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No hay ruido más fuerte que el silencio”

– Miles Davis

Aprender a escucharnos y a escuchar nos permitiría sentir, aprender y comprender lo que nos rodea,
incluso ayudar a nuestros seres queridos en una conversación, antes de abrir la boca escuchar.

La escultura sonora es un pretexto para escuchar y con suerte quizá también para visitar una galería de
“arte”, aunque en su propia casa podría construir su propia escultura con su reproductor de cd o mp3, ok,
ok no tiene ninguno de estos, haga una escultura sonora viviente como nos enseña Hildegard
Westerkamp:

Escuche.
Las palabras
en esta página impresa
son sonido.
Escuche.
La voz silenciosa
en esta página impresa,
es sonido.
Escuche.
La vida
en este vecindario
es sonido.
Escuche.

Disponga de una hora y salga a caminar por su vecindario. No haga otra cosa más que escuchar. Si está
caminando con otra u otras personas, deje claro que esta hora transcurrirá en silencio. Escuchen juntos a
todo.

Abra la puerta del lugar en que vive, salga y escuche. Camine y


escuche. Deténgase y escuche. Doble en la próxima esquina y escuche.

Encuentre un lugar favorito en su vecindario y escuche. No hable con nadie. Siga caminando y escuche.

Escuche
las voces
mientras camina.
Escuche
las pausas.
Escuche.

Escuche zumbidos y motores


cantos de pájaros
y pausas entre los cantos de los pájaros.

Escuche los ecos.

Escuche su respiración
y sus ritmos
sus pasos
y sus ritmos.

Deténgase un momento y escuche sus pensamientos. Déjelos pasar como el sonido de un auto. Sígalos
hasta que ya no pueda escucharlos.

Escuche
las pausas
entre las sirenas y bocinas y aviones.

Los sonidos de esta estación.


De ropas
y del viento.

Escuche a la distancia.

Deje
de escuchar
por un momento.

Regrese a casa.

¿Escuchó Usted los sonidos de este lugar de este momento en su vida?

Disponga de otra hora


en otro día
y salga a caminar por su vecindario
y no haga otra cosa
que escuchar.
DE LA HUMANIDAD A LA ANIMALIDAD:

vistazo crítico a “Distopía”.

“Los devenires-animales no son sueños ni fantasmas.Son en verdad perfectamente reales”.

G. Deleuze y F. Guattari. Mille Plateaux. Capitalismo y esquizofrenia 2.

“La etiqueta “humanismo” nos recuerda

-en su falsa candidez- la perpetua batalla por el hombre

que se viene librando en forma

de una lucha entre tendencias embrutecedoras

y amansadoras”.

Peter Sloterdijk. Normas para el parque humano.

En mi investigación en curso que he denominado Pequeña historia de la animalidad, la


relación entre lo humano y lo animal es una constante. Relación que en ocasiones es
consensual y en otras es algo completamente conflictivo. En la primera relación los
humanos devienen animales y los animales se humanizan creando una “alianza” una
“simbiosis” perfecta, dicen Gilles Deleuze y Félix Guattari en su libro Mil mesetas
(1980). En la segunda relación se plantea decididamente un combate entre ambos
creando no una alianza, ni tampoco una fusión, por el contrario, una metamorfosis
prevaleciendo lo uno sobre lo otro. El imaginario colectivo materializado por el arte, el
cine y la literatura, nos da innumerables ejemplos al respecto, poblando nuestra mundo
onírico y real de centauros, minotauros, sirenas, esfinges, hombres-jaguar, hombres-
lobos, hombres-murciélagos, hombres-monos, etc.

