Está en la página 1de 9

Una aproximación a las adicciones desde la Psicología Humanista-Existencial.

Santiago Acosta Bedoya.

Al referirse a la psicología Humanista-Existencial se están mencionando varios enfoques, que si


bien han ganado consistencia y convergencia epistemológica entre sí con el paso del tiempo en
términos de método y categorías esenciales alusivas a la comprensión del ser humano
(Velásquez, 2010), en un primer momento consistía en posturas heterogéneas teniendo en
común una reacción ante el determinismo de las psicologías hasta ese entonces elaboradas,
tanto así que ‘’Una de las características más sobresalientes de los primeros promotores del
movimiento de la Psicología humanista-existencial es su heterogeneidad y diversidad de
procedencia. Todos ellos tenían orígenes en campos muy diversos de la psicología y
representaban posiciones teóricas muy distintas’’ (Gondra, 1986 citado por Henao, 2013,
p.87). Esto da como resultado una variedad de corrientes al interior de esta escuela, cada una
con sus teóricos representativos, sus avances y sus maneras de abordaje psicoterapéutico, por
lo cual la temática de las adicciones no está exenta de esta multiplicidad cuando se le
considera desde la psicología Humanista-Existencial. Debido a lo anterior, se abordará el
fenómeno de la adicción desde cuatro de las corrientes más representativas dentro de esta
escuela, a saber: el análisis existencial, la logoterapia o psicoterapia centrada en el sentido, la
psicoterapia Gestalt y la teoría de la motivación de Abraham Maslow.

Análisis existencial

Al interior de esta corriente cabe resaltar a la psiquiatría antropológica, la cual, bajo el influjo
del análisis existencial de Binswanger, pero sin el grado de compromiso que este tiene con la
filosofía heideggeriana, se da a la tarea de aplicar el método fenomenológico para el estudio
de diversos cuadros psicopatológicos (Dörr, 1995), por lo cual desde esta teoría se ofrece una
delimitación y comprensión del fenómeno de la adicción; en primer lugar es de observar que
en el idioma alemán únicamente la palabra Sucht es usada para denominar una serie de
comportamientos anormales, tales como la perversión, la manía, la dependencia, el vicio y
muy particularmente la adicción, teniendo dos diferentes orígenes etimológicos: por una parte
derivándose del vocablo germánico siech que significa enfermo, y por otra de suchen que
significa buscar (Dörr, 1995). Esto de entrada nos muestra dos características fundamentales
del fenómeno de la adicción, ya que señala la pasividad de la enfermedad y la actividad de la
búsqueda compulsiva.

De esto anterior se desprende una relación intrínseca con la temporalidad, la cual es un


fenómeno netamente humano debido a que ‘’la temporalidad se define, como el poder formar
un todo de la existencia humana y sólo ella concede la posibilidad de otorgar un último sentido
al ser en general’’ (Velásquez, 2010, p. 42). Esta relación es observable en la medida en que
hay una búsqueda entrelazada con una pasividad, esto es, una acción enmarcada en los límites
de la parsimonia presente, una paradójica proyección a un presente perpetuo. Es importante
hacer énfasis en el hecho de que cuando en este contexto se habla de temporalidad, no se
hace referencia a una mera vivencia subjetiva del tiempo sino al tiempo inmanente de
Gebsattel, al acontecer temporal interno de Binswanger, y al tiempo vivido de Minkowski,
conceptos de temporalidad frecuentes dentro de la literatura de la psiquiatría antropológica, y
que remiten a la determinación ontológica de Heidegger en su obra Ser y tiempo (Dörr, 1995).

