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HISTORIA
DE LA TEOLOGÍA
Pelícano
HISTORIA DE LA TEOLOGÍA
EDICIONES PALABRA
Madrid
Colección: Pelícano
Director de la colección: Juan Manuel Burgos
ISBN: 978-84-9840-393-0
Depósito Legal: M. 46.096-2010
Impresión: Gráficas Rogar, S.A.
Printed in Spain - Impreso en España
siguen una línea distinta, más bíblica y pastoral (de vuelta a las fuentes
primitivas), con un estilo teológico nuevo, que será apodada como «Nou-
velle Theologie» por los de la línea tradicional, marcando un cierto con
traste entre ambas. La encíclica de Pío XII Humani generis (1950) pone
ciertos límites a los nuevos bríos teológicos, interpretado por algunos au
tores como una descalificación de la Nouvelle Theologie, cosa solo par
cialmente cierta, pues el propio Pío XII impulsa por otro lado el movi
miento litúrgico y bíblico que está detrás de esos nuevos aires teológicos.
El empeño renovador de esos jóvenes teólogos (entre los que se encuen
tran Y. M. Congar y H. De Lubac) queda un tanto frenado momentánea
mente para reaparecer posteriormente, eliminados los peligros doctrina
les que existieron.
• Teología contemporánea (II) y su renovación efectiva en tomo al Vati
cano II (siglo xx, segunda mitad). Con Juan XXIII (1958) adviene una
nueva época de la historia eclesiástica que abre el Concilio Vaticano II.
En dicho concilio (su preparación, su desarrollo y sus documentos fina
les) cristalizan toda una serie de afanes renovadores que venían de
tiempo atrás: un concilio de carácter primordialmente pastoral, que, en
tre otras cosas, se propone adecuar la tarea evangelizadora de la Iglesia a
la mentalidad y cultura del hombre contemporáneo, meditando acerca
del misterio de la Iglesia y su unidad (ad intra), al tiempo que trata de
dialogar con un mundo secularizado e indiferentista en materia religiosa
(ad extra).
En referencia a la teología misma desembocan en el Vaticano las dos
corrientes teológicas antes señaladas: junto a la afirmación de la tradi
ción teológica clásica (sistemática, especulativa, la autoridad de santo
Tomás de Aquino, etc.) también se abre la puerta al nuevo estilo de teolo
gizar que flota en el ambiente contemporáneo: vuelta a las fuentes primi
tivas de la Revelación (Escritura y tradición patrística), carácter pastoral
y litúrgico, sentido creativo y positivo, etc. En el propio Concilio actúan
como peritos de los Padres conciliares figuras destacadas de las nuevas
generaciones teológicas, como Congar, Rahner, De Lubac, Ratzinger y
otros, que influyen de manera relevante, junto a los teólogos de la línea
clásica, en los trabajos conciliares.
De este modo se puede afirmar que el propio Concilio Vaticano II
aglutina y ensambla, dentro de una misma teología renovada, las diver
sas corrientes anteriores muy diferentes entre sí (en estilo, temática, etc.)
e incluso, en ocasiones, en cierta confrontación. La ansiada renovación
teológica, que desde hacía más de un siglo se intentaba con esfuerzo e
ilusión, tiene lugar ahora efectivamente, al menos in nuce (1965).
• La Teología contemporánea postconciliar (III) (siglo xx finales y si
glo xxi). El problema de la hermenéutica o interpretación del Vaticano II,
20 Historia de la Teología
gado a alcanzar el alto nivel teológico que alcanzaron sin este bagaje am
plio de la Paideia griega.
Inicialmente, el cierto desinterés que parecían mostrar algunos inte
lectuales cristianos respecto a la cultura clásica fue interpretado por los
paganos en el sentido despreciativo de que eran «gente iletrada y ruda»
(es la acusación del sabio pagano Celso, con quien polemiza Orígenes en
su Contra Celso), Sin embargo la explicación de dicho desinterés hay que
buscarla en otra parte: «El encuentro con el Evangelio ofrecía una res
puesta tan satisfactoria a la cuestión, hasta entonces no resuelta, sobre el
sentido de la vida, que el seguimiento de los filósofos les parecía como algo
lejano, y, en ciertos aspectos, superado»2. Por eso Clemente Alejandrino,
por ejemplo, llamaba al Evangelio la «verdadera filosofía», e interpretaba
la filosofía griega como una instrucción propedéutica a la Fe cristiana y
una «preparación para el Evangelio» (la famosa preparatio evangélica).
En todo caso, los autores que, dentro de la segunda línea indicada,
empujaron a ese diálogo Fe-Filosofía (o, más ampliamente, cultura clá
sica) fueron especialmente algunos Santos Padres: Justino, Clemente de
Alejandría, Orígenes, san Agustín y san Jerónimo. Lo veremos en particu
lar más adelante. El desarrollo de esta temática está magistralmente ex
puesto en la Carta Encíclica de Juan Pablo II, Fides et Ratio, capítulo 4.
7 Cfr. Ramos-Lissón, Patrología, pp. 175-180, donde el autor ofrece una buena síntesis
de las controversias origenistas.
8 Cfr. las dos magistrales catequesis sobre Orígenes en sendas Audiencias generales de
los miércoles: 25 de abril y 2 de mayo de 2007.
La Teología patrística (siglos ii-vii) 35
tín. [...] El obispo de Hipona consiguió hacer la primera gran síntesis del
pensamiento filosófico y teológico en la que confluían las corrientes del
pensamiento griego y latino. En él, además, la gran unidad del saber, que
encontraba su fundamento en el pensamiento bíblico, fue confirmada y
sostenida por la profundidad del pensamiento especulativo. La síntesis lle
vada a cabo por san Agustín sería durante siglos la forma más elevada de
especulación filosófica y teológica que el Occidente haya conocido»9. Asi
mismo, una síntesis espléndida de la egregia figura de san Agustín, sobre
todo en su faceta teológica, se puede ver en la Carta Apostólica de Juan
Pablo II, Augustinum hipponensem, con ocasión del XVI centenario de su
conversión (28-08-1986).
El gran doctor occidental nace en Tagaste de Numidia en 354, y tras
realizar los estudios retóricos en Cartago se traslada a Roma y después a
Milán, al ganar la cátedra de retórica latina de esta ciudad (384), donde
bajo el influjo del obispo Ambrosio decide bautizarse (387). Vuelto a Ta
gaste (388) se entrega a una cierta vida monástica con algunos amigos.
Viaja a Hipona para buscar un lugar donde abrir un monasterio (391);
allí el anciano obispo Valerio le convence para ser ordenado presbítero;
un poco más tarde el mismo Valerio le consagra obispo coadjutor suyo
(c. 395), y a su muerte es nombrado obispo de Hipona (397), donde per
manecerá hasta el final de su vida en 430, mientras la ciudad era ase
diada por los vándalos.
El representante principal de la teología patrística es, sin duda al
guna, san Agustín de Hipona, por la gran amplitud de su obra literaria
(más de mil obras, más de 600 homilías y 300 cartas conservadas, algu
nas, verdaderos tratados, de las que nos han llegado casi todas), por su
profundidad y variedad de contenido teológico, por su inmenso genio
personal que aporta una originalidad al desarrollo de la teología sin pa
rangón, por la unión sorprendente de una potencia especulativa elevadí-
sima (propia de Oriente) junto a un sentido práctico y jurídico también
muy estimable (más propio del mundo latino); y, finalmente, por el entre
lazamiento que se da en él entre la vena teológica propiamente dicha y su
elevado misticismo.
Hombre de pasión y de fe, de altísima inteligencia y de incansable so
licitud pastoral, como lo califica Benedicto XVI, dejó una huella pro
funda en la vida cultural de Occidente y de todo el mundo. Pocas veces
una civilización ha encontrado un espíritu tan grande, capaz de acoger
sus valores y de exaltar su riqueza intrínseca. Por otra parte, la influencia
que ejercerá en el desarrollo y evolución posterior de la teología será in-
esencial de todo lo existente será retomada más adelante por Pedro Lom
bardo en su famosa obra Libri quattuor sententiarum (año 1152) como
criterio fundamental de estructuración de toda la obra.
Una de las coordenadas principales del quehacer teológico agusti-
niano será la defensa de la Fe católica contra quienes la negaban, como
eran los paganos y maniqueos, o daban de ella interpretaciones equivo
cadas, como los donatistas, arrianos y pelagianos. Entramos así en otro
capítulo primordial de la investigación y estudio teológico de Agustín.
Toda su labor apologética ocupa una gran parte de sus escritos, que a ve
ces se clasifican por parte de los estudiosos de este modo: escritos anti-
maniqueos, o antidonatistas, o también antipelagianos, etc.
Pero quizá la obra más inmortal de toda su producción literaria,
perteneciente a este capítulo de escritos apologéticos, sea De civitate Dei
(a. 413-426), escrita en veintidós libros, obra decisiva para el desarrollo
del pensamiento político occidental y para lo teología cristiana de la his
toria. La ocasión para su elaboración fueron las acusaciones de los paga
nos contra el cristianismo por la conquista y el saqueo de Roma por
parte de los godos el año 410, y que los paganos atribuían al abandono de
los dioses romanos tradicionales que había traído consigo el cristia
nismo. Antes, con los dioses romanos, Roma era «caput mundi», la gran
ciudad centro del mundo civilizado; nadie podía imaginar que pudiera
caer en manos de sus enemigos. Ahora, con el Dios cristiano, Roma no
parece estar segura, por tanto el Dios de los cristianos no protegía, no pa
recía ser el Dios a quien convenía encomendarse.
A esta objeción, que también tocaba el corazón de los cristianos, san
Agustín responde con esta monumental obra aclarando qué es lo que de
bía esperarse de Dios, y qué es lo que no podían esperar de Él, cuál es la
relación entre la esfera política y la esfera de la Fe, de la Iglesia. Aún hoy
este libro sigue siendo una fuente para definir bien la auténtica laicidad y
la competencia de la Iglesia, así como cuál sea la grande y verdadera es
peranza que nos da la Fe. Por otra parte, esta gran obra constituye una
presentación de la historia de la humanidad gobernada por la divina Pro
videncia, pero al presente dividida en dos amores (dos ciudades) que se
enfrentan entre sí: el amor a sí mismo (hasta el desprecio de Dios) y el
amor a Dios (hasta el desprecio de sí mismo) (De civitate Dei, XIV, 28). La
evolución de ambas ciudades es seguida por el hiponense desde el princi
pio hasta llegar a los grandes Imperios de Constantinopla y de Roma. En
esta compleja evolución de hechos y circunstancias históricas, las dos
ciudades aparecen conectadas entre sí y en influencia mutua. San Agus
tín señala la victoria final de la Ciudad de Dios, que será la bienaventu
ranza eterna de sus fieles. Solo el Juicio Final trazará con nitidez los lí
mites de la Ciudad terrestre y los de la Ciudad celestial.
La Teología patrística (siglos ii-vii) 39
San Agustín, que había sido maniqueo durante nueve años, perfecto
conocedor de sus teorías, escribe diversos tratados antimaniqueos; des
taca el De natura boni (a. 399), que argumenta la bondad natural de las
cosas frente al dualismo maniqueo. Asimismo su intervención y escritos
en el cisma donatista fueron decisorios; era un cisma específicamente
africano; ellos afirmaban que la auténtica cristiandad es la africana, y se
oponían a la unidad de la Iglesia. Contra este cisma escribió numerosas
obras apologéticas tratando de convencer a los donatistas de que incluso
la «africanidad» solo puede ser verdadera en la unidad de toda la Iglesia
Universal. Algunos títulos son Contra epistolam Parmeniani (a. 400), Con
tra Donatistas (a. 412), Contra Gaudentium donatistarum episcopum
(a. 419).
Otro de los grandes doctores occidentales es san Jerónimo (347-420),
cuya contribución a la teología se debe particularmente a sus estudios
bíblicos, de una competencia científica muy elevada. Afirma Benedic
to XVI: «C/n Padre de la Iglesia [san Jerónimo] que puso la Biblia en el cen
tro de su vida: la tradujo al latín, la comentó en sus obras y, sobre todo, se
esforzó por vivirla concretamente en su larga existencia terrena, a pesar del
conocido carácter difícil y fogoso que le dio la naturaleza»14.
Originario de Estridón (Dalmacia), nacido en el seno de una familia
con recursos abundantes que le envió a Roma a perfeccionar sus estudios
(a. 360) con los mejores maestros de la época; allí se apasiona por la li
teratura latina (Cicerón y Virgilio particularmente) y recibe una exce
lente formación en la cultura clásica; después de superar ciertas dificul
tades es bautizado por el Papa Liberio (c. 366). Un poco más adelante
conoce el ideal monástico y, renunciando a su carrera de funcionario, se
traslada a Aquileya con un grupo de amigos para intentar vivir dicho
ideal (c. 370). Más tarde (c. 373) se traslada a Antioquía para llevar una
vida eremítica en el desierto de Calcis (cerca de Alepo) donde comienza a
estudiar a fondo hebreo y griego; regresa a la ciudad antioquena y sigue
las clases de exégesis que imparte Apolinar de Laodicea; en un principio
sigue la orientación de la Escuela de Antioquía sobre la aproximación
histórica al texto bíblico, pero poco después, influido por la línea alegó
rica de Orígenes, alternará ambas formas de hacer exégesis. Por influjo
de una cierta visión que él mismo relata, abandona la lectura de los auto
res latinos clásicos y se dedica enteramente a los estudios bíblicos y al
perfeccionamiento del hebreo y griego. Poco después es ordenado presbí
tero por el obispo Paulino de Antioquía, sin abandonar la forma de vida
monástica.
