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siquiera para preguntarles si se encontraban bien o si necesitaban algo.

En realidad no los visitaba para que no le salieran pidiendo algo.


Un día en que Alí Babá estaba en el bosque cortando leña oyó un
ruido que se acercaba y que se parecía al ruido que hacen cuarenta ca-
Alí Babá y los cuarenta ladrones ballos cuando galopan. Se asustó, pero como era curioso trepó a un ár-
bol.
Espiando, vio que eran, efectivamente, cuarenta caballos. Sobre
Anónimo: Las mil y una noches
cada caballo venía un ladrón, y cada ladrón tenía una bolsa llena de
monedas de oro, vasos de oro, collares de oro y más de mil rubíes, zafi-
ros, ágatas y perlas. Delante de todos iba el jefe de los ladrones.
Los ladrones pasaron debajo de Alí Babá y sofrenaron frente a
una gran roca que tenía, más o menos, como una cuadra de alto y que
era completamente lisa. Entonces el jefe de los ladrones gritó a la roca:
“¡Ábrete, sésamo!”. Se oyó un trueno y la roca, como si fuera un sésa-
mo, se abrió por el medio mientras Alí Babá casi se cae del árbol por la
emoción. Los ladrones entraron por la abertura de la roca con caballos
y todo, y una vez que estuvieron dentro el jefe gritó: “¡Ciérrate, sésa-
mo!”. Y la roca se cerró.
“Es indudable –pensó Alí Babá sin bajar del árbol– que esa roca
completamente lisa es mágica y que las palabras pronunciadas por el
jefe de los ladrones tienen el poder de abrirla. Pero más indudable to-
davía es que dentro de esa extraña roca tienen esos ladrones su escon-
dite secreto donde guardan todo lo que roban.” Y en seguida se oyó
otra vez un gran trueno y la roca se abrió. Los ladrones salieron y el jefe
gritó: “¡Ciérrate, sésamo!”. La roca se cerró y los ladrones se alejaron a
todo galope, seguramente para ir a robar en algún lado. Cuando se
perdieron de vista, Alí Babá bajó del árbol.
“Yo también entraré en esa roca –pensó–. El asunto será ver si
otra persona, pronunciando las palabras mágicas, puede abrirla.” En-
tonces, con todas las fuerzas que tenía, gritó: “¡Ábrete, sésamo!”. Y la
roca se abrió.
Después de tardar lo que se tarda en parpadear, se lanzó por la
puerta mágica y entró. Y una vez dentro se encontró con el tesoro más
Había una vez un señor que se llamaba Alí Babá y que tenía un her-
grande del mundo. “¡Ciérrate, sésamo!”, dijo después. La roca se cerró
mano que se llamaba Kassim. Alí Babá era honesto, trabajador, bueno,
con Alí Babá dentro y él, con toda tranquilidad, se ocupó de meter en
leñador y pobre. Kassim era deshonesto, haragán, malo, usurero y rico.
una bolsa una buena cantidad de monedas de oro y rubíes. No dema-
Alí Babá tenía una esposa, una hermosa criada que se llamaba Luz de la
siado: lo suficiente como para asegurarse la comida de un año y tres
Noche, varios hijos fuertes y tres mulas. Kassim tenía una esposa y muy
meses. Después dijo: “¡Ábrete, sésamo!”. La roca se abrió y Alí Babá sa-
mala memoria, pues nunca se acordaba de visitar a sus parientes, ni
lió con la bolsa al hombro. Dijo: “¡Ciérrate, sésamo!” y la roca se cerró y

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él volvió a su casa, cantando de alegría. Pero cuando su esposa lo vio —De manera que éstos son los granos que estuvieron pesando –
entrar con la bolsa se puso a llorar. masculló la mujer de Kassim–. Se lo mostraré a mi marido.
—¿A quién le robaste eso? –gimió la mujer. Y cuando Kassim vio el rubí, casi se muere del disgusto. Y él, que
Y siguió llorando. Pero cuando Alí Babá le contó la verdadera his- nunca se acordaba de visitar a Alí Babá, fue corriendo a buscarlo. Sin
toria, la mujer se puso a bailar con él. saludar a nadie, entró en la casa de su hermano en el mismo momento
—Nadie debe enterarse de que tenemos este tesoro –dijo Alí en que estaban por enterrar el tesoro.
Babá–, porque si alguien se entera querrá saber de dónde lo sacamos, y —¡Sinvergüenzas! –gritó–. Ustedes siempre fueron unos pobres
si le decimos de dónde lo sacamos querrá ir también él a esa roca mági- gatos. Díganme de dónde sacaron ese maravilloso tesoro si no quieren
ca, y si va puede ser que los ladrones lo descubran, y si lo descubren que los denuncie a la policía.
terminarán por descubrirnos a nosotros. Y si nos descubren a nosotros Kassim se puso a patalear de rabia. Alí Babá, resignado, com-
nos cortarán la cabeza. Enterremos todo esto. prendió que lo mejor sería contarle la verdad.
—Sí, pero antes contemos cuántas monedas y piedras preciosas —Mañana mismo iré hasta esa roca y me traeré todo a mi casa –
hay –dijo la mujer de Alí Babá. dijo Kassim cuando su hermano y su cuñada terminaron de explicarle.
