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Soriano, Marc, La literatura para niños y jóvenes, Buenos Aires, Edi-
ciones Colihue, 2001.
2
Bortolussi, Marisa, Madrid, Editorial Alhambra, 1987.
2
vel social. La literatura infantil es hija de una unión ex-
tramatrimonial entre el prestigioso Arte y la desdeñada Pe-
dagogía. De donde empiezan a surgir algunas de las preguntas
que este trabajo NO pretende dilucidar. El hecho de que la
literatura infantil cumpla una función didáctica, ¿hace im-
prescindible que se la proponga o imponga deliberadamente?
En los sesenta parecía necesario exigir al arte un cierto
compromiso ideológico. Hoy hemos comprendido que ese compro-
miso es inevitable. Tanto como inevitable, involuntaria es
la función didáctica de toda literatura. Y, por otra parte,
el hecho de que la literatura infantil sea educativa, ¿ex-
cluye acaso el compromiso estético, artístico?
Una y otra vez la existencia misma de nuestro objeto,
la famosa, dudosa L.I., se pone en duda. Dice el gran escri-
tor brasilero Carlos Drummond de Andrade: "El género infan-
til tiene en mi opinión una existencia dudosa. ¿Acaso hay
música infantil? ¿Pintura infantil? ¿A partir de qué punto
una obra literaria deja de consitutir alimento para el espí-
ritu de un chico o de un joven y se dirige al espíritu de un
adulto? ¿Cuál es el buen libro para chicos que no sea leído
con interés por un hombre formado? ¿Cuál es el libro de via-
jes o de aventuras, destinado a los adultos, que no se le
pueda dar a los chicos, siempre que esté basado en un len-
guaje simple y exento de materias de escándalo?"3
Y bien, sí, hay música infantil y pintura infantil,
aunque no sea nuestro tema, pero además, es curioso que esta
negación de la realidad se produzca en el país de Monteiro
Lobato, cuyas obras sin duda pueden ser leídas con interés
por un adulto, como sucede con toda la buena literatura in-
fantil, pero no son las que el adulto elige. Y por otra par-
3
Andrade, Carlos Drummond, "Literatura infantil" en Confissoes De Mi-
nas. Literatura Obra Completa, Río de Janeiro, Aguilar Editora, 1964.
3
te, Drummond de Andrade mismo está marcando el campo de la
literatura para adultos que podría interesar a los niños:
libros de viajes o de aventuras, propone, en forma muy espe-
cífica y muy limitada. Exentos de materias de escándalo,
exige: como cualquier libro que se considere educativo.
Como elogio a esta característica pedagógica de la que
no es tan sencillo librarse, Katherine Dunlap Cather afirma
alegremente que "El cuento es el vehículo excelente para
despertar la mentalidad, impartir instrucción moral, avivar
el interés por la ciencia, la historia, la geografía, los
estudios de la naturaleza, las artes domésticas y las manua-
les. También es un precioso instrumento para estimular la
sensibilidad artística y literaria y avivar el sentido crí-
tico"4
En este mismo orden, pero con una carga de sentido con-
trario, la socióloga francesa Marielle Durand se refiere
crudamente a la función social de la literatura infantil:
"Como todo arte dirigido, que parte de una finalidad precon-
cebida, educativa, formativa, etc., conduce a la producción
de obras donde predomina la ideología de la sociedad adulta.
Estas obras pretenden transmitir y perpetuar una axiología y
constituyen, por consiguiente, un discurso manipulador".5
Y, en el otro extremo de esta línea de tensión que cada
cual quisiera llevar hacia su campo, tenemos la definición
de Juan Ramón Jiménez, para quien el libro para niños es "el
libro del cuento mágico, del verso de luz, de la pintura ma-
ravillosa, de la música deliciosa. El libro bello, en fin,
sin otra utilidad que su belleza".6
4
Dunlap Cather, Katherine, El cuento en la educación
5
Durand, Marielle, L´enfant-personnage et l´autorité dans la littéra-
ture enfantine, París, 1976
6
Poesía Puertorriqueña, Antología para niños. Prólogo de Juan Ramón Ji-
ménez
4
De donde comienza a surgir otro de los problemas en re-
lación con nuestro objeto: parece casi imposible encontrar
una definición o una descripción de la literatura infantil
que no incluya en forma más o menos consciente una precepti-
va, un conjunto de reglas. Uno empieza preguntándose que es
la LI y termina por contestar lo que piensa que la LI DEBE
ser.
Ezra Pound define a la literatura como un lenguaje car-
gado de significado hasta el mayor grado posible7, lo que,
en cierto modo, se acerca a la idea aparentemente naïve, de
Juan Ramón Jiménez. Coincido con la escritora brasilera Lu-
cía Pimentel Goes que, siguiendo a Pound, define a la lite-
ratura infantil como un lenguaje cargado de significado has-
ta el mayor grado posible, dirigida o no a los niños, pero
que responde a las exigencia que les son propias.
