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Vida y Muerte en El Tercer Reich Capitulo 1 Fritzsche
Vida y Muerte en El Tercer Reich Capitulo 1 Fritzsche
Unos pocos años antes de que los Klemperer pararan en ese restaurante de camioneros, un
joven sociólogo estadounidense de la Universidad de Columbia llegó a Berlín en tren. En
1934, Theodore Abel se instaló en su pensión: el también e dedicaba a contar ¨Heil Hitlers¨,
un saludo que le pareció, se usaba ¨sólo en lugares oficiales¨. La razón por la que había
llegado a Berlín era el lanzamiento de un colosal proyecto de investigación sobre los nazis.
Abel quería preguntar a los miembros del partido por qué se habían hechos nazis. Su idea
era conseguir que aquellos que se habían unido al movimiento nazi en la década de 1920,
escribieran sus autobiografías, para lo cual necesitaba la colaboración del Partido Nazi.
Quería explorar el fenómeno del nazismo por medio de testimonios individuales en lugar de
reducirlo a estadísticas generales. El partido organizó un concurso y reunió centenares de
texto autobiográficos que puso a disposición de Abel. La investigación vio sus frutos en
1938 con la publicación del libro ¨Why Hitler Came to Power¨. Abel reconoce la
importancia de los factores sociales y económicos, pero hace hincapié en la ideología: la
función de la experiencia de la guerra, el trauma de la derrota y la decisión de rejuvenecer
las estructuras políticas de Alemania.
Quiero adaptar el método de Abel y presentar tres historias de vida, basadas en diarios y
cartas personales, para mostrar de qué modo el ¨Heil Hitler!¨ y el ¨buenos días¨ se
combinaron en el Tercer Reich. Las vidas de los Gebensleben en Braunshweig, de los
Dürkefälden en Peine y de Erich Ebermayer en Leipzig, nos permite conocer las diversas
formas en que los alemanes se apartaron de los nazis o se acercarona ellos. En su diario,
Victor Klemperer intentó conjeturar cómo sus vecinos no judíos veían a los nazis. El Tercer
Reich hacía que los ¨arios¨ se sintieran en casa. Las cartas y dairios a los que nos
referiremos nos ofrecen la oportunidad de evaluar las ideas de Klemperer y analizar cómo
los alemanes se veían a sí mismos, sus relaciones con los judíos y el futuro del Tercer Reich
en la década de 1930.
Elisabeth Gebensleben, una mujer activa, era la esposa del teniente de alcalde de
Braunschweig y una ferviente partidaria de los nazis. Gebensleben y sus hijos habían
alentado la ¨oposición nacional¨ a la República de Weimar. Ella y su esposo habían
abandonado en 1930 el monárquico Partido Popular Nacional Alemán para apoyar a los
nacionalsocialistas. En sus cartas abundaban las observaciones políticas, y las que destina a
su hija Irmgard, o Immo, que se había trasladado a Holanda, son especialmente detalladas.
Para Elisabeth, enero de 1933 resultaba conmovedor porque ¨un hombre sencillo, que había
combatido en las trincheras, se sienta ahora donde en otro tiempo lo hacía Bismark¨, Según
pensaba, Hitler conseguiría la reconciliación social de los alemanes. Para ella, el 30 de
enero de 1933 (asunción de Hitler), significaba el rechazo de la revolución traidora de 1918
en nombre de la unidad patriótica de 1914.
Los decretos presidenciales otorgaron al nuevo gobierno de Hitler poderes policiales sin
precedentes. La policía y las tropas de asalto nazis arrestaron a los activistas
socialdemócratas y comunistas, cerrando sus periódicos y sindicatos. Elizabeth comentó en
una carta: ¨los comunistas tienen que desaparecer, y los marxistas también¨. Recelosa de los
comunistas, Elisabeth se negaba a dar la bienvenida a los antiguos adversarios hasta que
hubieran pasado ¨un período de prueba de tres años en los campos de concentración¨.