Hace dos días se inauguró en el Museo de Arte de la Universidad Nacional la


exposición Distopía, curada por María Belén Sáez de Ibarra. Una muestra
cuidadosamente seleccionada compuesta por varias obras de la Colección Daros de
Zürich. En esta exposición existe una constante: la exaltación de la animalidad la cual
prevalece sobre la humanidad. Si el siglo XVIII deviene el Siglo de las Luces, el Siglo
del Humanismo, los siglos posteriores parecen devenir de la Animalidad. Con esta
hipótesis hay que tener cierta precaución pues lo animal no es en sí absolutamente
negativo. Quizá en esa oposición radical se le ha estigmatizado y se le teme. Al animal
se le proyecta todo lo negativo del ser humano: ballenas “asesinas”, perros “salvajes”.
Lo que no deseamos de lo humano lo proyectamos hacia lo animal decía el artista
colombiano Oscar Salamanca recientemente en mi seminario dedicado a la relación
cuerpo y animalidad. Es así como lo animal deviene despectivo: uno de los peores
insultos que se puede lanzar a alguien es decirle “usted es un animal”. Lo animal es
irracional, impulsivo, irreflexivo, parece decirnos la razón. Sin embargo, con la crisis
del Humanismo nos dimos cuenta que éramos “demasiado humanos” (Nietzsche) y
ahora damos cabida a esa Animalidad que cobra su lugar de importancia en la Historia.
La humanitas ha caido en crisis y frente a ella se eleva la Animalidad, como uno de las
posibilidades del post-humanismo. Echemos pues, un vistazo crítico a Distopía,
exposición cuidadosamente curada como hace tiempo no se veía en Bogotá.

La curadora Sáez de Ibarra nos dice que el concepto de Distopía “es una forma de ver
hacia adelante la existencia individual y colectiva. Es el concepto antónimo de la
utopía. La utopía con su esperanza, con su fe en las capacidades sociales del hombre,
con su humanismo, con su sabiduría propia del desapego de lo real, de lo mundano,
aparece no creíble, sin cabida en el juego de las posibilidades; sin fuerza virtual"(1).
La Distopía en este sentido surge como una alternativa frente al proyecto Utopista que si
bien es cierto se convirtió en objetivo fundamental para el proyecto humanista, hoy
parece decaer y casi desaparecer. Esto merecería una discusión más amplia, pero
sigamos el recorrido por el fundamento conceptual de la exposición. “Un sentimiento de
derrota –dice la curadora-, se ha apoderado de la perspectiva de criticidad de la
conciencia colectiva ante la guerra y la pobreza. Esta conciencia crítica colectiva es
individualista. Descreída. Desencantada. Se halla cruzada por la vergüenza y se auto
condena a la fatalidad como una forma de expiación”. Frente a tal nihilismo parece
surgir una opción: mirar de frente lo que se tiene y se vive y aceptarlo con fatalidad. Tal
parece ser el proyecto distópico frente al utópico. El no lugar de la utopía, deviene una
lugar perverso apocalíptico de la distopía, semejante a l lugar del totalitarismo, si nos
mantenemos al pie de la letra de los conceptos. En este sentido la Distopía (según el
término acuñado por Jhon Stuart Mill en el siglo XIX) es una oposición radical de la
Utopía (Thomás Moro), una utopía negativa y, en consecuencia, no es un mundo ideal el
que se nos revela , por el contrario el un mundo que nos aparece es un lugar donde el
desequilibrio, la desigualdad y el temor parece ser una constante.

