1984; NEWBIGIN L., L úniversalité
de la foi chrétienne, Ginebra 1961; In, The Finality of Christ, Londres 1969; PANIKKAR
R., El Cristo desconocido del hinduismo, Madrid 1971; RACE A., Christians and
Religious Pluralism: Patterns in the Christian Theology of Religiotts, Londres 1983;
RAIINER K., Curso fundamental sobre la fe, Barcelona 19843; RAES J., Les ehrétiens
parmi les reGgions (Le christianisme et la lo¡ ehrétienne 5), París 1987; SCHINELLER
J.P., Christ and Church. A Spectrum of Views, en "Theological Studies" 37 (1976) 545-
566; SettLErrf R.H., Pour une "théologie des religions"; París 1971; TILLICH P., Le
christianisme el les religions, París 1968; TaoELrsce E., El carácter absoluto del
cristianismo, Salamanca 1979;
J. Dupuis
1254
UNIVERSALE CONCRETUM
En los tratados particulares De religione y De revelatione de teología fundamental se
formulan preguntas para cuya respuesta resulta útil el concepto universale concretum.
Concebir lo universal y lo concreto como solidarios es algo que los filósofos no han
dejado nunca de intentar; pero todos los esfuerzos han fracasado antes de conseguir su
meta: o se concebía lo universal como verdaderamente no concreto o lo concreto como
verdaderamente no universal.
Agustín expuso constantemente nuevas variaciones del motivo "Christus totus et caput
et corpus" (cf Sermo 341,9,11; Enarr. in Sal_37:6, etc.) e intentó comprender así el
universale coneretum, que es Jesús de Nazaret. La famosa doctrina del Anselmo de
Canterbury, expuesta ante todo en Cur Deus homo, de la "satisfacción sustitutiva", es
una forma particularmente eficaz en el aspecto histórico-teológico de ilustrar el alcance
de la acción de Jesucristo. Permanece aquí indeciso si la discusión medieval, ante todo
entre los teólogos franciscanos, que intenta comprender la relación entre singulare y
universale, aporta algo al conocimiento del universule concretum que es Jesucristo. En
todo caso, sin el esfuerzo precedente de los teólogos franciscanos no hubiera sido
posible la obra de Nicolás de Cusa, que habla expresamente de la "coincidentia" de
"universale"y "contractum". Martín Lotero, en la polémica con Zwinglio y su
concepción de la cena, atribuye gran valor a que se entienda la comunicación de
idiomas (intercambio de predicados divinos y humanos) como praedicatio realis, y por
tanto no sólo como praedicatio verbalis. Sólo así se puede afirmar la ubicuidad
(omnipresencia) de la humanidad de Jesús, sin la cual no sería posible en la cena la
presencia real de Jesucristo bajo el pan y el vino. Por tanto, también la doctrina de
Lotero de la comunicación de idiomas, que ha de entenderse realmente, es una manera
de considerar que el misterio de Jesucristo es eoneretum y universale.
"Dios es amor" (Un 4,17). Dios, que es en sí el amor esencial, muestra este amor ante el
mundo y al mundo en la historia, sobre todo en la historia de Jesús de Nazaret. En
1256
Jesucristo encuentra la revelación bíblica su significado central y su suprema
condensación. El acontecimiento Cristo abarca en su concreta unicidad la historia
entera; más aún, el universo, pues en la universal proexistencia de Jesucristo
crucificado y resucitado llega a su consumación. La condensación de lo universal en la
unicidad concreta de la persona y de la vida de Jesús encuentra su expresión
eristólógica en el dogma de la unión hipostática. Desde la perspectiva de la teología de
la revelación, esta unión significa la unidad esencial de Jesucristo con la palabra de
Dios y con la acción redentora de Dios, y por tanto con la revelación de Dios (cf Col_2:9
: "Toda la plenitud de la divinidad habita corporalmente en Cristo'.
BIBL.; BABEL, T. Van y BRUNING B., Die Einheit des rotos Christus bei Augustinus,
en P. MnvEe y W. EcxeRMnNN (eds.), Scientia Augustiniana, Würtburg 1975, 43-75;
Cusn N., De docta ignorantia, E. Hofmann y R. Klibansky (eds.)., Leipzig 1932, 125-179;
GRESHAxE G., Erlb'sung und Freiheit. Eine Neuinterpretation dar Erl6sungslehre
Anselms von Canterbury, en In, Gottes He¡¡. Glück des Menschen, Friburgo 1983, 80-
104; HAUBST R., Die Christologie des Nikolaus von Kues, Friburgo 1956 166-221;
HUsNEe R., Die Einheit des Leibes Christi bei Gregor van Nyssa, Leiden 1974; L(SSER
W., Universale concretum als Grundgesetz dar oeconomia Revelationis, en HFth II,
108-121; Mncxev H., Singular and universal. A franciscan perspectiva, en FrSA" 17
(1979) 130-164.
W. Lóser
1257
VATICANO I
1. EL. RETO DE LA ÉPOCA: LA PRETENSIÓN DE AUTONOMÍA. Era una Iglesia en
busca de certezas la que celebró el concilio Vaticano 1. Una Iglesia que, por el 1870,
llevaba ya un siglo .enfrentándose con los ataques, no sólo contra su poder y su
influencia, sino incluso contra el fundamento de su misma existencia; es decir, la
posibilidad de la revelación de un Dios personal, creador y redentor. Ataques lanzados
no ya por algún pensador aislado en unos volúmenes ilegibles, sino ataques
propagados, a veces no sin cierta sutileza, en escritos de fácil lectura para un público
culto cada vez más amplio. (Voltaire y Rousseau tuvieron más influencia en el siglo xix
que en el suyo propio). Ataque, finalmente, que se conjugaba con nuevos modelos de
pensamiento político -y social.