A medida que los nazis fueron haciéndose más fuertes, la unidad de la nación, aunque
enjuagada en el terror, pareció hacerse evidente. El 1 de mayo, recién reconocido
oficialmente como día festivo para honrar a los trabajadores, Elisabeth veía en todas partes
el ¨entusiasmo nacional¨. Lo que llamaba la atención de Elisabeth era el espectáculo de la
unidad del pueblo: estaba más interesada en el nacionalsocialismo que en Hitler. ¿Qué
pasaba con la ¨miserable campaña contra los judíos¨? La pregunta la planteó Immo desde
Holanda, adonde habían empezado a llegar los refugiados judíos. El boicot judío exigía una
respuesta considerada. Elisabeth pasó a justificar ese boicot: ¨Alemania está empleando las
armas que tiene para responder a la campaña de calumnias del exterior¨. ¨Versalles¨ había
arrebatado las ¨oportunidades para la vida¨ a los alemanes y ahora éstos contraatacaban por
el bien de sus ¨propios hijos¨. El razonamiento de Elisabeth es imperfecto pero, sostiene,
los judíos tienen que compensar en 1933 lo que los Aliados hicieron en 1919. La mujer ve
de frente el terror nazi, pero tras un momento de vacilación rechaza las pruebas como
accidentales o las justifica en nombre del sufrimiento alemán. Elisabeth se dedicó al trabajo
como voluntaria en la organización de las mujeres nacionalsocialistas, mientras que su hijo,
Eberhard, se unió a las tropas de asalto. Cursos de liderazgo, campos de adiestramiento,
servicio paramilitar: éste era el nuevo ritmo de la vida para los profesionales con ambición
en el Tercer Reich. Durante la guerra, Eberhard puso en peligro su carrera al enamorarse de
Herta Euling, una pianista que tenía una abuela judía. Su familia se oponía a su matrimonio,
aunque pensaban que Herta era una buena chica. Eberhard Gebensleben murió en Bélgica
en 1944.
La familia de Elizabeth se identificaba con los nazis. En cambio, Karl Dürkefâlden se
opuso al régimen a lo largo de los doce años del Tercer Reich. Dürkefâlden empezó a llevar
un diario en 1932, el año en que se descubrió desempleado, recién casado y viviendo con su
esposa, Gerda, en la casa de sus padres en Peine. Sus entradas documentan los conflictos
laborales hacia el final de la República de Weimar y, después de 1933, identifica las
motivaciones de los vecinos que se unieron al movimiento nazi o recoge las versiones sobre
el programa contra los judíos alemanes de 1938. Durante la segunda guerra mundial,
registra testimonios sobre el brutal trato que se daba a los prisioneros de guerra rusos.
Karl realiza un retrato atento de su barrio de clase obrera, exponiendo las divisiones
políticas entre los partidarios de la izquierda y los de la derecha. Dürkefâlden consiguió
describir cómo las conversiones de la clase trabajadora contribuyeron a crear el
nacionalsocialismo. Mientras que Elisabeth consideraba que los acontecimientos de enero
de 1933 eran una triunfante ¨revolución desde la derecha¨, Karl se refiere a una revolución
súbita e inesperada, en la que muchos de sus vecinos experimentaron una veloz conversión
al nazismo. Karl estaba consternado por la rapidez con que su padre, su madre y su
hermana se habían convertido en partidarios de los nazis. Entretanto, Karl y Gerda viajaron
para visitar a los padres de ella: ¨ellos todavía no han cambiado de opinión¨. Su cuñado
tampoco se había ¨ajustado¨. Sin embargo, muchos otros de sus conocidos sí se habían
convertido al nazismo. Inicialmente tenía dificultades para creer que tantísimas personas se
convirtieran por cualquier razón distinta del oportunismo. Sólo más adelante le resultó claro
que la convicción también había desempeñado un papel.
El diario de Karl nos ofrece una imagen impresionante de las celebraciones del 1 de mayo
en Peine. Karl describe las banderas, las marchas, las canciones y las alabanzas a Hitler.
Las calles estaban repletas de gente. No obstante, Karl y Gerta permanecieron juntos a la
ventana de la cocina. Karl veía una comunidad cada vez más convertida al nazismo en la
que los vecinos tomaban nota de su comportamiento. ¨Nadie puede ser neutral¨ le dijo su
padre, exhortando a su hijo a unirse al movimiento y advirtiéndole de los peligros que
implicaban el negarse a hacerlo. En una reunión familiar para celebrar el cumpleaños de
Gerda en 1934, el suegro de Karl admite que ha hecho las paces con ¨la nueva dirección¨.