La exposición está compuesta por varias obras de tres artistas latinoamericanos: Harold
Vásquez-Castañeda, Carlos Amorales y Miguel Ángel Ríos. Vásquez-Castañeda con sus
instalaciones sonora-musical El vuelo del murciélago (2004) y Hara Kiri (1998), hace
que el espectador entre en un espacio sumergido en una profunda penumbra. El clarinete
(Enrique Ardila) y la flauta (Pierre Dutrieux) pregrabados, logran crear un ambiente
sonoro que hace de nuestra experiencia estética algo inusual. Es frecuente ver en las
exposiciones y no escuchar. Aquí el sentido de la vista se ve enceguecido por la
oscuridad, a la cual nos habituamos paulatinamente, dejando que nuestros oídos nos
hablen del lugar y oriente nuestros pasos. Nuestro cuerpo se desplaza cuidadosamente
para no chocar con los otras personas, los pies se arrastran lentamente como para evitar
cualquier obstáculo. El chirriar de nuestros zapatos armoniza extrañamente con la
música. Los cuerpos se sientan en el suelo como esperando tomar algún apoyo. Esta
postura, casi primitiva nos lleva a ponernos de nuevo en la posición de nuestra
condición animal, donde un lejano temor se instala en nuestras cuatro extremidades que
ahora tocan el suelo. Algo que encontré incoherente en la instalación era la guía de luz
azul -tenue por cierto-, que nos impedía chocar contra la pared, pues estaba dispuesta a
todo lo largo del suelo. ¿Precaución curatorial para prevenir accidentes en el recinto o
descuido de parte del artista? Este detalle en realidad no le quita importancia a la obra.

Carlos Amorales nos presenta su proyección en la pared Manimal (2005). Esta pieza de
animación pone en evidencia la sustitución de lo animal a lo humano. La proyección
comienza con una escena donde unos perros salvajes corren en todas las direcciones en
manada hasta enfrentarse a otros perros similares. El combate es inevitable. Un bosque
muerto sirve de telón de fondo el cuál muy pronto se ve sustituido por una ciudad. La
reja que delimita ese mundo salvaje del de la civilización urbana se ve rápidamente
superada. Los árboles se han reemplazado por postes de luz y aviones que en una noche
de luna llena, comienzan a despegar en todas las direcciones dejando tras de sí, la
ciudad abandonada ahora dominada por los perros que aullan a la luna. Uno que otro
cuervo se posa en las cuerdas eléctricas.

Esta escena musicalizada por Julián Lede, logra recordarnos un pasaje de la novela “Soy
Leyenda” (1954) de Richard Mahteson donde el último sobreviviente a una epidemia
que azota a los Ángeles en los Estados Unidos, se enfrenta a una serie de perros y seres
humanos animalizados sedientos de sangre. Esta novela llevada al cine por Francis
Lawrence (2007) logra acercarse a la obra de Amorales la cual sin duda se ha inspirado
de la novela de Mahteson. Pero esto de las fuentes y los referentes no es del todo
irrelevante pues, al entrar al recinto nos encontramos con una excelente obra muy bien
montada, la cual nos hace pensar en ese universo apocalíptico quizá no tan lejano a
nuestro mundo real. Las paredes de la sala de exposición recrean el fondo del bosque de
la animación, poniendo al espectador en el mismo plano de los animales. Algo de
siniestro, en los términos freudianos, encontramos en esta obra, como lo extrañamente
familiar que nos atrae y al mismo tiempo nos produce temor. Lo animal prevalece sobre
lo humano.

Otra de las obras de Amorales es Dark Mirror (2004), Donde escuchamos y vemos en
el revés de la pantalla, una composición para piano interpretada por José María
Serralde. Mientras el músico ejecuta su pieza musical, nosotros vemos una animación
realizada por André Pahal, donde vemos los dibujos de Amorales que le identifican:
aviones en negro con las ventanas de un blanco luminoso que vuelan y se confunden
con las aves, hasta ir a estrellarse en un árbol del cual no pueden salir. El avión cuelga
de una de las ramas donde a su vez penden varios cráneos. En la misma escena el avión
se estalla en mil pedazos, acentuando la idea de muerte y desolación. Un color rojo se
extiende por la pantalla de un blanco luminoso. El dispositivo audiovisual a manera de
espejo, logra introducirnos en una especie de ensoñación pesadillezca, donde lo
apocalíptico deviene una constante.

