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EL LEVIATÁN COMO PROSOPOPEYA
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EL LEVIATÁN
COMO PROSOPOPEYA
Jerónimo Rilla
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Rilla, Jerónimo
El Leviatán como prosopopeya : hacia una teoría del conflicto
en Hobbes / Jerónimo Rilla. – 1a ed . – Florida : Santiago Jeró-
nimo Rilla, 2019.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-783-807-7
1. Filosofía Política. I. Título.
CDD 320.01
ISBN: 9789877838077
Las opiniones y los contenidos incluidos en esta publicación son
responsabilidad exclusiva del/los autor/es.
El Leviatán como prosopopeya
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8 • Índice
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Comité de redacción del Instituto
de Filosofía “Dr. Alejandro Korn”
Director
Francisco Bertelloni
Secretarias de redacción
Jazmín Ferreiro
Cecilia Macón
Comité Asesor
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10 • El Leviatán como prosopopeya
Comité Editorial
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Agradecimientos
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14 • El Leviatán como prosopopeya
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Introducción
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16 • El Leviatán como prosopopeya
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18 • El Leviatán como prosopopeya
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20 • El Leviatán como prosopopeya
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1
Individualismo metodológico
como atomismo radical
Introducción
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28 • El Leviatán como prosopopeya
1 Lev., p. 478 [XLVII.19]. La metáfora de los nudos es utilizada por Hobbes con
el fin de dar una explicación del proceso de burocratización (y politización)
del cristianismo.
2 En general, los intérpretes reconocen el carácter problemático en relación a
la unicidad del método hobbesiano y, consecuentemente, del conocimiento
científico. Una línea hermenéutica identifica en Hobbes el impulso de un
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30 • El Leviatán como prosopopeya
4 Lev., pp. 60-1 [IX.1]. En De Co., p. 41 [I.9] Hobbes repite este esquema, pero
modifica el lugar de la ética, que pasa de ocupar un lugar dentro de la filoso-
fía natural en tanto ciencia de las cualidades del cuerpo natural del hombre,
a ser una parte de la filosofía civil: “Las partes principales de la filosofía son
dos. Pues dos tipos principales de cuerpos, muy diferentes el uno del otro, se
ofrecen a aquél que investiga acerca de su generación y sus propiedades.
Uno, siendo el producto de la naturaleza, se lo llama cuerpo natural; el otro,
se lo denomina un Estado y está formado por las voluntades y acuerdos de
los hombres. De ambos surgen las dos partes de la filosofía, llamadas natural
y civil. Pero considerando que para el conocimiento de las propiedades del
Estado, primero es necesario conocer las disposiciones, afecciones y mane-
ras de los hombres, la filosofía civil es comúnmente dividida en dos partes,
de las cuales una trata las disposiciones y maneras de los hombres y es lla-
mada ética [ethica], y la otra, se ocupa de sus deberes civiles [officiis civium] y
es llamada política o simplemente filosofía civil”.
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34 • El Leviatán como prosopopeya
16 Tanto Talaska (1988, p. 220) como Jesseph (1999, pp. 231-2) enfatizan esta
premisa de la convertibilidad. En este respecto, la similitud con la reversión
que postula Descartes en relación a la segunda y la tercera regla del método
es notable.
17 De Co., p. 238 [XX.10]
18 De Co., p. 77 [VI.2], traducción modificada.
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31 Esto es lo que Hintikka (2012, p. 50) llama el “sentido direccional del análi-
sis”. Pappus identificaba el proceder como porismós, i.e., “la producción de la
cosa propuesta”, que se distingue de la demostración en un teorema (ibid., p.
62). Un excelente resumen de los caracteres generales del análisis puede
encontrarse en von Bilderling (2003, pp. 121 y ss.)
32 De Co., p. 238 [XX.6]. Cf. también la formulación en términos de causas, p.
239: “…el análisis es un razonamiento desde un supuesto, una construcción
o un hecho, hasta la causa eficiente o muchas coeficientes del hecho o de la
construcción”.
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49 De Co., p. 81 [VI.7]
50 Lev., p. 10 [Introducción]
51 Ibid.
52 La existencia de estas dos variables hace que entre los intérpretes haya opi-
niones divergentes. Por un lado, Zarka (1998, pp. 33 y 48) bajo el rótulo de
“concepción anti-heroica del individuo”, entiende que nos vemos concerni-
dos con una nueva forma de universalización, esto es, la que se da a partir de
una individualidad desprovista de cualificaciones singulares, meramente
formal. Así, el orden político resultaría de la dinámica interna de una concu-
piscencia universal invariante (p. 58). Por otro lado, a nuestro juicio más
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63 De Co., p. 58 [III.8]
64 Sobre el carácter convencional de las definiciones de la prima philosophia, cf.
Sorell (1986, p. 45), Bertman (1989, p. 108), Kraynak (1990, p. 129), Hanson
(1991, pp. 641-2), Talaska (1992, p. 118), Jesseph (1999, pp. 201 y 209, n. 6),
Malcolm (2002, p. 165). Véase también el tratamiento de Foisneau (2011, pp.
77-8) acerca del ficcionalismo hobbesiano.
65 De Co., p. 44 [II.5]
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71 Six Lessons, EW VII, p. 183-4; también, De Homine, OL II, pp. 93-4 [X.5].
Como señala Jaume (1986, pp. 44-5), este “artificialismo epistemológico” es
el que le da el carácter a priori a la ciencia de la política.
72 De Co., p. 33 [Prefacio]; énfasis nuestro.
73 Cf. Replogle (1987, p. 574) quien argumenta que los datos constatados por la
introspección tienen la entidad de principios o axiomas para la filosofía
política hobbesiana, y no un carácter empírico.
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77 Con una inspiración similar, Guenancia (1983, p. 90) establece una “homo-
logía estructural” entre el estado de naturaleza y el cogito: “El estado de natu-
raleza es menos un hecho que una experiencia, efectuable a todo momento
para convencerse de la legitimidad del poder y no sólo de su existencia nece-
saria… ¿El estado de naturaleza no es el cogito del Estado civil, el cogito de
una sociedad cuya existencia, suspendida por un momento, se revelaría en
su origen y su esencia bajo la modalidad de una evidencia reactivada?”
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78 Beh., p. 107 [fo.2r]. Pace Flinker (1989, pp. 20-1), entendemos que la búsque-
da de una ocasión o perspectiva privilegiada para leer el mal en el mundo,
esto es, para trazar la genealogía del conflicto entre los hombres, es una
constante tanto en el Leviatán como en el Behemoth.
79 Lev., p. 89 [XIII.10]
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82 Esto es lo que hacen Warrender (1957, p. 240), Gert (1967, p. 515), Lukes
(1968, p. 119), Hampton (1986, pp. 7 y 9) y Jackson (2000, p. 49-51).
83 Lev., p. 88 [XIII.8]; énfasis nuestro.
84 Lev., p. 89 [XIII.9]
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88 Cf. entre otros: Watkins (1955, p. 133): “La idea de resolución de Hobbes…
disuelve a la sociedad en sus partes físicas, los individuos solitarios…
[D]espués expone los principios universales que gobiernan la conducta de
los individuos. Estos principios son las causas constitutivas del Estado”;
Gauthier (1969, p. 20): “Hobbes supone que examinando las partes del Esta-
do –los hombres individuales que son tanto su materia como sus hacedo-
res– puede derivar los principios que determinan la composición adecuada
del todo”; Hungerland y Vick (1973, pp. 463-4): “…el fenómeno a explicar es
el cuerpo político. Sus ‘elementos’ o partes simples son, obviamente, los ciu-
dadanos individuales, y los principios explicativos, ejemplificados en las
actividades de los elementos, son los ‘movimientos en sus mentes’”; Verdon
(1982, p. 660): “Hobbes satisfizo las condiciones experimentales de la ciencia
de la moral, primero, porque descubrió la ley fundamental de la naturaleza
humana, el egoísmo inercial del hombre, a partir de un doble vaciamiento,
social y emocional”; Shapiro (1983, p. 187) hace mención al “radical anti-
holismo implicado por Hobbes en el método compositivo-resolutivo: el
modo de entender un mecanismo social complejo como un Estado es des-
componerlo en piezas y examinar sus partes componentes –en este caso, los
agentes contratantes”; Hampton (1986, pp. 6-7): “…la teoría de Hobbes…
considera a los seres humanos como conceptualmente anteriores no sólo a
la sociedad política, sino también a toda interacción social. De hecho, su
método de argumentación presupone y revela su posición de que los seres
humanos son individuos primero y criaturas sociales después”; Pateman
(1988, p. 55): “en la teoría de Hobbes… el individuo es descripto como exis-
tiendo sin relación alguna con los demás. Las capacidades o atributos de un
individuo no dependen de los otros o de una relación social, son de él única-
mente”; Kraynak (1990, p. 149): “Al individuo aislado… se arriba por medio
de un ejercicio mental que abstrae o remueve el contexto social en el que los
hombres siempre se encontraron”; Bobbio (1993, pp. 151-2) señala que
Hobbes es el pensador insigne del derecho natural moderno en virtud de
que parte del “individuo aislado en estado de naturaleza… [i.e., de] una con-
cepción del hombre estrecha, particularista y atomista”; Udehn (2001, p. 8):
“La teoría del contrato social de Hobbes es extremadamente individualista,
en el sentido en que comienza por individuos naturales o pre-sociales y
explica la institución de la sociedad o del Estado únicamente en términos de
la naturaleza humana de esos individuos”; Flathman (2002 [1992], p. 8): “Mi
tesis es que la unidad primaria del pensamiento de Hobbes es la persona
individual”. En una alusión más tangencial, ésta es la crítica metodológica
que Hegel hace al contractualismo: “Respecto de lo ético sólo hay dos puntos
de vista posibles: o se parte de la sustancialidad o se procede de modo ato-
místico, elevándose de la particularidad como fundamento. Éste último
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punto de vista carece de espíritu [geistlos] porque sólo lleva a una compo-
sición [Zusammensetzung], mientras que el espíritu no es algo individual,
sino la unidad de lo individual y lo universal” (GPhR, Suhrkamp, p. 305, §
156.Zu.). Adicionalmente, se ha mencionado a J.S. Mill como un receptor de
esta línea metodológica en virtud de la conexión directa que establece entre
física, antropología y ciencias sociales (cf. Malcolm, 2002, p. 150).
89 Cf. De Cive, pp. 135-6 [I.10 y Ann.] y p. 147 [II.18]. No obstante, en De Cive, p.
176 [V.2] y en Lev., p. 173 [XXIV.8], queda claro el carácter empírico aun
cuando habla del “mero” estado de naturaleza.
90 Cf. Tricaud (1988, pp. 110-1), quien alude al mero estado de naturaleza
como un “concepto límite”. Lloyd (2009, p. 19) por su parte indica que “hay
una noción de continuum en el estado de naturaleza… En un extremo, está la
condición de mera naturaleza, esto es, el juicio privado de los individuos de
modo generalizado sobre cualquier asunto…”. Tanto Evrigenis (2008, p.
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119) como Rosler (2010, p. 42) distinguen entre un estado de naturaleza ori-
ginario, en donde se da la guerra de todos contra todos en términos estric-
tamente individuales, y otro en el que los participantes se auxilian entre sí
y forman asociaciones para mejorar sus chances en la lucha. Algo similar
sugiere Kavka (1983, p. 296) cuando distingue entre un “estado de naturale-
za completo” y uno donde se dan agrupaciones con autoridad limitada.
91 Cf. Lev., pp. 67-8 [X.51] y p. 89 [XIII.11].
92 Cf. Hoekstra (1998, p. 10): “Se trata de un instrumento para introducir una
enumeración de las maneras posibles en que una persona puede tener auto-
ridad sobre otra. De ningún modo constituye una instancia de la detallada
explicación hobbesiana sobre el estado de naturaleza”. Algo similar indica
Sagar (2015, p. 100).
93 Christov (2015, p. 53), alude a esta característica del experimento como su
dimensión “heurística”.
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94 Cf. las recolecciones de Pateman (1988, p. 87); Hoekstra (1998, p. 10, n. 18);
Thornton (2005, pp. 55-6); Parkin (2007, pp. 109, 191); Christov (2015, pp.
49-50 y 55). En todas ellas se ve que Bramhall, Filmer, Lawson y Tenison
leen el pasaje como una descripción del origen real de los hombres que coli-
siona con la lectio más asentada de la Biblia, y no como un ejercicio contra-
fáctico. Sirviéndose de esta repulsa superficial, los detractores pretenden
defender una jerarquía natural, por defecto paternal, que oficiaría de mode-
lo para toda autoridad política.
95 Cf. De Cive, pp. 287-8 [XV.5] Si confrontamos el pasaje de los hongos a la luz
de Elements, p. 126 [XXII.2]: “Consideremos nuevamente a los hombres en
estado de naturaleza, sin pactos o sujeción de unos sobre otros, como si
hubiesen sido creados sin mediación alguna hombre y mujer…”, se com-
prende mejor la polémica en torno al texto bíblico. Como explica Thornton
(2005, pp. 50-1), Hobbes ensaya una reinterpretación del Génesis I.27 ya
emprendida por Lutero: sirviéndose de la expresión “hombre y mujer llevan
el mismo nombre”, postula que fueron generados como iguales, sin la suje-
ción de uno bajo el otro. Es interesante, a su vez, el hecho de que Hobbes
pase por alto aquí la autoridad paternal de Adán (cf. Thornton, 2005, pp. 86
y ss.).
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99 Thornton (2005, p. 55) no cree que la nota de soledad agregue nada nuevo.
Por eso colapsa los dos pasajes: “Son solitarios en el sentido de que carecen
de obligaciones entre sí, a pesar de que no están efectivamente solos”.
100 De Cive, p. 132 [I.2. Ann.1]
101 Para una completa reconstrucción de las réplicas, véase Hoekstra (1998, pp.
13-4).
102 Mantenemos la calificación de presunción en virtud del análisis de Rosler
(2002) y (2005, pp. 73-80). Como argumenta Schuhmann (2004, p. 206), el
ataque podría dirigirse también a Platón.
103 De Cive, p. 130 [I.2]
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Soledad no es aislamiento
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112 En el primer capítulo del Decameron (EW VII, p. 78), Hobbes indica que “…la
generación es el progreso integral de la naturaleza desde la causa eficiente
hasta el efecto producido”.
113 De Co., p. 83 [VI.10]
114 De Co., p. 112 [IX.3]
115 De Co., p. 79 [VI.5]. Esto es lo que Sorell (1986, p. 60) llama la “Tesis de Hob-
bes”.
116 De Co., p. 115 [IX.9]
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Individualismo político
Introducción
1 Esa dificultad para distinguir entre los dos grandes planos del individualis-
mo (metodológico y político) no es monopolio de los intérpretes de Hobbes.
Como advierte de Udehn (2001, pp. 92, 102, 105 y 337-9) existe entre ambos
una correlación estadística que insinúa una vinculación conceptual. No obs-
tante, tanto Weber, como Wieser y Schumpeter se han esforzado por argüir
que, a pesar de las presuntas afinidades, tomar al individuo como unidad de
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2 Cf. Pacchi (1965, pp. 42-5). El título del manuscrito es simplemente el sin-
tagma que aparece al inicio: De principiis cognitionis et actionis.
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14 Cf. Callaghan (2001, pp. 45-6): “Para Hobbes, el nominalismo tiene una con-
trapartida psicológica en el imagismo… Parte de lo que yace detrás del com-
promiso de Hobbes con el imagismo es el intento de evitar cualquier apela-
ción a ideas intelectuales especiales, sobre o fuera de las ideas de la
sensación y la imaginación”. También, Duncan (2011, p. 14): “La apelación
de Hobbes [en la introspección] está sustentada en su compromiso con una
concepción imagística, o basada en la imaginación, de nuestra vida mental”.
15 Para un trazado alternativo de la influencia del nominalismo en la teoría
política de Hobbes a pesar de sus tensiones con la geometría, cf. Finn (2006,
p. 164) quien, siguiendo la tesis de Hans Blumenberg, alega que el nomina-
lismo permite desanclar las decisiones del soberano de estándares morales
universales e independientes: “El nominalismo que niega la existencia de los
universales está vinculado al absolutismo teológico y político”.
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18 Cf. Brito Vieira (2005, p. 183), quien lo señala como el argumento en favor
de la representación unipersonal del Estado por excelencia.
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algo situado fuera del órgano… [L]a sensación es el fantasma producido por
la reacción del esfuerzo del órgano sensorial hacia el exterior que permane-
ce un tiempo y que es generado por el esfuerzo del objeto hacia el interior”
22 Elements, p. 43 [VII.1]. En Lev., p. 38 [VI.2] cambia el término pain por aver-
sion. La aversión es aquí el género de todo lo que debilita nuestro movimien-
to vital. El dolor, en cambio, es una especie particular de aversión: es el sen-
timiento interior y presente que experimentamos ante el movimiento de
algo que nos causa aversión (Lev., pp. 40-1 [VI.12]).
23 Cf. Elements, p. 43 [VII.1] y De Co., p. 308 [XXV.12]. En Leviatán rescata la
oposición estoica entre hormê y aphormê como modelo de referencia para el
par apetito/aversión. Al igual que Hobbes, la Stoa explicaba los deseos en
términos de movimientos o impulsos generados a partir de las imágenes
sensoriales (cf. Long, 1996, p. 245).
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90 • El Leviatán como prosopopeya
24 Lev., p. 38 [VI.1-2]
25 La utilización del término conatus tiene un sentido polémico, en tanto se ins-
cribe en el contexto de su utilización escolástica: “Las escuelas no hallan
movimiento efectivo [actuall] alguno en el mero deseo de andar o de mover-
se. Pero como tienen que reconocer que hay algún tipo de movimiento, lo
llaman movimiento metafórico, lo cual es un absurdo” (Lev., p. 38 [VI.2]). El
sentido aristotélico de conatus era el de una inclinación natural en potencia
que tenían los cuerpos, una tendencia o fuerza interna. Todos los cuerpos
pesados tendrían un conatus interno dirigido hacia el centro del cosmos.
Hobbes niega este tipo de inclinaciones mediante la resemantización del
término. Sirviéndose como modelo del concepto de momentum galileano,
Hobbes define al conatus como una tendencia al movimiento que es a la vez
movimiento en sí mismo, y no una inclinación en potencia que precede al
movimiento en acto. Cf. Leijenhorst (2004, pp. 179-184)
26 Curiosamente, su estatuto de ‘pasiones’ aparece bastante avanzado en el
argumento y sin mayores justificaciones en relación a su status: “Estas sim-
ples pasiones, llamadas apetito, deseo, amor, aversión, odio, alegría y dolor,
difieren en sus nombres en función de sus diversas consideraciones”. En Ele-
ments, p. 46 [I.VIII.1] Hobbes explicita la identificación entre esfuerzo y
pasión: “…presupusimos que el movimiento o agitación del cerebro que
denominamos concepción continúa hacia el corazón y en esa instancia se
llama pasión”.
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27 Lev., p. 39 [VI.7]
28 Lev., p. 32 [V.1]
29 Lev., p. 53-4 [VIII.16]
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sabrán tan pronto como lo gocen. Estos goces son ahora tan
incomprensibles como la locución de los escolásticos ‘visión
beatífica’, ininteligible.34
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94 • El Leviatán como prosopopeya
37 No se trata, entonces, del amor sceleratus habendi de Locke (o, más propia-
mente, de Ovidio). Por un lado, encontramos la instancia desiderativa que
anima de manera primigenia la conducta de los seres humanos, y por otro,
secundariamente, del tener que está funcionalizado como medio de conse-
cución de esos deseos.
38 Lev., p. 62 [X.1]; sobre la diferencia entre bien real y bien aparente, cf. De
Homine, OL II, pp. 97-8 [XI.5].
39 Sorell (1986, pp. 101-2) lo explica de la siguiente manera: “Luchar por la
supervivencia se distingue claramente de la felicidad, pero las demandas de
la felicidad amenazan con reducirnos a la lucha por la supervivencia… Ya
sean viciosos, virtuosos o moralmente indiferentes, las personas que buscan
la felicidad y que no cuentan con un poder común al que temen sufrirán la
inseguridad general que Hobbes llama ‘guerra’”. Para otras visiones sobre la
conexión entre la búsqueda de la felicidad y el incremento del poder, cf.
Gauthier (1969, pp. 9 y 16) y Corsa (2013, p. 138).