Desde el punto de vista teórico puede decirse que desde el principio estos ataques
difícilmente podían quedar bloqueados de una forma adecuada. En el siglo xvin se
había consumido mucha energía teológica en discusiones y disputas hechas con una
pasión digna de mejor causa; pensemos en el jansenismo y, en menor grado, en los
problemas eclesiológicos, centrados en el episcopalismo' en sus diversas formas,
conjugadas a menudo en un matrimonio de conveniencia con las diversas formas de
jurisdiccionalismo.
Era una Iglesia en la que la incertidumbre sólo podía haber crecido por la traumática
experiencia de la revolución francesa, que, en favor de la libertad, la igualdad y la
fraternidad, no solamente convulsionó el orden político patriarcal y jerárquico, sino
que llevó a un cisma y, acompañada de terror, a la descristianización de una nación
llamada la hija mayor de la Iglesia. Cualquier deseo, aunque moderado, de democracia,
así como cualquier lucha por la libertad (los irlandeses y los polacos tenían algo por qué
luchar), suscitaba en la Iglesia el espectro de la anarquía y del ateísmo que
"inevitablemente" deben ser su consecuencia.
Era una Iglesia que tenía que constatar cómo la restauración no traía paz ni armonía, y
cómo el espectro resultaba cada vez más amenazador: ¡1848! Un espectro que tenía ya
un nuevo nombre: el comunismo. Las dificultades de la Santa Sede con Italia hacían
vivir entre tanto a la Iglesia, una vez más, una experiencia negativa de "libertad".
Encontraba fácilmente sitio y se hacía creíble la teoría del gran complot
masónicojacobino-liberal-comunista.
1258
La problemática, al simplificarse en estos términos, podía dar origen a la tesis de que
bastaría con la reafirmación de una sana doctrina contra el agnosticismo para- hacer
renacer también una sociedad ordenada, que no pudiese ya prescindir de la religión; se
habría alcanzado entonces la reafirmación de la importancia de la Iglesia.
Una importancia que, para la Iglesia, no debería limitarse tan sólo al hecho religioso,
sino que debería reafirmarse también frente a las pretensiones de los gobiernos
modernos, que, más allá de la cuestión de la revelación y de ia fuente divina de
autoridad (los Estados modernos habrían querido igualmente mantener un principio de
autoridad), excluían una doctrina político-social basada en principios morales
trascendentales, cognoscibles por la ley natural (dada por Dios) y por el mensaje
revelado.
La comisión que tenía que preparar el esquema relativo a la fe cristiana tomará, por
tanto, el Syllabus como punto de partida. A los padres se les presentaría en primera
instancia un esquema elaborado por J.B. Franzelin (1816-1886) y modificado luego por
la comisión teológica. La preocupación por todo el orden social, cuyo fundamento -la
religión (católica)- ha de reafirmarse, condiciona las primeras críticas al esquema
presentado a los padres: aunque comienza con los problemas del materialismo, del
panteísmo y del racionalismo (siguiendo los primeros puntos del Syllabus), siguiendo
con una serie de temas de teología fundamental (las fuentes de la revelación, la
necesidad de una revelación sobrenatural, la distinción entre fe divina y conocimiento
humano, la necesidad de los motivos de credibilidad, la virtud sobrenatural de la fe y su
necesidad, junto con la libertad de asentimiento a los misterios de la fe revelada, la
relación entre la ciencia humana y la fe divina, la inmutabilidad de los dogmas), el
esquema contiene también toda una serie de temas dogmáticos (trinidad, creación,
encarnación y redención, la naturaleza del hombre, el orden sobrenatural, el pecado, la
gracia), dirigidos particularmente contra las tesis del teólogo de Viena A. Günther. Los
padres insisten, debido a la situación preocupante de la sociedad, en que hay que
limitarse a los errores fundamentales y primarios: el materialismo y el ateísmo
(intervención del cardenal Rauscher, de Viena; hay también varios obispos italianos
que indican la crisis de fe de las masas). La constitución Dei Filius se limitará luego, de
hecho, a los primeros problemas.
El Syllabus sugería también parcialmente un segundo punto del programa del concilio:
especialmente las cuestiones del papel de la Iglesia y su importancia frente a la
sociedad civil, junto con los derechos de la Iglesia frente a los Estados, que los sucesos
políticos llevaban vanos decenios poniendo en discusión. No obstante, esta
intervención ha de verse también como una toma de posición a nivel conciliar sobre la
discusión plurisecular sobre la naturaleza de la Iglesia y sobre su estructura visible y
jerárquica: una discusión que se había mantenido viva sobre todo contra los
protestantes.
A los padres se les presentó el primer esquema de una constitución sobre la Iglesia, que
contiene los siguientes capítulos: (I) la descripción de la Iglesia como cuerpo místico de
Cristo; (II) la religión de Cristo sólo puede practicarse en la societas fundada por él (III)
como una societas real perfecta espiritual sobrenatural, (IV) visible, (V) una, (VI)
necesaria para la salvación -(VII) que no se encuentra fuera de ella-, (VIII) indefectible
(IX) infalible, (X) jerárquica, (XI) con la primacía de Pedro. (Los cc. XII, XIII y XIV
hablan del poder temporal, de los derechos del Estado, de los derechos de la Iglesia
frente al Estado). Aquel esquema no gustó: la presentación de la Iglesia como cuerpo
místico, a pesar de ser muy bíblica, se consideró demasiado "vaga"; se advierte la
preocupación por la cuestión de la autoridad. Tampoco fueron muy apreciados los
capítulos siguientes, curiosamente ¡porque les faltaba la perspectiva bíblica!
