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Crisis, Sentido y Experiencia - Greco, Pérez, Toscano PDF
Crisis, Sentido y Experiencia - Greco, Pérez, Toscano PDF
Presentación
En nuestras escuelas se presenta con insistencia un malestar que puede resumirse en
cierta sensación de incertidumbre, desconcierto, extravío, y que suele ser definido en
tanto “crisis”: crisis de la escuela, ausencia de sentidos durante la trayectoria escolar.
Sensación enmarcada en un cuadro más amplio de transformaciones sociales a nivel
global que rompen con las lógicas de sentido que décadas atrás ordenaban la vida de las
sociedades.
La noción de crisis ha sido -y es- utilizada en muy diferentes campos, espacios y
momentos de muy diversas maneras, aunque en general, puede decirse que los sentidos
e implicancias que ha adquirido -y adquiere- se identifican con dos grandes
concepciones. Es así como para algunos discursos muy diferentes entre sí –como los
que hablan de las ‘crisis económicas’ o de las ‘crisis personales’- la noción suele indicar
un ‘tocar fondo’ como parte de una lógica cíclica que llevará a un posterior surgimiento
de una nueva totalidad o a una progresiva estabilización de esa situación ‘crítica’. Por
tanto en esta crisis priman las sensaciones de desazón, desesperación, parálisis y
soledad, pero también de transición, en la medida en que existe cierta certeza respecto
de la posibilidad de conformación de un nuevo estado de las cosas.
Por otra parte, existe otra concepción que algunos autores asocian con la idea de
‘devenir caótico’. A diferencia de la anterior, implica que frente a un evidente
diagnóstico de descomposición de una totalidad, nada indica que sobrevendrá una
posterior recomposición de la misma en términos de una nueva totalidad (Lewkowickz;
Cantarelli y otros, 2003).
Si tal como sugieren estos autores 1 , nos encontramos atravesando una crisis que no
dejará opciones de retorno a un escenario pasado ¿qué es lo que esto significa en
términos sociales? ¿qué es lo que implica en cuanto al lugar y las funciones de las
instituciones de la sociedad? ¿qué implicancias tiene esta crisis en lo que a la
escolarización de los niños y jóvenes respecta? ¿qué impacto tiene en los procesos de
subjetivación, y más concretamente, en la realización de proyectos personales y
colectivos y en los aspectos que intervienen en el desarrollo?
Debemos situar históricamente este proceso para intentar capturar las coordenadas y
dimensiones que configuran nuestro tiempo, con las dificultades que conlleva
reflexionar fenómenos tan cercanos e inmediatos. Creemos necesario hacer un breve
recorrido histórico con el fin de contextualizar algunos de los aspectos involucrados en
estos procesos por lo que esperamos que estos párrafos brinden un marco general para la
lectura de los próximos capítulos, en tanto reúnen reflexiones, discusiones y argumentos
que nos acompañaron en la realización de alguno de los trabajos que se presentan en
este libro.
El presente capítulo se propone, por tanto, aportar dos recorridos teóricos posibles -
provenientes del campo de la sociología y la filosofía- a fin de obtener pistas que
permitan delimitar las dimensiones que entran en juego en el marco de la crisis,
entendida como efecto de complejas transformaciones sociales de nuestro tiempo. Estas
transformaciones repercuten en los proyectos escolares y en el complejo entramado de
1
Ver también Lewkowicz (2004); Baquero (2004).
historias de vida y trayectorias institucionales de las escuelas que han inspirado la
redacción de este libro.
En primer lugar, se reflexionará alrededor de la crisis de sentido y de los procesos de
globalización e individualización que la acompañan; en segundo lugar, el foco estará
puesto en la noción de experiencia como concepto potente para pensar las historias y
trayectorias institucionales como productoras y multiplicadoras de nuevos sentidos,
contingentes, singulares y claramente colectivos. Pretendemos de este modo atravesar y
ligar la cuestión de la experiencia pensada desde la filosofía con la experiencia en
educación, lo que significa buscar entre distintos pensamientos filosóficos las
resonancias del término y sus vinculaciones con ese particular mundo donde se enseña y
se aprende.
2
Intentaremos alejarnos del supuesto de que la filosofía es el territorio del conocimiento por excelencia,
desde donde se determinan las fronteras de otros territorios disciplinares, como si la filosofía fuera el
supremo saber que dicta a otros su lugar y sus límites. Hay una manera de pensar la filosofía como la
ciencia de ciencias, el saber que daría la razón de otros y a partir de allí, la manera en que se deben
concebir los medios para la acción. No es desde ahí que tomamos estas notas sobre la experiencia.
