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Mauro Vallejo

Los miércoles por la noche,


alrededor de Freud
La construcción del discurso psicoanalítico a la luz de las
Actas de la Sociedad Psicoanalítica de Viena
Indice

Prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7

Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . 13

Listado de abreviaturas . . . . . . . . . . . . . 15

Capítulo I
Del archivo, olvidos y fragilidades. Introducción metodológica
para el estudio de un discurso . . . . . . . . . . . 17
I. La potencia del archivo . . . . . . . . . . . . . 17
II. Del límite de la prueba histórica.
Otras consideraciones acerca del archivo . . . . . . . . 26
III. La Historia, la tenue perplejidad, los tranquilos vaivenes . . 47

Capítulo II
Historias de unas actas, avatares de una Sociedad Psicoanalítica.
Del peligro nazi a las manos de Nunberg, vía Federn;
de la ferviente moral a la ordenada medicina,
vía Hirschfeld . . . . . . . . . . . . . . . . 71
I. Notas preliminares . . . . . . . . . . . . . . 71
II. Historia de las actas: breve reverso de una política . . . . 74
III. La edición de Herman Nunberg. O de las utilidades
estratégicas de los márgenes . . . . . . . . . . . . 82
IV. Magnus Hirschfeld, el mesianismo, los médicos y la Torah.
Hacia el delineamiento del sujeto de un discurso psicoanalítico . 94
V. De disoluciones y otras argucias . . . . . . . . . 126
VI. Palabras finales, confesiones y trifulcas . . . . . . . 137

Capítulo III
El maleficio vienés. Derrotero de una imagen
y derivaciones de un anatema. . . . . . . . . . . 155
I. Cadenas, manzanas y bandidos . . . . . . . . . . 155
II. El nacimiento de la imagen . . . . . . . . . . . 157
III. Alusiones a los vieneses en los escritos freudianos . . . . 166
IV. Coqueteos y señuelos. Los psicoanalistas vieneses
en las correspondencias de Sigmund Freud . . . . . . . 185
V. El problema vienés en el seno
de su Sociedad Psicoanalítica . . . . . . . . . . . 193
VI. Palabras finales . . . . . . . . . . . . . . 197
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Mauro Vallejo

Capítulo IV
El discurso psicoanalítico como problematización de la
transmisión generacional. Psicoanálisis y biopolítica . . . 207
I. Sapiens, olfateos, pelitos y buscadores de novias. La filogenia
en la Sociedad Psicoanalítica de Viena . . . . . . . . 210
II. Un lugar para el incesto: de las imaginaciones peligrosas
a la lozanía de la raza . . . . . . . . . . . . . 217
III. Educando a los niños . . . . . . . . . . . . 226
IV. La policía de las familias, a la vienesa . . . . . . . . 231
V. El alejamiento de la degeneración; la persistencia
de lo hereditario . . . . . . . . . . . . . . . 237
VI. De transmisiones, visibilidades y biopolítica . . . . . 249

Apéndice A. Listado de textos de Sigmund Freud


mencionados o citados . . . . . . . . . . . . . 257

Apéndice B. Casos y viñetas clínicas de Sigmund Freud . . 261

Apéndice C. Índice temático . . . . . . . . . . . 263

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Prefacio

Este es un libro impuro, y trata, tal vez, acerca de la impureza. Es


impuro puesto que ha sido el efecto de la construcción y puesta en
acto de un método de análisis con el que no contábamos al comien-
zo. Combina con el menor descuido posible distintas modalidades de
exploración que normalmente permanecen distantes unas de otras, y
por tal motivo quizá exija del lector el mismo trabajo de inquietud y
persistente vacilación que jalonó la lenta concreción de este proyec-
to. Se alternan aquí inquietudes y horizontes metodológicos muy di-
símiles, y no siempre se explicita la posibilidad de producir una abso-
luta convergencia entre ellos. Tratándose de una aproximación histó-
rica, se contenta con seguir líneas dispersas que dejan de lado el resta-
blecimiento de una totalidad de sentido, y se aferra en cambio a la pre-
tensión de estudiar prácticas reales; esa realidad que acecha no provie-
ne de la creencia en un realismo que sólo logra exasperar a quienes
sienten pavor ante esa categoría tan desgastada, sino que se ampara
en las lecciones dadas por el desenvolvimiento del proceder historio-
gráfico. Éste sabe desde hace tiempo que no todos los objetos de su
dominio están regidos por una lógica discursiva. El hecho de que sea
precisamente un discurso, o alguno de los textos que lo componen, el
que se encuentre sometido al trabajo histórico, no modifica en nada
ese principio.
El presente escrito, en definitiva, habla de la impureza, puesto que
retoma a su manera una investigación sobre el pasado y la memoria.

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Mauro Vallejo

Por razones que luego serán desarrolladas, esa impureza atañe a una
perspectiva singular a partir de la cual analizar una producción discur-
siva, aunque es obvio que aquella también está concernida en el gesto
que el lector verá repetirse una y otra vez: el recupero de unas voces
olvidadas. Ello hace a la naturaleza positiva que la impureza adquie-
re aquí, la cual se sostiene menos en el reverso espectral e ilusorio que
su contrario convoca –habría libros puros–, que en la índole de la di-
mensión en que el texto se aventura: la historia.

* * *

“Ces discours ne sont pas des corpus flottants


«dans» un englobant qu’on appellerait l’histoire
(ou le «contexte»!). Ils sont historiques par-
ce que liés à des opérations et définis par des
fonctionnements. Aussi ne peut–on compren-
dre ce qu’ils disent indépendamment de la pra-
tique d’où ils résultent”.

(Michel de Certeau, L’écriture de l’histoire)

Los miércoles por la noche, alrededor de Freud se preocupa muy poco


por qué puede decirse acerca de un texto –lo cual no constituye un
método sino su falta–, y tampoco confía en que basta con establecer
qué dice aquel por sí mismo. Trata antes bien de precisar la razón por
la cual unas palabras están en condiciones de comenzar a decir algo. En
estas páginas se problematiza el vacío que el discurso psicoanalítico ha
destinado para un recorte preciso de su pasado. Y persigue en tal sen-
tido reconstruir el espacio sin cuya presencia unos rastros pierden mo-
mentáneamente la posibilidad de portar un pensamiento.

* * *

El libro que el lector tiene ante sí dialoga con un material claramen-


te limitado: las Actas de la Sociedad Psicoanalítica de Viena, que reco-
gen, de un modo que luego será analizado, las discusiones que los psi-
coanalistas vieneses sostuvieron los miércoles por la noche entre 1906
y 1923. Empero, como todo trabajo histórico, esta obra ha tenido que
crear sus propias fuentes, se ha visto en la obligación de inventar el cor-
pus que le sirve de vaso comunicante hacia ese pasado del cual habla.
La forma de abordar dicha fuente, la estrategia implicada en la mirada

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Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

que se le dirige, la decisión de ponerla en continuidad con otros tex-


tos y otras prácticas, señala el núcleo de esta investigación, y la aten-
ción puesta en los recuperos de numerosos pasajes tiene como finali-
dad que ese sesgo arbitrario –aunque para nada caprichoso– no opa-
que ni diluya la materialidad a la cual destina su indagación.

* * *

Las disquisiciones recogidas en este libro no se enorgullecen de


la notable forma en que han prescindido de la descripción lacaniana
del concepto de discurso. Esa omisión no podría ser su orgullo, pues-
to que otro tanto se ha hecho con muchas otras teorías del fenómeno
discursivo. El presente estudio se atiene sólo a unas pocas definicio-
nes de la noción de discurso, pero ha intentado operar con ellas con
el rigor necesario.
Por otra parte, el alrededor que porta en su título no es un mero sub-
terfugio que torpemente esconda, y delate, la imposibilidad en que nos
encontraríamos para hacer frente a esa realidad tan compleja: el pen-
samiento de Sigmund Freud. La inmediata referencia al contorno o a
los márgenes que se sugiere con el término alrededor, es, por supuesto,
una forma de nominar el hecho que aquí se someterá a indagación:
los registros de las reuniones de la Sociedad Psicoanalítica de Viena,
esa primera institución psicoanalítica que halló en las noches de los
miércoles el tiempo y espacio de su desenvolvimiento.
En tal sentido, el difuso alrededor del que aquí se trata reside en algo
mucho más pretencioso que el rescate de las anécdotas de esas vela-
das tan lejanas. De hecho, esa alusión a imprecisos lindes concierne a
una acotada investigación sobre el discurso psicoanalítico. Alrededor
de Freud, puesto que no hablan de Freud. No hablan de esa psicologi-
zante y vetusta unificación de un decir que apela a un nombre de au-
tor para intentar individualizar un hecho discursivo. Nuestro análisis
se dirige a las particularidades del discurso psicoanalítico que permiten
ser iluminadas merced a un tratamiento razonado de esas Actas.

* * *

Un sano resquemor o una comprensible duda se generará en el lec-


tor desde el momento mismo en que se anoticie del asunto al cual se
enfrenta esta obra. ¿Cómo es posible escribir un libro sobre unas ac-
tas que dan cuenta de las actividades desarrolladas por unos médicos e
intelectuales en un contexto tan lejano y tan complejo como la Viena

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Mauro Vallejo

de comienzos del siglo XX? A través de la explicitación de ese reparo


no estamos apuntando a las presuntas ventajas implicadas por la inves-
tigación efectuada desde esa eterna periferia que pareciera conformar
la universidad argentina en materia de asuntos que exceden sus terri-
torios nacionales. No podíamos dejar de enunciar esa suerte de adver-
tencia, pero teníamos en la mira más bien la forma en que otro inves-
tigador, en unas circunstancias que en nada se comparan con la nues-
tra, intentaba definir los probables límites de su proceder. Erich Auer-
bach, en el epílogo de su magistral trabajo, señalaba, por intermedio
de unas palabras de las cuales ahora nos apropiamos, las dificultades
implicadas en su estudio:

“...es posible y hasta probable que se me hayan escapado muchas


cosas que hubiera debido tener en cuenta, y que afirme a veces
algo que se halle rebatido o modificado por investigaciones nue-
vas. Esperemos que no se halle entre estos errores probables algu-
no que pueda afectar a la médula del sentido de las ideas expues-
tas (...) Por lo demás, es muy posible también que el libro deba su
existencia precisamente a una falta de una gran biblioteca sobre la
especialidad; si hubiera tratado de informarme acerca de todo lo
que se ha producido sobre temas tan múltiples, quizá no hubiera
llegado nunca a poner manos a la obra”1.

Nos fue imposible dar con todas y cada una de las fuentes busca-
das; no pudimos contar con el acceso a ciertas memorias, cartas o tra-
bajos que, por el solo hecho de encontrarse fuera de nuestro alcan-
ce, adquirían a nuestros ojos un misterioso valor, puesto que en sus
fragmentos podían estar aguardándonos las pruebas que desmentirían
nuestras hipótesis, o los descubrimientos que quitarían toda verosimi-
litud o pertinencia a nuestras conjeturas. Esa zozobra, empero, no lo-
gró sino reforzar nuestro celo, no hizo otra cosa que robustecer el cui-
dado con el que nos aproximábamos al material existente.

* * *

No queremos que estas palabras preliminares adelanten aquello


que tendremos oportunidad de desarrollar más extensa y cuidadosa-
mente en el decurso de la obra, dando de ella sus leyes o producien-
do sobre ella una injusta y precavida apropiación. Por otra parte, el

1. Erich Auerbach, Mimesis. La representación de la realidad en la literatura occiden-


tal, FCE, México, 2002, página 525.

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Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

primer capítulo funciona a su modo de escrito introductorio, puesto


que se discuten allí los aspectos metodológicos concernidos en nues-
tra labor. En efecto, dicho capítulo intenta justificar la utilización de
la categoría de archivo para la empresa de análisis de las Actas de la So-
ciedad Psicoanalítica de Viena. Asimismo, se comentan allí los linea-
mientos esenciales de la definición de discurso que estará en juego en
la totalidad del libro.
El segundo capítulo se erige en una investigación propiamente his-
tórica sobre las páginas de las actas y acerca de la sociedad psicoana-
lítica aglutinada alrededor de Freud, para cuyo fin se estudian diver-
sas fuentes: desde las notas al pie agregadas por los editores de las ac-
tas, hasta las memorias de algunos de los participantes, pasando por
investigaciones más recientes referidas a la mentada institución. Uno
de los ejes fundamentales del escrito reside en el intento por revisar
los procesos de construcción del sujeto de la enunciación del discur-
so psicoanalítico.
El capítulo tercero persigue la deconstrucción de la versión canóni-
ca que la historiografía psicoanalítica ha legado acerca de los encuen-
tros de los miércoles. En consonancia con ello, se analizan algunas de
las diversas formas mediante las cuales Sigmund Freud se ha referido a
esas veladas tanto en sus publicaciones como en sus correspondencias.
El escrito concluye con unas breves consideraciones respecto del efecto
que las reuniones de Viena y sus participantes habrían tenido sobre el
armado de la teorización freudiana, y sobre su escena de escritura.
El tramo final del libro está constituido por un texto que retoma
más específicamente la concepción de discurso adelantada en el primer
capítulo. De esa forma, se propone allí una indagación muy detallada
de algunas temáticas desplegadas por las discusiones de los miércoles.
Partiendo de ellas, se sugiere que una problematización de la transmi-
sión generacional habría funcionado como uno de los resortes cardina-
les del naciente discurso psicoanalítico.

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Agradecimientos

Estas páginas han sido elaboradas en un protegido silencio. Deben


mucho a cada una de las personas que, desde cerca o lejos, siguieron
su composición. En primer lugar a quienes leyeron fragmentos de los
borradores, y me permitieron hacer de sus críticas la ocasión de me-
jorar ciertos pasajes. Quisiera nombrar a Clara Roitbarg, María de las
Nieves Agesta, Micaela Cuesta, Alfredo Eidelsztein, Santiago Rebasa,
Silvana Vetö, Carlos Walker, Julio del Cueto, Haydée Montesano.
Una primera versión del capítulo uno fue presentada y discutida
en uno de los ateneos internos de la Cátedra I de Historia de la Psico-
logía de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires.
En tal oportunidad el señor Jorge Baños Orellana estuvo a cargo del
comentario del texto, y sus observaciones fueron precisas. Vaya aquí
mi agradecimiento a la lucidez de su lectura, y a las intervenciones de
otros investigadores y docentes: Alejandro Dagfal, Pablo Pavesi, Luis
Sanfelippo, Hugo Vezzetti, entre otros.
En el seno del Seminario de Doctorado “Del psicoanálisis como dis-
curso. De la experiencia a la estructura”, dictado por Alfredo Eidelsztein
en el año 2007 en la Facultad de Psicología de la UBA, tuve la chance
de adelantar algunas de las tesis del último escrito del presente libro.
Expreso aquí mi reconocimiento a las sugerencias que en ese entonces
me fueron realizadas. Quiero agregar también que Alfredo Eidelsztein
apoyó desde un comienzo este proyecto, y fue testigo y partícipe de las
múltiples modificaciones que sufrió a lo largo del tiempo.

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Mauro Vallejo

Una ulterior versión del mismo capítulo fue discutida en una de las
reuniones del proyecto UBACyT “La psicología y el psicoanálisis en la
Argentina: disciplina, tramas intelectuales, representaciones sociales y
prácticas” (P042). Los miembros de dicho equipo de investigación me
acercaron críticas y observaciones gracias a las cuales pude enmendar
diversas imprecisiones. Agradezco sinceramente el cuidado y la pro-
lijidad de su lectura. Se trata de Marcela Borinsky, Alejandro Dagfal,
Florencia Macchioli, Hernán Scholten y Hugo Vezzetti.
Cuando se acercaba el momento de concluir la escritura de estas
páginas, recordé una conversación que sostuve hace unos años con la
Dra. Adela Leibovich de Duarte. Revisando con ella los pormenores
de otro proyecto, me recomendó la lectura de las Actas de la Socie-
dad Psicoanalítica de Viena, que por ese entonces yo no había consul-
tado aún. A pesar de que mi interés por esas minutas nació a partir de
una investigación concluida en el año 2006, no quería perder la oca-
sión de señalar esa fabulosa “coincidencia”.
Esta investigación habría sido imposible sin la colaboración de nu-
merosas bibliotecas. En primer lugar, debo agradecer a la Biblioteca de
la Asociación Psicoanalítica Argentina, y fundamentalmente a su per-
sonal, que tan amable y desinteresadamente respondió a mis reitera-
dos pedidos. Quisiera mencionar también la asistencia del director, el
Dr. César Pelegrin, quien con mucha gentileza me permitió el acceso
a algunos materiales. En segundo lugar, quisiera expresar mi agrade-
cimiento a la Biblioteca de la Facultad de Psicología de la UBA, pues
allí pude trabajar durante espaciadas jornadas. Por último, también me
fueron de ayuda las bibliotecas de la Escuela de la Orientación Laca-
niana y de la Escuela Freudiana de Buenos Aires.
Por otra parte, tuve la suerte de acceder a ciertas fuentes gracias a
los fondos del subsidio del proyecto UBACyT antes mencionado, di-
rigido por Hugo Vezzetti, con sede en el Instituto de Investigaciones
de la Facultad de Psicología de la UBA.
Para concluir, una beca doctoral del CONICET me permitió de-
dicar mi tiempo a la finalización del presente proyecto.

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Listado de abreviaturas

AE: Sigmund Freud, Obras Completas, Amorrortu editores, Buenos Ai-


res, 1999, 24 Volúmenes.
Correspondencia: Nicolás Caparrós (ed.), Correspondencia de Freud, Bi-
blioteca Nueva, Madrid, 1997; Volumen I: La prehistoria
del psicoanálisis: 1871–1886; Volumen II: El descubrimien-
to del Inconsciente: 1887–1908; Volumen III: Expansión. La
Internacional Psicoanalítica: 1909–1914; Volumen IV: La
gran guerra. Consolidación: 1914–1925.
Freud/Abraham: Hilda Abraham & Ernst Freud (comp.), Sigmund Freud –
Karl Abraham, Correspondencia, Gedisa, Barcelona, 1979.
Freud/Ferenczi: Eva Bravant, Ernst Falzeder & Patrizia Giamperi–
Deutsch (ed.), Sigmund Freud – Sándor Ferenczi. Correspon-
dencia completa, Editorial Síntesis, Madrid, 2001; Volumen
I, 1 (1908–1911); Volumen I, 2 (1912–1914); Volumen II,
1 (1914–1916); Volumen II, 2 (1917–1919); Volumen III,
1 (1920–1924); Volumen III, 2 (1925–1933).
Freud/Fliess: Jeffrey Moussaieff Masson (ed.), Sigmund Freud. Cartas a
Wilhelm Fliess (1887–1904), Amorrortu editores, Buenos
Aires, 1994.
Freud/Jones: Andrew Paskauskas (ed.). Sigmund Freud – Ernest Jones. Co-
rrespondencia completa. 1908–1939, Editorial Síntesis, Ma-
drid, 2001.
Freud/Jung: William McGuire (ed.), Sigmund Freud – Carl G. Jung. Co-
rrespondencia, Taurus, Madrid, 1978.

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Freud/Lou: Sigmund Freud – Lou Andreas–Salomé, Correspondencia,


Siglo XXI editores, México, 1968.
Freud/Pfister: Sigmund Freud – Oskar Pfister, Correspondencia
(1909–1939), Fondo de cultura económica, México,
1966.
Freud/Weiss: Correspondencia Sigmund Freud – Edoardo Weiss. Problemas
de la práctica psicoanalítica, Gedisa, Barcelona, 1979.
Minutes: Ernst Federn & Herman Nunberg (ed.), Minutes of the Vien-
na Psychoanalytic Society, International Universities Press,
New York, 4 volúmenes, 1962, 1967, 1974, 1975; Vol-
ume I: 1906–1908; Volume II:1908–1910; Volume III:
1910–1911; Volume IV: 1912–1918.

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Capítulo I

Del archivo: olvidos y fragilidades.


Introducción metodológica
para el estudio de un discurso

“L’idée que l’Histoire est vouée à l’«exactitude


de l’archive», et la philosophie à l’«architecture
des idées», nous paraît une fadaise. Nous ne tra-
vaillons pas ainsi”.

(Arlette Farge & Michel Foucault, Le désordre


des familles)

I. La potencia del archivo


Hacia el final de uno de sus textos más bellos, Jean Genet dice que
su libro “Habrá servido para volver más precisas las indicaciones que
me ofrece el pasado”1. Estas páginas buscan, en un eco de lejana com-
plicidad para con las palabras del escritor –de cuyo lirismo no podre-
mos sino mantenernos distantes–, definir algunos recaudos a tener en
cuenta al momento de someter al análisis histórico ciertos recortes del
pasado de un saber. Inquieren a su modo por el límite que subtiende
a ciertas modalidades de la interpretación historiográfica, o más bien,
por la forma en que el respeto de algunas exigencias no supone tan-
to un menoscabo de cuanto puede conocerse, sino antes bien la feliz
iluminación de aquello que de otra forma seguiría adormecido en el
vasto oleaje de un discurso, que se ufana de su progreso letrado. El fe-
cundo territorio de la historia de las ideas nos enfrenta a la pregunta

1. Jean Genet, Diario del ladrón, Debate, Madrid, 1994, página 210; cursivas en
el original.

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acerca de la mirada que ha de dirigirse a esas palabras que son la esto-


fa misma del objeto bajo indagación.
He allí el texto, esa quieta profusión de vocablos, ese mudo re-
flejo de una elocuencia detenida en el palpable espasmo que se rin-
de a los ojos, e inútil es quizá recordar que el afán histórico pro-
cederá con él de un modo que se diferencia del interés por saber
cuán justo o veraz es lo que dice. En muchos casos –e incluimos en
ese repertorio al saber freudiano– la labor historiográfica comparte
las fuentes que utiliza para su empresa, con toda una panoplia de
otros personajes, desde el encorvado erudito al orgulloso coleccio-
nista, del lector casi talmúdico al clínico más humilde. Cabe decir
que la partición que separa el proceder historiográfico de otras vías
de acceso a un mismo material, reside en algunas ocasiones, menos
en el polvoriento lapso temporal que seduce a los olvidos, que en
la pregunta o el objetivo que rige al acto de quien se inclina a es-
cudriñar esos rastros. Sin embargo, ello no conlleva la suposición
de que entonces todos los elementos de un saber, todos los com-
ponentes de su corpus, son de la misma naturaleza o soportan cual-
quier inquisición.
En tal sentido, las Actas de la Sociedad Psicoanalítica de Viena2, esas
páginas hasta ahora un tanto descuidadas del pasado del psicoanáli-
sis, merecen un tratamiento especial que tenga a bien tomar en con-
sideración las características que les son intrínsecas. En consecuen-
cia, en esta introducción intentaremos justificar la utilización de la
categoría del archivo, propia a la tarea historiográfica, para el análisis
de la referida fuente.
A simple vista, no es demasiado difícil distinguir entre aquello que
pertenece al territorio del archivo de aquello otro que, por una extraña
fortuna, le es ajeno. El archivo aglutina las marcas del pasado, los ras-
tros dejados por el accionar de los hombres, la constancia muchas ve-
ces concisa de sus luchas, sus pecados, sus decires, sus delitos, sus mi-
graciones. ¿Cuándo deja lo archivado de ser archivo? La expulsión de
un documento de esas salas húmedas, su salida de esos edificios oscu-
ros y silenciosos, ¿alcanza para dictaminar que ese texto no es ya ar-
chivo sino otra cosa?
Se nos podría objetar aquí que nuestras preguntas se demoran en la
torpeza alimentada por una falsa contraposición, puesto que lo esen-
cial sería el gesto que hace de esa marca el archivo a indagar; gesto que

2. Cf. Herman Nunberg & Ernst Federn (ed.), Minutes of the Vienna Psychoana-
lytic Society, International Universities Press, New York, 4 volúmenes, 1962,
1967, 1974, 1975.

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Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

es antecedido por la conformación del espacio, tanto simbólico como


material, destinado a conservar esos restos3.
De todas formas, no puede jugarse del todo con una tal indetermi-
nación, puesto que no toda señal de un acontecimiento acaecido es
pasible de incorporarse al archivo. En términos estrictos, el archivo so-
porta una definición, o al menos una serie de caracterizaciones que po-
sibilitan concluir que hay concretas fracciones del pasado que le son
ajenas. Enormes estratos del tiempo transcurrido, ya sea que se remon-
ten a los orígenes insalvables o a las anécdotas inútiles, son extraños
a los límites que demarcan el espacio en cuestión. El Archivo no es el
Museo ni la Biblioteca, aunque pueda compartir con ellos tanto fines
como elementos. El Archivo no es la Memoria, a pesar que le sirva de
soporte, de perecedero guardián; sabe que ella es tan inquieta, sabe
que ella cuenta al menos con la posibilidad del olvido.
Nuestra empresa de lectura de las Minutas o Actas de la Sociedad Psi-
coanalítica de Viena se sustenta de cierto modo en aquello que la historia-
dora francesa Arlette Farge denominó atracción por el archivo4. Vale, de to-
das formas, dedicar algunas palabras preliminares a la yuxtaposición que
acaba de hacerse, puesto que no dejará de resultar extraño el hecho de
que se quiera considerar a las referidas minutas como ejemplo del géne-
ro archivístico. La primera objeción que podría alzarse en contra de esta
equiparación residiría en la evidencia de la publicación y distribución co-
mercial de las actas, en tanto que normalmente un archivo no halla otro

3. Cuanto luego se diga acerca de la borradura del alocutario que todo archivo
opera, no debe generar la presunción de que éste sería una instancia neutral de
almacenamiento y memoria. La constitución del archivo, su utilidad y su fun-
ción, dependieron y dependen de decisiones políticas; e inversamente, el pri-
mero puede hacer las veces de artilugio esencial para la realización de estrate-
gias precisas. Ambos puntos son demostrados por los trabajos incluidos en el
número que la revista History of the Human Sciences dedicó en 1999 a la temá-
tica del archivo; véase fundamentalmente Wolfgang Ernst, “Archival action:
the archive as ROM and its political instrumentalization under National So-
cialism”, History of the Human Sciences, Volume 12, Nº 2, 1999, pp. 13–34; Pa-
trick Joyce, “The politics of the liberal archive”, pp. 35–49.
4. Cf. Arlette Farge, Le Goût de l’Archive, Éditions du Seuil, 1989, París. Por su par-
te, Michel Schneider, en su prefacio al volumen IV de la traducción francesa
de las Minutas, había ya caracterizado a las actas como “archivos del pensa-
miento freudiano” (cf. “Préface”, en Nunberg H. & Federn E. (ed.), Les premiers
psychanalystes. Les Minutes de la Société Psychanalytique de Vienne, Tome IV, Gal-
limard, París, 1983, pp. III–XXIII). Tanto en ese punto como en otros, nues-
tra lectura coincide con la de Schneider, aunque nos distanciaremos de ella
en cuanto concierne a algunas temáticas puntuales.

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Mauro Vallejo

destino que su conservación cuidadosa, o a lo sumo una circulación res-


tringida que tiene como meta esencial la ampliación del número de sus
potenciales consultantes. En palabras de Derrida, la singularidad del ar-
chivo se constata fundamentalmente en que él está a la vez “...abierto y
sustraído a la iteración y a la reproductibilidad técnica”5.
No obstante parecernos atendible, creemos que esa observación no
conlleva la exigencia de negar a las minutas el estatuto de archivo. Nuestra
convicción se funda en una serie de razones que es momento de enun-
ciar. En primera instancia, comparten con todo archivo la particularidad
de ser marcas o señales de un hecho sucedido, en este caso de unas plá-
ticas y reuniones celebradas en Viena por los primeros discípulos y cole-
gas de Sigmund Freud. En segunda instancia –y he allí una característica
fundamental–, se trata de un registro realizado de forma tal que lo escri-
to no está destinado a algún lector en especial, sino que éste es más bien
mantenido en suspenso; el archivo persigue que el rastro se materialice y
se conserve, mas no está concernido en su producción un cálculo o pre-
dicción de quién lo leerá o con qué objetivo. Esta particularidad aleja al
archivo de cualquier otro texto, ya sea editado o no, ya fuere íntimo o
compartido; a diferencia de un diario personal, de una correspondencia,
de un testamento, el archivo no está dirigido a nadie, o al menos lleva
al punto extremo la pretensión, imposible quizá, de prescindir de todo
miramiento por un potencial lector6. Las Actas de Viena constituyen en
tal sentido el capítulo de la historia del psicoanálisis que más fehacien-
5. Jacques Derrida, Mal de archivo. Una impresión freudiana, Editorial Trotta, Ma-
drid, 1997, página 98. Siendo que ahondaremos exclusivamente en al acep-
ción que el término archivo adquiere en la labor historiográfica, dejaremos de
lado el núcleo fuerte de la lectura fenomenológica que Derrida construye en
su texto. Ese pequeño libro establece, de un modo excepcional, el valor que
lo arcóntico posee en el pensamiento freudiano, y a la inversa, las consecuen-
cias que de tal saber podrían extraerse para una redefinición del valor, la fun-
ción y la esencia del archivo.
6. Carolyn Steedman, en un texto cuyas sugerencias han afectado nuestra forma
de proceder, lo enuncia del siguiente modo: “Pero el Historiador que se dirige
al Archivo debe ser siempre un lector desprevenido [an unintended reader], lee-
rá siempre aquello que jamás estuvo destinado a sus ojos”. (“The space of me-
mory: in an archive”, History of the Human Sciences, Volume 11, Nº 4, 1998, pp.
65–83; cita de la página 72). Algo similar propone Thomas Osborne, al recor-
dar que: “El archivo está allí para servir a la memoria, para ser útil, pero sus fi-
nes últimos permanecen necesariamente indeterminados. Está depositado para
diversos objetivos; pero una de sus potencialidades reside en que aguarda un
público o concurrencia cuyos límites son por esencia desconocidos”. (“The or-
dinariness of the archive”, History of the Human Sciences, Volume 12, Nº 2, 1999,
pp. 51–64; cita de la página 55).

20
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

temente soporta una definición estricta del archivo. Ni las Circulares del
Comité Secreto, ni las diversas correspondencias (editadas o no), ni si-
quiera algún borrador de cierto escrito freudiano, comparten con las mi-
nutas este deslucido privilegio. Hay, por supuesto, otros elementos pasi-
bles de ampliar el archivo del psicoanálisis, como ser los registros admi-
nistrativos y financieros de las distintas sedes locales, los reglamentos de
sus institutos de formación, etc. De todas formas, en esta investigación
se abordarán sólo las minutas vienesas, puesto que constituyen un archi-
vo que, tal y como pretendemos demostrar a lo largo de estas páginas,
presentan una serie de características que las tornan especialmente atrac-
tivas para un proyecto que busque el delineamiento de los atributos del
discurso psicoanalítico, y de los resortes de su construcción.
En consonancia con ello, si bien las minutas se ubican en la serie
de fuentes, escritos y cartas que desde la década de los sesenta salen a
la luz para la indiscreta felicidad de los historiadores –y, vale decirlo,
para una fría indiferencia de muchos psicoanalistas–, adquieren de to-
das formas un cariz radicalmente único en base a este sopesamiento
a partir del concepto de archivo. En ello va implicado que su estatuto
exige la utilización de ciertas herramientas de análisis peculiares, así
como la certeza de que su estudio permite dar con fragmentos del pa-
sado de la disciplina analítica que de otra forma permanecerían inac-
cesibles. Sin embargo, la empresa conlleva riesgos que se desprenden
de la naturaleza misma de la fuente sometida a indagación. Por ende,
tomaremos aquí de Arlette Farge una serie de enunciados que particu-
larizan o circunscriben tanto la esencia del archivo como las peculiari-
dades del gesto que lo aborda, pues esta historiadora nos ofrece en al-
gunos de sus pasajes ciertas ideas que ampararán nuestro propio traba-
jo. De tal forma, presentaremos, precedidas por paráfrasis de algunos
fragmentos de la obra de la historiadora, diversas consideraciones ge-
nerales en las cuales se combinarán, a veces con un sutil desorden, las
particularidades del archivo que directa o indirectamente conciernen
a un estudio de los registros aquí considerados, junto con las cautelas
que a tal empresa atañen, así como algunas tesis metodológicas que de-
berían comandar la investigación que individualice y cierna al discurso
psicoanalítico sin para ello apelar a las variadas formas de la teleología
que velada o bulliciosamente suelen poblar esos quehaceres.

* * *

Casi a simple vista, puede uno saber si el archivo en cuestión ya ha sido


consultado, aunque fuere una única vez, desde su conservación, o si por el con-

21
Mauro Vallejo

trario ha descansado en el jubiloso silencio que reparte el capricho de los olvi-


dos. Tal y como afirmáramos hace unos instantes, la edición de las mi-
nutas a partir de 1962 puede conducirnos a una respuesta segura y rá-
pida al interrogante. Incluso más, la utilización que de ellas se hiciera
aún antes de su publicación, principalmente por parte de Ernest Jones
en vistas de la escritura de la voluminosa biografía de Sigmund Freud,
daba desde muy temprano una pista acerca del asunto7. No obstante,
y dejando de lado por unos instantes estas evidencias innegables, po-
demos hacer de la pregunta acerca de la consulta del archivo un inte-
rrogante, si no más profundo, al menos sí detentador de otras miras.
Con ello aludimos a la problemática que, subtendiendo desde el ini-
cio nuestra tarea, hace que ésta no se agote en un afán historiográfico
que tenga por meta última el conocer el decurso, entre 1906 y 1923,
del saber psicoanalítico en la ciudad de Viena.
Dicha problemática se refiere, en primera instancia, a la equivoci-
dad del sintagma obra freudiana. Es decir, ¿cómo se construye el corpus
freudiano, a partir de qué precauciones, en base a cuáles exigencias, me-
diante qué exclusiones, asegurando qué olvidos? Partiendo de la hipó-
tesis según la cual múltiples textos de Sigmund Freud no logran ser in-
cluidos en tal corpus –ello sucedería con todas las correspondencias, a
excepción de la destinada a Fliess, así como con ciertos escritos tem-
pranos y las Circulares del Comité Secreto–, cabía indagar si el desti-
no de las minutas era equiparable a tales episodios bastardos, o si antes
bien alguno de los privilegios de aquellas no requería tal vez apelar a
otras motivaciones para explicar su actual estadía fuera de la zona ase-
gurada por la frágil síntesis nominada bajo el epíteto de obra.
Quizá no sin coherencia se ha criticado la conformación de la Stan-
dard Edition, siendo su llano calificativo aquello que más sentimien-
tos ha herido; no obstante, suele pasarse por alto que esas acusacio-
nes se distraen en los demorados estruendos de una batalla que ya ha
terminado, en otro terreno y con seguros honores. El efecto esencial
de la operatoria en juego fue la construcción de una obra, la creación
de esa categoría de fabulosa síntesis, a cuyo amparo y resguardo se ali-

7. Kenneth Mark Colby, en un texto de 1951 acerca de los debates entre Freud
y Adler, da cuenta de su acceso a las minutas que estaban en posesión de Sie-
gfried Bernfeld (cf. Kenneth Mark Colby, “On the disagreement between Freud
and Adler”, The American Imago, Volume 8, 1951, N° 1, pp. 229–238). Algu-
nos fragmentos de ese artículo serán incluidos cinco años después en la pri-
mera edición de un texto sobre Adler (cf. Heinz Ansbacher & Rowena Ansba-
cher (ed.), La psicología individual de Alfred Adler. Presentación sistemática de una
selección de sus escritos, Troquel, Buenos Aires, 1959, página 108).

22
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

nean los apacibles capítulos y secciones de un pensamiento que, gra-


cias a esa reunificación, ha ganado un indestructible centro8. La acep-
tación de la obra desencadena lógicamente la política de lectura que
aquí se pondrá en cuestionamiento. Una tal política tiene, bien como
punto de partida, bien como horizonte asegurado, la certeza del reen-
cuentro de la sintética estructura. Y por ende reconoce, en las sucesi-
vas versiones de los mismos textos, los pasos seguros o tambaleantes
en dirección a la verdad; en obras secundarias o raras, textos que no
serían obra. No obstante, esa tendencia puede asimismo procurar to-
mar en consideración los puntos problemáticos del discurso en cues-
tión, y hacer por lo tanto de los enunciados extraños o falsos, inte-
grantes también de la obra, ya fuere mediante la reducción de aque-
llos a escalones conducentes a la veracidad, ya sometiéndolos a lectu-
ras metaforizantes, ya, por último, reservándoles el rincón destinado
a las curiosidades, las cuales hallarán en su raigambre psicobiográfica,
ideológica o contextual, los medios de su reducción.
Una segunda política de lectura intenta invertir este juego de pes-
quisa de la mismidad. Suspendiendo la categoría de obra, toma en con-
sideración la dispersión de enunciados que se producen en cierto mar-
co, con el objetivo de hallar en esta última, y no en síntesis dadas por
ciertas de antemano, las regularidades que puedan momentáneamente
definir la unicidad de un discurso. Reintroducir enunciados que habían
sido expulsados de la obra, o a los cuales ella había reservado los luga-
res antes descriptos, se erige en uno de los medios mediante los cua-
les concretar esta lectura. La consecuencia de proseguir una empresa
así no reside simplemente en implantar, al interior del espacio demar-
cado por el acto de síntesis ya realizada, un objeto extraño que forza-
ría a expandir las fronteras de un discurso, el cual recobraría de inme-
diato la unidad temporariamente amenazada. En cambio, busca fun-
damentalmente descubrir legalidades hasta entonces insospechadas, y
consecuentemente, redefinir el discurso mismo. Pues éste debe ser el
resultado del conjunto de normatividades y reglas que tensan los pun-
tos que conforman su complejidad. De tal forma, un saber es a la vez
más poroso, pues está abierto a la exterioridad que define el envés de
sus límites –teniendo para con ella otra relación que la mera confron-
tación o el simple reflejo–, y es asimismo más cerrado, pues halla en sus

8. Para una crítica de la utilización de la categoría de obra en vistas a arribar a la


individualización de un discurso, véase Michel Foucault, “Sur l’archéologie
des sciences. Réponse au Cercle d’épistémologie”, en Dits et écrits, Gallimard,
París, 1994, Tomo I, pp. 696–731, principalmente pp. 703–705; La arqueología
del saber, Siglo XXI, Buenos Aires, 2002, pp. 36–39.

23
Mauro Vallejo

propios componentes la justificación de llamarse discreto. Aún cuando


la anulación de toda síntesis sea quizá un afán imposible en el abor-
daje de una serie de alocuciones, bien vale esmerarse en dicho desig-
nio a la hora de incluir el archivo de las actas en una inquisición acer-
ca de la construcción del discurso psicoanalítico. De tal forma, él no
será sino la relación, de distancia o de complicidad, que sepa mante-
ner para con algunos recortes de estrategias más amplias; no será otra
cosa que la posibilidad abierta en su seno para que algunos enuncia-
dos se profieran obedeciendo a una legalidad precisa; se definirá, por
último, por las condiciones que se producen de modo tal que ciertas
opiniones puedan enunciarse a su resguardo.
En segunda instancia, y de mayor relevancia aún, la pregunta por
la consulta y la utilización del archivo abre el surco para la potencial
disolución de categorías sintéticas de igual fortuna en las tradiciona-
les definiciones del saber psicoanalítico. En efecto, aquello que las ac-
tas puedan arrojar en aras de problematizar la pretensión de definir
algo así como una obra freudiana, no cumpliría su justo cometido si
no diese el paso de cuestionar otros operadores, tendientes también a
forjar un orden que normatice la dispersión de enunciados proferidos
en ciertas circunstancias. Así como la constitución de una obra opera
con la dudosa pretensión de unificar toda una serie de textos a través
del recurso a un dato que iría de suyo –esto es, un autor, definido en
base a su voluntad de decir, o mediante aquello que en él se dice aún
a pesar de su conciencia–, de la misma forma existe la falaz demanda
de individualizar un discurso en base a los conceptos que utiliza o los
temas sobre los que discurre. Aquí también se desencadenan las estra-
tegias de reapropiación y ordenamiento que recién describimos. Tal y
como analizaremos en esta misma introducción, las Actas de la Socie-
dad Psicoanalítica de Viena devienen un documento imprescindible
en una empresa así definida. Al poner a un costado la tarea de atribuir
ciertos enunciados al pensamiento íntimo de Federn, Adler o Freud,
al tomar en consideración la multiplicidad de voces que participan en
estos debates, se torna más evidente la pertinencia de cuestionar el de-
seo de unificación del discurso psicoanalítico partiendo de los temas
u objetos que en sus lindes se habrían definido y desarrollado.

* * *

El archivo no se asemeja ni a los textos, ni a las correspondencias, ni a los


diarios o las autobiografías. Por una parte, la palabra conservada en el ar-
chivo de alguna forma arrastra hasta el infinito el acontecimiento de

24
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

su enunciación. Queda como detenida en el instante que ya dejó atrás


luego de decirse. Que esa meta, en su reiterada imposibilidad, pueda
ser el soñado atributo de todo decir por el solo hecho de ser dicho, no
se discutirá aquí. Simplemente se trata, al momento de leer el archivo,
de encontrarse con que el olvido inherente a toda alocución en lo con-
cerniente a su aparecer, es quizá cuestionado. Así, su contenido repite
de algún modo una particularidad que Gerhard Fichtner ha descrito en
sus disquisiciones metodológicas concernientes a las correspondencias
de Freud: conservan lo inmediato de la existencia9. El rastro archivado,
por su esencia, porta en sí el indicio de su surgimiento, no puede dejar
de recordar en todo momento el pasado en que se hizo presente. En
tal sentido, las minutas acercan un tipo de información sobre el cual
luego nos explayaremos, pues brindan en una claridad sospechosa la
posibilidad en que todo enunciado se encuentra de ser tomado, tal y
como Michel Foucault lo sugería, como monumento, y no como excu-
sa de un comentario asintótico10. Si bien no hemos tomado aquí a la
letra la definición que Foucault propone para el concepto de archivo,
es evidente que nuestro abordaje obedece silenciosamente a las pro-
puestas metodológicas que aquel engloba. Mas sí hemos rescatado la
sugerencia de aprehender en los enunciados dispersos cosas sucedidas,
acontecimientos cuya disposición es pasible de ser reconstruida, even-
tos que se alojan en el entramado de prácticas en las que se abre la po-
sibilidad para que un decir se inscriba. En una palabra, nuestra inves-
tigación se alinea con la analítica histórico–monumental que alguna vez
Michel Foucault construyó para el estudio de los discursos.
Por otra parte, la exclusión o desconocimiento del potencial lec-
tor al cual hacíamos alusión algunos párrafos más arriba en relación
a todo archivo, nos conduce en la exégesis de las minutas de Viena a
indagar sobre la justificación de su existencia. El presunto vacío que
todo archivo destina como lugar para el alocutario, adquiere en el caso
de documentos como las actas de Viena una inquietante problema-
ticidad. ¿Por qué las minutas? ¿Para qué el registro cuidadoso de esas
discusiones? ¿No será posible relacionar ese afán de conservación con
algunos otros pormenores de esas reuniones, con algunas característi-
cas de las aserciones dichas, con algunas prácticas estratégicas del tem-
prano psicoanálisis? Tal y como se discutirá en el capítulo siguiente,

9. Cf. “Les lettres de Freud en tant que source historique”, Revue Internationale
d’histoire de la Psychanalyse, 2, 1989, pp. 51–80.
10. Cf. Michel Foucault, “Réponse à une question”, Dits et écrits, op. cit., Tomo I,
pp. 673–695, principalmente pp. 682–683; “Sur l’archéologie des sciences. Ré-
ponse au Cercle d’épistémologie”, op. cit., página 708.

25
Mauro Vallejo

la respuesta de esos interrogantes a la luz de ciertas evidencias histó-


ricas nos conducirá a revisar la naturaleza de algunas de las prácticas
puestas en funcionamiento por el saber psicoanalítico, principalmen-
te aquellas atinentes a sus funciones de memoria, de transmisión y de
conservación.

II. Del límite de la prueba histórica.


Otras consideraciones acerca del archivo

“Je me suis dit qu’on écrivait toujours sur le


corps mort du monde et, de même, sur le
corps mort de l’amour. Que c’était dans les
états d’absence que l’écrit s’engouffrait pour
ne remplacer rien de ce qui avait été vécu ou
supposé l’avoir été, mais pour en consigner le
désert par lui laissé”.

(Marguerite Duras, L’été 80)

La lectura del archivo provoca de entrada un efecto de real que ningún otro
texto logra suscitar. Cada vez que alguien lee el archivo, es atravesado por un
afecto de sorprendente certidumbre. La palabra dicha, la frase pronunciada de-
vienen macizas figuras de lo real. “Como si la evidencia de aquello que fue el
pasado estuviese finalmente allí, definitiva y cercana. Como si, al desplegar el
archivo, se hubiese obtenido el privilegio de «tocar lo real»”11. El acceso direc-
to a la marca del pasado, la cercanía a la casi palpable materialidad del
evento acaecido despierta, en quien se inclina ante esas trazas conser-
vadas, la ilusión de ser aquel que por fin tiene ante sus ojos la realidad
misma de lo realizado, la realización misma de lo real. En el caso de
los registros de las reuniones de la Sociedad Psicoanalítica de Viena,
el lector está siempre tentado a creer que finalmente se devela ante él
el secreto del naciente psicoanálisis, anunciado en la frescura de esas
discusiones espontáneas, listo a ser captado sin otro esfuerzo que la
paciente lectura que se deje arrobar por tanta verdad.
Esa ilusión señala asimismo una de las advertencias que rige nues-
tra labor, circunscribe la conciencia siempre renovada de la existen-
cia de una disyuntiva que podía socavar el decurso de la tarea. Pues el

11. Arlette Farge, Le Goût de l’Archive, op. cit., página 18.

26
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

abordaje exegético de las Minutas podía llevarnos a la fantasía de que


no podíamos sino concluir con la verdad cierta de la forma en que
funcionaba la Sociedad Psicoanalítica de Viena, con los secretos de su
esencia, sus rupturas y sus vaivenes. ¿Qué referente podían tener esos
rastros sino esa Sociedad Psicoanalítica, especie de madrina olvidada
y molde impreciso de todas las futuras agrupaciones del psicoanálisis?
Atentos a esa ilusión, sabíamos también que su contracara saldría a re-
lucir, puesto que esa determinación en abocarnos fundamentalmente
a las páginas de las actas no tardaría en engendrar el inofensivo placer
del mero juego textual. Cabía la posibilidad de realizar una suerte de
análisis discursivo de las minutas, poniendo entre paréntesis o en sus-
penso toda toma de posición respecto de aquello de lo que hablaban,
de aquello que referenciaban, creyendo que sus frases bastarían para
otorgar un perfil preciso de todo cuanto allí sucedía. Ya lo hemos di-
cho, reintegrar unos enunciados a la formación discursiva que los go-
bierna exige ver en ellos recortes mudos hechos de palabras, que por-
tan seguramente un sentido, pero que son irreductibles a él; pues se
ubican en una compleja red de prácticas que son consustanciales a la
posibilidad de que ciertos objetos, ciertos temas, ciertas enunciacio-
nes pudieran producirse, pero que guardan para con estos últimos una
relación de excedencia. Al mismo tiempo, las frases son partícipes de
pausadas tácticas de conservación, de repetición, de olvido, que por
su misma esencia desbordan la significación que en aquellas pudo im-
primir una lengua. La apuesta consistió entonces en proceder a un es-
tudio minucioso de las actas, utilizando distintos instrumentos para
abordar el discurso allí en juego, pero sin desconocer la materialidad de
la que daban cuenta, sin menospreciar la efectividad real de los movi-
mientos y operaciones que en sus intersticios se vislumbraban. Había,
entonces, que exorcizar el ensueño del calco, mas sin caer por ello en
la desesperanza que habita la revelación de Giambattista Marino, en
tanto que de ésta podía extraerse una lección de tímido materialismo:
“...los altos y soberbios volúmenes que formaban en un ángulo de la
sala una penumbra de oro no eran (como su vanidad soñó) un espejo
del mundo, sino una cosa más agregada al mundo”12.
Precisamente aquí comienza la impotencia del archivo, o más bien la
vanidad de nuestro encarnizamiento por hacer de él, de su definición y
su alcance, el doble en el cual las actas encontrarían su evocado secreto.
Aquí se define hasta dónde llega el archivo, y a partir de qué línea se aca-
ba su quebradiza soberanía. Puesto que su memoria es tan corta, pues-
to que su cuerpo es tan magro, había que establecer un diálogo entre es-
12. Cf. Jorge Luis Borges, Una rosa amarilla, en El hacedor.

27
Mauro Vallejo

tas minutas y otras fuentes muy diversas; pero se trata de un diálogo casi
mudo, suerte de cruce de miradas entre risueños guijarros, especie de aná-
lisis topográfico de relieves de dudoso salvajismo. El objetivo no es tan-
to el sentido de lo que dicen, sino el hallazgo de las reglas que permi-
tieron que tal o cual sentido fuera decible; el encuentro de las prácticas
que signaron la menuda suerte de unas palabras; por fin, la reconstruc-
ción de los jalones a través de los cuales un discurso tomaba forma. En
tanto y en cuanto durante esta labor se hace uso de testimonios, cartas,
relatos de los historiadores –y hasta qué punto esos elementos cumplie-
ron un rol imprescindible, cuanto sigue de estos textos alcanza para de-
velarlo–, en tanto y en cuanto esta investigación desplazaba a cada ins-
tante su atención desde las actas hacia otro tipo de textos, se diluye la in-
tención de ubicar nuestro libro en la serie de trabajos históricos expresa
y devotamente dedicados al análisis de un archivo.
De todas formas –y ello no obedecía sólo a nuestra obstinación–,
nos pareció justificado el intento por explotar esa indeterminación me-
todológica. Habíamos saludado con esperanzas algo desmedidas la po-
tencialidad arrojada por la utilización del concepto de archivo; esta ca-
tegoría permitía ciertamente hacer justicia a algunos pormenores de la
fuente en juego, pero también nos enfrentaba con la necesidad de poner
fin a las exigencias que su uso forzaba a introducir. Queda claro que ese
abandono a medias, que esa distancia constantemente desmentida, hará
que este texto pierda todo brillo a los ojos de quienes buscan en un li-
bro la plasmación de un paso altivo y seguro. La puesta al descubierto
de ese titubeo –que no hará otra cosa que crecer a medida que las pá-
ginas avancen– es menos la celebración de vaya uno a saber qué rasgo
contemporáneo (supuesta caída de las disciplinas tradicionales, presun-
ta insuficiencia de las metodologías aceptadas) que una de las prescrip-
ciones desprendidas de la simple naturaleza de nuestros fines.
Las Minutas hablan de lo que sucedía en esas reuniones, del des-
envolvimiento de la Sociedad Psicoanalítica de Viena, relatan las peri-
pecias de la construcción de las teorías de Freud, de Stekel, de Adler.
Hablan sobre estas y muchas otras cosas. Y dicen acerca de ellas tanto
y tan poco; ofrecen sobre ellas tantas evidencias como velos. Un es-
tudio de la Sociedad Psicoanalítica de Viena implicaría tomar en con-
sideración diversos fenómenos que por una u otra razón aquí no se
sopesan, como ser las diversas rupturas que en su seno se produjeron
(las hoy célebres peleas entre Freud y Stekel, entre aquel y Adler), su
inscripción en la posterior Asociación Psicoanalítica Internacional, la
procedencia e interés de cada uno de sus miembros, etc13. Es por ello
13. Alentados por unas palabras de Paul Roazen, en las cuales el historiador se refe-

28
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

que esta investigación trata fundamentalmente acerca de las Minutas de


esa Sociedad, sabiendo que ellas son el frágil espacio de inscripción de
unas trazas que, hablando de muchos recortes de una realidad compleja
(instituciones, teorías, relaciones personales, saberes), no la reflejan ni
la ignoran. Simplemente se constituyen en rastros de esas existencias,
en marcas de sus entrecruzamientos y sus líneas de dispersión.
La decisión de analizar el texto de las Minutas acarrea la prosecu-
ción de un trabajo sobre el interior del texto, sobre sus elementos (te-
mas, personajes, enunciados, modos de intervención, etc.), sus correla-
ciones, sus encabalgamientos; pero desencadena asimismo una diluci-
dación del afuera de ese acontecer textual. Otras obras, diversas mani-
festaciones de una memoria siempre intermitente, otros sujetos, cons-
tituyen los partícipes del mundo al que el texto comunica, sobre el
cual el texto habla e incide. Ello señala la incompletud de la presente
obra, puesto que en lo referente a este afuera es donde nuestra tarea
ha sido más limitada y parcial. Hemos elegido sólo algunos puntos de
un diagrama que, aunque no inabarcable, es tal vez sí demasiado ex-
tenso como para ser cubierto por estas páginas. De todos los recortes
de ese afuera hemos elegido aquellos que, tanto por intereses persona-
les como por motivos de pericia, nos parecieron los más convenientes.
Los escritos freudianos, el funcionamiento interno de la Sociedad Psi-
coanalítica de Viena, los discursos que sobre las minutas se han esbo-
zado en anteriores intentos de interpretación y reduplicación, se des-
tacan como los principales tramos del afuera textual que habitarán es-
tas páginas. Sobre cada uno de ellos, es cierto, las Minutas arrojan ins-
trumentos parciales de dilucidación, a veces simples pivotes –a excep-
ción quizá en lo referente al último caso, en el cual se destacan como
jueces un tanto absolutos.
Algunos comentadores han observado ya que las actas no reflejan

ría a las síntesis que Wilhelm Stekel publicaba sobre algunas de las reuniones de
los psicoanalistas vieneses en un periódico de esa ciudad (cf. Paul Roazen, Freud
y sus discípulos, Alianza, Madrid, 1978, página 243), infructuosamente intentamos
dar con ellas, con el fin de contar con una fuente alternativa. Sin embargo, Ber-
nhard Handlbauer ha podido establecer que esas reseñas jamás existieron. Ste-
kel publicó sólo una recensión acerca de las veladas de los miércoles, en enero
de 1903 en el Prager Tagblatt, titulada “Discusión sobre el fumar” (cf. The Freud–
Adler controversy, Oneworld, Oxford, 1998, pp. 13–14, 17–21). Es sabido que el
primer encuentro del grupo en 1902 estuvo dedicado, gracias a una propuesta de
Max Kahane, a las implicancias psíquicas del acto de fumar; por otro lado, son
célebres las densas humaredas que los psicoanalistas de Viena dejaban en el ho-
gar de Freud (cf. Martin Freud, Sigmund Freud: mi padre, Ediciones Hormé, Bue-
nos Aires, 1966, pp. 100–101).

29
Mauro Vallejo

la realidad de la que pretenden dar cuenta. Sin embargo, mediante esa


advertencia no han apuntado sino al hecho, atendible quizá, del filtro
subjetivo que el escribiente (Otto Rank, y luego Theodor Reik) utili-
zaba tanto para transcribir contenidos concretos como en la selección
de aquello que pasaría al registro. En tal sentido, por ejemplo, Karl Fa-
llend, comentando unas palabras de Helmut Junker, enfatiza la presen-
cia de los criterios de Theodor Reik en la determinación de los conte-
nidos de las actas por él tomadas14. A su turno, los editores de los vo-
lúmenes de las Minutas parecen atribuir a una decisión de Rank el he-
cho de que las actas sean cada vez más breves y menos detalladas15.
Por su parte, Rosemary Balsam ha aludido también a la forma en que
las notas reflejan la perspectiva de Rank16. De todas maneras, esta últi-
ma autora es quizá una excepción, pues a diferencia de otros comen-
tadores de las Minutas, ha hecho hincapié en la parcialidad de las ac-
tas en lo concerniente a cuanto dicen y a cuanto callan, pero sin por
ello poner un énfasis exclusivo en la subjetividad de quien era respon-
sable de su escritura. En tal sentido ha señalado una particularidad del
modo en que los acontecimientos en derredor de las desavenencias en-
tre Freud y Adler han sido tratados por las Actas17. Luego de numero-
sas diferencias teóricas plasmadas en las discusiones de la Sociedad de
Viena, se procede a discutir conjuntamente los detalles de la teoría de
Adler18. En la reunión del 24 de mayo de 1911, y luego de enconados
debates, Freud concluye que un entendimiento con Adler es posible;

14. Cf. Karl Fallend, Peculiares, soñadores, sensitivos. El Psicoanálisis en camino hacia
la Institución y Profesión. Estudios biográficos, Universidad de la República Orien-
tal del Uruguay, Montevideo, 1997, página 132. El libro de Fallend ofrece, en-
tre las páginas 137 y 238, actas de la Sociedad Psicoanalítica de Viena halladas
luego de la edición en cuatro volúmenes. Nos referiremos a ellas como Minu-
tes V con el fin de facilitar el citado y referenciado de las mismas.
15. Cf. Minutes IV, página 194 n.
16. Cf. Rosemary H. Balsam, “Women of the Wednesday Society: The Presenta-
tions of Drs. Hilferding, Spielrein, and Hug–Hellmuth”, American Imago, Vol-
ume 60, 2003, n° 3, pp. 303–342; véase principalmente pp. 304 y 317.
17. Cf. op. cit., página 339 n.
18. La propuesta de que tal discusión se lleve a cabo fue realizada por Hitschmann
en la reunión del 16 de noviembre de 1910 (Minutes III, página 59), y se concre-
tó recién en las reuniones de los días 4 de enero, 1, 8 y 22 de febrero de 1911.
De todas maneras, Freud ya había sugerido en la reunión del 2 de junio de 1909
una comparación entre sus propios postulados y aquellos de Adler (cf. Minutes
II, pp. 265–266). En esta última jornada es posible encontrar ya las principa-
les críticas freudianas a la teoría adleriana. Acerca de estos debates, véase Bern-
hard Handlbauer, The Freud–Adler controversy, op. cit., pp. 76–143.

30
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

“Si el complejo de castración es tomado en cuenta, será posible esta-


blecer una armonía entre algunas proposiciones de Adler y nuestros
puntos de vista”19. Sin embargo, en la primera reunión posterior al re-
ceso de ese año, llevada a cabo el 11 de octubre, Freud anuncia la di-
misión de Adler y otros colegas. Según Balsam es extraño que las mi-
nutas del encuentro del 31 de mayo de 1911, último antes de la pausa,
y en el cual seguramente se discutió sobre Adler, no hayan sido con-
servadas. No obstante, no es dable hacer demasiadas conjeturas sobre
lo que pudo haber sucedido en dicha reunión, pues gracias a la corres-
pondencia de Freud con Jung sabemos que aquel había decidido la ex-
pulsión de Adler desde mucho antes20.
Cabe señalar también que las notas tomadas por Lou Andreas–
Salomé durante su participación de las reuniones de la Sociedad Psi-
coanalítica de Viena nos enfrentan con una evidencia similar. En va-
rias ocasiones en que las minutas ofrecen poca información acerca de
los debates suscitados por las respectivas presentaciones, los apuntes
de la célebre escritora y analista nos acercan un conocimiento mucho
más completo de tales jornadas21. Uno de los ejemplos en que el dia-

19. Minutes III, página 275. En la misma reunión, Adler había declarado su satisfac-
ción por el entendimiento alcanzado (cf. Minutes III, página 268). Éste se produjo
luego de que Adler declarase su renuncia a su puesto de “chairman”, anunciada
en la velada del 22 de febrero, debido a la incompatibilidad científica existente
entre su posición teórica y la de la Sociedad. En la siguiente jornada, y a pesar
del desacuerdo de Freud, el cenáculo declaró a través de votación su rechazo a
aceptar la presunta incompatibilidad (cf. Minutes III, página 179).
20. Véase la carta del 14 de marzo de 1911: “Naturalmente, estoy aguardando la
ocasión de expulsar a ambos [Stekel y Adler], pero ellos lo saben, y así se com-
portan prudentes y conciliadores, de modo que nada puedo hacer por el mo-
mento”. Una alocución similar se encuentra en su carta del 12 de mayo diri-
gida al mismo destinatario, así como en las misivas de los días 2 de mayo y 5
de octubre destinadas a Ferenczi. Respecto de las peleas internas de la Socie-
dad, véase el esclarecedor trabajo de Kenneth Eisold, “Freud as a leader: the
early years of the viennese society”, The International Journal of Psycho–analysis,
Volume 78, 1997, 1, pp. 87–104. En lo concerniente a la relación entre Freud y
Adler, véase el muy completo texto de Martin Fiebert, “In and out of Freud’s
shadow: a chronology of Adler’s relationship with Freud”, Individual Psycholo-
gy, Volume 53, 1997, 3, pp. 241–269.
21. Cf. Lou Andreas–Salomé, Aprendiendo con Freud. Diario de un año 1912/1913,
Laertes, Barcelona, 1978. El contraste es muy claro en cuanto respecta a las
reuniones de los días 30 de noviembre de 1912 (cf. Minutes IV, pp. 126–127),
12 de febrero de 1913 (op. cit., página 162) y 5 de marzo del mismo año (en
la cual según Andreas–Salomé, hubo un “encarnizado” debate entre Freud y
Silberer, del cual las Minutas nada dicen).

31
Mauro Vallejo

rio de Lou delata la parcialidad o “imposibilidad” de las actas adquie-


re una relevancia especial, puesto que se trata de uno de los aconte-
cimientos más sobresalientes de la política interna de la sociedad. Tal
y como lo ha señalado Philip Kuhn22, las minutas del 6 de noviem-
bre de 1912, día en que se comunica la renuncia de Stekel (anuncia-
da ya por los editores de las actas unas páginas antes23), nada dicen de
tal defección; sin embargo, en sus notas, Andreas–Salomé deja cons-
tancia que en tal oportunidad el propio Freud se encargó de declarar
oficialmente la separación del antiguo miembro24. Debemos reservar
también un breve comentario a la comparación entre los registros de
la velada del 29 de enero de 1913 y las notas de Lou Andreas–Salo-
mé. En tal oportunidad se discutió acerca de la teoría de la periodi-
cidad de Fliess; según el diario de la escritora, Freud habría afirmado
que fue Fliess quien llamó su atención acerca de la bisexualidad, pero
las actas no guardan memoria de ese enunciado25.
No obstante, es preciso cierto recaudo al emprender ese tipo de
comparaciones, pues en algunas ocasiones nada garantiza que la fuen-
te alternativa brinde con más fidelidad el contenido de las discusiones.
Mencionemos por caso la reconstrucción que Stekel realiza de la jor-
nada dedicada a reseñar su libro El Lenguaje de los Sueños26; si bien es
sorprendente que casi treinta años después recordara con tanta preci-
sión las observaciones críticas que Tausk hiciera en ese entonces, cuyo
registro en las actas coincide con el recuento de Stekel, nada permite
aseverar si éste cerró la sesión con un presunto discurso en el cual alu-
día a un vapuleado arquitecto, decepcionado por las objeciones pueri-
les de sus colegas27. Por otra parte, las memorias de Stekel presumible-
mente se alejan de la realidad cuando su autor asevera que todos los
participantes de dicha reunión de la Sociedad Psicoanalítica de Viena,
con la sola excepción de Adler, denigraron su texto. Según las minu-
tas existentes, tanto Silberer como Grüner y Furtmüller declararon su
aprecio por el libro recientemente aparecido28.
22. Cf. Philip Kuhn, “A pretty piece of treachery: the strange case of Dr Stekel and
Sigmund Freud”, The International Journal of Psycho–Analysis, Volume 79, 1998,
Part 6, pp. 1151–1170.
23. Cf. Minutes IV, página 103.
24. Cf. Lou Andreas–Salomé, Aprendiendo con Freud, op. cit., pp. 28–29.
25. Cf. op. cit., página 85.
26. Cf. Minutes III, pp. 233–237.
27. Cf. Emil Gutheil (ed.), The autobiography of Wilhelm Stekel. The life story of a pi-
oneer psychoanalyst, Liveright Publishing Corporation, New York, 1950, pp.
132–134.
28. Las memorias de Stekel presentan otros claros errores: por ejemplo, dice que

32
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

En continuidad con esto último, nosotros agregaríamos otros tres


notables vacíos de los registros oficiales, también ligados a los aconteci-
mientos del “asunto Stekel”. Dos reuniones de octubre de 1912 fueron
decisivas para el desenlace de los eventos: la del día 9, en la cual Stekel
perdió su puesto de editor responsable del Zentralblatt, y la del 23 de oc-
tubre, tras la cual probablemente haya tenido lugar un encuentro entre
Freud y Stekel. Asimismo, la reunión del 29 de mayo del mismo año
habría desempeñado un papel decisivo, pues en ella se produjo la des-
avenencia entre Stekel y Tausk, que, al decir de Jones, terminó por con-
vencer a Freud de la imposibilidad de proseguir un trabajo mancomu-
nado con el primero29. Pues bien, extrañamente no se conservan actas
de ninguna de dichas reuniones de la Sociedad Psicoanalítica de Vie-
na. Aun teniendo presente que otras reuniones del mismo año tampo-
co cuentan con actas, no deja de resultar llamativo el breve registro que
se ha dejado del 9 de octubre. El estilo de presentación de la minuta es
anómalo en varios aspectos. Regularmente, cuando no se conservan ac-
tas, se cuenta de todas formas con el listado de los presentes –aunque
no estamos ante una regla general, pues de los encuentros del 3 y 17 de
abril del mismo año no se poseen tales listados, pero sí se ofrece alguna
mención de los asuntos sobre los cuales ciertos oradores hablaron. Por
otra parte, es muy extraño que no se conserven actas regulares de las fe-
chas en que se trataron aspectos esenciales del funcionamiento interno
de la Sociedad. En tal sentido, la minuta de la fecha en cuestión es do-
blemente sorprendente, pues además de tales peculiaridades, la moda-
lidad de la presentación impacta al lector, ya que se brinda una suerte
de resumen en tercera persona de lo acontecido, lo cual no es de nin-
gún modo habitual.
Conviene atribuir a Jaap Bos el mérito de haber analizado dete-
nidamente la distancia que separa a las actas de aquello que hoy se
consideraría una desgrabación o un registro taquigráfico de un deba-
te30. Partiendo del interrogante acerca de cuán confiables son las mi-

la propuesta para erigir la presidencia plenipotencial para Jung fue hecha en


el Congreso de Weimar, cuando en realidad tuvo lugar en el de Nuremberg
(cf. op. cit., pp. 127 ss.); en segundo lugar, su versión de la defección de Adler
es muy precaria y confusa (cf. op. cit., página 141).
29. Cf. Ernest Jones, Vida y obra de Sigmund Freud, Ediciones Hormé S.A.E., Bue-
nos Aires, 1981, Tomo II, página 149. Diversas fuentes apoyan la conjetura
de que ese episodio habría sido aprovechado por Freud para deshacerse final-
mente de su antiguo socio.
30. Cf. Jaap Bos “Rereading the Minutes”, Annual of Psychoanalysis, 24, 1996, pp.
229–255.

33
Mauro Vallejo

nutas en tanto fuente de información acerca de las reuniones de Vie-


na, el autor describió qué aspectos fueron dejados de lado por los re-
gistros tomados por Rank. En tal sentido señala que no es posible es-
tablecer si la mayor extensión de las intervenciones de Freud se debe
a que solía hablar ampliamente, o si ello responde antes bien a que
las actas guardan una más acotada memoria de los aportes de los de-
más integrantes. Otro tanto podría argüirse, continúa Bos, acerca de
la inadecuación de las minutas para decir qué efecto sobre las discu-
siones o sobre el cenáculo pudo haber conllevado la presencia de tal
o cual visitante, máxime en caso en que los registros no dan cuenta de
que éste haya intervenido (tal y como sucedió en el caso de Lou An-
dreas–Salomé). No obstante, el autor restringe su mira a una indaga-
ción de los criterios que Rank utilizaba para transcribir las minutas, y
procede para tal fin a una comparación entre las notas de Rank y di-
versas fuentes alternativas, que comprenden desde recuentos posterio-
res (como las memorias de Andreas–Salomé y de Ludwig Binswanger)
hasta los resúmenes de las conferencias que los propios autores podían
confeccionar para su publicación en los órganos del movimiento psi-
coanalítico. De tal forma, Bos concluye que las actas fueron produci-
das por Rank con mucho cuidado y esmero, siguiendo pautas estric-
tas sobre qué dejar por escrito y qué no (verbigracia, no tomaba no-
tas de las presentaciones que luego iban a ser publicadas en revistas
de fácil acceso para los integrantes de la Sociedad). Es evidente, agre-
ga el autor, que muchas veces Rank no transcribía todos los comen-
tarios intercambiados en las veladas, a resultas de lo cual se ha perdi-
do el carácter dialógico que les era inherente. Dicha naturaleza de los
intercambios se habría visto también alterada debido a la decisión de
apelar a un lenguaje objetivo y neutro para verter al papel discusio-
nes que muchas veces, tal y como luego veremos, transcurrían en un
clima de improperios y acaloradas contiendas.
Sería por otra parte injusto acabar este recuento de las diversas for-
mas a través de las cuales otros historiadores han intentado cernir la
“imparcialidad” de las actas de Viena, sin mencionar el texto de Bern-
hard Handlbauer. De hecho, este investigador sugiere la incidencia de
otras dos variables en la determinación de esa falla; en primera instan-
cia, nos recuerda que los miembros de la Sociedad reunida alrededor
de Freud los miércoles solían llevarse las minutas a sus casas luego de
las veladas, con el fin de estudiarlas y corregirlas; esos agregados, aun-
que imperceptibles, alejan a los registros de una copia fiel de lo suce-
dido. En segunda instancia, cita unas palabras de Norman Elrod, en
las cuales se asevera que las actas existentes no están escritas desde una

34
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

perspectiva adleriana, sino más bien desde una posición más fiel a la
facción freudiana31.
En otro orden de cosas, la imposibilidad en que las Minutas se hallan
para dar cuenta de todo cuanto concierne a la política de la Sociedad Psi-
coanalítica de Viena, o para reflejar las decisiones tomadas acerca de su
organización, es palpable a la luz de la evidencia de reuniones secretas,
sobre las cuales obviamente las actas no debían dejar rastros. El caso más
remarcable es el encuentro del 28 de junio de 1911, al cual no se invitó a
los adherentes de Adler, y en el cual Freud concretó una maniobra capi-
tal en su política de expulsión del teórico de la protesta masculina32.
Otro sesgo posible por el cual tematizar la imposibilidad en que di-
chos registros se encuentran para reflejar lo real acaecido, reside en la
presunta espontaneidad de las intervenciones de las que dan cuenta.
Las actas serían la hendija abierta a unas discusiones que se habrían de-
sarrollado sin miramiento alguno por esa instancia extraña encargada
de tomar registro, y por lo tanto, en su despliegue, no mostrarían otra
cosa que las peculiaridades propias a su fresco suceder. Sin embargo,
cabe atender al relato de Richard Sterba cuando señala que existe una
clara diferencia entre las discusiones informales llevadas a cabo alre-
dedor de Freud entre 1928 y 1932, de las cuales tenían el privilegio de
participar algunos analistas elegidos por Paul Federn, y los debates re-
gistrados en las minutas en cuestión. Mientras que en aquéllas Freud
solía intercalar chistes y anécdotas, en las discusiones de las minutas
publicadas raramente ello sucede. Según Sterba, Freud tenía en los ini-
cios del movimiento psicoanalítico tal cuidado por construir y preser-
var su edificio doctrinal que, atendiendo al hecho de que los debates
eran transcriptos por Rank, era muy prudente y sopesaba cada inter-
vención33. Refiriéndose a las reuniones de las cuales pudo participar,

31. Cf. Bernhard Handlbauer, The Freud–Adler controversy, op. cit., pp. 35–36.
32. Esta reunión es anunciada por Freud en la carta a Ferenczi del 20 de junio de
1911; cf. Philip Kuhn, “A pretty piece of treachery: the strange case of Dr Ste-
kel and Sigmund Freud”, op. cit., página 1160. Este último autor afirma, basán-
dose en la biografía de Wittels, que en tal ocasión Freud dijo a Stekel la céle-
bre frase en alusión a Adler: “Hice de un pigmeo un gigante, pero descuidé al
gigante que tenía al alcance de la mano. Uno solo de los numerosos símbolos
que usted descubrió vale más que el “asunto Adler” en su conjunto [the who-
le “Adlerei” put together]”, mas la fuente referida no permite datar esa decla-
ración (cf. Fritz Wittels, Sigmund Freud. His personality, his teaching & his school,
George Allen & Unwin Ltd. Londres, 1924, página 225). Tampoco lo permiten
las páginas de las memorias de Stekel (cf. Emil Gutheil (ed.), The autobiography
of Wilhelm Stekel. The life story of a pioneer psychoanalyst, op. cit., página 142).
33. Cf. Richard Sterba, Reminiscences of a Viennese Psychoanalyst, Wayne State Uni-

35
Mauro Vallejo

Sterba declara: “Creo que fue justamente la prohibición de tomar notas


lo que permitió a Freud expresarse tan libremente y estar relativamente
despreocupado respecto de la responsabilidad científica del contenido
de su discurso”34. Hacia la misma dirección apunta el comentario de
Edoardo Weiss acerca de las despreocupadas conversaciones que los
vieneses entablaban los miércoles, una vez concluidas las reuniones de
la Sociedad: “...veía a Freud cada miércoles en las sesiones de la Aso-
ciación y, después, en las discusiones más informales en el café Bauer.
(...) Freud hablaba de temas que no mencionaba nunca en las sesiones
de la Asociación y nos dábamos cuenta de que sus intereses rebasaban
considerablemente el ámbito de los escritos que publicaba”35. Por últi-
mo, la existencia de aquella conciencia siempre atenta al hecho de que
un registro se llevaba a cabo, sería el factor que permitiría explicar cier-
tos vacíos de las actas. El caso más claro lo constituye la falta de toda
transcripción el 29 de mayo de 1907, ocasión en que Fritz Wittels pre-
sentó un borrador de un texto que dos meses después sería publicado
en el periódico de Karl Kraus36. Edward Timms, con total razón, sos-
tiene que “...bien pudo suceder que el tema –el culto a la sexualidad
femenina precoz y completamente desinhibida– fue considerado de-
masiado escandaloso como para ser incluido en el registro estenográ-
fico de «Reuniones científicas»”37. Este factor podría haberse sumado

versity Press, Detroit, 1982, pp. 106–107. En consonancia con esta observación,
uno de los biógrafos de Otto Rank sugiere que Freud habría vigilado y su-
pervisado la forma en que el secretario tomaba las minutas (cf. E. James Lie-
berman, Acts of will. The life and work of Otto Rank, The Free Press, New York,
1985, página 71). En efecto, en el próximo capítulo tendremos la oportuni-
dad de comprobar que el propio Freud en cierta ocasión hizo agregados a los
registros originales. Por otra parte, Sterba relata que Freud no permitía que se
tomaran notas de las reuniones informales de los años 30, orden que aquel
desobedeció. Este texto constituye un relato muy vívido y esclarecedor acerca
de las actividades de los analistas vieneses durante las décadas de 1920 y 1930.
Isidor Sadger, en un libro publicado en 1930 y redescubierto hace unos años,
se refiere también a las reuniones que se desenvolvían en la casa de Freud en
la tercera década del siglo XX (cf. Isidor Sadger, Recollecting Freud, The Univer-
sity of Wisconsin Press, Wisconsin, 2005, pp. 124–138).
34. Richard Sterba, Reminiscences of a Viennese Psychoanalyst, op. cit., página 107.
35. Edoardo Weiss, “Mis recuerdos de Sigmund Freud”, incluido en Freud/Weiss,
pp. 19–43; cita de la página 32.
36. Cf. Minutes I, página 195 n.
37. Edward Timms (ed.), Freud and the child woman. The memoirs of Fritz Wittels, Yale
University Press, New Haven, 1995, página 169. En más de una ocasión uti-
lizaremos este texto, editado bajo el cuidado de Timms, y por tal motivo re-
comendamos la lectura de la reseña que Leo Lensing redactara con el fin de

36
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

al hecho ya referido, atinente a Stekel, para determinar la ausencia de


todo registro de esa velada de mayo de 1907.
Asimismo, y en consonancia con esto último, otro detalle señala-
do por algunos comentadores nos advierte de los peligros de perder-
se en la presunta espontaneidad y fiabilidad con que estos registros
transmitirían lo real. Tanto Martin Grotjahn como Irwin Solomon se-
ñalaron, en sus respectivas reseñas del Volumen II de las Minutas, la
diferencia que existe entre los estilos y calidad de habla de Freud, por
un lado, y del resto de los miembros de la Sociedad Psicoanalítica de
Viena, por otro38. El último autor atribuye el hecho de que las inter-
venciones de Freud hayan sido registradas con mayor detalle a que
los demás psicoanalistas solían llevarse las Minutas a sus casas con el
fin de estudiarlas, siendo que las palabras del autor de La Intepretación
de los Sueños eran las que más interés despertaban.
Todos estos detalles seguramente merecerían un comentario más de-
tenido, pero no quisiéramos abandonar esta problematización acerca de
la relación con lo real que a un archivo le es inherente, sin decir algunas
palabras sobre un aspecto más general. Retomando una pregunta que Ar-
lette Farge hiciera en otro de sus libros, las actas de Viena nos enfrentan
al interrogante de cómo el proceder historiográfico da cuenta del sufrim-
iento39. En el límpido espacio de sus páginas, en esos recuentos conserva-
dos con esmero, en la sucesión prolija de frases y listados de presentes, en
ningún lugar de las minutas parece anidar el menor indicio de un afec-
to. Su lectura transporta al lector a un espacio imaginario en que debates
acalorados, reproches espetados casi con furia, se escalonan con erudi-
tas discusiones. Mas al igual que toda traza del pasado, no guarda en sí
ningún tratamiento del sufrimiento de los personajes de la historia. ¿No
se jugaban acaso en esos debates los destinos profesionales de ciertos su-
jetos? ¿No se definía en esos intercambios la suerte que aguardaba a amis-
tades forjadas por años? No se crea que de tal forma estaríamos apuntan-
do a lo que al parecer Emilio Rodrigué alude al mencionar la alta propor-
ción de psicoanalistas vieneses que terminaron su vida mediante el sui-

documentar las fallas y omisiones cometidas en la publicación del manuscrito


de Wittels (cf. “«Freud and the Child Woman» or «The Kraus Affair»? A textu-
al «reconstruction» of Fritz Wittels’s psychoanalytic autobiography”, The Ger-
man Quarterly, Volume 69, Nº 3, Summer 1996, pp. 322–332).
38. Cf. Martin Grotjahn, “Book Review. Minutes of the Vienna Psychoanalytic Society.
Volume II”, The International Journal of Psycho–Analysis, Volume 49, 1968, 1, pp.
113–115; Irwin Solomon, “Book Review. Minutes of the Vienna Psychoanalytic So-
ciety. Volume II”, The Psychoanalytic Quarterly, XXXVIII, 1969, 3, pp. 473–478.
39. Cf. Arlette Farge, Des lieux pour l’histoire, Éditions du Seuil, París, 1997, pp. 15–27.

37
Mauro Vallejo

cidio40. Tales decesos, tal y como ha sido ya señalado41, presentan tantas


diferencias entre sí que es un sinsentido hacer de ellos un efímero y des-
garrado conjunto. De todas formas, los suicidios de Victor Tausk y Her-
bert Silberer guardan seguramente relación con la forma en que la vida
de ciertos sujetos estaba estrechamente ligada a los sinsabores y sobresal-
tos de la agrupación psicoanalítica vienesa –máxime cuando se tiene pre-
sente la importancia que ella poseía para el desarrollo profesional de sus
miembros, tal y como será analizado en el capítulo segundo42. Los mal-
tratos a que se sometían unos a otros, las confidencias que durante un ti-
empo abundaban –temas sobre los cuales nos explayaremos en uno de
los capítulos subsiguientes–, son consignados en un lenguaje que ofrece
de esos eventos las mismas trazas y el mismo relieve que destina a discu-
siones administrativas. No se trata tanto de la incapacidad del archivo por
dar a leer el dolor, sino fundamentalmente de la disposición del historia-
dor por hacer de éste un objeto de indagación. El archivo perpetúa mar-
cas, sirve de depósito de meras trazas que imperfecta pero efectivamente
referencian un hecho sucedido. Y en ese designio, reservan para una frase
que quizá hace alusión al destino ineluctable de un sujeto o a su dolor
más profundo, la misma extensión, textura y tinte que otorgan al listado
de las cuotas impagas de los miembros de una sociedad.
Las Minutas nos enfrentan con numerosos ejemplos donde el his-
toriador puede reconocer la presencia del hondo sufrimiento tras el
parco relato que parece no ofrecer otra cosa que una descripción an-
odina. El laconismo en tal sentido es llevado al extremo en la forma
en que las actas registran la renuncia de quien fuera el ideador y pro-
motor de esas reuniones, Wilhelm Stekel43. Activo partícipe de los

40. Cf. Emilio Rodrigué, Sigmund Freud. El siglo del psicoanálisis, Editorial Sudame-
ricana, Buenos Aires, 1996, Tomo I, página 435.
41. Cf. Martín Stanton, “Wilhelm Stekel: A refugee analyst and his English recep-
tion”, en Edward Timms & Naomi Segal (ed.), Freud in exile. Psychoanalysis and
its vicissitudes, Yale University Press, New Haven, 1988, pp. 163–174.
42. Puede asentarse aquí un comentario de Sterba, el cual, aunque referido a un
período posterior de la Sociedad Psicoanalítica de Viena, probablemente val-
ga también para el comienzo: debido a las resistencias de los otros círculos
médicos y científicos, entre los miembros de la agrupación se creaban fuer-
tes lazos personales, siendo frecuentes los matrimonios entre ellos (cf. Richard
Sterba, Reminiscences of a Viennese Psychoanalyst, op. cit., página 94). Véase asi-
mismo Elke Muhlleitner & Johannes Reichmayr, “Following Freud in Vienna.
The Psychological Wednesday Society and the Viennese Psychoanalytical So-
ciety 1902–1938”, International Forum of Psycho–Analysis, 6, 1997, pp. 73–102,
especialmente página 78.
43. Recordemos que el grupo comenzó a reunirse en 1902 gracias a una sugeren-

38
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

debates, frecuente orador y expositor, sus diferencias con las teorías


freudianas fueron claras casi desde el comienzo, aunque nunca gener-
ron las rencillas a las que sí se vieron expuestos los postulados adleri-
anos44. Su nombre aparece por última vez en el listado de miembros
el 23 de octubre de 1912, y en una nota al pie (agregada por los edi-
tores) del acta de la reunión del 9 de octubre del mismo año se infor-
ma: “El 6 de noviembre Stekel dejó de ser miembro de la Sociedad”45.
Igual estilo lacónico y objetivo signa la comunicación de la ya referida
dimisión de Adler. En la reunión del 11 de octubre del año anterior,
Freud tomaba la palabra para decir que “...desde la última reunión de
la Sociedad, los siguientes miembros han renunciado: Dr. Adler, Dr.
Bach, Dr. Maday, y Baron Dr. Hye”46. En ambos casos, las actas pros-
iguen en su derrotero como si nada hubiese sucedido. A la imposibil-
idad de nominar en esas rupturas el sufrimiento que las subtendía, se
suma la carencia absoluta de cualquier consideración acerca del dolor
o el rencor que pudo sobrevenir.
Podemos imaginar los profundos sentimientos de desgarro e ira
que cada una de las defecciones o disensos generaban en aquellos que
se veían directamente implicados. Para dicha tarea no tenemos más
que recordar las palabras con que Paul Roazen, luego de entrevistar
a muchos de los partícipes de los primeros tiempos del psicoanálisis,
se refería al asunto: “Pelear con Freud era la posibilidad más espanto-
sa imaginable. Ser expulsado por el líder significaba no pertenecer al
selecto grupo de los elegidos, la muerte psíquica. El libro sería cerra-

cia que Stekel hiciera a Freud. Este último, en una carta enviada al primero dos
años más tarde, le hablará de “...la Sociedad psicológica que usted fundó...”
(cf. Francis Clark–Lowes, “Freud, Stekel and the interpretation of dreams: the
affinities with existencial analysis”, Psychoanalysis and History, 3, 2001, 1, pp.
69–78; cita de la página 70 n.).
44. Una razón para que ello así fuese, puede extraerse quizá de una acotación rea-
lizada por Jaap Bos en un texto que de por sí ofrece una muy clara descrip-
ción de la implicación y participación de Stekel en la Sociedad Psicoanalítica
de Viena (cf. Jaap Bos, “A silent antipode: the making and breaking of Psychoa-
nalyst Wilhelm Stekel”, American Psychological Association, Volume 6, 2003, 4, pp.
331–361): Stekel solía presentar sus puntos de vista –que claramente diferían
de los freudianos–, no como elementos de contradicción o desacuerdo, sino
como continuaciones y ampliaciones alternativas de los postulados de Freud.
45. Minutes IV, página 103 n. Para ser exactos, las Actas no mencionan siquiera la
partida de Stekel, pues si no fuese por la nota agregada por los editores, el lec-
tor no se anoticiaría de otra cosa que de la continua ausencia de Stekel en las
futuras reuniones.
46. Minutes III, página 281.

39
Mauro Vallejo

do, la vela apagada. La muerte de Tausk materializó todas las fantasías


acerca de las consecuencias de enfrentar a Freud”47. Estamos, entonc-
es, ante un recorte de lo real sobre el que las Actas apenas si dan una
pequeña pista. Dicen sobre él tan poco. Por ello mismo, y porque es-
tos puntos tocan de lleno en las vidas personales y afectivas de los mi-
embros, en este escrito no perseguiremos una narración o reconstruc-
ción de ese dolor. Intentar hacerlo implicaría otra investigación, otros
objetivos y diferentes herramientas a las aquí utilizadas. Pero atiéndase
bien al hecho de que aquí no se descarta que tal vez un día pueda y
deba realizarse ese relato, una historia del psicoanálisis que sea prin-
cipalmente el tejido de sugestiones, rencores y perdones que atravesa-
ron y distanciaron a sus actores.

