Está en la página 1de 81

El

texto sufí, cual hermoso tapiz en donde se tejen leyendas, fábulas,


parábolas y poesías que abren el camino hacia el corazón y la
intuición, más allá de toda especulación, no trata tanto de convencer
cuanto de seducir, trata de mostrar una sabiduría profunda y práctica,
extraída de la experiencia cotidiana. En esta obra, Raúl de la Rosa
ofrece una compilación de bellos relatos tradicionales del sufismo,
pertenecientes a Rumi (1207-1273) y otros grandes maestros de su
época. Estos relatos se nos ofrecen para ser contemplados, tal como
lo hacemos ante un bello jardín, y para ser saboreados, tal como lo
hacemos con una dulce taza de té.

2
AA. VV.

3
La danza del corazón
Sabiduría sufí

Edición a cargo de Raúl de la Rosa

ePub r1.1
marcelo77 26.10.14

4
Título original: La danza del corazón. Sabiduría sufí
AA. VV., 2008
Editor a cargo: Raúl de la Rosa
Ilustraciones: Vicente Carbona
Diseño de cubierta: marcelo77

Editor digital: marcelo77


ePub base r1.2

5
Cuando abro mis ojos al mundo exterior, me siento como una gota
de agua en el océano; pero cuando cierro mis ojos y miro
interiormente, veo el universo completo como una burbuja
levantándose en el océano de mi corazón.
HAZRAT INAYAT KHAN, La sinfonía divina

6
ACERCA DE LOS TEXTOS DE ESTA OBRA

Estos hermosos relatos han sido recopilados y seleccionados por el


escritor y filósofo español Raúl de la Rosa. Entre los autores sufíes
que nos regalan estas perlas de sabiduría encontramos, entre otros, a
Yalal ud-Din Rumi, Hazrat Inayat Khan y Awad Afifi, el Tunecino.

7
PRÓLOGO

El cuento sufí no trata de convencerte sino de seducirte, trata de mostrar


experiencias y consejos prácticos, eso sí, envueltos en bellos tapices, más allá
de toda especulación.
El sufismo es realista y pragmático, no es una doctrina, ni trata de explicar
el universo o la existencia. A través del sufismo encontramos, sencillamente,
un camino que conduce a que cada cual descubra los enigmas del universo y
la existencia sin destruir el prodigio y el asombro, es más, lo hace
sumergiéndonos en las maravillas de la vida.
El sufismo es un tapiz, un hermoso tapiz en donde se tejen leyendas,
fábulas, parábolas y poesías que abren el camino hacia el corazón y la
intuición. Si no hay amor e inspiración, no hay sufismo.
Estas historias sufíes, más que para reflexionar acerca de ellas, están
hechas para ser contempladas, tal como lo hacemos ante un bello jardín, y
para ser saboreadas, tal como lo hacemos con una dulce taza de té.
Disfrutémoslas.

RAÚL DE LA ROSA

8
1. AMAR Y REZAR

9
U N HOMBRE, DESPUÉS DE MUCHO TIEMPO CAMINANDO, LLEGÓ AL LUGAR
DONDE VIVÍA UN GRAN SABIO. Al recibirle, le pidió encarecidamente:
—¡Muéstreme el camino hacia Alá!
—¿Te has enamorado alguna vez de alguien? —preguntó el sabio.
—¿Enamorarme? ¿Qué es lo que el gran maestro quiere decir con eso?
Me prometí a mí mismo jamás aproximarme a una mujer, huyo de ellas como
quien intenta escapar de una enfermedad. Ni siquiera las miro. Cuando pasan,
cierro los ojos.
—Procura volver a tu pasado e intenta descubrir si alguna vez, en toda tu
vida, hubo algún momento de pasión que dejase tu cuerpo y tu espíritu llenos
de fuego.
—Vine hasta aquí para aprender a rezar, y no a cómo enamorarme de una
mujer. Quiero ser guiado hasta Alá y usted insiste en querer llevarme hacia
los placeres de este mundo. No entiendo lo que desea enseñarme.
El sabio permaneció silencioso algunos minutos y finalmente dijo:
—No puedo ayudarte. Si tú nunca tuviste alguna experiencia de amor,
nunca conseguirás experimentar la paz de una oración. Por lo tanto, regresa a
tu ciudad, enamórate, y vuelve a buscarme sólo cuando tu alma esté llena de
momentos felices.
Sólo una persona que entiende el amor puede entender el significado de
la oración. Porque el amor por alguien es una oración dirigida al corazón
del Universo, una plegaria que Alá colocó en las manos de cada ser humano
como un presente divino.

10
2. UN LARGO SUEÑO

11
E N LA INDIA, DOS HOMBRES CAMINABAN POR EL CAMPO. El más anciano dijo:
—Estoy cansado. Por favor, ve a buscar un poco de agua en los
pozos que se ven al otro lado del arrozal. Te espero a la sombra de estos
árboles.
El joven cruzó el campo y en el pozo se encontró con una muchacha que
estaba sacando agua. Se sintió atraído por ella y delicadamente le preguntó su
nombre. Ella le contestó con una sonrisa, y él, encandilado, le propuso
llevarle la vasija hasta el pueblo. Ella aceptó. Ya en la aldea fue invitado a
comer en casa de la joven. Conoció a toda la familia, y acabó pidiendo la
mano de la chica. Se la concedieron.
Tras la boda trabajó como campesino, tuvo hijos y los educó. Uno murió
de enfermedad. Sus suegros también fallecieron y se convirtió en el cabeza de
familia. Su hijo mayor se casó y partió. Su mujer, con el pelo ya cano, murió
algo después. Él la lloró, porque la había amado mucho. Días más tarde una
inundación devastó el valle. Fue arrastrado, como sus vecinos, por un
torbellino de agua fangosa. Luchó para sujetar a su hijo menor, que se ahogó
ante sus ojos.
De repente, sin saber por qué, se acordó de su amigo, el anciano que le
había pedido agua. Al instante se encontró en tierra seca, cruzando un campo,
con una jarra en la mano. Regresó junto al anciano, que estaba adormecido
bajo un árbol. Algo en el aire, que se había vuelto puro y ligero, parecía
indicarle al joven que se hallaba en el mismísimo umbral del Gran Misterio.
El anciano se despertó y le dijo:
—El sol ya está bajo. Tardaste mucho. Estaba a punto de ir a buscarte.

12
3. EL PICHÓN DE ÁGUILA

13
H ABÍA UNA VEZ UN CAMPESINO QUE FUE AL BOSQUE VECINO A ATRAPAR UN
PÁJARO PARA TENERLO CAUTIVO EN SU CASA.
Consiguió cazar un pichón de águila. Al llegar a su casa, lo colocó en el
gallinero, junto con las gallinas. Comía mijo y la ración propia de las gallinas,
aunque el águila fuera el rey o la reina de todos los pájaros.
Después de cinco años, este hombre recibió en su casa la visita de un
naturalista. Mientras paseaban por el jardín, el naturalista le dijo al hombre:
—Este pájaro que está allí no es una gallina. Es un águila.
—De hecho —dijo el campesino— es águila, pero yo lo crié como
gallina. Ya no es un águila. Se transformó en gallina como las otras, a pesar
de tener las alas de casi tres metros de extensión.
—No —dijo el naturalista—, ella es y será siempre un águila pues tiene el
corazón de águila. Este corazón hará que un día vuele a las alturas.
—No, no —insistió el campesino—. La he criado como una gallina y se
ha convertido en una gallina, y jamás volará como un águila.
Como no se ponían de acuerdo, el naturalista le propuso hacer una prueba.
El naturalista cogió el águila, la levantó bien en alto y, desafiándola, le dijo:
—Ya que en realidad eres un águila, ya que perteneces al cielo y no a la
tierra, entonces, ¡abre tus alas y vuela!
El águila se posó sobre el brazo extendido del naturalista. Miraba
distraídamente alrededor, vio a las gallinas allá abajo, picoteando granos y dio
un salto hasta llegar junto a ellas.
El campesino comentó:
—Yo le dije: se ha convertido en una simple gallina.
—No —insistió el naturalista—. Ella es un águila. Y un águila será
siempre un águila, experimentaremos nuevamente mañana.
Al día siguiente, el naturalista subió con el águila al techo de la casa. Le
susurró:
—Águila, ya que eres un águila, ¡abre tus alas y vuela!
Pero, cuando el águila vio allá abajo a las gallinas, picoteando el suelo,

14
saltó y de nuevo fue junto a ellas. El campesino sonrió y volvió a la carga:
—Yo le había dicho: se ha convertido en una simple gallina.
—No —insistió firmemente el naturalista—. Ella es un águila, y siempre
poseerá un corazón de águila. Vamos a experimentar todavía una última vez;
mañana la haré volar.
Al día siguiente, el naturalista y el campesino se levantaron bien
temprano. Cogieron el águila y la llevaron fuera de la ciudad, lejos de las
casas de los hombres y de los gallineros, en lo alto de una montaña. El sol
naciente doraba los picos de las montañas. El naturalista levantó el águila al
cielo y le ordenó:
—Águila, ya que eres un águila, ya que perteneces al cielo y no a la tierra,
¡abre tus alas y vuela!
El águila miró alrededor. Temblaba como si experimentase una nueva
vida. Pero no voló. Entonces, el naturalista la cogió firmemente y la puso en
dirección al sol, para que sus ojos pudiesen llenarse de la claridad solar y de
la vastedad del horizonte. En ese momento, el águila abrió sus potentes alas,
graznó con el típico kau, kau de las águilas y se elevó, soberana, sobre sí
misma.
Y comenzó a volar, a volar hacia lo alto, a volar cada vez más alto. Y voló
y voló hasta confundirse con el azul del firmamento.