En todo caso, autores, críticos, investigadores coinci-
den en que la literatura infantil es un género determinado
por su receptor. Como lenguaje, es decir, con la amplitud
que supone la palabra lenguaje, la literatura infantil es
tan antigua (o tan moderna) como el habla. Pero hasta el si-
glo XIX el emisor no había tomado verdadera conciencia de su
receptor. En verdad, como se lo pregunta Péju, ¿qué es un
niño? Cada época ha dado su propia respuesta. Y sin embargo
las canciones y los cuentos que las madres les han contado a
sus hijos a lo largo de la historia de la humanidad son ex-
trañamente parecidas. Vayamos al orígen, vayamos a la lite-
ratura popular.
7
Pound, Ezra, ABC of reading, New York, New Directions Publishing,
1987.
5
Literatura popular
8
Ong, Walter J., Oralidad y escritura, Fondo de Cultura Económica,
México, 1996.
6
talles escatológicos o coproláticos, versos intercalados en
la prosa con tendencia a la retahila, características en
gran parte opuestas a las que hoy son requisito de la lite-
ratura infantil"9. Calvino escribió este prólogo en 1956 y
de hecho se vio obligado a expurgar muchas de esas objeta-
bles características cuando preparó una antología de su obra
destinada deliberadamente a los niños.
Hay otras dos características que hacen a la perfección
del cuento popular y su interés para los chicos: la brevedad
y la repetición. Dice Calvino, en sus Seis propuestas para
el próximo milenio, en la que llama "Brevedad" : "La técnica
de la narración oral en la tradición popular responde a cri-
terios de funcionalidad: descuida los detalles que no sir-
ven, pero insiste en las repeticiones, por ejemplo, cuando
el cuento consiste en una serie de obtáculos que hay que su-
perar. El placer infantil de escuchar cuentos reside también
en la espera de lo que se repite: situaciones, frases, fór-
mulas. Así como en los poemas o en las canciones las rimas
escanden el ritmo, en las narraciones en prosa hay aconteci-
mientos que riman entre sí". Y todavía añade: "Si en una
época de mi actividad literaria me atrajeron los cuentos po-
pulares, fue por interés estilístico y estructural, por la
economía, el ritmo, la lógica esencial con que son narra-
dos"10
Cualquiera que haya observado a los niños pequeños mi-
rando televisión, sabe qué los atrae, antes todavía de que
hayan aprendido a entender los dibujos animados o el lengua-
je de los animadores de programas infantiles. Lo primero que
les interesa a los chicos es lo primero que pueden identifi-
9
Calvino, Italo, Cuentos populares italianos, Ediciones Librería Faus-
to, Buenos Aires, 1979.
10
Calvino, Italo, Seis propuestas para el próximo milenio
7
car, es decir, lo que es breve y se repite. Es decir, los
comerciales de publicidad.
8
las recopilaciones de fábulas les estaban especialmente de-
dicadas.
Este es el efecto de una visión que niega la especifi-
cidad de la infancia, y considera al niño como un hombre pe-
queño, cuya maduración es necesario apresurar para que se
integre, en general a partir de los siete u ocho años, al
mundo adulto con toda su carga de responsabilidades y obli-
gaciones. Lo recreativo, el entretenimiento, está relegado
en esos textos, donde funciona apenas como adorno de la en-
señanza moral. Entretanto, por supuesto, la literatura popu-
lar seguía divirtiendo y alegrando a la gran mayoría de los
niños, que de todos modos no sabían leer.
Con el Renacimiento, la antigüedad clásica llega para
niños y adultos por igual. Ahora los pequeños no sólo memo-
rizan vidas de santos, sino largos pasajes de Ovidio, Aris-
tóteles, Virgilio. Y se entretienen, más o menos a escondi-
das, con los desprestigiados best-sellers de la época: las
novelas de caballería.
Poco a poco va cambiando la idea que la sociedad tiene
del niño y, a medida que las condiciones de vida se vuelven
menos duras para más cantidad de gente, se le va haciendo un
espacio a la infancia. A partir de los escritos de Rabelais
y Montaigne se empieza tomar conciencia de la diferencia en-
tre el estado infantil y el estado adulto.
En el siglo XVII aumenta considerablemente la asisten-
cia de niños a las escuelas. La función didáctico-
moralizadora de las obras que se le destinan no ha cambiado,
pero por primera vez se nota un esfuerzo por adaptar el len-
guaje al nivel infantil. Aunque de ninguna manera se admite
oficialmente que la literatura pueda funcionar como entrete-
nimiento: todos los pedagogos de la época, Pascal, Bossuet,
La Bruyere, condenan la novela, tan peligrosa y nociva para
9
la juventud. Lo que prueba sin lugar a dudas de que la ju-
ventud la leía.
Y por fin, hacia el final del siglo XVII, en 1697, se
publica la obra que para muchos marca el nacimiento de la
literatura infantil propiamente dicha, aunque es dudoso que
en su intención original les estuviera dirigida. Son los
Contes de ma Mere l´Oye, los Cuentos de la Madre Oca, de Pe-
rrault. Una vez más, adaptaciones de cuentos populares,
cuentos de hadas, una gran moda cortesana de la época. En el
mismo siglo, antes todavía, Basile publica en Italia su pro-
pia recopilación. La Fontaine publica su Fábulas. Y aparece,
por primera vez, en 1654, el primer libro ilustrado para ni-
ños, el Orbis Pictus de Comenius (el checo Jan Amos Komens-
ky), un manual de enseñanza de lenguas clásicas.
