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José Óscar Benito Vicente

GUÍA PARA EL COMENTARIO DE TEXTO FILOSÓFICO

Me lo contaron, y lo olvidé; lo vi, y lo aprendí; lo hice, y lo entendí


Confucio

Estas notas tienen la simple pretensión de servir como sugerencias o como pautas que
guíen la realización del comentario de textos filosóficos. Sin embargo, hay que tener en
cuenta que no existen recetas o “fórmulas mágicas” que puedan ser aplicadas mecánicamente
para obtener un resultado satisfactorio: ello depende, fundamentalmente, de las capacidades
de quien realiza el comentario (perspicacia, capacidad de análisis y de síntesis, espíritu crítico,
fluidez de expresión, etc), de los conocimientos que haya adquirido, y de la habilidad técnica
que haya desarrollado mediante la práctica. Como ocurre con la mayoría de los conocimientos
que implicar desarrollar un procedimiento (ya sea montar en bicicleta, expresarse en un
idioma extranjero o tocar un instrumento musical), no basta con conocer la teoría: es
necesario ponerla en práctica para llegar a dominarlo.

Ahora bien, es preciso tener bien presente lo que no es un comentario de texto:

a) Un comentario de texto no es una paráfrasis. No se trata de repetir lo que dice el texto con
otras palabras. Con ello no se habrá avanzado ni un solo paso en la clarificación del texto.

b) Un comentario no consiste en tomar el texto como pretexto, ya sea para decir todo lo que se
sepa del autor del mismo o sobre el asunto de que trate, ya sea para perderse en divagaciones
personales.

Esto resulta evidente si tenemos en cuenta cuál es el objetivo de un comentario de


texto, que es pura y simplemente el de clarificar dicho texto. Un comentario debería servir
para que, tras leerlo, cualquiera pudiera comprender realmente lo que se dice en el texto.

Para alcanzar dicho objetivo deberemos seguir una serie de pasos:

1) Lectura atenta del texto. Una lectura precipitada puede tener como consecuencia una
comprensión errónea o incompleta que condene al fracaso al comentario desde el principio.

2) Identificación del problema (o problemas) al que el texto hace referencia y de la tesis que
defiende el autor. Si hubiera más de una, sería necesario, además, distinguirlas, y señalar la

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relación que hay entre ellas (por ejemplo, indicando cuál es la tesis principal y cuáles son
secundarias).

3) Identificación de los argumentos mediante los cuales el autor apoya su tesis, o rechaza las
tesis contrarias.

Sólo después de haber seguido estos pasos, podemos proceder al

4) Análisis del texto. Analizar un texto implica desmenuzarlo, y pasar a explicar las diferentes
partes en que se divide este. Para ello, tendremos que indicar cuáles son los términos
fundamentales del texto, y el sentido preciso en que los emplea el autor, así como la
existencia de posibles ambigüedades en el uso de los mismos; explicaremos las posibles
metáforas que emplea; trataremos de distinguir a qué autores se opone; señalaremos los
supuestos que subyacen al planteamiento del problema; evaluaremos la consistencia de los
argumentos ofrecidos, etc. También, cuando se trata de un diálogo, conviene distinguir lo que
dicen los distintos personajes de la postura que defiende el autor: lo más habitual es que uno
de los personajes haga de portavoz de las ideas del autor (por ejemplo, en los diálogos
platónicos, el personaje de Sócrates suele exponer las opiniones de Platón), aunque esto no
tiene por qué ser así.

Evidentemente, esta es la parte que más depende de los conocimientos que tengamos
del autor: cuanto más familiarizados estemos con él, más sutil y completo podrá ser el
comentario. Sin embargo, no hay que subestimar la importancia de los tres primeros puntos.
Sólo si hemos entendido bien el texto, podremos enfocar bien nuestro comentario; y sólo si
poseemos conocimientos suficientes sobre el autor, estaremos en condiciones de explicar lo
que dice.

