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Hegel.
La co n c ie n c ia
de la
modernidad
Traducción
A nto n io Gómez Ramos
-akal-
Medalla conmemorativa de Hegei (yeso) realizada por E Drake.
I
Años de ju v e n tu d
El pensamiento de Hegel se formó en los años que van de 1792 a 1807, una época
caracterizada por una ruptura que atravesó todos los dominios de la vida social.
Experimentó su expresión más condensada en el campo de la política con la Re
volución francesa (1789) y la convulsiones que la siguieron, hasta la ocupación de
amplias regiones de Europa por las tropas de Napoleón. También el despliegue de su
sistema tuvo lugar en años de agitación política, y la cercanía temporal de su muerte
(1831) a la revolución de julio en Francia (1830) tiene, a la vez, una cierta fuerza sim
bólica: su pensamiento cae dentro de un tiempo que discurre entre revoluciones.
Recodar sólo a éstas resultaría, sin embargo, muy unilateral: el «sello del tiempo»
reside más bien en la lucha entre Revolución y Restauración, que no afectó a
Alémania menos que al país de origen de esta lucha, Francia: en esta época tiene
lugar la disolución del «imperio germánico» (1802) y la consiguiente reordenación
política de Alemania, llevada a cabo, en parte por Napoleón, y en parte, después de
su derrota, por el Congreso de Viena (1815). Ciertamente, tal reordenación estuvo
más marcada por la continuidad que la evolución francesa; pero los Estados que sur
gieron de ella eran marcadamente diferentes de los de la época prerrevolucionaria,
aunque la mayoría de ellos no se basaran en una Constitución escrita.
Esta polarización de la época se refleja también en su teoría política; fundamen
talmente, en la reacción conservadora a la Revolución. Desde las Reflections on the
Revolution in France de Burke, la Revolución se consideraba una fruta podrida de la
razón ilustrada, interpretación que, gracias a una traducción, agudizada además con
notas y comentarios, realizada por Friedrich v. Gentz, quien luego sería secretario de
Metternich, ejerció una profunda influencia en Alemania: desde el Romanticismo
político de Adam Müller hasta las manifiestas intenciones restauradonistas del
entorno de Cari Ludwig von Haller.
No sólo sus sangrientas consecuencias parecían aconsejar una renuncia a la revo
lución política. Se creía, además, que era posible, mirando hacia atrás, encontrar una
revolución exitosa: la revolución religiosa de la Reforma. Y también en la filosofía
acababa de tener lugar una revolución, la kantiana: la filosofía de la Ilustración, que
se remontaba hasta Descartes pasando por Leibniz, se había agotado, ciertamente,
desde mediados de siglo, pero había seguido predominando en la
ca hasta los años ochenta del siglo XVm, al final, ya solo corno un «dogmatismo»
1 DJrSSe W 0ll^nnbütCeli d rn S r era bibl^0teca rl0 del n y qy r Se B raynsCCweln:i gSitó LCS^1l?5-t( 1^7T9
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burguéSSís^i^^l R£Siua'us (1094-170^)- (N . Se1T .)
era todavía la capital del reino de Würtenberg, pero sí la residencia del duque. De
1788 a 1793 estudió teología y filosofía en la Universidad de Tubinga, como becaio,
en el «Seminario». Al anquilosamiento de la teología allí debe atribuírsele el que
Hegel —como muchos de sus contemporáneos, también sus amigos Holderíín y el
precoz Schdüng, cinco años más joven— no se hiciera pastor después de los estu
dios, sino preceptor doméstico: al principio, de 1793 a 1796, en una familia patricia
íle Murna.
En los fragmentos que se nos han transimtido de los años de Tubinga y Berna
dominan ios temas de filosofía de la religión. Por este motivo, su primer editor,
Hermann Nohl (1907), les puso el título de «Escritos teológicos de juventud», lo cu^
no es del todo acertado, ya que no se orientan por el pensaimento de Dios, ■ sino por
el de la religión; particularmente, la función pedagógico-polltica de la religión. Hegel
recoge aquí motivos múltiples; de la teología de esos años, por ejemplo, la diferen^
ciadón de la religión «objetiva», que nos ha sido enseñada, y la «subjetiva», que es
verdaderamente miportarnte; y su distinción entre «religión prirada» y «religión
popular» recuerda la contraposición roussoniana de -tr^igioM de l’homme» y «religion
tiíoy^m». El cristianismo sería,■ original y esencialmente, una religión privada y
—como denu n sira el interno de una universalización del princi pio ético— in apro
piado para ser una religión del pueblo en el sentido de la religión griega de la polis.
La cartas de esa época muestran, junto a este interés, una recepción —rezagada
respecto a los amigos H61deriin y Scheümg— del rápido cambio de los sistemas que
estaba teniendo lugar. A principios de 1795, Hegel aparece todavía como kantiano,
aferrado al pensamiento moral de Dios y —a pesar de su fairiiiiaridae con Lessing—
al concepto de un Dios personal, mientras que H61derím ya equipara el «Yo absolu
to» de Fichte con la «Sustancia» de Spinoza, y también Schelling confiesa que
—junto a su orientación fichteana— «si ha convertido, entre tanto, en un spinozis-
ta» (Br. 1.9-37).
Sin embargo, siguiendo este lento camino, Hegel va alcanzado intelecciones dura
deras. La más importante de ellas es el abandono del concepto mor¡a de religión. En
su -Vida da jesús (GW 1.207-27K) concibe a Jesús una vez mas como un mero maestro
de virtud, pero, con ello, realiza la experiencia, que no hace explícita en ee escrito, de
que los textos neotestamentarios se revelan resistentes al intento de restrinír a reli
gión a mera moral. En los estudios que siguieron a continuación, sobre la Poosttvidad
del cmtKnísmo (GW 1.282-378), ve que la religión, más alA de su contenido racional,
(.■ontinn el momento de lo 'positivo», lo determinaeo externamente, que «plica su
posterior solidificación en lo estatutario. Pero si la religión de Jesús que media entre
moralidad y positividad conduce a lo estatutario y, de todos modos —como dice
Kant—, el respeto de la ley moral es el único móvi legítimo de la acdón moral, no se
ve ya, entonces, dónde podía estar la legitimación de una rellgión semelante. Hegd
extrae las consecuencias de este racaso con unos giros críticos, que anticipan a
Feuerbach: al presente le está «reservado vindicar los tesoros desperdigados por eí
delo como una propiedad del ser humano, al menos en la teoría, ¿pero qué época ten
drá la fuerza de hacer valer este derecho, y tomar pose;són de ellos?» (GW 1.372).
A fines de 1796, Hegel aprovecha la ocasión que le brinda Holddríin de aceptar
un puesto de preceptor en Francfort (1797-1790). De caimno hada dUá, anota el texto
que Franz publicaría en 1917 con e! titulo EE más a n tíu ! pío.í 'W/zh
de sistema del iClaldOTo alemán, y sobre cuya autoría no existe aun acuerdo.
Los trabajos redactados en Francfort, en el entorno persona e intelectual de
DoUc-rUn, siguen mostrando un fuerte interés por la filosofía de la re]igion, pero ya
no por los anteriores problemas de moralidad y positividad, sino por una metafísica
de la religión. Aquí, Hegel elabora y pone a prueba un instrumental de conceptos del
que se serviTTía más tarde. Piensa primero la religión desde el «amoi"» o la «iinifica-
ción», pero reconoce que no es posible pensar semejante síntesis sin una contrapo
sición. Por eso, más profundo que el concepto de amor, está el concepto de la vida;
no sólo hay unificación, sino también contraposición: «unión de la unión y la no
unión». Por eso, Hegel capta la religión como elevación desde la vida finita a la infi
nita, y con elio, como una figura superior ala filosofía: pues el pensar tendría el doble
contraste, en parte del no-pensar, en parte del que piensa y de lo pensado; y tiene,
por olio. i|m' poner lo inliiiilo verdadero lucra de mi entorno (190/. 34/vi. Solo la
Intelección —que pertenece ya al paso aj<ma (1800-1801)— de que esta contraposi
ción es superada en el pensar, le permite invertir la relación de religión y filosofía.
El hecho de que distinga a la religión mantiene aun ooilto que la enjundia de crí
tica al cristianismo de estos textos es aun más radical que en el último período de
Jena: en el año de la «disputa del ateísmo», Hegel pone en boca de Jesús un enérgi
co desmentido del pensaimento de un Dios persona, tanto del aparato mítico de ^a
cscatología como de la doctrina, entendida al modo tradicional, de la naturaleza divi
na y humana de Cristo, y de las doctrinas que se siguen de ella acerca de lt diferen
cia esencial de Jesús y sus amigos, y la exclusividad de ser el hijo de Dios. ■
El desfavor de la tradición hace olvidar a menudo que Hegee no se ocupó en esos
años solamente de cuestiones de filosofía de la religión. Hasta el fin ! de su vida
guarda el secreto de que en esos años, movido por sus experiencias con el patriar
cado de Berna, había traducido y anotado, de modo anónimo las Cartas íntimas sobbe
/a ante ¡rior relación juríd/ún dd PIís de Vtud ccn la ciudad d¡ Berna. l aiubu n p¡o
entonces comienza su escrito Sobre la Cotis Utución d¡ Al emania (GW 5), el cual,
quiza debido :il rápido cambio de ts condicicin'^ políticas, scbn: todo it dUolmion
del imperic germánico, nc ha pasado de ser un fragmento. El cspedtro de sus únte-
reses abarca, además, trabajos de lo que sólo nos quedan referencias, su biógrafo
Karl Rosenkranz menciona un comentano a la Metafísica de las costumbres de Kant
y a la Economía de/ Estado de Steuart (1844, 86-88); y el hecho de que Hegel. inme
diatamente dCseUés de su traslado ala Universidad de Jena en 1801, s/ habiiitara con
el escrito De orbitís planctarum, permite sospechar amplios estudios dc filosofía
natural.
II
io
sería refutable por vía teórica, sino que sólo se podría superar en el íánbito de lo prác
tico en favor del criticismo.
En los años siguientes, el pathos del sistema pasa ligeramente, de modo provi
sional, a segundo plano; se expresa una distancia a él también en los A/orÍMos de
Fríedrich Schlegel, pubtitados en Aheneum (1798): un «regimiento de soldados en
parad- es -nl Triodo de pensar de altamos Irlosotos. mi si-lerna-. o que Viai en
el acto para el espíritu» «tener un sistema y no tenerlo», y que, por ello, él «se tenia
seguramente aue decidir» «por unir ambas cosas» (EFSA 2.172s.). Ello se vuelve a
expresar de modo programático en el Sistema del ideatismo trascendental de
Schelling (1800), así como en su Exposición de mi sátm a de fiosc/ía (1801). El
aspecto material del carácter de sistema lo ve garantizado por que él planea desa
rrollar el todo de la filosofía, en sus dos aspectos, como filosofía de la naturaleza y
rlosofír trascendental, en una marcha de fundomentación unitaria a partir del con
cepto de lo absoluto; e Menta satis/icer el aspecto formal tomando el método geo-
metrico de Spino.-a como modelo (SW I, 41 13).
Con la estancia de Hegei en Jena comienza una fase intensa, aunque corta, de
colaboración con ScheUüng. Sin embargo, la concepción del sistema que bosqueja en
sus primeras lecciones, en el invierno 1801-1802, se sirve completamente de otros
medios conceptuales —no utiliza ni la deducción a partir de una o vrrirs ciertas pro
posiciones primeras, ni la derivación a patir de definiciones, axiomas, populados,
en la forma del mos geo?relticus—. Tampoco coincide con el bosquejo de sistema,
orientado según Schelling, del escrito de la D/erencia (GW 4.75s), ni con el bos
quejo, todavía en términos de filosofía de la sustandr, de su tratado Sobre te ffcrw^
citntfi^cra de acción en el derecho natural (1802, GW 4.433]), sino que debe entresa-
c^Ein^ de k)s pocos, íamqiie imporfcmtes fragmentos de sus primen» mrnuscritos
para las lecciones (GW 5). >
Kant ya determina eí concepto de sistema como «concepto racional de la forma
de un todo» (B 860). También para Hegel, la tarea de la filosofía c?1» ^ en.el cono
cimiento de este todo —tanteo por su extensión como por la posición determinada de
lo singular comprendido en él—. Pero, mientras que para Kant este todo gana su
carácter de sistemático al ser pensado como sistema de fines —ordenados con vis
tas a un fin últrnio—, para Hegel, el todo —usando un concepto que todavía no se
encuentra en Kant— es la exposáción de lo absoluto.
Bien es c:iert^o que este concepto puede rastrearse hasta miry atrás, hrsta el
CuSrno y Gior^dano Bruno. Pero no hay una historia continuada de este concepto,
sino sólo apariciones esporádicra. la lógica de este concepto había quedado ocufta
por el hoi'izonte testa de lr fio>sofía de principios de la Edrd Moderna todrvír
Jacobi, en o>s extract:os de Bruno que incorpora r sus cartas Sobre la dodritiu de
Spinoza. pasa por alto el pasaje donde Bruno habla de lo absoluto. Sólo al encon-
trrrse el dáscurso kantiano de lo incondicionrdo con el renacimiento de Spinozr alre
dedor de 1790, «lo absoluto» entra en el debate, y después de hrber sido introduci
do ya unr vez corno un concepto racional, no es ya asunto de líbre elección el modo
que pueda p ^are e . La lógica de este concepto es la pauta de su explicacta y
ambi^-ii, Ir fritca de una conct pción niacleciKuki.