15
4. ESPIRITUALIDAD Y PAN

16
T RES VIAJEROS CRUZABAN JUNTOS LAS ALTAS MONTAÑAS DEL HIMALAYA
DISCUTIENDO LA IMPORTANCIA DE COLOCAR EN LA PRÁCTICA TODO AQUELLO
QUE FUERAN APRENDIENDO EN EL PLANO ESPIRITUAL. Estaban tan entretenidos en
la conversación que hasta que no se hizo de noche no se dieron cuenta de que
sólo llevaban consigo un pedazo de pan.
Decidieron no discutir sobre quién merecía comerlo; como eran hombres
piadosos, dejarían la decisión en manos de los dioses. Rezaron para que,
durante la noche, un espíritu superior les indicase quien recibiría el alimento.
A la mañana siguiente, los tres se levantaron al salir el sol.
—He aquí mi sueño —dijo el primer viajero—. Mientras dormía, fui
llevado hacia lugares donde nunca había estado antes. Experimenté una paz y
armonía que he buscado en vano en esta vida terrenal. En medio de tal
paraíso, un sabio de largas barbas blancas me dijo:
—Tú eres mi preferido, pues jamás buscaste el placer y siempre
renunciaste a todo. Sin embargo, para probar mi alianza contigo, me gustaría
que te comieras ese pedazo de pan.
—Es bien extraño —dijo el segundo viajero—, porque en mi sueño, yo vi
mi pasado de santidad y mi futuro de maestro. Mientras miraba el porvenir,
encontré un hombre de gran sabiduría que me decía:
—Tú necesitas comer más que tus dos amigos porque tendrás que liderar
a mucha gente, y para ello necesitarás fuerza y energía.
Entonces, el tercer viajero, que había estado callado, dijo:
—En mi sueño yo no vi nada, no visité ningún lugar ni encontré a ningún
sabio. Sin embargo, a determinada hora de la noche me desperté de repente. Y
me comí el pan.
Los otros dos se enfurecieron:
—¿Y por qué no nos llamaste, antes de tomar una decisión tan personal?
—¿Cómo iba a hacerlo? ¡Estabais tan lejos, encontrando maestros y
teniendo visiones sagradas!
Ante la expresión atónita de sus dos compañeros, les explicó:

17
—Ayer discutíamos sobre la importancia de poner en práctica aquello que
aprendemos en el plano espiritual. En mi caso, Alá actuó rápido y me hizo
despertar con mucha hambre.

18
5. EL CERRAJERO Y LA ALFOMBRA

19
H ABÍA UNA VEZ UN CERRAJERO AL QUE ACUSARON INJUSTAMENTE DE UNOS
DELITOS Y LO CONDENARON A VIVIR EN UNA PRISIÓN OSCURA Y PROFUNDA.
Cuando llevaba allí algún tiempo, su mujer, que lo amaba muchísimo, se
presentó ante el rey y le suplicó que le permitiera por lo menos llevarle a su
marido una alfombra para que pudiera cumplir con el salat, la postración que
todo musulmán debe de hacer cinco veces al día.
El rey consideró justa esa petición y dio permiso a la mujer para llevarle
una alfombra para cumplir piadosamente con el salat.
El prisionero agradeció la alfombra a su mujer y cada día hizo fielmente
sus postraciones sobre ella. Pasado un tiempo el hombre escapó de la prisión
y cuando le preguntaban cómo lo había conseguido, él explicaba que después
de años de hacer sus postraciones y de orar para salir de la prisión, comenzó a
ver lo que tenía justo debajo de sus narices.
Un buen día vio que su mujer había tejido en la alfombra el dibujo de la
cerradura que lo mantenía prisionero. Cuando se dio cuenta de esto y
comprendió que ya tenía en su poder toda la información que necesitaba para
escapar, comenzó a hacerse amigo de sus guardias. Los convenció de que
todos vivirían mucho mejor si lo ayudaban y escapaban juntos de la prisión.
Ellos estuvieron de acuerdo, puesto que aunque eran guardias comprendían
que también estaban prisioneros. También deseaban escapar pero no tenían
los medios para hacerlo.
Así pues, el cerrajero y sus guardias decidieron el siguiente plan: ellos le
llevarían piezas de metal y él haría cosas útiles con ellas para venderlas en el
mercado. Juntos amasarían recursos para la huida y con el trozo de metal más
fuerte que pudieran adquirir el cerrajero haría una llave.
Una noche, cuando ya estaba todo preparado, el cerrajero y sus guardias
abrieron la cerradura de la puerta de la prisión y salieron al frescor de la
noche, donde estaba su amada esposa esperándolo. Dejó en la prisión la
alfombra para hacer el salat, para que cualquier otro prisionero que fuera lo
suficientemente listo para interpretar el dibujo de la alfombra también pudiera

20
escapar. Así se reunió con su mujer, sus exguardias se hicieron sus amigos y
todos vivieron en armonía.
El amor y la pericia prevalecieron sobre la injusticia.

21
6. LOS TRES FILTROS

22
E L JOVEN DISCÍPULO LLEGÓ A CASA DE SU SABIO MAESTRO, PRESO DE UNA
GRAN AGITACIÓN.
—¡Maestro, un amigo estuvo hablando de ti con malevolencia…!
—¡Espera! —le interrumpió el filósofo—. ¿Hiciste pasar por los tres
filtros lo que vas a contarme?
—¿Los tres filtros? —preguntó el joven sin saber a lo que se refería su
maestro.
—Sí, el primero es la verdad. ¿Estás seguro de que lo que quieres decirme
es absolutamente cierto?
—No. Lo oí comentar a unos vecinos.
—Al menos lo habrás hecho pasar por el segundo filtro, que es la bondad.
Eso que deseas decirme, ¿es bueno para alguien?
—No, en realidad no. Al contrario…
—¡Ah, vaya! El último filtro es la necesidad. ¿Es necesario hacerme saber
eso que tanto te inquieta?
—A decir verdad, no.
—Entonces —dijo el sabio sonriendo—, si no es verdad, ni bueno, ni
necesario, sepultémoslo en el olvido.

23
7. LA NECESIDAD

24
U N MAESTRO REALMENTE SABIO CAMINABA CON SU FIEL DISCÍPULO, CUANDO
VIO A LO LEJOS UNA CASA EN EL CAMINO CON UNA APARIENCIA
EXTREMADAMENTE POBRE. El lugar era desolador, sin árboles, pedregoso y
seco. El maestro le dijo a su aprendiz que irían a descansar un rato allí.
Antes de que hubiesen llegado, el maestro estuvo explicándole a su joven
discípulo la importancia que tenían las visitas a los lugares para poder
conocer personas de todo tipo y ver las oportunidades de aprendizaje que
ofrecen estas experiencias.
Al llegar a la casa, el aprendiz pudo comprobar la pobreza que reinaba en
aquel lugar. La vieja y vetusta casa de madera parecía irse abajo en cualquier
momento, y sus habitantes, una pareja y sus tres hijos, iban descalzos y
vestidos con ropas sucias y deterioradas.
El maestro se acercó al hombre que parecía ser el padre de familia y le
preguntó:
—En este lugar no existen posibilidades de trabajo ni de comercio, ¿cómo
hacen usted y su familia para sobrevivir aquí?
El hombre calmadamente respondió:
—Amigo mío, nosotros tenemos una vaquita que nos da varios litros de
leche cada día. Una parte del producto la vendemos o la cambiamos por otros
alimentos en la ciudad vecina y con la otra parte producimos queso y cuajada
para nuestro consumo y así es como vamos sobreviviendo.
El sabio agradeció la información, y antes de partir contempló el lugar por
un momento. Luego se despidió y se fue seguido de su discípulo.
Cuando se estaban alejando, se volvió hacia su discípulo y le ordenó:
—Busca la vaquita, llévala al precipicio que hay allí enfrente y empújala
al barranco.
El joven estaba espantado de lo que le pedía su maestro, y en principio se
negó.
—¿Cómo voy a hacer algo así? Esa vaca es el medio de subsistencia de
toda esa familia.

25
Pero como el silencio del maestro era absoluto a la espera de que
cumpliera su orden, el joven, abatido, fue a ejecutarla.
Así que, el discípulo empujó la vaquita por el precipicio y la vio morir.
Aquella escena quedó grabada en la memoria de aquel joven durante algunos
años. Un buen día, el joven, abrumado por la culpa de lo que se había visto
obligado a hacer en contra de su voluntad, decidió abandonar a su maestro y
todo lo que había aprendido y regresar a aquel lugar y contarle todo a la
familia, pedirles perdón y ayudarles en todo lo que pudiera para resarcirles de
lo que había hecho.
Así lo hizo, volvió a coger aquel mismo camino y, a medida que se
aproximaba al lugar, veía todo muy diferente. Había árboles floridos, una
hermosa casa y un bello jardín. El joven se sintió triste y desesperado
imaginando que aquella humilde familia hubiese tenido que vender el terreno
para sobrevivir a la perdida de su vaca. Aceleró el paso y al llegar fue
recibido por un hombre bien vestido y muy agradable. El joven le preguntó
por la familia que vivía allí hacía unos cuatro años. El señor respondió que
seguían viviendo allí y que se acordaba de él, que había ido a verles hacía
unos cuantos años con su maestro.
A duras penas el joven reconoció al hombre que les había recibido lleno
de harapos en su casa medio derruida. Al entrar en la magnífica casa, pudo
confirmar que, efectivamente, era la misma familia que había visitado hacía
algunos años con su maestro. El joven elogió el lugar y le preguntó, intrigado,
al hombre, que era el dueño de la vaca:
—¿Cómo hizo para mejorar este lugar y cambiar de vida?
El señor, entusiasmado, le respondió:
—No sé si recordará que nosotros teníamos una vaquita.
—Sí —respondió el joven, y antes de que le diera tiempo a contar que fue
él quien la precipitó al vacío, el hombre continuó.
—Pues verá, el pobre animal cayó por el precipicio y murió. A partir de
ese momento nos vimos en la necesidad de hacer otras cosas y desarrollar
otras habilidades que no sabíamos que teníamos, así alcanzamos el éxito que
sus ojos vislumbran ahora.

