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Cuentos de Flora y Fauna PDF
Cuentos de Flora y Fauna PDF
DIRECTORIO
ISBN:
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ÍNDICE
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La autora
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A MANERA DE PRÓLOGO
Gris:
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Reunión Internacional sobre Educación Ambiental en los Planes de Estu-
dios Escolares, organizada por la Comisión de Educación de la Unión
Internacional para al Conservación de la Naturaleza y sus Recursos/
UNESCO, 1970.
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Con afecto
EL ÁRBOL TONTO
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EL MEJOR TRAJE.
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acía pocos meses que Chanín había venido al
mundo, de suerte que las enfermeras encarga-
das de su salud y cuidado le habían permitido
salir de su dormitorio, es decir, había llegado el momen-
to de tomar el sol. Chanín es un pequeño chimpancé del
zoológico al que pronto verás caminar de un lado para
otro de su jaula, sonriéndote y mirándote con ternura;
por ahora se halla en el regazo de su madre y desde allí
observa tras los barrotes de su jaula a los curiosos que se
acercan a mirarlo.
—¿Quiénes son esos changuitos que visten tan mal?
Preguntó Chanín a su madre, haciéndole un gesto de des-
agrado.
—Se llaman hombres y se creen los “reyes” de la Tie-
rra.
—Y ese que nos mira tan feo, es ¿macho o hembra?
Preguntó con curiosidad el pequeñín.
—Pues… la verdad no lo sé —contestó la mona olfa-
teando, como si tratara de identificar el sexo del mirón
que estaba frente a ellos.
—¡ No me gustan! —gritó Chanín mientras se escon-
día bajo el pecho de su madre.
—¿Por qué? ¿Acaso te dan miedo?
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DULCE VICTORIA
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na calurosa mañana de marzo, una abeja se posó
sobre un pan envinado de esos que venden en el
estado de Oaxaca. El pan, que nunca había visto
una abeja, le preguntó:
—¿Por qué eres tan rubia y grande? Las otras que he
visto son negras, feas, chaparras y muy sucias.
—Porque tú has visto moscas y yo soy una abeja.
—¿Abeja? ¿qué es una abeja? ¿las abejas y las moscas
no son iguales?
—Bueno, en un tiempo, hace miles de años parece que
sí estuvimos asociadas pero ahora ya no.
—¿Por qué no me cuentas la historia? Mientras tanto,
puedes tomar de mi miel.
—Has de saber que nosotras las abejas fuimos creadas
por el infinito con el ánimo de ayudar a la fecundación
de las flores, pues llevando el polen en nuestras patitas
cuando nos posamos en una flor y luego en otra asegura-
mos que nazcan nuevas flores. De esta manera, nuestra
fuente de néctar, que son las flores, siempre existirá y
nosotras siempre tendremos alimento que es la miel.
—¿Miel? ¿como de la que estoy hecho? —preguntó cu-
rioso el pan envinado.
—Sí, exactamente, pero déjame seguir contando la his-
toria. Nosotras trabajamos en forma organizada y nos re-
gimos por leyes muy estrictas. Estas leyes han sido
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abía llovido mucho durante tres días, pues un
fuerte huracán azotó la costa haciendo que las
copas de los árboles se doblaran tanto que to-
caban el suelo, y así fue como un pajarito recién nacido
cayó del nido y se perdió entre la maleza.
—¡Bri, bri! —lloraba sin saber qué hacer.
—¡Bri, bri! —lloraba de hambre.
—¡Bri, bri,! —lloraba de frío, pues aún no tenía todas
sus plumas.
En eso, una trabajadora y hermosa abeja pasó recogien-
do néctar y llevando polen de una flor a otra, cuando oyó
llorar a Bri, como lo bautizó la misma abejita.
—¡Pobrecito, tan pequeño, si no come se va a morir!
Acercándose a examinarlo le dijo:
—¿Cómo es que estás aquí?
—Me caí del nido y el aire me arrastró hasta aquí, mis
padres no me han encontrado y tengo tanta hambre...
