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LA DAMA TAPADA

Hay algunos que confunden la leyenda de la dama tapada, con la de la «llorona». No


obstante, es conveniente aclarar que se tratan de dos historias
distintas y enseguida explicaremos por qué.

La narración nos cuenta que en Ecuador aparece de vez en


cuando una joven delgada a quien nadie le puede ver el rostro,
pues invariablemente lo lleva cubierto con un velo.

Viste de manera muy elegante y además porta una sombrilla.


Los lugareños dicen que cuando está cerca de algún hombre,
el espíritu comienza a emanar un aroma sumamente
agradable, a fin de que la víctima se sienta atraído hacia ella
y la siga a donde quiera que vaya.

Ese perfume es tan seductor que el individuo que lo huele no


sabe hacia dónde se dirige. De esa forma, la dama tapada conduce al sujeto a una zona
apartada. Es decir, un lugar en donde no hay ninguna otra persona que lo pueda ayudar.

De momento, la mujer se detiene en medio del camino, se para frente al hombre y descubre
su rostro. La víctima al mirar la cara de la dama tapada, queda completamente horrorizado
pues se trata de un rostro horripilante en estado de putrefacción.

Instantes después, el agradable perfume se convierte en un olor insoportable, semejante al


de cuerpos descomponiéndose. El afectado no puede moverse hasta que su corazón deja
de latir por completo.

Un amigo ecuatoriano me contó que son muy pocos aquellos que han tenido la suerte de
salvarse del ataque del espectro y poder continuar con su vida de manera normal. Pues
muchos de los que lograron huir de esa región del bosque y volver a la civilización, perdieron
completamente la razón y fueron recluidos en hospitales de salud mental, debido a la terrible
impresión que les causó el observar aquel rostro tan espeluznante.
El duende de San Gerardo

En el poblado de San Gerardo, una localidad sumamente cercana a Riobamba, un sujeto de


nombre Juan laboraba en un lugar apartado del bosque, el
cual se encontraba muy lejos de la parroquia del pueblo.

De hecho, para llegar a su sitio de trabajo, el hombre tenía


que cruzar un espeso bosque. Por eso, todos los días salía
de su domicilio antes de que el reloj marcara las 8:00 de la
mañana.

Luego de un par de horas de incesante caminar, llegaba a


su destino y comenzaba a trabajar hasta después de las
8:00 de la noche, momento en el que retornaba a su hogar.

En una de esas veces en las que Juan regresaba a su


casa, tuvo la sensación de que alguien lo venía siguiendo. Al principio, decidió no darle
importancia a ese hecho, pues pensó que se trataba del viento que movía las hojas de los
árboles.

Después de un rato de seguir caminando oyó una fuerte voz que le dijo:

– Por ninguna razón mires para atrás. Lo único que quiero es que me des el cigarro que
llevas en la mano.

No se sabe por qué razón Juan le hizo caso a la misteriosa voz. Lo importante es que, al día
siguiente, para no quedarse sin pitillos que fumar, el hombre se llevó una cajetilla completa.

Una vez más a medio camino de su casa, la voz le pidió que le diera un cigarrillo. Juan se
hizo el despistado, pero logró ver a través del rabillo del ojo que quien le pedía los cigarros
era un hombre de muy baja estatura que en su mano izquierda llevaba un látigo y en la
derecha un sombrero demasiado grande. Al arribar a su casa, esta vez el hombre le contó
lo que había pasado a su mamá, quien le aconsejó que, desde el día siguiente, no saliera
de su casa sin llevar una cruz consigo, a fin de que ese amuleto lo protegiera.

El sujeto se llevó la cajetilla de cigarros y el crucifico en su pantalón. En esa ocasión, el


duende no le pidió cigarrillos, sino que simplemente empezó a darle latigazos por la espalda.

El dolor que Juan sentía producto de los azotes era casi insoportable. Por eso, se armó de
valor y tomó la cruz con una de sus manos y se la enseñó al enano.
El farol de la viuda

Esta leyenda nos habla de una mujer casada que engañaba a su marido, escapándose por
las noches con otro hombre. Sin embargo, para no ser descubierta en el engaño, la dama
siempre salía de su casa acompañada de su hijo pequeño, pues decía que, si el bebé no
daba su paseo nocturno, no podría conciliar el sueño.

En una de esas noches iba caminando al lado de su amante a orillas del río Tomebamba.
Luego de manera totalmente inesperada la mujer dejó caer al niño al agua.

Minutos después, la mujer recobró la razón y recordó lo que había hecho. De inmediato sintió
una terrible desesperación que llenó tanto su cuerpo como su mente de angustia.

