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LA ÉTICA DE LAS VIRTUDES ES UN PROYECTO DE VIDA

En esta época parece que el ser humano ha adoptado cierta actitud de

indiferencia crónica ante la problemática social a nivel mundial. Basta con observar la

realidad política de nuestro país y el actuar de algunos políticos, guiados por los

antivalores, lo cual podría hacernos concluir que estamos viviendo en una sociedad

gobernada por la falta de valores y sumergida en una crisis de la ética.

El ser humano tiene múltiples derechos, entre los más destacados podemos

señalar el derecho a la vida, al libre tránsito, a expresar sus ideas, entre otros. Sin

embargo, parece que el hombre vive regido por la impulsividad, los placeres y los

antivalores, de tal manera que no dedica parte de su tiempo a la reflexión, para

discernir si está haciendo o no está haciendo un uso racional y adecuado de sus

derechos.

Cabe resaltar que, la conducta del hombre no solo debe estar regulada por el

cumplimiento de las normas y reglas que la sociedad establece como moralmente

aceptable. Según Johan Leuridan (2019), en la actualidad muchos centros de

formación académica están dando una gran cabida e importancia a la ética, para

ayudar a resolver el conflicto de las normas y valores; además para diferenciar entre

el bien y el mal, pues, para que un acto humano sea moralmente bueno, debe

compatibilizar tanto la voluntad libre, como el acto material, con el logro del último fin.

De acuerdo con Comte-Sponville (1995), el hombre debe asumir la ética de las

virtudes. Esta promueve una actitud que nos permite analizar y tomar decisiones, pues

nos enseña que los juicios morales están en relación a las demás personas.

Para la ética, no solo es importante el actuar de las personas sino también la

finalidad y la reflexión de los actos. Por tal motivo, la ética de la virtud también es

conocida como ética de la finalidad (Leuridan, 2019).


En Ética Nicomáquea, Aristóteles menciona que los seres humanos somos

movidos por las pasiones, mientras que por las virtudes y vicios no somos movidos,

sino que nos predispone a determinada experiencia. De manera que debemos

aprender a asimilar las pasiones, en lugar de eliminarlas, pues el ser virtuoso es capaz

de ordenar los afectos y pasiones para encontrar el equilibrio y armonía de las

tendencias naturales.

Por otro lado, Gomá (2009), en su obra Ejemplaridad pública, señala que los

conflictos socio-políticos que estamos viviendo, tales como, la corrupción del poder y

las crisis en el sistema familiar y educativo se deben a una crisis de los valores y

costumbres. Motivo por el cual, se plantea la creación de nuevas costumbres y una

redefinición de la virtud, como respuesta a la crisis de la ética.

En términos aristotélicos, “la virtuosidad es fuerza y arte de vivir; significa

excelencia pues una persona virtuosa es alguien que puede hacer las cosas bien”. La

ética de la virtud es una filosofía que puede ayudar a resolver los problemas. Se

orienta hacia los valores de la persona y cómo se analizan los problemas a partir de

la actitud de cada persona.

Asimismo, Leuridan (2019) resalta la idea que las virtudes y los valores no son

actos aislados, por el contrario, ambos se relacionan y configuran la actitud de la

persona. De manera que, la persona regida en valores puede convertirse en un ser

virtuoso a partir del desarrollo del hábito y buenas costumbres. Además, “la virtud y la

moral consisten en la capacidad de elegir bien”, de manera que el ser virtuoso se

caracteriza por tomar decisiones de manera inteligente y prudente. (Gourinat, 2002).

Savater (2004), en su obra Ética para Amador, señala las cuatro virtudes

fundamentales de la tradición griega (justicia, templanza, fortaleza y prudencia) y su

importancia para establecer saludables relaciones humanas. Además, Leuridan


(2019), refiere que los valores son los criterios básicos de orientación práctica para la

vida, pues permite evaluar si se debe actuar según el orden mundial o en función a la

propia dignidad. Su relevancia se encuentra en reflexionar sobre los valores y

principios que nos han sido entregados y por medio del sentido de la prudencia

orientar nuestros actos hacia una buena finalidad.