Lob totoo no puede ser pensado como unr realidad efectiva que esiivie en ra
una relación externa con otra, pues entonces estaría determinada por essa otrr, y no
serír pensado como absoluto. Tiene, pues, que ser «el todo» —o, como dice Hegel
en el «prólogo» de 1807 a su sistema, «Lo verdadero es el todo» (GW 9.19)—. Pero
no puede ser indiferencirdo; entonces no sería, como dice Hegel allí poco resptuo-
sámente, más que la noche «en la que todas las vacas son negras» (GW 9.17). Debe
tener, pues, una diferencia en sí. Pero, por eso mismo, no puede enfrentarse al cono
cimiento como un objeto; entonces, este conocimiento (ni aunque fuera -*1aintuición
del Dios Herno hecho hombre-» [GW 4251) seria algo eximio a lo ab>ojuU), y ese
una vez más, no seria pensado como absoluto: «Es, por ello, desconocer la razón, si
la reflexión queda excluida de lo verdadero y no es concebida como momento posi
tivo de lo absoluto» (GW 9.19s). El conocimiento de lo absoluto es, por ende, su
conocerse a sí irnsmu.
Finalmente, fempoco puede ser pensado como algo rígido, estático; entonces,
toda transformación sería como un salir más allá de lo absorto, algo que contradiría
a su concepto. Su movimiento tiene que seit entonces, su movimiento propio, el
«movimiento del ponerse a sí mismo» (Gw 9.18), o, como también dice Hegdl lo ver
dadero no debe ser concebido solamente como sustancia, sino también como sujeto.
Esta fórmula no dice solamente que el lado del sujeto cognoscmte debe ser pen
sado dentro de la explicación de la sustancia, sino que esta efectiva realidad ab
soluta misma —lo verdadero, la sustancia— está constituida como subjetividad.
Subjetividad es actividad, y lo absoluto, concebido como actividad, no puede estar
dirigido a algo- que esté fuera de él, sino que tiene que ser comprendido como acti
vidad pura, dirigida a sí misma, esto es, como autorreferencia, y aiuci-referencia que
sabe, en las formas de su autoconocimiento, de modo supremo, en la exposición de
o absoluto para la conciencia: en el sistema de la filosofía.
E^ concepto de subjetividad, con el que Hegd releva al de s^eto absoUo de acu-
ñadón kantiana y poskantiana, está determinado, pues, por e concepto de lo abso
luto, y por cierto, el de aquella actividad que está dirigida a sí misma y que gana su
forma suprema -en una autorreferencia pensante. Como telón de fondo de esta auto-
rreferencia que sabe como forma suprema de realidad efectiva, está, incuestionado,
el pensamiento aristotélico de la unidad de nous y noetoti, de la Metafísica XII,7. Esta
referencia la plantea el propio Hegel, al condmr su Enciclopedia de las cencías filo-
soñeus con este pasaje ÍGW 20.572). gesto seguramente sin parangón en toda la his
toria de la jMosofia.
La filosofía, pues, tiene que, y puede, ser desplegada en el sistema, pues la reOi-
dad efectiva, de la cual es parte y que es su objeto, es el proceso mismo de lo abso
luto, proceso que la filosofía no tiene más que reconocer como tal. Ciertamente, de
esta determinación no -puede derivarse completamente la figura de este sistema;
pero sí que puede determinarse un rasgo fundamental.
Puede que esto haya contribuido a la asombrosa constad! del pensamiento sis
trmático de Hegel. Desde los primeros fragmentos de Jena (1801) hasta sus últimos
escritos berlineses (1831), este rasgo fundamental permanece inalterado. Sin embar
go, las modificaciones y los enriquecimientos que su condepdón ha experimentado
en estos tres decenios no son menos asombrosos que su perseverancia. Pues los pri
meros textos de Hegel contienen poco más que el esbozo de que «1a esenaa abso-
kita misma bosqueja, por así decirlo, su imagen en la Idea, se realiza en la naturale
za, o se crea en ella su cuerpo desplegado, y se resume luego como espíritu, retorna
a si y se conoce a si misma, y. trrdsamrmr haciendo este movimiento es la -.-senca
abso!uta» (GW 5.262); así pues, un bosquejo de sistema a cuyo comienzo está la lógi
ca y la metafísica, seguido de la filosofía de la naturalrza, y que desemboca en la
filosofía del espíritu. Estas partes no constituyen esferas separadas, algo así como
estratificadas unas sobre otras, sino momentos de un proceso, precisamente, del
desarollo de lo absoluto. Y en la misma medida en _que estas partes son compren
didas en constante reelaboración, la concepción reconocida una vez como vinculan
te sigue siendo también la estructura permanente y, con ello, el marco para la confi
guración de los detalles, y sólo ésta decide sobre el rango filosófico del todo.
Ala vez que ofrece el bosquejo de las líneas fundamentales del sistema, Hegel da
comienzo a su configuración: primero (1801-1802), la Lógica y la Metafísica; en los
semestres que siguen, la «Filosofía real», esto es, la filosofia de la naturaleza y la
parte que, desde 1805-1806, llama «filosofia deí espíritu». Con ello, hacia el final de
los años de Jena, el sistema ya ha obtenido la figura que, en las elaboraciones poste
riores, Hegel irá mejorando de múltiples maneras, pero sin rupturas. Aunque es cier
to que la obra que muchos consideran la más importante de Hegel, o ,al menos, la
más genial, se atraviesa, por así decirlo, en la reelaboración continuada de las partes
del sisiema: la F>n¡>>m miiogit de espiniu ( 1 8 0 7 ). No cabe- duda de que es la obra
más enigmática de Hegel. Su función, propiam me dicha, es la introducción en el
«Sistema de la ciencia», del cual Hegel la considera la primera parte. No es una
«introducción» como un conducir externo hacia él, sino en tanto que dibuja el cami
no de la experiencia de la conciencia, pero no de una experiencia de la conciencia
singular, sino de una «historia de la autoconciencia», cuyas dimensiones, alcanzan a
la historia imiwrsal. En un .'nuncio editoriaL llegd pondera ía Fermmi
diciendo que entra «en lugar de las explicaciones psicológicas, o de las discusiones
abstractas sobre ía fundamentación del saber», y que considera la preparación de la
ciencia desde un punto de vista por el cual es «lt primera ciencia de la filosofía».
Reivindica pues, para la F<'enomenolcjgía, nada menos que el viejo y honorable título,
reservado antes para la meafísica, de «la ciencia primera». Por medio de la
FecumeJtUulga, «la riqueza de las manifestaciones de! esí^píiibu, que a primrra.\ástt se
ofrece como un caos, ... es puesto en un orden científico que se presenta según su
necesidad, en la c u ., los imperfectos se disuelven y pasan a lo superior» (GW 9.416),
una tarea, por ende, que no debe ponerse bajo el mismo concepto de una «dendt de
lr experiencia de lr conciencia», sino que anticipa in cMrr todo el sistema,
Aquellos contemporáneos de Hegel que no eran t lr vez oyentes suyos, podían
encontrar que en lt FenomeMolofgt se trataban detaUadrmente temas sobre los que
Hegel no htbír publicado rntes nrdr, o muy poco. Yt por esr razón tuvo grrn impor-
trncir en lts discusiones contemporáneas. Lr investigación reciente se hr esforzado
—en vano— por llevar un «orden científico» a la obra misma de lt cuut Heg^ decía
que su rendimiento era ít fundación de semejante orden. Las cuestiones sobre lt
composcíón y lr función de lt obra, sobre su historia inmanente y lt compacidad de
sus pensamientos, sobre lt vinculación de los momentos históricos y sistemáticos,
sobre su dependencia de una lógica en lr que está destinada a introducir, y de unt
concepción de filosofía de lr historia que no se elabora en ninguna parte, todas estas
cuest iones permiten muchas respuestas, y precisamente por eso no obligan t nin-
gimai.
Sin embargo, el que no hryt perdido nrdr de su brillantez y su explosividad con
el fracaso de tales intentos de inteipreirción, delata algo del crráce' de esta obra.
Est briUtiitez y explosividrd residen en su método —-bien que seguido sólo t
medias— de comparar lo que es «en si» (an s/cch2, y lo que es, cada vez, «para la
condenar»; en lt riqueza y en lt agudeza de cada uno de sus análisis, pero también
" Esto es, virüialmente, en «sí-mismo», pero run por desarrollar, todavía no «para (fiir sich),
(N. del T)
en la tensión entre «historia» y «sistema», tal como se revela cuando se intenta ten
der un puente entre ambos. Por ello, son casi siempre magistrales partes sueltas,
muv célebres, las que han marcado los efectos históricos de esta obra por ejem-
p o el capítulo sobre la lucha social por el reconocimiento, sobre «som Io y ectew-
tud», o la mtuíprutaoión de la religión cristiana' en el capelo sobre la hcomcíincca
desgraciada», o, finalmente, los análisis de la conexión entre Ilustración y revouicion
francesa, entre la libertad absoluta y el «teereun— , temas todos que Hegel volvió
luego a abordar varias veces, pero sin tratarlos nunca con la misma conccsión y pene
tración. Así, la FuurlnoMí0rg/a se atraviesa, ciertamente, como un bloque errático en
la fonnadnn orntinuada de las disciplinas del sistema, y este d e sa d lo podría dibu
já is igualante sin mencionar la Fenrmenofogía; a la vUz, sin embargo, ésta consti
tuye la más universal de las rbras de Hegeí; y la obra con la que TOnchiye la elabo
ración de lrs fundamentos de su sistema y le da a público —para quien, hasta enton
ces, sólo era conocido por algunos tratados, y, casi siempre, sospechoso de ser un
segador de la especulación schellingnian;— un anticipo de su sistema y de una
Iíiíiii; de ornooiIniun1l filosófico íiut^.:onodd; hasa ontrun s.
Tras orncluir la Fourno;nrlrlg«, y tras el fin de sus anos docentes en Jena, forza
do prr la derrota militar de los Estados alemanes frente a Napoleón, en otrno de
1806 HuíO marcha primero a Bamberg, una ciudad de provincias bávaa,,como
redacto!- de la gaceta local, y luego, de 1808 a 1816, a cercano Nuremberg, crmo rec
tor de un O y in a ^ !!. A pesar de las obligaciones de su cargo, lleva ;delante con
perseverancia la ampliación de su sistema, de modr que cuando retoma la docencia
en Heidelberg, en el invierno de 1816-1817, puede publicar rápidamente una exposi
ción de las líneas fundamentales de su sistema —la Enciclopedia de las «encías filo
sóficas (1817)— romo compendio válido para sus H o n r a . Pur0 la gran rbra de
estos anos es la Cíenc/a de la Lógica (1812- 1816).
III
Lógi ca y Metafísica
La historia del surgimiento de la Lógica se remonta hasta la lección sobre «Lógica
y MeOdEísito», durante el primer semestre de Hegel en Jena. Empieza bntbndiémdo-
las como dos disciplinas diferentes, pero no consigue desde el principio ofrecer su
relación de modo preciso.
A esta primera Lógica le asigna Hegel una función doble. Por un lado, dice que,
del lado especulativo, podría servir como mtroducción a la filosofía (GW 5.272),
y que desde ella se «realiza el paso a la filosofía propiamente dicha o metafísica»
(GW 5.274); por otro lado, que ya «como ciencia de la idea es ella misma metafísi
ca» (GW 5.263). Sus desarollos posteriores son igualmente apropiados para salva la
separación entre lógica y metafísica: la lógica plantea las «formas de la firiitud», pero,
precisamente, «no juntadas empíricamente, sino como surgidas de la razón»; presen
ta Os aspiraciones del entendimiento a imitar la identidad que, propiameráe, perte^
nece a la razón, pero, para eílo, precisa ya de este concepto de razón; asume (aufile-
ben^ por medio de la razón las formas autónomas mismas —de modo, pues, que al
menos un uso negativo de la razón pertenece a la lógica misma (GW 5.272)-—.
Frente a esto, el especitro db la metafísica no deja de ser bastante pálido: su tafea
sería consUruir y documentar el principio de la filosofía de que «en todos los tiempos
ha habido una y la misma filosofía»; se tratara, en ella, de «restablecer lo más anti
guo de todo» y limpiar del malentendido de la nueva antifi}hshfía, poner al descu
bierto el «e^ctro del escepticismo» y exponer los nuevos sistemas —en particular,
■s de Ka it. y Fiehv ■(GW. Este sr(lg|ag¡l revela mis bien una ¡n r['le-ji'lad,
ia de asignar un rantenido en general a la lógica separada de la metafísica. Tampoco
en el esbozo de sistema de 1804-05 (GW 7) consigue Hegel elimtnar la imprecisión
°n la relación de las dos disciplinas. Ceramente, en lo que se refiere al contenido,
las dos son ahora claramente diferentes: la lógica tiene por objeto tas rategorías, así
8 El terminn afifihbbenl que vertemos como «os*urói» («superar» es otra traducción habitúa) es clare
dbmtro de la filosofía hegeíiana, que aprovecha sistbmat:icambntb el tripk' significado del vbrbo bm alemán:
anular (comose amula una ley), superar (como dejar algo atrás) y conservar o guardan (N. dbl T.)
