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¿Por qué nos enamoramos?

Rebeca Reynaud

Nos enamoramos porque hemos sido hechos para amar. Todos tenemos una lista de verificación
almacenada en la mente –en el sistema límbico localizado en el lóbulo frontal del cerebro- que incluye
algunos criterios con los cuales la persona debe cumplir: edad, valores, experiencias, formación,
creencias, etc. Algunas personas desconocen sus propios criterios pues están en el subconsciente. Para
que se dé el enamoramiento lo tiene que querer nuestra voluntad, nadie se enamora a la fuerza. Si no
queremos enamorarnos de alguien, no lo miramos, no le dedicamos pensamientos, y eso basta.

Y, ¿por qué nos enamoramos de una persona concreta? Allí hay un misterio que ha tratado se ser
explicado desde tiempos antiguos con el mito de Cupido o del elixir de amor. No hay una asignatura que
enseñe a amar; a ello se aprende en la familia y en la vida social. ¿Cómo es la familia de la persona que
amo? Esa respuesta nos lleva a conocer parte de la intimidad del ser amado. El filósofo francés, Jacques
Maritain, decía: “La educación debería de enseñarnos a estar siempre enamorados y de qué nos hemos
de enamorar”.

La cultura popular afirma que el enamoramiento es un estado extático en el que tendemos a ver en ser
amado todas las virtudes y perfecciones posibles. La encarnación del ideal. Cuando se ama todo el
universo resplandece, vemos una belleza que antes era desconocida: todo se transfigura. El
enamoramiento es algo inicial; es el anzuelo que conduce al amor.

Si separamos la palabra enamoramiento, en-amor-a-miento, se puede entender que en esta etapa se


miente al ocultar las propias limitaciones y poner nuestra mejor cara. Queremos brindar lo mejor de
nosotros mismos y minimizar los defectos propios y del otro. Y esto no es mal intencionado, es lo
natural, pero hay que pensar que hay comportamientos que pueden generar problemas, por eso, desde
el principio se han de hablar y de negociar.

El enamoramiento se va fraguando a través del trato, de miradas, de la convivencia, de emails y de


pequeños obsequios. El enamoramiento ve con una lente de aumento de modo que lo poco parece
mucho y lo pequeño, grande. Vemos a la persona, no como es, sino como deseamos que sea. Es decir, se
idealiza a una persona. Una persona madura cuenta con que toda persona tiene defectos y comete
errores. Un primer error sería enamorarse de una persona ya comprometida, casada. Hay amores que
no agradan a Dios, como la homosexualidad, la bisexualidad y el amasiato.

Los seres humanos somos cambiantes y hay que contar con ello, pues difícilmente forjamos una relación
sólida, y si se logra, es porque hay ya madurez de ambas partes y virtudes arraigadas.

En la Edad Media se hablaba de un “loco amor”. Estar enamorado es volverse un tonto feliz, es perder
por completo el sentido crítico y disfrutar del embeleso que supone observar y escuchar al ser amado.
Parecería el estado ideal para cualquiera –y en cierto modo lo es-, sólo que tiene un inconveniente: El
enamoramiento termina. La vida se vuelve entonces una dura caída desde la nube en que se andaba
para terminar estrellándose en la realidad. Se descubre que esa persona a la que se había idealizado es
tan imperfecta como cualquier otra, y no es capaz de hacer tantas cosas como esperábamos. A veces es
necia, egoísta, vanidosa, poco educada... Es, en otras palabras, limitada, humana. Pero ¿qué esperabas?
¿Cómo puede uno llegar a creer que otro es tan perfecto? Nadie puede responder, absolutamente, a
todas nuestras expectativas, y si lo hace eso se debe a la idealización que hicimos de ella, y dura unos
meses solamente.

El error radica en hacer del amado un absoluto; creer que una persona puede dar lo infinito –que es lo
que anhelamos-. Queremos el amor, la belleza y la verdad infinitas. No hay personas perfectas: Si se
ama a alguien, se le ama con todo y defectos, aunque siempre se le trate de ayudar y de mejorar; se le
ama con sus arranques de mal humor, con sus faltas de ortografía o con sus despistes.

La idealización que el enamorado hace de la persona amada es una trampa que él mismo se tiende. Y en
esto no hay quien experimente en cabeza ajena. Lo peor es que aún experimentado, no se aprende, y se
vuelve a caer en la trampa.

Hay “Don Juanes” que creen que saben amar porque conquistan a muchas mujeres; se entregan con
ardor excesivo a la fiebre pasional de los placeres. Toman a la mujer como un altavoz de su propio yo
para que alimenten su amor propio, su vanagloria, cuando amar de verdad es salir de sí mismo, es
sacrificarse por el ser amado, es servir con alegría.

¡Qué fácil es enamorarse y qué difícil mantenerse enamorado! No se ha de divinizar el amor. El amor es
una tarea; al amor hay que cuidarlo con esmero de artesano día a día, hay que encender el amor a base
de pequeños detalles de afecto.

El amor falso puede ser devastador ya que la sexualidad es lo que más perjudica a una persona, pero
también puede ser lo que más la eleva, cuando el amor es hermoso porque hay orden y armonía entre
las personas, y se vive la ley natural que dice: Haz el bien y evita el mal.

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