26
8. LA DISTANCIA

27
U N DÍA MEHER BABA PREGUNTÓ A SUS MANDALIES LO SIGUIENTE:
—¿Por qué la gente se grita cuando está enojada?
Los hombres pensaron unos momentos.
—Porque perdemos la calma —dijo uno—, por eso gritamos.
—Pero, ¿por qué gritar cuando la otra persona está a tu lado? —preguntó
Baba—. ¿No es posible hablarle en voz baja? ¿Por qué gritas a una persona
cuando estás enojado?
Los hombres dieron algunas otras respuestas pero ninguna de ellas
satisfizo a Baba.
Finalmente él explicó:
—Cuando dos personas están enojadas, sus corazones se alejan mucho.
Para cubrir esa distancia deben gritar, para poder escucharse. Mientras más
enojados estén, más fuerte tendrán que gritar para escucharse uno a otro a
través de esa gran distancia.
Luego Baba preguntó:
—¿Qué sucede cuando dos personas se enamoran? Ellos no se gritan sino
que se hablan suavemente. ¿Por qué? Pues porque sus corazones están muy
cerca. La distancia entre ellos es muy pequeña.
Baba continuó:
—Cuando se enamoran más aún, ¿qué sucede? No hablan, sólo susurran y
se encuentran aún más cerca en su amor. Finalmente, no necesitan siquiera
susurrar, sólo se miran y eso es todo. Así es cuan cerca están dos personas
cuando se aman.
Luego Baba dijo:
—Cuando discutan no dejen que sus corazones se alejen, no digan
palabras que los distancien más, pues llegará un día en que la distancia sea
tanta que no podrán encontrar el camino de regreso.

28
9. UN HOMBRE, SU CABALLO, SU PERRO Y EL CIELO

29
U N HOMBRE, SU CABALLO Y SU PERRO CAMINABAN POR UNA CALLE. Después
de mucho caminar, el hombre se dio cuenta que los tres habían muerto
en un accidente.
Hay veces que lleva un tiempo para que los muertos se den cuenta de su
nueva condición. La caminata era muy larga, cuesta arriba, el sol era fuerte y
los tres estaban empapados en sudor y con mucha sed. Precisaban
desesperadamente agua. En una curva del camino, avistaron un magnífico
portón, todo de mármol, que conducía a una plaza calzada con bloques de oro,
en el centro de la cual había una fuente de donde brotaba agua cristalina. El
caminante se dirigió al hombre que desde una garita cuidaba de la entrada.
—Buenos días —dijo el caminante.
—Buenos días —respondió el hombre.
—¿Qué lugar es éste, tan lindo? —preguntó.
—Esto es el cielo —fue la respuesta.
—Qué bien, hemos llegado al cielo. Tenemos mucha sed —dijo el
caminante.
—Usted puede entrar a beber toda el agua que quiera —dijo el guardián,
indicándole la fuente.
—Mi caballo y mi perro también están con sed.
—Lo lamento mucho —le dijo el guarda—. Aquí no se permite la entrada
de animales.
El hombre se sintió muy decepcionado porque su sed era grande. Mas él
no bebería, dejando a sus amigos con sed. De esta manera, prosiguió su
camino. Después de mucho caminar cuesta arriba, con la sed y el cansancio
multiplicados, llegaron a un sitio, cuya entrada estaba marcada por un viejo
portón entreabierto. El portón daba a un camino de tierra, con árboles a ambos
lados que lo mantenían en la sombra. Allí, debajo de uno de los árboles, un
hombre estaba recostado, con la cabeza cubierta por un sombrero. Parecía
dormido.
—Buenos días —dijo el caminante.

30
—Buenos días —respondió el hombre.
—Tenemos mucha sed, yo, mi caballo y mi perro.
—Hay una fuente en aquellas piedras —dijo el hombre indicando el
lugar—. Pueden beber toda la que quieran.
El hombre, el caballo y el perro fueron hasta la fuente y saciaron su sed.
—Muchas gracias —dijo el caminante al salir.
—Vuelvan cuando quieran —respondió el hombre.
—A propósito —dijo el caminante—. ¿Cuál es el nombre de este lugar?
—Cielo —respondió el hombre.
—¿Cielo? ¡Pero, si el hombre que estaba de guardia junto al portón de
mármol me dijo que allí era el cielo!
—Aquello no es el cielo, aquello es el infierno.
El caminante quedó perplejo.
—Esa información falsa debe causar grandes confusiones —le contestó el
caminante.
—De ninguna manera —respondió el hombre—. En verdad ellos nos
hacen un gran favor. Porque allí quedan aquellos que son capaces de
abandonar a sus mejores amigos.

31
10. LOS AMIGOS

32
C UENTA UNA LINDA LEYENDA ÁRABE QUE DOS AMIGOS VIAJABAN POR EL
DESIERTO Y EN UN DETERMINADO PUNTO DEL VIAJE DISCUTIERON.
Uno de ellos le dio una bofetada al otro. Éste, ofendido, sin nada que
decir, escribió en la arena:
—Hoy, mi mejor amigo me ha pegado una bofetada.
Siguieron adelante y llegaron a un oasis donde resolvieron bañarse. El que
había sido abofeteado y lastimado comenzó a ahogarse, y su amigo sin
pensárselo se tiró al agua y lo salvó de morir ahogado. Al recuperarse tomó
un estilete y escribió en una piedra:
—Hoy, mi mejor amigo me salvó la vida.
Intrigado, el amigo le preguntó:
—¿Por qué después de que te lastimé, escribiste en la arena y ahora
escribes en una piedra?
Sonriendo, el amigo respondió:
—Cuando un gran amigo nos ofende, deberemos escribir en la arena,
donde el viento del olvido y el perdón se encargarán de borrarlo y apagarlo;
por otro lado, cuando nos pase algo grandioso, deberemos grabarlo en la
piedra de la memoria del corazón donde viento ninguno en todo el mundo
podrá borrarlo.

33
11. EL ORIGEN DE UNA TRADICIÓN

34
H ABÍA UNA VEZ UN PUEBLO QUE TENÍA TAN SÓLO DOS CALLES PARALELAS.
Un derviche cruzó de una calle a la otra, y al llegar a la segunda, la
gente que allí se encontraba notó que de sus ojos brotaban lágrimas.
—¡Alguien ha muerto en la otra calle! —gritó uno de los vecinos.
Al oírle todos los niños de la vecindad se hicieron eco del grito. Lo que
realmente había ocurrido era que el derviche había estado pelando cebollas.
Al poco tiempo el grito había llegado a la primera calle; y los adultos de
ambas calles se preocuparon y asustaron tanto que no se atrevieron a hacer
una investigación a fondo de las causas del revuelo.
Un hombre sabio trató de razonar con la gente de ambas calles,
preguntándoles por qué no se interrogaban mutuamente. Demasiado
confundidos para comprender el significado de sus palabras, algunos dijeron:
—¡Tenemos entendido que en la otra calle existe una plaga mortal!
También este rumor se propagó como un incendio incontrolable, hasta que
la población de cada calle pensó que la otra estaba condenada a morir.
Cuando se logró restablecer cierto orden, éste sólo fue suficiente para que
ambas comunidades decidieran emigrar para salvarse. Fue así como, por
distintos lados del pueblo, ambas calles evacuaron por completo a su gente.
Aun hoy, siglos después, el pueblo sigue abandonado, y no muy lejos de
allí están las dos nuevas aldeas que alzaron los vecinos de una y otra calle.
Cada una tiene su propia tradición acerca del modo en que se construyó su
pueblo. Ambos habían huido, en afortunado éxodo, en tiempos remotos, de
una ciudad condenada por un mal sin nombre.

35
12. EL DEFECTO

36
É RASE UNA VEZ UN CIENTÍFICO QUE DESCUBRIÓ EL ARTE DE REPRODUCIRSE A SÍ
MISMO TAN PERFECTAMENTE QUE RESULTABA IMPOSIBLE DISTINGUIR EL
ORIGINAL DE LA REPRODUCCIÓN.
Un día se enteró de que andaba buscándole el Ángel de la Muerte. El
hombre, para evitar que pudiese encontrarle, hizo doce copias de sí mismo.
El ángel no sabía cómo averiguar cuál de los trece ejemplares que tenía
ante sí era el científico, de modo que los dejó a todos en paz y regresó al
cielo.
Pero no por mucho tiempo, porque, como era un experto en la naturaleza
humana, se le ocurrió una ingeniosa estratagema.
Regresó de nuevo a ver al científico y le dijo:
—Debe de ser usted un genio, señor, para haber logrado tan perfectas
reproducciones de sí mismo, sin embargo, he descubierto que su obra tiene un
defecto, un único y minúsculo defecto.
El científico pegó un brinco y gritó:
—¡Imposible! ¿Dónde está el defecto?
—Justamente aquí —respondió el ángel mientras tomaba al científico de
entre sus reproducciones y se lo llevaba consigo.
Todo lo que hace falta para descubrir al «ego» es una palabra de
adulación o de crítica.

37
13. LA MECHA

38
U NA NOCHE, UN HOMBRE, MIENTRAS DORMÍA, OYÓ QUE ALGUIEN ANDABA POR
SU CASA. Se levantó y, como estaba a oscuras, intentó sacar chispas del
pedernal para encender su mechero. Pero el ladrón causante del ruido, se puso
delante de él sin que le viese y, cada vez que una chispa tocaba la mecha, la
apagaba discretamente con el dedo. Y el hombre, creyendo que la mecha
estaba mojada, no logró ver al ladrón.
También en tu corazón hay alguien que apaga el fuego, pero tú no lo ves.