—¡Mmmm…! ¡Y qué comes? —preguntó preocupada
la abejita cuyo nombre era Col.
—Pues mis padres me dan una papilla que ellos pre-
paran.
—Pues yo no sé preparar papillas ¡Qué barbaridad!
¿Qué haremos? Mientras lo pensamos, ven y escóndete
en este viejo tronco, no hay nadie. Hasta hace unos días
era el hogar de una lagartija, pero ahora se ha marchado.
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ros, tal vez sería más fácil comer como los demás pájaros.
Así es que llamando a su hijo Bri le dijo:
—Bri, ¿Por qué no intentas cambiar tu alimentación?
—¡Cambiar¡ ¿por qué? Soy feliz así contigo y con las
flores, son tan bellas, tan perfumadas, tan dulces, tan ex-
quisitas, tan…
—Bueno, bueno, ¡Olvídalo! ¡Vamos pues a trabajar!
Y así juntos, alegres y llenos de amor trabajaban extra-
yendo néctar, aunque a decir verdad sólo Col llevaba el
néctar a su panal, pues Bri se lo comía, ya que apenas
alcanzaba a extraer algo para alimentarse.
Las abejas del panal sonreían al ver a tan singular pa-
reja, una abeja madre de un pájaro.
—¡Vaya con Col! —exclamaban sonrientes— ¡Mientras
no adopte a un oso, todo está bien!
Brí dormía en el mismo árbol donde estaba el panal de
su madre. Sin embargo, no todas las cosas son tan dulces
como la miel. Un mal día para ellos, un enorme oso se
acercó al árbol y extrajo la miel del panal. Las abejas pro-
testaron enojadas y se fueron sobre el intruso, quien ex-
perto en robar miel corrió a la laguna cercana y se metió
al agua con todo y panal.
Col casi se ahoga de no ser por Bri que al ver la escena
voló junto a ella y sobre su espalda la llevó nuevamente
al árbol. Col estuvo muy enferma y Bri cuidó de ella con
mucho amor.
—No te apures mamá ahora yo iré por el néctar, tú
descansa mientras yo trabajo.
Bri, estaba muy preocupado. ¿Cómo obtener más néc-
tar si apenas conseguía una mínima parte?
—Si Col muere, nuevamente quedaré solo, muy solo,
ella es todo para mí —se decía acongojado.
Triste llegó donde sus amigas las flores crecían, éstas
extrañadas, lo vieron llegar solo.
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EL NIÑO CORAZÓN.
H
ace poco más de un siglo, vivió cerca deTizayuca
un noble y apuesto joven de piel morena, ojos
negros y dueño de una bondad infinita. Conta-
ba con trece años de edad.
Nuestro amigo había nacido en una noche de luna lle-
na de primavera o estación Técpatl. Los sacerdotes que
eran sabios astrónomos, habían interpretado el mensaje
de las estrellas esa noche y consultado el oráculo, excla-
maron.
—Se llamará Yolohtli, y en tiempos adversos entrega-
rá su corazón a los hombres para que se alimenten de él.
Yolohtli —que en náhuatl quiere decir corazón— ha-
bía crecido feliz y amaba todo aquello que le rodeaba: los
animales pequeños y plantas eran sus mejores amigos,
pues a menudo conversaba y jugaba con ellos. Siempre
había querido ser útil a sus hermanos de raza, pero le
preocupaban también los que no lo eran. Yolohtli cono-
cía bien el oráculo que los sacerdotes habían interpreta-
do de acuerdo con el día de su nacimiento y suponía que
más tarde sería sacrificado al Dios Huitzilopochtli y su
corazón serviría para algo útil más allá de la muerte, aun
así, era un niño feliz.
Un día arribaron a Tizayuca emisarios que llevaban en
sus manos estandartes del rey de Tula. Venían a pedir al
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ace años, en un rancho desolado y triste de los
tantos que existen en Oaxaca, vivía un niño lla-
mado Juanito. Era travieso y juguetón como
todos los niños del mundo. La alegría de vivir y la pure-
za de su alma, se reflejaban en una amplísima sonrisa que
hacía pensar a cualquiera que sus dientecitos blancos eran
hilares de maicitos tiernos. Nuestro simpático amigo gus-
taba de jugar con los animales del rancho, sus únicos
acompañantes, sus únicos confidentes a quienes todas las
tardes regalaba dulces canciones en idioma zapoteco.