La Cátedra de Hegel. litografía de E Kugler.
como la doctrina de la deducción y del juicio; la metafísica, en cambio, en su prime
ra parte, los tres principios de la metafísica racionalista —la proposición de identi
dad, del tercio excluso, yde razón sufidente—; en su segunda parte, los temas,
fuertemente rernteipretados, de la metap/ysíicr specialis tradicional —alma, Dios,
mundo— , y en su tercera, los conneptos fundamentales de la época de la filosofía
bajo el signo kOTtéano: d yo teórico, dl yo práctico y el «espíritu ateoluto» (no d
«espíritu absoluto» posterior, sino, más bien, lo que corresponde a la «idea absoluta»
al final de la Ciencia de le LógCa) También aquí, Hegel le sigue atribuyendo a la lógi
ca la función de una introducción en d sistema, pero el contemdo y el método de nrra
lógica Cdit ^dnn ya en muchos rasgos con lCr de la Lógica posterior.
En el desEa-roUc que siguió a ccntinuadón, que dura casi un decenio, Hegd funde
Lógica y Metafísica al integrar la primera parte de ésta, el «sistema de los princi
pios», en el esbozo de la Lógica, mientras que las dos otras partnr quedan elimina
das. Si a lógica no es ya malentendida como el planteamiento de las fdrmlar del
conocer finito, sino que es aceptada como la ciencia de las formas puras, como «lógi
ca verdadera» (GW 5.272), agota entonces el ámbito del pensamentc puro. Y es una
consecuencia de la dominancia de la Lógica, revelada en la nvoCudón histórica., d
que Hegd n0 llame ya a ru «ciencia primera» metalM^, rind CíIw í^ de la Lógica,
(1812-1816, GW lis , 21).
El carácter sucesivo de esta lógica lo expresa Hegd en la «división». ^La divide en
la «lógica objetiva», esto es, la doctrina dd « s ^ y de la «venera», y 4ógica subíeti-
va», roto es, la ddCtrina de raircepto. La lógica objetiva enltra «medidamente 1iI
lugár de la dnlología» , l cual «debería exponer la naturadza dd en en onnnral»;
pero cdmprnndn «en sí también el resto de la metafísica, en la medida en que esta
contiene aplicadas las formas puras de modo par-t^^dar, empezando por sustratos
tomados de la representación: el alma, el mundo, Dios» (GW 11.32). La Lógica hace
abstracción, puíjs, dd c j t o concreto incluido antes, de modd ^rnMWado, en la
m U ir a , y fija la mnra ddtírminadón del pensar, en derto modo, C0md 1 mrcteo
de la mntafíriCa. Hay aquí también una analogía con la crítica k a t i ^ de la psí^Uc
gía racional y de la tndldgía natural, la c u l rnducn más el «aima» al yo, d pirinci-
pi0 lógidd dnl «ílare, y e param ento de Dios, tomado en pré^amo de lf rnllgiót ,
al «ideal trarcnndnntal». ^
La ^(3^<^a, p ii^ , pljrnt^ lar dedrm ^adcnlr puramente apridricíis del p^ a-
m eito, nd d m ra d ^ de la experiencia, mantnnttndosn indifer^te a la clist.ii^ción de
kantiana de l0r coiireptcr del entendimiento y de ia ra^ón de las rateg'ríí^ y las
ideas. Tinnn, con ello, que rnsolvnr e viej o problema de la extensión de las determi-
m d o n ^ del pensamiento y de su relación entre elas. El que aCnpta, en rannra dd
empirismo, que tales conceptos no re alcanza]t por primnra toz por abssracdón f pf r-
tir de la experinnCia, sino que residen originariamnntn en la razón, tinnn qun mostrar
Cómo puet nn adan7,arsn estos conceptos a p ^tir de lf razón, y por de un
modo que Sna, él mismo, «racional», esto es, completo y síguteiid' un pracedimdm
io ojx]ena{lC, L^S^t' ^oMoma, asi como su Iici-ízch-i hisumco, lo Imum .iiiiIhítl a li
virta quen ^ por nntondns estaban trabaj ando en d a^^óTltlC. F]rnnte aArfetótete^que,
1‘U sur Cet, O'^-i -^s, había sido el primero en l ■
m prlntlr tal piat inl m ) etlic y clls inc l-
ción en d e a l!. Kant 0bjnta que éste había juntado lar categorías «rcgún iba
^contrad' C0n e a » En el sglo tamil, una lnumlración de talnS ranceptos que prc-
cn<tiera ^píriram oite no habría servido como argrn^nto tantea d empúrfemo; por
1s0, Kant fundamoita la deriv^tónde los conceptos del entendimiento en la doctri
na del juiCi0, ya qUl d l ntendiminnto es la facultad de juzgar (B 105-10?), y d plau-
teamiento de los conceptos de la razón en la teoría del silogismo (B 379s). Hegel, sin
embargo, dirige la crítica kantiana a Aristóteles contra su propio autor, por así decir
lo: éste no habría planteado las determinaciones de! pensamiento nijDor su número
ni por su orden, dado que le faltaba un principio para su generación. El mismo, en su
Lógica, busca plantear un procedimiento que garantice tanto su completud como su
orden, y les atribuye un significado fundamentalmente diferente.
Las determinaciones del pensar no brotan del juzgar y dedudr como formas de
un pensar meramente subjetivo, en oposidón a una re^idad existente fuera de éste,
de la que, precisamente por eso, no es posible dedr que sea en sí misma. Para Hegee,
la Lógica presupone la «liberación de las oposiciones de la conciencia» —a saber, la
liberación de «la separación, presupuesta de una vez para siempre en la condenda
habitual, del contenido del conocümiento y de la forma del mismo» (GW 11.21)——
Esea liberadón es la fundón sistemática de la Fenomenología dd es)p'^it<, la cual traza
el camino de la experiencia de la condnnda hasta el «saber absoluto». El pensar de
que !rata sa Lógica no tlnnn, por ello, la significación sistemática en un pensar que
gnrtenndinra sólo al sujeto finito, de una teoría de la subjetividad finita; constituye, a
ía vez, la estructura de la reaMad en general. Esta pretensión de objetividad del pen-
oar la capta Hegel muy afortunadamente en una expresión que, en prin^pio, podría
earndnr un eximor^on: como pensar objetivo. Designa, sin embargo, muy acertada
mente, i I carácter de la Lógica: «Esta contiene i! pensamiento, en la m niea én que
é es tanto /a cosa en s¿ misma, o la cosa en sí misma, en la mneieá en que es i1 pen-
).rminttl■ imn»- (GW 11.21).
Pero, junto a la significadón gntológidr, las enterminrdonn) del pnns^r:mnntc tln-
nen, además, unr significación teológica. Ambas son sistemáticamente desplegadas
en el contexto de una filosofía de lo absokito, y no son formas vacías para un conte-
áieg vnreaenro que estuviera fuera de iíIis, sino que «las fgrmá) nncn)ariá) y deter-
minrdoon) propias del pnosrr son la verdad suprema misma». De ahí que puedan
«ser vistas nm o enfimldgon) de lo rbsohito, como enfioírlgon) m^fí)liras de Dios»
(GW 20.121); cierto es, en todo caso, que sólo como las «enfinidonns» más pobres,
y con ello suena en la formulación hngnllanr que hablar de «dnfioidonns» no es dd
todo aencurdo. Sin embargo, podemos servirnos de ellas para nntnnenrnos sobre el
significado sistemático de las entnrminadonns lógicas. Con una expresión también
muy gráfica. Hegel vuelve a subrayar el significado filosófidc-teológico de las dntnr-
minrdoons del pensar: podría expresarse didnndo que «este contenido es lr expo
sición de Dios, tal como es en su esencia eterna, antes de Ir creación de la naturale
za y de un espíritu finito» (GW 11.21). Es ésta una de las frases más citadas de la
Lógica, pero también de ais que más vicis se cita mrl. Pues Hege no dim rquí
expresamente, al modo nnoplatóoicc-agus1:tnirno, que las entnrminadoons de pen
sar sern el pnosía;m^noto de Dios antes de la drerdón. En ese crso, estaría presu-
punsto un sujeto divino que existe prrr si, al que se atribuyen tales pnosrminotgs.
Pero las dntnrmioádonns del pensar son lr expoissicón de Dios mismo, precisamen
te, en lr medida en que son momentos de «una visión intelectual del muoeon —r
saber, aquello que, por así decirlo, es preciso pensar como rrmrzón iotnrno y esen
cia, previamente á lá mrteriáMrd del mundo que ha legado con la «Creación»— .
La triple significadón —lógica, ontológica y teológica— de lrs dntnrmloacionns
de:! pensar no garantiza, por supuesto, la p<3^íl^ji:idae de su generación c^mtífic^ en e]
sentido de Hegel. Puesto que, se dice, se trrta de conceptos de la razian, también su
conocimiento tinnn que satisfacer los criterios que vigen prrr 1 conodrmnnto rrdo-
oáI por nxcnlnndr: I^io i que estar crractnrizrda) también, por lr uoivers;alíerd y
necesidad. Estos caracteres resultan muy difíciles de asegurar por separado para
cada una de las determinaciones del pensar; antes bien, cuando están en ima cone
xión caracterizada por una consecuencia estricta, y por ello pueden ser planteados
en una ■marcha pura, que 1 1 0 lome nada ele mera- (GW ll.'-íó). I.a nn-mision d<-
Hegel es dibujar esta conexión de las determinaciones del pensar en la Lógica. Como
su concepción sólo tiene que reproducir la conexión inmanente de las determina
ciones del pensar, Hegel habla aquí del «automoiímiento del concepto». Semejante
movimiento, no obstante, sería imposible de pensar si cada concepto fuera sólo idén
tico consigo mismo. No proporcionaría, entonces, ningún asidero para pasar de un
concepto a otro. El «automovimiento» se pone sólo en marcha por medio de «lo nega
tivo, que el concepto tiene dentro de sí» (GW 11.26). Aquí está el lugar sistemático
de la «dialéctica» hegeliana: su doctrina de que la contradicción es inmanente a las
determinaciones lógicas, y su «automovimiento» es impulsado por el motor de esta
contradicción.
Cieftamente, Hegel maneja este método de la exposición lógica, con gran virtuo
sismo, pero lo describe de un modo muy deficiente. Incluso los múltiples intentos,
más recientes, de completar esta insuficiente descripción —intentos que han llega
do hasta la formalizadón—, refuerzan, a pesar de la Intensidad en revelar «pasos dia
lécticos» por separado, la impresión de que no es posible encontrar una clave gene
ral —ni sqnera la dave para la diferente forma de movimiento en los tres libros de
la Lógico—. En la introducción a ésta, Hegel pone muy bajo el listón para compren
der este método: «Lo único que hace falta para alcanza- el avance científico es el
conocimiento de la proposición lógica, que lo negativo es igualmente positivo, o que
lo que se contradice no se disuelve en el cero, en la nada abstracta, sino, esencíal-
mente, sólo en la negación de su contenido partiailar, o que una negadón tal no es
toda negSdón, sino la «egac/ón de la cosa determinada que sC dsiidve, y por ende
negSdón determinada; que, entonas, en el resultado final, está esendahnente con
tenido aqiieUo de to que re^lta» (GW 11.25). Pero esta indicadón spenas bssta para
1s comprensión ni de un solo paso lógico. _
Se puede ver con más claridad lo dialéctica si iluminamos el trssfondo de historia
de ls filosofía en el que se do. El precedente inmediato es la doctaina kantiana de la
antinomia de la razón pura: que la razón, cuando sobrepasa el morco del conoci
miento por la experiencia, llega s una dontradicdón ronsigo misma. En la continuS-
ción s este punto de ls Critéa de la razó« pura, Kant relativiza esta doctrino: junto a
pasajes qiie colocai esta contradicción en la razón mismo, hay fra^» según las cua-
1es la «antitética de la razón pura» es una mera apariencia y sólo puede haber con
forto por auwa de un abuso (cf. B 708, 768). Hegel, sm embargo ssevers en su
Lógica que el auténtico logro de Kant sena haber hecho ver con más vigentiS que ls
contradic^ón reside en la razón; pues, por l o demás, lss derivaciones dialécticas de
Kant no merecerían «gran alsbanzs» (GW 11.26). Además, Hegee srnplía los penss-
mientos kantianos del carácter contradictorio de ls razón también l ámbito que Kant
quería ascgnrsi frente a sqnclls esfera de la apariencia nídértica. La dtelértka no
queda restringida a los tres procedimientos dd SLlogísn o en los que la rszón va más
allá de toda experiencia y psra, por ello, quimeras, enredándose en la ap a rad a tras-
cendentsli. La disléetica está, más bien, en todos los conceptos de la razón —inclu
yendo aquellos que Kant llama «conceptos dd entendimiento*— .