En la adicción se observan tres hechos de carácter temporal, los cuales son: la repetición, la
recaída y la detención en el desarrollo personal; la repetición está inmiscuida en el proceso del
adicto porque ‘’Toda dependencia se caracteriza por la ejecución de un acto o de una serie de
actos encaminados a la consecución de sensaciones placenteras para el sujeto y que se repiten
siempre de la misma forma’’ (Dörr, 1995, p. 421), lo que implica no sólo el contacto con
determinado acto o sustancia, sino también con las circunstancias que lo rodean tales como
las personas o los espacios simbólicos que deben darse siempre de la misma manera; la
recaída hace referencia al papel preponderante de la voluntad, debido a que en el adicto hay
un desequilibrio en el devenir involuntario (propio de la dimensión afectiva-vegetativa) y el
actuar voluntario (propio de la dimensión fisiognómico-estética) en favor del primero,
mostrándose así un encuentro con los dos orígenes etimológicos de la palabra Sucht que
fueron explicados más arriba (Zutt, 1958 citado por Dörr, 1995); por último, en la detención en
el desarrollo personal se observa que ‘’la detención del devenir histórico, de la maduración
personal, se observa en la evolución de todas las formas de dependencia o adicción’’ (Dörr,
1995, p. 423).
La relación de la adicción con la temporalidad se hace más patente en la manera en que el
adicto vivencia de las tres dimensiones temporales: pasado, presente y futuro. El adicto no se
encuentra instalado en su pasado, debido a que a menudo la dependencia se deriva de la
necesidad de escapar de sí mismo, de escapar de lo que se es, y de buscar un estado diferente
que le permita experimentarse ajeno a su propia identidad, de lo que se desprende que ‘’el no
asumir la propia facticidad, el desconectarse en esa forma del pasado significa un perderse en
el presente, un embotarse y, por lo tanto, un olvidar’’ (Dörr, 1995, p. 429). Desde la analítica
existencial de Heidegger el futuro se caracteriza por la comprensión, y "Comprender significa
[…] reconocer las posibilidades reales desde una aceptación de la propia facticidad. Un futuro
inauténtico es posible si el existente humano se pierde en aquello de lo cual se ocupa en el
presente’’ (Dörr, 1995, p. 430), por lo cual, al desconectarse de la propia facticidad se denota
una relación irresponsable con el futuro, por estar privada y por el momento perdida la
capacidad de comprender, siendo la única referencia del adicto al futuro una proyección hacia
posibilidades vacías, esto es, un futuro imposible y una apatía por todo lo que no tenga que ver
con la sustancia o el comportamiento del que se depende (Binswanger, 1957 citado por Dörr,
1995). Con respecto a la dimensión temporal del presente, se hace evidente que la embriaguez
es el hecho central del comportamiento adictivo, la cual, en los dependientes es buscada
como un fin en sí misma, por lo que esta queda caracterizada como ‘’un "ahora" desconectado
de la facticidad (pasado) y de la posibilidad (futuro) ’’ (Dörr, 1995, p. 432), dando como
resultado una no trascendencia del ser, generando un aprisionamiento en el presente y una
esfumación del resto del mundo en medio de un embotamiento como resultado de la
embriaguez. En el adicto se da en el presente una relación de seducción con el objeto o
comportamiento adictivo seguido de un aquietamiento por el estado de embriaguez,
posteriormente un extrañamiento al llegar la sobriedad, y finalmente un encierro en un
presente vacío (Dörr, 1995).

Dadas estas consideraciones acerca del fenómeno de la adicción, cabe resaltar lo siguiente:

En rigor no es la droga la que destruye sino la actitud que se esconde detrás de su


abuso, cual es la ilusión que una entrega (caída) al presente sensorial pudiera traernos
un encuentro con nosotros mismos y […] la plenitud vivencial. Lo que ocurre es lo
contrario: mientras más nos buscamos en la inmanencia de un presente ajeno al
pasado como facticidad y al futuro como responsabilidad, más nos perdemos en un
vacío que nos lleva a la paralización y, en último término, a la muerte (Dörr, 1995, p.
434).

