Está en la página 1de 192

.

FREUD ysu OBRA


Génesis y constitución de la Teoría Psicoanalítica

Carlos Gómez Sánchez

''1~ lilíl fil~~~1 1 ~1 1~-'


9 788416 170937
))((1 ~ ll lhJ hot
~ l ''o/1 Biblioteca Nueva Psicoan áli sis /\P1'V1
-
Carlos Gómez Sánchez
c:olección Psicoanálisis
Editorial Biblioteca Nueva
y
Asociación Psicoanalítica de Madrid

Director: Carlos A. Paz

FREUD Y SU OBRA
Génesis y constitución
de la Teoría Psicoanalítica

8 'f \ "":\ ,~. '\ gs


(!, l: ~1-
;?.-C\1..\

.::le t - z_~o ·~ ~ ~

Asociación Psicoanalítica de Madrid


BIBLIOTECA NUEVA
~' Jlllfll 1 r)rJilorial
~siglo veintiuno
siglo xxi editores, s. a. de c. v. siglo xxi editores, s. a.
,u,lln 1,'', l:ii!\111<1Jjlj 111111[ GLIAlcMALA, 4824,
111 ¡, • M(XICO ¡,¡ C 1-125 BUP, BUENOS AIRES. AfiGENTINA
,,,, www s'uloxxreditores com ar
salto de página, s. l. biblioteca nueva, s. l.
•llln•,lol ALMAGRO, 38,
,,,,¡,'MADRID 1 l'i\~J¡\ 2801 0, MADRID. ESPAÑA
,ll,,f,j•l'lllll• V0/I/IA bblrotecamrov<J c;s

editorial anthropos 1 nariño, s. l.


111 111

'' 1 1 UAACELONA 1 ',¡'/\N/\


lldl"'l" o•lri••ILJI •1111

(;ÚMEZ SÁNCHEZ, c.
l'rcud y su obra: génesis y constitución de la Teoría psicoanalítica- Madrid: Biblioteca
Nm·va, 2015
ÍNDICE
ISBN 978-84-16170-93-7
l. Psicología 2. Psicoanálisis 3. Freud:
IS9.') JM
INTRODUCCIÓN
IZJ: 2007'/4
1S<J.%4.26 JMAF 17

CAPÍTULO PRIMERo.-Los años de formación y el nacimiento


( :uhil'rta: DisegrafS. L.
l >ihujo dt' cubierta: Stella Wittenberg
del Psicoanálisis (18 56-1900) ............................................ .. 23
l. Las impresiones indelebles ................. ~ ........................ . 23
1.1. Una compleja trama familiar .............................. . 23
1.2. El judaísmo de los antepasados 25
3.' EDICIÓN, DICIEMBRE 2014
1.3. El paraíso perdido 27
1.4. Leopoldstadt: Viena en la segunda mitad del si-
glo XIX 28
''' Editorial Biblioteca Nueva, S. L., Madrid, 2.002., 2009, 2014 2. Estudios universitarios y primeros trabajos ................. .
Almagro, 38 31
2.1. La elección profesional 31
~xo 1 o Madrid (España) ;::-:~~::-:.-:::_~
www.bibliotecanueva.es
2.2. Formación positivista, interés humanista ........... .. 35
~~/'\'' 'v' '.~· '._,\U·.' ·~·/,· •.· ..,\,
\
t"dit<lrial@bibliotecanueva.es r¡,,/ ,. 2.3. Trabajos en el laboratorio de Brücke. El estudio
1(!) i·· ' Sobre la coca 37
ISBN: ')?H-84-16170-93-7 \-~ .¡ ~" ::~., ¿/ 2.4. Martha Bernays
39
~-~
l lt"pósito Legal: M-3 3.793-2014 2.5. El Hospital General de Viena y la clínica psiquiá-
trica de Meynert ................................................ .. 41
l mprt"so t'll L\vel Industria Gráfica, S. A. U.N.A.M. CAMPUS
IZTAC,-,LA 3. De la hipnosis a la asociación libre ............................. . 42
l mprt·so en España- Printed in Spain 3.1. Charcot 42
t.Q¡t"da prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, 3.2. El consultorio privado
45
di,stribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la au- 3.3. La colaboración con Breuer: el caso de Ana O. y
1mización de los titulares de propiedad intelectual. La infracción de los derechos men- el método catártico 47
' ion.1dos puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual ( arts. 2 70 y sigs., 3.4. Estudios sobre la histeria (1895)
( :údigo Penal). El Centro Español de Derechos Reprográflcos (www.cedro.org) vela por
49
3.4.1. Hacia la asociación libre 50
d rt'Sf't'CO de los citados derechos.

___t~-=-""--
H Índice Índice 9

Histeria hipnoide, histeria de retención e his-


3.4.2. 1.3. La elaboración onírica 96
teria de defensa 50 1.3.1. La condensación ...................................... .. 97
3.4.3. Defensa y mecanismos de defensa ............ . 51 1.3.2. El desplazamiento .................................... .. 98
3.4.4. Histeria de conversión: el caso de Elisabeth 1.3.3. El cuidado por la representabilidad .......... . 99
von R. 53 a) Con Wagner, en la ópera .......................... . 100
3.4.5. La teoría del trauma psíquico y la abreacción . 56 b) ¿Es el analista un chistoso? El señor Jardine-
3.4.6. La retroactividad de la causalidad psíquica: ro y su floreciente esposa ........................ .. 100
Catalina y Emma 59 e) El deslizamiento entre los significantes y la
3.4.7. La recepción de la obra y la ruptura con relación con el significado 102
Breuer 62 d) Las relaciones lógicas en el sueño ............ .. 102
3.5. Psicopatología y «psicología neurológica» .......... .. 65 e) Las flores de la muchacha: ¿ángel de la anun-
3.5.1. Psicosis y neurosis: algunas nociones naso- ciación o dama de las camelias? ................ . 103
gráficas 65 1.3.4. La elaboración secundaria: la fachada del
3.5.2. Proyecto de una psicología para neurólogos sueño 104
(1895) 69 1.3.5. La simbolización 106
4. El autoanálisis y el abandono de la teoría de la seduc- a) ¿Representa siempre un paraguas un pene?
ción 70 El sueño del elefante 106
4.1. Wilhelm Fliess 70 b) Los <<sueños típicos» 107
4.2. «Ya no creo en mis neuróticos ... » 75 1.3.6. Los afectos en el sueño 108
1.4. Ejemplo de análisis de un sueño: el tío José 108
4.3. Edipo 79
1.4.1. Circunstancias y texto del sueño .............. . 108
( :APÍTULO II.-Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) . 83 1.4.2. Primer nivel de análisis: una <<diestra calum-
nia» le permite a Freud verse nombrado pro-
l. La Interpretación de los Sueños (1900) 83
fesor 109
1. l. Estructura y significación de la obra 83
1.4.3. <<Era sólo una ambición infantil» .............. . 111
1.1.1. La <<escritura pictográfica» imposibilita una 1.4.4. Los reproches al padre
clave de los sueños. La interpretación de un 113
1.4.5. Los reproches a Fliess 113
sueño es inagotable 84 1.4.6. <<Porque era ambicioso, le maté>> .............. .. 114
1.1.2. El título y el lema de la obra 86 1.4.7. La incontinencia de Freud, la burla del pa-
1.1.3. Los sueños de Freud 87 dre y la escena originaria .......................... . 114
1.1.4. El sueño, paradigma de las <<formaciones del 1.4.8. La angustia de castración: el José bíblico y
inconsciente» 88 Fliess, el tuerto 115
1.1.5. El sueño es una realización de deseos ........ 89 1.5. Un modelo del psiquismo: la primera tópica ....... 117
1. .'. l.a articulación del sueño 90 1.5.1. Sentido de la tópica y de la metapsicología 117
1. L 1. Contenido manifiesto y contenido latente. 1.5.2. Perspectiva tópica 120
La deformación onírica. La censura .......... . 90 1.5.3. Perspectiva dinámica ..................... :.......... . 121
1.. 1 . .'.. Material y fuente de los sueños ................ . 92 1.5.4. Perspectiva económica .............................. . 122
1 •1 . \. Los sueños penosos y de angustia: el sueño 1.5.5. Proceso primario y proceso secundario. Ener-
es una realización disfrazada de deseos re- gías libre y ligada ...................................... . 124
primidos 93 1.5.6. Principio de placer y principio de realidad .. 126
1..1 ·1 Fn lo inconsciente no habita la verdad ...... 95 l. 5. 7. Caracteres del sistema les ........................ .. 129

'
)1

'
lO Índice Índice 11

1.5.8.
La represión ............................................... 130 d)
El objeto y su variabilidad: fijaciones y re-
a)
Represión y supresión . ........ .... .. ... .... ..... .. ... 130 gresiones .................................................... 165
b)
Afecto y representación. El representante re- 3.4.4. La teoría de la seducción generalizada y el
presentativo de la pulsión .... ..... ... ...... ... .. ... 131 objeto-fuente de la pulsión ... ..... ................ 166
e) Represión primaria y secundaria ................ 133 3.5. Fases de la evolución libidinal ............................. 168
d) Representaciones de cosas y representacio- 3.5.1. Lafaseoral ................................................ 169
nes de palabras ... . .... ...... ...... .. .... ..... .... ... . ... 13 5 3.5.2. La fase anal ................................................ 169
2. Otras formaciones transaccionales ... ..................... ....... 136 3.5.3. La fase fálica y el complejo de Edipo ........ 170
2.1. Los recuerdos encubridores (1899) ......................... 136 4. Los historiales clínicos .......................................... ....... 173
2.2. Los actos fallidos: Psicopatología de la vida coti- 4.1. Dora .................................................................... 174
diana (190 1) .. ...... ..... ... .. ..... ........ ...... ..... ... ..... .... .. 142 4.2. Juanito ................................................................. 178
2.2.1. El sentido de las equivocaciones ..... ........... 142 4.3. El hombre de las ratas ......................................... 182
2.2.2. El determinismo y la superstición ....... ...... 148 4.3.1. Génesis, estructura y síntomas de la neurosis
2.3. El chiste y su relación con lo inconsciente (1905) .... 149 obsesiva ..... ..... ...... ...... ...... ..... ..... ..... ........ .. 182
3. Tres ensayos para una teoría sexual (190 5) ... .... ..... ..... ... 15 1 4.3.2. El suplicio de las ratas y la deuda. El odio
3.1. El tema de la obra: la sexualidad no es un instinto . 152 inconsciente al padre ................................. 185
3.2. El hilo argumental ............................................... 153 4.4. El hombre de los lobos ........................................ 189
3.3. Las perversiones ................................................... 154 4.4.1. Serguei Pankejeff .................... .... ............... 190
3.4. La sexualidad infantil y la primera teoría de las pul- 4.4.2. El sueño de los lobos y la escena primitiva . 192
siones ................................................................... 156 4.4.3. La polémica con Adler y Jung ................... 193
3.4.1. Sexualidad y genitalidad. ¿Pansexualismo 4.4.4. La realidad y la fantasía: el fantasma y las
freudiano? .... ... ..... ... ..... ....... ...... .... .... .... ..... 156 fantasías originarias .. ...... ............................ 195
3.4.2. Primera teoría de las pulsiones .................. 158 4.4.5. La novelafomiliar del neurótico (1909) ...... 198
a) Entre lo anímico y lo somático. «La teoría 4.5. Schreber ............................................................... 199
de las pulsiones es nuestra mitología» ........ 158 4.5.1. «He triunfado donde el paranoico fracasa» 200
b) Pulsiones de autoconservación y pulsiones 4.5.2. El concepto de proyección ........................ 201
sexuales ..................................................... 159 5. El movimiento psicoanalítico ...................................... 205
e) Placer de órgano y placer de función. La li- 5.1. Los trabajos y los días .......................................... 205
bido ........................................................... 159 5.2. La Asociación Psicoanalítica Internacional: colabo-
d) El apuntalamiento de las pulsiones sexuales radores, amigos, disidentes ..... ...... ....................... 207
en las de conservación. Caracteres de la se-
xualidad infantil ... .. ... ...... .. .... ..... .... ... .. .... .. 161 CAPÍTULO 111.-Reformulación de la teoría de las pulsiones y
e) Evolución respecto al objeto libidinal: en- de la tópica (1914-1924) ..................................................... 215
contrar el objeto es reencontrarlo .............. 162 l. Introducción al narcisismo (1914) ....... .............. .......... .. 215
3.4.3. Elementos definitorios de la pulsión ......... 163 1.1. Narcisismo primario y secundario. Libido del yo
a) La fuerza: la pulsión es siempre activa ....... 163 y libido objeta! ............................................. ....... 215
b) La fuente: zonas erógenas, pulsiones parciales, 1.2. Vías de acceso al narcisismo y tipos de elección de
organizaciones libidinales ...... ...... ... .... ..... .. 163 objeto .................................................................. 218
e) La meta: Inhibiciones y desviación del fin, 1.3. La génesis de las instancias ideales: sublimación e
sublimación y formación reactiva .... ..... ... .. 164 idealización . .... ...... ..... ...... ...... ...... .... ..... ...... ...... ... 221
12 Índice
~
Índice 13
2. La identificación: Duelo y melancolía (1915) .............. . 224
3. Segunda Teoría de las Pulsiones: Mds allá del Principio 4.2. Fetichismo (1927). Escisión del yo en el proceso de
del Placer (1920) ·····································¡·················· 227 defensa (1938) ...................................................... 269
3.1. La compulsión a repetir ..................................... .. 227 5. La técnica psicoanalítica ............................................. 272
3.2. Eros y Tánatos: ¿carácter inercial de las pulsiones? 229 5.1. Asociación libre y resistencia. Beneficio primario
3.3. Entre la clínica y la especulación 233 y secundario .............. .................. ................ ........ 273
4. La segunda tópica: El Yo y el Ello (1923) 235 5.2. Transferencia y contratransferencia. La atención
4.1. Razones y carácter de la segunda tópica ............. . 235 flotante ........... ..... ... ........................ ..... ................ 275
4.2. Las instancias ...................................................... . 237 5.3. Repetir, recordar, elaborar .................................... 278
4.2.1. El ello 237 5.4. Interpretación y construcción: algunos problemas
4.2.2. El yo 238 epistemológicos .................................................... 279
4.2.3. El super yo 240
4.3. Complejidad del Edipo 242 Capítulo V.-La crítica de la cultura ... ..... .. ..... .......... .... .......... 287
4.4. El sentimiento de culpabilidad ........................... . 244 l. «Psicoanálisis aplicado» ... ........... ..................... ............. 287
4.4.1. El carácter punitivo y contradictorio del su- 2. La crítica de la religión ..... ...... ............. ... ..... ................ 289
peryó ........................................................ . 244 2.1. Los actos obsesivos y las prdcticas religiosas (1907) .. 290
4.4.2. La disolución del complejo de Edipo (1924) y 2.2. La génesis de la religión ...... ............... ..... ............. 291
la angustia de castración ........................... . 245 2.2.1. Tótem y tabú (1913) .................................. 291
4.4.3. Asociación y disociación de pulsiones ...... . 246 a) El tabú y la ambivalencia afectiva .............. 291
4.4.4. Sadismo del superyó, masoquismo del yo: El b) El drama originario ................................... 292
problema económico del masoquismo (1924) . 248 e) Contexto y evaluación ............................... 294
4.5. Las servidumbres del yo ..................................... . 250 2.2.2. Moisés y el monoteísmo (1939) .................... 298
2.3. La explicación funcional: la religión en el conjunto
de la cultura .... ..... .... ..... ....... ...... .... ...... .... ......... .. 30 1
CAPÍTULO !V.-Revisiones y recapitulaciones (1924-1939) ..... . 253 2.3.1. El porvenir de una ilusión (1927) ............... 301
l. Los últimos escritos de Freud ..................................... . 253 2.3.2. El sentimiento oceánico ............................ 304
2. La sexualidad femenina .............................................. . 255 2.4. Balance de la crítica ............................................. 306
2.1. Edipo y castración: la envidia del pene ............... . 255 3. Los atolladeros de la cultura ........................................ 309
2.2. La vinculación preedípica a la madre y la menor 3.1. La moral sexual 'cultural'y la nerviosidad moderna
severidad del superyó ......................................... .. 257 (1908) ································································· 309
2.3. Masculinidad y feminidad .................................. . 259 3.2. Penélope y Circe: Sobre una degradación general de
3. La angustia: Inhibición, síntoma y angustia (1925). Lo la vida erótica (1912) ........................................... 311
siniestro ( 1919) ........................................................... . 261 3.3. Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la
3.1. Primera teoría: la angustia deriva de la libido in- muerte (1915) ...................................................... 313
utilizada por represión 261 3.4. El líder y las masas: Psicología de las masas y and-
3.2. Segunda teoría: la angustia no e¡ causada por la re- lisis del yo (1921) .. ..... ...... ..... .. ...... ... ..... .... ......... .. 316
presión, sino que la provoca ............................... . 263 3.5. El malestar en la cultura (1930) ........................... 318
4. Repudio, represión, renegación 266 3.5.1. Circunstancia y estructura de la obra ........ 318
4.1. La pérdida de la realidad en la neurosis y en la psi- 3.5.2. La felicidad inalcanzable ............................ 319
cosis (1924) 266 3.5.3. Dominio de la naturaleza y relaciones socia-
les ............................................................ 321

.
~~"l-_,~-~::-----·- -- ,___________ :.~~-~-~~-~---··-~=«'--"-'=-"-~""'-'"~ -
··-~~---~.,_.- ~' ·---·- __ t~..:..-....
JI¡ Índice

3.5.4. El control social de la agresividad .............. 321


3.5.5. Tragedia y cultura ..!................................... 324
4. La Ilustración cuestionada ........................................... 325
4.1. La crítica a la filosofía de la conciencia: el sujeto
escindido ............................................................. 326
4.2. Psicoanálisis y Ética ............................................. 328
4.2.1. Ambigüedad de los ideales ........................ 328
4.2.2. Libertad y determinismo: ¿somos responsa-
bles del contenido de nuestros sueños? .. .... 330
4.2.3. Génesis de la moral y justificación ética .... 333
4.2.4. Ética, deseo y culpa ................................... 335 A mi hijo Daniel
4.3. ¿Qué podemos esperar? ....................................... 340

EPÍLOGO EN EL EXILIO ............................. ................................. 349

CRONOLOGÍA .............................................................••.......•..••. 353

GLOSARIO ALEMÁN-ESPAÑOL .•.....•...•......................................... 363


Gr.OSARIO ESPAÑOL-ALEMÁN .. ............................................... .... 367

ÜBRAS DE fREUD CITADAS EN EL TEXTO ................................... 371

NOTA BIBLIOGRÁFICA ...............................•..•••...•..••................... 375

..,._,.......__ ..._~-..-=~---------~~~"~-~---~-<-
---"-'~· - . ----·~ _r__.:..:\__ ~-:- -·" "'~~
Introducción

En diversos lugares de su obra, Freud dejó dicho que el psi-


coanálisis se puede considerar en una triple perspectiva: como un
método terapéutico, como una teoría de la vida psíquica y como
un método de estudio de aplicación general, susceptible enton-
ces de consagrarse al análisis de las más variadas producciones
culturales. Este libro trata de dar cuenta de esos tres puntos de
vista, aunque no a todos les concede un tratamiento similar. Los
aspectos terapéuticos son considerados, fundamentalmente, al
hilo de la génesis de la teoría del psiquismo, que es en la que ante
todo me he centrado, si bien unos y otra se encuentran tan inte-
rrelacionados que no cabe desgajarlos y sólo analíticamente se
pueden diferenciar. Uno de los últimos apartados del estudio re-
coge, en todo caso, las observaciones realizadas a lo largo del
mismo respecto a la técnica analítica y a ciertas cuestiones epis..:
temológicas, y las plantea sintéticamente.
La exposición combina los criterios cronológico y sistemático,
queriendo dar cuenta a la vez de un orden conceptual y de su di-
namismo interno, señalando las rupturas y las continuidades que
en la obra de Freud se producen. Se puede discutir cuáles son las
fechas más adecuadas de inflexión, pero, sin restar validez a otras
opciones, difícilmente se negará la relevancia de la aquí elegida:
1900 (La interpretación de los sueños), 1914 (Introducción al nar-
cisismo), 1924 (La disolución del complejo de Edipo y El problema
económico del masoquismo como artículos complementarios a El
yo y el ello, del año anterior). Como toda periodización tiene la

___ :__'~·~-...... ~~--~~-- ••~_,.~~.'l<.."--="-----.::. __ _,_ ___ ~- ~ . ., __ . ~~- __r .._:~·~-- ~-,
18 Freud y su obra Introducción 19

ventaja de subrayar ciertas quiebras, pero también algo de artifi- paso el desarrollo de cada uno de los mismos -para eso está la
cial, si es que no de arbitrario. Sin someter al lector a un conti- obra de Freud-, sino de indicar los problemas que en ellos se
nuo vaivén, no le he ahorrado la posibilidad de que él mismo discuten y orientar al lector, para que no los pase desapercibidos
pueda establecer por su cuenta las anticipaciones y recuperacio- y pueda relacionarlos con otras cuestiones.
nes de muchas formulaciones y conceptos, que, en Freud, aun- Pero, tanto como me ha sido posible, he huido de la falta de
que se desechen, casi nunca son del todo erradicados, sino recu- claridad. Pues, aunque, en ocasiones, no se puede evitar la difi-
perados a un nuevo nivel, y así trato de apuntarlo a propósito de cultad por el tema acarreada, estoy convencido, con Kolakowski,
las teorías del trauma, de la abreacción, de la seducción, de la an- de que quien no sabe expresar algo es que no lo sabe y de que
gustia ... para posibilitar lo que pudiera denominarse una lectura quien lo expresa oscuramente tiene pensamientos enmarañados.
dialéctica, si es que ahora que el término ha dejado de estar en la Adorno le reprochó una vez a Heidegger haber levantado en torno
cresta de la ola puede emplearse con un cierto rigor. La propia suyo el tabú de que «entender es falsean>. Desde luego, el propio
retroactividad de la causalidad psíquica, la Nachtraglichkeit, in- Adorno ejerció ahí una lucidez que cabría denominar proyectiva,
cita a ese tipo de lectura, que trata de dar cuenta de una teoría pues muy bien pudiera haberse aplicado el reproche a sí mismo.
viva, con sus contradicciones, sus progresos y sus puntos oscuros, Y, por lo que a la Teoría Psicoanalítica se refiere, ya sabemos que
y no de un cuerpo momificado de conceptos. a algunos de sus representantes -en ciertos casos ilustres y en mu-
La crítica de la cultura es considerada en un capítulo aparte, chos otros sin ilustrar- se les podría aplicar aquello que Freud
el último. No por ello he dejado de señalar los puentes entre la -siempre amante de la luz, por sombríos que fueran los laberin-
teoría del psiquismo y esos análisis, que, en Freud, nunca son tos transitados- ya dijera de las formulaciones de Jung: «Son tan
mero adorno o complemento, sino que actúan desde el principio oscuras, opacas y confusas, que no es fácil adoptar una actitud
en la forja de los conceptos psicoanalíticos. Institución intrapsí- ante ellas, y por cualquier lado que se las tome hay que esperar
quica e institución social se doblan mutuamente, y sólo la ven- siempre el reproche de haberlas entendido mal, sin que se pueda
taja de una consideración transversal y de continuidad temática saber cómo llegar a su exacta comprensión)). Consideraciones ya
me ha llevado a diferenciarlas. La mayor parte de las cuestiones casi seculares, pero todavía de actualidad.
en ese capítulo abordadas las traté con más detenimiento en Y es que, aunque muchas cuestiones son efectivamente com-
Freud, crítico de la Ilustración (Barcelona, 1998). Lo aquí dicho plejas -y el peor favor que en esos casos puede hacerse es tri-
creo, sin embargo, que se sustenta por sí mismo, si bien gran vializarlas-, la tarea de la ciencia y de la teoría es encontrar, en
parte de los problemas filosóficos y culturales planteados sólo se la medida de lo posible, hilos de sencillez que las expliquen y ver-
enuncian en algunas de sus principales articulaciones, sin poder tebren. Lo contrario de lo complejo no es lo sencillo, sino lo sim-
descender a un estudio de detalle que rebasaría con mucho los lí- ple. Por eso, complejidad y sencillez pueden coincidir, por más
mites de esta obra. que siempre suponga un esfuerzo tratar de aunarlas. En cambio,
Pese a la belleza de su prosa, la de Freud es compleja, empe- el tratamiento simplista de tales cuestiones -el más abrumado-
zando por la terminología, tomada en muchos casos del vocabu- ramente estéril de los cuales suele venir de la mano de la afecta-
lario común -al que proporciona sentidos y giros técnicos- o ción- es el que acaba siempre, no por aclararlas, sino por ha-
alimentada de categorías nosográficas a veces ya en desuso, des- cerlas, además de complejas, complicadas.
plazamientos semánticos y préstamos terminológicos que he pro- A la triple perspectiva, advertida al comienzo de esta intro-
curado indicar, para poder orientarnos mejor en los problemas. ducción, se agrega un segundo trío de intereses, al que he pre-
Otro tanto ocurre con la sistematización metapsicológica, cuya tendido responder. El psicoanálisis no es sólo la obra de Freud,
estructura y problemas fundamentales he querido plantear, sin sino también el movimiento psicoanalítico, y de sus primeros
dejar de señalar ciertos aspectos no resueltos o contradictorios y avatares, ante todo, he tratado asimismo de dar cuenta en estas
sin poder evitar la densidad de esos tramos del recorrido. En otros páginas. En ellas se podrán percibir, en uno u otro momento, las
casos, como en los «Historiales)), no se trataba de seguir paso a influencias o los acentos de algunas corrientes posteriores, pero,
20 Freud y su obra Introducción 21

excepto en algunos casos, explícitamente indicados, en la obra carla, por reflexivamente que ello sea-, sino posibilitar un fu-
sólo se apuntan, pues ya el seguir con un cierto detenimiento la turo que no sea mera repetición, más o menos encubierta, de lo
de Freud plantea exigencias que no podíamos recargar con la ela- anterior. Así, la recuperación de ciertas tramas ocultas del pasado
boración de una historia del psicoanálisis, la cual requeriría otro no intenta relatar lo que sucedió, sino que tiende a que el pasado
volumen independiente. no se convierta en destino.
El valor de una obra científica o teórica no se explica por el
contexto histórico o biográfico en el que se genera, pero éste * * *
ayuda a comprenderla mejor y ésos son los dos últimos referen-
tes que he tenido en cuenta en la elaboración de este libro. So- Este libro ha sido «ensayado» a lo largo de diversos cursos en
bre todo, el segundo de ellos, pues el descubrimiento del in- la Universidad Nacional de Educación a Distancia, bien a través
consciente se encuentra íntimamente ligado a la experiencia de los de Formación del Profesorado, bien a través de los inser-
personal de Freud. Aunque aquí nos interesan ante todo los as- tos en el Programa de Doctorado en Teoría Psicoanalítica, reali-
pectos teóricos de su producción, he querido atender asimismo zado por la UNED junto a las universidades Autónoma, Comi-
a la circunstancia en la que fraguan, muy particularmente en lo llas y Complutense de Madrid. Algunos de sus aspectos han sido
que se refiere a los años iniciales, en los que biografía y obra se discutidos asimismo con los alumnos del Máster en Teoría Psi-
entrelazan de manera peculiar. Si Freud dijo que su vida sólo te- coanalítica (dirigido actualmente por Eduardo Chamarra y Eu-
nía interés en relación con el psicoanálisis, no es menos cierto genio Fernández) y con los del Máster en Psicoterapia (dirigido
que el origen del psicoanálisis no puede entenderse adecuada- por Gerardo Gutiérrez). La amable invitación de diversas insti-
mente sin tomarnos interés por su vida, a la que su propia obra tuciones psicoanalíticas, para discutir las tesis de mi anterior
no cesa de remitir. Al menos hasta 1905, pues, después de Una Freud,crítico de la Ilustración, me ha dado asimismo la oportuni-
teoría sexual, en sus estudios, a diferencia de lo que ocurre en el dad de incorporar a!gunas de las reflexiones allí planteadas. Agra-
período anterior, Freud apenas dice nada sobre sí mismo. dezco a Alejandro Avila (del Instituto de Formación en Psicote-
Esto no quiere decir que trate de reducir la lógica interna de rapia Psicoanalítica Quipú), a Gustavo Pis (de Acippia) y a
la teoría, sus logros, sus problemas, sus posibilidades, rastreando Graciela Sobral (de la Escuela Europea de Psicoanálisis) los en-
en factores biográficos que presuntamente la explicarían. Los que cuentros en esos marcos mantenidos. En la Asociación Psicoana-
quisiéramos encontrar como motores desencadenantes de la lítica de Madrid he podido debatir acerca de cuestiones de epis-
misma, sólo pueden verse así a posteriori, otorgando a la trayec- temología psicoanalítica, invitado por Francisco Granados,
toria vital e intelectual una unidad y un sentido que sobre la mar- miembro de la misma, con Rafael Cruz Rache, Nicolás Espiro y
cha no tuvo. Por lo demás, lo que nos importa, desde este punto Cecilia Paniagua. José Gutiérrez Terrazas, profesor en la Univer-
de vista, no es seguir, paso a paso, los detalles de la vida de Freud, sidad Autónoma de Madrid, me animó asimismo a hablar en la
sino poner al descubierto las inflexiones, los significados que el Asociación, a la cual pertenece, acerca de «Ética y Psicoanálisis».
propio Freud les otorgó en el camino, inédito y sorprendente Agradezco las observaciones, entre otros, de Enriqueta Moreno,
para él mismo, que habría de llevarle al descubrimiento del in- Isabel Moreno, Marisa Muñoz, José Rallo, Jaime Szpilka y Ma-
consciente. Al psicoanálisis no le interesa restituir el pasado como nuela Utrilla, su actual presidenta. Y al Centro Psicoanalítico de
puede intentarlo quien escribe unas memorias, sino sacar a flote Valencia, adscrito a la APM, los gratos encuentros allí manteni-
ciertas relaciones ocultas que ligan a los individuos ciegamente a dos, entre otros, con Antonio Felis, Pedro Guillén, José Antonio
él, para poder superarlas en el mismo acto que las recuperan y Lorén, director del mismo, Inmaculada Montés y Eduardo
conservan, lo que recuerda mucho el concepto hegeliano de Orozco.
Aujhebung. Pero, a diferencia de la filosofía hegeliana, la tarea del En el Departamento de Filosofía Moral y Política de la
psicoanálisis no es notarial: su propósito no es consignar, levan- UNED, los ya largos años de relación no han hecho sino poten-
tar acta o dar cuenta de lo acontecido -mucho menos justifi- ciar el trabajo intelectual y los lazos de cordialidad establecidos.
22 Freud y su obra

Algunos aspectos de este libro han sido particularmente discuti-


dos o participados con Manuel Fraijó, su actual director, Anto-
nio García-Santesmases y Javier Muguerza.
Con José María González, director del Instituto de Filosofía
del CSIC, y Carlos Thiebaut, de la Universidad Carlos III de Ma-
drid, he podido compartir, en diversas ocasiones y por diversos
motivos, reuniones y debates que me gusta recordar. Otro tanto
tengo que decir de Victoria Camps, Adela Cortina, José Antonio
Gimbernat, José Gómez Caffarena, Pablo Ródenas, Fernando Sa-
vater y Amelia Valcárcel.
Con Cecilia Belmonte, María José Sandoval e Isabel Tejerina
me unen ya tantos lazos y tantos años de amistad, que me resulta
realmente placentero poderles agradecer su alegría, compartida CAPÍTULO PRIMERO
en días hermosos, y su solidaridad en todo tiempo.
Los años de formación y el nacimiento
La Iglesuela, valle del Tiétar, del Psicoanálisis (1856-1900)
septiembre de 2001
l. Las impresiones indelebles

1.1. Una compleja trama familiar

Sigmund Freud nació el6 de mayo de 1856 en Freiberg, Mo-


ravia (hoy Príbor, en la actual República Checa). Su padre, Jacob
Freud, era un comerciante en lanas, con bastantes apuros econó-
micos y una numerosa familia. A los dos hijos, Emanuel y Phi-
lipp, de un matrimonio anterior, se sumarán los ocho que tuvo
con Amalia Nathansohn, la madre de Freud, una mujer cariñosa
y enérgica, veinte años más joven que su marido, entonces de
cuarenta. Dado que el índice medio de vida era bastante más bajo
que el actual, no era extraño que un hombre o una mujer con-
trajeran nupcias varias veces; y como el capitalismo, y su necesi-
dad de movilidad de la población activa, estaba apenas desarro-
llado, no eran infrecuentes las familias extensas, en las que
convivían, en la misma casa o muy próximos, miembros de va-
rias generaciones. Pero la trama familiar de Sigismund Freud (el
nombre abreviado de Sigmund lo adoptó a partir de los veintiún
años) era quizá un poco más complicada de lo habitual.
Cuando él nació, su hermanastro Emanuel, mayor que su ma-
dre, ya estaba casado y tenía dos hijos, uno de los cuales, John,
24 Freud y su obra I. Los años de formación y el nacimiento del Psicoanálisis 25

sería el primer compañero de juegos, amado y, a la vez, gran ri-


val de Sigismund, tío suyo a pesar de ser un año menor. Esa am- 1.2. El judaísmo de los antepasados
bivalencia marcó, según el Freud maduro, un modelo de relación,
determinando «no sólo la faz neurótica de todas mis amistades, Los padres de Freud eran judíos. Aun cuando habían aban-
sino también su intensidad» (1950a, III, 3581) 1• donado la mayor parte de las observancias religiosas, conserva-
En cuanto a Philipp era tan sólo algo menor que Amalia y no ban la creencia en la divinidad y el amor por la lectura de la Bi-
es de extrañar que Freud los emparejara, mientras otorgaba a su blia, a la que el pequeño Sigismund se aficionó también desde
propio padre el papel de bondadoso abuelo, aunque, en esas con- temprano, casi a la vez que aprendió a leer. Ese interés acompa-
diciones, era difícil de entender que fuera Jacob y no Philipp el ñará a Freud hasta el final de sus días y se desarrollará en un sen-
que compartiera el lecho con Amalia. Este agrupamiento por ge- tido histórico y ético, mas no religioso. La influencia de la niñera
neraciones, pese a sus puntos oscuros, le permitía por lo demás católica, que le cuidó hasta los tres años y le aterrorizaba con los
a Sigismund, orgulloso primogénito de su madre, disociar en dos tormentos del infierno, parece haber acentuado su posterior re-
personas diferentes sus afectos de amor y de odio, respectiva- pugnancia hacia los ritos y el culto de la iglesia romana. A pesar
mente dirigidos hacia Jacob y Philipp; y así, aunque el padre re- de ello y del carácter tajante de Nannie, se ganó la ternura del
presentara a fin de cuentas la autoridad y la frustración, al otor- niño, el cual sufrió intensamente cuando fue despedida a causa
garle un lugar más borroso, le negaba el papel de rival por el de un pequeño robo, denunciado por Philipp. Freud creció en
cariño de su madre y de indeseado causante de nuevos niños in- ausencia de práctica religiosa alguna y desde muy joven hasta su
deseables, lo que dejaba fluir, sin excesivo coste psíquico, los afec- muerte mantuvo un ateísmo combativo, que encontraba en la re-
tos positivos. Tanto más doloroso habría de ser, cuarenta años ligión el mayor enemigo de la racionalidad.
más tarde, admitir la ambivalencia emocional que, respecto a él, Esa incredulidad religiosa no le impidió desarrollar un ju-
pronto había experimentado. Ambivalencia de la que no habría daísmo, desacralizado pero profundo, pese a sus esfuerzos por la asi-
de estar exenta tampoco la relación con su madre, aunque esos milación. La situación de inferioridad a la que los judíos se ve-
lazos inconscientes siempre fueron menos patentes para Freud, ían condenados no le llevó a ocultar sus orígenes, sino a fortalecer
que prefirió mantenerlos a distancia. su sentimiento de independencia frente a un entorno hostil y a
un cierto deseo de revancha por las afrentas sufridas. En La in-
terpretación de los sueños (1900, I, 466) cuenta lo doloroso que le
resultó un episodio relatado por su padre durante un paseo,
cuando él tenía diez o doce años: queriendo indicarle que los
nuevos tiempos eran mejores para los judíos que los que a él le
1 había tocado vivir, le comentó que, siendo joven, salió un sábado
Todas las citas de Freud siguen la edición de sus Obras completas, trad. de
Luis López-Ballesteros, Madrid, Biblioteca Nueva, 3.a ed., 1973, 3 vols., en las a la calle, bien vestido y con un gorro de piel nuevo. Pero se tro-
que no introduciremos sino pequeñas correcciones (referentes a erratas, por pezó con un cristiano que le quitó el gorro de un golpe, arro-
ejemplo) y la sustitución sistemática del término «instinto>> por el de <<pulsión>>, jándolo al fango, mientras le gritaba: «¡Judío, bájate de la acera!»
cada vez que en el original alemán figure Trieb en lugar de Instinkt, por las ra- «¿Qué hiciste tú?», le preguntó Sigismund ansioso. Y para su de-
zones que más tarde se alegarán. En las citas, indicamos en primer lugar el año
de edición y, a continuación, el volumen (en números romanos) y la página.
cepción, el padre respondió resignado: «Recoger mi gorro». Po-
Para la correspondencia, excepto en el caso de las cartas a W. Fliess, editadas demos imaginar la tardía pero intensa compensación que Freud
en su mayoría en el vol. 3 de OC, y en algún otro expresamente señalado, se- debió experimentar cuando, con cuarenta y cinco años, según
guiremos la edición de Nicolás Caparrós, Sigmund Freud, Correspondencia, nos cuenta su hijo Martin, le defendió a él y a otro de sus hijos,
6 vols., Madrid, Biblioteca Nueva y Quipú Grupo de Psicoterapia, 1997 y sigs., Oliver, de una pandilla de unos diez hombres y unas cuantas mu-
que aparecerá como C, seguida del vol. en romanos y de la página en arábigos.
Para otras ediciones de la obra de Freud se puede consultar el comentario bi- jeres que les asediaban con ofensas antisemitas y contra los que
bliográfico final. Freud cargó blandiendo su bastón.
26 Freud y su obra I. Los años de formación y el nacimiento del Psicoanálisis 27

Pero quizá, más que de coraje físico, Freud iba a dar abun-
dantes pruebas a lo largo de su vida de un enorme coraje moral 1.3. El paraíso perdido
-en ocasiones, difícil de distinguir de la terquedad-, que él li-
gaba con sus antepasados judíos. Así se lo hizo notar un día Jo- Con tantos conflictos, podría pensarse que la infancia de
seph Breuer, el coautor de los Estudios sobre la histeria, según le Freud hubiera sido desgraciada. Todo parece indicar, sin necesi-
cuenta a su novia, Martha Bernays: dad de tener que suavizar aquéllos, que más bien fue lo contra-
rio y quizá esa dicha infantil-posteriormente idealizada, como
¿Sabes lo que me dijo Breuer una noche? Yo estaba tan es costumbre, pero no por ello menos cierta- posibilitó la forja
emocionado que le revelé el secreto de nuestro compromiso. de su tenacidad y sus posteriores triunfos sobre un mundo ad-
Me dijo que se había dado cuenta de que, tras mi fachada de verso. Para empezar por lo fundamental, Freud, el primogénito
timidez, se ocultaba una persona increiblemente valerosa y au- de Amalia, fue también su preferido. De ahí extrajo él, como re-
daz. Yo siempre lo había creído así, pero nunca me atrevía a conoció varias veces, una confianza y un optimismo que a otros
confesárselo a nadie. Sentía con frecuencia como si hubiera he- les parecen infundados o heroicos; un sentimiento de triunfo
redado todo el arrojo y toda la pasión con que nuestros ante-
que, en realidad, casi nunca deja de atraerlo (1900, I, 589). Pero
pasados defendieron su templo, como si pudiera sacrificar ale-
gremente mi vida por un gran momento (2-11-86; C, 1, 436). también su padre, de carácter agradable, bondadoso y abierto al
placer, estaba firmemente persuadido de los dones de su hijo. Las
Al dolor provocado por el antisemitismo, se añadirían pronto anécdotas por las que algún vecino o algún vagabundo del Pra-
las preocupaciones por la pobreza de la familia, que, pese al op- ter habían profetizado que el pequeño Sigismund llegaría a ser
timismo inveterado del padre, nunca salió de ella, aunque con el un gran hombre se contaban en el hogar de los Freud una y otra
tiempo logró un cierto acomodo. No es de extrañar que, en esas vez. Y ese amor familiar se fundía con la belleza de una natura-
circunstancias, y ya que no elegía el autodesprecio, Freud desa- leza por la que Freud siempre sintió nostalgia.
rrollara sentimientos de ambición, no tanto económica -una fa- Hacia 1850, Freiberg era un pueblo de poco más de 4500 ha-
milia burguesa de clase media fue el sueño que alimentó con bitantes -de los cuales, unos 130 eran judíos-, rodeado de
Martha durante mucho tiempo- cuanto de gloria, o, al menos, magníficos bosques, grandes extensiones de cultivos, suaves coli-
de reconocimiento. Este afán prevaleció, probablemente bastan- nas, y, al fondo, el azul de los montes Cárpatos. En varias oca-
tes años, sobre el objeto a perseguir. Aunque finalmente alcanzó siones, Freud evocó con añoranza ese paraíso perdido, al que se
el reconocimiento en el orden intelectual, a él no le hubiera im- vinculaba también su deseo inconsciente y al que, por tanto, es-
portado al principio lograrlo en el de la acción. Los héroes de su taba prohibido volver literalmente, sin que eso impidiera recrearlo
primera adolescencia eran hombres audaces, advenedizos que se y obtener de él intensos impulsos. En 1931, cuando el alcalde de
habían hecho a sí mismos, como Bonaparte o Masséna, liberta- Príbor descubrió una placa en su casa natal, Freud, de setenta y
dores de los judíos como Cromwell -en cuyo honor llamó Oli- cinco años, en una carta de agradecimiento, comentó: «Hundido
ver a uno de sus hijos-, semitas como Aníbal, que llegó a po- muy en lo profundo, sobrevive todavía en mí el niño feliz de Frei-
ner en serios apuros a Roma, con su magnífica travesía por los berg, el hijo primogénito de una madre joven, que recibió las pri-
Alpes, y que para Freud siempre representó la tenacidad del ju- meras impresiones indelebles de ese aire, de ese suelo» (1931 a,
daísmo frente a la burocracia eclesiástica. III, 3232).
Ese aire y ese suelo que, en busca de mejor frutuna, los Freud
iban a abandonar, cuando Sigismund tenía tres años, trasladán-
dose primero a Leipzig y un año después a Viena. Es en el viaje
nocturno en ferrocarril de Leipzig a Viena donde Freud podrá
· simbolizar el despertar de la inclinación libidinal ad matrem, a la
que pudo contemplar nudam. Pero el pudor que su impulso le
28 Freud y su obra l. Los años de formación y el nacimiento del Psicoanálisis 29

despertaba se manifiesta en el hecho de que todavía en 1897 como sugirió su hijo Martín, sus reiterados reproches a la ciudad
-cuando se estaba convirtiendo en el explorador más intrépido fueran también la contrapartida de un amor encubierto. Si no,
de la sexualidad- accede al recuerdo y al deseo concomitante a no se comprende su negativa a abandonarla, cuando contaba con
través de una neutralizadora expresión latina (1950a, III, 3581). excelentes relaciones en el extranjero, tenía un buen inglés y ha-
bía sido reiteradamente invitado a instalarse en otro lugar. Pero
Freud resistió en Viena y «no desertÓ», incluso cuando la ame-
1.4. Leopoldstadt: Viena en la segunda mitad del siglo XIX naza nazi hacía a todas luces desaconsejable la permanencia en
Austria, de la que sólo salió, ya en junio de 1938, para instalarse
El cambio de la libertad de la vida en el campo por la aspe- en Londres, donde se le acogió con calidez y entusiasmo, y mo-
reza urbana fue recordado por Freud como un acontecimiento rir allí. Y es que, por mucho que Freud amara los bosques de su
desolador, que le provocó, desde el traslado a Leipzig, una intensa infancia, no era evidentemente un rústico al que el destino había
fobia a los viajes en tren, sólo paliada en el curso de los años y colocado en una ciudad opresora. Su gusto por la naturaleza se
de su análisis. La mudanza les proporcionó un pequeño alivio, al combinaba con una enorme atracción por la civilización urbana,
que colaboraban Emanuel y Philipp desde Manchester, adonde de la que dan testimonio sus complejas relaciones afectivas con
se habían trasladado con su familia. Sólo gradualmente la situa- las grandes ciudades europeas que conoció.
ción mejoró algo y los Freud pudieron permitirse el cambio a una En la casa de Leopoldstadt, y pese a las estrecheces en las que
casa algo más desahogada y la ayuda de un cierto servicio. se veía obligada a desenvolverse la familia, Sigismund siguió go-
Leopoldstadt, el barrio judío de Viena, albergaba aproxima- zando de su condición de favorito. Era el único que disponía de
damente la mitad de los 15000 judíos que vivían en la capital ha- una habitación para él solo, un cuarto largo con una ventana a
cia 1860, procedentes en buena parte de Europa oriental. No to- la calle, que iría atestándose de libros, el único lujo que el Freud
dos eran pobres, pues había familias acomodadas que preferían adolescente se iba a poder permitir, y donde a menudo incluso
vivir entre los suyos, aunque fuesen de baja condición social. comería a solas, para no perder tiempo de lectura. Entró en el
Freud nunca se encontró a gusto en la ciudad, respecto a la que Gymnasium a los nueve años, con uno de adelanto sobre sus com-
mantendría durante toda la vida una actitud ambivalente. Hasta pañeros, y de su infancia y adolescencia estudiosas da idea el he-
el final de sus días conservó el placer de los paseos por el campo, cho de que se mantuvo el primero de la clase durante los ocho
de excursiones preparadas minuciosamente durante muchas ve- que allí permaneció. Atento con sus hermanos, con los que a ve-
ladas, en las que se anticipaban los goces de las vacaciones a la ces actuaba de censor, los intereses de Sigismund prevalecían, en
montaña o a Italia y el Mediterráneo, por los que sentiría tam- caso de conflicto, sobre los de los demás, sin ningún género de
bién enorme atracción. Freud no veía en Viena la dulce ciudad duda. Y esa situación alimentaba su sentimiento de ser excepcio-
del Danubio azul, los valses y la ópera (a la que apenas asistiría, nal, mientras sus familiares veían en la aplicación del escolar el
pues, pese a su intensa atracción por las artes, no era la música anticipo de una gloriosa carrera.
su preferida), sino el ambiente encorsetado de gentes encerradas Esos sueños no carecían de fundamento, y no sólo por el ta-
en sus prejuicios, al que opuso las bondades de la cultura inglesa. lento mostrado por Freud, sino porque, pese a la postergación de
La ciudad, por su parte, nunca llegó a portarse bien con él: en su los judíos, las modificaciones legales y sociales producidas en los
Universidad logró ser profesor, pero nunca catedrático; los me- últimos tiempos permitían abrigar a los jóvenes inteligentes y tra-
dios científicos vieneses fueron particularmente hostiles a sus teo- bajadores la esperanza de alcanzar un buen puesto. Aunque las
rías, sin otorgarle jamás ningún tipo de reconocimiento oficial, revoluciones expandidas por Europa en 1848 no acabaron con el
aun cuando su fama había alcanzado ya dimensiones internacio- Imperio multinacional de los Habsburgo, forzaron reformas li-
nales, y, probablemente, esa oposición jugó un papel en el hecho berales que, a través de un constitucionalismo limitado, intenta-
de que no consiguiera el premio Nobel, reclamado por impor- ban contener la presión de los diversos grupos sociales y étnicos.
tantes personalidades de otros países. Con todo, es posible que, A fines de la década de los 60, el «Ministerio burgués» puso el
30 Freud y su obra l. Los años de formación y el nacimiento del Psicoanálisis 31

gobierno en manos de políticos de clase media, que transfirieron gante, que se considera elegido de Dios, pero asesinó a Cristo, se
la educación a autoridades seculares, alentaron reformas huma- pasa a las del cosmopolita corrosivo y el especulador sin escrú-
nitarias e impulsaron los transportes, el comercio, la banca y la pulos. Al entrar en la Universidad, Freud iba a tener ocasión de
industria, de manera que, aunque con retraso, la revolución in- comprobarlo.
dustrial alcanzó a la que se denominó monarquía austro-húngara,
a partir del Ausgleich de 1867. También los judíos vieron mejo-
rar su condición, con la legalización de sus servicios religiosos y 2. Estudios universitarios y primeros trabajos
la igualdad legal con los cristianos para ejercer cualquier profe-
sión y ocupar cargos públicos. Como muchas otras capitales 2.1. La elección profesional
europeas de la época, Viena se desarrolló de manera espectacular
y, poco a poco, la Ringstrasse, la gran avenida en forma de herra- A punto de ingresar en la Universidad, en Freud se mezcla-
dura inaugurada por los emperadores en 1865, se cubrió de vi- ban los entusiasmos de cualquier adolescente con una cierta
viendas y edificios públicos (la ópera, los museos, el parlamento, gravedad moral. De los primeros nos da testimonio un amor al
el ayuntamiento ... ), expresión de la cultura liberal. Freud se en- que se refiere en Los recuerdos encubridores, atribuyendo la aven-
contraba a gusto en esa ideología que se enfrentaba por igual, tura a un personaje ficticio. La elegida era Gisella Fluss, her-
como podía, a los aristócratas arrogantes y al oscurantismo cleri- mana de su amigo Emil, al que fue a visitar a Freiberg, retor-
cal. Y aunque, más tarde, no dejó de señalar las lacras que la nando así al paisaje de infancia. Pero quizá, más que de una
acompañaban, siempre se sintió un liberal de viejo estilo, lector apertura, se tratara de poner un broche de pasión a los amores
diario, desde su juventud, de su principal órgano de expresión, infantiles, pues, por lo que le comentó a su mayor amigo de la
el Neue Freje Presse, donde se criticaban las actitudes y brotes an- época, Eduard Silberstein, casi le atrajeron más la hospitalidad
tisemitas. Estos resurgirían de nuevo con fuerza a partir de la cri- y el carácter de la madre, con la que se deshace en elogios, que
sis económica de 1873, el año en el que Freud ingresaba en la Gisella misma (4-IX-72; C, I, 112ss.). Como a ésta no le dijo
Universidad, y la presión ambiental no haría sino crecer cuando, nada, ese primer amor no tuvo consecuencias. Freud volvió a ver
en 1897, llegara a la alcaldía de Viena el demagogo antisemita a la muchacha cuando ella contrajo matrimonio, pero le resultó
Karl Lueger, que selló la bancarrota del liberalismo austríaco. Ha- completamente indiferente.
bían pasado los tiempos en los que, como comentó el propio Las ensoñaciones románticas del adolescente Freud se combi-
Freud -parafraseando al Napoleón revolucionario, para el que naban con una formación intelectual fuera de lo común. Ambas
cualquier soldado llevaba en su mochila un bastón de mariscal-, se reflejan en la correspondencia con su amigo Eduard Silberstein,
«todo buen muchacho judío llevaba la cartera de ministro en su con quien se carteaba en español, lengua que ambos habían apren-
portalibros» (1900, I, 464). En efecto, las prédicas de Lueger no dido por su cuenta, llegando a formar una secreta «Academia es-
caían en saco roto: con las dificultades suscitadas por la crisis, los pañola», de la que eran sus únicos miembros, y dirigiéndose el uno
gentiles austríacos no veían con buenos ojos la ocupación por al otro con los nombres de los animales de la novela ejemplar de
parte de los judíos de puestos importantes en la banca, el co- Cervantes El coloquio de los perros. El episodio podría considerarse
mercio, la enseñanza y otras profesiones liberales -el perio- premonitorio, pues, en la novela, uno de los perros, Berganza (Sil-
dismo, la medicina, la abogacía-, la mitad de cuyos puestos eran berstein), le cuenta al otro, Cipión (Freud), su vida, discutiendo
detentados hacia 1880 por judíos activos, ávidos de conoci- la realidad y la ilusión de sus impresiones, discusión ampliamente
miento y de reconocimiento, participantes destacados en la vida retomada en el Don Quijote cervantino, leído por Freud en el ve-
cultural de la Viena de fin de siglo. De modo que, como ha ob- rano de 1883 con mucho más interés, según le comentaba a su
servado Peter Gay, el siglo XIX es un siglo de transición entre el novia, que el empleado en sus estudios neurológicos.
antiguo antisemitismo y el nuevo, y la propia emancipación pro- Pero el documento más importante que se conserva sobre los
vocó una reacción aún más violenta: de la imagen del judío arro- pensamientos de Freud ante la elección profesional es una bella
32 Freud y su obra I. Los años de formación y el nacimiento del Psicoanálisis 33
carta escrita a Emil Fluss en junio de 1873, recién realizados los en una situación dudosa; pero si llegara a hacerlo, vería cuán
exámenes (en griego hubo de traducir un pasaje de ... Edipo rey) poca certeza encuentra en usted mismo. Lo maravilloso del
y recibidas las calificaciones con la distinción summa cum laude. mundo reposa precisamente en esta multiplicidad de las posi-
El pequeño ensayo a realizar en alemán tenía por tema «Consi- bilidades: lástima que sea un terreno tan poco sólido para co-
deraciones al elegir una profesión», tema que Freud califica -lo nocernos a nosotros mismos (ibíd., 3).
que es revelador de su carácter- de «eminentemente moral», y
a propósito del cual hace unas observaciones, en las que ya se Como premio a sus buenos resultados su padre le había pro-
aprecia al buen estilista: metido un viaje a Inglaterra, pero las dificutades económicas lo
aplazaron hasta el verano de 1875, en el que fue a visitar a Ema-
Escribí más o menos lo mismo que dos semanas antes le nuel. Su amor por la cultura inglesa se vio confirmado en un país
había escrito a usted, sin que por ello me asignara un <<sobre- en el que le gustaría vivir, «a pesar de la lluvia, las borracheras y
saliente». Mi profesor me dijo también -y es la primera per-
sona que ha osado decirme tal cosa-, que yo tendría eso que el conservadurismo» (9-IX-75; C, I, 205). Apreciaba la laborio-
Herder tan elegantemente ha llamado <<Un estilo idiótico>> [la sidad de sus gentes, su interés por el bien público, el sentido de
expresión está usada en un sentido arcaico y quizá fuera me- la justicia, la labor de los científicos ingleses. Inglaterra será para
jor traducirla por <<idiomático»; pero, a continuación, Freud Freud el símbolo del trabajo y del orden, a los que él se sentía
mismo lo aclara]; es decir, un estilo que es al mismo tiempo tan indinado, aunque para ello hubo de dominar intensas ma-
correcto y característico[ ... ]. Seguramente no sospechaba que reas de fondo. En Manchester, al ver la felicidad en la que vivían
ha estado carteándose con un estilista de la lengua alemana. Emanuel y sus hijos, pensó - y no será la primera ni la última
Ahora, empero, se lo aconsejo como amigo -no como parte vez que Freud quiera escapar a su filiación, pese a que después
interesada-: ¡Conserve las cartas, átelas, guárdelas bien, que insistió en la importancia de saber aceptarla- que, si en vez de
nunca se sabe ... ! (1941, 1, 2).
hijo de su padre, lo hubiera sido de su medio hermano, veinte
años mayor que él, probablemente su vida hubiera sido más fá-
Pero junto a la felicidad e ironía que se perciben en esas lí- cil. Su fantasía pudo haberse corroborado en cierta forma, pues
neas, poco más adelante se advierte a un Freud adusto y grave, su padre y Emanuel hablaron de la posibilidad de desviar a Freud
desconcertado por el contraste -reforzado por los quiasmos y de su carrera científica para dedicarse a una profesión comercial
las antítesis- entre la maravillosa multiplicidad del universo y la en Manchester, donde podría casarse con su medio sobrina Pau-
frágil base ahí ofrecida para el conocimiento de nosotros mismos: line. Pero esos planes no se llevaron adelante y Pauline no le re-
sultó nada atractiva.
En cuanto a mis «preocupaciones por el futuro», las toma La elección profesional suponía tanto mayor motivo de pre-
demasiado a la ligera. Con sólo temer a la mediocridad, ya se ocupación por cuanto afectaba también a la situación material y
está a salvo: he aquí el consuelo que me ofrece. Mas yo le pre- moral de su familia, aun cuando su generoso padre insistía en que
gunto: ¿A salvo de qué? ¿No se estará a salvo en la certeza de eligiera según su inclinación. Primero pensó en estudiar Derecho,
no ser un mediocre? ¿Qué importa lo que uno tema o deje de
pero, según el texto de su Autobiografla, también se sintió enor-
temer? ¿Acaso lo más importante no es que las cosas sean efec-
tivamente como tememos que sean? Es evidente que también memente atraído por las doctrinas de Darwin, que tan extraor-
espíritus mucho más fuertes se han sentido presos de dudas dinario progreso prometían en nuestra comprensión del mundo,
acerca de sí mismos; pero ¿será por eso un espíritu fuerte todo y «la lectura del ensayo goethiano La naturaleza, escuchada en
aquel que ponga en duda sus propios méritos? Bien podría ser una conferencia de vulgarización científica, me decidió por úl-
un pobre de espíritu, aunque al mismo tiempo fuese, por edu- timo a inscribirme en la Facultad de Medicina» (1925a, III,
cación, por costumbre o quizá por el mero afán de atormen- 2762).
tarse, un hombre sincero. No pretendo pedirle que desmenuce La explicación de Freud resulta oscura: ¡Curiosa determina-
implacablemente sus sentimientos cada vez que se encuentre ción la de estudiar Medicina debido a la exaltación provocada por

t
34 Freud y su obra I. Los años de formación y el nacimiento del Psicoanálisis 35

un cántico -hoy se sabe que no es de Goethe- de tono pan- (1925a, III, 2799). Es cierto que, a través de esos extraños sen-
teísta en el que se ensalza a la naturaleza como una madre amorosa deros, provocó el disgusto de los científicos sin alcanzar el reco-
y de recursos inagotables! Además, el propio Freud no se cansó nocimiento de los filósofos. Pero también es verdad que, a la
de repetir que «ni en aquella época ni más tarde» sintió predilec- larga, acabó por satisfacer ambas tendencias, la de la observación
ción alguna por la Medicina o por la práctica médica. Le movía empírica y la especulativa, y obligó a unos y otros, científicos y
«una especie de curiosidad relativa más bien a las circunstancias filósofos, a tener en cuenta los puntos de vista derivados del
humanas que a los objetos naturales» (ibíd.). Dado que la fami- nuevo continente que se atrevió a descubrir, y en buena medida
lia no parece haberle influido, quizá la explicación de una elec- a colonizar, él sólo: el del inconsciente. Pero hasta llegar ahí, to-
ción tan extraña pueda encontrarse en otros testimonios del pro- davía habría de recorrer un amplio y difícil trecho.
pio Freud. En febrero de 1896, le confesaba a su amigo Fliess:
«En mi juventud no conocí más anhelo que el del saber filosó-
fico, anhelo que estoy a punto de realizar ahora, cuando me dis- 2.2. Formación positivista, interés humanista
pongo a pasar de la medicina a la psicología» (1950a, III, 3543).
Si, pese a todo, no se entregó a él, ello no debe llevar a pensar La independencia de juicio para ello requerida se reforzó con
que su interés fuera menos intenso de lo que aseguraba. Más el recrudecimiento del clima antisemita en sus años de estudios
bien, parece haber sido lo contrario: fue la intensidad del deseo universitarios. La insolencia de muchos de sus compañeros, al es-
la que le llevó a precaverse de él y a postergar el contacto con el perar que se sintiera inferior por ser judío, le llevó a abandonar,
objeto; se defendió de la filosofía como hubiera podido hacerlo «sin mucha pena», el dudoso privilegio de pertenecer a ese am-
de una mujer en la que temiera perderse. Y sólo osó acercarse a biente, acostumbrándose desde un principio a «figurar en las fi-
ella, de modo indirecto, más tardíamente, cuando se sentía mu- las de la oposición y fuera de la 'mayoría compacta'» (ob. cit.,
cho más seguro. Pero la defensa subsiguiente a la atracción pro- 2762), dice recordando al doctor Stockmann de Un enemigo del
bablemente no baste para comprender por qué no se dedicaba a pueblo de Ibsen.
lo que prefería. Aunque la filosofía le atrajese, deploraba con toda Esa actitud le llevó a enzarzarse a veces en agrias polémicas.
probabilidad los excesos de especulación a que con frecuencia se En cierta ocasión, la defensa de un punto de vista en exceso ma-
entregan los filósofos y en los que, desde luego, él mismo temía terialista -para el Freud de La interpretación de los sueños, en
arrojarse. Cuando su biógrafo y discípulo Ernst Jones le preguntó donde se refiere a ella- estuvo a punto de arrastrarle a un duelo,
una vez cuánto había leído de filosofía, Fre)ld respondió: «Muy en buena medida provocado por el tono desafiante de Freud
poco. En mi juventud sentí una poderosa atracción hacia la es- (1900, I, 476). La atenuación de ese materialismo un tanto fa-
peculación, y la refrené despiadadamente». Esto concuerda más nático pudo deberse a su asistencia a diversos cursos y seminarios
con una actitud mantenida de manera persistente: contrarrestó de Franz Brentano, quien había dejado de ser sacerdote al pro-
su interés por las humanidades y la filosofía con una sobria dis- clamarse el dogma de la infalibilidad papal, pero no por eso ha-
ciplina científica que le permitiera no perderse en una especula- bía abandonado sus creencias religiosas, las cuales no le impedían
ción omniabarcante, a la que sólo en los años finales, y desde una respetar a Darwin e interesarse por la psicología empírica, ejer-
base más empírica, se acercó. En septiembre de 1875, desde ciendo una relevante influencia en diversas corrientes filosóficas
Manchester, compara el empirismo de los científicos ingleses con posteriores, como la fenomenología de Husserl, la ética de los va-
la ostentosa metafísica y le comenta a Silberstein: «Tengo más re- lores de Scheler o el análisis moral de G. E. Moore. Pero el inte-
servas que nunca respecto a la filosofía» (9-IX-75; C, I, 206). Pero rés y la admiración de Freud por ese «maldito tipo listo», cuyas
mucho más tarde, a los setenta y nueve años, en la adición a su lecciones le permitieron hacer más complejo su pensamiento, no
Autobiografla, reconoció haber dado un largo rodeo hasta volver le hicieron abdicar de su incredulidad. Para ello contaba con la
a esos «problemas culturales que tanto me habían fascinado, ayuda de Ludwig Feuerbach -el filósofo, le decía a Silberstein
cuando era un joven apenas con la edad necesaria para pensar» en 1875, «a quien más venero y admiro»(7-III-75; C, I, 186)-,
36 Freud y su obra l. Los años de formación y el nacimiento del Psicoanálisis 37

de quien pudo tomar la idea de la reducción antropológica de la ría una autoridad que disciplinara su ansia de saber y en su apego
teología. un tanto filial a Brücke pareció encontrarla. El liberalismo de
Entre la nómina de filósofos a los que Freud podía conocer Brücke se conjugaba con un ideal cultural difundido entre sus
un poco más profundamente que por sus estudios de carácter ge- discípulos y un gran sentido del rigor científico y de la disciplina.
neral figuran también A. Schopenhauer y F. Nietzsche, al que ha- De ésta se acordará Freud hasta en sueños, como el titulado «Non
bía leído siendo un joven estudiante y cuyas obras completas vixit>>, en el que aniquilaba a un rival con una «mirada pene-
compró en 1900. Pero Freud aseguró en varias ocasiones no ha- trante»; mas, en el análisis, esa escena remitía a la severa admo-
berle estudiado con detención y que esas obras completas per- nición que, por haberse retrasado algún día en su incorporación
manecieron cerradas, pues, percibiendo algunas similitudes, pre- al trabajo, recibió por parte de Brücke: «Lo más terrible no fue-
firió la paciente observación clínica a las relampagueantes ron sus palabras, sino la fulminante mirada de sus ojos azules,
intuiciones del filósofo, del que, sin embargo, y pese a ciertas se- ante la que me derrumbé» (1900, I, 603).
mejanzas, tantas diferencias habrían de darse en las concepciones Los miembros de la Sociedad berlinesa de Física estimaban
de conjunto y en las propuestas. que no hay nada en la materia viviente que no sea susceptible de
Más, pues, que en la filosofía es en la literatura clásica donde explicación físicoquímica. Pero su reduccionismo era menor en
hay que buscar la sólida formación humanista de Freud. Su ca- el campo de las creaciones espirituales, en el que seguían las con-
pacidad de admiración era intensa, como suele suceder en todo cepciones intelectualistas de la psicología de J. F. Herbart, discí-
gran hombre. No eran sólo los clásicos griegos y latinos, sino asi- pulo de Kant, pero influido también por Spinoza -de quien
mismo Cervantes y Shakespeare, los poetas ingleses, el teatro toma la idea de determinismo psíquico-, y a quien Freud co-
francés, los novelistas rusos y, por supuesto, Goethe y Schiller. noce desde su último año de instituto, a través del manual de
Apasionado seguidor de los descubrimientos de Winckelmann, Lindner. Esa influencia se prolongó por medio de discípulos con
la arqueología proporcionó, además, al que iba a ser el gran «ar- los que pudo mantener un contacto más estrecho, como G. T.
queólogo del psiquismo», un importante registro metafórico de Fechner, en cierto modo vinculado a la escuela berlinesa.
su escritura, quizá el principal junto al militar. Y junto a todo En el círculo de Brücke Freud conoció a otros asistentes del
ello, el interés por la antropología, el apasionamiento por las ar- laboratorio, en particular, a Ernst von Fleischl-Marxow -«un
tes plásticas, el gusto por las monografías frente a, o además de, hombre al que la naturaleza y la educación le han dado lo mejor
el estudio de los manuales ... Con tal variedad de intereses, no es que tienen»- y, sobre todo, a Joseph Breuer, un médico culti-
de extrañar que Freud empleara tres años m~s de los propuestos vado y rico, catorce años mayor que él, que iba a resultar deci-
en terminar su licenciatura, finalizada en. 1881. sivo en los orígenes del psicoanálisis.
Pese a su tibia inclinación por la Medicina, Freud estaba agra-
decido a sus profesores, no sólo por su liberalismo y su oposición
a la agitación antisemita, sino por la sobria formación, metódica 2.3. Trabajos en el laboratorio de Brücke.
y paciente con los hechos, que pudo recibir de ellos. Muchos pro- El estudio Sobre la coca
venían de Alemania, donde años atrás, Ernst Brücke, Emil Du
Bois-Reymond y Hermann Helmholtz habían fundado una «So- A la investigación de 1876, dirigida por Carl Claus, sobre los
ciedad berlinesa de Física» con un credo positivista y una pasión caracteres sexuales de las anguilas, realizada en la estación experi-
por la ciencia, en la que depositaron un entusiasmo próximo a la mental de biología marina de Trieste, se sumaron dtras, nada des-
fe. Era el talante que Freud estaba esperando para poner coto a deñables, en el laboratorio de Brücke. Como observó E. Jones,
sus tendencias especulativas y cuando, en 1876, pudo entrar a Freud se quedó, en varias ocasiones, a un paso de lograr la fama,
trabajar en el laboratorio de fisiología de Brücke, encontró «tran- al principio de su vida, por no atreverse a llevar sus pensamientos
quilidad y una satisfacción completa». Aunque Freud necesitaba a su conclusión lógica y nada lejana. Una de ellas fue con motivo
siempre, finalmente, navegar por cuenta propia, también reque- de sus investigaciones sobre el modo en que células y fibras ner-
38 Freud y su obra I. Los años de formación y el nacimiento del Psicoanálisis 39

viosas funcionan como una unidad, lo que le acercó a la teoría neu- Tras su obtención del título de médico, Freud siguió traba-
ronal formulada por H. WG. Waldeyer en 1891. Otra tuvo lugar jando en el laboratorio de Brücke hasta 1882, año en el que éste
en 1884, cuando Freud ya había abandonado el laboratorio de le invitó a abandonar la investigación teórica, ya que, por intere-
Brücke, y trajo consecuencias más desagradables. Interesado por las sante que fuese, las posibilidades de promoción eran escasas: ade-
propiedades de la cocaína, entonces una droga poco conocida, pen- más de Fleischl, muerto prematuramente, Sigmund Exner era, en
saba que con ella podría ayudar a Fleischl a desprenderse de su principio, el llamado a ocupar su cátedra cuando quedara vacante
adicción a la morfina, a 1!1 que recurría para paliar el dolor provo- (¡cosa que sucedió cuando Freud contaba ya sesenta y nueve años!)
cado por una infección. El mismo la probó en pequeñas dosis con Dada la mala situación material de Freud, debía pensar en ocu-
éxito y también lo obtuvo al comenzar a aplicársela a su amigo. par un puesto más prometedor en lo económico y Brücke le
Publicó un artículo Sobre la coca, en el que informaba de los efec- aconsejó entrar en el Hospital General de Viena. Pero a la pru-
tos hasta entonces observados y hacía una enérgica defensa de las dente observación del maestro se agregó otro factor decisivo: en
propiedades del alcaloide, e interrumpió los estudios para ir a visi- abril de 1882, al volver del laboratorio y encaminarse como de
tar a su novia, no sin antes haber comentando sus observaciones costumbre a su cuarto para estudiar, en la sala de la casa se en-
con dos colegas, Leopold Konigstein y Carl Koller. Pero, cuando contraban de visita unos amigos de la familia, entre los que ob-
volvió del viaje, había sido Koller quien había realizado los experi- servó a una joven delgada, morena, algo pálida, de ojos atractivos.
mentos decisivos en ojos de animales y los había expuesto en un Freud dejó sus libros y, cosa insólita, permaneció conversando
congreso oftalmológico, probando su importante valor de anesté- con ellos. Pocos días después se repitió la visita y Freud, por de-
sico en la cirugía menor. Freud reconoció que «Koller es conside- bajo de la mesa, se atrevió a tomar la mano de la muchacha, que
rado, con razón, como el descubridor de la anestesia local por me- respondió apretándosela. Emocionado, no pudo dormir y estuvo
dio de la cocaína» (1925a, III, 2765), aunque estaba un poco gran parte de la noche paseando por las calles de Viena. Como
irritado porque se le hubiera ido, estando tan cerca, el camino ha- le había sucedido diez años antes, se enamoró repentinamente.
cia la fama, e incluso -poco frecuente en él, atribuir a otros asun- Pero Martha Bernays no iba a ser una fantasía adolescente: en ju-
tos de su responsabilidad- culpó indirectamente a su novia, en nio de ese mismo año se comprometieron. Freud debía pensar en
vez de hacerlo a sus ganas de verla, de no haber proseguido sus tra- poner remedio a su indigencia económica. El prudente consejo
bajos hasta la conclusión debida. Peor fue que el alegato de su ar- de Brücke llegó en el momento oportuno y Freud pasó al Hos-
tículo en favor de la cocaína como panacea para el dolor -aun pital General de Viena. Pero antes de referirnos a sus trabajos en
cuando había excluido que se administrara con inyección- resultó él, hemos de decir algo del noviazgo con Martha.
completamente erróneo. Mientras tanto, su amigo Fleischl, tortu-
rado por el dolor, se había habituado a tomar grandes dosis, lo que
no hacía sino exacerbar sus sufrimientos, sustituir la adicción a la 2.4. Martha Bernays
'7T 4(J
u;.. 3 •
oU•' ,t., l'~
4
4
morfina por la de la cocaína y provocarle crisis de delirium tremens
a las que Freud asistía aterrado, pese a que esas crisis no le llevaran Ese noviazgo iba a ser largo y no exento de dificultades. Aun-
a la muerte, sobrevenida seis años más tarde. El episodio de la co- que la situación económica de Martha no era buena, su familia
caína persiguió a Freud durante mucho tiempo, también en sue- tenía al menos un prestigio social del que carecía la de Freud, la
ños, como el famoso de «la inyección de Irma», repleto de alusio- cual tampoco tenía dinero, pese a contar con la brillantez de su
nes a sustancias nocivas. Se reprochaba haber obrado con ligereza, hijo: la madre de Martha, viuda, no veía con buenós ojos el com-
como un aficionado. Encontró algunos defensores -entre ellos, el promiso. Menos lo hubiera aceptado si llega a conocer anticipa-
novelista y médico Arthur Schnitzler-, pero la opinión pública damente la posesividad de la que Freud iba a hacer gala. Los ma-
fue severa y en los medios científicos su reputación quedó dañada. yores conflictos vinieron por la cuestión religiosa: la familia de ,
No era el clima más apropiado para hablar luego de sus teorías so- Martha era judía ortodoxa de estricta observancia; su abuelo, em- -·-\
bre la histeria. parentado con Henrich Heine, había sido gran rabino en Ham~ ' ;:o.
\~".:. .. ~''"
~~:
U.NAM. C,.OVPI
IZTACi LA
(

t
40 Freud y su obra I. Los años de formación y el nacimiento del Psicoanálisis 41

burgo y había defendido la ortodoxia frente al movimiento libe- pación de las mujeres. Cuando se lo comenta a Martha, elogia a
ral en el primer cuarto del siglo XIX. Freud intentó liberar a su Mili por su capacidad para trascender «los prejuicios comunes»,
«tierna niña» de aquellas extravagancias, perniciosas para la salud pero esto no incluía para Freud lo que dice respecto a las muje-
física y mental. También pretendió separarla de sus familiares: a res, cuya denominada liberación le parece una quimera: aunque
sus primos no debía llamarles por el nombre de pila, debía dis- algún día la legislación habría de otorgarles derechos de los que
tanciarse de su madre y de su hermano Eli -el cual se casaría por el momento se encontraban privadas, pensar en una com-
con Ana, la hermana de Freud-, y cualquier alusión que pudiera pleta emancipación, trabajando fuera del hogar y compitiendo
hacer pensar en un enfriamiento de sus sentimientos hacia él, era con los hombres, le parecía ir contra disposiciones naturales ad-
enseguida registrada como un sismógrafo por Freud, que con- mirables. Este manifiesto, impecablemente conservador, ha sido
vertía el asunto en un terremoto. Algunos años después, ya ca- esgrimido muchas veces para atacar las concepciones freudianas
sado -el matrimonio tuvo lugar el 14 de septiembre de 1886-, sobre la sexualidad femenina con argumentos ad hominem. Pero,
habría de descubrir, en su autoanálisis, algunos de los resortes de aunque el contexto en el que surgen es importante para la lógica
esos conflictos. Si a ello se añade que la mayor parte del noviazgo interna de las teorías, es ésta la que ha de discutirse. Y aunque se
Martha vivió con su madre cerca de Hamburgo, puede imagi- puede estar en desacuerdo con los puntos de vista freudianos (o
narse la ansiedad con la que Freud esperaba las cartas diarias de con parte de ellos), su posterior insistencia en la importancia de
ella, a las que él respondía con no menor regularidad. Con un la traducción psíquica de las diferencias sexuales anatómicas no
amante tan tormentoso el compromiso salió adelante gracias al ha de afiliarse al credo conservador del Freud prepsicoanalítico.
poder de estabilización afectiva de Martha, que consiguió per- El joven Freud defendía, por lo que a la vida privada se refiere,
manecer con Freud, sin transigir con sus desorbitadas exigencias. una moral conservadora, pero honestamente mantenida; en su
También, y pese a sus exageradas demandas, a la tenacidad y el actitud general, difícilmente se le puede negar esa honestidad du-
interés del propio Freud, sinceramente enamorado. rante el resto de su vida. Y fue en parte gracias a ella y a una sin-
La gran correspondencia generada por el noviazgo tiene re- ceridad implacable, como el joven conservador en materia sexual
trospectivamente la ventaja de constituir una fuente documental llegó a elaborar una de las teorías más revolucionarias al respecto,
valiosa, dado que había pocas cosas -amigos, trabajo, lecturas, ahí incluida su aportación a la igualdad de las mujeres, pese a que
pensamientos, dudas, proyectos- de las cuales no le hablara a nunca estuvo muy interesado por el incipiente movimiento fe-
Martha, con la que poco antes de casarse y refiriéndose de nuevo minista. Convencional en sus hábitos, fue en la teoría donde se
a la cuestión del judaísmo, hacía planes del siguiente tenor: «En mostró subversivo.
cuanto a nosotros dos, creo que, si bien la forma en que los vie-
jos judíos se sentían reconfortados no nos ofrece un refugio, algo
de su esencia, de la sustancia del judaísmo razonable y vital, no 2.5. El Hospital General de Viena
saldrá de nuestra casa» (23-VII-82; C, 1, 256). y la clínica psiquidtrica de Meynert
El tiempo habría de confirmar, aunque matizándolo, que
Freud no se equivocaba en esto. Ese acertado matrimonio res- En el Hospital General de Viena, Freud empezó por el puesto
pondía a las tradiciones burguesas de Viena. Freud se mostró más bajo posible, el de Aspirant -algo así como asistente clí-
como un marido muy convencional: Entre 1879 y 1880, realizó nico- y sólo en septiembre de 1885 logró ser nombrado Pri-
su servicio militar obligatorio -en el que fue evaluado por sus vatdozent, un rango prestigioso desde el que se podía contemplar
oficiales como de carácter firme, celoso de su deber y muy con- la posibilidad de obtener una cátedra en un futuro lejano, pero
siderado con sus pacientes- y, gracias a la recomendación de que no iba acompañado de ningún salario adicional. Mientras
Brentano a Theodor Gomperz, el editor alemán de las obras de tanto, había estado trabajando también con el neurólogo
John Stuart Mili, pudo emplear sus tediosos ratos libres en tra- Hermann Nothnagel y, más tarde, en el servicio psiquiátrico de
ducir cuatro de sus ensayos, entre ellos el dedicado a la emanci- Theodor Meynert, con cuya concepción estrictamente determi-
42 Freud y su obra I. Los años de formación y el nacimiento del Psicoanálisis 43

nista de la psicología congeniaba. Sin embargo, la relación personal líticas, tendió a ser vivida por Freud como la permanente incita-
con Meynert no fue buena. Freud le encontraba lleno de excentri- ción a una aventura, a la vez emocionante y terrorífica. Es como si
cidades y sin capacidad de escucha. Una década después, a pro- sus gentes, le comentaba a Marta, «pertenecieran a otra especie dis-
pósito del hipnotismo y de la histeria, acabarían enfrentados. tinta a la nuestra. Creo que están poseídos por miles de demonios
Pero el trabajar con las enfermedades nerviosas le permitía con- [... ]. No sienten ni vergüenza ni temor [ ... ]. Es el pueblo de las
tinuar de algún modo las investigaciones neurológicas anteriores epidemias psíquicas, de las históricas convulsiones de masas, y no
y alimentar el sueño de basar la psicología en la neurología, cuya ha cambiado desde Notre-Dame de Víctor Hugo» (3-XII-85; C, I,
plasmación más notable será su Proyecto de una psicología para 418). La síntesis de ambas ciudades, según el propio Schorske,
neurólogos (1895), aunque ese proyecto no volverá a ser reto- vendría finalmente representada por Roma, de cuya importancia
mado. Por el momento es la neurología lo que conoce y como en la vida psíquica de Freud quedan abundantes testimonios en
tal intentará iniciar su práctica privada, en la que le esperan no- La interpretación de los sueños: si en sus años de adolescente la
tables sorpresas. Algunas ya se las había anunciado, de algún identificaba con el poder de la Iglesia y con el registro de las
modo, su amigo Joseph Breuer, al confiarle, en 1882, informa- prohibiciones éticas, en los sueños de los 90 aparece como ob-
ción sobre el caso de Ana 0., cuya cura acababa de ser inte- jeto de deseo estético y erótico. Freud sólo osó acercarse de lejos
rrumpida. Freud no podía imaginar entonces la importancia de a la ciudad maternal y eterna, en la que vive vigilante el Papa,
Ana O. en el futuro psicoanálisis. Mas, para llegar a alcanzar tal hasta que, en 1901, analizado su conflicto edípico, consiguió des-
relieve, Freud habría de pasar primero, gracias a la concesión de vincularla del mismo y entrar en ella. Pero volvamos a París.
una beca de seis meses, por París, donde Charcot trataba de otor- Jean-Martin Charcot impresionó a Freud desde un principio.
gar categoría científica y médica al estudio de la histeria. Le describió de manera muy similar al retrato que de él nos ha
quedado en el grabado de André Brouillet, La lefon clinique du
Dr. Charcot, con sus «largos mechones de pelo detrás de las ore-
3. De la hipnosis a la asociación libre jas, cuidadosamente afeitado, rasgos expresivos y labios gruesos y
protuberantes» (21-X-85; C, I, 408)». De la impresión que le
3.1. Charcot causó quedan daros testimonios en la correspondencia con Marta:
«Después de algunas de sus conferencias salgo de clase como salí
Freud llegó a París en octubre de 1885. La ciudad le asusta de Notre-Dame: con una idea totalmente nueva acerca de la per-
un poco: el coste de la vida, su mal francés hablado, su senti- fección. Me está afectando [ ... ]. No sé si la semilla llegará a dar
miento de hombre provinciano frente a «damas elegantes que se fruto algún día, pero tengo la certeza de que jamás hombre alguno
pasean con aire altivo» le provocan inseguridad y desconfianza. ha influído en mí de igual manera» (24-XI-85; C, I, 415-416). En
Pero la ciudad también le atrae: los bulevares, los museos, el su honor llamará a su primer hijo varón Martín. La amistad con
teatro -donde ve obras de Moliere, utilizadas como lecciones de él se estrechará desde que Freud le propone traducir uno de sus
francés, o a la brillante Sara Bernhardt, que le seduce, como tam- libros, Conferencias sobre las enfermedades del sistema nervioso, y
bién lo hará la hija de Charcot-. En conjunto, París le produce Charcot le invita a las veladas ofrecidas en su casa, donde Freud
una curiosa mezcla de atracción y rechazo, un efecto extraño conoce a grandes figuras médicas, intelectuales y artistas, y
y confuso. aprende a vencer su timidez. Pero lo que más le sedujo fue el es-
Carl E. Schorske ha mantenido con agudeza que mientras tilo científico de Charcot en sus presentaciones de los enfermos
Londres, e Inglaterra en general, representaban para Freud el sen- de la Salpetriere, con detallados informes, sin ocultar sus dudas y
tido de la austeridad, la rectitud ética y la racionalidad liberal, Pa- vacilaciones, agrupando y diferenciando los trastornos, «como
rís, con la llamada de atención de Charcot sobre la importancia Adán nombrando a las criaturas del Paraíso». En vez de negar los
en los trastornos psíquicos de la chose génitale, con sus mujeres fenómenos en función de una teoría previa, cuando algo resultaba
peligrosamente atractivas, sus espectáculos y sus revoluciones po- extraño, Charcot se limitaba a decir: fa n'empéche pas d'exister.
44 Freud y su obra l. Los años de formación y el nacimiento del Psicoanálisis 45

Rara vez presentaba en sus lecciones un solo enfermo. Por


lo general, hacía concurrir a toda una serie de ellos, compa- 3.2. El consultorio privado
rándolos entre sí. El aula en que desarrollaba sus conferencias
se hallaba ornamentada con un cuadro que representaba al De vuelta a Viena, Freud abandona el Hospital General y de-
«ciudadano» Pinel en el momento de quitar las ligaduras a los
cide abrir -provocativamente, el domingo de Resurrección, se-
infelices dementes de la Salpétriere. Este establecimiento, que
tantos horrores presenció durante la Revolución, fue también gún anunciaba la prensa- un consultorio médico de «enferme-
el lugar donde se llevó a cabo la humanitaria rectificación mé- dades nerviosas», al que Breuer y Nothnagel le envían algunos
dica en el cuadro representada (1893b, 1, 34). pacientes. En otoño de 1886, deseoso de dar a conocer las inno-
vaciones francesas, pronuncia una conferencia en la Sociedad de
Ese afán clasificatorio, nosográfico, le había llevado a Char- Médicos de Viena a propósito de la histeria masculina, para la
cot a no ver en la histeria simple simulación teatral, sino una en- que propuso etiologías psicológicas y la posibilidad de curarlas
fermedad auténtica, que, pese a su etimología (de histeron, útero), por sugestión. La acogida no fue muy buena y Freud interpretó
también podía afectar a los varones. que el establishment médico le condenaba a la oposición. Se con-
centró en sus pacientes, tratando de comprender sus extrañas en-
Así, pues, repitió Charcot, en pequeño, el acto liberador fermedades y procurando ser eficaz, no sólo por aliviarles de sus
de Pinel, perpetuado en el cuadro que exornaba el aula de la dolencias, sino porque, como él mismo reconocía, si quería vivir
Salpétriere. Una vez rechazado el ciego temor a ser burlados
por las infelices enfermas, temor que se había opuesto hasta el de ellos, tendría que ofrecer algo.
momento a un detenido estudio de dicha neurosis, podía pen- Y lo que entonces se ofrecía en los hospitales psiquiátricos era
sarse en cuál sería el modo más directo de llegar a la solución poco menos que nada, a no ser refugio a los trastornados. Poco
del problema (ob. cit., 34-35). antes de haber ido a París, Freud había aceptado una sustitución
en un sanatorio psiquiátrico privado, del que le comenta a Marta:
Lo más sorprendente era que los aparatosos síntomas de los que
la histeria se veía acompañada (parálisis, convulsiones, alucinacio- El tratamiento médico es escaso, limitándose a padeci-
nes), sin encontrar causas orgánicas que los justificaran, se supri- mientos internos y quirúrgicos, localizados sobre la marcha.
mían a través de la palabra, cuando los enfermos se encontraban Todo lo demás consiste en vigilancia, cuidado, comida y no
injerencia [... ]. No puedes imaginarte qué aspecto tan desas-
bajo el influjo de la hipnosis. Esos fenómenos le llevaron a Freud a troso tienen estos duques y condes, aunque en realidad no son
pensar en la posibilidad de ideas «separadas de la conciencia», a «su- débiles mentales sino una mezcla de alienados y extravagantes
poner que el enfermo se halla en un especial estado psíquico, en el (8-VI-85; e, 1, 386-387).
que la coherencia lógica no enlaza ya todas las impresiones y remi-
niscencias, pudiendo un recuerdo exteriorizar su afecto mediante fe- El arsenal terapéutico con el que Freud contaba sólo conte-
nómenos somáticos, sin que el grupo de los demás procesos aními- nía dos armas: la electroterapia y la hipnosis. La primera era apli-
cos, o sea el yo, sepa nada ni pueda oponerse» (oh. cit., 35). Es decir, cada cuando los médicos no sabían qué hacer. Mas, pese a la do-
parece que «en la histeria actúan factores psíquicos, debido a los cua- cilidad con que siguió las indicaciones de Erb, aquellas
les la fuerza del afecto que acompañaba a un recuerdo luego olvi- prescripciones eran completamente ineficaces, un edificio fantas-
dado y sólo recuperable bajo hipnosis se manifiesta somáticamente», magórico. Descubrir que un libro firmado por el primer nombre
sin base orgánica alguna, como lo probaba el hecho de que, en el de la neuropatología alemana no tenía la más mínima relación
trance hipnótico, el enfermo pudiera mover un miembro paralizado con la realidad, «me ayudó a liberarme de un resto de mi inge-
u otros fenómenos similares. Esto todavía no es el descubrimiento nua fe en las autoridades. Así, pues, eché a un lado el aparato
del inconsciente, pues se asemeja a la doble personalidad que se atri- eléctrico» (1925a, III, 2766).
buía a los histéricos, más que a un proceso inconsciente «habitual». La hipnosis ofrecía mejores resultados, pero no todos los su-
Pero encamina a Freud en su dirección. jetos son hipnotizables, no siempre se alcanza la adecuada pro-
46 Freud y su obra l. Los años de formación y el nacimiento del Psicoanálisis 47

fundidad del estado de hipnosis, la desaparición de unos sínto-


mas va acompañada del surgimiento de otros, como si no se hu- 3.3. La colaboración con Breuer: El caso de Ana O.
biera atajado la causa que los genera en su variabilidad. En el ve- y el método catdrtico
rano de 1889, Freud pasa varias semanas en Nancy, estudiando
con Ambroise Auguste Liébault y su discípulo Hippolyte Ber- Joseph Breuer comenzó a tratar a Ana O. a fines de 1880,
heim (cuyo tratado Sobre la sugestión y sus aplicaciones a la tera- cuando la paciente contaba veintiún años, y siguió con ella año
pia, había traducido al alemán en 1888), los cuales curaban por y medio. Ana O -cuyo verdadero nombre era Berta Pappen-
sugestión bajo hipnosis, «adquiriendo intensas impresiones de la heim, según reveló E. Jones en su biografía de Freud-, proce-
posible existencia de poderosos procesos anímicos que permane- día de una familia judía tradicional, amiga de la de Martha Ber-
cían, sin embargo, ocultos a la conciencia»(ob. cit., 2767). nays. Educada por una madre rígida e inconformista, era una
Freud se acerca a esos procesos en su Estudio comparativo de mujer culta, inteligente y atractiva, que, en vista de la existencia
las pardlisis motrices orgdnicas e histéricas, publicado originalmente gris a la que su familia la condenaba, volcó sus energías huyendo
en francés en 1893. A diferencia de lo que sucede en las paráli- hacia el ensueño sistemático y el apasionado amor al padre, en
sis cerebrales y en las parálisis periférico-espinales, en la histeria cuya enfermedad le atendió con entrega, hasta dos meses antes
puede haber alteración fUncional sin lesión orgdnica concomitante. de su muerte, cuando el desarrollo de sus propios síntomas se lo
Al vernos encaminados así hacia terreno psicológico, no hemos impidió. Breuer no dudó en encontrar en tal dedicación el acon-
de temer ser engañados, «puesto que la histeria se comporta en tecimiento que precipitó los trastornos: tos nerviosa, contraccio-
sus parálisis y demás manifestaciones como si la anatomía no nes, parálisis, alucinaciones, dificultades de la visión y del len-
existiese o como si no tuviese ningún conocimiento de ella [ ... ]. guaje, desdoblamiento de la personalidad entre un estado que se
La histeria ignora la distribución de los nervios, y de este modo podría calificar de normal y otro en el que se comportaba como
no simula las parálisis» (1893a, I, 19). Más bien hemos de pen- una niña caprichosa... En la época del tratamiento había olvi-
sar en la correspondencia de esos trastornos con una representa- dado por completo hablar su lengua materna, el alemán, por lo
ción o imagen de las partes del cuerpo y sus funciones -lo que que se expresaba en un fluido inglés, aunque también conocía el
le llevará a hablar del «simbolismo de los síntomas histéricos»- francés y el italiano. Cuando el padre murió, en abril de 1881,
«imposibilitada de entrar en asociación con las demás ideas que empeoró de modo alarmante. Breuer la visitaba por las noches y
constituyen el yo», por el gran valor afectivo con el que ha que- la encontraba en un estado de hipnosis autoprovocada; en él o
dado cargada en una determinada relación, «como el súbdito en- en el inducido por el médico, Ana le relataba los sufrimientos del
tusiasta que juró no volver a lavarse la mano que su rey se había día, tras de lo cual parecía sentirse aliviada. En una ocasión, en
dignado estrechar» (ob. cit., 20). La sustracción de esa represen- la primavera de 1882, descubrieron juntos que, tras narrarle con
tación hace imposible recuperarla para la conciencia normal, ya detalle la aparición de uno de sus síntomas -una hidrofobia li-
que ha quedado integrada en lo «subconsciente», dice todavía gada a la visión de su dama de compañía inglesa dándole de be-
Freud, por los estados penosos o desagradables que evocaría ber en un vaso a un perro-, aquél desapareció. Breuer decidió
(ob. cit., 21). repetir tan inusual procedimiento en el que, bajo hipnosis, Ana
Pero, enfrentado a esas posibilidades, Freud recordó un caso seguía la pista a cada uno de sus síntomas, y aunque éstos retor-
comentado por Breuer antes de su estancia en París, del que ha- naban penosamente mientras ella trataba de recordarlos, parecían
bía hablado a Charcot -aun cuando éste, ya con muchos en- remitir tras dicho método, al que la propia paGÍente calificó de
fermos, no reparase en lo que contaba- y que ahora invita a «cura por la palabra» (talking cure) o «limpieza de la chimenea»
Breuer a relatarle de nuevo: el de Ana O. (chimney sweeping), que es a lo que Breuer denominó «método
catártico».
La hipótesis de Breuer era que, como sucedía en los estados
posthipnóticos, en la histeria se retenían algunos recuerdos, califi-
48 Freud y su obra I. Los años de formación y el nacimiento del Psicoanálisis 49

cando de estados hipnoides a esos momentos de la conciencia en sión de la conciencia, más que proponer la idea de inconsciente,
los que determinadas ideas no se asocian. La función de la «purga y que esa terapia de la histeria no permitía columbrar la posibi-
del alma» (catarsis) era hacer accesibles a la conciencia los re- lidad de un marco teórico válido para todo psiquismo, patoló-
cuerdos «retenidos», con lo cual los síntomas, uno tras otro, pa- gico o normal. Pero, cuando Freud consigue la colaboración de
recían desvanecerse. Breuer para escribir juntos Estudios sobre la histeria, algunos pila-
En junio de 1882, Breuer pensaba que los de Ana habían de- res básicos de la futura teoría están siendo alzados.
saparecido y dio por concluido el tratamiento. Pero esa misma
noche le avisaron asustados: la encontró presa de una intensa agi-
tación y fuertes contracciones con las que simulaba un parto, tras 3.4. Estudios sobre la histeria (1895)
un embarazo imaginario, con el que ella respondía a los cuida-
dos del médico. Sus palabras no dejaban lugar a duda: «¡Ahora A comienzos de la década de los 90, aunque no sabía exacta-
viene el niño del doctor Breuer!» Como le comentó Freud a Ste- mente lo que buscaba, Freud tenía prisa en encontrarlo. En 1889,
fan Zweig muchos años después, en ese momento, Breuer tuvo Pierre Janet, que había entrado en la Salpetriere después de la mar-
da clave en sus manos», pero no estaba dispuesto a usarla y la cha de Freud, había publicado L'automatisme psichologique, se-
dejó caer. En efecto, Breuer reconoció, en su descripción de Ana O. guido en 1893 por Etat mental des hystériques. En esos estudios
en 1895, que había suprimido «una gran cantidad de detalles su- trataba de explicar determinados fenómenos, como la escritura au-
mamente interesantes». Entre esos «detalles» se encontraba el ori- tomática (el sujeto obedece la orden de escribir del experimenta-
gen sexual de muchos de los síntomas de la paciente, así como la dor, sin ser consciente de lo que hace) y, sobre todo, diversos sín-
poderosa corriente afectiva surgida entre ambos -es decir, lo que tomas histéricos, apelando a una disgregación psicológica, debido
hoy denominaríamos transferencia y contratransferencia-, hasta a la cual ese «segundo estado» no puede ser acogido por la con-
el punto de llegar a molestar a la mujer del propio Breuer, el cual ciencia. No hay duda de una cierta semejanza entre las ideas de
decidió abandonar el caso, enviando a Ana a un prestigioso sa- Janet y los «estados hipnoides» de Breuer. Pero Janet explicaba el
natorio suizo. estrechamiento de la conciencia por una debilidad moral y una
Ana distaba de encontrarse curada. Todavía en Suiza era in- miseria psicológica que remiten, en definitiva, a insuficiencias or-
capaz de hablar el alemán y padecía ausencias más o menos pro- gánicas; no sabía del efecto terapéutico de la expresión de la fan-
longadas, calificadas por ella como timemissing. De todos modos, tasía o del recuerdo y, menos aún, reconocía el valor de la cura
y aunque sus síntomas continuaron durante bastante tiempo, se misma como instrumento de investigación. Cuando en 1898
encontraba mucho mejor, hasta el punto de poder desarrollar una Freud recibió el nuevo libro de Janet, Névroses et idées fixes, lo
intensa labor: soltera y creyente, se consagró a la fundación de abrió con el corazón palpitante, temeroso de que se le anticipa-
centros de asistencia social, viajó por Europa Oriental preocu- ran. «Pero volví a dejarlo de lado -le comenta entonces a W
pándose por la situación de los niños huérfanos y de las mujeres, Fliess- con el pulso nuevamente tranquilo. No tiene ni la me-
y se convirtió en una de las líderes del movimiento feminista, nor sospecha de la clave del asunto» (10-III-98; 1950a, III, 3599).
para, con la llegada de Hitler al poder, declararse en contra de la Esa clave que Breuer había dejado caer, pero que Freud toda-
emigración, antes de morir en 1936. Un sello de correos impreso vía no tenía del todo en su mano cuando publican Estudios sobre
en la antigua República Federal de Alemania la recuerda por su la histeria (1895), cuya «Comunicación preliminar», firmada con-
trabajo social y de apoyo a las ideas feministas. juntamente, data de dos años antes. A ella se agregan cinco his-
Aunque todavía no se trata del psicoanálisis, el método ca- toriales clínicos, el primero, el de Ana 0., escrito por Breuer, y los
tártico o de «cura por la palabra» se encuentra en su origen. Es restantes de Freud: Emmy van N., Lucy R., Catalina y Elisabeth
cierto que descuida los fenómenos transferenciales; que la utili- van R., a los que agrega, al final del último, los de Matilde, Ro-
zación de la hipnosis evita la resistencia, en lugar de analizarla; salía y Cecilia, para terminar con un importante capítulo sobre
que la teoría de los «estados hipnoides» trata de explicar la divi- «Psicoterapia de la histeria». A lo largo de esos historiales se puede
50 Freud y su obra I. Los años de formación y el nacimiento del Psicoanálisis 51

ver cómo el método y las concepciones de Freud se modifican, de- de retención», admitidas conjuntamente con Breuer, la impor-
jándose instruir en buena medida por sus pacientes. tancia de una tercera forma de histeria, la «histeria de defensa»,
a la que en realidad vienen a reducirse las otras dos. En Estudios
3.4.1. Hacia la asociación libre.- Con frase que ha llegado sobre la histeria aún se conservan esas distinciones: la histeria hip-
a ser célebre, en la «Comunicación preliminar» Breuer y Freud noide se caracterizaría por la incapacidad del sujeto para integrar
afirman que «el histérico padece principalmente de reminiscen- en la conciencia representaciones emergidas durante los estados
cias». Ahora bien, cuando, sin recurrir a la hipnosis, el enfermo hipnoides, formando entonces aquéllas un grupo psíquico sepa-
era invitado a tratar de recordar algunos acontecimientos que pu- rado que actúa como factor patógeno. En la histeria de retención
dieran estar a la base de sus síntomas, encontraba grandes difi- el acento se pone sobre la imposibilidad de descargar por reac-
cultades para acceder a ellos, silenciaba determinados episodios y ción los afectos concomitantes a un suceso vivido traumática-
el· proceso de rememoración en su conjunto, y especialmente en mente, que quedan así retenidos. Pero Freud encontrará el mo-
algunos momentos, se le hacía doloroso. Era esta resistencia la que delo de una y otra en la noción de defensa de una representación
la hipnosis ocultaba, pero Freud haría de ella un instrumento displaciente e intolerable, sustraída a la asociación consciente por
fundamental del análisis, pues ponía de manifiesto la importan- la represión a la que es sometida; el intento de acceder a ella pro-
cia del conflicto en la vida psíquica. «Poco a poco -comenta- voca la resistencia del paciente, esto es, dolor ante lo que pueda
aprendí a servirme del dolor en esta forma provocado como de evocar el recuerdo reprimido. Por eso, aunque mantiene la dis-
una brújula» (1895b, 1, 116). Pero para ello había que sustituir tinción terminológica, insiste, respecto a la histeria hipnoide, en
la hipnosis por la asociación libre, es decir, por la expresión de to- «no haber encontrado en mi práctica médica un solo caso puro
dos los pensamientos que pasen por la mente, por disparatados, de esta clase», y «también en el fondo de la histeria de retención
vergonzosos o nimios que puedan parecer. El procedimiento fue hay algo de defensa, que ha dado carácter histérico a todo el pro-
adoptado de forma paulatina, en buena medida a instancia de sus ceso» (ob. cit., 156-157). Lo curioso, tras ese énfasis, es que el
pacientes, como se revela en el caso de Emmy, que, malhumo- término «histeria de defensa», como distinción nosográfica, de-
rada ante las preguntas de Freud persiguiendo recuerdos, reclamó saparece después de Estudios sobre la histeria, para dejar lugar a
en una sesión el cese del interrogatorio acerca de dónde venía ésto los dos grandes grupos en los que finalmente parece poder dis-
o aquéllo, para poder relatar lo que deseara (ob. cit., 64). Tam- tribuirse la enfermedad: la histeria de conversión y la histeria de
bién con Elisabeth utilizó, casi sin recurrir a la hipnosis, una téc- angustia. De lo que se trataba, pues, en realidad, era de hacer pre-
nica de concentración, a la que denominó análisis psíquico: ten- valecer la noción de defensa sobre la de estado hipnoide y, una
dida y con los ojos cerrados era invitada por Freud a decir lo que vez lograda esa prevalencia, el término nosográfico desaparece,
se le ocurriese, ayudándose en ocasiones de un cierto poder de por cuanto la defensa misma va a ser considerada como el pro-
sugestión, al ponerle las manos sobre la frente y asegurarle que ceso fundamental de toda histeria, extendiéndose el modelo del
podía seguir recordando (lo que a veces se ha denominado mé- conflicto defensivo a las otras neurosis.
todo de la coerción asociativa). Con ello, intentaba descubrir y su-
primir, por capas sucesivas, el material psíquico patógeno, como 3.4.3. Defensa y mecanismos de defensa.- Con la noción de
si de excavar los diferentes estratos de una antigua ciudad sepul- defensa (Abwehr), Freud se refiere a un conjunto de operaciones
tada se tratase, atendiendo especialmente a los puntos en los que cuya finalidad consiste en reducir o suprimir las amenazas que
la enferma encontraba dificultad para recordar o procedía a si- ponen en peligro la integridad y la constancia del individuo. El
lenciar determinados episodios (ob. cit., 11 O). agente de la defensa es el yo, con el cual puede hallarse en con-
flicto una determinada representación. Así, en la «epicrisis» del
3.4.2. Histeria hipnoide, histeria de retención e histeria de de- caso Miss Lucy, leemos: «Condición indispensable para la ad-
fensa.- Desde su artículo Las psiconeurosis de defensa, de 1894, quisición de la histeria es que entre el yo y una representación a
Freud va a destacar, junto a la «histeria hipnoide» y la «histeria él afluyente surja una relación de incompatibilidad. En otro lu-
52 Freud y su obra l. Los años de formación y el nacimiento del Psicoanálisis 53

gar espero demostrar cuán diversas perturbaciones neuróticas sur- por el hambre insatisfecha, no se recurre a la represión: cualesquiera
gen de los distintos medios que el yo pone en práctica para li- que sean los «medios de defensa» a que recurra el organismo para
brarse de tal incompatibilidad» (ob. cit., 99). Ese otro lugar será, enfrentarse a ella no coinciden con la defensa en sentido psicoa-
en principio, su artículo Nuevas observaciones sobre las psiconeu- nalítico, referida a los conflictos provocados psíquicamente en
rosis de defensa (1896) -en el que Freud distingue los procesos dos tiempos, como tendremos ocasión de ver.
de la histeria, la neurosis obsesiva y la paranoia- y, más allá de En cualquier caso, si nos preguntamos qué es lo que amenaza
él, el resto de su obra, a través de la cual irá diferenciando dis- desde dentro al yo y por qué una satisfacción pulsional, suscep-
tintos mecanismos de defensa (represión, regresión, formación tible en principio de provocar placer, puede ser percibida como
reactiva, proyección, etc.). displacer o como una amenaza, habremos de recurrir a una con-
Utilizado al comienzo el término «defensa» como sinónimo de cepción compleja del psiquismo, según la cual lo que satisface a
represión (Verdriingung), el primero aparece en el título y el conte- algunos de sus aspectos o niveles es motivo de displacer para
nido de Las psiconeurosis de defensa (1894), mientras que el se- otros, tal como Freud tratará de conceptualizarlo en la primera
gundo lo hace en La neurastenia y la neurosis de angustia (1895), tópica de 1900. Más lejos aún, el conflicto no se producirá úni-
mas refiriéndose todavía al rechazo voluntario de las ideas sexuales camente entre las pulsiones y el yo, sino entre diferentes clases de
en mujeres abstinentes, hasta que, en las Nuevas observaciones sobre pulsiones, entre las pulsiones sexuales y las de autoconservación
las psiconeurosis de defensa (1896), se entiende ya como mecanismo o del yo, en la primera teoría de las mismas, y, desde 1920, en-
inconsciente. Mucho más tarde, en Inhibición, síntoma y angustia tre las pulsiones eróticas y las de muerte.
(1926), Freud reivindicará de modo explícito el concepto de de- Mas, dejando así anunciados esos futuros desarrollos, con-
fensa en un sentido global que incluya, además de la represión, centrémonos ahora en los fenómenos de la histeria de conversión,
otros mecanismos; y aun cuando esa idea había estado presente a través de uno de los casos de Estudios sobre la histeria.
desde mucho antes, lo cierto es que, a partir de 1926, el estudio
de los mecanismos de defensa se convertirá en un importante 3.4.4. Histeria de conversión. El caso de Elisabeth von R.-
campo de la investigación, sobre todo desde la publicación de la En el capítulo final de la obra, en el que Freud resume sus pun-
obra de Ana Freud, El yo y los mecanismos de defensa (1936). tos de vista, comenta:
Sin dejarnos llevar ahora por esos derroteros, es preciso poner
de manifiesto que, desde muy pronto, y desde luego ya en el Pro- En la exposición que antecede hemos hecho resaltar en
primer término la idea de la resistencia. En el curso de la labor
yecto de una psicología para neurólogos (1895), Freud planteó una terapéutica llegamos a la concepción de que la histeria nace
oposición entre las excitaciones externas, de las que se puede huir por la represión de una representación intolerable, realizada a
o frente a las que existe un dispositivo protector que permite fil- impulsos de los motivos de la defensa, perdurando la repre-
trarlas (lo que, a partir de Mds alld del principio del placer, 1920, sentación como huella mnémica poco intensa y siendo utili-
denominará «protección contra las excitaciones», Reizschutz), y zado el afecto que se le ha arrebatado para una inervación so-
las excitaciones internas, de las que no cabe escapar. Será frente mática (ob. cit., 156).
a esta agresión interna -en realidad, la pulsión-, frente a la que
se constituyan los procedimientos defensivos. Sin embargo, no En efecto, la represión disocia el contenido representativo into-
hay que pensar que todo tipo de aumento de tensión interna pro- lerable del afecto concomitante, cargando éste entonces otras re-
voca la puesta en marcha de los mismos: en las que Freud deno- presentaciones que, por inofensivas que sean, pueden suscitar
minará neurosis actuales, el aumento de excitación sexual insa- reacciones similares a las originadas por aquéllas a las que se en-
tisfecha encuentra salida en diversos síntomas somáticos, con los contraba ligado primitivamente. El andlisis (término que apa-
que se intenta una forma de protección y equilibrio, pero sin ha- rece por primera vez en la «Comunicación preliminar») tratará
ber sido trabajados psíquicamente por la defensa Y, en el caso de de disolver esas falsas conexiones y hacer accesibles a la con-
otro tipo de estímulos, como, por ejemplo, la tensión provocada ciencia las representaciones sustraídas a ella. Pero el afecto
54 Freud y su obra l. Los años de formación y el nacimiento del Psicoanálisis 55

puede también ser empleado para una inervación somática a través esa tarde, en la que la propia Isabel sintió, con mayor intensidad
del fenómeno de la conversión, el cual transforma «la magnitud que nunca, su inclinación amorosa. Sin embargo, al llegar a casa
de estímulo [de la representación intolerable] en excitaciones radiante de felicidad, su padre había empeorado e Isabel se diri-
somáticas» (ob. cit., 171), es decir, sustituye los sufrimientos gió los más duros reproches, decidiéndose a no abandonarle más,
anímicos por dolores físicos. Así, por ejemplo, sucedía con Ce- aun a costa de su enamorado, al que vio muy pocas veces ya. «El
cilia, para la que los agravios, insultos o críticas se traducían en contraste entre la felicidad que la embargaba al llegar a su casa y
fuertes neuralgias faciales, como si se tratara de «bofetones en la el estado en que encontró a su padre dio origen a un conflicto,
cara». o sea, a un caso de incompatibilidad. El resultado de este con-
Pero quizá lo podemos ver con un poco más de detención en flicto fue que la representación erótica quedó expulsada de la aso-
el caso de Elisabeth von R. De origen húngaro, consultó a Freud ciación, y el afecto concomitante utjlizado para intensificar o re-
en 1892, a los 24 años, presentándose con fuertes dolores en las novar un dolor» (ob. cit., 115). Este se localizó en el muslo
piernas y dificultad para caminar. Elisabeht había cuidado con derecho, donde su padre enfermo apoyaba todas las mañanas sus
tierna solicitud a su padre enfermo, no permitiéndose las expan- hinchadas piernas, mientras ella renovaba los vendajes. Con todo,
siones propias de una joven. Al morir el padre, la relación fami- los padecimientos corporales de entonces fueron pasajeros y
liar parecía descomponerse, dejando a su madre y dos hermanas quizá pudieran atribuirse a una dolencia reumática, de la que des-
sin las serenas alegrías de otros tiempos y en un aislamiento so- pués se aprovecharía la histeria para su conversión.
cial agravado por el empeoramiento del enfermizo estado de la Fue tras la muerte del padre, estando en un balneario con su
madre, en la que Elisabeth concentraría todos sus cariños y cui- madre, su hermana menor y su cuñado, cuando las molestias se
dados. El posterior matrimonio de la hermana mayor podría ha- hicieron más intensas, con ocasión de una escena que no podía
ber mejorado la situación, pero el hombre elegido, inteligente y dejar de evocar la primera: al sentirse su hermana algo enferma,
activo, mostró sin embargo una susceptibilidad patológica con la el cuñado de Isabel la acompañó un hermoso día de verano a un
familia y un trato descortés con la madre. Sólo cuando se casó la paseo, del que volvió fatigada y con fuertes dolores, acrecentados
segunda hermana, con un hombre menos inteligente pero de es- cuando, poco más tarde, se entregó a la ensoñación de llegar a
píritu más delicado, y la madre se operó con éxito de la vista, pa- ser tan feliz como su hermana, mas sin confesarse la tierna incli-
recía presentarse la ocasión para que la abnegada Isabel se repu- nación experimentada por su cuñado, frente a lo que se rebelaba
siera. Pero fue entonces cuando la sujeto experimentó con más todo su ser moral. Mas, al morir su hermana, él quedaba libre y
intensidad sus dolores, convirtiéndose en la enferma de una fa- podía hacerla su mujer. Fue contra esa representación -que evo-
milia que iba a ser golpeada de nuevo con la muerte de la se- caba y resignificaba la primera, pues en las dos el camino a la fe-
gunda hermana, al sucumbir a una enfermedad del corazón agra- licidad parecía pasar por la muerte de un ser querido, primero el
vada por el embarazo. En el curso de su tratamiento, Isabel no padre, luego la hermana- contra la que Isabel se alzó. Si los re-
cesaba de referirse a sus fracasadas tentativas de reconstruir la an- cuerdos que enlazaban con la primera escena localizaban el do-
tigua felicidad familiar, a su sentimiento de impotencia, a su sen- lor en el muslo derecho, los referentes a su cuñado lo hacían en
sación de no lograr avanzar un paso, habiendo encontrado, al pa- el izquierdo y la volvían casi paralítica, incapaz de llevar adelante

