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Los Miercoles Por La Noche Alrededor de PDF
Los Miercoles Por La Noche Alrededor de PDF
Prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . 13
Listado de abreviaturas . . . . . . . . . . . . . 15
Capítulo I
Del archivo, olvidos y fragilidades. Introducción metodológica
para el estudio de un discurso . . . . . . . . . . . 17
I. La potencia del archivo . . . . . . . . . . . . . 17
II. Del límite de la prueba histórica.
Otras consideraciones acerca del archivo . . . . . . . . 26
III. La Historia, la tenue perplejidad, los tranquilos vaivenes . . 47
Capítulo II
Historias de unas actas, avatares de una Sociedad Psicoanalítica.
Del peligro nazi a las manos de Nunberg, vía Federn;
de la ferviente moral a la ordenada medicina,
vía Hirschfeld . . . . . . . . . . . . . . . . 71
I. Notas preliminares . . . . . . . . . . . . . . 71
II. Historia de las actas: breve reverso de una política . . . . 74
III. La edición de Herman Nunberg. O de las utilidades
estratégicas de los márgenes . . . . . . . . . . . . 82
IV. Magnus Hirschfeld, el mesianismo, los médicos y la Torah.
Hacia el delineamiento del sujeto de un discurso psicoanalítico . 94
V. De disoluciones y otras argucias . . . . . . . . . 126
VI. Palabras finales, confesiones y trifulcas . . . . . . . 137
Capítulo III
El maleficio vienés. Derrotero de una imagen
y derivaciones de un anatema. . . . . . . . . . . 155
I. Cadenas, manzanas y bandidos . . . . . . . . . . 155
II. El nacimiento de la imagen . . . . . . . . . . . 157
III. Alusiones a los vieneses en los escritos freudianos . . . . 166
IV. Coqueteos y señuelos. Los psicoanalistas vieneses
en las correspondencias de Sigmund Freud . . . . . . . 185
V. El problema vienés en el seno
de su Sociedad Psicoanalítica . . . . . . . . . . . 193
VI. Palabras finales . . . . . . . . . . . . . . 197
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Mauro Vallejo
Capítulo IV
El discurso psicoanalítico como problematización de la
transmisión generacional. Psicoanálisis y biopolítica . . . 207
I. Sapiens, olfateos, pelitos y buscadores de novias. La filogenia
en la Sociedad Psicoanalítica de Viena . . . . . . . . 210
II. Un lugar para el incesto: de las imaginaciones peligrosas
a la lozanía de la raza . . . . . . . . . . . . . 217
III. Educando a los niños . . . . . . . . . . . . 226
IV. La policía de las familias, a la vienesa . . . . . . . . 231
V. El alejamiento de la degeneración; la persistencia
de lo hereditario . . . . . . . . . . . . . . . 237
VI. De transmisiones, visibilidades y biopolítica . . . . . 249
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Prefacio
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Mauro Vallejo
Por razones que luego serán desarrolladas, esa impureza atañe a una
perspectiva singular a partir de la cual analizar una producción discur-
siva, aunque es obvio que aquella también está concernida en el gesto
que el lector verá repetirse una y otra vez: el recupero de unas voces
olvidadas. Ello hace a la naturaleza positiva que la impureza adquie-
re aquí, la cual se sostiene menos en el reverso espectral e ilusorio que
su contrario convoca –habría libros puros–, que en la índole de la di-
mensión en que el texto se aventura: la historia.
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Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
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Nos fue imposible dar con todas y cada una de las fuentes busca-
das; no pudimos contar con el acceso a ciertas memorias, cartas o tra-
bajos que, por el solo hecho de encontrarse fuera de nuestro alcan-
ce, adquirían a nuestros ojos un misterioso valor, puesto que en sus
fragmentos podían estar aguardándonos las pruebas que desmentirían
nuestras hipótesis, o los descubrimientos que quitarían toda verosimi-
litud o pertinencia a nuestras conjeturas. Esa zozobra, empero, no lo-
gró sino reforzar nuestro celo, no hizo otra cosa que robustecer el cui-
dado con el que nos aproximábamos al material existente.
* * *
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Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
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Agradecimientos
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Una ulterior versión del mismo capítulo fue discutida en una de las
reuniones del proyecto UBACyT “La psicología y el psicoanálisis en la
Argentina: disciplina, tramas intelectuales, representaciones sociales y
prácticas” (P042). Los miembros de dicho equipo de investigación me
acercaron críticas y observaciones gracias a las cuales pude enmendar
diversas imprecisiones. Agradezco sinceramente el cuidado y la pro-
lijidad de su lectura. Se trata de Marcela Borinsky, Alejandro Dagfal,
Florencia Macchioli, Hernán Scholten y Hugo Vezzetti.
Cuando se acercaba el momento de concluir la escritura de estas
páginas, recordé una conversación que sostuve hace unos años con la
Dra. Adela Leibovich de Duarte. Revisando con ella los pormenores
de otro proyecto, me recomendó la lectura de las Actas de la Socie-
dad Psicoanalítica de Viena, que por ese entonces yo no había consul-
tado aún. A pesar de que mi interés por esas minutas nació a partir de
una investigación concluida en el año 2006, no quería perder la oca-
sión de señalar esa fabulosa “coincidencia”.
Esta investigación habría sido imposible sin la colaboración de nu-
merosas bibliotecas. En primer lugar, debo agradecer a la Biblioteca de
la Asociación Psicoanalítica Argentina, y fundamentalmente a su per-
sonal, que tan amable y desinteresadamente respondió a mis reitera-
dos pedidos. Quisiera mencionar también la asistencia del director, el
Dr. César Pelegrin, quien con mucha gentileza me permitió el acceso
a algunos materiales. En segundo lugar, quisiera expresar mi agrade-
cimiento a la Biblioteca de la Facultad de Psicología de la UBA, pues
allí pude trabajar durante espaciadas jornadas. Por último, también me
fueron de ayuda las bibliotecas de la Escuela de la Orientación Laca-
niana y de la Escuela Freudiana de Buenos Aires.
Por otra parte, tuve la suerte de acceder a ciertas fuentes gracias a
los fondos del subsidio del proyecto UBACyT antes mencionado, di-
rigido por Hugo Vezzetti, con sede en el Instituto de Investigaciones
de la Facultad de Psicología de la UBA.
Para concluir, una beca doctoral del CONICET me permitió de-
dicar mi tiempo a la finalización del presente proyecto.
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Listado de abreviaturas
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Capítulo I
1. Jean Genet, Diario del ladrón, Debate, Madrid, 1994, página 210; cursivas en
el original.
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2. Cf. Herman Nunberg & Ernst Federn (ed.), Minutes of the Vienna Psychoana-
lytic Society, International Universities Press, New York, 4 volúmenes, 1962,
1967, 1974, 1975.
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Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
3. Cuanto luego se diga acerca de la borradura del alocutario que todo archivo
opera, no debe generar la presunción de que éste sería una instancia neutral de
almacenamiento y memoria. La constitución del archivo, su utilidad y su fun-
ción, dependieron y dependen de decisiones políticas; e inversamente, el pri-
mero puede hacer las veces de artilugio esencial para la realización de estrate-
gias precisas. Ambos puntos son demostrados por los trabajos incluidos en el
número que la revista History of the Human Sciences dedicó en 1999 a la temá-
tica del archivo; véase fundamentalmente Wolfgang Ernst, “Archival action:
the archive as ROM and its political instrumentalization under National So-
cialism”, History of the Human Sciences, Volume 12, Nº 2, 1999, pp. 13–34; Pa-
trick Joyce, “The politics of the liberal archive”, pp. 35–49.
4. Cf. Arlette Farge, Le Goût de l’Archive, Éditions du Seuil, 1989, París. Por su par-
te, Michel Schneider, en su prefacio al volumen IV de la traducción francesa
de las Minutas, había ya caracterizado a las actas como “archivos del pensa-
miento freudiano” (cf. “Préface”, en Nunberg H. & Federn E. (ed.), Les premiers
psychanalystes. Les Minutes de la Société Psychanalytique de Vienne, Tome IV, Gal-
limard, París, 1983, pp. III–XXIII). Tanto en ese punto como en otros, nues-
tra lectura coincide con la de Schneider, aunque nos distanciaremos de ella
en cuanto concierne a algunas temáticas puntuales.
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Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
temente soporta una definición estricta del archivo. Ni las Circulares del
Comité Secreto, ni las diversas correspondencias (editadas o no), ni si-
quiera algún borrador de cierto escrito freudiano, comparten con las mi-
nutas este deslucido privilegio. Hay, por supuesto, otros elementos pasi-
bles de ampliar el archivo del psicoanálisis, como ser los registros admi-
nistrativos y financieros de las distintas sedes locales, los reglamentos de
sus institutos de formación, etc. De todas formas, en esta investigación
se abordarán sólo las minutas vienesas, puesto que constituyen un archi-
vo que, tal y como pretendemos demostrar a lo largo de estas páginas,
presentan una serie de características que las tornan especialmente atrac-
tivas para un proyecto que busque el delineamiento de los atributos del
discurso psicoanalítico, y de los resortes de su construcción.
En consonancia con ello, si bien las minutas se ubican en la serie
de fuentes, escritos y cartas que desde la década de los sesenta salen a
la luz para la indiscreta felicidad de los historiadores –y, vale decirlo,
para una fría indiferencia de muchos psicoanalistas–, adquieren de to-
das formas un cariz radicalmente único en base a este sopesamiento
a partir del concepto de archivo. En ello va implicado que su estatuto
exige la utilización de ciertas herramientas de análisis peculiares, así
como la certeza de que su estudio permite dar con fragmentos del pa-
sado de la disciplina analítica que de otra forma permanecerían inac-
cesibles. Sin embargo, la empresa conlleva riesgos que se desprenden
de la naturaleza misma de la fuente sometida a indagación. Por ende,
tomaremos aquí de Arlette Farge una serie de enunciados que particu-
larizan o circunscriben tanto la esencia del archivo como las peculiari-
dades del gesto que lo aborda, pues esta historiadora nos ofrece en al-
gunos de sus pasajes ciertas ideas que ampararán nuestro propio traba-
jo. De tal forma, presentaremos, precedidas por paráfrasis de algunos
fragmentos de la obra de la historiadora, diversas consideraciones ge-
nerales en las cuales se combinarán, a veces con un sutil desorden, las
particularidades del archivo que directa o indirectamente conciernen
a un estudio de los registros aquí considerados, junto con las cautelas
que a tal empresa atañen, así como algunas tesis metodológicas que de-
berían comandar la investigación que individualice y cierna al discurso
psicoanalítico sin para ello apelar a las variadas formas de la teleología
que velada o bulliciosamente suelen poblar esos quehaceres.
* * *
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7. Kenneth Mark Colby, en un texto de 1951 acerca de los debates entre Freud
y Adler, da cuenta de su acceso a las minutas que estaban en posesión de Sie-
gfried Bernfeld (cf. Kenneth Mark Colby, “On the disagreement between Freud
and Adler”, The American Imago, Volume 8, 1951, N° 1, pp. 229–238). Algu-
nos fragmentos de ese artículo serán incluidos cinco años después en la pri-
mera edición de un texto sobre Adler (cf. Heinz Ansbacher & Rowena Ansba-
cher (ed.), La psicología individual de Alfred Adler. Presentación sistemática de una
selección de sus escritos, Troquel, Buenos Aires, 1959, página 108).
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9. Cf. “Les lettres de Freud en tant que source historique”, Revue Internationale
d’histoire de la Psychanalyse, 2, 1989, pp. 51–80.
10. Cf. Michel Foucault, “Réponse à une question”, Dits et écrits, op. cit., Tomo I,
pp. 673–695, principalmente pp. 682–683; “Sur l’archéologie des sciences. Ré-
ponse au Cercle d’épistémologie”, op. cit., página 708.
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La lectura del archivo provoca de entrada un efecto de real que ningún otro
texto logra suscitar. Cada vez que alguien lee el archivo, es atravesado por un
afecto de sorprendente certidumbre. La palabra dicha, la frase pronunciada de-
vienen macizas figuras de lo real. “Como si la evidencia de aquello que fue el
pasado estuviese finalmente allí, definitiva y cercana. Como si, al desplegar el
archivo, se hubiese obtenido el privilegio de «tocar lo real»”11. El acceso direc-
to a la marca del pasado, la cercanía a la casi palpable materialidad del
evento acaecido despierta, en quien se inclina ante esas trazas conser-
vadas, la ilusión de ser aquel que por fin tiene ante sus ojos la realidad
misma de lo realizado, la realización misma de lo real. En el caso de
los registros de las reuniones de la Sociedad Psicoanalítica de Viena,
el lector está siempre tentado a creer que finalmente se devela ante él
el secreto del naciente psicoanálisis, anunciado en la frescura de esas
discusiones espontáneas, listo a ser captado sin otro esfuerzo que la
paciente lectura que se deje arrobar por tanta verdad.
Esa ilusión señala asimismo una de las advertencias que rige nues-
tra labor, circunscribe la conciencia siempre renovada de la existen-
cia de una disyuntiva que podía socavar el decurso de la tarea. Pues el
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Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
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tas minutas y otras fuentes muy diversas; pero se trata de un diálogo casi
mudo, suerte de cruce de miradas entre risueños guijarros, especie de aná-
lisis topográfico de relieves de dudoso salvajismo. El objetivo no es tan-
to el sentido de lo que dicen, sino el hallazgo de las reglas que permi-
tieron que tal o cual sentido fuera decible; el encuentro de las prácticas
que signaron la menuda suerte de unas palabras; por fin, la reconstruc-
ción de los jalones a través de los cuales un discurso tomaba forma. En
tanto y en cuanto durante esta labor se hace uso de testimonios, cartas,
relatos de los historiadores –y hasta qué punto esos elementos cumplie-
ron un rol imprescindible, cuanto sigue de estos textos alcanza para de-
velarlo–, en tanto y en cuanto esta investigación desplazaba a cada ins-
tante su atención desde las actas hacia otro tipo de textos, se diluye la in-
tención de ubicar nuestro libro en la serie de trabajos históricos expresa
y devotamente dedicados al análisis de un archivo.
De todas formas –y ello no obedecía sólo a nuestra obstinación–,
nos pareció justificado el intento por explotar esa indeterminación me-
todológica. Habíamos saludado con esperanzas algo desmedidas la po-
tencialidad arrojada por la utilización del concepto de archivo; esta ca-
tegoría permitía ciertamente hacer justicia a algunos pormenores de la
fuente en juego, pero también nos enfrentaba con la necesidad de poner
fin a las exigencias que su uso forzaba a introducir. Queda claro que ese
abandono a medias, que esa distancia constantemente desmentida, hará
que este texto pierda todo brillo a los ojos de quienes buscan en un li-
bro la plasmación de un paso altivo y seguro. La puesta al descubierto
de ese titubeo –que no hará otra cosa que crecer a medida que las pá-
ginas avancen– es menos la celebración de vaya uno a saber qué rasgo
contemporáneo (supuesta caída de las disciplinas tradicionales, presun-
ta insuficiencia de las metodologías aceptadas) que una de las prescrip-
ciones desprendidas de la simple naturaleza de nuestros fines.
Las Minutas hablan de lo que sucedía en esas reuniones, del des-
envolvimiento de la Sociedad Psicoanalítica de Viena, relatan las peri-
pecias de la construcción de las teorías de Freud, de Stekel, de Adler.
Hablan sobre estas y muchas otras cosas. Y dicen acerca de ellas tanto
y tan poco; ofrecen sobre ellas tantas evidencias como velos. Un es-
tudio de la Sociedad Psicoanalítica de Viena implicaría tomar en con-
sideración diversos fenómenos que por una u otra razón aquí no se
sopesan, como ser las diversas rupturas que en su seno se produjeron
(las hoy célebres peleas entre Freud y Stekel, entre aquel y Adler), su
inscripción en la posterior Asociación Psicoanalítica Internacional, la
procedencia e interés de cada uno de sus miembros, etc13. Es por ello
13. Alentados por unas palabras de Paul Roazen, en las cuales el historiador se refe-
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Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
ría a las síntesis que Wilhelm Stekel publicaba sobre algunas de las reuniones de
los psicoanalistas vieneses en un periódico de esa ciudad (cf. Paul Roazen, Freud
y sus discípulos, Alianza, Madrid, 1978, página 243), infructuosamente intentamos
dar con ellas, con el fin de contar con una fuente alternativa. Sin embargo, Ber-
nhard Handlbauer ha podido establecer que esas reseñas jamás existieron. Ste-
kel publicó sólo una recensión acerca de las veladas de los miércoles, en enero
de 1903 en el Prager Tagblatt, titulada “Discusión sobre el fumar” (cf. The Freud–
Adler controversy, Oneworld, Oxford, 1998, pp. 13–14, 17–21). Es sabido que el
primer encuentro del grupo en 1902 estuvo dedicado, gracias a una propuesta de
Max Kahane, a las implicancias psíquicas del acto de fumar; por otro lado, son
célebres las densas humaredas que los psicoanalistas de Viena dejaban en el ho-
gar de Freud (cf. Martin Freud, Sigmund Freud: mi padre, Ediciones Hormé, Bue-
nos Aires, 1966, pp. 100–101).
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14. Cf. Karl Fallend, Peculiares, soñadores, sensitivos. El Psicoanálisis en camino hacia
la Institución y Profesión. Estudios biográficos, Universidad de la República Orien-
tal del Uruguay, Montevideo, 1997, página 132. El libro de Fallend ofrece, en-
tre las páginas 137 y 238, actas de la Sociedad Psicoanalítica de Viena halladas
luego de la edición en cuatro volúmenes. Nos referiremos a ellas como Minu-
tes V con el fin de facilitar el citado y referenciado de las mismas.
15. Cf. Minutes IV, página 194 n.
16. Cf. Rosemary H. Balsam, “Women of the Wednesday Society: The Presenta-
tions of Drs. Hilferding, Spielrein, and Hug–Hellmuth”, American Imago, Vol-
ume 60, 2003, n° 3, pp. 303–342; véase principalmente pp. 304 y 317.
17. Cf. op. cit., página 339 n.
18. La propuesta de que tal discusión se lleve a cabo fue realizada por Hitschmann
en la reunión del 16 de noviembre de 1910 (Minutes III, página 59), y se concre-
tó recién en las reuniones de los días 4 de enero, 1, 8 y 22 de febrero de 1911.
De todas maneras, Freud ya había sugerido en la reunión del 2 de junio de 1909
una comparación entre sus propios postulados y aquellos de Adler (cf. Minutes
II, pp. 265–266). En esta última jornada es posible encontrar ya las principa-
les críticas freudianas a la teoría adleriana. Acerca de estos debates, véase Bern-
hard Handlbauer, The Freud–Adler controversy, op. cit., pp. 76–143.
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19. Minutes III, página 275. En la misma reunión, Adler había declarado su satisfac-
ción por el entendimiento alcanzado (cf. Minutes III, página 268). Éste se produjo
luego de que Adler declarase su renuncia a su puesto de “chairman”, anunciada
en la velada del 22 de febrero, debido a la incompatibilidad científica existente
entre su posición teórica y la de la Sociedad. En la siguiente jornada, y a pesar
del desacuerdo de Freud, el cenáculo declaró a través de votación su rechazo a
aceptar la presunta incompatibilidad (cf. Minutes III, página 179).
20. Véase la carta del 14 de marzo de 1911: “Naturalmente, estoy aguardando la
ocasión de expulsar a ambos [Stekel y Adler], pero ellos lo saben, y así se com-
portan prudentes y conciliadores, de modo que nada puedo hacer por el mo-
mento”. Una alocución similar se encuentra en su carta del 12 de mayo diri-
gida al mismo destinatario, así como en las misivas de los días 2 de mayo y 5
de octubre destinadas a Ferenczi. Respecto de las peleas internas de la Socie-
dad, véase el esclarecedor trabajo de Kenneth Eisold, “Freud as a leader: the
early years of the viennese society”, The International Journal of Psycho–analysis,
Volume 78, 1997, 1, pp. 87–104. En lo concerniente a la relación entre Freud y
Adler, véase el muy completo texto de Martin Fiebert, “In and out of Freud’s
shadow: a chronology of Adler’s relationship with Freud”, Individual Psycholo-
gy, Volume 53, 1997, 3, pp. 241–269.
21. Cf. Lou Andreas–Salomé, Aprendiendo con Freud. Diario de un año 1912/1913,
Laertes, Barcelona, 1978. El contraste es muy claro en cuanto respecta a las
reuniones de los días 30 de noviembre de 1912 (cf. Minutes IV, pp. 126–127),
12 de febrero de 1913 (op. cit., página 162) y 5 de marzo del mismo año (en
la cual según Andreas–Salomé, hubo un “encarnizado” debate entre Freud y
Silberer, del cual las Minutas nada dicen).
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perspectiva adleriana, sino más bien desde una posición más fiel a la
facción freudiana31.
En otro orden de cosas, la imposibilidad en que las Minutas se hallan
para dar cuenta de todo cuanto concierne a la política de la Sociedad Psi-
coanalítica de Viena, o para reflejar las decisiones tomadas acerca de su
organización, es palpable a la luz de la evidencia de reuniones secretas,
sobre las cuales obviamente las actas no debían dejar rastros. El caso más
remarcable es el encuentro del 28 de junio de 1911, al cual no se invitó a
los adherentes de Adler, y en el cual Freud concretó una maniobra capi-
tal en su política de expulsión del teórico de la protesta masculina32.
Otro sesgo posible por el cual tematizar la imposibilidad en que di-
chos registros se encuentran para reflejar lo real acaecido, reside en la
presunta espontaneidad de las intervenciones de las que dan cuenta.