Un esquema enmendado sobre todo en la primera parte por J. Kleutgen (1811-1883) no
llegó a distribuirse, ya que el capítulo sobre el primado se presentó como un esquema
separado, en el que se elabora la jurisdicción ordinaria, inmediata, episcopal y universal
del papa y su infalibilidad en cuestiones de fe y de moral. Por un lado, se desea
ciertamente terminar de esta manera la discusión no sólo con los protestantes y los
ortodoxos, sino también con los episcopalistas (el "galicanismo") dentro de la misma
Iglesia católica; por otro lado, se reafirma en general el principio de autoridad, incluso
para los obispos, como habían percibido algunos de los opositores iniciales a la
definición de la infalibilidad. La misma discusión (buen análisis de A. Houtepen) -
objeto además de una controvertida producción historiográfica (B. Hasler)- no siempre
pone de relieve el cuadro general de la respuesta al reto de la autonomía; el resultado -
la constitución Pastor aeternus- es captado, sin embargo, como tal en las diversas
cancillerías europeas (Berlín, Viena, París).
1261
sin el papa, no hay papa sin infalibilidad". La infabilidad es entonces otra expresión de
la soberanía.
Se puede añadir: una autoridad tan grande es eficiente y puede y debe además
contribuir al restablecimiento del orden social; en una perspectiva histórica, la
actividad intensa del magisterio para la construcción de una doctrina social y política
con la finalidad de instaurar una nueva cristiandad, modelada sobre una Edad Media
más imaginaria que real, es también un fruto de las afirmaciones del Vaticano I. La
Iglesia, basada en la revelación divina y sintiéndose su guardiana, tiene algo importante
que decir al mundo.
BIBL.: AA.V V., De doctrina Concilü Vaticani primi, Ciudad del Vaticano 1969;
AUBERT R., Historia de los Concilios ecuménicos XII, Vaticano 1, Vitoria 1970; Bern
U., Lv costitu2ione dogmatica "Pastor Aeterntu"del: Concilio Vaticano 1, Roma 1961;
CONGAR Y., L écclésiologie de la Révolutionfrancvise au Concile du Yvtican Bous le
signe de láffrmation de láutorité, en AA .VV., Lécclésiologie au XIXe siécle, París 1960,
1262
76-114; G()MEZ-HERAS J., Temas dogmáticos del Concilio Vaticano L Aportación de la
Comisión Teológica preparatoria a su obra doctrinal. Votos y esquemas inéditos I-II,
Vitoria 1971; HASLER A.B., Pfus IX (1846-1878). Püpstliche Unfehlbarkeit und 1.
Vatikanisches Konzil. Dogmatisierung und Durchsetzung einerldeologie, Stutgart 1977;
HORST F. van der, Das Schema über die Kirche auf dem I. Vatikanischen Konzil,
Paderborn 1963; HOUTEPEN A. W.J., onfeilbaarheid en hermeneutiek. De betekenis
van het infallibilitas-concept op Vaticanum 1, Brujas 1973 MARTINA G., Pio IX. 1866
1878, Roma 1990; MEYER H., Das Wort Pius IX: "Dei Tradition bin ich" : Püpstliche
Unfehíbar keit und apostolische 7radition in den Debatten und Dekreten des
Vatikanum 1, Munich 1965; OTT H., Die Lehre des L Vatikanischen Konzils. Ein
evangelischer Kommentar, Basilea 1963; PETRUZZI P., Chiesa e societá civile al
Concilio Vaticano 1, Roma 1984; POTTMEYER H.J., Un fehibarkeit und Souveranitdtt.
Diepüpstliche Unfehlbarkeit im System der ultramontanen Ekklesiologie des 19.
Jahrhunderts, Mainz 1975; ID, Der Glaube vor dem Anspruch der Wissenschaft. Die
Konstitution über den katholischen Glauben "Dei Filius"des Ersten Vnikanischen
Konzils und die unverdffentlichten theologischen Voten der vorbereitenden
Kommission, Friburgo 1968; RONDET H., Vaticano 1, el Concilio de pío IX, Bilbao
1963; SCHATZ K., Kirchenbild und plipstliche Unfehlbarkeit be¡
dendeutschssprachigen Minoritütsbischdfen aufdem 1. Vatikanum, Roma 1975;
SCHWAIGER G. (ed.), Hundert Jahre nach dem Ersten Vatikanum, Stutgart 1970;
WALTER P., Die Frage der Glaubensbegründung aus innerer Erfahrung aufdem L
Vatikanum. Die Stellungnahme des Konzi1s vor dem hintergrund der zeitgendssischen
rdmischen Theologie, Mainz 1980.
M. Chappin
VATICANO II
Una vez calmada la borrasca de la crisis modernista, allá por el año 1930, el árbol de la
Iglesia, seco, extenuado, aparentemente sin savia, comenzó a reverdecer, a producir
retoños, a proyectar luego ramas hacia el espacio en busca de un poco de luz: presagios
de la primavera del Vaticano II. Porque el concilio no fue fruto de una generación
espontánea. Surgió de un contexto; germinó durante cuatro o cinco decenios. Antes de
hablar del mismo acontecimiento, de su dimensión, de sus frutos, de sus realizaciones
futuras, hay que decir unas palabras del contexto que lo precedió y preparó.
