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“CUENTOS DE LA FLORA Y LA FAUNA”


EDUCACIÓN AMBIENTAL INFANTIL
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DIRECTORIO

LIC. MIGUEL ÁNGEL CORREA JASSO


Director General

LIC. JAIME A. VALVERDE ARCINIEGA


Secretario General

DR. JOSÉ ENRIQUE VILLA RIVERA


Secretario Académico

DR. BONIFACIO EFRÉN PARADA ARIAS


Secretario de Apoyo Académico

DRA. MARÍA DE LA LUZ PANIAGUA JIMÉNEZ


Secretaria de Extensión y Difusión

LIC. RICARDO HERNÁNDEZ RAMÍREZ


Secretario Técnico

LIC. FRANCISCO GUTIÉRREZ VELÁZQUEZ


Secretario Ejecutivo de la Comisión de Operación
y Fomento de Actividades Académicas

ING. MANUEL QUINTERO QUINTERO


Secretario Ejecutivo del Patronato
de Obras e Instalaciones

DR. ADOLFO MARTÍNEZ PALOMO


Director General del Centro de Investigación
y Estudios Avanzados

ING. JULIO DI BELLA ROLDÁN


Director de XE-IPN-TV Canal 11
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GRISELLE J. VELASCO RODRÍGUEZ

“CUENTOS DE LA FLORA Y LA FAUNA”


EDUCACIÓN AMBIENTAL INFANTIL

Instituto Politécnico Nacional


Centro Interdisciplinario de Investigación
para el Desarrollo Integral Regional, Unidad Oaxaca
— M é x i c o —
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Cuentos de la Flora y la Fauna

P RIMERA EDICIÓN: 2002

D.R. © INSTITUTO P OLITÉCNICO NACIONAL


Dirección de Publicaciones
Tresguerras 27, 06040, México, DF

ISBN:

Impreso en México / Printed in Mexico


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SINOPSIS DE LA OBRA CUENTOS


DE LA FLORA Y LA FAUNA

Este libro de cuentos trata de incentivar la imaginación


de los niños, así como de inculcar valores espirituales que
a la fecha la sociedad está perdiendo. En los cuentos los
personajes muestran sentimientos tales como: el valor, el
sacrificio, el amor al prójimo, la amistad, la humildad,
etc., así como la recompensa que estos sentimientos y ac-
ciones traen a la vida de quienes las realizan. También se
resaltan las actitudes negativas, tales como: la presunción,
la burla, la maldad, la discriminación, la ambición y el
ocio, así como sus repercusiones o castigos.
Es a través de la interacción y de las pláticas de los per-
sonajes de la flora y la fauna que estos sentimientos y
valores sobresalen de una manera sencilla y clara, para
ser fácilmente captados y asimilados por los niños y jó-
venes que los leen.
Espero que estas enseñanzas de carácter fantástico ayu-
den a la formación de una conciencia espiritual y ecológica
que conduzca a los niños de hoy a una vida mejor como
hombres del mañana.

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ÍNDICE

I. El árbol tonto ......................................................... 15

II. El mejor traje ......................................................... 25

III. Dulce victoria ........................................................ 37

IV. La historia de Col y Bri ........................................ 45

V. El niño corazón ..................................................... 51

VI. Los huaraches ....................................................... 59

VII. Caballito de mar ................................................... 69

VIII. El nuevo Sol ........................................................... 73

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A LOS PADRES DE FAMILIA

He escrito estos cuentos con la finalidad de que los niños


sepan que todos los seres vivos tienen forma de sentir
que aún son incomprensibles para nosotros los humanos,
y que tanto el reino vegetal, animal y mineral, forman
parte importante de nuestro entorno y de nuestra vida,
puesto que dependemos de su actividad para sobrevi-
vir. Así mismo, estos cuentos a través de sus personajes,
buscan la reflexión de los niños a fin de que se concep-
túen como seres integrados a la naturaleza, en donde la
solidaridad, el amor, la humildad, la benevolencia, la ter-
nura, el trabajo, los ideales y otros valores éticos son par-
te medular para lograr el equilibrio armónico espiritual
de la humanidad. Su aprehensión y aplicación en todos
los actos de su vida se reflejará en el logro de la amistad,
el amor y la paz, que en suma generan la felicidad que
todos los hombres necesitan a lo largo de su vida.

La autora

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A MANERA DE PRÓLOGO

Gris:

Creo que estamos de acuerdo en que la Educación Am-


biental es un proceso comunitario que consiste en reco-
nocer valores y clarificar conceptos, con el objetivo de
fomentar las actitudes y aptitudes que permiten a las per-
sonas conocer, comprender y apreciar las relaciones de
interdependencia entre el hombre, su cultura y su medio
ambiente1 .
En “Cuentos de la flora y la fauna”, compartes con
nosotros de manera conmovedora, esa parte de tu ser que
te permite valorar la profunda magia y sabiduría de nues-
tras raíces humanas, mismas que se caracterizan por una
necesaria concepción armónica de la naturaleza. En di-
cho pensamiento (tal como se palpa en cada uno de los
cuentos), resultan contranaturales el egoísmo, la sober-
bia y todo aquel sentimiento que no reconozca a cada
ser creado en su invaluable grandeza y le respete el dere-
cho a desarrollar plenamente sus cualidades, como parte
importante de un todo.

1
Reunión Internacional sobre Educación Ambiental en los Planes de Estu-
dios Escolares, organizada por la Comisión de Educación de la Unión
Internacional para al Conservación de la Naturaleza y sus Recursos/
UNESCO, 1970.
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14 CUENTOS DE FLORA Y FAUNA

En el angustioso diálogo entre Yolohtli y Chayotli, se


cuestiona una de las máximas aberraciones del “mundo
civilizado”, el grado de aceptación social de un individuo
está en función de restar oportunidades a sus semejantes.
Paradójicamente, desde el punto de vista histórico el pe-
riodo civilizado se inicia cuando los pueblos desarrollan
la comunicación escrita hace unos 6000 años, coincidien-
do con el derrumbe de casi dos millones de humanización
socializada y con el surgimiento de clases sociales antagó-
nicas.
Gal nos hace reflexionar que el fruto del esfuerzo más
valioso, “no-es” el más ostentoso. Chanín y su madre
hablan de biodiversidad y analizan al hombre, ese
inconforme animal humanizado. Bip Zip nos muestra la
fuerza que da la convicción y Zip Paz las consecuencias
de la desmedida ambición. Col y Bri son enternecedor
ejemplo de amorosa unión.
De las enseñanzas de amor, solidaridad, humildad y tra-
bajo que comparten los personajes de la flora y la fauna
nos debemos nutrir todos, pero de manera impostergable
las mujeres y los hombres del futuro, aquellos que con es-
peranza nos han encomendado el presente.

Con afecto

Biólogo Ignacio Piña Espallargas.


EL ÁRBOL TONTO 15

EL ÁRBOL TONTO

A ntes de que el hombre apareciera sobre la Tie-


rra, la Madre Naturaleza se reunió con la flora
que tiñe de verde al mundo para decirle:
—El Rey del universo poblará pronto la Tierra con nue-
vos seres que serán llamados hombres, y por eso ustedes
deberán producir frutos alimenticios para su sustento,
plantas medicinales y las más hermosas flores para ale-
grar a la vista. Hoy es 21 de marzo. Tienen el plazo de un
año para presentar el producto de su trabajo, quien no lo
hiciera así, será echado a la hoguera y quemado como
basura. Los dejo en libertad para elegir colores, sabores y
aromas que pueden obtener del suelo, del Sol y de la vida
misma. Nos reuniremos aquí dentro de un año.
Diciendo esto se retiró, seguida de una doncella que
siempre la acompañaba a todas partes.
Las plantas quedaron preocupadas y pronto cada una
de ellas empezó a proyectar cuál sería su fruto, para que
aparte de original, gustara a la Madre Natura y también
por miedo a los horrores de la hoguera.
—Mi fruto será muy dulce —dijo el árbol de mango.
—El mío, dulce y agrio y lo pintaré de amarillo, ade-
más, le pondré una corona de hojas erectas y verdes como
el maguey —terció la piña.
—Como no sea igual a mi corona, haz lo que gustes.
Dijo la granada.

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16 CUENTOS DE FLORA Y FAUNA

—Espero que no vayas a copiar la forma de mi fruto.


Dijo el mango al naranjo.
Y así se advirtieron los demás árboles, de suerte que
cada fruto tiene, hasta hoy día, diferente sabor y forma.
Otros árboles, preocupados y serios murmuraban en-
tre sí:
—Nosotros los árboles que no tenemos frutos comesti-
bles tenemos más experiencia que cualquier otra planta
porque ofreceremos al hombre nuestro cuerpo, que es la
madera para construir su casa, sus muebles —comentó
el ahuehuete, dirigiéndose al roble, para agregar:
—Dicen que más sabe el diablo por viejo que por dia-
blo. Por mi parte, yo he de decirles que lo único que pue-
do producir es sombra, pues demasiado tarde la Madre
Naturaleza ha pedido frutos.
—¡Cierto! —dijo el roble. Y el amate, que veía al viejo
árbol con atención, agregó:
—A no ser que alguien llegue a descubrir que de nues-
tro tronco se saca el papel que convertido en libros ayu-
dará a leer a los habitantes de este planeta.
—Tienen razón, abuelitos —respondió el eucalipto —
debemos elaborar productos útiles a los hombres, aun-
que a la vista no parezcan bellos. Tal vez yo pueda
producir una medicina para los bronquios, mediante el
té que se producirá de mis hojas.
—Y yo tal vez pueda elaborar una materia elástica que
sirva para que jueguen la pelota los atletas indígenas —
terció el guayule.
—Con mis varas barreré y limpiaré las calles —respon-
dió el humilde otate.
Y así siguieron planeando y platicando sus proyectos
todas las plantas habidas y por haber. Pasaba el tiempo y
la armonía que en el reino vegetal siempre había prevale-
cido, ya no existía, pues todas murmuraban en silencio y
EL ÁRBOL TONTO 17

se criticaban entre sí, ya que querían usar al mismo tiem-


po los colores y guardaban con celo la fórmula de sus
perfumes y sabores que planeaban lucir
—Han igualado mi fruto —gruñó el naranjo.
—No es verdad eso —contestó enojada la toronja— el
mío es mucho más grande y sofisticado.
—Y el mío es bonito. ¡Miren!, tiene una naricita que
ninguno de ustedes puso —dijo molesta, la lima.
Mientras seguían el mismo alegato la cereza y el
capulín, la lima limón con la mandarina, la guanábana
con la chirimoya, el aguacate con el chineney y la pera
con la manzana; entre las flores pasaba lo mismo.
—¡Has copiado mi forma! —gritó el alcatraz al anturio.
—¡Estás equivocado! Mira mi color —contestó enoja-
do el anturio.
—Yo me pondré mucho perfume y nadie podrá con-
fundirme, pues seré el más bello y perfumado —gritó en-
tusiasmado el jazmín.
—Falta que me deje —refunfuñó el nardo.
La margarita y la dalia se miraron con celo, pues se
parecían mucho. En la pelea, la margarita perdió muchos
pétalos que la dalia le arrancó, por lo que ésta, triunfante,
sentenció:
—Así te quedarás, con menos pétalos que yo.
Lo mismo pasó con el algodón y con el diente de león,
y éste quedó tan espantado por la golpiza que el algodón
le propinó, que hasta la fecha, con sólo cortarle el débil
tallo se deshace y vuela por los aires.
Otras plantas estaban inconformes y protestaban.
—¡Bah!, cuánto escándalo por los nuevos seres. Todo
el mundo fabrica perfumes y sabores dulzones para
agradarlos. Yo elaboraré un sabor picante que hará que
su boca huela mal y sus ojos lloren al morderlo —dijo la
cebolla.
18 CUENTOS DE FLORA Y FAUNA

—¡Eso es!, mi fruto será en forma de dientes y también


hará que su boca huela mal —terció el ajo.
—Yo haré que el hombre al morderme, sienta en la boca
como si le picaran las hormigas y avispas y salga corrien-
do a tomar agua —dijo sonriendo el diminuto chile piquín.
—¡Ja, ja, ja! —rieron todas.
—Yo haré que se maree al tomar mi blanquizco jugo y
haga muchas visiones y azotará por los suelos —dijo con
sarcasmo y retorciéndose de risa el maguey
—Sí, sí —contestaron los presentes para agregar—; sí
que azote y se dé un porrazo por vicioso.
Había pasado el tiempo y ya todos sabían cómo serían
sus flores y sus frutos, sólo un árbol no sabía qué hacer.
Este pobre se llamaba a sí mismo Gal.
—Si hago una bola con agua adentro, dirá el cocotero
que le copié, y si lo hago con otra forma van a protestar
otros, pues ya no me dejaron nada.
Pasaron los días y las semanas y Gal seguía silencioso,
pues no daba pie con bola. Las demás plantas y flores se
burlaban del pobre Gal.
—No, no, Gal no tiene cerebro ¡ja, ja, ja,!
—No, no, Gal, cabeza dura, ideas de humo, ja, ja, ja, ja.
—¡Gal, Gal, Gal, a que yo le doy a que tú le das, Gal,
Gal, Gal, Gal!
Y nuestro amigo Gal se preocupaba y lloraba. Y así
pasaban los días y el plazo dado por la Madre Naturaleza
se iba acortando. Hasta que al fin, llegó de nuevo el 21 de
marzo, por lo que muy de mañana se presentó la Madre
Naturaleza acompañada del Juez Mayor y su doncella, y
llegando hasta sus súbditos les dijo:
—He aquí el señor juez que ha de juzgar sus frutos,
pues yo, como madre de ustedes, no podría decir si éstos
son buenos o malos, pero él sí juzgará de manera impar-
cial. Mi doncella anotará las propiedades de sus frutos.
EL ÁRBOL TONTO 19

