Está en la página 1de 11

Introducción a la oración en los Ejercicios Espirituales

La presente introducción contempla dos partes netamente diferenciadas. La


primera parte explica qué son y qué papel tienen las mociones espirituales en la
producción de los estados del alma; y la segunda parte. Expone los métodos de oración
propios de los Ejercicios Espirituales. Antes de iniciar los Ejercicios Espirituales es
conveniente estudiar esta instrucción y, en lo posible, poner en práctica personalmente
sus indicaciones.
Para eso hay que darle tiempo a Dios. Hay que hacer silencio para escuchado, hay
que estar a su disposición. Y hay que estar muy atentos a los "movimientos
espirituales", o mociones espirituales que son esos cambios internos que producen
sentimientos diversos. Reconocer e interpretar esos movimientos o mociones es como
traducir el lenguaje de Dios en nosotros.

La voz de Dios a través de la consolación y desolación espiritual

En el origen de la experiencia espiritual de san Ig11acio de Loyola está la


observación de estos sentimientos básicos que quedan en el alma después de que ha
estado pensando, reflexionando, meditando sobre distintas materias:

Primera parte:

Las mociones espirituales y los estados espirituales básicos

Dios nos habla de infinitas maneras. A veces incluso de forma extraordinaria; pero
esas veces son excepcionales y sólo se producen como un don inesperado no dependen
de nuestro esfuerzo. Sin embargo. Normalmente Dios nos habla penetrando en nuestra
alma de forma casi imperceptible... como el agua que permea una esponja... ¿Has ob-
servado alguna vez una esponja sobre la que cae agua gota a gota? Absorbe todo el
líquido pero no modifica su aspecto exterior. Y sucede al cabo de un rato que si uno
intenta tomada. Está pesada, densa, cargada, llena, rebosante de agua ha cambiado
su interior.
Pues bien, en la vida espiritual y especialmente en los Ejercicios Espirituales. Dios
penetra en nuestro corazón de manera semejante. Es preciso tener el corazón receptivo.
Permeable, Escuchante... como la esponja. No hay que tener la idea de que lo va a
recibir como «torrente» impetuoso de agua, sino apenas un goteo, el hilo fino y tenue
de la gracia. Hay que esperar que Dios vaya entrando, como esas gotas de agua, suave y
casi sin ruido hasta que quedemos densos. Cargados, llenos, rebosantes de algo pleno de
misterio y de grandeza que es Dios mismo en nosotros.
''Había todavía esta diferencia: que cuando pensaba en aquello del mundo, se
deleitaba mucho; mas cuando después de cansado lo dejaba. Hallábase seco y
descontento; y cuando [pensaba] en ir a Jerusalén descalzo y en no comer sino yerbas y
en hacer todos los demás rigores que veía haber hecho los santos; no solamente se
consolaba cuando estaba en los tales pensamientos, mas aun después de dejado, quedaba
contento y alegre. Mas no miraba en ello, ni se paraba a ponderar esta diferencia hasta...
que una vez se le abrieron un poco los ojos y empezó a maravillarse de esta diversidad y
a hacer reflexión sobre ella. [Este fue el primero discurso que hizo en las cosas de Dios;
y después cuando hizo los ejercicios, de aquí comenzó a tomar lumbre para lo de la
diversidad de espíritus]. Cogiendo por experiencia que de unos pensamientos quedaba