Sin lugar a dudas las obras más interesantes de la muestra, a mi juicio, son las de
Miguel Ángel Ríos. A morir (2003-04) es una instalación audiovisual, de tres
proyecciones donde vemos en un primer plano varios trompos de color negro, que son
lanzados con fuerza. Los trompos “luchan” por permanecer en una rejilla trazada en el
suelo con líneas blancas. En esta obra, donde el sonido de los objetos es
sobredimensionado, se acentúa la idea de la exclusión social, étnica y política. Una
lucha por el espacio, logra desplazar todo equilibrio. Los trompos que giran
vertiginosamente se repelen entre sí hasta que uno de ellos permanece “triunfante”,
mientras un rastrillo extrae a los vencidos que ha dejado de girar y por ende permanecen
en el suelo. María Belén Sáez dice refiriéndose a esta obra: “A morir, nos presenta unos
trompos con vida propia en una poderosa alegoría. Un juego infantil y de adultos que
se convierte en un metáfora de la guerra. El sonido también es esencial en esta obra.
Un sonido fuerte; la punta de los trompos en el suelo, sus giros cargados de energía, el
choque entre ellos, su caída. Este es un juego de niños-varones y mayores -quizá la
lógica masculina, lo que los estudiosos de genero llaman la lógica bélica- Un juego
para la camaradería asociada a la razón de la defensa del grupo por la violencia. Un
juego de muerte”. La lucha por el territorio, instaura el conflicto el cual deviene una
metáfora contundente en este juego macabro donde la realidad cobra vigencia. ¿Cuántas
de nuestras acciones cotidianas no viene atravesadas por este conflicto de intereses que
devienen realmente juegos bélicos donde el otro es casi exterminado y excluido,
desplazado, desaparecido? ¿Cuántas de nuestras realidades sociales están atravesadas
por esta condición bélica? En este sentido de nuestro cuestionamiento, la obra de Ríos
logra convertirse en una crítica contundente a la condición humana.

White Suite (2008) es una obra bastante fuerte y crítica. La habitación blanca donde se
supone se anuncia una noche de luna de miel, luego de una alianza, de un matrimonio,
deviene un lugar oscuro escenario de un combate. Un bailarín, impecablemente vestido
de blanco, quien danza a la manera de los gauchos argentinos, transforma su danza en
una provocación frente a unos perros hambrientos que convierten la danza en un
combate por el alimento. El danzante, en un fondo absolutamente negro, que nos
recuerda ciertas pinturas del tenebrismo español, sujeta firmemente en sus dos manos,
unas cuerdas de la que penden unos pedazos de carne. Estos son agitados
vertiginosamente en armonía con el zapateo. Esta proyección de dos canales
sincronizados, nos muestra una relación nada armoniosa entre lo animal y lo humano,
donde el hombre con el alimento parece atacar a esas fieras hambrientas las que
terminan atacando al hombre. En un momento uno de los perros cierra sus fauces en la
manga del traje blanco del hombre y los otros perros lo atacan también. El hombre ha
devenido presa y alimento en este combate des-carnado.

En definitiva, esta Distopía logra mostrarnos de una manera contundente como la utopía
como proyecto de la Humanidad ha cedido terreno frente a la Animalidad, que en este
caso deviene la encarnación de todos nuestros temores, de todos nuestros conflictos, de
todos nuestros males. El devenir-animal en este caso no sería una estrategia en términos
deleuzianos para devenir imperceptibles y enfrentar el capitalismo; al contrario sería
una condena de la cual todo proyecto la humanitas utópica ha sido condenando a
desaparecer. Reste felicitar a la curada por tan excelente trabajo y montaje que se hizo
con profesionalismo. El Museo de Arte bajo la dirección de Santiago Rueda Fajardo, ha
entrado definitivamente en otra era donde las exposiciones de arte generaran sin duda
un gran impacto en el contexto cultural local.

Ricardo Arcos-Palma.

Bogotá, 11 de septiembre del 2008.