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45 Lev., p. 45 [VI.53]
46 Lev., p. 44 [VI.49]
47 Crítico temprano de esta tendencia es el obispo Butler en sus Fifteen Ser-
mons, pp. 6-7, Nota, donde objeta el proceder introspectivo de Hobbes para
dar cuenta del sentimiento de benevolencia, alegando que “el filósofo está
contemplando otra acción humana, otra forma de conducta de hombre a
hombre… Estos son los absurdos en los que incluso hombres de talento caen
cuando niegan la naturaleza y desconocen perversamente la imagen de Dios
que desde el origen se imprimió en ella”.
48 Elements, p. 56 [I.IX.17]
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49 Lev., p. [XV.16]; pace McNeilly (1966, pp. 194 y 202) y Raphael (1977, p. 79)
quienes cuestionan la interpretación psicologista relegándola a un momen-
to temprano de la teoría de Hobbes y destacando las discontinuidades tex-
tuales entre el Elements y el Leviatán.
50 Cf. Hume, An Enquiry Concerning the Principles of Morals, p. 42, donde alude
claramente a Hobbes: “…aquellos filósofos que piensan que todas nuestras
preocupaciones concernientes a lo público pueden resolverse en preocupa-
ciones por nuestra propia felicidad y preservación… cuando se preguntan si
es posible que tengamos alguna preocupación genuina por la sociedad o
algún desinteresado sentimiento por el bienestar o el daño de los demás,
encuentran que es más fácil considerarlos como modificaciones del amor
propio”.
51 De todos modos, como arguye Airaksinen (1993, p. 101), esto no implica que
un Estado deba ser erigido sobre un auto-interés excluyente por parte de los
individuos que lo componen: “Necesitan aprender a apreciar imágenes del
bien que no sean únicamente suyas. Esto es posible porque todas las imáge-
nes que aseguran el movimiento vital son subjetivamente buenas y estas
imágenes bien podrían incluir algunas que ilustraran un estado de cosas jus-
to, equitativo o beneficioso públicamente”.
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98 • El Leviatán como prosopopeya
52 Desde luego, Hobbes considera casos donde los agentes tienen motivaciones
relevantemente no egoístas. En consecuencia, el sujeto hobbesiano no puede
ser considerado sin más un “egoísta psicológico”. Podemos nombrar a Wat-
kins (1955), McNeilly (1966; 1968, pp. 99-100), Gert (1967, pp. 506-8) y
(2010, pp. 35-8), Johnston (1986, p. 98), Lloyd (1992, pp. 18-9, 214, 234) y
Malcolm (2002, p. 31) como detractores de una lectura de este tipo. Por su
parte, Gauthier (1969, pp. 28-9, 60-1, 93) ha enfatizado que para Hobbes la
persecución del propio interés es una prescripción de la razón bajo la forma
de las leyes de naturaleza. Por lo tanto, más que psicológico, el egoísmo hob-
besiano es normativo y de base prudencial. Para un repaso exhaustivo de
esta posición y de su inaplicabilidad a la teoría de Hobbes, cf. Shaver (1999,
pp. 6-38, especialmente, p. 35): “Hobbes es un egoísta racional no-reflexivo.
Es un egoísta racional sin argumentos cuidadosos en favor de esa posición”.
53 De Cive, p. 131 [I.2]
54 A pesar de que la consignación de Hobbes como un “egoísta predominante”
es original de Kavka (1986, pp. 51 y 71), tanto Gert (1967, p. 512), como
Sorell (1986, p. 99), y Hampton (1986, p. 20-2) lo abordan bajo una óptica
similar.
55 Coincidimos aquí con la apreciación de Gert (1967, p. 513) y de Curley
(1990, p. 173). Justamente es esto lo que los filósofos morales del siglo XVIII
–scil. Shaftesbury, Hutcheson, Butler y Hume– intentan recuperar, a saber,
el rol de la benevolencia en la formación de la obligación moral y política (cf.
Gaskin, 1994, Elements, p. xxxv).
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El Leviatán como prosopopeya • 99
56 Lev., p. 88 [XIII.6]
57 Cf. Schlatter (1946, p. 357), Kateb (1989, p. 379) y Slomp (2000, p. 71) sobre
las similitudes entre las tres causas del conflicto en Hobbes y en Tucídides.
Cf. History, EW VIII, p. 81, donde Hobbes traduce õphelía, phobós y timê por
profit, fear y honour.
58 De Cive, p. 138 [I.13]
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100 • El Leviatán como prosopopeya
59 Lev., p. 87 [XIII.3]; cf. también De Cive, p. 134 [I.6]. Tricaud (1988, p. 120)
señala que la competencia en tanto causa del conflicto va granjeando mayor
impronta a lo largo del corpus hobbesiano. Kavka (1986, p. 99) y Eggers
(2011, p. 201), han argüido que la distinción entre conservación y deleite se
corresponde con la conducta de agentes moderados y dominadores, respec-
tivamente.
60 Recordemos que, según Hobbes, “[l]os deseos y las otras pasiones del hom-
bre no son en sí mismas un pecado. Tampoco lo son las acciones que proce-
den de ellas hasta que no se conozca una ley que las prohíba” (Lev., p. 89
[XIII.10]).
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El Leviatán como prosopopeya • 101
hacer cosas iguales los unos a los otros. Y los que pueden
hacer las mayores cosas, a saber, matar, pueden hacer las
mismas cosas”.61 Para resumir, el criterio que simetriza a los
seres humanos es la posibilidad latente de ser asesinados
por cualquiera de sus pares.62
A pesar de la existencia de diferencias naturales entre
los individuos, el ser humano es lo suficientemente dúctil
como para transitarlas sin que se altere de manera signi-
ficativa su carácter elemental de amenaza mortal para sus
semejantes.63
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102 • El Leviatán como prosopopeya
64 Lev., p. 87 [XIII.1-2]
65 Lev., p. 107 [XV.20]
66 Lev., p. 99 [XIV.31]
67 Pace Slomp (2000, p. 29)
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El Leviatán como prosopopeya • 105
74 Pionero en esta lectura economicista del conflicto fue Tönnies (2001 [1887],
p. 65 [II.25]): “En esta visión de la sociedad… [t]oda persona busca su propia
ventaja… la relación de todos con todos puede ser considerada como de
enemistad potencial o de guerra latente… esta es la esencia general de la
competencia, que ocurre clara y conscientemente en la esfera comercial.
Muchos han lamentado que es una ilustración de la guerra de todos contra
todos, que un gran pensador calificó como el estado natural de la raza
humana en general”. Bastante similar es la interpretación de Macpherson
(2005 [1962], p. 89): “En el modelo de sociedad de Hobbes… [t]odo el mundo
se ve empujado necesariamente a entrar en la competencia por conseguir
más poder sobre los demás… De ahí que todo el mundo esté expuesto a un
asalto continuo de los demás sobre su poder. Hobbes trató esta situación
como una igualdad de inseguridad… la única sociedad en la que podía exis-
tir este ataque constante al poder de cada uno por parte de los demás es la
sociedad posesiva de mercado”. A pesar de no erigir la totalidad de su her-
meneusis en clave económica, otros comentadores han enfatizado su
importancia. Ryan (1996, p. 213) propone una filiación entre la filosofía
política de Hobbes y el modo en que la teoría económica actual describe la
conducta de los actores racionales. Según Zarka (1998, p. 151): “La primera
causa de la guerra es económica”. Por su parte, Townshend (1999, p. 53)
arguye que el mercantilismo posesivo ya estaba in fieri en la interpretación
de Strauss. Piirimäe (2006, p. 5) advierte que el modelo de lectura de la teo-
ría de juegos es, al igual que el de Macpherson, mayormente economicista.
75 Lev., p. 88 [XIII.7]
76 Cf. Macpherson (2005, pp. 38-9) donde alega que “…el estado de naturaleza
de Hobbes no prescinde de las características socialmente adquiridas del
hombre de la época, sino simplemente del… temor a un soberano”. Así, Hob-
bes no podría evitar que en su argumento abstracto sobre el estado de natu-
raleza se inmiscuya el individuo del capitalismo temprano-moderno, i.e., la
“sociedad posesiva de mercado”. Como afirmará más adelante defendiéndo-
se de sus críticos (1986, p. 136), la concepción hobbesiana ayuda a funda-
mentar “la acumulación primaria de capital”.
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106 • El Leviatán como prosopopeya
77 Beh., p. 299 [fo. 68r]. Cf. Macpherson (2005, pp. 71-3) acerca del carácter
mercantil de la sociedad descripta en dicha obra.
78 Lev., p. 63 [X.16]. En este respecto, Macpherson (2005, pp. 47-8) apunta:
“Aquí tenemos pues las características esenciales del mercado competitivo.
El valor de cada hombre, manifestado por el honor que le conceden los
demás, determina y a su vez está determinado por la opinión que los demás
tienen de su poder, manifestada por lo que darían por el uso de este… el
poder de cada uno es visto como una mercancía, esto es, como algo ofrecido
normalmente para el intercambio y ofrecido, además, competitivamente”.
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El Leviatán como prosopopeya • 107
79 Como marca Kavka (1986, p. 75), la tesis de Macpherson sostiene que “[l]as
acciones humanas están motivadas por el auto-interés individual en socie-
dades dominadas por la institución de la propiedad privada, especialmente,
en las sociedades capitalistas”. Lo mismo aduce Townshend (1999, pp. 55 y
71).
80 En esta dirección, Carmichael (1983, p. 70) objeta que pueda hablarse de un
mercado universal del poder como si fuera un commodity: “Esto no significa
que el precio esté determinado por la competencia de todos los demás, o que
exista algún mercado de competencia, y mucho menos que el poder sea pro-
ducido como un bien”.
81 Elements, pp. 59-60 [I.IX.21]
82 Elements, p. 48 [I.VIII.4]
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90 Gauthier (1969, pp. 79-80, n. 1) utiliza el modelo del dilema del prisionero
(DP) para dar cuenta de la justificación del necio en el incumplimiento del
pacto. No obstante, años más adelante (1988, p. 132) ha puntualizado que el
estado de naturaleza de Hobbes no es estrictamente un escenario de DP,
sino uno de un problema de coordinación. La identificación más resonante
entre estado de naturaleza y DP ha sido la de Rawls (1971, p. 269), reiterada
después en (2000, pp. 73-7). Dicho modelo ha sido tratado con exhaustivi-
dad por Ullmann-Margalit (1978, p. 64): “los rasgos esenciales de las situa-
ciones estructuradas sobre un DP están presentes de modo evidente aquí”.
Hampton (1986, pp. 61-3) reconstruye el esquema del DP bajo la denomina-
ción de una “explicación racional del conflicto” para aplicarlo al planteo del
capítulo XIII del Leviatán. Kavka (1986, p. 115) hace mención a un “cuasi
dilema del prisionero” en su descripción del estado de naturaleza. Pizzorno
(1991, pp. 210-1) defiende una lectura de DP clásica para el estado de natu-
raleza. Pasquino (2001, pp. 412-4) retoma el modelo para aplicarlo al plano
religioso.
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100 A pesar de que Von Clausewitz probablemente no haya leído a Hobbes (Cf.
Kleemeier, 2002, p. 108), es notable la coincidencia entre ambos en la utili-
zación de símiles climáticos para graficar el estado de incertidumbre de la
guerra y sus consecuencias en el accionar de los involucrados. Cf. Clause-
witz, Vom Kriege, p. 30 [I.3]: “La guerra es el reino de la incertidumbre
[Ungewißheit], tres cuartos de los factores en los que se basa la guerra están
envueltos en una niebla de mayor o menor incertidumbre”; y p. 61 [II.2]: “La
incertidumbre [Ungewißheit] relativa a cualquier información presenta un
problema particular en la guerra: toda acción se lleva a cabo en una suerte de
ocaso que, como la luz a través de la niebla o de la luna [Nebel- oder Monds-
cheinbeleuchtung] suele darle a las cosas un aspecto exagerado, una apariencia
grotesca”. Cf. también p. 32 [I.3]: “Cuatro elementos conforman el clima de
la guerra: el peligro, la exigencia física, la incertidumbre y el azar”.
101 Lev. Lat., p. 195 (Malcolm ed.)
102 Sobre este punto, cf. Hampton (1986, pp. 134-5) y Abizadeh (2010, p. 302).
En virtud de la imposibilidad del modelo de explicar la salida del estado de
naturaleza, Kavka (1986, p. 123), Slomp (2000, pp. 139 y ss.); Pasquino
(2001, pp. 407-8 y 411) y Newey (2014, pp. 78-80) han sostenido, por distin-
tas razones, que esa limitación se encuentra menos en el argumento hobbe-
siano que en la teoría de juegos.
103 Lev., p. 90 [XIII.13-14]
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118 Cf. Lev., p. 42 [VI.39]: “…si se está fundada en la experiencia de las acciones
pasadas equivale a la confianza”.
119 Cf. Elements, pp. 58-9 [I.IX.20]: “Magnanimidad… es la gloria bien funda-
da sobre la experiencia de haber tenido el poder suficiente para alcanzar un
fin de modo manifiesto [in an open manner]”. Aquí Hobbes parece poner el
énfasis en el carácter público de la gloria de una persona.
120 Lev., p. 118 [XVII.8]
121 Lev., p. 42 [VI.39].
122 En Leviatán Hobbes efectúa con el término ‘vanagloria’ una sinéresis entre
las dos especies de gloria infundada que había discriminado en Elements, i.e.,
la ‘falsa gloria’, o la creencia en la supremacía del propio poder “por la fama y
la confianza de los demás, en virtud de los cuales uno puede pensar bien de
sí mismo y, no obstante, engañarse” (Elements, p. 50 [I.IX.1]), y la ‘vanagloria’,
que fundamenta su creencia en “la ficción (que también es imaginación) de
haber realizado acciones que nunca ocurrieron” (Ibid.).
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122 • El Leviatán como prosopopeya
123 Ibid.
124 Ibid.
125 Elements, p. 51 [I.IX.1]
126 Elements, p. 63 [I.X.9]
127 Elements, p. 63 [I.X.9-10].
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128 El subtipo de locura señalado como learned madness tiene una descripción
acotada en el texto, pero no sería desatinado emparentarla con aquellos
ambiciosos que profesan una obsesión por sus doctrinas políticas. Cf. Lev., p.
181 [XXV.15] donde critica a “quienes tienen la ambición de ser considera-
dos elocuentes y también doctos [learned] en la política, y que no dan conse-
jos por mor de los asuntos en discusión, sino de la aprobación de su oratoria
abigarrada, compuesta de hilos de diversos colores y paños de diversos
autores”. Vaughan (2002, p. 83) argumenta plausiblemente que aquí Hobbes
está condenando el uso sedicioso que se le suele dar a la historia. Cf. al res-
pecto Lev., p. 226 [XXIX.14]
129 En Lev., p. 43 [VI.41] agrega una limitación etaria a esta distorsión de la ale-
gría gloriosa: “prevalente entre los jóvenes y animada por las historias y fic-
ciones de personas galantes, suele ser corregida por la edad y el uso”.
130 Cf. Lev., p. 54 [VIII.18-19]: “La opinión vehemente acerca de la verdad de
algo o acerca de uno mismo, contradicha por los demás, se convierte en
rabia [rage]”
131 Elements, p. 63 [I.X.9]
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124 • El Leviatán como prosopopeya
…el arte de las palabras, por medio del cual algunos hombres
pueden representar a los demás aquello que es bueno bajo
la apariencia de lo malo, y lo que es malo, con el aspecto
de lo bueno, y también aumentar o disminuir la aparente
dimensión del bien o del mal, creando descontento entre los
hombres y turbando su paz a su antojo.135
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146 Lev., p. 249 [XXXI.11]. En caso contrario, malicia Brito Vieira (2005, p. 109)
si “…no se explicita a partir de signos identificables, se trata de un poder
reducido a la vida de sus efectos más inmediatos y, de este modo, condenado
a una atrofia progresiva”. Sobre esta imprescindible exteriorización del
poder, cf. Pye (1984, p. 97).
147 Según Piirimäe (2006, p. 7) y Eggers (2011, p. 201), el Also que inicia el pasaje
sería la marca de continuidad con el subtipo de violencia anticipatoria.
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130 • El Leviatán como prosopopeya
150 Lev., p. 88 [XIII.7]. El término trifle tiene una extensión potencial amplísima
como pone de manifiesto el propio Hobbes cuando en 1650 le escribe a un
corresponsal francés refiriéndose a su incipiente Leviatán con la expresión ‘a
trifle on hand’ (cf. Tuck, Lev., Introduction, p. x).
151 Según Stiening (2005, pp. 69-70) esta versión reductivista de la risa es un
ejemplo de cómo la antropología hobbesiana se encuentra ab origine politi-
zada: “En la medida en que la risa es determinada únicamente como una for-
ma de manifestación productora de reconocimiento y como instrumento de
todo aquél involucrado en la disputa por el poder… parece inevitable que las
determinaciones del estado de naturaleza oficien de condiciones para la
comprensión de este objeto ‘antropológico’”
152 De Cive, p. 134 [I.5], traducción modificada.
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El Leviatán como prosopopeya • 131
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132 • El Leviatán como prosopopeya
Oakeshott (2000, pp. 59) toda forma de orgullo se sostiene sobre una “ilu-
sión [make-believe]”; Kateb (1989, pp. 366-7) argumenta que a Hobbes le
preocupa la gloria de las élites, “que utilizan a la mayoría de la sociedad
como medio para sus motivos antisociales irracionales”; Tuck (2004, p. 132)
explica el conflicto vanidoso a partir de un “error cognitivo”; Rosler (2010,
pp. 24-5) describe a la vanagloria como una “conducta narcisista psicopáti-
ca”, Abizadeh (2011, p. 311) cree que cuando nos anima la gloria, “actuamos
irracionalmente en detrimento de la satisfacción de nuestros deseos”. Cf.
también Holmes (1990, p. xv) y Evrigenis (2014, p. 72).
156 Lev., p. 54 [VIII.19]
157 Beh., p. 107 [Fo.2r]
158 A pesar del carácter rotundo y, a la vez, huidizo de la caracterización, oca-
sión para el empeño hermenéutico, es llamativo que entre los intérpretes no
haya un tratamiento específico del sintagma double-folly. Tan sólo Lloyd
(2009, p. 323) ensaya una hipótesis al respecto. Según ella, “la vanagloria
consiste en creer que el propio juicio es superior al de los demás y que las
habilidades de uno para aventajar a los demás también lo son”.
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163 Lev., p. 119 [XVII.7]; el resto de los otros criterios distintivos no difiere
demasiado de éste: El hombre obtiene alegría de compararse con los demás
[XVII.8] y le gusta demostrar su sabiduría [XVII.11]. Para Slomp (2006, pp.
189) la búsqueda de gloria es inequívocamente “la única fuente de discordia
entre los hombres”. Abizadeh (2011, p. 310) también entiende que “los argu-
mentos de la competencia y la desconfianza… son parasitarios de su argu-
mento de la gloria”.
164 De Cive, pp. 136-7 [I.12]; énfasis nuestro.
165 Para una descripción del Leviatán como katéchon secularizado, que no sólo
previene el caos, sino que retarda el advenimiento del reino de Cristo, cf.
Palaver (1995, pp. 63-9). A pesar de que en la obra de Schmitt no hay una
tematización explícita del Leviatán así caracterizado, su impronta sobre esta
homología es indeleble.
166 Lev., p. 221 [XXVIII.27]
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167 En rigor, ese tipo de orgullo equivale a la ruptura de la novena ley de natura-
leza, a saber, “que cada uno de los hombres reconozca al otro como su igual
por naturaleza” (Lev., p. 107 [XV.21]). El punto es que en estado de naturale-
za es racional no querer admitir la igualdad para no ver disminuidos nuestro
poder y nuestras chances de supervivencia. En esta óptica, cf. Macpherson
(2005, p. 53): “El deseo de gloria no es una pasión independiente del deseo
de poder, es una consecuencia de éste”. Gauthier (1969, p. 16) enfatiza esa
misma conexión: “El desprecio indica que los demás conciben el poder de
uno como inferior al de ellos. Ningún hombre puede admitir una inferiori-
dad tal… sino que debe superar a quienes lo subestiman, o atenerse a sufrir
el incremento de su desprecio y progresivos retrocesos en su seguridad”. Pii-
rimäe (2006, p. 7) rechaza explícitamente la irracionalidad de la gloria: “Para
Hobbes, la búsqueda de gloria no es una pasión irracional de algunos, sino
un esfuerzo natural que concierne a todos”.
168 De Cive, p. 131 [I.2]; cf. también De Homine, OL II, p. 98 [XI.6]: “El poder si es
eminente, es bueno, pues es útil para la protección, y la protección, para la
seguridad. Si no es eminente, entonces es inútil, porque aquello que es igual
para todos, no tiene entidad”.