1
recer, en sus padecimientos somáticos una expresión simbólica de su vida, sin poder dar un paso.
su sufrimiento psíquico. Sólo con gran dificultad logró acoger la representación repri-
Pero, ¿cuáles eran las representaciones aisladas de la asocia- mida, pese a las alegaciones de Freud de que nadie es responsa-
ción consciente? Los dolores aparecieron por primera vez cuando ble de sus sentimientos y de que su conducta y la enfermedad
cuidaba a su padre, al que una tarde había abandonado a instan- contraída bajo el peso de tales circunstancias constituían un alto
cias de toda la familia, dejando su puesto de enfermera para asis- testimonio de su moralidad. Pero, tiempo después, Freud iba a
tir a una reunión en la que esperaba encontrar a un joven amigo. tener la satisfacción de ver a su antigua paciente siendo incluso
Las muestras de comprensión y cariño del mismo se renovaron capaz de bailar: «En la primavera de 1894 -comenta en la con-

1
56 Freud y su obra I. Los años de formación y el nacimiento del Psicoanálisis 57

clusión- supe que Isabel iba a asistir a una reunión en casa de ciones hipnóticas o semihipnóticas, como el ensueño diurno) o,
personas de mi amistad y no quise dejar pasar la ocasión de ver sobre todo, porque la experiencia provoca un conflicto psíquico,
a mi ex paciente entregada a los placeres del baile. Posteriormente que puede impedir al sujeto su integración, tratando de liberarse
ha contraído matrimonio, por libre inclinación, con un extran- de aquélla mediante represión, es decir, sin elaboración psíquica.
jero» (ob. cit., 124). Mas, aunque el individuo se defienda de los acontecimientos
Ese matrimonio fue feliz y aunque Ilona Weiss (el verdadero traumáticos manteniéndolos fuera de la conciencia, eso no im-
nombre de Isabel) sostuvo mucho más tarde ante su hija que el pide, sino que favorece, su acción patógena, pudiendo, bajo cier-
«barbudo médico vienés» por el que fue tratada había intentado tas condiciones, emerger «con toda la intacta vitalidad de suce-
convencerla de que estaba enamorada de su cuñado, sin ser eso sos recientes» (ob. cit., 45).
realmente así, fue su propia hija la que dejó un testimonio su- La terapia tratará de «despertar con toda claridad el recuerdo
brayando que la imagen de Isabel y su familia presentada en Es- del proceso provocador, y con él el afecto concomitante [ ... ]. El
tudios sobre la histeria era sustancialmente correcta. recuerdo desprovisto de afecto carece casi siempre de eficacia»
Su historia ha sido llevada al teatro y al cine en la obra de (ob. cit., 43). A esta descarga emocional, por medio de la cual un
Henry Denker, adaptada al francés por Pol Quentin, Le fil rouge. individuo se libera del afecto ligado al recuerdo de un aconteci-
miento traumático es a lo que se denomina abreacción. Así, la ela-
3.4.5. La teoría del trauma psíquico y la abreacción.- En la boración psíquica terapéutica es un sustituto de la reacción que
base de los trastornos histéricos, Freud no situaba, pues, lesiones quedó imposibilitada, pues «el hombre encuentra en la palabra
orgánicas (que, en todo caso, serían un apoyo para la localización un subrogado del hecho, con cuyo auxilio puede el afecto ser
posterior del síntoma), sino, destacando la especificidad psicoló- también casi igualmente descargado por reacción (Abreagiert)» (ob.
gica del proceso, un trauma psíquico. El término posee ante todo cit., 44). El concepto de abreacción se basa, por lo demás, en un
un sentido económico, tal como el propio Freud lo indicó mu- postulado teórico inverificable, el principio de constancia, según
cho más tarde, en las Lecciones introductorias al psicoandlisis, el cual el psiquismo tiende a mantener la cantidad de excitación
de 1917, donde lo definirá como «aquellos sucesos que, apor- en él contenida en el nivel tan bajo o, al menos, tan constante
tando a la vida psíquica, en brevísimos instantes, un enorme in- como sea posible. Aunque Freud siempre le fue fiel-tendremos
cremento de energía, hacen imposible la supresión o asimilación ocasión de volver sobre el mismo a propósito de sus relaciones
de la misma por los medios normales y provocan de este modo con el principio del placer y con la pulsión de muerte-, en-
duraderas perturbaciones del aprovechamiento de la energía» cuentra escasa aplicación práctica. La importancia de la abreac-
(1917c, II, 2294). Esos sucesos pueden consistir en un único e ción para la eficacia terapéutica va unida al método catártico, sin
intenso acontecimiento o en una acumulación de excitaciones, que ello signifique que en la terapia posterior se prescinda por
que acaban por resultar insoportables, y «cualquiera que provo- completo de la misma, tanto porque en cualquiera de ellas se pro-
que los afectos penosos del miedo, la angustia, la vergüenza o el ducen, con mayor o menor intensidad, descargas emocionales,
dolor psíquico puede actuar como tal trauma» (1895b, I, 43), como porque, como veremos, en toda cura psicoanalítica la re-
cuando esos afectos concomitantes no pueden descargarse por memoración va acompañada de la repetición, aunque esos proce-
una reacción adecuada. Tal imposibilidad depende tanto del ca- sos operarán en el seno de una concepción más compleja que la
rácter del sujeto como del acontecimiento mismo, bien porque simple liquidación del afecto traumatizante.
su naturaleza impide una descarga reactiva completa (pérdida En cuanto a la teoría del trauma, seguirá estando también
irreparable de una persona amada), porque las circunstancias so- presente en la obra posterior de Freud, pero el alcance etiológico
ciales coartan la reacción, por lo inopinado de su aparición (un otorgado será cada vez menor, en beneficio de la vida fantasmá-
accidente), por coincidir con determinados estados psíquicos des- tica y de las fijaciones libidinales. Tal como presentará la cues-
favorables (representaciones carentes en sí de importancia, pero tión en las Lecciones de 191 7, el traumatismo desencadenante de
surgidas en graves estados paralizantes, como el sobresalto; situa- la enfermedad es una de las series complementarias, entre las que
58 Freud y su obra l. Los años de formación y el nacimiento del Psicoanálisis 59

es preciso contar asimismo los factores constitucionales y los sentaciones tan intesamente acentuado se mantuviera en un
acontecimientos biográficos, reuniendo estos dos últimos tipos tal aislamiento?[ ... ]. El motivo fue la de.ftnsa del yo contra di-
de factores bajo el concepto de «disposición por fijación de la li- cho grupo de representaciones, incompatibles con él, y el me-
bido», a la que se agregará, en un segundo tiempo y no necesa- canismo la conversión, por el cual, en lugar de los sufrimien-
riamente como experiencia infantil, el trauma psíquico (1917 e, tos anímicos que la sujeto se había ahorrado, aparecieron
dolores físicos (1895b, I, 127).
II, 2348). Con todo, la disminución de la teoría traumática de la
neurosis se verá acompañada de una mayor preocupación por las
neurosis traumáticas (de accidente, de guerra, etc.), de las que se 3.4.6. La retroactividad de la causalidad psíquica: Catalina y
ocupará teóricamente en Más allá del principio del placer (1920), Emma.- El caso de Isabel ha puesto también de manifiesto algo
donde recupera la noción de trauma como un flujo excesivo que que otros muchos testimonian con claridad y es el carácter de re-
rompe el aparato protector y anula el principio del placer obli- troactividad (Nachtraglichkeit) de la causalidad psíquica, cuya im-
gando al aparato psíquico a realizar una tarea más urgente, «más portancia en la obra de Freud ha sido subrayada por J. Lacan y
allá del principio del placer», consistente en ligar las excitaciones, al que ahora debemos referirnos. Por tal se entiende el proceso
de modo que se posibilite su ulterior descarga. Finalmente, a par- en dos tiempos en que se produce la eficacia psíquica de las im-
tir de la segunda tópica (1923), el concepto de trauma se revalo- presiones traumáticas, las cuales sólo devienen activas en un se-
riza, sin necesidad de referirse a la neurosis traumática, y así, en gundo momento (el apres-coup o «después del golpe»), que evoca
Inhibición, síntoma y angustia (1926), Freud indica que el yo de- el primero y lo resignifica.
sencadena la señal de angustia para intentar no verse desbordado Esa retroactividad no habría de entenderse, como pudiera ha-
por la aparición de la angustia automática, característica de la si- cerse desde la perspectiva de una filosofía existencial, en el sen-
tuación traumática. tido de que el pasado en retención del sujeto es elaborado pro-
Por el momento, bástenos indicar que el proceso terapéutico gresivamente por él en función del proyecto futuro, pues, en
por el que se permite al recuerdo volver al flujo de las asociacio- Freud, la elaboración retroactiva con consecuencias psíquicas
nes evita su carácter de «cuerpo interior extraño». Así caracteri- traumáticas no recae sobre todo el pasado, sobre lo vivido en ge-
zará Freud más tarde lo inconsciente, como «el extranjero inte- neral, sino sobre aquellos acontecimientos que en su momento
rior». Sin llegar a teorizada de manera explícita, la noción de no pudieron integrarse en un contexto significativo. Se elabora
inconsciente se bordea pues aquí. En la «epicrisis» del caso Isa- posteriormente lo que quedó aislado de modo enigmático, por lo
bel, comenta: que una escena puede tornarse traumática debido a una resignifica-
ción posterior. Esta viene facilitada por una serie de aconteci-
El amor de su cuñado se hallaba enquistado en su con- mientos, entre los que destacan la tardía aparición de la puber-
ciencia a la manera de un cuerpo extraño, sin haber entrado tad y de emociones propiamente sexuales, capaces de otorgar
en relación alguna con el resto de su vida mental. Así, pues, nueva eficacia a sucesos reprimidos, que sólo así, posteriormente,
el estado de la sujeto con respecto a dicho amor era el de co- se vuelven traumáticos. En carta a W Fliess de 1896, Freud ob-
nocerlo e ignorarlo al mismo tiempo [esta situación de saber serva: «Estoy trabajando sobre la presunción de que nuestro apa-
y no saber será retomada por Freud todavía en un artículo rato psíquico se ha originado por un proceso de estratificación:
de 1938, Escisión del <<JO>> en el proceso de de.ftnsa], estado ca-
racterístico siempre que se trata de un grupo psíquico sepa-
el material existente en la forma de rastros mnémicos experi-
rado. A él nos referimos exclusivamente al decir que Isabel no mentaría de tanto en tanto un reordenamiento cle acuerdo con
tenía «clara conciencia>> de sus sentimientos amorosos; esto es, nuevas relaciones, en cierto modo una transcripción>> (6-XII-96;
no queremos indicar en tales términos una cualidad inftrior o un 1950a, III, 3551).
grado menor de conciencia, sino una exclusión de/libre comercio De acuerdo con ello, en un primer momento, el niño sufre
mental asociativo con el restante acervo de representaciones [cur- una agresión sexual (escena de seducción), sin que en él despierte
siva mía]. Pero, ¿cómo podía suceder que un grupo de repre- excitación sexual; pero más tarde, normalmente después de la pu-
60 Freud y su obra l. Los años de formación y el nacimiento del Psicoanálisis 61

bertad, otra escena, aunque sea anodina, evoca por algún rasgo recuerdos, poder traumático, cuando la sujeto, adolescente o ya
asociativo la primera y este recuerdo desencadena un aflujo de ex- mujer, llega a la comprensión de la vida sexual» (1895b, I, 105-107).
citaciones sexuales que desbordan las defensas del yo: así, la pri- En adición de 1924, Freud aclara que, por discreción, había ocul-
mera escena sólo alcanza carácter traumático retroactivamente y tado en el historial clínico de Catalina algo importante y defor-
como recuerdo. ¿No se había afirmado desde el comienzo de Es- mador que pretendía subsanar: el seductor no había sido el tío de
tudios sobre la histeria que «el histérico padece principalmente de la muchacha, sino el padre.
reminiscencias»? Podría suceder, incluso, que el primer aconteci- En cuanto a Emma era una mujer dominada por la compul-
miento no fuera sexual en sí mismo, sino que sólo adquiriese esa sión de no poder entrar sola en una tienda. En el curso de la te-
significación posteriormente, por conexión más o menos acci- rapia se accedió -en orden inverso al de los sucesos- al re-
dental con algún aspecto del segundo, cuando el sujeto proyecta cuerdo de dos escenas relacionadas. A los ocho años fue a una
retroactivamente sobre la primera escena una dimensión sexual pastelería a comprar unos confites y el pastelero le pellizcó los ge-
que no tenía. Por ejemplo, en el caso de una relación prohibida nitales a través de los vestidos; pese a ello, volvió una segunda y
sexualmente, como con los parientes cercanos, que quizá no haya última vez, cosa que más tarde se reprocharía, como si hubiese
sido sexual, pero que queda revestida de tal carácter por la resig- querido provocar el atentado, aun cuando en aquel momento no
nificación efectuada con posterioridad y que viene a indicar, por comprendió de qué se trataba. Pero a los doce años entró de
tanto, que el deseo sexual no parte -o no necesariamente- del su- nuevo en una tienda para comprar algo y vio a dos dependientes
puesto agresor, sino del propio sujeto, el cual inconsciente de su de- (uno de los cuales le agradó sexualmente) riéndose entre ellos,
seo, aparece, tras la resignificación, como víctima de una seducción ante lo cual se dio a la fuga asustada, creyendo que se habían reído
o de una agresión, pues «no son los sucesos mismos los que de sus vestidos. ¿Por qué sigue años después con su compulsión?
actúan traumáticamente, sino su recuerdo, emergente cuando el Si se tratase del temor a que se rieran de sus vestidos, tal temor
individuo ha llegado ya a la madurez sexual» (1896b, I, 287). debería haber sido desechado como infantil hace tiempo, tanto
Ilustraremos el proceso con dos casos, el de Catalina, pertene- más desde que vestía como una dama, y además nada cambiaba
ciente a Estudios sobre la histeria, y el de Emmna, incluido en el en sus vestidos por el hecho de entrar sola o acompañada. La se-
Proyecto de una psicología para neurólogos (1895). gunda escena en el tiempo enlaza con la primera, como la pro-
En el primero de ellos, se trata de una joven campesina que pia paciente refiere, a través de la risa, pues la de los dependien-
padecía diversos síntomas (mareos, vómitos, ahogos y otras ma- tes le recuerda la mueca sardónica con que el pastelero acompañó
nifestaciones de angustia), para cuya desaparición le pidió ayuda su atentado. Pero mientras entonces no pudo comprender su sen-
a Freud en unas vacaciones que éste pasaba en la montaña. Un día tido, ahora despierta un desencadenamiento sexual, que se con-
de invierno había bajado al valle con un tío suyo y pernoctaron vierte en angustia. Esta angustia le hace temer que los depen-
en una posada; encontrándose dormida, su tío la despertó y pudo dientes puedan repetir el atentado y escapa corriendo. Sin
sentir su cuerpo junto a ella, rechazándole sin saber muy bien lo embargo, el enlace entre las escenas no se hizo consciente para
que quería. Pero tiempo después le descubrió con su prima Fran- Emma sino en el análisis, a través del cual accedió al primer epi-
cisca en un coito, lo que permitió el enlace de la nueva impresión sodio, al principio sólo aludido por los dependientes, la risa y los
con las antiguas reminiscencias, comenzando a comprenderlas y vestidos, permaneciendo los eslabones intermedios (pastelero,
simultáneamente a defenderse de ellas. Tras un corto período de atentado) inconscientes; así, el elemento que despierta interés, el
incubación, aparecieron los síntomas de la conversión, en forma atentado, ingresa en la conciencia desplazado al inocente símbolo
de vómitos sustitutivos de la repugnancia física y moral. «Lo que de los vestidos, lo que no impide el despertar del desencadena-
le había repugnado a la sujeto -comenta Freud- no había sido miento sexual (como lo muestra su atracción por uno de los de-
la vista de la pareja, sino un recuerdo que la misma despertó en pendientes y, tras ello, por el pellizco del pastelero, a cuya tienda
ella [ ... Así] comprobamos que impresiones de la época presexual, volvió una segunda vez). Pero lo notable es que esa reacción no
cuyo efecto sobre la niña ha sido nulo, adquieren más tarde, como se vinculase al atentado cuando el mismo ocurrió. «Nos encon-
(¡2
Freud y su obra
l. Los años de formación y el nacimiento del Psicoanálisis 63
tramos aquí ante el caso de que un recuerdo despierte un afecto
que no pudo suscitar cuando ocurrió en calidad de vivencia, por- freud parece recordar aquí las advertencias de Aristóteles, en
que en el ínterin las modificaciones de la pubertad tornaron po- la Etica a Nicómaco, según las cuales no se ha de buscar el mismo
sible una nueva comprensión de lo recordado. Ahora bien: este rigor en todos los razonamientos, sino que es propio del hombre
caso es típico de la represión que se produce en la histeria. Siem- instruido buscar la exactitud en cada materia en la medida en que
pre comprobamos que se reprime un recuerdo, el cual sólo poste- la admite la naturaleza del asunto. En cualquier caso, ese destino
riormente llega a convertirse en un trauma. El motivo de este es- -la hostilidad de los colegas y la simpatía de los literatos- va
tado de cosas radica en el retardo de la pubertad con respecto al a acompañar a Freud a partir de entonces durante muchos años
restante desarrollo del individuo» (1950b, I, 254). y preludia su frecuente apoyo en la literatura, como banco de
La aparición del concepto de sexualidad infantil, postulado pruebas, paralelo al de sus pacientes, en el que tratar de con-
algo más tarde, parecería dejar obsoleta esta concepción que, sin frontar sus teorías.
embargo, como sucede tantas veces en Freud, se mantendrá, aun- Sin embargo, la mala recepción de la obra decepcionó a
que modificada. La excitación de una determinada zona erógena Breuer y no hizo sino aumentar la distancia de los antiguos ami-
(por ejemplo, los genitales), antes de haber sido investida libidi- gos, ya perceptible en la época de su colaboración en la «Comu-
nalmente (si en el niño perdura aún el erotismo oral o anal), nicación preliminar». A las diferencias teóricas se agregaba el que
puede tornarse traumática, no en el momento del suceso -aun a Freud le resultaba humillante haberse sentido ayudado, incluso
cuando éste deje un punto de fijación-, sino cuando el sujeto monetariamente, por Breuer, el cual, para colmo, parecía no pre-
entre en la correspondiente fase de evolución libidinal, o en su ocuparse por la deuda. Pero aquéllas, las concepciones teóricas,
reedición en la pubertad, y pueda resignificar tales aconteci- también tuvieron una función relevante. Breuer acabó por reco-
mientos. Volveremos sobre ello. nocer la importancia de la transferencia en la terapia, importan-
cia acentuada por Freud, que ya en esa obra la entiende (ob. cit.,
3.4.7. La recepción de la obra y la ruptura con Breuer.- La 166-167) como una falsa conexión entre una figura significativa
acogida de Estudios sobre la histeria no fue muy buena. El neu- del pasado y el médico, es decir, como la repetición en el pre-
rólogo Adolf von Strümpell hizo una reseña superficial, irónica y sente, enlazados al terapeuta, de importantes acontecimientos
ambigua, que a Freud le pareció simplemente «mediocre». Esa pretéritos reprimidos.
frialdad le dispuso aún más a armarse frente a sus críticos, ene- Mas lo que Breuer parecía no poder aceptar era el papel de la
migos que ya no le abandonarán. En cambio, encontró una sexualidad en la etiología de la histeria, acentuado progresiva-
buena recepción en el comentario realizado por Alfred von Ber- mente por Freud para todo tipo de neurosis. A Breuer debió ya
ger, profesor de historia de la literatura en la Universidad de de costarle trabajo conceder en el prólogo a la primera edición,
Viena. A Freud no debió desagradarle ese reconocimiento, tanto escrito conjuntamente, «que la sexualidad, en tanto que fuente
más cuanto que él mismo había escrito en un pasaje de la obra: de traumas psíquicos y motivo de la «defensa», de la represión de
ideas fuera de la conciencia, desempeña un papel cardinal en la
No siempre he sido exclusivamente psicoterapeuta. Por el patogenia de la histeria» (ob. cit., 39). Pero no estaba dispuesto
contrario, he practicado al principio, como otros neurólogos,
el diagnóstico local y las reacciones eléctricas, y a mí mismo a seguir por ahí. El caso de Ana 0., con su atractivo juvenil y su
me causa singular impresión el comprobar que mis historiales bello desamparo -tanto más cuanto que su propio nombre,
clínicos carecen, por decirlo así, del severo sello científico, y Bertha, evocaba el de la madre de Breuer-, le había conmocio-
presentan más bien un aspecto literario. Pero me consuelo nado. Por otra parte, algunas conclusiones de Freud le parecían
pensando que este resultado depende por completo de la na- prematuras, aunque había sido él quien le había sugerido que, en
turaleza del objeto y no de mis preferencias personales (ob. términos generales, los trastornos nerviosos siempre encierran
cit., 124). «secretos de alcoba». A lo largo de la década de los 90 su ambi-
valente actitud al respecto exasperaba a Freud, que le empezaba
a sentir como un obstáculo para el progreso en la investigación.
64 Freud y su obra I. Los años de formación y el nacimiento del Psicoanálisis 65

En 1895, le comenta a Fliess su perplejidad ante la actitud de


Breuer: 3.5. Psicopatología y <<psicología neurológica»

No hace mucho, en el Colegio de Médicos, Breuer pro- 3.5.1. Psicosis y neurosis: algunas nociones nosográficas.-
nunció un gran discurso sobre mí, presentándose como un Además de en Estudios sobre la histeria, Freud intentó, en diver-
convertido a la creencia en la etiología sexual. Cuando se lo sos trabajos de los años 1894-96, precisar algunos conceptos no-
agradecía privadamente, me malogró el placer diciendo: «Pero,
sográficos, para lo cual tomó de la psiquiatría alemana una dis-
¡si de todos modos, yo no creo nada de eso!» ¿Puedes com-
prenderlo? Yo no>> (8-XI-95; 1950a, III, 3524-3525). tinción, más o menos bien establecida, entre psicosis y neurosis.
Sin entrar ahora en otros detalles, las psicosis se caracterizarían por
Pese a todo, Breuer le envió alguna paciente difícil, con la que una pérdida más grave y primaria de la realidad, y en ellas la clí-
Freud obtuvo buenos resultados. En cierta ocasión le informó de nica psicoanalítica acabará, con el tiempo, distinguiendo diversas
que cuando le habló a Breuer de su extraordinaria mejoría, «éste estructuras, fundamentalmente la esquizofrenia y la paranoia, por
habría batido palmas, exclamando una y otra vez: "¡Así que tiene un lado, y las psicosis maníaco-depresivas por otro. El término es-
razón, después de todo! ... ",, (16-V-1900; lb., 3642). Pero, para quizofrenia lo creará en 1911 el psiquiatra Eugen Bleuler, direc-
entonces, hacía mucho que la ruptura real se había consumado y tor de la clínica del Burgholzli, en Zurich, para designar lo que
sólo bastante más tarde estaría Freud en condiciones de valorar Emil Kraepelin, discípulo en Leipzig de Wilhelm Wundt y fun-
mejor al antiguo amigo y recordar la leal ayuda que le brindó. dador de la nosografía psiquiátrica contemporánea, había deno-
Ahora bien, en un pasaje de La interpretación de los sueños, minado demencia precoz. La esquizofrenia, como revela su eti-
Freud reconoció: mología griega, se caracteriza por una escisión (Spaltung) del
espíritu y un deterioro, intelectual y afectivo, que suele faltar sin
Un íntimo amigo y un odiado enemigo han sido siempre embargo en la paranoia, aunque en ambas se den construcciones
necesidades imprescindibles de mi vida sentimental, y siempre delirantes, mejor sistematizadas y con abundante labor de inter-
he sabido procurármelos de nuevo. No pocas veces quedó re- pretación en esta última. Para designar el grupo paranoico-es-
constituido tan completamente este ideal infantil, que amigo quizofrénico, Freud propuso el término parafrenia, que Kraepe-
y enemigo coincidieron en la misma persona, aunque natu- lin había reservado para aquellas psicosis delirantes crónicas en
ralmente no al mismo tiempo ni en constante oscilación, las que no se produce debilitamiento intelectual, similares en eso
como sucedió en mis primeros años (1900, 1, 641). a las paranoias, pero en las que la fabulación está más desorgani-
zada que en éstas, aproximándose así a las esquizofrenias. En la
Esta breve pieza analítica, que nos remite a su primera infan- actualidad, ha prevalecido la acepción de Kraepelin. En la se-
cia y a su sobrino y compañero de juegos, John, hace también gunda década del siglo xx, Freud también trató de imponer el
comprensible que el deterioro de la relación con Breuer hiciera término de neurosis narcisistas para referirse a las psicosis en ge-
resaltar la de Wilhelm Fliess, el amigo necesario, mucho más re- neral, aunque luego volvió a la clasificación psiquiátrica habitual,
ceptivo con las ideas de Freud. reservando la denominación de neurosis narcisista para la me-
Mas, antes de ocuparnos de esa relación crucial en el surgi- lancolía, generalmente designada, según la terminología de
miento del psicoanálisis, hemos de abrir un breve paréntesis para Kraepelin, psicosis maníaco-depresiva, con su alternancia de es-
atender a otras obras de los años 1894-96, las cuales nos permi- tados de euforia y de profundo abatimiento.
tirán, por una parte, establecer una primera presentación de con- Pero, a finales del siglo XIX, Freud no estaba tan preocupado
junto de algunas nociones psicopatológicas; por otra, referirnos por delimitar las psicosis de las neurosis cuanto por descubrir los
sucintamente al intento, llevado a cabo en 1895, de realizar una mecanismos de una serie de afecciones, lo que le llevaba a dis-
exposición sistemática de la psicología desde un punto de vista tin~uir, dentro de las neurosis, entre neurosis actuales y neurosis de
neurológico. defensa (a las que, más tarde, ya veremos por qué, llamará tam-
66 Freud y su obra I. Los años de formación y el nacimiento del Psicoanálisis 67

bién neurosis de transfirencia). Como indica en La herencia y la analíticamente entre unos y otros, y el cuadro de la neurosis de
etiología de las neurosis, la diferencia básica entre unas y otras, angustia, con predominio de una angustia masiva sin objeto ma-
siendo en todas ellas el factor etiológico determinante el sexual, nifiesto, en la que es patente el papel de los factores actuales, es
radicaría en que en la génesis de las neurosis actuales cabe en- diferente de la histeria de angustia o neurosis fóbica -de la que
contrar disfunciones somáticas de la sexualidad, mientras que la enseguida vamos a hablar-, en la que la angustia se fija sobre
causa básica de las psiconeurosis, no hay que buscarla tanto en un objeto substitutivo. Por otra parte, los síntomas que Freud so-
«los desórdenes actuales de la vida sexual», cuanto en «el recuerdo lía incluir como «actuales» suelen hoy recalificarse bajo el con-
de una experiencia sexual precoz» (1896a, 1, 285), es decir, en el cepto de lo psicosomático, en cuyo campo, de todos modos, no
conflicto psíquico, conflicto que aquellos desórdenes pueden en habría que tener en cuenta solamente los conflictos derivados de
todo caso reanimar. la sexualidad, sino asimismo los generados por el fuerte control
Dentro de las neurosis actuales, o sea, aquellas en las que hay o la supresión de la agresividad, como el propio Freud destacaría
que buscar «el motivo de la perturbación en el terreno somático más tarde en su obra.
y no en el psíquico» (1895a, 1, 197), Freud diferenció, en La neu- En cuanto a las neurosis de defensa, Freud diferenció dos va-
rastenia y la neurosis de angustia (1895), entre esas dos formas fun- riantes principales, la neurosis obsesiva y la neurosis histérica. Den-
damentales. La neurastenia era una afección descrita por el médico tro de ésta acabará por distinguir entre la histeria de conversión y
americano George Beard (1839-1883) y caracterizada por una se- la histeria de angustia, término introducido en 1908, siguiendo
rie de síntomas como la fatiga física, el estreñimiento o el empo- algunas sugerencias de Freud, por W Stekel. En las tres formas
brecimiento de la actividad sexual. Freud la diferenció de la neu- de neurosis, el efecto de la represión sobre la pulsión es disociarla
rosis de angustia, que se manifestaría en forma de pavor nocturnus, entre su contenido representativo y su carga afectiva, de acuerdo
de expectación ansiosa capaz de ligarse a cualquier tipo de soporte con la hipótesis, ya formulada en Las psiconeurosis de defensa, de
o con acompañamiento somático en forma de vértigo y trastor- que «en las funciones psíquicas debe distinguirse algo (montante
nos cardíacos. En ambas se da una excitación sexual no satisfecha del afecto, magnitud de la excitación), que tiene todas las pro-
(bien, en la neurastenia, por un alivio inadecuado de la tensión li- piedades de una cantidad -aunque no poseamos medio alguno
bidinal -masturbación-, bien, en la neurosis de angustia, por de medirla-; algo susceptible de aumento, disminución, des-
falta de descarga de dicha tensión -angustia de las vírgenes, an- plazamiento y descarga, que se extiende por las huellas mnémi-
gustia de la abstinencia sexual, angustia provocada por el coitus in- cas de las representaciones como una carga eléctrica por las su-
terruptus-), que se transforma sin mediación simbólica en an- perficies de los cuerpos» (1894, I, 176-177). Es decir, cuando una
gustia, siendo a esa falta de mediación a lo que apunta el término representación se vuelve intolerable para el sujeto, el yo tiende a
«neurosis actuales». En ellas, la excitación sexual somática no lo- defenderse y a reprimirla, pero, aunque quede sustraída a la con-
gra una suficiente elaboración psíquica, hasta el punto de volverse ciencia, no logra hacer desaparecer la carga afectiva a ella ligada,
habitual la separación entre sexualidad psíquica y sexualidad fí- dependiendo la forma de enfermedad del empleo que se dé al
sica. En 1914, en Introducción al narcisismo, Freud incluyó asi- afecto desligado de sus representaciones originarias: mientras en
mismo la hipocondría como tercera forma de las neurosis actuales, la obsesión el afecto se desplaza hacia el pensamiento (con lo cual la
haciéndola corresponder con lo que entonces denominaba psico- lucha psíquica entre la instancia represora y lo reprimido toma la
neurosis narcisistas, porque el síntoma de la neurosis actual es a forma, aparentemente muy alejada, de un pensamiento dubita-
menudo precursor del síntoma psiconeurótico. tivo y escrupuloso, sometido a ceremoniales más 'o menos com-
Aunque Freud nunca desechó el concepto de neurosis actua- plejos, según tendremos ocasión de ver en El hombre de las ratas),
les, la noción ha tendido con el tiempo a desaparecer, al estimarse en la histeria la cantidad energética se utiliza, bien para una iner-
que, pese al valor desencadenante de los factores actuales, siem- vación somática (histeria de conversión, tal como la hemos con-
pre se encuentran en los síntomas expresiones simbólicas de an- siderado en el caso de Isabel), bien, carente de representación a la
tiguos conflictos. Con todo, no deja de ser posible diferenciar que ligarse, se expresa en angustia, que no es miedo ante algo de-

ti
68 Freud y su obra I. Los años de formación y el nacimiento del Psicoanálisis 69

terminado, sino un montante energético errático, hasta que en- la frontera entre neurosis y psicosis, como en las esquizofrenias
cuentre en el exterior un objeto al que enlazarse, convertido enton- latentes, cuya sintomatología es aparentemente neurótica.
ces en objeto fóbico, el cual proporciona el alivio de sustituir una Podríamos resumir lo dicho en este epígrafe, que será preci-
presión interna insuprimible por una angustia exterior focalizada, sado al hablar de los historiales clínicos y, más tarde aún, al refe-
de la que siempre es más fácil defenderse (lo analizaremos en el rirnos a las relaciones entre los procesos de represión, renegación
Caso juanito). Sin embargo, «histeria de angustia» y «neurosis fó- y rechazo, en el siguiente esquema:
bica» no son exactamente sinónimos: el primer término destaca
el mecanismo de la neurosis, el segundo es más descriptivo y se Psicosis Neurosis Perversiones
refiere a un momento posterior, pues como Freud comentó en Actuales 1De defensa
Paranoia Neurastenia 1 Histeria -de conversión
cierta ocasión «la histeria de angustia evoluciona cada vez más ha- Esquizofrenia Neurosis de -de angustia
cia la "fobia''» (1909b, II, 1425). Psicosis angustia
En las Nuevas observaciones sobre las neuropsicosis de defensa, maníaco-depresiva Neurosis obsesiva
Freud estima que si, en la histeria, el factor desencadenante es un
trauma infantil -normalmente la seducción por parte de un
adulto- incapaz de ser elaborado, en la neurosis obsesiva (en la 3.5.2. Proyecto de una psicología para neurólogos (1895).-
que siempre habría también un componente histérico, es decir, El intento de explicar la psicología a través de la biología, pre-
una experiencia sexual pasiva anterior) la pasividad es sustituida sente en Freud desde su formación positivista y neurológica, se
luego por una actividad sexual que reproduce de alguna manera vio reforzado por las concepciones de Fliess. Pero también actuó
la primitiva seducción. En la neurosis obsesiva se trata, pues, de como barrera defensiva frente a lo que iba a ser el desarrollo de
agresiones sexuales «llevadas a cabo con placer o de una gozosa su autoanálisis. En todo caso, ese interés tomó cuerpo en una
participación en actos sexuales» (1896b, 1, 289), siendo las re- obra, concebida en la primavera de 1895 y redactada febrilmente
presentaciones obsesivas «reproches transformados, retornados de en otoño de ese mismo año, que interrumpe bruscamente y deja
la represión, y referentes siempre a un acto sexual de la niñez eje- sin desarrollar. Lo que Freud pretendía en el Proyecto de una psi-
cutado con placer»: al fracasar la defensa, lo reprimido retorna y cología para neurólogos era explicar el funcionamiento mental
«aquello que se hace consciente como representaciones y afectos desde un punto de vista científico natural, reduciendo los proce-
obsesivos, sustituyendo para la vida consciente el recuerdo pató- sos psicológicos a su base neurológica y convirtiendo la mente en
geno, son transacciones entre las representaciones reprimidas y una máquina que administra cantidades y flujos energéticos. Aun
las represoras» (ob. cit., 290). Pero, aunque entre los varones es cuando la tentación de la perspectiva biológica le acompañó hasta
más frecuente la obsesión y entre las mujeres la histeria, no se el final de su vida, es sintomático que el Proyecto sea ignorado sis-
puede establecer una ecuación entre cada uno de los sexos y las temáticamente en sus posteriores comentarios autobiográficos.
diferentes formas de enfermedad, relacionándose con las cir- Sin embargo, y desde una orientación de conjunto diferente, mu-
cunstancias temporales de la libido «el factor que decide si de los chos de los conceptos de esa obra (las cantidades energéticas, la
traumas infantiles ha de surgir una histeria o una neurosis obse- energía libre y la energía ligada, los procesos primario y secun-
siva» (ob. cit., 289). dario, la represión y su determinación sexual. .. ) se integrarán en
En fin, Freud diferenció pronto entre las neurosis y las per- estudios posteriores y, sobre todo, en el modelo del psiquismo
versiones, de las que ahora no vamos a hablar, pero a las que nos ofrecido por Freud en el capítulo VII de La interpretación de los
referiremos ampliamente al considerar los Tres ensayos para una sueños. Pero, entonces, se tratará de lugares metafóricos, sin rela-
teoría sexual (1905) y, más tarde, su artículo sobre Fetichismo ción directa con la neurología, y, por tanto, no de una psicolo-
(1927). Sí podemos, en cambio, indicar que, en la psicopatolo- gía para neurólogos, sino de una psicología para «psicólogos»
gía actual, a las psicosis, las neurosis y las perversiones suelen -para un nuevo tipo de psicólogos-, en la que, malgré lui-méme,
agregarse los denominados casos-límite (Grenzfoll, borderline), en ya venía trabajando desde hacía tiempo, y en la que sus pacien-
70 Freud y su obra I. Los años de formación y el nacimiento del Psicoanálisis 71

tes y su autoanálisis le iban a sumergir. En este último habría de A nosotros nos puede sorprender tal idealización, dado que,
desempeñar un papel destacado su relación con Wilhelm Fliess. aunque la formación científica y humanista de Fliess era amplia,
sus ideas nos resultan hoy fantasiosas. Las principales se refieren
a la «neurosis nasal refleja» y a la «teoría de los períodos», por las
4. El autoanálisis y el abandono que defendía analogías entre los órganos genitales y la nariz, y en-
de la teoría de la seducción lazaba esas analogías con la periodicidad a la que, según él, están
sometidos todos los fenómenos vitales, empezando por el ciclo
4.1. Wilhelm Fliess de 28 días de la menstruación, pero pudiéndose encontrar otros
importantes (el de 23 era por él destacado). El ser humano es bi-
Aunque la ruptura con Breuer la acentuara, la amistad entre sexual, dependiendo la configuración anatómica de cada indivi-
Freud y Fliess comenzó mucho antes y de un modo bastante re- duo de cuál fuese el primero de aquellos períodos transmitidos
pentino, con ocasión de un viaje de estudios, en otoño de 1887, por la madre al hijo. A todo ello se le debía dar una impo'rtante
de Fliess a Viena, donde se conocieron a través del propio Breuer. base biológica -Base para una biología exacta es precisamente el
Pero si la influencia de éste (o la de Charcot) forma un capítulo subtítulo de su principal obra, El curso de la vida-, que podría
de la historia intelectual, la de Fliess resulta más difícil de cata- extenderse a los restantes animales e incluso al universo entero,
logar, por cuanto con él, y sin darse exactamente cuenta de lo que descubriendo las relaciones entre las condiciones astronómicas y
sucedía, Freud iba a realizar su propio análisis. los organismos ...
Fliess era dos años menor que Freud, pero había avanzado Aunque las ideas de Freud podían en su época sonar casi tan
más en el curso de su profesión, otorrinonaringólogo, ejercida en ridículas como las de Fliess, llama la atención la credulidad y la
Berlín. Desde el comienzo se dan elementos de identificación que falta de crítica con que las aceptó, aun cuando con el tiempo las
favorecen la amistad: los dos pertenecen a la pequeña burguesía rechazara o aprovechara en otro sentido: La explicación biológica
judía y carecen de fortuna, aunque Fliess la adquirirá pronto a de los fenémenos psíquicos irá cediendo ante una explicación
través del matrimonio; los dos se sitúan al margen de la corriente propiamente psicológica. La bisexualidad, pese a su importancia,
principal del pensamiento médico de su tiempo; los dos cuentan no será para Freud una noción clara, pues supone una aprehen-
con una sólida cultura clásica y un ideal de cientificidad que se sión de los conceptos de masculinidad y feminidad, a los que se
remonta a Helmholtz, del que Fliess fue discípulo, como, a su les otorga distinta significación a nivel biológico, psicológico o
modo, también Freud, a través del «puente» de Brücke. Las apa- social, sin que se puedan establecer fáciles correspondencias; por
sionadas amistades de Freud, en las que él se solía mostrar exa- otra parte, la represión no puede basarse mecánicamente en los
gerado y generoso, aunque también, llegado el caso, injusto, pa- rasgos biológicos del hermafroditismo, en los vestigios del apa-
recen renovarse con esta nueva relación, en la que, por lo pronto, rato genital del sexo opuesto, como si el que se reprimiera fuera
se va a dejar fascinar. simplemente el sexo biológicamente no dominante, pues ello va
Ya desde la primera carta a Fliess, poco depués de la partida en contra de la experiencia clínica, de la importancia del com-
de éste hacia Berlín, en noviembre de 1887, muestra, a pesar de plejo de castración y de la prevalencia del significante fálico para
un cierto formalismo, una cargada emocionalidad. El usted fue los dos sexos; sobre todo, la bisexualidad psíquica no se puede
pronto sustitido por el tú, la correspondencia haciéndose más fre- derivar directamente de la bisexualidad biológica, sino que de-
cuente, la comunicación abarcando todos los campos y adqui- pende de variados procesos de identificación. A Freud le servirá,
riendo una intimidad desusada. Aunque el interés era mutuo, sin embargo, para explicar, en cierto modo, la homosexualidad y
Freud se condujo durante mucho tiempo como si fuera quien la noción de pulsión parcial. El concepto de bisexualidad se en-
más agradecido debiera estar: «Tus alabanzas son néctar y am- contrará aún en Mds alld del principio del placer (1920), obra en
brosía para mí» (14-VII-94; C, 11, 88), «Tus cartas me fascinan y la que, con las ideas de pulsión de muerte y de repetición, se re-
me dejan anonadado» (1-1-96; 1950a, 111, 3529). cupera la de periodicidad, que tanto habría de estorbarle. En
72 Freud y su obra l. Los años de formación y el nacimiento del Psicoanálisis 73
cuanto a la analogía entre la nariz y los genitales, se transformará no se podía analizar. Y así, aunque se dice que la corresponden-
en las de desplazamiento y simbolismo, a las que ya nos hemos cia con Fliess constituye el autoanálisis de Freud, él mismo con-
acercado en Estudios sobre la histeria y que tan importante relieve signaría más tarde que, en sentido técnico, y no como mero aná-
habrían de conseguir. Abandonadas o reelaboradas, Freud apro- lisis introspectivo (sin despreciar el valor de éste, pero señalando
vechó de este modo lo que no eran sino ideas delirantes de un también sus máscaras y sus límites), «el autoanálisis es, en reali-
hombre culto, al que, en su momento, él consideró genial. dad, imposible»:
No cabe duda de que la receptividad de Fliess ante la impor-
tancia otorgada a la sexualidad, cuando Breuer parecía huir de
Mi autoanálisis sigue interrumpido; pero ahora advierto
ella, y la soledad en la que proseguía su trabajo hubieron de con- por qué. Sólo puedo analizarme a mí mismo mediante las no-
tar también en la actitud de Freud. Aunque Martha -una figura ciones adquiridas objetivamente (como si fuese un extraño);
siempre ensombrecida ante el brillo de su marido- le propor- el autoanálisis es, en realidad, imposible, pues de lo contrario
cionó un marco doméstico en el que pudiera sentirse a gusto, no existiría la enfermedad (14-XI-97; lb., 3591).
apartando de su camino de investigador la rutina y los sinsabo-
res de la vida cotidiana, no era una compañera intelectual. Cari- Freud no pretendió nunca haberlo «terminado» -si es que
ñosa y eficiente, severa ante las violaciones de la moral conven- en sí es terminable. De su exploración nos quedan testimonios
cional, bastante hacía con cuidar de los seis hijos que tuvieron en explícitos hasta la ruptura con Fliess: después de una frecuente
nueve años, a los que Freud dedicaba afecto y tiempo cuando po- correspondencia y de repetidos encuentros -calificados, con un
día. En cuanto a Minna, la hermana soltera de Martha, pasó a tanto de ironía, de «Congresos»-, dejaron de verse en Achen-
integrarse en la familia a mediados de los 90 -cuando se habían see, en el Tirol, en septiembre de 1900, aun cuando las cartas si-
trasladado a un barrio no especialmente distinguido, pero donde guieron de algún modo hasta 1902.
encontraron un piso que sería muy útil para la consulta, perma- En el período álgido de esa relación, de 1897 a 1900, los tras-
neciendo allí, en Bergasse 19, hasta el exilio final- y siguió más tornos psicosomáticos de Freud se acentúan: ligeras arritmias que
de cerca la aventura de Freud; sin embargo, pese a la audiencia y le habían llevado a intentar dejar de fumar, sin conseguirlo; ex-
el afecto que le otorgó -a veces hicieron solos excursiones por tremados cambios de ánimo, oscilando entre el sentimiento de
Suiza y algunas ciudades italianas- no podía seguirle durante independencia y el abatimiento; ideas obsesivas en torno a la
todo el trayecto. En estas circunstancias, Freud, que ya había ca- muerte ... Supersticioso, a pesar de su racionalismo, durante mu-
lificado tempranamente a Fliess como su «otro yo», todavía se re- cho tiempo pensó que moriría a los cincuentaiún años, por ser
fería a él, en 1901, como a su «Único público»(19-IX-01; ibíd., la suma de veintiocho y veintitrés, los períodos de Fliess; más ade-
3652). Un público único en cualquier caso, al que le confiaba co- lante, en cambio, dará una hermosa explicación de la supersti-
sas como la frecuencia o el carácter de sus relaciones sexuales con ción. Jones calificó esos trastornos como neurosis de angustia. Al-
Martha, colocándole en el lugar que después ocupará el analista. gunos de esos síntomas permanecieron y, obviamente, hubieron
Ese lugar, en el que inconscientemente le situaba, provocó de repercutir en la teoría y la historia del movimiento psicoana-
una gran intensidad afectiva y una gran ambivalencia. Con Fliess lítico, pero no le impidieron «trabajar y amar», dos criterios en
se produce, no sólo una evidente transferencia homosexual a la los que después hará consistir la salud: la grandeza de su obra
figura paterna por Freud construida, sino asimismo una transfe- consiste, en parte, en no haber sido paralizado por sus conflictos,
rencia materna latente, como quizá afloren (ambas) en este pa- sino en haberlos transformado, temáticamente, eri objeto de re-
saje: «Como todo ser humano necesita de alguien que le sugiera flexión. Quizá, incluso, su etapa más original coincida con los
las cosas, a fin de descansar de su propia crítica, te diré que desde años de culminación de sus afecciones, pues, por grande que
entonces (hace ahora tres semanas) realmente no he tenido nada fuera su pasión intelectual, sin la presión del síntoma probabl~­
caliente entre los labios ... » (19-IV-94; ibíd., 3488). Pero, además mente nunca hubiera llevado a cabo sus descubrimientos. El
de muchas otras cosas, era precisamente la transferencia lo que mismo percibía vagamente la relación entre una y otros, al co-
74 Freud y su obra l. Los años de formación y el nacimiento del Psicoanálisis 75

mentar que trabajaba con intensidad, no cuando se sentía fran-


camente relajado y feliz, pero tampoco al hallarse demasiado de- 4.2. «Ya no creo en mis neuróticos... »
primido, sino cuando se encontraba «moderadamente desdi-
chado». La muerte de Jakob Freud, el 23 de octubre de 1896, parece
Pese a su admiración consciente por Fliess y sus sinceras ala- precipitar todos los acontecimientos: el autoanálisis, la interpre-
banzas, resulta un tanto chocante, desde el sereno estoicismo del tación de los sueños, el abandono de la teoría de la seducción, el
Freud posterior, su inclinación a quejarse ante él: quejas excesi- descubrimiento del Edipo ... Doce años después, en el prólogo a
vas ante una sola persona difícilmente pueden interpretarse de la segunda edición de Die Traumdeutung, Freud comentará que,
otro modo que como un reproche inconsciente, como si los ma- además del valor teórico que pudiera albergar, el libro contenía
les se debieran precisamente a aquél ante el que nos quejamos, una gran importancia subjetiva, al representar, «una parte de mi
expresándole así un latente sentimiento de hostilidad. Si Freud propio análisis, mi reacción frente a la muerte de mi padre, es de-
se había vinculado homosexualmente a Fliess, como a una figura cir, frente al más significativo suceso, a la más tajante pérdida en
paterna, la hostilidad, hondamente sepultada, contra su propio la vida de un hombre» (1900, I, 345). Claro que no menos sig-
padre no podía dejar de alcanzar al amigo. Freud revela esa trans- nificativa puede ser la pérdida de la madre para cualquier persona
ferencia, la describe incluso, sin poder reconocerla del todo: -y, desde luego, para Freud, su primogénito y preferido-, por
lo que convendría leer tal declaración, según él mismo nos en-
Dondequiera que comience, siempre me encuentro de señó a hacer, como una expresión sobredeterminada: si por un
vuelta en las neurosis y en el aparato psíquico [... ]. Es que lado apunta a su deseo de mantener a distancia los aspectos som-
todo eso hierve y fermenta en mí, aguardando sólo un nuevo bríos y oscuros de la relación con su madre -producto de la am-
empuje para salir a la luz [... Y, como cualquier paciente po- bivalencia afectiva que cualquiera de ellas encierra-, por otra, es
dría decirle a su analista, agrega:] Durante los días últimos reveladora de la compleja relación de un hijo con la imagen del
tuve toda clase de buenas ocurrencias para transmitirte, pero padre de su mismo sexo; además de trabar, una vez más, biogra-
se han esfumado sin excepción (16-V-97; lb., 3568-3569).
Todavía no sé qué me ha pasado: algo surgido del más pro- fía y desarrollo teórico, indicando finalmente la conmoción que
fundo abismo de mi propia neurosis se opone a todo progreso el suceso le produjo. A partir de ese momento, Freud decidió em-
mío en la comprensión de las neurosis, y de alguna manera tú pezar su «análisis» de un modo más o menos sistemático. Pocos
estás envuelto en ello. En efecto, la inhibición de escribir me días después del fallecimiento, le escribía a Fliess:
parece destinada a impedir nuestras relaciones. No puedo de-
mostrarlo, pero siento que es así de alguna incierta manera (7- A través de alguna de esas oscuras rutas que corren tras la
VII-97; lb., 3576). conciencia <<oficial», la muerte del viejo me ha afectado pro-
fundamente. Yo le estimaba mucho y le comprendía perfecta-
Freud acabará desprendiéndose de Fliess, cuando el resultado mente: influyó a menudo en mi vida con esa peculiar mezcla
suya de profunda sabiduría y fantástica ligereza de ánimo.
de su autoanálisis se lo permita, advirtiendo entonces la incom-
Cuando murió hacía mucho tiempo que su vida había con-
patibilidad entre gran parte de sus concepciones. Y aunque el cluido; pero ante su muerte todo el pasado volvió a desper-
análisis de esa intensa relación continuará todavía durante bas- tarse en mi intimidad. Ahora tengo la sensación de estar to-
tante tiempo, Fliess, que tan importante papel había jugado en talmente desarraigado (2-XI-96; 1950a, III, 3.549).
la prehistoria del psicoanálisis, prácticamente se esfuma en su
consolidación y desarrollos. En el camino hacia el psicoanálisis, Freud habrá de rectificar
h teoría en la que había basado la explicación de la histeria
desde 1893, la del trauma provocado por la seducción de los pa-
11 res, aun sin renunciar por ello a la etiología sexual de las neuro-
,¡·'· Por lo que a ésta se refiere, no sólo parecía deducirse de los
76 Freud y su obra l. Los años de formación y el nacimiento del Psicoanálisis 77

relatos de sus pacientes, sino, que, llegado el momento, Freud re- consideraba su tesis un importante hallazgo, «una caput Nili de
cordó cómo la noción de la etiología sexual le había sido suge- la Neuropatología}}, y aunque sus oyentes estaban acostumbrados
rida por otros autores, según nos refiere en Historia del movi- a los retorcidos caminos que puede seguir la vida erótica, la con-
miento psicoanalítico: si Breuer le había insinuado que en el ferencia tuvo una recepción gélida. Richard von Krafft-Ebing,
origen de los trastornos nerviosos siempre se encuentran secrets autor de una psicopatología sexual, presidía la mesa y comentó:
d'alcove, también le había oído decir a Charcot, a comienzos «Suena como un cuento de hadas científico}} (26-IV-96; C, 11,
de 1886: «Mais, dans des cas pareils, c'est toujours la chose génitale». 178). Freud se quejó amargamente, una y otra vez, del vacío en
Más tarde, el eminente ginecólogo vienés Rudolf Chrobak le en- el que le dejaban sus colegas. Pero, años más tarde, calificaría ese
vió una paciente con ataques de angustia; a su entender, ello se período de soledad, en el que realizó sus principales descubri-
debía a que, pese a dieciocho años de matrimonio, se conservaba mientos, como de «splendid isolation, si no fuese tan exagerado}}
virgo intacta, dada la absoluta impotencia de su marido; la única (7-V-1900; 1950a, 111, 3641).
receta para esa dolencia, acabó por afirmar, no podemos prescri- La teoría de la seducción traumática, en cualquier caso, fue
birla: «Penis normalis dosim. ¡Repetatur!» Mas, como el propio abandonada. Las objeciones se acumulaban. En la primera de las
Freud observa, «una cosa es expresar una idea bajo la forma de «históricas y heroicas cartas del otoño de 1897}}, como las califi-
una pasajera observación, y otra tomarla en serio, conducirla a cara H. Erikson, Freud le confía a Fliess «el gran secreto que en
través de todos los obstáculos y conquistarle un puesto entre las el curso de los últimos meses se me ha revelado paulatinamente:
verdades reconocidas» (1914c, II, 1898-2000). Eso fue precisa- ya no creo en mis neuróticos}} (21-IX-97; ibíd., 3578), expo-
mente lo que él hizo. niendo a continuación los motivos de su incredulidad: en primer
Planteada ya en Estudios sobre la histeria, la importancia de la lugar, los análisis no llegan a una verdadera conclusión y los pa-
sexualidad se fue abriendo paso progresivamente. En 1895, le co- cientes que por un tiempo parecían ser más favorables acaban de-
menta a Fliess: «¿Te he revelado ya, verbalmente o por escrito, el sertando; además, dada la inesperada frecuencia de la histeria, si
gran secreto clínico? Helo aquí: la histeria es la consecuencia de se sometiera a la condición de una seducción real por parte del
un «shock» sexual presexual, mientras que la neurosis obsesiva es padre, casi todos ellos resultarían perversos, lo que resulta poco
la consecuencia de un placer sexual presexual, que más tarde se probable, sobre todo teniendo en cuenta que tal perversidad ha-
transforma en autorreproche» (15-X-95; 1950a, III, 3520). «¡Se- bría de ser aún más frecuente que la histeria, puesto que ésta suele
xual presexual!>} Tal expresión sólo puede indicarnos que Freud requerir una acumulación de experiencias traumáticas y ciertos
todavía no había alcanzado el concepto de sexualidad infantil, sin factores que debiliten la defensa; en fin, dado que en el incons-
renunciar por ello al origen sexual del trastorno psíquico. «"Pre- ciente no existe un «signo de realidad}}, «es imposible distinguir
sexual" quiere decir, en realidad -prosigue en esa misma carta-, la verdad frente a una ficción afectivamente cargada}} (ob. cit.,
"prepuberal", anterior al desprendimiento de sustancias sexuales; 3579).
los sucesos respectivos sólo entran a actuar como recuerdos)). El ca- De este modo, Freud tiende a sustituir la realidad del trauma,
rácter de esos sucesos, sin embargo, era sexual, constituía el nú- la realidad de la seducción de la que hablaban sus pacientes, por re-
cleo de la incompatibilidad con el flujo normal de la conciencia latos fantaseados, aunque no por ello menos realmente traumáticos.
y provocaba la represión. Sólo que la teoría del trauma, hasta en- La nueva concepción no descartaba la posibilidad de que, en al-
tonces defendida, suponía un dique para el acceso a las ideas del gunos casos, los padres hubieran agredido sexualmente a sus hi-
Edipo y de la sexualidad infantil-es decir, para el acceso a los pro- jos, pero la fantasía psíquica se revelaba ahora -tan eficaz como
pios deseos incestuosos inconscientes-, al encontrarse ligado el hubiera podido serlo el acto real y tendía a desplazarlo. En dos
trauma a tentativas reales de seducción por parte de los adultos. notas insertas en 1924 a sus artículos de 1896 La etiología de la
Todavía en abril de 1896, y sobre la base de 18 casos, defiende histeria y Nuevas observaciones sobre las neuropsicosis de defensa, de
la teoría de la seducción en una conferencia para la Sociedad de los que ya hemos hablado, así lo hace notar. En la primera con-
Psiquiatría y Neurología, La etiología de la histeria. Aunque Freud signa: «En la época en que fue escrito [este trabajo] no me había
78
Freud y su obra I. Los años de formación y el nacimiento del Psicoanálisis 79
liberado aún de una estimación exagerada de la realidad e insu-
ficiente de la fantasía» '(1896c, l, 307, nota 183). En la segunda,
de una manera más explícita:
4.3. Edipo IZT. 2007í 4 1

Las primeras alusiones a lo que después se va a denominar


Todo este capítulo se halla dominado por un error, que «complejo de Edipo» (un concepto que se irá densificando pro-
más tarde he reconocido y rectificado repetidamente. Al es-
cribirlo no sabíamos distinguir, de los recuerdos reales del su- gresivamente en su obra, pero al que, pese a su centralidad, Freud
jeto, sus fantasías sobre sus años infantiles. En consecuencia, no le dedicó ningún libro en especial) aparecen un poco antes del
adscribimos a la seducción, como factor etiológico, una im- otoño de 1897, en el Manuscrito N, adjunto en una carta a
portancia y una generalidad de la que carece. Al superar este Fliess: «Los impulsos hostiles contra los padres (el deseo de que
error foe cuando se nos hizo visible el campo de las manifestacio- mueran) constituyen también elementos integrantes de las neu-
nes espontdneas de la sexualidad infantil [cursiva mía], que des- rosis [ ... ]. Parecería que este deseo de muerte se dirige en los hi-
cribimos en nuestras Aportaciones a una teoría sexual, publi- jos contra el padre y en las hijas contra la madre» (31-V-97;
cado en 1905. Sin embargo, no todo lo expuesto en el capítulo 1950a, III, 3573). El análisis de algunos sueños de sus pacientes,
que antecede debe ser rechazado, pues la seducción conserva sobre todo de su paciente E., le franquearía, poco a poco, el des-
aún un cierto valor etiológico (1896b, I, 289, nota 178). cubrimiento de su propio Edipo. En la misma carta en la que
dice a Fliess haber dejado de creer en sus neuróticos se manifiesta
En efecto, y como en tantos otros casos, la teoría rechazada
una ambivalencia muy expresiva: por una parte, y aun cuando el
se incorporará, modificada, a las construcciones posteriores; sin
rechazo de la teoría de la seducción, fundamento de la histeria
negar la eventualidad de seducción real, la teoría de la seducción
desde 1893, le lleva a confesar: «Ahora no sé a qué atenerme», e
traumdtica se trasmutará en la teoría de la seducción generalizada,
incluso a jugar con la idea de otorgar un papel mayor a la «dis-
tal como ha sido propuesta por Jean Laplanche en su lectura de
posición hereditaria», por otra, y por sorprendente que pudiera
los Tres ensayos para una teoría sexual (1905), y a ella nos referi-
parecer, su sensación era más bien de triunfo que de derrota,
remos en su momento. Además, la acentuación del papel psí- como si su irresolución fuera tan sólo «un episodio en mi pro-
quico de las fantasías no eliminó por completo la tentación de
greso hacia nuevos conocimientos». Y así, citando el Hamlet de
otorgarles a dichas fantasías un anclaje real, bien sea en la pri-
Shakespeare, dice: «Todo es estar preparado [ ... ] . En este de-
mera infancia (lo veremos en el caso El hombre de los lobos), bien
rrumbe general de todos los valores, sólo la psicología ha que-
proponiendo un acontecimiento prehistórico que le sirviera de dado intacta y los sueños siguen sólidamente afianzados» (ob.
base, tal como tratará de postularlo en Tótem y tabú.
cit., 3580).
A pesar de que «ya no creía en sus neuróticos», Freud dudó
Esos sueños que Freud procurará analizar en sí mismo, apli-
durante algún tiempo y el rechazo público no llegó hasta 1905. cando el método de la asociación libre y comunicándoselos deta-
Pero, para lo que ahora nos interesa, en la última nota transcrita
llada y temblorosamente a Fliess: «Creo estar en embrión; sabe
se manifiesta bien el papel de barrera ejercido por la teoría de la
Dios qué clase de bestia saldrá de él» (12-VI-97; lb., 3576). A pe-
seducción real y traumática frente a los conceptos de sexualidad
sar de ello, esa tarea de excavación encerraba también, para la sen-
infantil y del Edipo, en los que Freud va enseguida a desembo-
sibilidad estética y moral de Freud, sus alicientes: «No te puedo
car, despúes de tantas vacilaciones. Esas dudas y rodeos nos ha-
transmitir ni la menor idea de la belleza intelectual de este tra-
cen ver que, en el drama, él no desempeñó el papel de Tiresias,
sino el del propio Edipo. bajo» (3-X-97; lb., 3581). Poco después, el abandono de la teoría
de la seducción le permitió la primera formulación del Edipo: si
la supuesta seducción no descansa en un atentado real no por ell(J .. --
deja de se: real en los dese~s incest~osos de los niños, reediciones dd:=., . , , ,,
protagomsta de la tragedia de Sofocles. En la carta de 15 d~ O.!=- --\ '·
tubre de 1897, el tema hace su aparición: ~·.{;,>
w:',_ ·
\~-~--~·
~-~

U.NAM. C.".~.'PUS
IZTAC. LA
80 Freud y su obra l. Los años de formación y el nacimiento del Psicoanálisis 81

Ser absolutamente sincero consigo mismo es un buen ejer- ¿Y no logra, por fin, acarrearse su propio castigo de la misma
cicio. Se me ha ocurrido sólo una idea de valor general. Tam- peregrina manera que emplean mis histéricos, sufriendo idén-
bién en mí comprobé el amor por la madre y los celos contra tico destino que el padre al ser envenenado por el mismo ri-
el padre, al punto que los considero ahora como un fenómeno val? (ob. cit., 3584-3585).
general de la temprana infancia, aunque no siempre ocurren
tan prematuramente como en aquellos niños que han deve- El recurso a la literatura rendirá aún muchos frutos, del en-
nido histéricos [... ] . Si es así, se comprende perfectamente el sayo sobre la Gradiva (1907) de Jensen al análisis de Los herma-
apasionante hechizo del Edipo rey, a pesar de todas las obje-
ciones racionales contra la idea del destino inexorable que el
nos Karamazov en Dostoievski y el parricidio (1927). Mas, por el
asunto presupone [... ].Es que todos nuestros sentimientos se momento, a la altura de 1900, todo está preparado para que
rebelan contra un destino individual arbitrariamente impuesto Freud realice su primera exposición sistemática del psiquismo, se-
[... ]. Pero el mito griego retoma una compulsión del destino gún las concepciones a que le había llevado el <<nuevo método del
que todos respetamos porque percibimos su existencia en no- psicoanálisis». El término había aparecido en su artículo La he-
sotros mismos. Cada uno de los espectadores fue una vez, en rencia y la etiología de las neurosis, publicado, primero en francés
germen y en su fantasía, un Edipo semejante, y ante la fanta- y luego en alemán, en 1896 (1896a, I, 282). Pero, donde todos
sía onírica, representada como si fuese real en la escena, todos los esfuerzos anteriores cristalizan es en la que, todavía hoy, sigue
retrocedemos horrorizados, midiendo ese horror la represión siendo su obra magna: La interpretación de los sueños.
que separa nuestro estado infantil de nuestro estado actual
(15-X-97; lb., 3584).

Al ligar creación poética e inconsciente psíquico, Freud vuelve


a unir el psicoanálisis a la literatura, buscando otras pruebas, pú-
blicamente reconocidas, aunque encubiertas, de los procesos in-
conscientes a los que estaba osando acercarse. No en vano, ense-
guida recurre al Hamlet de Shakespeare, cuyas vacilaciones en
matar a su tío no deberían atribuirse, como tantas veces se hace,
a .u~ talante dubitativo, sino al hecho de encontrar en él su pro-
pia Imagen:

Esto mismo [el Edipo] podría ser el fundamento de Ham-


let [... ]. ¿Cómo explicar esta frase del histérico Hamlet: «Así
la conciencia nos hace a todos cobardes>>? ¿Cómo explicar su
vacilación en matar al tío para vengar al padre, cuando él
mismo no ha tenido el menor reparo en mandar sus cortesa-
nos a la muerte y en asesinar tan ligeramente a Laertes? ¿Cómo
explicarlo mejor, sino por el tormento que en él despierta el
oscuro recuerdo de que él mismo meditó idéntico crimen con-
tra el padre impulsado por su pasión hacia la madre? <<Y si he-
mos de ser tratados de acuerdo con nuestros méritos, ¿quién
escaparía de ser azotado?» Su conciencia moral no es sino su
conciencia inconsciente de culpabilidad. Su frialdad sexual al
dirigirse a Ofelia, su rechazo del instinto de engendrar hijos y,
finalmente, su transferencia del acto cometido, de su padre al
padre de Ofelia, ¿acaso no son rasgos típicamente histéricos?
CAPÍTULO II
Los pilares del edificio psicoanalítico
(1900-1914)
La Teoría Psicoanalítica se alza sobre los pilares constituidos
por La interpretación de los sueños y Tres ensayos para una teoría
sexual Muchas de sus formulaciones se matizarán o desarrollarán
más tarde. Pero las ideas fundamentales permanecerán.

l. La Interpretación de los Sueños (1900)

1.1. Estructura y significación de la obra

Redactada por dos veces, entre 1898 y 1899, La interpretación


de los sueños fue publicada en noviembre de este último año, aun-
que el editor prefirió consignar la fecha, más redonda, de 1900.
En la obra se pueden distinguir tres partes de desigual extensión:
El primer capítulo constituye un amplio comentario bibliográfico
a los trabajos sobre el sueño hasta entonces publicados y puede
defraudar al lector ávido de enfrascarse en el asunto: un tanto en-
gorroso, al primero que enojó su redacción fue al propio Freud,
al que la literatura sobre el tema, pese a su escasez, le hastiaba, con
alguna notable excepción, como la de Fechner, para quien «el pro-
ceso del sueño se desenvolvería en un terreno psíquico distinto.
Seré yo -le comenta a Fliess- quien trace el primer mapa gro-
sero de ese terreno» (9-II-98; 1950a, III, 3597). Aun a sabiendas
de que «no salió precisamente a pedir de boca» -«la mayoría de

~ ....... ,...,. ........ ·-- .,.,. ! ~----


H'Í Freud y su obra II. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 85

los lectores quedarán atrapados en esas zarzas y no podrán atra- ' rición de los síntomas de sus pacientes, debido a que esas aso-
vcsarlas para llegar a ver a la Bella Durmiente» (22-VII-99; ob. ciaciones, carentes al parecer de finalidad, están determinadas por
cit., 3623)-, decidió finalmente incluirlo, a fin de no «armar a conexiones más profundas, que han sucumbido a la censura, pero
los "científicos" con un hacha para hacer astillas mi pobre libro» a las que nos llevan, a través de un largo y titubeante rodeo:
(6-VIII-1999; ob. cit., 3625). Los capítulos II-VI se consagran
propiamente al análisis de los sueños: su sentido, su interpreta- Siempre que un elemento psíquico se halla unido a otro
ción, su material y sus fuentes, el proceso de elaboración onírica. por una asociación absurda superficial existe al mismo tiempo
En el capítulo VII, Freud retoma el intento del Proyecto de 1895, entre ambos una conexión correcta y más profunda, que ha
es decir, el intento de articular una visión general del psiquismo, sucumbido a la censura de la resistencia (1900, I, 669).
pero liberándola de las correlaciones neurológicas allí planteadas.
Por eso, son imprescindibles las asociaciones de quien ha so-
1.1.1. La «escritura pictogrdfica» imposibilita una clave de los ñado y la expresión verbal que da a las imágenes de su sueño. Al
sueños. La interpretación de un sueño es inagotable.- El prejuicio comienzo del capítulo VI, Freud advierte del peligro de dar a los
intelectual al que Freud se opuso tendía a concebir un doble fun- signos en los que el sueño se expresa «el valor de imágenes pic-
cionamiento del psiquismo: uno noble, cuyo mejor ejemplo se- tóricas y no el de caracteres de una escritura jeroglífica» (Bil-
ría la inteligencia, y otro debilitado, debido a la desorganización derschrift, literalmente «escritura por imágenes» o «escritura pic-
cerebral durante el reposo, tal como se manifiesta en el sueño. tográfica», donde el acento carga en la relación significante,
Para Freud, en cambio, no se trata de dos niveles de una misma Zeichenbeziehung, y no en el valor de imagen, Bilderwert):
función, sino de dos organizaciones diferentes de pensamiento.
El contenido manifiesto nos es dado como un jeroglífico,
Frente a la concepción «científica», para la que el sueño era un para cuya solución habremos de traducir cada uno de sus sig-
producto secundario y absurdo, Freud enlaza con el sentido po- nos al lenguaje de las ideas latentes.Incurriríamos, desde luego,
pular, para el que el sueño tiene una significación oculta. Pero, a en error, si quisiéramos ·leer tales signos dándoles el valor de
diferencia de esas creencias tradicionales, desestima tanto la in- imágenes pictóricas y no el de caracteres de una escritura je-
terpretación simbólica -que considera el sueño como un todo, roglífica (ob. cit., 516).
cuyo contenido hay que trasponer a otro más inteligible-, como
el método de desciframiento -para el que el sueño es un texto Aunque el traductor ya dice «jeroglífico» en vez de «escritura
«cifrado», pudiéndose traducir cada uno de sus elementos a un pictográfica», fue sólo a partir de la segunda edición, la de 1909,
lenguaje inteligible, de acuerdo con una clave fija-. Según cuando Freud introdujo, algo más adelante, la comparación del
Freud, los sueños no tienen un sentido unívoco y, por tanto, no sueño con un jeroglífico, al observar: «Las representaciones de la
caben interp.retaciones automáticas, cualquiera que sea la clave elaboración onírica, que no pretenden ser comprendidas, no plan-
que se maneJe. tean al traductor mayores dificultades que los antiguos jeroglífi-
Fueron sus pacientes los que vinieron a destacar el relieve de cos a sus lectores» (ob. cit., 554). El interés de Freud por la ar-
los sueños en la vida psíquica al relatárselos en el curso de la aso- queología pudo suministrarle esta comparación, pues, sin duda,
ciación libre. Freud analizará los suyos como haría con los de un tenía que estar al tanto del desciframiento -realizado· en 1822
paciente, descomponiendo el relato en fragmentos y dejando li- por Champollion- de los signos jeroglíficos del egipcio sagrado,
bre curso a sus asociaciones, suspendiendo las intenciones que en cuyos caracteres pueden ser ideográficos (cuando el significante
toda otra ocasión dominan el proceso reflexivo. Se podría obje- consiste en un dibujo figurativo del significado), fonéticos (si una
tar, entonces, que, siguiendo ideas arbitrarias, no es posible al- palabra no se puede figurar por una imagen se representa por otra
canzar un fin preexistente, aunque oculto, de modo que cual- imagen que tiene un sonido similar) y determinativos al final de
quier interpretación puede darse por válida o rechazarse. Sin palabra que indican, si ésta se presta a varias lecturas, a qué ca-
embargo, ese mismo método, replicó Freud, producía la desapa- tegoría pertenece. Así, Freud no sólo se interesó por el aspecto ji-
11. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 87
86 Freud y su obra
nos, hubo de renunciar a su madre y a la fantasía de totalidad,
gurativo del sueño -en el que repararon ante todo los surrealis- desentrañó los sueños en que ese impulso se revela y poseyó lo
tas- expresando deseos en imágenes, sino ante todo por el ope- desconocido, lo que no deja de comportar su desmesura, algo ti-
rativo, referente a las transformaciones de las representaciones de tánico, una resolución dispuesta a encarnarse, con esperanza o en
cosas, las representaciones de palabras y los afectos en el curso de la desesperación.
la elaboración onírica.
En todo caso, la interpretación de un sueño nunca puede con- 1.1.3. Los sueños de Freud.- En julio de 1895, de vacacio-
siderarse agotada; cualquiera de ellos es susceptible de interpre- nes con su familia en las afueras de Viena, en el paraje conocido
taciones sucesivas, hasta llegar a nudos imposibles de desatar, que como Bellevue, Freud le comenta a Fliess que se encontraban tan
es «lo que podemos considerar como el ombligo del sueño, o sea, contentos como en el cielo (Bellevue quedaba, por cierto, sobre
el punto por el que se halla ligado a lo desconocido» (ob. cit., la Himmelstrasse, la «ruta del cielo»). Allí, la noche del 23 al 24
666). Esta multiplicidad de interpretaciones y el rechazo de una de julio tuvo un sueño, el de «la inyección de lrma», el primero
simbólica fija torna imposible una «ciencia» de los sueños, si por que logró analizar sistemáticamente y que constituye el ejemplo
tal entendiéramos la teoría y el código que nos permite una tra- inaugural ofrecido en el capítulo II de la obra. Freud estaba tan
ducción «exacta» del relato del sueño a su sentido oculto. Por ello, convencido de haber hallado los mecanismos fundamentales de
Freud tituló su obra Die Traumdeutung, «interpretación» y no la formación del sueño y de su sentido que, cinco años más tarde,
«ciencia», Deutung y no Wissenchaft. le expresó a Fliess el deseo de que así fuera públicamente reco-
nocido. De nuevo en el hotel de las afueras de Viena, le comenta:
1.1.2. El título y el lema de la obra.- Además de esas razo-
nes de fondo, el título, como ha hecho notar Didier Anzieu, es Por lo demás, la vida en Bellevue es muy agradable para to-
provocativo: en el alemán de la época sólo podía evocar la inter- dos. Las mañanas y las noches son deliciosas; después de las li-
pretación popular de los sueños por parte de los adivinos. Traum- las y dellaburno, las acacias y el jazmín perfuman ahora el aire.
deutung se relaciona con Sterndeutung, con la «interpretación de Las rosas silvestres están en flor, y me parece como si todo esto
las estrellas», es decir, con la astrología, tal como revela el título hubiese ocurrido de pronto. ¿Crees que en esta casa podrá le-
de la obra de Theodor Gomperz, el famoso historiador del pensa- erse algún día una placa de mármol que diga así: <<Aquí, el 24
miento griego, al emparejar Traumdeutung und Zauberei (1886), de julio de 1895, se le reveló al doctor Sigmund Freud el enigma
la interpretación de los sueños y la brujería.(Por si quedaran du- de los sueños>>? Por el momento parecen escasas las perspectivas
das, el subtítulo es Ojeada sobre el estado de la superstición). Y así, de que ello ocurra (12-VI-1900; 1950a, III, 3643).
aunque el aislamiento de Freud era real, prefirió adoptar una Ese "momento" se prolongó bastante tiempo, pero final-
actitud desafiante con los que le despreciaban, lo que le permitía mente fue inaugurada tal placa. La interpretación de los sueños
coquetear con la imagen del genio solitario. A pesar de sus du- contiene el análisis de numerosos sueños de Freud, algunos de
das, pues, muy seguro debía andar de sus fuerzas ... El motto que sus pacientes y el bosquejo de otros relatados en la literatura.
encabeza la obra es un verso de Virgilio (Eneida, VII, 312): Flec- Esos análisis son parciales. No sólo porque la interpretación de un
tere si nequeo superos, acheronta movebo («Si no puedo conciliar a sueño nunca está completa, sino porque Freud, obligado a descu-
los dioses celestiales, moveré a los del infierno»), que alude a los brir mucho de sí mismo -y no siempre, desde luego, hala-
poderes subterráneos que Freud se dispone a remover. Es esa alu- güeño-, los interrumpe cuando rebasan un nivel de indiscre-
sión a lo infernal la que debió llevarle a preferir la cita de Virgi- ción, que nadie está en condiciones de pedirle traspase. Por otra
lio a esta otra de J. Milton (El paraíso perdido, 1, 196), en la que parte, Freud ofrece interpretaciones fragmentarias, abandonadas
en principio había pensado: «Let us consult!What reinforcement we y retomadas según conviniera a la ilustración de los procesos de
may get Jrom hope,!Jf not what resolution from despair» («Pregun- la elaboración onírica que está tratando de explicar. Con todo, a
temos: Qué ayuda encontraremos en la esperanza. O si no, qué través del relato de esos sueños y de sus asociaciones, por filtra-
resolución en la desesperanza»). Si Freud, como todos los huma-
88 Freud y su obra Il. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 89

das que aparezcan, es mucho lo que hemos llegado a saber sobre El examen psicológico nos presenta el sueño como primer
Freud, aunque él no fuese proclive a tales revelaciones. En 1885, eslabón de una serie de fenómenos psíquicos anormales [... ].
Tanto mayor es su valor teórico como paradigma, al punto que
cuando fantaseaba con la fama posterior, le comentó a Martha su quien no logre explicarse la génesis de las imágenes oníricas,
deseo de proteger la intimidad frente a aquélla, si llegaba: se esforzará en vano por comprender las fobias, las ideas ob-
sesivas, los delirios, y por ejercer sobre estos fenómenos un po-
He destruido todos mis escritos correspondientes a los úl- sible influjo terapéutico (oh. cit., 343).
timos catorce años, así como cartas, resúmenes científicos y
manuscritos de mis trabajos [... ]. Todos mis pensamientos y 1.1.5. El sueño es una realización de deseos.- Así reza, desde
sentimientos sobre el mundo en general, y en lo que se refiere el epígrafe del capítulo 111, la primera proposición (proposición
a mí en particular, han sido declarados no aptos para seguir provisional) sobre el sentido de los sueños. En algunos, el deseo
existiendo [... ]. En cuanto a los biógrafos, que se las com- que se realiza es fácil de leer: es el caso, sobre todo, de los de su-
pongan como puedan. No hay por qué facilitárselo tanto. Así, jetos infantiles en los que las instancias psíquicas están formán-
todos llevarán razón en lo que opinen sobre la <<evolución del
dose. Entre otros, Freud cita algunos de sus hijos. En una oca-
héroe» y ya me divierto imaginando cómo se van a equivocar
(28-IV-85; C, 1, 378). sión, paseando por el bello paisaje de Aussee, habían atravesado
el lago en un bote, pero la travesía le resultó tan corta a su hija
A partir de Una teoría sexual, sin embargo, la frecuencia e in- de tres años, que lloró amargamente al llegar a tierra; a la ma-
tensidad de esas revelaciones cesan. No faltan datos biográficos, ñana siguiente, sin embargo, contó radiante que se había pasado
pero, en sus obras, confiesa muy pocos. A partir de entonces, la noche paseando por el lago. (oh. cit., 426). Pese a todo, ad-
como él mismo dijo, su vida se confundiría con el desarrollo de vierte Freud, también los niños tienen sueños menos transparen-
la teoría y el movimiento psicoanalíticos. tes (por ejemplo, los de Juanito), a la vez que los adultos pueden
presentar, en condiciones de vida un tanto extremas, sueños de
1.1.4. El sueño, paradigma de las «formaciones del incons- carácter infantil, como los narrados por Otto Nordenskjold en
ciente».- El análisis de los sueños no sólo ayudó a Freud a com- Antartie, cuando la tripulación hubo de invernar entre los hielos,
prender los vericuetos de sus pacientes y sus propios laberintos, saboreando en sueños suculentas comidas.
sino que alcanzó un valor teórico extraordinario, por cuanto el En otras ocasiones, incluso en adultos, hay un deseo bastante
sueño mostraba un rendimiento psíquico especial, un fenómeno fácil de interpretar y que todos ellos cumplen: el deseo de dor-
a la vez normal y patológico, una <<excepción cotidiana». Aunque mir, tal como lo revelan los «sueños de comodidad» (Bequem-
será Freud quien explote a fondo esa idea, no dejó de recordar lichkeitstraum), en los que el sueño sustituye a la acción. Es el
que la comparación entre el sueño y la perturbación mental fi- caso de aquel estudiante de Medicina que una mañana desaten-
guraba esporádicemante en diversos autores, como Kant -para dió el aviso de despertar de su patrona, encontrándose en sueños,
el que «el loco es un sujeto que sueña despierto»- y Schopen- a continuación, en el hospital al que debería haber ido, tendido
hauer -para el que «el sueño es una demencia corta, y la de- en una cama en cuya cabecera figuraba su nombre. «Si ya estoy
mencia, un sueño largo»- (1900, 1, 402). El sueño, pues, se con- en el hospital, no tengo por qué levantarme para ir allí», parecía
vertirá en el modelo de una serie de fenómenos (recuerdos decirse. Y continuó durmiendo con delectación.
encubridores, actos fallidos, chistes y síntomas) a los que se ha Pero, normalmente, los deseos que se realizan en sueños no
aplicado el nombre de «formaciones del inconsciente», las cuales son tan fáciles de interpretar. O, al menos, los .deseos más claros,
resultan de la transacción entre las fuerzas en pugna de diferentes como el de continuar durmiendo, pueden entenderse sólo como
instancias psíquicas. Vías de acceso para el conocimiento de los una ayuda sobre la que cabalga el deseo inconsciente, que pugna por
procesos inconscientes, el sueño tendrá, entre ellas, la primacía: manifestarse, mientras el yo se defiende de él por represión. Y es
«La interpretación onírica es la vía regia para el conocimiento de del compromiso de esas fuerzas en pugna del que surgirá el
tt
lo inconsciente en la vida anímica» (oh. cit., 713): sueño, cuyo deseo inconsciente se encuentra en él disfrazado, se

1
90 Freud y su obra II. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 91

t'xpn:sa en un texto deformado, el cual, precisamente por ello, re- proceso de reconstrucción de un texto original a partir de otro de-
quiere interpretación. formado.
La deformación impuesta a las ideas latentes es debida a la cen-
«Interpretar un sueño>> quiere decir indicar su <<sentido», o sura (Zensur), que tiende a impedir a los deseos inconscientes el ac-
sea, sustituirlo por algo que pueda incluirse en la concatena- ceso al sistema preconsciente-consciente. Aunque la idea ya estaba
ción de nuestros actos psíquicos como un factor de impor- implícita en Estudios sobre la histeria, Freud la designa por primera
tancia y valor equivalentes a los demás que la integran (ob.
cit., 406). vez en carta a Fliess de 1997: «¿Has visto alguna vez un diario ex-
tranjero que haya pasado la censura rusa en la frontera? Palabras,
cláusulas y párrafos enteros están tachados de negro, al punto que
1.2. La articulación del sueño lo que resta es incomprensible. Tal censura rusa ocurre también en
las psicosis, dándonos los delirios, carentes en apariencia de todo
1.2.1. Contenido manifiesto y contenido latente. La deforma- sentido>> (22-XII-97; 1950a, III, 3595; cfr. también: 1900, I, 668).
ción onírica. La censura.- Freud distingue entre el contenido ma- Pero la censura actúa asimismo en la formación de los sueños, lo
nifiesto (manifester Inhalt) del sueño, a menudo simplemente de- cual supone que hemos de aceptar la existencia de «dos poderes
nominado «contenido», y el contenido latente (latenter Inhalt), psíquicos del individuo>>, de dos sistemas:
también denominado «ideas» o «ideas latentes» del sueño.
Uno de ellos forma el deseo expresado por el sueño, mien-
tras que el otro ejerce una censura sobre dicho deseo y le obliga
Las ideas latentes y el contenido manifiesto se nos mues- de este modo a deformar su exteriorización. Sólo nos queda-
tran como dos versiones del mismo contenido, en dos idiomas ría entonces por averiguar qué es lo que confiere a esta segunda
distintos, o, mejor dicho, el contenido manifiesto se nos apa-
instancia el poder mediante el cual le es dado ejercer la cen-
rece como una versión de las ideas latentes a una distinta sura. Si recordamos que las ideas latentes del sueño no son
forma expresiva, cuyos signos y reglas de construcción hemos conscientes antes del análisis, y, en cambio, el contenido ma-
de aprender por la comparación del original con la traducción nifiesto de ellas emanado sí es recordado como consciente, po-
(oh. cit., 516).
demos sentar la hipótesis de que el privilegio de que dicha se-
gunda instancia goza es precisamente el del acceso a la
El contenido manifiesto es, pues, el texto del sueño antes de conciencia. Nada del primer sistema puede llegar a la con-
haber sido sometido a la interpretación, texto constituido fun- ciencia sin antes pasar por la segunda instancia,¡¡ ésta no deja
damentalmente por imágenes, mientras que el contenido latente pasar nada sin ejercer sobre ello sus derechos e imponer a los
forma un discurso que expresa una serie de deseos. El contenido elementos que aspiran a llegar a la conciencia aquellas trans-
latente es anterior al manifiesto, siendo la elaboración onírica o formaciones que le parecen convenientes (1900, I, 435).
trabajo del sueño (Traumarbeit) el que transforma y disfraza el pri-
mero en el segundo. Se perfilan en este texto, pues, los dos sistemas y las tres ins-
La deformación onírica (Traumentstellung) no consiste sólo en la tancias de las que hablará la primera tópica: el sistema incons-
trasposición de las ideas latentes a otro registro, como puede tras- ciente, por un lado, y el sistema preconsciente-consciente, por
ponerse una melodía, sino que, según revela la rectificación in- otro, situándose la censura entre el inconsciente y el precons-
cluida al final de la cita anterior, implica una desfiguración, debido ciente. Con una imagen espacial que él misll!o califica de gro-
a la cual se requiere la tarea interpretativa. La interpretación rehace, sera, aunque cómoda, Freud describe la situación, en las Leccio-
a contracorriente, el camino de la elaboración onírica: si ésta lle- nes de 1917, del siguiente modo:
vaba de las ideas latentes al contenido manifiesto, se trata ahora, Asimilaremos el sistema de lo inconsciente a una gran an-
partiendo de éste y de las asociaciones del analizado, de arribar a tecámara, en la que se acumulan, como seres vivos, todas las
aquél. Más que de una traducción nos enfrentamos ahí, pues, al tendencias psíquicas. Esta antecámara da a otra habitación más
92 Freud y su obra II. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 93

reducida, una especie de salón, en el que habita la conciencia; pues «el deseo consciente sólo se constituye en estímulo del sueño
pero ante la puerta de comunicación entre ambas estancias hay cuando consigue despertar un deseo inconsciente de efecto para-
un centinela que inspecciona a todas y cada una de las ten- lelo con el que reforzar su energía» (oh. cit., 681). Deseos, pues,
dencias psíquicas, les impone su censura e impide que pene- que nos llevan a la infancia individual y, quizá, tras ella, a la de
tren en el salón aquéllas que caen en su desagrado [... ]. Lla- la Humanidad, esos deseos indestructibles son, en realidad, la
maremos, pues, a esta segunda habitación [donde se sitúa el
vigilante o censor] sistema de lo preconsciente (1917e, 11, 2307). verdadera fuente del sueño, aunque su material se tome de ámbi-
tos muy diversos. Los restos diurnos y otros estímulos cumpli-
Los efectos de la censura «son la omisión, la modificación y la rían, de esta forma, la función del socio industrial del sueño,
arbitraria agrupación de los materiales» (oh. cit., 2206). Ahora bien, mientras que los deseos inconscientes cumplen el papel del socio
la censura es una función permanente, una barrera selectiva que im- capitalista (ob. cit., 686). La alianza entre ambos resulta necesa-
pide la emergencia de los deseos inconscientes y sólo la tolera (aun ria por cuanto «la representación inconsciente es absolutamente
obligándolos a deformarse) al relajarse parcialmente durante el incapaz, como tal, de llegar a lo preconsciente. Lo único que
sueño: «El estado de reposo hace posible la formación de los sue- puede hacer es exteriorizar en él un afecto, enlazándose con una
ños, disminuyendo la censura endopsíquica» (1900, I, 666). Al es- representación preconsciente no censurable, a la que transfiere su
tar dormido, el individuo no tiene acceso a la motilidad ni es de te- intensidad y detrás de la cual se oculta» (oh. cit., 687).
mer, por tanto, que transforme sus deseos en acción; sin embargo, La observación es importante porque a veces se piensa que las
los contenidos reprimidos del inconsciente no pueden llegar a ma- ideas latentes del sueño nos llevan a lo inconsciente en cuanto
nifestarse con claridad, pues, al chocar con el límite de lo admisi- tal, como si al interpretar un sueño y alcanzar un significado nos
ble, harían que el individuo se despertara y se opondrían al deseo hubiéramos topado con lo inconsciente. Mas, para Freud, las
de dormir. Y, durante la vigilia, la censura renueva todas sus ener- ideas latentes son de carácter preconsciente (inconscientes des-
gías, provocando el olvido de sueños que nos acaban de habitar. criptivamente, pero no desde un punto de vista tópico, como
El concepto de censura prefigura el de superyó de la segunda luego veremos), guardan una ordenación lógica (restos diurnos,
tópica, con su función autoobservadora y censora del yo, si bien preocupaciones de la vigilia, fragmentos de discursos) y de ellas
otros textos más tardíos tienden a atribuir las funciones de aqué- se sirven los deseos inconscientes para abrirse paso, tolerados y en-
lla, y especialmente la deformación onírica, al yo: «El estudio de cubiertos por esa asociación, de acuerdo con unas leyes de trans-
la elaboración onírica nos suministra un excelente ejemplo de f()rmación que Freud estudiará al abordar la elaboración onírica.
cómo el material inconsciente del ello (tanto el originalmente in-
consciente como el reprimido) se impone al yo, se torna precons- 1.2.3. Los sueños penosos y de angustia: el sueño es una reali-
ciente y, bajo el rechazo del yo, sufre aquellas transformaciones :uzción disfrazada de deseos reprimidos.- La hipótesis de los dos
que conocemos como deformación onirica» (1940b, III, 3392). sistemas psíquicos (el sistema inconsciente y el sistema precons-
ciente-consciente) permite interpretar los sueños como realiza-
1.2.2. Material y fuente de los sueños.- La procedencia de l·iones de deseos también en el caso de que el análisis nos lleve a
los deseos que se cumplen en el sueño puede ser tan diversa como ideas latentes que entrañan una preocupación, una reflexión do-
el material del que éste se sirve. Parte de ese material proviene de lorosa o un conocimiento penoso. Desde luego, la realización de
restos diurnos -que pueden incluir también deseos conscien- 1111 deseo habría de ser una fuente de placer, mas ¿para quién? El
tes-, sobre todo del día anterior; en otros casos, se trata de es- .\ttjeto parece encontrarse dividido entre tendencias contrarias
tímulos externos -ruidos, fuentes de luz- o internos, como de- que coexisten, sin embargo, en íntima comunidad. En los sueños
terminadas necesidades fisiológicas, que pueden encontrar su que contienen algo penoso habremos de decir que sólo es así para
realización alucinatoria en el sueño. Pero, en todos los casos, esos 1·l segundo sistema, el preconsciente-consciente, que actúa de-
restos diurnos y los deseos conscientes insatisfechos se enlazan kl1sivamente frente al carácter optativo del sistema inconsciente.
con deseos infantiles, reprimidos e inconscientes (1900, I, 684), 1·.11 otros casos, los sueños displacientes no son sino sueños puní-
94 Freud y su obra II. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 95

tivos, aunque no por ello deja de realizarse en ellos un deseo in- en angustia o contribuye a la formación de síntomas, que tratan
consciente, a saber: el de un castigo por la realización incons- precisamente de evitar el desarrollo de angustia, procurando sa-
cientemente fantaseada de otro deseo ilícito reprimido. Ahora tisfacer las exigencias contradictorias de ambos sistemas (incons-
bien, tal deseo de castigo debe adscribirse a los aspectos incons- ciente y preconsciente):
cientes del yo. Se prefiguran aquí algunos aspectos de la segunda
tópica, en la que las instancias del superyó y del yo también son La aparición de síntomas neuróticos constituye una indi-
en buena medida inconscientes. Por el momento, Freud se limita cación de que ambos sistemas se hallan en conflicto, pues di-
a observar: chos síntomas constituyen la transacción que de momento lo
resuelve. Por una parte, dan al Inc. un medio de descargar su
excitación, sirviéndole de compuerta, y por otra, proporcio-
Los sueños punitivos indican, pues, la posibilidad de una nan al Prec. la posibilidad de dominar, en cierto modo, al Inc.
más amplia participación del yo en la formación de los sue- [... ].El síntoma ha sido creado precisamente para evitar el de-
ños. El mecanismo de este proceso se nos hace mucho más
sarrollo de angustia (ob. cit., 698).
trasparente en cuanto sustituimos la antítesis entre lo «cons-
ciente» y lo «inconsciente» por la del yo y lo reprimido [... ] .
Los sueños de angustia no contradicen, pues, la tesis de que el
El carácter esencial de los sueños punitivos sería el de que en
ellos no es el deseo inconsciente procedente de lo reprimido sueño es una realización de deseos, pero obligan a matizarla así: el
(del sistema Inc.) el que se constituye en formador del sueño, sueño es la realización disftazada de un deseo reprimido (ob. cit., 445).
sino el deseo que reacciona a él, procedente del yo, aunque
también inconsciente (esto es, preconsciente) (ob. cit., 685). 1.2.4. En lo inconsciente no habita la verdad.- Sin em-
bargo, no hay que pensar que la realización del deseo, cumplida
La satisfacción alcanzada por el deseo reprimido puede con- alucinatoriamente en el sueño, nos lleva a la verdad del sujeto,
trabalancear los efectos penosos correspondientes y entonces el como a algo profundo que se nos revela, una vez que hemos des-
sueño presentará un matiz afectivo indiferente. Pero el yo puede hojado sus capas conscientes y superficiales, de las que se podría
tomar una mayor parte en la formación del sueño y reaccionar alegremente prescindir. En el sujeto -un sujeto dividido y, en
con indignación contra la satisfacción lograda por el deseo repri- buena medida, extraño para sí mismo, habitado por «el extran-
mido, desencadenado afectos displacientes e incluso poniendo fin jero interior»- se dan deseos contradictorios, buena parte de los
al sueño e interrumpiendo el reposo con el desarrollo de angus- mismos inconscientes, a algunos de los cuales el análisis de los
tia. Ahora bien, el problema de la angustia en el sueño no es tanto sueños puede acceder. Pero tomar nota de ellos no es arribar a la
un problema del sueño cuanto de la angustia misma y ha de ser wrdadera identidad del sujeto, como si ésta residiera en las pro-
referido al problema general de la angustia neurótica: si la an- fundidades del inconsciente, pues, consista en lo que consista, se
gustia es afecto desligado de determinadas representaciones por ,·ncontrará siempre in fieri, haciéndose, en un camino en el que
represión de éstas, si representa una carga energética sin referen- ktbrá que atender a muy diversas instancias y exigencias. La te-
cia a representación alguna -hasta que logra fijarse a un objeto ~is del inconsciente como lugar de la auténtica profundidad del
fóbico que la focaliza-, la angustia ante determinados conteni- \ttjcto es más junguiana que freudiana y olvida que, para Freud,
dos de los sueños no está más justificada que la ligada a una fo- , tunto más rastreamos en lo inconsciente, más se diluye el indi-
bia: en ambos casos no se encuentra sino soldada a la represen- viduo en lo transindividual y en lo filogenético. La hermenéutica
tación que lo acompaña y procede de fuentes distintas. Esas , k los sueños no nos lleva a la revelación de la verdad, sino a des-
fuentes, según lo ya mantenido desde La neurastenia y la neuro- ' uhrir «otra escena» de la que no se quería saber nada, pero que
sis de angustia, se encuentran en la energía sexual insatisfecha o ·'' ;tba por imponerse en los síntomas o en los sueños y con la que
no canalizada, al haber sucumbido determinadas representacio- h.thd que contar, elabordndola en diversos sentidos.
nes susceptibles de provocar placer a la represión exigida por otras 1)e lo que trata esa hermenéutica, entonces, es de rehacer, a la
instancias. El monto energético así desligado es el que desemboca tttvnsa, el trabajo del sueño, que somete a las leyes del inconsciente
96 Freud y su obra Il. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 97

y delproceso primario las ideas latentes preconscientes a las que se trans-


fieren los deseos inconscientes reprimidos, alertados por un deseo actual. 1.3.1. La condensación.- La condensación (Verdichtung)
Es decir, que somete procesos mentales normales a procesos anor- no opera solamente en el sueño, aunque sea en él donde mejor
males -para nuestro modo común de pensar-, conduciendo se manifieste, sino asimismo en todas las demás formaciones del
esos pensamientos, no a la acción, sino al extremo (metafórico y inconsciente (actos fallidos, síntomas, chistes) y en diversas figu-
no neurológico, como más adelante veremos) perceptivo, transfor- ras literarias del discurso ordinario. Lacan ha correlacionado la
mándolos en una visión alucinatoria que representa, más o menos condensación con la metáfora y el desplazamiento con la meto-
cabalmente, la satisfacción de un deseo (Wunscherfollung): nimia, creyendo ver en ese proceso metáfora-metonímico las le-
yes fundamentales de la sintaxis del inconsciente. En el análisis
Esta elaboración psíquica anormal de un proceso mental
de los sueños, la condensación se pone de manifiesto por el he-
normal sólo tiene efecto cuando tal proceso ha devenido la
transferencia de un deseo inconsciente, procedente de lo in- cho de que el contenido manifiesto resulta lacónico en compa-
fantil y reprimido (ob. cit., 707). ración con las ideas latentes. Podría objetarse que quizá no per-
tenece a las ideas latentes todo aquello que a posteriori se nos
Para la comprensión de esa sintaxis «anormal» atendamos, ocurre durante la labor analítica, mas, siendo cierto que durante
pues, a la elaboración onírica. la misma pueden surgir por primera vez algunas conexiones, el
análisis acaba revelando que éstas se hallaban ya enlazadas de otra
manera en el contenido latente, no siendo sino cadenas asociati-
1.3. La elaboración onírica vas facilitadas «por la existencia de otros caminos de enlace más
profundos» (ob. cit., 518).
La elaboración onírica o trabajo del sueño (Traumarbeit) es el La condensación consiste así en que los elementos del conte-
proceso que transforma los materiales del sueño (ideas latentes, nido manifiesto constituyen puntos de convergencia en los que se
restos diurnos, estímulos somáticos), deformándolos hasta pro- reúnen muchas de las ideas latentes, siendo susceptibles de una
ducir el contenido manifiesto. Comprende cuatro operaciones multiplicidad de interpretaciones, al encontrarse sobredetermina-
fundamentales: la condensación, el desplazamiento, el cuidado dos (ob. cit., 520). Pero, si cada elemento del contenido mani-
por la representabilidad y la elaboración secundaria a las que, de fiesto remite a varias significaciones latentes también sucede, a la
algún modo, se podría agregar la simbolización. Pero la elabora- inversa, que cada una de éstas puede llevar a varios elementos ma-
ción onírica no es un trabajo creador, sino que obedece a «una nifiestos. Por ello, el contenido manifiesto no ha de entenderse
especie de fuerza mayor que la obliga a reunir en una unidad en ni como un resumen o abreviatura del contenido latente ni como
el sueño todas las fuentes de estímulos dadas» (ob. cit., 457): un concepto que retuviera los elementos esenciales de diversos
entes individuales. Más bien alude, de modo más o menos en-
La elaboración onírica no puede crear discursos originales. cubierto, a una multiplicidad, aunque nuestro pensamiento cons-
Por amplios que sean los discursos o diálogos -coherentes o ciente no agrupara sus elementos bajo una misma categoría. No
desatinados- que en el sueño se desarrollen, nos demuestra obstante, también puede suceder que los rasgos divergentes se es- 1

siempre el análisis que la elaboración no ha hecho sino tomar fumen reforzando los comunes, como en «aquellas fotografías en 1·11
de las ideas latentes fragmentos de discursos reales, oídos o que Galton obtenía los rasgos característicos de una familia, su-
pronunciados por el sujeto, manejándolos con absoluta arbi- perponiendo en una misma placa los rostros de varios de sus in-
trariedad (ob. cit., 600).
dividuos»(ob. cit., 432). Efecto tanto de la censura como de las
Aquello que en los sueños se nos muestra como una apa-
rente actividad de la función del juicio no debe ser conside- características del proceso primario inconsciente (movilidad de
rado como un rendimiento intelectual de la elaboración oní- carga; energía libre, no ligada a determinadas representaciones),
rica, pues pertenece al material de ideas latentes (ob. cit., 616). desde el punto de vista económico se podría decir que las ener-
gías desplazadas a lo largo de distintas cadenas asociativas se con-
98 Freud y su obra II. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 99

centran en las representaciones-convergencia del contenido ma- Estrechamente ligado a las otras operaciones del trabajo del
nifiesto. sueño, provoca un descentramiento del contenido manifiesto res-
El proceso de condensación puede afectar a representaciones pecto del latente, de manera que elementos esenciales del primero
de cosas y de personas, o a representaciones de palabras. Como están muy lejos de desempeñar tal papel en el segundo. Así, por
ejemplo de lo primero podemos referirnos al sueño de «la inyec- ejemplo, en el sueño «El tío José», que más tarde examinaremos,
ción de lrma», en el que ésta aparece con su fisonomía real y se la barba rubia, centro del contenido manifiesto, no parece mostrar
representa, por tanto, en principio, a sí misma; pero la posición ninguna relación con los deseos de grandeza de Freud, que cons-
adoptada en el reconocimiento médico junto a la ventana está to- tituyen el nódulo de las ideas latentes. De este modo, las intensi-
mada de otra persona a la que Freud preferiría tener de paciente; dades psíquicas, esto es, el valor y el grado de interés de una re-
a su vez, la enfermedad que padece lrma en el sueño, la difteri- presentación -a no confundir con la intensidad sensorial de lo
tis, se asocia con la hija mayor de Freud, tras la cual, enlazada representado-, varían y lo importante en las ideas latentes puede
por la igualdad de nombre, se esconde todavía una paciente hallarse representado en el contenido manifiesto por nimiedades,
muerta por intoxicación ... Como ejemplo de lo segundo puede a las que queda ligado por cadenas asociativas facilitadas por la li-
consultarse el análisis realizado por Freud del término «Autodi- bre circulación de la energía en el proceso primario. Hay ocasio-
dasker» (oh. cit., 529), pero, en vez de seguir sus complejas redes nes, sin embargo, en que los elementos oníricos pueden conservar,
asociativas, podemos observar el proceso en un embarazoso acto a través de la elaboración del sueño, el puesto que ocupaban en las
fallido: Un joven abordó a una muchacha queriendo decirle: «Si ideas latentes, por lo que Freud prefiere mantener que «el valor de
me lo permite, señorita, desearía acompañarla». Pero, en vez de los distintos elementos de las ideas latentes no permanece conser-
begleiten («acompañar») fundió ese verbo con «ofender» (beleidi- vado -o no es tenido en cuenta- en la elaboración onírica»
gen) y dijo begleitdigen (naturalmente intraducible, algo así como (ob. cit., 533). Esta posición se repite en el más breve libro sobre
«acofender»), revelando que quizá sus intenciones no eran preci- ros sueños, publicado poco después, en el que, tras caracterizar
samente las más puras, con lo que podemos imaginar la respuesta -con frase de resonancia nietzscheana- el desplazamiento como
que obtuvo: «¡Pero qué ha pensado usted de mí! ¡Cómo puede una transmutación de los valores psíquicos, agrega que «su actuación
ofenderme de ese modo!» (1904a, 1, 797). varía mucho de intensidad en los diferentes sueños» (1901, 1, 734).