1
triste y de otros alegre y poco a poco viniendo a conocer la diversidad de los espíritus
que se agitaban... “ (Ignacio de Loyola).
San Ignacio nos enseñó que la manera usual en que Dios nos habla es a través de
los sentimientos espirituales más profundos del corazón humano. Él observó que había
dos sentimientos básicos que se contraponen: la consolación y la desolación. Esos
sentimientos se manifiestan preferentemente en el curso de la oración.
"Consolación espiritual. Llamo consolación cuando en el ánima se causa alguna
moción interior, con la cual viene la ánima a inflamarse en amor de su Creador y Señor;
r consecuentemente, cuando ninguna cosa creada sobre la haz de la tierra puede amar en
sí, sino en el Creador de todas ellas. Asimismo, cuando lanza lágrimas motivas a amor
de su Señor, ahora sea por el dolor de sus pecados, o de la pasión de Cristo nuestro
Señor, o de otras cosas derechamente ordenadas en su servicio r alabanza. Finalmente,
llamo consolación todo aumento de esperanza, fe r caridad, r toda alegría interna que
llama y atrae a las cosas celestiales r a la propia salud de su ánima, quietándola y
pacificándola en su Creador y Señor" (316).
"Desolación espiritual. Llamo desolación todo el contrario de la tercera regla, así
como oscuridad del ánima, turbación en ella, moción a las cosas bajas y terrenas,
inquietud de varias agitaciones y tentaciones, moviendo a infidencia, sin esperanza, sin
amor, hallándose toda pere7.0sa, tibia, triste y como separada de su Creador y Señor.
Porque, así como la consolación es contraria a la desolación, de la misma manera los
pensamientos que salen de la consolación son contrarios a los pensamientos que salen
de la desolación" [317].
Para avanzar en la vida espiritual, especialmente durante los Ejercicios
Espirituales, se debe aprender a percibir, reconocer e interpretar esos estados
espirituales básicos y los movimientos interiores que los producen cada vez. Hay que
tener lucidez para no confundidos con los sentimientos comunes de tristeza o alegría. Si
no tienes experiencia previa, para distinguirlos conviene conversar con el guía
espiritual. No te «automediques» porque podrías cometer errores.

Las mociones espirituales y el discernimiento en los Ejercicios Espirituales

Los Ejercicios Espirituales son para buscar y hallar la intransferible voluntad de Dios
sobre cada uno de nosotros. La voluntad de Dios no siempre es evidente, sino que
requiere ser discernida, reconocida. Como hemos dicho, el lenguaje con el que Dios se
nos comunica, son las mociones espirituales o movimientos espirituales, que se
producen especialmente durante la oración. Pues bien, la materia prima del dis-
cernimiento en los Ejercicios Espirituales son esas mociones espirituales y los estados
que producen en nosotros. Prestando atención a las mociones espirituales que
experimentamos, porque en ellas Dios nos está hablando, manifestando su voluntad
sobre nosotros. Por este motivo san Ignacio exige que examinemos nuestra oración, para
identificar las mociones espirituales, reconocerlas, saber en qué momento aparecen, cuál
puede ser su origen en nosotros y adónde nos conducen.
Durante los Ejercicios Espirituales, el diálogo con el Director se centra en las
mociones espirituales: se le debe informar, del modo más preciso posible, cómo se han
hecho los Ejercicios, qué mociones se han producido, en qué momento de la
consideración de la materia sobre la que oramos; qué pensamientos, ideas, imágenes
acompañaron esas mociones... cómo se han producido y alternado las consolaciones y
desolaciones.

2
Segunda parte:

Métodos y modos de oración propios de los Ejercicios Espirituales

Lectio divina
Es la lectura meditada de la Escritura propia de la tradición monástica occidental,
que ya está instituida en la Regla de san Benito. A partir del s. XII, con la reforma
monástica cisterciense, se le prestó una atención particular en razón del puesto que
habría de ocupar en la vida religiosa. En la obra más representativa de ese período, la
Scala c1australium atribuida a san Bernardo, al considerar las palabras evangélicas
"buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá" se deducen cuatro grados en la vida espiritual
de los que viven en el claustro monástico: "gustad leyendo y encontraréis meditando;
llamad orando y se os abrirá contemplando". Esa sucesión de "ejercicios espirituales",
lectura-meditación-oración-contemplación, constituye la estructura fundamental de la
Lectio divina, que de algún modo subyace a todos los métodos de oración del Occidente
cristiano.
Según la Regla monástica a la Lectio divina dedican los monjes entre dos y cuatro
horas diarias. A partir de la lectura de la Escritura se desarrolla la meditación que se
convierte en oración y eleva a la contemplación.
El P. Acquaviva describe este método de oración como "una lectura piadosa no
prolongada, ni hecha superficialmente, sino breve, con reflexión y atención". En otras
palabras, la Lectio divina consiste" en una lectura de la Escritura reposada y atenta; con
pausas frecuentes para dar lugar a reflexiones, a desarrollo de afectos y sentimientos, in-
cluso, de oraciones vocales.
El modo práctico de hacer la Lectio divina sería este: Después de ponerse en
presencia de Dios con un acto de adoración e implorar gracia al Espíritu Santo para que
nuestra oración sea toda ella al servicio y alabanza de Dios. Se procede a la lectura
reposada y atenta del texto, cuidando mantener la conciencia de la presencia de Dios y
permitiendo que frases o simples palabras del texto resuenen en el alma. Detenerse
saboreando interiormente aquello que causa mociones espirituales. Interrumpir la
lectura cuando se siente necesidad de profundizar reflexionando sobre lo leído.
Preguntarme qué significa lo que leo; cómo me afecta personalmente. Si hay ocasión y
se percibe suficiente luz, tomar conciencia de cómo lo que leo me llama a conversión.
Especialmente si la lectura ha despertado alguna moción o afecto que me lleva a
alabar a Dios a amarle, a agradecerle, a arrepentirme por mis pecados, a dolerme y
confundirme internamente por ellos... sígase ese afecto y déjese que el corazón lo
exprese y se abandone a él.
Si durante la lectura no se despiertan espontáneamente sentimientos y afectos -ya
muevan a consolación o a desolación-, reflexiónese sobre la materia de oración e
intercálense oraciones vocales.
El esquema de la Lectio divina puede resumirse así:

Escoger la materia de meditación: un pasaje de la Escritura.


Preparación de la oración:
Ponerse en presencia de Dios.
Pedir la gracia del Espíritu Santo.
Grupo de la Lectio
Lectura meditada del texto

3
La meditación con las tres potencias

Este método de oración está descrito por san Ignacio con motivo del Primer Ejercicio de
la Primera semana de los Ejercicios [45-54].
La meditación con las tres potencias consiste específicamente en la aplicación de
las potencias o facultades del alma a la materia sobre la que se medita. San Ignacio, que
participaba de la visión del hombre extendida a finales del período medieval, distinguía
tres potencias o facultades del alma: la memoria, el entendimiento y la voluntad.
La memoria tiene la capacidad de representamos en la mente realidades ausentes
(realidades de tiempos o lugares remotos, o de un orden de realidad distinto al percibido
por los sentidos);
El entendimiento permite, mediante el ejercicio de la razón, comprender y
explicar esas realidades; La voluntad, que no es sólo la capacidad de hacer propósitos,
sino que consiste fundamentalmente en ser "afectado" por lo que consideramos en el
entendimiento, y experimentar atracción o rechazo, es decir, lo que actualmente
llamaríamos afectividad.
La distinción de las tres potencias no supone divisiones de la personalidad, sino
que resalta facetas distintas de la persona única. De hecho, aunque se enuncian las tres
potencias separadamente, su actividad durante la meditación se alterna y se entreteje.
La materia de la meditación es calificada por san Ignacio como "invisible",
porque no procede de la narración de hechos o acontecimientos de la historia de la
salvación, sino que está constituida por otros contenidos y verdades de la fe, como el
pecado, las virtudes, la vida eterna, el Pan de Vida, el Buen Pastor, la misericordia
divina, etc.
La materia de meditación debe estar previan1ente preparada o dividida en partes
de semejante extensión o dotadas de unidad y sentido interno. A esas partes se les llama
"puntos".
Al inicio de la oración, san Ignacio siempre invita a crear el clima propicio,
tomando conciencia de la presencia de Dios: "un paso o dos antes del lugar donde tengo
de contemplar o meditar, me pondré en pie, por espacio de un Pater noster, alzado el
entendimiento arriba, considerando cómo Dios nuestro Señor me mira, etcétera; y hacer
una reverencia o humillación" [751; ... "antes de entrar en la oración repose un poco el
espíritu, asentándose o paseándose, como mejor le parecerá, considerando a dónde voy
y a qué" [239]..
La meditación se abre con una oración preparatoria que "es pedir gracia a Dios
nuestro Señor para que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente
ordenadas en servicio y alabanza de su divina majestad" [46].
La primera parte de la meditación contempla dos preámbulos, que dan el marco a
toda la meditación:
 El primer preámbulo es lo que san Ignacio llama "composición de lugar", que
consiste en representar con la imaginación un escenario apropiado a la materia
sobre la que se medita (l48); la composición de lugar sirve para fijar la atención,
impidiendo que la imaginación divague.
 El segundo preámbulo es la petición, "es demandar a Dios nuestro Señor lo que
quiero y deseo" [48]. La petición tiene gran importancia porque indica el fruto
que deseamos. Es la clave que indica dónde nos encontramos.
El cuerpo de la meditación consiste en la aplicación (sucesiva, aunque no en una
secuencia rígida) de las tres potencias descritas más arriba a cada punto.
 Se aplica la memoria para representamos la materia sobre la que meditamos, la
recordamos, la recorremos haciéndonosla presente.

