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Transexualidad infantil: qué dice la ciencia y cómo ayudar a los niños

transgénero

3 Marzo 2017MAMEN JIMÉNEZ @blisspsicologia


Son muchas las dudas que surgen en torno a la sexualidad infantil. ¿Cuándo
comienzan los niños a tener conciencia de su identidad sexual? ¿Cuándo
pueden aparecer las primeras señales de transexualidad? ¿Cómo abordamos
el tema en la familia? Vamos a intentar dar respuesta a estas preguntas desde
un punto de vista científico, y hablaremos de cómo podemos ayudar desde el
entorno familiar a un niño transgénero.

Entre los 18 meses y los 3 o 4 años (aproximadamente) los niños toman


conciencia de su cuerpo y de las diferencias anatómicas entre niños y niñas.
Según Félix López, psicólogo e investigador, a pesar de que la conciencia de
identidad sexual aparece a esta edad, no es hasta (alrededor) de los 6 o 7
años cuando ésta se hace estable, es decir, el niño entiende que va a
perdurar en el tiempo.

En esta misma línea, el Grupo de Identidad y Diferenciación Sexual de la


Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (GIDSEEN) indica que “no es
hasta los 6-7 años cuando se considera más estabilizada y siempre de acuerdo
a tres componentes, la etiqueta de género (realidad de ser niño o niña),
estabilidad del género (sentimiento de que este género no va a cambiar con el
tiempo) y consistencia del género (sentimiento de estabilidad
independientemente de la apariencia física)”.

1¿Qué es la identidad de género? ¿Es lo mismo que

orientación?

Es frecuente confundir y/o mezclar los conceptos, pero se trata de aspectos


completamente diferentes: la identidad sexual es la identificación con un
sexo (mujer, hombre). La orientación sexual es hacia quién dirigimos
nuestro deseo -quién nos atrae- (heterosexual, homosexual, etc.). Y
el género, los roles, son conductas que socialmente (es decir, son
constructos) están ligadas a uno de los dos sexos, que establecemos como
“típicas” de unos u otros.
¿Por qué es importante diferenciar estos conceptos? Porque una cosa es
“quién soy y quién siento que soy” y otra muy diferente es hacia quién dirijo
mis afectos, o qué conductas me gustan más o menos. Los niños están en
constante desarrollo, están aprendiendo sobre ellos y sobre el mundo, se
hacen preguntas, nos hacen preguntas, y debemos buscar y reconocer qué
hay detrás de ellas para garantizar su bienestar.

Dentro del desarrollo evolutivo "estándar" de los peques es muy posible (y


frecuente) que nos pregunten acerca de sus genitales, de si cambiarán o
si se quedarán así, si de mayores serán como los de papá o como los de
mamá... También es posible que un día aparezcan queriendo vestirse de
princesa o de caballero, ya sean niñas o niños.

Las conductas de género cruzado son aquellas que desarrolla un niño/a y


que son "típicas del género contrario". La aparición de estas conductas lleva a
algunos padres a plantearse cuestiones como la identidad y orientación sexual
de sus hijos, pero no son indicativo per se de nada, son juegos y juguetes, sólo
eso. En estos casos no hay más indicaciones que normalizar, naturalizar y
participar con él/ella en su juego. Juzgar, etiquetar o rechazar estas
conductas no sólo no es útil, sino que además hará que el peque se sienta
mal: si juega a estas cosas es porque le apetece y le resulta divertido, por lo
que cabe preguntarse qué hay de malo en ello (somos los adultos los que
colocamos en muchas ocasiones las connotaciones de las actividades, no
ellos).

El Grupo de Identidad y Diferenciación Sexual de la Sociedad Española de


Endocrinología y Nutrición señala que las conductas de género cruzado “no
son equivalentes a la Disforia de género; de hecho, la mayoría de los menores
con un comportamiento no conforme con el género no resultan tener una
identidad transgénero”. Es decir, los datos con los que se cuenta indican que
sólo una pequeña parte de los niños que muestran conductas “típicas del
género contrario” son transexuales.