1.3.2. El desplazamiento.- Como la condensación, el pro- 1.3.3. El cuidado por la representabilidad.- Se pueden in-
ceso de desplazamiento (Verschiebung) actúa en el sueño y en cluir bajo este epígrafe las dos secciones en las que Freud estudia
otras formaciones del inconsciente, debido, de nuevo, tanto a la los medios de representación (Darstellungsmittel) del sueño y el
censura como a los caracteres del proceso primario. Freud dudó cuidado de la representabilidad o representación por imágenes
en cuanto a la importancia del fenómeno y su distinción de otros ( /)arstellbarkeit), y que se refieren fundamentalmente al hecho de
procesos: a veces, por ejemplo, contrapone el desplazamiento, que las ideas latentes del preconsciente y su forma verbal son to-
que tiene lugar entre representaciones y actúa sobre todo en la madas por el proceso primario del inconsciente para traducirlas
neurosis obsesiva, a la conversión histérica, en la que se pasa del h;ísicamente en imágenes, que es por lo que, como decíamos, és-
ámbito de las representaciones al somático; mas, en otras ocasio- us no han de ser interpretadas en lo esencial por su valor de ima-
nes, entiende que el desplazamiento actúa en toda formación de gl'l1, sino, a la manera de los jeroglíficos, como una representa-
síntomas; en ciertos pasajes, en fin, no parece diferenciar entre la l ión en imágenes de las palabras. ·
«transferencia» y el «desplazamiento» de las intensidades psíqui- Ya vimos que la elaboración onírica no produce discursos; en
cas. Pero, en cualquier caso, acentuó su importancia al indicar lodo caso, y si no son trapuestas a imágenes, registra palabras oí-
que «el desplazamiento y la condensación son los dos obreros a d;ts o pronunciadas, o las somete a los procesos de condensación
cuya actividad hemos de atribuir principalmente la conformación v dt:splazamiento, sirviéndose de la ambigüedad de los significados
de los sueños» (1900, 1, 534). t1 r¡ue remiten para expresar una idea distinta de la que el sujeto
lll
1
100 Freud y su obra II. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 101

conscientemente les atribuye, sustituyendo una expresión abstracta de muchas ocasiones, de basar buena parte de sus interpretaciones
las ideas latentes por otra pldstica y concreta. Trátase aquí también, en superficiales juegos de palabras. Así se lo reprochó Fliess, acu-
observa Freud, de un proceso de desplazamiento. Pero mientras sándole de que el sujeto del sueño parecía a veces demasiado chis-
en el apartado anterior nos referíamos ante todo a la sustitución toso. En adición de 1909, Freud replicó: «Esto es exacto en
de una representación determinada por otra asociativamente con- cuanto se refiere sólo al que sueña, y únicamente envuelve un re-
tigua a ella (que es en lo que consiste la metonimia: el continente proche cuando ha de hacerse extensivo al intérprete [ ... ]. El
por el contenido, la parte por el todo, el instrumento por el sueño se hace chistoso porque encuentra cerrado el camino más
agente -como en los versos de Larca: «Pero eran cuatro puña- recto e inmediato para la expresión de sus pensamientos, que-
les/ y tuvo que sucumbir»-, etc.), ahora la permuta de la expre- dando así obligados a buscar rodeos [ ... ] . De todos modos, me
sión verbal aprovecha la habitual polisemia de las palabras, que impulsó este reproche a comparar la técnica del chiste con la ela-
son un «equívoco predestinado» (1900, I, 553), del que se sirven boración onírica, empresa que llevé a cabo en mi libro El chiste
también el síntoma y el chiste, aun cuando sea difícil decidir, sin y su relación con lo inconsciente, 1905» (ob. cit., 528). Ya vimos
las asociaciones del paciente, cuándo deben esas expresiones to- que, según Freud, los superficiales rodeos de la asociación libre
marse en sentido literal o figurado. encontraban conexiones más profundas en las ideas latentes.
Así, por ejemplo, en el famoso sueño de la «Monografía bo-
a) Con IDlgner, en la ópera. Un bello ejemplo lo proporciona tánica», algunas asociaciones parecen superficiales y chistosas,
el sueño de una conocida de Freud: «Se encuentra junto a una como el encuentro, cuando va a hablar al doctor Konigstein, con
amiga en un palco de la ópera donde representan una obra de el señor Giirtner («jardinero») y su joven esposa, a la que Freud
Wagner que prosigue hasta el amanecer, pero ellas se habían que- encuentra floreciente, lo que asocia a la paciente de la que habló
dado sentadas; su hermana menor quiere alcanzarle desde el pa- con Konigstein, que se llamaba Flora. Desde aquí, sus asociacio-
tio de butacas un pedazo de carbón (como si hubiera que ali- nes le llevan a los herbarios, las polillas y los gusanos que corroen
mentar la calefacción) alegando que no sabía que iba a durar tanto las plantas, a los peligros de las aficiones excesivas -como la suya
tiempo y ahora se helaba». Ahora bien, la expresión «quedarse sen- de comprar libros y estudiar en monografias, que casi le convier-
tadas» es equivalente a la española «quedarse para vestir santos», ten en un gusano de los libros-, por las que se sacrifican los de-
es decir, solteras, como efectivamente lo estaban su amiga y ella, beres a floridas fantasías, punto en el que actúa todavía un re-
así como su hermana menor, aun cuando ésta tenía aún alguna proche por su precipitación en el estudio Sobre la coca (de nuevo,
probabilidad de casarse y parece querer poner remedio a sus que- una planta) y las propiedades anestésicas de la cocaína, descu-
jas («no sabía que iba a durar tanto», «estoy gélida») calentándose biertas en realidad por Koller (que, más tarde, actuó de aneste-
con un pedazo de carbón, hecho extensivo a la mayor (además del sista cuando el doctor Konigstein operó a su padre de un glau-
ambiguo sentido de «calentarse», una popular canción alemana wma). De este modo, el reproche de las ideas latentes se abre
dice: «Ningún fuego ni carbón/ quema tan ardientemente/ como paso a través de conexiones superficiales, que se legitiman desde
el secreto amor»). Vemos, pues, aquí, cómo la idea abstracta: «Qué .1quél y no sólo desde la facilidad de los equívocos y los chistes.
larga y fría es la soltería, mejor sería tener un amor» se representa
por plásticas imágenes susceptibles de ser traducidas del siguiente ¿Qué hubiera pasado si no hubiéramos encontrado al pro-
modo: «Nos hemos quedado sentadas y en vista de que esta si- fesor Gdrtner y a su floreciente esposa y si la paciente de que
hablamos se hubiese llamado Ana y no Flora? La respuesta es
tuación (la ópera de Wagner, la soltería) dura tanto y nos hiela ha-
sencilla. Si estas relaciones de ideas no hubieran existido hu-
bremos de ponerle remedio calentándonos con un trozo de car-
bón (con un amor)» (ob. cit., 554-555).
bieran sido elegidas otras distintas. Nada más fácil, en efecto,
que establecer relaciones de este género; los chistes, adivinan- ill
1

zas y acertijos que nos hacen reir o nos entretienen en la vida


b) ¿Es el analista un chistoso? El señor jardinero y su floreciente diurna lo demuestran constantemente. Pero el dominio del
esposa. A Freud le hicieron la objeción, repetida todavía hoy en chiste es limitado [... ]. El que ninguna otra impresión, sino
102 Freud y su obra Il. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 103

precisamente la de la monografía, fuese llamada a tomar a su tenido de las ideas latentes y no las relaciones de dichas ideas entre
cargo este papel es señal de que era la más apropiada para el sí, en cuya fijación es en lo que consiste el pensamiento» (1900,
establecimiento de la conexión. No debe admirarnos nunca,
como al Juanito Listo, de Lessing, <<que sean sólo los ricos los I, 536). Y, aunque en la formación de sueños interviene una
que más dinero tienen»(ob. cit., 454-455). cierta tarea crítica que no se limita a repetir el material, esa tarea
pertenece, como veremos, a la elaboración secundaria.
Sin ánimo de exhaustividad, podemos examinar algunos de
e) El deslizamiento entre los significantes y la relación con el signi- los procedimientos empleados por el sueño para indicar ciertas
ficado. Basándose en observaciones de este tipo, la lectura lacaniana relaciones lógicas, que, a pesar de ser difícilmente representables,
de Freud ha privilegiado, frente a la relación vertical entre el signifi- acaban encontrando acogida «en particularidades formales de los
cante y el significado (o los significados, dada la polisemia del len- sueños» (oh. cit., 655). Así, reproduce la coherencia lógica como
guaje), la relación horizontal, el deslizamiento entre los significantes simultaneidad (tal como el pintor de <<La Escuela de Atenas» re-
que, a veces, en algunos puntos de abrochamiento (point de capiton), úne en su escena a un grupo de filósofos y poetas que no se en-
producen un sentido. Sea de ello lo que fuere, lo cierto es que, para contraron nunca juntos en un atrio, pero que constituyen, para
Freud, la interpretación no ha de atender sólo a la imagen visual (a nosotros, una comunidad), las relaciones causales por medio de la
su valor de imagen), como hemos dicho, ni siquiera al simbolismo, sucesión,directa o invertida (sueño <<Por la flor»), la sucesión por
por evidente que pueda parecer, sino a la expresión verbal de la una alternativa en la reproducción del sueño (sueño <<Se ruega ce-
misma. Tendremos ocasión de volver a referirnos a ello cuando ha- rrar los ojos o un ojo»), etc. Las relaciones lógicas más fácilmente
blemos del sueño << VtJus me trompez,>, pero ahora podemos remitir- acomodables a los mecanismos de la elaboración onírica son las
nos a un pasaje de Estudios sobre la histeria, en el que una paciente de identidad, analogía o contacto, a través de la identificación, la
se quejaba de una alucinación, en la cual veía a sus dos médicos ~Í.>rmación mixta, la condensación y el desplazamiento. Más di-
(Breuer y Freud) colgados de sendos árboles del jardín. <<El día an- fícil cabida tienen, en cambio, la contradicción o la antítesis, ya
terior había rechazado Breuer su pretensión de que le recetara de- tjue los procesos inconscientes, según subrayará en el estudio
terminado medicamento. La sujeto puso luego en mí sus esperanzas l e 1915 sobre Lo inconsciente, no conocen la negación. Mati-
de conseguir tal deseo, pero yo me mostré también contrario a él, y :t.ando esa característica respecto a los sueños (Freud encuentra en
entonces, encolerizada con nosotros, pensó: "Son tal para cual. El la imposibilidad de realizar algo en sueños una forma de expre-
uno es el pendant del otro"» (1895b, I, 137). La imagen de los mé- sar el <<nO» y en la sensación de encontrarse paralizado la posible n·1
dicos pendiendo puede llevarnos a verlos ahorcados por la furia de la l'xpresión de un conflicto entre las ideas latentes), hemos de te-
paciente; pero estar <<colgados» es también <<depender el uno del ner en cuenta que los sueños se toman la libertad de representar
otro» (pendant es tanto pendiente, que cuelga, como una pareja en 1111 elemento cualquiera también por su contrario, por lo que no
la que cada uno de los miembros depende, pende o cuelga del otro). podemos saber, en principio, si hay que tomarlo positiva o ne-
gativamente, si es que no de las dos formas a un tiempo.
d) Las relaciones lógicas en el sueño. Así, siempre que puede,
el sueño transforma los pensamientos en imágenes visuales, lo e) Las flores de la muchacha: ¿dngel de la anunciación o dama
que dificulta extraordinariamente la representación de las rela- rlt las camelias? Podemos considerar algunos de esos procedi-
ciones lógicas. Las complicadas operaciones mentales que a veces lnientos en el sueño «Por la flor», antes aludido. En él, una mu-
se desarrollan en sueños son reproducciones exactas o ligera- jn baja llevando en la mano una rama florida, 'desde un elevado
mente modificadas de discursos oídos o pronunciados, que alu- lugar y se regocija de que sus vestidos no queden enganchados en
den a sucesos de las ideas latentes, pudiendo ser su sentido muy 11ingún sitio. Sus asociaciones se refieren a la figura del ángel que
diferente del que habitualmente se le otorga; es decir, «todo ello cn los cuadros de la Anunciación aparece ante la Virgen María
es material onírico y no representación de una labor intelectual en ks el nombre de ella también) con una vara de azucenas en la
el sueño. Lo que el aparente pensar del sueño reproduce es el con- 1nano, y otras tantas que constituyen sin duda una alusión a la
104 Freud y su obra II. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 105

inocencia sexual. Pero la rama aparece cuajada de flores rojas, revela que el sentido de las ideas latentes suele ser muy distinto
como camelias, y al final de su descenso se han deshojado ya casi del aparentemente ofrecido en el contenido manifiesto: «Es
todas. «De este modo, la misma rama, llevada como una vara de norma regular de la interpretación onírica prescindir en todo caso
azucenas y como por una muchacha inocente, es, simultánea- de la aparente coherencia que un sueño pueda ofrecernos y se-
mente, una alusión a La dama de las camelias, que, como es sa- guir siempre, tanto con los elementos claros como con los con-
bido, se adornaba siempre con una de estas flores, blanca de or- fusos, el mismo procedimiento, esto es, la regresión al material
dinario y roja durante los días del período. La florida rama ("las del que han surgido» (ob. cit., 651).
flores de la muchacha", en Des Miidchens Blüten de Goethe) re- Esa elaboración es secundaria puesto que opera sobre los otros
presenta, pues, al mismo tiempo la inocencia sexual y su antíte- procesos de la elaboración onírica y prosigue en el relato del
sis» (ob. cit., 540). Esta ambivalencia, de la que el sueño se apro- sueño, tendiendo a incluirlo todo en un contexto inteligible,
vecha en tantas ocasiones, se manifiesta también, por ejemplo, en como también hacemos en la vida despierta -según observaron
la imagen de dar la espalda a alguien, expresiva de un sentimiento los psicólogos de la Gestalt-, al dejar, por ejemplo, inadvertidas
despectivo, pero también, sobre todo entre varones, de un senti- erratas que alteran el sentido de un texto y leerlo como si no con-
miento homosexual, pues «dar la espalda» puede equivaler tanto tuviese tales errores.
a despreciar como a mostrar el trasero disponible. La fachada que se le otorga al sueño puede tomarse de fanta-
sías que se encontraban ya en las ideas latentes, intentando algo
1.3.4. La elaboración secundaria: la fachada del sueño.- equivalente a las ensoñaciones o sueños diurnos (Tagtriiume), tam-
Esta sección se abre y se cierra con alusiones a dos filósofos, pri- bién elaborados a partir de fantasías inconscientes y con una
mero Hegel, luego Nietzsche, aunque ninguno de ellos es explí- cierta benevolencia de la censura vigil («son sólo sueños» -en-
citamente citado. Habíamos dicho que el tr~bajo del sueño no es soñaciones-). La elaboración secundaria parece empeñarse aquí
propiamente creador, con algunas reservas. Estas se referían a jui- en transformar el sueño nocturno en una ensoñación. No por ello
cios críticos que no parecen poder derivarse del material onírico la relación con lo inconsciente queda suprimida; desechada la te-
como, por ejemplo, el relativamente frecuente: «Esto no es más oría de la seducción traumática, Freud insiste en la importancia
que un sueño», crítica similar a la que pudiera desarrollar nues- de la fantasía: «El estudio de las psiconeurosis nos conduce al sor-
tro pensamiento despierto. La idea «esto no es más que un prendente descubrimiento de que estas fantasías o sueños diur-
sueño», dentro del sueño mismo, parece tender a disminuir la im- nos constituyen el escalón preliminar de los síntomas histéricos,
portancia de lo experimentado por el sujeto y a tolerar así su con- por lo menos de toda una serie de ellos. Estos síntomas no de-
tinuación. Ahora bien, esa función no es ejercida por el incons- fll:nden directamente de los recuerdos, sino de las fantasías edifi-
ciente, sino por el preconsciente, que, próximo el sujeto a cadas sobre ellos» (ob. cit., 646). En 1907, Freud volverá sobre
despertar, tiende a maquillar el sueño y a proporcionarle una cierta la relación de los sueños diurnos y el trabajo creador en El poeta
coherencia -aun cuando no siempre lo consigue en el mismo )' !ds fantasías.
grado-, utilizando el material de las ideas latentes desechable para A través de todos esos procedimientos, concluye ahora Freud,
ese sueño -porque «ni por su valor propio ni por superdetermi- l.1 elaboración onírica tiende a escapar de la censura gracias al·des-
nación podía aspirar a ser acogido en él» (ob. cit., 645)-, de ma- ¡•lt!Zttmiento de las intensidades psíquicas, hasta lograr «la trasmu-
nera similar a como procedía Hegel, según Heine, al decir, en Die l.ll ión de todos los valores psíquicos», que constituye la referen-

Heimkehr, que tapaba los agujeros de su sistema con piezas y frag- ' 1.1 a Nietzsche antes anunciada, la cual, según vimos, también
mentos sacados de su propio fondo. .ql,IITcc en su opúsculo sobre Los sueños, si bien Nietzsche quería
A consecuencia de esa labor, el sueño pierde, en buena me- n1.1hkcer tal transvaloración en la práctica, mientras que Freud
dida, su primitivo aspecto absurdo e incoherente, y se aproxima !.1 rclicre al sueño.
a la contextura de un suceso racional. El analista haría mal en de-
jarse llevar por esa presunta coherencia: el análisis de los sueños

D -·~~u .. ~~-.:.-~_..,__..._.__ -'":"""::":'::~------·~.'-~--. _/. ,-. - -, E~-:-' . -:~·, l _ ....


106 Freud y su obra Il. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 107

a ese procedimiento, se puede reparar en la precaución de Freud


1.3.5. La simbolización.- En 1914, y por influencia de en un análisis que hubo de llevar a cabo en francés y en el que el
Wilhelm Stekel, Freud introdujo en el capítulo «La elaboración paciente le había convertido en sueños en un elefante. La trompa
onírica» una sección sobre «La representación simbólica en el (trompe) del elefante, capaz de desplegarse y de levantarse, puede
sueño», además de dos ensayos de Otto Rank, Sueño y creación ser un claro símbolo fálico; pero, lo fuera o no, Freud, antes de
literaria y Sueños y mitos, retirados estos últimos a partir de la edi- precipitarse sobre un símbolo tan luminoso, prefiere atender a las
ción de 1920. Freud se había referido a la capacidad de simboli- asociaciones del paciente, lo que le permite averiguar algo im-
zar en Estudios sobre la histeria -donde habla del síntoma histé- portante de la crítica y/o la relación transferencia! de éste, que
rico como símbolo mnémico de la enfermedad, a la manera del hubiera pasado desapercibido de otro modo: «Le pregunté cómo
monumento que se erige en conmemoración de un aconteci- había llegado a representarme bajo tal forma. La respuesta fue:
miento-, trazando la relación entre el síntoma y el trauma por Vous me trompez («Usted me engaña») (ob. cit., 597).
vías asociativas que aprovechan el doble sentido, físico y moral, Pese a tales precauciones, no deja de ser cierto que Freud in-
de ciertas expresiones («no puedo dar un paso», «me repugna»). cluyó esa sección en todas las ediciones posteriores y esbozó el re-
Pero ahora se trata de diseñar las líneas de una simbólica, gene- pertorio de una amplia simbólica que, a modo de vocabulario fijo,
ral y transcultural, en la que, al parecer, habría un repertorio de escapa a la iniciativa individual, la cual, todo lo más, podría elegir
símbolos con el mismo sentido para todo el mundo. Simbólica entre diversas posibilidades del símbolo. Aunque los símbolos son
que se expresaría, no sólo en el sueño, sino también en muchas muy numerosos, el ámbito de lo simbolizado es muy limitado: el
otras producciones a las que ha coadyuvado lo inconsciente, nacimiento y la muerte, el cuerpo y la desnudez, los familiares y la
como mitos, folklore, religiones, etc. sexualidad. Los problemas del origen y significado de esa simbó-
lica general, de esa especie de «lengua fundamental» universal, fue-
a) ¿Representa siempre un paraguas un pene? El sueño del ele- ron los que llevaron a Jung a su teoría del «inconsciente colectivo»
fante. En su sentido más amplio, según ha señalado Ricoeur, el y a Freud a la hipótesis de una «herencia filogenética», aunque otros
símbolo recubre el campo de las expresiones de doble o múltiple autores, como J. Lacan y J. Laplanche, prefieren considerar esos
sentido, representando indirecta y figuradamente ideas, conflic- problemas desde la noción de «fantasmas originarios», a la que nos
tos o deseos. La simbólica de la que ahora se habla pretende, sin referiremos cuando hablemos de El hombre de los lobos.
embargo, señalar la constancia entre el símbolo y lo simbolizado
inconsciente. Sin rechazar la posibilidad de una simbólica tal b) Los «sueños típicos». Ese simbolismo general le permite a
-asunto de investigación-, el peligro que se cierne sobre ese Freud indicar una nueva serie de «sueños típicos», agregados a los
tipo de concepción es regresar de nuevo a una «clave de los sue- que ya había incluido en el capítulo V desde la primera edición,
ños» que volvería superfluas las asociaciones del individuo. Freud entre los que se contaban el sueño de avergonzarse de la propia
lo advierte al indicar que «los elementos simbólicos del contenido desnudez (como traducción de un deseo exhibicionista o, al me-
manifiesto nos obligan a emplear una técnica combinada que se nos, de reconocimiento) y, sobre todo, el sueño por la muerte de
apoya, por un lado, en las asociaciones del sujeto, y completa, personas queridas, cuando va acompañado de un afecto penoso,
por otro, la interpretación con el conocimiento que el intérprete el cual no serviría sino para encubrir el deseo de muerte en el
posee del simbolismo [... En todo caso], los símbolos oníricos po- sueño realizado. Y es ahí cuando Freud va a hablar por primera
seen con frecuencia múltiples sentidos y su significación exacta vez, en una obra pública, del mito de Edipo, en "términos simi-
depende en cada caso, como sucede con los signos de la escritura lares a los que hemos visto en su correspondencia con Fliess, agre-
china, del contexto en el que se hallan incluidos» (ob. cit., 560). gando asimismo sus consideraciones sobre Hamlet. En cambio,
Esos matices prevén el riesgo de una interpretación automá- la expresión «complejo de Edipo», influencia de Jung, ha de es-
tica, en la que todo lo alargado (un paraguas, un bastón) sería un perar hasta 191 O, apareciendo por primera vez en Sobre un tipo
pene y todo lo hueco (una vasija, una gruta) una vagina. Frente especial de la elección de objeto en el hombre.
108 Freud y su obra II. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 109

consejo de la Universidad la nominación de Freud como profesor


1.3.6. Los afictos en el sueño.- Los afectos latentes en los extraordinarius (nombramiento que, finalmente, conseguiría
sueños, al no ser reprimibles como las representaciones, no su- en 1902), categoría en la que permaneció ya el resto de su vida y
fren las transformaciones a las que éstas quedan sujetas, pues, que correspondería a lo que nosotros llamamos «profesor aso-
frente a lo que podríamos pensar, «el desarrollo de afecto y el con- ciado». A pesar de la alegría experimentada ante esa muestra de
tenido de representaciones no constituyen una unidad orgánica estima por parte de valiosos científicos, algunos de los cuales ca-
inseparable, sino que se hallan simplemente soldados entre sí y recían de relación personal con él, pronto se dijo que debía dese-
pueden ser aislados por medio del análisis» (ob. cit., 627). No char toda esperanza, pues durante los últimos años el Ministerio
obstante, los afectos pueden sufrir, si no verdaderas transforma- había hecho caso omiso a las propuestas de otros candidatos de
ciones, sí ciertas modificaciones: en primer lugar, pueden sepa- iguales o mayores merecimientos, a lo que, en su caso, se agregaba
rarse de las representaciones a las que iban originariamente liga- el hecho de ser judío, lo cual había de dificultar aún más la pro-
dos y encontrarse en el sueño unidos a otras. Pueden, en segundo moción. Resignado, se dijo: «Después de todo, no soy ambicioso
lugar, quedar neutralizados por afectos latentes opuestos: la cen- y ejerzo con éxito mi actividad profesional sin necesidad de título
sura, así, «reprime» las representaciones y «suprime» los afectos, honorífico alguno, aunque también es verdad que en este caso no
distinción entre «represión» (Verdriingung) y «supresión» (Unter- se trata de que las uvas estén verdes o maduras, pues lo induda-
drückung) que no figuraba en la primera versión redactada, la ble es que se hallan fuera de mi alcance» (ob. cit., 430-431).
de 1898, sino sólo en la segunda y finalmente publicada, la de En estas circunstancias, el día de la víspera del sueño recibió
1899: «La coerción de los afectos sería entonces la segunda con- la visita de un amigo colega, candidato desde hacía mucho
secuencia de la censura onírica, como la deformación de los sue- tiempo al nombramiento de profesor, y que, menos resignado,
ños fue su primer efecto» (ob. cit., 631). Finalmente, un afecto había visitado las dependencias del Ministerio, preguntando sin
puede ser convertido en su contrario, según tendremos ocasión ambages si el retraso en el nombramiento se debía a considera-
de ver a propósito del sueño «El tío José». Esas modificaciones ciones confesionales, es decir, a su condición de judío. Indirecta-
permiten que, en el sueño, un mismo afecto pueda nutrirse de mente, pero con claridad, así se lo dieron a entender. La conver-
fuentes afectivas diferentes o que afectos distintos puedan prove- sación con su amigo reforzó en Freud la resignación. Esa noche
nir de una fuente única. Pero quizá es el momento de ejemplifi- tuvo un sueño, del que sólo comunica un breve fragmento, com-
car todo lo dicho con el análisis de un sueño. puesto de una idea y una imagen:

l. Mi amigo R. es mi tío. Siento un gran cariño por él.


1.4. Ejemplo del análisis de un sueño: El tío fosé II. Veo ante mí su rostro, pero algo cambiado y como
alargado, resaltando con especial precisión la barba amarillenta
que lo encuadra.
Para el análisis de este sueño nos serviremos de la versión del
mismo en el capítulo IV (ob. cit., 430 y sigs.), aunque también
recurriremos a otros pasajes en los que Freud vuelve sobre él, así 1.4.2. Primer nivel de análisis: una «diestra calumnia» le per-
como a su relación con otros de la época, considerados con de- mite a Freud verse nombrado profisor.- Al recordar el sueño, a
talle por Didier Anzieu en El autoanálisis de Freud. El sueño es Freud le pareció risible y un tanto disparatado, aunque no pudo
de febrero de 1897, poco antes de ser reconocida la importancia apartar su pensamiento de él, hasta que por la noche decidió ana-
de la estructura edípica, que aquí se perfila bajo una apariencia lizarlo como si el de un paciente se tratara, fragmentando el
muy anodina. sueño en sus componentes y asociando a partir de ellos.
«R. es mi tío». Aunque Freud tenía varios tíos, en las asocia-
1.4.1. Circunstancias y texto del sueño.- A comienzos de 1897, ciones sólo se acuerda de uno, su tío José, protagonista hacía más
Nothnagel, Krafft-Ebing y Frankl Hochwart propusieron ante el de treinta años de una triste historia, en la que, llevado por el an-
110 Freud y su obra II. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 111

sia de dinero, cometió un delito y fue castigado por las leyes. Su bécil y delincuente- representa a sus dos colegas, que no han al-
hermano Jacob, el padre de Freud, que encaneció entonces del canzado aún el nombramiento de profesor, y por el hecho mismo
disgusto, trataba con todo de disculparle, diciendo de él que no de representarlos trata al uno de imbécil y de delincuente al otro;
había sido perverso, sino únicamente imbécil. De este modo, a si la negativa oficial a aprobar su promoción se debiera a «moti-
Freud parece imponérsele la idea de que si en el sueño dice que vos confesionales», éstos alcanzarían a Freud tanto como a ellos,
su amigo R. (probablemente L. Konigstein, el médico que había pero si se debe a otras razones, como su imbecilidad o sus accio-
operado a Jacob Freud) es su tío José es porque también quiere nes delictivas, Freud, libre de ambos reproches, podía esperar
tratar de imbécil a R., lo cual le parece inverosímil. Pero el resto confiado su nombramiento.
de las asociaciones parece confirmarlo. A continuación, viene a La ligereza con que ha obrado en sueños, al denigrar a dos
su mente la imagen del rostro alargado, encuadrado por una colegas a los que respeta y admira, le parece injustificable, pues
barba amarillenta: «Mi tío tenía realmente cara alargada y llevaba ni piensa que R. sea un imbécil ni que fueran falsas las explica-
una hermosa barba rubia. En cambio, mi amigo R. ha sido muy ciones de N. sobre el enojoso asunto en el que se vio envuelto.
moreno; pero, como todos los hombres morenos, paga ahora, que Pero lo que expresa el sueño, dice Freud, no es sino «mi deseo de
comienza a encanecer, el atractivo aspecto de sus años juveniles, que así fuese», por lo que todo él es «como una diestra calumnia»
pues su barba va experimentando, pelo a pelo, transformaciones (oh. cit., 433), que aprovecha débiles puntos de apoyo, mínimas
de color nada estéticas, pasando primero al rojo sucio y luego al verdades -la barba similar de José y R.; los conflictos con la ley
gris amarillento antes de blanquear definitivamente. En uno de de José y N, a pesar de ser esos conflictos de tan distinto carác-
estos cambios se halla ahora la barba de mi amigo R., y, según ter-, para satisfacer su ambicioso deseo, reprobable ante todo
advierto con desagrado, también la mía» (oh. cit., 432). Ese ros- porque, en función de él, está dispuesto -bien es verdad que en
tro y esa barba son, pues, un ejemplo de condensación, pero, al sueños- a denigrar a valiosos y estimados amigos. Esa ambición
convertirse la barba en centro del contenido manifiesto, sin rela- que Freud negaba albergar en su vida de vigilia, pero a la que
ción alguna con los deseos que luego emergen en el contenido todo el sueño se dirige, encubriendo los insultos que dirige a R.,
latente, también de desplazamiento (oh. cit., 532-533), aunque con el gran afecto que en el contenido manifiesto siente por él y
Freud no explica en este caso su sentido. Pero, ¿a qué viene esa que ahora se muestra como la conversión de un afecto en su con-
comparación, frente a la que el pensamiento consciente de Freud trario, a fin de burlar la censura, según manifiesta la resistencia a
se rebela y que resulta por lo demás tan superficial, dado que José la aceptación de tales ideas en el análisis y el haber intentado pos-
era un delincuente mientras que a R. no lo considera sino un tergar éste; así, comenta Freud, «el cariño que por R. siento no
hombre de conducta intachable? Examinándolo con más detalle puedo referirlo a las ideas latentes de mi sueño, pero sí, en cam-
recuerda que, pese a su honradez, también R. ha sufrido los ri- bio a mi resistencia» (ibíd.). El sueño produce, pues, dos distor-
gores de la ley, por haber atropellado a un muchacho, yendo en siones: la estima que en la vida de vigilia alberga por sus colegas
bicicleta. ¿Es que querrá acusar también a R. de ser un delin- se transforma en calumnia; Freud no quiere saber nada de ella,
cuente? Tras este interrogante que no sabe resolver, Freud re- esa representación queda reprimida y disponible en las ideas la-
cuerda que hacía poco había mantenido con N., otro de sus co- tentes, al servicio del deseo de ser nombrado profesor; la ternura
legas, propuesto asimismo para profesor, una conversación afectiva contribuye a la represión, disimulando el insulto.
similar a la mantenida la tarde anterior con R., en la que le con-
fesó que en su contra podría actuar el haber sido objeto en cierta 1.4.3. «Era sólo una ambición infantil».- Éste es el primer
ocasión de una denuncia: aunque se trataba de una vulgar tenta- nivel del análisis. Con todo, y por vergonzoso que fuese el mal-
tiva de chantaje y salió bien librado, quizá el Ministerio tomara tratar a sus amigos en sueños, esas representaciones no tenían por
ese suceso como pretexto para negarle la promoción. Con esto el qué estar tan ocultas y quizá detrás de ellas se escondan otras más
deseo subyacente -o mejor, uno de los deseos subyacentes- al soterradas. Freud insistió en que la interpretación de un sueño
sueño, y el sentido de éste, parecen aclararse. El tío José -im- no se agota nunca y en otros pasajes de la obra vuelve sobre él.

' ~-
112 Freud y su obra II. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 113

Lo curioso del caso es que lo primero que hace es defenderse aún


de la ambición mostrada en el sueño, tratando de reducirla a su 1.4.4. Los reproches al padre.- Y quizá, los motivos más po-
componente infantil, tal como presenta la cuestión en el 2. o apar- derosos para la represión del ambicioso deseo se alimenten de
tado del capítulo V (oh. cit., 462 y sigs.). Freud recuerda dos epi- otras fuentes. En las asociaciones comunicadas a propósito del
sodios infantiles al respecto. Le habían contado que, cuando na- sueño del tío José en el capítulo IV, Freud no dice nada respecto
ció, una anciana campesina había profetizado que sería un gran a su padre, pero, en el apartado 1. 0 del capítulo VI (oh. cit., 517
hombre; más tarde, hacia los once años, se encontraba con sus y sigs.) indica que esas asociaciones le alcanzan. Era esta laguna
padres en una cervecería del Prater y un individuo que improvi- la que tornaba oscuro el desplazamiento operado sobre la barba
saba versos a cambio de una pequeña retribución predijo que el amarillenta. Esa barba remitía, entonces, a su tío José, a su
pequeño Sigismund llegaría a ser ministro: era la época del «Mi- amigo R. y al propio Freud. Pero ahora agrega que sus asocia-
nisterio burgués», en la que varios ministros eran judíos, y es po- ciones contienen también «una alusión a mi padre, facilitada por
sible que la primera inclinación de Freud hacia el Derecho fuese la relación con el encanecimiento» (oh. cit., 525). ¿Será preciso
en parte motivada por ese tipo de comentarios, aunque luego se recordar que, al comienzo del análisis, Freud comentó de pasada
dedicase a la Medicina, más incompatible con la política. Pero en que, a consecuencia del comportamiento delictivo del tío José, su
el sueño del tío José parece como si su deseo infantil se cumpliera: padre había encanecido del disgusto? El reproche que en las ideas
más que ser rechazado por el ministro, él mismo se comporta latentes se dirige a R. y al tío José apunta, pues, también, al pa-
como ministro, ocupa su lugar y maltrata a sus colegas. Esta ex- dre de Freud, al que su hermano, el tío José, sustituye en el sueño,
plicación permite a Freud esbozar una justificación: «Si mi ansia o con cuya figura se condensa a través de la barba amarillenta,
de poseer el título de profesor fuera realmente tan grande, sería sobre la que ha operado asimismo el efecto del desplazamiento
prueba de una ambición morbosa que no creo poseer. No sé del acento psíquico -comprendemos ahora mejor por qué-,
cómo opinarían sobre este punto aquellos que creen conocerme cargando en un detalle insignificante del contenido manifiesto
bien. Quizá sea realmente ambicioso; pero, aunque así fuera, hace motivos centrales del contenido latente, aun cuando más espi-
ya mucho tiempo que mi ambición se dirige hacia cosas muy dis- nosos, si es que el puesto que Freud quiso ocupar en su infancia,
tintas del título de profesor» (ob. cit., 464). Se trataría, pues, de más que el de ministro, fue el de su padre.
una ambición infantil, no de una ambición actual. Mas, sin ne- ¿Qué podía reprocharle Freud a su amable padre? Entre otras
gar aquella, ninguno de los comentadores del sueño se ha dejado cosas, desde luego, su condición judía -tan presente en el sueño
engañar por tal justificación, por más comprensible que les re- del tío José-, que le impedía integrarse plenamente en la cul-
sulte el pudor de Freud. E. Fromm la consideraba un buen ejem- tura alemana, como Freud confiesa, en medio de su ambivalente
plo de racionalización (procedimiento por el que se tiende a dar relación con una y otra, en el sueño «1851 y 1856», de media-
una explicación lógicamente coherente o aceptable desde el dos de 1899.
punto de vista moral a actitudes o sentimientos, cuyos motivos
no son percibidos). Por otra parte, la negativa de Freud, frente a 1.4.5. Los reproches a Fliess.- La ambivalencia hacia el pa-
todas las indicaciones del análisis por él mismo realizado, resulta dre y hacia su amigo R. se dirige asimismo hacia Fliess, proto-
sorprendente y quizá a ella se le podría aplicar bien lo que des- tipo de todos los colegas, amigos y rivales. A Freud tenía que re-
pués diría sobre La negación (1925), que, en determinadas cir- sultarle difícil aceptar que estaba considerando imbécil a su
cunstancias, se manifiesta como primera forma de reconoci- mentor y, además, comunicárselo. De hecho, al primero que di-
miento de lo reprimido, aquélla que consiste en admitir una idea rigió la excusa que remitía su ambición a la infancia fue al pro-
en la conciencia, pero sólo negándola («en sueños maté a un pio Fliess. Pero el sueño «Vía ... Secerno», sólo dos meses poste-
hombre, pero no era mi padre»), es decir, sin que el sujeto se la rior, revelará con más claridad tal ambivalencia. Y, ateniéndonos
atribuya, forma negativa que respeta todavía la represión. al del tío José, es indudablemente en relación a Fliess como se
comprende la nota que, al final del comentario al sueño en el
114 Freud y su obra Il. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 115

cap. IV, agregó con posterioridad, a propósito de la ruptura con escena de sus seis o siete años, en la que orina en el cuarto de sus
un amigo del que hacía ya tiempo se había visto obligado a pres- padres y en su presencia, por lo que Jacob exclamó ocasional-
cindir y de los sueños en los que, durante varias noches seguidas, mente: «Este niño nunca llegará a ser nada». «Estas palabras de-
se reconciliaba con él: «A la cuarta o quinta vez conseguí por fin bieron herir vivamente mi amor propio, pues en mis sueños apa-
aprehender el sentido de estos sueños. Residía en la incitación a recen de continuo alusiones a la escena correspondiente,
echar a un lado el resto de consideración que aún me inspiraba enlazadas casi siempre con una enumeración de mis éxitos y me-
dicha persona y a desligarme de ella en absoluto. Pero en el sueño recimientos, como si quisiera decir: "¿Lo ves como he llegado a
se había disimulado hipócritamente este sentimiento, presentán- ser algo?"» (ob. cit, 479). Ahora bien, él mismo había señalado
dose convertido en su contrario» (ob. cit., 436). Freud denominó poco antes la conexión entre lo uretral y la ambición, «la íntima
a ese tipo de sueños «sueños de Edipo hipócrita», del que el del relación de la incontinencia nocturna con la ambición como
afecto por el tío José (y, tras él, por R., por N., por Fliess y por rasgo de carácter» (ob. cit., 478) y en ese mismo sueño Freud
su padre), constituye una buena muestra. tiene ocasión de vengarse del padre, invirtiendo la situación de la
El sueño tranfiere sobre una imagen y sobre restos diurnos, ela- escena infantil recordada: como su padre andaba medio ciego a
borados por los procesos de condensación y desplazamiento del pro- causa del glaucoma, Freud se ve acercándole piadosamente las ga-
ceso primario, los deseos inconscientes que se sirven de unos y de fas (Glass), pero, tras ese episodio, se esconde una parodia de la
otros para abrirse paso, como el paciente transferirá los suyos sobre escena en la que Freud orinaba, pues ahora es él el que acerca a
la imagen del analista, aun cuando Freud, que se encuentra en re- su padre el orinal (Uriglas), desquitándose del reproche paterno
lación transferencia! con Fliess, no puede hacerse bien cargo de ella. ante su incontinencia infantil: ahora es el padre y no él quien no
sabe contenerse y ensucia la cama como el pequeño Sigismund
1.4.6. «Porque era ambicioso, le maté».-Todavía podemos había ensuciado el cuarto.
agregar otras observaciones al sueño del tío José. En él, la conver- La escena en que se ve orinando en el cuarto de sus padres
sión en contrario no concierne sólo al afecto. El contenido mani- conduce aún más atrás, a otra -no recordada, pero que sí le fue
fiesto, en el que Freud aparece como un sobrino irreprochable y relatada-, una especie de «escena primitiva» en la que, teniendo
cariñoso frente a su débil tío, es precisamente la antítesis de su si- unos dos años, está en la cama de sus padres y se orina en ella,
tuación infantil, en la que él era el débil tío de un sobrino más aunque en esta ocasión logró salir airoso de la reprimenda con
fuerte, el pequeño John, al que permaneció inseparablemente una ocurrencia infantil que despertó la benevolencia paterna: dijo
unido, «queriéndonos mucho, pero también peleándonos, pegán- que él les compraría una cama nueva de color rojo. Esa escena
donos y acusdndonoS>> (ob. cit., 641). En la adolescencia, John, el primitiva, cuya importancia es entrevista aquí por Freud, mucho
hijo de Emmanuel, retornó a Viena y allí pudo representar con tiempo antes del análisis de El hombre de los lobos, es la que pro-
Freud la escena entre César (John) y Bruto (Sigmund) de Los ban- bablemente reaparece asimismo en el último sueño del propio
didos de Schiller, según sabemos a través del análisis del sueño Freud inserto en la obra: el sueño de angustia «Madre querida y
«Non vixit», en el que las cuestiones de ambición juegan tan gran personajes con picos de pájaros», que es, por lo demás, el único
papel. En ese sueño, Freud castiga la ambición, pero, como él de su infancia analizado.
mismo comenta ya con ironía, no en su propia persona, sino en
la de su amigo y rival, conforme a las palabras del julio César de 1.4.8. La angustia de castración: el fosé bíblico y Fliess, el
Shakespeare, en la que Bruto justifica su crimen diciendo: «Por- tuerto.- En fin, en los sueños de Freud también' se vislumbra la
que era ambicioso, le maté» (ob. cit., 604 y 642). angustia de castración, cuya importancia no hará sino aumentar
en el curso de su obra. El enlace lo proporciona el significante
1.4.7. La incontinencia de Freud, la burla del padre y la es- principal en torno al que el sueño del tío está construido y que
cena originaria.- La ambición, que, pese a sus excusas, acaba por no es otro que el de «José». La resonancia de ese nombre para él,
imponérsele, le hace recordar, en el sueño «El conde Thun», una fue destacada por el propio Freud en el comentario al sueño «Non
116 Freud y su obra II. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 117

vixit», construido en torno al mismo nombre, aunque en este después (en el sueño «Mi hijo, el miope», de enero de 1898) des-
caso remite ante todo a Joseph Breuer, otra figura de autoridad califica por no saber ver, por ser Miop, un neologismo construido
de la que Freud se ha desligado: su torpeza con Ana O. y sus re- en el sueño para la ocasión, dado que en alemán «miope» se dice
ticencias a aceptar la etiología sexual de la neurosis le muestran Kurzsichtig, literalmente corto de vista, y el término se construye
débil también, como su propio tío. Pero «José», advierte Freud sobre el modelo de Zyklop, el cíclope de un sólo ojo, el tuerto por
poco después, remite además, y quizá ante todo, al José bíblico, excelencia, sobre el que poco antes le había hablado Fliess, al in-
que, como él mismo, es hijo de Jacob, el primogénito de un se- tentar convencerle de la importancia biológica de la simetría bi-
gundo matrimonio, interpreta sueños (en Egipto) y es ambicioso lateral, comenzando su discurso diciendo: «Si llevásemos un
(en sueños, el José bíblico ve a las estrellas inclinarse ante él). La único ojo en medio de la frente, como el cíclope... ». Freud se rie
identificación y la importancia de ese nombre para él es subra- en sueños de semejantes teorías e identifica a su autor con un gi-
yada por el propio Freud, al comentar que «también se llamaba gante, pero que ya no sólo despierta en él admiración, sino tam-
así el onirocrítico que la Biblia nos da a conocer» (oh. cit., 641). bién desprecio, pues es un gigante monstruoso y él, que sabe ver
Aún se puede asociar a ese nombre otro personaje importante mejor, ha de destronarle y ocupar su lugar, como quiso ocupar el
en la vida de Freud, y el más antiguo en la larga lista de los «José» del padre. Se comprende, pues, la fantasía que, apelando al acci-
con los que trató: Joseph Pur, el médico que le atendía en Frei- dente infantil, completa la del Edipo: la angustia de castración,
berg. En una ocasión tuvo que intervenir con cierta gravedad la cicatriz que inscribe en su carne el castigo por sus deseos in-
ante la herida que el pequeño Sigismund se hizo al subirse en un cestuosos.
banco para alcanzar una golosina: el banco resbaló y se golpeó en Quizá, a través de este examen, podamos advertir el acierto
la mandíbula inferior, perdió mucha sangre y recibió varios pun- de la tesis freudiana, según la cual el análisis de un sueño es in-
tos. La cicatriz perduró. La primera vez que alude a ese incidente concluible. Pero nosotros hemos de concluir ya aquí.
es en el sueño «Médico tuerto» de octubre de 1897 -poco an-
tes de que hable a Fliess del Edipo-, en el que el rostro del mé-
dico, hacia el que guarda una gran animosidad, aparecía confun- 1.5. Un modelo del psiquismo: la primera tópica
dido con el del profesor de historia del bachillerato, al que sin
embargo consideraba una persona excelente. La incomprensible 1.5.1. Sentido de la tópica y de la metapsicología.- El capí-
conexión se la proporcionó su madre al contarle que, efectiva- tulo VII de La interpretación de los sueños diseña el primer gran
mente, el médico que le había atendido entonces era tuerto, modelo del psiquismo, retomando muchas ideas del Proyecto de
como el profesor de historia. Pero a esa conexión más exterior 1895, pero haciendo desaparecer las referencias neuronales, para
Freud fue agregando otros detalles en sucesivas ediciones de Die ofrecer una explicación puramente psicológica, cuyo antecedente
Traumdeutung o en las Lecciones introductorias al psicoanálisis. Si más inmediato se encuentra en la carta a Fliess de 6-XII-1896.
se tienen en cuenta todos esos agregados y se sitúa el sueño en su Un modelo porque se trata de una ficción o construcción con la
lugar dentro del continuum del autoanálisis (entre el sueño del que hacer comprensible el complejo funcionamiento del psi-
«tío José» y el descubrimiento del Edipo), se comprende bien la quismo. En 1900, será un modelo físico, sobre la base de un mi-
ambivalencia que refleja: en el sueño del tío ha mostrado des- croscopio, un telescopio, un aparato fotográfico u óptico -ima-
precio por sus colegas y por su tío José, a los que por otra parte gen que se repite en obras posteriores, como Compendio de
estimaba, como ahora desprecia al médico y simpatiza con el pro- psicoanálisis, de 1938-, pero, en otras ocasionés, Freud ha uti-
fesor. Figuras de autoridad, tras las que, como hemos visto, tam- lizado metáforas de carácter biológico («la vesícula protoplasmá-
bién se encontraban Fliess y su padre, a los que ama y con los tica» del capítulo IV de Más allá del principio del placer). La no-
que rivaliza. Esa ambivalencia se revelará cada vez más clara- ción de aparato, por otra parte, supone una construcción
mente, tanto en la iluminación del mito de Edipo (octubre de espacialmente extensa y la idea de una tarea, de un trabajo, cuya
1897), como en la relación transferencia! con Fliess, al que poco función es mantener al nivel más bajo posible la energía interna
118 Freud y su obra II. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 119

del organismo, de acuerdo con el principio de constancia y se- nueve de ellos y otros proyectos, aunque sólo contamos con cinco
gún el patrón del arco reflejo, que «es también el modelo de to- efectivamente publicados, redactados todos ellos en 1915 (Las
das las funciones psíquicas» (ob. cit., 673). pulsiones y sus destinos, La represión, Lo inconsciente, Duelo y me-
En ese modelo, Freud distinguirá diversas subestructuras, di- lancolía y Adición metapsicológica a la teoría de los sueños), algu-
versas «localidades psíquicas», que tratan ante todo de dar cuenta nos de los cuales, especialmente Lo inconsciente y La represión, ha-
de las singularidades de la vida onírica, siguiendo la observación bremos de tener en cuenta en este apartado.
de G. Th. Fechner en su obra Psicoflsica, según la cual, «la escena La metapsicología freudiana comprende, en primer lugar, un
en la que los sueños se desarrollan es distinta de aquella en la punto de vista descriptivo, pero que no es, ni mucho menos, el
que se desenvuelve la vida de representación despierta» (ob. cit., que Freud prima, dado que, desde esa perspectiva, la gran divi-
672). Esas «localidades psíquicas>> son lugares en sentido meta- sión de lo psíquico es la que se produce entre lo consciente y lo
fórico, sin referencia a localizaciones cerebrales, lo que permite inconsciente. Es consciente todo aquello que se encuentra en un
permanecer «en terreno psicológico>> (ibíd.). Y es a esa visión es- momento determinado dentro del campo de la conciencia, mien-
pacialmente metafórica del aparato psíquico, dividido en diversas tras que resulta inconsciente todo lo que cae fuera de él y, en-
instancias o lugares psíquicos con funciones difirentes y dispuestos tonces, tanto podríamos hablar de inconsciente como de sub-
en un determinado orden, a la que se da el nombre de primera tó- consciente. Mas, pese a que tantas veces se ha dicho que Freud
pica, de acuerdo con el uso clásico, para el que una «tópica>> es descubrió y exploró el mundo del subconsciente, él empleó po-
una teoría de los lugares (en griego, tópoi), bien se entienda cas veces este último término y, cuando lo hizo, fue casi siempre
como determinación de los rótulos de valor lógico en la argu- en sentido peyorativo, pues «induce fácilmente a erran> (1915d,
mentación (Aristóteles), bien como determinación por el juicio II, 2064). La razón de ello es que, con el manto de lo subcons-
del lugar que corresponde a cada concepto, según la tópica tras- ciente, quedan veladas las diferencias que, dentro de todo lo que
cendental de Kant. no es consciente, Freud efectuó entre. lo preconsciente y lo in-
En diversas ocasiones, Freud se refirió también a ese modelo consciente, así como el carácter conflictivo del psiquismo. Para
del psiquismo diciendo que ofrecía una exposición metapsicoló- Freud, las diferencias y oposiciones fundamentales no se dan en-
gica. El término no es muy afortunado y ha suscitado equívocos, tre lo consciente, por un lado, y lo subconsciente como un todo,
pero no nos debe enredar. Propuesto, indudablemente, en ana- por otro, sino más bien entre el sistema inconsciente, gobernado
logía con el de metafísica, si ésta trata de referirse a lo que está por el proceso primario, y el sistema preconsciente-consciente,
más allá (meta) de lo sensible o de la naturaleza (physis), la me- regido por el proceso secundario (en realidad, sistema precons-
tapsicología, en cambio, no trataría de ir más allá de la psicolo- ciente, al que eventualmente se agrega la cualidad de la concien-
gía misma, sino de dar paso a una nueva psicología, en la que lo cia, cuando determinadas representaciones, debido a su intensi-
psíquico no se redujera, como se hacía de manera tradicional, a dad, la atención que se les presta u otros factores, son focalizadas
lo consciente, puesto que -es la gran aportación freudiana-lo por ella): «La diferencia más importante no debe buscarse entre
consciente no es la esencia de lo psíquico, sino «una cualidad in- lo consciente y lo preconsciente, sino entre lo preconsciente y lo
constante, que se halla muchas más veces ausente que presente>> inconsciente>> (ob. cit., 2076). Por eso, todavía en las Lecciones
(1940b, III, 3421) en el psiquismo. Así, pues, lo psíquico no es introductorias al psicoanálisis, Freud insistirá en que <<nuestros tér-
igual a lo consciente y para referirse a esa psicología que abarca minos inconsciente, preconsciente y consciente prejuzgan menos y
también, y de manera central, a los procesos inconscientes es para se justifican más que otros muchos propuestos o" ya en uso, tales
lo que Freud echa mano del término «metapsicología>>. como subconsciente, paraconsciente, intraconsciente, eto> ( 1917e,
Además de en el capítulo VII de Die Traumdeutung, Freud II, 2307). Mas, para abrirnos a esas categorías, es preciso que al
abordó perspectivas sistemáticas, «metapsicológicas>>, en otras obras punto de vista descriptivo se agreguen, según propone la expli-
y, particularmente, en algunos escritos de los años 1915-1917, de cación metapsicológica freudiana, las perspectivas tópica, diná-
los que nos informa Jones, gracias al cual conocemos el título de mica y económica (1915d, Il, 2070).
120 Freud y su obra
11. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 121

la conciencia en un momento determinado, puede acceder con


1.5.2. Perspectiva tópica.- Como hemos adelantado, según relativa facilidad a la misma -sin necesidad de vencer grandes
el punto de vista tópico, el psiquismo humano podría compararse resistencias afectivas ni sufrir importantes transformaciones-
a un instrumento óptico en el que pueden distinguirse diversos cuando se cumplen determinadas condiciones, como cierta in-
lugares psíquicos (que corresponderían a puntos virtuales del apa- tensidad de las representaciones o cierta distribución de la aten-
rato, situados entre dos lentes, más que a sus piezas materiales), a ción (tal sería el caso, por ejemplo, de normas gramaticales que
los que podemos denominar también sistemas, cada uno de los gobiernan nuestro discurso aunque no las recordemos, pero a las
cuales posee su función y su tipo de proceso, y que se encuentran que podemos acceder sin excesivo coste psíquico). Por último,
orientados de manera constante entre un polo perceptivo y un habría que situar el sistema inconsciente, que no comunica con la
polo motor, es decir, entre el sistema sensible que recibe las per- conciencia sino a través de lo preconsciente, el cual impone al
cepciones (internas o externas) y el que abre las esclusas de lamo- proceso de excitación, a manera de peaje, determinadas transfor-
tilidad y descarga la energía, desarrollándose entre ambos el pro- maciones. Entre esos sistemas habrían de situarse, como si fue-
ceso psíquico según el modelo del arco reflejo. Las percepciones sen pantallas o barreras, determinadas censuras de las que, la más
dejan en nuestro psiquismo huellas mnémicas (Erinnerungsspur) fuerte, es la que separa lo inconsciente de lo preconsciente. La re-
que almacenan la información, modificando permanentemente
presentación gráfica podría ser la siguiente:
determinados elementos del sistema. Mas, si tuviéramos que atri-
buir a una misma instancia esa capacidad de almacenamiento y la Pcp-Cs Censura Pantalla
de permanecer susceptible de acoger nuevas representaciones, f p" e,
Hmn' Hmn" Hmn"' les
f
pronto quedaría bloqueada, por lo que, de acuerdo con el propó- Polo
sito de atribuir diversas funciones a distintos sistemas, se puede
suponer que los estímulos perceptivos son acogidos por un sistema
anterior del aparato psíquico, que no conserva nada de ellos,
mientras que otro transforma la momentánea excitación del pri-
mero en huellas duraderas y permite la capacidad asociativa, se-
1 \
gún redes de simultaneidad, analogía u otros órdenes de coinci-
dencias. El sistema perceptivo-consciente carece de memoria,
mientras que los recuerdos, aunque puedan devenir conscientes,
es preciso que sean inconscientes (en sentido descriptivo). Ahora
1.5.3. Perspectiva dindmica.- El punto de vista tópico ha
bien, el estudio de los sueños nos ha mostrado, efectivamente, que
de articularse con la perspectiva dindmica, según la cual entre el
debíamos aceptar la existencia de dos instancias psíquicas, así
sistema preconsciente-consciente y el inconsciente se da una opo-
como la de una barrera o censura entre ellas, censura que, no
sición o conflicto: a la actividad del sistema inconsciente se opo-
siendo totalmente consciente, mantiene, sin embargo, estrechas
nen fuerzas represoras, con lo que, cuando los impulsos incons-
relaciones con la conciencia y sólo permite el paso de aquella in-
cientes logran acceder a la conciencia, no lo hacen sino
formación proveniente del sistema de huellas mnémicas compati-
deformados y como un producto transaccional entre las fuerzas
ble con sus normas.
en pugna, como sucede, de manera eminente, ,en los sueños.
En resumen, la primera tópica freudiana diferencia dos siste-
Ahora bien, si para explicar la interna división del psiquismo que
mas (el sistema preconsciente-consciente y el sistema inconsciente) y
nos ofrece la perspectiva dinámica se recurre a las distinciones de
tres instancias: dentro del sistema preconsciente-consciente, la
la tópica, resulta que, más que explicar el conflicto lo presupo-
instancia más externa es la perceptivo-consciente, que rige también
nemos, por lo que Freud habrá de apelar, en definitiva, a un en-
la motilidad voluntaria. Detrás habría que situar lo preconscíente,
frentamiento pulsional del que hablaremos cuando estudiemos
entendiendo por tal todo aquello que, aun no siendo presente a

l
los Tres ensayos para una teoría sexual.
Freud y su obra II. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 123
122

Clínicamente, la censura entre los sistemas se manifiesta en la reparte entre los diversos sistemas (energía libre en el sistema les.,
resistencia frente al acceso de lo inconsciente a la conciencia y en ligada en el Pes., y una energía móvil de sobrecatexis para la con-
la producción de formaciones transaccionales. El conflicto psí- ciencia), siendo la posterior elaboración del concepto de pulsión la
quico, provocado por exigencias internas opuestas, resulta así, para que conceptualice la energía de catexis como energía pulsional, que
Freud, constitutivo del ser humano, bien sea un conflicto mani- proviene de fuentes internas y ejerce una presión constante, impo-
fiesto (por ejemplo, entre un deseo consciente y una exigencia mo- niendo al aparato psíquico la tarea de transformarla. Con la segunda
ral igualmente consciente, o entre sentimientos contradictorios) o tópica, será el ello, polo pulsional de la personalidad, el que se con-
latente, expresándose este último de manera deformada en con- vierta en el origen de todas las catexis, tomando las otras instancias
flictos manifiestos y en síntomas, pues lo inconsciente, por mu- su energía de esa fuente primaria.
cho que utilicemos el término, es en cuanto tal incognoscible. Pese a la importancia, tanto en la etiología de la enfermedad
como en la terapia, atribuida por Freud a la dimensión econó-
1.5.4. Perspectiva económica.- Es aquella que pretende tener mica, nunca ofreció una elaboración teórica rigurosa de la misma.
en cuenta la circulación y distribución de la energía en el aparato Influido en la utilización de esos conceptos por neurofisiólogos
psíquico. Ya se encuentra presente, como vimos, en su Estudio -Brücke, Meynert-, muchas veces los emplea en un sentido
comparativo de las pardlisis motrices y orgdnicas (1893), donde apa- metafórico, como analogía entre las operaciones psíquicas y el
rece la noción de Ajfektbetrag o «quantum de afecto», es decir, el funcionamiento de un aparato nervioso concebido según un mo-
valor afectivo ligado a una representación. Considerado muchas delo energético y, entonces, la carga de una representación evoca
veces como el punto de vista más hipotético de la metapsicolo- el mecanismo fisiológico de una carga neuronal. Pero la catexis
gía, Freud llegó a la exigencia de esta perspectiva, tanto por su de un objeto real no puede tener el mismo sentido, según mani-
formación científica, impregnada de nociones energéticas, como fiesta la noción de introversión (paso de la catexis de un objeto
por determinados fenómenos clínicos: tal era el caso de la diso- real a un objeto imaginario intrapsíquico), en la que resulta difí-
ciación entre una representación y el flujo energético, el mon- cil concebir la idea de conservación de la energía, más plausible
tante afectivo a ella ligado, que, por efecto de la represión, que- al hablar de un sistema cerrado. Por otra parte, al relacionar las
daba libre para cargar otras representaciones; también, el de concepciones económicas con la tópica se producen también di-
cadenas asociativas que ligaban representaciones aparentemente ficultades: Si toda la energía tiene su origen en las pulsiones,
importantes, pero de escasa o nula reacción afectiva, mientras que desde otro punto de vista, en cambio, cada sistema tiene su pro-
otras, supuestamente anodinas, provocaban la reacción que se po- pia modalidad de catexis, con lo que, en el caso de la catexis in-
día esperar de las primeras y se imponían al sujeto frente su vo- consciente, por ejemplo, se presenta la ambigüedad de conce-
luntad, como sucede en las representaciones obsesivas. Cantidad birla, por un lado, como presión continua de las representaciones
que, curiosamente, no se puede medir, Freud nunca desechó la cargadas hacia la conciencia y la motilidad, y, por otro, como
posibilidad de poder llegar a hacerlo, pero no se pronunció so- fuerza de cohesión propia del sistema inconsciente, capaz de
bre su naturaleza, contentándose -a la manera del físico con las atraer hacia él las representaciones, jugando esa fuerza un papel
magnitudes que emplea- con definirla por sus efectos, es decir, fundamental en la represión. De este modo, parecen designarse
por la exigencia de trabajo que impone al psiquismo. con idénticos conceptos realidades heterogéneas.
Desde el punto de vista económico, el funcionamiento psíquico A pesar de las dificultades de las nociones económicas, Freud
podría describirse como un juego de catexis, retirada de catexis, con- no quiso prescindir de ellas, pues le parecían necesarias para ex-
tracatexis y sobrecatexis. El término alemán Besetzung, traducido plicar numerosos datos clínicos y terapéuticos: ciertas afecciones
normalmente por catexis o investición, se refiere a la carga con la parecen requerir la idea de que en el sujeto circula una determi-
que cierta energía se vuelca u ocupa una representación, una parte nada cantidad de energía (de parte de la cual, él dispone volunta-
del cuerpo o un objeto. Presente en todas las etapas del pensamiento riamente), que se repartiría de manera variable respecto a los ob-
freudiano, en La interpretación de los sueños la energía de catexis se jetos y a sí mismo. Así, en Duelo y melancolía, por ejemplo, el
124 Freud y su obra II. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 125

estado de duelo, el empobrecimiento de la vida de relación del su- cepción, esto es, la reproducción alucinatoria de experiencias de
jeto tras la pérdida de un ser querido, se explicará por la sobreca- satisfacción original, tal como sucede de manera privilegiada en
texis del objeto perdido, mientras que la oscilación de estados de- el sueño (oh. cit., 675).
presivos y maníacos en la melancolía se explicará por la alternancia El sueño busca reconstituir por el camino más corto, en forma
de carga de las instancias ideales o yoicas, respectivamente, como alucinatoria, la experiencia de satisfacción. Si se denomina deseo
si siempre hubiera de establecerse un equilibrio energético entre al impulso que a ello le mueve, la identidad de percepción con
las diferentes catexis. una experiencia de satisfacción original (por ejemplo la imagen de
la madre asociada a la descarga de la tensión impuesta por las ne-
1.5.5. Proceso primario y proceso secundario. Energías libre y cesidades) provoca el cumplimiento del deseo, la Wunscherfüllung,
ligada.- La triple consideración tópica, dinámica y económica que nos conduce a las etapas y circunstancias más tempranas en
lleva a Freud a distinguir diversos modos de funcionamiento del la vida del individuo. Según advierte en adición de 1918, «detrás
aparato psíquico, según los diferentes sistemas: desde el punto de de esta infancia individual se nos promete una visión de la infan-
vista tópico, el proceso primario caracteriza el sistema les. y el cia filogenética y del desarrollo de la raza humana; desarrollo del
proceso secundario el sistema Pcs.-Cc. Esta caracterización, por cual no es el individual, sino una reproducción abreviada e in-
su parte, introduce un punto de vista genético: el proceso prima- fluida por las circunstancias accidentales de la vida. Sospechamos
rio correspondería al funcionamiento primitivo del psiquismo, ya cuán acertada es la opinión de Nietzsche de que "el sueño con-
que sólo más tarde, y gracias a determinadas modificaciones, es tinúa un estado primitivo de la Humanidad, al que apenas pode-
capaz de ciertas operaciones, como el juicio y el razonamiento. mos llegar por un camino directo", y esperamos que el análisis de
Y la prioridad temporal es también prioridad desde el punto de los sueños nos conduzca al conocimiento de la herencia arcaica
vista funcional, pues, a causa de la aparición retardada de los pro- del hombre» (oh. cit., 679). Los sueños nos llevarían así a lo pri-
cesos secundarios, el nódulo de nuestro ser continúa estando mitivo y arcaico, a los deseos indestructibles del inconsciente.
constituido por impulsos optativos inconscientes, incoercibles e La regresión puede ser considerada, según adición de 1914,
inaprehensibles para el sistema Pes., tendiendo a una satisfacción desde un triple punto de vista: tópico (la excitación psíquica, en
lo más rápida y plena posible, y «constituyéndose así en condi- vez de orientarse desde el sistema les. al Pes., vuelve desde éste al
ción preliminar de la represión la existencia de un acervo de re- primero), cronológico (retorno a formaciones psíquicas y etapas
cuerdos sustraído del Pes. desde el principio» (1900, I, 711). En -fases libidinales, relaciones de objeto, identificaciones, etc.-,
efecto, con el desarrollo de los procesos secundarios y sus exi- en parte superadas por el desarrollo del psiquismo) y formal, es
gencias, la realización de muchos de esos impulsos optativos, de decir, la sustitución de formas de representación más complejas
esos deseos, no provocaría ya un afecto placentero sino displa- y diferenciadas por otras anteriores y más primitivas. Pero «estas
ciente, «y precisamente esta transformación de los afectos constituye tres clases de regresión son en el fondo una misma cosa, y coin-
la esencia de aquello que denominamos "represión"» (ibíd.). ciden en la mayoría de los casos, pues lo más antiguo temporal-
El proceso primario se caracteriza por la libre circulación de la mente es también lo primitivo en el orden formal, y lo más cer-
energía, que fluye sin trabas de una representación a otra, de cano en la tópica psíquica al extremo de la percepción» (ibíd.).
acuerdo con los mecanismos del desplazamiento y la condensa- De todos modos, la regresión no es privativa del proceso oní-
ción, y tiende a la descarga completa de la excitación. Pero, con- rico. También se produce en el recuerdo voluntario, la reflexión y
trolado el acceso a la motilidad por la censura, la marcha de la otras formas del pensamiento vigil, correspondienclo a un retro-
excitación no siempre es progresiva, del extremo perceptivo al ex- ceso, dentro del aparato psíquico, desde cualquier acto complejo
tremo motor, sino que puede seguir también una orientación re- de representación al material bruto de las huellas mnémicas en las
gresiva, a través del sistema de representaciones, para cargar ple- que se halla basado. Pero, durante el estado habitual de vigilia, no
namente las que se encuentran vinculadas a las experiencias de va nunca esta regresión más allá de las imágenes mnémicas, sin
satisfacción constitutivas del deseo, y provocar la identidad de per- llegar a reavivar las imágenes de percepción y convertirlas en alu-

1
126 Freud y su obra II. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 127

cinaciones, como sucede en el sueño, en las visiones transitorias el displacer va ligado a un aumento de las cantidades de excita-
de personas normales o en las psicosis; en todos estos fenómenos, ción y el placer a su descarga; en el extremo, entonces, el mayor
bajo la influencia de un recuerdo reprimido o inconsciente, im- placer habría de obtenerse al conseguir una evacuación completa
pedido por la censura de expresión, las ideas con él enlazadas se de la energía, evacuación que coincidiría, sin embargo, con la ex-
ven arrastradas a la regresión, sustituyendo la renovación de la es- tinción de la vida, por lo que la descarga absoluta aparece más
cena infantil deseada por su imagen alucinatoria. bien como un concepto límite, según intentó formular el Proyecto
El proceso secundario se caracteriza por la energía ligada. Frente de 1895 con el nombre de principio de inercia, entendiendo por
a la movilidad de carga del sistema les., la energía discurre ahora talla tendencia de las neuronas a evacuar completamente las can-
de manera controlada, las representaciones son cargadas de modo tidades de energía que reciben.
más estable, como corresponde al pensamiento y al examen de la Así enunciado, este principio de inercia se solaparía con lo
realidad: el aplazamiento de la satisfacción permite experiencias que, en Mds allá del principio del placer, de 1920, se denominará
mentales que prueban distintas vías de cumplimiento, por lo que principio de nirvana. El término, tomado del budismo y difun-
los procesos secundarios vienen a coincidir con las funciones des- dido en Occidente por Schopenhauer, se refiere a un estado de
critas tradicionalmente por la psicología bajo los rótulos de pen- perfecta quietud tras la extinción del deseo humano, fuente de la
samiento de vigilia, atención, juicio, razonamiento y acción con- infelicidad, y la fusión en la totalidad, al desaparecer la ilusión
trolada. El proceso secundario no se rige por la identidad de fenoménica de individualidad. El principio de nirvana regiría las
percepción, sino por la identidad de pensamiento, investigando las pulsiones de muerte, de las que Freud nos hablará en esa obra, a
posibles modificaciones que se pueden introducir en la realidad las que opondrá las pulsiones de vida, encargadas de mantener y
para encontrar satisfacción, pero controlando la vía corta de la crear unidades vitales, que suponen un nivel elevado de tensión,
alucinación que quiere imponer el deseo y «sin dejarse engañar por lo que no todo aumento de ésta provoca displacer: hay ten-
por las intensidades de las representaciones» (ibíd., 710). Desde siones placenteras. El placer no sólo está ligado a la cantidad, sino
este punto de vista, el proceso secundario no es sino una modi- asimismo a la cualidad y otros factores como el ritmo, observará
ficación del primario, al cual tiende a regular e inhibir, modifi- en El problema económico del masoquismo, de 1924. Según esto,
cación hecha posible por la constitución progresiva del yo, aun- más que al principio de inercia, podríamos referir el principio del
que éste también sufra la influencia del proceso primario, tal placer al principio de constancia, por el que el aparato psíquico
como se manifiesta, por ejemplo, en los tipos de defensa patoló- tendería a mantener la cantidad de excitación a un nivel tan cons-
gicos, compulsivos. tante como sea posible. Sin embargo, el hecho de que algunas
tensiones sean consideradas placenteras hace que no podamos
1.5.6. Principio de placer y principio de realidad.- La opo- efectuar una perfecta equivalencia entre principio de placer y
sición entre proceso primario y secundario es paralela asimismo principio de constancia, sin que, por otra parte, quepa tampoco
a la que se da entre principio de placer y principio de realidad, equiparar totalmente principio de placer con principio de nir-
que, según el título de la obra de 1911, son Los dos principios del vana y pulsiones de muerte, que se sitúan, como el título de la
fUncionamiento mental. El principio de placer recibió con anterio- obra de 1920 indica, más allá del principio del placer.
ridad a ese estudio -por ejemplo, en La interpretación de los sue- Como se ve, las relaciones entre todos esos principios, así
ños-, el nombre de principio de displacer, por cuanto su meta no como entre los aspectos cuantitativos y cualitativos del placer no
es tanto la perspectiva def placer futuro cuanto la evitación del se han establecido con rigor. En líneas generales, podríamos de-
actual, de acuerdo en esto con Fechner. De todos modos, aun- cir que el principio del placer tiende a la evacuación de la ener-
que el concepto de principio de placer persistió sin grandes va- gía y sería característico del proceso primario. Pero, cuando,
riaciones a lo largo de la obra freudiana, su concepción no deja en 1920, introduzca la noción de pulsión de muerte -de la que
de ser ambigua, según ponen de manifiesto sus no muy defini- se puede encontrar un precedente en la de energía libre, desli-
das relaciones con otros principios teóricos. En líneas generales, gada-, habrá que pensar en una función anterior al principio

1:

J 1
Freud y su obra Il. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 129
128

del placer, más allá de él, encargada en ligar la energía que fluye gún otras leyes que la realización del deseo inconsciente y las pul-
al aparato psíquico, y sólo sobre esa base podrá actuar el princi- siones sexuales.
pio del placer, que entonces se tiende a confundir con el princi-
pio de constancia, siendo éste, sin embargo, el característico del 1.5.7. Caracteres del sistema Ics.- Aunque las referencias a
proceso secundario, gobernado por el principio de realidad. lo inconsciente no habían faltado en las filosofías del romanti-
Y, en verdad, el principio de realidad no constituye sino una cismo, es Freud quien realiza su descubrimiento y exploración.
modificación del principio del placer, en la medida en que «la au- Lo inconsciente no es para Freud una potencia oculta y extrahu-
sencia persistente de la satisfacción esperada, la decepción, con- mana, equivalente a las fuerzas oscuras y vitales de la naturaleza,
duce a abandonar la tentativa de satisfacción alucinatoria, y para como en los románticos, o a un principio que todo lo unifica,
sustituirla tuvo que decidirse el aparato psíquico a representar las como la Voluntad schopenhaueriana, ante todo, porque, como
circunstancias reales del mundo exterior y tender a su modifica- hemos tenido ocasión de señalar, no utiliza el término en un sen-
ción real. Con ello quedó introducido un nuevo principio de la tido prevalentemente descriptivo, sino sistemático. De ahí que se
actividad psíquica. No se representaba ya lo agradable, sino lo separe incluso de autores a los que cita elogiosamente, como Theo-
real, aunque fuese desagradable» (1911, II, 1638-1639). De dor Lipps, el cual también consideraba a lo inconsciente como el
acuerdo con el principio de realidad, la satisfacción no se busca círculo más amplio en el que se halla inscrito lo consciente, pero,
ya por el camino más corto, sino que el psiquismo aprende a dar a semejanza de los filósofos, tendía a entender a aquél como al-
rodeos, a aplazar su resultado en función de las condiciones im- ternativa a lo consciente o su opuesto, y, sobre todo, no distin-
puestas por el mundo exterior. Si, desde un punto de vista tó- guía entre lo inconsciente y lo preconsciente. Esas diferencias, es-
pico, el principio de realidad caracteriza el sistema preconsciente- tablecidas ya en 1900, son precisadas por Freud en 1915.
consciente, desde un punto de vista económico, se basa en el Como adjetivo, el término «inconsciente» se refiere a cual-
funcionamiento controlado y «ligado» de la energía: las cargas no quiera de los contenidos que no se encuentran presentes en el
fluyen libremente sino que se mantienen en reposo o se emplean campo de la conciencia en un momento dado y es usado, por
en pequeñas cantidades de acuerdo con las asociaciones que ha tanto, descriptivamente, pudiendo abreviarse ics. (en alemán,
ido creando la experiencia en su examen de la realidad, para ob- ubw., de Unbewusst). En cambio como sustantivo, va en mayús-
tener el placer, no ya de un modo alucinatorio, sino efectivo, lo cula, como todos los sustantivos en alemán, y designa el Incons-
cual lleva a detener la reacción motriz. Pero no por ello se regresa ciente en cuanto sistema (Ics., Ubw.). Ese Ics. no es equivalente a
al polo perceptivo en busca de una identidad de percepción que una segunda conciencia, ni a un grado menor de conciencia, sino
proporcionaría la satisfacción alucinatoria, sino que se soporta la que tiene contenidos y mecanismos propios, lo cual, piensa
tensión de diferir el placer, desarrollando los procesos caracterís- Freud, nos obliga a una extensión de la rectificación llevada a
ticos del proceso secundario: pensamiento, juicio, examen de re- cabo por Kant de la teoría de la percepción: «Del mismo modo
alidad, etc. Sin embargo, el principio de realidad no suprime el que Kant nos invitó a no desatender la condicionalidad subjetiva
principio del placer, sino que más bien lo modifica en función de nuestra percepción y a no considerar nuestra percepción idén-
de las exigencias de aquélla. Tal sustitución no se realiza de una tica a lo percibido incognoscible, nos invita el psicoanálisis a no
vez y nunca es completa: el principio del placer continúa impe- confundir la percepción de la conciencia con los procesos psí-
rando en el inconsciente y en las actividades psíquicas caracterís- quicos inconscientes objeto de la misma. Tampoco lo psíquico,
ticas del proceso primario. Por otra parte, es preciso tener en como lo físico, necesita ser en realidad tal como lo percibimos»
cuenta que, aunque el principio de realidad puede verse como (1915d, II, 2064).
El sistema lnc. se caracteriza por una serie de rasgos, que Freud
'1"
una simple modificación del principio del placer, también pue-
den contraponerse, en la medida en que la satisfacción de una resume en los siguientes: proceso primario (movilidad de carga,
necesidad correspondiente a las que Freud llamará pulsiones de energía libre), gobernado por el principio del placer; ausencia de
autoconservación responde a distintas exigencias y funciona se- negación, de duda, de grado en la certidumbre; falta de contra-
130 Freud y su obra 11. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 131

dicción; ausencia de relación con la realidad exterior, e indepen- menta diferencia de répression), no equivale, pues, como sucede
dencia del tiempo, pues la relación temporal, ligada a la labor del en el lenguaje cotidiano -contaminado del vocabulario psicoa-
sistema Ce., no le afecta, y, así, los procesos del sistema !cs. se en- nalítico, pero tergiversándolo- a la no realización de un deseo
cuentran zeitlos, «fuera del tiempo)): ni aparecen ordenados cro- consciente, evitado por unos u otros motivos (así, cuando frente
nológicamente, ni sufren modificación alguna por el transcurso al deseo de hacerl~ el amor a la mujer de un tercero se evita por
del mismo. De este modo, «en el sistema Inc. no hay sino conte- las consideraciones morales que el engaño implica, o cuando me
nidos más o menos enérgicamente catectizados)) (ob. cit., 2072), abstengo de maltratar o matar a alguien pese al gusto con que
que no son sino representantes pulsionales reprimidos. quizá lo hiciese), sino a no ser consciente de algo que se desea (de
manera similar a como olvidamos los sueños que acabamos de te-
1.5.8. La represión.- «La teoría de la represión es la piedra ner), que es lo que motiva su efecto patógeno. Frente a lo que tan-
angular del edificio del psicoanálisis)) (1914c, II, 1900). Princi- tas veces se piensa, Freud nunca alentó a la realización de todos
pal de los mecanismos de defensa y prototipo de ellos, se en- nuestros deseos (ésa es la fantasía del perverso), sino, en todo caso,
cuentra en otros procesos defensivos complejos, como un mo- a ser conscientes de ellos. No obstante, esto tampoco equivale a
mento de los mismos. Aun cuando fue ante todo en la histeria hacer de la cura psicoanalítica un simple proceso de desrepresión,
en la que Freud pudo considerarla en primer lugar y en la que se pues, aunque es preciso que determinadas represiones se levanten,
manifiesta de manera primordial, se halla presente en muy di- el ser humano se constituye sobre una represión primordial e ine-
versas afecciones y en el psiquismo normal. «La esencia de la re- liminable, y, en ciertos casos, la terapia habrá de encaminarse a
presión consiste exclusivamente en rechazar y mantener alejados tratar de sellar lo que quedó, en este sentido, mal estructurado.
de lo consciente a determinados elementos)) (1915c, II, 2054).
Es importante destacar que el propio proceso represivo es en sí b) Afecto y representación. El representante representativo de la
mismo inconsciente, siendo el hecho de que la represión se en- pulsión. El motivo de la represión es que la satisfacción de un im-
cuentre sometida a las leyes del proceso primario lo que la con- pulso pulsional, susceptible por sí misma de provocar placer,
vierte en una defensa patológica frente a una defensa que podría puede transformarse en displacer en virtud de otras exigencias, y,
considerarse normal, como, por ejemplo, la evitación de algo que entonces, el individuo se defiende de él, no queriendo saber nada
se desea, pero que otras consideraciones incitan a rechazar. del mismo, como Elisabeth no quería saber nada del deseo por
su cuñado (pues la realización del deseo implicaba la muerte de
a) Represión y supresión. Algunas representaciones pueden de- la hermana). Ahora bien, lo que se reprime no es la pulsión
saparecer de la conciencia sin volverse por ello inconscientes, sino misma, que se sitúa, como veremos, en el límite de lo somático
simplemente preconscientes, como cuando decimos que dese- y lo psíquico, y escapa a la alternativa consciente-inconsciente,
chamos algo, que lo reprimimos en el sentido coloquial del tér- sino sus representantes psíquicos, es decir, la expresión psíquica
mino o en el que éste adopta en un contexto político o histórico de las excitaciones endosomáticas.
(y así se habla de la represión, por parte de la policía, de una ma-
nifestación). Ahora bien, tal tipo de represión o supresión La antítesis de «consciente>> e «inconsciente>> carece de
(Unterdrückung) tiene lugar en el nivel de la «segunda censura)), aplicación a la pulsión. U!la pulsión no puede devenir nunca
situada por Freud, como sabemos, entre lo consciente y lo pre- objeto de la conciencia. Unicamente puede serlo la idea que
consciente, y da lugar a una exclusión fuera del campo de la con- lo representa. Pero tampoco en lo inconsciente puede hallarse
ciencia, pero no al paso de un sistema (Pcs.-Cc) a otro (les.). En representada más que por una idea. Si la pulsión no se enla-
cambio, desde el punto de vista psicoanalítico, tanto el proceso zara a una idea ni se manifestase como un estado afectivo,
como los resultados de la represión son inconscientes. nada podríamos saber de ella. Así, pues, cuando empleando
La represión, en este sentido técnico freudiano (Verdriin$ung una expresión inexacta hablamos de impulsos pulsionales, in-
y no Unterdrückung, lo que en francés se designa como rejoule- conscientes o reprimidos, no nos referimos sino a impulsos

11
132 Freud y su obra 11. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 133

pulsionales, cuya representación ideológica es inconsciente nente afectivo de los representantes pulsionales son básicamente
(ob. cit., 2067). rres: En primer lugar, el afecto puede ser suprimido, coartado en
su desarrollo (de nuevo utiliza el término Unterdrückung); éste es
En esa representación psíquica de la pulsión se puede distin- d verdadero fin de la represión, que no vuelve inconsciente el
guir, como hemos anunciado con anterioridad y ahora habremos afecto, sino que, cuando es lograda, lo suprime: «Siempre que la
de precisar, entre una representación ideativa y un montante o represión consigue inhibir el desarrollo de afecto, llamamos in-
quantum de afecto. Las representaciones ideativas ligadas a una conscientes a todos aquellos afectos que reintegramos a su lugar al
pulsión fueron denominadas por Freud con un término de difí- deshacer la labor represiva» (oh. cit., 2068). Segundo, el afecto
cil traducción como Vorstellungsreprasentanz, que podría verterse perdura total o fragmentariamente como tal, mas desplazado -de
como representante representativo. Reprasentanz es una palabra de acuerdo con el cuadro ya conocido-, bien sobre el cuerpo (his-
origen latino que se refiere ante todo al aspecto de delegación, teria de conversión), bien sobre un objeto exterior (fobia), bien
como cuando decimos que alguien representa a otro, que ha de- a contenidos del pensamiento aparentemente anodinos, pero que
legado en él y le expresa, y así la pulsión delega su expresión en no dejan de acosar al individuo (neurosis obsesiva). En tercer lu-
sus representantes psíquicos. Vorstellung (de vorstellen, represen- gar, el afecto puede transformarse en otro, cualitativamente dis-
tar, poner delante) es un término usado clásicamente en filosofía tinto, sobre todo en angustia, que sería el afecto carente de re-
para designar lo que alguien se representa, en el sentido de que presentación, la cantidad al desnudo.
forma el contenido de un acto de pensamiento. Aunque Freud
retoma el término, lo modifica, pues habla también -pese a la e) Represión primaria y secundaria. La represión en sentido
aparente contradicción, en la que repara- de «representaciones técnico psicoana1ítico (Verdrangung, refoulement), no sólo ha de
inconscientes», haciendo pasar a un segundo plano el aspecto de ser diferenciada de la supresión (Unterdrückung, répression), sino
representarse consciente y subjetivamente un objeto para primar que es preciso distinguir entre represión primaria u originaria
aquello que del objeto viene a inscribirse en los sistemas mné- (Urverdrangung) y represión secundaria o propiamente dicha,
micos y en el psiquismo, aunque esa inscripción sea inconsciente. que es para la que Freud reserva el término Verdrangung.
Vorstellungsreprasentanz sería pues lo que representa psíquicamente En efecto, en su artículo de 1915 sobre La represión, Freud
a la pulsión en el terreno representativo (pensamientos, imágenes, distingue una represión en sentido amplio, que comprende tres
recuerdos). Y son precisamente esos representantes representati- momentos, y otra en sentido estricto, que no es sino el segundo
vos de la pulsión los que son rechazados a lo inconsciente por el tiempo de )a anterior. El primer tiempo constituye la represión
proceso de la represión, que los disocia del montante afectivo al primaria. Este es un proceso hipotético, pues, según Freud, una
que originariamente iban ligados. representación no puede ser reprimida (en el sentido propio del
Freud piensa que el afecto, en cambio, nunca se reprime, que término o represión secundaria, Verdrangung) si no experimenta,
«no hay, hablando estrictamente, afectos inconscientes, como hay junto a la acción ejercida por la instancia superior (la censura de
ideas inconscientes» (oh. cit., 2068): es propio de los sentimien- la primera tópica, vinculada a las operaciones defensivas del yo
tos el ser percibidos o conocidos, y cuando en teoría psicoanalí- de la segunda tópica), una atracción proveniente de los conteni-
tica, un tanto impropiamente, se habla de sentimientos incons- dos que ya son inconscientes. Esto implica que el inconsciente
cientes (de amor, de odio, de culpa, etc.) es para referirse a los deja de ser totalmente asimilado a lo reprimido (propiamente di-
contenidos ideativos a los que el afecto iba primitivamente li- cho): habría algo constitutivo del inconsciente, que no ha sido re-
gado, pero «el afecto no fue nunca inconsciente y sólo su idea su- primido en sentido estricto, de manera que «aunque todo lo re-
cumbió al proceso represivo. El uso de las expresiones "afecto in- primido tiene que permanecer inconsciente, no forma por sí solo
consciente" y "emoción inconsciente" se refiere, en general, a los todo el contenido de lo inconsciente. Lo inconsciente tiene un
destinos que la represión impone al factor cuantitativo del im- alcance más amplio. Lo reprimido es, por tanto, una parte de lo
pulso pulsional» (oh. cit., 2067-2068). Esos destinos del campo- inconsciente» (ob. cit., 2061). Este núcleo constitutivo de lo in-

1
...
134 Freud y su obra II. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 135

consciente sería lo reprimido primario u originario, sobre cuyo tentar simbolizar lo ausente, sustituyendo la inmediatez del viviente
carácter, declara aún en Inhibición, síntoma y angustia (1926), se por el trato simbólico de un sujeto que queda a su vez internamente
tiene un conocimiento harto insuficiente. Pese a esa oscuridad, escindido y habitado por un otro del que nada sabe.
podría decirse que consiste básicamente en una fijación de la pul-
sión a una representación que ve negado el acceso a la concien- d) Representaciones de cosas y representaciones de palabras. Decí-
cia (probablemente por motivos cuantitativos, «tales como una amos antes que, al hablar Freud de «representaciones inconscien-
extraordinaria intensidad de excitación», 1926, III, 2837 -2838), tes», pasa a segundo plano el aspecto de representarse subjetiva-
produciéndose una inscripción (Niederschrift) de esa representa- mente un objeto para acentuar lo que del objeto viene a inscribirse
ción en el inconsciente: al no poder acceder la representación psí- en los «sistemas mnémicos», entendidos, no tanto -o no sólo-
quica de la pulsión a la conciencia, esa negativa «produce una fi- como un receptáculo de imágenes, al modo empirista, cuanto
jación, o sea, que la representación de que se trate perdura como una serie de redes asociativas: el recuerdo se inscribe en va-
inmutable a partir de este momento, quedando la pulsión fijada rias de estas series, cuyos caminos se pueden seguir de acuerdo con
a ella» (1915c, II, 2054). diversas asociaciones (simultaneidad, contigüidad, contraste, etc.).
Este núcleo constitutivo de lo inconsciente funcionará como Desde este punto de vista, las «huellas mnémicas», más que débi-
polo de atracción respecto a los elementos reprimidos posterior- les impresiones en una cierta relación de similitud con el objeto,
mente, en la represión propiamente dicha (eigentliche Verdran- son signos coordinados con otros, caminos asociativos recargados
gung) o represión secundaria o posterior (Nachdrangen), consti- por las representaciones (lo que del objeto se inscribe en los siste-
tuida por un proceso doble, que une a aquella atracción una mas mnémicos), y esto es lo que llevó a Lacan a equiparar la Vors-
repulsión (Abstossung) por parte de una instancia superior. El ter- tellung freudiana al concepto lingüístico de significante.
cer tiempo estaría constituido por el retorno de lo reprimido, si bien Ahora bien, ya desde su trabajo Sobre la concepción de las afa-
en forma deformada, en los sueños, los actos fallidos y los síntomas. sias de 1891, Freud distinguió entre «representaciones de cosa» y
Desde el punto de vista económico, el mecanismo de la re- «representaciones de palabra», distinción retomada más tarde
presión propiamente dicha consistiría en un complejo juego de para adscribir esos diferentes tipos de representación a distintos
retiro o sustracción de la carga psíquica perteneciente al sistema sistemas: la representación de cosa (Sachvorstellung o Dingvorste-
Pes., aun cuando la representación siga cargada en el les. o incluso llung) es característica del sistema les., tiene un carácter esencia-
sea objeto de una nueva catexis, y ese estado provoca una conta- lemnte visual y se halla en una relación más inmediata con la
catexis por la que el sistema Pes. se protege contra la presión de cosa, de modo que, alucinatoriamente, el niño considera la re-
la idea inconsciente. En cambio, en el caso de la represión pri- presentación de cosa como equivalente del objeto percibido. La
maria no puede hablarse de retiro de catexis del sistema pre- representación de palabra (Wortvorstellung), en cambio, es esen-
consciente, sino únicamente de una contracatexis, que «consti- cialmente acústica, liga la representación de cosa a la palabra co-
tuye no sólo la representación del continuado esfuerzo de una rrespondiente y caracteriza el sistema Pcs.-Cc.: «La presentación
represión primaria, sino también la garantía de su duración. La consciente integra la imagen de la cosa más la correspondiente
contracarga es el único mecanismo de la represión primaria. En presentación verbal, mientras que la imagen inconsciente es la
la represión propiamente dicha se agrega a él la sustracción de la presentación de la cosa sola» (ob. cit., 2081). Desde esta pers-
carga Pes. Es muy posible que precisamente la carga sustraída a pectiva, la represión podría considerarse como una representa-
la idea sea la empleada para la contracarga» (ob. cit., 2069-2070). ción no verbalizada.
Jacques Lacan ha visto en la represión primaria lo básico del des- Mas, el privilegio de la representación de palabra y del sistema
cubrimiento freudiano y la concibe como una operación psíquica consciente no se reduce a una simple primacía de lo auditivo so-
necesaria para el acceso del sujeto al orden simbólico del lenguaje y bre lo visual, como tampoco la diferencia entre representaciones
de la cultura: aquella por la que se rompe la presunta inmediatez de de cosa y de palabra se basa únicamente en una diferencia entre
la totalidad infantil y se abre, con la distancia, la posibilidad de in- aparatos sensoriales -es decir, no designa simplemente tipos de

1
136 Freud y su obra 11. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 137

«huellas mnémicas»-, sino que tiene un alcance tópico funda- presión de sus sentimientos, por lo que no se explica que no los
mental: en la esquizofrenia o en el sueño, las representaciones de recuerde.
palabra son tratadas como representaciones de cosa, según las le- Apoyándose en el estudio y los interrogatorios de C. y
yes del proceso primario. En la esquizofrenia son elaboradas por V. Henri, Enquete sur les premiers souvenirs de l'enfonce, publicado
el proceso primario las palabras mismas, en las que aparece ex- en 1897 en L'Anné psychologique, Freud sostiene que los recuerdos
presada la idea preconsciente, mientras que la elaboración onírica infantiles más tempranos provienen, por lo general, de una etapa
no recae sobre las palabras - a no ser que constituyan restos diur- que se extiende entre los dos y los cuatro años, aunque hay per-
nos trabajados hasta encontrar aquella expresión que ofrece ma- sonas que parecen poder remontarse a su primer año de vida. En
yores facilidades para la representación plástica-, sino sobre las cualquier caso, esos recuerdos se presentan inconexos y, lo que pa-
representaciones de cosa a las que las mismas son previamente rece aún más enigmático, con mucha frecuencia no han retenido
conducidas (1917c, 11, 2087). sucesos importantes de la vida del sujeto -ni siquiera aquéllos
Pero, con estas observaciones que ligan de nuevo el sueño y que, según testimonio de sus padres, causaron gran impresión al
la enfermedad, concluimos nuestro análisis de La interpretación niño-, sino, a menudo, impresiones cotidianas e indiferentes, in-
de los sueños y, abandonando el árido pero imprescindible paso capaces con toda probabilidad de despertar notables desarrollos
por los complejos parajes de la metapsicología freudiana, nos en- afectivos, no obstante lo cual quedaron impresos en la memoria
caminamos hacia la consideración de otras formaciones del in- con todo detalle e incluso, a veces, o en algunos pasajes, con una
consciente. nitidez en la que Freud se había acostumbrado a reconocer un in-
dicio del desplazamiento. ¿A qué se debe esa particular selección?
El tratamiento psicoanalítico ha convencido a Freud de que,
2. Otras formaciones transaccionales tras esas imágenes nimias, se esconden fragmentos importantes.
El hecho de que sea olvidado lo relevante y se conserve en cam-
Sobre el modelo del sueño, paradigma de las formaciones del bio lo indiferente puede explicarse desde el supuesto, que noso-
inconsciente, Freud analizó otras formaciones transaccionales en- tros ya conocemos, de dos fuerzas psíquicas en pugna: una se es-
tre las fuerzas en lucha de los diversos sistemas psíquicos. fuerza por retener la importancia del suceso, mientras la otra se
resiste a tal propósito, y de la oposición entre ambas surge un
producto transaccional -como una resultante en el paraleló-
2.1. Los recuerdos encubridores (1899) gramo de fuerzas-, gracias al cual la imagen mnémica no es pro-
porcionada por el acontecimiento central -en ese punto vence
El análisis, a comienzos de 1899, de una escena de su niñez la resistencia-, sino por un elemento psíquico enlazado a él por
le permitió a Freud indagar el sentido de nuestros recuerdos in- asociación y sobre el que se ha desplazado el acento psíquico. Esos
fantiles. Normalmente, la reproducción más o menos ordenada recuerdos son, pues, recuerdos sustitutivos. Como en el sueño,
de nuestra vida, en una concatenación coherente de recuerdos, como en el síntoma, el proceso sería siempre el mismo: conflicto,
no comienza sino a partir de los seis o siete años, conservando en represión y sustitución transaccional, siendo la represión la respon-
nuestra memoria todo lo que parece importante. Mas, las pri- sable de la disociación entre el afecto y la representación a la que
meras impresiones infantiles sucumben a una amnesia tanto más originariamente iba ligada, sustituida por otra, que toma enton-
sorprendente cuanto que ellas habrían de ejercer los influjos más ces a su cargo el papel que quería desempeñar ia primera. Este
poderosos en el ser en desarrollo. El achacar dicho olvido al es- fenómeno del desplazamiento había escapado a los psicólogos,
tado rudimentario de la actividad psíquica del niño no es sino porque nuestra percepción interna consciente no deja transparen-
una forma de ladear el problema, pues un niño normal es capaz, tar indicio alguno de esos procesos, calificando a los efectos por
a los tres o cuatro años, de rendimientos psíquicos muy compli- ellos producidos de «errores mentales» o «fenómenos cómicos»
cados, en las relaciones y deducciones que establece y en la ex- sin más importancia.

1
IZT. ~0077 4
138 Freud y su obra II. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 139

El análisis de uno de esos recuerdos puede ayudarnos a pre- se enamoró de Gisella Fluss, no obstante lo cual, cuando pudo
cisar su sentido y Freud se dispone a considerar el de «un hom- volver a verla años después, ya no le gustaba, como le pasaba con
bre de treinta y ocho años», tras el cual, como mostró S. Bern- la flor del diente de león; el vestido de Gisella, por cierto, era
feld, no se esconde sino él mismo, que contaba a la sazón también amarillo, pero más oscuro que el de esas flores, como le
cuarenta y dos. La escena dice así: sucede a algunas de los Alpes que, claras en los valles, toman ma-
tices más oscuros en las alturas. La segunda circunstancia tuvo lu-
Veo una pradera cuadrangular, algo pendiente, verde y gar tres años después, cuando visitó a su hermanastro Emmanuel
muy densa. Entre la hierba resaltan muchas flores amarillas, y a sus sobrinos John y Pauline en Inglaterra, a los diecinueve
de la especie llamada vulgarmente «diente de león». En lo alto años de edad. Su padre y Emmanuel pensaron por entonces en
de la pradera, una casa campestre, a la puerta de la cual con- que podría casarse con Pauline y establecerse en Manchester, pero
versan apaciblemente dos mujeres: una campesina, con su pa- Freud descartó ese proyecto con firmeza, aunque, más tarde, en-
ñuelo a la cabeza, y una niñera. En la pradera juegan tres ni- frentado a las dificultades de la vida, lo consideró sagaz.
ños: yo mismo, representando dos o tres años; un primo mío, Freud no había hecho un matrimonio de conveniencia, sino
un año mayor que yo, y su hermana, casi de mi misma edad.
Cogemos las flores amarillas, y tenemos ya un ramito cada que se casó por amor, con una mujer pobre como él. Sin em-
uno. El más bonito es el de la niña; pero mi primo y yo nos bargo, en varios sueños de la época hay un resentimiento contra
arrojamos sobre ella y se lo arrebatamos. La chiquilla echa a Martha, probablemente injusto: por amor a ella, se precipitó en
correr, llorando, pradera arriba, y al llegar a la casita, la cam- el estudio de la cocaína; la suma de sus pobrezas no hacía sino
pesina le da para consolarla un gran pedazo de pan de cen- multiplicarla; además, se quedaba embarazada a menudo, aun-
teno. Al advertirlo, mi primo y yo tiramos las flores y corre- que él fuera igualmente responsable de la situación. Pese a todo
mos hacia la casa, pidiendo también pan. La campesina nos lo -y pese al amor a sus hijos, «mi alegría y mi riqueza»-, no po-
da, cortando las rebanadas con un largo cuchillo. El regusto día evitar pensar a veces que su destino podía haber sido más hol-
de este pan en mi recuerdo es verdaderamente delicioso. Y con gado, menos azaroso. Los años de estudiante de Medicina, du-
ello termina la escena» (1899, I, 334-335). rante los que esas ensoñaciones tenían de cuando en cuando
lugar, la época en la que él comenzó también sus primeras ex-
Los personajes son fácilmente identificables: el primo y la cursiones por las cumbres alpinas y pudo observar los matices de
prima no son sino sus sobrinos John y Pauline, la niñera (o la color de las flores había sido, pues, el momento en que revivió el
campesina) ha de corresponder a Nannie y la otra mujer podría recuerdo infantil, como producto de la superposición de dos fan-
ser su madre. Freud dice no comprender por qué una escena se- tasías: ¡Ah, si él se hubiera casado con Gisella, en la tranquilidad
mejante se ha grabado con tal precisión en su recuerdo, siendo de la vida del campo, o hubiese vivido en Inglaterra y se hubiese
así que no logra conectarla con otros intereses infantiles. Le pa- casado con Pauline, cuánto más fácil habría sido su vida!
recen insuficientes los motivos que se le ocurren: el mal com- El análisis iba a confirmar a Freud la importancia de la retro-
portamiento con la niña, el amarillo del diente de león -que actividad y de las fantasías en el psiquismo. El recuerdo infantil,
luego no encontrará nada bello-, o que, tras corretear por la probablemente auténtico, pero en sí mismo indiferente, sirve a
pradera, el pan le supiera mejor que de costumbre. Además, el posteriori en dos ocasiones (primero en Freiberg, luego en Man-
amarillo de las flores resalta demasiado del conjunto y el buen sa- chester, reviviendo poco después con toda fuerza el recuerdo) de
bor del pan le parece también exagerado, demasiado cargado, soporte y disfraz para las fantasías del adolescente. Entre las infi-
como en una alucinación. nitas escenas que se pueden retener de la vida, se eligen aquéllas
En el curso del análisis se da cuenta de que ese recuerdo in- que por su contenido, indiferente en sí, se prestan a la represen-~.:::::.. __
fantil no le ocupó en absoluto en su niñez. Afloró en dos cir- tación de fantasías importantes. «A tales recuerdos, que adquie-~ lA<~1
cunstancias de su adolescencia ligadas a su vida sentimental. La ren un valor por representar en la memoria impresiones y pensa- ~e; ;
primera, cuando, al concluir el bachillerato, volvió a Freiberg y mientas de épocas posteriores, cuyo contenido se halla enlaz}do , ·_ _
\~L--.'·"' e
~
U.N.A.M C.(>.t·.·~P
IZTAChLA
140 Freud y su obra 11. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 141

al suyo por relaciones simbólicas, les damos el nombre de re- res progresivos; en el segundo, de regresivos. Pese a que el que acaba
cuerdos encubridores (Deckrinnerungen)» (ob. cit., 337). Por su de analizar corresponde al primer tipo, Freud fue acentuando en
misma nimiedad, sirven retrospectivamente de pantalla para fon- su obra la importancia del segundo (Psicopatología de la vida co-
tasías y ensoñaciones, alimentadas por importantes motivos in- tidiana, cap. IV -1904a, l, 783-, caso El hombre de los lobos).
conscientes. Las fantasías ya las conocemos. ¿Cuáles son aquí los Y, en realidad, los dos pueden superfonerse, como en el de Freud
motivos inconscientes? parece suceder, pues no sería difíci ver en él la articulación de
Echando mano de uno de sus pasajes favoritos de Die Welt- una fantasía adolescente con una fantasía originaria, la de la di-
weisen, Los sabios del mundo, de Schiller, Freud explica el fre- ferencia de los sexos y las relaciones entre ellos.
cuente retorno de esta escena a su memoria, porque está desti- En efecto, en el análisis de Freud quedan en la sombra dos
nada a ilustrar los azares más importantes de la vida y la elementos importantes: el primero se refiere a la «desfloración co-
influencia de los resortes pulsionales más poderosos: el hambre y lectiva» de la «prima» (los dos varoncitos se lanzan juntos sobre
el amor. En cuanto al hambre no hay mucho que decir, por las flores de la niña), expresando quizá vínculos homosexuales
cuanto la sensación casi alucinatoria del buen sabor del pan la (vínculos que pueden capacitar, sin embargo, el acceso al otro
destaca; el otro elemento resaltado, el amarillo de las flores, está sexo, como suele suceder entre los adolescentes, que prefieren re-
destinado a representar una fantasía sexual, en la que dos varo- lacionarse con los de su mismo sexo, antes de emprender aven-
nes se arrojan sobre una muchacha para arrancarle sus flores, esto turas amorosas heterosexuales). El segundo, a la fragilidad en la
es, para desflorada. El ensueño consciente del matrimonio con elección de objeto, aunque Freud no la comente sino de pasada.
Gisella o con Pauline canaliza así los menos admisibles de la agre- Sin embargo, al contarle a Silberstein su amor por Gisella, había
sividad hacia Martha -que impide el bienestar material- y el observado: «Al parecer, he transferido el respeto hacia la madre a
deseo inconsciente de desfloración -el cual se sirve del recuerdo sentimientos amistosos dirigidos a la hija» (4-IX-72; C, 1, 113).
infantil para ser representado de un modo más inocente. Esos de- Freud no recoge ahora su perspicaz observación, pero en el re-
seos inconscientes se transfieren, pues, a las imágenes, suscepti- cuerdo encubridor están indicados tanto el desplazamiento del
bles de ser admitidas, del recuerdo-fantasía; se transforman en es- deseo incestuoso desde las mujeres sentadas en la casa (quizá una
cenas infantiles, en juegos de niños alejados aparentemente de doble imagen maternal, Amalia y Nannie) a la niña, como la re-
cualquier malicia o afán, económico o sexual, después de haber sistencia a ese cambio en la relación de objeto, pues tras jugar con
sufrido dos transformaciones: «Una, que despoja a la prótasis de la niña, tras ver la belleza de sus flores e intentar arrancárselas, se
todo su carácter arriesgado, expresándola metafóricamente, y asusta y corre a tranquilizarse con el consuelo nutricio (y erótico)
otra, que obliga a la apódosis a una forma susceptible de exposi- que le proporciona la mujer con el pan de delicioso sabor.
ción visual» (ob. cit., 338-339). La estructura gramatical del de- Finalmente, el hecho de que en la imagen recordada no surja
seo representado en el recuerdo encubridor sería, pues, la si- nada semejante a una impresión original, sino que el niño se vea
guiente: «Si hubiera desposado (y desflorado) a Gisella o Pauline a sí mismo, sabiendo que es él, pero observándose como un ob-
(prótasis representada por las flores amarillas arrancadas a la jeto entre otros -es decir, la oposición entre el sujeto actor y el
niña), habría sido feliz y no pasaría dificultades (apódosis repre- sujeto evocador-, es una prueba más de que la huella mnémica
sentada por el sabroso pan)». ha experimentado una elaboración posterior, en la época en que
Pero si Freud ha destacado aquí la reelaboración que provo- el recuerdo fue despertado y elaborado por la fantasía.
can fantasías posteriores en el recuerdo, de manera que éste queda Queda la cuestión de la posible base real infantil del suceso.
justificado por algo ulteriormente vivido, también puede suceder Freud tiende a considerarle, en conjunto, auténtico, por cuanto
que la relación temporal entre lo manifiesto y lo encubierto sea la fantasía no da cuenta de todos sus detalles; además, está su ten-
inversa, es decir, que el recuerdo manifiesto sirva de pantalla para dencia a buscar una base real en la que la fantasía se apoye (lo ve-
algo anterior y más importante, expresado disfrazadamente en él. remos en El hombre de los lobos o en Tótem y tabú). Pero esa su-
puesta base es elaborada con posterioridad, probablemente, '
En el primero de los casos Freud habla de recuerdos encubrido-

1
II. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 143
142 Freud y su obra

concluye Freud, en todos nuestros recuerdos infantiles conscien- tos de elaboración de imágenes y palabras por el proceso prima-
tes: «Nos muestran los primeros años de nuestra existencia, no rio, y sus operaciones de condensación y desplazamiento, son, en
como fueron, sino como nos parecieron al evocarlos luego, en ellos, más fáciles de desentrañar.
épocas posteriores. Tales recuerdos no han emergido, como se dice Por acto fallido se entiende aquél en el que no se obtiene el
habitualmente, en estas épocas, sino que han sido formados en resultado explícitamente perseguido, el cual se encuentra reem-
ellas, interviniendo en esta formación y en la selección de los re- plazado por otro. Los actos fallidos cubren una amplia gama de
cuerdos toda una serie de motivos muy ajenos a un propósito de la acción y del discurso, como el olvido (das Vergessen), el error
fidelidad histórica» ( 1899, 1, 341). Fieles o no, lo cierto es que de lectura (das Verlesen), el de habla o lapsus linguae (das Verspre-
ellos compensan la amnesia infantil, hasta el punto de que, en chen), el de escritura o lapsus calami (das Verschreiben), el error de
Recuerdo, repetición y elaboración (1914), Freud llega a decir que la acción (das Vergreifen) o el extravío (das Vertieren). No toda
en los recuerdos encubridores «no se conserva únicamente una falta de rendimiento psíquico puede ser incluida en el concepto
parte de nuestra vida infantil, sino todo lo que en ella tuvo im- de acto fallido: el no poder recordar un nombre geográfico o his-
portancia esencial. Trátase tan sólo de saberlo extraer de ellos por tórico apenas conocido, por ejemplo, no tendría por qué serlo,
medio del análisis. En realidad, constituyen una representación pero el confundir el nombre de un hijo con el de otro sí. El con-
tan suficiente de los años infantiles olvidados, como el contenido cepto de acto fallido se refiere, entonces, a aquellas conductas
manifiesto del sueño lo es de las ideas oníricas latentes» (1914b, que: a) no exceden de cierta medida establecida por nuestra es-
11, 1684). timación y designada como «normal», y b) poseen el carácter de
perturbación momentánea y temporal (ob. cit., 906). Frecuente-
mente eran atribuidos a falta de atención o a casualidades, pero
2.2. Los actos fallidos: Psicopatología de la vida cotidiana (1901) Freud mostró que, como los síntomas neuróticos, constituyen
una formación de compromiso entre la intención consciente y lo
La aproximación entre psiquismo «normal» y patológico, que reprimido: fallidos desde el punto de vista de la intención cons-
Freud había alzado sobre el análisis de los sueños y prolongado ciente, pueden ser considerados también como una forma de re-
con el de los recuerdos encubridores, se afianza con el de los ac- alización, más o menos encubierta, del deseo inconsciente, lo que
tos fallidos (Fehlleistungen), a los que consagra su Psicopatología le permite a Freud insistir en la pérdida de centralidad de la con-
de la vida cotidiana. Como muchas otras obras de Freud, con- ciencia en un sujeto que se encuentra habitado por deseos que
tiene numerosas adiciones posteriores y, también como muchas desconoce y que es hablado por otro discurso, fracturando su in-
de ellas, se compone de una serie de capítulos con abundantes tención consciente, de la que creía ser dueño.
ejemplos y una reconsideración teórica final. Sin teorizado explícitamente, el sentido de los actos fallidos
había sido utilizado por dramaturgos y novelistas para hacer en-
2.2.1. El sentido de las equivocaciones. Las principales fun- trever pensamientos e intenciones secretas, que, en casos no muy
ciones del estudio son poner de manifiesto que «el límite entre la complejos, se revelaban a sus lectores. Muchos de ellos eran ex-
normalidad y la anormalidad nerviosa es indistinto y que todos plicados por la semejanza verbal de los términos confundidos.
somos un poco nerviosos» (1904a, 1, 931), por una parte, y de- Así, por ejemplo, sucede en los siguientes lapsus calami: un hom-
fender la tesis del determinismo psíquico, por otra. Pero, frente bre quería referirse a una anécdota (Anekdote), pero, en lugar de
a las complicaciones que el sueño puede exhibir, el análisis de los este término, escribió Anektode; la anécdota a la.que quería refe-
actos fallidos -contando con las asociaciones del que se equi- rirse era precisamente la de un gitano condenado a muerte (zu
voca- suele ser más fácil de realizar, y cada cual por su cuenta Tode verurteilt), que solicitó como última gracia escoger el árbol
puede comprobar el acierto de las tesis freudianas, al menos hasta en el que habría de ser ahorcado, sin encontrar, como es natural,
cierto punto: la labilidad de las fronteras entre lo normal y lo pa- ninguno de su agrado (ob. cit., 835). En otro caso, un paciente
tológico, la transacción entre fuerzas psíquicas en pugna, los efec- tenía la mejor opinión de su médico, aunque guardaba hacia él

11
144 Freud y su obra II. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 145

cierta agresividad, por no haberle expedido, en cierta ocasión, un les tenían fama, en cambio, de soportar muy mallas frustracio-
certificado; cuando un familar padeció los mismos achaques, no nes de índole sexual, hasta el punto de que el paciente turco de
dudó en recomendarle que fuera a consultar a aquel médico, pero un colega le dijo un día: «Señor, cuando eso ya no es posible,
en su carta, en vez de consultar, escribió: «Ve, sin demorarte, a pierde la vida todo su valor». Pero le pareció un tema inapropiado
insultar al doctor X» (oh. cit., 837). Sin embargo, Freud insistió para charlar sobre él con un desconocido y desvió la conversa-
en que las semejanzas verbales entre determinados términos, ción preguntando a su compañero de viaje si había estado en Or-
siempre presentes, no provocan que nos equivoquemos todas las vieto y visto en su catedral los grandiosos frescos que represen-
veces que los utilizamos, por lo que hay que presuponer la exis- tan «Las postrimerías» (es decir, muerte, juicio, infierno y gloria),
tencia de algún otro factor causante del error, es decir, las seme- pintados por ... En ese momento olvida el nombre que buscaba,
janzas verbales prestan una conexión superficial que facilita la equi- Signorelli, y en su lugar acuden los de otros dos pintores, Botti-
vocación, pero no la explica. Por otra parte, no son siempre las celli y Boltra{fio, nombres que enseguida rechaza como erróneos,
similitudes verbales (o no sólo) las que aprovecha el deseo in- reconociendo sin vacilación alguna el verdadero cuando le fue co-
consciente para transferirse a las ideas e imágenes y provocar el municado por un testigo. ¿A qué se debe ese error, teniendo en
error: un alemán que viajaba por Italia tuvo necesidad de com- cuenta que el nombre olvidado le era a Freud tan familiar como
prar una correa para sujetar su baúl y en el diccionario encontró uno de los sustitutivos, Botticelli, y mucho más que el otro, Bol-
como equivalente al término Riemen {correa) la palabra italiana traffio?
coreggia; pero cuando fue a pronunciarla dijo ribera. El parecido En el análisis repara en que la primera parte del nombre ol-
entre «corregía» y «ribera» no es quizá aquí lo fundamental, si te- vidado, Signor (en alemán, Herr), alude muy claramente a los te-
nemos en cuenta que el viajero se dijo: «No me será difícil re- mas de la muerte («Señor, qué le vamos a hacer. .. ») y de la se-
cordar la palabra coreggia, pues se parece al nombre del pintor ita- xualidad («Señor, cuando eso ya no es posible ... ») de los que
liano Correggio»; mas, cuando hubo de emplearla, vino a su acababa de hablar, o pensaba seguir haciéndolo, a propósito de
cabeza el de otro pintor del siglo xvn: el español Ribera (ob. cit., los turcos residentes en Bosnia y Henegovina. Ahora bien, tras el
796-797). tema rechazado de la sexualidad, se ocultan aún otros pensa-
En los actos fallidos se manifiestan también los procesos de con- mientos, en los que Freud prefería no recalar, referentes a una
densación y desplazamiento que vimos al hablar del trabajo del muy desagradable noticia que había recibido poco tiempo antes
sueño. Ya nos referimos a la condensación de acompañar (beglei- durante una corta estancia en Trafoi: un paciente al que había de-
ten) y ofender (beleidigen) para formar begleitdigen, en el caso del dicado mucho trabajo e interés se había suicidado a causa de una
joven que pedía permiso a una señorita para «acofenderla», que incurable perturbación sexual. Signorelli evocaba, por la conver-
es, a su vez, un buen ejemplo de transacción. Examinaremos sación y los pensamientos que acaba de tener, el tema reprimido,
ahora un acto fallido extenso y complejo, en el que aquellos pro- de modo que el olvido de ese nombre contribuye a mantener la
cesos toman también parte, y que es el primero ofrecido en la represión.
obra. Se trata del olvido de un nombre propio, arrastrado por la Pero, a la vez, lo reprimido se abre paso a través de una serie
represión hacia el discurso inconsciente: Freud iba de viaje en co- de desplazamientos facilitados por las conexiones entre la se-
che desde Ragusa, en Dalmacia, a una estación de la Herzego- gunda parte del nombre olvidado (elli) y el final del primer nom-
vina, conversando con un desconocido acerca de las costumbres bre sustitutivo (Botticelli), cuya primera parte (Bo) conecta, a su
de los turcos residentes en las regiones de Bosnia y Herzegovina, vez, no sólo con los turcos de Bosnia, sino asimismo con el co-
llenos de confianza en el médico y resignados ante el destino, de mienzo de Boltraffio. Ahora bien, el tema reprimido retorna (a
manera que, cuando se les anunciaba la muerte de uno de sus fa- través de Boticelli y Bosnia) en el segundo nombre propuesto, en
miliares, solían contestar: <<¡Señor (Herr), qué le vamos a hacer! el que el significante Trafoi (la ciudad que le habría hecho pen-
Sabemos que si hubiera sido posible salvarle, lo hubiérais hecho!» sar en su paciente y en la conexión entre la muerte y la sexuali-
Freud iba a relatar una segunda costumbre de los turcos, los cua- dad) queda representado en la segunda parte de Boltraffio, así
146 Freud y su obra II. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 147

como en el tema con el que había querido dar un giro a la con- ese deseo sea el único ni el más «verdadero», pero sí el menos re-
versación, pues los frescos de que hablaba se referían a las pos- conocido en la circunstancia en que el error se produce: 1) El pe-
trimerías y, por tanto, de nuevo a la muerte. riódico Neue Freie Presse recogía el 23 de agosto de 1900 la equi-
El esquema que Freud ofrece de este olvido de nombre, sus- vocación sufrida por el presidente de la Cámara de Diputados
tituido por otros dos, es el siguiente: austríaca, que, al comienzo de una sesión de la que esperaba poco
bueno, dijo: «Señores diputados: habiéndose verificado el re-
cuento de los diputados presentes, se levanta la sesión» (en vez de
ltraffio «se abre») (ob. cit., 791). 2) Al volver en una ocasión de sus va-
caciones, Freud escribió entre sus notas diarias la fecha de «20 de
y octubre», en vez de «20 de septiembre»; con pocos pacientes en-
tonces, uno nuevo había anunciado su visita para octubre, mes
en el que Freud desearía ya encontrarse (ob. cit., 829). 3) Una
casada joven, que mandaba en su casa como jefe supremo, le re-
lataba a Freud un día que su marido había ido a consultar al mé-
Herr, 1 Señor, qué le vamos a hacer ... dico sobre el régimen más conveniente para su salud, opinando
1 Señor, cuando eso r.a no es posible ...
~ Muerte y sexualidad Trafoi el doctor que no necesitaba seguir ninguno especial. «Así pues
-continuó la mujer-, puede comer y beber lo que yo quiera»