5) Redacción. Aunque pueda parecer una obviedad, hay que recalcar lo siguiente: uno no
debería empezar a escribir hasta que no tenga claro qué es lo que va a decir. Y además, a
diferencia de lo que ocurre con los apuntes de clase o las notas personales, debe tener en
cuenta que el texto lo va a tener que leer alguien. Y alguien que va a evaluarle. Si tomamos
todo esto en consideración, resulta evidente que esforzarse en que el texto tenga el orden y la
estructura adecuada es esencial para escribir un buen comentario, y resulta muy provechoso si
uno desea recibir una buena calificación. Encontrarse con un texto que carece completamente
de estructura, en el que todas las ideas están entremezcladas, o en el que todo está incluido en
un solo párrafo resulta (creedme) desolador.

6) Conclusión. Como es sabido, la estructura narrativa clásica consta de introducción, nudo y


desenlace. También un comentario debería cerrarse con algún tipo de conclusión, o al menos
con un resumen de las ideas principales que se han presentado. Un broche, en definitiva, que

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evite dejar la impresión de que en un cierto momento simplemente nos cansamos de escribir y
pasamos a la pregunta siguiente.

A continuación, os presento un ejemplo de comentario: evidentemente, no es el mejor


comentario posible (ya que, en principio, un comentario podría ser tan extenso y completo
como quisiéramos, siempre que dispusiéramos de tiempo e información ilimitados); es, más
bien, un ejemplo realista del tipo de comentario que podéis hacer en un certamen, teniendo en
cuenta el tiempo de que habitualmente disponéis.

El texto que he elegido corresponde a un fragmento de la República de Platón (Libro


VII, capítulo XIV, 533d-535a). ¿Por qué este y no otro? En primer lugar, es un texto
conocido, que posiblemente ya hayáis visto en alguna otra asignatura. Tiene una complejidad
razonable. Y, finalmente, me permite “reciclar” material que ya había preparado previamente
para otros menesteres. En primer lugar pondré el texto, y a continuación el modelo de
comentario. He añadido entre corchetes y en negrita varias advertencias que pueden aclarar
algunos puntos importantes, y sugerir por dónde se podría seguir ampliando el comentario.

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SÓCRATES: -Entonces -dije yo- el método dialéctico es el único que, echando abajo las
hipótesis, se encamina hacia el principio mismo para pisar allí terreno firme; y al ojo del alma,
que está verdaderamente sumido en un bárbaro lodazal lo atrae con suavidad y lo eleva a las
alturas, utilizando como auxiliares en esta labor de atracción a las artes hace poco
enumeradas, que, aunque por rutina las hemos llamado muchas veces conocimientos,
necesitan otro nombre que se pueda aplicar a algo más claro que la opinión, pero más oscuro
que el conocimiento. En algún momento anterior empleamos la palabra “pensamiento”; pero
no me parece a mí que deban discutir por los nombres quienes tienen ante sí una investigación
sobre cosas tan importantes como ahora nosotros.

GLAUCÓN: -No, en efecto –dijo […]

S: -¿Y llamas dialéctico al que adquiere noción de la esencia de cada cosa? Y el que no la
tenga, ¿no dirás que tiene tanto menos conocimiento de algo cuanto más incapaz sea de darse
cuenta de ello a sí mismo o darla a los demás?

G: -¿Cómo no voy a decirlo? -replicó.

S: -Pues con el Bien sucede lo mismo. Si hay alguien que no pueda definir con el
razonamiento la Idea del Bien separándola de todas las demás ni abrirse paso, como en una
batalla, a través de todas las críticas, esforzándose por fundar sus pruebas no en la apariencia,
sino en la esencia, ni llegar al término de todos estos obstáculos con su argumentación invicta,

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¿no dirás, de quien es de ese modo, que no conoce el Bien en sí ni ninguna otra cosa buena,
sino que, aun en el caso de que tal vez alcance alguna imagen del Bien, la alcanzará por
medio de la opinión, pero no del conocimiento; y que en su paso por esta vida no hace más
que soñar, sumido en un sopor del que no despertará en este mundo, pues antes ha de marchar
al Hades para dormir allí un sueño absoluto?

G: -Sí, ¡por Zeus! -exclamó-; todo eso lo diré, y con todas mis fuerzas.