Las actas serían la hendija abierta a unas discusiones que se habrían de-
sarrollado sin miramiento alguno por esa instancia extraña encargada
de tomar registro, y por lo tanto, en su despliegue, no mostrarían otra
cosa que las peculiaridades propias a su fresco suceder. Sin embargo,
cabe atender al relato de Richard Sterba cuando señala que existe una
clara diferencia entre las discusiones informales llevadas a cabo alre-
dedor de Freud entre 1928 y 1932, de las cuales tenían el privilegio de
participar algunos analistas elegidos por Paul Federn, y los debates re-
gistrados en las minutas en cuestión. Mientras que en aquéllas Freud
solía intercalar chistes y anécdotas, en las discusiones de las minutas
publicadas raramente ello sucede. Según Sterba, Freud tenía en los ini-
cios del movimiento psicoanalítico tal cuidado por construir y preser-
var su edificio doctrinal que, atendiendo al hecho de que los debates
eran transcriptos por Rank, era muy prudente y sopesaba cada inter-
vención33. Refiriéndose a las reuniones de las cuales pudo participar,
31. Cf. Bernhard Handlbauer, The Freud–Adler controversy, op. cit., pp. 35–36.
32. Esta reunión es anunciada por Freud en la carta a Ferenczi del 20 de junio de
1911; cf. Philip Kuhn, “A pretty piece of treachery: the strange case of Dr Ste-
kel and Sigmund Freud”, op. cit., página 1160. Este último autor afirma, basán-
dose en la biografía de Wittels, que en tal ocasión Freud dijo a Stekel la céle-
bre frase en alusión a Adler: “Hice de un pigmeo un gigante, pero descuidé al
gigante que tenía al alcance de la mano. Uno solo de los numerosos símbolos
que usted descubrió vale más que el “asunto Adler” en su conjunto [the who-
le “Adlerei” put together]”, mas la fuente referida no permite datar esa decla-
ración (cf. Fritz Wittels, Sigmund Freud. His personality, his teaching & his school,
George Allen & Unwin Ltd. Londres, 1924, página 225). Tampoco lo permiten
las páginas de las memorias de Stekel (cf. Emil Gutheil (ed.), The autobiography
of Wilhelm Stekel. The life story of a pioneer psychoanalyst, op. cit., página 142).
33. Cf. Richard Sterba, Reminiscences of a Viennese Psychoanalyst, Wayne State Uni-
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Mauro Vallejo
versity Press, Detroit, 1982, pp. 106–107. En consonancia con esta observación,
uno de los biógrafos de Otto Rank sugiere que Freud habría vigilado y su-
pervisado la forma en que el secretario tomaba las minutas (cf. E. James Lie-
berman, Acts of will. The life and work of Otto Rank, The Free Press, New York,
1985, página 71). En efecto, en el próximo capítulo tendremos la oportuni-
dad de comprobar que el propio Freud en cierta ocasión hizo agregados a los
registros originales. Por otra parte, Sterba relata que Freud no permitía que se
tomaran notas de las reuniones informales de los años 30, orden que aquel
desobedeció. Este texto constituye un relato muy vívido y esclarecedor acerca
de las actividades de los analistas vieneses durante las décadas de 1920 y 1930.
Isidor Sadger, en un libro publicado en 1930 y redescubierto hace unos años,
se refiere también a las reuniones que se desenvolvían en la casa de Freud en
la tercera década del siglo XX (cf. Isidor Sadger, Recollecting Freud, The Univer-
sity of Wisconsin Press, Wisconsin, 2005, pp. 124–138).
34. Richard Sterba, Reminiscences of a Viennese Psychoanalyst, op. cit., página 107.
35. Edoardo Weiss, “Mis recuerdos de Sigmund Freud”, incluido en Freud/Weiss,
pp. 19–43; cita de la página 32.
36. Cf. Minutes I, página 195 n.
37. Edward Timms (ed.), Freud and the child woman. The memoirs of Fritz Wittels, Yale
University Press, New Haven, 1995, página 169. En más de una ocasión uti-
lizaremos este texto, editado bajo el cuidado de Timms, y por tal motivo re-
comendamos la lectura de la reseña que Leo Lensing redactara con el fin de
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40. Cf. Emilio Rodrigué, Sigmund Freud. El siglo del psicoanálisis, Editorial Sudame-
ricana, Buenos Aires, 1996, Tomo I, página 435.
41. Cf. Martín Stanton, “Wilhelm Stekel: A refugee analyst and his English recep-
tion”, en Edward Timms & Naomi Segal (ed.), Freud in exile. Psychoanalysis and
its vicissitudes, Yale University Press, New Haven, 1988, pp. 163–174.
42. Puede asentarse aquí un comentario de Sterba, el cual, aunque referido a un
período posterior de la Sociedad Psicoanalítica de Viena, probablemente val-
ga también para el comienzo: debido a las resistencias de los otros círculos
médicos y científicos, entre los miembros de la agrupación se creaban fuer-
tes lazos personales, siendo frecuentes los matrimonios entre ellos (cf. Richard
Sterba, Reminiscences of a Viennese Psychoanalyst, op. cit., página 94). Véase asi-
mismo Elke Muhlleitner & Johannes Reichmayr, “Following Freud in Vienna.
The Psychological Wednesday Society and the Viennese Psychoanalytical So-
ciety 1902–1938”, International Forum of Psycho–Analysis, 6, 1997, pp. 73–102,
especialmente página 78.
43. Recordemos que el grupo comenzó a reunirse en 1902 gracias a una sugeren-
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Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
cia que Stekel hiciera a Freud. Este último, en una carta enviada al primero dos
años más tarde, le hablará de “...la Sociedad psicológica que usted fundó...”
(cf. Francis Clark–Lowes, “Freud, Stekel and the interpretation of dreams: the
affinities with existencial analysis”, Psychoanalysis and History, 3, 2001, 1, pp.
69–78; cita de la página 70 n.).
44. Una razón para que ello así fuese, puede extraerse quizá de una acotación rea-
lizada por Jaap Bos en un texto que de por sí ofrece una muy clara descrip-
ción de la implicación y participación de Stekel en la Sociedad Psicoanalítica
de Viena (cf. Jaap Bos, “A silent antipode: the making and breaking of Psychoa-
nalyst Wilhelm Stekel”, American Psychological Association, Volume 6, 2003, 4, pp.
331–361): Stekel solía presentar sus puntos de vista –que claramente diferían
de los freudianos–, no como elementos de contradicción o desacuerdo, sino
como continuaciones y ampliaciones alternativas de los postulados de Freud.
45. Minutes IV, página 103 n. Para ser exactos, las Actas no mencionan siquiera la
partida de Stekel, pues si no fuese por la nota agregada por los editores, el lec-
tor no se anoticiaría de otra cosa que de la continua ausencia de Stekel en las
futuras reuniones.
46. Minutes III, página 281.
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* * *
En relación al trabajo con el archivo, surge una tensión entre, por una par-
te, una confusa e inconfesable pasión, en cuyo arrebato se cuela el sueño de dar-
lo a leer en su integridad, de explotar su carácter espectacular y su contenido
ilimitado; y por otra parte, la ceremoniosa razón que exige que el archivo debe
ser interrogado para adquirir sentido, que refrena el torpe impulso y recuerda
que no hay peor ceguera que la de los ojos que creen en las diademas inmedia-
tas. La traza parece tan clara y elocuente que tal vez baste con ofrecer-
la desnuda y completa, tendida en su luminosidad a una captura sin
dilaciones. No obstante, ya hemos dicho que el archivo dice, en su
pétreo silencio, mucho a la vez que nada, ofrece del pasado un límpi-
do espejo a la vez que su deformación. En el caso de las Minutas de la
Sociedad Psicoanalítica de Viena sobresale el tinte sorprendente y cu-
rioso de algunas intervenciones y discusiones. Es tal el asombro que
a uno lo embarga por el contenido de algunos dichos, que siempre
se está presto a querer ofrecer al otro, a ese lector que uno supone se-
diento y fisgón, fragmentos textuales de esas hojas, extensas citas que
dicen por sí mismas su sentido y sus sinsentidos, que dan a conocer
con simple transparencia el pensamiento de esos primeros psicoanalis-
tas. Sin embargo, se reduplica así la ilusión a la cual nos hemos referi-
do recién, puesto que esos registros conservados esperan la mirada in-
quisidora que haga de ellos otra cosa que el simple pretexto de un co-
mentario infinito o malintencionado. La cita, trayendo de aquel tiem-
po las marcas del pasado, puede devenir, más que la via regia al senti-
47. Paul Roazen, Hermano animal. La historia de Freud y Tausk, Acme–Agalma, Bue-
nos Aires, 1994, pp. 26–27.
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Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
48. Arlette Farge, Le Goût de l’Archive, op. cit., página 91. Al respecto, véase el bril-
lante ensayo de Harriet Bradley, “The seductions of the archive: voices lost and
found”, History of the Human Sciences, Volume 12, Nº 2, 1999, pp. 107–122.
49. Cf. Minutes II, página 94.
50. Cf. Minutes II, pp. 43–52.
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Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
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les batallas que hacen uso del saber psicoanalítico con el solo desig-
nio de buscar en sus tempranas formulaciones los errores que impug-
narían la cientificidad de las tesis ulteriores. ¿A qué sirve ese cuidado
en las equivocidades que luego mencionaremos? ¿A qué esa obsesiva
búsqueda de las oraciones que el mismo discurso se ha encargado de
corregir, alterar o denunciar como primeros esbozos de una tarea que
ha sabido dar con verdades más pulidas? ¿Tantos recaudos, que con
cierta pompa se denominan aquí metodológicos, para un afán tan an-
tiguo, tan amigo de las polémicas televisivas, para un objetivo que di-
vierte sólo a los cazadores de noticias? Nada de eso. El establecimien-
to del sistema de las impurezas es sólo un momento de la labor de indi-
vidualización del discurso. Y en estas páginas quizá reciba una aten-
ción más detenida simplemente por las características de las actas de la
Sociedad Psicoanalítica de Viena. En ellas abundan las preocupaciones
que el saber sabrá olvidar, relegándolas a los tiempos de sus inmadu-
ros desvelos. En ellas vemos temáticas que quizá no recibirán una en-
carnación prístina en ninguna obra en particular, pero que recorrían
furtivamente toda una serie de enunciados. En tal sentido, dedicare-
mos un capítulo a la búsqueda de las regularidades que gobernaron y
sustentaron la apertura de la zona de decibilidad en que distintas for-
mulaciones acerca de la transmisión generacional hallaron los anchos
límites en los cuales proferirse.
* * *
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58. Sigmund Freud, “Análisis de la fobia de un niño de cinco años”, AE, X, pp.
112–113.
59. Sigmund Freud, “El malestar en la cultura”, AE, XXI, pp. 115–116; el subra-
yado me pertenece.
49
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60. Sigmund Freud, “Introducción del narcisismo”, AE, XIV, pp. 89–90.
61. Carta citada en op. cit., página 90 n; el subrayado me pertenece. La misiva es del
30 de septiembre, y la traducción castellana presenta ligeras disimilitudes respec-
to de la versión incluida en las Obras Completas (cf. Freud/Weiss, página 80)
62. Por supuesto, el argumento hacia el que apuntamos hace caso omiso de la pe-
rezosa razón a través de la cual, desde muy temprano, se quiso justificar en
parte este fenómeno, tan presente en la construcción del discurso psicoana-
lítico: Freud se demoraba mucho en asimilar ideas extrañas, las cuales, hasta
tanto ello sucediese, permanecían suspendidas en las afueras de su capacidad
de juicio (Freud lo había dicho ya a su esposa en una carta de 29 de octubre
de 1882 (cf. Correspondencia, Tomo I, página 270); lo dice asimismo en su car-
ta a Wittels del 18 de diciembre de 1923 (cf. Correspondencia, Tomo IV, página
501); también en una carta a Jones en noviembre de 1911 (cf. Freud/Jones, pá-
gina 168) y en una a Abraham del 15 de febrero de 1924 (cf. Freud/Abraham,
página 379); Stekel refiere también haber obtenido de Freud una confesión al
respecto (cf. Emil Gutheil (ed.), The autobiography of Wilhelm Stekel. The life story
of a pioneer psychoanalyst, op. cit., página 134).
63. Alberto Fernández, “De las Actas, un acto”, Cuadernos Sigmund Freud. Publica-
ción de la Escuela Freudiana de Buenos Aires, N° 8: Los sueños de Freud, 1981, pp.
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Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
160–163; cita de la página 162. Este texto constituye la única reseña local de
las minutas con la que pudimos dar en nuestra búsqueda.
64. Cf. infra, Apéndice A.
65. Hemos contado como una las menciones que al libro se hicieron en la discu-
sión del primero de marzo de 1911, pues en dicha reunión Freud presentó los
51
Mauro Vallejo
puesto que esas cifras deben medirse en relación a otras, puesto que
en sí mismas nada dicen. Por ejemplo, es claro el contraste entre esos
números y el correspondiente a la cantidad de ocasiones en que el li-
bro freudiano sobre la sexualidad fue mencionado en las actas. Tres
ensayos de teoría sexual aparece en veintidós oportunidades, de las cua-
les sólo nueve corresponden a dichos de Freud66. ¿Qué indican estos
valores? En primera instancia, y atendiendo a la altísima frecuencia
con que los integrantes de la Sociedad de Viena apelaban a hipótesis
sustentadas en aquello que se conoce como simbolismo universal, dan
un claro indicio de la utilidad interpretativa que podía extraerse de
una definición un tanto equívoca del inconsciente. Es decir, su po-
tencialidad se medía para estos analistas más en términos de la posi-
bilidad que abría para interpretar, que por el sesgo de una teorización
rigurosa y formalizada de su funcionamiento. En segunda instancia,
a la luz del lugar de privilegio que detentarán en el decurso de las dis-
cusiones ciertas temáticas muy cercanas a las inquietudes de la sexo-
logía (masturbación, toxinas, etc.), podemos comprender muy clara-
mente la razón por la cual generaba tanto atractivo el libro sobre la
sexualidad. Por último –y a este punto volveremos en el siguiente ca-
pítulo–, estos y otros valores, también atinentes a la cantidad de men-
ciones que las actas reservan para los textos de Freud, permiten ex-
traer algunas tesis sobre el funcionamiento interno de la institución,
o al menos sobre la relación que los vieneses mantenían con las teo-
rías de su líder. A una distancia sorprendente de aquello que hoy to-
maríamos como un grupo de estudio, pero asimismo en una relación
muy paradójica con los mecanismos actualmente aceptados de trans-
misión, el grupo parece ubicarse fundamentalmente en el ansia extre-
ma por explotar la nueva disciplina, por utilizar las herramientas exe-
géticas que ésta aportaba67.
resultados de una nueva revisión de su libro capital. Por otra parte, podemos
entender porqué, según refiere Sachs, pudo Sigmund Freud lamentar que la
teoría de los sueños no fuese un interés esencial durante las discusiones de la
Sociedad de Viena (cf. Hans Sachs, Freud. Master and Friend, Harvard Univer-
sity Press, Cambridge, 1946, página 63).
66. Hemos contado como una las menciones a Tres ensayos de teoría sexual que fi-
guran en las actas de la reunión del 11 de noviembre de 1908, pues tal en-
cuentro fue dedicado a un comentario de un libro de Moll, en cuyo transcur-
so se comparó tal obra con la perteneciente a Freud. Por otra parte, en lo con-
cerniente a los números recién brindados, cabe concluir que el libro sobre la
sexualidad fue el que más asiduamente aparecía en las discusiones, y el que
más interés despertó en los discípulos.
67. Particularmente llamativo resulta, en vistas de la alta frecuencia con que las pre-
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Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
terior hipótesis freudiana. En tal sentido, la premura con que los editores de
las minutas agregan una nota al pie para aclarar que, visto de cerca, se apre-
cia que no existe una tal anticipación (cf. Minutes III, página 330 n.), se desta-
ca como un caso ejemplar de los poco felices agregados que los responsables
de la edición insertaron, cuya consecuencia no es otra que la facilitación de
una lectura completamente sesgada de la fuente. Dedicaremos a este punto un
tratamiento más detenido posteriormente.
74. Cf. Minutes III, pp. 317–318.
75. A continuación agrega: “A diferencia de nuestro punto de vista psicológico,
la autora intentó no obstante basar la teoría de los instintos en presupuestos
biológicos (como el de la preservación de las especies)” (Minutes III, página
335). Es decir que además de rechazar el objeto de estudio que luego será par-
te esencial de su doctrina, Freud objeta a su vez la metodología que él mismo
utilizará para esgrimir dicho concepto.
76. De tal forma, estaríamos aplicando al caso de los componentes destructivos de
la pulsión el esquema que Jacob Golomb sugirió en su lectura de las paradóji-
cas maneras en que Freud se refirió a la obra de Nietzsche tanto en estas reunio-
nes de Viena como en su obra. Aquel autor propone que el interés del creador
del psicoanálisis por desmentir, a veces mediante argumentos contradictorios
o inverosímiles, cualquier influencia del filósofo alemán sobre su obra, obede-
cía al hecho de que el nombre de Nietzsche era fácilmente ligado a las produc-
ciones de dos disidentes, Jung y Adler (cf. Jacob Golomb, “Freudian uses and
misuses of Nietzsche”, American Imago, Volume 37, 1980, N° 4, pp. 371–385).
55
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77. Cf. Martin Stanton, “Wilhelm Stekel: A refugee analyst and his English recep-
tion”, op. cit., página 167.
78. Paul Roazen había mencionado ya esta pequeña anécdota (cf. Freud y sus discí-
pulos, op. cit., página 247).
79. Cf. Minutes II, pp. 423–434.
80. Minutes II, página 432.
81. Cf. Freud/Jung, pp. 436 y 443. En una carta a Ferenczi fechada el 16 de novi-
embre de 1910, Freud comparaba a Adler con Fliess.
56
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
que aquí retiene nuestra atención: estos debates, a la vez que socavan
la pretensión de fundar una malla teórica psicoanalítica estable someti-
da a bulliciosos malentendidos o resistencias, demuestran la forma en
que argumentos y enunciados contradictorios o disímiles podían con-
vivir sin provocar mayores perjuicios; aquello que en cierto instante y
de boca de un personaje era estigma de obcecación, podía luego virar
hacia el estatuto de verdad irrefutable.
En la última cita freudiana comprobamos asimismo el tipo de ob-
servaciones que podían provocar en el Freud de la década del 30 la
misma desazón: en las neurosis de los hombres no habría represión
de impulsos femeninos. Por otra parte, renglones más abajo hallam-
os otra extraña aseveración de Freud: “En la temprana infancia, que
es por cierto el momento en que se asienta el fundamento para una
neurosis, la diferencia de sexos desempeña un mínimo papel. Esos son
procesos concientes posteriores, proyectados retroactivamente hacia
la infancia”82. Al mismo tiempo que se generaba cierto consenso en el
sentido de rechazar la tesis de Adler, se esgrimía también que ésta no
hacía sino verter en nuevos términos conceptos antiguos83. Aquello
que merece ser subrayado es la heterogeneidad de enunciados que on
proferidos en aras de impugnar la teoría adleriana, aunque más ex-
traordinario todavía es el hecho de que tales ataques suponen tesis
que difícilmente puedan ser subsumidas en un mismo marco concep-
tual. Por ejemplo, Hitschmann sostiene que “Aquello que está en el
82. Ibíd. Este tipo de enunciado se repetirá durante los debates destinados a discutir
las teorías adlerianas, sobre todo por parte de sus oponentes. Por ejemplo, Ro-
senstein dirá, el 8 de febrero de 1911, que para el niño es más importante el con-
traste entre los adultos y los no adultos que la diferencia entre masculino y fe-
menino (cf. Minutes III, página 154). La participación de Tausk en el debate es
aún más curiosa, puesto que en tanto que el 4 de enero de ese año declara que
no existen diferencias cualitativas entre lo femenino y lo masculino (cf. Minutes
III, página 110), unas semanas después afirma que las neurosis siempre estallan
cuando el individuo se percata de la existencia de la diferencia sexual (cf. Minutes
III, página 169).
83. Esta objeción la había hecho ya Reitler el 26 de mayo de 1909 (cf. Minutes II,
página 251). La repite Freud el 23 de febrero de 1910 (cf. Minutes II, página
433; vuelve a proferirla en Minutes III, página 145), de la cual hacen eco tanto
Hitschmann (cf. Minutes III, pp. 53 y 72) como Rosenstein (cf. Minutes III, pá-
gina 153). También aparece en su carta a Jung del 25 de noviembre de 1910.
Incluso muchos años después, el primero seguirá arguyendo que la “protesta
masculina” adleriana no hacía otra cosa que disfrazar bajo nuevo ropaje vie-
jos conceptos (cf. Sigmund Freud, “Contribución a la historia del movimien-
to psicoanalítico”, AE, XIV, página 52; “Dos artículos de enciclopedia”, AE,
XVIII, página 244; “Presentación autobiográfica”, AE, XX, página 49).
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Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
89. Véase la reseña que David Beres realizó de los dos últimos volúmenes de la
edición inglesa de las minutas (cf. David Beres, “Book review. Minutes of the
Vienna Psychoanalytic Society. Volume III; Volume IV”, The Psychoanalytic Quarter-
ly, Volume XLVI, 1977, n° 1, pp. 148–157).
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90. Minutes II, página 202. Resulta impactante la distancia que separa esta inter-
vención de Stekel de aquella de Freud en la misma discusión, quien dice: “Al
mentir, el niño imita a los adultos, quienes le ocultan los hechos sexuales, y
quienes le mienten al darle falsas informaciones sobre esos hechos; es a partir
de ello que el niño asume su derecho a mentir” (Minutes II, página 203). Ste-
kel retomará su argumento poco después (cf. Minutes II, página 232).
91. Cf. Minutes II, página 271. Los editores, su “imparcialidad” mediante, tuvie-
ron el cuidado de agregar una nota al pie para afirmar que Stekel seguramen-
te intentó decir “los padres como objetos sexuales”. Por otro lado, una similar
implicación de la sexualidad de la madre en su relación al hijo será defendi-
da por Hilferding en su presentación del 11 de enero de 1911 (cf. Minutes III,
pp. 112–125), la cual, según lo ha señalado Rosemary Balsam, generó por tal
motivo una dura resistencia (cf. Rosemary H. Balsam, “Women of the Wed-
nesday Society: The Presentations of Drs. Hilferding, Spielrein, and Hug–He-
llmuth”, op. cit., pp. 306–315).
92. Véase, por ejemplo, Minutes III, página 158.
60
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
ca, cuyo resumen es todo cuanto ha sido conservado por las actas93.
A través de la misma, Tausk proponía que la emergencia de ese tipo
de inhibiciones se produce cuando el componente instintivo adqui-
ere tal intensidad que reclama su modalidad de gratificación original,
y no una derivada. En tal sentido, el trabajo artístico se liga a las fi-
jaciones infantiles, puesto que cada vez que por alguna circunstancia
las últimas demuestran su actualidad, el primero sufre cierto daño o
desarreglo. Asimismo, Tausk proponía que en base a tales hallazgos
era dable conjeturar que ciertos contenidos de las creaciones artísti-
cas podían ser explicados a partir de las gratificaciones instintivas de
la infancia. En la discusión del trabajo, no conservada en las minutas
pero sí en el diario de Lou Andreas–Salomé, Freud habría sido bastante
crítico para con la propuesta de Tausk. Aquel habría advertido con-
tra ese tipo de investigaciones, puesto que podían servir de fácil argu-
mento a las injurias provenientes de los círculos científicos hostiles al
psicoanálisis. Desde el punto de vista de Freud, era aconsejable tener
en cuenta este factor y dedicarse más a buscar confirmaciones de lo
ya sabido que a intentar echar luz sobre nuevos territorios94. No ob-
stante, ¿por qué Freud habría hecho tal declaración, siendo que para
1912 ya había publicado sus ensayos sobre la Gradiva, Leonardo y los
dos primeros artículos que al año siguiente reuniría en Tótem y tabú?