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171 Cf. Strong (2015, p. 5): “Hay dos concepciones de la gloria en Hobbes. Una, la
humana del capítulo XIII, que lleva a la guerra; la otra, de Dios y el soberano,
que es suficiente para producir por sí misma un buen gobierno”. Hobbes no
duda en adscribirle a Dios, a Cristo y al soberano formas inconmensurables
de gloria. De hecho, “cuando Cristo venga en toda su majestad a juzgar el
mundo y gobernar efectivamente a su pueblo, éste será llamado reino de la
gloria” (Lev., p. [XXXV.15]). Cf. también la opinión de Freund (1982, pp.
117-8) para quien el orgullo [Ruhm] del soberano es fundamento de la socie-
dad política; y la réplica de Brandt (ibid., p. 127).
172 Según Hobbes, una de las causas más frecuentes de rebelión era la lectura de
libros de política y de historias de los antiguos griegos y romanos, “a partir
de la cual los hombres se proponían asesinar a sus reyes porque los escrito-
res griegos y latinos… lo volvían legítimo y loable… siempre y cuando antes
de hacerlo, lo denominaran tirano” (Lev., p. 226 [XXIX.14]).
173 Trabajamos, está claro, sobre la tesis de Girard (1965, pp. 1-18) quien, al
igual que Hobbes, trata el problema de la mímesis a partir de la figura del
Quijote. Cf. también (1990, pp. 400 y ss.) donde identifica el origen de la des-
trucción de la República romana en el afán imitativo de Bruto. Detrás de la
prédica de la protección de las instituciones, lo que Bruto quiere es ser
César. Por eso lo ama y lo odia a la vez. Con buen tino, aunque sin apoyo
textual, Jakonen (2011, pp. 168-9) distingue tres formas de riesgosa imita-
ción para la soberanía: primero, la imitación inter-individual que borra las
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ende, las cosas son de quien las posee y las mantiene por la
fuerza, lo que equivale a la incertidumbre, no a la propiedad
ni a la comunidad.185
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196 Cf. Lev., pp. 375-5 [XLII.75] para la depreciación del sacramento de imposi-
ción de manos; y p. 422 [XLIV.11] donde Hobbes emparenta el rito de la
transubstanciación a un conjuro o encantamiento.
197 Lev., p. 322 [XXXIX.5]
198 Quintiliano solía presentar los instrumentos de la retórica a la sazón de un
catálogo de armas (cf. Institutio Oratoria, Vol. IV, p. 409 [XII.V]).
199 De Cive, p. 178 [V.5]; énfasis nuestro y traducción levemente modificada. La
comparación de la oratoria de Pericles con el rayo es original de Aristófanes,
Acarnienses, vv. 530-4. A los efectos de nuestra posterior argumentación,
resulta sugestivo que el tronar de Pericles tenga un efecto similar al de la
excomunión, esto es, el destierro de los megáricos. Por otra parte, como
explica Skinner (1996, pp. 91-2), la utilización de la imagen del trueno para
describir el poder de la oratoria era común entre los retóricos tudorianos.
200 Tanto Skinner (2008, p. 193) como Champion (2010, p. 261) enfatizan este
punto.
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201 Como indica Martinich (1992, p. 233), las precisiones etimológicas e histó-
ricas suelen tener en Hobbes un propósito “deflacionario”.
202 Lev., p. 353 [XLII.31]. Por otra parte, es interesante el hallazgo de Skinner
(2008, p. 193) de una ilustración de los rayos en los Emblemas Morales (1610)
de Covarrubias, volumen que estaba presente en el catálogo que Hobbes
confeccionó de la biblioteca de Hardwick. El Emblema 101 dicta: “El que
quisiere con visible ensayo/ rastrear el poder que [h]ay en el cielo/ mire el
efe[c]to del ardiente rayo/ cuando le arroja de lo alto al suelo: Quien pone
miedo, grima, espa[n]to, aglayo/ aflic[c]ión, agonía y desconsuelo/ Bolvien-
do [sic] al desalmado, religioso/ De su furor y saña, temeroso”.
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207 Novikoff (2013, p. 146). Cf. la completa descripción en (pp. 141-155), donde
se destaca el carácter performático, casi teatral, de la práctica. El tono era
especialmente combativo en las disputationes de quolibet, en las que los dispu-
tantes se jugaban su reputación frente a un público extendido. Novikoff (pp.
103 y 118-24) deja en claro que los medievales –tanto académicos como
satiristas– eran bien conscientes de los riesgos y los abusos en que podía
degradar este procedimiento.
208 Esto interpreta Martinich (1992, p. 367).
209 La expresión aparece en Lev., p. 230 [XXIX.23]; y p. 485 [R&C. 6]
210 Bramhall, Vol. IV, p. 517
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215 Cf. Kraynak (1982, pp. 842-6). La interpretación del conflicto que defiende
Abizadeh (2011, pp. 299-300) también vincula el desacuerdo ideológico a la
gloria.
216 De Cive, p. 133-4 [I.5]
217 Cf. Beh., p. 107 [fo. 2r]
218 Cf. Kraynak (1982, p. 838): “La historia de Hobbes muestra que la guerra
civil tuvo su causa en las opiniones y doctrinas jurídicas que fueron creadas
y explotadas por intelectuales ambiciosos con el solo propósito de exhibir su
sabiduría y erudición”; Baumgold (1988, p. 74): “En rigor, las ideas son epi-
fenoménicas en un análisis hobbesiano, aun cuando la ideología es central
en la generación de la guerra civil”; y Kateb (1989, p. 364): “Las ideas políti-
cas y religiosas que disputan el orden político y religioso establecido no son
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El Leviatán como prosopopeya • 155
222 Quien mejor ha expuesto esta posición es Richard Tuck. Cf. Introduction a De
Cive, p. xx: “…el juicio de un adulto sobre lo que es placentero y, por ende,
digno de ser perseguido… está determinado críticamente por las descrip-
ciones que él da de su mundo. Lo que parece ser un conflicto de deseos o
intereses, con frecuencia no es –piensa Hobbes– sino un conflicto de creen-
cias: las pasiones mismas tienen esencialmente un componente cognitivo”.
Cf. además la Introducción al Lev., pp. xxvi-xxvii, y (1996, p. 183). También
Lloyd (1992, p. 248) sugiere esta apreciación: “…las pasiones contienen
componentes cognitivos y se diferencian por las creencias u opiniones que
las acompañan”. Wendt (1999, pp. 122-130) se ha destacado por elucidar
cómo las ideas estructuran los intereses materiales, a pesar de que interpreta
a Hobbes (pp. 117 y 120) como cultor del clivaje deseos/ideas. Kahn (2001,
p. 15) enfatizó, a su vez, la “vinculación inextricable entre pasiones e imagi-
nación”. También Frost (2001, p. 34): “Hobbes sostiene que los deseos y los
miedos de los individuos están mediados y formados por sus opiniones,
hábitos y recuerdos…”.
223 Lev., p. 31 [IV.24], énfasis nuestro. Cf. también Lev., p. 10 [Intro. 3]: “…acerca
de los objetos de las pasiones… son modificados por la constitución y la
educación individual”. Hay apreciaciones muy similares en p. 53 [VIII.14].
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226 Lev., p. 41 [VI.15 y 20]. Malcolm propone como sinónimo de diffidence el tér-
mino despondency, es decir, abatimiento. Como argumentamos más arriba,
no parece una hipótesis certera porque, según el capítulo XIII, debemos aso-
ciar desconfianza a ataque preventivo, no a inmovilidad o retraimiento.
227 De Homine, OL II, p. 91
228 Lev., p. [XII.5]
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229 Panoramix lo expresa de modo pagano: “Sólo Tutatis sabe qué es lo que ima-
ginan”.
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230 Tanto Schmitt (1982, p. 84) como Koselleck (2007 [1973], pp. 38-49) han
puesto el foco en esta característica de la teoría de Hobbes. Según Schmitt, la
“inextirpable reserva individualista [unausrottenbaren individualistischen Vor-
behalt]” del juicio privado marca el ocaso del Leviatán como símbolo del
Estado y sienta las bases del liberalismo político (seguimos aquí la traduc-
ción de Dotti, 2002, pp. 109 y 160). De forma similar, para Koselleck, la con-
ciencia moral individual aloja el componente patogenético del Estado abso-
lutista. Strauss (1963, p. 23) Cf. también Ryan (1988, p. 99): “Lo que
permanece firmemente en las manos del súbdito individual es el derecho a
decidir si la obediencia vale la pena… los individuos privados nunca prome-
ten dejar de pensar acerca de su propia preservación y la de su familia y ami-
gos”; y de modo semejante, Lloyd (2008, p. 395) y Madanes (2001, pp. 69 y
76-7). Por el contrario, Gauthier (1969, p. 124), Bobbio (1993, pp. 70-1) y
Tuck (1993, pp. 313 y 327) entienden que los individuos pierden en la socie-
dad política toda capacidad de juzgar las acciones del soberano.
231 Lev., p. 245 [XXXI.1]; Lloyd (1992, p. 156) y Sreedhar (2010, pp. 75-84) han
abundado sobre esta peculiaridad.
232 Cf. Lev., p. 150 [XXI.10]: “…la verdadera libertad del súbdito… [consiste en]
las cosas que, a pesar de ser ordenadas por el soberano, puede sin injusticia
rehusar a hacer”.
233 Lev., p. 322 [XXXIX.5]
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237 Rinesi (2011, pp. 195-204) ofrece una explicación meta-textual al respecto
distinguiendo entre distintos lectores de sí mismos a los que Hobbes se esta-
ría dirigiendo. Cf. además el tratamiento de este punto en Evrigenis (2014,
pp. 235-247).
238 Ibid., p. 256 [XXXII.4]; cf. también Lloyd (1992, pp. 121 y 124) y Hüning
(2006, p. 218)
239 Lev., p. 343 [XLII.11]; cf. Beh., p. 188 [fo. 31r]: “Un Estado puede forzar a la
obediencia, pero no convencer del error, ni alterar la mente de quienes
creen tener más razón. La supresión de doctrinas no hace sino unir y exas-
perar, es decir, aumentar tanto la malevolencia como el poder de los que ya
creían”.
240 Quienes enfocan su análisis en el conflicto ideológico y la tarea de reeduca-
ción a cargo del Estado son: Tönnies (1896, pp. 197-8); Strauss (Natural
Rights, p. 200); MacGillivray (1970, pp. 193-4); Johnston (1986, p. 129);
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162 • El Leviatán como prosopopeya
Kraynak (1990, pp. 6 y 32-3); Lloyd (1992, pp. 159-63 y 189) y (2008, pp.
337-9); Bobbio (1993, p. 31); Flathman (1993, p. 143); Skinner (1996, p. 301);
Vaughan (2002, passim, especialmente, pp. 36 y ss.); y Tuck (2004, pp. 136-8).
241 Lev., p. 233 [XXX.6]
242 Aquí el debate sobre las incoaciones y las herencias es mucho menos conci-
liable: Ullmann (1975, pp. 293-4) identifica a John Wyclif como precursor
de esta tendencia. Black (2008, p. 593) apunta a los juristas del siglo XIV y su
reinterpretación del Digesto. Por su parte, Brett (1997, p. 205) destaca a Fer-
nando Vázquez y Rosler (2010, Glosario, pp. 365-70) a Jean Gerson. Sobre la
influencia de Selden, cf. Tuck (1979, pp. 121-42). Sobre la impronta de Gro-
cio, cf. Tuck (1983, pp. 58-62) y Brett (2011, pp. 108-114)
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164 • El Leviatán como prosopopeya
247 Lev., p. 98 [XIV.29]. Cf. también p. 96 [XIV.18] y p. 153 [XXI.21]. Sobre los
cambios de posición de Hobbes en este punto, cf. Tuck (1979, pp. 121-31).
Como explica Sreedhar (2010, pp. 10-11), el término ‘derecho de auto-
defensa’ no sólo no es utilizado por Hobbes, sino que además es un nombre
inapropiado para denotar el concepto. No obstante, el sintagma ‘derecho de
auto-preservación’ tampoco ahorra confusiones, porque alude tanto al
derecho natural en estado de naturaleza, como al derecho, más restringido y
derivado del anterior, de evitar ataques a la integridad física y moral en el
marco de la sociedad política.
248 Cf. Strauss (1965 [1953], pp. 181-2): “En la medida en que el hecho moral
absoluto y fundamental es un derecho y no un deber, la función y los límites
de la sociedad civil deben ser definidos en términos del derecho natural del
hombre y no de su deber natural. El Estado tiene la función… de salvaguar-
dar el derecho natural de cada uno, y el poder del Estado encuentra su límite
en ese derecho natural… [por eso] debemos afirmar que Hobbes es el funda-
dor del liberalismo”. Cf. las Notas al Concepto de lo Político ([1933], p. 91), don-
de aclara que el derecho natural entendido como apelación [claim] y límite
frente al Estado es individual. Según Kateb (1989, p. 385) el derecho irrenun-
ciable a defender la propia vida es “evidencia del poder emancipatorio que
sostiene Hobbes”. En esta interpretación, nuestro autor defendería un “indi-
vidualismo que está centrado en la noción de fragilidad individual” (p. 387).
249 Lev., p. 91 [XIV.2]
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253 Metónimo de esta tradición de la libertad negativa es, por supuesto, Isaiah
Berlin, quien identifica a Hobbes en esta vertiente. Cf. Berlin (2002 [1958],
pp. 170, n. 3, y 173). También Skinner (1984, pp. 194-5) y Pettit (2005, p.
149) leen a Hobbes en esta línea. Contra esta tesis se posicionan Shapiro
(1986, pp. 39-40) y Van Mill (1995).
254 Elements, p. 163 [XXVII.1]; énfasis nuestro.
255 Cf. Skinner (2002, III, pp. 228-32 y 236). Contra esta argumentación, ver la
tesis de Brett (1993, pp. 225 y 232) sobre la falla de Hobbes en distinguir
entre una libertad corpórea y una jurídica o natural.
256 Lev., p. 96 [XIV.18]
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El Leviatán como prosopopeya • 167
257 Sreedhar (2010, p. 12) aventura que la única limitación propuesta por Hob-
bes es la sinceridad del individuo en el ejercicio del juicio sobre los medios
que garantizan la preservación. En efecto, en De Cive, p. 160 [III.27.Ann.]
Hobbes ensaya algunos criterios precisos: “No entiendo en qué pueden la
ebriedad o la crueldad (esto es, la venganza que no tiene en vista el bien futu-
ro) contribuir a la paz o la conservación de hombre alguno. Brevemente, en
el estado de naturaleza se ha de estimar lo justo y lo injusto no a partir de las
acciones, sino a partir de la intención y de la conciencia del que actúa”.
258 Lev., p. 91 [XIV.4]; cf. también Elements, p. 79 [XIV.8]: “Todo hombre es en
virtud del derecho natural juez él mismo de la necesidad de los medios y de
la entidad [greatness] del peligro”.
259 Lev., p. 120 [XVII.13]
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263 Ésta es la tesis defendida por Malcolm (2002, p. 31) y Rosler (2008, pp.
19-21).
264 Lev., p. 91 [XIV.4]. Cf. Tuck (Lev., Introduction, p. xxvii): “Para analizar el
conflicto y su resolución, Hobbes recurre a un lenguaje que debería llamar-
nos la atención, es decir, el del derecho natural y las leyes de naturaleza”.
265 Elements, p. 80 [XIV.11]; cf. también De Cive, pp. 136-7 [I.12]
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Conclusión
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267 Cf. Schmitt (1982, pp. 56-7): “Cuanto más peligrosamente se afirma este
individualismo asocial, más fuerte se torna la necesidad racional de alcanzar
una paz general”. Macpherson (2005, p. 99): “Cuanto más se acerca una
sociedad a una sociedad posesiva de mercado, sometida a las fuerzas centrí-
fugas de los intereses competitivos opuestos, más necesario se vuelve un
único soberano centralizado”. King (1974, p. 271) indica: “Es en virtud de
que Hobbes concebía a los hombres como ineludiblemente individualistas…
que se convirtió en un completo autoritario absolutista”. Dumont (1986, p.
85): “La jerarquía es el anverso social, y la fuerza, el reverso atomista, de la
misma moneda… La teoría política moderna es, en el mejor de los casos, una
forma individualista de lidiar con la sociedad”. También Baumgold (1988,
pp. 133-5) trata la presunta “paradoja de Hobbes [i.e.]… la derivación de con-
clusiones absolutistas a partir de las premisas individualistas-liberales del
derecho natural, el consenso y el auto-interés individual”. Según ella, el pro-
pósito de Hobbes con su argumento de un gobierno absoluto es la “protec-
ción del hombre común” frente a las crisis originadas por las élites ambicio-
sas. Flathman (1993, p. 129) señala: “Hobbes nos urge a suscribir a una
autoridad singular, a asumir y a cumplir obligaciones uniformes. Pero repe-
tidamente –casi podríamos decir compulsivamente– califica e incluso con-
tradice esa recomendación con el fin de proteger la libertad de acción y ser
funcional a la individualidad”. A su vez, Madanes (2001, pp. 76-7) afirma: “El
razonamiento de Hobbes es aparentemente paradójico: sólo un soberano
absoluto puede garantizar la libertad de expresión, pues si el soberano es
quien dispone efectivamente de la suma de la fuerza pública, quienes parti-
cipan en las controversias entre distintas doctrinas no tienen los medios
para poner en peligro la paz pública... la libertad de expresión es directa-
mente proporcional a la concentración de fuerza por parte del soberano”.
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172 • El Leviatán como prosopopeya
268 Cf., por ejemplo, Tönnies (1896, pp. 216-7): “No es concebible un sujeto de
derechos por fuera del individuo y del Estado… El Estado absorbe la totali-
dad del derecho público en tanto destruye, somete o convierte en depen-
diente a toda formación corporativa que no tenga un carácter distintivo de
derecho privado”. Laski (1917, p. 561) entiende que “la referencia desprecia-
tiva de Hobbes [hacia las corporaciones] no es un índice certero de la actitud
inglesa sobre el tema”. Oakeshott (2000, p. 46): “Aquello que ciertamente se
encuentra excluido de la Civitas de Hobbes no es la libertad del individuo,
sino los derechos independientes de las autoridades espurias y de los grupos
de individuos como las iglesias, que Hobbes identificaba como la fuente de
la guerra civil de su tiempo”. Sorell (1986, p. 19) afirma de modo similar que
“Hobbes se ocupa primariamente de mostrar qué distribución de derechos y
deberes entre gobernantes y súbditos es justa. Sólo de modo incidental trata
de explicar cómo están organizados funcionalmente los cuerpos políticos”.
Tuck (2004, p. 137) sostiene que “Hobbes compartía con Moro… el antago-
nismo contra lo que Rousseau denominó ‘sociedades parciales’ – todas
aquellas instituciones que gobernaban la vida de los hombres en un Estado
del ancien régime, como los gremios, las universidades, las familias y, por
supuesto, las iglesias”. Boyd (2001, pp. 404-5) entiende que el individualismo
es menos un axioma que un objetivo para Hobbes en su lucha contra el rol
deletéreo de las corporaciones.
269 Cf. Tönnies (1896, pp. 214-5): “en un proceso lento, inhibido e interrumpido
de múltiples maneras… el individuo y su propiedad se consolidan como el
paradigma [Typus] del ser humano social”. Schmitt (2008 [1937], p. 96): “Para
Hobbes era importante que el Estado superara la anarquía de los Estados
feudales y el derecho de resistencia de la Iglesia, y también el incesante esta-
llido de guerras civiles surgidas de la confrontación con el pluralismo
medieval…”. Koselleck (2007 [1973], pp. 32, 36, 38 y 43) y la presunta oposi-
ción entre el modelo de sociedad mercantil de Hobbes y la llamada “socie-
dad de costumbre” que Macpherson desarrolla en (2005, pp. 58, 71, 100).
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Personas
Introducción
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El concepto de per
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sona como non plus ultr
ultraa del método
resolutivo
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19 Cf. Aulius Gellius, Noctes Atticae [V.7] quien hace mención al origen teatral
de la palabra en virtud de que los actores hacían sonar [per-sonaban] sus
voces a través de las máscaras utilizadas en las representaciones, amplificán-
dolas. Cf., a su vez, p. 511 [XIII.30] acerca de la recepción y dispersión latina
del término griego prosopon. Como puede verse en la Introducción a la traduc-
ción de la Guerra del Peloponeso (History, EW VIII, p. xx), Hobbes estaba fami-
liarizado con la obra de Gelio. También el propio Contra Eutychen de Boecio
(pp. 85-7) es una importante referencia de esa reconstrucción etimológica.