Quedando de esta manera en evidencia el carácter temporal de este particular fenómeno y su


respectiva forma de aparecer.
Por otra parte la psicología existencial, también enmarcada dentro de la corriente del análisis
existencial, busca una comprensión de la adicción a partir de la intencionalidad que se
manifieste en un determinado ser humano, esto debido a que la intencionalidad de la persona
en particular es entendida a partir de su ubicación e íntima relación con el tiempo vivido. ‘’La
intencionalidad se refiere a una orientación psicológica en la vida cotidiana que implica
intereses, decisiones y formas de vivenciar la realidad’’ (De Castro & García, 2014, p. 85), por lo
cual esta orientación siempre se dirige hacia la afirmación de algo que es vivencialmente
valioso para la persona, esto es, un valor; ahora bien, la intencionalidad puede tener tres
orientaciones: la expansión (tendencia al crecimiento, a la libertad y a la individualización), la
constricción (tendencia a la adaptación a las demandas socioculturales y al ajuste al entorno) y
la centración (manera sana de integrar la orientación expansiva y la constrictiva, dando como
resultado una adaptación al medio y un desarrollo del propio potencial) (De Castro & García,
2014).

Desde la psicología existencial, se considera que el desarrollo de síntomas psicopatológicos son


un intento desesperado de la persona por poder compensar experiencias vacías caracterizadas
por sensaciones de impotencia, vacuidad, culpa y apatía, sensaciones que incrementan a raíz
de una falta de contacto con los propios deseos, con la experiencia de ansiedad, y por la
restricción de poder valorar constructivamente la propia experiencia (De Castro, 2011), de lo
cual se desprende que la vivencia destructiva de la ansiedad termina siendo un núcleo de la
psicopatología. De esta manera, si el ser humano elige no integrar las orientaciones expansivas
y constrictivas por el compromiso y esfuerzo que esto requiere, puede llegar a identificarse
sólo con una y negar a su contraparte, generando así una tendencia hiper-constrictiva o una
tendencia hiper-expansiva de la intencionalidad (De Castro & García, 2014). Con respecto a la
tendencia hiper-expansiva ‘’cuando esto ocurre […] el ser humano puede tratar de ampliar o
expandir ilimitada o exageradamente sus recursos personales e interpersonales. Algunos
ejemplos clásicos de esta forma de ser son […] el abuso de sustancias estimulantes del sistema
nervioso central’’ (De Castro, 2011, p. 99); por otro lado, en la tendencia hiper-constrictiva el
ser humano siente temor de asumir la incertidumbre implicada en las posibilidades presentes
y/o futuras, y tiende a reducir o limitar sus propias posibilidades de ser o hacer, siendo un
ejemplo de esta tendencia el abuso de sustancias depresoras del sistema nervioso central (De
Castro, 2011).

Con esto queda evidenciado que la comprensión particular y futuro tratamiento, se hará en
función del tipo de sustancia frente a la que el adicto experimenta dependencia, no sólo por
las características particulares de la misma y por sus efectos en el sistema nervioso central,
sino también porque permite comprender la tendencia con la que el ser humano intenciona su
mundo, ya que ‘’la comprensión está caracterizada, primero, tanto por la captación de la
estructura experiencial de la persona, desde la cual desarrolla una disposición afectiva ante
una situación dada, como por aquello que vivencialmente es significativo para la persona’’ (De
Castro & García, 2014, pág. 153), lo que implica tener en cuenta la vivencia de sentido que
otorga el desarrollo de la sintomatología, en este caso, el abuso de sustancias, y las
preocupaciones esenciales de la vida o dilemas existenciales, los cuales hacen parte de esa
estructura experiencial (Aguirre, Delgadillo, & Guzmán, s.f.).

De todo lo anterior mencionado, se resalta que ‘’La adicción es la relación de dependencia que
se establece con un objeto, tratándose a sí mismo y a los demás como un objeto’’ (Aguirre, et
al., s.f., p. 15), situación que lleva al descuido de las demás esferas de la vida, incluyendo la
propia existencia. De esta manera, encontramos en la adicción una forma de sustituir el
intento por encontrar un sentido emocional a la vida, desarrollando una dependencia y nunca
viendo colmada la ilusión de esta vivencia de sentido, por lo que las personas adictas requieren
ser conscientes de la responsabilidad de su conducta, y asumir las repercusiones y daños que
pueden causar tanto a sí mismos, como a su familia y a la sociedad (Aguirre, et al., s.f.).

