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EL SUICIDIO
El suicidio (del latín, etimología sui: sí mismo y caedere: matar) es un hecho humano
transcultural y universal, que ha estado presente en todas las épocas desde el origen de la
humanidad. Ha sido castigado y perseguido en unas épocas y en otras ha sido tolerado,
manteniendo las distintas sociedades actitudes enormemente variables en función de sus
principios filosóficos, religiosos e intelectuales (Bobes García, González Seijo y Saiz
Martínez, 1997).
Cabe resaltar las diferencias entre ideación suicida, acto suicida y suicidio, los tres se
relacionan pero el fin es diferente. La ideación suicida se refiere al pensamiento, a la idea
de quitarse la vida en algún momento de su vida, ya sea como solución y escape rápido
del problema. El acto suicida, es aquel que realizan como tomar alguna sustancia,
mutilarse pero sin cometer el suicidio, y finalmente el suicidio que es cuando logran
quitarse la vida.
Ante el aumento del fenómeno social del suicidio, la Santa Sede emitió un documento, en
el cual enjuicia las causas que lo provocan, ofrece los remedios para evitarlo, argumenta
sobre su no licitud y finaliza con la condena en estos términos:
«La muerte voluntaria, o sea, el suicidio, es, por consiguiente, tan inaceptable como el
homicidio; semejante acción constituye, en efecto, por parte del hombre, el rechazo de la
Soberanía de Dios y de su designio de amor. Además, el suicidio es a menudo un rechazo
del amor hacia sí mismo, una negación de la natural aspiración a la vida, una renuncia
frente a los deberes de justicia y caridad hacia el prójimo, hacia las diversas comunidades
y hacia la sociedad entera, aunque a veces intervengan, como se sabe, factores
psicológicos que pueden atenuar o incluso quitar la responsabilidad» (CONGREGACIÓN
PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Declaración sobre la eutanasia, 1,3. Vaticano 27.VI.1980).
La Iglesia siempre ha dicho que no somos propietarios de nuestra vida: por eso no
podemos ponerle. “Cada cual es responsable de su vida delante de Dios que se la ha dado.
Él sigue siendo su soberano Dueño. Nosotros estamos obligados a recibirla con gratitud y
a conservarla para su honor y para la salvación de nuestras almas. Somos administradores
y no propietarios de la vida que Dios nos ha confiado. No disponemos de ella”. (CIC
§2280).
Cooperar con el suicidio de alguien es también una falta grave. Incluso, algunos filósofos
ateos propugnan y más aún, proponen el suicidio frente a una vida que consideran un
absurdo sin sentido. Decía el Papa san Juan Pablo II que la vida humana, por más
debilitada que sea, es un bello don de Dios, y de ninguna forma puede ser eliminada por la
persona.
El Catecismo deja claro que: “No se debe desesperar de la salvación eterna de aquellas
personas que se han dado muerte. Dios puede haberles facilitado por caminos que Él solo
conoce la ocasión de un arrepentimiento salvador. La Iglesia ora por las personas que han
atentado contra su vida” ((CIC §2283).
En la biografía de san Juan María Vianney hay un hecho muy interesante. El santo
celebraba misa y observó a una señora vestida de negro llorando al fondo de la Iglesia; su
marido se había suicidado días antes. Al final de la misa san Juan María Vianney fue hasta
ella y le dijo: “deje de llorar, su marido se salvó, está en el purgatorio, rece por su alma”.
Cuando ella quiso saber cómo, el santo respondió: “Usted se acuerda que en el mes de
mayo usted rezaba a Nuestra Señora, y él, de vez en cuando, rezaba con usted, por eso él
se salvó, Nuestra Señora le otorgó la gracia del arrepentimiento en el último instante de
vida”.
EL HOMICIDIO
Homicidio que se comete voluntariamente. La moral prohíbe el asesinato por los motivos
más poderosos de la conservación del individuo: porque, 1. el hombre que ataca con la
muerte a otro se expone al riesgo de morir él por derecho de defensa; 2. si mata, da a los
parientes, amigos del muerto y a la sociedad entera el derecho de pedir su vida como
justo castigo.
“La vida humana ha de ser tenida como sagrada, porque desde su inicio es fruto de la
acción creadora de Dios y permanece siempre en una especial relación con el Creador, su
único fin. Sólo Dios es Señor de la vida desde su comienzo hasta su término; nadie, en
ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser
humano inocente” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Donum vitae, intr. 5).
LA PENA DE MUERTE
Como afirma Blázquez, “todas las civilizaciones precristianas, de las que poseemos
testimonios escritos, admitieron la pena de muerte en sus costumbres y ordenamientos
jurídicos. Lo mismo cabe decir de las sociedades que han permanecido fuera del área de la
influencia cristiana y también dentro del cristianismo”. El Vaticano II en la Gaudium et
spes, n.º 27, condena una serie de agresiones contra la vida humana, entre las que
incluye, como ya hemos visto, “el aborto, la eutanasia y el mismo suicidio deliberado”, y
añade una serie de violaciones contra la integridad de la persona y la dignidad humana,
entre las que cita las mutilaciones, las torturas morales y físicas, las detenciones
arbitrarias, como infamantes y degradantes para la civilización humana, pero sin incluir la
pena de muerte dentro de esa lista de violaciones contra la dignidad de la persona. En
varios puntos de la doctrina católica la cuestión de la pena de muerte parece abierta.
