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ACERCA DEL SIGNIFICADO DE LA CIUDAD

Roberto Doberti

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ACERCA DEL SIGNIFICADO DE LA CIUDAD
Roberto Doberti

La ciudad y el significado son dos temas fundamentales en el pensamiento arquitectónico


de nuestro siglo. Desde el origen mismo del “movimiento moderno”, en las primeras
décadas, se planteó la necesidad de exceder la intervención puntual, de superar el límite
del edificio, incorporándolo a un campo más general, a la totalidad de espacio o ambiente
en que se desarrolla la vida humana. Tanto teórica como operativamente se estaba ya
apuntando hacia el tema de la ciudad.
Por otro lado, toda la actividad proyectual del siglo XX puede entenderse como una
reflexión acerca del significado de la arquitectura. El despojarse de los rasgos estilísticos
tradicionales, característica ostensible del “racionalismo”, desnuda la problemática del
significado, exige rastrear en lo más profundo de ella, obliga a “reconstruir” rigurosamente
el “sentido” de las formas espaciales. Más adelante, el desarrollo de la semiótica provee
de nuevos instrumentos a la teoría de la arquitectura e índice fuertemente en la gestación
del denominado “pos – modernismo”; el tema del significado ingresa explícitamente como
problemática dominante en la gestión proyectual.
Los dos campos de indagación discurren, durante largo tiempo, por sendas separadas,
crean cada uno de ellos, disciplinas independientes. Así vemos desarrollarse el
“urbanismo” como ciencia científica de la ciudad, y la “semiótica de la arquitectura” como
teoría del significado del espacio y las formas.
Es en estos últimos años cuando se reconoce claramente la vinculación entre ambas
temáticas. Ciudad y significado aparecen como los puntos focales de una elipse todo
análisis originado en uno de ellos cuando entra en contacto con la realidad social, la
elipse que enmarca y define, se refleja sobre el otro. Toda operación, teórica o proyectual,
originada en la temática urbana, cualesquiera sean sus supuestos e intenciones de
partida, desemboca en el área de la significación; e inversamente, todo trabajo acerca de
los signos arquitectónicos demanda la consideración del marco global, remite a la ciudad.

 Lenguaje y ciudad
La ciudad (apropiación consciente, estable y colectiva del espacio) y el lenguaje (el plano
más evidente de la significación) constituyen, definen, el acceso a la cultura. Estos dos
logros, estas dos construcciones, establecen el pasaje neto del campo de la historia, o en
otros términos, la plena humanización de la especie humana. Un hombre pasa a ser
definitivamente un ser social desde el momento en que se ordena, conforma, otorga
significado, a un espacio compartido, y desde el momento en que puede comunicar sus
ideas, esperanzas o terrores por medio de un lenguaje también compartido. Entonces,
ámbito y conductas, voces e ideas configuran un nuevo medio: la sociedad.
Ciudad y lenguaje presentan además notables similitudes o equivalencias:

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Ciudad y lenguaje son producciones colectivas. Son, probablemente, las producciones
más necesarias y típicamente colectivas. Esto implica tanto la imposibilidad de la creación
y desarrollo de una lengua o una ciudad por la acción individual aislada, como la
necesidad de que estas producciones se realicen por la integración de las gestiones
personales.
Ciudad y lenguaje son heredados y en tanto tales, son marcos de referencia. Las
sociedades reciben de sus antecesores, y a la vez legan de sus sucesores, un contexto
espacial y un contexto lingüístico. Cada generación adopta y transforma, en mayor o
menor medida, estos contextos, pero inevitablemente opera a partir de ellos. La
comunidad lingüística y la concepción urbana envuelven al hombre desde su nacimiento,
componen sus marcos de referencia, constituyen aquello que se le hace inmediatamente
presente como estructura de la realidad. La cualidad sobresaliente de la lengua y la
ciudad es que se está en ellas. Su análisis es difícil precisamente porque es difícil
“objetivarlas” hacerlas objeto de análisis, separarlas y distanciarlas del sujeto; su
condición esencial es incluir al sujeto.
Ciudad y lenguaje definen normatividades. En tanto producciones que posibilitan la
comunicación y la concertación de los comportamientos exigen, para alcanzar estos fines,
el cumplimiento de sus normas operacionales. Las faltas gramaticales (el mal hablar) y las
faltas de urbanidad (el mal comportamiento) acarrean el rechazo social.
Esto se hace más palpable en el nivel de las estratificaciones sociales, donde el acceso a
determinados grupos o sectores exige el conocimiento y ejercicio de normas específicas
para hablar y comportarse.
Ciudad y lenguaje, al generar normatividades, generan obviamente, la posibilidad de la
transgresión. Estas transgresiones, son en algunos casos, negadas y castigadas pero en
otras ocasiones son aceptadas y asumidas por el cuerpo social que les confiere el sentido
de nuevas normas. Este juego es el que hace que lenguaje y ciudad sean entidades vivas
y cambiantes: históricas.