S: -Entonces, si algún día hubieras de educar en realidad a esos tus hijos imaginarios a
quienes ahora educas e instruyes, no les permitirás, creo yo, que sean gobernantes de la
ciudad ni dueños de lo más grande que haya en ella mientras estén privados de razón como
líneas irracionales.

G: -No, en efecto -dijo.

S: -¿Les prescribirás, pues, que se apliquen particularmente a aquella enseñanza que les haga
capaces de preguntar y responder con la máxima competencia posible?

G: -Se lo prescribiré -dijo-, pero de acuerdo contigo.

S: -¿Y no crees -dije yo- que tenemos la dialéctica en lo más alto, como una especie de remate
de las demás enseñanzas, y que no hay ninguna otra disciplina que pueda ser justamente
colocada por encima de ella, y que ha terminado ya lo referente a las enseñanzas?

G: -Sí que lo creo -dijo.

El texto a comentar es un fragmento del libro VII de la República de Platón. En él, el


autor se vale de un diálogo entre los personajes de Sócrates y Glaucón para defender la
superioridad de la dialéctica sobre el resto de formas de conocimiento, y para recomendarla
como última y principal enseñanza de la educación del filósofo-gobernante [TESIS
PRINCIPAL].

En defensa de esa tesis, Platón aporta varios argumentos. El primero de ellos aparece
ya en el primer párrafo: “el método dialéctico es el único que, echando abajo las hipótesis, se
encamina hacia el principio mismo para pisar allí terreno firme”. Con esta expresión, Platón
quiere defender la superioridad de la dialéctica sobre el conocimiento matemático, que sería la
principal alternativa a considerar como forma suprema de conocimiento (tal y como lo
considerarían, por ejemplo, los pitagóricos). Son varias las razones, tanto de orden ontológico
como epistemológico, por las que Platón considera que la dialéctica es superior a las

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matemáticas [Y aquí se podrían citar otras, si las conocemos]; la que ofrece en el texto es
que cualquier conocimiento que adquiramos gracias a las matemáticas depende de axiomas, es
decir, de supuestos no fundamentados, que podrían resultar erróneos. La validez de las
matemáticas, sería, por tanto, condicionada: sólo en tanto que los supuestos sean ciertos,
podremos confiar en las conclusiones que de ellos se derivan. La dialéctica, por el contrario,
no tiene esa deficiencia, ya que sólo utiliza las hipótesis como peldaños o trampolines de los
que se deshace al culminar su ascensión. Sus conclusiones, por tanto, no dependen de las
hipótesis que nos han llevado hasta ella: es en este sentido en el que Platón puede afirmar que
la dialéctica es la única que “echa abajo las hipótesis”, y, al ser independiente de ellas, es el
único conocimiento que permite “pisar allí terreno firme”.

Esta ascensión dialéctica permitirá al alma ascender al Mundo de las Ideas, elevándose
desde el “bárbaro lodazal”, como califica al mundo sensible. Ahora bien, esta ascensión sólo
será posible gracias a la ayuda (la “labor de atracción”) de lo que Platón duda entre denominar
“artes”, o “conocimiento”, y que termina nombrando como “pensamiento” [Aquí se podría
aclarar qué entiende Platón por “arte” en sentido estricto, y cómo lo emplea en el texto
de forma mucho más general (e imprecisa, todo sea dicho)]. A pesar de la ambigüedad
terminológica, es obvio que Platón se refiere aquí a las Matemáticas, “algo más claro que la
opinión, pero más oscuro que el conocimiento”. La opinión se ocupa sólo del mundo sensible,
y sólo se puede llamar auténticamente conocimiento a la dialéctica: en un lugar intermedio
estará el pensamiento, la “dianoia”: el tipo de conocimiento que podemos tener de los objetos
matemáticos.