Psicoterapia centrada en el sentido.

Actualmente la logoterapia es establecida como psicoterapia centrada en el sentido, aunque


en sus inicios fuera simplemente concebida como un complemento a la psicoterapia, con su
propio campo de estudio científico, sus investigaciones, sus modos de intervención y sus
instrumentos de evaluación (Martínez, Castellanos, Osorio, & Camacho, 2015), por lo que la
concepción e intervención de la problemática de las adicciones no es ajeno a esta corriente
particular incluida dentro de la psicología Humanista-Existencial.

La psicoterapia centrada en el sentido, tomando como base la teoría propuesta por Viktor
Frankl, plantea tres dimensiones para la comprensión del existente humano, a saber, la
dimensión psicológica, la fisiológica y la noológica, siendo esta última la verdadera dimensión
del hombre aunque no la única, por ende, el ser humano vive siempre en esta tri-unidad
(Frankl, 1964); la dimensión espiritual (noológica) posee capacidades que son específicamente
humanas, las cuales son los recursos noológicos, que son características fundamentales de la
existencia: el autodistanciamiento (desplegado en tres componentes fundamentales: la
autocomprensión como capacidad para mirarse a sí mismo y evaluar lo que le ha sido dado en
la conciencia; la autorregulación como capacidad de hacer frente a los propios preceptos
físicos y psicológicos; y la autoproyección como capacidad para verse distinto en el futuro) y la
autotrascendencia (también desplegada en tres componentes: la diferenciación como
capacidad para separar lo que es propio de lo que es del otro; y la afectación y la entrega como
capacidad para separarnos de nuestro egoísmo y entregarnos a relaciones auténticas)
(Martínez, et al., 2015).

Ahora bien, a partir de esta tri-unidad donde se ubica la persona humana, encontramos que lo
noológico puede quedar limitado en su expresión por su instrumento psicofísico (dimensiones
psicológica y biológica), a manera de alteraciones en la maduración del organismo (retraso
mental o trastornos del desarrollo), y a manera de trastornos psiquiátricos y psicológicos,
entrando en este segundo caso el fenómeno particular de las adicciones (Martínez, et al.,
2015). Para la psicoterapia centrada en el sentido, hay una característica elemental a toda
adicción: la pérdida de sentido de la existencia. Al respecto se menciona al interior de esta
postura que al faltar un sentido cuyo cumplimiento hubiera hecho feliz a un ser humano, este
busca el sentimiento de felicidad por medio de la química, sentimiento que en circunstancias
normales es un estado consecuente tras la realización de una meta, más no una finalidad en sí
misma (Frankl, 1984).

Dicho todo lo anterior, ‘’la adicción es una enfermedad que aqueja al espíritu humano, una
condición que no solo atraviesa la dimensión física o psicológica de la persona, sino que
incluye una dificultad en la dimensión espiritual o existencial’’ (Martínez, et al., 2015, p. 233),
donde la perdida de sentido ‘’ nos enmarca dentro de un circulo adictivo en donde se busca el
placer y el poder mientras paradójicamente menos se alcanza, aumentando la frustración
existencial que reinicia el circulo’’ (Martínez, 2000, párr.13), por lo que el posible tratamiento
debe estar enmarcado principalmente en la recuperación del sentido de vida del adicto.
La psicoterapia centrada en el sentido encuentra como punto principal para el inicio del
proceso psicoterapéutico en el tema de las adicciones, la suspensión del consumo de
sustancias, para que una vez superado el síndrome de abstinencia se desbloquee la dimensión
noética y se aborden dos argumentos específicamente humanos: la libertad y la
responsabilidad (dos de los tres existenciales del ser humano, a saber, la libertad, la
responsabilidad y la espiritualidad, los cuales constituyen la existencia humana (Frankl, 1964)),
ya que estos nos permiten recuperar los recursos noológicos (autodistanciamiento y
autotrascendencia) que son necesarios para hacer frente a los determinismos que nos invitan
al consumo, y de esta manera realizar la búsqueda de un sentido que contraste la visión del
panorama desolador que de una u otra manera conduce a consumir (Martínez, 2000). Este
sentido puede descubrirse a través de los valores de vivencia (el encuentro, el amor, la
capacidad de goce), los valores de creación (la capacidad de trabajo) y los valores de actitud
(dar por un sufrimiento un sentido a la vida, a partir de la manera en cómo se acepta un
sufrimiento inevitable y necesario) (Frankl, 1964).