En especial, lo fue para los teólogos medievales, desde Abelardo hasta
Tomás, como demuestra Hatch Marshall (1950, pp. 473-8). En realidad, lo
interesante no es la etimología teatral que subyace al término, sino la de-
sustancialización que efectúa Hobbes.
20 Para una consideración general de la etimología del término, cf. Müller
(1898, pp. 32 y ss.), quien revisa varias hipótesis tanto de prósopon como de
persona, y Fuhrmann (1979, pp. 83-94), quien ofrece un completo recorrido
de las transiciones de la noción de persona en Roma: de la máscara al perso-
naje teatral, al rol en la vida civil, al cargo estatal, a la profesión, al rol en la
familia y a la personalidad política. Entre las especulaciones religiosas sobre
su origen, Nédoncelle (1948, pp. 277-299) remite al término etrusco phersu
que habría sido una forma de aludir a la diosa Perséfone. Puesto que en los
cultos a la diosa los etruscos utilizaban máscaras, su nombre se habría
expandido para significar también la máscara con la que la figuraban. Con la
asimilación romana de esta cultura, persépona colapsó con el término latino
personus, ‘hacer sonar a través’, que era lo que se hacía con las máscaras de la
diosa. Von Pechmann (2005, pp. 271-2) ensaya otra explicación sacra o no-
teatral, que se vincula con el despliegue que hacían los nobles romanos de las
máscaras mortuorias de sus antepasados. La exposición de estas personas era
el refrendo de su prosapia.
21 Lev., p. 112 [XVI.3]
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33 Cf. Lev., p. 112 [XVI.3]. La cita refiera a De Oratore, II.24 (cf. M. Tulli Cicero-
nis, 1902, p. 274 [101-2]).
34 A ese desglose del ego en mei en la forma de autor y actor se refiere perspi-
cuamente Antonio, el personaje de De Oratore, cuando indica que en su alo-
cución compasiva a favor de Manius Anquilius, se emocionó él mismo, pre-
sentando su propia persona, y no la de otro: “neque actor essem alienae
personae, sed auctor meae” (De Or. II.46, 194). Es preciso notar que en Cicerón
el término persona es multívoco. Cf. De Officiis, I.107: “Fuimos investidos
[indutos] por la naturaleza como si tuviéramos dos personas [i.e., máscaras,
roles]: una universal, que surge del hecho de que todos tenemos una partici-
pación en la razón [quod omnes participes sumus rationis]… y otra, en cambio,
atribuible propiamente a cada individuo [altera autem quae singulis proprie est
tributa]”. En De Off., I.115-21, agrega dos personas más, una relativa a nues-
tra posición en la jerarquía social y otra relacionada con la vocación perso-
nal o profesión de cada uno. De cualquier modo, como afirma Gill (1988, p.
171) en Cicerón “la teoría es formulada desde una perspectiva eminente-
mente social… Su concepción mínima de la personalidad [individual] parece
vinculada al hecho de que la persona es considerada casi siempre como el
ejecutor de uno o más roles definidos socialmente”.
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como al solar rey Jacobo, tanto al estómago como al filósofo. El lado oscuro
del abuso del office era similarmente elástico, extendiéndose desde el adúl-
tero hasta el alguacil negligente, desde el villano en una obra, el conseje-
ro contumaz, o el príncipe todo-poderoso, hasta la luna inconstante y el
príncipe de las tinieblas”.
43 Malcolm (2002, pp. 53-79) ha dedicado un detenido análisis de este aspecto
de Hobbes. En el capítulo siguiente nos detendremos a examinar los carac-
teres de las corporaciones. Hobbes menciona estas compañías como cuer-
pos políticos dependientes en Lev., p. 159 [XXII.16].
44 Fantham (2004, p. 173) señala algo sugestivo en su repaso de la figura del
orador-abogado tal como es descripto en el De Oratore: “hay una sutileza
adicional aquí, pues si bien los oradores sólo pueden expresar de forma
explícita el carácter de sus clientes, también exhiben su propio carácter tan-
to mediante declaraciones explícitas como implícitamente a través de los
gestos y el lenguaje”. Es decir que un abogado defensor, si bien representa la
persona de su defendido, no puede dejar de exhibir en esa representación su
propia persona.
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Bordes conceptuales
La dinámica teatral de la sociedad civil funciona, como
todo en la vida, sobre la base de ciertas restricciones. En
principio, no todo ser humano es persona natural:
…los niños, los tontos [fooles] y los locos, que no tienen uso
de razón, pueden ser personificados por guardianes o tutores,
pero no pueden ser autores (durante ese tiempo [during that
time]) de ninguna acción hecha por ellos, hasta que (cuan-
do hayan recobrado el uso de la razón) sea juzgada como
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55 Lev., p. 27 [IV.10]: “Un tonto natural [es quien] nunca pudo aprender de
memoria el orden de los numerales como uno, dos y tres, y [que] puede
observar cada campanada del reloj y asentir ante ella, o decir uno, uno, uno,
pero [que] nunca podrá saber qué hora marca”.
56 Lev., p. 50 [VIII.2]: “una imaginación lenta equivale al defecto o falla de la
mente que comúnmente se denomina PESADEZ [dullness] o estupidez y, en
ocasiones, otros nombres que refieren a la lentitud o la dificultad de movi-
miento”.
57 Lev., pp. 28-9 [IV.13]: “Pues las palabras son el alimento de los tontos [For
words… are the money of fools]”.
58 Lev., p. 65 [VIII.16]: “El rey de Persia… cumplió con el pedido de quien le
había realizado un gran servicio, esto es, de vestir uno de los trajes del rey.
Pero le agregó la condición de que lo vistiera como si fuera el bufón del rey
[king’s fool], lo que equivalía a una deshonra”.
59 Lev., p. 101 [XV.4]: “Dijo el necio [fool] en su corazón y a veces también con
su lengua: la justicia no existe”.
60 “La razón de ningún hombre o grupo de hombres puede dar certeza… Por
eso, se debe instituir una recta razón, la razón de un árbitro o juez… pues no
existe una recta razón constituida por la naturaleza” (Lev., pp. 31-2 [V.3])
61 En términos de Frost (2001, pp. 44-50) uno adquiere el estatuto de no-
persona si no actúa conforme a los parámetros de legibilidad intersubjetiva
propuestos por Hobbes, esto es, si no se comporta de acuerdo a la ética pres-
cripta por las leyes de naturaleza.
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62 Lev., p. 50 [VIII.2]
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63 Lev., p. 50 [VIII.3]
64 Lev., p. 51 [VIII.3]
65 Ibid.
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66 Brito Vieira (2005, pp. 86-7) ha detectado con excelente criterio el rol de la
discreción y la disimulación en la elaboración de la persona natural. Freund
(1982, p. 127) ya había barruntado la importancia de la “simulación [Nachah-
mung]”: “la antropología [hobbesiana] da cuenta de cómo el ser humano se
crea a sí mismo. Esta auto-producción es quizás una simulación… pero es
ciertamente algo artificial [etwas Künstliches]”.
67 Este punto es acentuado por Condren (2012, p. 44): “…la discreción como
imaginación controlada era una virtud que se extendía más allá de la poesía,
sintomática del grado de superposición entre la poesía y la filosofía, y las
personas propias de ambas”. Cf. también Hoekstra (2006a, p. 45) para una
consideración de este tipo en su traducción a la Odisea y su prefacio al Gon-
dibert.
68 Lev., p. 52 [VIII.9]
69 Lev., p. 50 [VIII.3]
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El Leviatán como prosopopeya • 203
70 Lev., p. 10 [Intro.3]
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204 • El Leviatán como prosopopeya
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73 Lev., p. 54 [VIII.16]
74 Cf. supra, p. 27 (Cap. II)
75 Lev., p. 55 [VIII.23]; énfasis nuestro.
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206 • El Leviatán como prosopopeya
76 Cf. Zarka (1998, pp. 92-3) acerca del carácter ambivalente y artificial del
lenguaje que, en contraposición a los gestos naturales, permite enmascarar
las pasiones. Por lo pronto, esta habilidad no es en absoluto desdeñable pues,
como argumenta Hadot (1995, pp. 148-9), la propia filosofía occidental tie-
ne su fundamento en el enmascaramiento y la disimulación socráticas:
“Sócrates [e]jecutó tan bien su empresa de disimulación que consiguió
enmascararse para la posteridad. Nunca escribió, sino que se comprometió
únicamente con el diálogo… En virtud de que él mismo se enmascaraba, se
convirtió en el prosopon, la máscara, de las personalidades que sentían la
necesidad de resguardarse detrás de él”. Desde luego, la disimulación es, por
excelencia, la clave exegética que Strauss (1952, p. 18) extrae del Platón de
Farabi para abordar las obras de filosofía: “La enseñanza exotérica era nece-
saria para proteger a la filosofía”.
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El Leviatán como prosopopeya • 207
La fachada barroca
Esta conceptualización de la discreción y la disimulación
tiene su soporte, en última instancia, en la manida dis-
tinción hobbesiana entre foro interno y externo.77 Si bien
nuestro autor la utiliza puntualmente para examinar la obli-
gatoriedad de las leyes de naturaleza, el deslinde abre de
modo general dos jurisdicciones en las que el ser humano se
ve concernido. Desde luego, esa fractura no es en absoluto
simétrica. Lo relevante en términos políticos es la exte-
riorización o, mejor, la puesta en acto de los personajes
que representamos de nosotros mismos en detrimento de
nuestra vida interior.
Acerca de la máscara, ya advertimos que esconde tanto
como muestra. Pero el exterior es siempre más tangible que
el interior: “…los caracteres del corazón humano, mancha-
dos y mezclados como están por la disimulación, la mentira,
el engaño y las doctrinas erróneas, son legibles únicamente
para aquél que indaga en los corazones”.78 El sujeto perso-
nado, junto con las grietas que ofrece su disfraz, es todo
de lo que disponemos para hacer conjeturas relativas a los
designios de los demás en el marco de sus circunstancias
particulares. “Los mejores signos de las pasiones presentes
se encuentran en el porte [countenance], los movimientos del
cuerpo, las acciones, y los fines u objetivos que de algún
modo reconocemos en los demás”.79 Para decirlo brevemen-
te, Hobbes privilegia constantemente la atención hacia la
apariencia exterior de los agentes por sobre sus creencias y
pasiones interiores. En Elements lo detalla diáfanamente:
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El Leviatán como prosopopeya • 209
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210 • El Leviatán como prosopopeya
Soy lo que a ti te parece que soy [what you see me to be]. Pero
cierta gente, creo, tiene dos hombres de los cuales debe hacer-
se cargo, un hombre externo [outward man] y uno interno.
Por mi parte, soy capaz de mantener sólo uno. Y, si puedo
arreglármelas [if I can shift it], no sufrirá en modo alguno a
causa de falta de cuidado.86
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El Leviatán como prosopopeya • 211
90 Scargill (1669, p. 5). Parkin (1999, pp. 86-96) hace un interesante recuento
de la historia de la Recantation y aduce que este pasaje es producto de una
revisión y que probablemente haya surgido de un pedido de aclaración por
parte de la corte consistoria de la universidad: “En realidad la añadidura
desestabiliza de manera fundamental al texto en su totalidad, ya que agrega
dudas a su sinceridad al enfatizar el hecho de que los hobbistas arrepentidos
son intrínsecamente poco fiables. En este sentido, Scargill puede haber reí-
do último” (p. 95).
91 Schmitt (1982, p. 86). Cf. sobre este punto el trabajo de Dotti (2002, p. 109).
La apreciación también es defendida por Koselleck (2006 [1973], pp. 47-9).
92 Cf. Zagorin (1990, p. 14): “El fenómeno de la disimulación racionalizada por
las doctrinas estaba tan extendida [en los siglos XVI y XVII] que era como un
continente sumergido en la vida religiosa, intelectual y social de la moderni-
dad temprana europea”. Cf. adicionalmente la impresión de Forcione (2009,
p. 87): “en ese teatro de poder que es la sociedad humana, uno puede obser-
var un creciente sentido del individuo como un ser implicado necesaria-
mente en una situación que exige una auto-división, una fractura y la crea-
ción de una persona, junto con el reconocimiento de que los fines de ésta
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102 Según Jaume (1986, p. 96) la persona “lejos de ser un factum bruto, dado a la
sensación, es un constructum… una forma de reconducir los signos a una
fuente común, de manera tal de configurar la unidad sintética que lo hace
‘alguien’ para nosotros”. Similarmente, para Dumouchel (1994, p. 74), la
máscara del individuo permite “que todos los caracteres sean reducidos a
una unidad de expresión”. Crignon (2012, pp. 99-102) se ocupa del proble-
ma de la individuación de los cuerpos y rastrea en el De Motu y en De Co., p.
110 [XI.7] el argumento del curso del río como paradigma. En virtud de la
continuidad del principio de movimiento, tanto el río, como el ser humano
y el Estado, tienen una identidad determinada a pesar de las fluctuaciones de
su materia. En cambio, Thiel (2011, p. 76) aduce que para Hobbes “el princi-
pio de identidad está contenido en nuestros conceptos de las cosas, no es un
aspecto de las cosas mismas”. Por su parte, Simendic (2012, p. 161) arguye
que esa modulación no convierte a la persona en una sustancia separada del
cuerpo al que informa, sino que consiste más bien en un accidente, según la
definición que Hobbes da en De Corpore, i.e., como el “modo de concebir el
cuerpo [concipiendi corporis modum]” (De Co., OL I, p. 92 [VIII.2]).
103 Oráculo Manual (1647, § 1)
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216 • El Leviatán como prosopopeya
Hipocresía
La cuestión, empero, no acaba aquí, pues el énfasis barroco
en el enmascaramiento de la interioridad humana abre
una dimensión problemática adicional: la hipocresía. Cier-
tamente, Hobbes podría haberse desentendido del asunto
incorporándolo al conjunto de prácticas propias de la ela-
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El Leviatán como prosopopeya • 217
107 De hecho, así lo interpretan Brito Vieira (2005, p. 89) y Hoekstra (2006a, pp.
46-7). Runciman (2008, p. 40), en cambio, establece una distinción entre el
disimulador y el hipócrita, aunque se recuesta sobre un criterio sumamente
cuestionable: para disimular sin hipocresía “uno tiene que sentirlo cuando
lo hace –es decir, decirlo como si lo sintiera”. No parece un camino auspi-
cioso apelar a la experiencia interior del sujeto para determinar el estatuto
de la impostura.
108 Beh., p. 107 [fo. 2r]
109 Lev., p. 84 [XII.26]. Malcolm (2002, p. 175) agrega que la acusación de hipo-
cresía está también dirigida a los filósofos escolásticos que propagan doctri-
nas que no alcanzan a comprender.
110 Dialogue, p. 12 [EW VI, p. 7]
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115 Beh., p. 141 [Fo. 14r]. Esta observación debe ser complementada con el
interesante recuento que Hobbes hace de las habilidades actorales en los
ministros presbiterianos (p. 138 [fo. 12v]: “[En cuanto a] su forma de predi-
car, arreglaban su apariencia y sus gestos al entrar al púlpito, y su locución
tanto en el rezo como en el sermón, y usaban los versos de la Escritura, sin
importar si la gente los comprendía o no, de modo tal que ningún actor trá-
gico en el mundo podría haber actuado el papel de un hombre piadoso
mejor que lo hacían ellos”.
116 Cf. De Homine, p. 123 [XIV.8]: “la incitación a la simulación… muchas veces
es excusable [culpa vacat]”. Esta venia resultadista hacia la simulación es bas-
tante radical. Accetto (1930 [1641], p. 150), por ejemplo, atenúa su planteo
cuando distingue entre simulación y disimulación: “Trataría el tema de la
simulación y explicaría completamente el arte de fingir en los asuntos que lo
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220 • El Leviatán como prosopopeya
requieren; pero está tan mal considerada… que bastará discurrir sobre la
disimulación, de modo tal que sea comprendida en su significado verdadero
[sincero], no siendo el disimular más que un velo compuesto de tinieblas
honestas y de deferencias [rispetti] violentas, de donde no surge lo falso, sino
que se da cierto reposo a la verdad con el fin de demostrarlo en su debido
tiempo”. En relación a la distinción epocal entre simulación y disimulación,
cf. Cavaillé (2002, p. 9). Incluso Lipsius reconocía que la disimulación era
un tipo de fraude leve [fraus levis] que debía ser manejado con prudencia y
sólo por los príncipes: “Según mi opinión, la desconfianza y la disimulación
pertenecen al género de [fraudes] que no se alejan mucho de la virtud y que
se encuentran levemente rociados por gotas de maldad [malitiae rore leviter
aspersa]” (Politicorum, p. 297-8 [IV.14]).
117 El vínculo entre la auto-contradicción y el fracaso de la máscara es desarro-
llado perspicuamente por Pettit (2008, pp. 59 y 61-2): “Representarse a uno
mismo en un modo tan insatisfactorio es una invitación a que los demás se
desentiendan de nosotros… la reducción pública al absurdo es el propio cas-
tigo”. En términos de Frost (2001, pp. 43-4) nos convertimos en sujetos “ile-
gibles” para la comunidad. Además, como referimos en n. 98, ésta es una de
las causas por las cuales los sacerdotes malogran su ethos. Raphael (1988, p.
160) señala que Hobbes no termina de articular el planteo: “La totalidad de
las implicancias de la comparación entre el quebrantamiento de promesas y
la auto-contradicción no fueron derivadas, y probablemente tampoco
advertidas, por Hobbes”. Skinner (1996, p. 338) muestra cómo todos los
casos de desobediencia son redescriptos en el Leviatán como incursiones en
la auto-contradicción o la incoherencia.
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128 La frase suele citarse con variaciones. Cf. Worden (1974, p. 356) y los
comentarios de Thomas Carlyle a The Letters and Speeches of Oliver Cromwell,
vol. II, p. 267. La observación no es ocasional. En sus cartas, Cromwell suele
describir sus acciones como instanciaciones de la voluntad de Dios. Las
masacres ocurridas en Drogheda, por ejemplo, son producto del “…justo jui-
cio de Dios sobre esos villanos bárbaros que habían ensuciado sus manos
con tanta sangre inocente” (Letters and Speeches, vol. I, p. 469)
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El Leviatán como prosopopeya • 225
129 Como demuestra Collins (2008, pp. 156-7), Cromwell solía ser calificado
peyorativamente por sus contemporáneos como ‘maquiavélico’. Davis
(2001, p. 11) relata cómo la vida de Cromwell fue reescrita incluso desde su
registro de nacimiento, adulterado con la frase ‘This was that great impostor,
that most accursed butcher…’. En el terreno de la filosofía, tanto Hume como
Mandeville y Rousseau condenaron las artes de disimulación de Cromwell
(cf. Runciman, 2008, pp. 18, 59-61). Acerca de los episodios de depresión de
Cromwell y su vínculo con su fanatismo religioso, cf. Bennett (2006, pp.
22-3, 29 y 117): “[En 1647] Cromwell estaba enfermo y temía por su vida. Su
recuperación, empero, fue interpretada por él como una muestra del cuida-
do singular que Dios le brindaba…” (p. 117).
130 Beh., p. 291; cf. Tuck (1996, p. 197) sobre el particular significado del tér-
mino colour en la tradición humanista.
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226 • El Leviatán como prosopopeya
131 Acerca del carácter diacrónico de la persona, Fuhrmann (1979, p. 92) ofrece
un excelente recuento sirviéndose de la caracterización ciceroniana de la
persona de Staienus: “Aquí persona no refiere a un sistema sincrónico, sino…
a algo diacrónico, al pasado de Staienus, al rol que ejecutó a través de su
comportamiento durante su vida, al carácter que siempre exhibió”. Acerca
de la responsabilidad que ello implica, Runciman (2008, p. 39) agrega: “Las
personas naturales también deben asumir la apariencia que mejor se acomo-
da a su rol de súbditos – los súbditos individuales tienen la obligación no de
ser ellos mismos, sino una versión civilmente sostenible de ellos mismos”.
Aunque limitada al caso del soberano, la descripción de Pitkin (1972, p. 33)
sugiere algo similar: “La representación involucra estándares y límites sobre
el representante”.
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137 Maitland (1911, pp. 249-50) identifica a Plowden y Coke como precursores
de la teoría de los dos cuerpos. Kantorowicz (1957, pp. 7 y ss.) incluye a For-
tescue en ese elenco y la destaca como una teoría eminentemente inglesa (p.