P~. . "dos
ensam1entos repnm1
(ob. cit., 799). 4) Un señor que conversaba con una hermosa
viuda, vestida con un traje de hermoso escote, se refirió a los pre-
parativos y decorados berlineses para la fiesta de Pascua y le pre-
guntó a la dama: «¿Ha visto lo bien descotados que están hoy los
Tras ese análisis, complejo y brillante, queda sin explicar por escaparates?» (ibíd.). 5) Más grave es la equivocación de aquella
qué el psiquismo ha realizado una operación tan complicada, mujer que, cuando le preguntaron: «¿En qué arma sirve su hijo?»,
dado que Botticelli y, sobre todo, Boltrafio traen de nuevo lo pros- contestó: «En los asesinos del 42». (Mortern: morteros; Mürdern:
crito. Quizá haya que ver ahí un testimonio de la interferencia del asesinos). (ob. cit., 800). 6) En cierta ocasión, uno de los em-
motivo reprimido, que, pese a todo, tras el rechazo del significante pleados de una empresa exhortaba a sus compañeros a brindar
Signor, que podría evocarlo rápidamente, vuelve a manifestarse, y (anzustossen) a la salud del jefe, pero en vez de brindar dijo eruc-
esto es tal vez lo que quiere, ante todo, poner de relieve. tar (aufoustossen): «lch fordere Sie auf auf das Wohl unseres Chefi
Freud no dice apenas nada, aparte de su función de facilitar aufoustossen» (ob. cit., 807). 7) Un profesor que, en el discurso
por otra vía el desplazamiento de Signorelli a Botticelli, de esta de toma de posesión de su cátedra, quería presentarse humilde y
segunda parte de ambos nombres, pese a que, como Gómez Pin cortés con su predecesor, proclamando que no era él quién para
ha observado, a alguien de cultura judía y buen conocedor de la hacer su elogio, en vez de «No soy el llamado (Ich bin nicht ge-
Biblia, no podía dejar de recordarle el comienzo del salmo 22 eignet)», dijo: «No estoy inclinado (Ich bin nicht geneigt) a hacer
(Eli, Eli, lama sabaktani, «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has el elogio de mi estimado predecesor» (ob. cit., 798). 8) En una
abandonado?»). Por otra parte, también se podría hacer notar que sesión del Parlamento, el diputado antisemita Lattmann quería
Eli era el nombre de su cuñado por partida doble: hermano de dárselas de sincero ante el emperador, mostrándose dispuesto a
Martha Bernays, se casó con Ana, la hermana de Freud. decir la verdad «sin consideraciones» (rückhaltlos), pero expresó
Para terminar nuestro apartado, veremos, entre los muchos muy otra actitud al declarar que iba a dar su opinión «doblando
ejemplos aducidos por Freud, algunos en los que un deseo, una el espinazo» (rückgratlos, literalmente, «sin columna vertebral»),
opinión o una circunstancia se revelan con cierta claridad a tra- lo que, naturalmente, provocó una tempestuosa hilaridad gene-
vés del acto fallido, sin que ello quiera forzosamente decir que ral (ob. cit., 816).
148 Freud y su obra 1l. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 149

rosa determinación de la vida psíquica. Mas, sin desdeñar lo al-


2. 2. 2. El determinismo y la superstición.- Tras el cúmulo de canzado, la posición de Freud resulta aquí confusa -y, por tanto,
ejemplos recolectados, en el último capítulo de la obra Freud se confundente-. Quedamos pendientes de volver sobre ella.
siente con fuerzas para sostener que incluso un número dicho al
azar se encuentra determinado por lo inconsciente (cfr., por ejem-
plo, ob. cit., 911-912). Con ese tipo de explicación de números 2.3. El chiste y su relación con lo inconsciente (1905)
aparentemente casuales, Freud se enfrentaba a la numerología de
Fliess, pero no por ello se libraba de la facilidad con la que cedía Freud coleccionó a lo largo de su vida aforismos y pequeñas
a emociones provocadas por ideas supersticiosas, aunque intentó historietas judías, en las que se expresaban los problemas de talco-
una explicación racional de las mismas.Una de las raíces de la su- munidad en la vida vienesa. Esa pasión sería compartida por Jac-
perstición se basaría en el desconocimiento de la causalidad psí- ques Lacan, quien subrayó la importancia de esta obra, aunque el
quica inconsciente, proyectando en el exterior lo que no pertenece espítitu irónico de Freud se trueca en él en humor corrosivo y el
sino al propio psiquismo. Años después, en el capítulo III de Tó- estilo clásico, «al mismo tiempo correcto y característico», del fun-
tem y tabú, donde retoma la creencia neurótica en la «omnipoten- dador del psicoanálisis se retuerce en Lacan hasta el paroxismo,
cia de las ideas y de los deseos», considera que la superstición cons- con continuos juegos de palabras, retruécanos y neologismos, que
tituye un regreso a esa fase infantil, en la que el individuo cree a tantos de sus seguidores les gusta imitar. Espoleado por las crí-
gobernar el mundo con su pensamiento y con su deseo. De ahí el ticas de Fliess a lo chistoso de sus interpretaciones, Freud quiso
temor a pensar en, o hablar de, un accidente de un ser querido o responder teóricamente a ellas, poniendo de manifiesto la relación
cosas por el estilo, creyendo que puede provocarlo. Mas, en la me- del chiste con lo inconsciente. En la compo~ición de su libro toma
dida en que no haya relación causal entre el sujeto del discurso y en cuenta, entre otros, a Kuno Fischer, Uber den Wt'tz (1889);
el sujeto de la acción, tal temor es injustificado, aunque pueda con- Theodor Lipps, Komik und Humor (1898), o H. Bergson, Le rire
siderarse de mal gusto. La creencia supersticiosa proyecta en el ex- (1901), mas inspirándose ampliamente en la literatura: Lichten-
terior un deseo hostil y, basándose en el supuesto de la «omnipo- berg, Cervantes, Moliere, Heine, Mark Twain ...
tencia del pensamiento», cree poder influir en la realidad a través En el chiste {Wítz), como en otras formaciones del incons-
de él. El supersticioso se comporta aquí un poco a la manera de El ciente, una idea preconsciente es elaborada momentáneamente
hombre de las ratas, que, al ocurrírsele un día la idea de cortarse el por lo inconsciente y su peculiar «sintaxis» provocando una des-
cuello al afeitarse, el temor a realizar tal ocurrencia fue tal que, en carga de placer. En los chistes inofensivos, ese placer proviene de
el acto, le flaquearon las piernas y, desmayado, cayó redondo al la recuperación de la libertad infantil de jugar con las palabras,
suelo (1909c, 11, 1457). Claro que en ese caso su pensamiento po- según las leyes del proceso primario, sin preocupación por el sen-
día traducirse inmediatamente en acción, cosa que no ocurre en tido, descargando la energía por la que nos defendemos de esos
otras circunstancias en las que, a pesar de ello, el temor supersti- procesos, cuando no la estimamos necesaria. Pero los adultos no
cioso sigue actuando, como le sucedía a Archibaldo de la Cruz, el suelen permitirse, por su espíritu crítico, tales juegos y exigen que
protagonista de la película de Luis Buñuel, que se acusó ante el se agregue una significación. Esa significación proviene, en los
juez de haber asesinado a una serie de personas a las que había de- chistes tendenciosos, de la agresividad, la obscenidad o el cinismo
seado la muerte y que habían muerto en efecto, mas sin que pu- que se liberan, aprovechando la prima de placer que el ingenio o el
diera de ningún modo establecerse relación causal entre sus per- juego formal comportan y permitiendo así un modo de expresión so-
versos deseos y el cumplimiento de los mismos, por lo que, pese a cialmente aceptable a ideas censuradas o reprimidas. Se abren por
su declaración, el juez hubo de absolverle. ahí perspectivas al estudio de lo estético que Freud abordará en-
La investigación de los actos fallidos, el análisis de números seguida en su ensayo El poeta y la fantasía (1907) y continuará
pronunciados al azar, la explicación de las creencias supersticiosas, en el análisis de algunas obras de arte y en su estudio sobre Lo si-
le llevan a Freud a sostener, al final de la obra, la idea de la rigu- niestro (1919). Freud era tradicional en sus gustos artísticos, pero
150 Freud y su obra II. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 151

destacó la importancia de la forma en la obra de arte, pues el va- ciencia» (oh. cit., 1074), en donde una idea abstracta y de ele-
lor estético de muchas de ellas no proviene de las ideas que ex- vada categoría (la paciencia) queda ligada, a través de una metá-
presan. Y, aunque en ocasiones, el juego estético sirve para per- fora de genitivo, a una representación concreta y libidinosa (el es-
mitir la expresión de ideas normalmente censuradas, éstas no son, tallido de la bragueta).
a veces, sino uno de los medios de que el arte se sirve para su Pero hay veces que el chiste no se pone al servicio de la agresi-
juego formal, respetando y burlando a la vez las defensas del es- vidad, la obscenidad o el cinismo, ni ataca a ninguna persona con-
píritu crítico que tendería a tacharlo de sinsentido. El procedi- creta o institución, sino que, movido por un espíritu escéptico, se
miento, sin embargo, no debe desenmascararse, so pena de que dirige, a través del contrasentido y el absurdo, contra la propia fun-
el efecto buscado se pierda. ción del juicio. Lo podemos ilustrar con la siguiente historieta: Dos
Así, en el primer ejemplo analizado, Freud toma un frag- judíos se encuentran en un vagón de un ferrocarril de Galitzia.
mento de los Reisebilder, titulado «Los baños de Lucas», donde «¿Adónde vas?», pregunta uno de ellos. «A Cracovia», responde el
Heine nos presenta la regocijante figura de Hirsch-Hyacinth, otro. «¿Ves lo mentiroso que eres -salta indignado el primero--.
agente de lotería y pedicuro, que, vanagloriándose de sus rela- Si dices que vas a Cracovia, es para hacerme creer que vas a Lem-
ciones con el opulento barón de Rothschild, contó un día que el berg, por lo que ahora sé que de verdad vas a Cracovia. Entonces,
barón le trataba muy fomillionarmente. La gracia, como es obvio, ¿para qué mientes?» (Oh. cit., 1093).
reside en la condensación de los términos «familiar» (familiar) y En las páginas finales de su estudio, Freud considera, junto al
«millonario» (milioniir), facilitada por la presencia de algunos ele- chiste, lo cómico y el humor, aspecto éste último que será reto-
mentos comunes a ambos (mili y iir). Pero si nos dirigimos di- mado en un breve artículo de 1927, en el que destaca que, aun-
rectamente a la idea que a través de ella se expresa («a pesar de la que el humor no nos proporcione nunca la risa franca del chiste,
familiaridad, marca las distancias»), esa idea puede seguir siendo supone un precioso talento, en el que encontramos una contri-
interesante, pero la gracia de la presunción de Hirsch-Hyacinth bución a lo cómico. Utilizando categorías pertenecientes a la se-
y la ironía que su propia expresión envuelve se pierde (1905c, II, gunda tópica, Freud estima que esa contribución parece depen-
1034 y sigs.). der de la mediación del superyó -no siempre, por tanto, de
A veces, la comicidad reside en la rapidez con que se responde rostro tiránico-, puesto ahí al servicio de una ilusión, por la que
a una insolencia, en la inmediata sucesión de agresión y defensa, el agobiado yo es consolado, como un adulto puede hacerlo con
como en el caso de aquel príncipe que recorría serenísimo sus es- un niño, como si sus apuros pudieran ser contemplados, desde
tados; entre la gente que acude a vitorearle, ve a un individuo una instancia superior, pueriles y exagerados. Es es el caso del reo
que se le parece extraordinariamente, le hace acercarse y le pre- que, conducido un lunes a la horca, exclamó: «¡Bonita manera de
gunta: «¿Recuerda usted si su madre sirvió alguna vez en pala- empezar la semana!» Pero el humor es un raro talento «y muchos
cio?» «No, alteza -responde el interrogado-; pero sí mi padre» carecen hasta de la capacidad para gozar el placer humorístico
(oh. cit., 1065). En otros casos, en cómo un aparente «SÍ» encie- que otros les proporcionan» (1927c, III, 3000).
rra un «no»; una presunta defensa, una crítica más severa aún de
aquélla que se pretendía refutar. Es lo que sucede en el maligno
encomio de la filosofía academicista por parte de Lichtenberg, 3. Tres ensayos para una teoría sexual (1905)
quien, al comentar la hamletiana sentencia de que «hay más co-
sas en el cielo y sobre la tierra de las que supone vuestra filoso- Si La interpretación de los sueños fue acogida como una obra
fía», agrega: «Pero también hay en la filosofía muchas cosas que un tanto extravagante, la recepción casi favorable de Psicopatolo-
no existen en el cielo ni en la tierra» (oh. cit., 1067-1068). Las gía de la vida cotidiana permitía augurar un advenimiento más o
figuras literarias permiten en ocasiones la expresión de ideas obs- menos sosegado del psicoanálisis. Pero esas expectativas se vinie-
cenas o degradantes: así ocurre en el dicho de Heine: «Hasta que, ron abajo con el escándalo provocado por Tres ensayos para una
por fin, me estallaron todos los botones -del pantalón de la pa- teoría sexual, publicada en 1905 y repleta hoy de sucesivas adi-

~~
152 Freud y su obra II. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 153

ciones que Freud fue agregando en el curso de los años. Si el de- escandalizado rechazo del mundo académico oficial -aunque
seo (Wunsch) es el concepto en torno al que Die Traumdeutung hoy nos haya dejado de sorprender-, que prefería atenerse a la
gira, en esta obra el central es el de pulsión (Trieb), sobre el que imagen convencional de la inocencia sexual de los niños.
Freud vuelve, desde un punto de vista metapsicológico, en Las
pulsiones y sus destinos (1915), cuyas observaciones habremos de
tener asimismo en cuenta en nuestra exposición. 3.2. El hilo argumental

Trieb es un término de raíz germánica que significa impulso,


3.1. El tema de la obra: La sexualidad no es un instinto empuje (Treiben, empujar); al traducirlo a las lenguas romances
por pulsión (del latín, pulsio; en francés aparece como pulsion en
Freud no era el primero en intentar explorar, desde el punto el siglo xvn), el acento se pone en el carácter irrefrenable del em-
de vista de la investigación médica, el campo de la sexualidad y puje, aunque éste no goce de finalidad ni de objeto precisos. En
sus trastornos. A la Psychopatia sexualis de Krafft-Ebing (1886) se el mundo animal el denominado instinto sexual se desarrolla
habían agregado las publicaciones de Havelock Ellis y las de un como una conducta heterosexual genital (el coito) al servicio de
pequeño ejército de sexólogos, a los que Freud rinde tributo una descarga fisiológica que suponemos placentera y que garan-
desde el comienzo. Muchos términos hoy corrientes, como ma- tiza la reproducción de la especie. Esa conducta es la que, habi-
soquismo o sadismo, se encuentran en esas obras, las cuales, a pe- tualmente, se considera asimismo normal entre los humanos, ca-
sar de su mérito pionero, se contentan con enumerar formas con- lificándose como perversos los comportamientos que se apartan
sideradas patológicas y tratan de establecer una nomenclatura. Lo de tal patrón. Perversiones serían, entonces, las desviaciones res-
que ninguna de ellas había hecho, sin embargo, era cuestionar la pecto al objeto sexual (autoerotismo, homosexualidad, relaciones
existencia de un instinto sexual, es decir, de un modo de conducta sexuales con impúberes, animales o cosas) o respecto al fin, al
sexual genéticamente adquirido y estereotipado, de un patrón quedar unilateralizados los actos preparatorios que conducen al
conductual caracterizado por su objeto y por su fin, formando coito (ver, tocar, mirar; así en el exhibicionista o el voyeur), otros
parte del equipamiento natural del ser humano. Y es esa con- órganos distintos a los genitales (la boca, en la fellatio, o el ano,
cepción la que Freud quebrará. por ejemplo) o determinadas actitudes (componentes sádicos o
Las traducciones han velado con frecuencia el carácter sub- masoquistas, que suelen formar parte también de la sexualidad
versivo de la teoría freudiana, traduciendo indistintamente lns- «normal», pero que, al exclusivizarse o alcanzar la primacía, da-
tinkt y Trieb por instinto. Así ocurre, por ejemplo, en la Standard rían lugar al sadismo o al masoquismo como perversiones).
Edition, en donde ambos términos son vertidos como instinct, o Aunque nos tendremos que detener en algunas cuestiones de
en la versión española (en conjunto, excelente) debida a Luis Ló- detalle, convendría no perder, entre la multitud de ejemplos y di-
pez-Ballesteros. Deficiencias que han sido evitadas en las Obras gresiones de la obra, el hilo básico de la argumentación, que es,
completas publicadas por Amorrortu y en las ediciones francesas, en realidad, muy sencillo y cabría resumir así: si la sexualidad hu-
en las que como equivalente de Trieb se impuso pulsión. La cues- mana fuera un instinto, la perversión sería una excepción (la ex-
tión no es ni mucho menos baladí, pues, al reservar Freud el tér- cepción que confirma la regla). Ahora bien, tanto en nuestra ci-
mino Instinkt para referirse al comportamiento animal, está in- vilización como en otras culturas son notorias la amplitud y
dicando, ya desde la terminología, lo que el cuerpo de la obra variabilidad de «Las perversiones sexuales», a las que Freud con-
trata de sostener: que la sexualidad humana carece de objeto y fi- sagra el primer capítulo de la obra, que podría haberse titulado
nalidad precisos, y, por tanto, que escapa a un orden prefijado también, según ha propuesto Jean Laplanche, «El instinto per-
por la naturaleza, por lo que la perversión no es la excepción, sino dido». Pero el perverso, no tanto llega a serlo, como sigue sién-
la norma, o, al menos, es la norma en el amplio campo de la se- dolo, pues todos lo fuimos en la infancia, en donde las conductas
xualidad infontil, el otro concepto que acabaría por provocar el consideradas perversas (autoerotismo, fetichismo, homosexuali-
154 Freud y su obra 11. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 155

dad, tendencias incestuosas) reinaban ampliamente, y de ahí que referiremos a algunas de las desviaciones respecto al objeto y el fin,
Freud califique a la sexualidad infantil como perverso-polimorfa abordadas en 1905. Entre las primeras, la elección de objeto ho-
(segundo momento de la argumentación, segundo capítulo de la mosexual no es considerada por Freud, según solía hacerse en su
obra: «La sexualidad infantil» o, si se quiere, «La génesis de la se- época, una conducta degenerativa (muchos individuos homose-
xualidad humana»). Y es sólo tras «La metamorfosis de la puber- xuales muestran, por el contrario, grandes dotes intelectuales y
tad» (capítulo 3. 0 ), cuando las normas culturales y morales tra- éticas) o innata, sino que prefiere anclarla en la tesis de la bise-
tan de imponer un dique a tales perversiones (prohibición del xualidad de todos los individuos, refiriendo tal bisexualidad,
incesto, primacía de la genitalidad heterosexual, contribución a más al producto de las identificaciones edípicas que al herma-
la procreación), como si se quisiera recuperar, imitar, mimar el froditismo biológico, pues, aunque se pueden mostrar fácil-
instinto perdido. Mas la dificultad de hacer compatibles las ten- mente rasgos de tal hermafroditismo en todos los individuos
dencias perversas sexuales infantiles y las exigencias sociales y mo- -en los que se encuentran huellas del aparato genital del otro
rales hará a muchos caer en las neurosis que no son sino «el ne- sexo-, no hay ninguna regularidad entre «la inversión y el her-
gativo de las perversiones» (1905d, II, 1190). O, si se quiere, las mafroditismo somático, que son totalmente independientes
perversiones son la manifestación en bruto de la sexualidad in- una de otro» (ob. cit., 1176).
fantil, al no respetar los diques de la moralidad, diques difíciles Las causas y tipos de la homosexualidad son complejos. En
de establecer, que es por lo que el neurótico, más que elaborar muchos casos, los varones homosexuales, por ejemplo, manifies-
sus conflictos, los reprime Y así, repartidos entre perversos y neu- tan su virilidad en el hecho de que no es el carácter masculino
róticos, es la presunta normalidad sexual la que aparece más bien de los efebos por ellos elegidos lo que les atrae, sino su proximi-
como un ideal, como un caso favorable entre ambos extremos, dad física a la mujer, pero la prohibición edípica -ampliada de
que hace surgir, «por una limitación efectiva y una elaboración la madre a cualquier mujer- les lleva a elecciones de objeto ho-
determinada, la vida sexual normal» (oh. cit., 1193). mosexuales, de modo que su obsesiva inclinación hacia los hom-
bres se demuestra «condicionada por su incesante fuga de la mu-
jer» (ob. cit., 1178; adición de 1910), sin que resulte claro si lo
3.3. Las perversiones sexuales que se ha invertido es el carácter sexual del objeto o del sujeto.
Una homosexualidad de tipo defensivo puede quizá modificarse
Comenzando por las perversiones, es preciso, ante todo, se- si entra en conflicto con otras exigencias, pero, en el caso de una
ñalar que, cuando hablamos de desviaciones respecto a una pre- disposición más estructural, será vano pretender convertir a un
sunta «normalidad» no nos referimos sólo a un concepto sim- homosexual en heterosexual. La homosexualidad, en todo caso,
plemente estadístico, pues también en el caso de sociedades no es, para Freud, nada vergonzoso ni degradante, aunque tam-
donde son admitidas, se siguen considerando perversiones, desde poco -como pretenden muchos homosexuales al insistir en su
un punto de vista psicoanalítico. Sin embargo, el canon de la ge- mayor «sensibilidad»- ninguna superioridad. Más bien habría
nitalidad, unificador de las actividades sexuales parciales, que se que considerarla, psicoanalíticamente, como un caso de estanca-
subordinan a aquélla como actos preparativos, no es el único cri- miento en el desarrollo libidinal, incapaz de acceder del propio
terio, pues en algunas perversiones -como en el fetichismo y en al otro sexo, probablemente debido (en el caso, por ejemplo, del
muchas formas de homosexualidad- también se da una organi- varón) a una prevalente identificación con la madre, la cual, a su
zación bajo la primacía genital. La sexualidad «normal» (ideal) vez, puede deberse a muchos factores. Pero, es preciso tener en
supondrá, para Freud, la superación del complejo de Edipo, la cuenta que «la ligazón libidinosa a personas del mismo sexo de-
asunción del complejo de castración y la aceptación de la prohi- sempeña en la vida psíquica un papel tan importante como la que
bición del incesto, aunque, como veremos, en sus últimas obras recae sobre personas de sexo contrario [... ]. En un sentido psico-
estime muy difícil domeñar realmente esos complejos nucleares, analítico, el interés sexual exclusivo del hombre por la mujer cons-
al chocar con «la roca viva» de la castración. Por el momento, nos tituye también un problema, y no algo natural» (oh. cit., adición
156 Freud y su obra II. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 157

de 1915). Es por ello por lo que, sin anular las diferencias con la ción de una necesidad fisiológica, como el hambre, y que no
heterosexualidad, todavía insistirá, en las Lecciones de 1917, en siempre se halla en dependencia del aparato genital, aunque se
que la homosexualidad «es una ramificación casi regular de la encuentre también en el llamado amor sexual <<normal» (genital).
vida erótica» (1917 e, II, 2314). Esta ampliación del concepto de sexualidad le valió a Freud el re-
En cuanto a las desviaciones respecto al fin, cobra una particu- proche de pansexualismo, con el que bregó como pudo durante
lar importancia el fetichismo -al que dedicará asimismo un breve toda su vida. Freud solía replicar que su teoría no era pansexual
pero importante artículo en 1927, al que en su momento nos re- por cuanto su concepción básicamente conflictiva del psiquismo
feriremos-, en el que se conserva el objeto heterosexual, mas requería una perspectiva dualista, gracias a la cual hubiera algo que
sustituido por otro relacionado con él (sobreestimación de otra se opusiera a la sexualidad. Ese dualismo se expresa en su obra en
parte del cuerpo distinta a los genitales o de alguna prenda), pero muchos niveles, de algunos de los cuales ya hemos hablado (pro-
totalmente inapropiado para servir al fin sexual normal. Freud lo ceso primario y proceso secundario; principio del placer y princi-
ilustra con unos versos del Fausto de Goethe: «¡Dadme un pa- pio de realidad), aun cuando todavía habremos de referirnos a la
ñuelo de su pecho,/ o una liga que presionare su rodilla!» teoría de las pulsiones, que resultará central en la argumentación.
Un cierto grado de fetichismo es propio de todo amor -so- Antes de ello, sin embargo, hemos de tener en cuenta que la po-
bre todo en aquellos estadios en que el fin sexual normal es ina- sición freudiana comporta una inestabilidad ineliminable, porque,
sequible-, pero se considera patológico cuando el fetiche llega para Freud, aunque la sexualidad no es todo, sí hay sexualidad en
a ser por sí mismo único fin sexual, existiendo diversos tipos de todo, también, por ejemplo, en las necesidades de conservación,
transición, como cuando para la realización de la unión sexual se apoyándose y desviándose de las cuales surgirá, como veremos, la
requiere indispensablemente que el objeto sexual posea una con- sexualidad humana. De forma que también un problema alimen-
dición fetichista (un determinado color de cabello, un determi- tario (la anorexia, por ejemplo) será considerado, psicoanalítica-
nado traje o hasta un defecto físico). Con todo, es preciso tener mente, desde el punto de vista de su economía libidinal, sin ne-
en cuenta que, en la medida en que los primeros objetos sexua- gar por eso otros posibles aspectos de la cuestión -que no son
les, los padres, resultan prohibidos, una cierta condición feti- competencia del psicoanálisis. En este sentido, el análisis sólo trata
chista parece inseparable de la sexualidad humana, en la que el con la sexualidad, aunque, eso sí, persigue sus ramificaciones
objeto elegido es siempre un sustituto por desplazamiento. La desde el orden de la autoconservación a las producciones intelec-
perversión hunde así sus raíces, no en la animalidad del hombre, tuales, no para reducir la inmensa variabilidad de los fenómenos
sino en su humana especificidad, hacia la que ahora nos tenemos a un único registro (ése sería el pansexualismo), sino para rastrear
que volver, estudiando su génesis. las relaciones que todos ellos guardan con la sexualidad. Tal como
Freud trató de expresarlo en Una dificultad en psicoandlisis:

3.4. La sexualidad infantil y la primera teoría de las pulsiones Algunos incomprensivos tachan de unilateral nuestra va-
loración de las pulsiones sexuales, alegando que el hombre
tiene intereses distintos de los del sexo. Ello es cosa que jamás
Frente a la concepción popular y científica de su época, para la hemos olvidado o negado. Nuestra unilateralidad es como la
que la sexualidad surgía con la pubertad, Freud sostuvo la impor- del químico que refiere todas las combinaciones a la fuerza de
tancia de la sexualidad infantil, siempre que «sexualidad» se en- la atracción química. No por ello niega la ley de gravedad; se
tendiera en un sentido muy amplio, sin equiparada a «genitalidad». limita a abandonar su estudio al físico (1917Cl, III, 2433).

3.4.1. Sexualidad y genitalidad ¿Pansexualismo freudiano?.- El sentido ampliado de la sexualidad hace, en realidad, de ésta
En el sentido ampliado que Freud quiere darle al término, se un equivalente del amor, tal como le manifestaba Freud al pas-
puede entender por sexualidad toda una serie de excitaciones y tor protestante Oskar Pfister: «Nuestro erotismo incluye lo que
de actividades, que producen un placer irreductible a la satisfac- ustedes llaman en la cura de almas 'amor', y no pretende por nin-
11H Freud y su obra II. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 159

gún motivo limitarse al burdo placer sexual» (9-II-1909; C, III, 15). tante psíquico de los estímulos procedentes del interior del
Dado el carácter del corresponsal, podría pensarse que Freud hu- cuerpo, que arriban al alma, y como una magnitud de la exigen-
biera querido suavizar las cosas, pero, en Psicología de las masas y cia de trabajo impuesta a lo anímico a consecuencia de su cone-
andlisis del yo, encontramos declaraciones paralelas, como xión con lo somático» (1915b, II, 2041). Según ello, junto a las
cuando, al definir la libido como la energía de las pulsiones amo- excitaciones externas, contamos con fuentes internas que aportan
rosas, incluye entre sus manifestaciones la ternura y la amistad, constantemente un aflujo de excitación al que el organismo no
que le parecían expresión de las mismas tendencias pulsionales, puede escapar y que constituye una exigencia de trabajo, el re-
sólo que inhibidas o desviadas de su fin: sorte del funcionamiento mental, aun cuando, al situarse en el lí-
El nódulo de lo que nosotros denominamos amor se halla mite de lo somático y lo psíquico, sólo podemos saber algo de
constituido, naturalmente, por lo que en general se designa esas pulsiones a través de sus representantes psíquicos.
con tal palabra y es cantado por los poetas; esto es, por el amor
sexual, cuyo último fin es la cópula sexual. Pero, en cambio, b) Pulsiones de autoconservación y pulsiones sexuales. A dife-
no separamos de tal concepto aquello que participa del nom- rencia de los teóricos de los instintos, que postulaban detrás de
bre de amor, o sea, de una parte, el amor del individuo a sí cada tipo de actividad su correspondiente fuerza biológica, Freud
propio, y de otra, el amor paterno y el filial, la amistad y el agrupa el conjunto de las manifestaciones pulsionales, dentro de
amor a la Humanidad en general, a objetos concretos o a ideas una gran oposición entre la necesidad y el deseo, o, si se quiere,
abstractas (1921 , III, 2 577). y más poéticamente, entre el Hambre y el Amor, pues «las dife-
rencias que presentan las funciones psíquicas de las diversas pul-
3.4.2. Primera teoría de las pulsiones. siones pueden atribuirse a la diversidad de las fuentes de estos úl-
timos» (ob. cit., 2042-43).
a) Entre lo anímico y lo somdtico: «La teoría de las pulsiones es La primera teoría de las pulsiones aparece enunciada explíci-
nuestra mitología».-La teoría de las pulsiones es una de las pie- tamente en el artículo Concepto psicoanalítico de las perturbacio-
zas centrales del psicoanálisis, aunque las nociones sean difíciles nes psicógenas de la visión (191 O), donde se refiere a «la innegable
de precisar. No debemos extrañarnos: en toda teoría, los concep- oposición entre las pulsiones puestas al servicio de la sexualidad
tos básicos, los referentes últimos son difíciles de delimitar, a y de la consecución del placer sexual, y aquellas otras cuyo fin es
causa de su misma generalidad; tampoco son fácilmente verifica- la conservación del individuo o pulsiones del yo. Siguiendo las
bles, por cuanto ellos son los que posibilitan un determinado en- palabras del poeta [Schiller], podemos clasificar como 'hambre'
foque, la observación de ciertos fenómenos y su posible verfica- o como 'amor' todas las pulsiones orgánicas que actúan en nues-
ción. El positivismo, en su extremo, pretendía prescindir de tra alma» (1910e, II, 1633). Sin embargo, nosotros ya vimos apa-
interpretaciones y presupuestos, para atenerse a los fenómenos recer esa oposición, apoyada asimismo en Die Weltweisen de Schi-
observados, sin reparar en que el reflejo neutro de la realidad no ller, en Los recuerdos encubridores y se halla implícita en todo el
haría sino duplicar los problemas, que, además de en el mundo, desarrollo de Una teoría sexual.
volverían a encontrarse en la conciencia reflectora. Pese a su for-
mación positivista, Freud parece darse cuenta de la cuestión e) Placer de órgano y placer de función. La libido. En realidad,
cuando, en las Nuevas lecciones, observa: «La teoría de las pulsio- estrictamente hablando, como ha subrayado Laplanche, las pul-
nes es, por decirlo así, nuestra mitología. Las pulsiones son seres siones en cuanto tal son las pulsiones sexuales, orientadas a la
míticos, magnos en su indeterminación. No podemos prescindir consecución de un placer no simplemente ligado a la satisfac-
de ellas ni un solo momento en nuestra labor, y con ello ni un ción de necesidades orgánicas (respirar, comer, etc.), de las que
solo instante estamos seguros de verlas claramente» ( 1933a, III, se encargan las pulsiones de autoconservación. En la medida en
3154). En Las pulsiones y sus destinos las definió como «Un con- que éstas encuentran vías y objetos de satisfacción preformados,
cepto límite entre lo anímico y lo somático, como un represen- se convierten en agentes de la realidad, siendo el placer ligado a
160 Freud y su obra 11. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 161

su satisfacción un placer funcional, esto es, ligado a la realización Libido es un término perteneciente a la teoría de la afecti-
de una función vital. En cambio, las pulsiones sexuales, regidas vidad. Designamos con él la energía -considerada como mag-
por el principio del placer, no encuentran objetos predetermina- nitud cuantitativa, aunque por ahora no mensurable- de las
dos biológicamente, acompañan a las más diversas actividades, no pulsiones relacionadas con todo aquello susceptible de ser com-
prendido bajo el concepto de amor (1921, III, 2576-2577).
se hallan unificadas desde un principio, sino fragmentadas en
pulsiones parciales, que se satisfacen localmente, de modo autoe-
rótico, a través del apaciguamiento de la excitación de una de- d) El apuntalamiento de las pulsiones sexuales en las de conser-
terminada zona erógena, con independencia o, al menos, sin re- vación. Caracteres de la sexualidad infantil. Freud considera que
lación directa, con la realización de una función. Y es a eso a lo las pulsiones sexuales nacen apoyándose en las funciones vitales
que Freud denomina placer de órgano. Sin objetos ni caminos pre- (comer, defecar ... ), en las pulsiones de autoconservación, que les
determinados, su satisfacción puede lograrse a través de, y va li- proporcionan una fuente orgánica, una dirección y un objeto, y
gada a, representaciones fantasmáticas, que expresan, no las ne- sólo secundariamente se tornan independientes. El término apoyo
cesidades vitales, sino los deseos inconscientes, y sólo al final de (Anlehnung) ha sido traducido también como andclisis y en ese
una compleja y variable evolución se organizan bajo la primacía sentido se hablará asimismo, en Introducción al narcisismo, de
de la genitalidad, aparentando la fijeza y la finalidad del instinto. elección de objeto de tipo anadítico (anaclitic type), traducción
Esa labilidad las hace susceptibles de represión y aunque, todavía que, como ha hecho observar Strachey, guarda analogía con el
en Compendio de psicoandlisis de 1938, Freud observará que «teó- término gramatical enclitic, el cual designa a las palabras que no
ricamente no hay objeción alguna contra la suposición de que pueden ser la primera palabra de una frase, sino que deben agre-
cualquier exigencia pulsional, podría dar lugar a esas mismas re- garse a, o apuntalarse en, otra más importante. Pero Laplanche,
presiones, con todas sus consecuencias», agrega: «Nuestra obser- tanto en su Diccionario de psicoandlisis como en Vida y muerte en
vación nos demuestra invariablemente, en la medida en que po- psicoandlisis, ha propuesto sustituir este extraño término por el de
demos apreciarlo, que las exigencias patogénicas proceden de las apoyo o apuntalamiento, a la vez que ha querido destacar la im-
pulsiones parciales de la vida sexual» (1940b, III, 3404-3405). portancia, ya desde Una teoría sexual, de dicha noción.
Si a la sensación subjetiva que acompaña a la necesidad de Esa relación de apoyo es particularmente notable en la acti-
nutrición se la denomina hambre, Freud propone denominar a vidad oral del lactante, en la que la función vital proporciona a
lo que corresponde al hambre en el dominio sexual, libido la sexualidad su fuente o zona erógena y le señala, desde el prin-
(1905d, 11, 1172), término derivado del latín que significa de- cipio, un objeto, el pecho materno, a la vez que procura un pla-
seo, envidia. Nunca bien definida, la libido vendría a ser, pues, cer no reducible a la mera satisfacción del hambre, sino suple-
la energía psíquica postulada como substrato de las pulsiones se- mentario. Tal placer, en principio marginal, se autonomizará
xuales, el aspecto psíquico de la pulsión sexual, «la manifestación pronto y se buscará por sí mismo, como se manifiesta en el he-
dinámica de la sexualidad» (1923b, III, 2674) y no sólo, como cho de que el niño sigue chupando el pecho sin succionar, en que
pretenderá Jung, una energía indiferenciada presente en todo lo lo sustituye por el chupete o por el chupeteo del pulgar o de los
que es tendencia; pues, como observará Freud en Psícoandlisis y propios labios. La satisfacción sexual se separa así de la necesidad
teoría de la libido, al hacerla equivalente de energía psíquica en nutritiva, a la vez que el objeto exterior (el pecho) es sustituido
general, no obtendríamos sino «Un sinónimo superfluo» (ibíd.). por una parte del propio cuerpo (el pulgar), que funciona de ma-
Si, desde el punto de vista cualitativo, la libido no es reducible a nera autoerótica. Freud califica todo ello de sexual -siempre
una energía mental inespecífica, sino que se refiere a la sexuali- que, como decíamos, sexual no se equipare a genital-, por el
dad (aunque pueda ser «desexualizada» a través de la sublimación, placer que comporta, más allá del placer funcional de la alimen-
como veremos), Freud destaca ante todo su aspecto cuantitativo, tación; por las prohibiciones que los adultos hacen recaer sobre
tal como se revela en el siguiente pasaje de Psicología de las ma- el chupeteo -un índice seguro de su carácter sexual-; por la
sas y andlisis del yo: continuidad con otros fenómenos que no dudamos en calificar
162 Freud y su obra

de sexuales, como el beso, y por algunas manifestaciones que no


pueden dejar de recordarnos la sexualidad e incluso la actividad
que conduce al orgasmo, con sus manifestaciones vasomotoras,
''
il
¡¡
Il. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914)

pués [ ... y] la pulsión sexual se vuelve en este momento autoe-


rótica)) (ob. cit., 1224-1225), hasta que se refiera de nuevo a un
objeto en el que trata de reeditar el primitivo: encontrar el ob-
163

su ritmicidad y su posterior adormecimiento: jeto no es, realmente, sino volverlo a encontrar.


Probablemente provenga de ahí la impresión de familiaridad
La actividad sexual se apoya primeramente en una de las provocada por el enamoramiento: «Eres tan antigua mía,/ te co-
funciones puestas al servicio de la conservación de la vida, pero
luego se hace independiente de ella. Viendo a un niño que ha
nozco tan de tiempo)), decía el poeta. Mas, pese a las expresiones re-
saciado su apetito y que se retira del pecho de la madre con gresivas y reduccionistas de Freud («el hallazgo de objeto no es real-
las mejillas enrojecidas y una bienaventurada sonrisa, para caer mente mds que un retorno al pasado)), ob. cit., 1225, cursiva mía),
enseguida en un profundo sueño, hemos de reconocer en este quizá no se trate de un simple retorno, ni de una simple regresión.
cuadro el modelo y la expresión de la satisfacción sexual que Lo volveremos a discutir en Mds alld del principio del placer.
el sujeto conocerá más tarde (1905d, II, 1200).
3.4.3. Elementos definitorios de la pulsión.- En la pulsión
Así, resume (ibíd.), los caracteres esenciales de la sexualidad se pueden distinguir ciertos elementos definitorios, a los que se
infantil son los siguientes: 1. 0 • Se origina apoyada en alguna de las refiere tanto en Una teoría sexual como en Las pulsiones y sus des-
fUnciones fisiológicas de mds importancia vital. 2. 0 • No conoce nin- tinos: la fuerza, la fuente, el fin y el objeto.
gún objeto sexual, es autoerótica. 3. 0 • Las pulsiones no se hallan
unificadas, sino fragmentadas en pulsiones parciales, de manera a) La foerza: la pulsión es siempre activa. La foerza (Drang) se
que su fin sexual se realiza a través de diversas zonas erógenas, sin refiere al factor cuantitativo de la pulsión, a «la cantidad de exi-
primacía de ninguna de ellas. gencia de trabajo que representa)) (1915b, II, 2042). A diferen-
cia de los estímulos externos, las pulsiones suponen una presión,
e) Evolución respecto al objeto libidinal: encontrar el objeto es una insistencia, un empuje ineliminable, y Freud vio en este ca-
reencontrarlo. En la historia del objeto libidinal se pueden distin- rácter perentorio el aspecto fundamental de las pulsiones, las cua-
guir varias fases: autoerotismo, narcisismo (introducido en 1914, les -frente a lo que pensaba Adler, al considerar la actividad pa-
para referirse a una primera unificación corporal), elección de ob- trimonio exclusivo de la agresión- son siempre activas, incluso
jeto y fase de madurez genital. Esa secuencia no impide, sin em- cuando la satisfacción o el fin son pasivos (ser visto, ser pegado).
bargo, que se pueda hablar de un amor objeta! primario, referido Al hablar negligentemente de pulsiones pasivas se alude tan sólo
al que proporciona a la sexualidad, antes de autonomizarse, el ob- a pulsiones de fin pasivo.
jeto de las pulsiones de autoconservación en las cuales se apoya,
para, después de su independencia, volverse, primero autoerótica b) La foente: zonas erógenas, pulsiones parciales, organizaciones
y, más tarde, narcisista y objetal. Los primeros objetos sexuales libidinales. La foente (Quelle) es el órgano en el que se produce la
en cuanto tal serán los padres (que son ya un objeto desplazado excitación o, más bien, el proceso físico-químico, somático, que
sobre el objeto primitivo), los cuales habrán de ser sustituidos de se produce en cierta parte del cuerpo y se percibe como excita-
nuevo por otros en la edad adulta. De este modo, el objeto bus- ción. Toda región susceptible de ser asiento de una excitación de
cado, en la medida en que intenta reencontrar el objeto primi- tipo sexual recibe el nombre de zona erógena, entre las que des-
tivo, nunca pueda coincidir con el fantaseado y de ahí, en tacan algunos revestimientos cutáneo-mucosos, básicos para las
parte, su labilidad, el resorte de la, tantas veces, itinerante bús- funciones de supervivencia (la boca, el ano, la uretra) y en los que
queda sexual. Como indica Freud: «Cuando la primitiva satis- se apoyará la sexualidad, aunque todo el cuerpo puede desempe-
facción sexual estaba aún ligada con la absorción de alimentos, ñar el papel de zona erógena, y cualquier proceso, incluso los in-
la pulsión sexual tenía en el pecho materno un objeto sexual telectuales o desagradables, sobrepasado cierto umbral puede
exterior al cuerpo del niño. Este objeto sexual desaparece des- verse acompañado de una coexcitación sexual (1905d, II, 1213).

164 Freud y su obra II. Los pilares del edificio psicoanalítico ( 1900-1914) 165

La sexualidad no se presenta unificada desde el principio, sino nos generalizados que constituyen rasgos de carácter de algún
que, como hemos indicado, se genera en una serie de pulsiones modo integrados en el conjunto de la personalidad: «Así, pues, la
parciales, independientes unas de otras, y sólo en el curso del disposición sexual general perversa de la infancia puede conside-
tiempo tenderán a agruparse en diferentes organizaciones libidi- rarse como la fuente de toda una serie de nuestras virtudes, en
nales. Aunque en la primera edición de Una teoría sexual, Freud cuanto da motivo a la creación de las mismas por la formación re-
pensaba que esa organización no se alcanzaba sino en el mo-
mento de la pubertad, la posterior idea de organizaciones prege-
nitales (oral, anal, fálica) le llevó a hacer retroceder más aún esta
i,, activa» (ob. cit., 1235). Esas formaciones, por lo que muchas ve-
ces tienen de rígido y de compulsivo, se manifiestan también en
forma de síntomas, en los que, de acuerdo con el principio sum-
fase del libre funcionamiento de las pulsiones parciales, en una i. mum ius summa injuria, pueden conducir a un resultado opuesto
fase autoerótica, en la que cada pulsión parcial busca su satisfac-
ción placentera en el propio cuerpo (ob. cit., 1209). t
·~
al que conscientemente se busca, como lo es la virtud insidiosa,
que acaba por ofender a aquel mismo al que trata de proteger.

e) La meta. Inhibiciones y desviación del fin: sublimación y for- d) El objeto y su variabilidad· fijaciones y regresiones. El objeto
mación reactiva. El fin o meta (Ziel) de la pulsión es siempre la (Objekt) de la pulsión es aquello en lo cual o por medio de lo
satisfacción, es decir, la supresión del estado de estimulación de cual puede la pulsión alcanzar cierta satisfacción. Ese objeto no
la fuente de la pulsión. Pero esta invariabilidad formal del fin, se halla enlazado a la pulsión originariamente, aunque tampoco
puede lograrse de muy diversos modos, combinados o sustitui- cualquier cosa puede ejercer papel de tal, sino sólo algunas con-
dos entre sí. Las pulsiones pueden, además, ser inhibidas o des- dicionadas por la historia del sujeto, pues la indeterminación pul-
viadas de su fin. En el primer caso, nos encontramos en presen- sional queda marcada biográficamente. Pero, en todo caso, «es lo
cia de impulsos que hacen alto en el camino de la satisfacción, más variable de la pulsión» (1915b, 11, 2042) y, en ese sentido, es
«produciéndose así una carga de objeto duradera y una tenden- contingente: puede tratarse de una persona o de un objeto par-
cia permanente de afecto. De esta clase es, por ejemplo, la rela- cial, de algo real o fantaseado -aunque la fantasía siempre jugará
ción de cariño, que procede, indudablemente, de las fuentes de un papel-, de algo exterior al sujeto o de una parte de su propio
necesidad sexual y renuncia regularmente a su satisfacción» cuerpo. El apoyo sobre las pulsiones de autoconservación hace que
(1933a, Ill, 3155). La desviación del fin proporciona energía para el objeto de las sexuales se desplace sobre el de aquéllas; por ejem-
actividades socialmente valoradas, trocando el primitivo fin se- plo, pasando del alimento (la leche) al pecho, de la nutrición al
xual por otro ya no sexual, pero psíquicamente afín al primero, deseo de incorporación. Cuando una pulsión permanece estrecha-
proceso al que se conoce con el nombre de sublimación, tal como mente ligada a un objeto se habla de fijación (Fixierung) de dicha
lo definirá en La moral sexual 'cultural' y la nerviosidad moderna pulsión, que tratará de reproducir un determinado modo de sa-
(1908c, 11, 1252). Los componentes perversos, que no logran in- tisfacción y permanecerá organizada según la estructura caracte-
tegrarse bajo la primacía de la genitalidad, pueden dar lugar, no rística de una de las fases evolutivas de la libido. Las fijaciones tie-
sólo a una constitución sexual anormal o sucumbir a la represión nen lugar con gran frecuencia en períodos muy tempranos del
y activar la neurosis, sino que pueden derivarse por sublimación desarrollo pulsional y ponen fin a la movilidad de la pulsión de
hacia campos socialmente valorados («de manera que de la peli- que se trate, oponiéndose intensamente a la separación del objeto.
grosa disposición surge una elevación de la capacidad de rendi- Pero, además de un estado actual, la fijación constituye una vir-
miento psíquico» -1905d, 11, 1234-) o generar -sobre todo tualidad siempre presente, pues, en la vida psíquica, difícilmente
desde el comienzo del período de latencia infantil, y por conta- se renuncia a algún placer experimentado alguna vez, y, aunque
catexis de ciertos elementos conscientes que se enfrentan a las ca- tal estado de cosas pueda haberse abandonado o integrado en otras
texis inconscientes- formaciones reactivas, es decir, actitudes de organizaciones, siempre está abierto el camino de una posible re-
sentido opuesto al deseo (asco, vergüenza, pudor), bien en forma gresión, es decir, el retorno, dentro de una trayectoria, desde un
de comportamientos particulares, bien como hábitos más o me- punto alcanzado a otro situado anteriormente. (Como indicamos,
166 Freud y su obra

además de este sentido genético, en el que se habla de fijación a


una fase, en psicoanálisis también se utiliza el término «fijación»
para designar el modo de inscripción de ciertos contenidos re-
'
,1

¡
II. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 167

Es a esta inevitable situación de desvalimiento y menesterosi-


dad (Hil{losigkeit) del niño, acompañada de los cuidados paren-
tales, y fundamentalmente maternales, en los que asimismo jue-
presentativos que persisten en el inconsciente en forma inalte- gan su papel los significantes sexuales inconscientes de los padres,
rada, y a los cuales permanece ligada la pulsión). a la que Laplanche denominará seducción precoz o seducción ori-
ginaria, por la que el niño pasivo se enfrenta a unos significan-
3. 4. 4. La teoría de la seducción generalizada y el objeto-foente tes que es incapaz de simbolizar y que abren la puerta a resigni-
de la pulsión.- El abandono de la teoría de la seducción traumá- ficaciones posteriores: entre otras, la fantasía de seducción, por
tica le ha valido a Freud la crítica de autores como J. M. Masson parte del padre o de la madre, escenificada a veces bajo la apa-
(The assault on truth. Freud's supression ofseduction theory, 1984), el riencia del castigo, como Freud puso de relieve en Pegan a un
cual le acusa de pusilanimidad por retroceder ante el mundo de los niño (1919) y Rousseau nos contó ingenua y bellamente en Las
atentados sexuales, pero, como vimos, sin negar la agresión real en Confesiones.
algunos casos (Catalina), tal abandono abrió el campo de la fanta- Esta lectura permite asimismo a Laplanche desbiologizar el
sía inconsciente y de la sexualidad infantil. Sin embargo, en Freud, concepto de pulsión, a través del concepto de objeto-foente de la
muy habitualmente, lo abandonado en un primer momento es re- misma. En efecto, al plantear la noción de pulsión como un con-
tomado más tarde desde otra perspectiva o en otro contexto, y eso cepto límite entre lo somático y lo psíquico, y al acentuar el ca-
es lo que sucede también con la teoría de la seducción, que, en la rácter endógeno de su presión, frente a los estímulos exteriores y,
época de Una teoría sexual, se amplía y generaliza hasta convertirse por tanto, en aparente independencia de las relaciones intersub-
en algo estructural. El paradigma de la seducción generalizada se en- jetivas, dicho concepto oscila entre el instinto, del que se quería
cuentra en los cuidados maternos (la madre sería ahora la «gran se- despegar, y la mitología. Laplanche, en cambio, al entenderla
ductora» y no el padre), cargados también de deseo sexual, del que como una fuerza endógena, sí, pero en relación con un otro que,
la propia madre es en muy buena medida inconsciente. Como con los cuidados corporales, suministra también unos significan-
Freud lo relata en las Nuevas lecciones: tes enigmáticos, piensa que, no sólo la sexualidad se apoya sobre
unas necesidades de conservación teóricamente autosuficientes,
Recordaréis, sin duda, aquel interesantísimo episodio de la sino que también éstas se encontrarían atravesadas desde el ini-
historia de la investigación analítica que hubo de traerme con- cio por los efectos de la seducción originaria, la cual, entonces,
sigo largas horas de penosa perplejidad. En la época en que aporta el verdadero sentido de la noción de apuntalamiento.
nuestro interés principal recaía sobre el descubrimiento de Desde esta perspectiva, el apuntalamiento comprendería tanto un
traumas sexuales infantiles, casi todas mis pacientes pretendían deslizamiento metonímico en cuanto al objeto (de la leche al pe-
haber sido seducidas por su padre. Al cabo, se me impuso la cho) cuanto un proceso metafórico respecto al fin (de la inges-
conclusión de que tales informes eran falsos y aprendí a com- tión a la incorporación oral como forma de apropiarse y asegu-
prender que los síntomas histéricos se derivan de fantasías y no rarse del objeto), con lo que se pasa, en definitiva, de una relación
de sucesos reales. Más tarde, pude reconocer en esta fantasía de
la seducción por el padre la manifestación del complejo de factual a otra fantasmática.
Edipo típico femenino. Y ahora volvemos a enconontrar la fan- Y esto es lo que le lleva a revisar las nociones de objeto y
tasía de seducción en la prehistoria, anterior al complejo de fuente de la pulsión: si la fuente, en cuanto tensión a la base de
Edipo de la niña, con la variante de que la iniciación sexual ha la excitación sexual, y, por tanto, en cuanto zona erógena apun-
sido efectuada, regularmente, por la madre. Pero aquí la fanta- talada sobre la autoconservación, se encuentra mediada por la re-
sía se basa ya en la realidad, pues es, en efecto, la madre la que lación intersubjetiva con la madre, el objeto -definido en Las
al someter a sus hijas [e hijos] a los cuidados de la higiene cor- pulsiones y sus destinos como aquello en o por medio de lo cual se
poral, estimula y tal vez despierta en los genitales de las mis- produce la satisfacción, pero del que dice también, en Una teo-
mas las primeras sensaciones placientes (1933a, III, 3169). ría sexual, que es «la persona de la cual parte la atracción sexual»
168 Freud y su obra

(1905d, II, 1172)- no puede ser separado de la dimensión fan-


tasmática en la que se inserta. En estas condiciones, Laplanche
propone hablar del «objeto-fuente» de la pulsión, entendiendo
' II. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914)

etcétera), sin intentar una integración de todas ellas. Cada una


de esas líneas evolutivas son modelos muy generales, recorridos
por cada individuo de manera distinta según las circunstancias
169

por tal un punto de excitación implantado en el organismo a tra- de su historia, nunca de manera progresivamente lineal, sino más
vés de los significantes enigmáticos de un otro, significantes que bien como un movimiento de ida y vuelta, con fijaciones y re-
permanecen inconscientes para la madre y para el niño, y que ha- gresiones. El desacoplamiento entre unas y otras será importante
cen que el motor de la sexualidad se encuentre atravesado por el en la génesis de la enfermedad.
fantasma, como mediación entre los procesos objetivos y su vi-
vencia y efectos subjetivos. Volveremos a hablar del fantasma en 3.5.1. La fose oral.- Aunque desde la primera edición de
El hombre de los lobos. Una teoría sexual, Freud había destacado la importancia de una
sexualidad oral, apoyada sobre las necesidades de la nutrición,

3.5. Fases de la evolución libidinal

La idea de una evolución libidinal aparece ya desde las cartas


a Fliess, aunque en la primera edición de Una teoría sexual, Freud
sólo distingue entre la sexualidad infantil y, tras la pubertad, la
t sólo más tarde hablará de fose oral, como primer estadio de la evo-
lución de la libido. Correspondería aproximadamente al primer
año de vida y se caracterizaría por encontrar su fuente en la ca-
vidad bucal y en los labios, su objeto en contigüidad metonímica
con el alimento (de la leche al pecho) y su fin en la incorpora-
ción, convertida en el modelo de la relación de objeto (comer, ser
sexualidad adulta, organizada bajo la primada genital, interca- comido). Posteriormente, otros analistas (Karl Abraham, Mela-
lando entre ambas, a partir del quinto o sexto año, un período de nie Klein, Fran<;:oise Dolto) han intentado precisar las modalida-
latencia, el cual representa una etapa de detención en la evolu- des de esa fase, su significación para la personalidad y sus mani-
ción sexual, con predominio de los sentimientos de cariño sobre festaciones en ámbitos al parecer muy alejados de la nutrición.
los deseos sexuales, la aparición de sentimientos como el pudor Una personalidad oral, marcada por la relación sexual prevale-

t
y el asco, y la formación de aspiraciones morales y estéticas. Di- ciente en esa fase, tenderá, por ejemplo, sin distinción de sexo, a
cho período tendría su origen con el declinar del complejo de considerar al objeto sexual según el modelo de relación de objeto
Edipo, intensificándose las represiones y el desarrollo de las su- entonces dominante, es decir, como una madre nutricia de la que
blimaciones. Si Freud habla de período de latencia y no de fase es el sujeto sería radicalmente dependiente y respecto a la que ma-
porque, aunque durante el mismo se pueden observar manifes- nifestaría una avidez jamás colmada, tratando de imponer una re-
taciones sexuales, no se puede hablar en rigor de una nueva or- lación y un afecto exclusivos.
ganización de la sexualidad, que es la idea rectora en el concepto

'
de fases libidinales pregenitales (oral, anal, fálica), elaborado por 3.5.2. La fose anal.- La fose anal se situaría entre los dos y
Freud entre 1915 y 1923. j¡ los cuatro años, época en la que los niños suelen aprender a con-
Una fose libidinal sería entonces una etapa del desarrollo psi- '
'{',
''<' trolar sus esfínteres. Se caracteriza por una organización de la li-
cosexual caracterizada por una organización más o menos patente bido bajo la primada de la zona erógena anal y una relación de
de la libido bajo la primada de una zona erógena (boca, ano, ge- objeto ligada al placer de la defecación y al par retención-eva-
nitales) y con el predominio de un modo de relación de objeto cuación. En Carácter y erotismo anal (1908) y en La disposición a
(así, la incorporación sería el modo característico de la fase oral). la neurosis obsesiva (1913), Freud estudió algunos rasgos consti-
En todo caso, y antes de referirnos brevemente a cada una de tutivos de esta fase, así como los que podrían pervivir en el
ellas, es preciso tener en cuenta que, aunque la actividad libidi- adulto, de cuyas regresiones en el análisis del neurótico partía
nal ha sido el modelo de la evolución en fases, Freud bosquejó Freud para deducir los primeros. El par actividad-pasividad se
asimismo otras líneas evolutivas (de acceso al objeto libidinal constituye durante esta fase, haciendo corresponder Freud la ac-
-que hemos considerado brevemente-, de las defensas, del yo, tividad con el sadismo y la pasividad con el erotismo anal. Los
170 Freud y su obra II. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 171

niños consideran los excrementos como algo de lo que enorgu- La organización genital infantil (1923), el concepto venía prepa-
llecerse: pueden retenerlos para sí, «regalarlos» o vengarse de las rándose desde hacía tiempo y se encuentra en relación con sus
normas de higiene, evacuando a destiempo. El funcionamiento puntos de vista acerca de la primacía del falo, es decir, del órgano
del esfínter anal se correspondería con una actitud sádica, que genital masculino, destacándose con el término «falo» su dimen-
tiende contradictoriamente a destruir o evacuar el objeto y a re- sión simbólica y reservando el de «pene» para referirse a la realidad
tenerlo, dominándolo. Entre los rasgos anales del adulto, Freud anatómica. J. Lacan ha destacado, en La significación del falo, que
destaca la exagerada tendencia al orden, la limpieza y la escru- éste no se refiere ni al órgano ni a su imagen, sino a la creencia en
pulosidad (a veces en terrenos muy lejanos al de la higiene, como la universalidad del pene y, por tanto, a la negación de la dife-
el de la investigación científica -de lo cual pueden derivarse im- rencia entre los sexos que, confrontada con la diferencia anató-
portantes beneficios para la misma, siempre que no llegue a pa- mica, dará lugar a la fantasía de castración. Esa primacía del falo
ralizar-), tendencia que compensa el placer del descontrol, la es debida, según mantiene Freud desde Una teoría sexual, a que la
venganza frente a las normas y el interés por la suciedad. Tam- niña ignora la existencia de la vagina, por lo que su zona erógena
bién, la avaricia, el afán de acumulación o, en todo caso, el inte- directriz es el clítoris, órgano homólogo del pene del niño.
rés por el cálculo; la testarudez, en la que el niño parece elegir, La primera edición de Una teoría sexual se centra en la evolu-
frente a la dócil expulsión requerida por los padres y el «sacrifi- ción de la sexualidad del varón, suponiendo que la de la niña se-
cio» impuesto por el amor, la satisfacción autoerótica y la afir- ría simétrica. Pero esta simetría es pronto desechada. En Teorías
mación desafiante de su voluntad personal, que tiene, por tanto, sexuales infantiles (1908) ya aparecen las primeras referencias al
una de sus raíces en una persistencia narcisista del erotismo anal. concepto de «envidia del pene», que surgiría con el descubri-
Estas consideraciones fueron proseguidas en Sobre las trasmuta- miento de la diferencia de los sexos. Con anterioridad, niños y ni-
ciones de las pulsiones y especialmente del erotismo anal (1915), ñas desconocen, como decíamos, la existencia de la vagina y, aun-
donde Freud destaca los valores simbólicos de donación y de re- que perciban una cierta diferencia entre hombres y mujeres, no la
chazo que se unen a la actividad de la defecación, la equivalen- relacionan con la diversidad genital, creyendo que los niños na-
cia simbólica heces-regalo-dinero y -por la similitud orgánica cen por el ano. Pero con el descubrimiento de la diferencia sexual,
de las heces y el pene como cuerpos alargados que atraviesan una la niña se siente castrada y deseará poseer, como el niño, un pene,
mucosa- la identidad inconsciente de las heces con el pene, in- mientras que éste, en cambio, temerá llegar a estar castrado, sen-
'00 j
tercambiado simbólicamente con el niño, «el pequeño». Así, «los tirá angustia de castración. La diferencia entre los sexos no se atri-
conceptos de excremento, dinero, regalo, niño y pene [... ] son fre- buye, pues, a dos tipos diferentes de órganos sexuales, sino que
cuentemente tratados en lo inconsciente como equivalentes o in- una sola marca (el pene) basta para la distinción, establecida en-
tercambiables» (1917f, II, 2035). tre fálico y castrado. Pero los efectos del complejo de castración,
aun de distinta forma, se manifiestan en los dos sexos.
3.5.3. La fase fdlica y el complejo de Edipo.- La fase fdlica, Al complejo de castración hay algunas alusiones en La inter-
hacia los años quinto y sexto de vida, se caracteriza por una uni- pretación de los sueños, pero no referencias explícitas, a no ser en
ficación de las pulsiones parciales bajo la primacía de los órganos las adiciones efectuadas a partir de 1911. Será en el análisis de
genitales, pero, a diferencia de la organización genital puberal, los Juanito, realizado en 1908 y publicado en 1909, cuando Freud
niños y niñas no reconocen todavía más que un sólo órgano ge- descubra su importancia, describiéndolo por primera vez en su
nital, el pene, y la oposición de los sexos equivale a la de fálico- artículo sobre las Teorías sexuales infantiles. El complejo de cas-
castrado, estableciéndose la oposición masculinidad-feminidad tración se encuentra, por lo demás, en íntima relación con el nú-
sólo en la pubertad. No obstante, durante la fase fálica se da una cleo del desarrollo sexual, el complejo de Edipo, al que Freud ya
elección de objeto, dirigida prevalentemente hacia una única per- se había referido en las cartas a Ffiess y en La interpretación de los
sona (el padre de sexo opuesto al sujeto, o quien ejerce esa fun- sueños, pero que es sólo aludido, sin nombrarlo, en la primera
ción). Aunque Freud no habla explícitamente de fase fálica hasta edición de Una teoría sexual (obra en la que sólo aparece en nota

1
'~ ,,,
.,!ijli

~;
172 Freud y su obra

adicional de 1920), habiéndose de esperar a 1910 para que apa-


1
''
II. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914)

y deseos hostiles hasta la muerte respecto al padre del mismo


173

rezca la expresión «complejo de Edipo». Sin perjuicio de volver sexo, cuyo lugar se quisiera ocupar, tal como Edipo, en el mito
sobre estas cuestiones cuando hablemos de El yo y el ello (1923), y en la tragedia de Sófocles del mismo nombre, acaba por matar
La disolución del complejo de Edipo (1924) y la sexualidad feme- a Layo y se casa con su madre Yocasta, ocupando el trono de Te-
nina, es preciso advertir que, pese a la gran difusión del término bas, hasta que, al descubrir la verdad de lo acontecido, se arranca
«complejo» en el lenguaje coloquial («tiene complejo de superio- los ojos (correlato de la fantasía de castración que se trenza con
ridad» o «de inferioridad» o «muchos complejos», cuando no es las tendencias edípicas) y, acompañado de su hija Antígona, co-
que «carece de complejos» o no se «acompleja», etc.), la teoría mienza una existencia errante.
psicoanalítica ha ido abandonando esas expresiones, excepto en Con pocas bases experimentales, Freud creyó reencontrar una
los casos del «complejo de Edipo» y el «complejo de castración». y otra vez, bajo diversas variantes, esa estructura triangular en el
En cualquier caso, el término «complejo» alude a un conjunto tratamiento de sus pacientes y le otorgó un alcance que no se res-
organizado de representaciones y de recuerdos con intenso valor tringía a su papel en la familia burguesa occidental (de hecho, el
afectivo, total o parcialmente inconscientes, formado en la trama mito es recogido de la tradición griega) ni en la familia nuclear
de relaciones intersubjetivas de la historia individual, particular- (padre, madre, hijo), sino que era tan universal como la prohibi-
mente infantil, y capaz de estructurar los más diversos niveles psi- ción del incesto, que lo supone. Sin embargo, la presunta sime-
cológicos, emocionales y actitudinales. Aunque el propio Freud tría entre la evolución del niño y de la niña, destacada por el tér-
atribuye el término a la escuela de Zurich (E. Bleuler, C. G. mino «complejo de Electra», introducido por Jung en su Ensayo
Jung), ya se encuentra en Estudios sobre la histeria, si bien fueron de exposición de la teoría psicoanalítica (1913), sería cada vez más
los «experimentos de asociación» de Jung (el paciente asocia a claramente rechazada por Freud, que desechó también esa deno-
partir de una palabra inductora) los que lo difundieron. Freud, minación, poniendo de relieve las diferencias en la evolucion se-
con todo, siguió manteniendo sus reservas respecto al mismo, xual de uno y otra, y, por otra parte, haciendo más compleja,
pues, aunque le otorgaba un cierto valor descriptivo para poner como tendremos ocasión de ver, esa versión, por él mismo cali-
de manifiesto, a partir de elementos aparentemente diversos y ficada de «esquemática», del Edipo. A ello contribuirían sus pa-
contingentes, «conjuntos de ideas e intereses saturados de afecto, cientes, en los que las ramificaciones, matices y variantes de la es-
cuya intervención permanece ignorada, o sea inconsciente» tructura edípica le llevarían a una lectura más elaborada de la
(1917c, II, 2185), restaba valor teórico a esa «mitología jungiana misma. Vayamos, pues, a algunos de esos historiales.
de los complejos». Tal «mitología» amenzazaba con ocultar la sin-
gularidad de cada caso bajo una tipificación psicológica, trataba
de hacer pasar como explicación lo que, en realidad, constituye 4. Los historiales clínicos
un problema (así, por ejemplo, si se habla de «complejo de fra-
caso», en vez de tratar de encontrar el porqué del mismo) y ten- Además de los relatados en Estudios sobre la histeria y otros
día a confundir la noción de complejo con la de un núcleo pa- más breves o de los que nos ofrece una información más o me-
tógeno a eliminar, con lo que se pierde de vista la función nos esporádica, Freud publicó cinco grandes historiales, que aquí
estructurante que en determinados momentos dichos complejos no podemos pretender exponer con minuciosidad, pero a algu-
poseen y, en particular, el de Edipo. nos de cuyos aspectos hemos de aludir: Dora, juanito, El hombre
En su forma llamada positiva, que es a la que Freud se había de las ratas, El hombre de los lobos y Schreber.
referido en las cartas a Fliess y en La interpretación de los sueños,
y a la que aluden las primeras ediciones de Una teoría sexual, el
complejo de Edipo representaría la cristalización nuclear de la
fase fálica, como conjunto de deseos amorosos, sexuales, hacia el
padre de distinto sexo, y de identificación («ser como»), rivalidad
174 Freud y su obra 1
'JJ II. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 175

señor K. Éste, despechado, trató de seducir a la institutriz de sus


4.1. Dora hijos, para más tarde enamorarse de Dora. Un día, paseando a
orillas del lago de Garda, K. le declaró su amor, pero Dora no le
El Andlisis fragmentario de una histeria («Caso Dora») fue rea- dejó seguir, le abofeteó y le contó lo sucedido a su madre, para
lizado en 1900 y estaba listo para su publicación en 1901, pero que se lo relatara a su vez al padre, de quien Dora esperaba la
Freud, obligado a justificarse desde la «Introducción» por el ca- protegiera de la tentación de su amor por K., salvando así su re-
rácter sexual de sus conversaciones con Dora, entonces de 18 primido vínculo incestuoso. Sin embargo, Philipp Bauer estaba
años, lo dejó dormir sobre su mesa de despacho hasta 1905, en más preocupado en proteger su adulterio que a su hija y, tras in-
que se decide a publicarlo, pese a saber que se trataba de un fra- terrogar acerca de lo sucedido al señor K., que negó categórica-
caso terapéutico. El caso, al que había pensado titular en un prin- mente los hechos, ambos la trataron como a una fabuladora. En
cipio Sueño e histeria, confirmaba, sin embargo, muchos de los vista de la acentuación de los trastornos nerviosos de Dora (mi-
descubrimientos de La interpretación de los sueños y planteaba grañas, tos convulsiva, afonía, dificultades para caminar, tenden-
nuevos interrogantes que no había que descuidar. Organizado, cias suicidas) su padre decidió llevarla a Freud, con la esperanza
efectivamente, en torno a dos sueños de la muchacha, Freud los de que «la hiciera entrar en razón». Mediada así la transferencia,
anotó tras cada una de las sesiones en que fueron relatados y re- Freud reconocerá, además, que él no sabía por entonces mane-
dactó el historial inmediatamente después de la brusca interrup- jarla bien, habiéndola descuidado en vista de la abundancia del
ción del tratamiento, tras once semanas de duración. Se negaba material interpretativo suministrado por la paciente. También re-
a tomar notas durante las sesiones, pues eso podía obstaculizar su conoció habérsele escapado, en buena medida, la naturaleza del
escucha (lo que después llamará atención flotante) y estorbar las vínculo homosexual de Dora con Giuseppina, la cual había pro-
asociaciones del paciente. Prefería tomarlas por la noche, dejando porcionado a la muchacha libros más o menos pornográficos,
al olvido hacer su trabajo y procurando no ser perturbado por la como la Fisiología del amor de Paolo Mantegazza, para después
abundancia inútil del material. acusarla de esas lecturas. En esta situación, el afán de venganza
A pesar de sus limitaciones terapéuticas, el caso sigue alber- de la estructura histérica de Dora no hace sino multiplicarse y lo
gando un gran interés teórico y se lee como una excelente obra transfiere al tratamiento.
literaria, como un drama de amor y enfermedad, en el que se han Como en otras ocasiones, pero quizá más abruptamente,
inspirado una novela y una pieza teatral. Dora, de verdaderno Freud se muestra en exceso directivo, con algunas interpretacio-
nombre Ida, pertenecía a una familia de la burguesía judía aco- nes difícilmente aceptables: el que una muchacha, en su primera
modada. Su padre, Philipp Bauer, era un gran industrial, inteli- adolescencia, y mucho más en su época, sea besada por un hom-
gente, de personalidad dominante y admirado por su hija, pero bre -K. intentó hacerlo por primera vez cuando ella contaba 14
un tanto débil y con una vida desordenada, que trataba de ocul- años- y sienta repugnancia, puede explicarse por los usos habi-
tar; enfermo de sífilis desde antes de contraer matrimonio, había tuales de la educación y el pudor, sin necesidad de diagnosticar
consultado a Freud como médico y había quedado satisfecho del por ello, como Freud hace «sin vacilan> (1905a, 1, 947), que sea
tratamiento, por lo que cuando las relaciones familiares se com- histérica, con independencia de que Dora lo fuese. Pero muchas
plicaron, llevó a su hija a analizarse, esperando poder manejar a otras veces vemos al gran lector de síntomas que ya conocemos:
ambos, a Freud y a la hija, a fin de que ésta no se volviera en su como Elisabeth, Dora también cojeaba, sin que su dolencia, atri-
contra; cuando percibió que Freud no se prestaba a tales intrigas buida al principio a un resto inhabitual de un supuesto ataque
se desinteresó de la cura, afectada por esas condiciones iniciales. de apendicitis, tuviera causa orgánica. Expresaba más bien, tras
Dora había escapado desde la adolescencia a la influencia de la escena del lago, las fantasías de relación sexual con K., al que,
su madre, Katharina Gerber, una mujer obsesionada por la lim- aunque abofetea, parece amar: sus dificultades para andar res-
pieza y el orden de su hogar, que era engañada por su marido con pondían a su deseo inconsciente de haber dado un mal paso, un
Giuseppina, la esposa de uno de sus amigos, Hans Zellenka, el paso en folso en sus relaciones sentimentales, del que quizá hu-
176 Freud y su obra

hiera podido quedar embarazada, según reveló el supuesto ataque


~ 1l. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 177

significaba en modo alguno un «no>> definitivo y correspondía


de apendicitis, sobrevenido nueve meses después de dicha escena: en realidad a los celos en ella a última hora despertados, en
«No podía darse un plazo más característico. Así, pues, la su- tanto los más fuertes impulsos de su alma le eran francamente
puesta apendicitis había realizado la fantasía de un parto, utili- favorables. Si K. hubiera hecho caso omiso de aquel «nO>> y
zando para ello los modestos medios de que la paciente disponía: hubiera continuado pretendiendo a Dora con apasionamiento
dolores y hemorragia menstrual» (oh. cit., 991). Pero cuando, tras convincente, es muy posible que la inclinación de la mucha-
cha hubiese superado todas las dificultades internas. Pero tam-
el análisis de diversos síntomas y la consideración pormenorizada bién podría haber ocurrido que tal insistencia no hubiese he-
de dos sueños, Freud albergaba francas esperanzas en la resolu- cho sino incitar a Dora a satisfacer todavía más ampliamente
ción del caso -y tuvo la ingenuidad de manifestarlo-, Dora se en K. sus ansias de venganza. En la lucha de unos motivos
presentó el 31 de diciembre de 1900, anunciando, sin previo contra otros no es posible prever de qué lado habrá de incli-
aviso, la interrupción del tratamiento. narse la solución; esto es, si habrá de levantar la represión o,
Lo había decidido quince días antes, el plazo que se solía to- por el contrario, reforzarla. La incapacidad de satisfacer una
mar en Viena para despedir a una sirvienta o para anunciar ella demanda real de amor es uno de los rasgos característicos esen-
su marcha. Ante este comentario de Freud, Dora le habla en la úl- ciales de la neurosis. Los enfermos se hallan dominados por la
tima sesión de la institutriz de los K., que se había despedido ha- antítesis entre la realidad y la fantasía. Cuando encuentran en
da poco, no sin haber contado antes a Dora cómo había sido cor- la realidad aquello mismo que más intensamente desean en su
fantasía, huyen presurosamente de ello, entregándose con
tejada por el dueño de la casa, quien le había asegurado: «Mi tanto mayor abandono a sus fantasías cuanto menos tienen
mujer no significa nada para mÍ». Esas fueron precisamente las pa- que temer su realización (ob. cit., 995).
labras con que K. comenzó su declaración en el lago de Garda,
provocando el orgulloso rechazo de Dora, el cual no impedía, sin En el «Epílogo» Freud realiza una serie de consideraciones
embargo, ni su deseo por K., revelado en sus síntomas, ni la iden- teóricas sobre la transferencia - a las que en su momento aten-
tificación con la institutriz, pues de nuevo fue un plazo de quince deremos- y comunica una sesión posterior que tuvo con Dora,
días el que Dora se tomó para referir dicha escena a la madre, es- en abril de 1902. Dora le comentó que, a la muerte de uno de
perando tal vez que K. renovara sus pretensiones y asegurarse de los hijos del matrimonio K., había ido a darles el pésame y ha-
la sinceridad de su amor. Mas, podemos ahora dejar que sea el bía aprovechado para reconciliarse con ellos. Más bien, aprove-
propio Freud el que relate el desenlace de esa última sesión y del chó la ocasión para vengarse: a la mujer le dijo que estaba per-
caso, en dos bellos y conmovedores párrafos, en los que, como en fectamente al tanto de las relaciones ilícitas con su padre, sin que
el mejor Freud, la cuidada elaboración sabe preservar la sencillez: la interesada se atreviese a protestar; a K. le obligó a confesar la
escena junto al lago, quedando justificada ante su padre, y des-
Dora me oyó sin contradecirme, como solía. Parecía im- pués no volvió a ver nunca más al matrimonio. Decía acudir a la
presionada. Se despidió amablemente de mí, deseándome toda consulta por una neuralgia facial que la atormentaba desde hada
clase de venturas en el nuevo año ... , y no volvió a aparecer por tiempo, exactamente desde quince días antes: de nuevo la identi-
mi consulta [... ]. La inesperada interrupción del tratamiento, ficación con la institutriz en relación transferencia! con Freud,
cuando mis esperanzas de éxito habían adquirido ya máxima pues éste le hizo ver que en esa fecha era fácil que hubiera leído
consistencia, destruyéndolas así de golpe, constituía por su
en los periódicos una noticia sobre él (su nombramiento como
parte un indudable acto de venganza y satisfacía al propio
tiempo la tendencia de la paciente a dañarse a sí misma. Quien profesor), a lo que Dora asintió. Y ya no volvieron a verse.
como yo despierta a los perversos demonios que habitan, im-
perfectamente domados, un alma humana para combatirlos ha La supuesta neuralgia facial correspondía, pues, a un au-
de hallarse preparado a no salir indemne de tal lucha[ ... ]. tocastigo, al remordimiento por la bofetada propinada a K. y
No sé tampoco si el señor K. hubiera conseguido más si por la trasferencia sobre mí de los sentimientos de venganza
alguien le hubiera revelado que aquella bofetada de Dora no extraídos de aquella situación. No sé qué clase de auxilio que-
178 Freud y su obra II. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 179

ría demandarme, pero le aseguré que le había perdonado ha- Rizzo. Su verdadero nombre era Herbert Graf, hijo de Oiga Ko-
berme privado de la satisfacción de haberla libertado más fun- nig -analizada por Freud, antes de su matrimonio- y de Max
damentalmente de sus dolencias. Graf, admirador y amigo de Freud. La familia de los Graf era fre-
Desde esta visita de Dora han pasado ya varios años. cuentada por ilustres representantes de la cultura vienesa de la
Dora se ha casado, y precisamente con aquel joven ingeniero
al que aludían, si no me equivoco mucho, sus asociaciones época, como Oskar Kokoschka, Richard Strauss, Arnold Schon-
iniciales en el análisis del segundo sueño. Del mismo modo berg o Gustav Mahler, padrino de Juanito.
que el primer sueño significaba el desligamiento del hombre El Andlisis de la fobia de un niño de cinco años (<<Caso juanito»)
amado y el retorno al padre, o sea la huida de la vida y el re- no fue llevado a cabo directamente por Freud, sino por Max Graf,
fugio en la enfermedad, este segundo sueño anunciaba que tomando anotaciones de todo aquello que le parecía de interés y
Dora se desligaría de su padre, ganada de nuevo para la vida pasándoselas a Freud, que actuaba de supervisor y con quien Jua-
(oh. cit., 1002). nito sólo mantuvo una entrevista. Freud pensaba que ningún
otro podría haber desempeñado el papel del padre y esa toma de
Mas, desgraciadamente, las esperanzas de Freud no iban a postura respecto a la función de los padres en el análisis de niños
cumplirse. Dora se casó, desde luego, y, tras la muerte de su ma- sigue aún debatiéndose. Aunque la sexualidad infantil de la que
rido, su hijo, que llegaría a ser un renombrado músico, la llevó a hablaba Una teoría sexual no se había observado directamente,
Nueva York, donde murió en 1945. Pero, diez años después, el sino que había sido reconstruida a partir del análisis de adultos,
psicoanalista Félix Deutsch dio a conocer, en su artículo Una Freud estimaba que, una vez sacada a la luz, podía tratar de ve-
nota a pie de pdgina al trabajo de Freud «Andlisis fragmentario de rificarse en los propios niños y animaba a sus amigos y alumnos
una histeria», la continuación del caso. En 1923, fue llamado un a tomar nota de la vida sexual de sus hijos. Max Graf lo hizo así
tanto casualmente por el otorrinonaringólogo de una señora que desde que el pequeño Hans tenía tres años, pero el análisis sólo
padecía ciertos trastornos de dudosa base orgánica. Deutsch la se hizo necesario cuando ya contaba con cinco de edad, en vista
entrevista y, para su sorpresa, conforme va oyendo el relato, re- del desencadenamiento de una intensa fobia.
conoce en esa señora a la Dora de Freud. Advertida por él, Dora Además de poder confirmar algunos de los conocimientos ad-
asiente, orgullosa de haber sido objeto de un escrito tan célebre quiridos, en el texto se abren nuevos interrogantes, cuyo plantea-
en la literatura psiquiátrica. Sin dejar de discutir las interpreta- miento e intento de respuesta irá formulando Freud en diversos
ciones de Freud, el matrimonio no había logrado tampoco cu- trabajos: así, a propósito del complejo de castración, cuyas prime-
rarla de su aversión por los hombres ni de su frigidez. Su marido, ras referencias explícitas aparecen en él; de las teorías sexuales in-
desdeñado y torturado por ella, había fallecido de una enferme- fantiles y la fantasía de que los niños son paridos por el ano, ex-
dad coronaria, y, según un informante adicional al que Deutsch pulsados como excrementos; de la necesidad de introducir una
recurrió en 1955, la muerte de Dora, debida a un cáncer de co- Jase fdlica dentro de las organizaciones pregenitales, aunque
lon, pareció una bendición a todos los que la rodeaban, pues la Freud no la formule explícitamente hasta 1923; de la importan-
frágil Dora había terminado por convertirse en «una histérica re- cia de hacer una lectura mds compleja del Edipo y de añadir, junto
pugnante». a su versión positiva, otra negativa o inversa; de la necesidad de
revisar la tesis de la cura como paso de lo inconsciente a la concien-
cia, lo que contribuirá a la formulación de la segunda tópica
4.2. juanito en 1923. Y, por supuesto, está el problema de la angustia (que
Freud todavía concibe como el producto de una libido repri-
En 1972, un año antes de su muerte y 64 después del análi- mida) y de la fobia.
sis, realizado en el primer semestre de 1908, Juanito dio a cono- Nosotros ya hemos visto que la angustia puede considerarse
cer su identidad en Memorias de un hombre invisible, transcrip- como el montante afectivo desligado de cualquier representación,
ción de cuatro entrevistas mantenidas con el periodista Francis hasta que, proyectándose al exterior, logra encontrar un objeto
IHO Freud y su obra 11. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 181

f(Sbico que la localice y, de alguna manera, la palie. La fobia de dáensas ni barreras, ante la presencia todopoderosa de la madre.
Juanito fue variando en el curso del análisis y se concentró en di- l·:n El seminario IV, Lacan ha insistido en esta interpretación, vin-
versos objetos, pero ante todo en el temor a los caballos, de múl- culada con su idea de la declinación de la función paterna en la
tiple significación por lo demás, aunque Freud subraya la de sus- sociedad occidental. Pero el temor a que el caballo caiga cuando
tituto simbólico del padre. Antes de la explosión de la angustia, el carruaje va muy carpado, parece remitir asimismo a la madre
Juanito había ya mostrado interés por su pene (el «hace pipí))) y cargada, embarazada, según la fantasía de que los carruajes, lo
había sido amenazado por su madre si se lo tocaba, aunque, en mismo que los vientres de las madres, van cargados de niños-ex-
principio, no parece hacer caso a tales amenazas y sólo con pos- crementos. Otras fantasías de Juanito parecen, en cambio, ex-
terioridad reacciona a ellas, cuando, al contar él tres años y me- 1resar el reconocimento de la situación edípica y el comienzo de
dio, nació su hermana Ana, a la que ve desnuda en el baño y es- ta salida de ella y del miedo a la castración, por aceptación de la
pera verla crecer el «hace pipí)), hasta acabar reconociendo la castración simbólica -esto es, de la diferencia de sexos, renun-
diferencia de genitales. Y es entonces, al verla «realizada)), cuando ciando a la fantasía de omnipotencia-, que le permite, en cam-
la amenaza de castración comienza a surtir su efecto. Según esto, bio, una potencia limitada pero real (un fontanero le cambia su
la resignificación de la que Freud hablaba en Estudios sobre la his- «hace pipí)) por otro más grande).
teria no ha de esperar al surgimiento de la pubertad, como se En el «Epílogo)), Freud relata cómo, inesperadamente, un día
manifestará también en El hombre de los lobos. La teoría de la se- de la primavera de 1922, se presentó en su consulta un apuesto
xualidad infantil ha trastocado, pues, el concepto de retroactivi- muchacho de diecinueve años, declarando ser aquel Juanito que
dad, sin anularlo. él había analizado años atrás. Freud se felicita de que haya lo-
Un año después, Juanito da muestras de un estado ansioso grado superar con éxito el divorcio de sus padres y las nuevas
preocupante, quiere volver precipitadamente del paseo con la ni- nupcias de cada uno de ellos, y se sorprende de algo de lo que,
ñera para recibir mimos de su mamá, pero cuando ésta lo saca a por el momento, no se atreve a arriesgar explicación alguna:
pasear es presa de un intenso miedo a que le muerda un caballo. «Cuando leyó su historial, me dijo, le había parecido totalmente
Para Freud, es el inicio de la angustia (la ternura por la madre ajeno a él; no se reconoció ni recordó nada)) (1909b, II, 1440).
traduciría una inclinación libidinal reprimida), que ha de en- Sin embargo, no es extraño que un análisis surta efectos y se ol-
contrar un objeto fóbico sustitutivo (el temor a que un caballo vide. Ahora bien, Freud había explicado el proceso de la cura
le mordiera, pero también, más tarde, el temor a otros animales, como el paso de lo reprimido a lo consciente y esta fórmula pa-
como la jirafa, el elefante, el pelícano). El30 de marzo de 1908, rece no funcionar del todo. No desechará la cuestión. En otoño
Juanito va con su padre a visitar a Freud, que, revestido de toda de ese mismo año, también por otros motivos, pero sin olvidar
autoridad, le explica que el temor al caballo es el temor al castigo el problema que le acababa de plantear Juanito, comenzó a re-
del padre por su excesiva inclinación hacia la madre. Juanito le dactar una nueva tópica que fuera capaz de dar cuenta del mismo.
escucha atentamente, pero sus deseos sexuales parecían no ago- Y en 1923, añadirá una nota al Caso juanito, en la que sustituye
tarse en su madre, sino que también se dirigían, y a veces de un la conciencia por el preconsciente, es decir, lo que es capaz de
modo francamente abierto, a su padre. Sin embargo, ni el padre conciencia, sin necesidad por ello de ser actualmente recordado.
ni Freud estaban preparados por aquel entonces para los descu- Freud estimó curada la fobia de Juanito y éste pudo desarro-
brimientos que Juanito, maestro aquí de uno y otro, estaba rea- llar su vida normalmente. Lo que no podía, quizá, prever aquel
lizando en sí mismo y que llevarán a Freud a hablar del Edipo breve e indirecto análisis eran las peripecias posteriores del «ana-
completo. lizado)), no tan risueñas como en el apéndice Freud se permite es-
Por otra parte, el caballo se muestra como un símbolo de plu- perar. La vida de Juanito estuvo marcada por el contraste entre
ral significación: si por un lado, remite al padre, no es sólo como un gran éxito profesional (hizo una tesis sobre la escenografía
miedo a su castigo, sino también por temor a que «el caballo se wagneriana que le valió el reconocimiento oficial de ta familia
caiga)), esto es, a que el padre no cumpla su función y le deje, sin Wagner; fue director escenográfico de la Metropolitan Opera
182 Freud y su obra 11. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 183

House de Nueva York, donde colaboró con ArturoToscanini y La prohibición debe su energía -su carácter obsesivo-
Bruno Walter; más tarde trabajó con María Callas, fue director precisamente a sus relaciones con su contrapartida incons-
de la Ópera de Zúrich y dirigió el teatro de Ginebra, hasta su ciente -el deseo oculto insatisfecho-, o sea una necesidad
muerte en 1973) y sus fracasos afectivos: nunca se repuso bien interior ignorada por la conciencia [... ]. La tendencia prohi-
bida se desplaza de continuo para escapar a la interdicción que
del divorcio y nuevos casamientos de sus padres; lamentó enor- sobre ella pesa e intenta reemplazar lo que le está vedado por
memente el verse separado de su hermana Ana, a la que había objetos y actos sustitutivos. Pero la prohibición sigue estos des-
cobrado un gran afecto, y sus atormentados conflictos conyuga- plazamientos y recae sucesivamente sobre todos los nuevos fi-
les le llevaron a iniciar un nuevo análisis con Hugo Solms, para nes elegidos por el deseo. A cada nuevo avance de la libido re-
morir de un cáncer de riñón en 1973. En sus Memorias, en el primida responde la prohibición con una nueva exigencia. La
ocaso de su vida, manifiesta una gran admiración por el padre y, coerción recíproca de las dos fuerzas en pugna crea la necesi-
cosa sorprendente, no dice nada de su madre. Tampoco nosotros dad de una derivación -de una disminución de la tensión
habíamos dicho nada, por no saber el papel jugado en el análi- existente-, necesidad en la que hemos de ver la motivación
sis, si es que alguno jugaron, de otros elementos que pudieron de los actos obsesivos. En la neurosis se nos revelan estos ac-
contribuir a la sobredeterminación de la fobi~ de Juanito. Pero, tos como transacciones, constituyendo, por una parte, testi-
monios de arrepentimiento y esfuerzos de expiación, y, por
por las Reminiscencias del profesor Sigmund Freud, escritas por otra, actos sustitutivos con los que la tendencia intenta com-
Max Graf, nos enteramos de que, cuando Juanito cumplió tres pensar la privación de lo prohibido. Es ley de la neurosis que
años, Freud, amigo de la familia, le hizo un hermoso regalo: un tales actos obsesivos vayan entrando cada vez más al servicio
caballito para que se balanceara. del deseo y aproximándose así paulatinamente al acto primi-
tivo prohibido (1913a, 11, 1766).

4.3. El hombre de las ratas Freud estudió tanto la vida pulsional de la neurosis obsesiva
(caracterizada por la ambivalencia y la regresión a la fase anal)
4.3.1. Génesis, estructura y síntomas de la neurosis obsesiva.- como las relaciones psíquicas desde un punto de vista tópico (sa-
El hombre de las ratas le da a Freud la oportunidad de analizar domasoquismo interiorizado, con una gran tensión entre el yo
un caso de neurosis obsesiva, el trastorno que consideraba más in- y un superyó especialmente cruel, por utilizar categorías de la
teresante y fecundo para la investigación psicoanalítica. La distin- segunda tópica) y los mecanismos en juego. Entre éstos, además
ción nosográfica la realizó él mismo, en La herencia y la etiología del desplazamiento del afecto hacia representaciones más o menos
de las neurosis (1896a, I, 279). Como ya vimos, la génesis de la alejadas del conflicto original, Freud insistió en la importancia
neurosis histérica y de la neurosis obsesiva radica en una expe- del aislamiento (el neurótico trata de romper la continuidad de
riencia (real o fantaseada) de seducción, pasivamente vivida en un pensamiento o un acto con otros o con su existencia en ge-
ambas, pero agregándose en la neurosis obsesiva un posterior mo- neral, mediante fórmulas y rituales que establecen un hiato en
mento de actividad, en la que aquélla se recrea, «una agresión se- las conexiones, defendiéndose así, con esa especie de cuarentena,
xual inspirada por el deseo (sujeto infantil masculio) o una gozosa del valor que para su vida tienen) y la anulación retroactiva. Con
participación en las relaciones sexuales (sujeto infantil femenino)» este mecanismo,el sujeto se esfuerza en actuar como si pensa-
(ibíd., 284). Al sucumbir tales representaciones a la represión, el mientos, palabras o actos pasados no hubieran ocurrido. No es
afecto de ellas desligado se desplaza en este caso al pensamiento y sólo, pues, que atenúe el alcance de una acción o un pensa-
la lucha entre la instancia represora y lo reprimido toma la forma, miento, o trate de repararlos, sino que, sin tomar en considera-
aparentemente muy alejada, de un pensamiento dubitativo, en el ción la irreversibilidad del tiempo, intenta «mágicamente» su-
que lo reprimido retorna, constituyendo los ceremoniales y los ac- primir su realidad misma. En el caso que vamos a estudiar, Freud
tos obsesivos formas de transacción entre ambas tendencias. Tal observa:
como Freud lo describió en alguna ocasión:
IH4 Freud y su obra 11. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 185

Tales actos obsesivos en dos tiempos, cuya primera parte es nes con las que se pretende justificar racionalmente el acto), y su
anulada por la segunda, son típicos de la neurosis obsesiva. Na- pensamiento se halla penosamente ligado a ideas ajenas a su inte-
turalmente, son mal interpretados por el pensamiento cons- rés normal, pero de las que no pueden desprenderse por absurdas
ciente del enfermo, el cual los provee de una motivación se- que sean. No es suficiente el consejo de desecharlas y pensar en
cundaria, racionalizdndolos. Pero su verdadero significado está algo más razonable, pues el enfermo quiere ya hacer eso mismo
en la representación del conflicto entre dos impulsos antitéti-
que se le aconseja, sin que todo el torrente de su voluntad lo lo-
cos de aproximadamente igual magnitud y, que yo sepa, siem-
pre de la antítesis de odio y amor [... ]. En vez de encontrar, gre. Lo más que puede conseguir es «desplazar la coerción, pero
como regularmente sucede en la histeria, una transacción en no suprimirla» (1917c, 11, 2284). El enfrentamiento primitivo se
una sola representación matando así dos pájaros de un tiro, se desliza entonces a oposiciones entre las que se produce un debate
satisface aquí a ambos elementos por separado, primero a uno sin salida y en el que, pese a todo, prefiere permanecer, pues él le
y luego a otro, aunque no sin llevar antes a cabo la tentativa de evita enfrentarse a temas más ocultos. La «necesidad de la insegu-
establecer una especie de enlace lógico (1909c, II, 1459). ridad o de la duda» (1909c, 11, 1478), que tan altos rendimientos
intelectuales trae a veces, puede asimismo llegar a paralizar y ais-
La anulación retroactiva puede ser intentada con actos simi- lar de la realidad, tendencia integrada en toda perturbación psi-
lares al que se pretende anular -pero atribuyéndoles significa- coneurótica. Tal inclinación se exterioriza en ocasiones en hábiles
ciones, conscientes o inconscientes, opuestas- o con una con- manejos de instrumentos de certidumbre, como los relojes (que
ducta que se opone directamente a la primera realizada. El nos aseguran al menos de la determinación de la hora), si bien los
hombre de las ratas suministra amplio material: un día tropezó neuróticos obsesivos adhieren preferentemente sus pensamientos
con una piedra en la calle y la apartó temeroso de que el coche a temas filosóficos o cosmovisionales «en los que la inseguirdad es
de su amada, que pasaría por allí unas horas después, tropezase generalmente humana y en los que nuestros conocimientos o
con ella, pero después pensó en lo absurdo de tal ocurrencia y, nuestro juicio permanecen necesariamente expuestos a la duda»
en vez de dejarle donde estaba, volvió a colocar la piedra en me- (oh. cit., 1478), entregados a los cuales, los actos más habituales
dio de la calle (oh. cit., 1458). y necesarios (levantarse, asearse, etc.) se pueden llegar a convertir
Los síntomas característicos son las ideas obsesivas, la com- en problemas complicadísimos, apenas solubles. Con todo, no hay
pulsión a realizar actos indeseables y la lucha contra esas mismas que pensar que su perpetua indecisión revele una debilidad de ca-
tendencias, los ceremoniales conjuratorios, y un pensamiento es- rácter; más bien, sucede que las fuerzas enfrentadas consumen su
crupuloso, que conduce a inhibiciones del pensamiento y de la actividad y, en el extremo, pueden despojarles de toda su energía,
acción. En la época en que el hombre de las ratas era religioso, cuando, por lo general, han sido «personas de carácter enérgico, a
se impuso la obligación de rezar, pero sus plegarias se prolonga- veces de una gran tenacidad, y siempre de un nivel intelectual su-
ban muchísimo, pues siempre se introducía en ellas algo que las perior al vulgar. En la mayoría de los casos presentan, además, una
contrariaba; si decía: «Dios me proteja», el espíritu maligno aña- alta disciplina moral, llevada hasta el escrúpulo, y una extrema co-
día en el acto: «No». Una vez, en sueños, transfiere el conflicto a rrección» (1917c, 11, 2283-2284).
Freud: la madre de éste ha muerto y le quiere dar el pésame, pero Pero sin detenernos más en la descripción de los mecanismos
teme echarse a reír impertinentemente; entonces, decide dejarle y caracteres de la neurosis obsesiva, atendamos al caso que nos
una tarjeta con las iniciales 'p. c.' (pour condoler), pero se equi- ocupa.
voca y escribe: 'p. f.' (pour féliciter) (ob. cit., 1460).
Así, los neuróticos obsesivos se ven obligados a realizar actos a 4.3.2. El suplicio de las ratas y la deuda: el odio inconsciente al
los que no pueden sustraerse, aunque les resulten engorrosos padre.- A pesar de sus dificultades e insuficiencias, advertidas por
(como cuando uno vuelve para cerciorarse de si ha cerrado bien Freud desde el principio, la historia de El hombre de las ratas es,
la llave del gas o el coche, aun a sabiendas de que así es, so pena sin duda, la mejor construida, aunque los complicados ceremo-
de experimentar una angustia que sobrepasa todas las explicacio- niales a los que su protagonista se entregó puedan enturbiar apa-

----~--
186 Freud y su obra 11. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 187

rentemente los lineamientos del caso. Freud experimentó una (aunque su terminología es flotante, pues también habla de «om-
clara simpatía por este paciente, en el que podía estudiar la rela- nipotencia de los deseos» o de «los sentimientos» u otras fórmu-
ción por él analíticamente privilegiada, la de un hijo y su padre. las que combinan esos términos) en Tótem y tabú, para referirse
En esta ocasión, se descubrieron, tras la muerte de Freud, las no- a algo característico de la neurosis, un estado mítico infantil, en
tas que tomaba después de las sesiones, aunque solía destruir los d que no habría diferenciación entre el interior y el exterior, y en
borradores. Pero no aportan nada especialmente sorprendente: la d que todo pensamiento sería susceptible de realizarse simple-
exposición publicada ni resume ni selecciona, a no ser repeticio- mente por ser pensamiento. Esa creencia es la que anima tam-
nes innecesarias. Freud no teoriza todo lo que este rico caso da de bién las supersticiones, otorgando eficacia a un deseo o un enun-
sí: la homosexualidad, la castración, la forma en que el paciente ciado. Esta «omnipotencia de las ideas» actuaba poderosamente
se esfuma bajo el estilo indirecto, el superyó. Pero todos esos as- en El hombre de las ratas, para el que sólo la idea de «matar al
pectos, aunque sea implícitamente, están considerados, a veces padre» equivalía ya a una manera de asesinarlo, sintiéndose cul-
con mayor precisión que cuando se los recubre con una etiqueta. pable de la ocurrencia. Un psicoanalista no está, desde luego, para
De nuevo aquí, Freud se muestra enormemente activo, muy lejos condenar, pero tampoco para absolver al paciente de un modo
de la neutralidad benevolente que recomendaba, en esa mezcla de ~alsamente tranquilizador, pues, aunque hay que diferenciar en-
cercanía y distancia con la que supo enfrentarse a tantos temas. tre lo psíquico y la realidad exterior, sabe que, en el psiquismo,
Pero las cosas han variado desde Dora y Freud se maneja aquí ma- hay identidad entre el pensamiento y la realización; que todo
gistralmente: como ha observado O. Mannoni, si se encarniza con afecto de culpa está motivado, aunque se manifieste desplazado;
las defensas secundarias de su paciente y le va desalojando, una que, en lo inconsciente, toda representación va acompañada de
tras otra, de ellas, respecto a lo esencial, en cambio, no dice una deseo: Freud pretende hacerle ver que la expresión «que mi pa-
sola palabra, y así conseguirá, más allá de los complicados ritua- dre muera» puede ser, en efecto, un deseo, pero también un te-
les y de los síntomas, movilizar el deseo inconsciente de muerte mor, el antecedente de una oración con diversos sentidos, y que
del padre, que, transferido sobre el analista, posibilita la cura. si no era un deseo por qué se lo reprochaba, a lo que el paciente
Ernst Lanzer -el verdadero nombre de El hombre de las ra- respondió: «Por el contenido de la representación». En esta ten-
tas, según reveló en 1986 el psicoanalista canadiense Patrick Ma- dencia a atribuir eficacia real al pensamiento se manifiesta «un
hony- pertenecía a una familia de la burguesía media judía. Ha- trozo de la primitiva manía infantil de grandeza» (1909c, 11,
bía estudiado Derecho y se había enamorado de una de sus 1479). Pero, antes de llegar a tales estratos, Ernst Lanzer y Freud
primas, Gisela Adler, que era pobre, como la primera mujer a la tuvieron un arduo camino por recorrer.
que su padre amó, aunque éste terminó por casarse con una mu- El análisis, contemporáneo del de Juanito, se publicó en 1909,
jer rica y pretendía que otro tanto hiciera su hijo. A la muerte del pero se llevó a cabo entre octubre de 1907 y julio de 1908. En el
padre, en 1898, entró, también como él, en la academia militar verano anterior, en el transcurso de unas maniobras militares de-
del ejército imperial y, poco después, en 1901, empezó a ser do- sarrolladas en Galitzia, dos acontecimientos se anudaron para pre-
minado por diversas obsesiones sexuales y morbosas: se había cipitar el estallido del conflicto, que, como si fuese un sueño, se
acostumbrado a mirarse el pene en el espejo para asegurarse de manifiesta en un lenguaje incomprensible. El capitán Nemeczek,
su erección, le gustaban los funerales y los rituales mortuorios, se partidario de los castigos corporales, relató un día un suplicio
dirigía fuertes reproches que le animaban al suicidio, aunque en- oriental consistente en desnudar al condenado y fijarle en las nal-
seguida se arrepentía de esas tendencias y procuraba anularlas u gas un orinal agujereado en el que se agitaba una rata hambrienta,
oponerse a ellas (recordemos que se desmayó para no cortarse el a la que se excitaba con una varilla incandescente, hasta que, para
cuello, después de que se le ocurriera, mientras se afeitaba, lo fá- huir de la quemadura, penetraba por el ano y lo mordía, mu-
cil que sería hacerlo). La tendencia a atribuir efectividad al pen- riendo al cabo de un rato el hombre y la rata. Cuando trató, en
samiento fue calificada por el propio paciente con el nombre de el curso del análisis, de referir ese castigo, le resultó insoportable
«omnipotencia del pensamiento», un rótulo que Freud recogería relatar los detalles del suplicio, se levantaba del diván suplicando
188 Freud y su obra 11. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 189

a Freud le ahorrara esa tarea, y se expresaba con tal oscuridad que seducción -precoz, una actividad sexual por la que luego se expe-
fue enormemente trabajoso aclararlo, manifestando con ello to- rimenta culpa, desplazándose todo ello, deseo y prohibición, a
dos los síntomas de la resistencia. Pero, en cada momento del re- otras representaciones, es que el pequeño Lanzer fue castigado
lato, se observaba una extraña expresión, «que sólo podía inter- por su padre, hacia los seis años, por sus prácticas masturbato-
pretarse como signo de horror ante un placer del que no tenía la rias, lo que el paciente acepta. Pero, agrega que su madre le ha-
menor conciencia» (ob. cit., 1447). Al oírlo, había surgido en él la bía contado cómo, hacia los cuatro años, el padre le había apaleado
idea de que el castigo se le aplicaba a una persona por él querida, por haber mordido a alguien, y él le injurió con nombres de
que parecía ser su amada, y, con extraordinaria rapidez, una san- objetos (lámpara, servilleta), sin recordar que hubiera experi-
ción destinada a defenderse de ambas ideas, una especie de con- mentado rabia hacia él. Sin embargo, poco después, en sus sue-
juro, acompañado de un ademán de repulsa (el «ambas» que Lan- ños y asociaciones, las injurias se dirigieron hacia Freud (del que,
zer introduce le lleva a reconocer que también había pensado en por otra parte, reclamaba un castigo), permitiendo así la transfe-
que el castigo se le aplicaba a su padre). Por otra parte, el día en rencia acceder al odio inconsciente al padre: el relato de las ratas
que el capitán, hacia el que experimentaba animosidad, había re- mordiendo el ano habría despertado en Lanzer el erotismo anal
latado dicha tortura, Ernst Lanzer perdió sus gafas y telegrafió a (mantenido años enteros por el prurito causado por las lombri-
su óptico de Viena para que le enviase otro par por correo. Poco ces) y el recuerdo de la antigua escena de la mordedura, narrada
después se las enviaron y se las entregó el mismo capitán, dicién- por la madre, mientras que el capitán defensor de los castigos cor-
dole que los gastos postales se los tendría que abonar al teniente porales ocupaba el lugar del padre, atrayendo sobre sí el odio con
David, supervisor de correos. Al instante se le ocurrió que no lo el que antaño había respondido a su crueldad.
devolvería (también su padre había contraído alguna vez una Conforme a lo que Freud ya había estudiado en El carácter y
deuda de juego que quedó sin saldar), pues si lo hacía se cumpli- el erotismo anal, las ratas adquirieron la significación del dinero,
ría en su padre y en su amada la fantasía de las ratas, y una con- lo que permite enlazar los dos episodios, el del castigo y el de la
traorden en forma de juramento, casi pronunciado en alta voz: deuda, hasta el punto de que el paciente había tomado la cos-
«Tienes que devolver el dinero». Pero, por diversos factores, algu- tumbre de calcular los honorarios del tratamiento pensando:
nos aparentemente objetivos, el pago de la deuda se aplaza, Lan- «Tantos florines, tantas ratas», relación que se establecería asimiso
zer se lo reprocha, recuerda sus juramentos y contrajuramentos, y por la asociación de Ratten (ratas) y Raten (pago a cuenta, cuo-
la noche antes de su partida se debate espantosamente entre ellos. tas, plazos), que, a través de Spielratte (jugador empedernido)
En el viaje de regreso, se bajó del tren para tomar otro en sentido conduce a la deuda de juego del padre, lo que Freud denomina
inverso y procurar devolver el dinero, después pensó que podía aquí, un tanto bajo la influencia de Jung, «el complejo econó-
hacerlo de otra manera y que era ridículo todo ello, volvió a to- mico enlazado a la herencia del padre» (ob. cit., 1469).
mar otro tren para Viena, y así pasó el día subiendo y bajando del Ernst Lanzer no vivió lo suficiente para advertir las insuficien-
tren en cada estación, yendo y viniendo en un sentido y en otro, cias o los beneficios del tratamiento con Freud. Casado en 191 Ocon
hasta que, extenuado, al llegar a la ciudad, un amigo le tranqui- su amada Gisela, fue hecho prisionero por los rusos en los comien-
lizó y le acompañó al día siguiente a Correos, donde impuso un zos de la Primera Guerra Mundial y murió ese mismo año de 1914.
giro por el importe de las 3,80 coronas. Pero enseguida tornaron
a atormentarle las dudas y, entretejida con el delirio, surgió la de-
cisión de consultar a Freud, del que había leído Psicopatología de 4.4. El hombre de los lobos
la vida cotidiana, donde había encontrado mecanismos psíquicos
en los que se reconocía (en realidad, reconocimiento de mecanis- Quien iba a vivir mucho tiempo, para morir en 1979, a los
mos secundarios, respecto a su conflicto principal). noventa y dos años de edad, fue otro de los grandes pacientes de
La hipótesis con la que acabará trabajando Freud, de acuerdo Freud, El hombre de los lobos. También iba a ser el tratamiento
con su idea de que la neurosis obsesiva implica siempre, tras una más largo de los considerados (de enero de 191 O al 28 de junio
190 Freud y su obra ll. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 191

de 1914, día del asesinato del archiduque Francisco Fernando en La transferencia es violentamente ambivalente desde el prin-
Sarajevo) e iba a prolongarse en otros posteriores, de nuevo con cipio, según le comunica Freud a Sandor Ferenczi: «Un joven
Freud, tras la guerra, y después con una alumna suya, Ruth ruso que estoy viendo a causa de su compulsión a enamorarse,
Mack-Brunswick. Freud redactó el historial entre octubre y no- me comunicó en la primera sesión las siguientes transferencias:
viembre de 1914, aunque no lo publicó hasta 1918, con el título judío estafador, me gustaría hacerte un coito anal y cagarte en la
de Historia de una neurosis infantil, sin el sobrenombre de «El cabeza. A los seis años experimentó como primer síntoma mal-
hombre de los lobos», con el que se publicaría desde que se lo decir a Dios: cerdo, perro, etc. Cuando vio tres defecaciones en
diera su posterior analista. Del conjunto del análisis, al parecer la calle se sintió mal por relacionarlas con la Santísima Trinidad
muy difícil, Freud sólo comunica la parte que se relaciona con la y buscó ansiosamente una cuarta para evitar la asociación» (13-
neurosis infantil, pero, como veremos, en el paciente podría es- 11-10; C, III, 127). Pese a todo, por primera vez, Pankejeff tuvo
tar en juego una estructura psicótica, la cual llevará a Freud a ha- la sensación de ser escuchado y mantuvo afectos cordiales con
blar de una nueva forma de rechazo {Verwerfong), distinta de la Freud, el cual, a su vez, le estimaba. Al final del tratamiento de-
represión. Escrito además, en buena medida, para refutar algunas cía sentirse curado, volvió a Rusia, se casó con Teresa en 1914 y
de las posiciones de Jung y de Adler, en él se plantea también con estudió Derecho. Sin embargo, la Gran Guerra y la Revolución
fuerza el problema del fantasma y de las fantasías originarias. bolchevique le arruinaron: emigró a Viena y trabajó en una com-
pañía de seguros hasta su jubilación, aunque nuevos accesos de-
4.4 .1. Serguei Pankejeff. El hombre de los lobos, Serguei Cons- presivos le obligaron, entre noviembre de 1919 y febrero de 1920,
tantinovich Pankejeff (1887-1979), reveló su identidad en una au- a otro análisis con Freud, que le acogió gustosamente e incluso
tobiografía en la que analizaba su propio caso. Había nacido en recolectó dinero para él entre sus discípulos vieneses, negándose,
Rusia meridional, en una rica familia de la nobleza terrateniente, sin embargo, a recibirle una tercera vez, en 1926, y derivándolo a
y se educó en Odessa, con criadas (Grouscha), niñeras (Nania), Ruth Mack-Brunswick, con la que estuvo en análisis hasta 1927.
institutrices (Miss Owen) y preceptores. En las dos ramas de la fa- Pankejeff entró de este modo en un verdadero caos transferen-
milia había varios casos de enfermos psíquicos graves, paranoicos cia!: además de a Ruth, Freud analizaba a la vez a su marido y a
que habían sido atendidos psiquiátricamente y recogidos en asi- su cuñado (algo hoy día impensable). Ruth Mack-Brunswick, in-
los, estrafalarios como el tío Nicolás, hermano del padre, que le teresada en las psicosis y en los mecanismos preedípicos destaca-
intentó robar la novia a uno de sus hijos y casarse con ella por la dos por Melanie Klein, publicó un Suplemento al extracto de una
fuerza, como el padre de Los hermanos Karamazov compite con su neurosis infantil, en el que estimaba que Pankejeff padecía una
hijo Dimitri por el amor de Grushenka. En 1905 se suicidó su paranoia, con lo que el campo psicoanalítico se dividió en el diag-
hermana Ana y, dos años después, su padre. Desde los diez años, nóstico, entre los partidarios de la psicosis o de la neurosis. Mien-
Serguei presenta graves síntomas neuróticos y frecuentes accesos tras tanto, poco después de la entrada de los nazis en Viena,
depresivos (¡quién lo iba a decir!), que acabarían por hacerle va- en 1938, Teresa Keller se había suicidado y, tras la segunda gue-
gar entre asilos, sanatorios y curas termales de diversos países (en rra mundial, la Asociación Psicoanalítica cuidó de un modo in-
Múnich, Emil Kraepelin le había diagnosticado psicosis maníaco- sólito a Pankejeff: le mantenía económicamente, Kurt Eissler le
depresiva), en donde no pudieron ofrecerle remedio, aunque en analizaba todos los veranos y Muriel Gardiner, una norteameri-
el sanatorio de Neuwittelsbach encontró a una enfermera algo ma- cana que se había analizado también con Ruth Mack-Brunswick,
yor que él, Teresa Keller, de la que se enamoró y con la queman- se convirtió en su confidente y consejera, ayudándole a redactar
tuvo una relación pasional, pese a la oposición de la familia -por sus memorias. Años después, y frente a los deseos de los celosos
el origen plebeyo de Teresa, madre ya de una niña, Else- y del vigilantes de la Asociación Psicoanalítica Internacional, Pankejeff
psiquiatra, persuadido de que la sexualidad era nociva en caso de concedió una larga entrevista a la periodista vienesa Karin Ob-
locura. Al volver a Odessa, un joven médico, Leonid Droznes, de- holzer, en la que, aunque negaba la realidad de algunas de las re-
cidió llevarlo enseguida al consultorio de Freud en Viena. construcciones freudianas, y en particular la escena primitiva del

