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En su vuelta a las fuentes, el Concilio Vaticano II nos ofrece una eclesiología comunitaria
que Puebla leyó en la perspectiva de una “Iglesia comunión y participación”(n.326). La
acción pastoral como un todo se concibe desde esta óptica, puesto que la Iglesia desde sus
albores se auto-comprendió como comunión. La Koinonía es la expresión de la comunión
con el misterio de un Dios que no es un ser solitario, sino una familia.
Bíblicamente, la Koinonía nos remite al misterio de Dios como comunión que se revela.
Dios es comunión de amor. La Trinidad es la plenitud del amor Fruto de este amor
desbordante es la obra de la creación y, dentro de ella, el ser humano invitado a la felicidad
de la unión con Dios. Con la ruptura de esta unidad por la tentación de autosuficiencia por
parte del ser humano, todo el Antiguo Testamento es la historia de Dios que vuelve a salir
al encuentro del “hijo prodigo” para ofrecerle otra vez su comunión. Curiosamente, en la
Biblia “salvación” es sinónimo de comunión. La plenitud de este gesto se dio en Jesucristo
por quien conocemos íntimamente a Dios. En El, las miradas, humana y divina, desviadas
en otro tiempo por el pecado, se convierten en una única mirada de comunión. El
Emmanuel –Dios con nosotros (Mt 1.23)-, vino a convocarnos para vivir como hijos de un
Padre común y, por tanto como hermanos y hermanas. Su Pascua es primicia de una nueva
vida, de comunión, propicia por el Espíritu Santo.
Los Hechos de los Apóstoles presentan a la Iglesia como “comunión de amor”
materializada en la comunión de los hermanos y en la intercomunicación de bienes (Mt 2,
42-47). Ella también, como en Dios, rebasa a la propia comunidad y va hacia las otras
Iglesias, en especial hacia las mas necesitadas (2Co 8, 1-9). San Pablo entiende la Koinonía
como comunión de los cristianos con Cristo y entre sí, como solidaridad cristiana y
participación con los otros en una misma realidad. Esta realidad tiene su centro en la Cena
del Señor, como participación de reconciliación y justificación.
Ahora bien, por más real, concreta e histórica que sea esa comunión, por el hecho de
fundarse en la Comunión Trinitaria estará siempre abierta al futuro. La plenitud que nos
espera, cuyas primicias solo experimentamos en el peregrinar histórico, se consuma en la
escatología. Por eso el tiempo presente no es la única referencia de la comunión. Todo es
con vistas a un futuro escatológico, que también funda la comunión en la Iglesia y, desde la
Iglesia, en el mundo. La plenitud de comunión que esperamos y que ya se hace presente
entre nosotros es el Reino de Dios. En el futuro, sólo habrá el pueblo reunido en la
comunión con la Trinidad. No habrá ya distinción de razas culturas, ni jerarquía, porque la
jerarquía es sólo para el camino. Esa mirada al futuro es la luz que nos permite distinguir
entre lo permanente y lo contingente, lo fundamental y lo accidental, lo absoluto y lo
relativo.
La koinonía eclesial se realiza en la iglesia local, pues en ella está toda la iglesia, aunque no
la iglesia toda. Según K. Rhaner, ésta es la mayor novedad del Concilio Vaticano II, que
supera el parroquialismo y el universalismo de ciertos movimientos y de prelaturas
personales. La perseverancia de toda la iglesia en la iglesia local no es, sin embargo, una
creación del Vaticano II. La novedad para nuestros días es un descubrimiento o resultado
de la “vuelta a las fuentes” de una realidad presente a la iglesia del periodo primitivo y
antiguo, y la pérdida después, sobre todo desde comienzos del segundo milenio. Si la
comunión sólo puede vivirse en una comunidad concreta y en la iglesia, dado que la iglesia
universal se da en la iglesia local, la comunidad necesita ser mas incluyente que la
parroquia y menos extensa que una supuesta “iglesia universal” (universalismo). La
universalidad de la iglesia –su catolicidad – se da en la iglesia local, en comunión con las
demás iglesias de Jesucristo, constituida en Pentecostés, es “iglesia de iglesias”.