39
14. LAS ESTRELLAS DE MAR

40
H ABÍA UNA VEZ UN ESCRITOR QUE VIVÍA A ORILLAS DEL MAR; UNA ENORME
PLAYA VIRGEN CON UNA HERMOSA CASITA DONDE PASABA TEMPORADAS
ESCRIBIENDO Y BUSCANDO INSPIRACIÓN PARA SUS LIBROS. Era un hombre
inteligente y culto y con sensibilidad acerca de las cosas importantes de la
vida. Una mañana, mientras paseaba a orillas del mar, vio a lo lejos una figura
que se movía de manera extraña como si estuviera bailando. Al acercarse vio
que era un muchacho que se dedicaba a coger estrellas de mar de la orilla y
lanzarlas otra vez al mar. El hombre le preguntó al joven qué estaba haciendo.
Éste le contestó:
—Recojo las estrellas de mar que han quedado varadas y las devuelvo al
mar; la marea ha bajado demasiado y muchas morirán.
Entonces, el escritor le dijo:
—Pero esto que haces no tiene sentido, primero es su destino, morirán y
serán alimento para otros animales y además hay miles de estrellas en esta
playa, nunca tendrás tiempo de salvarlas a todas.
El joven miró fijamente al escritor, cogió una estrella de mar de la arena,
la lanzó con fuerza por encima de las olas y exclamó:
—Para ésta sí tiene sentido.
El escritor se marchó un tanto desconcertado, no podía explicarse una
conducta así. Esa tarde no tuvo inspiración para escribir y en la noche no
durmió bien, soñaba con el joven y las estrellas de mar por encima de las olas.
A la mañana siguiente corrió a la playa, buscó al joven y le ayudó a salvar
estrellas.

41
15. EL DEVOTO Y LA PROSTITUTA

42
H ABÍA UNA VEZ UN HOMBRE DEVOTO QUE DEDICABA SU TIEMPO A LA ORACIÓN
Y A LA MEDITACIÓN, SU OBJETIVO ERAN LAS COSAS DEL ALMA Y LA
BÚSQUEDA DE LA VERDAD. Sucedió que se mudó a vivir justo enfrente de su
casa una prostituta que constantemente recibía todo tipo de hombres.
El hombre devoto se sentía enojado e indignado y le decía a Dios cómo
podía mandarle algo así, pues esto era motivo para perder su concentración y
desviarse de sus plegarias: «Una mujer así no merecía ningún tipo de
favores», pensaba indignado.
Pasó el tiempo y el hombre devoto cada vez sentía más desagrado hacia
aquella mujer. Por el contrario, la prostituta se sentía muy honrada y
afortunada de que frente a su casa viviera un hombre de condición espiritual.
De modo que siempre le agradecía a Dios esa oportunidad de estar cerca de
personas de dignidad, ya que ella se veía obligada por las circunstancias a
llevar ese tipo de vida.
Entonces ocurrió que los dos murieron a la vez, pues se produjo un
enorme desastre natural y así los dos se vieron frente a la corte celestial. Allí
se les dijo:
—Cada cual somos lo que cosechamos.
Así, el hombre devoto fue condenado por no haber vivido su vida con
satisfacción y agradecimiento y además haber tenido sentimientos negativos
hacia otros, y la prostituta fue salvada, pues ella había vivido su vida con
gratitud, aceptación y pensamientos amables hacia los demás.

43
16. EL ZORRO INVÁLIDO

44
U NA VEZ UN HOMBRE VIO A UN ZORRO INVÁLIDO Y SE PREGUNTÓ CÓMO HARÍA
EL ANIMAL PARA ESTAR TAN BIEN ALIMENTADO. Decidió pues, seguirlo y
descubrió que se había instalado en un lugar donde solía ir un gran león a
devorar a sus presas. Cuando el león terminaba de comer, se alejaba y
entonces el zorro iba y se alimentaba a placer.
El hombre se dijo:
—Yo también quiero que el destino me ofrezca el alimento de igual
manera.
Y se marchó a un pueblo y se sentó en una calle cualquiera a esperar. Pasó
el tiempo y no sucedió nada, excepto que cada vez estaba más hambriento y
débil. Entonces, cuando estaba ya muy extenuado, escuchó una voz interior
que le dijo:
—¿Por qué quieres ser como un zorro que busca la manera de beneficiarse
de otros?, ¿por qué no ser como un león para que otros se beneficien de ti?

45
17. EL REFLEJO DE LA VIDA

46
H ABÍA UNA VEZ UN ANCIANO QUE PASABA LOS DÍAS SENTADO JUNTO A UN
POZO A LA ENTRADA DE UN PUEBLO. Un día pasó un joven, se acercó y le
preguntó lo siguiente:
—Nunca he venido por estos lugares, ¿cómo es la gente de esta ciudad?
El anciano le respondió con otra pregunta:
—¿Cómo eran los habitantes de la ciudad de donde vienes?
—Egoístas y malvados, por eso estoy contento de haber salido de allá.
—Así son los habitantes de esta ciudad —le respondió el anciano.
Un poco después, pasó otro joven, se acercó al anciano y le hizo la misma
pregunta:
—He viajado desde muy lejos hasta este lugar, ¿cómo son los habitantes
de esta ciudad?
El anciano le respondió de nuevo con la misma pregunta:
—¿Cómo son los habitantes de la ciudad de donde vienes?
—Eran buenos y generosos, hospitalarios, honestos y trabajadores. Tenía
tantos amigos que me ha costado mucho separarme de ellos.
—También los habitantes de esta ciudad son así —respondió el anciano.
Un hombre que había llevado sus animales a beber agua al pozo y que
había escuchado las dos conversaciones, en cuanto el joven se alejó, le dijo al
anciano:
—¿Cómo puedes dar dos respuestas completamente diferentes a la misma
pregunta realizadas por dos personas?
—Mira —respondió el anciano—, cada persona lleva el universo en su
corazón. Quien no ha encontrado nada bueno en su pasado, tampoco lo
encontrará aquí. En cambio, aquel que tenía amigos en su ciudad, también
aquí encontrará amigos fieles y leales. Porque las personas son lo que
encuentran en sí mismas, encuentran siempre lo que esperan encontrar.

47
18. CÓMO LO DICES

48
U NA SABIA Y CONOCIDA ANÉCDOTA ÁRABE DICE QUE EN UNA OCASIÓN UN
SULTÁN SOÑÓ QUE HABÍA PERDIDO TODOS LOS DIENTES.
despertar, mandó a llamar a un adivino para que interpretase su sueño.
Después de

—¡Qué desgracia, mi señor! —exclamó el adivino—, cada diente caído


representa la pérdida de un pariente de Vuestra Majestad.
—¡Qué insolencia! —gritó el sultán enfurecido—, ¿cómo te atreves a
decirme semejante cosa? ¡Fuera de aquí!
Llamó a su guardia y ordenó que le dieran cien latigazos. Más tarde
ordenó que le trajesen a otro adivino y le contó lo que había soñado. Éste,
después de escuchar al sultán con atención, le dijo:
—¡Excelso Señor! Gran felicidad os ha sido reservada. El sueño significa
que sobreviviréis a todos vuestros parientes.
Iluminóse el semblante del sultán con una gran sonrisa y ordenó le dieran
cien monedas de oro. Cuando éste salía del palacio, uno de los cortesanos le
dijo admirado:
—¡No es posible! La interpretación que habéis hecho de los sueños es la
misma que el primer adivino. No entiendo por qué al primero le pagó con cien
latigazos y a ti con cien monedas de oro.
—Recuerda bien, amigo mío —respondió el segundo adivino—, que todo
depende de la forma en el decir, uno de los grandes desafíos de la humanidad
es aprender el arte de comunicarse. De la comunicación depende, muchas
veces, la felicidad o la desgracia, la paz o la guerra. Que la verdad debe ser
dicha en cualquier situación, de esto no cabe duda, mas la forma con que debe
de ser comunicada es lo que provoca en algunos casos, grandes problemas. La
verdad puede compararse con una piedra preciosa. Si la lanzamos contra el
rostro de alguien, puede herir, pero si la envolvemos en un delicado embalaje
y la ofrecemos con ternura, ciertamente será aceptada con agrado.

49
19. LOS DOS LOROS

50
U N HOMBRE, AL PASAR POR DELANTE DE UNA TIENDA, VIO QUE VENDÍAN DOS
LOROS, ENCERRADOS EN LA MISMA JAULA. Uno era muy bonito y cantaba
maravillosamente, mientras que el otro estaba en un estado lastimoso y
permanecía mudo. El primero valía cincuenta monedas y el segundo tres mil.
El hombre, asombrado por la diferencia de precio, le dijo al comerciante:
—¡Déme el loro de cincuenta monedas!
—Imposible, no puedo vender los dos pájaros por separado —dijo el
vendedor.
—¿Pero, por qué?
—Se morirían de pena si los separase.
—Bien —dijo el comprador—, pero ¿cómo explica usted una diferencia
de precio semejante? Pues el más feo cuesta infinitamente más que el más
bonito y, además, no canta.
—¡No se equivoque usted, señor, el loro que encuentra usted feo es el
compositor!