1263
I. CONTEXTO HISTÓRICO ANTERIOR. La verdad es que el concilio salió al encuentro
de unas exigencias profundas del cristianismo y de la humanidad entera. La Iglesia no
podía mantener su actitud de recelo y de gueto ante una sociedad en plena evolución
hacia una estructura planetaria, renovada en su mentalidad, en sus costumbres, en sus
maneras de ser y de obrar. La Iglesia tenía que salir de su mutismo de ciento cincuenta
años y entrar en diálogo con un interlocutor muy diferente a su vez del que había sido.
Ante unos cambios tan gigantescos,. ¿se puede seguir hablando de cristiandad, de
religión de Estado, de nación cristiana? ¿Qué influencia puede ejercer la Iglesia en este
mundo pluralista, secularizado, en donde se codean y se mezclan religiones, razas,
culturas? De momento, el mundo se parece a una inmensa caldera en ebullición, en la
que se mezclan lo mejor y lo peor.
b) Una Iglesia en busca. Existe por todas partes un malestar generalizado, tanto en el
mundo laico como en los clérigos. Dentro de las mismas regiones coexisten corrientes
progresistas y otras conservadoras a ultranza. Sin embargo, se dibujan nuevas
tendencias, cada vez más firmes, sobre todo en tres terrenos:
- Los laicos ocupan en la Iglesia un lugar cada vez más importante: una importancia
que se concreta en la aparición de movimientos de Acción católica (JEC, JOC), que
invaden rápidamente Europa y América bajo la influencia del abate Cardijn; en el
nacimiento de los institutos seculares, que viven los consejos evangélicos sin dejar sus
ocupaciones profesionales; en el desarrollo de la teología del laicado, sostenida por
revistas. Los movimientos de Acción católica no siempre han obtenido el éxito que se
esperaba, bien por culpa de la pasividad de las masas, bien debido a los temores que
inspiraba una juventud que algunosjuzgaban demasiado levantisca. En el fondo, se
esperaba reconstruir una nueva cristiandad en un mundo descristianizado.
1264
Esto llevaba a plantear el problema de la autonomía del laicado frente al clero. La
acción de los católicos se distingue cada vez más de los movimientos de Acción católica
y se ejerce directamente en el terreno social. El avance del comunismo y del socialismo
obliga a la Iglesia a tomar posiciones en la Rerum novarum y en la Quadragesimo armo,
y a ponerse luego en guardia contra los excesos del capitalismo en la Mater el magistra.
Pero la mayor dificultad del catolicismo preconciliar fue siempre el desnivel nunca
superado entre la teoría y la práctica en materia social. Hasta la vigilia del Vaticano II,
la mayor parte de los fieles se mostraba contraria a la idea de un cambio profundo. El
subdesarrollo escandaloso del tercer mundo, a partir de 1950, empezó a sacudir a los
ambientes católicos, primero a nivel de los textos (Populorum progressio, Medellín,
Puebla, Laborem exercens) y luego a nivel de los hechos. Lo cierto es que, ya antes del
Vaticano 11, la ascensión del laicado era un fenómeno irreversible. Incluso se habían
asentado ya las bases de una teología del laicado (Y. CONGAR, Vraie et fausse réforme
dans 1 Église, 1950; trad. española, 1953).
- Una exigencia cada vez más viva de la época preconciliar era la voluntad de
reconstruir la unión rota entre los cristianos, oleada irrefrenable que se convertiría en
el movimiento ecuménico, cuyos signos precursores se encuentran en la fundación de la
revista Irénikon (1926), en la obra de Y. Congar (Chrétiens désunis, 1937), en la
fundación del centro Pro civitate christiana de G: Rossi, en 1939, y del centro Unitas en
Roma, en 1950. Estos acontecimientos preparaban la fundación del Secretariado para
la unidad de los cristianos, en 1960, por el papa Juan XXIII.
Se abrían paso otras tendencias, sobre las que luego volveremos: apertura al mundo,
diálogo con la ciencia, renovación litúrgica reclamada con obsesión, renovación de la
antropología, mejor presentación del mensaje cristiano en las homilías, la catequesis, la
teología, especificidad del cristianismo frente a las otras religiones mundiales, abolición
de la centralización y del monolitismo romano, relaciones entre Iglesia-evangelio-
cultura. De momento, tanto en la sociedad como en la Iglesia todo está en ebullición,
esperando un catalizador lo suficientemente poderoso para fomentar una unidad
gravemente amenazada. .
El mismo pensamiento católico está lejos de constituir un bloque unido. Por una parte
está el grupo de teólogos que viven en la periferia, atentos a las exigencias de un mundo
nuevo; por otra, el grupo de conservadores, situados más bien en el Vaticano, tímidos,
1265
timoratos y hasta llenos de miedo y de pánico, que resultan agresivos y peligrosos.
Consiguientemente, varios teólogos de fama fueron objeto de sospechas, de medidas
disciplinares. Pero, por justa compensación, esos perseguidos fueron rehabilitados y se
convirtieron luego en artífices del concilio y hasta en cardenales (De Lubac, Daniélou);
por su parte, los acusadores cayeron en el olvido.
Más vasto fue el eco de la disputa que rodeó a la nouvelle théologie, que tuvo en
Sa1lICITOir,entre los dominicos, y en Lyon-Fourviére, entre los jesuitas, su blanco
preferido, con el fogoso Garrigou-Lagrange como jefe de ataque. En la encíclica
Humani generis, de 1950, Pío XII se muestra visiblemente preocupado; teme
desviaciones serias respecto a las bases del cristianismo, concretamente en la
inmutabilidad del dogma, en la importancia del magisterio pontificio, en el pecado
original, en la relación naturaleza-gracia, en el. valor de los motivos de credibilidad, etc.
