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Las relaciones sexuales de los jóvenes solteros, por lo general, no son planeadas y ocurren sin
protección, dando como resultado la obtención de una enfermedad de transmisión sexual o embarazos
no deseados. En México nacen, al año, 450,000 niños de madres menores de 20 años[1]. El incremento
de casos de VIH/SIDA originados en la adolescencia es de casi 32,000 al año[2].
El sentirse atraído físicamente hacia alguien del sexo opuesto, no es sino el primer paso que se ha de
vivir para llegar a conocer el verdadero amor, pero fincar una relación en este hecho, es como querer
construir una casa sobre arenas movedizas.
La sexualidad bien vivida es tremendamente personalizada. A veces el varón engaña a la mujer con
la idea de que entregándose a él va a ser más mujer. Y la mujer, sin darse cuenta quizás, convierte su
intimidad en oferta y, finalmente, es desechada si no rectifica.
El varón es cazador por naturaleza. Imaginemos un cazador que busca venados; los animales le
huyen pero de pronto encuentra uno que no se esconde, que más bien se expone. No le cuesta trabajo
cazarlo pero esta vez se aburre: fue una pieza demasiado fácil. Al hombre le gustan las conquistas
difíciles.
La pureza permite amar con un corazón recto e indiviso. Justamente porque el sexo es una
maravilla se ha de guardar para el matrimonio.
[1] Carlos Welti, “La fecundidad adolescente”, en Demos, México 1995.
[2] Registro nacional de casos de SIDA, Dirección adjunta de epidemiología, julio de 1997, México.