 El status semiótico de la ciudad


Para apreciar la condición significativa de la ciudad es necesario establecer su “status
semiótico” o, en otros términos, establecer a qué tipo de entidad significativa pertenece.
Se trata de responder a la pregunta:
¿La ciudad es un signo, un sintagma, un discurso, un código?
Vamos a analizar el concepto de código o sistema a fin de situarnos en el plano más
abarcante.
Los códigos o sistemas significativos tienen a mi juicio, un doble carácter que podríamos
denominar estructura lógica y estructura social.
Desde el punto de vista lógico, una codificación consiste en la segmentación de dos
“masas” o campos, y en el establecimiento de correspondencias biunívocas entre

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segmentos de ambas “masas”. Así, Ferdinand de Saussure habla de una “masa fónica” y
de una “masa conceptual”; el código se constituye por la acción de recorte de ambos
campos y de correspondencia entre los segmentos conceptuales. De la misma manera es
posible plantear una “masa espacial” y una “masa comportamental” cuyos recortes se
correspondan mutuamente. Es importante señalar que cualquiera sea el dominio
significativo, las “masas” son organizadas, calificadas, enriquecidas, por la gestión
codificadora; deben ser consideradas como potencialidades que son actualizadas por la
acción estructuradora y diferenciadora del ejercicio social.
Por otro lado, las unidades sígnicas, esas unidades conformadas por dos segmentos en
correspondencia, son, en este nivel de análisis, unidades abstractas; en rigor todo el
sistema es el resultado de un proceso teórico.
Desde el punto de vista social, los códigos se generan por medio de una suerte de
“contrato social”, que estipula de manera convencional la correspondencia entre los
segmentos de las “masas” relacionadas. Se asigna un determinado concepto a una forma
fónica, así como se asignan determinados comportamientos a ciertas formas espaciales.
Este momento de la asignación convencional, es también la circunstancia de la
instauración, de la creación. Formas fónicas y espaciales se hacen significativas porque
remiten o portan conceptos y comportamientos; conceptos y comportamientos que son
deslindados, reconocidos y operados por la presencia de dichos soportes, que no son
autónomos sino solidarios con el recorte que los menciona.
La correspondencia es construida según los principios de la convencionalidad, pero en el
ejercicio social del código el carácter del enlace se desliza hacia la naturalidad. En la
actividad cotidiana las relaciones entre los ámbitos y las conductas que se desarrollan en
ellos, las relaciones entre la dicción y el contenido, aparecen como naturales; el nombre
no es sólo designación sino también pseudo – explicación; en la organización del espacio
se olvida la atribución ceremonial que lo gestó se la reconoce como mera funcionalidad.
Frente a esta “naturalización” del signo, que lo sume en la reiteración pasiva, es posible
una acción renovadora, recodificante, restauradora de la “artificialidad” primigenia.
Convencionalidad, naturalidad y artificialidad confortan, entonces, el circuito del signo, la
estructura social del código.
La ciudad, de la cual nos preguntábamos por su status semiótico, parece reunir muchos
de los atributos del código: implica una partición ordenada del espacio, asigna
comportamientos, resultan así significativos sus lugares, se acuerdan las conductas
apropiadas a cada ámbito, se asumen como funcionalidad natural dichos acuerdos, y se
manifiesta la artificialidad como procedimiento recodificante en las poéticas
arquitectónicas que la renuevan.
Sin embargo, la ciudad no es producto teórico, es, por el contrario, marco real de la
experiencia; no está compuesta por unidades abstractas sino por el resultado del trabajo y
la capacidad técnica y artística de sus habitantes, por las consecuencias de sus intereses

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y ambiciones. Parece necesario, entonces, otorgarle un particular sentido; la ciudad es el
reverso concreto del sistema abstracto, la materialización del código.
Sí lo antedicho vale para la globalidad, puede también indagarse acerca de las entidades
semióticas emergentes de reconocimientos parciales de lo urbano. Aquí es posible
distinguir dos modos básicos de reconocimiento: el enfoque y el recorrido.
Enfocar es hacer significativo un grupo de elementos próximos, evidenciar un sintagma,
una relación apoyada en la contigüidad, en los elementos presentes. Por eso el enfoque
(correlato del sintagma lingüístico) es objeto de la gestión del pintor y del fotógrafo,
búsqueda de las “imágenes”.
En el recorrido se van asociando elementos no iguales sino similares; la visión de una
cúpula evoca a las otras cúpulas, cada portal remite a los otros portales. Se manifiestan
así los paradigmas de la ciudad, las asociaciones en ausencia, generadas por la memoria
de la ciudad, surgen las tipologías arquitectónicas.