Empezaremos por las flores por ser las más pequeñas,


¿de acuerdo?
—De acuerdo señora nuestra …
Las flores orgullosas lucían sus colores y sus perfumes.
La Madre Naturaleza evitó herir sentimientos, dándoles a
cada una diferente estación del año para lucirse y reinar.
Por eso hasta la fecha, mientras unas florecen en deter-
minada época del año, otras aguardan para agradar a los
hombres.
Al final de la inspección exclamó la Madre Naturaleza:
—Me siento muy orgullosa de todas ustedes, en ver-
dad que habéis cumplido.
Acto seguido depositó un beso sobre las coloras.
Luego tocó el turno de los árboles, dando margen a
que las flores comenzaran a cuchichear entre ellas que
casi se les oyó decir:
—Cuando vean al árbol Gal, la que se va a armar. Ja, ja,
ja, inocente e inútil Gal.
La Madre Naturaleza se hizo la desentendida y se dirigó
a los árboles que ya se hallaban formaditos. El eucalipto
orgulloso, mostró su utilidad medicinal, el árbol de qui-
na su sabiduría en la curación del paludismo, el chicle
exhibió la forma tan agradable de limpiar los dientes, el
caucho mostró sus productos de goma; y muchos otros
hicieron lo mismo, dejando complacido al juez, mientras
la Madre Naturaleza no cabía de gusto.
Tocó el turno al grupo de malosos, que se codeaban
entre sí. La primera en pasar revista fue la cebolla, y como
ya estaba previsto, cómo hizo llorar al Gran Juez. Al par-
tir la Madre Naturaleza sonrió al verlo, en tanto exclamó
ufana:
—La cebolla intentó jugarte una broma y lo único que
hizo fue lavarte los ojos, pues han quedado limpios. Ade-
20 CUENTOS DE FLORA Y FAUNA

más, esta cebolla de cola blanca y rabo verde será muy


útil para condimentar los guisos debido a su sabor.
—¡Uy! —gritó el juez y salió corriendo por haber mordi-
do un chile— ¡Me quemo, me quemo!, —gritaba sin cesar.
La doncella le dio agua y poco a poco fue calmándose.
La Madre Naturaleza sonreía, diciéndole al oído al gran
juez:
—Qué color tan bello ha tomado tu rostro pues le han
salido chapitas. Este fruto podría usarse para muchos fi-
nes, me ha complacido. Es aceptable, pues ciertamente
sus propiedades harán que nuestros indígenas lo usen
como estimulante para sus alimentos. En Mesoamérica
se llamará chile, en Sudamérica ají.
El ajo también fue aprobado, pero esta vez la doncella
lo probó, ya que el paladar del pobre juez no podía más,
pues con sólo acercarlo a su nariz, exclamó:
—Huele mal, tiene olor a león, no lo pruebo, ¡no!
Entonces intervino la Madre Naturaleza y dijo:
—A mí me parece que a pesar de su mal olor tiene pro-
piedades curativas contra el reumatismo, también puede
ser útil como condimento. Además, restará el veneno de
los insectos ponzoñosos.
Y así siguió la labor de inspección. De pronto oyeron
cantar a las flores una canción burlona dirigida al pre-
ocupado y pensativo Gal:
—No, no, Gal no tiene cerebro, ja, ja, ja, ja, ja, ja.
—Gal, Gal, Gal, a que yo le doy a que tú le das.
—¿A quién le cantan? —preguntó el juez.
—Al árbol Gal —respondieron todos— No-Gal como
le han puesto las flores, por no producir fruto alguno, o
al menos nosotros no le conocemos ninguno, pues se la
pasó pensando cómo hacerle para que no le gritáramos:
¡Copión!, de suerte que hoy le gritamos No-Gal.
—¡No es posible! —dijo la Madre Naturaleza.
EL ÁRBOL TONTO 21

—¡No es posible! —gruñó el juez.


—¡No es posible! —terció la doncella —¡no queremos
estrenar la hoguera!
—¡Llevadme a él! No puedo creer que durante un año
y teniendo las facultades para producir y obtener toda
clase de materia prima, esencia, colores y sabores, no haya
podido producir nada, llevadme a él!
Llegaron ante Gal, quien los miró con humildad. En el
rostro de los tres se reflejaba la duda. La Madre Natura-
leza, con voz de enojo gritó:
—Muéstrame tu fruto; —en tanto el árbol Gal agacha-
ba la cabeza.
Todas las flores lo rodearon y empezaron a cantar.
—No, no, Gal no tiene cerebro, ja, ja, ja.
—No, no, Gal, cabeza dura, pensamiento de humo, ja,
ja, ja, ja.
—¡Cállense —ordenó la Madre Naturaleza.
—¿No tienes nada que decir? —preguntó persuasiva.
—Sí —contestó Gal— quiero decirte que no me hables
en forma tan hosca. Recuerda que eres mi madre y siento
mucho que seas tan dura conmigo y, sin embargo, te
muestras dulce con mis hermanos.
La Madre Naturaleza arrepentida, cambiendo de voz,
preguntó:
—¿Quieres mostrarme tu fruto?
—Sí, —respondió Gal, y sacudiendo su frondosa cabe-
llera dejó caer uno, que por cierto era pequeño y envuel-
to en una dura corteza café.
—¡Cómo se llama tu fruto?, ¿pelota? —preguntó pre-
suroso el juez.
Gal iba a contestar que no era una pelota, pero sola-
mente alcanzó a decir:
—No es…
22 CUENTOS DE FLORA Y FAUNA

—¿Nuez?, qué bonito nombre —exclamó la madre na-


turaleza.
—¡Nuez!, vaya nombrecito —contestaron las demás.
El juez quizo morderlo y no pudo.
Está duro, ¿cómo quieres que pruebe esto?
—Rómpelo con una piedra —contestó Gal.
Así lo hizo y éste se partió en dos. De su interior salió
un pequeño fruto carnoso muy parecido a la conforma-
ción del cerebro humano.
—¡Ah! —exclamó Natura— has fabricado un pequeño
cerebro. ¿Es medicinal?
—Sí, también puede dársele ese uso, además, es un de-
licioso alimento y golosina y con la cáscara puedes teñir
tus canas de negro y mantener hermoso tu cabello.
—¿Cómo se te ocurrió elaborar algo tan original? —
preguntó la natura con admiración.
—En verdad yo no hubiera diseñado nada sin la ayu-
da de mis pequeñas hermanas las flores.
—¿Nosotras? —preguntaron sorprendidas a una voz.
—Sí, ustedes, que con su canto se burlaban de mí cada
día.
—No, no, Gal, cabeza dura, pensamiento de humo, ja,
ja, ja.
—Yo tomé esta canción como idea para elaborar mi
fruto en forma de cerebro y cáscara dura que diera un
color humo —dijo con humildad el árbol Gal.
La Madre Naturaleza volviéndose a ellas, increpó:
—No es bueno burlarse de los humildes. Ya ven que
ninguna de ustedes fue capaz de producir algo tan raro y
original. Hasta su nombre nogal es bonito, y su fruto que
ha llamado nuez, es delicioso.
—Quédate en paz bello nogal y todos ustedes también.
Para el próximo año quiero muchas nueces.
EL ÁRBOL TONTO 23

—Me voy muy complacida a llevar al Rey del Univer-


so sus frutos, pero antes de llegar a su presencia me teñi-
ré el pelo para cubrir mis canas con tintura que produce
la cáscara de la nuez, pues han de saber ustedes que ya
tengo unos milloncitos de años y, me estoy poniendo
vieja,— y guiñándole el ojo al nogal se marchó sonriente.
Desde entonces el árbol Gal cambió su nombre por
nogal, y ya nadie le hace burla, pues hasta le compusie-
ron un nuevo canto que dice:
—Nogal, Nogal, qué bello estás.
—Nogal, Nogal, eres a todo dar.
—Nogal, Nogal, tu cerebro me darás.
24 CUENTOS DE FLORA Y FAUNA
EL MEJOR TRAJE 25

EL MEJOR TRAJE.

H
acía pocos meses que Chanín había venido al
mundo, de suerte que las enfermeras encarga-
das de su salud y cuidado le habían permitido
salir de su dormitorio, es decir, había llegado el momen-
to de tomar el sol. Chanín es un pequeño chimpancé del
zoológico al que pronto verás caminar de un lado para
otro de su jaula, sonriéndote y mirándote con ternura;
por ahora se halla en el regazo de su madre y desde allí
observa tras los barrotes de su jaula a los curiosos que se
acercan a mirarlo.
—¿Quiénes son esos changuitos que visten tan mal?
Preguntó Chanín a su madre, haciéndole un gesto de des-
agrado.
—Se llaman hombres y se creen los “reyes” de la Tie-
rra.
—Y ese que nos mira tan feo, es ¿macho o hembra?
Preguntó con curiosidad el pequeñín.
—Pues… la verdad no lo sé —contestó la mona olfa-
teando, como si tratara de identificar el sexo del mirón
que estaba frente a ellos.
—¡ No me gustan! —gritó Chanín mientras se escon-
día bajo el pecho de su madre.
—¿Por qué? ¿Acaso te dan miedo?

25
26 CUENTOS DE FLORA Y FAUNA

—¡Los colores de su piel me espantan! —exclamó el


pequeño simio que fijó la vista en aquel hombre que ves-
tía de rojo.
—Esa no es su piel hijo, ellos no tienen un vestido na-
tural propio como nosotros, te contaré lo que sobre ellos
me platicó mi madre:
—Cuando la Tierra fue formada por el Padre del Uni-
verso, fueron creados también los animales, entre ellos el
hombre, que fue hecho de barro: todos los seres salieron
del horno del Gran Alfarero, estaban desnudos y perma-
necieron así durante mucho tiempo. Mas un día, un emi-
sario del cielo les dijo que había llegado la hora de
asignarles a cada uno de ellos una función y una región
para vivir, por lo que había que distribuirlos en las dife-
rentes regiones del mundo.
—¿Cómo es eso? ¡No te comprendo mamá! —dijo el
monito.
—Les señaló dónde vivir y qué hacer, ¿entiendes? Con-
testó cariñosa la chimpancé acariciando la cabeza de su
crío.
—Por ejemplo, a los peces les asignó las aguas de los
mares y ríos para vivir.
—¡Ah, qué feo! ¡A mí no me gusta el agua! —dijo
Chanín.
—A los leones, elefantes, jirafas, hipopótamos, cebras
y otros cuadrúpedos les asignó la selva.
—¿Qué es la selva? —preguntó interesado Chanín.
—¡Ah…! —dijo suspirando profundamente la mona
para continuar:
—La selva es el lugar más bello que existe en la tierra.
En ella hay grandes plantas, muchos árboles frutales, aves
de todos colores, ríos y muchos animales. Tu padre y yo
nacimos en una selva y allá vivíamos libres y felices.
EL MEJOR TRAJE 27

—Y yo, ¿dónde nací? Pues veo que aquí también hay


muchos animales y muchos árboles, es que, ¿es esto tam-
bién una selva?
—¡No hijo! En la selva se vive con libertad, es decir,
puedes ir y venir de un lugar a otro, mecerte de una rama
a otra, cortar frutas, visitar a tus parientes, correr con tus
amigos por entre las plantas, dormir en la copa de los
árboles, contemplar las estrellas, y en fin, tantas y tantas
cosas, pero no me interrumpas y déjame continuar la his-
toria. ¿Quieres?
—Claro que sí mamá —dijo el changuito mirando con
ojos amorosos a su madre.
—Bueno, como te iba diciendo, la selva está llena de
vegetación, pues su clima es húmedo y caluroso.
A otros hermanos animales les fue asignada la zona
donde el frío es tan intenso que el hielo cubre grandes
superficies. Estos animales son los osos, las focas, los
renos, pingüinos y otros.
A los coyotes, perros de pradera, zorrillos, tarántulas,
ratas, serpientes y otros más, les asignó el desierto, que
es un lugar donde casi no existe vegetación, y el clima es
extremadamente cálido y seco.
Por último a las aves canoras, venados, gatos monteses,
ardillas y otros más, les fue asignada la parte templada
de los bosques.
Una vez repartidos los lugares a los animales meno-
res, tocó el turno al hombre que es el animal mayor, al
primero en salir del horno del Gran Alfarero se le entre-
gó la tierra del oriente, al segundo la zona de los grandes
hielos, al tercero las regiones selváticas y al cuarto los
desiertos y la tierra templada. Una vez terminado el re-
parto, el Emisario del cielo habló de esta manera:
“Hermanos, ahora ya saben dónde vivirán y el clima
que en cada región existe, por lo que es necesario que
28 CUENTOS DE FLORA Y FAUNA

cada uno de ustedes, venga ante el Sastre del Universo,


quien confeccionará un traje para cada necesidad del cli-
ma según sea el caso.”
“¡Así lo haremos!” respondieron todos.
“Les sugiero se pongan de acuerdo con el modelo que
habrán de usar, pues será un traje que perdurará hasta la
eternidad” dijo el Emisario para alejarse, dejando a los
animales muy pensativos.
Una vez ante el Sastre Universal expresaron sus de-
seos:
“Yo quiero un traje bordado con lentejuelas plateadas
que imiten el reflejo de la luz sobre el agua” dijeron los
peces.
“A mí también un traje bordado de lentejuelas, sólo
que yo necesito cambiarlo varias veces, pues como me
arrastro para caminar, éste se romperá de abajo” dijo la
serpiente.
“Pues, a nosotros nos gustaría un traje de tela de raso
color gris y que sea impermeable para que no se moje,”
dijeron los hipopótamos, los elefantes y el rinoceronte.
“Yo necesito un traje de peluche, de pelo muy largo, pues
soy muy friolento” dijo el oso y otros animales que le se-
cundaron en su idea, entre ellos los perros y los changos.
“Las aves hemos decidido elegir un traje de plumas
como las de los ángeles de otra forma no podríamos vo-
lar” dijo una avecilla.
Así, cada uno de los animales desfiló ante el Sastre
Universal para dar una idea del modelo deseado. La ce-
bra y las jirafas quisieron ser las más originales y para
ellas se elaboró una tela de peluche corto con un estam-
pado especial. Al ver la belleza de sus trajes, los tigres y
los jaguares decidieron tener un traje parecido y así lo
hicieron saber al sastre, quien de inmediato los compla-
ció con vistosos trajes rayados y moteados.
EL MEJOR TRAJE 29

