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62-2006-16-2007

Inconstitucionalidad
Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia. San Salvador, a las diez horas treinta
minutos del día veintiuno de agosto de dos mil nueve.
Los presentes procesos de inconstitucionalidad acumulados fueron iniciados, de
conformidad con el art. 77-F de la Ley de Procedimientos Constitucionales (L. Pr. Cn.), en virtud
de dos requerimientos enviados por el Juzgado Tercero de lo Mercantil de San Salvador, de 31-
X-2006 y 12-I-2007 respectivamente, en los que declaró inaplicable el art. 65 ord. 9° de la Ley
del Banco de Fomento Agropecuario (LEBAFA), contenido en el D. L. n° 312, de 10-IV-1973,
publicado en el D. O. n° 75, tomo 239, correspondiente al 25-IV-1973, por considerarlo contrario
a los arts. 5 inc. 2° y 11 Cn., a fin de que esta Sala determine, con efecto general y obligatorio, la
constitucionalidad o no de la norma inaplicada.
La disposición inaplicada prescribe:
"Art. 65. Toda acción ejecutiva que el Banco entablare, quedará sujeta a las leyes comunes, con
las modificaciones siguientes: (...) 9°. Se considerará como renunciado el domicilio del deudor y
señalados el domicilio o domicilios del Banco".
Han intervenido en el presente proceso, además del tribunal requirente, la Asamblea
Legislativa y el Fiscal General de la República.
Analizados los argumentos y considerando:
I. En el trámite del presente proceso, los intervinientes expusieron:
1. La Licda. Ana María Cordón Escobar, Jueza Tercero de lo Mercantil de esta ciudad, en
ambos procesos, sostuvo que el art. 65 ord. 9° LEBAFA es inconstitucional, pues es incompatible
con los derechos fundamentales constitucionales el pretender que los demandados en los juicios
ejecutivos promovidos por el Banco de Fomento Agropecuario (BFA) renuncien a su domicilio -
el cual, conforme al art. 5 inc. 2° Cn. es irrenunciable- y se sometan al del acreedor, vulnerándose
con ello el principio de igualdad de las partes en el proceso -art. 11 Cn.-
2. Recibidos los requerimientos enviados por el tribunal requirente, esta Sala, en autos de
10-XI-2006 y 27-II-2007, respectivamente, dio trámite a los presentes procesos y afirmó que en
los mismos, de acuerdo con los arts. 77-A y 77-C Pr. Cn., las declaratorias de inaplicabilidad
reúnen los presupuestos mínimos para tramitar y decidir un proceso de inconstitucionalidad, con
base en los requerimientos del Juzgado Tercero de lo Mercantil de este distrito.
Por otro lado, se aclaró que los motivos que esta Sala considerará para enjuiciar la
constitucionalidad del art. 65 ord. 9° LEBAFA serán aquellos aducidos por la Jueza requirente a
fin de evidenciar que esta disposición vulnera lo establecido en los arts. 5 inc. 2° y 11 Cn.
Concretamente, se anunció que el examen consistiría en dilucidar, de un modo general y
obligatorio y, en su caso, con carácter constitutivo, si el objeto de control constituye una
obligación que vulnera el derecho fundamental al domicilio y la igualdad de las partes en el
proceso.
En dichos auto iniciales también se aclaró que estos procesos no se convierten, bajo
ningún concepto, en recursos o procedimientos de revisión de las inaplicaciones declaradas por la
Jueza Tercero de lo Mercantil, y que tampoco conllevan un juzgamiento del proceso ejecutivo
mercantil incoado en dicho tribunal.
Los casos concretos —se aclaró— son independientes de los presentes procesos de
inconstitucionalidad y, por tanto, los medios impugnativos que pudieran dirigirse en contra de las
resoluciones dictadas por la Jueza requirente seguían siendo viables, cumplidos que fueran los
presupuestos legales para el efecto. Es decir que —se siguió explicando—, el desarrollo de los
actuales procesos de inconstitucionalidad no interfiere con los efectos de las resoluciones
judiciales de inaplicación —reconocidos expresamente en el art. 77-D de la L. Pr. Cn.-, y los
pronunciamientos de esta Sala se verificarán con total independencia de las apreciaciones del
tribunal requirente acerca de las cuestiones mercantiles concretas. En definitiva —se
puntualizó—, los requerimientos a esta Sala sólo representan el cauce de conexión entre los
controles difuso y concentrado de constitucionalidad de las leyes (arts. 185 y 183 Cn.
respectivamente).
Por los anteriores motivos, en los autos iniciales, integrando los arts. 7 y 77-C Pr. Cn., se
tuvo por recibidos los requerimientos de 31-X-2006 y 12-I-2007 del Juzgado Tercero de lo
Mercantil de San Salvador, y se ordenó que la Asamblea Legislativa, en el plazo de diez días
hábiles, rindiera informe mediante el cual justificara la constitucionalidad de la disposición
inaplicada, tomando en cuenta los motivos de inconstitucionalidad delimitados en los mismos
autos.