—¿Y terminar dentro de diez años? ¡Nunca! –le contestó Alí A la mañana siguiente, Kassim estaba frente a la roca dispuesto a
Babá. pronunciar las palabras mágicas. Había llevado doce mulas y veinticua-
—Entonces, ya sé, pesaré todo esto. Así sabré, al menos aproxi- tro bolsas; tanto era lo que pensaba sacar.
madamente, cuánto tenemos y cuánto podremos gastar –dijo la mujer. —¿Qué era lo que tenía que decir? –se preguntó Kassim–. Ah, sí,
Y agregó–: Pediré prestada una balanza. ahora recuerdo…
Desgraciadamente, la mujer de Alí Babá tuvo la mala idea de ir a Y muy emocionado exclamó: “¡Ábrete, sésamo!”.
la casa de Kassim y pedir prestada la balanza. Kassim no estaba en ese La roca se abrió y Kassim entró. Después dijo “Ciérrate, sésamo”,
momento, pero sí su esposa. y la roca se cerró con él dentro. Una hora estuvo Kassim parado frente a
—¿Y para qué quieres la balanza? –le preguntó la mujer de Kas- las montañas de moneda de oro y de piedras preciosas.
sim a la mujer de Alí Babá. “Aunque tenga que venir todos los días –pensó–, no dejaré la más
—Para pesar unos granos –contestó la mujer de Alí Babá. mínima cosa de valor que haya aquí. Me lo voy a llevar todo a mi casa.”
“¡Qué raro! –pensó la mujer de Kassim–. Éstos no tienen ni para Y se puso a morder las monedas para comprobar que no fueran falsas.
caerse muertos y ahora quieren una balanza para pesar granos. Eso sólo Después empezó a elegir entre las piedras preciosas. “Aunque me las
lo hacen los dueños de los grandes graneros o los ricos comerciantes llevaré todas, es mejor que empiece por las más grandes, no vaya a ser
que venden granos.” que por h o por b mañana no pueda venir y me quede sin las mejores.”
—¿Y qué clase de granos vas a pesar? –le preguntó la mujer de La elección le llevó unas cinco horas. Pero en ningún momento se
Kassim después de pensar lo que pensó. sintió cansado. “Es el trabajo más hermoso que hice en toda mi vida.
—Pues granos… –le contestó la mujer de Alí Babá. Gracias al tonto de mi hermano, me he convertido en el hombre más
—Voy a prestarte la balanza –le dijo la mujer de Kassim. rico del mundo.” Y cuando cargó las veinticuatro bolsas se dispuso a
Pero antes de prestársela, y con todo disimulo, la mujer de Kassim partir.
untó con grasa la base de la balanza. —¿Qué era lo que tenía que decir? –se preguntó–. Ah, sí, ahora
“Algunos granos se pegarán en la grasa, y así descubriré qué estu- recuerdo… Y muy emocionado dijo: “¡Ábrete, alpiste!”.
vieron pesando realmente”, pensó la mujer de Kassim. Pero la roca ni se movió.
Alí Babá y su mujer pesaron todas las monedas y las piedras pre- –¡Ábrete, alpiste! –repitió Kassim.
ciosas. Después devolvieron la balanza. Pero un rubí había quedado pe- Pero la roca no obedeció.
gado a la grasa.

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—Por Alá –dijo Kassim–, olvidé el nombre de la semilla. ¿Por qué —Ah, no –dijo el zapatero–, eso sí que no –y tendió la mano para
no lo habré anotado en un papelito? que Luz de la Noche le diera otra moneda.
Y, desesperado, empezó a pronunciar el nombre de todas las se- —Está bien –dijo el zapatero después de recibir la moneda de
millas que recordaba: “Ábrete, cebada”; “Ábrete, maíz”; “Ábrete, gar- oro–, vamos a tu casa.
banzo”… Y fueron. El zapatero cosió la cabeza del muerto, reuniéndola con
Al final, totalmente asustado, ya no sabía qué decir: “Ábrete, za- el resto del cuerpo. Y todo lo hizo con los ojos vendados. Finalmente
nahoria”; “Ábrete, coliflor”; “Ábrete, calabaza”… volvió a su casa guiado por Luz de la Noche y allí se quitó la venda.
Hasta que la roca se abrió. Pero no por Kassim sino por los cua- —No cuentes a nadie lo que hiciste –le advirtió Luz de la Noche.
renta ladrones que regresaban. Y cuando vieron a Kassim, le cortaron la Y se fue contenta, porque con su plan ya estaba todo resuelto. De
cabeza. manera que cuando los vecinos fueron informados que Kassim había
—¿Cómo habrá entrado aquí? –preguntó uno de los ladrones. muerto, nadie sospechó nada.
—Ya lo averiguaremos –dijo el jefe–. Ahora salgamos a robar otra Y eso fue lo que pasó con Kassim, el malo, el haragán, el de mala
vez. memoria. Pero resulta que los ladrones volvieron a la roca y vieron que
Y se fueron a robar, después de dejar bien cerrada la roca. Kassim no estaba. Ninguno de los ladrones era muy inteligente que di-
Alí Babá estaba preocupado porque Kassim no regresaba. Enton- gamos, pero el jefe dijo:
ces fue a buscarlo a la roca. —Si el muerto no está, quiere decir que alguien se lo llevó.
Dijo “¡Ábrete, sésamo!”, y cuando entró vio a Kassim muerto. Llo- —Y si alguien se lo llevó –dijo otro ladrón–, quiere decir que al-
rando, se lo llevó a su casa para darle sepultura. Pero había un proble- guien salió de aquí llevándoselo.
ma: ¿qué diría a los vecinos? Si contaba que Kassim había sido muerto —Pero si alguien salió de aquí llevándoselo –dijo el jefe de los
por los ladrones se descubriría el secreto, y eso, ya lo sabemos, no con- ladrones–, quiere decir que primero entró alguien que después se lo
venía. llevó.