Muchos fueron los animales que expusieron sus ideas:


“Yo quiero un traje con portabebé,” dijo el canguro, y
nosotros también dijeron el mapache y el tlacuache.
“Pues nosotros no queremos un traje” dijeron las tor-
tugas, las langostas, los caracoles y las ostras.
“¿No quieren un traje?” preguntó el Sastre Divino.
“¡No!” respondieron.
“¿Entonces a que han venido, si no necesitan de mis
servicios?”
“Escúchame por favor,” dijo la tortuga. “Nosotros que-
remos una casa que nos proteja del clima y al mismo tiem-
po que nos sirva de traje, es decir una casa–traje.”
“¡Eso! Lo mismo quiero yo” terció con dulce voz la
caguama.
“¡Ah! Muy listos ¿eh? Lo que quieren es casa vestido y
sólo buscarán alimento. ¿No es así?”
“¡Sí, así es!” exclamaron a una voz.
“Bueno, en ese caso vayan a ver a mi hermano el Inge-
niero Universal y díganle que van de mi parte que les
construya una casa–traje.”
“¡Bravo!” gritaron los caracoles, al ver que su petición
había sido aceptada y se marcharon felices.
El sastre sonrió ante la ingeniosa idea de estos animali-
tos. Fue muchísimo el trabajo que el sastre y sus ayudan-
tes realizaron y durante un año no descansaron por cortar
y coser trajes para toda la fauna, y fue tanta su labor que
la tela se terminó y hubo necesidad de elaborar trajes hasta
de dos colores y otros con parches.
“Bueno, con tal que tape” dijeron los osos panda, las
vacas, algunos perros y caballos, cuyos trajes no fue po-
sible elaborar de un solo color.
Poco a poco el sastre fue complaciendo a todo animal
que solicitó su traje. Hasta que un día se dio cuenta que
le faltaba uno por hacer.
30 CUENTOS DE FLORA Y FAUNA

“¡Oh!” dijo preocupado “con tanto trabajo me había


olvidado del traje del hombre. Pero ¿por qué no habrán
venido a verme?”, con esta pregunta se dirigió al Emisa-
rio del cielo y éste contestó:
“En verdad que no lo sé, pues ellos están bien entera-
dos de que deben presentarse por su traje, pero no sé por-
qué no lo habrán hecho, tal vez, lo hayan olvidado, bajaré
mañana a la Tierra para investigar.”
Al día siguiente, el Emisario se presentó ante los hom-
bres y llamándoles les dijo así:
“¡Escuchad! ¡Hombres de la Tierra! ¿Alguno de uste-
des puede decirme por qué no se han presentado ante el
Gran Sastre para que les diseñe y asigne un traje?”
Los hombres se veían entre sí sin decir palabra alguna.
El Emisario insistió:
“¡Nadie me responde!” dijo, frunciendo el ceño, en se-
ñal de enojo.
“Perdónanos, Gran Señor. No hemos ido ante el Gran
Sastre por que aún no nos hemos puesto de acuerdo en el
modelo del traje que vamos a usar. Por ejemplo, a mí me
gusta el traje fuerte y sencillo del león.” Dijo el hombre
que viviría en el oriente.
“Y a mí el de la cebra” dijo el que habitaría en las
selvas.
“Pues a mí me gustaría un traje como el de la tortuga
para poder vivir sin peligro” dijo el que habitaría en la
zona fría.
“Ya mí, me gusta el traje de las aves. Sus plumas son
hermosísimas” dijo el habitante del desierto.
“Esto es lo que pasa, que aún no se han puesto de acuer-
do” dijo el Emisario “bueno, le diré al Gran Sastre que baje
a la Tierra y tal vez él pueda resolver este problema. Estoy
seguro, de que con su gran experiencia y sus catálogos los
podrá convencer en el modelo a escoger.
EL MEJOR TRAJE 31

“Te agradecemos mucho tu amabilidad, y esperamos


con impaciencia la llegada del Gran Sastre” dijeron todos
los hombres allí presentes, mientras el Emisario empren-
día el vuelo para perderse en el infinito.
Al día siguiente, la alborada llegó risueña y con ella el
Sastre Universal. Los hombres, al ver su traje bordado
con polvo de estrellas y luces de luna se maravillaron
mucho y quisieron uno igual. En verdad que era un traje
hermosísimo. El sastre se presentó diciendo:
“¿Quieren ustedes empezar por describir el traje que
desean? ¿o es que ya han acordado el modelo?” pregun-
tó amablemente.
“¡Sí!” contestaron todos “¡Queremos uno igual al tuyo!”
exclamaron jubilosos.
“¡Uno igual al mío! ¡es imposible!” dijo asombrado el
sastre.
“¿Por qué?” preguntaron.
“Porque mi traje se ha formado a través del tiempo y
está de acuerdo a mi constitución celeste y el lugar en
que habito allá en el espacio sideral.”
“¡Uf!” exclamaron desalentados los hombres.
“Pero, yo puedo diseñarles un traje, como lo he hecho
con los demás animales. Ustedes digan y yo iré dibujan-
do uno,” dijo mientras extendía un papel y preparaba su
lápiz.
“Bueno yo quiero que el traje lleve integrados los za-
patos, como los que llevan los caballos, así no nos lasti-
maremos los pies” dijo el hombre de la región fría.
“¡No! Yo quiero unas alas en los pies para volar por
doquier” dijo el hombre del desierto.
“Pues, a mí me gustaría poseer unos zapatos musicales
que sonaran al caminar” dijo el habitante del Oriente.
32 CUENTOS DE FLORA Y FAUNA

“¡A mí no me gusta nada de lo que han expuesto, para


no ser fácil presa de los demás, pues les indicarían la po-
sición en donde estoy” gritó el hombre de las selvas.
Y se armó tal discusión, por culpa de los zapatos que
hizo al Gran Sastre intervenir de manera violenta:
“¡Silencio! Los zapatos deben diseñarse al último, pri-
mero dibujaremos el traje. Yo les sugiero uno de pelo lar-
go para los que vayan a vivir cerca de las tierras de hielo,
otro de pelo un poco más corto para los que vayan a zo-
nas menos frías y otro más de pelo muy corto para las
regiones templadas o calurosas. Asimismo, podemos pla-
near los zapatos de acuerdo con el frío o el calor. ¿Qué les
parece?”
“¡No me gusta!” dijo moviendo la cabeza el hombre
que habitaba las tierras del hielo “yo preferiría un traje
parecido al tuyo bordado con hilos de oro.
“¡Pero si yo lo hiciera así morirías de frío! El hilo de
oro no calentaría tu cuerpo” dijo pacientemente el sas-
tre, y dirigiéndose al hombre que vivía en el Oriente pre-
guntó:
“A ti también te toca vivir en zonas de hielo. ¿Qué opi-
nas del traje que he sugerido? Tal vez te agrade el de la
oveja o bien, el de la foca. Claro está que no se vería igual
que como se les ve a ellas, yo procuraría hacerlo de este
material pero a tu gusto” dijo sonriendo el ser celestial.
“¡No, no me gusta ninguno de esos! En verdad que se
vería bellísimo de oro y plata” dijo suspirando el necio,
mientras se cruzaba de brazos.
“Pensándolo bien, sería hermoso el traje que quieren
mis hermanos. Así le agregaríamos perlas y esmeraldas,”
dijo el hombre que viviría en la selva.
El Gran Sastre escondió el rostro entre las manos, tra-
tando de ocultar su desesperación. Luego se dirigió al
que viviría en el desierto.
EL MEJOR TRAJE 33

“¿Y tú? ¿Quieres expresarme tu deseo?”


“Bueno, yo no estoy de acuerdo con mis hermanos”
dijo mientras se veía las uñas de las manos.
“¡Ah! ¿Verdad que no tienen razón?” dijo el sastre,
sonriendo, pues creyó que por fin alguien había compren-
dido que el traje se vestía por necesidad y no por vani-
dad.
“¡No, no tienen razón! Nuestro traje debe ser elabora-
do con los materiales más preciosos que hay sobre la tie-
rra como el zafiro, los diamantes, las perlas, los brillantes,
que convertidos en polvo nos den una tela parecida a la
tuya. ¿Por qué has de igualarnos con los animales? Nos
ofende ver que quieras tratarnos como seres inferiores y
pienses que no tenemos derecho de poseer un traje celes-
tial como el tuyo.”
“¡Eso es muy cierto!” gritaron todos al unísono.
El sastre creyó desmayarse. No era posible que el hom-
bre no comprendiera la función que les prestaría el traje,
y raudo regresó entristecido a su trono celestial para pe-
dir consejo al Padre del Cielo.
Mientras tanto, en la Tierra los hombres siguieron dis-
cutiendo entre sí, cada uno trataba de imponer su capri-
cho sobre el traje.
El Gran Sastre llegó ante el Padre Universal e inclinan-
do la cabeza en señal de humildad y reverencia expresó:
“Querido padre, he fracasado en la misión de dar a to-
dos los habitantes de la Tierra un traje.”
El Gran Padre bajó de su sillón y fue a abrazar al sastre
con amor filial, mientras le decía:
“No te preocupes hijo. He visto la labor que has reali-
zado y estoy muy orgulloso de tu talento; además de que
has ahorrado mucha tela y actuado de una manera cortés
ante los hombres como corresponde a un ser celestial.”
34 CUENTOS DE FLORA Y FAUNA

“Pero, padre…” dijo sumiso el sastre queriendo agre-


gar algo pero el Padre le increpó:
“¡Nada, nada! Conozco bien a los hombres y su afán
de querer igualarse a nosotros, de suerte que por haber
despreciado tus consejos y deseado con codicia tu traje,
te ordeno que no regreses nunca más a la Tierra. El hom-
bre recordará para siempre esta lección, pues he dispuesto
que nazca desnudo y su cuerpo no se cubrirá con traje
natural alguno hasta el fin de los tiempos.”
“Sea, como tú has dicho” dijo el Sastre y se retiró en-
tristecido.
—¡Ah! —exclamo Chanín— ¿se enojó el Padre Celes-
tial? —preguntó el monito acariciando con sus dos mani-
tas la cara de su madre.
—¡Claro que sí, mi niño!
Al paso del tiempo, los animales fueron mandados al
lugar donde habitarían, todos mostraron una gran ale-
gría al conocer su hogar, solamente el hombre hacía mue-
cas de desaprobación debido al rigor del frío o del calor.
De ese modo y poco a poco, la piel del hombre fue cam-
biando por la influencia del clima. Al que habitó la re-
gión de los grandes hielos, la piel se le hizo blanca como
el propio hielo. Al hombre de la selva, se le volvió negra
la piel, pues el sol tostó su carne; al del Oriente la piel se
le hizo amarilla, y al de los desiertos y tierra templada,
roja o cobriza.
—¡Pobres hombres! ¡Cómo sufrirán los que viven en
las tierras frías! Han de estar congelados —exclamó en-
ternecido Chanín.
—¡No! no pasan frío, pues por regla general, matan a
nuestros hermanos para robarles su traje para cubrirse.
Otras veces les quitan el vestido, como sucede con las
hermanas ovejas, cuando las trasquilan para obtener hilo
EL MEJOR TRAJE 35

de donde elaboran sus trajes. Como ves, al hombre le cues-


ta trabajo hacer su traje.
—¡Oh! —dijo Chanín espantado, para agregar:
—Mamá, ¿entonces estas rejas son para proteger nues-
tros trajes para que no los roben los humanos?
—¡Claro, hijito! Pero no tengas miedo; aquí estamos
bien protegidos precisamente por estas rejas.
Chanín quedó pensativo por algunos minutos y acari-
ciando la cara de su madre agregó:
—Sabes, mamá. Ahora entiendo porqué nos miran tan-
to, especialmente a nosotros los monos...
—¿Por qué? —preguntó extrañada la madre chimpancé.
—Porque nosotros poseemos el mejor traje y hasta se
me hace que quieren diseñarse uno igual y por eso se nos
quedan mirando tanto.
—Así es, y ahora mismo te espulgaré para que quedes
aún más guapo y limpio, —agregó, mientras se abraza-
ban amorosamente.
De suerte que si tú querido amiguito, quieres ver un
traje especial, puedes ir al zoológico de tu ciudad a visi-
tar a Chanín, que al ver que lo admiras, te modelará un
lindo traje.
36 CUENTOS DE FLORA Y FAUNA
DULCE VICTORIA 37