51
20. HISTORIA DE AQUÉL QUE CAVÓ SU FOSA

52
H ACE MUCHO TIEMPO HUBO UN REY QUE DETESTABA QUE SUS SÚBDITOS
ENCENDIERAN LUCES POR LA NOCHE, por lo que dijo:
—Dios nos ha dado las estrellas y la luna y en la noche hace desaparecer
el sol para que podamos dormir. Y, ¿durmiendo, quién necesita luz? Por lo
tanto esta misma noche no habrá ninguna luz prendida por el hombre en toda
mi ciudad. Y si alguien enciende una, morirá.
Esa misma noche, cuando oscureció, el rey miró hacia fuera desde una de
las ventanas de su palacio y vio que toda la ciudad estaba a oscuras. Llamó a
su visir y le ordenó que trajera unos disfraces diciendo:
—Saldremos a la ciudad y miraremos si alguien ha sido capaz de
desobedecer nuestra orden.
Caminaron por todos los lugares y no vieron ninguna luz, pero cuando
llegaron a la periferia de la ciudad vieron un débil brillo de luz y se dirigieron
hacia él. Descubrieron que provenía de un café y que la luz no era más que
una mecha sobre un plato de aceite. El rey y su visir entraron, se sentaron y
pidieron café. Un joven, que era la única persona que había en el lugar, se lo
llevó hasta la mesa en donde se habían sentado.
El rey tomó su café, bebió un vaso de agua y le preguntó al joven:
—¿Te gusta el rey de este país?
El joven respondió:
—Para algunos será suficientemente bueno, pero para nosotros no lo es, y
no me gusta.
Entonces el monarca dijo:
—Pienso que el rey es bueno y es el mejor de los gobernantes. Y desde su
sabiduría ha prohibido la luz. ¿Cómo es que tienes una luz en tu negocio?
El joven respondió:
—¿Viene alguien a tomar café en la oscuridad? ¿Usted habría encontrado
este lugar y estaría aquí ahora tomando café si no hubiera visto la luz? En este
lugar nos ganamos la vida mi madre y yo y comeremos con lo que hemos
ganado con su café. El rey no piensa en nosotros y no le importamos. Él sólo

53
se sienta en su palacio y hace leyes tontas aconsejado por un malvado visir,
cuyo único interés es hacer dinero con la expansión del reino.
El visir llevó la mano a su daga, pero el rey le hizo señas para que no
hiciera nada. El muchacho prosiguió:
—Pero no le digan al rey que tengo luz aquí y no le cuenten mis palabras.
Recuerden que aquél que cava una fosa para su hermano cae él mismo en ella.
Entonces el rey dijo:
—¿Qué es lo que has dicho?
El joven respondió:
—Dije, que aquél que cava una fosa para su hermano, cae él mismo en
ella.
El rey quedó muy complacido con las palabras del muchacho, y le dijo:
—¿Sabes que yo soy el mismo rey y él es el visir? Te perdono por la luz,
dado que la necesitas para tu café. Y te perdono tus palabras, dado que has
dicho lo que estaba en tu corazón. Y como los reyes estamos necesitados de
consejos sabios, vendrás todos los días a verme a mi corte y me dirás este
mismo sabio consejo y yo te premiaré dándote oro.
El joven quedó muy complacido con las palabras del rey, pero el visir no,
porque pensó que este joven volvería contra él el favor del rey. Todos los días
el joven iba al palacio y decía esas palabras al rey y el rey lo premiaba con
oro. Al rey le gustaba el joven y le concedió un manto honorífico, tierras y
riquezas.
Pero un día, el visir se presentó delante del rey y le dijo:
—¡Oh!, mi maestro, hay algo de lo que no me gustaría hablar.
—¿Qué es? —preguntó el rey.
El visir contestó:
—El joven que viene a verte todos los días me habló diciendo: dile al rey
que un olor feo sale de su boca, tiene un aliento horrible. Dile, por favor, que
vuelva su cabeza cuando me hable para que no me enferme con semejante
olor.
El rey se puso negro de furia y dijo:
—¡Qué vuelva la cabeza! Yo soy el rey y prefiero cortar cabezas.
¡Envíamelo!
Entonces el visir fue a buscar al joven y le dijo:
—El rey reclama tu presencia. Y me pidió que te dijera que un olor muy
feo sale de tu boca. Por lo que es mejor que te cubras el rostro con tu manto
cuando entres y vuelvas tu cabeza cuando hables.
Y el joven fue al rey y lo saludó. Se cubrió el rostro con su manto y

54
desvió hacia un lado su rostro. Esto hizo que el rey se encolerizara y decidió
cortarle la cabeza, cuando vio que el joven se volvía hacia un lado.
El rey le dijo al joven:
—Tengo la intención de hacerte el más feliz de todos mis súbditos.
Entonces cogió papel y pluma y escribió una carta al capitán de la guardia
del tesoro, la selló para que no pudiera ser abierta y se la entregó al joven
diciéndole:
—Esto es una orden para que el capitán de la guardia del tesoro pague al
portador la suma de cien mil dinares de oro. Ve y toma tu oro.
El visir se fue detrás del joven y, habiendo oído las palabras del rey, sin
saber cual era su plan, pensó:
—Mi plan ha fallado dado que el rey debe amar a este joven y no se ha
enfurecido por su insulto. Ahora este joven será el más rico del país.
Y empezó a pensar en la peor villanía posible. Él no sabía que el rey había
escrito: «Corte la cabeza al portador de esta carta». Por lo que el visir fue
detrás del joven y le dijo:
—Felicidades por tu buena suerte y te propongo ahora que eres rico me
permitas ser tu sirviente. Seguro que los tesoros te engañarán, porque ¿sabes
acaso contar semejante suma de oro? Por lo que dame tu carta y yo cobraré el
dinero y te lo llevaré a tu casa con mis propios sirvientes.
El joven que era confiado le dio la carta y se fue a su casa a esperar al
visir. El visir fue a ver al capitán del tesoro y le dio la carta, éste la abrió y la
leyó. Al momento mandó a sus soldados que lo detuvieran y, a pesar de sus
gritos, le cortaron la cabeza con una espada.
El rey que esperaba a su visir, al ver que no llegaba, mandó buscarle y así
supo lo que había pasado. Quedó estupefacto por la noticia sin comprender
qué había sucedido, de modo que mandó llamar al joven para que se lo
explicara. El joven le contó todo lo concerniente al visir y agregó:
—Vuestro aliento es dulce, pero el visir me dijo que mi aliento era
pestilente.
El rey complacido premió al joven y le convirtió en su visir de confianza
en lugar de aquel que había cavado su fosa.

55
21. EL LORO QUE QUERÍA SER LIBRE

56
E STA ES LA HISTORIA DE UN LORO MUY CONTRADICTORIO. Desde hacía
muchos años, el loro vivía enjaulado, y su propietario era un anciano al
que el animal hacía compañía.
Cierto día, el anciano invitó a un amigo a su casa a deleitar un sabroso té
de Cachemira. Los dos hombres pasaron al salón donde, cerca de la ventana y
en su jaula, estaba el loro. Se encontraban los dos hombres tomando té,
cuando el loro comenzó a gritar insistente y vehementemente:
—¡Libertad, libertad, libertad!
No cesaba de pedir libertad. Durante todo el tiempo en que estuvo el
invitado en la casa, el animal no dejó de reclamar libertad. Hasta tal punto era
desgarradora su solicitud, que el invitado se sintió muy apenado y ni siquiera
pudo terminar de saborear su taza. Estaba saliendo por la puerta y el loro
seguía gritando:
—¡Libertad, libertad, libertad!
Pasaron dos días. El invitado no podía dejar de pensar con compasión en
el loro. Tanto le atribulaba el estado del animalillo que decidió que era
necesario ponerlo en libertad y tramó un plan.
Se enteró cuándo el anciano dejaba su casa para ir a comprar, y decidió
aprovechar su ausencia para liberar al pobre loro.
Un día después, el hombre se apostó cerca de la casa del anciano y, en
cuanto lo vio salir, corrió hacia su casa, abrió la puerta con una ganzúa y entró
en el salón, donde el loro continuaba gritando:
—¡Libertad, libertad, libertad!
Al invitado se le partía el corazón. ¿Quién no hubiera sentido piedad por
el animalito? Presto, se acercó a la jaula y abrió la puertecilla de la misma.
Entonces el loro, aterrado, se lanzó al lado opuesto de la jaula y se aferró con
su pico y uñas a los barrotes de la jaula, negándose a abandonarla, mientras
seguía gritando:
—¡Libertad, libertad, libertad!

57
22. EL ERMITAÑO Y EL REY

58
U N VIEJO ERMITAÑO FUE INVITADO CIERTA VEZ A VISITAR LA CORTE DEL REY
MÁS PODEROSO DE AQUELLA ÉPOCA.
—Envidio a un hombre santo como tú, que se contenta con tan poco —
comentó el soberano.
—Yo envidio a Vuestra Majestad, que se contenta con menos que yo —
respondió el ermitaño.
—¿Cómo puedes decirme esto, cuando todo el país me pertenece? —dijo
el rey, ofendido.
—Justamente por eso. Yo tengo la música de las esferas celestes, tengo
los ríos y las montañas del mundo entero, tengo la luna y el sol, porque tengo
a Dios en mi alma. Vuestra Majestad, sin embargo, sólo posee este reino.

59
23. ¿A QUIÉN LE IMPORTA?

60
T ODOS LOS MESES, EL DISCÍPULO CONTABA POR ESCRITO A SU MAESTRO SUS
PROGRESOS ESPIRITUALES. El primer mes escribió:
—Siento una expansión de la conciencia y experimento mi unión con el
universo.
El maestro leyó la nota y la arrojó al cesto de los papeles. Al mes
siguiente escribió esto otro:
—Al fin he descubierto que la divinidad está presente en todas las cosas.
El maestro parecía estar tremendamente decepcionado. En su tercera
carta, el discípulo explicaba entusiasmado:
—El misterio del Uno y lo múltiple le ha sido revelado a mi asombrada
mirada.
El maestro bostezó. La siguiente carta decía:
—Nadie nace, nadie vive y nadie muere, porque el yo no existe.
El maestro, desesperado, alzó sus manos al cielo. Luego pasó un mes, dos
meses, cinco meses, un año… El maestro pensó que había llegado el
momento de recordar a su discípulo su obligación de mantenerle informado
de sus progresos espirituales. Y el discípulo respondió a vuelta de correo:
—¿Y a quién le importa?
Cuando el maestro leyó estas palabras, se iluminó su rostro de satisfacción
y dijo:
—¡Gracias a Dios, al fin lo ha logrado!