Viaja a Roma con Paulino en 382 donde se gana la estima del Papa de
origen hispano san Dámaso, que le hace secretario suyo y, conociendo su
fama de asceta y su competencia de estudioso bíblico, le anima a em
prender una nueva traducción latina de los textos bíblicos. Es conocida
su labor con algunas mujeres de la aristocracia romana que le siguen fiel
mente como discípulas. A la muerte del Papa Dámaso (a. 385) abandona
Roma y se traslada a Tierra Santa; se establece en Belén (a. 386) donde
permaneció hasta su muerte (a. 420) realizando una labor intensa de es
tudios bíblicos y apologéticos, junto a la actividad pastoral en los monas
terios (masculino y femenino) fundados por él.
Jerónimo ha pasado a la posteridad por su excepcional competencia
como traductor bíblico. Primero realizó una amplia revisión del texto la
tino de los Evangelios (según la versión tradicional hasta entonces, la Ve-
tus latina) cotejando la traducción con el texto original griego. Poco a
poco fue preparando la traducción latina del Antiguo Testamento a partir
del texto original hebreo, la traducción griega de los Setenta, y otras ver
siones latinas precedentes; al final, ayudado por algunos colaboradores
(entre otros, su discípulo Rufino el sirio) pudo ofrecer una traducción la
tina más depurada y científica de la Biblia que fue llamada, con el paso
de los años, Vulgata, llegando a ser el texto bíblico oficial de la Iglesia la
tina, reconocida solemnemente en el Concilio de Trento y que, tras otras
revisiones críticas del texto jeronimiano (la Neovulgata), en la actualidad
sigue siendo el texto latino oficial de la Iglesia.
En dicha labor gigantesca de traducción a partir de los originales he
breo y griego, Jerónimo pudo contar, entre otros subsidios valiosísimos,
con las Hexapla de Orígenes que se conservaban en la gran biblioteca ori-
genista de Cesárea en Palestina, y que luego se perderían para la posteri
dad; un dato, entre muchos otros, que avala la gran autoridad crítica y
científica de la Vulgata. Entre los criterios metodológicos de Jerónimo
destaca el sumo respeto al texto bíblico (hasta en el orden de las pala
bras), leído en la fuente original hebrea o griega, junto con la considera
ción de la comunión con la Iglesia viva, como criterio hermenéutico,
para entender correctamente el sentido del texto bíblico.
Es interesante observar, respecto al valor científico del texto latino
de la Vulgata, que, cuando en la época humanística (siglos xv y xvi), al
gunos autores exigían el recurso a la fuente bíblica hebrea o griega
para poder hacer teología seria, rechazando un tanto radicalmente el
texto latino de san Jerónimo, un gran sector de teólogos célebres de la
época defendieron el valor del texto jeronimiano aduciendo, entre otras
razones, que Jerónimo había dispuesto de un buen número de manus
critos del texto bíblico en las lenguas originales, que posteriormente
habían desaparecido; en otras palabras, que dispuso de una excelente
La Teología patrística (siglos ii-vii) 41
Tras el ascenso de Pipino el Breve (a. 754) al trono del reino franco,
aparece la gran figura de Carlomagno, que es coronado como emperador
por el Papa León III en la Navidad de 799, renovando el Sacro Imperio
Romano en Occidente (Imperio fraco-romano, en este caso). Su largo rei
nado supuso un verdadero renacimiento de la cultura, y en tal sentido te
nía una verdadera conciencia de misión divina. Protegió la educación y
fundó diversas escuelas en sus dominios. Establecido (relativamente,
porque su corte era itinerante) en Aquisgrán, organizó la, así llamada,
Escuela Palatina, que debería ser el modelo y la fuerza impulsora de todo
este movimiento cultural. Allí acudieron, convocados por Carlomagno,
los maestros más ilustres de su tiempo, Teodulfo de Orleans, Pablo de
Aquileya, y, un poco después, salieron de ese mismo centro Rábano
Mauro y Juan Escoto Eriugena.
La mente rectora de todo el movimiento fue, sin embargo, Placeo
Alcuino de York (c. 735-804). Originario de las Islas Británicas, dirigía
desde 766 (hasta 786 en que fue llamado por Carlomagno) la Escuela
episcopal de York, fundada por el obispo Egberto, a su vez discípulo de
Beda el Venerable. Al parecer fue de los pocos intelectuales que no era
monje, aunque sí clérigo, pero se formó y actuó casi siempre en el con
texto monacal de las grandes abadías anglosajonas y de la Francia caro
lingia de la época, donde se conservaba y desarrollaba la cultura. Cono
ció a Carlomagno en Parma en 781, quien le convenció posteriormente
(786) para que dirigiera su amplio programa de reforma cultural, cen
trado en la Escuela Palatina, pero abarcando muchos otros aspectos en
los que se mezclaban elementos propiamente culturales y educativos
con otros específicamente de gobierno eclesiástico en todo el Imperio
(a él se le atribuye la autoría de los famosos Libros carolingios, de in
fluencia decisiva en la controversia iconoclasta con el Imperio bizan
tino). Al final de su vida, Alcuino se retiró a la Abadía de san Martín de
Tours (801).
52 Historia de la Teología
La nueva cultura que aparece se irá centrando cada vez más en nue
vas Escuelas, sobre todo, las Escuelas Catedralicias, promovidas y poten
ciadas por la autoridad episcopal, en donde tendrá lugar un nuevo rena
cimiento de retorno al mundo literario y filosófico clásico y, sobre todo,
un cierto redescubrimiento del hombre y de la naturaleza; esto culmi
nará ya en el siglo xii.
El siglo xi es un período caracterizado por las luchas entre dialécticos
(escolásticos) y antidialécticos (monjes tradicionales); entre los que pri
maban los estudios de Letras Humanas y de Filosofía, en detrimento de la
Teología, y los que condenaban sin reservas el cultivo de la Dialéctica y de
las disciplinas profanas. Quizá el autor más famoso de esta nueva tenden
cia dialéctica sea Berengario de Tours (f 1088), cuyos errores sobre la Eu
caristía dieron lugar a fuertes debates en los siglos xi y xn y puso en guar
dia a los teólogos antidialécticos, que vieron en él los graves peligros que
se podían derivar para la sana Teología y para la rectitud doctrinal. Cos
tará superar este cierto trauma producido por los errores de Berengario.
4 El tema es estudiado ya en sus inicios (siglos ix y xi) por el prof. M. Grabmann, Sto-
ria del método..., vol. 1, pp. 217-280.
68 Historia de la Teología
del siglo xiii. Así tenemos ya dos importantes géneros literarios teológi
cos: Las «Sententiae» son un conjunto de tesis, cuestiones y tratados ex
positivos, formadas con los textos de los Santos Padres, de los teólogos
(Magistri) y de las colecciones canónicas, todo ello dispuesto en forma de
sistema. En cambio, las «Summae» apuntan a una elaboración más origi
nal, sistemática y, sobre todo, completa; se trataría de lograr como un re
sumen de todas las partes de la ciencia teológica en este caso. Sin em
bargo, los límites de uno y otro género literario a veces no son precisos;
en su forma más evolucionada hay Sentencias que constituyen práctica
mente una verdadera Suma.
Uno de los primeros autores de cierto relieve que escriben en este mo
mento histórico es san Pedro Damián (f 1072); tras sus estudios en Rá-
vena y Parma, fue profesor de Artes (Trivium y Quadrivium), pero poco
después decidió cambiar de vida y se hizo monje en el eremo de Ponte
Avellana (1035), de la congregación de san Columbano, del cual luego fue
prior. Posteriormente (en 1057) fue nombrado cardenal de Ostia. Sus
obras estuvieron al servicio de la piedad monástica y la reforma eclesiás
tica y de costumbres. En su obra De divina omnipotentia intentó delinear
las relaciones entre la Filosofía y la Teología, cuyo decantado más cono
cido fue la famosa fórmula: philosophia ancilla theologiae, con la que pre
tende acentuar la subordinación de la primera a la segunda. Escribió,
además, su obra De fide catholica, sobre los misterios fundamentales del
cristianismo aunando la profundidad de pensamiento con la interioridad
y la unción sagrada.
San Anselmo de Aosta, abad benedictino de Bec y después, arzo
bispo de Canterbury (1033-1109), es como el puente que enlaza esta teo
logía monástica con una nueva forma de hacer teología más racional que
pronto se va a ir imponiendo. A los 27 años abraza la vida monástica en
la abadía de Bec (en Francia septentrional) bajo los auspicios de Lan-
franco, que será su maestro. Ejerce la docencia como director de la Es
cuela abacial de Bec, y con fines escolares escribe su Monologion (1076).
Es elegido abad de dicha abadía en 1078 para sustituir a su maestro. Sus
obras principales, aparte de la citada, son el Proslogion (1078), De grarn-
matico (1080), un texto de dialéctica, y tres obras sobre Sagrada Escri
tura: De vertíate, De libértate arbitrii, De casu diaboli.
Un poco más adelante es nombrado obispo de Canterbury (1093),
donde había muerto recientemente Lanfranco. Sufrió diversas contradic
ciones por parte del rey de Inglaterra, por lo cual se traslada temporal-
La Teología Escolástica (I). Primera Escolástica (siglos xi-xii) 69
5 La Fe y la Teología, p. 309.
La Teología Escolástica (I). Primera Escolástica (siglos xi-xii) 71
1 La Fe y la Teología, p. 312.
La Teología Escolástica (I). Primera Escolástica (siglos xi-xii) 73
Tras el gran renacimiento cultural y espiritual del siglo xn, que pre
para una época dorada, también en el campo teológico, inciden otra serie
de factores que potenciarán el desarrollo anterior y darán lugar a un flo
recimiento teológico sin precedentes.
El primero de ellos es de orden sociopolítico. La expansión socioeco
nómica de la época abre muchas posibilidades nuevas; las ciudades o
burgos se convierten en grandes centros económicos, con una organiza
ción jurídica y política cada vez más perfecta. Junto a ello, las Cruzadas
de Oriente favorecen el contacto con la cultura griega, judía e islámica; la
conquista de Constantinopla en 1024 intensifica más aún las relaciones
culturales, comerciales y militares entre Oriente y Occidente (junto con
inconvenientes importantes) que repercuten en un mejor conocimiento y
valoración de la cultura clásica.
En el terreno eclesiástico, después de la dura lucha de las Investidu
ras el Papado logró ejercer una verdadera hegemonía sobre la Europa
cristiana. El apogeo del Papado alcanza su cénit con Inocencio III (1198-
1216). Por encima de todo, Inocencio procuró la reforma eclesiástica que
tuvo su centro en el IV Concilio de Letrán (1215), en donde se trazó un
programa concreto de actuación para mejorar la situación en diversos
aspectos. Los Papas posteriores mantuvieron la posición predominante
anterior; una buena prueba de ello fue la realización de dos Concilios
Ecuménicos más, dentro del siglo xm: el I Concilio de Lyon (1245) bajo
Inocencio IV; y el II Concilio de Lyon (1274) convocado por Gregorio X.
El resultado de todo ello fue un gran florecimiento eclesiástico en todos
los ámbitos de la sociedad medieval. Ello fue la plataforma para el gran
desarrollo teológico que hemos de estudiar ahora.
76 Historia de la Teología
Piperno, que reunió esa doctrina a partir de los demás escritos del santo
doctor. Por ser un manual de aprendizaje para principiantes rehúye toda
clase de artículos y argumentaciones superfluos o la falta de encadena
miento lógico de la doctrina y las repeticiones inútiles. De este modo, su
obra resultó un modelo de sistematización orgánica que aventaja a todas
las demás obras similares de su tiempo.
Damos a continuación un cuadro general de su contenido. Se divide
la Summa en tres partes, y la segunda de ellas, a su vez, se divide en dos
(prima secundae y secunda secundae). La primera parte versa acerca de
Dios en sí mismo y como principio de todas las cosas. Las partes segunda
y tercera, de Dios como fin último de todas las criaturas; pero en la se
gunda parte trata de Dios como fin que puede ser conseguido por nues
tras obras; mientras que en la tercera parte como fin que nos atrae y nos
une a sí en la bienaventuranza de la gloria por medio de la Encarnación y
de los sacramentos.
Según esto, la Primera parte versa: A. De Dios en sí mismo, de su ser, de
su actividad interna, de su fecundidad interna en la Trinidad. B. De Dios
como causa de las criaturas; relación general de la causalidad divina res
pecto de ellas; relación especial según las categorías de los seres creados:
los ángeles, el mundo corpóreo, el hombre, el gobierno de las criaturas.
La Segunda parte trata del movimiento de la criatura racional hacia
Dios. A. En la Prima secundae, de un modo general: a) fin de ese movi
miento o de la bienaventuranza; b) de la actividad humana considerada
en sí misma (sus elementos y requisitos naturales); c) de la disposición
interna del alma por medio de los hábitos (en su aproximación al fin por
la virtud o en su alejamiento por el vicio); d) del influjo de Dios en ese
movimiento (ya al regularlo por la ley; ya al sostenerlo por medio de la
gracia).
B. En la Secunda secundae trata en particular de la misma doctrina:
a) respecto a la naturaleza de las diferentes virtudes (las teologales y las
morales); b) respecto a las diferentes clases de personas: las favorecidas
con gracias extraordinarias; las consagradas a la vida activa o a la con
templativa; o de las que tienen a su cuidado el desempeño de las diversas
dignidades y oficios.