3
A partir de la modernidad, se favorece el sentido activo del verbo latin experiri, deslizándose hacia
aquello que se experimenta voluntariamente y se busca verificar en relación a una hipótesis sobre algo
“real”que se construye activamente. Bacon (1561-1626) distingue entre la experiencia bruta (experientia
vaga) sin inteligencia y la experiencia controlada (e. ordinata) que se prueba mediante protocolos
experimentales que permiten pasar metódicamente de experiencia en experiencia así como realizar una
interpretación de la naturaleza que infiera leyes generales de las experiencias particulares
ajenas, externas a nosotros mismos, objetos y mundos a contemplar o dominar pero de
los que no formamos parte.
La ciencia moderna ha separado al sujeto de su mundo y tanto el racionalismo como el
empirismo han demarcado y naturalizado esa separación mediante el dualismo razón-
sensibilidad y conciencia-mundo y cuerpo. La experiencia-empiria ha hecho de la
experiencia lo sensible “en tanto tal”, dato natural, aquello que se da en forma de
impresiones y percepciones: copias fieles de un mundo objetivo, y a su vez, realidad
alejada del concepto, por tanto del pensamiento y del sujeto que piensa. Es el trabajo de
la conciencia, asociando y repitiendo, el que conformará, para el empirismo, un
conjunto de ideas y representaciones. El sujeto queda así transformado en sustancia, una
entidad previa a la experiencia cuyo sentido es otorgado “desde fuera” por obra de una
producción conciente.
Reconocemos los trazos del empirismo y de la experiencia-empiria en el mundo de la
enseñanza y la educación cuando se supone que sólo una vivencia directa en contacto
con “lo real”, sólo el “hacer” sin mediaciones en el mundo material, puede llevar al
alumno a apropiarse de una realidad considerada como fuente de conocimiento. Algunas
pedagogías espontaneístas se basan en estas concepciones donde la experiencia asume
un lugar en el que prevalece el contacto directo, práctico, despojado de teorías y
palabras y de la mediación del adulto como portador de una influencia que podría
perjudicar el supuesto desarrollo natural de las capacidades. En otro sentido, para la
educación, la experiencia se vuelve experimento 4 cuando produce situaciones
metódicamente preparadas, donde los lugares, las palabras, los tiempos, los espacios, las
relaciones entre sujetos y los sujetos mismos son manipulados para constituir la escena
educativa programada.
El concepto de experiencia comienza a sufrir nuevas transformaciones 5 . La
fenomenología abre nuevos caminos que reubican el pensamiento sobre ella. Husserl
(1859-1938) prepara el terreno para una nueva manera de pensar la experiencia que
pone el acento en la estructura intencional de los actos de la conciencia. La
aproximación fenomenológica reposiciona al sujeto trascendental en el corazón de la
experiencia al confiarle la tarea de constituir el sentido de todo dato. La manera en que
Husserl supera la división tradicional del racionalismo y del empirismo permite
remontar la reflexión filosófica sobre la experiencia desarticulando el dualismo que
separa sujeto-cuerpo y mundo y el modo analítico-mecánico de concebirlos. Conocer no
es para Husserl poseer o asimilar y la conciencia no es un recipiente ni una tabla rasa,
no incluye nada en su interior porque no tiene interioridad diferenciada de una
exterioridad.
Merleau Ponty hará hincapié en el sentido de la experiencia como un saber del cuerpo
indisociable de las cosas mismas, de un mundo vivido del que la ciencia no puede
apropiarse. “La ciencia manipula las cosas y renuncia a habitarlas” (1964: 7) afirma, en
4
Ver Baquero (2002).
5
Es interesante advertir que el origen de la palabra experiencia se vincula con el de empiria aunque no en
el sentido que el pensamiento moderno le atribuirá. El término griego empereia contiene la raíz per-,
connotando tanto al enemigo y el peligro (periculum) como la travesía o el pasaje. Es la prueba que toma
al sujeto desprevenido y también el ensayo, el intento que lleva más allá, al modo de una aventura. Para
Esquilo (525-456 a C) hay cosas que sólo se aprenden sufriendo, el hombre experimentado (empeiros)
debe llegar al final de muchas pruebas antes de merecer ese nombre. Aristóteles (385-322 a C) designa
por empereia las capacidades adquiridas por el hombre, el conocimiento de lo particular en tanto tal, a
diferencia de la techné, que es el saber de lo general. La experiencia es entonces lo que se aprende
laboriosamente, “haciendo camino”, en el curso de la vida misma. Maître Eckart (1260-1327) y otros
pensadores medievales, hablaron de itinerarium más que de experientia, comprendida como itinerario, la
experiencia no tiene nada de errancia interminable, tarde o temprano llega a un punto decisivo
tanto se niega, con su pensamiento, a perpetuar la desvinculación del sujeto y el mundo.