* * *

En relación al trabajo con el archivo, surge una tensión entre, por una par-
te, una confusa e inconfesable pasión, en cuyo arrebato se cuela el sueño de dar-
lo a leer en su integridad, de explotar su carácter espectacular y su contenido
ilimitado; y por otra parte, la ceremoniosa razón que exige que el archivo debe
ser interrogado para adquirir sentido, que refrena el torpe impulso y recuerda
que no hay peor ceguera que la de los ojos que creen en las diademas inmedia-
tas. La traza parece tan clara y elocuente que tal vez baste con ofrecer-
la desnuda y completa, tendida en su luminosidad a una captura sin
dilaciones. No obstante, ya hemos dicho que el archivo dice, en su
pétreo silencio, mucho a la vez que nada, ofrece del pasado un límpi-
do espejo a la vez que su deformación. En el caso de las Minutas de la
Sociedad Psicoanalítica de Viena sobresale el tinte sorprendente y cu-
rioso de algunas intervenciones y discusiones. Es tal el asombro que
a uno lo embarga por el contenido de algunos dichos, que siempre
se está presto a querer ofrecer al otro, a ese lector que uno supone se-
diento y fisgón, fragmentos textuales de esas hojas, extensas citas que
dicen por sí mismas su sentido y sus sinsentidos, que dan a conocer
con simple transparencia el pensamiento de esos primeros psicoanalis-
tas. Sin embargo, se reduplica así la ilusión a la cual nos hemos referi-
do recién, puesto que esos registros conservados esperan la mirada in-
quisidora que haga de ellos otra cosa que el simple pretexto de un co-
mentario infinito o malintencionado. La cita, trayendo de aquel tiem-
po las marcas del pasado, puede devenir, más que la via regia al senti-

47. Paul Roazen, Hermano animal. La historia de Freud y Tausk, Acme–Agalma, Bue-
nos Aires, 1994, pp. 26–27.

40
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

do abierto a la mirada, el indicio de la falta de toda pregunta. “Cuan-


do el documento se enardece al punto de hacer creer que se basta a sí
mismo, inevitablemente sobreviene la tentación de no apartarse en ab-
soluto de él, y de hacer un comentario inmediato, como si la eviden-
cia de su enunciado no tuviese que ser interrogada. Esto produce una
escritura de la historia, descriptiva y llana, incapaz de crear otra cosa
que el reflejo (o sea el calco) de aquello que fue escrito...”48.
Nos enfrentamos aquí a un problema esencial sobre el cual luego
retornaremos. ¿Cómo concebir alocuciones acerca de las cuales de-
cir que son sorprendentes no es cometer ninguna injusticia a la luz de
nuestros pensamientos actuales? ¿Qué estatuto asignar a ciertas frases
vertidas por ese entonces sin escándalo, pero que, leídas desde nues-
tro presente, hacen del pasado un lugar de seres extraños? Cierto efec-
to de extrañamiento es familiar a quienes se han habituado a recorrer
los restos del pasado. Hallar las trazas que dicen a viva voz esa dis-
tancia, que recuerdan que aquello que hoy existe, ayer tranquilamen-
te pudo no ser, suele ser la antesala del trabajo con el archivo; en tan-
to que de ello se sigue una labor más fatigosa, pues deviene necesario
construir el entramado de condicionamientos que hicieron de tales
decires una simple posibilidad. Reconstruir el sistema dentro del cual
un acontecimiento pudo alojarse no conlleva disolverlo en la legali-
dad que lo subyace. Su materialidad y su surgimiento guardan un res-
to de realidad, irreductible al marco que desde hoy se le quiere impo-
ner en aras de su inteligibilidad. Todo ello, que constituye quizá una
serie de premisas que van de suyo en el terreno de la historia, adquie-
re en el capítulo de la historia de las ideas y los sistemas de pensamien-
to algunas particularidades. En nuestro caso, y en cuanto concierne
a este parágrafo, se trata de hacer de lo espectacular o lo bizarro otra
cosa que un ejemplar de una apacible teratología. Se trata de conside-
rar algunos enunciados presuntamente anómalos como algo bien dis-
tinto de la revelación de una mente confusa o perversa. ¿Por qué en
la primera Sociedad Psicoanalítica se habló de la forma en que debía
evitarse la peligrosa superioridad de la raza amarilla, la cual amenaza
con aniquilar a la raza blanca49? ¿Por qué se dedicó una reunión a dis-
cutir si la ingesta de carne aumenta la excitabilidad sexual, sobre todo
en los niños50? ¿Cómo pudo Freud decir que los animales “...trabajan

48. Arlette Farge, Le Goût de l’Archive, op. cit., página 91. Al respecto, véase el bril-
lante ensayo de Harriet Bradley, “The seductions of the archive: voices lost and
found”, History of the Human Sciences, Volume 12, Nº 2, 1999, pp. 107–122.
49. Cf. Minutes II, página 94.
50. Cf. Minutes II, pp. 43–52.

41
Mauro Vallejo

casi exclusivamente con el inconsciente...”51, o que “Los sonidos in-


testinales tienen el carácter de comunicaciones verbales en lugar de la
boca”52? El objetivo de algunos tramos de los siguientes capítulos es
dilucidar dicho enigma.
El listado de los enunciados inquietantes podría tomar páginas en-
teras, pero en vez de realizar una enumeración exhaustiva de esos des-
lices y dislates, es mejor efectuar un intento por explicar el suelo que
amparó su emergencia. De lo contrario, caeríamos en el tipo de inter-
pretación que aquí pretendemos cuestionar, de la cual podemos ahora
brindar un ejemplo suficientemente demostrativo. Luisa de Urtubey,
en su libro Freud y el diablo, se ocupa de algunas de las discusiones que
la Sociedad Psicoanalítica de Viena dedicó a lo demoníaco. Refiriéndo-
se a una intervención de Freud en el debate abierto tras una presenta-
ción de Hugo Heller del 27 de enero de 1909, y en la cual aquel afirma
que “La transformación de la personalidad del Diablo está relaciona-
da con la oleada de represión durante la Reforma (sífilis), la cual salvó
de la desintegración al cristianismo italiano en el tiempo del temprano
Renacimiento”53, Urtubey no puede dar cuenta de esa alocución más
que insistiendo en lo caprichoso de la idea. En tal sentido, dice:

“Nosotros no sabemos cómo explicar o interpretar esa frase ilógi-


ca. Limitémonos a señalar la alternancia, en esta conferencia, de
consideraciones psicoanalíticamente válidas y de puros fantasmas.
Como éste no es el caso de las demás sesiones reproducidas en Mi-
nutes, nos inclinamos a suponer que es el tema el que produce es-
tos efectos y que la angustia relacionada a la imago del diablo des-
encadena mecanismos de defensa variados y más bien poco acer-
tados, que no pueden evitar la aparición de contenidos extraños,
ilógicos o falsos”.54

51. Minutes IV, página 17.


52. Minutes V, página 200.
53. Minutes II, página 123. Freud ya había aludido a esa ligazón entre la sífilis y el
destino de la Iglesia Católica en la reunión del 13 de noviembre de 1907 (cf.
Minutes I, página 239). En base a esta última intervención, podemos conjetu-
rar que Freud extrajo dicha hipótesis de la obra de Oskar Panizza The Council
of Love. Más adelante, en el capítulo cuarto, volveremos al tema de la sífilis.
54. Luisa de Urtubey, Freud y el diablo, Akal, Madrid, 1986, página 57 (cursiva en
el original). Sin pretender discutir en extenso la pertinencia de la interpreta-
ción de la autora, la sola mención de que Freud ya había postulado la misma
idea en una reunión previa, y en la cual no hay mención alguna al problema
del diablo, basta por el momento para echar luz al asunto (cf. supra, nota an-
terior). Cabe agregar también que en las páginas de Reuben Fine hallamos la

42
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

Acerca de la pesquisa de las características y el sentido atribuibles


a las páginas de las Minutas, nos atreveríamos a repetir las palabras
con que Condillac abre su Lógica: hemos sabido reconstruirlos debi-
do a que otros los habían buscado ya donde no estaban; en términos
de Foucault, en los cuales trasunta que la ironía es muchas veces res-
petuosa, diríamos que hemos definido nuestro emplazamiento singu-
lar por la exterioridad de sus vecindades.
En consonancia con ello, y retomando cuanto decíamos acerca de
las categorías de síntesis que ordenan y limitan la sola emergencia de
enunciados dispersos, podemos rastrear, en ocasión de las aserciones
al parecer tan raras, las limitaciones de los operadores que tradicional-
mente escanden los territorios del saber científico. En efecto, el inten-
to de individualizar un discurso a partir de los conceptos que pondría
en juego, en base a los objetos y temas que lo atravesarían –los cuales
hallarían allí el terreno de su despliegue y el cuidado de su progresión–,
no puede destinar a los enunciados incómodos otro lugar que aquellos
ya descritos más arriba. Ello no hace más que esquivar el problema de
la aparición efectiva de tal o cual decir, su existencia real e irremplaza-
ble, las cuales quedan reducidas a nada cuando se apela a argumentos
que buscan discriminar las tesis “realmente” científicas de sus agrega-
dos fantasmáticos, de sus prejuicios, sus torpezas o de los balbuceos
apresurados, precisados de maduración.
Se trata, antes bien, de reconstruir el sistema de esa impureza55; de
explicar por qué razón esas aserciones, rápidamente olvidadas, borra-
das o reemplazadas por otras más “justas”, encontraron allí el apremio
de ser dichas, la voz que las enunciase, su umbral de decibilidad. Para-
fraseando aquello que Foucault recordaba sobre el lugar de la disconti-
nuidad en el terreno de la historia, podríamos decir que falta construir
una historia del psicoanálisis que haga de los enunciados impuros otra
cosa que el obstáculo a sortear, otra cosa que el elemento que queda
siempre por fuera de la problematización, siendo su reabsorción en
las perezosas figuras de la teleología el gesto hasta ahora más repeti-
do, más apreciado y, por qué no decirlo, más sonso de los relatos de
la disciplina psicoanalítica.
El lector pensará aquí que entonces recaeremos en esas infanti-

misma posición respecto de los enunciados de apariencia tan extraña, pues


el autor hablará del “carácter anticuado de los debates” y de los “...disparates,
que hoy no se podrían imprimir siquiera” (cf. Reuben Fine, Historia del psicoa-
nálisis, Tomo I, Paidós, Buenos Aires, 1982, página 80).
55. Cf. Michel Foucault, “Sur l’archéologie des sciences. Réponse au Cercle
d’épistémologie”, op. cit., página 721.

43
Mauro Vallejo

les batallas que hacen uso del saber psicoanalítico con el solo desig-
nio de buscar en sus tempranas formulaciones los errores que impug-
narían la cientificidad de las tesis ulteriores. ¿A qué sirve ese cuidado
en las equivocidades que luego mencionaremos? ¿A qué esa obsesiva
búsqueda de las oraciones que el mismo discurso se ha encargado de
corregir, alterar o denunciar como primeros esbozos de una tarea que
ha sabido dar con verdades más pulidas? ¿Tantos recaudos, que con
cierta pompa se denominan aquí metodológicos, para un afán tan an-
tiguo, tan amigo de las polémicas televisivas, para un objetivo que di-
vierte sólo a los cazadores de noticias? Nada de eso. El establecimien-
to del sistema de las impurezas es sólo un momento de la labor de indi-
vidualización del discurso. Y en estas páginas quizá reciba una aten-
ción más detenida simplemente por las características de las actas de la
Sociedad Psicoanalítica de Viena. En ellas abundan las preocupaciones
que el saber sabrá olvidar, relegándolas a los tiempos de sus inmadu-
ros desvelos. En ellas vemos temáticas que quizá no recibirán una en-
carnación prístina en ninguna obra en particular, pero que recorrían
furtivamente toda una serie de enunciados. En tal sentido, dedicare-
mos un capítulo a la búsqueda de las regularidades que gobernaron y
sustentaron la apertura de la zona de decibilidad en que distintas for-
mulaciones acerca de la transmisión generacional hallaron los anchos
límites en los cuales proferirse.

* * *

Se puede dar al archivo un tratamiento tal que se obtengan de él sólo datos


concretos y confiables (tablas, listados, porcentajes, etc.). Sin embargo, esa elec-
ción deja de lado todo aquello que, perteneciendo al archivo, no puede ser redu-
cido a esas operaciones: frases realmente dichas en tal o cual ocasión, constitu-
yentes de un discurso real. En continuidad con lo desarrollado en el pá-
rrafo anterior, podemos aseverar que la cautela por no caer en el sue-
ño de dar fragmentos del archivo como si eso fuera todo cuanto es
necesario hacer para estudiarlo, no implica por ello que el único tra-
tamiento posible sea la construcción minuciosa de instrumentos que
indaguen los aspectos más “objetivos” de lo archivado. Esto último es
necesario y útil, mas no sirve de mucho si no es soportado por la pre-
gunta que persiga otra cosa que la obsesión cuantificadora. Tampo-
co conduce a ningún puerto si no es complementado por otro tipo
de acceso, más vago quizá, más proclive a la incertidumbre o la dis-
cusión, consistente en el análisis de lo dicho, en el estudio de esas pa-
labras en el contexto en que se produjeron, en su determinación so-

44
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

bre aquello en que repercutían, en sus consecuencias y sus condicio-


nes de posibilidad.
Hay datos objetivos que resaltan por sí mismos, como ser la alusión
bastante frecuente a los trabajos de Fliess, o la disparidad existente en la
cantidad de veces en que los miembros se refieren a tal o cual escrito freu-
diano. En distintos momentos del presente escrito haremos uso de algu-
nas herramientas de lectura (tablas, índices) construidas por nosotros e in-
sertadas como apéndices del libro, o sugeriremos algunas rectificaciones
a las confeccionadas por los editores de las minutas. Dichas herramientas
podrían servir de apoyatura para distintos tipos de abordajes, y aquí nos
restringiremos a utilizarlas en función de los temas a indagar.

* * *

El deseo de que esas palabras no se olviden, el ansia por comuni-


carlas a los otros no es una falta grave. De todas formas, la restitución
fascinada del pasado no alcanza para completar el verdadero ejerci-
cio de la escritura de la historia, aunque constituye quizá un paso ne-
cesario. La trampa se limita a lo siguiente: quedar a tal punto absorbi-
do por el archivo, que no se sepa cómo interrogarlo, en tanto que la
identificación con él limita la comprensión que uno pueda tener del
documento. No ocultaremos que desde un inicio reconocimos aquel
ansia como nuestra, siendo que en nosotros nació el interés por susci-
tar en otros el deseo de leer esas minutas, la curiosidad por atisbar qué
había en ellas. Casi como agitados niños, encarnábamos un estreme-
cido desvelo preguntándonos a diestra y siniestra qué habría de más
conmovedor que asistir casi en directo a esas discusiones, participar
del calor de esas reuniones en donde se gestaban ideas esenciales y se
definían ortodoxias y disensos. A ello se añadía la siempre escurridi-
za sospecha de que en esas páginas se trata, sobre todo en relación a
Freud, de una ocasión privilegiada, principalmente debido a que co-
nocíamos sus opiniones espontáneas, sus puntos de vista elaborados
sin la dilación o los cuidados que implican los escritos, o incluso las
cartas. Todo ello, sumado al lerdo hechizo que se engendra en uno
tras el hallazgo de tantas intervenciones curiosas –hasta ridículas o in-
decibles medidas con el rasero de los enunciados del psicoanálisis ac-
tual–, todos esos elementos colaboraban para crear esa fascinación por
unas marcas tan locuaces, tan ricas, y hacían que consiguientemente
se quisiese hacer todo lo posible por que otros lectores se acercasen a
ese tesoro. Tal y como lo dice Farge, ese peculiar deseo, esa inocente
aspiración, no tienen quizá nada de reprensibles, siempre y cuando al

45
Mauro Vallejo

archivo se le dedique asimismo una serie de preguntas que motoricen


la indagación y escritura historiográfica.
En otros términos, este escrito tal vez se ubica en continuidad con
la serie de textos que con una inaudita periodicidad aparecen con el
expreso objetivo de rescatar del olvido tal o cual libro de Freud o de
alguno de sus discípulos. Ya el Proyecto de 1895, ya la biografía del
Presidente Wilson, ya sea el escrito sobre la afasia o ya el de la cocaína,
muchas de las páginas olvidadas de Freud se transforman de tiempo en
tiempo en víctimas de esa extraña gesta, mezcla de monótono comen-
tario y orgullo de descubridor. Esos rescates merecen que algún día se
les dedique un estudio detallado, puesto que han llegado a constituir
un heteróclito género en que se combinan de maneras inesperadas la
fidelidad del discípulo con el capricho del historiador, la función de
la memoria con los sobresaltos de la pasión. Ya hemos confesado que
no hemos sido ajenos a ese tipo de ahíncos. No obstante, nuestro fin
es que la presente obra demuestre por sí misma que hemos intenta-
do dar un paso más allá. No sabemos si los mejores libros son aque-
llos sobre los cuales no se escribe, tal y como se preguntaba Freud56,
mas es seguro que la desatención en que las minutas han caído supo-
ne un caro descuido para con un episodio esencial de la construcción
del discurso psicoanalítico.
Por otra parte, tal vez no sea en vano aclararlo, no estamos frente
a una obra poco conocida de Freud. Su pertenencia al archivo proble-
matiza a su vez el asunto de la autoría. Las Minutas atañen a la teoría
de Freud tanto como a la de Stekel o Rank. Y se ligan asimismo con la
problemática de la constitución de las sociedades psicoanalíticas, con
el tema de las relaciones de poder en el seno de tales instituciones, y
con el estudio de la forma en que cada uno de sus miembros hizo uso
de tales discusiones a la hora de escribir sus textos, por no mencionar
más que algunas temáticas posibles.

* * *

Las frases copiadas por el secretario o escribano suscitan la ilusión de poder


conocerlo todo, lo cual es un profundo engaño. La profusión de palabras no es si-
nónimo de conocimiento. El intercambio con el archivo exige una confrontación.
Muchas veces se presenta al lector como una fuente enigmática, opaca. Puede su-
ceder que el archivo parezca absolutamente claro, y es paradójicamente en dicho
caso cuando una labor debe ponerse en marcha para desprenderse de esta “simpa-

56. Freud/Jung, página 107.

46
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

tía”. Ambos extremos asaltan al lector de las Minutas de la Sociedad de


Viena, tanto el de la prístina claridad como el de la enigmática cerrazón
de esas frases. En tanto que el primero se ubica en la base de la ilusión
de que allí el sentido de ese pasado se dice solo, y que por consiguiente
alcanza con elegir los fragmentos más bellos o más agraciados para ha-
cerlo visible, el último sustenta la pretensión de reconocer en algunos
pasajes la idea tan curiosa, el dicho tan extraño, la intervención tan sor-
prendente. Tanto uno como otro pueden ser inofensivos pasatiempos,
búsquedas que se esmeran por ver en esas marcas rostros de lo Mismo
o siluetas de lo absolutamente Otro. Sin embargo, el estudio de estas
Minutas debe proceder en sentido inverso; no dejarse engañar ni por la
fantasía de que todo se comprende ni por el divertido juego de buscar
allí los ejemplos de una razón por entonces extraviada por las elucubra-
ciones más ingenuas o desprevenidas. Hay que comprender qué se de-
cía realmente allí, con qué fines y debido a qué condiciones.

III. La Historia, la tenue perplejidad,


los tranquilos vaivenes

“On ne sait plus rien, presque, à force de savoir


Tout. Tout comme on croit savoir. C’est ce
qu’on appelle un état avancé du désespoir”.

(Marguerite Duras, La mer écrite)

Una de las ilusiones a combatir es la del relato definitivo de la verdad. El


archivo permite tomar en consideración dos polos, dos imperativos, siendo el
primero el que exige el abandono de la ilusión del relato último y universal so-
bre el pasado, en tanto que el segundo prescribe que la verdad no sea dejada de
lado o abandonada. El contacto con el archivo posibilita tener presente y solida-
rizar ambos mandatos. Frente a las construcciones abstractas, permite esgrimir
la evidencia minúscula de los hechos acontecidos. En tal sentido, la evalua-
ción de las minutas tomadas como archivo de ese pasado del psicoa-
nálisis vienés, no pretende conquistar el armado definitivo del relato
que reintegre absolutamente la verdad de su ser. Puesto que un relato
tal no es posible. Mas tampoco se procede bajo el amparo de un rela-
tivismo que sólo conoce el real suceder y la justa alternación de versio-
nes singulares. Que las trazas del pasado puedan ser interpretadas de
múltiples formas, que esas marcas no digan en sí mismas lo real que

47
Mauro Vallejo

se escabulle, todas esos reparos dignos de la labor historiográfica, no


quitan que se trata de todos modos de una materialidad irreductible.
La realidad positiva de esos rastros está allí para disolver toda ilusión
de absoluto, puesto que es posible hacerles decir todo y nada a la vez;
pero se encuentra allí para proscribir también todo intento de negar el
pasado, gesto tan caro a las ortodoxias –y la lacaniana, esa ortodoxia
iconoclasta, supo en cierto momento abrumar a muchos con su vehe-
mente obstinación por demostrar que en verdad Freud quería signifi-
car otra cosa cuando decía cuanto decía. “No se trata de descubrir allí,
de una vez por todas, un tesoro enterrado, ofrecido al más astuto o al
más curioso, sino de ver allí un zócalo que permita al historiador in-
vestigar otras formas de saber que faltan al conocimiento”.57
En relación a esto último, y retomando aquello que decíamos en
los parágrafos anteriores, las actas de Viena constituyen un recurso pri-
vilegiado para la evaluación del discurso psicoanalítico. Permiten echar
luz sobre algunos de los procedimientos mediante los cuales éste sur-
gió; permiten vislumbrar al amparo y con la colaboración de qué otros
discursos el psicoanálisis pudo pretender la fundación del propio. Para
tal fin nos sirven de vallas orientadoras cuanto se ha dicho de las Minu-
tas, puesto que en esos decires hallamos una y otra vez, repetidos has-
ta el cansancio, los ejemplos de la lógica paradojal que sueña con los
choques de la verdad y su negación, con el estampido de la resistencia
frente a la inconmovible luz. Muchos de los comentadores de las ac-
tas se ubican, sin saberlo quizá, como paladines de la empresa que se
empecina en buscar los tropiezos que han desorientado el decurso de
la inmortal veracidad de un saber que, a resguardo eterno de las trai-
ciones, sabe rechazarlas para retomar su merecida meta. No obstante,
las páginas de las Minutas demuestran con total simpleza que no es
posible postular la preexistencia de una verdad psicoanalítica frente a
la cual los miembros de este círculo vienés se enceguecían; aleccionan
sobre la imposibilidad de reclamar una neta veracidad gracias a la cual
podríamos reconocer tanto su arraigada fortaleza como la infructuosi-
dad de los embates que se perdían en el deseo de desmoronarla.
Gran número de los postulados que merecieron a sus miembros el
estigma de la herejía o la estupidez, retornan diez o veinte años des-
pués en la prolija letra de la Verdad psicoanalítica. El análisis del carác-
ter o la psicología del ego, que tantos reproches hicieron ganar a Adler
en estas discusiones, vuelven luego a su trono durante el reinado de la
primer ortodoxia posterior a la desaparición del patriarca. El instinto
de agresión, defendido por Adler y Stekel, tuvo igual fortuna. Citemos
57. Arlette Farge, Le Goût de l’Archive, op. cit., página 70.

48
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

dos célebres ejemplos, a los cuales sin embargo no se suele otorgar la


debida significación. En la epicrisis del escrito que da cuenta de la fo-
bia del niño de cinco años, publicado en 1909, Freud se ve conducido
a afirmar que muchos de los fenómenos observados parecerían apoyar
la hipótesis de Adler de la existencia de un instinto de agresión.

“Sin embargo, yo no puedo adherir a esta última, que considero


una generalización equivocada. No puedo decidirme a admitir una
pulsión particular de agresión junto a las pulsiones sexuales y de
autoconservación, con que estamos familiarizados, y en un mismo
plano con ellas. Me parece que Adler ha hipostasiado sin razón, en
una pulsión particular, lo que es un carácter universal e insoslaya-
ble de todas las pulsiones, a saber, lo «pulsional» {«Triebhaft»}, lo
esforzante {drängend} en ellas, lo que podemos describir como la
aptitud para dar un envión a la motilidad”.58

Sabemos que en una nota agregada en 1923, el autor declara que


su posición al respecto ha sido modificada, pues ahora sí reconoce una
pulsión agresiva, aunque no equiparable a la definida por Adler. No
obstante, es particularmente ilustrativo para nuestros fines, cotejar la
última cita con un pasaje de un escrito de 1930:

“Admito que en el sadismo y el masoquismo hemos tenido siem-


pre ante nuestros ojos las exteriorizaciones de la pulsión de destruc-
ción, dirigida hacia afuera y hacia adentro, con fuerte liga de ero-
tismo; pero ya no comprendo que podamos pasar por alto la ubicui-
dad de la agresión y destrucción no eróticas, y dejemos de asignar-
le la posición que se merece en la interpretación de la vida. (...) Re-
cuerdo mi propia actitud defensiva cuando por primera vez emer-
gió en la bibliografía psicoanalítica la idea de la pulsión de destruc-
ción, y el largo tiempo que hubo de pasar hasta que me volviera
receptivo para ella”.59

La incomprensión freudiana se hace aún más patente a través del


contraste de otros dos pasajes. En su texto “Introducción del narcisis-
mo”, Freud dedica los primeros párrafos de la tercera parte a la conti-
nuación del ataque a Adler que había iniciado en el escrito, también de

58. Sigmund Freud, “Análisis de la fobia de un niño de cinco años”, AE, X, pp.
112–113.
59. Sigmund Freud, “El malestar en la cultura”, AE, XXI, pp. 115–116; el subra-
yado me pertenece.

49
Mauro Vallejo

1914, “Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico”. En


aquel asevera que hay casos de neurosis en que “...la «protesta masculi-
na» (o bien, en nuestra doctrina, el complejo de castración) no desem-
peña papel patógeno alguno o ni siquiera aparece”60. Gracias al trabajo
de los editores de los textos freudianos, sabemos que Freud se refirió a
esa sentencia en una carta a Edoardo Weiss en 1926, en la cual afirma-
ba estar perplejo frente a su decir pasado: “Ya no sé en qué pensaba yo en
esa época. Hoy no sabría indicar neurosis alguna en que no se encontra-
ra este complejo, y por cierto no escribiría así esa oración”61. Las actas
nos brindan una aproximación hacia ese no saber que Freud se atribuye,
y todo tendería a explicar esa falta no en base a cierta represión o me-
canismo inconsciente, sino mediante la toma en consideración de una
razón infinitamente más profana62. Salvo un frágil núcleo al que ahora
haremos mención, la multiplicidad de enunciados y axiomas que po-
dían pasar a formar parte del discurso psicoanalítico era casi imprede-
cible e ilimitada. Había limitaciones y constricciones, por supuesto–
tal y como intentaremos demostrar. Mas salvando dichas legalidades,
en las zonas de decibilidad allí abiertas, podían venir a inscribirse aser-
ciones que unos años antes eran consideradas por esos mismos pensa-
dores como llanas equivocaciones. Por tal motivo, resulta insostenible
afirmar que los debates y discusiones recogidos por las Minutas escla-
recen “...la posibilidad de escucha e intersección con el psicoanálisis de
cada uno de sus miembros”63, puesto que esa ilusión de aislar al psicoa-

60. Sigmund Freud, “Introducción del narcisismo”, AE, XIV, pp. 89–90.
61. Carta citada en op. cit., página 90 n; el subrayado me pertenece. La misiva es del
30 de septiembre, y la traducción castellana presenta ligeras disimilitudes respec-
to de la versión incluida en las Obras Completas (cf. Freud/Weiss, página 80)
62. Por supuesto, el argumento hacia el que apuntamos hace caso omiso de la pe-
rezosa razón a través de la cual, desde muy temprano, se quiso justificar en
parte este fenómeno, tan presente en la construcción del discurso psicoana-
lítico: Freud se demoraba mucho en asimilar ideas extrañas, las cuales, hasta
tanto ello sucediese, permanecían suspendidas en las afueras de su capacidad
de juicio (Freud lo había dicho ya a su esposa en una carta de 29 de octubre
de 1882 (cf. Correspondencia, Tomo I, página 270); lo dice asimismo en su car-
ta a Wittels del 18 de diciembre de 1923 (cf. Correspondencia, Tomo IV, página
501); también en una carta a Jones en noviembre de 1911 (cf. Freud/Jones, pá-
gina 168) y en una a Abraham del 15 de febrero de 1924 (cf. Freud/Abraham,
página 379); Stekel refiere también haber obtenido de Freud una confesión al
respecto (cf. Emil Gutheil (ed.), The autobiography of Wilhelm Stekel. The life story
of a pioneer psychoanalyst, op. cit., página 134).
63. Alberto Fernández, “De las Actas, un acto”, Cuadernos Sigmund Freud. Publica-
ción de la Escuela Freudiana de Buenos Aires, N° 8: Los sueños de Freud, 1981, pp.

50
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

nálisis como un saber ya constituido, y al cual los miembros de la So-


ciedad de Viena podían hacer mejor o peor justicia, se enfrenta con la
evidencia de la equivocidad de un epicentro claro.
Puede también demostrarse el fenómeno contrario. Esto es, la exis-
tencia de enunciados que eran defendidos con energía por el mismo
Freud y su círculo cercano, y que más tarde pasarán a constituir re-
cuerdos lejanos. La hipótesis tóxica de la libido, la primera polaridad
de las pulsiones, las elucubraciones acerca de la filogenia se perfilan
como presupuestos errados que pudieron ser echados por la borda sin
comprometer el núcleo de veracidad del psicoanálisis. Sin embargo, si
lo que era falsedad devino previsión de pieza clave, si cuanto era axio-
ma se transformó en obsoleto obstáculo, ¿cómo concebir entonces la
existencia del discurso psicoanalítico? ¿Habrá acaso que contar con la
perenne presencia de algunas tesis que en su imperdurable radiación
garantizaron la continuidad del movimiento? Esa sería, precisamente,
la conclusión más justa, puesto que la atención al inconsciente haría
las veces de lugar vacío merced al cual la empresa se sostiene. Bástenos
decir que el calificativo no es azaroso, puesto que las Actas permiten
vislumbrar asimismo que aquello nombrado como Inconsciente sufrió
casi los mismos avatares que los restantes puntos de la teoría. Sin em-
bargo, la fluctuación entre un simbolismo universal y una teoría aso-
ciacionista de las representaciones, daba al concepto de inconsciente
una fragilidad que nunca puso en riesgo la unidad de la doctrina. Le
quitaba coherencia, evaluada con un ojo atento, pero extendía hasta
los límites de la antropología a un saber que podía así anexar despreo-
cupadamente diversos terrenos de inquietud.
Cabe explicitar, en apoyo de esto último, las conclusiones que pue-
den ser postuladas a partir de un estudio paciente del listado de obras
mencionadas en las reuniones64. En efecto, resulta llamativa la escasa
frecuencia con que eran referidas las obras de Freud que actualmente
son consideradas como más representativas de su teoría del incons-
ciente. En primer lugar, jamás se habló acerca de su libro sobre el chis-
te. Su texto Psicopatología de la vida cotidiana es mencionado nueve ve-
ces en los registros, de las cuales seis se deben a Freud. En lo concer-
niente a La interpretación de los sueños, trece veces apareció en las dis-
cusiones, de las cuales ocho responden a dichos de su autor65. Por su-

160–163; cita de la página 162. Este texto constituye la única reseña local de
las minutas con la que pudimos dar en nuestra búsqueda.
64. Cf. infra, Apéndice A.
65. Hemos contado como una las menciones que al libro se hicieron en la discu-
sión del primero de marzo de 1911, pues en dicha reunión Freud presentó los

51
Mauro Vallejo

puesto que esas cifras deben medirse en relación a otras, puesto que
en sí mismas nada dicen. Por ejemplo, es claro el contraste entre esos
números y el correspondiente a la cantidad de ocasiones en que el li-
bro freudiano sobre la sexualidad fue mencionado en las actas. Tres
ensayos de teoría sexual aparece en veintidós oportunidades, de las cua-
les sólo nueve corresponden a dichos de Freud66. ¿Qué indican estos
valores? En primera instancia, y atendiendo a la altísima frecuencia
con que los integrantes de la Sociedad de Viena apelaban a hipótesis
sustentadas en aquello que se conoce como simbolismo universal, dan
un claro indicio de la utilidad interpretativa que podía extraerse de
una definición un tanto equívoca del inconsciente. Es decir, su po-
tencialidad se medía para estos analistas más en términos de la posi-
bilidad que abría para interpretar, que por el sesgo de una teorización
rigurosa y formalizada de su funcionamiento. En segunda instancia,
a la luz del lugar de privilegio que detentarán en el decurso de las dis-
cusiones ciertas temáticas muy cercanas a las inquietudes de la sexo-
logía (masturbación, toxinas, etc.), podemos comprender muy clara-
mente la razón por la cual generaba tanto atractivo el libro sobre la
sexualidad. Por último –y a este punto volveremos en el siguiente ca-
pítulo–, estos y otros valores, también atinentes a la cantidad de men-
ciones que las actas reservan para los textos de Freud, permiten ex-
traer algunas tesis sobre el funcionamiento interno de la institución,
o al menos sobre la relación que los vieneses mantenían con las teo-
rías de su líder. A una distancia sorprendente de aquello que hoy to-
maríamos como un grupo de estudio, pero asimismo en una relación
muy paradójica con los mecanismos actualmente aceptados de trans-
misión, el grupo parece ubicarse fundamentalmente en el ansia extre-
ma por explotar la nueva disciplina, por utilizar las herramientas exe-
géticas que ésta aportaba67.

resultados de una nueva revisión de su libro capital. Por otra parte, podemos
entender porqué, según refiere Sachs, pudo Sigmund Freud lamentar que la
teoría de los sueños no fuese un interés esencial durante las discusiones de la
Sociedad de Viena (cf. Hans Sachs, Freud. Master and Friend, Harvard Univer-
sity Press, Cambridge, 1946, página 63).
66. Hemos contado como una las menciones a Tres ensayos de teoría sexual que fi-
guran en las actas de la reunión del 11 de noviembre de 1908, pues tal en-
cuentro fue dedicado a un comentario de un libro de Moll, en cuyo transcur-
so se comparó tal obra con la perteneciente a Freud. Por otra parte, en lo con-
cerniente a los números recién brindados, cabe concluir que el libro sobre la
sexualidad fue el que más asiduamente aparecía en las discusiones, y el que
más interés despertó en los discípulos.
67. Particularmente llamativo resulta, en vistas de la alta frecuencia con que las pre-

52
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

Empero, del recuento de las variadas equivocidades que pueblan el


decurso de la doctrina freudiana, puede hacerse sin obstáculos la espe-
rada ocasión para definir tranquilamente su sobresaltado progreso. Es
decir, puede servir de testigo impoluto de la existencia cierta de una te-
mática, un concepto, un objeto que debía ser desarrollado, y en cuya
hechura era esperable que saliesen al cruce distintas tentativas puestas
en práctica para ese fin. Por tal motivo, debíamos tener una extrema
cautela. Reconocer que la frágil tesis de un inconsciente –el cual fluc-
túa entre el lugar de la Palabra vuelta a recobrar, y la constatación de
un determinismo asociativo– funciona como moneda de cambio en-
tre distintos enunciados, no conlleva que se agote allí la positividad del
saber psicoanalítico. Tanto las partidas y retornos de ciertas temáticas
como las aseveraciones curiosas, deben dejar de ser las excusas para la
reintegración de una teleología en el seno de las historias de este discur-
so –la cual sabrá repartir a ambas en los casilleros que les tiene reserva-
dos–, debiéndose más bien desentrañar las legalidades que expliquen,
por una parte, el hecho de que unas y otras pudieron producirse y pro-
ferirse, y por otra, que demuestren que ni una ni otra pudieron ser otra
cosa que lo que fueron. El arribo a una estricta individualización de un
discurso debe hacer posible fundamentar porqué tal o cual enunciado
pudo ser dicho y no otro, y debe asimismo vislumbrar la desaparición
y resurgimiento de ciertas preocupaciones sin apelar para ello al bucó-
lico cuadro del genio abatiéndose con la tempestad.
Mencionemos algunos ejemplos, siendo que más tarde se ana-
lizarán con cierto detenimiento varios de los puntos conflictivos
arriba referidos. Uno de los más célebres lo constituye el recupero
freudiano de los componentes agresivos de la pulsión, ligados nor-
malmente a la exposición de Sabina Spielrein. De todas formas, es
posible rastrear un derrotero más temprano. En la reunión del 3 de
junio de 1908 Adler presenta un trabajo en el cual se trata del ins-
tinto de agresión68, aunque su propuesta no encuentra sino la opo-
sición tanto de Hollerung como de Stekel. Freud, a su turno, sos-
tiene que el impulso agresivo adelantado por Adler no es otra cosa
que la libido, tesis que de alguna forma repite más adelante, cuan-

sentaciones versaban sobre producciones artísticas, el bajo número de veces en


que en las páginas de las actas son mencionados los escritos freudianos sobre
tal asunto (de las seis menciones dedicadas al escrito sobre la Gradiva, cuatro
son de su autor; respecto del texto sobre Leonardo da Vinci, sólo dos alusiones
son hechas por fuera de la reunión enteramente dedicada al escrito; “El creador
literario y el fantaseo” aparece tres veces, una de las cuales se debe a Freud).
68. Cf. Minutes I, pp. 406–410.

53
Mauro Vallejo

do afirme que todavía no resulta posible determinar si la agresivi-


dad constituye una parte de la pulsión yoica o de la sexual69. El 2 de
junio de 1909 Adler da el paso siguiente al proponer ubicar la pul-
sión de agresión en la base de todas las neurosis70, a lo cual Freud se
opone diciendo: “En cuanto al instinto de agresión, Freud ha obje-
tado el punto de vista que hipostasía el carácter instintivo de todos
los instintos como un instinto particular, y asigna entonces a todos
los demás instintos sólo un contenido formal”71; otra firme oposi-
ción es formulada por Reitler en el mismo debate. Uno de los pri-
meros en aceptar la pulsión agresiva es Stekel, quien de alguna for-
ma adscribe a ella en su insistencia en la omnipresencia de impul-
sos criminales en la fantasía infantil72. Finalmente, arribamos a las
controvertidas intervenciones de Spielrein, a quien Freud luego, en
la conocida nota al pie de “Más allá del principio del placer”, cuen-
ta como una de sus antecesoras a la hora de postular la pulsión de
muerte. En primer lugar, en la discusión abierta tras la conferencia
de Reik del 15 de noviembre de 1911, Spielrein se refiere por vez
primera en el círculo vienés a su teoría de la presencia de compo-
nentes mortíferos al interior del instinto de vida, concepción que
desarrollará dos semanas después en la presentación que le permi-
tió obtener la membresía a la Sociedad73.

69. Cf. Minutes II, página 249.


70. Cf. Minutes II, página 260. Adler repite su teoría unos meses más tarde (cf. Mi-
nutes II, página 425).
71. Minutes II, página 266. Permítasenos insertar aquí un comentario que vale para
todas las ocasiones en que se citen fragmentos de las actas. Los registros fueron
escritos mediante un estilo que yuxtapone la enunciación en tercera persona
con la indicación, a comienzo de los párrafos, del nombre del autor de la fra-
se, tal y como sucedería en un diálogo o en un guión. A pesar de la desproliji-
dad que genera, hemos optado por efectuar las citas sin agregar en cada caso:
“según el secretario, x habría dicho...”, lo cual sería tal vez más correcto.
72. Cf. Minutes III, pp. 37 y 57. De todas maneras, Adler se resiste a asumir la exis-
tencia de la criminalidad en la mente infantil (cf. Minutes III, página 56). Ste-
kel se transformará en las siguientes discusiones en uno de los más decididos
defensores del instinto de agresión (cf. Minutes III, pp. 150 y 317), en tanto que
Tausk, al contrario, criticará su noción (cf. Minutes III, pp. 109, 119 y 168).
73. Cf. Minutes III, pp. 329–335. Spielrein volverá a hacer mención de sus propues-
tas el 27 de marzo de 1912 (cf. Minutes IV, pp. 84–85). Acerca de la presentación
de Spielrein y de la poca comprensión que obtuvo por parte de los vieneses,
véase Rosemary H. Balsam, “Women of the Wednesday Society: The Presenta-
tions of Drs. Hilferding, Spielrein, and Hug–Hellmuth”, op. cit., pp. 315–328.
Por su parte, es materia de controversia si Spielrein verdaderamente anticipó a
Freud, tal y como éste dirá luego, o si su propuesta en realidad difería de la ul-

54
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

Ahora bien, la renuencia de Freud a aceptar estas innovaciones es


clara. Lo interesante a destacar por el momento es la posibilidad de
hallar en las palabras de Freud el fundamento de su rechazo a un con-
cepto teórico que posteriormente pasará a formar parte de su doctrina.
Luego de la primera mención por parte de Spielrein acerca de los ele-
mentos mortíferos, Freud comenta que la hipótesis de Fliess según la
cual todo temor corresponde a un temor a la muerte resultó ser inco-
rrecta74. De igual forma, en la discusión desarrollada luego de la po-
nencia de Spielrein, Freud dice explícitamente que el trabajo presenta-
do es una oportunidad para criticar los últimos desarrollos de Jung75.
En conclusión, se podría afirmar que Freud no aceptó algunos de los
adelantos a su futura teoría pulsional debido a que asentir a tales an-
ticipos hubiese significado para sus investigaciones un acercamiento
a pensadores con los cuales estaba en feroz oposición76.
Es inevitable intercalar aquí uno de los episodios más llamativos del
decurso ulterior de la doctrina psicoanalítica, el cual concierne sólo tan-
gencialmente al contenido mismo de las Actas de la Sociedad Psicoa-
nalítica de Viena. Habiendo mencionado ya la temprana aceptación
por parte de Stekel de lo mortífero de la pulsión, cabe agregar que es
él quien en un escrito de 1909 propone la utilización del término tha-

terior hipótesis freudiana. En tal sentido, la premura con que los editores de
las minutas agregan una nota al pie para aclarar que, visto de cerca, se apre-
cia que no existe una tal anticipación (cf. Minutes III, página 330 n.), se desta-
ca como un caso ejemplar de los poco felices agregados que los responsables
de la edición insertaron, cuya consecuencia no es otra que la facilitación de
una lectura completamente sesgada de la fuente. Dedicaremos a este punto un
tratamiento más detenido posteriormente.
74. Cf. Minutes III, pp. 317–318.
75. A continuación agrega: “A diferencia de nuestro punto de vista psicológico,
la autora intentó no obstante basar la teoría de los instintos en presupuestos
biológicos (como el de la preservación de las especies)” (Minutes III, página
335). Es decir que además de rechazar el objeto de estudio que luego será par-
te esencial de su doctrina, Freud objeta a su vez la metodología que él mismo
utilizará para esgrimir dicho concepto.
76. De tal forma, estaríamos aplicando al caso de los componentes destructivos de
la pulsión el esquema que Jacob Golomb sugirió en su lectura de las paradóji-
cas maneras en que Freud se refirió a la obra de Nietzsche tanto en estas reunio-
nes de Viena como en su obra. Aquel autor propone que el interés del creador
del psicoanálisis por desmentir, a veces mediante argumentos contradictorios
o inverosímiles, cualquier influencia del filósofo alemán sobre su obra, obede-
cía al hecho de que el nombre de Nietzsche era fácilmente ligado a las produc-
ciones de dos disidentes, Jung y Adler (cf. Jacob Golomb, “Freudian uses and
misuses of Nietzsche”, American Imago, Volume 37, 1980, N° 4, pp. 371–385).

55
Mauro Vallejo

natos para nominar dicho fenómeno77. A nuestro entender, lo más cu-


rioso y aleccionador de este asunto es que Freud jamás utilizó el térmi-
no sugerido por Stekel, por la simple razón de que procedía de este úl-
timo. Dicho vocablo, no obstante, pasó a formar parte del vocabula-
rio corriente del movimiento psicoanalítico, sin que muchos supiesen
de los detalles de su acuñación ni del posterior empeño por denegarle
derecho de existencia78.
Podemos ahora retomar también el ejemplo cuyo tramo final se de-
vela a través de la cita que provocó la perplejidad de Freud; se trata de
un derrotero plagado de sobresaltos: la protesta masculina de Adler. Su
primera formulación extensa en la Sociedad Psicoanalítica de Viena tie-
ne lugar durante la reunión del 23 de febrero de 191079, en la cual Adler
defiende su teoría acerca de la equiparación de lo femenino con lo in-
ferior para el psiquismo humano. Sus palabras reciben un repudio ge-
neralizado, exceptuando los moderados apoyos de Jekels y Steiner. De
vital importancia resulta el argumento mediante el cual Freud intenta
impugnar las sugerencias adelantadas por Adler, y ello por algunas ra-
zones que luego desarrollaremos. Freud afirma que “Fliess veía en el
inconsciente los elementos del sexo opuesto. Ello es un error. Es cier-
to que en las mujeres uno constata masculinidad reprimida en las neu-
rosis, pero en los hombres se encuentra sólo la represión de impulsos
“masculinos”, y no de «femeninos»”80. Es decir que cabe suponer que
en el rechazo freudiano, tanto de la protesta masculina como del her-
mafroditismo adleriano, pueden estar funcionando los mismos condi-
cionamientos que referíamos al señalar la forma en que Freud negó su
consentimiento a las tesis sobre los componentes impulsivos. También
aquí la sombra de Fliess pudo ejercer su influencia; Freud mismo, en
sus cartas a Jung de los días 3 y 22 de diciembre de 1910, asevera que
las dificultades con Adler le recuerdan los conflictos con Fliess81. De to-
das formas, este tipo de argumentación tiende simplemente a otorgar
cierto sentido a un hecho puntual, y desde un punto de vista que no es-
clarece sino los motivos personales (y políticos) de Freud. Más impor-
tante aún es circunscribir los indicios de la problemática más esencial

77. Cf. Martin Stanton, “Wilhelm Stekel: A refugee analyst and his English recep-
tion”, op. cit., página 167.
78. Paul Roazen había mencionado ya esta pequeña anécdota (cf. Freud y sus discí-
pulos, op. cit., página 247).
79. Cf. Minutes II, pp. 423–434.
80. Minutes II, página 432.
81. Cf. Freud/Jung, pp. 436 y 443. En una carta a Ferenczi fechada el 16 de novi-
embre de 1910, Freud comparaba a Adler con Fliess.

56
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

que aquí retiene nuestra atención: estos debates, a la vez que socavan
la pretensión de fundar una malla teórica psicoanalítica estable someti-
da a bulliciosos malentendidos o resistencias, demuestran la forma en
que argumentos y enunciados contradictorios o disímiles podían con-
vivir sin provocar mayores perjuicios; aquello que en cierto instante y
de boca de un personaje era estigma de obcecación, podía luego virar
hacia el estatuto de verdad irrefutable.
En la última cita freudiana comprobamos asimismo el tipo de ob-
servaciones que podían provocar en el Freud de la década del 30 la
misma desazón: en las neurosis de los hombres no habría represión
de impulsos femeninos. Por otra parte, renglones más abajo hallam-
os otra extraña aseveración de Freud: “En la temprana infancia, que
es por cierto el momento en que se asienta el fundamento para una
neurosis, la diferencia de sexos desempeña un mínimo papel. Esos son
procesos concientes posteriores, proyectados retroactivamente hacia
la infancia”82. Al mismo tiempo que se generaba cierto consenso en el
sentido de rechazar la tesis de Adler, se esgrimía también que ésta no
hacía sino verter en nuevos términos conceptos antiguos83. Aquello
que merece ser subrayado es la heterogeneidad de enunciados que on
proferidos en aras de impugnar la teoría adleriana, aunque más ex-
traordinario todavía es el hecho de que tales ataques suponen tesis
que difícilmente puedan ser subsumidas en un mismo marco concep-
tual. Por ejemplo, Hitschmann sostiene que “Aquello que está en el
82. Ibíd. Este tipo de enunciado se repetirá durante los debates destinados a discutir
las teorías adlerianas, sobre todo por parte de sus oponentes. Por ejemplo, Ro-
senstein dirá, el 8 de febrero de 1911, que para el niño es más importante el con-
traste entre los adultos y los no adultos que la diferencia entre masculino y fe-
menino (cf. Minutes III, página 154). La participación de Tausk en el debate es
aún más curiosa, puesto que en tanto que el 4 de enero de ese año declara que
no existen diferencias cualitativas entre lo femenino y lo masculino (cf. Minutes
III, página 110), unas semanas después afirma que las neurosis siempre estallan
cuando el individuo se percata de la existencia de la diferencia sexual (cf. Minutes
III, página 169).
83. Esta objeción la había hecho ya Reitler el 26 de mayo de 1909 (cf. Minutes II,
página 251). La repite Freud el 23 de febrero de 1910 (cf. Minutes II, página
433; vuelve a proferirla en Minutes III, página 145), de la cual hacen eco tanto
Hitschmann (cf. Minutes III, pp. 53 y 72) como Rosenstein (cf. Minutes III, pá-
gina 153). También aparece en su carta a Jung del 25 de noviembre de 1910.
Incluso muchos años después, el primero seguirá arguyendo que la “protesta
masculina” adleriana no hacía otra cosa que disfrazar bajo nuevo ropaje vie-
jos conceptos (cf. Sigmund Freud, “Contribución a la historia del movimien-
to psicoanalítico”, AE, XIV, página 52; “Dos artículos de enciclopedia”, AE,
XVIII, página 244; “Presentación autobiográfica”, AE, XX, página 49).

57
Mauro Vallejo

fondo del instinto de agresión y de la protesta masculina de Adler de-


bería en gran parte ser atribuido a la tendencia de todo ser de preser-
var su existencia”84. A su turno, Freud dirá que aquello que más enfáti-
camente desmiente la universalidad de la protesta masculina de Adler
es la evidencia de que hay mujeres en las cuales no hay indicio algu-
no de envidia de pene85.
Una vez que muchas de las temáticas adlerianas fueron absorbidas
por la formulación de la teoría del complejo de Edipo, se hizo posi-
ble la coexistencia pacífica de sentencias diversas, desde las preocupa-
ciones sobre las fantasías originarias transmitidas filogenéticamente86,
hasta aseveraciones como las de Federn, según el cual aquel comple-
jo no representa otra cosa que la relación de un animal, determinada
por el instinto sexual inmaduro87.
Tener a las Minutas en tanto punto esencial de atención es obvia-
mente una elección que brinda sobre esas defecciones una mirada muy
parcial e imprecisa, por la serie de razones antes argüidas. En cuanto a
tal problemática particular concierne, el trabajo de Philip Kuhn ya refer-
ido sea quizá un texto definitivo, pues brinda, a partir de un pormeno-
rizado análisis de múltiples fuentes y correspondencias, pruebas sufi-
cientes en sostén de su hipótesis, según la cual en las rupturas con Adler
y Stekel se trató mucho más de cuestiones políticas –venganza por parte
de Freud por la oposición de ambos a sus sueños respecto a Zurich– que
de diferencias teóricas88. La trama de pactos, cálculos, especulaciones y

84. Minutes III, página 156.


85. Cf. Minutes IV, página 109. Respecto de los puntos de contacto existentes en-
tre las obras freudianas tardías y los aportes de Adler, siguen teniendo vigen-
cia los comentarios de Ansbacher (cf. Heinz Ansbacher & Rowena Ansbacher
(ed.), La psicología individual de Alfred Adler. Presentación sistemática de una selec-
ción de sus escritos, op. cit., pp. 53–117).
86. Dedicaremos más adelante un estudio detallado a dicho asunto.
87. Cf. Minutes IV, página 235. Cabe recordar que una de las principales y más fre-
cuentes objeciones de Freud en contra de Adler era que éste utilizaba dema-
siados conceptos biológicos.
88. Cf. Philip Kuhn, “A pretty piece of treachery: the strange case of Dr Stekel
and Sigmund Freud”, op. cit.; de cierta forma la tesis de la revancha, de Kuhn,
se condice con la forma en que Wittels había interpretado las defecciones de
Adler y Stekel, pues éstos habrían sido “sacrificados” para complacer a los sui-
zos (cf. Fritz Wittels, Sigmund Freud. His personality, his teaching & his school, op.
cit., página 176). Dicha idea halla asidero asimismo en unas cartas que Freud
dirigiera a Ferenczi y a Binswanger el 12 de marzo y el 14 de abril de 1911 re-
spectivamente (cf. Freud/Ferenczi, I, 1, página 304; Correspondencia, Tomo III,
página 268).

58
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

falseamientos que Freud puso en juego con vistas a conseguir la paz de


su reino, y que conciernen al meollo más íntimo del desenvolvimien-
to de la Sociedad Psicoanalítica de Viena, hallan en las minutas una su-
perficie de inscripción que, por sí sola, es incapaz de reflejar la comple-
jidad de los eventos. Sin embargo, el objetivo de estas páginas introduc-
torias es delinear el abordaje que, tomando a las minutas como centro
de interés primordial, permita iluminar esas peculiaridades del discurso
psicoanalítico. Con ello aludimos a aquello que sólo imperfecta y pro-
visionalmente podría ser caracterizado como su fragilidad, pues utilizar
ese epíteto sería discutir si desde un punto de vista epistemológico esta-
mos ante una estructura formalmente estable o ante un saber que cum-
pla ciertos requisitos de cientificidad. Dicha tarea es seguramente realiz-
able y necesaria hasta cierto punto, pero no concierne en nada a la labor
de individualización del discurso o a un análisis de sus enunciados. Vol-
vamos a decirlo, pues se torna apremiante hacerlo en estas páginas que
ofrecen salpicadas evidencias y anticipos de un propósito tan complejo:
ni la estabilidad de los temas, ni la invariabilidad de los objetos, ni, por
fin, la homogeneidad de las posturas, alcanzan para definir a priori la for-
mación discursiva que estamos considerando.
Cabe aclarar que el designio de este cuidado en señalar el modo
en que ciertos conceptos o temas son adoptados por aquellos que
unos años antes les daban la espalda no apunta desde ningún pun-
to de vista a minimizar las diferencias que existían entre las posturas
de los integrantes del grupo. Concluir que en el último Freud existen
muchos puntos de contacto con el Adler de la Sociedad Psicoanalíti-
ca de Viena, o que las aportaciones de Stekel a los debates anuncian
con una antelación de varios decenios las agendas de distintas es-
cuelas psicoanalíticas, no conlleva desconocer que en cortes tempo-
rales precisos puedan delinearse claras disidencias y grupos antagónic-
os. Tampoco es dable rechazar los diversos intentos que se han hecho
por demostrar que las páginas de las minutas conservan gran canti-
dad de anticipaciones de futuros desarrollos teóricos89. En cuanto a
este último punto concierne, quizá los comentadores han enfatizado
aquello que cabe poner a cuenta de Freud, en desmedro de una aten-
ción a las intervenciones de otros integrantes. Por ejemplo, podemos
hacer alusión aquí a Wilhelm Stekel, quien en varias ocasiones rozó
temáticas que luego pasarían a formar parte de las problematizaciones

89. Véase la reseña que David Beres realizó de los dos últimos volúmenes de la
edición inglesa de las minutas (cf. David Beres, “Book review. Minutes of the
Vienna Psychoanalytic Society. Volume III; Volume IV”, The Psychoanalytic Quarter-
ly, Volume XLVI, 1977, n° 1, pp. 148–157).

59
Mauro Vallejo

de las corrientes francesas de psicoanálisis. El 7 de abril de 1909, du-


rante la discusión que siguió a una presentación de Rank acerca de la
mentira, Stekel asevera que “...el niño es conducido a mentir por su
deseo de averiguar si sus padres conocen o no lo que él sabe; es una
cuestión de testeo de los adultos (Juanito)”90. Unos meses más tar-
de, el 2 de junio de 1909, este autor asevera que el fundamento de la
neurosis reside en la relación de la sexualidad del niño con la sexu-
alidad de los padres91. Por último, las elucubraciones de Adler acerca
de la importancia de la inferioridad92, ¿no serán retomadas por Freud
en su conceptualización de la indefensión (Hilflosigkeit) en relación
a la angustia?
Mencionemos un último ejemplo en lo atinente a la facilidad con
que una temática es rechazada en tanto objeto de injerencia del saber,
para luego retornar como preocupación esencial de ese mismo discur-
so. Elegiremos un ejemplo que tenga a bien demostrar que no siem-
pre que se produzca ese tipo de vaivenes hay que presumir que esta-
mos frente a un movimiento que atañe a los estratos más insondables
o esenciales del discurso psicoanalítico. Efectivamente, en algunas oc-
asiones ese tipo de hechos encuentran su explicación, no ya en una pe-
culiaridad fundamental del discurso en juego, sino en las circunstan-
cias prácticas y políticas que enmarcan los decires de los que se trata.
Rencillas, cálculos políticos, especulaciones estratégicas pueden tam-
bién estar en la base de las prescripciones o prohibiciones respecto a
cuanto puede enunciarse.
Por caso, el 27 de noviembre de 1912 Victor Tausk pronuncia una
conferencia sobre las inhibiciones en el proceso de creación artísti-

90. Minutes II, página 202. Resulta impactante la distancia que separa esta inter-
vención de Stekel de aquella de Freud en la misma discusión, quien dice: “Al
mentir, el niño imita a los adultos, quienes le ocultan los hechos sexuales, y
quienes le mienten al darle falsas informaciones sobre esos hechos; es a partir
de ello que el niño asume su derecho a mentir” (Minutes II, página 203). Ste-
kel retomará su argumento poco después (cf. Minutes II, página 232).
91. Cf. Minutes II, página 271. Los editores, su “imparcialidad” mediante, tuvie-
ron el cuidado de agregar una nota al pie para afirmar que Stekel seguramen-
te intentó decir “los padres como objetos sexuales”. Por otro lado, una similar
implicación de la sexualidad de la madre en su relación al hijo será defendi-
da por Hilferding en su presentación del 11 de enero de 1911 (cf. Minutes III,
pp. 112–125), la cual, según lo ha señalado Rosemary Balsam, generó por tal
motivo una dura resistencia (cf. Rosemary H. Balsam, “Women of the Wed-
nesday Society: The Presentations of Drs. Hilferding, Spielrein, and Hug–He-
llmuth”, op. cit., pp. 306–315).
92. Véase, por ejemplo, Minutes III, página 158.

60
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

ca, cuyo resumen es todo cuanto ha sido conservado por las actas93.
A través de la misma, Tausk proponía que la emergencia de ese tipo
de inhibiciones se produce cuando el componente instintivo adqui-
ere tal intensidad que reclama su modalidad de gratificación original,
y no una derivada. En tal sentido, el trabajo artístico se liga a las fi-
jaciones infantiles, puesto que cada vez que por alguna circunstancia
las últimas demuestran su actualidad, el primero sufre cierto daño o
desarreglo. Asimismo, Tausk proponía que en base a tales hallazgos
era dable conjeturar que ciertos contenidos de las creaciones artísti-
cas podían ser explicados a partir de las gratificaciones instintivas de
la infancia. En la discusión del trabajo, no conservada en las minutas
pero sí en el diario de Lou Andreas–Salomé, Freud habría sido bastante
crítico para con la propuesta de Tausk. Aquel habría advertido con-
tra ese tipo de investigaciones, puesto que podían servir de fácil argu-
mento a las injurias provenientes de los círculos científicos hostiles al
psicoanálisis. Desde el punto de vista de Freud, era aconsejable tener
en cuenta este factor y dedicarse más a buscar confirmaciones de lo
ya sabido que a intentar echar luz sobre nuevos territorios94. No ob-
stante, ¿por qué Freud habría hecho tal declaración, siendo que para
1912 ya había publicado sus ensayos sobre la Gradiva, Leonardo y los
dos primeros artículos que al año siguiente reuniría en Tótem y tabú?
¿Por qué un autor así, en un foro de discusión que había dedicado ya
múltiples jornadas a tratar problemas de arte, habría exigido cautela
en ese tipo de inquisiciones?
El caso de la ponencia de Tausk constituye un ejemplo paradigmáti-
co del tipo de condicionamientos acerca de los cuales las actas también
ofrecen importantes indicios. Resulta presumible que, además de los
conflictos entre Tausk y Freud a los cuales Roazen ha dedicado su ya
clásica obra, la coyuntura política ayude a explicar la reacción de Freud.
Poco después de la partida de Stekel y en uno de los momentos más
conflictivos de la relación con el medio suizo, es justo sospechar que
la cautela freudiana apuntaba a prevenir posibles apoyos que los me-
dios académicos y psiquiátricos podrían utilizar para reforzar la críti-
ca hacia el psicoanálisis.
En definitiva, a un costado, en cierta relación de complementa-
riedad respecto de los análisis de Roazen y Roustang95 –quienes in-

93. Cf. Minutes IV, pp. 126–127.


94. Cf. Lou Andreas–Salomé, Aprendiendo con Freud. Diario de un año 1912/1913,
op. cit., página 48.
95. Cf. Francois Roustang, Un funesto destino, Premia editora, México, 1980, capí-
tulo V.

61
Mauro Vallejo

tentan demostrar que el repetido rechazo de Freud hacia las inno-


vaciones de Tausk se fundamentan en la particular relación que el
primero tenía hacia un discípulo que no se contentaba con el res-
peto y la obediencia al maestro–, podemos utilizar esos capricho-
sos avatares del pasado psicoanalítico para vislumbrar la forma en
que ciertos sobresaltos y fluctuaciones no hacen sino recordarnos
uno de los modos de relación entre un discurso y las prácticas cal-
culadas que se ponen en acto para asegurar la transmisión y la cir-
culación de los enunciados. Afirmar que existe una ligazón entre un
decir y los acontecimientos no discursivos que lo rodean, no impli-
ca hacer del discurso el simple reflejo inocuo de la pesadez de unas
contiendas desarrolladas en otra parte; tampoco conduce a reducir
las tramas históricas o políticas a una semántica retirada y soberana.
Es preciso determinar en cada instancia el tipo de relación implica-
da, pues se trata del terreno en que múltiples condicionamientos
tienen lugar. A niveles más profundos, en cuanto concierne a estra-
tos menos visibles, la historia de las ideas ha podido demostrar que
unas prácticas pueden generar para un saber la posibilidad de que
un objeto sea ahora elemento de un decir veraz; en otros casos, cier-
tos análisis han reconstruido los canales a través de los cuales unos
eventos, al alterar el estatuto del sujeto discurrente, han modificado
en su esencia la distancia que se establece entre quien se ubica allí
como quien dirá la verdad, y el elemento de la realidad acerca del
cual un discurso establecerá unas aserciones presumiblemente cier-
tas. El ejemplo de Tausk recién referido nos acerca el indicio de una
modalidad mucho más “superficial” en que este tipo de entrecru-
zamientos adquiere forma. Pero importa tomarlo en consideración
debido a la luz que permite arrojar sobre el fundamento de ciertos
avances y retrocesos de los enunciados del psicoanálisis.
En consonancia con esto último, las actas nos ofrecen los me-
dios para otro tipo de análisis que tenga también por meta la aver-
iguación de ciertas fluctuaciones que atraviesan el desenvolvimien-
to del saber psicoanalítico. En efecto, el contraste entre los textos
de las presentaciones y los escritos de los cuales muchas veces eran
la antesala, permite evaluar, además de algunos elementos de la es-
cena de escritura de cada cual, ese tipo de vaivenes. Uno de los ca-
sos más paradigmáticos resulta de la lectura cuidadosa de las difer-
encias que existen entre el escrito freudiano “Sobre un tipo partic-
ular de elección de objeto en el hombre” y las notas tomadas por
Rank de la presentación que Freud realizó sobre el tema meses an-
tes de su publicación, ocurrida en 1910. El fundador del psicoanáli-

62
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

sis compartió la versión preliminar de su texto en la reunión del 19


de mayo de 190996, y la discusión de la misma ocupó también el en-
cuentro del 26 de mayo97. Tal y como ha sido ya pertinentemente
señalado por Miguel Felipe Sosa, el concepto del “complejo de Edi-
po”, cuya primera aparición en la obra escrita freudiana se produce
en el escrito de 1910, no figuraba en la presentación ante la Socie-
dad Psicoanalítica de Viena98; ni, agrega Sosa, podía hacerlo, puesto
que muchas de las aserciones del propio escrito (contenidas también
en la presentación) no se condicen con una defensa de la universali-
dad del mentado complejo. Según el análisis que Sosa realiza, la in-
clusión de tal concepto en un escrito que no lo requería, responde
al deseo de Freud de otorgar verosimilitud al contenido de su escri-
to, principalmente debido a que le permitía protegerse del posible
escándalo que las referencias al sexo podían generar en el contexto
vienés. El trasfondo de una polémica disputa entre Fritz Wittels y
Karl Kraus habría movido a Freud a resguardar su doctrina de po-
sibles acusaciones o denuncias legales, para cuyo fin el recurso a la
hipótesis del Edipo habría circunstancialmente servido. Sin embar-
go, es probable que el autor base su propuesta en una errada o in-
suficiente atención al contexto histórico en que las teorías de Freud
se produjeron, principalmente en relación a cuanto era posible decir
acerca de las temáticas de la sexualidad99. A nuestro entender, la in-
clusión del Edipo, ausente en las dos reuniones invertidas en el de-
96. Cf. Minutes II, pp. 237–249.
97. Cf. Minutes II, pp. 250–258.
98. Cf. Miguel Felipe Sosa, “El complejo de Edipo, la publicidad del psicoanáli-
sis y una pifia de Fromm”, Artefacto (Revista de la escuela lacaniana de psicoanáli-
sis), N° 5, México, mayo 1995, pp. 7–29; “Del parricidio freudiano a la muer-
te del hijo de Dios”, Artefacto (Revista de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis),
N° 6, México, Julio 1998, pp. 7–43.
99. Frank Sulloway ha demostrado que la oposición de los círculos científicos no
se debía a cuanto Freud decía acerca del sexo sino sobre todo al estilo en que
lo hacía, en lenguaje vernáculo y sin casi apelar a expresiones latinas. En tal
sentido, la inclusión del Complejo de Edipo en su escrito de 1910 no serviría
de mucho en aras de refrenar el descontento de los médicos, pues la sexuali-
dad seguía siendo enunciada en un vocabulario cotidiano (cf. Freud, biologist of
the mind. Beyond the psychoanalytic legend, Harvard University Press, Cambridge,
1992, pp. 453–460). Ello había sido señalado ya por Havelock Ellis en un tex-
to publicado en 1939 (cf. Havelock Ellis, “Freud’s influence on the changed at-
titude toward sex”, en Hendrik Ruitenbeek (ed.), Freud as we knew him, Wayne
State University Press, Detroit, 1973, pp. 120–127). Por otra parte, de ser sus-
tentable la hipótesis de Sosa, no se entiende por qué razón Freud habría deja-
do de incluir en su escrito el ejemplo del pastor Pfister utilizado en la presen-

63
Mauro Vallejo

bate del texto, responde a otra motivación, igualmente política. La


utilización del término “complejo” era una suerte de guiño y tributo
dedicado a su discípulo favorito, Carl Jung. En tanto que en el texto
de la presentación se utilizaba en dos ocasiones el término “comple-
jo” –en ambas ocasiones para designar un “complejo de salvación”–,
en el escrito definitivo no sólo aparece mencionado una vez el nove-
doso complejo de Edipo, sino que el vocablo mismo adquiere estat-
uto de concepto –se hablará en tres ocasiones de “complejo mater-
no” y en una oportunidad de “complejo parental”100.

* * *

De todas maneras, se nos replicará que las mismas conclusiones,


tanto en lo concerniente al decurso sinuoso del saber como en lo ati-
nente a cada uno de los puntos hasta aquí someramente considerados,
podrían ser extraídas con igual o mejor suerte a partir de métodos y re-
cursos ya establecidos, prescindiendo de estas “cautelas”, que quizá va-

tación oral, el cual había sido publicado en una revista religiosa, titulada Lib-
ertad evangélica.
100. El propio destino del término “complejo de Edipo” en las actas de la Socie-
dad merece quizá una rápida mención. El sintagma sorprendentemente había
sido utilizado ya por Hitschmann en la reunión del 10 de octubre de 1906,
en lo que quizá sea la primera mención del mismo en la historia del psicoaná-
lisis (cf. Minutes I, página 9). En la reunión del 21 de octubre de 1908 Freud,
sin mencionar explícitamente a Edipo, habla del complejo padre–madre (cf. Mi-
nutes II, página 20). Nuevamente Hitschmann, indudablemente acuñador del
término, se refiere al “complejo de Edipo” el 26 de enero de 1910 (cf. Minutes
II, página 409), es decir unos meses antes de la aparición del escrito de Freud.
En los debates del 4 de mayo del mismo año, estando el escrito aún inédito,
tanto este último como Freud mencionan el término en cuestión (cf. Minu-
tes II, pp. 515, 517). Más relevante aún, el listado por nosotros confecciona-
do de las menciones realizadas al Edipo en la Sociedad Psicoanalítica de Vie-
na muestra con franca elocuencia cómo solamente a partir de comienzos de
1911, es decir, poco después de la publicación del escrito freudiano en que
el “complejo de Edipo” hace su aparición pública, dicho concepto se utiliza-
rá con una creciente asiduidad (cf. infra, Apéndice C). Cabe destacar de todas
formas que Freud había utilizado el sintagma en su carta a Ferenczi del 28 de
junio de 1908 (cf. Freud/Ferenczi, I,1, página 57) . Por otra parte, el concepto
había sido también usado por Jones en su carta a Freud del día 18 de mayo de
1909 (cf. Freud/Jones, página 72) y en un artículo publicado en enero de 1910,
meses antes de que apareciera el escrito freudiano (cf. Ernest Jones, “The Œdi-
pus–Complex as an explanation of Hamlet’s mystery: a study in motive”, The
American Journal of Psychology, Volume 21, 1, pp. 72–113).

64
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

yan de suyo; a similares aserciones se podría arribar evaluando la pro-


gresión cronológica de las obras freudianas, acompañada por la lec-
tura de las respectivas correspondencias publicadas póstumamente, o,
más remunerativo aún para ese afán, analizando las progresivas edicio-
nes de los textos de Freud101 y las obras contemporáneas de otros au-
tores psicoanalíticos. La réplica sería justa, y no tendríamos nada que
esgrimir en contra de la necesariedad de emprendimientos como los
recién enumerados, y mucho menos aún a los extraordinarios resulta-
dos que de ellos se desprenden, lamentablemente poco difundidos a
pesar de sus alcances y consecuencias.
Demasiado obcecados seríamos si nos obstinásemos en que las ac-
tas de Viena deben ser leídas y consultadas para comprender tal o cual
aspecto del saber psicoanalítico. Ya hemos hablado de esa fútil fanta-
sía, y tiempo es de recordar que el olvido ha sabido ya qué hacer con
la fuente a cuya alabanza parecemos dedicar un estropeado encomio.
No obstante, se trata para nosotros de sopesar, teniendo ese obtuso
olvido como objeto que detenta cierto interés, de qué manera las Mi-
nutas de la Sociedad Psicoanalítica de Viena permiten un acercamien-
to privilegiado a algunas particularidades del discurso psicoanalítico
y su construcción.
Las actas presentan, en comparación a un análisis posible de las
obras de los autores del primigenio psicoanálisis, las prerrogativas que
se deslindan de la polifonía que les es inherente, siendo que ésta po-
sibilita un análisis más inmediato de algunos vaivenes de una verdad
que tuvo todo menos la ventaja de permanecer cierta. La presencia de
las voces que en su momento fueron adversas, la naturalidad con que
se discutían tan variados temas, la fluctuación de las problemáticas
abordadas, ponen a disposición del lector la mejor evidencia de la dis-
persión de pensamientos que batallaban cada vez por erigir una ver-
dad que, excluyendo cierto centro invariable, poseía las dotes de los
versátiles y cambiantes dioses.
He ahí otra de las peculiaridades del archivo, quizá antes insufi-
cientemente resaltada. Pues los decires atrapados en las Minutas, to-
mados como elementos de un discurso con cierta cerrazón, elevados

101. Entre tales intentos, cabe remarcar el realizado por José Gutiérrez Terrazas,
en el cual circunscribe los diversos agregados que Freud fue realizando en las
distintas ediciones de su texto Tres ensayos de teoría sexual, a resultas de lo cual
se arriba a un escrito heteróclito, en el cual conviven numerosos planteos con-
tradictorios (cf. José Gutiérrez Terrazas, “Los Tres ensayos de teoría sexual un si-
glo después de su primera edición”, Revista de Psicoanálisis, Asociación Psicoa-
nalítica de Madrid, N° 46, 2005, pp. 13–68).

65
Mauro Vallejo

a la categoría de engranajes de un saber frágil pero unitario, se erigen


como alocuciones que escapan de cierta forma del efecto de condicio-
namiento de la función autor. Si bien es dable asignar a cada palabra la
pertenencia a cierto participante, también puede optarse por conside-
rar a la totalidad de las actas como la progresión de un discurso poli-
fónico en el cual está puesta en suspenso la referida función. Allí en-
cuentra en parte su verdad una de las pocas alusiones o menciones
que Freud hizo a los contenidos de las discusiones de los miércoles.
En efecto, en 1935 Edoardo Weiss, planeando escribir una obra sobre
la agorafobia, recordó unas opiniones que Hitschmann había efectua-
do a tal respecto en una sesión de la Sociedad Vienesa de Psicoanáli-
sis, en 1913, al momento en que el propio Weiss asistía a las veladas.
Éste pidió a Freud su consejo sobre cómo proceder con esos enuncia-
dos, si debía o no realizar en su libro una referencia a la procedencia
de tales asertos. La respuesta de Freud, contenida en la carta del 7 de
julio de 1935102, dice lo siguiente:

“No se haga problemas por las observaciones de Hitschmann so-


bre la agorafobia, exorcizadas desde un remoto pasado. Utilice,
sin citarme, lo que le pueda servir, y deje el resto de lado. Ya no
sé si he dicho realmente estas cosas, y tampoco concuerdo ya hoy
con todas.
Fragmentos de discusión no publicados no obligan a nada”.103

Los tramos de esas discusiones exculpan a sus participantes en el


estrecho sentido de que es dable estudiar los primeros sin suspender
la polifonía de la cual surgieron. Es decir, es posible por momentos
intentar tomar esas frases como hilos de un discurso en composición,
prescindiendo de la identificación del individuo que cada vez habla.
En ciertas ocasiones procederemos bajo esa premisa, pues de lo con-
trario sería necesario reconocer la forma en que cada sentencia se ins-
cribe en la obra del autor en cuestión, empresa que se sitúa fuera de
nuestros alcances e intereses. No obstante, trabajaremos de tal modo
debido no sólo a nuestras claras insuficiencias, sino fundamentalmen-
te en razón de una elección cuidada. Con el fin de analizar recurren-

102. Freud/Weiss, página 102. Es posible conjeturar que en la carta escrita por
Weiss, no reproducida en la correspondencia, se hacía alusión directa a frases
de Freud, si no a transcripciones que el italiano poseyera de las discusiones.
103. Isidor Sadger relata que Freud, en una de las reuniones de los miércoles, dijo
a sus colegas: “Lo que digo aquí, ahí lo tienen: pueden hacer con él lo que
quieran” (Isidor Sadger, Recollecting Freud, op. cit., página 37).

66
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

cias temáticas, modalidades de interrelación entre los participantes,


particularidades con las cuales se abordaron tal o cual asunto, pode-
mos descuidar la tarea de identificación de los autores, o al menos po-
demos sólo mencionar sus nombres, sin afán alguno por profundizar
en la manera en que cada enunciado resuena en las producciones pa-
sadas o venideras de cada miembro de la Sociedad.
Por otro lado, y volviendo a la cita arriba ofrecida de la carta a Weiss,
habrá que contradecir tal vez a Freud cuando busca convencernos de
que discusiones no publicadas no obligan a nada. Las Minutas condu-
cen a revisar algunos puntos del pasado del psicoanálisis y a reubicar
algunas características de su discurso. Sobre todo en relación a cuan-
to pueda decirse, sin apelar a los expeditivos argumentos del olvido,
del progreso o de la represión, acerca de la sentencia que de cierta for-
ma reduplica aquella también dirigida a Weiss en la carta de 1926 an-
tes comentada: “Ya no sé si he dicho realmente estas cosas, y tampoco
concuerdo ya hoy con todas”. Ese desconocimiento corroe toda pre-
tensión de cristalizar o fijar la veracidad de un discurso, del cual las
minutas enseñan cuán compleja resultó su construcción; para ser más
precisos, socava toda ilusión de fundar la unicidad de dicho discurso
a través de los elementos (temas, objetos, opiniones) que, en aras de
cumplir ese imposible cometido, deberían permanecer estables.
Que la teoría fue modificando algunos postulados, que ciertas dis-
quisiciones fueron dejadas para la sombra del olvido, que incluso cier-
to progreso pueda rastrearse tanto en el pensar de Freud como en los
enunciados de la doctrina misma, son datos que quizá resulten de una
evidencia incuestionable; y son capítulos de una biografía ya escrita, sin
importar si el agasajado es el genio que se ubica en el inicio del discur-
so, o éste mismo transformado en fría criatura. Todos los recursos que
quieran utilizarse para taponar ese no–saber –y llámeselos de la forma
que menos hiera a cada cual–, no harían sino escamotear lo que real-
mente se descubre en su anverso: aquello que podría sorprender como
la particular versatilidad del discurso psicoanalítico para aceptar en su
seno, y merced a su tendencia antropologizante, cuanto enunciado se
ubique dentro de la amplia zona de decibilidad abierta gracias a irra-
diación de un núcleo de rica potencialidad. No obstante –y he allí la
vacilación que nuestro análisis no ha podido superar por fidelidad a
las fuentes trabajadas–, la positividad que tal saber podría haber obte-
nido gracias a ese raro objeto que es el inconsciente –objeto tan viejo
medido en base a la bipolaridad que precisa y convoca; objeto tan dis-
ruptivo si se lo mira por el lado de las prácticas que puso en juego para
constituirse y perpetuarse en cada diálogo; objeto tan rico, si atende-

67
Mauro Vallejo

mos al modo en que funcionó de catalizador para una invencible sed


interpretativa–; decíamos, la positividad que tal objeto podía otorgar
a un saber no alcanza, aunque más no fuere por la equivocidad de su
definición, para delinear la unicidad del discurso. Y allí, en esa impo-
sibilidad, resalta, debido a ese perdido contraste, la necesidad en que
nos hallamos de recurrir a otras maniobras para individualizarlo.
He allí, entonces, la serie de advertencias y supuestos que habrán
enmarcado nuestro análisis de esta fuente del Archivo del psicoanáli-
sis. ¿Pero por qué para este ansia al parecer tan sincera por definir una
individualidad menos dudosa del discurso psicoanalítico, para este ob-
jetivo tan pretencioso, hemos buscado unas páginas tan antiguas, unos
debates tan descuidados, los decires de unos personajes a cuyas paz
y honra se han libado ya los justos homenajes, unos enunciados que
“...duermen un sueño hacia el cual no han cesado de deslizarse desde
que fueron pronunciados...”104? ¿Se tratará acaso de todo un montaje
retórico a cuyo envés la mirada despierta capta la seducción del Ori-
gen? ¿Querrá demostrarnos, dirá el receloso lector, que el secreto úl-
timo de este saber, la esencia imperecedera de este discurso, se halla
justamente en las frases dichas en Viena por la simple razón de ser tan
antiguas, o más sospechoso aún, por la trasvestida excusa de que son
a veces tan extrañas? No habríamos prodigado tantas cautelas y sigilos
de haber estado atrapados por los aturdidos rostros del Retorno, ese
monstruo con cuya ayuda ciertas metafísicas sueñan vanamente con
escapar de las teleologías más clásicas. Se trataba fundamentalmente
de explotar las oportunidades que las actas nos brindaban para poner
en práctica un análisis distinto del discurso del psicoanálisis. O al me-
nos, una investigación alternativa sobre algunas particularidades muy
puntuales, pues va de suyo que una investigación tan acotada, con-
tando con parapetos carentes de otras garantías que aquellas que ella
pudiese otorgarse, no puede abrigar esperanzas desmedidas. Por todas
esas razones, era necesario definir cuidadosamente la fuente, recons-
truir su historia, destinar a su contenido las herramientas que tuviesen
la mínima contemplación por la compleja red de prácticas (de redu-
plicación, memoria, olvido o retranscripción) en que participaban los
enunciados allí conservados.
Aceptando una sugerencia de Ilse Grubrich–Simitis105, hemos se-
guido al pie de la letra los recaudos y consejos brindados por Jean Sta-

104. Michel Foucault, La arqueología del saber, op. cit., página 208.
105. Cf. Ilse Grubrich–Simitis, Freud: retour aux manuscrits. Faire parler des documents
muets, PUF, París, 1997.

68
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

robinski en unas páginas acerca del texto y su interpretación106. Para


decirlo en términos claros, nuestro acercamiento a las Minutas ha cui-
dado siempre por que ellas permaneciesen distantes; distantes de los
potenciales caprichos del lector, o peor aún, de las compulsiones de
toda lectura retrospectiva. La lectura interpretativa debe ser conciente
del lenguaje y el pensar desde los cuales indaga otro lenguaje, de for-
ma tal que éste último conserve su independencia. La autonomía del
texto hace al cuidado por su derecho diferencial. La diferencia que se-
para el documento a interpretar del lector que se le aproxima debe ser
en todo momento el núcleo impoluto en aras de que la interpretación
realice su cometido: asegurar un paso y una integridad. El pasaje esta-
rá aquí signado por la restitución de las minutas a los entramados en
que pueden ubicarse, y por la posibilidad que abre para que los enun-
ciados allí dichos hallen la regularidad de la que participan. Esto sig-
nifica darles un sentido que posibilite describir sus particularidades,
señalar sus parentescos e incidencias. Y al mismo tiempo asegurar su
integridad, reconociendo en todo instante su cerrazón, y su extrañeza
para con cualquier intento de borrar o disolver su materialidad tras la
paráfrasis que pretenda hacerles aseverar lo que allí no existe.

106. Cf. Jean Starobinski, “La literatura. El texto y el intérprete”, en Jacques Le


Goff & Pierre Nora (dir.), Hacer la historia. Volumen II: Nuevos enfoques, Edito-
rial laia, Barcelona, 1979, pp. 175–189.

69
Capítulo II

Historias de unas actas, avatares


de una Sociedad Psicoanalítica
Del peligro nazi a las manos de Nunberg,
vía Federn; de la ferviente moral
a la ordenada medicina, vía Hirschfeld

“Escribiré notas al pie de página que comenta-


rán un texto invisible, y no por eso inexistente,
ya que muy bien podría ser que ese texto fan-
tasma acabe quedando como en suspensión en
la literatura del próximo milenio”.

(Enrique Vila–Matas, Bartleby y compañía)

I. Notas preliminares
Escribir sobre unas veladas que todos probablemente conocen, y
acerca unos rastros que nadie ha querido conocer –he allí un designio
a la vez tan riesgoso como poco alentador. Basta ingresar a cualquier
texto clásico de la historia del psicoanálisis para salir airosos, presun-
tamente portadores de cuanto faltaba saber acera de esos lejanos co-
mienzos en Viena. Por tal motivo, retornar ahora a los detalles de las
reuniones de los miércoles, intentando recrear el cuadro preciso de su
desenvolvimiento, podría despertar en el lector la justa sensación del
déjà vu. Como consecuencia de la aparición de distintos recuentos so-
bre esas veladas, gracias a ediciones póstumas de correspondencias y
memorias, en tanto y en cuanto diversos documentos salen a la luz con
el correr de los años, se cuenta con detalles precisos que hasta entonces
circulaban quizá bajo la forma de frágiles rumores. Sin embargo, no
pretenderemos repetir aquí historias que ya han hallado sus cuidadosos
escribientes, sino que más bien intentaremos efectuar algunos aportes

71
Mauro Vallejo

en relación a ciertos aspectos hasta ahora descuidados o desconocidos


concernientes a las reuniones de la Sociedad de Viena y, por supuesto,
en lo atinente a las actas que guardan registro de las mismas.
Tanto las páginas de Emilio Rodrigué como las de Paul Roazen brin-
dan una descripción bastante acertada de la historia de los encuentros
que en 1908 dieron lugar al surgimiento de la primera Sociedad Psi-
coanalítica1. Por ende, nos limitaremos, en cuanto a tales pormenores
fácticos concierne, a realizar algunos agregados obtenidos de la lectura
de bibliografía complementaria. De todas maneras, y a diferencia qui-
zá de los estudios anteriormente mencionados, pondremos un mar-
cado énfasis en los dos aspectos que más ligazón guardan con los ob-
jetivos de nuestra actual empresa: por una parte, en las páginas de las
minutas, con el fin de, en primera instancia, analizar la forma en que
los casi furtivos agregados del editor de las mismas ya le imprimen a
la fuente una interpretación que cabe describir al menos como par-
cial. En segunda instancia, utilizaremos las actas con el deseo de vis-
lumbrar algunos aspectos del funcionamiento de la sociedad que no
han merecido hasta ahora una indagación profunda.
Por otro lado, será patente desde un comienzo el hincapié que
pondremos en la veta más práctica del asunto. Es decir que a diferen-
cia de otros capítulos del presente libro, se dejará de lado cuanto las
actas dicen acerca de la teoría y las nociones del saber psicoanalítico,
para en cambio dirigir la mirada hacia la forma en que tanto las mi-
nutas como otros textos informan sobre los pormenores más “profa-
nos” de las reuniones de la Sociedad Psicoanalítica de Viena. De to-
das maneras, ello no conlleva que la presente indagación quede re-
legada al estatuto de mero anecdotario, puesto que los eventos exte-
riores que aquí analizaremos conciernen a recortes inherentes al inte-
rior del discurso del psicoanálisis. En efecto, un discurso no guarda
una relación de despreocupada distancia para con los avatares de su
transmisión y memoria, ni para con las políticas de su edición, ni ha
de dar la espalda a la naturaleza de la institución que se vio encarga-
da de su ejercicio. No cualquier minucia relacionada con su desenvol-
vimiento hace al orden esencial de un discurso, pero éste no puede
desentenderse, si pretende ser tal, de las correlaciones y regularidades
que se delinean entre la heterogeneidad de acontecimientos que jalo-
nan su devenir. En tal sentido, podremos observar, a partir del estu-
dio de ciertas características de la primera agrupación psicoanalítica,
la progresiva constitución del emplazamiento de enunciación que el

1. Cf. Emilio Rodrigué, Freud. El siglo del Psicoanálisis, op. cit., Tomo I, capítulos
25 y 26; Paul Roazen, Freud y sus discípulos, op. cit., pp. 199–251.