4
 A continuación, se aplica el entendimiento, para comprender el sentido de lo que
meditamos; es el momento de preguntarse el cómo, el porqué, el para qué de lo
que meditamos.
 Finalmente, se aplica la voluntad, dejando que lo que hemos comprendido con el
entendimiento nos afecte despertando sentimientos y afectos.

Aunque san Ignacio expone las cosas con rigor analítico, para que queden claras, no
debemos pensar que entendimiento y voluntad es decir, razón y afectividad- están
separados. El corazón de la meditación está en su momento afectivo. El entendimiento
su actividad racional están al servicio de la afectividad. San Ignacio lo explica cuando
dice: "Como en todos los ejercicios siguientes espirituales usamos de los actos del
entendimiento discurriendo y de los de la voluntad afectando, advirtamos que en los
actos de la voluntad, cuando hablamos vocalmente o mentalmente con Dios nuestro
Señor o con sus santos, se requiere de nuestra parte mayor reverencia que cuando
usamos del entendimiento entendiendo" [3]. Por eso, los afectos tienen prioridad sobre
los razonamientos; y como consecuencia, debemos estar atentos a los movimientos
afectivos, y cuando surgen, dejar a un lado los razonamientos para saborear los afectos
hasta agotarlos: "en el punto en el cual hallare lo que quiero, ahí me reposaré, sin tener
ansia de pasar adelante hasta que me satisfaga" (76); "Porque no el mucho saber harta y
satisface al ánima, mas el sentir y gustar de las cosas internamente" [2].
Hacia el final de la meditación se produce el coloquio. "El coloquio se hace,
propiamente hablando, así como un amigo habla a otro, o un siervo a su señor: cuándo
pidiendo alguna gracia, cuándo culpándose por algún mal hecho, cuándo comunicando
sus cosas y queriendo consejo en ellas" [54]. Los afectos que se han despertado durante
la meditación habrán "calentado" el alma, facilitando este diálogo íntimo con Dios que,
claramente, tiene sabor afectivo, cargado de sentimientos, antes que discursivo racional
ni voluntarístico.
Los últimos minutos de la meditación se han de dedicar a su examen. Es el momento
de preguntamos cómo se ha desarrollado la meditación: ¿qué sentimientos y
expectativas traía al iniciarla?, ¿Cómo se desarrolló, cuál fue el proceso?, ¿Cuáles
fueron los sentimientos que me afectaron?, ¿Consolación, desolación?, ¿Qué ideas,
pensamientos, imágenes, motivos... les precedieron o estaban asociados con esos sen-
timientos?, ¿Hay algún descubrimiento, o algo me ha llamado especialmente la
atención?, ¿Cuál fue el sentimiento dominante al teffi1inar la meditación?

El esquema de la meditación con las tres potencias puede resumirse así:


Introducción a fa oración
Ponerse en presencia de Dios.
Oración preparatoria.
Preámbulo
Composición de lugar/ Petición
Grupo de la meditación
Memoria Entendimiento Voluntad

La contemplación ignaciana

Este método de oración está descrito por san Ignacio a partir del Primer ejercicio
de la Segunda semana de los Ejercicios, la contemplación de la Encarnación [101 ss.].
La contemplación ignaciana es un método de oración cuya materia es siempre una