Entrevista a Daniel Pennac

“La lectura me salvó la vida”


Mal de escuela es el más reciente libro del autor de la famosísima
Como una novela. A pesar de la muy mentada crisis de la
educación en el mundo, Pennac es un defensor de la escuela
como un lugar en el cual se puede aprender a amar la lectura.
Arcadia habló con él en el Hay Festival de Segovia.
Catalina Gómez*
Segovia
Daniel Pennacchioni era un zoquete, un burro. Un niño incapaz de responder a
las preguntas que le hacían sus profesores. Un niño que no entendía nada, nada
de nada. Un niño que según él mismo dice tardó un año en aprender la letra ‘a’.
“No te preocupes, hijo, todavía hay esperanzas, eso quiere decir que aprenderás
el abecederario en veintisiete años”, le dijo su padre para animarlo. En fin, era
un niño lleno de dolor y rabia al que un día un profesor le propuso un trueque:
no hacer los exámenes de matemáticas a cambio de leer un libro para el final del
curso. Un buen profesor, uno solo, puede salvar a un niño, es la teoría del otro
Daniel. De Daniel Pennac, el profesor que ha escrito libros exitosos como El
dictador y la hamaca, Como una novela, o la saga de la familia Malaussene, o un
escritor famoso que enseña. O que enseñaba. A los 64 años ha dejado escuela,
pero solo en teoría. Ya no recibe sueldo por ello, pero se pasa la vida de instituto
en instituto hablando con los jóvenes franceses sobre sus libros, tratando de
enamorarlos de la lectura.

Este Daniel ya tiene bastantes arrugas, sus manos están envejecidas y se ve


incluso más viejo por las gafas redondas que lleva puestas. Podría ser la
caricatura del profesor francés malencarado de instituto que todos nos
imaginamos. Pero este, a diferencia del personaje, no es un profesor neurótico,
histérico… Es uno tierno, que se ríe cuando habla de lo mal que lo pasó en el
colegio, que saluda a todo aquel que se le acerca a saludarlo, que hace dibujos en
las primeras páginas de sus libros cuando alguien le reclama una firma, pero
que también se exalta cuando le hablan del fracaso de la escuela. “No ha
fracasado”. Sentado en un café del hotel San Facundo de Segovia, España,
Pennac fue uno de las principales protagonistas del Hay Festival a donde lo
invitaron a presentar su nuevo libro del que todo el mundo habla en Francia y
España en las últimas semanas: Mal de escuela. “Es un libro sobre la ternura de
los que quedan excluidos, no es sobre la escuela sino sobre el dolor de no
entender”. Acaba de terminar de desayunar, pero no importa, sigue tomando
café. Entre entrevista y entrevista se toma varios expresos. “Gracias”, le dice a la
camarera con la misma risa que cuenta que hace poco soñó con la familia
Malaussane y se rio mucho. Que lo hicieron pasar tan bien con sus absurdos que
está pensando en escribir la historia pues los lectores también tienen derecho a
reírse con ella. Aunque también dice que para eso habrá que esperar un poco
porque ahora se ha metido en un tarea que lo tiene nervioso: va a leer a Bartleby
en voz alta. Bartleby, el escribiente, el personaje creado por Herman Melville,
aquel que “preferiría no hacerlo”, tomará vida en la voz de Pennac que actuará
—si así se puede decir— en un teatro parisino durante el primer trimestre de
2009. “Es lo mismo que he hecho siempre con mis alumnos pero ahora con el
público, lo que es muy diferente. Los alumnos eran un público cautivo y a los
espectadores los tengo que cautivar”. Imposible creerle. Ya los tiene cautivos.
Un ejemplo es que en Segovia todo el mundo quiere hablar con él, el público lo
adora y la prensa lo persigue. Y es que el zoquete se volvió famoso después de
todo. Este libro parece ser un saldo de cuentas con ese dolor que sintió de niño
por no entender nada… Es una reflexión sobre el dolor que sentí en la escuela.
Todavía me acuerdo de lo que sentí la primera vez que no pude contestar a una
pregunta, tuve tanta tristeza, me sentí tan incapaz y bloqueado que me ha
costado mucho esfuerzo recuperarme del todo. Bueno, fue tanto el dolor que de
adolescente llegó a pensar en el suicidio… Sí. Un día mi padre, recuerdo bien,
abrió la puerta de mi habitación en un momento en que yo miraba por la
ventana y pensaba en cómo podría suicidarme. Me miró y me dijo:“Daniel, el
suicidio no es una opción… Y es que todo es como una cadena, cuando uno es
mal estudiante empieza por no entender la pregunta, luego ya no entiende nada
y empieza a sentir vergüenza, a sentirse indigno y luego ya no ve salida a nada.
Me ayudó mucho a superar aquella tristeza el volverme profesor y estar en
contacto con el dolor de mis alumnos. ¿El dolor quedó curado con el libro? De
alguna manera este libro fue una forma de curar esa herida, pero no solo la mía
sino la de todos los niños que sufren por no entender, la de las madres
preocupadas por sus hijos y la de los profesores desesperados porque no logran
que el niño progrese. Los padres y los maestros también sufren los efectos
colaterales del miedo, los padres sienten vergüenza por sus hijos y los profesores
se preguntan “¿qué tipo de profesor soy?”. Hasta llegar el momento de odiar a
ese tipo de niños con problemas y a decirse “yo no estoy aquí para enseñar a los
tontos”. Usted cuenta que incluso su hermano mismo se sentía tan angustiado
que quería buscar disculpas para explicar por qué usted era tan mal estudiante…
Mi hermano estaba convencido de que yo era zoquete porque me había caído en
un basurero en medio del calor de Djibuti, me había pegado muy duro en la
cabeza, y por eso me había vuelto tonto. Era la única forma para explicarse por
qué yo era así, pues en nuestra casa todo el mundo era normal, nuestros padres
vivían juntos, no tenían ningún problema ni de alcohol ni de drogas, eran
educados… Al final queda claro que las cosas pueden cambiar, que un niño
puede mejorar, que no hay que ser tan fatalistas. Usted es un ejemplo… El
cambio depende de cada uno de nosotros en particular.