·--- ------------------ ---- -------~-


192 Freud y su obra 11. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 193

coito a tergo, porque los niños en Rusia nunca duermen con sus ve espantado que se ha cortado el dedo meñique, que sólo perma-
padres, seguía mostrando veneración por Freud y tomó partido necía sujeto por la piel; se desploma en un banco, incapaz de de-
por su diagnóstico. cirle nada a la niñera ni de mirarse el dedo; pero luego se tranqui-
liza, se observa y ve que no tiene herida ninguna. Aunque las
4.4.2. El sueño de los lobos y la escena primitiva. En el tratamiento amenazas de castración partieron para Serguei de las mujeres,
llevado a cabo por Freud, éste analizó un sueño tenido a los cuatro Freud estima que la herencia filogenética se impone sobre sus vi-
años e ilustrado por el paciente con un dibujo: Se veía a sí mismo vencias personales, las cuales rellenan de algún modo el esquema
acostado en su cama una noche de invierno. De pronto, se abre la prescrito por aquéllas, hasta acabar, en la época de su neurosis
ventana y en las ramas del grueso nogal alzado ante ella encuentra obsesiva, convirtiendo al padre en la persona temida. «Vence así en
encaramados, inmóviles y mirándole fijamente, seis o siete lobos este punto la herencia filogenética a la vivencia accidental. En la
blancos (en el dibujo sólo representa cinco), aunque más bien pa- prehistoria de la Humanidad hubo de ser seguramente el padre el
recían zorros o perros de ganado, pues tenían grandes colas como que aplicó la castración como castigo, mitigándola después, hasta
los zorros y enderezaban las orejas como los perros cuando ventean dejarla reducida a la circuncisión» (1918, II, 1988).
algo. Presa de un horrible miedo a ser devorado por los lobos, em-
pezó a gritar. Con este sueño y algunas datos y asociaciones del 4.4.3. La polémica con Adler y ]ung. El análisis de la evolución
paciente, Freud construyó una escena primitiva en la que el pe- sexual infantil (escena primitiva, seducción por la hermana, sueño
queño Serguei, hacia el año y medio de edad, y enfermo de mala- de angustia -en el que resignifica la escena primaria y se de-
ria, dormía en el cuarto de los padres. A las cinco de la tarde, en fiende frente al deseo homosexual reprimido-, fobia a los lobos,
el acmé de la fiebre, se despertó y contempló con intensa atención sublimación de las tendencias masoquistas a partir de la Historia
(como los lobos a él, trasponiendo así el sueño el sujeto por el ob- Sagrada y neurosis obsesiva de temática devota -necesidad de
jeto) a sus padres en ropa interior blanca, entregados a un coito besar muchas estampas antes de dormirse, ideas blasfemas con-
a tergo, una escena muy movida (frente a la inmovilidad de los lo- trarias-) está repleto de observaciones interesantes, montadas
bos en el sueño) en la que contempla los genitales de sus padres, sobre la problemática reconstrucción de la escena primaria, a pro-
lo que le provoca un súbito movimiento intestinal, una deposición pósito de la cual Freud emprende una prolongada discusión con
por la que llora y con la que los interrumpe. A partir de aquí, hay Adler y, sobre todo, con Jung. Uno y otro intentaban introducir
multitud de aspectos de la evolución del niño que Freud considera: la importancia de motivos «superiores» y posteriores a las ten-
el erotismo anal; la homosexualidad hacia el padre, esto es, el de- dencias libidinosas infantiles, sin negar los cuales Freud quiere
seo de ocupar el lugar de la madre en el coito, lo que implica de- subrayar el papel determinante de la sexualidad infantil: así, a
jarse castrar y la subsiguiente angustia; la contemplación de las nal- propósito de la rivalidad con la hermana, Adler podría hablar de
gas de la criada Gruscha, comparadas con alas de mariposa o con la influencia de la voluntad de poder que se manifiesta en elec-
el número romano V; la seducción por su hermana y la amenaza ciones de objeto por las que Pankejeff rebajaba a las mujeres ele-
de castración de la niñera; la resignificación de la escena primitiva, gidas, generalmente criadas; pero Freud estima que esos motivos
el sueño de los lobos y la génesis de la fobia; el conocimiento de de poderío proporcionan sólo una racionalización, en tanto que
la Historia Sagrada, que le permite sublimar sus tendencias maso- la determinación auténtica viene dada por el episodio en el que
quistas, interpretando en forma pasiva la figura de Cristo, y pro- ve a la criada Gruscha fregando el suelo, lo que hacía resaltar sus
porciona una temática devota a sus síntomas obsesivos; la dualidad nalgas, y en quien, por tanto, vuelve a encontrar la postura adop-
de posiciones respecto a la castración, hacia la que primitivamente tada por su madre en la escena del coito, que queda reactivada:
mantuvo una actitud de rechazo (Verwerfong), aunque de algún el pequeño se puso a orinar delante de Gruscha, la cual le re-
modo también la reconoce, como se manifiesta en la alucinación prendió, pero él se comportó entonces como suponía que su pa-
que tuvo hacia los cinco años: se encuentra al lado de la niñera ta- dre había hecho con su madre, es decir, con una micción. El pa-
llando con una navajita uno de los nogales del jardín y, de pronto, dre, objeto de identificación de su tendencia activa (ser como él),
194 Freud y su obra 11. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 195

pasará a ser posteriormente -por el papel pasivo que le impone llltlCÍÓn inicial de la producción de las neurosis, en cuanto deter-
la hermana al seducirle tocándole los genitales- el objeto de su 111 i na, de un modo decisivo, si el individuo ha de fracasar en la su-
elección (tenerle a él), sustituyendo a la vez la actitud activa por pmtción de los problemas reales de la vida y en qué lugar ha de fra-
una actitud pasiva o, mejor, por una tendencia también activa- CttJan> (ob. cit., 1969). Desde este punto de vista, es decir, desde
la pulsión siempre lo es-, pero de «fin sexual pasivo» (ob. cit., la importancia de los factores infantiles en la evolución posterior
1952). Tampoco en la represión del intenso deseo homosexual ha- dd individuo, llega a ser indiferente incluso el que esas escenas,
cia el padre, que trata de manifestarse en el sueño de los lobos y inconscientes pero eficaces, fueran efectivamente reales o meras
que acaba generando la angustia, habría de verse, como Adler que- Ltntasías; en cualquiera de los casos, el analista no podrá hacer
rría, una «protesta masculina», aunque esa represión se vea ayu- otra cosa que «seguir al paciente en su camino y llevar a su con-
dada por «la masculinidad narcisista del genital», pues «la repre- ciencia dichos productos inconscientes, aunque carezcan de todo
sión no toma siempre el partido de la masculinidad en contra de valor de realidad». Así, pues, reales o fantaseadas, «la técnica ana-
la feminidad [ ... ]. Si hubiera sido realmente la masculinidad la lírica no experimentará modificación alguna, cualquiera que sea
que hubiese vencido a la homosexualidad (feminidad) durante el d valor que se conceda a las escenas infantiles discutidas» (ob.
proceso del sueño, tendríamos que hallar como dominante una cit., 1966-1967), y la posición de Jung, que unilateraliza la im-
tendencia sexual activa de franco carácter masculino, pero no ha- portancia de los factores actuales, ha de ser desechada.
llamos el menor indicio de ella [ ... ]. La victoria de la masculini-
dad se muestra tan sólo en que el sujeto reacciona con angustia a 4.4.4. La realidad y la fontasía: el fontasma y las fontasías ori-
los fines sexuales pasivos de la organización predominante (maso- ginarias. Refutar a Jung -importancia de los motivos infantiles,
quistas, pero no femeninos). No existe ninguna tendencia sexual reales o fantaseados- no obliga, pues, a adoptar una actitud re-
masculina victoriosa, sino tan sólo una tendencia pasiva y una re- alista, pero ello no resta interés a la cuestión, y, una vez más, como
sistencia contra la misma» (ob. cit., 2002-2003). cuando abandonó la teoría de la seducción traumática, Freud se
Frente a Jung, la Historia de una neurosis infontil quiere asi- enfrenta a ella, consciente de que tales «escenas infantiles no son
mismo mostrar «la participación predominante de las fuerzas pul- reproducidas en la cura como recuerdos: son resultados de la cons-
sionales libidinosas en la estructuración de la personalidad y la trucción» (ob. cit., 1967), siendo discutible su carácter, lo que nos
ausencia de las remotas tendencias culturales, de las que nada lleva directamente al problema de la fontasía y del fontasma.
sabe aún el niño» (ob. cit., 1942). Sobre todo, quiere oponerse a Por «fantasía» puede entenderse tanto la facultad de imaginar
la desvalorización de las escenas de la más temprana infancia, de- (para la que el alemán suele reservar el término Einbildungskraft)
terminantes en el curso de la evolución del individuo, pero que como el contenido del mundo imaginario, lo que en el psicoa-
para Jung no eran sino proyecciones regresivas del adulto, «des- nálisis se suele denominar «fantasma» (Phantasie, en alemán; fon-
tinadas a una representación en cierto modo simbólica de deseos tasme, en francés), entendiendo por tal una escenificación imagi-
e intereses reales y que deben su génesis a una tendencia regre- naria en la que se encuentra presente el sujeto y que supone la
siva, a un desvío de las tareas del presente» (ob. cit., 1966). Freud realización de un deseo inconsciente, bajo una cubierta defor-
no niega la importancia del conflicto actual, del apartamiento de mada por los procesos defensivos. La utilización del término por
la realidad, de la satisfacción sustitutiva en la fantasía y la regre- parte de Freud no es unívoca, pues puede referirse tanto a fanta-
sión al material del pasado; pero todo ello es sólo un fragmento, sías conscientes, sueños diurnos o ensoñaciones, como a fantasías
el que actúa desde la realidad como punto de partida y en direc- inconscientes en el sentido descriptivo del término, bien se trate
ción regresiva; mas, junto a él, se ha de destacar la importancia de formaciones subliminales, preconscientes, bien de fantasmas
de otra influencia «que actúa partiendo de las impresiones in- propiamente inconscientes, fantasmas que subyacen a un conte-
fantiles, muestra el camino a la libido que se retira de la vida y nido manifiesto, representan un deseo inconsciente y se encuen-
hace comprensible la regresión a la infancia, inexplicable de otro tran en el punto de partida del sueño, respecto al que, como vi-
modo [ ... ]:La influencia de la infoncia se hace ya sensible en la si- mos, actuaban con el papel de socio «capitalista».
196 Freud y su obra 11. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 197

Los fantasmas juegan, así,un papel básico en el proceso del lUrrió a una explicación filogenética, tan problemática como la
sueño, desde su núcleo a su fachada, provista por la elaboración postulación de que en la prehistoria de la humanidad fuera real-
secundaria, según destacó Freud, subrayando más las analogías mente objetivo lo que en la actualidad se habría convertido en re-
entre esos diversos sentidos que sus diferencias. Al hablar en Lo ;didad psíquica, pero no por ello menos actuante y eficaz. En
inconsciente sobre las comunicaciones entre los sistemas de la tó- dccto, y según comenta en Lecciones introductorias al psicoandli-
pica, se refiere a esas ramificaciones del sistema les. diciendo: «Por .1is, correspondan a la realidad o sean creadas imaginativamente,
un lado presentan un alto grado de organización, se hallan exen- «d resultado es el mismo, y no hemos podido observar todavía di-
tas de contradicciones, han utilizado todas las adquisiciones del krencia alguna entre los efectos de los sucesos reales de este gé-
sistema Cs. y apenas se diferencian de los productos de este sis- nero y los producidos por las creaciones imaginativas homólogas
tema; pero, en cambio, son incapaces de conciencia. Pertenecen, 1••• ] • A mi juicio, tales fantasías «primitivas» constituyen un pa-
pues, cualitativamente, al sistema Pes.; pero, efectivamente, al les. trimonio filogenético. Por medio de ellas vuelve el individuo a la
Su destino depende totalmente de su origen. Podemos compa- vida primitiva [ ... ]. Es posible que todas estas invenciones fueran
rarlas con personas mestizas, semejantes en general a los indivi- en épocas lejanas, en las fases primitivas de la familia humana,
duos de la raza blanca, pero que delatan su origen mixto por di- realidades concretas y que dando libre curso a su imaginación no
versos rasgos visibles, y por la cual son así excluidos de la sociedad haga el niño sino llenar, con ayuda de la verdad prehistórica, la-
y del goce de las prerrogativas de los blancos. De esta naturaleza gunas de la verdad individual» (1917c, II, 2354).
son las fantasías de los normales y de los neuróticos, que reco- La insistencia freudiana en la transmisión genética de las dis-
nocimos como fases preliminares de la formación de sueños y de Josiciones psíquicas ha sido objeto de severas críticas, pues ello
síntomas» (1915d, II, 2075). Actuantes, pues, en el sueño, el sín- te comprometía, a pesar de su admiración por Darwin, con una
toma, la conducta y las ensoñaciones, la terapia analítica se en- variante del desacreditado lamarckismo. Además, aunque los des-
camina a descubrir, tras manifestaciones tan diversas, la estruc- cubrimientos sobre la transmisisón hereditaria y la genética no
tura subyacente de una fantasmática. En estrecha relación con el estaban aún muy desarrollados, Freud conocía ya las pruebas de
deseo -como lo refleja el término «fantasía de deseo» o «fan- A. Weismann, acerca de la independencia de las células germi-
tasma desiderativo» (Wunschphantasie), empleado por Freud en nales respecto al cambio producido en el soma, y los trabajos de
su Adición metapsicológica a la teoría de los sueños ( 1917b, II, G. Mendel. Pese a lo cual, y para sorpresa de todos, empezando
2087)-, el fantasma, más que representar el objeto deseado, es- por E. Jones, Freud no cedió al respecto un ápice, ni siquiera
cenifica una secuencia de la cual forma parte el sujeto (incluso en cuando en los años finales redacte Moisés y la religión monoteísta.
la escena originaria, aunque se encuentre entre paréntesis, como La vinculación entre el problema de las escenas originarias, como
observador que participa, no obstante, interrumpiendo, por estructuras irreductibles a las contingencias de la vida individual,
ejemplo, el coito) y en la cual son posibles las permutaciones de y la transmisión hereditaria, no debería, sin embargo, quizá, lle-
papeles y de atribución -según ocurre en la fantasía Pe$an a un var a desechar aquéllas al rechazar ésta. En Fantasma originario,
niño (1919)-. De este modo, el deseo se articula en el fantasma, fantasma de los orígenes, orígenes del fantasma Jean Laplanche y J.-
pero éste, a su vez, refleja también las operaciones defensivas, esceni- B. Pontalis han tratado de buscar una base más plausible para la
ficando, así, tanto el deseo como la prohibición. universalidad de esas estructuras poniéndolas en relación con la
Entre los fantasmas inconscientes, Freud postuló la existencia del complejo de Edipo, cuyo carácter estructuran te fue subrayado
e importancia de los fantasmas originarios ( Urphantasien) o pri- por Freud en diversas ocasiones. En una larga nota al caso El
marios, escenificaciones típicas y en número limitado en torno a hombre de las ratas, estudiando el papel de los recuerdos infanti-
los orígenes (vida intrauterina, escena primitiva referida al coito les y su elaboración por la fantasía y el recuerdo, Freud indica
entre los padres, fantasma de castración, fantasía de seducción), cómo de la uniformidad del contenido del complejo nodular de
organizadores de la vida fantasmática, hasta el punto de imponerse las neurosis, «depende que, en general, surjan las mismas fanta-
a las vivencias accidentales del sujeto, y para cuya explicación re- sías sobre la niñez, cualesquiera que sean las aportaciones de la
198 Freud y su obra 11. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 199

realidad. Al complejo nodular infantil corresponde el hecho de etapa, al comprender el niño que pater semper incertus est, mien-
que el padre llegue a desempeñar el papel de adversario sexual y tras que la madre es certissima, lo que provoca la atribución a la
perturbador de la actividad sexual autoerótica, y la realidad con- madre de numerosas infidelidades y relaciones amorosas ocultas
tribuye a ello también en gran parte» (1909c, II, 1467). (a veces, tantas como hermanos), en las que se expresa la indig-
Mas, con todo, Freud nunca desechó por completo la posible nación de no ser el único objeto de preferencia y el rebajamiento
realidad de tales escenas, cuando no la transportaba de la infancia de la figura materna, que no sólo desea al niño, sino, antes y
individual a la de la Humanidad, tal como veremos en Tótem y como condición de su existencia, al padre. En su estudio, O.
tabú. Pero, sobre la incertidumbre que albergaba al respecto es Rank señaló que los relatos míticos en torno al nacimiento del
buen testimonio esta declaración agregada en nota a El hombre de héroe (Rómulo, Moisés, Edipo, Lohengrin ... ) pueden leerse
los lobos: «Ninguna duda me ha preocupado tanto ni me ha hecho como fantasmas en los que las situaciones reales se invierten:
renunciar tan decididamente a muchas publicaciones. Por otro mientras en la novela familiar, el niño se libera de su familia de
lado, he sido el primero en dar a conocer tanto el papel de las fan- origen y adopta otra más adaptada a sus deseos, en el mito son
tasías en la producción de síntomas como el fantasear retrospectivo los padres quienes abandonan al héroe, recogido por una familia
sobre la infancia de fantasías nacidas de estímulos posteriores y se- adoptiva -por lo general, y a pesar de las variantes, menos pres-
xualizados después del suceso, hecho que ninguno de mis adversa- tigiosa-, hasta que en la vida adulta recupera su identidad.
rios se ha dignado mencionar [ ... ] . Si, a pesar de todo, he seguido En fin, para acabar de considerar algunos de los problemas
propugnando mi teoría, más inverosímil y más ardua, ha sido siem- que plantea este historial, tendríamos que atender a ese meca-
pre con argumentos como los que el caso aquí descrito, o cualquier nismo, distinto de la represión, denominado por Freud Verwer-
otro de neurosis infantil, impone al investigador, y que de nuevo .fimg, que se situaría en el origen de la psicosis. Pero dejémoslo
someto a la consideración de mis lectores» (1918, II, 1998). aquí como un cabo suelto que habremos de retomar cuando, en
el capítulo IV, hablemos del reexamen que, en la década de
4.4.5. La novela familiar del neurótico (1909).- En cual- los 20, Freud realiza de la neurosis, la psicosis y la perversión.
quier caso, esas fantasías, en muchas ocasiones subyacentes al ata-
que histérico que lo simboliza, pueden expresarse también a tra-
vés de construcciones teóricas, como las estudiadas en Teorías 4.5. Schreber
sexuales infantiles (1908) o de producciones imaginarias, como La
novela familiar del neurótico (1909), escenificaciones a través de Las Observaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia au-
las cuales el neurótico, si es que no todo hombre, trata de res- tobiogrdficamente descrito (Caso Schreber), aparecidas en 1911, es
ponder a los grandes enigmas de su existencia. En el ensayo so- un historial clínico basado en el análisis de las Memorias de un
bre la <<novela familiar» -escrito para la obra de Otto Rank, El neurópata, publicadas en 1903 por Daniel Paul Schreber. Jurista,
mito del nacimiento del héroe-, Freud denomina así a la cons- perteneciente a una familia de la burguesía protestante alemana,
trucción imaginaria, más o menos inconsciente, por la que el era hijo de Daniel Gottlob Moritz Schreber, célebre por teorías
niño modifica sus vínculos genealógicos y se atribuye padres de educativas de extremo rigor. Freud no estableció ningún vínculo
condición más elevada, social o moralmente, a la de los suyos, entre ellas y el delirio del hijo. Serán Ida Macalpine y Richard
cuando descubre que éstos no eran tan ideales y grandiosos como Hunter, discípulos de Edward Glover y disidentes de la British
en un principio le habían parecido. A su formación coadyuvan Psychoanalitical Society, quienes traten de establecerlos, y, tras sus
las ocasiones en que se ha sentido menospreciado, no correspon- huellas, Jacques Lacan. Tampoco dice nada Freud, al menos ex-
dido en su amor o querido en menor grado que sus hermanos, plícitamente, sobre el papel de la madre, frente al posterior in-
como si fuese un hijo adoptado. Esa fantasía, tendente a exaltar tento de los kleinianos, aunque Lacan volverá a centrar la cues-
el propio narcisismo y omnipotencia, y a rebelarse contra las cir- tión en la figura paterna.
cunstancias concretas de la filiación, se modifica en una segunda
200 Freud y su obra 11. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 201

4.5.1. «He triunfado donde el paranoico fracasa».- Daniel elección divina, conversión en mujer- en la fijación homosexual
Paul Schreber, hombre culto, inteligente y moral, presidente de .ti padre (y, por transferencia, al médico, el doctor Flechsig, y a
una corte de justicia en Leipzig, fue internado en diversas oca- 1>ios). La tendencia homosexual reprimida, inaceptable por la
siones en hospitales psiquiátricos, en los que se le daba de alta tksvirilización que comportaba, logró abrirse paso cuando la fe-
por su buen comportamiento y juicio. En 1903, ganó un pro- tninización parecía ordenada por el mismísimo Dios. Así, a través
ceso por el que obtenía su libertad y el derecho a publicar sus de sucesivas disociaciones y transformaciones, Schreber logró re-
Memorias, en las que se presenta, a la vez, como un enfermo men- t onstruir el mundo: la fantasía feminizante encontraba satisfac-
tal inofensivo y como alguien que es víctima de alucinaciones, litín, sin resultar ya un ultraje, a la vez que el delirio de grandeza
que, en realidad, alega, encubren verdades que los otros no reco- .\l" encauzaba por los vericuetos de su ampulosa teología.
nocen. Esas Memorias pueden dar una idea de los intensos sufri-
mientos que padecía y de la riqueza de un lenguaje deslumbrante 4.5.2. El concepto de proyección. Pero es en el capítulo 3. 0 de
y extraño. En 1903, volvió a ingresar en el asilo de Leipzig-Do- la obra en el que Freud intenta elucidar el concepto de proyec-
sen, donde murió en 1911. ción. El término tiene un empleo muy extenso. Fuera del campo
Freud andaba preocupado en esa época por los problemas del psicológico, se encuentra en geometría (proyección de una figura
destino de las pulsiones y de la homosexualidad, abordados en su plana en el espacio, correspondiéndose ambas punto por punto)
reciente ensayo sobre Leonardo de Vinci, a la vez que trataba de o neurología (correspondencia puntual o estructural de un apa-
analizar sus propios componentes homosexuales en su antigua in- rato somático en una zona cerebral). En psicología, por su parte,
tensa amistad con Fliess, como revela en un carta del otoño se encuentran diversas acepciones relacionadas: en primer lugar,
de 191 O, en la que, rechazando la exorbitante petición de intimi- Jara referirse a la percepción del medio ambiente en función de
dad que Ferenczi le hacía, comenta: «Después del caso de Fliess,
en cuya superación me ha visto recientemente ocupado, aquella
!os intereses del sujeto, concepto que se encuentra a la base de
los tests proyectivos, como el Rorschach o el T.A.T. Segundo, la
necesidad se ha extinguido. Una parte del investimiento homose- proyección designaría el proceso por el que se asimila una per-
xual ha sido retirada y empleada en el ensanchamiento de mi pro- sona a otra, como cuando se dice, un tanto inapropiadamente,
pio yo. He tenido éxito allí donde los paranoicos fracasan» (6-X- que alguien proyecta la imagen de su padre sobre su jefe, por
10; C, III, 207-208). Y en la base del delirio paranoico de ~·j~·mplo, que es a lo que el psicoanálisis ha denominado transfe-
Schreber, Freud va a situar una homosexualidad reprimida. En la rencia: Freud distinguió entre ambas y se refirió a la proyección
tentativa de curación que es ya el delirio, Schreber conjugó una dentro de la transferencia indicando la atribución por parte del
fantasía femenina con una complicada teología en la que Dios, paciente de palabras o pensamientos propios, o de sus órdenes
que le perseguía y le llevaba a situaciones ridículas y exasperantes .supcryoicas, al analista. En tercer lugar, puede apuntar a la rela-
(como provocarle la imperiosa necesidad de defecar cuando tenía t ión de un sujeto con otras personas o seres, bien para proyec-
que abrir una sesión del tribunal, por lo que había de abandonarlo tarse a sí mismo en ellos (como el lector con un personaje nove-
y esperar un largo rato antes de poder entrar en el servicio, pues k·sco o el poeta con sus criaturas, proceso al que en psicoanálisis
Dios se había encargado de provocar a la vez en muchos otros la .sude denominarse identificación, aunque el empleo terminoló-
misma necesidad), acabó por ordenarle que se transformara en gico es a veces, y dentro del propio psicoanálisis, impreciso), bien
mujer para dar a luz, a su través, a una nueva humanidad. De este para atribuirles tendencias y deseos propios pero no reconocidos,
modo, el magistrado, que antes de la enfermedad era un hombre que es el significado más próximo al psicoanálisis.
de severas costumbres y escéptico en asuntos de religión, se en- En efecto, en un sentido general, en psicoanálisis se entiende
tregó a una voluptuosidad, considerada como un deber impuesto por proyección aquel proceso defensivo por medio del cual el su-
por la divinidad, y a una fe tan singular como inhabitual era el jeto expulsa de sí y localiza en otra persona o cosa cualidades,
goce sexual por él conquistado. En el capítulo 2 de la obra, Freud .sl·ntimientos o deseos que no reconoce o que rechaza en sí
concentra los motivos fundamentales del delirio de Schreber - 111 ismo, a fin de hacer de algún modo reconciliables tendencias
202 Freud y su obra 1!. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 203

que no sabe integrar. Ese modo de entender el concepto lo dife- binatorio, que da lugar a las diversas posiciones paranoicas, des-
rencia de una simple asimilación de lo otro, según postulaba, por critas por Freud de manera breve y brillante: se puede, en primer
ejemplo, la tesis del animismo -la concepción de la naturaleza lugar, negar el verbo, como si se dijera: «No le amo, le odio», y,
según el modelo humano-, pues, en todo caso, tal asimilación tras la proyección: «Es él el que me odia a mí, me persigue», lo
habría de basarse en un motivo inconsciente. Freud consideraba que daría lugar al delirio de persecución. También se puede ne-
que la proyección es un mecanismo bastante frecuente y hasta gar el sujeto («No soy yo el que le ama, es ella), con lo que esta-
cierto punto normal -operante, además de en el animismo, en ríamos en presencia de los celos delirantes, por los que un ena-
las mitologías, en las supersticiones o en los celos, incluso cuando morado acusará a su amante de desear a todos los hombres que
éstos no son delirantes-, que, a veces, otorga una clarividencia él mismo desea (un testimonio ¡;inematográfico impresionante
respecto al otro proporcional a la ignorancia sobre sí mismo, por puede encontrarse en la película El de Luis Buñuel). En tercer lu-
lo que no siempre la proyección equivale a una percepción erró- gar, se puede negar el complemento: «No amo a él, amo a ella», lo
nea (aunque sí, al menos, unilateral). que dará lugar a la erotomanía, a la necesidad de seducir a todas
Freud se refirió desde muy pronto a la proyección, por ejem- las mujeres, para ocultar la homosexualidad latente, tal como se
plo en el capítulo 3. 0 de Nuevas observaciones sobre las psiconeu- manifiesta en el mito de Don Juan. Una última modalidad con-
rosis de defensa (1896), en relación con la paranoia, en la que el siste en negar la frase entera: «No amo a nadie»; mas, dado que
sujeto -recurriendo a una defensa muy arcaica, en la que se el sujeto ha de hacer algún uso de su libido, tal aserto parece psi-
abusa de un mecanismo normal- proyecta representaciones que cológicamente equivalente a decir: «Sólo me amo a mí mismo»,
le resultan intolerables, pero que vuelven a él en forma de repro- lo que se manifestaría en el delirio de grandezas, en el que se pro-
ches. También trató de ese mecanismo, al referirse a la supersti- Juce una supervaloración del propio yo (1910g, II, 1519).
ción en el último capítulo de Psicopatología de la vida cotidiana, Pese al interés de estos análisis, muchas cosas quedan sin ex-
o al hablar del tabú de los muertos en Tótem y tabú: el temor a plicar. En los textos de Freud no está claro siempre lo que se pro-
los muertos tendría su origen en las tendencias hostiles de quie- yecta. Cuando se refiere a la fobia, parece que es la causa de nues-
nes los temen; al no querer saber nada de ellas, cambian su em- tros sentimientos, mientras que en el Caso Schreber parece que lo
plazamiento y se las atribuyen a aquéllos a los que en realidad que se proyecta es el sentimiento mismo, siendo la apelación a la
van dirigidas. En sus estudios metapsicológicos de los años 15, causalidad una racionalización posterior de la proyección; en Las
vuelve de nuevo sobre la cuestión: en El Inconsciente, de acuerdo pulsiones y sus destinos, en cambio, lo proyectado es el objeto
con lo estudiado en la histeria de angustia, describe la construc- odiado, el objeto «malo» de Melanie Klein, como si la pulsión o
ción fóbica como una proyección en lo real del peligro pulsional, d afecto, para poder ser expulsados, necesitaran encarnarse en un
mientras que en Las pulsiones y sus destinos atribuye a la proyec- objeto. En todo caso, si lo que se proyecta es lo desagradable,
ción un papel importante en la génesis de la oposción sujeto-ob- ¿cómo hacer esa teoría compatible con la del sueño como satis-
jeto, en la medida en que el sujeto se incorpora los objetos en f:lCción alucinatoria de deseos? La dificultad no escapó a Freud.
tanto que son fuente de placer (etapa del «yo-placer purificado»), En Adición metapsicológica a la teoría de los sueños comenta que,
los introyecta -en expresión de Ferenczi-, y expulsa de él lo aunque el sueño es la realización de un deseo, cumple también
que en su propio interior es motivo de displacer. una función defensiva, permitiendo al sujeto la realización dis-
Pero, donde más detenidamente se refiere al proceso es en el frazada y alucinatoria del deseo reprimido, sin por eso verse obli-
Caso Schreber, en relación con la paranoia, aun teniendo cuidado gado a despertar: «Un sueño constituye la señal de que ha sur-
en señalar que la proyección es sólo parte del mecanismo de la gido algo que tendía a perturbar el reposo, y nos da a conocer la
defensa paranoica. El deseo homosexual reprimido que Freud en- forma en que esta perturbación puede ser rechazada. El dur-
cuentra en la base del trastorno del jurista se deja resumir en la miente sueña, en lugar de despertar, bajo los efectos de la per-
fórmula: «Yo (un hombre) le amo a él (un hombre)». Proposición turbación, resultando así el sueño un guardián del reposo. En lu-
que puede ser contradicha de diversos modos en un juego com- gar del estímulo interior, que aspiraba a atraer la atención del
204 Freud y su obra 11. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 205

sujeto, ha surgido un suceso exterior -el fenómeno onírico-, en ¡..;reud la proyección se entiende a veces en el sentido de des-
cuyas aspiraciones han quedado satisfechas. Un sueño es, pues, mnocimiento (no en oposición al proceso represivo, sino como
entre otras cosas, una proyección: una externalización de un pro- la forma en que lo reprimido retorna), en otras ocasiones indica
ceso interior» (1917b, II, 2084). que esa forma de entenderla no basta para explicar la psicosis, tra-
Por otra parte, no siempre concibió de igual modo la relación tando de designar, entonces, aquel proceso por el que el sujeto,
entre proyección y paranoia. En sus primeros trabajos, el meca- '"' reprime dentro de sí, sino que expulsa foera de sí lo que no re-
nismo de defensa proyectivo se opone al represivo, como si se tra- Lonoce en sí o no quiere ser, lo cual habría de llevar a una bi-
tara de una represión hacia el mundo exterior, siendo entonces el partición en el propio sujeto, al arrojar fuera lo que rechaza en sí
delirio la forma simétrica al «retorno de lo reprimido», pero viniendo mismo. Volveremos sobre la cuestión al hablar de las psicosis.
desde el exterior. En cambio, en el Caso Schreber, constituye un
segundo tiempo del proceso defensivo y de la formación del sín-
toma, tras un primer momento consistente en dos operaciones: S. El movimiento psicoanalítico
represión del sentimiento (homosexual) intolerable y conversión
del mismo en su contrario (amor por odio), siendo entonces la ) . 1. Los trabajos y los días
proyección la forma en que retorna lo que ha sido reprimido en el
inconsciente. De este modo, si en el Caso Schreber el sujeto reco- A comienzos de siglo, Freud era un hombre vigoroso, disci-
noce en el exterior lo que ha desconocido en su interior, relacio- plinado y con una gran capacidad de trabajo, repartida entre la
nándose, pues, la proyección con la ilusión, con el «no querer sa- atención a los pacientes, la redacción de sus libros, una abun-
ber», en los primeros trabajos el sujeto arroja fuera de sí aquello dante correspondencia, las tareas editoriales de las p_ublicaciones
que rechaza, para volver a encontrarlo viniendo de lo real, rela- psicoanalíticas y las conferencias en la Universidad. Estas las pro-
cionándose en este caso la proyección con un «no querer ser» y nunciaba los sábados de cinco a siete de la tarde, casi sin notas,
con una bipartición entre el sujeto y el mundo exterior. Esta úl- con una elocución clara y coloquial que conseguía conectar con
tima concepción enlaza con lo que dirá a propósito de la psico- el público: el rigor y la amplia cultura humanista se conjugaban
sis y del repudio, de la retirada silenciosa de las catexias de lo real con el sentido del humor, huyendo de toda pompa y manierismo.
(sensación de «fin del mundo»), en contraste con la ruidosa re- Pero también encontraba tiempo para jugar al taroc, juego de
construcción del delirio, el cual es ya la tentativa de curación. De naipes muy popular entonces, en casa de Leopold Konigstein, los
todos modos, esta segunda perspectiva tampoco falta en el Caso sábados después de la Universidad; para visitar a su madre los do-
Schreber, en el cual nos ofrece explicaciones convergentes, pero mingos por la mañana y para recibir invitados como un cordial
distintas. En efecto, comenta Freud, «la retracción de la libido de anfitrión. Aunque de vez en cuando se obsesionaba con sombrías
las personas y cosas antes amadas se desarrolla en silencio; no re- ideas de decrepitud, no permitía que esas meditaciones se pro-
cibimos noticia alguna de ese proceso y nos vemos forzados a de- longaran durante mucho tiempo y, en general, permanecía de
ducirlo de otros consecutivos. El que sí se hace advertir ruidosa- buen humor, le gustaba planear con su familia las vacaciones y,
mente es el proceso de curación, que anula la represión y conduce dentro de lo posible, se ocupaba de sus hijos, aunque, como di-
de nuevo la libido a las personas de las que antes fue retirada. jimos, era en Martha en quien recaían la mayor parte de los asun-
Este proceso curativo sigue en la paranoia el camino de la pro- tos prácticos y domésticos. La educación de los hijos correspon-
yección». Y agrega: «No era, por tanto, exacto decir que la sen- día a las normas propias de la clase media, con una cierta
sación interiormente reprimida (unterdrückt) es proyectada al ex- liberalidad mayor que en otras familias: la valoración del trabajo
terior, pues ahora vemos más bien que lo suprimido (das y del estudio no impedía la charla cotidiana, las narraciones de
Aujgehobene) interiormente retorna desde el exterior» (1910g, II, historias o anécdotas y la expansión de la alegría. Siempre un
1522-1523), o, en términos lacanianos, que lo que había sido poco formal y reservado, apenas acariciaba o besaba a sus hijos,
forcluido de lo simbólico reaparece en lo real. Así pues, aunque si bien con las chicas encontró disponible una mayor fuente de
206 Freud y su obra 11. 1,os pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 207

ternura y su sobriedad no impidió un ambiente de calidez emo-


cional, confirmado más tarde por sus hijos. Como él había deseado, 'l.2. La Asociación Psicoanalítica Internacional:
ninguno de ellos le siguió profesionalmente, aunque quizá se ale- colaboradores, amigos, disidentes
grara de ver cómo su querida Annerl le contrariaba. En efecto,
Ana sería la única que acabaría convirtiéndose en psicoanalista, A partir de 1902, su trabajo iba a incluir también lo que an-
después de haber sido analizada (por escandaloso que nos pueda dando el tiempo sería la Asociación Psicoanalítica Internacional.
resultar) por el propio Freud. En algún momento se entrevió una Su t:mbrión se encuentra en la que denominaron Sociedad Psico-
posible relación de Ana y Ernst Jones, con quien permaneció en M,~ica de los miércoles, en razón de las reuniones celebradas en casa
Inglaterra una temporada. Pero, como el propio Jones comentó, dl' Freud los miércoles por la noche por un grupo de amigos y
volvió de allí «intacta». Permaneció soltera toda la vida, entregada seguidores del psicoanálisis, entre los que se encontraban Wil-
a la causa psicoanalítica y, cuando hizo falta, al cuidado de su an- hdm Stekel, Rudolf Reitler, Max Kahane, Otto Rank -que ac-
ciano, exiliado y enfermo padre, que depositó en ella su confianza tuaba como secretario- y Alfred Adler, un médico socialista in-
final. tl'resado por los usos sociales de la psiquiatría. Ellos fueron el
Aunque no fue un rigorista ni un asceta, redujo desde muy ntkleo de lo que, a partir de 1908, se denominó Sociedad Psico-
pronto, aproximadamente desde los treinta y siete años, su activi- tlllfllítica de Viena, la cual se reunió durante dos años en Ber-
dad sexual, disgustado por los deficientes métodos anticoncepti- gasse 19, hasta pasar más tarde a una sala del Colegio de Docto-
vos. Ese disgusto deja traslucir una cierta insatisfacción, pero la res. Al comienzo, el clima era cordial y de una cierta exaltación:
actitud de Freud también delata un cierto orgullo: el de saber en- no todos eran psicoanalistas, pero se comentaban casos, se rese-
cauzar impulsos que en otros explotan sin control o les llevan a naban obras psiquiátricas, se analizaban obras literarias, se pre-
enfermar, diferenciándose así de quienes eran incapaces de subli- paraban publicaciones y se hacían confesiones íntimas. Con el
mar. Sin negarse, pues, al placer sexual, del que tanto hablaría, tiempo, las susceptibilidades y las diferencias intelectuales no po-
supo encontrar otras fuentes de gratificación en la familia, en los dían dejar de surgir y algunos, pese a su admiración por Freud,
amigos, en el trabajo intelectual, en el arte y en sus cuidadas afi- se distanciarían, como hizo Max Graf, el padre de Juanito. Pero
ciones, que le insertaban en una cultura más amplia de la de ori- se sumaron otros, algunos de ellos extranjeros: A. A. Brill, el tra-
gen: de gustos conservadores, vivía en un confort victoriano, en ductor estadounidense de Freud; E. Weiss, introductor del psi-
medio de muebles eclécticos, tapices, retratos y una colección de coanálisis en Italia; E. Jones, el adalid del movimiento en Ingla-
objetos arqueológicos o reproducciones antiguas por los que sen- terra; S. Ferenczi de Budapest y, sobre todo, los «suizos», un
tía veneración, todo ello entremezclado hasta resultar opresivo a grupo de psiquiatras y estudiantes influidos por la clínica del
un gusto más sobrio, pero que a él le servía para calmar los mo- Burgholzli de Zurich, dirigida por E. Bleuler, entre los que se en-
mentos de ansiedad, aliviados asimismo con su incorregible afi- contraban Max Eitingon y Karl Abraham -más tarde impulso-
ción a fumar, afición que tanto dolor y sufrimiento iba a causarle. res del psicoanálisis en Berlín-, L. Binswanger y C. G. Jung. El
Pero fue este hombre de gustos conservadores el que trastocó contraste entre sus compañeros vieneses, médicos o legos, y aque-
como pocos las concepciones sobre el hombre y la cultura, y el llos visitantes era tan pronunciado que Freud no pudo dejar de
que, a tiempo, supo rebajar el valor del dinero, en el momento en comentar en una ocasión a Binswanger: «Ya ha visto a la pandi-
que su sociedad lo entronizaba como valor supremo. En una oca- lla». Cada vez más, iba a poner su confianza en esos extranjeros,
sión definió la felicidad como «la realización de un deseo prehis- mejor formados, a su entender, y que permitían romper el re-
tórico. Por eso -agregaba- el dinero trae tan poca felicidad. El ducto judío, experimentado por Freud como una amenaza para
dinero nunca fue un deseo en la niñez» (1950a, 111, 3597). el psicoanálisis.
Sin embargo, y como sucedía entre los vieneses, no todos los
«extranjeros» eran médicos: es el caso, entre otros, de Oskar Pfis-
ter o de Lou Andreas-Salomé, cuya amistad Freud conservó du-
208 Freud y su obra 11. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 209

rante más de un cuarto de siglo, pese a que el primero era un pas- 1' quien no los acepta en su totalidad no debe contarse entre los
tor protestante y la segunda una gran dama culta, de origen ruso, p.\icoanalíticos» (1926b, III, 2669). A la fijación de este mínimo
amiga de Nietzsche y Rilke, entre otros hombres brillantes, por rw habían sido ajenas las disidencias producidas en el seno del
los que sentía debilidad y de los que, frecuentemente, se conver- lllovimiento psicoanalítico a comienzos de la segunda década del
tía en amante. Aunque Freud no dejó de ironizar al principio so- 'iglo, las primeras de una larga serie que, en algunas de sus co-
bre el hecho de que el ateo fundador del psicoanálisis se hiciera rrientes al menos, no han cesado de multiplicarse hasta la fecha.
amigo de un pastor de almas, pronto la posible alianza dejó paso l'no ahora diremos algo más de lo ya indicado, a propósito de
a una entrañable amistad, confirmada con ocasión de los en- la~ de Adler y Jung.
cuentros personales, en los que Freud pudo observar a Pfister de Judió vienés e hijo de comerciantes, como Freud, Alfted Ad-
cerca: su aspecto vigoroso, su capacidad para atender a otros la no vivió el antisemitismo como víctima ni se despreció por su
miembros de la familia, su sencillez en el vestir, sus ojos bonda- l (mdición, aunque prefirió escapar a ella, convirtiéndose al pro-
dosos, su valentía al enfrentarse a la teología establecida y su aper- tc~tantismo en 1904. El puesto de hermano menor de la familia
tura intelectual pusieron los cimientos de una sólida amistad, le hizo sufrir y siempre otorgó más importancia a los lazos gru-
pese a las grandes diferencias -que no se ocultaron- en la cues- ¡dcs que a la rivalidad edípica, interesándose también por el
tión religiosa. lllarxismo, desde la perspectiva del socialismo reformista, mas sin
Si Pfister fue denominado por Freud el «buen pastor» del psi- militar en el partido socialdemócrata austríaco ni estar emparen-
coanálisis, Lou Andreas-Salomé iba a ser su «musa»: espectacular ' ado con su fundador, Viktor Adler. Se unió pronto a la Socie-
y seductora, se conocieron en el congreso de 1911 y, todavía a dad Psicológica de los Miércoles, llegando a ser presidente de la
sus cincuenta años, conquistó a Freud y a otros psicoanalistas con Sociedad Psicoanalítica de Viena en 191 O, si bien, poco después,
su inteligencia, algo excéntrica, pero innegable, y su encanto: m el Congreso de Weimar de 1911, rompió violentamente con
probablemente fue amante de algunos miembros del círculo, l<'reud -que reaccionó con similar animosidad- y, con otros
como Víctor Tausk, un jurista inteligente y neurótico, bastante miembros del círculo freudiano, fundó una Sociedad de Psicolo-
más joven que ella, pero que resultaba atractivo a las mujeres. gía Individual, que alcanzaría eco internacional, particularmente
A Freud no se le rindió desde el primer momento y en alguna l'n los Estados Unidos. En 1937, durante una gira de conferen-
ocasión defendió puntos de vista de Adler, cuando éstos ya esta- áls, un paro cardíaco acabó con su vida, en la ciudad escocesa
ban proscritos, pero Freud la ganaría para la causa, llegando a pe- de Aberdeen.
dirle en algún momento que no dejara de asistir a las reuniones En la ruptura con Freud, las relaciones personales vinieron a
a las que era convocada, pues el fundador no sabía entonces, contar casi tanto como las discrepancias ideológicas, pero será es-
«adónde dirigir la mirada». Una afectuosa correspondencia testi- pecialmente a éstas a las que nos referiremos. La pulcritud y un
monia el valor que ambos atribuyeron a su amistad. cierto elitismo de Freud contrastaban con el democratismo, un
En sus relaciones con los miembros de la Sociedad Psicoana- tanto descuidado, de Adler. Pero, sobre todo, a los ojos de Freud,
lítica, Freud mantuvo con energía su autoridad, pero distaba de Adler amenazaba con retrotraer la psicología a posiciones ante-
presentar el psicoanálisis como una ortodoxia: para él no se tra- riores al descubrimiento del inconsciente, al acentuar los factores
taba de un edificio ya alzado e inamovible, sino de una orienta- biológicos y sociales en detrimento de los conflictos pulsionales,
ción en torno a un mínimo de concepciones, sin las cuales se le tal como se empieza a delinear en su obra de 1907, Estudios so-
hacía imposible el trabajo en común. Tal como lo enunció en sus bre la inforioridad de los órganos, y lo planteó en su comunicación
artículos de enciclopedia Psicoandlisis y teoría de la libido, «la hi- de 1911 «La protesta masculina como problema nuclear de la
pótesis de la existencia de procesos psíquicos inconscientes, el re- neurosis». Para Adler, en efecto, la neurosis era una compensa-
conocimiento de la teoría de la resistencia y de la represión, la ción frustrada de sentimientos de inferioridad, originados en
valoración de la sexualidad y del complejo de Edipo son los con- buena medida por alguna imperfección orgánica, y vividos psí-
tenidos capitales del psicoandlisis y los fundamentos de su teoría, quicamente desde el hermafroditismo psíquico básico. Tal ocu-
210 Freud y su obra 11. Los pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 211

rre con el componente femenino, frente al que actuará -en oca- y el simbolismo, amante de los deportes y de varias mujeres, ade-
siones a través de manifestaciones agresivas independientes de la m;Ís de su esposa, a Jung le fascinaban las personalidades extra-
sexualidad- la protesta masculina, que tiende hacia un ideal de ordinarias y él mismo estaba dotado de gran atractivo psíquico,
perfección impuesto educativamente por el medio social. En su una fantasía desbordante y una elocuencia torrencial. En 1906
conjunto, esto es tanto como tratar de edificar una psicología del envió a Freud sus Estudios de asociación diagnóstica, se inició una
yo, determinada biológica y socialmente, anulando los conceptos copiosa correspondencia y lo que parecía iba a ser una sólida
centrales freudianos de inconsciente, represión y libido. Aunque amistad. Desoyendo las tempranas advertencias de K. Abraham
Freud no reaccionó al principio con fuerza -en parte, como le -que había trabajado en Zúrich- sobre las confusas concep-
escribió a A. Lou-Salomé, porque «yo mismo acostumbro tener ciones de Jung y su antisemitismo, Freud juzgaba necesario estar
varias opiniones acerca de una cuestión»-, era necesario «insis- dispuesto a dejarse lastimar un poco con tal de ganar para la causa
tir en la unidad del núcleo» (7-VII-1914; C, III, 25) y cuando a alguien de cultura alemana y ajeno al círculo vienés, alguien
Adler leyó su contribución de 1911 volcó sus objeciones y su acu- que podría dar al psicoanálisis un relieve universal. Creyó en-
mulada irritación: lo más interesante de Adler ya estaba recogido contrar en Jung al heredero de la corona. Pero Jung disentía de
en la teoría psicoanalítica, aunque él tratara de presentarlo con Freud en el papel de la sexualidad infantil, el complejo de Edipo
nuevos términos (así, el «hermafroditismo psíquico» remite a la y la libido, concebida por él como una energía psíquica indife-
noción de bisexualidad). Otros subrayados, como la importancia renciada, en donde la especificidad de la aportación freudiana se
de los sentimientos de inferioridad, podían tenerse en cuenta, esfumaba. Tratando de pasar por alto esas diferencias, Freud le
pero no era preciso basarlos en deficiencias orgánicas reales, pues dejaba hacer y le alentaba: en 1909 dirigía el ]ahrbuch für psy-
sentimientos similares se producen en personas a las que difícil- choanalytische und psychopathologische Forschungen, y en 191 O fue
mente podríamos atribuir alguna inferioridad orgánica: los sen- elegido, en Nuremberg, primer presidente de la recién fundada
timientos de inferioridad, comentará en Introducción al narci- Sociedad Psicoanalítica Internacional, más tarde Asociación Psi-
sismo, dependen más bien de la falta de amor, excepto quizá en coanalítica Internacional.
el caso de la envidia del pene. En conjunto, Adler suponía un re- El cosmopolitismo del psicoanálisis parecía afianzarse. En 1910,
troceso hacia la psicología general, pero, al insertarse dentro del Freud, acompañado por Jung y Ferenczi, visitó la Clark Univer-
psicoanálisis, podía hacer más daño a éste que una explícita opo- sity de Worcester, Massachusetts, adonde había sido invitado. Se-
sición. Esas diferencias teóricas se doblaron de diagnósticos des- gún Lacan, al que el propio Jung se lo habría contado, fue al atra-
calificadores y, en el ardor de la confrontación, Freud ni siquiera car en el puerto de Nueva York cuando Freud preguntó: «¿Saben
estuvo en condiciones de reconocer el valor de algunas ideas que los norteamericanos que les traemos la peste?» Sea cierta la anéc-
después ingresarían en la teoría psicoanalítica, como la de una dota o no, la peste parecía difundirse con rapidez: en el viaje,
pulsión agresiva independiente -defendida asimismo por la ana- Freud descubrió a un camarero del barco leyendo su Psicopatolo-
lista de origen ruso Sabina Spielrein-, sobre la que todavía en gía de la vida cotidiana, y, pese a que Freud detestaba el «mer-
las Nuevas lecciones se preguntará «por qué hubo de pasar tanto cantilismo» y la «vulgaridad» de la cultura estadounidense, las
tiempo para reconocer una pulsión agresiva» (1933a, III, 3159). cinco conferencias que allí pronunció, ensayadas en sus paseos
Mucho más dolorosa iba ser la ruptura con Carl Gustav ]ung matutinos con Ferenczi y recogidas en Psicoandlisis (1910), fue-
(1875-1961), por cuanto las esperanzas en él depositadas habían ron bien recibidas y le proporcionaron vínculos importantes. En-
sido mayores. Asistente de Eugen Bleuler en la clínica del tre ellos destaca el del neurólogo de Harvard James Jackson Put-
Burgholzli de Zurich, parecía aceptar las tesis psicoanalíticas más nam, pese a que éste no se dejó convencer por el positivismo ateo
firmemente que el propio Bleuler, quien simplemente las tenía de Freud, como tampoco lo hizo William James, el filósofo prag-
en cuenta, entre otras, en sus estudios sobre la esquizofrenia. In- matista autor de las Variedades de la experiencia religiosa, el cual
teresado no sólo por la psiquiatría, sino asimismo por cuestiones mostró reservas teóricas y afecto personal. De Estados Unidos lle-
religiosas y esotéricas, por el ocultismo, los problemas culturales garía también, después de la Primera Guerra Mundial, una im-
212 Freud y su obra 11. l.os pilares del edificio psicoanalítico (1900-1914) 213

portante clientela que pagaba en dólares, justo cuando la infla- En 1913, durante el congreso de Múnich, después de la cena,
ción de la economía austríaca era galopante. 1;rl'ud se desvaneció por segunda vez en presencia de Jung, al in-
Pero la ruptura con Jung no tardaría en llegar, añadiendo un tl'rpretar de nuevo sus palabras como un deseo de muerte hacia
episodio más a la serie de intensas amistades seguidas de bruscas t'·l. Completamente inconsciente, cayó redondo al suelo, de
rupturas que jalonan la vida de Freud. No siempre fue él el único donde el robusto Jung le recogió para trasladarle a un sofá. Al
responsable y también supo conservar otras amistades. Mas, como lkspertar poco después, murmuró: «¡Qué dulce debe ser morir!»
en otras ocasiones, Freud parecía experimentar la necesidad de 1:.11 cartas a sus íntimos, Freud analizó algunos de los muchos mo-
confiar casi sin reservas en alguien, de darle y pedirle su afecto l ivos que influyeron en el acontecimiento, desde la fatiga y el do-
(aunque esta vez, más que de un padre o de un amigo, parecía tra- lor de cabeza, considerados en realidad secundarios, a los con-
tarse de un hijo), para acabar con una separación dolorosa e irre- llictos psicológicos provocados por la actitud de Jung, tras los que
parable. Ya antes de embarcar hacia Estados Unidos, conversando rl'conoda seguían actuando aspectos no resueltos de su relación
con sus acompañantes en Bremen, Freud sufrió un desvaneci- Lon Fliess. Aunque Jung se mostró después apenado, como un
miento al percibir en las palabras de Jung un deseo de muerte di- huen hijo cariñoso, y Freud quiso minimizar el episodio, la re-
rigido hacia él, aunque la grata perspectiva que les aguardaba mnciliación resultó imposible. Freud no deseaba una separación
primó sobre los temores y, durante mucho tiempo, los dos se ocul- oficial: para muchos, Jung era el portavoz más destacado del psi-
taron a sí mismos las disensiones. Pero, en 1912, Jung publicó l oanálisis, presidía la Asociación Psicoanalítica Internacional y
Transformaciones y símbolos de la libido, donde el desacuerdo so- mntaba con seguidores que podían intentar desbancarle. Abra-
bre la concepción de ésta y del simbolismo se hacía patente, al in- ham propuso a los grupos psicoanalítios de Londres, Berlín,
tentar Jung interpretar, no el mito desde la clínica, sino más bien Viena y Budapest pedir la renuncia de Jung, pero Freud esperaba
la clínica desde el mito. En estas circunstancias, el «gesto de que dimitiera sin llegar a pedírselo, a no ser que esta vez se tra-
Kreuzlingen» (Freud fue a visitar allí a Binswanger, sin pasarse por tara, le comentó a Ferenczi, «de sepultarnos realmente, después
la cercana casa de Jung) precipitó los acontecimientos. de habernos tarareado con tanta frecuencia la marcha fúnebre en
La incomodidad era tan acentuada que Jones tuvo la ocu- vano» (8-V-1914; C, III, 484). Finalmente, en abril de 1914,
rrencia de formar un Comité Secreto de miembros leales a los pos- Jung renunció a la presidencia de la Asociación Psicoanalítica In-
tulados básicos del psicoanálisis. Expresiva de la inseguridad en ternacional y, poco a poco, a otras funciones. Freud, que llevaba
la que se movían los primeros psicoanalistas, Freud la aceptó di- meses trabajando «furiosamente» en su Historia del movimiento
ciendo que ese comité le haría más fácil «vivir y morir», aun psicoanalítico, donde incluía una crítica abierta a Adler y Jung,
cuando, en gran medida, le parecía una idea adolescente y ro- pudo publicarla, aliviado, bajo la divisa que figura en el escudo
mántica. Lo cierto es que el Comité (Freud, Abraham, Ferenczi, de armas de la ciudad de París: Fluctuat nec mergitur, «fluctúa,
Jones, Rank, Sachs) funcionó satisfactoriamente durante algunos pero no se hunde».
años, aunque no logró impedir las rupturas de Jung y de Stekel Después de la guerra, Jung emprendería la elaboración de su
(hasta 1912, editor del Zentralblatt für Psychoanalyse), al que obra y de la que denominó «psicología analítica», elaborando una
Jung, por su parte, también atacaba, mientras declaraba cada vez noción de inconsciente colectivo, próxima al concepto cultura-
más abiertamente sus diferencias con Freud y le presionaba para lista de pattern o modelo que, al unilateralizar la tensión mante-
que desexualizara su doctrina, a fin de que se la «comprendiese nida por Freud entre la herencia filogenética y los avatares de la
mejor». En realidad, esta mejor comprensión, comentaría Freud biografía individual, determina el psiquismo a través de arqueti-
más tarde, llevaba a una teoría tan oscura, opaca y confusa, que pos expresados simbólicamente en los sueños, el arte o la religión,
no era fácil adoptar una actitud ante ella; por cualquier lado que conjugando esa representación general del psiquismo con una te-
se la tomase había que esperar siempre el reproche de haberla en- oría de tipos psicológicos articulados en torno a la alternancia in-
tendido mal «y no se sabe aún cómo llegar a su exacta compren- troversión/extroversión. Anualmente reunió, cerca del lago Ma-
sión» (1914c, II, 1926). yor, en el grupo Eranos, a prestigiosos científicos, psicólogos e
214 Freud y su obra

historiadores de las religiones (entre ellos, Mircea Eliade). Pero,


con la subida de Hitler al poder, adoptó posiciones claramente
antisemitas: distinguió entre un inconsciente «ario» y otro «ju-
dío», señalando el superior potencial del primero, y aceptó diri-
gir la Sociedad Alemana de Psicoterapia, bajo control nazi. Aun
cuando nunca se llegó a comprometer de modo militante, in-
tentó instaurar, frente a la «psicología uniformizante» de Freud,
una «psicología de las naciones».
El efecto de las rupturas perduró durante mucho tiempo. La
literatura periódica psicoanalítica que Freud había ido logrando
crear, cambió de nombre: el jahrbuch für psychoanalytische und
psychopathologische Forschungen,dirigido durante cinco años por
Jung, pasó a denominarse jahrbuch der Psychoanalyse y dejó de CAPÍTULO III
publicarse al iniciarse la guerra, mientras que la Zentralblatt für
Psychoanalyse, proyectada por Adler y Stekel a raíz de la funda- Reformulación de la teoría de las pulsio-
ción de la Asociación Internacional, se denominó, desde enero
de 1913, Internationale Zeitschrift für drtzliche Psychoanalyse, con- nes y de la tópica (1914-1924)
virtiéndose en el órgano oficial de la Asociación, al que se agre-
garían otras revistas como !mago, fundada en 1912 por Hans
Sachs y Otto Rank, y consagrada a las aplicaciones del psicoaná- l. Introducción al narcisismo (1914)
lisis a las ciencias del espíritu. Y en la obra de Freud, la resonan-
cia de esas disensiones se dejará sentir ampliamente y, para em- 1.l. Narcisismo primario y secundario.
pezar, en el estudio que puede considerarse como el primer gran Libido del yo y libido objeta!
giro hacia la segunda teoría de las pulsiones y la segunda tópica:
Introducción al narcisismo. Como vimos, desde Una teoría sexual y, explícitamente,
desde 1910, Freud mantuvo una primera dualidad pulsional que
distinguía entre pulsiones sexuales y pulsiones de autoconserva-
ción o del yo. Pero esa equivalencia entre la autoconservación y
d yo no es del todo adecuada, pues si el conflicto psíquico ex-
Jresa la tensión entre los deseos sexuales y el yo, no es entonces
!a autoconservación uno de los polos del mismo, sino más bien,
d terreno en el que se despliega, lo cual induce a una revisión de
los conceptos. Por otra parte, Freud venía interesándose hacía
tiempo por la homosexualidad, tanto por motivos personales -su
antigua intensa amistad con Fliess- como por los análisis de
Leonardo de Vinci y de Schreber. Es en ese contexto, y en una
nota de 191 O a Una teoría sexual, donde Freud utiliza por pri-
mera vez el término narcisismo, para explicar la elección de ob-
jeto de los homosexuales, que «Se identifican a la mujer y se to-
man a sí mismos como fin sexual; esto es, buscan, partiendo de
una posición narcisista, hombres jóvenes y semejantes a su pro-
216 Freud y su obra 111. Reformulación de la teoría de las pulsiones y de la tópica 217

pia persona, a los que quieren amar como la madre les amó a que el cuerpo de un protozoo con relación a los seudópodos de
ellos» (1905d, II, 1178). Poco después, en el caso Schreber, Freud l-1 destacados» (ob. cit., 2018).
consideró el narcisismo como una fase de la evolución sexual, la En la medida, pues, en que el yo también se encuentra se-
cual permitiría una primera unificación de las pulsiones sexuales, xualizado, ya no es posible diferenciar entre pulsiones sexuales y
situándose entre el autoerotismo y el amor objeta! (1 910g, II, pulsiones del yo, y es esa imposibilidad la que conducirá a Freud
1516). Pera será en 1914 cuando decida «introducir» sistemáti- ;1 reformular la teoría de las pulsiones en 1920. Pero, incluso en

camente el narcisismo en el conjunto de la teoría psicoanalítica. este momento, se resistió al monismo pulsional de Jung, a hacer
El término «narcisismo» fue empleado por primera vez en psi- de la libido un sinónimo de energía indiferenciada, y estableció
cología por Alfred Binet y, más tarde, por Havelock Ellis, en u na especie de principio de conservación de la energía libidinal,
1898, para designar el amor a la imagen de sí mismo, tal como que partía de la «oposición entre la libido del yo y la libido ob-
lo transmite el mito griego, en la versión ofrecida por Ovidio en jl"tal. Cuanto mayor es la primera, tanto más pobre es la segunda»
el libro tercero de las Metamorfosis. Narciso era un joven de gran (ibíd.). Esa contraposición no sustituye al dualismo pulsional an-
hermosura, que, según el adivino Tiresias, llegaría hasta la vejez, terior, sino que introduce una nueva concepción del yo, ya no
si no se contemplaba a sí mismo. Insensible al amor que susci- simplemente agente de la adaptación, inhibidor de las pulsiones
taba en numerosas doncellas y ninfas -entre las cuales, Eco adel- sl"xuales y controlador de la motricidad, sino también «objeto»
gazó tanto en su infortunio que de ella sólo quedaba una débil snualmente investido, una imagen producto de antiguas identi-
voz-, las jóvenes, despechadas, reclamaron venganza y fueron ficaciones.
escuchadas por la diosa Némesis: un caluroso día, después de una Esa imagen que permite una primera unificación de las pul-
partida de caza, Narciso se acerca a una fuente de agua clara y, siones sexuales es construida sobre el modelo del otro, tal como
cuando se inclina para beber, se fascina ante la belleza del rostro lo desarrolló J. Lacan en 1936, al hablar de la «fase del espejo».
reflejado, trata en vano de acariciarle y comprende que es él Con tal expresión, Lacan se refiere a un primer momento de
mismo, dejándose morir en su propia contemplación. Cuando constitución del yo por identificación con la imagen del seme-
sus hermanas van a incinerar su cuerpo, se dan cuenta de que se jante -particularmente con la madre- como forma total, en la
ha convertido en una flor. que el niño anticipa la unidad que le falta y evita la angustia de
En la medida en que la satisfacción heterosexual es sustituida despedazamiento, pudiendo actualizar esa experiencia al percibir,
por otra de distinto carácter, Freud considera que el narcisismo jubiloso, su imagen en el espejo. Pero es preciso tener en cuenta
es una perversión. Pero enseguida observa que también en la evo- también que esta primera unificación constituye al yo, desde el
lución sexual regular de los individuos se encuentran claros com- comienzo, en una dimensión especular, imaginaria y, en cierta
ponentes narcisistas y, «en este sentido, no sería ya una perver- medida, alienante, pues se identifica con la imagen de otro que
sión, sino el complemento libidinoso del egoísmo de la pulsión él o con su imagen -que no es él-. Personaje un tanto fanta-
de conservación; egoísmo que atribuimos, justificadamente, en sioso, el yo podrá ser así agente de la razón, pero también del de-
cierta medida, a todo ser vivo» ( 1914d, II, 20 17). Ahora bien, el lirio. Tal punto de vista es el punto de partida de la distinción la-
narcisismo como amor a sí mismo, o a la imagen de sí, no será caniana entre moi, yo como construcción imaginaria, y je, yo
para Freud sino un narcisismo secundario, entendiendo por éste como posición simbólica del sujeto. Asimismo, esa primera cap-
la vuelta sobre el yo de la libido que ha retirado su carga de ob- tación de la imagen unificada del propio cuerpo por identifica-
jetos previamente catectizados. Pero ese regreso secundario puede ción con otro, implicaría que ni siquiera el narcisismo primario
llevarnos a suponer una libidinización originaria del yo, conver- podría concebirse como un estado anobjetal, carente de toda re-
tido en gran reserva libidinal: narcisismo primario. Esta carga li- lación intersubjetiva, sino como la interiorización de una rela-
bidinosa primitiva del yo se destinará normalmente a investir los ción. Sin embargo, este último enfoque se difuminará en parte
objetos, pero siempre subsiste en cuanto tal y puede retreaerse so- en la segunda tópica, lo que comportará una pluralidad de posi-
bre sí, «viniendo a ser con respecto a las cargas de los objetos lo bles concepciones del yo, a la que habremos de referirnos.
218 Freud y su obra 111. Rcf()rmulación de la teoría de las pulsiones y de la tópica 219

l.1 elección de tifo narcisista, pues en ella suele ser habitual la in-
1.2. Vías de acceso al narcisismo y tipos de elección de objeto lrmiflcación de narcisismo primitivo antes que su transferencia
,()lm: el objeto. La mujer narcisista no necesita tanto amar cuanto
El narcisismo primario, como fenómeno normal de la vida 'n amada. Ejerce un enorme atractivo, porque los seres que han
psíquica, es postulado por Freud poniéndolo en relación con lOnservado su narcisismo (Freud cita entre ellos a muchas muje-
otros más o menos patológicos: delirio megalomaníaco del niño l"l'S, los niños y algunos animales, que parecen no prestarnos aten-
(sobreestimación de los propios deseos -«omnipotencia de las l i1'm y estar ensimismados) fascinan a los que han tenido que re-

ideas»-, creencia en la fuerza mágica de las palabras) y, en parte, nunciar al suyo y pretenden recuperarlo a través del objeto. Mas
del adulto; neurosis narcisistas, en las que no se establece relación 1ambién la mujer puede abrirse al amor objetal en el hijo, el cual
transferencia!; enfermedad orgdnica, en la que el individuo deja de k presenta una parte de su propio cuerpo como un objeto exte-
interesarse por el mundo exterior en la medida en que no se re- rior al que consagrar un pleno amor objetal, sin abandonar por
lacione con su dolencia; el sueño, en cuanto retracción a la pro- rilo su narcisismo. Precisamente a través de los hijos, los padres tra-
pia persona de la libido, puesta al servicio del exclusivo deseo de lilrdn de revívirlo:
dormir, o la hipocondría, fenómenos que le llevan a una defini-
ción estructural del narcisismo, como «estancamiento de la libido Se atribuyen al niño todas las perfecciones, cosa para la
del yo» (ob. cit., 2023), incapaz de investir los objetos. En las cual no hallaría quizá motivo alguno una observación más se-
neurosis de transferencia, en cambio, aunque se da también una rena, y se niegan o se olvidan todos sus defectos [... ].La vida
cierta pérdida de realidad, la libido permanece ligada a los obje- ha de ser más fácil para el niño que para sus padres. No debe
tos, reales o fantaseados, en vez de quedar retraída sobre el yo. estar sujeto a necesidades reconocidas por ellos como insupe-
rables. La enfermedad, la muerte, la renuncia al placer y la li-
Por otra parte, desde la imagen del yo como reserva libidinal, no mitación de la propia voluntad han de desaparecer para él, y
parece posible amar al otro sin amar al yo. las leyes de la naturaleza, así como las de la sociedad, deberán
Precisamente, Freud va a hacer de la vida erótica humana una detenerse ante su persona. Habrá de ser de nuevo el centro y
nueva vía de acceso al narcisismo. Pese a sus numerosas variantes el nódulo de la creación: His Majesty the Baby, como un día
y combinatorias, las elecciones de objeto amoroso se realizan con- lo estimamos ser nosotros (ob. cit., 2027).
forme a dos modelos fundamentales, en correspondencia con los
dos objetos sexuales primitivos: uno mismo y la madre nutricia. De un modo un tanto reduccionista, Freud concluye que el
En la elección de tipo narcisista, el objeto es elegido de acuerdo amor parental no es mds que una resurrección del narcisismo de
con el modelo de la propia persona (lo que uno es para sí mismo, los padres, aunque agrega, «transformado en amor objeta!»
lo que fue o la persona que fue parte de uno mismo, lo que qui- (ibíd.). Curiosa transformación a repensar, la insistencia freu-
siera ser). En la elección de tipo anaclítico o de apoyo, el objeto es diana en la constitución del narcisismo a través del amor paren-
elegido de acuerdo con el modelo de la persona que cuidó de uno tal es otro índice apuntando a la intersubjetividad en el seno in-
mismo (la madre nutricia, el padre protector). Ambos tipos se cluso del narcisismo primitivo, el cual no surgiría de manera
sustentan sobre la base del narcisismo primario. aislada y endógena, sino como efecto del deseo de los padres, ge-
Según Freud, la elección de objeto en el hombre y en la mu- nerando una autoestima que, aunque pueda tener su contrapar-
jer revela diferencias fundamentales, aunque, desde luego, no re- tida perversa, resulta imprescindible.
gulares. El amor conforme al tipo de apoyo es prevaleciente en el En efecto, por importantes que puedan ser los defectos orgá-
hombre y muestra esa característica hiperestimación sexual, que nicos, la base de la autoestima es el amor, pues «el no ser amado
quizá no sea sino una transferencia del narcisismo primitivo so- disminuye la autoestima, y el serlo, la incrementa» (ob. cit.,
bre el objeto sexual, la cual «permite la génesis del estado de ena- 2031). Sin restar, pues, importancia a los defectos y taras físicos,
moramiento, tan peculiar y que tanto recuerda la compulsión es preciso tener en cuenta que en los trastornos neuróticos y en
neurótica» (ob. cit., 2025). En la mujer, sin embargo, predomina la imposibilidad de relación amorosa suelen ser más bien utiliza-
220 Freud y su obra 111. Reformulación de la teoría de las pulsiones y de la tópica 221

dos como pretextos, dándose el caso, nada infrecuente -por


ejemplo, la belle indiference de las muchachas histéricas-, de se- 1•.). La génesis de las instancias ideales:
res deseados y deseables, que permanecen tenazmente refugiados sublimación e idealización
en su neurosis y en su repulsa sexual. Mas si la falta de amor (o
la sensación de esa falta) perjudica el sentimiento de autoestima, La sublimación es un concepto capital y problemático dentro
ésta también disminuye con el amor al objeto, que empobrece li- dd psicoanálisis. Freud no le dedicó ningún estudio específico,
bidinalmente el yo, el cual puede quedar fuertemente dañado por aunque, según nos informa Jones, era uno de los ensayos en pro-
«las tendencias sexuales no sometidas ya a control ninguno»: «La yecto para la metapsicología de los años 15; mas, como nunca se
carga de libido de los objetos no intensifica la autoestima. La de- publicó, hemos de hacernos una idea del mismo a través de for-
pendencia del objeto amado disminuye ese sentimiento: el ena- mulaciones vertidas en diversas obras y contextos. El término
morado es humilde. El que ama pierde, por decirlo así, una parte evoca, a la vez, un ámbito (el de lo sublime, tanto en el arte como
de su narcisismo, y sólo puede compensarla siendo amado» (ob. en la naturaleza, y, quizá por analogía, en moral o en religión) y
cit., 2031). Entonces, el amor puede volver a sí mismo a través un proceso referente a un cambio de estado (en química se de-
del objeto, en ese estado de dicha, en el que la «libido objeta! y nomina sublimación al proceso por el que un cuerpo pasa direc-
la libido del yo no pueden diferenciarse» (oh. cit., 2032). Pero no tamente del estado sólido al gaseoso). Como tuvimos ocasión de
será sólo en el amor donde la autoestima, como «expresión de la indicar, Freud se había referido al mismo en Una teoría sexual y
magnitud del yo», encuentre cauce. Cada vez que, por una po- en La moral sexual 'cultural' y la nerviosidad moderna, insistiendo
sesión o un logro, se reactive el sentimiento de la primitiva om- en que la sublimación afecta principalmente a las pulsiones par-
nipotencia se incrementará, así como cuando se cumpla un ideal. ciales no· integradas en la genitalidad (lo que ligaría lo sublime
Mas, ¿por qué habría el individuo de recuperar el amor a sí a con lo perverso) y ofreciendo una primera definición, según la
través de otro? Aunque los padres sean fuente del narcisismo pri- cual la sublimación «cambia el fin sexual primitivo por otro ya
mitivo, también se ven obligados a socavado, a través de las li- no sexual pero psíquicamente afín al primero, poniendo a dis-
mitaciones impuestas a la omnipotencia imaginaria infantil, a las posición de la labor cultural grandes magnitudes de energía»
que más tarde se agregarán las de la sociedad -de la que aqué- (1908c, II, 1252). Entre los puntos oscuros de semejante tras-
llos eran en buena medida agentes- y las de la indiferente rea- mutación, unos se refieren al campo de las actividades sublima-
lidad. La totalidad que el niño suponía ser sufrirá, especialmente, das (¿sólo las artísticas o toda actividad intelectual?, ¿las que son
un duro revés a través de la constelación edípica (renuncia al especialmente valoradas por una cultura o todas las conductas
amor incestuoso), el descubrimiento de la diferencia sexual y el adaptativas, laborales u ociosas?), otros a la capacidad o no de
complejo de castración, y el narcisismo así erosionado obligará al progreso de las obras en las que se ejerce y del sujeto que las crea
empobrecimiento libidinal del yo en favor de los objetos, a tra- (¿son los símbolos estéticos o morales simples reediciones de fan-
vés de los que el yo podrá recuperarlo, mediado por ellos. tasmas arcaicos -y, entonces, ¿de dónde les viene el valor que
Pero, aunque en el adulto normal la megalomanía se en- parecen encarnar?- o reelaboraciones de los mismos, cuya pú-
cuentre muy mitigada, la observación muestra que la libido no blica lucidez contrasta con el deseo satisfecho en la nocturnidad
ha empleado todo su caudal en cargas de objeto, sino que gran onírica?), otros, en fin, a las pulsiones que se subliman: ¿única-
parte de ella se dirige a la satisfacción de las instancias ideales. Al mente las sexuales o cabe un proceso similar en lo que desde 1920
estudio de éstas consagra Freud el capítulo 3. 0 de la obra, con el se va a denominar pulsión de muerte?
cual se puede considerar que comienza el gran giro hacia la se- Sin tratar de hacer un catálogo de esos problemas, nos bas-
gunda tópica, iniciada, pues, por arriba, o, mejor aún, conec- tará con reparar en dos de ellos: en primer lugar, en el mecanismo
tando el narcisismo y el ideal. de esa transformación, respecto al cual Freud propuso dos hipóte-
sis, sin elaborar una posible reconciliación. En Una teoría sexual
y, de modo subyacente, en Un recuerdo infantil de Leonardo de

. -.
,~.
222 Freud y su obra 111. Reformulación de la teoría de las pulsiones y de la tópica 223

Vinci (191 O), Freud ve en la sublimación la contrapartida del idealización seguiría afectando, en cuanto tal, a modificaciones
apuntalamiento de las pulsiones sexuales en las de autoconserva- m el objeto, que se magnifica; la sublimación afectaría, ante todo,
ción, por lo que se trata, como titula significativamente uno de al tln de la pulsión, lo que conllevaría, subsecuentemente, un
los apartados de Una teoría sexual, de «caminos de influjo recí- cambio de objeto.
proco»: «Podemos llegar a la hipótesis de que todos los caminos Más allá de esos problemas, lo que Freud quiere destacar es
de enlace que nos conducen a la sexualidad partiendo de otras que la formación del yo ideal cumple la función de retener ima-
funciones pueden ser recorridos también en sentido inverso [ ... ]. ginariamente la perfección narcisista que todos creíamos deten-
Los mismos caminos por los que las perturbaciones sexuales se tar en la niñez. Mas, dado que la realidad y la educación se han
extienden a las restantes funciones físicas [pensemos en los tras- encargado de desmentir nuestro sueño infantil de omnipotencia,
tornos alimentarios de origen erótico, por ejemplo] tienen tam- tratamos de recuperar ésta forjando un yo ideal lleno de perfecc-
bién que servir a otras funciones importantes en estados norma- ciones, al que consagrar el amor ególatra dirigido en la niñez al
les. Por estos mismos caminos ha de tener lugar la orientación de propio yo: «Aquello que proyecta ante sí mismo como su ideal es
la pulsión sexual; esto es, la sublimación de la sexualidad» la sustitución del perdido narcisismo de su niñez, en la cual él
(1905d, II, 1214-1215). Sin embargo, a partir de 1914, Freud mismo era su propio ideal» (1914d, II, 2028).
va a ligar la sublimación con el narcisismo, de manera: que las ac- Además, en la medida en que la idealización puede afectar a
tividades sublimadas tenderían a alcanzar ese carácter de totali- objetos que no son el yo -fundamentalmente, las figuras pa-
dad y unificación que quisiera detentar el yo. Y así, en El yo y el rentales-, pero con los que el yo se identifica, provoca una ten-
Ello, observará que quizá la sublimación tenga siempre lugar por sión entre el yo actual y el yo ideal. La conciencia moral es la ins-
mediación del yo, «que transforma primero la libido objeta! se- tancia encargada de velar por el nunca cumplido ajustamiento
xual en libido narcisista, para proponerle luego un nuevo fin» entre uno y otro, vigilancia que facilita la comprensión del deli-
(1923c, III, 2711; cfr., asimismo, 2720). rio de autorreferencia o, más exactamente, de ser observado, tan
En segundo lugar, no resulta clara la delimitación de la subli- manifiesto en las enfermedades paranoicas. Pero, de este modo,
mación con otros procesos cercanos, como los de formación reac- nos hemos visto conducidos de la idealización a la identificación,
tiva, inhibición del fin o, según ahora comentaremos, la ideali- pues, para ser desplazado y retenido en forma de ideal, parece que
zación. En Introducción al narcisismo, Freud pretende establecer el narcisismo ha de ser mediado por la autoridad.
una neta distinción entre sublimación e idealización, diciendo Sin embargo, antes de entrar a considerar los problemas es-
que si la primera afecta al fin de la pulsión, la idealización en pecíficos del proceso de identificación, conviene reparar en que
cambio no afecta sino al o6jeto (otra persona, uno mismo o un son la implicación y diferencia de ambos procesos (idealización e
ente abstracto como la patria, por ejemplo) engrandeciéndolo: identificación) las que prestan fundamento a la distinción freu-
«Por consiguiente, en cuanto la sublimación describe algo que su- diana entre yo ideal (Idealich) e ideal del yo (Ichideal). Esa distin-
cede con la pulsión y la idealización algo que sucede con el ob- ción queda apuntada, mas sin explorar, siendo el primer concepto
jeto, se trata entonces de dos conceptos totalmente diferentes». mucho menos frecuente: sólo aparece en Introducción al narci-
Se relacionan también de distinto modo con la represión: «La sismo y luego, una vez más, en El yo el ello. Pero muchos autores
producción de un ideal eleva las exigencias del yo y favorece más -entre ellos, D. Lagache y J. Lacan- insisten en no conside-
que nada la represión. En cambio, la sublimación representa un rarla casual. Para Lacan, el yo ideal estaría en la línea especular,
medio de cumplir tales exigencias sin recurrir a ella» (1914d, II, en la dimensión de lo imaginario, por la que se cree ser dueño
2029). Pero el propio Freud tendió a desdibujar las fronteras de sí, pero que oculta la determinación por lo inconsciente. Tam-
cuando, en las Nuevas lecciones, definió la sublimación como bién J. Laplanche ha insistido en que el yo ideal se situaría más
«cierta clase de modificaciones del fin y cambios del objeto, en bien del lado de la idealización y de la omnipotencia, y sería por
la que entra en juego nuestra valoración social» (1933a, III, lo tanto, en relación con él, donde habría que colocar los senti-
3155). Con todo, quizá ese cambio sea más aparente que real: la mientos de inferioridad, mientras que el ideal del yo aparecería

..........__
224 Freud y su obra 111. l{d(>rmulación de la teoría de las pulsiones y de la tópica 225

como algo ubicado frente al yo como su ideal, más ligado a los ljlll" no se refiera al objeto perdido, la misma imposibilidad de
problemas de la ley, la ética y los sentimientos de culpa. clq.~ir un nuevo objeto sexual. Sin embargo, existen también di-
lnl"ncias, apreciadas ya por la observación común, la cual no ve
en d duelo una manifestación patológica y sí en cambio en la
2. La identificaci6n: Duelo y melancolía (1915) 1ndancolía. La más llamativa consiste en los reproches del me-
l.tnuílico a sí mismo, reproches que sólo en las manifestaciones
En todo caso, el concepto de identificación, al que nos he- patológicas de duelo alcanzan tal intensidad, reproches que, en el
mos visto remitidos, no va a dejar de plantear problemas. En ge- desprecio de sí, pueden acabar por llevar al individuo al suicidio.
neral, la identificación designaría aquel proceso mediante el cual Por otra parte, resulta sospechosa la desproporción entre la in-
un sujeto asimila un aspecto o atributo de otro y se transforma, tensidad autocrítica del melancólico y su justificación real, así
total o parcialmente, sobre el modelo de éste, constituyéndose la lomo la falta de pudor en exhibir sus culpas y rebajarse, como si
personalidad a través de una serie de identificaciones con diver- en dio encontrara una satisfacción.
sas figuras, entre las que las de los padres permanecerán como Lo que el análisis descubre tras esa acentuada crítica se for-
modelos últimos de referencia. lllula de manera escueta: ihre Klage sind Anklage, los autorrepro-
Utilizada la noción desde muy pronto, en relación con los sín- chcs no son sino acusaciones que se querrían dirigir al objeto,
tomas histéricos, a los conocidos fenómenos de imitación y de pero como éste se ha perdido se dirigen al yo, identificado con
contagio mental, Freud agregó la existencia de un elemento in- l:¡. En efecto, el melancólico «sabe a quién ha perdido, pero no
consciente común a las personas entre las que se produce la iden- lo que con él ha perdido» (1917a, II, 2092). Desconoce el lazo
tificación, como en el caso de aquella paciente agorafóbica, que que le unía con el objeto, un lazo ambivalente y narcisista. La
se identificaba inconscientemente con una «mujer de la calle», .unbivalencia provoca que, con la pérdida, los aspectos negativos
siendo su fobia una defensa frente a tal identificación y los de- .dten a primer plano (además de que todo objeto perdido es, en
seos sexuales que comportaba. En Una teoría sexual, Freud rela- lllanto tal, un objeto malo, por abandonarnos). La elección de
cionó la identificación con la organización pregenital oral o ca- objeto de tipo narcisista -una de las condiciones fundamenta-
níbal, cuando «el fin sexual consiste en la asimilación del objeto, les de la predisposición a la melancolía- lleva a una retracción
modelo de aquello que después desempeñará un importantísimo regresiva de esa elección de objeto narcisista al narcisismo. Pero
papel psíquico como identificación» (1905d, II, 1210). También la vuelta no es un retorno sin más: la retirada se lleva consigo el
en Tótem y tabú indicó que, devorando al padre de la horda pri- objeto, o algo del objeto, dado que el sujeto se resiste a perderlo
mordial, los hijos «se identificaban con él y se apropiaban de una y sigue invistiéndolo en el propio yo. Freud habla ahí de identi-
parte de su fuerza» (1913a, II, 1838). Y a este tipo de identifica- ficación narcisista con el objeto como sustituto de la carga eró-
ción se referirá todavía en Psicología de las masas y andlisis del yo, tica, como una forma de retener el objeto perdido.
según tendremos ocasión de apuntar. Ya decía el poeta: «Te quiero para olvidarte,/ para quererte te
Pero donde tiene lugar el reconocimiento de la amplitud del olvido». Y todavía:
proceso de identificación es en un estudio de 1915, al que su bre-
vedad no resta ni dificultad ni belleza: Duelo y melancolía. Como Y te enviaré mi canción.
en tantas otras ocasiones, Freud tratará de aclarar un fenómeno Se canta lo que se pierde,
normal, el duelo por la pérdida de un ser querido, a través de con un papagayo verde,
otro patológico, la melancolía, dando ese nombre a lo que hoy que la diga en tu balcón.
se denominaría psicosis maníaco-depresiva, en la que alternan es-
tados eufóricos con otros de profundo abatimiento. Ambos fenó- En el trabajo del duelo, la libido acaba por obedecer las ór-
menos, el duelo y la melancolía, presentan profundas similitudes: denes de la realidad, la cual exige al individuo abandonar todas
el mismo abatimiento, la misma incapcidad de pensar en algo las ligaduras con el objeto, si es que no quiere perecer con él. Di-

...... 'lo .. _
111. Reformulación de la teoría de las pulsiones y de la tópica 227
226 Freud y su obra
nprcsión, utilizada por el yo para escoger un objeto. Quisiera in-
cha exigencia suscita una fuerte oposición y sólo se cumple con ( orporárselo, ingiriéndolo, o sea devorándolo. A esta relación re-
gran gasto de tiempo y de energía, al que se denomina, precisa- licrc acertadamente Abraham el rechazo a alimentarse que surge
mente, trabajo del duelo. Pero el melancólico, a pesar del conflicto l'll los graves estados de melancolía» (1917a, II, 2095).
(muerte, ruptura), se resiste a abandonar la relación, trasladán- Sin perjuicio de volver sobre los problemas de la identifica-
dose entonces aquél al interior del propio yo, que queda así di- ci<'m primaria, hemos de subrayar que, si nos hemos detenido en
sociado. Por eso, a diferencia del trabajo del duelo, referido a un 1>uelo y melancolía, no ha sido sólo por el valor intrínseco de este
o~jeto exterior, el debate del melancólico es un debate consigo dt·nso estudio, sino también porque él supone un gozne esencial
m1smo: en el camino hacia la segunda tópica. En efecto, cuando el pro-
U'JO de identificación con los objetos sexuales abandonados, como
La sombra del objeto recayó así sobre el yo [ ... ]. De este n•rtcción a la pérdida de éstos, se aplique a esos objetos sexuales pri-
modo se transformó la pérdida del objeto en una pérdida del ''ilegiados que son los padres, estaremos en presencia de la constitu-
yo, y el conflicto entre el yo y la persona amada, en una diso- ár5n del superyó. Mas, antes, es preciso atender a la segunda teo-
ciación entre la actividad crítica del yo y el yo modificado por
ría de las pulsiones, propuesta por Freud en 1920.
la identificación (ob. cit., 2095).

Al tratarse a sí mismo como quisiera tratar al objeto, deni- J. Segunda teoría de las pulsiones:
grándolo, el individuo puede contrariar la fortísima tendencia a Más allá del Principio del Placer (1920)
la autoconservación y llegar al suicidio, como forma de acabar
con «la sombra del objeto», mientras preserva una imagen no da- Desde 1914, la teoría freudiana se aproximaba hacia el mo-
ñada de sí, cercana a la omnipotencia, narcisista e ideal. nismo, del que, por otra parte, el conflicto psíquico y la necesi-
La identificación narcisista con el objeto sexual perdido es una <lad de encontrar algo que se opusiera a la sexualidad la alejaban.
identificación secundaria, por seguir a la investición libidinal de Sed la nueva teoría pulsional, formulada en 1920, la que rea-
un objeto y por ser posterior a un modo de identificación prima- lirme el dualismo, generando, a su vez, nuevos problemas.
ria, a la que Freud se refirió en diversas obras y pasajes, sin haber
acabado de aclarar los enigmas por ella suscitada. El modelo bá-
sico de tal identificación sería la efectuada con el pecho materno, .~. 1. La compulsión a repetir
forma oral en la que se unen, en un solo movimiento, el amor y
la ingestión del objeto amado; relación caníbal que, en la incor- En efecto, a partir de Más allá del principio del placer (1920),
poración, realiza la ambivalencia de amar y destruir el objeto, o, 1;rcud va a defender un nuevo dualismo pulsional, el de pulsio-
mejor, de unirse a él, apropiándoselo. Freud también se refirió a llcs de vida (Eros) y pulsiones de muerte (Tánatos; este término,
esa identificación, al indicar en Tótem y tabú: «Al devorar al pa- utilizado por simetría con Eros, no se encuentra en Freud, aun-
dre se identificaban con él». Karl Abraham, que se había ocupado que, según Jones, lo utilizaba en la conversación y se ha hecho
del tema estudiando autoacusaciones delirantes de antropofagia usual). Como este último es el aspecto más novedoso, concén-
en casos de licantropía, había propuesto hablar de incorporación tn:monos por el momento en él. Los aspectos agresivos del com-
mejor que de identificación. Freud no aceptó el cambio, pero re- portamiento -hacia uno mismo o hacia los demás- habían
conoció de forma explícita (y un tanto sintomática o irónica) su \ido tenidos en cuenta desde el comienzo por el psicoanálisis, sin
deuda para con él, diciendole: «Sus observaciones sobre la melan- verse en la necesidad de postular una pulsión independiente, sino
colía me fueron muy valiosas, y he incorporado sin vacilar a mi en- explicándolos a través de mecanismos como la ambivalencia. No
sayo todo lo que de ellas pude utilizar» (4-V-1915; C, III, 83; cur- ohstante, poco a poco, a Freud se le impusieron una serie de fe-
siva mía). En él, observará: «La identificación es la fase preliminar llÓrnenos para los que no parecían suficientes las antiguas expli-
de la elección de objeto, y la primera forma, ambivalente en su

-:"J.~._
228 Freud y su obra 111. Reformulación de la teoría de las pulsiones y de la tópica 229

caciones. Entre ellos se pueden destacar la neurosis traumática, la 'arsc, entonces, que todo el proceso seguía gobernado por el pla-
compulsión a la repetición -en los pacientes o en juegos de ni- n-r de hacer retornar el objeto, de manera similar a como la com-
ños- y, en general, los intensos sentimientos de culpabilidad. El pulsión neurótica puede interpretarse como la realización disfra-
concepto de neurosis traumdtica, que alcanza un mayor protago- l.ada de un deseo, realización placentera para un sistema psíquico,
nismo a consecuencia de los desastres psicológicos provocados ;utnque provoque displacer en otro. Pero, aun cuando Freud
por la Primera Guerra Mundial, vuelve a traer a colación el an- avanza esa explicación, le parece que en ambos casos queda un
tiguo concepto de trauma, en el que Freud tendía a ver, por esos resto oscuro: En el juego del niño, la desaparición del objeto, mu-
años, como en su momento indicamos, una serie complementa- l ho más frecuente que su retorno, parecía trasmutar la pasividad
ria en el desencadenamiento de la neurosis, en el cual incidían, dd abandono por parte de la madre en actividad vengativa por
en proporción variable, la constitución y la biografía individual, parte del niño, quizá para conseguir elaborar psíquicamente y do-
por lo que el papel mismo del acontecimiento traumático era re- minar algo impresionante y desagradable. Pero, aun cuando fuese
lativizado y puesto en relación con la tolerancia del sujeto. A pe- así, tal proceso no parecía hacer necesaria la postulación de una
sar de todo, en Mds alld del principio del placer, Freud parece re- tendencia por completo independiente del principio del placer.
servarle un puesto nosográfico y etiológico aparte, para referirse l.a compulsión neurótica, sin embargo -y a pesar de la dificul-
a aquellas neurosis en las que el trauma, por su particular inten- tad de detectarla en estado puro, esto es, sin verse reforzada por
sidad (accidentes, batallas, explosiones), desborda la capacidad de motivos obedientes al placer-, provoca la impresión de un des-
defensa del organismo. Sin ser capaz de responder a él ni de ela- tino persecutor, pudiéndose ver en ella una tendencia «más pri-
borarlo, el individuo repite compulsivamente el acontecimiento mitiva, elemental y pulsional que el principio del placer al que
traumatizante (por ejemplo, en sueños), como si intentara ligar sustituye» (1920, III, 2517).
psíquicamente el monto de excitación no integrado.
Fuera así o no, lo cierto es que la compulsión a la repetición
(Wiederholungszwang) forma parte del cuadro de muchas neuro- 3.2. Eros y Tdnatos: ¿cardcter inercial de las pulsiones?
sis y parece contradecir el principio del placer -y su derivado,
el principio de realidad-, rector de la vida psíquica, al situarse Freud ha pretendido basarse, según hemos visto, en algunos
el sujeto, una y otra vez, en situaciones penosas en las que revive hechos, pero advierte: «Lo que sigue es pura especulación y a ve-
experiencias antiguas: así, en los ceremoniales obsesivos, en los ces harto extremada [... ]. Un intento de perseguir y agotar una
síntomas en general -que reproducen disfrazadamente conflic- idea, por curiosidad de ver hasta dónde nos llevará» (ibíd.). Y así,
tos arcaicos- y en el propio proceso de la cura analítica, en la postula una función anterior al principio del placer, que tendría
que no se dan sólo fenémenos de rememoración, sino asimismo por misión dominar grandes masas de excitación, ligándolas psí-
de repetición transferencia!. quicamente y procurando su descarga. Si ante los estímulos ex-
Esa tendencia se manifiesta también en los juegos infantiles, ternos podemos defendernos mediante un dispositivo protector
como el famoso Fort-Da, observado por Freud en uno de sus nie- -cuya rotura generalizada es motivo de traumatismo-, no hay
tos de año y medio de edad: el juego consistía en lanzar lejos de protección similar contra los internos, a no ser a través de deter-
sí, a un rincón del cuarto, o bajo la cama, un pequeño objeto, minados medios de defensa; mas, cuando ya no es evitable «la
mientras exclamaba un largo o-o-o-o, que, a juicio de la madre inundación del aparato anímico por grandes masas de excitación,
y del propio Freud, no era sino el correspondiente a la interjec- habrá que emprender la labor de dominarlas, esto es, de ligar psí-
ción Fort (fuera); cuando el objeto arrojado era un carrete de ma- quicamente las cantidades de excitación invasoras y procurar su
dera atado a una cuerdecita, lo hacía a veces reaparecer, saludando descarga» (oh. cit., 1521). Esa labor sería anterior al principio del
su vuelta con un alegre Da (aquí). Con tal manejo, el niño pa- placer -o, al menos, limitaría su dominio, pues tal principio
recía repetir una de las escenas fundamentales de su vida, a la que sólo actuaría una vez afianzada aquélla- y pone en conexión las
habría de acostumbrarse: la ausencia de la madre. Podría pen- reflexiones freudianas de 1920 con las que, mucho antes, se re-

·l;"l.li'4L._
230 Freud y su obra III. Reformulación de la teoría de las pulsiones y de la tópica 231

ferían a la energía ligada y a la energía libre, desligada, desenca- que nos hemos creado "para soportar la pesadumbre del vivir"»
denada, en la que quizá se pueda ver un precedente de lo que (oh. cit., 2527), comenta citando a Schiller. Sin embargo, frente
ahora se anuncia como pulsión de muerte. Pero, en el nuevo con- a la ciega necesidad, frente a la fria regularidad de laAnanké, sólo
cepto hay con todo un salto, pues lo peculiar de la obsesión a la se alza la sospecha de si ella no será también una ilusión y, sobre
repetición no es tanto la falla en esa función de ligazón energé- tod~, la fuerza de las pulsiones sexuales.
tica, cuanto su compulsividad, que denota un carácter pulsional Estas se conciben también como conservadoras, sólo que lo
e incluso demoníaco, algo irrefrenable, independiente del princi- que tratan de conservar es la vida misma, entrando en contra-
pio del placer y capaz de oponerse a él. A partir de esa noción, diccióq con la pulsión de muerte. (Sin embargo, en algunos pa-
Freud habla del carácter inercial de las pulsiones y de su natura- sajes, según más adelante recordaremos, Freud sitúa a Eros en
leza conservadora: oposición al carácter conservador de la pulsión). Mientras que,
abandonados a sí mismos, cada uno de los seres vivientes no ha-
¿De qué modo se halla en conexión lo pulsional con la ob- ría sino recorrer su propio camino hacia la muerte, a fin de apa-
sesión de repetición? Se nos impone la idea de que hemos des- ciguar todas las tensiones y volver al estado anorgánico, los im-
cubierto la pista de un carácter general no reconocido clara- pulsos sexuales, agrupados bajo el nombre de Eros, luchan contra
mente hasta ahora -o que por lo menos no se ha hecho los tanáticos y tienden a agregar unos con otros los seres y los
resaltar expresamente- de las pulsiones y quizá de toda vida grupos. La lucha contra la muerte no reside en ningún aislado
orgánica. Una pulsión sería, pues, una tendencia propia de lo or- deseo de vivir, sino en la relación erótica de seres sacados de ese
gdnico vivo a la reconstrucción de un estado anterior, que lo ani-
aislamiento, interna y necesariamente mortal. Sobre todo, insiste
mado tuvo que abandonar bajo el influjo de fuerzas exterio-
res, perturbadoras; una especie de elasticidad orgánica, o, si se Freud, no reside en ningún supuesto instinto interior de perfec-
quiere, la manifestación de la inercia en la vida orgánica (ob. cionamiento. Lo que entendemos por tal no pasa de constituir,
cit., 2525). en una minoría de seres humanos, la tendencia a repetir un sa-
tisfactorio suceso primario, como una fuga hacia adelante, dado
Si esto fuera así, los éxitos de la evolución orgánica se debe- que el camino hacia atrás está impedido por las resistencias que
rían a influencias exteriores. Y esto es lo que piensa Freud al afir- mantienen la represión. Pero esa marcha no es sino una quimera
mar que «todo lo viviente muere por fundamentos internos»: «La llamada perpetuamente a frustarse, si bien la diferencia entre el
meta de toda vida es la muerte» (oh. cit., 2526). Al contrario que grado de satisfacción exigido y el hallado mantiene la tensión ca-
para Spinoza, para el cual cada cosa se esfuerza en perseverar en racterística y otorga el factor impulsor.
su ser, para Freud, la impresión de fuerzas que empujan hacia la Freud plantea así un dualismo riguroso en relación con los
transformación y el progreso es engañosa. El fin de la vida no se- grandes procesos vitales de asimilación y desasimilación, dualismo
ría un estado nuevo sino el regreso a un estado anterior del que que, en último término, comentará todavía en Compendio de psi-
circunstancias exteriores obligaron a salir para ir de lo inanimado coandlisis, desemboca en «la polaridad antinómica de atracción y
a lo animado, que tiende, a su vez, a volver al estado anorgánico. repulsión que rige en el mundo inorgánico» (1940b, III, 3382).
El principio de conservación no hace sino asegurar al organismo Al hacer de esa oposición una ley universal, se acerca, como él
su peculiar camino hacia la muerte. Es cierto que ese camino po- mismo hace notar, a las concepciones de Empédocles, a la vez
dría ser abreviado exponiéndose a los peligros de los que se pre- que se encuentra inesperadamente en «el puerto de la filosofía de
serva. Pero eso está reservado a las conductas inteligentes, a dife- Schopenhauer, pensador para el cual la muerte es el 'verdadero re-
rencia de las puramente pulsionales. Así, la muerte aparece sultado' y, por tanto, el objeto de la vida y, en cambio, el instinto
inscrita en la necesidad de la vida, como algo interno a ella. Claro sexual la encarnación de la voluntad de vivir» (1920, III, 2533).
que Freud, crítico consigo mismo, no dejará de observar, unas Que, a pesar de todo, no se trataba del mismo puerto, lo subrayó
páginas más adelante, que «quizá esta creencia en la interior re- el propio Freud, al comentar en las Nuevas lecciones: «Lo que no-
gularidad del morir no sea tampoco más que una de las ilusiones sotros decimos no coincide en absoluto con las teorías de Scho-

,,.....
232 Freud y su obra 1!l. Reformulación de la teoría de las pulsiones y de la tópica 233

penhauer. Nosotros no afirmamos que el único fin de la vida sea


la muerte; no dejamos de ver, junto a la muerte, la vida. Recono- 3.3. Entre la clínica y la especulación
cemos dos pulsiones fundamentales y dejamos a cada una su fin
propio», habiendo de dejar incontestada la pregunta acerca del ca- Aislada a propósito de una serie de fenómenos de difícil ex-
rácter conservador de la pulsión erótica (1933a, III, 3161-3162). plicación en la teoría anterior, propuesta con una confesada do-
Es por ello por lo que resulta más discutible aún referir la doc- sis especulativa, resultará arduo rastrear las manifestaciones de la
trina freudiana al Eros de Platón, aunque sea Freud quien en pulsión de muerte, hasta el punto de imponerse la impresión «de
cierto modo lo hace, al comentar que su concepción de la libido que son, mudas» (1923c, III, 2720). Por ello, aun cuando la nueva
«coincidiría con el 'eros' de los poetas y filósofos, que mantiene oposición entre pulsiones tanáticas y eróticas sustituye a la que
unido todo lo animado» (1920, III, 2533); pero esta aproxima- se daba entre pulsiones del yo o de autoconservación y pulsiones
ción trata ante todo de defender una concepción no exclusiva- sexuales, esta última no es del todo desechada. En primer lugar,
mente genital de la sexualidad, sin necesidad de embarcarse en el porque bajo el nombre de Eros se recogen anteriores oposiciones,
supuesto -referido en El Banquete de Platón por Aristófanes- pues «la antítesis entre las pulsiones de autoconservación [del yo]
de que el impulso erótico iría guiado por el intento de reconsti- y de conservación de la especie [sexuales], así como aquella otra
tuir una unidad perdida, la del andrógino, que participaba de los entre el amor yoico y el amor objetal, caen todavía dentro de los
sexos masculino y femenino, después escindidos. Despejada la límites del Eros» (1940b, III, 3382). Pero también, como señala
pulsión de muerte, es ella, como agente de la repetición, la que en el artículo Psicoandlisis, redactado en 1926 para la Enciclope-
tiene por fin la reconstitución de un estado anterior; pero el Eros dia Britdnica, porque, «desde un punto de vista empírico», aque-
freudiano no es nostálgico ni busca una unión ya perdida, a no lla antigua oposición mantiene su valor, si bien «la especulación
ser por efecto de la pulsión de muerte que se incorpora silencio- teórica permite suponer la existencia de dos pulsiones funda-
samente en su acción. El objeto del deseo, para Freud, no es el mentales que yacerían ocultas tras las pulsiones yoicas y objeta-
objeto perdido, sino su sustituto por desplazamiento, lo que es les manifiestas, a saber: a) el Eros, pulsión tendente a la unión
distinto, y sólo puede confundirse con la búsqueda de una unión cada vez más amplia, y b) la pulsión de destrucción, conducente a
primordial bajo la intervención de la pulsión de muerte. Y así, si la disolución de todo lo viviente. La manifestación energética del
en Mds alld del principio del placer, Freud dice no saber hasta qué Eros se llama en psicoanálisis libido» (1926b, III, 2906), care-
punto cree en las doctrinas míticas expuestas por Platón (ob. cit., ciendo «de un término análogo a libido para designar la energía
2538), cuando se refiere a la teoría de las pulsiones en Compen- de la pulsión de destrucción» (1940b, III, 3382).
dio de psicoandlisis subraya que sólo la pulsión de muerte se ajusta Noción problemática y especulativa, no es extraño las resis-
a la fórmula «según la cual toda pulsión perseguiría el retorno a tencias y objeciones suscitadas entre sus contemporáneos y con-
un estado anterior. No podemos, en cambio, aplicarla al Eros (o tinuadores. Para Freud, en cambio, se convirtió, según anotará
pulsión amorosa), pues ello significaría presuponer que la sus- en El malestar en la cultura, en una convicción a la que ya no po-
tancia viva fue alguna vez una unidad, destruida más tarde, que día renunciar (1930, III, 3051). No por ello Tánatos pierde sus
tendería ahora a su nueva unión. Los poetas han imaginado algo aspectos mitológicos: en esa misma obra se refiere a ella al hablar
semejante, pero nada de ello nos muestra la historia de la sus- de la destrucción, de la crueldad, de «la innata inclinación del
tancia viva» (1940b, III, 3382). hombre hacia "lo malo"», y cita el parlamento con el que Mefis-
tófeles se presenta en el Fausto de Goethe («cuanto soléis llamar
pecado, destrucción, en fin, el Mal, es mi propio elemento»), en
el que piensa es muy convincente la identificación entre malig-
nidad y destrucción. Pero no debe sorprendernos que sea en una
obra de crítica cultural donde alcance esas grandes proporciones:
si fue la compulsión a repetir la que sirvió para introducir el con-