 Los signos asociados a la ciudad


Los estudios lógicos y semióticos han desacreditado la hipótesis según la cual el
significado de un signo es su referente. Este supuesto implicaba que el significado de todo
signo era el objetivo o acción designado por el signo; que un “universo” extra – semiótico,
mencionado por los signos, sostenía la significación y, consecuentemente, que si un signo
no apuntaba a este mundo objetivo era vacuo, carente de sentido.
La historia de este descrédito es demasiado larga y compleja para tratarla aquí. Sin
embargo, cabe señalar que en la obstinada defensa de la hipótesis del referente (como la
entidad objetiva que un signo debe mencionar) puede verse la dificultad para distinguir
entre verdad y significación. La falsedad, la fantasía y hasta el absurdo son significativos.
Pero, despojados del supuesto del referente, se requiere construir otro concepto de la
significación, un concepto que, lógicamente, no puede apelar a nada externo al sistema
de signos, una definición autónoma del significado. Diremos, entonces, que una entidad
significativa significa la estructura de todos los otros signos que se le asocian en un
contexto social determinado.
La ciudad tiene un significado tan amplio porque ingresan a él los signos verbales que se
le asocian (voces, giros, textos), los signos gráficos (dibujos, esquemas, fotos, filmes) y
los signos conductales que se desarrollan en ella (gestos, formas sociales de reunión y
trabajo, comportamientos rituales).
Vamos a considerar algunos de los signos verbales menores (palabras) que se asocian a
la ciudad por derivación o por oposición. En nuestra lengua surgen por derivación del
concepto de ciudad o urbe dos términos que apuntan hacia su sentido profundo: se trata
de las palabras ciudadano y urbanizado. Hablan acerca de dignidad humana. Ciudadano
es la persona a quien le es reconocida y asume su dignidad política, y urbanizado es
quien confiere a los demás la dignidad social.

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Asimismo, el significado de la ciudad contiene el juego de oposiciones verbales que
desencadena. Para los argentinos es ya clásica la oposición sarmientina entre ciudad y
campaña, enlazada con la oposición entre civilización y barbarie. El Facundo es un intento
de justificación de estas dos oposiciones y, a la vez, un alerta sobre el riesgo de irrupción
de la campaña en la ciudad, del predominio de la “barbarie” sobre la “civilización”. Es
razonable preguntarse si, cuando años después la concepción política de Sarmiento se
hace dominante en el país, se refleja en las ciudades, si éstas son defendidas,
fortificadas.
Aparentemente no es así, nuestras ciudades no tienen murallas; con todo, así como
Borges habla de dos laberintos opuestos, pero ambos desconcertantes, existen a mi
juicio, también dos fortificaciones, opuestas pero ambas defensivas. Uno de los laberintos
está compuesto por pistas falsas, por obstáculos a la mirada, por limitaciones al avance;
el otro es la ausencia de senderos, la apertura total, el desierto. De la misma manera
habría dos fortificaciones, una hecha de piedras y puertas custodiadas, impone un límite
tajante entre el adentro y el afuera; esta alternativa no fue adoptada. La otra fortificación
está constituida por ese desgranarse, ese extenderse ilimitadamente de nuestras grandes
ciudades; las migraciones campesinas no pueden llegar al corazón de la ciudad, se
anclan en la zona sub – urbana; en lugar de un límite preciso se dispone una transición
indefinida, en lugar de piedras se alza el parcelamiento periférico: no se resiste por rebote
sino por absorción.