¿Por qué un autor así, en un foro de discusión que había dedicado ya
múltiples jornadas a tratar problemas de arte, habría exigido cautela
en ese tipo de inquisiciones?
El caso de la ponencia de Tausk constituye un ejemplo paradigmáti-
co del tipo de condicionamientos acerca de los cuales las actas también
ofrecen importantes indicios. Resulta presumible que, además de los
conflictos entre Tausk y Freud a los cuales Roazen ha dedicado su ya
clásica obra, la coyuntura política ayude a explicar la reacción de Freud.
Poco después de la partida de Stekel y en uno de los momentos más
conflictivos de la relación con el medio suizo, es justo sospechar que
la cautela freudiana apuntaba a prevenir posibles apoyos que los me-
dios académicos y psiquiátricos podrían utilizar para reforzar la críti-
ca hacia el psicoanálisis.
En definitiva, a un costado, en cierta relación de complementa-
riedad respecto de los análisis de Roazen y Roustang95 –quienes in-
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Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
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* * *
tación oral, el cual había sido publicado en una revista religiosa, titulada Lib-
ertad evangélica.
100. El propio destino del término “complejo de Edipo” en las actas de la Socie-
dad merece quizá una rápida mención. El sintagma sorprendentemente había
sido utilizado ya por Hitschmann en la reunión del 10 de octubre de 1906,
en lo que quizá sea la primera mención del mismo en la historia del psicoaná-
lisis (cf. Minutes I, página 9). En la reunión del 21 de octubre de 1908 Freud,
sin mencionar explícitamente a Edipo, habla del complejo padre–madre (cf. Mi-
nutes II, página 20). Nuevamente Hitschmann, indudablemente acuñador del
término, se refiere al “complejo de Edipo” el 26 de enero de 1910 (cf. Minutes
II, página 409), es decir unos meses antes de la aparición del escrito de Freud.
En los debates del 4 de mayo del mismo año, estando el escrito aún inédito,
tanto este último como Freud mencionan el término en cuestión (cf. Minu-
tes II, pp. 515, 517). Más relevante aún, el listado por nosotros confecciona-
do de las menciones realizadas al Edipo en la Sociedad Psicoanalítica de Vie-
na muestra con franca elocuencia cómo solamente a partir de comienzos de
1911, es decir, poco después de la publicación del escrito freudiano en que
el “complejo de Edipo” hace su aparición pública, dicho concepto se utiliza-
rá con una creciente asiduidad (cf. infra, Apéndice C). Cabe destacar de todas
formas que Freud había utilizado el sintagma en su carta a Ferenczi del 28 de
junio de 1908 (cf. Freud/Ferenczi, I,1, página 57) . Por otra parte, el concepto
había sido también usado por Jones en su carta a Freud del día 18 de mayo de
1909 (cf. Freud/Jones, página 72) y en un artículo publicado en enero de 1910,
meses antes de que apareciera el escrito freudiano (cf. Ernest Jones, “The Œdi-
pus–Complex as an explanation of Hamlet’s mystery: a study in motive”, The
American Journal of Psychology, Volume 21, 1, pp. 72–113).
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Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
101. Entre tales intentos, cabe remarcar el realizado por José Gutiérrez Terrazas,
en el cual circunscribe los diversos agregados que Freud fue realizando en las
distintas ediciones de su texto Tres ensayos de teoría sexual, a resultas de lo cual
se arriba a un escrito heteróclito, en el cual conviven numerosos planteos con-
tradictorios (cf. José Gutiérrez Terrazas, “Los Tres ensayos de teoría sexual un si-
glo después de su primera edición”, Revista de Psicoanálisis, Asociación Psicoa-
nalítica de Madrid, N° 46, 2005, pp. 13–68).
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102. Freud/Weiss, página 102. Es posible conjeturar que en la carta escrita por
Weiss, no reproducida en la correspondencia, se hacía alusión directa a frases
de Freud, si no a transcripciones que el italiano poseyera de las discusiones.
103. Isidor Sadger relata que Freud, en una de las reuniones de los miércoles, dijo
a sus colegas: “Lo que digo aquí, ahí lo tienen: pueden hacer con él lo que
quieran” (Isidor Sadger, Recollecting Freud, op. cit., página 37).
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Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
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104. Michel Foucault, La arqueología del saber, op. cit., página 208.
105. Cf. Ilse Grubrich–Simitis, Freud: retour aux manuscrits. Faire parler des documents
muets, PUF, París, 1997.
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Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
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Capítulo II
I. Notas preliminares
Escribir sobre unas veladas que todos probablemente conocen, y
acerca unos rastros que nadie ha querido conocer –he allí un designio
a la vez tan riesgoso como poco alentador. Basta ingresar a cualquier
texto clásico de la historia del psicoanálisis para salir airosos, presun-
tamente portadores de cuanto faltaba saber acera de esos lejanos co-
mienzos en Viena. Por tal motivo, retornar ahora a los detalles de las
reuniones de los miércoles, intentando recrear el cuadro preciso de su
desenvolvimiento, podría despertar en el lector la justa sensación del
déjà vu. Como consecuencia de la aparición de distintos recuentos so-
bre esas veladas, gracias a ediciones póstumas de correspondencias y
memorias, en tanto y en cuanto diversos documentos salen a la luz con
el correr de los años, se cuenta con detalles precisos que hasta entonces
circulaban quizá bajo la forma de frágiles rumores. Sin embargo, no
pretenderemos repetir aquí historias que ya han hallado sus cuidadosos
escribientes, sino que más bien intentaremos efectuar algunos aportes
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Mauro Vallejo
1. Cf. Emilio Rodrigué, Freud. El siglo del Psicoanálisis, op. cit., Tomo I, capítulos
25 y 26; Paul Roazen, Freud y sus discípulos, op. cit., pp. 199–251.
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7. Cf. Ernst Federn, “A cooperation through life”, op. cit., página 234.
8. El volumen II apareció en 1967, el tercero en 1974 y el último un año más
tarde. Herman Nunberg había fallecido en 1970; Walter Federn, hermano de
Ernst, había estado a cargo de la búsqueda de referencias y otros datos, y ha-
bía fallecido también, en 1968. La edición alemana publicó el material en cua-
tro tomos, en los años 1976, 1977, 1979 y 1981 respectivamente. De algunas
observaciones de Ernst Federn se colige que dicha traducción incorporó al-
gunos documentos no contenidos en las otras versiones (cf. Ernst Federn Wit-
nessing Psychoanalysis: from Vienna back to Vienna via Buchenwald and the USA,
op. cit., pp. 185, 277–286). La traducción al francés de los cuatro volúmenes se
produjo sin demora (1976, 1978, 1979 y 1983). La versión castellana, realizada
a partir del inglés por Inés Pardal, merece un comentario aparte. El volumen
primero apareció en 1979, y contenía el mismo material que su par inglés (cf.
Las reuniones de los miércoles. Actas de la Sociedad Psicoanalítica de Viena. Tomo I:
1906–1908, Nueva Visión, Buenos Aires). Vio la luz un año más tarde el se-
gundo volumen, el cual abarcaba sólo las minutas de las reuniones compren-
didas entre el 7 de octubre de 1908 y el 2 de junio de 1909, esto es, aproxima-
damente la mitad del tomo II de la versión inglesa (cf. Las reuniones de los miér-
coles. Actas de la Sociedad Psicoanalítica de Viena. Tomo II: 1908–1909, Nueva Vi-
sión, Buenos Aires). Al parecer, debido a un fracaso de ventas, la editorial de-
cidió interrumpir la edición española, razón por la cual los lectores hispano-
parlantes no cuentan con acceso a la integridad de este material.
9. Cf. Bernhard Handlbauer, The Freud–Adler controversy, op. cit., pp. 32–33.
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constante de sus tareas por parte de sus pares y de las autoridades del
movimiento23. Es por supuesto evidente que el rédito de la existencia
de una permanente difusión de las minutas de las sociedades no se re-
ducía a la labor de mutua vigilancia que de tal forma se posibilitaba.
Ello colaboraba también en otros posibles efectos que de tal estrate-
gia podían desprenderse, como ser una ampliación de horizontes teó-
ricos y un enriquecimiento de los tópicos a tratar.
En favor de nuestra sugerencia puede esgrimirse otro sustento, esta
vez en lo atinente a la finalización de las minutas. Si bien es posible
que la consolidación del edificio psicoanalítico (lograda en los prime-
ros años de la década del 20, luego de las últimas defecciones) hacía
innecesario un control estricto de posibles divergencias en otros pun-
tos del mapa mundial, y por ende las actas perdían su justificación, es
plausible que otro factor haya sido de mucho mayor peso en la deter-
minación del fin de los registros: a partir de 1923 Freud, en razón de
sus problemas de salud, dejó de participar (a excepción de la reunión
en honor del fallecido Abraham) en las actividades de la Sociedad Psi-
coanalítica de Viena24. Al parecer, la ausencia permanente del maestro
hizo que la labor de trascripción de las discusiones perdiera todo sen-
tido a los ojos de los restantes miembros de la institución.
Esto último se refleja claramente en lo que tal vez sea la primera
declaración oficial por parte de la Sociedad Psicoanalítica de Viena res-
pecto del vacío que dejaba Freud al ausentarse de las reuniones. Efec-
tivamente, durante el Congreso de Salzburgo celebrado entre los días
21 y 23 de abril de 1924, un informe redactado por Paul Federn y pu-
blicado en el órgano internacional declara lo siguiente:
23. De tal forma, sugerimos incorporar la existencia de las actas a la actividad edi-
torial que tanto preocupó a Freud desde los inicios del movimiento. Para una
completa toma en consideración de la importancia que Freud asignaba a dicha
actividad, véase Brigitte Lemérer, Michel Plon & Francoise Samson, “Freud et
l’activité editoriale”, Essaim, N° 7, 2001, pp. 59–81.
24. Cf. Richard Sterba, Reminiscences of a Viennese Psychoanalyst, op. cit., pp. 29,
102–105; Isidor Sadger, Recollecting Freud, op. cit., página 53; Hans Sachs, Freud.
Master and Friend, op. cit., página 169; Roazen agrega que otro motivo de Freud
para no participar en las reuniones de la Sociedad fue su temor a que su presen-
cia inhibiera a los participantes en las discusiones (cf. Paul Roazen, Freud y sus
discípulos, op. cit., pp. 357–358). Isidor Sadger refiere que el homenaje a Abra-
ham no fue la única excepción en que Freud se hizo presente en la Sociedad
Psicoanalítica de Viena; en 1924, es decir pocos meses después de la delicada
intervención quirúrgica, Freud participó de una de las reuniones, pero su des-
mejoramiento físico era tan notable que sus discípulos no pudieron esconder
su preocupación (cf. Isidor Sadger, Recolecting Freud, op. cit., pp. 124–125).
80
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
En estos enunciados se percibe sin duda el tenor que regirá las ul-
teriores manifestaciones de los miembros, al momento en que recuer-
den el clima que regía las reuniones de los miércoles presididas por
Freud. Asimismo trasluce todos y cada uno de los asertos con que la
historiografía psicoanalítica dará cuenta más tarde de las características
de las discusiones llevadas a cabo en la primer sociedad psicoanalítica.
En este instante nos interesa de todos modos leer tras ese lamento la
constatación que pudo haber motivado la decisión de los miembros
de dejar caer en el pasado el cuidado por registrar los debates.
Desde 1923 en adelante, todo cuanto se hacía era confeccionar un
listado de los presentes, los títulos de las ponencias y las incorporacio-
nes de nuevos miembros, los cuales eran luego publicados en la sección
destinada a ese tipo de informaciones en las revistas de la organización
internacional. Así, en cuanto respecta a la Sociedad Psicoanalítica de
Viena, se prosiguió con esa rutina aun después de que ya no se toma-
ban actas completas de las discusiones. A partir de 1920 esos informes
aparecerían en The International Journal of Psycho–Analysis firmados mu-
chas veces por Anna Freud, Siegfried Bernfeld o Robert Hans Jokl.
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Mauro Vallejo
26. La edición francesa de las actas sí incorporó las breves notas conservadas de las
reuniones comprendidas en dicho período (cf. Nunberg H. & Federn E. (ed.),
Les premiers psychanalystes. Les Minutes de la Société Psychanalytique de Vienne, op.
cit., Tome IV, pp. 333–360).
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Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
referido, esto es, las visibles huellas que los editores han dejado –en el
texto a su cuidado– de su posición doctrinal y política. En términos
de la tipología propuesta por Grubrich–Simitis27, estaríamos ante un
ejemplo de edición crítica, puesto que además de acercar al lector una
fuente, los editores han decidido aportarle una introducción, un apa-
rato de notas e índices, que posibilitan un estudio más detallado e in-
formado del escrito en cuestión. Su labor ha sido en ciertos aspectos
totalmente encomiable, sobre todo en cuanto respecta a la búsqueda
de referencias bibliográficas y datos complementarios de autores men-
cionados en las discusiones. Sin embargo, al mismo tiempo han inser-
tado una serie de observaciones y advertencias, tanto en la introduc-
ción como en las notas al pie, que amenazan con transformar este tro-
zo de archivo en mera validación de ciertas hipótesis del propio Nun-
berg acerca de la construcción del discurso psicoanalítico. Dedicare-
mos a estas consideraciones un comentario minucioso, pues no han
sido suficientemente evaluadas.
En efecto, pocos comentadores de las minutas han advertido el ca-
rácter tendencioso de las intervenciones del editor. Por ejemplo, Mar-
tin Grotjahn, en una reseña que ya hemos mencionado anteriormen-
te, señalaba tempranamente la poca pertinencia de algunas de las no-
tas editoriales28; Rosemary Balsam, por su parte, lamentó la facilidad
con que Nunberg calificaba de erróneas algunas de las tesis de los vie-
neses29. Por último, sería posible, utilizando las fuentes a las cuales ac-
tualmente se tiene acceso, mostrar la falsedad de algunos comentarios
de Nunberg, tal y como sucede, por caso, con la nota que figura en la
minuta del 26 de abril de 191130, definitivamente desmentida por al-
gunos pasajes del texto de Philip Kuhn31. En dicha nota, el editor con-
27. Cf. Ilse Grubrich–Simitis, Freud: retour aux manuscrits. Faire parler des documents
muets, op. cit., página 305.
28. Cf. Martin Grotjahn, “Book Review. Minutes of the Vienna Psychoanalytic Society.
Volume II”, op. cit., página 115. Asimismo, Michel Schneider se referirá al “reli-
gieux polissage” de los editores de las actas (cf. “Préface”, en Nunberg H. & Fed-
ern E. (ed.), Les premiers psychanalystes. Les Minutes de la Société Psychanalytique de
Vienne, op. cit., Tome IV, página VIII). En último lugar, Jaap Bos, advirtiendo
la inmensa cantidad de notas al pie de los editores, critica la tendencia de és-
tos a interpretar aquellas discusiones a partir de la teoría psicoanalítica contem-
poránea (cf. Jaap Bos “Rereading the Minutes”, op. cit., página 229 n.).
29. Cf. Rosemary Balsam, “Women of the Wednesday Society: The Presentations
of Drs. Hilferding, Spielrein, and Hug–Hellmuth”, op. cit., página 304.
30. Cf. Minutes III, página 236 n.
31. Cf. Philip Kuhn, “A pretty piece of treachery: the strange case of Dr Stekel and
Sigmund Freud”, op. cit.
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Mauro Vallejo
cluye que la reseña que Freud escribiera sobre el libro de Stekel El Len-
guaje de los Sueños, y que debía aparecer en el Jahrbuch, finalmente no
vio la luz por decisión del autor de la misma. Pues bien, una tal aseve-
ración no se condice con las evidencias analizadas por Kuhn. Por otro
lado, muchos de los comentarios en que el editor incurre en el terre-
no de la historia de las ideas, son erróneos. Por ejemplo –y esta es una
falacia muy extendida entre los textos psicoanalíticos–, cuando afir-
ma que antes de la aparición de los trabajos Freud se creía que la his-
teria era una enfermedad exclusivamente femenina32. Mencionemos
asimismo dos ejemplos más: por una parte, Nunberg dirá que las Mi-
nutas demuestran que desde muy temprano Freud sugirió que los ana-
listas debían atravesar por un análisis personal en aras de eliminar sus
puntos ciegos33, cuando en realidad no es posible hallar ningún apo-
yo a esa aserción34; por otra parte, el editor dirá, dando cuenta más de
sus afinidades doctrinales que del contenido de las actas, que la con-
tratransferencia fue un temprano tópico de discusión en las reunio-
nes. De todas maneras, vale adelantar que el espíritu de nuestra lectu-
ra no estará guiado por este afán de corrección, necesario quizá, sino
antes bien por el interés por delimitar cómo a través del conjunto de
aditamentos realizados por Nunberg se perfila subrepticiamente una
interpretación particular de la fuente. En tal sentido, nos referiremos
sólo a los cuatro volúmenes que conforman la edición original de las
minutas, puesto que ellos son los únicos que presentan el aparato crí-
tico que será sometido a nuestra indagación. En efecto, existe un cla-
ro contraste entre tal aparato editorial y el efectuado por Karl Fallend
para las actas posteriores a 1918, siendo que éste último ofrece al lec-
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Este cuadro, sumado a la tesis antes referida, funciona como una suer-
te de pivote central que vertebra toda la interpretación que de las minu-
tas ofrece Nunberg. Y de ella se desprenden, casi por necesidad lógica,
la serie de derivaciones que no hacen otra cosa que reforzar ese espec-
táculo del tenaz maestro apacentando a sus obnubilados corderitos.
En primer lugar, todo disenso teórico o enfrentamiento con Freud
será retranscrito por el editor en clave psicoanalítica, pues ¿qué po-
drían señalar sino la resistencia de estos sujetos a asumir la existencia
36. Cf. Herman Nunberg, “Introduction”, en Minutes I, página xx. La temprana bio-
grafía de Wittels describía ya en esos términos el espíritu de las reuniones (cf.
Fritz Wittels, Sigmund Freud. His personality, his teaching & his school, op. cit., pá-
gina 134). Véase también Helene Deutsch, “Freud and his pupils: a footnote
to the History of the Psychoanalytic Movement”, The Psychoanalytic Quarterly,
Volume 9, 1940, 11. 184–194; Ronald Clark, Freud. The man and the cause, Ran-
dom House, New York, 1980, página 213; Herbert Waldhorn, “Books reviews.
Minutes. Volume I”, The Psycho–analytical Quarterly, 2, 1963, página 250; Peter
Gay, Freud. Una vida de nuestro tiempo, Paidós, Buenos Aires, 1989, página 207.
Sorprendentemente, incluso Paul Roazen parece haber adherido a esa descrip-
ción (cf. Paul Roazen, Hermano animal, op. cit., página 66), así como Michel Sch-
neider (cf. “Préface”, op. cit., página XIX). Menos extraña resulta por supuesto
la ornamentada defensa que de ella hizo Jacques Lacan al decir que “... el pri-
mer sonido del mensaje freudiano resonó con sus ecos en la campana vienesa
para extender a lo lejos sus ondas” (“La cosa freudiana o sentido del retorno a
Freud en psicoanálisis”, Escritos I, Siglo XXI, México, 1998, página 385).
37. Herman Nunberg, “Introduction”, en Minutes I, pp. xxii–xxiii; cita tomada de
la traducción castellana (página 15); los resaltados son nuestros. La misma idea
se repite en páginas xxvii y xxx.
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“En las actas de los últimos volúmenes uno encuentra algo que es
ciertamente desconcertante –esto es, que los seguidores más devo-
tos de Freud están comenzando a minimizar sus desarrollos, y en
ciertas ocasiones pareciera haber un acuerdo entre ellos para que
ello así suceda, una en la cual incluso Tausk, Federn, Hitschmann,
Sadger –estos muy devotos discípulos de Freud– participan. Por
momentos, estos hombres parecen haber olvidado las enseñan-
zas de Freud”.59
58. Cf. Minutes I, pp. 8 n., 9n., 27 n., 132 n. Vale remarcar que pueden señalar-
se efectivamente algunos errores entre los colegas vieneses. Es decir, en muy
contadas ocasiones profieren enunciados que sin lugar a dudas contradicen te-
sis freudianas en las cuales presuntamente se quieren sustentar, o proveen un
dato equivocado sobre cierto detalle de la teoría (hemos hallado los siguien-
tes ejemplos: Stekel dice que la represión según Freud es conciente (Minutes I,
página 26); el mismo orador, malinterpreta el sentido que Freud otorga a los
equivalentes del ataque de angustia (Minutes I, pp. 204–209); Reitler da una
equivocada definición de la condensación (Minutes II, pp. 7–8); la definición
que Federn da de la libido no es compatible con la de Freud (Minutes III, pp.
245–246). No obstante, sólo en esos casos puede aseverarse que existe un error
por parte de los colegas vieneses. El resto corresponde a diferencias teóricas,
debates, pactos, fenómenos todos que serán traducidos una y otra vez por el
editor a través de los útiles conceptos de resistencia, obcecación, etc.
59. Minutes III, página xi.
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“2 de noviembre de 1902.
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hacer un peculiar uso de la referida carta, y sobre todo del par de figu-
ras que sus líneas distinguen. En efecto, cuando años después el grupo
adleriano se haya distanciado de la Sociedad comandada por Freud,
Adler empuñará la invitación por él recibida como insigne prueba de
que él jamás habría sido un discípulo de aquel.64
Muchos sabrán conformarse con el privilegio de ser nominados por
Freud como discípulos, orgullo del cual Helene Deutsch dará la más prís-
tina imagen en el pequeño escrito titulado “Freud and his pupils”. Los ul-
teriores relatos de Hans Sachs, Theodor Reik, Eduard Hitschmann brin-
dan un retrato similar, aunque quizá menos elocuente al respecto. Tal
y como evaluaremos en el capítulo siguiente, el propio Freud designa-
rá una y otra vez a los analistas de Viena como sus alumnos, tanto en su
obra escrita como fundamentalmente en sus cartas, en las cuales habla-
rá incluso de “mis vieneses”. Las actas de la Sociedad de Viena dan cuen-
ta por su parte de las maneras en que Freud les recordaba a sus invitados
la relación jerárquica entre ellos existente; en efecto, la disolución deci-
dida por Freud en 1907 –y respecto de la cual luego nos explayaremos–,
así como las amenazas de volver a hacerlo un año después65, pueden ser
consideradas, tal y como lo sugería Kenneth Eisold, como los subterfu-
gios mediante los cuales intentaba reforzar su liderazgo.