Desde esta postura se propone el modelo ‘’Colectivo aquí y ahora’’ (CAYA), a partir del cual se
realizó un estudio comparativo con el modelo de los 12 pasos de Narcóticos Anónimos, y que
se compone de cuatro ejes teóricos: sentido de vida (basado en la teoría logoterapéutica y el
análisis existencial de Viktor Frankl), motivación para el cambio (se aborda el sentido de vida
como factor motivacional para la recuperación de las adicciones), personalidad (intervención
de rasgos de personalidad patológicos para un mejor pronóstico y un menor número de
recaídas) y prevención de recaídas (para un mayor mantenimiento de la abstinencia y menor
intensidad de recaídas) (Martínez, et al., 2015). El modelo CAYA, que está compuesto por 10
sesiones de psicoterapia familiar, 36 sesiones de intervención multifamiliar, 16 sesiones de
psicoterapia individual centrada en el sentido y 320 sesiones de intervención grupal, mostró
aumento de cuatro de los seis factores evaluados dentro de la Escala de Recursos Noológicos
(la cual mide los factores: impotencia/potencia, apego de sí mismo/distancia de sí mismo,
sometimiento de sí mismo/dominio de sí mismo, inmanencia/trascendencia,
indiferenciación/diferenciación y regresión/proyección) en 31 participantes (se aumentó:
Distancia de sí, Dominio, Trascendencia y Potencia), en contraste con el aumento de dos de los
seis factores evaluados dentro de la misma escala por el modelo de los 12 pasos de Narcóticos
Anónimos en 50 participantes (se aumentó: potencia y trascendencia) (Martínez, et al., 2015).

Psicoterapia Gestalt.

La psicoterapia Gestalt tiene una particularidad que yace en el nivel intermedio entre técnica y
actitud, ya que esta última da forma al material técnico generando una síntesis a partir de las
posibilidades disponibles, dando como resultado un corpus de técnicas que no está orientado
a la técnica y que está cristalizado en torno a un centro unificador que es un asunto más allá
de las técnicas, una cuestión de actualidad-toma de conciencia-responsabilidad (Naranjo,
2002). Dicho esto anterior, se evidencia que este enfoque psicoterapéutico tiene como pilares
la incidencia en el desarrollo del darse cuenta (dar permiso a la expresión emocional para
trabajar con ella e integrar el cuerpo, pasando por lo fisiológico, lo no verbal y lo instintivo), la
focalización de la vivencia presente, y la responsabilidad sobre sí mismo (incluidos los actos, las
evitaciones, los deseos, los pensamientos y las decisiones) (García, 2000), dando como
resultado un abordaje psicoterapéutico que prima lo experiencial, la intuición y lo organísmico,
por sobre la mera intelectualización y racionalización de lo que sucede. ‘’No se evitan los
temores, más bien se atraviesan. No se pretende solucionar compulsivamente las crisis, sino
que se experimentan hasta que aparezca el mensaje y la oportunidad que encierran’’ (García,
2000, p. 33), lo que de entrada muestra que la psicoterapia Gestalt no busca la sustición o la
eliminación rápida de síntomas, sino la confrontación con las diferentes crisis y problemáticas
con miras a una solución que involucre la totalidad del hombre y la responsabilidad de sí.
Este modo de ver la mera eliminación de síntomas como algo no del todo positivo, se
evidencia particularmente en la concepción que se tiene de la adicción desde la psicoterapia
Gestalt, ya que ‘’en nuestra cultura existe un abuso generalizado de medicamentos para el
alivio de los síntomas. La drogodependencia viene a suponer una automedicación
descontrolada que persigue los mismos fines […] para los ya tópicos “estar a gusto” y
“ponerme ciego” (García, 2000, p. 36); de manera contraria, el enfoque de la Gestalt busca
vivenciar a través de la sensibilización más no de la estimulación, ya que aquí se entiende el
despertar-desde-afuera como una forma de apoyo en el ambiente innecesaria para la persona
que haya recuperado sus sentidos (Naranjo, 2002).