 La ciudad como reflejo


Una de las hipótesis más apasionantes sobre el significado es la que lo concibe como
síntesis de oposiciones, como su mención simultánea. Así, el Quijote significa tanto la
crítica y la burla al ideal del caballero andante, como su máximo enaltecimiento, un ideal
que no requiere del éxito. Ridiculización y valoración son sintetizados, evocados
conjuntamente, y es esa tensión entre los opuestos la que construye el significado que
asume la caballería en el Quijote.
La búsqueda del significado de la ciudad tiene muchos antecedentes según esta hipótesis
que exige una oposición, un reflejo, para encontrar una síntesis portadora de sentido.
Cada imagen de ciudad generaba una imagen especular, y era en ese juego del espejo,
de la duplicación, que parecía posible entender, circunscribir intuitivamente la realidad
urbana. La ciudad aérea, visible, demandaba para su explicación una ciudad subterránea,
oculta; la ciudad concreta se reconocía sobre el fondo de la ciudad ideal; la ciudad
terrenal se reflejaba en la ciudad celestial; la ciudad de los vivos se contraponía a la
ciudad de los muertos.
Es muy sugerente que la noción de ciudad se admita un grupo de definiciones que
pueden invertirse retóricamente, y que tales inversiones operen a la vez como
explicaciones de la noción de ciudad, que sean capaces de mostrar algunos de sus
caracteres esenciales.
Se puede describir a la ciudad como:

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el espacio de la política
o la política del espacio
el lugar de la historia
o la historia del lugar
el centro del poder
o el poder del centro
el ámbito del arte
o el arte del ámbito
donde se da el intercambio de la experiencia
o donde se da la experiencia del intercambio
donde se asume conciencia de la conducta
o donde se asume la conducción de la conciencia
Esta recurrencia de la imagen especular en la noción de ciudad parece responder a la
condición, específicamente humana, de tomar conciencia de sí mismo al enfrentar su
propio reflejo. Si dos notas definitorias de la ciudad son el encuentro y la construcción, es
porque el hombre se reconoce al reflejarse en los otros hombres (el fundamento del
encuentro) y al reflejarse en su producción (el sentido de la construcción).

 La ciudad como grupo de oposiciones


De acuerdo con la hipótesis básica señalada más arriba, el significado de la ciudad
contiene y estructura todo un grupo de oposiciones sintetizadas. De este grupo vamos a
marcar dos que nos parecen especialmente relevantes:
 La ciudad contiene y sintetiza la oposición geometría / naturaleza. Nace en un
contexto natural, impone sobre él una voluntad conformadora, lo cubre con la trama
del pensamiento geométrico, eventualmente se pliega a ese contexto, manifiesta la
colina y o el río, pero colina y río ya dejan de pertenecer al dominio natural para
convertirse en paisaje cultural. Cuando la técnica impera como medio o entorno, la
ciudad anhela y evoca la naturaleza, la sublima simbólicamente el jardín y el animalito
doméstico remiten a una naturaleza alejada y añorada. Pero la ciudad, que es historia,
también relativiza el plan – plano, el pensamiento planificador y geométrico que la
impulsa; sus fuerzas internas lo desdibujan y lo exceden, a la vez que lo exceden, a la
vez que lo requieren y renuevan.
 La ciudad contiene y sintetiza la oposición público / privado. Habíamos señalado la
gestión ordenadora, especificatoria del espacio, que produce la ciudad. Pero es
necesario marcar que esto conlleva la noción de “construcción” del espacio. Se trata
de un traslado, operado en el plano de la significación, que pasa al vacío, al espacio,
de la mera extensión de los lugares. En rigor, en la ciudad ya no hay más un afuera,
siempre se está dentro de un espacio destinado a la actividad humana, conformado
por ella. Espacio público y espacio privado se distinguen sobre la base de esta radical

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identidad. La distinción, la oposición, se elabora en términos de accesibilidad; público
es el espacio al que todos pueden acceder, la privacidad es una discriminación de la
accesibilidad. Rejas, puertas, paredes, sendas, ventanas, determinan una complicada
trama que traduce y produce la disponibilidad diferenciada de los lugares.

 Significado e historia
El grupo de oposiciones que componen el significado de la ciudad no es estable en el
tiempo. A través de la historia cada una de ellas se articula de manera diferente, algunas
pierden importancia y hasta pertinencia, aparecen otras nuevas, se modifican las
relaciones entre ellas.
El significado de la ciudad no es permanente y definitivo, sino una construcción colectiva e
histórica, emergente de la forma en que una cultura asume la organización,
inevitablemente conjunta, del espacio, la materialidad que lo conforma y de sus
comportamientos o conductas. Es el conjunto de la actividad social (desde sus modos de
producción hasta sus técnicas de aprendizaje, desde sus ritos hasta hábitos culinarios,
ejercida en el pasado y en el presente, o anhelada para el futuro) lo que configura a la
ciudad y es ella, a su vez, el marco de sus posibilidades y límites.-

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