Título: La participación ciudadana, el derecho ambiental y la democracia de consenso
Autores: Nápoli, Andrés - Esain, José Alberto Publicado en: Sup. Amb. 21/11/2017, 21/11/2017, 1 Cita Online: AR/DOC/2730/2017 Aren Lijphart en un estudio sistemático de los modelos básicos de democracia, reduce ellos a dos: el de mayoría (o de Westminster) y el de consenso. El primero entiende que el gobierno debe representar los intereses de la mayoría, por ello, los partidos ganadores pueden tomar todas las decisiones de gobierno mientras que los perdedores pueden criticar, pero no gobernar, y por lo tanto cualquier otra respuesta, como el requisito de unanimidad o una mayoría cualificada, supone el dominio de la minoría, o por lo menos un veto de la minoría. En el caso del modelo de consenso, todos los que se ven afectados por una decisión deben tener la oportunidad de participar en los procesos en donde se adopte la misma, ya sea de manera directa o por medio de representantes elegidos; se considera que "excluir a los grupos perdedores de la participación en la toma de decisiones viola claramente el significado primario de democracia" ("Las democracias contemporáneas: un estudio comparativo", Arend Lijphart, 1998). El reconocimiento de bienes colectivos se enmarca en el segundo modelo, porque implica reconocer que el simple ciudadano pueda tener un interés jurídico en la defensa de situaciones o aspectos de la sociedad que se considera satisfacen sus necesidades "compartidas", es decir aquellas que posee por el hecho de ser parte de la sociedad. El ambiente ingresa en esta nómina. Por ello, en la gestión moderna del ambiente está conformado por tres ingredientes: el acceso a la información, la participación ciudadana y el acceso a la justicia, aspectos galvanizados con la declaración de Río 1992 en su Principio 10. Partiendo de la idea de Norberto Bobbio que propone que el igualitario es aquel que tiende a atenuar las diferencias y no igualitario el que busca reforzarlas (Derecha e izquierda, Bobbio, 1994), en este contexto la participación ciudadana resulta ser un aporte esencial para la democracia de consenso alumbrada por los constituyentes de 1994. El suplemento de derecho ambiental no podía estar ajeno a la misma, sobre todo en días en que se comienza a revisar el modo en que la misma se implementa en los procedimientos de licenciamiento ambiental más importantes del país. Asistimos en este año a sentencias de la Corte donde se expresan las pautas básicas que deben gobernar el procedimiento de evaluación de impacto ambiental, entre las cuales la participación ciudadana y las audiencias públicas son el aditamento esencial. Hace muy poco tiempo hemos sido testigos de la audiencia pública que se desarrollara en el marco del Congreso de la Nación que tuvo por objeto analizar el Estudio de Impacto Ambiental de las represas de Santa Cruz, ordenado por la Corte también. Todo este proceso, que ha hecho ebullición en estos días, ha sido tan importante que algunos autores lo han calificado como la expresión del debido proceso legal representado por el Principio 10 (la doctrina de los tres accesos: información, participación y acceso a la justicia). Por ello es que se incluyen en este número trabajos relacionados con el tema, pero que lo abordan desde diversos enfoques: por un lado, tenemos el aporte de Sabsay que se enfoca en los términos generales de la figura, oteando a modo de cóndor en los que luego se desarrollará el suplemento. En segundo lugar, aparecen los aportes más específicos: la participación en el proceso judicial con la regulación formal de la figura de los amicus curiae (Camps); la participación en los procedimientos administrativos de evaluación de impacto ambiental (Lamberti); y la participación en los espacios locales a cargo de la doctora Berros. Con este recorrido, entendemos, se pasa revista al estado actual de la figura de la participación ciudadana con aportes técnicos del más alto nivel, para elevar el debate de la tribuna al auditorio más excelso. Entendemos que uno de los roles de este suplemento radica en ello: contribuir a la discusión con aportes técnicos que permitan repensar posiciones, solidificar otras, una costumbre en desuso en épocas de posverdad.
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