La Tercera parte trata de la Encarnación y de la obra de la Redención.
A. De Cristo; de su persona; de su vida y de su obra. B. De los sacramen
tos de Cristo, en cuya exposición santo Tomás solo llegó hasta el sacra
mento de la penitencia.
En el campo bíblico son muy importantes para conocer su doctrina
los Comentarios a la Sagrada Escritura, en los cuales se puede apreciar
los fundamentos bíblicos de toda su obra teológica. Comentó santo To
más el libro de Job, los Salmos y los profetas Isaías y Jeremías. Compuso
La Teología Escolástica (II). Alta Escolástica (siglo xm) 87
nis Spiritus Sancti se da la unión feliz del teólogo especulativo con el fer
vor místico, dando lugar a páginas de una gran intimidad religiosa. En
las Collationes in Hexameron, que son discursos académicos pronuncia
dos en París, se manifiestan las luchas doctrinales de la Universidad de
París con ocasión del averroísmo latino.
Sus comentarios bíblicos son también de un gran valor teológico, Co
mentarios al Ecclesiastés, al libro de la Sabiduría y a los Evangelios de san
Lucas y san Juan. El opúsculo De reductione artium ad Theologiam es una
genial disertación sobre la ciencia, en la que la Teología es presentada
como principio y fin de todo saber humano.
San Buenaventura es, junto con santo Tomás, el mayor teólogo de la
Edad Media. Representan, en palabras de Grabmann, de modo admira
ble las dos interpretaciones más universales del pensamiento cristiano,
las cuales, aunque parecen opuestas, se complementan mutuamente en
el fondo sin excluirse ni contenerse una en la otra.
La mejor edición de las obras de san Buenaventura es la preparada
por los franciscanos de Quaracchi en 10 volúmenes (1882-1902). Existe
también una edición no completa con traducción castellana en la BAC
(Madrid 1945-1958) en 6 volúmenes.
Capítulo 6
5. Autores principales
San Esteban los que llevarán a cabo este empeño renovador. En cierta
medida es completado por la aportación que hará la joven Universidad
de Alcalá, como veremos.
Este nuevo movimiento de reforma teológica surge desde un empeño
interno de la propia Teología Escolástica que, superando la crisis origi
nada por el nominalismo, vuelve a los grandes maestros y a las grandes
concepciones teológicas de la Escolástica del siglo xm, al mismo tiempo
que incorpora a la Teología los aires nuevos y las nobles exigencias de la
cultura humanística del momento. Así se puede afirmar que esta Teología
Escolástica renovada representa la deseada unión entre la Escolástica (las
mejores esencias medievales) y el Humanismo (la cultura moderna). Se
basa en los valores imperecederos de la herencia medieval (sólida con
cepción de la naturaleza de la teología y de la armonía fe-razón), y al
mismo tiempo acepta los nuevos valores de la cultura de la época (el mo
vimiento humanístico).
Factores determinantes de esta renovación teológica serán: el gran re
surgimiento político, económico y cultural de fines del siglo xv y princi
pios del xvi en España, cuyos hitos más significativos son el logro de la
unidad política de España, el fin de la Reconquista y el descubrimiento
de América. También jugará un papel de primer orden el éxito y la ampli
tud de la reforma eclesiástica llevada a cabo por Cisneros y los Reyes Ca
tólicos; especialmente, la reforma de las Órdenes Religiosas. Asimismo
factores de orden propiamente religioso y teológico: el escaso arraigo del
luteranismo en España; la poca presencia y éxito del nominalismo en las
Universidades españolas y, por contraposición, el éxito paulatino del to
mismo y de la Suma Teológica como norma reguladora de los estudios
teológicos. En cuanto al Humanismo, en España no toma la forma semi-
pagana de otros países, sino que se puede hablar de un cierto Huma
nismo Cristiano. También cabe señalar que la autoridad eclesiástica ejer
ció una esmerada función de tutela y vigilancia de la ortodoxia católica,
tanto respecto a movimientos espirituales sospechosos (alumbradismo,
por ejemplo) como en relación a las corrientes erasmistas y luteranas. Se
dio, además, la circunstancia providencial de que hubo figuras de una ta
lla humana y eclesiástica escepcional: Deza, Talavera, Cisneros, que,
junto a la generación de Vitoria, Soto y Cano, forman un conjunto que
brilla a gran altura.
¿Cuál fue su origen y características esenciales?. Todo este esfuerzo
de renovación teológica se centra en la Facultad de Teología de la Univer
sidad de Salamanca, y da lugar a la así llamada Escuela Teológica de Sala
manca. Con ello se quiere significar, entre otras cosas, que no es resul
tado del ingenio o del trabajo de una sola persona, por muy genial que
fuese, sino de un conjunto de teólogos unidos por un mismo ideal teoló-
Teología Humanista del siglo xvi 133
queda admirado por su latín del más puro estilo ciceroniano, de una va
riedad y riqueza extraordinarias.
Es una Teología que aprecia el mundo clásico (greco-romano) y que
incorpora muchos de sus valores formales a la tarea teológica; el aprecio
a las lenguas clásicas, el uso de las más variadas fuentes grecolatinas, etc.
Llama la atención el frecuente uso de los autores de la antigüedad clá
sica, ya sean literatos, filósofos, historiadores o juristas.
En resumen, algunos de estos elementos se pueden encontrar disemi
nados en autores diversos o escuelas, pero lo característico aquí es que
en la Escuela de Salamanca los encontramos todos reunidos y plasmados
en una metodología teológica nueva, con un estilo propio y quasifamiliar.
De tal manera que se puede afirmar que el conjunto de todos estos ele
mentos reunidos en un grupo homogéneo de teólogos, con el mismo es
píritu científico y los mismos ideales teológicos, y que, además, se suce
den unos a otros en la misma tarea teológica, todo esto es lo que
constituye a la Escuela de Salamanca como un fenómeno específico y pe
culiar, distinto de cualquier otro en su época.
Se suelen distinguir dos épocas de la Escuela de Salamanca que pre
sentan algunas diferencias. La primera Escuela de Salamanca, que es la
verdaderamente original y creadora, comienza con la docencia universi
taria del maestro Francisco de Vitoria en la cátedra de Prima de la Facul
tad de Teología de Salamanca, en el año 1526; y acaba con el maestro
Mancio de Corpus Christi en su docencia de la misma cátedra, es decir,
alrededor del año 1570.
En esta primera época se cumplen perfectamente todas las caracterís
ticas definitorias de la Escuela. A esta época pertenecen Francisco de Vi
toria, el gran maestro y fundador, y sus discípulos inmediatos: Domingo
de Soto, Melchor Cano, Macio, Vicente Barrón, Domingo Cuevas, Diego
Chaves, Pedro de Soto, Gil de la Nava y Juan de la Peña, todos ellos do
minicos y catedráticos de Prima o Vísperas (las dos principales Cátedras
de Teología) en la Universidad de Salamanca.
La segunda Escuela de Salamanca se distingue por un tomismo más
rígido, y una mayor adhesión a Cayetano (el cual se pierde a veces en ex
cesivas disquisiciones metafísicas o análisis demasiado rebuscados del
pensamiento de santo Tomás). El espíritu de Cayetano es muy distinto
del de Vitoria, y, aunque se separaba de la mediocridad teológica que le
rodeaba, sin embargo no logra totalmente desprenderse del espíritu de
controversia y de discusión de Escuela, tan propio de la Escolástica de
cadente.
Esta segunda época es la que inauguran Bartolomé de Medina y Do
mingo Báñez, ambos dominicos también y catedráticos de Prima de Sala
manca. La docencia teológica de estos dos grandes maestros va desde
Teología Humanista del siglo xvi 137
Escuela. Cano es, por tanto, el gran teorizador del método teológico, co
mún a la Escuela Salamantina.
El objetivo de esta obra es hacer una epistemología teológica funda
mentada científicamente, cosa urgente en aquella coyuntura histórica,
puesto que en la controversia teológica con protestantes y humanistas no
había una base común acerca de la naturaleza y método de la Teología,
sobre la cual poder aclarar las graves cuestiones doctrinales suscitadas.
Por ello había que comenzar asentando bien los principios mismos de la
Teología. A esto va la obra de Cano.
La estructura del tratado De locis es la siguiente: a) teoría general de
los loci: definición y clasificación; b) exposición de los diez lugares teoló
gicos; c) uso de los loci en la argumentación teológica. Cano clasifica los
lugares en: a) propios, que se basan en la autoridad: Sagrada Escritura,
Sagrada Tradición, Iglesia Católica, Concilios, Papa, Santos Padres y
Teólogos Escolásticos (los dos primeros son constitutivos y el resto, de
clarativos); b) impropios o extraños, que se basan en la razón natural, con
un valor distinto y menor; son tres: la razón natural, los filósofos y juris
tas, la historia humana. En conjunto son diez los lugares teológicos esta
blecidos por Cano (que son como otras tantas fuentes de argumentación
teológica, con diverso valor). En Vitoria no están la Sagrada Tradición y la
Historia humana.
El segundo aspecto interesante de Cano es su Eclesiología, donde no
sigue a su maestro, sino que hace su propio planteamiento. Vitoria estu
diaba la naturaleza de la potestad eclesiástica, en cambio, Cano se centra
en la infalibilidad de la Iglesia y su Magisterio. Partiendo de la infalibili
dad de la Iglesia Universal, afirma la infalibilidad de los Concilios convo
cados y aprobados por el Papa. Sobre el primado y la infalibilidad del
Papa elabora un verdadero tratado teológico, de gran precisión para su
época y que apenas necesita corrección hoy día. Destacan las condicio
nes de la infalibilidad en cuanto al modo y materia, asi como la fórmula
ex cathedra, acuñada por Cano.
-hebraístas (para la fijación del texto hebreo y caldeo del AT): Pablo
Coronel, converso judío, natural de Segovia; Alfonso de Zamora, profesor
de hebreo de Alcalá y judío converso también; Alfonso de Alcalá, converso
judío igualmente.
-helenistas (para el texto griego del NT y la versión de los Setenta):
Hernán Núñez de Guzmán (el «Pinciano»), catedrático de griego de Al
calá, natural de Valladolid y uno de los más grandes humanistas españo
les junto con Nebrija. Diego López de Estúñiga (o Zúñiga), catedrático
también de Alcalá y crítico feroz de Erasmo. Demetrio Ducas (el «Cre
tense»), llegado de Italia en 1513 para ocupar una cátedra de griego en
Alcalá. Y el filólogo humanista Juan de Vergara, secretario de Cisneros.
-latinistas (para el texto de la Vulgata): el principal fue Elio Antonio de
Nebrija, aunque no terminó su trabajo por las discrepancias científicas
con Cisneros indicadas arriba. Muy amigo de Cisneros y profesor pri
mero de Salamanca, en 1513 le convenció Cisneros de que viniera a Al
calá a enseñar gramática y latín. Gonzalo Gil y Bartolomé Castro fueron
otros colaboradores latinos. Erasmo fue invitado pero declinó la oferta.
Quizá uno de los rasgos más destacables de la Políglota sea el haber
logrado hacer un verdadero trabajo de equipo; haber conseguido coordi
nar, en un empeño común y con unos mismos criterios científicos, a un
conjunto de filólogos de primera talla. Es claro que sin un cerebro inspi
rador que aunase esfuerzos y sin el trabajo en equipo de muchos científi
cos, no hubiera sido posible realizar esta magna obra.
La obra consta de seis volúmenes con la siguiente distribución: a) vo
lúmenes I a IV: Antiguo Testamento (texto hebreo masorético; texto
griego de los Setenta, texto latino de la Vulgata, Targúm arameo de On-
quelos con traducción latina); b) volumen V. Nuevo Testamento (texto
griego; texto latino de la Vulgata); Apéndices: lista de nombres hebreos,
árameos y griegos del NT, gramática griega y diccionario greco-latino del
NT; c) volumen VI: Diccionario hebreo y arameo del AT; vocabulario la-
tino-hebreo; lista de nombres hebreos, árameos y griegos del AT con su
interpretación; gramática hebrea.
En una coyuntura histórica dominada por el humanismo (vuelta a las
fuentes teológicas, etc.), la aportación de la Políglota fue pionera y origi
nal: la respuesta más moderna que cabía dar a las necesidades del
tiempo (en el ámbito teológico). Al ofrecer el texto de la Biblia en las len
guas originales y un instrumental de estudio filológico tan amplio, como
la gramática hebrea y los diccionarios hebreo, caldeo y griego, Cisneros
puso una de las bases fundamentales de la renovación de la Teología en
España: la promoción de los estudios bíblicos con rigor crítico-filológico
(como pedían los humanistas). Se puede decir que fue el esfuerzo más
grande y logrado para retornar a las fuentes y purificarlas.
148 Historia de la Teología
(i.e., la primera vez que aparece impreso completo). El texto griego del
NT también es editio princeps, pues se terminó en 1514 y Erasmo acabó
su edición en 1516. Según la opinión general de la crítica moderna, el
texto griego del NT de la Políglota es superior al de Erasmo en calidad
textual y en el cuidado de la edición. Además, el texto hebreo de la Polí
glota es la primera edición católica que se publicó.
