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La Teoría del Desarrollo Psicosocial de Erik Erikson

Por Sergio Ferreiro


Counselor
Psicólogo Social

Erik Erikson (Alemania, 1902-1994), fue hijo de una pareja judía desavenida: su
padre abandonó a su madre al poco tiempo de que él naciera, y ella volvió a formar
pareja con el médico de su hijo. Luego de terminar la secundaria viajó por Europa,
muchas veces pasando necesidades extremas. Se había planteado ser artista, y se
acercaba a toda cuanta manifestación de tal naturaleza podía. Recién a los 25 años de
edad se planteó conseguir un trabajo estable; obtuvo un puesto de maestro de arte para
estudiantes extranjeros, y luego de psicoanalizarse con Anna Freud, obtuvo su
certificado de psicoanalista. Poco después formó pareja con Joan Serson, también
psicoanalista, y tuvo tres hijos. Al sobrevenir el régimen nazi, emigró con su familia;
primero a Dinamarca, el país de su padre biológico, y luego a los Estados Unidos. Allí
consiguió un puesto en la Universidad de Harvard y se dedicó al psicoanálisis de niños.
Conoció allí a grandes personalidades de la psicología y la antropología; luego también
enseñó en las universidades de Yale y Berkeley. A esta última renuncia cuando se
siente presionado políticamente por el macartismo, y vuelve a Harvard, donde
permanece hasta su jubilación, en 1970. Luego se dedica a la investigación y la
escritura durante el resto de su vida. Su hijo, Kai Erikson, es un destacado sociólogo,
especializado en el estudio de desastres. No guarda ningún parentesco con Milton
Erickson, psicólogo estadounidense destacado en el campo de la hipnosis.
Su mayor aporte ha sido el desarrollo de un esquema de psicología evolutiva que
goza de una gran difusión y aceptación. Se basa en una reinterpretación de la teoría de
Freud sobre el desarrollo psicosexual; recordemos que éste detiene su análisis en la
llamada “fase genital” y no avanza más allá en el ciclo de vida, como si ese estadio
fuese el último y permanente durante todo el resto de la vida. Erikson acepta las ideas
de Freud como correctas, pero las amplía dando una gran importancia a la comprensión
del Yo, que considera como una fuerza poderosa para ordenar y resolver las crisis
vitales, y así no seríamos solamente “victimas” de nuestras incontenibles pulsiones.
Para él, que tenía mucho interés en la antropología, el desarrollo de la personalidad es
continuo durante toda la vida, y en él intervienen la cultura, la sociedad y el contexto
histórico: somos un producto de la interacción social.
La teoría de Erikson

Erikson divide el término de la vida en ocho fases o etapas psicosociales por


naturaleza. Estas etapas vitales se basan en dos rasgos fundamentales: en primer lugar,
cada una de ellas está determinada por un conflicto entre fuerzas antagónicas, para
cuya resolución el ser humano debe ir adquiriendo ciertas competencias. En segundo
lugar, presume que somos seres activos en búsqueda de adaptación al ambiente y con
el potencial necesario para hacerlo, lo cual también implica que el fracaso es posible.
La manera en que en cada etapa se pueda resolver el conflicto o “crisis” que la
caracteriza, determina en gran medida en qué estado pasamos a la etapa siguiente y a
su vez condiciona todo el desarrollo personal. No se puede acelerar este proceso ni
protegernos de él: cada crisis ocurrirá en el momento apropiado, con ligeras variantes
según la persona.

Mutualidad ó interacción generacional

Ya establecido claramente por Freud que los padres influyen de modo decisivo en
el desarrollo de los hijos, Erikson determina que también los hijos influyen en el
desarrollo de los padres. Ejemplos: con la llegada de un hijo nos cambia la vida y la
trayectoria de nuestra evolución; una madre adolescente se “obliga” a vivir esa etapa de
un modo que consideraríamos atípico. Asimismo cree que inclusive los abuelos influyen
en los nietos, y viceversa.

Los estadios psicosociales

1) Etapa sensorio-oral (Confianza vs. Desconfianza básica)

Abarca desde el nacimiento hasta el año y medio de vida. El vínculo que se


genera con la madre condiciona el momento y determina el futuro de los vínculos que la
persona establecerá a lo largo de toda su vida. Es necesaria una confianza básica para
determinar la calidad de las relaciones sin eliminar la capacidad para desconfiar, puesto
que del balance adecuado dependen la vulnerabilidad, la resistencia a la frustración y la
seguridad, evitando que nos convirtamos en adultos estúpidos o bien exageradamente
aprensivos o suspicaces.
Si se alcanza ese balance ideal, la virtud que se desarrollará es la esperanza.
Esta hace que se crea en que siempre puede haber soluciones para los problemas, que
vale la pena esperar o demorar la satisfacción de un deseo, que toda desilusión o
fracaso puede ser vista positivamente como aprendizaje.