Este penssmient0 del tarácte contrarietorio de las determinadernra pniaS del
pensamiento se explica óptimamente desde otra tradición: partiendo de la frase de
Spinoza, tnmamtifa por Jacobi: «deleeminatio es Megaíio» (Jacobí 1998, 100). Si toda
determinidad es negación, porque no puede generarse ía determinidad más que por
medio de la negación, entonces, toda determinidad tiene en ella la negación, y por
ende, ía referencia a su otro. Se tocan en este pensamiento, además, Kant y Spinoza:
para la determinación plena de una cosa, como expone Kant a propósito del princi
pio di -la determinación completa, un objeto seria comparable con el conjunto de
todos los predicados posibles (B 599-601). Pero si la determinidad sólo es determi-
nidad por medio de esta referencia negativa a lo otro, entonces habrá que pensar
siempre ya en ella la referencia a este otro. En el concepto de algo determinado está
siempre contenido, pues, la ne gación de esto determinado, lo otro trente al que es
esto determinado que es —si no, no sería ningún determinado— . Pero si esta nega
ción reside en el concepto de lo determinado mismo, en el pensamiento, en tanto que
es un pensamiento determinado, entonces es también posible pasar de im concepto,
por medio de lo negativo contenido en él, de la diferencia, a otro determinado
—y precisamente aquí está el «automorimiento del concepto»—.
La doctrina hegeliana de la necesidad de ía cntraíücáón constituye un ámbito en
el que la crítica cree haber alcanzado una ligera victoria sobre él —como si Hegel
hubiera empedrado el camino hacia lo verdadero con todas las más crasas contradic
ciones posibles—. En lo lógico, la contradicción consiste precisamente en que un pen-
sarniento es sie mpre un pensamiento de algo determinado solo en tanto que, ala vez,
es el pensamiento de lo contrapuesto a eso determinado —o en tanto que en un con
cepto siempre reside ya el concepto de su contrario— . Esta es la única forma de «con
tradicción» requerida para la «dialéctica» como conexión inmanente al concepto.
Aunque también'se requiere aceptar* algo más: a saber, que a este esta* interna
mente referido a lo otro no le corresponde meramente una relación especular —de
lo contrario, no resultaría una conexión continuada de conceptos, sino sólo una orde
nación de los conceptos por parejas—. Hegel hace aquí hincapié en que lo que se
contradice no se disuelve en la nada, sino que a p£U"tir de esta referencia debe ganar
se el proceso inmanente hacia un concepto más elevado. Pero esto reside ya en el
pensamiento de la determinidad completa misma, en tanto que todo lo determinado
no está determinado solamente frente a un otro, sino, potencialmente, frente a la
to talida d de lo otro.
Asi pues, el proble ma, que- se remontaba a Platón y Aristóteles, del planeamien
to de las determrnaciones puras de! pensamiento en su imbricación interna, lo
resuelve Hegel haciendo uso de elementos spinozistas y kantianos. los cuales per
miten pensar una Enea que discurre desde el concepto más simple, el ser, pasando
por la totalidad de las determinaciones del pensamiento, incluida la doctrina del jui
cio y del silogssmo, apoyada en la lógica tradicional, hasta la «idea absoluta» como
pensamiento de la unidad de concepto y realidad.
Sin embargo, las determinaciones del pensamiento, como ya hemos mencionado,
no son sólo determinaciones del pensar subjetivo, o incluso del lenguaje, sino del
pensar objetivo. Son enunciadas por la realidad efectiva, que está más allá del pensar*
como algo meramente subjetivo. Son, por tanto, principios óogcus de ia realidad
efectiva en general, y tienen, a la vez, el significado de ser el fundamento de la filo
sofía de la naturaleza y del espíritu; son, podría decirse con Fausto, lo «que sostiene
el mundo en lo más íntimo».
IV
Filosofía de la naturaleza
Se plantea con ello el [Tobiema del paso del ultimo concepto de la lógica, el de
la «idea absoluta», a la naturaleza. Hegel lo reescribe usando giros metafóricos: no
se trata propiamente, dice, de un paso, sino de que «la idea se íbera a sí misma»;
poco después habla de una «resolución de la idea pura de determinarse ccmo idea
externa» (GW 12.352). La Enciclopedia vincula estos giros con que la idea «no sólo...
pesa», sino que «se resuelve a liberarse de sí como naturaleza» (GW 20.231, § 244).
En esas palabras en contra del «paso» palpita aun, como ocurre muchas veces en la
Lógica, el énfasis de la conversación de Jacobi con Lessing: según Spinoza, no hay
ningún paso de lo infinito a lo finito: se deja de alcanzar el pensamiento de lo abso
luto cada vez que se habla de remelante paso, o incluso de la «caída de la idea desde
sí misma» (GW 20.237, a 248) —como, poa ejemplo, hace Schelling (1804, 35)—.
Pero esta 0ificultr0 está en la cosa misma. También el pensamiento de una creación
a partir 0s la nada, considerado en sí mismo, es sólo una cifra de toda la imposbili-
dad de comprender; su sentido consiste en rechazar el modelo de la emanaclón del
nitimlo ;t partir de Dos o de la eternidad de uta materia sólo ^eC'cníiylJ^r(tr por trn
demiurgo. Así, los giros de Hegel buscan expresar que, partiendo de las deormina-
oioms del pensar de la Lógica, no s- prir a la naturaeza como a un otro, s^irio que
tales determinaciones están contenidas en la naturaleza misma, constituyen su arma
zón interno. la nrtmae';•r no es «lo primen), o nJime.-diuto, lo ente. , tal come se le
aparece a la conciencia habitual; lo lógico subyace a ella. Más aún, ella, la Mturale-
za es esto lógico mismo en la forma de la exterioridad: no algo que preceda mera
mente a la facticidad, sino algo que ía constituye a ella misma.
Con esto, Hegel le plantea a la filosofía de la naturaleza una tarea para cuya ela-
bonición 0 x^ 1 1 1 1 hoy mejores cerdicCrlei que en su época. iHininte doma'iirdo
tiempo, la tematización de la naturaleza se ha detenido ante el 0ictr0o del d u s
, ante el reconocumiento de su facticiOrd produci0a por Di0r. Sólo cuando la re^
puertr radicional, según ía cual Ha naturaleza es, y es como es porque Díos la ha
lucho, un, |erullr ya irl^uíieiem¡■. se planter la pregunta por la logice d l;i tuiuind.-
za que obra detrás de y en tal facticidad —por ejemplo, por la lógica de un concepto
de materia que permita comprender la evolución, no sólo de las «iversrr form ^ de
lo inorgánico, sino también de los organismos e incluso del espíritu—. En este sen
tido, la prematura respuesta de Hegel puede no ser satisfactoria, pero debe ser reco
nocida como anuncio de un problema que sólo fue visto como tal mucho después de
su época. . _
En general, sin embargo, la filosofía de la naturaleza no se cuenta entre las disci
plinas más características del sistema. Que no debe contradecir ala experiencia, más
aún, que su «surgimiento y formación» tiene como «presupuesto y condición la física
empírica», es algo en lo que Hegel hace hnicapié expresamente, así como, por
supuesto, en que, como filosofía, tiene que ir más allá de la investigación empírica:
su tarea consistiría en mostrar «a necesidad del concepto», esto es, la lógica interna
de la naturaleza (GW 20.236, § 246). No obstante, en sus lecciones de madurez,
Hegel insiste en que habla sido mérito de Schelfing «haber introducido la forma del
concepto en la consideración de la naturaleza» (V 9.186). Por otro lado, protesta
varias veces cuntía ■■ dispara!»- del furmialismo de la ¡ilusoria de la naturaleza de la
época, «que le pega un esquema externo a la esfera de la naturaleza», como cuando
interpreta los caracteres específicos del organismo, análogamente al magnetismo, la
electricidad o el quimismo, o equipara los nervios con las fibras de la madera de las
plantas (V 9187). No consigue Hegel, sin embargo, despegar de modo suficiente
mente claro su filosofía de la naturaleza de la romántica, ni hacer- un planteamiento
de los probenias que hubiera permitido, más allá de las escasas reminiscencias en
el materialismo de mediados de siglo, entrar en diálogo con las ciencias empíricas de
la Pues los ricos resultados de la investigación empírica, tan floreciente
entonces, no hacen en absoluto innecesaria la tarea de la filosofía: comprender la
naturaleza como un todo organizado por una lógica interna. Y el nivel intelectual de
la «disputa del materialismo» de los años cincuenta deí xix, o la «disputa del darwi-
nismo» en los sesenta, así como el camino posterior hacia el positivismo, difícilmen
te autorizan a pronunciar contra la filosofía especcuativa de la naturaleza el veredicto
global de estar anticuada.
V
El concepto
A diferencia de lo que ocurrió con la
filosofía de la naturaleza, en la filosofía
del espíritu Henel tuao una influencia his
e e ritu
tórica extraordinaria. Ya ía expresión
«filosofía del espíritu», no sólo introduce
d spí una palabra nueva, sino que también es
nueva a cosa. El iill'‘iés principal de la
anlerior psyihl.igs ratona/s. parte de la metap/nsca sPsVíj/s, consistía en p-obar
la ^ p lir ifo d , y consciente inde^1fu^bil:^c^£id, del alma. Para Hegel, el ámbito del
«espíritu» abarca tanto esta psyíi/chlhg's —bien que sin el interés de demostrar la
inmortalidad individual— bajo el título de «espíritu subjetivo», como también aque-
11a realidad efectiva que el espíritu subjetivo tiene ciertamente como condición
iwesaria de su eNseneia, pero que- forma. frente a el. una estruciura propia: ' i
«espíritu hbjetívh», esto es, \a esfera del derecho, la '^raU dad y las mstituciones
dti<^as ssitícchen). Y tampoco se agotan con esto las manifestaciones del espíritu:
más allá de la vida sociai se eleva una esfera de vida espiritual que, a su vez, gana
up s g iific ^o (hstmguible de aquélla: e« las formas del «espíritu absoluto»: arte,
relig ion y filoso lía.
Para la filosofía de Hegel, la palabra «espíritu» alcanza un significado clave que
hace que su larga h^toria, que se remonta hasta los primerhs 1:Lempos de la f i O i
griega, tornee un giro «nesperado. F\ies, en la época sPterihr s Hegel, «espíritu» se
entendía, sobre todi, en sentido teológico. Cuando Hegel habla del espíritu, sin
embargo, tiene poco en común con el concepto neitestsmentsrih de pneums, que,
ráginarizinLente, d^iguaba una especie de finísima n^terá, sntes de que, chmh
«espíritu santh», fuera rntCTpretadh como la terceea persona en el ser «nh rivinh. En
tiemphS de Hegel, la p ^ b ra «espíritu» no tenía aún un siguificadh filhsófich ra iié
so. Kant, por ejemplo, habla poco de «espíritu»; algo más Jacobi, en el contexto del
dualismo mstsfl^Ci) de mUeria y espíritu, sntsn(3irh p!e■vismsu^■ ^ 1* rusliseo d
■s^uso y cognatio, pero síU la estructura interna que distinga S1 «espíritu» hege-
iiano: ser referencia a si mismo. Una incitación a eilo se encuentra, sin emoareo- m
Dibujo de Hensel, con autógrafo de Hegel: «Nuestro conocimiento [de hechos] debe llegar a ser
conocimiento [de derecho, fundado). Quien me conoce, me reconocerá».
la Allgemeiner Darstellung (1797, AA 1,4.85-87): espíritu es sólo su propio objeto; en
su autontuición, es identidad de representación y objeto (Gegenstttnd), espíritu
puede ser concebido sólft en su obrar, es sóo m el d¡even. Hegel no eikrn uUa a1 ,ai
el concepto de espíritu en sus escritos tempranos, sino sólo a través de su enfrenta
miento con la filosofo trascendental y la especulación en los añ os que siguen a 180 1,
y sólo pot medio de este canccpta consigue establecer con la religión cristiana una
relación afirmatñva y, a la vez, fructífera para el sistema. _ ^
La etl|■^p■tula del espíritu es a aut aconciencia. También esta era enteiucs una
palabra nueva, tanto en el lenguaje general como en el filosófico; no entra en la filo
sofía alemana hasta finales del sido xvm, cn el entorno de Kant. Al igual que- hoy
__con razón o sin ella— la estructura de la autacanciencia se entendía como auto-
rájetivadón, Como un ParáPter doble que, sin embargo, permanePe domprehendido
en la unidad del sujeto. Pero Hegel disuelve esta autorreferencia de la autoconcien-
cia y la comprende corno estructura más interna del espíritu y del poncepto en
general. En lo e^iritud, sin embargo, esta autorreferenern no sólo es sino que tam
bién sabe: conciencia de sí mismo del espíritu. El hecho de que Hegel distinguiera
de tal modo esta autorreferencia que sabe, tiene, a su vez, profundas raíces en his
toria de la filosofía, en el pensamiento aristotélico de la unidad del Nus y el Noeton,
dd pensar y de lo pensado. Sin embargo, esto no es nada singular la realidad efec
tiva en su conjunto esta dispuesto coniornie a tal autorrclclencia- autoiiceiiniia
que sabe. Tiene la esrudtura de la subjetividad, y alli donde resulta, en k autorre-
ferencia que sabe del espíritu, está alCanZado su mvel más alto.