72
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

emergente saber se arrogará para sí. El discurso del psicoanálisis vie-


nés construirá como sujeto de su alocución un novedoso híbrido, un
insospechado personaje que no es sino la amalgama de equivalencias
y distancias que se generan entre las fuentes de su decir; y todo aquel
que se haya preocupado por los albores de tal disciplina en los paí-
ses a los cuales ingresó, no dejará de reconocer allí el primigenio es-
pécimen de la hoy regulada epidemia. Mesianismo, sexología, herme-
néutica, moral, antropología, vanguardia artística y medicina, consti-
tuyen los disímiles locus de expresión a partir de los cuales emergió el
agente del discurso psicoanalítico. Devino autónomo gracias a la ín-
tima distancia que supo guardar para con ellos, gracias al colapsado
acercamiento que su voz mantenía con esos decires, los cuales per-
seguirán, tal vez para siempre –y cual molesta estela– la exitosa órbi-
ta del nuevo discurso.
Permítasenos aquí decir unas palabras sobre los epítetos que reser-
vamos hace instantes para este proceder. Conlleva tanto riesgo –y pue-
de generar también cierto desaliento en quien se atreva con él– pues-
to que versa sobre un texto invisible. Definir de un modo tal a las ac-
tas supone simplemente recordar lo que dijimos anteriormente acerca
del archivo. Las minutas, a cuya tramposa visibilidad hemos dedicado
el primer capítulo, están gobernadas también por su naturaleza invi-
sible. No se ven, puesto que pocos han querido consultarlas. Perma-
necen fuera de la mirada, pues tan difícil es saber qué dicen; pues eso
que es dicho por ellas resulta por ahora impensable. No han tenido
historia, carecen de un saber que las reconozca como apéndice suyo;
ningún discurso ha explicado porqué merecían ese olvido. Ninguna
memoria recuerda siquiera su abandono.
En ese surco puede imprimirse el carácter casi quijotesco de nues-
tra escritura. Hablar sobre un libro retirado, sobre un texto del cual no
se conoce otra cosa que el comentario que ahora se nos pide que escu-
chemos. ¿Qué se persigue en este afán de agregar infinitas notas al pie
a unas páginas tan frágiles, tan resbaladizas, tan silenciosas? Se trata de
un doble movimiento. Ver, por un lado, qué dicen las actas acerca de
la historia del discurso psicoanalítico; qué manifiestan sobre sus ins-
tituciones, sobre el sujeto de su enunciación. Estudiar, por otro lado,
las historias que dan a las minutas un espacio posible de visibilidad.
Delinear el juego de luces que permita borrar la sombra en que se en-
cuentran retenidas. Correr el espejo negro que el discurso psicoanalí-
tico les ha tendido a esos rastros, para que por fin hallen el terreno en
que sus voces se aproximen a un pensamiento. Quizá cuanto tengan
para decir explique en parte el escenario que las ha tenido capturadas.

73
Mauro Vallejo

Ya fuere por la ingenuidad de sus enunciados, ya por los parentescos


que se creían sepultados.

II. Historia de las actas: breve reverso de una política


Antes de dar comienzo al ya anunciado estudio de las dispersas in-
tervenciones con las que los editores de las actas han impreso en éstas
algo más que notas informativas, brindaremos algunos datos genera-
les acerca de los avatares de las páginas de las minutas. Tal y como se
informa en las palabras introductorias de Herman Nunberg, las hojas
de las actas de Viena fueron confiadas por Sigmund Freud a Paul Fe-
dern al momento de abandonar Viena en 1938, en dirección a su exi-
lio en Londres2. El propio Federn emigró ese mismo año, en septiem-
bre, hacia Nueva York, debiendo dejar en el Viejo Continente a su hijo
Ernst, quien había sido arrestado por la Gestapo, y que pasaría por la
dura prueba de los campos de concentración3. Paul Federn fue el últi-
mo de los psicoanalistas locales en dejar la ciudad de Viena4, habién-
dose hasta entonces desempeñado, desde 1924, como lugarteniente de
Freud en la Sociedad Psicoanalítica. La extrema lealtad de Federn ha-
cia la Causa psicoanalítica ha pasado a la historia a través de una co-
nocida anécdota: era tan raro que aquel faltase a alguna de las activi-
dades de la Sociedad Psicoanalítica de Viena, que en una ocasión en
que se ausentó de las mismas, Freud le escribió “¡Es insólito que usted
haya faltado a la reunión de ayer!”5.
En posesión de las transcripciones originales de las actas (las cua-
les abarcaban el período comprendido entre el 10 de octubre 1906 y
el 19 de noviembre de 1918, además de la reunión del 20 de marzo de
1938), así como de breves anotaciones acerca de las veladas llevadas a
cabo entre 1918 y 19336, Paul Federn intentó conseguir fondos para
su publicación en la década de los años cuarenta, pero no tuvo éxito,

2. Cf. Herman Nunberg, “Introduction”, Minutes I, op. cit., página xvii.


3. Cf. Edoardo Weiss, “Paul Federn (1871–1950)”, en Alexander F., Eisenstein S &
Grotjahn M. (ed.), Psychoanalytic Pioneers, Basic Books, Londres, pp. 142–159.
4. Cf. Ernst Federn, “A cooperation through life”, en Witnessing Psychoanalysis:
from Vienna back to Vienna via Buchenwald and the USA, op. cit., pp. 231–276.
5. Edoardo Weiss, “Paul Federn (1871–1950)”, op. cit., página 145.
6. Los editores consideraron que estas anotaciones eran tan breves que no valía
la pena publicarlas junto con las minutas previas, pues aquellas no guardaban
ningún registro de las discusiones y presentaciones, limitándose en cambio a
datos administrativos (presentes, ausentes, etc.) (cf. Minutes I, pp. xvii–xviii).

74
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

pues los psicoanalistas y psiquiatras a quienes se había dirigido para


tal fin negaron su colaboración. Logró publicar solamente extractos
de una de las actas en una revista de psicoanálisis de la India (Samik-
sa). En su testamento, expresó su deseo de que las minutas fueran pu-
blicadas, dejando a su hijo Ernst y a Herman Nunberg como respon-
sables de dicha tarea. En 1952, Ernst Federn intentó hacerse de fon-
dos para ello, dirigiendo infructuosamente su pedido a una fundación
emparentada con una importante universidad. Finalmente, en 1962
aparece en inglés el primero de los volúmenes de las Minutas, gracias
a préstamos conseguidos por los editores7. En un comienzo estaban
estipulados dos volúmenes más, pero la serie terminó contando con
cuatro tomos8. Unos años más tarde, Ernst Federn explicaría los moti-
vos que las agrupaciones psicoanalíticas tuvieron para resistirse a apo-
yar la aparición de las minutas9: en primer lugar, porque éstas contra-
decían muchos elementos del retrato de Freud elaborado por Jones
en su biografía; en segundo lugar, las actas demostraban que muchos
puntos que eran considerados como recientes innovaciones de la teo-
ría, en verdad reflotaban o repetían conceptos que ya habían sido dis-
cutidos por los psicoanalistas vieneses a comienzos de siglo; en tercer
lugar, esos registros ponían en entredicho las modalidades canónicas

7. Cf. Ernst Federn, “A cooperation through life”, op. cit., página 234.
8. El volumen II apareció en 1967, el tercero en 1974 y el último un año más
tarde. Herman Nunberg había fallecido en 1970; Walter Federn, hermano de
Ernst, había estado a cargo de la búsqueda de referencias y otros datos, y ha-
bía fallecido también, en 1968. La edición alemana publicó el material en cua-
tro tomos, en los años 1976, 1977, 1979 y 1981 respectivamente. De algunas
observaciones de Ernst Federn se colige que dicha traducción incorporó al-
gunos documentos no contenidos en las otras versiones (cf. Ernst Federn Wit-
nessing Psychoanalysis: from Vienna back to Vienna via Buchenwald and the USA,
op. cit., pp. 185, 277–286). La traducción al francés de los cuatro volúmenes se
produjo sin demora (1976, 1978, 1979 y 1983). La versión castellana, realizada
a partir del inglés por Inés Pardal, merece un comentario aparte. El volumen
primero apareció en 1979, y contenía el mismo material que su par inglés (cf.
Las reuniones de los miércoles. Actas de la Sociedad Psicoanalítica de Viena. Tomo I:
1906–1908, Nueva Visión, Buenos Aires). Vio la luz un año más tarde el se-
gundo volumen, el cual abarcaba sólo las minutas de las reuniones compren-
didas entre el 7 de octubre de 1908 y el 2 de junio de 1909, esto es, aproxima-
damente la mitad del tomo II de la versión inglesa (cf. Las reuniones de los miér-
coles. Actas de la Sociedad Psicoanalítica de Viena. Tomo II: 1908–1909, Nueva Vi-
sión, Buenos Aires). Al parecer, debido a un fracaso de ventas, la editorial de-
cidió interrumpir la edición española, razón por la cual los lectores hispano-
parlantes no cuentan con acceso a la integridad de este material.
9. Cf. Bernhard Handlbauer, The Freud–Adler controversy, op. cit., pp. 32–33.

75
Mauro Vallejo

de emprender la formación del analista, pues seguidores de Freud en


Viena devinieron psicoanalistas sin pasar por un análisis personal, y
sin ser obligatoriamente médicos.
Con posterioridad aparecieron minutas no recogidas en la edición
original. En primera instancia, en 1988 se publicó en The Psychoanalytic
Quarterly el acta de la reunión del 24 de febrero de 1909, en la cual
Freud hizo una presentación acerca del fetichismo10. Dicho documen-
to fue hallado por el biógrafo de Otto Rank, E. James Lieberman, en-
tre los papeles de éste, conservados en la Universidad de Columbia.
En segunda instancia, cabría ubicar la reseña de la primera reunión
del grupo, ocurrida en octubre de 1902, que Wilhelm Stekel publicó
el 28 de enero de 1903 en el periódico Prager Tablatt, a la cual ya nos
hemos referido anteriormente; el acceso a dicha recensión era casi im-
posible antes de que Bernhard Handlbauer la reprodujera en 1990 en
la edición original alemana de su libro sobre las controversias entre
Freud y Adler11. Difícilmente pueda considerarse que esas páginas con-
forman un acta propiamente dicha, pero de todas formas brindan un
tentativo registro de esa primigenia velada, y poseen un valor históri-
co no desdeñable. Por último, en 1995 aparecen en alemán las minu-
tas que registran las actividades de la Sociedad Psicoanalítica de Viena
correspondientes al período que se extiende entre el 22 de diciembre
de 1918 y el 17 de octubre de 1923. El descubrimiento y edición de ta-
les actas estuvo a cargo de Karl Fallend, quien afirma haber encontra-
do esos documentos en la sucesión de Siegfried Bernfeld, atesorada en
la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos de Norteamérica12.
No fue posible determinar cómo llegaron esas actas al poder de Bern-
feld, quien, tal y como mencionamos al comentar un texto de Kenne-
th Mark Colby, poseía asimismo la copia de al menos algunas de las
minutas luego publicadas por Federn y Nunberg. Es bastante factible
que Bernfeld, pionero en la investigación histórica del psicoanálisis y
acallado autor del primer volumen de la biografía de Freud escrita por
10. Cf. Louis Rose (ed.), “Freud and the fetishism: previously unpublished min-
utes of the Vienna Psychoanalytic Society”, The Psychoanalytic Quarterly, Vol-
ume LVII, 1988, N° 2, pp. 147–166. La traducción francesa apareció en 1989
en la Revue internationale d’histoire de la psychanalyse, N° 2, pp. 421–439. En cas-
tellano apareció en el número 6 de la revista Malentendido, del año 1990, pp.
109–117.
11. Cf. The Freud–Adler controversy, op. cit., pp. 18–21. En rigor de verdad, dicha
“minuta” había sido reeditada ya por Stekel en un artículo de 1923 al que lue-
go haremos mención.
12. Tal y como ya ha sido señalado, afortunadamente estas minutas fueron tradu-
cidas al castellano (cf. Karl Fallend, Peculiares, soñadores, sensitivos, op. cit.).

76
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

Jones, haya accedido a las minutas en su privilegiado papel de histo-


riador que contaba con la anuencia de Anna Freud13.
Por consiguiente, cabe decir que actualmente el lector puede acce-
der a los registros de las discusiones que tuvieron lugar en la Sociedad
Psicoanalítica de Viena entre 1906 y 1923. En tal sentido, ambas fe-
chas pueden devenir indicios de una posible respuesta a las preguntas
que, por ingenuas que parezcan, son tal vez fundamentales: ¿por qué
existen las minutas?, o, en otras palabras, ¿por qué, habiéndose deci-
dido tomar registro escrito de esas discusiones, 1906 y 1923 aparecen
como fechas de inicio y final de dicha sed de rastros?
Sorprendentemente, pocos de los historiadores por nosotros con-
sultados han intentado alguna solución al enigma, siendo que la ma-
yoría de ellos ni siquiera se planteó el interrogante. José Gutiérrez Te-
rrazas sostiene que las minutas comienzan en 1906 debido a la nece-
sidad que tenía el grupo de conservar un registro de sus discusiones
luego de cuatro años de trabajo14, en tanto que Roland Jaccard pro-
pone que el propio Freud consideró que esos debates eran suficiente-
mente valiosos como para merecer un secretario que se encargase de
su transcripción15. Por último, Michel Schneider sugiere que la crea-
ción de las actas es uno de los indicios de la progresiva institucionali-
zación del grupo16, a lo cual Jaap Bos agrega una breve sugerencia que
de cierta forma anticipa la hipótesis que nosotros intentaremos funda-
mentar luego; en efecto, el último autor ubica a las minutas, así como
a las primeras revistas de psicoanálisis, como elementos de una polí-
tica de control sobre el acceso y difusión de fuentes de posible intro-
ducción al saber psicoanalítico. Contar con las actas, y luego con los
órganos de publicación, significaba poseer un medio seguro de deci-
sión sobre quién podía tener acceso a ese material, y por ende, acce-
so al discurso y disciplina psicoanalítica17. Las mentadas hipótesis pa-
recen plausibles, pero existen elementos que nos permiten proponer
una explicación alternativa y más puntual.
13. Acerca del rol desempeñado por Bernfeld en estos asuntos, y particularmente
en la escritura de la biografía de Freud, véase Mikkel Borch–Jacobsen & Sonu
Shamdasani, Le dossier Freud. Enquête sur l’histoire de la psychanalyse, Les Empê-
cheurs de penser en rond, París, 2006, pp. 365–416.
14. Cf. José Gutiérrez Terrazas, “Presentación del trabajo “Los Tres ensayos de teoría
sexual un siglo después de su primera edición”, Revista de Psicoanálisis, Asocia-
ción Psicoanalítica de Madrid, N° 46, 2005, pp. 69–85, sobre todo página 71.
15. Cf. Roland Jaccard, Freud el conquistador, Ariel, Barcelona, 1985, página 67.
16. Cf. “Préface”, en Nunberg H. & Federn E. (ed.), Les premiers psychanalystes. Les
Minutes de la Société Psychanalytique de Vienne, op. cit., Tome IV, página VIII.
17. Cf. Jaap Bos, “Rereading the Minutes”, op. cit., pp. 250–251.

77
Mauro Vallejo

En términos generales, es indudable que la Sociedad Psicoanalíti-


ca de Viena, en su decisión de guardar actas de sus discusiones, se en-
laza con toda una tradición propia a las agrupaciones científicas de la
época, principalmente a las sociedades médicas. Atesorar las minutas
de los debates es un gesto que liga a múltiples enclaves de la cientifi-
cidad moderna. De todas maneras, es posible sugerir un determinan-
te más preciso para explicar tanto la existencia de las minutas como
la fecha de inicio de su producción. ¿No hay acaso una coincidencia
muy clara entre, por un lado, el comienzo de las minutas (octubre de
1906), y por otro, los primeros contactos con Zurich, los cuales ponen
punto final al presunto aislamiento de Freud? En efecto, 1906 será la
fecha del inicio de la correspondencia con Jung, y consecuentemen-
te Freud relatará en varias oportunidades que su ostracismo sólo lle-
gó a su fin a partir de la apertura de los contactos con la escuela sui-
za18. Es decir que podría establecerse una ligazón entre la determina-
ción de llevar registro de los debates y los primeros pasos en la expan-
sión de la doctrina psicoanalítica. En apoyo de tal hipótesis podemos
citar un breve fragmento de la carta que Freud dirigiera a Jung el 10
de mayo de 1908:

“En estos días me preocupa el problema relativo a cómo podría-


mos estrechar más las relaciones científicas entre Zurich y Viena,
de modo tal que no perdamos el mutuo contacto hasta el próximo
congreso. ¿No opina usted que sería conveniente remitirle con re-
gularidad a usted o a su asociación de Zurich las actas de las sesio-
nes de la “Asociación Psicoanalítica Vienesa”?
(...) Cuando contemos con el Jahrbuch podrán publicarse segura-
mente las actas de las sesiones de nuestras sociedades”.19

Es decir que los intereses políticos de Freud en lo concerniente a


la difusión de la práctica psicoanalítica, no habrían sido en absoluto
ajenos a la confección de los registros conocidos bajo el nombre de
minutas. Las actas podían transformarse en un instrumento de super-
visión y control de los trabajos producidos por otras sociedades, así
como en material de transmisión del floreciente saber20. En efecto,

18. Véase infra, capítulo III, § III.


19. Freud/Jung, página 192.
20. Testigo de ello podría ser, por ejemplo, la carta de Ferenczi a Freud, fechada el
22 de noviembre de 1908, en la cual el húngaro daba cuenta de la forma en
que las actas de los miércoles le permitían conocer las actividades y discusio-
nes producidas en la Sociedad de Viena (cf. Freud/Ferenczi, I, 1, página 69). Tal

78
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

en los primeros órganos de difusión y prensa del movimiento psicoa-


nalítico se publicaban breves resúmenes de las actividades periódicas
de cada una de las sedes de la Asociación Psicoanalítica Internacional
(IPA, por sus siglas en inglés)21. Por otro lado, la publicación de tales
reportes fue objeto de cierta disputa entre los vieneses y el mando sui-
zo, en la medida que era necesario arribar a un acuerdo sobre qué ma-
terial debía publicarse en los órganos de cada bando, el Zentralblatt y
el Korrespondenzblatt respectivamente. Tal discusión fue registrada en
las actas de la reunión del 5 de octubre de 1910. El contenido de esa
minuta nos interesa particularmente, puesto que de la intervención de
Freud es posible extraer otra confirmación para nuestra hipótesis sobre
la interdependencia entre la política inherente al movimiento y la con-
servación de los registros escritos. Durante la referida reunión de oc-
tubre, Rank pregunta si los informes a enviar al órgano de la IPA (Ko-
rrespondenzblatt) deben incluir sólo el título de las ponencias o si ade-
más debe figurar un resumen de los contenidos. Stekel, en calidad de
editor del Zentralblatt, aboga por que se remitan sólo informes de una
o dos líneas, alegando que el órgano a su cargo se encargará oportuna-
mente de la difusión de las minutas. Tanto Federn como Hilferding se
oponen a la propuesta de Stekel, y Freud agrega que sería más conve-
niente la publicación de breves síntesis de las presentaciones. A conti-
nuación afirma: “De todas formas, las discusiones deben, por supues-
to, hacerse accesibles. Pero el staff editorial debe asegurarse de obtener
las actas provenientes de Zurich, Berlín y Budapest”.22.
Podemos decir entonces que, independientemente de la pelea en-
tre ambas revistas por obtener la responsabilidad de publicar las actas,
aquello que cabía garantizar era que las minutas de todas las socieda-
des aglutinadas en la IPA fueran difundidas; de forma tal, agregamos
nosotros, de colaborar en la estrategia de conformación de un movi-
miento internacional, con todo lo que una empresa tal exige: contacto
entre las distintas sedes locales, circulación de las informaciones acer-
ca de sus actividades, con el objetivo de tornar posible una supervisión

y como se deduce de la carta del 20 de noviembre de 1909, Ferenczi recibía las


actas a través de Rank. Recordemos que a pesar de que el psicoanalista húnga-
ro era miembro de la filial vienesa desde octubre de 1908, recién en noviem-
bre de 1912 participa por vez primera en una de las reuniones de la Sociedad.
21. Por otra parte, en varias ocasiones durante la correspondencia entre Freud y
Jung, se discutió acerca de cómo proceder en la publicación de esos informes
(cf. cartas de los días 29 y 31 de octubre de 1910, 6 de noviembre de 1911, 29
de febrero y 3 de marzo de 1912).
22. Minutes III, página 3.

79
Mauro Vallejo

constante de sus tareas por parte de sus pares y de las autoridades del
movimiento23. Es por supuesto evidente que el rédito de la existencia
de una permanente difusión de las minutas de las sociedades no se re-
ducía a la labor de mutua vigilancia que de tal forma se posibilitaba.
Ello colaboraba también en otros posibles efectos que de tal estrate-
gia podían desprenderse, como ser una ampliación de horizontes teó-
ricos y un enriquecimiento de los tópicos a tratar.
En favor de nuestra sugerencia puede esgrimirse otro sustento, esta
vez en lo atinente a la finalización de las minutas. Si bien es posible
que la consolidación del edificio psicoanalítico (lograda en los prime-
ros años de la década del 20, luego de las últimas defecciones) hacía
innecesario un control estricto de posibles divergencias en otros pun-
tos del mapa mundial, y por ende las actas perdían su justificación, es
plausible que otro factor haya sido de mucho mayor peso en la deter-
minación del fin de los registros: a partir de 1923 Freud, en razón de
sus problemas de salud, dejó de participar (a excepción de la reunión
en honor del fallecido Abraham) en las actividades de la Sociedad Psi-
coanalítica de Viena24. Al parecer, la ausencia permanente del maestro
hizo que la labor de trascripción de las discusiones perdiera todo sen-
tido a los ojos de los restantes miembros de la institución.
Esto último se refleja claramente en lo que tal vez sea la primera
declaración oficial por parte de la Sociedad Psicoanalítica de Viena res-
pecto del vacío que dejaba Freud al ausentarse de las reuniones. Efec-
tivamente, durante el Congreso de Salzburgo celebrado entre los días
21 y 23 de abril de 1924, un informe redactado por Paul Federn y pu-
blicado en el órgano internacional declara lo siguiente:

23. De tal forma, sugerimos incorporar la existencia de las actas a la actividad edi-
torial que tanto preocupó a Freud desde los inicios del movimiento. Para una
completa toma en consideración de la importancia que Freud asignaba a dicha
actividad, véase Brigitte Lemérer, Michel Plon & Francoise Samson, “Freud et
l’activité editoriale”, Essaim, N° 7, 2001, pp. 59–81.
24. Cf. Richard Sterba, Reminiscences of a Viennese Psychoanalyst, op. cit., pp. 29,
102–105; Isidor Sadger, Recollecting Freud, op. cit., página 53; Hans Sachs, Freud.
Master and Friend, op. cit., página 169; Roazen agrega que otro motivo de Freud
para no participar en las reuniones de la Sociedad fue su temor a que su presen-
cia inhibiera a los participantes en las discusiones (cf. Paul Roazen, Freud y sus
discípulos, op. cit., pp. 357–358). Isidor Sadger refiere que el homenaje a Abra-
ham no fue la única excepción en que Freud se hizo presente en la Sociedad
Psicoanalítica de Viena; en 1924, es decir pocos meses después de la delicada
intervención quirúrgica, Freud participó de una de las reuniones, pero su des-
mejoramiento físico era tan notable que sus discípulos no pudieron esconder
su preocupación (cf. Isidor Sadger, Recolecting Freud, op. cit., pp. 124–125).

80
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

“En Viena nuestro Vice–Presidente, el Dr. Rank, ha presidido nues-


tras reuniones en reemplazo del Profesor Freud (...) La desgracia que
este Congreso está padeciendo por la ausencia del Profesor Freud
ha sido ya nuestra suerte en Viena, y lo hemos sentido cuanto más
debido a que desde el comienzo hemos contado con el placer per-
sonal y el gran privilegio de escuchar a Freud en persona intervi-
niendo cada vez que aparecían dificultosas cuestiones u objecio-
nes, las cuales parecían muchas veces imposibles de resolver. Ge-
neralmente él era el último en intervenir durante nuestras discu-
siones, y su vasto entendimiento y conocimiento aclararían mu-
chas veces la dificultad a través de una simple frase. Al principio
estábamos perdidos sin él, y nuestra actual esperanza es que nues-
tro Presidente podrá en breve retomar su posición, y que enton-
ces él nos encontrará igualmente ansiosos por aprender de él, pero
más independientes”.25

En estos enunciados se percibe sin duda el tenor que regirá las ul-
teriores manifestaciones de los miembros, al momento en que recuer-
den el clima que regía las reuniones de los miércoles presididas por
Freud. Asimismo trasluce todos y cada uno de los asertos con que la
historiografía psicoanalítica dará cuenta más tarde de las características
de las discusiones llevadas a cabo en la primer sociedad psicoanalítica.
En este instante nos interesa de todos modos leer tras ese lamento la
constatación que pudo haber motivado la decisión de los miembros
de dejar caer en el pasado el cuidado por registrar los debates.
Desde 1923 en adelante, todo cuanto se hacía era confeccionar un
listado de los presentes, los títulos de las ponencias y las incorporacio-
nes de nuevos miembros, los cuales eran luego publicados en la sección
destinada a ese tipo de informaciones en las revistas de la organización
internacional. Así, en cuanto respecta a la Sociedad Psicoanalítica de
Viena, se prosiguió con esa rutina aun después de que ya no se toma-
ban actas completas de las discusiones. A partir de 1920 esos informes
aparecerían en The International Journal of Psycho–Analysis firmados mu-
chas veces por Anna Freud, Siegfried Bernfeld o Robert Hans Jokl.

25. “Report of the Eigth international Psycho–analytical Congress”, Bulletin of the


International Psychoanalytical Association, International Journal of Psycho–Analysis,
Volume V, 1924, Parts 1–2–3, página 404. El texto es citado en extenso por
Ernst Federn (cf. “A cooperation through life”, op. cit., pp. 247–248). Allí, el
hijo de Federn declara que el Congreso de Salzburgo fue el séptimo; se tra-
ta de un error, o quizá responda a la costumbre de considerar que el primero
fue el de 1910 y no el de 1908, fecha esta última en que la organización in-
ternacional no había sido creada aún.

81
Mauro Vallejo

Todas las sucesivas revistas de la Asociación Internacional contaban


con una sección destinada a los informes de las actividades de cada
uno de los grupos locales. Cada sociedad enviaba el listado de los en-
cabezados de las presentaciones realizadas, junto con la información
de los miembros y las incorporaciones, adjuntando a veces pequeñas
reseñas de los trabajos comentados. En lo concerniente al grupo vie-
nés, dichas reseñas coinciden en algunos casos con el material publi-
cado en las minutas, aunque en los órganos de la agrupación interna-
cional prácticamente no se daba cuenta de los detalles de las discusio-
nes. Cabe señalar que para el período sobre el cual en la edición in-
glesa de Nunberg no se brindan actas de ningún tipo (desde mayo de
1915 hasta noviembre de 1918), se hallan en los correspondientes nú-
meros del Internazionale Zeitschrift für ärztliche Psychoanalyse los datos de
los títulos presentados en cada reunión26.

III. La edición de Herman Nunberg. O de las utilidades


estratégicas de los márgenes

“Contra la representación, elaborada por la mis-


ma literatura, según la cual el texto existe en sí
mismo, separado de toda materialidad, debe-
mos recordar que no existe texto fuera del so-
porte que lo da a leer (o a escuchar) y que no
hay comprensión de un escrito cualquiera que
no dependa de las formas en las cuales llega a su
lector. De aquí, la distinción indispensable entre
dos conjuntos de dispositivos: aquellos que de-
terminan estrategias de escritura y las intencio-
nes del autor, y los que resultan de una decisión
del editor o de una obligación del taller”.

(Roger Chartier, El mundo como representación)

Podemos ahora, tras estas aclaraciones preliminares acerca de la edi-


ción de las minutas y sobre su existencia, dirigirnos hacia el punto ya

26. La edición francesa de las actas sí incorporó las breves notas conservadas de las
reuniones comprendidas en dicho período (cf. Nunberg H. & Federn E. (ed.),
Les premiers psychanalystes. Les Minutes de la Société Psychanalytique de Vienne, op.
cit., Tome IV, pp. 333–360).

82
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

referido, esto es, las visibles huellas que los editores han dejado –en el
texto a su cuidado– de su posición doctrinal y política. En términos
de la tipología propuesta por Grubrich–Simitis27, estaríamos ante un
ejemplo de edición crítica, puesto que además de acercar al lector una
fuente, los editores han decidido aportarle una introducción, un apa-
rato de notas e índices, que posibilitan un estudio más detallado e in-
formado del escrito en cuestión. Su labor ha sido en ciertos aspectos
totalmente encomiable, sobre todo en cuanto respecta a la búsqueda
de referencias bibliográficas y datos complementarios de autores men-
cionados en las discusiones. Sin embargo, al mismo tiempo han inser-
tado una serie de observaciones y advertencias, tanto en la introduc-
ción como en las notas al pie, que amenazan con transformar este tro-
zo de archivo en mera validación de ciertas hipótesis del propio Nun-
berg acerca de la construcción del discurso psicoanalítico. Dedicare-
mos a estas consideraciones un comentario minucioso, pues no han
sido suficientemente evaluadas.
En efecto, pocos comentadores de las minutas han advertido el ca-
rácter tendencioso de las intervenciones del editor. Por ejemplo, Mar-
tin Grotjahn, en una reseña que ya hemos mencionado anteriormen-
te, señalaba tempranamente la poca pertinencia de algunas de las no-
tas editoriales28; Rosemary Balsam, por su parte, lamentó la facilidad
con que Nunberg calificaba de erróneas algunas de las tesis de los vie-
neses29. Por último, sería posible, utilizando las fuentes a las cuales ac-
tualmente se tiene acceso, mostrar la falsedad de algunos comentarios
de Nunberg, tal y como sucede, por caso, con la nota que figura en la
minuta del 26 de abril de 191130, definitivamente desmentida por al-
gunos pasajes del texto de Philip Kuhn31. En dicha nota, el editor con-

27. Cf. Ilse Grubrich–Simitis, Freud: retour aux manuscrits. Faire parler des documents
muets, op. cit., página 305.
28. Cf. Martin Grotjahn, “Book Review. Minutes of the Vienna Psychoanalytic Society.
Volume II”, op. cit., página 115. Asimismo, Michel Schneider se referirá al “reli-
gieux polissage” de los editores de las actas (cf. “Préface”, en Nunberg H. & Fed-
ern E. (ed.), Les premiers psychanalystes. Les Minutes de la Société Psychanalytique de
Vienne, op. cit., Tome IV, página VIII). En último lugar, Jaap Bos, advirtiendo
la inmensa cantidad de notas al pie de los editores, critica la tendencia de és-
tos a interpretar aquellas discusiones a partir de la teoría psicoanalítica contem-
poránea (cf. Jaap Bos “Rereading the Minutes”, op. cit., página 229 n.).
29. Cf. Rosemary Balsam, “Women of the Wednesday Society: The Presentations
of Drs. Hilferding, Spielrein, and Hug–Hellmuth”, op. cit., página 304.
30. Cf. Minutes III, página 236 n.
31. Cf. Philip Kuhn, “A pretty piece of treachery: the strange case of Dr Stekel and
Sigmund Freud”, op. cit.

83
Mauro Vallejo

cluye que la reseña que Freud escribiera sobre el libro de Stekel El Len-
guaje de los Sueños, y que debía aparecer en el Jahrbuch, finalmente no
vio la luz por decisión del autor de la misma. Pues bien, una tal aseve-
ración no se condice con las evidencias analizadas por Kuhn. Por otro
lado, muchos de los comentarios en que el editor incurre en el terre-
no de la historia de las ideas, son erróneos. Por ejemplo –y esta es una
falacia muy extendida entre los textos psicoanalíticos–, cuando afir-
ma que antes de la aparición de los trabajos Freud se creía que la his-
teria era una enfermedad exclusivamente femenina32. Mencionemos
asimismo dos ejemplos más: por una parte, Nunberg dirá que las Mi-
nutas demuestran que desde muy temprano Freud sugirió que los ana-
listas debían atravesar por un análisis personal en aras de eliminar sus
puntos ciegos33, cuando en realidad no es posible hallar ningún apo-
yo a esa aserción34; por otra parte, el editor dirá, dando cuenta más de
sus afinidades doctrinales que del contenido de las actas, que la con-
tratransferencia fue un temprano tópico de discusión en las reunio-
nes. De todas maneras, vale adelantar que el espíritu de nuestra lectu-
ra no estará guiado por este afán de corrección, necesario quizá, sino
antes bien por el interés por delimitar cómo a través del conjunto de
aditamentos realizados por Nunberg se perfila subrepticiamente una
interpretación particular de la fuente. En tal sentido, nos referiremos
sólo a los cuatro volúmenes que conforman la edición original de las
minutas, puesto que ellos son los únicos que presentan el aparato crí-
tico que será sometido a nuestra indagación. En efecto, existe un cla-
ro contraste entre tal aparato editorial y el efectuado por Karl Fallend
para las actas posteriores a 1918, siendo que éste último ofrece al lec-

32. Cf. Minutes II, página 44 n.


33. Cf. Herman Nunberg, “Introduction”, en Minutes I, página xxi. Igualmente in-
fundada es la tesis, en cierto sentido inversa, planteada por Olivier Ouvry, se-
gún la cual las reuniones de los miércoles habrían conducido a Freud a una
toma de conciencia sobre la necesariedad del análisis del analista (cf. Olivier
Ouvry, “La adolescencia en las actas de la Sociedad Psicoanalítica de Viena.
Nacimiento de la teoría de la adolescencia en el psicoanálisis”, Revista Urugua-
ya de Psicoanálisis, N° 95, 2002, pp. 130–151; especialmente página 134). En
tal sentido Michel Schneider tiene razón al decir que la cuestión de la forma-
ción del analista sólo tardíamente será planteada en las discusiones (cf. Michel
Schneider, “Préface”, op. cit., página XIII).
34. Freud había de hecho mencionado, durante una discusión del 4 de mayo de
1910, la forma en que los complejos personales influyen en la capacidad de
analizar cierto material (cf. Minutes II, página 514); no obstante, nada indica
que en esa aseveración esté indicada la necesidad del análisis del analista, tal
y como arguye Nunberg en la nota que figura tras la declaración de Freud.

84
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

tor suplementos de lectura acerca de los cuales ninguna crítica pue-


de ser elevada.
Un texto está sometido a distintas lecturas, interpretaciones, redu-
plicaciones que lo exponen a una suerte de dispersión inevitable. Sin
embargo, no todas esas intervenciones son de la misma índole, o lo-
gran similar alcance. Con ello no nos referimos al éxito de aceptación
que cada una logre, o la exactitud de las herramientas y postulados
puestos en juego. Tal y como lo recordaba Starobinski35, el texto está
siempre allí para medir la corrección de las interpretaciones que sobre
él se ofrecen; su existencia material sirve de inmejorable árbitro cuan-
do se trata de dilucidar si una lectura ha errado o ha dado en el blan-
co, si una exégesis ha respetado lo dicho o se ha limitado a agregarle
aditamentos innecesarios. De todas maneras, para acercarse al material
de un documento como las actas es necesario previamente, si no de-
purarlo de toda una serie de restos de una lectura ya hecha, al menos
sí cernir cómo esa lectura es parte de una estrategia acerca de la trans-
misión de este saber. La introducción, las advertencias y las notas del
editor imprimieron al texto que llega a nuestras manos una interpre-
tación que, de no ser develada, amenaza con hacer pasar una lectura
secundaria por componente del material primario.
Cabe por tal razón decir que además de considerar cuanto ha sido
dicho sobre las actas, nos pusimos como fin atender a esos indicios de
una interpretación que, por la posición privilegiada –incluso material-
mente hablando– en que se encuentra, atenta contra la posibilidad de
un estudio objetivo y minucioso de una fuente ya alterada.
Evaluemos, para comenzar, la introducción que figura en el pri-
mer volumen de las minutas. Su contenido sirve a la vez de anticipa-
ción del tenor que portarán las ulteriores notas editoriales –en el sen-
tido de enfatizar la irreprochabilidad de la actitud de Freud–, al tiem-
po que repiten casi en los mismos términos el tipo de alocuciones con
que otros discípulos freudianos habían resaltado ya la genialidad del
maestro vienés. No obstante, tanto la introducción como los peque-
ños esbozos biográficos, los cuales aparecen al comienzo de todos los
volúmenes exceptuando el segundo, brindan al lector algunas infor-
maciones muy útiles acerca de los integrantes de la Sociedad Psicoa-
nalítica de Viena, y sobre los avatares de dicha institución.
En primer lugar, sale a nuestro paso una idea que, por curiosa que
nos parezca, reencontraremos en múltiples textos acerca de las discu-
siones de los miércoles. Según Nunberg, el grupo de los psicoanalis-
tas congregados los miércoles habrían venido a ocupar la posición que
35. Cf. Jean Starobinski, “La literatura. El texto y el intérprete”, op. cit., página 184.

85
Mauro Vallejo

años antes correspondiera a Fliess, esto es, de público y oyente de las


ideas de Freud. El conjunto de los vieneses habría sido la “caja de re-
sonancia” (sounding board) que Freud precisaba para proseguir su pen-
samiento36. En consonancia con esta tesis central, Nunberg enfatiza-
rá asimismo la distancia abismal que separaba al genio de Freud de la
mediocridad de sus colegas.

“En el curso de esas discusiones tuvo lugar un proceso de toma y


daca. Naturalmente, Freud daba más de lo que los otros podían re-
cibir. Por supuesto, existía una tremenda brecha entre la compren-
sión del psicoanálisis alcanzada por los discípulos y la del propio
maestro. Cuando aquellos eran meros principiantes, Freud ya ha-
bía sentado las bases de su monumental edificio. Los convidados
se reunían en torno de una rica mesa, pero no todos podían dige-
rir lo que se les ofrecía”.37

Este cuadro, sumado a la tesis antes referida, funciona como una suer-
te de pivote central que vertebra toda la interpretación que de las minu-
tas ofrece Nunberg. Y de ella se desprenden, casi por necesidad lógica,
la serie de derivaciones que no hacen otra cosa que reforzar ese espec-
táculo del tenaz maestro apacentando a sus obnubilados corderitos.
En primer lugar, todo disenso teórico o enfrentamiento con Freud
será retranscrito por el editor en clave psicoanalítica, pues ¿qué po-
drían señalar sino la resistencia de estos sujetos a asumir la existencia

36. Cf. Herman Nunberg, “Introduction”, en Minutes I, página xx. La temprana bio-
grafía de Wittels describía ya en esos términos el espíritu de las reuniones (cf.
Fritz Wittels, Sigmund Freud. His personality, his teaching & his school, op. cit., pá-
gina 134). Véase también Helene Deutsch, “Freud and his pupils: a footnote
to the History of the Psychoanalytic Movement”, The Psychoanalytic Quarterly,
Volume 9, 1940, 11. 184–194; Ronald Clark, Freud. The man and the cause, Ran-
dom House, New York, 1980, página 213; Herbert Waldhorn, “Books reviews.
Minutes. Volume I”, The Psycho–analytical Quarterly, 2, 1963, página 250; Peter
Gay, Freud. Una vida de nuestro tiempo, Paidós, Buenos Aires, 1989, página 207.
Sorprendentemente, incluso Paul Roazen parece haber adherido a esa descrip-
ción (cf. Paul Roazen, Hermano animal, op. cit., página 66), así como Michel Sch-
neider (cf. “Préface”, op. cit., página XIX). Menos extraña resulta por supuesto
la ornamentada defensa que de ella hizo Jacques Lacan al decir que “... el pri-
mer sonido del mensaje freudiano resonó con sus ecos en la campana vienesa
para extender a lo lejos sus ondas” (“La cosa freudiana o sentido del retorno a
Freud en psicoanálisis”, Escritos I, Siglo XXI, México, 1998, página 385).
37. Herman Nunberg, “Introduction”, en Minutes I, pp. xxii–xxiii; cita tomada de
la traducción castellana (página 15); los resaltados son nuestros. La misma idea
se repite en páginas xxvii y xxx.

86
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

del Inconsciente?38. Y esas “resistencias” se condicen bastante con otro


dato que Nunberg tiene el cuidado de adelantar: estos miembros es-
taban en su mayoría aquejados de conflictos psíquicos, para los cua-
les esperaban hallar en el nuevo saber una pronta solución39. Ello ex-
plicaría una particularidad de las discusiones sobre la cual luego retor-
naremos, esto es, la necesidad de estos sujetos de hablar de sí mismos,
de sus conflictos y dificultades, en su desesperado afán por liberarse
de sus padecimientos40.
En segundo lugar, las minutas que Nunberg nos ofrece serían la
fuente potencial de un retrato de Freud. Las tesis recién referidas re-
flejan claramente el tipo de abordaje que en la introducción de este li-
bro hemos intentado desmentir; según la lectura del editor, el psicoa-
nálisis como cuerpo de doctrinas seguras, existiría en una relación de
independencia y antelación respecto de estas discusiones; estos deba-
tes serían una mixtura de compleja naturaleza: especie de espejo en
que Freud practicaba reconocer su rostro; grupo de estudio que apor-
taría al maestro el fin de su soledad, y la oportunidad de cierto inter-
cambio y regocijo; también manantial de probables aditamentos que
Freud sabría incorporar a su teoría. Sin embargo, de simple barniz a
tímida ornamentación, toda adición que estas discusiones aportasen
al saber freudiano no harían otra cosa que complementar o comple-
jizar un pétreo pensamiento que sabría mantenerse incólume frente
a la estampida de nuevas propuestas. En consonancia con ello, estas
actas mostrarían, a los ojos de Nunberg, “...cómo funcionaba la men-
te de Freud”41. Podrá reprochársenos que ni nosotros ni otros comen-
tadores habrían prescindido de un postulado tal, puesto que general-
mente se estudian estas discusiones en relación a la teoría o la biogra-
fía de Freud. Mas existe una clara distancia entre el confeso énfasis de
estudiar la fuente por el sesgo de la manera en que colabora en la com-
prensión de ciertos aspectos de los textos freudianos, y la pretensión

38. Op. cit., página xxiii.


39. Op. cit., página xxi. Más adelante tendremos ocasión de apreciar de qué ma-
nera esa idea tendrá una prolongada aceptación en otros investigadores y psi-
coanalistas (cf. infra, capitulo III, § II).
40. Ibíd.
41. Op. cit., página xxix; no hemos utilizado la traducción castellana de tal senten-
cia, pues no coincidimos con ella. Ernst Federn, el otro encargado de la edi-
ción, compartía ese punto de vista, tal y como puede percibirse por la forma
en que se refiere a las minutas: “Él [Freud] conservó, sin embargo, las actas
de las reuniones en las cuales había construido el movimiento psicoanalítico”
(Ernst Federn, “Freud, hero or villain”, en Witnessing psychoanalysis, op. cit., pp.
177–189; cita de la página 179).

87
Mauro Vallejo

de ver en estos registros una vía de acceso a los laberintos de la mente


de Sigmund Freud. Sobre todo cuando esa vana pretensión se acompa-
ña de los axiomas que elevan a Freud a una suerte de posición éxtima
respecto a cuanto acontecía en estos debates. Así, Nunberg pretenderá
que Freud nunca habría perdido el control de su grupo42, aserción que,
tal y como hemos visto al comentar los sucesos que siguieron al Con-
greso de Nuremberg, es absolutamente equivocada. Aquella hipótesis
se ubica también en continuidad con la forma en que Nunberg se re-
fiere a los conflictos políticos del grupo y a las defecciones acaecidas.
Dichas rupturas se habrían producido cada vez que, sea por razones
de ambición personal, sea por resistencias al saber freudiano, algunos
integrantes deseaban contaminar la doctrina psicoanalítica con ideas
extrañas a la pureza de tal saber. Pues bien, Nunberg utilizará el casto
lenguaje de la renuncia para describir esos desgarros43.
En base a todo esto, pero principalmente en consideración de las
notas que ahora pasaremos a analizar, parece casi irónico que Nun-
berg advirtiera una y otra vez que su proyecto había sido reducir al
mínimo las notas y comentarios, por temor a que ellos pudiesen obs-
taculizar el juicio independiente del lector44. Los comentarios del edi-
tor suelen apuntar a dos objetivos principales: enaltecer la clarividen-
cia de Freud y denostar a los discípulos que luego rompieron con la
tradición freudiana. Un caso extremo del primer afán lo constituye un
agregado efectuado por Nunberg al final de la minuta de una reunión
de octubre de 1912. Tras una presentación de Freud, se desencadena
un pequeño debate acerca de la envidia del pene y el complejo de cas-
tración. El último en tomar la palabra es Freud, quien ofrece su pro-
pia perspectiva acerca de la relación entre la envidia de pene y el nar-
cisismo. En la nota al pie que Nunberg agrega a esta intervención, se
lee: “Uno se encuentra, digamos, aliviado al escuchar, luego de tantas

42. Herman Nunberg, “Introduction”, en Minutes I, página xxiv.


43. Op. cit., pp. xxiv–xxvi. Tal y como lo hemos afirmado ya, repetimos aquí que
el texto de Philip Kuhn es una fuente imprescindible para comprender cabal-
mente la frecuencia con que Freud se esforzó, a través de complejos pactos y
estrategias, por lograr la expulsión de algunos miembros, quienes eran con-
ducidos de tal modo a manifestar su “renuncia”. Por ejemplo, en cuanto al
caso de Adler respecta, las cartas dirigidas por Freud a Ferenczi (28 de mayo
de 1911) y a Jung (15 de junio de 1911) ponen en evidencia cómo el primero
logró deshacerse de aquel mediante un plan muy simple: exigió al editor del
Zentralblatt la renuncia del teórico de la protesta masculina a su puesto en la
revista.
44. Cf. Herman Nunberg, “Introduction”, en Minutes I, página xviii. Véase asimis-
mo Minutes II, página 332 n.; Minutes III, página xi.

88
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

discusiones un tanto inútiles, estas simples y claras palabras”45. La se-


gunda clase de comentarios de Nunberg se devela ejemplarmente en
otra nota al pie adicionada al final de una discusión acerca de la elec-
ción de profesión. En dicha nota, el editor confiesa su exasperación,
admitiendo que se desviará de la promesa realizada de no criticar a los
miembros de las reuniones. Tras quitarse la mordaza que frenaba has-
ta entonces su furia, tranquilamente dice:

“Esta presentación de Stekel es una de las más confusas; contiene


además numerosas interpretaciones injustificadas y generaliza-
ciones. Las discusiones ulteriores reflejan, por así decir, los caballi-
tos de batalla de algunos de los participantes. Stekel, por ejemplo,
tenía una facilidad especial con los símbolos, y uno tiene derecho
a decir que incluso Freud, quien no estaba originalmente dema-
siado interesado en el simbolismo, siguió a regañadientes a Stekel
en ese terreno”.46

¿Qué sucede cuando se trata de alguna intervención de Freud que


no se condiga demasiado con la versión del psicoanálisis que Nun-
berg tan enconadamente defiende? Pues el editor, haciendo gala de
una versatilidad sorprendente, apelará entonces a un mal registro de
las palabras de Freud, o, en su defecto, al hoy tan célebre axioma se-
gún el cual Freud seguramente quiso decir otra cosa cuando profirió
tal o cual enunciado, axioma que –ya lo hemos dicho– supo ser sobe-
rano en el lacanismo (ese extraño fenómeno que, en cuanto concier-
ne a la obra freudiana, ha sabido erigir una ortodoxia más ortodoxa
aún que las vapuleadas víctimas de “la IPA”). Veamos sólo dos ejem-
plos. En una de las primeras minutas conservadas, Freud, durante la
discusión de unas ideas presentadas por Adler, otorga gran importan-
cia a las contribuciones de su colega; gesto que merecerá, nota al pie
mediante, una felicitación por la benevolencia demostrada para con
sus compañeros. A renglón seguido, destaca que una de la tesis adle-
rianas de mayor relevancia consiste en postular el concepto de com-
pensación, según el cual una inferioridad orgánica será “compensada”

45. Minutes IV, página 112 n.


46. Minutes III, página 49 n. Aún reconociendo la influencia que los textos de Ste-
kel produjeron en la teoría freudiana del simbolismo universal, carece de todo
sentido afirmar que Freud no se internó por sí mismo en esa problemática.
No podemos aquí más que remitir al lector al texto de Michel Arrivé, Lingüís-
tica y psicoanálisis. Freud, Saussure, Hjelmslev, Lacan y los otros, Siglo XXI, Méxi-
co, 2001, pp. 67–142, y sobre todo al de Carlos Maffi, Freud y lo simbólico: cró-
nica de un duelo imposible, Nueva Visión, Buenos Aires, 2005.

89
Mauro Vallejo

por una sobrestimulación de la actividad cerebral. Nunberg se ve en-


tonces en la necesidad de adjuntar, para beneficio del inadvertido o
incauto lector, lo siguiente: “Parece que Freud tenía en mente aquello
que posteriormente fue caracterizado como una sobrecompensación
o contrapeso por una “herida” narcisista, a pesar de que aquí utiliza
un lenguaje «anatómico»”.47
El último ejemplo de estas ocurrencias es particularmente llamati-
vo, pues a Nunberg no le queda más recurso que apelar a un error de
trascripción para justificar un decir de Freud. Efectivamente, durante
la discusión sobrevenida tras una presentación del autor de los Estudios
sobre la histeria, éste afirma que su trabajo se basaba en individuos nor-
males, es decir, no neuróticos. Al parecer esta diferenciación no es ad-
misible para Nunberg, pues en una nota al pie a la sentencia de Freud,
aquel afirma: “Esta afirmación parece extraña. La neurosis, según Freud,
se basa en un conflicto libidinal. ¿Cómo, entonces, puede un neuróti-
co ser “normal” en cuanto a sus relaciones amorosas? Se trata proba-
blemente de que la sentencia de Freud fue de alguna forma tergiver-
sada al ser registrada”48. Pero la parcialidad del editor se torna aquí in-
dudable gracias a la toma en consideración del contexto más extenso
de tal nota, pues unos párrafos antes, al agregar una nota al pie a un
enunciado de Adler, Nunberg declara que en tanto que la oración no
es clara, es imposible determinar si ello se debe al confuso registro de
Rank o al hecho de que el pensamiento de Adler es confuso49.
Podemos hallar, en la nota que se agrega al final de la minuta que
da cuenta de la reunión del 11 de marzo de 1908, una política un
poco más “correcta” sobre cómo proceder en relación a ciertos aspec-
tos de las intervenciones de Freud. En tal ocasión, éste manifestó cier-
to agrado hacia una presentación en la cual Fritz Wittels había enun-
ciado por vez primera su tesis filogenética acerca de la época paradi-
síaca de la humanidad antes de las glaciaciones50. La nota al pie ad-

47. Minutes I, página 42 n.


48. Minutes II, página 249 n.
49. Cf. Minutes II, página 248 n.
50. Cabe anotar que esa tesis acerca de la importancia filogenética de las glacia-
ciones será desarrollada por Wittels en un libro publicado en 1912, cuyo títu-
lo es Alles um Liebe (Todo por Amor). La misma idea será retomada por Feren-
czi en diversas ocasiones, principalmente en un escrito aparecido un año des-
pués, “El desarrollo del sentido de realidad y sus estadios” (Psicoanálisis, Espa-
sa–Calpe, Madrid, 1980, Tomo II, pp. 63–79), en el cual, y para enojo del pri-
mer biógrafo de Freud, el psicoanalista húngaro no menciona el texto de Wit-
tels (cf. Fritz Wittels, Sigmund Freud. His personality, his teaching & his school, op.
cit., página 171 n.). El mismo Freud hará uso de dicha especulación en el cé-

90
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

juntada reza lo siguiente: “Wittels le gustaba a Freud por la riqueza de


sus ideas, aunque muchas de ellas tenían más de fantasía que de pen-
samiento científico”51. Es decir, Nunberg resalta el presunto cariz qui-
mérico de las ideas del discípulo vienés, quien devendría por tal mo-
tivo en una suerte de bufón de la corte, silenciando sin embargo que
las especulaciones freudianas sobre la filogénesis nada tienen que en-
vidiarle a las de Wittles en términos de imaginación.
Por supuesto, los rastros de la animadversión que Nunberg siente
hacia los traidores a Freud no se restringen a la cita antes mencionada.
Al contrario, el editor no quiso perder oportunidad para denunciar la
obcecación de estos desertores. Tampoco escondió demasiado su sim-
patía hacia otros miembros; ello sucede en el caso de Isidor Sadger52,
el cual, menester es decirlo, no contaba con una total aceptación por
parte de Freud53. Por su parte, Herman Nunberg señaló en repetidas
ocasiones, y distanciándose aún más de una posible posición de neu-
tro editor, que alguna sentencia de Adler o Stekel era lisa y llanamen-
te errónea54. Tal y como no podía ser de otra forma, el editor no quiso
permanecer ajeno a los debates que en la Sociedad Psicoanalítica de
Viena tuvieron lugar en relación a los enfrentamientos con esos dos
tempranos miembros del grupo. Así, tras la votación a través de la cual,
y a pesar de la explícita oposición de Freud, la Sociedad manifestó su
agradecimiento a ambos pensadores y su voluntad de que continuasen
participando de las actividades de la institución, Nunberg agrega una
nota al pie para proferir su parecer: “Resulta efectivamente desconcer-
tante que la mayoría de los miembros, a pesar del claro estado de los

lebre ensayo metapsicológico enviado a Ferenczi en julio de 1915, y reencon-


trado en 1983 (cf. Sigmund Freud, Sinopsis de una neurosis de transferencia, Ariel,
Madrid, 1987). Por su parte, Fritz Wittels confesará, en sus memorias escritas
mucho después, que esperaba publicar en inglés su antigua idea (cf. Edward
Timms (ed.), Freud and the child woman. The memoirs of Fritz Wittels, op. cit., pp.
109–110).
51. Minutes I, página 354 n.; hemos utilizado la traducción castellana (página
358 n.).
52. Respecto de esta predilección de Nunberg por Sadger, véase la pequeña bio-
grafía que sobre él ofrecen los editores al comienzo del volumen I (cf. Minu-
tes I, página xxxvi), así como varias notas al pie repartidas por las minutas (cf.
Minutes I, página 258 n., Minutes II, página 222 n.).
53. Alan Dundes ha analizado detalladamente las críticas a las que Sadger se vio
expuesto, muchas de ellas provenientes del propio Freud (cf. Alan Dundes, “In-
troduction”, en Isidor Sadger, Recollecting Freud, op. cit., pp. vii–lvii).
54. Cf. Minutes I, pp. 104 n., 252 n.; Minutes II, pp. 91 n., 169 n., 245 n.; Minutes
III, página 105 n.; Minutes IV, página 23 n.

91
Mauro Vallejo

hechos, y en contra del expreso deseo de Freud, votaron sin embargo


en favor de la enmienda”55.
Finalmente, en una nota al pie que figura en la minuta de una dis-
cusión de febrero de 1908, Nunberg hace alusión a una particularidad
de estos debates sobre la cual luego nos extenderemos, esto es, la fre-
cuencia de los ataques personales y las objeciones despreciativas. Allí
Nunberg señala que ese tipo de altercados cesaron tras las defeccio-
nes de Adler y Stekel, y recupera una confidencia que Freud le habría
hecho personalmente, en la cual éste dijo que tras la partida de Stekel
pudieron trabajar con total tranquilidad. Cabe señalar que Nunberg,
en lugar de subrayar que la razón de tal fenómeno pudo haber residi-
do en la concreción de un consenso –que algunos comentadores des-
cribirán como poco atractivo en comparación con los acalorados de-
bates de los inicios–, da a entender antes bien que ambos renuncian-
tes eran la causa necesaria de un clima enrarecido56.
Por otro lado, Nunberg enuncia también un juicio muy desprecia-
tivo acerca de la calidad general de los psicoanalistas vieneses, juicio
que, tal y como veremos en el próximo capítulo, constituyó un lugar
común desde los albores de la historia del psicoanálisis. La condena
de Nunberg se explicita con sobrada elocuencia en una nota colocada
en la minuta de la reunión inmediatamente posterior al Congreso de
Nuremberg. En dicha nota, el editor intenta fundamentar la razón por
la cual Freud había decidido confiar el mando del movimiento a Jung
y al grupo suizo. Esa decisión se habría debido a la decepción que los
analistas vieneses provocaron en Freud, puesto que aquellos “lo trata-
ban muy mal” y malgastaban sus energías en peleas internas57.
La lógica de las intervenciones de Nunberg compele al editor a otros
comentarios cuyo designio es demostrar la extrañeza que provoca la

55. Minutes III, página 179 n.


56. El pequeño escrito de Max Graf suele ser considerado –a nuestro parecer con
total justicia– como el texto que más vívida y sencillamente señala una nota-
ble diferenciación entre dos momentos en las reuniones de los miércoles (cf.
Max Graf, “Reminiscences of Professor Sigmund Freud”, The Psychoanalytic
Quarterly, Volume 11, N° 4, 1942, pp. 465–476). Véase también Emil Gutheil
(ed.), The autobiography of Wilhelm Stekel. The life story of a pioneer psychoanalyst,
op. cit., página 121. Angel Garma publicó una reseña del artículo de Graf en
el primer número de la Revista de Psicoanálisis de la Asociación Argentina de
Psicoanálisis. Presagiando de alguna forma los malentendidos que en nuestro
medio pululan acerca de la Sociedad Psicoanalítica de Viena, el autor aludirá
a las reuniones que los psicoanalistas vieneses celebraban “...todos los viernes”
(Revista de Psicoanálisis, Año I, 1943, Nº 1, página 131).
57. Cf. Minutes II, página 465 n.

92
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

contemplación de una escena: la terquedad con que los demás miem-


bros del grupo desconocen, critican o desmienten un saber que, ofre-
cido a ellos magnánimamente, debiera despertar en los beneficiarios al
menos un caballeroso respeto. Por supuesto, muchas de las notas de ese
tipo apelan al referido argumento de la “resistencia”58. Asimismo, es evi-
dente a esta altura que dos postulados subyacen a la comprensión del
editor acerca de la naturaleza de las reuniones de los miércoles, postu-
lados que a su vez retornarán en los ulteriores historiadores: se trataba
de un espacio de enseñanza en el cual la avidez de saber era dirigida
a un paciente maestro, con todo cuanto de sumisión ello exige; y por
otro lado se trataba de la transmisión de un discurso ya cristalizado y
cierto, pues de otro modo sería imposible discriminar entre una resis-
tencia, un agregado o una incomprensión. Estas hipótesis conducen a
Nunberg a declaraciones que conciernen incluso a los más devotos de
los colegas de Freud. Citemos en extenso una nota preliminar que los
editores ubicaron en la apertura de los dos últimos volúmenes de las
actas, puesto que ella compendia de cierta manera muchos de los pre-
supuestos que forman parte de los agregados de Nunberg:

“En las actas de los últimos volúmenes uno encuentra algo que es
ciertamente desconcertante –esto es, que los seguidores más devo-
tos de Freud están comenzando a minimizar sus desarrollos, y en
ciertas ocasiones pareciera haber un acuerdo entre ellos para que
ello así suceda, una en la cual incluso Tausk, Federn, Hitschmann,
Sadger –estos muy devotos discípulos de Freud– participan. Por
momentos, estos hombres parecen haber olvidado las enseñan-
zas de Freud”.59

58. Cf. Minutes I, pp. 8 n., 9n., 27 n., 132 n. Vale remarcar que pueden señalar-
se efectivamente algunos errores entre los colegas vieneses. Es decir, en muy
contadas ocasiones profieren enunciados que sin lugar a dudas contradicen te-
sis freudianas en las cuales presuntamente se quieren sustentar, o proveen un
dato equivocado sobre cierto detalle de la teoría (hemos hallado los siguien-
tes ejemplos: Stekel dice que la represión según Freud es conciente (Minutes I,
página 26); el mismo orador, malinterpreta el sentido que Freud otorga a los
equivalentes del ataque de angustia (Minutes I, pp. 204–209); Reitler da una
equivocada definición de la condensación (Minutes II, pp. 7–8); la definición
que Federn da de la libido no es compatible con la de Freud (Minutes III, pp.
245–246). No obstante, sólo en esos casos puede aseverarse que existe un error
por parte de los colegas vieneses. El resto corresponde a diferencias teóricas,
debates, pactos, fenómenos todos que serán traducidos una y otra vez por el
editor a través de los útiles conceptos de resistencia, obcecación, etc.
59. Minutes III, página xi.

93
Mauro Vallejo

Los esparcidos fragmentos de la voz de Nunberg parecen confor-


mar una especie de cántico que pugna por salvar a Freud de la incom-
prensión de sus seres cercanos, que busca rescatar al genio de la “ban-
da” de lentos neuróticos que en la torpeza de su andar traban una mar-
cha que de otra forma discurriría grácil como un río. A través de tan-
tos aditamentos, se arriba al punto en que la fuente parece dar cuen-
ta menos de la polifonía inherente a la conformación de un frágil dis-
curso, y más de la corrección de unas hipótesis que el editor tuvo el
cuidado de adelantar en la introducción.

IV. Magnus Hirschfeld, el mesianismo,


los médicos y la Torah. Hacia el delineamiento
del sujeto de un discurso psicoanalítico
Luego de estas observaciones acerca de la edición de Herman Nun-
berg, dedicaremos el presente apartado a una somera descripción de las
reuniones de los psicoanalistas vieneses, haciendo hincapié sólo en las
particularidades quizá insuficientemente descriptas por investigacio-
nes anteriores. Para ello utilizaremos tanto fragmentos de las minutas
como pasajes de los diarios y memorias de antiguos psicoanalistas, así
como trabajos históricos de diversa naturaleza.
En primer lugar, sale a nuestro encuentro la pregunta por la natu-
raleza del grupo que en 1908 pasará a constituir la primera sociedad
psicoanalítica. Y habremos de fundar en tal interrogante dos vías de
derivación, de cuyo esclarecimiento depende una acabada compren-
sión de la esencia o la justificación de tales reuniones. En primera ins-
tancia, es preciso establecer el tipo de lazo que cohesionaba a los pri-
meros psicoanalistas. Para tal fin podemos remitirnos a la tarjeta pos-
tal, fechada en noviembre de 1902, mediante la cual Freud invitaba a
Adler a unirse al grupo de colegas que comenzarían a congregarse en
la casa del primero con el fin de debatir sobre problemas científicos.
Dicho documento posee un valor fundamental, pues se trata tal vez
de uno de los pocos rastros directos que se han conservado del inicio
de la Sociedad, o al menos del gesto de Freud que signó su comien-
zo60. Antes de la aparición de tal postal, todas las informaciones acer-
60. A pesar de que la bibliografía especializada no suele relacionar ambos hechos,
no sería ocioso ligar estrechamente el inicio de las reuniones de los miérco-
les con la obtención por parte de Freud de su demorado título universitario,
ocurrida pocos meses antes. En tal sentido, los pasajes finales de la carta que
Freud enviara a Fliess el 11 de marzo de 1902 son realmente premonitorios.

94
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

ca de tal evento provenían de reconstrucciones posteriores, realizadas


tanto por los historiadores como por los partícipes inmediatos de ta-
les acontecimientos. Por otro lado, la publicación de las correspon-
dencias freudianas incluía una invitación de 1902, pero erróneamen-
te se afirmaba allí que la misma misiva había sido enviada a los cua-
tro primeros integrantes (Alfred Adler, Wilhelm Stekel, Rudolf Reit-
ler y Max Kahane)61.

“2 de noviembre de 1902.

Muy distinguido Señor Colega:


Un pequeño círculo de colegas y discípulos me dará el placer de re-
unirse en mi casa una vez por semana por la tarde, a las ocho y me-
dia, con el objetivo de discutir los tópicos que nos interesan en el
dominio de la psicología y la neuropatología. Estaré esperando a
Reitler, Max Kahane, y Stekel. ¿Nos haría el honor de unirse? He-
mos acordado reunirnos el próximo jueves, y espero su cordial res-
puesta acerca de si le gustaría venir y si dicha tarde le conviene.
Con sinceros saludos de su colega,
Dr. Freud”.62

En dicha invitación está ya suficientemente señalada la equivoci-


dad de la posición que desde un comienzo ocupaban los psicoanalis-
tas vieneses, situados entre el lugar asignado al alumno y la función del
interlocutor o colega63. Según relata Stekel, el mismísimo Adler sabrá
61. Cf. Correspondencia, Tomo II, página 500.
62. Carta de Freud a Adler del 2 de noviembre de 1902; la cursiva me pertene-
ce. Citada en Martin Fiebert, “In and out of Freud’s shadow: a chronology of
Adler’s relationship with Freud”, op. cit., página 242; y en Bernhard Handlbau-
er, The Freud–Adler controversy, op. cit., página 173. Ambos autores dan de esa
carta versiones inglesas que presentan ligeras disimilitudes entre sí. He reali-
zado una traducción a partir de ambas fuentes. El lector habrá advertido ya
que la primer “velada de los miércoles” se desarrolló un jueves...
63. El análisis que Francois Roustang ha realizado de la peligrosa invitación que
Freud tenía reservada para sus discípulos, incitando en ellos una incuestiona-
ble dependencia para con su persona, tan absoluta como velada, constituye
quizá el único momento valioso de su libro (cf. Un funesto destino, op. cit., prin-
cipalmente capítulos I, III y V). Por su parte, las memorias de Wittels, además
de dar un vívido retrato de Viena y de la relación entre el psicoanálisis y Karl
Kraus, constituyen un claro ejemplo de los callejones sin salida a que eran
conducidos ciertos discípulos del maestro vienés. En tal sentido, cabe aconse-
jar, primero, la lectura del escrito con que Wittels, en 1933, de alguna forma
se arrepentía de haber publicado su biografía diez años antes (cf. Fritz Wittels,

95
Mauro Vallejo

hacer un peculiar uso de la referida carta, y sobre todo del par de figu-
ras que sus líneas distinguen. En efecto, cuando años después el grupo
adleriano se haya distanciado de la Sociedad comandada por Freud,
Adler empuñará la invitación por él recibida como insigne prueba de
que él jamás habría sido un discípulo de aquel.64
Muchos sabrán conformarse con el privilegio de ser nominados por
Freud como discípulos, orgullo del cual Helene Deutsch dará la más prís-
tina imagen en el pequeño escrito titulado “Freud and his pupils”. Los ul-
teriores relatos de Hans Sachs, Theodor Reik, Eduard Hitschmann brin-
dan un retrato similar, aunque quizá menos elocuente al respecto. Tal
y como evaluaremos en el capítulo siguiente, el propio Freud designa-
rá una y otra vez a los analistas de Viena como sus alumnos, tanto en su
obra escrita como fundamentalmente en sus cartas, en las cuales habla-
rá incluso de “mis vieneses”. Las actas de la Sociedad de Viena dan cuen-
ta por su parte de las maneras en que Freud les recordaba a sus invitados
la relación jerárquica entre ellos existente; en efecto, la disolución deci-
dida por Freud en 1907 –y respecto de la cual luego nos explayaremos–,
así como las amenazas de volver a hacerlo un año después65, pueden ser
consideradas, tal y como lo sugería Kenneth Eisold, como los subterfu-
gios mediante los cuales intentaba reforzar su liderazgo.
El hecho mismo de que Freud se haya visto precisado de empren-
der tales iniciativas demuestra con claridad que no detentaba un lide-
razgo absoluto, tal y como suele decirse, sino más bien un mando so-
metido, al menos en el período que se extiende hasta la partida de Ste-
kel, a repetidos cuestionamientos. De todas formas, lo esencial aquí es
determinar la naturaleza del designio que mantenía unidos a los inte-
grantes. En el capítulo anterior hemos adelantado ya, a través de una
referencia a la frecuencia con que los escritos freudianos eran someti-
dos a discusión, que el fin de los encuentros no residía tanto en un cul-
to a dicha obra, ni en un esmero por desglosarla, sino más bien en la

“Revision of a biography”, The Psychoanalytic Review, Volume XX, 4, 1933, pp.


361–374); luego, vale considerar las reacciones de Freud ante ambos textos, el
de 1923 y el de 1933 (cf. Edward Timms (ed.), Freud and the child woman. The
memoirs of Fritz Wittels, op. cit., sobre todo capítulo 9).
64. Cf. Emil Gutheil (ed.), The autobiography of Wilhelm Stekel. The life story of a pio-
neer psychoanalyst, op. cit., página 116. Con amarga ironía, Stekel pregunta re-
specto de este gesto de Adler: “¿Pero no resulta significativo que haya conser-
vado esta tarjeta por tantos años?”. Bernhard Handlbauer se ha ocupado con
mucho detalle de esa empecinada y falaz pretensión de Adler por negar su cal-
idad de temprano discípulo de Freud (cf. The Freud–Adler controversy, op. cit.,
pp. 165–169).
65. Cf. Minutes I, página 301.

96
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

continuación de una senda ya abierta. Incluso a pesar de cuanto luego


sostengan algunos de los analistas vieneses, los registros de las reunio-
nes hablan más de un interés por aplicar, extender y proseguir la capa-
cidad interpretativa que el nuevo saber ofrecía66, que de la preocupa-
ción por constituir un espacio de estudio y comentario. Podían, tal y
como recuerda Wittels, conocer de memoria todas y cada una de las
notas al pie de los textos de Freud67, pero las actas demuestran que el
espacio de los miércoles estaba reservado para otra cosa que el recu-
pero o la puesta en forma de esa memorización. Es cierto que alguien
como Stefan Zweig, para nada preocupado por estos detalles, podrá es-
cribir unos años después, en un texto magnífico, que Freud dedicaba
“...cada miércoles por la noche, regularmente, según el método socrá-
tico, symposion espiritual con sus alumnos...”68. Empero, la prosa puli-
da de Zweig extrae su simiente del deseo de homenaje, y por ende se
distancia de un rigor histórico que no precisa.
En consonancia con ello, hay que saber tomar al pie de la letra la
intervención con la cual un indignado Freud respondía a una presenta-
ción de Wittels sobre la perversión sexual: “...Freud advierte con asom-
bro que debe haberse equivocado: todo aquello que había sido resuel-
to en Una teoría sexual, aparece aquí como un enigma, y el problema
es que él no puede repetir una y otra vez lo que ya ha dicho”.69. Por
tal motivo, y retomando algunos lineamientos del apartado anterior,
cabe afirmar que la poca frecuencia con que los registros dan cuenta
de errores de interpretación del texto freudiano cometidos por los psi-
coanalistas vieneses, puede responder asimismo al insospechado papel
que éste desempeñaba en tal recinto.
Dicha problemática es particularmente llamativa debido a que du-
rante muchos años las reuniones de los miércoles eran, junto con ais-
ladas conversaciones con Freud o la lectura de los textos producidos

66. En un escrito de 1926, incluso Wilhelm Stekel dirá que el propósito esencial
de esos encuentros era garantizar a Freud una posición de reconocimiento (ci-
tado en Jaap Bos, “Rereading the Minutes”, op. cit., página 231).
67. Cf. Fritz Wittels, Sigmund Freud. His personality, his teaching & his school, op. cit.,
pp. 130–131.
68. Stefan Zweig, La curación por el espíritu. Mesmer, Mary Baker Eddy, Freud, Edito-
rial Prometeo, Santiago de Chile, s/f, página 260; cursivas en el original.
69. Minutes II, página 60. En serie con tal decir de Freud, podemos ubicar su res-
puesta del 5 de diciembre de 1906 a un trabajo de Stekel, cuando señalaba
que éste seguía obedeciendo al esquema de Estudios sobre la histeria en cuanto
concierne a la etiología de las neurosis (cf. Minutes I, página 72). Freud se refe-
rirá al episodio de Wittels en una carta a Jung escrita unos días después de la
velada (cf. Freud/Jung, página 226).

97
Mauro Vallejo

por algunos de los integrantes del grupo, los únicos medios de forma-
ción o iniciación en los secretos de la nueva disciplina. Ni el análisis
didáctico ni las supervisiones eran prácticas establecidas70; los institu-
tos de formación nacerán recién luego de la Primer Guerra Mundial.
En un contexto tal, cabe recordar que las veladas que tuvieron lugar en
la casa de Freud hasta 1910, y que luego prosiguieron en un local de
la asociación médica de la ciudad, eran todo cuanto existía para acer-
carse a los arcanos del saber psicoanalítico71; y en dichos encuentros
los textos freudianos detentarían un paradójico rol. No eran el centro
de la escena, sino el tablado sobre el que ella pudo desenvolverse; le-
jos estaban de ser la fuente absoluta de todo cuanto pudiera decirse,
y el punto al cual cualquier enunciado debiese remitir, ya por el co-
mentario o a través de la explicación; eran más bien el retirado cata-
lizador de una reacción que, sin renegar de su manantial, despreocu-
padamente buscaba su propio destino. Este último punto es especial-
mente evidente en lo que concierne a la técnica analítica. Aún tenien-
do en consideración que no todos los miembros ejercían el psicoaná-
lisis en su práctica clínica, resulta sorprendente la ausencia casi total
de discusiones al respecto72. Tal y como lo ha estudiado en profundi-
dad Franck Rexand, las contadas oportunidades en que Freud brindó
algunos consejos técnicos durante las reuniones, destierra toda preten-
sión de remarcar la naturaleza pedagógica de esas veladas73. Y la falta

70. Acerca de tal asunto, sigue siendo particularmente esclarecedora la conferen-


cia que Bernfeld diera en 1952. En ella recuerda cómo Freud le dijo que no
era necesario someterse a un análisis personal como condición necesaria para
comenzar a ejercer el psicoanálisis (cf. Siegfried Bernfeld, “On Psychoanalytic
training”, The Psychoanalytic Quarterly, Volume XXI, 1962, N° 4, pp. 457–482,
principalmente pp. 462–464).
71. En 1910, y gracias a la mediación de Felix Deutsch, se logró que los especia-
listas en enfermedades del corazón cediesen a los analistas vieneses las insta-
laciones de su edificio (la Herzstation), las cuales permanecían ocupadas sólo
durante la mañana. En tal establecimiento tuvieron lugar las actividades de la
Sociedad Psicoanalítica de Viena hasta 1936, cuando ésta logró adquirir edi-
ficio propio, ubicado en Berggasse 7, es decir, a sólo dos calles de la casa de
Freud. La remodelación y diseño del mismo estuvo a cargo del hijo mayor del
creador del psicoanálisis (cf. Richard Sterba, Reminiscences of a Viennese Psychoa-
nalyst, op. cit., pp. 27–29, 153–154).
72. De hecho, al momento del inicio de las minutas (fines de 1906), pocos de los
integrantes ejercían el psicoanálisis en su práctica cotidiana (cf. Ulrike May, “The
early relationship between Sigmund Freud and Isidor Sadger: a dream (1897) and
a letter (1902)”, Psychoanalysis and History, Volume 5, 2, 2003, pp. 119–145).
73. Cf. Franck Rexand, “Stekel ou la question de la forme de la cure (1906–1908)”,
Topique, 2001, 76, pp. 59–72.

98
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

de referencias, durante las noches de los miércoles, a los escasos con-


sejos técnicos que Freud había dado en sus textos anteriores a 1910,
delata sin dudas que aquellos no constituían la meta esencial del poco
populoso cenáculo.
De hecho, una considerable cuota de desorientación seguirá per-
siguiendo a los analistas vieneses respecto de cómo dirigir las curas.
Wilhelm Reich será tal vez el portavoz más calificado de esa suerte de
confusión en que se encontraban sobre la manera en que debía ejer-
cerse el psicoanálisis. Este analista, cuyo rol en la empresa de perfec-
cionamiento de las técnicas analíticas no debería ser subestimado, da
cuenta de la persistencia de dicha situación aún hacia fines de los años
veinte en la Viena de Freud:

“Muy pocas veces se discutía sobre técnica psicoanalítica [en la So-


ciedad Psicoanalítica de Viena], lo cual representaba una laguna
que yo percibía de manera marcada en mi trabajo con los pacien-
tes. Tampoco había un instituto de entrenamiento ni un programa
organizado. El consejo que se obtenía de los colegas más viejos era
escaso. “Siga analizando pacientes”, decían, “ya llegará”. Qué de-
bía llegar, y de qué manera, nadie lo sabía. (...) Los psicoanalistas
posteriores nunca han experimentado la desolada sensación de es-
tar a la deriva en problemas de técnica”.74

En segunda instancia, es preciso atender a la filiación en que se ins-


criben tales reuniones, es decir, al tipo de organización en que puedan
tal vez reconocer su fundamento. Resulta apremiante hacerlo principal-
mente para dirigirnos hacia la posibilidad de cernir con cierta precisión
los procesos y fuentes de creación de la enunciación psicoanalítica, tal
y como ésta pueda ser vislumbrada a través de su episodio vienés.
El primer sujeto del discurso del psicoanálisis será el efecto del cru-
ce entre las instancias que lo soportaron, o más bien, la consecuencia
que sobre él dejan el conjunto de espacios desde los cuales se profirie-
ron sus primeros decires. En tal sentido, no deberá causar sorpresa o
74. Wilhelm Reich, La función del orgasmo. El descubrimiento del orgon, Paidós, Bue-
nos Aires, 1972, página 49. Una impresión similar, aunque vaciada de la desa-
zón transmitida por Reich, puede ser obtenida a partir de algunos pasajes de
un libro que Eduard Hitschmann publicara originalmente en 1911 (cf. Eduard
Hitschmann, Freud’s theories of the neurosis, Kegan Paul, Trench, Trubner & Co.,
Londres, 1921, pp. xx–xxi, 189). Dicho texto constituye el primer intento de
divulgación científica del psicoanálisis. El proyecto del mismo fue discutido
en la Sociedad Psicoanalítica de Viena el 21 de abril de 1909, siendo entonces
acordado que Hitschmann, promotor de la idea, redactara el opúsculo.

99
Mauro Vallejo

espanto el hecho de reencontrar luego voces que, al interior mismo de


la nueva configuración, reenvían a instancias que ahora parecen aje-
nas. Que ellas digan el Origen, superado o retornante, no debe ser ob-
jeto de problematización. Se trata en mayor medida de ver, en eso que
imperfectamente podríamos llamar resabios, menos las vías del rena-
cimiento que la profunda estofa de la reciente voz. La emergencia de
ese nuevo personaje, de ese agente de un balbuceante discurso llama-
do psicoanalítico, debe ser reconstruida a través del rompecabezas de
sus espacios de sustentación. Su perfil fue –antes de coagularse en la
máscara que construye su personificación– el efecto de la confluencia
de diversas posibilidades de enunciación. Y ellas incidieron e inciden
no sólo en la cadencia que acompaña el nuevo decir, sino fundamen-
talmente en aquello que en esas palabras se quiere pensar.
Para contestar a tal problemática, puedan tal vez argüirse cua-
tro posibles hipótesis. Nos extenderemos sobre las dos últimas, pues
constituyen intentos de respuesta que se condicen con el espíritu de
nuestra investigación. De las dos primeras daremos sólo un escueto
comentario, pues no sólo se alejan de nuestras miras, sino que se re-
fieren a asuntos sobre los cuales poco tendremos para agregar. Vale
adelantar que se trata de cuatro tesis en cierto sentido complemen-
tarias o alternativas, pues cada una produce, a su modo, una aproxi-
mación histórica sobre la filiación institucional del cenáculo psicoa-
nalítico, y un atisbo sobre los fundamentos del sujeto de la enuncia-
ción que allí se gestaba.

A. La primera de ellas pretende encontrar en la creación de ese


grupo tanto el germen de las ulteriores fundaciones de las instituciones
psicoanalíticas, como el reflejo mismo de la doctrina que tendría por
misión difundir y complejizar. Es decir, el primer grupo de psicoanalis-
tas sería de por sí psicoanalítico, respondería en su armado al saber del
cual se erige en heraldo y centinela. Esta propuesta puede, en ciertos as-
pectos, vislumbrar algunos determinantes que de otra forma serían pa-
sados por alto, mas en términos generales implica costos y desventa-
jas que luego evaluaremos. De todas formas, es claro que en lo atinen-
te a la emergencia misma de la Sociedad en cuestión, nada puede decir,
puesto que presupone que algo así como un sujeto psicoanalítico pre-
existe a la conformación del emplazamiento que lo definiría. Además
de a Elisabeth Roudinesco, a cuya lectura dedicaremos posteriormente
un comentario más detenido, cabe ubicar en este lugar al texto de Mi-
chel Schneider, pues este autor intenta equiparar diversos aspectos for-
males referidos al modo de funcionamiento de las reuniones, con las

100
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

particularidades del dispositivo analítico75. Asimismo, el mismo autor


pertenecería a otra pequeña categoría, en cuyo interior podemos inser-
tar las propuestas de leer al cenáculo de los miércoles como un grupo
terapéutico76, punto éste último de cuya crítica Jaap Bos se ha encarga-
do, si bien con cierta ambigüedad77. Uno de los argumentos esgrimidos
en vistas a fundamentar la equiparación de estas reuniones con un gru-
po terapéutico, reside en la presunta alta proporción de vieneses que se
analizaban o se habían analizado con Freud. Sin embargo Muhlleitner
y Reichmayr afirman que ninguno de los tempranos analistas, a excep-
ción de Stekel, pasó por el consultorio de Freud. En total, Freud anali-
zó a veintidós de los ciento cincuenta miembros con que la Sociedad
de Viena contó hasta 1938, aunque la mayoría de dichos análisis tuvie-
ron lugar en los años posteriores al fin de la Primera Guerra Mundial78.
En consonancia con ello, es justo otorgar absoluta credibilidad a las pa-
labras con que Hans Sachs se ha referido a este asunto:

“[Freud] estaba siempre dispuesto a ayudar a sus amigos y discípu-


los a través de consejos referidos a sus autoanálisis, pero se negaba
a aceptarlos como pacientes regulares. (...) Más tarde, con la “se-
gunda generación” compuesta por hombres más jóvenes que no
habían tenido una relación personal e íntima con Freud, este pro-
blema desapareció, y él en varias oportunidades satisfizo los de-
seos de aquellos de ser analizados por él”.79

75. Cf. Michel Schneider, “Préface”, en Nunberg H. & Federn E. (ed.), Les premiers
psychanalystes. Les Minutes de la Société Psychanalytique de Vienne, op. cit., Tome
IV, pp. XXI–XXIII.
76. Cf. op. cit., pp. VII, XX.
77. Cf. “A silent antipode: the making and breaking of Psychoanalyst Wilhelm
Stekel”, op. cit.
78. Cf. Elke Muhlleitner & Johannes Reichmayr, “Following Freud in Vienna. The
Psychological Wednesday Society and the Viennese Psychoanalytical Society
1902–1938”, op. cit., pp. 82–83.
79. Hans Sachs, Freud. Master and Friend, op. cit., pp. 121–122. Vale recordar que en
las últimas cartas de Freud a Jung, aquel declaraba que, del conjunto de cole-
gas vieneses, sólo Stekel había sido paciente suyo (cf. Freud/Jung, pp. 609–611).
Es preciso, no obstante, señalar que esa negativa a transformarse en analista
de sus colegas y discípulos de la Sociedad de Viena, es posterior a una política
implementada poco antes con vistas a convencer a otros seguidores. Heinrich
Gomperz y Hermann Swoboda son algunos de los sujetos implicados por su
previa estrategia, consistente en amalgamar enseñanza y tratamiento (cf. Ernst
Falzeder, “Profession – Psychoanalyst: a historical view”, Psychoanalysis and His-
tory, Volume 2, 1, 2000, pp. 37–60, principalmente pp. 38–43).

101
Mauro Vallejo

B. La segunda alternativa sugiere contemplar en esas discusiones


el derivado o la herencia de una tradición romántica. Tanto las activida-
des de los miércoles como el comité secreto participarían del tipo de en-
claves que florecieron en la cultura europea tras el auge del movimien-
to romántico. La mezcla de logia, grupo de iniciación, culto al líder, su-
mado al halo de secreto que asumían algunos de estos emprendimien-
tos, harían de estos sujetos los partícipes de una continuación del ya pe-
rimido romanticismo alemán80. En consonancia con esta última vía, po-
drían ubicarse los diferentes autores que han resaltado el fabuloso pare-
cido existente entre las instituciones, personajes y liturgias religiosas, y
las costumbres y prácticas de las reuniones de los miércoles81.