El general de los jesuitas, Janssens, tras una visita que hizo su delegado, Edouard
Dhanis a Lyon-Fourviére,ordenó retirar de las bibliotecas de la Compañía de Jesús los
libros y los artículos de Bouillard, de Daniélou, de H. de Lubac, de Montcheuil;cien
profesores recibieron la prohibición de enseñar. Entre los dominicos, el general P.
Suárez depuso a los provinciales de París, Lión, Toulouse y ordenó el cambio de
residencia de los padres Boisselot, Féret, Chenu y Congar. Entre los jesuitas, l Teilhard
de Chardin fue igualmente objeto de sospechas y de prohibiciones continuas. En 1948,
el general Janssens le prohibió enseñar en el Collége de France; mientras vivió, el padre
Teilhard no pudo ni enseñar ni publicar. Murió en el destierro, en Nueva York. Incluso
en Roma, bajo Juan XXIII, los ataques dirigidos contra el Instituto Bíblico acarrearon
la prohibición de enseñar a tres profesores ya célebres.
El concilio tuvo cuatro sesiones de una duración de dos a tres meses. Inaugurado el 11
de octubre de 1962 por Juan XXIII, terminó el 8 de diciembre de 1965, bajo Pablo VI.
En su discurso inaugural, Juan XXIII puso ya en guardia contra la tentación integrista
y contra las condenaciones, invitando más bien a la unión y a una óptica pastoral.
1267
Sin embargo, el concilio no fue un crucero de placer. Desde el comienzo no faltaron las
sacudidas sísmicas, de una intensidad a veces preocupante. ¡Cuántos esquemas
saltaron por el aire desde el principio! ¡Cuántos otros conocieron una travesía
tormentosa, a menudo cerca del naufragio! A pesar de todo, el acontecimiento tuvo
éxito. A nivel de los hechos, que recordamos sucintamente, las sesiones se
desarrollaron así:
El concilio empezó la orden del día el 22 de octubre de 1962 con la discusión del
esquema sobre la liturgia. A pesar de la acogida favorable que recibió, se vio sometido a
un estudio ulterior y no fue aprobado hasta la segunda sesión, el 4 de diciembre de
1963. El esquema sobre "las fuentes de revelación", inspirado en una noción estrecha y
demasiado nocional de los datos de la Escritura y de la tradición, levantó tales críticas
que Juan XXIII lo remitió a una comisión mixta, representada por la comisión
teológica y el Secretariado por la unidad de los cristianos. Este esquema conocería cinco
redacciones antes de ser promulgado al final del concilio, el 18 de noviembre de 1965.
Tras un rápido examen de dos esquemas mediocres sobre los medios de comunicación
social y sobre la unión con los orientales, se abordó en diciembre el esquema sobre la
Iglesia. Tras las intervenciones de los cardenales Léger, Suenens y Montini, y tras el
acuerdo con el mismo papa, que invitó a replantear todo el plan del concilio dentro de
las "perspectivas de un concilio para el mundo", el esquema fue sometido a una
"refundición". Estos giros pueden atribuirse a la acción de los "expertos" (periti) y de
los consejeros personales de los obispos, mucho más sensibles a las pulsaciones de la
vida eclesial universal que los teólogos de la curia. Esos periti y esos consejeros son los
que contribuyeron a la elaboración y puntualización de los textos; fueron las clavijas
maestras del concilio. Al final de la primera sesión, los esquemas se redujeron de 70 a
20.
Pablo VI dirigió las tres últimas sesiones. El 22 de junio de 1963 el nuevo papa decidió
la prosecución del concilio. El colegio de moderadores pasó de diez a cuatro, que
deberían dirigir los debates. De los cuatro moderadores, sólo el cardenal Agagianian
representaba a la curia. Los otros tres, Lercaro (Bolonia), Doepfner (Munich) y Suenens
(Malinas-Bruselas) manifestaban claramente la voluntad de Pablo VI de ensanchar las
perspectivas del concilio. La segunda sesión aprobó, además de la constitución sobre la
liturgia, el decreto Inter mirifica, sobre los medios de comunicación social. Durante la
tercera sesión se votaron los decretos sobre ecumenismo, la constitución sobre la
Iglesia y el decreto sobre las Iglesias orientales. También se abordó, con demasiada
prisa, el estudio de algunos temas candentes, como la libertad religiosa, y se discutió el
esquema 13, sobre la Iglesia en el mundo de hoy. La cuarta sesión votó, con cierta
febrilidad y algunos arreglos, los últimos esquemas. Fue una verdadera carrera contra
reloj. El 28 de octubre de 1965 se promulgaron: a) el decreto sobre la función pastoral
de los obispos Christus Dominus; b) el decreto sobre la adaptación y la renovación de la
vida religiosa Perfectae caritatis; c) el decreto sobre la formación sacerdotal Optatam
totius; d) la declaración sobre la educación cristiana Gravissimum educationis; e) la
declaración sobre las relaciones de las Iglesias con las religiones no cristianas Nostra
aetate. El 18 de noviembre de 1965 siguieron la promulgación de la Dei Verbum, sobre
la revelación, y el decreto sobre el apostolado de los laicos, Apostolicam actuositatem.
Finalmente, el 7 de diciembre se publicaron los cuatro últimos documentos: los
decretos sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes y sobre la vida de los
sacerdotes Presbyterorum Ordinis, la declaración sobre la libertad religiosa Dignitatis
humanae y la constitución más larga y más discutida, sobre la Iglesia y el mundo,
Gaudium et spes. El 7 de diciembre se proclamó el "levantamiento de la excomunión"
entre Roma y Constantinopla. El 8 de diciembre se celebró la sesión de clausura del
concilio en presencia de 81 representaciones gubernamentales y de nueve organismos
internacionales. El concilio marcó el final de la era postridentina; pero los cambios
realizados coinciden con la crisis de la civilización occidental y la llegada de la ciudad
secular: dos factores que complicarían el período posconciliar.