El hecho mismo de que Freud se haya visto precisado de empren-
der tales iniciativas demuestra con claridad que no detentaba un lide-
razgo absoluto, tal y como suele decirse, sino más bien un mando so-
metido, al menos en el período que se extiende hasta la partida de Ste-
kel, a repetidos cuestionamientos. De todas formas, lo esencial aquí es
determinar la naturaleza del designio que mantenía unidos a los inte-
grantes. En el capítulo anterior hemos adelantado ya, a través de una
referencia a la frecuencia con que los escritos freudianos eran someti-
dos a discusión, que el fin de los encuentros no residía tanto en un cul-
to a dicha obra, ni en un esmero por desglosarla, sino más bien en la
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Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
66. En un escrito de 1926, incluso Wilhelm Stekel dirá que el propósito esencial
de esos encuentros era garantizar a Freud una posición de reconocimiento (ci-
tado en Jaap Bos, “Rereading the Minutes”, op. cit., página 231).
67. Cf. Fritz Wittels, Sigmund Freud. His personality, his teaching & his school, op. cit.,
pp. 130–131.
68. Stefan Zweig, La curación por el espíritu. Mesmer, Mary Baker Eddy, Freud, Edito-
rial Prometeo, Santiago de Chile, s/f, página 260; cursivas en el original.
69. Minutes II, página 60. En serie con tal decir de Freud, podemos ubicar su res-
puesta del 5 de diciembre de 1906 a un trabajo de Stekel, cuando señalaba
que éste seguía obedeciendo al esquema de Estudios sobre la histeria en cuanto
concierne a la etiología de las neurosis (cf. Minutes I, página 72). Freud se refe-
rirá al episodio de Wittels en una carta a Jung escrita unos días después de la
velada (cf. Freud/Jung, página 226).
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por algunos de los integrantes del grupo, los únicos medios de forma-
ción o iniciación en los secretos de la nueva disciplina. Ni el análisis
didáctico ni las supervisiones eran prácticas establecidas70; los institu-
tos de formación nacerán recién luego de la Primer Guerra Mundial.
En un contexto tal, cabe recordar que las veladas que tuvieron lugar en
la casa de Freud hasta 1910, y que luego prosiguieron en un local de
la asociación médica de la ciudad, eran todo cuanto existía para acer-
carse a los arcanos del saber psicoanalítico71; y en dichos encuentros
los textos freudianos detentarían un paradójico rol. No eran el centro
de la escena, sino el tablado sobre el que ella pudo desenvolverse; le-
jos estaban de ser la fuente absoluta de todo cuanto pudiera decirse,
y el punto al cual cualquier enunciado debiese remitir, ya por el co-
mentario o a través de la explicación; eran más bien el retirado cata-
lizador de una reacción que, sin renegar de su manantial, despreocu-
padamente buscaba su propio destino. Este último punto es especial-
mente evidente en lo que concierne a la técnica analítica. Aún tenien-
do en consideración que no todos los miembros ejercían el psicoaná-
lisis en su práctica clínica, resulta sorprendente la ausencia casi total
de discusiones al respecto72. Tal y como lo ha estudiado en profundi-
dad Franck Rexand, las contadas oportunidades en que Freud brindó
algunos consejos técnicos durante las reuniones, destierra toda preten-
sión de remarcar la naturaleza pedagógica de esas veladas73. Y la falta
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75. Cf. Michel Schneider, “Préface”, en Nunberg H. & Federn E. (ed.), Les premiers
psychanalystes. Les Minutes de la Société Psychanalytique de Vienne, op. cit., Tome
IV, pp. XXI–XXIII.
76. Cf. op. cit., pp. VII, XX.
77. Cf. “A silent antipode: the making and breaking of Psychoanalyst Wilhelm
Stekel”, op. cit.
78. Cf. Elke Muhlleitner & Johannes Reichmayr, “Following Freud in Vienna. The
Psychological Wednesday Society and the Viennese Psychoanalytical Society
1902–1938”, op. cit., pp. 82–83.
79. Hans Sachs, Freud. Master and Friend, op. cit., pp. 121–122. Vale recordar que en
las últimas cartas de Freud a Jung, aquel declaraba que, del conjunto de cole-
gas vieneses, sólo Stekel había sido paciente suyo (cf. Freud/Jung, pp. 609–611).
Es preciso, no obstante, señalar que esa negativa a transformarse en analista
de sus colegas y discípulos de la Sociedad de Viena, es posterior a una política
implementada poco antes con vistas a convencer a otros seguidores. Heinrich
Gomperz y Hermann Swoboda son algunos de los sujetos implicados por su
previa estrategia, consistente en amalgamar enseñanza y tratamiento (cf. Ernst
Falzeder, “Profession – Psychoanalyst: a historical view”, Psychoanalysis and His-
tory, Volume 2, 1, 2000, pp. 37–60, principalmente pp. 38–43).
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80. Cf. Henri Ellenberger, El descubrimiento del inconsciente, Gredos, Madrid, 1976,
página 534.
81. Son muy numerosos los textos que han defendido tal lectura. Mencionemos
solamente las célebres descripciones que en tal sentido realizaron Max Graf y
Wilhelm Stekel. Entre los contemporáneos, Frank Sulloway quizá sea quien
mejor representa ese tipo de interpretaciones.
82. Cf. Catherine Millot, Freud anti–pedagogo, Paidós, Buenos Aires, 1982.
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83. Cf. Louis Rose, The freudian calling. Early viennese psychoanalysis and the pursuit
of cultural science, Wayne State University Press, Detroit, 1998. Las páginas
que Dennis Klein dedica a las preocupaciones que asediaban al joven Rank
antes de su incorporación al movimiento psicoanalítico, constituyen un cla-
ro apoyo a la tesis de Rose (cf. Dennis Klein, Jewish origins of the psychoanalyt-
ic movement, The University of Chicago Press, Chicago & London, 1985, pp.
103–137, 170–173).
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90. Cf. Carl Schorske, Viena Fin–de–Siècle. Política y cultura, Editorial Gustavo Gili,
Barcelona, 1981, pp. 192–214.
91. Op. cit., página 214. Por otro lado, en cuanto concierne al aspecto biográfico
de este problema, un colega de Schorske ha demostrado que esta transforma-
ción, y reducción, del interés político en una curiosidad acerca de lo psicoló-
gico, se había operado ya en Freud, principalmente durante los primeros años
de su formación universitaria (cf. William Mc. Grath, Freud’s discovery of psy-
choanalysis. The politics of hysteria, Cornell University Press, Ithaca and London,
1986, pp. 94–120). El mismo autor ofrece también algunas evidencias en apo-
yo de la tesis de Schorske, obtenidas de ciertos detalles de la correspondencia
de Freud de 1897 (cf. op. cit., pp. 218–229).
92. Cf. Russell Jacoby, Social amnesia. A critique of contemporary psychology (with a
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95. Recordemos que muchos de los trabajos que Wittels presentó ante los miem-
bros de la agrupación de los miércoles, se publicaron luego en el satírico pe-
riódico de Kraus, La Antorcha (Die Fackel).
96. Edward Timms, “Editor’s preface”, Freud and the child woman. The memoirs of
Fritz Wittels, op. cit., pp x–xi. Sobre dicho particular véase el magnífico texto
del mismo autor “La “mujer niña”: Kraus, Freud, Wittels e Irma Karczewska”,
Artefacto. Revista de la escuela lacaniana de psicoanálisis, número 5, mayo 1995,
México, pp. 203–230.
97. Edward Timms (ed.), Freud and the child woman. The memoirs of Fritz Wittels, op.
cit., página 48.
98. Cf. Hannah Decker, Freud in Germany. Revolution and reaction in science, 1893–1907,
Psychological Issues, Volume XI, Number 1, Monograph 41, International Univer-
sities Press Inc., New York, 1977, pp. 300 ss. La autora brinda información acerca
de otros ejemplos realizados antes de 1908, y por fuera del ámbito vienés, con el
designio de amparar un diagnóstico de los problemas sociales utilizando las tesis
freudianas; luego de 1908, tales yuxtaposiciones serán cada vez más frecuentes.
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99. Cf. The Repression of Psychoanalysis. Otto Fenichel and the political freudians, Basic
Books Inc., New York, 1983.
100. Cf. Otto Fenichel, “Sobre el psicoanálisis como embrión de una futura psi-
cología materialista”, en Hans–Peter Gente, Marxismo, psicoanálisis y sexpol. 1.
Documentos, Granica editor, Buenos Aires, 1972, pp. 160–183
101. Cf. Helmut Dahmer, Libido y sociedad. Freud y la izquierda freudiana, Siglo XXI,
México, 1983, pp. 218–219.
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102. Cf. Bruno Bettelheim, “How I learned about Psychoanalysis”, en Freud’s Vi-
enna & other essays, Vintage Books, New York, 1991, pp. 24–38.
103. Véase por ejemplo la intervención de Ernst Simmel durante la fundamental
presentación de Siegfried Bernfeld en 1926; el primero sugiere allí que la acu-
mulación capitalista es un correlato de la erogenidad anal de la infancia (cf.
Siegfried Bernfeld, “Socialismo y Psicoanálisis”, en Hans–Peter Gente, Marxis-
mo, psicoanálisis y sexpol. 1. Documentos, op. cit., pp. 15–37).
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104. Cf. Marie Langer, “Nací en 1910. ¿Qué significa eso? Que casi pertenezco
al siglo”, en Marie Langer, Jaime del Palacio y Enrique Guinsberg, Memoria,
historia y diálogo psicoanalítico, Folios ediciones, Buenos Aires, 1984, pp. 1–69,
principalmente pp. 55 ss.
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Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
los cuales el ojo mira de frente, la nariz está de perfil y la boca perte-
nece a otro cuerpo.
105. Fritz Wittels, Sigmund Freud. His personality, his teaching & his school, op. cit.,
página 118.
106. Edward Shorter, “The two medical worlds of Sigmund Freud”, en Gelgand T.
& Keer J. (ed.), Freud and the history of psychoanalysis, The analytic Press, Hulls-
dale, 1992, pp. 59–78.
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109. Op. cit., página 90. Al tiempo que el trabajo de Shorter restringe su investi-
gación a los miembros médicos de la Sociedad de Viena, el texto de Muhlleit-
ner y Reichmayr ofrece un buen complemento al mismo, pues toma en con-
sideración todos los integrantes de la institución. En tal sentido afirma que
el porcentaje de médicos se mantuvo siempre cercano al 70 %, siendo la reli-
gión judía el credo al que pertenecía el 72% de los miembros.
110. Cf. Sander Gilman, The case of Sigmund Freud. Medicine and identity at the fin
de siècle, The John Hopkins University Press, Baltimore and London, 1993. A
nuestro parecer, en aisladas oportunidades el autor lleva demasiado lejos su
cometido; por caso, cuando enfatiza el papel que el modelo galtoniano de
utilización de las fotografías habría desempeñado en la descripción freudiana
del funcionamiento inconsciente (op. cit., pp. 54, 104, 147); asimismo, al su-
gerir leer la defensa de Freud de Theodor Reik en base a la acostumbrada acu-
sación de que los judíos eran malos médicos (op. cit., página 246, n. 174); y
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Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
112. Cf. Paul Roazen, Hermano animal. La historia de Freud y Tausk, op. cit., pági-
na 87. Por ejemplo, Stekel recuerda en sus memorias cómo Freud lo alentó a
decidirse por una dedicación exclusiva al psicoanálisis (cf. Emil Gutheil (ed.),
The autobiography of Wilhelm Stekel. The life story of a pioneer psychoanalyst, op. cit.,
página 121).
113. Abram Kardiner, Mi análisis con Freud: reminiscencias, Cuadernos de Joaquín
Mortiz, México, 1979, página 82. Véase asimismo Ernest Jones, La vida y obra
de Sigmund Freud, op. cit., página 142; Elisabeth Young–Bruehl, Anna Freud,
Emecé, Buenos Aires, 1991, página 127; Frank Sulloway, Freud. Biologist of the
mind, op. cit., página 482; Paul Roazen, Cómo trabajaba Freud. Comentarios direc-
tos de sus pacientes, Paidós, Barcelona, 1998, pp. 135–158; Hermano animal. La
historia de Freud y Tausk, op. cit., pp. 44, 45, 65, 88, 117, 122, 198; Isidor Sadger,
Recollecting Freud, op. cit., página 106.
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114. Wilhelm Reich, La función del orgasmo. El descubrimiento del orgon, op. cit., pági-
na 50. El libro de Reich ofrece algunos esclarecedores pasajes sobre el contexto
científico y profesional de los psicoanalistas vieneses en la década del 30.
115. Cf. Paul Roazen, Hermano animal, op. cit.
116. Cf. Edoardo Weiss, “Paul Federn (1871–1950)”, op. cit., página 142.
117. Cf. Martin Fiebert, “In and out of Freud’s shadow: a chronology of Adler’s
relationship with Freud”, op. cit., sobre todo pp. 241–249. Véase asimismo
Heinz Ansbacher & Rowena Ansbacher (ed.), La psicología individual de Alfred
Adler. Presentación sistemática de una selección de sus escritos, op. cit., página 93.
118. Freud/Ferenczi, I, 1, página 144.
119. Freud/Pfister, página 46.
120. Correspondencia, Tomo III, página 334. Una aserción muy similar hallamos
en la carta a Jung del 17 de diciembre de 1911 (cf. Freud/Jung, página 541).
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Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
“¡He aquí que también se está volviendo loca y con los mismos
síntomas que sus predecesores! (...) ¿Y su argumento según el cual
yo no le habría enviado a usted aún ningún paciente? Eso se ha
manifestado exactamente del mismo modo con Adler, que se creía
perseguido porque no se los enviaba. (...) Al menos desde hace seis
meses no he tenido un solo cliente de Berlín, y por otro lado nin-
guno que hubiese podido enviarle. Tengo grandes dificultades en
ocuparme de mis jóvenes en Viena”.121
121. Correspondencia, Tomo III, pp. 553–554. Recordemos que por ese entonces
Spielrein, luego de su paso por Viena, estaba residiendo en Berlín.
122. Emil Gutheil (ed.), The autobiography of Wilhelm Stekel. The life story of a pioneer
psychoanalyst, op. cit., pp. 141–142; en efecto, en varios pasajes de su texto Stekel
hace mención de los pacientes que Freud le había derivado (cf. op. cit., pp. 114,
115, 137, 148). Luego, aludiendo a una etapa posterior, dirá: “Freud no tuvo
en cuenta mi capacidad para sostener una amplia práctica sin su ayuda” (op.
cit., página 173). En un escrito de 1923, Stekel dirá que dependía económica-
mente de Freud, “...como toda la banda, que ahora era alimentada por su co-
medero (...) Una gran proporción de sus seguidores más importantes vivían a
costa de su gentileza (...) Tenía nuestras tarjetas de presentación y nos repartía
pacientes como él quería” (citado en Bernhard Handlbauer, The Freud–Adler
controversy, op. cit., página 26).
123. Paul Roazen, Freud y sus discípulos, op. cit., página 326.
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Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
que los primeros psicoanalistas legos en seguir sus pasos lo harían con
un primer sentimiento de vergüenza, aplacado sólo por la certeza de
las ventajas económicas que tal decisión acarreaba126. En consonancia
con ello, Wilhelm Stekel, en uno de los artículos a través de los cua-
les se implicó activamente en los debates desencadenados por el pro-
ceso a Reik, y publicado en mayo de 1927 en el Neue Freie Presse, re-
cordaba que Freud de ningún modo admitía o toleraba que los esca-
sos legos que al comienzo lo secundaban se hicieran cargo del trata-
miento de pacientes127.
Luego de 1918, y principalmente en razón de un aumento de la de-
manda de psicoterapia y de otros factores profesionales, se produce un
viraje en lo que respecta a dicha situación, y Freud se convertirá hasta
el final de sus días en un convencido defensor del derecho de los pro-
fanos a practicar el análisis128. Ello permitió a muchos analistas legos
ejercer la cínica amparados por el punto de vista del líder vienés; sin
126. Cf. Ernest Jones, Vida y obra de Sigmund Freud, Tomo III, op. cit., pp. 309 ss.
127. Cf. Harald Leupold–Löwenthal, “Le procès de Theodor Reik”, Revue Interna-
tionale d’Histoire de la Psychanalyse, 3, 1990, pp. 57–69. La cita de Stekel figura
en las páginas 66–67.
128. Cf. Michael Schröter, “The early history of lay analysis, especially in Vienna,
Berlin and London. Aspects of an unfolding controversy (1906–1924)”, The In-
ternational Journal of Psychoanalysis, Volume 85, 2004, Part I, pp. 159–177. Dicho
texto ofrece, por otro lado, muchos indicios que permitirían ligar por otro ca-
mino a la temprana sociedad psicoanalítica con la disciplina médica, pues mu-
chas de las características del funcionamiento del Ambulatorio Psicoanalítico
Vienés (de fundamental relevancia en el desenvolvimiento de la Sociedad Psi-
coanalítica de Viena durante los años veinte y treinta) suponen una importación
de las normas de las clínicas médicas. En efecto, al igual que en el Policlínico
de Berlín, del cual devino una copia y heredero, una de las funciones esencia-
les de tal Ambulatorio, si no la principal, era ofrecer entrenamiento analítico
a los iniciados. Otras características que se afianzaron gracias a la existencia de
esas clínicas (tratamientos gratuitos, obligatoriedad de la supervisión) se inspi-
ran en las costumbres médicas –al respecto, basta con leer las sinceras palabras
de Freud en ocasión del décimo aniversario de la clínica berlinesa (cf. Sigmund
Freud, “Prólogo a Zehn Jahre Berliner Psychoanalytisches Institut”, AE, XXI, página
255). Sobre el Ambulatorio véase Karl Fallend, Peculiares, soñadores, sensitivos,
op. cit., pp. 95–121; Christine Diercks, “The Vienna Psychoanalytic polyclinic
(“Ambulatorium”): Wilhelm Reich and the Technical Seminar”, Psychoanalysis
and History, Volume 4, 1, 2002, pp. 67–84; Elizabeth Ann Danto, “The ambu-
latorium: Freud’s free clinic in Vienna”, The International Journal of Psychoanaly-
sis, Volume 79, 1998, Part 2, pp. 287–300; las memorias de Sterba nos acercan
un testimonio muy vívido de las actividades de dicha clínica (cf. Richard Ster-
ba, Reminiscences of a Viennese Psychoanalyst, op. cit.).
119
Mauro Vallejo
129. Cf. Murray Sherman, “Theodor Reik and lay analysis”, The Psychoanalytic Re-
view, Volume 75, 3, 1988, pp. 380–392.
130. Sigmund Freud, “Lettre à un correspondant anonyme”, Revue Internationale de
l’histoire de la psychanalyse, 3, 1990, página 19. En una carta de Freud dirigida a
Julius Tandler el 8 de marzo de 1925 a propósito del asunto Reik, aquel deja-
ba expresa constancia de ello: “El interés terapéutico queda protegido en tan-
to que la decisión sobre si un caso determinado ha de adoptar el tratamiento
psicoanalítico, continúe en manos de un médico. En todos los casos del señor
Reik, yo mismo he tomado esas decisiones” (Correspondencia, Tomo IV, página
581; acerca de esa carta, véase Karl Sablik, “Sigmund Freud et Julius Tandler:
une mystérieuse relation”, Revue Internationale de l’histoire de la psychanalyse, 3,
1990, pp. 89–103). Una misiva enviada por Freud, a través de una paciente
que le derivaba, a Reik el 20 de marzo de 1922, es muy ilustrativa del proce-
der del primero en este asunto (cf. Correspondencia, Tomo IV, página 423).
131. Isidor Sadger, Recollecting Freud, op. cit., página 103.
132. Paul Roazen, Hermano animal, op. cit., página 46.
120
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
133. Freud/Jones, página 134. Ver también la carta a Ferenczi del 29 de diciembre
de 1910.
134. Cf. Frank Sulloway, Freud, biologist of the mind, op. cit., pp. 452–453. El autor
fundamenta su aserción, entre otras fuentes, en el trabajo de Hannah Decker
(véase Freud in Germany, op. cit., pp. 18, 282, 291).
121
Mauro Vallejo
122
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
sobre sexualidad, el cual sería completado por los propios sujetos y re-
mitido por carta al famoso sexólogo137.
La posibilidad de dicha cooperación fue discutida por una sugeren-
cia del propio Freud, cuya intervención abre el registro de la reunión
con las siguientes palabras: “El profesor Freud informa que el Dr. Mag-
nus Hirschfeld propuso la confección conjunta de cuestionarios con el
fin de explorar el instinto sexual. Por su parte, acepta la propuesta y la
somete a consideración de la Sociedad, a fin de establecer si ésta acep-
ta participar”.138 Luego de un breve debate, durante el cual sólo Stekel
y Wittels alzan objeciones a la sugerencia, la mayoría de los miembros
acepta la moción. Eduard Hitschmann se compromete a redactar para
la semana siguiente un cuestionario a partir del elaborado por el sexólo-
go berlinés. El siguiente encuentro, del 22 de abril, estuvo enteramente
dedicado a la discusión acerca de las preguntas a incluir en el interroga-
torio. El acta de dicha fecha está dividida en tres partes. En la primera
se recoge la presentación de Hitschmann y las sugerencias de los distin-
tos miembros de la recién conformada Sociedad Psicoanalítica (recién en
1910 agregará a su denominación el nombre de Viena). En la segunda,
es presentado el listado de preguntas elaborado por Hitschmann, entre
las cuales figuran desde interrogantes sobre la fisonomía de los órga-
nos sexuales hasta demandas sobre las caricias recibidas y las polucio-
nes nocturnas. Por último, se adjunta el cuestionario propiamente di-
cho de Magnus Hirschfeld, consistente en noventa preguntas sobre los
más variados detalles del desarrollo y vida sexual de las personas.