El sentido de la experiencia sólo puede ser otorgado desde ella, habitándola, en la trama
misma del hacer y pensar, del “ojo y el espíritu” 6, del arte y la filosofía. Es así que,
comprender el mundo es habitarlo, no es hacerlo objeto y colocarlo a distancia, es el
campo mismo del pensamiento y de las percepciones. Y así como no hay un “exterior”
recortable y apresable, no hay tampoco un “interior” del sujeto. “El hombre está en el
mundo, es en el mundo que se conoce (...) lo que encuentro no es un foco de verdad
intrínseca, sino un sujeto brindado al mundo” (1993:11).
Se prefigura así el paradigma de la experiencia-acontecimiento que propondrá, desde
este giro de la filosofía, otros modos de preguntarse por las relaciones entre lo dado y lo
construido, la razón y lo sensible, el sujeto y el mundo, la subjetividad y el
conocimiento. El sujeto es cuerpo constituido por el mismo material del mundo 7 , por lo
tanto, él mismo es experiencia en relación a otros, a todo lo denominado “otro”. La
experiencia-acontecimiento es aquello que produce al sujeto siendo, en proceso de
constituirse siempre como un devenir que no termina ni se fija o se cierra en un sujeto
“terminado”. No hay sujeto finalizado en ningún punto mientras hay experiencia porque
ésta se abre a “lo que llega” e interrumpe un orden de cosas dado, del cual él mismo
forma parte. Es lo que transforma, lo que “nos pasa” y no lo que pasa, como afirma
Larrosa 8 , proceso subjetivo que no es anterior o posterior a la experiencia, sino que es
en ella misma que ocurre, a la vez, en un tiempo actual y virtual que no cesa.
En este sentido, la experiencia es un entramado que sostiene y una ruptura en el devenir
subjetivo, a un mismo tiempo, en la que el sujeto se transfigura. Como éste no es
sustancia ni permanencia espacio-temporal hay siempre un espacio para la creación de
lo nuevo, de lo que no es ni se es, de lo que no se tiene, de lo que puede llegar a ser. La
llegada a un punto determinado no se deduce de una continuidad de causas anteriores
sino que constituye una forma de causalidad autoalimentada, como en la confianza y la
desconfianza, como lo despliega Cornu, o en la igualdad y la desigualdad pensadas
desde Rancière y que desarrollaremos más adelante. En ambos casos, la apuesta
subjetiva es ya un punto de partida que crea al sujeto y su experiencia, con otros, desde
otros y desde sí mismo. Su rasgo predominante es el antisustancialismo ya que no hay
un sujeto que precede a la experiencia sino que es en ella que los procesos de
subjetivación cobran forma.
El paradigma de la experiencia-acontecimiento se caracteriza por una no distinción del
afuera y del adentro. No habría un sujeto que luego de constituirse se relaciona con
otros en el marco de experiencias (del “adentro” subjetivo hacia un “afuera” de la
experiencia intersubjetiva), tampoco habría relaciones con otros que van constituyendo
al sujeto (del “afuera” intersubjetivo hacia un “adentro” de la experiencia subjetiva).
Este paradigma obliga a desarticular la oposición intra e intersubjetividad, ya sea que se
considere primero a una o a la otra en los procesos de constitución subjetiva.
La experiencia-acontecimiento es justamente ese lugar en donde no hay espacios
opuestos: individual-social, individual-colectivo; los procesos subjetivos son singulares
y colectivos, a la vez. En un mismo movimiento crean espacios diferenciados pero no
contrapuestos. Se producen sólo en uno pero no sin otros. No hay experiencia sin otros,
no hay mundo sin otros, pero sólo en la singularidad de la experiencia es donde se
constituye “eso” que caracteriza un proceso de subjetivación. Hay modos de relación
dados en la experiencia que a la vez que operan una “individualización” del sujeto (a
partir de identificaciones, en la formación de rasgos personales, modalidades propias,
6
Aludimos aquí al título de una de sus obras.