1268
4. JUAN XXIII Y PABLO VI. No se puede hablar del Vaticano II sin recordar
inmediatamente a las dos figuras sobresalientes del concilio: las de Juan XXIII y Pablo
VI. Resumiendo, podríamos decir que Juan XXIII tuvo la inspiración del concilio,
decidió su convocatoria y lo acompañó durante la preparación y el tiempo de la primera
sesión. Pablo VI, responsable de las otras tres sesiones hasta la clausura del concilio,
fue su principal artífice, así como el promotor eficaz de su aplicación en la renovación
del espíritu y de las estructuras de la Iglesia,
a) Juan XXIII. Se ha tachado a Juan XXIII de iluminado, de exaltado, de impulsivo. La
verdad es que Juan XXIII concedió a Dios un crédito ilimitado, pero su decisión no
tuvo nada de irreflexiva. Quería hacer entrar a la Iglesia en la historia y en la sociedad
del siglo xx, ya que estaba convencido de que la Iglesia no es ni una fortaleza ni un
museo, sino un jardín que no deja de florecer. Al convocar el concilio, quería capacitar a
la Iglesia para responder mejor a las exigencias del mundo contemporáneo, pero dentro
de un profundo respeto a la tradición. Su preocupación pastoral es demasiado conocida
para que necesite comentarios.
Juan XXIII esperaba que el concilio sería breve, pero consideraba serenamente su
prolongación, consciente de que el concilio tenía que madurar más bien que morir.
También es verdad que el concilio conoció comienzos difíciles y hasta caóticos; pero
¿cómo evitar un período de rodaje, cuando se trata de una empresa tan gigantesca,
mucho más difícil de programar que los ordenadores más sofisticados? Juan XXIII
quería hacer del concilio un nuevo pentecostés; pero esta vez no se trataba del pequeño
rebaño de la primitiva Iglesia, sino de una multitud. De hecho, se dio cuenta muy
pronto de que había que planificar más (ésa fue la obra de Pablo VI), pero también de
que había que dejar correr las semanas y los meses para que pudiera formarse en los
padres una "conciencia colegial" (ésa fue la obra del tiempo y del Espíritu). Fue sin
duda el cardenal Montini, el futuro Pablo VI, el más cualificado para decir lo que hay
que pensar de la iniciativa de Juan XXIII. Como la mayoría, el cardenal tuvo al
principio una reacción de sorpresa; pero ya el 26 de enero de 1960 presentó el concilio
a su diócesis de Milán como un acontecimiento "histórico de primera magnitud, el
mayor que se ha celebrado jamás en la Iglesia". Reconocía en la decisión del papa la
seguridad de que el Espíritu Santo acompañaría a la marcha de Pedro guiando a su
Iglesia.
El cardenal Montini pensaba que el pontificado de Juan XXIII representaba una época
de regeneración católica, una prodigiosa capacidad de diálogo con todos los hombres
con vistas a su salvación. Constataba que Juan XXIII había sabido ver los aspectos
positivos, y no sólo negativos, del mundo contemporáneo. Y añadía que no había que
cambiar ni el impulso ni la orientación del concilio. Juan XXIII, en particular, había
visto la necesidad de una mayor colaboración con el cuerpo episcopal, de una búsqueda
de unidad con las Iglesias separadas y de una paz más estable entre los pueblos y las
clases sociales. El cardenal Montini fue también el primero en apoyar la empresa
atrevida de Juan XXIII. En una carta del 18 de octubre de 1962, dirigida al secretario de
Estado, observa, sin embargo, que el concilio carece de eficacia porque carece de
"estructura orgánica". El mismo presentaba un "proyecto". El concilio -decía- tenía que
"polarizarse" en un tema úni0o: la Iglesia. Luego indicaba la materia de las tres
sesiones en que él pensaba: la primera sobre el misterio de la Iglesia, la segunda sobre
la misión de la Iglesia y la tercera, finalmente, sobre las relaciones de la Iglesia con el
mundo. En efecto, el concilio siguió ese orden. Así pues Pablo VI reconoció la
oportunidad y la magnitud de la iniciativa de Juan XXIII.
b) Pablo VI. Elegido papa al morir Juan XXIII, Pablo VI relanzó inmediatamente el
concilio. Conocía bien las tensiones existentes entre conservadores, progresistas e
indecisos. El porvenir del concilio dependía de él. Lo cierto era que no podía pensarse
en dar marcha atrás ni en frenar la marcha hacia adelante de la esperanza y del amor.
Pablo VI se puso a la obra con una rapidez y una eficacia prodigiosa. El 13 de
1269
septiembre de 1963 anunciaba que la segunda sesión, prevista para el 29 de septiembre,
trataría de la Iglesia.
Desde el principio hasta el final, Pablo VI se mostró más bien humilde, lúcido y
valiente. Lo que caracteriza a su acción es al mismo tiempo una tensión hacia el ideal y
un realismo concreto qué sabe tener en cuenta la situación de hecho y las
circunstancias que condicionan las decisiones que hay que tomar. Lo esencial a sus ojos
era la renovación de la Iglesia y el acercamiento de las Iglesias separadas. Al comienzo
su trabajo fue de "planificación". Los 72 esquemas propuestos inicialmente se
redujeron a 17; al final se votaron y promulgaron 16. Los 13 observadores laicos del
principio pasaron a ser 42 al final. Amplió en más del doble el número de expertos.
