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EL CASO CHALLENGER

El 28 de enero de 1986, a las 11:38 de la mañana,


hora local de Florida, el transbordador espacial
Challenger explotaba en el aire, algo más de un
minuto después de haber despegado desde la
base de Cabo Cañaveral.
La misión STS-51L era la 25ª del programa del
programa del transbordador espacial, iniciado en
1981 con el objetivo de disponer de un vehículo
reutilizable que permitiera reducir los costes del
acceso al espacio. De las tres partes que formaban el sistema, dos de ellas (el orbitador
y los motores de propulsión sólida) se reutilizaban para siguientes misiones, mientras la
tercera (el tanque externo de combustible) se construía nuevo para cada una. El
Challenger era el segundo de los shuttles que la NASA había construido para su
programa STS, después del Columbia, pero su fiabilidad lo convirtió en el más utilizado
por la agencia. STS-51L iba a ser la segunda misión lanzada en 1986 (la primera, STS-
61C, había volado al espacio el 12 de enero, dos semanas antes del lanzamiento del
Challenger) y la primera de ese orbitador concreto en ese año. Su objetivo, además de
poner en marcha el programa Teachers in Space, era realizar varios experimentos
relacionados con el cometa Halley, que pasaría el 9 de febrero por el perihelio (el punto
más cercano de su órbita alrededor del Sol), colocar una órbita un satélite de
comunicaciones y llevar a cabo otras tareas científicas sobre dinámica de fluidos.
Tendría que haber permanecido en órbita terrestre una semana, aproximadamente. La
misión del Challenger llegaba en un momento en el que la exploración espacial y, en
concreto, el programa tripulado de la NASA había perdido el interés del público. Una
vez que se había ganado la carrera lunar a la URSS con el Apolo XI y se habían pasado
misiones emblemáticas de los 70 como las Viking a Marte o las Voyager, la sociedad
estadounidense parecía haberse acostumbrado a las noticias sobre misiones espaciales
y, por otro lado, éstas ya no tenían el mismo gancho para las televisiones, sobre todo.
Así que Ronald Reagan, que era por entonces el presidente de Estados Unidos, ideó
una iniciativa que debía acercar de nuevo la exploración del espacio al gran público: el
programa Teachers in Space. A través de él volaría en el transbordador el primer civil
en la historia, que sería un profesor para darle un lado educativo y para buscar el interés
de los más jóvenes. La idea era que, del mismo modo que el programa Apolo despertó
las vocaciones científicas de muchos niños, Teachers in Space pudiera lograr algo
similar. Así, del día original del despegue, el 22 de enero, se pasó al 28 y se temía que
esos retrasos impidieran cumplir el calendario de lanzamientos previstos para ese año.
En 1985 había habido nueve despegues del transbordador y, en 1986, estos vehículos
tenían que llevar al espacio la sonda Ulises de estudio del Sol, poner en órbita el
telescopio espacial Hubble o llevar al espacio a un periodista que habría sido el segundo
"ciudadano privado" en ir al espacio. Manuel Montes explica que:
La brutal presión para que, de todos modos, la agencia intentara enviar al espacio sus
misiones lo más rápido posible, provocó en parte que diversos síntomas, señales, de
que algo no iba del todo bien, no recibieran la atención necesaria. Con un año por
delante lleno de vuelos programados y un sustancial retraso sobre el calendario ya
acumulado, existía una enorme necesidad de poner en el espacio al Challenger, incluso
ante condiciones meteorológicas tan difíciles y, según se vería después, peligrosas.
Ante esta situación, y con el añadido de la gran exposición mediática que la misión STS-
51L había recibido por la presencia de McAuliffe, el parte meteorológico para el día 28
de enero en Florida no se recibió con demasiada alegría. La tarde anterior, los
ingenieros de Thiokol, que construían los motores de propulsión sólida (SRB) situados
a ambos lados del orbitador, tuvieron una conferencia telefónica con la NASA para
expresar su preocupación ante las bajas
temperaturas previstas para el momento del
despegue, de -1º C.
Era un frío demasiado extremo para los anillos en
forma de O que sellaban las diferentes etapas de
los SRB. Los ingenieros no podían garantizar su
elasticidad ni su resistencia a los rigores de presión
y temperatura del lanzamiento ante esas
condiciones climatológicas, pero la presión por no
retrasar más la misión acabó imponiéndose y la
NASA aprobó el lanzamiento del Challenger.
Lo que pasó después se pudo ver en las televisiones de todo el mundo. El transbordador
despegó del Complejo de Lanzamiento 39B a las 11:38, hora local, y todo parecía ir
bien. A los 73 segundos, sin embargo, se aprecia en las grabaciones cómo aparece un
penacho de humo en uno de los SRB y, acto seguido, el Challenger explota.
Era la primera vez que la agencia espacial estadounidense sufría un accidente mortal
en vuelo. El incendio del Apolo I se había producido durante unas pruebas previas, con
la cápsula aún en la torre de lanzamiento, y los astronautas del Apolo XIII habían logrado
regresar a casa sanos y salvos, pero el Challenger era una verdadera tragedia, y a
muchos niveles. Empezó a verse hasta qué punto cuando una comisión independiente,
nombrada por la Casa Blanca, se puso a investigar las causas del accidente, la NASA
había minimizado los riesgos y, a veces, hasta había mirado para otro lado para poder
cumplir su calendario de lanzamientos. La resistencia de los anillos O a determinadas
condiciones de presión y temperatura, por ejemplo, había presentado problemas ya en
1977, durante las fases iniciales del diseño de los transbordadores, pero nunca se había
actuado seriamente para buscar una solución.
Durante la investigación de la Comisión Rogers se supo, también, que la cabina de la
tripulación había salido despedida, intacta, en el momento de la explosión, pero que los
astronautas habían fallecido poco después, muy probablemente por la pérdida de
presión en ella. Los tripulantes, por ejemplo, no llevaban trajes presurizados (esos
famosos trajes naranja que se harían obligatorios después).
Las conclusiones de las investigaciones del accidente del Challenger, tanto por la
Comisión Rogers como por un comité especial del Senado, obligaron a la NASA a
detener el programa de los transbordadores durante casi tres años para poder
implementar las medidas de seguridad recomendadas por ambas investigaciones,
concluyendo todo esto en un problema para la NASA que hasta día de hoy aún no se
ha podido superar.

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