3. La Asamblea Legislativa rindió informe en el que manifestó que el art. 65 ord. 9° de la
LEBAFA no violenta los arts. 5 inc. 2° y 11 Cn., puesto que el BFA —como sujeto que otorga
créditos para la agricultura— en aquellos casos en que el deudor no cancela su crédito, tiene la
"obligación" de seguir un juicio ejecutivo mercantil, con el objeto de recuperar el dinero. En estos
casos —manifestó—, para entablar la demanda, se deja el domicilio o domicilios del Banco, ya
que en muchos casos los deudores cambian de domicilio y de residencia con el propósito de no
pagar la deuda que han adquirido con el Banco.
Por otra parte —señaló—, "no es que se vulnera el domicilio del demandado", puesto que
"éste siempre estará presente en el lugar donde se considera que una persona siempre está
presente", sino que dicha "excepción" sólo es para ser demandado en caso que no se cancele el
crédito. Y es que —agregó— con anterioridad ha existido una declaración de voluntad en que
ambas partes aceptan seguir el domicilio o domicilios del Banco y éste a entablar la demanda en
el lugar del domicilio que se haya establecido en el contrato de préstamo.
4. Por su parte, el Lic. Félix Garrid Safie Parada, Fiscal General de la República, al evacuar
el traslado que se le confirió por quince días, de conformidad con el art. 8 Pr. Cn., expuso que el
domicilio es una de las facetas más importantes de la libertad individual, y más específicamente,
de la libertad de tránsito, y está integrado por dos elementos: la residencia, y el ánimo de
permanecer en un lugar; y de ellos predomina el segundo. Pero esta concepción —apuntó— hace
referencia a una relación de hecho, por lo cual no es suficiente. Históricamente —dijo—, el ser
humano se ha cuidado de localizarse real o ficticiamente, de fijar un punto cualquiera, "para no
ser hallado por la ley". A la necesidad —arguyó— de que el individuo se encuentre radicado de
un modo permanente responde la noción jurídico-legal de domicilio.
Siguiendo a Eduardo Pallarés (Diccionario de Derecho Procesal Civil), definió el
domicilio así: "El lugar o circunscripción territorial que constituye la sede jurídica de una
persona, porque en él ejercita sus derechos y cumple sus obligaciones. El lugar que habita una
persona y el principal asiento de sus negocios".
La anterior concepción —explicó— agrega un elemento intencional, subjetivo, sometido a
hechos materiales, para establecer el domicilio. Es por ello —adujo— que el Código Civil (C. C.)
establece el domicilio no sólo con la residencia, sino también con la intención de constituir dicho
domicilio con carácter de permanencia y estabilidad; es decir que el domicilio es el lugar donde
una persona tiene establecido el asiento principal de sus negocios y de su residencia.
El C. C. —siguió— recoge estas diferentes concepciones en su art. 57, que dice: "El
domicilio consiste en la residencia, acompañada, real o presuntivamente, del ánimo de
permanecer en ella", y en su art. 60, que dice: "El lugar donde un individuo está de asiento, o
donde ejerce habitualmente su profesión u oficio, o donde ha manifestado a la autoridad
municipal su ánimo de permanecer, determina su domicilio civil o vecindad".
Este "derecho" —continuó— tiene dos excepciones: el art. 70 del C. C., que obliga a los
menores de edad sujetos a curatela a seguir el domicilio de su representante legal; y el art. 5 inc.
2° Cn., que contempla el cambio de domicilio por mandato judicial. En relación con esta última
excepción —señaló—, el "legislador constituyente" ha sido más acucioso, pues consigna el
principio de igualdad —no hace distingos de ninguna clase— al expresar que "nadie puede ser
obligado a cambiar de domicilio o residencia, sino por mandato de autoridad judicial, en los casos
especiales y mediante los requisitos que la ley señale".
Continuó afirmando que estas libertades (las contempladas en el art. 5 Cn.) pueden, según
mandato constitucional, someterse a las regulaciones que establezca el Estado por medio de leyes
ordinarias; limitaciones que en un Estado de Derecho no pueden ser arbitrarias, sino fundadas en
consideraciones de seguridad, interés nacional, orden público u otras de igual importancia y
jerarquía y que respeten la esencia de aquellos derechos. Éstos —concluyó— no son absolutos,
pues si bien la libertad equivale a carencia de restricciones arbitrarias, no puede significar
ausencia de regulaciones razonables.
El domicilio del demandado, como lugar que surte fuero —continuó—, es un apotegma
jurídico que viene desde el Derecho Romano. El actor sigue el fuero del demandado —subrayó—
; no ha de obligarse a éste a que litigue en el domicilio del actor, porque le ocasionaría muchos
perjuicios. Confirmando lo anterior —indicó—, el art. 35 del Código de Procedimientos Civiles
(C. Pr. C.) establece: "El Juez del domicilio del demandado es competente para conocer en toda
clase de acciones, ya sean reales o personales".
El art. 65 ord. 9° de la LEBAFA —manifestó—, obliga a que el demandado o deudor se
traslade a otra jurisdicción, diferente de la suya, para defender sus derechos. O sea —razonó—
que cambia la sede jurídica de la persona, obligándola a tener como domicilio el de la institución
acreedora, que no es el que ha manifestado la intención de tener como su domicilio; violándose
claramente con ello el atributo de mantener el domicilio —principio constitucional establecido en
el art. 5 inc. 2° Cn.—, los derechos procesales y el art. 8 de la Declaración Americana de los
Derechos y Deberes del Hombre —el cual establece que el domicilio se abandona únicamente
por voluntad—. En el presente caso —precisó— es una ley especial la que ordena de manera
general el abandono; es extrínseco a la persona, no toma en cuenta su intención, es un domicilio
impuesto. Cualquier regulación restrictiva en esta materia —resaltó-- tiene que enmarcarse en los
principios, derechos y obligaciones que establece la Constitución, sin alterarlos.