El último volumen de la Políglota salió de la imprenta el 10 de julio de
1517 y fue entregado a Cisneros, que moriría cuatro meses después,
viendo así realizado su más ambicioso proyecto científico. La obra fue
aprobada por el Papa León X el 22 de marzo de 1520 y se hicieron 600
ejemplares.
Capítulo 8
L Introducción
Razón (sostenido sobre todo por santo Tomás, que defiende la armonía y
la continuidad entre orden natural y sobrenatural).
Por la misma razón, Lutero repudia y ataca la Teología Escolástica
tradicional y, sobre todo, la Teología de la Baja Edad Media, que había
llegado a una decadencia notable por su dialéctica y su alejamiento de
las fuentes teológicas. Pero la razón de fondo de su ataque no es tanto la
barbarie medieval (caso de los humanistas: opción cultural), sino más
bien el papel fundamental de la Razón en la deducción y argumentación
teológica, propio del método escolástico.
Su obra principal contra la Teología tradicional es muy temprana:
Disputado contra scholasdcam theologiam. Lo único importante para Lu
tero es alcanzar la pureza del Evangelio, que ha sido desvirtuado por la
Teología Escolástica y la Autoridad Eclesiástica. Él había afirmado: La
pureza del Evangelio ha sido oscurecida por el pagano Aristóteles (perso
nificación de la Razón) y por la tiranía de Roma (el Papado). Pero la Pa
labra de Dios se encuentra en la Sagrada Escritura exclusivamente (bi-
blismo absoluto), y el principio fundamental para alcanzar el genuino
sentido de la Palabra de Dios no es la investigación humana racional
(que no cuenta para nada, incluso es perniciosa), sino la inspiración del
Espíritu Santo a cada fiel. Este es el otro principio clave de la nueva teo
logía luterana.
En este sentido, Lutero es mucho más teólogo que Erasmo, el cual no
supo distinguir bien entre Teología y Ciencias humanas; en cambio, ese
sentido teológico sí que lo tuvo Lutero, al colocar a Dios y sus derechos
soberanos en primer plano. Pero en este punto, es importante señalar que
este principio de la inspiración personal del Espíritu Santo desligada de
toda referencia objetiva, lleva a una consecuencia de la máxima trascen
dencia para toda la tarea teológica: el subjetivismo religioso más radical.
La reforma luterana (también la reforma de la Teología) parte de una
inquietud religiosa personal, no de una investigación intelectual. Por eso,
aunque sus formulaciones doctrinales tengan raíces en la formación filo-
sófico-teológica de Lutero, solo su personal actitud religiosa alcanza a
explicarlas del todo. Por eso la sola explicación satisfactoria sobre el ori
gen de la teología luterana es la teorización dé su experiencia religiosa
personal, a la que añade la de otros en cuanto concuerde con ella: de Oc-
kam, de san Agustín o de san Pablo.
Esta experiencia religiosa personal y su teorización consiste, en
breve, en la tesis de la corrupción total de la naturaleza humana (todas
sus obras son pecado y es incapaz de realizar el bien) y en el descubri
miento de la misericordia de Dios que se nos aplica por la Fe fiducial (la
confianza y abandono en Dios y en los méritos de Cristo), lo cual lleva a
la justificación por la Fe sin las obras exteriores. Cabe concluir, por
Teología protestante primitiva (siglo xvi) 155
Los diarios, actas, obras de teología, etc., del gran Concilio (reunidos
en la magnífica edición de la Sociedad Goerresiana), nos dan una visión
fiel de la aportación inmensa que el Concilio llevó a cabo en casi todos
los campos de la Teología. La importancia capital de las cuestiones que
allí se discutieron y aclararon y sus célebres decretos eran lo más a pro
pósito para iniciar e imprimir impulso definitivo a una nueva era de la
Historia de la Teología. Y así sucedió, en efecto, coincidiendo con la
misma clausura del Concilio Tridentino.
De otra parte, el secreto de la fuerza de los teólogos controversistas de
esta época (muy superior a los de primera hora) reside precisamente en
la perfecta unión de la especulación escolástica con la erudición exegé-
tica e histórica. Los representantes más ilustres de la Teología Escolás
tica de este período no se aplicaron exclusivamente a la especulación
pura, sino que se esforzaron por unir su pensamiento con la tradición es
colástica medieval y, sobre todo, con la base imprescindible de la exége
sis bíblica (según los nuevos métodos críticos humanistas) y de los San
tos Padres. Finalmente, los maestros de la teología positiva conocieron a
la perfección la teología escolástica, que les sirvió de guía para entender
e interpretar correctamente la Sagrada Escritura y las obras patrísticas.
Así se comprende que la mayoría de los teólogos más eminentes de
entonces cultivaran con éxito y simultáneamente todas las ramas de la
teología (o gran parte de ellas).
En la Edad Media, el florecimiento de la Escolástica estuvo estrecha
mente ligado al nacimiento de las Universidades. Ahora, en la Época Mo
derna, su renovación estuvo también vinculada a la formación de nuevos
centros de gravedad de las Universidades Europeas. La Universidad de
París siguió afirmando su alto prestigio en las decisiones doctrinales y
solo le dañó el galicanismo y su enemiga contra la pujante Compañía de
Jesús. Junto a París también florecieron nuevos centros de trabajo teoló
gico: la Universidad de Lovaina, que afirmó su prestigio teológico por la
actuación de sus maestros en Trento, y que tuvo un fuerte impulso del
agustinismo por obra de Bayo y del primer Jansenio.
Sin embargo, la Renovación de la Escolástica (y de la Teología, en ge
neral), que imprimió su sello a la época, no partió de estas Universida
des, situadas en pleno campo de batalla de la novedad teológico-reli-
giosa, sino de España, cuyas Universidades, en tiempo del Concilio de
Trento hasta fines de siglo, llevarán la voz cantante: Salamanca y Alcalá,
de modo especial. Así pues, la influencia y predominio español será ca
racterística esencial de la Teología de esta época1. La pujanza teológica
católica del siglo xvi, no ciertamente original pero sí basada en una con
cepción unitaria propia y dotada de una erudición teológica sorpren
dente, tanto de elementos de la teología clásica medieval como de funda
mentos bíblicos y patrísticos.
Precisamente por la profunda elaboración teológica de un material
tan amplio de fuentes y teología positiva, las Controversias belarminianas
superaron ampliamente los anteriores trabajos de controversia (desde
Juan Eck hasta E. Hosius), aunque, sin duda, contaba con la gran ventaja
de poder utilizar los decretos tridentinos. Por todo ello, esta obra capital
fue por mucho tiempo punto de referencia obligado en torno al cual gira
ron las controversias entre católicos y protestantes.
En cuanto al contenido de la obra, Belarmino expuso los problemas
fundamentales de la época sobre la Fe en tres grupos generales: a) so
bre la Palabra de Dios y la Tradición; sobre Cristo, que es la Palabra
personal de Dios hecha carne; sobre la Iglesia, templo y órgano de la
Palabra de Dios; b) acerca de la gracia, de la libertad, del pecado y de la
justificación; c) sobre los medios de comunicación de la gracia, o de los
sacramentos. Así abarca toda la dogmática según el fin que él perse
guía. Erudición rica y extensa, claridad de ideas, concisión de estilo,
gran solidez de doctrina, tales son las cualidades que hasta los mismos
adversarios reconocen en esta famosa obra. El éxito fue enorme: de
1586 a 1608 conoció 16 ediciones; más de 200 obras se pronunciaron a
favor o en contra y, sobre todo, logró la vuelta de muchos protestantes a
la Iglesia Católica.
Por este tiempo es nombrado rector del Colegio Romano (1592-1594),
bajo cuyo gobierno los estudios prosperaron grandemente. Poco después
es nombrado provincial de Nápoles (1594-1597), permaneciendo alejado
de Roma unos años.
A la muerte de Francisco de Toledo, primer cardenal jesuita, el Papa
Clemente VIII llama a Belarmino a Roma con el propósito de hacerlo
cardenal. Acompaña a la Corte pontificia y, entre otras cosas, el Papa le
encarga la confección de dos Catecismos: el Catecismo menor (1597) y el
Catecismo mayor (1598) para catequistas. El Papa prescribió estos cate
cismos para los Estados Pontificios que estuvieron en vigor hasta el si-
glo xx. Fue su obra más difundida.
En efecto, en 1599 es nombrado cardenal por Clemente VIII. Por es
tas fechas el Papa le pide su parecer sobre la controversia De auxiliis. Be
larmino redacta un memorial rechazando la postura de Báñez, OP, y de
fendiendo a Luis de Molina, SJ, con alguna corrección. A este propósito
tuvo alguna diferencia con el Papa: Clemente VIII quiso zanjar personal
mente la controversia, y Belarmino se lo desaconsejó por tratarse de una
cuestión abierta a la discusión teológica; de lo contrario comprometería
172 Historia de la Teología
4. La Escuela Jesuítica
Los movimientos heterodoxos que surgen hacia mitad del siglo xvi
en adelante se deben en gran medida al influjo de las teorías protestan
tes. Un caso característico es el del Bayanismo, que surge en la Univer
sidad de Lovaina, la cual intervino desde el principio en defensa de la fe
católica contra el luteranismo. No es extraño que notase de alguna ma
nera el influjo de ideas luteranas a pesar de las medidas tomadas con
tra las mismas. El protestantismo, como es sabido, enseñaba la corrup
ción total de la naturaleza humana como consecuencia del pecado
original. En varios puntos importantes se acercaba Miguel Bayo a estas
ideas protestantes: sostenía el carácter natural del estado primitivo e
identificaba el pecado original con la concupiscencia. El hombre caído
no tiene ya poder para obrar el bien en el orden moral y por eso peca
siempre.
Contra el Bayanismo y el Jansenismo, que de él se derivaba, la Iglesia
hubo de afirmar la capacidad para el bien del hombre caído. Y, como
Bayo y Jansenio repetían las fórmulas de san Agustín, la Iglesia tuvo a
veces que condenar estas fórmulas, en el nuevo sentido que recibían de
estos discípulos extraviados del doctor de la gracia. Materialmente exac
tas o no, las expresiones agustinianas eran comprendidas por ellos en un
sentido estricto (o riguroso), que privaba a la naturaleza humana de todo
poder y actividad propia en el campo de la moral.
En el contexto de la disputa con el luteranismo, Bayo quiso argumen
tar retornando a las fuentes puras: Sagrada Escritura y Santos Padres,
sobre todo, a san Agustín (tan apreciado y usado por Lutero y discípu
los), pero purificándolo de las mediaciones escolásticas. Es, pues, el
aprecio y gran uso por parte de los protestantes de san Agustín lo que
propició el centramiento de la controversia en el Santo Obispo de Hi-
pona y su interpretación. En realidad, lo único que logró fue un pseudoa-
gustinismo o un agustinismo de vía estrecha. Frente al agustinismo mo
derado de un Seripando (que no logró triunfar en Trento) surge ahora un
agustinismo radical a ultranza de Bayo.
A ello coadyuvó también el esfuerzo humanista, pues en 1513 habían
aparecido las obras completas de san Agustín en Basilea. El mundo teo
lógico quiso ver ahí la fuente de los aires rejuvenecidos de la nueva teolo
gía. Esta es la línea de la tradición patrística-agustiniana, frente a la línea
de la tradición escolástico-tomista. En el ámbito noreuropeo la primera
línea va a tener un gran auge. '
El Bayanismo, con su pseudoagustinismo a cuestas, va a ser la fuente
de los principales errores teológicos de los siglos xvn y xvin. De él deriva
el Jansenismo en todas sus formas. El método teológico del retorno a los
190 Historia de la Teología
Padres era bueno, sin duda. Pero Bayo, ignorando el griego, descuida la
tradición oriental, y en la occidental se centra casi exclusivamente en san
Agustín, cuyo pensamiento auténtico pretende restituir, desembarazado
o purificado de las perversiones escolásticas. El fallo está en este con
cepto estrecho de tradición patrística y en el olvido de que el dogma se
desarrolla en el tiempo y que la misma teología progresa en un milenio.
Al final acabó él mismo siendo prendido por los planteamientos lutera
nos y dio la razón a quienes pretendía combatir.
La continuación más peligrosa fue el comienzo de la controversia
jansenista. Este fenómeno histórico-teológico, de gran complejidad y ex
tensión, rebasa ampliamente los límites temporales del período postri-
dentino que estudiamos. Sin embargo, su iniciador está íntimamente li
gado a Miguel Bayo y sus ideas; por tanto, hunde sus raíces en este
período y no es posible comprenderlo sin tener en cuenta las circunstan
cias históricas de esta época. Aunque luego se extiende a lo largo de
todo el siglo xvii, y aún más allá, por vicisitudes históricas imprevisibles
y complejas.
El Jansenismo, en efecto, constituye un hecho histórico complejo y
enormemente variado en su evolución temporal. Tiene como punto de
arranque la figura de Cornelio Jansenio (1585-1638) y su obra funda
mental, el «Augustinus», pero su proyección y vitalidad se debe principal
mente a su íntimo amigo Jean Duvergier de Hauranne, más conocido por
St. Cyran (1581-1643), y a su defensor Antoine Arnauld (1612-1694), doc
tor por la Sorbona, en donde libró las principales luchas en su favor.