447). Canning (1996, pp. 64-66) rastrea el origen de esta concepción en el
período carolingio basándose sobre lo que denomina ‘nociones transperso-
nales’: “La elaboración de la idea de reinado del siglo IX como un ministerio
cristiano enfatizó la distinción entre la persona individual del rey y su cargo
impersonal” (p. 65).
138 Plowden, Reports, I, (1816 [1597], 213a)
139 Resulta altamente improbable que Hobbes no conociera los Reports de Plow-
den. En la Introducción al Leviatán hace alusión a una sentencia popularmen-
te atribuida al jurista: the case is altered. Cf. Ray (1768 [1670], p. 175). A su vez,
la frase era también el título de una comedia de Ben Johnson, amigo perso-
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230 • El Leviatán como prosopopeya
nal de Hobbes (cf. Aubrey, 1898, p. 365 y Martinich, 1998, pp. 370-1, sobre
la posibilidad de que Hobbes haya sido actor de una representación ideada
por Jonson). Si no de modo directo, por lo menos a través de Coke y su
Calvin’s Case (Reports, Vol. IV, 1826, VII.10a, p. 17), es factible que Hobbes
haya estado familiarizado con el argumento de los dos cuerpos del rey.
Malcolm encuentra otra referencia velada a Plowden en la máxima “quod
volenti fit, injuria non est” del Lev. Lat., p. 229, n. l (Malcolm ed.). Tampoco
es descabellado inferir que Hobbes haya decidido mantener cierta distancia
respecto de Plowden en función del tono excesivamente sacramental –y
católico – de sus formulaciones (Cf. Axton, 1977, p. 20)
140 Cf. Maitland (1911 [1901], pp. 210-1 y 251) donde señala a Coke como el
primero que establece (de modo “ilógico”) la distinción entre cuerpo natural
y político, a veces colapsándola con las dos personas, otras veces aduciendo
que se reúnen en una sola. Kantorowicz (1957, pp. 209 y 443-5) rastrea esa
intercambiabilidad de personas y cuerpos en el pensamiento Tomás de
Aquino y en los juristas italianos. A su vez, (pp. 271 y 448-9) ofrece una
hipótesis relativa a la predominancia del léxico corporalista entre los juris-
tas ingleses. Según el historiador alemán, no lograron distinguir adecuada-
mente entre el concepto organicista de la corona y el parlamento unificados
en un cuerpo político, por un lado, y el concepto de dignidad como “perso-
naje supra-individual” que le corresponde sólo al monarca, por otro.
141 Hobbes cita el Comentario a Littleton de Coke en Lev., p. 102 [XV.4]; p. 187
[XXVI.11]; y en p. 193 [XXVI.24]; y el IV libro de los Institutos en el Apéndice a
la edición latina del Leviatán (Malcolm ed., p. 1218) y en el Dialogue (passim).
Cromartie (Dialogue, p. xxiv) arguye que por la especificidad de las citas, es
probable que Hobbes tuviera acceso directo a una copia de los Institutes. Lo
mismo asume Malcolm en su Introducción al Leviatán (Lev., p. 108, Malcolm
ed.).
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El Leviatán como prosopopeya • 231
muchos. Éste último, otra vez, puede estar integrado todo por
personas capaces o por una persona capaz y el resto incapaces
o muertos en términos legales [dead in law].142
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232 • El Leviatán como prosopopeya
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El Leviatán como prosopopeya • 233
147 Lev., p. 206 [XXVII.18]. Cf., también, p. 241 [XXX.23] donde se refiere a los
“crímenes producidos por debilidad [infirmity]”, esto es, “aquellos que proce-
den de una gran provocación, un gran temor, gran necesidad o de la igno-
rancia sobre si un hecho constituye un crimen o no”.
148 Foucault (1975, pp. 33-4) ensaya una analogía similar con el condenado, i.e.,
“la figura simétrica e inversa al rey… Si el suplemento de poder del lado del
rey provoca la duplicación de su cuerpo, ¿no debería haber suscitado otra
duplicación el poder excedente que se ejerce sobre el cuerpo sometido del
condenado?”.
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234 • El Leviatán como prosopopeya
El cuerpo despersonado
De acuerdo a lo que argüimos, en el foro público los seres
humanos ponemos en juego una persona densa que excede
y oculta nuestras infirmities corporales. Esto implica que
también el ciudadano de a pie se ve concernido en la gemi-
nación de facetas que verificábamos en el monarca. A su
vez, demostramos que la máscara exige un cuidado espe-
cial a la hora de portarla, puesto que involucra compromi-
sos diacrónicos con palabras y acciones del pasado y con
proyecciones futuras. Ahora nos resta considerar qué suce-
de cuando somos incuriosos en nuestras representaciones.
Supongamos que un individuo comete un delito grave, se
comporta de manera hipócrita, nos traiciona o transgrede
de forma premeditada cualquier otro código social. Según
lo establecimos más arriba, no hace más que arruinar su
persona. En términos prácticos, pierde su reputación de
poder (haya sido ésta pequeña o alta) y, junto con ello, su
capacidad de influencia, cancelando así la posibilidad de
que los demás confíen en él para la common conversation, esto
es, para el trato cotidiano. No es casual que Hobbes haya
declarado en el capítulo XIII que los signos de desprecio que
generan el conflicto glorioso son dirigidos contra la persona:
“los hombres ejercen violencia… por nimiedades tales como
una palabra, una sonrisa, una opinión diferente y cualquier
otro signo de subvaloración, ya sean hechos directamente
contra sus personas o indirectamente a sus hijos, sus amigos,
su nación, su profesión o su nombre”.149
Pensar, empero, que con el castigo de la persona del
infractor, i.e., con su condena social, es suficiente equival-
dría a permanecer dentro de los lindes de la ficción. Hobbes,
quien padeció el más alto de los tiempos en cuanto al nivel
de riesgos y de violencia, sabía muy bien que la vida en
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236 • El Leviatán como prosopopeya
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238 • El Leviatán como prosopopeya
equivale a un mundo sin conflictos en los que los seres humanos estarían
dispuestos a sacrificar sus vidas. En efecto, Schmitt aseveraba que “[l]os
conceptos de amigo, enemigo y batalla obtienen su significado real preci-
samente en virtud de que refieren a, y conservan, la posibilidad real de la
muerte [Tötung] física” (1932, p. 20).
159 Lev., p. 93 [XIV.7]
160 Los vínculos artificiales de la sociedad política adquieren realidad a través
del daño sobre los cuerpos. Como explica Scarry (1985, pp. 124-5): “El acto
de herir es capaz de abrir una fuente de realidad que otorga a una idea fuer-
za y poder… la incontestable realidad del cuerpo físico se convierte en un
atributo de una idea… [Éste] es el proceso de percepción que habilita que
ideas inventadas, creencias y objetos facticios sean aceptados e ingresados
como si tuvieran el mismo estatus ontológico que el mundo natural dado”.
161 Cf. Lev., p. 126 [XVIII.14]: “Al soberano le corresponde el poder de… castigar
con penas corporales o pecuniarias y mediante la ignominia”. Más adelante
(Lev., pp. 216-9 [XXVIII.15-21]), Hobbes agrega dos formas ulteriores de
castigo, la prisión y el exilio, pero podemos suponer que se trata de dos sub-
tipos de castigos corporales.
162 Lev., p. 157 [XXII.10]; cf. también, p. 217 [XXVIII.16]: “El castigo corporal es
aquél que se inflige sobre el cuerpo directamente y de acuerdo a la intención
de quien lo inflige”.
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El Leviatán como prosopopeya • 239
163 Lev., p. 319 [XXXVIII.25]. Si queremos salir del estado caótico de las ven-
ganzas privadas tenemos que ser pasibles de experimentar la anfibología del
condenado. Pace la tesis de Crignon (2012, pp. 347 y 363-8) acerca de la
“desencarnación” de la representación hobbesiana, creemos que el modelo
tiene un parangón cristológico: “Pues quien es culpable de un pecado, está
expuesto [obnoxious] a una penalidad por ello, y debe pagar (o algún otro en
lugar de él) el precio [ransome] que el ofendido requiriera” (Lev., p. 319
[XXXVIII.25]). El pago de Cristo fue estrictamente corporal: “sus sufrimien-
tos” fueron “el precio adecuado [sufficient price]” (Lev., p. 333 [XLI.2]).
164 Lev., p. 97 [XIV.22]
165 Lev., p. 96 [XIV.18]
166 Al respecto, Pettit (2008, p. 61) se pregunta: “¿por qué la gente cumple y se
espera que cumpla los compromisos que asumen cuando autorizan sus pala-
bras?”. Nietzsche (1887 [1954], p. 798 [II.1]) parece contar con la respuesta:
“Criar a un animal que sea capaz de hacer promesas” consiste en “la larga
historia del origen de la responsabilidad” (p. 800 [II.2]). Con fuertes reso-
nancias hobbesianas, describe el proceso por el cual se construye la “memo-
ria de la voluntad, de modo tal que entre el originario ‘yo quiero’ o ‘yo haré’,
y la correspondiente ejecución [Entladung] de la voluntad, su acto… no se
rompa esa larga cadena de la voluntad [lange Kette des Willens]” (p. 799 [II.1]).
Para ello fue necesario imprimir castigos sobre el cuerpo de los hombres:
“…quizás no haya nada más horroroso y siniestro en la prehistoria del hom-
bre que su mnemotécnica. Para que algo permanezca en la memoria se lo
graba a fuego; sólo lo que no cesa de doler permanece en la memoria” (p. 801
[II.3]). Cf. también Arendt (1961, p. 164): “Todo asunto político está y siem-
pre estuvo atravesado por un elaborado marco de ataduras y vínculos con el
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240 • El Leviatán como prosopopeya
futuro –como son las leyes y constituciones, los tratados y las alianzas– que
derivan, en última instancia, de la facultad de hacer y mantener promesas
frente a las esenciales incertidumbres que presenta el futuro”.
167 Cf. Runciman (2000, p. 272, n. 10): “Los representantes pueden tener a su
vez representantes… pero en algún punto la cadena debe finalizar en una
persona natural que asuma la responsabilidad por las acciones realizadas”.
En (2008, p. 39), alude a este punto cuando indica de forma pleonástica que
el aspecto natural de la persona se explica en virtud de que “la responsabili-
dad le incumbe de forma natural, no artificial”.
168 Lev., p. 124 [XVIII.6]
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242 • El Leviatán como prosopopeya
La recepción de Pufendorf
El carácter multifacético que rastreamos en la persona
natural de Hobbes no ha sido desatendido por completo. Un
indicio poderoso para el deslinde categorial emprendido es
la distinción que hace Pufendorf en su De Iure Naturae et
Gentium (1672) entre entidades físicas, por un lado, y enti-
dades morales por otro (en especial, las personas morales
simples y compuestas).170 Para Pufendorf las entia moralia
son modos o atributos en virtud de los cuales los seres
humanos conciben ciertas sustancias físicas, principalmen-
te, a ellos mismos y a sus acciones.171
170 Como indica Hunter (2001, p. 165), el campo de la moral “representa las
capacidades de inventar e improvisar en relación a las circunstancias y nece-
sidades del ser humano”.
171 Haakonsen (2010, p. 1) advierte: “Las entidades morales no son, hablando
propiamente, entidades, sino de un modo u otro, un aditamento o modifica-
ción sobre las entidades naturales”.
172 Pufendorf, De Iure, I, p. 6 [I.1.4-5]; Barbeyrac traduce el término impositio
por institution, pues “se utiliza más frecuentemente para todo aquello que es
inventado y establecido, en oposición a lo que proviene de la naturaleza” (Le
Droit de la Nature, p. 4, n. 2).
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244 • El Leviatán como prosopopeya
175 Pufendorf, De Iure, I, p. 7 [I.1.6]. Cf. También Seidler (2002, pp. 237-8) al res-
pecto.
176 Pufendorf, De Iure, I, pp. 14-5 [I.1.14]
177 Pufendorf, De Iure, I, p. 15 [I.1.14]
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178 Pufendorf, De Iure, I, pp. 15-6 [I.1.14]. Cf., además, p. 13 [I.1.12], donde la
mención es explícita: “Hobbes se equivoca cuando dice que en los estados es
frecuente que alguien represente o asuma la persona de un ser inanimado
que no es en sí mismo persona, a saber, una iglesia, un hospital, un puente,
etc. Pues es innecesario considerar a estas cosas como personas por ficción,
cuando es más fácil aducir que el Estado ha encargado a determinados hom-
bres la colecta de ganancias con el fin de preservarlos”. Cf. Tuck (1999, p.
149): “la idea fundamental aquí es cercana a Hobbes (quien está siendo clara-
mente aludido a lo largo de la discusión sobre las personas) y a la vez pro-
fundamente crítica de él”. En rigor, el contrincante no es Hobbes. Como
aclara Hunter (2001, p. 165), el foco del ataque está dirigido contra la meta-
física escolástica de la persona: “su separación entre el ser moral y el natural
tiene el propósito de divorciar los deberes y derechos de cualquier funda-
mentación ontológica o aspiración salvífica, justificándolos en cambio sobre
offices impuestos que se originan en un orden civil”.
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246 • El Leviatán como prosopopeya
Conclusión
179 Al respecto, discurre Thiel (2011, p. 77): “A pesar de que Hobbes no traza
explícitamente una distinción entre ‘hombre’ y ‘persona natural’, sus aser-
ciones implican claramente esta distinción… Cuando consideramos a un
individuo humano bajo la noción de persona no lo tomamos en relación con
su factura metafísica, sino en relación a las acciones que se le atribuyen…
Samuel Pufendorf… retoma esa distinción entre ser humano y persona”.
180 Cf. Hochstrasser (2004, pp. 100-1) donde arguye que existe una misma línea
de lectura en Hobbes, Pufendorf y Thomasius sobre la continuidad entre las
personas privada y pública. Behme (2002, p. 62) contradice esta interpreta-
ción, pues entiende que en el caso de Hobbes los individuos pierden su per-
sona moral natural cuando son representados por un poder soberano.
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181 Lo que para Tricaud (1982, p. 93) es una falencia, a saber, el hecho de que “la
noción de persona como rol se superponga a la de persona como corpora-
ción” es para nosotros la clave del pasaje de la dimensión individual a la gru-
pal.
182 Véase la interpretación de Carl Schmitt (1982, p. 59): “La primera decisión
metafísica fue estuvo a cargo de Descartes en el momento en que el cuerpo
humano comenzó a ser concebido como una máquina… La transferencia de
este concepto al ‘hombre gigante’, al ‘Estado’,… fue consumada por Hobbes.
Pero condujo, a su vez, a la transformación del alma del hombre gigante en
una parte de la máquina… Así, la mecanización del concepto del Estado
completó la mecanización de la imagen antropológica del hombre”. En este
respecto, nos parece cuestionable la crítica de Hoekstra (1998, p. 14, n. 29) a
Schmitt por su “distinción hipertrofiada entre la naturaleza y el artificio”.
Para otras exégesis similares a las de Schmitt, cf. Christopher Pye (1984, p.
91): “La persona ficticia del soberano puede incorporar [embody] a cualquier
individuo en el Estado en la medida en que cada individuo ya es, en cierto
modo, un auto-representante –una representación enmascarada y mediada
de sí mismo”. También, Jaume (1986, p. 99): “Hay una homología perfecta
entre hombre artificial y hombre natural y el Leviatán funciona como autó-
mata porque el ser humano es él mismo un autómata racional”; y Tukiainen
(1994, p. 49): “la metáfora de los Estados como personas… se construye… al
difuminar el límite entre naturaleza y vida artificial”.
183 A pesar de que no lo cita, es probable que Schmitt se refiera al pasaje de la
Segunda Meditación (AT VII, p. 32) donde Descartes arguye: “si azarosamente
me detengo a mirar por la ventana a los transeúntes en la calle… ¿no veo
simplemente sombreros y capas bajo los cuales podría haber máquinas
escondidas [latere possent automata]?”. Sobre la posibilidad de establecer una
distinción entre un ser humano y un autómata en términos cartesianos, cf.
von Bilderling (2003, pp. 1-9).
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250 • El Leviatán como prosopopeya
184 Esto es lo que sucede, por ejemplo, con Flathman (2002, p. 122): “En tanto
individualista metafísico y nominalista, Hobbes insiste en que las colectivi-
dades no son (y no pueden ser) más que agregaciones de sus miembros indi-
viduales reunidos bajo un mismo nombre”. El intérprete falla en reconocer
la innovación teórica que supone la introducción de la noción de persona en
el Leviatán.
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Corporaciones y prosopopeyas
Introducción
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2 Lev., p. 112 [XVI.4]. Cf. también Lev., p. 190. Como explica Beal (2008, p. 81),
“una comisión es un documento o permiso [warrant] que involucra una
orden, un cargo o una instrucción, o en otros casos, sirve para investir a
alguien de la autoridad para ejecutar un rol, una función o un servicio parti-
cular”; mientras que (p. 232) “una licencia es una autorización formal que da
permiso a alguien a hacer algo que de otro modo estaría prohibido, sería ile-
gal o, cuanto menos, estaría restringido”. El término warrant (p. 437) recorre
ambos sentidos, por un lado, puede ser una “asignación de una autoridad
particular, y por otro, facultar a otro a ejecutar un acto o tarea específica”.
3 En el caso del soberano, licencia a través de las Letters Patent o de las Charters:
“Las cartas son donaciones del soberano, no leyes, sino exenciones a la ley…
Una ley se hace para obligar a todos los súbditos de un Estado. Una licencia
[liberty] o carta se da sólo a un hombre o a una parte del Estado” (Lev., p. 200
[XXVI.44]).
4 Lev., p. 112 [XVI.4]
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5 Copp (1980, pp. 589-91) advierte que hay en Hobbes dos modelos de autori-
zación, a su entender incompatibles: la autoridad por licencia y la autoridad
por comisión. Pace Kronman (1980, pp. 161-4) quien identifica licencia con
comisión y entiende que es el modo en que Hobbes describe los pactos o
promesas de obligaciones dobles.
6 Lev., p. 112 [XVI.3]
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Cosas inanimadas
Hobbes parte de los ejemplos de
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Seres irracionales
Posteriormente, Hobbes alude al ya trasuntado conjunto
de los niños, los locos y los tontos.40 Considerando que
el párrafo comienza con el adverbio de igualdad, likewise,
podemos inferir que la estructura de representacional es la
misma.41 Mientras que estos sujetos no tienen uso de sus
facultades racionales, i.e., mientras carecen de personalidad
natural, son personados por guardianes o cuidadores. Nóte-
se que a pesar de que estamos tratando con seres humanos,
no hay una representación verdadera por parte de la per-
sona artificial a cargo. El representante tiene que dar voz y
acción a la persona de los incapaces de manera espontánea,
sin script o directiva alguna. De nuevo, el único requisito en
esta relación es la preservación de la persona.
Falsos dioses
A este cuadro Hobbes suma entidades de nula tangibilidad,
es decir, los productos de la imaginación tales como los fal-
sos dioses y los ídolos de los paganos.42 Lo que destaca aquí
es que incluso las cosas “que no son nada” pueden ser repre-
sentadas ficcionalmente y “tener posesiones, bienes y dere-
chos que cada tanto los hombres les dedican y consagran”.43
Este apéndice complementario se aplica también a los casos
anteriores. Cualquiera de estas entidades puede ser dueña
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El Dios verdadero
A partir de los ejemplos vamos desgranando ciertas notas
relevantes acerca de la representación por ficción. El
siguiente caso escogido por Hobbes es el del Dios verda-
dero. Aquí sí podríamos manifestar cierta sorpresa. ¿Cómo
es que el Dios verdadero es susceptible del mismo tipo de
representación que los ídolos paganos? En la edición inglesa
Hobbes expresa:
55 Goldblatt (2006, p. 110) y Cooren (2011, pp. 102-3) han estudiado este fenó-
meno recurriendo a una analogía con la ventriloquia, pues en muchas oca-
siones –arguyen– la figura no sólo se emancipa, sino que pasa a dominar al
ventrílocuo que la hace hablar. En el capítulo V nos adentraremos en este
fenómeno.
56 Lev., p. 114 [XVI.12]
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61 Ibid.
62 Answer to Bramhall, EW IV, p. 316; énfasis nuestro. Más arriba, Hobbes reco-
noce a regañadientes que “hay una falla en el razonamiento, que sin embar-
go su Eminencia [Bramhall] no ha descubierto. Pero no hay impiedad algu-
na” (p. 315).
63 Lev. Lat. App., pp. 1180-1 (Malcolm ed.)
64 En la edición latina parece mantener esta apreciación, pues comienza el
párrafo diciendo: “Incluso la persona y los actos del Dios verdadero son
representados [Etiam Dei veri Persona geritur & gesta est]”.