II. Habiéndose expuesto los argumentos del tribunal requirente, las justificaciones de la
Asamblea Legislativa en cuanto a la constitucionalidad de la disposición inaplicada y la opinión
del Fiscal General de la República sobre tales argumentos y justificaciones, se indica, a
continuación, el iter lógico de esta sentencia: Previo análisis de cuáles son los efectos de una
eventual estimación en un proceso de inconstitucionalidad cuyo objeto de control es una
disposición o cuerpo normativo preconstitucional (III), así como la presencia, en el presente caso,
de los elementos mínimos que integran la técnica del control difuso, regulados en la reforma a la
L. Pr. Cn. (IV), se harán algunas consideraciones doctrinarias sobre el concepto de domicilio,
para dilucidar la supuesta violación al art. 5 inc. 2° Cn. (V); luego se hará una sistematización
sobre los derechos procesales que contempla nuestra Constitución (VI), haciendo referencia por
separado a la igualdad procesal (VII), para determinar la presunta infracción al art. 11 inc. 1° Cn.
Teniendo ya definidos tales aspectos, y previo a emitir el fallo que corresponda según la
Constitución, se aclarará cuál ha sido el objeto de control en este proceso (VIII).
III. 1. El proceso de inconstitucionalidad, dependiendo de la pretensión planteada por el
actor, puede tener por objeto el control, o bien de una disposición o cuerpo normativo producido
después de la entrada en vigencia de la Constitución —normativa postconstitucional—, o bien de
una disposición o cuerpo normativo ya existente al momento en que ella entró en vigencia —
normativa preconstitucional—.
Examinadas las certificaciones que dieron origen a los presentes procesos, se advierte que
la disposición sometida a control, como parte de LEBAFA, es una disposición preconstitucional;
por tanto, habrá que analizar este supuesto como especial, para comprender el tipo de fallo a
emitir y el despliegue de sus efectos.
2. Ya se ha afirmado en reiterada jurisprudencia de este tribunal que el pronunciamiento
que esta Sala realice sobre la compatibilidad con la Constitución de una disposición o cuerpo
normativo preconstitucional es para el sólo efecto de producir seguridad jurídica, pues la
aplicación de la cláusula de derogatoria genérica del art. 249 Cn. no es privativa de esta Sala.
Cualquier juez o magistrado de la República, así como los funcionarios a los que se refiere el art.
235 Cn., tienen plena potestad para realizar, de oficio o instados, un examen de compatibilidad
entre la normativa preconstitucional y la Ley Suprema, y constatar la derogación de tales
disposiciones, si como resultado de dicho examen encuentran contravención a la Constitución;
todo ello, sin necesidad de esperar un pronunciamiento general y obligatorio de esta Sala.
IV. Al verificar en el presente caso el cumplimiento de los elementos que integran la
técnica del control difuso, se tiene que las inaplicaciones realizadas por el juzgado requirente
identifican: (i) la disposición objeto de control de constitucionalidad —el art. 65 ord. 9°
LEBAFA—; (ii) el parámetro de control —los arts. 5 inc. 2° y 11 Cn.—; y (iii) las razones que
fundamentan las declaratorias de inaplicabilidad; todo de conformidad con el art. 77-C de la L.
Pr. Cn.
No obstante, dichas inaplicaciones no cumplen con: (i) la exigencia prescrita por el art. 77-
B (a) de la L. Pr. Cn., en cuanto a señalar que la disposición objeto de inaplicación tiene una
relación directa y principal con la resolución de los casos concretos, aunque ello se infiere del
contenido general de las resoluciones del tribunal requirente —algo que esta Sala, en principio,
debe respetar—; (ü) la prescripción que deriva del art. 77-A inc. final de la L. Pr. Cn., en cuanto a
que no existe pronunciamiento previo de inconstitucionalidad por parte de esta Sala; aunque, de
hecho, la disposición impugnada no ha sido objeto de dicho pronunciamiento; y (iii) la
exposición de que la disposición sujeta a control no puede ser interpretada conforme a la
Constitución, como prescribe el art. 77-B (b) de la L. Pr. Cn., aunque ello se deduce de los
razonamientos del tribunal que concluyen en la inaplicación.
V. 1. A. Desde el punto de vista del Derecho Civil, el domicilio es uno de los atributos de
las personas naturales, esto es, de aquellas características inherentes a todo ser humano, que le
permiten su normal desenvolvimiento en la sociedad. En términos sencillos, el domicilio es el
lugar donde se entiende que un individuo siempre está presente —aunque momentáneamente no
lo esté de hecho— para el ejercicio de sus derechos y el cumplimiento de sus obligaciones.
Las características del domicilio son: (i) su obligatoriedad, pues por el sólo hecho de que
una persona exista se presupone que tiene domicilio; (ii) su fijeza, pues no se modifica por el
mero hecho de trasladarse a otro sitio; y (iii) su unidad, pues, en principio, una persona sólo tiene
un domicilio (sin embargo, los arts. 65 del C. C. y 37 del C. Pr. C. admiten la pluralidad de
domicilios).