En los periodos primitivo y antiguo, como ya hemos visto, prevalece la imagen y el modelo
de la Iglesia como misterio de Cristo. Cada Iglesia se siente en el deber y con la libertad de
imprimir su propio estilo en la misión, en el catecumenado, en la liturgia y en la
organización de la Iglesia local, a partir de una estructura fundamental regulada por todas
las Iglesias. El obispo, ordenado por los obispos vecinos, sirve de lazo de unión entre las
Iglesias.
En los siglos III y IV, con la irrupción de las controversias doctrinales, la unidad y la
comunión son duramente probadas. Surgen entonces las formas colegiadas de intervención
de fuera de la Iglesia en la causa, por medio de los sínodos y concilios regionales o
ecuménicos (universales). Desde el siglo IV, cuando con Constantino de religión perseguida
pasa a ser religión protegida y oficial del Imperio Romano, hay una simbiosis ente lo
temporal y lo espiritual (trono y altar). Queda atrás la imagen y el modelo de la Iglesia
“misterio” y cobra relieve la imagen de una Iglesia “imperio”. Las estructuras de
comunión van siendo poco a poco sustituidas por estructuras jerárquicas y autoritarias. El
“Pueblo de Dios”, concebido hasta entonces como los integrantes de una “asamblea”
(ekklesia) determinada y local, pasa a ser la “cristiandad, el pueblo cristiano extendido por
todo el orbe. Son pasos de un proceso gradual de uniformidad que desbocarán en el
modelo de la “Iglesia universal romana”, la cual tendrá mucho de sociedad y de
institución y poco de carisma y de comunión.
El Concilio Vaticano I reafirma esta misma imagen de la Iglesia: el papa es la única fuente
de majestad y magisterio, por encima de las Iglesias locales y del conjunto de sus fieles.
Será necesario esperar el movimiento de renovación de finales del siglo XIX y comienza
del siglo XX para que la Iglesias local recupere su identidad original. El movimiento de
“vuelta a las fuentes” desencadenado en diversos ámbitos de la vida eclesial, en el campo
de la eclesiología, tuvo como pioneros a J.H. Newnan y J.A. Moler. El Concilio Vaticano II
se gestó en este movimiento y elabora una nueva teología sobre la Iglesia centrada en la
Iglesia local.
c) Creemos “en” Iglesia, que es “una”. Creer “en” Iglesia, que es “una”, significa
que no es una federación de Iglesias independientes o una unión de muchas Iglesias
diversas. La Iglesia es única, una sólo, aunque sean muchas las comunidades eclesiales.
Por la comunión, forman “un solo Cuerpo”, pues tienen en común al mismo Dios Trino, la
misma esperanza, la misma vocación, la misma fe. En otras palabras, la misma palabra
convocadora, el mismo bautismo, la misma eucaristía. Desde el principio fue consciente de
su unidad y universalidad, la Iglesia que se expandió mediante la multiplicación de
“congregaciones locales” (diócesis, en diferentes lugares, sin perder su sentido original de
identidad. Por la koinonía (koinón= común), es decir, por la comunión entre las
“comunidades”, en la misma fe y en el mismo Evangelio, las muchas Iglesias forman una
solo Iglesia, o mejor, una “Iglesia de Iglesias”. El Vaticano II habla de la unidad en la
diversidad (GS, n 92). Los Hechos de los Apóstoles hablan de esta unidad en el sentido
de tener lo mismo en común”; un solo bautizo, una sola fe fundada en la enseñanza de
los apóstoles, una sola comunión en la fracción del pan y en la oración y la sola
eucaristía (2, 42ss). Juan, en su Evangelio se refiere a “un solo rebaño (el Pueblo de
Dios) y un solo pastor (Jesucristo)” (10,16).
e) Creemos “en” la iglesia, que es católica. La palabra griega Katholikos viene del
griego kath´holu, que significa “de acuerdo con la totalidad”. Quien empleó esta palabra
por primera vez fue san Ignacio de Antioquia en el siglo II. Iglesia “católica” es sinónimo
de “universal”. Según las Escrituras, la Iglesia es universal por cuatro razones.