65 Matheron (1990, p. 389) entiende que la Trinidad consiste para Hobbes en
“una pura invención jurídica sin realidad ontológica”.
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74 Fuhrmann (1979, p. 85) rastrea una práctica que podría fungir de modelo:
“Las casas nobles en Roma conservaban máscaras funerarias de antepasados
que hubiesen ocupado cargos importantes. En ocasión de un entierro de
algún familiar, estas máscaras eran sacadas a la vía pública y portadas por un
actor. Si bien se denominaban imagines, Suetonio se refirió una vez a la más-
cara del fallecido emperador Vespasiano como persona”.
75 Bramhall, Vol. IV, pp. 530-1, la cita es de Lev., p. 270 [XXXIV.3]
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79 Lev., p. 113 [XVI.9]. La única oportunidad en la que Hobbes elide esta locu-
ción es en relación al Dios verdadero. Podemos presumir que la omisión es
intencional y que, como advertían los estudiosos de la aposiopesis, apela a la
restitución espontánea por parte del lector. Sobre la utilización hobbesiana
de dicha figura retórica, cf. Skinner (1996, p. 419)
80 A pesar de divergencias respecto a la terminología, tanto Skinner (1999)
como Runciman (2000) coinciden en que esta relación tripartita es la que
determina la institución del Estado soberano. Pace Newey (2008, p. 109)
quien elimina la posibilidad de que el Estado sea una persona ficta, pues “su
teoría de la autorización exige que el pueblo como colectivo –i.e., el Estado–
sea pensado como actuando en determinados modos, primariamente, auto-
rizando su propia representación por parte del soberano”.
81 Lev., p. 184 [XXVI.5]
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88 Sobre este punto véase Gauthier (1969, pp. 125-6) y Pitkin (1972, p. 18)
89 Lev., p. 114 [XVI.14]
90 En términos generales, la representación por ficción se adecúa bien al
modelo de representación “interpretativo o de administrador [trustee]” de
Pettit (2010), que opera igual “que un actor que construye la mente del per-
sonaje” (p. 66): “El contexto en el que una representación responsiva debe
ser claramente interpretativa es el de la representación política, donde hay
un número de individuos en la posición de representados y un representan-
te que se ve obligado, no importa en qué nivel se encuentre, a adscribirles un
set de actitudes coherentes y ejecutables [enactable], es decir, una mente” (pp.
74-5).
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Prosopopeyas
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104 Según Ong (1951, p. 265) es probable que William Crooke, el editor que
atribuyó la obra a Hobbes en 1681, se haya basado en una reproducción
secundaria del Compendio del Arte de la Lógica y la Retórica (1651) volumen
impreso por Thomas Maxey que contenía el tratado de Hobbes, el de Fenner
y otro de un tal Robert Fage, sólo que aquí, el Art of Rhetoric Plainly Set era
atribuido a un “autor oculto”. Aparentemente, en la versión sobre la que se
basó Crooke esa aclaración ya no estaba. De forma deliberada o no, el editor
terminó asignando todos los textos del compendio a Hobbes. Molesworth,
por su parte, hizo perdurar el error con la inclusión del texto en el sexto
tomo de los EW. Ong también presume que Hobbes habría contado con un
volumen del Compendio en su biblioteca personal. Al respecto cf. también
Harwood (1986, p. 7, n. 12) y Cromartie (Dialogue, p. lxvii).
105 EW VI, p. 526 [VIII]
106 Sobre la influencia de Talon y del ramismo en general en los años de estudio
de Hobbes, cf. Zappen (1983, pp. 70-1 y 78-9) y Skinner (1996, pp. 60-2 y
65). Ong directamente arguye que Hobbes era un pensador ramista (1951,
pp. 266-7).
107 Fraunce (1950 [1588], p. 85 [XXXI])
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112 Inst. Or., pp. 178-80 [XI.3.41]. Sobre la diferenciación entre prosopopeya y
sermocinatio, cf. los comentarios de Hermógenes en sus Ejercicios Preliminares
(2003, pp. 84): “La diferencia es clara, en la ethopeia imaginamos palabras
para una persona real, en cambio en la prosopopeya imaginamos una perso-
na que no existe”. También Erasmo, De duplici copia verborum ac rerum (1988
[1512], p. 212 [II.384]): “sermocinatio se da siempre que adaptamos el discur-
so de alguien en correspondencia con su edad, prosapia, patria, propósito en
la vida, espíritu y costumbres. Elaborar esta clase de discursos es apropiado
en la narración histórica”. Petrus Ramus en su Rhetoricae Distinctiones in
Quintilianum (2010 [1549], pp. 145 y 217) le reprocha a Quintiliano esa dife-
renciación: “Quintiliano separa la prosopopeya de la ethopoiia [i.e., la sermoci-
natio]. Pero esta separación no puede hacerse”. La crítica es un tanto injusti-
ficada, pues –como registramos en el cuerpo del texto– Quintiliano aclara
que ambas son casos de prosopopeyas.
113 Inst. Or., p. 176 [XI.3.39]
114 Inst. Or., p. 178 [XI.3.41]
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[IV. “De Imitatione mala vel oratione inepta”]: una mala manera de ejercer la
práctica retórica es imitar “cosas que no pueden existir o que no pueden
ser situadas en la naturaleza”.
122 Answer to the Preface of Gondibert, EW IV, p. 451
123 Como arguye Plett (2012, p. 25) la exigencia de plausibilidad aparece ya en la
Poética de Aristóteles, condensada en la noción de prépon, es decir, el modo
en que el autor se las ingenia para conformar las expectativas de la audien-
cia.
124 Esta consideración de los poetas como primeros sacerdotes en el mundo
pagano está registrada, como vimos, en Lev., p. 441 [XLV.2], y también en su
Answer to the Preface of Gondibert, EW IV, p. 448. George Puttenham (1589
[1904], p. 6) ya había expresado esta opinión e incluso llega a afirmar que “la
práctica de la poesía es… anterior a la existencia de una sociedad civil entre
los hombres. Está escrito que la poesía fue la causa original de las asambleas
cuando… el modo de vida [de los hombres] difería muy poco del de las bes-
tias brutas”. No obstante, Springborg (1994, pp. 565-6) sostiene que la fuen-
te directa de Hobbes en asuntos de paganismo es la obra de Vossius, De Theo-
logia Gentili (1642), en la que también abrevan sus contemporáneos Edward
Herbert, John Selden y John Aubrey. Cf. Collins (2005, pp. 48-50) quien
agrega como marco de referencia el Titles of Honors (1614) y el De Dis Syris
(1617) de Selden.
125 Lev., p. 80 [XII.16]; énfasis nuestro.
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134 Bramhall, Vol. IV, pp. 516-7. La misma conexión entre monstruo y ficción
detecta Isaac Disraeli (1865 [1814], p. 440), para quien Hobbes “conjuró un
fantasma político, una noción destacada e ingeniosa que lo acechó durante
el resto de su vida. Imaginó que los muchos podrían ser más fácilmente con-
trolados si se hiciera de ellos un uno artificial… y lo personificó con la ima-
gen del Leviatán… así encomendó al autor del grabado a que imprimiera en
nuestras mentes esa monstruosa personificación, incluso más clara que sus
razonamientos”. Tönnies (1896, p. 61): Behemoth “es la contraparte del
Leviatán, el Estado es un monstruo [Ungetüm], la revolución otro”. Schmitt
(1982, p. 123) aduce que el Leviatán es “un monstruo poderoso que combi-
naba dios, hombre, animal y máquina. Hobbes… no se dio cuenta que al uti-
lizar este símbolo estaba invocando las fuerzas invisibles de un mito antiguo
y equívoco”. Steadman (1967, p. 576) y Mintz (1989, pp. 4-5), en cambio,
destacan las connotaciones relativas a la supremacía de poder por encima de
las monstruosas. Skinner (1996, p. 388) afirma que la persona legal del Esta-
do no se condice con su presentación monstruosa y Farneti (2001), arguye
que el propósito de Hobbes con el Leviatán era anteponer un contra-mito
enfrentado al del reino presente de Cristo, pero que en su prefiguración ini-
cial no tenía tintes monstruosos. Para una reconstrucción exhaustiva, cf.
Malcolm (2007, pp. 21-39), Bredekamp (2009, pp. 443-58) y la Introducción
de Seaward (2010, pp. 58-67) al Behemoth.
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Cuerpos políticos
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Isomorfismo genético
Para comenzar es preciso destacar una característica por
demás interesante sobre el marco conceptual en el que se
inscribe el tratamiento hobbesiano de las corporaciones. En
los siglos XVI y XVII el término body politic servía para
hacer referencia tanto al Estado como a una enorme diver-
sidad de cuerpos colectivos que no necesariamente llevaban
a cabo funciones políticas.136 En el capítulo pasado había-
mos expuesto la definición que Coke hacía de “las personas
corporativas [incorporate] creadas por la asociación política
[policy] de los hombres, por lo que son denominadas cuerpos
políticos. Y éstos son de dos tipos: sole o un agregado de
muchos”.137 Es todo un desafío acercar en este respecto una
135 Maitland (1911, p. 316): “No nos gusta que nos digan que estamos tratando
con una ficción, aunque es necesario que las representemos ficticiamente.
Es probable que se nos ocurra pensar que aquello que debe ser representado
necesariamente como una ficción es de algún modo u otro muy similar a la
verdad”.
136 Cf. al respecto Halliday (1998, pp. 29-31) y Turner (2016, pp. 15-6)
137 Coke, Co. Littleton, 2a. Algo similar aparece el tratado Of Corporations de
William Sheppard (1659, p. 1): “Una corporación o incorporación (que es lo
mismo) es un cuerpo por ficción legal o un cuerpo político que permanece
en perpetua sucesión. Acerca de ellos debemos advertir que nuestro derecho
reconoce cuerpos naturales y políticos. De los políticos que son reconocidos
por la ley, algunos han desaparecido, como las abadías, los prioratos y dea-
natos. Otros continúan existiendo. Algunos de ellos son eclesiásticos o espi-
rituales, otros civiles y temporales, y algunos mixtos. El compendio anóni-
mo The Law of Corporations (1702, p. 1) dicta: “Una corporación o
incorporación es un cuerpo creado [framed] por el Estado [Polity] o por una
ficción legal y por ello es denominado cuerpo político”. Tres cuartos de siglo
más adelante, Blackstone (1893 [1765-9], p. 467 [I.18]) mantiene el mismo
enfoque: “Estas personas artificiales son denominadas cuerpos políticos,
cuerpos incorporados (corpora corporata) o corporaciones, de los cuales hay
una gran variedad en funcionamiento [subsisting] con la finalidad de promo-
ver el estudio, la religión o el comercio”.
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Del mismo modo en que esa unión en una ciudad o cuerpo polí-
tico es instituida a partir de un poder común sobre todas las
personas particulares o miembros, con el propósito del bien
común de todos ellos, así puede ocurrir que los miembros
de esa multitud instituyan una unión subordinada de ciertos
hombres con el fin de realizar acciones colectivas [common
actions] para su beneficio común o para el de la ciudad en su
138 Hobbes afirma en Elements, p. 107 [XIX.8]: “Esa unión así efectuada que los
hombres de hoy en día llaman CUERPO POLÍTICO o sociedad civil, los
griegos la denominaban pólis, esto es, ciudad”.
139 Elements, p. 107 [XIX.9]
140 O mejor, como se pregunta Maitland (1900, p. xxiv): ¿“puede haber una idea
de corporalidad que no sea efecto del fiat del Estado”?
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148 El uso del término regular para aludir a estos sistemas parece ser original de
Hobbes. El tratado Law of Corporations (1702, p. 4) admite un subtipo de cor-
poraciones regulares, pero refiere a las órdenes religiosas regulares, “que
son aquellas que viven bajo ciertas reglas y se comprometieron a tres cosas:
obediencia sincera al soberano de su orden [house], castidad perpetua y
pobreza voluntaria”. Malavé (1998, p. 118) entiende que “ser regular implica
mantenimiento de una forma y el seguimiento de reglas”.
149 Lev., p. 155 [XXII.1]
150 Lev., p. 156 [XXII.9]
151 Lawson (1996 [1657], p. 64) le hurta originalidad al planteo, puesto que
“estas divisiones y subdivisiones de los sistemas son bien conocidas por
cualquiera que tenga algún conocimiento acerca de la política o el derecho
civil”.
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157 Según Maitland (1911, p. 247) esta similitud tiene un origen medieval: “el
pensamiento medieval concebía a la nación como una comunidad y la grafi-
caba como un cuerpo cuya cabeza era el rey. [Esta comunidad s]e asemejaba
a esos cuerpos más pequeños que integraba y de los cuales en cierto modo se
componía. Lo que podríamos considerar como un contraste entre Estado y
corporación era difícilmente visible”.
158 Lev., pp. 159-60 [XXII.16]; énfasis nuestro.
159 En Elements, p. 107 [XIX.9] define a esta clase de corporaciones como una
“unión subordinada de ciertos hombres… con fines comerciales”.
160 De Cive, p. 180 [V.10]. Seguramente, la asignación de un carácter corporativo
a las sociedades comerciales no sonaba extraña para los contemporáneos de
Hobbes, pues como explica Laski (1912, p. 580), la creación de corporacio-
nes de comerciantes con licencia del rey se remonta a fines del siglo XIV.
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161 Lev., p. 159 [XXII.16]. Hobbes menciona los ejemplos de las colonias roma-
nas y las compañías de Virginia y de las islas Somers (actualmente Bermu-
da).
162 Lev., p. 161 [XXII.20].
163 Cf. Aravamudan (2009, p. 58): “La persona artificial define para Hobbes la
noción misma de la soberanía, pero es teorizada también como análoga a la
corporación, la entidad comercial privada compuesta por un menor número
de individuos que un Estado”. Turner (2015, pp. 216-7) insiste persuasiva-
mente sobre este aspecto. Acerca de la experiencia de Hobbes en las asam-
bleas de la Virginia Co., ya referimos al trabajo de Malcolm (2002, pp. 53-79)
164 Cf. Stern (2011, p. 6): “…la primera Compañía [de Indias, fundada en 1600]
era un cuerpo político propiamente, no… una mera imitación, extensión o
reflejo de un Estado nación que se hallaba él mismo en formación”. También
(p. 10): “A pesar de que dependían de la corona tanto por principio como en
la práctica, estas colonias corporativas gozaban de un alto grado de autono-
mía. Algunas, incluso, se habían autoconstituido, como en el caso del con-
trato del Mayflower”. Sobre la relación del contrato hobbesiano con el com-
pact del Mayflower, cf. Gaskin (1994, p. 274).
165 Lev., p. 142 [XX.15]
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166 Lev., pp. 162-3 [XXII.26]. Para una contraposición con el modo en que Aris-
tóteles concibe la autoridad del padre sobre los miembros de la familia, cf.
Kronman (1980, pp.168-71).
167 Lev., p. 235 [XXX.11]. Cf., además, p. 163 [XXII.26]: “previo a la institución
de un Estado, el padre o señor de una familia es su soberano absoluto”.
168 Lev., p. 178 [XXV.9]
169 De Cive, p. 262 [XIII.13]. Extrañamente, Bobbio (1993, p. 191) cree que las
facciones forman parte de los sistemas “irregulares e ilegítimos”. A pesar de
ello, da perfecta cuenta de sus caracteres cuando identifica como prototipo a
los bravi del siglo XVII descriptos por Manzoni en su I promessi sposi. Ash-
craft (1978, pp. 42-4) dedica considerable atención al problema de las fac-
ciones en Hobbes.
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178 Cf. Braddick (2006, p. 17): “Los portadores de offices locales ejercían poder
político y eran parte de una red de offices territorialmente anclada y central-
mente coordinada. Estos offices no eran burocráticos en su forma, pero la
totalidad de la red es reconocible como una suerte de Estado… Ahora bien,
¿qué distinguía al poder ejercido por un agente de policía [constable] del
poder de un terrateniente o un padre en la medida en que un mismo hombre
podía ser los tres a la vez? Primero, el poder político residía en el office, no en
la persona. En la práctica, los atributos personales eran usualmente necesa-
rios para asumir el office, pero el poder autoritativo dependía de éste último.
179 Cf. Halliday (1998, p. 41): “Las corporaciones eran cuerpos privados con
funciones públicas. Su propósito original era promover y regular el comer-
cio local. Pero para la segunda mitad del siglo diecisiete sus cartas estaban
repletas de otros asuntos. Las corporaciones de fines de ese siglo se convir-
tieron en las ejecutoras de las principales funciones públicas modernas”.
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Familias
La prueba más ostensible es el recorrido gradual que Hob-
bes emprende desde los núcleos grupales más pequeños
hasta llegar a la sociedad política como corporación englo-
bante. 185 Si bien no le dedica la misma extensión, nuestro
autor ensaya una descripción ontogenética à la Bodin del
surgimiento del Estado. 186
185 Este sería un rasgo del modelo pre-moderno tipificado por Bobbio (1993,
pp. 5-9) que se niega a palidecer en la teoría de Hobbes.
186 Cf. Bodin, Six Books of the Republic, pp. 362-5 [III.7]. Hobbes menciona a
Bodin en Elements en relación con los peligros del gobierno mixto.
187 Dialogue, pp. 134-5 [EW VI, pp. 190-1]
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203 De Cive, p. 176 [V.3]; traducción modificada. Christov (2015, p. 61): “Esta
aserción acerca de las guerras basadas sobre grupos es quizás la declaración
más clara de Hobbes de que el estado de naturaleza es esencialmente uno de
grupos en competencia antes que de mónadas solitarias”.
204 Lev., p. 118 [XVII.3]
205 Lev., p. 62 [X.3]; énfasis nuestro.
206 Lev., p. 118 [XVII.3]
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El Leviatán como prosopopeya • 319
América
La transitoriedad de estos acuerdos de ayuda mutua y la fra-
gilidad de los cuerpos artificiales sub-estatales que se con-
forman en estado de naturaleza tienen su expresión gráfica
en la Libertas del frontispicio del De Cive, que no es sino una
personificación de las tribus salvajes de América del Nor-
te.207 ¿Pero qué es lo que Hobbes quiere sugerir con esa ima-
gen? En rigor, lo que pretende es elaborar una explicación
de la condición natural como un estado de “guerra inextin-
guible [sempiternum bellum]” que, “debido a la igualdad de los
contendientes, no puede ser finalizada por victoria alguna…
[L]os americanos muestran en el presente siglo un ejemplo
de ello”.208 En principio, entonces, debemos advertir que
la alusión a los nativos de América oficia de recurso para
certificar la perpetuidad de la guerra en estado de natura-
leza, y no su morfología atomista que podría connotar el
sintagma “todos contra todos”. Por si quedara alguna duda,
Hobbes advierte que “mientras en las naciones no del todo
civilizadas muchas familias han vivido en continua hostilidad
y se han atacado [invaded] las unas a las otras con sus fuerzas
privadas, es evidente, empero, que actuaron injustamente o
que directamente no tenían un Estado”.209 La perpetuidad
de la guerra es producto de la imposibilidad de instituir, por
contrato o por la fuerza, un grupo soberano que mantenga
a raya a todos esos colectivos enemistados. Si la situación de
igualdad que rige entre ellos no es modificada, jamás habrá
paz ni garantías de una protección duradera.
Hobbes confirma esta opinión en el Leviatán: “los pue-
blos salvajes en muchos lugares de América carecen de
todo gobierno excepto el de las pequeñas familias, cuya
207 Tuck (1998, p. xxv) arguye que el grabado que ilustra el De Cive es probable-
mente una copia de los dibujos de John White sobre los pueblos algonquinos
de Carolina. Cf. también Malcolm (2002) y Skinner (2008, p. 261). Aravamu-
dan (2009, p. 45) agrega algunas precisiones sobre las tribus en las que Hob-
bes podría estar pensando.
208 De Cive, p. 137 [I.13]; traducción modificada.
209 Lev., p. 164 [XXII.31]; énfasis nuestro.
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Mercenarios y constructores
Otro argumento, menos directo, en favor del estado de
naturaleza corporativo es el intercambio epistolar con Fra-
nçois Peleau. El interlocutor francés le objeta a Hobbes con
buen criterio que
210 Lev., p. 89 [XIII.11]. En la edición latina explicita un poco más de qué trata
ese natural lust: “Los americanos viven así [sin un poder común], excepto por
el hecho de que se encuentran sujetos a las leyes paternales de sus pequeñas
familias. La concordia de esas familias se sostiene por la sola similitud de sus
deseos [sola similitudine cupiditatum]” (Lev. Lat., Malcolm ed., p. 195).