B. El domicilio se distingue de la residencia, que es el asiento de hecho de una persona,
donde ordinariamente vive; aquél es el asiento que estipula la ley. El domicilio y la residencia
pueden coincidir o no. También hay que diferenciar al domicilio de la habitación, que es el
asiento circunstancial de una persona.
C. Se han propuesto múltiples clasificaciones del domicilio, entre las cuales hay que
mencionar en primer lugar —por ser la más genérica— la que lo divide en político y civil: el
primero se refiere al territorio estatal en su conjunto, y el segundo se refiere a una porción del
mismo. Aquí sólo interesa el segundo.
a. El art. 57 C. define al domicilio —entiéndase domicilio civil— como "la residencia,
acompañada, real o presuntivamente, del ánimo de permanecer en ella". De esta definición se
desprenden los dos elementos del domicilio civil: (i) la residencia en un lugar específico del
territorio estatal; y (ii) el ánimo de permanecer en esa residencia. Este ánimo es real, cuando
efectivamente existe, y presunto, cuando se infiere de determinadas circunstancias.
b. Hay casos, empero, en que no concurren ambos elementos. Así, por ejemplo, cuando el
art. 70 del C. C. obliga a los que están bajo autoridad parental y tutela a seguir el domicilio de la
persona bajo cuyo cuidado personal viven y de su tutor, respectivamente. Esto nos lleva a otra
clasificación del domicilio: real y legal. El domicilio real —también llamado voluntario— es
aquél que escogen libremente las personas; el legal es aquél que por imperio de ley deben seguir
ciertas personas; este último es el caso —ya visto— de los menores de edad y de los pupilos.
c. Otra subdivisión de interés es la que diferencia el domicilio general de los domicilios
especiales. El primero es aquel que afecta todos los derechos y obligaciones civiles. En cambio,
los segundos sólo afectan algunos de esos derechos y obligaciones. Tanto el domicilio general
como los especiales pueden, a su vez, ser reales o legales, dependiendo de si se fijan por voluntad
de las partes o si los fija la ley.
2. A. El fundamento constitucional del domicilio, como institución del Derecho Civil, es la
libertad de circulación, reconocida en el art. 5 inc. 1° de la Ley Suprema: "Toda persona tiene
libertad de entrar, de permanecer en el territorio de la República y salir de éste, salvo las
limitaciones que la ley establezca".
Aunque esta libertad, si se toma literalmente, tendría limitado su ámbito de aplicación a la
movilización internacional, su sentido es más amplio. En realidad, habiéndose reconocido a toda
persona su derecho a la libertad en general en los arts. 2 inc. 1°, 4 inc. 1° y 8 Cn., es necesario,
para que esa libertad tenga un sentido práctico, que la Constitución también permita su
proyección en el espacio. Esa dimensión de la libertad —que es la libertad de circulación— no
puede hacerse descansar más que en el art. 5 inc. 1° Cn.
La libertad de circulación —según la ha venido caracterizado esta Sala— es la facultad
inherente a toda persona de moverse libremente en el espacio, es decir, la posibilidad de
permanecer en un lugar o desplazarse de un punto a otro, dentro o fuera del país, sin otras
limitaciones que las razonables y proporcionadas, y sin ninguna restricción por parte de las
autoridades, salvo las limitaciones que la ley impone. La libertad de circulación no puede
concebirse sin una relación externa, sin un ámbito físico que permita el desplazamiento.
B. El inc. 2° del art. 5 Cn. establece la siguiente prohibición: "Nadie puede ser obligado a
cambiar de domicilio o residencia, sino por mandato de autoridad judicial, en los casos especiales
y mediante los requisitos que la ley señale". Su ubicación en el art. 5 Cn. no es caprichosa, sino
que evidencia que lo que podría llamarse, para efectos de estudio separado, "libertad de
domicilio" o "libertad de residencia" no es más que una concreción de la libertad de circulación,
pues si se reconoce a toda persona el derecho de permanecer en un sitio, de ello se sigue con
facilidad que tenga también el derecho de mantenerse en el domicilio o residencia que libremente
haya escogido.
Es llamativo que la mencionada norma protege tanto la elección de domicilio como de
residencia. Ello supone, en primer lugar, que el constituyente admite la posibilidad de que una
persona carezca de domicilio, caso en el cual su residencia —como el art. 66 del C. C. regula—
hace las veces de domicilio —con lo que se salva el carácter obligatorio del domicilio, antes
visto—. En segundo lugar, pone de relieve que lo que el art. 5 inc. 2° Cn. resguarda no es tanto
la sede jurídica de la persona, en su connotación iuscivilista, sino, ante todo, el lugar físico que
la misma ha seleccionado para vivir.
En todo caso, al aludir el precepto constitucional en estudio al "domicilio", se refiere al
domicilio real y no al legal, pues en este último no concurre la nota de la voluntariedad, por lo
que no habría nada que proteger en clave de libertad de circulación. Además, la mencionada
norma sólo tiene sentido respecto del domicilio general (real), mas no respecto de los domicilios
especiales (reales o legales), pues éstos, como se ha explicado, son aquellos que las personas
escogen o la ley establece, con exclusividad, para el ejercicio de derechos y el cumplimiento de
obligaciones específicos, por lo que tienen su origen, sea en la autonomía de la voluntad o en la
ley, pero no en la proyección espacial de la libertad (libertad de circulación), que —insistimos—
es lo que tutela el inc. 2° del art. 5 Cn.