Tenemos, si lo deseamos, todos los medios para modificar las cosas, por lo
menos las que están en nuestro entorno inmediato. A un niño se le puede curar.
El trauma empieza a curarse cuando el niño saca su primera buena nota. Es
increíble ver la felicidad que se produce en un niño que había perdido las
esperanzas de entender algo cuando se da cuenta de que puede hacerlo. Ver
cómo le cambia la cara es maravilloso… Para eso es necesario también un buen
profesor. A usted, por ejemplo, le salvó la vida darse cuenta de que era bueno
escribiendo… Fue la lectura la que me salvó la vida y por suerte fue una lectura
de obras literarias. Entre el caos de mi vida de mal alumno, de zoquete, donde
no lograba constituirme como individuo, en el que yo era un poco la presa de
muchísimos sentimientos destructores, mi forma de estructurarme consistió en
decidir a los 13 años leer a grandes autores. Por ejemplo, leí los cuentos de
Andersen cuando era pequeño y me encantaron. Ahora que soy mayor los he
vuelto a leer y he vuelto a comprobar de que se trata de una obra genial.
Evidentemente que yo no sabía esto cuando era pequeño, pero leerlo me salvó la
vida. Y también me salvó escribir, empecé a hacerlo desde pequeño. Y también
salvó la vida de muchos alumnos a través de la literatura… Hace tiempos estaba
en un bar y un hombre que estaba tomándose una copa junto a la barra me miró
y me dijo: “Dos segundos sombra”. Inmediatamente me di cuenta de que había
sido alumno mío en determinado año en el que les había dado a leer ese texto en
clase. “Ese libro me hizo lector”, me dijo y me contó que ahora era piloto de
avión y que cada vez que estaba volando ponía el piloto automático y se ponía a
leer. Así que lo que hice también puede ser peligroso. Pero lo que yo solía hacer
cuando era profesor era sacar cada día un tiempo para leer con mis alumnos en
voz alta sin temer a la inspección escolar, sin tener que diseccionar los textos
como se hacen en la escuela. Cada vez que empezaba a leer un texto les
preguntaba a mis alumnos quién lo quería leer y siempre aparecía alguien,
llegaba a tener treinta libros circulando entre los alumnos. Mi pasión era
reconciliar a los niños con la novela. En Francia y en muchas partes de Europa
se habla del fracaso de la escuela pública, sector en el que usted trabajó muchos
años. Se cree que es un modelo que ya no va más e incluso se habla del regreso
al profesor único y castigador… No quiero admitir el fracaso de la enseñanza
pública. Vivimos en una sociedad en la cual solo hace cuarenta años enseñamos
a todos los niños de nuestras sociedades, sin importar si es rico, pobre,
extranjero, de color, árabe… Solo hace cuarenta años. Es la primera vez en la
historia de la humanidad que sucede tal fenómeno pedagógico. En consecuencia
la escuela de hoy, incluso con sus problemas, es un alto hecho de civilización. Yo
acepto hablar de los problemas de la escuela si partimos de esa constatación. La
escuela como está hecha, con el dinero que cuesta, es ante todo un hecho de
civilización europeo único en la historia de la humanidad. Luego podemos
empezar a hablar de los problemas que son complejos, numerosos. Pero hay
crisis, al menos todo el mundo habla de ella. Un ejemplo es la película Entre los
muros que ha sido tan exitosa en Francia y que muestra los problemas sociales
de una escuela en los barrios periféricos de París… No es que no me guste hablar
de la crisis, a mí me gusta hablar de todo. Pero cuando hablo no me gusta
simplificar. Hay dos maneras de abordar un tema: desde la imaginación que
siempre se simplifica y desde la realidad que siempre es compleja.