Además de esta auloobjetivación y au(orreíere ncia. debe pensarse otro elemento
característico en el concepto de espíritu: el concepto de historia. Pues hasta el
Racionalismo de Os postrimerías del siglo XVH, el concepto de Historia no.tiene el
rango que se le atribuye desde hace dos siglos. Historia era, por .entonces, sinónimo
de «informe» o «noticia» de algo, como en la expresión «historia natural», que —por
cjemplo cn Kant— no ¡significa historia de la naturaleza d ssentid de si evco.ución,
sino «información» apedrea de algo factico —y ello significo, a la vez. nformación
acerca de un objeto que no es accesible al conocimiento racional— Con la Ilus-
tnidón to d a y el paso O Romantidismo, sin embargo, el enf0sis ambia. «histom»
no significa primariamente la narracuón, sino la concx ion interna di- cso Lu. ti. o, pCl o,
predssamente, aun de algo táctico cuya conexión con el mundo de lo r0Ci0n0l sigue
siendo inde te rminada. .
Nadie ha contribuido más que Hegel a superar el «vi y enorme abismo» (Lessing
1777,7) entre las verdades históricas y Os verdades de heChos —y lo hzo, justa
mente, con el concepto de espíritu—. Pues lo espiritual pertenece, por un. lodo, ol
mundo de lo racional; tiene o lo lógico como fundamento, y el concepto mismo .de
loZón, C^omo laZón autoconsdente, pertene^ 01 Cspúítu subjCtivo. Por .ore lado,
todo lo espiritual tiene que ser pensado como histórico; no hoy nodo espiritual que
no sea, 0 la veZ, histórico. PClo lo historia es la formo de cxplicatióii dd e^rfrita, pttf-
quc cl cs^ií^tu sólo puede pensarse jw medio d« la libertad. _
Pclo no Cs quc don Cllo quede lo espiritual puesto, siii mát. bajo los mutopC^
objeitos de O htetoria. —pues sólo el ser espiritual es ser htetórd)—. Toda hstora
es historia del espíritu en un sentido pondeiisado, no en ese sentido desColondo
en el que, desde Dithiey, hablamos de lo historio del espirita. En todo Coso, 0 los
dominios no espirituales de lo realidad efectiva les es propia la historia en lo medi-
d0 en que llega.n 0 alCanZar lo vida espíritual se comñerten en momentos de viida
espiritual.
Sn embargo, Hegel no elabora en ningún sitio esta coneráón entre los concep
tos de historia y espíritu. Hay que sacarla de su exposición de los dominios de la
vida espiritual; no tanto, todavía, del «espíritu objetivo», si bien éste cierra esta
parte del sistema con una sección sobre la «historia universal», sino del «espíritu
absoluto»: la filosofía del arte, de la religión y de la filosofía. También aquí Hegeí
introduce por primera vez el concepto de «historicidad» (W 13.173s, 15.13), que ha
venido desde entonces a alcanzar en filosofía un significado enorme, aunque tam
bién lÜvUso.
Espíritu objetivo
Bajo el título general de «espíritu
subjetivo», Hegel trata del alma en la
«Antropología», de la conciencia, auto-
conciencia y razón en l;i ■
<Fcnomenolog^r
del Espíritu» (que abarca aquí, sin
S o b r e e l e n t o r n o d e la embargo, sólo una sección de la Feno-
meno/ogíVa de 18077, y del «espírilu ieóri-
F ilo s o f ía d e l D e r e c h o co» y «práctico» en la «Psicología» —
designación que no es muy acertada ter
minológicamente—. De la unidad de estos dos últimos en el «espíritu libre» pasa
al «espíritu objetivo» —esto es, al Derecho, la moralidad y las instituciones éticas
■s/ttYcie-n-'—.
Como ya hemos mencionado, Hegel le dedica ya a este tema su primera publl-
cadón, la traducción y elaboración de un escrito de Jean Jacques Cart, así como
los comentarios de KTnt y Steuart, el Fer/bt;ti<«n£tChijl (1799-1803), el Sistema de
/a Eficidad (Sittlichkeit) y las Lecciones sobre el Derecho Matura/ (1802-1803); reci
be luego su sitio en la Filosofía del Espíritu de 1805-1806 (GW 8), donde, formal
mente, aun abarca el arte y la religión; y también la FeMoe£MíOo¡g'b toca, puntual
mente, el «estado de derecho» RfecAtz^ít—ídJ y la «Moralidad». Después de rea
nudar su rclividrd docente en Heidelberg, Hegel dicta periódcamerne lecciones
sobre Fllosofía del Derecho, empezando por el semestre de invierno 1817-1818.
Redacta. allí también un escrito sobre los Estados provinciales (Lbndstándd)) de
WiirUeiiiberg (GW 15), que Jue en su época luertemenk’ contestado y ie puso bajo
sospecha de servilismo para con al rey. Se trata de un alegato en contra del llama
do buen Derecho antiguo de los Estados provinciales prerrevolucionarios, y toma
partido en favor' de la política del rey, quien trataba de transformar a Wfirttemberg,
elevado a la condición de reino por Napoleón, en lo que entonces se entendía por
un Estado moderno. Muchas cosas de este escrito están condicionadas por d iugar
y la época; y sin embargo, se encuentran en ella formulaciones que casi anticipan
la polémica de Karl Marx contra la íundbmentbdón meramente histórica del
Derecho, tal como la practicaba la «Escuela Histórica del Derecho», surgida por
entonces: que semejante invocación de estados de cosas anteriores «no hace más
que legitimar las kjfamms de hoy con las infamias de ayer» (Marx, 73). Al año
siguiente, Hegel acepta un llamamiento para acudir a Berlín, capítal de Prusia, que
4 Una .suerte de asamblea donde estaban representados los diferentes estamentos, s e m in te a nues
tras Cortes medievales. (N. del T.)
se había convertido, después de Austria, en el mayor de los Estado alemanes, y ocu
par la cátedra de Fichte, vacante desde la muerte de éste (1814). Publica (llí, a fina
les de 1820, los Principios de la Filosofía del Derecho, a modo de compendio de sus
lecciones.
Para ese momento, ya habían sido decepcionadas todas las expectativas suscita
d a por Os reformas de Stein y Hardenberg (años 1808 y sígiiientes), y por las
guerras de iiberación contra Napoleón (1813-1815), En lugar de la esperada unidad
nacional y la libertad interna, que tuviera en cuenta también la moderada voz politi-
ca de la burguesía, el Congreso de Viena había confirmado las viejas estructuras
políticas, por lo demás casi intactas; y como todo esto ocurrió en contra de la volun
tad de aquellas partes del pueblo políticamente más despiertas, hubo de ser impues
to por medio de la represión, Bien es cierto, también, que las aspiraciones de la opo-
sictón de entonces no pueden considerarse, en modo alguno, como «iiberales» sin
más, incluso si exigarn, como sucedía en Prusia, el cumplimiento de las prontesas
constitucionales realizadas por el rey en la época del alzamiento contra Napoleón. La
demanda de unidad nacional iba unida a teutomanía, una xenofobia sofocante e inclu
so antisemitismo. Tras el asesinato del poeta y consejero de Estado ruso August von
Kotzebue por el estudiante K r l Iudwig Sand, (a _teptesión, conducida por
Metternich, que luego sería cantiiler austríaco, se agudizó con las limadas «resolu
ciones de Karfsbad» (1819), La restauración política se completó con otra de orden
religioso dirigida contra el olvido de Dios por la Ilustración y in revolución: en su tra
tado programático El sello de nuestra época (1820-1823), Friedrich Schlegel desen
mascaraba la revolución como expresión del pecado, y recomendaba la religión
cr^ti^a y ^tólica como remedio. Se daba así el tenor que mrncana el chma porti-
co-rehgioso basta después de la fracasada revolución de 1848 —aunque la confesión
recomendada iría cambiando—. _
La Filosofía del Derecho, sin embargo, que Hegel publicó pasado ya^un ano de
las «resoluciones de Karlsbad» y de las leyes de censura que aquellas endurecieron,
apenas se dejó alterar por esta tensa sftuación politica, como muesfaa ahora la com-
píii'aüión ccn una copi( de Os lu cin n s dictadas <-ü 1teiid.-lb^-g t n 1^1 Í-1M*. Elo no
obsianie, la FHosofia del Derecho fue siempre muy discutida. Ios unos le reprocha
ban que se acomodaba demasiado a lo existente, y que justificaba el Estado prusiano
incluso hasta el servilismo —y esta crítica se ha seguido repitiendo hasta hoy, por
desconocimiento de la situación política y las corrientes intelectuales de entonces—.
Los partid(rios de la resítarnadón, por el conbario, coiMideraron la F o f del
D t m h un panfleto que, con maneras ilustradas, bosquejaba el Derecho y el Es^do
a partir de la razón, sn atender a los fiindamentos efectiva del Estado: la legtomt-
dad histórica y i fe cristiana. Sin conocer este modo de pensar, sin embargo,J t^ l*
ta imposible preciar la Unción ambivalente q n en su época, íuto O Foósofo cCe
Dlecho hegeliaiia. A^sí, en una situación de intere^s totalmente dí^tñriL^ Rudolph
Haym (1857) hizo un dogma del cuento de Hegel como filósofo del Estado prusiano,
por más que la concepción de Hegel estuviera en una aguda tensión oon las fueras
que daban el tono por entonces, en pirticuOf, el partido del príncipe heredero,
simpatizante con el ideólogo de la restauración von Hallen. Mientas que Hegel tenia
un apoyo político en von Altenstein, ministro prusiano de Educación durante largos
años (1817-1839), quien, por lo demás, intervino varáis veres; en O w de catedrati-
cos criiiaidos desde el Odo de la Restauración —como, por ejemplo, SohieiernaL-
cher__. Pero todo esto tieiie poco que ver con la enjundk filosóÍKa de la Fuosona del
Dtrtcho.
1.a Filosofía del Derecho de Hegel se
D e re c h o a b s tr a c to sitúa al final de una tradición, dos veces
milenaria, de pensamiento de Derecho
y m o r a lid a d natura] —la suposición de que es posi
ble derivar de la «naturaleza» unas de-
terminaciones jurídicas y de la acción moral— . Segsn la interpretación que se le
de a esta «naturaleza» —como mera naturaleza física, o bien creada por Dios
según su voluntad— , estos criterios varían mucho; tanto el «derecho del más
fuerte» como una ética religiosa pueden obtenerse a pa-tir de semejante «natu
raleza». Desde mediados del siglo xvni, el divorcio, ligado sobre todo al nombre
di' Hume', de l as esteras de lo táctico y lo normativo había puesto fin, por prin
cipio, a este derecho natural (aunque todavía hoy se desmienta ocasionalment e
tal fi nal); en su filosofía practica, Kant había polemizado en cont ra del Derecho
Natural, sustituyéndolo por la fundamentacíón del Derecho y la moralidad en la
razón.
También la Filosofía del Derecho de Hegel ilustra esta ruptura: su título principal,
poco citado, reza «Derecho natural y Ciencia del Estado en sus principios funda
mentales», pero ya al principio —y más claramente aun en el § 2 de la versión de
1817-1818— se pronuncia decididamente contra el antiguo «Derecho natural». Hegel
ya lo Irnbia critic°do en su tratad° °os modos de tratar el Derecho Natural
(1802). Sin embargo, también su filosofía del Derecho tiene que ser vista sobre el
telón de fondo que constituye la tradición del Derecho natural. Y, finalmente, aun en
su pensamiento más tardío sigue alentando también el temprano ideal de 1o etíddad
de la polis en la Antigüedad —aunque él supiera hada tiempo que ese ideal no puede
ser ya la forma del Estado «moddmo»—,
Hegel comparte la intelección de que no es posible encontrar instancias norma
tiva esteran —ya s ^ en la «^tuiateza» o en una «voluntad tte Di°s» revdad—,
Pero el suelo de Derecho no es, para él, «la razón» sin más. Pues había ocurrido rn
ese tiempo que la «razón», también la kantiana, se hallaba bajo sospecha de haber
contri buido a los horr or es de la Revohición, y de se g u ir agudizando la amenaza que
partía de ésta: destruir, más que fundamentar, el Derecho y la Moral, e incluso toda
convivencia humana. Edmund Burke había mostrado esta crítica en su influyente
Reflecíions on the Reíwí«ítÉon in France, y también algunos pasaóes de la Filosofa dd
Derecho de Hegel dan la impresión de un eco tardío de Burke, como su adv e rt encia
de que hacer valer abstracciones, una razón ahistorica, contra la 'realidad efectiva
signkica destruir esa realklad tfí.cíiva.