Hay que destacar que, aunque dicho conocimiento es, como hemos dicho, inferior a la
dialéctica, tiene gran importancia por esa “labor de atracción” a la que nos referíamos antes:
la práctica de las matemáticas habitúa al alma a desentenderse de lo sensible y apuntar a la
auténtica realidad, lo inteligible. Del mismo modo que, al salir de la caverna, no nos sería
posible mirar directamente a los objetos que hay en el exterior, sólo es posible acceder a las
Ideas tras haber preparado el alma mediante las Matemáticas. No en vano, Platón consideraba
que el estudio de la dialéctica debía ser precedido por varios años de intensa dedicación a las
Matemáticas, y así lo prescribe en el programa educativo que propone para el filósofo-
gobernante [Véase cómo incorporamos información suplementaria, que enriquece el
comentario, pero siempre relacionándola con el texto a comentar].

Ahora bien, ¿quién podría decir que ha alcanzado el conocimiento dialéctico? Platón
nos da la respuesta a mediados del texto: dialéctico es quien ha adquirido la noción de la
esencia de cada cosa; es decir, quien sabe lo que las cosas son, más allá de los que aparentan
ser; quien conoce, por tanto, las Ideas de las cosas; en suma, quien, ya fuera de la caverna, es
capaz de mirar ya a la verdadera realidad con sus propios ojos. Y el acceso a dicha esencia
sólo se consigue tras lo que Platón califica de auténtica “batalla”: las distintas hipótesis que
nos sirven de peldaños en la ascensión dialéctica deben ser sometidas a la más estricta crítica

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para que sólo la hipótesis que, como dice el texto, se haya abierto paso “llegando al término
de estos obstáculos con su argumentación invicta” pueda llevarnos hasta la Idea que
buscábamos definir. Quien no sea capaz, o no esté dispuesto a seguir este proceso no conocerá
las cosas realmente, y para Platón, “aun en el caso de que alcance alguna imagen del Bien, la
alcanzará por medio de la opinión, pero no del conocimiento”. No puede considerarse, por
tanto, verdadero conocimiento al que sigue dependiendo de impresiones sensibles, ni tampoco
de hipótesis, o que no está debidamente justificado y “purificado” por la batalla dialéctica; y
quien se resigne a él no hará, según Platón, más que soñar: soñar un mundo que realmente no
conoce, y cuya certeza será tan poco consistente y fiable como la que podemos conceder a los
sueños. Este vivirá, en suma, “sumido en un sopor del que no despertará en este mundo, pues
antes ha de marchar al Hades para dormir allí un sueño absoluto”. El Hades, el reino de los
muertos en la mitología griega, será la última morada de estos soñadores que no han estado
nunca verdaderamente despiertos.

Evidentemente, estos “soñadores” no podrán ser, para Platón, quienes se encarguen del
gobierno de la ciudad; sólo “quienes se apliquen particularmente a aquella enseñanza que les
haga preguntar y responder con la máxima competencia posible”, esto es, quienes hayan
llegado a dominar el método y el conocimiento dialéctico serán dignos gobernantes de la
“Calípolis” que proyecta Platón; y sólo podrán dominar dicho método, y adquirir dicho
conocimiento quienes hayan superado todas las etapas educativas previas. [Podría ampliarse
aquí el comentario haciendo referencia a los distintos sentidos del término “dialéctica”
en Platón, por ejemplo. Y con la referencia a la “Calípolis” demostramos que estamos
familiarizados con la terminología platónica, y de paso nos lucimos un poco...]

[Y ahora, para acabar, deberíamos poner algún tipo de conclusión. Por ejemplo:]

Por ello, Platón considera que la dialéctica es la forma suprema de conocimiento, y la


que corona el proceso de aprendizaje: sólo ella nos permitirá alcanzar la contemplación de las
Ideas, convirtiéndose, como dice el autor en el último párrafo, en “una especie de remate de
las demás enseñanzas”.

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Espero que este ejemplo os haya servido de ayuda para ver la forma en que se debería
comentar un texto filosófico. Primero, hay entenderlo; después resumirlo y explicarlo,
aprovechando lo que sabemos, y siempre teniendo como objetivo clarificar el texto. No nos
perdemos en consideraciones personales libremente inspiradas en el texto; tampoco nos
limitamos a reescribirlo, y nunca lo dejamos de lado, ya que él es el protagonista. ¡Ahora os
toca a vosotros!

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