61
24. EL CUENTO DE LAS ARENAS

62
U N RÍO, DESDE SUS ORÍGENES EN LEJANAS MONTAÑAS, DESPUÉS DE
ATRAVESAR TODA CLASE DE CAMPIÑAS, AL FIN ALCANZÓ LAS ARENAS DEL
DESIERTO. Del mismo modo que había sorteado todos los otros obstáculos, el
río trató de atravesar este último, pero se dio cuenta de que sus aguas
desaparecían en las arenas tan pronto llegaba a éstas.
Estaba convencido, no obstante, de que su destino era cruzar ese desierto
y sin embargo, no había manera. Entonces una recóndita voz, que venía desde
el mismo desierto le susurró:
—El viento cruza el desierto y del mismo modo puede hacerlo el río.
El río objetó que se estaba estrellando contra las arenas y solamente
conseguía ser absorbido, que el viento podía volar y ésa era la razón por la
cual podía cruzar el desierto.
—Arrojándote con violencia como lo vienes haciendo no lograrás
cruzarlo. Desaparecerás o te convertirás en un pantano. Debes permitir que el
viento te lleve hacia tu destino.
—¿Pero cómo esto podrá suceder?
—Deja que el viento te absorba.
Esta idea no era aceptable para el río. Después de todo él nunca había sido
absorbido antes. No quería perder su individualidad.
—¿Y, una vez perdida mi individualidad, cómo puede uno saber si podrá
recuperarla alguna vez? —preguntó el río.
—El viento —dijeron las arenas— cumple esa función. Eleva el agua, la
transporta sobre el desierto y luego la deja caer. Cayendo como lluvia, el agua
nuevamente se vuelve río.
—¿Cómo puedo saber que esto es verdad?
—Así es, y si tú no lo crees, no te volverás más que un pantano y aún eso
tomaría muchos, pero muchos años; y un pantano, ciertamente no es la misma
cosa que un río.
—¿Pero no puedo seguir siendo el mismo río que ahora soy?
—Tú no puedes en ningún caso permanecer así —continuó la voz—. Tu

63
parte esencial es transportada por el viento y forma un río nuevamente. Eres
llamado así, aún hoy, porque no sabes qué parte tuya es la esencial.
Cuando oyó esto, ciertos ecos comenzaron a resonar en los pensamientos
del río. Vagamente, recordó un estado en el cual él, o una parte de él ¿cuál
sería?, había sido transportado en los brazos del viento. También recordó —
¿o le pareció?— que eso era lo que realmente debía hacer, aún cuando no
fuera lo más obvio. Y el río elevó sus vapores en los acogedores brazos del
viento, que gentil y fácilmente lo llevó hacia arriba y a lo lejos, dejándolo
caer suavemente tan pronto hubieron alcanzado la cima de una montaña,
muchas pero muchas millas más lejos. Y porque había tenido sus dudas, el río
pudo recordar y registrar más firmemente en su mente, los detalles de la
experiencia. Reflexionó: «Sí, ahora conozco mi verdadera identidad». El río
estaba aprendiendo pero las arenas susurraron:
—Nosotras conocemos, porque vemos suceder esto día tras día, y porque
nosotras, las arenas, nos extendemos por todo el camino que va desde las
orillas del río hasta la montaña.
Y es por eso que se dice que el camino en el cual el río de la vida ha de
continuar su travesía está escrito en las arenas.

64
25. LA RECOMPENSA DEL DESIERTO

65
H ACE MUCHO TIEMPO HABÍA UN JOVEN COMERCIANTE LLAMADO KIRZAI. Un
día, por causa de los negocios, tuvo que viajar al pueblo de Tchigan,
situado a doscientos kilómetros de distancia. Normalmente, el joven habría
ido por la ruta que seguía el borde de las montañas, lo que le habría permitido
hacer la mayor parte del viaje protegido del sol.
Pero en esta ocasión, Kirzai tenía prisa por llegar a su destino. Era urgente
que llegara a Tchigan lo antes posible, de modo que decidió tomar el camino
más directo que iba a través del desierto de Sry Darya. El desierto de Sry
Darya es conocido por el sofocante calor y la intensidad con que el sol castiga
a los pocos que se atreven a correr el riesgo de cruzarlo. No obstante, Kirzai
dio de beber a su camello, llenó sus alforjas y emprendió el viaje.
Varias horas después de partir empezó a levantarse el viento del desierto.
Kirzai refunfuñó para sus adentros y avivó el paso del camello. De pronto, se
detuvo, estupefacto. A unos cien metros delante de él se levantó un
gigantesco remolino de viento. Kirzai nunca había visto nada semejante. El
remolino giraba alrededor de una extraña luz purpúrea y hasta el color de la
arena había cambiado. Kirzai titubeó. ¿Debía dar un largo rodeo a fin de
evitar esa extraña aparición o debía seguir adelante? Kirzai tenía mucha prisa,
no disponía de tiempo para ir por el camino más largo, de modo que agachó la
cabeza, encorvó los hombros y avanzó.
Para su sorpresa, en el momento en que penetró en la tormenta todo se
calmó. El viento no azotaba ya con tanta fuerza contra su cara. Se sintió
contento de haber tomado la decisión correcta. Pero, de pronto, se vio
obligado a detenerse otra vez. Un poco más adelante, un hombre estaba caído
en la arena junto a su camello que estaba acuclillado. Kirzai desmontó de
inmediato para ver qué pasaba. A pesar de que la cabeza del hombre estaba
envuelta en una chalina, Kirzai vio que era viejo. Al acercarse, el hombre
abrió los ojos y miró con atención a Kirzai durante un instante y después
habló con un susurro ronco.
—¿Eres… tú?

66
Kirzai rió y sacudió la cabeza.
—¿Qué? ¡No me digas que sabes quién soy! ¿Mi fama se ha extendido
hasta el desierto de Sry Darya? Pero tú, anciano, ¿quién eres?
El hombre no dijo nada.
—De todos modos —continuó Kirzai—, tú no estás bien. ¿Adónde vas?
—A Givah —suspiró el viejo—, pero se me ha acabado el agua.
Kirzai reflexionó. Sin duda podía compartir un poco de su agua con el
anciano, pero si lo hacía se arriesgaba a quedarse sin agua él mismo. Sin
embargo, no podía dejarlo así. No se puede dejar morir a un hombre sin echar
una mirada atrás.
«Al diablo con mis planes —pensó Kirzai— sólo necesito encontrar mi
camino hasta el sendero que corre a lo largo de las montañas, en caso de
necesitar más agua. ¡Una vida humana vale mucho más que un compromiso
de negocios!».
Ayudó al viejo a tomar un poco de agua, llenó una de sus cantimploras y
después lo ayudó a montar su camello.
—Sigue derecho por ese camino —le recomendó mientras apuntaba con
el dedo— y en dos horas estarás en Givah.
El anciano hizo una señal de agradecimiento con las manos y antes de irse
miró intensamente a Kirzai y pronunció estas extrañas palabras:
—Algún día el desierto te recompensará.
Entonces espoleó a su camello en la dirección que Kirzai le había
indicado. El joven continuó su viaje. La oportunidad que le esperaba en
Tchigan sin duda estaba perdida, pero se sentía en paz consigo mismo.
Pasó el tiempo. Treinta años después, los negocios hicieron que Kirzai
tuviera que ir a menudo de Givah y Tchigan. No se había hecho rico, pero lo
que ganaba era suficiente para proporcionar una buena vida a su familia.
Kirzai estaba satisfecho con eso y no pedía nada más.
Un día, mientras vendía cueros en la plaza del mercado de Tchigan, se
enteró de que su hijo estaba gravemente enfermo. Era urgente que fuera a
verlo de inmediato. Kirzai no vaciló. Recordó el atajo a través del desierto
que había tomado treinta años atrás. Dio agua a su camello, llenó sus
cantimploras y partió.
A lo largo del camino libró una batalla contra el tiempo, azuzando sin
cesar a su camello. No se detuvo ni disminuyó la marcha mientras bebía agua,
y por esa razón ocurrió el accidente. La cantimplora se le cayó de las manos y
antes que pudiera bajarse para recuperarla, el agua se vertió y desapareció en
la arena. Kirzai profirió una maldición. Con una sola cantimplora llena era

67
imposible cruzar el desierto. Pero al pensar en su hijo, el viejo se obligó a
seguir adelante.
«¡Tengo que hacerlo! ¡Lo haré!», se decía.
El sol del desierto de Sry Darya es despiadado. Le importa poco por qué o
para qué fines un hombre trata de desafiar sus rayos, y arde inexorablemente
siempre con la misma fuerza e intensidad. Kirzai pronto comprendió que
había cometido un gran error. Se le resecó la lengua y la piel le quemaba. La
única cantimplora que tenía pronto se acabó. Y ahora, para su desazón, vio
que empezaba una tormenta de arena. Kirzai se envolvió la cabeza con su
chalina, cerró los ojos y dejó que el camello lo llevara adelante a donde fuera.
Ya no era consciente de nada. Un gigantesco remolino de viento se levantó
frente a él. Despedía una suave luz purpúrea, pero Kirzai seguía medio
desvanecido y no vio nada. Su camello entró en el remolino de viento, avanzó
unos pocos pasos y entonces, de forma abrupta, se sentó y quedó acuclillado.
Kirzai cayó al suelo.
«Estoy terminado», pensó. «¡Mi hijo nunca volverá a verme!».
De repente, sin embargo, dio un grito de alegría. Un hombre montado en
un camello avanzaba hacia él. Pero cuanto más se acercaba el hombre, tanto
más la alegría de Kirzai se convertía en estupefacción. Este hombre que ahora
desmontaba de su camello… ¡Kirzai lo conocía! Reconoció su propio rostro
juvenil, sus ropas… ¡y hasta el camello que montaba! Un camello que él
mismo había comprado por dos valiosos jarrones muchos años antes.
Kirzai estaba seguro: ¡El joven que venía a ayudarlo era él mismo! ¡Era el
mismo Kirzai tal como era treinta años antes!
—¿Eres… tú? —balbuceó Kirzai con un susurro ronco. El joven lo miro y
rió.
—¿Qué? ¡No me digas que sabes quién soy! ¿Mi fama se ha extendido
hasta el desierto de Sry Darya? Pero tú, anciano, ¿quién eres?
Kirzai no contestó. No sabía qué hacer. ¿Debía decirle al joven quien era,
o era mejor no decir nada? Mientras tanto el joven continuó:
—De todos modos, tú no estas bien. ¿Adónde vas?
—A Givah —suspiró el viejo—, pero se me ha acabado el agua.
Kirzai vio que el joven reflexionaba en silencio acerca de la situación y
supo con exactitud lo que pasaba por su mente: ¿Debía ayudar a Kirzai o
continuar para atender sus propios asuntos? Pero Kirzai también supo cual
sería la decisión y sonrió al observar que el joven le ofrecía un trago de agua.
Después, el joven le llenó la cantimplora vacía, le ayudó a montar su camello
y apuntó con el dedo.