Es más, los domicilios especiales (reales o legales), en la medida en que sólo valen para el
acto en virtud del cual fueron elegidos o establecidos, no son excluyentes del domicilio real, sino
que ambos conviven pacíficamente en sus respectivos ámbitos de aplicación.
3. De acuerdo con lo que se ha explicado anteriormente, no cabe duda que la disposición
impugnada establece un domicilio especial y no un domicilio general, pues, para el caso, no es
que el deudor tenga que ejercer en lo sucesivo todos sus derechos y que cumplir todas sus
obligaciones en el domicilio del BFA (sería el caso de un domicilio general), sino que única y
exclusivamente estará obligado a hacer valer y a satisfacer en dicho domicilio los derechos y
obligaciones relacionados con el proceso ejecutivo que dicho banco haya promovido en su
contra (esto es lo que se entiende por "domicilio especial").
Ahora bien, la previsión de un domicilio especial (legal) —como hace el art. 65 ord. 9°
LEBAFA— tiene un carácter estrictamente jurídico, siendo irrelevante su proyección en el
espacio físico, por lo que cae fuera del ámbito de protección del art. 5 inc. 2° Cn. Por otro lado,
el domicilio general (real) —aquel lugar que el deudor, en ejercicio de su libertad de circulación,
ha escogido, con ánimo de permanencia, para el ejercicio y el cumplimiento ordinario de sus
derechos y obligaciones— o su residencia, que son lo que verdaderamente protege el art. 5 inc.
2° Cn., no se ven afectados por el domicilio especial que establece el art. 65 ord. 9° de la
LEBAFA.
Se concluye entonces que la —así llamada— "renuncia" del domicilio del deudor, prevista
en el art. 65 ord. 9° LEBAFA, no infringe la "libertad de domicilio" o de "residencia",
consagrada en el art. 5 inc. 2° Cn., y así deberá declararse en esta sentencia.
VI. Nuestra Constitución reconoce ciertos derechos de contenido procesal, que son
instrumentales, pues su finalidad es la protección efectiva de los derechos e intereses que el
ordenamiento jurídico consagra.
El fundamento de los derechos procesales es la seguridad jurídica —art. 1 inc. 1° Cn.—,
valor constitucional que se traduce en una libertad sin riesgo, de modo tal que la persona pueda
organizar su vida confiando en el orden jurídico existente. En términos más concretos, la
seguridad jurídica supone, por un lado, la previsibilidad de las conductas propias y ajenas y de
sus efectos, y por otro lado, la protección frente a la arbitrariedad y a las violaciones del orden
jurídico. En términos similares, esta Sala ha caracterizado el valor en cuestión como la condición
resultante de la predeterminación hecha por el ordenamiento jurídico respecto de los ámbitos de
licitud e ilicitud relativos a la actuación de los individuos.
Dentro de la categoría a la que nos estamos refiriendo ocupa un lugar central el derecho a la
protección en la conservación y defensa de los derechos (1), el cual comprende el concepto de
"debido proceso" (2) y el derecho de audiencia (3).
I. Derecho a la protección en la conservación y defensa de los derechos.
A. El art. 2 inc. 1° Cn. establece que toda persona tiene derecho a ser protegida en la
conservación y defensa de sus derechos, y menciona —por su importancia, pero no con carácter
taxativo— los derechos a la vida, a la integridad física y moral, a la libertad, a la seguridad, al
trabajo, y a la propiedad y posesión. La idea es que los derechos sustantivos no se reduzcan a un
reconocimiento abstracto, sino que sean eficaces, por lo que se vuelve imperioso el
establecimiento en la normativa suprema de un derecho que posibilite la realización efectiva y
pronta de aquéllos.
Como se podrá deducir de su tenor literal, el derecho en estudio tiene dos facetas: por un
lado, la protección en la conservación de los derechos, y por otro, la protección en la defensa de
los mismos.
a. La primera faceta se traduce en una vía de protección de los derechos consistente en el
establecimiento de acciones o mecanismos tendentes a evitar que los derechos sean vulnerados,
violados o limitados, o, en última instancia, extraídos inconstitucionalmente de la esfera jurídica
de la persona.
b. La segunda faceta entra en juego cuando se produce una violación de derechos o, al
menos, una afectación a la esfera jurídica de las personas. Cuando se trata de violaciones de
derechos, implica la creación de mecanismos idóneos a fin de que la persona pueda reaccionar
ante aquéllas. Cuando se trata de simples afectaciones, conlleva la posibilidad de reaccionar ante
actos de simple regulación de derechos o de modificación de situaciones jurídicas constituidas a
favor de las personas.
Esta faceta del derecho a la protección de los derechos justifica la existencia del proceso
jurisdiccional, que es el instrumento del que se vale el Estado para satisfacer las pretensiones y
resistencias de los particulares, en cumplimiento de su función de administrar justicia. Desde el
punto de vista de las personas, el proceso es el exclusivo instrumento a través del cual pueden
poner en marcha la actividad del órgano jurisdiccional o a través del cual pueden limitárseles las
posibilidades de ejercer un derecho.