C. En tercer lugar podríamos referirnos al designio político em-


banderado por los primeros representantes del psicoanálisis vienés. La
filiación de los tempranos psicoanalistas con movimientos de refor-
ma signaría uno de los parentescos institucionales más importantes, y
ello explicaría uno de los ejes esenciales de la emergencia de la enun-
ciación del psicoanálisis.
El desarrollo completo de dicha hipótesis exigiría un estudio tal vez
más detenido, pero señalemos al menos los principales retazos de una
problemática tan vasta, que abarca teorías y compromisos tan disími-
les como los de Adler, Bernfeld, Fenichel y Reich. Quienes estén fami-
liarizados con los escritos freudianos saben que las propuestas refor-
mistas y los análisis crítico–culturales abundan en sus páginas, y en tal
sentido serían un buen reflejo de la intermitente mixtura que fue coex-
tensiva del armado del discurso psicoanalítico, el cual basculó, en va-
rios momentos de su historia, del reformismo a la psicología, de la te-
rapéutica al afán crítico–hermenéutico82. Puede ser que ya hayan pasa-
do de moda las inquisiciones sobre cuán presente estaba en la obra de
Freud una problematización sobre la crisis cultural y los valores de su
tiempo. El tipo de hipótesis a la cual esas páginas suscribían, el modo
de análisis que proponían acerca de la sociedad y el constante reenvío
que producían hacia la filogenia, colaboraron quizá para hacernos ol-
vidar esa dimensión de su obra. De sus escritos sobre las “neurosis ac-

80. Cf. Henri Ellenberger, El descubrimiento del inconsciente, Gredos, Madrid, 1976,
página 534.
81. Son muy numerosos los textos que han defendido tal lectura. Mencionemos
solamente las célebres descripciones que en tal sentido realizaron Max Graf y
Wilhelm Stekel. Entre los contemporáneos, Frank Sulloway quizá sea quien
mejor representa ese tipo de interpretaciones.
82. Cf. Catherine Millot, Freud anti–pedagogo, Paidós, Buenos Aires, 1982.

102
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

tuales”, en los cuales no es difícil aprehender a veces la consigna po-


lítica o el proyecto de reforma sobre las costumbres, se ha sustentado
una lectura muy extraña. En lugar de enfatizar ese último punto, al-
gunos se complacen en admirar cómo en esos trabajos tan precoces
Freud estaba ya tan cerca de la verdad, cuya esencia estaría, según la
miope visión de estos polemistas, en algo que, a falta de mayor ima-
ginación, llaman lo “real del cuerpo”. No es ocasión, por supuesto, de
entrar en un debate tan espinoso, pero cualquiera que se haya toma-
do el tiempo de leer algún texto de cualquier autor de la época, verá
qué tan actuales eran esos escritos de Freud.
En tal sentido, y en cuanto concierne al período más temprano del
psicoanálisis vienés, debemos remitirnos al completo análisis de Lo-
uis Rose, según el cual una de las principales peculiaridades de los pri-
meros analistas de Viena residía en la transformación que produjeron
respecto a sus preocupaciones morales y culturales83. En efecto, el au-
tor demuestra que uno de los cometidos fundamentales de Freud fue
lograr que sus tempranos discípulos –muchos de los cuales se habían
embarcado ya en críticas acérrimas a la sociedad de su tiempo– reem-
plazasen su cometido moral, en el cual se mezclaban cierto mesianis-
mo con consignas libertarias, por la investigación científica. El grupo
de psicoanalistas vieneses, conservando sus viejas preocupaciones, ha-
brían optado por el análisis psicológico y luego cultural en su empre-
sa de sospecha dirigida a los valores e ideología vieneses de comienzos
de siglo. Varios indicios dan fe de ese hecho; para empezar, las actas de
las reuniones de la Sociedad Psicoanalítica de Viena consignan la insis-
tente reiteración con la cual distintos fenómenos y movimientos polí-
ticos de ese entonces eran convertidos, en el transcurso de esos deba-
tes, en ejemplificaciones de hipótesis psicológicas. Es decir, las teorías
psicoanalíticas brindaban a estos miembros las herramientas mediante
las cuales traducir diversos acontecimientos de la esfera pública en me-
ras manifestaciones de motivaciones pulsionales, determinaciones in-
fantiles, etc. Por ejemplo, Alfred Adler, el 17 de octubre de 1906, pro-
ponía que los objetivos reformadores de muchos políticos están deter-
minados por motivos personales; las consignas que propugnan por la

83. Cf. Louis Rose, The freudian calling. Early viennese psychoanalysis and the pursuit
of cultural science, Wayne State University Press, Detroit, 1998. Las páginas
que Dennis Klein dedica a las preocupaciones que asediaban al joven Rank
antes de su incorporación al movimiento psicoanalítico, constituyen un cla-
ro apoyo a la tesis de Rose (cf. Dennis Klein, Jewish origins of the psychoanalyt-
ic movement, The University of Chicago Press, Chicago & London, 1985, pp.
103–137, 170–173).

103
Mauro Vallejo

abolición de la familia estarían arraigadas en una vaga conciencia acer-


ca de los impulsos incestuosos84. Por otra parte, Fritz Wittels, en una
de sus numerosas y polémicas declaraciones acerca de la mujer, dirá
que las reivindicaciones feministas se reducen a un deseo por devenir
hombres85. Un año antes, en abril de 1907, el mismo autor había reali-
zado una presentación acerca de Tatiana Leontiev, una revolucionaria
rusa que había intentado cometer un atentado político86. Wittels esta-
blece un paralelismo entre el acto de esta militante con otras acciones
de personajes femeninos de la historia, desde Juana de Arco a la asesi-
na de Marat; según el orador, era necesario descubrir los motivos psi-
cológicos de esas conductas. En el caso de Leontiev, Wittels señala el
funcionamiento del revolver como símbolo del pene. Sigmund Freud,
por su parte, afirmará que las campañas anti–alcohólicas son sólo un
desplazamiento de la abstinencia sexual87. Un caso muy ilustrativo de
esta serie está constituido por el intento realizado por Adler –el pri-
mero en la historia– por establecer un diálogo entre el psicoanálisis y
el marxismo88. Allí asevera, por ejemplo, que el horizonte del pensa-
miento de Marx residía en la primacía de la vida pulsional. Otra vez
Wittels, en una de las veladas más célebres y más estudiadas de la So-
ciedad Psicoanalítica de Viena, sugerirá una interpretación psicoanalí-
tica de las actividades satíricas y críticas de Karl Kraus89.
Podemos comprobar entonces que el pasaje descrito por Rose no se
define tanto por un abandono del interés reformador y político, sino
principalmente por la reducción de éste a un capítulo de una escatología
psicologizante. En efecto, la obra llevada a cabo por los vieneses duran-
te las discusiones de los miércoles recién analizadas, no era sino el epí-
logo de una empresa que, cristalizada en las páginas del escrito esencial
del saber psicoanalítico, había resuelto –imposible es determinar si no
fue de una vez y para siempre– la extraña mixtura que en su decir se pro-
duce entre la política y su denegación. Y pertenece a la lucidez de Carl
Schorske el mérito de haber analizado dicha problemática en derredor

84. Cf. Minutes I, página 17.


85. Cf. Minutes I, página 350. Mucho más tarde, Ferenczi brindará una similar in-
terpretación del movimiento feminista (cf. Minutes IV, página 122).
86. Cf. Minutes I, pp. 160–165. Otto Rank, en la discusión del 26 de mayo de 1909,
hacía derivar las actividades de los anarquistas de la actitud hacia el padre (cf.
Minutes II, página 254); otro tanto harán Stekel y Sadger un año más tarde (cf.
Minutes III, pp. 39 y 48).
87. Cf. Minutes II, página 36.
88. Cf. Minutes II, pp. 172–178.
89. Cf. Minutes II, pp. 382–393.

104
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

de La Interpretación de los sueños90. Freud, situado en la disyuntiva de afir-


mar la primacía política o neutralizar esta última a través de su sumisión
a categorías psicológicas, habría hallado en esta última opción el medio
de constituir un decir en el cual se problematiza lo privado, y sólo él, en
desmedro de toda toma de posición acerca de lo público.

“El brillante, solitario y doloroso descubrimiento del psicoanálisis


(...) fue un triunfo contrapolítico de primera magnitud. Al reducir
su propio pasado y presente político a una condición epifenome-
nológica en relación con el conflicto primario entre padre e hijo,
Freud proporcionó a sus compañeros liberales una teoría ahistóri-
ca del hombre y la sociedad que podía volver soportable el mundo
político que giraba fuera de órbita y más allá de todo control”.91

El discurso psicoanalítico supondrá siempre una vertiente crítica


respecto de la sociedad en que se aloja; no dejará de hablar sobre la
historia y la política que los hombres construyen y atraviesan; ensaya-
rá incluso la retoma de los afanes reformadores que encendían los áni-
mos de los tempranos psicoanalistas. Pero esos enunciados serán pro-
feridos desde un emplazamiento que ha decidido reservar para esos re-
cortes de lo real un vaciamiento, o, mejor aún, una voz que dice esos
objetos al costo de negarles toda existencia real.
Esta reducción de la política a una psicología que sería capaz de
explicarla –al precio, empero, de negar su realidad–, adquirirá mayor
claridad aún en un texto fundamental de Paul Federn titulado Sobre la
Psicología de la Revolución: la Sociedad sin Padre (Zur Psychologie der Revo-
lution: Die vaterlose Gesellschaft), publicado en 1919. Según Russell Ja-
coby, el escrito de Federn habría sido el primer esfuerzo por hallar los
cimientos psicológicos de la derrota revolucionaria de la primera pos-
guerra92. De hecho, el psicoanalista vienés intentaba explicar allí di-

90. Cf. Carl Schorske, Viena Fin–de–Siècle. Política y cultura, Editorial Gustavo Gili,
Barcelona, 1981, pp. 192–214.
91. Op. cit., página 214. Por otro lado, en cuanto concierne al aspecto biográfico
de este problema, un colega de Schorske ha demostrado que esta transforma-
ción, y reducción, del interés político en una curiosidad acerca de lo psicoló-
gico, se había operado ya en Freud, principalmente durante los primeros años
de su formación universitaria (cf. William Mc. Grath, Freud’s discovery of psy-
choanalysis. The politics of hysteria, Cornell University Press, Ithaca and London,
1986, pp. 94–120). El mismo autor ofrece también algunas evidencias en apo-
yo de la tesis de Schorske, obtenidas de ciertos detalles de la correspondencia
de Freud de 1897 (cf. op. cit., pp. 218–229).
92. Cf. Russell Jacoby, Social amnesia. A critique of contemporary psychology (with a

105
Mauro Vallejo

versos acontecimientos políticos ligados a la sociedad de su tiempo


en base a la existencia de una ligazón inconsciente y arcaica dirigida
al padre. En tanto que la permanencia de ese enlace posibilitaba en-
tender los retrocesos o los fracasos revolucionarios, así como las aspi-
raciones de los conservadores, su ruptura sería la condición de surgi-
miento de los fenómenos que por ese entonces signaban la coyuntu-
ra política alemana: los consejos obreros y las huelgas. Respecto del
primer punto, Federn afirmaba que “Es a causa de la representación
general del padre que el orden social ha logrado sostenerse por tan-
to tiempo”93, y un poco más adelante agregaba que “Según nuestras
investigaciones, es evidente que los movimientos de fraternidad han
fracasado hasta ahora debido a que crecer al interior de la familia no
prepara a los individuos para otra cosa que una sociedad patriarcal”.94.
Por tal motivo, tornar conciente y destruir esa moción inconsciente
eran según el autor la condición mínima para que el sistema autori-
tario no se reinstale una y otra vez. En consonancia con ello, Federn
abogaba por la creación de una sociedad que prescindiera de los vie-
jos lazos interpersonales, fundada sobre todo en la relación entre her-
manos, la cual hallaría la garantía de su éxito en el hecho de que su
estructura repetiría en la actualidad una etapa arcaica de la evolución
de la especie humana. El escrito se cierra con una referencia al ejem-
plo norteamericano; el republicanismo allí reinante sería el efecto de
que dicho país se constituyó a partir de inmigrantes que dejaron atrás
sus vínculos con el padre.
En segundo lugar, cabe recordar la confusa zona por la cual circu-
laban los enunciados psicoanalíticos en la Viena de comienzos de si-
glo. A pesar del rechazo manifestado por Freud hacia el mundo de la
bohemia de su ciudad de residencia, es remarcable que las teorías psi-
coanalíticas compartían su promisorio escenario con ciertas arengas
libertarias, y con las preocupaciones acerca de la perturbada moral de
entonces. En tal sentido, el derrotero de Fritz Wittels se destaca como

new introduction by the author), Transaction Publishers, New Brunswick, 1997,


página 84. Acerca del texto de Paul Federn, véase también Patricia Cotti, “La
chambre d’enfant, un aspect de la relation entre Sigmund Freud et Paul Fe-
dern”, Cliniques méditerranéennes, 66, 2002, pp. 175–191; Louis Rose, The freu-
dian calling. Early viennese psychoanalysis and the pursuit of cultural science, op. cit.,
pp. 163–164. Federn había presentado en la Sociedad de Viena su trabajo, en
la reunión del 23 de marzo de 1919 (cf. Minutes V, pp. 149–150).
93. Paul Federn, “La société sans pères”, Figures de la psychanalyse, 2, 7, 2002, pp.
217–238; cita de la página 224.
94. Op. cit., página 228.

106
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

un paradigmático ejemplo de la forma en que las nociones del incons-


ciente y la sexualidad se entremezclaban con los ditirámbicos discursos
acerca de la hipocresía sexual; y su privilegiada posición, tensada en-
tre las sulfuradas denuncias de Karl Kraus y las sosegadas disquisicio-
nes de Freud, define con bastante precisión los extremos infinitamen-
te lindantes en que se desenvolvía el discurso psicoanalítico95. Según
el editor de las memorias de Wittels, ellas demostrarían “...que duran-
te la primera década del siglo veinte las investigaciones de la Sociedad
Psicoanalítica de Viena estaban estrechamente entrelazadas con el de-
mi–monde vienés, e incluso con los polémicos cultos en derredor de
la «mujer niña»...”96. Vale, por tal motivo, reinscribir en su justo lugar
la anécdota del ingreso de Fritz Wittels al círculo de los discípulos de
Freud. En 1907, el primero, intentando amalgamar las ideas freudia-
nas con los planteos de Kraus, publica bajo el pseudónimo de Avicena
un ensayo criticando en duros términos la prohibición vigente acerca
del aborto. Poco tiempo después, relata Wittels, “...Freud se me acer-
có luego de su lección [en la Universidad de Viena] y dijo: “¿Usted
escribió esto? Es como un informe y suscribo a cada una de sus pala-
bras” Con esto, me invitó a unirme a su grupo, el cual se reunía sema-
nalmente en su despacho”.97.
Sería injusto, es cierto, olvidar la posición excepcional de Wittels
al interior del movimiento psicoanalítico, pero no puede dejar de se-
ñalarse que sus propuestas reformadoras no hacían otra cosa que po-
ner sobre el papel, y de un modo algo exaltado, una mirada que per-
manecía latente en determinados escritos del temprano psicoanálisis;
gesto que Adler había intentado también en 190598.

95. Recordemos que muchos de los trabajos que Wittels presentó ante los miem-
bros de la agrupación de los miércoles, se publicaron luego en el satírico pe-
riódico de Kraus, La Antorcha (Die Fackel).
96. Edward Timms, “Editor’s preface”, Freud and the child woman. The memoirs of
Fritz Wittels, op. cit., pp x–xi. Sobre dicho particular véase el magnífico texto
del mismo autor “La “mujer niña”: Kraus, Freud, Wittels e Irma Karczewska”,
Artefacto. Revista de la escuela lacaniana de psicoanálisis, número 5, mayo 1995,
México, pp. 203–230.
97. Edward Timms (ed.), Freud and the child woman. The memoirs of Fritz Wittels, op.
cit., página 48.
98. Cf. Hannah Decker, Freud in Germany. Revolution and reaction in science, 1893–1907,
Psychological Issues, Volume XI, Number 1, Monograph 41, International Univer-
sities Press Inc., New York, 1977, pp. 300 ss. La autora brinda información acerca
de otros ejemplos realizados antes de 1908, y por fuera del ámbito vienés, con el
designio de amparar un diagnóstico de los problemas sociales utilizando las tesis
freudianas; luego de 1908, tales yuxtaposiciones serán cada vez más frecuentes.

107
Mauro Vallejo

Por otra parte, las ulteriores generaciones de psicoanalistas viene-


ses resolverán de distinto modo la posibilidad de ligar dicha teoría
con las preocupaciones políticas. Tanto Siegfried Bernfeld como Otto
Fenichel, quienes residieron en Viena antes de dirigirse hacia Berlín,
constituyen los dos personajes más destacados de esa segunda gene-
ración de analistas, a quienes Russell Jacoby describirá como political
freudians99. A pesar de que este autor tiene en cuenta el pasado socia-
lista de psicoanalistas más antiguos de la Sociedad de Viena, como
Federn o Adler, parece haber pasado por alto la temprana forma de
implicación reformista descrita por Louis Rose. Asimismo, es tal vez
muy reduccionista su afán por señalar la manera en que la “medica-
lización” del psicoanálisis impugnó sus previos horizontes críticos y
políticos. En tal sentido, basta con recordar que el discurso de Feni-
chel, incluso en el instante en que más propugnaba por una comple-
mentariedad entre el psicoanálisis y el marxismo, jamás cesó de ser un
decir medicalizado; por caso, vale mencionar el alto valor que otor-
gaba a la profilaxis de las neurosis100. Asimismo, uno de los pensado-
res que más crítica y exhaustivamente ha analizado esos intentos de
combinación, sitúa como una de sus falencias el hecho de que hayan
enfatizado en exceso el sesgo terapéutico del análisis, en desmedro de
una valorización de las hipótesis más especulativas y “culturales” de la
teoría freudiana, claramente dejadas de lado en esos cruces101.
En tanto que en los comienzos de sus carreras tuvieron una fuerte
participación en movimientos juveniles y de reforma educativa, esos
analistas vieneses de la segunda generación se esmeraron luego por
producir una conjunción entre las doctrinas psicoanalíticas y las rei-
vindicaciones de las corrientes políticas de izquierda. Y el papel co-
rrespondiente a la anécdota de Wittels sobre el primer período antes
descrito, puede ser representado en esta oportunidad por el relato de
Bruno Bettelheim sobre cómo tomó contacto con el psicoanálisis. En
1917, teniendo diecisiete años, se alistó en un movimiento radical ju-
venil llamado Jung Wandervogel, entre cuyas filas se encontraba tam-
bién una joven que atraía su deseo. Cierto día Otto Fenichel habló al
grupo sobre la doctrina freudiana de la sexualidad, y la muchacha se

99. Cf. The Repression of Psychoanalysis. Otto Fenichel and the political freudians, Basic
Books Inc., New York, 1983.
100. Cf. Otto Fenichel, “Sobre el psicoanálisis como embrión de una futura psi-
cología materialista”, en Hans–Peter Gente, Marxismo, psicoanálisis y sexpol. 1.
Documentos, Granica editor, Buenos Aires, 1972, pp. 160–183
101. Cf. Helmut Dahmer, Libido y sociedad. Freud y la izquierda freudiana, Siglo XXI,
México, 1983, pp. 218–219.

108
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

mostró muy interesada en las palabras del orador. Bettelheim, deseo-


so por reconquistar la atención de la joven, se apresuró a leer cuanto
pudo sobre la nueva teoría102; ese fue, agrega el autor de La fortaleza
vacía, el inicio de su larga carrera psicoanalítica.
Dicho relato, en la ingenuidad que trasluce, nomina sin ambages
el minúsculo pero fundamental corrimiento pasible de ser señalado
entre el antiguo y el nuevo modo en que las tesis psicoanalíticas cru-
zaban su camino con las pretensiones políticas que les eran contem-
poráneas. Ya no se trataba de un diálogo entre los errantes sueños de
reforma moral y el cúmulo de tesis psicológicas que lograsen reflejar-
los al deglutirlos, sino de insertar las ideas psicoanalíticas al campo
mismo de la política activa de agrupaciones progresistas, y viceversa.
Desde fines de la década del veinte y comienzos de los años treinta,
ese objetivo se radicalizará aún más, siendo la progresión de las pos-
turas de Wilhelm Reich el desaforado desenlace, a la vez que el paté-
tico atravesamiento del límite, de un parentesco siempre añorado. La
adhesión al materialismo, el importante papel otorgado a la relación
dialéctica y al conflicto, y la tarea de desenmascaramiento que am-
bos compartirían, serán los elementos esgrimidos por estos psicoana-
listas para demostrar la necesidad de articular el saber freudiano con
las tesis marxistas. A pesar de que no tendremos ocasión de analizar-
lo más en detalle, nada parece garantizar que estos concienzudos in-
tentos hayan podido de todas maneras desprenderse de la hipótesis
que, omnipresente en las actas de la Sociedad Psicoanalítica de Viena,
y esencial en el texto de Paul Federn, corroía a todo instante la perti-
nencia de esa ansiada ligazón103.
A partir de los albores de 1930, y principalmente a raíz de la toma
del poder por los nazis, y a causa del peligro de que éstos llegasen a
Viena, la política del movimiento psicoanalítico en relación al mar-
gen otorgado para desvelos crítico–reformistas se cristaliza en un ter-
cer incidente, el cual cierra de alguna forma la parábola así reconstrui-
da. Esta vez se trata de Marie Langer, pues en la disyuntiva en que fue
colocada se ve nuevamente la estrategia más amplia. En efecto, en los
inicios de su formación psicoanalítica en la Viena de la época, se le

102. Cf. Bruno Bettelheim, “How I learned about Psychoanalysis”, en Freud’s Vi-
enna & other essays, Vintage Books, New York, 1991, pp. 24–38.
103. Véase por ejemplo la intervención de Ernst Simmel durante la fundamental
presentación de Siegfried Bernfeld en 1926; el primero sugiere allí que la acu-
mulación capitalista es un correlato de la erogenidad anal de la infancia (cf.
Siegfried Bernfeld, “Socialismo y Psicoanálisis”, en Hans–Peter Gente, Marxis-
mo, psicoanálisis y sexpol. 1. Documentos, op. cit., pp. 15–37).

109
Mauro Vallejo

comunica una determinación que puntualmente le concernía: desde


1934 ningún analista podía participar de actividades políticas de agru-
paciones clandestinas o proscritas104.
Si bien este somero relato conducente a desglosar la tercera hipó-
tesis sugerida dice tal vez poco acerca de la modalidad de organiza-
ción que los colegas de Freud construyeron para llevar a cabo su co-
metido, sí brinda en cambio una convincente conjetura sobre el tipo
de tarea que los mantenía unidos, y principalmente acerca de la cons-
trucción del agente del discurso en cuestión. Por ende, echa una muy
valiosa luz sobre las particularidades del sujeto enunciador en juego,
pues, tal y como veremos en el capítulo cuarto, algunas aserciones
recogidas en las actas nada tienen que envidiar a los enunciados del
higienismo, sobre todo en relación al objeto de preocupación que se
moldea en esos discursos. Es indudable que nuestra mira está pues-
ta casi exclusivamente en la primera de las etapas delineadas, pues las
Minutas conservadas pertenecen a ese período. No obstante, ese pre-
maturo intento no es sino el primer momento de una cruzada de la
cual el discurso psicoanalítico fue alguna vez conciente. Con el pasar
de los años, y luego de haber sido dejadas en el olvido cada una de
las encarnaciones en que ese cruce se develaba, ya fuere a través del
sueño de la potencia de la pedagogía, ya el culturalismo, ya el freu-
do–marxismo, o la ilusión comunitaria; tras el instante en que esos
propósitos se diluían, el discurso seguirá pensándose revolucionario,
contrario a todo orden, pero serán consignas vacías, pues junto con
los proyectos antiguos, habrá dilapidado también su antigua certeza
de que sus tesis implicaban, reclamaban y proseguían un afán refor-
mador. La denegación de esa apoyatura de su decir, la imposibilidad
que nunca pudo sortear en aras de darse a sí mismo los instrumen-
tos con los cuales pensar la cultura de la cual hablaba, la sociedad a
la cual culpaba o veneraba, no son sino los fundamentos de la con-
tinuidad de la hibridez de su discurso. Cada vez que el discurso psi-
coanalítico se veía a sí mismo reducido a una técnica terapéutica al-
zaba su voz en la nostálgica queja que convocaba los tiempos en que
una crítica de la cultura le era intrínseca –o bien descansaba en la paz
del merecido aunque deshonroso logro. Pero en cada oportunidad en
que pretendía retomar esa voz presuntamente perdida, no podía ver
en el espejo más que la reproducción de esos rostros inquietantes, en

104. Cf. Marie Langer, “Nací en 1910. ¿Qué significa eso? Que casi pertenezco
al siglo”, en Marie Langer, Jaime del Palacio y Enrique Guinsberg, Memoria,
historia y diálogo psicoanalítico, Folios ediciones, Buenos Aires, 1984, pp. 1–69,
principalmente pp. 55 ss.

110
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

los cuales el ojo mira de frente, la nariz está de perfil y la boca perte-
nece a otro cuerpo.

D. En todo caso, abogaremos aquí también por una cuarta op-


ción para dilucidar la filiación en la cual se inscriben las reuniones de
los psicoanalistas vieneses, brindando en su apoyo algunos elementos
probatorios. Páginas más arriba afirmábamos que la sola existencia de
las minutas ligaba a la Sociedad de los Miércoles con toda una tradi-
ción de agrupaciones científicas, y, más particularmente, médicas. Pues
bien, destacaremos algunos componentes intrínsecos al desenvolvi-
miento de las reuniones de los colegas de Freud de forma tal de fun-
damentar una estrecha ligazón entre la profesión médica y los even-
tos de la Sociedad Psicoanalítica de Viena. Nuevamente, se trata de
pesquisar en esa deuda los primeros pasos de la omnipresente distan-
cia que la nueva enunciación reservará para con el saber médico; hay
que ver allí la forma en que éste último devino el ingrediente esencial
en el moldeamiento de la posibilidad de un decir psicoanalítico.
La demostración de la alta frecuencia con que argumentos biológi-
cos, higiénicos y fisiológicos eran esgrimidos durante las reuniones de
los analistas vieneses, podría utilizarse como primera prueba de nues-
tro planteo. Un análisis tal, que serviría a la empresa de enraizar es-
tas discusiones con el dominio médico fundamentalmente en cuan-
to concierne al contenido de los enunciados, será objeto de una aten-
ción más detenida en uno de los capítulos que siguen. Por tal moti-
vo, pondremos en esta oportunidad un mayor énfasis en detalles más
bien formales y contextuales con el objeto de apoyar nuestra argumen-
tación. Ya Wittels, en su texto escrito en 1923, hablaba de los “...mé-
dicos de la mesa redonda...”105 en referencia a los integrantes de las re-
uniones de los miércoles, en tanto que Edward Shorter definirá a la So-
ciedad Psicoanalítica de Viena como uno de los dos mundos médicos
de Sigmund Freud106. En efecto, este último autor ofrece una investi-
gación profundamente esclarecedora respecto del origen de los médi-
cos integrantes de la Sociedad de los Miércoles (a quienes está limita-
da su exégesis). En contra de todas las especulaciones que pretenden
explicar el alto porcentaje de personas judías al interior del primer gru-
po de psicoanalistas (79 %) en base a la atracción que dicho saber ha-

105. Fritz Wittels, Sigmund Freud. His personality, his teaching & his school, op. cit.,
página 118.
106. Edward Shorter, “The two medical worlds of Sigmund Freud”, en Gelgand T.
& Keer J. (ed.), Freud and the history of psychoanalysis, The analytic Press, Hulls-
dale, 1992, pp. 59–78.

111
Mauro Vallejo

bría generado en sujetos acostumbrados a la marginalidad y la perse-


cución, o que pretenden extremar los posibles nexos entre el discur-
so psicoanalítico y lo judaico, Shorter brinda datos concluyentes para
dar por tierra con ese tipo de ingenuas disquisiciones. La explicación
de la elevada tasa de miembros judíos entre los médicos participantes
del grupo nucleado alrededor de Freud, debe buscarse en una razón
muy prosaica: la mayoría de los médicos vieneses eran judíos. El 64
% de los integrantes de la Sociedad Vienesa de Psiquiatría y Neurolo-
gía eran de origen mosaico, siendo dicho porcentaje de judíos exacta-
mente igual en la Sociedad de Dermatología; comparado con el por-
centaje propio de la Sociedad Psicoanalítica, la diferencia no es alta-
mente significativa107.
Por otra parte, Shorter aporta un dato que nos conduce a otra de
las apoyaturas para resaltar el carácter médico de tales reuniones. Nos
referimos al hecho de que gran cantidad de los integrantes de la socie-
dad psicoanalítica (casi el 50 %) tenían estrechos contactos con distin-
tas clínicas médicas privadas, siendo incluso propietarios de algunas
de ellas108. El autor explica que el hecho de estar en contacto cotidia-
no con pacientes para los cuales la medicina orgánica tradicional no
ofrecía respuestas, pudo haber predispuesto a estos individuos a una
aceptación de las tesis freudianas; asimismo, es evidente que no se tra-
taba para nada de profesionales o pensadores marginales o outsiders,
sino de médicos claramente insertados en la vida y cultura de la Vie-
na de entonces.

“Es necesario enfatizar la “insider–ness” sociológica de los tempra-


nos analistas, en una ciudad de judíos recientemente emigrados des-
de el este, simplemente para dar por tierra con el mito que hace
del Psicoanálisis el trabajo de “hombres marginales”. Se ha susci-
tado la interpretación que toma al psicoanálisis como una doctri-
na de “outsiders”, de individuos que sentían que eran de alguna

107. No realizaremos aquí un detallado estudio de las posibles interrelaciones


existentes entre el psicoanálisis y la religión judía. Nos interesa simplemente
resaltar que algunos datos sociológicos alcanzan para explicar la alta cantidad
de judíos que adhirieron al movimiento freudiano. Para una visión panorá-
mica del estado de las discusiones acerca del entrecruzamiento entre dicha re-
ligión y la teoría de Freud, véase Ivar Oxaal, “The Jewish origins of psychoa-
nalysis reconsidered”, en Edward Timms & Naomi Segal (ed.), Freud in exile.
Psychoanalysis and its vicissitudes, op. cit., pp. 37–53.
108. Cf. asimismo Elke Muhlleitner & Johannes Reichmayr, “Following Freud in
Vienna. The Psychological Wednesday Society and the Viennese Psychoana-
lytical Society 1902–1938”, op. cit., página 81.

112
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

forma periféricos en el contexto cultural más amplio (...) Y mien-


tras que quizá sea cierto en un sentido global que todos los judíos
eran marginales en la vida general de Europa Central, al interior
del contexto específico de la comunidad médica vienesa, los mé-
dicos judíos no eran de ninguna forma marginales. Eran más nu-
merosos que los no–judíos. Dominaban las prestigiosas sociedades
médicas. Y los tempranos analistas en particular se encontraban en
el corazón mismo de las familias judías reconocidas, alrededor de
las cuales giraba la vida médica de la ciudad”.109

Este análisis no apunta de ningún modo a poner en tela de juicio


la existencia de un clima de áspero antisemitismo en la escena viene-
sa. Los trabajos de Sander Gilman nos impedirían por otra parte des-
conocer los efectos que esos prejuicios dejaron sobre la construcción
de las teorías psicoanalíticas. Este historiador ofrece una convincente
lectura de numerosos textos de Freud, señalando la forma en que esos
trabajos fueron moldeados teniendo como telón de fondo las teorías
racistas, y principalmente antisemitas, de la ciencia europea. Las pu-
blicaciones y las correspondencias freudianas están atravesadas por
explícitas o veladas alusiones a las prácticas y nociones resultantes de
esos paradigmas, muchas veces bajo la forma de detalles de las cade-
nas asociativas despertadas por fragmentos de sueños propios, chistes,
lapsus, etc. Lo más interesante del aporte de Gilman se ubica, no obs-
tante, en su propuesta de considerar al discurso freudiano como un
poderoso intento por edificar un decir opuesto a las nociones ampa-
radas en los axiomas racistas. El centro del psicoanálisis se ubicaría en
las diversas estrategias que éste halló para socavar las preocupaciones
y el lenguaje de un antisemitismo científico110.

109. Op. cit., página 90. Al tiempo que el trabajo de Shorter restringe su investi-
gación a los miembros médicos de la Sociedad de Viena, el texto de Muhlleit-
ner y Reichmayr ofrece un buen complemento al mismo, pues toma en con-
sideración todos los integrantes de la institución. En tal sentido afirma que
el porcentaje de médicos se mantuvo siempre cercano al 70 %, siendo la reli-
gión judía el credo al que pertenecía el 72% de los miembros.
110. Cf. Sander Gilman, The case of Sigmund Freud. Medicine and identity at the fin
de siècle, The John Hopkins University Press, Baltimore and London, 1993. A
nuestro parecer, en aisladas oportunidades el autor lleva demasiado lejos su
cometido; por caso, cuando enfatiza el papel que el modelo galtoniano de
utilización de las fotografías habría desempeñado en la descripción freudiana
del funcionamiento inconsciente (op. cit., pp. 54, 104, 147); asimismo, al su-
gerir leer la defensa de Freud de Theodor Reik en base a la acostumbrada acu-
sación de que los judíos eran malos médicos (op. cit., página 246, n. 174); y

113
Mauro Vallejo

Los historiadores de aquel ambiente cultural y político han demos-


trado en sobradas oportunidades que los actos, ataques e intrigas an-
tisemitas no harán otra cosa que incrementarse a partir de los últimos
años del siglo XIX, sobre todo desde la asunción de Karl Lueger a la
alcaldía de Viena en 1897. Incluso al interior mismo del campo mé-
dico, conformado por tantos judíos, se efectuaban diferencias racia-
les, sobre todo en el sentido de que para los hebreos era muy difícil
el acceso a ciertos estamentos académicos. Aún así –o precisamente
por tales motivos– la carrera médica podía servir para muchos judíos
como un medio para contrarrestar el sentimiento de rechazo y discri-
minación; garantizaba la pertenencia a un círculo a través del cual ga-
nar cierto prestigio y reconocimiento social. A la luz de estas asercio-
nes cabe releer en parte la relación del psicoanálisis con la medicina.
Tal y como lo sugiriera Sander Gilman, es probable que Freud, el psi-
coanalista, tuviera necesidad de un apoyo en la medicina con el fin de
proteger su frágil posición social, máxime teniendo en cuenta su te-
mor de que su disciplina fuese tomada como un práctica restringida a
los integrantes de la religión de Moisés111.
No obstante, ese factor no alcanza seguramente para dar cuenta de
otras razones por las cuales la disciplina psicoanalítica continuó sintiendo
por un tiempo la necesidad del amparo de la profesión médica. Nacido de
ella, heredero de tantos de sus procedimientos de formación, legatario de
su mecanismo de construcción del objeto de su saber y su aproximación
a él, el psicoanálisis recién podrá reclamar con orgullo su deseo de inde-
pendencia una vez que su movimiento le haya otorgado el patrocinio y
las instituciones suficientes como para respaldar sus ansias de autonomi-
zación. Antes de la creación de sus institutos de formación y sus ambu-
latorios (elementos esenciales para el sostén y perpetuación de la nueva
profesión psicoanalítica), el saber freudiano no podía de ningún modo
desmarcarse del resguardo otorgado por el campo médico; antes de con-
tar con sus propias revistas y órganos de difusión, la disciplina freudiana
precisaba de las publicaciones médicas, en las cuales, vale recordarlo, sus
acólitos no tenían grandes dificultades para editar sus textos.

principalmente en su propuesta de entender el episodio de la teoría de la se-


ducción en relación con la forma en que Freud se vio seducido por la idea de
la conversión religiosa, y sobre todo con el papel desempeñado en ello por su
niñera (op. cit., pp. 75–78, 136–137).
111. Cf. Sander Gilman, “Constructing the image of the appropriate therapist. The
struggle of psychiatry with psychoanalysis”, en Disease and Representation. Im-
ages of illness from madness to AIDS, Cornell University Press, Ithaca and Lon-
don, 1991, pp. 182–201.

114
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

A estas conclusiones cabe adjuntar un comentario sobre un aspecto de


la Sociedad Psicoanalítica de Viena que sin lugar a dudas portó un peso
nada desdeñable en el desenvolvimiento de sus actividades. Numerosos
partícipes directos del grupo vienés han sabido resaltar el papel desem-
peñado por las estrategias de derivación de pacientes en el decurso de tal
cenáculo. Es por todos conocido el ahínco que Freud ponía en conven-
cer a sus colegas para que éstos emprendieran una dedicación exclusiva a
la práctica psicoanalítica112. Por tal motivo, es posible conjeturar que para
muchos integrantes de la Sociedad de Viena eran de vital importancia las
chances de formar parte de esos arreglos de derivación de pacientes, sobre
todo para aquellos integrantes que no tenían título médico, o que debi-
do a sus trayectorias profesionales no tenían garantizada su subsistencia
gracias a sus ocupaciones en clínicas privadas. Tal vez el siguiente frag-
mento de Abram Kardiner, extraído del relato de su análisis con Freud,
afirme con el énfasis justo el punto al cual estamos apuntando aquí: “El
hecho triste era que toda la estructura económica del movimiento psi-
coanalítico descansaba en los hombros de Freud. Él era el proveedor de
todos los favores y pacientes para todo el grupo de analistas de Viena, y
esto era fuente a la vez de lealtad y de corrupción”.113.
Esta peculiaridad atinente a la sociedad vienesa constituye un en-
granaje esencial en el designio de ligar su desenvolvimiento y existen-
cia con aquello que sin demasiado afán de precisión se puede deno-
minar el campo médico. Un aspecto distintivo de ese tipo de agru-
paciones profesionales reside en la trama de favores personales, deu-
das y pactos que sus integrantes establecen. En el caso de Freud, éste
se permitía incluso acompañar una derivación con sugerencias pre-
cisas sobre cómo proceder con el paciente en juego; la anécdota de
Wilhelm Reich es quizá la más conocida: “Freud me envió varios pa-
cientes con la siguiente nota: «Para psicoanálisis, impotencia, tres

112. Cf. Paul Roazen, Hermano animal. La historia de Freud y Tausk, op. cit., pági-
na 87. Por ejemplo, Stekel recuerda en sus memorias cómo Freud lo alentó a
decidirse por una dedicación exclusiva al psicoanálisis (cf. Emil Gutheil (ed.),
The autobiography of Wilhelm Stekel. The life story of a pioneer psychoanalyst, op. cit.,
página 121).
113. Abram Kardiner, Mi análisis con Freud: reminiscencias, Cuadernos de Joaquín
Mortiz, México, 1979, página 82. Véase asimismo Ernest Jones, La vida y obra
de Sigmund Freud, op. cit., página 142; Elisabeth Young–Bruehl, Anna Freud,
Emecé, Buenos Aires, 1991, página 127; Frank Sulloway, Freud. Biologist of the
mind, op. cit., página 482; Paul Roazen, Cómo trabajaba Freud. Comentarios direc-
tos de sus pacientes, Paidós, Barcelona, 1998, pp. 135–158; Hermano animal. La
historia de Freud y Tausk, op. cit., pp. 44, 45, 65, 88, 117, 122, 198; Isidor Sadger,
Recollecting Freud, op. cit., página 106.

115
Mauro Vallejo

meses»”.114. Son igualmente célebres algunas derivaciones acerca de


las cuales mucho se ha escrito ya: la de Tausk a Helene Deutsch115, la
de Jones a Ferenczi, la de Weiss a Federn116; merecen ser señaladas,
por ejemplo, las numerosas ocasiones en que Freud derivaba pacien-
tes a Adler durante el período en que ambos mantenían una pacífi-
ca relación, tal y como se desprende de algunos pasajes de su corres-
pondencia inédita117.
Este aspecto se torna más evidente aún si consideramos su relevan-
cia en las disidencias y rupturas producidas al interior del grupo de Vie-
na. Podemos hallar un primer atisbo de ello en una misiva a Ferenczi
fechada el 10 de noviembre de 1909: “...no acude nueva clientela, de
modo que no puedo repartir casi nada entre el “círculo”. Me temo que
pronto declaren la huelga y me abandonen”.118. Más ilustrativa aún re-
sulta una carta a Pfister del 20 de abril de 1911, en la cual Freud inter-
pretaba los conflictos con Adler y Stekel como reacciones de estos úl-
timos a la disminución de derivación de pacientes por parte del prime-
ro: “Se trata indudablemente del complejo del padre, pero en el senti-
do de que el padre no hace todo lo que debe por ellos. Crítica del pa-
dre impotente. De hecho, en este año del apremio incansable ha dis-
minuido mi capacidad de distribuir enfermos”.119. En una misiva del
mismo año, enviada a Ludwig Binswanger el 23 de noviembre, Freud
nuevamente hace depender la posibilidad de aquietar los ánimos en
su ciudad, de su capacidad de derivar analizantes a sus colegas: “En
Viena me siento en paz (...) Todo irá bien si no aparecen propósitos
encarnizados, la asistencia no es tan numerosa como para satisfacer a
los colegas. Me consuelo tras mi experiencia, en otoño los pacientes
no pulsan la alarma hasta que el tiempo se hace realmente malo”.120.
En 1914 Freud seguía atribuyendo a las estrategias de derivación una
fuerte importancia para entender las pasadas defecciones ocurridas en

114. Wilhelm Reich, La función del orgasmo. El descubrimiento del orgon, op. cit., pági-
na 50. El libro de Reich ofrece algunos esclarecedores pasajes sobre el contexto
científico y profesional de los psicoanalistas vieneses en la década del 30.
115. Cf. Paul Roazen, Hermano animal, op. cit.
116. Cf. Edoardo Weiss, “Paul Federn (1871–1950)”, op. cit., página 142.
117. Cf. Martin Fiebert, “In and out of Freud’s shadow: a chronology of Adler’s
relationship with Freud”, op. cit., sobre todo pp. 241–249. Véase asimismo
Heinz Ansbacher & Rowena Ansbacher (ed.), La psicología individual de Alfred
Adler. Presentación sistemática de una selección de sus escritos, op. cit., página 93.
118. Freud/Ferenczi, I, 1, página 144.
119. Freud/Pfister, página 46.
120. Correspondencia, Tomo III, página 334. Una aserción muy similar hallamos
en la carta a Jung del 17 de diciembre de 1911 (cf. Freud/Jung, página 541).

116
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

el círculo de los miércoles; en efecto, en una carta fechada el 15 de


Mayo, respondía de la siguiente forma a una misiva no conservada,
en la cual presuntamente Sabina Spielrein se quejaba de los pocos pa-
cientes que a ella le eran remitidos:

“¡He aquí que también se está volviendo loca y con los mismos
síntomas que sus predecesores! (...) ¿Y su argumento según el cual
yo no le habría enviado a usted aún ningún paciente? Eso se ha
manifestado exactamente del mismo modo con Adler, que se creía
perseguido porque no se los enviaba. (...) Al menos desde hace seis
meses no he tenido un solo cliente de Berlín, y por otro lado nin-
guno que hubiese podido enviarle. Tengo grandes dificultades en
ocuparme de mis jóvenes en Viena”.121

El testimonio del propio Stekel es muy claro al respecto: luego de


describir la renuncia de Adler y sus discípulos a la Sociedad Psicoana-
lítica de Viena, prosigue: “¿Por qué no me retiré con Adler? Estaba par-
cialmente en dependencia de Freud en lo atinente a mi práctica...”122.
Refiriéndose a esta problemática, Paul Roazen dirá que para los psi-
coanalistas “...el hecho de haber seguido a Jung, Adler o Stekel en la
rebelión habría arruinado a la mayoría de ellos, dado que para la ob-
tención de pacientes dependían bien del propio Freud bien de sus aso-
ciados diseminados por el mundo occidental”.123 Es muy probable que
antes de los años 20, es decir antes de la apertura del Ambulatorio y
del Instituto en Viena, el rol de Freud como canal de transmisión de
pacientes haya desempeñado un papel fundamental en la vida cotidia-
na profesional de los psicoanalistas de dicha ciudad.
Tal vez haya sido Kenneth Eisold quien más hincapié ha puesto en

121. Correspondencia, Tomo III, pp. 553–554. Recordemos que por ese entonces
Spielrein, luego de su paso por Viena, estaba residiendo en Berlín.
122. Emil Gutheil (ed.), The autobiography of Wilhelm Stekel. The life story of a pioneer
psychoanalyst, op. cit., pp. 141–142; en efecto, en varios pasajes de su texto Stekel
hace mención de los pacientes que Freud le había derivado (cf. op. cit., pp. 114,
115, 137, 148). Luego, aludiendo a una etapa posterior, dirá: “Freud no tuvo
en cuenta mi capacidad para sostener una amplia práctica sin su ayuda” (op.
cit., página 173). En un escrito de 1923, Stekel dirá que dependía económica-
mente de Freud, “...como toda la banda, que ahora era alimentada por su co-
medero (...) Una gran proporción de sus seguidores más importantes vivían a
costa de su gentileza (...) Tenía nuestras tarjetas de presentación y nos repartía
pacientes como él quería” (citado en Bernhard Handlbauer, The Freud–Adler
controversy, op. cit., página 26).
123. Paul Roazen, Freud y sus discípulos, op. cit., página 326.

117
Mauro Vallejo

la importancia de esta problemática. Utilizando un lenguaje y unas he-


rramientas sobre dinámica grupal que nosotros no compartimos, ha
sabido enfatizar la forma en que a partir de cierto instante emergió en
el grupo de psicoanalistas vieneses un interés distinto al de defender y
profundizar la teoría y el liderazgo de Freud. En efecto, partiendo de
la lectura de diversos fragmentos de las minutas, principalmente de al-
gunos concernientes a cuestiones formales sobre las cuales retornare-
mos (local donde llevar a cabo las reuniones, naturaleza del intercam-
bio de opiniones, etc.), es justo deducir que luego de 1908 la Sociedad
abogaba por la protección y mejoramiento de la seguridad profesio-
nal de sus integrantes124; aspecto éste último que es negado por Elisa-
beth Roudinesco a través de un conmovedor idealismo a cuyo respec-
to nos referiremos luego 125.
Intentar responder a nuestra propuesta de ligar la naturaleza de la
primera agrupación psicoanalítica al campo médico y su profesión, a
través del recupero de la discusión del análisis lego, tal y como éste
fue planteado por Freud en su conocido escrito de 1926, sería incu-
rrir en un ciego anacronismo. Principalmente debido a que no pue-
den confundirse unas prescripciones y anhelos proferidos a mediados
de la década del 20 –los cuales encontrarán, por cierto, fuerte resisten-
cia– con las características reales de una práctica que tuvo lugar en los
primeros años del siglo XX. No podemos aquí detenernos profunda-
mente en la cuestión, pero es dable recordar que hasta la finalización
de la Primer Guerra Mundial era impensable poner en entredicho la
evidencia de que el ejercicio del psicoanálisis era terreno de exclusi-
va injerencia de los médicos. Si bien Freud pudo haber alentado an-
teriormente a algunas personas a ingresar al estudio del psicoanálisis
sin exigirles para ello una formación médica, en ningún momento en-
traba en sus planes la posibilidad de que tales legos se dedicaran a la
clínica. En su biografía de Freud, Jones recordaba que antes de 1914
Hug–Hellmuth era la única analista no–médica de Viena, al tiempo
124. Cf. Kenneth Eisold, “Freud as a leader: the early years of the viennese soci-
ety”, op. cit., sobre todo pp. 87–93.
125. Cf. Elisabeth Roudinesco, La batalla de cien años. Historia del psicoanálisis en
Francia. I (1885–1939), Editorial Fundamentos, Madrid, 1988, página 97. El
menosprecio por el “aspecto profesional” inherente al primer grupo de psicoa-
nalistas constituye tal vez el punto más débil de la interesante introducción
de Schneider a la edición francesa de las actas (cf. Michel Schneider, “Préface”,
en Nunberg H. & Federn E. (ed.), Les premiers psychanalystes. Les Minutes de la
Société Psychanalytique de Vienne, Tome IV, op. cit., página XV: “Ils ne sont mus
par aucun intérêt que l’amour de la verité, aucune visée que celle, douloureu-
se, de reconnaître en eux l’inconscient en souffrance”.).

118
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

que los primeros psicoanalistas legos en seguir sus pasos lo harían con
un primer sentimiento de vergüenza, aplacado sólo por la certeza de
las ventajas económicas que tal decisión acarreaba126. En consonancia
con ello, Wilhelm Stekel, en uno de los artículos a través de los cua-
les se implicó activamente en los debates desencadenados por el pro-
ceso a Reik, y publicado en mayo de 1927 en el Neue Freie Presse, re-
cordaba que Freud de ningún modo admitía o toleraba que los esca-
sos legos que al comienzo lo secundaban se hicieran cargo del trata-
miento de pacientes127.
Luego de 1918, y principalmente en razón de un aumento de la de-
manda de psicoterapia y de otros factores profesionales, se produce un
viraje en lo que respecta a dicha situación, y Freud se convertirá hasta
el final de sus días en un convencido defensor del derecho de los pro-
fanos a practicar el análisis128. Ello permitió a muchos analistas legos
ejercer la cínica amparados por el punto de vista del líder vienés; sin

126. Cf. Ernest Jones, Vida y obra de Sigmund Freud, Tomo III, op. cit., pp. 309 ss.
127. Cf. Harald Leupold–Löwenthal, “Le procès de Theodor Reik”, Revue Interna-
tionale d’Histoire de la Psychanalyse, 3, 1990, pp. 57–69. La cita de Stekel figura
en las páginas 66–67.
128. Cf. Michael Schröter, “The early history of lay analysis, especially in Vienna,
Berlin and London. Aspects of an unfolding controversy (1906–1924)”, The In-
ternational Journal of Psychoanalysis, Volume 85, 2004, Part I, pp. 159–177. Dicho
texto ofrece, por otro lado, muchos indicios que permitirían ligar por otro ca-
mino a la temprana sociedad psicoanalítica con la disciplina médica, pues mu-
chas de las características del funcionamiento del Ambulatorio Psicoanalítico
Vienés (de fundamental relevancia en el desenvolvimiento de la Sociedad Psi-
coanalítica de Viena durante los años veinte y treinta) suponen una importación
de las normas de las clínicas médicas. En efecto, al igual que en el Policlínico
de Berlín, del cual devino una copia y heredero, una de las funciones esencia-
les de tal Ambulatorio, si no la principal, era ofrecer entrenamiento analítico
a los iniciados. Otras características que se afianzaron gracias a la existencia de
esas clínicas (tratamientos gratuitos, obligatoriedad de la supervisión) se inspi-
ran en las costumbres médicas –al respecto, basta con leer las sinceras palabras
de Freud en ocasión del décimo aniversario de la clínica berlinesa (cf. Sigmund
Freud, “Prólogo a Zehn Jahre Berliner Psychoanalytisches Institut”, AE, XXI, página
255). Sobre el Ambulatorio véase Karl Fallend, Peculiares, soñadores, sensitivos,
op. cit., pp. 95–121; Christine Diercks, “The Vienna Psychoanalytic polyclinic
(“Ambulatorium”): Wilhelm Reich and the Technical Seminar”, Psychoanalysis
and History, Volume 4, 1, 2002, pp. 67–84; Elizabeth Ann Danto, “The ambu-
latorium: Freud’s free clinic in Vienna”, The International Journal of Psychoanaly-
sis, Volume 79, 1998, Part 2, pp. 287–300; las memorias de Sterba nos acercan
un testimonio muy vívido de las actividades de dicha clínica (cf. Richard Ster-
ba, Reminiscences of a Viennese Psychoanalyst, op. cit.).

119
Mauro Vallejo

embargo, estos psicoanalistas no–médicos trabajaban cotidianamente


bajo supervisión y vigilancia de sus colegas más antiguos, formados n
la escuela de medicina129. El propio autor de La Interpretación de los Sue-
ños dejaba en claro su perspectiva en una carta escrita probablemen-
te en 1925 o 1926: “Sólo hace falta exigir que el analista no–médico
permanezca en contacto constante con un médico, a fin de que le so-
licite un diagnóstico y el establecimiento de la indicación, y para so-
meter a su decisión todas las complicaciones”.130. Por otra parte, y tal
y como Sadger lo señalaba en 1930, durante muchos años Sigmund
Freud se opuso al análisis por parte de los no–médicos, o, más preci-
samente aún, dicha posibilidad no era siquiera contemplada respec-
to de los miembros que no poseían título otorgado por una facultad
de medicina, para los cuales el movimiento tenía reservado un lugar
claramente determinado: aplicar a otras ciencias las teorías psicoana-
líticas. Dicho autor prosigue: “La defensa por parte de Freud del dere-
cho de los analistas legos a curar enfermos comenzó mucho después.
El asunto sólo devino apremiante cuando la institucionalización de
la práctica psicoanalítica, bajo el influjo de los países extranjeros, co-
menzó a transformarse en un negocio rentable”.131
A tal respecto, Paul Roazen dirá que “... en los años que precedie-
ron la Primera Guerra Mundial, sus publicaciones daban por senta-
do que los psicoanalistas eran médicos. Freud tenía un gran deseo de
triunfar en el mundo de la medicina. Todo discípulo que además de
ser respetado en el mundo de la medicina contaba con el respaldo de
un hospital de psiquiatría, seguramente sería mucho más útil para el
psicoanálisis”.132 De hecho, en una carta enviada a Ernest Jones el 22

129. Cf. Murray Sherman, “Theodor Reik and lay analysis”, The Psychoanalytic Re-
view, Volume 75, 3, 1988, pp. 380–392.
130. Sigmund Freud, “Lettre à un correspondant anonyme”, Revue Internationale de
l’histoire de la psychanalyse, 3, 1990, página 19. En una carta de Freud dirigida a
Julius Tandler el 8 de marzo de 1925 a propósito del asunto Reik, aquel deja-
ba expresa constancia de ello: “El interés terapéutico queda protegido en tan-
to que la decisión sobre si un caso determinado ha de adoptar el tratamiento
psicoanalítico, continúe en manos de un médico. En todos los casos del señor
Reik, yo mismo he tomado esas decisiones” (Correspondencia, Tomo IV, página
581; acerca de esa carta, véase Karl Sablik, “Sigmund Freud et Julius Tandler:
une mystérieuse relation”, Revue Internationale de l’histoire de la psychanalyse, 3,
1990, pp. 89–103). Una misiva enviada por Freud, a través de una paciente
que le derivaba, a Reik el 20 de marzo de 1922, es muy ilustrativa del proce-
der del primero en este asunto (cf. Correspondencia, Tomo IV, página 423).
131. Isidor Sadger, Recollecting Freud, op. cit., página 103.
132. Paul Roazen, Hermano animal, op. cit., página 46.

120
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

de enero de 1911, Freud era muy claro en lo concerniente a la raigam-


bre médica de su disciplina: “...debemos resistir la tentación de esta-
blecernos en nuestras colonias, donde no podemos ser otra cosa que
extranjeros y visitantes distinguidos, y tenemos que volver cada vez
a nuestro país nativo de la Medicina, en el que encontramos las raí-
ces de nuestros poderes”.133 Acerca de las ansias de Freud por obtener
aprecio de los representantes de la medicina, vale recordar un señala-
miento que realiza Sulloway amparándose en los ya canónicos estu-
dios que han demostrado la falsedad de la presunta mala recepción de
los primeros textos freudianos; el autor de Freud, biologist of the mind,
nos indica que Freud permaneció durante muchos años indiferente a
las reseñas y reacciones del público lego, y al contrario muy sensible a
las respuestas de los enclaves de la medicina tradicional134.
Por su parte, y en cuanto respecta a la Sociedad Psicoanalítica de
Viena, las actas de sus reuniones no guardan registro alguno de dis-
cusiones acerca del análisis profano, principalmente debido a que ta-
les debates se suscitaron a mediados de la década del veinte tras la
querella contra Reik, es decir, en un período posterior al aquí anali-
zado. Sin embargo, y tal y como es apuntado por Muhlleitner y Rei-
chmayr, el grupo de Viena contó siempre con un bajo porcentaje de
miembros médicos en comparación a otros grupos de la IPA, como
Berlín y Nueva York, los cuales exigían desde temprano la formación
médica como requisito de ingreso a sus instituciones. Exceptuando
al grupo inicial de las cinco personas que comenzaron a reunirse en
1902, de las cuales el 100 % eran médicos, y dejando de lado lo suce-
dido entre esa fecha y 1906, período del cual no se conservan regis-
tros, aquellos autores señalaron que en el año 1929 se dio en el grupo
vienés el mayor índice de médicos (76,4 %), en tanto que en el perío-
do comprendido entre el inicio de las actas y 1939, dicho porcentaje
rondó entre el 65 y 70 %. Estos indicadores, sumados a la autoridad
que Freud había logrado tras las defecciones de los disidentes, hicie-
ron de Viena la ciudad más proclive a aceptar el análisis por parte de
los no–médicos, al momento en que dicho tópico comenzó a ser so-
metido a discusión –es decir, vale repetirlo, con posterioridad al fin
de la Gran Guerra. No obstante, la férrea determinación freudiana en
el asunto no debe mover a malentendidos, puesto que de todas for-

133. Freud/Jones, página 134. Ver también la carta a Ferenczi del 29 de diciembre
de 1910.
134. Cf. Frank Sulloway, Freud, biologist of the mind, op. cit., pp. 452–453. El autor
fundamenta su aserción, entre otras fuentes, en el trabajo de Hannah Decker
(véase Freud in Germany, op. cit., pp. 18, 282, 291).

121
Mauro Vallejo

mas muchos influyentes analistas vieneses continuaron oponiéndose


al uso de la terapia psicoanalítica por parte de los legos. Este último
aspecto puede comprobarse a través de la lectura de los informes acer-
ca del análisis lego, publicados en una sección especialmente destina-
da al asunto en el volumen VIII de 1927 del órgano de la Asociación
Internacional de Psicoanálisis135. Cabe remarcar, además de la deci-
dida oposición de Ernest Jones a la postura de Freud, la franca divi-
sión de las opiniones de los analistas de Viena. En tanto que Theodor
Reik, Herman Nunberg, Robert Wälder y Robert Hans Jokl sostuvie-
ron puntos de vista compatibles con el escrito freudiano sobre los le-
gos, Eduard Hitschmann, Paul Schilder, Felix Deutsch, Wilhelm Reich
e Isidor Sadger declararon estar en desacuerdo con otorgar permiso a
los no–médicos para ejercer la terapia psicoanalítica136.
Estos detalles de los primeros tiempos del análisis nos interesan par-
ticularmente debido a que conciernen a los años en que tuvieron lu-
gar las discusiones recogidas en los cuatro primeros volúmenes de las
Minutas. Por otra parte, en muchas ocasiones se trataba de asuntos ín-
timamente ligados al desenvolvimiento de la Sociedad Psicoanalítica
de Viena, cuando no la tenían a ella como partícipe primordial. En tal
sentido, resta aún mencionar uno de los acontecimientos fundamen-
tales de la primera agrupación psicoanalítica, el cual, además de mar-
car un hito cardinal en su historia, sirve asimismo a nuestra hipótesis
en relación al parentesco a establecer entre dicha sociedad analítica y
la medicina. Nos referimos así al instante en que la institución que por
entonces se reunía en el hogar de Freud, salió del relativo aislamiento
en que hasta entonces se encontraba, e hizo una presentación públi-
ca. Efectivamente, el 15 de abril de 1908 la agrupación pasa a tomar
el nombre de Sociedad Psicoanalítica en ocasión de la colaboración que
se prestó a Magnus Hirschfeld para la elaboración de un cuestionario

135. Cf. “Discussion on lay analysis”, The International Journal of Psycho–Analysis,


Volume VIII, 1927, pp. 174–283 y 392–401. Acerca de estos debates –o, más
bien, para entender porqué no fueron tales, principalmente debido a la intem-
pestiva intervención de Freud, materializada en el escrito que sólo presunta-
mente obedecía al “episodio Reik”– véase Jaap Bos, “Notes on a controversy.
The question of lay analysis”, Psychoanalysis and History, Volume 3, 2, 2001, pp.
153–169. Para un claro resumen de las perspectivas defendidas por los prin-
cipales analistas en las discusiones de 1927, véase Susann Heenen–Wolff, “La
discussion sur l’«analyse profane» dans l’Internationale Zeitshrift für Psychoanaly-
se”, Revue Internationale de l’histoire de la psychanalyse, 3, 1990, pp. 71–88.
136. Tres años después, en su libro sobre Freud, Sadger dedicará todo un capítu-
lo a repetir su oposición a la postura de Freud en lo atinente a los analistas le-
gos (cf. Isidor Sadger, Recollecting Freud, op. cit., pp. 101–123).

122
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

sobre sexualidad, el cual sería completado por los propios sujetos y re-
mitido por carta al famoso sexólogo137.
La posibilidad de dicha cooperación fue discutida por una sugeren-
cia del propio Freud, cuya intervención abre el registro de la reunión
con las siguientes palabras: “El profesor Freud informa que el Dr. Mag-
nus Hirschfeld propuso la confección conjunta de cuestionarios con el
fin de explorar el instinto sexual. Por su parte, acepta la propuesta y la
somete a consideración de la Sociedad, a fin de establecer si ésta acep-
ta participar”.138 Luego de un breve debate, durante el cual sólo Stekel
y Wittels alzan objeciones a la sugerencia, la mayoría de los miembros
acepta la moción. Eduard Hitschmann se compromete a redactar para
la semana siguiente un cuestionario a partir del elaborado por el sexólo-
go berlinés. El siguiente encuentro, del 22 de abril, estuvo enteramente
dedicado a la discusión acerca de las preguntas a incluir en el interroga-
torio. El acta de dicha fecha está dividida en tres partes. En la primera
se recoge la presentación de Hitschmann y las sugerencias de los distin-
tos miembros de la recién conformada Sociedad Psicoanalítica (recién en
1910 agregará a su denominación el nombre de Viena). En la segunda,
es presentado el listado de preguntas elaborado por Hitschmann, entre
las cuales figuran desde interrogantes sobre la fisonomía de los órga-
nos sexuales hasta demandas sobre las caricias recibidas y las polucio-
nes nocturnas. Por último, se adjunta el cuestionario propiamente di-
cho de Magnus Hirschfeld, consistente en noventa preguntas sobre los
más variados detalles del desarrollo y vida sexual de las personas.
Un dato destacable es el hecho de que hacia el final de la discusión
Freud anuncia que él mismo “...elaborará un cuestionario utilizando
las sugerencias recibidas”.139 No sabemos si el listado que figura en el
registro, presuntamente de Hitschmann, es obra exclusiva de éste o si
responde también a la labor de Freud. Algunos detalles de este listado
nos hacen presumir que la última opción es válida. Al final de su in-
tervención, Freud había sugerido que la homosexualidad fuese men-
cionada sólo tangencialmente; pues bien, entre las preguntas que figu-
ran, jamás se indagan los deseos o actos homosexuales, en tanto que
sí se nombran distintas perversiones (exhibicionismo, masoquismo,
sadismo, etc.). En dos ocasiones se consigna la palabra “inversión”,
pero entre paréntesis se agrega que sobre tal asunto debe consultarse
el cuestionario de Hirschfeld. Por otro lado, el segundo rasgo que nos
hace presumir que Freud participó de la confección de tales pregun-

137. Cf. Minutes I, pp. 372–374.


138. Minutes I, página 372.
139. Minutes I, página 376.

123
Mauro Vallejo

tas, reside en los agregados hechos con lápiz, los cuales son discrimi-
nados con unos asteriscos. Si revisamos cuáles fueron esas adiciones,
no es difícil reconocer la pluma de Freud: “Teorías sexuales infanti-
les”, “Sentimientos religiosos”, “Nodriza”, “Métodos utilizados en la
crianza”, “Amenazas” (de castración), “sentimientos de culpa” (luego
del primer coito), y last but not least, el agregado de la palabra “típicos”
a una consulta sobre los sueños.
El nombre de Magnus Hirschfeld había aparecido ya en los re-
gistros de las discusiones, sobre todo en su calidad de editor de una
conocida revista sobre sexualidad, en cuyas páginas se reseñaban
los textos de Freud140. Por otra parte, en 1906 éste había enviado al
sexólogo unas cartas acerca del asunto de la acusación de Fliess so-
bre plagio en relación a la bisexualidad, lo cual era evidentemen-
te un pedido de ayuda para resolver la controversia141. Así lo com-
prendió Hirschfeld, quien publicó en un órgano vienés un artículo
en defensa de Freud al respecto142. A ello cabe agregar que el sexó-
logo formaba parte del pequeño grupo que, guiado por Karl Abra-
ham, fundó en 1908 la Sociedad Berlinesa de Psicoanálisis143, aun-
que Hirschfeld la abandonará poco después, en 1911144. En general,
los puntos de vista de Hirschfeld acerca de la sexualidad lo aparta-

140. Cf. Minutes I, página 14n. Uno de los textos de Sigmund Freud, “Fantasías
histéricas y su relación con la bisexualidad”, había aparecido originalmente en
una de las publicaciones dirigidas por Hirschfeld. Por su parte, Freud se refería
al sexólogo en Tres ensayos de teoría sexual, en el apartado dedicado a las “aberra-
ciones sexuales”. Tal y como puede colegirse a partir de la correspondencia de
Freud con Abraham, este último también publicó algunos artículos en las re-
vistas de Hirschfeld.
141. En los volúmenes de la correspondencia freudiana se cita una de esas car-
tas (cf. Correspondencia, Tomo II, página 525); los editores del epistolario con
Fliess ofrecen fragmentos de otra carta (cf. Freud/Fliess, pp. 515–516). Freud en-
vió también varias misivas a Karl Kraus al respecto durante el año 1906. Vé-
ase Michael Schröter, “Fliess versus Weininger, Swoboda and Freud: the pla-
giarism conflict of 1906 assessed in the light of the documents”, Psychoanaly-
sis and History, Volume 5, 2, 2003, pp. 147–173.
142. Cf. Charlotte Wolff, Magnus Hirschfeld. A portrait of a pioneer in sexology, Quar-
tet Books, Londres, 1986, página 64.
143. Cf. Freud/Abraham, página 75.
144. Véase la carta de Abraham a Freud del 29 de octubre de 1911. En su carta a
Jung del 2 de noviembre de 1911, Freud se refiere a la renuncia de Hirschfeld
a la Sociedad berlinesa. Tal y como era su costumbre en esos casos, se refirió
al sexólogo en términos muy aciagos, mezclando improperios con categorías
psicopatológicas: “No es apenas de lamentar, es un fulano pulposo y desagra-
dable y no parecía ser capaz de aprender algo. Naturalmente, aduce la obser-

124
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

ron cada vez más de la doctrina psicoanalítica, pues aquel negaba


toda influencia de los traumas, siendo que consideraba que la he-
rencia era el factor fundamental145.
Volviendo al cuestionario que sintomáticamente se ubica como acon-
tecimiento inaugural de las sociedades psicoanalíticas, es probable que el
pedido para que el grupo vienés colaborase en su confección haya sido
realizado personalmente por Hirschfeld a Freud al momento de la visita
de aquel hacia comienzos de abril de 1908146. Finalmente, el mismo se
publicó en diciembre del mismo año, aunque en tal ocasión Hirschfeld
agradece a Abraham y no a los analistas vieneses. Unos meses más tarde,
al enterarse de su existencia, Jung le escribe a Freud una misiva en la cual
le hace saber su indignación por la creación de ese cuestionario147. En su
respuesta, Freud no se refiere al asunto, y Jung arremete nuevamente en
su próxima carta, del 12 de mayo de 1909, en la cual califica de “vergon-
zoso” el hecho de que se haya utilizado el epíteto de “psicoanalítico” para
nominar al cuestionario. Según parece, Freud, en su repuesta escrita cua-
tro días después, habría contestado a las objeciones de Jung, pero no se
ha conservado ese fragmento de la carta en cuestión.
Nos resulta imposible establecer si tanto Freud como sus seguido-
res vieneses sintieron una verdadera fascinación por el cuestionario de
Hirschfeld, tal y como afirmó Günter Maeder148; lo cierto es que gus-
tosamente colaboraron en su realización, y eligieron tal acontecimien-
to para anunciar su existencia como sociedad psicoanalítica.
Urge entonces concluir que la entrada en la escena pública de la
primigenia institución psicoanalítica se produjo a través de una en-
cuesta que, perteneciendo a la infinita curiosidad de la naciente sexo-
logía, no resulta para nada un huésped extraño en los registros de una
sociedad que poco tiempo después dedicaría nueve reuniones a tratar
la cuestión de la masturbación. Sin embargo, aquello que resulta im-
portante destacar aquí es que dicho acontecimiento inaugural ubica
al grupo de colegas de Freud en un contexto médico que, funcionan-

vación por parte de usted en el congreso; ¡susceptibilidad homosexual! ¡No


hay que llorar su pérdida!” (Freud/Jung, página 519).
145. Cf. Charlotte Wolff, Magnus Hirschfeld. A portrait of a pioneer in sexology, op.
cit., pp. 200–201.
146. Véase carta de Freud a Jung del 14 de abril de 1908 (Freud/Jung, página 179).
En su carta a Freud del 11 de mayo, Abraham relata que Hirschfeld le había
solicitado ayuda a él para el cuestionario que ya había mostrado a Freud (cf.
Freud/Abraham, página 62).
147. Cf. Freud/Jung, página 265.
148. Cf. Charlotte Wolff, Magnus Hirschfeld. A portrait of a pioneer in sexology, op.
cit., página 436.

125
Mauro Vallejo

do de punto cero de la doctrina y práctica psicoanalítica, perseguirá al


nuevo saber durante años; hermano mayor, parapeto, oscuro fantas-
ma, inquietante espejo, lo médico será el objeto de inquietud de un
discurso que buscará, quizá con éxito, desprenderse de su tutela, mas
que jamás podrá desarticular esa filiación149.
De la misma forma que unas páginas más arriba buscábamos recono-
cer uno de los emplazamientos enunciativos del primer psicoanálisis a
través de la pesquisa de la relación establecida entre sus tempranos enun-
ciados y puntuales anhelos reformistas, en el cierre del apartado que así
llega a su fin hemos intentado restablecer desperdigadas pruebas de la
procedencia médica de muchos avatares de las actividades de los psicoa-
nalistas vieneses. La obstinada presencia de referencias orgánicas en las
discusiones de los miércoles, así como la insistente alusión a la herencia,
serían así solamente efectos necesarios de la naturaleza médica de los di-
versos mecanismos e instituciones a través de los cuales un decir comen-
zaba a construir su voz. La tan lamentada “medicalización” del psicoa-
nálisis es no solamente el estigma pagado por su forzada emigración; es
no sólo el eterno e íntimo enemigo dibujado en el horizonte de incon-
tables batallas; es fundamentalmente el instante real de una de las tramas
mediante las cuales se acuñaba un decir psicoanalítico.

V. De disoluciones y otras argucias


Como ya sabemos, en 1902 comenzaron en casa de Freud las re-
uniones de lo que hasta abril de 1908 sería la Sociedad Psicológica de

149. Agreguemos que por uno de esos misteriosos designios de la historia, uno de
los autores que más colaboró al ingreso del pensamiento de Freud al contex-
to cultural argentino, llevó a cabo su labor a través de cierta mixtura entre las
teorías freudianas y las obras de Hirschfeld (cf. Gómez Nerea (pseudónimo),
Freud al alcance de todos. Volumen V: Freud y las degeneraciones, Editorial Tor, Bue-
nos Aires, 1944; acerca de este autor, remitimos al lector al texto de Hugo Vez-
zetti, Aventuras de Freud en el país de los argentinos. De José Ingenieros a Enrique Pi-
chon–Riviére, Paidós, Buenos Aires, 1996; véase asimismo Mauro Vallejo, “Re-
ferencias a la teoría de la degeneración en los primeros escritos del psicoanáli-
sis argentino (1910–1940)”, Investigaciones en Psicología, Revista del Instituto de
Investigaciones de la Facultad de Psicología, Año 12, N° 1, 2007, pp. 121–131).
De sentir algún remoto apego hacia ese tipo de recursos, hablaríamos de retor-
no de lo reprimido... Máxime si tenemos presente que cuando estábamos por
entregar estas páginas a la imprenta llegó a nuestras manos un pequeño artícu-
lo en el cual un renombrado psicoanalista definía a Hirschfeld como “...uno
de los primeros psicoanalistas en la Viena de Freud”.

126
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

los Miércoles, la cual pasaría a constituir, bajo el nombre de Sociedad


Psicoanalítica de Viena, una de las sedes locales de la organización
internacional luego del Congreso de Nuremberg (1910). Los estatu-
tos de dicha sociedad se efectivizaron el 21 de octubre de 1910150,
es decir, unos siete meses después del encuentro internacional, sien-
do la demora explicable por el hecho de que la Asociación Psicoa-
nalítica Internacional tardó un tiempo en constituirse. No obstan-
te, la aparición al terreno público de la primera sociedad psicoana-
lítica constituye un hecho que no suele ser referido ni menciona-
do, tal vez debido a las circunstancias humanas, demasiado humanas,
en que tuvo lugar.
En desmedro de la poca atención que se ha prestado a ese aconte-
cimiento, resalta otro evento destacable concerniente a su funciona-
miento; cronológicamente anterior, éste ha recibido sin embargo in-
terpretaciones cuyo pomposo idealismo alcance quizá para explicar
el lugar de sombra que se ha reservado al acto fundacional. Nos re-
ferimos a la disolución de la Sociedad Psicológica de los Miércoles,
efectuada por Freud a través de una carta enviada a cada uno de los
miembros desde Roma el 22 de septiembre de 1907. En dicha misiva
Freud comunicaba la disolución, la cual daría lugar a una reconstitu-
ción inmediata de la sociedad; los integrantes que quisieran formar
parte de las actividades de la nueva institución, no tendrían más que
dirigir una esquela a tal fin a Otto Rank. La razón alegada por Freud
para proceder de ese modo es la siguiente:

“Estaríamos solamente tomando en consideración los cambios natu-


rales que se producen en las relaciones humanas si asumimos que para
alguno u otro miembro de nuestro grupo su pertenencia al mismo no
significa ya lo que significaba un año antes –ya sea porque su interés
en el asunto se ha agotado, ya porque su tiempo libre y su modo de
vida no son ya compatibles con la participación a las reuniones, o de-
bido a que las relaciones personales lo apartan de nosotros”.151

En caso en que algún miembro continuase asistiendo a las reunio-


nes sólo por no tomar la decisión –que podría parecer descortés– de
abandonar el grupo, la disolución sería, continúa Freud, la ocasión ideal
para que aquel proceda según su verdadero deseo. Asimismo, agrega,
las actividades de la sociedad por aquel entonces exigían de sus inte-
grantes erogaciones que al comienzo no estaban estipuladas. Por últi-

150. Cf. Minutes II, página 478 n.


151. Minutes I, página 202; la cursiva nos pertenece.

127
Mauro Vallejo

mo, Freud sugería que el mismo procedimiento de disolución se repi-


tiese a intervalos regulares, cada tres años152.
¿Qué significa este acto de disolución? Elisabeth Roudinesco es tal
vez la autora que mayor relevancia ha dado a este gesto, y vale analizar
en detalle su interpretación, pues tras ella se trasluce una modalidad
de exégesis muy particular. De hecho, hemos elegido realizar un co-
mentario pormenorizado de un fragmento de una de sus obras, pues-
to que en él encontramos más ampliamente desarrollado un tipo de
hipótesis que podríamos ver repetirse en otros textos históricos. Esos
pasajes son, por ende, no sólo representativos de una extendida moda-
lidad de interpretación histórica en el dominio del psicoanálisis, sino
que han recibido una vasta aceptación.
Las páginas de Roudinesco constituyen el caso paradigmático de
la tendencia más arriba mencionada, según la cual habría que explicar
la constitución y desenvolvimiento de las agrupaciones psicoanalíticas
como fenómenos completamente reductibles al saber al que reenvían.
En efecto, la historiadora francesa liga la carta de disolución con otra
modificación del funcionamiento de la sociedad, teniendo como mira
la defensa y comprobación de una hipótesis de base: los avatares polí-
ticos del psicoanálisis responden a la lógica del inconsciente153. El se-
gundo acontecimiento tomado por Roudinesco es una alteración fun-
damental del reglamento de las reuniones de la sociedad. Hasta 1908

152. Según Jones, la disolución sólo volvió a repetirse en 1910 (cf. Ernest Jones, La
vida y obra de Sigmund Freud, op. cit., página 20). Seguramente se refiere con ello
a la reconstitución de la sociedad tras el Congreso de Nuremberg, luego del
cual el grupo vienés tiene que reformular sus estatutos y pasa a transformarse
en una de las sedes de un organismo internacional al que debe obedecer. En tal
sentido, no se trata del tipo de disolución que estaría en juego en 1907.
153. “...la primera sociedad de psicoanalistas se funda a partir de una política que
se dota de los medios jurídicos necesarios para tener en cuenta la existencia
del inconsciente” (Elisabeth Roudinesco, La batalla de cien años. Historia del psi-
coanálisis en Francia. I (1885–1939), op. cit., página 97). Véase también Pourquoi
la psychanalyse?, Flammarion, París, 1999, página 179. Esta tendencia es lleva-
da a una curiosa apoteosis por Andrea Ferrero, quien intenta leer los avatares
de la Sociedad de Viena a partir del marco de Totem y Tabú (“Circuitos lógi-
cos de la institución psicoanalítica. La marca freudolacaniana a 95 años de la
primer disolución”, Fundamentos en humanidades, Año III, N° 1–2, 2002, pp.
157–175). La carta de disolución a la que nos referimos habría sido la vía por
la cual Freud intentó salvar una institución que, por su propio devenir, esta-
ba funcionando como obstáculo al desarrollo de un discurso. Su acto habría
“acotado un goce”, “relanzando el deseo” “articulado ahora a una ley”, pues
habría puesto en juego “una castración simbólica”, cuyo efecto es visible en
los resultados: aumento de miembros, creación de una biblioteca, etc.

128
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

todos los miembros tenían la obligación de tomar la palabra en las


discusiones, siguiendo un orden determinado al azar en cada ocasión.
Pero en la reunión del 5 de febrero de 1908 se propuso una modifica-
ción de esta exigencia, así como de otros aspectos muy importantes del
desenvolvimiento del grupo. La propuesta fue enunciada por Adler, y
es aceptada casi unánimemente, en base al hecho de que habitualmen-
te sucedía que los miembros, expuestos a la obligación de hablar, op-
taban por retirarse antes de su turno de intervenir154. El 12 de febrero
se prosiguió la discusión, y finalmente se optó por abandonar el anti-
guo sistema155. Sin embargo, Hitschmann propuso a último momen-
to una solución intermedia, pues sugirió que se conservase la urna de
la cual se extraerían los papeles con los nombres de quienes tendrían
que tomar la palabra –ese era efectivamente el viejo procedimiento–,
pero con la condición de que cada integrante pueda decidir si quiere
o no hacer uso de la palabra al momento en que su nombre es extraí-
do. La moción es aceptada y hasta 1910 se establecía de ese modo el
orden de las respectivas intervenciones. Lo cierto e importante es que
desde entonces se deja de lado la obligatoriedad de la toma de palabra
para los miembros de las reuniones de los miércoles.
La razón por la cual Roudinesco establece una estrecha ligazón en-
tre la disolución de 1907 y la modificación de 1908 resulta clara. La
segunda traicionaría y desmentiría la esencia de la primera. En tanto
que la disolución sería el envés mismo del fundamento del inconscien-
te –puesto que develaría el tipo de libertad que en él está en juego–,
la decisión de que ya no es obligatorio hablar funcionaría a modo de
reconocimiento del sujeto democrático y autosuficiente que, a través
de su ingenua volición, no puede sino dar la espalda a la existencia de
la otra escena. La disolución comunicada desde Roma, siendo que no
permite a los destinatarios de la carta una opinión sobre la decisión
ya tomada, denunciaría la pérdida de libertad del yo que va implicada

154. Cf. Minutes I, pp. 299–302. Cabe atender a la intervención de Graf, pues en
sus palabras de entonces se percibe ya la idea que luego verterá en sus recuer-
dos, anteriormente citados. En efecto, el padre de Juanito dice: “Ya no somos
el tipo de grupo que alguna vez fuimos” (Minutes I, página 301). Dos detalles
más merecen ser retenidos de sus dichos: por un lado señala el estatuto incier-
to que la sociedad estaba adquiriendo, pues al tiempo que seguían siendo in-
vitados personales de Freud, viraban también hacia la conformación de una
institución autónoma (Eisold ha sabido prestar una justa atención a esta am-
bivalencia del grupo); por otro lado, y en base a lo último, propone mudar la
sede de las reuniones hacia un lugar que no sea el domicilio de Freud.
155. Cf. Minutes I, pp. 313–317.

129
Mauro Vallejo

en el descubrimiento fundamental del psicoanálisis156. A través de su


medida unilateral, Freud estaría enseñándoles a sus colegas vieneses
“...que una sociedad de psicoanalistas no se puede elegir “democráti-
camente”, puesto que el descubrimiento del inconsciente demuestra
que el sujeto no posee libertad de palabra”157. Los sujetos concernidos
por el fallo de Freud pueden decidir si pertenecerán o no a la nueva
institución, mas no pueden de ningún modo determinar que el acto
realizado no ha tenido lugar.
Tal y como era dable de esperar, Roudinesco no puede más que otor-
gar su lugar a un detalle que reclama su inscripción en tanto despliegue
de simbolismo: el envío desde Roma. El hecho de no estar Freud don-
de se lo espera (Viena), ligaría aún más al acto de disolución con la ló-
gica del inconsciente158. Sin embargo, en rigor de verdad la disolución
había sido ya anunciada en Viena. En efecto, según se registra en una
nota al pie insertada al final de las actas del 15 de mayo de 1907, el 3
de julio de ese año había tenido lugar una reunión social de la insti-
tución, durante la cual Freud había notificado la decisión que la car-
ta enviada en septiembre desde Roma vendría simplemente a ratificar
oficialmente. En el encuentro de julio, al cual asistieron sólo ocho de
los veintidós miembros de la sociedad, “Freud anuncia la disolución
de la Sociedad, planeada para el otoño, y la constitución de una nue-
va sociedad inmediatamente después”.159

156. Cf. Elisabeth Roudinesco, La batalla de cien años. Historia del psicoanálisis en
Francia. I (1885–1939), op. cit., página 96.
157. Ibíd.
158. Op. cit., página 97.
159. Minutes I, página 201 n. El hecho de que Roudinesco no atienda a este de-
talle se suma a una serie de errores que comete en su intento por dar cuen-
ta de los acontecimientos ligados a la Sociedad Psicoanalítica de Viena. Ello,
debido sin duda a que Roudinesco no consultó las actas para su investiga-
ción, hace de las páginas dedicadas al grupo vienés el momento más débil de
su ambiciosa y monumental obra. Entre las equivocaciones que comete se-
ñalemos las siguientes: dice que Sachs y Tausk participaron como invitados
en las reuniones (La batalla de cien años. Historia del psicoanálisis en Francia. I
(1885–1939), op. cit., página 92), cuando en realidad el primero, sin antes ha-
ber actuado como invitado, se convirtió en miembro efectivo el 19 de octubre
de 1910 (cf. Minutes III, página 17), en tanto que Tausk, luego de figurar como
invitado sólo en las reuniones del 12 y 20 de octubre de 1909, devino miem-
bro el 3 de noviembre del mismo año (cf. Minutes II, página 290). Sin embar-
go, páginas más adelante la historiadora dirá erróneamente que Tausk se con-
vierte en miembro en 1908 (La batalla de cien años. Historia del psicoanálisis en
Francia. I (1885–1939), op. cit., página 98), año en el cual, prosigue Roudines-
co, también Edoardo Weiss adquiere ese estatuto. Pues bien, esto último tam-

130
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

Ahora bien, prosigue la historiadora mediante un estilo que escon-


de poco la nostalgia que la embarga –y sobre el cual las viejas y útiles
categorías marxistas de la ideología mucho tendrían para decir–, la al-
teración de 1908 a la cual nos hemos referido, tendría el fatídico efec-
to de anular la radicalidad del acto anterior, pues al permitir que cada
cual decida si hablará o no, se produce un retorno a una liberal de-
mocracia de pares que encumbra al yo en desmedro del inconscien-
te antes rector. Por otra parte, consecuencia que al parecer exaspera a
Roudinesco, se permite la existencia de “miembros fantasmas” dentro
del cenáculo, puesto que las nuevas normativas posibilitan que algu-
nos integrantes acudan a las reuniones sin aportar nada a los debates.
Sigamos, no obstante, la sentencia de Francis Ponge, y situémonos
más bien del lado de las cosas. En primera instancia, y en cuanto res-
pecta a la disolución, bien vale buscar su explicación en el llano acon-
tecimiento que Roudinesco se limita a equiparar con uno de sus efec-
tos: la renuncia de uno de los miembros fundadores, Max Kahane.
Citemos, no obstante, en su integridad el fragmento donde la histo-
riadora intenta dar cuenta de las consecuencias acarreadas por la car-
ta de 1907: “No habrá defecciones de importancia, y de los veintidós
miembros del grupo de los miércoles, sólo hay cuatro que no se ins-
criben en la nueva sociedad, Kahane, uno de los fundadores, se reti-
ra, pero aquellos con los que Freud se encuentra en conflicto siguen
participando de los trabajos del grupo”.160 En primer lugar, ¿quiénes
serían éstos últimos, es decir, aquellos a quienes Freud habría queri-
do expulsar mediante la orden enviada desde Roma? Sin duda Roudi-
nesco apunta a Stekel y Adler161. Pues bien, aunque pudieran existir
ya por ese entonces algunas diferencias teóricas entre éstos y Freud,
nada deja entrever que el líder vienés abrigase intenciones de desha-
cerse de ellos. Las evidencias disponibles conducen antes bien a soste-
ner todo lo contrario. Por una parte, las minutas demuestran que ha-
brá que esperar al menos dos años para ver claras disputas entre los
personajes en juego. Quizá de similar elocuencia al respecto sean las
cartas a Jung, fuente indispensable para conocer las desavenencias en-
tre Freud y sus colegas vieneses. Aún recordando que las críticas que

bién es un error, pues Weiss aparece por vez primera, en calidad de invitado,
el 14 de mayo de 1913 (cf. Minutes IV, página 198), convirtiéndose en miem-
bro el 8 de octubre de ese año (cf. Minutes IV, página 205).
160. Elisabeth Roudinesco, La batalla de cien años. Historia del psicoanálisis en Fran-
cia. I (1885–1939), op. cit., página 98.
161. Emilio Rodrigué adhiere íntegramente a la propuesta de su par francesa (cf.
Sigmund Freud. El siglo del psicoanálisis, op. cit., Tomo I, página 442).