Velozmente fue a buscar un farol de petróleo, para alumbrar las orillas del río y comenzar a
buscar a su hijo. Desafortunadamente el bebé jamás fue encontrado.

Por su parte, el marido de la mujer al enterarse de lo sucedido, se quitó la vida. Eso provocó
que la dama perdiera la poca cordura que aún tenía y también acabara suicidándose.

No obstante, la gente de Cuenca dice que su espectro ha permanecido merodeando las


orillas del río Tomebamba, pues no descansará hasta encontrar a su bebe.

Una variación de esta leyenda ecuatoriana, asevera que el fantasma de la viuda del farol se
dedica a asustar a los hombres infieles que salen a pasear con mujeres que no son sus
esposas.
El último ensueño de Manuelita

Manuelita Sáenz se encontraba en su lecho de muerte. Ella estaba agonizando, debido a


una altísima fiebre. En uno de sus delirios vio un destello de
luz que segundos más tarde se transformó en la silueta del
«Libertador de las Américas». Obviamente me refiero a
Simón Bolívar.

La aparición se dirigió a ella con voz suave:

– Querida Manuelita, te devuelvo esta corona hecha de


rosas. Por si no lo recuerdas, fue la misma que arrojaste
desde el balcón el día que entre triunfante a la ciudad de
Quito. – ¡Bolívar! Contéstame una cosa… ¿Te parece que
me veo bonita con este vestido blanco?

– Por supuesto mi señora. No olvides que ese es el color de la libertad. Además, vine para
llevarte conmigo a un lugar en donde no existen las barreras del tiempo. Dame tu mano y
acompáñame a la inmortalidad.

La mujer quiso incorporarse de la cama, pero no pudo. Desesperada empezó a gritar:

– Bolívar, no me abandones aquí. Deseo irme contigo.

De pronto, el eco resonó en la habitación diciendo:

– Querida mía, no puedo esperar más tiempo. Vámonos ahora.

Una vez más Manuelita trató de levantarse de la cama. Frustrada por no poder hacerlo,
empezó a gritar y a llorar desesperadamente:

– No me dejes amor mío, Quiero estar de nuevo entre tus brazos.

La criada de la señora Sáenz escuchó sus lamentaciones y acudió lo más rápido que pudo
atenderla.

– ¿Llamó usted?

– No Imaya, no estaba hablando contigo. Me encontraba charlando con Bolívar. ¿Acaso no


lo viste?

– Temo que no señora.


Leyenda de Cantuña

Esta primera leyenda del Ecuador, hace referencia a un indígena al que todos en su pueblo
lo conocían como Cantuña. La historia comienza en
una época en la que los monjes franciscanos ya se
habían establecido en Ecuador.

De hecho, fueron ellos los que le encomendaron al


nativo que iniciara la construcción de un templo
católico en la ciudad de Quito. Cantuña aceptó de muy
buena gana e inclusive aseguró que lo tendría listo en
un semestre.

Como única condición solicitó que, al término de su


trabajo, le fuera entregada una gran cantidad de
dinero. Ciertamente los franciscanos dudaron de la
palabra de ese individuo, pues pensaron que, aunque sus compañeros lo socorrieran a
edificar el templo, tardaría mucho más tiempo de lo señalado en concluir con las obras.

Pasaron varios meses (en total cinco) y la construcción no iba ni a la mitad. Desesperado
por esta situación, a Cantuña se le pasó por la mente, el hacer un pacto con el diablo en el
que él le entregaría su alma, a cambio de que «Satanás» concluyera con la tarea en el plazo
estipulado.

Lucifer aceptó el trato y puso a trabajar a varios de los demonios del infierno para poder
llevarse el alma del indígena a los confines del infierno. Sin embargo, cuando Cantuña
observó que la Iglesia estaba casi terminada, pensó en un plan para no perder su alma.

Se acercó al lugar en donde estaban las piedras que se estaban utilizando para construir el
último muro y en una de ellas talló la siguiente inscripción: «Aquel que coloque esta losa en
su lugar, reconocerá de inmediato que Dios es mucho más poderoso que él».

Dos días más tarde, el diablo tomó la piedra entre sus manos y al mirar el mensaje, de
inmediato ordenó a su séquito que regresaran junto con él de inmediato al infierno.

De esa manera, el astuto indígena Cantuña no solamente había conseguido conservar su


alma, sino que también concluyó a tiempo la construcción de la Iglesia, con lo cual los monjes
franciscanos le tuvieron que pagar las monedas que habían acordado.

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