DULCE VICTORIA

U
na calurosa mañana de marzo, una abeja se posó
sobre un pan envinado de esos que venden en el
estado de Oaxaca. El pan, que nunca había visto
una abeja, le preguntó:
—¿Por qué eres tan rubia y grande? Las otras que he
visto son negras, feas, chaparras y muy sucias.
—Porque tú has visto moscas y yo soy una abeja.
—¿Abeja? ¿qué es una abeja? ¿las abejas y las moscas
no son iguales?
—Bueno, en un tiempo, hace miles de años parece que
sí estuvimos asociadas pero ahora ya no.
—¿Por qué no me cuentas la historia? Mientras tanto,
puedes tomar de mi miel.
—Has de saber que nosotras las abejas fuimos creadas
por el infinito con el ánimo de ayudar a la fecundación
de las flores, pues llevando el polen en nuestras patitas
cuando nos posamos en una flor y luego en otra asegura-
mos que nazcan nuevas flores. De esta manera, nuestra
fuente de néctar, que son las flores, siempre existirá y
nosotras siempre tendremos alimento que es la miel.
—¿Miel? ¿como de la que estoy hecho? —preguntó cu-
rioso el pan envinado.
—Sí, exactamente, pero déjame seguir contando la his-
toria. Nosotras trabajamos en forma organizada y nos re-
gimos por leyes muy estrictas. Estas leyes han sido
37
38 CUENTOS DE FLORA Y FAUNA

dictadas por la naturaleza desde el principio de nuestra


existencia y debemos respetarlas y cumplirlas; así es que,
en nuestra sociedad, cada una de nosotras desempeña
un papel muy importante y todas trabajamos. ¡Hasta
nuestra reina!
—¿Hasta la reina? Pero si las reinas no trabajan.
Nuestra reina sí trabaja, y vaya que lo hace bien, es ella
quien pone los huevecillos para que nosotras existamos.
—¡Ah! ¿Es la madre de todas ustedes?
—Sí, es nuestra reina y nuestra madre a la vez, pero,
deja seguir con el relato y no me interrumpas más —dijo
con aire de orgullo la infatigable abeja.
—Sucedió un funesto día que una abeja altanera se su-
blevó y junto con otras, alborotaron el reino gritando:
“¡Muera la reina! ¡No más trabajo! ¡Venid conmigo! ¡Os
prometo una sociedad mejor donde no tengan que traba-
jar de sol a sol sobre las flores!”
“¡Bravo, Zip Paz, nuestra hermosa líder!” gritaron las
abejas convencidas y traicionando a la reina de nombre
Bip Zip, volaron de su lado y se fueron del reino.
La reina Bip Zip, quedó muy triste, por la pérdida de
sus hijas, al mismo tiempo que una gran amargura inva-
día su alma.
Zip Paz aconsejó a las abejas de otros reinos a suble-
varse y unirse a su movimiento de “huelga” pues desea-
ba cambiar para siempre las leyes estrictas que habían
seguido durante miles de años para producir rica miel.
Ahora nadie más trabajará, ni servirá en bien de la hu-
manidad.”
“¡Todas seremos reinas! ¡No habrá obreras que traba-
jen para una sola! ¡Viva la huelga!”
Bip Zip, sufría constantes robos de miel por las segui-
doras de Zip Paz que para alimentarse tenían que hurtar
la miel ajena, en tanto las abejas que habían decidido per-
DULCE VICTORIA 39

manecer fieles al lado de Bip Zip, tenían que redoblar sus


esfuerzos para producir más para sobrevivir.
Pasaban los días y la reina Bip Zip nerviosamente es-
peraba el momento de enfrentarse con la traidora de Zip
Paz y no era para menos, pues sabía que el ejército ene-
migo era mucho mayor en número y en fuerza. En cam-
bio, sus súbditas fieles, estaban débiles de tanto trabajar.
Pero, en un momento de decisión abandonó el nido den-
tro del panal y salió a atisbar los movimientos de las tro-
pas enemigas.
Después de volar largo rato por el bosque se detuvo a
descansar, posándose sobre una hoja de olivo. De pron-
to, vio a lo lejos a varios hombres que se acercaban y se
detenían en un paraje solitario. Uno de ellos continuó
hacia delante subiendo a la montaña. Era un hombre que
se cubría con una gran túnica blanca. Bip Zip voló para
verlo de cerca. Había en él algo que la incitaba a obser-
varlo detenidamente.
De repente la abeja reina se asustó al notar que del ros-
tro de aquel hombre resbalaban gotas de sangre, mien-
tras oraba fervientemente. Y sin abrir los ojos, dijo con
voz dulce y tranquila.
“Acércate Bip Zip” (ya había notado su presencia).
Bip Zip asombrada y bastante temerosa se posó en la
palma de la mano del hombre de la túnica blanca que le
dijo:
“Cómo siento tu amargura. Conozco el motivo que
atormenta tu alma, más debes saber que no es bueno guar-
dar en el corazón rencor ni deseos de venganza. Recuer-
da que tus obras siempre serán dulces como tu corazón.”
Bip Zip agachó la cabeza avergonzada, mientras su
interlocutor prosiguió con sus sabios consejos.
“Ve a tu reino. Olvida la angustia y prepárate para lu-
char sin temor, pues debes recordar que tarde o tempra-
40 CUENTOS DE FLORA Y FAUNA

no vence la razón y el bien. No dejes que nadie ni nada


atormente tu pensamiento y cambie tu manera de ser,
ten fe en todas tus causas y lucha hasta la muerte por
ellas. Ten la seguridad de que mi amor y mi pensamiento
estarán contigo.”
Acababa de decir esto el hombre de la túnica blanca,
cuando el silencio fue roto por un tumulto de gente ar-
mada que iba en dirección donde ambos platicaban, por
lo que tuvieron que despedirse.
“Adiós y gracias,” exclamó Bip Zip con mucho regoci-
jo e irguiéndose majestuosamente voló para perderse en
la imponente vegetación.
Al llegar al panal, habló a sus súbditas de esta manera:
“Hoy he visto a un extraño caminante, de tez blanca y
barbada, ojos cafés y mirada dulce y penetrante. Sólo lle-
vaba una larga túnica blanca y protegía sus pies con unas
débiles sandalias. Me dio sabios y buenos consejos en el
sentido de que hagamos un último esfuerzo en el trabajo.
¡Así , que manos a la obra!”
Las abejas obedecieron de inmediato y se pusieron a
trabajar todo el día y la noche. Bip Zip ordenó poner es-
tratégicamente trampas dentro del panal, pues sabía que
de un momento a otro serían invadidas por las seguido-
ras de Zip Paz, cuyo ejército, era cada día más numeroso.
“¡Lleven a los futuros bebés a lugar seguro y las nanas
no se separen de ellos! ¡Si acaso morimos, todos ellos
serán los que representen nuestra especie! ¡Cierren los
túneles a una distancia donde podamos atrapar a los ene-
migos! ¡Guarden el alimento en lugar seguro y en pana-
les diferentes! ¡Pongan guardias en las entradas y salidas
para que den aviso de la llegada del enemigo!”
Esta y otras indicaciones daba Bip Zip a sus súbditas
que presurosas iban y venían de un lado a otro, su zum-
bido empezó a escucharse día y noche.
DULCE VICTORIA 41

Todo estaba preparado para el ataque. En su pecho y


en su mente resonaban las palabras de aquel hombre: ‘Ten
fe en todas tus causas y lucha por ellas hasta la muerte…
mi amor y mi pensamiento estarán contigo’.
De repente se escuchó un zumbido agudo que anun-
ció la llegada del enemigo. Bip Zip alentó con estas pala-
bras a sus hijas:
“Ha llegado el momento de vivir o morir por la salva-
ción de nuestra especie. Sé que son más que nosotras, pero
a ellas, no les asiste la razón ni el bien como a nosotras.
Luchemos con dignidad hasta la muerte en defensa de
nuestra especie que es digna y limpia.”
“¡ Vamos pues, el triunfo es nuestro!”
Diciendo esto se puso al frente de su corto ejército, de-
mostrando valentía y desoyendo a sus súbditas que le
rogaban se escondiera y no participara en la batalla.
Los dos ejércitos tuvieron su primer contacto en un
choque aéreo que casi opacó los rayos del sol que corrió a
esconderse tras el ocaso, de suerte que no tardó en oscu-
recer, mientras el zumbido era espantoso y ensordece-
dor. Los animales del bosque temblorosos se ocultaron
en sus madrigueras, los pájaros dejaron de cantar, la os-
curidad duró varias horas, el piso poco a poco fue
tapizándose de abejas muertas. El ejército de Bip Zip fue
imponiéndose sobre el de Zip Paz, quien al verse
maltrecha y vencida se retiró con un reducido grupo de
fieles.
“¡Vencimos, vencimos!” gritaban las valerosas abejas
de Bip Zip y se abrazaban de gusto.
La reina ordenó entonaran el canto de las abejas para
agradecer al cielo la victoria, después de lo cual descan-
saron para curar sus heridas. En tanto Zip Paz, derrota-
da, trataba inútilmente de obtener miel para alimentarse
y recuperar las energías perdidas durante el combate, pero
42 CUENTOS DE FLORA Y FAUNA

como no había de dónde conseguirla, intentó obligar a


sus maltrechas súbditas a elaborarlo, ellas se negaron a
hacerlo, recordándole la promesa de que nunca más tra-
bajarían. De aquí que, sucedió lo que tenía que suceder:
el hambre obligó a las holgazanas vencidas incluyendo a
su líder Zip Paz, a trabajar.
Zip Paz organizó la búsqueda de flores pero se encon-
tró con que cada una de ellas estaba bien custodiada por
las abejas de Bip Zip por lo que no se atrevió siquiera a
acercarse a ellas. Sus súbditas molestas le preguntaban
constantemente:
“¿Qué hurtaremos ahora? ¿de dónde sacaremos la
miel?”
Zip Paz respondía:
“¡Cambiaremos nuestra alimentación! ¡La miel no lo
es todo! ¡Olvidémoslo! Busquemos la comida en las ca-
sas de los humanos para que ellos trabajen por nosotras.”
Así pasó el tiempo, Zip Paz y sus hermanas dejaron de
alimentarse con miel. Poco a poco su aspecto fue cambian-
do, su color antes dorado cambió a negro, algunas regre-
saron a trabajar pero su tamaño cambió, otras se asociaron
con las moscas y lentamente se fueron muriendo, pues se
posaban hasta en la suciedad para alimentarse.
Mientras tanto el reino de Bip Zip progresaba día con
día, recordando la traición de sus descarriadas hijas se
preguntaba así misma:
“¿Dónde estará Bip Paz? ¿Volverá algún día arrepenti-
da? ¿se atreverá a atacarme nuevamente?”
Estas y otras muchas preguntas bullían en su mente.
Un día, una obrera del reino, llegó presurosa hasta su
trono diciendo:
“¡Gran reina Bip Zip¡ ¡traigo una noticia importante!”
“¡Dímela pronto! ¿qué pasa?”
DULCE VICTORIA 43

“¡Zip Paz ha sido vista por nuestras hermanas en la


ciudad!”
“¿En la ciudad?” preguntó la reina.
“¡Sí, ahora vive entre los despojos y basura que tiran
los humanos, ella y sus súbditas; ahora de tanta mugre
se han vuelto negras. Además roban el alimento de los
humanos. Algunas otras abejas a las que llaman ‘africa-
nas’ producen miel, pero siempre están enojadas, y han
matado a varios hombres, por lo que la gente las aborre-
ce y extermina.”
Bip Zip, de alma noble, quedó triste al enterarse de la
suerte de Zip Paz y demás hijas.
“¡Pobre!” exclamó y recordó el consejo de aquel hom-
bre bondadoso de la túnica blanca…’que la amargura no
toque tus obras para que sean dulces como tu corazón…’
“Bip Zip fue envejeciendo y llegó el momento de de-
jarle el turno a su hija la reina joven. Cuentan que aunque
en el reino todo era alegría y progreso. Bip Zip sufría
mucho, pues en su mirada se notaba cierta tristeza y al-
gunos súbditos se dieron cuenta de que pasaba las no-
ches llorando en silencio hasta el último día de su vida,
porque recordaba que por estar luchando por la supervi-
vencia de su especie, no pudo hacer nada por salvar al
hombre de la túnica blanca que en esos mismos momen-
tos era crucificado en el Gólgota.
—¿Te ha gustado nuestra historia? —preguntó la abe-
ja al pan con miel que seguía escuchando con atención.
—¡Claro que sí! Pero dime ¿quién era el hombre de la
túnica blanca?, porque yo también conozco a un hombre
que es el dueño de todos los panes del mundo. —Pre-
guntó interesado el pan pero ya no recibió respuesta por-
que en ese momento llegó un niño a comprarlo.
La abeja solamente alcanzó a decirle:
44 CUENTOS DE FLORA Y FAUNA

—Gracias por la miel, ojalá que tu cuerpo alimente al


niño que te acaba de comprar. ¡Adiós!
El pan nunca supo el nombre de aquel hombre de la
túnica blanca. Y tú, pequeño lector ¿puedes decirme
quién fue?
LA HISTORIA DE COL Y BRI 45

LA HISTORIA DE COL Y BRI

H
abía llovido mucho durante tres días, pues un
fuerte huracán azotó la costa haciendo que las
copas de los árboles se doblaran tanto que to-
caban el suelo, y así fue como un pajarito recién nacido
cayó del nido y se perdió entre la maleza.
—¡Bri, bri! —lloraba sin saber qué hacer.
—¡Bri, bri! —lloraba de hambre.
—¡Bri, bri,! —lloraba de frío, pues aún no tenía todas
sus plumas.
En eso, una trabajadora y hermosa abeja pasó recogien-
do néctar y llevando polen de una flor a otra, cuando oyó
llorar a Bri, como lo bautizó la misma abejita.
—¡Pobrecito, tan pequeño, si no come se va a morir!
Acercándose a examinarlo le dijo:
—¿Cómo es que estás aquí?
—Me caí del nido y el aire me arrastró hasta aquí, mis
padres no me han encontrado y tengo tanta hambre...
—¡Mmmm…! ¡Y qué comes? —preguntó preocupada
la abejita cuyo nombre era Col.
—Pues mis padres me dan una papilla que ellos pre-
paran.
—Pues yo no sé preparar papillas ¡Qué barbaridad!
¿Qué haremos? Mientras lo pensamos, ven y escóndete
en este viejo tronco, no hay nadie. Hasta hace unos días
era el hogar de una lagartija, pero ahora se ha marchado.

45
46 CUENTOS DE FLORA Y FAUNA

Aquí estarás seguro mientras aprendes a volar.