131
Mauro Vallejo

aquel enunciaba acerca de sus compatriotas en dicha correspondencia


no pueden ser sopesadas sin una toma en consideración de la táctica
emprendida por Freud para ganarse el aprecio y la fidelidad de sus co-
legas suizos, dicho intercambio es el mejor recurso con que contamos
para vislumbrar la relación del creador del psicoanálisis y sus compa-
ñeros vieneses. En tal sentido, la correspondencia de Freud y su joven
heredero ofrecen una clara refutación de la reconstrucción de Roudi-
nesco; principalmente debido a que no hay en el período anterior a
la disolución ningún rastro de voluntad de Freud de expulsar a Stekel
o Adler de su lado. En efecto, las primeras críticas que Freud realizó
sobre Stekel durante el intercambio de cartas con el psiquiatra suizo,
aparecerán recién a fines de 1909.
En segundo lugar, ¿es cierto que la renuncia de Kahane es una
defección sin importancia en el marco de los planes de Freud? De-
jando de lado el interés histórico que esa defección pudo implicar
–máxime si fue calculada, pues se trata tal vez de quien más colabo-
ró para que los primeros discípulos (Stekel162, Sadger163) se aproxi-
maran a Freud –, los pocos indicios con que contamos nos conven-
cen, por el contrario, que la disolución no buscaba precisamente
otra cosa que la renuncia de Kahane. Isidor Sadger, en su biografía
extrañamente desconocida, aboga por tal interpretación del aconte-
cimiento de 1907, agregando que su objetivo residía en lograr el ale-
jamiento de alguien que recordaba a Freud de su humilde origen164.
Por su parte, Wittels menciona, sin dar mayores detalles, una ruptu-
ra ocurrida entre Kahane y Freud quince años antes del fallecimien-
to del primero165, es decir aproximadamente en 1907 o 1908. Asi-
mismo, unas declaraciones de Stekel de 1923 constituyen un indu-
bitable apoyo para esta argumentación:

“No quiero dejar de mencionar que uno de nuestros miembros más


antiguos, el ingenioso Max Kahane, también tuvo una amarga rup-
tura con Freud. Nunca pregunté a Kahane la razón. Pero la forma
en que habló sobre Freud no puede de ninguna forma ser repro-
ducida aquí. No se trata de que alguna vez haya dudado de la im-
portancia científica de Freud; solamente habló de la forma en que

162. Cf. Emil Gutheil (ed.), The autobiography of Wilhelm Stekel. The life story of a pi-
oneer psychoanalyst, op. cit., página 104.
163. Cf. Isidor Sadger, Recollecting Freud, op. cit., pp. 7–8.
164. Op. cit., pp. 43–44.
165. Cf. Fritz Wittels, Sigmund Freud. His personality, his teaching & his school, op.
cit., página 132.

132
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

Freud trataba a sus amigos, y Kahane estaba en su derecho de con-


siderarse como uno de ellos”.166

Por último, es notable que este temprano colega –compañero de


Freud en la clínica infantil de Kassowitz, y traductor de la segunda par-
te de las lecciones de Charcot, cuya primera sección había sido tradu-
cida por Freud–, en un texto publicado en 1912 no sólo no mencio-
naba al psicoanálisis o la psicoterapia entre los medios posibles con
los cuales tratar las enfermedades nerviosas, sino que criticaba la aten-
ción prestada a la sexualidad por ciertos saberes167.
Desconocemos cuál pudo ser el verdadero motivo de Freud para des-
hacerse de Kahane. En base a los registros de las discusiones, vemos que
Kahane, a pesar de no haber realizado nunca una presentación, y no obs-
tante no haber jamás publicado un trabajo sobre psicoanálisis, solía in-
tervenir con asiduidad, siendo sus declaraciones muchas veces dignas de
ser remarcadas. Por ejemplo, ya el 10 de octubre de 1906, criticando una
presentación de Rank, Kahane hacía alusión a la actitud de hostilidad y
envidia que los padres podían abrigar hacia sus niños168; meses más tar-
de atribuía gran relevancia al acto de nacimiento en la consideración de
los afectos169. Por otra parte, señaló muy tempranamente la presencia de
elementos hereditarios en el inconsciente170, así como la ley de recapitu-
lación, según la cual la ontogenia repite la filogenia171. Es decir que no es
dable suponer que la expulsión se debió a diferencias teóricas ni a la ac-
titud de Kahane, pues éste no solía inmiscuirse en contiendas persona-
les o confidencias íntimas, actitudes estas últimas que no contaban con
el aprecio de Freud. Por otro lado, es claro que el alejamiento de Kaha-
ne de la Sociedad se debió a la disolución efectuada por Freud. Si bien
aquel había anunciado en marzo que iba a ausentarse de las reuniones
por unos meses debido a obligaciones profesionales172, se reincorporó
para la reunión del 29 de mayo de 1907 y, más importante aún, duran-
te la velada del 3 de julio se anunció una contribución de Kahane des-

166. Cf. Wilhelm Stekel, “Zur Gerschichte der analytischen Bewegung”, en Fortschritte
der Sexualwissenschaft und Psychoanalyse, Volume II, 1923, página 570 (cita toma-
da de Bernhard Handlbauer, The Freud–Adler controversy, op. cit., página 15).
167. Cf. Ernst Falzeder, “Profession – Psychoanalyst: a historical view”, op. cit.,
pp. 45–46.
168. Cf. Minutes I, página 12.
169. Cf. Minutes I, pp. 98–99.
170. Cf. Minutes I, pp. 124–125.
171. Cf. Minutes I, página 152.
172. Cf. Minutes I, página 153.

133
Mauro Vallejo

tinada a la compra de material173. De haber decidido de antemano un


abandono de la sociedad, resulta cuando menos curioso que haya opta-
do de todas formas por contribuir a la misma con dinero.
Por otra parte, retomemos otro de los argumentos que Roudinesco
esgrime en apoyo de la tesis según la cual Freud, a través de la disolución
de 1907, haría concordar su concepción del inconsciente con sus deci-
siones políticas. En tal sentido, la historiadora afirma que de no ser así,
Freud habría recurrido a métodos más tradicionales para lidiar con sus
contrincantes o sus molestos discípulos, por ejemplo pedirles que fun-
dasen su propio círculo o rogarles que no lo abandonasen a pesar de las
divergencias174. Según Roudinesco Freud habría obviado ambas alterna-
tivas, eligiendo en cambio la disolución, único acto acorde a su teoría
del inconsciente. “El procedimiento de disolución aparece, pues, como
el medio jurídico elegido para poner en acto una idea de libertad que
surge del descubrimiento del inconsciente”175. No obstante, una simple
revisión de las fuentes disponibles conduce a afirmar que en múltiples
ocasiones Freud recurrirá a ese medio que, según el pretencioso planteo
de la psicoanalista francesa, iría a contrapelo del fundamento mismo de
su pensar, esto es, al pacto tendiente a lograr que algún colega perma-
nezca a su lado en lugar de alejarse. Y no estamos haciendo alusión a
etapas posteriores del movimiento psicoanalítico, las cuales, a la luz de
estas interpretaciones que juegan con la ingenua comparación entre los
inicios y la “horda primitiva”, no tendrían el raro privilegio de ser ab-
solutamente ajenas a las contiendas políticas. En efecto, hay numero-
sos indicios de que Sigmund Freud, por esos mismos años, no dudó en
efectuar acuerdos y ruegos en aras de que algunos de los vieneses siguie-
sen participando de la sociedad psicoanalítica. El ejemplo más ilustrati-
vo de este último punto, es el siguiente fragmento de una carta enviada
por Freud a Adler el 31 de mayo de 1908; el primero habría remitido la
misiva en cuestión luego de que Adler presuntamente le anunciase que
iba a abandonar la Sociedad Psicológica de los Miércoles:

“Aprecio todas sus garantías acerca de la continuidad de sus sen-


timientos y su cooperación, pero si –después de tantos años de
trabajo conjunto y estima personal, y en tanto [que usted es] la
mente más aguda de la pequeña sociedad, y en tanto que ha ejer-
cido tanta influencia en su composición– me comunicase en tér-

173. Cf. Minutes I, página 201 n.


174. Cf. Elisabeth Roudinesco, La batalla de cien años. Historia del psicoanálisis en
Francia. I (1885–1939), op. cit., página 96.
175. Op. cit., página 97.

134
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

minos sencillos que usted renunciaría, entonces creo que debería


tener el derecho de preguntarle cuáles serían sus motivos. En caso
de poder yo influir sobre usted o de alguna forma modificar algo...
sin dudas me esforzaría por hacerlo”.176

A un similar resultado podemos arribar analizando con cierto de-


tenimiento una fuente fácilmente accesible para todo investigador:
las cartas a Jung. Citaremos extensamente algunos pasajes de esta rica
correspondencia, con el convencimiento de que ellas demuestran, por
un lado, la facilidad con que Freud recurría al tipo de estratagemas po-
líticas que según la reconstrucción de Roudinesco jamás podrían ha-
ber existido; por otro lado, estos indicios deberían poner punto final
al tipo de disquisiciones que, haciendo de los albores del saber psi-
coanalítico una excepción o punto éxtimo de su desarrollo, descono-
cen los terrenales procesos mediante los cuales un discurso se produ-
ce y despliega. Tanto en relación a Adler como en lo atinente a Ste-
kel, encontramos en los dichos de Freud –de cierta forma exaspera-
do para con sus primeros seguidores– la decisión de hacer lo posible
por conservar en sus filas a los descarriados colegas. El 18 de junio de
1909 Freud le escribe a Jung sobre Adler: “Es un teórico agudo y ori-
ginal, pero no tiene capacidad para lo psicológico y deja a esto últi-
mo de lado para encauzarse hacia lo biológico. Por otra parte, es una
persona decente y no se separará en seguida, pero no colaborará en
nuestro sentido. A ser posible, hemos de conservarle”.177 Unos meses
después, Freud profiere su parecer acerca de Stekel:

“Es una persona carente de disciplina y de sentido crítico (...). La


desgracia es que posee el mejor olfato de todos nosotros con res-

176. Citada en Bernhard Handlbauer, The Freud–Adler controversy, op. cit., página
173. Martin Fiebert afirma que esa carta es del 31 de enero, y la versión que
de ella brinda en su artículo difiere en numerosos elementos de la traducción
de Handlbauer (cf. “In and out of Freud’s shadow: a chronology of Adler’s re-
lationship with Freud”, op. cit., página 244).
177. Freud/Jung, página 285. Nótese que esas palabras de Freud fueron vertidas
en alusión a una reunión del grupo de Viena desarrollada pocos días antes, el
2 de junio (cf. Minutes II, pp. 259–274). Durante dicha velada, en cuyo trans-
curso se debatió acerca de la presentación de Adler titulada “La unicidad de
las neurosis”, se pusieron de manifiesto las principales diferencias teóricas
existentes entre éste y Freud. Durante la discusión, el propio autor de La In-
terpretación de los sueños enumeró los argumentos adlerianos que más se dis-
tanciaban de los suyos: el desconocimiento de lo sexual, la atención exclusi-
va en los aspectos concientes, etc.

135
Mauro Vallejo

pecto a la significación del inconsciente. Pues él es un puerco ab-


soluto y nosotros, en realidad, somos personas decentes, que tan
sólo a regañadientes aceptan la evidencia. Muchas veces le he re-
futado en cuanto a interpretaciones y luego me he dado cuenta de
que tenía razón. Así pues, hay que retenerle y aprender de él, pero
con desconfianza”.178

No obstante, quizá sean algunos fragmentos de una misiva del 27


de abril de 1911, remitida precisamente en el momento en que las pe-
leas internas salían a la luz en el círculo vienés, los que mejor reflejo
ofrezcan de estas pedestres y entendibles estrategias de Freud:

“Mientras tanto, Stekel se ha vuelto a aproximar a nosotros y quie-


ro tratarle más amistosamente. En primer lugar, porque en conjun-
to es buena persona y siente apego por mí, en segundo lugar, por-
que he de soportarle como a una vieja cocinera que lleva ya mu-
cho tiempo en casa y, sobre todo, en tercer lugar, porque no se pue-
de sospechar las cosas que descubra y desfigure si se le rechaza. Es
irremediablemente ineducable, un espanto para todo buen gusto,
es un auténtico hijo del inconsciente, «el hijo admirable del caos»,
mas en sus afirmaciones acerca del inconsciente, con respecto al
cual tiene una base mucho mejor que nosotros, tiene, sin embar-
go, razón la mayoría de las veces (...) Como redactor es muy acti-
vo, sacrificado y resulta aquí insustituible”.179

Por último, mencionemos una carta del 12 de noviembre del mis-


mo año, en la cual Freud, luego de despotricar contra algunos mane-
jos de Stekel, y de expresar su fastidio para con su persona, agrega que
ha decidido entenderse con él180.

178. Freud/Jung, página 311.


179. Op. cit., página 481. Un similar propósito de lograr una reconciliación con
Stekel es expresada en las cartas a Binswanger del 20 de abril y 28 de mayo de
1911 (cf. Correspondencia, Tomo III, pp. 276 y 292). Otro tanto puede leerse en
sus cartas a su colega de Budapest de los días 2 y 28 de mayo del mismo año
(cf. Freud/Ferenczi, I,1, pp. 317 y 330).
180. Cf. Freud/Jung, página 523. Intentamos expurgar estos pasajes de las corres-
pondencias, estos detalles minúsculos del pasado, a través de una prescinden-
cia absoluta de hipótesis psicológicas, incluso de aquellas que torpemente se
enmascaran tras una utilización banal del concepto de la transferencia. Inscri-
bir correctamente algunos pormenores del movimiento psicoanalítico, apunta
a dar su justa cabida a los mecanismos puestos en juego para garantizar la trans-
misión de su saber, su difusión; persigue comprender con mayor exactitud, por

136
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

Con otros integrantes del movimiento procederá de forma similar,


sobre todo en el período en que aún no estaba demasiado asegurada la
integridad del edificio institucional de la Causa. Por caso, en una car-
ta enviada a Bleuler el 27 de octubre de 1910 Freud repetía los deses-
perados ruegos que años antes había dirigido a Adler181. El maestro de
Jung no se decidía a incorporarse a las filas freudianas, y en apoyo de
su postura esgrimía algunas objeciones que se referían principalmente
a las estrategias de policía científica que las asociaciones psicoanalíticas
comenzaban a implementar182. Esta reticencia de Bleuler fue motivo de
una profunda preocupación para Freud, e hizo todo cuanto estuvo a
su alcance para convencer al encumbrado psiquiatra. De hecho, en la
carta antes mencionada hacía saber al maestro suizo que, en vistas de
logar su reclutamiento, estaba dispuesto a cambiar los aspectos de la
política del movimiento que merecieran el desacuerdo de Bleuler.

VI. Palabras finales, confesiones y trifulcas


Las últimas consideraciones nos conducen a dar cierre a este capí-
tulo a través del comentario y desarrollo de dos características de los
debates de los miércoles, particularidades que, al igual que las distin-
tas temáticas abordadas en estas páginas, no han merecido anterior-
mente un análisis detenido. Aquellas se ligan, asimismo, con dimen-
siones muy concretas de los encuentros de los analistas vieneses, sobre
las cuales las minutas nos acercan informaciones decisivas.
En primera instancia, cabe describir el tipo de críticas y desprecios
que los miembros de la Sociedad de Viena se dirigían unos a otros en
ocasión de los debates que sostenían. Tal y como veremos en el si-
guiente capítulo, esas contiendas enfurecían a Freud, quien hará in-
cluso mención a ellas en alguno de sus escritos políticamente esencia-
un lado, las medidas tomadas para lograr la pertenencia de algunos sujetos a
la disciplina en cuestión y, por otro, el tratamiento que los relatos posteriores
darán a dichos actos. No en todos los casos se trata del meollo más esencial y
secreto del discurso en juego. A veces estamos ante todo lo contrario. Pero en
muchas otras ocasiones se asiste al develamiento más simple del ordenamien-
to que rigió el desenvolvimiento de un saber.
181. Cf. Correspondencia, Tomo III, pp. 214–215.
182. Respecto de las críticas de Bleuler al carácter religioso y acientífico de las
agrupaciones psicoanalíticas, véase Ernst Falzeder, “The story of an ambiva-
lent relationship: Sigmund Freud and Eugen Bleuler”, Journal of Analytical Ps-
ychology, 2007, 52, pp. 343–368; allí pueden leerse diversos pasajes de las car-
tas que el director de Burghölzli enviara a Freud sobre dicho asunto.

137
Mauro Vallejo

les. Cuanto hemos aseverado en el escrito introductorio alcanza segu-


ramente para que el lector correctamente suponga que había tantos
diferendos teóricos entre los tempranos psicoanalistas, que era espe-
rable que sus discusiones fuesen un cúmulo de objeciones, refutacio-
nes y desmentidas. No estudiaremos aquí tanto esa red de diferencias
y controversias, sino más bien las formas a través de las cuales solían
menospreciar los puntos de vista de los otros, llegando por momentos
a proferir enunciados que rozaban la ofensa o el insulto.
Así, en el debate abierto el 5 de diciembre de 1906 acerca de un libro
de Stekel recientemente aparecido, Reitler caracteriza al “...folleto de Ste-
kel como “síntoma neurótico”– una oleada de “asexualidad” ha surgido
en el autor”.183. En la siguiente reunión, la víctima se convierte en victi-
mario, y desvía hacia un trabajo de Alfred Meisl los reproches que se le
habían formulado184. De todas maneras, contundentes objeciones, for-
muladas en un clima muy tenso e hiriente para el implicado, podían ser
proferidas con prescindencia de los argumentos que apelaban a la perso-
nalidad o a la psicopatología del disertante. Es decir, aquello que muchas
veces era tomado como una desconsideración o una ofensa, había sido
a pesar de todo vertido en un lenguaje de la crítica objetiva. Por ejemplo
–y el caso es paradigmático– durante la discusión desarrollada el 4 de di-
ciembre de 1907 acerca de un trabajo de Isidor Sadger sobre el escritor
Konrad Ferdinand Meyer, el cual sería publicado al año siguiente. Tanto
Graf como Hitschmann señalaron la inconsistencia de las hipótesis y la
falta de coherencia entre los argumentos. A su turno, Freud aludirá a la
esterilidad de las temáticas normalmente abordadas por Sadger y remar-
cará las graves fallas metodológicas en que éste ha incurrido, aunque pide
cierta “moderación” a los participantes, pues al fin y al cabo cabía elogiar
el esfuerzo del autor. En efecto, los registros conservados dan fe del viru-
lento tenor de las intervenciones de Stekel y Federn. El primero dijo es-
tar “...horrorizado, y teme que este trabajo dañará nuestra causa”185, para
luego apelar a la conciencia de Sadger para que el texto no sea publicado
bajo la forma en que los vieneses acababan de conocerlo; en tanto que
Federn comenta estar “indignado” pues Sadger no ha dicho nada acerca

183. Minutes I, página 71.


184. Cf. Minutes I, página 83. Un gesto similar realizará en los debates del día 10
de abril de 1907, siendo Fritz Wittels el oportuno destinatario de su contra-
ataque (cf. Minutes I, página 162). En una de las últimas reuniones del año, el
propio Wittels, respondiendo a unas objeciones que se hicieran a una presen-
tación suya, se referirá a “...la arrogancia que como psicólogos muestran algu-
nos de los señores presentes...” (Minutes I, 241).
185. Minutes I, página 255.

138
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

del desarrollo sexual del poeta en cuestión. A estas dos últimas partici-
paciones aludía seguramente Freud en su pedido de circunspección, y es
posible que a ellas se refiera también el tono de lamento de las palabras
finales del disertante, cuando dice que

“...esperaba aprender algo más que lo que efectivamente ha apren-


dido. Tenía esperazas de recibir información y esclarecimientos,
pero se lleva sólo algunas invectivas. Luego de rechazar los insul-
tos personales, contra los cuales, según dice, no hay argumentos
lógicos posibles, afronta las objeciones al trabajo en sí y clarifica
sus puntos de vista”.186

Por su parte, resulta sintomático, y comprensible, que en la sesión


del 5 de febrero de 1908, dedicada a la reorganización del funciona-
miento de la sociedad, Sadger haya sido el promotor de una propues-
ta tendiente a terminar con los ataques personales durante las discu-
siones, tarea que debería recaer sobre el presidente (Freud)187. Wittels
manifiesta su acuerdo con la sugerencia, y Federn hace lo mismo, agre-
gando que se siente culpable por algunos ataques cometidos. Respec-
to de este asunto, vale citar en extenso la intervención de Freud, pues
en ella se expresa una de las amenazas de disolver el grupo, a la cual
anteriormente hemos hecho alusión:

“[Freud] Se opone. Le resulta penoso reprender a alguien. Si la si-


tuación es tal que los señores no pueden tolerarse, que nadie ex-
presa su verdadera opinión científica, etc., entonces no puede me-
nos que clausurar (el negocio). Esperaba, y lo sigue haciendo, que
un conocimiento psicológico más profundo superaría las dificul-
tades en los tratos personales. Hará uso de la autoridad que se le
asigna en la moción (...) sólo cuando algunos participantes estuvie-
ran molestando al orador con su conversación”.188

Durante el siguiente encuentro, en el cual se oficializaron las re-


formas propuestas una semana antes, se retoma brevemente el asunto.
Allí se declara que una de las justificaciones a favor de la abolición de
la obligatoriedad de tomar la palabra, punto sobre el cual ya nos he-
mos extendido hace instantes, reside en que mediante el nuevo méto-
do podrán prevenirse los ataques personales.

186. Minutes I, página 258.


187. Cf. Minutes I, página 300.
188. Minutes I, pp. 301–302.

139
Mauro Vallejo

Tal y como era previsible que sucediese, las invectivas y ataques


no cesaron tras estas cautelas. Así, el 11 de marzo siguiente tanto Sad-
ger como Hitschmann fueron muy críticos con una presentación por
parte de Wittels, a cuyos conflictos psicológicos se atribuyeron algu-
nas tesis misóginas presentes en su trabajo. El 14 de octubre siguien-
te Stekel fue víctima de duras objeciones por parte de Sadger, Wittels
y Federn, quien aludirá a la desorganización del pensamiento del pri-
mero, y a su típica falta de juicio crítico189. El mismo Sadger, dos me-
ses después, dará por tierra con una presentación de Ehrenfels, adu-
ciendo que ella habla fundamentalmente de las dificultades sexuales
del orador, constituyéndose de tal forma en una mera “fantasía sexual
adolescente”190. En un debate de enero de 1910, al momento en que
la animosidad contra Stekel se hacía sentir, nuevamente Sadger es au-
tor de una observación despreciativa, pues afirma que los enunciados
de aquel son sólo juegos de palabras191. En noviembre del mismo año,
Stekel vuelve a ser blanco de tales críticas, cuando Tausk se refiera al
“método periodístico” de trabajo de aquel orador192.
Es evidente que a medida que las controversias con Adler y Stekel
llegan a su punto cúlmine en las reuniones de 1911, aquellos se trans-
forman en las víctimas frecuentes de ese tipo de ataques. En tal senti-
do, el 22 de febrero, es decir durante uno de los encuentros especial-
mente destinados a deliberar acerca de los aportes adlerianos, Steiner
arremete contra las sugerencias del defensor de la protesta masculina.
Éste contesta que “...en el lugar de Steiner, no habría tenido el coraje
de hacer ese tipo de declaraciones”193. De todas maneras, esa circuns-
cripta tensión no liberó a otros de esa modalidad de invectivas. Así,
Victor Tausk fue objeto de un duro menosprecio por parte de Hitsch-
mann tras la presentación de aquel del 18 de octubre de 1911: “El tra-
bajo no resultó ser otra cosa que un parafraseo de cosas que nos eran
ya familiares, y mediante una terminología que es ahora normalmen-
te utilizada”.194 No obstante, Tausk tuvo su desquite, pues en marzo
189. Cf. Minutes II, página 7.
190. Minutes II, página 98.
191. Cf. Minutes II, página 399. La misma objeción será esgrimida por Friedjung
contra Wagner y Stekel, en la discusión del 19 de abril de 1909 (cf. Minutes III,
página 230).
192. Cf. Minutes III, página 72.
193. Minutes III, página 176.
194. Minutes III, página 289. El mismo Hitschmann volverá a mostrarse muy des-
preciativo hacia un texto de Tausk en la reunión del 12 de marzo de 1913 (cf.
Minutes IV, página 180). Sería posible hallar algunos patrones en las declara-
ciones de ciertos miembros dirigidas hacia algunos de sus colegas. Así como

140
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

de 1914 defenestrará unas propuestas de Federn acerca de los princi-


pios del suceder psíquico195.
Esta detallada enumeración alcance seguramente para percibir cómo
las actas, aún en la imperfección en que se hallan por traer al presente
los sentimientos y el dolor que figuran en ellas como personajes ausen-
tes –aspecto que hemos descrito en el capítulo anterior–, nos anotician
de todas maneras sobre el clima de tensión en que muchas de las discu-
siones eran llevadas a cabo. Devela asimismo la falsedad de una de las
notas del editor antes mencionada, en la cual se deja entrever que Adler
y Stekel eran los causantes de las disputas analizadas196. Es cierto que la
expulsión de los mismos acarreó una alteración de la dinámica interna
de las reuniones, provocando de ese modo un consenso más fuerte en-
tre los integrantes. Pero esa paz fue más bien efecto de la construcción
de una ortodoxia, y no tanto indicio de alguna perversidad de los mé-
dicos salientes. Por otra parte, es evidente que Freud no solía incurrir
frecuentemente en los ataques que hemos visto, los cuales provocaban
en él un lamento que en el capítulo siguiente citaremos.
Sin embargo, estaríamos en un error si supusiésemos que el líder
del grupo jamás se vio implicado en esas reyertas. Al menos en dos
ocasiones Sigmund Freud practicó ese tipo de invectivas. En la discu-
sión que siguió a la presentación de Rank del 7 de abril de 1909, Freud
comenzó por declarar su deseo de que el texto en cuestión no fuese
publicado, “...ya que entraña un tipo de trabajo científico carente de
justificación...”197; luego agrega que “...para nosotros carecen de valor
las especulaciones como la hoy presentada”.198 A pesar de que hacia el
final de su discurso Freud destacó los aportes valiosos realizados por
el secretario de la Sociedad, sus críticas fueron muy numerosas y taxa-
tivas, concernientes tanto al contenido como a la metodología. La se-
gunda oportunidad en la cual el creador del psicoanálisis se vio impli-
cado en este tipo de querellas, tuvo lugar en el debate acerca de un tex-
to de Isidor Sadger, el cual analizaba algunos datos de la vida del es-
critor Heinrich von Kleist. Esta vez Freud fue un poco más lejos. Co-
menzó con una crítica al método utilizado por el orador en sus estu-

Alan Dundes ha demostrado ciertas invariantes en las críticas de Freud hacia


Sadger, otro tanto podría hacerse respecto de sus opiniones sobre Tausk, con
quien solía comportarse de manera poco comprensiva. En parte, ello ha sido
estudiado por Paul Roazen.
195. Cf. Minutes IV, página 242.
196. Cf. Minutes I, página 300 n.
197. Minutes II, página 202.
198. Minutes II, página 203.

141
Mauro Vallejo

dios acerca de los artistas, el cual prosigue en cierta forma las célebres
patografías que los médicos franceses hacían desde unas décadas atrás.
Acusó luego a Sadger de “decir arbitrariamente nuevas verdades”, aun-
que el rasgo más “repelente” de su trabajo estriba en la poca tolerancia
que demuestra por los sujetos sometidos a descripción. El balance es
que el texto resulta poco “confiable”.

“Los intentos de Sadger de analizar las obras de Kleist son también


muy débiles; las pocas observaciones de Reitler, contenían en sustan-
cia mucho más que toda la elaboración [de Sadger]. El público gene-
ral tiene razón en rechazar este tipo de análisis –y esto concierne en
parte también a Stekel (A dream is life). (...) encontramos tantas trivia-
lidades que uno sólo puede lamentar el esfuerzo empleado”.199

En base a esto último, podemos comprender las páginas que Isidor


Sadger dedicara en su biografía de Freud a la crueldad que por mo-
mentos éste demostraba hacia sus discípulos más cercanos. Sin embar-
go, el autor no precisa en qué ocasiones tal fenómeno pudo ser apre-
ciado, ya fuere como víctima, ya como testigo. Se refiere a su táctica
de expulsión de Kahane, a su sorpresiva renuncia al puesto de coordi-
nador de las actividades y a la imprevista decisión de disolver la socie-
dad en 1907, pero no menciona ninguna reunión en especial de la So-
ciedad Psicoanalítica de Viena en que ese rasgo de Freud habría sali-
do a la luz. Sin embargo, por los datos recién analizados es dable sos-
pechar que la fuente de la opinión de Sadger reside en las interven-
ciones de Freud, principalmente la última. En tal sentido, haya quizá
que leer como una declaración autobiográfica la siguiente sentencia,
en la cual el autor describe aquello que podía sobrevenir a la fascina-
ción que Freud ejercía al comienzo sobre sus discípulos:

“Entonces la luna de miel se terminaría, y un día, quizá durante


la presentación en la cual el principiante había dado lo mejor de
sí, éste tenía que atravesar la experiencia a través de la cual el Pro-
fesor, por así decir, lo “haría pedazos en público”. Freud tenía ha-
bilidad para alabar, y en otros momentos tenía una similar habi-
lidad para destruir o aplastar a alguien. Al respecto, todos los par-
tícipes del pequeño círculo [de los miércoles] tenían una anécdo-
ta que contar”.200

199. Minutes II, pp. 224–225.


200. Isidor Sadger, Recollecting Freud, op. cit., página 35; sobre el asunto, véase
también pp. 23, 31, 43 y 79. A pesar de que Hans Sachs hará todo lo posible

142
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

Por tal razón, si Freud, tal y como lo expresó en su escrito acerca


de la historia del movimiento psicoanalítico, deseaba que un clima de
franca camaradería gobernase la relación entre los miembros de la so-
ciedad vienesa, dice Sadger, aquel debería haber dado el ejemplo; sin
embargo, estuvo lejos de ello201.
Podríamos señalar una última oportunidad en que el líder vienés
ejerció este tipo de violencia hacia alguno de los miembros del gru-
po. Esta vez las declaraciones cínicas reemplazan a los insultos direc-
tos. Durante uno de los debates en que más claramente se manifesta-
ron las diferencias entre Freud y Adler, aquel, muy irónicamente, co-
mentó que el trabajo de Adler daba cuenta más de la “uniformidad”
de las neurosis, que de la “unicidad” de las mismas –confeso objeti-
vo del planteo adleriano202. En otro momento de su intervención –y
la extensión de ésta nos permite sospechar que se trata de la célebre
velada en que Freud, infringiendo la norma que él había establecido
con tanto celo, leyó unas hojas que tenía preparadas de antemano–,
el orador dirá que él jamás se topó con “...el delirio del «encima» y
«debajo»”203; estos últimos constituyen dos conceptos centrales de la

por desmentir la veracidad de los retratos que hacen de Freud una persona
cruel e impiadosa hacia sus discípulos y allegados, en un momento lo defi-
nirá como un “buen odiador” [“good hater”] (cf. Freud. Master and Friend, op.
cit., página 117).
201. Cf. Isidor Sadger, Recollecting Freud, op. cit., página 42. Podemos ubicar aquí
una mención al libro de memorias de Esther Menaker, psicoanalista norte-
americana que hizo su formación en Viena en los años treinta, analizándose
con Anna Freud y Willi Hoffer. Aunque no participó de las reuniones de la
Sociedad Psicoanalítica de Viena, sí tomó contacto con muchos de sus miem-
bros y con las instituciones que dependían de aquella, como el Instituto y el
Ambulatorio. En cada uno de estos espacios, Menaker se sorprendió del au-
toritarismo y la crueldad con que los analistas vieneses trataban a sus anali-
zantes, alumnos, etc. En tal sentido, el libro se ubica en estrecha proximidad
al recuento de Sadger, y brinda sobre el período en cuestión un parecer muy
distinto a los enfervorizados relatos de Sterba o Deutsch (cf. Esther Menaker,
Cita en Viena. Una psicoanalista norteamericana narra la aventura de su formación
en la Viena de Freud, Gedisa, Barcelona, 1990).
202. Cf. Minutes III, página 146.
203. Minutes III, página 148. Diversos participantes de las veladas de los miérco-
les se han referido a la insistencia con que Freud prohibía que los vieneses le-
yesen sus presentaciones: cf. Theodor Reik, Treinta años con Freud, Ediciones
Imán, Buenos Aires, 1943, pp. 22, 25; Wilhelm Reich, La función del orgasmo,
op. cit., página 48; Hans Sachs, Freud. Master and friend, op. cit., pp. 162–163.
En tal sentido, tanto Stekel como Wittels dan cuenta del hecho de que en una
ocasión Freud leyó unas hojas para atacar a Adler (véase respectivamente Emil

143
Mauro Vallejo

teoría de Adler. A continuación, Freud agrega que este último, al ne-


gar la realidad de la libido, “...se comporta exactamente igual que el
yo del neurótico”.204
Es apreciable que en muchas ocasiones se apelaba a presuntos ras-
gos personales del orador con el fin de menoscabar los argumentos
presentados. Conflictos no resueltos, impulsos no domeñados, eran
achacados a las víctimas de los improperios que jalonan el decurso de
las reuniones. Tal particularidad nos abre la senda para el estudio del
segundo fenómeno de interés. Tal y como tendremos oportunidad de
comprobar en el capítulo siguiente, diversos historiadores y psicoana-
listas han pintado un cuadro bastante sombrío respecto de estas dis-
cusiones, siendo que los analistas vieneses han sido retratados como
unos molestos y torpes compañeros de ruta del infortunado maestro.
Se ha advertido una y otra vez que una de las características esenciales
de esos discípulos residía en las profundas patologías neuróticas que
padecían, para cuya solución habrían acudido a los salvadores miér-
coles. Prueba de ello sería la asiduidad con que se presentó el fenóme-
no que a continuación evaluaremos. En efecto, las actas son en algún
sentido la inmensa memoria de discursos autobiográficos.
La tercer acta conservada, del 24 de octubre de 1906, registra la pri-
mera aparición de este tipo de confesiones205. En efecto, Stekel admite
allí haber tenido sueños de contenido homosexual, y dice haber soña-
do en su adolescencia que tenía relaciones sexuales con su madre, lo
cual lo afectó mucho en su momento206. Tenemos allí la primer cuen-
ta de un collar merced al cual los registros de las reuniones devienen
en un extraño cúmulo de confidencias realizadas en el seno de estos
eruditos intercambios. De tal forma, podremos enterarnos por boca de
Federn que el hambre se le suele presentificar vía la faringe, así como
la necesidad sexual puede manifestarse por la piel207. Pocos meses des-
pués sabemos de los estados de angustia que aquejan a Frey cada vez
que reprime la eyaculación en estado de erección208. Steiner confesa-
Gutheil (ed.), The autobiography of Wilhelm Stekel. The life story of a pioneer psycho-
analyst, op. cit., página 141; Fritz Wittels, Sigmund Freud. His personality, his teach-
ing & his school, op. cit., página 151).
204. Minutes III, página 148.
205. En estas páginas se utiliza el término de confesión como un sinónimo de
confidencia o declaración autobiográfica.
206. Cf. Minutes I, página 26. En varias oportunidades Stekel hará mención de su
vida sexual, principalmente acerca de sus prácticas masturbatorias (cf. Minutes
I, pp. 67, 73; Minutes II, página 38).
207. Cf. Minutes I, pp. 88–89.
208. Cf. Minutes I, página 178.

144
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

rá haber sanado de unos espasmos estomacales gracias al inicio de un


affaire amoroso con la esposa de un amigo209. Esta costumbre quedará
ejemplarmente patentizada en una reunión en particular, en la cual uno
de los miembros de la entonces Sociedad Psicológica de los Miércoles
hizo de su “desarrollo sexual” previo al matrimonio, el objeto exclusi-
vo de su presentación. Efectivamente, el 15 de enero de 1908, el doc-
tor Rudolf von Urbantschitsch tituló su ponencia “Mis años de desa-
rrollo hasta el matrimonio”, cuyo contenido no fue conservado en las
actas, posiblemente por cuestiones de respeto a su privacidad210. De
todas formas, las intervenciones de los oradores que tomaron la pala-
bra durante la discusión nos permiten vislumbrar el tenor confesional
de la presentación. Sus prácticas masturbatorias, sus “tendencias a la
fellatio”, su exhibicionismo y sus impulsos sádicos fueron algunos de
los puntos sometidos a intercambio.
¿Acaso algún miembro se mostró indignado u ofendido por el hecho
de que se usara el espacio de la institución psicoanalítica como excusa de
tales confidencias? En absoluto. Esas confesiones fueron tomadas como
un material que, aunque peculiar, servía de todos modos al decurso de
las discusiones y debates. Se podría decir incluso que ellas venían a ocu-
par un emplazamiento que el propio discurso les tenía asignado. Tanto
por la frecuencia con que esos decires atravesaban las discusiones –este
sesgo confesional de algunos enunciados era tan marcado que resultaría
agotador realizar una presentación exhaustiva de ellos–, como por el re-
clamo al que venían a responder, así como por los antecedentes que am-
paraban su legitimidad, por todas esas razones es dable postular que la
dimensión autobiográfica marca una de las peculiaridades más propias a
la construcción del discurso psicoanalítico de Viena211. Es cierto que esas
curiosas aserciones no saldaban una demanda explícitamente reiterada,
pero, en base a lo que desarrollaremos a continuación, cabe afirmar que
de ningún modo constituyó un pedido extraño la sugerencia realizada
por Alfred Adler, formulada durante una presentación acerca del dormir,
según la cual cada uno de los participantes allí presentes debía relatar su
experiencia personal en relación a los sueños212.
Existen otras sorprendentes declaraciones que podrían merecer un
análisis más detenido, particularmente por las consecuencias que po-

209. Cf. Minutes I, página 207.


210. Cf. Minutes I, pp. 281–285.
211. En tal sentido, no coincidimos con Handlbauer cuando afirma que el tenor
confidencial y autobiográfico aparece sólo en pocas ocasiones en las minutas
conservadas (cf. The Freud–Adler controversy, op. cit., página 17).
212. Cf. Minutes I, página 222.

145
Mauro Vallejo

drían deslindarse de su estudio. Sobre todo la ocasión en que Graf, el


musicólogo y padre del famoso niño Juanito, relata la razón por la cual
eligió los nombres de sus hijos, al tiempo que también brinda una cu-
riosa anécdota sobre su vida amorosa; estando comprometido con la
futura madre del niño, un día decidió romper la relación; y luego del
casamiento, parece que sus pensamientos estaban más bien ocupados
por el amor de su juventud, una prima suya213. Durante la misma re-
unión, Hitschmann confiesa el escatológico deseo que le sobrevino
tras un sueño: “lanzar ventosidades...”
El 11 de noviembre de 1908 Joachim alude a la existencia de un
componente masoquista debajo de las poluciones de los niños en esta-
do de angustia. Como prueba de ello, alega el siguiente ejemplo:

“Él posee un recuerdo de su temprana infancia (cuatro años): espe-


raba ser golpeado por su padre; cuando su padre se acercó, tuvo una
sensación de placer y se orinó. Después de todo, no recibió el cas-
tigo, y por consiguiente experimentó una sensación de tensión sin
descarga. Esta experiencia fue luego repetida en fantasías y sueños;
después Joachim padeció de poluciones durante los exámenes esco-
lares y mientras trabajaba en problemas difíciles que no podía resol-
ver. Incluso ahora, a menudo tiene sueños angustiosos en los que
teme ser perseguido; la angustia desaparece con la polución”.214

De este breve recuento podemos concluir que ese tipo de decla-


raciones no eran privativas de algún miembro en particular, ni se res-
tringían a una temática puntual. De todas maneras, es claro que has-
ta el momento no hemos aludido a Freud. Efectivamente, uno de los
rasgos más destacables –y ya veremos por qué este hecho es sorpren-
dente– es que Freud no solía inmiscuir datos de su vida privada en las
discusiones. Hay sin embargo, una ligera excepción. En el debate del
18 de noviembre de 1908, el líder del grupo hace una pequeña confe-
sión: sólo escribirá acerca del amor una vez que su propia sexualidad
se haya “extinguido”215.
Uno de los efectos más notorios de la participación de Freud en
213. Cf. Minutes I, página 369. Hacia el final de la reunión del 9 de diciembre
de 1908, hallamos otro interesante dato para una posible reconstrucción del
caso Juanito: la muerte del padre de Graf, con quien tenía una relación muy
conflictiva, desencadenó en Max la escritura de una obra teatral (cf. Minutes
II, página 81).
214. Minutes II, pp. 47–48.
215. Cf. Minutes II, página 61. Lo más parecido a otra confidencia por parte de Freud
resida tal vez en la alusión que realiza a su cocinera (cf. Minutes I, página 47).

146
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

el asunto, se evidencia principalmente por su posición acerca de estas


confesiones, la cual será explicitada recién al cierre del debate de un
trabajo de Stekel del 2 de noviembre de 1910. Durante dicha jorna-
da, tanto Stekel como Hilferding habían aludido a los motivos perso-
nales por los cuales habían optado por su profesión. A continuación,
Freud afirma que “...las confesiones personales deben ser excluidas en
tanto que no conciernen a esta relación [entre elección de profesión
y neurosis]...”216. En efecto, a partir de entonces decrece significativa-
mente la cantidad de confidencias por parte de los demás miembros,
y ellas concernirán principalmente a los sueños y no ya a sus vivencias
infantiles. Por otro lado, si bien es falso que ese tipo de autodeclara-
ciones se presentasen casi exclusivamente durante las conferencias de
Freud, tal y como afirma Jaap Bos217, resulta evidente que aquellas se
producían más frecuentemente luego de las ponencias del creador del
psicoanálisis. En consonancia con ello, tanto en el transcurso de la re-
unión en que Freud compartió un borrador de su escrito acerca de la
elección de objeto en el hombre, como en la velada en que el mismo
orador adelantó algunas consideraciones acerca del fetichismo, sus co-
legas vieneses profirieron gran cantidad de enunciados altamente con-
fesionales. Señalemos, por caso, el detallado relato que Hitschmann
hizo de su “fetichismo del zapato” en esta última oportunidad:

“Hitschmann se describe a sí mismo como un “feticihista del za-


pato”, comentando que su “caso” se adecua magníficamente con
la teoría propuesta. Su primer recuerdo de la infancia implica a su
niñera, que era de la familia. Una de sus visiones infantiles: él ve
cómo su niñera lo lava, y mientras ello sucede él tiene una erec-
ción. Cerca de allí están sus botas nuevas, cuyo olor a cuero tam-
bién desencadena una erección. La segunda visión atañe a una pri-
ma, cuyo zapato él encuentra y contra el cual él pone su miembro
erecto; al hacer eso, tiene una irrupción de orina (eyaculación in-
fantil). También recuerda haber gateado por debajo del vestido de
su prima, y haber presionado su miembro erecto contra su zapa-
to (...) Asimismo, en el Gymnasium, donde él era un tanto homo-
sexual, se sentía atraído por aquellos compañeros que llevaban be-
llos zapatos o tenían pies bien formados”.218

216. Minutes III, pp. 48–49.


217. Cf. Jaap Bos, “Rereading the Minutes”, op. cit., página 247.
218. Louis Rose (ed.), “Freud and the fetishism: previously unpublished minutes
of the Vienna Psychoanalytic Society”, op. cit., página 160.

147
Mauro Vallejo

Luego de que Steiner y Bass brindasen sus propias confidencias,


Freud declaró que Hitschmann había aportado la confirmación más
importante a su conferencia219.
El presunto autoanálisis de Freud tiene ya suficiente celebridad, y por
tanto podemos prescindir de una discusión detenida sobre sus posibles
efectos, motivación o excepcionalidad. Haya tenido lugar o no, sea o
no posible una cosa tal, lo cierto es que el supuesto autoanálisis es parte
de un capítulo más amplio y previo de la historia del psicoanálisis. En
efecto, la emergencia de la disciplina psicoanalítica estuvo signada por
la frecuente utilización, sobre todo por parte de Freud, de materiales ob-
tenidos a partir de su propia persona, bajo la forma del análisis de sus
propios sueños, recuerdos, olvidos, lapsus, etc. Incluso antes de la apari-
ción de la primera edición de las cartas de Freud a Fliess, y antes también
de las obras de Didier Anzieu y de otros investigadores que abordaron
el asunto del propio análisis de Freud, Siegfried Bernfeld señalaba ya el
frecuente uso que el médico vienés había hecho de vivencias persona-
les en aras de elaborar sus textos; no hubo que esperar el libro sobre los
sueños para que las páginas de Freud apareciesen atravesadas por datos
y recuentos de su vida privada; escritos mucho anteriores, como los de-
dicados a la cocaína, la afasia o un texto de 1895 titulado “Sobre la me-
ralgio parestésica del muslo, descrita por Bernhardt”, se erigían ya como
fragmentarios capítulos de una autobiografía220. Esta característica del
saber freudiano no señala sino su ubicación en un contexto científico
más amplio, en el cual el recurso a la introspección era una de las fuen-
tes de datos privilegiadas en las investigaciones sobre clínica, semiolo-
gía y principalmente psicología. Por tales motivos, no resulta para nada
sorprendente que los primeros discípulos y colegas de Freud explotasen
a su manera los manantiales de la auto observación221.

219. Cf. op. cit., página 164.


220. Cf. Siegfried Bernfeld, “An unknown autobiographical fragment of Freud”,
The American Imago, Volume 4, N° 1, 1946, pp. 3–19, sobre todo página 16n.
221. Tal vez esta problemática no haya sido suficientemente estudiada hasta aho-
ra, pero es evidente que no faltan ejemplos. Así, gracias a la corresponden-
cia con Jung, sabemos que Bleuler relataba sus sueños ante los miembros del
grupo suizo (cf. Freud/Jung, página 435). Por su parte, Stekel, siguiendo los pa-
sos de Freud, intercaló en sus obras muchos recortes autobiográficos (cf. Jaap
Bos & Leendert Groenendijk, “The art of imitation: Wilhelm’s Stekel Lehr-
jahre”, The International Journal of Psychoanalysis, Volume 85, Part 3, 2004, pp.
713–729). Lo mismo podría ser señalado en lo atinente a tempranos textos
de Theodor Reik (cf. “On the effect of unconscious death wishes”, en Murray
Sherman (ed.), Psychoanalysis and Old Vienna, número especial de The psycho-
analytic Review, Volume 65, N° 1, 1978, pp. 38–67; la primera edición de ese

148
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

No obstante, quedaría por precisar la razón por la cual Freud no


participaba de esta aventura confesional en el seno del círculo vienés,
así como el fundamento de su negativa a que los psicoanalistas viene-
ses prosiguieran esa senda. En lo que concierne al primer punto, es da-
ble conjeturar que ello respondía a un afán por conservar y reforzar su
posición de liderazgo y diferenciación jerárquica en el grupo. Un indi-
cio un tanto tangencial de ello podría extraerse de la famosa anécdota
ocurrida entre Freud y Jung durante las conversaciones mantenidas en
el transcurso del viaje que los conduciría a Norteamérica en 1909. En
dichas pláticas, ambos analistas se relataban los sueños mutuamente,
y procedían a analizarlos. En una oportunidad, el psiquiatra suizo in-
tentó construir una interpretación sobre uno de los sueños de su co-
lega vienés, para lo cual le demandó algunos detalles de su vida priva-
da. Freud se negó a hacerlo, alegando que responder a ese pedido pro-
duciría un menoscabo en su autoridad222.
En cuanto al segundo asunto, la orden de Freud en noviembre de
1910 para que se dejasen de lado ese tipo de confidencias innecesa-
rias, es posible que se relacione con dos aspectos. En primera instan-
cia, esa proscripción sea tal vez un antecedente o anuncio de una de-
cisión política de fundamental relevancia en el futuro del movimien-
to. Tal y como lo han sugerido Borch–Jacobsen y Shamdasani, la con-
fianza depositada por Freud en el autoanálisis como requisito sufi-
ciente en la formación del analista, así como la utilización ya referi-
da de datos introspectivos en la edificación de la teoría, comenzaron
en cierto momento a amenazar la frágil paz de la disciplina223. De he-
cho, si el atisbo de la universalidad del Complejo de Edipo provenía
de una visión personal, nada permitía garantizar que otro psicoana-
lista no descubriese en los repliegues de sus entrañas su refutación o
rectificación. En aras de proteger al saber de una deriva interpretati-
va ingobernable, había que encontrar los medios de ejercer un con-
trol más estricto, pues de lo contrario la joven disciplina podía trans-

escrito de Reik se remonta a 1914). En esa senda podría tal vez ser incrita una
anécdota relatada por Wilhelm Reich en sus papeles autobiográficos; cuenta
allí que Isidor Sadger lo habría instado a que publicara un libro con la histo-
ria de su vida desde la muerte de su madre hasta el deceso de su padre (cf. Wil-
helm Reich, Passion of youth. An autobiography, 1897–1922, Farrar–Straus–Gir-
oux, New York, 1988, página 149).
222. Jung se refiere brevemente a ese episodio en su carta a Freud del 3 de diciem-
bre de 1912 (cf. Freud/Jung, pp. 596–597) y la retoma en sus memorias.
223. Cf. Mikkel Borch–Jacobsen & Sonu Shamdasani, Le dossier Freud. Enquête sur
l’histoire de la psychanalyse, op. cit., pp. 63–82.

149
Mauro Vallejo

formarse en el terreno de contienda de múltiples hipótesis hermenéu-


ticas. A tal fin habría venido a servir la exigencia del análisis personal,
la cual ya aparece señalada en un escrito de 1912, “Consejos al médi-
co sobre el tratamiento”; y ella es ubicada allí en claro contraste con
los peligros del autoanálisis:

“Hace años me preguntaron cómo podría uno hacerse analista, y


respondí: «Mediante el análisis de sus propios sueños». Por cierto
que esta precondición basta para muchas personas, mas no para to-
das las que querrían aprender el análisis. Y, por lo demás, no todos
consiguen interpretar sus propios sueños sin ayuda ajena. Incluyo
entre los muchos méritos de la escuela analítica de Zurich haber re-
forzado esta condición, concretándola en la exigencia de que todo
el que pretenda llevar a cabo análisis en otros deba someterse antes
a un análisis con un experto. Si alguien se propone seriamente la
tarea, debería escoger este camino, que promete más de una ven-
taja (...) Y quien como analista haya desdeñado la precaución del
análisis propio, no sólo se verá castigado por su incapacidad para
aprender de sus enfermos más allá de cierto límite, sino que tam-
bién correrá un riesgo más serio, que puede llegar a convertirse en
un peligro para otros. Con facilidad caerá en la tentación de pro-
yectar sobre la ciencia, como teoría de validez universal, lo que en
una sorda percepción de sí mismo discierna sobre las propiedades
de su persona propia; arrojará el descrédito sobre el método psi-
coanalítico e inducirá a error a los inexpertos”.224

Por otro lado, podemos hallar en las actas mismas una temprana
advertencia al respecto, formulada por Freud hacia el final de su pre-
sentación acerca del hombre de las ratas. En tal oportunidad, afirmó que

224. Sigmund Freud, “Consejos al médico sobre el tratamiento”, AE, XII, pp.
116–117. El hecho de que el autoanálisis haya sido progresivamente dejado
de lado, en favor de la exigencia del análisis bajo la dirección de un terapeuta
ya formado, no significa que en otros momentos de sus escritos Freud deja-
se de alabar las ventajas del primero –incluso seguía recomendándolo. Véase
por ejemplo “Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico”, AE,
XIV, página 19: “Pronto advertí la necesidad de hacer mi autoanálisis y lo lle-
vé a cabo con ayuda de una serie de sueños propios que me hicieron recorrer
todos los acontecimientos de mi infancia, y todavía hoy opino que en el caso
de un buen soñador, que no sea una persona demasiado anormal, esta clase
de análisis puede ser suficiente”. En la nota al pie agregada por los editores de
las obras de Freud al final del pasaje recién citado, el lector hallará una buena
exposición de los puntos de vista del psicoanalista acerca del autoanálisis.

150
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

“...no debe haber ninguna duda de que el método psicoanalítico pue-


de ser aprendido. Será posible aprenderlo una vez que la arbitrariedad
de los psicoanalistas individuales sea frenada por reglas verificadas”225.
Las minutas dan fe del hecho de que Freud, poco antes de 1912, se-
guía asignando al autoanálisis un rol esencial en la formación del ana-
lista. En efecto, en la reunión del 1 de febrero de 1911, declara lo si-
guiente:

“Ha sido dicho que al interior del psicoanálisis debe darse permi-
so para que cada individualidad se exprese por sí misma. Ahora
bien, que ello no sea así sería una ventaja para el psicoanálisis; la
forma mediante la cual uno puede resguardarse de este factor sub-
jetivo, el cual es en cierto punto ineliminable, reside en proseguir
la investigación personal, acompañando con auto–análisis el pro-
greso propio en el saber”.226

Es decir que la demanda que Freud dirigió a los vieneses a fines de


1910, para que éstos desistieran de su costumbre de buscar en su in-
terior los ejemplos o secretos de la doctrina, preanuncia las medidas
que en 1912 pasan a la letra del texto, las cuales recién en 1925, con
ocasión del Congreso de Bad Homburg, se convierten en exigencias
indiscutibles para todo aspirante al análisis.
En segunda instancia, podemos aseverar que la invitación freudiana
a que sus colegas vieneses dejasen de lado esa curiosa práctica, no es
sino uno de los indicadores de un fenómeno hasta ahora insuficiente-
mente analizado. De hecho, estamos en condiciones de proponer un
directo nexo entre esa sugerencia y una clara deriva o transformación
producida al interior mismo de la construcción de los textos de Sig-
mund Freud. En el seno de estos escritos se percibe un creciente aban-
dono del tenor autobiográfico de los enunciados. Luego de que en sus
libros sobre los sueños, la psicopatología de la vida cotidiana y los chis-
tes, el autor vienés construyese su teoría a través de una frecuente uti-
lización de ejemplos personales, ulteriormente esa estrategia será casi
absolutamente abandonada. Es claro, por caso, el contraste que pode-
mos hallar entre El chiste y su relación con lo inconsciente y Tres ensayos de
teoría sexual, ambos publicados en 1905. En este último se produce el
repentino abandono del recurso a datos introspectivos y autobiográ-

225. Minutes I, página 237. Cabe aclarar que esta declaración constituye, si no la
única, al menos una de las pocas ocasiones en que se debatió acerca de la for-
mación del analista, a pesar de que Herman Nunberg afirmase lo contrario.
226. Minutes III, página 146.

151
Mauro Vallejo

ficos, tan omnipresente en el primero. El estilo objetivo e impersonal


será desde entonces escandido sólo de tanto en tanto por pequeñas y
aisladas reutilizaciones de aserciones confesionales. Más aún, Didier
Anzieu, en alusión al escrito de 1904, plagado aún de ejemplos perso-
nales, decía estar seguro de que “...la Psicopatología de la vida cotidiana
tenga otro carácter que Die Traumdeutung [La Interpretación de los sueños]:
asegura la transición entre los escritos de tipo confesional y las publi-
caciones más impersonales”.227. El mismo autor constató que de allí en
más los pocos elementos de autoanálisis que Freud verterá en sus es-
critos, serán destinados a las reediciones de sus libros sobre los sueños
y la vida cotidiana228; efectivamente, sólo dos pequeños trabajos de la
década del treinta (La sutileza de un acto fallido229 y Carta a Romain Ro-
lland (Una perturbación del recuerdo en la acrópolis)230 se erigen como ex-
cepciones, pues en ellos Freud nuevamente brinda al lector fragmen-
tos de su vida personal. Esta progresión tendrá asimismo un efecto pre-
suntamente paradójico: poco o nada de autobiografía habrá en la Pre-
sentación autobiográfica de un autor que hasta hacía unos años daba a
ver a sus lectores detalles muy íntimos de su vida privada.
Un ejemplo por demás prístino de este decurso, de esta creciente pres-
cindencia de lo confesional, está constituido por el proceso de constante
reedición de La Interpretación de los Sueños. En tal sentido, Ilse Grubrich–
Simitis ha sabido demostrar que el fundamento de la conflictiva relación
del autor para con su obra de 1900 reside en el tenor confesional de esas
páginas231. Dicho tenor será precisamente uno de los objetos que más al-
teraciones sufrirá a lo largo de las sucesivas ediciones del texto. La histo-
riadora señala en su investigación cómo se producen por parte de Freud

227. Didier Anzieu, El autoanálisis de Freud. El descubrimiento del psicoanálisis, Si-


glo XXI, México, 1979, Tomo 2, página 568.
228. Cf. op. cit., pp. 610–612.
229. Cf. Sigmund Freud, AE, XXII, pp. 230–232.
230. Cf. Sigmund Freud, AE, XXII, pp. 209–221.
231. Cf. Ilse Grubrich–Simitis, “How Freud wrote and revised his Interpretation of
Dreams: conflicts around the subjective origins of the book of the century”,
Psychoanalysis and History, Volume 4, 2, 2002, pp. 111–126. El único punto en
que, según nuestro parecer, la autora incurre en un error es cuando establece
una contraposición, una relación de mutua exclusión, entre las exigencias del
método positivista en que Freud se había formado, y la utilización de datos
obtenidos a partir de su autoanálisis. Ya lo hemos dicho, basta redefinir a este
último como un mero capítulo del uso que Freud hacía, desde mucho antes,
de datos sacados de su propia persona, para poder concluir que ese proceder
era coherente con las metodologías establecidas y aceptadas en la psicología
académica de ese entonces.

152
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

dos fenómenos muy claros: por un lado, reiterados intentos por despo-
jar a la obra de su carácter autobiográfico –para de ese modo protegerla
de potenciales críticas formales–; y por otro, alternadas reapropiaciones
o rehabilitaciones de ese mismo tono confesional232.
Sería posible por cierto rastrear más extensamente esta relación pro-
blemática del discurso psicoanalítico para con el sesgo autobiográfi-
co de su decir; en rigor de verdad, para con la forma en que dicho ses-
go jugó un rol esencial en la aparición de la enunciación psicoanalíti-
ca. Las disquisiciones sobre el carácter heroico e irrepetible del autoa-
nálisis de Freud es una mera estratagema para eludir el problema; es
sólo una más de las tantas figuras de la psicologización con que hasta
ahora se ha definido al discurso del psicoanálisis. Hemos marcado re-
cién aquello que cabe entender como una de las modalidades de de-
negación u ocultamiento del tenor confesional del nuevo decir. Pero
podría investigarse cómo esa actitud ambivalente hacia la temprana e
incómoda práctica se devela, y retorna, a través de otras particularida-
des del mentado discurso, y de las acciones que emprende. Por ejem-
plo en el terreno del mal o bien llamado psicoanálisis aplicado; pues
en cada ocasión en que este discurso aborda la creación artística, so-
bre todo la literaria, no puede reprimir la tentación de ver en la obra
la manifestación de un yo. Utiliza toda la imaginación posible por
decir lo contrario, por que ese impulso pase desapercibido; pero los
efectos están a la vista de todos. En segundo lugar, podría ubicarse en
esa senda el eterno aprieto en que el psicoanálisis se halla a la hora de
justificar la exigencia de que cada aspirante a analista atraviese prime-
ro la experiencia del diván. En esa consigna que clama por los bene-
ficios de experimentar el proceso en uno mismo, ¿no se lee acaso una
retoma de las prácticas de auto–observación? Por último, ¿cómo en-
tender, si no es a la luz del paradójico matiz confesional a través del
cual este decir nació –cuando precisamente nacía para volver esa ope-
ración imposible o inocua–, que el discurso psicoanalítico se vea im-
posibilitado de pensar acerca de la auto observación, la relación del
sujeto consigo mismo, etc.?

232. Arthur Efron había sugerido con anterioridad otra forma de explicar la es-
trategia freudiana de disolución del sesgo auto–analítico de su discurso. Se-
gún este autor, tal decisión respondía al interés de Freud por negar el cuestio-
namiento que su teorías dirigían al poder autoritario, pues aquel había sido
vislumbrado gracias al trabajo de autoanálisis (cf. Arthur Efron, “Freud’s self–
analysis and the nature of psychoanalytic criticism”, The International Review of
Psycho–analysis, Volume 4, 3, 1977, pp. 253–280).

153
De este modo, las palabras confesionales han sido la última pieza
tomada aquí, en esta escritura acerca de las actas y su historia. Cada
una de las fuentes analizadas, cada uno de los acontecimientos y de-
sarrollos esbozados en este capítulo, permiten hacer visible la invisibi-
lidad de las minutas. Por un lado porque señalan el vacío del cual es-
taban retiradas, nominan el espacio al cual podían venir a inscribirse,
para de tal modo decir algo en un lenguaje que tenía una gramática.
Al mismo tiempo, este tornar visible supone el recupero de unas mi-
radas que permanecían en el olvido, implica el rescate de unas voces
que producían un decir sin un suelo que lo hiciese voz. Y se perfila así
la pregunta que pisa nuestros pasos desde el inicio del recorrido: ¿por
qué fueron olvidadas las minutas? ¿Por qué el discurso psicoanalítico
les ha destinado la suerte que nuestra porfía parece objetar?
Capítulo III

El maleficio vienés.
Derrotero de una imagen
y derivaciones de un anatema

“Por el momento quiero volver a los que pre-


fieren detestar o zaherir las Afecciones y las ac-
ciones humanas a conocerlas”.

(Spinoza, Ética demostrada según el orden geomé-


trico, Tercera parte)

I. Cadenas, manzanas y bandidos


La historia de las ideas sabe de los prodigios que los saberes ubican
como piedra bautismal de su promisoria trayectoria. Asimismo, en al-
gunos discursos se asiste a la acuñación de ciertas imágenes fundacio-
nales que sirven al propósito de ofrecer a la posteridad un punto cero
de la ilustrada tarea. En muchas ocasiones no se trata, por cierto, de
mitos propiamente dichos, pues más que brindar el relato fantástico
de una aventura, se limitan a entregar una suerte de cuadro cristaliza-
do que tiende a la mirada una fascinación instantánea. En lugar de las
peripecias del héroe trágico, convidan la encantadora imagen que en
su eterna suspensión trae del tiempo sin memoria el portentoso ins-
tante en que se dividen las aguas; tanto las cadenas de Pinel como la
manzana del físico pertenecen a este género.
En el caso del psicoanálisis, tales imágenes no se hicieron esperar.
La convocatoria de la peste sea tal vez la más recordada. Al igual que
en sus congéneres, el retrato asume una especie de valor absoluto para
el cual, es cierto, se hallan ocasionalmente indicios que permiten ras-
trear las fuentes de la creación; aunque igualmente válido es reconocer
que nunca resulta posible dar con rastros fácticos irrecusables que po-
sibiliten hacer de la imagen primigenia un hecho establecido. En este
capítulo analizaremos una de estas imágenes, menos gloriosa, que ha

155
Mauro Vallejo

merecido una atención mucho menor, pero que esté tal vez indisolu-
blemente ligada a la historia de las Actas de la Sociedad Psicoanalítica de
Viena, al pasado y al presente de su recepción. Nos referimos al mu-
chas veces referido desprecio de Freud por Viena, y a su desencanto
para con sus compañeros vieneses, esa “banda” de neuróticos y aletar-
gados correligionarios. El creador del psicoanálisis habría debido car-
gar con la pesada condena de verse rodeado por colegas y discípulos
que por momentos no encendían en el maestro otra impresión que el
desengaño y la exasperación.
Las páginas que dedicaremos al estudio de esa escena parecerán tal
vez injustificadas en consideración de la obra en la que se inscriben,
puesto que poco lugar se dará, en cuanto sigue, al contenido mismo de
las discusiones de la Sociedad de Viena. De todas maneras, este capítulo
se basa en la tesis según la cual la poca atención que se le ha prestado
a las Minutas, el “olvido” en que éstas han caído –el cual es una de las
formas de nominar su imposibilidad de ingresar al corpus psicoanalíti-
co– hallan parte esencial de su fundamento en la pregnancia y eficacia
de la mentada imagen. Los destinos de un texto, su recepción, su cir-
culación y la multiplicidad de sus utilizaciones, no son ajenos a su ins-
cripción en un saber, y tal vez el descuido que se ha prodigado a aque-
llos registros sea coextensivo a la rapidez y contento con que se aceptó
y justificó la reprobación dirigida a los psicoanalistas vieneses.
Analizar el nacimiento de ese hito pictórico, su decurso y las dis-
tintas versiones que lo han moldeado, es entonces un capítulo inelu-
dible del estudio de las Minutas, puesto que hace a ese aspecto de los
textos que los formalismos suelen menospreciar: así como las reapro-
piaciones de un discurso no son extrañas a él, al punto que pueden
redefinir el terreno de legalidades al que será expatriado, de la misma
forma, los actos que deniegan a una obra su difusión, o que refrenan
el interés que pueda engendrar, constituyen el tipo de exteriores tex-
tuales que tocan el centro mismo de su poder.
En consonancia con todo ello, nos proponemos estudiar la diver-
sidad de declaraciones a través de las cuales se ha delineado ese cua-
dro. Para ello recurriremos también a los textos freudianos, buscando
tanto en sus escritos como en sus correspondencias, aquellos enuncia-
dos que guardan cierta resonancia o parentesco con los intentos reali-
zados por fraguar la mentada imagen.
Tal y como tendremos oportunidad de comprobar, en este caso nos
vemos enfrentados a cuanto suele ocurrir en lo atinente a este tipo de
imágenes: si bien hallan sustento sólo en declaraciones personales, oca-
sionales o de segunda mano –al tiempo que en la obra escrita apenas

156
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

si encuentran alguna complicidad–, de todas maneras mantienen su


importancia en los relatos históricos y en el “imaginario” de un saber.
Ello nos forzará a adelantar algunas hipótesis acerca de la razón de la
persistencia de este cuadro en particular.

II. El nacimiento de la imagen

“Le sujet de la sympathie (au sens étymologi-


que et complet du mot, non au sens populai-
re qui l’identifie avec la bienveillance) est pour
ainsi dire sans limites, car l’homme peut sym-
pathiser avec tous les êtres et toutes les cho-
ses; il peut ressentir ou refléter en lui–même la
joie, la tristesse, la peur, la colère, bref, tous les
états affectifs des autres. A ce polymorphisme,
l’antipathie oppose une uniformité fondamen-
tale et un champ d’action restreint”.

(Th. Ribot, Problèmes de psychologie affective)

Se trata de un cuadro que tiene por tela la iteración obsesiva de una


narración en cuyo centro resalta la deslumbrante figura de Freud, ro-
deada por la cohorte de sus desorientados apóstoles, incapaces de lle-
gar a ser Judas, infinitamente distantes de comprender la revelación.
Que tiene por marco la urgencia de ubicar al creador en el recinto que
le sería digno, haciendo para ello los máximos esfuerzos por indicar
que ese lugar, que esa compañía, reduplican la veracidad de la afirma-
ción que trata de todo profeta y su tierra. Un cuadro en cuya compo-
sición se confunden múltiples manos, no siendo casi posible estable-
cer quién se animó con el primer trazo, con la primigenia estampa de
un fallido cadáver exquisito, que ve repetirse la misma letanía acerca
del genio y su inmerecido auditorio.
Nos ocuparemos aquí de algunas de las voces que han participado
en la creación del retrato. Mediante una paciente sedimentación, la se-
cuencia de esos relatos ha terminado por imprimir en las páginas de la
historia la pintura que acompaña todo recuento de la primera sociedad
psicoanalítica; suerte de verónica, en el sentido etimológico del térmi-
no, que irradia a través de su muda presencia cuanto de verdad pueda
decirse acerca de uno de los momentos capitales del naciente saber.

157
Mauro Vallejo

Daremos lugar por ahora a las voces de los historiadores, los discí-
pulos y colegas de Freud, reservando a las aserciones de éste un apar-
tado especial. Brindaremos una especie de recorrido por la serie de
enunciados que signaron el anatema de los integrantes de la Sociedad
de Viena, aunque no respetaremos un orden estrictamente cronológi-
co. Nos limitaremos simplemente a las declaraciones que por uno u
otro motivo consideramos que han tenido una mayor efectividad en
la plasmación del cuadro. En consonancia con ello, no podemos sino
comenzar con la célebre maldición que Abraham arrojó sobre los in-
tegrantes de la por entonces Sociedad Psicológica de los Miércoles, en
un comentario dirigido a Eitingon, luego de haber asistido el 18 de di-
ciembre de 1907 a una reunión del grupo:

“No estoy muy impresionado con los adeptos vieneses. Él [Freud]


está mucho más adelante que los otros. Sadger es un talmudista, in-
terpreta y observa cada regla del Maestro con un rigor de judío orto-
doxo. Entre los médicos, el Doctor Federn es quien me dejó la mejor
impresión. Stekel es superficial; Adler, unilateral; Wittels, trafica ex-
cesivamente con la fraseología; los otros son insignificantes...”1.

Dicha cita, junto con algunas apreciaciones de Jones o Jung, suma-


da por supuesto al vasto cúmulo de enunciados freudianos que luego
evaluaremos, son entradas de rigor en todo texto que de cuenta de la
historia temprana del psicoanálisis. De todas formas, cabe aquí proced-
er siguiendo un sencillo método que asombrosamente falta en las pági-
nas que ya se han ocupado de esta imagen: rastrear, a partir de las minu-
tas de la reunión de la cual Abraham participó, las fuentes de esa decla-
mación, la cual ha marcado a fuego el magro augurio de los vieneses.
¿Sobre qué versó la discusión de la cual el futuro fundador de la So-
ciedad Psicoanalítica de Berlín extrajo tan condenatorio parecer? La re-
unión del 18 de diciembre de 1907 no tuvo orador principal, sino que
estuvo dedicada a una deliberación grupal acerca de “los traumas sex-
uales y la educación sexual”2. Las primeras palabras estuvieron a car-
go de Hitschmann, quien destacó que los traumas sexuales no ocup-
aban ya en la teoría freudiana el papel que anteriormente se les asign-
aba, luego de lo cual se refirió a la forma en que debe trasmitirse la
educación sexual. Respecto de ésta, no cree que sirva para prevenir
los traumas infantiles. Igual tesis es sostenida por Federn, quien agre-

1. Citado en Emilio Rodrigué, Freud. El siglo del Psicoanálisis, op. cit., Tomo I, pá-
gina 431.
2. Cf. Minutes I, pp. 270–275.

158
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

ga que los traumas suelen ser el desencadenante del deseo de saber en


los niños. A continuación, Isidor Sadger, presunto ortodoxo obediente
a Freud, plantea una hipótesis que no sólo será criticada por este últi-
mo en dicha reunión, sino que, tal y como lo ha demostrado Gutiérr-
ez Terrazas, será posteriormente aceptada con mucha resistencia por el
creador del psicoanálisis. Sadger afirma, de forma claramente anticipa-
toria de los desarrollos freudianos acerca de la feminidad y de la teoría
de la seducción generalizada, lo siguiente: “Los traumas más signifi-
cativos y severos son infligidos al niño a través de una demostración
excesiva de afecto. Además, la nodriza no puede sino provocar cier-
ta excitación sexual”.3
Por su parte, el propio Abraham declara que la información sería
incapaz de ayudar a los niños “predispuestos al trauma” (sic.), por lo
cual considera que es mucho más fructífero dar información a los pa-
dres, “...quienes, de lo contrario, suscitarían traumas sexuales en sus
niños”.4 Freud, a su turno, formula que se vio llevado a concluir que
los traumas sexuales no eran de importancia en la etiología de las neu-
rosis; simplemente deciden la forma que ésta adquiere tras su desenca-
denamiento. En relación a la aseveración de Sadger antes citada, Freud
responde que “...la estimulación que recibe el bebé no pertenece a la
categoría de los traumas”.5 A pesar de terminar recordando que no hay
que exagerar los efectos preventivos de la información, Freud afirma
que “Una reforma social que permita un cierto grado de libertad sexual
sería el mejor medio para tornar inofensivos los traumas sexuales”.6.
Posteriormente, Stekel acota que al fin y al cabo no se sabe qué es un
trauma sexual, puesto que aquello que en determinadas circunstancias
se torna traumático, en otras no llega a serlo. Asimismo, niega la posi-
bilidad de preparar psicológicamente al niño para el trauma. Las pala-
bras finales pertenecieron a Rank, quien se refirió a las potenciales de-
ficiencias que podrían producirse en la “raza” de los hombres a partir
de la introducción de la educación artificial.
¿Por qué nos hemos demorado en esta discusión en particular? En
primer lugar porque de ella extrajo Abraham la impresión que nos ha
llegado a través de la carta a Eitingon, siendo que no pudo haber arri-
bado a un parecer tal a través de otras fuentes, tal y como lo demues-
tra la falta absoluta de menciones a los psicoanalistas vieneses en el
seno de la temprana correspondencia entre Freud y el analista berli-

3. Minutes I, página 271.


4. Minutes I, página 272.
5. Minutes I, página 273; cita tomada de la traducción española, página 282.
6. Ibíd.

159
Mauro Vallejo

nés7. Por otro lado, y fundamentalmente, debido a que los registros


conservados de dicha reunión abren la posibilidad de someter a cier-
to cuestionamiento el diagnóstico de Abraham. No se trata de negar
la veracidad de la impresión de éste, ni de discutir cuán justo o errado
se mostró en su evaluación de cada uno de los vieneses. Sin embar-
go, no podemos dejar de señalar que, por ejemplo, la intervención de
Sadger nada tiene de ortodoxa en relación a las tesis defendidas por
Freud en aquel entonces; igualmente, es difícil adivinar a partir de qué
criterio es dable concluir que éste supera o adelanta a sus colegas vie-
neses. ¿No fueron acaso las intervenciones de Sadger y Stekel mucho
más “psicoanalíticas” que las de Freud, Rank o Abraham?
Comentando las palabras de Abraham acerca de los vieneses, Emi-
lio Rodrigué dirá que aquel comete una injusticia, puesto que nada va-
lidaba una apreciación que viese en esos integrantes a un grupo de gen-
te incapaz8. No obstante, el cuadro vuelve a recomponerse de inme-
diato, la imagen que se había desdibujado por un instante resurge in-
cólume a la vuelta de página. Así, el autor referirá que la principal pre-
ocupación de los vieneses residía en sus propias neurosis, “casi siem-
pre de gran porte”9. Es cierto que Rodrigué tendrá el cuidado de ha-
blar en términos de psicología de grupo, destacando que el compues-
to por estos hombres era un “grupo neurótico, ingenuo e idealista”10,
pero alcanza con seguir las páginas del psicoanalista argentino para
entender que el retrato sigue siendo el mismo, puesto que Freud, ex-
7. Tal y como las reglas de cortesía lo exigían, Abraham no sólo se abstuvo de
atacar a los vieneses en las cartas que envió a Freud inmediatamente después
de su visita a Viena, sino que le pidió a su corresponsal que enviase de su par-
te salutaciones a los integrantes de las reuniones de los miércoles (véase car-
tas de los días 21 de diciembre de 1907, 8 de enero de 1908, 29 de agosto de
1914 y 13 de noviembre de 1915).
8. Cf. Emilio Rodrigué, Freud. El siglo del Psicoanálisis, op. cit., Tomo I, página 431.
9. Op. cit., página 434. Stanley Leavy, en su introducción a la edición inglesa del
diario de Andreas–Salomé, además de señalar que Lou era más talentosa que
los demás discípulos vieneses, insistirá también en los trastornos neuróticos
que presentaban los integrantes de las reuniones (cf. Stanley Leavy, “Introduc-
tion”, en Lou Andreas–Salomé, The Freud Journal of Lou Andreas–Salomé, Ba-
sic Books, New York, 1964, pp. 1–27, especialmente pp. 11–12). Obviamente,
Elisabeth Roudinesco también adhirió a ese tipo de interpretación (cf. La ba-
talla de cien años, op. cit., Tomo I, página 90). También Peter Gay, en Freud. Una
vida de nuestro tiempo, op. cit., página 211. Helene Deutsch, en su célebre ensa-
yo, sugería ya que la motivación que condujo a muchos de los primeros inte-
grantes a secundar a Freud residía en sus neurosis (cf. Helene Deutsch, “Freud
and his pupils”, op. cit., página 189).
10. Emilio Rodrigué, Freud. El siglo del Psicoanálisis, op. cit., página 442.

160
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

plícitamente idealizado, no podrá sino permanecer ajeno a esos seres


tan enfermos.
Consideremos ahora otra de las declaraciones más asiduamente ci-
tadas, perteneciente a Ludwig Binswanger, en la cual se entremezcla
su opinión personal con un comentario de Freud. El psiquiatra suizo
relata que en 1907, en compañía de Jung, hizo su primera visita al fun-
dador del psicoanálisis. En tal ocasión, ambos tuvieron la oportuni-
dad de participar de una de las reuniones de la Sociedad de los Miér-
coles, el día 6 de marzo. Sobre dicho particular, Binswanger declara:
“Otra experiencia que me apenó fue la siguiente. Luego de una re-
unión con sus discípulos en su casa –entonces no eran más de seis o
siete–, Freud me retuvo preguntándome: “¿Y, ha visto ahora esta ban-
da?”. En esa primera visita sentí, por lo tanto, lo solo que él estaba”.11
Ahora bien, cabe analizar detenidamente los registros de esa reunión,
pues de ella es posible que hayan nacido dos de los anatemas más cé-
lebres referidos a los vieneses, esto es, los de Binswanger y Jung. En tal
fecha, el orador fue Adler, quien presentó un caso clínico en el cual se
mezclaban la tartamudez, algunos síntomas obsesivos e impulsos de
exhibicionismo12. Luego de la presentación, el debate discurrió nor-
malmente. Mientras que Sadger objetó el énfasis puesto en la inferio-
ridad orgánica, Jung vio en ella una idea brillante. Numerosas hipóte-
sis fueron lanzadas para explicar tanto una conducta de sumergimien-
to como una obsesión con ciertos números. Retomando una idea de
Rank, Freud propone que el número 3 de la compulsión tal vez re-
presente el pene cristiano, el 7 el pequeño pene judío y el 49 el gran
pene judío13. Freud realiza una intervención muy interesante al seña-

11. Ludwig Binswanger, Mis recuerdos de Sigmund Freud, Almagesto, Buenos Aires,
1992, página 15. Cabe aclarar que a la reunión a la que se refiere Binswanger
habían asistido doce miembros, Freud incluido. Tres años después Binswan-
ger volvió a participar como invitado en la Sociedad Psicoanalítica de Viena,
el 19 de enero de 1910 (y no en febrero, tal y como Binswanger dice, traicio-
nado por su memoria). Aunque muy crítico respecto de la ponencia de Stekel
de dicha oportunidad, parecería que la impresión que el grupo vienés le cau-
só por entonces no fue tan negativa (cf. op. cit., página 19).
12. Cf. Minutes I, pp. 138–145. Isidor Sadger informa que se decidió que la presen-
tación estuviese a cargo de Alfred Adler con el objetivo de provocar una bue-
na impresión en los visitantes, lo cual demuestra claramente qué alto aprecio
sentía Freud hacia quien unos años después sería forzado a abandonar la so-
ciedad vienesa (cf. Isidor Sadger, Recollecting Freud, op. cit., pp. 56–57).
13. Recordemos que la significación simbólica del número 7 será objeto de un
fluido intercambio entre Freud y Abraham unos años después (cf. Freud/Abra-
ham, pp. 399–414).

161
Mauro Vallejo

lar la forma en que los recuerdos infantiles no son otra cosa que reela-
boraciones a posteriori.
El 6 de marzo de 1907 constituye una de las numerosas ocasiones
en que las declaraciones de Freud contienen atisbos teóricos muy su-
gerentes. Mas nada en las minutas alude a la presunta soledad del psi-
coanalista, pues su “banda” no hace otra cosa que hablar en los mis-
mos términos que él, utilizando sus mismas hipótesis, insistiendo en
los mismos simbolismos y determinantes. En tal sentido, podemos ob-
servar dos cosas. En primer lugar, es posible que la omnipresencia de
alusiones a cuestiones sexuales durante la referida discusión haya sor-
prendido o disgustado a los invitados suizos. En segundo lugar, y más
importante aún, la anécdota recogida por Binswanger, la cual devino
engranaje esencial en la conformación de la imagen en cuestión, de-
vela mucho menos el ostracismo del profeta o la inferioridad de sus
apóstoles, y mucho más la política de seducción dirigida por Freud en
vistas a obtener la aceptación del círculo suizo.
En continuidad con lo anteriormente dicho, la reunión de mar-
zo de 1907 será la única ocasión en que Jung asista a las discusiones
del grupo vienés. Y es muy probable que a partir de dicha velada haya
creado su opinión de los discípulos y colegas más cercanos de Freud.
Esta vez se trata de un enunciado que ha pasado a la historia del sa-
ber psicoanalítico a través de la alusión que a él hizo un tercero, Er-
nest Jones; o al menos dicha versión de los hechos es la que más fre-
cuentemente se utiliza, puesto que ni en sus memorias ni en sus es-
critos Carl Jung ha repetido la condena de los vieneses a la que ahora
nos referimos14. Jones refiere en su autobiografía una conversación que
tuvo con Jung en Zurich, aparentemente entre fines de 1907 y princi-
pios de 1908, antes del Congreso de Salzburgo, en la cual el suizo le
manifestó “...cuán lamentable era que Freud no tuviese discípulos de
algún valor en Viena, y que allí estaba rodeado por una “muchedum-
bre bohemia y degenerada” que él merecía poco...”15.
Si confiamos en la memoria de Jones, dicho intercambio con el
médico suizo se produjo antes de la reunión de Salzburgo de abril de

14. En sus memorias, Jung se refiere en una sola ocasión y muy tangencialmente
a los discípulos de Freud en general, sin hacer jamás mención a los vieneses o
a la Sociedad Vienesa (cf. Carl Jung, Memories, dreams, reflections, Collins and
Routledge & Kegan Paul, London, 1963, página 162).
15. Ernest Jones, Free Associations. Memories of a Psycho–Analyst, Basic Books, New
York, 1959, página 167. Jones relata la misma escena, aunque con menos deta-
lles, en su biografía de Freud (cf. Ernest Jones, La vida y obra de Sigmund Freud,
Tomo II, op. cit., página 45).

162
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

1908, es decir, con posterioridad a la asistencia de Jung a una de las re-


uniones del grupo vienés –por otro lado, nada indica que Jones haya
fechado mal esa presunta discusión. De ser así, las impresiones de Jung
habríanse generado a partir de su conocimiento directo de los psicoa-
nalistas vieneses, puesto que carecía de fuentes alternativas de infor-
mación acerca de los compatriotas de Freud, exceptuando las cartas
de este último16. En efecto, a partir de la correspondencia mantenida
entre Freud y Jung podemos establecer la fecha exacta en la cual Jo-
nes se encontró con Jung. El primer contacto entre ambos se produ-
jo en Amsterdam entre el 2 y el 7 de septiembre de 1907, durante el
“Premier Congrès International de Psychiatrie, de Neurologie, de Ps-
ychologie et de l’Assistance des Aliénés”17, y volvieron a reunirse en
Zurich, el 25 de noviembre del mismo año18; lo más factible es que
durante esta última ocasión Jung haya proferido el célebre enuncia-
do. Ahora bien, nuestra certeza de que el psiquiatra suizo habría eri-
gido su retrato acerca de los vieneses en base a la visita a la ciudad de
Freud, y no partiendo de declaraciones del propio creador del psicoa-
nálisis, se sustenta en el hecho de que las múltiples y aciagas declara-
ciones de Freud referidas a sus colegas vieneses empezarán a llenar sus
cartas dirigidas a Jung solamente en las semanas inmediatamente an-
teriores al Congreso de Salzburgo, y sobre todo al momento en que
se intensifiquen las peleas de poder internas en el grupo vienés (luego
del encuentro de Nuremberg).
A decir verdad, entre el inicio de la correspondencia de Freud con
Jung (abril de 1906) y noviembre de 1907, fecha en la cual Jung habría
bosquejado para Jones la escena de los vieneses, encontramos en las car-
tas algunas mínimas pistas del desencanto freudiano para con los miem-
bros de la Sociedad Psicológica de los Miércoles, aunque ninguna de
ellas se aproxima en lo más mínimo a las abiertas declaraciones de fas-
tidio y desprecio hacia los vieneses que Freud compartirá con Jung des-
pués de 1910. Una primera alusión en tal sentido se encuentra en la car-
ta del 1 de enero de 1907, en la cual Freud deja entrever que su aprecio
por el suizo es mayor que aquel que tiene por sus discípulos vieneses:
“...entre mis discípulos de Viena, quienes en comparación con usted tie-

16. Abraham hará su visita a Viena recién en diciembre de 1907. Si el parecer de


Eitingon, quien había asistido a las reuniones vienesas en enero de dicho año,
pudo haber influido en la opinión de Jung, es algo que no podemos determi-
nar a partir de los documentos existentes.
17. Cf. Freud/Jung, página 124.
18. Véase las cartas de los días 8 y 30 de noviembre de 1911 (cf. Freud/Jung, pp.
136 y 141).

163
Mauro Vallejo

nen la cuestionable ventaja de estar en contacto personal conmigo, no


conozco sino a uno que se equipare con usted en cuanto a compren-
sión, y a ninguno que esté a la vez deseoso y dispuesto por hacer tan-
to por la causa como usted”.19. Sin embargo, y exceptuando una críti-
ca a Rank (7 de abril de 1907) o algunos pasajes en que Freud hace en-
tender a Jung que antes de conocerle se sentía completamente aislado
–más adelante volveremos a esta sensación de soledad–, no encontra-
mos en este período de la correspondencia críticas abiertas y explícitas
de Freud hacia los vieneses, las cuales harán su primera y clara apari-
ción durante los preparativos del encuentro de Salzburgo.
Debemos así deslizarnos a las palabras y el parecer de Jones, debi-
do a que la condena de Jung es conocida sólo a través del primero, y
puesto que el gran biógrafo de Freud ha vertido su opinión acerca de
los vieneses a través del comentario que ha hecho de la reprobación
del psiquiatra suizo. Efectivamente, Jones, tras recoger la confidencia
de Jung, sale a la defensa de los vieneses, afirmando que el rechazo de
éste no se motivaba sino en su arraigado antisemitismo20.