Un dato destacable es el hecho de que hacia el final de la discusión
Freud anuncia que él mismo “...elaborará un cuestionario utilizando
las sugerencias recibidas”.139 No sabemos si el listado que figura en el
registro, presuntamente de Hitschmann, es obra exclusiva de éste o si
responde también a la labor de Freud. Algunos detalles de este listado
nos hacen presumir que la última opción es válida. Al final de su in-
tervención, Freud había sugerido que la homosexualidad fuese men-
cionada sólo tangencialmente; pues bien, entre las preguntas que figu-
ran, jamás se indagan los deseos o actos homosexuales, en tanto que
sí se nombran distintas perversiones (exhibicionismo, masoquismo,
sadismo, etc.). En dos ocasiones se consigna la palabra “inversión”,
pero entre paréntesis se agrega que sobre tal asunto debe consultarse
el cuestionario de Hirschfeld. Por otro lado, el segundo rasgo que nos
hace presumir que Freud participó de la confección de tales pregun-
123
Mauro Vallejo
tas, reside en los agregados hechos con lápiz, los cuales son discrimi-
nados con unos asteriscos. Si revisamos cuáles fueron esas adiciones,
no es difícil reconocer la pluma de Freud: “Teorías sexuales infanti-
les”, “Sentimientos religiosos”, “Nodriza”, “Métodos utilizados en la
crianza”, “Amenazas” (de castración), “sentimientos de culpa” (luego
del primer coito), y last but not least, el agregado de la palabra “típicos”
a una consulta sobre los sueños.
El nombre de Magnus Hirschfeld había aparecido ya en los re-
gistros de las discusiones, sobre todo en su calidad de editor de una
conocida revista sobre sexualidad, en cuyas páginas se reseñaban
los textos de Freud140. Por otra parte, en 1906 éste había enviado al
sexólogo unas cartas acerca del asunto de la acusación de Fliess so-
bre plagio en relación a la bisexualidad, lo cual era evidentemen-
te un pedido de ayuda para resolver la controversia141. Así lo com-
prendió Hirschfeld, quien publicó en un órgano vienés un artículo
en defensa de Freud al respecto142. A ello cabe agregar que el sexó-
logo formaba parte del pequeño grupo que, guiado por Karl Abra-
ham, fundó en 1908 la Sociedad Berlinesa de Psicoanálisis143, aun-
que Hirschfeld la abandonará poco después, en 1911144. En general,
los puntos de vista de Hirschfeld acerca de la sexualidad lo aparta-
140. Cf. Minutes I, página 14n. Uno de los textos de Sigmund Freud, “Fantasías
histéricas y su relación con la bisexualidad”, había aparecido originalmente en
una de las publicaciones dirigidas por Hirschfeld. Por su parte, Freud se refería
al sexólogo en Tres ensayos de teoría sexual, en el apartado dedicado a las “aberra-
ciones sexuales”. Tal y como puede colegirse a partir de la correspondencia de
Freud con Abraham, este último también publicó algunos artículos en las re-
vistas de Hirschfeld.
141. En los volúmenes de la correspondencia freudiana se cita una de esas car-
tas (cf. Correspondencia, Tomo II, página 525); los editores del epistolario con
Fliess ofrecen fragmentos de otra carta (cf. Freud/Fliess, pp. 515–516). Freud en-
vió también varias misivas a Karl Kraus al respecto durante el año 1906. Vé-
ase Michael Schröter, “Fliess versus Weininger, Swoboda and Freud: the pla-
giarism conflict of 1906 assessed in the light of the documents”, Psychoanaly-
sis and History, Volume 5, 2, 2003, pp. 147–173.
142. Cf. Charlotte Wolff, Magnus Hirschfeld. A portrait of a pioneer in sexology, Quar-
tet Books, Londres, 1986, página 64.
143. Cf. Freud/Abraham, página 75.
144. Véase la carta de Abraham a Freud del 29 de octubre de 1911. En su carta a
Jung del 2 de noviembre de 1911, Freud se refiere a la renuncia de Hirschfeld
a la Sociedad berlinesa. Tal y como era su costumbre en esos casos, se refirió
al sexólogo en términos muy aciagos, mezclando improperios con categorías
psicopatológicas: “No es apenas de lamentar, es un fulano pulposo y desagra-
dable y no parecía ser capaz de aprender algo. Naturalmente, aduce la obser-
124
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
125
Mauro Vallejo
149. Agreguemos que por uno de esos misteriosos designios de la historia, uno de
los autores que más colaboró al ingreso del pensamiento de Freud al contex-
to cultural argentino, llevó a cabo su labor a través de cierta mixtura entre las
teorías freudianas y las obras de Hirschfeld (cf. Gómez Nerea (pseudónimo),
Freud al alcance de todos. Volumen V: Freud y las degeneraciones, Editorial Tor, Bue-
nos Aires, 1944; acerca de este autor, remitimos al lector al texto de Hugo Vez-
zetti, Aventuras de Freud en el país de los argentinos. De José Ingenieros a Enrique Pi-
chon–Riviére, Paidós, Buenos Aires, 1996; véase asimismo Mauro Vallejo, “Re-
ferencias a la teoría de la degeneración en los primeros escritos del psicoanáli-
sis argentino (1910–1940)”, Investigaciones en Psicología, Revista del Instituto de
Investigaciones de la Facultad de Psicología, Año 12, N° 1, 2007, pp. 121–131).
De sentir algún remoto apego hacia ese tipo de recursos, hablaríamos de retor-
no de lo reprimido... Máxime si tenemos presente que cuando estábamos por
entregar estas páginas a la imprenta llegó a nuestras manos un pequeño artícu-
lo en el cual un renombrado psicoanalista definía a Hirschfeld como “...uno
de los primeros psicoanalistas en la Viena de Freud”.
126
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
127
Mauro Vallejo
152. Según Jones, la disolución sólo volvió a repetirse en 1910 (cf. Ernest Jones, La
vida y obra de Sigmund Freud, op. cit., página 20). Seguramente se refiere con ello
a la reconstitución de la sociedad tras el Congreso de Nuremberg, luego del
cual el grupo vienés tiene que reformular sus estatutos y pasa a transformarse
en una de las sedes de un organismo internacional al que debe obedecer. En tal
sentido, no se trata del tipo de disolución que estaría en juego en 1907.
153. “...la primera sociedad de psicoanalistas se funda a partir de una política que
se dota de los medios jurídicos necesarios para tener en cuenta la existencia
del inconsciente” (Elisabeth Roudinesco, La batalla de cien años. Historia del psi-
coanálisis en Francia. I (1885–1939), op. cit., página 97). Véase también Pourquoi
la psychanalyse?, Flammarion, París, 1999, página 179. Esta tendencia es lleva-
da a una curiosa apoteosis por Andrea Ferrero, quien intenta leer los avatares
de la Sociedad de Viena a partir del marco de Totem y Tabú (“Circuitos lógi-
cos de la institución psicoanalítica. La marca freudolacaniana a 95 años de la
primer disolución”, Fundamentos en humanidades, Año III, N° 1–2, 2002, pp.
157–175). La carta de disolución a la que nos referimos habría sido la vía por
la cual Freud intentó salvar una institución que, por su propio devenir, esta-
ba funcionando como obstáculo al desarrollo de un discurso. Su acto habría
“acotado un goce”, “relanzando el deseo” “articulado ahora a una ley”, pues
habría puesto en juego “una castración simbólica”, cuyo efecto es visible en
los resultados: aumento de miembros, creación de una biblioteca, etc.
128
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
154. Cf. Minutes I, pp. 299–302. Cabe atender a la intervención de Graf, pues en
sus palabras de entonces se percibe ya la idea que luego verterá en sus recuer-
dos, anteriormente citados. En efecto, el padre de Juanito dice: “Ya no somos
el tipo de grupo que alguna vez fuimos” (Minutes I, página 301). Dos detalles
más merecen ser retenidos de sus dichos: por un lado señala el estatuto incier-
to que la sociedad estaba adquiriendo, pues al tiempo que seguían siendo in-
vitados personales de Freud, viraban también hacia la conformación de una
institución autónoma (Eisold ha sabido prestar una justa atención a esta am-
bivalencia del grupo); por otro lado, y en base a lo último, propone mudar la
sede de las reuniones hacia un lugar que no sea el domicilio de Freud.
155. Cf. Minutes I, pp. 313–317.
129
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156. Cf. Elisabeth Roudinesco, La batalla de cien años. Historia del psicoanálisis en
Francia. I (1885–1939), op. cit., página 96.
157. Ibíd.
158. Op. cit., página 97.
159. Minutes I, página 201 n. El hecho de que Roudinesco no atienda a este de-
talle se suma a una serie de errores que comete en su intento por dar cuen-
ta de los acontecimientos ligados a la Sociedad Psicoanalítica de Viena. Ello,
debido sin duda a que Roudinesco no consultó las actas para su investiga-
ción, hace de las páginas dedicadas al grupo vienés el momento más débil de
su ambiciosa y monumental obra. Entre las equivocaciones que comete se-
ñalemos las siguientes: dice que Sachs y Tausk participaron como invitados
en las reuniones (La batalla de cien años. Historia del psicoanálisis en Francia. I
(1885–1939), op. cit., página 92), cuando en realidad el primero, sin antes ha-
ber actuado como invitado, se convirtió en miembro efectivo el 19 de octubre
de 1910 (cf. Minutes III, página 17), en tanto que Tausk, luego de figurar como
invitado sólo en las reuniones del 12 y 20 de octubre de 1909, devino miem-
bro el 3 de noviembre del mismo año (cf. Minutes II, página 290). Sin embar-
go, páginas más adelante la historiadora dirá erróneamente que Tausk se con-
vierte en miembro en 1908 (La batalla de cien años. Historia del psicoanálisis en
Francia. I (1885–1939), op. cit., página 98), año en el cual, prosigue Roudines-
co, también Edoardo Weiss adquiere ese estatuto. Pues bien, esto último tam-
130
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
bién es un error, pues Weiss aparece por vez primera, en calidad de invitado,
el 14 de mayo de 1913 (cf. Minutes IV, página 198), convirtiéndose en miem-
bro el 8 de octubre de ese año (cf. Minutes IV, página 205).
160. Elisabeth Roudinesco, La batalla de cien años. Historia del psicoanálisis en Fran-
cia. I (1885–1939), op. cit., página 98.
161. Emilio Rodrigué adhiere íntegramente a la propuesta de su par francesa (cf.
Sigmund Freud. El siglo del psicoanálisis, op. cit., Tomo I, página 442).
131
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162. Cf. Emil Gutheil (ed.), The autobiography of Wilhelm Stekel. The life story of a pi-
oneer psychoanalyst, op. cit., página 104.
163. Cf. Isidor Sadger, Recollecting Freud, op. cit., pp. 7–8.
164. Op. cit., pp. 43–44.
165. Cf. Fritz Wittels, Sigmund Freud. His personality, his teaching & his school, op.
cit., página 132.
132
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166. Cf. Wilhelm Stekel, “Zur Gerschichte der analytischen Bewegung”, en Fortschritte
der Sexualwissenschaft und Psychoanalyse, Volume II, 1923, página 570 (cita toma-
da de Bernhard Handlbauer, The Freud–Adler controversy, op. cit., página 15).
167. Cf. Ernst Falzeder, “Profession – Psychoanalyst: a historical view”, op. cit.,
pp. 45–46.
168. Cf. Minutes I, página 12.
169. Cf. Minutes I, pp. 98–99.
170. Cf. Minutes I, pp. 124–125.
171. Cf. Minutes I, página 152.
172. Cf. Minutes I, página 153.
133
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134
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176. Citada en Bernhard Handlbauer, The Freud–Adler controversy, op. cit., página
173. Martin Fiebert afirma que esa carta es del 31 de enero, y la versión que
de ella brinda en su artículo difiere en numerosos elementos de la traducción
de Handlbauer (cf. “In and out of Freud’s shadow: a chronology of Adler’s re-
lationship with Freud”, op. cit., página 244).
177. Freud/Jung, página 285. Nótese que esas palabras de Freud fueron vertidas
en alusión a una reunión del grupo de Viena desarrollada pocos días antes, el
2 de junio (cf. Minutes II, pp. 259–274). Durante dicha velada, en cuyo trans-
curso se debatió acerca de la presentación de Adler titulada “La unicidad de
las neurosis”, se pusieron de manifiesto las principales diferencias teóricas
existentes entre éste y Freud. Durante la discusión, el propio autor de La In-
terpretación de los sueños enumeró los argumentos adlerianos que más se dis-
tanciaban de los suyos: el desconocimiento de lo sexual, la atención exclusi-
va en los aspectos concientes, etc.
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137
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del desarrollo sexual del poeta en cuestión. A estas dos últimas partici-
paciones aludía seguramente Freud en su pedido de circunspección, y es
posible que a ellas se refiera también el tono de lamento de las palabras
finales del disertante, cuando dice que
139
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Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
141
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dios acerca de los artistas, el cual prosigue en cierta forma las célebres
patografías que los médicos franceses hacían desde unas décadas atrás.
Acusó luego a Sadger de “decir arbitrariamente nuevas verdades”, aun-
que el rasgo más “repelente” de su trabajo estriba en la poca tolerancia
que demuestra por los sujetos sometidos a descripción. El balance es
que el texto resulta poco “confiable”.
142
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
por desmentir la veracidad de los retratos que hacen de Freud una persona
cruel e impiadosa hacia sus discípulos y allegados, en un momento lo defi-
nirá como un “buen odiador” [“good hater”] (cf. Freud. Master and Friend, op.
cit., página 117).
201. Cf. Isidor Sadger, Recollecting Freud, op. cit., página 42. Podemos ubicar aquí
una mención al libro de memorias de Esther Menaker, psicoanalista norte-
americana que hizo su formación en Viena en los años treinta, analizándose
con Anna Freud y Willi Hoffer. Aunque no participó de las reuniones de la
Sociedad Psicoanalítica de Viena, sí tomó contacto con muchos de sus miem-
bros y con las instituciones que dependían de aquella, como el Instituto y el
Ambulatorio. En cada uno de estos espacios, Menaker se sorprendió del au-
toritarismo y la crueldad con que los analistas vieneses trataban a sus anali-
zantes, alumnos, etc. En tal sentido, el libro se ubica en estrecha proximidad
al recuento de Sadger, y brinda sobre el período en cuestión un parecer muy
distinto a los enfervorizados relatos de Sterba o Deutsch (cf. Esther Menaker,
Cita en Viena. Una psicoanalista norteamericana narra la aventura de su formación
en la Viena de Freud, Gedisa, Barcelona, 1990).
202. Cf. Minutes III, página 146.
203. Minutes III, página 148. Diversos participantes de las veladas de los miérco-
les se han referido a la insistencia con que Freud prohibía que los vieneses le-
yesen sus presentaciones: cf. Theodor Reik, Treinta años con Freud, Ediciones
Imán, Buenos Aires, 1943, pp. 22, 25; Wilhelm Reich, La función del orgasmo,
op. cit., página 48; Hans Sachs, Freud. Master and friend, op. cit., pp. 162–163.
En tal sentido, tanto Stekel como Wittels dan cuenta del hecho de que en una
ocasión Freud leyó unas hojas para atacar a Adler (véase respectivamente Emil
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escrito de Reik se remonta a 1914). En esa senda podría tal vez ser incrita una
anécdota relatada por Wilhelm Reich en sus papeles autobiográficos; cuenta
allí que Isidor Sadger lo habría instado a que publicara un libro con la histo-
ria de su vida desde la muerte de su madre hasta el deceso de su padre (cf. Wil-
helm Reich, Passion of youth. An autobiography, 1897–1922, Farrar–Straus–Gir-
oux, New York, 1988, página 149).
222. Jung se refiere brevemente a ese episodio en su carta a Freud del 3 de diciem-
bre de 1912 (cf. Freud/Jung, pp. 596–597) y la retoma en sus memorias.
223. Cf. Mikkel Borch–Jacobsen & Sonu Shamdasani, Le dossier Freud. Enquête sur
l’histoire de la psychanalyse, op. cit., pp. 63–82.
149
Mauro Vallejo
Por otro lado, podemos hallar en las actas mismas una temprana
advertencia al respecto, formulada por Freud hacia el final de su pre-
sentación acerca del hombre de las ratas. En tal oportunidad, afirmó que
224. Sigmund Freud, “Consejos al médico sobre el tratamiento”, AE, XII, pp.
116–117. El hecho de que el autoanálisis haya sido progresivamente dejado
de lado, en favor de la exigencia del análisis bajo la dirección de un terapeuta
ya formado, no significa que en otros momentos de sus escritos Freud deja-
se de alabar las ventajas del primero –incluso seguía recomendándolo. Véase
por ejemplo “Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico”, AE,
XIV, página 19: “Pronto advertí la necesidad de hacer mi autoanálisis y lo lle-
vé a cabo con ayuda de una serie de sueños propios que me hicieron recorrer
todos los acontecimientos de mi infancia, y todavía hoy opino que en el caso
de un buen soñador, que no sea una persona demasiado anormal, esta clase
de análisis puede ser suficiente”. En la nota al pie agregada por los editores de
las obras de Freud al final del pasaje recién citado, el lector hallará una buena
exposición de los puntos de vista del psicoanalista acerca del autoanálisis.
150
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
“Ha sido dicho que al interior del psicoanálisis debe darse permi-
so para que cada individualidad se exprese por sí misma. Ahora
bien, que ello no sea así sería una ventaja para el psicoanálisis; la
forma mediante la cual uno puede resguardarse de este factor sub-
jetivo, el cual es en cierto punto ineliminable, reside en proseguir
la investigación personal, acompañando con auto–análisis el pro-
greso propio en el saber”.226
225. Minutes I, página 237. Cabe aclarar que esta declaración constituye, si no la
única, al menos una de las pocas ocasiones en que se debatió acerca de la for-
mación del analista, a pesar de que Herman Nunberg afirmase lo contrario.
226. Minutes III, página 146.
151
Mauro Vallejo
152
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
dos fenómenos muy claros: por un lado, reiterados intentos por despo-
jar a la obra de su carácter autobiográfico –para de ese modo protegerla
de potenciales críticas formales–; y por otro, alternadas reapropiaciones
o rehabilitaciones de ese mismo tono confesional232.
Sería posible por cierto rastrear más extensamente esta relación pro-
blemática del discurso psicoanalítico para con el sesgo autobiográfi-
co de su decir; en rigor de verdad, para con la forma en que dicho ses-
go jugó un rol esencial en la aparición de la enunciación psicoanalíti-
ca. Las disquisiciones sobre el carácter heroico e irrepetible del autoa-
nálisis de Freud es una mera estratagema para eludir el problema; es
sólo una más de las tantas figuras de la psicologización con que hasta
ahora se ha definido al discurso del psicoanálisis. Hemos marcado re-
cién aquello que cabe entender como una de las modalidades de de-
negación u ocultamiento del tenor confesional del nuevo decir. Pero
podría investigarse cómo esa actitud ambivalente hacia la temprana e
incómoda práctica se devela, y retorna, a través de otras particularida-
des del mentado discurso, y de las acciones que emprende. Por ejem-
plo en el terreno del mal o bien llamado psicoanálisis aplicado; pues
en cada ocasión en que este discurso aborda la creación artística, so-
bre todo la literaria, no puede reprimir la tentación de ver en la obra
la manifestación de un yo. Utiliza toda la imaginación posible por
decir lo contrario, por que ese impulso pase desapercibido; pero los
efectos están a la vista de todos. En segundo lugar, podría ubicarse en
esa senda el eterno aprieto en que el psicoanálisis se halla a la hora de
justificar la exigencia de que cada aspirante a analista atraviese prime-
ro la experiencia del diván. En esa consigna que clama por los bene-
ficios de experimentar el proceso en uno mismo, ¿no se lee acaso una
retoma de las prácticas de auto–observación? Por último, ¿cómo en-
tender, si no es a la luz del paradójico matiz confesional a través del
cual este decir nació –cuando precisamente nacía para volver esa ope-
ración imposible o inocua–, que el discurso psicoanalítico se vea im-
posibilitado de pensar acerca de la auto observación, la relación del
sujeto consigo mismo, etc.?
232. Arthur Efron había sugerido con anterioridad otra forma de explicar la es-
trategia freudiana de disolución del sesgo auto–analítico de su discurso. Se-
gún este autor, tal decisión respondía al interés de Freud por negar el cuestio-
namiento que su teorías dirigían al poder autoritario, pues aquel había sido
vislumbrado gracias al trabajo de autoanálisis (cf. Arthur Efron, “Freud’s self–
analysis and the nature of psychoanalytic criticism”, The International Review of
Psycho–analysis, Volume 4, 3, 1977, pp. 253–280).
153
De este modo, las palabras confesionales han sido la última pieza
tomada aquí, en esta escritura acerca de las actas y su historia. Cada
una de las fuentes analizadas, cada uno de los acontecimientos y de-
sarrollos esbozados en este capítulo, permiten hacer visible la invisibi-
lidad de las minutas. Por un lado porque señalan el vacío del cual es-
taban retiradas, nominan el espacio al cual podían venir a inscribirse,
para de tal modo decir algo en un lenguaje que tenía una gramática.
Al mismo tiempo, este tornar visible supone el recupero de unas mi-
radas que permanecían en el olvido, implica el rescate de unas voces
que producían un decir sin un suelo que lo hiciese voz. Y se perfila así
la pregunta que pisa nuestros pasos desde el inicio del recorrido: ¿por
qué fueron olvidadas las minutas? ¿Por qué el discurso psicoanalítico
les ha destinado la suerte que nuestra porfía parece objetar?
Capítulo III
El maleficio vienés.
Derrotero de una imagen
y derivaciones de un anatema
155
Mauro Vallejo
merecido una atención mucho menor, pero que esté tal vez indisolu-
blemente ligada a la historia de las Actas de la Sociedad Psicoanalítica de
Viena, al pasado y al presente de su recepción. Nos referimos al mu-
chas veces referido desprecio de Freud por Viena, y a su desencanto
para con sus compañeros vieneses, esa “banda” de neuróticos y aletar-
gados correligionarios. El creador del psicoanálisis habría debido car-
gar con la pesada condena de verse rodeado por colegas y discípulos
que por momentos no encendían en el maestro otra impresión que el
desengaño y la exasperación.
Las páginas que dedicaremos al estudio de esa escena parecerán tal
vez injustificadas en consideración de la obra en la que se inscriben,
puesto que poco lugar se dará, en cuanto sigue, al contenido mismo de
las discusiones de la Sociedad de Viena. De todas maneras, este capítulo
se basa en la tesis según la cual la poca atención que se le ha prestado
a las Minutas, el “olvido” en que éstas han caído –el cual es una de las
formas de nominar su imposibilidad de ingresar al corpus psicoanalíti-
co– hallan parte esencial de su fundamento en la pregnancia y eficacia
de la mentada imagen. Los destinos de un texto, su recepción, su cir-
culación y la multiplicidad de sus utilizaciones, no son ajenos a su ins-
cripción en un saber, y tal vez el descuido que se ha prodigado a aque-
llos registros sea coextensivo a la rapidez y contento con que se aceptó
y justificó la reprobación dirigida a los psicoanalistas vieneses.