Dentro del Jansenismo se podrían distinguir tres aspectos íntimamente
ligados entre sí: a) El aspecto dogmático-doctrinal: su objetivo es el re
torno a la pura doctrina de san Agustín, b) El aspecto moral-espiritual,
cuyo rasgo principal es el rigorismo y el retorno a la austeridad del cris
tianismo primitivo, c) El aspecto eclesiástico disciplinar, en el sentido de
pretender una auténtica reforma religiosa, con un rechazo, cada vez ma
yor, de la Iglesia jerárquica, que es infiel a los orígenes cristianos. En par
ticular se dará un cierto rechazo de la autoridad del Papa en favor de los
obispos, que acabará confluyendo con el galicanismo posterior.
En el aspecto dogmático, que es como el trasfondo general, se pueden
distinguir a su vez tres etapas, jalonadas por otros tantos documentos
magisteriales:
a) El Jansenio primitivo y la condena de las cinco proposiciones sa
cadas del Augustinus. Bula Cum occasione (1653) de Inocencio X.
b) Quesnel (1634-1719) y la condena de las Reflexiones morales en la
bula Unigénitus (1713) de Clemente XI.
c) El Jansenismo italiano y el Sínodo de Pistoya (1786) condenado
en la constitución Auctorem fidei (1794) por Pío VI.
Teología Barroca (siglos xvi-xvii) 191
2. Caracterización general
3. El Deísmo inglés
5. La Ilustración alemana
6. Teología Escolástica
la monumental obra de las Acta Sanctorum, que pretende ser una edición
científica de las vidas de los Santos. La segunda institución es la de los
Maurinos, que surgió de la reforma benedictina en la Congregación de
san Mauro. Enseguida encontraron el apoyo del cardenal Richelieu para
sus proyectos científicos. Con gran acierto y eficacia produjeron obras
excelentes en los campos de la Historia de las Órdenes Monásticas, edi
ciones de Santos Padres, Litugia, Paleografía, etc.
Sobresalieron ante todo Juan Mabillón (f 1707) con su Acta Sancto-
rum, los Anales benedictinos y De re diplomática. También Bernardo de
Montfaucon (f 1741), que editó una excelente Paleographia graeca, ade
más de una serie de ediciones de Santos Padres. Otros nombres fueron
Juan d'Achery, Marténe, Durand, Ruinart y Sabatier.
En la misma línea de estudios histórico-positivos aparecieron otros
muchos trabajos y colecciones de gran valor científico. Así, en el campo
de la Historia de los Concilios, los jesuitas Labbé (f 1667) y Hardouin
(t 1729) iniciaron las grandes colecciones de Concilios con su Concilio-
rum collectio regina maxima (1714-1715).
Italia dio a los estudios históricos dos científicos de fama imperece
dera: Luis Antonio Muratori y el marqués Scipione Maffei. Muratori
(1672-1750), que fue primero bibliotecario de la Ambrosiana de Milán y,
más tarde, de la archiducal de Módena, es una de las figuras más nobles
y excelsas entre los eruditos de todos los tiempos. De su infatigable acti
vidad científica nos quedan varias colecciones de documentos como las
Rerum italicarum scriptores, que alcanza hasta el año 1500; o también las
Antiquitates Italiae medii aevi en donde publicó el célebre documento co
nocido con el nombre de «fragmento muratoriano»; asimismo, los Annali
d’Italia dal principio delVera volgare fino all’anno 1740.
Fue también de un valor científico fundamental para el estudio histó
rico de la Liturgia la obra Liturgia romana vetus, en la que editó los tex
tos más antiguos de las liturgias romana y galicana.
La otra figura eminente de aquel tiempo es la del marqués Scipione
Maffei (t 1755), amigo de Muratori, erudito, epigrafista y filólogo. Con
su descubrimiento de valiosos manuscritos latinos en la Biblioteca del
Cabildo de Verona y con el estudio y ediciones de los mismos contribuyó
mucho a enriquecer las fuentes de la Patrología.
La obra titulada Museum veronense es el mejor fruto de sus investiga
ciones en el terreno de la epigrafía. Las obras paleográficas, como su Is-
toria diplomática, más las ediciones de los escritos de Casiodoro y otros
autores antiguos suponen una aportación de primera línea.
Por último, son de gran valor para la Historia de la Teología su obra
De haeresi semipelagiana, asi como la monumental y eruditísima Istoria
teológica delle doctrine... nei cinque primi secoli della Chiesa in proposito
Teología ilustrada racionalista (siglo xvm) 215
tancias magisteriales romanas. Era esta una vieja cuestión que siempre
está en la base del teologizar, pero en esta coyuntura histórica concreta
(los epígonos del racionalismo ilustrado) cobra un interés añadido. La
postura de algún modo desafiante de los pensadores ilustrados requería
una respuesta por parte católica; esta viene de Francia, de un lado, y de
Alemania, de otro. La primera se llama Tradicionalismo o Fideísmo y la
segunda, Semirracionalismo (dogmático).
Por Tradicionalismo suele entenderse aquella postura que alude a un
modo concreto de entender la génesis del conocimiento humano: la Tra
dición antecede genética e históricamente a la Razón, haciendo posible
mediante la educación que la razón se ponga en marcha eficazmente.
Por Fideísmo, en cambio, se designa la postura según la cual la Fe y no la
Razón es la fuente primera del conocer humano, de manera que sin el re
curso a la Fe la Razón permanece a oscuras (al menos en relación a las
verdades básicas del ser humano). Ambas posturas están, como es obvio,
relacionadas entre sí.
Los autores más representativos del Tradiconalismo fueron De Mais-
tre (1753-1821), Bonald (1754-1840) y, sobre todo, Felicité Lamennais
(1782-1854), cuyo pensamiento y obra tuvo una más amplia repercusión.
Junto a ellos cabe añadir también un poco más tarde a Bautin (1796-
1867) y a Augustin Bonnetty (1798-1879). Los dos primeros (De Maistre
y Bonald) pretendieron enfrentarse al turbión de la Revolución Francesa
de 1789 (consecuencia radicalizada de las ideas ilustradas) con una serie
de reflexiones críticas histórico-culturales. Por lo que se refiere a la Teo
logía, el punto central de sus críticas fue la concepción racionalista de la
Razón como fuerza que, de manera ahistórica, puede juzgar poi sí
misma de la totalidad de la realidad; en otras palabras, niegan el valor de
una razón plenamente autónoma que sea la fuente única del conocer la
verdad y el ser de las cosas. En tal sentido afirman con decisión que la
Razón humana vive y se desarrolla en la historia (y en esto ya aletea el es
píritu romántico que pronto se impondrá). Razón y Tradición son dimen
siones implicadas ya que la Tradición que se nos transmite en la comuni
dad social hace posible que la Razón conozca la verdad. Es decir, la
Razón está en dependencia genética de la Tradición y, más en concreto,
de la Revelación cristiana que se nos transmite por la Tradición.
Por su parte, Lamennais radicalizó más aún esta postura y, en su fa
moso Essai sur Vindiference en matiere de religión, a la razón autónoma
ilustrada opone el sentido común, la tradición y el consentimiento uni
versal de los pueblos. El hombre singular no puede llegar a certeza al
guna; el ser humano conoce solo presuponiendo las ideas primeras y uni
versales comunicadas por Dios a la humanidad en la creación; sin ellas,
el pensamiento humano no puede llegar a formarse. Estos planteamien-
Teología ilustrada racionalista (siglo xvm) 217
Hacia mediados del siglo xvm empezó la Teología Evangélica una crí
tica abierta de las doctrinas ortodoxas primitivas, aunque siempre con la
idea de que con ello no se cambiaba la Reforma ni el pensamiento de Lu
tero, sino que simplemente se interpretaba mejor. Esa crítica ilustrada al
depósito doctrinal cristiano y la intención de que con esa crítica se
preservase la Fe revelada en una forma moderna y adecuada a los tiem
pos fueron ya objeto de las denominadas discusiones «deístas» en Ingla
terra al comienzo del siglo xvm.
En Alemania, con el conocimiento de los antecedentes ingleses, se de
sarrolla también la correspondiente Teología Protestante de signo crítico,
que pretendía adaptar la Fe cristiana a la Razón ilustrada. Sus represen
tantes se engloban bajo el nombre de «neólogos», siendo los más nota
bles: J. J. Spalding (f 1804), J. G. Tóllner (f 1774), J. S. Semler (f 1791) y
W. A. Teller(f 1804).
La prudencia de los Teólogos de Transición ante la tradición cedió en
los Neólogos a una crítica decidida y vasta de los dogmas y de la Biblia.
Ciertamente se trataba de tomarse en serio los modernos conocimientos
científicos de la naturaleza, pero, primordialmente, lo que estaba en juego
era un nuevo sentimiento vital frente a la Reforma, impulsado por las
nuevas concepciones filosóficas modernas: por una parte, la conciencia
de una superior evolución moral y científica de la humanidad; y por otra,
la idea de un núcleo esencial de la religión cristiana que podía transfor
marse y adoptar otros modos de manifestación, incorporándose así al es
tadio superior de la humanidad ya conseguido en esta época.
De acuerdo con ello ocupan el centro de la corrección crítica aquellas
doctrinas que, según ellos, ofenden la autoconciencia moral de la Humani
dad, como el relato bíblico de la Creación, la doctrina del pecado original,
la satisfacción de Cristo y la predestinación. Desde la Neología se distingue
entre Revelación y Biblia; solo así es posible someter a la Biblia a una crí
tica racional, sin destruir por ello la Fe Cristiana. De dónde haya que espe
rar una Revelación resulta ahora inseguro. En general se supone que de la
figura histórica de Jesús; pero en este punto domina la mayor vaguedad,
porque el marco de la racionalidad moderna no permite realmente afirmar
la Revelación de Dios en una persona histórica singular. La idea de Revela
ción oscila necesariamente entre lo natural y lo sobrenatural.
Uno de los problemas más graves que se plantean a esta teología es
lo relacionado con la idea de Creación. La realidad de una Creación por
Dios no solo supone una transgresión de las fronteras del empleo de la
inteligencia moderna e ilustrada, sino también una contradicción con
la voluntad moderna de libertad y con el anhelo de la propia creación y
222 Historia de la Teología
realización por parte del hombre. Sin embargo, por miedo al ateísmo,
esta teología procura seguir hablando de Dios como Creador.
El pecado se entiende como un estado de paso del primitivismo a la
moralidad superior. El punto esencial de esta teología es entender a Dios
puramente como «Amor», sin que se considere necesario tener que seguir
hablando de su cólera y su juicio. En gran parte, porque se han emanci
pado del Antiguo Testamento. En esa misma línea, la muerte vicaria del
Hijo de Dios en satisfacción por el pecado carece de relevancia y muchas
veces incluso se rechaza. El hombre moderno no tiene necesidad de cosas
así; le basta con saberse amado de Dios en su conciencia o sentimiento.
El instrumento preferido de esta crítica fue el «desenmascaramiento»
histórico: en la medida en que los dogmas y los mismos escritos de la Bi
blia se entendían como productos históricos y se distinguían sus etapas
de formación, se pudo interpretar de manera distinta y nueva lo que en
ellos se encontraba de escandaloso y, sobre todo, lo que podía atribuirse a
un estadio ya superado de la evolución humana, adaptándolo a la situa
ción actual.
4. El Racionalismo
5. El Pietismo
ción: la de una evolución hacia una religión más personal, una vida inte
rior más profunda y un retorno a la caridad de los primeros cristianos.
Tal fue el origen del Pietismo protestante de este tiempo. Antecedentes de
dicha corriente se pueden encontrar en Jacob Bóhme (f 1624) con su
obra El camino hacia Cristo, que influirá más tarde incluso en Schelling y
Hegel. También Juan Arndt (f 1621), que escribió El verdadero cristia
nismo, obra muy leída en la época.
El libro de Arndt fue uno de los que más influyó en un alsaciano de
gran cultura, Ph. J. Spener (f 1705), quien suele considerarse como el ini
ciador del Pietismo luterano. De una profunda caridad, como Arndt, le
aventaja notablemente como organizador. Ejerció como pastor en Frank-
furt del Meno, donde conquistó con su bondad al pueblo humilde. En
1675 apareció su gran obra: Pia desideria; todo un programa de mejora
de los estudios religiosos, de apostolado y de adaptación de la vida cris
tiana a la Escritura. Su plan preveía asociaciones de seglares, llamadas
Collegia pietatis, y asociaciones de eclesiásticos, los Collegia philobiblion,
que se multiplicaron rápidamente. Fue perseguido por las autoridades
eclesiásticas protestantes, expuestas a la crítica de la intimidad religiosa
de muchos pietistas sinceros. Después de cambiar de residencia diversas
veces, murió en Berlín en 1705.
Spener había dado al pietismo su forma más pura, llevándolo a un
verdadero éxito. A él se debe la nueva atmósfera que respiró el protestan
tismo alemán, con una espiritualidad que le debe a él más que al mismo
Lutero. Pero las hostilidades con que el Pietismo tropezó en tiempos de
Spener fueron cediendo ante la popularidad de una espiritualidad atrac
tiva. Al comienzo del siglo xvm su centro principal fue Sajonia y particu
larmente la nueva Universidad de Halle, alrededor de la cual A. H.
Francke (t 1727), discípulo de Spener, formó un foco pietista importante.
Sus fundaciones de caridad y enseñanza así como sus ayudas a las misio
nes en la India y la pastoral de la diáspora que ejerció fueron muestras de
vitalidad cristiana evidente.
Otro fruto admirable del Pietismo fue la fraternidad Hermhuter Brü-
der-gemeine, creada en 1722, en Lusace, por el conde Nicolás L. de Zin-
zendorf (f 1760), procedente del pietismo de Halle.