~M..·
234 Freud y su obra 111. Reformulación de la teoría de las pulsiones y de la tópica 235

cepto, será en la agresividad (tanto en su aspecto sádico -hacia cas indicaciones de la presencia en la vida psíquica de una
fuerza a la que llamamos pulsión de agresión o de destrucción,
los demás y hacia uno mismo- cuanto masoquista) y, sobre
según sus fines, y que hacemos remontar a la primitiva pul-
todo, en la guerra donde podemos tratar de descifrarla. sión de muerte de la materia viva. No se trata de una antíte-
Sin embargo, pese a su carácter especulativo, pese a la difi- sis entre una teoría optimista y otra pesimista de la vida. So-
cultad para aislar sus manifestaciones, Freud no quiere dejar la lamente por la acción mutuamente concurrente u opuesta de
noción de pulsión de muerte simplemente en manos de la crítica las dos pulsiones primigenias -Eros y la pulsión de muerte-,
cultural. Cree que ayuda a explicar algunos fenómenos frecuen- y nunca por una sola de ellas, podemos explicar la rica multi-
tes en la clínica, aunque su expresión teórica no resulte asequi- ' plicidad de los fenómenos de la vida (1937a, III, 3357-3358).
ble: así sucede, por ejemplo, con el odio, que a Freud siempre le
pareció difícil de deducir de las pulsiones sexuales. Es cierto que, Mas, antes de esas consideraciones escritas tan sólo a dos años
en Las pulsiones y sus destinos, el cambio de contenido de una pul- de su muerte, Freud tratará de articular en el capítulo IV de El
sión en su contrario es estudiado a través de la conversión del yo y el ello la nueva teoría pulsional con la nueva teoría de las ins-
amor en odio (1915b, II, 2048). Pero poco después insiste en que tancias, la denominada segunda tópica, que toma cuerpo en esa
el odio (y el sadismo) habría que cargarlo en la cuenta, no de las obra.
pulsiones sexuales, sino de las del yo, por cuanto, más antiguo
que el amor en cuanto relación de objeto, «nace de la repulsa pri-
mitiva del mundo exterior emisor de estímulos por parte del yo 'Í. La segunda tópica: El Yo y el Ello ( 1923)
narcisista primitivo», que se incorporaría (en una modalidad en
la que apenas cabe diferenciar el amor del odio) los objetos sus- 1¡. 1. Razones y cardcter de la segunda tópica
ceptibles de satisfacer autoeróticamente al yo así ampliado, mien-
tras que el odio expresaría la reacción de displacer provocada por La segunda tópica freudiana venía siendo motivada por una
los objetos y «permanece siempre en íntima relación con las pul- serie de factores, a los que ya hemos hecho alusión. Probable-
siones de autoconservación» (ob. cit., 2051). Al difuminarse la mente, el principal sea que, al considerarse el proceso de la re-
distinción entre ambos tipos de pulsiones, por la introducción presión en sí mismo inconsciente, no podía efictuarse la ecuación
del concepto de narcisismo, la explicación del odio se hacía más mtre inconsciente y reprimido, ni tampoco la que asimilaba el yo y
dificultosa dentro de un posible monismo pulsional. Será enton- .1us mecanismos de definsa al sistema Pes. -Ce. Además, desde 1914,
ces la revisión del concepto de masoquismo, iniciada en Las pul- con la introducción del narcisismo, el yo había dejado de ser sim-
siones y sus destinos y culminada en El problema económico del ma- ple agente de la adaptación para convertirse en uno de los polos de
soquismo, la que permita considerarlo, no sólo como una vuelta referencia libidinal e instrumento de satisfacción de las exigencias
del sadismo contra el propio yo (ése será el denominado maso- ¡misionales. De ahí, una ambigüedad, en buena medida delibe-
quismo secundario), sino como algo primario y, por tanto, esa rada, en el pensamiento de Freud, que, a partir de la segunda tó-
revisión es uno de los índices que apuntan al nuevo dualismo pul- pica, hablará del yo tanto para referirse al individuo o a la per-
sional. Todavía en 1937, cuando redacte Andlisis terminable e in- sona en su totalidad como para hacerlo a una de las instancias
terminable, insistirá en ello: que escinden la individualidad.
Esa ambigüedad llevará posteriormente a algunos autores,
como Heinz Hartmann, fundador de la Ego Psychology, a inten-
Si consideramos el cuadro completo constituido por los fe- tar diferenciar entre el «yo» como subestructura y el «SÍ mismo»
nómenos del masoquismo, inmanente a tanta gente, la reac- (selbst, se/j), o, en otra dirección, por ejemplo en Lacan, a multi-
ción terapéutica negativa y el sentimiento de culpa encontrado
en tantos neuróticos, no podremos ya adherirnos a la creencia plicar incluso las instancias de la tópica para plantear al sujeto
de que los sucesos psíquicos se hallan gobernados excluisa- como instancia, como je además del moi. Bajo esas polémicas,
mente por el deseo de placer. Estos fenómenos son inequívo- subsiste el hecho de que la segunda tópica freudiana, donde el yo

_,_y..,.,_::.~~
236 Freud y su obra 111. Reformulación de la teoría de las pulsiones y de la tópica 237

cobra un lugar central, es susceptible de diversas interpretaciones, hría de quedar a él adscrito, pues el yo y el superyó también lo
entre las que, en la historia del psicoanálisis, han primado dos: mn en buena medida. Tampoco se trata de una simple sustitución,
una, la de la Ego Psychology, que triunfará sobre todo en Usamé- ,¡no de un nuevo enfoque del conflicto psíquico, que no por ello anula
rica, con autores como Ernst Kris o Erik Erikson, además del ¡,, uigencia del primero. Tanto en El yo y el ello como en las Nue-
propio Hartmann, y hace del yo una agencia de la persona total, ' ".1" lecciones, Freud ofreció esquemas en los que ambas triparti-
diferenciada a partir del ello al contacto con la realidad, en fun- liones coexisten y en el capítulo 4. 0 de su tardío Compendio del
ción sobre todo de los problemas de la adaptación (lo cual no sig- psicoanálisis (1938) realizó la tentantiva más precisa de conjugar
nifica, como se dice con demasiada frecuencia en la órbita laca- las dos ~ópicas.
niana, que esa adaptación a la realidad haya de ser una imitación
servil de los ideales imperantes en el American way of liJe, pues
puede ser también una adaptación crítica), y otra -que es la que 'Í.2. Las instancias
aquí acentuaremos, y en la que se insertan autores como
M. Klein, J. Lacan o J. Laplanche- que insiste en su constitu- Freud diferencia ahora entre ello, yo y superyó, sin pretender
ción a través de una serie de identificaciones y que, por tanto, no delimitar fronteras precisas, como las que artificialmente traza la
trata de «blanquear» al yo, depurándolo de sus aspectos identifi- g~:ografía política: ~~A la peculiar condición de lo psíquico no co-
catorios, como si sólo se tratara de racionalidad o instancia de la ITt:sponden contornos lineales [ ... ],sino esfumaciones [... Y así],
realidad. Sin embargo, el énfasis en esta segunda concepción no d~:spués de haber efectuado la separación, tenemos que dejar con-
ha de impedir, como tendremos ocasión de señal~, una cierta au- lluir de nuevo lo separado» (1933a, III, 3145-3146).
tonomía del yo.
El eje rector de la nueva tópica no va a ser ya la diversidad de 4.2.1. El ello.- El término «ello» (das Es) fue tomado del
tipos de funcionamiento mental (proceso primario, proceso se- médico alemán Georg Groddeck, autor de El libro del Ello, en el
cundario), sino las modalidades del conflicto'/síquico, en el que, a cual, según Freud, lo utilizaría, siguiendo el precedente de Nietzs-
las tensiones entre el yo, el ello y la realida se sumarán las pro- che, para referirse a lo que en nuestro ser hay de impersonal, a la
vocadas por las instancias ideales. Se ponen así de relieve relacio- ~:xperiencia de que «nuestro yo se conduce en la vida pasivamente
nes intersistémicas e intrasistémicas -esto es, entre las diversas y que, en vez de vivir, somos "vividos" por poderes ignotos e in-
instancias y dentro de cada una de ellas- con una terminología vmcibles» (1923c, III, 2707). Inserto en una tradición de médi-
que no se modela sobre la óptica o las ciencias físicas, como en ms que querían hacer compatibles el cientificismo con las ten-
la primera tópica, sino que es claramente antropomórfica. El dencias románticas de la Naturphilosophie, Groddeck inspiró a
campo intrasubjetivo se concibe de este modo según el modelo 'l'homas Mann el personaje del doctor Krokovski en La montaña
de las relaciones intersubjetivas, como si la teoría del aparato psí- lmígica. Mantuvo con Freud una relación de fascinación y disi-
quico tendiera a acercarse a la fantasmática en que el sujeto se dmcia, según manifiesta una despedida epistolar no exenta de
concibe a sí mismo e incluso se constituye, como si las diversas ironía: «De mi ello a su yo y su ello». Freud le calificó en alguna
instancias fueran personas relativamente autónomas dentro de la ocasión de «soberbio analista», aunque su modo de proceder era
persona total (el ello busca satisfacción, el superyó se comporta 1111 tanto salvaje, y Freud mismo estaba lejos de compartir sus
sádicamente con el yo, etc.). No en vano, Paul Ricoeur ha po- wncepciones metafísicas y su pasión por la psicosomática, reto-
dido decir que, en este sentido, la segunda tópica es una perso- mada, no obstante, más tarde, por otros analistas. Así que, a pe-
nalogía, una serie de variaciones sobre los pronombres persona- sar del préstamo terminológico, la concepción teórica es distinta.
les: yo, ello, superyó. / El ello va a ser concebido como el depósito de energía pulsio-
Aunque en ambos casos distingue tres, las instancias de la pri- 1/{d, de donde el yo -que ya no se caracteriza por ninguna ener-
mera y de la segunda tópica no se corresponden término a término: gía pulsional específica- tomará la suya, sobre todo en forma
así, aunque el ello es inconsciente, no todo lo inconsciente ha- «desexualizada y sublimada». Como hemos indicado, aunque el

~h.·"
238 Freud y su obra 111. Rd(>rmulación de la teoría de las pulsiones y de la tópica 239

ello es inconsciente -de acuerdo con la terminología de la pri- ll.lll ictorias- y a veces logra proponerles nuevos fines -por
mera tópica- ambos términos no se solapan. Por otra parte, la ,·jcmplo, a través de la sublimación-, alcanzando un relativo
distinción entre el inconsciente y la fuente somática de la pul- grado de autonomía. Así se pone de manifiesto en el famoso lema
sión, inscrita en aquél a través de un «representante», no es re- 1k la terapia freudiana: wo es war, soll ich werden, «donde era ello,
chazada, pero resulta ahora menos clara, al hacerse más difusas h.t de advenir el yo» (1933a, III, 3146), y en la metáfora de re-
las fronteras entre el ello y el sustrato biológico al que se en- \OILtncias platónicas con la que Freud quiere ilustrar sus relacio-
cuentra abierto en su extremo somático. Definido ante todo llcs: la del jinete y la cabalgadura.
como un caos pulsional, frente al modo de organización del yo,
el ello retiene la mayor parte de las propiedades atribuidas al sis- La importancia funcional del yo reside en el hecho de re-
tema inconsciente en la primera tópica (funcionamiento según el gir normalmente los accesos a la motilidad. Podemos, pues,
proceso primario; coexistencia de impulsos contradictorios; au- compararlo, en su relación con el Ello, al jinete que rige y re-
frena la fuerza de su cabalgadura, superior a la suya, con la di-
sencia de temporalidad, de relaciones lógicas y de juicios de va- ferencia de que el jinete lleva esto a cabo con sus propias ener-
lor), aunque la oposición dialéctica entre pulsiones de vida y de gías y el yo con energías prestadas. Pero así como el jinete se
muerte sugiere una cierta organización. Pero se define ante todo, ve obligado alguna vez a dejarse conducir adonde su cabalga-
de modo negativo, por la ausencia de un sujeto coherente, como dura quiere, también el yo se nos muestra forzado en ocasio-
el mismo pronombre neutro «ello» indica. nes a transformar en acción la voluntad del Ello, como si fuera
la suya propia (1923c, III, 2708).
4.2.2. El yo.- Del ello, genéticamente primero, se habría
ido desgajando el yo por influencia de la realidad exterior. El con- Pero, además de la influencia de la realidad externa y su per-
cepto de yo fue teorizado por Freud desde sus primeros escritos, l epción, en la génesis del yo parece actuar aún otro factor dis-
jugando un papel primordial como agente de la defensa en el 1i nto: el propio cuerpo y, sobre todo, la superficie del mismo,
conflicto psíquico y desmantelando la noción de un yo unitario como lugar del que pueden partir simultáneamente percepciones
y permanente, pero ahora adquiere nuevos desarrollos, suscepti- externas e internas «El yo es, ante todo, un ser corpóreo, y no
bles, según hemos observado, de diferentes lecturas, y agrupán- sólo un ser superficial, sino incluso la proyección de una super-
dose en él funciones que, en la primera tópica, se repartían por ficie» (oh. cit., 2709). Según esta perspectiva, «el yo deriva en úl-
los diversos sistemas. Para empezar, el yo reunirá la mayor parte timo término de las sensaciones corporales, principalmente de
de las fUnciones del sistema preconsciente-consciente, desde la per- aquellas producidas en la superficie del cuerpo, por lo que puede
cepción y la conciencia misma, como «núcleo del yo», al control considerarse al yo como una proyección mental de dicha super-
de la motilidad, la ordenación temporal, el pensamiento racional ficie, que, por lo demás [ ... ], corresponde a la superficie del apa-
o la prueba de realidad. Pero no todo él es lucidez, por cuanto rato mental» (ib., agregado en nota).
comporta asimismo defensas compulsivas contra las exigencias pul- Al definir el yo a través de una operación psíquica -la pro-
sionales, defensas en sí mismas inconscientes, lo que provoca yección del organismo en el psiquismo-, Freud invita a conce-
dentro de la propia instancia yoica una escisión insuperable. /Jir la génesis del yo, no sólo a través de diferenciaciones fUncionales,
La instancia más alta y compleja, el yo es también frágil, siem- sino asimismo a través de ciertas operaciones psíquicas, entre las que
pre amenazado por tareas que le desbordan. Su relación con el ello lrz identificación ocupa un lugar central. Sin negar, pues, el papel
es ambivalente: Por una parte, se encuentra sometido a él y ha de de la percepción y del mundo exterior, el yo no sería entonces
ser el agente de la satisfacción pulsional. Pero, cuando no sabe ar- tanto una instancia desarrollada a partir del sistema percepción-
monizar los límites impuestos por la realidad con las imperiosas conciencia, en general, cuanto una formación interna originada
exigencias pulsionales, introduciendo las modificaciones oportu- en ciertas percepciones privilegiadas, provenientes del exterior, sí,
nas en aquélla y tratando de sustituir el principio del placer por pero, ante todo, del mundo interhumano; una instancia consti-
el de realidad, se defiende de esas exigencias -por lo demás con- tuida por identificación con sus objetos amorosos, por las preci-

-
-.h.~
~
240 Freud y su obra 111. Rdormulación de la teoría de las pulsiones y de la tópica 241

pitaciones y residuos que aspectos tomados de otro dejan en el Heredero del complejo de Edipo y, con ello, la expresión
psiquismo. Desde esta perspectiva, el yo no es una simple ema- de los impulsos más poderosos del ello y de los más impor-
nación del ello, sino un objeto al que el ello apunta, en sustitu- tantes destinos de su libido. Por medio de su creación se ha
ción de los objetos abandonados. Es por lo que Freud insiste en apoderado el yo del complejo de Edipo y se ha sometido si-
multáneamente al ello. El superyó, abogado del mundo inte-
que «el carácter del yo es un residuo de las cargas de objeto aban- rior, o sea, del ello, se opone al yo, verdadero representante del
donadas y contiene la historia de tales elecciones de objeto» (oh. mundo exterior o de la realidad (ob. cit., 2714).
cit., 2711). Así, la distinción entre libido objetal y libido narci-
sista, es decir, entre libido orientada hacia un objeto exterior o
hacia el propio yo, no es desechada con la nueva tópica. Aunque en el capítulo 3. 0 de El yo y el ello Freud equipara
rl superyó al ideal del yo, usando indistintamente ambas ex-
4.2.3. El superyó.- Pero, sobre todo, esa constitución a tra- prl'siones, se pueden diferenciar varias funciones en el superyó.
vés de procesos identificatorios va a dar lugar a una diferenciación Sl'gún las Nuevas lecciones serían las de conciencia moral, auto-
dentro del propio yo, a una nueva instancia, a la que Freud de- observación y formación de ideales o ideal del yo (1933a, III,
nomina superyó, al cual considera heredero del complejo de Edipo. .i 1J4 y sigs.). Sin embargo, no resulta fácil determinar las iden-
En efecto, en el capítulo 3. 0 de El yo y el ello, Freud retoma el mo- t iflcaciones específicas de esas funciones, el modo en que in-
delo estudiado en Duelo y melancolía, para establecer la hipótesis tervienen en la constitución del superyó, del ideal del yo, del
de una reconstrucción en el yo del objeto perdido, esto es, la sus- yo ideal e incluso del yo, como diferente de la instancia supe-
titución de una carga de objeto por una identificación. Y será a royoica. Mas, aunque sea a partir de 1923 cuando son así nom-
las modificaciones que el propio yo lleva a cabo en sí mismo por bradas, las funciones de prohibición y de formación de ideales
identificación con las figuras parentales -cuando han de ser ya habían sido diferenciadas por la teoría psicoanalítica con an-
abandonadas como primordiales objetos de amor y permanecer tl'rioridad, incluso en su carácter inconsciente, por ejemplo al
tan sólo como figuras a las que dirigir cariño y ternura, es decir, hablar de la censura del sueño, de los autorreproches obsesivos,
relaciones sexuales de fin inhibido- a las que Freud va a deno- dl' la idealización o del duelo y la melancolía. Por otra parte, si
minar superyó. Obligado a renunciar a los padres en cuanto ob- h-cud considera el superyó como el precipitado del complejo
jetos sexuales, el yo se resiste a hacerlo y no encuentra otro re- dl' Edipo -precipitado que se enriquecerá, más tarde, a través
curso, para dominar los impulsos del ello, que hacerse a sí mismo dl' otras exigencias de la educación, la cultura y la sociedad-,
como eran los objetos perdidos, tomar sus rasgos y ofrecerse al ello diversos autores han insistido en la importancia de un superyó
para «compensarle la pérdida experimentada, diciéndole: 'puedes precoz, que se remontaría a fases preedípicas (así, M. Klein lo
amarme, pues soy parecido al objeto perdido'» (ibíd.). rl'trotraería hasta la fase oral, formándose por introyección de
De esa forma, el yo consigue dominar al ello, pero a costa de objetos «buenos» y «malos») o a mecanismos precursores (E.
una mayor docilidad a sus pretensiones; renuncia a sus objetos, Clover, R. Spitz).
pero para hacerse a sí mismo como ellos eran; y así, el vencido Pero, volviendo a Freud, el proceso de formación del superyó
acaba, en cierto modo, por erigirse en vencedor. Con ser la fre- k permite conectar la identificación con la sublimación, pues la
cuencia de trato y la imitación de los padres por parte de los ni- obligación de abandonar las cargas sexuales depositadas en los pa-
ños importante, lo que Freud quiere destacar es el papel de la li- dres, supone, en efecto, una cierta «desexualización, o sea, una
bido en la constitución del superyó, que se nos presenta como un l'specie de sublimación», la cual, quizá siempre se realice «por la
dique frente al incesto, pero, también, como su prolongación. De mediación del yo, que transforma primero la libido objetal sexual
ahí, la profUnda conexión entre el superyó y el ello -del que se en- l'n libido narcisista, para proponerle luego un nuevo fin» (1923c,
cuentra más cerca que del yo consciente-, el carácter en buena 11 I, 2711). Al posibilitar así el acceso a la historia y la cultura, la
medida inconsciente del superyó, y el que, tras él, se pueda leer la instancia superyoica cumple un valioso papel estructurante de la
historia de la libido, la «historia de la elecciones de objeto»: personalidad y no hay que verla sólo desde los rasgos negativos y

~l:''"'J;,v•
242 Freud y su obra 111 l{cf(Jrmulación de la teoría de las pulsiones y de la tópica 243

patológicos que tantas veces asume. Sin embargo, su severidad no h snía, por su parte, positiva y negativa: el «complejo de Edipo
es siempre directamente proporcional a la empleada por los padres, 1 11111/'leto», es, entonces, «Un complejo doble, positivo y negativo,
siendo la necesidad del dique tanto más fuerte cuanto mayores dependiente de la bisexualidad originaria del sujeto infantil [ ... ] .
hayan sido las cargas libidinales depositadas en las figuras paren- 1 .1 identificación con el padre [del niño varón] conservará el
tales. Por lo demás, «el superyó del niño no es construido, en re- ohjcto materno del complejo positivo y sustituirá simultánea-
alidad, conforme al modelo de los padres mismos, sino al del su- IIH'Il te al objeto paterno del complejo invertido. Lo mismo su-
peryó parental, recibe el mismo contenido, pasando a ser el l nkr~í, mutatis mutandis, con la identificación con la madre»

substrato de la tradición, de todas las valoraciones permanentes» (I 1J2.k, III, 2713).


(1933a, III, 3138). Con independencia, pues, de las canalizacio- Pero, con la simple apelación al complejo de Edipo completo,
nes que los individuos puedan dar a las exigencias e ideales reci- rl problema dista de verse resuelto, pues el modelo de Duelo y
bidos, abiertos al proceso de la cultura, es preciso tener en cuenta llldflncolía es por sí mismo incapaz de dar cuenta de la identifi-
que «la Humanidad no vive jamás por entero en el presente» l .ll·ión prevalente con el padre del mismo sexo. Es por ello por
(ibíd.), a cuyas influencias sólo cede de manera lenta, lo cual lo que Freud se refiere a diferentes tipos de identificación, pre-
otorga al superyó -frente a ciertos postulados de la teoría mar- vias a las identificaciones edípicas: en primer lugar, a identifica-
xista- «Un importantísimo papel, independiente de las circuns- ~ iones de la fase oral, en las que «no es posible diferenciar la carga
tancias económicas» (oh. cit., 3139). de objeto de la identificación» (oh. cit., 2710), y, poco después,
.1 una «identificación primaria», que ni corresponde a la identifi-
l.lción narcisista del melancólico, ni a la de la fase oral a la que
4.3. Complejidad del Edipo .~taba de aludir, «pues es directa e inmediata y anterior a toda
1 arga de objeto» (oh. cit., 2712), mientras que en aquel caso de-

Diferenciadas las instancias de la tópica entre el polo pulsio- lÚ que la identificación parecía confundirse con la investidura
nal del ello, el yo como sede de cristalizaciones identificatorias y del objeto. Para complicar más las cosas, Freud indica que «la pri-
agente de la defensa y de la adaptación, y las prohibiciones e idea- mera y más importante identificación» es la identificación con el
les del superyó, muchos problemas, sin embargo, quedan plan- padre, si bien luego, en nota a pie de página, titubea varias veces
teados. Para empezar por el que quizá resulte más llamativo, lo -como un paciente luchando con sus resistencias- y agrega:
que podría esperarse del modelo de identificación con los obje- "(~uizá fuera más prudente decir 'con los padres'», si bien añade
tos sexuales abandonados a propósito de la estructura edípica es .nín: «Para simplificar nuestra exposición trataremos exclusiva-
que el niño varón se identificara primordialmente con la madre mente aquí de la identificación con el padre». En estas circuns-
y la niña con el padre, lo que daría lugar a futuras elecciones de tancias, no es de extrañar que subraye «lo complicadas que son
carácter homosexual. El propio Freud llama la atención al res- estas relaciones» (ibíd.). La identificación primaria sigue consti-
pecto, al señalar que el resultado que consideramos «normal» -esto tuyendo una especie de enigma del que, sin embargo, no nos de-
es, una identificación prevalente con el padre del mismo sexo, .\L·mbarazamos fácilmente.
que permitirá elecciones de objeto heterosexuales- no se ajusta Tampoco se resuelven esas dificultades si acudimos al capí-
a las identificaciones de las que veníamos hablando, es decir, a las tulo 7 de Psicología de las masas y andlisis del yo, en el que se pre-
identificaciones narcisistas con el objeto sexual abandonado, a las tcnden resumir los puntos de vista sobre la identificación, al di-
que se había referido en Duelo y melancolía y sobre las que re- ferenciar «entre la identificación con el padre y la elección del
torna explícitamente en El yo y el ello. mismo como objeto sexual. En el primer caso, el padre es lo que
Para salvar esas dificultades, Freud procede a una presenta- se quisiera ser, en el segundo, lo que se quisiera tener. La dife-
ción más compleja del Edipo, enraizándolo en la bisexualidad in- rencia está, pues, en que el factor interesado sea el sujeto o el ob-
fantil, de manera que siempre podríamos hablar de una doble jeto del yo. Por este motivo, la identificación es siempre posible
identificación, con el padre y con la madre, cada una de las cua- antes de toda elección de objeto». Pero, consciente de los pro-

-~t-,l'~
244 Freud y su obra 111. Reformulación de la teoría de las pulsiones y de la tópica 245

blemas, Freud observa: «Lo que ya resulta mucho más difícil es pcryó, resultado de una diferenciación intrapsíquica, se vuelva a
construir una representación metapsicológica concreta de esa di- menudo contra el yo del que había surgido, tal como se mani-
ferencia» (1921, 111, 2585). fiesta, en sus puntos álgidos, en la neurosis obsesiva y en la me-
Así pues, si rechazamos una explicación puramente biológica, lancolía, pero también en la vida moral común. Para explicar el
según la cual el sujeto adoptaría mecánicamente su identificación carácter punitivo del superyó, Freud recurre en primer lugar al
prevalente de acuerdo con sus caracteres biológicos (lo que su- concepto de formación reactiva, del que ya había hablado en Una
pondría volver a hacer de lo sexual un instinto), y nos hacemos teoría sexual. Al retomarlo ahora, observa que «el superyó no es
cargo de las insuficiencias del recurso al Edipo completo, com- simplemente un residuo de las primeras elecciones de objeto del
prenderemos la insatisfacción de Freud, todavía cuando redacta dio, sino también una enérgica formación reactiva contra las mis-
las Nuevas lecciones, donde reconoce que los lineamientos de la mas» (1923, III, 2713). Su relación con el yo es ambivalente: «No
identificación distan de estar bien perfilados, aunque «me daré se limita a la advertencia: "Así -como el padre- debes ser", sino
por contento -agrega- si me concedéis que la instauración del que comprende también la prohibición: ''Así -como el padre-
superyó puede ser descrita como un caso plenamente conseguido no debes ser: no debes hacer todo lo que él hace, pues hay algo
de identificación con la instancia parental» (19 33a, 111, 313 7). que le está exclusivamente reservado"» (ibíd.). Esa doble faz del
En cualquier caso, las anteriores observaciones pueden dar superyó nos recuerda su estrecho parentesco con el ello y el fun-
cuenta de la complejidad de la estructura edípica, por las múlti- cionamiento del proceso primario, en el que no se reconoce el
ples y ambivalentes relaciones en que se pone en juego el impulso principio de contradicción, y depende «de su anterior participa-
libidinal inconsciente (no sólo de los niños hacia sus padres, sino ción en el complejo de Edipo, debiendo incluso su génesis a tal
también a la inversa) y la necesidad de limitarlo, para ingresar en represión» (ibíd.). De este modo, nos vemos conducidos de la gé-
la vida histórica y en el lenguaje, sólo accesibles al renunciar a nesis del Edipo a su disolución, problema abordado en un estu-
una completud imaginaria, renuncia que nos abre al campo de dio de 1924.
lo simbólico, en el que propiamente nos desenvolvemos en
cuanto humanos. El Edipo niega así la fantasía -aunque esa fan- 4.4.2. La disolución del complejo de Edipo (1924) y la an-
tasía sea inconsciente- de totalidad y omnipotencia, la plenitud gustia de castración.- Entre las causas que provocan la disolución
fálica, y conecta con la castración simbólica, que impide la del Edipo, Freud comienza señalando las decepciones a que se ve
creencia en la universalidad del pene y obliga al reconocimiento sometido el pequeño amante, que acaban por apartar al infantil
de la diferencia sexual, abriéndonos al deseo. La posición en enamorado de su inclinación sin esperanza. Otra hipótesis de
cuanto al sexo no viene, pues, dada de antemano, sino que se liga corte biologista -línea nunca del todo abandonada- sería la
a la instancia normativa, enlazando la pulsión con lo ideal, la que vincula la desaparición del Edipo con la progresiva madurez
aventura individual con la social. De ahí que, aun en diferentes del individuo, de manera que la situación edípica se abandona-
organizaciones sociales, un tercero haya de regular el acceso a las ría «como los dientes de leche se caen cuando comienzan a for-
mujeres y, particularmente, a la madre, es decir, canalizar la marse los definitivos» (1924d, III, 2748). Pero, aunque ambas
prohibición del incesto. Tercero, en fin, que puede incluso faltar perspectivas le parecen justificadas y fácilmente conciliables, en
físicamente, pero que ha de jugar un papel en la constelación donde va a recaer el acento es en las más o menos veladas ame-
psíquica. nazas de castración que impiden a la fase fálica continuar desa-
rrollándose hasta constituir una organización genital definitiva,
apareciendo en su lugar el período de latencia. Esas amenazas no
4.4. El sentimiento de culpabilidad parecen surtir al principio efecto, el niño no les presta «fe ni obe-
diencia alguna» (oh. cit., 2749). Para ello, de acuerdo con la estruc-
4.4.1. El cardcter punitivo y contradictorio del superyó.- No tura en dos tiempos de la causalidad psíquica, la Nachtraglichkeit,
menos problemática e interesante resulta la cuestión de que el su- será preciso que la vea «realizada», al comprobar la diferencia ana-

--."t--J;...,.~~~,""""
24(J Freud y su obra 111. Reformulación de la teoría de las pulsiones y de la tópica 247

tómica de los sexos. Será entonces, al integrar esos dos momen- una desexualización e incluso de una sublimación. Ahora bien:
tos, la amenaza y la comprobación de la diferencia de genitales, parece que tal transformación trae consigo siempre una diso-
cuando en el niño desaparezca la incredulidad, como si se dijera: ciación de pulsiones. El componente erótico queda despojado,
«¡Ah, era de esto de lo que se trataba!» Entonces le es posible «re- una vez realizada la sublimación, de la energía necesaria para
presentarse la pérdida de su propio pene, y la amenaza de la cas- encadenar toda la destrucción agregada, y ésta se libera en ca-
tración comienza a surtir sus efectos» (ibíd.). lidad de tendencia a la agresión y a la destrucción. De esta di-
Al relacionar así abandono de Edipo y castración, Freud acen- sociación extraería el ideal el deber imperativo, riguroso y cruel
(1923c, III, 2718).
túa el carácter punitivo del superyó y su oposición al yo, ligando,
por una parte, la conciencia moral con la angustia de castración
(1923c, III, 2727), y, por otra, el superyó y el narcisismo, puesto Freud se propone ejemplificarlo a propósito del sentimiento
que el abandono de Edipo se hace en favor de éste. de culpabilidad. El sentimiento normal consciente de culpabili-
dad no opone a la interpretación dificultad alguna. Reposa en la
4.4.3. Asociación y disociación de pulsiones.- Con todo, por /. tensión entre el yo y el ideal del yo, y es la expresión de una con-
poderosas que sean, formación reactiva, angustia de castración le dena del yo por su instancia crítica. Particularmente intenso en
parecen a Freud insuficientes para explicar la carga económica del algunos casos, existen importantes indicios que nos llevan a la
superyó, sus aspectos compulsivos y tiránicos. A partir del capí- conclusión de que dicho sentimiento permanece muchas veces
tulo 4 de El yo y el ello, trata de relacionar las instancias de la inconsciente, por cuanto la génesis de la conciencia moral se en-
nueva tópica con la teoría de las pulsiones establecida en Mds alld cuentra ligada al complejo de Edipo, integrado en lo incons-
del principio del placer, lo que, dicho sea de paso, permite desci- ciente. Este carácter adara el caso de aquellos individuos que,
frar algo mejor, en una articulación más concreta, lo que en el presas de un fuerte sentimiento inconsciente de culpabilidad
estudio de 1920 se había introducido como una arriesgada hi- (Freud repara en lo contradictorio de la expresión, pero la man-
pótesis. Ambas pulsiones, señala ahora, pueden actuar en estado tiene), llegan a cometer algún delito con el que poder acusarse de
de intricación o de desintricación, asociadas o disociadas. El com- algo concreto; la culpa no proviene tanto del delito cometido
ponente sádico normal en la relación sexual sería un ejemplo de cuanto el propio delito es un efecto de la culpa que busca expre-
lo primero, mientras que el sadismo, devenido independiente sarse, encontrar un motivo actual. Así lo había estudiado en Vtt-
como perversión, sería el prototipo de una disociación, aunque ríos tipos de cardcter descubiertos en la labor analítica ( 1916),
no llevada a último extremo. donde, además de a «los de excepción», Freud se refiere a «los que
Por lo que hace a nuestra cuestión, la severidad del superyó fracasan al triunfar» y a «los delincuentes por sentimiento de cul-
se va a atribuir ahora no sólo a que comporta residuos libidina- pabilidad». En otras ocasiones, el sentimiento se manifiesta en la
les edípicos o a su carácter de formación reactiva frente a gran resistencia a la curación por parte de los pacientes, que no quie-
parte de esos mismos impulsos, sino sobre todo a que él va a ser ren renunciar al castigo de la enfermedad, ni pueden permitirse
un lugar privilegiado de manifestación de la pulsión de muerte. el éxito. Sin embargo, «el sujeto no se siente culpable, sino en-
Su nacimiento a través de los procesos de identificación, dese- fermo» (oh. cit., 2722). La lucha contra el obstáculo ofrecido por
xualización y sublimación, de los que hemos hablado, parece que el sentimiento inconsciente de culpabilidad es harto difícil para
trae consigo una disociación de las pulsiones, quedando así libe- el analista que no puede afrontarlo directamente sino sólo des-
rada la fuerza destructiva en calidad de agresión potencial contra cubrir de forma paulatina sus fundamentos reprimidos para
el propio yo: transformarlo poco a poco en sentimiento consciente de culpa.
Y todos esos motivos ayudan a explicar el curioso fenómeno de
El superyó ha nacido de una identificación con el modelo que el superyó, surgido como una modificación del yo, pueda
paterno. Cada una de tales identificaciones tiene el carácter de acabar destruyendo éste. En una comparación desalentadora,
pero quizá instructiva, Freud observa: «Cuando el yo sufre la
248 Freud y su obra 111. Reformulación de la teoría de las pulsiones y de la tópica 249

agresión del superyó o sucumbe a ella, ofrece su destino grandes o masoquismo moral, estudiado en El problema económico del ma-
analogías con el de los protozoos que sucumben a los efectos de soquismo de 1924. El masoquismo erógeno del que había hablado
los productos de descomposición creados por ellos mismos. La en Tres ensayos para una teoría sexual no corresponde tanto a una
moral que actúa en el superyó se nos muestra, en sentido eco- forma clínicamente delimitable de masoquismo cuanto a una
nómico, como uno de los tales productos de una descomposi- condición que se encuentra a la base de la perversión masoquista
ción» (oh. cit., 2726-2727). y del masoquismo moral, ligando el placer sexual al dolor. Ahora
Este escenario, más o menos agudizado en la conciencia mo- se concebirá como un masoquismo primario, entendiendo por
ral común, presenta rasgos acentuados en determinadas afeccio- tal el aspecto no derivado hacia el exterior de la pulsión de
nes. En el caso de la melancolía, como sabemos, los golpes con-_ muerte. Primario, pues, porque no sigue a una fase en la cual la
tra el yo provienen de la identificación narcisista con el objeto; agresividad se dirigiera hacia un objeto exterior, siendo esta vuelta
el sadismo superyoico puede llegar a ser de tal intensidad que «en contra el propio sujeto lo que Freud denomina masoquismo se-
el superyó reina entonces la pulsión de muerte», la cual consigue cundario o masoquismo moral. La idea de un masoquismo pri-
con frecuencia su objetivo y lleva al individuo al suicidio. Es mario sólo pudo, por tanto, ser admitida por Freud una vez es-
cierto que, en la neurosis obsesiva, no se busca la muerte, pues tablecida la pulsión de muerte.
la conservación del objeto garantiza la seguridad del yo. Pero el Pero lo que nos interesa es poner de manifiesto las diferencias
comportamiento sádico viene motivado en este caso por la per- entre sadismo superyoico y masoquismo del yo, ya que la direc-
vivencia en lo inconsciente de los deseos hostiles contra el objeto ción de ambos procesos es inversa, aunque colaboren a un mismo
y, pese a que el yo no quiere saber nada de ellos y no los acoge, resultado: el deseo de ser maltratado -estudiado por Freud
no deja sin embargo de ser castigado a causa de los mismos por en 1919, analizando la fantasía Pegan a un niño- se encuentra
el superyó. La consecuencia, aun si menos extrema, no es menos muy próximo al de entrar en una relación sexual pasiva, siendo
descorazonadora: «Falto de todo medio de defensa en ambos sen- tan sólo una deformación regresiva del mismo. Por eso, si el sa-
tidos, se rebela inútilmente el yo contra las exigencias del Ello dismo del superyó comportaba una sublimación, una especie de
asesino y contra los reproches de la conciencia moral punitiva. desexualización, y una superación del Edipo, el masoquismo del
Sólo consigue estorbar los actos extremos de sus dos atacantes, yo implica una resexualización de la moral y reanima el complejo
pero el resultado es, al principio, un infinito autotormento, y más de Edipo, lo que «no beneficia ni a la moral ni al individuo»: «El
tarde, un sistemático martirio de objeto cuando éste es accesible» masoquismo crea la tentación de cometer actos 'pecaminosos',
(oh. cit., 2725). A falta de elaboración psíquica, no parece que- que luego habrán de ser castigados con los reproches de la con-
dar otra salida que martirizarse a sí mismo o martirizar al otro, ciencia moral sádica (así en tantos caracteres de la literatura rusa)
dado que cuanto más «limita el hombre su agresión hacia el ex- o con las penas impuestas por el gran poder parental del Des-
terior, más severo y agresivo se hace en su ideal del yo»(ibíd.). tino». Ambos fenómenos, el sadismo del superyó y el maso-
Declaraciones cercanas a las de Nietzsche, cuando, en La ge- quismo del yo, «se complementan mutuamente y se unen para
nealogía de la moral advierte: «Todos los instintos que no se de- provocar las mismas consecuencias» (1924c, III, 2758).
sahogan hacia fuera se vuelven hacia dentro [ ... ]. Eso, sólo eso es, En resumen, concluye ahí Freud, el sojuzgamiento cultural de
en su inicio, la mala conciencia», esas similitudes no deberían ha- las pulsiones impide al individuo emplear en la vida social gran
cer olvidar las diferencias de conjunto y las que se dan en las pro- parte de sus componentes destructivos y éstos son acogidos, bien
puestas efectuadas por ambos autores. Pero sigamos con Freud. bajo la forma del masoquismo del yo o masoquismo moral, bien
bajo la forma del sadismo superyoico. Los tres fenómenos con-
4.4.4. Sadismo del superyó, masoquismo del yo: El problema eco- fluyen en el sentimiento de culpabilidad. Cabría pensar que, en
nómico del masoquismo (1924).- Aunque el panorama dibujado la medida en que un individuo se sometiera a los dictados del su-
ya es suficientemente sombrío, Freud aisla aún un nuevo proceso. peryó y renunciara, tanto como le fuera posible, a la agresión cul-
Al sadismo del superyó es preciso agregar el masoquismo del yo turalmente indeseable, se podría poner a salvo de los reproches y
2'50 Freud y su obra 111. Reformulación de la teoría de las pulsiones y de la tópica 251

gozar de una conciencia tranquila. Lo que suele suceder, sin em- conquistarse la opinión pública» (ibíd.).
bargo, es todo lo contrario. La renuncia a la agresión no dulci- Peligros que le incitan a la fuga, bien de la realidad externa
fica la conciencia moral sino que la vuelve más rígida y suscepti- o de la interna, Freud dice no poder determinar si es el sojuz-
ble, más severa e intolerante: «Generalmente, se expone la gamiento o la destrucción lo que el yo teme del mundo exte-
cuestión como si la exigencia moral fuese lo primario y la re- rior o de la libido del ello. Pero, comoquiera que sea, lo que se
nuncia a la pulsión una consecuencia suya. En realidad, parece oculta detrás de la angustia del yo ante el superyó es el miedo
suceder todo lo contrario; la primera renuncia pulsional es im- a la castración con la que el propio yo fue amenazado por aquél
puesta por poderes exteriores y crea entonces la moralidad, la cual que estaba llamado a convertirse en su ideal del yo. De este
se manifiesta en la conciencia moral y exige más amplia renun- modo, angustia de castración y conciencia moral quedan liga-
cia a las pulsiones» (ob. cit., 2759). Como dirá después la famosa das, pues el «miedo a la castración es probablemente el nódulo
fórmula de El malestar en la cultura: «Cuando un impulso pul- en torno del cual cristaliza luego el miedo a la conciencia
sional sufre la represión, sus elementos libidinales se convierten moral» (ob. cit., 2727).
en síntomas, sus componentes agresivos, en sentimiento de cul- Con la imagen, no muy alentadora, de un superyó tiránico,
pabilidad» (1930, III, 3063). un yo fisurado y oportunista, y un ello en el que combaten Eros
y la pulsión de muerte concluye la nueva tópica freudiana. Y sólo
al final, en la última frase -como sucederá más tarde en El ma-
4.5. Las servidumbres del yo lestar en la cultura-, Freud se atreve a ofrecer una sospecha algo
más esperanzadora, temiendo «estimar muy por bajo la misión
Podemos comprender, en estas condiciones, las zozobras a las del Eros» (ob. cit., 2728). Permanezcamos, pues, así en suspenso,
que el yo se siente sometido. El yo y la conciencia, que desde hasta ver los desarrollos del tema en las obras culturales. Pero, an-
Descartes habían sido el reducto inexpugnable de la certeza mo- tes, hemos de considerar las contribuciones teórico-clínicas del
derna, no solamente van a ser para Freud, en buena medida, lu- último Freud.
gar de ilusión y de desconocimiento, sino que, rompiendo el
ideal de unificación que se atribuía el yo, le va a ver interiormente
escindido (también es en parte inconsciente, como subrayamos)
y sometido a múltiples y contradictorias servidumbres. Servi-
dumbres, que, en muchos casos, le harán naufragar por los ba-
jíos de la enfermedad. «Las servidumbres del yo» es, precisa-
mente, el título del último capítulo de El yo y el ello, el cual nos
ofrece, desde su epígrafe, una muestra significativa del mapa freu-
diano. ¿De qué dependencias se trata? Freud describe al yo como
un pobre diablo obligado a cumplir el papel de correveidile, tan
ajeno a sus pretensiones; como «una pobre cosa sometida a tres
distintas servidumbres y amenazada por tres diversos peligros,
emanados, respectivamente, del mundo exterior, de la libido del
Ello [en las OC dice, por error, del yo] y del rigor del superyó»
(1923c, III, 2726). Es esa triple exigencia, ante la que el yo se ve
obligado a mediar, la que le vuelve débil, presto a resquebrajarse,
cuando no se presenta, en contraste, hinchado, invulnerable y sin
fisuras, o cede a «la tentación de mostrarse oficioso, oportunista
y falso, como el estadista que sacrifica sus principios al deseo de

--..~·:_.,=
IV
CAPÍTULO

Revisiones y recapitulaciones
(1924-1939)

l. Los últimos escritos de Freud

Cuatro años antes de su muerte, en la «Adición» de 1935 a


su Autobiografía, Freud considera que, desde la propuesta de la
segunda tópica, no había hecho «ninguna contribución decisiva
al psicoanálisis» (1925a, III, 2798), debido a una alteración en
su personalidad, que podría ser descrita como una «fase de desa-
rrollo regresivo»: «Mi interés, despúes de un largo détour por las
Ciencias Naturales, la Medicina y la psicoterapia, volvió a los
problemas culturales que tanto me habían fascinado tiempo
atrás, cuando era un joven apenas con la edad necesaria para pen-
sar>> (oh. cit., 2799). Ya en el cuerpo de la obra reconocía haber
dejado, desde 1920, «libre curso a mi tendencia a la especulación,
contenida durante mucho tiempo» (oh. cit., 2790). No por eso
perdía suelo, sino que, más bien, se proponía «alcanzar, partiendo
de la observación psicoanalítica, puntos de vista generales», mas
sin abandonar el estudio de temas clínicos o técnicos y evitando
«aproximarme a la Filosofía propiamente dicha» (ob. cit., 2791).
Son también los años en los que aparecerá el cáncer de man-
díbula del que fue operado más de treinta veces, la primera
en 1923. Habiendo de convivir con el dolor, a la muerte de su
hija Sophie en 1920 se agregó, poco después, en 1923, la de su

'"';:'"1;,~-.....__
254 Freud y su obra 1V. Revisiones y recapitulaciones (1924-1939) 255

nieto Heinz, lo que le resultó particularmente desolador. Sin em- o ría de la angustia, la revisión de las relaciones entre psicosis, neu-
bargo, las desdichas de la vida personal se vieron contrarrestadas rosis y perversiones, y algunas observaciones sobre la técnica psi-
por el reconocimiento cada vez mayor de su figura. Freud es en- coanalítica, que nos permitirán abordar un tanto sistemática-
tonces un hombre admirado en muchas partes del mundo, se re- mente esta cuestión. A ello habría que agregar las visiones de
laciona y mantiene correspondencia con destacadas figuras artís- mnjunto elaboradas en diferentes ocasiones, desde las Nuevas lec-
ticas, literarias y científicas (S. Dalí, R. Rolland, S. Zweig, ciones introductorias al psicoandlisis de 1932 a diversas presenta-
A. Einstein -con quien escribe El porqué de la guerra, 1933-), ciones sintéticas -pero, ni mucho menos, simples repeticio-
y, si no obtuvo el premio Nobel que muchos solicitaban para él, nes- carpo Esquema de psicoandlisis (1924) o Compendio de
en agosto de 1930 le fue concedido el premio Goethe, una dis- psicoandlisis, redactado en 1938 y publicado en 1940. Veamos,
tinción que, a alguien con tan alta estima por la creación litera- pues, las líneas fundamentales de esos trabajos.
ria, en la que él mismo destacó de manera tan brillante, hubo de
serle especialmente agradable.
Desde el papel de patriarca del psicoanálisis que le corres- 2. La sexualidad femenina
pondía, Freud atendió a las polémicas y desarrollos de sus discí-
pulos y colaboradores, entre los que no dejarán de producirse en- Freud se refirió en alguna ocasión a la mujer como «el conti-
frentamientos. Un problema endémico hasta la actualidad nente negro», queriendo indicar lo desconocida que le resultaba
-también en corrientes desgajadas del gran tronco de la Inter- la sexualidad femenina, el deseo de la mujer. Aunque ello forme
nacional-, al que E. Roudinesco ha calificado como la batalla parte del tópico, no cabe duda de que expresaba también sus pro-
de los cien años. Sin entrar nosotros en orden de batalla, nos con- pias perplejidades. Sin embargo, en los últimos años de su vida
tentaremos con indicar que, por el momento, los enfrentamien- mso cada vez más de relieve la diferente evolución del niño y de
tos más importantes en el seno de la comunidad fundada por la niña, y señaló algunos rasgos importantes de la sexualidad fe-
Freud fueron los que se dieron, a propósito del análisis de niños, menina, a la que consagró, además de ciertas observaciones al res-
entre su hija Ana -quien, además de ayudar a la preparación de pecto en La disolución del complejo de Edipo (1924), sus artículos
las obras de su padre, asumió cada vez más responsabilidades ins- Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia sexual anatómica
titucionales, convirtiéndose en la gran representante de la orto- ( 192 5), Sobre la sexualidad femenina (19 31) y la lección XXIII de
doxia vienesa y en la defensora de una mejorada forma de peda- las Nuevas lecciones (1932).
gogía- y Melanie Klein, discípula de Karl Abraham, contraria a
esa supuesta nueva pedagogía y partidaria del análisis de niños
como exploración del psiquismo desde el comienzo. Con una 2.1. Edipo y castración: la envidia del pene
fuerte personalidad, Melanie Klein suscitó calurosas adhesiones y
controversias, y, sin abandonar la Asociación Psicoanalítica In- La relación entre los complejos de Edipo y de castración sir-
ternacional, emprendió una gran reestructuración teórica vió para introducir importantes discordancias en la evolución se-
-a cuya envergadura sólo será después comparable la relectura xual del niño y de la niña, no siendo la de ésta simétrica a la de
lacaniana de Freud- y un creciente interés por el análisis de las aquél. La comprobación de la diferencia de genitales marcará un
psicosis, contribuyendo notablemente, desde su instalación en distinto rumbo, no por un simple reflejo del orden biológico
Gran Bretaña, adonde había sido llevada por Ernst Jones, a la ex- (como tantas veces se ha malinterpretado su frase: «La anatomía
pansión de la escuela inglesa de psicoanálisis. es el destino», 1924d, III, 2750), sino por la dispar traducción
Pero, además de seguir esas polémicas y redactar valiosas obras psíquica, cuya importancia puede hacerse notar, planteando la
de crítica cultural, Freud realizó en esos años importantes apor- cuestión al revés: ¿cómo concebir que no se inscribiera psíquica-
taciones al campo psicoanalítico. Podríamos agruparlas en torno mente la diferencia genital y que, en este sentido, fuera indife-
a cuatro ejes fundamentales: la sexualidad femenina, la nueva te- rente o insignificante? Según Freud:

-1:""':1.'!1.:..._
256 Freud y su obra 1V. Revisiones y recapitulaciones (1924-1939) 257

La niña no considera su falta de pene como un carácter se- niña, un sentimiento de superioridad con el que se quiere ocul-
xual, sino que la explica suponiendo que en un principio po- lar su propia limitación, cosa que asimismo hace la niña cuando
seía un pene igual al que ha visto en el niño, pero que lo per- sl: autodesprecia y sigue creyendo en la universalidad del pene y
dió luego por castración. No parece extender esta conclusión a en que su madre lo tiene, reprochándole no habérselo otorgado
las demás mujeres, a las mayores, sino que les atribuye, de com-
a ella. La evolución sexual de la niña puede seguir, entonces, tres
pleto acuerdo con la fase fálica, un genital masculino completo.
Resulta, pues, la diferencia importante de que la niña acepta la caminos: 1) Renunciar a la masturbación clitoridiana, típica de
castración como un hecho consumado, mientras que el niño la fase fálica, puesto que ella le recuerda su herida narcisista, esto
teme la posibilidad de su cumplimiento (ob. cit., 2751). es, que no puede competir con el varón en tal aspecto, de donde
quizá derive' un grave rebajamiento de la sexualidad en general.
A esa diferencia entre sentir angustia de castración o vivirse ya 2) Aferrarse tenazmente a la masculinidad amenazada, lo que la
castrada, se agregará el divergente lazo entre los complejos de hace ingresar en el «complejo de masculinidad de la mujer», en
Edipo y de castración: el niño sale del Edipo por el temor a la la esperanza de que, pese a todo, llegará a tener alguna vez un
castración; la niña, que se experimenta como ya castrada, susti- pene, «convirtiéndose ésta en la finalidad cardinal de su vida, al
tuirá su objeto de amor hasta entonces prevaleciente, la madre, punto de que la fantasía de ser realmente un hombre domina a
por el padre portador del pene, entrando así en el Edipo: menudo largos períodos de su existencia» (1931b, III, 3080) y
desemboca a veces en elecciones de objeto manifiestamente ho-
En lo que se refiere a la relación entre los complejos de mosexuales. 3) Sólo una tercera evolución, bastante compleja,
Edipo y de castración, surge un contraste fundamental entre conduce a la actitud femenina <<normal», en la que, defraudada
ambos sexos. Mientras el complejo de Edipo del varón se ani- por la madre, se dirige hacia el padre poseedor del pene y, si-
quila en el complejo de castración, el de la niña es posibilitado e guiendo la ecuación pene=niño, el deseo de tener un pene es sus-
iniciado por el complejo de castración (1925d, III, 2901). tituido por el deseo de que un pene le haga un niño (su equiva-
lente simbólico), arribando así a una nueva zona erógena, la
El concepto de envidia del pene, suscitada en la niña por el vagina, la cual sustituye en buena medida al clítoris.
descubrimiento de la diferencia sexual, ha desatado las críticas del La evolución sexual de la niña se presenta, pues, mucho más
pensamiento feminista, que le ha reprochado a Freud ser expre- compleja que la del niño. Mientras que éste no ha de cambiar de
sión del pensamiento patriarcal burgués decimonónico. Sin ne- órgano sexual dominante (el pene) ni de tipo de objeto (la ma-
gar lo que pueda haber de cierto en ello, ni entrar en todas las dre, la mujer), o, al menos, el sexo de su objeto, «en el curso del
ramificaciones de la polémica, interesa señalar que, para Freud, tiempo, la muchacha debe cambiar de zona erógena [la vagina en
la primada del falo como significante de la totalidad no castrada, lugar del clítoris] y de objeto [el hombre en lugar de la mujer]»
es decir, como creencia en la universalidad del pene, es caracte- (1933a, III, 3168).
rística de la fase fálica para los dos sexos, que han de abrirse a la
diferencia sexual, en la que, como en cierta ocasión advirtiera La-
can, lo importante no es tener o no tener pene, sino saber que uno 2.2. La vinculación preedípica a la madre
no es el falo. También Jean Laplanche ha insistido en que esa di- y la menor severidad del superyó
ferencia puede venir indicada por una sola marca, al funcionar
dicho significante, no como cualidad, sino como insignia, a la El desapego de la madre es tanto más doloroso por cuanto «la
manera en que dos partidos rivales pueden distinguirse, aun por- fase de exclusiva vinculación materna, que cabe calificar de pree-
tando el mismo estandarte, cuando en uno de ellos aparece una dípica, es mucho más importante en la mujer de lo que podría
figura o emblema que falta en el otro. ser en el hombre» (1931 b, III, 3081) y tan sorprendente como
La comprobación de la diferencia anatómica de los sexos pro- «el descubrimiento de la cultura minoico-micénica tras la cultura
voca normalmente en el niño una actitud de desprecio hacia la griega» (ob. cit., 3078). No por ello se ha de restringir la univer-

_,...,..~-
258 Freud y su obra 1V. Revisiones y recapitulaciones (1924-1939) 259

salidad del postulado según el cual el complejo de Edipo sería el Sin intentar recorrer todos los caminos posibles, Freud insiste
núcleo de la neurosis, pues se puede extender la noción hasta in- t·n que la diferente relación entre los complejos de Edipo y de
cluir en ella todas las relaciones del niño con ambos padres o con- t astración en el niño y en la niña, provoca asimismo una menor
siderar esa fase temprana de vinculación materna como el com- severidad del superyó de la mujer: si la instancia superyoica es la
plejo negativo de la niña. Ahora bien, muchos de los posteriores heredera del complejo de Edipo y se instaura bajo la amenaza de
reproches de ésta a su madre (el no haberla amamantado lo sufi- t astración y en alianza con el narcisismo, en la mujer tales resor-

ciente, el preferir a otro hermano, el haberla seducido -a través les son mucho menos poderosos:
de la higiene, que despierta las zonas erógenas- para luego aban-
donarla -con lo que la fantasía de seducción pasa en muchas La castración ya ha ejercido antes su efecto, que consistió
ocasiones al padre- y prohibirle la masturbación, etc.) pueden precisamente en precipitar a la niña en la situación del com-
ser compartidos igualmente por el varón, sin que sean suficien- plejo de Edipo. Así, éste escapa al destino que le es deparado
tes para apartar al infantil enamorado de su objeto. Sin embargo, en el varón; puede ser abandonado lentamente o liquidado por
medio de la represión, o sus efectos pueden persistir muy le-
del sentimiento de sentirse ya castrada, experimentado ante la di- jos en la vida psíquica normal de la mujer. Aunque vacilo en
ferencia sexual, derivará un gran rencor hacia la madre, a quien expresarla, se me impone la noción de que el nivel de lo ético
no le perdonará tal desventaja. Y, cuando la niña descubra que normal es distinto en la mujer que en el hombre. El superyó
también a la madre le falta el pene, los motivos de enfrenta- nunca llega a ser en ella tan inexorable, tan impersonal, tan
miento triunfarán sobre los demás: «El objeto de su amor era la independiente de sus orígenes afectivos como exigimos que lo
madre fálica; con el descubrimiento de que la madre está castrada sea en el hombre (1925d, III, 2902).
se le hace posible abandonarla como objeto amoroso, y entonces
los motivos de hostilidad, durante tanto tiempo acumulados, Las réplicas de los feministas de ambos sexos no lograron la
vencen en toda la línea» (1933a, III, 3173). n:tractación de Freud. Una argumentación ad hominem, que sim-
Si la vinculación con el padre, depositario en tales circunstan- plemente apelara a supuestos motivos inconscientes, no podría
cias de la inclinación erótica, fracasa, esa vinculación puede ceder ser concluyente: cuando unos arguyeran que determinadas posi-
la plaza a una identificación con el mismo, debido a la cual la niña ciones se debían al complejo de superioridad masculino, como
retorna a su complejo de masculinidad. Pero también puede suce- compensación a la angustia de castración, otros podrían replicar
der que, en la línea de la sexualidad femenina, el padre sea susti- que las mujeres se negaban a admitir «cuanto parezca contrariar
tuido por un hombre donador de hijos, hombre modelado sobre la tan anhelada equiparación con el hombre» (1931b, III, 3080).
la imagen inconsciente del padre o colocado en lugar de éste. No En todo caso, la disposición bisexual de todos los individuos hu-
obstante, en el matrimonio, la mujer puede repetir con el marido manos hace que cada uno de ellos combine en sí características
su mala relación con la madre, y así, el marido, que debía heredar tanto femeninas como masculinas, «de modo que la masculini-
la relación con el padre, acaba por asumir la experimentada con la dad y la feminidad puras no pasan de ser construcciones teóricas
madre, lo cual no es tan extraño si tenemos en cuenta que la trans- de contenido incierto» (1925d, III, 2902).
ferencia de los lazos afectivos del objeto materno hacia el paterno
constituyó el contenido esencial del desarrollo conducente a la fe-
minidad. En otras ocasiones, sin embargo, el nacimiento de un hijo 2.3. Masculinidad y fominidad
y la propia maternidad reaniman una identificación con la madre.
Mas, en cualquier caso, en la familia, «muchas veces, es el hijo el En las Nuevas lecciones, Freud considera diversas perspectivas
que recibe aquello a que el enamorado aspiraba» (oh. cit., 3177), -anatómicas, psicológicas, sociales- en orden a entender esos
despertando los celos de éste y en aquél profundos sentimientos de conceptos de masculinidad y feminidad. La distinción anatómica
culpabilidad, cuando no una nostalgia inconsciente de quien po- es normalmente clara -aunque también ofrece indicios de una
dría haberle deslindado frente al océano sin riberas materno. bisexualidad originaria-, pero el que un individuo integre una

-l.:'"':l.t<<L.__
260 Freud y su obra IV. Revisiones y recapitulaciones ( 1924-1939) 261

sola clase de productos sexuales -óvulos o espermatozoos- no minado «enigma de la mujer» es, en definitiva, el de la diferencia
es significativo para la masculinidad o la feminidad, por lo que sexual, aun cuando ambos sexos integren «lo generalmente humano»
habríamos de buscar sus caracteres en otro registro. Ahora bien, (ob. cit., 3178). Esta humanidad común es la que permite pen-
el psicológico tampoco es concluyente. Aunque se suele identifi- sar el problema en marcos universalistas que se hagan cargo de
car lo masculino con lo activo y lo femenino con lo pasivo, tal las diferencias, sin hacer de éstas sinónimo de discriminación.
identificación, pese a su frecuente utilización por Freud, es, sin
embargo, como él mismo se encarga en resaltar, problemática, no
sólo porque hay especies en las que las hembras son más fuertes 3. La angu,stia: Inhibición, sfntoma y angustia (1925).
y agresivas que los machos, sino porque también en la especie hu- Lo siniestro (1919)
mana la distribución de papeles es variable, y la mujer es muy ac-
tiva en la crianza de los hijos y en otras actividades. Por otra parte, Se puede discutir cuántas teorías sobre la angustia existen en
no sabemos la influencia relativa de los factores sociales. Por eso, Freud, pues hay textos en los que se presentan transiciones gra-
Freud desaconseja mantener la ecuación de lo activo con lo mas- duales entre ellas. Pero, básicamente, esas teorías son dos y, como
culino y lo pasivo con lo femenino: «No os lo aconsejo; me pa- veremos, en cierto modo opuestas, aunque, de nuevo aquí, la se-
rece inadecuado, y no nos proporciona ningún nuevo conoci- gunda perspectiva incorpora algunos de los puntos de vista de la
miento». Y concluye: primera. El texto básico en el que se produce esa inflexión es In-
hibición, síntoma y angustia (1925), al que convendría agregar la
Pudiéramos pensar en caracterizar psicológicamente la fe- lección XXXII de las Nuevas lecciones. La primera teoría, en cam-
minidad por la preferencia de fines pasivos; preferencia que, bio, se ofrece diseminada en textos de diverso carácter, a algunos
naturalmente, no equivale a la pasividad, puesto que puede ser de los cuales ya nos hemos referido (La neurastenia y la neurosis de
necesaria una gran actividad para conseguir un fin pasivo. Lo angustia, 1894; Nuevas observaciones sobre las neuropsicosis de de-
que acaso sucede es que en la mujer, y emanada de su papel
finsa, 1896; Una teoría sexual, 1905; Caso juanito, 1909), y en-
en la función sexual, una cierta preferencia por la actitud pa-
siva y los fines pasivos se extiende al resto de su vida, más o cuentra una exposición de conjunto en la lección XXV de las Lec-
menos penetrantemente, según que tal prototipicidad de la ciones introductorias al psicoanálisis de 1917.
vida sexual se restrinja o se amplifique. Pero a este respecto de-
bemos guardarnos de estimar insuficientemente la influencia
de costumbres sociales que fuerzan a las mujeres a situacionos 3.1. Primera teoría: la angustia deriva
pasivas (1933a, III, 3166). de la libido inutilizada por represión

Así, para Freud, masculino y femenino son términos proble- Como tuvimos ocasión de hacer notar, en La neurastenia y la
máticos, en los que no es fácil deslindar lo que corresponde a lo neurosis de angustia, Freud mantuvo que la angustia era el resul-
biológico, a lo psicológico y a lo social. Pero «no hay más que tado de la libido mal empleada (masturbación: neurastenia) o
una libido que es puesta al servicio tanto de la función mascu- inutilizada (abstinencia, coitus interruptus: neurosis de angustia),
lina como de la femenina. Y no podemos atribuirle un sexo; si, dentro de las que denominaba neurosis actuales, mientras que en
abandonándonos a la equiparación convencional de actividad y las neurosis de defensa la angustia derivaba también de la libido
masculinidad, la queremos llamar masculina, no deberemos ol- insatisfecha, interponiéndose entre el impulso libidinal y el desa-
vidar que representa también tendencias de fines pasivos. Y lo rrollo de angustia la represión. Al disociar ésta los componentes
que nunca estará justificado será hablar de una 'libido femenina'» de la pulsión, la carga afectiva separada de sus aspectos represen-
(ob. cit., 3176). tativos era empleada en inervaciones somáticas en la histeria de
La diferencia sexual anatómica tiene consecuencias psíquicas, conversión (que apenas presenta estados de angustia, habiendo
pero éstas no se basan en energías psíquicas diferentes. El deno- derivado el afecto en conversiones somáticas), se desplazaba a

,t.,.,"'~-
262 Freud y su obra IV. Revisiones y recapitulaciones (1924-1939) 263

procesos mentales y ceremoniales muy alejados de los primitivos vista en 1917, donde explica tal carácter por el enorme incre-
impulsos reprimidos en la neurosis obsesiva, o se transformaba mento de excitación consecutivo a la interrupción de la renova-
en angustia al carecer de representación a la que ligarse, buscando ( i<'>n de la sangre (de la respiración interna), al separarse el niño
proyectarse al exterior en un objeto fóbico. de la madre.
Dentro de las neurosis de defensa, es en la histeria de angus- En la angustia neurótica parecería, en cambio, que no existe
tia en la que ésta se hace más patente, pareciendo respetar al ob- pdigro real, pues los enfermos no saben decir por qué experi-
sesivo. Pero sólo es así en la medida en que éste obedezca a su mentan angustia. Pero también en estos casos trata de escapar el
obsesión, es decir, mientras realice sus ceremoniales o se entregue yo de un peligro, sólo que ahora se trata de un peligro interno,
a sus irresolubles cavilaciones y escrúpulos, pues, si renunciara a la exigencia libidinal reprimida, de la que, por tanto, no se sabe
ellos, experimentaría una terrible angustia, que le obligaría a ce- nada. No se puede decir, entonces, que la angustia neurótica sea
der. En la neurosis obsesiva, la angustia es reemplazada por los un fenómeno secundario y un caso de angustia real, pese a que
síntomas, que tratan de impedir su desarrollo, de manera similar algunas manifestaciones pudieran hacer pensar así: la angustia in-
a como en la histeria de conversión ha sido sustituida por los tras- Cmtil ante personas extrañas y las primeras fobias infantiles -a
tornos somáticos. la oscuridad, a la soledad- se pueden explicar como reacción a
Al considerar la angustia como un estado afectivo expectante la ausencia de la madre, siempre esperada, y a la tensión libidi-
sin objeto alguno, sin representación que la motive, puede dife- nal en esos casos frustrada, más que como reacción a peligros
renciarse, en principio, del miedo, que recae sobre un objeto de- reales, a los cuales el niño se expone con el atrevimiento de su ig-
terminado, y del susto, el cual designa, ante todo, el efecto de un norancia. En el caso de las fobias, ya sabemos que la angustia real
peligro para el que no nos hallábamos preparados por un previo ante un peligro exterior es sólo aparente, pues aunque algunos
estado de angustia. Se puede entonces decir que el hombre se de- objetos fóbicos pueden entrañar un peligro, la desmesura de la
fiende contra el susto por medio de la angustia. reacción revela que la fuente no está en el objeto fóbico, sino que
Sin embargo, esa primera diferenciación entre miedo y an- éste es el aliviadero de la corriente libidinal reprimida.
gustia ha de cuestionarse, como Freud hace al distinguir entre an-
gustia real y angustia neurótica. Angustia (Angst) es un término
derivado del latín angustiae, estrechez, en el que se resalta la opre- 3.2. Segunda teoría: la angustia no es causada
sión, la dificultad para respirar y para vivir que el sujeto angus- por la represión, sino que la provoca
tiado soporta. Ahora bien, la angustia real (Realangst) puede con-
siderarse como «una reacción a la percepción de un peligro Con lo que Freud había dicho acerca del carácter prototípico
exterior, esto es, de un daño esperado y previsto» (1917 e, II, de la angustia del nacimiento, podría esperarse que, en Inhibi-
2367); Real es en este caso un sustantivo, no califica a la angus- ción, síntoma y angustia (1925), acogiera bien El trauma del na-
tia, sino que la motiva y se refiere al peligro exterior amenazante, cimiento (1924), obra en la que Otto Rank mantenía que de la
frente al cual el sujeto se prepara con su ansiosa espera, el incre- intensidad y de la cantidad de angustia emergente en esa situa-
mento de la atención sensorial y la tensión motriz. Ese estado, ción primordial dependía la evolución posterior y los caracteres
favorable para darse a la fuga o reaccionar activamente mediante más o menos patológicos del individuo, el cual trataría de supe-
el ataque, puede convertirse asimismo en un inconveniente rar a lo largo de su vida el trauma, aspirando a volver al seno ma-
cuando llega a paralizar al sujeto. terno. Sin embargo, Freud se opuso con energía a esa tesis, por
El prototipo de los acontecimientos angustiosos es el naci- «carecer de toda base sustentadora y no apoyarse en observacio-
miento, como Freud señala ya desde una nota de 1909 en La in- nes firmes» (1926a, III, 2871). Jones, Abraham y otros psicoa-
terpretación de los sueños («el acto del nacimiento es el primer su- nalistas defendieron los puntos de vista de Freud, y Rank, emi-
ceso angustioso y con ello el modelo y la fuente del efecto de grado a Estados Unidos, fue excluido en 1930 de la American
angustia», 1900, I, 590), insistiendo sobre el mismo punto de Psychoanalytic Association, en condiciones dramáticas. Freud se

-r~.~
264 Freud y su obra IV. Revisiones y recapitulaciones (1924-1939) 265

había despedido de él en 1926, abrumado de dolor, pero impla- afecto, reproducido en forma de señal, debió ser experimentado
cable, como solía ser cuando llegaba el momento de romper con previamente en forma de angustia automática, es decir, que un
los mejores amigos. No obstante, en las Nuevas lecciones, aun re- peligro real no se transforma en angustia si no reactiva un anti-
chazando las «consecuencias extremas», le reconoce el mérito de guo trauma.
«haber hecho resaltar intensamente la importancia del acto de na- La angustia de castración, que es el núcleo de la angustia para
cimiento y de la separación de la madre» (1933a, III, 3150). Pero, Freud, ha venido precedida por todas las experiencias de separa-
la amplificación realizada por Rank arriesgaba liquidar, en reali- ción: separación de la madre en el nacimiento, destete, excre-
dad, la importancia nuclear de los complejos de Edipo y de cas- mentos. La condición determinante de esa angustia es la pérdida
traci~n, a la que Freud de ninguna manera estaba dispuesto a re- de un objeto también separable, el pene, cuya posesión garantiza
nunCiar. al muchacho la posibilidad de una nueva unión con la madre «O
En todo caso, en Inhibición, síntoma y angustia, obra desigual de la sustitución de la misma en el acto sexual» (1933a, III,
y no muy estructurada, Freud parece dar un giro de 180 grados 3150). En su evolución, se manifestará también como angustia
en su concepción de la angustia. Si en la primera teoría la angus- moral, es decir, como miedo al superyó, «al castigo que el mismo
tia neurótica deriva de la presión libidinal inutilizada, insatisfecha puede imponerle o a la pérdida de su amor. La última transfor-
o no elaborada a causa de la represión, ahora Freud estima que el mación de este miedo al superyó me parece a mí el miedo a la
yo es la única sede de la angustia, no siendo provocada por la repre- muerte (por la vida), o sea, la angustia ante la proyección del su-
sión, sino que mds bien ésta es causada por una angustia previa peryó en los poderes del destino» ( 1926a, III, 2864; cfr. también
(1926a, III, 2846; 1933a, III, 3149). No por ello se desechan to- 1923c, III, 2727). Sin embargo, en la niña, se da complejo de
talmente los puntos de vista anteriores, pues la causa de la angus- castración, pero no miedo a la castración. Para la mujer no se
tia se sitúa en un peligro exterior, sí, pero en conexión con una trata tanto, entonces, de miedo a perder un objeto cuanto de
exigencia libidinal. Así, la angustia de castración -siendo lo de miedo a perder el amor de un objeto: «En su lugar [en lugar del
menos que el castigo se aplique o no, pues el niño cree en su. efec- miedo a la castración] aparece en ellas el miedo a la pérdida del
tividad- es un peligro exterior, pero conectado con la interna in- amor» (1933a, III, 3150), en el que se repite el miedo a la au-
clinación amorosa por la madre, con lo que el peligro pulsional sencia materna y, en el fondo, la angustia del nacimiento, que es
interior se demuestra «como una condición y una preparación de también una separación de la madre. Pero, entonces, pese a que
una situación de peligro exterior y real» (1933a, III, 3149). Freud había hablado de la menor severidad del superyó de la mu-
Freud diferencia entonces entre angustia automdtica {automa- jer, tal angustia a la pérdida del amor se asemeja a la angustia ante
tische Angst) y señal de angustia (Angstsignal). La primera sería una el superyó, señalada en el caso del varón.
reacción ante una situación traumática, es decir, ante una afluen- Sin perseguir todos los derroteros insinuados por Freud en su
cia de excitaciones, externas o internas, incapaces de ser domi- obra de 1925, podemos hacer notar que, en ella, rechazó poner
nadas por el individuo. La segunda correspondería a la reacción sus consideraciones en relación con los recientes desarrollos filo-
del yo a una situación de peligro, a fin de evitar ser desbordado sóficos y con la angustia existencial, siendo los filósofos de orien-
por excitaciones masivas; al reproducir de forma atenuada la an- tación fenomenológica, por una parte, y los representantes de la
gustia vivida en una situación traumática permite poner en mar- escuela inglesa de psicoanálisis, por otra, los que conectaron la
cha operaciones defensivas; es el pequeño desar,rollo de angustia angustia psíquica de la que habla Freud con la perspectiva de
que trata de evitar el estallido de la misma. Este tendrá lugar Kierkegaard y de Heidegger. Freud mismo se acercó más al sen-
cuando, al no encontrar el yo medio de ligar las representacio- tido de la angustia existencial en otros textos como Lo siniestro
nes, la función protectora de la señal fracasa y se desencadena la (1919), de interés para la Teoría Psicoanalítica, pero también para
angustia automática, que expresa el desvalimiento del yo. Por otra la Estética, según mostró Eugenio Trías en su libro Lo bello y lo
parte, hay que tener en cuenta que el concepto de señal de an- siniestro, al vincular las reflexiones freudianas con el análisis de lo
gustia no excluye todo aspecto económico, cuantitativo, pues el sublime en la kantiana Crítica del juicio. Bástenos ahora decir

't""l••-w;.¡,___
266 Freud y su obra IV. Revisiones y recapitulaciones (1924-1939) 267

que, para Freud, das Umheimliche (lo siniestro) es aquello tan cer- apenas utilizado, pues en su lugar se suele emplear fermer (ce-
cano y familiar (heimlich), que ha llegado a ser extraño, incons- rrar)- y de for, que provendría a su vez de foer y del latín forum
ciente (el «extranjero interior»), y que, de golpe, se manifiesta, (plaza pública), refiriéndose a una tasa en las operaciones del
como si al mirarnos al espejo viésemos el rostro de otro. La vi- mercado, es decir, a un «fuero». Forclusion, por tanto, equivaldría
vencia de lo siniestro se despliega en varios temas angustiosos, a «excluir del fuero». Un ejemplo de esta exclusión puede ser acla-
considerados en el análisis del cuento El arenero de E. T. A. Hoff- ratorio: un expediente (por ejemplo, una sanción) puede ser so-
mann, como el miedo a la castración (cuerpos desarticulados, ce- breseído y, entonces, no se multa al infractor, pero el expediente
guera, miembros devorados), la figura del doble o los autómatas consta. Sin embargo, también cabe que no quede de él ningún
que cobran vida. rastro, que sea expulsado, destruido, rechazado, repudiado, for-
cluido, como si nunca hubiera existido. Algo similar ocurriría en
la psicosis. Se puede entender el repudio como el mecanismo es-
4. Repudio, represión, renegación pecífico que en ellas opera, consistente en el rechazo primordial
de algún significante básico fuera del universo simbólico del su-
4.1. La pérdida de la realidad en la neurosis jeto. Se diferenciaría de la represión (Verdriingung) porque los sig-
y en la psicosis (1924) nificantes repudiados no se encuentran integrados en el incons-
ciente del sujeto y, por tanto, su retorno no se produce desde el
Al hablar de El hombre de los lobos tuvimos ocasión de hacer interior, sino desde lo real, tal como ocurre en el fenómeno alu-
notar cómo Freud se había referido a un mecanismo diferente de cinatorio.
la represión, la Verwerfung, que estaría en el origen de las psico- Aunque a veces Freud emplea el término en un sentido am-
sis. El término fue traducido al francés por J. Lacan como for- plio, equivalente de represión o de juicio condenatorio, ya desde
clusion, habiéndose propuesto en castellano los de forclusión, pre- su estudio sobre Las neuropsicosis de defensa señaló que, además
clusión, exclusión, rechazo y repudio. Con este último es como se del proceso defensivo de la histeria y de la neurosis obsesiva, «hay
tradujo en el Diccionario de psicoandlisis de Laplanche y Pontalis, aún otra forma de defensa mucho más enérgica y eficaz, consis-
aunque algunos autores, como O. Mannoni, utilizan répudiation, tente en que el yo rechaza [verwirft] la representación intolerable
repudio, no para traducir Verwerfung, sino Verleugnung, que La- conjuntamente con su afecto y se conduce como si la represen-
planche y Pontalis prefieren verter al francés como déni (de la réa- tación no hubiese jamás llegado a él. En el momento en que esto
líté) (en castellano se ha propuesto renegacíón). A la base de esas queda conseguido sucumbe el sujeto a una psicosis» (1894, I, 175).
diferencias terminológicas se encuentran estimaciones diferentes De ahí que, pese a las fluctuaciones terminológicas, él mismo in-
respecto al papel jugado por esos procesos en diversos trastornos sistiera en que «surge la duda de si el proceso que aquí [en la es-
psíquicos. Para algunos, como el propio Mannoni, la Verleugnung quizofrenia] denominamos represión tiene realmente algún
es un mecanismo específico de la perversión, mientras que La- punto de contacto con la represión que tiene lugar en la neuro-
planche y Pontalis estiman que la renegación interviene, no sólo sis de transferencia» (1915d, II, 2082).
en la perversión, sino asimismo en la psicosis. A su vez, la rene- Freud suele describir ese proceso hacia el exterior, simétrico
gación ha de ser diferenciada de la negación {Verneinung, en ale- de la represión neurótica, como una «retirada de la catexis de la
mán; dénegation o negation, en francés). Procuremos poner orden realidad», como una «pérdida de la realidad». Ahora bien, todo
en esa trama lingüística y conceptual. trastorno psíquico perturba de algún modo la relación con la re-
El origen jurídico del término elegido por Lacan para tradu- alidad, por lo que habría que investigar las diferencias entre neu-
cir la Verwerfung freudiana (que nosotros, siguiendo a Laplanche rosis y psicosis. En sus artículos de 1924, Neurosis y psicosis y La
y Pontalis, traduciremos por «rechazo» o «repudio») puede reve- pérdida de la realidad en la neurosis y en la psicosis, Freud trata de
lar a qué se refiere. Como han señalado l. Gárate y J. M. Mari- hacerlo con las categorías de la nueva tópica formulada en 1923,
nas en su Lacan en castellano, forclusion deriva de clore -verbo presentando la diferencia genética más importante entre ambas

't*:l.. ..._
268 Freud y su obra IV. Revisiones y recapitulaciones (1924-1939) 269

del siguiente modo: «La neurosis sería el resultado de un con- tos, reales o imaginarios, lo que facilita su tratamiento analítico.
flicto entre el "yo" y su "Ello", y, en cambio, la psicosis, el de- Esto posibilita, a su vez, una segunda acepción del término «neu-
senlace análogo de tal perturbación de las relaciones entre el «yo» rosis de transferencia», para referirse a la organización de las ma-
y el mundo exterior» (1924a, III, 2742). Ambas, sin embargo, nifestaciones neuróticas en transferencia con el analista, no repre-
serían expresión de la rebeldía del ello contra el mundo exterior, sentando sino una reedición de la neurosis clínica, a la que facilita
de su incapacidad para adaptarse a la ciega necesidad de lo real. el acceso y su curación. En vista de todo lo cual, se puede com-
En la situación inicial de la neurosis, el yo reprime una ten- pletar la fórmula genética antes ofrecida, diciendo: «La neurosis de
dencia pulsional en conflicto con los dictados de la realidad; el transferencia corresponde al conflicto entre el yo y el ello; las neu-
conflicto neurótico estalla como reacción de lo reprimido y se rosis narcisistas a un conflicto entre el yo y el superyó, y la psico-
manifiesta a través de productos transaccionales que tratan de sis, al conflicto entre el yo y el mundo exterior» (1924e, III, 2744).
evitar aquel fragmento de realidad enfrentado a la tendencia pul-
sional reprimida. En la psicosis, en cambio, el movimiento pri-
mero es el que arranca al yo de la realidad, tratando más tarde de 4.2. Fetichismo (1927). Escisión del yo en el proceso
compensar esta pérdida mediante la creación de otra nueva, de defensa (1938)
exenta de los motivos de disgusto, realidad creada por medio de
delirios y alucinaciones. Así, en el ejemplo de Elisabeth von R., En sus últimos escritos, Freud empleará un nuevo término en
al que Freud recurre, el amor por su cuñado es reprimido cuando, conexión con las perversiones y, especialmente, con el fetichismo,
ante el lecho mortuorio de su hermana, surge la idea de que el el de Verleugnung o renegación de la realidad, al que asimismo se
hasta entonces marido quedaba libre y podía casarse con ella, refiere en Compendio del psicoandlisis de 1938. En ambos estu-
mientras que la reacción psicótica habría consistido en negar el dios señala que dicho mecanismo establece un parentesco entre
hecho real de la muerte de la hermana. la perversión y la psicosis.
En la deformación de la realidad de ambos procesos juega la La renegación ( Verleugnung) ha de ser por otra parte relacio-
fantasía un gran papel, si bien la neurosis se apoya todavía, como nada con la negación (Verneinung), a la que consagra su ensayo
los juegos infantiles, en un trozo de realidad -aunque sea dife- de 1925 del mismo título. En determinadas condiciones, la ne-
rente de aquel contra el que tuvo que defenderse-, mientras que gación sería la primera manifestación de emergencia de lo repri-
la psicosis trata de compensar la pérdida de realidad con una sus- mido. Puede surgir en el curso de la cura en forma de proposi-
titución de realidad. Frente a unas y otras, llamaríamos, en cam- ción, enseguida negada, como algo que no pertenece al sujeto o
bio, conducta normal o sana a la que «reúne determinados ca- que no ha deseado; el contenido representativo reprimido accede
racteres de ambas reacciones; esto es, que no niega la realidad, al de esa forma a la conciencia y provoca una especie de aceptación
igual que la neurosis, pero se esfuerza en transformarla, como la o de posibilidad intelectual de que las cosas fueran así, pero no
psicosis», si bien no se contenta, según hace ésta, con modifica- es integrado por el sujeto, persisitiendo lo fundamental de la re-
ciones internas y una nueva pero fantasiosa realidad, sino que la- presión. Así, en la defensa respecto al enunciado «que mi padre
bora sobre el mundo exterior: no es tan sólo autopldstica, sino asi- muera» efectuada por El hombre de las ratas.
mismo alopldstica (1924e, III, 2746). Aunque en los textos de Freud es difícil diferenciar siempre
Entre las neurosis y las psicosis, Freud agregó una categoría no- con pulcritud entre la negación y la renegación, a partir de 1923
sográfica hoy en desuso, a la que denominó «neurosis narcisista», tendió a darle a Verleugnung un sentido específico, con un matiz
para referirse especialmente a la melancolía. En ella la libido se en- más fuerte que el de negación, para referirse al proceso por el que
cuentra retraída de los objetos y concentrada sobre el yo, a dife- el sujeto rehúsa reconocer la realidad de una percepción trauma-
rencia de lo que ocurre en las neurosis de defensa o neurosis de tizante, especialmente en relación con una percepción negativa,
transferencia (histeria de angustia, histeria de conversión, neurosis la de la ausencia de pene en la mujer y, por tanto, la de la dife-
obsesiva), en las que la libido está siempre desplazada sobre obje- rencia sexual, es decir, la castración respecto a la plenitud fálica.

't"JoJO~~-
270 Freud y su obra 1V. Revisiones y recapitulaciones (1924-1939) 271

Como tuvimos ocasión de indicar, cuando los niños y niñas Pero Freud rechaza el término «escotomización», introducido
se dan cuenta de la diferencia sexual, se conducen como si no la <:n Francia por Édouard Pichon y defendido asimismo por René
hubiesen percibido, no creen en la falta de pene en la niña, esti- Laforgue, e intenta todavía interpretar esa coexistencia recu-
man que también lo tiene, sólo que más pequeño y que ya le cre- 1-riendo a los procesos de represión y formación transaccional en-
cerá, y así reniegan de ella, se niegan a reconocer lo que han cono- tre dos fuerzas en pugna, aun cuando no deja de señalar que tal
cido. El término es empleado en un sentido similar en el ámbito coexistencia constituye una verdadera escisión (Spaltung) del su-
religioso, cuando se dice de alguien que había practicado una re- jeto. Precisamente en Escisión del yo en el proceso de defensa y en
ligión, más tarde abandonada, que reniega de ella. Es el caso de Compendio de psicoanálisis, ambas de 1938, trata de aclarar el pro-
aquel niño al que -habiéndose estado bañando en un río du- ceso de renegación, al insistir en que, a diferencia de la división
rante el fin de semana-le preguntaron luego si había niñas tam- originada por la represión neurótica, en la escisión no se trata
bién y contestó: «No sé, estábamos desnudos», como si dijera: tanto de un conflicto entre el yo y el ello cuanto de la coexistencia de
«¿Qué tendría que haber notado? Yo sólo distingo a los niños de dos tipos de defensa del yo: una reconoce la carencia de pene en la
las niñas por la manera de vestir». En la medida en que la rene- mujer y se defiende con el desarrollo de angustia; la otra no la
gación se refiere a la realidad exterior, se diferencia de la repre- reconoce y niega una percepción, refiriéndose por tanto a la rea-
sión, referida a exigencias internas. lidad exterior. Esa escisión de la personalidad en varias corrien-
En Fetichismo (1927), Freud señala que el fetichista quiere ha- tes, en relación con la castración, ya la vimos planteada en la vi-
cer coexistir dos posiciones inconciliables: la renegación y el re- sión alucinatoria del dedo meñique cortado y su posterior
conocimiento de la falta de pene en la niña. Su aversión a todo percepción normal en El hombre de los lobos.
órgano femenino real es el stigma indelebile de aquélla, pero el fe- La importancia del complejo de castración, en íntima relación
t~che muestra el reconocimiento al que el propio fetiche se qui- con el de Edipo, fue progresivamente realzada en la obra de
siera oponer: Freud. Se podría establecer una tripartición de las patologías, se-
gún la posición adoptada respecto a la castración:

El fetiche es el sustituto del falo de la mujer (de la ma- Repudio (Verwerfung), reconstrucción alucinatoria de la rea-
dre), en cuya existencia el niño pequeño creyó otrora y al cual lidad: psicosis
-bien sabemos por qué- no quiere renunciar [... ]. En el Renegación (Verleugnung), escisión del yo: perversión
mundo de la realidad psíquica la mujer conserva, en efecto, Represión (Verdriingung), conflicto interno: neurosis.
un pene, a pesar de todo, pero este pene ya no es el mismo
que era antes. Otra cosa ha venido a ocupar su plaza, ha sido
declarada, en cierto modo, su sucedánea, y es ahora heredera Dentro de éstas, el obsesivo tratará de colmar la carencia con
del interés que antes había estado dedicado al pene. Este in- su esfuerzo perfeccionista y escrupuloso, a fin de que no falte
terés, empero, experimenta todavía un extraordinario refor- nada, lo que puede rendir grandes servicios intelectuales, por
zamiento, porque el horror a la castración se erige a sí mismo ejemplo, pero también puede llegar a paralizar y, en su «perfec-
una especie de monumento al crear dicho sustituto. Como ción», anular el deseo del otro. En la histeria, en cambio, se vi-
stigma indelebile de la represión operada consérvase también virá una insatisfacción permanente, como si en todo faltara algo,
la aversión contra todo órgano femenino real, que no falta en lo que es un modo de no abrirse a carencias determinadas y de
ningún fetichista. Adviértase ahora qué función cumple el fe- menospreciar (la «bella indiferencia») la siempre limitada pero fe-
tiche y qué fuerza lo mantiene: subsiste como un emblema cunda realidad. Con su queja, la histérica procurará abrir el de-
del triunfo sobre la amenaza de castración y como salvaguar-
dia contra ésta; además, le evita al fetichista convertirse en ho- seo del otro, mas, una vez alcanzado, se desengañará, le rechazará
mosexual, pues confiere a la mujer precisamente aquel atri- o le mostrará que no está a su altura, ya que, como en una oca-
buto que la torna aceptable como objeto sexual (1927b, III, sión dijera Lacan, la histérica quiere un amo, para reinar sobre
2993-2994). él. Dicho menosprecio se basa en un ideal narcisista, difícil, si es

--~-¡¡.-l'ot__
272 Freud y su obra IV. Revisiones y recapitulaciones (1924-1939) 273

que no imposible de conseguir, pues la condición a la que se en-


cuentra sometido es, precisamente, su inalcanzabilidad -cual- '). l. Asociación libre y resistencia.
quier logro real obligaría a reconocer los límites-, tornando así Beneficio primario y secundario
imposible la humana satisfacción.
Como le sucedía a Emma Bovary, la idea de conseguir un Como tuvimos ocasión de ver, pese a la valiosa ayuda que la
amante espoleaba su fantasía, entreviendo ahí la posibilidad de hipnosis y la sugestión prestaron a Freud en el descubrimiento
«poseer, por fin, esos gozos del amor, esa fiebre de felicidad que del inconsciente -al poder comprobar a través de ellas que de-
tanto había ansiado», pero, cuando lo lograba, «volvía a encon- terminadas dolencias no tenían causa orgánica, por lo que se de-
trar en el adulterio las mismas soserías que en el matrimonio». Lú- hía buscar su origen en una causalidad psíquica que escapaba sin
cidamente, en un pasaje de la novela con el que concluiremos este embargo a la conciencia-, Freud rechazó pronto el valor de la
apartado (cursivas mías), Flaubert comenta: hipnosis para la cura, por cuanto la desaparición de los síntomas
era pasajera, iba a menudo acompañada por la emergencia de
París, más vago que el Océano, resplandecía a los ojos de otros nuevos, como si no se hubiesen atajado sus causas, y, sobre
Emma entre encendidos fulgores. Era una existencia por en- todo, porque ocultaba el papel de la resistencia del paciente a re-
cima de las demás, entre cielo y tierra, en las tempestades, algo cordar determinados episodios o fantasías de su vida, en los que
sublime. El resto de la gente estaba perdido, sin lugar preciso había motivos para reconocer la fuente de los trastornos. Freud
y como si no existiera. Por otra parte, cuanto más cercanas es-
taban las cosas más se apartaba el pensamiento de ellas. Todo lo aprendió a servirse de ese dolor despertado en el paciente por sus
que la rodeaba inmediatamente, ambiente rural aburrido, pe- asociaciones como de una brújula orientadora en el conflicto, y,
queños burgueses imbéciles, mediocridad de la existencia, le así, a través de diversos procedimientos intermedios, arribó a la
parecía una excepción en el mundo, un azar particular en el regla fundamental del tratamiento psicoanalítico, la de la asocia-
que ella se encontraba presa. ción libre, según la cual el paciente ha de expresar todo lo que se
le ocurra, sin censurar ningún aspecto, por disparatado, incon-
veniente o nimio que le parezca. Esa regla no admite excepcio-
5. La técnica psicoanalítica nes, pues «señálese un lugar con derecho de asilo en una ciudad,
y veremos lo que tarda en reunirse en él toda la gente maleante
Además de las observaciones realizadas en diferentes obras [esto es, los complejos reprimidos y patógenos] por ella dispersa»
-como, por ejemplo, en los historiales clínicos-, Freud redactó (1913b, II, 1669). Esas asociaciones, libres en el sentido de que
una serie de escritos sobre la técnica psicoanalítica, entre los que no se atienen a ninguna selección voluntaria del pensamiento, a
podemos destacar: El método psicoanalítico de Freud (1904), So- ningún fin consciente, se encuentran en realidad enlazadas, a tra-
bre psicoterapia (1905), diversos ensayos de los años 1912-1914 vés de cadenas más o menos largas, con representaciones-meta in-
(La dindmica de la transferencia, Consejos al médico en el trata- conscientes, a las que se pretende acceder. En la terminología de
miento psicoanalítico, La iniciación del tratamiento, Observaciones la primera tópica, al eliminar la intervención de la segunda cen-
sobre el «amor de transferencia», Recuerdo, repetición y elaboración) sura (la situada entre lo consciente y lo preconsciente) se ponen
y otras contribuciones que desbordan el marco meramente téc- de manifiesto las defensas inconscientes, es decir, la acción de la
nico, por ejemplo La negación (1925) y Andlisis profano (1926), primera censura, alzada entre lo preconsciente y lo inconsciente.
hasta llegar a algunos de sus últimos escritos, como Andlisis ter- En efecto, en el curso de sus asociaciones, el paciente llega a
minable e interminable o Construcciones en andlisis, ambos puntos en los que le resulta penoso continuar, no sólo por el pu-
de 1937. De ese importante material y de las múltiples perspec- dor que determinadas revelaciones pueden suscitar, sino, sobre
tivas desde las que la cuestión es abordada, retendremos algunos todo, por la más o menos oscura percepción de rozar puntos con-
conceptos y problemas fundamentales. flictivos y ansiógenos. Cuando la resistencia, es decir, los obstá-
culos levantados frente al acceso a lo inconsciente y el esclarecí-

,t_-;.;..,-;;;,__
274 Freud y su obra IV. Revisiones y recapitulaciones (1924-1939) 275

miento de los síntomas, se hace más fuerte, el paciente puede ase- le sucede, hasta que éste lo va expresando, al terapeuta y a sí
gurar incluso que no se le ocurre nada, que tiene la mente en mismo, en el curso del tratamiento. Y, aunque lo supiera, no de-
blanco, y tratará de zafarse de la coerción experimentada con la bería decirlo hasta que el paciente se encuentre en condiciones de
misma energía con la que antaño reprimió determinados episo- descubrirlo y de poder integrarlo casi por sí mismo, so pena de
dios, pues la resistencia no es sino la contrapartida de la represión erizar más fuertemente aún las barreras de antaño.
entonces actuante y que debe ser ahora removida. Esas defensas Aunque la enfermedad tiene sus costes -las molestias, el do-
pueden manifestarse, no sólo en el curso de las sesiones, sino asi- lor más o menos insoportable que acarrea-, también tuvo sus
mismo en la relación del paciente con ellas. Aunque, a veces, ventajas y por eso se contrajo: como una huida frente al conflicto,
tenga motivos justificados para no asisitir a las mismas, en otras refugiándose en el síntoma en el que, como producto transac-
ocasiones se servirá de cualquier pretexto para faltar o para tratar cional, tanto las exigencias pulsionales como las que a ellas se
de cambiar, un tanto arbitrariamente, el horario. En La inicia- oponían encontraron una forma de compromiso y cierto modo
ción del tratamiento, Freud insiste en la importancia de someter de satisfacción. A este beneficio primario de la enfermedad, que no
el análisis a unas pautas de días y de duración de las sesiones, des- es sino la motivación misma de una neurosis, se suele agregar con
contando, por supuesto, los acontecimientos imprevisibles que posterioridad, como ganancia externa y suplementaria, la utiliza-
puedan surgir. Son esas razones las que llevaron a la IPA a re- ción ventajosa, en ciertos órdenes, de la enfermedad, su beneficio
chazar las sesiones de tiempo variable propuestas por Lacan, el secundario, como quien recibe una pensión por una parálisis tran-
cual llegó a reducirlas a unos minutos -lo que E. Roudinesco sitoria y se aferra luego a ella para subsistir, a fin de no reem-
ha denominado «el grado cero del psicoanálisis»-, con lo que prender su antiguo trabajo (1917c, 11, 2362). Desmontando uno
las sesiones de duración variable acababan convirtiéndose en in- y otro, el análisis tratará de desanudar los impulsos inconscien-
variablemente breves. tes de los síntomas en los que se encuentran comprometidos
El psicoanálisis supone una colaboración activa (lo que es dis- desde que el yo débil e infantil se defendió de aquéllos mediante
tinto de controladora: es preciso, una y otra vez, remitirse a la re- defensas patógenas, posibilitando así nuevos agregados y canali-
gla fundamental de la asociación libre) por parte del paciente, que zaciones que el paciente habrá de encontrar.
no puede esperar su curación como un objeto sobre el que se
opera externamente. Así puede comportarse en la hipnosis, en la
sugestión, ante las sustancias químicas -necesarias en ocasiones, 5.2. Transferencia y contratransferencia. La atención flotante
pero que velan también el conflicto- e incluso, quizá, ante un
psiquiatra -dependerá de la orientación de éste-. El paciente En la nueva batalla que el análisis supone, las fuerzas contra
acude a la consulta esperando que el médico, que es el que sabe, la enfermedad cuentan con la rresión del síntoma y, a veces, tam-
le cure. En cambio, para el psicoanálisis, el que en definitiva sabe bién, con el interés intelectua del enfermo, aunque «este factor
lo que le sucede es el paciente, por más que se lo haya ocultado a presenta escasa importancia comparado con las demás fuerzas en
sí mismo, debido a la escisión provocada por la defensa: «Los en- lucha» (1913b, 11, 1674). Mas, para el éxito de la empresa, se re-
fermos conocen los sucesos reprimidos en su pensamiento, pero quiere que ese proceso de «cura por la palabra» se di~ponga, como
éste carece de un enlace con el lugar en el cual se halla contenido de hecho sucede, en el marco de la transferencia (Ubertragung).
de algún modo el recuerdo reprimido» (ob. cit., 1673). De ahí la El término «transferencia» ha adquirido tal extensión, que para
necesidad de la relación terapéutica. El analista no posee, sin em- muchos comprende el conjunto de la relación del paciente con el
bargo, sino un saber referencial. Puede ofrecer al paciente inter- analista, por lo que implica las concepciones de éste respecto a la
pretaciones, posibles significados ocultos de su decir, construccio- cura y su dinámica. Aunque no es exclusiva de la relación psico-
nes que posibiliten un sentido, pero, frente a lo que el paciente analítica (se da también en la hipnosis, en la relación del médico
cree en un principio -al otorgarle el papel del sujeto del supuesto con el enfermo, del educador con el discípulo, en la dirección es-
saber, dicho en términos lacanianos- no sabe lo que al paciente piritual, etc.), adquiere en el psicoanálisis una peculiar intensidad

,t"';;.-1'~
276 Freud y su obra IV. Revisiones y recapitulaciones (1924-1939) 277

y características. En general, se podría decir que integra una do- Pero en La dindmica de la transferencia (1912), la primera ex-
ble dimensión de actualización del pasado y de desplazamiento so- posición de conjunto dedicada al tema, Freud insiste en que lo
bre la persona del analista: consiste en vivir como presentes, en re- que se revive ante todo es la ambivalente relación del sujeto con
lación con el analista, experiencias y fantasías pretéritas e las figuras parentales -lo que le lleva a distinguir entre una
inconscientes. Tal como la definió en sus conferencias sobre Psi- transferencia positiva, de sentimientos cariñosos, y otra negativa,
coandlisis pronunciadas en la Clark University en 1909: de sentimientos hostiles- y amplía el concepto para hacer de él
un proceso que estructura toda la terapia según el modelo de los
El enfermo vive, en su relación con el médico, aquella parte conflictos infantiles. Esto, a su vez, le permite establecer la no-
de su vida sentimental que ya no puede hacer volver a su me- ción de neurosis de transferencia, como neurosis artificial en torno
moria, y por medio de este vivir de nuevo en la «transferencia» a la relación con el analista, reedición de la neurosis infantil, cuyo
es como queda convencido, tanto de la existencia como del po-
esclarecimiento va a posibilitar.
der de tales impulsos sexuales inconscientes. Los síntomas, que,
para emplear una comparación tomada de los dominios de la Aunque la transferencia será, a la postre, el arma más pode-
Química, son los precipitados de anteriores sucesos eróticos (en rosa de la terapia, se plantea inicialmente como la resistencia más
el más amplio sentido), no pueden disolverse y ser transfor- fuerte contra ella. Cuando, en el curso de sus asociaciones, el pa-
mados en otros productos psíquicos más que a la elevada tem- ciente se aproxima a contenidos reprimidos especialmente im-
peratura de la transferencia. El médico desempeña en esta re- portantes, no es capaz de llevarlos a la conciencia sino transfi-
acción, según acertadísima frase de S. Ferenczi, el papel de un riéndolos sobre el médico, es decir, repitiendo a su través el
fermento catalítico que atrae temporalmente los afectos que en conflicto infantil, cosa que sucede fundamentalmente, no con la
el proceso van quedando libres (1910a, II, 1560-1561). transferencia positiva consciente, sino con los impulsos eróticos
reprimidos de la misma y con los contenidos hostiles no recono-
La concepción de la transferencia no se mantuvo inalterada a
cidos. El médico preferiría que el paciente recordara aquellos
lo largo de la obra de Freud. Percibida desde muy pronto, en el
conflictos en vez de repetirlos, que los conociera en vez de ac-
caso Ana O. de Breuer y resaltada más tarde en Estudios sobre la
tuarios y revividos transferencialmente, lo cual es todavía una
histeria, para Freud era en principio un caso particular de des-
forma de resistencia. Pero, al no serie posible lograr esa reme-
plazamiento del afecto de una representación a otra, tal como el
moración, se servirá de la transferencia -en principio, un re-
deseo inconsciente se disfraza en el material proporcionado por
ducto de la defensa-, para contemplar el conflicto en su emer-
los restos diurnos: al ser incapaz la representación de entrar en lo
gencia y, así comprendido, poder desarmarlo:
preconsciente, sólo ejerce su efecto conectando con una repre-
sentación anodina, en la que se oculta, transfiriéndole su inten-
sidad. Si, en el curso de la cura, el elegido es casi siempre el ana- El enfermo atribuye, del mismo modo que en el sueño, a
los resultados del estímulo de sus impulsos inconscientes, ac-
lista se debe a su disponibilidad como «resto diurno». Incluso en tualidad y realidad; quiere dar alimento a sus pasiones sin tener
el Caso Dora, en cuyo epílogo Freud atribuye a un mal manejo en cuenta la situación real. El médico quiere obligarle a incluir
de la transferencia la brusca interrupción del tratamiento, no la tales impulsos afectivos en la marcha del tratamiento, subordi-
asimila al conjunto de la cura y habla del término en plural, de- nados a la observación reflexiva y estimarlos según su valor psí-
biendo ser explicadas y hechas desaparecer una a una: quico. Esta lucha entre el médico y el paciente, entre el inte-
lecto y el instinto, entre el conocimiento y la acción, se
¿Qué son las transferencias? Reediciones o productos fac- desarrolla casi por entero en el terreno de los fenómenos de la
símiles de los impulsos y fantasías que han de ser despertados transferencia. En este terreno ha de ser conseguida la victoria,
y hechos conscientes durante el desarrollo del análisis y que cuya manifestación será la curación de la neurosis. Es innegable
entrañan como singularidad característica de su especie la sus- que el vencimiento de los fenómenos de la transferencia ofrece
titución de una persona anterior por la persona del médico al psicoanalítico máxima dificultad; pero no debe olvidarse que
(1905a, I, 998). precisamente estos fenómenos nos prestan el inestimable servi-

'h1'4.;:_
278 Freud y su obra IV. Revisiones y recapitulaciones (1924-1939) 279

cío de hacer actuales y manifiestos los impulsos eróticos ocultos El analizado no recuerda nada de lo olvidado o reprimido,
y olvidados de los enfermos, pues, a fin de cuentas, nadie puede sino que lo vive de nuevo. No lo reproduce como recuerdo,
ser vencido in absentia o in effigie (1912a, II, 1653). sino como acto; lo repite sin saber, naturalmente, que lo repite
[... ].La transferencia no es por sí misma más que una repeti-
En la intersección, pues, de pasado y presente, de fantasía y ción y la repetición la transferencia del pretérito olvidado, pero
realidad, de deseos infantiles y adultos, de la realidad interna y la no sólo sobre el médico, sino sobre todos los demás sectores
externa, la interpretación de la transferencia y su administración de la situación presente [... ]. Repite todo lo que se ha incor-
será una de las tareas más difíciles -pero, a la vez, más fecun- porado ya a su ser partiendo de las fuentes de lo reprimido:
das- del análisis. sus inhibiciones, sus tendencias inutilizadas y sus rasgos de ca-
En contrapartida a la asociación libre, el analista debe escu- rácter patológico [... El médico] se dispondrá, pues, a iniciar
char al paciente sin «intentar retener especialmente nada, aco- con el paciente una continua lucha por mantener en el terreno
giéndolo todo con una igual atención flotante» (1912b, II, 1654). psíquico todos los impulsos que aquél quisiera derivar hacia la
motilidad, y considera como un gran triunfo de la cura con-
Es decir, no debe privilegiar ningún elemento del discurso y, sus-
seguir derivar por medio del recuerdo algo que el sujeto ten-
pendiendo las motivaciones habituales de la atención, abando- día a derivar por medio de un acto [... ].La mejor manera de
narse lo más libremente que pueda a su propia actividad incons- refrenar la compulsión repetidora del enfermo y convertirla en
ciente, que, en su momento, sabrá recoger los elementos un motivo de recordar la tenemos en el manejo de la transfe-
oportunos y encontrar las conexiones inconscientes del discurso rencia (1914b, II, 1686-1688).
del paciente, las cuales pasarían desapercibidas al intentar retener
lo supuestamente importante. Claro que, de acuerdo con lo in- La pretensión no es simplemente revelar al paciente sus resis-
dicado respecto a la asociación libre del paciente, también hemos tencias o sus conflictos infantiles, sino que pueda elaborar el con-
de suponer que serán las motivaciones inconscientes del analista flicto -ante el cual al yo infantil no le quedó otro recurso que
las que guíen su atención. No hay duda de que la subjetividad defenderse de modo patógeno- y convertirlo en un conflicto
del analista interviene, no puede ser de otra manera, si es que el «normal» para el que cabe encontrar, con las renuncias necesa-
proceso de la cura es un proceso intersubjetiva. De lo que se trata rias, pero también con las posibilidades de su energía recuperada,
es de que esa intervención se vea despejada, tanto como ello sea alguna forma de solución. Aunque esa elaboración de las resis-
posible, de bloqueos patológicos y de ahí la necesidad para los tencias sea penosa para el paciente y una dura prueba de pacien-
analistas de pasar por un análisis didáctico y de someterse perió- cia para el médico, constituye la mayor acción modificadora de
dicamente a nuevos análisis y supervisiones de casos, lo que les la terapia analítica y la diferencia de todo influjo por sugestión.
permitirá contar más adecuadamente con sus propias motivacio- En ese proceso siempre se libera afectividad, pero Freud ya no
nes y reacciones ante el discurso del analizado, esto es, con la con- habla de abreacción, sino de elaboración, la cual puede ser equi-
tratransferencia, «pues, según la acertada expresión de W Stekel, parada «a la derivación por reacción de las magnitudes de afecto
a cada una de las represiones no vencidas en el médico corres- aprisionadas por la represión, proceso sin el cual no lograba efi-
ponde un punto ciego en su percepción analítica» (oh. cit., 1657). cacia alguna el tratamiento hipnótico» (oh. cit., 1688).

5.3. Repetir, recordar, elaborar 5.4. Interpretación y construcción:


algunos problemas epistemológicos
La tendencia del paciente a repetir, su compulsión a la repe-
tición -es ahí, en Recuerdo, repetición y elaboraci'ón, donde el tér- En la difícil contienda que a veces se libra en el curso de un aná-
mino aparece por primera vez-, observa Freud, es su especial lisis, ¿cómo saber que las interpretaciones efectuadas en un determi-
manera de recordar. El médico, en cambio, tiende a integrar en nado momento por el analista son adecuadas o correctas? Esto nos
el recuerdo lo que el paciente quisiera actuar: plantea algunos problemas epistemológicos, de los que algo diremos.