B. Así, el derecho a la protección en la conservación y defensa de los derechos ampara a
todo aquél que se encuentre en un estado de incertidumbre jurídica, independientemente de la
posición concreta —activa o pasiva— que vaya a asumir en el proceso o procedimiento
respectivo —si éste llegara a existir—, teniendo aplicación tanto en el ámbito jurisdiccional como
en el administrativo —por ello también se le llama "derecho a la protección jurisdiccional y no
jurisdiccional"—.
2. "Debido proceso" o proceso constitucionalmente configurado.
A. El debido proceso, salvo su mención en el art. 14 Cn. —restringida al ámbito del
Derecho Administrativo sancionador— no tiene otro reconocimiento de carácter más general en
el texto constitucional.
La expresión "debido proceso", tal como se le utiliza en los países del sistema anglosajón y
en los países del sistema continental en los que ha tenido recepción, así como en la doctrina, hace
referencia a aquel proceso que, independientemente de la pretensión que en el mismo se ventile,
respeta la estructura básica que la Constitución prescribe para toda clase de procesos.
B. Este Tribunal ha reconocido la existencia de un "derecho constitucional al debido
proceso", derivado de los arts. 11 inc. 1° y 15 Cn., el cual se refiere a "la observancia de la
estructura básica que la misma Constitución prescribe para todo proceso o procedimiento"
(Sentencia de 2-VII-l998, Amp. 1-1-1996, Considerando II 1).
En jurisprudencia más reciente se ha dicho que el debido proceso equivale al "proceso
constitucionalmente configurado", manteniéndose la definición dada en el Amp. 1-I-1996 citado,
pero derivándose en esta ocasión del art. 2 inc. 1° Cn. (Sentencia de 26-VI-2000, Amp. 6421999,
Considerando V).
C. Concretamente, el debido proceso se compone de un conjunto de principios y derechos
para la protección de los derechos e intereses de las personas. Entre otros, cabe mencionar los
siguientes: (i) con relación al juez: exclusividad, unidad, independencia, imparcialidad, etc.; (ii)
con relación a las partes: contradicción, igualdad procesal, presunción de inocencia, etc.; (iii) con
relación al proceso: legalidad, irretroactividad, única persecución, publicidad, celeridad, etc.
En materia penal se prevén algunas garantías específicas, como, por ejemplo, los derechos
a no declarar contra sí mismo y a la defensa técnica, los cuales, con los debidos matices, pueden
extrapolarse a otras materias.
D. El debido proceso, estando comprendido dentro del derecho a la protección en la
conservación y defensa de los derechos, al igual que éste, es atribuible tanto al que se ubica en el
lado activo de la relación procesal como al que se sitúa en el extremo pasivo, y debe respetarse
por igual en los procesos jurisdiccionales y en los procedimientos administrativos —como
confirma el art. 14 frase 2° Cn.—.
3. Derecho de audiencia.
A. El derecho de audiencia, derivado también del art. 11 inc. 1° Cn., se traduce en la
exigencia constitucional de que toda limitación a las posibilidades de ejercer un derecho (la
enunciación del artículo no tiene carácter taxativo) sea precedida del proceso que para el caso
concreto el ordenamiento jurídico prevea, el cual deberá dar al demandado y a todos los
intervinientes la posibilidad de exponer sus razonamientos y de defender sus derechos de manera
plena y amplia.
Tal como sucedía con el debido proceso, siendo deducción del derecho a la protección en
la conservación y defensa de los derechos, el derecho ahora comentado tampoco es exclusivo de
la parte pasiva del proceso, pues si bien es cierto que ésta es la que normalmente resulta afectada
por la decisión en que culmina dicho proceso, eventualmente también el actor o un tercero
pueden resultar afectados por la misma.
Por otro lado, el derecho de audiencia tampoco —al igual que los anteriores derechos —
se limita al proceso jurisdiccional, sino que abarca todo trámite o actividad dinámica encaminada
al pronunciamiento de una decisión eventualmente conflictiva con los derechos o intereses de una
persona.
B. El derecho de audiencia —como todos los demás derechos fundamentales— es objeto
de desarrollo en sede legal ordinaria, de modo que aquél se concreta en cada proceso —incluidos
todos sus grados de conocimiento o etapas—, adaptándose a la naturaleza de las pretensiones
correspondientes y a las normas materiales que sirvan a éstas de basamento. En principio, pues,
se confiere margen al legislador para diseñar los distintos procesos que la realidad social exige.
Esa concreción, sin embargo, debe respetar el contenido del derecho de audiencia, tal como ha
sido expuesto en el literal anterior.
C. El "derecho de defensa" es una manifestación del derecho de audiencia, pues aquél no
implica otra cosa que el derecho de las partes a refutar vía oral o escrita los argumentos que
fundamentan la pretensión o resistencia de la contraparte o, dicho de otro modo, es el derecho de
las partes a expresar formalmente su propio punto de vista, a fin de salvaguardar su respectiva
posición procesal. En definitiva, el derecho de defensa comprende todo medio de oposición a las
posiciones subjetivas de la contraparte.