El suelo del Derecho es, por ello, «lo es^pirtual», y más exactamente, «la eol^ín-
tad, que es libre» (W 8.34, § 4). Esta eoluntad libre no es para Hegel, sin embargo,
una whnUad despmdsUi de razón separada de] pensar; si La riberta<.l considera en
la posibilidad de hacer abstracción de toda determinidad, sería sólo la «furia de la
destrucción» (§ 5) —tal como se ha mostrado en la Revoíudón—. Libre de verdad
es solamente la voluntad que no quiere algo determinado, sino que se quiere a sí
misma, su libertad. Pues, de ese modo, está orientada a la vo!untad en su universa
lidad,'en la que «la inmediatez de la naturatídad y la particularidad» han sido asumi
das ( t ^ f g ^ ^ ^ (§ 21). Si, por el contrario, como ocurre en Rousseau y en Kant, la
voluntad es pensada como voluntad particular, entonces, toda determinidad tiene
6 literalmente, «hccha de la cultura». Se refiere al conflicto entre la Igtesia católira y el Estado pru
siano que duró de 1871 a 1887. (N. del T)
(§ 338), y que el comportamiento en la guerra se basa en costumbres universales
de las nacione s. la perspectiva por lo de m ás corrien te' , de un «k stado u n iv e r sal» ,
una lid ia s maxima», o a idea de una «Liga de las naciones»,'.o-la-utopía de una
«paz eterna», los sustituye por la indicación de un «pretor de orden -más alto»: a
•■Historia universa».
Hegd dvide la hÍstoria del arte en las épocas del a rte simbólico, clásico y romárn
tico, y no rabe sonreir despectivamente ante esta articuladón triparáta, raimo eX-
pn-Mon di: un exagerad',) ldqUl■matisInu. Gr-acas a ella, H¡\gel se ¡deai.Ki a la simll¡¡■
división en arte antiguo y moderno, realizada bajo el conjuro de la «querelle des
emúes eí des modernes», y que Schdling todavía ratificaba (SW 1,5.372), lo cual le
permite ir más allá dd arte griego e integrar el arte oriental como una época autó
noma dentro de la historia del arte.
Al denominar simbólica a la primera época del arte, Hegel recurre a un término
aplicado de múltlpits maneras por entonces, pero dándole un significado nue vo .^
simbólico no designa aquí una fusión (7ntinsMdM«g) exitosa de lo finito y lo infinito,
sino la primera, y por ello imperfecta, transida de ambigüedad, formación emer
gente del contenido e^iritual a partir de la naturaleza —«más un bascar
la irassfoimadón en imágenes que una Écultad de exponer verdaderamente»
(W 10,1.99)—. Esta búsqueda produce también formas especiales que Hegee exp<o
« i í.tnomeA¡lógirnnt■«d: fábula, par-abóla, m ig in , alegona, mttá[orr. Hc. El eriae-
t^ap ¿tabal de esta época puede ^dícase breve y puniurlmente con ejepreskmes
como «figura animal», «lo enigmátito», «sublimidad» (en el sentido de la incomen-
surabilidad de lo finito y lo infinito); sin embargo, la unidad de las muy diversas cul
turas compendiadas bajo el titulo de lo simbólico —de Irán a la India, de Israel a ato
Egipto— puede expresarse solamente de modo negativo: es ese arte en el cual «no
se ha encontrado aun la configuración adecuada ala idea» (GW 20.546, 561). Esto es,
el arle- que lio es clásico todavía.
Éste, el arte griego, constituye para Hegel el apogeo del ate por antonomasia, su
medida absoluta. En él se cumple la unidad de concepto y realidad, de lo natural y io
espiritual, y la expresión de esta unidad es la belleza, una belleza más allá de la c u í
no puede llegar a haber nada más bello. Semejante belleza, sin embargo, puede mos
trarse únicamente en la presentación de la figura humana; también, y precisamente,
cuando vale- como figura de un dios. Solo ella revela lo espiritual de modo sensible y
«consti tuye, así, el punto medio y el contenido de la belleza verdadera y de! arte»
(W 10,2.10). Mas con esta presentación de la belleza ciumptida está también ciumpfi-
do el arte en su utilidad.
El tercer arte, el «romántico», vuelve a disolver esta unidad de lo espíritu! y lo
natural. No debe entenderse aquí el arte romántico en el sentido nuestro; por la
época de Hegel, la palabra no se usaba todavía con este significado, que introdujo,
sobre todo, La escue/a rwwántc'a de Heinrich Heine (1835). Hegel llama romántico
al arte del mundo cristiano o, por decirlo con la expresón de la Filosofia de la histo
ria, al arte del mundo germánico, es decir, del mundo surgido de las migraciones de
pueblos [al final de la Antigüedad]. También para esta época es cierto, aunque en
menor medida que para la simbólica, que su unidad es negativa: igual que aquélla eea
el «antes», ésta es el «después» del arte clásico. Abarca tanto el arte propiamente
cristiano, que presenta lo divino, como eí arte nuevo después del Renatirmento, que
ya no se orienta por motivos religiosos. Hegel ve el •arte de su tiempo como la con
clusión de esta época; su peculiaridad estriba en que «la subjetividad del artista está
por encima de sus materiales y de su producción, en tanto que no está ya dominada
por las condiciones dadas de un círculo de contenido y de forma, determinado ya en
si mismo, sino que mantiene en su poder y en su elección tanto el contundo como
el modo de configurarlo»; una impronta que menos parece acuñada por e! presente
de Hegel que por el nuestro.
Pero a e ste tratamiento histórico se añade —y eso es d iíiru ltl de lo que ocu r re
con la religión y la filosofía—, en la tercera parte de la Estética, un sistema de las for
mas artísticas, articulado jerárquicamente en arquitectura, esodtura, pintura, música
y poesía. Este «sistema» no está deslabazado de la historia; Hegel lo incluye en eüa a
entrelazar mutuamente las figuras históricas y las formas sistemáticas por medio de
u°a acabada teoría: todas las formas artísticas se encuentran en •odas las épocas, pero
no todas expresan en igual medida el «espíritu» de una época; antes bien, existen afi
nidades entre las épocas y las formas. Al arte simbólico le asigna Hege! la arquitec
tura, como su «tipo fundamental» (W 10,1.108) en H que se pronuncia de modo más
puro el espíritu de una época y, por ello, también, el propio de su arte. El arte clásico
encuentra su expresión suprema en la presentación de un dios antropomórfico, por
lo que Hegel le asigna la esoulura; y a arte romántico las formas artísticas marcadas
por la interioridad: pintura, música, y poesía, esta última en tanto que «mrte más esp^
ritual ■(W 1(1,1.132). Por lo tanto,, el sistema de las formas artísticas está pensado, a
la vez, históricamente: su principio ordenador, la profundízaíón en sí de la espiritua
lidad, es, a la vez, el principio ordenador de la historia del arte.
Con ello, el arte queda englobado dentro de la historia de la conciencia en gene
ral, y de ello extrae Hegel, bajo la fórmula del «fin del arte», unas consecuencias que
han lOmado poderosamente la atención. Ya en su tiempo dio ocasión para las burlas
sobre el filósofo que anunciaba en sus lecciones el fin del arte, para, una vez en la
calle, apresurarse a llegar a la ópera o el teatro. Y, sin embargo, esta idea se sigue
inevitablemente de su concepción de la estética, empezando por el primer parágrafo
de la Ennrlop'-dia dedicado al arte (§ que temat.iza la inadecuación de la
peculiaridad estructural del arte para cumplir su tarea suprema.
Hegel introduce en seguida la estructura como deficiente, como un «decaer en
una °bra de existenda externamente comtin en el sujeto que pr° duce la misma y
que- intuvé y venera-; por donde el arte oniliene, de un modo imposible de asu
mir (wnoafheWtcfe), la «inmediatez natural-. Su tarea, por el contrario, es la ánto'-
ción concreta y la representación del espíritu absoluto en sí, en tanto que es el
ideal», y esta intuición está sometida a un desarrollo histórico. Por ello, puede
haber una época en la que el momento que adolece de una deficiencia essructur^
no contradice a la naturaMad del nivel histórico de autointuición del espíritu
absoluto, sino que se corresponde plenamente con ella, y esto ocurre en el arte
clásico. La «transfiguración» por la que la naturalidad inmediata se converte en
« « £ « 0 de la idea» y en «figura de la bel/ezc» es posible únicamente en el mundo
griego, porque, en él, el objeto del espíritu, lo divino, no está él mismo aún afec
tado de naturalidad. _
La armonía de la deficiencia estructural y la naturalidad del pensamiento de Dios
es, por ende, el presupuesto histórico de la belleza cumplida de la presentación de
lo divino en figura humana; pero, a la vez, es el indicador de que eí modo de con
cebirlo es aun inapropiado: el dios de bella figura humana que vemos en el arte grie
go sigue siendo un dios hecho por el artista a partir de un material natural; Dios no
es sabido todavía como autoconcienda efectiva, tal corno ocurre en la religión cris
tiana. Ésta alcanza un nivel de saber de sí del espn'itu que ya no es posible vincular
ar mónicamente con lo natural. la figura exlerior no puede segur siendo intuida
como algo divino, si lo propiamente humano, la autocondenda, es reconoddo como
divino. Por lo tanto, este saber de sí del espúrtu no puede ya encontrar su figura
plena en el arte. El «esj^piritu, que mira más lejos», se vuelve desde la objetÍvidad
c^nfigurada por el arte, «hacia atrás, a su interior, y la impulsa lejos de sL.. Puede
muy bien esperarse que el arte ascenderá y se•cumplirá, pero su forma ha dejado
de ser la suprema necesidad del espíritu. Por muy excelentes que encontremos las
imágenes de los dioses griegos, y por muy digna y perfectamente que veamos
repret entadot a Dios padre, a Cristo, a María, resulta inútil: ya « o nos arrodillamos
ante eüos» (W 10.1.135).
Dibujo de Hensel, con autógrafo de Hegel: -Nuestro conocimiento [de hechos] debe llegar a ser
conocimiento [de derecho, fundado]. Quien me conoce, me reconocerá».
VI
La d i sputa en torno
a la f i l osofía de Hege l
La filosofía tiene que comprender con-
Tn o 7 f 1/ f l r i n ceptualmente lo que es; no tiene nada que
L /K o í t w U t ló r v ccc profecías. Por eso, Hegel no dice
nada sobre la natural pregunta de qué nue
r l 0 Q h 11 0 Q A 0 J f l vos contenidos alcanzará la historia una
a 'e o p í f 'e s w c t u vez ha legado a su meta. Sus dircípiu
los, sin embargo, se vieron forzados a
Wf 1J P T Í P fl P H P & 0 L tomar una posición al respecto, y podían
m u e r UC recurrir para hacerlo al instrumental
tegdum tt en parte, al prindpto de lt r e ^
lecciÓn histórica y d avt nCr del trabajo del «espirito umwsreU» hitóte ^ m ^ t it o
_ rtquí rntruncu la historia pushCgClirCr de la filcbUfía— ; en pM'te, UlprIls^U^lrnto de
la re a c c ió n de lo espiritual, su sseculrrandón» en el sentido de la re a ln a ó n
efectiva f*VCrWnklcchwcg».). Con este significido, los discípulos de Hegel fojaronue
concrpltu de Srkulauisirrmg (seadaariadóó)7, que antes sólo pertenecía al derecho
tíú l y c ó rn e o , hacer de él una categoríi de la histona ailtural, 0 ® e de
dedurrr lu conexión internu del futuro estado del mundo con la historia de su p o -
veqiend r ^piritati, y buscuron formar lo iUcío:nUl. denrrfl de la rralldta rfrCtiVU
__no sólo moa-pretar éste, sinu cumbitrla por m H o de la ci^tica y lt tcción— .
Lo qlcr los diíscípiil^ de Hegd teníun en común ran muchos UrrUS ^atem orá-
neos es lu cuncienciu de que una época habír llegado a su fin, un fin que s_eop(olíu
fechar con U muerte de Hegd (1831), Goethe (1832), Schldermucher (1834) y
c Sáku/aniSlrl'«cg es la pululra alemtnu de raía Urtiiiu para nuestra seccu¡rirracón, con t i que h s ^ i o r t
hemos truducido igurhnente la pUrbru rlemrna ^Ver^íííitl¡c«ai^; el proceso de hacerse del mun o í W >
de1bI£Culum IiIíco. (N. del T)
Wilhelm von Humboldt (1835). Heinrich Heine constataba ya entonces el find de la
«época de Johann Wolfgang Goethe». gual de característica que la conciencia de
una ruptura epocal era la sensación de vivir, no sólo en una nueva época, sino en un
«entretiempo», sensación que atraviesa los dos decenios, hasta la fracasada
Revolución di- l848.
Cuando se habla hoy de este umbral de una época con el título de «final de la
metafísica», o incluso «colapso deí idealismo alemán», más se lo está designando que
comprendiendo efectivamente. Ante el empuje de la primera revolución industrial,
que empezaba por entonces también en Alemania, las tremendas consecuencias
sociales y el rápido desarrollo de las ciencias empíricas, los sistemas meinfisicos
parecen derrumbarse como un castülo de naipes. Sin embargo, esta interpretación,
supuestamente plausible, no hace sino retroyectar en la conciencia de esos años la
distancia del pensar de hoy sobre la filosofía clásica alemana. Al vo!ver a repasado
históricamente se obtiene otra imagen.