“Ninguno de los pintores y poetas que él [Jung] había imagina-


do existían, y los miembros de la Sociedad Psicoanalítica de Vie-
na, la cual había sido constituida el año anterior, eran cuanto uno
podía esperar que fuesen (...) Todos ellos eran médicos practican-
tes, en su mayoría sensatos (...) eran más cultos y educados [que
los ingleses]...”21

Y aquí, en el caso del “imparcial” Jones, asistiremos a una suerte de


repetición de la “objetiva benevolencia” con que Rodrigué torpemente
rescataba a los vieneses de la malicia de Abraham. Pues a renglón segui-
do de haber puesto de manifiesto el profundo odio racial que instilaba
las injustas palabras de Jung, Jones procede a dar cuenta de su propia
impresión al asistir por única vez a una de las reuniones del grupo de
Viena. Las minutas nos informan que Jones, junto con Brill, fue invita-
do a la primera actividad de la Sociedad luego de finalizado el Congre-
19. Freud/Jung, página 52. He modificado la versión española de ese pasaje a par-
tir de la traducción inglesa (cf. William McGuire (ed.), The Freud/Jung Letters,
Princeton University Press, Princeton, 1979, página 17).
20. Fritz Wittels, en su biografía de Freud escrita en 1923, ya atribuía el poco apre-
cio de Jung por los vieneses a cuestiones raciales, a lo cual agrega que el médi-
co suizo no gustaba del tipo de interpretaciones a las que los psicoanalistas de
Viena solían recurrir (cf. Fritz Wittels, Sigmund Freud. His personality, his teach-
ing & his school, op. cit., página 138).
21. Ernest Jones, Free Associations, op. cit., página 167.

164
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

so de Salzburgo, el 6 de mayo de 190822. Luego de una somera descrip-


ción de algunos de los psicoanalistas de Viena, en la cual salen a relucir
algunas acotaciones despreciativas, Jones escribe en sus memorias:

“El lector tal vez concluya que no me sentí muy impresionado por
la concurrencia. Parecía un acompañamiento inmerecido al genio de
Freud, pero en la Viena de aquellos días, tan llena de prejuicios en su
contra, era difícil obtener un discípulo que tuviera una reputación que
perder, por lo cual [Freud] tuvo que aceptar aquello que pudo obte-
ner. Muchos de aquella concurrencia tuvieron al menos un brillante
mérito en comparación con sus vecinos: supieron cómo apreciar la
importancia de Freud. Para su mérito, ello no debe ser olvidado”.23

Quizá es peor el remedio que la enfermedad; los vieneses no son ya, a


los ojos de Jones, seres degenerados y trastabillantes; constituyen en cam-
bio el poco de materia gris que Freud pudo rescatar de la debilidad men-
tal vienesa. Estos leales compañeros de ruta tuvieron el corto honor de
adorar el brillo que accidentalmente llegaba a sus ciegas órbitas; afortu-
nadamente sus manos, seguramente tan pequeñas, chocaron entre ellas,
obteniendo el aplauso que se delinea, él sí, como el único legado que es-
tos hombres han dejado tras su infame paso por estas tierras.24

22. Cf. Minutes I, pp. 392–396.


23. Ernest Jones, Free Associations, op. cit., pp. 169–170. Para no dejar dudas acerca
de su “imparcialidad”, Jones declara que para el momento en que él asistió a la
reunión de Viena, Rank aún no era miembro... Vincent Brome, en su biografía
de Jones, correctamente dice que Rank estaba presente en la visita de Jones a
Viena, aunque se cuida de no mencionar el error de Jones (cf. Vincent Brome,
Ernest Jones. Freud’s alter ego, Caliban Books, Londres, 1982, página 58). Al pare-
cer, el propio Freud alimentó el argumento según el cual se vio forzado a aceptar
los discípulos que tenía a disposición en los inicios de su enseñanza. Así, Roy
Grinker relata que Freud le habría dicho que “...tuvo que sacar el mejor parti-
do posible de los colaboradores disponibles por entonces”. (Roy Grinker, “Re-
miniscences of a personal contact with Freud”, en Hendrik Ruitenbeek (ed.),
Freud as we knew him, op. cit., pp. 180–185; cita de la página 183).
24. Ernst Federn argumentará que la errada apreciación de Jones sobre los viene-
ses se debía a que el biógrafo no pertenecía, por ascendencia, a los grupos de
elites de los cuales solían provenir los más allegados a Freud (cf. Ernst Federn,
“Freud, hero or villain?, en Witnessing Psychoanalysis: From Vienna back to Vien-
na via Buchenwald and the USA, op. cit., página 186). Un desprecio igualmen-
te mal velado hacia los vieneses se percibe en algunos dichos de Jacques La-
can; además de otorgar aparentemente credibilidad a la confidencia relatada
por Binswanger (cf. Jacques Lacan, “Situación del psicoanálisis y formación
del psicoanalista en 1956”, Escritos I, op. cit., página 468), Lacan hará alusión a

165
Mauro Vallejo

A partir de estas cuatro declaraciones de analistas contemporáneos de


Freud, quienes tuvieron la oportunidad de conocer personalmente al gru-
po vienés, se decantó la imagen que tan despreocupadamente será reto-
mada por los futuros historiadores. Así, por ejemplo, Peter Gay, comen-
tando las palabras de Freud dirigidas a Binswanger, sostiene, sin demasia-
das explicaciones, que aquel estaba en lo cierto al mensopreciar a sus co-
legas de Viena25. Por su parte, Herman Nunberg, en las polémicas notas
al pie que acompañan la edición de las minutas, dirá que la decisión de
Freud por apostar a Jung como potencial sucesor se sustentaba en su de-
cepción respecto de los analistas de Viena, quienes lo trataban muy mal
y peleaban entre ellos26. ¿Por qué se ha aceptado con tanta despreocupa-
ción ese retrato de los psicoanalistas vieneses? ¿Por qué razón toda la his-
toriografía psicoanalítica repetirá una y otra vez que ese grupo no tenía
otro mérito que el de estar allí para acompañar la solitaria tarea del maes-
tro? ¿A qué sirve esa utilización tan insistente de las mismas y poco nu-
merosas fuentes, con el objetivo siempre alcanzado de mostrar que esos
colegas eran tan torpes, a quienes Freud apreciaba tan poco?

III. Alusiones a los vieneses en los escritos freudianos27

“Pour des raisons qui seront indiquées au cours


de cet article, l’antipathie est quelquefois à la limi-
te de la peur; mais sans se confondre avec elle”.

(Ribot, Problèmes de psychologie affective)

Mucho se ha escrito ya acerca de la relación ambivalente de Freud


hacia la ciudad que vio nacer sus doctrinas. Investigadores de proce-

un mismo tiempo a las altas calidades espirituales de los primeros adeptos, y


a la “inadecuación mental y moral” que Freud habría visto en ellos cada vez
que lo abandonaban (cf. Jacques Lacan, “El psicoanálisis y su enseñanza”, Es-
critos I, op. cit., página 439).
25. Cf. Peter Gay, Freud. Una vida de nuestro tiempo, op. cit., página 212.
26. Cf. Minutes II, página 465 n.
27. Publicamos una versión abreviada de esta sección en una pequeña revista (cf.
Mauro Vallejo, “Límites del lenguaje de la fraternidad para la escritura de la his-
toria del psicoanálisis. Dos ejemplos vieneses”, Psicoanálisis y el Hospital, 2007,
Año 16, Nª 32, pp. 135–140). Ejerciendo una censura poco lúcida, la revista
alteró nuestro artículo, e introdujo modificaciones sin nuestra autorización.

166
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

dencias muy disímiles se han debatido acerca de la impronta que Vie-


na habría dejado tanto en Freud como en el contenido mismo de sus
ideas. Ese tipo de disquisiciones tienen una raigambre muy lejana,
pues es por todos conocida la cita en que Freud, en su escrito “Con-
tribución a la historia del movimiento psicoanalítico”, rechazó enfáti-
camente que su teoría pudiese ser tomada como un reflejo de la ciu-
dad que en realidad no hizo más que rechazarla28. No resulta difícil
acordar aquí con Freud, pues los reiterados intentos por derivar direc-
tamente contenidos teóricos del psicoanálisis a partir de ciertas pecu-
liaridades de la política, la cultura o la geografía de Viena, no dejan en
el lector otra impresión que la incredulidad o la franca desconfianza29.
Mucho más esclarecedores parecen los ensayos destinados a desentra-
ñar la relación de interdependencia y contemporaneidad existente en-
tre la formulación freudiana y otros baluartes de la intelectualidad de
Viena, sobre todo Karl Kraus y Ludwig Wittgenstein. De todas mane-
ras, no nos abocaremos en profundidad a un estudio de dicha proble-
mática, aunque es innegable que el punto que será sometido a inda-
gación aquí tiene un estrecho parentesco con el problema recién men-
cionado, tanto más amplio y escurridizo.
En términos generales, podríamos decir que los ensayos efectuados
con la finalidad de ahondar en la relación entre Freud y Viena, ven-
drían a cumplir el ansiado sueño por delimitar el espejo y fuente en
que la teoría psicoanalítica hallaría su reflejo y fundamento. Por fin se
28. Cf. AE, XIV, pp. 38–39. La observación de Freud tenía a Janet como destinata-
rio directo. No obstante, Ernest Jones demostró en su biografía que ya desde
1910 las críticas al psicoanálisis recurrían a una equiparación de tal doctrina
con el licencioso ambiente vienés, del cual aquella sería una clara derivación
(cf. Ernest Jones, Vida y obra de Sigmund Freud, Tomo II, op. cit., pp. 128–129).
29. Mencionemos, como ejemplos de esa empresa, los poco convincentes plan-
teos de Valerie Greenberg (“Tangled patterns: Freud, Vienna, and the bra-
in”, The International Journal of Psycho–Analysis, Volume 74, 1993, Part 5, pp.
1017–1026), Bruno Bettelheim (“La desintegración de un mundo”, en Nico-
lás Casullo (comp.), La remoción de lo moderno. Viena del 900, Nueva Visión,
Buenos Aires, 1991, pp. 73–84; preferimos esta versión, traducida del origi-
nal francés, a una ulterior, incluida por su autor en el libro Freud’s Vienna &
other essays) y algunos pasajes de un escrito Roland Jaccard (“Freud et la so-
ciété viennoise”, en Roland Jaccard (dir.), Histoire de la psychanalyse, Hachette,
París, 1982, pp. 121–135; especialmente pp. 124–125). Difícil es determinar-
lo, pero quizá mayor fortuna haya tenido Jorge Baños Orellana en su extraño
intento por rastrear, en la relación de Freud con la topografía de la ciudad de
Viena, una fuente posible de ciertos detalles del esquema de la segunda tópi-
ca (cf. Jorge Baños Orellana, “Estancias freudianas”, Me cayó el veinte (Revista de
la École lacanienne de psychanalyse), n° 13, México, pp. 79–117).

167
Mauro Vallejo

habría arribado a reconocer un prisma que albergaría y devolvería a la


mirada los múltiples asentamientos de lo real en que el saber freudia-
no reconocería sus dobles. La ciudad de Viena, ese barroco persona-
je moldeado por los extraordinarios trabajos de Carl Schorske, devi-
no con el tiempo el terreno de estudio de innumerables investigacio-
nes. La historia, la sociología, la filosofía política, los análisis cultura-
les pudieron en tal sentido desplegar sus inquisiciones a merced de la
garantía que aseguraba la existencia incomparable de ese extraño ale-
ph de la cultura occidental. Ciudad de las revoluciones, localidad de
las paradojas, cuna de un tiempo que jugaba alterado con las prome-
sas del futuro y el pavor del retorno, la ciudad de Viena ha sido el en-
clave privilegiado de las disrupciones por las cuales la música, la pin-
tura, la arquitectura, la literatura, la psicología y la filosofía sufrían al-
teraciones que todos conocen. De todas maneras, justo es reconocer-
lo, los tercos intentos por inscribir en ese dominio al saber psicoana-
lítico no han logrado evidencias demasiado loables.
El estudio de Janik y Toulmin, tendiente a demostrar el estrecho
parentesco existente entre el pensamiento de Wittgenstein y la la-
bor de Kraus, resulta efectivamente categórico, en el sentido en que
ambos habrían ligado las temáticas de la representación y la signi-
ficación con una pesquisa ética y crítica. Ambos serían los perso-
najes quizá más ilustrativos de un designio que acaparó a gran par-
te de la intelectualidad vienesa, consistente en hallar los recursos
con los cuales adecuar un mensaje con el medio de comunicación
que lo soporte:

“Era esta una sociedad en que todos los “media” establecidos, los
medios de expresión –desde el lenguaje de los políticos hasta los
principios del diseño arquitectónico– habían perdido contacto
con los “mensajes” a que estaban destinados, habiéndoles sido,
por tanto, extirpada la capacidad de realizar sus funciones propias
(...) ¿Cómo podía una cosa cualquiera servir como medio de ex-
presión o simbolización de cualquier otra?”30

Por otro lado, el estudio de Carl Schorske ha sabido señalar con to-
tal acierto cómo la tensión política acerca de la ligazón con el pasado
y la tradición, encuentra profundas resonancias y repliegues, por ejem-
plo, en los proyectos arquitectónicos de la Ringtrasse, y de qué mane-
ra la literatura de Scnnitzler y la pintura de Klimt se enlazan por la vía

30. Allan Janik & Stephen Toulmin, La Viena de Wittgenstein, Taurus, Madrid, 1987,
pp. 34–35; véase además pp. 80–81, 143–149, 208–209.

168
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

del surgimiento del hombre psicológico, tras la desintegración moral


sobrevenida a la disolución de las políticas liberales31.
Sin embargo, los emprendimientos que buscan hacer otro tanto
entre la obra de Freud y tales hechos culturales no han sido particular-
mente satisfactorios. Cabe mencionar sobre todo la obra de Silvia Tu-
bert, quien persigue la inscripción del pensamiento de Freud en las co-
ordenadas reconstruidas por los análisis de Janik y Toulmin32. En efec-
to, si bien es dable postular que el discurso freudiano se alista como
un colaborador más en la empresa de crítica a la sociedad de su tiem-
po, pretender que ello se realiza gracias a que en su seno habita una
crítica del lenguaje, sería suponerle a la teoría freudiana algo de lo que
ella carece. Más que por haber problematizado el límite de todo de-
cir, o lo impensado hallable en lo real, los textos de Freud tratan más
bien del hallazgo de un sentido, y, en cuanto concierne a sus escritos
más “culturales”, discurren sobre el origen conflictivo e histórico de
ciertas instituciones. Por tal motivo, todos y cada uno de los parentes-
cos señalados entre los textos freudianos y los aportes de Kraus y Witt-
gentsein se reducen en Tubert a meros parecidos superficiales33. Hay
ciertamente equivalencias, por ejemplo en la atención al detalle del
discurso, o en el postulado de un sentido funcionando por debajo de
fenómenos que al parecer carecen de él, pero esas justas homologías
no corresponden obligatoriamente a una inscripción del pensamien-
to de Freud a la cultura de Viena, sino a su ubicación en un contexto
mucho más amplio, tanto cronológica como geográficamente. Es de-
cir que la conclusión debería residir en muchos casos no tanto en lo
intrínsecamente vienés del pensamiento freudiano, sino en su obvia
pertenencia a la episteme moderna, su continuidad con modelos clíni-
cos, etc. Por lo cual la apelación a la ciudad de Viena termina sirvien-
do simplemente a una delimitación más acotada de las coordenadas
simbólicas en que ese pensar se desarrollaba.

31. Cf. Carl Schorske, Viena Fin–de–Siècle. Política y cultura, op. cit.
32. Cf. Silvia Tubert, Malestar en la palabra. El pensamiento crítico de Freud y la Viena
de su tiempo, Biblioteca Nueva, Madrid, 1999.
33. Señalemos algunos de estas homologías forzadas: el “ombligo de sueño” de
Freud se ligaría a la conceptualización nietzscheana del conocer y a la teoría
de Wittgenstein sobre los límites del lenguaje (op. cit., pp. 110, 171); la cons-
trucción del encuadre analítico vendría a dar una solución a un atolladero pro-
pio a la literatura de Hofmannsthal: rescatar la individualidad en el fluir del
discurso (op. cit., página 132); lo interminable del análisis, la roca de la castra-
ción, se relaciona con el problema wittgensteniano del límite del decir (op. cit.,
pp. 170, 176, 196); la asociación libre de Freud sería equiparable con la pres-
cripción krausiana de atender a lo que se dice (op. cit., página 188).

169
Mauro Vallejo

En contraposición a ese tipo de investigaciones, se han realizado


incursiones que resaltan un sesgo más bien psicobiográfico. En cada
una de las semblanzas referidas a la vida del maestro vienés, encuen-
tra su espacio la crónica de los hitos más sobresalientes de una sin-
gular convivencia, entre los cuales se destacan la desagradable impre-
sión que la ciudad provocó en el joven Freud34, siguiendo por sus mí-
ticas caminatas por la Ringstrasse, hasta la tan lamentada obcecación
del psicoanalista en no abandonar Viena a pesar del peligro nazi. De
valor igualmente ilustrativo para aprehender dicha relación, es la carta
que Freud enviara al Departamento de Recaudación de Impuestos de
Austria en 1913, en respuesta a una misiva a través de la cual esa ins-
titución le expresaba su asombro al ver que el monto de sus impues-
tos era tan reducido, incluso cuando la reputación de Freud se exten-
diese mucho más allá de las fronteras austríacas:

“El profesor Freud se siente muy honrado al recibir una comuni-


cación del Gobierno. Es ésta la primera vez que el Gobierno ha
tomado nota de su existencia, cosa que desea reconocer. Hay un
punto, sin embargo, en el que no puede coincidir con el texto de
la nota recibida: que su reputación se extiende mucho más allá de
las fronteras de Austria. Comienza en la frontera”.35

En razón de todo lo dicho, se suele describir al sentimiento de Freud


hacia Viena, quizá justificadamente, con el concepto de ambivalen-
cia, puesto que era posible escuchar del analista de Dora tanto decla-
raciones de odio hacia esa ciudad, como muestras de intenso apego,
tal y como queda visiblemente expresado en una carta enviada a Ei-
tingon desde su forzado exilio en junio de 1938: “El sentimiento de
triunfo por estar liberado está demasiado intensamente mezclado con
pena, porque siempre sentí gran cariño por la prisión de la que aca-
bo de salir”.36 Amén de las posibles raíces psicológicas que tales reve-
laciones posean, emprender ese tipo de periplos por los vericuetos del
alma de Freud puede engendrar, además de un comprensible hastío,
el olvido de otras variables de igual envergadura; verbigracia, el hecho

34. Cf. carta de Freud a Fluss del 18 de septiembre de 1872 (cf. Correspondencia,
Tomo I, pp. 115–117).
35. Correspondencia, Tomo III, página 463.
36. Misiva citada en Ernest Jones, Vida y obra de Sigmund Freud, Tomo III, op. cit.,
página 250. En cuanto concierne al enfado de Freud hacia la ciudad de Vie-
na, el lector podrá hallar muchos ejemplos en las cartas dirigidas a Fliess (cf.
Freud/Fliess, pp. 10, 46, 68, 217, 343, 357, 368, 428, 441).

170
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

de que odiar Viena era un gesto típicamente vienés, máxime vinien-


do de un intelectual, puesto que dicha ciudad se caracterizó precisa-
mente por despreciar y maltratar a múltiples artistas y pensadores que
se criaron en su seno37.
Pues bien, nosotros avanzaremos desentendiéndonos de sendos sur-
cos, los cuales ya han retenido la cuidadosa atención de otros estudio-
sos. En efecto, el interés del presente apartado es analizar con cierto
detenimiento las sucesivas formas en que Sigmund Freud se refirió en
sus textos al grupo vienés de psicoanalistas, ya fuere haciendo alusión
a las reuniones de cuyo contenido dan cuenta las minutas, ya a través
de menciones acerca de sus colegas vieneses tomados como un con-
junto. Es decir que dejaremos de lado las múltiples ocasiones en que
Freud hizo referencia a alguno de los analistas vieneses en particular,
puesto que tal estudio nos desviaría de nuestra meta, siendo que re-
sultan muy numerosas las veces en que Freud citó, parafraseó o indi-
có escritos o teorías de colegas de Viena.
La primera mención por parte de Freud, en su obra publicada, al
grupo vienés se encuentra en las palabras que abren su escrito “El de-
lirio y los sueños en la “Gradiva” de W. Jensen”, publicado en 1907.
Allí el médico vienés informa que

“En un círculo de hombres para quienes es un hecho que el em-


peño del autor de esta obra ha resuelto los enigmas más esencia-
les del sueño, despertó cierto día la curiosidad de abordar aquellos
sueños que jamás fueron soñados, sino creados por poetas y atri-
buidos a unos personajes de invención dentro de la trama de un
relato (...) En aquel círculo de hombres en que nació la sugeren-

37. Cf. Allan Janik & Stephen Toulmin, La Viena de Wittgenstein, op. cit., pp. 41–42;
Ernst Ticho & Gertrude Ticho, “Freud and the Viennese”, International Journal of
Psychoanalysis, 53, 1972, pp. 301–306. Este conciso escrito brinda una muy justa
descripción de la relación entre Freud y Viena. Véase asimismo Henri Ellenber-
ger, El descubrimiento del inconsciente, op. cit., pp. 530–533, quien recuerda tam-
bién que Freud se comportaba como un típico vienés al odiar Viena. Véase
también Frank Sulloway, Freud, biologist of the mind, op. cit., pp. 462–464. La bi-
bliografía que propone una interpretación contraria, es decir que insiste en la
honda extrañeza de Freud para con Viena, y que remarca la suerte de exilio en
que habría vivido al interior mismo de su ciudad, es demasiado extensa y sue-
le tomar el judaísmo freudiano como punto de apoyo del argumento. Mencio-
nemos de ella solamente la sintomática aceptación que halló en Jacques Lacan,
quien hablará de “... esa tierra donde Freud debido a su tradición no fue más
que un huésped de paso...” (“La cosa freudiana o sentido del retorno a Freud
en psicoanálisis”, op. cit., página 384).

171
Mauro Vallejo

cia, las cosas sucedieron así: Alguien se acordó de que en la obra


literaria con que últimamente se deleitara había varios sueños que
le ofrecieron por así decir, un rostro familiar, tentándolo a ensayar
en ellos el método de la interpretación de los sueños. Confesó que
el tema y el lugar de esa breve composición habían desempeñado
la parte principal en su deleite (...) Y mientras trataba ese material
genuinamente poético, en el lector se movieron toda clase de re-
sonancias emparentadas y acordes con aquel”.38

Afirmamos que esta es la primera referencia al cenáculo de los psi-


coanalistas vieneses, basándonos en los resultados de la indagación de
Jaap Bos, quien demuestra fehacientemente que en las palabras citadas
Freud alude a Stekel y no a Jung, tal y como erróneamente afirmara Jo-
nes en su biografía, y repitiera Strachey en las notas editoriales al ensa-
yo sobre la Gradiva. Es decir que la tesis según la cual Freud escribió
este ensayo para complacer a Jung es simplemente una falacia39.
Si bien no analizaremos por ahora el contenido de las correspon-
dencias, sino exclusivamente los textos efectivamente editados, per-
mítasenos agregar que la carta enviada a Fliess el 26 de abril de 1904
constituye, según nuestra búsqueda, la primera ocasión en que Freud
mencionó a sus colegas vieneses en su intercambio epistolar con al-
gún personaje que no estuviera directamente implicado en las veladas
de los miércoles40.
El siguiente escrito en la serie es “Contribuciones al simposio so-
bre la masturbación”, de 1912, que recoge la introducción y las con-
clusiones que Freud escribió para una publicación de la Sociedad Psi-
coanalítica de Viena, la cual recopilaba los trabajos que en aquella
se habían presentado acerca de la masturbación entre los días 22 de
noviembre de 1911 y 24 de abril de 191241. Freud utiliza allí un len-

38. Sigmund Freud, “El delirio y los sueños en la “Gradiva” de W. Jensen”, AE,
IX, pp. 7–9.
39. Cf. Jaap Bos, “A silent antipode. The making and breaking of Psychoanalyst
Wilhelm Stekel”, op. cit.
40. Cf. Freud/Fliess, pp. 504–506.
41. José Gutiérrez Terrazas comenta que en el escrito freudiano, presunta síntesis
de lo debatido en las reuniones, el autor “...falsifica en parte el contenido de
los debates, al enmascarar ciertos aspectos capitales de la discusión y al resu-
mir en pocas líneas algunos temas que fueron molestos para su teorización”.
(“Presentación del trabajo “Los Tres ensayos de teoría sexual un siglo después de
su primera edición”, op. cit., página 75). La evaluación de la sentencia de Te-
rrazas merecería un estudio más detallado, pero digamos por lo pronto que
es claro que la síntesis redactada por Freud constituyó para éste la oportuni-

172
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

guaje muy neutral para referirse a las discusiones de la Sociedad, aun-


que no se priva de aclarar que existen diferencias entre distintos in-
tegrantes del grupo.

“Los debates de la «Sociedad Psicoanalítica de Viena» nunca lle-


van el propósito de cancelar oposiciones ni de llegar a resolucio-
nes definitivas. Sostenidos todos por una parecida concepción
fundamental sobre idénticos hechos los expositores osan dar el
más agudo perfil a sus variaciones individuales sin miramiento
por la probabilidad de ganar para sus opiniones al pensante au-
ditorio a que se dirigen. Puede que así haya mucha discusión in-
útil, por fallida exposición o defectuoso entendimiento; pero el
resultado final es que cada uno ha recibido la más clara impre-
sión de intuiciones divergentes, y él mismo las ha comunicado
a los demás”.42

De todos modos, claramente sale al cruce del lector el lamento por


la presencia de “discusión inútil”. Sin embargo, renglones más abajo se
refiere a los “ricos” debates, no recogidos en el libro en cuestión. Du-
rante todo el contenido restante del escrito, Freud mencionará nume-
rosas veces la presencia de divergencias entre los miembros de la so-
ciedad, poniendo especial atención en sus propias discrepancias con
Stekel. Por último, recordemos que en uno de los párrafos del comien-
zo se refiere a unas anteriores discusiones sobre el onanismo llevadas
a cabo en la Sociedad, y declara que “...nuestras coincidencias sobre
el tema del onanismo son ahora más fuertes y profundas que los des-
acuerdos, si bien no se puede desmentir estos últimos. Mucho de lo
que parece contradicción se debe a la multiplicidad de los puntos de

dad de enfatizar sus diferencias con Stekel respecto de las neurosis actuales, lo
cual es evidenciado por el énfasis puesto por aquel en la hipótesis de la toxi-
cidad en el escrito final. Asimismo, llama la atención el reparo que Freud es-
tablece al escribir que “A mi pesar tomo partido frente al punto, tan debati-
do por ustedes, del carácter perjudicial del onanismo; en efecto, no es el acce-
so que conviene a los problemas que nos ocupan”., puesto que los perjuicios
de la masturbación de hecho se contaban dentro de sus propias preocupacio-
nes (cf. Minutes I, pp. 239–240, Minutes IV, página 39). Por último, otro indi-
cio de tal “falsificación” puede ser hallado en un detalle remarcado por Jaap
Bos: Freud, en su escrito, se refiere a Stekel y su teoría como pertenecientes al
pasado y no al presente del discurso en juego (cf. “A silent antipode: the ma-
king and breaking of Psychoanalyst Wilhelm Stekel”, op. cit.).
42. Sigmund Freud, “Contribuciones para un debate sobre el onanismo”, AE, XII,
página 253.

173
Mauro Vallejo

vista por ustedes desarrollados, cuando en verdad son opiniones que


pueden coexistir”.43
La siguiente alusión a las reuniones de la Sociedad Psicoanalíti-
ca de Viena se produce en el texto de 1914 “Contribución a la histo-
ria del movimiento psicoanalítico”, y a través de su exégesis ingresa-
mos de lleno en algunas de las problemáticas esenciales en lo tocan-
te a nuestro tema. Las páginas iniciales de la sección segunda brindan
por vez primera una descripción sucinta del grupo de profesionales
que en 1908 pasará a constituirse en la Sociedad Psicoanalítica. Freud
se refiere al grupo de médicos que en 1902 se congregaron a su alre-
dedor con el afán de interiorizarse en el naciente saber. El primer de-
talle llamativo es el reconocimiento público que se refleja en la refe-
rencia a Otto Rank. A renglón seguido se percibe ya una ambivalen-
cia respecto de este grupo, puesto que a la par que Freud demuestra el
aprecio por la calidad de los integrantes, deja saber asimismo su des-
ilusión para con ellos:

“Yo tenía derecho a decirme que, en conjunto, por la riqueza y di-


versidad de talentos que incluía, difícilmente saliera desmerecido
de una comparación con el elenco de un maestro clínico, cualquie-
ra que fuese. Desde el comienzo se contaron entre esos hombres
los que estaban destinados a desempeñar en la historia del movi-
miento psicoanalítico importantísimos papeles, aunque no siem-
pre faustos. Pero en esa época no podía vislumbrarse aún este de-
sarrollo. Yo podía estar satisfecho, y creo que lo hice todo para po-
ner al alcance de los otros lo que sabía y había averiguado por mi
experiencia. Sólo hubo dos cosas de mal presagio, que en definiti-
va terminaron por enajenarme interiormente a ese círculo”.44

Freud alude así a la imposibilidad de que entre esos individuos no


hubiese sino una relación de amistosa camaradería, y a los ineludibles
conflictos internos que allí se generaron. El autor se expresa también
en términos tales que se ubica a sí mismo como quien podría haber
prevenido tales altercados de haber expuesto sus ideas con más autori-
dad, y de haber ejercido sobre el grupo una disciplina más estricta45.
Empero, el punto más interesante resulta de la contrastación en-

43. Op. cit., página 254.


44. Sigmund Freud, “Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico”,
op. cit., página 24.
45. Esas frases de Freud ejemplifican la tesis de Kenneth Eisold, según la cual las
tensiones de la Sociedad se basaban en el no reconocimiento por parte de aquel

174
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

tre los párrafos referidos a Viena y los siguientes, abocados a un re-


sumen del reconocimiento que el psicoanálisis logró en Zurich. En
tanto que en el primer caso Freud es bastante escueto, y presenta sin
demora los rasgos negativos del grupo vienés, dedica a la escuela de
Zurich un relato más pormenorizado, mencionando nombres de pro-
fesionales, temas trabajados por tal escuela y aportes que ella hizo a
la disciplina. Esta comparación, que puede parecer quizá baladí en
el seno del escrito freudiano, adquiere todo su valor al momento en
que nos desplazamos a los textos que posteriormente harán alusión
a la historia del movimiento psicoanalítico.
En términos estrictos, ya en el escrito de 1914 hallamos el fenó-
meno que se repetirá en diversas ocasiones en ulteriores páginas de
la obra freudiana. Siendo que el grupo vienés se constituyó infor-
malmente en 1902, puede leerse como una desvalorización de su
importancia el hecho de que Freud declare en varios lugares que fue
el único interesado en el nuevo saber durante los diez años que si-
guieron a la publicación de Estudios sobre la histeria (1895). Por ejem-
plo, en el inicio del texto que estamos analizando, el autor afirma,
en clara contradicción con la presentación del grupo vienés que ya
vimos, que: “...el psicoanálisis es creación mía, yo fui durante diez
años el único que se ocupó de él...”46. A pesar de que el interés fun-
damental de este capítulo no reside en un análisis de las variadas
formas en que Freud, a lo largo de sus escritos, se ha referido a sus
discípulos o a los circuitos de enseñanza en que se ha visto impli-
cado, cabe remarcar que esta insistencia de Freud en la construc-
ción de un presunto aislamiento al inicio de la empresa, se contra-
dice con diversos fragmentos de su propia obra. Por ejemplo, ya
en 1901, es decir previamente al comienzo de las reuniones de los
miércoles, Freud hacía referencia a “toda una escuela de investiga-
dores” que habrían aceptado y aplicado el psicoanálisis47. Asimis-
mo, en un texto publicado en 1910, Freud se refiere a la situación
en que el psicoanálisis se encontraba antes del cambio de siglo, di-
ciendo que sólo unas pocas personas estaban entonces familiariza-
das con las ideas del psicoanálisis48; es claro que en sendos casos no

de las ansias de autonomización del grupo (cf. Kenneth Eisold, “Freud as a lea-
der: the early years of the viennese society”, op. cit.).
46. Sigmund Freud, “Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico”,
op. cit., página 7.
47. Cf. Sigmund Freud, “Sobre el sueño”, AE, V, página 619.
48. Cf. Sigmund Freud, “Ejemplos de cómo los neuróticos delatan sus fantasías
patógenas”, AE, XI, página 235.

175
Mauro Vallejo

se trata de una referencia al grupo vienés, sino ya sea a Fliess, ya a


algún otro miembro de su círculo cercano.
En la misma línea deben leerse algunos pasajes de La Interpretación
de los sueños, en los cuales Freud se refiere a colegas que no cabe iden-
tificar con los integrantes de la Sociedad Psicoanalítica de Viena; así,
en cierto instante dirá: “Cierta vez, en una conferencia que yo pro-
nunciaba ante un pequeño círculo, oyó de mí la novedad de que el
sueño es cumplimiento de deseo...”49. Un poco más adelante, relata-
rá: “...recuerdo una historia que no ha mucho conté en el círculo de
mis amigos y aduje como prueba de mi tesis...”50. Ambos fragmentos
apuntan indudablemente a los miembros de la agrupación judía B’nai
B’rith, de cuyas actividades Freud participó desde 1897, y en cuyos
encuentros presentó al menos unas veinte conferencias durante los
veinte años en que permaneció activamente en su seno51. Como refu-
tación de su presunta soledad cabe leer, por último, las palabras con
las cuales Freud prologó un libro de su compatriota Wilhelm Stekel,
a quien definía como “...uno de los primeros colegas a quienes pude
introducir en el conocimiento del psicoanálisis, hoy va familiarizado
con su técnica por una práctica de varios años...”52.
La siguiente ocasión en que la mentada denegación del grupo vie-
nés se produce es particularmente valiosa, puesto que en el gesto mis-
mo en que Freud se erige en único participante de la nueva discipli-
na, queda muy en claro en qué momento él sitúa el fin del asilamien-
to. En uno de los dos artículos escritos para una enciclopedia, titula-
do “Psicoanálisis”, y redactado en el año 1922, Freud sostiene: “Más o
menos hasta donde lo llevamos expuesto, el psicoanálisis avanzó mer-
ced al trabajo del que esto escribe, quien, durante más de un decenio,
fue su único sostenedor. En 1906 los psiquiatras suizos Eugen Bleuler
y Carl G. Jung empezaron a participar activamente en el análisis”.53 Es
decir que la entrada en escena de los colaboradores suizos es, según
Freud, el acto que concluye su soledad, produciéndose de ese modo
49. Sigmund Freud, “La Interpretación de los sueños”, AE, IV, página 169.
50. Op. cit., página 186.
51. Cf. Dennis Klein, Jewish origins of the psychoanalytic movement, op. cit., pp. 69–102,
155–165; véase también Edward Timms, “Freud’s imagined audience: dream
text and cultural context”, Psychoanalysis and History, Volume 3, 1, 2001, pp.
3–17; Hugo Knoepfmacher, “Sigmund Freud and the B’nai B’rith”, Journal of
the American Psychoanalytic Association, Volume 27, 2, 1979, pp. 441–449.
52. Sigmund Freud, “Prólogo a Wilhelm Stekel, Nervöse Angstzustande und ihre Be-
handlung”, AE, IX, página 227.
53. Sigmund Freud, “Dos artículos de enciclopedia: «Psicoanálisis» y «Teoría de la
libido»”, AE, XVIII, página 243.

176
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

a nivel del relato freudiano un borramiento de la participación de los


vieneses, los cuales serán nombrados allí sólo como uno de los grupos
integrantes de la Asociación Internacional.
En “Breve informe sobre el psicoanálisis”, escrito al año siguiente
y publicado en 1924, Freud vuelve a decir que fue el único en prac-
ticar y desarrollar el psicoanálisis por más de un decenio luego de la
creación de la asociación libre54. Una cita de uno de los párrafos si-
guientes no deja margen de duda en lo concerniente al sentido que
cabe asignar a dicha sentencia: “La acogida que se le deparó en el mun-
do científico fue, no obstante, poco amistosa. Durante casi un dece-
nio nadie prestó atención a los trabajos de Freud. Hacia 1907, un gru-
po de psiquiatras suizos (Bleuler y Jung, en Zurich) se ocuparon del
psicoanálisis...”55.
En la célebre “Presentación autobiográfica”, editada en 1925, un
año después de su redacción, Freud vuelve a mencionar al grupo vie-
nés como primer compañero de ruta56, mas sigue existiendo una con-
tradicción respecto de las fechas, pues nuevamente repite que duran-
te más de un decenio luego de su ruptura con Breuer no tuvo discípu-
lo alguno57. En otro escrito del mismo año, “Las resistencias contra el
psicoanálisis”, Freud reitera el aislamiento de un decenio: “Tras ser ig-
norado por completo durante un decenio, de pronto pasó a ser obeo

54. Cf. Sigmund Freud, “Breve informe sobre el psicoanálisis”, AE, XIX, página 209:
“Desde que la hipnosis fue sustituida por la técnica de la asociación libre, el pro-
cedimiento catártico de Breuer se convirtió en el psicoanálisis, que por más de
un decenio fue desarrollado por el suscrito (Freud) solo”.. La célebre parábola
de “los diez años de soledad” será retomada por Freud una y otra vez. Por ejem-
plo, en una carta a Lou Andreas–Salomé del 30 de julio de 1915, Freud afirma
que cada vez que carece de la compañía de Ferenczi, vuelve a sentir la soledad
que padeció durante los diez primeros años (cf. Freud/Lou, página 36).
55. Sigmund Freud, “Breve informe sobre el psicoanálisis”, AE, XIX, página 212.
Henri Ellenberger, comentando el aislamiento del cual Freud se lamentaba en
su autobiografía, afirma que no es claro cuándo ubica éste el comienzo y el fi-
nal de dicha situación (cf. Henri Ellenberger, El descurimiento del inconsciente, op.
cit., página 521). A la luz de los fragmentos aquí analizados, comprobamos que
es posible determinar con cierta precisión qué signa el fin de tal período.
56. Cf. Sigmund Freud, “Presentación autobiográfica”, AE, XX, página 45.
57. Cf. ibíd. Esta ambivalencia adquiere en este escrito un tono aún más claro.
Freud propone dividir la por entonces breve historia de la disciplina en dos
tramos: “En el primero, que se extendió desde 1895–96 hasta 1906 o 1907, yo
estaba solo y debía hacer por mí mismo todo el trabajo. En el segundo tramo,
desde los años mencionados en último término hasta hoy, fueron adquirien-
do cada vez mayor significación las contribuciones de mis discípulos y cola-
boradores...” (op. cit., página 51).

177
Mauro Vallejo

del interés más universal...”58. Por último, el periplo se cierra con el


escrito para la Enciclopedia Británica, de 1926. En el apartado dedica-
do a las peripecias externas del psicoanálisis, el autor reproduce la ne-
gación de la participación temprana del círculo vienés, tal y como ya
lo había hecho en el anterior texto para una enciclopedia y en “Breve
informe sobre el psicoanálisis”. Una vez más la aparición del interés
de los suizos viene a reemplazar cualquier mención a los prematuros
acólitos de su ciudad de residencia:

“El psicoanálisis, cuyos comienzos pueden marcarse con dos fe-


chas (Breuer y Freud, Estudios sobre la histeria, 1895; Freud, La inter-
pretación de los sueños, 1900), no despertó al principio interés nin-
guno entre los médicos y el público. En 1907 se inició la colabo-
ración de un grupo de psiquiatras suizos, de Zurich, dirigidos por
E. Bleuler y C. G. Jung”.59

Vale agregar que un similar desconocimiento de los aportes y de


la colaboración del grupo vienés, se produce en un texto de vital im-
portancia para el movimiento psicoanalítico, el cual, aunque redacta-

58. Sigmund Freud, “Las resistencias contra el psicoanálisis”, AE, XIX, página
228. En los primeros párrafos de otro escrito de 1925, “Algunas consecuen-
cias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos”, Freud, un poco va-
gamente, da a entender que hasta 1905 estuvo solo en la prosecución de su
labor (cf. AE, XIX, página 268).
59. Sigmund Freud, “Psicoanálisis”, AE, XX, página 256. Vale resaltar que este cu-
rioso ocultamiento de la temprana participación de los vieneses, se ve redu-
plicada en la biografía de Jones. Si bien éste señala que no queda claro a qué
diez años se refiere Freud al hablar de la conclusión de su aislamiento (cf. Er-
nest Jones, La vida y obra de Sigmund Freud, Tomo II, op. cit., página 17) –noso-
tros, usando distintas citas, hemos intentado demostrar que aludía al contac-
to con Zurich–, algunos pasajes contradictorios de su biografía nos permiten
concluir que en Jones opera la misma denegación de los vieneses. Por ejem-
plo, al tiempo que afirma que su ciudad era la única que negaba a Freud un
merecido reconocimiento (página 77), el único lugar donde era ignorado (pá-
gina 97), el biógrafo sostiene también que Freud en 1910 rechazó una invi-
tación de una publicación porque “...consideró que ya tenía bastante noto-
riedad en Viena” (op. cit., página 89). Asimismo, Jones refiere cuánto padecía
Freud el ostracismo que debía soportar en su ciudad (pp. 103 y 136); no obs-
tante, aquel da cuenta de que el auditorio de las conferencias de Freud había
alcanzado las 50 o 60 personas (página 108). Lo mismo sucede con Roland
Jaccard, quien, a renglón seguido de relatar la creación en 1902 de las reunio-
nes vienesas, afirma que Freud estuvo solo hasta el comienzo de su correspon-
dencia con Jung (1906) (cf. Freud el conquistador, op. cit., página 68).

178
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

do y presentado por Sandor Ferenczi, reflejaba claramente los pensa-


mientos de Freud60. Se trata de la ponencia con la que se propone en
el Congreso de Nuremberg (1910) la creación de una asociación inter-
nacional que nuclee y coordine los esfuerzos de los distintos grupos
psicoanalíticos existentes en diferentes ciudades del mundo. En el es-
crito que retoma dicha presentación, Ferenczi efectúa, en lo concer-
niente a la historia del psicoanálisis, la misma partición en dos tiem-
pos que Freud propondrá en su escrito autobiográfico de la década del
20. La primera época, caracterizada por Ferenczi como “heroica”, esta-
ría signada por los diez años durante los cuales Freud trabajó en total
soledad. La segunda, prosigue el autor húngaro, “...está marcada por
la aparición de Jung...”61.
Este breve recorrido conduce a plantear que en las contadas oca-
siones en que Freud se explayó acerca del grupo de psicoanalistas vie-
neses, es posible hallar una suerte de apoyo o confirmación al relato
que insiste en la aversión de aquel por sus colegas locales. Si bien en
el escrito sobre la masturbación y en su texto acerca de la historia del
movimiento psicoanalítico, Freud destacó escuetamente la calidad de
las discusiones y de los profesionales que formaban parte de la Socie-
dad de Viena, también en esos mismos textos ya dejó saber su discon-
formidad respecto de tal grupo de analistas. Ese parecer no hace otra
cosa que acentuarse en los siguientes textos aquí analizados, pues en
la mayoría de ellos se le niega toda prioridad siquiera cronológica a di-
cha sociedad en la empresa de expansión y aceptación del saber sobre
el inconsciente. Una y otra vez Freud, alterando la realidad, dirá que
su aislamiento se habría superado alrededor de 1907, poniendo como
punto de quiebre, tal y como hemos demostrado, el inicio de los con-
tactos con el grupo de Zurich62.

60. El mismo Freud, en la decisiva reunión del 6 de abril de 1910, declara a sus
disgustados colegas vieneses, que el memorandum de Ferenczi había sido reali-
zado bajo su influencia (cf. Minutes II, página 466).
61. Sandor Ferenczi, “Sobre la historia del movimiento psicoanalítico”, Obras Com-
pletas, Tomo I: 1908–1912, Espasa–Calpe, Madrid, 1981. El escrito, de todas for-
mas, no contiene las propuestas que, según las versiones aceptadas, generaron
las más fuertes resistencias: la elección de Jung como presidente de por vida, y
su capacidad de veto para con cualquier trabajo científico. Por otra parte, Fe-
renczi habría realizado observaciones muy despreciativas acerca de los vieneses
durante su exposición oral, las cuales tampoco figuran en el texto en cuestión
(cf. Ernest Jones, La vida y obra de Sigmund Freud, Tomo II, op. cit., página 80).
62. Una última y fuerte comprobación de nuestra tesis puede hallarse en las pala-
bras que Freud dirige a Eitingon el 7 de enero de 1913: “...puedo confiar en us-
ted, el primero que vino a mí cuando estaba condenado al ostracismo. Se que

179
Mauro Vallejo

Es cierto que este periplo no puede ser reducido sólo a cuanto evi-
dencia acerca de la relación de Freud con el grupo de psicoanalistas
vieneses, pues se liga a otros asuntos, no todos emparentados nece-
sariamente con Viena. En primera instancia, muchas de las declara-
ciones suponen una desvalorización de la relevancia que pudo haber
desempeñado la logia B’nai B’rith; hemos mencionado ya que entre
1897 y 1917 Freud realizó ante dicho público más de veinte ponen-
cias. En tal sentido, los pasajes arriba comentados no se condicen con
las sinceras palabras que aquel dirigiera a sus colegas judíos en 1926:
“...en una época en que nadie me escuchaba en Europa y ni siquie-
ra en Viena tenía yo discípulos, ustedes me dispensaron una benévo-
la atención. Fueron mi primer auditorio”.63 Dennis Klein, en su estu-
dio ya clásico, ha intentado demostrar la importancia de esa prime-
ra compañía como antecedente del movimiento psicoanalítico. El
psicoanalista vienés no sólo compartió con tal audiencia numerosos
trabajos científicos (muchos de los cuales habían sido recientemente
publicados o lo serían poco tiempo después), sino que participó ac-
tivamente de actividades organizativas y de promoción de la socie-
dad. Klein ha sabido resaltar asimismo que la mayor implicación de
Freud con la logia se produjo entre los años 1897 y 1902, es decir en-
tre su ingreso a ella y el comienzo de las reuniones de los miércoles.
En sentido estricto, el inicio de las veladas de la Sociedad Psicológi-
ca implicó no tanto la emergencia de un primer auditorio, sino el re-
levo o reemplazo operado respecto de ese temprano público com-
puesto por judíos.
En segunda instancia, esta curiosa posición respecto de sus inter-
locutores y su soledad, puede también ser parte del desvelo de Freud
por evitar, en los inicios de sus acciones de política expansiva, que el
psicoanálisis fuese asimilado a la religión judía64; y tiene que ver con

si algún día vuelve a abandonarme todo el mundo estará entre mis últimos fie-
les...” (Correspondencia, Tomo III, página 469). En una misiva enviada al mis-
mo destinatario el 24 de enero de 1922, hallamos una declaración similar (cf.
Correspondencia, Tomo IV, página 418). Recordemos que Eitingon fue el primer
representante del grupo de Zurich en visitar al vienés, en enero de 1907. Por
otro lado, en su carta enviada a Jung el 2 de septiembre de 1907, Freud trata al
suizo como su primer interlocutor, luego de largos años de soledad (cf. Freud/
Jung, página 120). Asimismo, en su carta del 11 de noviembre de 1909, Freud
dirá que en Viena sólo Eitingon, por entonces de paso en la ciudad, es su in-
terlocutor (cf. Freud/Jung, página 313).
63. Sigmund Freud, “Alocución ante los miembros de la Sociedad B’nai B’rith”,
AE, XX, página 264.
64. Ver cartas a Abraham de los días 3 de mayo, 23 de julio y 26 de diciembre de

180
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

su preocupación por que fuese aceptado por medios universitarios y


psiquiátricos extranjeros, puesto que las posibilidades de que ello su-
cediese en Viena demostraron ser desde un inicio casi nulas. Estas ci-
tas, finalmente, son tal vez un capítulo más de aquello que Frank Su-
lloway analizara bajo los términos del “mito del héroe en la historia
psicoanalítica”, es decir, la insistencia freudiana por lograr que su pú-
blico y la posteridad se convenciesen tanto de la soledad e indepen-
dencia con que habría edificado su doctrina, como de su carácter dis-
ruptivo para con todo cuanto hasta entonces se conocía65. En tal sen-
tido, Sulloway, aunque sin poner el acento en los enunciados freudia-
nos acerca de la relevancia del grupo vienés, ubica a la pretensión freu-
diana de haber atravesado un amargo asilamiento hasta 1906 como
uno de los veintiséis mitos que atraviesan la historiografía del saber
psicoanalítico66. No siendo nuestro interés analizar aquí esta peculia-
ridad intrínseca a la política de transmisión y enunciación freudiana,
nos contentamos con la posibilidad de inscribir este derrotero acerca
de los analistas vieneses en el surco que queda claramente ejemplifi-
cado en un pequeño recuerdo de Edward Hitschamnn: Freud, ante
la pregunta que se le hiciera acerca de la conducta de quienes habían
sido en un comienzo discípulos suyos, respondería con una sonrisa

1908, y la misiva a Ferenczi del 8 de junio de 1913. Este será el argumento


que Freud repetirá en la improvisada reunión que los vieneses tuvieron du-
rante el Congreso de Nuremberg (1910), descontentos con la decisión toma-
da de transferir poderes casi absolutos a Jung, flamante nuevo presidente ple-
nipotencial de la organización internacional. Coincidimos con Ronald Clark
(cf. Freud. The man and the cause, op. cit., página 297) en que la versión más fia-
ble es la que Wittels dará en su biografía, según la cual Freud dijo: “La mayo-
ría de ustedes son judíos, y por ende no están en condiciones de ganar adep-
tos para la nueva ciencia. Los judíos deben contentarse con el modesto rol
de preparar el terreno. Resulta absolutamente esencial que yo establezca lazos
con el mundo de la ciencia general. (...) Los suizos nos salvarán –me salvarán
a mí, y a todos ustedes también”. (Fritz Wittels, Sigmund Freud. His personali-
ty, his teaching & his school, op. cit., página 140). Los relatos de Stekel y de Isi-
dor Sadger de esa escena son casi idénticos al de Wittels, y no es posible de-
terminar si están basados en recuerdos personales de los respectivos autores o
en la lectura de la biografía de Wittles, aparecida unos años antes que ambos
libros (cf. Emil Gutheil (ed.), The autobiography of Wilhelm Stekel. The life story
of a pioneer psychoanalyst, op. cit., pp. 128–129; Isidor Sadger, Recollecting Freud,
op. cit., pp. 78, 98). Véase asimismo Smiley Blanton, Diario de mi análisis con
Freud, Corregidor, Buenos Aires, 1974, pp. 39–40; Abram Kardiner, Mi análi-
sis con Freud, op. cit., página 72.
65. Cf. Frank Sulloway, Freud. Biologist of the mind, op. cit.
66. Cf. op. cit., página 493.

181
Mauro Vallejo

en el rostro: “¿Acaso alguien sabe con quién viajó Colón cuando des-
cubrió América?”67.
A una interpretación similar respecto de la forma en que Freud “re-
primió” el rol de sus colegas vieneses en la edificación de la doctrina y
del movimiento psicoanalítico, había arribado mucho antes Isidor Sad-
ger al proponer que dicho olvido se debió a la voluntad de Freud de des-
conocer los modestos orígenes de su enseñanza68. Lo más interesante
del relato de Sadger es que constituye, de acuerdo con nuestro análisis,
la única ocasión en que un analista vienés denunció la tergiversación de
la historia del psicoanálisis llevada a cabo por Freud. En contraste con
este último, es llamativa la postura de Helene Deutsch, otra partícipe
directa de las actividades del grupo vienés. En su escrito de bello tono
laudatorio, dirá que la colaboración de los vieneses no terminó con el
aislamiento de Freud, sino que simplemente lo modificó69.
Por otra parte, este recorrido encuentra su eco en la insistencia freu-
diana por señalar lo particularmente renuente que fue el ambiente cien-
tífico vienés para aceptar sus propuestas. Por ejemplo, en su texto so-
bre el pasado del movimiento, Freud dice de Viena lo siguiente: “En
ningún otro lugar como allí sintió el analista tan nítidamente la in-
diferencia hostil de los círculos científicos e ilustrados”.70. Asimismo,
en su escrito acerca del caso de la joven homosexual, Freud se referi-
rá al “...menosprecio por el psicoanálisis, tan difundido en Viena...”71.
Otro fragmento igualmente elocuente al respecto se lee en el trabajo
acerca de la psicología del colegial: “...pude crear una nueva discipli-
na psicológica, el llamado «psicoanálisis», que hoy atarea a médicos e
investigadores de países cercanos y de países lejanos donde se habla
otras lenguas, provocando alabanzas y censuras –aunque desde luego
apenas se habla de él en la propia patria”.72 Sin embargo, y en conso-
nancia con la referida ambivalencia, en uno de sus últimos escritos,

67. Edward Hitschmann, “Freud in life and death”, American Imago, II, 2, 1941,
pp. 127–133; cita de la página 128.
68. Cf. Isidor Sadger, Recollecting Freud, op. cit., pp. 8–9.
69. Cf. Helene Deutsch, “Freud and his pupils”, op. cit., página 188.
70. Sigmund Freud, “Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico”,
AE, XIV, página 39.
71. Sigmund Freud, “Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad feme-
nina”, AE, XVIII, página 143. Véase asimismo su carta a Karl Abraham del día
31 de octubre de 1920.
72. Sigmund Freud, “Sobre la psicología del colegial”, AE, XIII, página 248. Inclu-
so en una carta a Eitingon del 19 de julio de 1926, Freud interpretaba la polé-
mica sobre el análisis lego como una campaña de los vieneses contra el psicoa-
nálisis, sobre todo debido a la ira suscitada en ellos por los múltiples honores

182
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

Freud afirmará que no existe fuera de Viena “...un hogar más precia-
do...” para el saber psicoanalítico73.
En otro orden de cosas, las citas que hemos brindado a lo largo de
las páginas precedentes no deberían conducir a una conclusión pre-
cipitada, en el sentido de dar por cerrada la discusión, y plantear por
ende que indudablemente Freud sentía un gran desprecio por el gru-
po vienés. Ni los fragmentos ofrecidos más arriba ni las corresponden-
cias que luego evaluaremos, permiten una aserción unívoca. Existen
múltiples indicios de lo contrario, empezando por los claros efectos
que las discusiones de la Sociedad Psicoanalítica de Viena tuvieron so-
bre el armado de la obra freudiana –asunto al cual volveremos hacia
el final del presente capítulo; en segundo lugar, cabe no olvidar el he-
cho de que el propio Freud se haya preocupado por proteger las Mi-
nutas originales de una probable destrucción por los nazis, al confiar-
las en 1938 a Paul Federn74. Por otra parte, hemos atendido aquí so-
lamente a las aserciones en que el autor de La interpretación de los sue-
ños emitió algún parecer sobre los psicoanalistas vieneses entendidos
ya como un conjunto, ya como los integrantes de la Sociedad Psicoa-
nalítica de Viena; es decir que hemos pasado por alto las innumera-
bles alusiones, tanto favorables como desfavorables, proferidas por
Freud acerca de cada uno de los vieneses en particular. Basta con re-
correr las páginas de los textos freudianos para medir la alta estima en
que Freud tuvo, incluso hasta el final, a numerosos compatriotas: Sa-
chs, Rank, Federn, Reik.
Aun considerando estas salvedades, no puede más que despertar
cierta perplejidad el hecho de que Freud haya continuado hasta tan
tarde (mediados de 1920) con su campaña de desconocimiento públi-
co del rol protagónico de la Sociedad vienesa en los comienzos del
psicoanálisis; así como parece desconcertante también que en ulterio-
res ediciones de los escritos aquí analizados el autor no haya toma-
do el recaudo de corregir esos deslices. Tal y como dijimos, esa ocul-
que se le hicieron a Freud en el extranjero por su septuagésimo aniversario (cf.
Ernest Jones, Vida y obra de Sigmund Freud, Tomo III, op. cit., página 312).
73. Cf. Sigmund Freud, “Moisés y la religión monoteísta”, AE, XXIII, página 53.
74. Cf. Herman Nunberg, “Introduction”, en Minutes I, página xvii. Esto, que pue-
de parecer una simple anécdota desprovista de valor, adquiere a la luz de los
comentarios de Ilse Grubrich–Simitis una mayor relevancia. En efecto, esta
autora ha descrito muy claramente el desprecio y despreocupación que Freud
manifestaba hacia los manuscritos, borradores e inéditos –al menos hasta el
momento en que su fama internacional le hizo precaverse de que la conserva-
ción de los mismos serviría a su descendencia como potencial fuente de ingreso
(cf. Ilse Grubrich–Simitis, Freud: retour aux manuscrits, op. cit., pp. 107–114).

183
Mauro Vallejo

tación podía inscribirse estratégicamente en cierta política de difusión


del psicoanálisis cuando ese movimiento ganaba sus primeros territo-
rios; pero no podía ya hacerlo cuando Viena había adquirido un rol
preponderante, luego de la temprana disipación de los intentos por
hacer de Zurich el centro rector. A partir de fines de la segunda década
del siglo XX, la ciudad de Viena lideraba, junto con Berlín, el escena-
rio mundial en todo cuanto al psicoanálisis concernía. Y esa tenden-
cia no hacía otra cosa que acrecentarse. De los siete miembros defini-
tivos del Comité Secreto, dos residían en Viena (Freud y Rank) y otro
había sido, antes de su traslado a Berlín en 1920, miembro de la So-
ciedad Vienesa de Psicoanálisis desde octubre de 1910 (Hans Sachs).
Luego de la ruptura con Rank, la incorporación de Anna Freud (de
Viena) a dicho grupo, ponía fin a las posibles dudas respecto al suce-
sor de la posición de Freud75. Finalmente, el prestigio del instituto de
formación de Viena atraía aspirantes a analistas de todo el mundo, y
luego de la abolición de su par de Berlín, aquel no tenía en tal senti-
do competencia alguna76.
Por último, otra posible explicación para el fenómeno hasta aquí
analizado, residiría en el interés de Freud por establecer la mayor dis-
tancia posible entre sus doctrinas y las posturas de Adler y Stekel. A
través del continuo borramiento de la colaboración de los vieneses en
los tempranos avatares de la disciplina, el fundador de la teoría del in-

75. Cf. Gerhard Wittenberger & Christfried Tögel, “Introducción”, en Las Cir-
culares del “Comité Secreto”. Volumen I: 1913–1920, Editorial Síntesis, Madrid,
2002, pp. 7–22. Véase asimismo Karl Fallend, Peculiares, soñadores, sensitivos,
op. cit., pp. 39–49.
76. Cf. Richard Sterba, Reminiscences of a Viennese Psychoanalyst, op. cit., pp. 98–99.
Sterba relata que la Sociedad Vienesa había perdido en parte su predominio a
fines de los años 20, cuando muchos analistas emigraron a Alemania en bús-
queda de mejores condiciones económicas y culturales. Para ser justos, habría
que reconocer que durante un breve período posterior a la ruptura con los sui-
zos, las esperanzas de Freud habían recaído sobre Budapest (véase por ejemplo
la carta a Abraham del 27 de agosto de 1918). Asimismo, durante muchos años
Berlín mantuvo una relevancia muy considerable en el escenario europeo, fre-
nada sólo por los acontecimientos políticos sobrevenidos por la asunción del
nazismo (cf. Antal Bókay, “Turn of fortune in Psychoanalysis: The 1924 Rank
Debates and the origins of hermeneutic psychoanalysis”, International Forum of
Psychoanalysis, Volume 7, 1998, pp. 189–199). Por su parte, Sadger, describien-
do el escenario posterior a la Gran Guerra, define a Viena como la Meca a la
cual peregrinaban todos los extranjeros interesados en el análisis (cf. Sadger, Re-
colecting Freud, op. cit., página 66). Véase también Elke Muhlleitner & Johannes
Reichmayr, “Following Freud in Vienna. The Psychological Wednesday Society
and the Viennese Psychoanalytical Society 1902–1938”, op. cit., página 78.

184
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

consciente perseguiría evitar que su saber quedase ligado a las corrien-


tes fundadas por ambos disidentes. No obstante, tal hipótesis se en-
frentaría a una objeción muy seria, pues iguales o mayores motivos
podría haber tenido Freud para lograr que su saber no quedase empa-
rentado de ninguna forma con el de Jung. En efecto, la ruptura con el
psiquiatra suizo conllevó consecuencias políticas y doctrinales de ma-
yor envergadura. Por tal motivo, no habría razón para que Freud hu-
biese abrigado el sueño de anular la participación de los dos prime-
ros, al tiempo que ponía mucho cuidado por recordar una y otra vez
el papel desempeñado por la escuela suiza.
Luego de reestablecer el retrato de los vieneses que la historiogra-
fía psicoanalítica ha efectuado, preguntábamos cómo se explicaba la
aceptación del cual goza. Ahora es momento de proferir el interrogan-
te que se desprende del recorrido recién trazado: ¿cómo entender es-
tos deslices de los textos freudianos, cómo comprender ese obstinado
vacío reservado al papel de los vieneses en los comienzos de la disci-
plina? ¿De qué forma analizar esa pequeña particularidad de sus escri-
tos si no es apelando a sus estrategias de difusión, si no es atendiendo
a las exigencias de sus políticas de transmisión?

IV. Coqueteos y señuelos. Los psicoanalistas vieneses


en las correspondencias de Sigmund Freud

“Ça m’est arrivé d’écrire pour appeler tout en


sachant que c’était inutile”.

(Marguerite Duras, L’amante anglaise)

¿Qué conclusiones provisorias pueden extraerse de la lectura de las


cartas de Freud? Las misivas del psicoanalista vienés son –ya lo hemos
dicho– una fuente esencial para conocer tanto la política del movimien-
to psicoanalítico como los detalles institucionales de la Sociedad Psi-
coanalítica de Viena. En ellas Freud comunicaba a sus corresponsales
los pormenores del desenvolvimiento de dicho cenáculo, de las presen-
taciones realizadas, de los debates y de las fracturas. Por supuesto que
no pretenderemos aquí revisar la totalidad de esas alusiones, pues ello
sería una tarea agotadora e innecesaria. Las cartas eran, asimismo, el
medio elegido por Freud para verter su opinión acerca de tal o cual de

185
Mauro Vallejo

sus compatriotas vieneses, sus escritos, sus colaboraciones en congre-


sos y revistas, etc. Nuestra finalidad estará en esta ocasión nuevamen-
te limitada a la búsqueda y análisis de aquellos fragmentos en los cua-
les el psicoanalista vienés se refiera, bien a la Sociedad de Viena, bien
a sus miembros en su totalidad. Y nos embarcaremos en esta lenta ave-
riguación con una doble finalidad. Primero, para hallar en desperdiga-
dos pasajes de las correspondencias el retrato que Freud parece haber
creado de sus discípulos y colegas de Viena. En segundo lugar, con el
objetivo de responder al siguiente interrogante: ¿es posible hallar al-
gún patrón que rija las declaraciones de Freud a tal respecto, ya sea en
base a la consideración del momento en que dice esto o aquello, ya a
partir de una atención al destinatario directo de ese decir?
En aras de responder a la problemática así configurada, no segui-
remos un orden estrictamente cronológico ni dedicaremos un análi-
sis separado para cada uno de los corresponsales. Con un énfasis más
marcado en el primer criterio, por momentos dejaremos de lado la exi-
gencia temporal en vistas a cernir algunas características del intercam-
bio epistolar con alguno de los analistas en particular.
Tal y como era de esperar, comenzaremos por las cartas dirigi-
das a Jung, pues en ellas se resumen de algún modo las particularida-
des fundamentales del parecer de Freud respecto de los psicoanalis-
tas vieneses. Primordialmente porque en sus pasajes se delinea, a tra-
vés de los reiterados intentos de seducción dirigidos al grupo suizo,
el envés de las declaraciones aciagas de Freud sobre sus compatrio-
tas. En efecto, en estas cartas hallamos la mayor cantidad de ese tipo
de enunciados, no tanto por la confianza o intimidad generada entre
los corresponsales, sino porque aquellos venían a complementar la
serie de cumplidos con que Freud ansiaba ganarse el apoyo de la psi-
quiatría de Zurich. Por tal motivo, la correspondencia con Jung será
el centro alrededor del cual haremos girar el análisis del corto perío-
do en que Freud hacía conocer su desencanto hacia los vieneses. En
cuanto a las etapas ulteriores, en las cuales no tendremos ya ocasión
de hallar esos enunciados, revisaremos sin ninguna prioridad las dis-
tintas correspondencias.
En primer lugar, ¿cómo se manifiesta esa suerte de seducción por
parte de Freud hacia Zurich? La forma en que esa táctica más claramen-
te se encarna sea quizá la célebre obstinación de Freud por nombrar a
Jung su legítimo heredero77. En la misma línea se ubicaría la insisten-

77. Freud lo dice por vez primera en la carta del 7 de abril de 1907, es decir, ¡sólo
unos meses después de haber iniciado el intercambio epistolar! Lo repetirá en
varias ocasiones: el 14 de abril del mismo año, el 13 de agosto de 1908, 16 de

186
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

te queja de Freud acerca de la demora en que su corresponsal suele in-


currir para responder las cartas. Por otro lado, en la segunda de las mi-
sivas escritas por Freud a Jung hallamos un guiño significativamente
destinado a demostrar el lugar privilegiado en que ubica a su colabo-
rador suizo: “Permítame asegurarle que trabajos como los de usted y
Bleuler me proporcionan siempre la satisfacción, en último término
imprescindible, de que la labor de mi vida, que tanto esfuerzo me ha
costado, no va a pasar completamente inadvertida”.78 Aunque sea qui-
zá en otra carta, enviada el 2 de septiembre de 1907 desde Annenhe-
im, donde se aprecia con más transparencia aun esa estrategia; por tal
motivo nos permitimos citarla en extenso:

“...precisamente en este momento desearía hallarme junto a usted,


alegrarme por no estar ya solo y referirle a usted, si precisa que le
animen un poco, acerca de mis largos años de honrosa, pero do-
lorosa soledad –y que comenzaron para mí tras haber lanzado la
primera ojeada al nuevo mundo–; acerca de la ausencia de partici-
pación y de comprensión de los amigos más próximos, de los an-
gustiosos episodios en los que yo mismo creía haberme equivoca-
do y pensaba cómo poder convertir aún en favor de los míos una
vida errada; de la convicción que se iba reforzando paulatinamente
y que se aferraba constantemente a la interpretación de los sueños
como a una roca en medio de la marejada, y de la tranquila segu-
ridad que se adueñó finalmente de mí y me aconsejó esperar hasta
que una voz partida del montón de los desconocidos respondiese
a la mía. Dicha voz fue la suya...”79

En estas primeras cartas, Freud jamás hará mención explícita de las


presuntas resistencias o desventajas de los psicoanalistas vieneses para el
naciente movimiento. No obstante, esas alabanzas dirigidas a su amigo
suizo fácilmente permitían deducir que el maestro no veía en sus com-
patriotas el futuro de la disciplina. A pesar de ello, en una carta del 1

abril de 1909, 10 de agosto de 1910, 14 de noviembre de 1911 y 5 de marzo de


1912. Se lo había comunicado también a Ferenczi en una misiva fechada el 29
de diciembre de 1910, y a Binswanger en una carta del 14 de abril de 1911.
78. Freud/Jung, página 40. En la carta del 26 de mayo de 1907 encontramos una
aserción similar.
79. Freud/Jung, página 120. He modificado la puntuación de la traducción castella-
na. Como ejemplo de esta estrategia de seducción del sector suizo, en la cual
se entremezclan gestos de obsecuencia con desprecios a sus colaboradores vie-
neses, podríamos haber citado igualmente la carta que Freud dirigiera a Paul
Häberlin el 3 de marzo de 1910 (cf. Correspondencia, Tomo III, página 134).

187
Mauro Vallejo

de julio de 1907, se refería a Viena y Zurich como las ciudades donde


“pulsaba” la nueva vida de la psiquiatría80. Luego, durante los prepara-
tivos del primer congreso en Salzburgo, Freud manifestaría a Jung su
deseo de que no fueran demasiados los vieneses que presentaran po-
nencias, sobre todo porque dichos analistas serían de menor valía que
los suizos81. En la misiva del 17 de febrero, llegaría incluso a pedir al
psiquiatra lo siguiente: “...desearía que usted procurase poner las ma-
yores dificultades posibles a la participación de mis vieneses...”82. Unas
líneas más adelante profiere algo que puede tomarse no sólo como una
calculada alabanza, sino también como un falseamiento:

“No querría que [los vieneses] hiciésemos demasiado el ridículo de-


lante de ustedes [los suizos], de lo cual existe cierta posibilidad. Se
preguntará usted por qué no procuro yo prevenir aquí lo que pue-
da. Ya lo intento pero esta gente es tremendamente sensitiva y no
tienen naturalmente ningún miramiento a mi respecto, sino más
bien para usted, el “extranjero distinguido”. Ya sabe usted cuánto
se considera en Viena al extranjero”.83

Las fuentes consultadas, empezando por las memorias de algunos


psicoanalistas y ciertos pasajes de las actas, no permiten de ningún
modo sostener que fuera cierto que los miembros de la Sociedad de
los Miércoles veían a Jung con buenos ojos.
Precisamente, en los párrafos iniciales de esta última carta encon-
tramos por vez primera el lamento de Freud respecto de la situación
en Viena. Poco después, en la carta del 5 de marzo, verterá unas amar-
gas críticas sobre el psicoanalista vienés Isidor Sadger. Unos dos me-
ses más tarde, el 10 de mayo, Freud declaraba su deseo de estrechar
la relación entre Viena y Zurich, a través de una carta que hemos eva-
luado en el capítulo anterior, cuando intentamos explicar la existen-
cia de las minutas. En consonancia con ello, el 29 de mayo afirmaba
que “Mi círculo se ha animado también vivazmente”.84 Sin embargo,
en una misiva del 29 de noviembre, decía estar acostumbrado a las in-
suficiencias de sus partidarios, y ponía como ejemplos a Wittels y Ste-
kel85. A comienzos del año siguiente será más duro todavía, al aseverar

80. Cf. Freud/Jung, página 106.


81. Véase cartas de los días 27 y 31 de enero, y 19 de abril de 1908.
82. Freud/Jung, página 160.
83. Ibíd.
84. Freud/Jung, página 197.
85. Cf. Freud/Jung, página 226.

188
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

que prefería no ser considerado responsable por cuanto hacen algunos


discípulos vieneses86. De todas maneras, las críticas francas y abiertas,
así como la sensación de fastidio para con los psicoanalistas de Viena,
comenzarán a desplegarse recién alrededor de 1910, momento en que
también empiezan a aparecer las diferencias con Stekel y Adler.
En cuanto concierne, por ejemplo, a las cartas a Abraham, iniciadas
sólo unos meses después de la correspondencia con Jung, no podríamos
encontrar hasta este instante ninguna crítica a los psicoanalistas de Vie-
na, salvo un pasaje de noviembre de 1908, en que Freud trataba de “exal-
tados” a sus discípulos locales87. Asimismo, las cartas a Jones y a Feren-
czi –por no tomar sino los intercambios epistolares que implicaron a los
actores más importantes del movimiento– no detentan por estas fechas
ninguna traza del presunto odio de Freud hacia los vieneses.
A fines de 1909 comienza la larga pero acotada serie de imprope-
rios de Freud hacia sus compatriotas; en ella se ha sustentado la his-
toriografía psicoanalítica para describir la relación de Freud para con
los analistas de Viena. De hecho, el 11 de noviembre de 1909, Freud
decía: “Me enfado ahora, por otra parte, con tanta frecuencia con mis
vieneses que les deseo en ocasiones que tuviesen un único trasero, para
golpearles a todos al mismo tiempo”.88 En la misma carta, como ya vi-
mos hace instantes, afirmaba que sólo con Eitingon podía hablar en
Viena. El 2 de diciembre siguiente, Freud, tras referir al psiquiatra sui-
zo la presentación de un borrador de su escrito sobre Leonardo en el
cenáculo de los miércoles, declaraba que “Mis vieneses me satisfacen
cada vez menos, ¿o es que me estoy volviendo «gruñón»?”89. En una
carta a Ferenczi, fechada el 3 de marzo de 1910, el fundador de la dis-
ciplina decía: “Sigo luchando con mis niños malos de Viena, desper-
dicio mucho trabajo educativo en ellos, probablemente en balde”.90.
El 12 de abril abogaba por una competencia entre Viena y Zurich en
beneficio del movimiento psicoanalítico; y luego agregaba: “Los vie-
neses son personalmente impertinentes, pero saben mucho y pueden
desempeñar aún un excelente papel en el movimiento”.91 Este último

86. Cf. Freud/Jung, página 247.


87. Cf. Freud/Abraham, página 83.
88. Freud/Jung, página 311. Freud comete un visible lapsus al escribir esa oración,
pero no nos interesa detenernos en ello. En su libro de recuerdos, Reik afirma
que Freud dijo esa misma frase en frente de sus discípulos (cf. Theodor Reik,
Treinta años con Freud, op. cit., página 21).
89. Freud/Jung, página 324.
90. Freud/Ferenczi, I, 1, página 192.
91. Freud/Jung, página 362.

189
Mauro Vallejo

tipo de afirmación se condice con todas las ocasiones en que Freud


reitere su aprecio por Stekel y Adler aún a pesar de las críticas que le
merecían. Por ejemplo, en la misiva del 13 de enero de 1910, refirién-
dose a Binswanger, dirá: “Ahora habla muy mal de Stekel en sus car-
tas, cuando tiene que aprender aún mucho de él”.92
En una carta dirigida a Ferenczi unos días después de concluido el
Congreso de Nuremberg, Freud le hacía saber su enfado para con sus
compatriotas, que tanta resistencia habían manifestado en aquel encuen-
tro internacional contra las estrategias institucionales del fundador:

“Supongo que mi aversión, largo tiempo reprimida, contra el Cír-


culo de Viena y el complejo paterno de usted han contribuido a es-
trecharnos las miras (...) En general, las condiciones personales son
mucho más respetables en los zuriqueses que aquí en Viena, don-
de uno se pregunta muchas veces en qué ha quedado la influencia
ennoblecedora del ΨA [psicoanálisis] en sus prosélitos”.93

Vale agregar que incluso en los períodos en que Freud más objecio-
nes dirige acerca de los vieneses, también aparecen juicios positivos so-
bre ellos. Así, tanto el 22 de abril como en los días 17 y 26 de mayo,
declarará en sus cartas a Jung estar conforme con el trabajo de sus com-
patriotas; otro tanto sucede en sus misivas a Ferenczi de los días 24 de
abril, 1 y 17 de mayo y 6 de octubre. Hacia fines de año, en una carta
dirigida al psiquiatra suizo, y fechada en noviembre, luego de verter
fuertes críticas sobre Adler y Stekel, agrega: “Los demás de Viena son
muy buena gente, pero no precisamente muy eficientes”.94
En los primeros meses de 1911, cuando los conflictos al interior de
la Sociedad Psicoanalítica de Viena llegan a su punto de máxima ten-
sión, se suceden las declaraciones aciagas quizá más conocidas y re-
producidas por los historiadores. El 14 de marzo, Freud dice a Jung:
“De todos los vieneses no resultará nada, tan sólo el pequeño Rank,
que es tan discreto como ordenado, posee un porvenir”.95 Dos sema-
nas más tarde, agrega: “...con respecto a los vieneses. Por desgracia se
92. Freud/Jung, página 342.
93. Freud/Ferenczi, I, 1, pp. 200–201. En varias misivas de 1910 dirigidas a Ferenczi,
Freud aludirá a su descontento para con los miembros de la Sociedad Psicoanalíti-
ca de Viena: véase las cartas de los días 27 de octubre y 23 de noviembre.
94. Freud/Jung, página 433.
95. Freud/Jung, página 465. Freud, en su carta enviada a Ferenczi dos días antes, es-
cribía una aserción casi idéntica. En una carta a Jones fechada el 18 de diciem-
bre de 1910, se lamentaba de los “...constantes desprecios que sufro aquí...”
(Freud/Jones, página 130).

190
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

trata de una gran canalla y ni me asustaré ni me lamentaré si el tingla-


do de Viena se hunde próximamente...”96. El 2 de abril, en una carta a
su colega húngaro, caracterizaba como “repugnante” al ambiente del
psicoanálisis en Viena97. Asimismo, el 1 de septiembre declarará al sui-
zo: “En general, [en Viena] estamos en plena decadencia. Como us-
ted sabe, este giro hacia Occidente no va por completo en contra de
mis deseos”.98. Por último, el 20 de octubre, en alusión al grupo de los
miércoles, Freud aseveraba que todavía hacía falta educarlos bastante.
Por otra parte, en la carta enviada a Abraham el 2 de noviembre, ase-
veraba que “...Viena no es el terreno propicio para emprender nada
(...) no tengo aquí a nadie, con la única excepción de Rank, en quien
pueda encontrar un placer total”.99
Con posterioridad, cambiará radicalmente el tenor de las apreciacio-
nes. Por ejemplo, en la carta a Jung del 30 de noviembre Freud resaltará
el orden que reina en las actividades de la Sociedad de Viena100. El 21
de abril del siguiente año, manifestará su satisfacción para con el gru-
po que se reúne a su alrededor los miércoles por la noche. En tal senti-
do, una vez obtenida la garantía de que los psicoanalistas vieneses no
entorpecerían sus políticas institucionales, y sobre todo una vez produ-
cidas las últimas defecciones en la Sociedad local, las cartas de Freud
no reservarán para los vieneses otra cosa que alabanzas o comentarios
sin mayor importancia. Así, en una misiva enviada a Binswanger el 15
de marzo de 1912, afirmará que “En la Asociación todo sucede de for-
ma agitada pero es soportable después de que se ha expulsado la peste
adleriana”101; en octubre de ese año, en otra carta dirigida al mismo co-
rresponsal, comunicaría que “En Viena ahora todo está en orden”102;

96. Freud/Jung, página 474.


97. Cf. Freud/Ferenczi, I, 1, página 309.
98. Freud/Jung, página 506.
99. Freud/Abraham, página 137. Un desprecio similar por los vieneses puede ha-
llarse en una carta a Jones del 14 de mayo del mismo año (cf. Freud/Jones, pá-
gina 151).
100. De todas maneras, en una misiva dirigida a Budapest a fines de mayo de
1911, Freud ya afirmaba, en relación a la sociedad de los miércoles: “Por pri-
mera vez en mucho tiempo, todos se portaron bien” (Freud/Ferenczi, I, 1, pá-
gina 330).
101. Correspondencia, Tomo III, página 369.
102. Correspondencia, Tomo III, página 425. Vale aclarar que las pocas manifesta-
ciones de descontento que se produzcan de aquí en más se referirán siempre
a críticas puntuales dirigidas a tal o cual presentación de algún miembro. Véa-
se por caso, su parecer sobre una ponencia de Sachs, vertida en la carta a Fe-
renczi fechada el 17 de octubre de 1912.

191
Mauro Vallejo

en marzo de 1913, en una carta a Jones, dirá: “El trabajo aquí progresa
sin sobresaltos gracias a la ayuda de estos buenos chicos”.103
El 27 de febrero de 1914, declaraba a Abraham: “En la Asocia-
ción hemos iniciado una investigación colectiva y debate sobre el
complejo de Edipo en los niños. La primera reunión se desarrolló
muy bien”.104 En noviembre de ese año, hacía saber a Lou Andreas–
Salomé que “Nuestros miércoles (...) Suelen ser tranquilos y un poco
superficiales”.105 Unos meses más tarde, confiaba a Bisnwanger que “La
Asociación se reúne cada dos semanas, de forma tranquila y sin gran
productividad”.106 En una carta a Sabina Spielrein fechada en abril de
1915, decía que “Las asambleas de la Asociación son vivas y testimo-
nian una buena entente”.107 El 21 de abril de 1918, comunicaba a An-
dreas–Salomé que “La agrupación se mantiene activa...”108.
Este derrotero, del cual hemos ofrecido sólo los fragmentos más so-
bresalientes, traicionaría el designio que lo sustentó si sirviese de simple
expediente para acusar a Freud de cualquier tipo de malicia o perfidia. No
se trata de desempolvar tras esos concisos enunciados la dormida perver-
sidad del fundador de la disciplina. Aquello a lo que se apunta reside en
otro frente, que se desentiende de la lucrativa arena de la polémica fácil.
En primer lugar, era necesario buscar algún tipo de patrón que permitie-
se ordenar la proliferación de decires de Freud acerca de los psicoanalistas
vieneses al interior de las correspondencias que mantuvo con sus colegas
extranjeros. En ese sentido, varios aspectos son evidentes. Primero, que
las críticas abiertas, hasta crueles, destinadas a sus discípulos de Viena se
produjeron durante un lapso temporal muy acotado; exclusivamente en
el período comprendido entre los meses finales de 1909 y 1911, las mi-
sivas en cuestión son testigos de ese tipo de desencanto. ¿Cómo explicar
esa limitación si no es a través de la toma en consideración de que preci-
samente en ese momento se efectúan dos acciones que se convocan una
a otra? ¿No es acaso el momento en que se delinean los ejes esenciales
del aparato institucional del psicoanálisis, y el tiempo en que se produ-
cen las depuraciones dentro de la Sociedad Psicoanalítica de Viena (con-
flictos con Adler, Stekel y los acólitos de ambos)?
Por otro lado, ¿por qué extraña razón son las cartas a Jung el espa-

103. Freud/Jones, página 246.


104. Freud/Abraham, página 194.
105. Freud/Lou, página 21.
106. Correspondencia, Tomo IV, página 67.
107. Correspondencia, Tomo IV, página 80.
108. Freud/Lou, página 102. Dirá lo mismo a Abraham en una carta fechada el 5
de febrero de 1919.

192
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

cio privilegiado en que tales críticas aparecen? ¿Por qué esos enuncia-
dos se multiplican en las epístolas enviadas a quien había sido deposi-
tario de las esperanzas de Freud en lo concerniente al futuro de la dis-
ciplina? O más bien, ¿sorprende a alguien que así haya sido?
En segundo lugar, el interrogante que subyace a este periplo concier-
ne a la manera en que la historiografía psicoanalítica se ha apropiado par-
cialmente de estas fuentes. Los principales textos de la historia del saber
freudiano dedican siempre unas palabras a la antipatía de Freud hacia
sus colegas vieneses, y se contentan para ello con la cita de tal o cual pa-
saje de las cartas. No obstante, ¿qué sentido tiene tomar alguno de los
pasajes arriba citados sin una atención al contexto más amplio en que se
ubica? Un proceder tal nada tiene de reprensible, pero la reiteración con
la cual ha sido efectuado dice mucho sobre la finalidad que lo subtien-
de. La visible parcialidad con la cual se ha estudiado las corresponden-
cias, ¿no es acaso el humilde anverso de la validez que se ha otorgado a
la imagen de los vieneses analizada al comienzo de este capítulo?

V. El problema vienés en el seno de su Sociedad


Psicoanalítica
Las Minutas podrían ser leídas, es cierto, como un reflejo de las
marcas que Viena habría depositado en esos integrantes; los rumores
de esa ciudad, sus sombras, sus olores, habitarían furtivamente esas
frases; para el ojo entrenado, sus recovecos son fáciles de adivinar en
los pliegues de esas discusiones. Ese tipo de contextualización posi-
blemente otorgue a estas actas una raigambre que de lo contrario pa-
saría inadvertida. Hay indicios ofrecidos incluso al ojo más incauto: el
debate que hizo del nombre de una conocida publicación vienesa un
tipo de neurosis (The “Fackel”–Neurosis)109, o la constante alusión al es-
critor Franz Grillparzer, el “mejor hijo y amante de Viena”, según pa-
labras de Sachs110. De todas formas, aquí también permaneceremos en
terreno más seguro, limitándonos a rastrear los enunciados que pue-
dan echar cierta luz en el controvertido asunto de la importancia que
el grupo vienés de analistas pudo haber desempeñado para Freud, te-
niendo como trasfondo constante el interés por inquirir sobre la cons-
trucción del retrato que hizo de estos pensadores una molestia para el
fundador de la disciplina.