VII. Habiendo expuesto los principales derechos de contenido procesal reconocidos en
nuestra Constitución, se pasará ahora a ver un principio específico del debido proceso: la
igualdad procesal.
1. A. El principio de igualdad o equivalencia de armas (del alemán Waffengleichheit), de
igualdad de las partes en el proceso, o simplemente, de igualdad procesal, es inherente a la
estructura del proceso, es decir que es consustancial a la misma idea de proceso; si hace falta,
podría hablarse de fórmula autocompositiva, pero nunca de proceso.
Se parte de que el proceso tiene una estructura bilateral o contradictoria, es decir que
presenta dos posiciones enfrentadas: la del actor que interpone su pretensión, y la del demandado
oponiéndose a la misma. Pero para que la contradicción sea efectiva, es menester que ambas
partes gocen de medios parejos de ataque y de defensa, es decir que tengan similares
posibilidades y cargas de alegación, prueba e impugnación.
Se viola la igualdad de armas, entonces, cuando, dentro del proceso y sin fundamento
alguno, se le concede a alguna de las partes determinadas posibilidades de alegación, prueba o
impugnación, que se niegan a la contraria; pudiéndose estimar en tal caso que la infracción es
al art. 2 inc. 1° ó al 11 Cn., pues de ambos ha derivado esta Sala el "debido proceso".
B. Con relación al principio en análisis, este Tribunal ha sostenido que "los principios que
informan al proceso, y entre ellos el principio de igualdad procesal, velan por el debido proceso
legal; así este principio postula que en el proceso las partes deben conservar entre sí cierto
equilibrio procesal sin permitir ventajas procesales a una en perjuicio de la otra; de esa manera si
la ley concede a unas de las partes aportar pruebas o interponer recursos, la misma oportunidad
probatoria e impugnadora debe corresponder a la otra" (Sentencia de 29-V-1995, Amp. 3-H1993,
Considerando IV).
2. Habiendo delimitado el contenido del principio de igualdad procesal, desde el punto de
vista doctrinario y jurisprudencial, se pasará ahora a analizar si la disposición legal impugnada
atenta o no contra el mismo.
A. a. De acuerdo con el art. 77-E de la L. Pr. Cn., corresponde al juez requirente expresar
las razones que fundamentan la declaratoria de inaplicabilidad, requisito que tiene por objeto
resguardar la independencia e imparcialidad de esta Sala al momento de resolver el caso
planteado. En consecuencia, este Tribunal debe abstenerse de añadir consideraciones extrañas al
sentido global de la resolución del tribunal requirente, pues de hacerlo estaría ilícitamente
ampliando el objeto de control del proceso de inconstitucionalidad.
b. La jueza requirente considera que el art. 65 ord. 9° de la LEBAFA vulnera el
"principio de igualdad de las partes en el proceso", el cual hace derivar del art. 11 Cn., pero no
hace argumentación adicional alguna. Ahora bien, el principio de igualdad, de acuerdo con la
doctrina y jurisprudencia constitucional, puede tener distintas connotaciones: igualdad como
valor, derecho o principio; igualdad ante la ley, en la ley o en la aplicación de la ley; igualdad
como equiparación o como diferenciación; igualdad formal o material; etc. La juzgadora
requirente no aclara ni proporciona elementos para saber a cuál de estas acepciones se acoge,
por lo que esta Sala tampoco puede presuponerlo ni asumirlo. Así, a fin de preservar su
independencia e imparcialidad, esta Sala tomará el "principio de igualdad de las partes en el
proceso" en el sentido estricto que le confiere la doctrina del Derecho Procesal, así como el que
le ha dado en sus propios precedentes.
c. En razón de lo anterior, debe aclararse que esta Sala no entrará a enjuiciar el precepto
impugnado desde el punto de vista del principio de igualdad ante la ley (art. 3 inc. 1° Cn.), esto
es, el mandato al legislador de emitir leyes que sean de aplicación a todos los ciudadanos, pues
ello rebasa la connotación restringida que el principio de igualdad procesal —propuesto por la
jueza requirente, sin otra argumentación— tiene en el Derecho Procesal y en la jurisprudencia
constitucional.
Consecuentemente, el objeto del proceso, tal como quedó configurado en la etapa liminar,
no habilita a esta Sala para examinar si la creación de una norma especial para la determinación
de la competencia —el art. 65 ord. 9° de la LEBAFA (aplicable sólo a los deudores del BFA)-
respecto del régimen común —art. 33 et seq. del C. Pr. C. (aplicable a los deudores de los demás
bancos)— es inconstitucional, pues, en tal caso, la jueza requirente debería haber expresado las
razones por las que consideraba que ese trato especial era arbitrario, lo que no se ha hecho en el
caso sub examine. Y es que la igualdad procesal sólo tiene que ver con la igualdad entre las partes
procesales (activa y pasiva), pero nada tiene que ver con la igualdad entre los sujetos y los no
sujetos de la ley (deudores del BFA y deudores de otros bancos).
B. El art. 65 ord. 9° de la LEBAFA dispone: "Toda acción ejecutiva que el Banco
entablare, quedará sujeta a las leyes comunes, con las modificaciones siguientes: (...) Se
considerará como renunciado el domicilio del deudor y señalados el domicilio o domicilios del
Banco".