2) Etapa anal-muscular (Autonomía vs. Vergüenza y duda)

Se extiende desde los 18 meses hasta los 3 años de vida. Comienza el desarrollo
muscular y cognitivo, el niño se relaciona voluntariamente con sus esfínteres, así como
con los objetos que le rodean, los cuales va aprendiendo a reconocer. En el proceso de
aprendizaje aparecerán dudas que pueden suscitar vergüenza; el éxito de esta etapa es
la sensación de sentirse como un cuerpo independiente y con autonomía, o sea con
capacidad de decidir sobre lo que aparece como importante. La idea es alcanzar la
autonomía pero conservando algo de vergüenza y posibilidad de duda.
Requiere de los padres firmeza y tolerancia: la libertad total con ausencia de
límites, o hacer todo lo que él debería hacer por sí mismo lo hará darse por vencido
fácilmente, así como burlarse de sus intentos: de cualquier modo asumirá su propia
incapacidad y se culpará a sí mismo. Podría desarrollar asimismo la impulsividad total,
que es ausencia de vergüenza que desconoce todo límite, o por el contrario, demasiada
vergüenza desarrollaría la compulsividad, que es la obsesión por dudar totalmente de
sí mismo y evitar el error a cualquier precio.
La virtud que se desarrolla en esta etapa es la voluntad o determinación. “Yo
puedo”, suele decir el niño; conservémosle esto, aun con cierto límite de prudencia.

3) Etapa genital-locomotora (Iniciativa vs. Culpa)

Entre los 3 y los 5 años de edad se acelera el desarrollo intelectual y físico. El


niño pone a prueba constantemente su interés por las cosas y por vincularse con otras
personas, pone en juego una gran curiosidad y necesidad de preguntar y averiguar
todo, y suele ser una etapa de gran creatividad. Es la edad del juego. Deberíamos
alentar la imaginación la fantasía y la curiosidad. Esto no es demasiado factible en un
sistema de educación formal. La iniciativa consiste en el intento de hacer real lo que no
existe. La culpa se puede generar a partir de la crítica o reacción negativa a sus
actitudes por parte de sus seres más significativos. No obstante es importante la
aparición de cierta dosis de culpa: así es como aprendemos a hacernos responsables de
nuestros actos, y hacemos los primeros juicios morales. Erikson no desconoce el
complejo de Edipo, señala que el niño aprende a no culparse por sus sentimientos a
pesar de que deba “renunciar” a ellos.
Demasiada iniciativa y poca culpa derivan en crueldad. Demasiada culpa y
escasa iniciativa provocarían inhibición: “si no arriesgo, nunca pierdo”. El equilibrio
desarrolla como virtud psicosocial el propósito o finalidad. Esto es, el coraje de hacer
lo que se debe, a pesar de todo.

4) Etapa de latencia – (Industriosidad vs. Inferioridad)

Desde los 6 hasta los 12 años, coincidiendo con el “período de latencia”


freudiano, los niños muestran un genuino interés por el funcionamiento de las cosas
complejas, se meten en todo, quieren hacer gala continuamente de lo que van
aprendiendo, y la estimulación positiva en esta etapa es decisiva para su seguridad y
afirmación. El grupo de iguales, los compañeros, se vuelven muy importantes. La falta
de estímulo, o la crítica constante y sobre todo la comparación negativa con los otros,
puede minar su autoestima creando un sentimiento de inseguridad que lo instalará en la
vida como “inferior”.
En esta etapa, se desarrolla la laboriosidad, poniendo a su servicio a la
imaginación; se aprenden las habilidades necesarias para someterse a las exigencias
sociales. Los juegos de esta etapa son reglados, a diferencia de los de la etapa anterior.
Influyen ya no solo los padres, sino los maestros y los compañeros y amigos. Aparece la
noción de éxito cuando lo que se imagina es llevado a cabo.
La virtud que se desarrolla es la competencia o idoneidad, como equilibrio entre
laboriosidad y humildad.
Apurar esta etapa puede llevar a la virtuosidad dirigida, en la cual se les
sobrexige o se los induce a la competitividad. Pero suele darse más el “complejo de
inferioridad”, por el cual nos sentimos humillados si no logramos hacer algo que se
considera importante, y se instala entonces la inercia.