Durante el período que transcurre desde mitad del siglo xvn hasta el
primer tercio del siglo xix hemos visto que la Teología Escolástica tradicio
nal sufrió un grave estancamiento y una decadencia cada vez más pronun
ciada, como consecuencia principalmente de las graves circunstancias po
líticas, culturales y, sobre todo, filosóficas, derivadas del movimiento
ilustrado del siglo xvm. La Fe cristiana (la Iglesia, en definitiva) sufre un
acoso continuado por parte de los intelectuales de la época. Con el paso del
tiempo, los poderes políticos también asumen la cultura racionalista rei
nante y también pasan al ataque, lo cual se refleja en los planteamientos
universitarios y en las instituciones docentes dominadas por los poderes
públicos.
La Teología católica se pone a la defensiva, con el propósito de reali
zar la apología de la Fe ante una sociedad de algún modo secularizada,
cuya mentalidad está dominada por el ideal del Progreso científico y la
Razón omnipotente. Al mismo tiempo, la Teología se refugia, como vere
mos enseguida, en los centros docentes de su propiedad (seminarios, so
bre todo), donde procede a impartir la formación necesaria a los candi
datos al sacerdocio. Así la Teología ahora no investiga ni ejerce un
dinamismo original, sino que se limita a conservar y, de alguna manera,
a repetir la tradición recibida de los tiempos gloriosos pasados. A los ojos
de los hombres de cultura modernos aparece como un tanto desfasada y
anticuada; como no respondiendo a los nuevos retos culturales de la mo
dernidad. De hecho, las tensiones y los enfrentamientos se sucederán, lle
gando a su punto álgido con el Syllabus del Papa Pío IX (1864) en el que,
en apariencia, se produce una condena oficial de la cultura moderna.
En estas difíciles circunstancias la Teología busca su lugar y las vías
correctas de renovación. El movimiento Romántico (en dialéctica con la
230 Historia de la Teología
Con el tiempo, a lo largo del siglo xix, se irán rehaciendo los centros
teológicos superiores. En Alemania se crean cinco nuevas Facultades de
Teología entre 1811 y 1832. En Italia fue devuelto el Colegio Romano
(Universidad Gregoriana) a la Compañía de Jesús en 1827. En Francia
fueron fundados en 1875 por la Jerarquía eclesiástica cinco Institutos
Católicos nuevos, entre ellos algunos que se harán famosos como el de
París, Lyón o Toulouse, y que marcaron el resurgir teológico. En España
solo quedaron cinco Facultades de Teología en 1824, y un poco más tarde
(en 1851) fueron todas suprimidas por el Gobierno español; como conse
cuencia de ello, a fines de siglo el Papa León XIII expresaba su preocupa
ción por el bajo nivel de estudios en los Seminarios españoles, erigiendo
algunas Universidades Pontificias que, no contando con profesorado
adecuado, decayeron enseguida, excepto la de Comillas (erigida en
1904). Como se puede apreciar fácilmente, la situación era de grave pe
nuria teológica en casi todas partes.
La renovación que enseguida se pone en marcha provino, sobre todo,
de algunas Facultades de Teología alemanas (Tubinga, Munich, Bonn,
Münster). El siglo xix fue el gran siglo alemán en muchos sentidos, tam
bién en Teología; con Hegel, Baur y Marx aparece una nueva forma de
trabajo intelectual: el histórico-crítico, que enseguida se extenderá por
todas partes.
También en las Islas Británicas se producen novedades importantes
para la Teología; pues, como consecuencia del lastre ilustrado, el Angli-
canismo había caído en un grave secularismo falto de alma cristiana ver
dadera; el Movimiento de Oxford se propondrá recuperar la vitalidad cris
tiana profunda y de ahí saldrá otro cauce de renovación teológica de la
mano de J. H. Newman.
Junto a ello, la Escolástica había sido desacreditada durante todo el
siglo xvm y gran parte del xix. En la segunda mitad del siglo xix comien
zan a aparecer algunos centros y autores que marcarán la recuperación
de la Gran Tradición Escolástica, sobre todo la, así llamada, Escuela Ro
mana de los jesuitas, que producirá muy buenos teólogos en el último
tercio del siglo xix (Perrone, Franzalin y otros) y que tendrán una in
fluencia decisiva en el Concilio Vaticano I. Pero será el nuevo Papa
León XIII quien dará un fuerte impulso a la recuperación de la Filosofía
y Teología escolásticas con su Encíclica Aetemi Patris (1879); a partir de
ahí la Escolástica vuelve a resurgir con altura y fuerza nuevas.
Conviene fijarse, sin embargo, en el nervio ideológico que comienza a
aparecer muy pronto en el siglo xix. Después de más de un siglo de Ra
cionalismo puro, frío y rígido, los espíritus manifiestan su cansancio y
buscan nuevas orientaciones. Así surge el movimiento cultural del Ro
manticismo. Frente a la fría Razón, el calor del Sentimiento; frente a lo
232 Historia de la Teología
1. Introducción al período
general que guía los afanes de los mejores espíritus e inteligencias con
temporáneos. Se podrían señalar tres etapas diferentes:
1) Primera etapa: la Teología en la primera mitad del siglo xx (hasta fi
nales del pontificado de Pío XII). Los temas a estudiar son: la crisis mo
dernista; la situación del período «entreguerras» (1918-1939); la discusión
en torno a la Nouvelle Theologie (desde 1946 en adelante); el movimiento
litúrgico y el movimiento bíblico.
2) Segunda etapa: la Teología en torno al Concilio Vaticano II (desde
el pontificado de Juan XXIII, 1958, en adelante). Preparación y desarro
llo del Vaticano II. La puesta en marcha de una «Nueva Teología».
3) Tercera etapa: la Teología posconciliar y problemas relacionados, a)
La recepción del Concilio y la crisis postconciliar. El problema de la herme
néutica del Vaticano II. b) La Teología de la Liberación Latinoamericana,
c) La Teología y el relativismo moderno. La cuestión del diálogo interreli
gioso. d) Teología y espiritualidad, e) La renovación de la Teología Moral.
Para el estudio del Vaticano II puede ser muy útil consultar las bue
nas introducciones a los documentos que se encuentran en la edición bi
lingüe oficial de la Conferencia Episcopal Española, publicada en la BAC
(Madrid 1993).
Con el advenimiento del Papa Juan XXIII al pontificado (1958) co
mienza una nueva etapa de la historia de la Iglesia. Después de los acon
tecimientos relacionados con la Nouvelle Theologie que hemos visto y del
pontificado de Pío XII, nos encontramos ahora con un clima teológico
más distendido en el que los nuevos aires teológicos pueden respirar con
más amplitud. A los pocos meses de pontificado, Juan XXIII anuncia su
intención de convocar un nuevo Concilio Ecuménico. Este importante
acontecimiento eclesial marcará indeleblemente los acontecimientos su
cesivos. Se pretende realizar un Concilio de neta orientación pastoral cu
yos objetivos principales (según anunciará el Papa en diversos discursos
relacionados) son la renovación de la Iglesia en diálogo con el mundo
moderno y también promover la unidad de los cristianos (ecumenismo).
O, en otras palabras, en su perspectiva interna (ad intra) se pretende pro
fundizar en el misterio de la Iglesia como tal, y, a partir de esta profundi-
zación, abordar la reforma litúrgica, la formación sacerdotal y la unión
de los cristianos. En la perspectiva externa (ad extra) se intentará enta
blar un diálogo con el mundo moderno para abrir nuevos cauces a la
evangelización de la sociedad de acuerdo con los cambios y circunstan-
256 Historia de la Teología
cías actuales, así como también entablar un diálogo interreligioso con las
grandes religiones monoteístas del mundo.
En cuanto a la cronolgía del Concilio sale el siguiente cuadro: 1) Pe
ríodo antepreparatorio (1959-1960); 2) Fase preparatoria (1960-1962); 3)
Primer período: apertura y Ia sesión (octubre de 1962); 4) Segundo pe
ríodo (septiembre de 1963); 5) Tercer período (septiembre de 1964); 6)
Cuarto período (septiembre de 1965); 7) Último período y clausura (di
ciembre de 1965). Los grandes documentos que vertebran los trabajos del
concilio son: La C.D. Lumen Gentium (sobre el misterio de la Iglesia); la
C.D. Dei Verbum (sobre la divina Revelación); la C.D. Sacrosanctum Con-
cilium (sobre la sagrada Liturgia); la C.P Gaudium et spes (sobre la Iglesia
en el mundo actual); los decretos Presbiterorum ordinis (sobre el ministe
rio y vida de los prebíteros), Optatam totius (sobre la formación sacerdo
tal), Unitatis reintegratio (sobre el ecumenismo); y la declaración Nostra
aetate (sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas).
No nos corresponde aquí estudiar la historia y las circunstancias en
que se desarrollaron los trabajos conciliares ni tampoco el contenido
concreto de sus documentos. En cambio nos interesa sobremanera ob
servar cómo todo el esfuerzo de renovación teológica, que venía inten
tándose de tiempo atrás, fragua y se va concretando en el propio Vati
cano II, de donde sale una Teología renovada, que responde más
adecuadamente a los signos de los tiempos actuales. Después del Conci
lio se puede hablar ya de una Teología renovada o un nuevo estilo teoló
gico que posee unos rasgos determinados y concretos que se pueden se
ñalar como tales.
Para estudiar adecuadamente lo que decimos, se debe aludir esque
máticamente (aun a riesgo de simplificar un poco las cosas) a los dos
«modelos teológicos» que encontramos antes del Concilio: a) por un lado,
el modelo neoescolástico (o neotomista), cuyas características fundamen
tales son la continuidad con la gran tradición escolástica que parte del si
glo xiii; un cierto estancamiento y falta de originalidad; se desarrolla en
el ámbito escolar (seminarios, centros de estudio de las Órdenes religio
sas), lo cual implica un cierto lastre de falta de investigación original o de
ser de algún modo algo repetitivo; tiene un carácter predominantemente
defensivo o apologético (frente al protestantismo o frente al racionalismo
ilustrado); la teología católica preconciliar aparece con un cierto aire de
«fortaleza o castillo» defendida a ultranza y con un cierto aislamiento del
ambiente cultural exterior; y, por último, es una teología más bien espe
culativa-conceptual, abstracta, que adolece de una cierta intemporalidad.
b) Por otro lado, encontramos una teología de cuño diferente, con ai
res nuevos, que enlaza con las nuevas corrientes teológicas que veíamos
aparecer tanto en Francia como en Alemania. Sus cultivadores son una
La Teología católica en el siglo xx (I) 257
generación de teólogos jóvenes que no engarzan del todo con la gran tra
dición escolástica (aunque muchos de ellos recibieron esta formación de
base en sus estudios). Es la Teología que encontramos en los autores de
Le Saulchoir o en Lyon-Fourviere o también en algunas Universidades
alemanas. Sus características propias son las que siguen: vuelta a las
fuentes bíblicas y patrísticas; relación Teología-vida espiritual, por tanto,
conexión con la pastoral y la liturgia (en la nueva concepción de celebra
ción del misterio cristiano); importancia de la Historia de la Salvación
(por tanto, acentuando la dimensión histórica del mensaje cristiano y del
quehacer teológico mismo); diálogo ecuménico con las demás confesio
nes cristianas; franca apertura al diálogo con el hombre y la cultura con
temporáneos (también en el ámbito científico-técnico); todo ello abre
paso a una teología dinámica, original, creativa (frente a un cierto estan
camiento de la corriente escolástica); por otro lado encontramos una
pluralidad de enfoques teológicos, no una única teología; también se da
un nuevo enfoque en los métodos y en la estructuración de las disciplinas
teológicas: aparecen nuevas disciplinas, nuevos métodos (no escolásticos
propiamente): pensemos en un Guardini o en un Schmaus, por ejemplo.
Ambas corrientes se hacen presentes en el Vaticano II, con peritos-
teólogos de ambas tendencias. Y es interesante observar que desde las
instancias oficiales del propio Concilio no se pusieron dificultades para
que los teólogos de las nuevas tendencias estuvieran presentes sin limita
ción alguna. La apertura preconizada por el nuevo Papa Juan XXIII en
torno a la preparación y desarrollo del Concilio tuvo, entre otros, este fe
liz enfoque.
Efectivamente, los obispos de diversos países llevan al Concilio mu
chos peritos-teólogos que se alineaban más bien en las nuevas tendencias
teológicas (Guardini, Congar, Rahner, De Lubac y el mismo Ratzinger,
entre otros). A lo largo de los trabajos conciliares conviven y dialogan
ambas corrientes, pues muchos otros teólogos y padres o cardenales co
mulgaban más bien con la corriente neoescolástica o pertenecían, sin
más, a la «vieja guardia» escolástica por formación y mentalidad.
A lo largo de las sesiones conciliares se ejercita una nueva teología,
asumida pacíficamente por el Concilio y contando con su autoridad mo
ral; teología que se va imponiendo poco a poco y sin mayores dificulta
des. ¿Cómo podemos caracterizar esta nueva teología? 1) se podría decir
que es una especie de síntesis de las dos líneas citadas anteriormente; 2)
la nueva teología conciliar supone un nuevo estilo de hacer teología y, de
algún modo, un «nuevo modelo teológico» en el que predomina a veces la
línea innovadora sobre la escolástica tradicional; de hecho, los esquemas
primeros presentados a los Padres conciliares, de corte escolástico, se tu
vieron que retirar ante la desaprobación de la mayoría, siendo sustituí-
258 Historia de la Teología
dos por otros que respondían más a los nuevos planteamientos: enfoque
pastoral, espiritual, bíblico, litúrgico.
