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De momento, la mujer se detiene en medio del camino, se para frente al hombre y descubre
su rostro. La víctima al mirar la cara de la dama tapada, queda completamente horrorizado
pues se trata de un rostro horripilante en estado de putrefacción.
Un amigo ecuatoriano me contó que son muy pocos aquellos que han tenido la suerte de
salvarse del ataque del espectro y poder continuar con su vida de manera normal. Pues
muchos de los que lograron huir de esa región del bosque y volver a la civilización, perdieron
completamente la razón y fueron recluidos en hospitales de salud mental, debido a la terrible
impresión que les causó el observar aquel rostro tan espeluznante.
El duende de San Gerardo
Después de un rato de seguir caminando oyó una fuerte voz que le dijo:
– Por ninguna razón mires para atrás. Lo único que quiero es que me des el cigarro que
llevas en la mano.
No se sabe por qué razón Juan le hizo caso a la misteriosa voz. Lo importante es que, al día
siguiente, para no quedarse sin pitillos que fumar, el hombre se llevó una cajetilla completa.
Una vez más a medio camino de su casa, la voz le pidió que le diera un cigarrillo. Juan se
hizo el despistado, pero logró ver a través del rabillo del ojo que quien le pedía los cigarros
era un hombre de muy baja estatura que en su mano izquierda llevaba un látigo y en la
derecha un sombrero demasiado grande. Al arribar a su casa, esta vez el hombre le contó
lo que había pasado a su mamá, quien le aconsejó que, desde el día siguiente, no saliera
de su casa sin llevar una cruz consigo, a fin de que ese amuleto lo protegiera.
El dolor que Juan sentía producto de los azotes era casi insoportable. Por eso, se armó de
valor y tomó la cruz con una de sus manos y se la enseñó al enano.
El farol de la viuda
Esta leyenda nos habla de una mujer casada que engañaba a su marido, escapándose por
las noches con otro hombre. Sin embargo, para no ser descubierta en el engaño, la dama
siempre salía de su casa acompañada de su hijo pequeño, pues decía que, si el bebé no
daba su paseo nocturno, no podría conciliar el sueño.
En una de esas noches iba caminando al lado de su amante a orillas del río Tomebamba.
Luego de manera totalmente inesperada la mujer dejó caer al niño al agua.
Minutos después, la mujer recobró la razón y recordó lo que había hecho. De inmediato sintió
una terrible desesperación que llenó tanto su cuerpo como su mente de angustia.
Velozmente fue a buscar un farol de petróleo, para alumbrar las orillas del río y comenzar a
buscar a su hijo. Desafortunadamente el bebé jamás fue encontrado.
Por su parte, el marido de la mujer al enterarse de lo sucedido, se quitó la vida. Eso provocó
que la dama perdiera la poca cordura que aún tenía y también acabara suicidándose.
Una variación de esta leyenda ecuatoriana, asevera que el fantasma de la viuda del farol se
dedica a asustar a los hombres infieles que salen a pasear con mujeres que no son sus
esposas.
El último ensueño de Manuelita
– Por supuesto mi señora. No olvides que ese es el color de la libertad. Además, vine para
llevarte conmigo a un lugar en donde no existen las barreras del tiempo. Dame tu mano y
acompáñame a la inmortalidad.
Una vez más Manuelita trató de levantarse de la cama. Frustrada por no poder hacerlo,
empezó a gritar y a llorar desesperadamente:
La criada de la señora Sáenz escuchó sus lamentaciones y acudió lo más rápido que pudo
atenderla.
– ¿Llamó usted?
Esta primera leyenda del Ecuador, hace referencia a un indígena al que todos en su pueblo
lo conocían como Cantuña. La historia comienza en
una época en la que los monjes franciscanos ya se
habían establecido en Ecuador.
Pasaron varios meses (en total cinco) y la construcción no iba ni a la mitad. Desesperado
por esta situación, a Cantuña se le pasó por la mente, el hacer un pacto con el diablo en el
que él le entregaría su alma, a cambio de que «Satanás» concluyera con la tarea en el plazo
estipulado.
Lucifer aceptó el trato y puso a trabajar a varios de los demonios del infierno para poder
llevarse el alma del indígena a los confines del infierno. Sin embargo, cuando Cantuña
observó que la Iglesia estaba casi terminada, pensó en un plan para no perder su alma.
Se acercó al lugar en donde estaban las piedras que se estaban utilizando para construir el
último muro y en una de ellas talló la siguiente inscripción: «Aquel que coloque esta losa en
su lugar, reconocerá de inmediato que Dios es mucho más poderoso que él».
Dos días más tarde, el diablo tomó la piedra entre sus manos y al mirar el mensaje, de
inmediato ordenó a su séquito que regresaran junto con él de inmediato al infierno.