Al igual que la época de la génesis y la formación sistemática de la filosofía hegella-
na, también la historia más inmediata de sus efectos puede delimitarse entre revolucio
nes: comienza poco después de la revohición de julio en Francia, en 1830, y se prolon
ga hasta la fracasada revolución alemana de 1848. Sólo a consecuenda de ésta se des
pojó de cualquier posibilidad de repercusión a la filosofía clásica alemana; recurrido,
entre otras vías, a medidas administrativas. Pero las controversias filosóficas que tuvie
ron lugar entre estas revokiciones son, en gran parte, controversias alrededor de ta filo
sofía-de Hegel, tanto de su concepto de filosofía como de lo que aportaba para com
prender y dominar los nuevos problemas que aparecían en este «entretiempo».
Con la muerte de Hegel empezó una larga y vehemente disputa en torno a su
filosofía —algo diferente de lo que ocurriera con Kant o Fichte—, y esta historia
inmediata de los efectos de Hegel tuvo también consecuencias donstderables para la
comprensión general de su filosofía, consecuencias que han alcanzado hasta el pre
sente. Forman, por así decirlo, un momento integral de su propia filosofía. Por un
lado, lo críticos intentaban analizar la situación de la filosofía «en el momento del
fallecimiento de Hegel», para demostrar la necesidad de reconfigurarla de nuevo;
por otro, !os discípulos de Hegel trataban de capta' su filosofía en una figura per
manente —de un modo doble—■ .
Y es que, a diferencia de Kant con sus tres Críticas, la influencia de la filosofía de
Hegel en su época no se debía a sus publicaciones. La Fenomenología del espíniu,
por ejemplo, todavía se podía adquurir en el comercio en 1829, y no se publicó en una
segunda edición hasta 25 años después de su aparición; y los primeros escritos de
Hegel estaban, en sus años de Berlin, cuando menos parcialmente agotados, sin
habí -i sido ii -i-ditiidcs de nuevo. Con iodo eso, d'- tedas las disciplinas de su sUt-nm,
Hegel sólo había elaborado para su publicación la Ciencia de la Lógica; la Filosofa
del Derecho, como la Enciclopedia, no es más que un compendio adaptado para su
explicación oraí en las lecciones de clase. La influencia de Hegel se debía, sobre
todo, a estas -cdones, primero en los dos' años de Heidelberg, luego en los 13
de Berfín; pero —a excepcón de algunos apuntes de clase— tales lecciones no se
habían extendido más allá del círculo de sus alumnos. A la «Unión de amigos del
difunto» dVeeen von Freunden des Verewigten) , formada sobre todo por discípulos de
H-g-u l- d-b-mos -l que, d- un modo inaudito hasta entonc-s peto que pronto
repetirían los discípulos de Schleiermacher— no sólo se reeditaran las obras publi
cadas por rl propio Hrgrl, sino que sr reunieran y publicaran los manusoitos dr sus
lrcdonrs y los apuntes dr clase dr los estudiantes. Dr rste modo, los «Amigos del
difunto» crearon por primera vez el corpus hegeltanum y la imagen de filosofía
heseliana qUe —cotí sus virtudes y defectos—•determ^naría ^ e;feCÍ”V¡dad'
inmediata y cuyas repercusiones pueden percibirse todavía en el día de hoy. ^
Además d- .'-Ma prí'senlacion de la ubra. tan influyente en sus o.nsecu ncas, en
la «o.clicion de la unión de amigos- había otro modo do formación dd íisirriiu lu jr
liano: los discípulos mismos continuaron elaborándolo. En parte, se deKaroUaron
monográficamente disciplinas del sistema nunca tratadas por Hegel en sus lecciones
—como la historia de la filosofía—; en parte, se aplicaron los puntos de vista con-
dnct ores de la filosofa de H gd a malerias que él mismo no habw iiabajad.. de
modo expreso —como, por ejemplo, algunas regiones de ¡a Fllosofía-del Derecho °
de la Estética—. Y delata cuán lejos de la realidad estaba la comprensión de s mis
mos que tenían estos discípulos el que yuxtapusieran sus t ^ j s a los de Hpgpl
como si tuvieran el mismo valor, por más que, en lo esenciia estimeran nutriéndose
de la sustancia espiritual heredada. # i
Este último modo de continuación requería una amplia restricción dd las compe
tencias de cada uno a zonas parciales del sistema, no sólo porque a los d ^ iilo s s-
lds escapaba la universalidad de la mirada dd ma^tro, sm0 porque la djdcua-ón
monográfic£i del Soield c x la acentrnacioness PSáCCiele,,i Esía dasficacion jre1ui^site-
ma ha sido comárrrdr o menudo, desde tos discursos pronunciedos nn el^nü-rro
dn Hngnl, con la división dd imperio dn Alejandro nntrn los d^docos, no dnbn áeser
sn ál0r alto, sim 'mbargo, qun nsta divixión obndncía más bidn a las mclm^wmesy
cepeeiSoScc fiio'óficíisí, y tumbén, qivn tt(l^li lnd luchas sitcc de^01^, OO ÍHv^som
uigar En e^gu0xt ámisi^s tróboioCenS^ oph10 e lsi VCZ; ca LógCO átnriileJlím-
illo, u c ^taClloada por sohmn EduarSEdmeinni ^ónC h^P P Ó Ó
Hiorichs y Karl Rosnnkrenz; la filosoflo dd Derecho sobre todo por-Edua-d Gams,
pIilmeri) por C ari FPOdridi Gó schoo torpo fembién ii0lI EIthtterm y ^ n d s sa
Es0 ' ' ^ á>IlimnI'o F0r Chrirtieo Hdcmenii WPs01, kiPg0, sobrn todo, pOTHpnimh
Guéav
Ludwig l^otho y Rosnmtrrnzt
^VIec:hnlnr y k Historie
y Johadm Edcord do p Feosofi^OT10C1,i,W
frdlmeon; Eduerd Zdllnr, '1lgdFFÍáloIbHehd,
foístonMor dpClCal1o
^ ssofla gringe, «P iJ» t0d0aír nm dsta dmdtoton. Ang0 a m ^ o ^ m ; coai t e 0pras
d^róldias1 att0 la PHosome dp 11 NeicreidZa do fae Co;nlrrnr:cd0 por Sm
emCecao, o ádsrr dn nsta aMplia prolongación dd sistema y de les discusiones aboi--
dades en topos ícs amCtroc mencionador) Surcretc todo un decenio, te ctnmoaci sia
d e lir a pere la 0f0etiaid0S hisltrico d0 H0g0l tCV0 togar w a 0Xd usivem0nte -n
ámbito do la Fntis^ofíe do le Roiigión.
Ya en iida Se Hoa-i so rrC!t . 1 1 0 nSi-
do la disputa oii lomo a mi idea de Dhk.
L a d is p u ta Dosdo mecliíldos dd loa ellits veinte 0ol
p siiaVi>XIX u multíplüí^eron to íita q n ' e su
. iilnxjíui. 1 1 0 tamo con intención do coniro-
ddl t O T O lO versie filosófioa como poca Osccrtc r0-
li^c^se y moralmootc sosáPChos0. Los
1 1• " ' M ataques culminaron 011 ia imputación pan
a la T d í l g í U n teísmo primooo, y pomo ÓiaS urdc, indu
so dc aPí^s^mo. Un colcge C^^rl^és SC
Hcgd íítedrich August Gotttrcu Tholuck, prCCCCheCcr siSo el prim ro Pn len2^ ^
redunde ps lledtdsólo contre él US^C; Goí-^oI1 Bcn'amn Jasáhió hisrtonedoi- sd
panteísmo, la repite poco después como algo obvio, y luego fue recogida en escritos
acusatorios. No sólo en sus lecciones tuvo Hegel que dedicar considerable espacio
a rechazar tales ataques; también en sus publicaciones se vio obligado a ponerse a
cubierto de ellos —ya en el prólogo y en el § 573 de la segunda edición de la
Enciclopedia (1827), así como en las réplicas de los JahrbücAejr/ ü wissenschhftttche
Kritik (1829)—.
Semejantes ataques eran por entonces cualquier cosa menos inocuos. El desve
lamiento póstumo por parte de Jacobi (1785) de que el último Lessing había sido
cpinoztsta, y por ende panteísta, no podía ya tener consecuencias para éste; pero la
agitada discusión que siguió, maduró ía gravedad de una afirmación semejante,
aunque tal discusión no Huera emprendida con intención de denunciar. Y menos de
tres decenios antes de las acusaciones contra Hegel había perdido Fichte su cátedra
de Jena en la disputa del ateísmo (1799), vehementemente discutida por entonces en
el entorno de Hegel. Tampoco la disputa entre Jacobi y ScheUing sobre las cosas
divinas (1811-1812) habría sido tan acerba si no hubiera incluido la denuncia de ate
ísmo- contra Sdidlmg, una verdadera amenaza para su exist/nda. Después de las
guerras de liberación contra Bonaparte, el suelo para tales acusaciones estaba sufi
cientemente abonado, toda vez que la renovación de las actitudes religiosas por el
neopietismo y la nueva ortodoxia se había vinculado con la restauración política.
Esta transformación tenía a la vez raíces políticas y sociales; políticamente, se trata
ba de renovar también el pensamiento del mundo prerrevolucionario a la vez que las
condiciones políticas; sociológicamente, puede describirse como un temprano movi
miento en contra de la moderntzadón, todavía en sus comienzos y de poca impor
tancia, pero desde luego progresiva, y de la «segmentación» social de La rellgión que
ya se anunciaba con ella: su confinaimento a un ámbito parcial deja vda social Por
estas razones, sin embargo, tales tendencias Hegaron a tener una considerable in
fluencia política: todavía a la altura de 1830, esta liga de restauración teológica y polí
tica denunció en Iíalk, muy cerca de Berlín, a los dos teólogos racionalistas
Gesenius y Wegscheider por apartarse de la ortodoxia teológica (y no merecer, en
consecuencia, ninguna confianza política), un golpe que sóío pudo ser de^sido gra
cias al juicioso proceder del ministerio prusiano de Educación, dirigido por Von
Altenstein. Y mts allt de tales denuncias, en la nueva situación, las pretensiones filo-
sófico-teológicas y religiosas pOuteadas a la filosofía se habían transformado: un
Friedrich Sdilegel, al servido ahora de Mellernichi, había proclamado en varios
escritos el colapso de la tradición ilustrada de la «Filosofía de la Razón», y la nueva
fundamentación de una «filosofía cristiana», programa que, entre otros, acooíó tam
bién Schemng al reiniciar su actividad docente en la Universidad de Múnich (1827).
Para esta «filosofía cristiana» era lundamental, sobre todo, plantearle una doble
exigencia a la filosofía: ésta tenía que demostrar la personiaidad, esto es, el cartrter
personal, de Dios y la inmortalidad del alma. Michelet, que era segurainente, de
entre los discípulos de Hegel, el que globalmente le siguió de modo más fie! en sus
escritos, y que conservó esta fidelidad hasta su muerte, poco antes del cambio de
siglo, juzgaba en 1841, no sin razón, que la disputa filosófica dd decemo anterior —
esto es, el que siguió a la muerte de Hegel— había tratado propiamente de dos úni
cos objetos: precisamente la personalidad de Dios y la inmortalidad del alma (7ss).
Quiere esto decir que en los años treinta no se tocaron nuevos temas; se trataba,
mts bíen, de tos dios grandes temac de la r:pAi7oso-i»ia crítia»!», que se remon
taban hasta San Agustín y que —ampliados por el tema del -mundo», propio de la
Edad Moderna— se habían mantenido hasta la n^eiap/ysca spm,otis racionalista del
siglo XVIII. Mas no se trataba aquí únicamente de honorables fragmentos de una tra
dición, sino de las dos proposiciones nucleares del teísmo y —tal como se había mos
trado en los tres «asuntos» materia de disputa filosófico-teológica de la época— de
los dos criterios que permitían distinguir el teísmo del ateísmo. Por esta razón, tam
bién Kant se había visto forzado —de un modo poco convincente— a recuperar en
la Critica de la razón práctica los objetos de la «psicología racional» y la «teología
natural» destruidos por el - Dios y la inmortalidad—, aunque fuera como postula
dos. Con el intento de vindicar de nuevo estos temas para la filosofía había que deci
dir también la cuestión de si el epocal cambio de concepto de filosofía resultante de
la critica de la última Ilustración al Racionalismo tenía realmente consistencia o iba
a quedar en un mero episodio, si el concepto de racionalidad, que a p in ipi<s d la
Edad Moderna aún parecía compatible con los temas teológicos tradicionales y del
que luego se reconoció que no era apropiado ni competente para ellos, había de ser
despedido de nuevo a causa de esta insatisfacción filosófico-teooógica
El rechazo por Hegel de las acusaciones que se le dirigían de que su filosofía no
era apropiada para, o no tenía la voluntad de, demostrar ambos objetos — «a perso
nalidad de Dios» y la «inmortalidad del alma»—, y proporcionar así la iranqiuiidad a
la que aspiraban las almas piadosas, apenas podía convencer al crítico, sino más bien
espolearle. Al principio, es cierto, los críticos se hallaban en una posición desfavora
ble, toda vez que Hegel se habla pronunciado sobre estos temas en sus publicacio
nes —como la Enciclopedia— de un modo muy resumido, y no tan tangible como
seria de- desear. Pero con la muerte de Hegel se produjo una nueva y complicada
situación: las Lecciones de ^'l^í^sofía de la Religión, publicadas por Konrad Philipp
Marheineke al año siguiente, ofrecían m aten! sufidentemente deteHado para ee aná
lisis. Mas pronto se mostró que estas lecciones también parecían su s c e p tibles de las
inteníretadon^ más diversas, y precisamente la conexión interna entre la muerte
de Hegel y la p uílkldO t de sus Ler-cónes excluía una interprendon autorizada en
el momento de su aparición. De modo que se lornupin opciones onUarias, de las
que aqu' sólo nombraremos las dos que tienen importancia filosófica.