211 Lev., p. 232 [XXX.5]
212 Cf. Ashcraft (1972, p. 159): “Para la apreciación de Hobbes sobre los hom-
bres viviendo en ligas por fuera de los vínculos de la sociedad civil, pero aun
así superiores a los animales, su ejemplo de los indígenas americanos estaba
bien elegido. Pues en la mente de la mayoría de sus contemporáneos esto era
una descripción ajustada de la condición de los indígenas”. Precisamente,
sus críticos le reprochan que con el reconocimiento de estas formas de aso-
ciación Hobbes está cancelando las implicancias de su estado de naturaleza.
Cf. al respecto Ashcraft (1972, pp. 160-1) y Hoekstra (1998, pp. 38-43). En
cambio, los autores que Malcolm apunta en su edición del Leviatán (p. 195,
n. e) como posibles referencias para Hobbes destacan la ausencia de organi-
zación en los pobladores nativos, algo que el pasaje parece matizar. En reali-
dad, como argumenta Tomlins (2010, pp. 22-9) la desarticulación de las
estructuras sociales y políticas de los nativos fue consecuencia de la agresi-
vidad en la empresa colonial.
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213 Peleau ([1657], The Correspondence, Vol. I, p. 422 [Carta 110]). Cf. al respecto
Tuck (1996, intro, p. xxx) y Christov (2015, pp. 41-4)
214 El diálogo final de Los Siete Samuráis (1954) de Kurosawa es un reconoci-
miento formidable de la asimetría en términos de organización entre la ban-
da de soldados mercenarios y la polis: -“Al final, perdimos esta batalla tam-
bién”, dice Kambei –“¿Cómo?” pregunta Schichiroji – “Quiero decir, la
victoria les pertenece a esos campesinos, no a nosotros”. La sociedad de los
Ronin parece terminarse en la defensa de la aldea. Los campesinos, en cam-
bio, lograron preservar la persona ficta que los incluía a todos y mantuvie-
ron su unidad.
215 Esto lo tratamos más arriba en el capítulo I, p. 56
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Relaciones interestatales
Otro plano en donde se verifica el carácter grupal del con-
flicto en estado de naturaleza es en las relaciones entre
Estados, en la medida en que se trata de una disputa entre
personas por ficción que representan a un colectivo. La
formulación hobbesiana al respecto es sumamente elocuen-
te y responde a cuestionamientos como los de Peleau por
anticipado:
230 Lev., p. 90 [XIII.12]. El ejemplo del Estado como gladiador ya había apareci-
do en De Cive, p. 345 [XVII.27]. Según Armitage (2013, p. 66, n. 27) Hobbes
extrae la analogía de los gladiadores de Lipsius (1585).
231 Como indica Bobbio (1993, p. 182), el sentido de esta distinción se entiende
en tanto refutación de la tesis que argumenta que la Iglesia es un sistema
independiente que yace fuera del circuito estatal. Dicho de otro modo, el
Estado no le puede reconocer independencia a ninguna corporación que no
sea otro Estado soberano.
232 Cf. Lev., p. 244 [XXX.30]: “En relación a los deberes de un soberano para con
otro, que constituyen lo que comúnmente se llama derecho de naciones, no
necesito decir nada aquí, pues el derecho de naciones y el de naturaleza son
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235 Schochet (1967, p. 443) identifica el estado de naturaleza entre familias con
las relaciones entre naciones soberanas. En cambio, Christov (2015, p. 112)
entiende que incluso “el estado de guerra que existe entre grupos naturales
que buscan extender su dominio contrasta abruptamente con el estado de
hostilidad producto de la ausencia de un Leviatán mundial. A diferencia de
los grupos naturales, cuya supervivencia depende de la incorporación de
perseguidores de seguridad, los Estados soberanos garantizan de manera
suficiente la seguridad para sus ciudadanos sin la necesidad de expandirse
continuamente”.
236 Lev., p. 198 [XXIII.5]
237 Rousseau coincide en este punto con Hobbes y lo amplifica: “La guerra no
es, pues, una relación de hombre a hombre sino una relación de Estado a
Estado, en la cual los particulares son enemigos solo de manera accidental,
no como hombres ni tampoco como ciudadanos, sino como soldados; no
como miembros de la patria, sino como sus defensores. Por último, un Esta-
do solo puede tener como enemigo a otros Estados y no a hombres, atento a
que entre cosas de naturaleza diversa no se puede fijar ninguna verdadera
relación” (Du Contrat Social, 1782, pp. 197-8 [I.4]). En el mismo tono, Sch-
mitt (1950, p. 116) arguye que “[l]a personificación es importante para la
conceptualización del nuevo derecho interestatal, porque sólo allí encuen-
tran los juristas de los siglos XVI y XVII, formados en el derecho romano, la
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241 Cf. Runciman (1997, p. 22) entiende que “la imaginería orgánica de Hobbes
es en cierto modo anómala. Los órganos del Estado… facilitan la ejecución
de sus acciones. Como tales, no componen colectivamente un hombre arti-
ficial, sino su alma, i.e., el soberano". Schmitt (1982, p. 62) arguye con mejor
criterio que a la perspectiva orgánica Hobbes agrega una dimensión mecá-
nica y otra mítica. Krom (2011, p. 57), por su parte, sugiere que “la compara-
ción con los músculos sugiere que la autoridad limitada de los respectivos
representantes de los sistemas subordinados es esencial para el funciona-
miento regular del Estado. Un cuerpo que careciera de ellos podría recibir
órdenes pero no ejecutarlas”.
242 Lev., p. 155 [XXII.3]
243 Lev., p. 156 [XXII.9]
244 Por si quedara alguna duda, esto se ve refrendado en el Dialogue (p. 38, [EW
VI, p. 41]): “Entiendo que las cartas [Charters] del rey no son meramente con-
cesiones [grants], pero que tampoco son leyes. No obstante, son leyes en
cuanto están dirigidas a sus funcionarios [officers], y no a los súbditos del rey
en general, pues prohíben implícitamente juzgar o ejecutar nada que fuera
contrario a dichas concesiones”.
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252 Lev., p. 151 [XXI.15]. Como arguye Kleemeier (2002, p. 206): “Hobbes pro-
movía un ejército profesional relativamente reducido en número… Los
ejércitos de gran número, creía, son más peligrosos que los pequeños y eli-
tistas… La lección del pensamiento leviatánico dicta que toda integración a
gran escala del poder popular en las fuerzas armadas se muestra como un
acto políticamente peligroso, a través del cual el poder estatal termina
cavando su propia fosa”.
253 Cf. Brito Vieira (2005, p. 198): “La representación se trata de hacer a una
entidad visible para un tercero, quien le da realidad al reconocer su presen-
cia”. En esta aserción resuena la Sichtbarkeit que Schmitt (1994 [1917], p. 52)
le adjudicaba a la Iglesia en la Tierra: “La visibilidad de la Iglesia deriva de su
esencia, que es la mediación. Pero la mediación permanece como una tarea
que debe ser regenerada constantemente”.
254 Lev., p. 155 [XXII.2]
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274 Éste es uno de los argumentos de los que se sirve Hoekstra (1998, p. 43) para
sostener su tesis de la proximidad entre estado de naturaleza y Estado civil.
“Si consideramos, en cambio, a la familia como parte y parcela de la condi-
ción natural, entonces la autoridad, la obediencia contractualmente manda-
tada, la seguridad e incluso la soberanía, deberían ser admitidos como ele-
mentos significativos del estado de naturaleza”. Según Schmitt (1932, p. 38)
no es el poder de decisión sobre la vida y muerte de los integrantes de un
grupo lo que distingue al Estado de una familia armada, sino el poder de
declaración de enemistad (que, obviamente, conlleva el poder sobre la vida),
i.e., el jus belli.
275 Lev., p. 140 [XX.5]
276 Aquí debemos asentar nuestras diferencias con Halliday. Tanto Coke (cf.
supra, p. 164), como Sheppard y la –en este aspecto– casi calcada Law of Cor-
porations (1702) detectan tempranamente las fuentes alternativas por las
cuales las corporaciones pueden ser generadas. Dice Sheppard (1659, p. 6):
“Una corporación o cuerpo político puede hacerse de cuatro modos… 1. Por
medio del derecho común [common law]. De esta manera es que el rey fue y el
Lord Protector y muchos otros son cuerpos políticos. 2. Por la autoridad del
parlamento… 3. Por derecho consuetudinario [prescription]. Aquello que fue
y continúa siendo por un tiempo inmemorial una buena corporación y ha
tenido todas las funciones [incidents] e insignias [badges] de una buena corpo-
ración, debe continuar siéndolo aunque no puedan mostrar una licencia
[charter]… 4. Por medio de una licencia o carta patente del soberano”. La
mención a modos no verticales de acceso al estatuto corporativo deja abier-
to un amplio campo de conflicto. En su biografía sobre Hale, Cromartie
(2003, pp. 65-7) relata cómo los Levellers apelaban al Common Law y a las
convenciones de uso como fuentes de legitimidad para rechazar las pautas
por las que se conducía la elección de los representantes de la corporación
de Londres, fijadas en una licencia por parte del rey.
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colegir que las pautas del negocio las marcan los integrantes
de la corporación. Más allá de las misiones particulares que
conciernen a cada uno de los grupos, la preservación de
la persona de la corporación está supeditada, de manera
general, a la tolerancia del poder estatal o, cuanto menos, a
la evasión clandestina de su brazo coercitivo.
Transiciones
Si adoptamos una consideración diacrónica, notaremos
además que las distinciones establecidas por la tesis de
la concesión no son rígidas, sino que admiten gradacio-
nes y, sobre todo, transgresiones. Una familia, una iglesia,
una asociación de mercaderes o una liga pueden degradar
progresivamente en facciones, sectas disidentes, bandas de
ladrones o de piratas, y, por lo tanto, ser rotuladas de ilega-
les, si se exceden en el número de miembros o en los alcan-
ces de sus designios.281 Ciertamente, el largo catálogo de
generadores de sedición que Hobbes registra en el Behemoth
está compuesto por “distintas clases [sorts]” en su mayoría
legales, que terminan degenerando en rebeldes.282 En pri-
mer lugar, menciona a los presbiterianos, sectas papistas,
independentistas, anabaptistas y cuáqueros. Es decir, a “los
enemigos que se alzaron contra su majestad” y conforma-
ron el núcleo de la violencia religiosa. En realidad, ninguno
de ellos merece ser incriminado sin más como enemigo
del Estado. Por el contrario, es dable suponer que Hobbes
aceptaría considerar a las iglesias no-oficiales como casos
de sistemas privados legales tolerados por el Estado.283 Es
cierto que esta aquiescencia sería menos admisible para la
congregación católica, pues se adecúa mejor que las otras
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284 Lev., p. 163 [XXII.27]. De cualquier modo, como apunta Collins (2005, p.
112), en 1647 se llevaron a cabo negociaciones entre Cromwell y los católi-
cos ingleses con el objetivo de darle un marco legal a la institución romana.
En una tonalidad acorde, Hobbes menciona con indulgencia las injerencias
de la reina Enriqueta María en defensa de los fieles católicos: “La reina era
de profesión católica y, por lo tanto, no podía sino esforzarse por beneficiar
a los católicos todo lo que estuviera a su alcance. De otro modo, no habría
sido lo que profesaba ser” (Beh., p. 186 [fo. 30r]).
285 Lev., p. 249 [XXXI.12]
286 Como destaca Rosler (De Cive, p. 263, n. 185), esta opinión ya aparece en
Grocio, De Iure Belli ac Pacis, p. 450 [III.3.3]: “Ciertamente, puede ocurrir una
transformación [mutatio], no sólo en los singulares… que de jefe de piratas
pasaron a ser conductores justos, sino también en las coaliciones, como
aquellas que se dedicaron extensamente a la piratería, pero que adoptaron
otro modo de vida y se convirtieron en un Estado”. La tradición que destaca
las similitudes entre el poder político y las asociaciones de rapiña es extensa:
desde el auferre, trucidare, rapere, falsis nominibus imperium de Tácito (De Vita
et Moribus Iuliis Agricolae, XXX) pasando por la anécdota del pirata frente a
Alejandro que Agustín extrae de Cicerón en Ciudad de Dios IV.4, hasta nues-
tros días.
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Conclusión
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297 Lawson (1996 [1657], p. 18). Entre los intérpretes contemporáneos tampoco
ha pasado desapercibida esta tensión. Si bien no explicita el conflicto,
Baumgold (1988, p. 84) distingue los dos criterios de clasificación de los sis-
temas: “(1) organización y agencia, y (2) autorización pública”; Runciman
(1997, p. 27) también entiende que “…todos los representantes de todas las
asociaciones son potencialmente soberanas… [porque] siguen el modelo del
Estado”; Brito Vieira (2005, p. 154) detecta el problema de la “irónica seme-
janza genética” entre el Estado y el resto de los grupos, y rescata el rol pione-
ro de Lawson en dicha tematización; Hayes (2008, p. 462) destaca que “al
constituir por medio de acuerdos mutuos una compañía, los piratas como
cuerpo podían ser considerados como huyendo del estado de naturaleza
para fundar su propio Estado en miniatura, tan legítimo como cualquier
otro Estado basado sobre el consentimiento”.
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8 Beh., p. 128 [fo. 9r]. Acerca de este punto, cf. Martinich (1992, p. 212) y Ros-
ler (De Cive, pp. 87-8).
9 Lev., p. 164 [XXII.32]. Cf. también Lev., p. 225 [XXIX.13] al respecto: “Las
pequeñas ciudades de Grecia se vieron continuamente desestabilizadas por
las sediciones de las facciones aristocráticas y democráticas. Casi siempre,
una parte de los Estados deseaba imitar a los lacedemonios. La otra, a los
atenienses”.
10 History, EW VIII, p. 350 [III.80]
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21 Bobbio (1993, p. 185) hace una alusión interesante: “un lector contemporá-
neo inmediatamente pensará en las razones oficiales que algunos Estados
daban para prohibir la constitución de partidos comunistas alineados for-
malmente con la Unión Soviética”.
22 Beh., p. 160 [fo. 20r]. Algo similar indica en Lev., p. 477 [XLVII.18]. Hobbes
cree que la propagación organizada de doctrinas puede llevarnos a creer
cosas completamente irracionales: “Si observamos las imposturas generadas
por medio de la conspiración [confederacy], no hay nada, por más imposible
que sea de hacer, que no sea posible de ser creído” (Lev., p. 305 [XXXVII.12)
23 Beh., p. 159 [fo. 19v]
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35 Ibid.
36 Ibid., énfasis nuestro.
37 Gierke (1934, p. 83) entiende que Hobbes distingue entre el delito de un
representante único de un grupo y el delito de una asamblea representativa.
En el primer caso, sólo el representante es imputable. En el segundo, “Hob-
bes considera que el delito de la asamblea representativa es simultáneamen-
te un delito del totum systema y un delito de los infractores individuales”.
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48 Cf. Lev., p. 3 [Prefacio]: “No hablo de los hombres, sino en abstracto de la sede
del poder”, y p. 244 [XXX.29], donde aclara que independientemente de
quién lo ocupe, “el derecho manifiesto al poder soberano es una cualidad tan
popular, que quien lo tiene no necesita más que ser visto gobernando abso-
lutamente a su propia familia para ganarse los corazones de sus súbditos”.
49 Quintiliano, Instit. Or., p. 392 [IX.2.32]
50 MacLean (1998, p. 14) no alcanza a ver que el planteo hobbesiano incluye la
tematización de la responsabilidad y el castigo para los representantes de las
corporaciones de un modo equivalente al de Zazius. Por otra parte, no sos-
layamos que Hobbes es deudor de la mayor contribución de los post-
glosadores que, como alega Canning (1980, pp. 12-3), consistió en superar la
“tendencia [de sus antecesores] a identificar a la corporación con sus miem-
bros… [e] ir más allá de esta concepción mediante la consideración del popu-
lus como una entidad legal abstracta en tanto corporación”.
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51 Como afirma Gierke (1881, III, p. 402): “la cuestión más fervorosamente dis-
cutida de todo el derecho de corporaciones es el lugar de la corporación en
plano del delito”. Maitland en (1900, pp. xix y xxxix) y Ullmann (1978
[1948], p. 77) sostienen la misma posición.
52 Innocentius, 1481, [V.39.52], fo. 506 (Glosa Consiliarios). Para leer el texto de
Inocencio, difícil por la cantidad de abreviaciones que utiliza, nos ayudamos
con la versión más acendrada de Eschmann (1946, pp. 29-31)
53 Cf. Innocentius, 1481, [V.39.64], fo. 510 (Glosa Culpabiles). Eschmann (1946,
p. 8, n. 25) explica que “los únicos cuerpos que eran excomulgados con fre-
cuencia eran los capítulos colegiados, los concejos de las ciudades y otros
grupos similares". Como advierte Kantorowicz (1957, p. 305), “la tendencia
general a tratar los varios collegia eclesiásticos como si fueran personas
reales y pudieran ser castigados y excomulgados tiene que haber estado muy
avanzado para el momento en que Inocencio encontró necesario definir
inequívocamente el carácter de estas personas colectivas”. Michaud Quantin
(1970, p. 333) entiende que se trata de “un documento de circunstancia”
contra el abuso de la excomunión a los capítulos subordinados por parte de
la comunidad eclesiástica de Reims. Clarke (2007, p. 27, n. 50) dice al respec-
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dad por sí misma son tales como establecer estatutos, conceder jurisdiccio-
nes, imponer contribuciones [collectas] y similares. En estos asuntos, puede
delinquir una corporación” (p. 560, De Poenis, 4). Tanto Gierke (1881, III, p.
403) como Ullmann (1978, p. 87) y Skinner (2018, p. 28) destacan la capaci-
dad que las universidades tienen de delinquir en el planteo de Bartolo.
57 Ibid.
58 Así lo resume Bartolo (1588, p. 560, De Poenis, 5): “Inoc[encio] sostiene que
una corporación no puede ser castigada en el plano criminal [criminaliter],
pero sí puede ser imputada en el orden civil [coveniri civiliter]… Las razones
que movían a Inoc[encio] eran las siguientes: Si una corporación es castigada
criminalmente, entonces son castigados los pupilos y los infantes que no
participaron [consenterunt] [en el delito]. Esto sería inequidad”.
59 Cf. la conclusión de Canning (1980, p. 17) en este sentido.
60 Cf. Michaud Quantin (1970, p. 327) en su referencia a la aversión de la doc-
trina medieval a castigar a una multitud: “La cuestión que se suscita en estos
casos no es un asunto de culpabilidad… Los autores se limitan a constatar
que si se inflige un castigo a un montón de personas a la vez, aún si este es
condigno, el remedio es peor que la enfermedad, pues hay muchas chances
de que a su falta primitiva se le sumen un rechazo o una revuelta que termi-
nan agravando la situación”.
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65 Cf. supra, n. 685. Como explican Eschmann (1946, p. 34), Tierney (1955, p.
101), Rodríguez (1962, pp. 289-90) y Ullmann (1978, pp. 85 y 95-6), la cohe-
rencia y univocidad de la teoría de la persona ficta son exógenos y atribuibles
mayormente a la construcción que Gierke y Savigny hacen de los post-
glosadores.
66 Esto no quiere decir que el recurso de la prosopopeya no ofrezca facilidades
para la imputabilidad. De hecho, Tamen (2001, pp. 81-5) reconstruye el
modo en que la prosopopeya posibilita la imputación de un daño a un objeto
sin vida: “Convertirse en una persona (que es el equivalente a adquirir una
máscara) significa, entre otras muchas cosas, ser considerado responsable
–y cualquier cosa, en principio, puede ser considerada responsable. La
razón… es simplemente que ser responsable no es un asunto de poseer
determinados caracteres (como un alma, la capacidad de moverse o el len-
guaje), sino de ser considerado de cierta manera” (p. 85).
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haya una gran multitud, si sus acuerdos están dirigidos según sus particula-
res juicios… fácilmente son sometidos por unos pocos que están en perfecto
acuerdo…” (Lev., p. 118 [XVII.3-4]).
75 Por el contrario, Schmitt ( 1957 [1928], p. 212) se sirve del ejemplo del See-
räuber para destacar la distancia entre la “representación [Repräsentation]…
que figura [darstellt] y concretiza el principio espiritual de la existencia polí-
tica” y “la administración y los encargos [Verwaltung und Geschäftsbesorgung]”
de agentes que exponen los intereses particulares de un grupo. “Que el
gobierno de una comunidad ordenada es distinta al poder de un pirata, no se
comprende a partir de las ideas de justicia, utilidad social y otras normativi-
dades, pues todas esas normatividades pueden corresponder también al
pirata. La diferencia consiste en que todo gobierno auténtico representa la
unidad política de un pueblo, y no al pueblo en su existencia [Vorhandensein]
natural”. Acerca de la diferenciación entre Repräsentation y Vertretung, cf.