5) Etapa de la adolescencia (Identidad vs. Confusión de rol)

Es el estadio típico de la adolescencia, durante la cual la pregunta fundamental es


“¿quién soy? La identidad yoica significa saber quién soy y cómo encajo en mi ámbito
social. Requiere que elaboremos una autoimagen unificada, para lo cual es importante
todo lo aprendido hasta ese momento, tanto como los buenos ejemplos y la posibilidad
de intercambio comunicacional con quienes nos resultan significativos. Implica cierto
alejamiento de los padres y cercanía con el grupo de pares, la exploración de su propio
“nuevo” cuerpo y sus posibilidades y de la factibilidad de nuevos vínculos con el mundo,
la vocación, las preguntas sobre el futuro. La identidad se apuntala en las experiencias
que van teniendo; esas mismas experiencias con sus sucesivos éxitos y fracasos van
ocasionando cierta confusión acerca de la identidad, de la cual finalmente se va
emergiendo.
Algunas sociedades poseen rituales iniciáticos muy claros; en nuestro medio
existen solo como rastros de tradiciones cuyo origen está bastante olvidado. Esta
indefinición contribuye a la confusión de roles; nos tratan como niños y como adultos a la
vez, y así nos sentimos, no sabiendo quienes somos.
Los adolescentes suelen ser idealistas y extremistas en sus opiniones; la
exagerada identidad yoica que se identifica con una subcultura desarrolla el fanatismo,
pues no se acepta lo diferente. Conduce al repudio, que es muy problemático porque
implica no aceptar la adultez, fusionándose con un grupo destructivo como sectas o
bandas en las cuales se canjea la propia identidad por la que el grupo presta; se puede
encontrar embarcado en conductas autodestructivas tales como el alcoholismo o la
drogadicción, y dejarse arrastras por fantasías psicóticas.
La virtud que se desarrolla en esta etapa es la fidelidad; esta implica lealtad
hacia el medio en el cual hemos hallado nuestro lugar en la realidad, deseando contribuir
a su desarrollo.
6) Adultez joven (Intimidad vs. Aislamiento)

Se extiende desde el fin de la adolescencia hasta la “mitad de la vida”. Se suele


ubicar entre los 20 y los 40 años aproximadamente: los límites temporales en adultos
son mucho más elásticos que en las etapas infantiles.
Los vínculos se hacen más maduros, se priorizan aquellos más íntimos, con
compromiso recíproco y real, que den sensación de mayor confianza y seguridad.
Pasada la adolescencia la identidad ya no está tan en duda, y entonces es más posible
el acercamiento íntimo entre las personas, pues no se pone en peligro aquélla. Por
intimidad entendamos el estar cerca como pareja, como amigo, o como ser social con
compromiso. Al evadir este tipo de intimidad, se puede llegar fácilmente a la soledad o el
aislamiento, y este puede ser un camino recto hacia la depresión. A esto ayuda hoy en
día el modo en que muchos viven en aislamiento, sin relaciones personales verdaderas,
lo impersonal de la virtualidad, la industria cultural que promueve los valores del
individualismo.
El yo adolescente necesita identidad y suele buscarla en una pareja, de modo de
poder decir “soy el novio de”, “soy la mejor amiga de”, por ejemplo. En el caso de dos
adultos se supone que si ya saben quiénes son cada uno de ellos, el estar juntos
implica construir algo nuevo fuera de sí mismos. Cuando se dan parejas con mucha
diferencia etaria se suele percibir la diferencia entre ambos otro justamente en este
aspecto, notándose una gran influencia o dominación de uno sobre el otro.
A su vez, es la edad de las “procastinaciones” o postergación de metas, cuando
en cierto sentido permanecen atados a la adolescencia al atrasar la concreción de
cuestiones que consideran importantes pero a las cuales les temen: casarse, comprar
una casa, fundar una familia, etc. Suele instalarse un mecanismo de defensa de
racionalización, porque siempre hay que justificar lo que se hace pero mucho más lo que
no se hace. El exceso de maladaptación en esta etapa es la promiscuidad, y su defecto
es la exclusión o aislamiento máximo; en compensación a esto suele desarrollarse una
irritabilidad constante y un estado de queja y rabia que torna muy difícil vivir en sus
cercanías.
La virtud que se desarrolla en esta etapa es el AMOR, como mutualidad de
cuidado entre dos seres, pero también entre los miembros del grupo o comunidad en el
que operamos.
7) Adultez media (Generatividad vs. Estancamiento)