Juanito no sabía leer como los otros niños del rancho y
esto era un verdadero problema para la señora María,
que así se llamaba su madre, quien decidió al fin inscri-
birlo en la escuela del pueblo donde llegó muy tempra-
no, es decir, tan luego lo hubo bañado y peinado para
que estrenara su calzón y su camisa de manta que le ha-
bía confeccionado. El pequeño lucía radiante de felicidad
con su ropa nueva y la ilusión de asistir a la escuela em-
bellecía aún más su sonrisa.
Al llegar a la escuela, el miedo a lo desconocido hizo
que Juanito se escondiera tras la falda de su madre, pues
sentía las miradas de desprecio de los otros niños debido
a su vestimenta, su pequeño sombrero que escondía de-
trás de su espalda, pero especialmente sus pies, sus pe-
queños pies morenos curtidos por el sol, mudos sobre la
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CABALLITO DE MAR.
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ace miles de años existió una ciudad llamada
Zargos y en ella vivía un niño llamado Kate.
Este pequeño se caracterizaba por su inteligen-
cia y su gran imaginación, pues soñaba con ser un gran
guerrero y tener un hermoso caballo blanco; sus padres
eran artesanos talladores de hueso, conchas marinas y
otros elementos que les proporcionaba el mar.
Pobres como eran, nunca pudieron comprar el caballo
blanco que deseaba Kate, quien refugiándose en su ima-
ginación, elaboró con un pedazo de arrecife un caballito
blanco. El pedazo de arrecife era tan pequeño que sólo
alcanzó a elaborar la cabeza, no así el cuerpo que quedó
incompleto, es decir, sin brazos y sin piernas, limitado a
una forma de gancho. Esto no le importó a Kate y soñaba
en que llegado el día, montado en su caballo blanco libra-
ría grandes batallas y se iría de un lugar a otro volando
por el infinito. Kate adoraba a su semicaballito y pasó
gran parte de su vida soñando, teniendo su caballito con-
sigo hasta que envejeció y murió.
Por aquella época, los hombres se tornaron malos; cam-
biaron sus sentimientos. Robaban, mataban y no tenían
compasión para nadie, de suerte que su conducta hizo eno-
jar a Dios, quien decidió terminar con ellos mandándoles
una fuerte tormenta para que murieran ahogados.
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EL NUEVO SOL
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ace muchísimos años, no sabríamos decir cuán-
tos, la Tierra se oscureció y una lluvia torrencial
cayó durante cuarenta días y cuarenta noches.
Los mares crecieron y crecieron, hasta que sus aguas in-
vadieron la superficie terrestre, cubriendo por completo
poblados, villas y ciudades; solamente se salvaron de la
muerte los habitantes de las altas montañas. Hasta que al
fin la lluvia cesó y las aguas regresaron poco a poco a su
nivel, pero, el Sol, la Luna y las estrellas no volvieron a
asomarse en el firmamento.
¡Era de día o de noche? Nadie lo sabía: los pocos habi-
tantes de la Tierra vivían en un caos, pues el miedo a ro-
dar por los barrancos, caer en agujeros y toparse con
animales salvajes los tenía sumamente preocupados, de
sobra sabían que de no aparecer el Sol en el firmamento
morirían.
Cierta vez y debido a las tinieblas, dos seres chocaron
en la oscuridad, golpeándose las cabezas que sonaron
como calabazas huecas.
—¡Ay, ay! —gritó uno.
—¡Uy, uy —gritó el otro.
—¿Quién eres? —preguntaron ambos al mismo tiempo
—Soy Mazatl, el venado y, ¿tú quién eres?
—Soy Cuauhtli, el águila —respondió con desgano el
otro.
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