Analizar el nacimiento de ese hito pictórico, su decurso y las dis-
tintas versiones que lo han moldeado, es entonces un capítulo inelu-
dible del estudio de las Minutas, puesto que hace a ese aspecto de los
textos que los formalismos suelen menospreciar: así como las reapro-
piaciones de un discurso no son extrañas a él, al punto que pueden
redefinir el terreno de legalidades al que será expatriado, de la misma
forma, los actos que deniegan a una obra su difusión, o que refrenan
el interés que pueda engendrar, constituyen el tipo de exteriores tex-
tuales que tocan el centro mismo de su poder.
En consonancia con todo ello, nos proponemos estudiar la diver-
sidad de declaraciones a través de las cuales se ha delineado ese cua-
dro. Para ello recurriremos también a los textos freudianos, buscando
tanto en sus escritos como en sus correspondencias, aquellos enuncia-
dos que guardan cierta resonancia o parentesco con los intentos reali-
zados por fraguar la mentada imagen.
Tal y como tendremos oportunidad de comprobar, en este caso nos
vemos enfrentados a cuanto suele ocurrir en lo atinente a este tipo de
imágenes: si bien hallan sustento sólo en declaraciones personales, oca-
sionales o de segunda mano –al tiempo que en la obra escrita apenas
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Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
157
Mauro Vallejo
Daremos lugar por ahora a las voces de los historiadores, los discí-
pulos y colegas de Freud, reservando a las aserciones de éste un apar-
tado especial. Brindaremos una especie de recorrido por la serie de
enunciados que signaron el anatema de los integrantes de la Sociedad
de Viena, aunque no respetaremos un orden estrictamente cronológi-
co. Nos limitaremos simplemente a las declaraciones que por uno u
otro motivo consideramos que han tenido una mayor efectividad en
la plasmación del cuadro. En consonancia con ello, no podemos sino
comenzar con la célebre maldición que Abraham arrojó sobre los in-
tegrantes de la por entonces Sociedad Psicológica de los Miércoles, en
un comentario dirigido a Eitingon, luego de haber asistido el 18 de di-
ciembre de 1907 a una reunión del grupo:
1. Citado en Emilio Rodrigué, Freud. El siglo del Psicoanálisis, op. cit., Tomo I, pá-
gina 431.
2. Cf. Minutes I, pp. 270–275.
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Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
11. Ludwig Binswanger, Mis recuerdos de Sigmund Freud, Almagesto, Buenos Aires,
1992, página 15. Cabe aclarar que a la reunión a la que se refiere Binswanger
habían asistido doce miembros, Freud incluido. Tres años después Binswan-
ger volvió a participar como invitado en la Sociedad Psicoanalítica de Viena,
el 19 de enero de 1910 (y no en febrero, tal y como Binswanger dice, traicio-
nado por su memoria). Aunque muy crítico respecto de la ponencia de Stekel
de dicha oportunidad, parecería que la impresión que el grupo vienés le cau-
só por entonces no fue tan negativa (cf. op. cit., página 19).
12. Cf. Minutes I, pp. 138–145. Isidor Sadger informa que se decidió que la presen-
tación estuviese a cargo de Alfred Adler con el objetivo de provocar una bue-
na impresión en los visitantes, lo cual demuestra claramente qué alto aprecio
sentía Freud hacia quien unos años después sería forzado a abandonar la so-
ciedad vienesa (cf. Isidor Sadger, Recollecting Freud, op. cit., pp. 56–57).
13. Recordemos que la significación simbólica del número 7 será objeto de un
fluido intercambio entre Freud y Abraham unos años después (cf. Freud/Abra-
ham, pp. 399–414).
161
Mauro Vallejo
lar la forma en que los recuerdos infantiles no son otra cosa que reela-
boraciones a posteriori.
El 6 de marzo de 1907 constituye una de las numerosas ocasiones
en que las declaraciones de Freud contienen atisbos teóricos muy su-
gerentes. Mas nada en las minutas alude a la presunta soledad del psi-
coanalista, pues su “banda” no hace otra cosa que hablar en los mis-
mos términos que él, utilizando sus mismas hipótesis, insistiendo en
los mismos simbolismos y determinantes. En tal sentido, podemos ob-
servar dos cosas. En primer lugar, es posible que la omnipresencia de
alusiones a cuestiones sexuales durante la referida discusión haya sor-
prendido o disgustado a los invitados suizos. En segundo lugar, y más
importante aún, la anécdota recogida por Binswanger, la cual devino
engranaje esencial en la conformación de la imagen en cuestión, de-
vela mucho menos el ostracismo del profeta o la inferioridad de sus
apóstoles, y mucho más la política de seducción dirigida por Freud en
vistas a obtener la aceptación del círculo suizo.
En continuidad con lo anteriormente dicho, la reunión de mar-
zo de 1907 será la única ocasión en que Jung asista a las discusiones
del grupo vienés. Y es muy probable que a partir de dicha velada haya
creado su opinión de los discípulos y colegas más cercanos de Freud.
Esta vez se trata de un enunciado que ha pasado a la historia del sa-
ber psicoanalítico a través de la alusión que a él hizo un tercero, Er-
nest Jones; o al menos dicha versión de los hechos es la que más fre-
cuentemente se utiliza, puesto que ni en sus memorias ni en sus es-
critos Carl Jung ha repetido la condena de los vieneses a la que ahora
nos referimos14. Jones refiere en su autobiografía una conversación que
tuvo con Jung en Zurich, aparentemente entre fines de 1907 y princi-
pios de 1908, antes del Congreso de Salzburgo, en la cual el suizo le
manifestó “...cuán lamentable era que Freud no tuviese discípulos de
algún valor en Viena, y que allí estaba rodeado por una “muchedum-
bre bohemia y degenerada” que él merecía poco...”15.
Si confiamos en la memoria de Jones, dicho intercambio con el
médico suizo se produjo antes de la reunión de Salzburgo de abril de
14. En sus memorias, Jung se refiere en una sola ocasión y muy tangencialmente
a los discípulos de Freud en general, sin hacer jamás mención a los vieneses o
a la Sociedad Vienesa (cf. Carl Jung, Memories, dreams, reflections, Collins and
Routledge & Kegan Paul, London, 1963, página 162).
15. Ernest Jones, Free Associations. Memories of a Psycho–Analyst, Basic Books, New
York, 1959, página 167. Jones relata la misma escena, aunque con menos deta-
lles, en su biografía de Freud (cf. Ernest Jones, La vida y obra de Sigmund Freud,
Tomo II, op. cit., página 45).
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Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
“El lector tal vez concluya que no me sentí muy impresionado por
la concurrencia. Parecía un acompañamiento inmerecido al genio de
Freud, pero en la Viena de aquellos días, tan llena de prejuicios en su
contra, era difícil obtener un discípulo que tuviera una reputación que
perder, por lo cual [Freud] tuvo que aceptar aquello que pudo obte-
ner. Muchos de aquella concurrencia tuvieron al menos un brillante
mérito en comparación con sus vecinos: supieron cómo apreciar la
importancia de Freud. Para su mérito, ello no debe ser olvidado”.23
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Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
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“Era esta una sociedad en que todos los “media” establecidos, los
medios de expresión –desde el lenguaje de los políticos hasta los
principios del diseño arquitectónico– habían perdido contacto
con los “mensajes” a que estaban destinados, habiéndoles sido,
por tanto, extirpada la capacidad de realizar sus funciones propias
(...) ¿Cómo podía una cosa cualquiera servir como medio de ex-
presión o simbolización de cualquier otra?”30
Por otro lado, el estudio de Carl Schorske ha sabido señalar con to-
tal acierto cómo la tensión política acerca de la ligazón con el pasado
y la tradición, encuentra profundas resonancias y repliegues, por ejem-
plo, en los proyectos arquitectónicos de la Ringtrasse, y de qué mane-
ra la literatura de Scnnitzler y la pintura de Klimt se enlazan por la vía
30. Allan Janik & Stephen Toulmin, La Viena de Wittgenstein, Taurus, Madrid, 1987,
pp. 34–35; véase además pp. 80–81, 143–149, 208–209.
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Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
31. Cf. Carl Schorske, Viena Fin–de–Siècle. Política y cultura, op. cit.
32. Cf. Silvia Tubert, Malestar en la palabra. El pensamiento crítico de Freud y la Viena
de su tiempo, Biblioteca Nueva, Madrid, 1999.
33. Señalemos algunos de estas homologías forzadas: el “ombligo de sueño” de
Freud se ligaría a la conceptualización nietzscheana del conocer y a la teoría
de Wittgenstein sobre los límites del lenguaje (op. cit., pp. 110, 171); la cons-
trucción del encuadre analítico vendría a dar una solución a un atolladero pro-
pio a la literatura de Hofmannsthal: rescatar la individualidad en el fluir del
discurso (op. cit., página 132); lo interminable del análisis, la roca de la castra-
ción, se relaciona con el problema wittgensteniano del límite del decir (op. cit.,
pp. 170, 176, 196); la asociación libre de Freud sería equiparable con la pres-
cripción krausiana de atender a lo que se dice (op. cit., página 188).
169
Mauro Vallejo
34. Cf. carta de Freud a Fluss del 18 de septiembre de 1872 (cf. Correspondencia,
Tomo I, pp. 115–117).
35. Correspondencia, Tomo III, página 463.
36. Misiva citada en Ernest Jones, Vida y obra de Sigmund Freud, Tomo III, op. cit.,
página 250. En cuanto concierne al enfado de Freud hacia la ciudad de Vie-
na, el lector podrá hallar muchos ejemplos en las cartas dirigidas a Fliess (cf.
Freud/Fliess, pp. 10, 46, 68, 217, 343, 357, 368, 428, 441).
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Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
37. Cf. Allan Janik & Stephen Toulmin, La Viena de Wittgenstein, op. cit., pp. 41–42;
Ernst Ticho & Gertrude Ticho, “Freud and the Viennese”, International Journal of
Psychoanalysis, 53, 1972, pp. 301–306. Este conciso escrito brinda una muy justa
descripción de la relación entre Freud y Viena. Véase asimismo Henri Ellenber-
ger, El descubrimiento del inconsciente, op. cit., pp. 530–533, quien recuerda tam-
bién que Freud se comportaba como un típico vienés al odiar Viena. Véase
también Frank Sulloway, Freud, biologist of the mind, op. cit., pp. 462–464. La bi-
bliografía que propone una interpretación contraria, es decir que insiste en la
honda extrañeza de Freud para con Viena, y que remarca la suerte de exilio en
que habría vivido al interior mismo de su ciudad, es demasiado extensa y sue-
le tomar el judaísmo freudiano como punto de apoyo del argumento. Mencio-
nemos de ella solamente la sintomática aceptación que halló en Jacques Lacan,
quien hablará de “... esa tierra donde Freud debido a su tradición no fue más
que un huésped de paso...” (“La cosa freudiana o sentido del retorno a Freud
en psicoanálisis”, op. cit., página 384).
171
Mauro Vallejo
38. Sigmund Freud, “El delirio y los sueños en la “Gradiva” de W. Jensen”, AE,
IX, pp. 7–9.
39. Cf. Jaap Bos, “A silent antipode. The making and breaking of Psychoanalyst
Wilhelm Stekel”, op. cit.
40. Cf. Freud/Fliess, pp. 504–506.
41. José Gutiérrez Terrazas comenta que en el escrito freudiano, presunta síntesis
de lo debatido en las reuniones, el autor “...falsifica en parte el contenido de
los debates, al enmascarar ciertos aspectos capitales de la discusión y al resu-
mir en pocas líneas algunos temas que fueron molestos para su teorización”.
(“Presentación del trabajo “Los Tres ensayos de teoría sexual un siglo después de
su primera edición”, op. cit., página 75). La evaluación de la sentencia de Te-
rrazas merecería un estudio más detallado, pero digamos por lo pronto que
es claro que la síntesis redactada por Freud constituyó para éste la oportuni-
172
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
dad de enfatizar sus diferencias con Stekel respecto de las neurosis actuales, lo
cual es evidenciado por el énfasis puesto por aquel en la hipótesis de la toxi-
cidad en el escrito final. Asimismo, llama la atención el reparo que Freud es-
tablece al escribir que “A mi pesar tomo partido frente al punto, tan debati-
do por ustedes, del carácter perjudicial del onanismo; en efecto, no es el acce-
so que conviene a los problemas que nos ocupan”., puesto que los perjuicios
de la masturbación de hecho se contaban dentro de sus propias preocupacio-
nes (cf. Minutes I, pp. 239–240, Minutes IV, página 39). Por último, otro indi-
cio de tal “falsificación” puede ser hallado en un detalle remarcado por Jaap
Bos: Freud, en su escrito, se refiere a Stekel y su teoría como pertenecientes al
pasado y no al presente del discurso en juego (cf. “A silent antipode: the ma-
king and breaking of Psychoanalyst Wilhelm Stekel”, op. cit.).
42. Sigmund Freud, “Contribuciones para un debate sobre el onanismo”, AE, XII,
página 253.
173
Mauro Vallejo
174
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
de las ansias de autonomización del grupo (cf. Kenneth Eisold, “Freud as a lea-
der: the early years of the viennese society”, op. cit.).
46. Sigmund Freud, “Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico”,
op. cit., página 7.
47. Cf. Sigmund Freud, “Sobre el sueño”, AE, V, página 619.
48. Cf. Sigmund Freud, “Ejemplos de cómo los neuróticos delatan sus fantasías
patógenas”, AE, XI, página 235.
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Mauro Vallejo
176
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
54. Cf. Sigmund Freud, “Breve informe sobre el psicoanálisis”, AE, XIX, página 209:
“Desde que la hipnosis fue sustituida por la técnica de la asociación libre, el pro-
cedimiento catártico de Breuer se convirtió en el psicoanálisis, que por más de
un decenio fue desarrollado por el suscrito (Freud) solo”.. La célebre parábola
de “los diez años de soledad” será retomada por Freud una y otra vez. Por ejem-
plo, en una carta a Lou Andreas–Salomé del 30 de julio de 1915, Freud afirma
que cada vez que carece de la compañía de Ferenczi, vuelve a sentir la soledad
que padeció durante los diez primeros años (cf. Freud/Lou, página 36).
55. Sigmund Freud, “Breve informe sobre el psicoanálisis”, AE, XIX, página 212.
Henri Ellenberger, comentando el aislamiento del cual Freud se lamentaba en
su autobiografía, afirma que no es claro cuándo ubica éste el comienzo y el fi-
nal de dicha situación (cf. Henri Ellenberger, El descurimiento del inconsciente, op.
cit., página 521). A la luz de los fragmentos aquí analizados, comprobamos que
es posible determinar con cierta precisión qué signa el fin de tal período.
56. Cf. Sigmund Freud, “Presentación autobiográfica”, AE, XX, página 45.
57. Cf. ibíd. Esta ambivalencia adquiere en este escrito un tono aún más claro.
Freud propone dividir la por entonces breve historia de la disciplina en dos
tramos: “En el primero, que se extendió desde 1895–96 hasta 1906 o 1907, yo
estaba solo y debía hacer por mí mismo todo el trabajo. En el segundo tramo,
desde los años mencionados en último término hasta hoy, fueron adquirien-
do cada vez mayor significación las contribuciones de mis discípulos y cola-
boradores...” (op. cit., página 51).
177
Mauro Vallejo
58. Sigmund Freud, “Las resistencias contra el psicoanálisis”, AE, XIX, página
228. En los primeros párrafos de otro escrito de 1925, “Algunas consecuen-
cias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos”, Freud, un poco va-
gamente, da a entender que hasta 1905 estuvo solo en la prosecución de su
labor (cf. AE, XIX, página 268).
59. Sigmund Freud, “Psicoanálisis”, AE, XX, página 256. Vale resaltar que este cu-
rioso ocultamiento de la temprana participación de los vieneses, se ve redu-
plicada en la biografía de Jones. Si bien éste señala que no queda claro a qué
diez años se refiere Freud al hablar de la conclusión de su aislamiento (cf. Er-
nest Jones, La vida y obra de Sigmund Freud, Tomo II, op. cit., página 17) –noso-
tros, usando distintas citas, hemos intentado demostrar que aludía al contac-
to con Zurich–, algunos pasajes contradictorios de su biografía nos permiten
concluir que en Jones opera la misma denegación de los vieneses. Por ejem-
plo, al tiempo que afirma que su ciudad era la única que negaba a Freud un
merecido reconocimiento (página 77), el único lugar donde era ignorado (pá-
gina 97), el biógrafo sostiene también que Freud en 1910 rechazó una invi-
tación de una publicación porque “...consideró que ya tenía bastante noto-
riedad en Viena” (op. cit., página 89). Asimismo, Jones refiere cuánto padecía
Freud el ostracismo que debía soportar en su ciudad (pp. 103 y 136); no obs-
tante, aquel da cuenta de que el auditorio de las conferencias de Freud había
alcanzado las 50 o 60 personas (página 108). Lo mismo sucede con Roland
Jaccard, quien, a renglón seguido de relatar la creación en 1902 de las reunio-
nes vienesas, afirma que Freud estuvo solo hasta el comienzo de su correspon-
dencia con Jung (1906) (cf. Freud el conquistador, op. cit., página 68).
178
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
60. El mismo Freud, en la decisiva reunión del 6 de abril de 1910, declara a sus
disgustados colegas vieneses, que el memorandum de Ferenczi había sido reali-
zado bajo su influencia (cf. Minutes II, página 466).
61. Sandor Ferenczi, “Sobre la historia del movimiento psicoanalítico”, Obras Com-
pletas, Tomo I: 1908–1912, Espasa–Calpe, Madrid, 1981. El escrito, de todas for-
mas, no contiene las propuestas que, según las versiones aceptadas, generaron
las más fuertes resistencias: la elección de Jung como presidente de por vida, y
su capacidad de veto para con cualquier trabajo científico. Por otra parte, Fe-
renczi habría realizado observaciones muy despreciativas acerca de los vieneses
durante su exposición oral, las cuales tampoco figuran en el texto en cuestión
(cf. Ernest Jones, La vida y obra de Sigmund Freud, Tomo II, op. cit., página 80).
62. Una última y fuerte comprobación de nuestra tesis puede hallarse en las pala-
bras que Freud dirige a Eitingon el 7 de enero de 1913: “...puedo confiar en us-
ted, el primero que vino a mí cuando estaba condenado al ostracismo. Se que
179
Mauro Vallejo
Es cierto que este periplo no puede ser reducido sólo a cuanto evi-
dencia acerca de la relación de Freud con el grupo de psicoanalistas
vieneses, pues se liga a otros asuntos, no todos emparentados nece-
sariamente con Viena. En primera instancia, muchas de las declara-
ciones suponen una desvalorización de la relevancia que pudo haber
desempeñado la logia B’nai B’rith; hemos mencionado ya que entre
1897 y 1917 Freud realizó ante dicho público más de veinte ponen-
cias. En tal sentido, los pasajes arriba comentados no se condicen con
las sinceras palabras que aquel dirigiera a sus colegas judíos en 1926:
“...en una época en que nadie me escuchaba en Europa y ni siquie-
ra en Viena tenía yo discípulos, ustedes me dispensaron una benévo-
la atención. Fueron mi primer auditorio”.63 Dennis Klein, en su estu-
dio ya clásico, ha intentado demostrar la importancia de esa prime-
ra compañía como antecedente del movimiento psicoanalítico. El
psicoanalista vienés no sólo compartió con tal audiencia numerosos
trabajos científicos (muchos de los cuales habían sido recientemente
publicados o lo serían poco tiempo después), sino que participó ac-
tivamente de actividades organizativas y de promoción de la socie-
dad. Klein ha sabido resaltar asimismo que la mayor implicación de
Freud con la logia se produjo entre los años 1897 y 1902, es decir en-
tre su ingreso a ella y el comienzo de las reuniones de los miércoles.
En sentido estricto, el inicio de las veladas de la Sociedad Psicológi-
ca implicó no tanto la emergencia de un primer auditorio, sino el re-
levo o reemplazo operado respecto de ese temprano público com-
puesto por judíos.
En segunda instancia, esta curiosa posición respecto de sus inter-
locutores y su soledad, puede también ser parte del desvelo de Freud
por evitar, en los inicios de sus acciones de política expansiva, que el
psicoanálisis fuese asimilado a la religión judía64; y tiene que ver con
si algún día vuelve a abandonarme todo el mundo estará entre mis últimos fie-
les...” (Correspondencia, Tomo III, página 469). En una misiva enviada al mis-
mo destinatario el 24 de enero de 1922, hallamos una declaración similar (cf.
Correspondencia, Tomo IV, página 418). Recordemos que Eitingon fue el primer
representante del grupo de Zurich en visitar al vienés, en enero de 1907. Por
otro lado, en su carta enviada a Jung el 2 de septiembre de 1907, Freud trata al
suizo como su primer interlocutor, luego de largos años de soledad (cf. Freud/
Jung, página 120). Asimismo, en su carta del 11 de noviembre de 1909, Freud
dirá que en Viena sólo Eitingon, por entonces de paso en la ciudad, es su in-
terlocutor (cf. Freud/Jung, página 313).
63. Sigmund Freud, “Alocución ante los miembros de la Sociedad B’nai B’rith”,
AE, XX, página 264.
64. Ver cartas a Abraham de los días 3 de mayo, 23 de julio y 26 de diciembre de
180
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
181
Mauro Vallejo
en el rostro: “¿Acaso alguien sabe con quién viajó Colón cuando des-
cubrió América?”67.
A una interpretación similar respecto de la forma en que Freud “re-
primió” el rol de sus colegas vieneses en la edificación de la doctrina y
del movimiento psicoanalítico, había arribado mucho antes Isidor Sad-
ger al proponer que dicho olvido se debió a la voluntad de Freud de des-
conocer los modestos orígenes de su enseñanza68. Lo más interesante
del relato de Sadger es que constituye, de acuerdo con nuestro análisis,
la única ocasión en que un analista vienés denunció la tergiversación de
la historia del psicoanálisis llevada a cabo por Freud. En contraste con
este último, es llamativa la postura de Helene Deutsch, otra partícipe
directa de las actividades del grupo vienés. En su escrito de bello tono
laudatorio, dirá que la colaboración de los vieneses no terminó con el
aislamiento de Freud, sino que simplemente lo modificó69.