--t-¡;,1'-~·
280 Freud y su obra IV. Revisiones y recapitulaciones (1924-1939) 281

En diversas ocasiones se ha puesto de manifiesto el cardcter dueto del Freud machista, decimonónico y burgués, cerró su pe-
híbrido del estatuto epistemológico del psicoandlisis. Superando el rorata alegando: «Además, por envidiar, yo puedo envidiar cual-
marco positivista en el que inicialmente fraguó su labor, Freud quier cosa, por ejemplo, a un penene de la Facultad». (En la an-
dio lugar a un saber que bascula, por utilizar la tipología de Ric- tigua denominación de las categorías del profesorado, PNN era
kert, entre las ciencias nomotéticas, que buscan regularidades y la sigla de «profesor no numerario»). O, en fin, entre tantos otros
leyes generales, y las idiográficas, atentas al caso individual. Ya ejemplos que se podrían citar, el de aquella muchacha que, tras
advertimos que Freud no tituló su opus magnum «ciencia de los haber negado a su novio la intimidad sexual por él solicitada, le
sueños», sino «interpretación de los sueños», Deutung y no Wis- pidió después algo de comer y, cuando él le trajo una bandeja
senschaft, puesto que la interpretación de un sueño, por aparen- con las golosinas que se suelen comprar en las fechas navideñas
temente evidente que sea, por típico que resulte, por claro que en las que se encontraban, exclamó con toda ingenuidad: «¡Voy
creamos poder leer en él el deseo, depende de las asociaciones del a tomar un polvorón, a ver si me empapo!»
paciente. Esto emparenta el psicoanálisis con las denominadas Laplanche ha insistido en que la interpretación psicoanalítica
por Dilthey ciencias del espíritu, en las que no se trata sólo de no sólo debe atender, como quería la comprensión tradicional, al
explicar, buscando la causa, sino asimismo de comprender, bus- sentido y a la intencionalidad que se manifiestan en las sedi-
cando el sentido. Quizá por ello, Paul Ricoeur ha indicado que, mentaciones objetivadas de la cultura (instituciones, obras de
en el psicoanálisis, la energética se dobla de hermenéutica, tal arte, documentos), sino que, asimismo, debe desmantelar de ma-
como la pulsión se disocia, bajo el peso de la represión, en carga nera radical la organización del texto manifiesto, para que se haga
afectiva y contenidos representativos. Y es esa peculiaridad epis- accesible el deseo inconsciente en él trabado. El análisis no puede
temológica la que provoca, según Habermas, que la teoría freu- seguir aquí las reglas previstas por Descartes, en las que era sufi-
diana siga siendo un bocado que la lógica positivista de la cien- ciente descomponer lo complejo en partes simples, yuxtaponibles
cia y la investigación behaviorista tratan en vano de digerir. unas a otras, por cuanto la parte y el todo no están en relación
Pero, además de ello, es preciso tener en cuenta las peculiari- de subordinación: la parte puede valer por el todo, el todo puede
dades de la interpretación analítica, no sólo atenta a las significa- valer como un elemento entre otros. No hay átomos significan-
ciones conscientes, a las intenciones que el paciente atribuye a su tes ni distintitivos que se puedan agregar uno a uno, pues, como
discurso, sino también a las que emergen, más allá de ellas, en elemento, puede valer la totalidad o cualquier detalle, tal y como
los significantes (verbales, corporales) del mismo. Excepto en los Freud mostró por primera vez de manera ejemplar en el análisis
lenguajes artificiales, la relación entre el significante y el signifi- de los sueños.
cado no es unívoca, sino polívoca: un significante remite a mu- Mas, por peculiar que sea la interpretación analítica, por
chos significados, algunos de los cuales son inconscientes para el atenta que haya de estar a la particularidad del sujeto, el psicoa-
propio hablante. Aunque el paciente atribuya a su discurso de- nálisis tiene también una aspiración teórica por la que, con todas
terminados significados, pueden ser otros, ocultos a su concien- las cautelas necesarias, trata de subsumir casos particulares bajo
cia, los que le han llevado a escoger ciertos significantes, los cua- una serie de hipótesis y teorías generales a las que remite, al me-
les, además de canalizar su intencionalidad, sirven para expresar nos como saber referencial. De ahí que las objeciones de Popper,
el deseo inconsciente. En este sentido, y como lo quería Lacan, en La lógica de la investigación científica y en Conjeturas y refuta-
se puede decir que, de algún modo al menos, somos hablados por ciones, no dejen de tener sentido. Pues el psicoanálisis, en lo que
el lenguaje. Recuérdese la cojera de Dora, atribuida inicialmente en él haya de saber nomotético, ha de dar cuenta del problema de
por diversos médicos a un resto inhabitual 'de una apendicitis y la verificación -o de la posibilidad de refutación- de sus hipó-
quizá significante de la fantasía de un mal paso, de un paso en falso tesis. Pero, según Popper, una eventual interpretación sugerida
en sus relaciones sentimentales. O la sospecha a la que induce el por el analista no puede refutarse. Si el paciente la acepta, pu-
discurso de aquella paciente que, tras haberse pasado la sesión ne- diera pensarse que es adecuada (lo cual es ya de por sí mucho su-
gando la teoría de la envidia del pene, como un evidente pro- poner, pues el paciente puede hacerlo en función de diversos mo-

~h • ..._
282 Freud y su obra 1V. Revisiones y recapitulaciones (1924-1939) 283

tivos, que no siempre han de coincidir con su posible «correc- sólo observador, al menos en determinadas circunstancias que, en
ción»), pero si la rechaza, puede atribuirse a la fuerza de sus me- un trabajo posterior, han podido variar. Los trobriandeses de Ma-
canismos de resistencia y seguir dándola por válida. El pro- linowski, los yanomami de Chagnon y Lizot, o las samoanas con
blema no escapó al propio Freud que, en uno de sus estudios las que trabajó Margaret Mead, no han sido estudiados en esas cir-
tardíos, Construcciones en andlisis, de 19 3 7, lo expresa con toda cunstancias por otros antropólgos. Y aunque las conclusiones de
precisión -no exenta de ironía-, al preguntar si cuando el unos y otros han sido consideradas en diversos sentidos por la co-
analista proporciona interpretaciones a un paciente no le trata munidad científica, no cabe duda de que las condiciones de ob-
«según el famoso principio Heads 1 win, tails you lose [si es cara servación son menos públicas que en otras ciencias.
gano yo, si es cruz pierde usted]. Es decir -continúa-, si el El caso de la antropología no deja de tener interés, porque
paciente está de acuerdo con nosotros, la interpretación es acer- frente a las autointerpretaciones de los implicados -lo que se
tada; si nos contradice, es un signo de su resistencia, lo cual de- suele denominar la versión emic de sus culturas- los antropó-
muestra también que estamos en lo cierto. De este modo siem- logos plantean otras -interpretaciones etic-, en principio más
pre tenemos razón frente al pobre diablo inerme al que estamos científicas por estar más aceptadas por la comunidad científica,
analizando» (1937b, III, 3365). pero sobre las que recae la incómoda sospecha de estar hechas
La respuesta de Freud continúa ahí reflexiones anteriores, desde un etnocentrismo insuperable, en las que la falsación se
como las que había vertido en su artículo sobre La negación hace también muy costosa. Por lo que se ha llegado a pensar en
de 1925, e insiste en que el psicoanálisis no trata sólo de efectuar la posibilidad de confrontar unas y otras interpretaciones, unos
interpretaciones correctas, cualquier cosa que esto pudiera signifi- y otros relatos de la propia historia y cultura, a fin de «cons-
car, sino también de ofrecer construcciones, de las que sólo la mar- truir» autoimágenes comprensivas de la propia tradición, lo que
cha de conjunto del análisis puede dar signos sobre su validez. quizá se pudiera de algún modo aproximar a las construcciones
No se trata entonces de la imposible recuperación de todo el pa- analíticas.
sado y sus articulaciones, sino de una elaboración que, además Empero, unas y otras se deslizarían entonces hacia el poético,
de poder hacer emerger recuerdos, intenta conferir un sentido, pero impreciso reino de la creación literaria, sin que pudieran ar-
colmar hasta cierto punto inflexiones y lagunas, que han de ser bitrarse criterios desde los que dirimir la «verdad» de tales cons-
rellenadas para que el enigma del sujeto sobre sí mismo -enigma tructos, ya fueran unos presuntos hechos inapelables -que siem-
que no se puede descifrar por completo y que siempre ha de per- pre pueden ser leídos en muchos sentidos-, ya fuera la eficacia
manecer abierto- no devenga pura opacidad, o, por emplear el de esas ilusiones poéticas, pues la eficacia de una ilusión no ex-
lenguaje de Habermas, comunicación sistemáticamente distor- cluye el que pueda ser ilusoria. Todo lo cual nos aleja, en fin, del
sionada con los demás y consigo mismo. Claro que este modo de reino cristalisno de la racionalidad y la empiria en el que preten-
responder abre de nuevo toda una serie de interrogantes, pues en díamos alojarnos y parece acercarnos de modo peligroso a las
la marcha de conjunto del análisis intervienen tantos factores y pantanosas orillas del irracionalismo. O, al menos, a las de una
durante un tiempo tan dilatado que el problema de la verifica- racionalidad que ha de abandonar sus pretensiones de lucidez to-
ción o de la refutación es un problema con el que el psicoanáli- tal y de transparencia, si es que quiere todavía, en efecto, seguir
sis habrá de bregar como pueda, sin tener por qué ver arruinada siendo objetiva y racional. Objetividad que ya no podemos con-
su tarea, pero sin facilitársela más allá de lo que una situación tan cebir, al modo positivista, como fiel recuento de «lo que las cosas
compleja requiere. son», sino, más bien, como intersubjetividad o consenso compar-
Y ello por no aludir a las condiciones de deficiente intersub- tido por la comunidad científica en un determinado momento.
jetividad requeridas por la cubeta transferencia!. Es cierto que Sin que ello excluya, desde luego, que, en ocasiones, sea el disi-
otras ciencias humanas trabajan en condiciones de débil inter- dente el que pudiera «llevar razón» -al entender de un consenso
subjetividad en su observación. Es el caso, por ejemplo, de los tra- posterior-, como Aristarco de Samos nos parece la llevaba frente
bajos de campo antropológicos, muchas veces realizados por un a la corriente ptolemaica, tanto tiempo hegemónica.

,.,~ .......
284 Freud y su obra IV. Revisiones y recapitulaciones (1924-1939) 285

En la medida en que esas creaciones de sentido de las que lodo el mundo parece andar de vuelta-, contrasta la prudencia
hablamos están abiertas y son reelaborables, en la medida tam- dd último Freud, que, después de tan largo recorrido, termina con
bién en que el océano del inconsciente no puede llegar a dese- 1an parcas palabras y con una esperanza puesta en entredicho, para
carse, como la interpretación de un sueño, no sólo no concluye, desembocar de nuevo -aunque en otro nivel, el de la docta igno-
sino que es inconduible, un análisis puede tener fin (de diver- nmtia- en el enigma del que partió y al que dedicó sus mejores
sos modos) en un sentido práctico, pero, en sí mismo, es ina- esfuerzos: el enigma de la sexualidad.
cabable. Freud lo subraya en uno de sus últimos escritos, Aná-
lisis terminable e interminable, de 1937. Según Ferenczi, al que
cita, todo análisis realizado con éxito debería haber podido do-
meñar el problema de la castración, es decir, el deseo de poseer
un pene por parte de la mujer y la lucha contra la pasividad por
la de los varones. Freud precisa que no se trata de la pasividad
en general, pues socialmente muchos hombres son pasivos o se
comportan de un modo masoquista con las mujeres, sino de la
pasividad respecto a otro varón, vivida como angustia de cas-
t~ación. Pero, en su opinión, esa exigencia de Ferenczi es exce-
siva:

Según mi propia experiencia, pienso que al pedir esto pe-


día demasiado. En ningún momento del trabajo psicoanalí-
tico se sufre más de un sentimiento opresivo de que los re-
petidos esfuerzos han sido vanos y se sospecha que se ha
estado <<predicando en el desierto» que cuando se intenta per-
suadir a una mujer de que abandone su deseo de un pene por-
que es irrealizable, o cuando se quiere convencer a un hom-
bre de que una actitud pasiva hacia los varones no siempre
significa la castración y es indispensable en muchas relacio-
nes de la vida [... ]. Con frecuencia tenemos la impresión de
que con el deseo de un pene y la protesta masculina hemos
penetrado a través de todos los estratos psicológicos y hemos
llegado a la roca viva, y que, por tanto, nuestras actividades
han llegado a su fin. Esto es probablemente verdad, puesto
que para el campo psíquico el territorio biológico desempeña
en realidad la parte de la roca viva subyacente. La repudia-
ción de la feminidad puede no ser otra cosa que un hecho
biológico, una parte del gran enigma de la sexualidad. Sería
difícil decir si y cuándo hemos logrado domeñar este factor
en un tratamiento psicoanalítico (1937a, III, 3364).

Frente a la frecuencia con que se oye hablar de «haber asumí~


la castración» o de «haber traspasado el fantasma» -aunque, a ~e­
nudo, el que escucha sigue oyendo las cadenas-, y frente a la de-
senvoltura que hoy suele gastarse en el terreno sexual -en donde

-,h..,..__
V
CAPÍTULO

La crítica de la cultura

l. «Psicoanálisis aplicado))

Freud nunca pretendió convertir su teoría en una concepción


dd mundo (Weltanschauung), es decir, en «una construcción inte-
lectual que resuelve unitariamente, sobre la base de una hipótesis
superior, todos los problemas de nuestro ser» (1933a, III, 3191).
Pero advirtió el Múltiple interés del psicoandlisis para el estudio de
los más diversos fenómenos culturales, dando lugar al «psicoaná-
lisis aplicado». Pese a haberla empleado él mismo, la denomina-
ción es equívoca. Sugiere la imagen de una técnica y una teoría,
ya preparadas y listas, que después se aplican. Sin embargo, como
hemos tenido ocasión de ver, el estudio de la cultura estuvo pre-
sente desde el principio, contribuyendo a la formación de las hi-
pótesis y conceptos psicoanaliticos. El testimonio del descubri-
miento del Edipo, en las cartas a Fliess, se acompaña de las
referencias inaugurales a la tragedia de Sófocles y al Hamlet de
Shakespeare, a las que se agregan más tarde, a lo largo de toda su
obra, muchos otros análisis literarios o artísticos. Ese recurso no
es en Freud un accidente ni una simple ilustración. En las mani-
festaciones de la cultura busca también vestigios de las teorías que
/ trata de fraguar, a las cuales aquellas mismas contribuyen. Sin
multiplicar los ejemplos se puede reparar en el papel de la cen-
sura en el sueño o de la instancia superyoica en la segunda tó-
pica, que corresponden a la función social de interdicción o a los

~);:""""'*---
Freud y su obra V. La crítica de la cultura 289
288

ideales que la cultura ostenta. Institución intrapsíquica e institu- turales habrán de ser reconducidas a los deseos que operan la-
ción social se doblan, así, mutuamente y las neurosis «se nos re- tcntemente tras sus manifestaciones, consideradas desde ese
punto de vista, como máscaras de los mismos. Si el sueño es la
velan como tentativas de resolver individualmente aquellos pro-
realización (disfrazada) de deseos (reprimidos), también las insti-
blemas de la compensación de los deseos, que habrían de ser
resueltos socialmente por las instituciones» (1913c, II, 1864). Por tuciones culturales habrán de ser consideradas, desde el punto de
vista psicoanalítico, como manifestaciones disfrazadas de deseos
eso, el análisis de la cultura no es un mero complemento de un
que han sido sometidos a los procesos de condensación y des-
modelo surgido en la psicopatología, campo específico del psi-
coanálisis, sino que contribuye a forjarlo desde el inicio. Y es para plazamiento que caracterizan la elaboración onírica, cuyo curso
es preciso ahora remontar. En la referencia expresa a sus propias
evitar ese equívoco por lo que algunos autores han propuesto de-
obras, consolidadas en los documentos de la cultura, los indivi-
nominaciones alternativas, como el «psicoanálisis extramuros»
duos corren el riesgo de no moverse sino entre las ilusiones que
del que habla Laplanche. dlos mismos han forjado, olvidando los resortes que les mueven.
Pero, elijamos una u otra, lo cierto es que el análisis de las
formaciones culturales no puede realizarse como el de los indivi- Es preciso, pues, desenredar esa madeja y regresar a las fuentes
duos, por lo que es preciso considerar su peculiaridad. Capaz de que la alimentan. Los deseos, escapando a la ruda disciplina de
la realidad, buscan la satisfacción, sea en la alucinación onírica,
ocuparse de las más variadas manifestaciones culturales y, en
sea en el delirio colectivo de la vigilia. A través de múltiples cam-
principio, de todas ellas, por cuanto todas pueden ser psicoana-
bios y desplazamientos, persisten en su tenacidad, pues los pro-
líticamente cuestionadas, se podría decir que el estudio psicoa-
cesos del sistema inconsciente se encuentran fuera del tiempo. En
nalítico de la cultura se caracteriza por la irrestricción del campo y
consonancia, al analizar las producciones culturales, subrayará
la limitación de la perspectiva, que no tiene por qué negar otros
acercamientos. Freud lo advirtió con claridad en muchos textos, Freud, <<nuestra mirada persigue a través de los tiempos la iden-
aunque no pudo evitar, a veces, la tentación de convertir su en- tidad» (oh. cit., 1846). De ahí el recelo frente a la ilusión, el con-
trapunto tenazmente sostenido frente a cualquier cómoda noción
foque en el privilegiado y central.
El riesgo se puede conjurar si el psicoanálisis se atiene al de progreso que, pese a todo, quizá Freud no quiera por com-
punto de vista que potencia su examen. Enlazando, una vez mds, pleto arrumbar.
normalidad y patología, diríamos que esa perspectiva se caracteriza Analogía con los procesos patológicos, génesis y fUnciones psí-
quicas de las instituciones culturales, tales son los grandes mar-
por el valor ejemplar que para la interpretación de la cultura tienen
cos de referencia de la crítica freudiana de la cultura, algunas de
el sueño y la neurosis: cuyas líneas centrales hemos ahora de examinar.
Las neurosis presentan, por una parte, sorprendentes y
profundas analogías con las grandes producciones sociales del
arte, la religión y la filosofía, y, por otra, se nos muestran como 2. La crítica de la religión
deformaciones de dichas producciones. Podríamos casi decir
que una histeria es una caricatura de una obra de arte, que una El judaísmo familiar y la temprana lectura de la Biblia no hi-
neurosis obsesiva es una caricatura de una religión y que un cieron de Freud un hombre religioso, pero influyeron en su sos-
delirio paranoico es una caricatura de un sistema filosófico de- tenido interés por la religión, la institución cultural por él más
formado. Tales deformaciones se explic~en último análisis analizada a lo largo de toda su obra y en la que veía el enemigo
por el hecho de que las neurosis son fo(maciones asociales que principal de la razón. Los enfoques fueron diversos. Si en el ar-
intentan realizar con medios particulares lo que la sociedad re-
tículo Los actos obsesivos y las prácticas religiosas (1907), destaca
aliza por medio del esfuerzo colectivo (1913a, II, 1794).
una serie de analogías entre neurosis y religión, en Tótem y tabú
Sobre todo, está el valor paradigmático del sueño. En analo- (1913) atiende principalmente a la génesis de la religión, para en
gía con lo descubierto en su interpretación, las instituciones cul- El porvenir de una ilusión (1927) y El malestar en la cultura

-,'t"'"'k-v>-
290 Freud y su obra V. La crítica de la cultura 291

(1930) considerarla sobre todo desde el punto de vista funcional. en los rituales neuróticos, en los religiosos se produce un despla-
Moisés y la religión monoteísta (1939), en fin, aplicará los con- ;.amiento del acento psíquico, que acaba por recaer en actos ni-
ceptos anteriormente adquiridos, particularmente los de Tótem y tnios e insignificantes y los hace degenerar en prescripciones ab-
tabú, al origen del judeocristianismo. En otro giro podría decirse ~mdas, hasta el punto de que el ceremonial formal acaba por
que Freud considera tanto las prácticas (Los actos obsesivos) como devorar el contenido ideológico y se convierte en el tema central.
las creencias (El porvenir de una ilusión), y ello desde una doble 1;¡ nalmente, también los actos religiosos presentan un carácter
perspectiva, la genética, que se ocupa del origen de la religión, y 1ransaccional, por el que, en nombre de la religión, se realizan
la económica, que investiga la función de la religión en la eco- l on frecuencia los mismos actos que ella prohibía.
nomía psíquica individual y en los procesos culturales. Al agregar así, a las similitudes externas, lazos inconscientes
que emparejan neurosis y religión, Freud propone una de sus fór-
lllulas más conocidas, según la cual:
2.1. Los actos obsesivos y las prdcticas religiosas (1907)
Podríamos arriesgarnos a considerar la neurosis obsesiva
Primer ensayo en el que Freud aborda, directamente, un tema como la pareja patológica de la religiosidad; la neurosis, como
cultural, lo que en él intenta es enriquecer una similitud superfi- una religiosidad individual, y la religión, como una neurosis
cial, otras veces observada, entre las prácticas religiosas y las obse- obsesiva universal (1907b, 11, 1342).
siones, enraizando aquéllas en la génesis de la neurosis obsesiva.
Los rituales religiosos ofrecen llamativas analogías con los cere- Pero, tras este brillante análisis, queda por saber si esa «pareja
moniales neuróticos: la minuciosidad en la ejecución, la diligente patológica» representa la intención profunda de la religión o sim-
atención para no olvidar nada so pena de tener que reiniciar todo plemente su caricatura. Probablemente, el psicoanálisis, en
el proceso, la tendencia a complicar profusamente el mismo, la ex- lllanto tal, no pueda decidirlo. Pero Freud tratará de avanzar en
clusión de toda otra actividad, la tortura ante la sospecha de ha- ~u crítica al buscar los orígenes filogenéticos de la religión en el
ber olvidado algo ... En una primera aproximación, la diferencia drama de un Edipo primordial, que le permita convertir la ana-
estriba en que los ceremoniales religiosos poseen una significación logía en filiación, si es que no en identidad de origen. Es el in-
simbólica, mientras que los neuróticos parecen insensatos y ab- lento de Tótem y tabú.
surdos. Pero el psicoanálisis ha descubierto que tales actos obsesi-
vos entrañan, en sí y en todos sus detalles, un sentido, sirviendo
de expresión a motivos y representaciones inconscientes. La in- 2.2. La génesis de la religión
fluencia de lo reprimido es percibida como tentación, frente a la
que se levantan las prohibiciones, y es la pugna de esas fuerzas en 2.2.1. Tótem y tabú (1913).- De los cuatro libros de que
lucha la que da lugar a los ceremoniales obsesivos. Tales rituales consta Tótem y tabú (1913), los dos primeros se centran en el
se inician como actos de defensa, como medidas de protección, y, 1abú y los dos últimos en el totemismo, sobre todo el cuarto, para
aunque actúan sobre temas desplazados y de los que se ha perdido d que los otros tres no son, en realidad, sino una preparación.
la clave, representan también las condiciones bajo las cuales puede
de algún modo realizarse lo prohibid~ayendo siempre consigo a) El tabú y la ambivalencia afictiva.- El análisis del tabú se
algo de aquel placer que están destitíados a evitar. .t~ienta, a su vez, en dos postulados básicos, el primero de los cua-
Desde que el psicoanálisis ha averiguado el sentido de los sín- ks -que el salvaje sería un testigo rezagado de nuestra propia
tomas, la diferencia entre ceremoniales religiosos y neuróticos de- evolución- es deudor del evolucionismo antropológico de fines
saparece. La religión también entraña la renuncia a determinados dd siglo XIX y suele ser rechazado por la antropología actual,
movimientos pulsionales, si bien, en ella, a los sexuales se agre- lllientras que el segundo enlaza el tabú con la ambivalencia afec-
gan los egoístas y antisociales. De manera similar a lo que ocurre 1iva. «Tabú» es un término polinesio que no significa simple-

......._
-.~
292 Freud y su obra \' 1,a crítica de la cultura 293

mente «malo», como sucede en el actual lenguaje cotidiano, sino twsos. A ello contribuyó el que, tras el asesinato, ninguno pudo
más bien algo así como «cuidado». Las realidades tabú se carac- Cll upar el lugar del padre muerto. Y así, al remordimiento se
terizan por su ambivalencia, esto es, por ser, a la vez, fascinantes .q~rcgó la exaltación de la figura paterna, por la que el padre co-
y aterradoras, lo que las emparenta con el ámbito de lo sagrado, bró mayor poder del que había tenido en vida y los hermanos se
según la caracterización que de él iba a hacer R. Otto en Das Hei- nohibieron a sí mismos lo que anteriormente les había prohi-
lige (1917), caracterización de algún modo entrevista por Freud l,ido el padre: con la interdicción de matar y comer la carne del
tc'1tcm (del que los miembros del clan, que sustituye a la horda,
cuando indica que «el tabú presenta dos significaciones opuestas:
la de lo sagrado o consagrado y la de lo inquietante, peligroso, "' consideran descendientes) desautorizaron su acto y la figura
prohibido o impuro» (1913a, II, 1758). 1 kl tótem, que suplanta a la del padre muerto, da origen a las di-

Y es esa ambivalencia, por la que algo tabú es rechazado, pero, vnsas formas de religión. También renunciaron a tratarse entre sí
a la vez, secretamente deseado (así, en el caso eminente del in- llllllO habían tratado al padre, con lo que se originó el contrato
cesto), la que permite ligar el tabú con la neurosis obsesiva y con llii'Íal. Finalmente, renunciaron a recoger los frutos de su crimen
la interdicción moral, según el cuadro de oposiciones entre de- y rehusaron el contacto sexual con las mujeres del grupo, con lo
seo y prohibición, ya conocido. Freud diferencia, en principio, que se instituyó la prohibición del incesto. De este modo, aquel
entre restricciones tabú y prescripciones morales, debido a que ;teto criminal «constituyó el punto de partida de las organizacio-
aquéllas no exhiben razón alguna para sus mandatos, mientras llL'S sociales, de las restricciones morales y de la religión» (ob.cit.,

que éstas pretenden hacerlo. Pero, subrepticiamente, pasa de la 1H38), que son herencia, pues, del complejo de Edipo, organi-
analogía a la filiación hasta llegar a afirmar que «la conciencia t.ado en torno a las prohibiciones de matar y del incesto.
tabú constituye, probablemente, la forma más antigua de la con- El vínculo entre el animal tótem y el padre se lo proporcionó
ciencia moral» (oh. cit., 1791). .1 Freud el análisis de las zoofobias infantiles, tal y como pudo con-

Tendremos que preguntarnos, también aquí, qué es lo que esa siderarlas en juanito, pero teniendo en cuenta asimismo las obser-
analogía revela, es decir, que es lo que cabe solapar entre los tér- vaciones de otros investigadores, como M. Wulff o S. Ferenczi.
minos comparados y qué los distancia. Pero, por el momento, Mas, en todo caso, los dos tabúes no tienen el mismo valor: la
Freud rastreará otros conceptos, a fin de salir de la mera ambi- prohibición del incesto es de gran importancia práctica para la or-
valencia afectiva, pues, si nos remitiéramos únicamente a ésta, ganización social. El respeto al animal totémico enlaza, sin em-
nos mantendríamos en un marco psicológico y se escaparía el ori- bargo, con el origen de la religión. Ésta encuentra sus fuentes en
gen socia] de las instituciones, que era el que se pretendía en- d intento de apaciguar el sentimiento de culpa por el crimen co-
contrar. Esa es la tarea del libro IV, al que arribamos a través del metido y en el de obtener protección y cariño, según todo lo que la
tabú de matar al animal tótem. imaginación infantil puede esperar del padre. Tendencias que se
condensan en la conmemoración ritual de aquel acontecimiento,
b) El drama originario.- Basándose en algunas hipótesis de en el banquete totémico, durante el cual el animal tótem es sacri-
Darwin y Atkinson, Freud postula para los orígenes de la huma- ficado y comido -una repetición, pues, del crimen primitivo-,
nidad un complejo de Edipo primordial y un crimen originario, a fin de crear vínculos entre los fieles y su dios. La comida roté-
como proceso que se habría repetido múltiples veces, pero que él mica convierte así en deber la reproducción del parricidio: tras la
condensa en un escenario úni~ue nos hemos de asomar. muerte del tótem, éste es llorado, pero como, por efecto de la am-
El padre de la horda primitiva, celoso poseedor de todas las bivalencia afectiva, la alegría por el triunfo sobre el padre no se
mujeres, impedía la unión sexual de los jóvenes con las mujeres puede dejar de expresar, aunque sea disfrazadamente, después se
de la horda y los expulsó del grupo. Pero los hermanos se reu- deja libre curso a todas las satisfacciones en esa celebración que re-
nieron un día, mataron al padre y devoraron su cadáver. No obs- nueva ritualmente el crimen y la expiación, el duelo y la fiesta.
tante, como los sentimientos hacia él eran ambivalentes, después A pesar de su diversidad, todas las religiones intentan solu-
de haber satisfecho el odio, se impusieron los sentimientos cari- cionar el mismo problema, son «reacciones idénticamente orien-

,,-,.,.,
294 V. La crítica de la cultura 295
Freud y su obra

tadas al magno suceso con el que se inicia la civilización» (oh. lidad», que por entonces estaban desarrollando dos discípulas de
cit., 1840). Y aunque algunos aspectos sean difíciles de encajar Boas, Ruth Benedict y Margaret Mead, de una teoría psicológica
en ese esquema -tal es el caso del papel otorgado a las divini- y ésa no fue, como pudiera esperarse, el conductismo de J. B.
dades femeninas, siempre oscuro en Freud-, el hilo fundamen- Watson, sino el psicoanálisis de Freud. Y es que, por rechazables
tal, la tendencia del hijo a ocupar el lugar del padre, se exterio- que muchos de sus aspectos resultasen, la denuncia freudiana de
rizará cada vez con mayor claridad. El cristianismo es la religión la restrictiva moral sexual de su época y de otros prejuicios ar-
en la que con mayor transparencia se manifiesta la culpabilidad monizaba bien con el programa boasiano de superación del et-
por el crimen original (crimen que sólo la muerte de un hijo po- nocentrismo, ayudaba a relativizar los conceptos y, así, con cau-
dría expiar) y al mismo tiempo la satisfacción por el mismo, al- tela, Freud podría llegar a convertirse en un aliado. Un aliado que
canzando el hijo el fin de sus deseos contrarios al padre, al con- acabó por resultar irresistible. El propio Kroeber es todo un sím-
vertirse él mismo en dios a su lado, si es que no en su lugar. En bolo: tras su dura recensión de Tótem y tabú, y sin renegar de ella,
la renovación cristiana de la comida totémica, en la comunión, decidió someterse a un psicoanálisis e incluso tuvo abierto en San
no se consumen ya la carne y la sangre del padre, sino las del hijo, hancisco, durante dos años, un despacho en el que actuó como
con el que los fieles se identifican. psicoanalista no profesional. Estas contradicciones reflejan bien
Condenadas a repetir un destino trágico, el motor de las reli- las dificultades de evaluación de una obra como Tótem y tabú.
giones no es otro que la nostalgia del padre (Vatersehnsucht), cuyo Desde nuestra perspectiva, lo primero que hay que indicar es
lugar vacío se trata de colmar, pues «como ninguno de los hijos po- que, desde luego, la antropología cultural de Freud, en buena me-
día ver cumplido su deseo primitivo de ocupar el lugar del padre» dida, no se mantiene, como tampoco lo hacen muchos de los su-
(ob.cit., 1839), con su muerte amenaza morir el sueño de omni- puestos del evolucionismo antropológico que él compartía. Por
potencia de la humanidad. La religión parece abortar ese sueño, al otra parte, resulta llamativa la selección un tanto arbitraria del
hacer confesar a los creyentes su finitud y fragilidad, pero enseguida material, que se descuida o se enfatiza, según las conveniencias
enmienda esa situación mediante un delirio colectivo por el que se de la hipótesis psicoanalítica. Esto es lo que sucede, por ejemplo,
proyectan en las figuras religiosas todos los atributos del anhelado en un punto central de la argumentación freudiana: la comida
poder. Sueño de omnipotencia y sentimiento de culpabilidad, la reli- totémica. Freud ofrece seis ejemplos, tomados de W Robertson
gión se encuentra así marcada por una temática arcaica, de la que Smith y de J. Frazer. Pero se dan otros casos de totemismo donde
sólo la actitud científica la podrá sacar, oponiendo a la astucia del tal banquete falta y hoy se piensa que lo que Robertson Smith
deseo su fría lucidez. Será el tema de El porvenir de una ilusión. consideraba la esencia del totemismo es más bien una excepción.
Desde otro punto de vista, se ha acusado a Freud de círculo vi-
e) Contexto y evaluación.- Tótem y tabú provocó un gran re- cioso en la explicación del contrato social, pues, como ha seña-
vuelo. A las ya habituales reticencias del medio científico vienés, lado Paul Roazen, la obligación de cumplir una promesa presu-
se agregaron las críticas de la antropología estadounidense, que, pone ya una vida social anterior. En línea similar, Paul Ricoeur
al tratar de superar, con Franz Boas a la cabeza, los excesos del ha subrayado que Freud no explica cómo de la prohibición del
evolucionismo antropológico del siglo XIX, no pudo sino con- parricidio surge la del fratricidio, que es la que realmente nos in-
templar con pasmo la especylaeiún de Freud. Un discípulo de F. teresa por ser la institución verdaderamente social.
Boas, Alfred Kroeber, publícó en 1920 una durísima recensión Mayores dificultades encuentra su insistencia en la herencia
de Tótem y tabú, en la que alegaba que, a ningún precio, se po- de las disposiciones psíquicas, lo que le comprometía con una va-
día sustituir el paciente examen de los acontecimientos históri- riante del desacreditado lamarckismo. Y no menos problemas
cos reales por las fantasías de los neuróticos, ni el estudio de de- ofrece la cuestión de la universalidad del Edipo, sometida a una
talle por generalizaciones delirantes. amplia controversia. Desde el punto de vista antropológico, fue-
Sin embargo, la antropología usamericana necesitaba echar ron los trabajos de B. Malinowski los que pusieron el dedo en la
mano, para el desarrollo del movimiento de «Cultura y persona- llaga al descubrir que los trobriandeses son, en su pauta de resi-

-"t'"'ilo~~
296 Freud y su obra
V. La crítica de la cultura 297
dencia postmarital, avunculocales, esto es, la pareja va a vivir con
el hermano de la madre del marido, lo que parece desmantelar la t ibajos alcanzaron tal intensidad que Jones y Ferenczi hubieron
estructura edípica. No obstante, el propio Malinowski acabó por de sugerirle que estaba viviendo imaginariamente las mismas ex-
pensar que, con algunos ajustes, podría mantenerse. E. Jones periencias descritas en su libro, lo que Freud vino a aceptar al re-
trató también de hacerlo ver así, como, por su parte, ha inten- plicar, según nos informa Jones: «Si en La interpretación de los
tado la lectura lacaniana, al insistir en la diferencia entre el padre sueños había descrito el deseo de matar al propio padre, ahora me
biológico y la función paterna, desempeñada por alguien que he referido al asesinato mismo». Desde este punto de vista, el li-
ejerce el papel del nombre del Padre, es decir, de aquél que prohibe bro representa, entonces, un episodio más de su nunca concluida
el acceso a las mujeres del propio grupo, y por lo pronto a la ma- lucha con Jacob Freud y una muestra de su no menos persistente
dre, soldando el complejo de Edipo con la comprobada univer- evasión respecto a los sentimientos que en él suscitaba Amalia,
salidad de la prohibición del incesto. pues es llamativo que, en su reconstrucción, Freud no diga ape-
Pero, quizá, la cuestión más espinosa sea la insistencia freu- nas nada sobre la madre. Pero, como en tantos otros casos, su
diana en la «realidad» del crimen primitivo, con lo que volvemos grandeza consistió en convertir sus más íntimos conflictos en ma-
a encontrarnos con el problema del estatuto de las fantasías ori- rcria de investigación.
ginarias, ya discutido en El hombre de los lobos. En Tótem y tabú Lo que hoy nos importa de una obra tan compleja no es la
Freud vacila de nuevo entre otorgar al crimen primitivo carácter exactitud de la reconstrucción histórica, sino, como H. Marcuse
real o basarse sólo en fantasías: «Los simples impulsos hostiles señaló en su día, el valor interpretativo que pueda tener. Tam-
contra el padre y la existencia de la fantasía optativa de matarle bién Cl. Lévi-Strausss, sin dejar de llamar la atención sobre las
y devorarle hubieran podido bastar para provocar aquella reac- numerosas hipótesis gratuitas del libro, se refirió al poder del
ción moral que ha creado el totemismo y el tabú. De este modo mito que en él se alza, y de «mito científico» lo calificaría el pro-
eludiríamos la necesidad de hacer remontar los comienzos de Jio Freud años después (1921, III, 2604). De lo que ese mito ha-
nuestra civilización, que tan justificado orgullo nos inspira, a un IJ!a, y eso sí es relevante, es de qué significa interiorizar al padre.
horrible crimen» (ob.cit., 1849). En esa misma línea, en El ma- El padre primitivo, poseedor de todas las mujeres, quizá no haya
lestar en la cultura apuntará que «no es decisivo si hemos matado existido en la realidad histórica, pero sí en la fantasía infantil. Pa-
al padre o si nos abstuvimos del hecho: en ambos casos nos sen- dre omnipotente y no castrado, es preciso dejar vado su lugar,
tiremos por fuerza culpables» (1930, III, 3059). Pero en Moisés y para incorporarse al orden simbólico del lenguaje y del deseo -que
el monoteísmo se aferrará de nuevo a la realidad del crimen e, in- implica ausencia y distancia-, a la historia y a la cultura. Así, la
clinándose por la pendiente probablemente menos adecuada, ésa renuncia al incesto y a la totalidad imaginaria y sin fisuras, la
será la última palabra de Tótem y tabú, que, con el Fausto de aceptación de la ley del padre que impide uno y otra, es condi-
Goethe y en contraposición al Evangelio de Juan, se cierra con ción del ser humano.
las palabras: «En el principio era la acción». A diferencia de lo que sucede en el Edipo individual, en el
Esta actitud le ha valido a Freud severas críticas que hubiera que la renuncia a la madre posibilita el acceso a las demás muje-
podido ahorrarse recurriendo a su propio arsenal: al reificar la res, la alternativa en la que nos sitúa el mito prehistórico es la del
fantasía, se oponía a lo que__él-mismo había argumentado a pro- «O todo o nada», puesto que el padre primitivo posee a todas las
pósito de la seducción d((fa que hablaban sus pacientes histéri- mujeres, y ante él no parece caber otra salida que «O tú o yo», so-
cas, alegando que su carácter fantasioso no impedía su eficacia meterse a cambio de protección o rebelarse e intentar desban-
psíquica. Parece como si Freud, incapaz de aceptar su propia teo- carle. Pero, como Freud señaló, cuando los hermanos se dieron
ría, buscara un punto de anclaje extramental, aunque fuese en la cuenta de que ninguno de ellos podía volver a ocupar el lugar del
prehistoria. De sus dudas respecto al valor de su obra son buen padre, comenzó el desarrollo social. En este sentido, «matar al pa-
testimonio las oscilaciones experimentadas en cuestión de meses, dre» no es sino matar la fantasía de totalidad no castrada, alzán-
cuando no de días, según manifiesta la correspondencia. Esos al- dose en su lugar, en la estructura psíquica, el límite y la prohibición
(es decir, lo que permite al padre verse instaurado de verdad),

_,,.,.,......_
V. La crítica de la cultura 299
298 Freud y su obra

como condición de acceso a una potencia limitada, pero real, por Moisés y en la religión de sus padres. Probablemente no pasa de
la que uno puede ser hijo, esposo y padre a su vez, en el curso de ser una exageración, pero destaca el interés que Freud mantuvo,
la historia humana de finitud. hasta sus últimos años, por la cuestión religiosa, a la que acaba
¿Ha de suponer necesariamente la creencia en Dios la persis- por consagrar su última gran obra, redactada durante varios años,
tencia de tal fantasía? Por lo que se refiere a la imagen del propio lirmemente articulada con su producción anterior y en directa
Dios -lo «totalmente otro», utilizando los términos de la teolo- mntinuidad con Tótem y tabú. Todo lo cual no ahorra, sin em-
gía dialéctica de K. Barth-, habría que estudiar cómo se conju- bargo, un cierto estupor ante el hecho de que, tanto tiempo des-
gan en determinadas religiones, y sin ir más lejos en el cristia- pués, Freud vuelva con tal intensidad al tema.
nismo, los predicados de omnipotencia y amor a él atribuidos en La dramaturgia de Tótem y tabú es aplicada ahora al naci-
el discurso teológico. Y, en cuanto al propio hombre, es discuti- miento de la religión judeocristiana, repitiendo en lo esencial las
ble que una experiencia religiosa depurada persista en el señuelo tesis de aquella obra. Lo más novedoso es la función primordial
delirante de la propia totalidad. En las grandes figuras religiosas de los períodos de latencia, con el posterior «retorno de lo repri-
-en Jesús, por ejemplo-, la creencia supuestamente delirante no mido», como explicación de la especial profundidad del senti-
ha ido acompañada de una fuga o de una anulación perceptiva de miento religioso. Como en Tótem y tabú, pero de manera más
la realidad, sino de una percepción crítica de esa misma realidad. ostentosa, el libro está lleno de hipótesis atrevidas: Moisés habría
La aspiración del hombre religioso no siempre apunta a la recu- sido un egipcio, seguidor del culto monoteísta de Atón, impuesto
peración de una mítica totalidad originaria y excluyente, sino que, con posterioridad a los hebreos. Para mantener tal construcción,
en muchos casos, se orienta a la consecución de una nueva reali- Freud ha de jugar con un lapso histórico de cientos de años, di-
dad abierta a la pluralidad de los seres finitos. Y si se insiste en fícil de colmar, sin que ello le arredre. Similar audacia mostró al
que, fueren sus manifestaciones las que fueren, tras ellas siempre defender el crimen de Moisés a manos de los hebreos, renovando
han de anidar los impulsos indestructibles del inconsciente, ina- el original: sólo un exégeta, Ernst Sellin, mantuvo tal posibilidad,
sequibles a cualquier elaboración, ése ha de ser entonces siempre basándose en un texto del profeta Oseas, aunque acabó por de-
el caso, con independencia de la actitud que se mantenga: si en la sestimarla. Freud estaba al tanto de todo ello, pero cuando le pre-
creencia religiosa, tras el reconocimiento de la fragilidad, se aga- guntaron al respecto se limitó, según Jones, a contestar: «Así y
zapa la ambición de recuperar, a través de lo que se llama Dios, la todo podría ser cierto». Además, en su enfrentamiento con los
supuesta omnipotencia arcaica, en el ateísmo ha de esconderse, textos bíblicos, Freud es ambiguo: si por una parte los recusa,
pese a la aparente renuncia a ésta, el secreto deseo de ocupar el lu- como obviamente falseadores, por otra los acepta ingenuamente.
gar del padre destronado. Mas, sin desechar la posibilidad de ta- En un principio pensó incluir el subtítulo «Una novela histórica»
les ardides, también cabe pensar en una mejor o peor asunción de -lo que hubiese sido más acertado para mantener en pie una in-
la castración, cuya problemática, en todo caso, no absorbe la que terpretación sugerente desde el punto de vista psicoanalítico,
la religión canaliza, si es que los problemas filosóficos (los cuales pero inmantenible en el campo histórico-, pero luego desechó
incoan -precaria, pero ineludiblemente- visiones de conjunto) tal idea y volvió a empeñarse en sus tesis más arriesgadas: reali-
no se quieren reducir, ~era arbitraria, a análisis psíquicos. Y dad del asesinato, herencia de las huellas mnémicas inconscien-
aun cuando Freud cedió en ocasiones a esa tentación «totalizante», tes, reiteración indefinida del acontecimiento traumatizante ...
por la que el psicoanálisis vendría a sustituir a la antigua metafí- Con independencia de los logros interpretativos alcanzados y
sica, no hay razones psicoanalíticas ni filosóficas para seguirle por de los errores mantenidos, de nuevo su propia problemática in-
esos derroteros, sino más bien para apartarse de ellos, se coincida terfiere hasta llenarle de dudas y paralizaciones. En Freud y la con-
o no con su actitud respecto a la religión. ciencia judía, Marthe Robert estima que esas dudas no se debían
a la situación particularmente difícil por la que estaban pasando
2.2.2. Moisés y el monoteísmo (1939).- Según J. Lacan, los judíos con la persecución nazi, pues, de haber sido así, para
después de Tótem y tabú, Freud ya no pensó en otra cosa que en arrancarle a un pueblo, extremadamente agobiado, su mayor pro-

·t"'¡,-w~
300 Freud y su obra V. La crítica de la cultura 301

feta, Freud habría tenido que tener sólidas bases, lo que, desde una vez más, escapar a la fatalidad de la filiación, aunque él in-
luego, no es el caso. En el contexto en que fue escrito, el co- \istió en la importancia de saber aceptarla. Que la recapitulación
mienzo del libro es estremecedor. Freud reconoce que no hay que tn)rica de Moisés y el monoteísmo otorgue un lugar tan relevante
obrar a la ligera, pero arguye que nada le llevará a «disimular la .1 da novela familiar del neurótico» y al «retorno de lo reprimido»

verdad»: vendría a confirmar la importancia de esos motivos en la génesis


de la obra.
Privar a un pueblo del hombre que considera el más Pero, dejando la posible implicación de Freud en sus cons-
grande de sus hijos no es empresa que se acometerá de buen l rucciones, retomemos el intento de sustituir el delirio religioso
grado o con ligereza, tanto más cuanto que uno mismo forma por la sobria lucidez científica, tal y como lo va a presentar El
parte de ese pueblo. Ningún escrúpulo, sin embargo, podrá porvenir de una ilusión.
inducirnos a eludir la verdad en favor de pretendidos intere-
ses nacionales (1939, III, 3241).

Pero es precisamente con ligereza como parece actuar y eso 2.3. La explicación foncional: la religión
hace más sospechosa su negación inicial. La tesis fundamental, en el conjunto de la cultura
que Moisés era egipcio, sugiere una «desnaturalización», por la
2.3.1. El porvenir de una ilusión (1927).- Freud trata ahora
que Freud se ve obligado a justificarse desde el principio. M. Ro-
de hacer el balance económico de la religión en el conjunto de la
ben arriesga la hipótesis de que ello podría deberse a las com-
cultura, entendida en un sentido amplio, que abarca, tanto las
plejas relaciones con su ascendencia -y, por tanto, de nuevo con
creaciones materiales (lo que, a veces, se denomina civilización) como
su padre-, a la que parece preferir escapar, identificándose con
Moisés, egipcio. Como en el caso de otras figuras bíblicas -lo vi- las instituciones sociales y las formas de pensamiento. La misión
mos a propósito de José, el intérprete de sueños, en Egipto-, de la cultura es doble: dominar la naturaleza y controlar las rela-
Freud se identificó ampliamente con el fundador de la nueva re- ciones interhumanas, o, si se quiere, y con una terminología que
va de Aristóteles a Habermas, regular tanto la técnica como la prác-
ligión, a propósito d~l cual, ya en su artículo de 1913 sobre El
«Moisés» de Miguel Angel, decía experimentar una intensa atrac- tica. Ahora bien, como había expresado desde La moral sexual «cul-
t~ral» y la nerviosidad moderna (1908), cultura equivale a represión.
ción, no exenta de temor:
Esta viene impuesta por la falta de amor de los individuos hacia el
Cuantas veces he subido la empinada escalinata que con- trabajo y por la necesidad de controlar las tendencias libidinales -que
duce desde el feísimo Corso Cavour a la plaza solitaria, en la si pueden servir para unir unos grupos humanos con otros, tam-
que se alza la abandonada iglesia, he intentado siempre man- bién pueden actuar como fuerzas disgregadoras, excepción hecha
tener la mirada colérica del héroe bíblico, y en alguna ocasión de la pareja- y agresivas, aunque Freud, en 1927, no se refiera a
me he deslizado temeroso fuera de la penumbra del interior, estas últimas. Las compensaciones ofrecidas, a cambio, por la cul-
como si yo mismo perteneciera a aquellos a quienes fulminan tura derivan de la identificación narcisista con el grupo, de la gra-
sus ojos; a ~a chusma, incapaz de mantenerse fiel a con- tificación artística -inasequible, sin embargo, por lo general, a las
vicción nihguna,que no quería esperar ni confiar, y se rego- masas- y de la protección frente a la primacía de la Naturaleza.
cijaba ruidosamente al obtener de nuevo la ilusión del ídolo
(1914a, II, 1877). Se trata, con todo ello, de aminorar el grado de sacrificio impuesto
y de reconciliar a los individuos con las renuncias inevitables, a fin
Si diésemos por buenas tales relaciones, no se trataría ya tan de paliar «la dureza del vivir», ya que el hombre, siempre frágil y
sólo de describir el deseo de matar al padre o el asesinato mismo, «gravemente amenazado, demanda consuelo, pide que el mundo y
sino de un acto de desposesión, por el que, tras privar a los ju- la vida queden libres de espantos» (1927a, III, 2968).
díos de su mayor profeta, Freud, ambivalente en su relación con En respuesta a esas demandas se insertan las funciones de la
la cultura judía y la otra cultura (alemana o egipcia) intentaba, religión, nutrida, en principio, de la misma necesidad que otros

,'t.,.,.~.
302 Freud y su obra V. La crítica de la cultura 303

aspectos de la cultura, a los que quiere reforzar con la santifica- proceso de crecimiento y que en la actualidad nos encontramos
ción de la moral desde el ámbito de lo sagrado y la erradicación ya dentro de esta fase de la evolución» (oh. cit., 2985).
del sinsentido y el caos, proporcionando un escudo protector Las creencias religiosas no son sino ilusiones. Es cierto que
frente a la crueldad del destino y de la muerte. La religión, pues, «Una ilusión no es lo mismo que un error ni es necesariamente
no es sólo moral y prohibición, sino también esperanza y con- un error [ ... ]. Calificamos de ilusión a una creencia cuando apa-
suelo. No nace ante todo del temor, sino antes que nada del de- rece engendrada por el impulso a la satisfacción de un deseo,
seo. De ahí el peligro de que no sea sino una ilusión. Deseo in- prescindiendo de su relación con la realidad» (ob. cit., 2977) y
fantil prolongado en el adulto, al basar la religión directamente de su posibilidad de verificación. Por eso, aunque cae fuera de
en la indefensión, Freud parece ahorrarse el largo rodeo expuesto la investigación psicoanalítica «pronunciarse sobre la verdad de
en Tótem y tabú. Pero, en realidad, no hay tal. Es preciso rela- las doctrinas religiosas», el haberlas reconocido como ilusiones,
cionar continuamente los dos motivos, el del desamparo y el de desde el punto de vista psicológico, «influye considerablemente
la nostalgia del padre, como se relacionan motivación manifiesta en nuestra actitud» (oh. cit., 2978). Una actitud negativa que
y latente, pues «la motivación psicoanalítica de la génesis de la había sido anunciada en la Ilustración y radicalizada por Feuer-
religión constituye la aportación infantil a su motivación mani- bach: «La única novedad de mi exposición es haber agregado a
fiesta» (oh. cit., 2973). la crítica de mis grandes predecesores cierta base psicológica»
De este modo, Freud engarza la descripción analógica y la ex- (oh. cit., 2980).
plicación genética en una económica del deseo. De lo que este aná- Y aunque Freud sabe del riesgo de privar a los preceptos mo-
lisis trata en última instancia no es de la verdad o falsedad de las rales de la solemnidad y las motivaciones afectivas de la sanción
representaciones religiosas, sino de su fonción desde el punto de religiosa, estima que las ganancias son mayores que las pérdidas.
vista de su coste afectivo en términos de placer y displacer, sa- Por más que al hombre le cueste trabajo renunciar a la creencia
tisfacción y renuncia. Si, en 1907, el modelo del análisis lo de sentirse amorosamente guardado por una providencia bonda-
habían proporcionado las neurosis, ahora viene constituido por la dosa, «no puede permanecer eternamente niñc;>; tiene que salir al-
Wunscherfüllung, por la realización alucinatoria del deseo en la gún día a la vida, a la dura 'vida enemiga'. Esta sería la 'educa-
vida onírica: entre la fantasía, privada y nocturna, y las grandes ción para la realidad'» (oh. cit., 2988). La protección contra la
ilusiones religiosas, públicas y delirantes, Freud quiere encontrar neurosis con la que los creyentes creen contar, al englobarse en
siempre el atajo del deseo, que, tratando de burlar las exigencias una neurosis general, no es sino a costa de un engaño, que no
de la realidad, teje las concepciones religiosas como por las no- debe persistir. En un tono desusadamente optimista, Freud llega
ches urde sus quimeras. La hermenéutica psicoanalítica de ese fa- a afirmar que si el hombre concentra en este mundo todas sus
buloso despliegue remite siempre, como a su bajo continuo, al energías, «conseguirá probablemente que la vida se haga más lle-
delirio de totalidad. vadera a todos y que la civilización no abrume ya a ninguno» (oh.
Delirio del que la cultura podrá y deberá acabar por desem- cit., 2988; cursiva mía). Afirmación contradicha poco después,
barazarse cuando aprenda a aceptar los sobrios límites impuestos cuando redacte El malestar en la cultura, Freud no quiere por
por la realidad, de ~que las prescripciones morales depen- ahora atender a los aspectos que, tres años más tarde -sin me-
dan sólo de su justificación social. La religión ha prestado gran- nospreciar por ello los resultados de la ciencia y sin que su posi-
des servicios a la civilización humana, contribuyendo a dominar ción respecto a la religión cambie-, llevará a primer plano. Nada
los impulsos antisociales (oh. cit., 2981), pero, la analogía -por dice, por el momento, de la esperanza en Eros ni de la necesidad
otra parte, discutible- entre el individuo y la civilización per- de luchar frente a las tendencias tanáticas. La única vía posible
mite considerarla como esa imprescindible fase neurótica por la de progreso es la de la ciencia, capaz de ofrecer, no sólo eficacia
que uno y otra han de pasar, sin tener que permanecer necesa- técnica, sino también soluciones ético-prácticas, visión de con-
riamente estancados en ella: «Hemos de suponer que el abandono junto y sentido. En oposición a lo que por esos años formulaba
de la religión se cumplirá con toda la inexorable fatalidad de un Wittgenstein, para quien «aunque un día se hubieran resuelto to-

-,);:'"1;,~;
304 Freud y su obra V. La crítica de la cultura 305

das las posibles cuestiones científicas, nuestros problemas vitales como la racionalidad o irracionalidad de un principio moral no
no se habrían rozado en lo más mínimo», para el Freud positi- se ventila apelando a su génesis, a su «Contexto de descubri-
vista de este ensayo, la ciencia no sólo permite «ampliar nuestro miento».
poder», sino que incluso posibilita «dar sentido y equilibrio a La ocasión era, por lo demás, muy apropiada para decir algo
nuestra vida» (ob. cit., 2991). Freud, al parecer, no podía reco- acerca de la fuente maternal de la religión, pero Freud vuelve a
nocer en ese momento la diferencia entre lenguaje científico, al desaprovechar la oportunidad y pasa sobre ella como de punti-
servicio de la manipulación instrumental del mundo, y lenguaje llas, como asimismo hizo en un «Historial» publicado en 1923
religioso, guiado, no por la intención de manejar el mundo, sino bajo el título de Una neurosis demoníaca en el siglo XVII, en el que
por la de otorgarle sentido; tampoco reparaba en la diferencia en- trató el caso del pintor bávaro Cristóbal Haitzmann, y en el que,
tre lenguaje descriptivo, que trata de cómo es el mundo, y len- aunque el material se ofrecía a una consideración de la figura ma-
guaje prescriptivo, que no se ocupa del ser, sino del deber ser. Y terna en la religión, Freud no siguió la pista a tal cabo. Tampoco
así, concluye, aunque «nuestro dios Lagos» es un dios precario quiere saber nada de la mística ni de las «fuentes profundas del
(quizá no tanto, a la vista de las anteriores declaraciones), no des- sentido religioso», cosa lamentable, pues, en la mística, lo im-
cansa hasta lograr hacerse oír y, en cualquier caso, tiene la ven- portante no es encontrar estos o aquellos fenómenos patológicos,
taja de no ponerse al servicio de inútiles quimeras: «Nuestra cien- sino pensar cómo, con ellos o a pesar de ellos, lo que en la his-
cia no es una ilusión» (ob. cit., 2992). teria, en la obsesión o en el delirio es opacidad y apartamiento
de la realidad, reclusión en un «lenguaje privado», se convierte en
2.3.2. El sentimiento ocednico.- El malestar en la cultura, pública lucidez con la que el poeta enseña a decir la propia hu-
del que por el momento sólo examinaremos su primer capítulo, manidad, independientemente de si se comparten o no sus
se abre con la respuesta a un amigo, Romain Rolland, que echaba creencias. Pero Freud prefiere alejarse de esos derroteros, para
de menos, en el estudio de 1927, lo que para él era la fuente úl- «volver al hombre común y su religión, la única que había de lle-
tima de la religiosidad, una especie de sentimiento de infinitud var este nombre» (ob. cit., 3023), no sabemos por qué, ni si, en
y de comunión con el Todo, un «sentimiento oceánico». Freud el caso de la teoría psicoanalítica, hubiera estado dispuesto a con-
intenta una explicación psicoanalítica, genética, de dicho senti- formarse, más allá de los finos matices pertinentes, con su trivia-
miento, que, por su parte, indica, no había experimentado lización, tantas veces por él denunciada, al ver cómo su teoría era
nunca. En todo caso, desde el psicoanálisis, se le puede «reducir convertida en «tema de frívola conversación» (1933a, III, 3179).
a una fase temprana del sentido yoico» (1930, III, 3022; cursiva En cualquier caso, a partir de ahí, el libro toma otro giro. No
mía). Tal fase puede volver a surgir en circunstancias favorables quiere plantearse la cuestión de si la vida humana tiene o no sen-
-por ejemplo, mediante una regresión de suficiente profundi- tido, pues ello nos devolvería a la problemática religiosa: «Deci-
dad-, de manera similar a como somos capaces de desvelar, tras didamente, sólo la religión puede responder al interrogante sobre
la Roma actual, la Roma barroca y la renacentista, y, más atrás, la finalidad de la vida. No estaremos errados al concluir que la
la del primer ImJ1é, _§ de la República, la ciudad cercada por idea de adjudicar un objeto a la vida humana no puede existir
el muro de Sirvio Tullo, hasta llegar a la del Septimontium y a la sino en función de un sentido religioso». Sin embargo, tras esa
Roma quadrata, pues, en la vida psíquica, como en los estratos aparente concesión de una problemdtica no reducible científica-
arqueológicos, todo se conserva, aunque se encuentre encubierto mente, Freud vuelve a intentar proscribida, al observar que «su
y deformado. Esa hermosa explicación escamotea, sin embargo, razón de ser probablemente emane de esa vanidad antropocén-
la cuestión de si el sentido que el hombre religioso otorga a su trica, cuyas múltiples manifestaciones ya conocemos» (ob. cit.,
experiencia de la realidad se reduce o no a su explicación gené- 3024). Como si le hubiese querido contestar anticipadamente,
tica, pues el que ciertos sentimientos o conductas puedan haberse Kant advirtió, en la Crítica de la razón pura, que la razón avanza
facilitado o incluso formado con ocasión de determinadas expe- inconteniblemente hacia ciertas cuestiones, «sin que sea sólo la
riencias, ni justifica ni refuta el valor y el sentido que les demos, vanidad de saber mucho quien la lleve a hacerlo». Y es que, filo-

--,);"l.,y:.._ __
306 Freud y su obra V. La crítica de la cultura 307

sóficamente, una cuestión no debe cancelarse porque no encon- 111iento oceánico» y otro tanto cabría decir del símbolo «Dios Pa-
tremos soluciones para ella, pues, como alguna vez se ha dicho, dre», por ejemplo, cuyo surgimiento Freud dilucida en el com-
la metafísica consiste más en una serie de preguntas que en un plejo paterno (muy explícitamente en Un recuerdo infantil de
muestrario de respuestas. Pero Freud prefiere concentrarse en el /.eonardo de Vinci, 1910b, II, 1611-1612), sin que ello permita
estudio de las posibles vías para la consecución de una aspiración decidir si su sentido se agota o no en su referencia arcaica. La
común, como lo es la aspiración a la felicidad. A él retornaremos luestión a debatir es si los símbolos estéticos, morales o religio-
en su momento, no sin antes efectuar unas breves consideracio- ~os de la cultura son simples repeticiones, desplazadas y distor-
nes críticas respecto a los problemas hasta ahora tratados. ~ionadas, de un recuerdo traumático, o pueden recrear también
l'SC pasado y orientarse en un sentido nuevo, que permita desli-
garlos de su mero arcaísmo.
2.4. Balance de la crítica De ser así, como el propio Freud parece aceptar -más en el
terreno estético que en el religioso-, entraríamos en una crítica
Por acendrada que la crítica psicoanalítica de la religión sea, sustantiva de la religión, que encuentra sus paradigmas ilustrados
el psicoanálisis no es necesariamente ateo ni aspira a convertirse l'n Hume, Kant o Hegel. No podemos detenernos aquí en ella.
en una cosmovisión (1933a, III, 3191). En carta a O. Pfister, Pero tal vez conviniera llamar la atención sobre el hecho de que,
Freud observó que, «en sí, el psicoanálisis no es ni religioso ni lo antes de que Feuerbach, Marx, Nietzsche o Freud hablaran de la
contrario, sino un instrumento neutral del que pueden servirse religión como ilusión, fue Kant quien advirtió que Dios aparece
tanto el religioso como el laico, siempre que se emplee para libe- como Schein trascendental, puesto que la razón aboca al pensa-
rar a los que sufren» (9-II-09; C, III, 16). Dado ese carácter, tam- miento de lo incondicionado (o, como ha parafraseado en nues-
bién puede aplicarse al ateísmo, pues «el deseo de la muerte del l ro días Adorno, «el pensamiento que no se decapita desemboca
padre puede hacerse consciente como duda de la existencia de l'n la Trascendencia»), pero, por otra parte, no puede establecer
Dios» (1928a, III, 3002). Con todo, la crítica freudiana de la re- la síntesis entre esa idea y la experiencia: Dios es necesariamente
ligión es resueltamente negativa y quizá podamos plantear un pensado, pero no conocido. Por eso aparece como una ilusión ne-
breve balance de la misma. cesaria, lo cual no quiere decir necesariamente ilusoria. El enten-
Lo primero que convendría indicar es que esa crítica es fené- derlo así llevaría a recaer en una de las figuras de la metafísica
tico-foncional, no sustantiva. El psicoanálisis pregunta por e ori- precrítica, y, por tanto, dogmática: aquella que, sin atender a la
gen y el desarrollo, por Las pulsiones y sus destinos, por decirlo con crítica racional, da por cancelado (en un sentido u otro) lo que
el título de la obra de 1915, así como por el papel de determi- es controvertible. Mas bien, es la imposibilidad de resolución em-
nadas ideas o ideales en el psiquismo. Pero nunca interroga (ni pírica y especulativa lo que desplaza la cuestión al terreno de la
está legitimado para ello) en el orden de la fundamentación. razón prdctica, aun cuando quepan diferentes opciones en las que
Cuando preguntamos por qué mantenemos una creencia o cum- entrarán en juego muy diversos elementos (argumentativos -no
plimos una norma-mera:l, podemos responder apelando a la gé- concluyentes, pero no por ello del todo desechables-, opciona-
nesis (educación, circunstancias biográficas, etc.); también, dis- les, narrativos, etc.).
frazando en el «por qué» un «para qué», apuntar a la finalidad Respecto al papel jugado por la religión, en el psiquismo y en
(guardamos una norma para ser bien vistos por nuestros conciu- la sociedad, sería preciso subrayar su ambivalencia funcional.
dadanos, por ejemplo). Pero nada de ello responde a la pregunta Desde diversas perspectivas, Marx y Freud insistieron en que esas
por la justificación racional de tales actitudes. Y esta última cues- funciones son alienantes, paralizan los esfuerzos de transforma-
tión no se puede reducir a la primera, a no ser incurriendo en lo ción del mundo, atan a la infancia e impiden la emancipación
que se ha dado en llamar falacia genética, pues una cosa es cómo social y la madurez humana. Sin negar que así ha podido ser en
algo ha llegado a establecerse y otra qué razones exhibe ante el muchos casos, las ciencias sociales de las más diversas orientacio-
tribunal de la razón. Lo hemos apuntado a propósito del «senti- nes no han dejado de insistir en que la religión ha paralizado la

""t"'iio.JI':..:.._~
308 Freud y su obra V. La crítica de la cultura 309

lucha contra la injusticia, como ha alentado a ella, hasta consti- la quimera religiosa. Mientras que la simplista acomodación a «lo
tuir a veces, por decirlo con el marxista E. Bloch, «el espacio más dado» no intentaría sino negar el deseo con el tramposo expe-
engalanado del esfuerzo por un mundo mejor». Ha amarrado al diente de hacer de la necesidad virtud. Freud abocaba así a una
infantilismo, pero también ha potenciado la apertura crítica a la posición, más que resignada, trágica.
realidad, esto es, una madurez que no persiste, ineducadamente, Frente a este último modo de ver las cosas, la proclamación de
en los sueños infantiles, aunque tampoco los desprecia, sino que muchos símbolos religiosos es que la realidad no está presidida en
incita a su reelaboración. Los recuerdos soterrados de la huma- t'd rima instancia por la ciega necesidad, sino fundada en el Amor;
nidad no sólo parecen volver como muecas que nos encastillan que no es tanto Ananké cuanto Eros. En la medida en que, sin ar-
en una infancia ajena al mundo, sino como símbolos en los que bitrariedad, pero sin claudicaciones, se muestre su posible razona-
los hombres fantasean sus esperanzas de vida lograda. El consuelo bilidad ellos podrían dibujar un tercero entre la inflación de la ilu-
religioso, entonces, no es sólo consuelo narcisista, replegado sión -que rebota desde la fantasía religiosa a la alucinación
frente al mundo, sino también incitación a hacerse cargo de la onírica- y la resignación desconsolada, entre el delirio y la tragedia.
realidad y, rompiendo la costra de apatía y conformismo, abrirla
a perspectivas nuevas. No sólo es bálsamo en el sufrimiento, sino
también protesta contra el sufrimiento y la indignidad, aguijón .t Los atolladeros de la cultura
frente a todo presente no cumplido.
Claro que esa ambivalencia no prueba la verdad de las creen- Las relaciones del individuo y la sociedad o, si se quiere, de
cias religiosas, pero obliga a replantear la cuestión. A no ser que las pulsiones y la cultura, son, en Freud, un tema de larga data.
se parta del supuesto de que son un error, mostrándolo a través ( :onsideraremos los principales jalones de ese análisis hasta arri-
de sus unilateralmente consideradas funciones negativas, para bar a El malestar en la cultura de 1930.
después afirmar que, aunque sus funciones -según todos los cri-
terios de que podamos disponer- sean también positivas, en re-
alidad son siempre negativas porque se basan en un error. Plantea- .~.l. La moral sexual 'cultural' y la nerviosidad moderna (1908)
miento circular en el que se va de la función a la esencia y se
acaba por decir -como Freud ironizó respecto a la educación- Primer examen sistemático de las tensiones existentes entre las
que «haga lo que haga, la religión siempre hace mal». Conclu- exigencias culturales y la vida pulsional, en él retoma preocupa-
sión, o punto de partida, para el que toda controversia proba- ciones aún más antiguas, presentes, por ejemplo, en las cartas a
blemente esté de más. Fliess, a quien le comentaba en 1897: «El ser humano sacrifica,
En la medida en que estimemos que no es así, la religión ha m aras de la más amplia comunidad humana, una parte de su li-
de dejarse interrogar por la crítica freudiana, pero ésta ha de de- bertad de incurrir en perversiones sexuales [... ] . El incesto es an-
jarse cuestionar~ez, por los problemas que la filosofía, la tisocial y la cultura consiste en la progresiva renuncia al mismo»
teología y la experiencia religiosa canalizan, y preguntarse asimismo (31-V-1897; 1950a, 111, 3575).
sobre sus supuestos y límites. Preguntarse, por ejemplo, como En el estudio de 1908 se plantea la cuestión de los posibles
más tarde haremos, si cabría hablar de un «más allá del principio daños causados a la salud individual por las normas morales cul-
de realidad», que permitiese articular -con todas las cautelas ne- turales impuestas a la sexualidad, encontrando una relación en-
cesarias- la legitimidad de la esperanza, en la medida en que lo tre el «incremento de la nerviosidad y la moderna vida cultural»
necesario del mundo es lo posible, pero no lo invariable. (1908c, 11, 1250). En efecto, <<nuestra cultura descansa total-
Es cierto que Freud no renuncia a toda transformación del mente en la coerción de las pulsiones» (ob. cit., 1252), las cua-
mundo y del hombre. Pero, en él, la «muerte de Dios» no iba les, insatisfechas, ponen a disposición de la labor cultural gran-
acompañada de ningún sustituto inmanente, por lo que, desde des magnitudes de energía, gracias a su capacidad de sublimación.
su perspectiva, el ateísmo prometeico resultaba tan pueril como Pero las pulsiones pueden también sufrir tenaces fijaciones que las

_;t"J..y~.
310 Freud y su obra V. La crítica de la cultura 311

inutilizan para todo fin cultural, cuando no conducen a las más


variadas perversiones. Además, no todos los individuos poseen la .3.2. Penélope y Circe: Sobre una degradación
misma capacidad de sublimación y, para la mayoría, parece im- general de la vida erótica (1912)
prescindible cierta medida de satisfacción sexual directa, so pena
de exponerse a graves riesgos psíquicos. La moral sexual impe- Complemento del anterior y de Una teoría sexual (en cuya
rante, sin embargo, restringe esa posibilidad, al prohibir el placer edición de 1915 se incluyó un breve resumen del mismo), el es-
más allá de la relación heterosexual genital y restringir ésta al ma- tudio se centra en la impotencia psíquica. El análisis de la misma
trimonio monógamo. Como la abstinencia exigida no es fácil- suele revelar que el sujeto se encuentra sometido a la acción in-
mente alcanzable, las energías de muchos hombres y mujeres se hibitoria de ciertos complejos psíquicos, sustraídos a su conoci-
consumen en la sola tarea de lograrla: el destino de aquellos in- miento, cuyo contenido más frecuente es la fijación incestuosa
dividuos que, en obediencia a los imperativos culturales, aban- en la madre o la hermana. Esta deficiente evolución de la libido
donan sus disposiciones perversas no suele ser sino su negativo impide que se fundan las dos corrientes de una adecuada con-
neurótico, y «cuanto mayor es la disposición de una persona a la ducta erótica, la «cariñosa» o tierna y la «sensual», pues tal aso-
neurosis, peor soporta la abstinencia, toda vez que las pulsiones ciación recordaría peligrosamente la prohibida vinculación de
parciales que se sustraen al desarrollo normal antes descrito se ha- ambas en la madre. En estas circunstancias no es extraño el caso
cen, al mismo tiempo, más incoercibles» (ob. cit., 1256). -sancionado subrepticiamente por la sociedad- de aquellos in-
Tal abstinencia, por otra parte, apenas se ve compensada en dividuos que llevan una doble vida sexual: corrientes de afecto,
la relación matrimonial, tanto porque el riesgo de una descen- cotidianeidad y ternura en el hogar, manteniendo con la propia
dencia no deseada limita la frecuencia de las relaciones sexuales mujer escasas relaciones sexuales, orientadas a la procreación (la
como porque la continencia prematrimonial conduce a menudo mujer, ante todo, como madre de los hijos) y relaciones más sen-
a la impotencia masculina -o a una potencia deficiente- y a la suales con la prostituta o con la amante, generalmente ocultas y
frigidez femenina. Así, la completa abstención de relaciones he- denigradas: «Si aman a una mujer, no la desean, y si la desean,
terosexuales durante la juventud no parece la mejor preparación no pueden amarla» (1912c, II, 1712). Se trata del divorcio entre
para el matrimonio y suele compensarse con prácticas homose- Circe, la maga hechicera, y Penélope, la casta mujer, tal y como
xuales o autoeróticas, acostumbrando éstas a alcanzar fines im- insistieron, tras los pasos de Freud, Adorno y Horkheimer en su
portantes sin esfuerzo alguno y apartando de la realidad -al ele- Dialéctica de la Ilustración.
var el objeto sexual, en las fantasías concomitantes a la La contrapartida femenina de esta degradación del objeto, a
masturbación, a perfecciones difíciles de encontrar-, lo que ha la que la mujer no parece tener que recurrir, es la condición de
ll~vado a afirmar que «el coito no es sino un subrogado del ona- una relación sexual prohibida para poder gozar de ella. Acos-
nismo». tumbradas a un largo apartamiento de la sexualidad y a su con-
De todo el~ta que, además del daño causado a los in- finamiento en la fantasía, en muchos casos no les será posible ya
dividuos, el incremento de las neurosis acaba por perjudicar a la disociar las ideas de prohibición y relación sexual, de modo que
sociedad que las provoca. En el neurótico fracasa la intención cul- cuando ésta les es permitida se tornan frígidas, recuperando su
tural para la que se intentaba espolear al individuo, sometido así capacidad de experimentar placer bajo la premisa de que la prohi-
a «Un sacrificio totalmente inútil» (ob. cit., 1261). No es, desde bición vuelva a quedar establecida.
luego, labor del médico proponer reformas sociales, observa Pues bien, «la conducta erótica del hombre civilizado presenta
Freud, pero sí puede exponer su urgente necesidad. generalmente, hoy en día, el sello de la impotencia psíquica» (ob.
En todo caso, no se puede olvidar que al varón se le tolera bajo cit., 1713). Pero, transfiriendo la atención de los objetos sexuales a
cuerda, en nuestra sociedad, una más amplia trasgresión de las las propias pulsiones, Freud observa que tampoco una ilimitada li-
normas sexuales ideales, tanto fuera como dentro del matrimonio. bertad sexual desde un principio proporcionaría mejores resultados,
Tema éste de la doble moral retomado en el ensayo de 1912. pues, probablemente, «en la naturaleza misma de la pulsión sexual

-,t-1>.":...__
\'. La crítica de la cultura 313
312 Freud y su obra
Pronóstico tenebroso, se ve contrapesado, sin embargo, con
existe algo desfavorable a la emergencia de una plena satisfacción» l.t observación de que es precisamente la incapacidad de propor-
(ob. cit., 1716). Freud, que retomará la cuestión en El malestar en l ionar una plena satisfacción a la pulsión sexual la que provoca
la cultura, trata de explicar tal carácter de la sexualidad a través de ;titos rendimientos culturales, a través de la sublimación, pues si
dos factores: en primer lugar, el desdoblamiento del objeto (la ma- las energías pulsionales sexuales pudieran satisfacerse plenamente,
dre, la mujer) y la creación intermedia de la barrera contra el in- nada podría liberarlas de tal placer y no se realizaría progreso al-
cesto llevan en muchos casos a una búsqueda interminable, al ham- guno. Y en un quiebro que anticipa notablemente los desarrollos
bre, siempre renovada, de nuevos estímulos, precisamente por de la obra de 1930, Freud reconduce en este momento la tensión
constante apego a uno más original pero inaccesible. l'lltre cultura e individuo, entre exigencias sociales y vida pulsio-
En segundo lugar, algunos de los componentes integrantes de nal, de la que hasta ahora había hablado, a la existente entre las
la pulsión sexual no han podido ser recogidos en su estructura pulsionales sexuales y las de autoconservación. Si atribuímos a és-
ulterior, debiendo ser reprimidos o destinados a fines diferentes. tas los intereses culturales de seguridad y cooperación en el tra-
Entre ellos destacan gran parte de los imp~lsos sádicos adscritos bajo, que la sociedad pretende ofrecer al individuo a cambio de
a la vida erótica y los aspectos coprófilos. Estos se hicieron pro- las renuncias exigidas, podemos entender el giro final del estu-
bablemente incompatibles con nuestra cultura desde el momento
dio, un tanto abrupto, aunque con la reserva de que se necesita-
en que la actitud vertical alejó del suelo nuestros órganos olfato- rían investigaciones más amplias: «Parece así que la inextinguible
rios, reemplazando la vista al olfato como sentido predominante diferencia entre las exigencias de las dos pulsiones -la sexual y
y reprimiendo esas sensaciones olfatorias, tal y como se traduce la egoísta- las capacita para rendimientos cada vez más altos, si
en determinados cánones estéticos, en la tendencia cultural al or- hien bajo un constante peligro, cuya forma actual es la neurosis»
den y la limpieza, y en la violencia de la educación humana en (ibíd.).
el control del erotismo anal. Pero todos esos procesos evolutivos
En El malestar en la cultura se tratará ya de pulsiones de vida y
no afectan sino a los estratos superiores de una complicada es-
1mlsiones de muerte. Antes de que Freud propusiera tal dualidad
tructura, mientras que los procesos fundamentales que dan ori- en Mds alld. del principio del placer, la pulsión de muerte fue con-
gen a la excitación erótica permanecen invariables, como inva- torneada y prefigurada en un hermoso ensayo de 1915.
riable es la situación de los genitales inter urinas et Jaeces, de
manera que, pese a todos nuestros refinamientos, lo sádico y lo
excrementa! se hallan íntima e inseperablemente ligados a lo se- J.3. Consideraciones de actualidad
xual. Al impedir su integración, la exigencia cultural ha de pro- sobre la guerra y la muerte (1 915)
vocar nece~nte una sensible pérdida de placer.
Freud encuentra ahí una de las fuentes de la imposible ar- El contexto de la obra es la decepción experimentada por mu-
monización de las exigencias sexuales y las culturales, así como chos europeos ante el desencadenamiento de la guerra, decepción
uno de los motivos para que la cultura, pese a los beneficios que atribuida por Freud al derrumbamiento de una ilusión que, al
comporta, acarree siempre una dosis insuprimible de dolor y de chocar con un trozo de realidad, ha estallado en pedazos. Sobre-
renuncia, con lo que la idea de una sociedad plenamente armó- valorando los logros de la civilización, se menosprecia la perma-
nica y feliz habría de descartarse: nencia de inclinaciones socialmente indeseables, pero que rara
vez se extinguen, pues «lo anímico primitivo es absolutamente
Deberemos, pues, familiarizarnos con la idea de que no es imperecedero» (1915e, II, 2108) y, en realidad, «no hay un ex-
posible armonizar las exigencias de la pulsión sexual con las de terminio del mal» (ob. cit., 2105). La sobrestima de nuestra dis-
la cultura, ni tampoco excluir de estas últimas el renuncia- posición social nace de idealizaciones respecto al ser humano en
miento y el dolor, y muy en último término el peligro de la general, como si fuera bueno y noble desde la cuna, y de una va-
extinción de la especie humana, víctima de su desarrollo cul- loración excesiva de las transformaciones que la educación ha lo-
tural (ob. cit., 1717).

-,'t•J;,.-....._ __
314 Freud y su obra \'. l.a crítica de la cultura 315

grado realizar; pero determinados actos socialmente valiosos sólo lkgado a tiempo ... »), y es a esa impresión de casualidad a la que
se realizan por el temor a las sanciones previstas, sin que nazcan l.t masiva acumulación de muertes durante la guerra ha puesto
de motivaciones honradas. Y así, los individuos, obligados a una lin. Al hacernos cargo de que tenemos que morir, quizá poda-
continua yugulación de disposiciones pulsionales nunca del todo tilos, sin embargo, cuidar mejor de la vida.
transformadas, se verán obligados a movimientos de reacción y Pero, en todo caso, conviene que, sin desechar de antemano
compensación, en los que se ha de ver la causa tanto de las en- 1t 1da posible mejora, no incurramos en idealizaciones perniciosas.
fermedades neuróticas como de la constante disposición de las 1.as inclinaciones agresivas del ser humano parecen inextirpables,
pulsiones inhibidas a abrirse paso en la primera ocasión opor- 'rgún manifiesta la facilidad con la que destinamos a la muerte,
tuna. Nuestros sueños nos muestran siempre egoístas, nunca re- indeseada para nosotros mismos, a todos los demás, a veces por
gidos por la moralidad de la que tan orgullosos nos sentimos, los motivos más banales y futiles, si es que no por el placer de
pero de la que por las noches, junto con la ropa, nos despojamos. matar, fundamento del mandamiento que lo contraría, pues sólo
Mas, si hasta aquí Freud no había hecho sino referirse a los .,r prohibe lo que se desea. Descendientes de una larguísima se-
impulsos egoístas y sexuales, de acuerdo con la primera clasifica- rie de generaciones de asesinos, también en el refinado hombre
ción de las pulsiones, en la segunda parte del ensayo, «Nuestra de la civilización actual persisten esas inclinaciones. Y para con-
actitud ante la muerte» se aproxima a la noción de pulsión de vencer al lector de una idea que puede resultarle intolerable,
muerte al acercar a los lectores a la idea del «placer de matan), 1;reud recurre al final a la ironía, al recordar un pasaje de Rous-
que por el momento basa en la ambivalencia de los sentimien- seau, citado por Balzac en Le pere Goriot, en el que se pregunta
tos. El motivo para ello se lo ofrece una de las pocas ventajas que .ti lector qué haría si con un sólo acto de su voluntad, sin aban-
la guerra había podido traer, la de arruinar la consideración con- donar París y, desde luego, sin ser descubierto, pudiera hacer mo-
vencional de la muerte, por la que no estábamos dispuestos a rir en Pekín a un viejo mandarín, cuyos bienes heredaría. Freud
verla como el desenlace natural de toda vida. En efecto, dado que dice no dudar de que muchas personas se negarían a acoger en sí
los procesos inconscientes no conocen la negación, en lo incons- mismas tal deseo de muerte del anciano, pero, agrega, no creo
ciente nos conducimos como si fuésemos inmortales: la muerte que nadie quisiera estar en el lugar del mandarín y ninguna com-
propia nos resulta inimaginable, siempre seguimos siendo espec- pañía de seguros de vida lo aceptaría como cliente. Esa función
tadores de ella; es cierto que a menudo estamos dominados por de llevarnos a reconocer algo displaciente realizada en el cuento
el miedo a la muerte, pero, respecto a las tendencias inconscien- es la que asimismo ejercen muchos chistes y bromas, como la del
te~ es algo secundario, procedente casi siempre del senti- marido que le dice a su mujer: «Cuando uno de nosotros muera,
miento de culpabilidad. yo me iré a vivir a París». Sabido es que en broma se puede de-
En realidad, la experiencia de la muerte propia sólo la hace- cir todo, hasta la verdad.
mos a través de la de personas queridas. Aunque por efecto de la La insistencia en la tenacidad de tales tendencias egoístas no
ambivalencia, también las consideremos como seres extraños y debe llevar a pensar que la antropología freudiana es simplemente
enemigos nuestros, las cargas amorosas en ellas depositadas ha- negativa. Algunas de las observaciones finales recuerdan a Kant,
cen que las estimemos como parte de nuestro propio yo, con lo que también hablaba del «mal radical en la naturaleza humana»,
que su desaparición quiebra la creencia en la inmortalidad que como propensión a la que, sin embargo, se oponía una más firme
nos habíamos reservado para nosotros en lo inconsciente y nos disposición al bien. Aunque en Freud faltan tales distinciones y
conduce a la amarga experiencia de que todo, al fin, también pronunciamientos, algunos de los que efectúa nos hacen pensar
nuestro amado yo, ha de morir. en la «insociable sociabilidad» a la que Kant se refirió en Ideas
Pero ésta no es una idea que nos complazca y tendemos a ol- para una historia universal desde un punto de vista cosmopolita. No
vidarla tanto como podemos. De ahí que nos comportemos ante sabemos si Freud leyó este opúsculo o tomó la idea de la tradi-
la muerte como si fuera un acontecimiento inesperado, casual o ción liberal en la que se encontraba inserto. Pero, dando cauce a
fortuito («si no hubiera tomado ese coche, si el médico hubiera una visión similar, apunta: «Tanto nuestra inteligencia como

-·~~~
316 Freud y su obra V. La crítica de la cultura 317

nuestro sentimiento se resisten, desde luego, a acoplar de esta Aunque la sugestión juega un relevante papel en las masas,
suerte el amor y el odio; pero la naturaleza, laborando con este par Freud quiere destacar la importancia de los lazos libidinales, tanto,
de elementos antitéticos, logra conservar despierto y lozano el amor horizontalmente, entre sus miembros, como, verticalmente, con
para asegurarlo contra el odio, al acecho siempre detrás de él. Puede el líder. Esos lazos libidinales se revelan en las creencias de que el
decirse que las más bellas floraciones de nuestra vida amorosa las líder (Cristo, el jefe) profesa el mismo amor a cada uno; en los fe-
debemos a la reacción contra los impulsos hostiles que percibimos nómenos de pánico, soledad y angustia que la disolución de la
en nuestro fuero interno» (oh. cit., 2116). Esos elementos antité- masa acarrea; en los sentimientos de hostilidad hacia los de fuera.
ticos no serán otros, en El malestar en la cultura, que los titanes La relación entre los miembros de la masa puede aclararse a tra-
Eros y T ánatos, que presiden el drama de la civilización. vés del concepto de identificación, estudiado en el capítulo VII,
mientras que la existente con el líder lleva a Freud a diferenciar
entre el yo y el ideal del yo, y a sostener que, para cada miembro
3.4. El líder y las masas: Psicología de las masas de la masa, un mismo objeto exterior, el líder, adopta la posición
y análisis del yo (1921) de ideal del yo (sustitución de una instancia intrapsíquica por un
objeto exterior, perceptible también en fenómenos como el ena-
Antes, sin embargo, del estudio de 1930, las relaciones del in- moramiento o la hipnosis). La identificación con los otros y la sus-
dividuo y la sociedad son consideradas por Freud, desde el punto titución del ideal del yo por el líder compensan la limitación del
de vista de la relación entre las masas y el líder, en Psicología de narcisismo aceptada por cada individuo integrante de la masa. El
las masas y análisis del yo (1921), estudio en el que rechaza la opo- segundo factor es el más importante en la caracterización freu-
sición entre psicología individual y social, dado que en el psi- diana de la masa como «reunión de individuos que han reempla-
quismo siempre está presente el otro. zado su ideal del 'yo' por un mismo objeto, a consecuencia de lo
Para la consideración del fenómeno de las masas -tan en cual se ha establecido entre ellos una general y recíproca identifi-
boga en aquellos años-, Freud tiene en cuenta las aportaciones cación del 'yo'» (1921, III, 2592). Por eso, para Freud, el hombre
de Gustave Le Bon (La psychologie des Joules, 1895) y de William es, en todo caso, más un animal de horda que de rebaño.
Me Dougall (The Group Mind, 1920), si bien va a subrayar el pa- La obra ha sido considerada como una anticipación de los
pel del líder, descuidado por ambos autore~, así como los lazos análisis psicológicos del nazismo, tan caros a la Escuela de Frank-
libidinales entre los miembros de la masa. Esta se caracterizaría, tort, pero puede verse en ella asimismo una crítica del desarrollo
de acuerdo con Le Bon, por una inhibición del pensamiento y autoritario del comunismo soviético, como Freud no deja explí-
una intensificación del afecto: en su seno, los individuos adop- citamente de apuntar: el debilitamiento de la antigua intoleran-
tan sin reflexión las actitudes del grupo que les rodea o las deci- cia religiosa no habría de atribuirse a una dulcificación de las cos-
siones del líder, aun cuando vayan en contra de lo que su con- tumbres de los hombres, sino a la pérdida de vigencia de la
ciencia individual aprueba, anulándose así el sentimiento de religión misma. Mas, «cuando una distinta formación colectiva
responsabilidad. Sin sentido crítico, impulsiva, irritable, la masa sustituye a la religiosa, como ahora parece conseguirlo la socia-
no tolera diferir la realización de deseos y abriga sentimientos de lista, surgirá contra los que permanezcan fuera de ella la misma
omnipotencia. Sin embargo, también es capaz de valiosas crea- intolerancia que caracterizaba las luchas religiosas» (ob. cit.,
ciones como el lenguaje mismo, poemas populares y floklore, etc., 2582). No hemos de ver en esta crítica un simple canto al capi-
lo que probablemente implica que bajo el concepto de «masa» se talismo, pues, poco después, declararía respecto a éste que «una
agrupen colectivos de diverso tipo. Al menos se podría distinguir cultura que deja insatisfecho a un núcleo tan considerable de sus
entre las masas espontáneas, o sin líder, y las masas artificiales, partícipes y los incita a la rebelión no puede durar mucho
sometidas a una estructura organizativa que dificulta su disolu- tiempo, ni tampoco lo merece» (1927a, III, 2966).
ción, y entre las que Freud considera especialmente la Iglesia y el Psicología de las masas y análisis del yo constituye una impor-
ejército. tante contribución al análisis del poder, al destacar las raíces in-

-·h"L
318 Freud y su obra \'. l.a crítica de la cultura 319

trapsíquicas de la dominación, la cual no es sólo una fuerza ex- .11nhiciosa cuestión del sentido para concentrarse en otra de apa-
terna a derrocar. Ello puede ayudar a comprender el hecho de rimcia más modesta -pero, tal vez, no menos espinosa- como
que toda revolución tenga su Termidor. Pero donde Freud des- l.1 de las posibles vías que se ofrecen al hombre en su aspiración
tacó más acertadamente la relación entre pulsiones e institucio- .1 la felicidad. Con todo, la investigación acaba por constituir algo
nes psíquicas y sociales fue en el estudio de 1930, que hemos .1sí como un tratado acerca De la infelicidad o, al menos, de al-
ahora de abordar. gunas de las dificultades insalvables que obstaculizan el camino
) de los hombres hacia ella.
El segundo capítulo tiene un carácter básicamente descrip-
3.5. El malestar en la cultura (1930) 1ivo: las vías hacia la felicidad y sus impedimentos. Los capítu-
los 3 y 4 incluyen un análisis más sistemático de la cultura, para,
3.5.1. Circunstancia y estructura de la obra.- Freud redactó a partir del capítulo 5 -que actúa de bisagra entre las dos par-
El malestar en la cultura en el verano de 1929, sin esperar, quizá, les fundamentales de la obra-, adoptar un tono mucho más
el éxito que este breve ensayo, de sombría belleza, iba a alcanzar. agrio, al subrayar la dificultad de regular las relaciones sociales
De hecho, en el cuerpo de la obra comentó que ninguna de las debido a la importancia de los impulsos agresivos en el hombre.
suyas le había producido tanto como ésta «la impresión de estar Esto le lleva a recordar la evolución de la teoría de las pulsiones
describiendo cosas por todos conocidas, de malgastar papel y y a destacar el papel de la pulsión de muerte en el capítulo 6, que
tinta» (1930, III, 3049). Operado ya varias veces del cáncer de da entrada al amplio excursus sobre el sentimiento de culpabili-
paladar que tan intensos dolores le producía, con setenta y tres dad con el que se cierra el libro (caps. 7 y 8). Este final, reconoce
años de edad y en su período de vacaciones, parece como si el es- Freud, puede parecer que trastoca la estructura de la obra, pero
crito fuera para él un motivo de sereno entretenimiento. «¿Qué no es así: el sentimiento de culpabilidad se revelará, a la postre,
le voy a hacer -le comentó en esas fechas a Lou Andreas-Sa- como el problema más importante de toda la evolución cultural.
lomé-, no puedo fumar y jugar a los naipes todo el día, no
tengo resistencia para caminar mucho, y la mayoría de las cosas 3.5.2. La felicidad inalcanzable.- Las fuentes del sufri-
que pueden leerse ya no me interesan. Escribo y paso el tiempo miento humano -estima Freud- se pueden reducir a tres: la
así agradablemente» (ed. de E. Pfeiffer, Madrid, Siglo XXI, 1968, supremacía de la Naturaleza, la caducidad de nuestro propio
pág. 243). cuerpo y la insuficiencia de nuestros métodos para regular las re-
Pese a esas declaraciones, el ensayo tiene un estilo inconfun- laciones humanas. Ante las dos primeras, tras nuestros esfuerzos
dible que lo convierte en una de sus mejores piezas. Algo adver- por combatirlas, nos sentimos obligados a inclinarnos ante lo ine-
tido, tal vez, por el propio Freud, cuando le comentaba a Jorres vitable. Sin embargo, nos negamos a aceptar el tercer motivo, de
que sobre un cimiento diletante se alzaba en él una investigación origen social, sin atinar a comprender por qué instituciones que
analítica finamente afilada. El influjo que estaba llamado a ejer- nosotros mismos hemos creado no habrían de representar pro-
cer parece confirmarlo. Freud pensó en principio titularlo Das tección y bienestar para todos. No obstante, quizá también aquí
Unglück in der Kultur, pero finalmente decidió sustituir Unglück haya obstáculos de tal envargadura, que nos lleven a sustituir,
(infelicidad, desdicha) por Unbehagen (malestar, descontento). como tantas veces hacemos, la meta de alcanzar satisfacciones
En conjunto, constituye uno de los estudios en los que más im- placenteras por la más modesta de esquivar el dolor. Se puede tra-
placablemente fustiga las ilusiones de la cultura, abordando con tar de ver por qué vías el hombre lo conseguiría.
firme serenidad el tema de la desdicha humana. La más tosca quizá consista en la evitación de la realidad por
También ahora se trata, como en El porvenir de una ilusión, intoxicación. Pero ese procedimiento, que puede ser saludable en
de realizar un balance de las renuncias y compensaciones que la forma contenida y parcial, acaba por apartarnos de la realidad y
cultura ofrece. Tras la apertura de temática religiosa -el senti- no es sino una simple evasión.
miento oceánico-, ya vimos cómo Freud prefería abandonar la Más eficaz es recurrir a los desplazamientos de libido de que

-~);'"a.,y~
320 Freud y su obra V. La crítica de la cultura 321

es capaz nuestro psiquismo, sobre todo a través de la sublima-


ción. El punto débil de este método estriba en que no es suscep- 3.5.3. Dominio de la naturaleza y relaciones sociales.-
tible de aplicación general -la capacidad de sublimación varía Frente a todas esas dificultades se alza la labor de la cultura, en
notablemente de uno a otro individuo- y suele fracasar cuando sus aspectos técnicos y prácticos. La cultura es hija de la obliga-
el propio cuerpo se convierte en fuente de dolor. Por lo demás, ción del trabajo y de las necesidades amorosas, de Ananké y de
~la ligera narcosis» que las obras artísticas suministran sólo ofrece Eros, pero la función erótica es la primordial por cuanto trata de
un refugio fugaz contra los azares de la existencia, careciendo del «unir entre sí a un número creciente de seres con intensidad ma-
suficiente poderío como para hacernos olvidar la miseria real. yor que la lograda por el interés de la comunidad de trabajo» (ob.
Frente a los embates de la realidad, aun cabe tratar de eludirla cit., 3040). Aspecto primordial -como las lecturas de Ricoeur
en el aislamiento, monacal o intelectual, llamado a la larga al fra- o Habermas han destacado-, será el que comporte las mayores
caso, pues, en la lucha contra la realidad, ésta se demuestra siem- dificultades y los nuevos acentos que la obra trae consigo.
pre como el contrincante más fuerte. No obstante, el análisis, en principio, no se sale del marco es-
Sin ninguna duda, la felicidad más intensa la conseguimos, tablecido en estudios anteriores. Freud se refiere a las tensiones
no al apartarnos de la realidad, sino al aferrarnos a sus objetos, entre libido y civilización: si, por una parte, el lazo libidinal
vinculación que alcanza su cima en el hecho de ser amado y amar, puede reforzar los vínculos entre los grupos humanos y así cola-
sobre todo en el amor sexual. Empero, el reverso de esta orien- borar en la tarea cultural, por otra parte, la cultura se ve obligada
tación es que jamás nos hallamos tan a merced del sufrimiento a imponer serias restricciones a la satisfacción sexual de los indi-
como cuando amamos a alguien. Pues basta que el objeto de viduos. Mas, por importantes que esos conflictos fueren, siempre
nuestras atenciones se vuelva contra nosotros, o no satisfaga ade- se podría llegar a una forma de pacto, sin que parezca suficiente
cuadamente nuestras exigencias, o el azar lo haga desaparecer, apelar a ellos para explicar el malestar irresoluble que la cultura
para que experimentemos el más intenso desamparo. ostenta. Freud dirige su mirada a otras posibles fuentes de con-
La conclusión es que ninguno de los senderos que al hombre flictos, y, por lo pronto, a que tal vez haya «algo inherente a la
se le abren permite realizar satisfactoriamente sus pretensiones. propia esencia de la función sexual que nos priva de satisfacción
El camino hacia la felicidad depende de los más diversos facto- completa, impulsándonos a seguir otros caminos» (ob. cit., 3042-
res, desde la propia constitución psíquica a las circynstancias ex- 3043), lo que nos devuelve a las observaciones realizadas en So-
teriores, sin que quepa extraer una regla general. Unicamente, si bre una degradación general de la vida erótica. Pero se trata «sólo
acaso, la de tener en cuenta que los riesgos de cualquier elección de suposiciones inciertas» y es preciso encaminar aún la investi-
se harán sentir tanto más cuando el individuo abandone o ex- gación por distintos derroteros, los cuales nos ponen en conexión
cluya, persiguiendo sólo una vía, otros caminos o accesos, y «así con algunas de las líneas desarrolladas en Consideraciones de ac-
como el comerciante prudente evita invertir todo su capital en tualidad sobre la guerra y la muerte, sobre todo por lo que a la in-
una sola operación, así también la sabiduría quizá nos aconseje tensidad de la agresividad humana se refiere.
no hacer depender toda satisfacción de una única tendencia, pues
su éxito jamás es seguro» (ob. cit., 3030). 3.5.4. El control social de la agresividad.- En efecto, sin ne-
En el caso de que todas ellas fracasen al individuo aún le cesidad de tener que recurrir todavía al concepto de pulsión de
queda el refugio en la enfermedad y en la neurosis. Recurso al muerte, en el capítulo V el análisis adopta un tono más agrio. La
que generalmente apela en los años juveniles, pero al que puede ocasión para ello se la da el examen de algunos de los preceptos
volver -tal vez, por regresión, de manera más intensa- si en la morales más elevados, el más audaz de los cuales y el que más ha
edad madura ve obturados todos los caminos, emprendiendo en- afectado a nuestra cultura es el precepto cristiano de «amar al
tonces esa desesperada tentativa de rebelión que es la psicosis. prójimo como a sí mismo» -en el que, como observa correcta-
mente, ya se encuentra incluido el de amar incluso al enemigo-,
cuyos motivos pretende considerar.

~,... .. -
322 Freud y su obra V. La crítica de la cultura 323

Ahora bien, lo primero que se impone, si adoptamos frente en el Freud antirreligioso de El porvenir de una ilusión un aliado,
al mismo una actitud ingenua, es un sentimiento de absurdo, de no iban a carecer ahora de motivos para desencantarse. Sin en-
extrañeza, si es que no de la injusticia que pretende establecer. trar en la crítica económica del sistema comunista, que -dice-
Pues, frente a la indiferencia hacia todos que expresa, las perso- no le concierne, no quiere dejar de reconocer como vana ilusión
nas a las que queremos aprecian nuestro amor como una de- su hipótesis psicológica. Según ésta el hombre sería bueno de

/ mostración de preferencia y sería injusto equiparalas con un ex-


traño. Por otra parte, no todos los hombres son dignos de nuestro
amor y pueden utilizarlo contra nosotros. Frente a las imágenes
todo corazón, pero la institución de la propiedad privada le ha-
bría corrompido -como pensaba también Rousseau-, de
modo que la modificación de las relaciones de producción y, por
idealizadas del hombre, es preciso reconocer en los seres huma- consiguiente, de clase, supondría la alborada de una nueva hu-
nos muy amplias dosis de agresividad. El alegato de Freud es de manidad. Pero aunque es verdad que al abolir la propiedad pri-
tal intensidad que merece la pena recordarlo: vada se sustrae a la agresividad humana uno de sus instrumentos,
sin duda uno muy fuerte, de ningún modo el más fuerte de to-
Examinándolo con mayor detenimiento, me encuentro dos: «La agresión no es una consecuencia de la propiedad, sino
con nuevas dificultades. Este ser extraño no sólo es en general que regía casi sin restricciones en épocas primitivas, cuando la
indigno de mi amor, sino que -para confesarlo sincera- propiedad aún era bien poca cosa; ya se manifiesta en el niño,
mente- merece mucho más mi hostilidad y aun mi odio. No apenas la propiedad ha perdido su primitiva forma anal. .. )) (oh.
parece alimentar el mínimo amor por mi persona, no me de-
cit., 3047).
muestra la menor consideración. Siempre que le sea de alguna
utilidad, no vacilará en perjudicarme, y ni siquiera se pregun- Junto a estas consideraciones respecto al marxismo -que si
tará si la cuantía de su provecho corresponde a la magnitud hoy han cobrado nueva vigencia eran más importantes en el mo-
del perjuicio que me ocasiona. Más aún: ni siquiera es nece- mento en que se formulaban-, Freud hace otras sobre los na-
sario que de ello derive un provecho: le bastará experimentar cionalismos, a cuya virulencia contribuye lo que denomina narci-
el menor placer para que no tenga escrúpulo alguno en deni- sismo de las pequeñas diferencias: son precisamente las comunidades
grarme, en ofenderme, en difamarme, en exhibir su poderío vecinas, y aun emparentadas, las que más se combaten y desde-
sobre mi persona, y cuanto más seguro se sienta, cuanto más ñan, permitiendo la satisfacción de la agresividad contra el ene-
inerme yo me encuentre, tanto más seguramente puedo espe- migo exterior y facilitando la cohesión de los miembros de la co-
rar de él esta actitud para conmigo [... ]. La verdad oculta tras munidad, como también sucede en el caso de los «chivos
de todo esto, que negaríamos de buen grado, es la de que el
expiatorios)). Y Freud no puede dejar de subrayar que ese fenó-
hombre no es una criatura tierna y necesitada de amor, que
sólo osaría defenderse si se le atacara, sino, por el contrario, meno explica buena parte del secular antisemitismo de la Europa
un ser entre cuyas disposiciones instintivas también debe in- cristiana.
cluirse una buena porción de agresividad. Por consiguiente, el Mas, para volver al cauce principal de la argumentación, ¿cuál
prójimo no le representa únicamente un posible colaborador es el sentido, entonces, de un precepto como el de amar al pró-
y objeto sexual, sino también un motivo de tentación para sa- jimo que estábamos examinando? Aunque la pendiente por la
tisfacer en él su agresividad, para explotar su capacidad de tra- que Freud parecía inclinarse era la que llevaba a declararlo ab-
bajo sin retribuida, para aprovecharlo sexualmente sin su con- surdo, las diatribas frente al mismo tienen por objeto poner de
sentimiento, para apoderarse de sus bienes, para humillarlo, manifiesto su dificultad (no es un precepto que -sea en una
para ocasionarle sufrimientos, martirizarlo y matarlo (ob. cit., perspectiva religiosa o secularizada- abracemos de buen grado),
3045-3046).
pero, al mismo tiempo, su necesidad social, a fin de intentar li-
mitar la intensa agresividad humana. Y es después de esa larga
Al hilo de estas sombrías observaciones, Freud plantea algu- disquisición cuando va a echar mano de su última teoría de la
nos reparos al intento revolucionario que el marxismo ensayaba pulsiones, desembocando en la cuestión del irresoluble malestar.
en su época. Aquellos marxistas que hubieran creído encontrar

-'1;:'-J;,to••--
324 Freud y su obra V. La crítica de la cultura 325

el desarrollo científico-técnico podía entrañar, cede el paso ahora


3.5.5. Cultura y tragedia.- La presentación que ahora hace a una incertidumbre radical, en la que las mejores posibilidades
de la pulsión de muerte enfatiza sus manifestaciones exteriores, quieren venir de la mano de Eros, dentro de un cuadro en el que
la agresión y la destrucción: pulsión muda por excelencia, es a ni- el escenario mitológico ha acabado por sobrepasar la austeridad
vel de la cultura y de la guerra donde encontramos sus rasgos más científica: «Sólo nos queda esperar que la otra de ambas 'poten-
acusados. Ahora bien, si la cultura quiere mantenerse en pie, no cias celestes', el eterno Eros, despliegue sus fuerzas para vencer en
tiene otro remedio que limitar las disposiciones agresivas de los la lucha con su no menos inmortal adversario. Mas ¿quién po-
individuos, a fin de que los lazos libidinales que amalgaman su dría augurar el desenlace final?» (ibíd.).
entramado puedan establecerse. En función de ello, volverá los
impulsos destructivos contra el propio individuo, desarmándole
y haciéndole vigilar, antes que por fuerzas policiales y jurídicas, 4. La Ilustración cuestionada
«por una instancia alojada en su interior, como una guarnición
militar en la ciudad conquistada» (oh. cit., 3059). Pero esto aca- Las últimas observaciones nos llevan a considerar algunos de
rrea una «exaltación del sentimiento de culpabilidad», que quizá los aspectos por los que Freud puede ser considerado crítico de la
llegue a alcanzar un grado difícilmente soportable para el indivi- !lustración, en el doble sentido -genitivo subjetivo y objetivo-
duo. No obstante, como el sentimiento de culpabilidad no se ori- de realizar su crítica desde los supuestos ilustrados y de someter
gina tanto por la renuncia a los componentes libidinales, cuanto esos mismos supuestos a crítica. Y es que, aunque Freud com-
por la renuncia a la agresión, y ésta es imprescindible para que parta muchos de los motivos, postulados e intenciones que ani-
aquéllos puedan efectivamente fructificar, el sentimiento de cul- maron a la Ilustración, los dota de nuevos giros y contrastes que
pabilidad viene a ser entonces la expresión de una tarea cultural desarraigan su crítica de carriles tradicionales en el pensamiento
ineliminable. De ahí que Freud hable del «carácter fatalmente moderno. Y así, aunque recorra un buen trecho por ellos, su
inevitable del sentimiento de culpabilidad», que sería, a la pos- punto de partida y sus conclusiones no son siempre los mismos,
tre, «el problema más importante de la evolución cultural» (oh. lo que sitúa a una nueva luz el Ilusminismo mismo. No en vano
cit., 3060), pues dicho sentimiento se enraíza, en última instan- se le ha considerado como uno de los principales representantes
cia, en el dualismo pulsional. de la denominada «segunda Ilustración» e incluso como uno de
Es esa tensión entre la imperiosa necesidad de la tarea cultu- los padres de la postmodernidad. Sin descuidar los hilos que pue-
ral y las dificultades insalvables que implica la que desemboca en den engarzar sus elaboraciones con las propuestas postmodernas,
lo trágico de la cultura, en el malestar que hace sentir a sus miem- es discutible, sin embargo, esa adscripción, pues, a mi entender,
bros, que requieren, sin embargo, de ella para su propio desarro- en Freud prevalece el proyecto de «ilustrar a la Ilustración»
llo vital. Freud no renuncia a toda perspectiva de futuro. Pero la misma. Es cierto que, frente a las ilusiones racionalistas, él quiso
posibilidad de que la historia no culmine en una cumbre de in- destacar las sombras que acompañan a la razón, no como un sim-
sospechadas perfecciones, como querrían nuestros prejuicios, sino ple traspiés a superar, sino como cadencia necesaria, como con-
que siga su curso indiferenciado, si es que no la pendiente hacia tradanza que denuncia el espejismo de la plenitud total y de la
una catástrofe de dimensiones planetarias, es algo que sería peli- transparencia sin resto. Pero reconocer los límites de la razón no
groso olvidar. Sin haber llegado a conocer el salto en la capacidad tiene por qué significar claudicar de sus exigencias, sino, quizá,
de destrucción procurado por la energía atómica, anota: «Nues- ante todo, proponer una nueva idea de racionalidad, menos ra-
tros contemporáneos han llegado a tal extremo en el dominio de cionalista, pero más racional.
las fuerzas elementales que con su ayuda les sería fácil extermi- En el enjambre de problemas que ahí se abren, vamos a con-
narse mutuamente hasta el último hombre» (oh. cit., 3067). siderar tan sólo tres cuestiones: la crítica a la filosofía de la con-
De este modo, la sobria pero firme esperanza con que se ce- ciencia, las relaciones del Psicoanálisis con la Ética y el tema del
rraba El porvenir de una ilusión, confiando en las expectativas que progreso.