Primero, por su fuente trinitaria: todos están llamados a ser hijos de un mismo
Padre. Jesucristo ofrece la salvación no solo a los judíos, sino a todo el género humano. El
Espíritu Santo, principio de comunión, une a todos los fieles en una sola Iglesia de Cristo.
En otras palabras, en la familia de la Trinidad, la Iglesia está abierta congregar a toda la
familia humana en el espíritu de la unidad, para que todos acojan la salvación de Jesucristo
ofrecida a todos. Indudablemente, la gran verdad rescatada por el Vaticano II fue la
Trinidad como modelo de comunidad eclesial. San Basilio, todavía en el seno de la Iglesia
antigua, hablaba de la Iglesia como el “cuerpo de los Tres: del Padre, del hijo y del
Espíritu Santo”. Históricamente, sin embargo, tal vez por influencia de la analogía la
Iglesia con el cuerpo propuesta por Pablo, prevaleció en el periodo de la cristiandad la idea
de la Iglesia “cuerpo de Cristo” y no de los “Tres”.
f) Creemos “en” la Iglesia, que es apostólica. En la segunda mitad del siglo IV, la
Iglesia de Salamina, en Chipre, añadió en el “credo bautismal” la nota “apostólica”. El
Concilio de Constantinopla la adoptó. Pero el término ya está presente desde el siglo II en
san Ignacio de Antioquia. En los escritos del Nuevo Testamento expresa la importancia de
los apóstoles en la vida de la Iglesia: ellos son los que dan testimonio de la resurrección de
Jesús. Ellos son los que recibieron de él la misión de predicar el Evangelio; y son ellos los
confirmados en su ministerio mediante signos y el mismo sufrimiento por cauda del
Evangelio. En el silo III, san Ireneo y Tertuliano preguntan dónde encontrar la autentica,
enseñanza de los apóstoles. Y responden que no basta la Biblia, pues los herejes dicen
también que se fundamentan en ella. Para encontrar la autentica enseñanza, que está en
la Biblia, hay que ir a los apóstoles, porque ellos confiaron su enseñanza a las Iglesias y
a los encargados de su cuidado. Prueba de estos es que la doctrina apostólica fue
preservada fielmente y garantizada por los obispos. Además, el hecho de que todas las
Iglesias del mundo enseñen la misma doctrina prueba que su enseñanza dimana de la
misma fuente apostólica.
Segundo, se trata, además, de una asamblea reunida por el obispo, lo que remite a
la iglesia apostólica. La diócesis es “porción” del Pueblo de Dios, no parte. Por tanto, en
torno al obispo, sucesor de los apóstoles, se hace presente y actúa la totalidad de la Iglesia.
En sentido pleno, la iglesia sólo es Iglesia en la diócesis, que, a su vez sólo es iglesia
cuando es comunión de diócesis.
Tercero, la diócesis está fundada y edificada por la palabra de Dios. La Iglesia es
una institución de la palabra de Dios, que precede a la congregación de los fieles. Existe
para evangelizar: “Ay de mi si no evangelizo” (1 Co 9, 16). La misma Iglesia es resultado
de la evangelización. Por tanto no hay Iglesia sin cristianos evangelizados, que, además,
continuamente, se dejan evangelizar.
Con la pastoral profética y la pastoral litúrgica, la pastoral de caridad integra el tria munera
Ecclesiae, que conforman en el “que” del ser y del actuar eclesial. La pastoral de la caridad
comprende dos aspectos complementarios: el servicio (diakonía) y la comunión (koinonía).
Ambos aterrizan en la vida personal, comunitaria y social de la fe cristiana, relativa al
ministerio de la caridad, vinculado intrínsecamente, a los ministros de la profecía y de la
liturgia.