A juicio de mons. Carbone, presidente de los archivos del concilio, las principales
intervenciones de Pablo VI en el concilio son las siguientes: a) la Nota praevia (relativa
al c. III de LG), que intenta preservar el vínculo entre la sacramentalidad y la
colegialidad de la función episcopal: la Nota declara que uno es miembro del colegio
episcopal por la consagración episcopal y la comunión jerárquica; b) las correcciones
hechas al decreto sobre el ecumenismo; c) su intervención en favor del esquema sobre
la actividad misionera; d) en la declaración sobre las religiones no cristianas, el papa
quiso que se incluyera no sólo a las religiones musulmana y judía, sino a todas las
religiones, que son a su manera una búsqueda de salvación; e) pidió un voto de
orientación sobre la libertad religiosa antes de presentarse a la ONU en septiembre de
1965; f) se reservó las cuestiones relativas a la familia y al celibato eclesiástico.
En resumen, si queremos comparar a Juan XXIII y a Pablo VI, hay que evitar las
posiciones extremas. Hay continuidad entre ellos, ya que los dos quisieron el concilio,
con su finalidad, su espíritu, su éxito. Sin embargo, el estilo de gobierno es diferente. La
continuidad recae en lo esencial: la Iglesia volviendo a sus fuentes y en diálogo
adaptado con el mundo contemporáneo. Pablo VI cumplió el gesto profético de Juan
XXIII: hizo entrar a la Iglesia en la sociedad contemporánea.
- En fin, búsqueda de sentido. (l Sentido: búsqueda de). Los textos del concilio se
presentan como largas exposiciones destinadas a iluminar al pueblo de Dios,
preocupadas ante todo del sentido y de la inteligibilidad interna. El mensaje cristiano
arroja luz suficiente sobre las zonas profundas del hombre para hacer surgir
espontáneamente la pregunta: ¿no se halla en esta dirección la verdad sobre el hombre
y sobre Dios? (GS 22).
1271
- Tras la eclesiología, la antropología, que constituye el objeto de la Gaudium et spes, es
el segundo tema principal del concilio. Esta antropología, basada en el tema bíblico del
hombre creado a imagen y semejanza de Dios, alcanza su cima en el número 22: "El
misterio del hombre no se ilumina de verdad más que en el misterio del Verbo
encarnado", siendo éste la clave del criptograma humano.
- El diálogo con las otras religiones se aborda en la declaración sobre las relaciones de
la Iglesia con las religiones no cristianas. El concilio, aunque reconoce los siglos de
hostilidad entre católicos por una parte y musulmanes y judíos por otra, exhorta a la
comprensión mutua y al diálogo fraternal. Esos hombres que creen en el mismo Dios
que nosotros no están reprobados ni son malditos, sino hijos del mismo Padre. Así se
condena el racismo y la discriminación.
- Finalmente, el decreto Inter mirifica, aunque hoy parece bastante tímido; tiene, sin
embargo, el mérito de situar el problema de las comunicaciones sociales entre las
preocupaciones de la Iglesia.
1272
e) Algunos textos importantes no tuvieron el impacto que merecían: la DV, por
ejemplo, o el decreto sobre los sacerdotes.
c) La visión del hombre propuesta por la GS ofrece elementos preciosos, pero todavía
en estado embrionario para poder fundamentar una teología de los derechos del
hombre, problema que se ha desarrollado sobre todo en la época posconciliar. Entre los
elementos útiles para esta reflexión señalemos los siguientes: el principio del hombre
creado a imagen y semejanza de Dios, la justicia y el amor que caracterizan a la alianza
de Dios con los hombres, el reino de Dios basadoaen la solidaridad entre los hombres y
en la ausencia de discriminación. Pero son los problemas del terrorismo, del aborto, de
las manipulaciones genéticas, del racismo, de la opresión multiforme, de la tortura
satánica, de las inmigraciones masivas, los que han revelado la urgencia de una
reflexión teológica sobre la dignidad de la persona y los derechos del hombre.
f) El decreto sobre los laicos preveía la ascensión del laicado, pero sin poder medir la
dimensión del fenómeno. El sínodo de 1987 y las exhortación pontificia de 1988 que lo
siguió intentan definir la misión específica de los laicos en la Iglesia, pero la práctica
está muy lejos de la teoría. Varios países de Europa y de América cuentan con una
mayoría de teólogos y teólogas laicos; es preciso tener en cuenta este nuevo factor. La
mujer, en concreto, siente dolorosamente el hecho de que no se reconozcan "en la
práctica" su dignidad y su competencia.
1273
8. AMBIGÜEDADES RESIDUALES. a) En la elaboración y redacción de los textos
conciliares intervinieron centenares de personas. Se resiente de ello la unidad de
conjunto. Los géneros literarios son múltiples y variados: dogma, historia, pastoral,
análisis social. Por eso resulta difícil en algunas ocasiones ponerse de acuerdo sobre la
interpretación exacta de un texto.
b) El concilio, así como el nuevo Código de derecho canónico, sigue aún dividido entre
la concepción de una Iglesia sociedad jurídica, que prevaleció durante siglos, y la
concepción de una Iglesia misterio de comunión. El concilio no logró realizar una
perfecta síntesis de estas dos visiones, como puede constatarse leyendo los capítulos I y
II de la LG, centrados en el misterio de la Iglesia, y luego los capítulos III y IV,
centrados en la estructura jerárquica de la Iglesia. Hay una yuxtaposición de dos
eclesiologías.