7
“el mundo está hecho de la estofa misma del cuerpo” (M. Ponty, 1964: 14)
8
Ver Larrosa (2003)
estilos) crean formas de colectividad. Es éste “a la vez” que desarticula oposiciones
tradicionalmente establecidas, el que define la experiencia en tanto acontecimiento
subjetivo: una experiencia.
La experiencia-acontecimiento es, en este paradigma, lo que se opone a la repetición y
al automatismo, lo que genera pensamiento y acción, a la vez, reúne y separa, enlaza y
desenlaza. La experiencia transforma posiciones en el marco de una situación y en
forma inmanente a ella. No hay un orden externo que se imponga y defina la situación,
los lugares, las posiciones. Es el paradigma de lo inesperado, lo que cobra su forma a
partir de la puesta en común de lo que estaba desligado o la separación de lo que
permanecía adherido (y naturalizado). Este “tomar forma” no es la recepción o la
sumisión ante la imposición de forma, es la aparición de un proceso subjetivo en un
determinado momento a partir de una conjunción de condiciones que lo permiten. Es
una obra más vinculada con el arte como régimen estético que como representación,
técnica o utilización de instrumentos metodológicos para fines determinados.
Experiencia-acontecimiento es, en este sentido, desidentificación, salirse del lugar
propio para comprender que no hay “lugar propio”, como el trabajo de las palabras en el
poema en relación a la lengua en su uso habitual, o el uso del cuerpo y el movimiento en
la danza en relación con el cuerpo pensado en tanto conjunto de órganos. Es la
posibilidad de hacer un uso singular de la lengua, del cuerpo, del pensamiento, darles
“otros usos”, diferentes de aquellos ordenados en un sistema de relaciones de poder
establecido. El arte, la filosofía, la escritura, la apropiación de la palabra son así, vías
privilegiadas para la experiencia.
Es por esto que la experiencia-acontecimiento se vincula íntimamente, se confunde ella
misma con los procesos de subjetivación que allí tienen lugar, es aquello que amplía un
territorio, empuja sus límites, permite ver otros planos no percibidos, reconfigura lo
sensible (Rancière, 2003). Experiencia y subjetivación parecen confundirse entonces, en
un mismo espacio cuando se reúnen un hacer, un pensar y la suspensión de un sentido
establecido, allí donde el hacer “toca” un sentido nuevo y éste produce no sólo actividad
repetida sino creación. En la experiencia-acontecimiento hay un pensamiento sensible
que desanuda lo dado, cuerpo que crea nuevos “usos”, palabras que inventan otra voz,
indistinción de lo ya pensado y de lo aún no pensado.
Para Rancière, la experiencia se vincula con la igualdad, con la relación igualitaria, allí
donde los sujetos se hacen escuchar, ver, leer, considerar como iguales por la potencia
de su palabra. Igualdad y desigualdad se tensarán permanentemente en un mundo social
atravesado por experiencias políticas de subjetivación. Así, la subjetivación es un
proceso no continuo sino intermitente, una ruptura o interrupción que parte de la
igualdad como condición y produce o crea igualdad a medida que ésta se verifica 9 .
Hablar de igualdad es hablar de lazos con otros no idénticos, de modos de estar con
otros configurados cada vez, como una construcción artesanal en donde lo singular no
queda desdibujado sino todo lo contrario. El único requisito para esta construcción –y es
por esto que la denominábamos anteriormente como causalidad autoalimentada- es que
la igualdad esté presente desde el comienzo, que sea principio y no meta, punto de
partida y no horizonte. Es condición en tanto que su declaración instituye una nueva
relación con el saber, creando la posibilidad de un saber allí donde la distribución de
lugares no preveía ninguna 10 . Así, para pensar en el terreno educativo, por ser iguales,
9
Ver Rancière (2003)
10
Ver en este mismo libro el artículo “Una experiencia en los márgenes: Arcén” donde sus autores relatan
una experiencia de enseñanza y aprendizaje donde los alumnos y alumnas de una escuela nocturna,
trabajadores/as, algunos/as madres o padres, provenientes de contextos sociales vulnerables, son mirados
como “iguales”, capacitados para el pensamiento, la palabra, la escritura, la crítica. Las propuestas de
enseñanza parten de este supuesto y no del que afirma que la pobreza o la carencia los inhabilita para
ser considerados y vivirse a sí mismos como tales, en muchos casos, los alumnos de
escuelas en contextos desfavorecidos, por ejemplo, despliegan capacidades que no se les
suponía.