—Digamos que murió de muerte natural –dijo Luz de la Noche. —¿Pero cómo va a entrar alguien –preguntó otro ladrón– si para
—¿Cómo vamos a decir eso? –dijo Alí Babá– ¡Nadie muere sin entrar tiene que pronunciar las palabras mágicas secretas, que por ser
cabeza! secretas nadie conoce?
—Yo lo resolveré –dijo Luz de la Noche, y fue a buscar a un zapa- Todos se quedaron en silencio. Después de cavilar hasta el ano-
tero. checer, el jefe dijo por fin:
Camina que camina, llegó a la casa del zapatero. —Quiere decir que si alguien salió llevándose a ese muerto, quie-
—Zapatero –le dijo–, voy a vendarte los ojos y te llevaré a mi re decir que antes de salir entró, porque nadie puede salir de ningún
casa. lado si antes no entra. Quiere decir que el que entró pronunció las pa-
—Eso nunca –le contestó el zapatero–. Si voy, iré con los ojos bien labras secretas.
libres. —¿Y eso qué quiere decir? –preguntaron los otros treintainueve
—No –repuso Luz de la Noche. Y le dio una moneda de oro. ladrones.
—¿Y para qué quieres vendarme los ojos? –preguntó el zapatero. —¡Quiere decir que alguien descubrió el secreto! –contestó el
—Para que no veas adónde te llevo y no puedas decir a nadie jefe.
dónde queda mi casa –dijo Luz de la Noche, y le dio otra moneda de —¿Y eso qué quiere decir? –preguntaron los treintainueve.
oro. —¡Que hay que cortarle la cabeza!
—¿Y qué tengo que hacer en tu casa? –preguntó el zapatero. —¡Muy bien! –dijeron todos– ¡Cortémosela ahora mismo!
—Coser a un muerto –le explicó Luz de la Noche. Y ya salían a cortarle la cabeza cuando el jefe dijo:

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—Primero tenemos que saber quién es el que descubrió nuestro —¿Aun en la oscuridad de la noche? ¿No te equivocarás de casa?
secreto. Uno de ustedes debe ir al pueblo y averiguarlo. –preguntó el jefe.
—Yo iré –dijo el ladrón número 39. (El número 40 era el jefe.) —No. Porque marqué la puerta con una cruz.
Cuando el ladrón número 39 llegó al pueblo, pasó frente al taller —¡Vamos! –dijeron todos.
de un zapatero y entró. Dio la casualidad de que era el zapatero que ya Y blandiendo sus alfanjes se lanzaron a todo galope.
sabemos. —Ésta es la casa –dijo el ladrón número 39 cuando llegaron a la
—Zapatero –dijo el ladrón número 39–, estoy buscando a un primera puerta del pueblo.
muerto que se murió hace poco. ¿No lo viste? —¿Cuál? –preguntó el jefe.
—¿Uno sin cabeza? –preguntó el zapatero. —La que tiene la cruz en la puerta.
—El mismo –dijo el ladrón número 39. —¡Todas tienen una cruz! ¿Cuántas puertas marcaste?
—No, no lo vi –dijo el zapatero. El ladrón número 39 casi se desmaya. Pero no tuvo tiempo por-
—De mí no se ríe ningún zapatero –dijo el ladrón–. Bien sabes de que el jefe, enfurecido, le cortó la cabeza. Y, sin pérdida de tiempo, or-
quién hablo. denó el regreso. No querían levantar sospechas.
—Sí que sé, pero juro que no lo vi. —Alguien tiene que volver al pueblo, hablar con ese zapatero y
Y el zapatero le contó todo. tratar de dar con la casa.
—Qué lástima –se lamentó el 39–, yo quería recompensarte con —Iré yo –dijo el ladrón número 38.
esta linda bolsita. Y le mostró una bolsita llena de moneditas de oro. Y fue. Y encontró la casa del zapatero. Y el zapatero se hizo ven-
—Un momento –dijo el zapatero–, yo no vi nada, pero debes sa- dar los ojos. Y le señaló la casa. Y el ladrón número 38 hizo una cruz en
ber que los ciegos tienen muy desarrollados sus otros sentidos. Cuando la puerta. Pero de color rojo y tan chiquita que apenas se veía. Después
me vendaron los ojos, súbitamente se me desarrolló el sentido del olfa- zapatero y ladrón se fueron, cada cual por su camino.
to. Creo que por el olor podría reconocer la casa a la que me llevaron. Pero una vez más Luz de la Noche vio todo y repitió la estratage-
Y agregó: ma anterior: en todas las puertas de la vecindad marcó una cruz roja,
—Véndame los ojos y sígueme. Me guiaré por mi nariz. igual a la que había hecho el bandido.
Así se hizo. Con su nariz al frente fue el zapatero oliendo todo. —Jefe, ya encontré la casa y puedo guiarlos ahora mismo hasta
Detrás de él iba el ladrón número 39. Hasta que se pararon frente a una ella –dijo el ladrón número 38 cuando volvió a la roca mágica.
casa. —¿No te confundirás? –dijo el jefe.
—Es ésta –dijo el zapatero–. La reconozco por el olor de la leña —No, porque hice una cruz muy pequeña, que sólo yo sé cuál es.
que sale de ella. Y los treinta y nueve ladrones salieron a todo galope.
—Muy bien –respondió el ladrón número 39–. Haré una marca en —Ésta es la casa –dijo el ladrón número 38 cuando llegaron a la
la puerta para que pueda guiar a mis compañeros hasta aquí y cumplir primera puerta del pueblo.
nuestra venganza amparados por la oscuridad de la noche. —¿Cuál? –preguntó el jefe.