109. Cf. Minutes II, pp. 382–393.


110. Cf. Hans Sachs, Freud. Master and friend, op. cit., página 31.

193
Mauro Vallejo

Para ello, nuestra lectura nos dicta que cabe remitirse exclusivamen-
te a la reunión del 6 de abril de 1910, primer encuentro de la Socie-
dad Vienesa tras la finalización del Congreso de Nuremberg, el cual
había tenido lugar los días 30 y 31 de marzo. Tal y como es sabido,
en este último se habían tomado medidas que en nada favorecían las
aspiraciones del grupo vienés: Jung había sido aclamado presidente,
y por ende la capital del psicoanálisis dejaba de ser formalmente Vie-
na. No nos detendremos en la construcción de un relato de los acon-
tecimientos acaecidos en dicha asamblea internacional, pues nada po-
dríamos agregar a lo ya dicho.
La reunión de abril es abierta por Freud, quien afirma que las nuevas
circunstancias impuestas en el Congreso exigen una modificación del
funcionamiento de la Sociedad vienesa. Dado que ahora ella es parte
de una organización más amplia, la institución debe elegir sus propias
autoridades y, por ende, deja de ser el mero cúmulo de “invitados” de
Freud (recordemos que para ese entonces las reuniones seguían desa-
rrollándose en el hogar de éste). De todas maneras, la observación de
Freud es llamativa, pues el grupo ya había adquirido el estatuto de So-
ciedad (bajo el rótulo de Sociedad Psicoanalítica) dos años atrás, el 15
de abril de 1908, en ocasión de la aparición pública de sus activida-
des gracias a la colaboración que prestó en la administración del cues-
tionario de sexología de Hirschfeld111. En tal sentido, todas las decla-
raciones de esta reunión pueden leerse bajo el sesgo de la hipótesis de
Eisold, en tanto y en cuanto develan una tensión paradojal entre, por
un lado, el reclamo que muchos de los miembros hacen por que no se
termine la relación de dependencia que los une a Freud112, y por otro,

111. Cf. Minutes I, página 373. Ronald Clark comete un error al sostener que el
registro de las minutas comienza en 1906 debido a que el grupo pasó a cons-
tituirse en Sociedad Psicoanalítica de Viena (cf. Roland Clark, Freud. The man
and the cause, op. cit., página 213). Elisabeth Roudinesco también comete la
equivocación de afirmar que 1907 es la fecha de nacimiento de la Sociedad
Psicoanalítica bajo ese nombre (cf. La batalla de cien años. Historia del psicoaná-
lisis en Francia. I (1885–1939), op. cit., página 92). Un tropiezo similar realiza
Peter Gay al decir que el grupo se reconstituyó como Sociedad Psicoanalítica
de Viena luego de la disolución anunciada por Freud desde Roma en septiem-
bre de 1907 (cf. Peter Gay, Freud. Una vida de nuestro tiempo, página 211). Es-
tos errores –y no son los únicos, tal y como ya vimos en el capitulo anterior–
dan cuenta del poco cuidado que incluso los investigadores más idóneos han
puesto en la lectura de las minutas.
112. Por ejemplo, Federn dirá: “A pesar de que resulta difícil imaginar el fin de
la vieja relación patriarcal, seguramente Freud tiene fundadas razones para su
decisión...” (Minutes II, página 466), en tanto que Hitschmann sostiene que

194
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

la atendible determinación de la Institución por perseguir sus propias


metas113. El reverso de tal tensión es una suerte de vacilación por parte
de Freud entre exigir al grupo una aquiescencia casi absoluta a sus de-
cisiones políticas, y su tendencia a desentenderse de él o dar un paso
al costado. En consonancia con este último punto, Freud toma en esta
fecha la determinación de no asumir la presidencia de la recién consti-
tuida sociedad, proponiendo a Adler para ocupar tal cargo.
Esta minuta es especialmente relevante en cuanto concierne a nues-
tra preocupación, pues en ella se discute por primera y única vez acer-
ca de la posición de Viena en relación al psicoanálisis y en relación a
Freud. En primer lugar, Freud sorprendentemente asume ante sus co-
legas su opinión de que Viena no debe ser el epicentro del movimien-
to, aduciendo que la razón personal para ello es que él pretende per-
manecer en segundo plano, a resultas de lo cual no sería de utilidad
erigir a dicha ciudad como capital del imperio114. De todas maneras,
alude también a “razones objetivas” para el traslado a Zurich del cetro
del poder, aunque las minutas no conservan nada acerca de su con-
tenido115. En segundo lugar, tanto Stekel como Sadger dicen, ante la
presencia de sus compatriotas, aquello que será una y otra vez repe-
tido por los futuros analistas a la hora de la consideración de este pe-
ríodo histórico: el primero sostiene que Freud parece haber adquirido
un profundo odio hacia Viena; en tanto, el segundo va un poco más
allá al declarar que “...ha observado que Freud se había hartado de los
vieneses desde hacía ya dos años”.116

“...la sociedad no actuará, en relación a cualquier asunto, en contra de los de-


seos de Freud”. (Minutes II, página 467). Friedjung será aún más explícito: “No
podemos asegurar el liderzgo de Freud transformándolo en nuestro Presiden-
te honorario, sino más bien haciendo que desee seguir siendo nuestro líder”.
(Minutes II, página 469).
113. Claro ejemplo de ello es la postura de Adler, quien alude a la necesidad en
que la “escuela vienesa” se vio de rechazar la propuesta de Ferenczi en el Con-
greso, según la cual se le daría a Jung una larga serie de atributos (cf. Minutes
II, página 464). Independientemente de las alocuciones proferidas en esta re-
unión, la reacción de los vieneses durante el Congreso de Nuremberg es de
por sí una segura demostración de la autonomización del grupo, sobre todo
teniendo en cuenta que las medidas ante las cuales demostraron su tenaz opo-
sición eran auspiciadas por el mismo Freud.
114. Cf. Minutes II, página 466.
115. Cf. Minutes II, pp. 466 y 468.
116. Minutes II, página 467. Wittels, en esta reunión, compara a los vieneses con
los analistas provenientes de Zurich, para demostrar obviamente las desven-
tajas de los últimos (cf. Minutes II, pp. 468–469). En su biografía, dice que él

195
Mauro Vallejo

En continuidad con esto último, varios oradores defenderán la po-


sición de Viena respecto de la transmisión y acrecentamiento del sa-
ber psicoanalítico. Stekel sostiene que el designio de una publicación
vienesa no residiría en una oposición a Zurich, sino más bien en de-
mostrar que Viena es el lugar de nacimiento de la nueva disciplina, y
que por ende allí se aventaja a la ciudad suiza en cuanto a experiencia
y desarrollo del análisis. Tausk igualmente se referirá a las ventajas que
Viena presenta para la difusión del psicoanálisis, señalando, en una cla-
ra alusión a los suizos, que una equiparación del psicoanálisis con el
terreno médico implicaría una lamentable equivocación117. En razón
de ello, Tausk se muestra reticente a la formación de una asociación,
opinión que sólo será compartida por Wittels.
La reunión se cerrará con la discusión sobre algunas cuestiones for-
males, y la siguiente, del día 14 de abril, estará enteramente dedicada
a la reorganización de la sociedad.

había realizado una aserción similar incluso durante el Congreso de Salzbur-


go, en la cual señalaba ya el poco aprecio de Freud hacia los analistas de Vie-
na (cf. Fritz Wittels, Sigmund Freud. His personality, his teaching & his school, op.
cit., página 177).
117. Cf. Minutes II, página 467. Recordemos aquí que la falta de formación médica
de los integrantes del grupo de Viena fue uno de los aspectos que más sorpren-
dió a Ludwig Binswanger (perteneciente a la escuela suiza) en su visita a las re-
uniones de los miércoles (cf. Ludwig Binswanger, Mis recuerdos de Sigmund Freud,
op. cit., página 17). Esto para nada contradice cuanto hemos desarrollado en el
capítulo anterior acerca de la raigambre médica de algunas particularidades de
la sociedad vienesa de psicoanálisis. El grupo vienés, el cual contaba con una
pequeña proporción de integrantes no–médicos, se diferenciaba claramente del
cenáculo suizo, cuya formación psiquiátrica era mucho más consistente.

196
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

VI. Palabras finales

“Concebidos como un espacio abierto a múl-


tiples lecturas, los textos (pero también todas
las categorías de imágenes) no pueden ser cap-
tados ni como objetos de los cuales bastaría se-
ñalar la distribución ni como entidades cuya
significación estaría clasificada sobre el mode-
lo universal, sino considerados en la red con-
tradictoria de las utilizaciones que los fueron
constituyendo históricamente”.

(Roger Chartier, El mundo como representación)

Diversas hipótesis se han vertido hasta el momento en aras de com-


prender tanto el moldeamiento de la imagen descrita al comienzo del
capítulo, como el eco que de ella existe en distintos episodios de la
producción freudiana. Por ejemplo, Isidor Sadger propone que el des-
precio de Freud hacia los vieneses era, por una parte, la canalización
de un rencor dirigido en realidad al gremio médico del cual se había
sentido rechazado; y, por otra parte, una respuesta a una característi-
ca que Freud no toleraba de sus compatriotas: su excesivo talento118.
A la luz de los resultados de la investigación de Kuhn, habría elemen-
tos para suponer que los sentimientos que los vieneses se granjearon
por parte de su líder, guardaban relación con la manera en que éste re-
accionó a los obstáculos que los primeros pusieron a sus planes polí-
ticos y estratégicos.
Una de las vías más frecuentemente utilizadas para explicar esta
ambivalencia, reside en la apelación a hipótesis psicológicas referidas
a Freud. Por ejemplo, Rosemary Balsam sugiere que la tan mentada
particularidad afectiva de Freud, según la cual él siempre precisó si-
multáneamente alguien a quien alabar y alguien a quien odiar, podría
haber influido en su disgusto dirigido a los vieneses119. En tal senti-
do, muchas veces se incluye su actitud hacia los psicoanalistas de Vie-
na como un elemento más de su ambivalencia para con la ciudad, la
cual estaría motivada, por ejemplo, en sus conflictos con sus padres120.

118. Cf. Isidor Sadger, Recollecting Freud, op. cit., pp. 39, 42, 79.
119. Cf. Rosemary Balsam, “Women of the Wednesday Society: The Presentations
of Drs. Hilferding, Spielrein, and Hug–Hellmuth”, op. cit., pp. 303–304.
120. Cf. Ernst Ticho & Gertrude Ticho, “Freud and the Viennese”, op. cit., pági-

197
Mauro Vallejo

Pero debemos convocar aquí nuevamente nuestra renuencia a echar


mano de opciones tan psicológicas como imprecisas; el fanático des-
glose de la escena tan conocida como pueril, de un sombrero arroja-
do al suelo, y de un niño que espera de ese relato el desenlace glorio-
so que jamás llega, es simplemente el artilugio de quienes carecen so-
bre todo de imaginación.
Una alternativa distinta residiría en recuperar un fragmento de una
carta dirigida a Jung a fines de octubre de 1910, pues damos allí tal vez
con una formulación que permita despojar a este episodio de la historia
del psicoanálisis, de las variadas interpretaciones que van de la pulcra
auscultación psicologizante a las hagiográficas loas de la soledad. En ella,
Freud brinda su versión de los hechos, luego de que en anteriores mo-
mentos de dicha correspondencia había dado ya rienda suelta a su des-
precio por los vieneses. Refiriéndose a unas críticas que Jung había expli-
citado acerca de los analistas de Viena, Freud le contesta lo siguiente:

“Tiene usted indiscutiblemente razón al caracterizar a Stekel y


Adler (...) Yo puedo confesarle, como Moctezuma a su compañe-
ro de suplicio, que tampoco estoy sobre rosas. Pero no correspon-
de a su superioridad guardarles rencor alguno. Tómelo usted tan
humorísticamente como yo, cuando no tengo precisamente un
mal día. Sospecho que en el interior de otros grandes movimien-
tos, la cosa tampoco ha tenido un aspecto más limpio, si es que se
pudiese contemplar dentro de ellos. Han sido tan sólo una o dos
personas las que hallaron el camino recto y no tropezaron sobre
sus propias piernas”.121

Esta cita podría utilizarse con el designio de recordar que al fin y al


cabo los lamentos de Freud acerca de las desavenencias y disconformi-
dades que surgieron en el grupo de Viena, eran las previsibles quejas
de un líder abrumado por la renuencia de sus seguidores.
Afortunadamente, las perspectivas no son tan sombrías. Por caso,
Balsam adelanta una conjetura que resulta sugerente a la luz de nues-
tras indagaciones; en tanto que los principales promotores de ese an-
atema fueron analistas o historiadores no vieneses, es dable conjetu-
rar que cierta envidia estuviera en juego en tal apreciación, puesto que
sólo los psicoanalistas de Viena tenían el privilegio de compartir las
actividades cotidianas con Freud.122

na 304.
121. Freud/Jung, página 426.
122. Rosemary Balsam, op. cit., página 305. Tal y como vimos antes, Ernst Federn

198
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

Por otra parte, una de las hipótesis más plausibles para explicar el
fenómeno en cuestión, reside en proponer que la diatriba por parte de
Freud contra los vieneses era parte de su política de seducción dirigida
a los analistas extranjeros, responsables de la difusión del creciente mo-
vimiento123. Ello se condice claramente con el hecho de que ese tipo
de airadas declaraciones pueblan sus cartas dirigidas a los psicoanalis-
tas de países vecinos, en tanto que no se aprecia tal cosa ni en sus es-
critos ni en sus dichos a sus colegas de Viena, tal y como aquellos fu-
eron recogidos por sus discípulos en sus memorias y relatos. En tal sen-
tido, es probable que en algunos casos las cartas de Freud hayan sido
responsables incluso de la formación de la imagen reconstruida al ini-
cio de este capítulo, puesto que a través de su fugaz insistencia acerca
de las desventajas de sus compatriotas, aquel habría, por una parte, in-
citado a sus invitados foráneos a formarse el tipo de retrato que hemos
mencionado, a la vez que es posible asimismo que tales intercambios
hayan influido en los relatos que tales personajes construyeron tiem-
po después en sus memorias y reminiscencias.
Al tiempo que esa particularidad de sus correspondencias hallaría
su fundamento en la política expansionista de Freud, la cual dependía
del favor que pudiese ganarse de sus embajadores, el otro fenómeno
estudiado, esto es, la forma en que en su obra escrita se reitera un en-
mascaramiento de la participación de los vieneses en la construcción
de la doctrina psicoanalítica, se ligaría seguramente con el referido
mito del héroe solitario.
Así, es momento de afrontar el interrogante que deberíamos haber
formulado antes. El lector seguramente no ha demorado tanto la pre-
gunta más simple: ¿No se tratará acaso de que Freud efectivamente no
pudo tomar nada de los vieneses? ¿No habrá un asidero preciso para
su descontento, encarnado tanto en sus cartas como en los pasajes de
los escritos que con tanto detalle se han comentado? Tal vez los analis-
tas vieneses no lograron incidir en el pensamiento de Freud. Puede ser
que éste haya cometido una pequeña injusticia al no mencionar a es-
tos pobres psicoanalistas en sus textos históricos, pero ¿qué culpa o

lee de esa forma la actitud de Jones. Véase asimismo Kenneth Eisold, “Freud
as a leader: the early years of the viennese society”, op. cit., página 88.
123. Quizá Ernst Falzeder sea quien más ahínco ha puesto por resaltar la impor-
tancia que Freud asignaba a la posibilidad de reclutar a los miembros de la
psiquiatría oficial y universitaria de Suiza (cf. “The story of an ambivalent rela-
tionship: Sigmund Freud and Eugen Bleuler”, op. cit.). Acordamos con su con-
jetura, pero habrá que esperar la publicación de las cartas que el vienés envia-
ra a Bleuler para poder tener más seguridad al respecto.

199
Mauro Vallejo

pecado podemos imputarle si al fin y al cabo sus compatriotas no es-


taban a la altura de su genio, no decían nada que pudiera interesarle,
no callaban ninguna de las necedades que bien podrían haber ahor-
rado a sus oídos?
De hecho, un pasaje de las minutas serviría de inmediato para apo-
yar la tesis según la cual Freud no obtenía nada de estas discusiones;
no habría en efecto más que recordar las palabras con que Freud se
dirigía a los psicoanalistas de Viena en el cierre de la jornada dedicada
a discutir su borrador del texto sobre Leonardo: “El Profesor Freud,
en conclusión, expresa su agradecimiento por la atención y la partici-
pación activa [demostrada por los presentes], y solamente lamenta que
la discusión no le haya aportado más material”.124 No obstante, de nada
serviría ampararse en ese enunciado, puesto que aserciones de ese mis-
mo tenor fueron dichas por varios miembros de la Sociedad luego de
sus respectivas presentaciones.125
Sopesar el grado en que estas discusiones podrían haber incidi-
do en la producción de los textos freudianos, excede los objetivos de
la presente obra. Pero no podemos dejar de rozar dicha problemáti-
ca, aunque más no fuere con el fin de rebatir la objeción que hemos
atribuido hace instantes a nuestro interlocutor. En cierto sentido, un
estudio de ese asunto seguramente iluminaría zonas hasta ahora poco
atendidas, como ser la trastienda de la escritura de Freud. Ello iría im-
plicado en el análisis de las divergencias existentes entre, por una parte,
cada una de las presentaciones de Freud ante los miembros de la So-
ciedad Psicoanalítica de Viena, y por otra, las versiones finalmente
publicadas de esos textos. Tal indagación permitiría aislar las tesis que,
sugeridas por los vieneses en esas veladas, fueron retomadas por Freud
al momento de la redacción de los escritos; también posibilitaría apre-
hender las propuestas de los vieneses que no lograron ingresar en la
letra freudiana, o lo hicieron sólo luego de fuertes dudas y resisten-
cias. Un ejemplo privilegiado del primer caso lo constituyen los pro-
longados intercambios entre Freud y Stekel acerca de las neurosis ac-
tuales; a pesar de las diversas evidencias ofrecidas por éste en vistas a
demostrar la inexistencia de tal categoría diagnóstica, aquel se aferrará
siempre a su hipótesis temprana. Por otro lado, y en lo atinente al se-
gundo caso, vale recordar la forma en que Gutiérrez Terrazas ha se-
ñalado la demora de Freud por aceptar los postulados de sus colegas
en relación al papel desempeñado por el semejante en el despertar de
la sexualidad; dicha tesis, enunciada principalmente por Isidor Sadger

124. Minutes II, página 352.


125. Véase por ejemplo Minutes I, página 258.

200
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

en los comienzos de las discusiones, pasará a formar parte de los axi-


omas freudianos, aún a pesar de la temprana resistencia del líder vienés.
Esta persistente tenacidad de Freud por desechar la participación del
otro en el desencadenamiento de la sexualidad, se expresa claramente
en una intervención del 18 de diciembre de 1907: “A Sadger debemos
responderle que los estímulos que el niño recibe no pertenecen a la
categoría de traumas”.126
El contraste entre las presentaciones orales y los escritos ulteriores,
sería sólo una de las vías posibles por las cuales encarar el estudio de
la presencia de estos debates en la construcción de los textos freudia-
nos. La dificultad mayor de esa empresa quizá resida en poder discrim-
inar entre, primero, aquello que cabe imputar a un efecto de esas vela-
das, o a una consecuencia de tal o cual tesis allí esgrimida, y, segundo,
aquello otro que más bien vale aprehender como la incidencia de uno
de los escritos de alguno de los vieneses en particular. Para comenzar
–y ello, por razones que son comprensibles, queda por fuera de nues-
tras miras–, nadie podría subestimar los diversos préstamos y apoyatu-
ras que Freud halló en múltiples libros y artículos de sus compatriotas
vieneses. Las notas y las menciones que pueblan sus Obras completas
bastan para comprobarlo. Pero esos reenvíos no apuntan a la posición
de Freud para con la Sociedad Psicoanalítica de Viena, sino más bien
al contexto de discursividad en que él desarrolló su pensamiento. De
todas formas, la alta frecuencia con que analistas vieneses aparecen en
sus textos podría de por sí erigirse en una importante refutación al re-
trato general de los psicoanalistas de esa ciudad. Así, en cuanto ata-
ñe al asunto aquí considerado, el aprieto a sortear seguiría residiendo
en poder diferenciar aquello que Freud debe a un enunciado proferi-
do los miércoles por la noche, de aquello que sus textos adeudan a al-
gunos escritos de los psicoanalistas vieneses, sobre todo en casos en
que éstos últimos retomaron bajo forma de libro o artículo temas que
habían compartido con sus compañeros de veladas; el ejemplo más
importante está constituido por las ponencias de Rank sobre el inces-
to y acerca del mito del héroe.
Aún a pesar de esas dificultades, es posible rastrear con cierta pre-
cisión los efectos de los encuentros de los miércoles en las páginas de
Freud. Por una parte, es dable ubicar fenómenos mínimos pertenecientes
a ese registro. Algunos son de fácil hallazgo, como por ejemplo el pasa-
je en que Freud un poco irónicamente se refiere a Adler de la siguiente
forma: “En la Asociación Psicoanalítica de Viena llegamos a escuchar
directamente, cierta vez, que reclamaba para sí la prioridad sobre el
126. Minutes I, página 273.

201
Mauro Vallejo

punto de vista de la “unidad de las neurosis” y de la “concepción diná-


mica” de estas. Sorpresa grande para mí, pues siempre creí haber sus-
tentado estos dos principios aun antes de conocer a Adler”.127. Otros,
no obstante, sólo asoman para una mirada advertida. Mencionemos
dos ejemplos muy ilustrativos. Tal y como sugiere Edward Timms en
sus notas a las memorias de Fritz Wittels, es muy probable que éste,
al afirmar que el maestro vienés retomó en su escrito sobre el narci-
sismo algunos rasgos de la “mujer niña” por él descrita ante la Socie-
dad el 29 de mayo de 1907128, se esté refiriendo a los pasajes en que el
autor describe a la mujer narcisista129. El segundo ejemplo correspon-
de a un pasaje agregado en 1911 a La Interpretación de los sueños; en él
se lee lo siguiente:

“Paredes lisas por las que uno se encarama, fachadas de casas por
las que se descuelga (a menudo con fuerte angustia), corresponden
a cuerpos humanos erguidos, y probablemente repiten en el sueño
el recuerdo del niño pequeño que se trepaba a sus padres y niñe-
ras. Los muros “lisos” son hombres; a los “saledizos” de las casas
no rara vez nos aferramos en la angustia del sueño”.130

127. Sigmund Freud, “Contribución a la historia del movimiento psicoanalíti-


co”, AE, XIV, página 50. Recordemos que la “unicidad de las neurosis” cons-
tituyó el asunto de la presentación de Adler del 2 de junio de 1909.
128. Cf. Edward Timms (ed.), Freud and the child woman. The memoirs of Fritz Wit-
tels, op. cit., página 63.
129. Cf. Sigmund Freud, “Introducción del narcisismo”, AE, XIV, pp. 85–86: “Ta-
les mujeres sólo se aman, en rigor, a sí mismas, con intensidad pareja a la del
hombre que las ama...” Edward Timms agrega que es posible que otro frag-
mento de uno de sus textos, “Sobre un tipo particular de elección de objeto
en el hombre”, haya estado basado en las aventuras amorosas que implicaron
a Wittels, Kraus y la “mujer niña”. En dicho fragmento se lee: “En los casos
más acusados, el amante no muestra ningún deseo de poseer para sí solo a la
mujer, y parece sentirse enteramente cómodo dentro de la relación triangular”.
(Sigmund Freud, AE, XI, página 161). En un texto fascinante, Sander Gilman
ha demostrado que la imagen de la “mujer niña” no sólo podía sustentarse
en una realidad social muy precisa –la alta proporción de prostitución infan-
til en la Viena de entonces–, sino que también responde a todo un dominio
de textos médicos y literarios que amalgamaban los asuntos de la sexualidad
perversa, la infancia y la seducción –y sabemos que ese entrecruzamiento no
es para nada ajeno a las teorías freudianas (cf. Sander Gilman, “Freud and the
prostitute. Male stereotypes of female sexuality in fin–de–siècle Vienna”, Jour-
nal of the American Academy of Psychoanalysis, Volume 9, 1981, pp. 337–360).
130. Sigmund Freud, “La Interpretación de los sueños”, AE, V, pp. 360–361.

202
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

Ilse Grubrich Simitis ha señalado con razón que ese agregado de


Freud no hace otra cosa que retomar unos comentarios de los psicoa-
nalistas vieneses durante la reunión del 3 de marzo de 1909131.
Fenómenos de máxima cabría imputar ya fuere a los escritos que cla-
ramente conciernen a actividades de la institución vienesa, tal y como
sucede con los textos sobre la masturbación132 o acerca del suicidio133,
ya a tesis globales que, luego de ser allí pulidas, instilaron el decir de
Freud. En esta última serie debemos insertar enunciados acerca de pro-
blemáticas ya referidas, como la participación del tercero en la sexua-
lidad, las glaciaciones, etc.
Todas estas evidencias –muchas de ellas aguardan todavía un estu-
dio más pormenorizado– deberían bastar para poner en entredicho el
aceptado mito acerca de los analistas de Viena. No se trata, por supues-
to, de afirmar que detentaban dotes que los hacían superiores respec-
to de otros miembros del movimiento; no se trata tampoco de supo-
ner que hicieron aportes mucho más valiosos o numerosos que los in-
tegrantes de otras sedes de la IPA. Se trata, antes bien, de restituirlos
al lugar que ocuparon tanto en la difusión de la disciplina como en la
conformación de las tesis que, a falta de mejor mote, llamamos freu-
dianas. El hecho de que Freud haya asistido a casi todas las reunio-
nes, que haya conservado con cuidado los registros de las mismas; la
constatación de que tanto esas reuniones como muchos de los miem-
bros del grupo han incidido en el armado de los textos de Freud, y en
la edificación del movimiento psicoanalítico, podrían erigirse en sen-
cillas pruebas de la falsedad del anatema hasta aquí considerado. En
tal sentido, a los detalles ya enumerados podríamos añadir un último
punto, quizá suficientemente probatorio: cuando en 1911 Freud rea-
lizó la tercera edición de su obra magna, tomó la decisión de que sería
la última oportunidad en que el texto respondería a su exclusiva auto-
ría134. De allí en más se convertiría en una obra colectiva, abierta a las
contribuciones que los psicoanalistas pudiesen sugerir. De hecho, ya
131. Cf. Ilse Grubrich–Simitis, “Metamorphoses of The Intrepretation of Dreams.
Freud’s conflicted relations with the book of the century”, The International
Journal of Psychoanalysis, Volume 81, Part 6, 2000, pp. 1155–1183.
132. Cf. Sigmund Freud, “Contribuciones para un debate sobre el onanismo”, AE,
XII, pp. 247–263.
133. Cf. Sigmund Freud, “Contribuciones para un debate sobre el suicidio”, AE,
XI, pp. 231–232.
134. Cf. Ilse Grubrich–Simitis, “Metamorphoses of The Interpretation of Dreams.
Freud’s conflicted relations with the book of the century”, op. cit.; “How Freud
wrote and revised his Interpretation of Dreams: conflicts around the subjective
origins of the book of the century”, op. cit.

203
Mauro Vallejo

en la versión de 1911 se incorporaban muchos aportes de discípulos


próximos: Wilhelm Stekel, si bien no figuraba como autor de ningún
fragmento, podía reconocer su impronta en el amplio lugar ahora asig-
nado a los símbolos universales; Otto Rank había estado a cargo de la
selección de los agregados y de las correcciones135; en la siguiente edi-
ción, producida en 1914, Rank contribuiría al libro con dos extensos
textos de su autoría, expulsados de allí recién en la octava edición, de
1929. Si bien aquel proyecto de construir un texto colectivo finalmen-
te no se llevó a cabo, en parte debido a la presión del editor, el solo
deseo de Freud de hacer tal cosa con La Interpretación de los sueños me-
rece una destacada mención en este recorrido, pues en ese fallido in-
tento los psicoanalistas vieneses tenían un rol fundamental.
Para concluir, este paciente derrotero no se ampara en el designio de
medir cuán injustos o errados fueron los diversos enunciados que han
moldeado el anatema proferido para la callada desdicha de los analis-
tas integrantes de la Sociedad de Viena; no perseguía mayormente la
mera rectificación de todas y cada una de las ocasiones en que Freud
u otros analistas habrían o bien alterado la realidad de los hechos, o
bien lanzado a la posteridad retratos tan maliciosos, o bien silencia-
do la participación de los vieneses en la creación y divulgación de un
saber que tanto precisaba de esos esfuerzos. Esos objetivos secunda-
rios quizá hayan sido saldados por la neutral sucesión de estas pági-
nas. Pero, tal y como adelantáramos al comienzo de este capítulo, el
interés primordial concernía a aquello que podía deducirse del enco-
no puesto en la perpetuación de esos olvidos, de esos deslices; atañía
a las estrategias que cabía delinear partiendo de la reiteración de unas
interpretaciones y unos relatos que no dejaron de tener consecuencias
sobre los enunciados que las actas recogen.
Es decir que nuestro cuidado por fundamentar la forma en que
la historia así reconstruida signó la suerte de las minutas, se sustenta
en eso que Michel Foucault formalizó como las prácticas de acumula-
ción136. Una cosa dicha no es para nada la imperturbada marca pues-

135. El prólogo a la tercera edición de La interpretación de los sueños era de hecho


muy claro sobre la relevancia de las contribuciones de Stekel y Rank para el
libro. Tal y como sabemos por la carta de Freud a Jung del 17 de febrero de
1911, el prólogo que finalmente apareció en el texto es distinto al original-
mente redactado; en este último se anunciaba que el libro sería reemplazado
de allí en más por un texto colectivo e impersonal. Por otro lado, en una car-
ta enviada a Jones unos días después, Freud expresaba su deseo de hacer de
Rank el co–autor de la obra (cf. Freud/Jones, página 142).
136. Cf. Michel Foucault, La arqueología del saber, op. cit., pp. 208 ss.

204
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

ta a la espera de la mirada que condescienda a rescatarla del abando-


no. El olvido que cae sobre un enunciado, sobre un fragmento de de-
cir, no se explica por el azar de los encuentros fallidos; a la inversa, su
recuerdo no depende de la convicción con que fue proferido ni por
el cuidado puesto en su elocución. La repetición de un decir ya efec-
tuado, su recupero, su reactualización al interior de un campo com-
puesto por otros decires con los cuales pueda formar un saber, todas
esas operaciones dependen de la eficacia de una serie de prácticas que
poco tienen que ver con las intrigas palaciegas, y menos aún con la
necesidad en que una Verdad se encontraría por deshacerse de moles-
tos aditamentos.
En consonancia con ello, este capítulo habrá servido para conver-
tir a diversas prácticas –y ellas abarcan desde el retrato de los vieneses
al comienzo perfilado, así como también a la problemática posición
en que los psicoanalistas vieneses quedaban posicionados en las pági-
nas de Freud– en instantes de la estrategia de acumulación y memo-
ria que tocó en suerte a las actas de las reuniones. Las mentadas prác-
ticas, al tiempo que ilustran disímiles peculiaridades de la perpetua-
ción del discurso psicoanalítico, habrían tenido por inesperado efecto
la proscripción de las actas, su expulsión hacia el afuera de la historia
y el saber de aquel discurso. Los celos de los psicoanalistas no–viene-
ses, la beatificación del genio de Freud, el desvelo de éste por encon-
trar apoyo en círculos universitarios y no judíos, la lenta elaboración
del mito del héroe solitario, la pretensión por desligar a su saber de
todo parentesco con los traidores a la causa, todas esas líneas de fuer-
za habrían convergido, sin sospecha ni deseo de nadie, al concretar la
ilegibilidad de las actas.

205
Capítulo IV

El discurso psicoanalítico
como problematización
de la transmisión generacional.
Psicoanálisis y biopolítica

“Es verdad que no sé responder a estas pregun-


tas (...) De cualquier modo, sé ahora por qué,
como todo el mundo, puedo planteármelas –y
no puedo dejar de planteármelas ahora. Sólo
quienes no saben leer se asombrarán de que lo
haya apresado más claramente en Cuvier, en
Bopp y en Ricardo que en Kant o en Hegel”.

(Michel Foucault, Las palabras y las cosas)

Nos ha conducido hasta aquí, se me dirá, tras este rodeo tan exten-
so, simplemente para anunciarnos que el discurso psicoanalítico es un
decir que versa sobre algo que nunca habíamos sospechado. Vaya pi-
cardía, qué vanidoso final para un relato que apenas si había coque-
teado con lo trágico. Parte de su empeño tal vez logró su cometido,
este ahínco por restituir los registros de la Sociedad Psicoanalítica de
Viena a las estrategias de memoria y enunciación sin las cuales serían
parcas anotaciones sin brillo; esta indagación histórica que tan clara-
mente ha iluminado la posible razón de la existencia de las actas, al-
gún fundamento de su olvido y ciertas particularidades de las enuncia-
ciones que las han creado; sus páginas nos han demostrado que esos
debates eran el envés de la creación de un sujeto discursivo que otros
han descrito como la aparición espontánea de un habla más sincera
e inquieta; habrá que ver si estas elucubraciones un tanto pretencio-
sas, si estos análisis soportan el contraste con otras fuentes, si logran
resistir el peso de la crítica, si permiten, al fin y al cabo, brindar sobre
las producciones discursivas en cuestión una mejor luz. Pero nada de

207
Mauro Vallejo

ello justifica que de improviso, aprovechando el margen de credibi-


lidad que se le ha otorgado hasta aquí –y para el cual su problemáti-
ca retórica no ha sido un obstáculo fácil–, se quiera dar un salto que
nada había anunciado.
A esa objeción no podemos más que responder tranquilizando al
acomplejado lector. El fin de las páginas que siguen es analizar nume-
rosos enunciados recogidos en las actas, los cuales serán agrupados en
base a las temáticas acerca de las cuales hablan. En tal sentido, el pre-
sente capítulo retoma algunas de las consideraciones adelantadas en
el escrito introductorio, sobre todo las referidas a las herramientas con
las cuales proceder para la individualización de un discurso. No obs-
tante, cabe aclarar, en parte para sosiego de nuestro crítico observa-
dor, que nos limitaremos obviamente a los fragmentos de las reunio-
nes de la Sociedad de Viena, por lo cual no haremos inmediatamen-
te extensivas nuestras conclusiones a la totalidad del saber psicoanalí-
tico. Ello requeriría una labor ulterior y más compleja, consistente en
la búsqueda de homologías y equivalencias entre los enunciados de las
actas y los decires de otras producciones psicoanalíticas. Tal y como
lo hicimos en nuestro intento por definir el locus de enunciación que
se delineaba en los concisos registros de los debates de los miércoles,
aquí también someteremos a indagación solamente los discursos de
los psicoanalistas vieneses. Al igual que cuanto sucedió en ese desig-
nio, también en esta oportunidad sospechamos que nuestras conjetu-
ras podrían hallar un justo eco en regularidades más amplias del saber
psicoanalítico. Pero un apoyo firme para una tal suposición implicaría
una labor que excede los límites de nuestra actual empresa.
Realizaremos entonces un recorrido por las aserciones más desta-
cadas acerca de cada una de las temáticas a discutir. Caeremos, es cier-
to, en la tentación conjurada al comienzo, pues optaremos por citas
textuales de los debates. Ello responde menos a la fascinación por la
extrañeza que despiertan esas palabras, que a la fidelidad a los enun-
ciados realmente acaecidos. Tal cautela parezca quizá excesiva, pero
consideramos que es por momentos necesaria, máxime cuando se tra-
ta de problemáticas que han sido sometidas hasta ahora a una lectura
metafórica o a un craso silenciamiento. Sólo a través de una atención
a su preciso decir, es posible reestablecer el objeto y referente de los
enunciados en juego, los cuales, de lo contrario, podrán pasar por ino-
centes anticipos o preludios de verdades luego pulidas. Por otro lado,
será evidente que no restringiremos nuestra mira a una abstracta lite-
ralidad, pues intentaremos defender la hipótesis según la cual la suer-
te de regularidad que gobierna el heteróclito conjunto de esos discur-

208
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

sos, se devela a través de un objeto que tal vez nunca fue expresamen-
te nominado en ellos; y aquella encuentra su secreto en unas prácticas
y estrategias que están por fuera de esos doctos debates.
Este escrito estará integrado por concisos análisis de una serie de
asuntos que supieron despertar en los psicoanalistas vieneses el apre-
mio por cernir una verdad. ¿Por qué estas problemáticas y no otras?
¿Nuestra elección está acaso guiada por la pesquisa de los instantes en
que el discurso psicoanalítico se internó en zonas que luego abando-
naría casi con vergüenza? ¿Se trata de revisar los enunciados en que
vemos que un pensamiento se aventuraba en lindes a las que rápida-
mente daba la espalda, advertido de su imposibilidad de mirarlas de
frente, debido ya sea a sus miopes herramientas, ya a la complejidad
que allí intuía? ¿O estamos nuevamente a punto de ver iniciarse esa
forma tan perimida de la crítica, consistente en buscar en ese pasado
deslucido las frases mal hechas, los discursos torpemente construidos,
las conciencias tan incautas?
Es, por supuesto, casi innecesario volver a repetirlo: no es ello lo
que está en juego. Pero, ¿cómo justificar entonces el armado de una
serie a partir de elementos dispares? ¿Cómo dar cuenta de un gesto al
parecer tan irritante, que reunirá en una sola secuencia la filogenia, el
incesto, la educación sexual y la degeneración? Intentaremos buscar,
tras unos enunciados divergentes, la regularidad que explique la razón
por la cual esos decires vinieron a ocupar un sitio muy preciso en el
discurso psicoanalítico. Esa suerte de legalidad –y debemos aprehen-
derla en el envés de esas voces, pero también en su superficie, y en la
fuente que las hizo posibles y necesarias– explicará no sólo la confor-
mación de la serie, sino también la forma en que las líneas dispersas
pueden confluir. Dicha regularidad nos permitirá postular que la for-
mación discursiva de las cual nos ocupamos puede nominarse, más
que por la sumatoria de sus objetos de saber, por aquello que hacía
posible que problematizara ciertos objetos. En tal sentido, nuestro re-
corrido tendrá como saldo, por un lado, la demarcación del centro al-
rededor del cual giran tantos enunciados, y por otro, el postulado de
la inscripción estratégica del saber psicoanalítico. La inserción de ese
discurso en el seno de una coyuntura estratégica muy precisa permiti-
rá comprender el fundamento del núcleo vacío que los siguientes de-
cires contornean: el asunto de la transmisión generacional. Esta última,
tal y como veremos hacia el final del presente capítulo, será utilizada
por nosotros de modo tal de postular el rol que el discurso del psicoa-
nálisis cumplió en relación a uno de los mecanismos de aquello que
Michel Foucault nombrara como la regulación biopolítica.

209
Mauro Vallejo

I. Sapiens, olfateos, pelitos y buscadores de novias.


La filogenia en la Sociedad Psicoanalítica de Viena
La primera problemática concierne a las variadas formas en que los
participantes de estos debates han planteado sus pareceres e investiga-
ciones acerca de la filogenia. Es cierto que exceptuando una presenta-
ción de Fritz Wittels a la cual ya nos hemos referido, los argumentos
filogenéticos no ocuparon un lugar considerable en las reuniones. Es
decir, no era un asunto que figurase entre los tópicos de las presenta-
ciones, ni son demasiado numerosas las menciones que a dicha temá-
tica se dedicaron. No obstante, vale resaltar que en distintas oportuni-
dades los analistas en cuestión apelaron a ese tipo de argumentos. El
fin de este apartado será brindar un bosquejo de esos desarrollos.
Desde muy temprano, durante la primera reunión de la cual se con-
servan actas, aparece la alusión al pasado de la especie humana. En
sus observaciones al trabajo de Rank, Federn manifiesta que haría fal-
ta complementar el análisis del incesto a través del estudio de su desa-
rrollo filogenético. Luego agrega que “...la prohibición del incesto fue
consecuencia de la evolución de la célula familiar”.1 Unos meses des-
pués, Max Kahane cierra el debate con la primera mención que a la
ley biogenética fundamental de Ernst Haeckel hallamos en las actas.
Tal y como es sabido, dicha ley postula que el desarrollo ontogenéti-
co repite o recapitula los avatares de la filogenia. En términos de Ka-
hane, “En su desarrollo psíquico, todo individuo debe atravesar todas
las etapas del desarrollo de la especie entera”.2
“La posición natural de las mujeres” es el título de la polémica pre-
sentación de Fritz Wittels del 11 de marzo de 1908, a la cual hemos he-
cho ya una breve mención en el capítulo segundo. Las actas dan cuen-
ta del hecho de que el orador, refiriéndose a la menstruación, adopta
un punto de vista “...genealógico–biológico–darwiniano (...) y esbo-
za la historia evolutiva de la humanidad, cuyo origen ha sido situado
en la era glacial”.3. Declara luego que la carencia de una periodicidad
estricta y una falta de subordinación a la procreación son los dos atri-
butos de la sexualidad humana que la diferencian de la animal. Uno

1. Minutes I, página 9.
2. Minutes I, página 152; hemos optado por una traducción que no es literal, ba-
sándonos en las versiones castellana y francesa de las palabras de Kahane. Furt-
muller volverá a defender la mentada ley en la discusión del 15 de diciembre
de 1909 (cf. Minutes II, página 355), y Stekel en su presentación del 2 de no-
viembre de 1910 (cf. Minutes III, página 45).
3. Minutes I, página 348.

210
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

de los propósitos esenciales de la primera es la obtención de placer,


para cuyo logro, agrega Wittels, son necesarias ciertas condiciones, las
cuales “...sólo existieron en el período terciario”.4 De esa forma se está
refiriendo a una presunta época paradisíaca actualmente perimida. A
continuación, afirma:

“Otras importantes características del proceso de hominización se


relacionan con la vida amorosa; por ejemplo, la postura erecta del
hombre, que puede haber tenido su origen en un mero acto de ex-
hibicionismo primitivo, a saber, que el individuo está dispuesto a
tener relaciones sexuales. El problema de la desnudez, que hasta el
momento no ha sido resuelto, tal vez podría explicarse por la in-
tensidad de los sentimientos sexuales en el período en que el hom-
bre comenzó a evolucionar; el hombre puede haberse despojado
de su pelambre para poder abrazar con más ardor. La evolución de
la humanidad, por consiguiente, sería en parte mérito de la mu-
jer (hazaña ciertamente pasiva, porque le bastaba con ser mujer).
Pronto, no obstante, la fecundidad se convirtió en un impedimen-
to, ya que ocasionaba una pérdida de tiempo que debía restársele
al goce del amor”.5

De tal hecho se desprendieron las tempranas sublimaciones, sien-


do la maternidad el sustituto generado por el lado femenino, y el len-
guaje o el erotismo el correspondiente al lado masculino. Según Wit-
tels, los infortunios ligados a las glaciaciones habrían sido en gran par-
te los responsables de estas modificaciones.
En el transcurso de la discusión, Isidor Sadger y Eduard Hitschmann
fueron los únicos participantes en rechazar las propuestas de Wittels.
Por su parte, Adler elevó asimismo varias objeciones, en tanto que A.
Deutsch consideró verosímiles las disquisiciones sobre la desnudez.
Por otro lado, Freud expresó

“...el placer que le ha causado la conferencia, la cual lo ha diverti-


do y estimulado. Se trata, por supuesto, de una fantasía; pero los
lineamientos que acostumbramos seguir en la ciencia se extienden

4. Minutes I, página 348; hemos comparado con la versión francesa, y es claro


que la traducción castellana de ese pasaje es incorrecta.
5. Minutes I, pp. 348–349; hemos citado la traducción castellana (página 353). Ya
hemos dicho que muchas de estas tesis serán retomadas, a veces literalmente,
tanto por Ferenczi como por Freud, principalmente en su escrito metapsico-
lógico enviado a su colega húngaro.

211
Mauro Vallejo

aquí en la dirección correcta. Algunos puntos merecen ser conside-


rados como ajenos a la fantasía; por ejemplo, la idea según la cual
la evolución de la humanidad debe haber tenido lugar durante un
período de abundancia en el cual la libido estaba libre de trabas;
también la idea según la cual el hombre comenzó en ese entonces
a practicar las perversiones”.6

El 10 de marzo de 1909, Freud alude nuevamente a los aconte-


cimientos de la filogenia, afirmando que la evolución de la humani-
dad puede caracterizarse desde el punto de vista psicológico a través
de dos elementos: una ampliación de la conciencia y al mismo tiem-
po un avance de la represión7. A continuación, hacia el final de la pri-
mer jornada dedicada a la discusión sobre su trabajo concerniente a
la elección de objeto en el hombre, Freud declara que existe “...un as-
pecto biológico, que concierne a las fantasías de incesto; esto es, que
en estas fantasías perdura la antigua endogamia familiar; en determi-
nado momento, ella fue ciertamente real, y por ende constituye un
rasgo arcaico de los neuróticos”.8
Esta última afirmación se liga a las ulteriores producciones freudia-
nas en las cuales el creador de la disciplina vinculará la existencia de las
fantasías universales a ciertos acaeceres de las generaciones pasadas. De
la misma forma, la siguiente mención a la filogenia anticipa una célebre
nota al pie ubicada en el ensayo “El malestar en la cultura”; durante la
jornada del 17 de noviembre de 1909, Freud afirmará que

“...no existe ninguna represión que no tenga un núcleo orgánico;


esta represión orgánica consiste en la sustitución de sensaciones dis-
placenteras por otras que produzcan placer. Probablemente el dis-
tanciamiento del hombre en relación al suelo sea una de las con-
diciones básicas para una neurosis; el sentido olfativo es propenso,
como consecuencia de este distanciamiento, a generar represión, en
tanto que ha devenido inútil. La represión de tendencias coprófi-
las comienza de la misma forma: cuanto más crece el niño, más se
distancia del suelo. En esta represión orgánica los factores psíqui-
cos aún no desempeñan ningún papel. Caracterizamos como un
sector de la civilización a esta represión de sensaciones placenteras
[y su transformación] en displacenteras”.9

6. Minutes I, página 351.


7. Cf. Minutes II, página 174.
8. Minutes II, pp. 248–249.
9. Minutes II, página 323.

212
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

En tanto que el fragmento anterior no permite discriminar clara-


mente si se está refiriendo a la ontogenia exclusivamente, o si tam-
bién está implicada la filogenia, cabe recordar que las previas mencio-
nes freudianas al asunto, así como las subsiguientes, no dejan margen
de duda, pues los avatares de la especie constituyen el meollo de di-
cha problematización.10
La ulterior aparición de la filogenia corresponde también a un decir
de Freud, de febrero de 1911. En tal oportunidad sostiene que la esen-
cia de la civilización consiste en el precipitado de las represiones acae-
cidas en las generaciones pasadas. En tal sentido, agrega que al indivi-
duo se le exige la efectuación de todas las represiones llevadas a cabo
antes que él, sentencia que de alguna forma adscribe a la ley de Haec-
kel ya referida11. En noviembre del mismo año, en una discusión acer-
ca de la temporalidad del inconsciente, Spielrein referirá que la razón
por la cual las experiencias de la infancia son tan importantes y des-
piertan tantos complejos reside en el hecho de que ellas “...siguen ca-
minos establecidos filogenéticamente, tal y como lo demuestran los
juegos de los niños (Groos), las perversiones (inversión, bisexualidad),
las teorías sexuales infantiles, y la regresión que a tales ideas se pro-
duce en la demencia precoz”.12 A tal evidencia cabría añadir, prosigue
Spielrein, el proceder de la sublimación, en la cual el deseo actual es
transformado en uno filogenético. Estas disquisiciones son apoyadas
por Rosenstein durante el mismo debate. Por su parte Freud interven-
drá a través de un argumento que luego veremos repetirse en su obra
escrita: respecto de la posibilidad de conjeturar la existencia de conte-
nidos mnémicos transmitidos por la filogenia, sólo cabe aceptarla una
vez que dichos contenidos demostraron ser irreductibles al análisis psí-
quico13. En consonancia con esta aserción, Freud dirá, en el transcur-
so de uno de los debates dedicados a la masturbación el 24 de enero
de 1912, que algunas evidencias permitirán demostrar si el miedo a la
castración corresponde a vivencias infantiles individuales, o si “...en
10. Freud ya se había referido al sentido de la olfación en sus cartas al Fliess de los
días 11 de enero de 1897 y 14 de noviembre del mismo año. Volverá extensa-
mente a ello en una nota al ensayo de 1930 (cf. Sigmund Freud, “El malestar
en la cultura”, AE, XXI, página 97 n.). Frank Sulloway ha realizado un brillan-
te estudio al respecto (cf. Freud, biologist of the mind, op. cit., pp. 198–204).
11. Cf. Minutes III, pp. 171–172. Freud retornará a ello en varias oportunidades.
Señalemos sólo una que es cronológicamente muy cercana: en una carta escri-
ta pocos días después, comparte con Jung el mismo razonamiento (cf. Freud/
Jung, página 465).
12. Minutes III, página 302.
13. Cf. Minutes III, página 307.

213
Mauro Vallejo

aras de una completa comprensión del mismo deberíamos remontar-


nos a las viejas tradiciones de la humanidad”.14
Unos meses antes, Hans Sachs había ofrecido algunas considera-
ciones acerca de la relación del hombre con la Naturaleza. La personi-
ficación de lo natural que los pueblos primitivos producen a través de
los mitos sería un efecto de la proyección y fragmentación del yo, es
decir, de procesos que se presentan también en la esquizofrenia. Por
tal motivo, el orador cree justificado entender a esta última como “...
un marcado retorno a un estado que fue en otro momento necesario
y esencial en el desarrollo de la especie humana, y por lo tanto se nos
presenta como el resultado de una regresión”.15
Ulteriormente encontramos una muy curiosa explicación acerca de
la razón por la cual los hombres conseguirían novias durante sus via-
jes a otra tierras. El 6 de marzo de 1912 von Winterstein realizó una
presentación sobre el “psicoanálisis del viajar”, en cuyo debate partici-
pó Freud con la siguiente sentencia:

“Viajar con el objetivo de hallar novia puede ser explicado en tér-


minos de la temprana historia del hombre, apelando a la costumbre
mediante la cual el padre expulsaba a sus hijos cuando éstos alcan-
zaban la adultez; y ellos, entonces, se hacían de una novia en tierras
extrañas, y a través de ellas, también de un reino. Los cuentos de ha-
das en los cuales un príncipe extranjero llega a un país y allí desposa
a la princesa, parecen repetir esas condiciones primigenias”.16

Unas semanas después, luego de una ponencia de Tausk, Freud se


detiene en la bipartición entre instintos del yo y los sexuales, señalan-
do en cuán íntima relación se encuentran unos y otros. En consonan-
cia con ello, afirma: “Uno puede expresar esta antítesis entre ambos
grupos de instintos en términos históricos: todo lo que actualmente
es un conflicto interno fue una vez un conflicto externo. Si hoy en
día el yo se defiende contra la sexualidad, esta barrera fue transforma-
da una vez, pasando de ser externa a convertirse en interna”.17 A con-
tinuación de dichas palabras, Freud alude a los desarrollos de Wittels

14. Minutes IV, página 24. Efectivamente, el 20 de marzo de 1912, Victor Tasuk
sostiene que la fantasía de castración estaría determinada filogenéticamente
(cf. Minutes IV, página 80). Freud estaría aludiendo a la misma tesis en su in-
tervención del 7 de mayo del siguiente año (cf. Minutes IV, página 196).
15. Minutes III, página 349.
16. Minutes IV, página 67.
17. Minutes IV, página 85. En unas notas tomadas el 31 de diciembre de 1911,
Freud escribió: “Todos los impedimentos internos fueron anteriormente re-

214
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

acerca del período paradisíaco de la humanidad. Agrega que Ferenczi,


en una conversación, habría postulado el reemplazo de dicha época
por la era glacial, una de cuyas consecuencias habría sido la escasez de
alimentos, generando de tal modo la necesidad de restringir los im-
pulsos libidinales. En realidad, hemos visto que el propio Wittels ha-
bía hecho alusión a las glaciaciones en su conferencia pronunciada en
la Sociedad Psicoanalítica de Viena. En tal sentido, prosigue Freud:
“Ontogenéticamente, el individuo repite este destino; en la constitu-
ción presente y en la tendencia hacia la represión, ese destino de la li-
bido ha sido preservado”.18
El 6 de noviembre de 1912 Isidor Sadger realizó una presentación
acerca del sadomasoquismo, la cual no está consignada en las actas.
Sin embargo, los editores informan que en el transcurso de la misma
el orador adelantó una tesis según la cual la existencia del himen en la
mujer se debe a que durante épocas remotas las hembras pertenecien-
tes a especies antropoides perseguían el objetivo de que el macho les
infligiese dolor durante el acto sexual, de forma tal de acrecentar el pla-
cer19. Unos dos años más tarde, durante unos debates sobre el comple-
jo de Edipo, se discutió acerca de aquello que los niños hacen con los
conocimientos que adquieren de la sexualidad. A su turno, Otto Rank
observa que “Tal vez sea cierto también que el niño debe atravesar los
mitos filogenéticos de la procreación y el nacimiento”.20
Por último, cabe mencionar las minutas conservadas de la reunión
en que Sigmund Freud presentó una versión preliminar de su texto
acerca del “Hombre de los lobos”, el cual sería publicado tres años
más tarde, en 1918. Las actas no registran el trabajo en cuestión, sino
simplemente la discusión por él desencadenada. Esta última estuvo en
gran medida atravesada por un debate sobre las fantasías presuntamen-
te universales, transmisibles hereditariamente. Aunque no se hace prác-
ticamente mención explícita a la filogenia, podemos conjeturar, tanto
por el contenido de las intervenciones como a partir de los fragmen-
tos del texto freudiano de 1918 que versan sobre el tópico bajo discu-
sión, que efectivamente se trataba de ella. La voz de Tausk, amparada
por un tibio apoyo por parte de Friedjung, se alza como la única ob-
jeción a la veracidad de la tesis de las fantasías primordiales (de esce-
na primaria, seducción y castración) sugerida por Freud, según quien

sistencias exteriores – Explicación filogenética de la represión”. (citado en Ilse


Grubrich–Simitis, Freud: retour aux manuscrits, op. cit., página 118).
18. Minutes IV, página 86.
19. Cf. Minutes IV, página 116 n.
20. Minutes IV, página 262.

215
Mauro Vallejo

esos contenidos serían el precipitado de avatares realmente vivencia-


dos por los antepasados del hombre actual21. Tausk argumenta que es
dudoso que “...una fantasía tan compleja sea algo heredado. (...) Para
una comprensión de estas fantasías, no es necesario ir más allá de la
ontogénesis”.22 Tanto Federn como Hitschmann y Sachs intentarán
responder a Tausk, resaltando que la herencia muchas veces se encar-
ga de la transmisión de contenidos muy específicos. No obstante, nos
interesa fundamentalmente la forma en que el propio orador contesta
a la observación esgrimida por Tausk, pues vemos allí una vacilación
de Freud por defender el punto de vista en cuestión:

“El Profesor Freud comenta que Tausk, a pesar de que constituye


un exponente de la visión psicoanalítica que hemos sostenido hasta
ahora, se encuentra de todos modos luchando por una causa perdi-
da: en el dominio del simbolismo, hace tiempo que se ha tomado
una decisión favorable a las fantasías primordiales. Sin embargo, él
[Freud] jamás buscó abogar por el punto de vista que plantea que las
fantasías son heredadas como tales, es decir como complejos”.23

En conclusión, cabe aseverar que las tesis filogenéticas aparecieron


en distintos momentos de los debates vieneses, y en alusión o a propó-
sito de temáticas muy diversas. Las apelaciones a tales argumentos no
se restringen a lo que ulteriormente se definió en términos de fanta-
sías universales. El otro rasgo a resaltar reside en la fuerte implicación
de Freud al respecto. Casi la mitad de las referencias a la filogenia co-
rresponden a aserciones de Freud24. Si bien sería posible establecer una
relación de duplicación o anticipación entre los enunciados de Freud
registrados en las actas y algunos fragmentos de su obra publicada, ello
excede los intereses de la actual empresa. Bástanos en tal sentido con
recordar los trabajos de Lucille Ritvo y Frank Sulloway, pues ambas
investigaciones han demostrado ya la fuerte presencia de esa modali-
dad de argumentos e hipótesis en los escritos freudianos.25

21. Tal y como es sabido, Freud defiende su hipótesis tanto en el texto de 1918
(cf. Sigmund Freud, “De la historia de una neurosis infantil”, AE, XVII, pági-
na 89) como en la conferencia número veintitrés (cf. “Los caminos de la for-
mación de síntoma. Conferencias de introducción al psicoanálisis. Conferen-
cia 23a”, A.E., XVI, página 338) y en “Moisés y la religión monoteísta” (cf. AE,
XXIII, pp. 95–97).
22. Minutes IV, página 286.
23. Minutes IV, página 287.
24. Véase infra, Apéndice C.
25. Cf. Frank Sulloway, Freud, biologist of the mind, op. cit.; Lucille Ritvo, Darwin’s

216
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

II. Un lugar para el incesto: de las imaginaciones


peligrosas a la lozanía de la raza
Un lector desprevenido, quizá aficionado a los abordajes seriales,
tal vez propenso a los números, no dejaría de plantear una pregun-
ta muy simple, posiblemente la más estricta: ¿Por qué tantas mencio-
nes al incesto durante unas discusiones entre psicoanalistas? ¿Qué ra-
zón lograría explicar esa suerte de obsesión por aquello que desgarra
la paz familiar, por ese fenómeno que hace del hogar una hoguera de
placeres prohibidos?
Estaríamos ahora ante un decir que no merece quizá un señalamien-
to tan minucioso, puesto que la existencia de las fantasías incestuosas fue
uno de los conceptos más tempranos y repetidos de la tradición freudia-
na. Esa advertencia, no obstante, no alcanza para brindar la razón de la
alta frecuencia con que lo incestuoso devino preocupación durante esas
discusiones, ni mucho menos para delinear qué objeto se construía me-
diante esos enunciados. Un examen atento de las múltiples alusiones al
incesto en las Actas de la Sociedad Psicoanalítica de Viena nos demostra-
ría que cuatro fueron las temáticas en derredor de las cuales esas referen-
cias se efectuaban. En primera instancia, la mayoría de las veces se trata-
ba de resaltar la aparición de impulsos o deseos de contenido incestuoso
en los seres humanos, ya sea de casos clínicos presentados en las reunio-
nes o de las personas en general. En segundo lugar, tenemos las ocasio-
nes en que se ponía el énfasis en el descubrimiento o estudio de actos
sexuales realmente sucedidos entre personas unidas por vínculo sanguí-
neo. Por otro lado, en reiteradas oportunidades se procedía a una descrip-

influence on Freud. A tale of two sciences, Yale University Press, New Haven, 1990.
Esta última obra no agrega quizá demasiado a las evidencias aportadas por
Sulloway respecto de la relevancia de las influencias darwinianas en el pen-
samiento de Freud. Pero sí esclarece las distinciones a establecer entre aquello
que es imputable a Darwin de aquello que cabe poner a cuenta de Lamarck.
En tal sentido, demuestra que la tesis de la herencia de los caracteres adquiri-
dos, de esencial importancia en los libros de Freud, era asociada por él con
Darwin y no con Lamarck –por otro lado, estaba en lo cierto al proceder de
ese modo. En efecto, las pocas alusiones del médico vienés a los aportes de
Lamarck aluden sobre todo al lugar central representado en dicha teoría por
el “deseo” de cambiar experimentado por un organismo. Esto último es par-
ticularmente claro en las cartas que dirigió a Abraham los días 5 de octubre
y 11 de noviembre de 1917. De todas formas, al leer de ese modo a Lamarck,
Freud cometía un error muy extendido (cf. Robert Richards, Darwin and the
emergence of evolutionary theories of mind and behavior, The University of Chica-
go Press, Chicago and London, 1987, pp. 47ss.).

217
Mauro Vallejo

ción de la importancia que actos o tendencias incestuosas pudieron ha-


ber desempeñado en la vida y obra de ciertos creadores artísticos, princi-
palmente escritores. Por último, veremos que esta problematización de
lo incestuoso se ligará a ciertas aseveraciones sobre la raza.
Podemos tomar, a modo de introducción a nuestro asunto, las in-
tervenciones de algunos analistas durante la tercera de las reuniones
registradas luego del comienzo de las actas, las cuales –y es válido re-
cordarlo– se inician con tres veladas consecutivas dedicadas a la dis-
cusión de los trabajos de Rank sobre el incesto. Por ejemplo, el 24 de
octubre de 1906 Hitschmann declara que

“...el incesto en sí no debería ser considerado como algo tan impor-


tante; debería ser tomado simplemente como un fenómeno que
forma parte de la totalidad de las necesidades sexuales. La libido
trata de encontrar satisfacción a través de la vía que presenta me-
nos resistencias: el hijo, por ejemplo, desea a la madre porque ella
representa la vagina que está más a su alcance, o debido a que ella
es la primera mujer que ha conocido, etc.; y lo mismo sucede con
las relaciones sexuales con la sirvienta, en tanto que ella también
cumple con la condición de la cercanía de la vagina”.26

Durante la misma jornada, Federn tomó la palabra para observar


que “...en nuestros días casi nunca ocurre el incesto con la madre, y
con la hermana es muy raro. Hablando en términos generales, en la
actualidad los impulsos incestuosos no están ya sometidos a la repre-
sión; o bien ni siquiera aparecen, o bien han sido abortados, por así
decirlo. (...) Federn agrega que probablemente el incesto ocurría rara-
mente en los comienzos del desarrollo cultural, y muy probablemen-
te apareció sólo con los inicios del individualismo. El incesto no exis-
te en el mundo vegetal, ni tiene lugar en el reino animal”.27. A su tur-
no, Kahane sugerirá una consideración de los factores socio–econó-
micos, pues es probable que durante la vida nómade el afán de pre-
servar la cohesión del rebaño haya sido la causa de la existencia del
incesto, recurso que devino innecesario tras el paso a la agricultura28.
Hacia el final, Rank se mostrará de acuerdo con las tesis adelantadas
por Hitschmann.
Ante enunciados tan dispares, ante la evidencia de la distancia que
separa cada una de las oraciones que se vierten sobre el asunto, resulta

26. Minutes I, página 22.


27. Minutes I, pp. 24–25.
28. Cf. Minutes I, página 26.

218
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

justo alzar el interrogante acerca de la regularidad que soporta esa di-


ferencia. Es decir, más que medir cuán extraviado puede ser tal o cual
decir, en vez de sopesar qué divergencias existían entre las opiniones
sobre un mismo problema, es necesario antes bien demostrar aquello
que hacía decibles esos enunciados, hay que reconstruir el espacio que
reclamaba ese intercambio de pareceres. En tal sentido podemos pro-
ceder relacionando este intento por cernir la función del incesto con
otras dos temáticas que, en el seno de este designio, servirían para acla-
rar la legalidad que prescribía la posibilidad de estos pensamientos. Lo
haremos a través del puente que en sendas oportunidades se establece
entre puntos que sólo esa regularidad permite entrecruzar.
En primer lugar, en una intervención de Stekel del 12 de mayo de
1909 encontramos la puesta en relación del incesto con la educación
sexual, la raza y los conflictos familiares, –y tendremos ocasión de vol-
ver detenidamente sobre cada uno de tales tópicos. En efecto, el pro-
lífico psicoanalista afirma que

“...los niños no quieren obtener información de los adultos: ser in-


formados por los adultos constituye un trauma para los niños; es
tan imposible en el hogar como en la escuela. La mejor educación
sexual es en efecto la que se realiza por vía del trauma; Stekel sabe
de casos en los cuales los traumas previnieron neurosis. La mejor
educación sexual es la que proporcionan otros niños. El proble-
ma es cómo protegemos a los niños de los pensamientos incestuo-
sos, los cuales constituyen la causa fundamental de la neurosis. Si
supiésemos la respuesta a esa pregunta, posiblemente podríamos
brindar un servicio a la humanidad”.29

En esas palabras, en la aparente confusión que traslucen, en el torren-


toso desorden de la secuencia de sus problemas, queda ejemplarmente
señalada la pista que habremos de seguir, cuya reconstrucción podría ser
establecida a partir de tantas otras intervenciones. Dicen, en una inge-
nuidad pocas veces repetida, los cuadrantes de un espacio en cuyo sue-
lo se despliegan las batallas discursivas que estamos describiendo.
En segundo lugar, podemos trasladarnos hacia una ulterior presen-
tación de Tausk referida al problema del padre, producida el 12 de mar-
zo de 1913. En tanto que el enunciado de Stekel recién citado anuncia
los temas que serán desarrollados a lo largo del presente capítulo, el
de Tausk nos envía, incesto mediante, a otra temática que pasaremos
a comentar inmediatamente. De hecho, vemos aquí la reunión de una

29. Minutes II, página 232.

219
Mauro Vallejo

serie de desvelos que las infinitas discusiones sobre el incesto y la mas-


turbación no hacían otra cosa que recubrir y preludiar a la vez.
Luego de algunas consideraciones generales sobre el matriarcado
tal y como es planteado por Johann Jakob Bachofen, y acerca del pa-
triarcado romano, Tausk se detiene en la dimensión biológica del in-
cesto. “Desde el punto de vista de la biología, parece haber prevale-
cido la opinión de que el incesto es destructivo para la especie. Pero
incluso aunque ello no sea así, con la separación de pequeñas pobla-
ciones y la discontinuidad del celo, la prohibición del incesto devino
necesaria”30. Durante la discusión, el asunto del daño a la salud de la
especie se convirtió en el centro de atención. Sachs opina que todavía
no ha sido definitivamente establecido el posible menoscabo a la mis-
ma como efecto de las uniones consaguíneas, parecer que es compar-
tido por Rank. Por su parte, Federn cree que ese daño ha sido ya de-
mostrado; en tanto que Rosenstein considera correcto apelar a moti-
vos biológicos para explicar la barrera del incesto. La última declara-
ción pertenece a Freud, quien asevera que nada puede decirse sobre el
origen de la prohibición del incesto. Luego agrega que

“La explicación biológica es insostenible. Pero aunque tuviésemos


que aceptar su validez, tendríamos todavía que demostrar cómo la
tendencia biológica se hizo valer en psicología. En flagrante con-
traste con el postulado de un efecto degenerativo del incesto, exis-
te el hecho de que éste fue ley y sagrado privilegio entre los pue-
blos más civilizados”.31

Lo más importante a resaltar es que ya en la presentación de Tausk


se hacía presente una preocupación acerca de la raza, enunciada bajo un
modo que ya había tenido una larga tradición en el seno de estas vela-
das. En efecto, hacia el final de su texto, el orador se refirió a la “...dis-
posición de los judíos para la neurosis”.32 ¿Qué quiere decir esta elucu-
bración sobre la facilidad con que los miembros del pueblo judaico se
verían expuestos a los trastornos neuróticos? La trascripción de la po-
nencia de Tausk no permite aseverarlo con seguridad, pero sí podemos
dirigirnos a otros momentos en que esa tesis circuló entre los integran-
tes de la Sociedad Psicoanalítica de Viena. Isidor Sadger, en unas pala-
bras proferidas el 5 de diciembre de 1906, hacía tempranamente alusión
a “...la generalizada aparición de nerviosismo (especialmente bajo la for-

30. Minutes IV, página 177.


31. Minutes IV, página 180.
32. Minutes IV, página 178.

220
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

ma de neurosis obsesiva e histeria) entre los judíos polacos”.33. Asimis-


mo, las actas declaran que la “mayoría de los particpantes”, Sadger entre
ellos, respondieron afirmativamente a la pregunta que Eitingon hiciera
en una reunión del 30 de enero de 1907 sobre la pertinencia de afirmar
que las neurosis son más frecuentes entre los judíos34. En el transcurso
de esa misma jornada, Stekel atribuirá la nerviosidad de los judíos ru-
sos a factores sociales35, en tanto que Sadger sugerirá que la asiduidad
con que caen en el trastorno obsesivo se liga a su tendencia a la “rumia-
ción”. Un año más tarde, y en referencia a las confesiones de Urbants-
chitsch ya analizadas en el segundo capítulo, Hitschmann declara que
este caso demuestra que el desarrollo temprano de una persona aria di-
fiere del correspondiente a una de origen judío36. En tal oportunidad,
Sadger asigna la disimilitud del desarrollo de los judíos a la sobreesti-
mación que en ellos se produce de la vida familiar.
Este periplo, cuyo cierre se ubica en la presentación de Tausk de
1913, es retomado el 11 de noviembre de 1908, durante una recensión
de un libro de Moll. En ella Sadger retorna a su hipótesis: “En algu-
nas razas (los judíos de Polonia y Rusia), casi todos los hombres son
histéricos”.37 En consonancia con ello, Hitschmann agrega que no sólo
las neurosis, psicosis y suicidios se dan con más frecuencia en los ju-
díos, sino que éstos tienen más experiencias sexuales que otros, y atri-
buyen a ellas más importancia; luego, Wittels se mostrará en discon-
formidad con ese parecer. Por último Federn, acordando con la idea
de la facilidad con que los judíos son presa de la neurosis, liga ese fe-
nómeno con el hecho de que en ese pueblo se presentan más común-
mente las condiciones necesarias de los trastornos neuróticos.
Es evidente que una toma en consideración del contexto textual
más amplio en que tales enunciados fueron vertidos, así como el se-
ñalamiento de la implicación de Sadger en los debates, podría con-
vencernos fácilmente de que esta preocupación por los judíos no es
sino un capítulo de las discusiones sobre la degeneración, acerca de la
cual luego nos explayaremos38. De todas formas, una temática no es

33. Minutes I, página 73. Algo similar dirá el 16 de octubre de 1907 (cf. Minutes I,
página 214).
34. Cf. Minutes I, página 94.
35. Cf. Minutes I, página 97.
36. Cf. Minutes I, página 283.
37. Minutes II, página 44.
38. Sander Gilman ha analizado en numerosos textos la relevancia y aceptación
de las cuales gozó una representación muy particular del “judío” en la cultura
y la medicina europeas entre los siglos XVIII y XX. De hecho, en varias publi-

221
Mauro Vallejo

completamente reductible a la otra. En tal sentido, cabía insertar aquí


este análisis sobre la raza durante las veladas de los psicoanalistas vie-
neses, pues la problematización de lo racial se encarnó en formas que
prescinden de los conceptos del heredo–degeneracionismo, y se cris-
talizó en disquisiciones que partían del incesto, la educación, los fac-
tores sociales, entre otros.
Tal y como anunciábamos brevemente en el capítulo primero, la
Sociedad Psicoanalítica de Viena no estuvo exenta de ciertos planteos
acerca del destino de la raza. Ello tuvo su punto máximo de exposi-
ción durante dos reuniones consecutivas de diciembre de 1908, entre
cuyos participantes se encontraba el filósofo austríaco Christian Frei-
her von Ehrenfels, proveniente de Praga. En la primera de ellas, desa-
rrollada el día 16, este invitado estuvo a cargo del comentario del ma-
nuscrito del polémico libro de Wittels El infortunio sexual, el cual sería
publicado un año más tarde. En dicho trabajo, el primer biógrafo de
Freud utilizaba los conceptos psicoanalíticos para abogar por una am-
plia reforma de la moral sexual, en cuyo centro se esgrimían los bene-
ficios de una mayor libertad en las conductas. Von Ehrenfels basó su
lectura en la puesta en segundo plano de la dimensión privilegiada por
Wittels, referida a las ventajas que tales medidas implicarían para la sa-
lud de los sujetos, con el objetivo de acentuar más bien la relevancia
de un segundo factor: la salud de la especie.

“El orador desearía responder (...) a partir de una perspectiva que


se desprende directamente de la ética darwiniana: también existe
la salud de la especie, la cual en muchas ocasiones entra en con-
flicto con la salud del individuo. Esta aparente paradoja se desva-
nece cuando también se toma en consideración la existencia de los
individuos futuros”.39

Por otra parte, el libertinaje explícitamente defendido por Wittels


sería contraproducente, puesto que él eliminaría en los hombres la pre-
ocupación por la progenie. Al respecto, el filósofo aduce que “...allí
caciones médicas y políticas se retrataba al judío como una persona muy pro-
pensa a la locura, portador de una sexualidad hiperintensa y presto siempre a
cometer actos incestuosos (véase por ejemplo Sander Gilman, The case of Sig-
mund Freud. Medicine and identity at the fin de siècle, op. cit.; “Anti–semitism and
the body in Psycho–analysis”, Social Research, Volume 57, 4, 1990, pp. 993–1017;
“Sibling incest, madness, and the “Jews””, Social Research, Volume 65, 2, 1998,
pp. 401–433). Véase asimismo Hannah Decker, Freud, Dora, and Vienna 1900,
The Free Press, New York, 1991, pp. 14–40.
39. Minutes II, pp. 83–84.

222
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

donde los hombres han sido concientes de esa necesidad de procrear,


los frutos han sido de la más alta calidad biológica”.40
Hacia el final de su intervención, von Ehrenfels justifica la existen-
cia de una pulsión cuyo objeto sería la producción de descendencia,
y se refiere brevemente al apremio por encarar una política tendien-
te a regular la procreación. “...la selección de los más valiosos puede
ser efectuada en cierta medida, aunque no por medio de una elección
conciente y deliberada. La selección de las personas con más valor pue-
de ser realizada de manera similar a la elegida por la naturaleza en la
evolución del animal al hombre; siempre habrá un cierto margen de
error”41. En el transcurso del debate, diversos miembros de la sociedad
acotaron algunos comentarios, y von Ehrenfels se refirió con más cla-
ridad aún a los componentes eugenésicos de su propuesta:

“Los individuos anormales en los cuales las capacidades intelectua-


les se desarrollan a expensas de la sexualidad, no pueden sobrevivir
en la lucha por la vida. Las formaciones anormales deben ser eli-
minadas. No es el genio quien debe reproducirse, sino una genera-
ción que desde el punto de vista psicológico se ubique ligeramen-
te por encima del promedio; de esta generación surgirán unos po-
cos individuos anormales (excepcionales). Ello podría lograrse por
medio de la gestación selectiva”.42

Lo más llamativo del asunto resida tal vez en la reacción de Freud,


ubicada a inmediata continuación de las últimas palabras citadas de
von Ehrenfels. Y de la respuesta de aquel merecen ser señaladas dos
cosas; en primer lugar, los pedidos que formula al orador, y en segun-
do, su aportación al debate. Respecto de la demanda de Freud al visi-
tante de Praga, las minutas registran que aquel le preguntó: “...¿estaría
dispuesto a decirnos algo acerca de sus propuestas positivas de reforma
el próximo miércoles, y a publicar su reseña del libro de Wittels?”43;
Ehrenfels acepta ambas invitaciones, y la próxima reunión será dedi-
cada a la discusión de una ponencia suya. En cuanto a la intervención
de Freud en el debate, dice que no tiene una posición personal sobre
los intentos de reforma, aunque sí manifiesta su desacuerdo con el pa-
recer de Wittels acerca de la sexualidad; más que abogar por un liber-
tinaje, el psicoanálisis busca, según Freud, liberar la sexualidad, pero

40. Minutes II, página 84.


41. Minutes II, página 87.
42. Minutes II, página 89.
43. Minutes II, página 89.

223
Mauro Vallejo

con el fin de que ésta no se convierta en la dueña del destino de los


hombres. De todas formas, asevera que no hay que creer que el liber-
tinaje acarrearía consecuencias tan nefastas como las descriptas por el
filósofo de Praga. “De hecho, la mejor forma de selección se alcanza-
ría otorgando el “libertinaje” a una generación, puesto que entonces
los individuos inferiores se eliminarían a sí mismos automáticamente
entregándose a un goce estéril del amor”44.
La velada del 23 de diciembre fue reservada para la presentación
de Ehrenfels, titulada “Programa de reforma de la procreación”. Luego
de algunas disquisiciones acerca de las desventajas que la monogamia
produce para el mejoramiento de la raza y la selección programada, el
orador se refiere al máximo peligro existente: la cultura china, más an-
tigua, presenta una superioridad constitucional atribuible a las condi-
ciones propicias de su selección; de no hacer nada, se corre el riesgo
de que dicha raza aniquile a la blanca. Los orientales habrían conser-
vado la necesidad consciente de procrear, que los occidentales descui-
dan. “Algunos otros de los efectos perjudiciales de la monogamia son:
no sólo atenúa el proceso de selección, y permite que individuos infe-
riores se procreen, sino que también provoca la contraselección”45. La
recepción de las ideas del invitado por parte de los miembros vieneses
no fue muy favorable; muchas objeciones y críticas, tanto metodoló-
gicas como de contenido, se hicieron oír. El último en tomar la pala-
bra fue Freud; afirmó que la disolución de la vida familiar difícilmen-
te colabore en una mejor selección, puesto que ella es precisamente
el fundamento de la necesidad de procrear: “Es a partir del deseo de
imitar al padre que en el niño se despierta el deseo de ser padre. Si no
hay padre, no existe tal deseo”.46

44. Minutes II, página 90.


45. Minutes II, pp. 94–95.
46. Minutes II, página 100. Poco después, Hitschmann señalaría las funestas conse-
cuencias que el uso de corset podría implicar para el futuro de la raza, lo cual
constituye la última aseveración sobre lo racial durante las veladas de los miér-
coles (cf. Minutes III, página 196). Por otro lado, vale recordar que von Ehren-
fels se había servido ya algunos años antes de ciertas ideas psicoanalíticas para
fundamentar sus afanes reformistas (cf. Hannah Decker, Freud in Germany, op.
cit., pp. 308ss.). Debemos tener presente, además, que en 1908 dos trabajos
de Freud habían aparecido en una publicación periódica inaugurada ese año
por el filósofo praguense (cf. Sander Gilman, “Freud and the sexologists”, en
Sander Gilman et al. (ed), Reading Freud’s reading, New York University Press,
New York, 1994, pp. 47–76; ver sobre todo pp. 62–66). Por último, en cuanto
concierne a las ideas de von Ehrenfels acerca del “peligro amarillo”, la refor-
ma sexual y la eugenesia, véase el excelente trabajo de Edward Ross Dickin-

224
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

Para concluir, cabe decir entonces que los enunciados acerca del
incesto condujeron al psicoanálisis no sólo a las disquisiciones acer-
ca de las fantasías incestuosas, tan conocidas y de rol tan fundamental
en el corpus psicoanalítico tradicional. Ellos también se ligaban estre-
chamente con asuntos referidos a la salud de la raza, respecto de los
cuales los psicoanalistas vieneses hicieron oír pareceres que claramen-
te hacen eco de tradiciones y movimientos por entonces en auge. No
obstante, ¿de qué sirve dar tanta relevancia a unas presentaciones tan
aisladas, tan justamente olvidadas? ¿A qué viene esa prolijidad en citar
fragmentos a través de los cuales pareciera sugerirse que no hay dife-
rencia alguna entre las medidas eugenésicas y las nociones psicoanalí-
ticas, o entre éstas y las consignas antisemitas? Esas coexistencias, esos
diálogos entre un discurso en construcción y lemas que unos años des-
pués, y en el mismo terreno austriaco, desembocarían en ese infierno
cuyo recuerdo Occidente aplaza, y que por ello no podemos olvidar;
esa fina convivencia de la teoría sobre lo inconsciente con los antici-
pos de aquello que se cristalizaría en la experiencia nazi, ¿devela aca-
so otra cosa que inocuos retrocesos de un movimiento que irrefrena-
blemente se dirigía hacia las antípodas del horror nazi? En efecto, esos
decires perdidos parecen comenzar un gesto vano y gratuito, pues in-
tentarían traicionar u objetar la evidencia que nadie puede descono-
cer: salvo contadas excepciones, el discurso psicoanalítico, tanto a ni-
vel de las prácticas a las que conducía como en las hipótesis que es-
grimía, no estableció para con las políticas eugenésicas o segregativas
otra relación que la distancia y la ruptura47.

son, “Sex, masculinity, and the “Yellow Peril”: Christian von Ehrenfels’ Pro-
gram for a revision of the European Sexual Order, 1902–1910”, German Stu-
dies Review, Volume 25, Nº 2, May 2002, pp. 255–284.
47. No es necesario, empero, negar cualquier resonancia o acercamiento entre la
disciplina psicoanalítica y la eugenesia. Se trata de un punto que no ha sido
aún suficientemente estudiado, pero las evidencias salen al paso de todo his-
toriador. Vale mencionar, por caso, el estudio de Saul Rosenszweig acerca del
viaje de Freud hacia tierras norteamericanas (cf. Freud, Jung and Hall the King–
maker: The Expedition to America 1909, Hogrefe & Huber, Seattle, 1992). Com-
parando el escrito freudiano de las cinco conferencias, con las crónicas perio-
dísticas que en su momento reflejaron su estadía en Worcester, el autor pudo
determinar diversas correcciones, modificaciones y supresiones que Freud in-
trodujo en el texto publicado: “The Worcester Sunday Telegram dejó constancia
de que, en la conferencia del sábado (la quinta), Freud habló acerca del “suici-
dio racial”, en términos de las diferencias de las tasas de fertilidad entre Orien-
te y Occidente, y de la devastación de la guerra que elimina la posibilidad de
convertirse en padres a los jóvenes más fuertes y brillantes, refiriéndose parti-

225
Mauro Vallejo

Por ende, no serían demasiado promisorios los intentos, ya fue-


re por plantear un parecido que sólo unas frases dispersas permitirían
sustentar, ya por negar una diferencia que sale al encuentro de la lec-
tura más despreocupada. Se trata, fundamentalmente, de fundar en
el furtivo espacio abierto por esas comparaciones, el punto de origen
de líneas divergentes. ¿Cómo sostener una disrupción si no es al am-
paro de un sitio que albergaba ese diálogo sincopado? ¿Qué regulari-
dad, qué objetivación común y dada por existente, permitía el enfren-
tamiento de pareceres tan disímiles?48

III. Educando a los niños


Al momento de comentar unas palabras de Stekel arriba citadas,
advertimos que las disquisiciones acerca del incesto conllevaron en di-
versas oportunidades planteos sobre la educación de los niños. Al igual
que la salud de la raza, la instrucción de la infancia ofició de reverso
de muchas de las aserciones acerca del incesto. Es lícito decir entones
que bajo la forma del hallazgo de los mecanismos pedagógicos ideales
con que obtener el esclarecimiento sexual, estos debates se han demo-
rado persistentemente en hallar enunciados con los cuales dar cuenta
de la formación y la educación de los pequeños49.
Por primera vez tras una presentación de Fritz Wittels sobre la en-
fermedad venérea, la preocupación sobre este tópico concernía al esta-
blecimiento de la posible utilidad de los datos sexuales en aras de pre-

cularmente a la pérdida de dos millones y medio de hombres en las guerras na-


poleónicas. Se ocupó también de la eugenesia como herramienta esencial para
el futuro de la sociedad. Estos dos aspectos de la sexualidad y la reproducción
fueron omitidos en las conferencias publicadas”. (citado en Jorge Baños Ore-
llana, El escritorio de Lacan, Oficio analítico, Buenos Aires, 1999, página 68).
48. Retomando los términos de La arqueología del saber, podríamos afirmar que
una de las particularidades más remarcables a tener en cuenta para individua-
lizar el discurso psicoanalítico debería residir en la descripción de los puntos de
incompatibilidad que en su seno se producían respecto del incesto (cf. Michel
Foucault, La arqueología del saber, op. cit., pp. 107–108). Para una empresa tal,
sería imprescindible realizar una indagación detallada de los primeros escritos
de Karl Abraham. Nos ocuparemos de ello en otro escrito, no incluido aquí.
49. Nuestro análisis se limita, por supuesto, a las discusiones de los miércoles.
Por consiguiente, no aborda la importancia que pudo tener el movimiento
de pedagogía psicoanalítica auspiciado por la Sociedad Psicoanalítica de Vie-
na (cf. Carol Ascher, “The force of ideas”, History and education, Volume 34,
N° 3, 2005, pp. 277–293).

226
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

venir el desencadenamiento de enfermedades neuróticas. De hecho,


el debate del 13 de noviembre de 1907 estuvo atravesado por distintas
posturas al respecto. Consecuentemente, un mes más tarde se destinó
una jornada a un intercambio sobre los “traumas sexuales y la educa-
ción sexual”. En su transcurso, tanto Federn como Hitschmann mani-
festaron su desacuerdo con la opinión de que el esclarecimiento pudie-
ra funcionar como factor preventivo de las neurosis y los traumas50; del
mismo parecer fue Karl Abraham, señalando que aquella nada puede
hacer cuando se está frente a un sistema constitucionalmente predis-
puesto a la enfermedad. Wittels se declaró partidario de que tal educa-
ción fuera llevada a cabo por otros niños y no por los mayores. A su
turno, Freud aseveró que “A pesar de todas las precauciones, se logrará
limitar la severidad de las neurosis, aunque no limitarlas por comple-
to, puesto que hay un número de individuos que, por razones cons-
titucionales, reaccionan de distintos modos. El esclarecimiento pue-
de sin duda lograr buenos resultados, pero no es una panacea”.51 En
el capítulo anterior hemos comentado ya esta reunión de la Sociedad
Psicoanalítica de Viena, y hemos dicho que hacia el final Rank se ex-
playó sobre las desventajas que una educación sexual podría tener so-
bre la futura raza de los hombres.
Un año más tarde, Freud se explayó aún con más claridad sobre la
educación sexual que debe brindarse a los niños:

“Se permite a los niños crecer en la ignorancia sexual; ya sea que


luego se los deje librados a sus propios recursos, ya que se los edu-
que, no hace ninguna diferencia; ambas alternativas son igualmen-
te perjudiciales. Los niños deben ser informados gradualmente des-
de el inicio. La vida sexual debe ser tratada desde el comienzo sin
secretos delante de los niños”.52

50. A pesar de ello, este último defenderá una opinión contraria unos meses des-
pués (cf Minutes I, página 305).
51. Minutes I, página 274. En febrero del año siguiente Freud, no obstante, adju-
dicará a la educación un rol importante en la provocación de anestesia sexual
en las mujeres (cf. Minutes I, página 310).
52. Minutes II, página 51. De hecho, Freud había tenido ya oportunidad de dar a
conocer su perspectiva sobre el asunto en un breve escrito publicado en junio
de 1907. Allí enfatizaba su creencia en la necesidad de brindar un franco es-
clarecimiento sexual a los niños, y anunciaba una tesis que veremos reapare-
cer en los debates de los miércoles: “La mayoría de las respuestas a la pregun-
ta «¿Cómo se lo digo a mi hijo?» me causan, al menos a mí, una impresión
tan lamentable que preferiría que no fueran los padres los que se ocupasen del escla-
recimiento”. (Sigmund Freud, “El esclarecimiento sexual del niño. Carta abier-

227
Mauro Vallejo

En mayo de 1909, La Sociedad Psicoanalítica de Viena destinó una


reunión al debate sobre “La educación sexual”53; ningún integrante es-
tuvo a cargo de la presentación, sino que simplemente intercambiaron
pareceres sobre el asunto. Resumiendo su contenido, podríamos aseve-
rar que fueron dos los tópicos que mayor atención recibieron: primero,
si el esclarecimiento sexual es obligación de los padres o de la escuela;
segundo, si una adecuada información sobre la sexualidad podría ser
no sólo inocua, sino sobre todo útil en aras de la prevención de tras-
tornos neuróticos. En esta oportunidad, Freud repitió el punto de vis-
ta expresado un año antes, enfatizando esta vez las ventajas implicadas
en que la obligación recayese sobre la escuela. Stekel y Rank fueron los
únicos oradores en plantear algunas objeciones a los argumentos apo-
yados por el resto de los analistas. El primero manifestó que la educa-
ción sexual no debería estar a cargo de los mayores, sino que sería ne-
cesario permitir que los mismos niños se ocupen de ello; Rank, por su
parte, advirtió acerca de los perjuicios que un esclarecimiento sexual
podría acarrear sobre las capacidades intelectuales de los pequeños. Las
últimas palabras fueron de Freud, quien de alguna forma sugiere que,
dado que una falta de esclarecimiento sexual produce que todo lo rela-
cionado con ese aspecto adquiera las cualidades de lo prohibido, pue-
de funcionar como causa de ulteriores estados de frigidez.
A fines de ese mismo año, y tras una presentación de Sadger acer-
ca de un caso de perversión, los analistas vieneses nuevamente se ocu-
paron de la educación de los niños54. El paciente en cuestión guarda-
ba reproches hacia su madre por no haberlo introducido en el conoci-
miento de lo sexual; en tal sentido, Adler dirá que la homosexualidad
es provocada si al momento del despertar sexual el pequeño no recibe
ningún tipo de información acerca de la sexualidad. La siguiente jorna-
da fue la ocasión para discutir una intervención de Friedjung titulada
“¿Qué pueden esperar los pediatras de la investigación psicoanalítica?”. En el
transcurso del debate, Fritz Wittels volvió a mostrarse partidario de la
supresión de toda forma de educación de los niños. Una de los apor-
tes más interesantes provino de Furtmüller, integrante del psicoanálisis
vienés e importante figura de los sucesivos intentos de reforma peda-

ta al doctor M. Fürst”, AE, IX, página 120; el destacado me pertenece). Vale


resaltar, en otro orden de cosas –y reenviando a algunas consideraciones del
capítulo segundo–, que ninguna de las actas conservadas de estas discusiones
permiten colegir que se haya hecho allí alusión al escrito freudiano que aca-
bamos de tomar.
53. Cf. Minutes II, pp. 227–236.
54. Cf. Minutes II, pp. 303–314.