Este período llega hasta aproximadamente los 60 años, y suele coincidir con el
período de crianza de los hijos hasta que estos forman su propia familia. La persona
dedica su tiempo primordialmente a su familia; se prioriza el equilibrio entre la
productividad vinculada al futuro y el estancamiento, y se suele pensar prioritariamente
en el porvenir de la familia. La productividad es vista aquí como una extensión del amor
en el tiempo; aparece la preocupación por la generación siguiente, en los hijos y
asimismo en la juventud en general; no esperamos una reciprocidad inmediata como en
la etapa anterior, sino que confiamos en que estamos haciendo lo que debemos en tanto
contribuimos a construir el futuro. La crianza de los hijos, el cuidado, es la manifestación
más notoria, pero también lo son todo el trabajo productivo que se desempeña, la
enseñanza, la transmisión de cultura y valores, la ciencia, el arte y el activismo social. El
Estancamiento es visto como antagónico de la Generatividad: en exceso se llama
sobrextensión: el que se deja absorber completamente por un cúmulo de actividades y
no tiene nunca nada de tiempo para sí mismo ni puede hacer bien nada de todo aquello.
La tendencia negativa es llamada rechazo, y consiste en la prolongación de aquél
aislamiento en el cual se produce y se contribuye muy poco a la sociedad, llegando a
perder completamente la noción del sentido de la vida.
En esta etapa se desarrolla lo que se suele llamar “crisis de la mediana edad”, en
la cual el individuo necesita replantearse ese sentido, y confirmar la pertinencia de sus
acciones. El bienestar suele estar en relación con la certeza (o no) de sentirse útil y
necesario. Si el individuo se cuestiona “¿Qué hago aquí si nadie me necesita? – No
sirvo para nada” se siente estancado y no logra canalizar su esfuerzo, y sobreviene un
sentimiento de gran frustración y fracaso.

8) Adultez tardía ( Integridad del Yo vs. Desesperación)

Es el estadio que acontece en la vejez, y el último de la vida; suele comenzar con


el momento de la jubilación. Cuando el individuo deja de ser productivo (en parte o por
completo), la forma de vivir se ve alterada. Erikson ve muy positivamente a esta etapa,
pues cuando se ha llegado bien a ella es porque nos hemos desarrollado bien y hemos
tenido una buena vida. La tendencia a menospreciar eta etapa es un producto de la
cultura imperante que todo el tiempo valoriza y realza la juventud creando el “viejismo”
como prejuicio.
A su vez suele ocurrir el fallecimiento de amigos y conocidos, que nos recuerda
nuestra propia finitud, y es necesario afrontar los duelos inclusive por las pérdidas de
habilidades y posibilidades del propio cuerpo.
La mayor tarea es conservar la integridad yoica, defendiéndose de la
desesperanza. La cultura imperante no ayuda, como decíamos: el adulto mayor vive
más aislado socialmente, se duda de su utilidad, y sin una gran integridad del yo eso es
muy difícil de soportar; se complica a su vez con el propio sentimiento de debilidad física
pues obviamente el cuerpo ya no responde como antes. No ser requerido para el
trabajo, no haber aprendido otra tarea para seguir siendo útil, no tener ya hijos a los
cuales criar, el probable padecimiento de dolencias crónicas y la relativa cercanía de la
muerte, todo ello contribuye a la desesperanza. Si ella se instala, como respuesta se
suele actuar en base a la nostalgia (del griego: dolor de regreso): “todo tiempo pasado
fue mejor”, se suele decir; pero el pasado ya ocurrió y no se puede cambiar, y no suele
quedar tiempo ni energía para recuperar aquellas cosas que se han perdido entre
decisiones mal tomadas o ignorancias mal resueltas. Esa desesperación suele producir
malhumor, conducta resentida, hipocondría, depresión y en casos extremos, psicosis
y/o demencia senil, con o sin explicación posible desde el punto de vista biológico. En
casos de maladaptación, sobreviene la presunción, que es un “como si” de la
adaptación, pero sin afrontar las dificultades de la vejez. También en el otro extremo
puede aparecer el desdén, que Erikson define como “desacato a la vida”. Pero no solo
a la vida propia, sino también a la de todos los demás.
La virtud que se desarrolla en esta etapa es la Sabiduría. No solo se manifiesta
en palabras o consejos, sino en actitudes y generosidades. Erikson dice que se es
suficientemente sabio si se puede afrontar la muerte sin miedo, y que esto es un regalo
para la descendencia, pues “los niños sanos no temerán a la vida si los viejos tienen la
suficiente integridad como para no temer a la muerte”.

Bibliografía

Erikson, Erik: “Infancia y Sociedad” –Trad. De Noemí Rosenblatt – 4ta. Edición.


Ediciones Hormé – Buenos Aires, 1973 (sin ISBN)

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