-;~":......__
326 Freud y su obra V. La crítica de la cultura 327

dos y las diferentes propuestas de conjunto, lo que agavilla la obra


4.1. La crítica a la jilosofla de la conciencia: el sujeto escindido de esos tres autores es, en efecto, sospechar de la inmediatez de la
conciencia para sí misma, a la cual se puede llegar por la vía corta
En Una dificultad del psicoandlisis, comenta Freud que la in- de la introspección, pero sólo para arribar, en palabras del propio
vestigación científica ha infligido tres graves ofensas al narcisismo Ricoeur en Soi-méme comme un autre, a un cogito abortado, que

1
e la Humanidad. La primera, ofensa cosmológica, se debió a Ni- necesita salir de sí, a través del rodeo de lo extraño y diferente,
alás Copérnico, quien, al sustituir el geocentrismo ptolemaico para poder llegar a sí. Necesita también reconocerse en los docu-
orla teoría heliocéntrica, desplazó al hombre del lugar en el cen- mentos de la cultura (trabajo, instituciones, arte, lenguaje) y sal-
tro del Universo que creía ocupar. La segunda, ofensa biológica, var el décalage entre intención y objetivación, accediendo a sí
vino de la mano de Charles Darwin, al destronar al hombre del mismo a través de sus productos objetivados. O, como decía
puesto excepcional entre los seres de la Tierra y emparentarlo con Freud a Fliess: «Sólo puedo analizarme a mí mismo mediante las
las demás especies animales. Pero la ofensa más grave, ofensa psi- nociones adquiridas objetivamente (como si fuese un extraño); el
cológica, le ha correspondido al propio piscoanálisis, al desman- autoanálisis es en realidad imposible, pues de lo contrario no exis-
telar la humana ilusión de ser dueños de nosotros mismos, mos- tiría la enfermedad» (1950a, III, 3591). Entre esas objetivaciones,
trando la determinación inconsciente de nuestros pensamientos Marx, siguiendo a Hegel, privilegió la dimensión del trabajo y fue
y actitudes (1917 d, III, 2434). a Freud a quien le correspondió el mérito de primar la dimensión
Precisamente, ésta es quizá la aportación fundamental de de la interacción comunicativa -por decirlo en lenguaje haber-
Freud: una comprensión del sujeto como sujeto escindido, in- masiano-, esto es, la dimensión lingüística, que no en vano el
ternamente extraño a sí mismo, habitado por el «extranjero inte- psicoanálisis es cura por la palabra en el marco transferencia!. En
rior>>. A partir de él, lo psíquico no es igual a lo consciente, sino él no se trata sólo de decir a otro lo que uno ya sabe, aunque sea
que la conciencia es una cualidad que puede acompañar o no a íntimo, sino de dejarse llevar por el curso de la asociación libre,
un proceso psíquico. Con ello se opone Freud al predominio de de ser dicho por el lenguaje para poder llegar a un nuevo modo de
la filosofía de la conciencia, vigente en la Modernidad, de Des- decir y de decirse a sí mismo. Al cuestionar la unidad sustancial del
cartes a Hegel. Para Descartes, el cogito, no sólo es la certeza de sujeto y otorgar un puesto central al lenguaje y su dimensión co-
la que no cabe dudar, sino el criterio ulterior de toda certeza. A municativa, Freud se anticipa a buena parte de los desarrollos del
través de Kant -aunque éste desarrolle su pensamiento en el pensamiento filosófico del siglo xx, a los que fecunda de manera
marco de una filosofía trascendental- ese privilegio llega hasta diversa, insistiendo asimismo en el deseo como primum movens del
Hegel. Es cierto que Hegel insiste en la necesidad del reconoci- entramado lingüístico y social.
miento para la constitución del sí mismo, es decir, en la necesa- La radicalidad de esa crítica, de la que aquí hemos querido
ria constitución intersubjetiva de la identidad, frente a la falacia dar cuenta en diferentes registros, de lo onírico a lo sublime, no
de la inmediatez que cree poder afirmar «yo soy yo» y que no es debería hacer olvidar, sin embargo, por el otro extremo de la
sino el callejón sin salida del discurso del amo. Pero, por más que cuestión, el valor que Freud sigue otorgando a la conciencia
«la lucha por el reconocimiento» quiebre la filosofía monológica misma. Una conciencia cuestionada y puesta en entredicho, pero
de la conciencia, Hegel pertenece al paradigma que critica y, aun- que para él sigue siendo central. No sólo porque la conciencia su-
que lo cuestione en alguno de sus momentos esenciales, no logra pone «Un progreso hacia una fase más elevada de la organización
salir del marco que exalta en el mismo momento en que lo pro- psíquica» (1915d, II, 2075), sino porque, por determinada que
blematiza. No en vano la Fenomenología del espíritu se ofrece se encuentre, goza de un cierto grado de autonomía, el cual ha
como una «historia de la dialéctica de la conciencia». permitido que sea la propia conciencia la que haya descubierto
Serán los denominados por Ricoeur «filósofos de la sospecha» buena parte de los mecanismos y procesos inconscientes, y el que
(Marx, Nietzsche, Freud) quienes pongan radicalmente en cues- hace posible «influir en el sistema les. desde el sistema Ce., pese
tión el paradigma moderno. Pese a los distintos campos cultiva- a la dificultad de la tarea» (ob. cit., 2077). Si la conciencia es,

<t-o-.--
328 Freud y su obra V. La crítica de la cultura J2')

como se defiende en El yo y el ello, el «núcleo del yo», la división pretensión esgrimida siempre por la política conservadora, la cual
del individuo entre instancias conflictivas y la interna escisión de parece olvidar que el lema de atenerse a «lo que las cosas son» es
la instancia yoica, en buena parte inconsciente, no anulan esa re- ya de por sí un ideal, además de una farsa. Por otra parte, las
lativa autonemia del yo, el cual habrá de ser desmantelado en su identidades estructurales que puedan encontrarse en la génesis y
hinchazón imaginaria en el curso de la terapia, pero para posibi- en la función psíquica de los ideales -función ambivalente, pues
litar diferentes y nuevos grados de síntesis, que nunca alcanzarán no sólo recuperan lo arcaico, sino que también lo reelaboran y
la completud ni establecerán la transparencia -denunciada por resultan constitutivos para el desarrollo de individuo- no anu-
el propio psicoanálisis-, pero que tampoco dejarán al individuo lan las diferencias éticas y políticas entre ellos, como diferentes son
simplemente a la deriva. El objetivo de la terapia, como lo enun- el ideal de la patria y la raza, y el de la solidaridad; el del suelo y
cia el famoso lema wo es war, soll ich werden, no es sino que la sangre, y el del cosmopolitismo; el mafioso de atender sólo a
«donde era ello, ha de advenir el yo», ganando un cierto terreno «uno de los nuestros» y el de la humanidad común. Diferencias
al inmenso océano de lo desconocido, como la metáfora de la de- que pueden resultar relevantes asimismo para la propia constitu-
secación y del pólder que ahí figura revela, aunque no podamos ción psíquica de los individuos, como los estudios de los frank-
absorber todo el agua del mar. El propósito del psicoanálisis, dice furtianos pusieron de relieve a propósito de «la personalidad au-
Freud, es: toritaria».
Algo similar ocurre respecto al narcisismo sobre el que cual-
Robustecer el yo, hacerlo más independiente del superyó, quier actitud ética se alza. Por ineliminable que tal narcisismo re-
ampliar su campo de percepción y desarrollar su organización, sulte, como Freud trató de resaltar al hablar del narcisismo pri-
de manera que pueda apropiarse de nuevas partes del ello. mario, eso no quiere decir -aunque sea el propio Freud quien
Donde era ello, ha de ser yo. Es una labor de cultivo como la dé pie a ello en algunas ocasiones- que el amor al otro (objeto
desecación del Zuyderzee (1933a, III, 3146). sexual, hijos, Humanidad) no sea mds que amor a sí. El que no sea
posible amar al otro sin amar al yo, no implica que el amor propio
sea ya amor al otro o que el amor al otro no sea mds que amor al
4.2. Psicoandlisis y Ética yo. A costa de destacar similitudes y de rebajar, correctamente, la
hinchazón de nuestras idealizaciones (aquéllas por las que se pre-
4.2.1. Ambigüedad de los ideales.- Algo similar ocurre en tende ser sólo «solidaridad» o «puro altruismo»), se acaba por ve-
el terreno ético, es decir, cuando pasamos de la conciencia como lar diferencias relevantes en una homogeneización confundente.
percepción (Bewusstsein) a la conciencia moral (Gewissen). Freud Pese a las simetrías que, tras las huellas de Freud, Adorno y Hork-
quiere denunciar la ambigüedad de las instancias ideales, anali- heimer destacaron entre Sade y Kant -en tesis retomada por La-
zar el papel que juegan en la economía psíquica, contemplar esas can-, confundente es no apreciar, omitir o tratar negligente-
instituciones intrapsíquicas como «destinos de pulsión», pero en mente las diferencias entre ellos, o, por poner otro ejemplo, entre
absoluto arrumbar todo ideal o anular el valor mismo de la con- Al Capone y Francisco de Asís. Pues por incuestionable que el
ciencia para la vida moral. Mucho menos, y frente a lo que desde narcisismo de ambos sea, las diferencias en su elaboración son tan
la publicación de La ética del psicoandlisis de Lacan tantas ':eces notables, que supongo que la mayor parte de los humanos pre-
se ha mantenido, pensar que el psicoanálisis comporta una Etica feriría tener tratos con el segundo antes que con el primero (a no
o Filosofía Moral, que escapa por completo a su competencia. ser que uno pertenezca a «la familia», claro).
Una lectura -no por difundida, menos esquemática- de la Si Freud tuvo el mérito de denunciar el simplismo de nues-
crítica psicoanalítica de la moral, quisiera destacar tan sólo el pa- tras imágenes, ayudándonos a descubrir la argucia del deseo ar-
pel mortífero de los ideales, como si, para evitarlo, fuera posible caico, oculto a menudo bajo el manto del ideal, no menos sim-
pasarse sin ellos o no discriminar entre ellos, metiéndolos a to- plista y cansina resulta la actitud de quienes, creyendo estar en el
dos en el mismo saco. La pretensión de «vivir sin ideales» es una rompe y rasga de las cuestiones, se limitan a plantearlas con una

~h.·
-------------

330 Freud y su obra V. La crítica de la cultura .UI

unilateralidad de signo contrario, pero no menos esquemática, y, libertad es la razón de ser de la moral en Kant, tanto como -en
al omitir sus pliegues y matices, a escamotearlas, sustituyendo el una orientación ética muy diferente- sólo se puede considerar
pensamiento por consignas. Que la solidaridad no es mds que voluntario aquel acto que es realizado sin compulsión ni igno-
egoísmo disimulado, la pretensión de verdad retórica y otros es- rancia, con todas las gradaciones que puedan tenerse en cuenta,
tribillos al uso, por excitantes que les puedan resultar a sus de- s~gún Aristóteles mismo trató de mostrar en el libro III de su
fensores, son tópicos ya discutidos, hace más de dos mil años, en Etica a Nicómaco.
el Gorgias de Platón con Calicles o en la República con Trasímaco, Desde luego, al referirnos a la conducta de otra persona, po-
aunque el no pararse a pensar sus argumentos proporcione la demos concederle lo que Javier Muguerza ha denominado el be-
bendita felicidad de descubrir siempre de nuevo el Mediterráneo. neficio de la causalidad, esto es, excusar su comportamiento ape-
Como Albrecht Wellmer -un autor nada ajeno al impacto del lando a diversos determinantes (biológicos, sociales, psicológicos),
psicoanálisis en el pensamiento filosófico- se vio obligado a ob- que habrían podido impedirle actuar de otro modo que como lo
servar en La dialéctica de modernidad y postmodernidad, la filoso- hizo. Bien es verdad, que, con tal excusa, le eximimos de res-
fla del desenmascaramiento total se sigue nutriendo de la misma me- ponsabilidad, pero en ese mismo momento le cosificamos, es de-
taflsica racionalista que se propone destruir. Pero, si no olvidamos cir, venimos a decir que, en ese momento al menos, no fue sino
las diferencias entre realidad y apariencia, veracidad y mentira, una cosa entre las cosas, sometida inapelablemente al principio
violencia y diálogo, autonomía y heteronomía, entonces ya no se de causalidad. Quizá podamos proceder también así, al referir-
puede decir, a no ser en el sentido de una mala metafísica, que nos a nuestro propio pasado. Pero lo que no podemos moral-
la voluntad de verdad no sea más que voluntad de poder, que el mente hacer es recurrir a semejante procedimiento hablando en
diálogo sea violencia simbólica, que el discurso que aspira a la primera persona y refiriéndonos al futuro, pues quien pretendiera
verdad no sea sino terror encubierto, que la conciencia moral no justificar de ese modo y por anticipado su conducta no haría sino
sea sino violencia interiorizada o que el yo autónomo sea una abdicar de su responsabilidad y, trocando la libertad en factici-
pura ficción. Quienes convierten la crítica psicológica en pro- dad, recurrir a ese expediente tramposo que Sartre denominó la
puesta afirmativa se contemplan a sí mismos como los propan- «mala fe».
gandistas de una nueva era en la que la retórica ocuparía el lugar El psicoanálisis parecería en principio situarse en las antípo-
del argumento, el poder el de la verdad y la economía de la avi- das de tal planteamiento al insistir en la determinación de la vida
dez el de la moral. Pero para todo eso no hacen falta muchos vo- psíquica de los individuos. Pero, en esta cuestión, Freud no fue
ceros, porque de todo eso tenemos hace mucho bastante. del todo consecuente y la determinación teóricamente defendida
siempre fue acompañada de la presuposición de un cierto grado
4.2.2. Libertad y determinismo: ¿somos responsables del conte- de libertad en el individuo, sin el cual no hay análisis posible.
nido de nuestros ~ueños?- Pero, se haga desde una perspectiva u Para que éste pueda llevarse a cabo, el sujeto ha de saberse, más
otra, hablar de Etica supone enfrentarse a la cuestión del deter- o menos oscuramente, cómplice de lo que le sucede, ha de con-
minismo. Cuestión metafísica donde las haya, probablemente sea siderarse en cierto modo responsable de lo que le pasa, asumir su
especulativamente irresoluble decidirnos entre las tesis enfrenta- compromiso con el síntoma del que se queja. Con lo que la li-
das de la libertad y de la causalidad, como Kant trató de mostrar bertad teóricamente cuestionada es siempre prácticamente su-
en su estudio de la tercera antinomia de la dialéctica de la razón, puesta por el análisis.
en la Crítica de la razón pura. Esa indecibilidad teórica no im- Ya hemos indicado cómo el propio Freud pensaba en la po-
pide, sin embargo, la postulación práctica de la libertad e incluso sibilidad de influir en los procesos inconscientes, por difícil que
la hace imprescindible como condición de posibilidad del hecho resultara, y, de acuerdo con ello, debería haber sido más cuida-
moral, pues es obvio que, sin libertad, no hay modo de imputar doso en su exposición del determinismo. Uno de los pasajes más
responsabilidad moral. De manera que, si no queremos suprimir confusos al respecto es el último capítulo de Psicopatología de la
el lenguaje moral, hemos de suponernos prácticamente libres. La vida cotidiana, en donde, sin elaborar teóricamente su propia

~h.·~.
/
332 V. La crítica de la cultura .B.\
Freud y su obra

práctica, la brillantez de los análisis realizados le anima a defen- Kant, el cual, en un pasaje de su Antropología, afirma que el sueño
der, sin matices, un férreo determinismo inconsciente y, además, tiene por función descubrirnos disposiciones ocultas y revelarnos,
confundiendo «motivo)) y «causa)), a establecer que sólo cuando no lo que somos, sino lo que hubiéramos podido llegar a ser, si
obráramos sin motivo podríamos decir que hemos obrado libre- hubiéramos recibido una educación diferente (1900, I, 391). Y
mente («En las resoluciones triviales e indiferentes se siente uno no se olvida tampoco de recordar la actitud de la Inquisición al
seguro de haber podido obrar lo mismo de otra manera; esto es, respecto, recurriendo al Tractatus de 0./ficio sanctissimae Inquisi-
de haber obrado con libre voluntad no motivada)), 1904a, I, 915). tionis, de Tomás Careña, en el que se lee: «Si alguien profiriese
Pero ya Aristóteles supo ponernos en guardia frente a tal tipo de herejías en sueños, deberán los inquisidores abrir información so-
confusiones, al distinguir entre «estar motivado)) en algún sentido bre su vida, pues en los sueños suele retornar aquello que nos ha
y «estar compelido)). Todo el sentido del concepto de compulsión ocupado durante el día)) (ob. cit., 390). Pero la responsabiliad no
estriba en distinguir acciones elegidas en virtud de nuestros pro- puede pasar del nivel indicado y a nadie se le ocurriría atribuir la
pios criterios -como el placer que obtendremos o la fama que misma a un deseo de muerte expresado en un sueño que al ase-
conseguiremos o la nobleza de la acción- de aquellas otras en sinato perpetrado durante la vigilia. Que el propio Freud tendía
las que de ningún modo se puede decir que nuestra deliberación a ver las cosas así, lo ponen de manifiesto los párrafos finales de
y elección intervinieron. Si obrar motivadamente es obrar com- La interpretación de los sueños, donde vuelve ocasionalmente so-
pulsivamente, el concepto de compulsión queda de tal modo am- bre la cuestión de la importancia ética de los deseos reprimidos.
pliado que se destruye a sí mismo. Freud piensa no estar autorizado para responder a tales pregun-
Para acabar de completar la desdicha de esos pasajes, Freud se tas, pero, echando mano de Platón, comenta que «el hombre vir-
lanza poco después al ilusorio proyecto de reducir los problemas tuoso se contenta con soñar lo que el perverso realiza en vida))
metafísicos a metapsicología, pensando (una vez más) que «no son (ob. cit., I, 719).
mds que psicología proyectada en el mundo exterior>>, por lo que La vida moral supone como requisito indispensable la libertad y
-ahí es nada-, con audacia tal vez más ingenua que irritante, de ahí que tampoco se pueda atribuir alcance ético a las actitu-
estima poder de ese modo «solucionar los mitos del Paraíso, del des adoptadas en la primera infancia, como cuando, a veces, muy
Pecado original, de Dios, del Bien y el Mal)) (ob. cit., I, 918). impropiamente, se habla de las «elecciones éticas)) entonces lle-
Pero, retornando a nuestra cuestión, podemos examinarla, en vadas a cabo. Las posiciones respecto a los padres, por ejemplo
un nuevo giro, a propósito de La responsabilidad moral por el con- en la constelación edípica, tendrdn relevancia moral, el sujeto
tenido de los sueños, problema al que dedica un breve artículo puede actuar éticamente en las elaboraciones y resignificaciones
de 1925. En él, Freud defiende esa responsbilidad, pues, por re- que en su vida adulta haga al respecto, viendo su anterior impli-
primidos e inconscientes que tales contenidos sean, «'están' en cación, de la que, en cierto modo, ha de hacerse después res-
mí, y 'actúan' ocasionalmente desde mi interior)) (1925c, III, ponsable. Pero, si no se quiere incurrir en graves contrasentidos,
2894). Yo diría que la tesis tiene un momento de verdad, pero no se puede hablar de la responsabilidad moral del niño, sin em-
que sólo puede aceptarse, desde un punto de vista ético, si tales pacho de defender a un tiempo su rigurosa determinación, con
sueños son considerados como índice apuntando a disposiciones todo lo cual no se desemboca sino en un ciempiés de contradic-
del individuo, y de las cuales, de uno u otro modo, éste ha de ciones y cuando al lógos y a la razón se les da de lado da igual lo
hacerse cargo. Su responsabilidad moral sólo puede juzgarse que se diga pues todo tiene el mismo valor, es decir, ninguno.
desde la implicación estructural en la que el sujeto se encuentra
comprometido, a la manera de los místicos, que, pese a su ascé- 4.2.3. Génesis de la moral y justificación ética.- En fiiJ, no
tico esfuerzo durante la vigilia, se sentían globalmente responsa- estará de más insistir en que, de nuevo en el campo de la Etica,
bles de las tendencias que sus sueños parecían revelarles. En el como sucedía en el de la religión, la crítica de Freud es una crí-
apartado «Los sentimientos éticos en el sueño)) de Die Traum- tica genético-moral, no sustantiva. Como con acierto señaló en
deutung, Freud apela, en este sentido, y entre otros autores, a este sentido Carlos Castilla del Pino, en Freud hay una génesis

-~h··-
) .U')
334 Freud y su obra V. La crítica de la cultura

del deber, no una filosofía del deber. Y, en la medida en que el no absorbe el «contexto de justificación». Alertar sobre la ambi-
psicoanálisis no aspire a ser una filosofía, así ha de ser. No por güedad de los ideales no significa abdicar de toda exigencia,
ello su relevancia es menor (para la ética o para la religión). Pero cuando más bien la conciencia moral se basa en la fundamental
su fecundidad radica en las aportaciones que desde su campo y de ellas, en la renuncia a la totalidad y el paso por la «ley del pa-
punto de vista puede hacer, sin pretensiones totalizantes. El psi- dre», que implica prohibición del incesto y fidelidad al límite. Es
coanálisis, que nos ha querido enseñar la importancia de asumir éste el que otorga su campo al deseo (hijo de la carencia y de la
la finitud, no debe dejarse llevar, animado por la valía de sus in- abundancia, según ya advirtiera Platón) y posibilita la historia y
vestigaciones, a sustituir el diálogo con la filosofía por su erra- la cultura, ahí incluida su dimensión moral. Las elaboraciones de
dicación. Puede y debe cuestionar a la filosofía, como puede y esa dimensión moral son tarea del yo y de la razón. Sin que quepa
debe dejarse interrogar por ella, sin intentar suplantarla. Por lo decir que toda pretensión racional es simple racionalización,
que a Freud se refiere, y pese a que a veces transgrediera los lí- pues, entonces, el psicoanálisis mismo sucumbiría ante tal crítica,
mites por él mismo establecidos, no se le ocurrió ejpcer de fi- disolviendo ilegítimamente epistemología y ética en crítica psi-
lósofo moral. Y cuando en alguna ocasión habló de Etica, es de- cológica incapaz de justificarse racionalmente, frente a todo el es-
cir, no de la crítica psicoanalítica de la moral, sino de filosofía fuerzo del discurso freudiano. Desde este punto de vista, condi-
moral, fue para venir a indicar, ante todo, su propia perplejidad. cionada por su historia pulsional, abierta a múltiples influencias
Así ocurre en carta a Putnam de 1915, en la que le comenta que y al diálogo con los otros -diálogo que ha de posibilitar a la li-
no le gusta hablar mucho de cuestiones morales, «porque el én- bertad no desembocar en mero capricho o arbitrariedad, sino
fasis público en cuestiones éticas me hace una dolorosa impre- conjugarse con la razón-, sabiendo sospechar, tanto como
sión» y porque lo que es moral o inmoral «me resulta evidente pueda, de sí misma y no refugiarse en el conciencialismo, pero
por sí mismo». Mas, si tuviera que dar razones de su actitud, no también asumiendo la carga de la responsabilidad individual, la
sabría qué responder: conciencia sigue constituyendo el centro de la vida moral.
En un giro reflexivo, y si se ha podido acceder a esa concien-
Cuando me pregunto por qué siempre he procurado ho- cia moral, escapando al delirio psicótico, podríamos preguntar-
nestamente pensar de otros detenidamente y, si era posible, nos todavía el porqué del respeto a la prohibición del incesto o
afablemente y por qué no renuncié a esto cuando noté que al principio de no matar, anudados precisamente en el Edipo.
uno está ofendido por tal comportamiento y es hecho víctima Freud ni descubre esos mandatos ni los justifica racionalmente,
porque otros son brutales e indignos de confianza, no tengo aunque contribuye a su argumentación. Y, pese a que en alguna
realmente respuesta (8-VII-15; C, IV, 90). ocasión me he ocupado de la misma, no podemos ceder ahora a
su interés, por rebasar ampliamente los límites de nuestro estu-
Como él mismo aclara, se está refiriendo a la moral en su sen- dio y entrar de lleno en el campo de la fundamentación de la
tido social, porque «la moralidad sexual como la define la socie- ética, a la que aquí sólo podíamos apuntar.
dad -y en su mayor extremo, la sociedad americana- me pa-
rece muy despreciable. Estoy por una vida sexual más libre. Sin 4.2.4. Ética, deseo y culpa.- Pero ya que hablo de «cesio-
embargo, he hecho poco uso de tal libertad» (ibíd.). nes», no quiero dejar de aludir a la tesis formulada por Lacan en
Así pues, frente al momento de fUndamentación o de justifi- La ética del psicoanálisis, según la cual «de la única cosa de la que
cación racional de los principios éticos, el psicoanálisis ha insis- se puede ser culpable, al menos en la perspectiva analítica, es de
tido en el momento fUndacional, en el enraizamiento de la con- haber cedido en su deseo», o, en otra versión, a mi modo de ver
ciencia moral en la historia pulsional que, sin embargo, no anula más acertada, y en forma de pregunta: «¿Ha actuado usted en
la vida moral, sino que más bien la abre. Ser primero, en el or- conformidad con el deseo que le habita?» Habida cuenta de la
den del tiempo, no es ser fundamento, en el orden de la racio- importancia de asumir y abrirse, tanto como ello sea posible, al
nalidad. O, dicho de otro modo, el «contexto de descubrimiento» propio deseo (deseo siempre entretejido en la trabazón indisolu-

~,.,. ... ~~
____/
336 Freud y su obra V. La crítica de la cultura .B7

ble de sí y del otro, como hemos tenido ampliamente ocasión de -incluidos los mejores motivos-) y asumirlo, aun cuando no
mostrar), los peligros que advierto en una formulación semejante se encuentre para él adecuado cumplimiento, pues, con toda pro-
son al menos dos. En primer lugar, el de entronizar de nuevo al babilidad, sea últimamente incumplible. En el filo de sostener un
deseo como normante, lo cual acercaría a la ética lacaniana al uni- deseo que ningún acto alcanza, al que ninguna acción ni objeto
verso aristotélico del que se pretendía desgajar, pues, o bien el de- ofrecen completa satisfacción, es en el que se desenvuelve el ser
seo opera como un proceso ineluctable (lo que no es el caso del hombre, siempre de algún modo en vilo y abierto. Cederlo,
-y, si lo fuera: ¿para qué imponer principios éticos a lo que in- renunciar a él, ocultárselo es tan culpable como renunciar a sí.
defectiblemente se ha de dar?), o bien, reconocido, puede reali- Mas esto no quiere ni mucho menos decir que ello sea la única
zarse, postergarse, inhibirse, desviarse de su fin o cualesquiera cosa de la que se puede ser culpable.
otro de los destinos de pulsión estudiados por Freud, y, enton- Y éste es el segundo peligro que en la tesis lacaniana se vis-
ces, el criterio de esas modulaciones no parece pueda residir en lumbra: el de prometer, para quien «no cede en su deseo», una
el deseo mismo, sino en otro lugar que, contando con él, pero implícita resolución de los problemas morales, pues, a quien en
sin plegarse necesariamente a él, habrá que dirimir. Ese otro lu- semejante cota habita, se le asegura encontrarse «más allá de la
gar no puede ser otro que la razón, si es que no se quiere incu- culpabilidad», que es tanto como decir «más allá del bien y del
rrir en una de las múltiples variantes de la falacia naturalista (de mal». Sin embargo, la fidelidad al propio deseo no resuelve los
la que Lacan ha sido de alguna forma acusado por P. Guyomard, problemas morales, sino que los inaugura. La tarea ética, tal
al estimar que aquél intenta sustituir el lema kantiano puedes por- como Kant la legó a la Modernidad, pivota sobre dos pilares: la
que debes por la fórmula debes porque deseas) o abandonar las cues- autonomía ética y la universalidad de los principios morales. La
tiones éticas al simple campo del irracionalismo. razón, abierta a todos sus condicionantes e influencias, ha de au-
«No ceder en el propio deseo» no ha de equivaler (tampoco tolegislarse, si es que no quiere, abdicando de su autonomía, de-
equivale para Lacan) al fantasma de su realización, a la fantasía de jarse imponer las normas por algo externo a ella (fuese la natu-
una liberación más allá de todo límite, siendo precisamente el lí- raleza, el deseo o cualquier otro legislador, incluido un posible
mite el que lo constituye y posibilita. Fantasía que, en su recono- legislador divino) y, al caer así en simple heteronomía, abando-
cimiento y renegación de la castración, es, en cambio, la que ali- nar el campo de la libertad que hace posible la vida moral. Mas,
menta al perverso, y frente a la que Freud no dejó de advertir, una por otro lado, los principios morales han de regir universalmente
y otra vez, como ya hizo en el Proyecto de 1895, que «el displacer (no hay una moral especial para los políticos, por ejemplo, ni
sigue siendo el único medio de educación» (1950b, I, 264). El para ninguna otra clase de ciudadanos), si es que hablamos de
problema de cuándo los límites anulan la libertad o la posibilitan principios éticos de los seres humanos y no de normas, más o me-
es discutible. Pero de lo que no cabe duda es de que, psicoanalí- nos instrumentales o estratégicas, de tal o cual grupo.
ticamente hablando, sólo a través del límite se accede a la vida hu- Sucede en la vida ética algo similar a lo que ocurre en el len-
mana y al deseo. Sucedería aquí lo que en la famosa metáfora de guaje: que el individuo ha de expresar su identidad a través de
la paloma kantiana, que, al notar la resistencia del aire, sueña que un medio universal. Si prima el polo de la universalidad tiende a
sin su freno volaría más deprisa, sin advertir que sin aire no po- deslizarse en la impersonalidad o a caer en lo que Heidegger de-
dría en absoluto volar. Desde este punto de vista, la ausencia de nunció como la banalidad del Man: «se piensa ... », «se habla ... »,
todo límite no libera el deseo, sino que lo imposibilita; no nos «se dice ... », «se comenta ... ». Si intenta primar, en cambio, su
otorga libertad, sino que nos extravía, y, como en el desierto, sin propia individualidad a costa del medio universal en el que ha-
puntos de referencia ni señales, no sabríamos adónde dirigirnos. bría de canalizarse, caería en el lenguaje psicótico, ininteligible
En cambio, el límite, la perspectiva, no nos encierra, sino que nos para los demás y para sí mismo, pues, como Wittgenstein trató
orienta y nos abre al mundo de nuestra libertad finita. de mostrar, no hay posibilidad de lenguaje privado. Quien recrea
Ser fiel al propio deseo no equivale, pues, a su realización, el lenguaje no es quien inventa códigos tan particulares que no
sino a reconocerlo (sin abdicar de él por los motivos que fuere se pueden participar ni basa su creación en puros neologismos,

.....
~ - ~
338 Freud y su obra V. La crítica de la cultura .~.\'J

sino, más bien, el que dota de nuevos giros a términos tradicio- Quizá se pueda descubrir en esos textos una progresión que va
nales y, como el poeta, expresa su particularidad en la universa- del simbolismo de lo puro y lo impuro -el mal como mancha o
lidad, iluminando de paso al resto de los hombres. Ya Pascal ad- suciedad venida de fuera- a la conciencia de pecado, tal como
virtió que «las mismas palabras, por la fuerza de una disposición se encuentra en la literatura hebraica o en las tragedias griegas y
distinta, forman el cuerpo de un discurso diferente». en los escritos órficos, y en la que la imagen del contacto impuro
En el caso de la ética, si un seguimiento heterónomo de de- es sustituida por la de una relación deteriorada (con Dios, con
terminados principios morales (los que fueren) imposibilita la los otros hombres, consigo mismo), como situación objetiva en
moral, la simple apelación a la propia particularidad (que, por la que se encuentra el hombre, dominado por ella. En ese ca-
irrefrenable que se presente, suele ser muy mimética) amenaza mino, la idea de culpa representaría una última forma de inte-
con desembocar en una ética idiota, en el sentido etimológico del riorización: expresada con las metáforas del desgarro provocado
término y en el vulgar. por el remordimiento, de la carga que abruma y de la conciencia
En el entramado de problemas que la conjugación de intere- como tribunal que condena, el sentimiento de culpa es entonces
ses y deseos provoca en la vida social se ventilan los problemas la increpación de una instancia interior que, vuelta sobre sí
morales de la humanidad, en los que digamos que no siempre misma, se autoobserva y acusa.
obramos bien, y, a su tiempo, habremos de sentirnos culpables, A esa fenomenología de la culpa puede aportar ricos matices
a no ser que se pretenda, no sólo que la voluntad ha sido siem- el psicoanálisis, tanto respecto a la génesis de dicho sentimiento,
pre buena, sino incluso santa -por decirlo en lenguaje kan- como respecto a las patologías en las que se puede manifestar.
tiano-, pero no creo que merezca la pena discutir semejante pre- Nos hemos referido a ellos, siguiendo los textos de Freud, y ahora
tensión. Profetas de una nueva aurora proponen sustituir la sólo me gustaría indicar que esa patología es jánica, mira hacia
antigualla de la culpa por la responsabilidad. Mas, ¿qué sucede dos lados. Por una parte, la conciencia de una posible culpa im-
cuando no nos responsabilizamos de lo que debemos? También plica una asunción de responsabilidad, cuyo valor no puede des-
hay quien, con mucha desenvoltura, asegura no haberse arrepen- cuidarse. Frente a la fácil descalificación de tal sentimiento, es
tido nunca de nada, aunque la verdad es que, ante tan heroica precisamente su no asunción la que relega la culpa a lo incons-
proclamación, cuando uno se entera de algo de su vida, suele ciente y dispara los mecanismos patológicos, los ceremoniales ob-
quedar decepcionado, pues tampoco era para tanto ... Cuando no sesivos por los que el sujeto trata de conjurar una culpa de la que
se reduce el re-mordimiento a un simple destino de una pulsión no quiere saber nada, pero que no deja de acosarle, aunque ahora
oral o se despacha el asunto arguyendo que la culpa es un resa- se encuentre desplazada hacia lo trivial e incluso nimio. Al cris-
bio judeocristiano, normalmente sin conocer ni el judaísmo, ni talizar así en escrupulosidad, la conciencia de culpa manifiesta
el cristianismo, ni, al parecer, otras culturas y mitos, como sin ir bien su ambigüedad, el atolladero al que fácilmente se ve con-
más lejos -pero fuera del ámbito del famoso judeocristia- ducida: lo que era índice de una conciencia delicada, se pervierte
nismo-, el de Edipo, arrancándose los ojos. Y así. cuando el respeto a la ley (por más que sea una ley autoimpuesta,
En todo caso, sin hacer de la culpa el único eje de la ética, expresión de la autonomía del sujeto y, como lo querían Rous-
probablemente no se la pueda esquivar en una mínima fenome- seau y Kant, expresión, por tanto, de la libertad) importa más
nología de la vida moral. Difícil de analizar y con múltiples pers- que aquello a lo que la ley apunta y busca ya, olvidando las rela-
pectivas, tal vez no quepa abordarla de frente, sino, como lo in- ciones en las que se inserta, su propia autojustificación. Es el
tentó Paul Ricoeur en Finitud y culpabilidad, a través de los textos punto en el que, como observaba san Pablo en el pasaje de la
de la literatura penitencial, que trata de canalizar lingüística- Carta a los Romanos parafraseado por Lacan en La ética del psi-
mente los estallidos existenciales de la conciencia de culpabilidad, coandlisis, la propia ley se convierte en fuente de mal, incitando
para asir una experiencia en lenguaje. Ese lenguaje es básicamente a la trasgresión y al posterior castigo, en un círculo mortal. Pero
simbólico, alegórico, sin tener a su disposición desde el comienzo esta patología del escrúpulo no se opone realmente a la dejación
un vocabulario abstracto, aunque apunte a él y requiera dellogos. de la culpa, sino que es su compañera inseparable: el socio que

-r-..~.::.:
~
340 Freud y su obra V. La crítica de la cultura 341

acompaña a la no asunción de la responsabilidad, cuando, dando Crítica de la razón pura, sin esperanza, «las excelentes ideas de la
gato por liebre, intentamos trocar nuestra libertad responsable en moralidad son indudablemente objeto de aplauso y admiración,
facticidad. pero no resortes del propósito y de la práctica».
Para L. Kolakowski, incluso, tal como ha querido ponerlo de Sea de ello lo que fuere, lo cierto es que, con el eclipse de
relieve en su obra Si Dios no existe . .. , los hombres no se con- Dios acontecido en nuestro mundo, esa fe y esa esperanza no se
vierten en sujetos morales expresando o no un acuerdo simple- han desechado simplemente, sino que han tratado de seculari-
mente teórico con determinados principios morales, sino sin- zarse. La idea de redención dejó paso de ese modo a la más se-
tiéndose culpables cuando dejan de acatarlos. Ahora bien, para cular de emancipación y dio lugar a una floración sin igual de
Kolakowski, la culpa es el sentimiento que sigue a la transgresión, tendencias y movimientos políticos de inspiración utópica, que
no de una ley, sino de un tabú y el tabú reside en el reino de lo se fueron desarrollando en un proceso de radicalización a lo largo
sagrado. Y, aceptáramos o no las vinculaciones por él estableci- de la modernidad. El siglo xx, sin embargo, tendría oportunidad
das entre ética y religión, o el modo en que las establece, parece de conocer cómo el desarrollo técnico iba acompañado, no del
más difícil disentir del juicio según el cual, por más que una y progreso moral, sino de una degradación inimaginable, y, tras las
otra vez se haya intentado conseguir una «moral sin culpa», esto advertencias de Nietzsche y Freud, sus más egregios representan-
es, con toda probabilidad, una meta tan quimérica como la pre- tes tendieron a sustituir a Prometeo, ladrón del fuego de la téc-
tensión de obtener «Un círculo cuadrado». Que era también quizá nica a los dioses, por Sísifo, que conoce también el esfuerzo, la
por lo que Wittgenstein -para el que la conciencia de culpa fi- tensión y la lucha, pero carece de un horizonte de cumplimiento.
guraba entre sus experiencias éticas principales- estimaba que Adorno y Horkheimer cuestionaron una lectura lineal de la Ilus-
con el lenguaje ético y religioso aspiramos a ir más allá del tración, dado que ésta, en vez de conducir a los hombres a un es-
mundo, por desesperada que esa aspiración resulte. Mas, deses- tado de emancipación había acabado por desembocar en un
perada o no, aquí sólo pretendía poner de manifiesto algunos de nuevo rostro de la barbarie. No por ello renunciaban a la idea de
los factores -fenomenológicos, psicoanalíticos, éticos, religio- progreso y se conformaban a lo dado, pues, en palabras de
sos- que se anudan en la noción, compleja y lábil, de culpa. Adorno, nada más falso que pensar que lo que hay es la suprema
verdad. Pero tampoco querían trazar ningún cuadro de la socie-
dad liberada, debido a que «sólo pensar la esperanza es ya trai-
4. 3. ¿Qué podemos esperar? cionarla». Y así, el progreso se les aparecía como una idea a la que
no se podía renunciar, pero que tampoco se podía formular,
Junto a la centralidad de la conciencia y de la autonomía siendo esa contradicción uno de los elementos en que había de
ética, la creencia en el progreso es uno de los trazos decisivos de vivir la filosofía, en vista de la desesperación. Esa filosofía que,
la Modernidad. Es cierto que en algunos de sus representantes para decirlo con palabras de Benjamín, sólo por amor a los de-
más ilustres, y ejemplarmente en Kant, esa creencia no es un sim- sesperados conservaba todavía la esperanza.
ple supuesto incuestionado, sino que se encuentra sometido a re- Por lo que a Freud se refiere, en diversas ocasiones ha sido
flexión. Progreso en la libertad, más que exactamente progreso cuestionado, desde diferentes ángulos, acerca del progreso en psi-
moral, para Kant, en definitiva, las tensiones de la historia hu- coanálisis. Así lo han hecho, sobre todo, Ernst Bloch desde el
mana podían contemplarse asimismo a la luz de una esperanza marxismo y Paul Ricoeur desde la hermenéutica. De manera si-
escatológica. Kant se resistía a pensar que el saldo de nuestro es- milar a lo que sucedía en el tema de la libertad y el determinismo,
fuerzo moral fuese una historia en la que, a menudo, el verdugo podría decirse que en Freud hay una doctrina regresiva tematizada
triunfa sobre su víctima inocente, que el resultado de la tarea mo- y una teleología implícita. Su esfuerzo cardinal es reconducir las
ral, un mandato de la razón, fuese tal absurdo. Y veía ahí la po- variadas producciones de la cultura al ardid del deseo arcaico,
sibilidad de lo que él llamaba una fe racional y una razonable con- buscando a través de los tiempos la identidad. Sin embargo, no
fianza en la Providencia, pues, como decía en el «Canon» de la puede decirse que Freud borre del mapa de sus preocupaciones

~hr~co
342 Freud y su obra V. La crítica de la cultura 343

la liberación humana sin más, e incluso, aunque la elaboración coeur. Aunque el ensayo se presenta, en principio, como un ejem-
teórica no lo recoja, en su práctica está continuamente supuesta, si plo de «psicoanálisis aplicado», en alguno de los peores sentidos
es que el psicoanálisis tiende, en efecto, y por decirlo con pala- de la expresión, casi como una psicobiografía; aunque contenga
bras de Habermas, a desbloquear la comunicación distorsionada. errores de importancia, como toda la construcción en torno al
Freud mismo parecía entenderlo así, al comentarle a Oskar Pfis- buitre, cuyas fuentes culturales pueden rastrearse, por cierto,
ter que el psicoanálisis estaba al servicio de la liberación de los hasta la Biblia de Philippson, extrañamente ilustrada para ser ju-
que sufren. En El delirio y los sueños en la «Gradiva» de W jensen, día (dada la prohibición de imágenes en el judaísmo),con sus dio-
llega a afirmar que «toda cura psicoanalítica es un intento por li- ses egipcios de cabezas de ave, que reaparecen asimismo en el
berar el amor reprimido, amor que había encontrado en los sín- sueño de angustia «Madre querida y personajes con pico de pá-
tomas, por pobres bastardos, un compromiso» (1907a, 11, 1334; jaro», pese a todo, el ensayo sigue manteniendo un gran valor,
cursiva mía). Es cierto que, en otras ocasiones, sus pronuncia- preciosos análisis, riqueza literaria y constituye, desde su sesgada
mientos son más sobrios. Al final de Estudios sobre la histeria su perspectiva, un fresco deslumbrante del Renacimiento italiano.
esfuerzo parece contentarse con cambiar «el sufrimiento neuró- Como podríamos esperar, detrás de la sonrisa de la Gioconda,
tico por la miseria corriente» (1895b, 1, 168). Pero, se formule detrás de las figuras de Santa Ana y la Virgen, lo que el análisis
como se formule, esa posibilidad de progreso no deja de estar descubre es la sonrisa de la madre y la reedición de las dos ma-
apuntada. dres -confundidas, como en el cuadro, en una- de Leonardo.
También en El poeta y la fantasía, el análisis de Freud tiende Pero el propio Freud advirtió que el tipo de lectura por él ejer-
ante todo a engarzar los sueños y las ensoñaciones, no viendo en cido no pretendía agotar la significación de la obra de arte, como
éstas sino nuevas presentaciones, deformadas y racionalizadas, de al comienzo de Dostoievski y el parricidio se ve obligado a confe-
los deseos indestructibles del inconscientes. El sueño y la fanta- sar que «el análisis tiene que rendir las armas ante el problema
sía son rectificación de una realidad que no nos satisface, pues «el del poeta» (1928b, 111, 3004). Es verdad que, en un caso como
hombre feliz jamás fantasea, y sí tan sólo el insatisfecho» (1908a, en otro, por el tema de la anterioridad, de la regresión, el análi-
11, 1334). Sin embargo, para Freud, hay dos notas que diferen- sis nos vuelve a prevenir frente a cualquier fácil ilusión -ética,
cian la ensoñación del simple optativo onírico. En primer lugar, estética, religiosa- en que pudiéramos incurrir y nos invita a
en la fantasía, como en el juego, que es el eslabón intermedio en- descubrir, tras el brillo de nuestros espejismos, la precariedad de
tre los extremos de esa cadena, puede darse un cierto dominio de nuestra condición. No obstante, la explicación psicoanalítica, que
la ausencia -lo que, como sabemos, abordó más tarde en el fa- refiere y anda la obra de arte en una económica de las pulsiones,
moso ejemplo del Fort-Da-. Segundo, a diferencia de la intem- no es al cabo sino un índice apuntando a una ausencia. El des-
poralidad de la fantasía inconsciente, los ensueños integran el se- cubrir la sonrisa de la madre, detrás de la de santa Ana, no nos
llo del momento, junto con la infancia pretérita y el futuro del lleva sino a algo perdido, que no se sabría decir qué es, hasta que
proyecto, de modo que «el pretérito, el presente y el futuro apa- el pintor lo reelabora y lo dice, para él y para los demás, por pri-
recen como engarzados en el hilo del deseo, que pasa a través de mera vez, en la obra. De ahí que la obra estética, trabajando so-
ellos» (ob. cit., 1345). bre fantasías arcaicas, no sea un mero vestigio sino que pueda
Pero, además de en la práctica psicoanalítica, que continua- ofrecer un sentido nuevo, capaz de alumbrar al resto de los hom-
mente la supone, donde con más fuerza se plantea la cuestión del bres. Por eso, también, no es un simple optativo onírico: entre la
futuro en el orden teórico es en el problema de la sublimación, al fantasía privada y nocturna y la pública lucidez del símbolo es-
que ya tuvimos ocasión de referirnos. Probablemente, las indica- tético media la paciencia y el trabajo de la cultura.
ciones más valiosas para un concepto progresivo de la sublima- Si esto fuera efectivamente así, quizá pudiéramos descubrir
ción, Freud las ofreció en el contexto estético y, de modo parti- ahí, al fin, una posibilidad de progreso. Y replantear la pregunta
cular, en Un recuerdo infantil de Leonardo de Vinci, al que han en otros contextos, como, por ejemplo, el ético (¿ha de ser siem-
consagrado valiosos estudios, entre otros autores, Laplanche o Ri- pre el sentimiento de culpa una mera racionalización de la an-

-~ -_Y.,..,-~~
V. La crítica de la cultura jlj'i
Freud y su obra
344

gustia de castración, o cabe una reelaboración distinta del mismo, de la evolución cultural, en la que esas posibilidades de apertura
que impidiera además su relegación al inconsciente?) o el reli- al futuro no están simplemente ausentes, aunque sus meditacio-
~es no dejaron de ser cautelosas y, desde luego, no exentas de ten-
gioso, y el cultural en general.
Desde luego, el peligro que tendría esa marcha hacia adelante siOnes.
es que no fuera tal, sino más bien una huida. Y es a esto a lo que En efecto, en la concepción de la historia que, más o menos
la tenacidad freudiana quiere hacer frente. No obstante si, a pe- implícitamente, opera en el pensamiento de Freud hay dos pers-
sar de todo, una cierta apertura al futuro se da, si existen esas «in- pectivas nunca del todo conciliadas. Si contrastamos ahora, en
finitas razones que se aprestan a pasar a la experiencia» (1910b, forma condensada, argumentos que hemos tenido ocasión de ex-
II, 1619), entonces el futuro no habría de concebirse como mera poner más por extenso, habremos de recordar que el proyecto
reedición del pasado, aunque tampoco lo ignorase. En realidad, freudiano, tal como se expresa en El porvenir de una ilusión, es el
la apertura al futuro está condicionada por la que se tenga hacia de la sustitución de la antigua legitimación religiosa de la moral,
el pasado. Frente al acartonamiento en que tantas veces se hace por otra basada en su necesidad social, guiados por la luz de la
consistir la madurez, Schiller nos aconsejaba no despreciar los ciencia. Línea de pensamiento que, por lo demás, no era en él
sueños de nuestra juventud. Y en su estudio sobre el maestro ita- nueva sino que enlazaba con lo que ya había expuesto años an-
liano, tras comentar que, al parecer, «el gran Leonardo permane- tes en Tótem y tabú, donde defendía una evolución de los siste-
ció infantil durante toda su vida en diversos aspectos», Freud mas de pensamiento cercana a la ley de los tres estadios de Comte
anota: «Dícese que todos los grandes hombres tienen que con- y en la que, por tanto, el reconocimiento de la posibilidad de pro-
greso está expresamente recogido, a condición de renunciar a la
servar algo infantil» (ob. cit., 1613).
Sin embargo, aun cuando admitiéramos todo esto, habría que omnipotencia, educados por la necesidad.
tener cuidado para no echar enseguida las campanas al vuelo. Pero el tono de El porvenir de una ilusión, algo más vehemente
Hay un primer universo de sentido al que no podríamos acceder en el marco de la polémica con la religión, y algo más confiado
y es aquél al que siempre se han referido las religiones. Pero respecto a las expectativas, como herencia del positivismo, iba a
-con independencia de la valoración crítica que de su conside- cambiar sin embargo en cierta medida, poco después, en El ma-
ración sobre la religión hemos podido hacer- es conocido el des- lestar en la cultura, donde la dificultad de regular las relaciones
pectivo juicio que, en conjunto, le merecía, sin que, por otra sociales hacía quebrar la confianza depositada en la razón cientí-
parte, y a diferencia de tantos casos del pensamiento contempo- fico-técnica. En efecto, en contraste con la anterior perspectiva,
ráneo, haya para Freud posibilidad de encontrar un sustituo in- Freud da cauce en esa obra a la decepción que los progresos cien-
manente que viniera a ocupar el lugar de Dios. Frente a las con- tíficos por sí solos, pese al valor irrenunciable que comportan, su-
tingencias y el mal irremediable de la vida, el hombre está ponen para la humanidad, pues la sujeción de las fuerzas natu-
llamado a vivir, por principio, sin consuelo. No obstante, y dado rales, cumplimiento de un anhelo multimilenario, no garantiza
que si no el infinito mar de lo posible, al menos algunas posibi- la posibilidad de una vida lograda. Lo que no ha de implicar la
lidades se dan, tampoco quiere zanjar la cuestión por el otro ex- recusación de esa racionalidad técnica sino únicamente señalar
tremo ni trata de hacer una apología de la impotencia. Más bien, sus límites o sus carencias: «Deberíamos limitarnos a deducir de
adonde parece querer conducirnos es a ese tipo de sabiduría que esta comprobación que el dominio sobre la Naturaleza no es el
siempre ha acompañado a la visión trágica, invitando al hombre único requisito de la felicidad humana -como, por otra parte,
a renunciar a las ambiciones desemsuradas, pero, también, a ago- tampoco es la meta exclusiva de las aspiraciones culturales-, sin
inferir de ella que los progresos técnicos son inútiles para la eco-
tar el campo de lo posible.
Esto se puede hacer ver, finalmente, si del problema de la su- nomía de nuestra felicidad» (1930, III, 3032).
blimación, pasamos a reconsiderar las reflexiones que, en sus Pese a sus dificultades, cabe esperar, sin embargo, «que poco
obras tardías, cuando se afloja el freno que le había querido po- a poco lograremos imponer a nuestra cultura modificaciones que
ner a sus tendencias especulativas, Freud nos ofrece a propósito satisfagan mejor nuestras necesidades». Sólo que, frente a lo que

~~t~ •.
Freud y su obra V. La crítica de la cultura jtl7
346

luego serán los animosos proyectos de un Márcuse, por ejemplo, obra Freud hace una declaración que es todo un alegato frente a
él ya mostró por adelantado sus reservas, no sólo frente al pasado la Ilustración ingenua:
irrevocable de las víctimas -que era lo que oscurecía para Mar-
He procurado eludir el prejucio entusiasta según el cual
cuse la perspectiva de una civilización sin represión-, sino tam- nuestra cultura sería lo más precioso que podríamos poseer o
bién respecto a las posibilidades de mejora en el futuro. Pues aun- adquirir y su camino habría de conducirnos indefectiblemente
que no toda transformación esté descartada de antemano, «quizá a la cumbre de una insospechada perfección (ob. cit., 3067).
convenga que nos familiaricemos también con la idea de que
existen dificultades inherentes a la esencia misma de la cultura e
inaccesibles a cualquier intento de reforma» (ob. cit., 3048-3049; Y aunque, según hemos observado, no por ello se arrumba
toda posibilidad de futuro, la esperanza ahí puesta en juego es ra-
cursiva mía). dicalmente incierta.De este modo, el hijo positivista de la Ilus-
Estamos lejos, pues, de la esperanza de tres años antes según
la cual sería posible que algún día la civilización «no abrumara ya tración del estudio de 1.927 se convierte ahora, sin por ello re-
a ninguno». Algunos de los motivos del «pesimismo» freudiano nunciar a la misma, en uno de sus principales críticos, en el
se remontan también muy atrás en su obra. Enunciados breve- pensador romántico que quiere hacernos ver las sombras que
mente, ellos se refieren en primer lugar a la contrapartida de la arroja, ella también, la luminaria del progreso. Significativa-
sexualidad infantil. Más allá del escándalo que supuso para las mente, la apelación final de la obra invoca no a Logos sino a Eros.
mentiras habituales de la sociedad civilizada, lo que importa re- La mitología, la lucha de los titanes Eros y Tánatos entre los que
saltar es que la réplica de esa sexualidad inicialmente errática es se desenvuelve el drama de nuestra existencia, complementa, si
una entrada en la cultura inevitablemente penosa. La historia de es que no alcanza la primacía, a la sobria y positivista razón cien-
cada individuo está hecha de renuncias dolorosas, jalonada de ob- tífica, de la que él quiso siempre ser un defensor, sin lograr, pese
jetos perdidos, de forma que los conflictos no son un accidente, a sus deliberados propósitos, mantenerse en el cuadro que la
una contingencia que una pedagogía mejor o una sociedad me- misma le ofrecía.
jor pudieran por entero evitar, sino conflictos necesarios, cuyos ji- Probablemente, la grandeza de un pensador pueda medirse
por su capacidad de hacer convivir en sí mismo tendencias opues-
rones acompañan el desarrollo del yo.
Y, sobre todo -era el argumento principal de la obra-, está tas, de difícil armonización, sin decantarse unilateralmente por
el dualismo pulsional y la renuncia a los componentes agresivos ninguno de los extremos de las cuestiones, sino elaborándolos en
que el entramado de la civilización exige, a fin de que los lazos nuevas figuras que dan que pensar. Pese a sus tentaciones reduc-
libidinales en los que ella se asienta puedan fructificar. Lo que su- cionistas (a las que a veces sucumbió) y sus puntos ciegos filosó-
pone el corolario de la exaltación ineliminable del sentimiento de ficos (que también los tuvo) no cabe duda de que ése es el caso
culpabilidad. Y son ese carácter inevitable del proceso y los desa- de Freud. Para algunos, esas tensiones, nunca del todo resueltas,
justes entre las exigencias culturales y la perspectiva individual los entre positivismo y romanticismo, entre empirismo y especula-
que llevaban a Freud a destacar los componentes trágicos de la ción, entre cientificismo y poesía son el aspecto más endeble de
cultura, de la que no nos podemos desembarazar y en la que, sin su producción. A mi modo de ver, en cambio, es esa pugna la
que presta a Freud, desde un punto de vista filosófico, su mayor
embargo, no nos podemos desenvolver.
Al arribar así de nuevo a la «insociable sociabilidad», Freud grandeza y su talante peculiar. Ilustrado crítico, hijo de la Ilus-
no quiere confiar en ninguna astucia de la razón que dialectizara tración en muchos de sus temas y orientaciones, él es también
el mal y lo negativo y parece llevarnos a una antitética irresolu- una de las figuras en las que la primera Ilustración hace crisis, no
ble, más cercana de Kant que de Hegel o Marx. El balance no para claudicar de su tarea, sino para tratar de ilustrar a la Ilus-
puede ser más cauteloso. Por decirlo con Habermas, Freud dio a tración misma y, así, proseguirla.
la dominación y a la ideología fundamentos demasiado profun- Que esa prosecución ha dado sus frutos, se puede hacer no-
dos como para que pudiera prometer seguridad. Al final de la tar con sólo establecer un muy breve recuento de la influencia

.-.h•.::-:~
Freud y su obra
14H
que, más allá del campo estrictamente psicoanalítico, Freud ha
ejercido en los más diversos ámbitos y, desde luego, en el pensa-
miento filosófico del siglo xx. De las tres grandes corrientes que
lo vertebran, quizá en el movimiento analítico su huella ha sido
menor, pese a que su cabeza de fila (un cabeza de fila que des-
borda ampliamente ese marco), Ludwig Wittgenstein, se ocupó
ocasionalmente de la cuestión. En cambio, en lo_s otros dos gran-
des paradigmas su impronta ha sido notable. Ese es el caso del
marxismo, al menos en sus versiones más críticas y abiertas, de
Ernst Bloch a la Escuela de Frankfort y, dentro de ella, no sólo
en los autores más recordados al respecto (Fromm, Marcuse),
sino asimismo en Adorno y Horkheimer, cuya Dialéctica de la
Ilustración, de tan amplia repercusión en planteamientos poste- Epílogo en el exilio
riores, no puede entenderse sin las premisas del psicoanálisis, una
y otra vez utilizadas en los desarrollos de la obra.Y esa influencia
se prolonga en la segunda generación, la representada ante todo
En marzo de 1938, la anexión austríaca por parte de la Ale-
por J. Habermas, pero también por otros autores como A. Well-
mania nazi, hizo insostenible la situación de Freud en Viena. Po-
mer. En cuanto a la línea fenomenológico-existencialista y su
cos días después del Anschluss, las oficinias de la editorial psicoa-
transformación hermenéutica, baste pensar en la obra de P. Ri-
nalítica y la casa de Freud, en Bergasse 19, fueron invadidas por
coeur para calibrar la importancia de ese influjo. Si a ello se
incontrolados y registradas por agentes de la Gestapo, cuya mano
agrega el que muchos han querido hacer de Freud uno de los pa-
fue en parte detenida por la princesa María Bonaparte y por el
dres de la postmodernidad -lo que, según veíamos, resulta dis-
embajador estadounidense en París, William Bullit, con quien
cutible y requiere precisiones-, podemos hacernos una idea del
Freud había colaborado en un libro sobre el presidente Thomas
inmenso legado que Freud ha dejado a la posteridad, a la que le
Wilson. La presión de Ernst Jones para que abandonara Viena
ha dado a digerir y a rumiar un gran bocado. Y en este último
era cada vez mayor. Pero Freud ponía condiciones imposibles de
tramo de nuestra lectura de su obra yo he querido traer a cola-
cumplir: pretendía llevarse a toda su familia, incluidos parientes
ción tan sólo, para decirlo con Kierkegaard, algunas migajas filo-
políticos, además de a su médico Max Schur y toda la familia de
sóficas de ese Banquete, auspiciado, como el platónico, en su lu-
éste. Mis únicos dos deseos, le decía a su hijo Ernst, son «veros
cha contra la aniquilación, por los designios de Eros.
a todos juntos y morir en libertad».
En esa situación, fue el arresto temporal de Ana por parte de
la Gestapo, el que acabó por convencer a Freud. En junio
de 1938 salió de Viena, no sin antes haber tenido que firmar una
declaración asegurando que no se le había maltratado. El dolor
de la enfermedad y el horror de los acontecimientos no le hicie-
ron perder la ironía y en el documento añadió: «Puedo darles a
todos las más altas recomendaciones de la Gestapo». Le acompa-
ñaron su mujer, su cuñada Minna, sus hijos Matilde, Martín y
Ana, la empleada de la casa, Paula Fichtl, y Max Schur, junto a
su esposa y sus dos hijos. Cuatro hermanas de Freud, que hu-
bieron de permanecer en Viena, morirían en 1942 en un campo

......::
-., ~
j')() Freud y su obra Epílogo en el exilio .l'il

de concentración. Al despedirse de la ciudad, el sentimiento de le hizo prometer que, cuando llegara el momento final, le evitara
liberación se mezclaba profundamente con la tristeza, pues «uno, pasar por un tormento innecesario. En septiembre de 1939, tuvo
a pesar de todo -le dijo entonces a Max Eitingon-, amó mu- ocasión de recordárselo. Le pidió que se lo consultara a Ana,
cho la prisión de la que ha sido liberado». quien, pese a sus reticencias iniciales, prestó su consentimiento.
Pasó por París -en donde se le ofreció una cordial pero aje- Entre los días 21 y 22, Schur le inyectó tres dosis de morfina de
treada recepción- y llegó a la estación Victoria de Londres el 6 tres centígramos cada una, que acabaron por sumir a Freud, en
de junio. Le esperaban su hijo Ernst, instalado allí desde 1933, y la madrugada del 23 de septiembre de 1939, en un profundo
su discípulo Jones, los cuales le habían preparado una casa en el sueño, inanalizable ya.
noroeste de Londres. Inglaterra le acogió con calidez y esa simpa-
tía permitió a Freud sobreponerse al cáncer y a la culpa del sobre-
viviente que experimentaba, y volver al trabajo: a pesar de la dra-
mática situación de los judíos se empeñó en acabar de escribir el
Moisés, redactó el Compendio de psicoandlisis y algún otro ensayo.
Excepto analgésicos suaves, como el piramidón, se negaba a
tomar calmantes para no perder lucidez. En septiembre de 1938,
fue operado por última vez, pero la recaída de febrero de 1939
no admitía ya una nueva intervención. Los dolores eran cada vez
más intensos y el olor del tejido canceroso cada vez más inso-
portable. Con todo, Freud siguió analizando a algunos pacientes,
hasta que el 1 de agosto de 1939, a los 83 años, clausuró oficial-
mente su práctica médica, que era tanto como decir adiós a la
vida. Una vida ferozmente entremezclada con la muerte: el 3 de
septiembre, Inglaterra y Francia declararon la guerra a Alemania.
«Esta es mi última guerra», comentó Freud.
Cuando en 1913 escribió El tema de la elección de un cofreci-
llo, basado en El rey Lear de Shakespeare, Freud se refirió a la
muerte, herida suprema para el narcisismo humano, adoptando
la figura de una bella, pero silenciosa mujer, que facilita al hom-
bre la tarea de asumir su amargo destino. Un cuarto de siglo des-
pués, sería su hija Ana quien, con su amoroso cuidado, le ayu-
daría a reconciliarse con la inevitable extinción de su vida. Freud
confió en ella por encima incluso de su mujer y le confesó a Max
Schur que el destino había sido bueno con él, por haberle per-
mitido conocer a Ana.
En los últimos días, el propio Schur llegó a convertirse en la
otra persona indispensable para Freud. Se habían conocido
en 1915, en las Conferencias introductorias al psicoandlisis, pro-
nunciadas por Freud en la Universidad, y a las que Schur asistió.
Especializado más tarde en medicina interna, Freud le tomó
como médico personal, por recomendación de María Bonaparte,
en 1929 y, desde el primer encuentro como médico y paciente,

-,,.,.,~- F
Cronología

1856. Nace el6 de mayo Schlomo Sigismund Freud (que cambiará su nom-
bre por Sigmund en 1878), en Freiberg (Moravia), hoy Príbor, en la
actual República Checa. Es hijo de Jacob Freud, de cuarenta y un
años, comerciante en lanas, y Amalia Nathanson, entonces de veinte
años. El padre había tenido de su primer matrimonio, contraído a los
dieciséis años con Sally Kanner, dos hijos, Emanuel y Philipp. Es po-
sible que se casara por segunda vez, tras enviudar en 1852, con Re-
beca, pero no está bien documentado. Además de Sigismund, el pri-
mogénito de Amalia, tendrán siete hijos más: Julio (que muere a los
seis meses), Ana, Rosa, María, Adolfine, Paula y Alexander, el último,
en 1866.Cuando Freud nace, su hermanastro Emanuel tiene ya un
hijo, John, principal compañero de juegos en la infancia de Sigis-
mund, tío suyo, a pesar de ser un año menor. Sus padres, judíos, le
contarán que había nacido de pie y que una anciana había profeti-
zado que llegaría a ser un gran hombre. Viven en casa del cerrajero
Zajíc, ocupando la planta baja y una recámara superior.
1858. Sigmund es atendido por una niñera checa, a la que llama Nannie
(«nana>>), en realidad, Mónica Zajíc, vecina de piso, y a la que toma
gran afecto, a pesar de su carácter tajante. Le lleva al culto católico
y, aunque a la vuelta, el niño se ponía a veces a «predicar>>, le ate-
rraba con los tormentos del infierno y parece que acentuó su ulte-
rior rechazo del catolicismo. Acusada de un pequeño robo por Phi-
lipp, fue despedida, con gran dolor para Sigismund.
1859. La guerra austroitaliana acentúa la crisis económica y despierta el na-
cionalismo checo. Los Freud emigran a Leipzig, mientras Emanuel
y su familia parten para Manchester.
1860. Traslado a Viena. En el viaje, el pequeño Sigismund tiene ocasión
de ver a su madre desnuda.En Viena, sufre por haber perdido la li-
bertad de su vida en el campo. Se instalan en Leopoldstadt, el ba-
rrio judío de Viena. Se ignoran las actividades del padre.

-,.t'";r¡,..,. _,.-
j)l¡ Freud y su obra Cronología .i~~

1865. Con un año de adelanto, entra en el Gymnasium (instituto), donde tomo XII de las Obras Completas de ]. S. Mili (Sobre la emtlllt'tf>tl
adquirirá una buena formación clásica, una instrucción judía mode- ción de la mujer, Platón, La cuestión social, El socialismo).
rada y buena preparación física. La Historia del Consulado y del Im-
perio, de Thiers, es, tras la Biblia, la primera lectura que le impre- 1881. Aprueba, con tres años de retraso, sus estudios de Medicina.
siona. Su héroe preferido es el mariscal Masséna, presuntamente 1882. En vista de su mala situación económica, Brücke le aconseja pasar al
judío. Hospital General de Viena, donde comenzará a trabajar en julio. En
1866. Guerra austroprusiana. Freud hace vendas para los heridos. abril había conocido a Marta Bernays, de la que se enamora rápida-
mente; se comprometen como novios en junio. Trabaja también en
1867. Nl!eva constitución austríaca y liberalización de las medidas antise- el servicio de medicina interna del profesor Nothnagel. En noviem-
mitas. bre, Breuer le habla del caso de Ana O.
1870. Le regalan las obras de Ludwig Borne, leyendo un ensayo del cual, 1883. En el hospital puede disponer de un cuarto, en el que vive y trabaja.
asegurará en Los antecedentes de la técnica analítica (1920), tendrá la Colabora también en el servicio psiquiátrico de Meynert. Marta y su
intuición del método de la asociación libre. Sigue apasionado la gue- madre se van a vivir a Wandsbeck, cerca de Hamburgo, lo que le
rra francoalemana y sueña con ser general. provoca a Freud crisis de ansiedad. Invitado por Breuer a su casa de
1872. Aprueba brillantemente el bachillerato. A una sólida formación clásica Gmunden, en Salzburgo, Freud disfruta de los paisajes alpinos. Vi-
(sabe latín, griego y hebreo), se une una buena formación científica sita Hungría, acompañando a su casa a Schonberg, novio de la her-
(en psicología había leído el manual de Herbart) y el conocimiento mana de Marta, Minna, gravemente enfermo. Eli Bernays, hermano
del inglés y del francés, además de nociones de italiano y la posibili- de Marta, se casa con Ana, la hermana de Freud.
dad de leer a Cervantes en español, lengua aprendida por su cuenta ~
1884. Estudio Sobre la coca. Comienza a tratar las enfermedades nerviosas
con su mayor amigo de la época, Eduard Silberstein. Es felicitado por con electroterapia, siguiendo el libro de W. Erb, pero acabará re-
su expresión en alemán. Pasa las vacaciones en su Freiberg natal y se chazando el método. Destruye su diario, sus papeles científicos y las
enamora de la hermana de su amigo Emil Fluss, Gisela. Tras pensar cartas recibidas (excepto las de Marta).
en estudiar Derecho, se orienta finalmente a Medicina, ingresando en
la Universidad en octubre. Sigue cursos muy diversos (anatomía, fi- 1885. Practica ocasionalmente el hipnotismo en una clínica privada. Jacob
siología, zoología, botánica,física, química, mineralogía, filosofía con Freud es operado de un glaucoma por L. Konigstein, asistido por Ko-
Franz Brentano, lecturas clásicas). ller y el propio Sigmund. En septiembre, Freud es nombrado Privat-
dozent en neuropatología. Obtiene una beca para estudiar con Char-
1873. La crisis económica provoca el rebrote del antisemitismo. Jacob cot en la Salpetriere, en París, adonde llega en octubre. Traduce las
Freud pierde probablemente todos sus ahorros. El dinero extraordi- Lecciones sobre las enfirmedades del sistema nervioso de Charcot, que
nario es reservado para los estudios de Sigismund. aparecerán en alemán al año siguiente. Fuertes impresiones sobre las
1875. Con dos años de retraso el padre puede costearle el prometido viaje manifestaciones de la histeria y los efectos del hipnotismo.
a Manchester, a casa de Emanuel, donde acrecentará su amor por el 1886. Tras una breve estancia en Berlín, donde se interesa en neuropatología
liberalismo y la cultura inglesa. En Viena se mudan a una casa algo infantil, regresa a Viena, se instala en Rathausstrasse,7, y abre un con-
más desahogada en la Kaiser Josefstrasse, donde Freud puede dispo- sultorio privado el 25 de abril, domingo de Resurrección. El13 de sep-
ner de un cuarto para él solo, que se va atestando de libros. tiembre se casa civilmente y el 15 celebran una breve ceremonia reli-
1876. Investigación sobre las glándulas sexuales de las anguilas en la esta- giosa. Viaje de bodas al Báltico. En octubre, conferencia en la Sociedad
ción de zoología experimental de Trieste, donde entra en contacto Médica de Viena sobre la histeria y el hipnotismo, pero no es bien re-
con el mundo mediterráneo, que tanto le fascinará. En octubre, in- cibida. Los Freud tendrán seis hijos: en 1887, Matilde (llamada así en
gresa como investigador en el Instituto de Fisiología de Ernst Brücke homenaje a la mujer de Breuer); en 1889, Jean-Martin (por Charcot),
(conectado con la <<Sociedad berlinesa de Física>>), que influye nota- en 1891, Oliverio (por Cromwell); en 1892, Ernst (por Brücke); en
blemente en su trueque de la filosofía de la naturaleza por un mate- 1893, Sofía (por la sobrina de Hammerschlag -su querido profesor
rialismo positivista. Se hace amigo del ayudante de Brücke, Ernst de hebreo-, mujer de su amigo Joseph Paneth), y en 1895, Ana (por
von Fleischl, y del médico e investigador Joseph Breuer, que le ayuda la hija de Hammmerschlag, la paciente preferida de Freud).
moral y económicamente. · 1887. Es elegido miembro de la Sociedad Médica de Viena y lo seguirá
1878-79. Investigaciones que le aproximan al concepto de neurona. Investiga- siendo hasta abandonar la ciudad en 1938, asistiendo a numerosas
ción sobre las células nerviosas del cangrejo de río. sesiones, frente a lo que él mismo dijo. En noviembre, conoce a
Fliess y poco después comienza la correspondencia entre ambos.
1879-80. Servicio militar en el que es valorado como de firme carácter y atento Traduce al alemán Sobre la sugestión, de Bernheim, que aparece al
con sus pacientes, por los oficiales. En sus ratos libres traduce el año siguiente. Practica la hipnosis con su clientela privada.

-..'t-J;;¡_.,,"'""'"-r'
.\"i(J Freud y su obra Cronología ,1.,7

1888. Dificultades con la hipnosis. 1897. Comienza su autoanálisis sistemático. Solicita ser nombrado prof(·
sor asociado en la Universidad, lo que no conseguirá hasta 1')02.
1889. Aplica por primera vez el método catártico de Breuer a Frau Emmy
Sueños de Roma. Sueños de agresividad inconsciente contra Flil'ss
von N. En julio estudia en Nancy con Liébault y Bernheim.
(<<El tío José>>, <<Via ... Secerno>>). Diversas excursiones con Alexandt·r
1890. Primer «Congreso» con Fliess en Salzburgo; en el momento de la se- y Minna. Viaje al norte de Italia (Venecia, Orvieto, donde contem-
paración, acceso de fobia ferroviaria. pla los frescos sobre las postrimerías de Signorelli), deteniéndost·,
1891. Aparece su primer libro, Sobre la concepción de la afasia, dedicado a identificado con Aníbal, a orillas del lago Trasimeno. Rechazo de la
Breuer. Los Freud se instalan en Bergasse, 19, donde residirán hasta teoría de la seducción traumática. Iluminación del mito de Edipo
(carta a Fliess del 15 de octubre).
el exilio.
1892. Mueren Brücke y Meynert (éste, no sin antes declarar a Freud que 1898. Desacuerdo con Fliess respecto a las relaciones entre bisexualidad y
él mismo había sido un caso de histeria masculina), lo que le apro- bilateralidad (sueño <<Mi hijo, el miope>>). Primera redacción de La
xima más a Breuer. Jacob Freud le regala a Sigmund, con ocasión interpretación de los sueños (excepto el cap. VII). Vacaciones por ter-
de su treinta y cinco cumpleaños, la Biblia de Philippson, extraña- cer año consecutivo con la familia en Ausee. Viaje con Minna al
mente ilustrada para ser judía.Con Elisabeth von R. se acerca a la norte de Italia, regresando por el paso de Maloja y Sils-María (donde
práctica de la asociación libre. Redacta con Breuer la <<Comunica- Nietzsche firmó varios de sus libros). Reúne ejemplos para lo que
ción preliminar>>, que aparecerá en enero de 1893 y más tarde enca- será Psicopatología de la vida cotidiana.
bezará Estudios sobre la histeria. Trata a Fraulein Katharina (lo que 1899. Los recuerdos encubridores. La interpretación de los sueños (en la que el
le convencerá de la falsedad de la tesis de Charcot sobre la predis- editor consignará la fecha de 1900).
posición hereditaria de la histeria) y a Miss Lucy (que le llevará a la
1900. Trabaja en Psicopatología de la vida cotidiana y en Una teoría sexual.
idea de la conversión somática del conflicto psíquico).
En junio, Emanuel y su hijo John visitan Viena en Pentecostés. En
1893. Traduce, prologa y anota las Lecciones de los martes en la Salpétriere, agosto, último encuentro con Fliess, en Achensse; la ruptura se ace-
1887-1888, de Charcot. Sus observaciones críticas constituyen la lera proque Freud presenta como propia la idea de la bisexualidad
primera exposición de las concepciones de Freud sobre la histeria. psíquica. En octubre, comienza el tratamiento de Dora, que se in-
En mayo le formula a Fliess la teoría de la seducción traumática y terrumpirá en diciembre.
en septiembre escribe un artículo necrológico sobre Charcot, que ha-
1901. Los sueños (resumen de La interpretación de los sueños). Redacta el
bía muerto el 16 de agosto. <<Caso Dora>>, que no aparecerá hasta 1905. Aparece en forma de ar-
1894. Las psiconeurosis de deftnsa. Veraneo por cuarto año consecutivo en tículos la Psicopatología de la vida cotidiana, publicada como libro en
Reichenau. Estancia con los niños en Lovrano, sobre el Adriático. 1904. Viaje a Roma con su hermano Alexander.
Breuer se niega a seguir la concepción de la etiología sexual de las 1902. Es nombrado profesor extraordinario (asociado) en la Universidad.
neurosis. Freud se interesa cada vez más por los sueños, en vista de
Deja de escribir a Fliess. Funda la Sociedad Psicológica de los Miér-
la frecuencia con que aparecen en las asociaciones de sus pacientes.
coles.Viaja con Alexander y Minna a Pompeya y el sur de Italia.
1895. La neurastenia y la neurosis de angustia. Estudios sobre la histeria. Ob-
1904. Viaje a Atenas con Alexander (treinta años más tarde, en carta a Ro-
sesiones y fobias. Nuevo viaje al Adriático. En Bellevue, en una co- main Rolland, analizaría su <<perturbación del recuerdo en la Acró-
lina en los alrededores de Viena, lleva a cabo, en julio, el análisis
polis>>).
del sueño <<La inyección de lrma>>. Proyecto de una psicología para
neurologos. 1905. Tres ensayos para una teoría sexual. El chiste y su relación con lo in-
consciente. Andlisis fragmentario de una histeria (<<caso Dora>>).
1896. Nuevas observaciones sobre las psiconeurosis de deftnsa. Aparece el tér-
mino <<psicoanálisis>> en su artículo, publicado primero en francés y 1906. Se inicia la correspondencia con Carl Gustav Jung.
luego en alemán, La herencia y la etiología de las neurosis. Defiende 1907. El delirio y los sueños en la 'Gradiva' de ]ensen. Comienza el análisis
la teoría de la seducción traumática en su conferencia La etiología de de <<El hombre de las ratas>>.
la histeria, mal recibida. Explosión de sentimientos contra Breuer en
su correspondencia y mayor apego a Fliess. Vacaciones en Ausee, en 1908. En el Primer Congreso Internacional de Psicoanálisis, en Salzburgo
los Alpes de Salzburgo. En septiembre, viaje con su hermano Ale- (42 miembros de seis países), lee durante varias horas, ante un pú-
xander al norte de Italia (Venecia, Padua, Bolonia, Rávena, Floren- blico pasmado, el historial de <<El hombre de las ratas>>. En septiem-
cia). En octubre, muerte de Jacob Freud, a los ochenta y un años. bre, segundo viaje a Inglaterra.
Minna Bernays se va a vivir con ellos para siempre, desconsolada tras 1909. Andlisis de la fobia de un niño de cinco años (<<caso ]uanito>>). Andlisis
la muerte de su prometido, Ignacio Schonberg. de un caso de neurosis obsesiva (<<caso El hombre de las ratas). En abril,

-
;~~~
~
.l'íH Freud y su obra ( :ronología .l"l')

Oskar Pfister visita a Freud en Viena. En septiembre, viaje a Esta- 1930. El malestar en la cultura. Recibe el premio Goethe (recibido l'll

dos Unidos, en compañía de Jung y Ferenczi: conferencias en la Francfort por Ana, que lee el discurso de agradecimiento escrito por
Clark University (Worcester, Massachusetts). su padre). En septiembre, muere la madre de Freud, a los novc111a
y cinco años. Escribe, en colaboración con William Bullitt, embaja-
1910. «El hombre de los lobos>> inicia su análisis con Freud. En marzo, se- dor de Estados Unidos en Berlín, Thomas Woodrow Wilson, publi-
gundo Congreso Internacional de Psicoanálisis, en Nuremberg. Se cado en 1967.
crea la Asociación Psicoanalítica Internacional (International Psycho-
analytical Association, IPA), de la que es primer presidente J ung. Un 1932. Nuevas lecciones introductorias al psicoanálisis. Jacques Lacan termina
recuerdo infantil de Ieonardo de Vinci. Análisis de algunas horas, du- su tesis de Medicina, De la psychose paranoique dans ses rapports avec
rante un paseo por Leiden, de Gustav Mahler, padrino de Juanito. la personnalité, sobre el caso <<Aimée>> (en realidad, Margarita, la ma-
Viaje a París y al sur de Italia con Ferenczi. dre de Didier Anzieu, como éste descubrirá analizándose con el pro-
pio Lacan, al que se enfrentará por la interpretación del caso), del
1911. Disidencia de Stekel y Adler. Caso Schreber. que envía un ejemplar a Freud.
1912. Amistad con Lou Andreas-Salomé. 1933. El porqué de la guerra (carta a Albert Einstein). En mayo, muere Fe-
1913. Escritos sobre técnica analítica. Ruptura con Jung. Tótem y tabú. renczi; los nazis queman en Berlín las obras de Freud.
Múltiple interés del psicoanálisis. 1937. Análisis terminable e interminable. Muere Lou Andreas-Salomé.
1914. El 'Moisés' de Miguel Ángel. Dimisión de Jung. Historia del movi- 1938. En marzo, anexión austríaca por parte de los nazis (Anschluss). En ju-
miento psicoanalítico. Introducción al narcisismo. nio, con la ayuda de W. Bullir y de la princesa María Bonaparte,
1915. Redacción de artículos de metapsicología. Freud abandona Viena y, tras pasar por París, se establece en Lon-
dres, donde es acogido cálidamente. Le visita Salvador Dalí. Redacta
1917. Duelo y melancolía. Lecciones introductorias al psicoanálisis. Compendio de psicoanálisis, Escisión del yo en el proceso de defensa y fi-
1918. Historia de una neurosis infantil (caso <<El hombre de los lobos>>). naliza Moisés y la religión monoteísta.
1919. Pegan a un niño. Lo siniestro. 1939. Recibe pacientes hasta el 1 de agosto. El 3 de septiembre estalla la
1920. Más alld del principio del placer. En enero, muerte de su hija Sofía. Segunda Guerra Mundial. El 23 de septiembre muere Sigmund
Freud. (Marta Bernays, morirá en 1951).
1921. Psicología de las masas y análisis del yo.
1922. Aparece en París el primer número de la revista Littérature, donde
figura la entrevista a Freud, realizada por André Breton. Los am-
bientes literarios ponen de moda en Francia el psicoanálisis. Freud
escribe a Arthur Schnitzler, diciéndole que le ha evitado por temor
a encontrarse con su doble.
1923. El yo y el ello. En abril, primera operación del cáncer de mandíbula.
En junio, muere Heinerle, el nieto favorito de Freud. En octubre,
segunda operación del cáncer (se someterá a 31 operaciones más),
siendo obligado a llevar una prótesis a la que llamará <<el monstruo>>.
1924. La disolución del complejo de Edipo. El problema económico del maso-
quismo. La pérdida de la realidad en la neurosis y en la psicosis. Es-
quema de psicoanálisis. Ruptura con Otro Rank. Se inicia el debate
entre Ana Freud y Melanie Klein.
1925. Autobiografia. La negación. Algunas consecuencias psíquicas de la dife-
rencia sexual anatómica.
1926. Psicoanálisis, escuela fteudiana (Psicoanálisis y Medicina). Inhibición,
síntoma y angustia.
1927. El porvenir de una ilusión. Dostoievski y el parricidio. El humor.
1929. Max Schur, médico personal de Freud.

..,....
CJ
r
o
~o
(/)
Glosario alemán-español

!lbfuhr, descarga das Vorbewusste, preconsciente


!lbreagieren, abreacción (sust.)
!1 bwehr, defensa Deckerinnerung, recuerdo encu-
!lbwehrmechanismen, mecanismos bridor
de defensa Denkidentitiit, identidad de pen-
!1/fekt, afecto samiento
!1_/fektbetrag, monto (montante) Deutung, interpretación
de afecto Drang, fuerza (empuje)
!lggressivitiit, agresividad Egoismus, egoísmo
!lmbivalenz, ambivalencia Einverleibung, incorporación
1tnale Stufe (Phase), fase anal Entstellung, deformación
Angst, angustia Erinnerungsspur, huella mnémica
!lngstentwicklung, desarrollo de erogene Zone, zona erógena
angustia Eros, Eros
!lngstsignal, señal de angustia Erregungssumme, cantidad (suma)
!lnlehnung, apoyo (anáclisis, de excitación
apuntalamiento) Ersatz, sustitución (sustituto)
ttutomatische Angst, angustia auto- Ersatzbildung, formacion sustitu-
mática tiva
Uefriedigungserlebnis, experiencia Es, ello
(vivencia) de satisfacción Phallus, falo
Uesetzung, catexis (carga, investi- Familienroman, novela familiar
ción) Fehlleistung, acto fallido
Hewusstsein, conciencia (psicoló- Fixierung, fijación
gica) freie Energie, energía libre
Uisexualitiit, bisexualidad freie Assoziation, asociación libre
r/,15 Unbewusste, inconsciente (sust.) gebundene Energie, energía ligada

.
--~ ....._.
.\(,·1
Freud y su obra Glosario alemán-español .H1'\

( /tgenü~ertragung, contra transfe- Organlust, placer de órgano Selbsterhaltungstrieb, pulsión de Urszene, escena originaria
renCia Paranoia, paranoia conservación Urv~rdrangung, represión pnma-
genitale Stufe, fase genital Partialtrieb, pulsión parcial Sexualitlit, sexualidad na
Gewissen, conciencia (moral) Penisneid, envidia del pene Sexualtrieb, pulsión sexual Verdichtung, condensación
gleichschwebende Perversion, perversión Spaltung, escisión Verdrangung, represión
Aufinerksamkeit, atención flotante phallische Stufe, fase fálica Sublimierung, sublimación Verfohrungstheorie, teoría de la se-
Grenzfall caso límite Phantasie, fantasía (fantasma) Symbolik, simbolismo ducción
Hilflosigkeit, desamparo primarer System, sistema Verinnerlichung, interiorización
Hysterie, histeria Krankheitsgewinn, beneficio pri- Tagtraum, sueño diurno (ensoña- Verleugnung, renegación
!eh, yo mario de la enfermedad ción) Verneinung, negación
Ichideal ideal del yo Primarvorgang, proceso primario Todestrieb, pulsión de muerte Versagung, frustración
Ichtrieb, pulsión del yo Projektion, proyección Topik, tópica Verschiebung, desplazamiento
ldealich, yo ideal Psychoanalyse, psicoanálisis Trauerarbeit, trabajo de duelo Verwerfong, repudio
Idealisierung, idealización Psychologie, psicología Trauma, trauma vorbewusst, preconsciente (adj.)
Identifizierung, identificación Psychose, psicosis Traumarbeit, trabajo del sueño Vorstellung, representación
Imaginare, imaginario Psychotherapie, psicoterapia (elaboración onírica) Vorstellungsreprlisentanz,
lnstanz, instancia psychischer (seelischer) Trieb, pulsión, (Vorstellungsreprlisentant), repre-
lnstinkt, instinto Apparat, aparato psíquico Triebmischung, sentante representativo
lntrojektion, introyección psychische Verarbeitung Triebentmischung, asociación, di- Wahrnehmungsidentitlit, identi-
Kastrationskomplex, complejo de (Bearbeitung, Ausarbeitung, sociación (intricación, desin- dad de percepción
castración A ufarbeitung), elaboración tricación) de las pulsiones Weiblichkeit, feminidad
Komplex, complejo psíquica Triebreprlisentanz, Widerstand, resistencia
Kompromissbildung, formación de Quelle, fuente (Triebreprlisentant), representación Wiederholungszwang, compulsión
compromiso Rationalisierung, racionalización .. (representante) de la pulsión de repetición
Konstanzprinzip, principio de Rea~tionsbildung, formación reac- [jber-Ich, superyó Wortvorstellung, representación de
constancia tiva Uberdeterminierung, sobredeter- palabra
latenter lnha!t, contenido latente Realangst, angustia real minación Wunsch, deseo
Latenzperiode (Latenzzeit), perí- Realitlitsprinzip, principio de rea- Übertragung, transferencia Wunscherfüllung, cumplimineto
odo de latencia lidad unbewusst, inconsciente (adj.) de deseo
Lebenstrieb, pulsión de vida Realitlitsprüfong, prueba de reali- Ungeschehenmachen, anulación re- Zensur, censura
Lustprinzip, principio de placer dad troactiva Ziel, meta (fin)
manifester lnhalt, contenido ma- Regression, regresión Unterdrückung, supresión Zwang, compulsión
nifiesto Rücksicht Urphantasien, fantasías (fantas- Zw~ngsneurose, neurosis obse-
Mannlichkeit, masculinidad auf Darstellbarkeit, cuidado de la mas) originarios SIVa
Masochismus, masoquismo representabilidad
Nachtraglichkeit, retroactividad Sachvorstellung
Narzissmus, narcisismo (Dingvorstellung), representación
Neurose, neurosis de cosa
Objekt, objeto Sadismus, sadismo
Objektbeziehung, relación de ob- Schizophrenie, esquizofrenia
jeto Schuldgefohl sentimiento de cul-
Qbjektwahl elección de objeto pabilidad
Odipuskomplex, complejo de Sekundiirvorgang, proceso secundario
Edipo sekundare Bearbeitung, elabora-
orale Stufe, fase oral ción secundaria

'h~..-..__
Glosario español-alemán

abreacción, Abreagieren cantidad (suma),


acto fallido, Fehlleistung de excitación, Erregungssumme
afecto, Affekt caso límite, Grenzfall
agresividad, Aggressiviüit catexis (carga, investición), Beset-
ambivalencia, Arnbivalenz zung
angustia, Angst censura, Zensur
angustia automdtica, automatische complejo, Komplex
Angst complejo de castración, Kastra-
angustia real, Realangst tionskomplex ..
anulación retroactiva, Ungesche- complejo de Edipo, Odipuskom-
henmachen plex
aparato psíquico, psychischer (see- compulsión, Zwang
lischer) Apparat compulsión de repetición, Wieder-
apoyo, holungszwang
(andclisis, apuntalamiento), An- conci~ncia (psicológica), Bewusst-
lehnung sem
asociación, disociación, conciencia (moral), Gewissen
(íntricación, desintricación), condensación, Verdichtung
de las pulsiones, Triebmischung, contenido latente, latenter lnhalt
Triebentmischung contenido manifiesto, manifester
asociación libre, freie Assoziation lnhalt
atención flotante, gleichschwe- contratransferencia, Gegenübertra-
bende Aufmerksamkeit gung
beneficio primario, cuidado de la representabilidad,
de la enfermedad, primarer Krank- Rücksicht auf Darstellbarkeit
heitsgewinn cumplimiento de deseo, Wunscher-
bisexualidad, Bisexualitat füllung

,~ ....... _
~

II>H Freud y su obra Glosario español-alemán j(¡l)

rlrfl'IIJtl, Abwehr frustración, Versagung principio de placer, Lustprinzip representante representativo, Vors-
rlrfilrmación, Entstellung foente, Quelle principio de realidad, Realitats- tellungsreprasentanz (Vorste-
tlt'Jtimparo, Hilflosigkeit fuerza (empuje), Drang prinzip llungsreprasentant)
descarga, Abfuhr histeria, Hysterie proceso primario, Primarvorgang represión, Verdrangung
desarrollo de angustia, Angstent- huella mnémica, Erinnerungsspur proceso secundario, Sekundarvor- represión primaria, Urverdran-
wicklung ideal del yo, Ichideal gang gung
deseo, Wunsch idealización, Idealisierung proyección, Projektion repudio, Verwerfung
desplazamiento, Verschiebung identidad de pensamiento, Denki- prueba de realidad, Realitatsprü- resistencia, Widerstand
egoísmo, Egoismus dentitat fung retroactividad, Nachtraglichkeit
elaboración onírica, identidad de percepción, Wahrneh- psicoandlisis, Psychoanalyse sadismo, Sadismus
(trabajo del sueño), Traumarbeit mungsidentitat psicología, Psychologie sentimiento de culpabilidad,
elaboración psíquica, psychische identificación, Identifizierung psicosis, Psychose Schuldgefühl
Verarbei tung (Bearbei tung, imaginario, Imaginare psicoterapia, Psychotherapie señal de angustia, Angstsignal
Ausarbei tung, Aufarbei tung) inconsciente (subst.), das Unbe- pulsión, Trieb sexualidad, Sexualitiit
elaboración secundaria, sekundare wusste pulsión parcial, Partialtrieb simbolismo, Symbolik
Bearbeitung incosnciente (adj.), unbewusst pulsión sexual, Sexualtrieb sistema, System ..
elección de objeto, Objektwahl incorporación, Einverleibung pulsión de autoconservación, Selbs- sobredeterminación, Uberdetermi-
ello, Es instancia, lnstanz terhaltungstrieb merung
energía libre, freie Energie instinto, lnstinkt pulsión de muerte, Todestrieb sublimación, Sublimierung
energía ligada, gebundene Energie interiorización, Verinnerlichung pulsión de vida, Lebenstrieb sueño diurno (ensoñación), Tag-
envidia del pene, Penisneid interpretación, Deutung pulsión del yo, Ichtrieb traum
Eros, Eros introyección, Introjektion racionalización, Rationalisierung superyó, Über-Ich
escena originaria, Urszene masculinidad, Mannlichkeit recuerdo encubridor, Deckerinne- supresión, Unterdrückung
escisión, Spaltung masoquismo, Masochismus rung sustitución (sustituto), Ersatz
esquizofrenia, Schizophrenie mecanismos de defensa, Abwehr- regresión, Regression Tdnatos, Thanatos
experiencia (vivencia), mechanismen relación de objeto, Objektbe- teoría de la seducción, Verfüh-
de satisfacción, Befriedigungser- meta, Ziel ziehung rungstheorie
lebnis monto (montante), renegación, Verleugnung tópica, Topik
falo, Phallus de afecto, Affektbetrag representación, Vorstellung trabajo de duelo, Trauerarbeit
fantasía (fantasma), Phantasie narcisismo, Narzissmus representación de cosa, Sachvorste- trabajo del sueño (elaboración oní-
fantasías (fantasmas), negación, Verneinung llung (Dingvorstellung) rica), Traumarbeit
originarios, Urphantasien neurosis, Neurose representación de palabra, Wort- transferencia, Übertragung
fose anal, anale Stufe (Phase) neurosis obsesiva, Zwangsneurose vorstellung trauma, Trauma
fose fdlica, phallische Stufe novela fomilar, Familienroman representación, yo, Ich
fose oral, orale Stufe objeto, Objekt (representante) de la pulsión, Trie- yo ideal, Idealich
fase genital, genitale Stufe paranoia, Paranoia breprasentanz (Triebreprasen- zona erógena, erogene Zone
feminidad, Weiblichkeit período de latencia, Latenzperiode tant)
fijación, Fixierung (Latenzzeit)
fin (meta), Ziel perversión, Perversion
formación de compromiso, Kom- placer de órgano, Organlust
promissbildung preconsciente (sust.), das Vorbe-
formación reactiva, Reaktionsbil- wusste
dung preconsciente (adj.), vorbewusst
formación sustitutiva, Ersatzbil- principio_ de constancia, Konstanz-
dung pnnztp

;z-..t<,
Obras de Freud citadas en el texto

Citamos según la fecha de publicación que aparece en las


Obras Completas editadas por Biblioteca Nueva. Si la fecha de re-
dacción es distinta, la indicamos, tras el título, entre paréntesis.

1893a. Estudio comparativo de las parálisis motrices y orgánicas (1888-


1893).
1893b. Charcot.
1894. Las neuropsicosis de defensa.
1895a. Sobre la justificación de separar de la neurastenia la neurosis de
angustia (1894).
1895b. Estudios sobre la histeria (1893-95).
1896a. La herencia y la etiología de las neurosis.
189Gb. Nuevas observaciones sobre las psiconeurosis de defensa.
1896c. La etiología de la histeria.
1899. Los recuerdos encubridores.
1900. La interpretación de los sueños (1898-99).
190 l. Los sueños (1900-0 1)
1904a. Psicopatología de la vida cotidiana (1900-0 1).
1904b. El método psicoanalítico de Freud (1903).
1905a. Análisis fragmentario de una histeria (Caso Dora) (1901).
1905b. Sobre psicoterapia (1904).
1905c. El chiste y su relación con el inconsciente.
1905d. Una teoría sexual y otros ensayos.
1907a. El delirio y los sueños en la Gradiva de W. Jensen (1906).
1907b. Los actos obsesivos y las prácticas religiosas.
1908a. El poeta y la fantasía (1907).
1908b. El carácter y el erotismo anal.

,~-¡, ...... _
1/ ·'· Freud y su obra Obras de Freud citadas en el texto
J?.\
1'J08c. La moral sexual <<cultural» y la nerviosidad moderna. 1919c. Pegan a un niño.
Jl)08d. Teorías sexuales infantiles. 1920. Más allá del principio del placer (1919-20).
1909a. La novela familiar del neurótico (1908). 1921. Psicología de las masas y análisis del yo (1920-21).
1909b. Análisis de la fobia de un niño de cinco años (caso Juanito). 1923a. Una neurosis demoníaca del siglo XVII (1922).
1909c. Análisis de un caso de neurosis obsesiva (caso El hombre de las 1923b. Psicoanálisis y libido (1922).
ratas). 1923c. El yo y el ello.
1910a. Psicoanálisis (cinco conferencias en la Clark University, USA). 1923d. La organización genital infantil.
(1909). 1924a. Neurosis y psicosis (1923).
1910b. Un recuerdo infantil de Leonardo de Vinci. l924b. Esquema del psicoanálisis (1923).
191 Oc. El doble sentido antitético de las palabras primitivas. 1924c. El problema económico del masoquismo.
1910d. Sobre un tipo especial de la elección de objeto en el hombre. 1924d. La disolución del complejo de Edipo.
191 Oe. Concepto psicoanalítico de las perturbaciones psicógenas de la
1924e. La pérdida de la realidad en la neurosis y en la psicosis.
visión. 1925a. Autobiografía.
191 Of. El psicoanálisis silvestre. 1925b. La negación.
191 Og. Observaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia auto-
1925c. La responsabilidad moral por el contenido de los sueños.
biográficamente descrito (Caso Schreber).
1925d. Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia sexual anató-
1911. Los dos principios del funcionamiento mental (1910-11). mica.
1912a. La dinámica de la transferencia. 1926a. Inhibición, síntoma y angustia (1925).
1912b. Consejos al médico en el tratamiento psicoanalítico.
192Gb. Psicoanálisis, escuela freudiana (artículo en la Encilopedia Bri-
1912c. Sobre una degradación general de la vida erótica. tánica) (1925).
1913a. Tótem y tabú (1911-13). 1926c. Psicoanálisis y medicina (Psicoandlisis profono).
1913b. La iniciación del tratamiento. 1927a. El porvenir de una ilusión.
1913c. Múltiple interés del psicoanálisis. 1927b. Fetichismo.
1913d. El tema de la elección del cofrecillo. 1927c. El humor.
1913e. La disposición a la ne,urosis obsesiva. 1928a. Una experiencia religiosa (1927).
1914a. El Moisés de Miguel Angel (1913). 1928b. Dostoievski y el parricidio (1927).
1914b. Recuerdo, repetición y elaboración. 1930. El malestar en la cultura (1929).
1914c. Historia del movimiento psicoanalítico. 193la. Carta al burgomaestre de la ciudad de Príbor.
1914d. Introducción al narcisismo. 193lb. Sobre la sexualidad femenina.
1915a. Observaciones sobre el «amor de transferencia» (1914). 1933a. Nuevas lecciones introductorias al psicoanálisis (1932).
1915b. Las pulsiones y sus destinos. 1933b. El porqué de la guerra (carta a Albert Einstein).
1915c. La represión. 19 37 a. Análisis terminable e interminable.
1915d. Lo inconsciente. r 1937b. Construcciones en psicoanálisis.
1915e. Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte. 1939. Moisés y la religión monoteísta (1934-38).
1916. Varios tipos de carácter descubiertos en la labor analítica. 1940a. Escisión del yo en el proceso de defensa (1938).
1917a. Duelo y melancolía (1915). 1940b. Compendio de psicoanálisis (1938).
1917b. Adición metapsicológica a la teoría de los sueños (1915). 1941. Carta sobre el bachillerato (a Emil Fluss) (1873).
1917c. Lecciones introductorias al psicoanálisis (1915-17).
1950a. Cartas a Wilhelm Fliess. Manuscritos y notas (1887-1902).
1917d. Una dificultad de psicoanálisis (1916). 1950b. Proyecto de una psicología para neurólogos (1895).
1917e. Un recuerdo infantil de Goethe en Poesía y verdad.
1917f. Sobre las trasmutaciones de las pulsiones y especialmente del
erotismo anal (1915)
1918. Historia de una neurosis infantil (caso El hombre de los lobos).
1919a. Los caminos de la terapia psicoanalítica (1918).
1919b. Lo siniestro.

--- ---- --- -~

7>,.~~.,_
Nota bibliográfica

1. Ediciones de la obra de Freud

En alemán: Gesammelte Werke, ed. de A. Freud et al, Frank-


f-ort, M. S. Fischer, 19 vols., 1940-1988 (muy valiosa, no dife-
rencia, sin embargo, entre las diversas ediciones de obras muy re-
visadas como La interpretación de los sueños o Tres ensayos para una
teoría sexual); Studienausgabe, ed. de A. Mitscherlich et al., Frank-
furt, S. Fischer, 11 vols., 1969-1982 (sigue un ordenamiento te-
mático y omite algunos escritos, particularmente biográficos).
En castellano es excelente la versión de Luis López-Balleste-
ros y de Torres, Obras completas, Madrid, Biblioteca Nueva, 3
vols., 3.a ed., 1972. Es la primera traducción que se hizo, a par-
tir de 1923, a una lengua distinta del alemán, por indicación de
¡ José Ortega y Gasset. Aparte de algunos erratas y otros proble-
mas menores, tiene el inconveniente de no diferenciar entre Ins-
tinkt y Trieb (vertidos ambos como «instinto»), lo que, si no se
tiene en cuenta, provoca problemas de comprensión. Esas defi-
ciencias están subsanadas en la ed. de J. L. Etcheverry (Obras
completas, B. Aires, Amorrortu, 24 vols., 1976-79), con el orde-
namiento, comentarios y notas de la Standard Edition, ed. de J.
Strachey (Londres, The Hogarth Press, 24 vols., 1953-1974),
pero que pierde en riqueza literaria. En Alianza Editorial hay nu-
merosos ensayos y obras de Freud publicados en «El libro de bol-
sillo», según la traducción de López-Ballesteros.
La Correspondencia puede seguirse en la ed. de N. Caparrós,
\/(, Freud y su obra Nota bibliográfica 377
Madrid, Biblioteca Nueva y Quipú Grupo de Psicoterapia, 6 Madrid, Tecnipublicaciones, 1989; J. ( ;utirrn.:z 'lt:rrazas, Teoría
vols., 1997ss. psicoanalítica. Su doble eje central: la tópica pslquirrty la rlindmica
pulsional, Madrid, Biblioteca Nueva, 1998; D. l.agach~. /_a psy-
chanalyse, París, PUF, 8.a ed. 1967; O. Mannoni, Freud, el des-
2. Biografías cubrimiento del inconsciente, trad. de J. Jinkis y M. l.~v(n, B. Ai-
res, Nueva Visión, 1987; J. Neu (comp.), Gulrt de Freud, trad. de
La clásica sigue siendo la de E. Jones, Vida y obra de Sigmund M. Santana, Cambridge Univ. Press, 1996; S. Tubcrt, Sigmund
Freud, trad. de M. Carlisky, B. Aires, Paidós, 3 vals., 1981. Pro- Freud, Madrid, Edaf, 2000; R. Wollhcim, Freud, trad. de
lija y discutida, es aún imprescindible consultarla; la versión abre- D. Quesada, Barcelona, Grijalbo, 1973.
viada no incluye reflexiones sobre la obra. Más reciente es la de
P. Gay, Freud. Una vida de nuestro tiempo, trad. de J. Piatigorsky,
Barcelona, Paidós, 1989, con un buen capítulo bibliográfico fi- 5. Historia del psicoanálisis
nal, a pesar de importantes lagunas. La de M. Robert, La revolu-
ción psicoanalítica, trad. de J. Campos, México, FCE, 1966, es Son orientativas, en su brevedad, J. Chemouni, Histoire du
más breve, pero se lee con provecho y facilidad. No siendo exac- mouvement psychanalytique, París, PUF, 1990, y J. B. Fages, His-
tamente una biografía es de gran interés la obra de D. Anzieu, El toria del psicoandlisis después de Freud, trad. de F. Blanco, Barce-
autoandlisis de Freud, trad. de U. Guiñazú, México, Siglo XXI, 2 lona, Martínez Roca, 1979. Cfr. asimismo: H. F. Ellenberger, El
vals., 1978. descubrimiento del inconsciente, trad. de P. López Orega, Madrid,
Gredas, 1976; R. Jaccard (dir.), Histoire de la Psychoanalyse,
París, Hachette, 1982; E. Roudinesco, La batalla de los cien años.
3. Diccionarios Historia del psicoandlisis en Francia, trad. de I. Gárate (vol. 1)
y de A. E. Guyer (vals. 2 y 3), Barcelona, Fundamentos, 1988-1993.
El más autorizado, y que aquí hemos tenido muy en cuenta,
es el de J. Laplanche y J.-B. Pontalis, Diccionario de Psicoandlisis,
trad. de F. Cervantes, Barcelona, Labor, 1971. Más reciente es el 6. Psicopatología, epistemología, técnica psicoanalíticas
de E. Roudinesco y M. Plan, Diccionario de psicoandlisis, trad. de
J. Piatigorsky, Barcelona, Paidós, 1998, con gran atención, ade- P.-L. Assoun, Introducción a la epistemología .freudiana, trad.
más de a los conceptos, a la vida y obra de los diversos autores y de O. Barahona, México, Siglo XXI, 1982; J. Bergeret (dir.), Psi-
a las diferentes corrientes psicoanalíticas. cología patológica, trad. de A. Izquierdo, Barcelona, Masson, 2. a
ed., 1990; R. Cruz Rache, Psicoandlisis: reflexiones epistemológi-
cas, Madrid, Espasa-Calpe, 1990; H. Etchegoyen, Los fUndamen-
4. Obras de introducci6n tos de la técnica psicoanalítica, B. Aires, Amorrortu, 1988; J. A.
Lorén (dir.), Teoría del conocimiento y pensar psicoanalítico, Va-
Existen numerosas obras de introducción, algunas muy va- lencia, Promolibro, 200 l.
liosas, aunque lógicamente todas responden a un propósito: al-
gunas son en exceso sumarias y otras presuponen ya conoci-
mientos sobre el tema o se centran en determinados aspectos, 7. Psicoanálisis y cultura
bien desarrollados, descuidando por completo otros. Todas las ci-
tadas a continuación serán de provechosa lectura: V. Gómez Pin, P.-L. Assoun, Freud. La filosofía y los filósofos, trad. de A. L.
El psicoandlisis. justificación de Freud, Barcelona, Montesinos, Bixio, B. Aires, Paidós, 1982; N. Brown, Eros y Tdnatos. El sen-
1981; L. Grinberg (comp.), Introducción a la teoría psicoanalítica, tido psicoanalítico de la historia, trad. de F. Perujo, México, Joa-

-----~---- - - -- - - ---·--··-- ------------ -


Freud y su obra Nota bibliográfica 379
.1/H

quín Mortiz, 1967; C. Domínguez Morano, El psicoandlisis freu-


J. Millet, B. Aires, Edhasa, 1971; E. Roudinc~m. j. /_t/utn. Es-
bozo de una vida, historia de un JistmM rlt· f!t'fiJtlmimto, trad. de
diano de la religión, Madrid, Paulinas, 1990; C. Gómez Sánchez, T. Segovia, Barcelona, Anagrama, 199'5.
Freud, crítico de la Ilustración. (Ensayos sobre psicoandlisis, religión
y ética), Barcelona, Crítica, 1998; P. Ricoeur, Freud. Una inter-
pretación de la cultura, trad. de A. Suárez, Madrid, Siglo XXI,
1970; Ph. Rieff, Freud. La mente de un moralista, trad. de A. Cu- 10. Otras obras
curullo, Buenos Aires, Paidós, 1966; E. Trías, Lo bello y lo sinies-
tro, Barcelona, Ariel, 1988. Excelente conocedor de Freud y asimismo de Lacan, pero con
un pensamiento independiente, J. Laplanche ha revisado algunos
de los temas fundamentales del psicoanálisis en los 5 volúmenes
8. La Viena de Freud de sus Problemdticas (l La angustia; JI, Castración. Simbolizacio-
nes; Ill La sublimación; IV. El inconsciente y el ello; V. La cubeta.
A. Janick y S. Toulmin, La Viena de Wittgenstein, trad. de l.
Transcendencia de la transferencia), B. Aires, Amorrotu, 1988ss.
Gómez de Liaño, Madrid, Taurus, 1974; C. Schorske, Viena, fin
Del propio Laplanche, entre otros: Vida y muerte en psicoandlisis,
de siglo, trad. de l. Menéndez, Barcelona, Gustavo Gili, 1981; S. trad. de M. Horne, B. Aires, Amorrotu, 1973; Interpretar con
Tubert, Malestar en la palabra. El pensamiento crítico de Freud y
Freud, B. Aires, N. Visión, 1980; Nuevos fUndamentos para el psi-
la Viena de su tiempo, Madrid, Biblioteca Nueva, 1999. coandlisis. La seducción originaria, trad. de S. Bleichmar, B. Aires,
Amorrortu, 1989. cfr. asimismo A. Green y otros, El inconsciente
.freudiano y el psicoandlisis .francés contempordneo, B. Aires, N.Vi-
9. Obras de enfoque kleiniano y lacaniano sión, 1984. La Asociación Psicoanalítica de Madrid y Biblioteca
Nueva están publicando una serie de volúmenes sobre «Psicoa-
M. Klein y J. Lacan han sido dos grandes recreado res del psi-
nalistas de hoy» que puede resultar de interés.
coanálisis. De la primera se pueden consultar: Obras completas,
trad. de H. Friedenthal, B. Aires, Paidós, 6 vols., 1975. Sobre M.
Klein: P. Grosskurth, M. Klein. Su mundo y su obra, B. Aires, Pai-
dós, 1990; R. D. Hinshelwood, Diccionairo del pensamiento klei-
niano, B. Aires, Amorrortu, 1992; H. Segal, Introducción a la
obra de M. Klein, trad. de H. Friedenthal, B. Aires, Paidós, 1971.
De J. Lacan: Escritos, trad. de T. Segovia, México, Siglo XXI, 15.a
ed., 1989; diversos volúmenes de El seminario, ed. de J.-A. Mi-
ller, trad. en B. Aires, Paidós. Sobre Lacan: J. Dor, Introducción
a la lectura de Lacan, trad. de M. Mizraji, Barcelona, Gedisa,
1994; D. Evans, Diccionario introductorio de psicoandlisis laca-
niano, Buenos Aires, Paidós, 1997; J. B. Fages, Para comprender
a Lacan, trad. de M. Horne, B. Aires, Amorrortu, 1973; 1995;
l. Gárate y J. M. Marinas, Lacan en castellano, Madrid, Quipú,
1996; P. Guyomard, La jouissance du tragique. Antigone, Lacan et
le désir de l'analyste, París, Aubier, 1992; P. Lacou-Labarthe y J.
L. Nancy, Le titre de la lettre, París, Galilée, 1973; E. Porge, J La-
can, un psicoanalista. Recorrido de su enseñanza, trad. de A. Mi-
lán, Madrid, Síntesis, 2001; A. Rifflet Lemaire, Lacan, trad. de
COLECCIÓN PSICOANÁLISIS

Descubrimientos y refUtaciones. La lógica de la indagación psicoanalítica,


por Jorge L. Ahumada.
Una presencia que da vida. Psicoterapia psicoanalítica con niños autistas,
<<borderline>>, deprivados y víctimas de abusos sexuales, por Anne Álvarez.
La definsa maníaca, por Cléopatre Athanassiou-Popescu.
D. W Winnicot. Retrato y biografia, por Kahr Brett.
1

La sexualidad femenina, por Janine Chasseguet-Smirgel.


Cambiar de sexo, por Colette Chiland.
La identificación proyectiva en las psicosis, por Luis Fernando Crespo.
Diccionario de Términos y Conceptos Psico-analíticos [De la Asociación
Psicoanalítica Americana], Edición española al cuidado del Dr. Ceci-
lio Paniagua.
La técnica en el psicoanálisis infontil. El niño y el analista: de la relación
al campo emocional, por Antonino Ferro.
Leer a Freud· Génesis y constitución de la teoría psicoanalítica, por Car-
los Gómez Sánchez.
Migración y exilio, por L. y R. Grinberg.
En el núcleo vivo de lo infontiL Reflexiones sobre la situación analítica,
por Florence Guignard.
Teoría psicoanalítica. Su doble eje centraL· la tópica psíquica y la diná-
mica pulsional, por José Gutiérrez Terrazas.
Para leer a Ferenczi, por José Jiménez, Agustín Genovés, M.a Beatriz
Rolán y Pilar Revuelta.
El adolescente suicida, por Moses Laufer.
Diccionario de la obra de Wilfted R. Bion, por Rafael E. López Corvo.

[381]
.1H2
Índice

DeL Edipo aL sueño. ModeLos de La mente en eL desarroLlo y en La transfe-


rencia, por Mauro Mancia.
EL rechazo de Lo femenino. La Esfinge y su aLma en pena, por Jacqueli-
' ne Schaeffer.
La cuLpa. Consideraciones sobre eL remordimiento, La venganza y La res-
ponsabiLidad, por Roberto Speziale-Bagliaca.
Refogios psíquicos. Organizaciones patológicas en pacientes psicóticos, neu-
róticos y fronterizos, por John Steiner.
Contribuciones al pensamiento psico-analítico. En conmemoración de los
veinticinco primeros años de la Revista de la APM.
Libro anual del Psicoandlisis (1). Selección de los mejores artículos de
la Revue Franr;aise de PsychanaLyse.
Libro anual del PsicoandLisis (2). Selección de los mejores artículos de
1
la Revue Franr;aise de PsychanaLyse.
i Libro anuaL del Psicoandlisis (3). Selección de los mejores artículos de
i't: la Revue Franr;aise de Psychanalyse.
1 Libro anual del PsicoandLisis (4). Selección de los mejores artículos de
la Revue Franr;aise de PsychanaLyse.
El padecimiento psíquico y la cura psicoanalítica. 14 Conferencias pro-
nunciadas en La Universidad de Verano de El Escorial. 24-28 de agosto
de 1998.

También podría gustarte