Pero añadamos a este punto algo muy importante: la línea neoesco-
lástica aportaba elementos sustanciales, pocos pero de mucho peso: es
peculación teológica, la autoridad de santo Tomás de Aquino, etc., que
también se recogerán en los documentos conciliares. Por ejemplo, en la
Optatam totius (n. 16), sobre la formación sacerdotal, se insiste directa
mente en el modelo de hacer teología de santo Tomás.
Es decir, nos encontramos con una nueva teología que es resultado de
una maravillosa síntesis de lo antiguo y lo nuevo; se toman cosas de una
y otra corriente teológica, de modo que la ansiada renovación teológica
resulta de un «todo», fruto de ambas corrientes; se progresa pero sin per
der lo que es esencial a la naturaleza de la teología, en este caso, la teolo
gía sistemática o especulativa. Se suelta un cierto «lastre» de lo antiguo
(escolástica tradicional), que parecía entorpecer en parte la renovación
de la teología de cara al mundo contemporáneo, pero al mismo tiempo se
protege a la verdadera teología del peligro del «relativismo» y del «histori-
cismo». O, dicho con otras palabras, permanece el elemento esencial de
la Gran Tradición Escolástica que viene ya desde el siglo xm (la Teología
como ciencia, sistema, deductiva y con su función conceptual y especula
tiva en la profundización del contenido revelado), porque todo ello perte
nece a la esencia de la teología y, por tanto, es irrenunciable. Pero al
mismo tiempo se completa la visión del quehacer teológico: más prác
tica, histórica, pastoral; más pegada a la vida espiritual cristiana, más
vertida en la Liturgia, más vuelta a la vida del hombre actual. Ambos en
foques se complementan y armonizan.
Esta es, en síntesis, la nueva Teología que se estaba buscando de
tiempo atrás y que ahora, tras el Concilio Vaticano II, parece haberse lo
grado de algún modo. Cómo evolucione en el tiempo del postconcilio ha
brá de verse todavía. Pero el camino parece expedito. Se ha salido de un
«impass» de siglos.
Capítulo 14
Nos situamos ahora en la tercera etapa del siglo xx, dentro de esa
búsqueda de un nuevo modelo teológico que se intenta conseguir. Ya vi
mos la aportación sustancial que sale del Concilio Vaticano II, donde
confluyen y se interrelacionan la diversas corrientes teológicas anterio
res. Ahora hemos de situarnos en la época del «postconcilio» para inten
tar ver cómo evoluciona la teología en el último tercio del siglo xx. ¿Cuá
les son las características de la teología postconciliar? ¿Qué corrientes
teológicas se presentan ahora? ¿Cuáles son los problemas que aparecen
en la aplicación del Concilio que afectan a la Teología? Son algunos inte
rrogantes que conviene responder.
tiene que ocuparse la Teología (entre otros), sino, mucho más radical
mente, como la perspectiva o el criterio fundamental en torno al cual
debe estructurarse todo el quehacer teológico. Estuvo preparada por al
gunos escritos aparecidos ya en los años 1960 y siguientes, pero adquiere
carta de naturaleza y perfiles propios con la publicación en el año 1970
del libro de Gustavo Gutiérrez Teología de la liberación. Perspectivas, que
constituye como la carta magna de todo el movimiento.
Gutiérrez distingue, en teoría, entre liberación teológica y liberación
política, entre liberación del pecado realizada por Cristo y liberación de
la esclavitud, de la miseria y de la injusticia. Pero constituiría un grave
error pensar en ambos procesos como heterogéneos o extraños entre sí.
Más aún, ambas cosas aun siendo distintas son inseparables hasta el ex
tremos de que no puede darse verdadera incorporación a Cristo, verda
dera liberación del pecado, sin compromiso sociopolítico de liberación.
Por tanto, la liberación política no es un aspecto más del actuar cris
tiano, sino una dimensión constitutiva de ese mismo actuar y, por tanto,
una perspectiva desde la que se debe estructurar toda la reflexión teoló
gica. Así, cuando se habla de Teología de la Liberación se quiere indicar
varias cosas fundamentales, a saber: en primer lugar, que el Cristianismo
se vive realmente solo en y a través del efectivo compromiso con los pro
cesos políticos de liberación; y, en segundo lugar, que la Teología se cons
tituye como ciencia solo a partir de ese empeño concreto por contribuir a
la liberación y en conexión con él.
La Teología así puede ser definida como la reflexión sobre la Fe en
cuanto fuente de praxis liberadora, pues el objetivo de la liberación
ofrece la perspectiva adecuada para acceder a una verdadera compren
sión del mensaje cristiano. Teologizar, por tanto, implica realizar una
hermenéutica política del Evangelio, es decir, una relectura del mensaje
evangélico en clave de acción política liberacionista.
Pero se debe aludir todavía a un nuevo elemento fundamental, aun
que menos central que los anteriores. En su tarea de búsqueda de una
praxis política adecuada a los objetivos planteados, la Teología de la Li
beración latinoamericana se sirve del análisis marxista de la sociedad.
Para ellos, este es el único análisis eficaz y verdadero que se debe utilizar.
Junto a esto también utilizan los métodos histórico-críticos de la exégesis
bultmaniana en la reinterpretación del mensaje evangélico en clave li
beradora que es necesario hacer.
Junto con Gustavo Gutiérrez, peruano y profesor entonces del Semi
nario de Lima, ¿qué otros teólogos integran la Teología de la Liberación?
Los más importantes que acompañan a Gutiérrez en su revisionismo de
la Teología son: Hugo Hassmann (brasileño); Enrique Dussel (argentino
residente en Méjico), que se ha dedicado sobre todo a la Historia de la
266 Historia de la Teología
los ojos de la opinión pública mundial. (...) Por eso los acontecimientos
políticos de 1989 han cambiado también el escenario teológico. (...) Todas
las promesas incumplidas de las religiones parecían alcanzables a través de
una praxis política científicamente fundamentada. La caída de esta espe
ranza trajo consigo una gran desilusión que aún está lejos de haber sido
asimilada. Por eso me parece probable que en el futuro se hagan presentes
nuevas formas de la concepción marxista del mundo. De momento, la per
plejidad: el fracaso del único sistema de solución de los problemas huma
nos científicamente fundado solo podía justificar el nihilismo o, en todo
caso, el relativismo total. El relativismo se ha convertido así en el problema
central de la Fe en la hora actual. Sin duda ya no se presenta tan solo con
su veste de resignación ante la inmensidad de la verdad, sino también como
una posición definida positivamente por los conceptos de tolerancia, cono
cimiento dialógico y libertad, conceptos que quedarían limitados si se afir
mara la existencia de una verdad válida para todos» (CG). Este lúcido
diagnóstico de alguien que conocía bien el panorama de la Teología con
temporánea nos puede servir de pórtico para lo que se va a exponer en
adelante.
La así llamada «Teología pluralista de las religiones» venía ya desarro
llándose progresivamente desde los años 50 del siglo pasado, sin em
bargo, solo ahora se ha situado en el centro de la conciencia cristiana. De
algún modo, este planteamiento ocupa hoy el lugar que en los años 70
correspondía a la Teología de la Liberación. Sus modalidades son muy
variadas. Es, por un lado, un típico vástago del pensamiento filosófico
del mundo occidental; pero, por otro lado, conecta con las intuiciones fi
losóficas y religiosas de Asia (especialmente del subcontinente indio). El
contacto entre esos dos mundos otorga en el momento presente un parti
cular empuje a la citada Teología pluralista de las Religiones.
Desde el punto de vista filosófico se hace presente la distinción kan
tiana entre el «noúmeno» (la cosa en sí) y el «fenómeno» (la cosa para
mí), es decir el racionalismo que niega la posibilidad de la metafísica, de
conocer el ser de las cosas, o también la autonomía absoluta de la razón,
que impone sus condiciones al conocimiento posible.
Esto aplicado a la Cristología da como resultado que el intento de es
tablecer la figura histórica de Jesucristo como Dios encarnado es imposi
ble y hay que relegarla al dominio del mito; Jesús es relativizado como
un genio religioso entre otros. Por otro lado, afirmar que en la figura de
Jesucristo hay una verdad vinculante en la historia es calificado como
fundamentalismo, el cual es el verdadero ataque al espíritu de la moder
nidad y es la amenaza emergente contra los bienes supremos de la mo
dernidad, a saber, la tolerancia y la libertad. Por otra parte, la idea de diá
logo cambia de significado, convirtiéndose así en la quintaesencia del
268 Historia de la Teología
rrada, si los límites del conocimiento humano fijados por Kant son in
franqueables, la Fe está llamada a atrofiarse, sencillamente le falta el aire
para respirar.
En este caso podemos decir que Karl Barth tenía razón al rechazar la
Filosofía como fundamentación de la Fe independiente de la Fe; de ser
así, nuestra Fe se fundamentaría al fin y al cabo sobre las cambiantes te
orías filosóficas. Pero Barth se equivocaba cuando por este motivo pro
ponía la Fe como una pura paradoja que solo puede existir contra la ra
zón y como totalmente independiente de ella. No es la menor función de
la Fe -afirmará Ratzinger- ofrecer la curación a la Razón como Razón,
no la violenta, no le es exterior, sino que la hace volver en sí. La conclu
sión es importante: «Debemos esforzamos hacia un nuevo diálogo de este
tipo entre Fe y Filosofía, porque ambas se necesitan recíprocamente. La Ra
zón no se salvará sin la Fe, pero la Fe sin la Razón no será humana» (CG).
5. Teología y espiritualidad
Hacia finales del siglo xix y hasta la Primera Guerra Mundial (1914)
sigue predominando la teología crítica-liberal de corte racionalista. La
Primera Guerra Mundial (1914-1918) tuvo importantes repercusiones
para la teología protestante: se crea un ambiente pesimista y revisionista
de toda la cultura moderna. Prevalece una corriente que tiene como fac
tor común la vuelta al espíritu protestante primitivo. Características pro
pias son: interés por la teología sistemática; aprovechamiento del abun
dante material de investigación anterior en el campo hermenéutico y
exegético; historia de las religiones y de la propia Reforma.
En este ambiente surge y se desarrolla la así llamada «Teología Dialéc
tica» o «Teología de la crisis», cuyos principales representantes son K.
Barth, E. Brunner y E. Thurneysen. Dicha Teología Dialéctica adoptó
una postura muy extremista contra las corrientes anteriores inmanentis-
tas, ya sea de cuño racionalista, ya sea la teología del sentimiento y de la
experiencia de Schleiermacher. En la base de estos enfoques teológicos
estaba la «Teología de la Cruz» de Lutero o el concepto calvinista del Dios
de Majestad y Voluntad absoluta. Pero más aún está en la base la contra
posición dialéctica de Kierkegaard entre Dios y el hombre, entre Creador
y mundo, eternidad y tiempo, vida eterna y vida terrena. De aquí surge el
gran respeto ante lo trascendente, ante lo absoluto, ante Dios; ante la Re
velación de Dios mediante su palabra y Cristo Redentor; su conciencia de
pecado y la necesidad subsiguiente de salvación.
Todo esto entronca con el antiguo patrimonio de la Reforma y da lu
gar a un cierto renacimiento luterano y calvinista en la época contempo
ránea. La Teología Dialéctica es auténtica teología surgida del profundo
conocimiento de la Biblia. Es una Teología que estudia la Revelación y la
venida de Dios al hombre en la Revelación. Ya no hay ese inmanentismo
278 Historia de la Teología
que reducía todo lo divino a la dimensión del espíritu humano (bien sea
razón, sentimiento o voluntad).
Esta Teología lleva a una interpretación radical de las ideas de los re
formadores primitivos, resaltando así sus defectos más aún. Aplicando la
ley dialéctica de la contradicción a las relaciones de la criatura con el
Creador, de lo finito con lo infinito, del hombre con Dios, de la Revela
ción divina con la historia humana, se llega al total desprecio del ser
creado, frente al cual aparece Dios solo como el «enteramente distinto» en
el sentido dialéctico. El pesimismo antropológico se continúa aquí como
pesimismo cosmológico. El dualismo de la Teología luterana (Dios-hom
bre) da lugar aquí a una teología de la contradicción o de la antinomia:
Creador-Mundo; Dios-Hombre. El Dios de los Reformadores que obra
todo por sí solo, se convierte aquí en el Dios de la antinomia absoluta. Al
Infinito que está en la más absoluta lejanía y trascendencia se contra
pone aquí, como el polo opuesto, el hombre finito e impío. El pensa
miento, la moral y la religión del hombre ponen de manifiesto su proble-
maticidad e insuficiencia completa.
Es Dios quien, con su soberanía absoluta y su predestinación incon
dicionada, toma al hombre y le atrae hacia sí en la Redención; pues solo
Él puede deshacer la antinomia y lo hace en la Revelación de Jesucristo.