Y el ladrón hizo una cruz en la puerta. Después, ladrón y zapatero —La que tiene esa pequeña cruz colorada en la puerta.
se fueron, cada cual por su camino. Pero Luz de la Noche había visto —Pero de qué hablas, si todas tienen una pequeña cruz colorada
todo. Entonces salió a la calle y marcó la puerta de todas las casas con en la puerta –dijo el jefe de los bandidos y, luego de cortarle la cabeza,
una cruz igual a la que había hecho el ladrón. Después se fue a dormir comentó para todos:
muy tranquila. —Mañana yo mismo hablaré con ese zapatero.
—Jefe –dijo el ladrón número 39 cuando volvió a la guarida se- Y ordenó el regreso. Al día siguiente el jefe de los ladrones buscó
creta–, con ayuda de un zapatero descubrí la casa del que sabe nuestro al zapatero. Y lo encontró. Y el zapatero se hizo vendar los ojos. Y lo
secreto y ahora puedo conducirlos hasta ese lugar. guio. Y le mostró la casa. Pero el jefe no hizo ninguna cruz en la puerta

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ni otra señal. Lo que hizo fue quedarse durante diez minutos mirando —¡Un aceite con turbantes! –dijo Luz de la Noche, y le dio con el
bien la casa. cucharón. El ladrón no se levantó más. Tina por tina recorrió Luz de la
—Ahora soy capaz de reconocerla entre diez mil casas parecidas – Noche, y en todas le pasó lo mismo. A ella y al que estaba adentro.
se dijo, y fue en busca de sus muchachos. Enojadísima, fue a buscar al vendedor de aceite, y blandiendo el cucha-
—Ladrones –les dijo–, para entrar en la casa del que descubrió rón le dijo:
nuestro secreto y cortarle la cabeza sin ningún problema, me disfrazaré —¡Es una vergüenza! ¡No encontré ni una miserable gota de acei-
de vendedor de aceite. En cada caballo cargaré dos tinas de aceite va- te en ninguna de sus tinas! ¡¿Con qué enciendo ahora mis lámparas?!
cías. Cada uno de ustedes se esconderá en una tina y cuando yo dé la Y le dio con el cucharón en la cabeza.
orden ustedes saldrán de la tina y mataremos al que descubrió nuestro El jefe de los ladrones cayó redondo.
secreto y a todos los que salgan a defenderlo. —¿Por qué tratas así a mis huéspedes? –preguntó Ali Babá.
—¡Muy bien! –dijeron, entusiasmados, los ladrones. Entonces Luz de la Noche quitó el disfraz al jefe de la banda y
Los caballos fueron cargados con las tinas y cada ladrón se metió todo quedó aclarado. Como es de imaginar, los ladrones recibieron su
en una de ellas. El jefe se disfrazó de vendedor de aceite y después tapó merecido. Y eso fue lo que pasó con ellos.
las tinas. En cuanto a Alí Babá, dicen que al día siguiente fue a buscar al-
Esa tarde los treintaiocho ladrones entraron en el pueblo. Todos gunas monedas de oro a la roca, y que cuando llegó no encontró nada:
los que los vieron entrar pensaban que se trataba de un vendedor que la roca había desaparecido, con tesoro y todo.
traía treintaisiete tinas de aceite. Pero ésta es una versión que ha comenzado a circular en estos
Llegaron a la casa de Alí Babá y el jefe de los ladrones pidió per- días, y no se ha podido demostrar.
miso para pasar.
—¿Quién eres? –preguntó Alí Babá. FIN

—Un pacífico vendedor de aceite –dijo el jefe de los bandidos–.
Lo único que te pido es albergue, para mí y para mis caballos.
—Adelante, pacífico vendedor –dijo Alí Babá.
Y les dio albergue. Y también comida y dulces y licores. Pero el
jefe de los ladrones lo único que quería era que llegara la noche para
matar a Alí Babá y a toda su familia. Y la noche llegó. Pero resulta que
hubo que encender las lámparas.
—Nos hemos quedado sin una gota de aceite –se dijo Luz de la
Noche–, y no puedo encender las lámparas. Por suerte hay en casa un
vendedor de aceites; sacaré un poco de esas grandes tinas que él tiene.
Luz de la Noche tomó un pesado cucharón de cobre y fue hasta la
primera tina y levantó la tapa. El ladrón que estaba adentro creyó que
era su jefe que venía a buscarlo para lanzarse al ataque, y asomó la ca-
beza.
—¡Qué aceite más raro! –exclamó Luz de la Noche, y le dio con el
cucharón en la cabeza.
El ladrón no se levantó más.
Luz de la Noche fue hasta la segunda tina y levantó la tapa, y otro
ladrón asomó la cabeza, creyendo que era su jefe.

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Érase una vez un molinero que tenía tres hijos, su molino, un asno y un
gato. Los hijos tenían que moler, el asno tenía que llevar el grano y aca-
rrear la harina y el gato tenía que cazar ratones. Cuando el molinero
murió, los tres hijos se repartieron la herencia. El mayor heredó el mo-
El gato con botas lino, el segundo el asno y el tercero el gato, pues era lo único que que-
daba.
Entonces se puso muy triste y se dijo a sí mismo: “Yo soy el que
Anónimo; versión de los hermanos Grimm
ha salido peor parado. Mi hermano mayor puede moler y mi segundo
hermano puede montar en su asno, pero qué voy a hacer yo con el
gato. Si me hago un par de guantes con su piel, ya no me quedará
nada”.
—Escucha –empezó a decir de pronto el gato, que lo había en-
tendido todo–, no debes matarme sólo por sacar de mi piel un par de
guantes malos. Encarga que me hagan un par de botas para que pueda
salir a que la gente me vea, y pronto obtendrás ayuda.