Como este hombre, muchos otros trabajadores normales tenían ahora derecho a las
vacaciones antes reservadas al personal administrativo de alto nivel. Karl y Gerda se habían
quedado solos.
En su diario, Erich Ebermayer comentaba con amargura la enorme fuerza de los nazis, que
parecían barrer con todo lo que se les ponía por delante. La gente joven ya no caminaba,
sino que marchaba. ¨Mis amigos se declaran partidarios de Hitler¨. Vivir en la Alemania
nazi, escribió Ebermayer, le hacía sentirse ¨todavía más solitario¨. Sin embargo, con el
propósito de ser ¨un cronista de esos tiempos¨, Erich escuchaba las transmisiones de los
discursos de Hitler. Sobre las Leyes de Nuremberg, que diferenciaban entre los ciudadanos
alemanes y los no ciudadanos judíos, decía: ¨la persecución se ha ampliado mil veces. El
odio se ha multiplicado un millón de veces¨. Erich no era un nazi.
Sintiéndose atraído por los ambientes rurales en los que había crecido, se compró una casa
de campo en un pequeño pueblo. Los campos frescos le animaban observar que ¨la Guerra,
la Revolución, la Inflación, el Sistema, el Tercer Reich no han alterado para nada estas
viejas costumbres¨. Esta sensación de regreso al hogar ponía a Erich en el mismo registro
emocional de millones de simpatizantes del nazismo. Los Ebermayer pensaban que ¨ni
siquiera nosotros podíamos excluirnos¨. El deseo de formar parte de la unidad nacional era
tan fuerte que consiguió arrastrar a un antinazi como Erich a la nueva comunidad política.
A diferencia de Karl Dürkefâlden, que mantuvo su alejamiento, en los momentos cruciales
Erich se rindió al abrazo de la comunidad nacional. Aunque Erich odiaba a los nazis, el
Tercer Reich le encantaba. El diario de Karl Dürkefâlden revela cómo las reuniones
familiares eran ocasiones de conversaciones acerca de la naturaleza del régimen y la
amenaza de la guerra. Los alemanes respondieron a los nazis de maneras contradictorias.
En el entorno de los Dürkefâlden, era bastante claro quién respaldaba a los nazis, quién se
¨ajustaba¨ y quién no se quitaba el sombrero cuando se cantaba el himno. Durante toda la
existencia del Tercer Reich, los alemanes también cambiaron sus posturas: fueron muchos
los que se dejaron convencer por sus propuestas, pero igualmente hubo quienes se
distanciaron aún más de ellos, al desconfiar de Hitler. Todas las conversaciones acerca de
los nazis revelaban los esfuerzos que los alemanes realizaron para defender sus posturas y
justificar sus acciones. Millones de personas adquirieron nuevos vocabularios, se unieron a
organizaciones nazis y lucharon por convertirse en mejores nacionalsocialistas. De una u
otra forma, la mayoría de los alemanes intentaron convertirse. Fue el amplio esfuerzo que la
población realizó para ajustarse a las nuevas normas raciales con relación a los judíos y a
las exigencias de la guerra total después de 1941 lo que radicalizó al régimen nazi. Incluso
así, la conversión fue un proceso continuo en el que abundaban las dudas. Los alemanes se
convirtieron al nacionalsocialismo movidos por el afán de guardar las apariencias. Todos
los diarios hacen referencia a los campos de concentración, las detenciones y otras formas
de violencia. Los alemanes se fueron convenciendo de que el nazismo representaba una
¨nueva dirección¨ que ofrecía nuevas oportunidad y a la que los ciudadanos tenían que
adaptarse. Además, hubo innumerables personas que desconfiaban de los nazis, no
entendían sus preceptos raciales y resentían su hostilidad hacia las iglesias. Erich
Ebermayer entra dentro de esta categoría. Los alemanes sentían una auténtica fascinación
por la visión social y política del nacionalsocialismo. La mayoría de los alemanes prefería
el futuro nazi al pasado de Weimar. Sin embargo, esa mayoría no coincidía con todas las
políticas nazis, tales como el asesinato de judíos. No obstante, la felicidad privada terminó
estando entrelazada con el bienestar público del Tercer Reich. Incluso después de la guerra,
más personas se identificaban con el programa del nacionalsocialismo que con Hitler
mismo. Lo novedoso del Tercer Reich fue la experiencia de la conversión (transformación
de alemanes en judíos).
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