En el caso particular del adicto hay una disociación entre su discurso y sus actos, por lo que
llevarlo a la referencia de sus acciones supone una útil fuente de realidad, así como el
sensibilizarlo con su propio cuerpo, con sus pensamientos y sus emociones aun con el riesgo
de que surja una crisis que no debe resolverse velozmente, sino que es algo a contener, a guiar
y a apoyar para brindarle la posibilidad de vivenciarla antes que escapar de ella, para de esa
manera no fomentar la inconsciencia y la dependencia del adicto (García, 2000). Para esto
anterior la psicoterapia Gestalt cuenta con tres técnicas, a saber, las supresivas, las expresivas
y las integrativas.

Las técnicas supresivas son técnicas que invitan a dejar de hacer cualquier cosa que no sea
vivenciar, esto es, sólo atender a los contenidos de la conciencia, detectando las formas en que
se evita este contacto consigo mismo a través del acercadeísmo (es el juego científico, las
discusiones intelectuales y la búsqueda de causalidades), del debeísmo (decir a los demás o a
sí mismo como deberían ser las cosas, a partir del intento de hacer encajar todo en una pauta)
y de la manipulación (uso de la acción para evitar la experiencia); las técnicas expresivas
invitan a exagerar la expresión de un impulso a través de la iniciación de la acción (tiene dos
formas de aplicación: una universal que consiste en maximizar la iniciativa, manifestar la
expresión en acciones o palabras y correr riesgos; otra individual que consiste señalar algo en
que la persona se verá obligada a superar su evitación), del completar la expresión (intensificar
la auto-expresión de la persona; aquí se encuentran la repetición simple, la exageración, la
explicitación y la identificación y la actuación) y del ser directo (hacer a un lado la
minimización, el dar rodeos y la vaguedad de las expresiones); por último, las técnicas
integrativas invitan a percatarse de lo que estaba disociado de sí mismo a través del encuentro
intrapersonal (indicar a la persona que represente las partes divididas de sí mismo y ponerlas a
hablar, para poner en contacto a estos sub-sí mismos) y de la asimilación de proyecciones
(reconocer como parte de sí aspectos que hasta el momento había proyectado en los demás)
(Naranjo, 2002).

Dicho lo anterior, un objetivo primordial en el tratamiento psicoterapéutico con el adicto


consiste en retirar obstáculos para que este se permita ser quien sabe que es, no
infravalorando el poder de la sensibilización con el propio organismo de cara a una motivación
firme para el propio desarrollo, y teniendo en cuenta sus propias necesidades, qué hace para
satisfacerlas y el grado de consecución de esta satisfacción, para de esta manera prescindir de
la auto-etiqueta del ‘’drogadicto’’ como una forma de evitar la experiencia y excusarse a sí
mismo (García, 2000). Para lograr esto último es importante que el terapeuta no esté
dispuesto a jugar un papel de salvador o de figura impositiva, ya que esto no permitiría al
adicto tomar conciencia y responsabilidad de la dependencia que lo caracteriza, sino que por
el contrario sólo ayudaría a fomentarla.