5
escena que procede de la Escritura, especialmente de la vida, pasión, muerte y
resurrección del Señor. A este método de oración se le llan1a "contemplación" por el
modo en que se considera la materia, el hecho contemplado, mirándolo con interés e
intensidad, reposadamente, como si presente se hallase, participando en la escena hasta
que el alma se satisface. Se trata de un "ver", oír", "mirar", "contemplar"... que se
aproxima a la simple visión serena y profunda.
Sabemos que en todos los métodos de oración ejercitamos las tres potencias
descritas en la meditación; sin embargo, los métodos se diferencian en la manera e
intensidad con que se ejercitan esas potencias. En la contemplación ignaciana, el papel
del entendimiento es más bien modesto; este método se apoya directan1ente en la
imaginación, mediante la intuición y la observación, no procede especulativamente, sino
que provoca una empatía emocional y afectiva con los personajes y situaciones
contemplados, de modo que los afectos surgen espontáneamente.
La materia de la contemplación debe estar previamente preparada o dividida en
partes de semejante extensión, normalmente correspondientes a momentos del relato. A
esas partes se les llama "puntos".
Como siempre, al inicio de la contemplación, san Ignacio invita a crear el clima
propicio, tomando conciencia de la presencia de Dios [75].
La contemplación se abre con la oración preparatoria acostumbrada que "es pedir
gracia a Dios nuestro Señor para que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean
puran1ente ordenadas en servicio y alabanza de su divina majestad" [46].
A continuación, san Ignacio propone tres preámbulos, que como sabemos dan el
marco a toda la contemplación:
 El primer preámbulo es lo que san Ignacio llama ''la historia", "es traer la
historia de la cosa que tengo de contemplar" (102).
Normalmente, la historia viene dada por un pasaje de los evangelios, que ha
de leerse y fijarse en la memoria. San Ignacio reconstruye la historia con gran
libertad, incluyendo elementos imaginativos inspirados por la piedad, que no
están en la narración de la Escritura [111]. Y esto lo hace por un motivo teoló-
gico: porque los eventos que se contemplan no deben considerarse como pasado
irrecuperable, sino como presente actual: como si se desarrollaran ahora mismo
bajo nuestra mirada.
 El segundo preámbulo es la "composición de lugar", que como sabemos
consiste en representar con la imaginación la escena relatada en el pasaje de la
Escritura. Muchas veces la imaginación ha de descender a los detalles mínimos
y concretísin10s: recordamos por ejemplo, la composición de lugar que San Ig-
nacio propone para la contemplación del nacimiento de Jesús [112].
 El tercer preámbulo es la petición, "es demandar a Dios nuestro Señor lo que
quiero y deseo" (l48). Se suplica siempre la gracia del "interno conocimiento del
Señor, para que más le ame y le siga" [104]. He aquí el fruto de la
contemplación: la identificación afectiva cada vez más profunda y efectiva con
el Señor.
El cuerpo de la contemplación viene dado por la sucesiva consideración de las
personas de la escena contemplada, de sus palabras y de sus acciones. Así, en cada
punto en que fue dividida la materia, la imaginación se detendrá y profundizará primero
en ver las personas, luego en oír sus palabras y finalmente en mirar sus acciones [106-
108, 114116].
Evidentemente, no se trata de un simple juego de la in1aginación, pues el fruto de
la contemplación es ensimismarse, identificarse empáticamente con la persona de Jesús.
La contemplación no se reduce a "ver la escena", sino que penetra intuitiva y

6
afectivamente en los Misterios de la salvación, al considerarlos como si efectivamente
se desarrollaran en este momento y como si yo presente me hallase. El contenido salví-
fico "para mi" del misterio contemplado es absolutamente actual... por eso no es una
ficción el acercarme "como si presente me hallase".
En la contemplación yo no soy un espectador pasivo, sino que participo
activamente, como recomienda san Ignacio, y como espontáneamente sucede cuando
me siento íntima y personalmente implicado [114]. Por este motivo, y porque la
contemplación se centra en la humanidad de Jesús, en sus sentimientos, actitudes,
palabras y acciones, este modo de oración normalmente será rico en sentimientos y
afectos, en los que nos detendremos cuanto sea posible, dejando que el espíritu se sacie
y se satisfaga gustando las cosas íntimamente [2].
La contemplación concluye con un coloquio [54], que nunca ha de faltar y que en
la contemplación ignaciana resulta más fácil y espontáneo que en la meditación, porque
''las personas" están presentes imaginativamente durante el desarrollo de la oración.
Muchas veces, el coloquio surgirá anticipada y naturalmente mientras miro
intensamente la escena durante el cuerpo de la contemplación.
Después de la contemplación se debe hacer el examen de la misma siguiendo las
mismas indicaciones que he dado para la meditación.
El esquema de la contemplación ignaciana puede resumirse así:

Introducción a la oración
Ponerse en presencia de Dios.
Oración preparatoria.
Preámbulos: Historia Composición de lugar Petición
Cuerpo de la meditación
Ver las personas: Oír lo que dicen/ Mirar lo que hacen
Coloquio/ Examen de la contemplación.