Cuándo hablamos de niños/as transgénero?

Cuando muestran de manera persistente su identificación con el sexo


“contrario”, cuando perdura en el tiempo un rechazo evidente de sus genitales
(y de los roles de género ligados a él). Son niños que se refieren a sí mismos
como niña (en el caso de niños) y viceversa, y rechazan de manera frontal
cuando se les denomina del sexo del que son sus genitales. Sus conductas son
las del sexo “opuesto”, y no de manera esporádica como decía antes, sino
que conforman un patrón estable.

Hablamos de casos en los que no se trata de conductas aisladas (como


exponía en párrafos anteriores) o temporales, no son preguntas esporádicas ni
comentarios puntuales, sino conductas y manifestaciones consistentes y
estables en el tiempo. Esto es clave.
Edad de aparición: Según indica Juana Martínez Tudela, especialista en
Psicología Clínica de la Unidad de Identidad de Género del Hospital Carlos
Haya de Málaga, pueden aparecer conductas y manifestaciones a los cinco
años de edad o incluso antes. Algunos expertos indican que ya a los dos o tres
años pueden aparecer señales, ya que es la edad en la que comienzan a
desarrollar su identidad sexual.

Algunas de estas señales pueden ser:

· Rechazo del género asignado: pueden aparecer afirmaciones del tipo


“Soy una niña” en el caso de chicos, y viceversa, afirmaciones que son
estables en el tiempo y persistentes.

· Nombre: es frecuente que demanden que se les denomine con un nombre


del sexo “contrario”, y que se autodenominen con él.

· Vestimenta: fuerte rechazo a la ropa típica de su género y deseo


persistente por vestir con la vestimenta típica del sexo sentido.

· Juego: se sienten más cómodos, buscan y desarrollan juegos que


socialmente se establecen como propios del género opuesto

· Preferencia por amistades del género con el que se identifica

Datos: no hay estadísticas fiables en población infantil aún, pero los últimos
datos en adultos, según recoge E. Gómez Gil, indican que la incidencia es de
uno de cada 11.900 hombres y una de cada 30.400 mujeres.

Un estudio realizado en la Universidad Médica de Viena y publicado en la


reconocida revista Journal of Neuroscience indica que la transexualidad
podría tener una base biológica. Los resultados indican que existen
diferencias significativas entre hombres y mujeres en la microestructura de las
conexiones cerebrales, y que dichas conexiones en personas transexuales
estarían en una posición intermedia entre ambos sexos.

Este mismo estudio determina que existe una relación potente entre redes
neuronales y niveles, por ejemplo, de testosterona, lo que indicaría,
según Rupert Lanzenberger, responsable de esta investigación, que la
identidad sexual se refleja en las redes neuronales y que éstas son moduladas
por las hormonas sexuales.

Hoy en día la transexualidad no se considera algo patológico

En el DSM-V, la última versión del manual de diagnóstico clínico más usado y


reputado, ya no se considera la Transexualidad como un transtorno, al igual
que sucediera con la Homosexualidad allá por los años 70 (concretamente
desde 1973). Lo que sí se contempla es la Disforia de Género: cuando hay
malestar y angustia por no identificarse con su género masculino o femenino
asignado.
La tasa de patologías mentales en niños que manifiestan ser transgénero no
es superior a la de la media: la condición transgénero no conlleva una
mayor tasa de, por ejemplo, depresión. Lo que sí se puede producir es el
sufrimiento causado por el sentimiento de no adecuación al sexo asignado,
denominado por el DSM-V como Disforia de género, que en el caso de los
peques puede traducirse en ansiedad, estrés, pesadillas, no querer ir al cole,
retraimiento, retroceso en los hitos evolutivos alcanzados (como hacer pis en
WC), etc. y el sufrimiento por el rechazo social y el acoso que puedan
experimentar en su entorno.