Abordada ahora la cuestión del psicoterapeuta, cabe resaltar que ‘’La labor más curativa que
podemos tener con un drogodependiente y en general, es nuestra actitud persona a persona’’
(García, 2000, p. 34), lo cual incluye una forma de dirigirse al otro como persona libre y
responsable, el que el terapeuta se permita compartir con el otro lo que le ocurre a nivel
personal, y un cuidado por la relación terapéutica que se construye entre ambas partes. Todo
esto va dirigido al enriquecimiento del contacto real entre consultante y psicoterapeuta, ya
que ‘’La perspectiva gestáltica del crecimiento y desarrollo personal como un continuo válido
para todos, nos pone en una situación de humildad frente al drogodependiente’’ (García, 2000,
p. 36).

Teoría de la motivación de Abraham Maslow.

Así como en el surgimiento de la psicología Humanista-Existencial esta ‘’no se dirigía, pues,


inicialmente contra los aportes del psicoanálisis o del conductismo como métodos de trabajo,
sino contra la autolimitación voluntaria de su objeto al campo de la patología o de la conducta
observable’’ (Henao, 2013, p. 90), la aplicación de la teoría de la motivación de Maslow en el
abordaje psicoterapéutico del fenómeno de las adicciones, no pretende negar la
sintomatología implicada en esta problemática ni desconocer los avances que se han logrado a
través de algunas formas de intervención clínica, sino dilucidar un elemento que esté
orientado hacia las fortalezas personales, por ende ‘’un recurso muy importante pero
ampliamente desconocido son las experiencias cumbre. Articuladas inicialmente por el
psicólogo humanista Abraham Maslow, ofrecen una avenida accesible para optimizar la
autoestima de nuestros clientes, la responsabilidad personal y la motivación para la ayuda
personal’’ (Hoffman & Ortiz, 2010, p. 77)

Las experiencias cumbre son momentos de alegría y realización en la vida cotidiana, las cuales,
a partir de las investigaciones de Maslow se caracterizan por: pérdida temporal del miedo,
trascendencia de las polaridades de la vida, sentido más amplio de la habilidad para actuar en
el mundo, comprensión de la posibilidad de alcanzar la felicidad, y sensación de gracia
(Maslow, 1959 citado por Hoffman & Ortiz, 2010). Cabe resaltar que Maslow observó que la
frecuencia de estas experiencias cumbre es directamente proporcional al nivel de salud
psicológica de la persona.

Estas experiencias cumbre son activadas por vivencias tales como el enamoramiento, el
involucrarse en un trabajo creativo, la contemplación de la belleza o de la naturaleza, la
adquisición de una nueva habilidad, el altruismo hacia alguien que amamos, y la inspiración
producida por el arte y la música, presentándose factores diferenciales a nivel de género (los
hombres viven más frecuentemente estas experiencias cumbre a partir del éxito y el
reconocimiento, mientras que las mujeres a través de la afiliación y el afecto, aunque deben
considerarse las transformaciones del rol femenino en la sociedad que hacen cada vez menos
acentuadas estas diferencias), culturales (individuos de culturas colectivistas presentan
experiencias cumbre de alegría interpersonal) y de desarrollo evolutivo (abarcan episodios
importantes del desarrollo) (Hoffman & Ortiz, 2010).

Con respecto a la temática de las adicciones desde esta postura se comenta que “Estamos
comenzando a darnos cuenta […] de que los drogadictos, quienes están matando una parte de
sí mismos lentamente, dejarían las drogas […] si en cambio uno les ofrece algo que le dé
sentido a su vida’’ (Maslow, 1968 citado por Hoffman & Ortiz, 2010), convirtiéndose las
experiencias cumbre en una herramienta terapéutica útil para esa búsqueda de sentido. Para
la consejería psicológica individual, es importante tener en cuenta que es muy factible
encontrar personas con una perspectiva de vida de victimización, lo cual hace difícil que
compartan memorias alegres, así mismo como los hombres tienden más a suprimir las
experiencias de ternura que las mujeres, por lo que se proponen estrategias para incentivar la
apertura de quienes consultan: compartir las experiencias cumbre personales que resuenen
con los intereses de los consultantes, ayudar al consultante a entender los efectos de estas
experiencias (incremento de la autoeficacia, la confianza social, el compromiso con los demás,
dedicación a una vocación particular, integración de la personalidad), y animar al consultante a
examinar como determinada experiencia cumbre le ofrece una dirección hacia el crecimiento
personal (Hoffman & Ortiz, 2010). Similares indicaciones valen para el consejo psicológico de
grupo, donde es recomendable explicar las características de estas experiencias cumbre
(Maslow, 1959 citado por Hoffman & Ortiz, 2010), así como alentar a los miembros del grupo a
narrar sus propias experiencias fijando un límite de tiempo, y ahondar en las sensaciones
resultantes invitándolos a disfrutar de estas experiencias cuando lleguen.