Repetición

En la pedagogía de los Ejercicios Espirituales juega un papel importante el


método de oración llamado "repetición". Como su nombre lo indica, la repetición es una
vuelta sobre la materia de oración, recorriéndola nuevamente, pero prestando especial
atención a los momentos en que hemos experimentado sentimientos, consolación o
desolación. Se trata de volver a hacer el camino, pero con las pistas espirituales
recibidas anteriormente. En la estructura típica de los Ejercicios Espirituales, cada
meditación o contemplación se repite al menos una vez.
Cuando se practica la repetición se aprecia claramente que la oración se estiliza, se
hace más simple e intensa. El fundamento de la repetición está en la máxima espiritual
ignaciana según la cual, "no el mucho saber harta y satisface al alma, sino el sentir y
gustar de las cosas íntimamente". En la repetición sabemos dónde, en qué puntos del
camino de la oración, sentimos y gustamos más intensamente.
Como en los demás métodos ignacianos, la meditación se inicia poniéndose en
presencia de Dios en un acto de adoración, con el que creamos el an1biente interior. A
continuación, se hace la oración preparatoria, que es siempre la misma, ya descrita en
los métodos que he descrito.
Después de la oración preparatoria se ponen los preámbulos conocidos, la
composición de lugar, que centra o enfoca la repetición en la materia,)' la petición, en la
que se pide la gracia correspondiente, que el fruto perseguido con el Ejercicio.
En el cuerpo de la repetición, se repasan los puntos meditados o contemplados,

7
insistiendo en aquellos en los que experimentado consolación y desolación: "notando y
haciendo pausa en los puntos que he sentido mayor consolación o desolación o mayor
sentimiento espiritual" [62]. La repetición ayuda a reforzar los sentimientos espirituales
y, como hemos dicho, conduce a una oración más estilizada o simplificada.
Es importante entender desde el principio que el lenguaje de Dios requiere que lo
descifremos en el sucederse de consolaciones y desolaciones. Por eso, la repetición no
es simplemente volver allí donde habíamos experimentado consolación, sino, del mismo
modo, rehacer el camino de nuestras desolaciones. Insistimos con gusto y alegría en
aquellos sentimientos, afectos, ideas y emociones que nos han llevado más cerca de
Dios; y de modo semejante, con valentía y fortaleza volvemos a aquellos en los que nos
sentimos fríos, indiferentes, apáticos o resecos, procurando encontrar la causa y origen
de tal situación.
La repetición es un medio fundamental para la interiorización de la experiencia
espiritual que no se asin1ila súbitamente, sino de modo progresivo, gradual, lento.
Como siempre, la oración concluye con un coloquio. Pero san Ignacio introduce
en el método de la repetición una innovación importante, es lo que él llama "triple
coloquio": "El primer coloquio a nuestra Señora, para que me alcance gracia de su Hijo
y Señor... El segundo, otro tanto al Hijo, para que me alcance del Padre... el tercero, otro
tanto al Padre, para que el mismo Señor eterno me lo conceda; y con esto un Pater
noster. [63]".
Después de concluir la repetición, se seguirá la oración al modo acostumbrado.
El esquema de la repetición ignaciana puede resumirse así:
Introducción para a la oración
Ponerse en presencia de Dios.
Oración preparatoria.
Preámbulos:
La historia/ Composición de lugar / Petición
Cuerpo de la oración
Volver sobre los puntos /Triple coloquio /Examen de la repetición.

Resumen

El Resumen es otro método fundamental en la pedagogía de san Ignacio. Por su


naturaleza misma conduce a una estilización o simplificación mayor de la oración. En el
resumen, vamos discerniendo lo ya meditado o contemplado, sintetizando, dejando las
ideas bien clavadas y los sentin1ientos y afectos bien interiorizados e integrados. El
resumen tiene una fuerza psicológica muy grande, pues utilizando una imagen, pretende
martillar y hundir hasta el fondo los ejes y claves del fruto de la oración.
Después del acto de adoración con el que nos ponemos en presencia de Dios,
hacemos la oración preparatoria ya conocida. A continuación, los preámbulos que
enfocan la oración y fijan nuestra atención son los mismos de la repetición: la
composición de lugar y la petición que enuncia la gracia que esperamos recibir. En el
cuerpo del resumen, "el entendimiento sin divagar discurra asiduamente por la
reminiscencia de las cosas contempladas en los ejercicios pasados; y haciendo los
mismos tres coloquios" [64]. Como siempre, la oración debe ser examinada al final,
siguiendo las indicaciones ya dadas.
El resumen es útil al final de la jornada durante los Ejercicios Espirituales, o
cuando se concluye una etapa de oración sobre una determinada materia o con una línea
temática definida. Sirve especialmente para ver dónde Dios ha ido trazando sus huellas

8
en el alma, aprendiendo así a leer su voluntad.
.El esquema del resumen es el siguiente:
Introducción para a la oración
Ponerse en presencia de Dios.
Oración preparatoria.
Preámbulos:
La historia Composición de lugar Petición
Cuerpo de la meditación
Recorrido y síntesis /Triple coloquio/ Examen del resumen.