El hijo del molinero se asombró de que el gato hablara de aquella
manera, pero como justo en ese momento pasaba por allí el zapatero, lo
llamó y le dijo que entrara y le tomara medidas al gato para confeccio-
narle un par de botas. Cuando estuvieron listas el gato se las calzó,
tomó un saco y llenó el fondo de grano, pero en la boca le puso una
cuerda para poder cerrarlo, y luego se lo echó a la espalda y salió por la
puerta andando sobre dos patas como si fuera una persona.
Por aquellos tiempos reinaba en el país un rey al que le gustaba
mucho comer perdices, pero había tal miseria que era imposible conse-
guir ninguna. El bosque entero estaba lleno de ellas, pero eran tan hui-
dizas que ningún cazador podía capturarlas. Eso lo sabía el gato y se
propuso que él haría mejor las cosas. Cuando llegó al bosque abrió el
saco, esparció por dentro el grano y la cuerda la colocó sobre la hierba,
metiendo el cabo en un seto. Allí se escondió él mismo y se puso a ron-
dar y a acechar. Pronto llegaron corriendo las perdices, encontraron el
grano y se fueron metiendo en el saco una detrás de otra. Cuando ya
había una buena cantidad dentro el gato tiró de la cuerda, cerró el saco
corriendo hacia allí y les retorció el pescuezo. Luego se echó el saco a la
espalda y se fue derecho al palacio del rey.
La guardia gritó:
—¡Alto! ¿Adónde vas?
—A ver al rey –respondió sin más el gato.
—¿Estás loco? ¡Un gato a ver al rey!

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—Dejen que vaya –dijo otro–, que el rey a menudo se aburre y El molinero no supo qué contestar, pero siguió al gato. Fue con él,
quizás el gato lo complazca con sus gruñidos y ronroneos. se desnudó por completo y se tiró al agua. El gato, por su parte, tomó la
Cuando el gato llegó ante el rey, le hizo una reverencia y dijo: ropa, se la llevó de allí y la escondió. Apenas terminó de hacerlo, llegó
—Mi señor, el conde –aquí dijo un nombre muy largo y distingui- el rey y el gato empezó a lamentarse con gran pesar:
do– presenta sus respetos a su señor el rey y le envía aquí unas perdices —¡Ay, clementísimo rey! ¡Mi señor se estaba bañando aquí en el
que acaba de cazar con lazo. lago y ha venido un ladrón que le ha robado la ropa que tenía en la ori-
El rey se maravilló de aquellas gordísimas perdices. No cabía en sí lla, y ahora el señor conde está en el agua y no puede salir, y como siga
de alegría y ordenó que metieran en el saco del gato todo el oro de su mucho tiempo ahí, se resfriará y morirá!
tesoro que éste pudiera cargar. Al oír aquello, el rey dio la voz de alto y uno de sus siervos tuvo
—Llévaselo a tu señor y dale además muchísimas gracias por su que regresar a toda prisa a buscar ropas del rey. El señor conde se puso
regalo. las lujosísimas ropas del rey y, como ya de por sí el rey le tenía afecto
El pobre hijo del molinero, sin embargo, estaba en casa sentado por las perdices que creía haber recibido de él, tuvo que sentarse a su
junto a la ventana con la cabeza apoyada en la mano, pensando que lado en la carroza. La princesa tampoco se enfadó por ello, pues el con-
ahora se había gastado lo último que le quedaba en las botas del gato y de era joven y bello y le gustaba bastante.
dudando que éste fuera capaz de darle algo de importancia a cambio. El gato, por su parte, se había adelantado y llegó a un gran prado
Entonces entró el gato, se descargó de la espalda el saco, lo desató y donde había más de cien personas recogiendo heno.
esparció el oro delante del molinero. —Eh, ¿de quién es este prado? –preguntó el gato.
—Aquí tienes algo a cambio de las botas, y el rey te envía sus sa- —Del gran mago.
ludos y te da muchas gracias. —Escuchen: el rey pasará pronto por aquí. Cuando pregunte de
El molinero se puso muy contento por aquella riqueza, sin com- quién es este prado, contesten que del conde. Si no lo hacen, morirán
prender todavía muy bien cómo había ido a parar allí. Pero el gato se lo todos.
contó todo mientras se quitaba las botas y luego le dijo: A continuación el gato siguió su camino y llegó a un trigal tan
—Ahora ya tienes suficiente dinero, sí, pero esto no termina aquí. grande que nadie podía abarcarlo con la vista. Allí había más de dos-
Mañana me pondré otra vez mis botas y te harás aún más rico. Al rey le cientas personas segando.
he dicho también que tú eras un conde. —Eh, gente, ¿de quién es este grano?
Al día siguiente, tal como había dicho, el gato, bien calzado, salió —Del mago.
otra vez de caza y le llevó al rey buenas piezas. —Escuchen: el rey va a pasar ahora por aquí. Cuando pregunte
Así ocurrió todos los días, y todos los días el gato llevaba oro a de quién es este grano, contesten que del conde. Si no lo hacen, mori-
casa y el rey llegó a apreciarlo tanto que podía entrar y salir y andar rán todos.
por palacio a su antojo. Finalmente el gato llegó a un magnífico bosque. Allí había más de
Una vez estaba el gato en la cocina del rey calentándose junto al trescientas personas talando los grandes robles y haciendo leña.
fogón, cuando llegó el cochero maldiciendo: —Eh, gente, ¿de quién es este bosque?