68
—Sigue derecho por ese camino y en dos horas estarás en Givah.
El viejo Kirzai miró un largo rato al joven que alguna vez había sido él
mismo y le hizo una señal de agradecimiento. Hubiera deseado hablar con él
de muchas cosas, pero sólo logró encontrar estas palabras:
—Algún día el desierto te recompensará.
Y entonces partió de prisa hacia Givah, donde le esperaba su hijo. Kirzai
llegó a ser un hombre sabio, respetado por todos. Y cuando contaba este
extraño cuento, todos los que lo escuchaban le creían. Desde aquellos
tiempos, el desierto de Sry Darya ha sido conocido con el nombre de
«Samavstrecha», que quiere decir: «El desierto donde uno se encuentra a sí
mismo».

69
26. LA HISTORIA DE MUSHKIL GUSHA

70
H ABÍA UNA VEZ, A MENOS DE MIL MILLAS DE AQUÍ, UN POBRE LEÑADOR VIUDO
QUE VIVÍA CON SU HIJA PEQUEÑA. Todos los días iba a la montaña a cortar
leña para hacer fuego, que traía a casa y ataba en hatos.
Después de tomar el desayuno, caminaba hasta el pueblo más cercano,
donde vendía la leña y descansaba un rato antes de regresar. Un día, al volver
ya tarde a casa, la niña le dijo:
—Padre, a veces desearía tener mejor comida, más cantidad y diferentes
clases de cosas para comer.
—Muy bien hija mía —dijo el viejo—, mañana me levantaré más
temprano que de costumbre, me adentraré en la montaña donde hay más leña
y traeré una cantidad mucho mayor que la habitual. Llegaré a casa más
temprano y así podré atar la leña antes para luego ir al pueblo a venderla;
conseguiré de esta forma más dinero y te traeré toda clase de cosas ricas para
comer.
A la mañana siguiente el leñador se levantó antes del alba y se fue a las
montañas. Trabajó duramente cortando leña, e hizo un enorme haz que
acarreó sobre su espalda hasta la casa.
Cuando llegó, todavía era muy temprano. Puso la carga en el suelo y
golpeó la puerta diciendo:
—¡Hija, hija!, abre la puerta que tengo hambre y sed, y necesito tomar
algún alimento antes de ir al mercado.
Pero la puerta permaneció cerrada. El leñador estaba tan cansado que se
acostó en el suelo y pronto se quedó dormido al lado del hato de leña.
La niña, que había olvidado la conversación de la noche anterior, estaba
profundamente dormida. Cuando el leñador se levantó, unas horas después, el
sol ya estaba alto. Golpeó nuevamente la puerta y dijo:
—¡Hija, hija, ven pronto! Debo comer algo e ir al mercado pues es mucho
más tarde que otros días.
Pero como la niña había olvidado aquella conversación de la noche
anterior, mientras el padre dormía, se había levantado, arreglado la casa, y

71
había salido a dar un paseo. Dejó la cabaña cerrada, suponiendo, en su olvido,
que su padre estaba todavía en el pueblo.
Así que el leñador se dijo:
—Ya es demasiado tarde para ir al pueblo, regresaré a las montañas y
cortaré otro haz de leña, que llevaré a casa, así mañana tendré doble carga
para llevar al mercado.
Trabajó duramente ese día en las montañas, cortando leña y dando forma
a la misma. Era ya de noche cuando llegó a su casa con la leña sobre los
hombros. Puso el atado detrás de la casa, golpeó la puerta y dijo:
—¡Hija, hija!, abre que estoy cansado y no he comido nada en todo el día.
Tengo doble cantidad de leña que espero llevar mañana al mercado. Esta
noche tengo que dormir bien para poder sentirme fuerte.
Tampoco hubo respuesta, pues la niña, como sintió mucho sueño al
regresar a su casa, se preparó la comida y se fue a la cama. Al principio
estuvo preocupada por la ausencia de su padre, pero luego se tranquilizó
pensando que se habría quedado a pasar la noche en el pueblo.
Nuevamente el leñador, al ver que no podía entrar en su casa, cansado,
hambriento y sediento, se acostó junto a la leña y de inmediato se quedó
dormido. Le fue imposible permanecer despierto a pesar de la preocupación
que sentía por lo que hubiera podido pasarle a su hija. Como el leñador tenía
frío y hambre y estaba tan cansado, despertó muy, muy temprano a la mañana
siguiente, antes de que hubiera luz. Se sentó y miró a su alrededor pero no
pudo ver nada. Entonces ocurrió algo extraño, le pareció escuchar una voz
que decía:
—Rápido, rápido, deja tu leña y ven aquí. Si lo necesitas mucho y lo
deseas poco, tendrás una comida deliciosa.
El leñador se puso de pie y caminó en dirección hacia donde venía la voz.
Anduvo, anduvo y anduvo, pero no encontró nada. Entonces sintió más
cansancio, frío y hambre que antes, y además estaba perdido. Siempre había
tenido muchas esperanzas, pero eso no parecía haberlo ayudado.
Ahora se sintió triste, con ganas de llorar, pero se dio cuenta de que llorar
tampoco le ayudaría. Así que se acostó y se durmió. Muy poco después
despertó nuevamente, tenía demasiado frío y hambre para poder dormir.
Fue entonces cuando se le ocurrió relatarse a sí mismo, como si fuera un
cuento, todo lo que había ocurrido después de que su hija le hubiera pedido
una clase diferente de comida.
Tan pronto como terminó su historia, le pareció oír otra vez, en algún
lugar por encima de él, como saliendo del amanecer, una voz que le decía:

72
—¿Qué haces ahí?
—Estoy contándome mi propia historia —respondió el leñador.
—¿Y cuál es esa historia? —preguntó la voz.
El leñador repitió su narración.
—Muy bien —dijo la voz.
Y a continuación le indicó que cerrara los ojos y subiera por la escalera.
—Pero yo no veo ninguna escalera —dijo el viejo.
—No importa, haz lo que te digo —ordenó la voz.
El hombre hizo lo que se le indicaba. Tan pronto como hubo cerrado los
ojos, descubrió que estaba de pie y, levantando el pie derecho, sintió algo
como un escalón debajo de él. Comenzó a subir lo que parecía ser una
escalera. De repente los escalones comenzaron a moverse, se movían muy
deprisa, y la voz le dijo:
—No abras los ojos hasta que yo te lo indique.
No había pasado mucho tiempo cuando le ordenó abrirlos. Al hacerlo, se
encontró en un lugar que parecía un desierto, con el sol ardiente sobre su
cabeza. Estaba rodeado de cantidades y cantidades de pequeñas piedras de
todas clases: rojas, verdes, azules y blancas. Pero parecía estar solo; miró a su
alrededor y no pudo ver a nadie.
Pero la voz comenzó a hablar de nuevo:
—Toma todas las piedras que puedas, cierra los ojos y baja los escalones.
El leñador hizo lo que se le decía y, cuando abrió los ojos por orden de la
voz, se encontró delante de la puerta de su propia casa. Llamó a la puerta y la
hija le abrió. Ella le preguntó que dónde había estado y el padre le contó lo
ocurrido, aunque la niña apenas entendió lo que él decía porque todo le
sonaba muy confuso.
Entraron en la casa, y la niña y su padre compartieron lo último que les
quedaba para comer: un puñado de dátiles secos. Cuando terminaron, el
leñador creyó oír nuevamente la voz, una voz como la otra que le había dicho
que subiera los escalones. La voz dijo:
—A pesar de que quizá tú aún no lo sabes, has sido salvado por Mushkil
Gusha. Recuerda: Mushkil Gusha siempre está aquí. Asegúrate de todos los
jueves por la noche comer unos dátiles, darás otros a alguna persona
necesitada y contarás la historia de Mushkil Gusha. De lo contrario, harás un
regalo en su nombre a alguien que ayude a los necesitados. Asegúrate de que
la historia de Mushkil Gusha nunca, nunca sea olvidada. Si tú haces esto y
otro tanto hacen las personas a quienes tú cuentes esta historia, los que tengan
verdadera necesidad siempre encontrarán su camino.