—Pero ¿quién me va a enseñar si no tengo a mis pa-
dres?, y ¡bri, bri! —se soltó llorando.
—¡Yo! —dijo la abeja muy ufana.
—¿Tú? —preguntó asombrado Bri.
—¡Sí, yo! ¿Acaso no me ves volar?
—Bueno, sí, pero…
—¡No hay pero que valga! Tú ya no tienes padres, pero
tienes una abeja madre. ¿De acuerdo?
—¡De acuerdo! —respondió Bri secando sus lágrimas.
—Ahora yo te voy a dar algo mejor que una papilla.
¡Abre el pico!
Bri abrió el pico y la pobre abejita lo alimentó con miel,
dando más de veinte vueltas a su panal para traer néctar
y dar de comer a su nuevo hijo. Luego cansada pero muy
contenta le dio muchas recomendaciones a Bri y se alejó
a su colmena.
Bri fue alimentado con néctar de flores, mientras días
tras día crecía su amor hacia su pequeña madrecita.
—¡Es tan buena! —pensaba Bri— y ahora me enseñará
a volar.
Col comenzó con la clase de vuelo para su hijo adopti-
vo y durante varios días así lo hizo hasta que por fin Bri
aprendió a volar como Col. Desde entonces Bri seguía a
Col a todos lados; ella le enseñó a conocer las flores:
—Ésta se llama rosa, ésta azucena, ésta es flor de limón
y tiene espinas, ésta es venenosa.
Bri volaba como abeja y se alimentaba como abeja, es
decir del néctar de las flores. Sin embargo había un pe-
queño problema, su pico era muy corto y tenía que acer-
carse mucho a la flor, la cual debido a su peso, se doblaba.
Así es que Bri, sufría mucho y Col también, pues pensa-
ba que al cambiar el hábito alimenticio de Bri lo había
perjudicado pues era más pequeño que los demás pája-
LA HISTORIA DE COL Y BRI 47

ros, tal vez sería más fácil comer como los demás pájaros.
Así es que llamando a su hijo Bri le dijo:
—Bri, ¿Por qué no intentas cambiar tu alimentación?
—¡Cambiar¡ ¿por qué? Soy feliz así contigo y con las
flores, son tan bellas, tan perfumadas, tan dulces, tan ex-
quisitas, tan…
—Bueno, bueno, ¡Olvídalo! ¡Vamos pues a trabajar!
Y así juntos, alegres y llenos de amor trabajaban extra-
yendo néctar, aunque a decir verdad sólo Col llevaba el
néctar a su panal, pues Bri se lo comía, ya que apenas
alcanzaba a extraer algo para alimentarse.
Las abejas del panal sonreían al ver a tan singular pa-
reja, una abeja madre de un pájaro.
—¡Vaya con Col! —exclamaban sonrientes— ¡Mientras
no adopte a un oso, todo está bien!
Brí dormía en el mismo árbol donde estaba el panal de
su madre. Sin embargo, no todas las cosas son tan dulces
como la miel. Un mal día para ellos, un enorme oso se
acercó al árbol y extrajo la miel del panal. Las abejas pro-
testaron enojadas y se fueron sobre el intruso, quien ex-
perto en robar miel corrió a la laguna cercana y se metió
al agua con todo y panal.
Col casi se ahoga de no ser por Bri que al ver la escena
voló junto a ella y sobre su espalda la llevó nuevamente
al árbol. Col estuvo muy enferma y Bri cuidó de ella con
mucho amor.
—No te apures mamá ahora yo iré por el néctar, tú
descansa mientras yo trabajo.
Bri, estaba muy preocupado. ¿Cómo obtener más néc-
tar si apenas conseguía una mínima parte?
—Si Col muere, nuevamente quedaré solo, muy solo,
ella es todo para mí —se decía acongojado.
Triste llegó donde sus amigas las flores crecían, éstas
extrañadas, lo vieron llegar solo.
48 CUENTOS DE FLORA Y FAUNA

—¿Y tu madre? —preguntaron.


—Ella está muy enferma, no ha podido venir. Ahora
tengo que llevar néctar para ella.
—¿Y no puedes extraer mucho verdad? —preguntó con
ternura la rosa.
—En verdad, no, mi pico es muy pequeño, —respon-
dió agachando su cabecita.
Toda la tarde batalló Bri y sólo extrajo una mínima can-
tidad. Gruesas lágrimas salían de sus ojos. La rosa inter-
vino nuevamente.
—Por qué no vas al Jardín del Edén, ahí hay muchas
flores y de seguro encontrarás mucho néctar.
—¿Dónde queda? —preguntó interesado Bri
—En lo alto del cielo.
—¡Pues allá iré!
Presuroso voló y voló hasta llegar a un bellísimo lugar
donde oyó dulces cánticos de aves. Una hermosa melo-
día salía de un templo, Bri tuvo curiosidad de saber quién
cantaba tan hermoso y sin pensarlo más entró al templo.
—¡Qué hermosos sitio! Huele a perfume de rosas, pero
está un poco oscuro —murmuró.
De pronto, una blanquísima luz apareció cegándolo.
Bri miraba asorado aquella luz en donde vio la figura de
un hombre, pero no era un hombre común como los que
estaba acostumbrado a ver y temer y quedó inmóvil, es
decir volando como una abeja en un mismo sitio. El per-
sonaje se acercó y llamándolo por su nombre le dijo:
—Mi buen Bri. Sé que tienes grandes apuros, pero no
te preocupes más —dijo mientras se llevaba las manos a
la cabeza en donde sostenía una corona de espinas y arran-
cando una de ellas le dijo:
—Tú estas hecho de amor, del amor que depositó en
ti la abeja; de las flores y la miel, has recibido vida y un
cuerpo extraño, algo en lo que yo no había pensado, pero
LA HISTORIA DE COL Y BRI 49

eres bello, muy bello. Ahora a mí toca, que soy el Crea-


dor de todos los seres, darte un regalo.
Y punzando su mano con la espina, depositó una goti-
ta de su sangre sobre la espina y luego puso ésta sobre el
pico de Bri, hecho lo cual desapareció con una sonrisa de
satisfacción.
Bri, voló hacia el lago para verse reflejado en sus tran-
quilas aguas, notando que su pico había crecido más gran-
de que su cuerpo y desde luego sintió una inmensa alegría
que lo hizo cantar. Aunque en realidad nunca había can-
tado y sólo emitió un zumbido, pero no era canto de ave.
Aun así cantó a su manera una dulce melodía.
Presuroso regresó donde estaba Col, que ya lo estaba
buscando y empezó a preguntar a las flores si lo habían
visto. De pronto Col y Bri se encontraron y el asombro de
Col fue enorme.
—¿Acaso eres tú, mi hijo Bri? —preguntó.
—¡Sí! ¡Soy yo con un nuevo pico!
Explicó a su madre lo sucedido y ella comprendió de
inmediato. Así es que felices y llenos de amor volaron
por el cielo azul festejando el pico de Bri, o el pico del
amor, del amor de la madre, del hijo, del amor del próji-
mo y del amor de aquel hombre con corona de espinas.
Desde entonces puedes ver a Bri en cada colibrí ya que
al fin de cuentas juntó su nombre con el de mamá abeja.
De aquí nació la palabra colibrí.
Y cuenta la leyenda que cuando un hombre mata un
colibrí, una gota de sangre brota de la mano de aquél que
supo comprender el apuro de Brí. Por eso, amiguito mío,
nunca mates un pájaro, pues están hechos de amor y sólo
a ellos se les permite volar por el cielo que les pertenece,
como te pertenece a ti que eres un niño bueno.
50 CUENTOS DE FLORA Y FAUNA
EL NIÑO CORAZÓN 51

EL NIÑO CORAZÓN.

H
ace poco más de un siglo, vivió cerca deTizayuca
un noble y apuesto joven de piel morena, ojos
negros y dueño de una bondad infinita. Conta-
ba con trece años de edad.
Nuestro amigo había nacido en una noche de luna lle-
na de primavera o estación Técpatl. Los sacerdotes que
eran sabios astrónomos, habían interpretado el mensaje
de las estrellas esa noche y consultado el oráculo, excla-
maron.
—Se llamará Yolohtli, y en tiempos adversos entrega-
rá su corazón a los hombres para que se alimenten de él.
Yolohtli —que en náhuatl quiere decir corazón— ha-
bía crecido feliz y amaba todo aquello que le rodeaba: los
animales pequeños y plantas eran sus mejores amigos,
pues a menudo conversaba y jugaba con ellos. Siempre
había querido ser útil a sus hermanos de raza, pero le
preocupaban también los que no lo eran. Yolohtli cono-
cía bien el oráculo que los sacerdotes habían interpreta-
do de acuerdo con el día de su nacimiento y suponía que
más tarde sería sacrificado al Dios Huitzilopochtli y su
corazón serviría para algo útil más allá de la muerte, aun
así, era un niño feliz.
Un día arribaron a Tizayuca emisarios que llevaban en
sus manos estandartes del rey de Tula. Venían a pedir al

51
52 CUENTOS DE FLORA Y FAUNA

señor de Tizayuca ayuda para combatir a las tribus bár-


baras que provenían del Norte.
El gran caracol resonó por los cuatro vientos, llamando a
sus habitantes a una junta urgente en el gran patio de la
pirámide. Su monarca habló de esta manera:
—Queridos súbditos, es necesario que nos alistemos
para la guerra, pues de no ser así, tribus bárbaras del nor-
te acabarán con nosotros; nuestra vida peligra. Es por ello
que los he llamado para que alisten sus rodelas, sus arcos
y flechas. Deben acudir a la defensa de la ciudad, inclusi-
ve los niños de doce años. ¡Pidamos a los Dioses la victo-
ria! —Fueron las últimas palabras del rey.
En Tizayuca y alrededores se sentía gran inquietud; los
habitantes ya no reían como antes. Todo era preparativo
de guerra. Sólo esperaban el momento crucial, pues reco-
nocían la superioridad del enemigo y su característica fe-
rocidad.
—Yolohtli irá a la guerra —dijo en tono severo su padre
haciendo que su esposa rompiera a llorar entristecida.
Nuestro amigo Yolohtli nunca había matado a ningún
semejante, pues los consideraba —con justa razón— obra
de los dioses, de suerte que también lloró con gran pesar
en su alma: los animalitos —sus amigos del bosque— tra-
taron de consolarlo. El zenzontli cantó para él sus más
bellas canciones; las plantas y árboles le obsequiaron sus
mejores frutos, pero nada logró consolarlo. Sus ojos se
cansaron de llorar; su alegría desapareció no por miedo a
perder la vida, sino por el pesar de tener que quitar la
ajena.
¿Sería realmente que los dioses querían que matara a
seres semejantes a él? ¿Acaso esos enemigos no eran tam-
bién obra de los dioses? Ésta y otras muchas preguntas
confundían su pensamiento atormentándolo profunda-
mente.
EL NIÑO CORAZÓN 53

Solitario y triste vagaba sin rumbo contemplando las


quietas aguas de la laguna de Zumpango que pronto se
teñirían de sangre. Hasta que un día, sin darse cuenta,
llegó al límite del bosque y se sentó a descansar bajo un
árbol de blancas flores llamado cazahuatl, que al verlo
pensativo y triste prefirió guardar silencio.
De pronto Yolohtli, sintió hambre y pensó en comer
alguna fruta, pero no estaban cerca sus amigos los árbo-
les que siempre lo deleitaban con sus frutos. Entonces fijó
sus ojos en una planta que nunca antes había visto, su
fruta era de color verde cubierta con espinas, por lo que
al verla pensó:
—Hay tal tristeza y humildad en su aspecto que diría
que sufre tanto o más que yo.
Así que, acercándose a ella, la miró con ternura y le
preguntó:
—¿Cómo te llamas?
—Me llaman Chayotli —contestó con indiferencia
aquella planta.
—¿Cuál es tu fruto?
—Éste es —respondió mostrando una pequeña bola de
un color verde pardusco cubierto de espinas.
—¿Me regalas uno?, —preguntó Yolohtli.
—Sí —contestó Chayotli sonriendo con incredulidad.
—Era la primera vez que alguien se lo pedía. Yolohtli
la tomó con la yema de los dedos sin importarle el dolor
que le causaron las espinas, por lo que sacando del cinto
un pedernal con el que tallaba pequeñas figuras de pie-
dra y madera ensartó la fruta y al abrirla se llevó una
gran sorpresa, ya que contenía una masa dura y fibrosa.
—¿Cómo es que proteges tu fruto con tantas espinas?
¿Acaso eres como el rosal que protege sus flores por ser
tan bellas? Yo creo que no sirve y sin embargo lo defien-
des con tanto celo.
54 CUENTOS DE FLORA Y FAUNA

—¡Ah! Te contaré mi historia —contestó Chayotli. Hace


muchos años sufro por ello, pues mi fruto no es bueno
para nadie, ni los insectos lo quieren. Dime, ¿para que
sirve la vida si mi fruto no es útil a los demás? El hombre
solamente posa sus ojos en mí, pero con miedo cuando
pasa a mi lado para no lastimarse; otras veces usa el pe-
dernal para cortarme, porque piensa que le robo el ali-
mento a sus bellas plantas y deliciosos frutos. Nadie
platica conmigo, ni mis hermanas las plantas, ni los ani-
males, es como si yo fuera un ser maligno e inútil para
todos. Este cruel dolor ha hecho que mi fruto sea insípi-
do y por eso creo que los dioses me han abandonado.
“En igual circunstancia me encuentro yo” pensó
Yolohtli —¿seré útil a mis hermanos matándolos? ¿En ver-
dad se cumplirá el oráculo de los sacerdotes? ¿Qué debo
hacer?
—Te has quedado callado —dijo Chayotli— a lo mejor
tú también sufres como yo.
—¡Cierto!, sufro mucho hermano Chayotli y por eso
yo te amo, aunque tu fruto no sea apetitoso.
—¿Es verdad eso? —preguntó con alegría Chayotli.
—Sí, es verdad, y vendré a visitarte todos los días, mien-
tras pueda…
—Gracias. Es la primera vez que alguien me dice que
me ama. Que los dioses paguen tu bondad para conmigo.
Y allá en el pueblo de Tizayuca, todos se aprestaban a la
defensa elaborando flechas y lanzas. El tiempo apremiaba
cada día, pues las tribus bárbaras se acercaban presurosas
al Valle. El peligro era eminente, ya nadie dormía, y por la
misma razón Yolohtli permanecía en vela; apenas y comía
a los ruegos de sus padres, pues él había dicho que mori-
ría de hambre antes que matar a sus semejantes.
A los pocos días, Chayotli y Yolohtli se habían hecho
grandes amigos y empezaban a contarse sus penas: las
EL NIÑO CORAZÓN 55

demás flores y pequeños animales se admiraban de que


el apuesto Yolohtli eligiera como amigo al humilde
Chayotli.
Una fría mañana, Yolohtli, arrastrando los pies con gran
esfuerzo y con la vista nublada por las lágrimas, se diri-
gió a visitar a su hermano Chayotli para decirle con débil
y balbuciente voz:
—He venido a ti para dormir por siempre bajo tu le-
cho, pues mi pueblo me desprecia por no querer ir a la
guerra a matar a otros hombres que también son hechu-
ra de los dioses.
—Así que ni tú ni yo hemos sido útiles a los demás y
pienso que debemos estar juntos, pues de esta manera,
nuestra amargura será menor.
Y acostándose al pie de la planta y sobre sus hojas, se
quedó dormido. Chayotli acongojado, lloraba mirando
al cielo, en tanto reprochaba a los dioses el haber aumen-
tado ahora su dolor con otra pena más de las que tenía
antes de conocer a Yolohtli. De pronto, sintió que un lí-
quido tibio lo reconfortaba. Era la sangre de Yolohtli que
brotaba del pecho de aquel joven, pues su corazón había
sido atravesado por una de tantas espinas. Al mismo tiem-
po vio que la tristeza de Yolohtli había desaparecido de
su rostro y parecía sonreír.
“Tal vez, siente que su muerte es dulce. Creo que tam-
bién debo morir ahora mismo para seguirlo al Mictlán o
Lugar de los Muertos, pues él era mi único amigo en este
mundo”. En eso pensaba, cuando una fiera salvaje se acer-
có a olfatear a Yolohtli, pero no se atrevió a acercarse al
espino y se retiró de allí, pues el viento hizo mover las
ramas de Chayotli espantándola.
Esto hizo reflexionar a Chayotli de que no debía mo-
rir, pues tenía que proteger a Yolohtli.
56 CUENTOS DE FLORA Y FAUNA