—¡Que se vayan al diablo el rey y la princesa! ¡Quería ir a la ta- —Del mago.
berna a beber y a jugar a las cartas, y ahora resulta que tengo que lle- —Escuchen: el rey va a pasar ahora por aquí. Cuando pregunte
varles de paseo al lago! de quién es este bosque, contesten que del conde. Si no lo hacen así,
Cuando el gato oyó esto, se fue furtivamente a casa y le dijo a su morirán todos.
amo: El gato continuó aún más adelante y toda la gente lo siguió con la
—Si quieres convertirte en conde y ser rico, sal conmigo y vente mirada, y como tenía un aspecto tan asombroso y andaba por ahí con
al lago y báñate. botas como si fuera una persona, todos se asustaban de él.

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Pronto llegó al palacio del mago, entró con descaro y se presentó —Tienes que ser un hombre rico, señor conde. Yo no creo que
ante él. El mago lo miró con desprecio y le preguntó qué quería. El gato tenga un bosque tan magnífico como éste.
hizo una reverencia y dijo: Al fin llegaron al palacio. El gato estaba arriba, en la escalera, y
—He oído decir que puedes transformarte a tu antojo en cual- cuando la carroza se detuvo bajó corriendo de un salto, abrió las puer-
quier animal. Si es en un perro, un zorro o también un lobo, puedo tas y dijo:
creérmelo, pero en un elefante me parece totalmente imposible, y por —Señor rey, ha llegado al palacio de mi señor, el señor conde, a
eso he venido, para convencerme por mí mismo. quien este honor le hará feliz para todos los días de su vida.
El mago dijo orgulloso: El rey se apeó y se maravilló del magnífico edificio, que era casi
—Eso para mí es una minucia. más grande y más hermoso que su propio palacio. El conde, por su par-
Y en un instante se transformó en un elefante. te, condujo a la princesa escaleras arriba hacia el salón, que deslumbra-
—Eso es mucho, pero ¿puedes transformarte también en un león? ba por completo de oro y piedras preciosas.
—Eso tampoco es nada para mí –dijo el mago, que se convirtió en Entonces la princesa le fue prometida en matrimonio al conde, y
un león delante del gato. cuando el rey murió se convirtió en rey. Y el gato con botas, por su par-
El gato se hizo el sorprendido y exclamó: te, en primer ministro.
—¡Es increíble, inaudito! ¡Eso no me lo hubiera imaginado yo ni
en sueños! Pero aún más que todo eso sería si pudieras transformarte FIN

también en un animal tan pequeño como un ratón. Seguro que tú pue-
des hacer más cosas que cualquier otro mago del mundo, pero eso sí
que será imposible para ti.
El mago, al oír aquellas dulces palabras, se puso muy amable y
dijo:
—Oh, sí, querido gatito, eso también puedo hacerlo.
Y, dicho y hecho, se puso a dar saltos por la habitación convertido
en ratón. El gato lo persiguió, lo atrapó de un salto y se lo comió.
El rey, por su parte, seguía paseando con el conde y la princesa y
llegó al gran prado.
—¿De quién es este heno? –preguntó el rey.
—¡Del señor conde! –exclamaron todos, tal como el gato les ha-
bía ordenado.
—Ahí tienes un buen pedazo de tierra, señor conde –dijo.
Después llegaron al gran trigal.
—Eh, gente, ¿de quién es este grano?
—Del señor conde.
—¡Vaya, señor conde, grandes y bonitas tierras tienes!
A continuación llegaron al bosque.
—Eh, gente, ¿de quién es este bosque?
—Del señor conde.
El rey se quedó aún más asombrado y dijo:

8
El hermanito no bebió aunque tenía mucha sed, y dijo:
—Esperaré basta llegar a otra fuente.
Cuando llegaron a la segunda fuente, la oyó decir la hermanita:
“Quien de mi agua bebe, lobo se vuelve; quien de mi agua bebe, lobo se
Hermanito y hermanita vuelve…”.
La hermanita le dijo:
—Por Dios, hermanito, no bebas, pues te volverías lobo y me co-
Anónimo; versión de los hermanos Grimm
merías.
El hermanito no bebió, y dijo:
—Esperaré hasta que lleguemos a la próxima, pero entonces be-
Un hermanito tomó a su hermanita de la mano, y le dijo: beré aunque digas cuanto quieras, pues estoy seco de sed.
—Desde que ha muerto nuestra madre no hemos tenido una hora Cuando llegaron a la tercera fuente, la hermanita la oyó murmu-
buena; nuestra madrastra nos pega todos los días, y si nos arrimamos a rar estas palabras: “El que de mi agua bebe, corzo se vuelve; el que de
ella, nos echa a puntillones. Los mendrugos que quedan son nuestro mi agua bebe, corzo se vuelve…”.
alimento, y al perro que está debajo de la mesa le trata mucho mejor La hermanita le dijo:
que a nosotros, pues le echa alguna vez un buen pedazo de pan. Dios —¡No bebas, por Dios, hermanito, porque te volverías corzo y
tenga piedad de nosotros. Mira, ¿no será mejor irnos a correr el mun- huirías de mí!
do? ¡Acaso nos vaya mejor! Pero el hermanito se había arrodillado cerca de la fuente y co-
Caminaron todo el día atravesando campos, prados y sierras, y menzó a beber; apenas tocaron sus labios el agua, se convirtió en corzo.
cuando llovía decía la hermanita: La hermanita echó a llorar sobre su pobre hermano encantado, y
—Dios llora lo mismo que nuestros corazones. el pobre corzo lloraba también sin moverse de su lado.