73
El leñador puso todas las piedras que había traído del desierto en un
rincón de su casita. Parecían simples piedras y no supo qué hacer con ellas. Al
día siguiente llevó sus dos enormes atados de leña al mercado y los vendió
muy fácilmente, a muy buen precio. Al regresar a su casa, llevó a su hija toda
clase de ricos manjares, que ella hasta entonces jamás había probado.
Cuando terminaron de comer, el viejo leñador dijo:
—Ahora te voy a contar toda la historia de Mushkil Gusha. Muskhil
Gusha significa el disipador de todas las dificultades. Nuestras dificultades
han desaparecido gracias a Mushkil Gusha, y debemos siempre recordarlo.
Durante una semana el hombre siguió haciendo todo lo que hacía de
costumbre. Fue a las montañas, trajo leña, comió algo, llevó la leña al
mercado y la vendió. Y todos los días encontró un comprador sin dificultad.
Llegó el jueves siguiente y, como es común entre los hombres, el leñador
olvidó contar la historia de Mushkil Gusha. Esa noche, ya tarde, se apagó el
fuego en casa de los vecinos, los cuales no tenían nada con lo que volver a
encenderlo; fueron a casa del leñador y le dijeron:
—Vecino, vecino, por favor, danos un poco de fuego de esas maravillosas
lámparas que vemos brillar a través de tu ventana.
—¿Qué lámparas? —preguntó el leñador.
—Ven fuera y verás —le respondieron.
El leñador salió y vio claramente toda clase de luces que brillaban, desde
dentro, a través de su ventana. Entró en casa y vio que la luz salía del montón
de piedrecitas que había colocado en un rincón. Pero los rayos de luz eran
fríos y resultaba imposible emplearlos para encender fuego, así que salió y les
dijo:
—Vecinos, lo lamento, no tengo fuego —y les dio con la puerta en las
narices.
Los vecinos se sintieron molestos y sorprendidos, y volvieron a su casa
refunfuñando. Pero ellos aquí abandonan nuestra historia.
El leñador y su hija, rápidamente, taparon las brillantes luces con cuanto
trapo encontraron, por miedo de que alguien viera el tesoro que tenían. A la
mañana siguiente, al destapar las piedras, descubrieron que eran luminosas
piedras preciosas. Una por una, las fueron llevando a las ciudades de los
alrededores, donde las vendieron a un enorme precio. El leñador, entonces,
decidió construir un espléndido palacio para él y su hija. Eligieron un lugar
que quedaba justamente frente al castillo del rey de su país. Poco tiempo
después había tomado forma un maravilloso edificio.
Ese rey tenía una hija muy bella, que al despertar una mañana vio un

74
castillo que parecía de cuento de hadas frente al de su padre y se quedó muy
sorprendida. Preguntó a su servidumbre:
—¿Quién ha construido ese castillo? ¿Con qué derecho hacen algo así tan
cerca de nuestro hogar?
Los sirvientes salieron e investigaron y, al regresar, le contaron a la
princesa la historia, hasta donde pudieron saberla. Entonces la princesa, muy
enojada, mandó llamar a la hija del leñador, pero cuando las dos niñas se
conocieron y hablaron, pronto se hicieron buenas amigas. Se veían todos los
días e iban juntas a jugar y a nadar a un arroyo que había sido hecho para la
princesa por su padre.
Algunos días después del primer encuentro, la princesa se quitó un
hermoso y valioso collar, y lo colgó en un árbol próximo al arroyo. Al volver
olvidó llevárselo, y al llegar a casa pensó que lo había perdido. Pero, la
princesa, recapacitando, decidió que la hija del leñador se lo había robado. Se
lo dijo a su padre, quien hizo arrestar al leñador, confiscó el castillo y le
embargó todos sus bienes; el leñador fue llevado a prisión y la hija internada
en un orfelinato.
Como era costumbre en ese país, después de cierto tiempo, el leñador fue
sacado de su celda y llevado a la plaza pública, donde se le encadenó a un
poste, con un letrero alrededor del cuello que decía: «Esto es lo que les ocurre
a aquellos que roban a los reyes».
Al principio, la gente se reunía a su alrededor, burlándose de él y tirándole
cosas. El leñador se sentía muy desdichado. Pero, como es común entre los
hombres, pronto se acostumbraron a ver al viejo sentado junto al poste y le
prestaban cada vez menos atención. A veces le tiraban restos de comida, a
veces no.
Un día, el leñador oyó decir a alguien que era jueves por la tarde.
Repentinamente, llegó a su mente el pensamiento de que pronto sería la noche
de Mushkil Gusha, el disipador de todas las dificultades, y que había olvidado
conmemorarlo desde hacía tanto tiempo. Tan pronto como este pensamiento
llegó a su mente, un hombre caritativo que pasaba por allí le arrojó unas
monedas. El leñador lo llamó:
—Generoso amigo, me has dado un dinero que para mí no es de ninguna
utilidad, si de alguna manera tu generosidad alcanzara a comprar uno o dos
dátiles y venir a sentarte conmigo para comerlos, yo te quedaría eternamente
agradecido. El hombre fue y compró algunos dátiles, se sentó a su lado y
comieron juntos. Al terminar, el leñador le contó la historia de Mushkil
Gusha.

75
—Creo que debes estar loco —le dijo el hombre generoso cuando la hubo
escuchado.
Pero era una persona comprensiva y, a su vez, tenía bastantes dificultades.
Al llegar a su casa, después de este incidente, encontró que todos sus
problemas habían desaparecido. Y esto le hizo pensar más seriamente acerca
de Mushkil Gusha. Pero él aquí abandona nuestra historia.
A la mañana siguiente, la princesa volvió al lugar donde solía bañarse y,
cuando estaba a punto de entrar en el agua, vio algo que parecía ser su collar
en el fondo del arroyo. Pero en el momento en que iba a recogerlo, sintió
ganas de estornudar y, al echar la cabeza hacia atrás, vio que lo que había
tomado por su collar era sólo su reflejo en el agua, porque el verdadero collar
estaba colgado en la rama del árbol, en el mismo lugar en que lo había dejado
hacía mucho tiempo.
Tomándolo, corrió emocionada y le contó lo ocurrido al rey. Éste ordenó
que el leñador fuese puesto en libertad y que se le dieran públicas disculpas.
La niña fue sacada del orfelinato y todos fueron felices para siempre.
Éstos son algunos de los incidentes de la historia de Mushkil Gusha. Es un
cuento muy largo y nunca termina. Tiene muchas versiones; algunas ni
siquiera se llaman la historia de Mushkil Gusha y por eso la gente no las
reconoce. Pero es por causa de Mushkil Gusha por lo que su historia, en
cualquiera de sus formas, es recordada por alguien, en algún lugar del mundo,
día y noche, donde quiera que haya gente. Así como su historia siempre ha
sido relatada, así seguirá siendo contada siempre.
¿Quiere usted repetir la historia de Mushkil Gusha los jueves por la noche
y ayudar así al trabajo de Mushkil Gusha?

76
YALAL AD-DIN MUHAMMAD RUMI (Balj, Afganistán, 1207 - Konya,
Turquía, 1273). Célebre poeta, místico y erudito musulmán persa, una de las
figuras más destacadas del sufismo medieval. Más conocido como,
simplemente, «Rumi» (que significa «originario de la Anatolia romana», en
referencia al Imperio Romano de Occidente, el Imperio Bizantino, al que los
turcos de la época nominaban la «tierra de Rum», los romanos). El tema
central de su pensamiento y enseñanzas, plasmados a través de cuentos y
poemas, está esencialmente enfocado sobre el concepto de «Tawheed»
(unidad), particularmente la unión con el «Amado» (la Fuente principal, lo
divino) de donde, en concordancia con el sufismo en general, los hombres
hemos sido «cortados», como una caña es arrancada del cañaveral; lo que
genera un constante lamento del alma por dicha separación y un incesante
deseo de volver a la unidad primigenia. La importancia de Rumi trasciende lo
puramente nacional y étnico. A través de los siglos ha tenido una significativa
influencia en la literatura persa, urdú y turca. Sus poemas son diariamente
leídos en los países de habla persa como Irán, Afganistán y Tayikistán y han
sido ampliamente traducidos a varios idiomas alrededor del mundo. Luego de
su muerte, sus seguidores fundaron la orden sufí Mevleví, mejor conocidos
como los «Derviches Giróvagos», ya que realizan una meditación en
movimiento llamada «semá» donde hombres (y actualmente, mujeres) giran
sobre sí mismos acompañados por flautas y tambores.

77
RAÚL DE LA ROSA. Nació en Valencia, España, ciudad donde reside
habitualmente. Escritor y filósofo, creador y director de la revista Dharma.
Durante años ha experimentado y profundizado en el campo de la ecología, la
salud medioambiental, las religiones y tradiciones orientales (buddhismo,
taoísmo, chamanismo, feng shui) y, especialmente, en el de la mente y la
conciencia. Su profundo conocimiento del mundo espiritual se ha visto
enriquecido por su encuentro con otras culturas, fruto de sus múltiples viajes.

78
Table of Contents
La danza del corazón
Acerca de los textos de esta obra
Prólogo
1. Amar y rezar
2. Un largo sueño
3. El pichón de águila
4. Espiritualidad y pan
5. El cerrajero y la alfombra
6. Los tres filtros
7. La necesidad
8. La distancia
9. Un hombre, su caballo, su perro y el cielo
10. Los amigos
11. El origen de una tradición
12. El defecto
13. La mecha
14. Las estrellas de mar
15. El devoto y la prostituta
16. El zorro inválido
17. El reflejo de la vida
18. Cómo lo dices
19. Los dos loros
20. Historia de aquél que cavó su fosa
21. El loro que quería ser libre
22. El ermitaño y el rey
23. ¿A quién le importa?
24. El cuento de las arenas
25. La recompensa del desierto
26. La historia de Mushkil Gusha
Autores

79
Table of Contents
La danza del corazón 3
Acerca de los textos de esta obra 7
Prólogo 8
1. Amar y rezar 9
2. Un largo sueño 11
3. El pichón de águila 13
4. Espiritualidad y pan 16
5. El cerrajero y la alfombra 19
6. Los tres filtros 22
7. La necesidad 24
8. La distancia 27
9. Un hombre, su caballo, su perro y el cielo 29
10. Los amigos 32
11. El origen de una tradición 34
12. El defecto 36
13. La mecha 38
14. Las estrellas de mar 40
15. El devoto y la prostituta 42
16. El zorro inválido 44
17. El reflejo de la vida 46
18. Cómo lo dices 48
19. Los dos loros 50
20. Historia de aquél que cavó su fosa 52
21. El loro que quería ser libre 56
22. El ermitaño y el rey 58
23. ¿A quién le importa? 60
24. El cuento de las arenas 62
25. La recompensa del desierto 65

80
26. La historia de Mushkil Gusha 70
Autores 77

81

También podría gustarte