Toda esa tarde veló a su amiguito. Duplicó sus nume-


rosas guías para cubrir su cuerpo inerte con aquella mor-
taja color verde que pronto sobresalió de entre las hierbas
del campo.
Al día siguiente se notó la ausencia de Yolohtli en el
pueblo. Sus padres y parientes lo buscaron por todas par-
tes, hasta llegar frente a Chayotli y asombrados miraron
la mortaja que la planta había tejido para proteger el cuer-
po del joven. Con mucho cuidado desprendieron a
Yolohtli para darle sepultura al pie del humilde y bonda-
doso Chayotli.
Tres meses más tarde, Tizayuca, Tula y Teotihuacán
fueron arrasados por los enemigos que quemaron cose-
chas y sitiaron las ciudades. Unos cuantos habitantes ha-
bían escapado de la muerte y se mantenían escondidos
en el bosque, pero al carecer de agua y alimento se resig-
naron a esperar lentamente la muerte.
Al caer la tarde de cierto día, una joven que buscaba
nopales para comer, llegó al lugar donde estaba Chayotli,
y al verlo gritó entusiasmada:
—¡Vengan acá, señores de mi pueblo, vengan pronto!
Así se hizo, los contados sobrevivientes acudieron pres-
tos al lugar y quedaron asombrados al ver una planta ver-
de que enredaba sobre el cazahuatl sus boludos frutos
verdes y espinosos que colgaban de las guías que trepa-
ban luciendo sus hojas en forma de corazón.
—¡Cortad uno! Es necesario examinarlo —ordenó un
anciano.
Así lo hicieron. Alguien abrió el fruto en dos. En el
centro encontraron una pequeña masa blancuzca en for-
ma de corazón que los maravilló mucho. Y el anciano,
mordiéndolo, se percató de que era dulce y jugoso. Todo
el grupo lo veía con admiración esperando el efecto que
el fruto le causaría
EL NIÑO CORAZÓN 57

—¿Será venenoso? —se preguntaban.


El último en llegar al lugar fue el padre de Yolohtli y al
cerciorarse de aquel acontecimiento milagroso se postró
en el suelo para exclamar:
—¡Oh dioses, oh dioses! ¡El vaticinio se ha cumplido!
¡Mi pobre Yolohtli! ¡Coman sin miedo! ¡Coman! ¡Coman
del fruto de los dioses!
Y el pequeño grupo hambriento se abalanzó sobre los
frutos comiendo aquellas bolas verdes de forma alarga-
da y de espinas inofensivas que quitaron con facilidad.
Chayotli sonrió complacido; por primera vez era útil a
los hombres por mandato de los dioses. Sabía que Yolohtli
también sonreía desde el Mictlán.
De esta manera el pueblo acolhua se salvó de morir de
hambre gracias a Chayotli, que ahora conocemos como
chayote, fruta muy nutritiva y muy mexicana.
Desde entonces, el hombre ve con gusto cuando flo-
rece y da fruta esta planta enredadora. Tú puedes com-
probar que al abrirla tiene en medio un corazón que lo
envuelve una bolsita como de zacate. Se dice que es el
corazón de Yolohtli. Si eres un buen niño, al acercar
ese corazoncito a tu oído, podrás escuchar que aun-
que esté cocido, parece latir alegremente.
¿Tendrás tú también un dulce y noble corazón como
el niño protagonista de esta historia?.
58 CUENTOS DE FLORA Y FAUNA
LOS HUARACHES VERDES 59

LOS HUARACHES VERDES.

H
ace años, en un rancho desolado y triste de los
tantos que existen en Oaxaca, vivía un niño lla-
mado Juanito. Era travieso y juguetón como
todos los niños del mundo. La alegría de vivir y la pure-
za de su alma, se reflejaban en una amplísima sonrisa que
hacía pensar a cualquiera que sus dientecitos blancos eran
hilares de maicitos tiernos. Nuestro simpático amigo gus-
taba de jugar con los animales del rancho, sus únicos
acompañantes, sus únicos confidentes a quienes todas las
tardes regalaba dulces canciones en idioma zapoteco.
Juanito no sabía leer como los otros niños del rancho y
esto era un verdadero problema para la señora María,
que así se llamaba su madre, quien decidió al fin inscri-
birlo en la escuela del pueblo donde llegó muy tempra-
no, es decir, tan luego lo hubo bañado y peinado para
que estrenara su calzón y su camisa de manta que le ha-
bía confeccionado. El pequeño lucía radiante de felicidad
con su ropa nueva y la ilusión de asistir a la escuela em-
bellecía aún más su sonrisa.
Al llegar a la escuela, el miedo a lo desconocido hizo
que Juanito se escondiera tras la falda de su madre, pues
sentía las miradas de desprecio de los otros niños debido
a su vestimenta, su pequeño sombrero que escondía de-
trás de su espalda, pero especialmente sus pies, sus pe-
queños pies morenos curtidos por el sol, mudos sobre la

59
60 CUENTOS DE FLORA Y FAUNA

tierra del campo, pero ahora sobre el piso de cemento


parecían cantar: plas, plas, plas… y que callaron al llegar
frente al escritorio de la maestra, quien lo anotó en su
lista.
—¿Cómo se llama el pequeño?
—Juanito López.
—Edad.
—Siete años cumplidos.
—Nombre del padre o tutor.
—Juan López pero no vive con nosotros, “pos” hace
años se “jué” de bracero onde le dicen Estados Unidos,
¡uy “dende” entonces no sé nada de él!
—¿Pero no te escribe, mujer? —preguntó la maestra al
ver su rostro entristecido.
—“Pos” no, porque yo no sé leer. Precisamente por eso,
traigo con “usté” este mocoso pa’ que pronto pueda leer
y escribir las cartas de su padre.
—Haces bien. Si él es constante con sus clases pronto
aprenderá a leer y escribir.
—No faltará señorita, ha verá “usté” —dijo la madre
mientras abandonaba el salón de clases.
Juanito quiso correr tras ella, pero la maestra, conoce-
dora de estas cosas, lo tomó por los hombros y los sostu-
vo a su lado. Una vez que la madre se marchó, le señaló
el lugar donde debía sentarse. Juanito abrió tamaños ojos
y no habló para nada; la maestra le puso algunos ejerci-
cios en su cuaderno, pero Juanito no quiso o no pudo
hacer nada.
La mañana pasó pronto. Juanito veía a sus compañe-
ros de clase desde su lugar, advirtiendo que sus vesti-
mentas eran muy diferentes a las de él, pero lo que más
lo impresionó fue ver que todos ellos usaban zapatos y
los más pobres huaraches, así que metió sus pequeños
pies bajo la banca todo el tiempo. La falta de zapatos pron-
LOS HUARACHES VERDES 61

to lo acomplejó a tal grado que era el primero en llegar a


clases, el último en salir y se privaba de los recreos pues
sus pies estaban escondidos bajo el mesabanco.
La amplísima sonrisa de Juanito se borró al paso de los
meses. Sus amigos seguían siendo los animalitos pues
de alguna manera intuía, que por su condición humilde,
no podía aspirar a la amistad de los demás niños que le
trataban con indiferencia. Juanito conoció por primera vez
el sufrimiento.
—Ahhh…, si al menos regresara mi papá, estos
chamacos no se reirían de mí, porque yo los acusaría con
él y me defendería. Hace tanto tiempo que se fue que ya
se me está olvidando su cara, —suspiraba con amargura
el pequeño.
Su madre notaba su tristeza y le preguntaba a cada
momento el motivo, mas Juanito le ocultaba sus
mortificaciones.
—Si me hiciera unos zapatos de barro… No, haría mu-
cho ruido y se quebrarían pronto. Y si me pinto los pies
de negro, parecerá que llevo zapatos…
A la mañana siguiente, nuestro amiguito se levantó
muy temprano y se dirigió al pantano, metió dentro sus
pequeños pies y éstos salieron enlodados y renegridos.
Luego sin entrar a su casa se despidió de su madre desde
fuera, asomándose por su pequeña ventana.
—¡Ya me voy mamá, se me hace tarde —gritó, mien-
tras corría rumbo a la escuela.
En el trayecto el lodo fue secándose y desprendiéndo-
se de los pies, así que cuando entró al salón de clases, de
inmediato fue llamado por la maestra para decirle:
—Debes decir a tu madre que te mande más limpio a
la escuela. Mira qué pies tan sucios traes. Una cosa es ser
pobre y otra ser mugroso.
62 CUENTOS DE FLORA Y FAUNA

Los compañeros de clase sonrieron con burla. Juanito


contuvo las lágrimas, su idea no había dado resultado y
solamente había obtenido un regaño delante de sus com-
pañeros.
El tiempo siguió su curso. La tristeza de Juanito iba en
aumento, hasta que cierto día se notó un gran alboroto
en el salón de clases. Sus compañeros sonreían como nun-
ca, realmente se veían felices. Juanito puso mucha aten-
ción para escuchar sus pláticas llenas de emoción.
—Mañana vienen los Santos Reyes y yo voy a pedirles
que me traigan muchos soldaditos de plomo para jugar a
la guerra —dijo un niño chimuelo.
—Yo un tren y una pistolas —dijo con la faz iluminada
un gordito.
—Yo les voy a pedir soldados, pelotas, canicas, dulces,
ropa y todo cuanto quepa en mi cuarto, —dijo un niño
rico.
—Pues para que veas, los Santos Reyes me van a traer
más que a ti, pues voy a poner unos zapatos en casa de
mi abuelita, otros en casa de mi tío Colás, otros con mi
hermana mayor que está casada con Roque el telegrafista
y todos los zapatos que tenga los voy a poner junto al
nacimiento —terció un pequeño presumido y pecoso.
De pronto, el grupito de niños guardó silencio al des-
cubrir la atención que prestaba a su conversación Juanito,
quien agachando la cabeza se hizo el disimulado.
—¿Y a éste que le irán a traer si ni zapatos tiene? —
dijo uno de ellos codeando al más próximo
—Pues que se ponga la carta entre los dedos de los
pies. —Dijo otro entre risas burlonas de todos los ahí pre-
sentes.
Juanito quiso contener las lágrimas, pero no pudo ha-
cerlo y se soltó llorando; su llanto silencioso pareció con-
LOS HUARACHES VERDES 63

mover a los chamacos que minutos antes se habían reído


de él.
La campana sonó anunciado la salida. Raudos los ni-
ños desaparecieron del salón, sólo Juanito seguía lloran-
do, tratando de contenerse para que su madre no notara
su tristeza, al mismo tiempo que pensaba en la importan-
cia de tener zapatos, de perdida huaraches para ser aten-
dido por esos seres maravillosos que visitaban a los niños
para dejarles algún obsequio. Si acaso tuviera huaraches
podría pedir lo que él deseara.
Su madre lo vio entrar a su jacal cabizbajo y entristecido.
—¿Te sientes bien hijo? ¿Tienes hambre?
Juanito sonrió simulando estar alegre.
—Tengo hambre mamá, —dijo mientras la veía echar
tortillas hincada en el suelo.
De pronto surgió la pregunta:
—Mamá, ¿quiénes son los Santos Reyes?
—¡Ah! Los Reyes Magos fueron unos grandes señores
que visitaron a Tata Jesucristo cuando nació y le llevaron
regalos.
—¿Por qué a mis compañeros les traen regalos y a
mí no?
La madre hizo un movimiento con la mano para depo-
sitar la tortilla sobre el comal, mientras pensaba en la
respuesta.
—Mira, hijo, nosotros somos muy pobres y nuestro ja-
cal está muy lejos, así que “naiden” sube hasta acá, ni
sabe que tú y yo vivimos aquí.
—Los niños dicen que esta noche se pone una cartita
en los huaraches y que al otro día aparece lo que desea-
mos —dijo entusiasmado el pequeño, para luego pregun-
tar entristecido— ¿no será que nunca me han traído nada
por no tener huaraches?
64 CUENTOS DE FLORA Y FAUNA