La Teología Dialéctica peca, en el fondo, de un exagerado «teocentrismo»
que deja sin valor alguno todo lo humano. Esta Teología de la antinomia
pasa por alto que Dios (que es el «enteramente distinto») ha dejado im
presas en el mundo las huellas de su ser y de su obrar. Es, en definitiva,
un entendimiento defectuoso de lo que es la trascendencia divina; esta no
significa que lo divino sea contradictorio con lo humano; lo sobrenatural
no es equivalente a lo antinatural. La relación entre el hombre y Dios (el
enteramente distinto) no se basa en la contradicción, sino en la analogía
del ser. En el ser creado existe una capacidad natural para la sobrenatu
raleza, dada por Dios. En esa «potentia obedentialis» se engarza la gracia,
para que, supuesta la libertad, se llegue a esa comunión de vida entre
Dios y el hombre, en que consiste el ser cristiano, lo cual no deja de tener
zonas de misterio.
que eliminar esos elementos, sino llegar a través de ellos al mensaje di
vino subyacente. Lo que importa de verdad en la Fe es el «kerygma», el
mensaje o anuncio, la acción de Dios en nosotros; no tanto lo que es Dios
o Cristo, sino lo que Dios ha hecho en Cristo por nosotros (trasunto claro
del subjetivismo religioso de Lutero: no Cristo «en sí», sino Cristo «para
mí», eso es lo que importa).
El Evangelio es «mensaje», «buena nueva», pero no es solo eso, es
también noticia del Jesús histórico, de su Pasión y Resurrección salvado
ras, un acontecimiento; solo después es invitación a que nos unamos a
Cristo paciente y glorioso.
Esta teología bultmaniana también se construye sobre la dialéctica,
pero se varían los términos: aquí la antinomia se produce entre «historia»
y «kerygma»; este último está expresado en el Nuevo Testamento en un le-
guaje mítico que los hombres de aquella época podían entender; pero, en
cambio, para el hombre moderno que tiene una mentalidad crítica (o
científica) es ininteligible, a no ser que se le traduzca en las categorías
existenciales actuales. El proceso de «desmitologización» supone que hay
quitar al lenguaje del Nuevo Testamento ese revestimiento mitológico
hasta llegar al núcleo histórico del acontecimiento salvador. Una vez
completada esta labor desmitologizadora, ya se podrá proponer al hom
bre actual en su realidad propia y según las categorías existenciales de
los hombres contemporáneos. En toda esta concepción se puede percibir
fácilmente la influencia de M. Heidegger, sobre todo de su obra Sein und
Zeit (Ser y tiempo).
Este movimiento teológico toma cuerpo por los años 1960, pero en su
origen está la interesante figura de Dietrich Bonhóffer (1906-1945). Na
cido en Breslavia en 1906 de una familia de la alta burguesía alemana,
pronto tomó la decisión de hacerse pastor protestante. Estudió en Tu
binga y Berlín, siendo en esta última Universidad discípulo de Harnack,
que, vistas las altas cualidades intelectuales de Bonhóffer, quiso ganarlo
para que se dedicase a la Historia Eclesiástica; sin embargo se orientó
más bien por la Teología Dogmática. En 1927 se doctora con una tesis
que causó asombro por su originalidad y agudeza: Sanctorum commu-
nio. Una investigación dogmática sobre la sociología de la Iglesia. Tras
unos años de dedicación pastoral, consigue la habilitación para la docen
cia teológica en 1930 y se dedica a la docencia en la Universidad de Ber
lín. Cuando en 1933 llega al poder Hitler y la Iglesia Evangélica se pone
La Teología protestante del siglo xx 281
1. Romano Guardini
3. Henri de Lubac, SJ
4. Karl Rahner, SJ
6. Santiago Ramírez, OP
8. Rondet, H., Historia del Dogma, Herder, Barcelona 1972 (orig. 1970).
9. Vilanova, E., Historia de la Teología Cristiana, Herder, Barcelona 1987-
1992, 3 vols.
B) Edad Antigua
C) Edad Media
D) Edad Moderna
E) Edad Contemporánea
F) Varios
III. DICCIONARIOS
1. Duby, G., Atlas histórico mundial, Debate, Madrid 1990 (orig. 1987).
2. DuÉ, J.-Laboa, J. M., Atlas histórico del Cristianismo, Paulinas, Madrid
1998.
3. Jedin, H., et alii, Atlas d’Histoire de VÉglise, Brepols (Bélgica), 1990
(orig. alemán, Herder, Friburgo i.B. 1987).
4. Kinder, H.-Hilgemann, W., Atlas histórico mundial, Istmo, 2 vols., Ma
drid 1990.
5. Llorca, B., Atlas de historia eclesiástica, Labor, Barcelona 1950.
INDICE
Capítulo 1
INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA DE LA TEOLOGÍA. LA HISTORIA
DE LA TEOLOGÍA COMO DISCIPLINA TEOLÓGICA ..............
1. Noción, objeto y metodología ............................................................
2. Distinción entre Patrología, Historia de la Filosofía, Historia de los
Dogmas e Historia de la Teología .....................................................
3. Periodización de la Historia de la Teología ............................................
PARTE I
PUNTO DE PARTIDA DE LA TEOLOGÍA (SIGLOS II-XI)
Capítulo 2
LA TEOLOGÍA PATRÍSTICA (SIGLOS II-VII). MODELO PATRÍSTICO ..
1. Introducción. La aportación de los Santos Padres a la teología .....
2. Caracterización general. El modelo teológico de los Santos Padres
3. Autores más representativos ........................ .................................. ..........
Capítulo 3
TEOLOGÍA MONÁSTICA (PREESCOLÁSTICA O CAROLINGIA) (SI
GLOS VIII-XI). MODELO MONÁSTICO ................................. ..............
1. Caracterización general. El modelo monástico ................................
2. El renacimiento carolingio. Antecedentes inmediatos. Beda el Ve
nerable ................................................................. ... ....................... .................
3. Autores principales ......................................................... ........... .................
PARTE II
LA TEOLOGÍA SE HACE CIENCIA. LA ESCOLÁSTICA
(SIGLOS XI-XV)
Capítulo 4
LA TEOLOGÍA ESCOLÁSTICA (I). PRIMERA ESCOLÁSTICA (SI
GLOS XI-XII). MODELO ESCOLÁSTICO PRIMITIVO ....................
1. Introducción. Marco histórico .........................................................
312 índice
Capítulo 5
LA TEOLOGÍA ESCOLÁSTICA (II). ALTA ESCOLÁSTICA (SIGLO XIII).
MODELO ESCOLÁSTICO MADURO. SIGLO DE ORO DE LA ES
COLÁSTICA .................................................. 75
1. Introducción. Caracterización general............................................. 75
2. El ideal científico de la Teología. La revolución albertino-tomista .. 76
3. Autores más relevantes del Siglo de Oro ................................ 82
Capítulo 6
LA TEOLOGÍA ESCOLÁSTICA (III).BAJA ESCOLÁSTICA (SIGLOS
XIV-XV). MODELO ESCOLÁSTICO DECADENTE. LA CRISIS DE
LA TEOLOGÍA ESCOLÁSTICA MEDIEVAL ........... 91
1. Panorama general: una crisis eclesiástica generalizada ..... .............. 91
2. La decadencia de la Teología. Manifestaciones y causas ................. 92
3. El Nominalismo. La crisis de las relaciones Fe-Razón..... ....... 94
4. El Conciliarismo. La crisis de la autoridad eclesiástica .................. 99
5. Autores principales ........................................................................... 104
6. La disputa teológica en tomo al conciliábulo de Pisa (1511). To
más de Vio (Cayetano) y Jacobo Almain .................................... 112
PARTE III
TEOLOGÍA HUMANISTA Y BARROCA (SIGLOS XVI-XVII)
Capítulo 7
TEOLOGÍA HUMANISTA DEL SIGLO XVI. MODELO HUMANISTA.
LA ESCUELA DE SALAMANCA Y LA RENOVACIÓN DE LA TEO
LOGÍA ....... 121
1. El Humanismo y la reforma de la Teología ...................................... 122
2. La Teología de Controversia (Primera época) .................................. 125
3. La Escuela Teológica de Salamanca y la renovación de la Teología
Escolástica ............. ....................... 131
4. Principales Maestros de la Escuela Salmantina: Vitoria, Soto,
Cano ........................................... 138
5. La Universidad de Alcalá y la renovación humanista de la Teolo
gía. La Biblia Políglota Complutense ........ ........................ 144
Capítulo 8
TEOLOGÍA PROTESTANTE PRIMITIVA (SIGLO XVI). MODELO
PROTESTANTE ................................ 151
1. Introducción .................................................................................... 151
2. Lutero y su concepción de la Teología .............................................. 152
3. La disputa de Leipzig y la condena de Colonia y Lovaina ............... 156
4. Juan Calvino y su concepción de la Teología ................................... 158
Historia de la Teología 313
Capítulo 9
TEOLOGÍA BARROCA (SIGLOS XVI-XVII). MODELO BARROCO ..... 167
1. Introducción. Marco histórico ......................... 167
2. La Teología de Controversia (Segunda época) .................... 169
3. Escuela de Salamanca (Segunda época) ................... ........................ 172
4. La Escuela jesuítica ........ . ............... ............................... . 176
5. Las controversias postridentinas sobre la gracia y la libertad......... 182
6. Movimientos heterodoxos sobre la Gracia: el Jansenismo .............. 189
PARTE IV
TEOLOGÍA ILUSTRADA RACIONALISTA (SIGLO XVIII)
Capítulo 10
TEOLOGÍA ILUSTRADA RACIONALISTA (SIGLO XVIII). AUSENCIA
DE MODELO TEOLÓGICO ......................................................... 197
1. Marco histórico del período ........................................................... 197
2. Caracterización general .................................................................. 200
3. El Deísmo inglés ....... ............................................................ 203
4. La Ilustración Francesa: el Enciclopedismo .................................. 204
5. La Ilustración alemana ................................................ 209
6. Teología Escolástica ....................................................................... 209
7. Teología Bíblica y Exegética ....................................... 211
8. Teología Moral y Derecho Canónico .............................................. 211
9. Teología Histórica e Historia Eclesiástica ...................................... 213
10. Tradicionalismo y Fideísmo. De Maistre, Bonald, Lamennais...... 215
11. El Semirracionalismo. Hermes y Günther ..................................... 217
Capítulo 11
TEOLOGÍA PROTESTANTE RACIONALISTA (SIGLOS XVIII-XIX).
MODELO EXEGÉTICO-RACIONALISTA ............ 219
1. Introducción. La adaptación a la modernidad ................................ 219
2. La Ortodoxia Racional o Teología de la Transición ......................... 220
3. La elaboración teológica de la Neología......... 221
4. El Racionalismo .................................. 222
5. El Pietismo ................. ................ ........................... ......................... ... 222
6. La Teología Protestante Liberal ........................................................ 223
PARTE V
LA RENOVACIÓN DE LA TEOLOGÍA (SIGLO XIX)
Capítulo 12
LA RENOVACIÓN DE LA TEOLOGÍA EN EL SIGLO XIX. MODELO
HISTÓRICO Y MODELO ESCOLÁSTICO ..... 229
1. Introducción. Marco histórico ......................................................... 229
2. La Escuela Católica de Tubinga. J. A. Móhler .................................. 233
3. El Movimiento de Oxford. J. H. Newman............. .. 235
4. La Escuela Romana. La Teología Neoescolástica ............................ 236
314 índice
PARTE VI
BÚSQUEDA DE UN NUEVO MODELO TEOLÓGICO (SIGLO XX)
Capítulo 13
LA TEOLOGÍA CATÓLICA EN EL SIGLO XX (I). BÚSQUEDA DE UN
NUEVO MODELO TEOLÓGICO ............................................................. 245
1. Introducción al período .......................... 245
2. Primera etapa: La teología hasta el Vaticano II. Marco histórico del
período .................................................................................................. 246
3. La crisis modernista y A. Loisy .............................................................. 247
4. El período «entreguerras» y la discusión en torno a la «Nouvelle
Theologie» ......................................................................................... 249
5. La teología alemana antes del Concilio Vaticano II ........................ 254
6. Segunda etapa: Preparación y desarrollo del Concilio Vaticano II.
Puesta en marcha de una nueva teología .......................................... 255
Capítulo 14
LA TEOLOGÍA CATÓLICA EN EL SIGLO XX (II). BÚSQUEDA DE UN
NUEVO MODELO TEOLÓGICO. LA TEOLOGÍA POSCONCILIAR . 259
1. Visión de conjunto del panorama teológico postconciliar ............... 259
2. La crisis postconciliar y el problema de la hermenéutica del Vati
cano II........... .................................................................................... 263
3. La Teología de la Liberación latinoamericana ................................. 264
4. La Teología y el relativismo moderno. El diálogo interreligioso ...... 266
5. Teología y espiritualidad............... ..................................................... 270
6. La renovación de la Teología Moral ................................................. 272
7. Joseph Ratzinger y su aportación a la renovación de la Teología .... 274
Capítulo 15
LA TEOLOGÍA PROTESTANTE EN EL SIGLO XX. MODELO
DIALÉCTICO ................................................................................................. 277
1. Introducción. La teología dialéctica ................................................ 277
2. La «Teología Dialéctica» de Karl Barth ............................................ 278
3. La «Teología de la desmitologización» de Rudolf Bultmann ........... 279
4. La Teología Radical o de la Secularización de Dietrich Bonhójfer y
los teólogos anglosajones .................................................................... 280
5. Oscar Cullmann y la Historia de la Salvación............... 282
Capítulo 16
LOS GRANDES MAESTROS DE LA TEOLOGÍA CONTEMPORÁNEA .. 285
1. Romano Guardini ............................................................................ 285
2. Yves Marie Congar, OP ..................................................................... 287
3. Henri de Lubac, SJ....................................................................................... 290
4. Karl Rahner, SJ.......................................................................................... 294
Historia de la Teología 315