9. DESEOS NO COLMADOS. Bastará con poner dos ejemplos, por otra parte ligados
entre sí. En el concilio, la Iglesia habló mucho de sí misma, pero bastante poco de
Cristo. El sínodo de 1985 tomó conciencia de ello cuando declara en su relación final:
"La Iglesia se hace más creíble si habla menos de sí misma y más de Cristo crucificado y
da testimonio de él por su propia vida". En otras palabras, el concilio rehabilitó a la
Iglesia (LG) y al hombre (GS), pero tenía que "rehabilitar" también en cierto modo a
Cristo con una importante constitución. Porque los problemas más agudos que ha de
arrostrar la teología actual tienen que ver con la cristología. ¿No es más significativo, en
este sentido, que la encíclica programática de Juan Pablo Il, Redemptor hominis,
proponga a Cristo como "redentor del hombre", como "centro del cosmos y de la
historia", siendo también significativo que la Comisión teológica internacional haya
consagrado tres de sus sesiones (1981,1983, 1985) a los problemas de cristología? En
efecto, las cuestiones que se plantean los hombres de hoy se refieren a los fundamentos
mismos del cristianismo en Jesucristo: la persona de Jesús, su identidad de Diosentre-
nosotros, el conocimiento que podemos tener de Jesús, los medios de acceder a su
enseñanza y a sus obras, concretamente a sus milagros, a su resurrección, a sus
actitudes, a su conciencia de Hijo de Dios, a su proyecto eclesial. En una palabra, los
hombres de hoy se plantean la cuestión de las cuestiones: ¿Es Cristo verdaderamente
Dios entre nosotros en la carne y en el lenguaje de Jesús? ¿Es él el único que puede dar
sentido a nuestra vida, el que conoce el destino último, el que puede iluminar las
profundidades de nuestro ser, rasgar ese enigma que somos para nosotros mismos?
Pues bien, estas cuestiones pertenecen a una disciplina teológica que se llama "teología
fundamental", pero que el concilio rodeó de un opaco silencio.
10. RECEPCIÓN DEL CONCILIO HOY. Lo que se ha llamado "recepción del concilio"
está lejos de ser una operación terminada. La gran mayoría de los fieles comprendieron
que el concilio respondía a una extrema urgencia, y le dieron un apoyo sincero e
incondicionado. Pero el reciente "asunto Lefebvre" manifiesta en algunos una actitud
1274
de resistencia y hasta de rechazo. Están también los que mantienen la nostalgia de un
pasado irrevocablemente superado. Y el grupo de los que sueñan con un Vaticano III,
sin haber leído el Vaticano Il, y sobre todo sin haber asimilado sus riquezas. No faltan
tampoco los que se esfuerzan en reducir la importancia del concilio hasta la
insignificancia mediante discursos más sutiles, pero no menos insidiosos; en resumen,
este grupo difunde las siguientes ideas: "No exageremos la importancia del Vaticano II.
Después de todo, entre los 16 documentos conciliares, tres no son más que
declaraciones; los nueve decretos no hacen más que recoger y detallar los capítulos de
la LG; la GS es sólo una constitución pastoral; la constitución sobre la liturgia se refiere
sobre todo a reformas disciplinares y prácticas; la DV es el hueso a roer que se ha
dejado a los exegetas para tranquilizarlos; el núcleo duro del concilio es la LG (sobre
todo la Nota praevia), que, por otra parte, no hace más que recoger la enseñanza
tradicional de la Iglesia".
Seguramente serán necesarios varios decenios para medir el impacto real del Vaticano
II. Pero podemos perfectamente afirmar que las resistencias humanas no conseguirán
anular un concilio tan visiblemente sostenido por la fuerza del Espíritu.
BIBL.: Acta Synodalia S. Concilü Oecumenici Vaticani Il; 26 vols., Roma 1970-80;
ALRERI00 G. y JOSSUA J. P. (eds.), La recepción de Vaticano II, Madrid 1987;
AUHERT R., KNOWLES M.D. y ROOIER J. L. (dir.), Nueva Historia de la Iglesia V,
Madrid 1964, 469-566; CAPRILE G., II Concilio Vaticano II, 5 vols., Roma 1963-1966;
Colección "Unam Sanctam", vols. 51, 60, 61, 62, 65, 66, 67, 68, 70, 74, 75, 76, París
1966-1970; FLORiSTÁN Cy TAMAVO J.J., E7 Vaticano II, veinte años después, Madrid
1985; KLINGER E. y YY ITTSTADT K., Glaube im Prozess (Festschrift K. Rahner);
Friburgo 1.BF. 1984; LATOURELLE R. (ed.), Vaticano II. Balance y perspectivas,,
Salamanca 1989, especialmente la Introducción, de R. LATOUttELLE, pp. 9-16, y los
artículos de G. MAR7INA (El contexto histórico en el que nació la idea de un nuevo
concilio ecuménico, pp. 25-64) y de K. H. NEUFELU (Obispos y teólogos al servicio del
concilio Vaticano 11, pp. 65-84); MARTELET G., Las ideas fundamentales del concilio
Vaticano II, Barcelona 1968; MARTiN DESCALZO J.L., El concilio de Juan y Pablo, Ed.
Católica, Madrid 1967; ID, Un periodista en el concilio, 4 vols., PPC, Madrid 1963-1966,
RATZINGER J., Entretiensurlafoi, París 1985; RICHARn L., HARRINGTON D. y
G'MALLEY J. W. (eds.), VAnCAn 11 The Unfinished agenda, Nueva York 1987;
WENcER A., Vatican 11, 4 vols., París 1963-1966; Das Zweite Vatikanische Konzil, 3
vols., supl. del zfTx.
R Latourelle
1275