Aplicación de sentidos
La "aplicación de sentidos" es otro de los métodos de oración típicos de la
espiritualidad ignaciana. Es un método de oración en el que la imaginación cumple el
papel fundamental, provocando una experiencia interna en la que el entendimiento o
razón discursiva muy poco interviene. Efectivamente, la imaginación tiene la capacidad
de "crear realidades". Eso lo hemos venido apreciando al describir los métodos
anteriores: con la "composición de lugar" se crea el escenario de la meditación o
contemplación, y a lo largo de la oración vivimos la experiencia "como si presente me
hallase". Es claro que el escenario imaginado es una construcción de la imaginación y
no existe empíricamente fuera de nuestra mente... pero ¡atención!, el cerebro humano no
distingue realidad de fantasía: las imágenes que representamos podrán ser fantasías,
pero los sentimientos y emociones que experimentamos frente a ellas son absolutamente
reales.
Pues bien, la antropología medieval tardía sabía que la imaginación crea
realidades internas análogas a las del mundo exterior sensible. Efectivamente, en la
imaginación podemos "ver", oír", "oler", "tocar" y "gustar", que son las operaciones
propias de nuestros sentidos externos, vista, oído, olfato, tacto y gusto. El método de la
aplicación de sentidos consiste en crear con la imaginación el objeto de nuestra oración
y "experimentarlo" sensiblemente...
El punto de partida es la conocida "composición de lugar" que es la escena en la
que se desarrolla nuestra meditación o contemplación. A veces, como hemos visto, la
composición de lugar nos viene descrita en las páginas de la escritura; otras veces es
completa creación de nuestra imaginación, que para ello seguramente hace uso de
nuestras experiencias pasadas y de nuestra fantasía. En la aplicación de sentidos, sin
prisa, construimos atentamente, detalladamente la escena: volúmenes, distancias,
personas, colores, lugares, sonidos, etc. Una composición de lugar esmerada asegura
menos distracciones (porque la imaginación queda como atada al escenario) y permite
una rica aplicación de sentidos.
San Ignacio propone la aplicación de sentidos como último ejercicio del día,
después de meditaciones, contemplaciones, repeticiones y resumen... Al colocarlo al
final de la jornada está indicando que no se trata de un ejercicio arduo y complicado,
que requiere emplear a fondo el entendimiento; al contrario, es un ejercicio para la
imaginación y la intuición, con el que se interioriza "sentimentalmente" el camino de la
oración.
Después del acto de adoración con el que se toma conciencia de estar en la
presencia de Dios y se crea el ambiente apropiado, se hace la oración preparatoria de
siempre. La introducción a la oración contemplará los preámbulos: la historia, que es
propiamente la materia de oración y que viene de las meditaciones o contemplaciones
anteriores; la composición de lugar, en el que la imaginación reconstruirá atenta y
detalladamente la escena sobre la que oraremos; y la consabida petición, en la que

9
pedimos la gracia que deseamos obtener [651
El cuerpo de la oración en la aplicación de sentidos contempla cinco puntos que se
corresponden con los cinco sentidos internos de la imaginación. El primer punto es "ver
con la vista de la imaginación" [66); el segundo es "oír con las orejas (de la
imaginación)" (67); el tercero es "oler con el olfato" [68]; el cuarto es "gustar con el
gusto" [69]; el quinto es "tocar con el tacto" [70]. Como puede comprenderse, se trata
en este método de actividades intuitivas e imaginativas, no de discursos intelectuales.
Ahora bien, ese trabajo de la imaginación provoca reacciones internas, sentimientos,
afectos, que son enteramente reales.
La aplicación de sentidos, como los demás métodos enseñados por san Ignacio,
concluye con el coloquio que se acomoda a la materia y lo que el alma va sintiendo. No
se olvide el examen de la oración, que se hará una vez más, siguiendo las indicaciones
dadas para el examen de la meditación con las tres potencias.
El esquema de la aplicación de sentidos es el siguiente:
Introducción para a la oración
Ponerse en presencia de Dios.
Oración preparatoria.
Preámbulos:
La historia/Composición de lugar /Petición
Cuerpo de la aplicación de sentidos
Ver; Oír; Oler Gustar Tocar
Coloquio/Examen de la aplicación de sentidos