228
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

gógica llevados a cabo en dicha ciudad. En sus palabras vemos enun-


ciado claramente un aspecto que más tarde resaltaremos, pues nos ser-
virá de nexo entre este apartado y el siguiente. Luego de hacer oír su
desacuerdo para con el punto de vista de Wittels, agregó que

“Aquello que los educadores deben esperar del punto de vista de


Freud en su conjunto, es la obtención de claves para una educación
sensible, capaz de prever los conflictos latentes del niño y protegerse
de ellos a tiempo. (...) Por consiguiente, el objetivo más importante,
aquel que es más realizable próximamente, debe ser la educación
de los padres y de otras personas que cuidan de los niños; de ello
resultaría, por supuesto, una influencia sobre el niño”.55

Hacia el final de la jornada, Jekels afirmó compartir el punto de


vista de Wittels, pues hay que abogar fundamentalmente por la posi-
bilidad de obtener seres humanos más libres a través de la educación
de los padres y maestros.
A continuación debemos revisar dos veladas enteramente dedicadas
a problemáticas estrechamente relacionadas con nuestro tema. La pri-
mera de ellas tuvo lugar el 15 de diciembre de 1909, fecha en la cual el
mentado Furtmüller habló ante sus colegas acerca de las implicancias
y dificultades del designio educativo. En su ponencia, este pedagogo
vertió su parecer en derredor de las principales características y desa-
fíos de la labor educacional: la posibilidad de alcanzar una mejora en
el sistema, sobre todo por vía del reemplazo de métodos correctivos y
de castigo por otros más comprensivos. Comenzada la discusión, el de-
bate discurrió por los mismos carriles que ya hemos ido desglosando.
Vale destacar la extensa intervención de Freud; en ella el psicoanalista
tenía la cautela de aseverar que él siempre evitó extraer de sus hallaz-
gos conclusiones directas o prescripciones sobre el sistema educativo.
No obstante ello, Freud se explayó abiertamente sobre ciertos puntos.
Dividió la tarea de la educación en tres partes, cada una de las cuales
se ocuparía de una edad de los jóvenes en particular56. Por otro lado, y
aún a pesar de su primera advertencia, profirió un enunciado que de
alguna forma prosigue la cita de Furtmüller recién transcrita: “La en-
fermedad es a menudo solamente la resonancia [echoing voice] de los

55. Minutes II, página 325; resaltado en el original.


56. Esa división por edades será retomada por Hitschmann en su libro, escrito
poco después, cuyo capítulo noveno reproduce fielmente varios de los tópi-
cos aquí analizados (cf. Eduard Hitschmann, Freud’s theories of the neuroses, pp.
226–236).

229
Mauro Vallejo

padres y educadores (...) De este modo, aquello que en la educación


parece no tener consecuencias, devendrá de todas maneras algo muy
importante si el individuo se vuelve neurótico”.57 Asimismo, el eje de
la discusión, tal y como había sucedido en otras oportunidades, pasó
a ser la importancia de la educación de los padres, y la influencia de
éstos sobre los pequeños. Sadger, por su parte, intentó rescatar la opi-
nión de Wittels, y por consiguiente defendió la opción de disminuir
la educación, o dejarla en manos de los niños. Esta última perspecti-
va será también tomada por Stekel.
La segunda velada –o, más correctamente, par de veladas– que re-
tendrá nuestra atención sea quizá más conocida, pues forma parte del
simposio sobre el suicido al cual Freud colaboró con un escrito. El 20
de abril de 1910 los integrantes de la Sociedad Psicoanalítica de Viena
debatieron acerca del suicidio en la infancia, a partir de un trabajo de
Baer58. Oppenheim, a cargo del comentario, intentó resumir los linea-
mientos esenciales del texto; así, arribó al punto que será la temática so-
bre la cual girará el posterior debate. Al parecer, diferentes medios perio-
dísticos acostumbraban culpar a los colegios por los suicidios de los jóve-
nes, y Oppenheim asevera que esa hipótesis es insostenible. A su turno,
Isidor Sadger afirma que a pesar de que la acusación periodística es falsa,
contiene de todas formas una cuota de verdad, puesto que los maestros
deberían ser más concientes de la necesidad de amor que los alumnos
les dirigen. De hacerlo, muchos de los suicidios de los jóvenes podrían
ser evitados. Freud, luego de manifestar su acuerdo con la intervención
de Sadger, dice que la escuela, más que reflejar la dolorosa realidad, debe
más bien ser un espacio de transición entre el hogar parental y el mundo
real59. La discusión prosiguió durante la reunión de la semana siguiente,
en la cual Adler, por ejemplo, no otorgaba a cuanto pudiera hacer la es-
cuela una relevancia mayor en la provocación de suicidios.

57. Minutes II, página 359. Esa aseveración se continúa de cierto modo con un
enunciado del día 12 de octubre de 1910, cuando afirme que, según su pare-
cer, las particularidades del sistema educativo americano son la causa por la
cual los estadounidenses no caen masivamente en la neurosis, a pesar de su
enorme represión de la sexualidad (cf. Minutes III, página 14).
58. Cf. Minutes II, pp. 481–497.
59. Cf. Minutes II, página 495. En el texto con el cual Freud colaboró a la publi-
cación que recogía los debates de la Sociedad Psicoanalítica de Viena sobre
el suicido en los escolares, era más patente la crítica y el descontento del au-
tor para con el sistema educativo por entonces vigente (cf. Sigmund Freud,
AE, XI, pp. 231–232). Pero, en general, el escrito freudiano reproduce casi en
los mismos términos cuanto las actas recogieron de la intervención de Freud
durante esa velada.

230
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

Hubo tres reuniones más dedicadas enteramente al asunto, pero las


actas correspondientes son muy breves. El 7 de mayo de 1913 se discu-
tió una presentación de Karl Weiss titulada “Educación y neurosis”60. En
dicha ocasión, Reik afirmó que desde el punto de vista psicoanalítico la
escuela quizá no sea la mejor fuente de la educación sexual. En su apo-
yo, Hitschmann dijo que las escuelas no podrían ofrecer sino un escla-
recimiento uniforme para todos, lo cual iría en detrimento de la indivi-
dualidad de cada niño. También Furtmüller aseveró que la mayoría de
los padres no están en condiciones de hacerse cargo del esclarecimiento
sexual; de todas formas, agregó, una enseñanza un poco torpe es mejor
que otra que no tenga en consideración las emociones del pequeño. A su
turno, Freud manifestó lo siguiente: “...en algunos casos considera con-
veniente dejar que el niño mayor se haga cargo de la difusión del escla-
recimiento entre sus hermanos”.61 Por último, dos veladas de comienzos
de 1922 fueron destinadas a discutir sobre el esclarecimiento sexual62.

IV. La policía de las familias, a la vienesa


Nos ocuparemos ahora de otro asunto que, tal y como sucede con los
anteriores, recorre subrepticia pero insistentemente las actas de la Socie-
dad Psicoanalítica de Viena. Se trata esta vez de cernir los enunciados que
tienen por referente esencial una preocupación acerca de lo familiar; ya
fuere a través de una directa consideración de la “salud de las familias”,
ya bajo la forma de una problematización por el modo en que los deta-
lles de la vida hogareña repercuten en la salud de sus integrantes.
Para tal fin, podemos comenzar por un comentario de algunos frag-
mentos que, si bien pertenecen con igual derecho al apartado anterior,
funcionan de preludio al tema presente. Hemos tenido ya oportunidad
de observar la forma en que durante las discusiones sobre la educación
de los niños se decantaba claramente una preocupación por cuán ap-
tos eran los padres para asumir dicha labor. Debates que al parecer te-
nían como horizonte el retrato del buen pedagogo, eran muchas ve-
ces y fundamentalmente una pregunta por las prerrogativas de lo fa-
miliar: ¿dónde es mejor que los niños sean educados, en su casa o en
la escuela?, ¿están los padres preparados para tomar para sí una tarea
tan esencial?, ¿no se condena a los niños a una vida desgraciada al de-
jarlos a merced de las torpezas hogareñas?
60. Cf. Minutes IV, pp. 195–197.
61. Minutes IV, página 197.
62. Cf. Minutes V, pp. 206–208.

231
Mauro Vallejo

Esto último se ilustra muy bien en algunos pasajes que ahora re-
visaremos. Por ejemplo, durante una de las reuniones dedicadas al es-
clarecimiento sexual, y durante la cual se generó una polémica sobre
el posible uso preventivo de tal información, Abraham dijo que: “...la
información debe ser dada a los padres, quienes de lo contrario pro-
vocarían traumas sexuales a sus niños”.63 Asimismo, en otra de las ve-
ladas especialmente dedicadas a la educación sexual, Steiner afirma
que: “Cuando vemos cuán defectuosas son las ideas que los adultos
tienen sobre el coito, incluso luego de haber tenido relaciones, uno
ciertamente pierde las esperanzas de poder dar a los niños una infor-
mación correcta de ese proceso, de forma tal que ésta no provoque al-
gún daño”.64 Un último caso que justamente puede pertenecer a esta
serie de enunciados, estaría constituido por aquel de Adler en que se
proponía ver en la homosexualidad el resultado de un esclarecimien-
to sexual fallido o efectuado a destiempo65.
Es decir que estas disquisiciones sobre la crianza de los niños, sobre
su formación e instrucción, llevan en su anverso el signo de un proble-
ma quizá más amplio, tal vez más profundo. ¿No están acaso las mi-
nutas plagadas de enunciados sobre las minucias privadas, los conflic-
tos hogareños? ¿No son sus páginas el recuento un tanto monótono de
aserciones sobre el mal que los padres inflingen a sus criaturas por ser
como son, por ordenar su vida privada tal y como la ordenan? ¿Se per-
filan estas veladas como el desvelo por considerar, en un lenguaje mitad
prescriptivo y mitad ansioso, la decadencia del sistema familiar?
Un pensamiento de Adler, recogido en la segunda acta conserva-
da, arranca este periplo.

“La segunda idea que Adler expresa es un temor por la estabili-


dad de la familia. La conciencia ética de las personas es inefecti-
va para proteger a los niños de los impulsos incestuosos; se trata
más bien de determinar si la educación puede salvar a la familia
de la desintegración (en el dualismo existente entre la conciencia
de los padres y los impulsos inconscientes del niño), de modo tal
que la unidad de la familia sea preservada como una célula peda-
gógica, por llamarla de algún modo”.66

63. Minutes I, página 272.


64. Minutes II, página 228. Ya hemos visto que una idea similar había sido anun-
ciada por Freud en su breve escrito de 1907.
65. Cf. Minutes II, página 309.
66. Minutes I, página 17.

232
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

Freud y Federn demostraron su preocupación por la salud familiar


en una discusión del 7 de noviembre de 1906, durante la cual el pri-
mero afirmaría que “...la neurosis debe ser rastreada en la despropor-
ción entre la predisposición constitucional del individuo y las exigen-
cias que la cultura le plantea. El deterioro que frecuentemente se ob-
serva en familias que se trasladan desde el campo hacia la ciudad per-
tenece también a esta categoría”67.
De todas maneras, lo más frecuente era que esta problemática fue-
se abordada antes bien por el sesgo de las marcas que los padres dejan
sobre su descendencia. Así, pocos meses después Federn decía haber
descubierto que todos los casos graves de neurosis provienen de ma-
trimonios infelices, siendo posible demostrar incluso similitudes exis-
tentes entre los conflictos de los hijos y los de los padres68. Unos años
más tarde, durante el intercambio sobre la pediatría, Freud destacaba
que el tratamiento de los niños debería enfrentar siempre una dificul-
tad ineliminable, constituida por la neurosis de los padres69. Por otra
parte, luego de una presentación de Furtmüller ya evaluada, Federn
hacía depender el desencadenamiento de una neurosis de dos condi-
ciones, la segunda de las cuales residía en “...la posibilidad de que los
padres sean anormales en dos sentidos: a) ya sea que hayan sublima-
do inadecuadamente, b) o que tengan perversiones, que no han sabi-
do dominar. (...) Unos padres así no pueden criar a sus hijos”.70
En enero de 1910, Freud, comentando una intervención anterior de
Paul Federn, enfatizaba la relación directa existente entre el desarrollo
sexual del sujeto y la actitud demostrada por los padres durante la in-
fancia. Por consiguiente, agrega, podía postularse el valor que la figura
paterna se arroga como factor preventivo de la homosexualidad71. Un
pensamiento similar arguye ese mismo año acerca de la “moral insani-

67. Minutes I, página 43. Por supuesto, dicho tema rige los debates alrededor de
las ideas de Von Ehrenfels, ya tratados anteriormente. En ellos el punto esen-
cial residía en las posibilidades y límites de actuar sobre la progenie a partir de
una modificación de los sistemas familiares y de reproducción.
68. Cf. Minutes I, página 94.
69. Cf. Minutes II, página 324.
70. Minutes II, página 361.
71. Cf. Minutes II, página 413. Un mes más tarde, Adler defiende un punto de vis-
ta similar (cf. Minutes II, página 426). A comienzos de 1914, Hitschmann reto-
ma el asunto desde una perspectiva parecida (cf. Minutes IV, página 232); otro
tanto hace Sadger (cf. Minutes IV, página 236). Poco después, el propio Freud
lo dice sin ambages: “Los niños que carecen de alguno de sus padres (sin im-
portar cuál) se vuelven, por regla, homosexuales –la debilidad relativa de uno
de los padres conduce al mismo resultado”. (Minutes IV, página 261).

233
Mauro Vallejo

ty”. Estos sujetos depravados no lograron desarrollar las barreras mora-


les debido a las malas influencias recibidas por parte de sus progenito-
res; una incorrecta conducta sexual por parte de la madre, o una ten-
dencia a mentir de algunos de los padres, tendrá como consecuencia
el cercenamiento de los muros éticos en el sujeto en cuestión72.
¿Resultaría demasiado aventurado interpretar el sorprendente en-
carnizamiento por el tema de la masturbación como sólo una de las
formas a través de las cuales los analistas de la Sociedad de Viena pro-
blematizaron una infinita curiosidad por saber qué pasa al interior de
los hogares? ¿Por qué, al fin y al cabo, sólo el onanismo recibió el ex-
traño privilegio de erigirse en tema central de discusión durante más
de diez reuniones? Luego de la reiterada preocupación por cómo se
comportan los padres, por cómo mienten a sus hijos, por cuán lejos
llegan las consecuencias de cuanto les dicen; a la luz de la impacien-
cia por descubrir los efectos de los pensamientos incestuosos, ¿debe
resultar sorpresivo el apasionamiento por la masturbación? En conso-
nancia con ello, podemos rescatar un humilde enunciado de Hitsch-
mann, en el cual una toma de posición sobre el onanismo es coexten-
siva del desvelo por el horizonte deletéreo de las costumbres paren-
tales: “La consecuencia más importante de la masturbación, en cuan-
to concierne a la vida matrimonial, reside en el hecho de que el acto
sexual se acaba pronto; la masturbación, por consiguiente, deviene in-
directamente la causa de matrimonios neuróticos y, con ello, también
de hijos nerviosos”.73
En octubre de 1910, la Sociedad dedicó dos reuniones consecuti-
vas a la “psicología del hijo único y del hijo favorito”, a raíz de sendas
presentaciones de Sadger y Friedjung. Isidor Sadger advertía al comien-
zo de la jornada que “...la psicología del hijo favorito se remonta a la
psicología de los padres”74; de hecho, el acento del orador recae sobre
el exceso de afecto de los progenitores hacia sus hijos, y sobre la ma-
nera en que tal situación predispone a esos niños a trastornos psicopa-
tológicos (impotencia, homosexualidad, esquizofrenia). A estas consi-
deraciones Friedjung ajuntó los resultados de una investigación esta-
dística por él desarrollada. Los datos recogidos demostraban la mayor
prevalencia de dificultades nerviosas en los hijos únicos. En la discu-
sión proseguida el día 12 de octubre, Hitschmann intervino resaltando
el hecho de que los matrimonios con un solo hijo suelen estar cons-
tituidos por adultos que presentan algunos trastornos orgánicos. Una

72. Cf. Minutes II, página 516.


73. Minutes I, página 548.
74. Minutes III, página 4.

234
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

posibilidad alternativa reside en que se trata de una pareja infeliz, lo


cual “...contiene en sí la semilla para la neurosis del niño. En algunos
casos, los padres parecerían ser estériles, o son individuos neuróticos
cuya capacidad para criar niños es en ciertos aspectos deficiente”.75 Por
otro lado, este orador señalaba que los niños que carecen de hermanos
desarrollan en menor proporción la tendencia a investigar. De todas
formas, el aspecto más peligroso de su condición reside en el exceso
de dedicación por parte de sus padres. Hitschmann lamentaba que no
se haya discutido sobre las medidas necesarias para contrarrestar ese
daño: “Uno debe advertir contra una ternura excesiva, y recomendar
que un compañero de juego sea incluido o que el niño sea criado en
otro lugar que no sea su casa”.76 A su turno, Reitler, luego de expresar
su crítica a la presentación de Sadger, asevera que las estrategias anti-
conceptivas frecuentemente conducen a una neurosis en los padres,
la cual tiene luego un efecto dañino sobre los niños.
Federn demostró también un desacuerdo para con la ponencia de
Sadger, puesto que no habría logrado demostrar que el hecho de ser
hijo único fuese un factor suficiente para desencadenar una neurosis.
Por otro lado, Furtmüller hizo hincapié en las mejores condiciones
por las que atraviesan los hermanos mayores. A continuación, sugirió
que el daño provocado por la crianza de un único hijo “...puede sola-
mente ser borrado si se prosigue la disolución de la institución fami-
liar, y si se transfiere la parte esencial de la crianza de los pequeños ha-
cia un lugar distinto al hogar”.77 Freud, por su parte, sostuvo que ha-
bía apoyos teóricos para sustentar la hipótesis de Sadger según la cual
el hijo único está particularmente predispuesto para la homosexuali-
dad y la esquizofrenia.
En enero del año siguiente, la Dra. Hilferding, primera mujer en
transformarse en miembro de la Sociedad Psicoanalítica de Viena, pre-
sentó un trabajo acerca del amor de la madre. En tal sentido, planteó
algunas disquisiciones sobre la no aparición del sentimiento de apego
en algunas circunstancias. Los fenómenos más interesantes se presen-
tan en el caso de los primero hijos y los últimos; en la primer situa-
ción, es muy probable que se desencadenen en la madre fuertes im-
pulsos hostiles, en tanto que sucede lo contrario cuando se trata del
último hijo. Al momento de la discusión, los psicoanalistas centraron
su interés tanto en los componentes sexuales implicados en la crianza
de los niños, como en la explicación de las mociones agresivas dirigi-

75. Minutes III, página 10.


76. Ibíd.
77. Minutes III, página 13.

235
Mauro Vallejo

das a los mismos. Así, el infanticidio fue explicado en base a diversas


hipótesis, de las cuales nos interesa particularmente la esgrimida por
Oppenheim. Este autor arguye que, en vistas del posible odio de la
madre hacia el hijo, debe plantearse la pregunta por la forma en que
la naturaleza crea la conciencia de la necesariedad de la preservación
de la especie: “La continuidad de la comunidad social depende efec-
tivamente de la capacidad de soportar a los niños”.78
Por último, cabe remarcar la manera en que los analistas vieneses
retomaron la incidencia de las actitudes parentales sobre la salud de sus
hijos, en varios momentos de las discusiones dedicadas al complejo de
Edipo en 191479. En la primera de esas veladas, Freud pedía a sus co-
legas la toma en consideración de “...hasta qué punto el Complejo de
Edipo es un reflejo de la conducta sexual de los padres”80. Como res-
puesta a la invitación de Freud, Paul Federn emite un enunciado que
ya habíamos visto aparecer en este recuento: “Si existe una gran dife-
rencia entre el cariñoso amor del padre y el de la madre, ello abre las
puertas hacia la homosexualidad”81.
Durante la jornada del 8 de abril, un decir de Freud establece de
forma muy prístina que tras estas disquisiciones se perfila una pres-
cripción muy clara: las trifulcas hogareñas, en el molesto bullicio que
nada altera, se erigen en peligrosas amenazas para la salud de los hi-
jos. En efecto, las prohibiciones, que suelen provenir del padre, mol-
dean el comportamiento ulterior de las criaturas, y en tal sentido el
complejo nuclear, cuyo efecto es la garantía de una elección de obje-
to normal, deviene el basamento de la sociedad. Por consiguiente, si
“La discordia entre los padres produce excitación en la sexualidad del
niño”82, casi por simple silogismo se desprende que los adultos serán
los responsables de los tropiezos de sus descendientes.

78. Minutes III, página 124.


79. Dichos debates comenzaron el 25 de febrero de 1914, y prosiguieron en las
reuniones de los días 18 de marzo, 8 de abril y 20 de mayo. A partir de una
carta de Freud a Abraham es posible colegir que estos encuentros debían con-
ducir a la publicación de un volumen conteniendo lo debatido, tal y como ya
había sido realizado con las veladas dedicadas al suicidio en los adolescentes
y el onanismo (cf. Freud/Abraham, página 194). Finalmente ese material no se
publicó, como tampoco se hizo con las discusiones abocadas a “la importan-
cia social de las neurosis” de comienzos de 1913; estas últimas iban a consti-
tuir el tercer fascículo de las “discusiones de la Sociedad de Viena” (cf. Freud/
Ferenczi, I, 2, página 168).
80. Minutes IV, página 234.
81. Minutes IV, página 235.
82. Minutes IV, página 255.

236
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

V. El alejamiento de la degeneración; la persistencia


de lo hereditario
Llegamos de esta forma al último de los asuntos a evaluar. Se trata
esta vez de una problemática prácticamente desconocida del discur-
so psicoanalítico. Si bien hay cierta conciencia sobre el fluctuante rol
que Freud y otros analistas le asignaron a la herencia en la producción
de las psiconeurosis, en muy pocas oportunidades se ha prestado aten-
ción al diálogo establecido entre estos autores y las doctrinas psiquiá-
tricas de la heredo–degeneración83. Por consiguiente, dedicaremos este
postrero apartado a la reconstrucción de los momentos en que dicho
diálogo se desarrolló entre los psicoanalistas vieneses.
No es nuestro fin aquí brindar las características esenciales del men-
tado paradigma de la psiquiatría europea, pero daremos un sucinto re-
trato de él a los fines de nuestra argumentación84. Es sobradamente
sabido que las teorías degeneracionistas fueron ampliamente defendi-
das por los psiquiatras europeos entre los años 1870 y comienzos del
siglo XX, por lo cual las discusiones de los miércoles se desenvuelven
en los tiempos en que comienza a declinar la aceptación generaliza-
da de tales nociones. A grandes rasgos cabe recordar que la teoría de
la degeneración establecía que las enfermedades mentales eran efecto
de cierto menoscabo progresivo de la rama generacional a la cual per-
tenece el sujeto padeciente. Distintos factores (desde el alcohol a los
malos hábitos, pasando por la sífilis) traen como consecuencia el em-
peoramiento de la raza, que se manifiesta principalmente por la apari-
ción de “taras” en cada generación afectada. A pesar de ser objeto de
una difícil controversia entre los historiadores cuán acertado es equi-
parar este paradigma con una preocupación exclusiva acerca de la he-
rencia, es indudable que ésta cumple allí un rol esencial. Una de las
innovaciones más destacables de esta teoría –lo cual es a su vez una
de las condiciones de su poder abarcativo– reside en el concepto de
herencia que en ella se pone en acto. En efecto, la heredo–degenera-

83. En otro texto me he ocupado con cierto detalle del lugar que la degeneración po-
see en los escritos de Freud (cf. Mauro Vallejo, “Sigmund Freud y la teoría de la de-
generación”, Revista Universitaria de Psicoanálisis, Año 2007, Nº 7, pp. 227–246).
84. Para el estudio del paradigma degeneracionista véase sobre todo Georges–Paul–
Henri Genil–Perrin, L’idée de dégénérescence en médecine mentale, Alfred Leclerc
Éditeur, París, 1913; Ian Dowbiggin, La folie héréditaire ou comment la psychia-
trie francaise s’est constituée en un corps de savoir et de pouvoir dans la seconde moitié
du XIXe siècle, EPEL, París, 1993; Daniel Pick, Faces of degeneration. A European
disorder, c. 1848 – c. 1918, Cambridge University Press, 1996.

237
Mauro Vallejo

ción establece que la heredabilidad de los factores patógenos no es di-


recta, en el sentido que aquello que se hereda no permanece inmuta-
ble tras el pasaje. Lo transmitido de una generación a la siguiente no
es un componente que se repetiría en ambos sujetos. Más que una
transmisión de lo mismo, se trata antes bien de una heredabilidad de
transformación. De hecho, el carácter más particular de este paradig-
ma es el postulado de un empeoramiento progresivo de una línea ge-
neracional, de modo tal que una vez desencadenado el proceso dege-
nerativo podrán constatarse diversas discapacidades y malformacio-
nes, que serán tanto más importantes cuanto más alejado se esté en la
cadena de descendencia.
Tal y como recién afirmáramos, los enunciados degeneracionistas
conllevaban generalmente una preocupación por la herencia, razón
por la cual en nuestro derrotero evaluaremos asimismo algunos dichos
que tienen que ver exclusivamente con ella. De todos modos, y debido
fundamentalmente a la gran cantidad de alusiones que los vieneses ha-
cían a la herencia, el centro de la escena estará ocupado por las diver-
sas perspectivas y disquisiciones que los psicoanalistas de los miércoles
profirieron acerca de la heredo–degeneración. Una primera alusión so-
bre dicha temática puede ser deducida de una intervención de Sadger
del 28 de noviembre de 1906, dedicada a Lenau y Sophie Löwenthal.
El orador planteó allí que existían indicios para presumir la presencia
de ciertas taras hereditarias en Lenau; Freud, al contrario, en la discu-
sión dirá que debería prescindirse del término “neurosis hereditaria”85.
Leída a partir de las ulteriores intervenciones de Sadger que ahora ana-
lizaremos, no caben mayores dudas de que este intercambio constitu-
ye el primer capítulo del diálogo sobre la degeneración.
Al mes siguiente, y en ocasión de la recensión de un texto de Ste-
kel, Reitler retoma la discusión; y la forma en que ello se realiza anun-
cia de por sí la paradójica toma de distancia que respecto del degenera-
cionismo establecerán los psicoanalistas siguiendo los pasos de Freud.
En efecto, aquel miembro fundador de la Sociedad, tras declararse en
contra de la doctrina de las “taras hereditarias”, asevera lo siguiente:
“En lo atinente a un grupo de psiconeurosis –la histeria–, yo, por mi
parte, puedo afirmar categóricamente que la presencia de sífilis pudo
ser demostrada en los progenitores de todos los casos severos que he
observado”.86 Esta sugerencia, en la cual se desliza que los descendien-
tes de los pacientes luéticos presentarán algunos trastornos neuróticos,

85. Cf. Minutes I, página 65.


86. Minutes I, página 74; resaltado en el original. Reitler volverá a defender su pos-
tura en la velada del 30 de enero de 1907 (cf. Minutes I, página 94).

238
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

se perfila como un pensamiento típicamente degeneracionista, tanto


por los factores a los que atiende como por el mecanismo de transmi-
sión sobre el cual se sustentaría. En otra oportunidad hemos afirma-
do que la defensa que Freud hiciera de dicha tesis en el transcurso de
diversos trabajos, permite confirmar que la teoría psicoanalítica no es-
tablece, tal y como algunas veces se ha planteado, una disrupción de-
finitiva con el mencionado paradigma psiquiátrico87.
Volviendo a los debates de la Sociedad Psicoanalítica de Viena, re-
sulta llamativa la posición asumida por Sadger en relación a la sífilis.
Siendo que se trata del analista que con más ahínco defenderá las no-
ciones degeneracionistas, es sorprendente que declare su oposición a
sostener un trasfondo sifilítico en las familias de los neuróticos88. Por
su parte, Steiner mostrará su acuerdo con Reitler y Freud en su pre-
sentación del 16 de octubre de 1907, cuando ubique a la inferioridad
hereditaria debida a la sífilis como una de las causas de la impoten-
cia psíquica, así como de toda una caracterología neurótica89. Un mes
más tarde el grupo dedicó una sesión para debatir sobre las enferme-
dades venéreas, acerca de las cuales versaba el trabajo de Wittels bajo
discusión en tal oportunidad. En el capítulo primero de este libro he-
mos mencionado que en dicha jornada Freud aludió por vez prime-
ra a una hipótesis sobre la relación entre la sífilis y el Renacimiento.
De todas maneras, nos ocuparemos ahora de la intervención de Hits-
chmann; los genios como Nietzsche, dice este último, suelen contraer
tal enfermedad debido a su imprudencia en materia sexual. “Si ha ha-
bido un caso de sífilis en una familia, sus miembros tienden a adoptar
una actitud anormalmente casta, que ejerce una influencia mutilado-
ra en el desarrollo psíquico de la progenie. En el fondo, la histeria y la
neurastenia deberían ser llamadas enfermedades venéreas”.90 ¿Por qué
interesa este enunciado de Hitschmann? El principal motivo reside
en que demuestra que la preocupación acerca de la sífilis es irreducti-
ble a la forma en que ella podía llegar a insertarse en el paradigma de-
generacionista. Demuestra con gran poder ilustrativo de qué modo la
sífilis funciona como sólo una de las bisagras de la problematización

87. Cf. Mauro Vallejo, “Dos versiones freudianas del padre: sifilítico y seductor”,
Psicoanálisis y el hospital, N° 30, Buenos Aires, 2006, pp. 32–36. Para una his-
toria del concepto de heredo–sífilis, véase Alain Corbin, “L’heredosyphilis ou
l’impossible rédemption. Contribution à l’histoire de l’hérédité morbide”, Ro-
mantisme, 1981, Volume 11, 31, pp. 131–150.
88. Cf. Minutes I, página 73.
89. Cf. Minutes I, página 213.
90. Minutes I, página 239.

239
Mauro Vallejo

respecto de la transmisión generacional. Aquella podía ser uno de los


peligros que amenazan con provocar una degeneración de la raza, así
como podía erigirse en un rostro emblemático de los mecanismos a
través de los cuales los psicoanalistas entendían lo familiar y las cuitas
hogareñas en tanto que factores de riesgo para la prole.
Antes de retornar a la problemática de la heredo–degeneración, vale
resaltar que la importancia de la asidua mención de la sífilis en estas
discusiones no se agota en los envíos que pueden señalarse a las dos
temáticas recién esbozadas91. Por una parte, podría tomarse esta fasci-
nación por la sífilis como un preciso indicador del carácter vienés de
estas discusiones. En una ciudad abarrotada de calles en las que, según
relata Stefan Zweig, era más difícil evitar que encontrar a una prostitu-
ta92, y en la cual abundaban las placas de especialistas publicitando sus
métodos de curación de las enfermedades venéreas, no debería extra-
ñar a nadie que en un círculo en cuyo seno se agrupaban muchos mé-
dicos, la sífilis y la masturbación estuvieran a la orden del día. De to-
das maneras ese tipo de hipótesis adolecería del tipo de vaga genera-
lidad que anteriormente hemos atribuido a los intentos por extremar
la pertenencia vienesa del psicoanálisis. Sin menospreciar ese tipo de
deudas, nos parece que la sífilis tiene el raro privilegio de aglutinar en
sí las diversas líneas de tensión que hemos desglosado en este capítu-
lo, y en contadas oportunidades sería la evidencia del diálogo entre el
psicoanálisis y la heredo–degeneración que ahora analizamos.
Hemos visto hace instantes que Freud había rechazado la propues-
ta de Sadger de reconocer una entidad titulada “neurosis hereditaria”.
En efecto, este último psicoanalista anunciará en una discusión del 30
de enero de 1907 una distinción que desarrollará ampliamente poco
tiempo después. La diferenciación en juego define una discriminación
entre la degeneración, constituida por una enfermedad de los centros
de asociación, y la predisposición hereditaria, en la cual los síntomas
se refieren al yo y las sensaciones corporales93. En tal sentido, durante
el debate acerca de un trabajo sobre el escritor Jean Paul, Isidor Sadger

91. Véase infra, Apéndice C.


92. Cf. Stefan Zweig, The world of yesterday, University of Nebraska Press, 1964, pá-
gina 83. Los primeros cuatro capítulos de esta autobiografía ofrecen ejempla-
res pinceladas de la Viena de comienzos del siglo XX. En una de las traduc-
ciones castellanas más difundidas en nuestro medio, se ha pulcramente omi-
tido el capítulo tercero (titulado Eros matutinus), en el cual se encuentra el pa-
saje al que hacemos referencia (cf. Stefan Zweig, El mundo de ayer. Autobiogra-
fía, Editorial Claridad, Buenos Aires, 1953).
93. Cf. Minutes I, página 98.

240
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

destaca que algunos signos manifestados por dicho sujeto, como su


vagabundeo y el alcoholismo, tienen una base hereditaria. Vale tener
presente las palabras con que Federn intenta responder a Sadger, pues
ellas preanuncian la naturaleza de la distancia que los psicoanalistas de
Viena establecerán posteriormente para con la degeneración, e ilustran
asimismo el tipo de vacilación que sería posible hallar en los escritos
de Freud de la época: “A la aserción de Sadger según la cual aquellas
personas que están fuertemente cargadas de una predisposición here-
ditaria manifiestan una necesidad anormal de tomar estimulantes, Fe-
dern replica que los degenerados hacen muchas cosas que los perjudi-
can, en tanto que las personas normales evitan esas acciones”.94 El ras-
go que nos importa destacar de la intervención de Federn es que, al
tiempo que critica la posición de Sadger, admite la existencia de la ca-
tegoría compuesta por los degenerados.
Arribamos ahora a la única reunión enteramente dedicada por la
Sociedad Psicoanalítica de Viena al tema de la heredo–degeneración,
el primero de mayo de 1907. Ella fue abierta, tal y como era previsi-
ble, por Isidor Sadger. Procede en primer lugar a realizar efectivamen-
te la distinción antes aludida, entre deficiencia hereditaria y degene-
ración. Esta última debería ser reservada sólo para los casos de clara
debilidad mental, en tanto que muchas neurosis presentan signos de
la primera categoría. Sadger dice constatar una carencia en la descrip-
ción de los síntomas psíquicos de esta deficiencia hereditaria, y por
tal motivo procede a realizarla. Dichos síntomas podrían catalogarse
de la siguiente forma95:
- Profunda melancolía.
- Aversión a todo apego real, la cual puede manifestarse ya fue-
re a través de un cambio constante de profesión, ya mediante
una tendencia a viajar o deambular. Aquí también se contem-
plan signos como la imposibilidad de amar fielmente a alguien
o la evitación del contacto social.
- Despreocupación y tensión anormales.
- Emotividad excesiva.
Por último, Sadger cierra su exposición con la sugerencia de esta-
blecer los conceptos de neurosis y psicosis hereditarias. La primera ob-
jeción provino de Reitler, quien no veía utilidad alguna en las catego-
rías recién propuestas. Así, dice que es muy probable que aquello que
Sadger describe como deficiencia hereditaria no sea otra cosa que la
degeneración según algunos autores. En tal sentido Reitler profiere un

94. Minutes I, página 171.


95. Cf. Minutes I, pp. 184 ss.

241
Mauro Vallejo

enunciado que se alinearía con la aserción de Federn hace poco señala-


da, pues aquel recuerda que tanto Moebius como Freud han brindado
una definición muy precisa de la degeneración. Efectivamente, ambos
pensadores han negado que toda anormalidad sea un caso de heredo–
degeneración, y han reservado ese epíteto para sujetos que presentan
características precisa y cuidadosamente delimitadas.
Según las actas conservadas, el siguiente en tomar la palabra fue Freud,
quien recuerda que él no acepta la distinción entre degeneración y defi-
ciencia hereditaria. A continuación, Freud enumera tres grupos de pre-
sentaciones clínicas que podrían utilizarse para ejemplificar la degenera-
ción. El primer conjunto estaría constituido por aquellos casos en los cua-
les los hijos presentan las patologías observables ya en sus padres; en tal
instancia, agrega Freud, es lícito hablar de degeneración, siendo la exten-
sión de ese término un abuso innecesario. En cuanto respecta a los otros
dos grupos, conformados por sujetos que padecen algunas anomalías, este
orador manifiesta que es falso hablar de heredo–degeneración.
Estas declaraciones de Freud, así como los fragmentos de su tex-
to Tres ensayos de teoría sexual dedicados a esta problemática, son claros
en un aspecto: existe la degeneración; cuanto debe objetarse es su in-
genua generalización.

“Las peculiaridades presentes en los sujetos que presentan una


“tara hereditaria” puedan tal vez ser derivadas no de experiencias
individuales, sino, en todo caso, de la constitución psicosexual.
En cuanto al “suelo” de deficiencia hereditaria que Sadger postu-
la para las neurosis obsesivas, fobias, etc., uno puede solamente
decir que aquello que caracteriza al degenerado es su inclinación
a esos fenómenos. Además, vale notar que los neuróticos obsesi-
vos manifiestan, en muchos aspectos, una conducta opuesta a la
de los degenerados”.96

Stekel, a su turno, rechaza los postulados de Sadger, enfatizando


el papel del medio. En tanto que Wittels, más firmemente aún, con-
sidera superfluo el concepto de degeneración; de todas maneras, y se-
ñalando una actitud paradójica que veremos repetirse desde entonces
en diversos historiadores, el fututo biógrafo dice que Freud ha sabi-
do demoler la pertinencia de la categoría de degeneración. Cerca del
final de la velada, Federn se muestra bastante de acuerdo con las te-
sis de Sadger, a la vez que éste cierra su aporte con la declamación de
uno de los principales leitmotiv del heredo–degeneracionismo: “Las

96. Minutes I, pp. 186–187.

242
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

familias de los individuos afectados de una grave deficiencia heredi-


taria se extinguen a la tercera o cuarta generación, a lo sumo; parecie-
ra ser que la única función del genio es promover el progreso cultu-
ral, en tanto que la especie es regenerada por la multitud”.97
El 11 de diciembre de 1907 Graf efectuó una ponencia muy im-
portante, en la cual diferenciaba el modo en que Freud sugiere abor-
dar la obra de los artistas, de los acercamientos de la medicina tradi-
cional, de sesgo notoriamente nosológico –Sadger, agrega el presen-
tador, se alinearía con estos últimos. El orador establecía allí un argu-
mento que legítimamente permitía reconocer en las teorías de Freud
una refutación de los planteos degeneracionistas. En efecto, en pala-
bras de Graf, Freud entiende a la enfermedad como sólo una variante
de la salud psíquica. Sin embargo, el orador no utiliza esa tesis para
delinear una radical diferenciación respecto de la heredo–degenera-
ción; ello es evidente en el pasaje en que afirma que la categoría de
dégenéré supérieur puede aplicarse en algunos artistas98. Hacia el final de
la reunión, Federn hará saber su desacuerdo, pues según su opinión
los creadores no son en ningún caso ejemplos de degeneración.
Con posterioridad, hallaremos numerosas y dispersas alusiones a la
presente problemática. Así, en noviembre de 1908 Hitschmann mani-
fiesta estar de acuerdo con Moll cuando éste sostiene que el desarrollo
precoz de la sexualidad es un signo de degeneración hereditaria99. Al mes
siguiente, y en el seno de la discusión ya analizada sobre el riesgo de que
la raza mongólica se apodere de la civilización, Rie se preguntaba si en
caso que se concretase esa dominación, no se produciría también una
absorción del potencial de degeneración presente en la raza occidental;
ello implicaría un menoscabo en el poderío de los orientales100. En ene-
ro de 1909, Sadger agrega que los síntomas neuróticos suelen ser benig-
nos en los casos de sujetos con importantes taras hereditarias101.
En los meses siguientes, este último psicoanalista aludirá en diver-
sas oportunidades a los conceptos de la teoría de la degeneración102.
97. Minutes I, página 189. En el transcurso de la reunión siguiente, en la cual
Deutsch presentó un trabajo sobre el poeta Walter Calé, Sadger volvió a pro-
poner sus lineamientos, esta vez fuertemente desmentidos por Freud (cf. Mi-
nutes I, pp. 192–193). Tiempo después, aquel aplicará a Nietzsche su noción
de deficiencia hereditaria (cf. Minutes I, página 357).
98. Cf. Minutes I, página 260.
99. Cf. Minutes II, página 45.
100. Cf. Minutes II, página 99.
101. Cf. Minutes II, página 104.
102. Cf. Minutes II, pp. 156, 226, 290–291, Minutes III, página 47, Minutes IV, pp.
19, 65.

243
Mauro Vallejo

Una intervención de Federn en respuesta a una ponencia de aquel nos


recuerda de la diferenciación que al comienzo señalábamos entre las
teorías clásicas de la herencia y el tipo de transmisibilidad implicado
en el paradigma degeneracionista. En las palabras de Federn compro-
bamos que los psicoanalistas vieneses reconocían esa distinción, pues
él señala a un mismo tiempo la veracidad de una afirmación de Sad-
ger –para quien la presencia de taras hereditarias suele acompañarse
de neurosis de angustia–, y por otro lado niega que ésta tenga alguna
relación con la degeneración103. Sin embargo, Federn no rechazaba di-
cho paradigma psiquiátrico, puesto que unos años después se apoya-
ba en un texto de Lino Ferriani según el cual el maltrato de los niños
ocurre en madres degeneradas104; en esa misma discusión, Hilferding
se encargará de rechazar la categoría propuesta por Federn. Finalmen-
te, la última ocasión en que se menciona el problema de la degenera-
ción corresponde a un enunciado de Freud que figura en las actas que
recogen su presentación sobre la masturbación, la cual luego será pu-
blicada con algunas modificaciones como epílogo de un volumen co-
lectivo. Allí Freud dice lo siguiente: “Una persona que sufre de mie-
dos crónicos y preocupaciones pierde peso y se dirige hacia la dege-
neración, en tanto que la ansiedad neurótica que surge de la libido es
tróficamente inocua”.105
En los inicios de este apartado adelantábamos que las actas dan
cuenta de la existencia de numerosos enunciados que, teniendo a la
herencia como objeto designado por ellos, no podían ser subsumidos
al paradigma psiquiátrico de la heredo–degeneración. En efecto, los
psicoanalistas vieneses apelaban con mucha asiduidad a los factores
hereditarios durante las veladas de los miércoles, fundamentalmente
en derredor de intercambios acerca de la etiología de ciertos trastor-
nos o características clínicas106. Las diferencias de pareceres a tal respec-
to eran igualmente frecuentes, pues muchas veces uno u otro orador
acusaba a tal o cual miembro, bien de atribuir excesiva relevancia a la
herencia, o bien de menospreciar su eficacia. El objetivo de los pasa-
jes finales de este apartado no es analizar con detalle esos farragosos y
bulliciosos debates –pues ello nos desviaría de nuestro fin–, sino más
bien buscar tras esos enunciados el último de los indicios conducen-
tes a justificar nuestra hipótesis.
Sucede aquí lo mismo que en lo atinente a las temáticas anterior-

103. Cf. Minutes II, página 298.


104. Cf. Minutes III, página 123.
105. Minutes IV, página 95.
106. Véase infra, Apéndice C.

244
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

mente consideradas, pues estos decires podrían servir con total justicia
para demostrar la pertenencia del discurso psicoanalítico a los paradig-
mas científicos de comienzos del siglo XX; procediendo así, sería posi-
ble señalar de qué modo, con qué instrumentos, a través de qué avan-
ces y retrocesos, la teoría freudiana se ligaba a las nociones psiquiátri-
cas, neurológicas, higiénicas y antropológicas de la Europa de enton-
ces; de tal manera, se podría cernir cómo aquella teoría tomaba dis-
tancia de los discursos que le eran linderos, o revolucionaba los obje-
tos de saber que ellos le habían ayudado a construir. Ello sería parti-
cularmente ilustrativo en cuanto concierne a las hipótesis de los fac-
tores hereditarios. Una de las características esenciales de la psiquia-
tría europea de la segunda mitad del siglo XIX es la constante apela-
ción a la herencia como variable explicativa; ella era el núcleo impre-
ciso, de definición fluctuante, que se ubicaba en la base de muchas de
las particularidades del alienismo y los saberes psiquiátricos; ella ava-
laba la infructuosidad de sus técnicas terapéuticas, ella justificaba su
pesimismo, catalizaba la anexión de nuevos campos de injerencia, y
amparaba su rol policiaco y de encierro107. En consonancia con ello,
no resulta para nada extraño que los psicoanalistas vieneses recurrie-
sen con tal perseverancia al concepto, igualmente impreciso, de he-
rencia o constitución hereditaria en el transcurso de las reuniones de
los miércoles. De todas formas, se trata aquí de articular esas disquisi-
ciones sobre lo hereditariamente transmisible en el espacio de las pro-
blematizaciones ya analizadas, con el designio de ver en aquella uno
más de los terrenos abiertos gracias a la regularidad que los sustenta;
eran posibles unas diferencias sobre la herencia puesto que ésta emer-
gía como un objeto de preocupación para un saber convocado a re-
solver una coyuntura muy especial.
En razón de estas consideraciones, limitaremos nuestra indagación
a muy contados fragmentos de las actas referidos a la herencia, funda-
mentalmente con el fin de escudriñar allí los puntos de contacto o la
continuación de los asuntos anteriormente esbozados en los respecti-
vos parágrafos. Es decir que la siguiente exposición no pretende ofre-
cer una revisión que sea representativa de las distintas tesis acerca de
la herencia barajadas los miércoles por la noche.

107. Véase Michel Foucault, Los anormales, FCE, Buenos Aires, 2000, pp. 291
ss.; El poder psiquiátrico, FCE, Buenos Aires, 2005, pp. 310 ss; Paul Bercherie,
Los fundamentos de la clínica. Historia y estructura del saber psiquiátrico, Manantial,
Buenos Aires, 2006, pp. 20–42, 53, 70; Javier Plumed, “La etiología de la lo-
cura en el siglo XIX a través de la psiquiatría española”, Frenia. Revista de His-
toria de la Psiquiatría, IV, 2, 2004, pp. 69–91.

245
Mauro Vallejo

En primera instancia, podemos recordar las palabras con que Hitsch-


mann hacía alusión a Friedrich Nietzsche en abril de 1908: “Los hechos
más importantes de su vida son desconocidos. Según Moebius, su madre
padecía una tara hereditaria”108; a lo cual Sadger replicará que “Su madre
no padecía de taras hereditarias; sí algunos parientes, pero Nietzsche es
el ejemplo típico de un sujeto con estigmas hereditarios”.109 En ese bre-
ve intercambio, pasible de hallar múltiples reduplicaciones en otras pági-
nas de las actas, se evidencia que el decir sobre la herencia podía funcio-
nar como mero artilugio de una curiosidad por la familia. En la mayo-
ría de los casos –y ello vale también para la psiquiatría– la investigación
de lo hereditario no era la antesala de un cuestionamiento de los meca-
nismos precisos de transmisión –lo cual era impensable para la biología
pre–mendeliana–, ni funcionaba siempre bajo la forma de un lamento
por la incurabilidad del paciente, sino que más bien era el disfraz de una
operación que tenía por meta ya fuere la acusación dirigida a la familia,
ya el afán de estudiarla para mejor lograr su dominio o tutela.
Para comprobarlo, basta con dirigirse al cuestionario que en el ca-
pítulo segundo fue sometido a un estudio detallado. En efecto, en el
interrogatorio presuntamente elaborado por Hitschmann para discu-
tir el de Hirschfeld, se incluía una sección conformada por preguntas
atinentes a los “Antepasados (predisposición hereditaria)”. Allí figuran
los siguientes tópicos:

“a) Abuelos: profesión, ciudad o campo; anomalías sexuales; nú-


mero de hijos; neurosis, psicosis, etc.
b) Padres: datos pertinentes a su vida sexual (¿qué fue heredado?,
¿órganos inferiores?)
Matrimonio: ¿A qué edad? ¿Por amor? ¿Armonioso? Vida familiar,
¿agradable? ¿Muertes prematuras, son afectuosos unos con otros?
Profesión, características. ¿Neurosis? Etc”.110

Es dable afirmar entonces que la herencia se ubica en una abierta con-


tinuidad con las medidas prescriptivas y coactivas que se traslucían en
los decires de los psicoanalistas vieneses acerca de lo familiar. Además,
un análisis detallado de estos fragmentos ilumina un aspecto que clara-
mente se recorta tras la lectura de la progresión de los trabajos freudia-
nos. En efecto, los enunciados de los escritos de Freud siguen una vaci-
lante senda respecto del papel asignable a la herencia; en tanto que en

108. Minutes I, página 356.


109. Minutes I, página 357.
110. Minutes I, pp. 376–377.

246
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

los comienzos de su producción, éste se alineaba con la psiquiatría fran-


cesa de Charcot al resaltar el rol primario de lo hereditario en la etiolo-
gía de las enfermedades mentales, a comienzos y mediados de la déca-
da de 1890 se efectúa un creciente abandono de ese parecer, y se resalta
cada vez más la especificidad de los factores accidentales111. Pero inme-
diatamente después de la teoría de la seducción, y en diversos textos de
sus obras completas, Freud negará una y otra vez que el psicoanálisis im-
plique una negación de la herencia como factor causal112. Varios pasajes
de las actas participan de ese derrotero. Así, luego de una presentación
de Sadger del 3 de noviembre de 1909, Freud dice que

“Aquello que Sadger llama tara nosotros lo llamamos herencia.


En el curso de la investigación psicoanalítica, una parte de la re-
levancia prestada a lo que ha sido vivenciado ha sido reenviada
a lo constitucional, el cual no obstante puede ser depurado del
concepto vago de lo hereditario, en beneficio de la constitución
sexual. De hecho, hemos hallado nuestra real esfera de actividad
en la reducción de desarreglos sexuales a experiencias y a la cons-
titución sexual. De esa forma, sin embargo, no se niega la impor-
tancia de la constitución no sexual”.113

Dos semanas más tarde, en la discusión sobre la pediatría del 17


de noviembre, Reitler se refería a la existencia de histeria en los niños,
“...las cuales sólo son explicables apelando a la herencia. El elemento
psicógeno reside en las generaciones anteriores”.114 En la misma vela-

111. El texto de Ola Andersson, publicado originalmente en 1962, sigue siendo


el análisis más completo y detallado no sólo del lugar asignado a la herencia,
sino de las diversas hipótesis etiológicas esgrimidas por Freud en los inicios
de su teoría (reproducido en Freud avant Freud. La préhistoire de la psychanalyse
(1886–1896), Les empêcheurs de penser en rond, París, 1997, pp. 21–260). A
pesar de que dicho estudio detiene su indagación hacia inicios de 1896, sus de-
sarrollos y conclusiones son fundamentales para nuestra problemática, pues-
to que sería correcto decir que Freud retomará una y otra vez sus viejas no-
ciones acerca de lo hereditario, tanto al momento de la caída de la teoría de
la seducción, como en diversos instantes de su producción científica.
112. Mencionemos sólo algunos ejemplos: “Tres ensayos de teoría sexual”, AE,
VII, pp. 127–128; “Mis tesis sobre el papel de la sexualidad en la etiología de
las neurosis”, AE, VII, pp. 266–267; “Presentación autobiográfica”, AE, XX,
página 54; carta a Else Voigtländer del 1 de octubre de 1911, en Correspon-
dencia, Tomo III, página 315.
113. Minutes II, página 300.
114. Minutes II, página 320.

247
Mauro Vallejo

da, Freud se preguntaba: “¿Actualmente se subestima o se sobreesti-


ma el papel desempeñado por la herencia? ¿Cuánto de lo que se lla-
ma herencia es en realidad pseudo–herencia, por ejemplo, los efectos
de la influencia de los padres durante los primeros años de vida?”115.
Y no sería una osadía buscar el desglose de ese interrogante en las pá-
ginas de un libro que Hitschmann escribía por esos días: “Además de
la aceptada participación de la verdadera herencia, Freud ha revelado
una pseudo–herencia en la influencia de un ambiente compuesto por
personas nerviosas (esto es, padres nerviosos), y ha mostrado que exis-
te una vía más directa que la herencia para que los padres nerviosos
transmitan sus perturbaciones a sus hijos”116.
Durante aquella velada de noviembre, Sigmund Freud añadía lo
siguiente:

“El pediatra está en condiciones de realizar una distinción definiti-


va entre los estratos psicológicamente condicionados de la neurosis
y un núcleo que se remonta a los primeros años de vida; él puede
determinar, en relación a ese núcleo, qué aspectos deben atribuir-
se al desarrollo y qué debe imputarse a la herencia. Tal vez suceda
que hallemos que detrás de los fenómenos psicológicamente con-
dicionados existe otra cosa”.117

Concluiremos este apartado con la cita de una intervención de Freud


del 12 de mayo de 1909, en la cual se produce esa yuxtaposición que
antes recalcáramos entre el delineamiento de la herencia con una pre-
ocupación sobre qué sucede al interior del hogar familiar. En efecto,
en tal ocasión, en referencia al célebre niño de cinco años

115. Minutes II, página 322. Hallamos en esa sentencia una de las vías por las cua-
les las disquisiciones freudianas estaban en condiciones de poner en entredi-
cho la posibilidad misma de sostener la existencia segura de los factores here-
ditarios. En tal sentido, podríamos remitir al lector al pasaje de la contribu-
ción de Freud a los debates sobre el onanismo, en el cual se refería a una suer-
te de aporía en que se encuentra toda hipótesis sobre la herencia, puesto que
los componentes de la predisposición siempre se deducen a posteriori (cf. Sig-
mund Freud, “Contribuciones para un debate sobre el onanismo”, AE, XII,
página 262). De todas formas, y a pesar de estos reparos, las apelaciones freu-
dianas a la herencia funcionarán siempre de la manera más tradicional, aun-
que estén inscritas en esas vetustas series complementarias.
116. Eduard Hitschmann, Freud’s theories of the neurosis, op. cit., pp. 13–14.
117. Minutes II, página 323.

248
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

“El Profesor Freud cree también que Reitler no valoró en su justa


medida las condiciones imperantes en el hogar de Juanito: no fue-
ron tantos los errores cometidos, y los que se cometieron no te-
nían tanta relación con la neurosis. Al niño sólo se le tendría que
haber negado autorización para acompañar a la madre al cuarto
de baño. En cuanto al resto, la neurosis es, en esencia, cuestión de
constitución”.118

VI. De transmisiones, visibilidades y biopolítica

“No, no se puede negar el hecho de que la po-


blación de nuestras grandes ciudades se vuel-
ve cada vez más prostituida en su vida sexual,
y que de esa forma se transforma en víctima,
cada vez más, del contagio de la sífilis; esos
son los hechos. Los resultados más visibles de
esta contaminación masiva pueden ser recono-
cidos, por un lado, en los hospitales de aliena-
dos, y por otro, ¡ay!, en nuestros niños. Ellos
particularmente son la triste y miserable prue-
ba de la creciente contaminación de nuestra
vida sexual; los vicios de los padres se revelan
en las enfermedades de sus hijos”.

(Adolf Hitler, Mein Kampf)

¿Qué hacen todos estos enunciados así dispuestos, ordenados tan


caprichosamente, sin miramiento por sus diferencias, sus sucesiones
o su probable caducidad? Cada uno de los fragmentos hasta aquí co-
mentados bordea el centro vacío que lo sostiene. Ninguno de ellos
puede nombrarlo de lleno; difícilmente alguno brinde con la nitidez
necesaria la definición de aquello que, más que objeto positivo de sa-
ber –que gracias a ellos recibiría una caracterización precisa–, nomina
antes bien la posibilidad de que diversas versiones y opiniones fueran
vertidas sobre una temática: la transmisión generacional. Esos enuncia-
dos parten de ella, responden al interrogante abierto por su exigente
presencia, dan de y para ella soluciones imperfectas, laterales, casi si-
lenciosas. El contenido de los cinco tópicos es fiel testigo de que es-

118. Minutes II, página 235.

249
Mauro Vallejo

tos médicos reunidos los miércoles por la noche acechaban con su voz
una verdad acerca de la relación entre generaciones. Los rastros que de
sus antepasados porta cada sujeto; la lenta sedimentación acarreada
por gestos repetidos desde el inicio del tiempo; el eco que cada niño
lleva de los alaridos y travesuras de sus padres; las decisiones que hay
que tomar sobre cómo ceder a la progenie los conocimientos y hábi-
tos sociales; en cada uno de los mentados carriles, un decir se mos-
traba incansable en su empresa: construir estrictos enunciados acer-
ca de la regulación y control de la transmisión generacional. Y quie-
nes saben leer habrán advertido que el Complejo de Edipo se desta-
ca sobre todo por su ausencia; aquellas temáticas eran tratadas pres-
cindiendo completamente de una mención al complejo nuclear. Los
amantes de las lecturas retrospectivas no tendrán reparo en adivinar
en cada uno de esos enunciados la máscara o el anticipo de ese con-
cepto; querrán percibir allí la tenaz germinación de un axioma tan
perfecto. Pero basta sólo con observar los referentes de los fragmen-
tos anteriormente citados, con no perder de vista los objetos que esas
enunciaciones construían, para estar en condiciones de descartar la
pertinencia de un capricho tan débil.
Los asuntos desglosados en este capítulo habrían sido las vías por
las cuales un discurso respondía a las preguntas para las cuales había
sido en parte convocado. En tal sentido, el movedizo horizonte que
se colige a partir de la dirección de cada una de las estrábicas miradas
aquí desmenuzadas, serviría para dibujar qué lugar, preparado para él,
el primigenio discurso psicoanalítico venía a colmar. Invitado a una
populosa mesa, visitada por comensales que miraban con recelo o in-
diferencia las acciones de sus vecinos, el decir freudiano respondía al
convite con un pensamiento que, al tiempo que sólo aparece visible a
la luz del espacio en que se despliega, sea tal vez una de las potencia-
lidades mayores de su efectuación.
Los enunciados aparentemente tan disímiles serían entonces el
efecto de una coyuntura que es a la vez el apremio al que un saber se
ve expuesto a contestar, y la oferta que recibe para poder pensar acer-
ca de ciertos objetos. Cada uno de los decires repasados sería una de
las desordenadas piezas que permite reconstruir el espacio habilitado
para que un debate pudiera ser operado, para que diferencias de pers-
pectiva pudieran y debieran desplegarse.
La emergencia de esa problemática, nombrada un poco vagamente
como transmisión generacional, caracteriza por ende la inscripción estra-
tégica del discurso psicoanalítico, tal y como éste es legible a través de
las actas de la Sociedad Psicoanalítica de Viena. La reconstrucción del

250
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

contexto en cuyo seno se ubicaba esa temática debería permitir en con-


secuencia explicar qué posibilitaba, y exigía, que el discurso psicoana-
lítico se demorase en la edificación de esas teorías, en la explicitación
de esos desvíos, en la puesta a punto de esos pensamientos.
¿Por qué un saber, presuntamente deseoso por perfeccionar una her-
menéutica del deseo, supuestamente abocado al lugar de noche que se
despierta en los sueños de cada cual, veía perfilarse en todo lo que decía
problematizaciones que nadie pondría ahora en la agenda de priorida-
des de ese discurso? Esa voz venía a recordar que el ser humano está ha-
bitado por lo que hicieron sus antepasados; se alzaba para proclamar que
quizá los niños deberían ser educados por fuera del hogar; decía sin eu-
femismos que los pequeños correrían mejor suerte si los padres se com-
portasen de otro modo, si resolviesen de otra forma sus excesos y sus ca-
ricias. ¿Cómo explicar que estas aserciones graviten una y otra vez alrede-
dor de cuanto se profiere en un discurso que buscaría el sentido apagado
que se enciende allí donde la conciencia no lo sospechaba?
Habremos de obtener la respuesta a esas preguntas en una hipóte-
sis que Michel Foucault planteara en 1976. En el primer volumen de
su Historia de la sexualidad, el filósofo sugería articular al discurso psi-
coanalítico con uno de los asuntos discutidos en este capítulo: la teo-
ría de la degeneración. A pesar de que la ligazón haya sido allí efectua-
da con sólo uno de los elementos, creemos que ese punto de contacto
es simplemente el que más claramente designa la inscripción estratégi-
ca del saber freudiano, en tanto que los demás no hacen otra cosa que
bordearla desde cerca. La idea que Foucault allí esgrimía enuncia que
es difícil aprehender el lugar que aquel saber ocupa en el escenario de
fines de siglo XIX si no se resalta la ruptura que produjo con el para-
digma degeneracionista119. En efecto, ambas teorías constituyen proce-
deres disímiles respecto de la sexualidad al momento en que este obje-
to pasa a erigirse como punto de mira esencial de la biopolítica120. El
sexo deviene un asunto primordial para un poder que se ocupa prin-
119. Cf. Michel Foucault, La voluntad de saber, Siglo XXI, México, 2000, pp. 144–145.
En otros escritos y entrevistas, el autor de Historia de la locura explicitaría la dis-
rupción operada por el psicoanálisis respecto de la heredo–degeneración; véase
“Pouvoir et corps”, en Dits et Écrits, Gallimard, Paris, 1994, Tomo II, pp. 754–760;
“Le jeu de Michel Foucault”, en Dits et Écrits, op. cit., Tomo III, pp. 298–329.
120. Insertemos ahora un aviso de cautela que esperamos devenga innecesario en
poco tiempo. Últimamente el término biopolítica ha merecido tantas reinter-
pretaciones y lecturas, ha acaparado de tal forma la atención de filósofos, so-
ciólogos, éticos e historiadores, que hemos llegado al punto de no saber ca-
balmente qué sentido le es propio. En este escrito, operamos con una versión
muy delimitada de ese concepto, que se ajusta a nuestros argumentos y pro-

251
Mauro Vallejo

cipalmente de todo cuanto atañe a la vida del hombre tomado como


especie, como raza, como población. Y es en razón de que comparten
ese lugar, es partiendo de una consideración del terreno en que dispu-
tan, que cabe sopesar la forma en que el psicoanálisis opera una dife-
renciación en relación con el degeneracionismo121.
Vale recordar que el filósofo veía el honor político del psicoanálisis122
en la forma mediante la cual éste supo distanciarse absolutamente del
racismo y la degeneración, al tiempo que tanto el primero como los
dos últimos combinaban los problemas de la sangre con los del sexo.
De todas maneras, para visualizar el núcleo del problema hay que
atender a un hecho que otro autor ha sabido remarcar con la preci-
sión necesaria: una de las causas primigenias de la efectividad del psi-
coanálisis, y uno de los resortes de su poder, reside en que supo ofre-
cer las herramientas necesarias con las cuales lidiar con los conflictos
de la familia (paz familiar, porosidad vida pública–vida privada, edu-
cación disciplinaria de los individuos, etc.)123. Siendo que el biopoder,
por su definición misma, se encargaba de la regulación de las pobla-
ciones, de sus enfermedades, sus tasas de crecimiento y decrecimien-
to demográfico, el sexo y la familia pasaron a ser núcleos de saturada
visibilidad, pues en ellos estaban cifrados los arcanos últimos con los
cuales perpetuar y maximizar esos mecanismos de ordenación. La fa-
milia, puntualmente, deviene “el relevo fundamental” para gobernar
la población; es el “instrumento privilegiado” mediante el cual conse-
guir la administración de los nuevos objetos124.
Allí comienza la gesta freudiana, de allí extrae los objetos de su pen-
samiento, y supo ofrecer a las exigencias del dispositivo tantas solucio-
nes como frentes de resistencia. Brindaba soluciones, puesto que edi-
ficaba artilugios para comprender lo familiar y lo sexual –y uno con

blemas, y dejamos de lado una discusión acerca de la amplia bibliografía exis-


tente sobre el asunto.
121. Es por ese motivo que unos años antes Foucault podía afirmar que el cam-
po del psicoanálisis (definido como el destino familiar del instinto) se cons-
truye en íntima cercanía con los objetos de la psiquiatría racista y de la dege-
neración (cf. El poder psiquiátrico, op. cit., pp. 263–264). Y así se explica también
que en una de las clases de su curso del año 1975, Foucault defina a la euge-
nesia y al saber psicoanalítico como dos vías a través de las cuales incidir en
la economía de los instintos (cf. Los anormales, op. cit., pp. 129–130).
122. Cf. Michel Foucault, La voluntad de saber, op. cit., página 182.
123. Cf. Jacques Donzelot, La policía de las familias, Pre–textos, Valencia, 1979, so-
bre todo pp. 187–230.
124. Cf. Michel Foucault, Seguridad, territorio, población, FCE, Buenos Aires, 2006,
pp. 131–132.

252
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

otro–; demostraba que los gritos hogareños no se acaban en el um-


bral de la intimidad protegida, sino que, al contrario, los niños pue-
den portar en sus desviaciones el efecto del poco amor, la herida del
exceso de ternura, el blasón de los desprecios. Podía ocuparse con un
costo mínimo de las aberraciones sexuales y de las figuras en que ellas
se encarnaban, ahora que las consecuencias del sexo y las decisiones
de la reproducción, eran un horizonte del poder: la histérica, que era
una mala madre; el masturbador, que no era sino el que derrochaba
simiente; la pareja, de cuyos logros en el lecho dependía la salud de
una población; los perversos, que introducían un desorden en las ma-
temáticas de los encuentros.
Al mismo tiempo, la práctica psicoanalítica significaba una disrup-
ción y resistencia para con los emprendimientos eugenésicos y los actos
racistas. Encontró una operación respecto de la sexualidad y la trans-
misión generacional que dejaba en el olvido todas las simbólicas ma-
teriales de la sangre y la raza. No obstante, hay que recordar que debi-
do precisamente a que estaba llamado a resolver esas problemáticas,
en razón a su emergencia en una sociedad de regulación biopolítica,
el psicoanálisis hallaba en sus enunciados esa insistencia de la temáti-
ca del pasaje de una generación a otra.
Esa figura multiforme, esa transmisión generacional que nosotros
hemos postulado como presencia sigilosa tras cada uno de los asuntos
extraídos aquí de las discusiones de los miércoles, es sólo una de las ma-
nifestaciones del biopoder. Pero seguramente sea la que más fácilmente
asoma su rostro tras los enunciados psicoanalíticos. Nomina el momen-
to de eclosión tras el cual un nuevo objeto de pensamiento era otorga-
do a un saber, el cual podía ponerse entonces a construir sus aristas, a
reconocer sus alcances, incluso a producir su completa alteración.
Y si tuviésemos que elegir un pasaje en que se haya sabido señalar
que el discurso psicoanalítico reunía en sí las operaciones con las cua-
les responder de un modo singular al problema de la transmisión ge-
neracional, dirigiríamos inmediatamente la mirada hacia un fragmen-
to de La vida sexual contemporánea, de Iwan Bloch. De hecho, el gran
experto en sexología, en su intento por enunciar ciertos reparos y ob-
jeciones respecto del concepto de degeneración en el estudio de las
perversiones sexuales, resumía con impecable lucidez porqué el decir
freudiano daba de la transmisión generacional una versión tan alter-
nativa como sugerente:

“Freud hace fijarse en el hecho psicológico de que impresiones in-


fantiles aparentemente olvidadas dejan, sin embargo, las huellas

253
Mauro Vallejo

más profundas en la vida de nuestra alma y determinan todo nues-


tro ulterior desarrollo. Esas impresiones de la niñez son a veces el
destino mismo, y por eso precisamente suelen ser criminales los
hijos de criminales, y no porque sean criminales “natos”, sino por-
que han crecido de niños en una atmósfera de crímenes, y las im-
presiones que recibieron en su niñez han anidado profundamente
en ellos. Este es uno de los motivos por los cuales en la lucha con-
tra la criminalidad debe tenerse en cuenta ante todo la educación de
los hijos de los criminales”.125

El enunciado de Hitler, ubicado hace instantes como epígrafe de


este apartado, ilustra la divergencia de la cual hablábamos anterior-
mente. En esas palabras, que en nada se distinguen de algunas ora-
ciones recogidas por las actas de la Sociedad Psicoanalítica de Viena,
que incluso repiten en sus mismos términos las intervenciones de los
psicoanalistas vieneses, hay que percibir la divisoria de aguas que sig-
na el honor político del saber freudiano. Aquello que los decires de los
psicoanalistas vieneses efectuaban como asunto de sus problematiza-
ciones acerca de la transmisión generacional, el objeto y las prácti-
cas que sus discursos portaban como referente y horizonte, eran co-
sas completamente distintas de cuanto se desprendía de, y subten-
día, lo proferido por el líder del nazismo. Es cierto que hemos ele-
gido casi por azar esa cita, pues podríamos haber optado igualmen-
te por tantos otros fragmentos de médicos, higienistas o psiquiatras

125. Iwan Bloch, La vida sexual contemporánea, Ediciones Anaconda, Buenos Ai-
res, 1942, página 568; cursivas en el original; se trata de la traducción caste-
llana realizada a partir de la duodécima edición del texto, cuya primera edi-
ción data de 1906. Según nuestra perspectiva, es preciso tomar cada una de
las investigaciones que, sin desconocer las diferencias o las disrupciones exis-
tentes entre el psicoanálisis y el heredo–degeneracionismo –cuestiones que
han sido resaltadas por Ola Andersson, Elisabeth Roudinesco y Sander Gil-
man–, han postulado una continuidad o afinidad entre ambos paradigmas; y
hay que leer esas hipótesis a la luz del suelo que amparaba esa extraña cerca-
nía: sendas teorías ofrecían puntos de vista divergentes respecto de la transmi-
sión generacional (véase sobre todo Daniel Pick, Faces of degeneration. A Euro-
pean disorder, c. 1848 – c. 1918, op. cit., pp. 226ss.; Vernon Rosario, L’irrésistible
ascension du pervers. Entre littérature et psychiatrie, EPEL, París, 2000, pp. 200ss.;
Lawrence Birken, Consuming desire. Sexual science and the emergence of a culture
of abundance, 1871–1914, Cornell University Press, Ithaca and London, 1988,
pp. 67, 91). Pero es principalmente en las páginas de Paul Bercherie donde ese
íntimo parentesco es subrayado con más énfasis (cf. Los fundamentos de la clíni-
ca. Historia y estructura del saber psiquiátrico, op. cit., pp. 70–71; Génesis de los con-
ceptos freudianos, Paidós, Buenos Aires, 1988, página 58).

254
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

de la época126. El racismo de estado edificó un aparato ya conocido,


uno de cuyos fines fue lidiar con la sexualidad, la salud de su pobla-
ción, la normalización de los individuos y la transmisión generacio-
nal. El saber psicoanalítico, quizá sin saberlo, se disponía desde antes
a demostrar que esos mismos problemas podían ser resueltos prescin-
diendo de los estrepitosos horrores de la depuración; legaba a quien
supiera echar mano de sus páginas, un discurso con el cual operacio-
nalizar tácticas de control y regulación realizables en un sistema so-
cial que había preferido abandonar las gravosas estrategias del inter-
vencionismo absolutista.
El interrogante que no podemos dejar de plantear, pero para el
cual no estamos en condiciones de balbucear alguna respuesta, in-
quiere por las derivaciones que cabe realizar a partir de este diagnós-
tico, deducido del análisis de los registros de las veladas de los miér-
coles. Aún aceptando que los pasajes hasta ahora rescatados de esas
páginas fuesen efectivamente los hilos sueltos de una madeja retira-
da; aún concediendo que esas temáticas eran intentos parciales para
solucionar o tornar visibles los problemas de la transmisión genera-
cional, ¿el progreso de ese discurso, el perfeccionamiento de su sa-
ber, no han permitido ya que esas disquisiciones duerman olvidadas,
a lo sumo a la espera del historiador curioso? O al contrario, ¿se tra-
ta tal vez de que la disciplina psicoanalítica no ha hecho desde el co-
mienzo otra cosa que proseguir esa tematización acerca de la trans-
misión entre generaciones? ¿Qué habría hecho el kleinismo si no lle-
var al infinito las fantasías de muerte despertadas en la criatura huma-
na por el sólo hecho de nacer y perder el cuerpo del cual era arran-
cado? ¿Qué es la escuela inglesa de psicoanálisis sino el listado abru-
mador de los fantasmas que desfilan por la mente de un sujeto que
sabe que ha perdido el cuerpo del cual proviene? ¿No se podría asi-
mismo definir una parte importante de la teoría de Lacan por las no-
ciones que formalizaba en aras de precisar las consecuencias implica-
126. He aquí otras dos citas similares. La primera corresponde al texto de Gus-
tave Le Bon, Les lois psychologiques de l’evolution des peuples: “Chaque individu,
en effet, n’est pas seulement le produit de ses parents directs, mais encore, et
surtout, de sa race, c’est–à–dire de toute la série de ses ascendants... (...) Les
morts sont les seules maîtres indiscutés des vivants. Nous portons les poids
de leurs fautes, nous recevons la récompense de leurs vertus”.. La segunda he-
mos de hallarla en unas páginas de Le culte du moi, de M. Barrès: “Quelque
chose d’éternel gît en nous dont nous n’avons que l’usufruit, et cette jouissan-
ce même, nos morts nous la règlent (...) ...nous sommes le prolongement et la
continuité de nos pères et mères. C’est peu de dire que les morts pensent et
parlent par nous. Toute la suite des descendants ne fait qu’un même être”..

255
Mauro Vallejo

das por el nacimiento del hombre en un espacio habitado por el dis-


curso que lo precede?
No se trata de volver a acusar al discurso psicoanalítico de ser en
esencia una praxis que hace de lo familiar el suelo del que parte, el te-
rreno al que reenvía –aunque más no fuere sin decirlo–, el texto del
cual hace hablar y el destino que reserva para cada gesto. Se trata más
bien de preguntar por la persistencia de cuanto los primeros psicoa-
nalistas veían en eso de lo cual hablaban. ¿Qué se nombraba cuando
Freud, Stekel o Federn decían “familia”? ¿Qué objeto cernían esos de-
cires cuando su voz señalaba hacia la sexualidad, el cuerpo o el instin-
to? ¿Es la misma mirada, es la misma visibilidad, la que se pone en jue-
go en el decir del psicoanálisis actual? En caso de que se trate de los
mismos objetos, a los cuales ahora se arropa con pensamientos más
lúcidos, con definiciones más acordes, el saber psicoanalítico tendría
que revisar si ha dejado de ser una problematización de la transmisión
generacional. No sería pecado reconocer esa obstinación. Pero puede
tratarse tal vez de que un cambio se ha producido entretanto –que esa
cesura haya sido traicionada o desmentida luego del instante en que
hallaba el pensamiento con el cual justificarse, es otro de los proble-
mas que no podemos más que enunciar. Si se duda de que esos ob-
jetos que se escriben solos en las páginas del psicoanálisis (niño, fa-
milia, sexo...) son ahora objetivaciones radicalmente disímiles; si una
lectura es capaz de caer en el vértigo de la extrañeza cuando un escri-
to de 1895 describe un síntoma histérico –pues en esas descripciones
no lee sino un lenguaje ajeno y distante–; de ser ello posible, ese sa-
ber tendrá que medir aquello que lo aleja o lo ata a las disquisiciones
analizadas hasta aquí.

256
Apéndice A1

Listado de textos de Sigmund Freud


mencionados o citados

Freud Sigmund

II, 229, 230, 231, 232,


• Análisis de la fobia de un niño
234, 235, 286, 371, 387,
de cinco años
395, 414, 437, 581
• Análisis de un caso de neurosis I, 226–237, II, 394, 395,
obsesiva (Caso el Hombre de las Ratas) 404–406, III, 63, 133

• Apropósito de las críticas a la neuro-


I, 93
sis de angustia

• Contribuciones a la psicología
I, 6, 14, 166
aplicada

• De la historia de una neurosis infantil IV, 285–287

• El delirio y los sueños en la “Gradiva” I, 112, 195, 243, 246,


de W. Jensen 266, II, 212

• El poeta y los sueños diurnos I, 265, II, 105, 373

1. Tanto en este apéndice como en los ulteriores, se marcará en negritas las pági-
nas que recogen una intervención de Sigmund Freud. Ello responde al poten-
cial interés que esa información pueda albergar para otros investigadores. En
el caso en que un tema o texto figure en varias páginas consecutivas, ello se
marcará con el uso de guiones (–), y en dicha oportunidad no se indicará si ta-
les páginas guardan algún enunciado de Freud. La edición inglesa de las Actas
ofrece, en el índice onomástico ubicado al final del volumen cuarto (cf. Minu-
tes IV, pp. 317–342), las páginas en que algunos textos fueron discutidos duran-
te las reuniones de los miércoles. Pero esa información es muy incompleta.

257
Mauro Vallejo

• El tabú de la virginidad I, 66

• El yo y el ello V, 236

I, 72, 93, 278, 408, II,


• Estudios sobre la histeria
207, 315, 372

• Formulaciones sobre los dos


III, 26–34
principios del acaecer psíquico

• Fragmentos de análisis de un caso II, 111, 212, 213, 297,


de histeria (Caso Dora) III, 223

• Historia del movimiento


I, 6
psicoanalítico
I, 136, 221, 371, II, 79,
218, III, 3, 86, 130, 180,
• La interpretación de los sueños
182, 183–184, 288, 307,
IV, 44, 136
• La moral sexual cultural
II, 236
y la nerviosidad moderna
• La neurastenia y la neurosis de angustia
(Sobre la justificación de separar
de la neurastenia cierto complejo I, 204, II, 108, 380
de síntomas a título de “neurosis
de angustia”)
• Los actos obsesivos
I, 128, 142, III, 133
y las prácticas religiosas

• Los que delinquen


V, 235
por conciencia de culpa

• Más allá del principio del placer V, 186

• Mis opiniones acerca del rol


de la sexualidad en la etiología II, 112
de las neurosis

258
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud

• Mis tesis sobre el papel de la sexualidad


I, 19
en la etiología de las neurosis
• Pegan a un niño. Contribución
al conocimiento de la génesis V, 155
de las perversiones sexuales

• Psicología de las masas y análisis del yo V, 197–198

I, 153, 321, II, 31, 149,


• Psicopatología de la vida cotidiana 165, 461, III, 296, IV,
199, 200
• Puntualizaciones psicoanalíticas
sobre un caso de paranoia IV, 98
descrito autobiográficamente
• Sobre los tipos de contracción
IV, 97
de neurosis

• Sobre una degradación general


I, 66
de la vida erótica

• Sobre un tipo particular I, 66, II, 237–258, IV,


de elección de objeto en el hombre 188

IV, 136, 140, 147–149,


• Tótem y tabú
V, 152, 206
I, 14, 83, 87, 94, 185,
211, 305, 393, II, 44–5,
48, 49, 51, 58, 60, 63,
• Tres ensayos de teoría sexual
115, 412, 413, 424, 446,
458, III, 349, IV, 22,
42, 75
• Un recuerdo infantil II, 338–352, III, 143, IV,
de Leonardo da Vinci 10, 134

259
Apéndice B

Casos y viñetas clínicas


de Sigmund Freud

A continuación, se brindan las páginas de las Actas en las cuales


se registra algún enunciado de Freud referido a alguno de sus pacien-
tes. Hemos consignado, en los casos en que ello era evidente, a qué
historial clínico o a qué viñeta célebre se refiere tal o cual fragmento.
Cuando en una misma página se alude a más de un ejemplo clínico,
se ha agregado un asterisco (*). En contadas ocasiones no fue posi-
ble establecer con seguridad si el decir de Freud apunta a un pacien-
te que él atendía o a un tratamiento de otro médico.

• Casos y viñetas clínicas I, 12–13, 20, 21–22, 35, 50, 57–59,


61 (*)1, 66 (*), 108, 113 (*), 128–130,
172–174, 227–2372, 246, 287, 345–346
(*), 370–371, 403, 404–405 (*), II,
138–140 (*), 181, 216, 367–368, 455,
460–461, 494 (*), 515–516, 541, III,
22–23, 76–773, 90, 180, 181, 181–182,
250–251, 262, 275, 276, IV, 81, 108–1124,
119, 128, 243–246, V, 176–1775 6

1. El caso de la paciente psiquiátrica que conduce a su médico a un rincón para


mostrarle a “su hijo” (montoncito de heces), será usado por Freud en su escri-
to “Sobre las teorías sexuales infantiles”, de 1908 (AE, IX)
2. Se trata del “Hombre de las Ratas” (cf. Sigmund Freud, “A propósito de un caso de
neurosis obsesiva”, AE, X). Vuelve sobre el caso en Minutes I, 246, 287, 370–371.
3. Se trata del paciente que relata el célebre sueño, en el cual habla con su padre
muerto, “que no lo sabía” (cf. “La interpretación de los sueños”, AE, V).
4. Freud vuelve sobre este caso en Minutes IV, 128.

261
Apéndice C1

Índice temático

• Complejo de Edipo I, 8, 9, 10, II, 385, 407, 409,


515, 517, III, 115, 145, 162,
191, 215, 228, 300, 344, 348,
IV, 14, 17, 109, 122, 195,
196, 231–238, 247–251,
253–255, 259–263, 278,
299, V, 151, 161, 210–211
• Degeneración I, 37, 74, 98, 106, 126, 170,
171, 183–189, 192–193,
260, 268, 352, 353, 357,
388, II, 45, 99, 104, 148,
156, 226, 290, 291, 298,
307, 378, 484, III, 123, 125,
IV, 95
• Educación/esclarecimiento sexual I, 240, 241, 270–275, 305,
310, II, 46, 50, 51, 183,
214, 227–231, 307–311,
325, 327, 350, 354–364,
489–504, 510, III, 5, 7,
10–14, 29, IV, 196–197,
262, V, 146–147, 207–208.

1. Este listado incluye temáticas que interesan particularmente a nuestra inves-


tigación. Sobre la mayoría de ellas las actas brindan ya el mismo tipo de in-
formación en el índice temático agregado por los editores en el último tomo
(cf. Minutes IV, pp. 343–357). No obstante, los datos que allí se ofrecen sobre
ellas son muy incompletos.

263
Mauro Vallejo

• Filogenia I, 9, 152, 347-354, II, 174,


248-249, 323, 355, III, 31,
45, 171-172, 302-303, 306,
307, 349, IV, 10, 24, 67, 80,
85-86, 87, 116, 196, 262,
285-287, V, 210.

• Herencia I, 31, 32, 37, 43-49, 63, 65,


68, 69, 70, 71, 74, 89, 92-94,
98-99, 107, 109, 124-125,
170-171, 183-189, 192, 213,
222, 235, 252, 255-258, 271,
272, 274, 284, 285, 337,
356, 357, 376, 380-381, II,
97, 104, 108, 111, 143, 147,
235, 271, 278-279, 291,
295-300, 309, 320-323, 358,
366, 374, 436, 442, 491-492,
496, 509-510, 527, 546, 548,
577, 579, III, 13, 47, 76, IV,
3, 5, 19, 65, 113, 161, 168,
286, 287, V, 194
• Incesto I, 7-29, 191-194, 205, 233, 236,
256, 264, 393, 405, II, 9, 13-18,
180, 232, 248-249, 273, 288,
293-295, 308, 372, 409, 411,
434, 459, 494, 501-502, 555,
III, 78, 103-104, 108, 144, 150,
169, 196, 215, 221, 224, 266,
312, 316-317, 321, 365-366, IV,
42, 52-53, 66, 142-143, 173,
177-180, 188, 247, V, 193.

• Sífilis I, 63, 71, 73-75, 94, 213,


238, 239, 351, 359, 379,
380, 394, 399, 403, II, 30,
33, 122, 123, 127, 130-132,
137, 140, 141, 142, 535, III,
10, 311, V, 139

264

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