Entre los muros describe una aula particular, en un instituto particular, que es
distinto del instituto que está al lado. En esta película se ve un salón de clase en
crisis, con niños violentos que insultan a los profesores y se insultan entre ellos.
La misma semana que vi la película visité tres institutos diferentes en barrios
iguales al que se desarrolla la trama, que son considerados barrios difíciles.
Estas tres clases responden a la misma definición socioeconómica a la de los
niños de la película, pero eran completamente diferentes. Sentían tanto
entusiasmo por aprender que les recomendé una obra de teatro que me
presentarían al final de año. Yo no los conocía hasta ese momento, pero los vi
tan vitales que les propuse ese juego. En Francia hay una especie de fantasía que
está muy cercana a lo que se podría llamar racismo. Y no es una fantasía, sino
que también se traduce en los hechos. Pero realmente lo que no se quiere ver es
que estos niños que son negros, que son musulmanes, son adolescentes que
tienen problemas pero que eso no los hace peligrosos. Esto se debe a una
ideología que está muy cercana a esa idea del miedo a la inmigración. Porque si
se ven los hechos y los números, en Francia hay 12 millones de alumnos y de
estos solo el 0,4% son alumnos hiperviolentos. Solo se habla de esos niños para
referirse a la crisis de la escuela. Este 0,4% representa 50.000 alumnos lo que
indica que quedan 11 millones 950 mil que son absolutamente normales. Usted
ha dicho que la escuela está hoy sola contra el mundo… Esta sola frente a una
sociedad mercantilizada que crea consumidores desde la cuna. Los niños de hoy
están educados para cambiar de deseos permanentemente, es la era de la
multiplicación de los deseos superficiales. La escuela está sola frente a ese
fenómeno y es la única institución que se dirige a satisfacer los deseos vitales de
los niños, como el deseo de aprender a leer, a contar, a escribir. Pero estos son
procesos que toman tiempo, requieren esfuerzo y reflexión, que son
exactamente los valores opuestos a los valores del consumo que se satisfacen
inmediatamente. El consumismo es el gran rival de los profesores.

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