Por otra parte, este recorrido encuentra su eco en la insistencia freu-
diana por señalar lo particularmente renuente que fue el ambiente cien-
tífico vienés para aceptar sus propuestas. Por ejemplo, en su texto so-
bre el pasado del movimiento, Freud dice de Viena lo siguiente: “En
ningún otro lugar como allí sintió el analista tan nítidamente la in-
diferencia hostil de los círculos científicos e ilustrados”.70. Asimismo,
en su escrito acerca del caso de la joven homosexual, Freud se referi-
rá al “...menosprecio por el psicoanálisis, tan difundido en Viena...”71.
Otro fragmento igualmente elocuente al respecto se lee en el trabajo
acerca de la psicología del colegial: “...pude crear una nueva discipli-
na psicológica, el llamado «psicoanálisis», que hoy atarea a médicos e
investigadores de países cercanos y de países lejanos donde se habla
otras lenguas, provocando alabanzas y censuras –aunque desde luego
apenas se habla de él en la propia patria”.72 Sin embargo, y en conso-
nancia con la referida ambivalencia, en uno de sus últimos escritos,
67. Edward Hitschmann, “Freud in life and death”, American Imago, II, 2, 1941,
pp. 127–133; cita de la página 128.
68. Cf. Isidor Sadger, Recollecting Freud, op. cit., pp. 8–9.
69. Cf. Helene Deutsch, “Freud and his pupils”, op. cit., página 188.
70. Sigmund Freud, “Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico”,
AE, XIV, página 39.
71. Sigmund Freud, “Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad feme-
nina”, AE, XVIII, página 143. Véase asimismo su carta a Karl Abraham del día
31 de octubre de 1920.
72. Sigmund Freud, “Sobre la psicología del colegial”, AE, XIII, página 248. Inclu-
so en una carta a Eitingon del 19 de julio de 1926, Freud interpretaba la polé-
mica sobre el análisis lego como una campaña de los vieneses contra el psicoa-
nálisis, sobre todo debido a la ira suscitada en ellos por los múltiples honores
182
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
Freud afirmará que no existe fuera de Viena “...un hogar más precia-
do...” para el saber psicoanalítico73.
En otro orden de cosas, las citas que hemos brindado a lo largo de
las páginas precedentes no deberían conducir a una conclusión pre-
cipitada, en el sentido de dar por cerrada la discusión, y plantear por
ende que indudablemente Freud sentía un gran desprecio por el gru-
po vienés. Ni los fragmentos ofrecidos más arriba ni las corresponden-
cias que luego evaluaremos, permiten una aserción unívoca. Existen
múltiples indicios de lo contrario, empezando por los claros efectos
que las discusiones de la Sociedad Psicoanalítica de Viena tuvieron so-
bre el armado de la obra freudiana –asunto al cual volveremos hacia
el final del presente capítulo; en segundo lugar, cabe no olvidar el he-
cho de que el propio Freud se haya preocupado por proteger las Mi-
nutas originales de una probable destrucción por los nazis, al confiar-
las en 1938 a Paul Federn74. Por otra parte, hemos atendido aquí so-
lamente a las aserciones en que el autor de La interpretación de los sue-
ños emitió algún parecer sobre los psicoanalistas vieneses entendidos
ya como un conjunto, ya como los integrantes de la Sociedad Psicoa-
nalítica de Viena; es decir que hemos pasado por alto las innumera-
bles alusiones, tanto favorables como desfavorables, proferidas por
Freud acerca de cada uno de los vieneses en particular. Basta con re-
correr las páginas de los textos freudianos para medir la alta estima en
que Freud tuvo, incluso hasta el final, a numerosos compatriotas: Sa-
chs, Rank, Federn, Reik.
Aun considerando estas salvedades, no puede más que despertar
cierta perplejidad el hecho de que Freud haya continuado hasta tan
tarde (mediados de 1920) con su campaña de desconocimiento públi-
co del rol protagónico de la Sociedad vienesa en los comienzos del
psicoanálisis; así como parece desconcertante también que en ulterio-
res ediciones de los escritos aquí analizados el autor no haya toma-
do el recaudo de corregir esos deslices. Tal y como dijimos, esa ocul-
que se le hicieron a Freud en el extranjero por su septuagésimo aniversario (cf.
Ernest Jones, Vida y obra de Sigmund Freud, Tomo III, op. cit., página 312).
73. Cf. Sigmund Freud, “Moisés y la religión monoteísta”, AE, XXIII, página 53.
74. Cf. Herman Nunberg, “Introduction”, en Minutes I, página xvii. Esto, que pue-
de parecer una simple anécdota desprovista de valor, adquiere a la luz de los
comentarios de Ilse Grubrich–Simitis una mayor relevancia. En efecto, esta
autora ha descrito muy claramente el desprecio y despreocupación que Freud
manifestaba hacia los manuscritos, borradores e inéditos –al menos hasta el
momento en que su fama internacional le hizo precaverse de que la conserva-
ción de los mismos serviría a su descendencia como potencial fuente de ingreso
(cf. Ilse Grubrich–Simitis, Freud: retour aux manuscrits, op. cit., pp. 107–114).
183
Mauro Vallejo
75. Cf. Gerhard Wittenberger & Christfried Tögel, “Introducción”, en Las Cir-
culares del “Comité Secreto”. Volumen I: 1913–1920, Editorial Síntesis, Madrid,
2002, pp. 7–22. Véase asimismo Karl Fallend, Peculiares, soñadores, sensitivos,
op. cit., pp. 39–49.
76. Cf. Richard Sterba, Reminiscences of a Viennese Psychoanalyst, op. cit., pp. 98–99.
Sterba relata que la Sociedad Vienesa había perdido en parte su predominio a
fines de los años 20, cuando muchos analistas emigraron a Alemania en bús-
queda de mejores condiciones económicas y culturales. Para ser justos, habría
que reconocer que durante un breve período posterior a la ruptura con los sui-
zos, las esperanzas de Freud habían recaído sobre Budapest (véase por ejemplo
la carta a Abraham del 27 de agosto de 1918). Asimismo, durante muchos años
Berlín mantuvo una relevancia muy considerable en el escenario europeo, fre-
nada sólo por los acontecimientos políticos sobrevenidos por la asunción del
nazismo (cf. Antal Bókay, “Turn of fortune in Psychoanalysis: The 1924 Rank
Debates and the origins of hermeneutic psychoanalysis”, International Forum of
Psychoanalysis, Volume 7, 1998, pp. 189–199). Por su parte, Sadger, describien-
do el escenario posterior a la Gran Guerra, define a Viena como la Meca a la
cual peregrinaban todos los extranjeros interesados en el análisis (cf. Sadger, Re-
colecting Freud, op. cit., página 66). Véase también Elke Muhlleitner & Johannes
Reichmayr, “Following Freud in Vienna. The Psychological Wednesday Society
and the Viennese Psychoanalytical Society 1902–1938”, op. cit., página 78.
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Mauro Vallejo
77. Freud lo dice por vez primera en la carta del 7 de abril de 1907, es decir, ¡sólo
unos meses después de haber iniciado el intercambio epistolar! Lo repetirá en
varias ocasiones: el 14 de abril del mismo año, el 13 de agosto de 1908, 16 de
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Vale agregar que incluso en los períodos en que Freud más objecio-
nes dirige acerca de los vieneses, también aparecen juicios positivos so-
bre ellos. Así, tanto el 22 de abril como en los días 17 y 26 de mayo,
declarará en sus cartas a Jung estar conforme con el trabajo de sus com-
patriotas; otro tanto sucede en sus misivas a Ferenczi de los días 24 de
abril, 1 y 17 de mayo y 6 de octubre. Hacia fines de año, en una carta
dirigida al psiquiatra suizo, y fechada en noviembre, luego de verter
fuertes críticas sobre Adler y Stekel, agrega: “Los demás de Viena son
muy buena gente, pero no precisamente muy eficientes”.94
En los primeros meses de 1911, cuando los conflictos al interior de
la Sociedad Psicoanalítica de Viena llegan a su punto de máxima ten-
sión, se suceden las declaraciones aciagas quizá más conocidas y re-
producidas por los historiadores. El 14 de marzo, Freud dice a Jung:
“De todos los vieneses no resultará nada, tan sólo el pequeño Rank,
que es tan discreto como ordenado, posee un porvenir”.95 Dos sema-
nas más tarde, agrega: “...con respecto a los vieneses. Por desgracia se
92. Freud/Jung, página 342.
93. Freud/Ferenczi, I, 1, pp. 200–201. En varias misivas de 1910 dirigidas a Ferenczi,
Freud aludirá a su descontento para con los miembros de la Sociedad Psicoanalíti-
ca de Viena: véase las cartas de los días 27 de octubre y 23 de noviembre.
94. Freud/Jung, página 433.
95. Freud/Jung, página 465. Freud, en su carta enviada a Ferenczi dos días antes, es-
cribía una aserción casi idéntica. En una carta a Jones fechada el 18 de diciem-
bre de 1910, se lamentaba de los “...constantes desprecios que sufro aquí...”
(Freud/Jones, página 130).
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Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
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en marzo de 1913, en una carta a Jones, dirá: “El trabajo aquí progresa
sin sobresaltos gracias a la ayuda de estos buenos chicos”.103
El 27 de febrero de 1914, declaraba a Abraham: “En la Asocia-
ción hemos iniciado una investigación colectiva y debate sobre el
complejo de Edipo en los niños. La primera reunión se desarrolló
muy bien”.104 En noviembre de ese año, hacía saber a Lou Andreas–
Salomé que “Nuestros miércoles (...) Suelen ser tranquilos y un poco
superficiales”.105 Unos meses más tarde, confiaba a Bisnwanger que “La
Asociación se reúne cada dos semanas, de forma tranquila y sin gran
productividad”.106 En una carta a Sabina Spielrein fechada en abril de
1915, decía que “Las asambleas de la Asociación son vivas y testimo-
nian una buena entente”.107 El 21 de abril de 1918, comunicaba a An-
dreas–Salomé que “La agrupación se mantiene activa...”108.
Este derrotero, del cual hemos ofrecido sólo los fragmentos más so-
bresalientes, traicionaría el designio que lo sustentó si sirviese de simple
expediente para acusar a Freud de cualquier tipo de malicia o perfidia. No
se trata de desempolvar tras esos concisos enunciados la dormida perver-
sidad del fundador de la disciplina. Aquello a lo que se apunta reside en
otro frente, que se desentiende de la lucrativa arena de la polémica fácil.
En primer lugar, era necesario buscar algún tipo de patrón que permitie-
se ordenar la proliferación de decires de Freud acerca de los psicoanalistas
vieneses al interior de las correspondencias que mantuvo con sus colegas
extranjeros. En ese sentido, varios aspectos son evidentes. Primero, que
las críticas abiertas, hasta crueles, destinadas a sus discípulos de Viena se
produjeron durante un lapso temporal muy acotado; exclusivamente en
el período comprendido entre los meses finales de 1909 y 1911, las mi-
sivas en cuestión son testigos de ese tipo de desencanto. ¿Cómo explicar
esa limitación si no es a través de la toma en consideración de que preci-
samente en ese momento se efectúan dos acciones que se convocan una
a otra? ¿No es acaso el momento en que se delinean los ejes esenciales
del aparato institucional del psicoanálisis, y el tiempo en que se produ-
cen las depuraciones dentro de la Sociedad Psicoanalítica de Viena (con-
flictos con Adler, Stekel y los acólitos de ambos)?
Por otro lado, ¿por qué extraña razón son las cartas a Jung el espa-
192
Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
cio privilegiado en que tales críticas aparecen? ¿Por qué esos enuncia-
dos se multiplican en las epístolas enviadas a quien había sido deposi-
tario de las esperanzas de Freud en lo concerniente al futuro de la dis-
ciplina? O más bien, ¿sorprende a alguien que así haya sido?
En segundo lugar, el interrogante que subyace a este periplo concier-
ne a la manera en que la historiografía psicoanalítica se ha apropiado par-
cialmente de estas fuentes. Los principales textos de la historia del saber
freudiano dedican siempre unas palabras a la antipatía de Freud hacia
sus colegas vieneses, y se contentan para ello con la cita de tal o cual pa-
saje de las cartas. No obstante, ¿qué sentido tiene tomar alguno de los
pasajes arriba citados sin una atención al contexto más amplio en que se
ubica? Un proceder tal nada tiene de reprensible, pero la reiteración con
la cual ha sido efectuado dice mucho sobre la finalidad que lo subtien-
de. La visible parcialidad con la cual se ha estudiado las corresponden-
cias, ¿no es acaso el humilde anverso de la validez que se ha otorgado a
la imagen de los vieneses analizada al comienzo de este capítulo?
193
Mauro Vallejo
Para ello, nuestra lectura nos dicta que cabe remitirse exclusivamen-
te a la reunión del 6 de abril de 1910, primer encuentro de la Socie-
dad Vienesa tras la finalización del Congreso de Nuremberg, el cual
había tenido lugar los días 30 y 31 de marzo. Tal y como es sabido,
en este último se habían tomado medidas que en nada favorecían las
aspiraciones del grupo vienés: Jung había sido aclamado presidente,
y por ende la capital del psicoanálisis dejaba de ser formalmente Vie-
na. No nos detendremos en la construcción de un relato de los acon-
tecimientos acaecidos en dicha asamblea internacional, pues nada po-
dríamos agregar a lo ya dicho.
La reunión de abril es abierta por Freud, quien afirma que las nuevas
circunstancias impuestas en el Congreso exigen una modificación del
funcionamiento de la Sociedad vienesa. Dado que ahora ella es parte
de una organización más amplia, la institución debe elegir sus propias
autoridades y, por ende, deja de ser el mero cúmulo de “invitados” de
Freud (recordemos que para ese entonces las reuniones seguían desa-
rrollándose en el hogar de éste). De todas maneras, la observación de
Freud es llamativa, pues el grupo ya había adquirido el estatuto de So-
ciedad (bajo el rótulo de Sociedad Psicoanalítica) dos años atrás, el 15
de abril de 1908, en ocasión de la aparición pública de sus activida-
des gracias a la colaboración que prestó en la administración del cues-
tionario de sexología de Hirschfeld111. En tal sentido, todas las decla-
raciones de esta reunión pueden leerse bajo el sesgo de la hipótesis de
Eisold, en tanto y en cuanto develan una tensión paradojal entre, por
un lado, el reclamo que muchos de los miembros hacen por que no se
termine la relación de dependencia que los une a Freud112, y por otro,
111. Cf. Minutes I, página 373. Ronald Clark comete un error al sostener que el
registro de las minutas comienza en 1906 debido a que el grupo pasó a cons-
tituirse en Sociedad Psicoanalítica de Viena (cf. Roland Clark, Freud. The man
and the cause, op. cit., página 213). Elisabeth Roudinesco también comete la
equivocación de afirmar que 1907 es la fecha de nacimiento de la Sociedad
Psicoanalítica bajo ese nombre (cf. La batalla de cien años. Historia del psicoaná-
lisis en Francia. I (1885–1939), op. cit., página 92). Un tropiezo similar realiza
Peter Gay al decir que el grupo se reconstituyó como Sociedad Psicoanalítica
de Viena luego de la disolución anunciada por Freud desde Roma en septiem-
bre de 1907 (cf. Peter Gay, Freud. Una vida de nuestro tiempo, página 211). Es-
tos errores –y no son los únicos, tal y como ya vimos en el capitulo anterior–
dan cuenta del poco cuidado que incluso los investigadores más idóneos han
puesto en la lectura de las minutas.
112. Por ejemplo, Federn dirá: “A pesar de que resulta difícil imaginar el fin de
la vieja relación patriarcal, seguramente Freud tiene fundadas razones para su
decisión...” (Minutes II, página 466), en tanto que Hitschmann sostiene que
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Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
118. Cf. Isidor Sadger, Recollecting Freud, op. cit., pp. 39, 42, 79.
119. Cf. Rosemary Balsam, “Women of the Wednesday Society: The Presentations
of Drs. Hilferding, Spielrein, and Hug–Hellmuth”, op. cit., pp. 303–304.
120. Cf. Ernst Ticho & Gertrude Ticho, “Freud and the Viennese”, op. cit., pági-
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na 304.
121. Freud/Jung, página 426.
122. Rosemary Balsam, op. cit., página 305. Tal y como vimos antes, Ernst Federn
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Por otra parte, una de las hipótesis más plausibles para explicar el
fenómeno en cuestión, reside en proponer que la diatriba por parte de
Freud contra los vieneses era parte de su política de seducción dirigida
a los analistas extranjeros, responsables de la difusión del creciente mo-
vimiento123. Ello se condice claramente con el hecho de que ese tipo
de airadas declaraciones pueblan sus cartas dirigidas a los psicoanalis-
tas de países vecinos, en tanto que no se aprecia tal cosa ni en sus es-
critos ni en sus dichos a sus colegas de Viena, tal y como aquellos fu-
eron recogidos por sus discípulos en sus memorias y relatos. En tal sen-
tido, es probable que en algunos casos las cartas de Freud hayan sido
responsables incluso de la formación de la imagen reconstruida al ini-
cio de este capítulo, puesto que a través de su fugaz insistencia acerca
de las desventajas de sus compatriotas, aquel habría, por una parte, in-
citado a sus invitados foráneos a formarse el tipo de retrato que hemos
mencionado, a la vez que es posible asimismo que tales intercambios
hayan influido en los relatos que tales personajes construyeron tiem-
po después en sus memorias y reminiscencias.
Al tiempo que esa particularidad de sus correspondencias hallaría
su fundamento en la política expansionista de Freud, la cual dependía
del favor que pudiese ganarse de sus embajadores, el otro fenómeno
estudiado, esto es, la forma en que en su obra escrita se reitera un en-
mascaramiento de la participación de los vieneses en la construcción
de la doctrina psicoanalítica, se ligaría seguramente con el referido
mito del héroe solitario.
Así, es momento de afrontar el interrogante que deberíamos haber
formulado antes. El lector seguramente no ha demorado tanto la pre-
gunta más simple: ¿No se tratará acaso de que Freud efectivamente no
pudo tomar nada de los vieneses? ¿No habrá un asidero preciso para
su descontento, encarnado tanto en sus cartas como en los pasajes de
los escritos que con tanto detalle se han comentado? Tal vez los analis-
tas vieneses no lograron incidir en el pensamiento de Freud. Puede ser
que éste haya cometido una pequeña injusticia al no mencionar a es-
tos pobres psicoanalistas en sus textos históricos, pero ¿qué culpa o
lee de esa forma la actitud de Jones. Véase asimismo Kenneth Eisold, “Freud
as a leader: the early years of the viennese society”, op. cit., página 88.
123. Quizá Ernst Falzeder sea quien más ahínco ha puesto por resaltar la impor-
tancia que Freud asignaba a la posibilidad de reclutar a los miembros de la
psiquiatría oficial y universitaria de Suiza (cf. “The story of an ambivalent rela-
tionship: Sigmund Freud and Eugen Bleuler”, op. cit.). Acordamos con su con-
jetura, pero habrá que esperar la publicación de las cartas que el vienés envia-
ra a Bleuler para poder tener más seguridad al respecto.
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“Paredes lisas por las que uno se encarama, fachadas de casas por
las que se descuelga (a menudo con fuerte angustia), corresponden
a cuerpos humanos erguidos, y probablemente repiten en el sueño
el recuerdo del niño pequeño que se trepaba a sus padres y niñe-
ras. Los muros “lisos” son hombres; a los “saledizos” de las casas
no rara vez nos aferramos en la angustia del sueño”.130
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Capítulo IV
El discurso psicoanalítico
como problematización
de la transmisión generacional.
Psicoanálisis y biopolítica
Nos ha conducido hasta aquí, se me dirá, tras este rodeo tan exten-
so, simplemente para anunciarnos que el discurso psicoanalítico es un
decir que versa sobre algo que nunca habíamos sospechado. Vaya pi-
cardía, qué vanidoso final para un relato que apenas si había coque-
teado con lo trágico. Parte de su empeño tal vez logró su cometido,
este ahínco por restituir los registros de la Sociedad Psicoanalítica de
Viena a las estrategias de memoria y enunciación sin las cuales serían
parcas anotaciones sin brillo; esta indagación histórica que tan clara-
mente ha iluminado la posible razón de la existencia de las actas, al-
gún fundamento de su olvido y ciertas particularidades de las enuncia-
ciones que las han creado; sus páginas nos han demostrado que esos
debates eran el envés de la creación de un sujeto discursivo que otros
han descrito como la aparición espontánea de un habla más sincera
e inquieta; habrá que ver si estas elucubraciones un tanto pretencio-
sas, si estos análisis soportan el contraste con otras fuentes, si logran
resistir el peso de la crítica, si permiten, al fin y al cabo, brindar sobre
las producciones discursivas en cuestión una mejor luz. Pero nada de
207
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Los miércoles por la noche, alrededor de Freud
sos, se devela a través de un objeto que tal vez nunca fue expresamen-
te nominado en ellos; y aquella encuentra su secreto en unas prácticas
y estrategias que están por fuera de esos doctos debates.
Este escrito estará integrado por concisos análisis de una serie de
asuntos que supieron despertar en los psicoanalistas vieneses el apre-
mio por cernir una verdad. ¿Por qué estas problemáticas y no otras?
¿Nuestra elección está acaso guiada por la pesquisa de los instantes en
que el discurso psicoanalítico se internó en zonas que luego abando-
naría casi con vergüenza? ¿Se trata de revisar los enunciados en que
vemos que un pensamiento se aventuraba en lindes a las que rápida-
mente daba la espalda, advertido de su imposibilidad de mirarlas de
frente, debido ya sea a sus miopes herramientas, ya a la complejidad
que allí intuía? ¿O estamos nuevamente a punto de ver iniciarse esa
forma tan perimida de la crítica, consistente en buscar en ese pasado
deslucido las frases mal hechas, los discursos torpemente construidos,
las conciencias tan incautas?