Se recomienda que una vez se hayan integrado los beneficios de estas experiencias cumbre en
una sesión psicoterapéutica, se pueden utilizar como un elemento de anclaje para encontrar
bienestar y fortaleza interior, como motivación en relación con la búsqueda de condiciones
que propicien nuevamente vivenciar estas experiencias, y como biblioterapia en la lectura de
libros que narren experiencias cumbre que pueden favorecer la fortaleza personal (Hoffman &
Ortiz, 2010). El hombre en búsqueda de sentido de Viktor Frankl puede servir a este último
propósito (Frankl, 2006 citado por Hoffman & Ortiz, 2010). Por último, cabe resaltar que las
experiencias cumbre no son un fin en sí mismas sino estados concomitantes, señales que
otorgan una dirección y un sentido a la vida.

Referencias
Aguirre, M. C., Delgadillo, M. G., & Guzmán, M. G. (s.f.). Fenomenología de la adicción a partir
de estrategias humanistas. Revista de Divulgación CIentífica, 3(7), 14-21.

De Castro, A. (2011). Fundamentos de Psicoterapia Existencial en Norteamérica. En E.


Martínez, Las Psicoterapias Existenciales (págs. 91-117). Bogotá, D.C: Manual
Moderno.

De Castro, A., & García, G. (2014). Psicología clínica, fundamentos existenciales. Barranquilla:
Editorial Universidad del Norte.

Dörr, O. (1995). Psquiatría Antropológica. Santiago de Chile: Editorial Universitaria.

Frankl, V. (1964). Teoría y terapia de la neurosis. Madrid : Gredos.

Frankl, V. (1984). Ante el vacío existencial. Barcelona : Herder.

García, J. (2000). Actitud en terapia gestalt con drogodependientes. Revista de informació


psicológica(74), 32-36.

Henao, M. C. (2013). DEL SURGIMIENTO DE LA PSICOLOGÍA HUMANÍSTICA A LA PSICOLOGIA


HUMANISTA-EXISTENCIAL DE HOY. Revista Colombiana de Ciencias Sociales, 4(1), 83-
100.

Hoffman, E., & Ortiz, F. (2010). Experiencias cumbre en la consejería para las adicciones.
Alternativas en Psicología, 15(23), 76-81.
Martínez, E. (2000). Sentido y recuperación: del nihilismo de la adicción a una vida plena de
sentido. Obtenido de https://bit.ly/2QEfAAJ

Martínez, E., Castellanos, C., Osorio, C., & Camacho, S. (2015). Efectos de la logoterapia sobre
los recursos personales de las personas con adicción. Revista Argentina de Clínica
Psicológica, XXIV(3), 231-241.

Naranjo, C. (2002). La vieja y novísima gestalt: actitud y práctica de un experiencialismo


ateórico. Santiago de Chile: Cuatro Vientos.

Velásquez, J. E. (2010). CATEGORIAS ESENCIALES PARA COMPRENDER LA EXISTENCIA DEL SER


HUMANO Y SUS TRANSFORMACIONES EN LA PSICOLOGIA HUMANISTA EXISTENCIAL. El
Ágora USB, 10(1), 37-53.

También podría gustarte