Dotti (2014, pp. 49-53).
76 Lev., p. 164 [XXII.32]
77 Cervantes (1614, fo. 71v)
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El Leviatán como prosopopeya • 377
La multitud recelada
Volvamos unos instantes sobre nuestros pasos. ¿Por qué
concibe Hobbes a los titulares de los grupos como porta-
dores de un grado de responsabilidad diferente al de los
súbditos comunes? El reverso de esta apreciación es el apla-
namiento total de la capacidad de actuación del pueblo.
Para graficarlo, rememoremos la observación desapacible
que Hobbes hace de las clases populares:
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83 Tanto Baumgold (1988, pp. 2, 27, 59-60 y 120-2) como Kateb (1989, pp.
363-6) y Hanson (1993, p. 654) han enfatizado la indefensión a la que, al
parecer de Hobbes, están sometidos los súbditos comunes ante las manipu-
laciones de la élite. Ashcraft (1978, pp. 31-2 y 46) destaca el pesimismo hob-
besiano en relación a las preocupaciones de la gente común, que no se ele-
van más allá de sus intereses individuales. Shapiro (1983, p. 165) cree que
“independientemente de su miedo a las masas, Hobbes reconoció, con una
suerte de previsión tocquevilliana, que iban a conformar la materia de la
política del futuro”. Springborg (1997, pp. 280 y 287) ha afirmado que la
posibilidad de manipular a las masas a través de los espectáculos con el fin
de civilizarlas y pacificar la arena pública era uno de los elementos centrales
de la teoría de Hobbes. Jakonen (2013, pp. 65-7) defiende una posición simi-
lar. Recientemente, Davis (2017, p. 180) ha intentado relativizar esa opinión
alegando que “una teoría política dependiente del consenso y la complicidad
popular… ofrecía acceso a una cultura política más popular y un medio por
el cual los menos educados pudieran reconocer las obligaciones y participar
racionalmente de la construcción de una sociedad pacífica y estable”.
84 De Cive, p. 230 [X.7]; traducción modificada.
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85 Lev., p. 233 [XXX.6]. Cf. también Beh., p. 302 [fo. 69r]: “El pueblo común no
comprende nada acerca del bien y del mal por su propia elucidación”.
86 Como siempre, existe un amplio elenco de antecedentes en este respecto.
Por ejemplo, el decreto de Inocencio III: “Cuando hay que juzgar a una mul-
titud, debe evitarse la severidad Cum multitudo est in causa, detrahendum est
severitati (Cf. al respecto Eschmann, 1946, pp. 14-5) o el de Graciano: “el
pecado cometido por una multitud o por un individuo en cuyo derredor se
agrupa una multitud no ha de ser castigado sino deplorado” (Citado en Cho-
dorow, 1972, p. 233, n. 43). Bartolo (1588, p. 560, De Poenis, 1]) entendía que
“Cuando un delito es cometido por muchos y así consta, en esos casos la
pena contra la multitud será restringida [propter multitudinem poena mini-
etur]”. Ullmann (1978, pp. 80 y 84), da cuenta de las exigentes condiciones
que Basanio reclamaba para probar la responsabilidad de la corporación
toda. Por un lado, la presencia constatable de insignias de la comunidad (o
de signos de su agrupación asamblearia, como el sonar de las campanas) pre-
via al acto delictivo y la presencia de las autoridades corporativas en el
hecho.
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97 Tanto Tuck (2000, pp. 105-6) como Butler (2006, pp. 469-70, 475) hacen
énfasis en el carácter manipulable que Hobbes le adscribe al pueblo en estas
obras tempranas.
98 Three Discourses, p. 38 [241]. Esta apreciación reaparece en Lev., p. 244
[XXX.29]: “aquellos que por medio de la violencia suprimieron el poder de
su legítimo soberano, se vieron continuamente forzados, antes de poder ins-
talarse ellos mismos en su lugar, a confeccionar sus títulos de manera tal de
evitar que el pueblo se sintiera avergonzado de aceptarlos”.
99 Three Discourses, p. 88 [376]
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100 Rousseau, Du Contrat Social, 1782, p. 244 [III.18], ensaya una oposición de
base análoga entre “acte régulier et légitime” y “tumulte seditieux”.
101 Beh., p. 107 [fo. 2r]. En esta apreciación de Hobbes, resuena la de Tucídides
en History, EW VIII, p. 26 [I.23]: “en cuanto a esta guerra, duró tanto e hizo
un daño tal a Grecia que nunca se había visto algo similar en estos lugares.
Pues nunca hubo tantas ciudades expugnadas y desoladas, ni por los bárba-
ros ni por los griegos luchando entre sí… ni tantos exilios y masacres, ya sea
por la guerra o por la sedición, como ocurrió en esta”.
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muerte, se sigue no sólo que los ciudadanos, aunque inocentes, son jurídicamente
imputables [puniri iure posse], sino que la sociedad política se disuelve en un
estado irregular y bifronte [bicipitem]” (Ibid., énfasis nuestro).
106 Lev., p. 42 [VI.37]
107 Lev., p. 221 [XXIX.1]
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bién (p. 118): “la eliminación de las diferencias, que exaspera los odios, pero
también los vuelve perfectamente intercambiables, constituye la condición
necesaria y suficiente de la unanimidad violenta”. Guinzburg (2008, p. 5)
llama la atención sobre el término con el que Tucídides describe el estado
de cosas que se suscita con la plaga: la anomia, que “ineluctablemente nos
recuerda al estado de naturaleza de Hobbes”. También Evrigenis (2014, p.
192) advierte la conexión entre el estado de naturaleza y la peste ateniense,
y la define como “la desintegración de la sociedad civil a través de un
individualismo radical”.
127 Lev., p. 165 [XXII.33]
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128 Como explica Schmitt (1963, p. 91), “todo intento de preservar o delimitar
[Hegung oder Begrenzung] la guerra debe tener en cuenta que la enemistad es
un concepto primario en relación con el concepto de guerra y que la distin-
ción entre distintos tipos de guerra está precedida por la discriminación
entre varios tipos de enemistad”. Al respecto, es interesante también la dis-
tinción categorial que introduce Kleemeier (2002, p. 135): “Las distintas
semánticas de las expresiones ‘guerra’ y ‘bellum’ juegan su papel en Hobbes.
Guerra… proviene del alemán antiguo werra, que significaba confusión o
desorden. Por el contrario, el término latino bellum tiene su raíz en duellum,
esto es, fundamentalmente una disputa violenta de derechos entre partidos.
Ambas connotaciones no sólo son diferentes, sino en cierto modo contra-
dictorias… Lo interesante es ver cómo se mezclan entre sí… la guerra se
refleja en la descripción del estado de naturaleza como un ámbito de caos
radical… Por otro lado, el contenido formal de bellum se manifiesta en la
categoría jurídica del derecho a todo que corresponde a todo individuo en
estado de naturaleza. En esta caracterización, el teatro de guerra se estructu-
ra en función del enfrentamiento entre combatientes que cuentan con un
status jurídico”.
129 Lev., p. 165 [XXII.34]
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132 Acerca del año 1640, recuenta Braddick (2008, pp. 96-7): “Había un apetito
vivaz e indetenible por novedades y rumores. Los discursos de Pym y Rous
del 17 de abril [en contra de la disolución del Parlamento] habían sido leídos
a partir de escritos, reflejando probablemente la intención de circularlos
fuera de los muros del Parlamento. Era una práctica mal reputada, pero que
se había tornado muy común”. Cf. también (p. 632, n. 59): “Las muchedum-
bres eran útiles para Pym y los demás, y eso hace que la acusación [de que
manipulaban la opinión pública] plausible. Incluso dentro del Parlamento se
los acusaba de ello”. Ya Hill (1975, p. 22) había identificado esta utilización
parlamentaria de los tumultos: “cuando [los miembros d]el Parlamento Lar-
go se encontraron con un rey que se negaba a someterse a sus demandas, se
vieron forzados a buscar apoyo fuera del círculo privilegiado de la clase
gobernante. En Londres, muchedumbres de manifestantes solían reunirse
en Westminster en momentos de crisis”.
133 Beh., p. 200 [fo. 35r], énfasis nuestro.
134 Lev., p. 73 [XI.20]
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145 Ibid. Como explica Tucídides con relación a la peste, los –presuntos– sabios
o conocedores del métier son los primeros que caen: “Al principio, los médi-
cos no sólo fueron incapaces de curarla, pues ignoraban de qué se trataba,
sino que también fueron los que más rápido murieron, por ser quienes más
se acercaron a los enfermos” (History, EW VIII, p. 202 [II.47])
146 Lev., p. 71 [XI.4]
147 Hobbes menciona el funcionamiento normal del órgano de gobierno londi-
nense en Beh., pp. 291 [fo. 65v], 296 [fo. 67r], 299 [fo. 68r], y en pp. 312-3 [fo.
72r], relata cómo es sustituido por un consejo de cuarenta notables.
148 Beh., pp. 296-7 [fo. 67v]
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153 Beh., p. 137 [fo. 12v]; énfasis nuestro. Seaward (ibid., n. 49) arriesga que Hob-
bes se está refiriendo “probablemente a Robert Dudley, conde de Leicester
(1532/3-88), patrón del clero puritano durante el reinado de Isabel”.
154 Clausewitz (2005, p. 209) tiene una apreciación clara de ese encabalgamien-
to entre regularidad e irregularidad. En referencia a la guerra de insurgencia
o Landsturm, indica: “es el propio gobierno el que suscita la tormenta y se
mantiene como su dominador. En general, es capaz de proveerle al Lands-
turm la dirección adecuada y dirigir todas sus fuerzas hacia un objetivo”.
Schmitt (1963, p. 23) partiendo del clivaje entre regularidad e irregularidad,
advierte que “ambos opuestos se mezclan [aufgelöst werden] en la guerra
revolucionaria y de ella emergen innumerables grupos y formaciones semi-
y para-regulares. El guerrillero armado depende siempre de una coopera-
ción con una organización regular”. Más recientemente, Deleuze y Guattari
(2002, pp. 359-68) han analizado estos dos modos polares de organización
(y sus articulaciones) bajo las nociones de “máquina estatal” y “máquina
nomádica”.
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hablar al muñeco, todo está dispuesto de manera tal que la figura se disocia,
se desafilia, se independiza de su origen… El muñeco nunca habla por o
en nombre de su animador. Es representado de modo tal que se supone
que habla por sí mismo”. Recientemente, Bredekamp (2017) ha estudiado
el fenómeno de cómo las obras de arte pueden ser entendidas como actos
de habla a través de las inscripciones que los autores ponían en ellas (v.g.,
Johannes de Eyck me fecit). Cf., máxime, el caso de la estatua romana conocida
como Pasquino: “La práctica de adosarle pedazos de papel a la escultura o
de exhibirlos en su derredor la convirtió en un pilar publicitario para la
polémica política… En el momento preciso en que Pasquino se asentó en su
rol de crítico de la sociedad fue que empezó a hablar en primera persona del
singular. Con el fin de proteger las sátiras unidas a ella, la figura comenzó
a ser considerada una statua parlante, por cuyas afirmaciones nadie podía ser
responsabilizado” (pp. 74-5, énfasis nuestro).
157 Lev., p. 304 [XXXVII.10]
158 Lev., p. 304 [XXXVII.12]
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159 Lev., p. 465 [XVLI.18]. Leijenhorst (2007, p. 102) ha apuntado acerca de estas
operatorias que “párrocos y vicarios, estimulaban las inclinaciones idólatras
y, por ende, potencialmente sediciosas del pueblo fundamentándose en la
descomunal reificación de lo que son simplemente ficciones de la mente”.
160 Ésta es la conclusión a la que arriban Runciman (2000, p. 276) y Turner
(2016, p. 214).
161 Acerca de los conjuros, explica Hobbes que “las palabras no tienen efecto
más que sobre quien las escucha… Por eso, cuando un palo parece conver-
tirse en una serpiente, o el agua en sangre, o cualquier otro milagro parece
haber sido realizado por un encantamiento… ni el palo ni el agua, ni ningu-
na otra cosa ha sido encantado, es decir, transformado por medio de pala-
bras, sino el propio espectador” (Lev., p. 304 [XXXVII.11]
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165 Lev., pp. 18-9 [II.8]. Es en vistas a estos pasajes, que Pacini (2008, p. 103) con-
sidera –erróneamente a nuestro juicio– que “[Hobbes] desactivó el tropo de
la prosopopeya o la práctica retórica de adscribir una personificación a una
cosa abstracta”.
166 Lev., p. 465 [XLVI.18]
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170 El riesgo del dominio total de la máscara sobre su portador tiene su expre-
sión irónica en la película The Mask (1994). En términos de Cooren (2011, p.
90): “Estos seres… nos guste o no, nos hacen hacer cosas (nosotros somos
sus muñecos y ellos nuestros ventrílocuos) tanto como nosotros les hacemos
hacer cosas (en este caso, ellos son los muñecos y nosotros los ventrílocuos).
171 Lev., p. 55 [VIII.21]
172 Lev., pp. 54-5 [VIII.21]
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Et tu, Hobbe
Con un afán menos digresivo que ampliatorio, creemos que
esa tensión entre regularidad e irregularidad contemplada
desde la óptica de la responsabilidad política es la instan-
cia axial que convierte en tragedia a la matanza de Julio
César. En el Leviatán Hobbes intenta desenlazar el enredo
entre representatividad y tumulto cuando contrapone la
sentencia a muerte de Catilina, un acto colectivo del Senado
romano, al asesinato del César, el producto de los múltiples
actos particulares de distintos senadores. En lo que atañe a
esta discriminación, encuentra inconcebible que
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177 Como explica Condren (2006b, p. 67) toda persona y office tienen su incoa-
ción en un juramento o una ceremonia de aceptación: “Los juramentos a
menudo elaboraban en detalle los deberes que definían a la persona, expo-
niendo las responsabilidades que justificaban sus libertades en el office y
dotando así a los demás de un criterio para justipreciar la conducta. Esas
pautas transformadoras y afirmativas de inducción en un office otorgaban
una dimensión religiosa a la identidad, tanto de una partera como del
monarca. Eran al mismo tiempo una bendición y una condena en el caso de
que la persona abusara de su posición”. Por otra parte, Girard (1990, p. 402)
ha analizado cuidadosamente los mecanismos miméticos que terminan arti-
culando al colectivo unificado de conspiradores y ha distinguido dos roles
representativos: “El instigador de la conspiración es Casio y sus maniobras
son representadas exhaustivamente. Una vez que la conspiración se convir-
tió en una realidad, Bruto acepta conducirla, pero su verdadero progenitor
es Casio, quien es la figura dominante al principio”.
178 Shakespeare, Julius Caesar, p. 27 [II.1.114-19]
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191 Como expresa Velz (1971, p. 21): “La caída de Antonio en Actium y el esta-
blecimiento de la pax romana con Augusto en el ápice de la fortuna de forma
semi-permanente están implícitas en el desenlace de Julio César”.
192 En el Lev., p. 18 [II.7] menciona que “los historiadores relatan” la aparición
fantasmal de César a Bruto “como si fuera una visión”. Malcolm (Lev., p. 32,
n. g) refiere como fuente a Plutarco, Vida de César, 69, y Vida de Bruto, 48, los
mismos textos de los que se sirvió Shakespeare para confeccionar su drama.
Colclough (2009, p. 229) menciona una alusión de Ben Jonson –amigo per-
sonal de Hobbes– en su Every Man out of his Humour al discurso de Antonio y
su desprecio a las multitudes bestiales. El plexo común de nociones nos hace
inferir que Julio César es un espejo apropiado para analizar la categoría de
facción conspiradora tal como la entiende Hobbes.
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Conclusiones
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2 Esta tesis es defendida por Skinner (1996, pp. 285-6), Condren (2006a, p. 65)
y Rancière (2012, p. 102).
3 Así lo expresa Brito Vieira (2005, p. 177): “La exclusión de los ciudadanos/
súbditos de ‘lo público’ ocurre fundamentalmente porque darse a uno en
representación es, para Hobbes, rehuir voluntariamente a la política o, como
él preferiría expresarlo, liberarse de la carga de participar en la conducción
de los asuntos públicos”.
4 Cf., por ejemplo, Böckenförde y Dohrn-van Rossum (1978, p. 555): “Como
muestra el frontispicio, ya no se trata de la unidad de la diversidad aludida
permanentemente por la tradición, sino de la identidad universal que derri-
ba las distinciones de clase a través de la sumisión bajo el titular de la sobera-
nía”. Baumgold (1988, p. 80) rebate esta apreciación acerca de la indiferen-
ciación de los súbditos.
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11 Lev., pp. 80-1 [XII.18] De hecho, éste es un punto de contacto con los esco-
lásticos, quienes se referían a la gravedad o “pesadez” de las cosas, “[c]omo si
las piedras y los metales tuvieran deseos o pudieran discernir el lugar en el
que les gustaría estar, tal como hacen los hombres” (Lev., pp. 467-8
[XLVI.24]).
12 V.g., Morgenthau (1951, p. 34); Aron (2003 [1962], pp. 140-6, y 580); y, en
tono crítico, Beitz (1979, pp. 8, 28 y 33). Malcolm (2002, pp. 433-4) y Armi-
tage (2013, pp. 71-2) hacen un repaso completo de estas posiciones.
13 History, EW VIII, p. 81 [I.75]
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14 Cf. Elements, p. 104 [XIX.2], De Cive, p. 176 [V.3], Lev., p. 118 [XVII.3]
y, supra, pp. 174-5.
15 Cf. Elements, p. 107 [XIX.9]; De Cive, p. 180 [V.10]; Lev., p. 159 [XXII.16] y p.
161 [XXII.20]; y supra, p. 168
16 Beh., p. 145 [fo. 15r]
17 Lev., p. 90 [XIII.12]
18 Dialogue, p. 12 [EW VI, pp. 7-8]; énfasis nuestro.
19 Beh., p. 149 [fo. 16r]
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26 Beh., p. 145 [fo. 15r]. Cf. también Beh., p. 149 [fo. 16r]: los escoceses “estima-
ban la gloria de Inglaterra como una reducción [abatement] de la propia”.
27 De Cive, p. 176 [V.2]
28 Beh., p. 332 [fo. 80r]
29 Lev., p. 284 [XXXV.13].
30 En este respecto es interesante notar que Hobbes dedica su atención al
modo en que los lugares de poder modifican las pasiones los representantes:
“Los reyes, cuyo poder es el máximo se esfuerzan por garantizarlo al inte-
rior, mediante leyes, y en el exterior, mediante guerras. Cuando cumplen
con eso, les sobreviene un nuevo deseo. A algunos, la fama proveniente de
una nueva conquista, a otros, la disipación y el placer sensual, a otros, ser
admirados o alabados por la excelencia en algún arte u otra habilidad inte-
lectual” (Lev., p. 70 [XI.2]). Cf. también Elements, p. 45 [VII.7].
31 Lev., p. 181 [XXV.15]
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32 Hume (1994, p. 34) examina a las facciones en función de estos dos ejes: “Las
facciones podrían ser divididas en PERSONALES y REALES, es decir, en
facciones fundadas sobre la amistad personal o la animosidad entre aquellos
que componen las partes disputantes, o fundadas en alguna diferencia real
de sentimientos o intereses… Debo reconocer, empero, que rara vez se
encuentra un partido de estos en forma pura y sin mezclar”. Agradezco a la
Profesora Christine Chwaszcza la referencia a este pasaje.
33 De Cive, p. 134 [I.5]
34 Beh., p. 261 [fo. 56r]
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35 Acordamos con Baumgold (1988, pp. 14-5) cuando afirma: “Al caracterizar
el texto del argumento político hobbesiano como un análisis estructural de
instituciones y roles, no quiero implicar que atribuye realidad ontológica a
unidades sociales independientemente de los individuos que las componen.
No lo hace… Las instituciones y roles tienen una importancia intrínseca en
sus discusiones sobre la actuación de los gobiernos y las obligaciones políti-
cas de los individuos”.
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Bibliografía
Textos fuente
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432 • El Leviatán como prosopopeya
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Textos secundarios
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434 • El Leviatán como prosopopeya
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El Leviatán como prosopopeya • 435
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436 • El Leviatán como prosopopeya
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