II. LA EUTANASIA
La palabra eutanasia procede del griego y significa “buena muerte”. Con ese sentido
aparece en varios textos antiguos, en donde el término significaba una muerte sin dolores
y en paz. En nuestros días se utiliza el término eutanasia en diferentes contextos, cuyas
valoraciones ética y jurídica son distintas. Por eso nos parece necesario, al iniciar este
capítulo, aclarar esas diferencias4. En todo caso, se suele recurrir a la palabra eutanasia
cuando se hace algo –o se deja de hacer– de tal modo que se aproxima el final de la vida a
un enfermo cercano a la muerte. La Encíclica Evangelium Vitae la define así: “Una acción o
una omisión que por su naturaleza y en la intención causa la muerte, con el fin de eliminar
cualquier dolor. La eutanasia se sitúa, pues, en el nivel de las intenciones o los medios
usados`” (nº. 65).
La postura oficial de la Iglesia Católica ante esta problemática es, como lo muestra una
obra relativamente reciente, sustancialmente equiparable a la de las grandes religiones:
otras Iglesias cristianas, judaísmo, islamismo, budismo, hinduismo27. Hay, sin embargo,
algunas pocas confesiones cristianas que aprueban en algunos casos lo que no se admite
generalizadamente en las otras religiones: la eutanasia en sentido estricto.
LA INSEMINACIÓN ARTIFICIAL
Después del nacimiento de Louis Brown el 25 julio 1978, han nacido por este
procedimiento decenas de niños en Australia, Austria, EE.UU. e Inglaterra. Esta técnica
puede dar una esperanza de maternidad a ciertas mujeres que sufren de una obstrucción
de las trompas uterinas y, debido a esa impermeabilidad, no puede tener lugar el
encuentro del espermatozoide con el óvulo. HENRI WATTIAUX Teóricamente la
fecundación "in vitro" es simple. En el momento en que la ovulación es inminente (sea de
modo natural o estimulada por hormonas específicas), bajo los efectos de anestesia
general se introduce una aguja especial guiada por un aparato óptico que permite la visión
directa del ovario. Por esa aguja se aspiran uno o varios óvulos. Cuatro horas después el
óvulo es inseminado "in vitro" con los espermatozoides del marido y, ya fecundado, se le
cultiva en tubo de ensayo durante dos o tres días. Cuando ya cuenta con cuatro u ocho
células, se realiza la implantación: el huevo es colocado en el útero materno por las vías
naturales. Es la fase crítica de la operación: si tiene éxito, el huevo se fija en la mucosa
uterina donde prosigue su desarrollo como si hubiese resultado de una fecundación
normal. En la práctica las cosas son mucho más complicadas. La selección de los
espermatozoides y su tratamiento en un cultivo necesario para su capacitación; la
precisión de la cronología en la toma de óvulos llegados a su madurez; la incubación de los
óvulos durante 3 a 5 horas antes de ponerlos en contacto con los espermatozoides; el
logro de las condiciones de cultivo necesarias para la fecundación y para que el huevo
sobreviva en un ambiente externo; el desplazamiento del huevo fecundado a un tubo de
ensayo para eliminar los espermatozoides sobrantes y la mayor parte del cúmulus para
favorecer la observación del huevo; la sincronización necesaria entre la división celular y la
evolución de la pared uterina hasta ser apta para la anidación; la intervención que
deposite el huevo en la mucosa uterina, tantas etapas a franquear constituyen otras
tantas dificultades a superar, de las que la más difícil es la implantación del huevo en el
útero. Si bien en la toma del óvulo se logra el éxito en el 60 % de los casos, solamente un 7
a 10 % de las mujeres tratadas esperan un hijo. Pero se confía en llegar a la proporción de
éxito que se da en la naturaleza, o sea, entre el 25 y el 30 %. Sin embargo ¿qué pasa con
los fracasos? ¿Qué decir, moralmente hablando, de una práctica que entraña el rechazo
de una notable proporción de óvulos fecundados? Hay equipos que, en lugar de adaptarse
al ciclo fisiológico de la mujer prefieren recurrir a tratamientos hormonales que estimulen
los folículos ováricos y permitan recoger varios ovocitos simultáneamente y así multiplicar
las probabilidades de fecundación. Pero ¿qué sucederá en el caso de que hayan sido
fecundados dos óvulos? En el Congreso mundial sobre reproducción humana tenido en
Berlín en 1981, el equipo australiano presentó datos experimentales sobre congelación de
embriones humanos provenientes de una fecundación en tubo de ensayo. Descongelados,
estos embriones se podrían implantar en el útero materno, en intentos sucesivos, hasta
obtener el embarazo. J. Testard señala esta posibilidad para multiplicar las posibilidades
de éxito en los intentos de trasplante embrionario. Otros sueñan con la posibilidad de
aplicar la técnica del trasplante al caso de mujeres capaces de ser fecundadas, pero
incapaces de llevar a cabo la gestación: esta situación evoca a las "madres sustitutas"
(surrogate mothers). En tal caso la madre podría confiar su embrión a una madre
provisional encargada de llevar a cabo la gestación, mediante una retribución económica.