La igualdad es entonces producción en tanto que la nueva disposición del saber hace
existir un lugar de igualdad que no existía anteriormente. Deviene existente una parte
del “sin parte”. Esta es la experiencia-acontecimiento ya que todo aquí es proceso y
devenir, advenimiento, destello de sentido, desarticulación de un orden dado para que
otra cosa ocurra. Y en este proceso, la igualdad tiene un lugar doble, como condición y
como producción 11 . “Es este anudamiento de dos funciones lo que hace de la igualdad
el acontecimiento por excelencia” (Badiou. 2006: 144).
Para Cornu, la apuesta subjetiva inicial que “hace” experiencia es la que también “hace”
confianza, en el sentido que la crea a partir de un presupuesto anticipado sobre las
potencialidades del otro, ese riesgo, esa mirada, ese gesto que anuncia lo que puede ser
y confía en ello. La confianza no es de un solo lado cuando se instaura y se alimenta en
el lazo; si pensamos en el terreno educativo, el maestro confía de antemano y crea las
condiciones para que el trabajo haga el resto, por ello establece la experiencia como
acontecimiento desde la confianza que abre, que desata, que promueve y el otro, el
alumno, devuelve con su propia acción la confianza sobre sí mismo y sobre quien le
enseña. Dice Cornu: “Un alumno confía en nosotros; eso basta no sólo para ahorrar
esfuerzos sino para tornarlos deseables, no sólo para evitarle el fracaso sino para sacarlo
de la rutina, de la repetición, de la desesperanza, del destino asignado por las
previsiones sociológicas o psicológicas. La confianza en un ser es lo que permite hacer
engañoso todo pronóstico, lo que sacude los sistemas de pruebas. La prueba de los
determinismos es previa, pero los pronósticos construyen aquello que creen constatar:
las fatalidades” (2002:77).
Es posible hablar de experiencia educativa así como de experiencia de pensamiento,
experiencia de lenguaje, experiencia de la igualdad, experiencia democrática, en la
medida en que existen relaciones con otros, pero deberíamos precisar aquí lo que
entendemos por “relación”. No se trataría de cualquiera sino de aquella en donde algo
que no estaba, es creado a partir de un espacio “entre dos”. Extraño espacio de
subjetividad no definido ni por uno ni por otro, sino por el lazo que los reúne y los
separa ya que permite ser desatado cada vez. En la experiencia-acontecimiento, se hace
lugar a “algo” que no estaba antes allí porque aún no existía ese “entre”, en el que
tendrá lugar un proceso, una dimensión nueva, una percepción de lo sensible inhabitual,
un sentimiento, una mirada, una capacidad inesperada, una forma de leer la realidad o
de escribirla, que son, para el sujeto, novedosas. Pero ¿qué es lo que hace que ese “algo”
tenga lugar, allí donde no había nada o había otra cosa?
No podemos dejar de pensar en el recorrido sobre el don y el tiempo que hace Derrida
(1995) y su referencia a la definición lacaniana sobre el amor: “dar lo que no se tiene”.
Dar un tiempo que no nos queda, disponer de manera distinta aquello que hacemos en
ese tiempo para hacer otra cosa, salirse del circuito habitual que generalmente ocupa
“todo” el tiempo para que se produzca un resto, un “algo” que antes no estaba y que
puede estar a través de la experiencia. La lectura de un libro, la escritura de un texto, un
conocimiento que se alcanza, la búsqueda y el encuentro de un saber inesperado,
ocurren como experiencia cuando atraviesan ese tiempo “que no se tiene” pero que se
produce subjetivamente como novedad. Como afirma Derrida, no es el tiempo lo que se
desplegar su propio pensamiento. Es por esto mismo que estos alumnos confirman lo que se espera de
ellos: hablan, leen, escriben, critican, publican.
11
Seguimos aquí el desarrollo de Badiou en un artículo sobre Rancière: “Les leçons de Jacques Rancière,
savoir et pouvoir après la tempête” (2006: 131-154)
tiene o no se tiene, sino lo que se hace en él y con él así como la posición que se asume
en relación a ese hacer. En este sentido, la experiencia-acontecimiento tiene que ver
con el tiempo, no con un tiempo otro, excepcional, agregado, distinto, maravilloso o
idealizado (que nunca se tendrá o alcanzará), sino con éste, el de hoy, el de ahora, pero
empleado de otra manera, revisitado con otros ojos, habitado.
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