Un reciente estudio realizado por investigadores de la Universidad de


Washington (EEUU) concluye que los niños/as que han realizado la transición
social, es decir, que son tratados de acuerdo con el sexo con el que se
identifican, y que cuentan con apoyo familiar, presentan una tasa de
depresión exactamente igual que la media poblacional en sus rangos de edad.
El malestar, por ejemplo ansiedad e incluso depresión, en muchos casos viene
marcado por el rechazo del entorno (principalmente la familia) o el
cuestionamiento constante de sus emociones, sentimientos e ideas.

Qué podemos hacer los padres?

Ante las posibles señales, conductas o manifestaciones que nos hagan pensar
que algo puede estar ocurriendo debemos intentar mantener la calma (no
alarmarnos ni etiquetar de entrada), así como buscar información y, sobre
todo, hablar con el niño y conocer bien qué es lo que le sucede, qué piensa,
cómo se siente, tenga la edad que tenga (las emociones no entienden de
años). Suceda lo que suceda el bienestar de los niños es mayor cuando
cuentan con un entorno de confianza, cuando pueden expresar sus emociones,
ideas y sensaciones libremente sin sentirse juzgados (esto es aplicable a la
sexualidad, a los gustos, a las ideas sobre el mundo, a todos los ámbitos de la
vida).

Juana Martínez Tudela, especialista en Psicología Clínica de la Unidad de


Identidad de Género del Hospital Carlos Haya de Málaga señala la necesidad
de procurar que el desarrollo del niño se produzca de la mejor manera
posible, «Y ahí tienen que estar implicados todos los agentes relacionados
con el menor: los padres, el colegio, las leyes y también la sanidad», en el
caso de la transexualidad debemos «acompañar esta transición para que sea
lo menos problemática posible, estableciendo límites para que pueda crecer
sin estar en conflicto todo el tiempo».

Manuel Ródenas, coordinador del Programa de Información y Atención a


Transexuales de la Comunidad de Madrid, señala como pautas positivas, entre
otras:

· Aceptar al hijo, mostándole amor incondicional


· Replantearse los estereotipos de género tradicionales, no forzando al
niño a comportarse como un “niño tradicional” si no es lo que
siente.

· Buscar recursos de apoyo y asesoramiento.

· Trabajar conjuntamente con el centro escolar para que el trato y las


condiciones del menor sean las mejores posibles y el contexto sea de
respeto y apoyo.

A veces en los padres puede aparecer miedo, ansiedad e incluso sentimiento


de culpa. En muchas ocasiones ese sufrimiento se da tanto por el hecho en sí
(y el no saber cómo proceder) como por el temor por todo a lo que el niño
tendrá que enfrentarse (adaptación en el centro escolar, aceptación de amigos
y familia, etc.). Dado que se trata de un proceso complejo en el que el
bienestar del pequeño va a estar en juego, sea como sea, pensemos lo que
pensemos, lo principal es mostrarle nuestro apoyo, respeto y amor y
acompañarle en el camino, lleve a donde lleve.

Acudir a un profesional: si hay dudas, si no sabéis cómo proceder o abordar


el tema, existen profesionales que pueden ayudaros. En cuanto al papel de los
psicólogos, la Asociación Americana de Psicología concluye en un documento
elaborado al respecto de la transexualidad en menores (Guidelines for
Psychological Practice With Transgender and Gender Nonconforming People)
que el trabajo del psicólogo pasa por ayudar a los pequeños (y a las
familias) en su camino de descubrimiento, exploración y determinación de
identidad de género. También se recomienda en esta guía que si los valores
del psicólogo están en conflicto con los de la familia, lo recomendable es
trasladar el caso a otro profesional, ante las posibles interferencias (y por
tanto impacto negativo) que ello pudiera causar. Finalmente, esta institución
determina que lo ideal es valorar cada caso de manera individual,
dada la variabilidad entre casos.

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