Tal como lo plantea Leuridan, la solución al problema de la ética, se puede

encontrar a través de la autorreflexión. Sin embargo, el hombre contemporáneo

pareciera que estuviera más enfocado en los eventos externalizantes.

Por ejemplo, en el campo de la salud mental, según el Estudio Epidemiológico

de Salud Mental de Lima y Callao del año 2013, realizado por el Instituto Nacional de

Salud Mental “Honorio Delgado – Hideyo Noguchi” (INSM HD-HN), los desórdenes

mentales más frecuentes fueron el episodio depresivo (17,2%), los problemas

relacionados con el uso de alcohol (7,5%) y el desorden de estrés postraumático

(5,1%). El 31% de las personas que habían percibido algún problema de salud mental

en el último año, habían recibido atención en algún hospital general.

Esta última estadística del INSM HD-HN, nos brinda un dato exacto e

importante. Nos refiere que en el contexto peruano existe una prevalencia de los

desórdenes afectivos y del estado de ánimo, como la depresión y el estrés

postraumático. Lo cual nos lleva a preguntarnos ¿Por qué experimentamos tristeza,

estrés o ansiedad?

Según Beck (2005), en su obra Terapia cognitiva de la depresión, plantea el

modelo cognitivo que trata de ofrecer una hipótesis, la cual señala que algunas

experiencias tempranas proporcionan la base para formar conceptos negativos sobre

uno mismo, el futuro y el mundo. Estos “esquemas” pueden permanecer latentes y ser

activados por determinadas circunstancias.


De manera que, ante determinadas situaciones podríamos experimentar ciertas

cogniciones, las cuales pueden orientarse hacia el futuro o pasado. Hoy en día una

de las técnicas que han mostrado mayor eficacia para el tratamiento de la depresión

y ansiedad es el “mindfulness” o conciencia plena del momento presente. Es decir,

ese encuentro contigo mismo, a través de la meditación, puede incrementar la

capacidad de conciencia y atención, ayudando a la persona a enfocarse en la realidad,

valorando lo que tiene.

Finalmente, observando la problemática de los desórdenes afectivos o

anímicos, dentro del campo de la salud mental, y a manera de analogía o similitud,

con la crisis actual de la ética y los valores, vemos que ambos tienen un impacto

negativo en nuestra sociedad. Sin embargo, en el primer escenario, aparece el

mindfulness como una alternativa. Mientras que, en el problema de la ética, según

Leuridan (2019) aparece la autorreflexión como una solución, pues a través de este

podemos descubrir la existencia de los valores y orientar nuestra vida hacia el bien.

Sin embargo, los valores aislados no serán suficientes. Estos necesitan de las

virtudes, de las cuales podemos resaltar la justicia, la prudencia, la fortaleza y la

templanza, pero estas virtudes son actitudes. Motivo por el cual, necesitan del hábito

la cual se consigue mediante el esfuerzo y la costumbre para facilitar la elección del

bien.

Tal como refiere Gomá, “las crisis de las costumbres nos obliga a crear

costumbres nuevas, no hay más remedio que redefinir las virtudes”.


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Beck, A., Rush, A., Shaw, B. & Emery, G. (2005). Terapia cognitiva para la

depresión. Bilbao: Desclée De Brower.

Comte-Sponville. (1995). Petit Traité des grandes vertus. Paris: Presses

Universitaires.

Gomá, J. (2009). Ejemplaridad pública. Madrid: Santillana.

Gourinat, J. (2002). “Aristóteles, Deliberation et Choix dans L’Ethique

Aristotelicienne”. En: L’ Excellence de la Vie. Paris: J. Vrin.

Instituto Nacional de Salud Mental “Honorio Delgado – Hideyo Noguchi”. (2012).

Anales de Salud Mental. Lima: Autor.

Leuridan, J. (2015). La ética de las virtudes. Lima: Adusamarpo.

Savater, F. (2004). Ética para Amador. Barcelona: Ariel.

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