Por la noche llegaron a un bosque muy espeso, y estaban tan fati- La niña le dijo por último:
gados por el hambre, el cansancio y el disgusto, que se acurrucaron en —No tengas cuidado, mi querido corzo, que no me separaré de ti.
el hueco de un árbol y se durmieron. Entonces se quitó su liga dorada, e hizo un collar con ella al cor-
Cuando despertaron al día siguiente, el sol estaba ya en lo alto zo, después arrancó algunos juncos y tejió con ellos una soguilla, con la
del cielo y calentaba con sus rayos el interior del árbol. Entonces dijo el que ató al animal y juntos se internaron en un bosque. Después de ha-
hermanito: ber andado mucho tiempo, llegaron por último a una casita, donde en-
—Tengo sed, hermanita, si supiera dónde hay una fuente, iría a tró la niña, y habiendo visto que no estaba habitada, dijo:
beber. Me parece que he oído sonar una. —Aquí podemos detenernos y quedarnos a vivir.
Se levantó el hermanito, tomó a su hermanita de la mano y se Entonces buscó musgo para que pudiera descansar el corzo, y to-
pusieron a buscar la fuente. Pero su malvada madrastra era hechicera, das las mañanas salía, recolectaba raíces, frutas salvajes y nueces, y
había visto marcharse a los dos hermanitos, había seguido sus pasos a también yerbas frescas que comía el corzo en su mano y estaba muy
hurtadillas, como hacen las hechiceras, y había echado yerbas encanta- contento y saltaba de alegría delante de ella. Por la noche, cuando la
das en todas las fuentes de la selva. En cuanto encontraron una fuente niña estaba ya cansada, y había rezado sus oraciones, reclinaba su ca-
que corría murmurando por entre las piedras, el hermanito quiso beber, beza en la espalda del corzo, que le servía de alfombra y se dormía dul-
pero la hermanita oyó decir a la fuente por lo bajo: “El que de mi agua cemente, y se hubiese creído feliz con este género de vida, con sólo que
bebe, tigre se vuelve; el que de mi agua bebe, tigre se vuelve…”. su hermano hubiera tenido todavía su forma humana.
La hermana le dijo: Pasaron así algún tiempo en aquel lugar desierto, pero llegó un
—Por Dios, hermano, no bebas, pues te volverás tigre y me harías día en que el rey de aquel país tuvo una partida de caza en el bosque,
pedazos.
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que resonaba con las tocatas de las trompas, los ladridos de los perros y —Ve a descansar a la cama, querido corcito, para curarte.
los alegres gritos de los cazadores. Pero la herida era tan ligera, que al día siguiente el corzo no sen-
El corzo oyó todo aquel ruido y sentía no encontrarse cerca. tía nada, y cuando volvió a oír en el bosque el sonido de la cacería,
—¡Ah! –dijo a su hermanita– déjame ir a la cacería, no puedo re- dijo:
signarme a estar aquí. —No puedo parar aquí, necesito salir, no me atraparán con tanta
Y suplicó tanto que la hermanita cedió al fin. facilidad.
—Mira –le dijo– no dejes de volver a la noche, cerraré las puertas Su hermanita le dijo llorando:
para que no entren esos cazadores, y para que te conozca, dices cuando —Hoy te van a matar, no quiero dejarte salir.
llames: “Soy yo, querida hermanita, abre, corazoncito mío”; si no dices —Me moriré aquí de disgusto si no me dejas salir –le contestó–;
eso, no abriré la puerta. cuando oigo la corneta de la caza, me parece que se me van los pies.
El corzo se lanzó fuera de la casa, muy contento y alegre de gozar La hermanita no pudo menos de ceder, le abrió la puerta llena de
del aire libre. tristeza, y el corzo se lanzó al bosque alegre y decidido.
El rey y sus cazadores vieron al hermoso animal, y corrieron en su El rey apenas le vio, dijo a los cazadores:
persecución sin poderle alcanzar; cuando se creían próximos a atrapar- —Perseguidle hasta la noche, pero no le hagáis daño.
le, saltó por encima de una zarza y desapareció. En cuanto comenzó a En cuanto se puso el sol, dijo el rey al cazador:
oscurecer, corrió a la casa, y llamó diciendo: —Ven conmigo y enséñame la casa de que me has hablado.
—Soy yo, querida hermanita, abre, corazoncito mío. Cuando llegaron a la puerta, llamó y dijo:
Se abrió la puerta, entró en la casa y durmió toda la noche en su —Soy yo, querida hermanita, abre, corazoncito mío.
blanda cama. Se abrió la puerta y entró el rey, hallando en su presencia a una
Al día siguiente volvió a comenzar la caza, y cuando oyó el corzo joven tan hermosa como no había visto nunca antes.
de nuevo el son de las trompas y el ruido de los cazadores, no pudo La joven tuvo miedo cuando vio que en vez del corzo, entraba un
descansar más, y dijo: rey con la corona de oro en la cabeza; pero el rey la miró con dulzura y
—Hermanita, ábreme, tengo que salir. le ofreció la mano, diciéndole:
La hermanita le abrió la puerta, diciéndole: —¿Quieres venir conmigo a mi palacio y ser mi esposa?
—No dejes de venir a la noche y de decir las palabras convenidas. —¡Oh, sí! –contestó la joven–. Mas es preciso que venga conmigo
Cuando el rey y los cazadores volvieron a ver al corzo con su co- el corzo, no puedo separarme de él.
llar dorado; echaron todos tras él, pero era demasiado listo y ágil para El rey dijo:
dejarse atrapar: los cazadores le habían cercado ya de tal modo a la —Permanecerá a tu lado mientras vivas, y no carecerá de nada.
caída de la tarde, que uno de ellos le hirió ligeramente en el pie, de En aquel momento entró el corzo saltando, su hermanita le ató
forma que cojeaba, y a duras penas pudo escaparse. Un cazador se des- con la cuerda de juncos, tomó la cuerda en la mano, y salió con él de la
lizó tras sus huellas hasta llegar a la casita donde le oyó decir: casa.