Es, por supuesto, casi innecesario volver a repetirlo: no es ello lo
que está en juego. Pero, ¿cómo justificar entonces el armado de una
serie a partir de elementos dispares? ¿Cómo dar cuenta de un gesto al
parecer tan irritante, que reunirá en una sola secuencia la filogenia, el
incesto, la educación sexual y la degeneración? Intentaremos buscar,
tras unos enunciados divergentes, la regularidad que explique la razón
por la cual esos decires vinieron a ocupar un sitio muy preciso en el
discurso psicoanalítico. Esa suerte de legalidad –y debemos aprehen-
derla en el envés de esas voces, pero también en su superficie, y en la
fuente que las hizo posibles y necesarias– explicará no sólo la confor-
mación de la serie, sino también la forma en que las líneas dispersas
pueden confluir. Dicha regularidad nos permitirá postular que la for-
mación discursiva de las cual nos ocupamos puede nominarse, más
que por la sumatoria de sus objetos de saber, por aquello que hacía
posible que problematizara ciertos objetos. En tal sentido, nuestro re-
corrido tendrá como saldo, por un lado, la demarcación del centro al-
rededor del cual giran tantos enunciados, y por otro, el postulado de
la inscripción estratégica del saber psicoanalítico. La inserción de ese
discurso en el seno de una coyuntura estratégica muy precisa permiti-
rá comprender el fundamento del núcleo vacío que los siguientes de-
cires contornean: el asunto de la transmisión generacional. Esta última,
tal y como veremos hacia el final del presente capítulo, será utilizada
por nosotros de modo tal de postular el rol que el discurso del psicoa-
nálisis cumplió en relación a uno de los mecanismos de aquello que
Michel Foucault nombrara como la regulación biopolítica.
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1. Minutes I, página 9.
2. Minutes I, página 152; hemos optado por una traducción que no es literal, ba-
sándonos en las versiones castellana y francesa de las palabras de Kahane. Furt-
muller volverá a defender la mentada ley en la discusión del 15 de diciembre
de 1909 (cf. Minutes II, página 355), y Stekel en su presentación del 2 de no-
viembre de 1910 (cf. Minutes III, página 45).
3. Minutes I, página 348.
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14. Minutes IV, página 24. Efectivamente, el 20 de marzo de 1912, Victor Tasuk
sostiene que la fantasía de castración estaría determinada filogenéticamente
(cf. Minutes IV, página 80). Freud estaría aludiendo a la misma tesis en su in-
tervención del 7 de mayo del siguiente año (cf. Minutes IV, página 196).
15. Minutes III, página 349.
16. Minutes IV, página 67.
17. Minutes IV, página 85. En unas notas tomadas el 31 de diciembre de 1911,
Freud escribió: “Todos los impedimentos internos fueron anteriormente re-
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21. Tal y como es sabido, Freud defiende su hipótesis tanto en el texto de 1918
(cf. Sigmund Freud, “De la historia de una neurosis infantil”, AE, XVII, pági-
na 89) como en la conferencia número veintitrés (cf. “Los caminos de la for-
mación de síntoma. Conferencias de introducción al psicoanálisis. Conferen-
cia 23a”, A.E., XVI, página 338) y en “Moisés y la religión monoteísta” (cf. AE,
XXIII, pp. 95–97).
22. Minutes IV, página 286.
23. Minutes IV, página 287.
24. Véase infra, Apéndice C.
25. Cf. Frank Sulloway, Freud, biologist of the mind, op. cit.; Lucille Ritvo, Darwin’s
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influence on Freud. A tale of two sciences, Yale University Press, New Haven, 1990.
Esta última obra no agrega quizá demasiado a las evidencias aportadas por
Sulloway respecto de la relevancia de las influencias darwinianas en el pen-
samiento de Freud. Pero sí esclarece las distinciones a establecer entre aquello
que es imputable a Darwin de aquello que cabe poner a cuenta de Lamarck.
En tal sentido, demuestra que la tesis de la herencia de los caracteres adquiri-
dos, de esencial importancia en los libros de Freud, era asociada por él con
Darwin y no con Lamarck –por otro lado, estaba en lo cierto al proceder de
ese modo. En efecto, las pocas alusiones del médico vienés a los aportes de
Lamarck aluden sobre todo al lugar central representado en dicha teoría por
el “deseo” de cambiar experimentado por un organismo. Esto último es par-
ticularmente claro en las cartas que dirigió a Abraham los días 5 de octubre
y 11 de noviembre de 1917. De todas formas, al leer de ese modo a Lamarck,
Freud cometía un error muy extendido (cf. Robert Richards, Darwin and the
emergence of evolutionary theories of mind and behavior, The University of Chica-
go Press, Chicago and London, 1987, pp. 47ss.).
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33. Minutes I, página 73. Algo similar dirá el 16 de octubre de 1907 (cf. Minutes I,
página 214).
34. Cf. Minutes I, página 94.
35. Cf. Minutes I, página 97.
36. Cf. Minutes I, página 283.
37. Minutes II, página 44.
38. Sander Gilman ha analizado en numerosos textos la relevancia y aceptación
de las cuales gozó una representación muy particular del “judío” en la cultura
y la medicina europeas entre los siglos XVIII y XX. De hecho, en varias publi-
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Para concluir, cabe decir entonces que los enunciados acerca del
incesto condujeron al psicoanálisis no sólo a las disquisiciones acer-
ca de las fantasías incestuosas, tan conocidas y de rol tan fundamental
en el corpus psicoanalítico tradicional. Ellos también se ligaban estre-
chamente con asuntos referidos a la salud de la raza, respecto de los
cuales los psicoanalistas vieneses hicieron oír pareceres que claramen-
te hacen eco de tradiciones y movimientos por entonces en auge. No
obstante, ¿de qué sirve dar tanta relevancia a unas presentaciones tan
aisladas, tan justamente olvidadas? ¿A qué viene esa prolijidad en citar
fragmentos a través de los cuales pareciera sugerirse que no hay dife-
rencia alguna entre las medidas eugenésicas y las nociones psicoanalí-
ticas, o entre éstas y las consignas antisemitas? Esas coexistencias, esos
diálogos entre un discurso en construcción y lemas que unos años des-
pués, y en el mismo terreno austriaco, desembocarían en ese infierno
cuyo recuerdo Occidente aplaza, y que por ello no podemos olvidar;
esa fina convivencia de la teoría sobre lo inconsciente con los antici-
pos de aquello que se cristalizaría en la experiencia nazi, ¿devela aca-
so otra cosa que inocuos retrocesos de un movimiento que irrefrena-
blemente se dirigía hacia las antípodas del horror nazi? En efecto, esos
decires perdidos parecen comenzar un gesto vano y gratuito, pues in-
tentarían traicionar u objetar la evidencia que nadie puede descono-
cer: salvo contadas excepciones, el discurso psicoanalítico, tanto a ni-
vel de las prácticas a las que conducía como en las hipótesis que es-
grimía, no estableció para con las políticas eugenésicas o segregativas
otra relación que la distancia y la ruptura47.
son, “Sex, masculinity, and the “Yellow Peril”: Christian von Ehrenfels’ Pro-
gram for a revision of the European Sexual Order, 1902–1910”, German Stu-
dies Review, Volume 25, Nº 2, May 2002, pp. 255–284.
47. No es necesario, empero, negar cualquier resonancia o acercamiento entre la
disciplina psicoanalítica y la eugenesia. Se trata de un punto que no ha sido
aún suficientemente estudiado, pero las evidencias salen al paso de todo his-
toriador. Vale mencionar, por caso, el estudio de Saul Rosenszweig acerca del
viaje de Freud hacia tierras norteamericanas (cf. Freud, Jung and Hall the King–
maker: The Expedition to America 1909, Hogrefe & Huber, Seattle, 1992). Com-
parando el escrito freudiano de las cinco conferencias, con las crónicas perio-
dísticas que en su momento reflejaron su estadía en Worcester, el autor pudo
determinar diversas correcciones, modificaciones y supresiones que Freud in-
trodujo en el texto publicado: “The Worcester Sunday Telegram dejó constancia
de que, en la conferencia del sábado (la quinta), Freud habló acerca del “suici-
dio racial”, en términos de las diferencias de las tasas de fertilidad entre Orien-
te y Occidente, y de la devastación de la guerra que elimina la posibilidad de
convertirse en padres a los jóvenes más fuertes y brillantes, refiriéndose parti-
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50. A pesar de ello, este último defenderá una opinión contraria unos meses des-
pués (cf Minutes I, página 305).
51. Minutes I, página 274. En febrero del año siguiente Freud, no obstante, adju-
dicará a la educación un rol importante en la provocación de anestesia sexual
en las mujeres (cf. Minutes I, página 310).
52. Minutes II, página 51. De hecho, Freud había tenido ya oportunidad de dar a
conocer su perspectiva sobre el asunto en un breve escrito publicado en junio
de 1907. Allí enfatizaba su creencia en la necesidad de brindar un franco es-
clarecimiento sexual a los niños, y anunciaba una tesis que veremos reapare-
cer en los debates de los miércoles: “La mayoría de las respuestas a la pregun-
ta «¿Cómo se lo digo a mi hijo?» me causan, al menos a mí, una impresión
tan lamentable que preferiría que no fueran los padres los que se ocupasen del escla-
recimiento”. (Sigmund Freud, “El esclarecimiento sexual del niño. Carta abier-
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57. Minutes II, página 359. Esa aseveración se continúa de cierto modo con un
enunciado del día 12 de octubre de 1910, cuando afirme que, según su pare-
cer, las particularidades del sistema educativo americano son la causa por la
cual los estadounidenses no caen masivamente en la neurosis, a pesar de su
enorme represión de la sexualidad (cf. Minutes III, página 14).
58. Cf. Minutes II, pp. 481–497.
59. Cf. Minutes II, página 495. En el texto con el cual Freud colaboró a la publi-
cación que recogía los debates de la Sociedad Psicoanalítica de Viena sobre
el suicido en los escolares, era más patente la crítica y el descontento del au-
tor para con el sistema educativo por entonces vigente (cf. Sigmund Freud,
AE, XI, pp. 231–232). Pero, en general, el escrito freudiano reproduce casi en
los mismos términos cuanto las actas recogieron de la intervención de Freud
durante esa velada.
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Esto último se ilustra muy bien en algunos pasajes que ahora re-
visaremos. Por ejemplo, durante una de las reuniones dedicadas al es-
clarecimiento sexual, y durante la cual se generó una polémica sobre
el posible uso preventivo de tal información, Abraham dijo que: “...la
información debe ser dada a los padres, quienes de lo contrario pro-
vocarían traumas sexuales a sus niños”.63 Asimismo, en otra de las ve-
ladas especialmente dedicadas a la educación sexual, Steiner afirma
que: “Cuando vemos cuán defectuosas son las ideas que los adultos
tienen sobre el coito, incluso luego de haber tenido relaciones, uno
ciertamente pierde las esperanzas de poder dar a los niños una infor-
mación correcta de ese proceso, de forma tal que ésta no provoque al-
gún daño”.64 Un último caso que justamente puede pertenecer a esta
serie de enunciados, estaría constituido por aquel de Adler en que se
proponía ver en la homosexualidad el resultado de un esclarecimien-
to sexual fallido o efectuado a destiempo65.
Es decir que estas disquisiciones sobre la crianza de los niños, sobre
su formación e instrucción, llevan en su anverso el signo de un proble-
ma quizá más amplio, tal vez más profundo. ¿No están acaso las mi-
nutas plagadas de enunciados sobre las minucias privadas, los conflic-
tos hogareños? ¿No son sus páginas el recuento un tanto monótono de
aserciones sobre el mal que los padres inflingen a sus criaturas por ser
como son, por ordenar su vida privada tal y como la ordenan? ¿Se per-
filan estas veladas como el desvelo por considerar, en un lenguaje mitad
prescriptivo y mitad ansioso, la decadencia del sistema familiar?
Un pensamiento de Adler, recogido en la segunda acta conserva-
da, arranca este periplo.
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67. Minutes I, página 43. Por supuesto, dicho tema rige los debates alrededor de
las ideas de Von Ehrenfels, ya tratados anteriormente. En ellos el punto esen-
cial residía en las posibilidades y límites de actuar sobre la progenie a partir de
una modificación de los sistemas familiares y de reproducción.
68. Cf. Minutes I, página 94.
69. Cf. Minutes II, página 324.
70. Minutes II, página 361.
71. Cf. Minutes II, página 413. Un mes más tarde, Adler defiende un punto de vis-
ta similar (cf. Minutes II, página 426). A comienzos de 1914, Hitschmann reto-
ma el asunto desde una perspectiva parecida (cf. Minutes IV, página 232); otro
tanto hace Sadger (cf. Minutes IV, página 236). Poco después, el propio Freud
lo dice sin ambages: “Los niños que carecen de alguno de sus padres (sin im-
portar cuál) se vuelven, por regla, homosexuales –la debilidad relativa de uno
de los padres conduce al mismo resultado”. (Minutes IV, página 261).
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83. En otro texto me he ocupado con cierto detalle del lugar que la degeneración po-
see en los escritos de Freud (cf. Mauro Vallejo, “Sigmund Freud y la teoría de la de-
generación”, Revista Universitaria de Psicoanálisis, Año 2007, Nº 7, pp. 227–246).
84. Para el estudio del paradigma degeneracionista véase sobre todo Georges–Paul–
Henri Genil–Perrin, L’idée de dégénérescence en médecine mentale, Alfred Leclerc
Éditeur, París, 1913; Ian Dowbiggin, La folie héréditaire ou comment la psychia-
trie francaise s’est constituée en un corps de savoir et de pouvoir dans la seconde moitié
du XIXe siècle, EPEL, París, 1993; Daniel Pick, Faces of degeneration. A European
disorder, c. 1848 – c. 1918, Cambridge University Press, 1996.
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87. Cf. Mauro Vallejo, “Dos versiones freudianas del padre: sifilítico y seductor”,
Psicoanálisis y el hospital, N° 30, Buenos Aires, 2006, pp. 32–36. Para una his-
toria del concepto de heredo–sífilis, véase Alain Corbin, “L’heredosyphilis ou
l’impossible rédemption. Contribution à l’histoire de l’hérédité morbide”, Ro-
mantisme, 1981, Volume 11, 31, pp. 131–150.
88. Cf. Minutes I, página 73.
89. Cf. Minutes I, página 213.
90. Minutes I, página 239.
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mente consideradas, pues estos decires podrían servir con total justicia
para demostrar la pertenencia del discurso psicoanalítico a los paradig-
mas científicos de comienzos del siglo XX; procediendo así, sería posi-
ble señalar de qué modo, con qué instrumentos, a través de qué avan-
ces y retrocesos, la teoría freudiana se ligaba a las nociones psiquiátri-
cas, neurológicas, higiénicas y antropológicas de la Europa de enton-
ces; de tal manera, se podría cernir cómo aquella teoría tomaba dis-
tancia de los discursos que le eran linderos, o revolucionaba los obje-
tos de saber que ellos le habían ayudado a construir. Ello sería parti-
cularmente ilustrativo en cuanto concierne a las hipótesis de los fac-
tores hereditarios. Una de las características esenciales de la psiquia-
tría europea de la segunda mitad del siglo XIX es la constante apela-
ción a la herencia como variable explicativa; ella era el núcleo impre-
ciso, de definición fluctuante, que se ubicaba en la base de muchas de
las particularidades del alienismo y los saberes psiquiátricos; ella ava-
laba la infructuosidad de sus técnicas terapéuticas, ella justificaba su
pesimismo, catalizaba la anexión de nuevos campos de injerencia, y
amparaba su rol policiaco y de encierro107. En consonancia con ello,
no resulta para nada extraño que los psicoanalistas vieneses recurrie-
sen con tal perseverancia al concepto, igualmente impreciso, de he-
rencia o constitución hereditaria en el transcurso de las reuniones de
los miércoles. De todas formas, se trata aquí de articular esas disquisi-
ciones sobre lo hereditariamente transmisible en el espacio de las pro-
blematizaciones ya analizadas, con el designio de ver en aquella uno
más de los terrenos abiertos gracias a la regularidad que los sustenta;
eran posibles unas diferencias sobre la herencia puesto que ésta emer-
gía como un objeto de preocupación para un saber convocado a re-
solver una coyuntura muy especial.
En razón de estas consideraciones, limitaremos nuestra indagación
a muy contados fragmentos de las actas referidos a la herencia, funda-
mentalmente con el fin de escudriñar allí los puntos de contacto o la
continuación de los asuntos anteriormente esbozados en los respecti-
vos parágrafos. Es decir que la siguiente exposición no pretende ofre-
cer una revisión que sea representativa de las distintas tesis acerca de
la herencia barajadas los miércoles por la noche.
107. Véase Michel Foucault, Los anormales, FCE, Buenos Aires, 2000, pp. 291
ss.; El poder psiquiátrico, FCE, Buenos Aires, 2005, pp. 310 ss; Paul Bercherie,
Los fundamentos de la clínica. Historia y estructura del saber psiquiátrico, Manantial,
Buenos Aires, 2006, pp. 20–42, 53, 70; Javier Plumed, “La etiología de la lo-
cura en el siglo XIX a través de la psiquiatría española”, Frenia. Revista de His-
toria de la Psiquiatría, IV, 2, 2004, pp. 69–91.
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115. Minutes II, página 322. Hallamos en esa sentencia una de las vías por las cua-
les las disquisiciones freudianas estaban en condiciones de poner en entredi-
cho la posibilidad misma de sostener la existencia segura de los factores here-
ditarios. En tal sentido, podríamos remitir al lector al pasaje de la contribu-
ción de Freud a los debates sobre el onanismo, en el cual se refería a una suer-
te de aporía en que se encuentra toda hipótesis sobre la herencia, puesto que
los componentes de la predisposición siempre se deducen a posteriori (cf. Sig-
mund Freud, “Contribuciones para un debate sobre el onanismo”, AE, XII,
página 262). De todas formas, y a pesar de estos reparos, las apelaciones freu-
dianas a la herencia funcionarán siempre de la manera más tradicional, aun-
que estén inscritas en esas vetustas series complementarias.
116. Eduard Hitschmann, Freud’s theories of the neurosis, op. cit., pp. 13–14.
117. Minutes II, página 323.
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tos médicos reunidos los miércoles por la noche acechaban con su voz
una verdad acerca de la relación entre generaciones. Los rastros que de
sus antepasados porta cada sujeto; la lenta sedimentación acarreada
por gestos repetidos desde el inicio del tiempo; el eco que cada niño
lleva de los alaridos y travesuras de sus padres; las decisiones que hay
que tomar sobre cómo ceder a la progenie los conocimientos y hábi-
tos sociales; en cada uno de los mentados carriles, un decir se mos-
traba incansable en su empresa: construir estrictos enunciados acer-
ca de la regulación y control de la transmisión generacional. Y quie-
nes saben leer habrán advertido que el Complejo de Edipo se desta-
ca sobre todo por su ausencia; aquellas temáticas eran tratadas pres-
cindiendo completamente de una mención al complejo nuclear. Los
amantes de las lecturas retrospectivas no tendrán reparo en adivinar
en cada uno de esos enunciados la máscara o el anticipo de ese con-
cepto; querrán percibir allí la tenaz germinación de un axioma tan
perfecto. Pero basta sólo con observar los referentes de los fragmen-
tos anteriormente citados, con no perder de vista los objetos que esas
enunciaciones construían, para estar en condiciones de descartar la
pertinencia de un capricho tan débil.
Los asuntos desglosados en este capítulo habrían sido las vías por
las cuales un discurso respondía a las preguntas para las cuales había
sido en parte convocado. En tal sentido, el movedizo horizonte que
se colige a partir de la dirección de cada una de las estrábicas miradas
aquí desmenuzadas, serviría para dibujar qué lugar, preparado para él,
el primigenio discurso psicoanalítico venía a colmar. Invitado a una
populosa mesa, visitada por comensales que miraban con recelo o in-
diferencia las acciones de sus vecinos, el decir freudiano respondía al
convite con un pensamiento que, al tiempo que sólo aparece visible a
la luz del espacio en que se despliega, sea tal vez una de las potencia-
lidades mayores de su efectuación.
Los enunciados aparentemente tan disímiles serían entonces el
efecto de una coyuntura que es a la vez el apremio al que un saber se
ve expuesto a contestar, y la oferta que recibe para poder pensar acer-
ca de ciertos objetos. Cada uno de los decires repasados sería una de
las desordenadas piezas que permite reconstruir el espacio habilitado
para que un debate pudiera ser operado, para que diferencias de pers-
pectiva pudieran y debieran desplegarse.
La emergencia de esa problemática, nombrada un poco vagamente
como transmisión generacional, caracteriza por ende la inscripción estra-
tégica del discurso psicoanalítico, tal y como éste es legible a través de
las actas de la Sociedad Psicoanalítica de Viena. La reconstrucción del
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125. Iwan Bloch, La vida sexual contemporánea, Ediciones Anaconda, Buenos Ai-
res, 1942, página 568; cursivas en el original; se trata de la traducción caste-
llana realizada a partir de la duodécima edición del texto, cuya primera edi-
ción data de 1906. Según nuestra perspectiva, es preciso tomar cada una de
las investigaciones que, sin desconocer las diferencias o las disrupciones exis-
tentes entre el psicoanálisis y el heredo–degeneracionismo –cuestiones que
han sido resaltadas por Ola Andersson, Elisabeth Roudinesco y Sander Gil-
man–, han postulado una continuidad o afinidad entre ambos paradigmas; y
hay que leer esas hipótesis a la luz del suelo que amparaba esa extraña cerca-
nía: sendas teorías ofrecían puntos de vista divergentes respecto de la transmi-
sión generacional (véase sobre todo Daniel Pick, Faces of degeneration. A Euro-
pean disorder, c. 1848 – c. 1918, op. cit., pp. 226ss.; Vernon Rosario, L’irrésistible
ascension du pervers. Entre littérature et psychiatrie, EPEL, París, 2000, pp. 200ss.;
Lawrence Birken, Consuming desire. Sexual science and the emergence of a culture
of abundance, 1871–1914, Cornell University Press, Ithaca and London, 1988,
pp. 67, 91). Pero es principalmente en las páginas de Paul Bercherie donde ese
íntimo parentesco es subrayado con más énfasis (cf. Los fundamentos de la clíni-
ca. Historia y estructura del saber psiquiátrico, op. cit., pp. 70–71; Génesis de los con-
ceptos freudianos, Paidós, Buenos Aires, 1988, página 58).
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Apéndice A1
Freud Sigmund
• Contribuciones a la psicología
I, 6, 14, 166
aplicada
1. Tanto en este apéndice como en los ulteriores, se marcará en negritas las pági-
nas que recogen una intervención de Sigmund Freud. Ello responde al poten-
cial interés que esa información pueda albergar para otros investigadores. En
el caso en que un tema o texto figure en varias páginas consecutivas, ello se
marcará con el uso de guiones (–), y en dicha oportunidad no se indicará si ta-
les páginas guardan algún enunciado de Freud. La edición inglesa de las Actas
ofrece, en el índice onomástico ubicado al final del volumen cuarto (cf. Minu-
tes IV, pp. 317–342), las páginas en que algunos textos fueron discutidos duran-
te las reuniones de los miércoles. Pero esa información es muy incompleta.
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• El tabú de la virginidad I, 66
• El yo y el ello V, 236
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Apéndice B
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Apéndice C1
Índice temático
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