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II. La Reforma social.

El mal que padece la sociedad es, principalmente un mal religioso y moral; en este
punto se hallan de acuerdo todos los católicos. Pero la divergencia se pone de
manifiesto en los juicios que se emiten de una y otra parte sobre el orden económico
y social. Los reformistas católicos estiman que el orden económico actual, basado
en la competencia ilimitada y en el individualismo; que el orden social establecido
sobre la igualdad de los derechos y de las condiciones sobre el interés personal y
la carencia de bienes profesionales, estiman, digo, que este orden. es radicalmente
vicioso. Que no se grite contra la teoría del pedrusco del antiguo régimen, de la
reacción... qué sé yo. Las palabras gordas no son más que espantajos. Si tienen
efecto en una proclama electoral y suscitan los aplausos de un club, nada tienen de
común con la ciencia social.

El partido social cristiano quiere una reforma que vuelva a conducir a la sociedad a
su estado natural quiero decir a su constitución orgánica, tal como la hemos descrito
en el capítulo IV. A los dos males de que está atacado el orden económico y social,
la libertad exagerada y el individualismo quieren aplicar los dos remedios
verdaderamente eficaces: una legislación protectora y la asociación profesional.
Así, la restauración social cristiana que proponen los reformistas católicos
comprende tres factores absolutamente necesarios: la acción y la influencia de la
Iglesia y de la caridad cristiana; una legislación del Estado sabia, moderada y
progresiva; la iniciativa de los individuos y de las corporaciones autónomas.
Monseñor Kijcher (obispo auxiliar de Colonia) decía en el Congreso de Lieja:

«El problema social consiste en ordenar las relaciones entre el patrón y el obrero,
según la moral cristiana y los preceptos de la justicia y de la caridad... De este
problema y de su solución dependerá el porvenir de la sociedad y de la religión.
Para resolver el problema social es preciso el acuerdo entre el patrono y los obreros;
pero, además de esta buena inteligencia, hace falta una legislación social que regule
de una manera justa y equitativa las relaciones entre patronos y obreros.

El P. Liberatore, en la conclusión de su Tratado de Economía política, no es menos


explícito. He aquí los términos en que se expresa: «Es indispensable cierta
intervención del Estado en la vida económica de la sociedad. Abandonarla al
conflicto de las fuerzas egoístas es transportar a la industria la idea darwinista de la
lucha por la existencia, lucha en que es seguro el triunfo de los más fuertes. En esta
materia la tarea del Estado se reduce, pues, a estas dos funciones: proteger a los
débiles y dirigir a los fuertes.

En otros términos: no basta la simple protección, sino que debe completarse con la
dirección.

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