En el siglo de la ilustración, el siglo XVIII, el mo-
mento de desarrollo de las ideas pedagógicas con Locke, Pes-
talozzi, Rousseau, la literatura infantil se vuelve didác-
tica y educativa, y se descubre su utilidad en la transmi-
sión del conocimiento científico. Grave golpe del puritanis-
mo y el racionalismo a la desprestigiada fantasía. Iriarte y
Samaniego hacen de las suyas en España. Pero aparecen otras
obras para adultos que se convertirán en clásicos de la in-
fancia: Los viajes de Gulliver, de Johathan Swift y Robinson
Crusoe de Daniel Defoe.
Sólo en el siglo XIX la preocupación imaginativa, esté-
tica, es decir, específicamente literaria, llegará por fin a
la literatura infantil. Las recopilaciones de cuento popular
de los hermanos Grimm empiezan por ser destinadas, por fin a
los niños. Que de todos modos ya las conocían. Pero ahora
pueden leerlas. En Dinamarca, grande entre los grandes, Hans
Christian Andersen por primera vez descubre la posibilidad
de apoyarse en la literatura popular para crear sus propias
10
historias para chicos. Son los primeros cuentos de autor de
la literatura infantil. Lewis Carroll, en Inglaterra, escri-
be la loca y exitosa "Alicia en el país de las Maravillas".
Basada en las Nursery Rhymes, una vez más literatura folklo-
rica, surge el nonsense de autor. Julio Verne en Francia in-
venta la ciencia ficción, Louise May Alcott en Estados Uni-
dos introduce el realismo, surgen autores, editoriales, li-
brerías. Por una parte, siguen vigentes la ideas pedagógicas
del siglo anterior. Por otra parte, el siglo XIX descubre la
particularidad del mundo infantil.
En nuestro continente la contradicción se vuelve evi-
dente en los problemas con que se encontró José Martí cuando
dirigió La Edad de Oro, una revista infantil para los niños
de América Latina. La revista tuvo que cerrar porque su di-
rector se negó a cambiar las notas, cuentos y versos por los
textos educativos, las vidas de santos, estampas y discursos
moralizantes que le exigía su editor y que todavía se esti-
laban en nuestro continente.
No voy a intentar siquiera un panorama de la múltiple y
variada literatura infantil del siglo XX, que se ramificó,
además, en varios subgéneros (teatro, poesía, historieta).
Sólo quisiera señalar algunos cambios filosóficos en rela-
ción con la infancia. En el siglo pasado no sólo se manifes-
tó en toda su importancia la especificidad del niño, sino
que se lo consideró por primera vez con clara conciencia, un
mercado lucrativo para una industria editorial en constante
crecimiento.
Por otra parte, las investigaciones y descubrimientos
en el campo de la psicología y la psicopedagogía influyeron
a lo largo del siglo en las creaciones de los autores, ayu-
daron a establecer los casilleros de las colecciones desti-
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nadas a determinadas edades, destronaron y volvieron a coro-
nar al cuento popular.
Este brevísmo repaso de la historia de la literatura
infantil deja una conclusión que me gustaría retomar en su
médula misma: es el tema de la preceptiva. Como preocupación
surgida quizás en una época prehistórica, anterior todavía a
la letra, la literatura destinada a los chicos se ve cons-
treñida, limitada, definida, marcada, discutida, enriqueci-
da, por la preceptiva: qué se debe y qué no se debe, cómo se
debe y cómo no se debe, contar y cantar a los niños. Ya te-
nemos una idea aproximada de la extensión del campo de la
LI. Veamos ahora dónde poner (o no poner) el alambrado.
El alambrado
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2. No leen para descubrir su identidad.
3. No leen para eximirse de culpas, para reprimir su ansias
de rebelión o para librarse de la alienación.
4. No sienten necesidad de psicología.
5. Detestan la sociología.
6. No tratan de entender ni Kafka ni el Finnegan´s Wake.
7. Todavía creen en Dios, en la familia, en los ángeles, de-
monios, brujas, gnomos, en la lógica, en la claridad, en la
puntuación y en otras tonterías obsoletas por el estilo.
8. Adoran las historias interesantes y no lo comentarios ni
las notas al pie.
9. Cuando un libro es aburrido, bostezan abiertamente, sin
ninguna vergüenza ni miedo a los entendidos.
10. No esperan que su autor predilecto logre redimir a la
humanidad. A pesar de ser niños, saben que el autor no tiene
ese poder. Solo los adultos alimentan esas ilusiones infan-
tiles.
15
Y quisiera que para siempre se destierre de las escue-
las el hábito de la lectura. Y se lo reemplace por el pla-
cer, el vicio, la pasión de la lectura. Así sea.
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