—Soy yo, querida hermanita, abre, corazoncito mío. El rey llevó a la joven a su palacio, donde se celebró la boda con
Y vio que le abrían la puerta y que cerraban en seguida. El caza- gran magnificencia, y desde entonces fue Su Majestad la reina y vivie-
dor conservó fielmente estas palabras en la memoria, se dirigió a donde ron juntos mucho tiempo. El corzo estaba muy bien cuidado y saltaba y
estaba el rey y le refirió lo que había visto y oído. corría por el jardín del palacio; sin embargo; su malvada madrastra,
El rey dijo: que había sido la causa de que los dos niños abandonaran la casa pa-
—Mañana continuará también la caza. terna, e imaginaba que la hermanita había sido devorada por las fieras
La hermanita se asustó mucho cuando vio volver al corzo herido, del bosque y que su hermanito, convertido en corzo, había sido muerto
le lavó la sangre de la herida, le aplicó yerbas y le dijo: por los cazadores, cuando supo que eran tan felices, y vivían con tanta

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prosperidad, se despertaron en su corazón el odio y la envidia, comen- do preguntó la nodriza a los guardias si había entrado alguien en pala-
zando a agitarle e inquietarle, y se dedicó a buscar con el mayor cuida- cio durante la noche, le contestaron:
do un medio para hundir a los dos en la desgracia. Su hija verdadera, —No, no hemos visto a nadie.
que era tan fea como la noche y solo tenía un ojo, la reconvenía dicién- Volvió muchas noches de la misma manera sin pronunciar una
dole: sola palabra; la nodriza la veía siempre, pero no se atrevía a hablarle.
—La ventura de llegar a ser reina es a mí a quien pertenece. Al cabo de algún tiempo la madre comenzó a hablar por la noche
—¡No tengas cuidado! –le dijo la vieja, procurando apaciguarla–; y dijo: “¿Qué hace mi hijito? ¿Qué hace mi corcito? Volveré dos veces
cuando sea tiempo, me hallarás pronta a servirte. más, y ya no vendré jamás…”.
En efecto, en cuanto llegó el momento en que la reina dio a luz La nodriza no le contestó, pero apenas había desaparecido, corrió
un hermoso niño, como el rey estaba de caza, la hechicera tomó la for- a contárselo al rey, quien dijo:
ma de una doncella, entró en el cuarto en que se hallaba acostada la —¡Dios mío! ¿qué significa esto? Voy a pasar la noche próxima al
reina y le dijo: lado del niño.
—Venid, vuestro baño está cerca, os sentará muy bien, y os dará En efecto, fue por la noche al cuarto del niño, y hacia las doce, se
muchas fuerzas; pronto, antes de que se enfríe. apareció la madre, y dijo: “¿Qué hace mi hijito? ¿Qué hace mi corcito?
Acompañada de su hija, llevó al baño a la reina convaleciente, le Aun volveré otra vez más, y ya no vendré jamás…”. Después acarició al
dejaron allí, y después salieron, cerrando la puerta. Habían tenido cui- niño como hacía siempre, y desapareció. El rey no se atrevió a dirigirle
dado de encender junto al baño un fuego parecido al del infierno, para la palabra; pero a la noche siguiente se quedó también en vela. La reina
que la joven reina se ahogase pronto con el humo. dijo: “¿Qué hace mi hijito? ¿Qué hace mi corcito?”. El rey no pudo con-
Después de esto, tomó la vieja a su hija, le puso un gorro en la tenerse más, se lanzó hacia ella y le dijo:
cabeza y la acostó en la cama de la reina; le dio también la forma y las —Tú debes de ser mi querida esposa.
facciones de la reina, pero no pudo ponerle el ojo que había perdido, y —Sí –le contestó–, soy tu mujer querida.
para que no lo notase el rey, le mandó que estuviera echada del lado de Y en el mismo instante recobró la vida por la gracia de Dios, y se
que era tuerta. puso tan hermosa y fresca como una rosa.
Cuando a la caída de la tarde volvió el rey de la caza y supo que Refirió al rey el crimen que habían cometido con ella la malvada
le había nacido un hijo, se alegró de todo corazón y quiso ir a la cama hechicera y su hija, y el rey las mandó comparecer delante de su tribu-
de su querida mujer para ver cómo estaba. nal, donde fueron condenadas. La hija fue conducida a un bosque,
Pero la vieja dijo en seguida: donde la despedazaron las bestias salvajes apenas la vieron y la hechi-
—No abráis, por Dios, las ventanas; la reina no puede ver la luz cera fue condenada a la hoguera, pereciendo miserablemente entre las
todavía; necesita descanso. llamas; apenas la hubo consumido el fuego, volvió el corzo a su forma
El rey se volvió no recelando que se hallaba sentada en su lecho natural, y hermanito y hermanita vivieron felices hasta el fin de sus
una reina fingida. días.
Pero cuando dieron las doce de la noche y todos dormían, la no-
driza que estaba en el cuarto del niño, cerca de su ama, siendo la única FIN
que velaba, vio abrirse la puerta y entrar al espectro de la verdadera
madre. La vio sacar al niño de la cuna, tomarlo en sus brazos y darle de
beber. Después la vio arreglarle la almohada, volverlo a poner en su
sitio y correr las cortinas. También vio que no se olvidó del corzo, pues
se acercó al rincón donde descansaba y le pasó la mano por la espalda.
Por último la vio salir sin decir una sola palabra. Al día siguiente, cuan-

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