La madre agachó la cabeza para evitar que el pequeño


viera en sus ojos brillar las lágrimas. En esos momentos
una gallina entró al jacal y María aprovechó el momento
para decir al niño:
—Corre hijito, ve a encerrar a las gallinas que se han
salido del gallinero.
Juanito corrió a encerrar las aves en el corral, pero lue-
go volvió a su habitual tristeza, pensando en los
huaraches, en esos huaraches mágicos que le ayudarían
a conseguir su más grande deseo.
Sentado con la vista fija hacia el horizonte estuvo va-
rios minutos, hasta que una idea iluminó su cerebro y lo
hizo correr hacia el jacal, de donde volvió cargando un
cuchillo. Luego se dirigió a la nopalera y cortó dos
nopalitos del mismo tamaño, después, con mucho cuida-
do les quitó las espinas y les hizo unos agujeros por don-
de metió algunos hilos de ixtle. De este modo se fabricó
unos débiles huaraches verdes. Más tarde entró orgullo-
so a su jacal a mostrárselos a su madre.
—Mamá, mira, ya tengo huaraches, ahora mismo haré
mi cartita.
María preocupada exclamó:
—¡Pero si todavía no sabes escribir: Los Santos Reyes
no entenderán tu carta!
—Pero, puedo hacer un dibujo y ellos me entenderán,
ya verás mamá… Le solicitaré esta noche a Tata Jesucris-
to les pida lo que deseo, él me ayudará para que entien-
dan mi cartita —dijo con una sonrisa de satisfacción.
María sonrió ante el ingenio y la fe de su hijo y acarició
su cabeza con inmensa ternura, mientras un gesto de pre-
ocupación se dibujaba en su rostro.
Juanito dibujó algo en una hoja de su cuaderno, que
después arrancó, dobló, y puso dentro de sus huaraches
verdes. Durante varios minutos los contempló, como si
LOS HUARACHES VERDES 65

estuviera pidiéndoles un deseo, después los acercó a su


boca y les dio un beso al mismo tiempo que los colocaba
junto a su humilde petate.
La noche cayó con rapidez y Juanito pronto se quedó
profundamente dormido. María lo observaba con infini-
ta ternura y no pudo evitar que las lágrimas rodaran por
sus mejillas al contemplar los huaraches y la carta; silen-
ciosa sacó de los huaraches verdes el papel y lo desdo-
bló.
—¿Qué pediría mi hijo? —se preguntó al ver un dibujo
mal hecho de un muñeco bigotón— ¿Acaso querrá un
muñeco? ¿Quién podría prestarme algún dinero para
comprarlo?, tal vez, si vendo la marrana… —Seguía pen-
sando mientras lloraba. Buscando consuelo, se paró fren-
te a su ventanita para contemplar el cielo cuajado de
estrellas. La luna llena brillaba en todo su esplendor.
María pensaba en su pobreza y en el sufrimiento de su
pequeño. Tal vez hubiera sido mejor no haberlo llevado
nunca a la escuela; tal vez sería mejor que no regresara a
clases y con esto se aliviaría su tristeza. De pronto, el la-
drar de los peros interrumpió sus pensamientos.
—Qué extraño ¿Quién podría subir hasta acá a esta
hora? —se preguntó.
El miedo recorrió su cuerpo. Con un movimiento rápi-
do cerró su ventanita, luego se aseguró que su puerta es-
tuviera bien atrancada, los ladridos de los perros eran
cada vez más cercanos. María permaneció parada junto a
la ventana sin hacer ruido. Minutos más tarde, unos dé-
biles toquidos llamaron a la puerta y una voz pareció es-
cucharse, la puerta se abrió y se cerró nuevamente.
La noche pasó presurosa y con ella se fue el canto de
los grillos. Juanito despertó muy temprano y corrió a sus
huaraches, su madre lo observaba desde el lugar en don-
de echaba tortillas.
66 CUENTOS DE FLORA Y FAUNA

—¡Mamá, mamá! Mis huaraches no están! —dijo an-


gustiado el pequeño.
—Tal vez los Santos Reyes se les llevaron al verlos tan
bonitos —dijo sonriendo María.
Juanito empezó a llorar.
—¿Por qué llora mi niño? —dijo María sin dejar de son-
reír.
—Porque los Santos Reyes no me trajeron lo que yo
pedí —dijo limpiándose la nariz con la manga de su ca-
misa.
—¿Y qué les pediste? Yo sólo vi que pintaste un muñe-
co bigotón y sombrerudo.
—Es que tú tampoco sabes leer ni escribir mamá
—dijo furioso Juanito bañado en un mar de lágrimas,
para continuar:— Yo les pedí que me trajeran a mi papá
y se abalanzó sobre su madre para llorar con más fuerza.
—Vamos mi niño, deje de llorar y vaya al gallinero a
darle de comer a las gallinas —dijo mientras le extendía
un canasto con maíz.
Juanito de mala gana tomó el canasto y se dirigió al
gallinero, lanzando puños de maíz sin ton ni son. Sus lá-
grimas caían sobre el cuerpo de las aves. De pronto, una
sombra le hizo sentir la presencia de alguien más y al
voltear se encontró con la figura de un hombre que soste-
nía en sus manos los conocidos huaraches verdes.
Juanito quedó paralizado. El hombre sonriente lo tomó
por la cintura y lo alzó por los aires lleno de alegría para
decirle:
—Juanito, cuánto te amo —y lo comenzó a besar.
¡Era… Su padre!
Juanito lo abrazó y besó, también. Ambos sonreían ale-
gremente y el pequeño comenzó a llorar pero ahora de
alegría. María había llegado al corral y sonreía también.
LOS HUARACHES VERDES 67

Los años pasaron. Aquella carta dirigida a los Santos


Reyes es hoy sólo un dibujo amarillento que permanece
cerca de la imagen que una veladora ilumina en el altar.
Una sonrisa de añoranza se refleja en el rostro de Juan
cada vez que en cualquier paraje descubre alguna
nopalera, pues el recuerdo de sus pies descalzos; sus ahora
viejos padres y su fe de niño depositada en sus huaraches
verdes, viven para siempre en su corazón.
¡Cuántos niños en el mundo quisieran tener los
huaraches verdes de Juan…!
68 CUENTOS DE FLORA Y FAUNA
CABALLITO DE MAR 69

CABALLITO DE MAR.

H
ace miles de años existió una ciudad llamada
Zargos y en ella vivía un niño llamado Kate.
Este pequeño se caracterizaba por su inteligen-
cia y su gran imaginación, pues soñaba con ser un gran
guerrero y tener un hermoso caballo blanco; sus padres
eran artesanos talladores de hueso, conchas marinas y
otros elementos que les proporcionaba el mar.
Pobres como eran, nunca pudieron comprar el caballo
blanco que deseaba Kate, quien refugiándose en su ima-
ginación, elaboró con un pedazo de arrecife un caballito
blanco. El pedazo de arrecife era tan pequeño que sólo
alcanzó a elaborar la cabeza, no así el cuerpo que quedó
incompleto, es decir, sin brazos y sin piernas, limitado a
una forma de gancho. Esto no le importó a Kate y soñaba
en que llegado el día, montado en su caballo blanco libra-
ría grandes batallas y se iría de un lugar a otro volando
por el infinito. Kate adoraba a su semicaballito y pasó
gran parte de su vida soñando, teniendo su caballito con-
sigo hasta que envejeció y murió.
Por aquella época, los hombres se tornaron malos; cam-
biaron sus sentimientos. Robaban, mataban y no tenían
compasión para nadie, de suerte que su conducta hizo eno-
jar a Dios, quien decidió terminar con ellos mandándoles
una fuerte tormenta para que murieran ahogados.

69
70 CUENTOS DE FLORA Y FAUNA

Pero había un hombre justo que agradaba a Dios, éste


se llamaba Noé, y el Señor pensó en salvarlo para que no
sufriera el castigo que merecían los demás, y hablándole
en sueños le dijo:
—Noé, mira que he de mandar una gran tormenta para
castigar a los hombres, por lo que deberás construir una
gran barca y almacenar en ella lo que más estimes. Te pro-
meto que todo lo que tú guardes vivirá por amor a ti.
Noé agradecido, invitó a sus vecinos a colaborar con
él, pero éstos, malos e incrédulos, se burlaron de él, así
que decidió apartarse de ellos. Noé, pensaba:
“Tengo que llevar conmigo todo aquello que Dios ha
creado, pues esto no puede perderse, por lo que será ne-
cesario salvar a los animales y a las plantas”.
Así, poco a poco los hijos de Noé fueron juntando a los
animales por parejas: elefantes, jirafas, leones, monos,
gansos, perros, patos, gatos, mapaches, palomos, etc. Las
plantas de todas las especies también fueron colectadas.
Los vecinos que los veían construir el arca y guardar
animales comentaron:
—¡Pobre Noé!
—¡Está completamente loco! —y meneaban la cabeza
con aire de compasión.
Pero llegó el día en que la tormenta se desató, Noé y
los animales subieron al arca que poco a poco fue eleván-
dose sobre las aguas, mientras el mar embravecido ru-
gía, acabando con todas las ciudades existentes, entre ellas
Zargos, aquella ciudad donde había vivido Kate.
Después de cuarenta días y cuarenta noches de lluvia,
Dios cesó aquella tormenta mientras observaba los efec-
tos de la destrucción sufrida a causa del agua, por lo que
ordenó a Noé comenzar una nueva vida llena de amor,
dándole para ello poder mediante un pacto.
CABALLITO DE MAR 71

—Te prometo —le dijo— que nunca más castigaré a


los hombres con muerte por agua, y esto quedará de ma-
nifiesto cuando veas después de cada lluvia un arco poli-
cromo como señal de este pacto y como recuerdo de esta
promesa. (Por eso, hasta hoy día, después de la lluvia y
con el auxilio de los rayos dorados del sol, aparece frente
a nosotros un hermoso arco iris).
A partir de entonces Noé restableció la vida de los ani-
males y las plantas, pero la flora y la fauna tardaron mu-
cho tiempo para volver a empezar, debido a que poco a
poco las fue sacando de su arca para sembrarlas, en tanto
ordenaba a los animales escoger su hábitat en un lugar
determinado de la Tierra.
—Por fin he terminado, —exclamó después de tres años
de trabajo y se sentó a descansar junto a la entrada del
arca que se hallaba sobre las tierras de lo que había sido
Zargos.
De repente, vio flotar sobre el agua el semicaballito de
Kate, el de la fantástica imaginación. Noé al verlo y exa-
minarlo pensó:
“Qué extraño. No recuerdo nunca haber visto a este
animalito. Tiene cabeza de caballito y un cuerpo gracio-
so, pero no tiene pies. Tal vez debido a mi vejez ya no
recuerdo las cosas. Posiblemente este caballito murió por
falta de cuidado de mi parte. ¡Qué barbaridad, que tor-
peza la mía!”
Y diciendo esto, sopló en la boca del juguete de Kate
para exclamar:
—¡Por el poder del Padre Todopoderoso, yo te doy
vida!
Y el caballito se movió. Noé sonriente, no sabía qué
hacer, ni dónde ponerlo. ¿De dónde era? ¿De tierra o de
agua? Así que le preguntó:
—Caballito, ¿dónde vives?
72 CUENTOS DE FLORA Y FAUNA

—El caballito no pudo contestar, pues por no haber


sido un ser viviente no entendía a Noé, pero miró hacia
abajo, hacia el agua, allá donde se encontraban las ruinas
de la ciudad hundida donde había sido creado por Kate.
—Noé, comprendiendo aquel silencio se le hizo fácil
arrojarlo al mar, pidiéndole a Dios, le concediera una com-
pañera, pues según él, por causa de su avanzada edad y
su descuido había perdido a la pareja del caballito.
Así fue que Kate, Noé y Dios, crearon un nuevo ser en
el mar, un ser de forma extraña, algo así como una letra
“S” o un signo de interrogación, pero que hasta nuestros
días vive en el fondo del inmenso océano, como si fuera
un hermoso juguete al que mecen las olas. Se dice que su
compañera no tenía experiencia de la vida y no supo criar
a sus hijos y que el caballito decidió criarlos él mismo,
gracias al amor que le fue transmitido durante años por
nuestro amigo Kate, y en su honor cabalga no por los
cielos sino en el agua, recordando a su dulce dueño, de
cuya casa bajo el agua nunca se quiso separar.
EL NUEVO SOL 73

EL NUEVO SOL

H
ace muchísimos años, no sabríamos decir cuán-
tos, la Tierra se oscureció y una lluvia torrencial
cayó durante cuarenta días y cuarenta noches.
Los mares crecieron y crecieron, hasta que sus aguas in-
vadieron la superficie terrestre, cubriendo por completo
poblados, villas y ciudades; solamente se salvaron de la
muerte los habitantes de las altas montañas. Hasta que al
fin la lluvia cesó y las aguas regresaron poco a poco a su
nivel, pero, el Sol, la Luna y las estrellas no volvieron a
asomarse en el firmamento.
¡Era de día o de noche? Nadie lo sabía: los pocos habi-
tantes de la Tierra vivían en un caos, pues el miedo a ro-
dar por los barrancos, caer en agujeros y toparse con
animales salvajes los tenía sumamente preocupados, de
sobra sabían que de no aparecer el Sol en el firmamento
morirían.
Cierta vez y debido a las tinieblas, dos seres chocaron
en la oscuridad, golpeándose las cabezas que sonaron
como calabazas huecas.
—¡Ay, ay! —gritó uno.
—¡Uy, uy —gritó el otro.
—¿Quién eres? —preguntaron ambos al mismo tiempo
—Soy Mazatl, el venado y, ¿tú quién eres?
—Soy Cuauhtli, el águila —respondió con desgano el
otro.