Tres modos de oración

Al final de los Ejercicios Espirituales san Ignacio describe otros "tres modos de
orar". La introducción de la oración en estos tres modos o maneras de orar es semejante
a la que ya conocemos: "antes de entrar en la oración repose un poco el espíritu,
asentándose o paseándose, como mejor le parecerá, considerando a dónde voy y a qué"
[29] A continuación se hace la acostumbrada oración preparatoria [240].

Primer modo

El primer modo de orar es "cerca de los diez mandamientos y de los siete


pecados mortales, o sus contrarios, las virtudes), de las tres potencias del ánima y de los
cinco sentidos corporales" [238]. Consiste en un examen de conciencia orante, o
meditado, acerca de tales materias; la materia elegida se desentraña razonando y
discurriendo para comprenderla, siguiendo el orden de los mandamientos, los pecados,
las potencias del alma o los sentidos corporales, y me dejo in1presionar por ella,
examinando mi vida de acuerdo con lo que medito. Conviene detenerse más tiempo
donde encuentro que con más frecuencia me alejo de la perfección. En el curso de la
meditación suscito los sentimientos y afectos convenientes. Como sabemos, la oración
termina con el coloquio pidiendo gracia para cumplir en todo la voluntad de Dios.
Este primer modo de orar es una mezcla de examen de conciencia, meditación,
petición y acción de gracias que tiene como fruto primordial un delicado conocimiento
de nosotros mismos y el desarrollo de un sentido o atención particular para buscar y
conocer la voluntad de Dios en cada momento.

10
Segundo modo

El segundo modo de orar es contemplando la significación de cada palabra de la


oración" [249]. La materia de oración puede ser una oración vocal, salmos, himnos del
Nuevo Testamento, frases evangélicas, invocaciones y jaculatorias, etc.
Después de ponerse en presencia de Dios considerar a dónde y a qué vamos, se
hace la acostumbrada oración preparatoria.
El cuerpo de la oración consiste en detenerse pausadamente en cada palabra de la
oración tanto tiempo cuanto "halla significaciones, comparaciones, gustos y consolación
en consideraciones pertinentes a la tal palabra" [252]. Al considerar cada palabra de la
oración, se deja que los afectos y sentimientos broten espontáneamente y se detiene uno
en esa palabra, sin prisa, mientras broten sentimientos, afectos, o se susciten ideas,
comparaciones, alegorías... "si la persona que contempla... hallare en una palabra o en
dos tan buena materia que pensar, y gusto y consolación, no se cure pasar adelante,
aunque se acabe la hora en aquello que halla" [254]. Este es un modo de orar que
requiere espontaneidad y por eso conviene estimulada leyendo u oyendo alguna expli-
cación o comentario sobre la materia considerada.
Al final, el acostumbrado coloquio: "acabada la oración, en pocas palabras,
convirtiéndose a la persona a quien ha orado, pida las virtudes o gracias, de las cuales
siente tener más necesidad" [257].

Tercer modo

A este tercer modo de orar san Ignacio lo llama "por compás" o "por anhélitos", es
decir, siguiendo el ritmo de la respiración. Una vez más, la materia que sirve de apoyo a
este modo de orar, como en el anterior, es alguna oración vocal.
La introducción a la oración es siempre semejante: después de ponerse en
presencia de Dios y considerar a dónde y a qué vamos, se hace la acostumbrada oración
preparatoria.
.El cuerpo de la oración consiste en recitar mentalmente la oración elegida,
siguiendo el ritmo de la respiración lenta, pausada y profunda, "y mientras durare el
tiempo del anhélito a otro, se mire principalmente en la significación de la tal palabra, o
en la persona a quien reza, o en la bajeza de sí mismo, o en la diferencia de tanta alteza
y tanta bajeza propia" [258]. Se concluye con el consabido coloquio.
Este es un tipo de oración fácil, escasan1ente discursiva, propicia para suscitar
afectos y que tiene como fruto la serenidad y la unificación personal.

11

También podría gustarte