A juicio del tribunal requirente, esta disposición vulnera el principio de igualdad de las
partes en el proceso. Ello significa que, según dicho tribunal, el precepto impugnado genera algún
tipo de desequilibrio entre los sujetos procesales —desde luego, a favor del BFA y en perjuicio
del deudor—. En otras palabras, dicha jueza entiende que, de alguna forma, al preferirse
el domicilio del Banco, las posibilidades de alegación, prueba e impugnación de éste, serán
cualitativamente superiores a las del demandado.
No obstante, la prescripción que hace el artículo impugnado, en el sentido de que la
competencia, en los procesos ejecutivos que promueva el BFA, la determinará el o los domicilios
de este último, no afecta en nada la igualdad de las partes (BFA y deudor) en dichos procesos,
pues, independientemente del título que determine la competencia (domicilio del deudor,
domicilio del BFA, lugar fijado para el cumplimiento de la obligación, el juez que primero
prevenga, etc.), las posibilidades y cargas de alegación, prueba e impugnación, siempre serán
las mismas para ambos sujetos procesales. Es más, puede afirmarse que, desde la perspectiva
constitucional, no existe ningún mandato ni prohibición definitiva —ni siquiera prima facie— al
legislador para la regulación de los criterios determinantes de la competencia; el legislador
dispone de un amplio margen de acción al respecto.
En consecuencia, se concluye que el art. 65 ord. 9° LEBAFA, por las razones alegadas en
este proceso, no contradice el principio de igualdad procesal, como categoría integrante del
debido proceso —art. 11 inc. 1° Cn.— y así deberá declararse en esta sentencia.
C. Hay que aclarar que, desde un punto de vista fáctico, un título determinante de la
competencia puede ser más conveniente para una de las partes procesales, porque —por
ejemplo—está situado más cerca de su residencia, y por ello, le hace incurrir en menos gastos.
Así, si la ley establece que el domicilio del deudor determina la competencia y el acreedor
tiene un domicilio diferente, desde el punto de vista del traslado físico al tribunal, ello le resulta
más ventajoso al deudor, y en cambio, puede resultar embarazoso al acreedor. En cambio, si la
ley establece que el domicilio del acreedor es el que surte fuero, desde la misma perspectiva, el
deudor sería el afectado y el acreedor el beneficiado.
Si se admite este subjetivismo, la norma, independientemente del criterio que se establezca
para determinar la competencia, siempre violaría la "igualdad". Lo que sucede es que estas
"desigualdades" —si así les puede llamar impropiamente— no son intrínsecas a la norma, no
dependen de lo que ella en abstracto dispone; son, más bien, situaciones materiales, carentes de
relevancia jurídica, que pertenecen al desarrollo azaroso de la vida.
En conclusión, las eventuales desventajas o desigualdades anticipadas por el tribunal
requirente, no son producto o consecuencia de la estructura normativa de la disposición
inaplicada, es decir, la estructura normativa de ésta no altera los términos de comparación ni las
oportunidades de defensa en un juicio abstracto de constitucionalidad.
VIII. En la medida en que el presente proceso de inconstitucionalidad se origina en
declaratorias de inaplicabilidad, es necesario aclarar cuál ha sido el objeto de control en este
proceso.
Desde los autos iniciales de 10-XI-2006 y 27-II-2007 se aclaró que el requerimiento a esta
Sala por parte de la Jueza Tercero de lo Mercantil de San Salvador sólo representaba el cauce de
conexión entre el control difuso y el concentrado de constitucionalidad de las leyes, y que, por lo
tanto, este proceso no se convertía, bajo ningún concepto, en un recurso o procedimiento de
revisión de las inaplicaciones declaradas por dicha jueza.
Debe subrayarse, pues, que el objeto de control en este proceso de inconstitucionalidad, de
acuerdo con lo establecido en art. 77-F inc. final de la L. Pr. Cn., es la disposición inaplicada
por el tribunal requirente y no las interlocutorias en las que ejerció el control difuso; en
consecuencia, así debe entenderse en el fallo de esta sentencia.
Por tanto,
Con base en las razones expuestas, disposiciones constitucionales citadas y arts. 10, 11 y
77-F de la Ley de Procedimientos Constitucionales, en nombre de la República de El Salvador,
esta Sala
Falla:
1. Declárase que el art. 65 ord. 9° de la Ley del Banco de Fomento Agropecuario,
contenido en el Decreto Legislativo n° 312, de 10-IV-1973, publicado en el Diario Oficial n° 75,
tomo 239, de 25-IV-1973, no contraviene los arts. 5 inc. 2° —libertad de domicilio— y 11 inc. 1°
de la Constitución —principio de igualdad procesal—, y por lo tanto, no ha sido derogado por la
Constitución.
2. Notifíquese la presente resolución a todos los intervinientes.
3. Publíquese esta Sentencia en el Diario Oficial dentro de los quince días siguientes a esta
fecha, debiendo remitirse copia de la misma al Director de dicho órgano oficial.
---J. B. JAIME---F. MELÉNDEZ---J. N. CASTANEDA S.---E. S. BLANCO R.---R. E.
GONZÁLEZ B.---PRONUNCIADO POR LOS SEÑORES MAGISTRADOS QUE LO
SUSCRIBEN---E. SOCORRO C.---RUBRICADAS.

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