73
74 CUENTOS DE FLORA Y FAUNA

—¡Huy! ¿Me comerás? —preguntó espantado Mazatl


el venado.
—¡No! —contestó el águila para agregar,— nada gano
ya, pues pronto moriremos todos; así que no vale la pena
comerte sólo para vivir un día más en esta oscuridad sin
poder volar bajo el cielo azul y sin el sol que proporciona
a mi cuerpo la energía de vivir.
En eso estaban cuando escucharon nuevas voces a su
alrededor
Buenos días o buenas noches quien queira que sea.
—Yo soy Ocelotl el tigre.
—¡Buenas noches señor Ocelotl! contestaron varias vo-
ces en la oscuridad.
—Somos Cuauhtli el águila y Mazatl el venado.
Luego se escuchó una voz chillona.
—Yo soy Ozomahtli, la mona.
—Yo soy Coatl, la culebra.
—Yo soy Cuetzpalli, la lagartija, para servir a ustedes.
—¿Quiere alguno hacerme el favor de cargarme para
que no me vayan a aplastar?
—Sí, yo te cargaré, soy Itzcuintli, el perro, súbete. Y
con un ladrido hizo a Cuetzpalli acomodarse sobre su
lomo.
—Creo que podríamos hacer algo para que el Sol y la
Luna regresen a alumbrar el firmamento.
—¡Sí, hagamos algo! —respondieron todos a coro.
—Pero ¿cómo? —preguntó Cuauhtli, al águila.
—¡Agrademos a los dioses!— terció la voz chillona de
Ozomatli.
—¡Sí! ¡Eso es! ¡Agrademos a los dioses! —exclamaron
los presentes.
—¡Hagamos una ofrenda! —dijo Cuetzpalli.
—¡Sí! ¡Hagámosla! —gritaron con júbilo.
EL NUEVO SOL 75

Los demás de inmediato se dedicaron a buscar ramas


para construir una especie de altar para colocar una ofren-
da.
De pronto, Itzcuintli, el perro preguntó:
—¡Pero cómo han de ver la ofrenda los dioses del cie-
lo, si nosotros no podemos verla aquí tan cerca?
—¡Tienes razón! —respondieron todos.
—A pocos kilómetros de aquí arde una hoguera que
causó un rayo, ya tiene varios días —agregó Cuauhtli el
águila — además, se encuentran allí otros hermanos ani-
males; tal vez allí podamos poner la ofrenda y danzar en
honor de los dioses.
—¡Vayamos pronto —exclamaron al unísono los allí
reunidos y marcharon silenciosos a tientas hacia donde
sus sentidos de dirección y su olfato los guiaba.
Al poco tiempo efectivamente frente a una gran ho-
guera que alcanzaba a iluminar una pequeña parte, ad-
virtieron que eran muchos los animales que allí se
hallaban, por lo que Ocelotl con voz imponente dijo:
—¡Hermanos! Hemos venido a hacer aquí una ofren-
da a los dioses para que el Sol Tonatiuh, la Luna Meztli y
las estrellas Citlallis, vuelvan a brillar en el cielo. ¿Quie-
ren ustedes participar en la ofrenda?
—¡Sí! —respondieron todos.
—¡Vamos pues! Actuemos de inmediato —respondió
el tigre y comenzaron nuevamente a recolectar ramos y
frutos para colocar sobre el altar.
Una vez que hubieron terminado, todos contemplaron
su obra, cuando de pronto alguien habló:
—¡Eso no sirve! —dijo una vocecita lejana.
—¿Quién osa decir eso? —respondió con enojo
Cuetzpalli.
—¡Fue Quimichi, el ratón! —respondió la lagartija
Cuetzpalli.
76 CUENTOS DE FLORA Y FAUNA

—¡Sal de ahí Quimichi! ¡Sal! —gritaron todos.


—De tonto salgo! —respondió con vocecita temblo-
rosa.
—¡Si no sales, entro por tí! —gritó amenazante Coatl,
la culebra.
—¡Bueno, quien me manda ser metiche! —dijo entre
dientes Qumichi mientras asomaba la cabeza con mucho
miedo.
—¡Habla! —ordenó Ocelotl.
—Bueno han de saber que mi abuelo me contó que
Tonatiuh el Sol y Meztli la Luna, nacieron hace muchos
años en un lugar llamado Teotihuacán. El Sol se formó
cuando un humilde y valiente guerrero se arrojó a una
hoguera —dijo, mientras tragaba saliva para continuar.
El espíritu de aquel guerrero volvió al cielo convirtién-
dose en una bola de fuego y fue llamado Tonatiuh. Nues-
tra madre la Luna Meztli, es el alma de otro guerrero
valiente, que fue el segundo en arrojarse a la hoguera.
—¡Qué barbaridad! —exclamaron todos.
—¡Arrojemos a Quimichi! —gritó Ozomatli.
—¡No, no, los que se arrojen a la hoguera deben hacer-
lo por voluntad propia! —gritó asustado el ratoncito. —
Así que la solución será que el más valiente de nosotros
se arroje a la hoguera —dijo, mientras se perdía en el fon-
do de su agujero de donde volvió a salir para atizbar con
sus pequeños ojos la reacción que habían producido sus
palabras.
Los animales permanecían inmóviles ante la proposi-
ción, pero nadie decía yo, se concretaban a mirarse como
queriendo decir: Tú primero.
Poco a poco Quimichi, vio desde su ventana cómo
las antes cabezas altivas del águila y el tigre fueron aga-
chándose, la culebra se hizo “rosca”. Ozomahtli, la
mona fingía no entender nada, mientras se rascaba la
EL NUEVO SOL 77

barriga. Mazatl, el venado temblaba como hoja cuan-


do sopla el viento, mientras Cuetzpalli, la lagartija,
había desaparecido.
—¿No que los tigres y las águilas son muy valientes y
osados? —preguntó el ratoncito.
—¿Y que tal si no funciona el sacrificio? —contestó en-
tristecido el águila.
—¡De todos modos moriremos! —respondió el
ratoncito.
—¡Pero no quemados! —contestó con voz apagada el
tigre.
Cansados y pensativos durmieron alrededor de la ho-
guera. solamente se escuchaba un ruido lejano que venía
del agujero de Quimichi quien comía despreocupado. De
pronto, sus ojillos parecieron querer salirse de sus órbi-
tas, al ver asomar en su agujero a una ave parecida al
águila, pero más pequeña.
—¿Quién eres? —preguntó con voz temblorosa
Quimichi.
—Soy el gallo —respondió aquel ser extraño.
—¡Gallo!, no conozco a nadie con ese nombre, no eres
de estas tierras ¿verdad?— preguntó el ratoncito.
—¡No, no soy de aquí! ¡aunque la verdad no sé en don-
de estoy, ni a dónde voy, estoy perdido desde hace días,
el barco donde venía naufragó y estoy perdido en esta
oscuridad! ¿Puedes regalarme un poco de lo que comes?
Tengo hambre —dijo con voz humilde el extraño visitan-
te.
—¡Sí! —contestó el ratón— ¡toma, se llama maíz, sabe
muy bien! —dijo mientras empujaba algunos granos de
maìz fuera de su agujero.
—¡Mmmm! ¡Sí que sabe bien! —dijo el gallo para con-
tinuar— ¿Puedo preguntarte qué hacen aquí tantos her-
manos?
78 CUENTOS DE FLORA Y FAUNA

—¡Ah!, pues se han cansado de tanto hablar.


—¿De qué hablan?
—Hablan de la manera de agradar a los dioses, para
que el Sol Tonatiuh, la Luna Meztli y las Citlallis estre-
llas, vuelvan a brillar en el firmamento.
—¡Ah, que interesante —respondió pensativo el gallo,
para preguntar nuevamente— ¿ya saben cómo agradar a
los dioses?
—Mmjú…—contestó Quimichi porque tenía la boca lle-
na de partículas de comida.
—¿Ya saben cómo agradar a los dioses? —preguntó
por segunda vez el gallo.
—¡Sí, ya lo saben!
—¡Cuenta, cuenta! —dijo con curiosidad— ¿qué hay
que hacer?
—Pues nada menos que un pequeño sacrificio —dijo
indiferente Quimichi.
—¿Sacrificio? ¿Qué es eso? —preguntó el visitante.
—Un animal estoico y valiente deberá arrojarse volun-
tariamente y con gran resignación a esa hoguera, y así
saldrá el Sol —respondió Quimichi, encogiéndose de
hombros.
—Bueno, si tú quieres yo me arrojo a la hoguera.
—¿Tú? —preguntó asombrado el ratón— ¿Serías ca-
paz?
—¡Claro! a diferencia de los hermanos animales aquí
presentes, los dioses me han creado para servir de ali-
mento a los hombres y nuestra especie realiza muy bien
este papel. De todos modos, he de morir. Qué más da
intentar salvar a mis semejantes. Además si da resultado
tendré el gran honor de hacer volver brillar el Sol, que es
ahora lo más importante, para salvar la vida ¡Tú Quimichi
eres testigo de mi sacrificio voluntario!
EL NUEVO SOL 79

Diciendo esto , se encaminó con paso decidido al bor-


de de la hoguera y aleteando sobre sus flancos, cantó or-
gulloso, como cuando salía vencedor de alguna pelea.
—¡Quí, quí, rí, quí! ¡Quí, quí, rí, quí!, cantó aleteando,
para arrojarse a la hoguera.
Debido al ruido y al canto, despertaron asustados todos
los presentes. Ocelotl se acercó a ver lo que sucedía, mien-
tras las plumas encendidas del gallo cayeron sobre su cuer-
po manchándolo con pequeñas pintas de quemadura.
Quimichi gritó jubiloso
—¡Quí, quí, rí, quí!¡He aquí al hermano gallo que vino
de lejanas tierras y que se ha sacrificado para que el Sol
vuelva a brillar!
Todos miraban asombrados la escena. El gallo se con-
virtió en cenizas, haciendo que en ese momento el Sol se
asomara en el horizonte e iluminara con sus rayos dora-
dos las colinas y los valles. El mundo volvía a nacer.
—¡Bravo! ¡Viva! —gritaron todos y empezaron una
gran danza alrededor de la hoguera. Después de unos
minutos, alguien preguntó:
—¿Y la Luna? ¿Quién se sacrificará para que la Luna
brille?
Pero nadie contestó. Es decir, todos guardaron silen-
cio, esperando que llegara otro héroe. ¿Cómo iban a mo-
rir ellos en la hoguera?
Toda la mañana hablaron y discutieron tratando ya no
de encontrar un héroe, sino un tonto y descuidado para
empujarlo a la hoguera.
—¡Arrójate tú Itzcuintli! o tú Cuauhtli! —ordenaba
Ocelotl.
—¿Y por qué tú no pones el ejemplo?
—Yo no puedo, mejor tú o primero las damas…
Así consumieron todo el día en inútil discusión y dis-
gusto, al grado de que Itzcuintli por accidente cayera muy
80 CUENTOS DE FLORA Y FAUNA

cerca de la hoguera y se chamuscara el pelo, pero logró


salvarse. Por esta razón, hasta nuestros días lo vemos
pelón, como si se hubiera rasurado.
Desalentados y malhumorados seguían discutiendo
alrededor de la hoguera. De pronto el pequeño y blanco
Tochtli, el conejo llegó hasta ellos diciendo:
—Me han contado que el Sol ha vuelto abrillar, gracias
al sacrificio realizado por un hermano de este lugar y tam-
bién, que todos ustedes se rehusan a hacerlo voluntaria-
mente. De suerte que yo me sacrificaré para que nuestra
madre Meztli vuelva a brillar y vengo con humildad a
solicitarles sean testigos de mi sacrificio.
—¡Efectivamente, tu sacrificio es muy pequeño e in-
significante —contestó con voz desdeñosa el tigre.
Esto hizo que todas las miradas de reproche se fijaran
en él, pero como todos tenían miedo a la hoguera, imi-
tando a Ocelotl contestaron jubilosos:
—¡Tochtli, que los dioses te premien!
Tochtli sonrió con humildad, mostrando sus blanquí-
simos dientes y después de mirar por un momento el cie-
lo, dio un gran salto al centro de la hoguera.
—¡Ah! —exclamaron todos— ¡Qué valiente conejo!
De inmediato la Luna apareció poco a poco en el hori-
zonte.
—¡Gracias dioses! ¡Gracias dioses! —Exclamaron al uní-
sono.
De pronto un enjambre de luciérnagas apareció volan-
do con gran rapidez y en silencio se arrojaron a la lumbre
que las hizo desaparecer en un santiamén.
—¡Han salido las estrellas! ¡Han salido las estrellas! Gri-
taron con frenesí.
—¡Dancemos en agradecimiento a los dioses!
—Y así lo hicieron con gran alegría.
EL NUEVO SOL 81

El gracioso Quimichi lloraba de gusto sin dejar de con-


templar el cielo. Su idea había resultado y esto le hacía
sentirse inmensamente feliz. Los animales bailaron toda
la noche y al amanecer cada uno regresó a sus lugares de
origen a disfrutar de la vida, mientras Quimichi se hacía
estas reflexiones:
—Qué pronto olvidaron el sacrificio de nuestros her-
manos, el gallo, el conejo y las luciérnagas. Cómo es de
ingrata la fauna que puebla las selvas de la Tierra. A este
paso pronto nos vamos a parecer a los hombres.
En realidad, la hazaña del valeroso gallo, el humilde
conejo y las luciérnagas no ha sido olvidada, pues para
agradecer su valentía, los dioses han dejado señales y
vestigios de su bondadoso desprendimiento, haciendo
que las crestas de los gallos parezcan llamas rojas y ar-
dientes de hoguera. Por eso cuando Tonatiuh, el Sol, aso-
ma en el horizonte, los gallos aletean sobre sus costados
y se escucha el canto de todos ellos en el mundo, que lo
reciben con alegría y lo saludan con respeto y venera-
ción, pues saben que el Sol es la representación viva de
su antecesor. De igual modo, si tú, niño lector, observas
y estudias a la Luna en una noche clara, verás dentro de
ella, sentadito, con sus largas orejas y sonriendo a Tochtli,
el conejo, como también lo puedes hacer con las estrellas
que cintilan como luciérnagas que mueven sus alitas al
cruzar majestuosas por el infinito azul.
Desde entonces, Ocelotl el tigre, quedó para siempre
con motas en la piel, que según los decires, son manchas
de pena, y el Itzcuintli, pelón toda su vida por haber caí-
do en la lumbre, mientras que Quimichi sigue escondido
de miedo y comiendo maíz todas las noches.
De suerte que ya sabes como y porqué volvieron a
brillar y dar vida a la humanidad un nuevo Sol, una nue-
va Luna y jóvenes estrellitas.
82 CUENTOS DE FLORA Y FAUNA
EL NUEVO SOL 83

Impreso en los Talleres Gráficos de la


Dirección de Publicaciones del
Instituto Politécnico Nacional
Tresguerras 27, Centro Histórico, México, DF
Abril de 2002. Edición: 1000 ejemplares

CUIDADO EDITORIAL Y CORRECCIÓN: Teófila Amayo Pérez


FORMACIÓN Y DISEÑO DE PORTADA: Wilfrido Heredia Díaz
SUPERVISIÓN: Delfino Rivera Belman
PRODUCCIÓN: Alicia Lepre Larrosa
DIVISIÓN E DITORIAL: Jesús Espinosa Morales
DIRECTOR: Arturo Salcido Beltrán
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