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En 1943, en la calle Peligros de Madrid, dos fotografías adornaban sendos establecimientos.

Una es de Lavoisier, el padre de


la química moderna, cuyo doble centenario se conmemoraba. La otra era de una faena de Manolete. Un muchacho le dice a
su novia, «¡Mira qué soso! ¡Si parece una estatua!». Se refiere al torero, no al químico, al que seguramente ni conocerá.
Manolete es más famoso que nadie en la España de la posguerra. A Eugenio d’Ors, que nos cuenta el acontecimiento, el
comentario despectivo, sin embargo, le ilumina el significado de la tauromaquia, su sentido escultórico: «No se niegue, por
otra parte, que, dentro del ciclo manoletiano, la fiesta de los toros tiende a eliminar o atenuar, como secundarios, ciertos
valores del dinamismo».

Siguiendo con la metáfora escultórica, si los toreros pintureros pueden ser relacionados con el estilo corintio, Domingo Ortega,
líder de la tauromaquia hasta que llegó Manolete y gran amigo de Ortega y Gasset –que le prologó su libro El arte del toreo–,
sería del estilo jónico mientras que el diestro cordobés estaría representado por el dórico. Entre la geometría y la cinemática,
el toreo es, desde el punto de vista de filósofos como Ortega y Gasset o D’ors, fundamentalmente una cuestión de espacio y
tiempo. Según el espacio, el torero es verticalidad mientras que el toro es horizontalidad. De acuerdo al tiempo, el toreo es
una metáfora de la vida en lucha que va a desembocar irremediablemente en la muerte. Como dejó escrito el Ortega torero:
«Toro y torero son dos sistemas de puntos que varían correlativamente».

Si Homero cantó en la Ilíada la cólera de Aquiles, todas las corridas, cualquiera de ellas, consisten en un poema épico que
celebra la furia del toro (siendo el torero, Héctor, la luz de la inteligencia frente a la oscuridad de la cólera, el ímpetu de la furia
del cornúpeta). Una furia que no es arbitraria, salvo en la excepción de los Miura, sino dirigida y que, por tanto, el torero puede
parar, mandar y templar. En este sentido, Manolete y Ortega y Gasset significaron la autoconciencia de la tauromaquia en el
ruedo y en la tribuna. La espada y la pluma alcanzaron en la mano del torero y el filósofo la pureza más alta y la abstracción
más elevada.

Parecería fuera de sitio, no sólo hiperbólicamente, la metáfora de Manolete como «Beethoven de la tauromaquia». Pero
debemos tener en cuenta que el Corriere della Sera, el periódico que hizo semejante comparación, es italiano. No
desafinaríamos mucho entonces si ponemos a Joselito como Haydn y Belmonte siendo Mozart. El suceso fundamental para la
teoría de la música ocurrió el año 1810 cuando E.T.A. Hoffman publicó una crítica sobre la Quinta sinfonía de Beethoven,
declarando que la música instrumental es la más alta de las artes, superando a la reina hasta ese momento, la música vocal.
El argumento de Hoffman se basa en que dicha música abre a los oyentes al reino de lo infinito, un lugar más allá de las
palabras, donde el ser humano se encuentra con las profundidades del reino del espíritu (Mozart) o el estremecimiento, el
dolor, el espanto y el anhelo romántico hacia lo terrible (Beethoven), marca definitiva de lo sublime. Pero precisamente el gran
teórico de lo sublime, Immanuel Kant, había establecido que «la fiesta de los toros implica un inclinación a lo sublime, bastante
frecuente en la vida de los españoles». De ahí que la tauromaquia sea esencialmente española, aunque también, claro, pueda
darse entre aquellos con influencia española o, simplemente, personas sensibles a lo trágico sublime, como Orson Welles o
Jean Cocteau. De ahí también que sea la más alta de las artes, porque supera incluso a la música romántica en autenticidad
no solo al mostrar sino al encarnar el dolor, el espanto, el estremecimiento y, a pesar de todo, la belleza.

Siguiendo los parámetros kantianos, el toreo sería «sublime dinámico» por la fuerza desplegada, y constituye el intento más
acabado para tratar de representar lo absoluto de la muerte de una manera sensorial. La oposición a la tauromaquia es
fundamentalmente el intento de ocultar el hecho de la muerte, de invisibilizarla tras los muros del matadero o, todavía más
simple y superficial, tratar de cancelarla alejando de nosotros sus manifestaciones más obvias. El espectador de las corridas
de toros es obligado a enfrentar la muerte, tanto en su versión natural animal (la del toro) como la específica existencial
humana (la del torero). Y en relación a la muerte, el absoluto, aquello que no se puede relativizar de ninguna manera y que
nos iguala a todos, de gusanos a reyes, de toros a toreros. El toreo es como la música instrumental una objetivación de la
Voluntad misma, a diferencia de las demás artes que son instintivas. De hecho, la música que interpreta la banda en las
corridas (salvo en Madrid) en realidad es redundante, como bien vio José Bergamín al titular su libro sobre la tauromaquia La
música callada del toreo.

Con Manolete se alcanza finalmente lo que Ortega había definido como torear: «hacer que no se desprecie nada en la
embestida del animal, sino que el torero la absorba y la gobierne íntegra». Parafraseando a Terencio, el toreo interesaba tanto
a Ortega porque como él mismo dijo «Ningún aspecto de la vida española me es desconocido ni me fue indiferente». Y nada
más español, según Ortega, que la tauromaquia porque «Es un hecho de evidencia arrolladora que, durante generaciones,
fue, tal vez, esa Fiesta la cosa que ha hecho más felices a mayor número de españoles (...) He hecho lo que era mi deber de
intelectual español y que los demás no han cumplido: he pensado en serio sobre ella (la tauromaquia)».

Medio siglo después de la cúspide que significaron en la cultura española Lorca para la poesía, Picasso para la pintura,
Manolete para la tauromaquia y Ortega y Gasset para la filosofía, no cabe duda de que tiene sentido lo que decía el poeta
granadino sobre cómo en España los artistas, escritores, intelectuales y filósofos siguen desaprovechando el mayor filón
poético y vital. Pero debemos continuar la labor pedagógica que llevaron a cabo aquellos gigantes pero poder ver más lejos:
hacia la tauromaquia del siglo XXI.

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