En los primeros años del decenio de 1830, los resultados teológicos de la filoso
fa de Hegel .fueron defendidos como dogmáticamente correctos y adecuados a ^las
necesidades relÍ£iio¡as, por sus discípulos, en aquel momento, sobre todo, por C a!
Friedrich Goschee y Georg Andreas Gabler, sucesor de Hegel en su cátedra. En cam
bio, se sintieron llamados a la crítica todos aquellos cuyos intereses religiosos no se
veían satisfechos por la filosofía de Hegel, cuando no injuriados. El que no encon
traran en Hegel la imagen de Dios corriente para ellos en la rellgión les parecía una
objeción suficiente a su filosofía, y deducían de ello que o bien renunciaban a la filo
s°fia o se voMan hacia otra fflo^fía diferente. #
Dado que- Scl)ell^lg. durante los años de 1830, no publicó nada interviniendo en
esta discusión, el grupo más importante de cnticos lo formaron los representantes
del llamado «idealismo tardío» o «filosofía positiva», o mejor aún, «teísmo especula
tivo». Eran éstos Christian Hermann Weisse, que había essado muy próximo a ia filo
sofía de Hegel mientras éste aún vivía, así como Immanuel Hermann Fichte, hijo de
Johann Gottlieb Fichte, y el circulo reunido en torno a ellos y la Zeitsccnf_für
/h'ísophie und sp>ekulitv;e Theologie Revista de alosma y teología lsSP■li.Uíttiv^■l
(1837ss), editada por Fichte. A ellos no les importaba si Hegd era personamente
devoto, ni tampoco la cuestión de si era posible encontrar en su obra declaraciones
sobre la «personalidad y la inmortalidad» conformes con el cristianismo, sino ss una
filosofía de la razón como la hegelana podía naamente llegar, de modo legítimo, y
no sólo por recovecos teóricos, a proposiciones afirmativas sobre este tema. A los ojos
de estos críticos, constituía francamente un indicio de la coherencia de pensamiento y
integridad intelectual de la filosofía de Hegel el que ésta no reivindicara aquello que
ella misma no estuviera en condiciones de dedudr desde su propia concefpcón global.
Sin embargo, precisamente esto constituía también para los críticos motivo suficiente
para salirse completamente de tai filosofía de la razón, y situarse, justamente, en una
«filosofía cristiana» que, por pa-tir de la Revelación, estuviera en ajndiciones de sumi
nistrar unos resultados que parecieran irrenmiciables para la religión.
En esta polémica entre hegelianos y teistas especulativos, no hay duda de que
los últimos tenían los mejores argumentos con respecto a la neces«uia limitación de!
ámbito de conocimiento de una filosofía de la razón; Goschle y Gabler no compren
dieron que, contra tales objeciones, no bastaba sacar de las Lecacrnes de Hege^ para
ponerlos sin más delante, unos di'cía probantia que hablaran en su favor, o parecie
ran hacerlo. Por el contrario, el Intento de los teístas espeouativos de comptementar
esta Imitación inevitable de la filosofía de la razón g lo que fuera accesiMe jus-
t^e iite a esa músma razón con un retroceso hasta lt RevelGción, tenía que G'íire-
cerle t los representantes de lt filosofía de la razón como un satto morale, G estilo
de Jtcobi, desde la filosofía a la no-filosofía. Sin embargo, antes de que esta disputa
pudiera decidirse, un tema nuevo vino a sobrepujarla y caldearía: la disputa sobre
la vida de Jesús. '
A diferencia de lt «personaüdad y la inmortalidad», la ivda de Jesús no era un tema
filosófico, ni siquiera de la tradición teológica. Sólo con C giro hada lt Historia empe
zó g ser trabajado varias veces en teología, desde finales del siglo X ü , y t p ftir de
la agria disputa en torno a la publicación por Lessing de los «Fragmentos anínmos»
de critica bíblica, esto es, los fragmentos de Hermann Samue Reimarus adquirieron
una explosividad desconocida hasta entonces: se ponía en juego con este asunto el
fundamento hisí^l^ór^co de la religión cristGnG. SchleiermGcher había llevado varias
veces este tema hasta d límite en sus lecciones, y cada vez había retrocedido espan
tado ante él: en este punto, decía, habla que detenerse antes de una disolución mayor
de G base histórica; de lo contrario, Cristo se convertirla para nosotros en un perso
naje mitico. David Friedrich StrGuss, sin embargo, que había llegado g Berlín en el
otoño de 1831 para escuchar a Hegel, pero fue sorprendido poco después del. co
mienzo del srmrstrr por la muerte de éste, y escuchó entonces las rrtdiones de
SchlrirrmGchrr sobre la vida de Jesús, fue quien dio justamente ese paso con la publi
cación de su Vida de Jesús (1835-1836): la investigación histórico-crítica destruye d
fundamento histórico de los reJatos evangelices para cuya cousejidaaou se habla
puesto en mar-cha. Con esta intelección, sin embargo, no consideraba Strauss que se
hubie ra demostrado que estas narraciones lucran absurdas: con ayuda del aparato
conceptual hegeliano, y en estrecha coincidencia de pensamiento con él, las com
prendía como tun «mito filosófico», como expresión, en eHplano de la representación,
de una verdad que, propiamente, sólo era acceeíble al pensar con<dpt:u;Gí
Al plantear esto, empero, Strauss hizo que se desatase un arrebato de indigna
ción general, impresionante por su extensión e intensidad, incluso para un época
acostumbrad a viotentos controversias fitosófico-teológicas. pero los ^ a q u ^ no se
dirigieron sólo contra él personalmente, considerándolo un «Judas Iscariote», sino
contra la escuda hegdiana, de la cuG se le consideraba, no sn razón, representan
te. De modo que se hizo inevitable paira los demás miembros de la escida tomar una
postura a favor o en contra en este asunto. Hasta ese momento, los discípulos, a
pesar de los diversos acentos en su apropiación de la filosofía de Hegel, habían
hecho frente dr- mo do unitario a los ataques exteriores, parlici.ilarmeiile a los que
venían del teísmo especulativo; solo ahora, en esta situación de nuevo tan. enconada,
las diferencias de interpretación que ya existían entre ellos condujeron a la escisión
de la escuela
En vista de la plétora de ataques dirigidos contra él, Strauss se vio obligado a
publicar, dos años después de la aparición de su Vida deJesús, los Escritos poMmicos
en defensa de mi escrito sobe la vida de Jesús (1837). En el tercer fascículo, se volvía
hacia los enfrentamientos dentro de la escuela de Hegel, intentando aclarar cómo
había pensado Hegel en las cuestiones que él tocaba, y cómo 'había que pensar nece
sariamente. Strauss convirtió aquí en criterio fa cuestión, prima /aci'e teológica, de la
resurrección del Dios-hombre, Jesús. Pero, muy pronto, ésta se desveló como la
cuestión filosófica de la relación entre Idea e historia: «A la pregunta de si con la idea
de unidad de las naturalezas divina y humana, la historia evangélica está dada como
historia, y hasta qué punto lo está, hay tres respuestas de por sí posibles, a saber:
que con aquellos conceptos pueda confirmarse históricamente, a partir de la Idea, o
bien toda a historia evangélica, o sólo una parte de la misma, o bien ni todo ni
parte.» A cada una de las tres respuestas hacía corresponder Strauss las tres corrien
tes de la escuela hegeliana —respectivamente, la derecha, el centro, y la izquierda
hegelianoíj—. En modo alguno constituían las tres respuesto opdones igua^eiite
legítmaas, pues en aquel tiempo, al igual que hoy, no podia caber la menor duda de
que sólo la última es filosóficamente defendible. Por eso,■ el fraccionamiento de la
escuela no permaneció mucho tiempo como tal: la primera respuesta no podia
defenderse filosóficamente, y forzaba a sus potenciales seguidores a situar sus inte
reses relgíosos fuera de la füosofia, al menos fuera de la filosofía de la razón; en
menor medida, lo mismo valía para la segunda respuesta. La tercera, en cambio,
pocha defenderse cují hienas razones, pero era jusk» la respuesta con la que menos
podían darse por satisfechos la mayoría de los contemporáneos.
Mas la controversia en torno a la Vida de /^ús de Strauss no sólo dividió a la
escuda hegeliana; condujo igualmente, tras la época en que las controversias sobre
la filosofía 'de Hegel se cemraban en la filosofía de la religión, a una segunda fase-
de filosofía dd Derecho o, cuando menos, política; y ello ocurrió de un modo doble,
que hoy podemos seguir sólo con dificultades. _
Aunque la separación de Religión y Estado había ido fortnahnente muy lejos, la
unión interna de los dos era aún muy fuerte, como se mostraba en la expresión de
que el rey lo era «por la gracia de Dios»; de modo que, en esas condiciones, cuiI-
quier ataque, supuesto o real, a la teología o la rdigión adquiría a la vez una consi
derable relevancia política: un ataque a los fundamentos de la fe aparecía al mismo
tiempo como ut ataque a Os fundamentos del Estado, y de la cuivivein ia hm inia
en generaL Los imcios de la separación de la moral y los fundamnitos jurídiCos de la
convivencia (dentro el E stado respecto de la religión pueden rastrearse al menos
liasta e siglo xvit: pero este proceso, nckfldusk afm hoy, acababa de e ttrar en su
fase decisiva en la Alemania de los arios 1830, con lo que enhiices se llamó_ «lucha
d<‘ las Iglesias de Colonia», preludio de lo que mas Uirde et E cpoai de BErnaiE,
sería el «Kmttmr'kam¿fr. Para la opinión pública dominante no había duda ninguna:
quien no aCatara la idea teísta tradicional de Dios, no ofreck iampoco nmgi^a gara-n
tía de fiabilidad polítiCa y jurídica: ¿cómo iba ni siquiera a prestar un juramnto y, por
ende, ocupar cargo alguno en la vida pública —como profesor en una universidad,
por ejempki— ? Con lo que, Uegado el caso, tendría también que ser despojado de tal
cargo si lo ocupara.
Aparte de esta estrategia general, que a Restauración —con especial énfasis
Heinrich Leo— aplicó contra la izquierda higiliana, la Cristología de Strauss podía
ser atacada por otros puntos, cuyo aspecto político implícito, oculto al principio para
el mismo Strauss, podía ser calificado directamente de «alta traición». Invocando la
«filosofía cristiana» del último Schelling, la por entonces «positiva» «teoría del
Derecho y del Estado cristiana» —Friedrich Julius Stahl, por ejemplo— intentó fun
da neniar la unidad del Estado sobre e| principio de la personalidad de Dios; com
prender la •umdad dol monarca como emanacirá de k unMad de Dios. Con tales
«argumentos» era posible demostrar también de modo concluyente la analogía entre
Cristo. Dios-Hombre y Uno, y el monarca, uno también. Pero Strauss no s0jo había
disuelto la vida de Jesús en un mito filosófico; había •aceptado también como proba
bles (oponiéndose en este punto a Hegel) una pluralidad de dioses-hombres, argu
mentando que no era el estilo de la Idea vadar toda su riqueza en un lúñco ejemplar.
Para la teología política de la Restauración, este mentís de la unidad del Dios-
Hombre no sólo era una blasfemia, sino también un sutíi y a la vez grosero ataque a
la monarquía, un alegato subversivo en favor de los «muchos»: o sea, de la repúbli
ca. Y con ello quedaba demostrado que el pensamento de la izqmerda hegeliana no
sólo era ateo, sino, además, una «ata traición». La disputa en torno a lafilosofía de la
religión se había transformado en una disputa sobre política. En esta situación, toma
ron la palabra antiguos enemigos de Hegel, a los que el édto había faltado anterior
mente —como Karl Ernst Schub^th—, pues vieron por fin la prueba mamfiesta de
que la dkñlrina de H igd conculcaba la religión y, con ella, los fundamentos dd
Estado. Tales argumentos no sólo se publicaban, sino que incluso eran presentados
ptTicialm n li ante el ministro de Educación, Alleiist.dn, lodavía en i1 cargo, que
había traído a Hegel a Berlín y le había protegido (como a Schldermachlr) varias
veces de los ataques de la Restauración, razón por la que no tuvieron un éxito políti
co inmediato hasta el final de la era Altenstein (1839).
Cronología................................................................... 65
Bibliografía.................................................................. 67