SÁBADO, 31 ENERO 2004
XAVIER CERVERA
“Las grandes decisiones
se toman con el olfato”
Tengo 53 años. Nací y vivo en Barcelona. Estoy casado y no tengo
hijos. Soy licenciado en Ciencias Químicas. Soy socialista y
agnóstico. Me dedico al sentido más sensible: el olfato. Tengo
diversas exposiciones itinerantes de olores por España, como “Por
narices” con el Museu de la Ciència y “Los aromas de Al Andalus”
lguna vez se ha preguntado qué
A sentido sería el más sorprendi-
do si viajara al pasado?
–Déjeme que lo piense...
–Sin ninguna duda, sería el ol-
fato. Quedan lugares anclados en el pasado
que podemos visitar, y todos hemos visto per-
fectas recreaciones escenográficas de épocas
pretéritas con sus sonidos y su barullo. Pero
imagine cómo olía una ciudad medieval.
–Debía de apestar.
–Debía de ser un hedor inconcebible por-
que no habían conseguido controlar la ac-
ción de las bacterias. Eso nos impediría estar
en sus casas, pasear por un mercado o por las
calles, acercarnos a la gente.
–En el siglo de oro seguían sin bañarse.
–Expelían un hedor que nos produciría vó-
mitos continuos.
–No insista más.
–Se han hecho estudios sobre personas
que han perdido el olfato, y para ellas ha sido
un trauma terrible. Muchas aseguran que la
vida había perdido el atractivo. Se dan cuen-
ta de golpe de que los libros huelen, las perso-
nas huelen, la ciudad, la primavera...
–Y los sentimientos, ¿huelen?
–Durante nuestra vida, el olfato recibe
mensajes de gran valor y trascendencia que
no podemos racionalizar porque entran y ac-
túan directamente en el sistema límbico de
nuestro cerebro, desde el que se controlan las
emociones.
–¿Reaccionamos a los olores de manera in-
consciente?
–Sí, sin una percepción consciente ni razo-
nada. Por el contrario, el resto de los senti-
dos los podemos racionalizar. Por eso yo
creo que las grandes decisiones en las relacio-
nes humanas las acaban tomando los senti-
dos que se consideran menos valorados, co-
mo son el olfato y el tacto. Ocurre una cosa
muy curiosa.
–¿De qué se trata?
DISEÑADOR DE OLORES
–El olfato nos permite a todos diferenciar
olores que son muy parecidos, los que ex-
pelen por ejemplo dos tipos diferentes de
manzanas. Sin embargo, no somos capaces
de distinguir dos gamas de amarillos muy si-
milares.
–¿Y si algo huele muy poquito?
–Aunque el estímulo olfativo sea muy ba-
jo, lo percibimos, lo que no ocurre con la luz
o los sonidos.
–¿Un olor puede cambiar nuestro estado de
ánimo?
–Sin duda. Recuerde que el olor es el siste-
ma más antiguo de envío de mensajes entre
los seres vivos. El olfato es el sentido con ma-
yor poder de evocación de recuerdos lejanos
y el que mejor enriquece nuestra memoria
sin necesidad de realizar ningún esfuerzo.
–¿No podemos olvidar un olor ni querien-
do?
–No. Imagine un olor que lleva veinte
años sin oler y que sólo ha olido una vez en
su vida.
–No lo consigo.
–Cuando aparezca, lo recordará de una for-
ma inmediata. Pero el olfato tiene una carac-
terística curiosa: es imposible evocarlo. El
olor lo recordamos cuando volvemos a olerlo
y siempre relacionado con un contexto.
–Es decir, con los demás sentidos.
–Sí, nunca solo. El olor viene acompañado
de imágenes y sensaciones. El escritor Am-
broce Bierce decía que nadie ha soñado nun-
ca un olor. El sueño no tiene nariz.
–Entonces, ¿un olor nos despierta la vista,
el tacto, el oído y el gusto?
–Sí, nos despierta todos los sentidos. Al-
guien dijo que el sentir que sentimos ha sido
el primer paso con el que el ser humano ha
comenzado a tomar conciencia de sí mismo
y de su lugar en el mundo.
–Los sentidos son nuestras antenitas.
–Cuando era pequeño, mi padre siempre
me decía: “Darío, cuando hagas algo, pon los
DARÍO SIREROL
SENTIDO
Freud decía que, en el momento
en que el ser humano se irguió
sobre sus pies y separó la nariz
de la tierra, el olor pasó a un
segundo término y fueron
mucho más importantes la vista
y el oído. Una tarde con Darío
Sirerol desmonta esa teoría. El
olfato sigue siendo el sentido
más íntimo y evocador. Este
artista del olfato, capaz de
esparcir olor de llanto en el
ambiente, está trabajando con
Ferran Adrià sobre el olor en la
comida y recreando la
ambientación olorosa de la
neocueva de Altamira. Fue
también el responsable de una
exposición en el Palais de la
Découverte de París sobre “El
corazón del lujo francés”, que
viene a ser lo mismo que vivir
para los sentidos. Su nariz no
puede despegarse de la
naturaleza, a la que husmea y
fotografía sin tregua
cinco sentidos”. Pero yo no lo entendía.
–¿Ya?
–Ya. Hace poco me llegó un estudio que
demostraba que la capacidad creativa de los
seres humanos se multiplicaba por diez si en
el momento de la realización de un trabajo
se invertían todos los sentidos y no solamen-
te uno o dos de ellos.
–¿Usted qué pretende?
–Mi concepto de olor es el de creación, pe-
ro sobre todo el de aproximación a la natura-
leza. Si tuviera que compararlo con un soni-
do, estaría mucho más cerca del mar, del
viento, de una erupción volcánica... que de
una composición musical.
–¿Acaso es usted un nostálgico?
–Quizá. Lo que interpreto como olor re-
crea o recuerda algo olido y, por tanto, vivi-
do realmente, pero incluso cuando no es así y
el olor es una creación no asimilable a nada,
hay algo en su percepción que lo diferencia
de lo que se entiende por perfume.
–¿Cuántos olores habrá en el universo?
–Pues, según los últimos estudios, se calcu-
la que puede haber del orden de 10 elevado a
194 sustancias puras olorosas, sin contar las
infinitas combinaciones entre ellas, que pro-
ducirían infinitos olores diferentes. Por ejem-
plo, en la fresa sola se han detectado 324 mo-
léculas distintas.
–¿Usted huele todas esas moléculas?
–Todos podemos reconocer y diferenciar
miles de olores, y los especialistas podemos
llegar hasta 10.000. Es curioso, pero poca
gente conoce más de un millar de palabras
del vocabulario de su idioma, y con frecuen-
cia olvida las nuevas que aprende, pero un
olor es inolvidable.
–Quizá si olfateáramos más, seríamos más
sabios.
–Tiene razón. Si falta algo en el mundo, es
sensibilidad para que la gente sepa relacio-
narse por medio de todos sus sentidos.
IMA SANCHÍS
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